PRIMEROS VIAJEROS AL PAÍS DE LOS SOVIETS CRÓNICAS PORTEÑAS 1920-1934
Horacio Tarcus (ed.)
Anónimo Primeros viajeros al País de los Soviets: Crónicas porteñas 1920-1934 / compilado por Horacio Tarcus.- 1ª ed.- Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Dirección General del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura, 2017. 168 p. ; 15 x 23 cm. ISBN 978-987-1358-48-9 Crónica de Viajes. I. Horacio Tarcus, comp. II. Título. CDD 910.4
Ejemplar de distribución gratuita. Prohibida su venta © 2017, Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ministerio de Cultura. Dirección General del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura Diseño de interiores: Federico Rubi ISBN 978-987-1358-48-9 Impreso en Arcángel Maggio - División Libros, Lafayette 1695, Buenos Aires, en octubre de 2017 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina
Índice
Acerca de este libro, por Javier Martínez 7 Viajeros argentinos al País de los Soviets. Estudio preliminar, por Horacio Tarcus 9 PRIMEROS VIAJEROS AL PAÍS DE LOS SOVIETS
Mijail A. Komin-Alexandrovsky Impresiones de un viaje a la Rusia sovietista
23 25
Rodolfo J. Ghioldi El viaje Un sábado comunista de los delegados extranjeros El sindicato de los obreros ferroviarios
61 63 67 70
Tom Barker l último congreso de la Sindical Roja. Tom Barker, E representante de la FORA comunista, informa acerca de su actuación en ese congreso
73
José Fernando Penelón os Viajes a la Rusia sovietista 1922-1924 D Un Discurso de Lenin en el IV C ongreso de la Internacional Comunista En la fábrica metalúrgica Lenin
81 83
Augusto Pellegrini i viaje a la Rusia de los Soviets M
95 97
Miguel Contreras En un mitin comunista. Una carta de Trotsky Notas sobre mis viajes
75
84 89
105 109 111
Abraham Resnik Introducción a Teatro soviético (por Álvaro Yunque) Teatro revolucionario de la Rusia soviética
113 115 116
José Vidal Mata La verdad sobre Rusia
133 135
Elías Castelnuovo El reino de los trabajadores
143 147
Aníbal Ponce Visita al hombre del futuro
155 159
Acerca de este libro
LA REVOLUCIÓN RUSA DE 1917 fue un hecho político y social que marcó a fuego la cultura del siglo XX. A cien años de aquel suceso que conmocionó al mundo, las crónicas de viajeros aquí reunidas nos brindan la ocasión de adentrarnos —de manera reflexiva y con perspectiva histórica— en los pliegues del hecho, en todas sus dimensiones. La exploración fresca y directa del viajante, sin mediaciones, nos permite reconstruir como un crisol la dinámica de los acontecimientos de la época, la posibilidad de viajar a través de los ojos del otro… desde el relato escrito. Por eso este libro reúne dos cualidades fundamentales: por un lado, la de conformar un documento histórico sobre la Revolución Rusa de enorme valor, a través de los testimonios de quienes la visitaron durante esos primeros años. Por el otro, la de disfrutar la lectura de crónicas de viaje en tierras lejanas, con particularidades desconocidas para la mayoría de los porteños. Además, en su conjunto estos relatos nos permiten entrever un clima de época en materia de publicaciones en Buenos Aires: todos aparecieron en diarios, revistas y libros porteños. Primeros viajeros al País de los Soviets. Crónicas porteñas 1920-1934 es un valioso aporte para estudiar uno de los acontecimientos más relevantes de la historia del siglo pasado, pero también para observar cómo un suceso revolucionario terminó siendo un vehículo de globalización cultural que sigue dejando su huella en las manifestaciones artísticas del presente.
Javier Martínez Director General del Libro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura
Viajeros argentinos al País de los Soviets Estudio preliminar
LA BUENA NUEVA DE la R evolución de Octubre se irradió por el mundo a la velocidad del telégrafo. Después de los años aciagos de la Gran Guerra desatada en 1914, los acontecimientos rusos vinieron a proyectar de pronto una intensa luz de esperanza. Cuando las noticias europeas parecían confirmar el sombrío presagio de la “decadencia de O ccidente”, el “Oriente” ruso emergía como el acontecimiento capaz de arrancar los males de raíz y erigir, sobre los escombros del antiguo orden civilizatorio, un nuevo orden. La revolución no era ya la lejana promesa de redención que predicaban los credos políticos de anarquistas, socialistas y sindicalistas, estaba aconteciendo aquí y ahora. O si se quiere, allí y ahora pero, en definitiva, en un espacio y un tiempo determinados. Ciertamente, lejos de la A rgentina, pero en un territorio tanto o más periférico que el nuestro, donde tampoco el capitalismo agrario había sido incapaz de sacar al país del atraso. El siglo X IX había sido el de la promesa y el de la utopía, el tiempo de los profetas. Un nuevo siglo se iniciaba en octubre de 1917, dejando atrás las ensoñaciones románticas del pasado que ya la guerra se había ocupado de desvanecer: nacía ahora el tiempo de la Revolución, el que vendría a realizar las promesas del pasado. El siglo XX fue el siglo de la exaltación de lo real.1 Las noticias, los testimonios, las fotografías, la literatura y el cine que llegaban de la nueva R usia fueron configurando un poderoso imaginario que dominó todo el siglo XX. El Octubre ruso fue, después de 1789, el epítome mismo de la R evolución. Desde entonces, 1789 fue el paradigma de la R evolución burguesa, mientras que 1917 constituyó el de la Revolución proletaria (aunque en buena medida el proceso ruso combinara una revolución proletaria en las grandes ciudades industriales con una revolución campesina: en la construcción paradigmática, esta última quedaba ocluida). Incluso las siguientes revoluciones del siglo XX se pensaron sobre su imagen modélica. La Revolución China de 1949, llevada a cabo por un ejército campesino, fue entonces asimilada a la rusa y definida de todos modos como “proletaria”, pues importaba menos el sujeto social que la llevó a cabo que el “programa comunista proletario” que la había guiado. La Revolución R usa puso en circulación en todo el globo un lenguaje político renovado, donde aparecían por primera vez “soviet” y “sistema soviético”, “mencheviques” y “bolcheviques”, los “comisarios del pueblo” y el “Sovnarkon”, el “Ejército Rojo” y los “ejércitos blancos”, la “dualidad de poderes” y la “insurrección”, el “derrotismo revolucionario” y la “autodeterminación de los pueblos”, el “capital financiero” y el “imperialismo”. Hasta la irrupción de la R evolución China en 1949 o la C ubana diez años después, el imaginario revolucionario mundial quedó a tal punto capturado por el poderoso magnetismo del acon-
1 Alain Badiou, El siglo, B uenos A ires, Manantial, 2006, p. 25 y ss.
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tecimiento ruso, que todos los movimientos radicales posteriores fueron juzgados según los momentos y las figuras que proporcionaba la vara soviética. Derechas e izquierdas buscaron afanosamente en América L atina los equivalentes locales de Kerensky o de Martov, de Lenin o de Kornilov. La Revolución de Octubre interpeló, sobre todo, a los obreros de las capitales del mundo, a las franjas más politizadas de trabajadores agrarios, a los estudiantes de la generación de la R eforma U niversitaria, a las mujeres que, apartándose de la educación patriarcal, se atrevían a ingresar en ámbitos hasta entonces dominados por varones, como el sindicato o la universidad. Y también al nuevo público lector de la cultura popular, del diario de masas y del magazine ilustrado, del libro barato y del folleto de aparición semanal. Las ediciones populares pusieron en manos de amplias capas de ávidos lectores, por pocos centavos, la teoría política de la nueva revolución como también los nuevos códigos soviéticos de trabajo o de familia, los logros de la nueva educación, los primeros productos de la literatura proletaria, las conquistas prodigiosas de la ciencia y la tecnología soviética, las experiencias más osadas del “amor en libertad”, por decirlo en los términos de una difundida novela de esos tiempos.2 La nueva Revolución era apenas destructiva: si había puesto en fuga a los viejos aristócratas y había ejecutado al Zar y su familia, ese mínimo de violencia era la condición para poder ensayar la edificación colectiva de un nuevo orden social, emancipando no sólo a los obreros y los campesinos del yugo del capitalista y el terrateniente, sino también erigiendo un nuevo orden cultural e incluso una nueva moral sexual. Hoy nos asombra comprobar la abundante oferta de folletería soviética disponible en kioscos y librerías a comienzos de la década de 1920, se tratase de ediciones locales o españolas. Sin embargo, el ansia de saber qué acontecía en el P aís de los Soviets, la necesidad de comprender el significado de la R evolución, de descifrar su rumbo, la tornaban insuficiente. Ciertos espacios socialistas, anarquistas y sindicalistas no podían contentarse con lo que informaba la prensa burguesa o llegaba con retraso en los libros de las casas editoras de Madrid. Ni siquiera con la información más reciente que podía recabarse de los periódicos franceses o italianos. Era necesario llegar hasta el teatro mismo de los acontecimientos, por lejano y costoso que fuere: enviar delegados que pudieran ver con sus propios ojos, remitir informes fidedignos y regresar con sus vívidos testimonios. Era imprescindible presentarse ante los hombres que llevaban adelante la proeza de la edificación socialista y de erigir una nueva Internacional, estrechar vínculos con ellos, obtener su respaldo, hacerles saber que incluso en estas lejanas tierras había un proletariado y una juventud solidaria con sus hermanos rusos. ***
os sucesos de Octubre tomaron por sorpresa a unas izquierdas debilitadas y divididas a L escala mundial, que venían de la debacle de la Internacional Socialista acontecida en 1914. Los acontecimientos europeos habían dividido al Partido Socialista de la Argentina, donde una dirección aliadófila que saludaba la Revolución de Febrero sería severamente cuestionada por un ala izquierda que se había mantenido neutralista durante la guerra y ahora apoyaba el triunfo de los “maximalistas” en O ctubre. Incluso antes de la creación de la Internacional C omunista, los disidentes argentinos que lideraba el obrero linotipista José F.
2 León Gomilievsky, El amor en libertad, B uenos A ires, V ictoria, s.f.
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enelón fundaron, en enero de 1918, el Partido Socialista Internacional.3 La precipitación P de la ruptura no permitió siquiera recoger en la nueva formación a todos los socialistas descontentos, en gran medida la juventud partidaria, que fue llamada “tercerista” porque entre 1918 y 1921 defendió la adhesión del Partido Socialista a la III Internacional.4 El futuro Partido C omunista de la Argentina (asumiría ese nombre dos años después, en abril de 1920) apenas contaba entonces con los contingentes obreros que Penelón y un esforzado núcleo de dirigentes habían logrado organizar dentro de las filas socialistas a través de un Comité de Propaganda Gremial. La gran mayoría del movimiento obrero organizado estaba integrado desde comienzos de siglo a la F ederación Obrera Regional Argentina, la célebre y combativa F ORA. Por su parte, esta poderosa federación se había escindido en 1915 en la que dio en llamarse F ORA del V Congreso, que se mantenía fiel a ORA del I X Congreso (luego llamada sus tradicionales postulados anarcocomunistas;5 y F del X Congreso), hegemonizada por un sindicalismo revolucionario que defendía la autonomía de los gremios obreros respecto de cualquier forma política. Para comienzos de la década de 1920, la FORA del V reunía a unos 25.000 afiliados, mientras que la FORA del IX —donde se congregaban además socialistas y comunistas— alcanzaba los 62.000 cotizantes mensuales. Cuando en 1922 esta última central se fusionó con una serie de sindicatos autónomos para dar origen a la USA (Unión Sindical Argentina), el movimiento huelguístico venía de sufrir duros golpes, de modo que la nueva central obrera sólo alcanzó a reunir 32.000 afiliados.6 La Revolución de Octubre gravitó enormemente sobre este escenario político-gremial. Sin duda, no fue la causa de que la Argentina viviera entre 1919 y 1921 un “trienio rojo” de una intensidad semejante a la que sacudió simultáneamente a A lemania y Hungría, Italia y España. Pero como señaló Andreas D oeswijc, acontecimientos de esos años como la Semana Trágica o las huelgas de la P atagonia no se comprenden acabadamente por fuera de ese contexto nacional y global de radicalización política, polarización social e imaginación revolucionaria. Doeswijc documentó cuán fuertemente había permeado al movimiento huelguístico argentino aquel imaginario sovietista, gravitando no sólo sobre los sindicalistas revolucionarios de la FORA del IX (y de su continuadora, la USA), sino incluso sobre la F ORA del V Congreso (anarcocomunista), muchos de cuyos partidarios fueron tildados, justamente, de “anarcobolcheviques” por los anarquistas más ortodoxos.7 Poco importaba aquí que ya para 1921 los soviets de obreros, campesinos y soldados hubieran dejado de funcionar efectivamente, perdiendo cualquier poder real en manos de un Partido C omunista ya fusionado con el E stado.8 Lenin había proclamado en abril de
3 “Historia del socialismo marxista en la República Argentina. Origen del Partido Socialista Internacional (Informe dirigido a la Internacional S ocialista y a todos los partidos socialistas)”, Buenos A ires, P artido Socialista Internacional, 1919. 4 Emilio J. Corbière, Orígenes del comunismo argentino, Buenos A ires, C EAL, 1984. 5 Razón por la cual aparecerá muchas veces como F ORA-C, esto es, F ORA comunista. El término “comunista” había sido abandonado por las corrientes socialistas que crearon, en 1889, la Internacional S ocialista, o II Internacional, mientras que muchas corrientes anarquistas mantendrán viva la tradición comunista jacobina del siglo XIX. Los anarquistas sufrieron una costosa expropiación simbólica cuando, en marzo de 1918, los bolcheviques resolvieron recuperar esa tradición decimonónica y nombrarse como Partido C omunista de Rusia (bolchevique), luego Partido C omunista de la U nión Soviética. 6 Andreas Doeswijc, Los anarco-bolcheviques rioplatenses, Buenos A ires, C eDInCI editores, 2013, p. 24. 7 Ibid. 8 Oskar Anweiler, Los soviets en Rusia. 1905-1921, Bilbo, Zero, 1975; M aurice Brinton, L os bolcheviques y el control obrero. 1917-1921. E lE stado y la contrarrevolución, [Francia], R uedo I bérico, 1972.
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1917 “Todo el poder a los soviets”, había teorizado en E l Estado y la Revolución un orden revolucionario corporativo, sin Estado y sin partidos,9 e incluso la nueva Constitución revolucionaria había sancionado jurídicamente el “poder soviético”, constituido “desde abajo hacia arriba”. F ranjas importantes del anarquismo y del sindicalismo se empeñaron en leer el proceso soviético, hasta muy avanzada la década de 1920, en clave consejista. N o es que renunciaran a sus doctrinas libertarias o sindicalistas: como en todos los “malentendidos” propios de los procesos de recepción, creían sinceramente que eran los “maximalistas” quienes estaban realizando su programa.10 Es así como los marxistas del Partido Socialista Internacional no pudieron gozar — al menos durante varios años— del monopolio de la adhesión a la Revolución soviética y tardaron otros tantos años en obtener el ansiado reconocimiento de la Internacional Comunista como sección local. A demás de los socialistas “terceristas”, de los sindicalistas bolchevizados y de los “anarcobolcheviques”, los comunistas argentinos debían rivalizar con las asociaciones de emigrados rusos, que interpelaban a decenas de miles de migrantes provenientes del viejo Imperio zarista, muchos de ellos judíos rusos que llegaron al país huyendo de los pogroms de fines del siglo XIX, mientras que otros se habían exiliado a causa de la represión que siguió a la Revolución rusa de 1905. Los socialistas ruso-judíos habían creado en 1907 la Organización Socialdemócrata Obrera Judía A vangard, que editaba el periódico en idish Die Avangard (1907-1919). A tal punto seguían los avatares de la socialdemocracia rusa que pronto se dividieron entre “bundistas” (que sostenían, como el Bund ruso, la identidad judía dentro del socialismo) e “iskristas”, así llamados porque seguían la orientación asimilacionista que planteaba L enin desde el periódico Iskra.11 Los “iskristas” habían creado en marzo de 1908 el C írculo Ruso, reconocido como centro idiomático por el Partido Socialista argentino con el nombre de Centro Avangard. Editaron el periódico en ruso Di Shtime fun Avangard (La Voz de Avangard) (1908-1910) y luego la revista Golos Avangarda (Voz de Vanguardia), mientras mantenían correspondencia con la dirección de la socialdemocracia rusa exiliada en París. Participaron en el Comité de Ayuda a los Desterrados y Trabajadores F orzados de la Rusia Zarista (1916), que un año después se denominó Comité de Ayuda a los Diputados Obreros, Soldados y Campesinos, luego Unión Obrera S ocialista y finalmente G rupo Comunista Ruso (G CR). Las primeras noticias de la Revolución de O ctubre —una revolución que no sólo barría con el antisemitismo que dominó el Imperio de los zares, sino que incluso elevaba al rango de ministros a líderes políticos judíos como T rotsky, Zinoviev, Kamenev o B ujarin— fueron recibidas con gran expectativa por la comunidad ruso-judía de la Argentina. No es casual, pues, que fueran los socialdemócratas rusos radicados en nuestro suelo los primeros en enviar delegaciones al P aís de los S oviets, haciendo valer los vínculos directos, previos a 1917, así como la comunidad idiomática. E l primer delegado en llegar a M oscú desde la Argentina fue el obrero textil M ajor (Miguel) M ashevich, exiliado en Buenos
9 Horacio Tarcus, “De la R evolución al stalinismo: el leninismo y el problema del poder”, en E zequiel Adamovsky, Martín Baña y Pablo Fontana (comps.), Octubre R ojo. La R evolución Rusa noventa años después, Buenos Aires, Libros del Rojas, 2008, pp. 37-56. 10 Para los “malentendidos” en los procesos de circulación internacional de las ideas, véase Pierre Bourdieu, “Las condiciones sociales de la circulación internacional de las ideas”, en I ntelectuales, política y poder, Buenos Aires, Eudeba, 1999. 11 Israel Laubstein, Bund. H istoria del movimiento obrero judío, Buenos A ires, A cervo Cultural, 1998.
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ires desde 1902. H A abía sido comisionado por el Grupo Comunista Ruso así como por la FORA sindicalista del IX-X Congreso para participar en el II Congreso de la Internacional Comunista. Casi al mismo tiempo, era designado como delegado de la Federación Obrera Rusa Sudamericana (FORSA) Mijail A . Komin-Alexandrovsky (1884-1968), un obrero mecánico que había pagado con el exilio su participación en la Revolución Rusa de 1905. Había vivido desde entonces casi doce años en la A rgentina (entre 1909 y 1920), participando tanto del G rupo Socialista Ruso Avangard como de los sucesivos comités de apoyo a la Revolución. Alexandrovsky está entre los fundadores de la F ORSA y era el director de su periódico Golos Truda (La Voz del Trabajo). Invitado por la Federación de Obreros Rusos a participar del I I Congreso de la I nternacional Comunista, viajó con su familia a M oscú en 1920. Cuatro meses duró su travesía en barco y en tren por A lejandría, Constantinopla, Batumi, Tbilisi, B akú y Astrakán, y desde allí nuevamente en barco hasta N izhny Novgorod, su pueblo natal. Como él mismo relata en el texto que incluimos en el presente volumen, cuando llegó a Moscú el II Congreso ya había concluido. En la capital rusa se encontró con M ashevich, que había llegado por su propia cuenta unos días antes, pero tampoco pudo participar de las sesiones del Congreso. De todos modos, ambos delegados ruso-argentinos presentaron sus respectivos informes al Buró Político del Comité E jecutivo de la Internacional y, tras una serie de reuniones, recibieron diversos mandatos antes de ser enviados nuevamente a la Argentina. Mashevich arribó a Buenos Aires en marzo de 1921, trayendo consigo alhajas y una suma considerable de dinero (1.800 libras esterlinas), así como abundante folletería de la Internacional. Pero mientras estaba de viaje el G rupo Comunista R uso que lo había delegado se había integrado al P artido Comunista, de modo que la dirección comunista le exigió no sólo su informe, sino también el aporte económico y la documentación en ruso con el compromiso de editarla en español y de enviar un delegado al próximo III Congreso de la Internacional.12 Los conflictos se incrementaron cuando en julio regresó a Buenos A ires Komin-Alexandrovsky como representante de la Komintern y de la Profintern en la Argentina y otros países de Sudamérica, ashevich como A lexandrovsky portando otras 5.000 libras esterlinas.13 Para peor, tanto M descubrieron a su arribo que desde diciembre de 1920 se encontraba en B uenos Aires un tercer delegado de la Internacional, el germano-argentino Beatus L ucius, mandatado nada menos que por Gregory Zinoviev. E ran pues inevitables durante esos años las disputas y las intrigas entre los tres delegados y la dirección del Partido que reclamaba el monopolio de la representación legítima de la Internacional en la A rgentina. Beatus —que no era otro que F élix J . Weil, el futuro sostén argentino de la E scuela de Frankfurt— desaconsejaba al presidente del Comité Ejecutivo de la Internacional empoderar a estos “camaradas” que se creían los “Lenin argentinos” y recomendaba el apoyo al todavía joven pero promisorio P artido Comunista liderado por P enelón.14 Mashevich, por una parte, y Alexandrovsky, por otra, obreros de dilatada trayectoria gremial, consideraban que la Internacional S indical Roja no debía limitar su acción a los magros contingentes obreros
12 Lazar S. Jeifets, Víyot L. Jeifets, El P artido Comunista de A rgentina y la III Internacional. La M isión Williams y los orígenes del penelonismo, M éxico, Nostromo E diciones / I nstituto de Latinoamérica (San Petersburgo), 2013, p. 50 y ss. 13 V éase el texto de A lexandrovsky incluido en el presente volumen. 14 Mario Rapoport, Bolchevique de salón. V ida de F élix J . Weil, el fundador argentino de la E scuela de Frankfurt, Buenos A ires, Debate, 2014, p. 182 y ss.
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que por entonces influía el joven P artido C omunista, sino que debía capitalizar el entusiasmo que la Revolución había despertado en las filas de la FORA del V (los “anarcobolcheviques”) y de la F ORA del IX (los sindicalistas bolchevizados). S i bien es cierto que para 1921 el idilio de los anarquistas con la R evolución Rusa había concluido de la peor manera —la represión a la guerrilla de Majnó y a la armada de K ronstadt son los acontecimientos más resonantes—,15 el prestigio de la revolución realmente existente pesaba a menudo mucho más sobre la clase obrera organizada que las denuncias de los anarquistas expatriados. Tal fue el caso del sindicalista de los “wooblies” (la IWW anglosajona) Tom Baker, exiliado en la A rgentina. Trabajó en los muelles de B uenos Aires, donde desplegó una activa militancia entre los trabajadores marítimos agremiados en la FORA anarquista del V Congreso defendiendo la legitimidad revolucionaria de la causa soviética frente a los anarquistas “puros”, que entendían que se trataba de una dictadura de partido sobre los trabajadores. Hegemonizadas entonces por los “anarcobolcheviques”, tanto la FORA V argentina como la FORU de Uruguay mandataron a Barker como delegado al I Congreso de la Internacional S indical Roja, celebrado en Moscú en julio de 1921. El sindicalista inglés permaneció un lustro en la U RSS, durante el cual defendió en minoría su concepción de la autonomía de los sindicatos obreros respecto de la política, y participó de las actividades de la Internacional S indical sosteniendo su independencia respecto de la Internacional Comunista. Según surge de la carta que reproducimos aquí, le dolió constatar que sus camaradas, los dirigentes históricos del sindicalismo antipolítico de F rancia y de E spaña, cambiaran su parecer una vez que pisaban suelo soviético, aceptando la “de los rusos como la última palabra en experiencia revolucionaria”. “Ellos han hecho una revolución, han sabido desatarla, nosotros no hemos sabido”, le respondían. Barker persistió en sus convicciones de autonomía gremial, sin dejar de reconocer, a la vez, la magnitud de la transformación en curso, que realizaba a su modo el programa sindicalista revolucionario: “La expropiación de la burguesía y la socialización de la vivienda y de la tierra”. Como se desprende de la correspondencia recogida en este libro, el sindicalista inglés había establecido durante su periplo argentino estrechos vínculos con G arcía Thomas y los “anarcobolcheviques” que publicaban el diario El Trabajo en B uenos Aires. El Trabajo, así como La Montaña, el diario de los lencinistas porteños, defenderían la actuación de Barker en Moscú, descalificada por los anarquistas “puristas” del diario La Protesta.16 El primero de los dirigentes comunistas en viajar al País de los S oviets fue Rodolfo Ghioldi. Previo paso por Italia, llegó a la U RSS el 29 de mayo de 1921 acompañado por Mashevich, cuyas libras esterlinas permitieron sufragar los dos pasajes. L ogró asistir al III Congreso de la Internacional C omunista, al II Congreso de la Internacional Juvenil Comunista, a la II Conferencia I nternacional de M ujeres y al II Congreso de la Internacional Sindical Roja, donde se encontró con B arker. E n estos eventos pudo conocer personalmente a Lenin, Trotsky, Zinoviev, Bujarin, C lara Zetkin, Víctor Serge y demás líderes del comunismo internacional. Ghioldi debió participar de las deliberaciones del I II Congreso de
15 S tepniak, La Rusia subterránea, Buenos A ires, Américalee, 1945; Arthur L ehning, Marxismo y anarquismo en la R evolución R usa, Buenos A ires, Proyección, 1974; V olin, La revolución desconocida (1917-1921), Buenos Aires, Proyección, 1954; Paul Avrich, Kronstadt 1921, B uenos A ires, P royección, 1973. 16 “El último congreso de la Sindical Roja”, diario La Montaña, B uenos Aires, 7 y 8 de julio de 1922, en ambos casos en p. 2.
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la Internacional con voz pero sin voto, pues la admisión del Partido C omunista argentino como sección de la Internacional sólo fue aprobada tres meses después.17 A comienzos de 1922, cuando se anunciaba el IV Congreso de la Internacional, los comunistas argentinos habían sufrido una fracción a causa de un núcleo de dirigentes que reclamaba una política de “frente único” con los socialistas. E s así como los comunistas argentinos enviaron al IV Congreso cuatro delegados obreros: J osé F. Penelón y Juan Greco viajaron en nombre del Partido oficial, mientras que Cosme Gjivoge y Pedro Presa lo hicieron por la fracción “frentista”.18 En estas páginas recogemos dos testimonios de viaje de Penelón: en el primero, el principal dirigente del comunismo argentino presenta el discurso que un Lenin ya debilitado por su enfermedad había ofrecido en el Kremlin en noviembre de 1922 a los delegados que llegaron de todo el globo para participar del I V Congreso de la Internacional. En el segundo, recogido con motivo de su delegación al V Congreso de la Internacional, deja testimonio de su participación en el homenaje que se rindió a L enin, recientemente fallecido, en la misma fábrica en la que Fanni Kaplan había disparado seis años atrás contra el líder soviético. Acompañando a Penelón asistió también como delegado al V Congreso de la Komintern el obrero cordobés Miguel Contreras. En un testimonio dictado en 1978, medio siglo después de los hechos, Contreras recordó algunas vicisitudes de aquella delegación, aunque debidamente depuradas de cualquier nombre o suceso que pudiera contrariar enelón, su compañero de viaje, se ha la historia oficial del partido.19 Incluso el nombre de P borrado de la memoria. Y entre los dirigentes bolcheviques que conoció, aparece Stalin en primer plano. Para leer en contraste con ese relato, incluimos también un vívido testimonio publicado por Contreras en 1924, el mismo año en que nos presenta entusiasta la conferencia brindada por Trotsky en un local moscovita de las Juventudes Comunistas, cuando el fundador del Ejército R ojo ya se hallaba enfrentado a S talin, Zinoviev y Kamenev y, a pesar de ello (o a causa de ello), aparecía ante sus ojos como el legítimo heredero revolucionario de Vladimir Lenin.20 Mientras tanto, una fracción de los sindicalistas argentinos persistirá hasta el final de la década en su voluntad de estrechar vínculos con la I nternacional Sindical Roja. Se trata de la Agrupación de Propaganda Sindicalista (luego llamada Federación de Agrupaciones Sindicalistas), que a comienzos de la década de 1920 editaba el periódico La Batalla Sindicalista. F ue esta Federación la que designó como delegado al obrero letrista Augusto Pellegrini para asistir al I I Congreso de la I nternacional S indical Roja, encomendándole el estudio de cuestiones sumamente espinosas: la existencia de anarquistas presos, el reflujo de la actividad de los soviets, el impacto de la dictadura proletaria sobre la libertad de prensa, la persistencia de la burguesía…21 Pellegrini partió del puerto de Buenos Aires el 26 de octubre de 1922, arribando al puerto de H amburgo el 23 de noviembre. A llí lo recibió un compañero sindicalista que
17 H oracio Tarcus, Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la “nueva izquierda”. 1870-1976, B uenos A ires, E mecé, 2007, pp. 251-56. 18 Carta al C E de la I nternacional C omunista de la delegación extraoficial del P artido C omunista, 22 de octubre de 1922, en Archivo de la I nternacional C omunista, M oscú. Copia disponible en CeDInCI. 19 V éase las “Notas sobre mis viajes”, de Miguel C ontreras, en este libro. 20 V éase su texto “En un mitin comunista. Una carta de Trotsky”, incluido en este volumen. 21 “Partida de nuestro delegado a R usia. Estudiará las instituciones surgidas de la revolución”, en La Batalla Sindicalista, Buenos Aires, noviembre de 1922. Véase Andreas Doeswijk, Los anarco-bolcheviques rioplatenses, ob. cit., pp. 233-234.
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vivía en la ciudad, que lo describió como “un hombre alto y fornido, con corazón de niño”. Camino al C onsulado ruso, ambos amigos se toparon con una “librería comunista”: “prensa rusa, folletos, calendarios, miles de libros…”. A pesar de que el tiempo apremiaba, “no había fuerza humana” capaz de sacar a Pellegrini de allí. “Vea usted esto, me decía, repare en aquello, qué linda edición y qué barata, y nosotros… sin nada. Sin libros, sin folletos, en la mayor penuria intelectual”.22 Pellegrini logró llegar hasta Kiel, donde el vapor Transbaltic lo llevó aP etersburgo. P ero cuando su tren arribó finalmente a Moscú, el Congreso de la P rofintern acababa de concluir. De todos modos, pudo visitar fábricas, sindicatos, escuelas y universidades, enviando sus informes a Buenos Aires, que se iban publicando en sucesivas entregas de La Batalla Sindicalista.23 Ciertamente, se dejó envolver por el clima de éxtasis que solía dominar a los viajeros y no pudo (o no supo) responder a fondo las punzantes preguntas que sus camaradas sindicalistas le habían encomendado. De cualquier modo no dejó de señalar en su informe el drama de Kronstadt, cuyos gritos de protesta “los cañonazos del soviet silenciaron” un día, sin saber hasta ahora “si eran justos o no, pero tal vez inoportunos”. A diferencia de los delegados comunistas —Penelón, G reco, etc.—, P ellegrini no recibió el propus (carnet) que le hubiera permitido desplazarse libremente dentro de las murallas del Kremlin, y su candor fue motivo de burlas por parte de los invitados oficiales. L os anarquistas ortodoxos del diario La Protesta se burlaron de las tribulaciones del viaje de Pellegrini en una serie de notas tituladas “Pellegrinadas”.24 Cinco años después, los sindicalistas enviaron una triple delegación con motivo de la gran celebración internacional que la Unión Soviética convocó en Moscú por los diez años de la Revolución. El Comité Central de la U nión S indical Argentina, en respuesta a una invitación del Consejo Directivo de los Sindicatos Panrusos, delegó a los obreros Abraham Resnik, Atilio Biondi y Martín S. García para que asistieran a la celebración, presenciaran las sesiones del Congreso Panruso de los Sindicatos, recorrieran durante un mes los diversos aspectos de la vida soviética y regresaran con su testimonio sobre la situación de Rusia a diez años de la Revolución.25 Al final de su viaje, los delegados elaboraron un extenso informe, producto de su visita a fábricas, cooperativas, granjas, locales sindicales y escuelas en M oscú, Leningrado y Rostov. R ecogieron minuciosas estadísticas e informaron a sus camaradas argentinos de los colosales avances industriales, técnicos, productivos, edilicios, sanitarios, educativos, cooperativos e incluso penales (alabaron, por ejemplo, las virtudes educativas de un “reformatorio de prostitutas”). A pesar de haber asistido a ciertas sesiones públicas del XV Congreso del P CUS, aquel tormentoso congreso en el que la Oposición fue finalmente expulsada (Trotsky, Z inoviev, Kamenev, como casi todos los dirigentes de 1917), la delegación sindicalista, ajena por convicción a las querellas de orden político, no prestó la menor atención a este momento crucial del encumbramiento del stalinismo.26
22 F. Peláez, “Augusto Pellegrini en A lemania”, en La Batalla Sindicalista. Periódico Quincenario Editado por la Federación Sindicalista, año II, nº 16, Buenos A ires, 16 de febrero de 1923, p. 2. 23 Véase la transcripción íntegra de su informe en este volumen, que siguió publicándose en los números 17 de La Batalla Sindicalista, 1º de marzo de 1923, y 19, del 1 de abril de 1923. 24 Andreas Doeswijk, ob. cit., pp. 234-235. 25 A. Resnik, M. S. García y A. Biondi, “Palabras previas”, en Bandera Proletaria. Órgano de la Unión Sindical Argentina, año VII, nº 394, B uenos A ires, 2 de febrero de 1928, p. 4. 26 A. Resnik, M. S. García y A . Biondi, “Informe de la delegación de la U SA a R usia. O bservaciones generales sobre la situación a diez años de la Revolución”, en Bandera P roletaria. Órgano de la Unión Sindical Argentina, año VII, desde el nº 394 (2 de febrero de 1928, p. 4) hasta el 402 (30 de marzo de 1929, p. 4).
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De mayor interés para el lector contemporáneo es el testimonio que dejó uno de los tres delegados de su recorrida por las diversas salas del nuevo teatro soviético y que ofrecemos aquí. N acido en el seno de una familia de inmigrantes ruso-judíos, el obrero letrista Abraham R esnik tenía sobre los otros delegados la ventaja de comprender la lengua de Gogol y de Tolstoi. Tuvo entonces la fortuna de disfrutar la temporada teatral rusa del verano de 1927, donde pudo asistir tanto a las funciones del T eatro Académico de A rte como a las del vanguardista T eatro de M eyerhold, pasando por las obras didácticas que el Proletkult montaba en el G ran Teatro de M oscú. “Siendo obrero —advierte Resnik en un breve prefacio—, y careciendo por tal condición de los conocimientos necesarios como para hacer un estudio más o menos amplio del Teatro soviético”, optó por ofrecer al lector proletario un cuadro de las obras teatrales a las que asistió y que en su conjunto “escalonan los períodos de la Rusia revolucionaria del último decenio”. S u testimonio del nuevo teatro ruso apareció bajo el formato de un pequeño libro que llevaba una breve introducción de Álvaro Yunque.27 Dos años después, llegaba al P aís de los S oviets José Vidal Mata, picapedrero, jornalero rural y organizador agrario anarquista, una de las figuras más activas del “anarcobolchevismo” argentino. Había militado en su A ndalucía natal, en el sur de B rasil, en Uruguay y en el interior argentino. Influido por la experiencia de la Revolución de Octubre, se había vinculado tempranamente a la corriente “anarcobolchevique” que inspiraba el mecánico Enrique García Thomas. Vidal Mata fue el alma mater de la Unión de Trabajadores Agrícolas (UTA), de activa movilización en el sur bonaerense durante los años del “trienio rojo” (1919-1921), e intentó en numerosas oportunidades organizar una Federación Agraria alternativa, nucleando chacareros en torno a un programa de nacionalización de la tierra.28 Como dirigente de la UTA había participado del Comité Federal de la FORA anarcocomunista en 1919, pero —atacados duramente desde La Protesta y La Antorcha como “anarcodictadores”— él y los otros dirigentes “anarcobolcheviques” fueron expulsados por los anarquistas “ortodoxos” en agosto de 1921. Los “anarcobolcheviques” confluyeron, junto con los llamados “gremios autónomos”, con la FORA X (sindicalista) para dar origen, en marzo de 1922, a la U SA. Paralelamente, esta corriente impulsó, en enero de 1923, la formación de la Alianza Libertaria Argentina (ALA), que editó durante una década el periódico El Libertario. F ue esta formación “anarcobolchevique” la que en 1929 delegó a Vidal M ata a la URSS y la que publicó el extenso informe que al año siguiente elaboró su delegado, ilustrado incluso con medio centenar de fotografías: L a verdad sobre Rusia (que aquí transcribimos en parte). El libro de V idal M ata condensa en una sola obra el informe de un delegado sobre la vida obrera y los avances del socialismo en la URSS con una historia de la Rusia moderna que remonta a la dinastía de los Romanov, y donde sólo por momentos despunta la crónica del viajero. Vidal M ata evita cuanto puede la primera persona, quiere ofrecer datos duros, estadísticas, imágenes fotográficas incontrastables de la edificación social soviética. Considera que la subjetividad podría opacar “la verdad sobre Rusia” que se ha propuesto ofrecer. C uando lo considera inevitable, aparece el autor visitando fábricas y aldeas, koljoses o sovjoses (las granjas soviéticas), dialogando con un simple campesino o con el mismísimo Losovsky. Sus casi trescientas páginas están sostenidas por un solo argumento: la
27 I ntitulado Teatro revolucionario de la Rusia soviética, que aquí transcribimos. 28 A ndreas Doeswijk, Los anarco-bolcheviques rioplatenses, ob. cit., p. 29 y ss.
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evolución soviética vino a realizar el ideal anarquista, incluso a costa de los (malos) anarR quistas que no supieron comprenderlo. Por su parte, el 13 de junio de 1931 el escritor E lías Castelnuovo, el médico Lelio O. Zeno y el biólogo alemán G eorg Nicolai zarpaban en el buque M onte O livia rumbo a Hamburgo. En la dársena norte del puerto de B uenos Aires los despedían la narradora anarquista H erminia B rumana, el intelectual comunista Aníbal Ponce y el escritor Roberto Arlt. T ras recorrer diversos países de E uropa Occidental y O riental, a fines de ese año, el mentor del grupo de B oedo llegó a L eningrado, donde entre otras figuras intelectuales le presentaron al escritor disidente Víctor Serge. Todo parecía indicar que ambos hombres se entenderían y no sólo por el castellano perfecto que hablaba Serge. Los dos pertenecían a la misma generación (Serge había nacido en 1890, y C astelnuovo, en 1893), eran escritores “realistas”, tenían pasado anarquista y con la Revolución Rusa se habían acercado al comunismo. S in embargo, Castelnuovo publicó sus impresiones de viaje a la URSS en dos volúmenes sin referencia alguna a sus encuentros con S erge.29 Originariamente anarquista, Castelnuovo formó parte de los escritores que se sintieron atraídos por la experiencia soviética y se había acercado por entonces al comunismo argentino. Sus libros de viaje, no carentes de interés histórico, no complacieron a los comunistas argentinos, pese a los esfuerzos del autor por presentar épicamente la construcción del socialismo en la URSS sin mayores conflictos internos ni costos sociales.30 Antiintelectualista y populista consecuente, de toda la vida, los “verdaderos enemigos” de la experiencia soviética son, para Castelnuovo, los intelectuales que la juzgan según sus cánones ideales; como el caso del escritor rumano Panait I strati, que había visitado la URSS recientemente, en 1927, para la conmemoración de los diez años de la Revolución, y siete años antes del Regreso de la URSS de Gide había denunciado la dictadura stalinista en su libro Rusia al desnudo.31 Castelnuovo reconocía los méritos del realismo literario de Istrati, pero consideraba que su “crítica furibunda y despiadada al ideario bolchevique” era producto de un “cretinismo intelectual”. Castelnuovo nunca se desengañó totalmente de la URSS —murió en 1982, desestimando a los críticos del régimen soviético e imputando sus problemas a los límites humanos—, pero al admitir al menos “problemas” en la “construcción del socialismo” se abría la posibilidad de rescatar del olvido sus encuentros con el disidente V íctor Serge, entre fines de 1931 y principios de 1932. A sí, accedió en 1954, a pedido de J orge E neas S pilimbergo, a redactar un testimonio de aquellos encuentros como prólogo a la edición argentina de Vida y muerte de Trotsky.32 En sus Memorias publicadas en 1974, Castelnuovo retoma el relato de sus encuentros con Serge, reconociendo implícitamente que ellos, así como sus obras, le sir-
29 E lías Castelnuovo, Yo ví... en R usia, Buenos Aires, A ctualidad, 1932, y R usia Soviética (Apuntes de un viajero), Buenos Aires, Lorenzo Rañó, 1933. Sobre los encuentros y desencuentros entre Serge y Castelnuovo, véase Horacio Tarcus, “Víctor S erge en la A rgentina. Huellas de un marxista libertario en nuestra cultura”, en El Rodaballo. Revista de política y cultura, nº 10, B uenos A ires, 2000, pp. 60-65. 30 V eánse las iracundas polémicas de R odolfo Ghioldi con C astelnuovo y con R oberto Arlt en las páginas del diario comunista Bandera Roja. Para un tratamiento de estos debates, véanse J osé A ricó, “La polémica Arlt-Ghioldi. Arlt y los comunistas”, en La Ciudad Futura, nº 3, diciembre de 1986, pp. 22-26; y Sylvia Saítta, “Elías Castelnuovo, entre el espanto y la ternura”, en Álvaro Félix Bolaños, G eraldine Cleary N ichols y Saúl Sosnowski, Literatura, política y sociedad: construcciones de sentido en la H ispanoamérica contemporánea. H omenaje a A ndrés Avellaneda, Pittsburg, Biblioteca de América, I nstituto I nternacional de L iteratura Iberoamericana, Universidad de P ittsburg, 2008, pp. 99-113. 31 Panait Istrati, Rusia al desnudo, Madrid, Cenit, 1930. 32 Víctor Serge, Vida y muerte de Trotsky , Buenos A ires, I ndoamérica, 1954, prólogo de Elías C astelnuovo.
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vieron para comprender parte de la realidad soviética. “A través de las narraciones de Víctor Serge, paulatinamente me fui imputando de todas las calamidades pasadas por el pueblo ruso, antes y después de la Revolución de Octubre”.33 Y en ellas nos da, finalmente, la clave de por qué Serge fue omitido en sus libros de viaje a la URSS: una mañana, mientras cebaba mate, lo visitó uno de los comandantes del E jército Rojo, que también fungía de hispanista entre los argentinos que se alojaban en el H otel Lux. Tras vagar por distintos temas, el funcionario fue directamente al “asunto para el cual venía a verme”: “No se deje influenciar por Víctor S erge —me previno—. Está en la oposición”.34 Esta antología finaliza con un texto que Aníbal Ponce leyó al regreso de su viaje a la Unión S oviética. Después de un periplo de cinco meses recorriendo diversas ciudades de Francia, España y Rusia, en noviembre de 1935 Ponce ofreció al auditorio del Colegio Libre de Estudios S uperiores una elaborada versión de su experiencia en la URSS así como del significado histórico del País de los Soviets en un curso titulado “De un humanismo burgués a un humanismo proletario”. En febrero de 1936, dejó establecido un volumen con el texto de sus siete conferencias, pero quiso el destino que su muerte prematura, acaecida en M éxico apenas dos años después, convirtiese en póstuma esta publicación. E l libro apareció ese mismo año, 1938, en el país donde halló la muerte, con el título Humanismo burgués y humanismo proletario y, al año siguiente, en Buenos Aires como De Erasmo a Romain Rolland.35 Al momento iniciar su curso, Ponce gozaba de un amplio reconocimiento como ensayista y crítico cultural, psicólogo y docente. P ara 1935 ya era la figura misma del intelectual liberal que, tras las experiencias de la primera guerra europea, la Revolución en Rusia y la Reforma U niversitaria en A mérica L atina, asumía un ideario de izquierda como la única defensa consecuente de la tradición humanista, liberal y democrática. Y ese compromiso se tornaba aún más enérgico cuando los fascismos se cernían sobre Europa, mientras la Unión Soviética ensayaba, solitariamente y a paso redoblado, una experiencia inédita en la historia de edificación del socialismo. La última conferencia, de un lirismo encendido —que reproducimos íntegramente aquí—, está consagrada a la Unión Soviética como la patria del Hombre Nuevo. Allí donde el capitalismo —viene a decirnos Ponce— desgarraba al hombre al enfrentarlo con el hombre, en el socialismo el hombre se integra finalmente en la comunidad. La técnica y la cultura consuman ahora las promesas incumplidas bajo el capitalismo al transformarse en instrumentos poderosos de liberación humana. S i en el capitalismo los hombres obedecían a leyes que no comprendían y que los dominaban como poderes extraños, hoy, en la producción colectiva y planificada del socialismo, los hombres han pasado a ser los artífices de su propio destino. M ientras el mundo capitalista se mostraba sacudido por las crisis, los fascismos y la inminencia de una nueva guerra mundial, la promesa de Occidente se realizaba en el Oriente: el humanismo clásico se consumaba, finalmente, en el socialismo soviético. El Ponce ensayista deja por momentos lugar al P once viajero, al P once testigo, el que nos da fe de que el proletariado soviético no sólo había sido capaz de apropiarse de los adelantos técnicos en la industria y en la colectivización agraria, sino también del legado cultural que la burguesía contemporánea, decadente e irracionalista, estaba abandonando como un lastre.
33 E lías Castelnuovo, Memorias, Buenos Aires, E diciones Culturales Argentinas, 1974, pp. 165-166; el subrayado me pertenece. 34 S obre esta anécdota, véase el texto de C astelnuovo incluido en el presente volumen. 35 Aníbal Ponce, Humanismo burgués y humanismo proletario. De Erasmo a Romain Rolland, México, Editorial América, 1938; De Erasmo a Romain Rolland, Buenos A ires, E l Ateneo, 1939.
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Como señaló O scar T erán, “ni la adhesión política a la R evolución Rusa, ni la convicción de la crisis burguesa y del carácter revolucionario de la clase obrera, ni el reconocimiento expreso del marxismo como ‘ideología del proletariado’, son suficientes para quebrar algunos valores y categorías liberal-positivistas fuertemente enraizados en el pensamiento de Ponce”.36 No hay cabida en su matriz conceptual para pensar las relaciones técnicas como relaciones de dominación, ni para consideraciones críticas sobre los procesos modernos de racionalización y burocratización. Ponce fue además testigo presencial del comienzo de las grandes purgas, pues llegó a la URSS en diciembre de 1934, inmediatamente después del asesinato de K irov, episodio que derivó un año y medio después en el primero de los juicios de M oscú. Entonces, no es que no “supiera”, no “viera” o no “comprendiera” el terror stalinista ya abiertamente desatado en 1936: Ponce sabía y entendía perfectamente los espantosos costos sociales de la industrialización acelerada, el dirigismo burocrático y los virajes políticos de la Internacional. Pero creía que el intelectual comprometido de su tiempo tenía el deber de poner sordina a esos inevitables dolores del nuevo parto histórico y apoyar el experimento soviético tal como acontecía. E l Hombre Nuevo no descendería inmaculado del cielo, sino que nacería de las entrañas de la tierra. La figura tutelar de los intelectuales de viejo cuño era Ariel, el clerc de Julien Benda, el Alma Bella que enjuicia la realidad desde una ética trascendente, como ahora lo hacían S ilone, Istrati, Serge o Gide. E n contraste con el idealismo de A riel, Ponce encarna en Calibán el trabajo, la acción, el realismo, incluso el materialismo brutal. El propio autor nos describe al “monstruo rojo” como “pesado”, “rudo”, “maligno”… pero en definitiva necesario. En la dialéctica histórica de Ponce, la humanidad no iba a emanciparse escuchando las críticas aladas de Ariel, sino siguiendo el sinuoso camino de la acción terrenal de Calibán.37 ***
os relatos de viaje aquí reunidos se despliegan en un lapso de quince años, desde el arribo L de Komin-Alexandrovsky a Moscú en agosto de 1920 al de Aníbal Ponce en diciembre de 1934. N o todos fueron escritos en el transcurso del viaje o en el regreso inmediato. Si bien hemos dado preferencia al testimonio inmediato recogido en la prensa, en algunos casos —como en el de C ontreras y C astelnuovo— hemos recurrido a memorias escritas medio siglo después. El contraste entre los relatos de época y las memorias nos enseñan mucho sobre los ejercicios de la memoria: Contreras no podía mencionar en 1978 gran parte de lo que había visto y vivido en 1924. A la inversa, C astelnuovo no podía relatar en 1932 aquello que se sintió libre de contar cuatro décadas después. En un libro imprescindible, S ylvia Saítta reunió hace diez años relatos de escritores a las mecas sucesivas de la izquierda: Moscú, Pekín y La Habana.38 En el presente volumen pusimos el foco en la U nión Soviética y además lo hicimos en un ciclo determinado: el que va de la R evolución al inicio de las G randes P urgas. Además, recogimos relatos no sólo de intelectuales, sino sobre todo de trabajadores manuales de la ciudad y el campo, hasta hoy dispersos en la prensa obrera de la época.
36 Oscar Terán, Aníbal Ponce: ¿el marxismo sin nación?, M éxico, Pasado y P resente, 1983, p. 26. 37 Horacio Tarcus, “Aníbal P once en el espejo de Romain Rolland”, Estudio preliminar a A níbal Ponce, Humanismo burgués y humanismo proletario, Buenos A ires, C apital Intelectual, 2009, pp. 7-25. 38 S ylvia S aítta (ed.), H acia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda, Buenos A ires, F CE, 2007.
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El lector podrá juzgar los contrastes como también las afinidades entre los relatos anarquistas, sindicalistas y comunistas. P odrá apreciar además cómo la narración producida por los obreros no dejó de respetar ciertas reglas, procedimientos y topoi del género del relato de viajes, a los que se sumarán aquí las figuras propias del viajero de izquierdas: los azarosos avatares de la travesía, el contraste fronterizo entre el mundo burgués y el proletario, el goce de pisar por primera vez suelo soviético, la fruición de descubrir y de sumergirse dentro de grandes manifestaciones urbanas, el deslumbramiento ante los prodigios tecnológicos, la voluntad de comprobar la Utopía realizada, el sentimiento de formar parte de una comunidad reconciliada, la sensación de que el traslado en el espacio ha significado un viaje hacia el futuro.39 En suma, viajar, recorrer, ver, comprobar; reconocer y ser reconocidos; volver, atestiguar; representar a los obreros argentinos allá y a los obreros soviéticos acá: de estas labores tratan los diez relatos aquí reunidos. La idea de reunir en un libro los relatos de los primeros viajeros a la URSS nació en 1998, mientras ordenaba, catalogaba y descubría la extraordinaria colección de periódicos políticos y gremiales de la Colección José Paniale, que el CeDInCI acababa de adquirir. La reciente incorporación de la colección de prensa sindicalista que perteneció a Sebastián Marotta vino completar el espectro de las corrientes político-gremiales que siguieron con atención el proceso soviético y enviaron sus delegados al teatro de los acontecimientos. S in esas colecciones, este libro hubiera sido imposible, inconcebible incluso. Quiero agradecer a E zequiel M . Martínez la inmediata acogida que le brindó al proyecto inicial de esta obra en el marco de la D irección General del L ibro, Bibliotecas y Promoción de la Lectura, así como a mis colegas del C eDInCI Natalia Bustelo, E ugenia Sik y Tomás Verbrugghe que me acompañaron generosamente en la búsqueda de testimonios de viajeros en la prensa obrera argentina de la década de 1920. Horacio Tarcus Buenos Aires, 17 de septiembre de 2017
39 Sylvia Saítta, “Hacia la revolución”, Introducción al volumen Hacia la revolución. Viajeros argentinos de izquierda, ob. cit., p. 11 y ss.
Mijail A. Komin-Alexandrovsky (1884 - 1968)
Mijail A. Komin-Alexandrovsky fue un militante de la socialdemocracia rusa exiliado en la Argentina. Obrero mecánico, autodidacta, asistió como oyente a la Universidad Popular de su ciudad natal, Nijny Novgorod. Miembro del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), en el contexto de la Revolución Rusa de 1905 participó en la insurrección armada en Sormov y luego el movimiento huelguístico de Donbass. Detenido y liberado bajo fianza, vivió en la clandestinidad. Condenado a prisión perpetua en Siberia en 1908, salió ilegalmente a Alemania y desde allí se embarcó a la Argentina, país donde vivió casi doce años, entre 1909 y 1920, y luego un año más entre 1921 y 1922. En Buenos Aires, trabajó como obrero mecánico, participando del movimiento huelguístico de 1919. Formó parte del Grupo Socialista Ruso “Avangard”, sección rusa del Partido Socialista Argentino que mantenía correspondencia con el POSDR. Participó en el Comité de Ayuda a los Desterrados y Trabajadores Forzados de la Rusia Zarista (1916), que un año después se denominó Comité de Ayuda a los Diputados obreros, soldados y campesinos, luego Unión Obrera Socialista y finalmente Grupo Comunista Ruso (GCR). Estuvo entre los fundadores de la Federación de Organizaciones Obreras Rusas de Sudamérica (FORSA) y fue director de su periódico Golos Truda (La Voz del Trabajo, 1917). Fue miembro del Partido Socialista Internacional, creado en enero de 1918, cuando el Grupo Comunista Ruso se incorporó a dicho partido. Invitado por la Federación de Obreros Rusos a participar del II Congreso de la Internacional Comunista, viajó con su familia a Moscú en 1920 como delegado de la FORSA. Cuatro meses duró su viaje a través de Alejandría, Constantinopla, Batumi, Tbilisi, Bakú, Astrakán y, desde allí, en barco hasta Nijny Novgorod, su pueblo natal. Tres días después llegó a Moscú, pero el II Congreso ya había concluido. De todos modos, presentó al Buró Político del Comité Ejecutivo de la Internacional un informe en nombre del Partido Socialista Internacional, de la Federación Comunista y de la FORSA. En el contexto de la guerra civil rusa, fue enviado, junto con otros delegados del congreso, al frente en que el Ejército Rojo combatió al general Wrangel. Por decisión del Buró Político y con expreso mandato de Lenin, recibió cinco mil libras esterlinas para ayudar a financiar la actividad de los comunistas en la Argentina. En 1921, retornó a Buenos Aires como representante de la Comintern y de la Profintern en la Argentina y otros países de América del Sur. Formó aquí un Buró Provisional de la Profintern. Asistió al Congreso de unificación sindical de marzo de 1922 del que emergería la Unión Sindical Argentina (USA). Participó en la organización de la Campaña de Ayuda a los Hambrientes en Rusia Soviética. Organizó reuniones regulares con el Comité Ejecutivo del PC argentino para discutir cuestiones de estrategia y táctica. Publicó sus “Impresiones de un viaje a la Rusia sovietista” a lo largo de sucesivas entregas en el periódico partidario La Internacional que luego fueron reunidas en folleto, cuyo texto transcribimos íntegro a continuación. Alexandrovsky regresó a la URSS en 1922, donde se desempeñó en la Comisión Sudamericana (1923). Fue asimismo mecánico del trust TEZhV (1922-1923), ayudante del ingeniero en jefe de Kashirstroi (1923-1925), miembro del Presidium del Consejo Moscovita de Economía Popular, jefe de la Dirección de la Industria de Renta y de Concesiones (1925-1927), administrador del Trust de la industria de mercería “Mostremas” (1927-1930) y director de Electrosetstroi, la planta hidroeléctrica de Moscú. Fue enterrado en el cementerio Novodevichie. Sus hijas participaron en la Guerra Civil española.
Impresiones de un viaje a la Rusia sovietista El camarada Alexandrovsky ha escrito sus interesantísimas correspondencias bajo la forma de narración dedicada a sus compañeros de la Argentina.
EN UN BUQUE DE LA GUARDIA BLANCA. EN EGIPTO. EN GRECIA. EN TURQUÍA. CONSTANTINOPLA, FOCO CONTRARREVOLUCIONARIO COMO SABRÉIS VOSOTROS, COMPAÑEROS, salí de Buenos Aires, en un vapor de la Guardia Blanca, que llevaba un cargamento destinado al ejército de Denikin.1 De acuerdo a lo convenido, la administración del barco comprometiose a llevarme sin ninguna clase de documentos, pero sobrevino algo que alteró nuestro convenio. Una vez cargado el equipaje y cuando me encontraba en la cubierta del buque, inesperadamente llegaron de visita varios personajes: el ex embajador de Rusia, el cónsul y el presbítero Izrazov; este último, apenas me vio, saludome al modo ruso (era durante la semana de Resurrección): “Resurrexit Christi”; y tuve que responderle sacramentalmente: “Es verdad que resucitó”.2 Después de este encuentro, la administración del vapor exigió la presentación de mi pasaporte, debidamente visado por el cónsul, amenazándome, en caso contrario, con desembarcarme de nuevo. No me cabía otro recurso que dirigirme al consulado. Todos mis muebles y utensilios estaban liquidados; mi familia, en los últimos días anteriores al embarque, se albergaba en una casa amiga, durmiendo sobre el suelo. Debo ser justo: el señor cónsul me atendió muy benévolamente, a pesar de serle sospechoso como participante en la propaganda adversa que se realizaba en contra suya y del embajador en las páginas del órgano federativo La voz del Trabajo. En su simpleza llegó hasta asombrarse ingenuamente.3 “Extraordinario —exclamaba—. ¿De dónde sacan ellos esto? Parece que hubieran hurgado en nuestro archivo”. Renuncié a la paternidad de los artículos y como Pedro, sin esperar la voz del gallo, declaré que nada tenía que ver con esa propaganda. Convencido ya de ello, el señor cónsul extendió mi pasaporte y ¡hasta no me cobró más que dos pesos en lugar de los treinta habituales! Con el correr del tiempo, este pasaporte me prestó servicios inapreciables, por lo cual, con vuestro consentimiento, transmito, al señor cónsul de Rusia, mi agradecimiento comunista. Total, compañeros, el objeto que perseguía era demasiado grande para que me detuviera en estos detalles.
1 La Guardia Blanca o Ejército Blanco fue el brazo militar del Movimiento Blanco, durante la Guerra Civil Rusa (1918-1921). Estaba formada por fuerzas nacionalistas contrarrevolucionarias, en muchos casos prozaristas, que tras la Revolución de Octubre lucharon contra el Ejército Rojo. El general Antón Denikin fue el jefe militar de las fuerzas antibolcheviques que combatían al sur de Rusia. [N. del Ed.] 2 Se trata del saludo pascual propio de las iglesias católicas orientales. [N. del Ed.] 3 Golos Truda (La Voz del Trabajo) era el órgano de la Federación de Organizaciones Obreras Rusas de Sudamérica (FORSA). Alexandrovsky era su director. [N. del Ed.]
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Parecía que algo pasaba en la administración denikiana y de nuevo, para deshacerse de mí, se me formularon otras exigencias; debía yo proveerme de los suficientes comestibles para mantenerme con mi familia durante los cuarenta días que durara el viaje y amenazaban con registrar mi equipaje y en caso de no encontrarme suficientes garantías hacerme desembarcar con la ayuda de la policía. No podía menos, pues, que ir a comprar todo lo necesario, en presencia de la declaración categórica de no ayudarme durante la travesía absolutamente con nada, ni siquiera con un pedazo de pan. En vísperas de zarpar se recibieron las comunicaciones sobro la derrota del ejército de Denikin y la ocupación de todo el sur de Rusia por el Ejército Rojo del Soviet. Cerca de cinco días tardó el vapor en salir, esperando órdenes de Londres. Al fin, partimos con destino a Alejandría (Egipto). El viaje de Buenos Aires a Alejandría duró cuarenta y tres días, de los cuales diez los pasamos bajo un temporal terrible. He de declarar que la administración y toda la gente de a bordo nos han tratado humanamente. Hasta me ayudaron a aliviar los sufrimientos de una de mis chicas, que estuvo enferma durante todo el tiempo que duró el viaje. Pero, en cambio, durante toda la travesía me hacían rabiar (cual una bestia enjaulada) con los cuentos acerca de las atrocidades que cometían los Soviets y el Partido Comunista, obligándome a tragar esas píldoras amargas y, a veces, a tener que convenir con ellos, presentándoseme algunas dificultades en el momento del desembarque. La historia del buque, como la de la tripulación, eran sumamente extrañas. Empezando por el pabellón tricolor, símbolo de un imperio que no existía, y terminando en un tripulante que resultaba ser hijo del ex gobernador de Varsovia, todo revestía un carácter estrambótico. Además de unos cuantos griegos, fanáticos insufribles en cuestiones religiosas y nacionales, venían a bordo un maquinista y otro comandante, ambos capitanes de segunda categoría de la marina de guerra imperial; un ex agente del cuerpo de seguridad social, que desempeñaba funciones de marinero; un tripulante, hijo de un alto empleado del Ministerio de Marina, y otro, hijo de un capitalista de Sebastopol, etcétera, etc. En Alejandría estuve una semana a bordo, porque la prefectura del puerto no me permitía pisar tierra. Al fin, con mucho trabajo, conseguí el permiso necesario para trasladarme a otro vapor (al que me trasladé en canoa) de pasajeros, que zarpaba para Grecia, puerto de Pireo. Siete días más de viaje y estuvimos en Grecia. Allí se repitió lo de Egipto: a todos los pasajeros se les permitió desembarcar, menos a nosotros, por falta del visaje. Después de muchos trámites y no pocos gastos, desembarcamos también. Como en Egipto, en Grecia me he visto obligado a hacer una especie de peregrinación por todos los consulados extranjeros, con el fin de conseguir pasaje para otro país más próximo a la Rusia de los Soviets. No pude conseguirlo. La única ciudad para la que me daban permiso para trasladarme era Constantinopla, en aquel entonces centro de la reacción. La situación se ponía desagradable. En Crimea se conservaba una pequeña parte del ejército de Denikin, gracias a la intervención de los aliados, quienes garantizaron a los Soviets que esos restos de la Guardia Blanca se mantendrían allí en forma honesta y sin intervenir en los asuntos interiores de la Rusia de los Soviets. Por otra parte, como estos restos denikianos no representaban ningún peligro para los Soviets, y las fuerzas del Ejército Rojo debían ser trasladadas contra la Polonia blanca, los Soviets los dejaron tranquilos. Si esta actitud entrañaba una equivocación de parte de los Soviets no entro a discutirlo, pero es indudable que este proceder del gobierno de los Soviets afirmaba, una vez más, ante todo el mundo, que la política de paz perseguida por él no es una mistificación, como la política de los gobiernos burgueses. Para llegar por vía Constantinopla a la Rusia de los Soviets, bloqueada por los imperialistas rapaces, debía yo atravesar la zona de guerra ocupada
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por las bandas capitaneadas por Wrangel y Lukomsky,4 que quedaban en el frente del sur o el Cáucaso, donde también luchaban los ejércitos rojos de los Soviets contra los de la Rusia menchevique. Sin caber otra solución al problema, salí para Constantinopla. El dinero que llevaba me alcanzó para llegar a Grecia y para ir, desde el Pireo hasta Constantinopla; los señores de la Guardia Blanca, muy galantes, me ofrecieron el pasaje gratuito, junto con mi familia. Los embajadores y los consulados rusos antiguos en Alejandría, Cairo, Pirea y otras ciudades se habían transformado en centros de movilización del ejército contrarrevolucionario, pagados por los aliados, y trabajando a sus órdenes. Había que atravesar por todos los filtros establecidos por los aliados hasta el Estado Mayor inclusive, y si conseguía cruzarlos, fue únicamente merced a mi situación de padre de familia y declarándome, al mismo tiempo, enemigo del régimen bolchevique. A los dos días de salir del Pireo llegamos a Constantinopla. Desembarcamos sin trabas y nos hospedamos en uno de los muchos hoteles que abundan en Constantinopla. Empecé a buscar trabajo y, gracias a mi oficio de mecánico, lo encontré rápidamente. La ciudad ofrecía un aspecto inimaginable; millares y millares de rusos fugitivos, entre ellos miembros de la antigua aristocracia y del clero, generales, coroneles y oficiales, capitalistas, estancieros, representantes de la administración e intelectuales y también cosacos del Don y Cubán se encontraban allí. Todos ellos formaban una masa informe de mendigos hambrientos; pero orgullo de la grandeza perdida, orgullo de clase dominadora, les impedía sumarse a las filas de los trabajadores honestos; en cambio, se enrolaban como voluntarios en el ejército de Wrangel. La movilización se desarrollaba enérgicamente. CONSTANTINOPLA PRESENTA UN TRISTE ESPECTÁCULO. EN GEORGIA, BAJO EL MENCHEVIQUISMO, PARAÍSO DE LA “DEMOCRACIA”. CONVERSANDO CON LOS OBREROS GEORGIANOS
Las garantías de los aliados ofrecidas a los Soviets persiguen el propósito de reorganizar el ejército de Denikin y enviarlo desde Crimea contra la Rusia de los Soviets. Por todas partes marchan los soldados del ejército de ocupación; en los transportes nótase una actividad febril; se cargan, se descargan los materiales bélicos procedentes de los “civilizados” pueblos de Europa y América; y todo contra la Rusia de los obreros y campesinos y contra Turquía, casi destruida, pero que sigue combatiendo por su existencia, como la Rusia de los Soviets. El alcoholismo y la prostitución se desarrollan en Constantinopla en forma jamás vista. Los hoteles, cafés, restaurantes y casas de tolerancia están adornados con los pabellones aliados; y el repique de los tambores, los bailes desenfrenados de los ebrios, los escándalos a cada minuto, las peleas, la mendicidad, todo junto, forman algo que no tiene nombre. Toda la población turca tuvo que evacuar el centro de la ciudad y vivir recluida en los suburbios, en casas semidestruidas. El trabajo de los obreros turcos está desvalorizado en absoluto. En mi viaje, pasando por las islas del Cabo Verde, el Egipto y la Grecia, he visto escenas que hacen estremecer de indignación: las gentes, como perros, se disputan un pedazo de pan tirado desde a bordo del buque; pero jamás vi, en país alguno, algo parecido a lo que sucede en Constantinopla. Todo esto, bajo la protección de las “grandes potencias civilizadas” de
4 Se refiere a otros dos generales contrarrevolucionarios: Piotr Wrangel y Alekandr Lukomsky. [N. del Ed.]
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Europa y América. Durante un mes íntegro, mi familia y yo tuvimos que vivir en este garito, alimentándonos con pan, pepinos y… con las esperanzas de que, tarde o temprano, nos trasladaríamos a la Rusia de los Soviets. Todo lo que me fue posible vender de nuestro equipaje, lo vendí. Trabajo quince días y el resto del mes lo empleo en ir a las oficinas bandoleras de Wrangel y de la Entente, para conseguir el permiso de trasladarme al Cáucaso. Estos “señores” me ofrecieron varias veces que entrara al servicio de Wrangel e ir a Crimea, pero no pudieron obligarme a ello, puesto que, en Constantinopla, no dependía materialmente de ellos. En todo este tiempo no hemos oído una sola palabra favorable a los Soviets; únicamente maldiciones e injurias. Defender a los Soviets significaba ser arrestado; pero ¿ante quiénes iba a defenderlos y a quiénes iba a convencer si toda esta muchedumbre no era otra cosa que la banda de parásitos del pasado, de opresores de los obreros y campesinos rusos?… ¿Cómo podían resignarse y convencerse que todo lo que poseyeron por siglos, lo que habían heredado y perdido durante la revolución, no les pertenecía en justicia? ¿Acaso son capaces de comprender los sacrificios y las privaciones exigidas por la revolución y que los ciudadanos honestos soportan en homenaje a los grandes ideales de la liberación de la humanidad del yugo del capitalismo? De ninguna manera. Hasta que las olas de la revolución no los sepulten, ellos obrarán como freno de la revolución y como estorbo al progreso de la humanidad. No sabía cuánto tiempo tendría que estar aún en este campo enemigo, si no se firmaba la paz entre los Soviets y Georgia. Además, me encontré con tres compañeros rusos que también trataban de llegar a la República de los Soviets, procedentes de América del Norte y que se encontraban en Constantinopla por la misma razón que yo. Conseguidos, al fin, los permisos necesarios para trasladarme a Georgia, estos compañeros pagaron el pasaje de mi familia y el mío. Jamás olvidaré este apoyo fraternal de los citados camaradas. La travesía del Mar Negro hasta Batumi duró siete días. Allá permanecieron tan sólo un día. Regía por entonces, en Georgia, el mencheviquismo, con los mencheviques caucásicos Tsereteli y Jordania, a la cabeza.5 Aunque el comercio comenzaba a florecer en este nuevo reino menchevique, el valor de los artículos de primera necesidad, gracias a la especulación libre, creció increíblemente. El primer consejo que nos dieron los obreros de Batumi fue el de que nos trasladáramos a Tiflis sin perder tiempo y gestionar allá el paso al Azerbaiyán sovietista. En Georgia imperaba la reacción y el terror. A los comunistas los detenían a cada paso o los fusilaban. Fuimos a ver al jefe de la milicia, cuya oficina estaba instalada en la prisión preventiva, repleta de arrestados y de obreros sospechados de comunistas. Se oía el canto de “La Internacional” y exclamaciones como estas: “Fuera los renegados”, “Vivan los Soviets”. El permiso de traslado a Tiflis lo obtuvimos sin dificultad. En Tiflis tampoco hubimos de esperar mucho: tres días, tiempo necesario para conseguir el pase. Aunque varios compañeros y yo éramos viajeros completamente “legales”, en el hotel se nos obligó a anotar nuestros nombres en la forma exigida por el administrador, esto es, citando a una multitud de antepasados. Aunque pedimos en el ministerio de relaciones exteriores los pasaporten para seguir el viaje a Azerbaiyán de los Soviets, para mayor seguridad del régimen menchevique-democrático, durante la primera noche, a eso de las doce, nos “visitó” la policía de Tiflis a fin de revisar los documentos que llevábamos. Mi esposa e hijos dormían; yo leía el diario Pravda (La
5 Tras el derrumbe del Imperio Ruso, en 1918 se había proclamado la República Democrática de Georgia, liderada por los mencheviques Irakli Tsereteli y Noe Jordania. [N. del Ed.]
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verdad), órgano del PCR, que por primera vez en la época revolucionaria caía en mis manos. Golpearon a la puerta e invité a que entraran. Eran tres guardianes del orden menchevique; revisaron mis documentos y preguntaron quiénes dormían en la cama. Les respondí que mi esposa e hijos; no conformes con ello me pidieron que los despertara, para verlos de visu. Cuando despertaron, asustados, mi esposa e hijos, los guardias se retiraron dejándonos tranquilos y aconsejándonos que abandonáramos a la brevedad posible Tiflis. Pasados tres días salimos de Tiflis. El viaje hasta la frontera, el río Cura, duró cuatro horas. El puente ferroviario, que atravesaba el río, estaba destruido, desde la retirada menchevique; había otro puente provisorio, suficientemente ancho para dar paso a una persona. Los guardias de la frontera georgiana revisaron los documentos y el equipaje, la misma operación se repitió al cruzar el puente, por parte de los compañeros de la Guardia Roja. Aunque la costanera que separa a una de la otra margen no es grande (unos cien metros poco más o menos), la diferencia entre ellas es notable. Conversando con los obreros de Georgia oía a menudo: “¡Ojalá vengan pronto a ayudarnos los compañeros bolcheviques! Como los camaradas rusos, somos obreros, y queremos luchar a su lado por las libertades de la humanidad; pero nuestro gobierno menchevique nos encerró en sus fronteras y siembra la adversidad entre nosotros, para satisfacer a la Entente. Nuestra situación —nos decían— es peor que bajo el gobierno de los Romanov”. En efecto, los mencheviques gobernaban de acuerdo a los deseos de la Entente y de la burguesía local, y la situación de los obreros georgianos era dificultosa en grado extremo. La prensa menchevique no se ocupaba de otra cosa que no fuese la crítica del régimen sovietista y la persecución de los bolcheviques y cantaba loas al “socialismo” local y al de Alemania y Austria, mientras que en estas repúblicas “socialistas” de nuevo cuño el poder continúa en manos de la burguesía y los obreros están privados de todo derecho. EN TERRITORIO SOVIETISTA. HABLANDO CON LOS SOLDADOS DEL EJÉRCITO ROJO. SU PENSAMIENTO SOBRE LOS ENEMIGOS DE LA DICTADURA PROLETARIA. EN BAKÚ. SUS RIQUEZAS PETROLÍFERAS. CONVERSANDO CON EL PRESIDENTE DEL SOVIET DE AZERBAIYÁN. LOS COMEDORES PÚBLICOS. LOS PASEOS. EL COMERCIO. LA ACTIVIDAD CIUDADANA
Por fin, ya estamos en el territorio de los Soviets, y por primera vez, en el transcurso del largo y penoso viaje, respiramos libremente, sin temer de ser arrestados. En espera del tren para Bakú, hablo largamente con los compañeros del Ejército Rojo. Y me parece mentira: me resisto a creer que estoy entre los nuestros. Graneaban las preguntas: “¿Qué pasa en Georgia, en Constantinopla y en el extranjero en general? ¿Saben los trabajadores de la Europa Occidental, de América y del país del cual vengo que en Rusia ya no existe burguesía ni propiedad privada? ¿Saben que Rusia está bloqueada por todos los lados y es asaltada por los gobiernos capitalistas? ¿Por qué los obreros de los otros países callan y no corren a ayudarnos, mientras la burguesía de todo el mundo socorre a la burguesía rusa?”. Me dirigían muchas otras preguntas del mismo tenor. Contesto complacido a todas las interrogaciones. El movimiento obrero, tanto en Europa como en América, se encuentra todavía bajo la influencia de los renegados del socialismo, por un lado, y de los anarquistas y sindicalistas, por otro. Los primeros no admiten que haya llegado el momento de la revolución social: los segundos, aun reconociéndolo, se declaran enemigos de toda clase de dictadura, inclusive la de los Soviets. La lucha de clases se desarrolla en todas partes, pero en la mayoría de los casos se trata de una lucha por el aumento de los salarios, nada más. Los camaradas del Ejército
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Rojo exclamaban asombrados: “Cómo es posible que los obreros, criados en el marco del régimen democrático burgués, sigan siendo carne de cañón en manos de la burguesía; no disfrutan de ningún beneficio; están obligados a luchar por mayor salario, es decir, para no morir de hambre. Soportan la dictadura de la burguesía, que importa la subordinación de la mayoría a la minoría, y a pesar de todo, siguen ciegamente a los caudillos”. “Hemos experimentado —continuaban— las bellezas del régimen ‘democrático’ de Kerensky y lo hemos soportado durante ocho meses. Si entonces hubiésemos dejado escapar el poder de nuestras manos, lo hubiera recogido la burguesía y nosotros, obreros, hubiéramos quedado en las mismas condiciones que los obreros de otros Estados ‘democráticos’. Con esto, la situación no hubiera cambiado. ¿Acaso no es lo mismo que nos gobierne Romanov, Poincaré, Lloyd George o Wilson, puesto que entre ellos no hay diferencia alguna? La guerra europea nos ha probado palpablemente que tanto unos como otros han perseguido fines bandoleros. Otra cosa es el poder de los Soviets. Aquí tomamos participación directa y activa en la solución de los problemas de orden económico político y social: cierto es, tenemos la dictadura de la clase obrera y tiene por objeto contener a los enemigos de los trabajadores, a los capitalistas, terratenientes y a sus servidores, que fingen ser amigos de los obreros, mientras que defienden los intereses de la burguesía. ¿En qué difieren de estos lacayos de la burguesía los anarquistas y sindicalistas, que protestan contra la dictadura del proletariado y el poder de los Soviets? En nada o en muy poco. Los primeros pretenden alcanzar la liberación de la clase obrera por medio de las reformas parlamentarias, cuando es sabido que todas las reformas quedan sobre el papel y se inspiran, cuando se cumplen, en los intereses de la clase capitalista, que gobierna. Los segundos no están de acuerdo ni con el conformismo ni con los revolucionarios de la dictadura proletaria: critican tanto a unos como a otros, sin ofrecer nada de su parte. Hacer la revolución en la sociedad actual capitalista sin violencia es tan imposible como libertar a los obreros con la ayuda de las reformas parlamentarias. Aceptar lo primero es reconocer lo segundo; no aceptarlo es colocarse a la altura de los reformistas. Porque sí, la burguesía no entregará a nadie nunca su posición privilegiada. Estamos convencidos, por experiencia propia, que sin la dictadura proletaria hubiéramos sido derrotados; se nos hubiera fusilado a millares y nada quedaría de nuestras victorias revolucionarias. Cuando desaparezca todo peligro de retroceso al antiguo régimen, cuando no haya más desnivel entre las clases y estas se fundan en una única clase productora, desaparecerán por sí solos el poder y la dictadura de toda especie. Y esto se conseguirá sólo por medio de la revolución y no de otra manera. Hemos tomado este camino y lo seguiremos hasta conseguir la completa liberación de la humanidad. Quien reconociendo que ha llegado la hora de la revolución social no quiere reconocer sus métodos revolucionarios se engaña y engaña a los otros. Este elemento es más peligroso que el reformista, porque pretende ser revolucionario, mientras que los reformistas se declaran reformistas”. La conversación se hubiera prolongado más todavía: pero llegaba el tren que debía conducirnos a Bakú. Entre otros compañeros, el que más se entusiasmaba al hablar era un soldado del Ejército Rojo, hombre maduro de unos 48 años. Los camaradas nos ayudaron a ubicarnos, a mi familia y a mí, en el tren y emprendimos el viaje. Era el 1º de agosto. Comenzaba a oscurecer. Reinaba un tiempo magnífico; respirábamos con placer el aire embalsamado del montañoso Cáucaso. Después de dieciocho horas de viaje llegamos a Bakú. Al acercarnos a esta ciudad me asombraban las inmensas riquezas petrolíferas que abundan en esta región. Por primera vez pisaba yo este territorio. Algunos pozos estaban paralizados; otros trabajaban.
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A las diez de la mañana abandonamos el tren. Los 300 rublos (moneda sovietista) que tenía alcanzaban para comprar dos libras de pan (a precios de especulación), lo que hice. Después de acomodar a mi familia en el salón de la estación salí por la ciudad a hacer los trámites para la continuación del viaje. El primer paso que di fue dirigirme al Comisariado para asuntos interiores; me escucharon atentamente y me aconsejaron que me dirigiera al presidente del Soviet de los Comisarios del Pueblo de la República Socialista de los Soviets de Azerbaiyán, compañero Nariman Narimanov.6 El camarada Narimanov me recibió muy atentamente; pero me declaró que el asunto no era de competencia y me recomendó que acudiera al Comité Central del Partido Comunista de Azerbaiyán. Aquí me preguntaron quién era yo, de dónde provenía, a dónde iba y con qué fin. Satisfechas las preguntas me entregaron una carta para el comandante de la ciudad a fin que me diese alojamiento, una tarjeta para comidas en el comedor sovietista y una pequeña suma de dinero. Con respecto a la continuación del viaje, me dijeron que pasase al día siguiente. Hacía dos meses que no habíamos comido alimentos calientes y las comidas compuestas de dos platos nos parecía algo notable. Lo componían sopa con carne y albóndigas con arroz pero sin pan, esto se repartía con las tarjetas de trabajo a razón de libra y media por día y por persona. Al día siguiente, ya hubo pan en la mesa y también las afamadas frutas caucásicas, que nos produjeron un placer infinito. De día reinaba un fuerte calor; pero el atardecer era delicioso. Paseamos por la Plaza Alexandrovskaia, bien arreglada y rica en vegetación, ubicada en la costa del Caspio; tiene a un lado un parque público. Cada noche, en la plaza, toca la orquesta; al comenzar, se ejecuta “La Internacional”; al término del paseo, igualmente. Cerca está ubicada la escuela de los pilotos rojos: fue fundada en recuerdo de los veintiocho comisarios del pueblo fusilados por Denikin. El comercio privado está suspendido en la ciudad; las tiendas yacen cerradas. Se permite la venta de hortalizas, frutas, leche y, de vez en cuando, el pan. Las casas donde se vende vino están todas clausuradas; el orden público es ejemplar. Por las noches, en los clubs y otros locales públicos, se pronuncian conferencias y se realizan mítines. En la calle, los jóvenes soldados rojos se instruyen en el arte militar, bajo el mando de compañeros mayores. El espíritu de los ciudadanos es bueno; en el semblante se refleja la actividad reinante: se ve que esta gente crea algo nuevo e importante. EN VIAJE A MOSCÚ. EN ASTRAKÁN. CÓMO LOS COMUNISTAS CELEBRAN LOS DÍAS FERIADOS. VIAJANDO POR EL VOLGA. CANJE DE PRODUCTOS. OFICIANDO DE ESTIBADORES. EN MOSCÚ. MI HABITACIÓN. VIVO CONTRASTE CON LAS HABITACIONES HABITUALES DE LOS OBREROS
Después de obtener el pasaje para Moscú, ración para el viaje y cierta cantidad de dinero, salimos de Bakú, tras cuatro días de permanencia. Los coches del tren iban repletos de pasajeros y no se encontraban asientos desocupados. Todavía no estaba arreglada la comunicación ferroviaria entre Bakú y Aguas Minerales, pero de Aguas Minerales a Moscú los trenes ya corrían regularmente, sin previo traslado.
6 Nariman Narimanov (1870-1925), médico y activista político de origen azerí, presidió el Consejo de Comisarios del Pueblo de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. [N. del Ed.]
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Al día siguiente llegamos a Petrovsk; allí hubimos de pasar a otro tren hasta Rostov y en Rostov a otro hasta Aguas Minerales: en esta forma el viaje a Moscú debía prolongarse unos siete días. En vista de que no podíamos descansar en ninguna parte y en el tren era muy problemática tal posibilidad, cosa que solía acontecer también en tiempos normales, preferimos seguir por mar desde Petrovsk hasta Astrakán: subiendo el río Volga hasta Nijny Novgorod sólo quedan doce horas de tren hasta Moscú. Conseguimos el pasaje rápidamente y el mismo día, por la tarde, salíamos de Petrovsk. El Mar Caspio es muy tempestuoso y el balanceo a que nos vimos sometidos era fuerte. Pasados dos días, llegamos de mañana a Astrakán; por la tarde del mismo día seguimos viaje por el Volga. Hasta la hora de zarpar recorrí la ciudad, con el objeto de conocerla. Astrakán ha sufrido mucho con la ocupación y evacuación del ejército de Denikin; muchos edificios estaban en ruinas. Era un domingo; todas las instituciones sovietistas estaban cerradas menos los depósitos de provisiones, que no interrumpen su labor ni en días de fiesta. En una calle me asombré al encontrarme con un grupo armado de palas y escobas, ocupado activamente en la limpieza, acompañados por los carros de basura. Formaban el grupo hombres y mujeres, jóvenes en su mayoría. Algunos vestían modestamente; pero otros iban bien trajeados. Como se trataba de un día feriado, en el que nadie trabajaba, ello me pareció muy extraño. “Acaso esta gente es delincuente y sufre un castigo”, pensé; y deteniéndome pregunté a uno del grupo qué significaba aquello. Se trataba de algo diferente. A mi interrogación: “¿Quiénes sois y por qué lleváis a cabo un trabajo tan desagradable en día feriado?”, me contestaron con otra: “¿Quién sois y de qué planeta habéis caído?”. Al fin, me dijeron que estaban festejando el domingo; y como yo me resistía a comprenderles, porque no concebía una fiesta con palas y escobas, me dieron detalles, dictándome que los comunistas emplean las horas que les sobra en trabajos comunales, sin percibir por ellas remuneración alguna. “Como no disponemos de tiempo ni de medios suficientes para efectuar trabajos indispensables, aunque no de primera necesidad, y alguien tiene que hacerlos, nosotros, los comunistas, para dar el ejemplo, los realizamos en horas de descanso”, decían. Y agregaban: “Es nuestro deber”. Les felicité y deseándoles éxito en su labor, me encaminé hacia el vapor. El viaje por el Volga fue sumamente agradable; el tiempo continuaba excelente; el vapor atravesaba con frecuencia los puertos que abundan a ambas márgenes del río. Campesinos y campesinas vendían en los muelles toda clase de comestibles: leche, manteca, huevos, pan, empanadas, gallinas, gansos y lechones y también frutas verdes. Rara vez reciben dinero; en la mayoría de los casos tratan de canjear sus productos por otros, como ser: tabaco, fósforos, sal, té, azúcar, kerosene, calzado o ropa. Esto se explica por la falta de transportes para los productos manufacturados de las ciudades; por lo demás, la cantidad es insuficiente. Todas las industrias estaban ocupadas en el abastecimiento del Ejército Rojo, es decir, en producir armas y municiones de toda clase, puesto que de su victoria o derrota dependía el resultado de la Revolución Rusa. En uno de los puertos (Bogorodskoc) tuvimos que transbordar a otro vapor las mil tinajas de arenques salado, debido a la falta de profundidad del agua. Más arriba, el vapor, con la carga que llevaba, no pudo pasar. Para no perder tiempo, esperando a los estibadores (era ya muy tarde), nosotros, los pasajeros, echamos mano a la obra. Éramos unos cuarenta hombres; en dos horas el trabajo estaba terminado. Trabajábamos con alegría, en una at-
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mósfera de compañerismo y no sentíamos el cansancio: al contrario, nos notábamos más enérgicos y entusiasmados. A los siete días llegamos a Nijny Novgorod; permanecimos con mi familia un día, no obstante tratarse de mi pueblo natal y en el que transcurrió mi infancia. Encontré a varios compañeros antiguos del partido; me ayudaron a conseguir el pasaje; salimos por ferrocarril. Al día siguiente 20 de agosto de 1920, nos encontrábamos en Moscú, después de cuatro meses cabales de viaje (salimos de la Argentina el 20 de abril). Desde la estación nos fuimos a casa de un amigo de infancia y compañero de partido, cuya dirección me la facilitaron en Nijny Novgorod. Mi amigo vivía cerca de la estación; pronto dimos con su casa y lo hallamos a él. Dejé mi familia en esta casa amiga y me fui por la ciudad a conseguir una habitación permanente y amplia, al mismo tiempo, con el mandato de la Federación Rusa Sudamericana. Primeramente me dirigí al Soviet de Obreros y Campesinos de Moscú. Allí me preguntaron de dónde y con qué fin venía y me mandaron al Secretariado del Comité Central del Partido Comunista, de donde, a su vez, me enviaron al Secretariado de la III Internacional Comunista. Después de sostener una corta conversación con el Secretario de la Internacional Comunista, compañero Kobeztky,7 fijaron provisoriamente las habitaciones de mi familia y la mía en la residencia común de los delegados al II Congreso de la III Internacional, congreso que por pocos días de diferencia perdí la ocasión de presenciar. El Hotel “Patio de los negocios” en el que residían los delegados del II Congreso perteneció antes al famoso fabricante de la industria textil Sava Morozov y servía de alojamiento a los comerciantes forasteros. Se imaginarán los camaradas lo violento que hube de sentirme durante los primeros días en esta inmensa casa, amueblada con gran lujo, con sus pisos cubiertos con ricas alfombras. Hasta aquel día había pasado los años de mi existencia viviendo en miserables casuchas, las únicas al alcance de los obreros. Veinticuatro años de trabajo en la industria metalúrgica, de estos casi doce allí, en la República Argentina, y en todo este tiempo, aparte de una habitación mal arreglada que servía de vestíbulo, sala, comedor, dormitorio, y a veces de cocina, jamás dispuse de otras comodidades. Pues los capitalistas me pagaban como se paga en todas partes a los obreros, no para que vivan con cierta comodidad, sino para no reventar del todo de hambre, mientras el capitalista los necesita para exprimirles el jugo (el exceso del valor, en términos marxistas) con el cual crea las comodidades y el bienestar de la propia vida. En Constantinopla, por ejemplo, he vivido también en un “hotel”. Mi habitación estaba entre techo y suelo, como una jaula colgante, algo al estilo de un palomar; esta “habitación” era de unos tres metros cúbicos y servía para cinco personas (yo y mi familia). De manera que este ambiente nuevo, estas comodidades de las cuales disfruté en Moscú, formaban un contraste absoluto con mi existencia anterior.
7 Mijail V. Kobetzky (1881-1937) era un bolchevique ruso, por entonces encargado del Buró del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. [N. del Ed.]
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LAS HABITACIONES OBRERAS. UN TRAIDOR ANARQUISTA ESPAÑOL. LOS “HORRORES BOLCHEVIQUES”. HAN DESAPARECIDO LAS TIENDAS Y LOS ALMACENES DE LUJO. EL ASPECTO DE LAS CALLES. EL TRÁFICO. LOS TEATROS. CÓMO SE REPARTEN LAS ENTRADAS. CONFERENCIAS, MÍTINES, LIBROS Y FOLLETOS. LAS CALLES DE NOCHE. CATEGORÍAS DE ALIMENTACIÓN. TARJETAS SUPLEMENTARIAS. LOS COMEDORES COMUNES. ALIMENTACIÓN DE LOS NIÑOS Y DE LAS MADRES. ABASTECIMIENTO DE ROPA. LOS PREMIOS AL TRABAJO
No es extraño que me sintiera algo violento en la habitación que me habían fijado en Moscú. Aquí existen todas las comodidades para el hombre: las piezas son amplias, claras, tibias y limpias, y están hermosamente arregladas (conservando el estilo proletario). Hay un comedor común, una sala de música y la biblioteca con su salón de lectura. Por todas partes se siente la amable exclamación: ¡compañero! Se toman alimentos tres veces por día: almuerzo, cena y comida. Cierto es que a veces, después de la cena o de la comida, se experimenta el deseo de repetirlas; pero no es posible. Pero este contratiempo se olvida pronto, bajo la influencia del entusiasmo colectivo; las carencias físicas son recompensadas con el alimento espiritual, en abundante disposición para todos los ciudadanos. En Moscú nos encontramos con el compañero Mashevich8 llegado de la Argentina anteriormente. Conocí a muchos delegados extranjeros, entre ellos a un español, delegado al II Congreso de la III Internacional, desde Francia, por la Federación Española de Anarquistas. Con el tiempo este delegado fue descubierto como agente provocador y arrestado, permaneciendo preso durante tres meses.9 Más adelante he de hablar de esta persona para demostrar a los compañeros anarquistas de América, y en particular a los de la Argentina, qué clase de noticias sirven de base a sus ataques contra el régimen de los Soviets y la dictadura proletaria y a quién ayudan con su actitud —¿a la revolución proletaria mundial o a la reacción internacional?—. Cuando un hombre comienza una nueva existencia, que antes considerara como límite de sus deseos, a pesar de ser nuevo el ambiente, se acostumbra rápidamente a él. Esto aconteció conmigo. Me habitué muy pronto al nuevo medio y me parecía como si hubiese atravesado en Rusia todo el período de la revolución. Las narraciones sobre los inimaginables horrores del régimen bolchevique que leí en la prensa burguesa antes de llegar a Moscú se me presentan ahora cual patrañas tan bajas, tan estúpidas, inventadas contra el nuevo orden social que surge, que con gusto gritaría a los oídos de los Wilson, Clemenceau y Lloyd George y compañía: lacayos de la burguesía, no sois hombres: sois a manera de monstruos, personificadores de las fuerzas creadas por la
8 Major S. Mashevich (1884-¿?) era un obrero textil ruso-judío, también exiliado en la Argentina. Miembro del grupo ruso-judío Avangard, había llegado a Moscú días antes que Alexandrovsky como delegado al II Congreso de la Internacional comisionado por el Grupo Comunista Ruso de la Argentina y la FORA del IX Congreso (sindicalista). [N. del Ed.] 9 Referencia velada al anarcosindicalista español Ángel Pestaña (1886-1937), líder de la Confederación Nacional del Trabajo. [N. del T.]
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sociedad capitalista actual, ávidos de profanar todo lo que es más hermoso y puro, todo lo que es más honesto que vosotros. Admito que para hombres-monstruos, como los nombrados, el régimen sovietista y la cultura proletaria no son aceptables. Aquí ya no hay lacayos de lujosas libreas, ni aduladores, ni tampoco las humillaciones que menudean en la sociedad burguesa. Tampoco se ven tiendas y almacenes repletos de objetos de lujo y elegantes, únicamente accesibles a la burguesía, tiendas con vidrieras que comunican a las ciudades de Europa y América ese peculiar aspecto de riqueza y atracción, mientras frente a esas vidrieras se agolpan con los ojos muy abiertos, imposibilitados de palpar tal lujo, los obreros hambrientos, los artífices de esas atracciones. Aquí los productos que hay se encuentran en los depósitos sociales de los Soviets y son repartidos entre los trabajadores con equidad y justicia. Verdad es que se siente la ausencia de algunos artículos, lo cual no deja de ser natural: Rusia, aun antes de la revolución, era muy pobre. ¡Cómo no lo será con siete años de guerra y tres de bloqueo! En lugar de producir cosas vitales, toda la nación estaba ocupada en fabricar armas y municiones para defender la libertad y la independencia de la nación sovietista, conseguidas por los obreros y campesinos a costa de sacrificios incalculables en cruentas y largas luchas. El aspecto de las calles de Moscú es bastante animado; desde temprano empieza el movimiento de los coches de alquiler y de los carros de carga; los automóviles corren en todos sentidos; los tranvías son insuficientes en cantidad, debido no al régimen sovietista, sino a que los bandidos internacionales, con su prensa venal y sus lacayos a estilo de los socialtraidores mencheviques y socialrevolucionarios, no dejan tiempo a la reconstrucción pacífica de los transportes y de la economía social en general, obligando a emplear aquellos en su contra. Funcionan todos los teatros y hasta en mayor cantidad que antes; hanse organizado muchas compañías de aficionados que brindan sus espectáculos en edificios adecuados. En teatros oficiales, en compañías formadas por profesionales, he asistido a los siguientes: “De Verano”, Teatro de “Zinvin”, el “Artístico”, el “Grande” y a muchos otros. He visto y oído: “Fausto”, “Carmen”, “Rigoletto”, “Boris Goudonov”, “La hija de M. Angou”, etc. He admirado los ballets “El gallito de oro” y “Don Quijote”. Las entradas a los teatros se reparten por intermedio de los sindicatos, en proporción a la cantidad de asociados, o bien mediante otras instituciones sovietistas. Se establece turno; mas a veces, por escasez de entradas, se las rifan entre sí. No se paga, pues, derecho alguno por presenciar las funciones: los artistas son mantenidos por el gobierno de los Soviets. Con frecuencia se organizan conciertos. En todos los sindicatos y en otras instituciones so organizan cursos de idiomas (alemán, francés e inglés) destinados a los obreros. También se enseñan otras materias, principalmente técnicas. Casi todos los días se realizan conferencias públicas: se celebran mítines, se reúnen asambleas de diversas organizaciones, y con frecuencia, los congresos de todas las ramas de la actividad comunista. Son tantos los diarios, libros y otros impresos (ofrecidos gratuitamente) que falta tiempo para leerlos; en general, falta tiempo para ver y saber todo lo que acontece en la capital del nuevo estado proletario. Muchos museos, antes cerrados para la mayoría de los habitantes, han sido abiertos. De noche las calles permanecen alumbradas en pleno; no hay robos, ni prostitución, ni se ven ebrios. En los momentos actuales, Moscú es un centro de peregrinación internacional; durante todo el año afluyen a esta ciudad los delegados de todos los países del mundo. Retornando a la alimentación, tengo que decir que la repartición de los productos se efectúa de acuerdo al sistema de las tarjetas y aplicando la división en categorías. Aparte de
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las raciones destinadas a los niños y al Ejército Rojo, las de los adultos comprenden tres categorías: 1) Obreros de fábricas y talleres. 2) Familias de obreros y empleados con sus familias. 3) Representantes de la clase gobernante anterior. En la última categoría la repartición es exigua y algunos productos no se reparten del todo. Al comienzo, mientras no se dispusieron los detalles de la repartición, mientras la burguesía disponía de todos los lujos, se le confiscaron las viviendas, los muebles, vestidos, etc., y fueron repartidos entre el proletariado. Para los campesinos se sigue otra norma que precisaré más abajo. Los obreros que se ocupan en los trabajos físicamente pesados reciben una tarjeta suplementaria; pero los productos correspondientes a estas tarjetas sólo se entregan por los días de trabajo efectivo. En las grandes ciudades, están organizados los comedores comunes: en Petrogrado, toda la población come en estos comedores; en Moscú, cerca de la mitad. Los niños se alimentan en las escuelas; además se les mune de vestidos y de útiles escolares. A las madres que dan de mamar se les da tarjetas especiales, lo mismo que a las familias de los soldados del Ejército Rojo (las llamadas tarjetas de “La Estrella Roja”). El abastecimiento de los obreros está regido por el respectivo Comisariado del Pueblo, repartición de vituallas a los obreros de las fábricas y de los talleres y a los productores de combustibles (comprimido Prodfaztop), representado igualmente en provincias. Del abastecimiento de las ropas se ocupa una comisión especial de trajes obreros (Prosodeyda) con sede en el Soviet Central de los Sindicatos. La ropa, tanto la de trabajo como la común y la especial (en ciertos oficios), se entrega a los obreros gratuitamente, pero únicamente en usufructo, como parte del inventario de la empresa. Aparte de la ropa (incluso el calzado y la gorra), se suministra jabón y toallas. Las viviendas son facilitadas por intermedio de la comisión de tierras y viviendas del Soviet de los diputados obreros. Paralelamente al racionamiento actual por tarjetas, aumenta la producción, con los premios naturales a los trabajadores, ya que el dinero está desvalorizado. Los premios comenzaron por concederse para los trabajos del campo: no hubo otra forma de atraerlos a la labor (producción de leña, de turba, trabajos en las plantaciones de remolacha); luego se aplicó a las industrias mineras y petrolíferas; después se extendió para los artesanos rurales y actualmente se difunde entre todas las ramas de trabajos. Los premios, tanto los naturales como los de dinero, son establecidos por el Comité Central de los Sindicatos. ABASTECIMIENTO DEL EJÉRCITO ROJO. LA JORNADA DE LABOR. LA COMIDA. CIFRAS MEDIDAS POR CONSUMIDORES. RETRIBUCIONES. TRABAJO DE LAS MUJERES. JARDINES DE INFANTES. VACACIONES PARA TRABAJADORES. VISITANDO LAS FÁBRICAS. CAUSAS QUE HICIERON DISMINUIR LA PRODUCCIÓN EN EL PRIMER PERÍODO REVOLUCIONARIO. LOS TÉCNICOS E INTELECTUALES VUELVEN AL TRABAJO. LAS BOLSAS DE TRABAJO
El abastecimiento de vituallas para el ejército corre a cargo de la comisión llamada Dirección de Abastecimiento del Ejército Rojo (glavsnabprod arm) que tiene sus reparticiones en el frente. La carne se reparte en el Ejército Rojo casi diariamente y la ración del pan es mayor que para los obreros. El Soviet extraordinario de la Defensa es el que lo provee de municiones, armas, vestidos y comestibles.
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El trabajo en las fábricas y talleres principia a las nueve de la mañana y termina a las cinco de la tarde, con una de intervalo para la comida, de manera que la jornada diaria es de siete horas. Los obreros y empleados no vuelven a comer a sus casas: comen en los comedores comunes que existen en las fábricas. La comida se compone de dos platos: 1) Sopa de verdura con pescado. 2) Cereales cocidos y un cuarto de libra de pan moreno. Rara vez se prepara la carne porque durante la guerra han sido sacrificados muchos ganados y muchos murieron posteriormente por la falta de alimentos y a la nueva cría no se le da tiempo para crecer. La comida no se descuenta de la ración diaria, de modo que el obrero recibiendo dos productos para su familia recibe también la ración suya. La cantidad de productos por consumición varía de acuerdo a las existencias y al ramo de producción. Algunos productos, como por ejemplo: el té, dulces, huevos, se reparten muy rara vez; la leche siempre, pero únicamente para los niños y enfermos. Ciertos artículos escasos, como la ropa y los abrigos, se reparten entre los más necesitados o se rifan entre todos. Aparte de su ración, todos los obreros y empleados reciben un sueldo de ½ a 5.000 rublos y además, según el sistema de premios establecidos, de 3 a 10.000 y más rublos por mes. Con este dinero los obreros pueden obtener algunos productos de los campesinos y de los vendedores ambulantes. Claro está, los precios que cobran estos especuladores son exorbitantes. Los que se quedan a trabajar horas extraordinarias reciben la cena en las empresas. Para las mujeres con dos o tres hijos el trabajo fuera de casa no es obligatorio, aunque ellas se mantienen por cuenta del Estado, como los niños hasta los 16 años, que tampoco trabajan. En las fábricas donde trabajan mujeres estas pueden dejar sus pequeños cuando vienen a trabajar. Allá los niños están vigilados y atendidos por las niñeras especialistas. Además, las madres disponen cada dos horas de media hora para dar de mamar a sus pequeñuelos o simplemente para verlos. Actualmente en las viviendas comunes se organizan los jardines de infantes, destinados a los niños menores, donde estos disfrutan de los cuidados y distracciones propios de la edad. Con ello se tiende a desarrollar en los niños la iniciativa desde la más temprana edad. Los mayores van a la escuela. En el verano los niños son llevados a las colonias campestres. Los obreros adultos disfrutan anualmente de unas vacaciones de treinta días que pueden pasar (corriéndoles la ración y el sueldo) en los lugares denominados “casas de reposo”. Cuando están inhabilitados para trabajar son mantenidos por cuenta del Estado. Todas estas instituciones —jardines de infantes, colonias, comedores y casas de reposo— están en sus comienzos y deben desarrollarse y mejorarse. Todo ellas se inician en tiempos difíciles; mas los cimientos ya están echados y sobre ellos se edificará el futuro mejor. No hay huelgas en la Rusia sovietista y cuando comienza algún rozamiento, lo que sucede rarísimas veces, queda solucionado en un par de horas. Esta es la situación de la clase obrera en las grandes ciudades como Moscú, Petrogrado, Karkov y otras. Acudí a ver varias fábricas y talleres, como ser: la usina eléctrica, los talleres de los ferrocarriles, la constructora de máquinas ex “Gustavo Lost”, “Eynem”, las de chocolate y la ex “Manufactura de Glujov’’. Las fábricas reabiertas están en plena actividad. Durante la guerra y en el primer período revolucionario, la producción industrial experimentó una rebaja considerable y en parte un paro completo (hasta 1919), ocasionado por las siguientes causas. 1) La mayor parte de las fábricas y talleres fueron destinadas a la producción de materiales de guerra.
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2) Se interrumpió la importación del extranjero de máquinas y otros artículos necesarios para la industria, si bien se importaban otros productos empleados en la destrucción de la humanidad. 3) El bloqueo ayudó a empeorar esta situación. 4) Las más ricas regiones de Rusia fueron recuperadas por la Guardia Blanca y los bandoleros de la Entente; a consecuencia de esta ocupación faltaron el combustible y las materias primas. 5) Faltaban trabajadores calificados quienes fueron a engrosar las filas del Ejército Rojo u ocuparon puestos administrativos. 6) Por carencia de alimentos muchos obreros retornaron a sus aldeas, en las cuales, gracias a la confiscación y repartición de las tierras, se comía mejor que en las ciudades. 7) Y última, la destrucción sistemática de los medios de producción por los bandidos contrarrevolucionarios en dos momentos de la evacuación de los pueblos y las ciudades bajo la presión del heroico Ejército Rojo. Al ser derrotados los enemigos de los Soviets por el victorioso Ejército Rojo, la situación industrial comenzó a mejorar ostensiblemente. Los intelectuales y los técnicos, ocupados en el sabotaje a la revolución, comenzaron a ponerse al servicio de los Soviets; los pequeños burgueses y los habitantes de las ciudades comienzan a trabajar en fábricas y talleres para conseguir, en esta forma, el derecho a la ración. Se ha iniciado el registro de obreros profesionales y no profesionales, con la cooperación de la bolsa de trabajo; son enviados a las industrias según las necesidades de brazos. En la época prerrevolucionaria estas bolsas no existían; ahora se acercan a cuatrocientos. El ciudadano que no se presenta es considerado como un desertor y como tal es condenado a efectuar trabajos obligatorios. Las funciones de las bolsas de trabajo son de competencia del Soviet central de los sindicatos panrusos. AUMENTA LA PRODUCTIVIDAD DEL TRABAJO. LOS OBREROS PRODUCEN EL 40 O 50% MÁS DE LO SE LES ASIGNA. LA ORGANIZACIÓN DE LA ECONOMÍA NACIONAL Y EL CONTRALOR DE LA PRODUCCIÓN. LA INFLUENCIA PREPONDERANTE DE LOS SINDICATOS. LOS COMITÉS DE FÁBRICAS. EL CONTRALOR DEL CONSEJO DE ECONOMÍA POPULAR. LA CUESTIÓN DE LOS CAMPESINOS. LA SITUACIÓN DE LOS AGRICULTORES HA MEJORADO. EL TRABAJO ASALARIADO EN EL CAMPO HA DESAPARECIDO
Hacia fines de 1920 se comprueba un gran progreso en la producción industrial de la Rusia sovietista y aumentará aun más con la renovación de las relaciones comerciales con otros países hasta sobrepasar en calidad y cantidad a la producción de la época prerrevolucionaria. En este progreso desempeña un importante papel el sistema de trabajo empleado (encargo de producir una cantidad determinada en un tiempo dado). Estas tareas son ordenadas por un Consejo Especial del Trabajo y de la Defensa y, en la mayoría de los casos, los obreros la realizan con un exceso del 40 al 50% sobre la tarea asignada, lo que prueba acabadamente que el proletariado ruso, a pesar de todas las dificultades y privaciones, se da perfecta cuenta que sólo de él depende el resurgimiento económico del primer Estado obrero existente en el mundo. Cooperan, igualmente, en el aumento de la producción los “sábados y domingos comunistas”, denominados así por tratarse de días de trabajo voluntarios y las horas extraordinarias que trabajan así no las cobran.
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La intensificación de la producción en la Rusia de los Soviets no se obtiene con la ayuda del garrote y de la violencia de un explotador, sino desarrollando entre los obreros la conciencia de sí mismos y la autodisciplina. Ningún otro país puede suministrar un ejemplo semejante. Este cambio psicológico en los obreros es únicamente posible en un Estado proletario y obra verdaderos milagros, estableciendo nuevos récords en la producción, a poco que lo permitan las condiciones de la alimentación. El caudillo y el organizador de la Rusia sovietista lo es, sin disputa, el mismo proletariado, cuya influencia, de hecho, es mucho más importante que la fijada en la Constitución de los Soviets. Los comités de fábricas son las unidades sobre las cuales se basan los sindicatos, y los sindicatos, a su turno, forman la base de la economía social de la Rusia sovietista. No sólo la organización del trabajo, la movilización de los obreros de la industria y de la agricultura, sino su abastecimiento de estos con alimentos y materias primas es de incumbencia de los sindicatos, como también su contralor sobre la repartición de los productos y sobre las finanzas. La actividad de los sindicatos está ligada inseparablemente a la actividad de los Soviets en todos los sentidos, pero su influencia en los asuntos de la organización económica tiene una supremacía indiscutible. En el principio, por falta de experiencia administrativa, muchos de los comités de fábricas tuvieron que abandonar la administración en manos de las comisiones o de personas especialmente designadas por el Consejo Superior Económico, pero actualmente la administración vuelve nuevamente a manos de las comisiones fabriles. El poder principal de concentración y regulación de las industrias pertenece al Presidium del Consejo Superior compuesto por doce miembros de Economía Popular, elegido por el Congreso Panruso de los Consejos Económicos del Pueblo. En las regiones industriales, los comités centrales (locales) se componen por los miembros designados en el Congreso Panruso del correspondiente sindicato y se completa con los miembros del Soviet económico de la región. Toda la organización económica rusa se desarrolla siguiendo un plan único, bajo el severo contralor del Consejo Superior de Economía Popular. En este sentido, ningún Estado burgués consigue los resultados tan satisfactorios que se obtienen en la Rusia de los Soviets y que sólo pueden ser alcanzados en un Estado Proletario. La supresión del zarismo y la liberación del yugo de los terratenientes ha concentrado en manos de los campesinos el poder sobre la tierra que fue confiscada a los campesinos ricos y repartida entre todos, lo mismo que los ganados. La cifra de los pequeños campesinos como la de los grandes hase reducido, de manera que los terrenos de siembra se han igualado. Para evitar la confiscación los campesinos ricos comenzaron a separar a sus hijos mayores repartiendo entra ellos sus campos y haciendas, efectuándose en esta forma la división voluntaria de las grandes fincas. En consecuencia, la Rusia de los Soviets se ha transformado en un país de pequeños agricultores, como jamás lo fuera. La situación de estos pequeños agricultores, a causa del cambio operado, mejoró tanto que cada uno de ellos puede satisfacer sus necesidades con los recursos económicos propios. Con la desaparición de los grandes establecimientos agrícolas, que explotaban el trabajo de los asalariados, produciendo únicamente para los mercados internos y externos, el abastecimiento de las ciudades con productos alimenticios, ha sufrido una merma notable. Los campesinos labraban la cantidad de tierra suficiente para obtener la cantidad de productos necesarios para el consumo propio, y en consecuencia, tuvo que aminorarse temporalmente la producción en las industrias textil, azucarera y otras. Otro fenómeno característico de la aldea, después de la nivelación económica, es la desaparición del trabajo asalariado. Antes de la revolución en Rusia había 1.400.000 de trabajadores rurales (sin contar a sus familias)
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asalariados. En el pasado, principalmente en 1905, esta clase proletaria desempeñó un papel importante en el movimiento obrero ruso. Actualmente, la mayoría de ella trabaja independientemente y el resto se organiza en cooperativas rurales. Estas cooperativas llegan a 9.000 y cuentan con varias docenas de miles de cooperadores y con cerca de 500.000 hectáreas de campo, la mitad de las cuales está labrada. LA CUESTIÓN AGRARIA. CAMPAÑA DE ABASTECIMIENTO. ESPECULADORES QUE LLEVAN UNA BOLSA. EN MATERIA DE ALIMENTOS LOS CAMPESINOS ESTÁN MUCHO MEJOR QUE EL PROLETARIADO URBANO. LOS GRANDES ESTABLECIMIENTOS AGRÍCOLAS SOVIETISTAS. EXTENSIÓN QUE OCUPAN. CÓMO SE ABASTECEN. SERVICIOS QUE PRESTAN A LOS ALDEANOS. PREMIOS AL TRABAJO AGRÍCOLA. LAS “SEMANAS DEL CAMPESINO”
Son pocos los productos industriales que se reciben en las aldeas, menos de los que se recibían antes de la revolución, pero, en cambio, el campesino paga en elementos rurales por esos productos, menos de lo que pagaba antes. La campaña de abastecimiento empieza el 1º de agosto. En muchas ocasiones los campesinos tratan de sustraerse a la contribución, en vista de que el gobierno no siempre puede pagarles con productos manufacturados. A veces entierran los cereales o cubren los techos con paja desgranada y pesada y luego llevan lo ocultado al mercado y lo venden como contrabando a precio de especulación. Y esto acontecía cuando los obreros industriales con sus familias y los soldados del Ejército Rojo, que defendían a los mismos campesinos contra los burgueses, sufrían hambre verdadera. Frente al establecimiento de los precios fijos para todos los productos manufacturados en el año 1918 y a la ley reformada de los cambios naturales entre la ciudad y la aldea de 1919, los campesinos adoptaron la siguiente táctica: pagaban los productos urbanos en dinero, de acuerdo al precio fijado, y vendían el trigo y otros productos sobrantes a los especuladores que aparecían bajo el nombre de “meschochnik” (el que lleva una bolsa). La cantidad de estos “meschochnik” era infinita; a veces ocupaban todo el espacio de los vagones con sus bolsas. Con esta especulación, ejecutada por separado y en escala tan pequeña, era difícil luchar. El gobierno de los Soviets trató, por todos los medios, de convencer a los campesinos de que entregasen la contribución completa, según la escala establecida; sin embargo, el nocivo elemento rico, ha mucho, especialmente en Ucrania, continuaba vendiendo a precios especulativos. En ciertas ocasiones, cuando los campesinos no entregaban la contribución íntegra, ocultándola, la requisición se efectuaba a la fuerza por destacamentos militares del consejo de abastecimientos. Los campesinos de las regiones agrícolas no sienten la falta de alimentos tan agudamente como los obreros urbanos de las regiones industriales. En las aldeas la existencia en aves y ganado suple a las del pan, en el caso de aminorarse la ración, mientras que en la ciudad, si no llega el pan y otros productos de las aldeas, se siente hambre. La formación de establecimientos económicos rurales sovietistas en escala considerable comenzó recién en 1918-19. La formación de estos establecimientos fue facilitada por la existencia de los campos desocupados. Muchas de las antiguas estancias particulares estaban libres de toda explotación de manera que los campesinos nada podían objetar cuando los Soviets las ocuparon, para devolverlas a la vida económica, bajo los nuevos principios. En el año 1919 fue
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posible renovar, de este modo, cerca de 2.500 empresas rurales con 1.600.000 hectáreas. Ahora las fábricas de los Soviets ocupan un 20% de las tierras pertenecientes antes a los estancieros; unos 7% se explotan por las cooperativas y las comunas y el resto se ha repartido entre los campesinos pobres. Las “fincas de los Soviets” están administradas, en su mayor parte, por los Soviets directamente (2.463 con 1.361.000 hectáreas) y 200.000 hectáreas están repartidas entre las grandes fábricas o uniones de fábricas del mismo ramo. Para abastecerlas, las “fincas de los Soviets” fueron munidas, en 1919, con varios miles de arados y otras máquinas agrícolas, con los caballos necesarios y también se organizó un contingente de obreros rurales (unos 75.000) que habitan en las mismas fincas. Este experimento de organización de las economías agrícolas bajo la dirección de la ciudad fue acompañada por la transformación de las “fincas de los Soviets” en centros de cultura, en las escuelas de los conocimientos económicos de las aldeas. En las “fincas de los Soviets” están construidos los molinos que muelen el grano para las aldeas vecinales y los talleres que componen y arreglan las máquinas agrícolas de toda la región; los animales de raza para el mejoramiento de la cría aldeana, las grandes máquinas agrícolas, como ser: las trilladoras y las cosechadoras, las “fincas de los Soviets” las prestan a los aldeanos. En muchas de ellas están instaladas usinas eléctricas que suministran corriente a las aldeas vecinas. Además, para estimular a los campesinos a completar sus campos de siembra, el VIII Congreso de los Soviets ha establecido premios consistentes en máquinas y herramientas agrícolas y otros objetos, como también en artículos manufacturados (tejidos, etc.) que son entregados a los campesinos que aumentan y mejorar la producción en los terrenos que cultivan. He presenciado las reuniones del VIII Congreso. Periódicamente organízanse las llamadas “semanas del campesino”, algo por el estilo de los “sábados comunistas”. Los miembros del Partido Comunista y de los sindicatos se juntan en pequeños grupos en los cuales entran profesiones como la de los zapateros, sastres, carpinteros, herreros y otros y van durante una semana a las aldeas a levantar el inventario campesino; terminado el trabajo en una aldea pasan a otra. Se llevan con estos grupos especiales talleres transportables con todos los elementos necesarios. Este trabajo de la “semana del campesino” es gratuito. De esta manera no sólo se arreglan las casas aldeanas sino que se ayuda a la labranza y a la cosecha. Estas semanas se organizan en toda Rusia. Con todo lo escrito sobre la cuestión los compañeros comprenderán qué obra difícil y grandiosa hace el proletariado ruso para salir victorioso en su lucha contra el viejo régimen capitalista. CÓMO CONOCÍ A GALÁN (VILQUENS), AGENTE PROVOCADOR DEL ESPIONAJE CONTRARREVOLUCIONARIO FRANCÉS. CONVERSANDO CON ÉL. VILQUENS ME SIRVE DE INTÉRPRETE EN UNA CONVERSACIÓN CON UN CAMARADA SUIZO. PÉRDIDA SOSPECHOSA DE UNAS DIRECCIONES. JURAMENTO DE VILQUENS ANTE LOS OBREROS DE KIEV. VILQUENS INVOCA UNA REPRESENTACIÓN QUE NO EJERCE Y ES DESENMASCARADO POR MERINO GARCÍA. PIDIENDO INFORMACIONES ÚTILES A LOS CONTRARREVOLUCIONARIOS FRANCESES
Más tarde hablaré de algunas cuestiones mencionadas en esta carta y poco aclaradas, pero ahora solicito vuestra atención para detallar la actividad provocadora del “ciudadano” delegado al II Congreso de la Internacional Comunista por los anarquistas españoles residentes en Francia: Galán, pseudónimo bajo el cual apareció en Rusia, o Vilquens, otro pseudónimo usado por él en
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los mítines públicos y en la prensa anarquista de Francia.10 Mi encuentro con él se produjo en las siguientes condiciones: la habitación en la que vivía este pseudodelegado “ciudadano” Vilquens (Galán) me fue cedida y él, junto con otros compañeros, fue trasladado a otra habitación. Al comienzo gozó de derechos iguales al de todos los delegados y nadie abrigaba la menor sospecha de que se tratara de un provocador; por esta razón todos le trataron con un compañerismo extraordinario. De mi parte hasta tal punto estaba penetrado del entusiasmo al encontrarme con amigos viejos y nuevos, compañeros de partido, verdaderos luchadores y líderes de la revolución proletaria mundial, que no dejaba lugar al pensamiento que en la misma casa que habitaba pudiera encontrarme con un agente provocador del espionaje contrarrevolucionario francés. El primero que me presentó a Galán (Vilquens) fue el compañero Mashevich; él, al igual que los otros compañeros, lo trataba con plena confianza. Cuando entré acompañado por el camarada Mashevich en la habitación designada, me encontré con este “ciudadano”. Fuimos presentados y entablamos conversación. Me interrogó quién era yo, de dónde y con qué fin venía y me contó, a su turno, quién es él, a quién representaba y a lo que viene. Es un “hombre” hasta cierto punto, intelectualmente desarrollado. Me demostró que en todo sentido él, Galán (Vilquens) es un anarquista, partidario del poder de los Soviets y de la dictadura proletaria; reconoce que el Partido Comunista (bolchevique) lucha por la abolición de todo poder y contra la explotación del hombre por el hombre. Me contó que era delegado de cuarenta mil obreros españoles contratados por el gobierno francés y organizados en la federación autónoma de tendencia anarquista. Durante esta entrevista conversamos largamente; en el transcurso de nuestra conversación entró a la pieza el compañero Beto, español también, pero habla perfectamente el ruso, lo cual al comienzo me asombró. En esta conversación me aclaró que él, Beto, hace diez años que vive en Rusia, la mayor parte de ellos en Odessa. Tomó parte en el cambio de Octubre y durante mucho tiempo fue miembro activo de la Comisión Extraordinaria de la ciudad de Odessa; está casado con una rusa y por sus opiniones se siente anarquista. Entró después a la habitación el compañero Pestaña, delegado de la Confederación del Trabajo de España, quien en tono de broma me advirtió que debería tener cuidado de encontrarme con anarquistas; todos nos echamos a reír de la advertencia y nos separamos. Pasado cierto tiempo, encontrándome en el comedor, se me acercó el camarada Pestaña y me presentó al compañero delegado de la Unión Comunista Suiza de la Juventud, pidiéndome que lo ayudara en lo que necesitaba. Este camarada hablaba únicamente el alemán y el francés y como desgraciadamente no conozco ambos idiomas, pedí al compañero Pestaña que nos sirviera de intérprete, puesto que él habla francés, pero él no accedió, por falta de tiempo; preparaba su viaje de retorno a España; pero me recomendó en calidad de intérprete a Galán (Vilquens). Antes de comenzar a conversar con el compañero suizo con la ayuda de este intérprete, pedí consejo a otros camaradas míos, bien conocidos, acerca de si era digno de confianza y me contestaron afirmativamente con respecto al compañero suizo, y sobre Galán (Vilquens) me dijeron que no había motivos para desconfiar. Después de esta deliberación comencé a conversar con el camarada suizo, sirviendo de intérprete Galán (Vilquens). Al final de la conversación el camarada suizo pidiome algunas direcciones de la Argentina y del Uruguay, a fin de establecer contacto con los compañeros de las Juventudes Comunistas de Argentina y Uruguay. Escribí en castellano dos direcciones de
10 Se trata del anarquista asturiano Manuel Fernández Alvar (1897-1937), que vivió en París antes de marchar a Rusia en 1920, donde combatió en las filas del Ejército Rojo. En octubre de 1920, sospechado de mantener vínculos con los anarquistas, fue apresado por la Checa y expulsado a Francia. Desde las páginas de Le Libertaire de París denunció al régimen bolchevique. Murió combatiendo en la Guerra Civil española. Utilizó los seudónimos de Jack Wilkens, Vilkens y Galán. [N. del Ed.]
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Montevideo y dos de Buenos Aires. En mi presencia las entregó a Galán (Vilquens) para que las tradujera al francés; así lo hizo este y luego llevó las direcciones a su habitación y nos separamos. Pasados unos tres días el “ciudadano” Galán (Vilquens) fue de excursión a Ucrania, donde estuvo unas dos semanas. En cierta ocasión, andando yo por los corredores de la casa donde vivía se me acercó el camarada suizo y me pidió de nuevo las direcciones porque el ciudadano Galán (Vilquens) las había perdido. Francamente, no creía en esta declaración y llamé a Galán (Vilquens) para que me diera explicaciones; él me afirmó que había perdido las direcciones. ¡Pero cómo puede permitirse tal cosa a un hombre que pretende ser un revolucionario serio y honesto! Después de esta conversación empecé a tratarlo con desconfianza. Leyendo cierta vez el diario comunista de Kiev encontreme en la crónica local con la siguiente noticia: en esos días la ciudad de Kiev fue visitada por el delegado de los obreros franceses. El comunista Galán (Vilquens) pronunció varios discursos incendiarios, jurando ante los obreros de Kiev que a su vuelta a Francia propagaría entre el proletariado francés la necesidad de tomar el ejemplo del ruso, recibiendo muchos regalos y siendo acompañado con pompa a la estación. Después de varios días me encontré con otro suelto en el diario La Vida Económica; se decía en ese suelto que el Comisariado del Comercio fue visitado por el delegado de la Sección Construcciones de la Confederación del Trabajo de España, “compañero” Galán (Vilquens), quien suministró interesantes datos acerca de la situación española y también fundamentó su parecer de que España firmaría en breve un convenio comercial con la Rusia de los Soviets. Se encontraba en este momento conmigo el compañero Merino García11, secretario del Partido Comunista Español y actual miembro del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista. Le traduje este suelto y él, en seguida, mandó una carta a la redacción declarando que el “ciudadano” Galán (Vilquens) no es delegado de los obreros españoles, ni tampoco miembro de la Confederación del Trabajo de España, ni de la Confederación del Trabajo de España, ni de la sección de obreros de las construcciones; en esta carta a la redacción él comunicaba el número de teléfono de mi habitación para el caso de que se practicaran algunas averiguaciones. Pasados algunos días nos llamaron por teléfono desde el Comisariado de Guerra, haciéndonos saber que se había presentado allá el delegado “comunista” español Galán (Vilquens) pidiendo explicaciones sobre la situación militar en varios frentes. Quedamos asombrados y contestamos que no se le diera ninguna explicación. Después de este acontecimiento comenzamos a vigilarlo paso a paso. Poco tiempo después se nos llamó desde el Comisariado de Asuntos Extranjeros por la misma razón; y otra vez contestamos que no se le facilitara ninguna explicación. EDIFICANTES “HABILIDADES” DE VILQUENS. PRUEBAS DE QUE SE TRATA DE UN AGENTE CONTRARREVOLUCIONARIO. SU PRISIÓN Y LIBERTAD. LAS CÁRCELES DE MOSCÚ. AL ABANDONAR A RUSIA VILQUENS DECLARA SER UN COMUNISTA CONVENCIDO. LA ENTRADA A RUSIA DE LOS OBREROS REVOLUCIONARIOS. LOS ANARQUISTAS EN RUSIA GOZAN DE COMPLETA LIBERTAD
Pasados unos días el “ciudadano” Galán (Vilquens) robó en nuestra presencia algunos tenedores y cuchillos del comedor donde comimos juntos, y los vendió a precios especulativos en el mercado de Sujarev.
11 Ramón Merino García, uno de los fundadores del PC español. [N. del Ed.]
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Lo seguimos vigilando. Habitaba él por entonces una pieza junto con un compañero que dirigía la repartición de la ropa y de otros artículos entre los empleados de la casa. Cierta vez este compañero repartiendo la ropa descubrió un robo de varios tiradores, medias y camisas, pero como el ladrón no fue tomado “infraganti” postergó el asunto para otra ocasión. Galán (Vilquens) se trasladó a otra habitación porque la que ocupaba la necesitaba otro camarada de vuelta de un viaje oficial. Un día de fuerte de lluvia Galán (Vilquens) tuvo que salir y careciendo de impermeable pidió prestado el suyo a Merino Gracia. El mismo día el compañero Merino Gracia, necesitando su impermeable y no pudiendo encontrar a Galán (Vilquens) entró con un compañero en la pieza de este y lo tomó y salió. Pasados unos minutos entró a mi habitación y mostrome un libro de apuntes encontrado en el bolsillo de su impermeable y una carta en ruso dirigida desde Petrogrado a nombre de Vilquens. La carta decía lo siguiente: “Querido Vilquens: Fui a ver a tu abuelo; él se siente mal, no puede salir de casa; los hijos están bien, la hermana y el hermano trabajan sin dar descanso a sus brazos; estamos tristes sin ti y esperamos verte pronto entre nosotros”. El libro de apuntes estaba lleno de escritura copiada ininteligible. Media hora después entró muy agitado en mi pieza Galán (Vilquens) (este segundo apellido no era conocido por nadie en Moscú) y preguntó enseguida al compañero Merino Gracia por el librito y por la carta; Merino Gracia se los devolvió y retirose a su habitación. Tras de este suceso invitamos a varios compañeros de confianza a deliberar sobre las andanzas de este “anarquista” sospechoso. El hecho era evidente: él jamás tuvo en Petrogrado ni abuelos, ni hijos, de modo que decidimos comunicar lo sucedido a la “MTK” (Comisión Extraordinaria de Moscú) que tiene por misión contrarrestar la contrarrevolución, la especulación y los delitos administrativos. A las dos de la madrugada allanaron su habitación. Encontraron en la revisión lo siguiente: las direcciones que yo le facilitara de la Argentina y el Uruguay, correspondencias de París de conocidos contrarrevolucionarios, algunas direcciones de Moscú y Petrogrado y cartas de recomendación a ex grandes capitalistas; el plano de la ciudad de Odessa estaba cosido dentro del saco. En el cuello se encontró una escritura copiada y en el baúl varios pares de tiradores y varios artículos que, según parecía, quería llevar a París, tal vez para regalarlos a los patrones que le enviaron a Moscú como espía contrarrevolucionario. Este siervo de Dios fue detenido hasta la aclaración del asunto. Resultó después que él había llegado a la Rusia de los Soviets con otro socio que hablaba ruso y francés y que, mediante las recomendaciones que traía Vilquens de la Federación Anarquista de España y de otras organizaciones de Francia, pudo ser empleado como telegrafista del Estado Mayor en el frente sur. Este telegrafista fue expulsado de su colocación, pero quedó en libertad, por falta de datos comprometedores. Galán (Vilquens) pasó cerca de tres meses en la cárcel y fue liberado a pedido de los reformistas españoles llegados entonces a Moscú. En aquellos momentos yo me encontraba en el frente de Wragel con un grupo de delegados extranjeros. De retorno me encontré de nuevo con Galán (Vilquens). Estaba desconocido: engordó increíblemente y se dejó crecer la barba, muy bonita por cierto. Le pregunté cómo mejoró tanto y me contestó que en toda la temporada que pasó en la Rusia de los Soviets nunca comió tan bien como en la cárcel de Moscú, en la que se da una alimentación muy buena y abundante. Dos semanas después de mi vuelta consiguió paso y salió para el extranjero. Antes de su salida vino a despedirse de mí y sin ninguna alusión de mi parte trató de convencerme que ahora él se sentía un comunista convencido, que en la cárcel de los Soviets no sólo se da bien de comer sino un trato muy bueno, que su detención fue un malenten-
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dido, por lo cual no se muestra ofendido, que a su retorno a Francia luchará honestamente y refutará cualquier calumnia que propague la prensa burguesa. Después de algún tiempo, recibí comunicaciones desde París en las que se me hace saber que Galán (Vilquens) hace una propaganda activa contra la Rusia de los Soviets y la dictadura proletaria, y esto después de vivir más de seis meses por cuenta de los obreros y campesinos rusos que a veces entregan su pan a los huéspedes que llegan del extranjero. De todo lo dicho deduciréis el verdadero valor del tal Vilquens. El gobierno de los Soviets ha declarado públicamente en repetidas ocasiones que tienen libre entrada en Rusia todos los obreros que deseen conocer su estado actual, sean ellos socialistas, sindicalistas o anarquistas. Y no sólo se facilita la entrada libre sino todos los medios al alcance del gobierno sovietista para hacer más llevadera la estadía de las delegaciones extranjeras en Rusia. Durante los cuatro años de revolución miles y miles de obreros han visitado nuestro país y se han ido completamente satisfechos y asombrados de la obra que hemos realizado. Todos los anarquistas honestos gozan en Rusia de completa libertad, pues los que están detenidos en la cárcel ya no son anarquistas sino contrarrevolucionarios; no hay que asombrarse de ello, pues allá, en vuestras propias filas obreras, habéis tenido traidores como Mansilla, y a todos los que manifiestan reformistas del sindicalismo ellos, con su crítica malpensada y con sus protestas contra el gobierno de los Soviets, que no constituye otra cosa que la expresión de la voluntad de todos los trabajadores de la Rusia revolucionaria, donde la burguesía y la propiedad privada están abolidas en absoluto, apartan evidentemente a los obreros de la Argentina y de las otras repúblicas sudamericanas, del verdadero camino revolucionario, al cual lo llama el proletariado revolucionario de Rusia. Recordad que la historia no perdona sus errores a quien los comete y vuestros hijos, leyendo la historia de la revolución proletaria, os maldecirán, si sois contrarrevolucionarios como nosotros maldecimos a los que crearon y defendieron la desigualdad entre los hombres. OBSERVACIONES A LOS ANARQUISTAS DE LA ARGENTINA. SOBRE SU PAPEL CONTRARREVOLUCIONARIO. PAPEL DE LOS ANARQUISTAS EN LA REVOLUCIÓN RUSA. PALABRAS DE SU DELEGADO EN EL CONGRESO PANRUSO DEL PARTIDO COMUNISTA. SE PLIEGAN A LA III INTERNACIONAL. SUS ATENTADOS DURANTE LA ÉPOCA MÁS CRÍTICA DE LA REVOLUCIÓN. CONTRASTE CON EL HEROICO PAPEL DE LOS BOLCHEVIQUES
Actualmente cuando la lucha entre el moribundo régimen capitalista y el comunismo es a vida o muerte; cuando la fortaleza capitalista empieza a caer en ruinas al empuje creciente del proletariado revolucionario, vosotros, anarquistas, en lugar de obrar de acuerdo, mano a mano con el proletariado revolucionario de Rusia, obráis y marcháis —tal vez contra vuestra voluntad— mano a mano con la burguesía contrarrevolucionaria; sembráis contradicciones y divergencias en las filas de las organizaciones obreras en el momento en que la unificación es más necesaria. Protestáis contra la dictadura del proletariado ruso, aplicada contra los explotadores y los enemigos de la clase obrera y anuláis el mandato de vuestro delegado —según noticias que me llegan hasta un puerto de Bélgica— ante los sindicatos revolucionarios rojos, que han adoptado un programa verdaderamente revolucionario y no el que vosotros pretendéis dictar; le anuláis porque vuestro delegado obra como un revolucionario consciente.
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En fin, vosotros, al enviar a vuestro delegado le recomendasteis la resolución de vuestro congreso, la cual reconoce plenamente la necesidad de luchar contra las tendencias reformistas y contra la Internacional Amarilla de Ámsterdam12 que en el momento actual constituye el principal apoyo de la reacción internacional. Precisamente la Internacional de los Sindicatos Rojos fue organizada con el fin de luchar no solamente sobre el papel, sino en la práctica en forma revolucionaria. A su lado se han colocado las mejores fuerzas del proletariado internacional. Más ¿qué posición adoptasteis después de vuestra famosa declaración? Una actitud confusa: ¿Con quién marcháis? ¿Con la Internacional de los Sindicatos Rojos de Moscú y contra la Internacional reaccionaria reformista de los sindicatos amarillos de Ámsterdam? ¿O con la última y contra nosotros? Tarde o temprano, tendréis que responder a estas preguntas. De lo contrario, la clase obrera que compone vuestra federación dará, de su parte, su respuesta a esta interrogación; tenemos la certidumbre que los obreros marcharán juntos con nosotros hacia la completa victoria de la revolución mundial. A fin de ilustrar mejor acerca del papel jugado por los anarquistas en la Revolución Rusa relataré los siguientes hechos. En la Conferencia Panrusa del Partido Comunista (bolchevique) se presentó un delegado de la federación de los anarquistas rusos y pidió la palabra para hacer cierta declaración. Se le concedió la palabra y habló: “En septiembre —dijo— se cumplió un año del atentado cometido por los anarquistas en el edificio del Comité del Partido Comunista en Moscú; víctimas de la explosión cayeron doce muertos y cincuenta y cinco heridos, obreros en su mayoría. En nombre de la federación anarquista, en cuyo nombre fue organizado este acto terrorista, el delegado presentó sus pésames a la conferencia, y los anarquistas —agregó— lamentaban sinceramente el error en que habían incurrido. Después de tres años de revolución, los anarquistas han llegado al convencimiento —confirmó— de que el poder de los Soviets y la dictadura del proletariado son factores inevitables en el desarrollo de la revolución proletaria mundial. Reconocen como errores del pasado sus actitudes contrarias al gobierno de los Soviets y particularmente al Partido Comunista y desde ahora ellos se declaran comunistas universalistas y desean entrar en la III Internacional, reconociéndola como la única directora de la revolución proletaria mundial. Desde hoy —terminó— cooperaremos juntos con la Internacional Comunista en la lucha por la realización del Comunismo”. Más vale tarde que nunca, como dice el adagio popular. La historia no los condenará por sus errores reconocidos. No es con el objeto de criticar los desmanes de los anarquistas que presento este ejemplo, sino para restablecer la verdad, y principalmente, para tratar de detener la propaganda nueva contra el desarrollo de la revolución proletaria mundial. El atentado terrorista de los anarquistas rusos fue llevado a cabo en el momento más difícil para el gobierno del Soviet. Poco antes de la explosión discutiose el complot de las Guardias Blancas en Moscú y Kajan; después sobrevino el pronunciamiento de los checoeslovacos bajo la dirección de los socialistas revolucionarios de la derecha, quienes establecieron su gobierno en Samara y expandieron su poder al este hasta Siberia y además aguas arriba del Volga. En Murmania empezaba la ofensiva de los aliados; en Arcángel se constituyó
12 Se trata de la Federación Sindical Internacional, fundada en 1901 en Ámsterdam como contrapartida sindical de la Internacional Socialista. Desde la Internacional Sindical Roja de Moscú la llamaban peyorativamente “Internacional de Ámsterdam”. [N. del Ed.]
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el gobierno de Chaikovsky, que obraba de conformidad con los aliados contra el gobierno de los Soviets. Al mismo tiempo, empezaron los pronunciamientos de Guardias Blancas en Murom, Robinsk, Elatma y Yaroslavl. Siberia fue separada de la Rusia de los Soviets: el Cáucaso y todo el sur ocupado por el ejército de Denikin y de los aliados; por todas partes los enemigos se acercaban a Moscú para derrocar al gobierno de los obreros y campesinos. En este momento histórico tan difícil solamente el Partido Comunista quedó en un puesto revolucionario; todos los demás se pasaron al lado de los contrarrevolucionarios. Y en ese instante crítico los anarquistas rusos tiraron una bomba en el Comité Ejecutivo del Partido Comunista en Moscú, resultando once muertos y cincuenta y cinco heridos. Después de esta explosión aparecieron manifiestos editados por estos anarquistas amenazando con seguir en gran escala con sus atentados. Es característico lo siguiente: todos los anarquistas detenidos en esta ocasión llegaron a Moscú desde Karkov y otras ciudades de Ucrania, ocupadas por la Guardia Blanca de Denikin y de la Entente. Aún en las horas en que eran fusilados en masa en las ciudades ocupadas por la Guardia Blanca, los comunistas bolcheviques no abandonaban su puesto revolucionario, llevando a cabo una propaganda secreta entre las Guardias Blancas, a objeto de desorganizarlas, y entre los habitantes contra los mercenarios de la Entente —Denikin y los demás filibusteros— para derrocarlos y restablecer el régimen sovietista. Aún más: los comunistas bolcheviques organizaron batallones volantes detrás de las líneas enemigas y de tiempo en tiempo se ocasionaban serios perjuicios, preparaban las conspiraciones en las ciudades ocupadas por las Guardias Blancas, de manera que en el momento de la ofensiva del Ejército Rojo y antes de llegar este, las ciudades se encontraban en poder de los Soviets, con lo cual el pánico provocaba entre la burguesía y la Guardia Blanca una fuga precipitada. Este papel era muy digno, por cierto, de los revolucionarios conscientes, al contrario del desempeñado por los anarquistas que fugaban de las ciudades ocupadas por las Guardias Blancas mientras en la libre Moscú traidoramente tiraban por la espalda contra sus hermanos obreros. A QUIÉNES SE DEBE LA PÉRDIDA DE LA FLOTA DEL MAR NEGRO. CÓMO MUCHOS BUQUES HAN PASADO A MANOS CONTRARREVOLUCIONARIAS. LOS ANARQUISTAS DE MAJNÓ SON UN PUÑADO DE PARÁSITOS. EL EJÉRCITO ROJO. SU NECESIDAD. LA FUERZA, BASE DEL ESTADO. UNA COMPROBACIÓN DE LOS OBREROS RUSOS
¿Por culpa de quiénes la Rusia sovietista ha perdido casi toda su flota en el Mar Negro? En el momento de la retirada de la Guardia Blanca los obreros portuarios, obrando bajo la influencia de la propaganda anarquista, por una parte, y, por otra, bajo la influencia de los mencheviques y socialistas revolucionarios, no permitiendo la nacionalización de aquella flota, que no se regiría por el Supremo Consejo de la Economía Popular, ocuparon por su cuenta y riesgo los buques, sin disponer de ningún plan ni de ninguna organización planeada; y luego, temiendo que el gobierno del Soviet los confiscase y declarara bienes comunes, los llevaron al extranjero. De esta manera, la riqueza nacional fue robada no únicamente por los enemigos abiertos de la clase obrera, como la burguesía, sino por los mismos obreros que cayeron bajo la influencia de los falsos caudillos. Aparte de Alejandría, Constantinopla y el Pireo, tuve
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ocasión más tarde de estar en los puertos de Amberes, Marsella y Ámsterdam, y en todo he visto a muchos buques rusos. Con el dolor en el alma contemplé este cuadro: decenas, centenares de buques, grandes y chicos (más de cuatrocientos en Constantinopla) flameando en todos las “antiguas” banderas tricolores del zarismo. Algunos de estos buques volvieron a sus dueños antiguos, abrieron sus oficinas en el extranjero; otros están ocupados por capitalistas griegos, ingleses, y principalmente, franceses. En casi todos los buques se conserva la tripulación rusa; y en tiempos de contrarrevolución estos buques han servido a los intereses de la Guardia Blanca en contra de la Rusia sovietista. Puede preguntarse: ¿cómo han pasado estos buques de las manos de los obreros a manos de los bandidos contrarrevolucionarios? Sencillamente: cuando los buques fugaban a puertos extranjeros, sus antiguos propietarios, entre ellos muchos capitalistas extranjeros, presentaban inmediatamente sus reclamaciones y con ayuda de las autoridades portuarias tomaban los buques en su poder; la tripulación que se resistiera a entregar el buque bajaba de a bordo quedándose con nada. Y como los marineros rusos no eran aceptados en la tripulación de los buques extranjeros, de modo que para no morirse de hambre continuaban sirviendo en los buques rusos a los enemigos de sus hermanos obreros de la Rusia sovietista. La cantidad de bandas contrarrevolucionarias y de armas transportadas por estos buques para Denikin, Wrangel y otros bandoleros para matar el régimen de los obreros y campesinos, sólo lo saben, a ciencia cierta, los gobiernos de la Entente. Por invitación de los marineros, conocidos casuales míos, tuve ocasión de visitar a muchos de estos buques. Como dije, en los buques flameaban las antiguas banderas tricolores: pero en los camarotes de la tripulación he visto, bien escondidas, banderas rojas. El 1º de mayo del año en curso, los socialreformistas belgas organizaron en Amberes una gran demostración, en la cual se negaron a participar los comunistas, para no confundirse con los traidores de la clase trabajadora. Las tripulaciones de los barcos rusos formaron una columna que marchó bajo los pliegues de la bandera negri-roja, con la inscripción: ¡Viva la Rusia de los Soviets! ¡Pobres ignorantes! ¿Acaso no hubiera sido mejor dejar en la Rusia sovietista estos buques, que les son tan necesarios, y con los cuales ellos mismos saldrían de su estado de esclavitud, en lugar de realizar estas tristes manifestaciones de simpatía? Antes de hablar acerca de los anarquistas de Majnó, organizados en bandas de guerrilleros, y sobre el papel que han desempeñado en la Revolución Rusa, he de detenerme en la descripción del Ejército Rojo y en su importancia en la Revolución Rusa y mundial, cuestión que considero de mayor importancia que la revestida por un puñado de parásitos que se dicen “anarquistas de Majnó”.13 Llamándolo “puñado de parásitos” no lo hago apasionadamente ni tampoco en broma, sino en virtud de la convicción profunda que tengo, basada en las observaciones personales hechas en los encuentros que tuve con las bandas de Majnó en mi viaje al frente sur. Estoy lejos, lo repito, de ser apasionado, y si hablo del asunto es únicamente para ilustrar a los compañeros trabajadores de la Argentina y de la América del Sur
13 Néstor Majnó (1889-1934) fue el líder de la guerrilla anarquista que, complementándose con el Ejército Rojo, contribuyó decisivamente a la derrota de los ejércitos blancos en Ucrania durante la guerra civil rusa. A partir de 1920 entró en conflicto con el monopolio de la violencia que reclamaba el poder soviético. La Makhnovschtchina (el ejército insurreccional de Majnó) combatió desde entonces con el Ejército Rojo, debiendo dejar el territorio soviético en agosto de 1921. Majnó denunció desde el exilio el poder autoritario bolchevique y este desató una leyenda negra sobre la guerrilla ucraniana y su líder anarquista. [N. del Ed.]
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en general, sobre el verdadero papel jugado por los guerrilleros de Majnó en la revolución. Los datos que haré públicos se comprueban con los documentos que se conservan en los archivos (en Rusia ya han sido publicados) del Comisariado de Guerra y de la Comisión Extraordinaria Panrusa. Ahora, pasemos a hablar del Ejército Rojo. A medida que el régimen soviético penetraba en todos los rincones de Rusia y que el gobierno de los obreros y campesinos arraigaba en la voluntad de los trabajadores, para todos, y especialmente para la parte más consciente y avanzada del proletariado, era evidente que comenzaba una nueva era en la historia de la humanidad. Era evidente que la clase obrera de Rusia, por primera vez constituida en poder, debía utilizar a este en adelante en favor de la liberación definitiva de la sociedad humana del yugo del capitalismo, para abolir después el mismo poder, expresión de la supremacía de una clase sobre otra, y constituir una nueva sociedad pacífica, libre, laboriosa y comunista. ¿Cómo era posible esta labor si la Rusia de los Soviets estaba rodeada de enemigos armados hasta los dientes, disponiendo de los últimos inventos de la técnica militar, enemigos que amenazaban, a cada momento, con invadir la Rusia de los Soviets y volver a implantar a mano armada el poder de la burguesía y suprimir los odiados Soviets de obreros y campesinos —los Soviets que tuvieron la audacia no sólo de gobernar, sino de reconstruir toda la existencia sobre principios absolutamente nuevos? Hasta ahora no hubo ni hay en el mundo un Estado que se sostenga por un medio que no sea la fuerza. Que se retiren las fuerzas armadas de la burguesía, apoyo de esta para esclavizar al proletariado y se verá cuán mísera e indefensa quedaría esa burguesía y cómo el poder escaparía de sus manos y pasaría a manos de quienes la han desarmado. Los obreros rusos lo han comprobado experimentalmente. EL EJÉRCITO ROJO. EL EJÉRCITO ANTIGUO. LOS GUERRILLEROS ROJOS. NECESIDAD DE EJÉRCITO ROJO. POLÉMICAS A QUE DIO LUGAR. SU DISCIPLINA. QUIÉNES LO FORMAN. CÓMO SE RECLUTA. INTERVENCIÓN DE LOS SINDICATOS. ENTUSIASMO QUE PROVOCA. LOS MILITARES DEL VIEJO RÉGIMEN. CÓMO SE FORMA LA OFICIALIDAD DE OBREROS Y CAMPESINOS. ASISTIENDO A UNA PARADA MILITAR. ACTIVIDAD ANTIMILITARISTA. PAPEL DEL EJÉRCITO ROJO
El ejército antiguo, apoyo del gobierno de los Romanov primero y del de Kerensky después, aunque se pasó en masa del lado del proletariado revolucionario, estaba completamente desorganizado por aquel entonces y carecía de todo valor militar. La desorganización comenzó en tiempos del antiguo gobierno, continuó en la época de Kerensky y quedó rematado por el mismo Kerensky con su orden de ofensiva contra Austria en la cual el ejército ruso sufrió una terrible derrota. En los primeros tiempos de la Revolución de Octubre, y con el objeto de contrarrestar las bandas reaccionarias de Kornilov, Kaledin, Krasnov y Dutov, los obreros organizaron en fábricas y talleres unas banda de guerrilleros que denominaron “Guardias Rojas” (de la misma manera formó Majnó a sus guerrilleros). El comando de la guerrilla quedaba confiado al compañero que se mostraba no sólo valiente, sino también con ciertas dotes estratégicas. Estos guerrilleros realizaron, a veces, verdaderos milagros, inimaginables, si bien es preciso convenir que las bandas contrarrevolucionarias estaban desmoralizadas de tal manera que no representaban ninguna fuerza seria y fueron fácilmente derrotadas.
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Mas cuando Rusia fue amenazada por la invasión de ejércitos extranjeros bien organizados, sobre las bases de una técnica militar avanzada, excelentemente disciplinados y bajo el mando de jefes de una escuela militar, se vio claramente que los guerrilleros de la Rusia de los Soviets no podrían contrarrestar la invasión, como no podrían defender sus conquistas revolucionarias. Esto lo comprobó el tratado de Brest-Litovsk. Cuando la primera delegación sovietista, formada por los compañeros Trotsky e Iofe, renunció a firmar las condiciones impuestas por Alemania, los ejércitos imperiales comenzaron la ofensiva y no hubo en Rusia fuerza capaz de contenerla.14 A consecuencia de este hecho, el gobierno de los Soviets se vio forzado a firmar incondicionalmente el abusivo tratado dictado por los alemanes. De manera que la formación del Ejército Rojo fue impostergable y de suma necesidad. En esta ocasión, el Partido Comunista afirmó, una vez más, la previsión y constancia que le fueran habituales desde el momento de su formación. Entonces fue el partido quien facilitó al gobierno de los Soviets la idea de la organización del Ejército Rojo. El partido hubo de sostener una polémica larga con los mencheviques socialistas revolucionarios y anarquistas, quienes trataron de dificultar por todos los medios la formación del Ejército Rojo. Vemos ahora cuán valiosos fueron los servicios prestados a la revolución por el Ejército Rojo, probando su potencia frente a los ejércitos invasores de la Entente. Veamos ahora en qué forma pudo el gobierno del Soviet organizar un Ejército Rojo de varios millones de hombres, ligados entre sí por una disciplina revolucionaria incomparable, sin parangón posible con ningún ejército burgués, ejército que está completamente al servicio de la revolución proletaria. El Ejército Rojo de los Soviets está constituido sobre la base de la clase obrera; en principio el servicio militar es obligatorio para todos los obreros y campesinos que no explotan a asalariados, desde los 18 a los 40 años. Están libres del servicio los que no son completamente sanos. La instrucción militar se imparte anualmente y dura dos meses, con doce horas semanales de actividad. La movilización se hace en las aldeas, partidos y provincias por los Soviets de diputados obreros y campesinos locales, y se instruye a los movilizados de acuerdo al programa del Comisariado del Pueblo para los asuntos militares. En caso de guerra, la cantidad de conscriptos necesarios es fijada por el Comisariado de Guerra, en proporción a la cantidad existente en cada provincia. Tuve ocasión de observar la movilización en tiempo de la guerra con Polonia y con Wrangel. El Soviet local, por intermedio de los sindicatos, llama a los conscriptos (actualmente, toda la población está organizada en los sindicatos de las diferentes ramas de trabajo). El sindicato, a su turno, avisa públicamente que tal o cual cantidad de conscriptos, asociados al sindicato, deben presentarse a inscribirse. La presentación es voluntaria y sólo se transforma en obligatoria en el caso que los voluntarios que se han presentado no lleguen a la cantidad necesaria; entonces por la suerte se determina a quiénes corresponde presentarse. Mas esto ocurre muy rara vez, o mejor dicho, casi nunca. Ordinariamente se presentaban a inscribirse muchos más de los necesarios y todos insistían en que se les admitiera en las filas del Ejército Rojo y en este caso, había que echarlo
14 Antes de que concluyera la Primera Guerra Mundial, el poder soviético —que había levantado insistentemente la consigna del fin de la guerra— firmó un tratado de paz por separado con Alemania. El acuerdo se cerró el 3 de marzo de 1918 en la ciudad bielorrusa de Brest-Litovsk (entonces bajo soberanía rusa, actual Brest) entre el Imperio Alemán, Bulgaria, el Imperio austrohúngaro, el Imperio otomano y la Rusia soviética. La delegación soviética estuvo encabezada por Lev Trotsky y Adolph Iofe. [N. del Ed.]
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a la suerte, pero al revés, para resolver quién tenía derecho a alistarse. Los soldados del Ejército Rojo gozan de derechos civiles, igual que el resto de los ciudadanos. Para crear el Ejército Rojo fue necesario ocupar a los antiguos jefes militares como instructores, lo que no era muy fácil porque los intelectuales y técnicos civiles y militares, con frecuencia han saboteado al gobierno del Soviet. Mas después de ser anegadas varias tentativas contrarrevolucionarias, se hizo evidente a todos que la clase obrera es tan fuerte con su gobierno soviético que no hay posibilidad alguna de que sea reemplazado por un gobierno burgués. Entonces empezaron a ponerse al servicio del gobierno del Soviet muchos convencidos de que la clase obrera se encuentra efectivamente apta y preparada suficientemente para regir los destinos del Estado. Los militares del viejo régimen empleados como instructores son sometidos a un contralor severo del Soviet para que no se aprovechen de su posición en el Ejército Rojo con fines contrarrevolucionarios. Al mismo tiempo, fueron abiertas las escuelas militares que aceptaban como alumnos únicamente a los obreros y campesinos recomendados por los sindicatos. En estas escuelas, los cursos duran seis o más meses y actualmente, gracias a su buena organización, cada mes egresan de sus aulas varios centenares de jefes rojos. He presenciado algunas de las paradas organizadas en honor de los egresantes, jefes rojos, en Moscú, en la Plaza Roja, frente a las tumbas de los compañeros muertos en la lucha revolucionaria. Asisten a estas paradas delegaciones de todos los sindicatos; se pronuncian los discursos de despedida a los nuevos jefes rojos obreros y campesinos; allí oí la palabra, siempre cálida, del compañero Trotsky. Es indescriptible el entusiasmo que impera en estos actos; los obreros jefes rojos juran, ante la bandera de la revolución, frente a la tumba de los luchadores caídos por la liberación de la clase obrera y ante las delegaciones de obreros y campesinos, morir antes de dejar restablecer el régimen capitalista burgués. En tiempos de movilización también se hacen las paradas. La cantidad de cursantes suman varios miles. Lo más importante es que en el Ejército Rojo, paralelamente a la instrucción militar, se lleva a cabo una activa propaganda antimilitarista. Se leen conferencias sobre la cuestión y se difunde la literatura antimilitarista, con profusión, entre los soldados del Ejército Rojo. Hoy el Ejército Rojo es la avanzada de la revolución proletaria mundial, el único ejército del mundo que lucha por la libertad de la clase obrera y por la abolición definitiva de las guerras fratricidas que desencadena la rapacidad imperialista para subyugar a los pueblos y aumentar sus capitales. El Ejército Rojo lucha para que las armas mortíferas sean transformadas en armas del progreso, máquinas y herramientas útiles al desarrollo de la sociedad humana y al bienestar de los pueblos. LA ACTIVIDAD DE LAS BANDAS DE MAJNÓ. SU FRATERNIDAD CON LOS CONTRARREVOLUCIONARIOS. LA CRUELDAD DE MAJNÓ. ROBOS Y ASESINATOS. EL HEROÍSMO INAUDITO DEL EJÉRCITO ROJO. LOS ANARQUISTAS HONESTOS REPUDIAN A MAJNÓ. MAJNÓ AYUDA LA ACCIÓN CONTRARREVOLUCIONARIA DE LA POLONIA BLANCA Y DE WRANGEL. CRÍTICA SITUACIÓN DEL CACIQUE “ANARQUISTA”
Cuando el Ejército Rojo estuvo ya formado, todas las bandas de guerrilleros, de las cuales he hablado, fueron desmovilizadas e incorporadas al ejército. Como entidades militares independientes, estas bandas eran inútiles y a menudo perjudiciales, pues eran frecuentes los abusos que en ellas se cometían. Algunos voluntarios ingresaban en una banda con el único
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fin de recibir las ropas reglamentarias y pasados unos días desertar para venderlas. Entraban después a formar parte de otra banda, donde no eran conocidos, y repetían el hecho. En otras palabras: estas bandas eran estaciones de paso para los aventureros, gente que nada de común tenía con la revolución, de modo que la disciplina era imposible en las bandas y, por eso, fueron desmovilizadas, como dije. Ahora bien: la única banda que desacató el decreto del gobierno del Soviet sobre desmovilización fue la de los “anarquistas de Majnó”, la cual no sólo no obedeció al decreto, sino que renunció a entrar a formar parte del Ejército Rojo para conservar completa libertad de acción. Dije antes que el abastecimiento del Ejército Rojo con provisiones y pertrechos se hace por intermedio de una repartición competente y, claro está, esta repartición negó todo lo necesario a la banda de los “anarquistas de Majnó”, fundándose en su desacato a la disciplina general y su negativa de reconocer el Estado Mayor de los jefes rojos. Desde este momento “los anarquistas de Majnó” no formaron más que una vulgar banda de forajidos. De tiempo en tiempo atacaban a las ciudades y aldeas donde se había establecido el régimen sovietista, robaban todo lo que caía bajo sus manos y fusilaban a los empleados de los Soviets y principalmente a los comunistas. Cuando las Guardias Blancas en retirada evacuaban alguna localidad debido a su ocupación por el Ejército Rojo, muchos conocidos contrarrevolucionarios fugaban y se juntaban a las bandas de Majnó, en las cuales encontraban albergue todos los aventureros y vagos. La libertad de conducta de la banda “anarquista” era amplia: matar, robar, ultrajar a las mujeres, hacer “pogroms” de judíos y después de cometer todas las fechorías que cada uno quería, aburridos ya, se iba nomás. Pero mientras su permanencia en las filas de los “anarquistas de Majnó” se prolongue no debía desacatar ni contradecir al “tata Majnó”, su cacique. Al menor desacato este ordenaba su fusilamiento. Todo lo que acabo de escribir lo sé por boca de los mismos “anarquistas” de Majnó, con quienes tuve ocasión de conversar en varias ocasiones. Los “anarquistas de Majnó” llegaron hasta asaltar a los trenes de abastecimiento del Ejército Rojo. Mataban a los empleados y guardas, se adueñaban de lo que podían e incendiaban el resto o lo vendían a los aldeanos ricachos, que siempre se mostraron favorables a los guerrilleros “anarquistas” y los ocultaban de las persecuciones del Ejército Rojo. A causa de este hecho, los soldados rojos sufrieron el calor y el frío, iban casi descalzos, sin ropas ni alimentos, esperando mucho tiempo hasta que se los preparaba y enviaba la nueva partida de provisiones. A pesar de todas las penurias, estos héroes magníficos del Ejército Rojo, en momentos de peligro para la Rusia de los Soviets, hicieron marchas de muchos días, envueltos los pies en trapos, semidesnudos y, a veces, hambrientos. Cantando “La Internacional” llegaban a la línea de combate; con “La Internacional” en los labios se echaban sobre el enemigo y luchaban como verdaderos tigres, sembrando el pánico entre los enemigos en fuga. Cuando los “anarquistas de Majnó” se entregaban a la matanza y al robo detrás de las líneas del Ejército Rojo, la prensa contrarrevolucionaria de Europa les cantaba loas a su desenfrenado bandidaje y buscaban ocasión de fraternizar con ellos. Es preciso tener en cuenta también que las bandas de Majnó han tenido por campo de actividad a Ucrania, donde abundaba el elemento riquísimo y contrario por supuesto a la implantación de los Soviets: en defensa de sus intereses egoístas cooperaban con las bandas de Majnó y las protegían. La depravación de los “anarquistas de Majnó” no tenía limites y los anarquistas de las ciudades que estaban en estrecho contacto con ellos, fueron, a menudo, obligados, después de algún bárbaro desmán de la banda, a renegar de ellos y a abjurar de su amistad.
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En septiembre del año pasado, cuando la guerra con la Polonia blanca, en el instante en que se acercaba el ejército contrarrevolucionario del general Wrangel al Ecaterineslav y estando ocupada ya la estación de Sonelnocovo, la banda de Majnó, que operaba detrás del Ejército Rojo, ocupó la región industrial de Jusovska. Los comunistas que no querían entregarse fueron fusilados y la banda fue el dueño arbitrario de la región hasta que sobrevino el cambio en el frente polaco. El Ejército Rojo casi sufrió un revés al entrar en Varsovia y el gobierno del Soviet, antes de ser aplastado por las fuerzas de Polonia, de Wrangel y de Majnó, prefirió entrar en negociaciones de paz con Polonia y los ejércitos fueron transportados del frente polaco al frente contra Wrangel y Majnó. Con esto, la situación de Majnó se tornó crítica: si los blancos ocupaban Ucrania, ellos perdían su campo de acción y serían desarmados, y penetrando la banda en la Rusia central les faltaría la ayuda de los ricos, que son pocos en esta zona. UNA POSICIÓN DE MAJNÓ. EN EL FRENTE DE CRIMEA. CÓMO COMPRENDE MAJNÓ LA LIBERTAD DE PROPAGANDA. CONTRASTE CON LO QUE SUCEDE EN LAS ASAMBLEAS COMUNISTAS. VISITANDO DIVERSOS SECTORES DEL EJÉRCITO ROJO. LO QUE DECÍAN LOS SOLDADOS ROJOS. SU HEROÍSMO. LA AYUDA OBRERA INTERNACIONAL
En vista de su desesperada situación, la banda de Majnó se valió de su “viveza” para hacer al Estado Mayor rojo la siguiente preposición: los “anarquistas de Majnó” volverían las armas contra Wrangel y aceptarían el comando superior del Estado Mayor del Ejército Rojo, si se los dejaba bajo el mando inmediato del “tata Majnó” y se les permitía la libre expresión de “sus ideas” con derecho a usar de las imprentas y del papel, en condiciones iguales a los demás, en las ciudades evacuadas por los blancos y ocupadas por el Ejército Rojo. El Estado Mayor aceptó la propuesta y la banda de Majnó se incorporó a la ofensiva contra Wrangel. La ofensiva duró dos meses hasta que fue ocupada Crimea y derrotado completamente el ejército de Wrangel. Al comenzar la ofensiva fui mandado con un grupo de delegados extranjeros al frente a hacer propaganda. Hicimos el viaje en tren hasta Alexandrovsk. El tren se detuvo en Tula, Cursk y Karkov. En las dos primeras, organizamos varios mítines; llegamos justamente en momentos en que los soldados rojos se dirigían al frente. En Tula asistimos a la fabricación de armas. En Alexandrovsk, donde llegamos tres días después de su ocupación por el Ejército Rojo, se trabaja febrilmente; todos andaban atareados, arreglando puentes y vías ferroviarias. Entre la burguesía local se efectuaba la colecta de ropas y calzados para el Ejército Rojo; a quienes los escondían se los confiscaba. Organizamos en esta ciudad un solo mitin, en el cual, después de nosotros, hablaban dos “anarquistas” de los de Majnó, dándonos la bienvenida o invitándonos a visitar las bandas de guerrilleros. El espíritu de sus habitantes era bueno. Todos se alegraban de haberse librado, al fin, de los guardias blancos. Partimos en un camión de Alexandrovsk. Éramos quince personas, con los chauffeurs, y llegamos a Melitopol al día siguiente de ser ocupada por los nuestros, donde después de los mítines nuestros aceptamos la invitación insistente de los partidarios de Majnó a fin de presenciar los mítines por ellos organizados. Acudimos, pero no nos dejaron hablar, recriminándonos por ser comunistas. En otro mitin a que asistimos nos ofrecieron a todos
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en conjunto diez minutos, mientras nosotros demandamos tres minutos para cada uno (éramos ocho) y se nos negó, razón por la cual nos retiramos. Es un ejemplo de cómo los “anarquistas de Majnó” comprendían la libertad de propaganda. En los mítines comunistas se otorga el derecho de hablar a quien quiera y cuanto quiere, y únicamente en las asambleas extraordinarias se limita el uso de la palabra, y esto no siempre; pero jamás por diferencias con las opiniones políticas. De Melitopol fuimos a visitar los destacamentos del Ejército Rojo alojados en las aldeas y granjas situadas entre ese punto y la estación Bikowo, donde aún continuaban los combates. Trabajamos allí bastante. Los mítines continuaban desde la mañana hasta la noche. Visitamos muchos sectores del Ejército Rojo, la división de caballería de Budenny con la brigada de caballería internacional. El entusiasmo general era indescriptible. Después de nosotros hablaban, en los mítines, los soldados rojos, pronunciando cálidos discursos en los que insistían acerca de la tibieza de los obreros de Europa y ambas Américas en la lucha contra la burguesía mundial. Es hora ya que los obreros de otros países vengan a ayudarnos, para que podamos descansar un rato. No pedimos mucho. Pedimos solamente que no contribuyan con sus gobiernos y sus burguesías a armar y abastecer con provisiones que son producto de su labor a nuestro enemigo común que nos hace la guerra. Como revolucionarios estamos templados en los combates sangrientos; no tememos al cansancio y a las privaciones y estamos prontos a ayudar a los obreros en los otros países cuando estalle la revolución; pero mientras no dispongan de suficientes fuerzas para emprender una lucha abierta, es menester que nos ayuden por todos los medios. Cuanto más fuerte seamos nosotros, obreros de la Rusia Sovietista, tanto más débil será la burguesía mundial, y los trabajadores de otros países no tendrán que hacer tantos sacrificios y sufrir tantas penurias para triunfar sobre ella. Participan de esta opinión unánimemente todos los soldados, obreros y campesinos revolucionarios de la Rusia de los Soviets. Cuando llegamos a Ricovo continuaban los combates al lado del puente de Sivach, del istmo de Genichesky detrás de la segunda línea de las fortificaciones de Perecop. Los nuestros combatían heroicamente. Los Blancos, ansiosos de conservar en su poder a la península de Crimea, peleaban desesperadamente. Toda la flota rusa del Mar Negro que se encontraba en Constantinopla fue armada por los gobiernos de la Entente y juntamente con la escuadra francesa fue mandada para ayudar a los guardias blancos de Wrangel para defender Crimea. Los nuestros fueron atacados con el fuego de la artillería desde tres lados: desde Crimea, desde el Mar Negro y desde el Mar Azov. La situación geográfica de Crimea la hace más inexpugnable de lo que fue la fortaleza de Verdun y sin embargo fue tomada por el Ejército Rojo. LA CAMPAÑA DE CRIMEA. EPISODIO DE LA GRAN REVOLUCIÓN PROLETARIA. EL PLAN DE LA ENTENTE. LA JUGADA A WRANGEL. ILUSIONES DEL JEFE CONTRARREVOLUUCIONARIO. A QUÉ SE DEBE EL ÉXITO DEL EJÉRCITO ROJO. ARDIENTE ENTUSIASMO PROLETARIO. UN ACTO DE HEROÍSMO SIN PRECEDENTES
Estoy muy lejos de participar de los acontecimientos chauvinistas bajo cuya influencia la gente se mata entre sí en las guerras imperialistas mientras otros cantan loas en homenaje a los destructores y asesinos. Contemplo la campaña de Crimea como un episodio de la Gran
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Revolución Proletaria, en la cual obtuvo el proletariado ruso un brillante triunfo sobre la burguesía mundial. Wrangel con su ejército fueron la última apuesta jugada por la Entente y los bolsistas parisienses contra la Rusia Sovietista. Los aliados durante largo tiempo han abastecido al ejército de Wrangel, por vía Constantinopla, con todo lo necesario, fortificando la península de Crimea. Así como ahora, los mismos aliados, aprovechando la incultura del pueblo griego, con la cooperación del ejército griego, esperan aislar el Asia Menor y, en consecuencia, a las colonias orientales de Francia e Inglaterra, de la influencia de la Rusia del Soviet, por entonces esperaban ocupar con el ejército de Wrangel todo el sur de Rusia, es decir, su parte industrial y agrícola, a Ucrania, y de allí proseguir su ofensiva contra la Rusia Sovietista para derrocar al odiado gobierno de los obreros y campesinos. Los trofeos obtenidos por el Ejército Rojo al tomar Crimea atestiguan la magnitud de la jugada “a Wrangel” hecha por los bandidos internacionales de la Entente. No tengo a mano datos estadísticos para concretar en cifras, pero el botín es enorme. Al recorrer la Crimea hemos visto los caminos sembrados de armas abandonadas por los guardias blancos. Las piezas de artillería de gran alcance llevaban inscripciones: “Regalo de la buena Inglaterra a la Rusia renaciente”, “Regalo de la buena Francia, de Estados Unidos, Italia, Japón, etc.”. Sin embargo, perdieron la jugada, como perdieron las anteriores de Koltchak, Yudentich, Denikin, etc. Hasta qué punto se creían seguros en la fortaleza natural de Crimea, lo evidencia la circunstancia de que horas antes de penetrar el Ejército Rojo los parciales de Wrangel deliberaban acerca de la imposibilidad de proseguir la ofensiva y la necesidad de pasar el invierno en Crimea. Sucedió algo muy diferente: en unas cuantas horas todas sus esperanzas quedaron totalmente desvanecidas y el Ejército Rojo los precipitó en una fuga llena de pánico. Los nuestros apresaron a la mejor parte de los guardias blancos y el resto, con Wrangel y su Estado Mayor, tuvo tiempo de embarcarse y huir a Constantinopla. Involuntariamente uno se pregunta: ¿cómo fue posible al Ejército Rojo arrollar las inexpugnables fortificaciones de Crimea? Pero para mí, que fui testigo ocular del triunfo del Ejército Rojo, la respuesta me es fácil. Primero, el Ejército Rojo está compenetrado de los intereses de la clase obrera y de la fe por la obra por la cual lucha; segundo, para cada componente del Ejército Rojo era evidente que, perdida la jugada “a Wrangel”, la Entente perdería por mucho tiempo el gusto por las aventuras guerreras, que suelen serle tan caras. Tercero, la convicción de que sin concluir con Wrangel sería inevitable una campaña de invierno sumamente penosa. Se esperaba que con la liquidación del asunto de Wrangel iba a cambiar la política de los aliados con respecto a la Rusia del Soviet. Se habían iniciado negociaciones de paz con Polonia; se tramitaban relaciones comerciales con Inglaterra, Alemania y los países bálticos; y por estas causas se esperaba para Rusia la posibilidad de que entrara en una fase de pacifica reconstrucción económica. En aquellos días toda la Rusia, como un solo hombre, levantose para concluir con este mercenario de la Entente. Todos ansiaban ayudar al Ejército Rojo con lo que podían, dando ropa, calzados y sus exiguas raciones de pan. El entusiasmo popular era tal que parecían no existir trabas ni obstáculo alguno a la hirviente correntada de la voluntad consciente de las masas revolucionarias de obreros y campesinos, y su designio se ha cumplido. No quisiera ensombrecer los sentimientos del lector con la descripción de los cuadros de combate, por lo demás conocidos ya en parte; pero en memoria de los compañeros del Ejército Rojo caídos en esta campaña, tengo el deber de detenerme aunque más no sea que sobre un solo hecho heroico. Bajo el fuego cruzado de las fortificaciones de Crimea y de la flota enemiga, el Ejército Rojo reconstruía el Puente de Sivach. Durante cuatro noches trabajaban las compañías de
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ingenieros juntando y atando las vigas, bajo el fuego de los blancos y alumbrados por la luz de los reflectores. Durante el día el trabajo era imposible y construido de noche los obuses enemigos lo destruían. Sin este puente, ni la artillería ni la caballería podían pasar a la península. Durante la cuarta noche, entre los soldados rojos, que sentían toda la inutilidad de los sacrificios y esfuerzos, resonaron las voces llamando al asalto. Sin el apoyo de los cañones y de la caballería, armados sólo con fusiles y granadas de mano, por sobre los movedizos troncos arrojados al agua, arrastrándose unos tras otros, pasaran al territorio de Crimea, bajo una lluvia de balas los soldados rojos de la compañía 146 de la 30ª división de los tiradores siberianos. Exponiéndose a perecer seguramente, un puñado de hombres iba a sembrar la confusión en las filas enemigas y morir, permitiendo al Ejército Rojo, con esto, seguir adelantando. Y se cumplió lo propuesto: los valientes que llegaron al otro lado a los gritos de ¡Hurra! rompieron los alambrados de púa y se arrojaron a las trincheras. No conociendo la cantidad de los asaltantes que penetraron en la península, los enemigos, bajo la presión del ataque inesperado, quedaron confundidos, abandonando las trincheras en una fuga precipitada. Los cañones de la Guardia Blanca cambiaron de frente y comenzaron a hacer fuego en el sentido de sus propias fortificaciones y en el de la flota. Este tiempo fue aprovechado por el Ejército Rojo para la construcción del puente. Pasado algún tiempo la Guardia Blanca, al averiguar cuán pequeña era la cantidad de fuerza que penetró en Crimea, se reorganizó y arrojó sobre nuestros héroes su caballería, a fin de recuperar las líneas de defensa perdidas. Varias horas duró el combate cuerpo a cuerpo, definiéndose únicamente con la llegada de los refuerzos de la caballería roja, que pasando el puente, al fin restablecido, obligó a huir a los guardias blancos. Con el mismo arrojo heroico fueron tomados el istmo de Gonichesky y las fortificaciones del Perecop. LA ACTITUD DE LAS BANDAS DE MAJNÓ. EN CRIMEA. CONVERSANDO CON UN JOVEN COMUNISTA. HABLANDO CON MENCHEVIQUES Y SOCIALISTAS REVOLUCIONARIOS. SU CRITERIO RESPECTO DE LAS CONCESIONES. LA PROPAGANDA LIBRE EN RUSIA. QUIÉNES ELIGEN Y SON ELEGIDOS PARA FORMAR LOS SOVIETS. PARTICIPACIÓN DE LOS OBREROS EN LAS GRANDES CUESTIONES PÚBLICAS. LO QUE VI EN MOSCÚ
La actitud de los anarquistas de Majnó en la ocasión que comentamos fue muy característica. No sólo no se distinguieron por su heroísmo sino que hasta renunciaron a cumplir las órdenes del Estado Mayor rojo, quedándose detrás del Ejército Rojo. Asaltaban y robaban a los habitantes libertados por los nuestros de la Guardia Blanca, y llevaban a cabo una activa propaganda, verbal e impresa, contra el gobierno del Soviet. Una parte de los secuaces de Majnó, que partió en Crimea detrás de los nuestros, fue llamada a volver por el “tata Majnó”, ocupó el pueblo de Gulay Pole, estableció el poder de Majnó y fusiló a los miembros del comité revolucionario, a los comunistas y a otros. A consecuencia de este hecho, el Estado Mayor rojo decretó el desarme de los partidarios de Majnó, quienes se defendieron, y después de un combate, cierta parte de ellos refugiose en Ucrania. Hasta hoy la banda de Majnó dividida en pequeños grupos sigue asaltando a las poblaciones y a los trenes de abastecimiento. En Crimea nos detuvimos unos tres días. En un mitin se me acercó un joven uniformado, preguntándome si conocí en la Argentina al emigrante político Vladimirovitch Germán. Le respondí que lo conocía muy bien, y pregunté a mi turno al joven cómo lo conocía
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él: “Yo apenas lo recuerdo”, me contestó; “pero es mi padre”. Me invitó a visitar su casa para presentarme a su madre y a su hermana. Hablamos durante toda la noche; les conté la historia del hecho del proceso por el cual fue condenado a varios años de prisión. Conociendo su temperamento revolucionario no se asombraron, pero lamentaron no poder verlo después de tantos años de separación, aunque les queda la esperanza de tenerlo entre ellos, tarde o temprano. El hijo de Boris V. Germán, es miembro de la Asociación de la Juventud Comunista; se trata de un revolucionario consciente y de un buen propagandista. Fue conmigo a Moscú donde, pasados unos días, fue enviado por la Asociación de la Juventud Comunista a hacer propaganda a la región del Don. La esposa de B. V. Germán entró al Partido Comunista no hace mucho; vive en Simperopol y está empleada como tenedora de libros en una institución del Soviet. De sus dos hijas, una es estudiante en la Universidad de Karkov y la otra ha muerto. De camino a Moscú nos detuvimos en algunos puntos y me encontré con mencheviques (todavía son bastantes en el sur de Rusia) con quienes conversamos mucho acerca de la Revolución Rusa. Todos se pronuncian por los Soviets, pero están descontentos porque no se les permite hacer propaganda libre. “Pero si ustedes —les dije— están de parte del Soviet y de la dictadura proletaria y desean la revolución social y la supresión de la burguesía, son, entonces, comunistas y como los demás pueden propagar sus ideas por la prensa y verbalmente”. “Es la cuestión —me respondieron— que nosotros no somos comunistas, sino mencheviques”. Les pregunté cuáles son las ideas que quieren propagar. Entonces comenzaron con sus viejos cuentos sobre la asamblea constituyente, la libertad del comercio y de las empresas industriales rusas en lugar de las concesiones a los capitalistas extranjeros, es decir, del retroceso al antiguo régimen. Los mencheviques no se dan cuenta que el gobierno sovietista otorga concesiones a los capitalistas extranjeros en regiones donde no existe explotación alguna como, por ejemplo, la Kamchatka o las selvas de Murmania. Para explotar tales regiones es necesario, ante todo, organizar en ellas las industrias e importar del extranjero, junto con el personal técnico, las máquinas. El gobierno del Soviet ve, además de necesario, útil a la nación estas concesiones, mientras carezca de fuerzas propias para organizar esas industrias en las regiones apartadas del país. Los capitalistas extranjeros, creando estas empresas, tendrán que construir vías férreas nuevas y mejorar nuestros puertos, claro está que no para beneficiarnos, sino para facilitar la exportación de los productos obtenidos. Pero hay tantas riquezas naturales que muchas quedarán para Rusia al terminar los contratos; mientras que nosotros no podemos, por ahora, explotar esas riquezas. Con el mejoramiento de los ferrocarriles y de los puertos, se beneficia directamente la nación y para no ser víctimas de un engaño por los señores capitalistas, existe el poder sovietista y la dictadura proletaria. Otra cosa fuera invitar a los capitalistas rusos. Ellos, ante todo, reclamarían la devolución de las fábricas y talleres confiscados por el poder sovietista y antes de recuperarlos no irían a compromiso alguno. Opiniones idénticas a la de los mencheviques tienen los socialistas revolucionarios con quienes he conversado en Moscú y en otras partes. Los Soviets han otorgado en diferentes ocasiones, a estos defensores de la burguesía, el derecho de propaganda y todas las veces este derecho fue aprovechado por ellos con fines contrarrevolucionarios. Contrariamente a lo que sucede en los estados democráticos burgueses, el Estado de los Soviets, al quitar el poder a la burguesía, ha puesto todos los medios de propaganda —antes armas de la burguesía— en manos de los obreros y campesinos organizados en Soviets y en los sindicatos.
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Ni la burguesía, ni sus defensores, quienes quiera que estos sean, disfrutan del derecho a la propaganda. Obrando de este modo, el gobierno de los Soviets tiende a abolir definitivamente toda la influencia burguesa sobre las masas obreras y campesinas. En las mismas condiciones se encuentran las elecciones a los Soviets. Los mencheviques y socialistas revolucionarios suelen expresar, a menudo, su descontento por la anulación de las elecciones en los que salen elegidos elementos evidentemente no proletarios. La Constitución Sovietista responde en esto caso claramente: la entrada a los Soviets está cerrada no sólo a la gran burguesía sino a la pequeña, cuya colaboración en la revolución siempre ha sido causa de derrotas. Sólo las revolucionarios probados en la lucha, para quienes el régimen socialista y la lucha por su implantación forma parte de ellos mismos, que no pueden renunciar a esta lucha ni renunciar a sus ideales —únicamente la clase obrera, los campesinos que no explotan a los asalariados y fieles a los Soviets, por los cuales derraman su sangre, los componentes del ejército y de la marina roja, los empleados servidores del poder de los obreros y campesinos— a todos estos elementos la República Obrera del Trabajo otorga el derecho de elegir o de ser elegidos para el ejercicio de los órganos de su poder. Por más que se les explique a los mencheviques y a los socialistas revolucionarios estos preceptos de la dictadura proletaria, ellos no los pueden entender pero quien los entiende se hace comunista. En Moscú me llamó especialmente la atención lo siguiente: cualquiera sea la importancia de una cuestión, ella es discutida abiertamente. Para discutirlas se organizan asambleas especiales, que revisten un carácter esencialmente público. Quien quiera puede discutir, criticar o defender uno u otro punto de vista, el que desee. El gobierno del Soviet no da un paso sin el apoyo de la opinión de los obreros y campesinos. Una vez aclarada la cuestión en el seno de las masas trabajadoras se adopta la resolución que no perjudique a los intereses del movimiento libertador del proletariado. En esta forma fueron discutidas las cuestiones referentes a las concesiones, la de la paz y la guerra con la Polonia feudal, la referente al aumento de la producción y otras. EL BUROCRATISMO EN RUSIA. LA LUCHA CONTRA EL MISMO. LLAMADO A LOS CAMARADAS DE LA FEDERACIÓN OBRERA RUSA SUDAMERICANA Y DE LA FORA (COMUNISTA). HAY QUE ELIMINAR EL OPORTUNISMO Y RECTIFICAR NUEVAMENTE DE RUMBO ADHIRIENDO A LA III INTERNACIONAL Y A LOS SINDICATOS ROJOS
Al formular su crítica al desarrollo del burocratismo en Rusia, los enemigos del Soviet mienten y aprovechan el reproche con fines contrarrevolucionarios. Basan su crítica sobre los signos superficiales del fenómeno sin entrar en su análisis profundo. Con lo que he descripto, los compañeros pueden darse cuenta del cuadro de la situación actual de la Rusia del Soviet. Cierto es que existía el burocratismo, y sus vestigios se encuentran hasta hoy; pero desde el cambio de octubre se lleva a cabo en su contra una lucha activa. En el transcurso de la revolución muchos de los componentes del antiguo burocratismo hanse adherido al gobierno del Soviet para asegurar su carrera: hasta muchos se han filtrado en las filas del Partido Comunista. Este elemento, abusando de la confianza del Soviet, desarrollaba los procedimientos burocráticos, pero actualmente, terminada la guerra, empezó una limpieza general, y estoy seguro que dentro de poco ni la memoria del burocratismo se conservará.
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Al terminar mis correspondencias he de deciros algo, compañeros, acerca de la incómoda situación creada por la inconsecuencia de algunas de vuestras organizaciones. Me dirijo a la Federación Obrera Rusa Sudamericana y a la Federación Obrera Regional Argentina (Comunista), aunque con la última no he tenido contacto directo. Desde el momento de su formación y hasta el día de mi salida de la Argentina la FORSA fue partidaria decidida de la Revolución Rusa y del gobierno del Soviet y defendía y propagaba sus ideas. Lo fue igualmente la FORA (comunista), que desde que se definió como tal defendió con calor las ideas de la Revolución Rusa, del poder del Soviet y de la dictadura proletaria, reconociéndolos como fórmulas transitorias inevitables para pasar del capitalismo al comunismo. No pensaba yo que estas organizaciones pudieran caer bajo la influencia de los elementos oportunistas y menos todavía de los enemigos de las ideas de la Revolución Rusa. Por esta razón, en Moscú y en el viaje al frente en todas partes hablando de estas organizaciones, las declaré revolucionarias consecuentes, mientras que ahora las comunicaciones que me llegan desde Argentina demuestran lo contrario. ¿Cómo se explica esto compañeros? En la Revolución Rusa nada ha cambiado; no obstante todas las dificultades que soporta, el proletariado ruso sigue luchando contra la burguesía mundial, aún con mayor actividad que años atrás, pues entonces muchas fuerzas se gastaban en la lucha contra la burguesía nacional. ¿Pues qué ha pasado, compañeros? ¿Qué explicación tienen sus críticas y protestas? No cabe duda que han penetrado en vuestras filas los elementos contrarios a la clase obrera, o que algunos de los antiguos compañeros se han colocado sobre el camino resbaladizo del oportunismo y tratan de arrastrar tras de sí a la multitud, sin darse cuenta del peligro que acecha a ellos y a otros. Compañeros, antes de que sea tarde debéis corregir vuestros errores. La burguesía de todo el mundo está organizando sus fuerzas para arrojarse y ahogar a la Revolución Rusa y al gobierno de los Soviets, por ella odiados. Si dejáis que tal cosa suceda, la liberación del proletariado internacional se atrasará, puede ser que por muchos años. Precisamente ahora, sin postergaciones hasta mañana, los obreros de la Argentina y de la América del Sur en general han de definir la ruta que seguirán para acelerar su liberación del yugo del capitalismo. El único camino es aquel en el que se ha colocado el proletariado revolucionario de Rusia: el camino de la revolución mundial proletaria. Otro camino no existe, compañeros. Sería inútil torturarse la mente y perder el tiempo buscando otra ruta. Yo entiendo perfectamente que para muchos anarquistas, sindicalistas y social reformistas les es difícil renunciar a las viejas formas de organización dentro de las cuales se han criado y educado. Pero es inevitable, lo exige la necesidad del momento. Pueden esforzarse algunos en hacer dar vuelta hacia atrás la rueda de la historia; pero ella gira cada día con mayor rapidez hacia adelante, llevando consigo todo lo valiente, lo honrado y amante del progreso, y dejando atrás todo lo cobarde y lo mezquino, destinado a morir, poco a poco. Las formas antiguas de organización han terminado su existencia, compañeros; y si no queréis que se cubran con el moho del conservatismo, reorganizadlas sobre bases nuevas, en conformidad con la existencia real. En esta tarea, siempre os ayudará el proletariado revolucionario ruso. Recordad, compañeros, que la humanidad entró en el período de la revolución social, cuyo triunfo depende únicamente de la clase obrera y de nadie más; recordad que la misión histórica del proletariado consiste en ser la vanguardia de la revolución. Si el proletariado consciente permaneciera indiferente, la burguesía se aprovecharía de ello por intermedio de sus lacayos social traidores y de otros renegados, organizados en los
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sindicatos amarillos del congreso de Ámsterdam, y de nuevo subyugaría a la clase obrera por muchos años. Todos aquellos a quienes les son caros los grandes ideales de la liberación humana del yugo del capitalismo, todos los luchadores honrados del ideal comunista han de juntarse al proletariado revolucionario ruso y dirigidos por la III Internacional Comunista y la Internacional Revolucionaria de los Sindicatos Rojos, ir al asalto de la fortaleza capitalista. ¡Viva la solidaridad internacional de los trabajadores! ¡Vivan los Soviets internacionales de los trabajadores! ¡Viva la revolución social! [Transcripción íntegra del folleto “Impresiones de un viaje a la Rusia sovietista”, Buenos Aires, La Internacional, 1921, 42 pp.]
Rodolfo J. Ghioldi (1897 - 1985)
Rodolfo José Ghioldi fue maestro, periodista y uno de los máximos dirigentes del comunismo argentino. Nació en una familia socialista de inmigrantes italianos, en cuyo seno se dice que él y sus dos hermanos —Américo (socialista) y Orestes (comunista)— “aprendieron a leer en las páginas del diario socialista La Vanguardia”. Egresó de la Escuela Normal Mariano Acosta, ejerciendo como maestro hasta que fue cesanteado por su militancia comunista en la vida gremial del magisterio. Ejerció profesionalmente el periodismo en El Telégrafo y luego en el diario Crítica. Se aproximó al socialismo cuando tenía apenas 13 años. Con otros jóvenes que animan el ala izquierda partidaria, antimilitarista, internacionalista y revolucionaria, conformó la Juventud Socialista “Amílcare Cipriani”. Cuando en el contexto de la Gran Guerra, a principios de 1917, el grupo parlamentario socialista emitió una declaración que implicaba una ruptura de relaciones con Alemania, se abrió un gran debate en el seno del PS, que obligó a convocar a un congreso extraordinario. Los grupos que constituyen el ala izquierda se opusieron a la orientación proaliada del grupo parlamentario, defendiendo la neutralidad desde una postura internacionalista cercana a la del ala izquierda de la socialdemocracia internacional. Ghioldi fue delegado en el III Congreso Extraordinario del PS, celebrado en el Salón Verdi del barrio porteño de La Boca, los días 28 y 29 de abril de 1917, llevando una posición a favor de la neutralidad. Los internacionalistas se impusieron sobre la dirección partidaria, pero tras la maniobra del grupo parlamentario de votar la ruptura de relaciones con Alemania en la Cámara de Diputados y someter luego los hechos consumados al voto general de los afiliados, los disidentes organizaron el “Comité de Defensa de las resoluciones del III Congreso” y lanzaron en agosto de 1917 un periódico propio: La Internacional. Ghioldi integró la Cooperativa de Ediciones que tuvo a su cargo el periódico y en los años siguientes una serie de folletos de Lenin y Trotsky sobre la experiencia de edificación soviética. Expulsadas las secciones “internacionalistas” a fines de 1917, en un contexto internacional signado por la Revolución Rusa, se reúnen bajo el liderazgo de José F. Penelón en un congreso realizado en Buenos Aires el 5 y 6 de enero de 1918, que votará la fundación del Partido Socialista Internacional (PSI). Ghioldi estaba enfermo y no pudo asistir, pero fue políticamente solidario con el congreso y se lo consideró miembro fundador. En 1918 asumió la dirección de La Internacional, que aparecía entonces como órgano del PSI. El 24 de abril de 1920, con la inauguración del III Congreso del PSI, integró la dirección partidaria. En el I Congreso Extraordinario del PSI, en Buenos Aires, los días 25 y 26 de diciembre de 1920, presentó el informe principal sobre las llamadas “21 condiciones” para adherir a la III Internacional contenidas en la Circular Zinoviev y solicitó su aceptación por unanimidad. En dicho congreso el PSI cambió su denominación por “PC de la Argentina”. Fue electo secretario general del PC y el primer delegado argentino destinado a Moscú para asistir a un congreso de la IC. Previo paso por Italia, llegó a la URSS el 29 de mayo de 1921. Participó de las deliberaciones del III Congreso de la IC, con voz pero sin voto, llevando también el saludo de los comunistas de Uruguay. Allí conoció en persona a Lenin, Trotsky y demás líderes del comunismo internacional. Asistió como delegado de la Federación de las Juventudes Comunistas de Argentina al II Congreso de la IJC (1921) y como delegado del CC de los grupos comunistas sindicales al Congreso de la Profintern (1921). Participó en la sesión del CE de la IC en que se trató la cuestión de la admisión del PC argentino. Días después (el 27 de agosto de 1921) recibió en Moscú una carta firmada por el dirigente suizo Jules Humbert-Droz en la que le notificaba sobre la decisión del Buró reducido del CE de la IC, reunido el día anterior, de admitir finalmente al PC argentino como sección de la Internacional. De regreso en Buenos Aires, del 22 al 26 de enero de 1922 se reunió el IV Congreso del PC argentino, donde Ghioldi presentó el informe sobre las decisiones del III Congreso de la IC. Las crónicas de su viaje a la URSS (cuya transcripción reproducimos íntegramente) se publicaron entre agosto y octubre de 1921, en una revista que aparecía como suplemento del periódico La Internacional.
El viaje
EN REVAL DESPUÉS DE ALGUNOS DÍAS de estada en Berlín partimos para Reval, última estación capitalista. Pasado Reval, ya nos encontraríamos en tierra del Soviet.1 El corto viaje por agua hasta la ciudad estoniana, sin ofrecer impresiones extraordinarias, nos fue profundamente grato; durante él, los numerosos delegados y delegadas que íbamos a Moscú para asistir a uno o varios de los congresos a realizarse pudimos bastante libremente expandirnos y comunicarnos sin temer las consecuencias poco agradables que ocurren fácilmente en toda la Europa occidental. El pequeño vapor rompía —¡era hora!— con el pesado y maloliente ambiente de las grandes ciudades, donde leer públicamente un diario comunista es delito y donde, para poder entrevistarse con algún camarada, es necesario rodearse de todas las precauciones a fin de evitar el espionaje o la celada policial. El último trozo de viaje por mar nos permitía de nuevo respirar con relativa seguridad. ¡Hasta cantamos “La Internacional”! Esa breve travesía iniciaba para nosotros una serie de impresiones satisfactorias, renovadas diariamente con la aparición de hechos y cosas que alborozaban el corazón y que nos llenaban de legítima alegría. Y Reval mismo, ciudad burguesa, había de ofrecernos motivo de regocijo. En efecto, cuando nos acercábamos al puerto de dicha capital, una bellísima sorpresa nos esperaba: anclado entre otros muchos vapores, hallábase el “Subbotnik” (“Sábado comunista”) del gobierno obrero de Rusia, que exhibía orgullosamente en su palo mayor el pendón rojo y a cuyos costados llevaba el escudo de la hoz y el martillo. ¡Cuánto júbilo el nuestro! ¡El “Subbotnik” era un barco comunista y su bandera era nuestra bandera, la bandera del proletariado universal! Allí, ella no podía confundirse con insignia garibaldina alguna, ni significaba la expresión sentimental de un núcleo de bravos pero no conscientes hombres que, según los momentos, son giolittianos, dannunzianos, mussolinianos o malatestianos; por el contrario, colocada en un puerto poblado por barcos de bandera de muchas nacionalidades burguesas, la del “Subbotnik” no era otra cosa que una rotunda afirmación revolucionaria, un airado desafío hecho por los trabajadores de todo el mundo por medio de Rusia a la burguesía de la tierra. Ya en Reval, debía asombrarnos el auto rojo de la misión rusa en esa ciudad. Era un auto grande “de color comunista”, con una banderita roja en el motor; él nos trasladaba directamente del puerto a los vagones bolcheviques que nos dejarían en Moscú. El automóvil hacía su trayecto veloz y seguro. Al cruzar rápidamente las calles de Reval en el vehículo que flameaba nuestro color, se me ocurría que todo ello era también un símbolo, y que si el “Subbotnik” con su bandera
1 Reval, que desde 1918 se rebautizó como Tallinn, es la capital de Estonia. [N. del Ed.]
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desafiaba al mundo explotador, el auto rojo en su marcha y en cada llamada de su potente bocina anunciaba a la clase privilegiada la proximidad de su fin y el inminente advenimiento de una época en la que sólo podrán comer los que produzcan… YAMBURG
Minutos antes de llegar a Yamburg, el tren se detiene, parada que aprovechan los delegados para recoger ramas floridas y adornar los coches.2 En eso, un viejo muy viejo, compañero que trabaja en la línea del ferrocarril que pasa por esos lugares, asciende a una pequeña elevación y nos dirige un discurso, en ruso. La mayoría de los que escuchábamos no entendíamos sus palabras, pero la entonación de su voz era tan elocuente, sus gestos y ademanes tan expresivos, que comprendimos bien que en su cordial saludo de bienvenida nos pintaba los titánicos esfuerzos del proletariado ruso que, a pesar de todos sus dolores y sufrimientos, continuaba con heroica serenidad y firmeza su obra redentora. Cuando concluyó sus palabras, cantamos “La Internacional”. Fue ese un momento de gran emoción, en que el hermoso espectáculo de hombres que cantaban al mismo tiempo en los idiomas más diversos, era completado soberbiamente por dos soldados rojos que permanecieron en posición de saludo militar hasta la terminación de las estrofas revolucionarias. En Yamburg pasamos horas muy agradables, iniciadas con la visita a la biblioteca instalada en el local de la estación. Inmediatamente realizose un mitin dedicado a los ex prisioneros alemanes que retornaban a su país. Hablaron muchos compañeros rusos y alemanes, explicando a los trabajadores que volvían a su hogar, la situación de Alemania y la labor que correspondía realizar. Luego concurrimos a la casa del Soviet local, donde hallamos al secretario de la sección del Partido Comunista; allí, durante dos o tres horas, sostúvose una amigable conversación sobre las presentes condiciones de Rusia, cambiándose opiniones, especialmente, sobre las concesiones proyectadas a capitalistas extranjeros y de las cuales, hasta hoy, no se ha efectuado ninguna. Se conversó también, con algunos camaradas sindicalistas revolucionarios, sobre la necesidad de organizar y disciplinar las fuerzas para la Revolución; y tanto en ese momento como poco después cuando el tren volvía a emprender marcha, un miembro del Soviet dijo a los sindicalistas: “¡Tenemos la esperanza de que retornen comunistas!”. EN PETROGRADO
La estada en Petrogrado fue breve, causa que no permitió recoger impresiones abundantes. Sin embargo, puedo asegurar que la situación de la ciudad más revolucionaria y más sacrificada de un país que está en guerra desde el 1914 es muy superior a la que se pueda sospechar; sus calles no están descuidadas, ni sus edificios son ruinas. Por el contrario, asómbrase uno de que las casas se conserven aún tan bien y de que sea posible atender la higiene de la gran ciudad con el esmero con que se atiende. Es necesario tener en cuenta las condiciones terribles en que debe desenvolverse Rusia; recién hoy se goza de relativa paz, lo que permitirá dedicarse a la obra constructiva. Y a pesar de que la situación económica no es holgada y la alimentación no es abundante, los habitan-
2 Yamburg, actual Kingisepp, es una ciudad rusa que se levanta a orillas del río Luga, cerca de la frontera con Estonia. Se encuentra a 137 km de Petersburgo. [N. del Ed.]
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tes de Petrogrado no tienen expresión abatida; antes bien, sus miradas reflejan la seguridad inconmovible en el triunfo final y la convicción de que las penurias materiales no habrán de detenerlos en la lucha contra el imperialismo capitalista. Sobre este asunto escribiré con detención en otra correspondencia. En cuanto a Petrogrado no podría dar informaciones detalladas puesto que apenas estuvimos allí algunas horas; en cambio, podré hacerlo después de los congresos internacionales, pues permaneceré en ella una o dos semanas. Yo estuve en el Instituto Smolny de la ex aristocracia rusa, y donde hoy se hallan las oficinas de instituciones sovietistas. Conversé allí con el compañero que es jefe de redacción de La Internacional Comunista (revista oficial de la IC), dirigida por Zinoviev. Aquel compañero fue anarquista durante muchos años y es actualmente un soldado eficacísimo del comunismo.3 Lo encontré con mucho trabajo, y a pesar de que su tiempo era escaso dadas sus tareas múltiples, me dedicó algo más de una hora, profundamente interesado por el movimiento sudamericano y especialmente argentino. Requirió datos y detalles sobre nuestro Partido, expresándome su satisfacción por la orientación y disciplina nuestra. LA CONFERENCIA INTERNACIONAL DE MUJERES COMUNISTAS
Desde el 29 de mayo nos encontramos en Moscú, cuya situación —de la que hablaré en otra ocasión— es aún superior a la de Petrogrado. En Moscú se realizarán cuatro congresos internacionales: el de las mujeres comunistas, el de la Internacional Comunista, el de la Sindical Roja y el de las Juventudes Comunistas. Ayer —9 de junio— se efectuó la inauguración del congreso femenino.4 El local en que se realizó estaba totalmente lleno, en su mayor parte por mujeres. La inauguración consiste en discursos alusivos al acto; estuvieron a cargo de las delegaciones, que coincidieron en la necesidad de intensificar en todo el mundo la propaganda para atraer a la mujer a las filas comunistas. La aparición de la compañera Clara Zetkin5 en el escenario provoca una grandiosa salva de aplausos que se prolonga por varios minutos. La concurrencia, público y delegados, la aclaman de pie, y pareciera que el aplauso no sólo fuera homenaje, sino satisfacción por su llegada a Moscú, que podría significar una rectificación de su actitud en el caso Levi.6 No haré crónica detallada de cuanto se dijo, pues eso llenaría un libro. Baste decir que en las largas horas que duró el acto de inauguración del congreso, las voces de mujeres venidas de los puntos más distintos (América, España, Francia, Inglaterra, Hungría, Austria, Alemania, Bulgaria, Rumania, Ucrania, Suiza, Bélgica, etc., etc.), expresaron el esfuerzo que se llevaba a cabo
3 Muy probablemente se trate del escritor Víctor Serge (1890-1947), futuro líder de la oposición de izquierda, que murió en el exilio en México. Serge dominaba muchas lenguas, incluso el castellano. Y conocía los medios obreros argentinos, habiendo colaborado incluso con el diario anarquista La Protesta. [N. del Ed.] 4 La II Conferencia Internacional de Mujeres Comunistas se reunió en Moscú del 9 al 14 de junio de 1921, inmediatamente antes del III Congreso de la Internacional Comunista. [N. del Ed.] 5 Clara Zetkin (1857-1933) fue una revolucionaria alemana que militó en el Partido Socialdemócrata, luego en la Liga Espartaquista y finalmente en el Partido Comunista de Alemania. Es una de las promotoras de la Internacional Socialista de Mujeres y a propuesta suya se instituyó el 8 de marzo como Día internacional de la Mujer. [N. del Ed.] 6 Clara Zetkin apoyaba la postura del líder comunista alemán Paul Levi (1857-1933) de crítica de las aventuras insurreccionalistas del ala más extrema del partido. Sus críticas públicas le valieron la expulsión del Partido Comunista Alemán. [N. del Ed.]
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en cada país para despertar al proletariado femenino y evitar que fuera un factor reaccionario en los momentos álgidos de la Revolución. Entre los que hablaron figuran Kollontay, Zetkin, Lozovsky, Thalheimer, Bujarin.7 Pero han sido especialmente importantes los discursos de Clara Zetkin y Bujarin. Cuando la vieja compañera revolucionaria alemana, que ni por coquetería exhibe un cabello negro, púsose dificultosamente de pie para hablar, se renovaron las explosiones de entusiasmo; ella, con un pañuelo, hacía señas reclamando silencio. Desde la primera a la última palabra habló con una energía extraordinaria. Evocó con palabras emocionadas la acción femenina rusa en la Revolución, rindiendo homenaje a varias excelentes compañeras caídas en la lucha de clases, y señaló que la II Internacional había traicionado, también, los intereses del proletariado femenino; sólo la Internacional Comunista se preocupa grandemente por el problema, y será sólo bajo la dirección de esta que la mujer encarrilará ajustadamente su acción. Hizo largas consideraciones sobre la situación revolucionaria mundial, señalando que tan sólo con el comunismo y la dictadura del proletariado es posible conseguir la liberación de la explotación capitalista. Concluyó su bello discurso con vivas a la Internacional Comunista, a la Internacional femenina y a la Revolución Rusa. Al concluir, una nueva salva de aplausos saludó a la compañera Zetkin. Poco después, adelántase el compañero Bujarin. Es un hombre de mediana estatura, de calvicie pronunciada y de pequeña barba y bigotes rubios. Habla con rara energía; cada palabra y cada ademán produce la sensación de un recio golpe de martillo. Es frecuentemente interrumpido por grandes aplausos. En la primera parte de su discurso se refirió a Rusia; dijo que el proletariado, malgrado los grandes sacrificios ya hechos, respondía siempre con entusiasmo a las necesidades duras de la Revolución; ahora, la suerte no sólo del proletariado ruso sino del proletariado internacional dependía de la revolución obrera en todo el mundo, para la cual era menester prepararse y organizarse bien. Las mujeres comunistas cumplían su misión, y era de esperar que de esta segunda conferencia internacional emanaran resoluciones de provecho. Luego se refirió a esa ala derecha que pretendía organizarse en la Internacional Comunista, demostrando la imposibilidad de su constitución efectiva; y la conocida revolucionaria Clara Zetkin, que tanto servicio había ya prestado a la causa comunista, no podía pertenecer a esa ala. “Porque la conocemos bien —concluyó—, no dudamos que Zetkin volverá al seno de la Internacional Comunista”. Al finalizar, la compañera Zetkin abrazó durante un largo rato a Bujarin. La concurrencia, emocionada, aplaudía frenéticamente. ¿No será este abrazo un anticipo de que la gran comunista germana se dispone a continuar su obra en la III Internacional? Moscú, 10 de junio de 1921 [Publicado en La Internacional (suplemento), año 1, nº 1, Buenos Aires, lunes 16 de agosto de 1921, páginas sin numerar (pp. 1-3).]
7 Aleksandra Kollontay (1872-1952) fue una revolucionaria rusa y activista por los derechos de la mujer que ocupó diversos cargos diplomáticos en la Unión Soviética; Salomón Lozovsky (1878-1952) era el secretario general de la Internacional Sindical Roja; August Thalheimer (1884-1948) fue uno de los fundadores del PC Alemán; Nikolai Bujarin (1888-1938) fue uno de los máximos dirigentes del bolchevismo y de la IC. [N. del Ed.]
Un sábado comunista de los delegados extranjeros
UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS colectivas que más extraordinariamente me ha llamado la atención en Rusia es la gran voluntad, deliberada y consciente, que se pone al servicio de la causa revolucionaria. Jamás me ha sido dable observar en pueblo alguno como en este, en cualquier ruta de la actividad humana, una así grande voluntad de hacer y realizar un propósito fijado de antemano, voluntad que permite llegar al objeto venciendo las dificultades enormes que, fuera de Rusia, parecerían absolutamente invencibles. Y no hay en esto que afirmo la mínima exageración. Las tareas más difíciles y aparentemente imposibles se hacen con éxito. Los rusos, con escasez de elementos e instrumentos en buen estado, han hecho verdaderos prodigios y maravillas. ¡Cuántos formidables baches se han salvado ya! ¡Cuántas piedras, espinas y malezas ha separado en su penosísima marcha este pueblo revolucionario! Las generaciones que en el futuro estudien la historia de la gigantesca Revolución de noviembre8 tendrán frecuente ocasión de asombrarse frente de cada hecho, de cada paso producido en el proceso de esta caravana que marcha hacia el porvenir; y el mayor de todos provendrá de que Rusia sovietista haya triunfado, a pesar de la miseria y pobreza de recursos, contra el mundo de enemigos que la asediaron desde su nacimiento. En efecto, viendo de cerca la Revolución, uno se pregunta merced a qué maravilla Rusia no ha sucumbido ante el infierno que desde el 1917 amenaza tragarla. La respuesta debe buscarse en la fe, en la firme y consciente voluntad que cada uno de los soldados de la Revolución pone en el trabajo o acción que ejecuta. Rusia no tiene puesto para los pesimistas. El pesimismo halla en ella su muerte. ¡Es de verse con cuánto optimismo y alegría se multiplica el esfuerzo en estos momentos, esfuerzo destinado a reparar el desastre del Volga9! Hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, se dedican con todo entusiasmo, febril entusiasmo, a esa acción de consecuencias inmediatas. ¡Por los del Volga! es la consigna. Todos los sábados comunistas se dedican a tal objeto. La catástrofe proveniente de malas condiciones climatéricas pone a prueba, una vez más, la voluntad y el espíritu de sacrificio del proletariado ruso. Los muchos delegados extranjeros que aún hay en Moscú han querido asociarse a este movimiento espontáneo, ofreciendo una contribución material y moral al pueblo ruso; los delegados han querido hacer un sábado comunista.
8 Los rusos se regían entonces por el calendario juliano, según el cual la insurrección se produjo el 25 de octubre de 1917. Para el resto del mundo, que se regía por el calendario gregoriano, ese día correspondió al 7 de noviembre. Evidentemente, para la época en que Ghioldi escribe su testimonio (1921) aún no está estabilizado el sintagma “Revolución de Octubre”. [N. del Ed.] 9 Se refiere a la hambruna sufrida por el pueblo ruso que habitaba en la región próxima al río Volga entre 1921 y 1922. [N. del Ed.]
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Fue esa una jornada inolvidable de gran significado. El sábado 20 de agosto, a las quince horas, juntáronse en el patio del “Lux”10 los delegados de muchos países del mundo; formaban también, en el nutrido grupo, los compañeros y compañeras que trabajan en las oficinas de la Internacional Comunista. Entre estos últimos se hallaban Axelred, Schneider, la compañera Otto; entre los delegados, no recordamos a todos, vimos a Gennari, Belloni, Massierotto, Torralba Beci, González, Merino Gracia, Bell, Haywood, Williams.11 De la Argentina estábamos Barker y yo.12 Los delegados representaban organizaciones sindicales o políticas de los siguientes países: Rusia, Alemania, Italia, Inglaterra, Austria, Hungría, España, Holanda, Grecia, Turquía, Ucrania, Polonia, Yugoeslavia, Checoslovaquia, Estados Unidos, Argentina, Australia, Japón, India, etc. Constituidos en manifestación, fuese desfilando por diversas calles hasta llegar al destino; la columna llevaba un gran cartelón de tela roja con una inscripción que decía: “Sábado comunista dedicado a las familias del Volga”. Llegados a la estación ferroviaria Alexander, fuimos divididos en varias cuadrillas y colocados frente a altas pilas de leña gruesa. El trabajo a realizarse consistía en trasladar esa leña, que estaba alejada del riel, junto a este a fin de cargarla en los vagones. ¡Con cuánto amor se realizó el trabajo! Hombres y mujeres ponían en juego todas sus energías para rendir más productiva la labor. Todos obraban con rapidez. En lo íntimo de cada uno palpitaba el mismo sentimiento: cada pila trasladada y cargada era un eslabón más que unía indisolublemente, en su amplio significado solidario, al proletariado ruso con el proletariado de todo el mundo. El trabajo terminó a las veinte, después de cuatro horas de labor. Ello dio lugar a la expansión acostumbrada y siempre emocionante. En coro, en las más diversas lenguas pero en el mismo tono y compás, se cantó La Internacional; sus notas sonoras y varoniles llenaron el espacio. La uniformidad de nuestra hermosa canción revolucionaria interpretada en palabras diferentes era un símbolo de unión de los obreros de los cinco continentes. Y parecía que la fuerte brisa que soplaba en aquella hora llevaría a todos los rincones del país el eco de la canción, que era sincera palabra de solidaridad para cada uno y todos los obreros rusos, campeones de la Revolución. Nuevamente en marcha, la columna pobló las calles de Moscú con cantos nuestros: Bandiera Rossa, La Carmagnole, Hijos del Pueblo, el canto de la IWW. Ya en el patio del “Lux” repitiose La Internacional. Y después de un ¡hurrah! que siguió al ¡Evivva il proletariato mondiale! ¡Evivva la solidarietá internacionale! lanzado por Belloni, la reunión se disolvió. ***
10 El Hotel Lux de la calle Tverskaya 36 de Moscú fue confiscado por los bolcheviques en 1917 y utilizado para alojar a los delegados de la Internacional Comunista. [N. del Ed.] 11 Egidio Gennari (1876-1942) y Ambrogio Belloni (1864-1950) eran delegados por el PC italiano; Eduardo Torralba Beci (1881-1929) y Ramón Merino Gracia (1894-¿?), delegados por el PC español; Thomas Bell (1882-1944) era emisario del PC de Gran Bretaña; Harry Haywood (1898-1985) era un miembro afroamericano del PC de los Estados Unidos. Es posible que Williams sea el ruso Boris Mijailov y cuando dice “González” quizás Ghioldi se refiera al delegado comunista español César Rodríguez González. [N. del Ed.] 12 Tom Barker (1887-1970) era un obrero inglés expatriado sucesivamente a Nueva Zelanda, Chile y finalmente la Argentina, donde se integró en la FORA del V Congreso (anarco-comunista). En 1920 fue delegado por esta al III Congreso de la Internacional Comunista. [N. del Ed.]
UN SÁBADO COMUNISTA DE LOS DELEGADOS EXTRANJEROS 69
Yo atribuyo una fuerte importancia a este sábado comunista. Materialmente, él significa una contribución que, si es mínima ante las grandes exigencias, es siempre una contribución no despreciable; son seiscientas horas de intensa labor, cuyo producto integran los fondos y recursos que se destinan a las víctimas del Volga. Pero, sin discusión, el sábado comunista del 20 de agosto vale por su hondo significado moral. Para comprender esto, es necesario conocer el sentimiento del proletariado ruso, que es capaz de sobrellevar todas las cargas y dolores físicos por pesados que sean, pero que será impotente de continuar su titánica lucha si el proletariado de los demás países le abandonara y no fuera solidario con él. Mientras los rusos sepan que en los otros países los trabajadores se agitan por la Rusia y se sienten hermanados con la Revolución de noviembre, hallarán en sí, siempre, energías para continuar la terrible marcha. La solidaridad internacional por sobre todo. Y es precisamente ese sentimiento revolucionario de la solidaridad por sobre ríos, montañas y fronteras el que ha expresado objetivamente el sábado comunista del 20. Y es la solidaridad del proletariado universal la que espera hoy Rusia. Moscú, 22 de agosto de 1921 [Publicado en La Internacional (suplemento), año 1, nº 9, Buenos Aires, 9 de octubre de 1921, páginas sin numerar (pp. 4-7).]
El sindicato de los obreros ferroviarios
HACE DOS DÍAS VISITÉ, conjuntamente con la delegación de la Confederación Nacional del Trabajo de España, el sindicato de obreros ferroviarios, uno de los más grandes e importantes sindicatos rusos. Nuestro propósito era conocer sus antecedentes y organización. El camarada Grun, secretario del sindicato, satisfizo ampliamente nuestros deseos. Comenzó diciéndonos que, desde el 1920, existía la Federación de Transportes surgida por la unión de los sindicatos ferroviarios y marítimos, federación que aumentaría en pocas semanas con la adhesión del sindicato de conductores (de carros, camiones, automóviles, etc.). Él nos quiere hablar sobre el período anterior del sindicato ferroviario; en lo que nos dice omito muchos detalles interesantes porque, como nos dijera previamente, en la presente semana se publicará en folleto la historia detallada del sindicato, donde se hallarán explicadas minuciosamente las diversas fases de su desarrollo. Desde antes de la Revolución del 1917 existía el sindicato; pero, a pesar de sus largos años de existencia, su organización era muy deficiente y sus características muy vagas e indefinidas. Sin embargo, cuando la Revolución del 1905, el sindicato sancionó la huelga. Las luchas emprendidas por el sindicato, precisamente debido a esa vaguedad que lo caracterizaba, eran inseguras, sin objetivos y métodos claros. Sus movimientos contra la burguesía y contra la monarquía eran totalmente inorgánicos; ni siquiera provocaban una verdadera unión entre los obreros del riel. Después de la Revolución de marzo 1917 —continúa Grun—, el sindicato ferroviario tiende a la descentralización absoluta; en virtud de ello se crearon varios sindicatos, tantos como líneas férreas tiene el país. El congreso celebrado en julio de 1917, a pesar de que no encaró los problemas que debían resolver los sindicatos ferroviarios, tuvo empero la virtud de señalarse como punto de partida de una agitación que debía regular su vida. Esa conferencia duró un mes y medio y discutió cuestiones diversas con un criterio casi exclusivamente corporativista. La mayoría de los delegados a ese congreso no eran revolucionarios; tan sólo contaba con dos o tres bolcheviques. Después de la conferencia —dice Grun—, se hace una gran acción para dar carácter y organización revolucionaria al sindicato; el resultado de esos trabajos fue la creación de la Unión de ferroviarios, cuyos propósitos no eran simplemente profesionales, corporativos, sino más amplios y con miras a tomar viva participación en la vida política. En septiembre de 1917 se produce la huelga contra Kerensky a fin de conseguir aumento en los salarios. Kerensky no satisfizo el petitorio, concediendo tan sólo un pequeño aumento que el sindicato aceptó dando por terminada la huelga. En los días en que estalla la Revolución de noviembre, constitúyense Uniones parciales de obreros ferroviarios; unión de carpinteros, unión de mecánicos, etc. Sobre estas uniones, realmente obreras y no sobre las ramas de la administración, es que se apoyaron los bolcheviques para conquistar la masa ferroviaria a la causa de la Revolución. Los comités centrales de esas uniones eran contrarrevolucionarios, y contra ellos fue necesario llevar un rudo ataque. Dentro del sindicato existían, en esa época, dos grupos bien delimitados:
EL SINDICATO DE LOS OBREROS FERROVIARIOS 71
uno kerenskysta, partidario del parlamento democrático, y otro bolchevique, partidario del sistema sovietista. Entre ambas tendencias se desarrolló una lucha encarnizada sin descanso ni cuartel, que culmina en el congreso extraordinario celebrado en diciembre. Desde ese momento, existen en todas las líneas férreas dos tipos de organización: una agrupaba a los obreros todos y empleados de administración juntos y la otra, de tipo profesional, tenía sus uniones de mecánicos, carpinteros, etc. Esta situación anómala duró casi un año, es decir, hasta mayo de 1919. Cada línea férrea —sigue diciéndonos Grun— tenía su Comité central, que accionaba autónomamente. No era la forma más correcta de organización, pero fue, sin embargo, útil durante un período. Creose un sistema confederal, sobre la base de un Comité de Vía Férrea nombrado por el CC de la Unión de ferroviarios, comité cuya misión consistía en el gobierno del transporte de toda la Rusia. Existían, pues, ese comité, el seccional para cada línea férrea y el correspondiente a cada rama. Pero, a medida que transcurre el tiempo, la necesidad impone un tipo de organización más centralizado, por industria; hacia tal aspiración luchaba la élite de los obreros ferroviarios. Tal propósito se logra, finalmente, en el congreso de 1919, que suprime la organización por línea férrea y que funda un Comité Central para todos los ferroviarios, con una sección para cada profesión. Desde este momento —afirma Grun—, el trabajo es más orgánico y sólido. En esa época grave y delicada para la Revolución, el transporte estaba muy destruido. El nuevo Comité Central encaró el problema y creó un Comité de cultura y reconstrucción que, mediante una campaña especial y tesonera, debía provocar mayor eficacia en el trabajo realizado. Ese comité, en tal sentido, hizo mucha obra; dio nociones técnicas provechosas al mismo tiempo que nociones políticas sobre la situación y necesidades de la república sovietista. Los transportes mejoraron sensiblemente en poco tiempo. El Comité de cultura y reconstrucción fue disuelto a principios del 1920. Posteriormente, el sindicato perfecciona su organización y suprime —marzo, 1920— toda sección especial, dando lugar a un único y completo sindicato basado sobre la industria y centralizado. La última conferencia panrusa de ferroviarios se realizó en marzo del presente año; poco después es que se verifica la unión de las ramas del transporte. Inmediatamente, el compañero Grun nos explica detalladamente la estructura y organización del sindicato ferroviario. El interés e importancia de esa construcción sindical merece un artículo por separado. Moscú, agosto de 1921 [Publicado en La Internacional (suplemento), año 1, nº 11, Buenos Aires, 23 de octubre de 1921, páginas sin numerar (pp. 8-9).]
Tom Barker (1887 - 1970)
Tom Barker fue un dirigente sindicalista de origen inglés y militancia internacional. H ijo de humildes trabajadores agrarios, trabajó desde niño como agricultor y unos años después en un tambo. L aboraba en los ferrocarriles de Liverpool cuando con 22 años decidió emigrar a Nueva Zelanda. Allí se empleó como conductor de tranvías, se afilió al Partido S ocialista y fue uno de los más activos organizadores de los I WW, los Industrial Workers of the World de orientación sindicalista revolucionaria. Es uno de los líderes de la huelga general de Auckland, en 1913, razón por la cual fue encarcelado bajo el cargo de sedición. U na vez en libertad bajo fianza, debió emigrar a Sydney, Australia. Allí protestó contra la A ustralian Workers Union (Unión de T rabajadores de Australia), por negarse a afiliar a los trabajadores negros, y se enfrentó al gobierno laborista por su política de reclutamiento militar durante la G ran G uerra. E n 1915 asumió la dirección de Direct Action (Acción Directa), el órgano de los I WW de A ustralia. Desde sus páginas llamó a la unión de los trabajadores nativos y migrantes, ocupados y desocupados, industriales y campesinos, blancos y negros, varones y mujeres, de las metrópolis y de las colonias. Y desató una intensa campaña contra la guerra, el belicismo y el nacionalismo. Fue detenido cuando hizo imprimir y pegar en las calles unos carteles que decían: “¡A las armas! C apitalistas, curas, políticos, terratenientes, editores de periódicos que se quedan en casa… ¡Vuestro país os necesita en las trincheras! Trabajadores, seguid a vuestros maestros!”. A poyó con entusiasmo la R evolución de Octubre de 1917 en Rusia. E n 1918 fue deportado a Chile y, un año después, expulsado a la Argentina. Trabajó en los muelles de Buenos A ires, donde desplegó una activa militancia entre los trabajadores marítimos agremiados en la F ORA anarquista (FORA del V Congreso), defendiendo la legitimidad revolucionaria de la causa soviética frente a los anarquistas “puros” que entendían que se trataba de una dictadura de partido sobre los trabajadores. C omo se desprende del intercambio epistolar con S ebastián Ferrer, dirigente del gremio de los pintores, cuyas cartas transcribimos a continuación, el sindicalista revolucionario Barker había establecido estrechos vínculos con García T hómas y los “anarcobolcheviques” que publicaron los diarios La Rebelión y El Trabajo. E ste último diario, así como La Batalla de Montevideo, defendió la actuación de B arker en M oscú, descalificada por los “puristas” del diario La Protesta. Hegemonizadas entonces por los “anarcobolcheviques”, tanto la FORA V argentina como la FORU de U ruguay mandataron a B arker como delegado al I Congreso de la I nternacional S indical Roja, celebrada en M oscú en julio de 1921. Rumbo a Moscú, el dirigente inglés pasó primero por Oslo, donde representó a la FORA en el Congreso de sindicalistas del transporte y luego se dirigió a Berlín, donde en diciembre de 1920 participó en la Conferencia internacional de los sindicalistas que se proponían adoptar una posición unificada en el inminente Congreso de la Internacional S indical Roja. Barker llegó a Moscú en julio de 1921, permaneciendo un lustro en la URSS durante el cual defendió en minoría su concepción de la autonomía de los sindicatos obreros respecto de la política, y participó de las actividades de la I nternacional Sindical, sosteniendo su independencia respecto de la Internacional C omunista. El propio Lenin le manifestó su apoyo a la participación independiente de los sindicalistas en la I nternacional R oja y le solicitó asimismo su colaboración, tras la G uerra C ivil, en la reconstrucción económica de la Unión S oviética. Barker se comprometió entonces con la labor emprendida por otro dirigente sindicalista que vivía en la U RSS, el estadounidense Big Bill Haywood, en la creación de la Colonia I ndustrial A utónoma de K uzbas, que buscaba utilizar la experiencia extranjera para desarrollar la industria pesada en la cuenca carbonífera de S iberia. En 1926 Barker viajó con su compañera a los Estados Unidos para reclutar especialistas para Kuzbas. Pero con el encumbramiento del stalinismo, la autonomía sindical se había verificado como una ilusión y en 1927 B arker retornó a Inglaterra. Instalado en L ondres, trabajó en la London Electricity Board, la empresa de electrificación nacionalizada por el laborismo. Después de la segunda guerra se integró al ala izquierda del Partido Laborista, llegando a ser concejal del barrio londinense de St. Pancras, donde cada 1º de mayo hizo flamear banderas rojas. Murió en Londres en 1970 a los 83 años.
El último congreso de la Sindical Roja
Tom Barker, representante de la FORA comunista, informa acerca de su actuación en ese congreso
La carta que se va a leer y que ha de interesar a los trabajadores que pertenecían a lo que se llamó F ORA comunista ha sido remitida por el prestigioso militante en carácter particular y a mi domicilio. Me decido a su publicación porque ella aclara en forma terminante la actuación del que llevó la representación de los trabajadores argentinos y uruguayos al congreso de la I nternacional Sindical R oja.1 Todas las canallescas versiones propaladas por los elementos espurios del “purismo” y las no menos condenables apreciaciones de cierto elemento que regentea periódicos libertinos, han de hallar en los párrafos de la carta preñada de honradez la condenación que se merece. Quien estas líneas escribe tuvo la suerte de conocer bien de cerca al compañero Tom Barker y si intentó la defensa del leal camarada desde La Batalla de Montevideo y El Trabajo de Buenos Aires fue porque sabía que los elementos que osaron descalificar la actuación de este bravo militante, cuya honrada labor en la IWW o Industrial Workers2 no serán nunca capaces de imitar, lo hacían en medio de las más condenables de las cobardías, aprovechando su ausencia, la falta de informe y la segura impunidad de que se sabían rodeados, ya que los pasquines donde se baboseaba el hombre que estuvo a punto de soportar la silla eléctrica por defender principios no tienen suficiente prestigio para traspasar la frontera. Lean esta carta los que hicieron el ridículo papel de descalificar su actuación sin conocerla, reléanla los que han hecho de la propaganda un vehículo para dar rienda suelta a sus menguados intereses personales. L os honestos militantes del anarquismo y sindicalismo revolucionario no necesitan escuchar la palabra del dos veces deportado T om Barker para saber de su inteligencia, de su honradez y de su altura de miras en pro de los propósitos y fines que se perseguía con la delegación que tan desinteresada y fielmente cumplió.
1 La presentación de este cruce de cartas se debe a la pluma de S ebastián F errer, uno de los líderes del sindicalismo argentino, que había sido hasta poco tiempo atrás dirigente de la F ORA V, o F ORA del V C ongreso, anarcocomunista. La corriente hegemónica que representaban dirigentes como Ferrer y Antonio G onçalves apoyaba activamente la experiencia soviética y promovía la unidad revolucionaria del movimiento obrero, por entonces dividido entre las dos F ORA. Fue en este marco que se eligió a B arker como delegado de la FORA V al Congreso de la Internacional Sindical Roja. Pero en una reunión de delegados regionales celebrada en agosto de 1921, los anarquistas “puros” o “puristas” (tal como aparecen mencionados en el texto) —esto es, los hombres del diario La Protesta: Emilio López Arango, Apolinario Barrera, etc.— expulsaron a estos dirigentes acusándolos de “agentes políticos” al mismo tiempos que descalificaron a Barker acusándolo de aceptar la subordinación de los sindicatos a la tutela política de la I nternacional C omunista. [N. del E d.] 2 Industrial W orkers of the World —Trabajadores Industriales del M undo (IWW o los Wobblies)— es la federación comprometida con el sindicalismo revolucionario que tuvo su origen en los Estados Unidos aunque también estuvo presente en países como Canadá, Australia, Irlanda y el Reino Unido. [N. del E d.]
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L A CARTA3
Compañero Sebastián Ferrer. ¡Salud! Yo he recibido en A lemania la carta que usted me mandó desde B uenos Aires en enero. Me alegré mucho de recibirla. Porque yo no había recibido contestación a la carta que mandé a ustedes, desde M oscú e I nglaterra, a la calle (…) B. Aires. Envié a usted por intermedio de camaradas alemanes copias francesas de las Actas del Congreso de la Internacional Roja en Moscú. Como usted sabía, yo fui delegado con credenciales de la F ORA comunista y de la Federación Obrera Regional Uruguaya para ese congreso. El Comité de las credenciales rehusó que yo representara más que un país, así que voté por la FORA comunista solamente. En el congreso encontré un delegado de la Argentina de un grupo de la Federación [FORA] del X , que era también miembro del P artido Comunista Internacional de la Argentina. Su nombre era Ghioldi. No llegué a M oscú hasta el 7 de julio para el congreso, el cual estaba ya en su octava hioldi fue el único representante argentino presente, y tenía sesión.4 Antes de mi llegada G todos los votos hasta que yo llegué. Por consiguiente, yo no soy ni puedo ser responsable por los votos y por las palabras del compañero Ghioldi. Después de mi llegada representé al proletario argentino y sostuve mis instrucciones —las que el C onsejo Federal me mandara en una nota que es conocida—. En ninguna ocasión voté por el Partido Comunista y sí solamente voté y hablé de acuerdo a los principios trazados para mi guía por el Consejo Federal de la FORA comunista. Los representantes del comité de la minoría sindicalista revolucionaria francesa sostuvieron una resolución contra la incorporación de la Sindical Roja dentro de la III Internacional. Yo hablé de esta resolución, como las Actas del Congreso pueden demostrarlo, y dije que si ellos persistían en intentar compeler las luchadoras minorías IWW a someterse a un control de un partido político, excluían e impedían a todos esos sindicatos unirse a la Internacional R oja. Les dije que si la resolución de la mayoría representada y hecha por los sindicatos rusos y su convención con las minorías comunistas pesaban en los alemanes y otros sindicatos, era porque el proletariado estaba unido en el campo de batalla industrial con modalidades propias: pero que no se podía obtener en el proletariado latino, sospechoso siempre de los partidos políticos a causa de una larga experiencia. La resolución de los rusos y otros fue aprobada, y la resolución de la minoría francesa fue rechazada. Fuera de los 36 votos, los cuales fueron dados por la resolución de los franceses, yo, el representante argentino, voté con doce votos. L a única nación que votó por la absoluta independencia del movimiento sindical fue H olanda. He tenido el dolor de decir
3 Carta enviada por Tom B arker desde Nueva Y ork a S ebastián Ferrer en Buenos A ires, aproximadamente a fines de 1921. [N. del E d.] 4 El primer C ongreso de la Internacional Sindical Roja había comenzado a sesionar en M oscú el 3 de julio de 1921. Asistieron 220 delegados procedentes de 42 países, gran parte de los cuales estaba enrolada en el sindicalismo revolucionario y el anarcosindicalismo. Por ejemplo, adhirió a la fundación de la ISR parte de la C GT francesa, la C NT española, los I WW de los E stados U nidos y otras corrientes sindicalistas de Alemania e Italia. Algunos de estos dirigentes serían conquistados por el movimiento comunista internacional, mientras que la gran mayoría se apartará entre 1921 y 1922 para crear un nuevo centro sindicalista: la Asociación Internacional de los T rabajadores. [N. del E d.]
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que los representantes de la Confederación Nacional de Trabajo de España votaron contra la moción de los camaradas franceses.5 Durante el congreso entero (desde la octava sesión) yo luché por la independencia del movimiento sindical, pero el congreso fue tal que nosotros estábamos completamente empantanados. Desafío a cualquiera que demuestre cómo yo no he interpretado en cualquier camino los principios de los trabajadores de la F ORA comunista. Yo tenía poco aprecio por los sindicalistas del continente europeo, quienes a menudo perdían la cabeza y cambiaban de pensamiento después de cada sesión. E n lugar de las pruebas concluyentes de los camaradas rusos, las bases vitales para la unidad eran la absoluta separación e independencia entre la organización sindical y política (electoral), pero ellos aceptaron la experiencia de los rusos como la última palabra en experiencia revolucionaria. Dijeron: “Los rusos tienen una revolución”. “¡Nosotros no hemos tenido nunca una revolución!”. “Ellos desataron la revolución”. “Ellos saben, nosotros no sabemos”. Y por esto es que la Sindical Roja no ha realizado su programa y el número de organizaciones que se han adherido son muy pocas y ellos ahora parecen que han abierto negociaciones con Ámsterdam.6 Los delegados visitantes fueron convidados muy afablemente y volvieron sus apreciaciones admitiendo que los rusos habían hecho lo que se ha pensado y gran parte de lo que se ha dicho. ¿Por qué es esto así? En R usia los sindicatos se han desarrollado recientemente. Son organizaciones post revolucionarias. E llas no constituyen una resistencia contra la burocracia del Estado, pero sí son órganos de gobierno de agencias de la producción únicamente. Su misión es tan diferente de la de los sindicatos de otros países, como el blanco lo es del negro, y Buenos Aires de Petrogrado. El Partido Comunista juega un gran papel en los sindicatos. ¿Por qué? A causa de que el Partido Comunista es la única organización en R usia de magnitud e importancia. Así los rusos razonan bajo la adulación y halago de las delegaciones visitantes; que el Partido Comunista debe jugar y jugará un rol similar en todos los países. Y así, la gran mayoría del congreso decidió contra mi propia oposición que, como en Rusia, los partidos comunistas deben contralorear y marchar a la cabeza de movimiento sindical de los trabajadores para que tenga éxito la revolución. Algunos camaradas de las organizaciones francesas, alemanas, holandesas, suecas, de la I WW y yo mismo, ensayamos persuadirlos diferentemente, pero la gran mayoría de los votos fueron obtenidos por las minorías comunistas. Nosotros fuimos derrotados por gran número de votos en todas las ocasiones.7 Realicé a conciencia la misión que me fue dada por el Consejo Federal. Recibí mis credenciales de las oficinas de los sindicatos alemanes en I nglaterra en junio. A bandoné todos
5 La moción disidente fue presentada por A lfred R osmer (1877-1864), líder de la delegación sindicalista francesa. En efecto, la delegación de la C NT española —Andreu N in, Joaquín M aurín, Jesús Ibáñez— votó finalmente a favor de la estrecha asociación entre la Internacional S indical y la Internacional C omunista, con la excepción de Hilario A rlandis. [N. del E d.] 6 Se refiere a la F ederación S indical I nternacional que habían fundado los sindicatos socialistas, en agosto de 1919, en Ámsterdam. Los soviéticos la denominaban despectivamente “Internacional de Á msterdam”. [N. del Ed.] 7 En el primer congreso de la ISR, se confrontaron las delegaciones sindicalistas revolucionarias que apoyaban la Revolución Rusa, de extensa trayectoria y significativo peso social en sus respectivos países, con los recién creados partidos comunistas, entonces de muy escasa raigambre. D e ahí que B arker hable de “minorías comunistas”. Joaquín Maurín, delegado de la CNT española, se expresaba en el mismo sentido cuando se refería al “Partido C omunista E spañol, más conocido en Moscú que en E spaña…”. [N. del E d.]
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mis trabajos y después de muchas molestias y viajar en varias direcciones llegué a Moscú el 7 de julio. Todo esto lo hice con mis propios recursos esperando ser pagado después. Este dinero no vino por ningún medio, y yo, entiendo que fui rechazado por el nuevo Consejo Federal cuando él se hizo cargo del secretariado. Yo no fui telegrafiado a ese efecto, de otra manera no hubiera ido a Moscú, lo cual me costó mucho tiempo y dinero. ¡Y todavía ser reprochado, descalificado, porque les pareció que no había cumplido las instrucciones del Consejo Federal! Siempre he sido leal a los principios de la IWW de la cual he sido miembro en Nueva Zelanda, Austr[al]ia, Chile, República Argentina, Inglaterra, Estados Unidos y otros continentes. S iempre he sostenido y luchado en Rusia como si fuera de ella, por la independencia de los sindicatos del contralor político. Pero también me mantengo firme por la Revolución Rusa y por los héroes de este gran acontecimiento. Ella ha sido la oportunidad para ver la expropiación de la burguesía y la socialización de la vivienda y de la tierra. Esa revolución es muy importante para que sea ignorada o atacada a causa de que algunas personas hayan cometido errores o hecho cosas injuriosas. Rusia será mirada en cualquier tiempo como ejemplo de una defensa preventiva contra los esfuerzos de las clases directoras para derrotar, desunir a la clase trabajadora. E s semejante a un baluarte contras las agresiones que siempre pueden ensayar las clases dirigentes, precaviéndolas de ir muy lejos en sus ataques contra las libertades de nuestra clase. Yo volveré otra vez a R usia donde me he casado con una hermosa pequeña revolucionaria, la cual volvió a Rusia en 1917 cuando tenía 19 años.8 Rusia será mi hogar en el futuro, cuando vuelva con un gran apoyo de mecánicos para reconstruir sus industrias y prevenir que los concesionarios tomen ventajas de la falta de una técnica calificada. Compañero F errer: mándeme algunos números del diario. Yo no he recibido ninguna comunicación; mándeme informes, que yo he oído de mi amigo, que el nuevo Consejo Federal ha desconocido mi delegación. H e enviado algunas copias a las oficinas de la FORA comunista de las Actas del Congreso. Si alguien quiere saber qué tendencias he sostenido en la conferencia, puede inquirirlo de Emma Goldman y de Alejandro Berkman, quienes estuvieron en el congreso. Estoy ocupado ahora en organizar 6.000 trabajadores para la explotación de una gran mina de carbón y de hierro en S iberia y los U rales. S i usted u otro quieren venir allí pueden venir a Nueva York… He mandado a usted una copia del libro sobre esta materia que el compañero P ica puede traducir para usted. E l compañero W inchester “El Rubio” está a aquí en Nueva York y ellos están frecuentemente con algunos compañeros de la Marina Transport Worker de Buenos Aires. Dé mis saludos a todos los buenos camaradas y muchachos trabajadores. Yo deseo que el proletariado argentino continúe en las líneas que ustedes han trazado para realizar la unificación de todos los sindicatos del país y constituir una gran unión para unirse también con todos los trabajadores en S udamérica. Tengo la esperanza que las fracciones, tendencias pequeñas, riñas y divisiones deben ser eliminadas por el buen sentido, compañerismo y tolerancia. Saludos a García Thomas, Eva Vivé, Antonio A. Gonçalves, J[ulio] R . Barcos, Fernando Gonzalo y muy especialmente a mi amigo personal, V idal Mata. Ellos son todos buenos ca-
8 B erta I saakovna. [N. del E d.]
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maradas y deseo que los trabajadores de la República A rgentina los escuchen y se unan para el bien de todos. Hay solamente una clase trabajadora, es necesario que haya sólo una unión. Escribiré otra vez pronto y estaría muy contento de que usted, compañero F errer, me hubiese escrito. T al vez algún día nos encontraremos en R usia y entonces nosotros veremos juntos lo que hemos soñado. He visto grandes signos desde que dejé Buenos Aires, y nunca los olvidaré. Por la clase trabajadora, su amigo y hermano en armas. Tom Barker L A RESPUESTA
Camarada Tom Barker. Salud. ecibo su carta y, como verá por los recortes que acompaño, la hago pública textualR mente, suprimiendo solamente la dirección y poste restante. No debe extrañarle a usted este proceder; ya le decía sintéticamente en la única carta particular que le he escrito desde que dejé de actuar en aquel organismo que usted representó en E uropa tan acertadamente, que un grupo de ineptos y analfabetos se habían apoderado del secretariado y, como una prueba de la pobreza mental de esa gente, habían resuelto descalificar su labor; le decía también que las cartas que usted menciona (una carta y un telegrama) habían sido, por deferencia, entregadas tal como se recibieron a los individuos en cuestión, y que lo que correspondía hacer de su parte, para saldar posibles reclamaciones, era remitir un informe de su labor a ambos organismos cuya representación usted llevaba. En cambio usted me escribe a mí una carta que es todo un informe y no considera deber el contestar a quienes han descalificado su labor sin conocerla. C reo que ha procedido como cabe a los hombres de responsabilidad; pero no se imagine que será lección aprovechable para sus detractores. Estos no saben de responsabilidades y del buen proceder absolutamente nada. Porque considero de mucho interés su carta, compañero T om, es el por qué la publico. Por otra parte, como tendrá oportunidad de ver, mi contestación a la suya también la hago pública y usted es lo suficiente inteligente para darse cuenta de los motivos. Aquí, camarada Tom, las cosas han cambiado. Aquella unión de que usted tanto nos hablaba, ya se ha realizado. T odos los sindicatos organizados, potentes y efectivos, forman una sola unión; esta unión la representa la Unión Sindical Argentina, a la que están adheridos todos los sindicatos que se enumeran en los periódicos que le acompaño y que, como constatará, son todos los que usted ha conocido durante su actuación en este país.9 Lea usted la colección del diario El Trabajo; los últimos números de La Organización Obrera, órgano de la que fue F ORA del X , y los ejemplares hasta hoy aparecidos del órgano oficial de la nueva institución. Al margen de la organización obrera queda el grupo de ineptos de que le hablaba, empecinados en una labor separatista; pero ni por su número ni por su moral suponen valor alguno, como usted podrá constatar por los documentos que le acompañan. “Un proceso de moralidad sindical”, “El supuesto affaire y la inmoralidad de quienes lo han confeccionado”, “Carta abierta al proletariado de S anta Fe” (S. Ferrer),
9 Los anarcobolcheviques, expulsados de la FORA V se dirigieron a la FORA X (sindicalista) promoviendo el C ongreso de fusión que en marzo de 1922 dio origen a la Unión Sindical Argentina (USA). [N. del E d.]
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“Carta abierta al proletariado santafesino” (Fernando G onzalo), las cartas que firman E. García T homas y otros camaradas, relacionadas con el asunto Radovitzky, el folleto de la Agrupación “La Lucha” y una cantidad de notas, comunicados, etc., con los cuales usted se formará un exacto criterio de qué clase de gentecita es la que propicia la división.10 Por lo demás, nadie les da beligerancia, como podrá constatar por los documentos oficiales de los sindicatos que también le adjunto. ¡Todo un acopio de documentos que usted se encargará de darles curso por ese viejo mundo a fin de evitar que nos confundan a todos! No pierda usted el tiempo en preocuparse de este grupo en lo que de atingencia tenga con usted. No vale la pena. Trabaje en la labor que siempre fue su motivo de existencia, tenga para con ellos la conmiseración a que se hacen acreedores las criaturas malnacidas. A quí le aseguro que todo lo que tiene de honesto el anarquismo y el sindicalismo revolucionario (y estos y aquellos son muchos) reconoce en usted al militante leal que aún a trueque de no defender las propias convicciones sabe colocarse en el terreno de cumplir con lo encomendado. Yo no supe de su actuación hasta que no llegó a mí la revista y los boletines que usted me remitió, pero estaba seguro que usted no había de transgredir las bases que le remitiera en mi carácter de secretario de relaciones exteriores del organismo que usted representó en el congreso de la Internacional Sindical Roja y cuyas bases habían sido confeccionadas por el Consejo Federal. Sin embargo, mucho antes de llegar esos boletines ya se había levantado el índice acusador para con usted. L a canalla del “purismo” lo había calumniado y cuando publiqué la defensa de usted que recién hoy le remito y que como verá apareció el 3 de febrero del corriente año en el prestigioso periódico La Batalla de Montevideo ya usted había sido pasto de todo cuanto infeliz anda por estas tierras. E s la paga, amigo Tom, en fin, hay que filosofar y dar una migaja de bondad para ser distribuida entre los pobres de espíritu. El carácter de esta carta me impide hablarle de cosas al margen de la organización; en otra tendré el gusto de dirigirme a la “pequeña” de cabellos de oro que ha de hacer más llevadera su vida de pasión y de lucha. Reciba los saludos de Vidal M ata, siempre el incansable, de García Thomas, Eva Vivé, Antonio A . Gonçalves, J[ulio] R . Barcos, F[ernando] Gonzalo y de infinidad de compañeros. De mi parte, un abrazo. Sebastián Ferrer [Publicado en el diario La Montaña, Buenos Aires, 7 y 8 de julio de 1922, en ambos casos en p. 2.]
10 Ferrer hace referencia, sucesivamente, al volante “Un proceso de moralidad sindical”, Buenos Aires, 29 de junio de 1921, firmado por Antonio G onçalves, S ebastián Ferrer y José V idal Mata; al artículo “El supuesto ‘affaire’ y los propósitos de quienes lo han confeccionado”, aparecido La Internacional, Buenos A ires, 4 de abril de 1922; a Fernando G onzalo (autor de la “Carta abierta…”), seudónimo del anarcobolchevique Jesús María S uárez, de militancia en la provincia de S anta F e; al folleto “Radovitzky!”, Buenos A ires, Agrupación anarcosindicalista “La lucha”, abril de 1922. [N. del E d.]
José Fernando Penelón (1890 - 1954)
José Fernando Penelón fue un obrero linotipista, dirigente del gremio gráfico, concejal metropolitano, militante socialista y miembro fundador del comunismo argentino. Nació en el seno de una familia obrera de inmigrantes franceses. La muerte temprana de su padre, obrero ebanista, lo obligó a dejar los estudios y aprender un oficio para ayudar al sostenimiento de su familia. Trabajador gráfico desde los 14 años, un obrero mayor lo introdujo en las ideas socialistas. Intervino por primera vez en las luchas obreras en la huelga gráfica de B uenos Aires de octubrenoviembre de 1906, que duró 59 días y concluyó con una victoria al aceptar la patronal el pliego de condiciones de los huelguistas (aumento salarial, jornada de ocho horas, etc.), lo que facilitó la unificación en 1907 de la Federación Gráfica Bonaerense (FGB). En el contexto de las huelgas del año del Centenario, Penelón apareció como uno de sus dirigentes. En 1912 fue elegido miembro de la Comisión General Administrativa de la FGB, cargo que ocuparía varios períodos. Se vinculó al Partido Socialista hacia 1908 y cuatro años después integró el grupo juvenil que se constituyó en tendencia de izquierda, reivindicando el marxismo y el carácter clasista del socialismo, y reclamando a la dirección del partido la organización del movimiento juvenil a nivel nacional. C uando en julio de ese año el grupo comenzó a publicar el periódico Palabra Socialista, Penelón participó del comité de redacción. El núcleo juvenil también fundó en 1913 el “Centro de Estudios Sociales Carlos Marx”. Integró además el Comité de Propaganda Gremial, conformado en mayo de 1914, para ligar los gremios al partido y fortalecer la organización obrera. Mantuvo, al respecto, desde las páginas del diario La Vanguardia, una polémica con el dirigente sindicalista Sebastián Marotta. E n 1916, Penelón era miembro del Comité Ejecutivo del PS y candidato a diputado nacional. Pero a principios de 1917 el Comité Gremial fue disuelto por la dirección partidaria cuando aglutinaba 16.000 trabajadores. En el contexto de la Gran Guerra, a principios de 1917, el grupo parlamentario del PS emitió una declaración que implicaba una ruptura de relaciones con Alemania, se abrió un gran debate en el seno del partido que obligó a convocar a un congreso extraordinario. Penelón se opuso a la declaración del grupo parlamentario y encabezó la oposición internacionalista que presentó un proyecto de resolución en solidaridad con las resoluciones votadas por el ala izquierda de la socialdemocracia en las conferencias de Z immerwald y Kienthal. En dicho I II Congreso Extraordinario, celebrado en el Salón Verdi del barrio de La Boca de Buenos Aires en abril de 1917, pronunció un encendido discurso replicando a Juan B. Justo, instando a ser el “partido revolucionario” más que el “partido de gobierno” y a mantenerse en el “terreno de la lucha de clases”, es decir, el de la neutralidad en la guerra calificada de “interimperialista”. Su tendencia triunfó en el congreso, pero tras la maniobra del grupo parlamentario de votar la ruptura de relaciones con Alemania en la Cámara de Diputados y someter luego los hechos consumados al voto general de los afiliados, P enelón renunció al Comité Ejecutivo del PS, lo que fue la antesala de la escisión partidaria. Fue uno de los organizadores del “Comité de Defensa de las resoluciones del III Congreso” y miembro de consejo de redacción del periódico del ala izquierda partidaria La Internacional, fundado el 5 de agosto de 1917. Expulsadas las secciones “internacionalistas” a fines de 1917, se reunieron en un C ongreso realizado en Buenos Aires el 5 y 6 de enero de 1918, donde Penelón ocupó la presidencia. Dicho congreso votó la fundación del Partido Socialista Internacional (PSI). Fue elegido miembro del Comité Ejecutivo y refrendado como director de su periódico, La Internacional. Al mismo tiempo, participó como delegado de la Federación Gráfica en el X C ongreso de la FORA sindicalista, donde fue elegido miembro del Consejo Federal. Fue electo concejal de la ciudad de Buenos Aires por el PSI en noviembre de 1920, y reelegido en 1926. En el I I Congreso del PSI, del 19 y 20 de abril de 1919, fue reelegido miembro del Ejecutivo con el cargo de delegado a los congresos internacionales. En ese mismo año presidió el I C ongreso Extraordinario del partido, reunido el 25 y 26 de diciembre, donde se adoptó el nombre de Partido Comunista de la Argentina, aceptándose las 21 condiciones para adherir a la III Internacional contenidas en la Circular Zinoviev. Viajó en noviembre de 1922 a Moscú junto con J uan Greco para participar del IV Congreso de la Internacional en nombre de la mayoría partidaria. Allí conoció personalmente a Lenin, Trotsky y demás líderes bolcheviques. En febrero de 1924, retornó a Moscú para participar en el Pleno del C EI, ahora acompañado por el dirigente cordobés Miguel Contreras, siendo elegido miembro del Comité Ejecutivo ampliado de la Internacional. Permaneció en la ciudad hasta septiembre. Ese mismo año, al crearse el Secretariado Sudamericano de la Internacional, fue nombrado secretario general y director de su órgano, La Correspondencia Sudamericana (1926-1930). Durante 1924-1925, apareció como el máximo dirigente comunista de Sudamérica. En 1925, comenzado el proceso de “bolchevización” de los partidos comunistas, fue nombrado secretario general del PC argentino y encargado de llevar adelante dicho proceso. Pero en el curso de 1927, mientras Penelón era concejal, estallaron diferencias con el sector del Comité Central comunista que hegemonizaron V ictorio C odovilla y Rodolfo Ghioldi, que lo acusa de hacer girar la vida partidaria en torno a la política municipal y de no sostener desde el Concejo Deliberante la postura partidaria de “huelga general por tiempo indeterminado” y de “boicot absoluto al comercio con Inglaterra en caso de un ataque a Rusia”. Penelón y sus seguidores —sobre todo el sector obrero del partido— fundaron en 1928 el Partido Comunista de la Región Argentina, postulándose como candidato a presidente para las elecciones de 1928. Tras el golpe militar de septiembre de 1930, se le retiró a su partido la personería jurídica, siendo refundado como Concentración O brera, alcanzando cierta influencia en el ámbito comunal. Por su defensa de las condiciones de vida de la Buenos A ires obrera, se lo conoció como “el concejal de los barrios pobres”.
Dos Viajes a la Rusia sovietista 1922-1924
PRÓLOGO YA QUE HE VIVIDO casi ocho meses en la U RSS, trataré de darte una idea exacta de cómo vive el pueblo ruso, de sus instituciones, de sus progresos, para que comprendas mejor, lector, por qué el pueblo ruso ha rendido ese homenaje a Lenin, el más grande que ha recibido jamás hombre alguno en la historia. Mucho se ha escrito y se escribirá aún sobre la Rusia sovietista. Entre tantos escritos de valor, esta obra ha de ocupar un lugar modesto. E s el contributo de un obrero revolucionario que ha tenido la suerte de poder apreciar la verdad de las cosas rusas en dos períodos: 1922 y comienzos de 1924.
Un Discurso de Lenin en el IV Congreso de la Internacional Comunista
EL 17 DE NOVIEMBRE de 1922, el IV Congreso de la Internacional Comunista debía considerar el I I punto de su orden del día: “Las perspectivas de la revolución mundial”. Los delegados y un numeroso público acudía presuroso, desde temprano, al Gran Palacio del Kremlin (Bolshoi Kremlionskii dvorets, como dicen los rusos). Notábase una extraordinaria animación. Ello no era solamente motivado por la importancia del asunto, sino por su principal relator: V ladimir lllich Ulianov, conocido con el nombre inmortal de Lenin.1 Los delegados extranjeros contemplábamos emocionados la entrada del público que asistía a las sesiones, en el hermoso palacio reservado antaño a la nobleza y a la familia imperial. Queríamos explicarnos las sensaciones que recibirían esos obreros al contemplar la magnificencia de ese edificio, del que estaban excluidos antes y que ahora sentían ser suyo, muy suyo… La entrada principal del edificio, situada frente al río, lleva al vestíbulo de honor. F rente a la entrada está la escalera de honor, construida con piedras de R eval y que cuenta cincuenta y ocho escalones. Los pilares de la escalera, de mármol amarillo de Colonia, están ligados por artísticas rejas de bronce dorado. L a puerta de la antesala testimonia del arte alcanzado por el trabajo de los obreros ebanistas. La antesala, cuadrada, pintada y de afuera artística ornamentación de yeso blanco, contiene una obra de arte realmente interesante y significativa. Es el cuadro del pintor Iliá Repin y representa la R ecepción hecha por A lejandro I II, en el patio interior del P alacio Petrovskii, a los representantes de los grandes campesinos, cuando les aseguraba que el derecho de propiedad de la tierra sería garantido por los siglos de los siglos… Los personajes, en estatura natural, están fielmente reflejados en la tela, al punto de dar la sensación que constituyen una reunión animada. E ntre ellos, se dice que hay un antepasado de Chicherin.2 Los nobles señores, radiantes de gozo, escuchan complacidos las palabras del zar que aseguraba inmutable su derecho de propiedad, mientras los obreros y campesinos, que acuden a las sesiones del congreso, piensan que, gracias a su esfuerzo, todas esas propiedades han vuelto al trabajo. ¡La inmutabilidad de las cosas humanas! Hoy, en ese palacio, se reúnen no sólo los representantes del proletariado y de los campesinos pobres
1 El IV C ongreso de la I nternacional Comunista se inauguró en P etrogrado el 5 de noviembre de 1922, pero a partir del noveno día las sesiones se reanudaron en Moscú. Asistieron 408 delegados, provenientes de 58 organizaciones comunistas de diversos países. Lenin pronunció su discurso en alemán no el 17, sino el 13 de noviembre: “Cinco años de la Revolución Rusa y perspectivas de la revolución mundial”. Incluido en V. I. Lenin, Obras completas, Moscú, P rogreso, 1981, t. 45, pp. 278-294. [N. del Ed.] 2 Referencia al entonces comisario de Asuntos E xteriores G ueorgui V asílievich Chicherin (1872-1936), revolucionario ruso de origen noble. [N. del Ed.]
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de Rusia que han destruido el régimen de propiedad en su país, sino los representantes del proletariado y de los campesinos pobres de todo el mundo, para estudiar la mejor forma de destruir la propiedad privada en todos los países y devolver las tierras, los palacios, las fábricas, todas las riquezas creadas por el trabajo a los que las han producido. Pensamos un poco. N o es por divagar que damos estos detalles. E s porque tienen una importancia inmensa. L os obreros y campesinos rusos que visitan esos magníficos palacios después de recordar sus miserables isbás3 comprenden mejor el lujo, la molicie, la corrupción y la escandalosa explotación de los ricos y la negra miseria en que han vivido los pobres. Los obreros y campesinos que visitan esos palacios, que los sienten suyos, que comprenden que la Revolución les ha devuelto esas riquezas, creadas por ellos, que se sienten los amos de todas esas bellezas reservadas antes a los ricos, se hacen más revolucionarios. Son hombres a quienes nadie podrá arrebatar esas conquistas de la revolución. S on hombres que prácticamente sienten los beneficios de la sociedad comunista, que comprenden mejor a través de todos los textos, escritos o discursos, la superioridad del actual régimen y la conveniencia de la propiedad colectiva. Los campesinos más atrasados que ven el cuadro de Alejandro III asegurando el derecho de propiedad de los ricos y que, gracias a la Revolución, hoy sienten que la tierra les pertenece colectivamente, comprenden mejor que ese derecho de propiedad de los ricos sólo estaba basado en el sometimiento de las clases pobres. El arte, el lujo, la magnificencia del pasado se transforman así en una escuela práctica de educación revolucionaria. Después que el proletariado y las masas campesinas pobres han visitado esos palacios, que han sentido plenamente la sensación de ser suyos; después de gozar de la tierra y de haber comprendido que la sumisión de los pobres, que el respeto a los ricos, que el temor a luchar contra los poderosos, que no pudieron resistir la ola revolucionaria, constituían la piedra angular del anterior régimen de explotación y de miseria, ¿quién se atreverá a intentar arrebatarles esas conquistas a los obreros y campesinos rusos? Pero prosigamos con el P alacio. Dejamos de lado la sala de S an Jorge, la de S an Alejandro, la de S anta Catalina, el dormitorio de honor con todas sus magnificencias, para referirnos a la sala de San Andrés, donde se reunía el Congreso Mundial de la Internacional Comunista, que simbolizaba, según sus historiadores burgueses, “La dignidad sagrada del poder soberano”, al que puso fin la Revolución de Noviembre.4 Es toda dorada. D os filas de pilares cuadrados, artísticos, también dorados, contribuyen a darle una impresión de magnificencia grandiosa. E l piso es una verdadera obra de arte. Está compuesto de más de veinte clases diferentes de madera. Veinte ventanas, distribuidas en dos hileras, sirven para alumbrar dicha sala. Diez arañas de bronce y 35 brazos en las paredes con un total de 2.095 lámparas eléctricas estaban instaladas para alumbrar las reuniones de los poderes militares los días de grandes ceremonias del antiguo régimen. Dos estufas, de jaspe gris-violáceo-piedra de S iberia de una dureza tal que se dice que el trabajo de construcción solamente de esas dos estufas ha costado 7.000 rublos oro, constituyen los elementos de calefacción de esa magnífica sala. E l techo, las ventanas, los espejos que adornan el salón, todo es una magnificencia tal que impresionan. Los tapices rojos, el esce-
3 Las típicas viviendas campesinas rusas, construidas con troncos. [N. del Ed.] 4 Los rusos se regían entonces por el calendario juliano, según el cual la insurrección se produjo el 25 de octubre de 1917. Para el resto del mundo, que se regía por el calendario gregoriano, ese día correspondió al 7 de noviembre. E videntemente, para la época en que P enelón escribe su testimonio (1922) aún no está estabilizado el sintagma “Revolución de Octubre”. [N. del Ed.]
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nario y la tribuna, cubiertos de rojo, recuerdan que una revolución ha pasado, que ese lujo provocador que exacerba los odios de clase, al pensar en la miserable choza de los obreros y campesinos, es reemplazado por la impresión grandiosa de lo que puede hacer el trabajo, ahora que estas riquezas han vuelto al trabajador. Los delegados extranjeros comprendemos cuál ha de ser el sentimiento del pueblo ruso y por qué todo el pueblo está con la R evolución, con el poder soviético. T enemos la sensación de que la R evolución Rusa es invencible y que su sola existencia es la mejor, la más práctica, la más eficiente de las propagandas revolucionarias. La sesión del congreso va a comenzar. N o falta ningún delegado. T odos los miembros del Presidium (presidencia del congreso) están en su puesto. El público que asiste a la reunión es más numeroso que de costumbre. Un momento después, Lenin penetra en la sala. Es una de sus pocas apariciones al público, después de su larga enfermedad; será su penúltimo gran discurso el que vamos a oír. Los delegados y la barra aplauden con entusiasmo, mientras en todas las lenguas surgen vivas a Lenin y a la Revolución Rusa. E stamos en presencia del más grande de los genios, del artífice que más ha trabajado para devolver a los obreros y campesinos rusos esos palacios, esas tierras que otrora fueron de la nobleza, de la burguesía, de los ricos… No hay ni tiempo de analizar la impresión que produce L enin sobre nuestro ánimo. Y a está en la tribuna y somos “todo oídos” para escuchar las palabras del maestro. Lenin nos ha de hablar sobre la N ueva Política Económica. Desde sus primeras palabras nos sentimos profundamente atraídos por el orador. Comienza recordándonos algo que había escrito en 1918: “En relación con la política económica actual de la República Sovietista, es decir, en relación con la situación económica de 1918, el capitalismo de Estado constituye un progreso”. “Esto puede parecer extraño, quizás hasta insensato, puesto que nuestra R epública era una República Socialista que adoptábamos cada día y tan rápidamente como nos era posible —probablemente hasta con demasiado apresuramiento— toda clase de medidas económicas que no podían ser consideradas sino como medidas socialistas; y, sin embargo, yo consideraba que el capitalismo de Estado constituía, en relación con la situación económica de la República en esa época, un paso adelante y apoyaba esta opinión por la simple enumeración de los diversos elementos de nuestra estructura económica”. Con la claridad que ponía en sus razonamientos, L enin nos explicaba esta “opinión suya”. Qué firmeza llevaba a mi ánimo y al de mi compañero de delegación, Juan Greco, esta opinión de L enin que venía a justificar plenamente nuestra propia opinión sobre la NEP (Nueva Política E conómica) a la que considerábamos objetivamente, teniendo en cuenta la base económica de Rusia, como un paso adelante en el camino de la Revolución Social. Lenin nos explica rápidamente la situación de R usia en 1921, cuando la revuelta de Kronstadt5 y el descontento de las masas campesinas, agobiadas bajo el régimen del comunismo militar. Hasta tanto la lucha armada de la reacción puso en peligro las tierras de los campesinos, estos apoyaron decididamente el régimen sovietista en su lucha armada. Los campesinos comprendían muy bien que tras de los generales contrarrevolucionarios estaban los latifundistas, los propietarios de las tierras cuyo triunfo sería hacerles perder las tierras que la Revolución les había entregado. Por eso luchaban con ardor en favor de los rojos.
5 Referencia al alzamiento de marzo de 1921 de los marineros anarquistas de la Fortaleza de Kronstadt, en el golfo de F inlandia, ferozmente aplastada por los bolcheviques. [N. del Ed.]
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Pasado el peligro, la situación cambiaba. L as masas campesinas, esencialmente pequeño burguesas, instintivamente y por su estado de espíritu, más que conscientemente, se volvían contra el gobierno sovietista. “La causa —decía L enin— residía en que durante nuestro avance económico hemos ido demasiado lejos, sin haber asegurado nuestras bases; las masas sentían lo que más tarde —pocas semanas después— hemos reconocido: que el pasaje directo a una forma económica puramente socialista, a la distribución exclusivamente socialista de las riquezas, era superior a nuestras fuerzas. S i no estábamos en condiciones de efectuar una retirada estratégica y limitarnos a tareas más sencillas, estábamos perdidos”. Y agregaba Lenin, más adelante, después de explicar que la Nueva Política Económica tendía a restablecer la vinculación necesaria entre el E stado proletario y las masas campesinas y hasta obreras descontentas, para salvar la Revolución: “¿Esta posición de retirada nos ha sido útil, nos ha realmente salvado, o bien el resultado no es aún decisivo? H e aquí la cuestión esencial que me pregunto y pienso que esta cuestión importantísima para nosotros es también importante para todos los partidos comunistas, pues si la respuesta es negativa, todos estamos perdidos”. Esta cuestión, Lenin la solucionaba analizando objetivamente la situación de R usia. Señalaba la tendencia a la estabilización del rublo que, en 1922, duraba cinco meses, contra tres en 1921. Indicaba el progreso de las masas campesinas y de los obreros de Moscú y Petrogrado. Y agregaba estas palabras que pueden ser consideradas como la esencia de la táctica revolucionaria. “En esas dos capitales también los obreros estaban descontentos en la primavera de 1921. N o es el caso actual; no nos equivocamos nosotros que observamos diariamente la situación y el estado de espíritu de las masas obreras”. Después Lenin se detuvo a analizar los progresos de la agricultura, de la pequeña industria y de la grande industria, señalando la diferencia entre el capitalismo de E stado existente en Rusia “que no responde a la definición ordinaria de capitalismo de Estado y que es de una naturaleza especial”. Se refiere a las sociedades mixtas “que nos enseñan a comerciar, lo que nos hace tanta falta —dice Lenin— y a las que podemos, en cualquier momento que lo juzguemos necesario, disolver por lo que no arriesgamos, por así decir, absolutamente nada”. “No hay ninguna duda —dice Lenin— que hemos cometido una enorme cantidad de errores y que los cometeremos todavía. Nadie sabría juzgarlo mejor y más directamente que yo. Pero si cometemos errores, nuestros enemigos los cometen más grandes. E so no es difícil probarlo: tomemos el acuerdo concluido con Kolchak, por A mérica, Inglaterra, F rancia y olchak ayudarlo sin comprender que iban a un fracaso; yo no pueJapón.6 Prometieron a K do humanamente comprender el error de esos E stados y de sus gobernantes. H e aquí otro ejemplo: el tratado de Versalles. ¿Cómo podrán encontrar esas “gloriosas potencias” una salida a esta falta de sentido común que es ese tratado? N o creo exagerar al decir que nuestros errores no son nada frente a los de los capitalistas del mundo entero, a los que cometen los Estados burgueses y la II Internacional, todos juntos”. “Por eso creo que las perspectivas de la revolución mundial son buenas, y, en ciertas condiciones —estoy seguro— serán aún mejores”. R especto de esas condiciones L enin dice que el III Congreso de la I C (Internacional Comunista) ha adoptado una resolución sobre la estructura, el método y el contenido de la acción de los partidos comunistas. Pero, la resolución no ha sido aplicada por los partidos comunistas. “La tarea más importante para
6 Se refiere al apoyo que diversas potencias antisoviéticas brindaron al efímero “Gobierno Provisional de todas las Rusias” que el Almirante K olchak había establecido en 1918 en la ciudad siberiana de Omsk, que apenas duró dos meses. [N. del Ed.]
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todos los partidos consiste en comprender y aplicar lo que hemos escrito sobre la estructura de los partidos comunistas y que estos han leído y firmado sin haberla comprendido”. “He aquí su gran tarea. D ebemos decir no solamente para los rusos, sino también para los extranjeros, que lo esencial en el período que comienza es aprender. N osotros aprendemos en el sentido general de la palabra; ellos deben aprender en el sentido especial: comprender la organización, la estructura, el método, el contenido de la acción revolucionaria. Si lo hacen, estoy persuadido que las perspectivas de la Revolución Mundial serán no solamente buenas, sino excelentes”. Con estas palabras, Lenin termina su discurso. Prolongados aplausos y vivas a Lenin, que se retira fatigado visiblemente, saludan al final de su discurso. E l maestro, con su lógica de hierro, nos ha demostrado toda la importancia que juega en la Revolución Rusa el Partido C omunista y la que han de jugar en la R evolución Mundial los partidos comunistas de los demás países. Clara Zetkin —la valerosa luchadora alemana— sigue a Lenin en el uso de la palabra. Es correlatora, con T rotsky y B ela Kun, sobre este asunto. P oco después, C lara interrumpe su discurso y se levanta la sesión del congreso. La impresión de los delegados será, sin duda, inolvidable. Lenin nos ha dicho bien claramente que el problema de la Revolución es, en cierta circunstancia, el problema de la organización del P artido Comunista. Que el P artido C omunista debe saber unir las masas obreras y campesinas para hacer la Revolución. Que su método no ha sido otro que el de comprender las necesidades de las masas e impulsarlos a la acción. Que el triunfo de la Revolución Rusa ha dependido de la capacidad del Partido Comunista para comprender esas necesidades de las masas campesinas y obreras. Que la NEP ha salvado la Revolución de Noviembre, permitiendo que, bajo la dirección del Estado proletario, prosiga el proceso de transformación económica de la Rusia actual en una verdadera economía socialista. Poco después, el público y los delegados van saliendo del Gran Palacio del Kremlin. El río helado y la nieve que cubre las calles no nos llama ya la atención. El frío intenso no se siente. Estamos bajo la impresión honda, inolvidable, de lo que nos ha dicho el maestro. Y pensamos que tiene razón. Las masas obreras y campesinas, que se sienten satisfechas, que ven mejorar su existencia, que gozan de placeres prohibidos bajo el imperio del Zar, constituyen la fuerza invencible que no logrará volver a la esclavitud el capitalismo internacional. Y sobre todo, nos vienen a la memoria estas palabras de L enin, al referirse a la estabilización del rublo: “No es un análisis teórico cualquiera que enseña esta ciencia, sino la práctica, y esta es mucho más importante, según mi opinión, que todas las discusiones teóricas del mundo”. Para la Revolución Rusa es mucho más importante que el obrero y el campesino sientan suyos los palacios de la antigua nobleza, la tierra de los terratenientes, las grandes fábricas de los capitalistas, las universidades, los teatros, que todas las propagandas teóricas que pueda hacer la prensa burguesa extranjera con sus mentiras interesadas, que la misma fuerza de las armas de la burguesía, como lo han demostrado las repetidas derrotas de los contrarrevolucionarios.
En la fábrica metalúrgica Lenin
UN HOMENAJE HAN PASADO QUINCE MESES. E nviado nuevamente a M oscú para representar al P artido omunista de la Argentina en el V C Congreso de la I C con M iguel Contreras, nos hemos informado en el viaje de que L enin ha muerto. Estamos a 25 de febrero de 1924. E l día anterior hemos llegado a Moscú con Astrojildo Pereira, delegado del Brasil.7 Apenas instalado en el Hotel Lux, donde se alojaban los delegados, el Comité E jecutivo de la Internacional Comunista me hace saber que he sido designado con el comunista italiano, profesor V erdaro,8 para hablar en un acto de homenaje a Lenin, que se realiza en la fábrica metalúrgica que lleva su nombre. Es un taller metalúrgico importante donde trabajan seiscientos obreros. Lenin estuvo muchas veces en él. No hay obrero que no lo haya conocido personalmente y todos han conversado con el maestro. Llegamos media hora antes de iniciarse el acto. E l salón, cubierto de banderas y guirnaldas rojas y crespones negros tiene el infaltable retrato de Lenin, que ya hemos visto en todas las habitaciones. Los obreros reunidos están todos tristes. S e nota que el homenaje proyectado refleja el sentir profundo de los trabajadores. Reunidos en grupos, están conversando. E n uno de esos grupos, Krijanovsky, el ingeniero autor del plan de electrificación y miembro de la Comisión del Plan del Estado —del GosPlan, según la abreviatura rusa— e Yllin, viejo bolchevique, ambos compañeros de prisión de Lenin, están rememorando algunos recuerdos del maestro, visiblemente conmovidos.9 Son los oradores que, con Verdaro y conmigo, han de tomar parte en la reunión. El compañero director de la fábrica nos recuerda que fue al salir de ella que L enin fue herido por D ora K aplan.10 El lugar donde ocurrió el atentado se encuentra detrás de la fábrica. Nos invita a verlo, lo que aceptamos inmediatamente. Acompañados de algunos obreros y del director, vamos hasta el sitio donde la bala contrarrevolucionaria hizo caer a Lenin. C ubierto de nieve el lugar, se distingue, sin embargo, una piedra que ha sido coloca-
7 Astrojildo Pereira (1890-1965) fue un periodista y escritor de formación anarquista que en marzo de 1922 estuvo entre los fundadores del Partido Comunista B rasileño. [N. del Ed.] 8 El profesor en letras Virgilio Verdaro (1885-1960) era un comunista italiano que se encontraba entonces exiliado en la U RSS y enseñaba en el I nstituto M arx-Engels de Moscú. [N. del Ed.] 9 Gleb Maximilianovich Krzhizhanovsky (1872-1959) era un ingeniero ruso que había compartido militancia social-revolucionaria con L enin desde su juventud. H abía sido jefe del plan de electrificación soviético, el llamado “Gosplan”, abreviatura rusa de C omité Estatal de P lanificación. [N. del Ed.] 10 Dora (o Fanni) Kaplan (1887-1918) era una militante socialista-revolucionaria que el 30 de agosto de 1918 intentó asesinar a L enin disparándole tres tiros. A ntes de ser fusilada, alegó en su descargo que consideraba a Lenin “un traidor a la revolución” por la que ella y sus camaradas social-revolucionarios habían combatido. [N. del Ed.]
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da por los obreros en el sitio exacto donde cayó el maestro. A quí, nos dicen, se levantará el monumento que perpetúe este atentado criminal de los socialistas revolucionarios contra el genio que supo dirigir a los trabajadores en la lucha libertadora. Sin duda, como ustedes, muchos representantes del proletariado mundial vendrán a visitar este sitio para rendir homenaje a su dirigente. Un poco más lejos, nos señalan el sitio desde donde la Kaplan hizo fuego. Y más allá aún, el lugar donde Yllin, el viejo bolchevique que ha de hablar con nosotros en el acto, ha detenido a la heridora pues fue el primero que llegó al lugar, apenas se oyeron los disparos. Nos explican minuciosamente cómo se hizo la agresión, la posición de la K aplan, su tentativa de fuga después de cometido el atentado. Se nota que los obreros conservan muy vivo el recuerdo del pasado, que hace aún más penoso el presente. Volvemos al salón. Poco después comienza el acto. El salón está repleto. En el escenario, entre banderas rojas con inscripciones de oro, figuran dos retratos de L enin. Uno, de pie sobre un mundo, señala al proletariado, el camino de la victoria. Lleva la inscripción: “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. E l otro, L enin da un consejo a un joven proletario que simboliza la juventud comunista aunque pueda servir para todos: “Aprender, Aprender, Aprender”. Un obrero de la fábrica propone los miembros del Presidium. E ntre los presidentes de honor figuran los delegados del Comintern (Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista) que están presentes. L uego, con breves palabras presenta al ingeniero Krzhizhanovsky. Este comienza a hablar, conmovido, sobre la vida del maestro y su obra. Su larga exposición, en ruso, que nos traduce en francés un compañero en sus partes más salientes, está matizada de recuerdos personales que conmueven hondamente al orador y a los concurrentes. Durante una hora y media, seguido atentamente por el público, Krzhizhanovsky sigue hablando. Luego me corresponde hablar a mí, en representación del C omité Ejecutivo de la Internacional Comunista. D espués, habla V erdaro. Cada cual lo hemos hecho en nuestro idioma respectivo, traduciendo previamente al francés lo que íbamos a decir a una compañera que, a su vez, lo tradujera al ruso. Y llin cierra la serie de los discursos. C omo Krzhizhanovsky, está emocionadísimo. También él, durante más de una hora, trae recuerdos personales de L enin que escucha con atención la asamblea. H an pasado más de cuatro horas cuando se termina el acto y parece que los asistentes están deseosos de seguir escuchando los detalles de la vida de su jefe. Un sinnúmero de papelitos, conteniendo otras tantas preguntas sobre Lenin, llegan a la mesa, siguiendo la costumbre rusa. Krzhizhanovsky contesta algunas y en vista de ser absolutamente imposible de contestar todas, promete hacerlo en otra reunión. Los obreros de la fábrica Lenin, que aplaudieron entusiastamente los homenajes tributados al jefe inmortal de la Revolución, resolvieron donar dos semanas de sus jornales para el fondo L enin, dedicado especialmente a los niños. ¡Cuán grato habrá de ser al maestro —tan cariñoso con los niños— este homenaje sencillo y sincero de los obreros metalúrgicos de esa fábrica, que habían tomado esa resolución días antes del homenaje efectuado! Como su maestro, habían aprendido a ser prácticos. La impresión de los delegados ante ese acto no pudo ser más conmovedora. Decir que en cada pecho de obrero había un corazón que sentía no poder dar su vida a cambio de la del maestro es decir poco, es no decir nada. Pero en sus preguntas, en sus aplausos, en sus expresiones, era bien claro que tenía un profundo significado esta inscripción que figuraba en una gran franja roja: Lenin ha
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muerto, pero el leninismo vive. L a obra hará inmortal al maestro. E l leninismo realizará la evolución Mundial, emancipadora del proletariado. ¡Viva Lenin! R VISITA A LA TUMBA DE LENIN
ocos días después tuve una agradable sorpresa. C P asanellas —el autor de la muerte del ministro español Dato—, con quien había compartido mi habitación del Hotel Lux en 1922 durante un mes, y al que me liga una estrecha amistad desde esa fecha, nos hizo una visita, acompañado de su esposa, estudiante de la Facultad de los Pueblos Orientales.11 La visita de Casanellas nos proporciona la ocasión de conocer algunos detalles del entierro de L enin, y fue, no sin emoción, que hemos escuchado de sus labios el relato que nos hizo. Estaban presentes algunas personas más, entre ellas, los compañeros Contreras, Astrojildo Pereira y Rodolfo C outinho, estos dos últimos delegados del Brasil y dos compañeras, las hermanas B odgayeskaya que también había conocido en 1922 y cuya interesante historia tuvimos oportunidad de conocer el delegado español Acevedo y yo en ocasión a que habré de referirme. Casanellas, profundamente emocionado al recordar esos detalles, nos explicó la sorpresa, la incredulidad con que el pueblo ruso recibió la noticia de la muerte de L enin. ¡No podía ser! Lenin, el genio de la Revolución, era inmortal ante la opinión de los sinceros proletarios y campesinos rusos que amaban en Lenin —su guía— su propia obra: la Revolución. ¡Lenin, abandonar su obra inconclusa, cuando todos los corazones proletarios al querer simbolizar lo más grande, lo más bello, lo más puro, sentían la necesidad de pronunciar su nombre, el nombre querido de V ladimir Illich! Eso era imposible, era un error, una nueva mentira de la clase burguesa que tantas veces había muerto y enterrado a L enin. Una de las compañeras Bodgayeskaya le interrumpe para referirnos cómo conoció ella la muerte del maestro. Eran las cuatro de la madrugada cuando oí llamar el teléfono, que me despertó. M e hablaba un compañero: —¿Conoce ya la noticia dura? —me dice—, ¿sabe que Lenin ha muerto? Yo supuse que era una broma de mal gusto. No podía figurarme que la noticia era cierta. Corté de inmediato la comunicación para evitar la broma, diciéndole —sin dejarlo hablar— al que me llamaba que, en rigor, podía tolerar la broma de despertarme, pero que no debía ni un instante jugar con el nombre de nuestro jefe si pretendía que yo continuase dirigiéndole la palabra. Y corté la comunicación. Pero no pude dormir, creí que mi compañero era muy buen comediante, ya que al hacerme esa broma —yo estaba firmemente convencida de que no podía ser otra cosa, aún cuando sorprendida— él me había hablado de tal modo que se notaba en sus palabras la sensación de un sollozo. ¡Y era verdad! Lenin ya no existía. El entierro de Lenin, nos dice Casanella, es algo imposible de describir ni de imaginarse siquiera. Los soldados encendían fuego por las calles de trecho en trecho, para no helarse de frío. H ubo que organizar un servicio especial de asistencia a los que caían vencidos por esa temperatura.
11 R amón Casanellas (1897-1933) fue un sindicalista español, mundialmente conocido por haber sido en 1921 uno de los participantes del asesinato del presidente del Consejo de Ministros español, Eduardo D ato. Se encontraba entonces refugiado en la U RSS. Su compañera era una militante rusa conocida como M aría Fortús, combatiente comunista en la Guerra Civil española y luego en la Segunda Guerra M undial. [N. del Ed.]
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Varios millones de personas fueron atendidas. Conozco un compañero, delegado de I ndochina, que por tres veces intentó salir del L ux, cayendo en la acera, sangrando, con las manos y los pies completamente helados, hasta que hubo que llevarlo a su cuarto donde estuvo un mes y medio entre la vida y la muerte, por efecto del frío. Y sin embargo, durante nueve días y sus correspondientes noches, sin la interrupción de un solo minuto, el pueblo seguía desfilando frente al ataúd del maestro. Mi esposa y yo logramos pasar un día a las cuatro de la madrugada. La enorme multitud compuesta de personas de todas clases, de todas edades, pugnaba por entrar y permanecía durante horas y horas esperando que llegara su momento de desfilar ante el muerto. P ero, esa misma multitud, una vez adentro de la C asa de los S indicatos donde estaba colocado el cadáver, se transformaba. Parecía tener miedo de hacer ruido, pasaba silenciosa dominando sus sollozos y esas lágrimas que caían sin que un gemido saliera de los labios de los que iban pasando era algo que podía habernos impresionado, si no hubiéramos estado todos tan doloridos que estábamos ajenos a las impresiones de los demás. Madres con sus pequeñuelos, pequeños que parecían tener ya la sensación de los grandes, hombres fuertes, hechos en las luchas y en las guerras que dejaban caer sus lágrimas sin intentar ocultarlas era lo que se veía durante ese desfile. Y o estuve de guardia con mi compañía, durante unas horas, pero es tal la grandeza del espectáculo que he visto, que me siento incapaz de dar una idea que sólo podrá formarse el que ha vivido esas horas. El relato de C asanellas, confirmado por los que habían estado en M oscú durante esos momentos, nos explicaba plenamente la abundancia de fotografías del maestro que se encuentran en todas partes: en los comercios, en las universidades, en los cuarteles, en cada pieza de obrero o isbá de campesino. Con Casanellas resolvimos ir a visitar la tumba de Lenin, en construcción. El cadáver nos fue imposible verlo. Y fuimos allá, a la P laza Roja —cerca de las tumbas de otros revolucionarios caídos bajo las armas homicidas de la burguesía o vencidos por el tiempo que tomaba su venganza sobre aquellos titanes que no quisieron reconocerlo para dedicarse a preparar un nuevo mundo—, a rendir, también nosotros, un postrer homenaje al maestro, al hombre que, más que ninguno, encarnaba las conquistas de la revolución. LENIN Y LA R EVOLUCIÓN RUSA
astante he dicho, amigo lector, para que comprendieras que L B enin era el representante más en vista de la Revolución Rusa y del gobierno comunista. Toda revolución ha tenido sus hombres. Ellos han encarnado los intereses de las clases revolucionarias; ellos han despertado el odio de los enemigos; ellos han sido combatidos por todos los medios, con todas las armas por los hombres y las instituciones que la Revolución trataba de desalojar del poder y de destruir. Lenin también ha sido combatido. Lenin, más que ninguno de los revolucionarios de que nos habla la historia, ha sentido sobre sí el peso de esa lucha. En todo el mundo, con odio feroz, con todas las armas, se ha intentado hacer aparecer su obra y la de los comunistas como una obra insensata, de tiranía, de sangre, de execración. Los grandes diarios de todo el mundo le han hablado de la tiranía rusa, del régimen dictatorial y de terror, de la sangrienta dictadura bolchevique, de la obra de destrucción y de muerte de los comunistas rusos.
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Y tú, lector, que sólo lees esos diarios, no sabes qué pensar o crees lo que ellos te dicen y propalan. Pero he aquí algo que, si reflexionas podrá darte una prueba de la verdad de las cosas. Lenin ha muerto. Y es Lenin, el más conocido, el más responsable, el más visible de los gobernantes y revolucionario ruso que es llorado, intensamente, por todo el pueblo a quien se pretende que tiranizaba, que hacía víctimas sangrientas de su utopías, de las crueles experiencias comunistas. La misma prensa grande, ante la magnitud del homenaje a L enin, no ha podido esconderte esa noticia. E lla ha tenido que hacerte saber que, en todo el mundo, el proletariado ha sentido la muerte de su jefe. ¿Crees tú, lector, que todo el pueblo llora al jefe de una Revolución que lo tiraniza, que llena las cárceles de hombres inofensivos y honrados, que envía al cadalso a los que no piensan como él? No, lector, el pueblo llora a los que le dan vida, libertad, y no a los tiranos que los oprimen. El sollozo del pueblo ruso es la confirmación de que la Revolución Rusa ha sido hecha para el pueblo, para darle más libertad, más vida, menos tiranía y opresión. Las noticias que publican todos los enemigos de la R evolución no tienen otro propósito de impedir que los otros pueblos, como el ruso, hagan la R evolución también. S on noticias interesadas, que siempre, durante toda revolución, han propalado los hombres que eran desalojados del poder. S i tú, lector, supieras lo que han dicho de la R evolución Francesa o no lo olvidaras, comprenderías todo lo que se dice de la Revolución Rusa. ¿Crees, por ventura, que los españoles, en 1810, interesados en que la Revolución de Mayo no se hiciese, no han tratado de mentir sobre su significado, su alcance, sus resultados? ¿Crees que S an Martín, Moreno o Belgrano podían ser elogiados por los diarios españoles durante la R evolución de M ayo que le arrebataba sus colonias a E spaña, para darle la libertad económica, a la clase burguesa argentina? La Revolución Rusa es la revolución del proletariado y de los campesinos pobres contra la tiranía y la opresión de los ricos; los diarios, en todos los países salvo R usia, están en manos de los ricos; el gobierno también; el dinero para hacer una gran propaganda es patrimonio de la clase burguesa, de los capitalistas. ¿Puedes esperar que ellos digan la verdad sobre Rusia, sobre el gobierno obrero, sobre la Revolución Proletaria? No, no puedes esperarlo. Sus intereses se oponen a ello. Pero tú tienes algo para guiarte, sin temor a equivocación. L a bondad de la R evolución te la dará el propio pueblo que la vive. Y, cuando un pueblo, como el ruso, llora al jefe reconocido de la R evolución, es porque la Revolución ha dado a ese pueblo una vida más humana, más libertad, más fraternidad y más justicia. Nunca en la Historia hubo homenaje como el que se ha hecho a Lenin. E s también que nunca en la Historia se ha hecho una revolución para el pueblo como la Revolución Rusa. Revolución Proletaria, ella ha libertado a todos los que trabajan, y sólo los incapaces de trabajar, los que quieren vivir del trabajo de otros, son los que no pueden comprender la era de verdadera igualdad de fraternidad y de justicia que inaugura la Revolución Rusa.
[Parcialmente publicado como “Viaje a la U nión S oviética” en La Internacional, B uenos A ires, 31/5/1924. Se transcribe según el manuscrito íntegro de Penelón conservado en el Fondo Emilio J. Corbière, Dossier José F. Penelón, CeDInCI, Buenos A ires, FA O24, Caja 1, C arpeta 9, folios 1-23]
Augusto Pellegrini (1880 - 1960)
Augusto Pellegrini fue un obrero letrista rosarino nacido en el seno de una familia de inmigrantes italianos. E n su juventud, fue anarquista y luego se volcó al sindicalismo revolucionario. O rganizador de su gremio, llegó a ser secretario del Sindicato de Letristas, Decoradores y Anexos. D irigente de la Confederación Obrera R egional Argentina (CORA), la central obrera que defendía la autonomía de los sindicatos respecto del E stado y de los partidos políticos, a fines de 1912 figuraba entre los dirigentes sindicalistas que le proponían la unidad a la F ORA anarquista. El 1º de abril de 1915, participó como delegado de la Federación Obrera L ocal de Rosario del I X Congreso de la FORA unificada. Ese mismo día sostuvo —con referencias a Bakunin, Luiggi Fabbri y Marx— la postura sindicalista partidaria de eliminar la adhesión al “comunismo anárquico” de la D eclaración de Principios de la Federación, a fin de favorecer la unidad del movimiento obrero. Con la ruptura de la FORA, pasó a convertirse en uno de los dirigentes de la FORA del IX Congreso (sindicalista) y tres años después de la Unión S indical Argentina (USA). En 1920 formó parte de la Agrupación de Propaganda Sindicalista (luego llamada Federación de Agrupaciones Sindicalistas), la fracción del sindicalismo forista que apoyaba la R evolución Rusa y el proceso soviético abierto en 1917. Entre ese año y 1923, la Federación editó el periódico La Batalla Sindicalista. E s esta organización la que designó a P ellegrini delegado para asistir al II Congreso de la Internacional Sindical Roja, encomendándole el estudio de cuestiones sumamente espinosas: la existencia de anarquistas presos, el reflujo de la actividad de los soviets, el impacto de la dictadura proletaria sobre la libertad de prensa, la persistencia de la burguesía… Pellegrini partió del puerto de Buenos A ires el 26 de octubre de 1922 en el vapor Teutonia, y arribó a Hamburgo el 23 de noviembre. Allí lo recibió un compañero sindicalista que vivía en la ciudad y que lo describió como “un hombre alto y fornido, con corazón de niño”. Camino al Consulado ruso, ambos amigos se toparon con una “librería comunista”: “prensa rusa, folletos, calendarios, miles de libros…”. A pesar de que el tiempo apremiaba, “no había fuerza humana” capaz de sacar a Pellegrini de allí. “Vea usted esto, me decía, repare en aquello, qué linda edición y qué barata, y nosotros… sin nada. Sin libros, sin folletos, en la mayor penuria intelectual”. Pellegrini logró llegar hasta Kiel, donde el vapor Transbaltic lo llevó a Petersburgo. Pero cuando su tren arribó a Moscú, el Congreso de la Profintern acababa de concluir. De todos modos, pudo visitar fábricas, sindicatos, escuelas y universidades, enviando sus informes a B uenos Aires, que se iban publicando en sucesivas entregas de La Batalla Sindicalista. Los anarquistas ortodoxos del diario La Protesta se burlaron de las tribulaciones del viaje de Pellegrini en una serie de notas tituladas “Pellegrinadas”. Ese mismo año de 1922 estuvo entre los fundadores del diario sindicalista Bandera Proletaria (1922-1930), que pasó enseguida a convertirse en órgano de la USA. S i bien sus rastros se perdieron hacia los años treinta, Pellegrini desarrolló una intensa labor periodística en la década de 1920, colaborando asiduamente en otros periódicos afines al sindicalismo como El Obrero Letrista, La Voz del Marino, Unión Sindical y La Organización Obrera.
Mi viaje a la Rusia de los Soviets
CUANDO LA F EDERACIÓN DE Agrupaciones S indicalistas se decidió —haciendo un magnifico esfuerzo— a enviarme como delegado de ella a la lejana Rusia proletaria en busca de la verdad, acepté gustoso el ofrecimiento. Y sin más bagaje que mi entusiasmo y mi fe en la causa sindicalista, abandonando el lugar y los amigos, el 26 de octubre del año pasado me embarcaba en el Teutonia, llegando a Hamburgo después de un viaje un tanto penoso, el 23 de noviembre. Un amigo, un hombre voluntarioso, un comunista de verdad —Francisco Gaztañaga— encaminó mis pasos en esa gran ciudad, y por una admirable coincidencia —mi visita al local de los marinos— evité el tener que ir a B erlín, para luego marchar por la vía de Riga hasta Moscú. Habiéndose enterado los marítimos alemanes que yo deseaba marchar a R usia, me condujeron al consulado ruso en Hamburgo, para que allí se me facilitara mi partida que, de esta manera, se efectuaría a bordo del Transbaltic, un vapor de 14.000 toneladas propiedad de la R SFSR, que se hallaba en la ocasión anclado en Holtenhaus, frente a Kiel. Obtenido el salvoconducto esa misma noche del día 14, en compañía de G aztañaga marchábamos a Kiel. Una vez en esa ciudad buscamos alojamiento, partiendo el 25 por la mañana a Holtenhaus. El cónsul no nos había indicado dónde se hallaba el vapor soviético, y como Holtenhaus es tan grande, confieso francamente que más de una vez maldije la ocurrencia de este buen señor que nos largó de su despacho sin mayores explicaciones, habiéndonos obligado con su poca atención a una crisis calamitosa. D esde las 9 hasta la 1, en un continuo ir y venir, haciéndonos sospechosos a los ojos de lince de los policiacos germánicos, no nos fue posible dar con el vapor nombrado. Hasta en la misma prefectura del canal de K iel se nos negó su existencia. ¡Tanto es el odio a Rusia! Al fin, un obrero nos indica el fondeadero del barco y hacia él nos dirigimos con un afán y un ansia de alcanzarlo, inconcebible. ¡Ah, pero como el Transbaltic está lejos del muelle, necesitamos de alguien que quiera llevarnos hasta él, pero… los esbirros nos han señalado y a pesar del dinero que ofrecemos, nadie quiere embarcarnos, acabar con nuestra angustia… que aumentaba a cada pitada que el transatlántico daba anunciando su salida; de pronto un marino ruso nos da la esperanza que necesitábamos, él con el contramaestre que estaba en tierra también, me trasladaría a bordo mediante el remolcador del agente naviero de la R SFSR. Cuando abandoné el muelle me sentí otro hombre y cuando pisé la cubierta del Transbaltic saludado por los compañeros, la alegría que se apoderó de mi fue indescriptible, hasta hacerme olvidar las penosas horas de la mañana, transcurridas bajo un clima inclemente, frío como el alma de los hombres del canal, tan pigmeos y ruines, en su odio a la R usia obrera. Y así después de varios días de navegación enfrentamos Kronstad, el famoso apostadero de la flota rusa; la ciudad a quien un día los cañones del Soviet silenciaran sus gritos de protesta, hasta ahora sin saber si eran justos o no, pero tal vez importunos…
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El Transbaltic avanza rompiendo una masa de hielo de 15 centímetros de espesor. Ya en Kronstad me transbordan al Svogbda y con él llego a Petrogrado. Y a os he dicho en estas mismas columnas quiénes son los marinos del S oviet; de su labor y de su espíritu de sacrificio Rusia ha sido grandemente beneficiada. Ellos pasean por los mares del mundo la roja enseña de la República S ocialista Federal de los S oviets; enseña que los marinos de los otros países miran y saludan, cuando ante sus ojos pasa flameando victoriosa y presagiadora. Yo empecé a conocer la obra de la Revolución Rusa a bordo de estos barcos con una organización realmente comunista, basada en la disciplina aceptada consciente y voluntariosamente por los que empeñados en una común tarea saben bien que en el desorden sólo hallarían la muerte de sus más caras esperanzas revolucionarias. ¡Orgullo de Rusia son sus marinos! ¡Raza de proletarios que desde niños están batiéndose contra la muerte, en los mares, o en las barricadas de Petrogrado sin amainar nunca su orgullo, su espíritu de clase! Una vez arribados a Petrogrado y después de tres horas de espera, suben a bordo nueve personas de las que seis podemos asegurar son completamente inútiles; es la primera constatación del mal que aqueja la administración rusa y que Lenin denunciara sin reparo alguno. Es la burocracia improductiva contra la que se está iniciando en toda R usia una sorda pero no menos enérgica campaña de eliminación. En la propia Secretaría de la Internacional Comunista en los días que yo estuve en Moscú, fueron barridas toda una serie de burócratas. Bien, estos nueve ciudadanos, que terminan todos excepto uno por emborracharse con alcohol que les brindan los marinos, pasan cuatro largas horas para revisar unos sencillos documentos y mirar mis credenciales. Son tan poco comunistas esta gente, que ni siquiera evitan ante los ojos de un delegado extranjero el realizar semejante espectáculo. E l joven que permanece fresco les reprocha su actitud francamente avergonzado y yo, que comprendo muchas cosas, pienso que en todas partes hay borrachos y que aquí sólo estos señores son los que se marean porque los marinos que traen alcohol desde otros países, les ofrecen a tomar. E n fin, el asunto que anoto no es para desesperar, unos hombres inútiles y que se marean pasan desapercibidos en esta Rusia tan grande, ¡tan inmensa! Observadas mis credenciales, convencidos los nueve de que no soy sino un muchacho sindicalista amigo de Rusia, me hacen conducir en un auto oficial al local de los sindicatos de Petrogrado. E n el trayecto noto que la ciudad está bien alumbrada, circulando muchos trineos, autos y tranvías, y a pesar de ser ya tarde —las 10 pm—, infinidad de hombres y mujeres trabajan sacando la nieve de las veredas o de las vías. No creí yo nunca encontrar tan animada la ciudad, porque aun con el frío que hace, por donde quiera uno dirija la mirada, ve gente que anda y que entra o sale de infinidad de teatros, cines o bibliotecas. Las noticias horroríficas que sobre las ciudades rusas nos cuentan los diarios burgueses las desmentían esta actividad y este trajín de gente que mis ojos deslumbrados contemplaban. Y así, andando por muchas calles y avenidas, cruzando puentes o esquivando trineos, el auto que me conduce termina su recorrido parándose frente al local de los sindicatos que conozco enseguida, por sus carteles y escudos con inscripciones diversas, expresadas también en diversos idiomas. Cubierto de nieve, entro a la casa de los sindicatos y al ser anunciado, dos, cuatro, cien, doscientas manos os estrechan las vuestras, con una violencia tal que cuando salí del local para dirigirme al hotel, éstas me dolían bastante. Y en estos locales que fueron antes regias mansiones señoriales es donde verdaderamente conocéis el alma de R usia, el espíritu de la gran revolución. E normes mesas llenas de periódicos y folletos ocupan la mayoría de las salas, cuyas paredes están adornadas por
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grandes bibliotecas, afiches revolucionarios, banderas rojas y figuras de los “líderes” del partido y de los sindicatos. El mundo de obreros, jóvenes en su mayoría, entre los que figuran infinidad de mujeres, concurren asiduamente a los locales de los sindicatos. A llí los proletarios adquieren conocimiento de todo orden y aprenden a ser buenos revolucionarios dispuestos en cualquier emergencia, a dar su libertad y su vida en defensa de la patria socialista que amenazan de continuo todos los reaccionarios del orbe. Y unida la alegría que os produce la vista de los grandes edificios sindicales, nos ahoga la amargura del contraste. M ientras en nuestros países el Estado nos niega el derecho de organización, allí esta casi tiene fuerza de ley, y mientras en los países burgueses la policía y el ejército combaten, persiguen y destruyen las fuerzas del proletariado organizado, allí son la mejor garantía de su vida. Y en tanto en los países capitalistas se prohíbe a policías y soldados concurrir a los sindicatos, en Rusia se les incita por el contrario a que concurran, a que confraternicen con lo más sano, vigoroso y santo del proletariado. ¡Todo en Rusia es libertad, derecho, justicia y hasta privilegio para los productores! De ahí que, cuando se constatan allá estas cosas que voy dejando dichas, no os viene en gana el volver a tierras burguesas, tan diferentes a estas tierras, donde unas banderas anuncian, a todo el que llega, que allí se está trabajando por la realización del comunismo que es el pan y la libertad para millones de hombres. ¡Cuánta diferencia! DESDE LAS VENTANAS DEL HOTEL INTERNACIONAL
s este hotel al que se me conduce después de mi visita a la C E asa de los sindicatos, uno de los más grandes y mejores instalados de P etrogrado.1 Andando por su interior, visitando sus hermosos jardines de invierno, olvidáis que en las calles hace frío y que hay una gran capa de nieve que la cubre, tanto es el confort de este notable establecimiento. Por cierto que, fuera de los delegados extranjeros, el hotel es ocupado por funcionarios del Estado y señores burgueses que, después de la implantación de la N ueva Política Económica, han levantado en Rusia mucho vuelo. Me ha producido cierto desagrado el espíritu lacayesco de los mozos y la etiqueta allí reinante. Los mozos visten de smoking y como yo me metiera al comedor con el sobretodo puesto, me invitaron a que me lo sacara, cosa que así hice no sin cierta estupefacción, ya que ese aristocraticismo no encaja con las ideas comunistas, que sin reproducir el confort y la higiene no tienen nada que hacer con el lujo y la aparatosidad burguesa. Pero como no era posible destruir de golpe y porrazo todo el bagaje de prejuicios que la burguesía legó en herencia al pueblo ruso, ese hotel ha quedado ahí para ser utilizado en la recepción de delegados y para que los burgueses que en R usia están engordados nuevamente vivan otro tiempo un tanto satisfechos, hasta que una nueva expropiación general sea decretada y unos cuantos miles de zánganos conducidos a la miseria tengan que ingresar al taller para poder engullir el pan de cada día.
1 El que entonces se había rebautizado como H otel Internacional era el antiguo H otel Inglaterra, ubicado en la Voznesensky Prospekt, frente a la Plaza y la Iglesia de San Isaac, en el centro de Petersburgo. L o habían frecuentado figuras como Tolstoy en el siglo XIX e Isadora Duncan en esos mismos años. En una de sus habitaciones se suicidó en 1925 el poeta Sergei E senin. [N. del E d.]
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Y en tanto que mi imaginación busca la explicación de lo que dejo anotado, desde las ventanas del hotel que dan frente a la grandiosa Catedral de San Isaac, contemplo cómo mucha gente aun —viejos y mujeres casi todos— se persigna cuando pasan frente a este templo monumental que pudo haber simbolizado, en otra época, el poder formidable de la I glesia, y uno se pregunta: ¿cómo es que aun hoy, después de cinco años de triunfante revolución, no se haya realizado la evolución de los espíritus, y cómo todavía persiste la ignorancia religiosa? ¡Ah! M as la contestación surge de inmediato; y uno se dice para sí mismo que ni aun en veinte o treinta años podrá desaparecer de Rusia la fe religiosa, hasta que no desaparezcan estas generaciones nacidas en el error, envueltas en los pañales del prejuicio y la mentira, y a quienes la Revolución no pudo conmover el corazón que el dogma petrificara. M as los que se persignan, los que inclinan frente a los templos y los ídolos son gente inofensiva y no constituyen peligro alguno a la obra constructiva de la Revolución, y frente a ellos bien vienen aquellos versos de Dante: on ti curar di foro N Segui il tuo corso e lascia dir la gente. pensando así y mientras mis ojos escudriñan la calle llega hasta mis oídos una música exY traña, una música que entusiasma y arrastra, y sin pensar más me largo escaleras abajo hasta la calle a ver quiénes son los músicos y por qué tocan. Esta curiosidad mía es bien pronto satisfecha, desde una de las esquinas dobla en dirección al hotel un regimiento de caballería del E jército Rojo, y al pasar frente a mí dejando oír las notas vibrantes de sus músicas de pelea, me obligan a seguirlo. C ualquiera hubiera hecho lo mismo; hasta el anarquista más enemigo de la “dictadura” de los otros no hubiera podido resistir al poder de arrastre de esa música, de esos soldados de la Revolución, de esos héroes sublimes que barrieron todos los campos y ciudades de R usia la inmunda escoria de los ejércitos mercenarios y aliados; y olvidándome de los smocking de los mozos, sigo a esa muchachada valiente que en las puntas de sus picas enarbolan trapitos rojos y me siento “militarista”, y me pongo orgulloso al constatar que la clase obrera del mundo tiene un ejército en Rusia, que es su custodia, el freno con que la Revolución paraliza un tanto los desbordes reaccionarios del capitalismo mundial, la esperanza de una gran batalla contra todos los ejércitos del mundo burgués que un día quieran contener sus empujes liberadores. Siguiendo al regimiento y sin darme cuenta de ello, en mi entusiasmo, me alejo mucho del hotel y luego no sé volver a él. ¿Qué importa eso? E n Rusia todos son buenos y ya alguno me dirá dónde está el hotel y posiblemente me acompañe. E n tanto camino por la nieve, siento cantar. ¿Quién será?, me digo, y sin otra idea que la de escuchar a los que cantan desemboco en una plaza y nuevamente mis ojos ven un batallón de cadetes, que al tiempo que hacen notables ejercicios, cantan himnos revolucionarios. Terminada su hora de instrucción y a una voz del jefe, la milicia roja, esta juventud obrera que constituirá la oficialidad del ejército del pueblo, se pone en marcha cantando La Internacional, y entonces ya no son sólo ellos los que cantan, delante y detrás de ellos, chicuelos, hombres y mujeres también marchan coreando la popular canción y yo… y yo también la canto, ¡fuerte! T an fuerte que llamo la atención de un grupo de obreros, los que al notar que no canto en ruso me preguntan quién soy y, consiguiendo que me entiendan, aprovecho para hacerme acompañar hasta el hotel. U na vez en él se despiden de mí y, con un Dasvidania tovarich!, se alejan cantando otra vez.
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En Rusia se pueden cantar siempre, a cualquier hora y en cualquier sitio, los himnos de nuestra clase. En los países burgueses si hacéis eso te dan unos estacazos y os meten en el calabozo. ¡Y sin embargo hay obrero que odia la “dictadura rusa”, la “tiranía soviética”, llevado a ello por su ceguera dogmática, por su falta de espíritu analítico, por su pereza intelectual, cuando no por su cobardía! EN MARCHA HACIA MOSCÚ
o habían transcurrido un par de horas desde mi vuelta al hotel cuando recibo orden de presenN tarme a la Secretaría de la IC y una vez en ella me enteran de que el congreso de la I nternacional Sindical Roja no había terminado aún y que si yo lo deseaba partiría esa noche misma para Moscú: acepté el ofrecimiento y esa misma tarde a las seis, un auto oficial me conduce desde el hotel a la estación de ferrocarril. En el trayecto pasamos por la Perspectiva N eswky, la más grande avenida de P etrogrado cuyo tráfico es estupendo, notando grandes almacenes soviéticos y privados, y un vaivén de gente formidable. V erdaderamente R usia resurge por la paz y el trabajo, y no hay que dudar que la Nueva Política E conómica ha contribuido a este su actual progreso comercial e industrial. En definitiva, puedo afirmar que la vida de esa gran capital rusa no da ninguna impresión de tristeza ya que todo en ella es luz, alegría y movimiento. EN LA ESTACIÓN…
¡Ah, qué diferencia entre esta estación de Petrogrado y las nuestras! Todo es allí desquicio, desorden exponente de rutina. La gente se agolpa en las ventanillas, estrujándose por conseguir boleto, y el tren, ¡ah, el tren!, es asaltado en cuanto el empleado abre el portón del andén. M ucho hay que hacer en Rusia a propósito de ferrocarriles, cuyo desquicio y desorganización vienen desde la época zarista. R eferente a este asunto y en artículo aparte, tendré ocasión de hablar más extensamente. Mas ahora detengámonos en esta estación de Petrogrado y observemos tipos. Gran parte de los viajeros son soldados y funcionarios de Estado que marchan a Moscú, los demás son comerciantes y en gran cantidad mujiks, es decir, campesinos que vienen a Petrogrado a hacer compras y vuelven con ellas a sus aldeas. Estos en tanto esperan el tren se echan por el suelo o sobre sus bultos de una manera que inspira compasión. Les enseñaron así en otra época a compararse con los zabacas —perros—, de ahí que aun hoy se echan en cualquier parte y esperen resignados… a que la hora llegue… ¡Cuánto hay que hacer en R usia! Alguno dirá: ¿Por qué no hacen bancos? ¿Por qué no organizan mejor los servicios? ¿Por qué no arreglan y pintan las estaciones? ¡Ah, por qué! Porque hasta hace dos meses Rusia se batía contra los ejércitos del capitalismo desalojando a los japoneses de V ladivostok. Porque hasta hace dos meses las fábricas y los obreros de R usia trabajaban más para el ejército que para la nación, porque aquel era la vida de esta. Y porque los recursos del Estado se gastaban en paralizar la acción militar de la reacción mundial, de los ejércitos mercenarios que los trabajadores de occidente pertrechaban y municionaban. He ahí el porqué de esta parte de la desorganización económica de R usia, que no seré yo quien trate de negarla, pero que no seré tampoco yo el que se la atribuya a los comunistas y proletariados revolucionarios, cuyos sacrificios realizados para levantar la económica rusa no pueden ser calculados.
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Y volviendo a los tipos de la estación, he notado que muchos chiquillos se dedican a la venta de diarios, frutas y cigarrillos, cosa esta que los S oviets deberían evitar, imitando en consecuencia al gobierno alemán cuya conducta respecto de los niños es sencillamente admirable. Los niños no deben andar por las calles ejerciendo el comercio o vendiendo diarios. El que en Rusia hagan eso es de todo punto de vista lamentable, tan lamentable como el que en el término de una hora ocho mendigos me vinieron a pedir limosnas en esta estación de que os hablo. El camarada que me acompañaba, dando muestras de alguna indignación, les indicaba que se retirasen de mi lado, pero… yo creo que no hay tipo en el mundo tan cargoso como el mendigo ruso, volvían a insistir… y yo me dije que los S oviets hacían mal en tolerar la llaga de la mendicidad, impropia de la Rusia revolucionaria. R eferente al asunto dejo a los gobernantes rusos que se justifiquen si pueden… porque yo no puedo comprender que en Rusia los niños vendan diarios y cigarrillos por las calles, y los mendigos deambulen por ellas solicitando limosnas. EN EL TREN
n el vagón que me instalo para dirigirme a Moscú no viajan los mujik; estos, como en E los tiempos del zar, no utilizan sino los vagones de tercera clase2; yo, en cambio, junto con militares de alta graduación y funcionarios de la administración rusa, ocupamos un coche que por el confort no tiene nada que envidiar a los de los grandes expresos europeos; los asientos se convierten en confortables camas y la iluminación de los coches es eléctrica, cosa esta que no ocurre en todos los vagones rusos, en su mayor parte alumbrados con modestas velas de estearina.3 La marcha del tren es regular y el estado de las vías es excelente, habiendo calefacción y servicio de té en todos los coches, sin distinción. Por otra parte, en todas las estaciones del trayecto hay un buen servicio de agua caliente, que todo el mundo puede disfrutar de él gratuitamente. LOS MILLONES EN DANZA
stando por llegar a Moscú, después de un viaje encantador, alegro la visual ante la contemE plación de tanta belleza natural como hay en R usia, el camarada camarero me pide que le pague los tés que me he tomado y el servicio de sábanas, pregúntole cuánto es y me alarga una boleta en la que se halla anotada la cifra de 12.000.000 de rublos; como yo no conozco la moneda rusa, esta cifra fabulosa me azora un poco, mas un compañero capitán del ejército, con quien departimos en italiano buena parte del trayecto, me tranquilizó diciéndome que por un dólar me darán 30.000.000; conseguido el cambio que me ofrece otro camarada,
2 La distinción odiosa que supone los coches de diferentes categorías no ha podido ser eliminada en R usia y por muchos años persistirá, máxime teniendo en cuenta la escasez de material rodante, y la imposibilidad de transformar los actuales coches de tercera clase en vehículos cómodos y confortables [Nota de A . Pellegrini]. 3 En los ferrocarriles de L ituania y de L etonia, se viaja en peores condiciones que en los ferrocarriles rusos y también están alumbrados con velas. ¡Y esos… son ferrocarriles de administración burguesa! [Nota de A . Pellegrini].
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pago los 12.000.000 y entre tanto llego a M oscú, me quedo pensando en Justo y en sus tontas teorías de la moneda sana y en lo que diría este señor si tuviera que manejar tantos millones como aquí maneja el más humilde de los obreros.4 ¡En verdad que es muy depreciada la moneda rusa! ¡Ah, pero en cambio eso tiene la virtud de que en Rusia todos sean millonarios!– ¡Qué cosas las cosas rusas!… ¡MOSCÚ!
stamos en Moscú, yo y… mi maleta. ¿A dónde voy?, me pregunto… D E e Petrogrado me han largado sin decirme adónde debo dirigirme para llegar al C ongreso de la I SR, procediendo así, de esta manera, al igual que el cónsul de Hamburgo. Subo a un trineo, le mando al cochero a que se dirija al Kremlin. El cochero me habla, yo no le entiendo, él tampoco a mí y así refunfuñando llegamos al Kremlin, de allí nos echan; ¡nada tengo que hacer yo en el palacio que fuera de los zares! Un soldado le da una dirección al cochero, este me conduce al sitio que le indicaron, pero nada, allí no es el congreso ni saben nada de tal congreso, por fin un obrero me dice dónde debo dirigirme, y llego a un gran teatro en cuyo frente grandes carteles anunciaban que ahí se celebraba el Congreso de la I SR. Entro al local y… el congreso había terminado el día anterior… ¿Qué hacer? Una compañera rusa que hablaba el francés tan mal como yo me indica que dirija mis pasos al Hotel “Lux” —paradero de delegados—, donde posiblemente encontraría a unos argentinos y uruguayos. Vuelta otra vez a andar en trineo y nuevo dialogo internacional con el cochero, que a toda fuerza quiere que le conteste sus palabras en ruso; y cada vez que me decía ¿niet panimaiu?, yo le contestaba seguí… seguí… que no te entiendo, y así hasta el hotel. EN EL HOTEL “LUX”
na vez en el “Lux”, el cochero me pide por su trabajo 30.000.000 de rublos. ¡Otro conflicU to! No tengo con qué pagarle y al ofrecerle un dólar no lo acepta, por lo que me veo obligado a intentar cambiar en el hotel. U n camarada mexicano me saca de apuros pagando al cochero y me lleva luego a la plaza donde se hospedaban los comunistas argentinos Penelón y Greco, el camarada P intos del U ruguay, Casanellas, el matador de D ato, y un compañero español llamado Sierra. La acogida fraternal que me dispensaron los nombrados no pudo ser más amable. ¡Los rencores pasados mueren en esta Rusia!5 Y así pasaron en alegre camaradería los días de mi estadía en Moscú, sin que nadie abandonara por ello sus particulares puntos de vista.
4 Referencia al líder del socialismo argentino Juan B. Justo, que combatía el emisionismo inflacionario para preservar una “moneda sana” que permitiera afrontar la canasta familiar del proletario. [N. del E d.] 5 Se refiere al encuentro con los delegados del comunismo argentino J osé F. Penelón y J uan G reco, el comunista uruguayo Francisco Pintos y los españoles R amón Casanellas y Santiago Sierra y G onzález. [N. del E d.]
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SITUACIÓN INCÓMODA
todos los delegados se les daba en Rusia una propus, es decir, un carnet con su fotografía, A que le servía para entrar al hotel o a otros locales. A mí no se me dio, de ahí que muchas veces se me obstaculizó la entrada al hotel, y muchas veces tuve que presenciar cómo otros delegados penetraban en determinados sitios y yo… tenía que quedarme parado en la puerta a la espera de que salieran ellos. Cierta vez que pude introducirme en el Kremlin, ocultándome entre un grupo de delegados, tuve luego que soportar tres horas de intenso frío al aire libre porque el soldado de guardia en el Palacio imperial no me dejó entrar. Para salir, gracias al camarada Eberlein6 se me franqueó la puerta mediante un engaño de que hizo víctima al soldado de guardia. Yo no comprendo cómo no se me dio a mí ese documento que me hubiera servido para poder ver muchas cosas que de buenas ganas deseaba investigar. No quiero creer que ese descuido para conmigo haya sido porque yo fuera sindicalista, cosa que hubiera creído así cualquier espíritu un tanto suspicaz. Quiero creer, en cambio, que se debió a la gran cantidad de delegados que había que atender en esos momentos, y a la indolencia de ciertos burócratas encallecidos en la pereza. D e cualquier manera, por uno u otro conducto, pude conseguir datos y fotografías, visitar universidades, museos y fábricas, algunas a 100 kilómetros de Moscú, teatros, secretarías de sindicatos, el Palacio del Trabajo, la Casa de los sindicatos, almacenes del ejército, etc. De todo lo que mis ojos vieron, bueno o malo lo diré todo en estas páginas sindicalistas, hechas sólo para la verdad y la justicia nuestra. Y de acuerdo con el programa que me trazara la Federación de A grupaciones Sindicalistas, iré publicando en cada número de La Batalla Sindicalista mis apuntes sobre Rusia, que no son sino un fiel reflejo de la verdad. [Transcripto de “Delegación de la F ederación Sindicalista a Rusia. Iniciamos el informe de nuestro delegado. M i viaje a la Rusia de los S oviets”, en La Batalla Sindicalista. Periódico quincenario editado por la F ederación S indicalista, año II, nº 16, B uenos A ires, 16 de febrero de 1923, p. 1.]
6 Hugo Eberlein (1887-1941) era un comunista de izquierdas alemán que provenía de la Liga Espartaquista de R osa Luxemburg y Karl Liebknecht. [N. del E d.]
Miguel Contreras (1898 - 1987)
Miguel Contreras fue un dirigente comunista del movimiento obrero cordobés, de activa participación en la vida sindical latinoamericana. Nació en el seno de una modesta familia proletaria. Sin concluir sus estudios primarios, comenzó a trabajar a los 9 años como canillita; a los 15, como obrero maderero, poco después como molinero y por último como tipógrafo. En 1913, cuando no tenía aún 15 años cumplidos, ingresó a la Juventud Socialista, comprometida en una postura izquierdista, antibelicista y revolucionaria, que la llevaba a confrontar con las posiciones más moderadas de la dirección del Partido Socialista. El 4 de agosto de 1914, días después del estallido de la Primera Guerra Mundial, los socialistas cordobeses organizaron en la plaza General Paz un mitin de repudio en el que hicieron uso de la palabra el tipógrafo Pablo B. López y Contreras, con apenas 15 años, por las Juventudes Socialistas. En 1915, con la provincia agitada por paros en diversos gremios y el movimiento sindical dividido entre anarquistas, sindicalistas y socialistas, se contó a Contreras entre los fundadores de un proyecto unitario: el Comité de Propaganda Gremial, que tuvo un papel importante en la solidaridad con la huelga de trabajadores municipales de 1917 y fue la base sobre la que se constituyó, en septiembre de ese año, la Federación Obrera Local de Córdoba (FOLC). Contreras fue designado secretario de actas. La FOLC desempeñó también un rol clave organizando la solidaridad con los paros (obreros del calzado, tranviarios, cerveceros, etc.) que llevó adelante la clase obrera cordobesa en los años siguientes. Por entonces viajó por toda la provincia llevando la solidaridad de la Federación a cada uno de los conflictos gremiales, y fue detenido y golpeado por la policía en repetidas ocasiones. Como resultado de la unión de la FOLC con las federaciones departamentales surgidas durante esos dos años agitados, el 17, 18 y 19 de abril de 1919 se constituyó la Federación Obrera Provincial (FOP), en cuyo congreso de fundación participó Contreras. Como secretario de la FOP, fue uno de los promotores de la solidaridad obrera a la huelga universitaria que estalló en la Universidad de Córdoba en 1918, punto de la partida del movimiento de la Reforma Universitaria. En enero de 1919, la FOP y la FUC declararon una huelga general en protesta por la represión de la “Semana Trágica” en Buenos Aires. Contreras fue orador por la central obrera en un acto de la Federación Universitaria, en adhesión a una huelga del calzado. Cuando en 1917, en el contexto de la Gran Guerra, el grupo parlamentario socialista —desoyendo el voto del ala izquierda del partido, que se había impuesto en el III Congreso Extraordinario de abril— votó la ruptura de relaciones con Alemania en la Cámara de Diputados, sometiendo luego los hechos consumados al voto general de los afiliados, tanto los “internacionalistas” de Buenos Aires como los de Córdoba reaccionaron creando el “Comité de Defensa de las resoluciones del III Congreso”. Junto con José F. Penelón, Contreras estuvo entre los firmantes del “Manifiesto” del Comité. Los disidentes porteños fundaron su propio órgano, el periódico La Internacional, mientras que los cordobeses crearon, en febrero de 1918, Acción Proletaria. Expulsadas las secciones “internacionalistas” a fines de 1917, y en medio del entusiasmo provocado por la Revolución de Octubre en Rusia, López y Contreras redactaron un documento donde explicaban que, aunque eran mayoría en la Federación provincial, no podían permanecer en las filas del PS. Pocas semanas después, adherían desde Córdoba a la realización del Congreso realizado en Buenos Aires el 5 y 6 de enero de 1918, que daría origen al Partido Socialista Internacional (PSI). Estuvo entre los fundadores de la Federación Juvenil Comunista en marzo de 1921, y en 1922, entre los fundadores de la Unión Sindical Argentina (USA). Ese mismo año fue electo miembro del Comité Central del PC. Llegó a la URSS en junio de 1924 junto con Penelón, como delegados por la mayoría del PC argentino para participar del V Congreso de la Comintern (Moscú, junio-julio de 1924), formando parte de las comisiones política, de organización, de propaganda, agraria, juvenil e italiana. Participó también de la I Conferencia Internacional del Socorro Rojo Internacional (Moscú, 1924) y del III Congreso de la Profintern por Sudamérica (Moscú, 1924), siendo elegido miembro de su presidium. Regresó a la Argentina en agosto de ese año, emprendiendo una gira de conferencias titulada “Lo que vi en Rusia”. Durante la primera mitad de esta década, Contreras fue uno de los máximos exponentes del ala izquierda del PC, aunque bajo la presión de la Internacional terminó alineándose con la mayoría del Comité Ejecutivo. En la segunda mitad de la década de 1920 y comienzos de la siguiente asumió las máximas responsabilidades como
miembro del Secretariado Sudamericano de la Comintern y de la dirección de la Profintern en América Latina. En 1926, viajó a Chile para trabajar en la reorganización del PC de ese país, pero tras el golpe del coronel Carlos Ibáñez fue detenido durante cuatro meses, torturado y deportado a la Argentina. A fines de 1927, viajó a Perú. En marzo de 1928, retornó a Moscú para participar del IV Congreso de la Profintern. Recorrió varios países latinoamericanos para la preparación del Congreso Sindical Latinoamericano que finalmente se reunió en Montevideo, en mayo de 1929, a partir del cual Contreras y otros dirigentes sindicales comunistas intentaron constituir, en América Latina, sindicatos y centrales obreras separadas de las que hegemonizaban anarquistas, sindicalistas o socialistas. A principios de 1930 viajó a Lima, donde se entrevistó con José Carlos Mariátegui para forzar la transformación del Partido Socialista de Perú en Partido Comunista, tal como exigía la Internacional. De allí se dirigió a Colombia para intervenir, de manera similar, en la “bolchevización” del Partido Socialista Revolucionario. Fue apresado en una manifestación obrera en Bogotá y deportado. Desde Colombia se embarcó a la URSS para participar en el V Congreso de la Internacional Sindical Roja. En 1931, fue a Montevideo a participar de la preparación del II Congreso de la Confederación Sindical Latino Americana (CSLA). Nuevamente en la Argentina, en 1932 se integró a la dirección del Comité de la Unidad Sindical. En 1936, fue secretario de la Comisión Sindical del PC argentino, miembro de su CC y secretario del Comité Provincial del PC en Córdoba. Ese mismo año, en sintonía con la nueva táctica propiciada por la IC de promover organizaciones frentistas de masas, participó en Montevideo de una conferencia de la CSLA, que resolvió su autodisolución. En los años siguientes mantuvo vínculos regulares con los dirigentes comunistas de otras centrales sindicales (especialmente con los mexicanos de la CTM), de los que surgiría, en 1938, la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL). Este mismo año viajó una vez más a Moscú, convocado por el Secretariado del CE de la IC, pasando previamente dos meses por la Barcelona bombardeada durante la Guerra Civil española. Contreras fue candidato a diputado nacional, a convencional constituyente y a gobernador por la provincia de Córdoba. Visitó China Popular en 1959, con motivo del décimo aniversario de la revolución.
En un mitin comunista
Una carta de Trotsky
DESPUÉS DE LA MUERTE del compañero Lenin, que ha dejado una preciosa y genial herencia al proletariado mundial: el leninismo, la prensa burguesa del mundo ha agitado más que nunca la noticia de la grave enfermedad que aquejaba al camarada Trotsky, anhelosa de su muerte y quizás creyendo llevar con esto un poco de contento estúpido a las varias decenas de banqueros y capitalistas que ya deben, a estas horas, haber perdido toda esperanza de cobrar los empréstitos que hicieron al viejo régimen, definitivamente barrido por la Revolución de Octubre. Trotsky ha estado, en efecto, muy enfermo, habiéndose visto obligado a ir a más de seis días de tren de Moscú para su curación. A llí estaba cuando la muerte del compañero Vladimir Illich, y debido a la distancia no pudo llegar a tiempo para asistir al entierro. P ero hoy el compañero Trotsky está bien, casi restablecido del todo y —seguramente con gran pena de los plumíferos del capitalismo— ha vuelto a ocupar su puesto de acción. Llegó a Moscú el 18 de abril y ya ha dado varias conferencias sobre política mundial y la marcha de la r evolución. Anteanoche justamente habló en un sencillo pero que al fin resultó un gran acto, organizado por una Juventud Comunista. Cuando T rotsky apareció en la tribuna, una aclamación enorme, larga, recibió al jefe del Ejército Rojo. Aquello era realmente impresionante. A nuestra memoria venían entonces los recuerdos de las gloriosas jornadas del Ejército R ojo que defendió la revolución y barrió con todos los contrarrevolucionarios y los enemigos de todos los frentes, echándolos de nuestra grande R usia. Seis años de grandes luchas, de grandes angustias han pasado, y hoy tenemos a Rusia imponiéndose a todos los gobiernos burgueses del mundo que la reconocen de jure, mordiendo, podría decirse, el polvo de sus respectivas impotencias. Seis años que nosotros también habíamos seguido anhelantes allá en el país donde nos toca actuar, la A rgentina, con la convicción y la esperanza de que la revolución se impondría al fin, lo que ha ocurrido mediante el más gigantes esfuerzo revolucionario que conozcan los pueblos. ¡Cuántos recuerdos, cuántas reflexiones en ese momento! Cuando la aclamación cesó, Trotsky habló largamente a la juventud, incitándola constantemente a estudiar el marxismo y a empaparse de la táctica leninista, a sacrificarlo todo por la clase obrera, por la r evolución, a estar siempre lista para cualquier eventualidad; refirió la actual situación de Rusia, ridiculizó la posición de Mac Donald, etc. Terminado que hubo, le fue entregado un carnet de miembro honorario de la Juventud organizadora del acto, y otra vez se renovó aquella enorme aclamación de antes. Mas otra personalidad de la revolución debía hablar. E ra C lara Zetkin, la anciana luchadora universalmente conocida y estimada. C uando apareció en la sala, la enorme concurren cia aclamola también largamente, mientras T rotsky vivábala fuertemente. Y la Z etkin habló también brevemente, pero de una manera admirable, a las jóvenes y a los jóvenes obreros incitándolos a llevar adelante la revolución. ¡Qué caudal de energía, de entusiasmo, el de aquella querida compañera que a pesar de sus más de 65 años, aún es una agitadora activa y enérgica. ¡ Era todo un ejemplo para la juventud!
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Mas hubo otro detalle interesante, en ese gran acto de la Juventud. Antes de Trotsky habló también un jovencito compañero que a estar por su aspecto —pantalón corto, botines embarrados y cara de haberse agitado— antes del mitin debía haber estado jugando al fútbol. Dentro de la trascendencia del acto, destacábanse así, sin mayores preocupaciones, los rasgos más juveniles. ¡Y todos estos grandes hombres y estos jóvenes han hecho y mantienen la más grande revolución que conoce la historia! Salíamos de allí con un ánimo que es de imaginar en medio de aquel gentío juvenil, cuando unos camaradas nos leyeron una breve pero alentadora carta de Trotsky dirigida a las Juventudes Comunista del Cáucaso cuando él estuvo por esa región, días antes de venir a Moscú. Esa carta, que los camaradas, conociendo el castellano, nos tradujeron, dice así: Los problemas que vosotros tendréis que resolver son enormes. N uestra generación empezó la obra de la revolución comunista: vuestra generación deberá concluirla. La revolución comunista es un proceso lento. Pasarán aún años, quizás decenas de años, de una lucha encarnizada. P ara esta lucha hay que prepararse. Procurad aprovechar cada momento, armar vuestra inteligencia con las nociones necesarias, fortificad vuestra voluntad con el ilimitado amor a la causa de la clase obrera y a su vanguardia, el Partido Comunista. Estudiad la historia de la lucha revolucionaria, estudiad cuidadosamente las obras de Lenin y no procuréis abarcarlo todo de un golpe: mejor leer un solo libro pero bien y atentamente, con juicio crítico, asimilando su contenido hasta el fin. En este caso seguid el consejo del compañero Lenin: “Mejor poco, pero bien”. Un verdadero comunista no acepta ninguna idea sin un serio análisis crítico y recién después de haberse hecho, obtienen valor sus conclusiones, que se convierten después en una parte indivisible de su ser. Os deseo mucho éxito en vuestra preparación para la obra que os espera. Trotsky (del Pravda, del 17 de abril de 1924). Esas líneas de Trotsky pueden ser recogidas por los jóvenes de todas partes. Recojámoslas nosotros también. Estudiemos cuidadosamente al maestro desaparecido, penetremos su táctica y secundemos a nuestro Partido Comunista en su gran tarea de conquistar las masas proletarias para las venideras luchas revolucionarias por el comunismo. S igamos con mayor intensidad que nunca la lucha para congregar en torno a la Federación de Juventudes Comunistas a los jóvenes proletarios de la ciudad y del campo. ¡Que el ejemplo de los viejos luchadores del comunismo y que el resultado de sus fecundas experiencias nos sirvan de guía a nosotros que también tenemos una gran tarea a realizar. Moscú, 23 de abril de 1924 [Transcripto de Juventud Comunista. Órgano de la Federación J uvenil Comunista (Sección argentina de la Internacional Juvenil Comunista), año III, nº 29, Buenos A ires, noviembre de 1914, p. 2.]
Notas sobre mis viajes
LA PRIMERA VEZ QUE salí al exterior, ya habíamos fundado el Partido [Comunista]. Habiendo asistido Rodolfo Ghioldi en 1921 al Congreso de la Internacional Comunista, tuvo en él una muy destacada actuación. Allí se convocó al siguiente congreso para 1924. A fines de 1923 la dirección nacional resolvió enviarme en una delegación. Yo no me animaba, me interrogaba si sería capaz de asimilar todos los problemas y planteos que ahí se propondrían. Rodolfo me escribió una carta, diciendo que debía ir. Ello era porque, sin jactancia, en Córdoba nosotros dirigíamos el movimiento obrero. También había dirigentes anarquistas y sindicalistas, pero no vendidos. Por eso, Córdoba, con Buenos Aires, era lo más representativo del país. Rosario, en cambio, era considerada “la Barcelona argentina” por ser un centro anarquista. En la Capital Federal predominaban los socialistas, anarquistas y sindicalistas. Quiero establecer que no se deben confundir con los de ahora, ellos obraban en forma individual y con honestidad. Eran sectarios, pero clasistas. Ahora, los terroristas son la pequeña burguesía que pierde sus ilusiones. Como ya he relatado en muchas ocasiones, mientras estábamos en viaje a Moscú, nos llegó, estando en Bélgica, la noticia del fallecimiento de Lenin. No lo creímos porque la prensa daba esta noticia a cada rato, pero esta vez tuvimos la confirmación y poco tiempo después, al llegar, asistimos a las honras fúnebres al gran jefe y piloto de la Revolución. Fue en esta oportunidad que me tocó compartir mi habitación con un compañero de Indochina, a quien asistí porque, parado en la fila para despedir a Lenin y proveniente de un clima cálido, se le habían helado las manos. Cuando él falleció —estoy hablando de Ho-ChiMin—, La Voz del Interior me hizo un reportaje en el que relaté todas estas cosas. Conocí, durante el congreso, a Stalin. El tema central de la discusión era si había que hacer el socialismo en un sólo país o marchar a la Revolución Mundial, posición de Trotsky y Zinoviev. Como hacía poco había triunfado el fascismo en Italia, había gran cantidad de refugiados de esa nacionalidad, de los cuales conocí a Togliatti, a Bordiga, a Germanetto, militante sindical que estuvo en la dirección de la Internacional Sindical Roja con Lozovski, a Longo, a quien los fascistas habían apaleado en plena Cámara. Longo escribió un artículo sobre los homenajes a Lenin, y describió entre los que desfilaban al “indio” latinoamericano. El “indio” era yo. De los españoles, conocí a Vicente Rojo, un gran viejo, y de los franceses, a Jacques Duclos. En esa estadía recorrí mucho de la URSS, hablé en actos en Kiev, Bakú y Leningrado, compartiendo la tribuna con Clara Zetkin (mi hija lleva su nombre). Clara Zetkin estaba ya muy anciana. Sin embargo, cuando hablaba causaba una sensación muy profunda. También conocí a Evgueni Varga.1
1 Sucesivamente, se refiere a los comunistas italianos Palmiro Togliatti (1893-1964), Amadeo Bordiga (18891970), Giovanni Germanetto (1885-1959) y Luigi Longo (1900-1980), al ucraniano Salomón Lozovsky
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Yo transmití a este congreso la situación en Latinoamérica; éramos el único partido representado de esta zona. También había muchos húngaros que se refugiaban después de la caída del gobierno de Bela Kun. Estaba Kolarov, que había podido escapar.2 Después regresó a Hungría y estuvo mucho tiempo preso y aislado. Cuando lo fueron a ver por mediación de la solidaridad internacional, su pregunta primera fue: “¿Existe la revolución en Rusia?”. El congreso terminó con el triunfo de la posición leninista, tomando en cuenta en especial el fracaso de la revolución en Alemania, del cual era el mayor responsable Trotsky.3 Al volver, en 1925 se hizo aquí el IV Congreso del Partido Comunista Argentino, que escuchó mi informe. Como se sabe, en este congreso se reafirmó la postura del partido contra las corrientes fraccionistas. Después hice una gira de conferencias por el país, con el tema Lo que vi en Rusia. Entonces era muy difícil ir allí, sólo viajaban los delegados o algún ruso que se repatriaba, y a la vez había mucho interés por conocer lo que estaba sucediendo en el primer país socialista. Aquí, en Córdoba, vinieron a escucharme Gumersindo Sayago, Deodoro Roca, entre otros muchos.4 [Transcripto de Miguel Contreras, Memorias, Buenos Aires, Testimonios, 1978, pp. 60-62.]
(1878-1952), al francés Jacques Duclós (1896-1975), a la alemana Clara Zetkin (1857-1933) y al húngaro Eugeni Varga (1879-1964). Vicente Rojo era un comunista español homónimo del célebre general republicano, quien en modo alguno podía ser un “gran viejo” en 1924, cuando ni siquiera había cumplido los 30 años. [N. del Ed.] 2 Referencias al dirigente comunista húngaro Bela Kun (1886-1938) y al búlgaro Vasil Kolarov (1877-1950). [N. del Ed.] 3 El fracaso de la insurrección alemana de octubre de 1923 planificada por el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista junto con la dirección del Partido Comunista alemán tuvo graves consecuencias, la principal de las cuales fue el definitivo aislamiento de la revolución soviética. Dado que para entonces (1924) se había desatado una abierta lucha de fracciones en el PCUS y en el seno de la Internacional, Contreras —que dicta estas memorias hacia 1977 o 1978— repite al relato stalinista que le achacaba a Trotsky la responsabilidad de la derrota. [N. del Ed.] 4 Se refiere a los jóvenes dirigentes de la Reforma Universitaria. [N. del Ed.]
Abraham Resnik (1867 - 1942)
Abraham Resnik fue un obrero letrista de orientación sindicalista, nacido en el seno de una familia de inmigrantes ruso-judíos. Organizador de su gremio, fue uno de los dirigentes del Sindicato de L etristas, D ecoradores y Anexos. Fue el promotor, desde su gremio, de diversas experiencias de confederación sindical, como la Confederación Obrera R egional Argentina (1909-1914), la F ederación Obrera R egional Argentina (19141922), la U nión Sindical Argentina (1922-1930) y, finalmente, la Confederación G eneral del Trabajo, fundada en 1930. Andrés Cabona, otro de los líderes de la corriente sindicalista, lo recordaba “inteligente, modesto, cordial y trabajador, ocupaba la secretaría de la USA al producirse su fusión con la COA para dar nacimiento a la CGT”. Resnik fue parte de la corriente sindicalista que manifestó su entusiasmo por la R evolución Rusa y apoyó el proceso soviético iniciado en 1917. Integró la delegación obrera que la USA envió a la celebración del X Aniversario de la R evolución de Octubre, junto con el calderero Atilio R . Biondi y el dirigente de la U nión Obrera de E ntre Ríos, Martín S . G arcía. Los emisarios enviaron un extenso informe que se publicó en el diario Bandera Proletaria, entre febrero y marzo de 1929, y colaboraron en un pequeño volumen que la editorial sindicalista Plus U ltra publicó en 1928: La Rusia Obrera. Homenaje de los sindicalistas, 1917-1928. Pero antes que estos informes y homenajes, incluimos aquí el testimonio que R esnik elaboró sobre el teatro revolucionario soviético, tal como lo presenció durante su estadía en M oscú. “Siendo obrero —advierte Resnik en un breve prefacio—, y careciendo por tal condición de los conocimientos necesarios como para hacer un estudio más o menos amplio del Teatro soviético”, optó por ofrecer al lector proletario un cuadro de las obras teatrales a las que asistió en 1927 y que en su conjunto “escalonan los períodos de la Rusia revolucionaria del último decenio”. El pequeño libro llevó una breve introducción de Álvaro Yunque, que también transcribimos a continuación.
Introducción a Teatro soviético
NO SOMOS NOSOTROS, CONTEMPORÁNEOS de ese gran hecho histórico que se llamará al través de los siglos “la R evolución Soviética”, los capaces de juzgarlo definitivamente; pero debemos contribuir, en lo posible, para que el futuro pueda así juzgarlo. A. Resnik, obrero visitante de la actual R epública Rusa, contribuye con este pequeño libro a esa obra justiciera que anarquistas, socialistas templados o burgueses deprimen y que comunistas exaltan, todo sin equilibrio y sin claridad, con pasión explicable, pero funesta para el ideal sagrado de la fraternidad humana. De lo muchísimo que se está intentando en ese gran laboratorio de posibilidades que hoy es la Rusia Soviética, sea en materia de educación racional o en ciencia o en experimentación de vida comunista o en arte, mucho morirá. También quedará mucho. De cuanto quede, tal vez lo más sea su arte. Ya sabemos —¡por suerte!— los hombres que hablamos lengua española cuánto vale el pueblo ruso como productor de artistas. S u vasta, pujante, sin igual literatura novelesca, fue como un torrente de sangre roja y sana que nos calentó el espíritu desde los tiempos de G ogol y Tolstoi hasta los de G orki y Andreiev. Nos han llegado también los nombres de los últimamente nacidos (Leonov, Zamiatin, Semenov, Nevierov…), y los admiramos. ¿Por qué no ha de seguir aquella alma colosal, floreciendo en nuevos artistas? ¿Pero Rusia, después de su múltiple esfuerzo para derribar el trono podrido pero siempre pesante que gravitaba sobre sus curvados lomos, no se hallará cansada?… Que no es así, nos lo dice su estupenda cinematografía, hoy la más original de todas. A sí lo proclamó su obra maestra: El Acorazado Potemkin, cumbre de sobriedad, emoción y fuerza. Quien produce tal cinematografía ha de producir un teatro similar. De algo nos hablaron los enviados de los diarios capitalistas; pero quizás ellos, como profesionales de la pluma, gente de la que siempre es bueno desconfiar, porque siempre está dispuesta a ponerse al servicio de quien mejor pague, quizás ellos no han podido ver en ese teatro lo que en él habrá de herramienta social, de instrumento de trabajo con el que se introducía en la masa desprecio hacia sus opresores de ayer y esperanza en un régimen distinto, con ángulo abierto al futuro siempre promisor. Quizás ellos estuviesen más atentos a admirar su novísima técnica que a pulsar su intención sensibilizadora, educadora, orientadora. A. Resnik, obrero, espectador de arte, átomo de público, aporta con este pequeño libro su visión de ese teatro, aun en formación, teatro inquieto, ideológico y trágico; es decir, un teatro antípoda del manso, sensual y carcajeante que sirven a nuestra masa popular, en las sociedades capitalistas de América y E uropa, los empresarios que han convertido tan noble cátedra en epílogo de la mesa y prólogo del lecho. Por eso, el pequeño libro que el lector va a leer en seguida, le ha de ser útil: desmodorrará sus lugares comunes sobre arte.
Álvaro Yunque Buenos Aires, 1929
Teatro revolucionario de la Rusia soviética
TENDENCIA DE SUPLIR AL TEATRO PRERREVOLUCIONARIO Y DE SERVIR, A LA VEZ, COMO INSTRUMENTO DE PROPAGANDA REVOLUCIONARIA, TENDIENTE A EDUCAR A LA GENERACIÓN NACIENTE EL TEATRO SOVIÉTICO ACTUAL presenta una visión única al forastero que va a Rusia después de la R evolución, ávido por conocer de cerca la transformación que se ha operado en todas las relaciones de la vida, como asimismo en sus manifestaciones de arte, literatura, etc. Se equivoca, a nuestro parecer, el que pretendiera ver en el teatro que se representa hoy, especialmente en Moscú, que es la cabeza directriz de todo este enorme laboratorio en elaboración de un nuevo sistema de vida, bajo sus más variadas gamas y matices; se equivoca, decimos, quien pretendiera ver allí realmente un nuevo arte proletario. No, a este le está reservado el porvenir, él está recién por nacer. ¿En qué formas, bajo qué aspectos?, esto lo dirá el ulterior desenvolvimiento de la nueva generación que nace; y que necesariamente, conjuntamente con los nuevos valores que crea, imbuirá al teatro, que es o debe ser el reflejo fiel en donde podamos vernos retratados a cada instante en todas las manifestaciones de nuestra vida. Hoy, según nuestra impresión personal —en este período transitorio, cuando lo viejo no está aún deshecho, y lo nuevo recién está echando sus brotes—, el Teatro Soviético se nutre principalmente de las obras de varios autores, surgidos al calor de la Revolución; que han vivido sus preliminares, han participado activamente de todos los horrores de la guerra, Revolución, guerra civil, intervenciones y todas las consecuencias que estas han traído aparejadas. Estos actores del drama social de ayer han debido reflejar, en sus obras de hoy, todo de lo que han participado: de ahí que el arte proletario, se me antoja, resulte, más que tal, reseña viviente de todo lo recientemente actuado. En mi narración, pues, dejaré a un lado las obras de carácter puramente decorativas y del punto de vista musical, que tienen argumentos carentes de sentido crítico-social, como ser: “El amor a tres naranjas”, con argumento fantástico, como lo son sus decoraciones que representan una crítica humorística y mordaz a las óperas fastuosas y sin contenido, como asimismo la música adaptada al conjunto que resulta ser una parodia grotesca a la clásica, o un intento de revolucionarla; o “La bella durmiente”, “La D alia roja” donde, además de la riqueza del vestuario y decoraciones, se nos presenta el ballet ruso, los admirables cuadros de bailes rusos, insuperables e inimitables por su belleza y clasicismo en todos los teatros del mundo.
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“RUGE CHINA”, POR C. M. TRETIAKOV ( TEATRO DE MEYERHOLD)1
igna de mención preferente, no obstante, es la obra intitulada “Ruge C D hina”. La misma denominación muestra el carácter de esta formidable producción. L aC hina oprimida por el imperialismo internacional despierta de su sueño milenario. C uadros de belleza decorativa y de interpretación realmente inenarrables. V ale la pena presenciarlos en su dramatismo envolvente. Desconcertantes, a veces, por la amplitud y crudeza con que sus cuadros son representados, dejan una impresión imborrable en el espectador que los ve por vez primera. Y otras y otras, en una serie interminable… Pero no es este el propósito que perseguimos. Queremos limitarnos únicamente a la reseña sintética del teatro en particular, donde se cultiva el género revolucionario, tendiente a educar a las masas obreras; a elevar su nivel cultural, a “hacer participar a la gran mayoría de la población de su vida, dictando al teatro sus necesidades, sus anhelos”, al decir de Bujarin y Lunatcharsky. D e ahí que nos limitaremos a la exposición de algunas obras de ese carácter, que hemos tenido ocasión de presenciar. De los teatros visitados se destacan, especialmente, los siguientes: “El Teatro de la Revolución”, “El G ran T eatro A cadémico”, “El T eatro de Arte de Moscú”, “El Teatro Nacional A cadémico”, “Teatro A cadémico Judío”, “Teatro de M eyerhold”, “Teatro de Vajtangov”, “Teatro A cadémico de A rte”, “Gran T eatro de M oscú”, “Teatro Judío Habima” y otros más. En todos ellos se exhiben, ante salas abarrotadas de público, obras del género de que antes hemos hablado; género que abarca el período prerrevolucionario y el que le sigue inmediatamente en este último decenio de años. “L A TRAMA DE LA EMPERATRIZ”, POR A. TOLSTOI2
ntes de entrar en materia sintetizaremos el argumento de la obra denominada “La trama A de la emperatriz”’. En ella se ven, como en un calidoscopio, escenas del período de la víspera del año 1914, con toda la simiente podrida del zarismo, régimen gobernado por un vagabundo de S iberia: Rasputín, hasta su muerte por el príncipe Y usupov y los primeros amagos de la revolución “kerenskista”, junto con las primeras formaciones de S oviets de obreros, campesinos y soldados, que llevan ya en germen, con su propaganda y acción, los futuros acontecimientos de la R evolución de Noviembre. Y no me extiendo más sobre esta obra porque entiendo que el susodicho período es sobradamente conocido por los documentos que la Revolución ha producido.
1 Sergei Mijáilovich Tretiakov (1892-1939) fue un dramaturgo ruso, colaborador literario del director de cine Sergei M. Eisenstein y del director de teatro Vsiévolod E. Meyerhold. Junto con Ivánov y Maiakovski, fue uno de los exponentes del teatro de vanguardia revolucionario de los años veinte, con obras como ¿Escuchas, Moscú? (1924) y ¡Ruge, China! (1926). [N. del Ed.] 2 Alexis Nikolaievich Tolstoi (1883-1945) fue un poeta, narrador y dramaturgo ruso. El drama histórico “Zagovor imperatritsy” (La conspiración de la emperatriz), escrita en coautoría con Pavel Elisseïevitch Chtchegolev, se estrenó en 1925. [N. del Ed.]
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“R AZLOM”, POR B. L AVRENYOV ( TEATRO VAJTANGOV)3
a obra digna de atención es la denominada “Razlom”. El protagonista es un noble ruso que, L siendo comandante de un crucero zarista, al recrudecer la lucha entre el gobierno coalicionista de Kerensky y el Comité revolucionario de los bolcheviques es llamado a Petrogrado para atacar al gobierno que ahí funcionaba; este noble —que, dicho sea de paso, ocupa hoy un alto puesto en la flota soviética—, a pesar de su origen y de la lucha interna con su familia, se decide por la Revolución. El comandante tiene un yerno que es contrarrevolucionario, el que, abusando de la hospitalidad de aquel, convoca en su propia casa reuniones de generales zaristas, donde traman destruir o hacer abortar el poderío naciente de los S oviets. Al enterarse de la llamada del crucero “Aurora” (así se denominaba) a P etrogrado, comandado por su suegro, fragua un complot en combinación con algunos oficiales de a bordo para hacerlo volar. El complot es descubierto casualmente por la mujer del traidor; y, mientras ella corre como loca a advertir a su padre, el comandante, a bordo se desarrolla una serie de escenas dignas de reseñarse brevemente. Concurre al crucero, antes de su partida, el almirante de la flota acompañado de un comisionado de K erensky, quien amonesta al comandante por su actitud “floja” para con la marina. Por último, viendo la actitud de franca rebeldía de los marinos, que no se cuadran militarmente ni tocan el tambor de práctica, no permitiendo tampoco al comisionado hablarles, declara arrestado al comandante. ¡Y aquí arde T roya! L a paciencia de los marinos se agota, y de no mediar la intervención del representante de los bolcheviques a bordo, quien los apacigua, diciéndoles: “Somos revolucionarios, pero no asesinos”, linchan ahí mismo al almirante y al comisionado. Estos se van, al fin, acompañados de las invectivas de toda la tripulación. Entonces surge otra alarma en el crucero: uno de los que estaban de guardia desaparece (había sido asesinado por los complotados de a bordo, para poder realizar los preparativos de hacer volar el barco). Al advertirse la desaparición de este guardia, en medio de un tumulto indescriptible, uno de los oficiales complotados aprovecha el momento para achacar al comandante la traición. Este, en su dignidad ofendida, bajo las instancias y gritos de los marineros, ni trata de defenderse siquiera. La cólera sube hasta el grado más alto; y ya varias decenas de manos se adelantan para dar cuenta del supuesto traidor; pero en este instante álgido, aparece su hija, toda desgreñada, agitadísima, quien, con voz entrecortada, advierte a los marinos del peligro tremendo que los rodea. En un santiamén todos los tripulantes rodean el crucero, trayendo a los pocos minutos a los que estaban acondicionando la máquina infernal que pronto haría volar el navío. U no tras otro son tirados al agua. En seguida prodúcese una escena conmovedora: los mismos hombres que minutos antes disponíanse a ultimar a su comandante inocente, le ofrecen ahora, con todo respeto, el mando incondicional del crucero, preguntándole previamente si está dispuesto a compartir con ellos todos los peligros de la acción que van a emprender. U no por uno, todos los oficiales se pronuncian por partir a Petrogrado y combatir a Kerensky o bajar a tierra, y bajo
3 Boris Andreyevich Lavrenyov (1891-1959) fue un poeta y dramaturgo ruso comprometido con la vanguardia futurista. Su drama “Razlom” (La ruptura), estrenado en 1927, estuvo muchos años en cartel y fue llevado a la ópera. [N. del Ed.]
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hurras y vivas a la Revolución, el comandante ocupa el puente de mando y hace tocar diana. El comando cumple instantáneamente la voz de orden, y el crucero levanta anclas para dirigirse a Petrogrado, junto con la hija que pidió se le permita compartir el viaje. Lo que acabo de reseñar brevemente es un episodio real de lo vivido en la época de Kerensky, con sus luchas, mil traiciones y confusiones, entre un poder tambaleante y otro que surgía gallardamente… “EL TREN BLINDADO N° 14-69”, POR V. IVÁNOV ( TEATRO ACADÉMICO DE ARTE)4
tro episodio característico del período que le sigue es reflejado admirablemente en la obra O intitulada “El tren blindado nº 14-69”. En esta obra se representa, en toda su belleza cruel y en colores vivísimos, la época de la Guerra civil en Siberia, las huellas de los generales blancos, ayudados grandemente por las bandas de mercenarios, que las más de las veces dedicábanse —por la ausencia de un poder estable— al asesinato, incendio y saqueo de aldeas y poblaciones enteras. El argumento de “El tren blindado nº 14-69” se resume de esta manera: El personaje central es un campesino de S iberia, que viene a la ciudad a vender algunas mercaderías. Este campesino, por su laboriosidad, es uno de los más desahogados de la región, y goza entre el campesinado de la consideración general, a pesar de no interesarle para nada las luchas cruentas que en derredor se desarrollaban. Es un campesino que no tiene más apego que a su familia, la tierra y las parvas… No le habléis de “política”, cambio de régimen, etc.; no lo entiende, no lo quiere entender. Al ser solicitado por un marinero (miembro del comité revolucionario de la ciudad), para dar albergue al presidente del comité mencionado, que hacía días se venía ocultando de las fuerzas blancas —que, con la ayuda de los japoneses, se habían apoderado de la fortaleza que circunda la ciudad— para no ser degollado, el campesino en cuestión, que es bondadoso en el fondo, no se niega ante la petición, él siempre albergó a cualquier vagabundo perdido en la inmensa S iberia; y de la misma suerte ofrece su ayuda al presidente del comité, no en su carácter de tal —puesto que de “revolución” no quiere saber nada—, sino como a cualquiera… Estando conversando sobre el particular, aparecen unos cuantos campesinos de su aldea, anunciándole, alborotados, que los blancos han rodeado sus casas, prendiendo fuego por los cuatro costados; y sus hijos, ¡sus hijos!, a los cuales él traía regalos de la ciudad, habían sido quemados vivos, junto con sus parvas. La desesperación del campesino no tiene límites; él, que no quería saber más que de sus tierras, su familia, etc.; él, que no quería saber nada de “política”, la política se metió con él. —¡Todo, todo ha sido quemado, todo se fue en humo hacia el cielo, desde mi casa y campo, hasta mis hijitos! —exclama condolido. Y el hombre que no deseaba accionar, se resuelve, al fin, por la Revolución.
4 Vsévolod Viacheslávovich Ivánov (1895-1963) fue un escritor ruso que se enroló en el Ejército Rojo, combatiendo durante la guerra civil en Siberia. Esta experiencia se trasunta en sus populares novelas “Partisanos” (1921) y “El tren blindado nº 14-69” (1922), esta última llevada también al teatro. [N. del Ed.]
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Se dirige al presidente del comité revolucionario, diciéndole: “Ahora no me pediréis más albergue, estoy en tu misma condición”. Una súbita transformación se opera en este campesino, hasta ese momento ciego e ignorante. L A REALIDAD CONVENCE
o que no pudo hacer la propaganda ha hecho la realidad cruel porque atravesaba en aquel L entonces la Rusia toda. E l campesino presta oído atento a lo que le instruye el revolucionario de la ciudad. —Es un problema matemático —le dice—, como 6x6 u 8x8: o ustedes los campesinos se levantan en armas, juntos con nosotros los obreros de la ciudad, para destruir al enemigo múltiple que nos estrangula, o tendréis las consecuencias que acabáis de palpar en carne propia. La restauración blanca, las intervenciones extranjeras, etc. ¡Elegid! El campesino, que no comprende más que el “nacionalismo de la tierra”, ya ha hecho la elección. —Hay que ser firme, nunca dudar —le dice como último adiós el revolucionario, yéndose el campesino con los suyos a levantar tras de sí el campo… En otra escena vemos al mismo encaramado en el campanario de una iglesia —toda destruida a consecuencia de los varios combates sostenidos entre los campesinos sublevados y las bandas que allí merodeaban—, estableciendo ahí su cuartel general, donde este campesino es presidente del S oviet regional campesino en lucha contra el invasor. De todas partes llegan campesinos trayendo noticias de los desmanes de los contrarrevolucionarios. Y aquí se produce una escenita digna de anotarse. EL SUPUESTO ESPÍA
nos campesinos traen a un individuo de porte y vestido ingleses. C U omo lo suponen espía, lo conducen a culatazos hasta el altillo donde funciona su E stado mayor. Gritando y gesticulando quieren lincharlo allí mismo. Y a le están rompiendo el saco, empujándolo hacia abajo al más muerto que vivo, para ultimarlo. En este instante destácase un miembro del Estado mayor para interrogarlo. Bondadosos en su interior, aunque furiosos por las mil calamidades que les hacían sufrir, los otros acceden. El que interroga, en lugar de hacerle preguntas superfinas, lo va a convertir a su causa. Mas tropieza con una dificultad. T odo el fuego interior que bulle en él quisiera transmitirlo, pero no sabe cómo. ¡No se entienden!… L o agarra de la cabeza, lo tironea, y ya en palabras, ya gesticulando, quiere convencer a la víctima, que aún pende entre la certidumbre de lo que le va a ocurrir. De repente el inglés cambia de semblante; un rayo de esperanza se dibuja en él, como si una idea luminosa lo infundiera. En un arranque se incorpora y lanza un grito en inglés: —¡Proletariado revolucionario, hurra! —y el coro de los presentes responde como un eco: —¡Hurra! ¡ B olcheviques, hurra! Como es lógico suponer, la escena cambia por completo. E n lugar de culatazos, tirones y amenazas, los campesinos lo rodean, lo abrazan; uno de ellos, además, le ofrece “majorca”, tabaco que fuman los campesinos. —¡Es nuestro, es nuestro! —gritan alborozados. —¡Ej!, si pudiéramos convencerlos a todos que nos dejen en paz! —grita uno, golpeándose el pecho. Por último resuelven darle de comer y dejarlo en paz diciéndole:
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—Andá, deciles a tus hermanos que los admiramos, porque han inventado pájaros que vuelan en el aire, porque tienen máquinas que cortan la tierra y otros instrumentos milagrosos; deciles que no les deseamos mal ¡pero que nos dejen en paz! Toda la bondad sana y primitiva del corazón aldeano se traslucía a través de estas exclamaciones y recomendaciones… EL TREN BLINDADO DE LOS BLANCOS
espués aparece un mensajero del comité de la ciudad, anunciándoles que los obreros están en D rebelión; y que ahí cerca se halla un tren blindado de los blancos, que se dirige en dirección a la ciudad, siendo, por lo tanto, necesario detenerlo a toda costa y apoderarse de él. Inmediatamente son destacados cinco campesinos con una cantidad de dinamita para hacer volar un puente a unos kilómetros de distancia, por donde debía pasar el tren que venía en esa dirección. En tanto los campesinos se preparaban para asaltar el tren blindado, aparece entre ellos un campesino viejo, que se desata en improperios contra ellos, “que eran anticristos, por pisar esta tierra santa tan desdeñosamente, que habían perdido la fe en Dios, dejándose convencer por los bolcheviques, socialismo, etc.”. T odo esto lo pronuncia malísimamente, por su crasa ignorancia. Los campesinos le responden: —Y los japoneses, al apoderarse de un pueblo, ¿no te obligan a adoptar su idioma, no te oprimen? Interviene el presidente campesino, quien le dice: —Deja en paz a los dioses, tengamos tierra, tengamos paz, y ya cada uno tendrá tiempo de adaptar a su dios; por de pronto hay que luchar, y ser firme, ¡nunca dudar! —agrega el campesino, recordando las palabras del revolucionario de la ciudad. El perturbador es sacado a empujones. D e pronto se oye un formidable estampido, que repercute como un trueno. —Es el puente que ha sido volado —dicen alegremente los reunidos—; aprontémonos para poder apoderarnos del tren. Listos ya para partir, aparece uno de los cinco enviados para hacer volar el puente; todo desgreñado, pálido como un cadáver, refiere con voz entrecortada, que él no sabe cómo, si por un descuido o probando las mechas, sus compañeros han hecho explotar la dinamita antes de llegar al puente, quedando convertidos en un montón de carne humana, siendo él, precisamente, el único que estando alejado… se salvó… Un bramido de rabia es la respuesta a lo relatado; y, sin vacilar, sacando su revólver, el presidente, de un balazo deja tendido al que trajo tal noticia… Simultáneamente, se levanta un alboroto infernal: el tren blindado se aproxima y el puente que debía detenerlo quedó intacto. —Vamos a levantar las vías, vamos a llenarlas de madera; en último caso obstaculizaremos el paso del tren con nuestros cuerpos —gritan los campesinos, y todos se encaminan hacia el punto indicado. Mas dejemos a estos por un momento y trasladémonos al lugar donde están los del bando opuesto. EL TERROR DE LA GENTE BIEN…
n una pequeña estación, perdida en la inmensa S iberia, aparecen unos cuantos personajes E grotescos: un ex general zarista y unas cuantas mujeres y hombres de la ex aristocracia, segu-
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ramente escapados del centro, a esta región apartada. Corren como poseídos, acribillando a preguntas y súplicas al jefe de la estación, que no sabe cómo deshacerse de ellos. Se ven en seguida un capitán, el comandante del tren blindado —seguido de su ayudante—, blasfemando indignado por la detención inesperada que sufrió el convoy. Suena la campanilla telegráfica de la estación; hay orden de partir inmediatamente a la ciudad, dejando la campaña de devastación que venía ejecutando el tren como castigo a los campesinos sublevados. Por entre las rejas de la estación aparecen las caras —congestionadas por el miedo— de la comparsa antes mencionada, que, en actitud suplicante, tratan de diluir una sonrisa… El capitán ¡ni siquiera los mira! Camina a grandes pasos por el andén, recibiendo de tanto en tanto un telegrama. L as noticias son malas, toda la región arde en sublevación: los campesinos han levantado los rieles, y de atrás es una hoguera. ¡Solo, perdido en este mar embravecido! ¿Y la ayuda que le han prometido?, todo es desorden, nadie se entiende. “¡Maldición!”, murmura entre dientes. Después de recibir otro telegrama con malas noticias, llama a su ayudante, encargándole que reúna algunas cuadrillas de obreros para reparar la vía. E n estos instantes sus soldados traen a un campesino aprisionado, conceptuado por ellos como guerrillero. Pocas palabras: “¡Fusilarlo!”, grita el capitán, sin siquiera detenerse ante la víctima. Los soldados la emprenden a culatazos con el desventurado, haciéndole sacar las botas antes de llevárselo. Lo arrastran, oyéndose luego el estampido de algunos disparos… Aparece entonces el ayudante, anunciando que no se puede proseguir el viaje debido a que todos los obreros del pueblo huyeron, no pudiéndose reparar la vía. La rabiosa exasperación del capitán es indescriptible, maldice e injuria a sus superiores, a la campaña y a la situación angustiosa en que se encuentra. Corre por la plataforma como un loco, lanzando imprecaciones: y al asomarse los mendicantes de socorro, los personajes antes mencionados, casi la emprende a balazos con ellos. —¡Tengo que pasar, voy a pasar! —vocifera como delirante. ¡HAY QUE DETENER EL CONVOY!
ejemos a este militarote y volvamos a nuestros campesinos. A D parecen estos en un terreno alto de la vía por donde debe cruzar el tren blindado. L os campesinos, con el presidente a la cabeza, están planeando la forma de cómo impedir su paso. —Si levantamos la vía —dicen—, ¿con qué medios la vamos a componer luego? Estamos faltos de instrumentos; y si llenamos de madera la vía, el tren descarrilará y nosotros lo precisamos sano para poder ir en ayuda de nuestros hermanos sublevados de la ciudad. En esto se oye a lo lejos el traqueteo del tren que se aproxima. La desesperación se apodera de todos los presentes. —¡Hermanos! —exclama el presidente—, ¡tenemos que decidirnos! Según las leyes ferroviarias, al tropezar el tren con un cadáver, tiene que pararse; y ellos —agrega— se rigen por las “leyes viejas”. ¿Quién de ustedes se decide sacrificarse para detener el tren? —exclama—. Una vez que el maquinista asome la cabeza, yo daré cuenta de él… Un silencio de sepulcro es la respuesta. —¡Acuéstate tú! —se oye decir por último. El presidente se dispone a ejecutar el mandato, y entonces es cuando su ayudante, tratando a los campesinos de cobardes, se extiende a través de la vía férrea. Mas no puede quedar inmóvil, en silencio; la certidumbre de lo que le espera lo hace retorcerse como quien está en la agonía.
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—Soy joven… quisiera… no puedo… ¡dadme alcohol! —suplica con voz entrecortada… Un campesino le alcanza la botella. El ruido característico de los rieles anuncia que el tren se aproxima, ya se ven las luces de sus reflectores… se avecina el desenlace. ¡UN HÉROE!
n ese instante, aparece un chino, en medio de la vía, quien, empujando suavemente al que E estaba allí, ocupa su sitio… Los presentes quedan boquiabiertos ante semejante heroísmo. Pero antes de seguir adelante, digamos dos palabras sobre este extraño personaje. Vivía en su pueblo con su linda mujer, ella tejía y él trabajaba, siendo ambos felices… Un día, cuando los pájaros se han ido al sur, todo concluyó. Vinieron los japoneses y se llevaron todo, sólo un recuerdo le quedó a S in-Bin-U: la mejilla atravesada de un bayonetazo… Se olvidó el chino de su casa y de sus trabajos y se fue con los rusos. D escansaba sobre la arena, a la orilla del mar. No le interesaba lo que decía el alto campesino de barba espesa, había muerto a tres japoneses y estaba contento… Se disfrazó de vendedor de semillas (mirasoles), llegando a interceptar la escena en la estación antes mencionada. Ahora, al suplantar en el sacrificio al ayudante, demostraba todo el estoicismo fatalista de esta raza, que tras del sueño milenario empieza a despertar a la vida activa. Se aplicó a la vía fuertemente, haciendo tocar con su mejilla ardiente la arena y retorciéndose a su vez en los últimos instantes de su vida. P or último, no pudiendo resistir más se descerrajó un balazo, cuando ya la vía se doblaba bajo el peso del tren, en tanto las luces amarillas de la locomotora alumbran y dan un nimbo de gloria a su cuerpo inerte… Mientras esto sucedía, en el tren aparece el siguiente cuadro: la máquina infernal, yendo a toda velocidad; en el interior de los vagones la batería de las ametralladoras, el capitán delante de un ojo de buey, afiebrado, dando órdenes continuas de hacer fuego. En otro rincón está su ayudante, tirado sobre un cajón. A la orden de fuego contra un enemigo invisible, se levantan los soldados y hacen algunos disparos, cayendo luego completamente extenuados… Hace tres días y tres noches que están de pie, ya no pueden más. Falta agua para enfriar los tubos de los cañones, que están recalentados hasta el grado máximo. El capitán, loco por la fiebre que lo devora, ordena e injuria, pero ya nadie le hace caso, todos están tirados en el suelo en diferentes posiciones. EL CONVOY SE DETIENE
n esto se oye un silbido ensordecedor y el tren se detiene. E E l capitán se levanta como electrizado para ver lo que pasa. Se oyen varios disparos. Abre la puerta que conduce a otro vagón y recibido de un balazo queda tendido ahí mismo. El ayudante saca el revólver y va a arremeter, cuando aparece el campesino presidente, apuntándole con su arma. Triunfantes los campesinos con la posesión del convoy, se descubren en memoria del heroico chino, y luego observan con curiosidad los enormes proyectiles allí amontonados. —Estos son los juguetes con que arrasaban nuestros campos —dicen—, pero ya los probarán en carne propia. Surge en seguida una gran dificultad: ¿quién conduciría el tren? El maquinista y su ayudante han sido liquidados. E ntonces, de entre los campesinos, destácase un vagabundo, quien recuerda que en su juventud ha cursado el “técnicum”. S e ofrece, pues, a poner en marcha el tren, y parten…
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Dejemos que el convoy revolucionario siga su trayectoria hacia la ciudad, y observemos, mientras tanto, lo que ocurre en esta. SE INICIA LA REBELIÓN
En un pequeño cuarto, apenas alumbrado, vemos a nuestro presidente del comité revolucionario del S oviet de la ciudad, y al lado de él su joven y bella mujer, deshaciéndose en lágrimas. Aparece acto seguido un mensajero de las fábricas, donde los obreros esperan la orden de iniciar la rebelión. El revolucionario, todo agotado por las privaciones y persecuciones sufridas, se levanta a hurtadillas y se pone la pistola en el bolsillo superior del sobretodo, ordenando al mensajero que le espere con el coche. L a mujer, viendo su actitud, salta como un tigre hacia la puerta y la cierra, guardándose la llave. —No —dice—, no te dejo; los espías merodean, te matarán. ¡Cómo me dejas así, encinta y desamparada! Se produce un diálogo violento entre ambos, encaminándose él hacia la ventana, la abre y salta a la calle; pasan breves instantes, a los cuales sigue un tiroteo… Otra escena es la que representa la fábrica: los obreros reunidos, armados todos, esperan la orden. Ahí está el obrero que tiene que tocar sirena, señal de sublevación, pero se niega a hacerlo. —Mi hijo —dice— está preso allí en la fortaleza y, al primer amago de sublevación, será fusilado juntamente con otros. ¡No lo haré!… Los obreros le piden, le amenazan, mas todo en vano. L lega un momento en que, exasperados, le apuntan con sus armas. “Las circunstancias no son para hacer consideraciones de índole privada”, murmuran. El obrero, sin vacilar, se descubre el pecho, diciéndoles: —¡Tiren, que yo no tocaré alarma! En estos mismos instantes se produce una gran algarabía, se ve llegar el tren blindado, adornado con banderas rojas y crespones negros. L os obreros dejan al obrero recalcitrante y se vuelven hacia el convoy que llega. Bajan de él unos cuantos hombres llevando, sobre una cama-ambulancia, el cadáver del presidente del S oviet de la ciudad. A parece también el campesino, nuestro viejo conocido, quien pronuncia una arenga adecuada al caso, proponiendo, además, descubrirse en memoria del compañero heroicamente caído en su puesto de combate. Todos se descubren con respeto. Entonces es cuando el obrero —que antes se negaba a tocar alarma—, profundamente conmovido ante este espectáculo, se encamina resueltamente hacia el cordón que pende del tubo de alarma de la fábrica; se ase de él con todas sus fuerzas y tira hasta lastimarse las manos, murmurando: —¡Tienen razón!, no son momentos de detenerse en hijos, familia y otras cosas… Y al son de un himno revolucionario, los obreros se lanzan a la calle, quedando en la fábrica el cadáver del héroe, cubierto con una bandera; a su lado está su mujer, contemplándolo en éxtasis… He terminado la reseña del argumento de “El tren blindado nº 14-69” para pasar a continuación a narrar otro que trata sobre el cuarto período de la Revolución que, como se verá, voy exponiendo en orden cronológico para su mayor ligazón.
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“CRECIMIENTO”, POR GLEBOV (GRAN TEATRO DE MOSCÚ)5
a que sigue es la obra denominada “Crecimiento”, que simboliza otro período de la L Revolución, y refleja admirablemente, con toda desnudez, el proceso de la industria y las dificultades de todo orden con que se tropezaba en aquella época. E n ella se ven las pasiones bajas y las virtudes, que luchan y chocan dentro de la fábrica y en la vida cotidiana en el proceso de la iniciación de la reconstrucción económica, llegando hasta nuestros días. Doy a continuación un resumen de la misma obra. En primer lugar vemos en escena una especie de salón-hall, amueblado con todo confort; en el fondo del foro una hamaca colocada sobre dos columnas; en un costado un piano, y en el centro una mesa ricamente adornada, con gran surtido de licores, masas, etc. S entado ante la mesa hay un personaje vestido con traje blanco de playa, de aspecto patriarcal y blanca barba recortada. E nfrente de él un individuo, tipo americano, con su correspondiente indumentaria. Al lado del piano, sentada en un sillón, una mujer joven, de aspecto nobiliario o burgués; y delante de ella otro personaje, tipo de poeta (por su porte), cantor de las “bellezas” del régimen pasado. De cuando en cuando se le acerca, besándole la mano, luego se pone a ejecutar en el piano, y recita poesías de distinto carácter, algunas de autores revolucionarios, que reflejan la vida miserable del obrero y campesino perdido en la inmensa soledad de la estepa. Este género de poesías no le agrada a la “niña”, llegando en una de las interpretaciones hasta descomponerse… Por otra parte, los otros dos, sentados delante de la mesa, se entretienen jugando al ajedrez, y sirviéndose de cuando en cuando una copita. D e tanto en tanto intercalan en su conversación un chiste de mal gusto, por cuenta de la Revolución: —Un mundo de groseros, “asiáticos”, “socialismo”, dirección de la producción, de la cosa pública… ¡Ej!, a qué tiempos hemos llegado. A ntes era todo una delicia con los banquetes que armábamos; y hoy, agitación, control, mujiks sucios que te revisan a cada paso. ¡Es insoportable!… Y así, en este tren, ridiculízanlo todo. Aparece luego otro individuo, quien es empleado de la administración de la fábrica de tejidos colindante. C onjuntamente con el primer personaje de aspecto marcial, que es un especialista técnico, en materia de industria textil, al servicio del S oviet, y el americano —ingeniero—, traído ex profeso de A mérica para dirigir los trabajos técnicos, forman un trío. Aprovechando un momento de ausencia del viejo, el americano llama al empleado a un rincón, encargándole le proporcione los documentos, incluso los balances de la administración de la fábrica. En seguida vemos en escena a otra mujer, sencilla pero elegantemente vestida; hay besos y abrazos con la joven ya citada; y reverencias y besuqueo de mano de parte del poeta, etc. Se entabla la conversación general, profiriendo los presentes invectivas contra la última de las llegadas, por cuenta de su marido, que es el director rojo de la fábrica. De repente aparece este en estado de ebriedad. E ntra lanzando maldiciones, y luego sentándose, cae pesadamente. Se produce una escena entre marido y mujer, recriminándole ella su actitud incalificable. —Así se da ejemplo comunista —le dice.
5 Glebov era el nombre artístico del escritor ruso Anatolii Glebovich (1899-1964). En 1927 había estrenado “Revolución de Octubre” en el Proletkult, al mismo tiempo que tematizaba la problemática de la industrialización en “Crecimiento”, pieza estrenada en el Teatro de la Revolución. [N. del Ed.]
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Mas dejemos a estos y pasemos a otra escena de la obra, donde se ve una sección de la fábrica, la dirección del “Comité de fábrica” y el ‘‘Rincón rojo”. Hay allí dos obreros y una obrera, con un paquete de hojas escritas; es el material destinado para el diario mural que existe en cada fábrica. L o extienden en el suelo, preparándose para pegarlo en una lona. M ientras clasifican el material, cámbianse algunos chistes y califícanse mutuamente de opositores por la posición que adoptan en determinados problemas. Llega en seguida un viejo obrero, que lleva en una mano una herramienta, y con la otra extrae del bolsillo una papeleta. —Esto —dice— es un agregado al material del diario mural. Se origina una discusión entre ellos. —Todas denuncias; vamos a llenar el diario con denuncias. El viejo se enoja, manifestando: — Estoy cansado ya de vuestras divisas revolucionarias, siempre con lo mismo: “¡Construcción del socialismo!”, proclamas de agitación. ¡Basta!; nosotros somos los que construimos y soportamos sobre nuestras espaldas todo esto; y vean cómo andan las cosas dentro de la fábrica, es un escándalo; no hay dirección, las condiciones del trabajo son pésimas, el director rojo no hace más que tomar. T odo esto hay que ponerlo en claro, de lo contrario, ¿para qué vamos a escribir nuestro diario? Estoy cansado ya de todo este desbarajuste —termina diciendo mientras se aleja. Aparece el reemplazante del secretario de la célula comunista dentro de la fábrica, con su respectiva cartera de papeles. Con aire de mandón pregunta qué es lo que pasa, y, al ver a los que trabajan en la composición del diario, les ordena que se manden a mudar. Los obreros le echan en cara que con su actitud no hace más que alejarlos de su influencia; que se va por un camino que no ha trazado el partido. Y se van rabiosos, recogiéndolo todo. Acto seguido se ve venir otro hombre, vestido con uniforme semimilitar, con unos bultos detrás de la espalda. S e conoce que llega de lejos. P regunta por el director rojo, y lo llevan a la administración central. La dirección de la fábrica se halla ubicada en un amplio local, de un costado la sección dactilógrafas, donde hay varias muchachas trabajando; del otro lado se halla el pupitre del empleado contador, que debe sustraer los documentos necesarios al espía americano. Hacia el foro, el escritorio central, donde trabaja un ingeniero ruso, ayudante del director rojo. Este se levanta, sale y entra, repartiendo órdenes y papeles. En una de sus salidas va a ocupar su sitio la mujer del director, que tiene el cargo de secretaria de su marido; es acompañada de una obrera que trabaja en la fábrica, ocupando a la vez el cargo de miembro del “Comité de fábrica”. La directora se deshace en lamentos sobre la actitud de su marido, que toma sin cesar, y pide un consejo a su amiga. —No puedo más —dice—, si tuviera un oficio calificado lo mandaría al demonio, pediría un traslado a cualquier sección, para cualquier trabajo. La amiga la aconseja que así lo haga, y ambas se van. Aparece en seguida el americano, quien, después de observar a su alrededor, se encamina hacia el empleado, el que le entrega los documentos. Llega luego el que preguntaba por el director, acompañado por el ingeniero ayudante, el que, no sabiendo con quién trata, empieza a echar sombras sobre la conducta del director, achacándole el incumplimiento de su deber, hasta el punto de que él tiene que desempeñar las funciones de director.
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En ese instante entra el mismo director. Los viejos amigos se echan en brazos, haciéndole preguntas y recibiendo respuestas que desconciertan al ayudante, que no esperaba que el asunto tomara tal giro. El director invita al amigo a pasar a sus habitaciones. En una pieza bien amueblada, con cuadros, sillones blandos, etc., el amigo se sienta, diciéndose para su caletre: “¡Esto es como para recibir a embajadores y no a obreros!”. No le causa muy buena impresión. Menea la cabeza con disgusto. El director, mientras tanto, saca del armario una botella de alcohol y va a llenar dos copas, cosa que el amigo no acepta, y se niega terminantemente, diciendo: —Ya perdí hasta la costumbre de beber… ¡Y tú, hermano!… No te recrimino nada, solamente una cosa te digo: ¡Deja de tomar!… El director, a pesar de todo, bebe su copa de alcohol y se dispone a desahogarse ante su amigo. —Tú me conoces bien —dice—; juntos hemos pasado estos años terribles de guerra civil en las distintas fronteras. En miles de ocasiones estuve a punto de perder la cabeza. ¡Pero he vivido plenamente en este período!… Desde el régimen zarista, siendo un revolucionario, yendo de cárcel en cárcel, y luego trabajando de remachador de calderas, creí que este trabajo embrutecedor me aplastaría para siempre. S obrevino la guerra, luego la Revolución y se me desataron las manos. ¡Me sentí pájaro libre, era el satanás (como me llamaban las bandas de K oltchak), el terror de ellos!… T erminó esto. S obrevino luego el período de la reconstrucción; y aquí me tienes, al frente de la fábrica. La producción va mal, el 20% de lo elaborado es defectuoso; durante el mes tengo como 20.000 horas de pérdida de trabajo por distintas causas. He pedido al trust central para la fecha 25.000 rublos en máquinas, y me enviaron solamente por 2.000; la fábrica, por ende, arroja un déficit mensual… ¡Cómo quieres que esté bien! —agrega—. ¡Me ahogo en esta atmósfera! Siento la misma sensación de cuando era un remachador de calderas, bajo el zarismo!… El amigo, alentándolo, le responde: —No te recrimino, una sola cosa te pido: ¡Deja de tomar!, ¡y ese sobrante de energías que tienes empléalo en el trabajo! ¡Todo para el levantamiento de la producción! —concluye diciendo. Entra luego la mujer del director, y le pide concederle dos palabras a solas. E l amigo va a salir. —¡Quédate! —le dice, y dirigiéndose a la mujer, agrega: —Puedes hablar en su presencia, él me es tan cercano como tú. La mujer se deshace en lamentos sobre su conducta, diciéndole que no puede soportar más. Se origina un escándalo, que en vano trata de detener el amigo. —Todo me es odioso en ti —le grita furioso el marido—: tu origen aristocrático, tus poesías, los cuadros que pintas, todo, todo… Se encamina hacia la biblioteca de donde saca los libros, tirándolos sobre los cuadros, que quedan destrozados. La mujer, desconsolada, sale llorando… El amigo se incorpora, toma sus maletas y se dispone a salir. E l director trata de detenerlo. —¡No! —le responde—. ¡Hemos terminado!… Algún día, cuando vuelvas por tus fueros y trabajes, quizás nos encontremos. Y hace mutis. El primer movimiento del director, hecho en forma instintiva, es sacar del cajón su pistola y apuntársela en la sien; luego reflexiona, aproxímase a la mesa, llena un vaso de alcohol y, cuando lo va a beber, se detiene, le tiembla la mano, volcando parte de su contenido.
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—Punto… —dice, dejando el vaso de alcohol sobre la mesa— ¡Terminó! Y en un arranque de furia exclama: —¡A trabajar!, y vamos a ver si la fábrica sigue produciendo déficit!… Dejemos a este personaje en sus meditaciones y trasladémonos a otro sitio, a fin de coordinar el desarrollo de la obra. E stamos en el barrio donde habitan los obreros de la fábrica. Delante de su casa, sentada en un banco, se ve a una mujer trabajadora —de edad ya avanzada— que prepara el “Samovar”, recipiente de té ruso, y le sirve a un viejo allí sentado. Al rato viene a visitarla otra tejedora, que ya mencionamos al principio, la que es miembro del “Comité de fábrica”. La vieja se deshace en lágrimas y lamentos sobre su situación. —Trabajas, trabajas —dice—, y ¡nunca te alcanza para lo más necesario! Los chicos andan mal vestidos, y este idiota de marido —exclama con mucha indignación— no hace más que pasarse el tiempo en reuniones y discusiones, como si con ello pudiera remediar la situación que padecemos. La amiga trata de consolarla, diciéndole: —Mira, yo también sufro, tengo tres hijitos, y, sin embargo no me quejo… D ía llegará en que esto cambie y nuestra vida mejorará. Luego se presenta el marido de la primera. La mujer se le echa encima, con una serie de improperios, tratando él de apaciguarla, y, no pudiendo conseguirlo, se levanta rabioso y se lanza nuevamente a la calle, murmurando: —Allá discusiones, dificultades, líos; vienes a casa con ánimo de descansar, y hete aquí otra música. ¡Es como para reventar!… Acto seguido, aparece en escena una mujer —también tejedora—, con aire de criatura despreocupada del todo, sedienta únicamente de vivir y gozar de la vida. Tras de ella llega un grupo de hombres y mujeres vestidos con muchos colorinches, y traen además algunos instrumentos musicales. Entre aquellos se destaca un tipo robusto de porte matón. T odos se ponen a cantar y a bailar al son de la música. No conformes con esto, este grupo —formado por obreros de la misma fábrica de tejidos— rodea a la vieja, y, entre chistes e invectivas por cuenta de los que se interesan por las cuestiones que en general y particular afligen al país, la llevan hasta la exasperación con su algarabía. —¡Vivir!, quiero vivir como lo hacen los burgueses, vestir sedas —exclama la mujer despreocupada—; lo demás no me interesa… ¡Rómpanse el alma! Y volvemos a la escena de la fábrica. V ense las máquinas, funcionando en primer plano —piso bajo—; ahí está trabajando la revolucionaria, y al lado de ella, en otro torno, el obrero reacio y despreocupado. Como el trabajo no le gasta, busca todo pretexto posible para pasarse algunas horas sin hacer nada. C on este fin va a llamar al técnico revisor, para hacer reparar un supuesto desperfecto en la máquina. V iene el mecánico, y tras una revisación, le dice que el desperfecto existe solamente en su mala voluntad de trabajar. E sto da lugar a que el matón se desate en improperios en contra de él. —¡Tú solamente sirves para escribir! —dice, aludiendo a la participación que toma este obrero en la confección del diario mural. E n un acceso de cólera va al rincón donde está colocado el diario y arranca las hojas, ensuciando luego el resto, entre risitas y palabras gruesas. Aparecen los demás redactores y con estos se traba en lucha, pero como el matón es superior en fuerzas, los dispersa a golpes. N o conforme aún se dirige a su rincón de trabajo y sacando un cuchillo trata de cortar la correa de la máquina.
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Se arma un escándalo mayúsculo; corren los obreros de todas las secciones, y algunos lo quieren sujetar. P or último llega el director rojo. De un vistazo se hace cargo de la situación, encaminándose hacia el matón, en tanto ordena a los obreros; —A ocupar cada uno su puesto! —agregando—: ¡Bien vamos a salir con semejante género de trabajo! —y dirigiéndose al promotor, le dice a gritos: —¡Que esto no vuelva a repetirse!; de lo contrario voy a tomar otras medidas. Ante la provocación de aquel, lo va a abofetear, pero se serena a tiempo, yéndose… Vemos en seguida otra escena donde aparece el director del trust textil, comisionado a inspeccionar el porqué del déficit de la fábrica. Como es a su vez camarada íntimo del director, por haber participado con él en toda la campaña de la guerra civil, se repiten los saludos y abrazos. Al solicitar informes sobre la dirección técnica de la fábrica, frente a las insinuaciones malévolas del especialista de porte burgués —que en un principio hemos mencionado— como también las del ayudante, les contesta secamente recomendándole tan sólo a su amigo el director que trate de elevar la producción, reduciendo en lo posible su costo. Dicho esto hace mutis. La escena subsiguiente representa un restaurante o casa de comida. En primer término se halla el viejo mecánico —el de las denuncias contra el director— con otro obrero, tomando té. A su lado aparece la vieja obrera descontenta y alrededor de ella el alegre grupo antes mencionado. Motiva la reunión de elementos tan diferentes por su carácter el hecho de haber anunciado el director que haría trabajar cuatro tornos en lugar de dos, lo que redundaría en beneficio de la elevación de la producción, siendo probable que, a causa de ello, sean despedidos temporariamente algunos obreros. Se origina una discusión entre el grupo y el viejo mecánico, haciéndoles notar este la necesidad imperiosa de suprimir el déficit. —El poder es nuestro, la fábrica también —dice—; pero por ello no podemos dejar a que esto marche a pura pérdida; sufriremos un poco, pero luego se normalizará la situación y todos marcharemos bien —agrega. Los despreocupados le responden con insultos, diciéndole: —¡Qué nos importa el poder, las fábricas!, ¡que se queme todo! ¡Nosotros queremos vivir bien!, y lo demás no nos interesa… Ante la imposibilidad de convencerlos, el viejo se aleja con algún desconsuelo. Acto seguido el grupo se reúne —diríamos— en sesión secreta para resolver las medidas a tomar en contra del director. —Nosotros, los obreros de la fábrica… —comienza diciendo el matón de marras; no puede continuar porque un obrero, interrumpiéndole, le dice indignado: —A ti nadie te ha autorizado hablar en nombre de los obreros de la fábrica; lo serán algunos, pero no todos. Esto da lugar a que se forme una algarabía, yéndose muchos; los restantes resuelven no concurrir al trabajo si el director traduce en hechos lo anunciado a los obreros. Y el espectador se halla nuevamente frente a la fábrica, en la sección máquinas antes precitada. Es el momento del intervalo; un turno se ha ido y el otro tiene que reemplazarlo. Aparece el matón, quien mira sigilosamente en derredor, como temiendo a alguien. De repente llega el ingeniero americano, que adopta las mismas precauciones, y breves instantes después, ambos, al reconocerse, echan mano de sus armas como para trabarse en lucha. Dan unas vueltas alrededor de las máquinas, hasta que por último el americano extrae del bolsillo un papel —un billete de quinientos rublos—, ofreciéndoselo al otro. Hay un momento de indecisión: el matón reflexiona, desconfía, por último se le aproxima.
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Entra desde una puerta lateral la vieja obrera, y, visiblemente extrañada del espectáculo que acaba de ver, se esconde detrás de una columna y observa. El americano se adelanta al encuentro del otro, y con voz apenas perceptible, le dice en mal ruso: —¡Usted descontento trabajo, hacer huelga, yo dar plata, más plata, un mes, dos, tres, huelga, olrait! El otro duda un momento, pero ante la vista de los billetes de banco, que cada vez en mayor cantidad extrae el americano, se convence por último. El trato está hecho. Al retirarse el americano, sale la vieja de su escondrijo. El primer impulso del traidor es de atacarla; luego cambia de parecer, y, yendo hacia ella le dice: —¿Has escuchado todo? —¿Acaso soy sorda? —le responde. Entáblase entre ellos un diálogo, ofreciéndole él una cantidad de lo recibido. —Toma —le dice—, tú estás miserable, con lo que ganas no te alcanza para nada, esto te servirá para los chicos. La mujer queda estupefacta por unos instantes, aprovechando el otro para ponerle en la mano parte del dinero que tenía en su poder. Ella sale por último de su estado semiconsciente y, mientras, grita indignada: —¡Miserable, traidor! ¡Con esta gente me he ligado! —le tira el dinero en el rostro. Va a echar a andar, pero el otro le cierra el paso delante del americano, que ha vuelto por los gritos proferidos, increpándole su traición, se justifica, aplicándole al mismo tiempo a la mujer unos fuertes golpes en la cabeza. Luego, ya desvanecida, la arrastra a otro compartimento. Transcurren breves minutos y en la misma sección aparecen varios obreros y obreras, gritando y gesticulando: —No, esto no pasará, no permitiremos establecer cuatro tornos —lo que equivaldría a reducir el personal—; ¡vamos a declararnos en huelga! Viene corriendo el secretario del “Comité de fábrica”, quien improvisa una arenga tratando de demostrar a los allí reunidos que la situación de hoy no es como bajo el zarismo: que hoy ellos mismos son dueños de las fábricas, que el aumento de la producción repercute inmediata y realmente sobre los salarios de todos al reducirse los precios de las mercaderías; que el parar la producción traerá como consecuencia la falta, el encarecimiento y el caos pasados. —Nuestro poder, nuestras fábricas —le responden en son de burla los más recalcitrantes, encabezados por el matón y la mujer de porte alegre—. ¡Qué nos importa todo eso —agregan—, queremos ganar mucho y nada más! El escándalo aumenta por momentos, siendo de notarse la actitud dualista del secretario de la célula comunista que ora da la razón a unos, ora a otros. En cambio, el viejo mecánico que en un principio —como se recordará— era el que más quejas traía al diario en contra del director, en esta emergencia apoya la medida del mismo, tendiente a subsanar el déficit. No pudiendo llegar a acuerdo alguno, resuelven por último enviar un telegrama al trust textil general para que baje alguien para solucionar el conflicto. En tanto los del “Comité de fábrica” tratan de convencer al director que revoque la resolución tomada. —Nunca —dice—, prefiero retirarme, voy a trabajar a otra fábrica como simple obrero, pero no cambiaré mi resolución. Mientras esto sucede, algunos descubren a la vieja desmayada, la cual es traída al centro de la escena. Se produce el consiguiente alboroto, y, a duras penas, ahogándose, ella relata todo lo que ha sucedido.
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La indignación es general y al tratar el matón escapar, sacando su cuchillo contra el director que aparece cerrándole el paso, es detenido, siendo fuertemente amarrado. En esto anuncian la llegada del representante del trust general. —¡Se adelantaron! —dice entre dientes el director de la fábrica. Se va a la administración central con el recién llegado. —Te pasaste, amigo, te pasaste —le dice el del trust—, no se puede proceder así, de esta manera no se va a ninguna parte. E s imposible aún por las razones más fundamentales apretar el torniquete de este modo. Llama al especialista y al ingeniero americano, y agrega: —Y ustedes, ¿qué dicen?, ¿esta es su manera de administrar la fábrica? Los otros le responden en monosílabos, como sindicando que el único culpable del mal es el director rojo. En una de estas, el del trust se incorpora y, cogiendo con un rápido movimiento la gorra del americano, extrae de su forro un paquete de hojas impresas. El americano intenta escapar; y mientras la fuerte mano del director lo hace sentar en la silla, el del trust lee los documentos hallados. U no es sobre la producción, otro de balances arreglados; y el último es de un pedido a un banco europeo sobre una cantidad de miles de dólares, para sostener la huelga por una temporada en la fábrica. Frente a la interrogante, el americano, con todo desparpajo y en mal ruso responde: —Yo ser miembro del P artido S ocialista americano. En América obreros viven como capitalistas, todos capitalistas, yo querer ayudar a obreros rusos… —Buen socialista, buena ayuda les ibas a dar —dice irónicamente el del trust, mientras el director de la fábrica, todo compungido manifiesta: —¡Como a un chiquilín me han llevado de las narices; mía, mía es la culpa! —¿Sabes lo que en nuestro país se hace con socialistas como tú? —pregunta al espía el del trust. —Yo ser ciudadano americano —responde, tratando de escapar nuevamente. —Pues con toda tu ciudadanía vas a ir a la cárcel. Y ante sus protestas es llevado, por dos soldados, conjuntamente con el administrador empleado que le proporcionó los documentos, y que de miedo no atinó a decir una palabra. Terminado el asunto vuelve el director del trust a la sección donde estaban reunidos los obreros; y en una arenga les expone todo lo que ha sucedido, manifestando que la medida que iba a tomar su amigo el director no se llevará a cabo; pero agrega: —Habéis hecho mal en parar el trabajo. ¿No tenéis sindicato, federación regional de sindicatos donde exponer vuestras quejas? Os dejasteis guiar por este holgazán “revolucionario”… —dice, mientras indica al matón amarrado—; ¡por él os dejasteis guiar!… Se produce un movimiento, y uno por uno los obreros van pasando del lado de los más conscientes, partidarios de trabajar. L a misma despreocupada le escupe al matón en pleno rostro, y la vieja descontenta exclama en un arranque de resolución: —He sufrido tanto, voy a sufrir un poco más, día llegará en que podamos estar mejor. ¡Que trabajen los cuatro tornos! —como lo había propuesto el director y que originó el paro—; ¡pero no nos venderemos al oro americano! Los obreros responden en coro afirmativamente a esta invitación. En esto, el ex director de la fábrica se adelanta, diciendo: —Muchachos, no me recuerden a mal, voy a trabajar en la producción como ustedes, en otra fábrica. En este instante se le adelanta su mujer —que hacía días trabajaba como simple obrera en la fábrica—, y al saber su resolución de bajar a la producción le da un fuerte apretón de mano.
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Han hecho las paces… He terminado la reseña de la última obra, de las muchas por el estilo que hemos visto, elegidas no al azar, sino con el preconcebido propósito de mostrar a los lectores la tendencia que bajo este aspecto guía al Teatro Soviético en la actualidad. Obras que plantean —según lo refiere la crítica teatral rusa— el problema ante los autores jóvenes y el teatro proletario en general “de dejar definitivamente el pasado, encaminándose resueltamente hacia el porvenir”. Obras que obligan —según la crítica— ir cultivando el arte en las nuevas relaciones sociales, que aún está en sus comienzos, tiene sus balbuceos, propios de toda iniciación, pero que en el correr del tiempo —estamos convencidos de ello— dará sus frutos para todos aquellos que ansían un género superior de vida. [Transcripción del volumen T eatro revolucionario de la Rusia soviética, Buenos A ires, 1929, con prólogo de Álvaro Y unque.]
José Vidal Mata (1874 - 1940)
José Vidal Mata fue un jornalero rural y organizador agrario anarquista. Militó en su Andalucía natal, en el sur de Brasil, en Uruguay y en el interior argentino. Entre sus diferentes oficios, fue “catango” en las cuadrillas de los terraplenes ferroviarios y picapedrero en Bagê (Brasil), en Paso Molino y Salto (Uruguay) y en Tandil y Balcarce (provincia de Buenos Aires). A comienzos de marzo de 1917 participó en Rosario, junto con el maestro anarquista Jesús María Suárez, en mitines contra la desocupación, y el día 11 estuvo en Firmat, provincia de Santa Fe, arengando a una multitud de chacareros y peones, en un acto que terminó en un enfrentamiento con la policía, con muertos y heridos de ambos bandos. Ambos son arrestados por la policía. Influenciado por la experiencia de la Revolución Rusa de Octubre de 1917, se vinculó a la corriente “anarcobolchevique” que inspiró Enrique García Thomas. Fue el alma mater de la Unión de Trabajadores Agrícolas (UTA), de activa movilización en el sur bonaerense (1919-1921) e intentó en numerosas oportunidades organizar una Federación Agraria alternativa, nucleando chacareros en torno a un programa de nacionalización de la tierra. Como dirigente de la UTA, participó del Comité Federal de la FORA anarcocomunista en 1919, pero —atacados duramente desde La Protesta y desde La Antorcha como “anarcodictadores”— él y los otros dirigentes “anarcobolcheviques” fueron expulsados por los anarquistas “ortodoxos” en agosto de 1921. Colaboró en las publicaciones de esta corriente, como el periódico El Comunista (Rosario, 1920) y el diario porteño El Trabajo (1921-1922), desde el cual se llamaba a la fusión de las dos federaciones obreras (las dos FORAS, comunista y sindicalista). La FORA anarcocomunista se opuso, pero la segunda confluyó con los llamados “gremios autónomos” y los “anarcobolcheviques” para crearse así, en marzo de 1922, la Unión Sindical Argentina (USA). Paralelamente a su participación en la dirección de la USA, esta corriente impulsó, en 1923, la formación de la Alianza Libertaria Argentina (ALA), que editó el periódico El Libertario (1923-1932). En enero de 1923 Vidal Mata estuvo entre los fundadores de la ALA y en marzo del año siguiente participó de su I Conferencia Regional como delegado del Grupo de afinidad “Tierra y Libertad” de la localidad de Firmat, Santa Fe. En 1925 lideró la experiencia de una Unión de Trabajadores Agrícolas. En 1929, la ALA “anarcobolchevique” lo delegó a la URSS, donde dialogó extensamente con Lozovsky, el líder de la Internacional Sindical Roja. Al año siguiente publicó su libro La verdad sobre Rusia, donde hace una defensa incondicional de la experiencia soviética, desacreditando las denuncias anarquistas. La última etapa de su vida transcurrió en Rosario, donde se lo conoció como el “Dr. Lestong”, edafólogo y apicultor, enemigo acérrimo del tabaco y el azúcar. Colaboró en la revista Cultura sexual y física (1937-1941), de Editorial Claridad, en torno a la problemática de la alimentación.
La verdad sobre Rusia
SOBRE LA PRETENDIDA “PERSECUCIÓN A LOS ANARQUISTAS EN RUSIA” POR LA IMPORTANCIA QUE pudiera tener una reseña sobre la situación de los anarquistas dentro de un régimen de Dictadura Proletaria, he procurado reunir apuntes relacionados con este asunto, en forma que nadie pueda poner en duda la veracidad de esta parte delicada del informe. Desde los primeros días de mi llegada a Moscú traté de averiguar el paradero de varios anarquistas que di en conocer primero de nombre. Debo manifestar que me ayudaron en esta tarea personas de diferentes credos políticos, caracterizadas como excelentes traductores e intérpretes al servicio de las centrales de los Sindicatos Obreros. Con tan buenos guías no tardé en relacionarme y entenderme con compañeros anarquistas. No tardé en frecuentar sus domicilios, sus centros de reunión... los talleres y fábricas donde trabajan. Y corno con alguno de ellos sentí afinidad moral, coincidencia de apreciaciones, pronto entablamos amistad. Así es como el Delegado aliancista pudo indagar lo necesario para ilustrar con imparcialidad a los anarquistas que militan en la ALA. De los demás “libertarios”, que en la Argentina invocan la palabra anarquía en una especie de conjuración antisoviética, no hay porque preocuparse. No cambian así nomás, por contundente que sea la verdad, las conciencias cristalizadas: Si dan un paso, será para dar vueltas y más vueltas, con los ojos tapados por el dogma, en torno a la misma cosa, al igual del burro de noria que se mueve, pero siempre en el mismo lugar. Nos referimos a los cangrejos del “anarquismo retrógrado”, que viven mirando al pasado, y que, en la mayoría de los casos desandan lo andado, evolucionando hacia la derecha hasta confundirse con los más odiosos enemigos del proletariado.
EL RESPETO POR LOS PRECURSORES DEL ANARQUISMO
Antes de relatar lo que hay de cierto en las “persecuciones a los anarquistas” deseo enterar a los compañeros de lo siguiente: en Moscú existe una calle llamada Krapotkinskaya (Calle Kropotkin) en señal de recuerdo del maestro y gran sociólogo anarquista. En ella está el Museo del mismo nombre, atendido por la anciana compañera del sabio. En él están en exhibición las obras del camarada escritor, y una infinidad de periódicos y revistas que han insertado colaboraciones de Kropotkin. No lejos de Moscú, en Dimitrov, se conserva la casa que fue habitada por Pedro Kropotkin, en cuyo homenaje el Soviet local hizo colocar una placa sobre los muros de su ex residencia. Pero la principal curiosidad de la ciudad nombrada es el Museo de Arte e Historia, inaugurado en 1919. Allí, en aquel Museo, se ofrece a la vista del visitante un resumen con-
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creto de la historia de la geografía política y económica, y una sección provista de cantidad considerable de curiosidades sobre historia natural. Pues bien; el geógrafo y sociólogo Kropotkin, no solamente ha coadyuvado con otros especialistas soviéticos para enriquecer y ordenar el enorme material de enseñanza allí expuesto, sino que consagró los últimos días de su vida a la dirección de dicho Museo. Tarea en que fue secundado financieramente, y en todo sentido, por el Soviet. En Moscú, en la calle M. Znamensky, empotrada en la pared de un edificio, vimos una maquette en memoria del célebre anarquista. Existen también escuelas con su nombre. En el Museo de la Revolución de Moscú hay una sección bibliográfica de los hombres más célebres entre los teóricos del anarquismo. Se destacan entre otros revolucionarios los bustos de Kropotkin y Bakunin, con los datos de su vida de propagandistas y perseguidos. CON ANARQUISTAS REFUGIADOS EN RUSIA
Podría referirme a la conducta de varios “anarquistas” que gozan del amparo de los Soviets, que han sido protegidos por el Socorro Rojo Internacional como perseguidos y emigrantes. Escuché de algunos de ellos muchas barbaridades, con que ponían de manifiesto un taimado deseo: el de atribuir el mal existente a la obra de los bolcheviques. He intentado averiguar de los “anarquistas” varias cuestiones sobre el proceso constructivo. Pero a todo se me contestaba con inexactitudes, como pretendiendo marearme antes de entrar a estudiar la verdadera situación. Se me decía que los obreros habían entregado la revolución. Y en vísperas del 1º de Mayo, viendo con mis propios ojos cómo en las asambleas obreras se preparaba la ofensiva al burocratismo, cómo del seno de las mismas masas trabajadoras surgía y tomaba cuerpo la iniciativa de aplicar una limpieza al aparato soviético, suprimiendo a los elementos burocratizados antes que llegasen a constituir una casta, se apresuraban los lenguaraces “anarquistas” a decirme, cuando les afeaba su crítica infundada: “es que el pueblo está reaccionando”. Venía con frecuencia a verme al Hotel donde me hospedaba un emigrado español que huyó de Barcelona cuando Martínez Anido, el siniestro tiranuelo gobernador de la ciudad condal, puso en práctica la inaudita “ley de fugas”. Este sujeto se había obstinado en hacerme creer que todo era negro desde que fuera implantada la Dictadura del Proletariado. Me citaba países capitalistas como Francia y Alemania — de donde tuvo que huir por encontrarse segura su libertad— en los que según él “la vida era mil veces mejor”. Donde el obrero “comía mejor y vivía mejor”. Me decía: “¿Qué se puede esperar de un país como Rusia, donde se trabaja a un tanto la pieza, donde los salarios son determinados por la cantidad de producción?” Y me repitió más de un centenar de veces lo siguiente: “Lo más condenable en el régimen soviético es el sistema de racionalización del trabajo”. Pero de tanto conversar, digo, disparatear, caía el hombre en esta tamaña contradicción: “Yo antes sacaba 90 rublos de sueldo: pero ahora no hay mes que no cobre 160”. Al llevarlo al terreno de la discusión se aferraba al dogma y no había lógica que lo separase por un momento de su mala fe. Vino con una nueva otro día, echando peste contra el Comité de Rayon. Gritaba: “Pero no ve!... Ni viviendas hay: Me toca esperar, para conseguir pieza, quién sabe hasta cuándo. Hay 135 mil por delante”. Y jamás dicho individuo se detuvo a explicar los factores que generan la escasez de viviendas. Nada de esto. Su falta de buen criterio se lo impedía. El “anarquismo”, a su modo, le impedía ser justo. Pasaron como dos meses. Yo había venido de regreso de mi primera gira de estudio por las aldeas soviéticas. Ya había visitado muchas Comunas y granjas, y convivido instantes
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agradables con los campesinos. Vuelve a verme el “anarquista” de marras, diciéndome: “Me he apretado un dedo en el trabajo... ¡Bolada!... Pues, por insignificante que sea la lastimadura, la pagan bien. Este machucón me viene de perillas para cobrar un mes de arriba”. Llevaba veinte días sin trabajar, percibiendo sueldo íntegro, con remedios y asistencia gratis! Ya estaba trabajando de nuevo, con el dedo archicurado, cuando me dijo que su compañera cobraba la subvención de madre y que iba él a aprovechar esta circunstancia para pedir 15 días de vacaciones en una casa de salud (en Rusia se abona sueldo íntegro al que se lastima; hay sanatorios, botica y asistencia gratuita para todo obrero enfermo y se cobra el salario como si se trabajara. Las madres obreras perciben, por espacio de nueve meses, un aumento de nueve rublos para mejorar su alimentación en el período del embarazo; tienen a su disposición dispensarios y facultativos gratis; sueldo sin trabajar dos meses antes y dos meses después de dar a luz el hijo; sala-cuna en la fábrica, con mujeres probadas en puericultura para cuidar de la higiene de la criatura; el tiempo necesario para dar el pecho al hijo; y si se enferma, la madre puede quedar en su casa, para dedicarse al cuidado del pequeño, recibiendo en su domicilio el importe del sueldo mensual). Con todo esto, el “anarquista” no hacía más que aprovecharse de estas ventajas —con la avaricia de un pequeño burgués— y criticar el régimen soviético, al paso que disfrutaba de la hospitalidad incondicional que se le brindaba como perseguido. ¡Cuánta miseria de alma escondía aquel modelo de “anarquista” puritano! Un “quintista” clavado...1 Más de una vez frecuenté las asambleas obreras, sólo por ver si era cierto que en las reuniones públicas “la dictadura del Partido Comunista ahogaba la voluntad de las masas”. Pronto me convencí de lo contrario! En las asambleas se nombra del seno de la masa trabajadora lo que allí se llama Presidium. Los elegidos presiden la mesa y dan la palabra a todo aquel que la pide, sin fijarse que sea o no del partido. He escuchado de los asambleístas verdaderas interpelaciones contra el personal administrativo de la fábrica. He sentido chicanear a las comisiones. He visto proponer y adoptar proposiciones de muchos obreros sin partido. Pero aunque así no fuera, ¿por qué temer y recelar del Partido Comunista? ¿Es un partido burgués? ¿Lucha el bolcheviquismo con ejercer la dirección? En Rusia hay apenas el 1% (uno) que es considerado de hecho comunista. De 146 millones de habitantes, sólo medio ha merecido el alto honor de ser admitido en el partido. Y es que en Rusia no puede ser cualquiera -afiliado al partido. Es preciso que sea, en primer término, trabajador honesto en la amplitud de la palabra. No un hablador, sino sensato y parco en lo que dice. No calumniador, sino justo y ecuánime. No un envenenado y maligno como tantos llamados “anarquistas”, sino abnegado y afable. No un vividor o malversador de fondos, sino honrado, desinteresado y ordenado, que sepa metodizar su vida privada y sus funciones de índole colectiva. Con este agregado: un comunista debe aprender a ser sobrio, pues no puede percibir un máximo de sueldo que exceda los 225 rublos mensuales, que es lo que gana el propio Stalin. Olvidábamos algo muy importante: un comunista ruso que acepta un cargo administrativo, no debe sentirse molesto porque alguien controle sus actos. Allí al amor propio hay que ponerle candado, pues no sirven manías de super o suficiencia. El Partido Comunista ruso, tiene presente que los hombres no son infalibles. Sabe que en todo individuo pueden retoñar ambiciones. En esa razón fundamental se basa la Dictadura del Proletariado que tiende, más que nada, a impedir que la libertad se convierta en libertinaje. Ella es ejercida a impulso de la libre autocrítica de las
1 “Quintistas” hace referencia a los anarquistas ortodoxos de la FORA del V Congreso. [N. del Ed.]
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masas, que arremeten sin contemplaciones contra las fallas del individuo y del régimen. Hay que ir a las asambleas para ver que es así, a las fábricas a fijarse en el contenido de las gazetas murales. Allí se ve cómo son de implacables los obreros con todo empleado enviciado o desatento, tanto qué terminan por aburrirlo si no se manda mudar antes, si no se presenta en la asamblea a dar plena satisfacción de que adoptará una conducta correcta. HABLO DE ESTO PORQUE LO HE VISTO YO MISMO
Lo honrado en un anarquista está en aplaudir el bien, venga de donde venga. Más, cuando tiende a mejorar la sociedad, suprimiendo anomalías en los individuos. La Revolución Proletaria victoriosa como en Rusia necesita ejercer por mucho tiempo esa obra de cirugía hasta modificar costumbres, hasta amputar lo gangrenoso que dejan en las colectividades las sociedades burguesas. Si todo régimen de explotación para subsistir debe ampararse en la mentira y el engaño, hay que admitir que esas lacras seguirán perdurando hasta que la selección psíquica o moral cumpla su obra de superar normas y maneras de ser en los hombres. He ahí la labor formidable que se está llevando a cabo en Rusia. Podemos, sí, decir que esa es la revolución anhelada por los anarquistas. Podemos asegurar, por lo que hemos visto en Rusia, que la inmensa transformación que se está operando allí es el resultado de nuestra revolución; la revolución emancipadora que se ha estado preparando en todas las insurrecciones habidas en la historia. Hay que ser muy ciegos para no verlo. Solamente los que carecen de mentalidad revolucionaria pueden afirmar lo contrario. El capitalismo internacional ve un peligro en el régimen proletario implantado en Rusia, y trata de ver si puede írsele encima. Las agresiones de China fueron fraguadas por las potencias capitalistas, para apoderarse de la vía de comunicación por el extremo oriente con las fronteras soviéticas. Así la penetración hubiera resultado más fácil, pudiendo disponer de una avalancha de masas en estado semisalvaje, pues hay el temor de que los ejércitos de occidente se subleven al primer intento de ofensiva antisoviética, de parte del capitalismo europeo. Y si eso busca, si eso pretende el capitalismo ¿por qué los anarquistas no apoyan lo que es un mal para el capitalismo? No apoyan ciertos anarquistas a la Unión Soviética porque no poseen criterio, ni mentalidad de clase. En el interior de algunos de ellos, se esconde un alma de burgués que dictamina. Aborrecen y difaman la Dictadura del Proletariado, porque saben que tendrían que ser víctimas de la escoba. Son muchas las contradicciones sostenidas en el campo anarquista. Y ellas no desaparecerán sino es con una profunda barrida hasta limpiar toda la escoria. ¿Y hay acaso higienización de la sociedad sin Dictadura Proletaria? Los microbios que andan a la búsqueda de una llaga abierta para penetrar en el organismo sólo se combaten cauterizando con un buen microbicida la herida. Y el anarquismo puritano está plagado de microbios, digo, arribistas. El régimen de puerta abierta, de ausencia de control, ha servido para infectar el cuerpo de ese “anarquismo”, no hay célula que no esté atacada. Por eso detestan la Dictadura del Proletariado. Semejan enfermos que ante el bisturí gritan, tiemblan antes que el filo les toque las carnes. No hay que decir que no tienen “su” razón. La tienen, sí. Los verbalistas que atacan y difaman a la Unión Soviética, llamándola “Zarismo Rojo”. Y es que allí no se tolera la libertad del macaneo engavillado, no pasan por eminencias los intrigantes y charlatanes; es que allí tiene que agachar el lomo aquel que quiera vivir; es que allí no hay mártires de Ushuaia, digo Siberia, a quienes explotar como lo hacen aquí los que agitan la alcancía en pro de Radowitzky cada vez que les hacen falta centavos para garbanzos y letras de molde con que
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desfigurar la verdad, motejando la primera esperanza de redención de los oprimidos del “Zarismo Rojo”.2 No, trabajadores. El zarismo fue aniquilado, juntamente con el capitalismo industrial y rural, gracias a la revolución que supieron hacer los rusos, nuestros hermanos. El zarismo y todos los íconos que sirvieron para consagrar las dinastías del imperio de los Romanov han sido arrojados como trasto viejo a .una zanja de Katerinenburg. Ni ceniza debe haber quedado, por habérsela asimilado algún vegetal de más provecho! En Rusia no existe sino el imperio del trabajo, después de haber suprimido la costumbre de vivir opíparamente en el dolce for niente con tantos modus vivendi. ¿Y eso es lo que critican esos “anarquistas” en nombre de teorías bastardas, sacadas a relucir por unos cuantos estómagos agradecidos? LA VERDAD SOBRE GHEZZI3
No me fue posible conocer a Francisco Ghezzi. Cuando me acompañaron para verlo, me enteré que estaba detenido. ¿Preso, por qué? No pude saberlo de momento: Pero estoy al corriente de varios antecedentes que dejan mal conceptuado a Ghezzi. Este pretendió pasar varias cartas a los dirigentes de la AIT de Berlín —Internacional puritana de la misma composición que la FORA— llenas de improperios que, de haberlas publicado, hubieran sido recopiladas por toda la prensa reaccionaria, interesada en extraviar y torcer la opinión de los trabajadores, que la burguesía necesita para empuñar el fusil contra la URSS. Hubieran resultado armas desleales, facilitadas por un “anarquista” contra la obra de necesaria emulación revolucionaria que están llevando a cabo en Rusia las masas obreras y campesinas. Un Pestaña o una Goldman vendidos a la prensa burguesa, no hubiera hecho tanto daño a las fuerzas revolucionarias. Dichas cartas cayeron en poder de la GPU. Un camarada italiano que se apellida Germanetto advirtió a Ghezzi, a pedido de la Internacional Sindical Roja, el peligro que entrañaba su actitud subalterna de emisario de los rabiosos enemigos de la Central Revolucionaria, con sede en Moscú, y de la edificación socialista de los Soviets. Y le manifestó entre otras reprimendas: “Nada habría que objetarte si te concretaras a decir la verdad; pero lo que
2 Referencia a las campañas del diario anarquista porteño La Protesta buscando recaudar fondos para mantener viva la campaña por la libertad del vindicador Simón Radowitsky. [N. del Ed.] 3 Franceso Ghezzi (1893-1942) fue un anarcosindicalista italiano. Activo militante de la Unión Sindical Italiana, fue comisionado para participar en Moscú del I Congreso de la Internacional Sindical Roja. Ingresó luego ilegalmente a Alemania para participar del Congreso de la Asociación Internacional de los Trabajadores (anarquista), que se fundó en 1922 en Berlín. Detenido por la policía, evitó que lo deportaran a la Italia fascista porque estaba casado con una rusa. De regreso en la URSS, trabajó en una colonia agríco la y luego como obrero en Moscú, participando siempre de las actividades clandestinas del movimiento anarquista. Detenido en 1929, fue condenado a tres años de trabajos forzados. La campaña internacional del Comité para la Liberación de Ghezzi —integrado por figuras como Nicolas Lazarévitz, Luigi Fabbri, Pierre Monatte, Ugo Fedeli, Panaït Istrati, Boaris Souvarine, Jacques Mesnil y Romain Rolland— envió una carta a Gorki para que intercediera ante Stalin. Ghezzi retornó a Moscú, donde siguió trabajando como obrero mecánico, pero en 1937, en el marco de las grandes purgas, fue detenido nuevamente, ahora en la Lubianka. Condenado una vez más a trabajos forzados, y a pesar de padecer tuberculosis, lo enviaron primero a un campo de trabajo más allá del Círculo Polar, y luego al Campo de Vorkuta. Cuando en 1943 un decreto de la policía política lo había condenado a la pena de fusilamiento, llevaba muerto en Vorkuta hacía un año. [N. del Ed.]
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escribes a los de la AIT es pura mentira. Tú bien lo sabes: Así que piensa en lo que te metes y a lo que te expones”. Fue un avisó prudencial al que Ghezzi, turbado, sólo supo alegar que los “anarquistas” de Berlín le pedían que les escribiera y que él los complacía. Pasó un tiempo. Ghezzi, repuesto de una enfermedad, dejó el sanatorio para volver a Moscú. En dicha ciudad, tanto él como su compañero Petrini, tuvieron que trabajar, ingresando a una fábrica. Seguramente, esto debió molestados grandemente, convenciéndoles de que “Rusia es un infierno”. Fue así que comenzaron a mandar otra vez cartas a la AIT de Berlín, algunas de las cuales consiguieron hacer llegar a destino, pidiendo que enviasen una comisión a Moscú a pedirlos. Esa delegación de la AIT no tardó en presentarse, formulando tal pedido. Inmediatamente se les complació, entregándoles a Ghezzi y su camarada. ¡Cómo no!... Encantados si sus amigos cargaban con ellos! Ya en Berlín, como la policía de Mussolini tenía recomendada la captura de ambos a la Policía alemana —y como no podían pasar desapercibidos andando con elementos conocidos— el camarada de Ghezzi fue detenido. La policía alemana lo entregó, sin pérdida de tiempo, a la policía italiana. Y conducido a Italia, ¡fue fusilado por los fascistas!4 El hecho es conocido en Berlín y en Moscú. Los anarquistas lo saben. A este hombre —perseguido, preso y fusilado por Mussolini—, que encontró asilo, seguridad y fraternal ayuda en la Patria del Proletariado, los “puritanos” de la Argentina y de otros Países de Europa y América pretenden presentarlo como una víctima de lo que ellos llaman el “Zarismo Rojo”! Si para muestra basta un botón, este episodio revela la bajeza moral de que hacen gala los detractores de Rusia, empeñados en restarle simpatías entre el proletariado internacional. Es una infamia, una de las tantas indecencias, tanto o más condenable, como la calumnia y el improperio contra militantes que se desvelan por la causa del proletariado. Si han subvertido principios y cosas tantas veces, ¿qué puede importarles mentira más o menos? Así escribe la historia ese “anarquismo” de morondanga, más dañino que si fuera una tuberculosis cerebral o cardíaca. Prosigamos relatando el caso Ghezzi. Entonces, amedrentado por lo sucedido a su compañero, no sabiendo dónde meterse en Alemania, sin confianza en la “protección” de los de la AIT, Ghezzi volvió a acordarse de Rusia y sin pérdida de tiempo retornó al “infierno sovietista”, único país del mundo donde los perseguidos por el capitalismo encuentran hospitalidad y seguridad para sus vidas. Ya en Rusia, después de pasar una temporada en un albergue para emigrados políticos, con otros perseguidos que me pusieron en antecedentes de todo esto, y gozando de la solidaridad del SRI (Morp) que le entregaba una cantidad para gastos personales, Ghezzi volvió a trabajar, es decir, a “sufrir!”. Para ser justo en todo, y en honor a la seriedad de esta información, debo agregar que Ghezzi es buen mecánico, y que, por tal motivo introdujo tina innovación en una máquina, lo que le valió un premio. Esto del premio lo sé por el catalán ex pistolero que me lo repitió como un centenar de veces. Pero el hecho de ser un buen mecánico y el habérsele adjudicado a Ghezzi un premio, no impide que cometiera faltas consideradas como delito en la Unión Soviética. En Rusia
4 Alfonso Petrini era una anarquista italiano que las autoridades soviéticas habían deportado a Astrakán. Ante el reclamo internacional por su libertad, fue finalmente expulsado del territorio soviético en junio de 1935, siendo inmediatamente capturado por las autoridades de la Italia fascista en Odessa. Encarcelado en Ancona y en L’Aquila (Abruzos, Italia), fue liberado poco después, pero nuevamente detenido por su oposición a la guerra imperialista de Abisinia. El 19 de mayo de 1898 fue rehabilitado en la URSS de la perestroika por “absoluta falta de pruebas”. [N. del Ed.]
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se estimula a los hombres de buenas acciones y se castigan las malas. Se juzga a la persona no por las ideas que profese, sino por sus hechos. La justicia es ejercida por los propios obreros, con verdadero espíritu de equidad. No sirven disfraces para taparse!... Conocimos a otro obrero español que ha estado en Buenos Aires trabajando de ebanista, que recibió 500 rublos de premio y un mes de licencia por haber inventado una cámara para dar colorido al mueble por medio de la reacción de ciertos ácidos con el amoníaco. Los obreros, en virtud de esto, lo tenían como quien dice en la palma de la mano. Adquirió popularidad: ingresó en el PC y entró a ocupar varios puestos. Estando yo en Moscú, formaba parte de las reuniones del trust de la madera como delegado informante. Pero he ahí que un día lo denuncia su ex compañera y se le comprueba un acto de inmoralidad: se le acusaba de haber abandonado su mujer y a su hijo. Pasó al tribunal popular del rayón el asunto, y éste falló en su contra. No fue preso, pero el plenum del PC lo expulsó por inmoralidad del partido. El hombre se había separado de la mujer sin recurrir al divorcio: un ilegal!... Sé que Ghezzi está condenado a tres años de prisión en la cárcel de Suzdal. Con él hay otros presos, de filiación anarquistas puritana, como Nikolas Rogdaeef y Karjhardin, condenados también a tres años. Hay exilados una docena más, entre ellos Bermach y Vladimiro. Supe luego del arresto de Andreuf, que fue liberado a instancias de varios amigos que han intercedido en su favor haciendo revisar el proceso. NO ES EXTRAÑO QUE SE LES PONGA PRESOS
Dados los antecedentes de que gozan varios “anarquistas”, no se me hace extraño que caiga alguno preso. Por falta de comprensión constructiva, no hacen más que criticar. Por no ceder en su obstinación de llevar la contra a todo, no les queda otra condición que la charlatanería. En esto son hermanos carnales de nuestros quintistas que, en medio de su inconsecuencia, recelan hasta de su propia sombra y ven renegados o claudicantes en cuantos no comulguen con las ruedas de molino de su apostasía. No olvidemos que los puritanos juzgan al prójimo —no a sus semejantes— con ese escepticismo propio de los miserables de alma. Se tienen por centro del Universo, y no son sino hombres-corcho, que pasan la vida flotando en la periferia de un pantano maloliente. En Moscú y otras ciudades de la Unión Soviética, se han visto esos “anarquistas” envueltos en maquinaciones contrarrevolucionarias. Tantas veces los servicios de los agentes burgueses y de las embajadas han sido enmascarados con ese anarquismo de crítica, que despierta desconfianza entre los obreros rusos llamarse anarquista. Ha habido explotadores del viejo régimen, que se han confabulado con algún “libertario” para conspirar a las sombras de ciertos núcleos “anarquistas”. De eso viene que anarquista es sinónimo de kulak o nepman para no pocos obreros rusos con quienes hemos conversado. ¡Y todo por la coincidencia de procedimientos entre “anarquistas” y pequeños burgueses! Porque en más de una oportunidad se han confundido en colaboración íntima con el elemento reaccionario que, para prosperar, quisiera ver restaurado el viejo régimen, o uno parecido, que les dejase explotar el sudor ajeno. No se explican el porqué habiendo todavía zonzos, el gobierno castiga a cuantos hacen por explotarlos. El gobierno contra los explotadores!... ¿Adónde se ha visto? No hay nada que más empeore la situación de los “anarquistas” puritanos de Rusia, como los ataques de sus congéneres de otros países contra la URSS. Ante esos ataques, cunde la creencia, entre la mayoría de los obreros de la Unión Soviética, de que no se puede ser anarquista si el qué por tal se tenga no es un malvado. Que malvados son —lo afirmo categóricamente— los que pretenden desconocer la obra de transformación iniciada con la
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Revolución en Rusia, declarándose solidarios con la burguesía. Y locos de remate aquellos que, con gritos, creen que puede contenerse el avance de la civilización proletaria, en su marcha hacia la socialización completa de los medios de producción y el cambio. OBRAN COMO VENDIDOS AL ORO CAPITALISTA
Nada más sospechoso, en quienes se dicen anarquistas, que hablar mal de Rusia. Esa actitud calumniosa contra el primer país proletario merece el más grande repudio. En la Unión Soviética .se están asestando los últimos golpes a los restos de burguesía agraria: los kulaks. A la socialización de la tierra (formidable conquista revolucionaria) siguió la batalla más costosa: la socialización del trabajo. El enorme desarrollo de la socialización demuestra claramente que se van barriendo los ricos, los explotadores del sudor ajeno y de la credulidad. Las campiñas rusas están en vísperas de quedar enteramente libres de toda expoliación burguesa y religiosa. Distritos enteros han pasado del sistema de producción individual (tan preferido por los burgueses) al sistema de producción comunista. Aldeas, comarcas enteras, se suman al comunismo agrario. No va quedando lugar para que arraigue un capitalismo rural, ni campo de acción a los comerciantes (nepmans). El abastecimiento cooperativo soviético lo invade todo. No hay capitalista que pueda monopolizar la tierra y sus productos. No va quedando rastro de castas sacerdotales, ni de íconos. No se conoce ningún hecho de tal magnitud en las civilizaciones más avanzadas de 1a historia. ¿Quién critica todo eso? La prensa mercantilista, al servicio del capitalismo y los “anarquistas puritanos”. En la obra de denuestos contra Rusia hay una flagrante coincidencia de lenguaje. Y es así que en ninguna parte del mundo constituye una amenaza o un peligro para el capitalismo, eso que unos cuantos audaces despotrican en nombre de la anarquía. ¿Evolucionistas? No, retrógrados. En España, dictaduras clérigo-militaristas como la del Marqués de Estella, han consentido publicaciones como La Revista Blanca, escrita y recomendada por los “anarquistas puritanos”. En ella se han insertado infinidad de calumnias contra la Unión Soviética con el visto bueno de la censura del sable y el agua bendita. Se han suprimido en cambio hojas comunistas como La Antorcha, porque defendía e insertaba comunicados de Rusia. Una repetición de lo que aconteció en la Argentina con el diario revolucionario Bandera Roja y las hojas puritanas La Protesta y La Obra.5 Al “anarquismo puritano” no le queda otro recurso que el de formar abiertamente una alianza con la burguesía, los socialdemócratas, el clero y la casta militar. Dicho frente único, cabría como fórmula; pero de hecho no existen distingos en la obra de difamar e injuriar a los hombres de Rusia, que austera y abnegadamente están levantando, de las ruinas dejadas por el zarismo, una nueva sociedad encaminada a instaurar la igualdad mediante la supresión de las clases. [Fragmento tomado de J. Vidal Mata, La verdad sobre Rusia. Informe presentado a la Alianza Libertaria Argentina por su delegado en la Unión Soviética, Buenos Aires, Alianza Libertaria Argentina, 1930, pp. 255-269.]
5 Referencia a La Revista Blanca, que editaba en Barcelona Federico Urales, así como las publicaciones porteñas La Protesta y La Obra, que denunciaban la represión soviética sobre los anarquistas; Vidal Mata las contrapone al diario anarcobolchevique Bandera Roja, prohibido por el gobierno de Hipólito Yrigoyen cuando apenas promediaba su segundo mes de vida. [N. del Ed.]
Elías Castelnuovo (1893 - 1982)
Elías Castelnuovo, obrero linotipista, escritor social de orientación anarquista, luego simpatizante comunista, fue uno de los principales mentores del “Grupo de B oedo”. H ijo de C arlos Castelnuovo, inmigrante danés, y Carolina Serra, inmigrante italiana, nació en Montevideo, el penúltimo de diez hermanos. Su padre murió a consecuencia de un accidente de trabajo. Elías no pudo proseguir los estudios primarios más allá de cuarto grado, y su cuñado le exigió trabajar para aportar a la casa familiar. A los 10 años arrancó como aprendiz de linotipista en la imprenta de un matrimonio de origen catalán. De regreso en la casa familiar dos años después, un peluquero anarquista, inquilino de su madre, lo introdujo en la literatura ácrata. A los 15 abandonó la casa familiar, iniciando un período de vagabundeo a través de Uruguay, Rio Grande do S ul y las provincias del litoral argentino, desempeñando los oficios más diversos: mozo de cuadra, peón de saladero, albañil frentista, constructor… Ficcionalizó este tipo de experiencias en diversas obras, como su novela Calvario (1949), que le valieron el mote del “Gorki argentino”. S e instaló en Buenos A ires en 1910 trabajando como linotipista y tipógrafo. Vinculado a los medios anarquistas, en 1917 formó parte del ala libertaria que simpatizaba con la Revolución Rusa y el gobierno bolchevique. En 1919-1920, colaboró en la revista libertaria Prometeo y en el diario anarquista La Protesta con poemas de adhesión a la Revolución Rusa. E n la imprenta donde trabajaba trabó amistad con el médico L elio Z eno, también “anarcobolchevique”, con quien se instaló hacia 1919 en una isla del D elta del P araná para “vivir libremente y ejercer la medicina entre los isleños”. En 1921 ambos amigos colaboraron en Cuasimodo, una revista de cultura libertaria. Ese año C astelnuovo obtuvo un puesto como maestro en un reformatorio de menores, en la localidad de Olivera, experiencia que apareció tematizada en su volumen de cuentos Larvas (1931). E n 1920 participó de la experiencia de un nuevo diario en Buenos Aires, El Trabajo (1921-1922), desde el cual los “anarcobolcheviques” llamaron a la fusión de las dos federaciones obreras (las dos FORAS, comunista y sindicalista) y a su adhesión a la I nternacional S indical Roja. Junto con figuras del “anarcobolchevismo” de entonces, como García T homas, Hermenegildo R osales y A tilio R . Biondi, contribuyó a la fundación, en enero de 1923, de la Alianza Libertaria Argentina (ALA). Elegido secretario de prensa, participó en los primeros números de su órgano, el periódico El Libertario (1923-1932), y poco después en otro “anarcobolchevique”, La Rebelión (1925-1926). E n 1923 apareció su primer libro, “Notas de un literato naturalista”, en la colección de folletos de gran tiraje Las grandes obras. Alcanzó reconocimiento con la aparición de Tinieblas (1923) y Malditos (1925), obras que suscitaron un animado debate por su “brutal descripción de la miseria humana”. E n 1924 Castelnuovo y los escritores embanderados con la estética realista y el compromiso social colaboraron en la revista Extrema izquierda, desde la cual polemizaban con Martín Fierro, comprometida con la estética de las vanguardias. En 1926 colaboró en la Revista del Pueblo (1926-27). Por entonces Castelnuovo comenzó publicar sus textos a través de las colecciones de libros, folletos y revistas que editaba el socialista Antonio Z amora con el sello C laridad. Las revistas de Zamora Los Pensadores (1924-1926) y, sobre todo, Claridad (1926-1941) se convertirían en los años veinte en los órganos privilegiados del llamado “Grupo de Boedo”, núcleo de los escritores realistas, que integraban (entre otros) Castelnuovo, L eónidas Barletta, Álvaro Yunque y R oberto Mariani. En 1927-1928, C astelnuovo editó, con la colaboración del artista plástico Guillermo Facio Hebequer, otro órgano “boedista”: la revista Izquierda. En 1926 hizo su primera incursión teatral con la obra Ánimas benditas. En 1927 fundó, junto con B arletta, Y unque y O ctavio P alazzolo, el Teatro Libre, primera experiencia de teatro independiente. P oco después animaba una nueva experiencia: el T eatro Experimental de Arte (TEA), en cuyo marco se estrenó su obra E n nombre de Cristo. Tras el golpe militar de 1930, sufrió reiterados allanamientos y persecuciones policiales y judiciales. C astelnuovo y su amigo Roberto Arlt se aproximaron al PC argentino. En 1931 C astelnuovo emprendió un viaje a la URSS como acompañante de Lelio Zeno, que había sido invitado a trabajar en el Instituto Sklifosovsky, el mayor establecimiento de cirugía de urgencia de Moscú. Se embarcaron en el puerto de B uenos A ires el 13 de junio de 1931, acompañados por el biólogo y filósofo anarquista alemán Georg F . Nicolai. Hicieron escala en Hamburgo, visitaron Berlín —donde conocieron a figuras como Georg G rosz y A lbert Einstein— y finalmente llegaron a Moscú. A su
retorno, se desempeñó como redactor, junto con A rlt, del diario comunista Bandera Roja, donde C astelnuovo publicó sus crónicas de viaje a la URSS, luego reunidas en dos volúmenes: Yo vi… en Rusia (1932) y Rusia Soviética (1933). En 1932 fue también, junto con A rlt, el animador de una revista marxista independiente, Actualidad (1932-1936), y una Unión de E scritores P roletarios, de vida efímera, que combatió a la recientemente creada Sociedad Argentina de E scritores (SADE). En 1932, acompañado de F acio Hebequer, A braham V igo y el director R icardo Passano, se alejaron del Teatro del P ueblo que dirigía B arletta para crear el Teatro Proletario (1932-1935). Sin embargo, todas las experiencias emprendidas con los comunistas —incluidos sus libros de viaje a la U RSS y sus colaboraciones en Bandera Roja— culminaron en agrias polémicas públicas con Rodolfo Ghioldi, que frustraron una y otra vez la afiliación de Castelnuovo al P C. E n 1934 se publicó el volumen Vidas proletarias, tres dramas inspirados en el canon del realismo socialista soviético. E n 1935 apareció su programa estético realista: El arte y las masas. En 1936, en el contexto de la G uerra C ivil española, dedicó a la causa republicana su novela Resurrección. E n 1938 se editó su texto polémico contra F reud y su presunto “pansexualismo”, Psicoanálisis sexual y social, y en 1949, Calvario. En 1945, simpatizó con el peronismo emergente, colaborando asiduamente en la revista Mundo Peronista con la sección “Grageas al paso” que firma “Elicás” y en el suplemento literario del por entonces oficialista diario La Prensa. P articipó de las actividades del Instituto de E studios Económicos y Sociales, que dirigía Juan U namuno, un espacio de encuentro entre la izquierda y el peronismo, colaborando en su periódico, Argentina de Hoy (1951-1955). F ue elegido para presidir un congreso del Partido Socialista de la Revolución Nacional. A principios de la década de 1970, colaboró en revistas político-culturales de izquierda, como Barrilete, Crisis y Nuevo Hombre. En 1971 publicó otro ensayo: J esucristo, montonero de Judea, que presentaba a C risto como “protocomunista” y lo dedicaba al sacerdote tercermundista Hernán Benítez. Durante el tercer gobierno peronista, el rector de la UBA Rodolfo Puiggrós lo designó profesor emérito honoris causa y, un año después, E diciones Culturales Argentinas publicó sus Memorias. S e replegó bajo la última dictadura militar (1976-1983), aunque en 1976 apareció una segunda edición de su vida de C risto, ahora con el título relativamente más prudente de Jesucristo y el Reino de los P obres. Un año después se publicó una nueva versión de El arte y las masas. Vivió humildemente. Falleció en su casa del barrio de Liniers y sus restos fueron velados en la SADE.
El reino de los trabajadores
ENTRÉ A RUSIA POR la frontera polaca.
El lugar era una pampa lisa y chata, sin árboles a la vista, mas con algunas chozas desperdigadas en la lejanía. Sobraba aire, sin duda, pero faltaba panorama. Antes de cruzar la línea fronteriza, había que pasar por debajo de un arco de triunfo, semejante al catafalco de entrada de una exposición industrial, que señalaba la raya divisoria entre ambas naciones, y en cuyo frontispicio se leían dos leyendas. D el lado que la fachada del arco miraba hacia P olonia, la inscripción decía: “Salud a los trabajadores del mundo”, y del lado que miraba hacia R usia, “El socialismo abolirá las fronteras”. Lloviznaba. Un galpón de chapas de cinc y piso de barro, colmado de mujiks, en su mayoría viejos y barbudos, hacía las veces de puesto de aduana. La revisación del equipaje y el control de los documentos estaba a cargo de una mujer muy joven, vestida modestamente y con la cabeza envuelta en un pañuelo de color rojo. M ientras se efectuaba la inspección, los circunstantes me examinaban con avidez, quizás por venir yo de tan lejos o quizás por ser el único viajero que penetraba ese día en territorio soviético. —¿Y esto qué es? —inquirió la mujer, en ruso, indicando un cilindro de yerba que llevaba en la valija—. ¿Eh? —Yerba —le respondí, en castellano, por no encontrar el equivalente en la lengua vernácula. —¿Kotorei? —Yerba —repetí. La mujer se quedó perpleja. Se arrimaron varios mujiks al mostrador con el evidente propósito de sacar del apuro a la muchacha. Unos tras otros, luego, sumergían las manos en el cilindro a fin de cerciorarse de la naturaleza de su composición. Simultáneamente olían y palpaban el producto. Todos arrugaban la frente. —¿Chtó eto? ¿Qué podría ser eso? Una planta, era, sin disputa, pero, ¿qué demonio de planta podía ser que ellos nunca habían visto? La operación de olfateo, entretanto, proseguía sin ningún resultado positivo. Perejil no era, evidentemente. Tomillo, tampoco. Orégano, menos que menos. A sí las cosas, hasta que surgió un campesino con más barba que los demás que dio en el clavo. —¡Paraguayski chai! —sentenció. Té del Paraguay o lo que es idéntico: ílex paraguaijensi, que es el nombre científico de la yerba mate. —¡Právila!
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Circuló más tarde la noticia que un pasajero procedente de la A rgentina traía consigo una variedad de té totalmente desconocida en el país, y como los rusos tienen una señalada predilección por esa bebida, fueron muchos los que me expresaron en el tren el deseo de probar el contenido del cilindro. A fin de complacerlos, prendí el calentador a nafta y preparé el mate. Eran tantos los candidatos que me rodeaban en el coche que casi los hago poner en fila. Al primero que le di uno, sin embargo, no bien pegó el chupón inicial, hinchó de golpe los dos carrillos, suspendiendo sincrónicamente la succión y se puso colorado como un camarón. Con el segundo me fue peor. Este chupó igual que el otro, pero en lugar de hincharse y ponerse escarlata, lanzó bruscamente el trago por la ventanilla del vagón al campo. —¡Veneno! —carraspeó, poniéndose pálido como un muerto. Ninguno más, posteriormente, intentó reanudar el ensayo y la gloria del paraguayski chai se eclipsó por completo durante todo el viaje. Hacia el mediodía, siempre con llovizna, descendí en la misma estación ferroviaria, donde en 1917 lo hiciera N icolás L enin, enviado expresamente a R usia por los alemanes en un vagón precintado con la santa intención que desalojara de la D uma a A lejandro Kerensky, agente de los aliados, cosa que se cumplió fielmente en octubre de ese mismo año, sin que el servicio secreto de A lemania sospechara nunca que al instalarse en su lugar el del vagón lacrado, le daría, primero a esos mismos alemanes y luego a todo el mundo capitalista, el más grande dolor de cabeza de la historia contemporánea. Me estaban esperando en el andén dos hispanistas —comandante del E jército Rojo uno, profesor y periodista otro—, quienes habían vertido al ruso a varios autores del R ío de La Plata, y mediante los cuales hice traducir L os siete locos, de R oberto Arlt y La vorágine, de Eustasio Rivera.1 En seguida fui instalado en Dom Uchonei (Casa de los Sabios), un palacio suntuoso perteneciente a la dinastía de los Romanov, expropiado por el nuevo régimen y convertido ahora en una hostería donde paraba la intelligentsia de tránsito por la urbe, y de allí en adelante comencé a visitar cuanto museo, escuela, teatro, monumento, fábrica, cuartel, diario, biblioteca y central obrera funcionaba en Leningrado. Cuando arribó el doctor Lelio Zeno y el profesor Jorge Federico Nicolai, las visitas cambiaron de dirección, y fueron encausadas, siempre como siempre, hacia los centros sanitarios de la ciudad.2 Estos dos hombres no se cansaban de ver enfermos y presenciar operaciones. Se ve que la patología los obsesionaba como a un poeta la poesía. Ya de entrada, recién bajados del buque, mientras veníamos caminando por una arteria suburbana, tropezamos con un gran edificio que resultó ser el Instituto de Medicina Experimental, dirigido por Iván P etrovich P avlov, el reputado fisiólogo ruso, en el cual precisamente había estado durante siete años Jorge Federico N icolai en calidad de interno.
1 Castelnuovo ha relatado en diversas ocasiones su encuentro con los hispanistas rusos, pero nunca nos revela sus nombres. Es posible suponer que el hispanista y agente de la policía política sea Mijail Efimovich Koltsov (1898-1940), mientras que el profesor, periodista y traductor sea Fedor Kelin (1893-1965). [N. del Ed.] 2 Lelio O. Zeno (1890-1968) era un médico cirujano de orientación anarcobolchevique; Georg F. Nicolai (1874-1964) fue un fisiólogo alemán de orientación anarquista, que en 1914 había lanzado con Albert Einstein un Manifiesto contra la guerra. En 1922 emigró a la Argentina y poco después a Chile, donde murió a los 90 años. [N. del Ed.]
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—¡Oh, oh! ¡El laboratorio de mi maestro! —exclamó, alborozado, el alemán, alzando los brazos, en cuanto divisó el edificio—. ¡Qué bueno! ¡Qué bueno! ¡Vamos a saludarlo! Y a continuación nos introdujimos los tres por el zaguán del inmueble sin que nadie nos interceptara la entrada. —¿Dónde está Pavlov? —gritaba el discípulo, avanzando por una galería y asomándose por el enrejado de los establos, en cuyas reparticiones se alojaban infinidad de perros de experimento, casi todos ellos con la fístula estomacal correspondiente—. ¡Pavlov! ¡Busco al profesor P avlov! ¿Dónde está? El local, por el tufo y el griterío de los animales, se asemejaba más a una perrera municipal que a un seminario de investigaciones científicas. Al final, nos informaron que el director del establecimiento no se hallaba trabajando en su laboratorio. S e hallaba en los fondos de la institución trabajando en su quinta, que cultivaba personalmente, metido en un buzo, con el mismo apasionamiento que si se tratase de un trabajo relativo a los reflejos condicionados. Debido a que repartía los frutos de la cosecha entre todo el personal de la casa, le llamaba él a su huerta, mi chacra colectiva. —El maestro cava y riega la tierra —nos anticipó uno de los ayudantes mientras nos conducía en su busca— con el mismo cuidado y la misma concentración que coloca al realizar un experimento importante en la corteza cerebral. L e agrada mucho plantar y regar lo plantado, y sostiene que si todos los intelectuales dedicasen un tiempo al trabajo manual, sobre que no habría en sus filas tantos raquíticos y neurasténicos, ni fumarían ni toserían tanto, se asegurarían de este modo su alimento diario, que buena falta les hace a la mayoría de ellos. También sostiene que la satisfacción que reporta el esfuerzo físico es superior a la que reporta el esfuerzo intelectual, y que la vocación que se tenga para laborar con el intelecto no excluye en absoluto la necesidad y la obligación de efectuar una labor muscular, e, incluso, vivir de ella. Se detuvo un instante, y agregó: —Cuando vean su chacra colectiva se van a quedar pasmados. Todo crece en orden allí. Un orden perfecto. C ada lechuga, cada repollo, cada tomate del plantel marca el paso como un recluta. Ninguno se aparta un milímetro del cantero. Es un hombre extraordinariamente ordenado. E l prototipo de un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio. D e noche, no necesita encender la luz para hallar un objeto en su habitación. Además, no hay nada que no haga a horario. Duerme a horas fijas y come a las mismas horas con la puntualidad de un ferrocarril alemán. Al enfrentarse en la quinta, por fin, el maestro y el discípulo, se abrazaron sin coordinar los reflejos, de una manera ruda y brutal. Casi se estrangulan. A uno se le cayó al suelo la azada y el birrete, y al otro el monóculo y el portafolio. Retornamos a la base del establecimiento. Es decir: a la perrera. Aquí no había olor a cloroformo o a éter como en las salas de operaciones. Había olor a perro únicamente. George Bernard S haw, que se encontraba de paso por L eningrado en compañía de un lord chicato y obsoleto y de una lady ponzoñosa y reaccionaria, dando conferencias y haciendo chistes a expensas de ambos, se dolía a cada rato debido a que I ván Petrovich Pavlov, según él, con sus traqueostomas había matado ya a dieciséis mil perros, olvidando en su lamentación que la comuna de Dublín, su municipio de origen, mataba anualmente, y no con fines de estudio sino de puro exterminio, una proporción idéntica. Pero las defunciones caninas que le adjudicaba él al experimentador ruso no eran ciertas. C on arreglo a la estadística del instituto, apenas si se remontaban a un centenar.
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Al abrigo de un patio cerrado y en torno a un samovar departían ahora en alemán y en ruso los dos fisiólogos. Nosotros, ajenos en parte a ambos idiomas, permanecíamos obligatoriamente mudos. De cuando en cuando, sin embargo, Jorge Federico N icolai, impresionado por lo que le decía su interlocutor, nos introducía en el coloquio. —¿Saben lo que está diciendo este hombre? —nos comunicaba con entusiasmo—. ¡Que le repugnan los sabios que hacen gala de su sabiduría! Dice que la verdad es clara y sencilla siempre y que el genio es también siempre claro y sencillo. Que quien no se hace entender es que no consiguió entenderse a sí mismo. Contó luego que durante las primeras etapas de la revolución en que la situación económica de la nueva república era realmente angustiosa, Nicolás Lenin le envío un cheque en blanco con su firma al pie a objeto que él lo llenase con la suma de dinero que creyese conveniente y necesaria para la reconstrucción total de las instalaciones del instituto. —¿Un cheque en blanco, con opción a fijar allí cualquier cantidad de billetes? —exclamé yo, asombrado. —¿Usted duda de eso? —se dirigió a mí en alemán. —No. Y o no dudo —contesté—. P ero dígale al señor Iván Petrovich Pavlov que en otros lugares, siempre que se le entrega un cheque a un escritor, generalmente es un cheque sin fondos. Dígale que se lo digo yo por experiencia. A poco andar, mis dos compañeros se trasladaron a Moscú y yo me hice allí seguidamente de otras relaciones más universales. Los médicos son demasiado localistas. Le suelen dar a uno, aunque esté sano de cuerpo y alma, medicina hasta en la sopa. Casi todas las mañanas, ahora, se presentaba a Dom Uchonei, mi residencia, el presidente de la Sociedad de Hispanistas, Víctor Serge, a tomar mate conmigo.3 Linotipista en Bruselas, corresponsal y novelista en B arcelona, pistolero en P arís junto a B onnot y G amier, miliciano con J ohn Reed en P etrogrado durante “los diez días que conmovieron al mundo”, teórico de la revolución permanente en discrepancia con el sector oficial que sostenía la posibilidad de instaurar el socialismo en un solo país, temperamento inflamado y díscolo, concluyó su turbulento itinerario como secretario de León T rotsky muriendo en México igual que él en el destierro. A través de las narraciones de Víctor Serge, paulatinamente me fui imputando de todas las calamidades pasadas del pueblo ruso, antes y después de la R evolución de octubre. E ntre guerra y guerra —guerra continental, guerra civil, guerra de invasión—, fueron sepultadas allí veinte millones de almas; y entre peste y peste —disentería, escorbuto, tifus exantemático—, otros cinco millones más. De hambre y de frío, asimismo, murieron otros cinco millones fuera de serie. P ara calentarse, en invierno, a falta de combustible industrial, quemaban las puertas y las ventanas de las casas, sin omitir el mobiliario, y para alimentarse, carentes de otros animales de superficie, bajaban a los sótanos y se comían cuanta rata o gusarapo lograban atrapar. C omieron previamente tantos gatos y perros que extinguieron la especie. Por ningún lado, ahora, se encontraba un ejemplar de estas dos razas. El hambre del pueblo ruso tenía una historia tan larga que ya en el slaviansky, su idioma primitivo, había dos palabras al respecto, inexistentes en las demás lenguas civilizadas.
3 Víctor Serge (1890-1947) era un escritor y militante belga, hijo de exiliados rusos. Anarquista en su juventud, desde 1917 defendió la Revolución Rusa, arribando a Rusia en 1919 para integrarse en la Komintern. Miembro de la Oposición de Izquierda desde 1923, fue detenido en 1933 y liberado por Stalin gracias a una campaña internacional. Murió en el exilio en México. [N. del Ed.]
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na quería decir hambre chica y la otra hambre grande. La chica era cuando no se comía U lo suficiente y la grande cuando se moría de hambre. S i se considera que desde 1548 hasta 1917, según se establecía en un diagrama alimentario, cada seis años se producía en R usia un hambre chica y cada doce un hambre grande, se explica que durante el reinado del zarismo siempre que salía a la calle una manifestación reclamando pan, los cosacos la disolviesen a sablazos. Exigir comida entonces, tras de ser un acto terrorista, iba contra el orden cíclico, registrado estadísticamente a través de casi cinco siglos. La edificación del socialismo se llevaba a cabo eventualmente, por tanto, sobre un terreno despedazado por los ejércitos invasores y desmembrado por las epidemias, con quebranto y con penuria, pero con la tenacidad de la gota de agua que perfora la piedra. Se trabajaba sin descanso y en borbollón como en un hormiguero. Las fábricas y los astilleros que circundaban la urbe funcionaban ininterrumpidamente cumpliendo tres turnos consecutivos. Una oleada de veinte mil trabajadores salía por los portones de los talleres metalúrgicos de Putilov y otra oleada igualmente masiva entraba para hacer el relevo. A cualquier hora del día o de la noche, entonces, circulaba por la Perspectiva Nevsky un río de obreros y obreras. Las mujeres trabajaban a la par de los varones, desempeñando toda suerte de faenas, desde manejar un camión o un barco mercante, hasta manejar un bisturí o un aeroplano. Su afán de capacitarse era tan avasallante que, en la F acultad de M edicina local, fue menester restringir su inscripción a causa que el noventa y dos por ciento del alumnado pertenecía al sexo femenino. La consigna no era ya pelear. Era trabajar. La ciudad bella y poética de A lejandro Puschkin con su P alacio de Invierno y su Fortaleza de San Pedro y San Pablo había sufrido una metamorfosis no presentida por el autor de Eugenio Oneguin. No se oía ya el suave murmullo del N eva. Se oía tan sólo el ruido estrepitoso de las máquinas. Las damas no vestían ya de brocato ni los caballeros de astracán. Todo el mundo iba embutido en un overol. Quien no trabajaba antes era mirado con respeto y distinción como si ello involucrase un signo de nobleza, mientras que quien no trabajaba ahora era considerado un traidor a la patria, digno de ser fusilado. El tema del trabajo incidía de tal modo en las conversaciones que hasta en una cena que me dieron en el comedor de los escritores, con asistencia de algunos exponentes encumbrados de la nueva generación —Leonidas Leonov, Valentín Kataiev, Boris Lavreñov— no se habló para nada de arte. Se habló casi exclusivamente del Primer Plan Quinquenal, en vigencia aún, luego del segundo, que habría de suceder al primero, más tarde del tercero, que sucedería al precedente, y así, amontonando números sobre números, entre todos, en una sola noche, sembraron y edificaron la totalidad del territorio, levantando moles de cemento más colosales que las Pirámides de Egipto. Con un plan, colectivizarían el campo. Con otro, desarrollarían la industria pesada. C on otro, unirían el V olga con el M ar Caspio. Con otro, erigirían superusinas en cada salto de agua. Con otro, extraerían las riquezas yacentes en el fondo del océano. Con otro, prolongarían la pesca y la navegación hasta la región polar. Con otro, conquistarían el aire, y, con otro, por último irían al planeta M arte. Yo me reía entonces, pero ahora no me río. Los rusos, en efecto, son capaces, no más, de instalarse el día menos pensado en otro planeta por más baja que sea allí la temperatura, remover la tierra o el cisco con las nuevas excavadoras y plantar trigo de invierno. A pesar de hallarme encariñado con Leningrado, vino en misión cultural Sofía Kameneva, hermana de Trotsky y esposa de Kamenev, y me condujo a los tirones a Moscú. Durante el viaje me dio a escoger entre ver a J osé Stalin o a M áximo Gorki, los dos hombres
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de mayor popularidad dentro del nuevo ordenamiento. Obvio es decir que me incliné por el escritor. D esafortunadamente, no obstante, me ocurrió con él lo mismo que con Axel Munthe. El ex vagabundo, resentido en su salud, con una tuberculosis no curada o diferida mediante un neumotórax, fumador incorregible, viejo, muy viejo a los sesenta y dos años de edad, estaba con junta médica, afectado seriamente por una angina tabacal. Lo vi de lejos, en el patio abierto de su domicilio, tomando el sol contra una pared. Jorge Federico Nicolai, por su lado, aunque fumaba más que M áximo Gorki y no se enfermaba nunca, seguía sistemáticamente recorriendo hospitales como si hubiese ido a la Unión Soviética no a compulsar la transformación experimentada por el cambio de régimen, sino a tomarles el pulso a los enfermos del país. Rechazó una oferta para dictar una cátedra de biología en la universidad moscovita en razón de que debía ajustar sus clases a los preceptos de la dialéctica materialista, y se marchó, disgustado, finalmente a España, para retornar, después de un tiempo, otra vez a la A rgentina, donde escribió un libro contra la dialéctica, no de F ederico H egel, sino de C arlos M arx, M iseria de la D ialéctica. Su disgusto con el Soviet, sin embargo, no era del todo injustificado, pues el trato que se le dio allí no correspondía en absoluto a sus méritos personales. E ntró y salió del territorio como lo pudo hacer un ilustre desconocido. Hasta la Gaceta de Leningrado, que registró nuestra visita, lo calificó de “pequeño burgués”, cosa que lo afectó profundamente. L o curioso del caso es que este “pequeño burgués”, que se confesaba anarquista como León T olstoi, había sido declarado ciudadano honorario de la U nión Soviética a raíz de haber firmado el Manifiesto contra la guerra, sin contar, asimismo, que fuera en su momento el primer cardiólogo de Europa y una de las celebridades de las cuales Romain Rolland escribió su biografía. Es decir: no era un viajero cualunque. I nclusive, antes de su muerte, ocurrida en C hile, a los noventa años de edad, Eugen Relgis, un escritor rumano radicado en Montevideo, escribió otra historia de su vida. El doctor L elio Zeno, en cambio, incorporado por méritos a la plana superior del Instituto S klifosovsky, el más voluminoso organismo de cirugía con que contaba el país, estaba realizando allí una carrera vertiginosa y fulgurante. P rimero, le cedieron un servicio de diez camas, luego otro de ciento veinte y a continuación la jefatura de un pabellón del nosocomio. N o sólo creó y dirigió después el primer centro de la especialidad en un tiempo relámpago, sino que revolucionó la traumatología en la Unión Soviética, suplantando los métodos lentos y sedentarios de curación estática de los accidentados, por métodos rápidos y ambulatorios de curación dinámica. A ntes de su llegada, los pacientes tardaban en dejar el lecho, tan necesario siempre en cualquier hospital, una media de tres meses. Gracias a su intervención, la media de la estadía fue reducida a una semana, lo cual comportaba un beneficio para el siniestrado que volvía precozmente a reanudar sus actividades y un beneficio para la institución que podía disponer del lecho vacante. El instrumental quirúrgico que utilizó entretanto el doctor Lelio Zeno figura ahora en el museo privado del Instituto Sklifosovsky y el servicio que dirigió él en dos ocasiones lleva actualmente su nombre, homenaje este que honra a un argentino y a la Argentina. De vuelta a L eningrado, me acordé de F edor D ostoievsky, mi maestro, que residió casi siempre allí, y por quien sentí siempre una profunda admiración. Visité, en primer término, el M useo de los A rtistas, donde se le dedicaba una sala, conteniendo todos sus efectos; después, la casa donde murió y cuya arteria lleva su nombre; y, por último, la tumba donde yace enterrado, en el Cementerio Alejandro Nevsky, antes propiedad de la Iglesia Ortodoxa y ahora patrimonio del Estado. Era un día frío y gris de otoño. A ratos, nevaba.
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ratos, soplaba un cierzo más helado que la nieve. A Al entrar yo, el anexo de la necrópolis se encontraba vacío. N o había nadie allí. Absolutamente nadie. Ni siquiera un cuervo en el aire que nunca suele faltar en ningún cementerio. El estado triste y ruinoso del recinto recordaba el canto lúgubre de Esquilo. Era desolado y desolador. Los caminos, anegados y cubiertos de lodo, dificultaban el tránsito. Sobre algunas criptas crecían hongos venenosos, mientras que en otras, en cambio, se enredaba una maleza tupida y negruzca que no dejaba ver sus contornos ni leer sus epígrafes. P arecía que allí adentro, también, años atrás, se hubiese librado una batalla. E l sector más castigado del anexo, dedicado exclusivamente a los artistas, era el de los músicos. L a cabeza esculpida de M odesto Mussorgsky tenía la nariz rota. La verja que protegía el sepulcro de Pedro Chaikovsky, a su vez, yacía tirada y retorcida sobre el césped, en tanto que a la estatua que representaba la imagen de Alejo Balakiriev, luciendo un traje de mujik, emplazada en el interior de un mausoleo semejante a una isba, se le había caído un pedazo del techo de paja encima. Yo iba de tumba en tumba, como un alma en pena, leyendo epitafios y pisando barro, en procura del panteón del maestro. A la postre, di con él. Una lápida lisa y rectangular, con musgo en las grietas, cubría la fosa. Como única ornamentación, a un metro de la cabecera de la losa, se alzaba un busto suyo de mármol, con una leyenda en la base que decía: “La semilla tiene que morir para poder convertirse en planta”. E ra, esta sentencia, un versículo de los Evangelios que sirvió de acápite a su última novela Los Hermanos Karamasov. Además, sobre la lápida, adentro de una caja oblonga de lata con una tapa de vidrio, había una corona marchita y deshojada, ceñida por un lazo con una dedicatoria escrita en slaviansky. A unque la fecha estaba borrada y algunas letras del texto comidas por la polilla, se podía leer con todo, que durante un aniversario de su muerte, acongojados por su desaparición, sus ex compañeros del presidio de Siberia, en el cual cumplió él una condena de diez años a trabajos forzados, colocaron allí esa ofrenda recordatoria. Por la noche, me acosté, aterido y tembloroso, en parte por el frío del tiempo reinante y en parte por el frío que me traje del cementerio, y a la mañana siguiente me levanté con temperatura. Mientras tomaba mate como de costumbre, apareció el comandante del E jército Rojo, el mismo que tradujo a su lengua diversos escritores de Boedo, y yo aproveché la eventualidad para comunicarle la impresión dolorosa que me causó la tarde anterior el abandono en que yacían los artistas sepultados en el anexo de Alejandro N evsky. —Figuresé —me retorcía las manos—. El pobre Fedor D ostoievsky sólo tiene una corona marchita que le pusieron los presos, vaya a saber cuándo. ¿Es que nadie se ocupa aquí de los muertos ilustres? —Le voy a explicar —respondió él—. U na revolución es una carrera contrarreloj. S i se pierde un minuto, nada más que un minuto, se pierde la carrera. No hay tiempo a veces de ocuparse de los vivos y usted pretende que nos ocupemos también de los muertos. Trabajamos durante tres turnos para reconstruir todos los descalabros que nos hicieron los ejércitos de las veinticinco naciones que nos invadieron. Casi las veinticuatro horas del día. No es que nos desentendamos de eso. N o lo podemos atender por el momento. —Está bien —dije yo—. P ero, entre turno y turno, ¿no hay ninguno aquí capaz de ir allá con un rastrillo a limpiarle la tumba a Fedor Dostoievsky? El comandante no se dio por aludido. Derivó la conversación hacia otro asunto para el cual venía a verme.
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—No se deje influenciar por V íctor Serge —me previno—. E stá en la oposición. e interesa más la interpretación teórica del comunismo que la práctica de su ejecución. L Aborrece a la burocracia del partido. Todos sus integrantes son burócratas para él. —¿Stalin, también? —También. Un burócrata solemne. —¿Eso es todo? —Hay algo más. Como en su juventud fue anarquista, ahora, y quizás contra su misma voluntad, vuelta a vuelta se le sube de nuevo el anarquista a la cabeza. Hizo una pausa, y agregó: —Le ruego que no le haga caso. Se va a desubicar. —Pierda cuidado —le contesté—. Eso no puede suceder, porque todavía no estoy ubicado. Y confieso ahora que le decía la verdad, pues aún no había captado la esencia del fenómeno soviético, aunque no se me escapaba que todo el andamiaje del sistema descansaba sobre dos principios evangélicos. E l primero: socialización del suelo y del subsuelo, en efecto, era exactamente igual al que sostenía C risto cuando proclamaba que la tierra era de todos; y el segundo: socialización de los medios de producción y de consumo, a su vez, no difería en absoluto del que todo era de todos y nada era de nadie proclamado idénticamente por él. En lo referente a la abolición de la propiedad privada, también Cristo proclamaba su abolición. Quien no se desprendía de todos sus bienes materiales y no los entregaba a la comunidad, como se sabe, era excluido del reino de los cielos. Al retornar a Buenos Aires, la situación constitucional no había experimentado rectificación alguna. Es decir: se proseguía viviendo sin Constitución. Se podía, no obstante, escribir, pero con arreglo a un patrón determinado o indeterminado, con puntos corridos y alusiones veladas, a causa de que lo que se tenía que decir no se podía decir, y lo que no se tenía que decir no se podía decir de ninguna manera. Sobre todo en la prensa seria. La otra prensa, en cambio, la de la otra vereda, continuaba siendo escrita como si la Constitución no hubiese perdido su vigencia. Y se dio finalmente esta paradoja: que habiendo partido como corresponsal de un diario grande, fundado por un general de alcurnia, salí publicando mis artículos a mi regreso en un diario chico, fundado por un proletario exento de toda prosapia, cuya redacción, por añadidura, funcionaba en la pieza de un inquilinato.4 Huelga decir las cosas que me pasaron después. Por poco no fui a parar al Presidio de Ushuaia. Desde luego que no había sonado la hora de los pueblos. Había sonado la hora de la picana eléctrica.5 [Transcripto de: Elías Castelnuovo, Memorias, Buenos A ires, Ediciones C ulturales Argentinas, 1974, pp. 160-173.]
4 Gracias a los buenos oficios de su amigo Horacio Quiroga, Castelnuovo consiguió viajar a la URSS como corresponsal del diario La Nación. Sin embargo, sus crónicas rusas aparecieron a su regreso en el diario comunista Bandera Roja (1932). [N. del Ed.] 5 Después de permanecer dos meses en la URSS, Castelnuovo regresó a la Argentina a fines de 1931, cuando todavía permanecía en el poder el general Uriburu. [N. del Ed.]
Aníbal Ponce (1898 - 1938)
Aníbal Ponce fue ensayista, psicólogo, pedagogo, docente, periodista y, sobre todo, un intelectual marxista de proyección continental. Nació en el seno de una familia de profesionales liberales de origen porteño instalada en la localidad bonaerense de Dolores. Su padre, L idoro C ésar Ponce, era escribano, y su madre, Clara S peratti, maestra. Aníbal estudió en el Colegio N acional de D olores mientras leía en la biblioteca paterna a los hombres de la Generación del 80 y a los románticos franceses —Taine, R enan—, las primeras referencias de su formación intelectual. Muerto su padre en 1911, se instaló con sus hermanos en B uenos A ires, donde prosiguió sus estudios en el Colegio Nacional de B uenos A ires, egresando en 1915 con medalla de oro. Al año siguiente ingresó a la F acultad de C iencias Médicas de la Universidad de B uenos A ires, al tiempo que publicaba su primer folleto, “Eduardo Wilde”, por el que recibió la Medalla de Oro de la U niversidad de T ucumán. En 1917, publicó en la revista Nosotros su primera colaboración: “Los hipócritas del mal”. En 1920, apareció su ensayo biográfico sobre Avellaneda. Participó activamente en el movimiento de la Reforma U niversitaria que estalló en C órdoba en 1918 y que tuvo en B uenos A ires otro de sus epicentros. E n 1923, escribió el prólogo para el libro La Reforma Universitaria, de J ulio V . González. Simultáneamente, bajo el influjo de J osé I ngenieros, se especializó en estudios de psicología, siendo designado profesor de Psicología en el Instituto N acional del P rofesorado. Cursó hasta tercer año de Medicina, momento en que fue injustamente aplazado en un examen final, al punto de interrumpir su carrera y despreciar el título universitario. Tomó a su cargo la sección “Letras A rgentinas” de la revista Nosotros. Junto con C arlos S ánchez Viamonte y J ulio V. González, integró el círculo de jóvenes reformistas que rodeó a José Ingenieros en el último lustro de su vida. En 1924, estuvo entre los fundadores de la Unión Latinoamericana (ULA), que inspiró I ngenieros y presidió A lfredo P alacios, colaborando asiduamente en su órgano, Renovación (1923-1930). Colaboró asimismo en la Revista de Criminología que había fundado Ingenieros, donde apareció su trabajo “Gramática de los sentimientos” (1925). D esde 1923 fue invitado por Ingenieros a codirigir la Revista de Filosofía. Tras la muerte de este, P once consagró un número especial de la revista a su maestro y amigo, asumiendo la dirección exclusiva hasta su cierre definitivo, en 1929. E n dicho número publicó como estudio introductorio su ensayo biográfico “Para una historia de I ngenieros”, que en 1948 se publicó como libro bajo el título José Ingenieros, su vida y su obra. V iajó a E uropa por primera vez en diciembre 1926. En 1927 aparecieron sus libros Cuaderno de croquis y L a vejez de Sarmiento; por este último recibió el Primer Premio Municipal de Literatura. Colaboró regularmente con reseñas de libros en las revistas El Hogar y Mundo Argentino, bajo el pseudónimo de Luis C ampos Aguirre o L ucas G odoy. A fines de los años veinte, y a lo largo de la siguiente década, pronunció una serie de conferencias en las cuales fue asumiendo un creciente compromiso político contra el fascismo, contra el armamentismo y la guerra, y a favor de la causa republicana en E spaña y en defensa de la U RSS, que lo convertirían, durante los años treinta, en el prototipo del intelectual de izquierda comprometido con las causas populares. Formado en un marco liberal y positivista, al mismo tiempo que impactado por las experiencias de la Revolución Rusa y la R eforma U niversitaria, evolucionó desde entonces hacia una concepción marxista de la historia, la sociedad y la cultura. E n 1928, pronunció en la Universidad N acional de La Plata su conferencia “Examen de conciencia”, invitado por la F ederación Universitaria Argentina con motivo del décimo aniversario de la Reforma Universitaria. Viajó a E uropa por segunda vez en 1929, visitando Francia y A lemania. En mayo de 1930 fundó —junto con A lejandro K orn, Roberto F. Giusti, Luis Reissig, Narciso C. Laclau y Carlos Ibarguren— el Colegio Libre de Estudios Superiores (CLES), donde desplegó una intensa actividad docente, dictando numerosos cursos y conferencias. E n 1930 impartió allí el curso “Problemas de psicología infantil” y, un año después, “Ambición y angustia de los adolescentes”, que se publicó como libro en 1936. El 30 de junio de 1930 dictó en la F acultad de Ciencias Económicas (UBA) su conferencia “Los deberes de la inteligencia”, donde presentaba el marxismo como la “atmósfera indispensable” del intelectual comprometido. En 1932, pronunció “Conciencia de clase” durante la inauguración de la Biblioteca de la Asociación de Trabajadores del E stado y “De F ranklin, burgués de ayer, a Kreuger, burgués de hoy”, por invitación del Centro de E studiantes de M edicina. En 1933, dictó en el C LES el curso “El diario íntimo de M aría Bashkirtseff ”. “Compañero de ruta” (aunque no afiliado) del P C argentino,
presidió el 12 de marzo de 1933 el Congreso L atinoamericano contra la Guerra I mperialista, realizado en Montevideo. C on motivo del cincuentenario de la muerte de Marx, pronunció su conferencia “Elogio del Manifiesto Comunista” en la F acultad de D erecho de la U niversidad N acional de L a Plata. E se mismo año apareció El viento en el mundo, recopilación de sus conferencias “a estudiantes y obreros”. E n 1934 dictó en el Colegio Libre el curso “Educación y lucha de clases”, una historia de la educación concebida desde el materialismo histórico, que vio la luz como libro en 1936. Entre fines de 1934 y mayo de 1935, realizó su tercer viaje a E uropa, visitando también la URSS. D urante ese viaje, en Moscú, visitó el I nstituto M arx-Engels-Lenin. Estrechó vínculos con Henri B arbusse en P arís, participó en diciembre de 1934 en el C ongrés M ondial des Etudiants, reunido en Bruselas, y en abril de 1935, en un meeting representando a los intelectuales latinoamericanos celebrado en París donde se votó constituir una Union Internationale des Intellectuels Antifascistes. A poco de su regreso, el 28 de julio de 1935, fundó junto con otros intelectuales (como A lberto Gerchunoff, V icente Martínez Cuitiño, Emilio Troise, Córdova I tuburu, R odolfo Puiggrós y Raúl L arra) la Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE). Esta agrupación, hegemonizada por los comunistas pero de carácter frentista, promovió posicionamientos públicos de los hombres de la cultura ante los acontecimientos de la época, como la expansión del fascismo en Europa, la Guerra C ivil española y la inminencia de una nueva guerra mundial. La AIAPE publicó una serie de folletos, así como la revista Unidad por la Defensa de la C ultura (1936-1939), donde colaboraron ilustradores como Pompeyo A udivert, L ino Eneas Spilimbergo y Antonio B erni, y autores de la talla de José Portogalo, Álvaro Y unque y R aúl G onzález Tuñón. Celebrando el Centenario de E rasmo y el J ubileo de Romain Rolland, en 1935 Ponce dictó en el CLES el curso “De un humanismo burgués a un humanismo proletario” (publicado tres años después como libro), un elogio a la política cultural soviética y del “realismo socialista”. L a última clase dictada entonces por Ponce, “Visita al hombre futuro”, es la que ofrecemos en el presente volumen como testimonio y reflexión de su viaje al país soviético. En marzo de 1936, lanzó el mensuario de cultura marxista Dialéctica (1936), donde colaboró R odolfo Mondolfo y escribió el propio Ponce, pero donde se publicaron, sobre todo, traducciones de autores como Marx, Engels, Lafargue, Plejanov, Lukács, entre otros. Pronunció su conferencia “Examen de la E spaña actual”, tema al que consagró el último número de Dialéctica. E n 1936, en el punto máximo de su reconocimiento intelectual, fue exonerado de su cargo docente del Instituto N acional del Profesorado, bajo el argumento de que no poseía título habilitante. Entre otras figuras progresistas de la política y de la cultura, el senador L isandro de la Torre elevó su enérgica protesta en el Congreso de la N ación. Ponce dirigió entonces una carta abierta al ministro de J usticia e Instrucción P ública J orge de la T orre y decidió autoexiliarse en México. En 1937, pronunció en la sede de la Liga de Escritores y A rtistas Revolucionarios de México su conferencia “En el centenario de Fourier”. Fue designado profesor y rector de la Universidad de M orelia. Como señaló O scar Terán, la crisis de los años treinta, la nueva estrategia del comunismo internacional tendiente a la formación de “frentes populares” y el exilio en el México cardenista habían propiciado en P once una revisión de su marxismo liberal-positivista y eurocéntrico, pero su temprana muerte le impidió abordar, más allá de algunas notas incipientes, la problemática de la “cuestión nacional”. El 5 de mayo de 1938, mientras se dirigía desde Morelia a México DF a pronunciar una conferencia sobre M arx, volcó el automóvil que lo conducía y P once resultó herido. Murió días después en un hospital de México, cuando no había cumplido los 40 años. S u muerte produjo honda conmoción entre la intelectualidad progresista de toda América Latina.
Visita al hombre del futuro
AL VIAJERO QUE LLEGA a Rusia después de haber atravesado la España jesuítica de Gil obles, la Francia de los decretos-leyes, el vasto campo de concentración de la Alemania, R la P olonia torturada y mártir, le invade de pronto —como si bruscamente le cambiaran el paisaje— la impresión de vivir en otro mundo, de respirar en otro ambiente, de pisar sobre otra tierra. D ijérase, en efecto, que se hubiera escapado de su tiempo y que por virtud de una de esas fantasías tan gratas al capricho de Wells, le fuera dado adelantarse a su hora, aproximarse al futuro, empinarse sobre los siglos que vendrán. Ha dejado a sus espaldas una sociedad que se desangra en la miseria y el oprobio; una sociedad en que los desocupados se cuentan por millones,1 en que la inteligencia enmudece y la cultura se humilla, en que se detienen las ciencias como no sean las que sirven a la guerra; en que se niegan y escarnecen aquellos mismos “derechos del hombre” que hace poco más de un siglo la burguesía prometió para todos; y en que ha llegado a tal punto la conciencia de su propia ignominia que no ha vacilado en confesar por boca de un ex presidente del Consejo de ministros de Francia que en el momento actual es imprescindible “encadenar de nuevo a Prometeo”.2 Tiene, en cambio, a su frente, y tan pronto atraviesa el A rco de N egoroloiev —sobrio arco de triunfo que lleva en letras de hierro las palabras memorables que invitan a la unión de los obreros del mundo—, una sociedad que no sólo ha resuelto todos los problemas de la desocupación y de la crisis, sino que al poner al servicio de cada uno los tesoros de la cultura y de la técnica reservados hasta ahora a una exigua minoría, ha abierto para el progreso humano horizontes tan vastos como hasta hoy no era dado sospechar. L a utopía enorme, que parecía destinada a flotar entre las nubes, tiene ya en los hechos su confirmación terminante: con excepción de un cuatro por ciento que aún persiste bajo forma de islotes sin importancia, ya no hay en R usia propiedad privada sobre los instrumentos de producción.3 El mismo día en que llegué a Moscú me fue dado comprobarlo de manera por completo inesperada. Se representaba en el Palacio de la Cultura L as almas muertas de Gogol. En el hall, un museo de trajes, instrumentos y muebles trataba de reconstruir de manera adecuada la atmósfera de la comedia. C on ayuda de fotografías y estadísticas, un hombre joven
1 22 millones a principios de 1935. [Nota de Aníbal Ponce.] 2 Al inaugurar la escuela de Bornmouth, el arzobispo de York se declaró también enemigo resuelto de las invenciones. “Si estuviera en mis manos —dijo— destruir el motor de explosión, de buenas ganas lo haría”. V éase Gorki, “À propos de la culture”, en La Littérature Internationale, nº 8, Moscú, 1935. [Nota de A níbal Ponce.] 3 En 1925, la economía socialista representaba el 48,8% de la producción; el sector capitalista, el 6,5%; la pequeña economía privada, el 44,7%. En 1934, los mismos sectores estaban representados por 95,81%, 0,08%, 4,10%. Es decir, que en el momento actual el 96% de los fondos de producción pertenecen al Estado, a los koljoses y a la cooperación. Véase Molotov, L a sociedad socialista y la democracia soviética, Barcelona, Ediciones Europa-América, 1935, pp. 107-108, sin nombre de traductor. [Nota de A níbal Ponce.]
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explicaba en los entreactos —como es costumbre en todos los teatros de la R usia Nueva— el carácter de la pieza, el significado de los personajes, el valor estético de la realización. Muchachos y muchachas formaban la totalidad de su auditorio: es decir, las generaciones más nuevas, las más limpias, las que nada o casi nada conservan del pasado. Cuando yo me acerqué, el orador les explicaba que “en otro tiempo”, un puñado de hombres se repartían la tierra de todos e imponían a los paisanos la misma vida de las bestias. C on un nudo en la garganta le escuchaba yo. “¡En otro tiempo”, venturosos muchachos! ¿De qué tiempo sería yo; yo que venía de un país en que unas cuantas familias disfrutan de extensiones tan enormes que podrían sustentar a un pueblo entero?4 ¿De qué tiempo sería yo, sino de un pasado remotísimo, muerto ya para siempre desde 1917, aunque se empecine todavía en conducir al mundo con su mano descarnada de cadáver? De tiempos muy distintos son, sin duda, estos hombres y mujeres, que en las fábricas y en las granjas, en los laboratorios y en las escuelas, sólo piensan en construir, en crear, en superar lo existente. C onstruir: he ahí en efecto el verbo de la R usia Nueva; construir en las técnicas, construir en la cultura, construir en el alma. Para esta sociedad en que el trabajo ha dejado de ser un tormento,5 han retrocedido los límites de lo imposible. E n las estepas, en las montañas, en los desiertos, en los pantanos, en los torrentes, surgen como por ensalmo las maravillas del hombre. A ldehuelas perdidas, villorrios hasta ayer desconocidos, adquieren de pronto repercusión universal. P ocos, muy pocos, ni en el mismo U ral, sabían dónde estaba la montaña M agnitaya. ¿Quién no conoce hoy M agnitogorsk, una de las más grandes empresas siderúrgicas del mundo? Escasos ancianos de Moscú se acuerdan todavía del pantano de Sukin, una de las ofensas del zarismo. ¿Quién no sabe hoy que sobre el viejo pantano la R evolución ha instalado orgullosa una de las más formidables empresas del Viejo y del Nuevo Continente? Hace trece años, la estación Hidrocentral de V oljov parecía la realización del más desmesurado de los sueños. ¡Qué poca cosa resulta hoy junto a las maravillas de la estación del Dnieper! ¡Pero qué poca cosa parecerán muy pronto las maravillas del Dnieper frente a la estación de K amichin que se está construyendo! Con semejante entusiasmo, ¿qué problema no podrá ser resuelto? “No podemos”, “no sabemos”, “son expresiones que nosotros ignoramos”, ha dicho B ujarin no hace mucho.6 Y toda la vida actual, ahí está para probarlo. A comienzos del año pasado el consumo de agua por habitante no podía ser en M oscú mucho más de 150 litros diarios; cantidad insuficiente a todas luces si se piensa que en P arís, por ejemplo, el consumo es tres veces mayor. P ero lo duro, lo difícil era que del río Moscova y sus afluentes ya no se podía obtener más. Sólo un camino quedaba: obligar al V olga a remontar su curso, desviando hacia Moscú una parte de sus aguas. Y ese proyecto, que pertenece a una nueva variedad de lo maravilloso —proyecto absurdo según se decía, porque no se ha visto jamás que un río remonte el curso de sus aguas—, no sólo está ya casi concluido,7 no sólo asegurará en breve 600 litros diarios a cada
4 En la provincia de B uenos A ires (Argentina), cincuenta familias poseen en conjunto 4.663.575 hectáreas. [Nota de Aníbal Ponce.] 5 La palabra “trabajo” se deriva de “tripalium”, instrumento de tortura formado de tres piezas. E n un principio, trabajar significaba “atormentar”. [Nota de A níbal P once.] 6 Boukarine, “La crise de la culture capitaliste et les problemes de la culture en U RSS”, en La Littérature Internationale, nº 4, Moscú, 1935. [Nota de Aníbal Ponce.] 7 Kogan y S aslavsky, “El canal M oskova-Volga”, en Le Journal de Moscou, 18 de octubre 18 1935. [Nota de Aníbal Ponce.]
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habitante de M oscú, sino que convertirá a la ciudad hasta ayer mediterránea en un puerto poderoso a donde podrán llegar vapores de 20.000 toneladas…8 El nuevo ritmo de la vida ha incorporado a su marcha tribus que hasta ayer no tenían alfabeto; poblaciones que hasta ayer no sabían qué es el rayo. Sajalín era antes de la Revolución la más terrible de las colonias penales del zarismo. I sla del L ejano O riente, poblada por miserables nacionalidades de pescadores —los orochi y los nentsi que el despotismo casi había exterminado—, S ajalín no sólo no conserva el más mínimo rastro del viejo presidio y de la indigna miseria, sino que se ha convertido ahora, por obra y gracia del poder obrero, en una comarca poderosa que contribuye a construir el socialismo con su carbón, su petróleo y sus bosques. En vez del S ajalín de los condenados, el S ajalín de los constructores: ¿no es acaso el indicio y el símbolo de la nueva vida? El hombre, como factor consciente de la evolución; el hombre, transformando a la naturaleza y a la sociedad de acuerdo a un plan minuciosamente elaborado; el hombre que ha dejado de ser el esclavo sumiso o desesperanzado para convertirse en el dueño completo de sus fuerzas: ese es el hombre soviético que introduce su voluntad en lo que parecía inaccesible, el hombre soviético que invierte el curso de los ríos, renueva el alma de las viejas tribus, transforma a su antojo la flora y la fauna. Por medio de su sistema de hibridación, el botánico Mitchurin ¿no ha creado centenares de especies nuevas? Z avadovski y sus colaboradores ¿no dirigen ya el ciclo sexual de los ganados? S ometiendo las semillas a temperaturas adecuadas, el académico L ysenko ¿no ha transformado el “trigo de invierno” en “trigo de verano”? ¿Qué valor pueden conservar las viejas nociones de biología, etnografía o geografía física frente a estos hombres que se saben capaces de cultivar en las zonas casi polares de la Siberia las mismas especies vegetales que sólo creíamos posibles en las tibias regiones del Mediodía? ***
¿Qué es lo que explica semejante ardor, tan extraordinaria capacidad de trabajo, tan increíble desborde de poderío humano? Frente a cualquiera de las grandes obras rusas, los técnicos extranjeros que todavía trabajan bajo los S oviets han dicho alguna vez: antes de que esta fábrica comience a producir se necesitarán largos años. P ero Moscú ha contestado al mismo tiempo: “Nosotros no podemos esperar largos años; la fábrica debe empezar a trabajar en cortos meses”. L os técnicos extranjeros sonreían; pero cada mañana no podían creer lo que miraban: la fábrica crecía a estirones como los adolescentes. ¡Qué iban a comprender los extranjeros! E llos venían de países en que el trabajo del obrero es la esclavitud que sólo sirve para asegurar el ocio de unos pocos. E squilmado por una sociedad que llama “interés público” al interés de los enemigos de su clase, ¿cómo ese obrero va a mirar con buenos ojos a los instrumentos y al ambiente de su propia explotación? Pensando en el obrero del capitalismo calculaban los técnicos de la burguesía, y por eso cada día fracasaban sus cálculos frente al obrero socialista que se los desbarataba.9
8 Para tener una idea aproximada de lo que será M oscú en breve plazo, véase “Le plus grand M ocou”, en Le Journal de Moscou, 20 de julio de 1935. [Nota de Aníbal P once.] 9 “De una maldición que era bajo el capitalismo, el trabajo se ha convertido en el país socialista en una causa de honor, de valentía y de heroísmo”. Manuilski, “Engels en la lucha por el marxismo revolucionario”, Barcelona, Ediciones Internacionales, 1935, p. 10. [Nota de A níbal Ponce.]
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¿Qué técnico burgués pudo prever, por ejemplo, el final inesperado de la construcción del subterráneo de Moscú, espectáculo magnífico que guardo en mi recuerdo como a una de las cosas más emocionantes que yo he visto? El subterráneo de Moscú ha sido construido en un tiempo extraordinariamente inferior al calculado porque 7.000 muchachos y muchachas de las juventudes leninistas dejaron por un tiempo los libros y las aulas; formaron sus brigadas de trabajo y bajaron a ayudar a los obreros. Desde las tareas de la excavación hasta el adorno de los mármoles, en todo pusieron mano los muchachos, y cuando las obras terminaron, volvieron otra vez a las aulas y los cursos, orgullosos de haber contribuido en su medida a construir la patria que es de todos. Y ese es el secreto del desarrollo prodigioso: la Nueva Rusia es una enorme usina en que todos colaboran porque acrecientan así una riqueza que es común. Y porque es común, los hombres trabajan más y más ligero de lo que pueden trabajar los hombres.10 En las granjas y en las fábricas, en las escuelas y en los clubes, en los laboratorios y en los archivos, cualquiera conoce a maravilla cómo va avanzando el Plan en los diversos frentes; y hasta en la colonia Bolchevo, reformatorio de muchachos delincuentes, me encontré una tarde sobre los bancos de trabajo y según los méritos de cada cual, la banderita roja del P lan que se cumple o la banderita negra del Plan en retraso. En manos de la burguesía la cultura y la técnica prometieron convertirse en instrumentos poderosos de liberación del hombre. P ero el terror al poderío creciente de las masas llevó a la burguesía a renegar de esa ciencia y a arrojarse en el seno de las supersticiones religiosas. En manos del proletariado, en cambio, la cultura no tiene secretos que esconder ni conquistas que renegar. H a abierto para todos las puertas de sus institutos y ha demostrado con el prodigioso empuje de su joven cultura que sólo las masas son capaces de dar al hombre la totalidad de sus dimensiones. E l mismo obrero que trabaja por la mañana en la granja o las usinas, asiste por la tarde al club o los museos, frecuenta por la noche el teatro o los conciertos. Ediciones fabulosas de los mejores libros publicados dentro y fuera del país se agotan en pocos días, y mientras en el resto del mundo se acumulan los obstáculos para impedir a las masas el ingreso a las escuelas, la Nueva Rusia desparrama a manos llenas el tesoro de la cultura, alienta la más mínima inquietud renovadora. J amás un trabajador científico ha encontrado en parte alguna un ambiente más adecuado, condiciones más propicias. Jamás un escritor o un artista, en ningún país de la tierra, ha tenido a su lado un público más alerta y comprensivo. Al arrancar a la cultura de su soledad desdeñosa, el arte y la ciencia se han transformado de inmediato en funciones sociales de una importancia primordial: la ciencia porque transforma el hombre al transformar el mundo; el arte porque le enseña a comprenderse a sí mismo.11 La economía capitalista desgarra al individuo, y lo mutila y lo fragmenta en especialidades unilaterales. L a victoria del proletariado, al arrancar al hombre
10 E l minero A lexis Stajanov, uno de los hombres más populares de la U RSS, ha dado nombre a un movimiento espontáneo de organización del trabajo. G racias a su entusiasmo y a su iniciativa consiguió en una ocasión extraer 102 toneladas de carbón en las seis horas que dura la jornada de trabajo, superando más de diez veces el rendimiento medio de los obreros de la mina. Desde entonces se llama “stajanovista” a todo obrero manual o intelectual que trabaje con la eficiencia de Stajanov. [Nota de Aníbal Ponce.] 11 “Rechazamos un arte y una literatura que se proponen distraer a los hombres de las preocupaciones de la vida. Nuestra literatura y nuestro arte son una potente fuerza de organización. Los artistas soviéticos que nos dan imágenes vigorosas en los libros y en los lienzos, en la escena y la pantalla, refuerzan la moral de millones de ciudadanos soviéticos sobre el plano emocional. Con ejemplos vivientes enseñan a vencer las supervivencias burguesas; comunican a los hombres el amor del trabajo y del heroísmo, los impulsan a nuevas conquistas en la ciencia, el arte y la cultura socialista”. Alexandre Deutsch, “Les artistes et les écrivains au pays des S oviets”, en Le Journal de Moscou, 1º de octubre de 1935. [Nota de A níbal Ponce.]
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de la especialidad que lo convierte en un muñón, lo integra en la vida de la comunidad, le asigna junto a su tarea concreta una orientación universal. Los trabajadores científicos han reconocido que lejos de morirse la llamada “ciencia pura” en el ambiente febril del socialismo, adquiere, por el contrario, un desenvolvimiento incalculable tan pronto se coloca una correa de transmisión entre las exigencias vitales de la obra colectiva y la investigación hasta ayer solitaria de los laboratorios. Los problemas urgentes de la hora vienen de tal modo a golpear sus puertas, y por encontrar solución a esas preguntas trabajan los institutos con una rapidez que nunca habían tenido; en medio de una solicitud que nunca habían sospechado. Así, también, el díscolo impertinente que hay en el fondo de todos los artistas educados en ambientes de la burguesía, ha debido reconocer que si la victoria del proletariado representa el final del individualismo como principio que divide a los hombres y se opone a su mutua comprensión, es también el comienzo de las personalidades amplias, de las individualidades que se diferencian pero no se oponen. E ntre las masas rebañegas de los mujiks antiguos y los actuales trabajadores de choque de un koljos;12 entre el pobre fanático de los antiguos regimientos y el combatiente magnífico del Ejército Rojo;13 entre el obrero gris de las fábricas de antes, y el técnico de hoy que trepa a saltos los cursos de las facultades;14 entre la desdichada mujer que el zarismo envilecía, hija de esclava y madre de esclavas, y la consciente constructora de hoy, para quien están abiertas de par en par las mismas puertas hasta ayer sólo franqueables para el hombre,15 ¿no abundan a millares los testimonios que nos permiten concluir que nunca se han dado condiciones tan favorables para la “vegetación humana”, circunstancias tan completas para el desarrollo armonioso de la vida? Como algunos hombres de ciencia en los primeros tiempos de la R evolución, muchos fueron los artistas que creyeron también que el arte se moriría entre el estruendo de los motores y los martillos, entre las luces violentas y el aire agitado de la Revolución R oja. Pocos días después de escuchar en París a Paul Valéry pronosticar la muerte de la poesía, y a Lenormand el crepúsculo del teatro, me fue dado comprobar en la UR SS que no hay una fábrica sin su círculo de arte; círculo en que no sólo se comentan y discuten las mejores producciones, sino en que se crean también las condiciones más propicias para que el proletariado extraiga de sus filas a sus propios escritores.16 Jamás comprendí como entonces la falsedad del verso del poeta alemán: “Debe primero morir en la vida lo que habrá más tarde de florecer en cantos”. Bien sé que hay un arte tan frágil y encogido que se desmaya en cuanto entra en contacto con la vida. E s el arte de las clases sociales que agonizan; el arte oscuro y hermético, rebuscado y exangüe. P ero hay otro arte que florece con la vida que canta: el arte del proletariado victorioso que ya está expresando al hombre nuevo. N o sin sorpresa
12 Véase Léon Moussinac, Le reviens d’Ukraine, París, E ditions Sociales Internationales, 1933. [Nota de Aníbal Ponce.] 13 Lipman, Diario de un soldado rojo, Barcelona, E diciones E uropa-América, 1935, sin nombre de traductor. [Nota de Aníbal Ponce.] 14 Los hombres de Stalingrado, Barcelona, Ediciones Europa-América, 1935, sin nombre de traductor. [Nota de Aníbal Ponce.] 15 Niourina, Femmes Soviétiques, P arís, B oureau d’Editions, 1934. E n igual sentido, C onus, L a mujer y el niño en la Unión Soviética, M adrid, Cenit, 1934, sin nombre de traductor. [Nota de A níbal Ponce.] 16 La resolución del XIII Congreso del P artido Comunista de la URSS decía en su artículo primero: “La labor fundamental del P artido en la esfera de la literatura artística debe orientarse en el sentido de la obra creadora de los obreros y campesinos, convertidos en escritores en el proceso de avance cultural de las masas populares y de la U nión Soviética. Los ‘corresponsales’ obreros y campesinos deben ser considerados como las reservas, de las cuales saldrán nuevos escritores”. Véase Polonski, La literatura rusa en la época revolucionaria, Madrid, Editorial España, 1932, p. 267. [Nota de A níbal Ponce.]
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lo pudieron comprobar los corresponsales de los diarios extranjeros cuando acompañaron en su gira al poeta B esymenski. Poeta de las grandes masas, sus poemas y sus epigramas han llegado tan adentro en el corazón de los obreros que cuando realiza su viaje habitual por las usinas, los trabajadores de los pueblos más lejanos ponen a su paso por las calles, en grandes carteles que ellos mismos decoran, las estrofas más significativas del poeta. Y si a los técnicos extranjeros les parecía inexplicable por qué trabajan febrilmente los obreros de Rusia, tampoco pudieron comprender los periodistas extranjeros este espectáculo para ellos increíble: la Rusia de las usinas y de los altos hornos, la R usia de las hidrocentrales y de los tractores, reverencia de tal modo a sus poetas que los tranvías y los automóviles desfilaban en las calles bajo banderolas recubiertas de versos. En una página hermosa de su Anti-Dühring vaticinaba Engels que el proletariado pondría fin a la prehistoria humana e inauguraría la verdadera historia.17 Para él, el descubrimiento del fuego mediante el frotamiento había emancipado al hombre de sus antepasados animales, como la transformación del calor en movimiento le había dado con la máquina la posibilidad de una nueva emancipación. Entre esos dos descubrimientos prodigiosos —el que le apartó del simio, el que le dio después la premisa necesaria para dejar de ser esclavo— habrían transcurrido, según Engels, todos los siglos de nuestra prehistoria: prehistoria sí, porque a pesar de sus momentos de extraordinario esplendor, el hombre no era todavía el dueño consciente de las fuerzas sociales. L a producción social, en efecto, seguía obedeciendo a leyes que él no comprendía, y que lo dominaban por lo tanto como poderes extraños. A l socializar, en cambio, los instrumentos de producción, y al derribar para siempre las barreras que se oponían al libre desarrollo de las fuerzas sociales, el proletariado por vez primera en el mundo comienza a trazar la historia del hombre con plena conciencia de lo que quiere y lo que hace. El desorden fantástico de la sociedad burguesa deja el puesto a la organización proletaria sometida a un plan. Ajusta el hombre, desde entonces, su propia vida, y entra triunfante como señor auténtico de la naturaleza y de la economía. T odo lo que hasta ahora le dominaba y oprimía pasa a ponerse a su servicio, y por vez primera, también, adquieren validez universal los grandes valores que hasta entonces sólo enmascaraban los intereses de las clases dominantes. En una sociedad dividida en clases, el “interés común”, las “exigencias colectivas”, la “moral social” o la “justicia humana” son mentiras inicuas, ideales mentidos que no han coincidido jamás con los intereses verdaderos de todos los hombres. Expresión del dominio de una clase, la “cultura”, la “moral”, la “sabiduría”, nunca han sido hasta hoy valores absolutos, con alcance general. Los pretendidos valores “atemporales”, “visibles tan sólo para los ojos iluminados del Espíritu”; las pretendidas “instancias incondicionadas y absolutas” —sobre las que tanto gustan de ahuecar la voz los pintorescos petimetres de nuestra filosofía oficial— no han tenido nunca, desde Platón hasta Max Scheller, otra estabilidad que la del poder de la clase dominante. E sa es la verdad concreta, la verdad histórica: la que se ha ido gestando en las luchas de la vida social, y la que esas mismas luchas de la vida social modifican y reforman. T odos los llamados “valores absolutos” se han resuelto siempre en el más descarriado relativismo de clase. S e han resuelto, he dicho; pero no se resolverán. E l mismo proceso histórico que nos impuso la sociedad dividida en clases como un hecho necesario la está barriendo ahora al poner en los puños del proletariado el control de las fuerzas productivas. La existencia de una clase dominante, ineludible en los tiempos en que la división del
17 Engels, Anti-Dühring, M adrid, Cenit, 1932, trad. de W . Roces, p. 114 y ss. [Nota de A níbal Ponce.]
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trabajo se realizaba sobre la base de instrumentos de rendimiento reducido, resulta hoy no sólo un anacronismo, sino también un obstáculo que la misma marcha de la historia impone el deber de derribar. S alta hoy, en efecto, a los ojos del menos avisado, la incapacidad patente de la burguesía para conducir la historia. En vísperas de la Revolución del 48, el Manifiesto Comunista anunciaba ya su fracaso irremediable. “La sociedad no puede seguir viviendo —decía— bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la vida de la sociedad”.18 Pero en el mismo instante en que la tragedia de esa clase se anunciaba, otra clase surgía —abastecida de experiencia por la lucha de siglos— para tomar sobre sus hombros la pesada herencia. Sobre la sexta parte del mundo sabemos ya lo que ha hecho; sobre el resto del mundo no tardaremos en ver lo que hará. P ara su gloria le ha tocado la misión heroica de liberar al hombre, y de inaugurar de verdad el humanismo pleno. E n extensión y en profundidad, ella es la única que puede invocar sin mentira a los “valores absolutos”, porque ella es la única que tiene derecho a hablar “sub specie generis humani”. Cuanto ella dice del hombre, ombre que no necesita para vivir el es del Hombre en su totalidad a lo que alude;19 del H sufrimiento de un “monstruo con muchos pies y sin cabeza”. En el momento más impetuoso de la ascensión del capitalismo alemán, su filósofo representativo hizo descender a Z aratustra de la montaña para traer a la humanidad la buena nueva del “superhombre”. Sabemos hoy, demasiado bien, la trágica realidad que anticipaban aquellos sueños en apariencia tan grandiosos. Su mismo profeta no tuvo que esperar a la reacción sanguinaria de su patria de hoy para anunciarnos que odiaba por encima de todo a esa canalla socialista —eran sus palabras— que, convertida en apóstol de la plebe, “destruyen la satisfacción del obrero en su pequeña existencia”, y le enseñan la envidia y la venganza.20 A través de los siglos, la “humanidad”, según vemos, no ha variado gran cosa para la burguesía: cuando el R enacimiento nos hablaba del “hombre” o cuando en su etapa imperialista anunciaba el “superhombre”, siempre necesitó como condición ineludible volverse iracunda contra las masas obreras. El proletariado, en cambio, no disimula con palabras enormes promesas absurdas que no puede cumplir. S abe que el superhombre es innecesario porque el hombre todavía no se ha realizado. Ayudarlo a nacer es su destino,21 y para ello no ha recurrido jamás al verbo apocalíptico de ningún Z aratustra con la serpiente y el águila: le ha bastado entrecruzar el martillo y la hoz para que el dedo de la historia señalara, en ese símbolo, la humilde grandeza del Hombre. ***
18 Marx y E ngels, Manifiesto Comunista, M adrid, Cenit, 1932, trad. de W. Roces, p. 72. [Nota de Aníbal Ponce.] 19 “El cuarto estado, cuyo corazón no contiene el menor germen de privilegio, se confunde por lo mismo con toda la humanidad; su causa es la causa de toda la humanidad, su libertad es la libertad humana, su reino es el reino de todos”. F. Lassalle, Discours et Pamphlets, P arís, Giard, 1903, p. 138, trad. de Dave y R emy. [Nota de Aníbal Ponce.] 20 Abrevio así el pensamiento de Nietzsche, Obras completas, t. VIII, Madrid, Aguilar, 1932, p. 48, trad. de Ovejero. [Nota de Aníbal Ponce.] 21 Nietzsche creía, además, que en una sociedad de tipo socialista “la vida sería negada y sus raíces cortadas”… Ídem, p. 76. [Nota de A níbal Ponce.]
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S eñoras, señores: A l final de este curso, que ha encontrado una resonancia cordial que yo no preveía, permítanme ustedes despedirme con esta impresión de exultante optimismo. Bien triste cosa es el mundo de hoy para quien no sepa contemplarlo en una amplia perspectiva. Fascismo, terror, guerra inminente, no son sin duda para alentar a nadie. B ajo su influencia inmediata, se desesperan unos en la angustia, buscan otros en el pasado la solución. Cuando se examina, sin embargo, el abigarrado espectáculo de hoy con los claros ojos del que ha aprendido a descubrir en las luchas de clase el motor de la historia, todo adquiere de pronto una ordenación precisa, todo asume de inmediato una significación que lo ilumina. Se impone entonces como una verdad de evidencia, la certidumbre de que vivimos sobre el filo que separa dos edades: una, la prehistoria de que hablaba E ngels; otra, la historia que para Rusia ha comenzado ya. Conmovedor instante de la vida del mundo en que sabemos por fin adónde vamos; dichoso instante que justifica en nosotros una exaltación jubilosa y que nos trae también casi sin quererlo, para confrontarlo y superarlo, el recuerdo de otro instante parecido en que resonó sobre la tierra un grito nunca oído de alborozada confianza. En las páginas modestas del libro de memorias de un obscuro comerciante de Florencia, Giovanni Rucellai, el Renacimiento nos ha dejado, con el orgullo de la burguesía naciente, toda la satisfacción de la nueva clase que se echaba a caminar. D e la historia de ese mercader, muy poco o casi nada ha llegado hasta nosotros. P ero quizá por lo mismo tiene su testimonio un alcance extraordinario, nos conmueve su voz con máxima elocuencia. Una mañana, tal vez, en que R ucellai se detuvo más allá de lo habitual a contemplar desde la altura de Vallombroso la silueta casi perdida de su ciudad nativa con sus puertas guerreras, sus flechas y sus domos; o una tarde quizá entre el pueblo de estatuas de la Plaza de la S ignoria, mientras el sol poniente pintaba de azafrán las murallas del Palazzo, el oscuro mercader sintió hasta tal punto la alegría de vivir que no pudo menos que volcar en su libro de memorias esta prodigiosa acción de gracias que nunca es posible leer sin emoción: “Gracias te sean dadas, Dios mío, por haberme hecho nacer en esta ciudad y en este tiempo”.22 El grito de júbilo no correspondía a un momento pasajero ni a una embriaguez individual: casi con idénticas palabras resuena en Mateo P almieri,23 su compatriota; y lo recoge en Alemania, casi un siglo después, Ulderico de Hutten: O sæculum! o litteræ! Juvat vivere!24 Dicha de vivir acompañaba a la burguesía en los tiempos heroicos de su ascensión triunfal. Por boca de sus humanistas y sus mercaderes le hemos oído lanzar a todos los vientos su confianza en la vida, su promesa segura en la realización de los valores humanos. D e sobra sabemos, sin embargo, que todo aquello pasó muy pronto, y que aun en el instante más alto de la curva sólo alcanzó a conmover las fibras de un puñado de hombres ricos que nunca pensó en compartir con el popolo minuto su alegría de vivir. Más felices que el mercader oscuro de Florencia, somos nosotros los contemporáneos del Renacimiento verdadero; y si en aquel instante pudo Rucellai expresar su regocijo frente al esplendor perecedero que comunicó a su F lorencia la liberación de una exigua minoría, ¿cómo no vamos a poder nosotros, ante el espectáculo prodigioso de millones de seres liberados, y de otros millones resueltos ya a liberarse, salir al encuentro de la Historia para decir tan alto como la voz lo permita que estamos viviendo con lucidez absoluta este momento, el
22 W oodward, La pedagogia del Renascimento, Firenze, V allecchi, 1923, p. 78, trad. de Codiugnola y Lazzari. [Nota de Aníbal Ponce.] 23 Monnier, Il Quattrocento, t. II, París Perrin, 1912, p. 52. [Nota de A níbal Ponce.] 24 S. Zweig, Erasme, París, Grasset, 1935, pp. 127 y 183, trad. de H ella. [Nota de A níbal Ponce.]
VISITA AL HOMBRE DEL FUTURO 167
más dramático de la vida del hombre, y que tan seguros nos sentimos del porvenir inevitable —cualquiera sea la suerte personal que el destino nos reserve— que ya podemos desatar al viento la infinita alegría de vivir ahora? [Clase dictada a fines de 1935 en el Colegio Libre de Estudios S uperiores, convertida en el capítulo final de A níbal Ponce, De Erasmo a Rolland Romain. Humanismo burgués y humanismo proletario, Editorial Futuro, 1962.]