Ediciones MATHESIS Los Propósitos Psicológicos, Serge Raynaud de la Ferrière Propósito Psicológico XXXIV: Los Cultos Primitivos Traducción: Hugo Vidal Obregón Edición Internet Numerada. Todos los derechos reservados. © 21 de marzo, 2006 www.sergeraynaud.net
PROPÓSITOS PSICOLÓGICOS
Serge Raynaud de la Ferrière
Libro XXXIV
Los Cultos Primitivos
Los Cultos Primitivos
LOS CULTOS PRIMITIVOS Hasta hace poco se estimaba que la primera colectividad humana había vivido hace solamente unos 5 o 6 mil años. En efecto, el año 5.719 del calendario hebraico fue considerado por mucho tiempo como fecha del comienzo del mundo ¡era tan fácil creer que tras la aparición del primer hombre vino enseguida la prehistoria…! La religión, fuerte en sus privilegios, había mantenido sabiamente esa teoría, y sobre todo el Cristianismo, ya que se trata de Occidente. Los mismos naturalistas del siglo XVIII estaban de acuerdo en aceptar esa estimación tan pobre; pero, actualmente, tanto los sabios como numerosas autoridades eclesiásticas reconocen abiertamente que el primer hombre de la Biblia es un símbolo y que sería tonto insistir en tomar a la letra la historia de Adán y Eva, así como cualquier otra narración bíblica.
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En nuestros días, cualquier idea sobre la aparición del hombre sobre la tierra que lo haga proceder de una época reciente, debe ser rechazada, tanto desde el punto de vista de la ciencia como de la religión. Al expresar nuestras concepciones sobre ese tema, hemos emitido la teoría de que el ser humano habría vivido desde un tiempo todavía muy anterior, en fin, que antes de lo que nosotros llamamos prehistoria habrían existido Grandes Culturas, pero que esas civilizaciones habrían desaparecido enteramente. Es cierto que más de una vez al emitir nuestros principios hemos chocado con el dogmatismo religioso y el fanatismo científico; sin embargo, hemos visto que las teorías que exponíamos hace 10, 15 y aun 20 años atrás, han venido poco a poco a confirmarse gracias a los recientes descubrimientos.
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Hasta ahora, los más antiguos homínidos conocidos no nos hacían remontar nuestros orígenes más allá de un millón de años. El descubrimiento de osamentas de seres anatómicamente intermedios entre el Hombre y los grandes Antropoides, había conducido, naturalmente, a pensar en una filiación. Era muy fácil remontarse del Homo Sapiens al hombre de Neanderthal, luego al Pitecántropo y finalmente al Australopiteco… para quedar ya muy cerca del Mono original. Así nació el temible slogan “El Hombre desciende del mono”.
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Después, progresivamente en el curso de los últimos años, fue saliendo a la luz la idea de que los simios no son los ancestros del Hombre sino solamente sus primos muy alejados, es decir, que hombres y monos descienden de un ancestro común y a la vez diferente de ambos. Se decía entonces que de esa especie de simio un tanto evolucionado se habría desprendido una rama privilegiada que sería la rama humana. La época de ese desprendimiento hace comenzar la aventura humana a comienzos del Cuaternario, pero esa época
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resulta demasiado tardía para situar el origen de nuestra especie, puesto que la obliga a desenvolverse en menos de un millón de años, cuando todos los demás mamíferos desatados del tronco común han necesitado decenas de millones de años de evolución para alcanzar su forma actual. Se admitía pues, implícitamente, que la especie humana había evolucionado más rápidamente y “mejor que los animales”, de manera que a pesar de los sucesivos progresos de la paleontología, el Homo Sapiens quedaba siempre en un pedestal. Pero, hace pocos días, los grandes titulares de la prensa mundial hicieron un anuncio sensacional: “Se ha descubierto un viejo esqueleto humano que data de doce millones de años”. Se comprenderá nuestro interés por esa noticia, ¡un hombre que habría existido hace 12 millones de años !, pues hasta ahora (texto escrito en 1958) la paleontología aceptaba 600.000 años de edad para el Pitecántropo y un poco más de 900.000 años para el Australopiteco, como ya lo habíamos visto en nuestros “Propósitos Psicológicos” Nº V, VI y XII. Pero, he aquí que se presenta el “Hombre de Grosseto”, llamado así por la mina medio abandonada de lignito, en Baccinello (Italia), donde el Profesor Hurzeler acaba de descubrir los restos del “Oreopithecus bambolii” (Oreopithecus = mono de las colinas). La datación del lignito que acompaña los restos del Oreopithecus y la de los mismos fósiles los sitúa en la escala geológica como testigos del Mioceno superior; de manera que el Oreopithecus bambolii vivía, pues, al final del tercer cuarto de la Era Terciaria, hace unos diez o doce millones de años.
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Durante todo el verano de 1957 se estuvo trabajando en desprender los fragmentos de lignito y en reunir los huesos dispersos, si no siempre aplastados, del Oreopithecus. Según la hipótesis del Profesor Johannes Hurzeler -director del Museo de Historia Natural de Basilea, Suiza-, la mina en Baccinello se había cavado precisamente en el lugar de lo que había sido anteriormente un cementerio, y pensaba que esas centenas de esqueletos, de un valor incalculable para la ciencia, que los mineros debieron haber pulverizado al cabo de decenas de años de trabajo, significaban una pérdida quizás irreparable. Pero, en la noche del 2 de Agosto de 1958, un bloque se desprendió del techo de una galería; al día siguiente uno de los mineros que lo examinaron levantó maquinalmente la cabeza…y ahí estaba, un esqueleto humano completo con las piernas dobladas y abiertas como patas de rana… así, ese nadador venido de hace 12 millones de años, dominaba a los hombres de hoy.
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“Si se confirma la naturaleza homínida del Oreopithecus descubierto por el profesor Hurzeler, escribe el profesor Arambourg1, éste vendría a inscribirse en el enorme hiato que se extendía hasta ahora en nuestros conocimientos entre
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Camilo Arambourg tuvo hasta estos últimos años la cátedra de paleontología del Museum.
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los primeros Primates con trazas lemuroides del Oligoceno, hasta el Australopiteco del inicio del Cuaternario. Así pues, de los eslabones de la serie humana que esperábamos, éste es por el momento el más antiguo”. “Por el momento” dice el sabio profesor, pues aunque el Oreophitecus responda a las esperanzas que se han puesto en él, nada impide que otro día se descubra un eslabón más antiguo. Citemos una vez más al profesor Hurzeler: “…se puede decir que con el Oreopithecus comienzan a dibujarse entre las brumas de hace millones de años, los contornos de un ser que junto con sus particularidades arcaicas presenta huellas manifiestamente homínidas. A mi modo de ver esas huellas son tan ostensibles, que inclusive llevan a pensar que el Oreopithecus no se encuentra necesariamente en la raíz de la línea humana y que la hominización no comienza con él, sino que se encuentra ya en plena marcha…”. En otras palabras, los sabios ya no presentan sus descubrimientos como indicios del “comienzo” y estiman que sus hallazgos en general no son más que vestigios o mínimas porciones de todo lo que existía realmente. Los especimenes encontrados son más antiguos cada vez no son necesariamente los primeros, sino al contrario, pertenecen a especies ya muy avanzadas cuyo origen habría que buscar aún mucho más lejos.
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Es interesante recordar aquí la aventura del Australopiteco, que hasta hace pocos años estaba todavía clasificado entre los “monos”. Con un máximo de 750 cm3 de capacidad cerebral, el Australopiteco quedaba muy por debajo del Pitecántropo, pues no llegaba a los 800cm3 fatídicos considerados como frontera entre “el Mono” y el “Hombre”. Además, con los restos del Australopiteco no se habían encontrado vestigios de utensilios que probaran que tenía una inteligencia humana. Entonces… ¿se trataba realmente de verdaderos bípedos?
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El Profesor Arambourg escribe: “De la naturaleza de éstos, al principio controvertida, actualmente no hay en absoluto ninguna duda: son bípedos de una talla que fluctúa entre aquellas del chimpancé y del gorila, pero con dentadura humana y una capacidad cerebral más desarrollada. Los recientes descubrimientos aportan además una prueba decisiva de su humanidad, puesto que los muestran como artesanos de la industria más primitiva que conocemos: la “Peble Culture”, que se expandió sobre todo en África, y que pone pues en evidencia que se trata en realidad de los Hombres más antiguos, los “Homo Faber”.
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¿Pero, cuál es esa “Peble Culture”, esa cultura del guijarro? He aquí lo que piensa el Dr. Leakey quien ha explorado recientemente en Tanganika un lugar relacionado con ella: “si la gente de aquella época comenzó por hacer a golpes simples bifaces, hay que reconocer, a pesar de todo, que entre los instrumentos
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utilizados, la proporción de las bifacies fabricadas (que en su mayoría no eran sino… una variedad de gruesos fragmentos de piedra partida) es ínfima entre centenares de otros fragmentos que utilizaban tal como los encontraban”. En cuanto a nosotros, no podemos menos que recordar nuestras estadías en Australia y en África, donde tuvimos la certeza de que en esos lugares debieron existir hace mucho tiempo grandes civilizaciones, pero que más tarde desaparecieron no quedando sino esas tribus que hoy llamamos “primitivas”. ¿Qué dirían los investigadores si después de una hipotética catástrofe universal encontraran, por ejemplo en 3.030, los restos de piedras con huellas de fuego de los aborígenes actuales de Australia, junto con sus boomerangs etc.? Perfectamente podrían deducir que el Hombre del siglo XX era un “salvaje” sin habitación ni vestido, apenas salido del reino animal, que se nutría de lagartos, serpientes, etc…
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Por otra parte, es indudable que el continente australiano ha sufrido transformaciones… ¿habrá formado parte de la Lemuria, del Continente Mu, como lo quieren algunas teorías? La cuenca del Lago Eyre, actualmente la región más despoblada y desértica de Australia, formaba parte en otra época de un gran mar interior que iba del Golfo de Carpentaria a Marrea. Los bosques de la costa eran testigos de combates entre canguros y emus gigantes del tamaño de un elefante, y en las aguas se apretujaban cocodrilos y otros monstruos marinos. Fue más tarde que los movimientos geológicos provocaron la retirada del mar y poco a poco el lugar se fue haciendo tan árido, que ningún otro en el mundo parece más desolado e inhóspito. Todo lo que sabemos hoy proviene de lo que hemos aprendido de las historias obscuras de los mitos aborígenes y del estudio de los restos fosilizados de los animales terrestres y marinos que perecieron en ese tiempo. En la época actual, en que las tierras mejor irrigadas no reciben más de 130 cm. de lluvia al año, es un lugar de cursos de agua secos, de llanuras calcinadas por el sol, de vegetación achaparrada y dispersa, de espejismos tremulantes…
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El Lago Eyre, con sus 5.000 km. cuadrados de superficie y una profundidad de 12 metros bajo el nivel del mar, aún desde sus mismas orillas, es llamado “el Corazón Muerto de Australia”. Sobre la orilla sur se haya Marea, esa ciudad tan interesante con sus construcciones de palastro galvanizado entre las que se destaca la mezquita, prohibida para todos salvo por supuesto a los sectarios del Profeta. Frente a la ciudad están unas pocas casas de “blancos”, un hotel, y una oficina de correos.
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El centro de Australia se nos presenta como una planicie plana y árida, tapizada por centenas de kilómetros cuadrados de un número incalculable de de piedras. Es muy interesante el origen de esa superficie pedregosa, ya que hace millones de años las piedras que cubren hoy día la planicie eran parte de
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las colinas tabulares que formaban el fondo del mar y que después fueron levantadas por movimientos geológicos a cientos de metros de altura. Durante los milenios que siguieron, los vientos y el agua fueron erosionando ese antiguo fondo del mar no dejando subsistir de las colinas tabulares de la cuenca del Lago Eyre, sino ese manto de piedras que ahora cubre a todo lo lejos la gran planicie. Las historias sobre la creación del mundo constituyen un estudio fascinante para todos, pero la que está en curso en las civilizaciones occidentales y que toma su origen entre los primeros semitas del bajo Eufrates, ofrece pocas analogías con la concepción que tienen sobre su origen los aborígenes de Australia. En efecto, la “génesis” no comporta para ellos la historia de la existencia de un hombre ideal que se hubiera caído o precipitado desde un estado perfecto; sino un cierto número de narraciones legendarias sobre cómo fue creado el mundo por sus poderosos ancestros.
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Al comienzo, “en los tiempos del sueño”, según la expresión poética empleada por los viejos Sabios para referirse el período de la creación, no habían seres animados en la superficie de la tierra, ni árboles, ni vegetales, ni siquiera una montaña, una colina o una cascada. El mundo era una inmensa planicie uniforme y sin accidentes que se extendía en todas las direcciones, tan lejos como alcanzara la vista. Enseguida vinieron los Tjukurita, unas criaturas gigantes que tenían la apariencia de animales, pájaros, plantas e insectos diversos, pero que habría que verlas como semi-humanas, pues a pesar de su apariencia animal parecen haber pensado y actuado como seres humanos. Esos ancestros o Tjukurita viajaban a enormes distancias a través de todo el país, y en los lugares donde realizaban por ejemplo las tareas cotidianas, análogas a las que realizan los aborígenes actuales, como acampar, encender fuego, perforar el suelo para buscar agua… etc., quedaba un accidente en la tierra antes lisa y desnuda.
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Excepto el suelo, todo lo que hay en el mundo es consecuencia de las actividades y carreras de esos gigantescos ancestros: el pozo de agua de Ayers Rock era el lugar donde habían acampado enormes serpientes; la garganta del Nirunya había sido abierta en los tiempos míticos por el lagarto Milbili al perseguir a la mujer de Katunga; las inmensas bóvedas de Katajuta (Monte Olga) habían sido antaño campamento de los Pungalunga que comían hombres. Esos grandes creadores de los países aborígenes eran al mismo tiempo los ascendientes lejanos de la tribu, de ahí que en las tribus aborígenes contemporáneas se encuentren hombres que se llaman a sí mismos HombresSerpientes, Hombres-Emus, Hombres-Hormigas, etc… pues creen descender directamente de uno u otro de esos Tjukurita de muy lejano pasado.
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La “Tjitji inma”, “ceremonia de los muchachos”, es la iniciación de los jóvenes de 7 a 13 años; los aborígenes decoran los cuerpos de los muchachos que toman el aspecto de los animales legendarios que han fundado el país. Primeramente los untan de grasa y después los frotan de pies a cabeza con polvo de ocre rojo. Finalmente, sobre éste como fondo, les pintan el símbolo del pájaro o reptil que cada uno representa. Enseguida, los jóvenes representan ante las mujeres con gestos mímicos un ritual que evoca los incidentes y acontecimientos del pasado; ellos bailan y cantan hasta que sus parientes mujeres los echan del campamento ayudándose de leños ardientes. A partir de ese momento el adolescente vivirá marginado más o menos por un año, hasta la ceremonia de la circuncisión. Durante todo ese tiempo y hasta el día de la ceremonia el adolescente será tratado como una especie de proscrito de la ley: no podrá acostarse sino a cierta distancia del campamento principal, no podrá acercarse a las mujeres y jamás deberá interpelarlas, tampoco podrá hablar con los mayores o con los hombres maduros…Él debía vivir escondido en lugares secretos hasta el día de su iniciación; Se había convertido, pues, en un “Wangarapa”, un “muchacho que se esconde”, es decir que no debe ver a las mujeres ni ser visto por ellas.
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En el curso del ritual iniciático, los parientes hombres más cercanos y estrechamente ligados al iniciado, se abren las venas y mantienen sus brazos en alto para dejar correr su sangre sobre el cuerpo del joven. La idea fundamental de esa costumbre, es ofrecerle la cantidad suficiente de sangre (Kuranita o esencia de vida) para dotarlo de la salud y de la vitalidad que le serán necesarias para alcanzar una virilidad vigorosa. Esa ceremonia de iniciación, que incluye el rito de la circuncisión, es el paso más importante de la adolescencia a la virilidad; una vez que lo ha cumplido, el iniciado recibe un nombre especial y luce desde entonces un peinado que denota su rango social. Ya no viaja sino en compañía de los mayores que ahora hacen para él el papel de tutores y de guardianes. Debe hacer muchos viajes para recibir de ellos las lecciones que lo irán familiarizando con los mitos de la tribu. Cuando terminan esas peregrinaciones, pasa al estado final de la iniciación con el rito de la subincisión que lo llevará el estado de hombre plenamente tribalizado. Es después de haber cumplido la celebración de ese rito que el joven es autorizado a casarse y a sentarse con los demás en el consejo tribal; pero no tiene todavía mucho poder y no puede participar activamente sino en ciertos ritos; necesitará todavía muchos años para llegar a conocer todos los secretos de la tribu.
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Ch.P. Mounford, en “Mitos y Ritos Aborígenes de Australia”, explica que las ceremonias aborígenes (conocidas a menudo bajo el nombre de “confirmación”) y de las cuales los ritos de iniciación no son más que una parte, son ilustraciones de las historias legendarias de la tribu, dramatizadas por
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medio de la danza y la mímica. Sus fines son múltiples: instruir a los jóvenes sobre la iniciación; controlar las fuerzas complejas de la naturaleza por medio de extraños ritos mágicos y procurarse así la nutrición y el agua tan preciada; representar los mitos más simples, como aquellos sobre la creación de las plantas, los animales, el cielo y la tierra. La mayoría de los cantos con que se dramatizan esas historias legendarias son propiedad de los aborígenes cuyo territorio está relacionado con esa historia, mientras que los cantos de los ritos de iniciación, son conocidos y cantados sólo por los miembros de la tribu en pleno ejercicio. Mounford, que viajó varias veces al país “de los hombres morenos y de arena roja”, decía que si bien las ceremonias aborígenes son quizás la forma más primitiva del drama, desde otro punto de vista muy importante, se acercan a las grandes óperas de Wagner, pues así como éste ha inmortalizado por medio de su incomparable música la acciones y las poderosas hazañas de los dioses y los semi-dioses de la antigua raza nórdica, los aborígenes contemporáneos, con sus cantos sobre las ancianas edades y sus extraños ritos, han conservado igualmente viva la epopeya de sus tiempos heroicos.
Aborigen de Australia (Pintura al óleo por el autor)
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Naturalmente los aborígenes de Australia tienen sus nungari (curanderos) que se caracterizan por emplear la australita (botón de obsidiana de origen meteórico) como un instrumento especial, ya que a diferencia de los cristales de cuarzo, que son como el capital comercial de los médicos aborígenes de las tribus meridionales, esas piedras meteóricas cumplen diversas funciones en las manos del nungari: introducidas en su cuerpo restauran sus poderes desfallecientes; le indicarán igualmente la dirección en la que se encuentra un enemigo… y le asistirán en los ritos de curación a sus compañeros de tribu.
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El Manu, ese demonio de las tres estancias que ataca a los espíritus de los aborígenes durante la noche, es muy temido, ya que se encuentra siempre al acecho de los kuran o espíritus de los niños que han abandonado sus cuerpos dormidos para jugar entre los eucaliptos, inconscientes del peligro de la noche. Es entonces que intervienen los Nungari, cuyo papel es desencantarlos y recuperar sus kuran prisioneros del Manu. Los Nungari tienen también el privilegio de ver a los Ninyas u “hombres de nieve”, esos seres ancestrales de una frigidez extrema, cuyos cuerpos están perpetuamente cubiertos de escarcha y que por barbas y cejas no tienen sino un manojo irisado de témpanos. Aunque durante los tiempos tjukurita (tiempos de la creación) sus terrenos fueron los del Monte Conner, ahora residen a unos 25 kilómetros más al norte, bajo dos lagos salados. La entrada de su morada, que se abre actualmente en un islote cubierto de musgos y hierba de plata de la especie de los anthistinia, conduce a unas inmensas grutas subterráneas, cuyas paredes cubiertas de escarcha, barridas continuamente por frías ráfagas de vientos silbantes, crean un lugar de horror al que los mismos aborígenes no se atreven a entrar.
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Es en grutas semejantes a esa que se encuentran aún en Australia las pinturas primitivas. Son pinturas que están hechas sobre todo a base de un pigmento de ocre rojo, un material muy caro a esa cultura ya que en efecto viene a ser el cosmético de los aborígenes. Hombres y mujeres gustan de embadurnar sus cuerpos con ese pigmento de ocre rojo que los protege contra el polvo, y que además les da a su piel ese atractivo aspecto bronceado que tanto admiran todos los aborígenes. En cuanto a la técnica de la pintura mural, es realmente muy simple: primeramente, el ejecutante prepara con agua, en una piedra plana, un pigmento de ocre rojo y otro de tierra de pipa blanca, hasta hacer una pasta homogénea con cada uno; después, en el muro de la gruta, traza con su dedo índice, frecuentemente con el color rojo, un dibujo de base; una vez que lo ha terminado, el artista arranca de un árbol cercano un pedazo de corteza y lo utiliza como pincel para subrayar sus contornos con la tierra de pipa blanca.
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Pero hay dos escuelas en cuanto a la función del arte primitivo: para una, la necesidad de dibujar es una propensión natural del espíritu humano y toda la actividad del arte verdadero no es sino una exteriorización espontánea del amor del artista. La otra escuela adopta un punto de vista opuesto especialmente práctico, pues proclama por ejemplo que el hombre primitivo no tenía tiempo para pintar animales sólo por diversión, sino para asegurarse más bien un control mágico sobre ellos y así capturarlos más fácilmente en la caza.
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Generalmente los investigadores han encarado el arte primitivo con sus ideas preconcebidas de hombres “civilizados” o educados según un punto de vista materialista, en otras palabras, analizando las cuestiones antiguas con una mentalidad moderna. Digamos de inmediato que, personalmente, tenemos aún otra concepción acerca de esos dibujos primitivos. Los primitivos no representaban a los animales para dominarlos mágicamente, como en efecto se hacía en la magia medieval en que se utilizaba una estatuilla de cera, que representaba a la persona para tomar poder sobre ella, sino que en la efigie veían, por el contrario, una base posible para sus operaciones mágicas, pues trabajaban en realidad para “dar de nuevo la vida… “. Eso explicaría el totemismo y sobre todo el empleo de elementos de simbología para poner las fuerzas en movimiento. Se trata de ese sentido de la Re-generación enseñado por ciertas escuelas esotéricas, y en particular por la Francmasonería que ha conservado muy bien aquella enseñanza: “es preciso morir para volver a nacer”, es decir para regresar a la verdadera existencia iniciática. Es el grano que una vez sembrado debe podrirse antes de poder dar fruto, antes de tener pues una nueva VIDA.
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Es preciso recordar aún que, según los aborígenes, antes de los tiempos Tjukurita (o “Tiempos de la Creación”) el mundo no era más que una inmensa planicie seca, sin accidentes, enteramente privada de vida, hasta que los Tjukurita, esas inmensas criaturas semi-humanas cargadas de kuranita (esencia de vida) crearon el país tal como lo conocemos hoy. Así, todo lo que fue creado en los tiempos Tjukurita, como las rocas, los cursos de agua, los árboles, las criaturas vivientes y especialmente el hombre, quedó impregnado de esa esencia vital: la kuranita, cuya presencia implica la vida y su ausencia la muerte. Cuando moría uno de esos seres ancestrales, su cuerpo se metamorfoseaba en algún accidente natural, como una roca, o, con más frecuencia, un árbol en cuya masa quedaba concentrada su esencia de vida o kuranita. Tal roca, que antaño había sido el cuerpo de una goanna, ahora está llena de la kuranita de las goannas; tal árbol, que es el cuerpo metamorfoseado de una serpiente-tapiz, ahora está lleno de kuranita de serpiente-tapiz, etc… En ciertas épocas del año los aborígenes se reúnen en los pulkarin, que son los lugares donde han muerto sus ancestros, con el fin de favorecer con cantos y ritos apropiados, la
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multiplicación de las plantas y de los animales necesarios para la nutrición. Así, la ceremonia que se celebra en un pulkarin de canguro, tendrá por efecto que los canguros (kangoroo) se reproduzcan en mayor número; la que se celebra en un pulkarin de hierba, hace que la hierba sea más abundante; en fin, en un pulkarin de higuiera, hará que los árboles de esa especie den mejores frutos. La kuranita, esa misteriosa esencia de la vida que como el “prana” de los hindúes penetra toda la naturaleza, se encuentra en cada cosa en una cantidad y proporción relativa a su vitalidad: rocas y hierbas tienen poco; los diferentes árboles tienen más o menos tanto; el emu tiene más que el pato salvaje; el canguro más que el wallaby, el hombre más que la mujer, y el curandero más que cualquier otra cosa o persona. El kuran de los que acaban de morir es muy temido, y todo el mundo se aleja del lugar donde hay un muerto; éste debe ser enterrado durante por lo menos tres meses después de su deceso. Después, dos curanderos acompañados por los parientes del difunto se dirigen a la tumba para capturar su kuran y colocarlo en el cuerpo de un pariente vivo. Hacen esto con la doble finalidad de dar una nueva morada al espíritu del muerto, evitando así que se convierta en un peligro para la comunidad, y de dotar al receptor del nuevo huésped de un poder adicional, y aumentar su vitalidad gracias a otro kuran o espíritu suplementario.
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Durante las ceremonias fúnebres hay una parte muy curiosa, ya que sugiere la creencia en la posibilidad de una vida futura: la resurrección del “muerto”. Los hombres se han acostado de cara en la tierra, con el cuerpo rígido, los brazos cruzados y las manos crispadas; después, uno tras otro se vuelven de espalda y se incorporan lentamente a medida que sus miembros pierden la rigidez y sus manos se relajan; luego se frotan vigorosamente el cuerpo y las piernas, estiran sus orejas y abren sus ojos. Así, paulatinamente, uno por uno, cada “muerto” después de remedar el regreso a la vida se pone con los demás a lamentarse con los otros. ¿No se aproxima eso a lo que decíamos a propósito de las pinturas aborígenes, cuya verdadera finalidad era devolverle la VIDA a lo que estaba muerto? ¿Acaso no es el principio mismo del “Mandala” tibetano…el poner en acción la fuerza de un símbolo?. ¿No es característico de la Magia operacional el poner en movimiento incluso cosas inorgánicas? En el Propósito Psicológico Nº XXII hemos visto, por ejemplo, la operación que consiste en “dar vida” a una escultura, o en hacer “vivir” una pintura o un cuadro cualquiera.
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Otro aspecto es la alimentación muy variada de los aborígenes y muy balanceada desde el punto de vista nutritivo, como bien lo señala Charles O. de Mountford: comen desde la carne de las grandes bestias, como los canguros y los emus, hasta los gusanos de madera y aun las termitas; el pan está hecho con una mezcla de granos, hierbas de musgo y acacias; comen frutos silvestres
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según la estación del año, ciruelas, higos, melocotones, tomates del desierto, plantas de hoja verde y carnosa, y comen incluso flores de ciertos árboles que vienen a completar esa dieta muy variada. El desierto no les garantiza precisamente abundancia, pero los indígenas no sufren enfermedades por insuficiencia alimenticia, siempre y cuando no se asimilen a nuestra vida moderna y se nutran de harina blanca, té, azúcar y otros productos de nuestra llamada “civilización”. Para beber, el aborigen no lo hace directamente de un pozo de agua, sino de un hoyo que él mismo cava en su proximidad, pero en lugar de llevarse una provisión de agua la toma abundantemente para asegurar su marcha a través del desierto hasta el siguiente punto de agua. Consciente de que la sed es consecuencia de la transpiración, se entierra hasta el cuello en la arena con su cabeza a la sombra de un arbusto, y en la frescura de ese hoyo espera la puesta del sol para continuar su marcha. Vive enteramente desnudo, sin otro equipaje que sus armas para la caza; y cuando la noche está demasiado fría, prende fuego a un spinfex (atados de ramas resecas que ruedan con el viento) para calentarse, mientras camina, con su ramas incandescentes.
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Naturalmente, la cuestión del agua ha sido siempre muy importante en el gran desierto de Australia central, donde se han dado especialmente esos ritos para atraer la lluvia. La ceremonia se centra sobre todo en una concha; pero hay que considerar que ésta ha partido del noreste de Australia, y que ha debido pasar mucho tiempo para que una de esas conchas rituales (grabadas con curiosos dibujos) alcance la extremidad meridional del continente. Aún cuando los aborígenes no conozcan realmente de donde provienen esos caracoles, su creencia en que vienen de un lugar que llaman Tapidji donde “peligrosos lagartos que viven en el agua se comen a los hombres” (cocodrilos evidentemente) no está muy alejada de la realidad, pues proceden en efecto de las playas de la Gran Bahía australiana situada a más de 3.000 km. de distancia. Sus creencias les enseñan aún que los curanderos de Tapidji atrapan a nado a los ringili (conchas) traspasándolos con una lanza particularmente fina, los endurecen al sol y luego pasan un cordón por el orificio dejado por la lanza para suspenderlos de su cuello.
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La ceremonia para atraer la lluvia se basa en la creencia en que el ringili está impregnado de kuranita de agua; al agitar en el aire al ringili, su kuranita forma nubes que van creciendo bajo la acción estimulante de los cantos y de los ritos, hasta que la lluvia empieza a caer. Para detenerla, esparcen cenizas en la concha, la cubren con un trozo de piel y la entierran cerca del fuego del campamento. La eficacia de esa inma (ceremonia) ha sido confirmada más de una vez por algunos europeos que han residido en Australia central, como Spencer, Gillen y Mountford. He aquí una parte de lo que dice este último:
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“…maravillosamente Tilbukuna, el viejo hacedor de lluvia, había logrado que lloviera. Yo había visto ejemplos de la eficacia de la magia indígena, pero me resistía a creer que con medios tales como la magia simpática, exteriorizada en esa ceremonia primitiva, dieran a los aborígenes la capacidad de ejercer un control sobre fuerzas naturales tan complejas como las que dan lugar a la lluvia. Sin embargo, no quedan menos claros un cierto número de hechos irrefutables como el que Tilbukuna no tenía elección en ese momento, pues sabía que dentro de unos días afrontaríamos una peligrosa escasez de agua; hecha la ceremonia, él predijo que la lluvia caería en un plazo de cinco días, y efectivamente llovió. La lluvia caía al principio de septiembre completamente fuera de estación, ya que la época normal de las lluvias dura de noviembre a marzo”. Existe otro tipo de objetos ceremoniales llamados kulpidji que permanecen escondidos en las grutas. Se trata de unas placas angostas, de madera, de unos dos metros de largo, grabadas en ambos lados con curiosos dibujos encuadrados. Algunos de esos kulpidji parecen ser muy viejos, ya que sus grabados están casi completamente borrados por el frote con grasa y ocre rojo. Entre los Aranda de las Mac Donald Ranges, se encuentran los tjunrunga que se supone fueron fabricados por blancos. A través de todo el país Aranda en Australia Central, hay grutas y otros escondites donde se conservan miles de esos tjurunga, y cada uno tiene grabado, con un simbolismo particularmente primitivo, la historia de la creación del lugar con el que está asociado. Los kulpidji de los Pitjendadjara, por ejemplo, son tan sagrados que ninguna mujer u hombre joven no-iniciado tiene autorización para verlos; sin embargo, no tienen tanta importancia en la filosofía de la tribu como la tienen los tjurunga entre los Aranda.
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Eso por supuesto nos hará pensar inmediatamente en esa frase ya generalizada: “son objetos tabú” o más simplemente “son tabú…” Es cierto que, junto con la magia, el tabú está a la cabeza de las creencias primitivas, pero como se trata de comprender justamente el sentido de esa parte de la historia de la psicología humana, vamos a encarar la cosa desde nuestra óptica de civilizados, hombres de ciencia y en una palabra occidentales.
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En su Prefacio a “La Magia en las sociedades primitivas”, Hutton Webster escribe: “La actitud positiva de la magia se opone a la actitud negativa del tabú. Hay magia por ejemplo cuando el jefe Tonga, por tanto rico en mana, cura a uno de sus enfermos tocándolo con el pie; pero también hay un tabú que prohíbe al jefe maorí rascarse su sacrosanta cabeza, so pena de alterar o perder su santidad si deja pasar el mana a sus dedos que son menos sagrados. En las islas Samoa, el propietario que protege su plantación por medio de un signo de Defensa que advierte a los demás sobre la presencia de una carga de mana, hace
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un acto de magia, pues su Defensa se convierte en un tabú para el ladrón que teme caer fatalmente fulminado por el poder letal asociado a ese signo. Desde ya se ve que tanto la magia como el tabú radican en la noción de un poder oculto impersonal. El operador dispone de los medios para utilizar la influencia benéfica de ese poder, siempre y cuando se rodee de las precauciones requeridas; por otra parte, puede sustraerse a las influencias maléficas tomando medidas de aislamiento”. He ahí la opinión del profesor de antropología social de la Universidad de Nebraska, encargado del curso de sociología en la Estatal University of California.
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El primero en demostrar la trascendencia de esa concepción fue John H. King, en una obra de dos volúmenes titulada “The Supernatural, its Origien, Nature and Evolution” (Londres y Nueva York, 1892). Mas ¡ay¡ la opinión de sus contemporáneos no estaba preparada para esa nueva voz, a pesar de la hermosa compostura de su trabajo, su rigor y la considerable información que aporta. Es verdad que las teorías animistas (sobre almas y espíritus de los muertos) formuladas por E.B. Taylor, al igual que por Herbert Spencer y sus sucesores, habían atraído a una mayoría de historiadores de los orígenes religiosos; también, que recientemente, gracias a otro adepto de la hipótesis animista como J.G.Frazer, los fenómenos de la magia y del tabú han comenzado a llamar la atención de los investigadores. Pero lo cierto es que ninguno de los sabios que acabamos de mencionar tenía consciencia del papel que había jugado esa fuerza “de arriba” –Supernal, como la llama King- en la elaboración de las creencias y las prácticas mágicas. La “eficacia” de los encantos, la “virtud” inmanente al mago y a su equipo, todo eso se sigue viendo, no como una cualidad o propiedad impersonal, sino como formas de actividad de seres espirituales personales. Por su parte, en oposición a la teoría personalista de los animistas, el antropólogo francés Arnold van Gennep profesa una teoría impersonal de la magia y del tabú que propone bautizar como “dinamismo”. Así, la base de la controversia se reduce a la brecha entre las posiciones académicas de esas dos teorías.
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Numerosos autores han adoptado el término de “mana”, tomado de las lenguas melanesias, para designar a esa fuerza “de arriba” oculta e impersonal; sin embargo en todo el área del Océano Pacífico, es precisamente en Melanesia que el mana reviste con más frecuencia un aspecto personal, ya que tiene su fuente en los Manes y los Espíritus que lo comunican a los hombres. Así pues el mana es considerado como una fuerza oculta que, según los casos, designa tanto una cualidad o propiedad impersonal como una cualidad ligada a la personalidad bien definida de un ser espiritual. De ahí que en las culturas inferiores la distinción entre magia y animismo sea todavía demasiado vaga e incierta.
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La primera mención sobre la noción melanesia de mana aparece en una carta escrita por R.H. Codrington al profesor Max Müler, citada por este último en sus “Herbert Lectures” en 1878; “Existe la creencia en una fuerza enteramente distinta a la energía física, que actúa de muchas maneras para el bien o para el mal, y que se tiene un gran interés en lograr dominar y poseer … ningún objeto es poseedor exclusivo del mana y al mismo tiempo éste puede ser comunicado prácticamente a cualquier objeto; de todos modos los “espíritus” (almas desencarnadas o seres sobrenaturales) poseen el mana y como seres personales tienen la propiedad de transmitirlo directamente, aunque también pueden hacerlo por medio del agua, de una piedra o de un hueso”.
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Mientras que en las Nuevas Hébridas, Islas Salomón de la región de Florida e Islas Banks se emplea el término mana, en el grupo Santa Cruz se usa con un sentido análogo el término “malete”. En la Isla San Cristóbal el término correspondiente es la palabra mena, mientras que los aborígenes de Guadalcanal se sirven de la palabra nanama. En Mala o Lalaita emplean la palabra “mamanaa”; en Ilawa se dice manamanga con el sentido de “fuerza” o “poder”. Entre los Mono de las tres islas del estrecho de Bougainville, se encuentra el término kare, que por sus significaciones de “vigor”, “poder” y “fuerza” se acerca mucho a la idea de mana. En las islas del estrecho de Torres la magia reposa sobre el término mena. En la isla de Tikopia lo hace sobre dos términos: mana y manu, para designar resultados concretos “que superan los resultados obtenidos por medio del esfuerzo ordinario”. Las palabras men o man se emplean en las islas Leales en un sentido equivalente a aquel del término de mana. La versión Lifu del Evangelio de San Marcos, se sirve de la palabra mene para expresar conjuntamente las nociones griegas de dynamis (“poder”, “fuerza”) y exousia (“capacidad de hacer”). En Nueva Caledonia, si bien no hay un término correspondiente a mana, parece existir igualmente una noción de la fuerza oculta prácticamente idéntica a la que se encuentra en el resto de Melanesia.
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Es significativo que a pesar de haber sido relegados por la cultura materialista a la retaguardia de la humanidad, los aborígenes de Australia conozcan la existencia de una fuerza oculta y tengan incluso una palabra determinada para designarla. Según un viejo testimonio referente a las tribus occidentales de la región de Perth, un mago que posee boylya puede expulsarlo de su cuerpo para enfermar a alguien; pero otro mago puede curarlo extrayendo el boylya del cuerpo del paciente bajo la forma de fragmentos de cuarzo y que, como todos los indígenas, él conservará como una “rara curiosidad”. Según una fuente más antigua concerniente a los aborígenes de Perth, el extraordinario “poder oculto” del boglia o mago, reside en un cristal
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de cuarzo que lleva en su vientre (llamado también boglia) ya que puede proyectar por ejemplo un fragmento invisible contra un enemigo y herirlo o incluso matarlo a gran distancia; los indígenas creen que todas las muertes son provocadas así por magos malévolos. Al morir, el mago pasa su boglia al vientre de su hijo. En las islas occidentales del Estrecho de Torres, la palabra o fórmula mágica que en su acepción general equivale al mana oceánico, parece ser el término unewen (o también wenewen) ya que los traductores del Evangelio para los aborígenes neófitos, se sirvieron de ese término para traducir la noción de “poder espiritual”. Ahora bien, los traductores de los Evangelios para los nativos del estrecho de Torres, se apoyaron en la versión samoana que deriva directamente de la versión griega de la Biblia. Así, Unewen corresponde al samoano mana como traducción de la palabra griega dynamis que encierra conjuntamente las ideas de “poder”y “fuerza”.
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En las islas orientales del Estrecho de Torres, cuando un objeto se comporta de manera extraña y misteriosa, es mirado como “zogo”. Ese término que se emplea generalmente como nombre, se emplea también como adjetivo en un sentido muy próximo a “sagrado”. Un objeto concreto, la lluvia, el viento, el altar, la fórmula empleada para un rito o el rito mismo, pueden ser zogo. Por regla general los objetos zogo se emplean en las ceremonias para fines benéficos, como la que se hace, por ejemplo, para producir la lluvia; aunque de todas maneras se suelen utilizar ciertos objetos zogo con fines maléficos. Por otra parte, según A.C. Haddon “…hay ciertas analogías entre zogo y mana”. Los Marind, que pueblan la costa sur-oriental de la Nueva Guinea holandesa cerca de Marauké, tienen una concepción del dema que parece corresponder exactamente a la noción de mana. En efecto, esos indígenas comprenden el Dema como una fuerza impersonal que impregna todo lo que es insólito o raro, pero también como una fuerza procedente de un ser espiritual personal. Comprendidos colectivamente, los Dema son los espíritus ancestrales o abuelos de los diferentes grupos tribales que se le aparecen al mago en sus sueños y conversan con él.
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En el noreste de la Nueva Guinea holandesa, al sur de la Bahía de Humboldt, y desde la edad de piedra, viven los Papous conocidos como Santani. Ellos utilizan la palabra uarpo (también uarafo) para designar una fuerza oculta impersonal cuya acción puede ser tanto buena como dañina. Todo lo que tiene uarpo pertenece al mundo mítico y es concebido aparte de las cosas del mundo, es decir de las cosas ordinarias e inteligibles, o pujakara. Los objetos que poseen uarpo son casi siempre tabú, y todo contacto prohibido con ellos tiene consecuencias destrozas para la persona involucrada, aunque en las fuetes citadas por Paul Wirz, a menudo cuesta mucho definir en qué medida
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los indígenas distinguen en sus concepciones entre una fuerza oculta impersonal y la fuerza que ejercen esos seres espirituales llamados Uarpo. Estos ya no son los espíritus de los ancestros, como los Dema entre los Marind, sino los espíritus de la tierra, del agua, del aire… Entre los aborígenes de las Islas Fiji, la palabra mana está reservada tanto a los Manes y a los Espíritus (kalou), como a los jefes que representan encarnaciones del kalou y aún a la misma medicina. La eficacia de ciertas medicinas, así como según su grado la de todas las demás, era atribuida a una acción espiritual.
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El término de mana es y ha sido universal en Melanesia, pero es probable que esa palabra, junto con las ideas que expresa, provenga de Polinesia, ya que en Melanesia se la encuentra precisamente en regiones claramente influidas por la Polinesia a través de la corriente del Pacífico. La palabra Mana se usa lo mismo como adjetivo que como sustantivo; en la lengua de los Maorí significa autoridad, influencia, prestigio, poder sobrenatural, pero también designa “al que posee una cualidad única, que no tiene ninguna otra persona u objeto ordinario”, “es el eficaz”, “el activo”. El contenido se presenta substancialmente idéntico en las lenguas de las Islas Samoa, Tahití, Hawai, Tonga y Marquesas, y se hace muy evidente que la idea-madre está asociada en particular a los dioses y a sus representantes terrestres: los jefes y los sacerdotes.
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Los Aïnu del Japón, que constituyen el último vestigio de ese pueblo prehistórico de gran difusión, emplean el término de kamui. Pero esta palabra, si bien designa al dios supremo y creador, no designa menos a una multitud de otros espíritus. Aplicado a los buenos espíritus expresa la cualidad de beneficencia y de socorro a los hombres; aplicado a los malos, indica sobre todo lo que se debe temer. Pero, ese término también puede ser empleado como término de respeto para los seres humanos y aun para los animales y los demás seres de la naturaleza, y por supuesto, sin que sean tomados necesariamente como seres divinos dignos de adoración. Sin derivar del todo del Aïnu, el término kaimu es el nombre japonés corriente para dios y concuerda estrechamente con kami en esa significación. Motoöri, el as del Shintoismo del siglo XVIII, declara que ese término no se aplica solamente a las diversas divinidades del cielo y de la tierra y a los seres humanos, como la sucesión de los Mikados “con todo el respeto que le es debido”, sino inclusive a los pájaros, animales, plantas, árboles, mares, montañas… “Todo lo que merezca ser temido y reverenciado así por los poderes extraordinarios y eminentes que posea, incluso todo objeto de temor en general, es llamado kami, aunque aplicado a los objetos naturales no designa a sus espíritus, sino que es el nombre que toman los mares, las montañas, etc, en cuanto se vuelven temibles”.
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Los aborígenes de la península Malaya, aplican al “principio malo” el nombre de badi 2 , palabra que se relaciona con todo aquello que implica vitalidad, comprendidos los objetos inertes que pasan también por ser animados. El badi puede, por ejemplo, salir de un tigre cuando su presa cae bajo la mirada fascinadora que ejerce la fiera; puede salir del árbol venenoso si se pasa bajo éste; o de la baba de un perro rabioso. En fin, “es el principio contagioso de todo objeto malsano”. Hay un número de 193 djinns (190 según otros), que corresponden a genios, y que forman toda una amplia clase de pequeños dioses o espíritus. Los djinns pueden ser benéficos, pero ese no es el caso de los badi que tienen fama de traer a los mortales toda clase de desgracias. Sin embargo, al igual que los djinns, habitan en las cavernas, en la selva virgen o en otros rincones desolados. En la península malaya existe también el término kramat que significa “santidad” y es empleado generalmente como adjetivo para calificar hombres, animales, objetos inanimados y lugares santos. Aplicado a una persona ese término significa reconocerle “una santidad especial y un poder milagroso”, y es también con ese nombre que se define al hombre o mujer que sea considerado mago o incluso profeta. Pero, existe otra palabra: daulat, para designar la santidad incomparable de los jefes malayos.
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Según los Annamitas, todo ser de la naturaleza posee una “energía activa” llamada tinh. Se trata de la virtud iluminadora del sol, de la virtud germinativa del grano, de la virtud curativa del remedio; es en suma “el principio activo” de toda sustancia. Pero, Tinh se emplea igualmente como “espíritu” en el sentido de poder personal, sea éste bueno o malo. En cuanto a los Moï de la Indochina, emplean el término pi para designar toda “fuerza oculta”, con la que se puede contar lo mismo que temer, por cuanto interviene en los asuntos humanos. Según H. Baudesson, esta fuerza designaría grosso modo la idea de una “acción sobrenatural” que viene a corresponder en el fondo al mana melanesio. Entre los Bannar (o Bahnar), que son un subgrupo de los Moï, los brujos mismos reciben el nombre de deng, aunque ese término designa también el poder nefasto que éstos son capaces de ejercer. Pero, parece que esa palabra se emplea igualmente como verbo para la acción de “transmitir” poder a los objetos.
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No hay que confundir ese término de “badi”, con “Bodi” (o mejor “Bodhi”) que para los Budistas es la “Conciencia Universal”. En lengua pali “Bodhi” significa “Sabiduría” pero se lo entiende a menudo como “Verdad”. 2
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Sacdhu de la India, Místico Peregrino. (pintura del autor)
Entre los Karen de Birmania, el principio fundamental de la magia lleva el nombre de pigho “una fuerza impersonal, maléfica o benéfica, que todo lo penetra” y que puede residir también en ciertas personas que lo utilizan para realizar actos insólitos. Transmitido a los objetos por vía de los ritos, los transforma en objetos encantados. Sería también gracias a su propio pigho que las divinidades pueden producir las cosas extraordinarias. Así, entre los Karen, Pigho viene a ser el equivalente del mana.
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Esa concepción de una fuerza oculta está también ampliamente difundida en la India, tanto entre los hindúes como entre los musulmanes. Los hindúes llaman Shakti, “al poder dinámico creador de todo ser visible e invisible y de todo objeto, animado o no”. Sus efectos maléficos son llamados anist, ya que desde el punto de vista hindú la Shakti es peligrosa y no debe ser tratada a la ligera. Es por eso que no es simplemente por sus propios esfuerzos que el hombre debe aplicarse a dominar esa fuerza3, sino que debe hacerlo por medio de un ritual mágico-religioso. Los musulmanes llaman kudrat a la Shakti y
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La Shakti, es el aspecto femenino de la Divinidad en acción y es la “Fuerza” que emplean los Yoghis para hacer ascender el kundalini a través de los chakras para obtener la iluminación. Hemos dado más detalles sobre este tema en el Propósito Psicológico Nº IX. 3
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aluden a sus efectos benéficos con la palabra barkat. Pero mientras que los hindúes emplean como sinónimo corriente de shakti, la palabra dev, que significa “bueno”; los musulmanes emplean como sinónimo de kudrat la palabra tab o “calor”. El término malgache hasina significa el “poder sobrenatural” que está ligado especialmente a los jefes, como el doulat malayo. Un jefe de clan, por ejemplo, tiene mucho de hasina por descender de una familia que lo posee y también en razón de los diversos ritos consagratorios celebrados por el mago y sus parientes para dotarlo de hasina. Al igual que el doulat, el hasina es extremadamente contagioso, hasta el punto que si alguien es tocado por él y no es capaz de asimilarlo, puede caer enfermo. Es por esa razón que el jefe de Madagascar, por ejemplo, no debe dirigirse directamente a sus súbditos sino recurrir a un intermediario inmunizado. Los pueblos de lengua bantú del África del Sur, reconocen la existencia de una “Energía o Poder” impersonal, incorporal, omnipresente e inmanente a todas las cosas, pero que se encuentra especialmente concentrada en ciertos objetos eminentes y que como carece de carácter moral, puede servir a los fines tantos benéficos o maléficos de aquel que la emplea.
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Según J.H. Driberg, las creencias africanas reposan esencialmente en la idea de una “Fuerza abstracta que, como el éter, lo penetra todo y a la que conciben en suma como una energía natural, nunca bajo una forma antropomórfica”. Que ese sea el Tilo de los Bathonga, el Bwanga de los Baila de Rodesia, el Mulungu de los Wayao del Nyassa-land, el Engai (o Ngai) de los Masai, etc…los hechos relevantes entre los Wayao, los Anyanja, los Wabena, los Masai, los Akamba y los Akikuya del África Oriental, dan nítidamente a pensar que, entre esos pueblos, el carácter personal definido atribuido al gran dios, representa un estado más reciente de esa noción antigua y mucho más vaga de una fuerza oculta impersonal. Los Azandé del Sudan anglo-egipcio, tienen la noción de mbisimo, que sería un poco el “alma” de las cosas. Los Pigmeos Bambuté que viven en la selva de Ituri, al noreste del Congo belga, creen también en una “fuerza mágica” llamada megbe. En cuanto a los Nkundu del Congo belga, designan con el nombre de elima a una “Fuerza impersonal que se apodera de los sentidos” y que, según P. Schebesta, es comparable al mana.
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Los Yoruba4 de la Costa de los Esclavos expresan la idea de ese “poder sobrenatural y suprasensible” por medio del término ogun. Así, las máscaras de
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Al inicio de esta serie de “Propósitos Psicológicos” hemos hablado ya de esta tribu del Oeste africano que cuenta con seis millones y medio de miembros y que ha sido reconocida por numerosos sabios europeos y americanos como siendo los descendientes directos del 4
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madera que usan en sus ritos los miembros de la sociedad secreta Oro, lo mismo que su bastón de oro o “bull-roater”, la vara del magista, e incluso las palabras de una maldición, todo ello posee ogun. En el Dahomey, por ejemplo, la noción de vodum se aplica a todo lo que es terrible o prodigioso, y que por salirse de lo ordinario desconcierta el poder de la inteligencia humana. Entre lo Twi de la Costa del Oro, se da el nombre de Bohsum a una clase de divinidades locales de tipo familiar; pero esa palabra designa también a la “Luna”, aunque también tiene acepciones adjetivas para lo “oculto” “misterioso” o “sagrado”, como cuando se utiliza, por ejemplo, en la expresión bohsum eppoh que quiere decir “mar misteriosa”. Que ese poder sea el sale de los Kpellé de Liberia, que significa al mismo tiempo, medicina, veneno, magia; que sea el kele de los Lobi del África Occidental francesa o el gnama (n’ama) de las tribus Mandinga, en realidad se trata siempre de términos análogos al empleado por los Bereberes y los Marroquíes de lengua árabe que designan a “esa fuerza taumatúrgica misteriosa” con el término de baraka (“bendición”), puesto que la consideran como una bendición de Dios. E. Westermarck que ha estudiado largamente a esos pueblos, le atribuye a ese poder el significado de “santidad” en el sentido de “virtud mágica bienhechora” y describe los ejemplos benéficos y manifestaciones milagrosas de objetos y personas dotadas de baraka; sin embargo a menudo son también peligrosos por su sensibilidad al contacto con influencias de orden “sobrenatural” en general. Ahora bien, esos elementos peligrosos de la baraka han sido personificados con frecuencia por los jnûn (jinni) que bajo los términos de la ortodoxia musulmana, constituyen una raza especial de seres espirituales, anteriores a la creación de Adán. Las relaciones entre los santos y los jnûn son a menudo estrechas, por cuanto la frontera entre ambas está casi obliterada por la noción de baraka que, aún cuando pertenece en rigor al contexto de la religión del Profeta, las ideas, así como las diversas prácticas que han tomado cuerpo en torno a esa noción “a menudo no son sino la interpretación desde la Fe religiosa, de una fuerza misteriosa infinitamente más antigua que el Islam, y que ya era conocida tanto por los árabes como por los antiguos Beréberes”. 5 Los Moros reservan el nombre de bas para la fuerza malvada impersonal, pero como el habla popular confunde a veces entre los primer hombre y de la primera mujer. Su sede en Ife (Nigeria) sería el “jardín del Edén” original, donde habría vivido Oduda (hijo de Dios), el primer hombre sobre la Tierra. Entre los Beréberes del Rif (desierto), la baraka no era originalmente el privilegio supuestamente exclusivo de los descendientes del Profeta, ya que también ellos habían recibido esa “emanación mágica” por vía de herencia. Aquel que la posee puede predecir el porvenir, hacer milagros, curar o matar, sea directamente o bien por medio de un objeto que haya estado en contacto con su cuerpo o con una parte de su vestido, o bien con un pedazo de pan o un huevo que él haya tocado con sus labios. 5
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bas y los jnûn es difícil establecer hasta qué punto los efectos del bas son los mismos que se le atribuyen al jnûn que, como vimos, también pueden ser maléficos.
Jefe religioso de Madagascar (Pintura al óleo por el autor)
Las tribus Arawak, así como las tribu Chané del norte de Argentina y Guaraní Chiriguano de Bolivia central, le dan a esa fuerza “sobrehumana” el nombre de tunpa, pero los indígenas le han dado un carácter personal a esa noción, de manera que Tunpa son también los muertos que poseen esa fuerza y con los cuales los hombres-medicina mantienen estrechas relaciones. Además, varios de los personajes de las leyendas tribales son considerados Tunpa.
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Algunas tribus del Matto Grosso de la cuenca del Guaporé, creen en una “substancia mágica invisible” que flota en el aire e impregna los altares, las campanillas y otros objetos sagrados.
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Los Jíbaros, de la región amazónica del Ecuador, reconocen la existencia de una fuerza o propiedad llamada tsarutama, que es el gaje de un número considerable de dioses y espíritus, pero también de todos los animales y
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plantas que figuran en el mito jíbaro de los orígenes. A todo ello se agrega la personificación de esa fuerza en ciertos elementos naturales sorprendentes, como el dios rivera, el dios lluvia… En fin, Etsa y Nantu (el Sol y la Luna) están llenos de esa fuerza que ejerce su influencia en todos los acontecimientos terrestres. Los indios Chorti de Guatemala, cuya religión representa una amalgama de elementos indígenas con creencias católicas, dan la noción muy definida de hijillo al dolor penetrante que provocan en el cuerpo las substancias, en esa enfermedad que era provocada entre los españoles por los alimentos llamados agrios.
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Según una creencia casi universal entre los indios de América del Norte, ciertos objetos o fenómenos de la naturaleza, determinados animales y seres humanos, poseen tal como los dioses y los espíritus, cualidades o propiedades superiores al común de los hombres. La mayoría de las tribus ha llegado inclusive a la idea de un poder maravilloso capaz de realizar cosas extraordinarias y que puede manifestarse tanto benéfica como maléficamente. Aún cuando ese poder no esté sino “vagamente localizado”, es una fuerza que lleva a menudo un nombre especial; su noción podría inclusive aproximarse a la idea de un dios supremo de la naturaleza, pero con muy poco de antropomorfo.
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Se encuentran generalmente en las lenguas amerindias, según D.G. Brinton, términos que “abrazan todas las manifestaciones del mundo invisible sin presentar ninguna acepción de carácter personalizado, y que han sido traducidos como: espíritu, demonio, Dios, misterio, magia, y, de una manera muy difundida, aunque injustificada, como “medicina”; además de manitu, oki y otros términos utilizados entre las tribus de América del Norte, como el término azteca teotl, el quechua huaca y el maya ku, …todos esos términos expresan en general la idea de lo “sobrenatural”. Por su parte, J.W. Fewkes, hace notar que la misma idea parece haber sido expresada por medio de la palabra zemi empleada por los Tainos, aborígenes ya extinguidos de las Antillas Mayores (Puerto Rico, Cuba y Santo Domingo). Ese nombre de Zemi, que habría tenido originalmente el significado de poder mágico, ha venido a aplicarse tanto a los seres sobrenaturales como a sus representaciones simbólicas; por ejemplo, en varios dialectos arawac la palabra que designa al tabaco es tchemi, lo que alude evidentemente a su poder mágico, zemi. Las tribus iroquesas llaman orenda a la energía inmanente que posee y ejerce en un grado característico todo ser animado o inanimado. La expresión correspondiente de los Algonquinos del Centro es la palabra manitu, que designa todo aquello que presenta una virtud taumatúrgica. Los Siux poseen el término de wakan (wakanda) para designar a ese poder oculto. Pero, se
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constatan expresiones equivalentes o más menos equivalentes de orenda, manitu, wakanda, etc… en muchas otras tribus indígenas: digin de los Navaho; dige de los Apaches; hullo de los Chickasaw; poa de los Paiute meridionales de Utha; puha de los Paviotso o Paiute septentrionales de Nevada; tipui de los Yokut de California; kaocal de los Pomo; matas de los Auki de la costa; tinihowi de los Achomawi; tamaous de los Twana y Klallam de Washington; naualak de los Kwakiutl; sgana de los Haida, yec de los Tlingit, etc…Incluso en el área de los Esquimales, la Fuerza (“sila”) recuerda aquella de mana; así, desde los desiertos ardientes del Centro de Australia hasta las soledades heladas de la América Ártica, todos los pueblos primitivos tienen la noción de un poder o fuerza oculta y cada uno la designa con un nombre particular, sin embargo de todos ellos el término mana parece ser el más adecuado. Según ciertos autores, el término Magia provendría del sánscrito “Maha” (Grande) en su acepción de “Ciencia”, pero aún debería ser mejor entendida como “Gran Ciencia”, ya que es el Dominio de todas las ciencias, y así debe comprenderse, ante todo, en su derivación latina de “magistere”. El Mago6 es el Iniciado en las Artes, así como en las Ciencias y las Filosofías; es el Maestro perfecto en tanto que representa la Suma del Saber; pero también puede ser el Sabio poseyendo el conocimiento. Así, por ejemplo, “Las Estancias de Dyzan”, que es quizás el libro esotérico más antiguo que se conoce, nos enseña que los conocimientos secretos mal empleados se convierten en brujería, mientras que si son empleados para el bien constituyen la Magia, que es el verdadero conocimiento de la Sabiduría.
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Mas ¡ay! en nuestros días se engloba demasiado fácilmente bajo el nombre de “magia” a cualquier tipo de conocimientos supranormales, y bajo el nombre de “magos”, o que se mencionan como tales, a los que emplean esos conocimientos para el bien o para el mal; de la misma manera que bajo el vocablo “ocultismo” se clasifican con demasiada ligereza: la videncia, la cartomancia, el faquirismo, etc…
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De todo modos, los hombres de ciencia han tenido que hacer un esfuerzo notable para explicar fenómenos que se ven obligados a diferenciar de las prácticas charlatanas habituales, debido a que relevan de fuerzas supranormales. Los casos se han generalizado en todos los países, pero contentémonos con mencionar algunos que se dieron en Francia. Michel Agnelet, a la cabeza de un reportaje consagrado al “país de los echadores de suerte”escrbía, el 16 de junio de 1954, en “Samedi-Soir”: “Una epidemia de
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Hemos hecho notar en varias ocasiones que no se debe confundir al mágico (o magiciano) que es el manipulador ilusionista o titiritero de atracción en las ferias; o al magista que es el operador en la magia ceremonial o al oficiante de las ceremonias, con el Mago, que es el título reservado a aquel que ha calado todos los Misterios del esoterismo. 6
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hacer el mal estremece a la campiña normanda”. Algunos meses después, un apartado insertado en el “Berry republicano” del 22 de abril de 1955, relataba que en una finca de Vezins, un agricultor acababa de revolcar a golpes a su empleado acusándolo de haber matado a varios animales por medio de la brujería. Más tarde aún, después de una encuesta entre “tocadores y dormitorios” en el departamento Des Sevres, Beatriz Beck hacía notar en un artículo del “Express” del 17 de octubre de 1955: “A sólo cinco horas de París he encontrado la Edad Media…”. En el plano de los estudios folklóricos se han presentado trabajos que describen comportamientos análogos: por ejemplo, el libro de Seignolle sobre la Sologne (1946), o aquel de Leproux sobre la Charenta (1954) o inclusive los artículos de Ellen Berger (1949-1950) que exponen los resultados de las encuestas que ella realizó en Poitou. En fin, Marcelle Bouteiller, que trabaja desde hace aproximadamente doce años como investigadora en el departamento de Cher Indre, acaba de publicar “Brujos y Echadores de suerte” (Ed. Plon, París, 1958).
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El prefacio de esa obra ha sido escrito en los siguientes términos por una eminente autoridad, el Profesor C. Levi-Straus (Director de la Escuela práctica de Altos Estudios): “¿Será por azar que estas páginas que me ha pedido Marcella Bouteiller a guisa de prefacio, estén siendo escritas en un fin de semana de diciembre de 1957, cuyo inicio estuvo marcado por el asunto de brujería de la Sarthe? Una familia campesina, creyéndose víctima de una “suerte” debido a la muerte inexplicable de varios animales domésticos, consultó a un especialista que les recomendó colocar en ciertos puntos de la finca una sal tratada especialmente para atraer las “diecisiete virtudes”. Pero, como al día siguiente otro ternero muriera, la hacendada, decidida a dirigir ella misma las operaciones, quiso organizar en un cuarto con las persianas cerradas algo semejante a un sabbat clandestino, pues convencida de que el mal se encontraba más que todo en la familia, obligó a todos los suyos a consumir a puñados la sal consagrada: un niño pequeño y un joven murieron”.
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Más adelante, el sabio profesor continúa: “Los brujos no pertenecen solamente al pasado, ya que Bouteiller los da a conocer por sus nombres y nos da en sustancia sus propias observaciones. Esa confrontación del tema entre los hechos del presente y del pasado, nos conduce a una constatación notable: la poca maleabilidad de las artes mágicas, ya que desde hace siglos y sin duda milenios, de un lado a otro del mundo, las mismas creencias y las mismas técnicas se perpetúan y a menudo se reproducen hasta en los mínimos detalles”.
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Es así que M. Bouteiller (Maestra de Investigaciones en el Centro Nacional de Investigación Científica), cuenta en su interesante obra una multitud de anécdotas que ha recogido, no solamente en las declaraciones verbales oficiales de los procesos judiciales de antaño, sino que demuestra que incluso en las narraciones de la actualidad, tanto en las ciudades como en los campos y desde los tiempos más lejanos hasta nuestros días, la brujería no ha dejado de existir”. La autora describe los diferentes medios o métodos que emplean los brujos para “echar la suerte” y registra los resultados de sus técnicas de defensa. Para este último caso tomaremos todavía algunas líneas de su último libro (p.95):
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“A veces, se transfiere el sortilegio anulando sin embargo el ‘choque de regreso’: así, la mujer de un prisionero que había estado siendo cortejada por un brujo de Boguéese durante la guerra, en 1940, temerosa de que su marido la descubriera, le pidió al emisario del diablo, antes de acostarse con él, que virara el espejo contra la pared”.
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Una técnica clásica de transferencia, y que aún persiste, es el contraencantamiento por medio del corazón de un buey o de un carnero, como se encuentra descrito en las antiguas antologías (Enchiridion del Papa Leon, Antología del Papa Honorius, etc…). Más lejos, (p. 105) dice aún: “El Gran Alberto7, un antiguo tratado de magia, particularmente favorito en los campos de Francia, indica como soberano remedio contra el anudamiento de la agujeta (cuestión ya estudiada en textos precedentes) la sal bendita consumida en ayunas con un picoverde asado. Asimismo, la costumbre de colocar ostensiblemente un salero sobre la mesa cuando un brujo irrumpe en el lugar donde se está, sigue siendo muy conocida”.
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En fin, M. Bouteiller explica igualmente que: “cuando el anudador de agujeta anuda un hilo para hacer impotente al marido, no se trata de una figuración simbólica; y tampoco cuando, para disminuir la cantidad de leche dada por las vacas, el echador de suerte traza con un caracol un círculo en el interior del pote de ordeño para marcar el límite desde ahora infranqueable que ya no podrá sobrepasar la leche de la vaca ordeñada. Asimismo, para producir diarrea en un enemigo se coloca en el arrollo un hueso hueco”.
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Se trata del manual de magia práctica elaborado por Alberto el Grande (Albert le Groot), teólogo del siglo XIII. Nombrado Obispo de Ratisbona, él dimitió en 1263. Tenía reputación de brujo y fue muy conocido por sus numerosas obras de alquimia. Murió en Colonia en 1280. Fue el Maestro de Santo Tomás de Aquino (el doctor evangélico sobre el cual reposa el dogma de la Iglesia católica romana); este célebre teólogo fue también, como su maestro, un astrólogo reputado. Escribió además numerosas obras sobre alquimia, pero la “Suma” permanece como su gran obra. Albert de Groot (Albertus Magnus) fue canonizado en 1934. Con el “Gran y Pequeño Alberto”, los libros “Dragón Rojo”, “Gallina Negra”, son las obras más en curso en la magia popular en Europa, juntos con los tratados de los papas citados más arriba. 7
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También la cruz constituye otro medio de protección clásica. Así, por ejemplo, en ciertas fincas bastan dos hoces colocadas en cruz en la puerta del establo para aniquilar el poder de los brujos. Se insiste en que la salvaguardia conferida por ese signo sagrado no es una simple figuración mágica, puesto que aquí el filo de la hoz herirá efectivamente al enemigo. Pero, ¿qué cosa es la cruz, diría un etnólogo, sino la imagen de los puntos cardinales cuyo valor simbólico y protector se encuentra en todas las sociedades del mundo? “Es verdad que para nuestros campesinos la cruz no ofrece hoy día más que una connotación religiosa - concluye Bouteiller- pero nada nos impide pensar que su utilización mágica proviene quizás de comportamientos ancestrales más antiguos en los que persisten concepciones naturalistas. Las viejas representaciones naturistas intervienen en efecto, cuando la vara de la suerte está ligada a un árbol sagrado como símbolo de fuerza, tal como lo hemos visto ya, por ejemplo, en nuestro análisis sobre los Druidas en “Los Grandes Mensajes”. En ese artículo, hemos explicado igualmente que por razones del mismo orden, el círculo es muy utilizado en los procedimientos mágicos para circunscribir el lugar de las operaciones con el fin de protegerse de la intrusión de influencias nefastas. El poder del círculo se relaciona con el hecho de que esa figura reproduce el círculo del Sol. Recíprocamente se debe tener en cuenta la influencia de la Luna y, como escribía el Dr. de Westphalen a propósito del país messino, la imagen de la Luna creciente poseía antaño el poder de anular las malas influencias. (Ver también la disposición de las piedras en el lugar mágico descrito en nuestro artículo ya mencionado en nuestro volumen “Los Grandes Mensajes”, Ed. Diana, México, Págs. 179 a 188) En todas las civilizaciones las cualidades del herrero y el poder mágico están relacionados (Chaman siberiano, Brujo del África Negra…). En cuanto al mismo término “herrero”, como lo veremos más adelante, es también el nombre que ciertas tribus dan a los Espíritus. Además, hagamos notar de paso que el herrero trabaja estrechamente con el fuego, muy importante elemento de magia que los brujos de todas las tribus utilizan con gran beneficio. Por otra parte, Fabre, en “Glosario del Poitou de la Saintonge y del Aunis” hace resaltar que el término popular puantevino “drouina”, de origen céltico, designa a la bruja lo mismo que al caldero en los casos en que se lo considera como “portador de drouinas”. Ese caldero evoca, naturalmente, al gran recipiente del que se sirven las brujas en el sabbat para preparar las mixturas mágicas. Pensamos evidentemente en África, el continente negro, al que se atribuye el nacimiento del primer hombre. En efecto, es curioso que muchas de esas leyendas, y algunas muy antiguas, muestren a este continente como siendo el origen del género humano. En efecto, al citar a los Yorubas, hemos mencionado
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ya que numerosos sabios reconocen lo bien fundado de esa teoría. Sea como sea, ese continente ha jugado un gran papel en la historia de la Magia y de todas las cuestiones ocultas. Raimundo Lulle, Paracelso, Clemente de Alejandría, los Padres de la Iglesia, buscaron en África la suma de su enseñanza. Algunos pretenden que fueron los Faraones quienes legaron a los Pehuls, a los Songhay del Níger, a los Bambara y a otros pueblos africanos, su ciencia esotérica. Pero en ese caso es probable que se trate de Iniciados de una época todavía anterior y que las grandes lecciones iniciáticas provengan de una civilización desaparecida de la que descienden la mayoría de las poblaciones negras actuales. Así, numerosos hombres de ciencia comparten la opinión del gran viajero americano James Churchward, quien destaca que no hay salvajes propiamente hablando, y que los pretendidos “salvajes” no son en realidad sino los descendientes degenerados de esas antiguas poblaciones que habían alcanzado antes un alto grado de conocimiento, pero que, como consecuencia de calamidades sucesivas, quedaron reducidos a su estado actual de decadencia, cayendo algunos de ellos en un completo “salvajismo”. Se podría citar aun a la Atlántida, lo que explicaría muchas cosas…Ya los Tuareg encierran un gran misterio, pues algunas tradiciones de esos caballeros del desierto no guardan analogía con las de ninguna otra tribu de la Tierra.
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Entre los Senussitas, esos árabes míticos” cuya sede está en el Fezzan, hay dos jefes, uno militar, el Mahdi Senussi y otro religioso, el Mahdi Sunni. Pero esa civilización Senussita no debe ser confundida con las tribus negras creyentes del Fezzan que dependen de ‘Arâfit, pues los ritos y la filosofía senussita parecen tener su fuente en Persia, entre los Asachims (Assacis) descendientes del “Viejo de la Montaña”8 , o bien en la India, y quizás aún en el Tíbet. Las tribus de los alrededores del Tibesti, que cayeron en una regresión abyecta, pues no tienen escritura y hablan con sonidos semejantes a ladridos de perro, habían alcanzado antiguamente una civilización grandiosa, como tan bien la describe el Capitán Bourbon. Su ciudad de Taiserbo, vecina de la actual Kouffra, contenía varios cientos de miles de habitantes. En el Fezzan, se encontró bajo tierra, cerca de una mezquita en ruinas, un verdadero hipogeo semejante al de la Atlántida descrito por Pierre Benoit, aunque más pequeño: en el contorno de una inmensa cueva calcárea, se habían abierto nichos en los cuales reposaban los antiguos soberanos del país y sus cuerpos envueltos de yeso y cal estaban cubiertos con una capa de polvo de oro.
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Ver nuestra explicación detallada en relación a los Templarios en el libro segundo “Los Centros Iniciáticos”, de la serie de “Los Grandes Mensajes”. 8
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Tibesti, situada al norte del Chad en el Sahara central, se extiende hacia el noreste del Níger y sur de Libia, donde las montañas de origen volcánico se alzan abruptamente desde las llanuras circundantes. La altura del pico Emi Koussi (3.415 m), es el punto más alto del Sahara. La presencia de cauces profundamente incididos y de antiguos petroglifos que representan hipopótamos, son indicios de que en el pasado debió existir un clima más húmedo.
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No insistiremos demasiado sobre los “zombies”, aquellos muertosvivientes, así como tampoco sobre el culto Vodu, de los que ya hemos hablado anteriormente en el P.P. Nº XXIII. Algunos exploradores aseguran haber visto en África, al despuntar el día, a negros con los ojos sin alma trabajando con aire ausente. Esas especies de sombras animadas por un reflejo mecánico, no son otra cosa que muertos, o a lo menos moribundos que han sido puestos a trabajar de nuevo gracias a un procedimiento mágico. Esto por cuanto los brujos poseen los secretos del paso del alma al cuerpo de un muerto, sea un animal o incluso un vegetal. Ahora bien, el Profesor de Villaudon declara entre otras cosas que esas prácticas serían de origen egipcio, por cuanto los signos y los ritos de Iniciación de los negros son idénticos a los que se usaban antiguamente en Egipto. Todo ello parecería explicar que una parte del continente africano habría sido una colonia de la Atlántida, un continente que desapareció después de haber alcanzado una civilización de las más grandiosas.9
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Los Bambara rinden culto a un dios único, el Dios Ohi asociado a la Swástica, al Tau y a la Cruz. Es a propósito de esa teología monoteísta de los Bambara que el Comandante Griaule anota: “Ante todo había en el Cosmos un Núcleo único que contenía todo aquello que “debía convertirse” * y que estaba por tanto vacío (como nuestro átomo)… entonces el Dios Creador emitió las 22 vibraciones de las que nació la vida. La materia, lo mismo que el espíritu, es un espiral que sube y vuelve a descender de la vida a la muerte y de regreso a la vida…” Se puede ver que lejos de consistir en una vaga leyenda supersticiosa, esa teoría se aviene tanto con la simbología oculta como con los datos científicos.
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Parece muy probable –aún si África no fuera el continente donde nació el primer hombre- que los pueblos negros alcanzaron un grado muy alto de Saber, pues parecen haber conocido muchas cosas sobre las cuales nosotros, a pesar de todo el progreso de nuestra Ciencia, nos encontramos todavía en los primeros tanteos. Es Sir Stanley Eddington quien ha dicho: “Oh, hombre, Esto ya lo hemos explicado varias veces y en particular en el artículo sobre “Atlántida”, editado junto con otros tres artículos al final de nuestro Libro II, de la Serie de “Los Grandes Mensajes” (Ed. Diana de México, p. 197). 9
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prosigue tu camino, pues si miras hacia atrás verás seres más sabios que tú, y si miras hacia adelante no verás más que enigmas”. Para demostrar eso no hay nada mejor que las aplicaciones de la magia curativa. No se puede negar que los sorprendentes resultados de nuestros curanderos actuales a menudo sobrepasan a los de la medicina oficial10 y que estos representan muy poco en comparación con los resultados que llegaron a obtener los Magos de la Antigüedad. Hemos citado ya en varias ocasiones los descubrimientos que han puesto al mundo moderno en presencia de métodos antiguos de tratamiento, tanto en lo que concierne a la medicina como a la misma cirugía (ver nuestros Propósitos VI, VIII y IX). El Dr. Steyn de la Universidad de Pretoria, pretende que los Caffres conocían el uso de cinco mil plantas curativas, pero que los negros conocían también el efecto de las vibraciones y de las ondas magnéticas. El Comandante Griaule pudo ganarse hasta cierto punto la confianza de los Chambas en cuanto a sus ritos religiosos, pero no en cuanto a sus métodos de cura que son infinitamente más secretos; es sobre todo la manera de manejar las mixturas farmacéuticas la que ha quedado en el misterio. 11 En las tribus llamadas primitivas la magia y la medicina se encuentran estrechamente relacionadas con la astrología, la ciencia de las vibraciones, del sonido, etc… tal como ocurría en los Colegios Iniciáticos de Egipto o en los Liceos de Grecia. Fue mucho más tarde que la medicina fue separada de la Astrología, la física extraída de la Magia, la química derivada de la Alquimia, etc… Por otro lado las mismas palabras de Jesús deberían hacernos reflexionar: “Si conocéis el nombre propio de las cosas, podréis mandar no sólo a los seres animados y a los árboles, sino también a las cosas inanimadas como las rocas y los elementos…” Ahora modernos? Animismo”: reconoce a
¿cómo ven ese “mecanismo mágico” los hombres de ciencia He aquí una definición de H. Webster en su capítulo “Magia y “El poder oculto consiste en una cualidad o propiedad que se le ciertos objetos, basándose en la fe o en las experiencias que el
No pasa un mes o una semana sin que la Orden de los Médicos persiga con la justicia a un “curandero” o a un “doctor-milagro” cualquiera, carente de diploma o derecho de ejercer. Esto sucede en casi todos los países y los tribunales se encuentran muy a menudo en dificultad para hacer justicia, visto que hasta el presente la ciencia oficial ha sido incapaz de hacer aquello que esos “pseudo-médicos” habían podido realizar en numerosos casos. Así pues, se encuentran en la obligación de reconocer poco a poco el poder de los magnetizadores, astrólogos, radiestesistas, etc… 10
Se han descubierto, tanto en Asia como en África, numerosos instrumentos quirúrgicos que datan de milenios, e igualmente cráneos con huellas de trepanaciones, lo cual probaría que desde hace largo tiempo los antiguos conocían métodos que han sido encarados sólo recientemente por los modernos sabios occidentales. 11
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hombre ha tenido con ellos o sus atributos. Esa propiedad es impersonal pero susceptible de ser activada bajo la voluntad del hombre en el momento y en la forma que a éste le convenga, pues producirá el efecto que se espera de ella, excepto que la intervención de un agente más poderoso, humano o no, venga a neutralizarlo”. Concebido bajo su forma impersonal el poder oculto está ligado a seres espirituales capaces de acciones voluntarias y que como habitantes de ese mundo invisible forman una abigarrada sociedad: espíritus de muertos o almas desencarnadas; espíritus buenos y malos que no han llegado todavía a revestir la envoltura humana; innumerables dioses de rango mayor y menor que se presentan por doquier y que intervienen cada uno a su manera para mejorar o empeorar los asuntos humanos. El hombre puede reducirlos según su voluntad, pero la mayoría de las veces adopta hacia ellos la actitud humilde de un cliente que pugna por sacarles, a fuerza de oraciones y sacrificios, toda clase de ventajas para esta vida y la vida futura. Les resulta imposible imaginar que puedan existir almas desencarnadas, espíritus o dioses que carezcan de sentimientos o afectos o de algo parecido a la inteligencia, en resumen, sin un cierto grado de personalidad humana. Es precisamente esa tendencia a personalizar, que ha venido acentuándose con el progreso y la cultura, la que alcanzó su apogeo en las grandes religiones politeístas de la antigüedad.
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Verdaderamente hay una diferencia fundamental entre un poder uniforme cuya tendencia invariable uno puede utilizar para su beneficio, y un poder que se manifiesta a los hombres por medio de seres espirituales cuyo carácter caprichoso crece con su grado de personalización. Sin embargo, esa diferencia que para nosotros es evidente y definida, ha sido siempre muy vaga y fluctuante en el pensamiento primitivo que puede concebir con toda naturalidad que una “influencia” pueda exaltar muy fácilmente a un “espíritu”, o inversamente, que un “espíritu” pueda ejercer más fácilmente su “influencia”.
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Hay un mito Maorí consagrado a Tu-mataguenga, el hijo del Cielo y de la Tierra, que pertenece a la primera generación de los dioses. El devora a sus cuatro hermanos a quienes había convertido en alimentos, determinando para cada especie el encantamiento que le aseguraría una protección abundante y fácil. Otro mito relata cómo el dios Rongotakawiu formó al héroe Whakatan del paño que una mujer –Apakura- llevaba por vestido y cuenta cómo, después de darle vida, ésta le enseñó “la magia y la manera de emplear toda clase de encantamientos“. Los Maorí personificaban la brujería (makutu) en una diosa malvada llamada Makutu que poseía las fórmulas mágicas y el arte de la brujería, al mismo tiempo que los cantos, danzas y juegos rituales; Miru se apodera de uno de los compañeros de Rogomani para entregárselo a la diosa a cambio de su enseñanza, pero Rogomani y sus intrépidos compañeros
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acudieron a rescatarlo trayéndolo de nuevo sano y salvo al mundo luminoso de la vida”.
Jefe Maori de Nueva Zelanda ( Pintura al óleo por el autor)
El deificado Jimmu Tenno y legendario fundador del Imperio Japonés, pasa por haber sido el que enseñó primeramente el uso de las fórmulas mágicas, mientras que relacionan el origen de las otras formas de magia con los dioses Ohonamuchi y Sukuna-bikona.
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Entre los Lushai del Asia, de la frontera Indo-Tibetana, se dice que el poseedor del conocimiento de la magia era el dios creador Pathian quien se lo enseñó a su hija, pero que ésta se la comunicó, a cambio de su vida, a otra figura mitológica llamada Vahirika y fue por su intermedio que el conocimiento y la práctica de la magia negra llegaron hasta el hombre. Los Gond Maria de Bastar, dicen que fue Nandraj-Gurú la primera persona en el mundo en haber ejercido la brujería y que es a él a quien los dioses y los muertos deben su arte. Un día, un Maria que arrancaba raíces en medio de la jungla, descubrió al Gurú en la tarea de enseñar a sus discípulos. Desde entonces volvió cada día a su escondite para enterarse en secreto de todo lo que el otro decía. Hasta que un día el Gurú, que había terminado por darse cuenta de su presencia, le hizo comer al Maria sin que se diera cuenta, el hígado de su
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propio hijo, dándole así de golpe la ciencia del mal y de la muerte. Sería a este primer brujo a quien se debe que los hombres posean los secretos para perjudicar y matar a sus enemigos. Los Nkundu del Congo Belga consideran que la magia es divina, pues dicen que fue el dios Dzakomba, el creador de todas las cosas, quien creó la magia junto con ellas. Asimismo, los Bakongo atribuyen el origen de los encantamientos a Nzambi, el Ser Supremo y Causa Primera de todas las cosas, quien los ha remitido a los ancestros. Estos son libres de ejercer la magia, pero también pueden caer bajo los golpes de la magia puesta en obra por sus descendientes aún vivos. Para los Biafa del Camerún, toda la magia se remonta a Mubei, su ancestro tribal, que fue quien inventó las técnicas mágicas. Los Ekoi de Nigeria del Sur reconocen la existencia de dos divinidades: el dios celeste Obassi Osaw y el dios terrestre Obassi Nsi, y dicen que la brujería (ojje) deriva del primero, mientras que le atribuyen toda la magia benéfica al segundo. En el Dahomey, la magia (gbo) proviene de Mawu, “fuente última y símbolo genérico de la divinidad”, por intermedio de Legba, el más joven de sus hijos.
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Los miembros de la tribu Arecuna del Caribe, al sureste de Venezuela, atribuyen el origen de la magia a un hombre-medicina, un piai mítico. Fue éste quien habiéndose encontrado con cinco niños que habían huido al bosque, los formó en las artes mágicas y les dio tabaco y otros remedios de los que habrían de servirse, lo mismo que debían hacerlo todos los médicos que los siguieran. Los arawak de la Guayana británica tienen un héroe cultural llamado Arawanili, quien fue iniciado en los misterios de la magia por un espíritu fluvial. Los Cayapa del Ecuador consideran a sus espíritus como magos muy poderosos tanto en el bien como en el mal, y creen que es gracias a los espíritus que los hombres adquieren el poder de practicar el arte de la magia. Los antiguos mexicanos creían que sus ritos mágicos les habían sido enseñados por las divinidades Oxomoco y Cipactonal.
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El mito Navaho de los orígenes cuenta que el primer hombre y la primera mujer aprendieron los “misterios terribles” de la brujería durante la visita a una montaña considerada como residencia de los dioses.12 En la mitología de los Tlingit del sur de Alaska, es Yhel (cuervo) el que está en primer plano, ya que es el creador de los hombres y su benefactor, pero fue también Yhel quien les enseñó el arte de la brujería mientras estuvo con ellos en su vida terrestre. Los Koriak siberianos han heredado igualmente todos sus encantamientos del Creador, quien según su creencia ha querido ayudarlos de esta manera en su
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El primer hombre y sus ocho compañeros vivían en cuatro de los doce mundos subterráneos. Ellos fueron los primeros brujos” así como la causa de la enfermedad y de las afecciones mortales”. 12
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lucha contra los espíritus de la enfermedad. Él y su mujer juegan un papel activo en todos los encantamientos. Los Buriates llaman “herreros” a los espíritus buenos o malos a quienes deben los hombres sus poderes ocultos. (Hemos visto precedentemente la importancia del herrero en las campiñas europeas donde a menudo él es también “el brujo”). Esos “espíritus”, que fueron en efecto los primeros en enseñar a los hombres el oficio de herrero, les enseñaron al mismo tiempo el arte de la magia.13 En el pensamiento primitivo, las cualidades de los objetos son entidades substanciales separables y a la vez transmisibles. Esa transmisión se produce más frecuentemente por contacto corporal, como el toque o las relaciones sexuales, o también por medio del alimento o de la bebida. Pero el contacto puede revestir igualmente otras formas, como una palabra, una mirada o un simple gesto; más aún, basta la vecindad (real o supuesta) de dos objetos para que esta pueda finalizar en una transmisión de cualidades. Así, esa “substanciación de las cualidades” como se le ha llamado, abarca las cualidades tanto físicas como psicológicas.
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Los indígenas de las Islas Marshall están convencidos de que el que come una fruta que se haya caído y reventado, caerá él mismo de un árbol y estallará de la misma manera. El Basuto lleva sobre su pecho un insecto que sobrevive largo tiempo a la amputación de sus patas, pues así busca apropiarse de su asombrosa vitalidad. Los Azandé del Sudan anglo-egipcio colocan pedriscos en el pecho de sus niños para que tengan sangre fría cuando sean grandes. En una de las islas del estrecho de Torres los jóvenes bebían el sudor de un guerrero famoso y mezclaban además con sus alimentos la recortadura de sus uñas saturadas de sangre humana, pues eso los volvía “vigorosos como la piedra y sin miedo”. Se relata que entre los Kayak marítimos de Borneo, regalarle a un jefe un diente de tigre hace de éste un amigo fiel del donante para toda la vida, pues no osará faltar a su fidelidad por miedo a ser devorado por el tigre. Un Zulu a punto de atravesar un río infestado de cocodrilos, masticará un poco de excremento de cocodrilo y se lo untará a guisa de protección. Algunos africanos del Este no se aventuran a penetrar en una región infestada de
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La teoría de que el herrero está ligado a la magia proviene de que esta relación se constata entre los pueblos más diversos, inclusive en el Japón. C. Cagnolo relata igualmente que los Akikuyu del Kenya se dirigen secretamente al herrero, por ser éste quien posee el más destructor y poderoso de los anatemas. “Que los cráneos de los miembros de esa familia sean aplastados tal como yo aplasto este hierro con mi martillo”, “Que sus entrañas sean asidas por las hienas tal como yo tomo este hierro con mis tenazas! Que su sangre brote de las venas tal como las chispas vuelan bajo mi martillo!, “que su corazón se congele de frío tal como yo enfrío este hierro en el agua!” . 13
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leopardos y leones sin antes protegerse colgando de sus cabezas las garras, dientes y bigotes de esos animales. El rito mágico implica normalmente un acto manual, una expresión oral (fórmula o encantamiento) y el empleo de un cierto material inanimado (llamado encanto o “medicina”) que posea un poder oculto, sea en sí mismo o en virtud de una atribución. No hay razón para considerar a uno de esos tres elementos como primordial y a los otros como derivados, puesto que un sistema de magia puede poner el acento en el manual, lo mismo que en la fórmula o en el encanto. Cuando se los encuentra combinados en un rito particular, es normal que uno de ellos pueda tener una importancia mayor según el espíritu del operador, aunque los tres son además susceptibles de una extensión considerable: los simples actos manuales pueden llegar a ser rituales extensos; las fórmulas y los encanto pueden multiplicarse y diversificarse en forma ilimitada; en fin, el Arte de la magia puede crecer en su esoterismo y llegar a ser tan complejo que su práctica llegue a ser el privilegio exclusivo de un cuerpo profesional de taumaturgos.
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Si el rito mágico se cumple como es debido, su eficacia resulta de una suma de condiciones y elementos constituyentes. El operador debe escoger el lugar conveniente y el momento propicio. También puede suceder que él haya reiterado su acción varias veces, enteramente o en parte, siguiendo el carácter místico o simbólico a menudo atribuido a ciertos números. Además, a menudo el oficiante calificado se prepara con abluciones y observa los tabúes alimentarios y sexuales, además de llevar un vestido especialmente apropiado. Sólo cuando el oficiante ha reunido esas condiciones, ejecuta, pronuncia sus fórmulas y pone en juego sus encantamientos. En fin, como se puede ver, las observancias mágicas están nítidamente definidas y separadas de aquellas de la vida corriente.
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En lo concerniente a los números, a menudo hemos tenido la ocasión de mencionar sus características (y particularmente el Propósito Nº III) como las de la famosa cifra 7 que aparece en todas partes e igualmente en la magia, así como el 4 que simboliza ante todo los elementos tierra-aire-fuego-agua. En el ceremonial, éstos se encuentran, por otra parte, representados bajo formas diversas. Por ejemplo, en el altar están dispuestos: la reliquia, que representa el elemento “tierra” y que puede ser la Biblia o el Libro de las ceremonias; el quema perfumes o el incensario, que da nacimiento al elemento “aire”; los cirios caracterizan al “fuego” y la copa al “agua”. Los mismos símbolos existen tanto en las operaciones mágicas de los pueblos más antiguos, como en los ritos de las religiones modernas (la misma Iglesia Católica ha conservado ese ritual).
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En las islitas de las Nuevas Hébridas, el número 4 y sus múltiplos pasan por significar “terminación” o “perfección”. Casi toda operación mágica pone al centro cuatro objetos o aún se desarrolla en cuatro tiempos (como las fases de la Luna) o bien el encantamiento se compone de cuatro partes (como la Tesis, la Antítesis, la Síntesis y la Matésis) o aún se lo pronuncia cuatro veces, como para dar testimonio del valor del célebre axioma: Saber-Querer-Osar-Callarse.
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Entre los Akikuyo del Kenya, en África, la fecha menos fausta en las adivinaciones ejercidas por los hombres-medicina, es la cifra 7. También en el simbolismo actual algunos consideran al 7 como nefasto y cifra de muerte, por cuanto lo relacionan con el plantea Saturno de influencia negativa y maléfica. Sin embargo, otros ven al número 7 como sagrado; por ejemplo entre los PiesNegros el número 7 era sagrado pues llamaban a las Pléyades con un número que significa “los siete perfectos”. También la cifra 9 es vista como “sagrada” por algunos y como maléfica por otros. Es el símbolo de la renovación, los 9 meses de gestación, es la simiente y si bien indica a veces la muerte, se la sitúa también con la reencarnación. 14 También entre los Goldi y otras tribus Tunguses se venera el 9; el chamán siberiano y sus asistentes dibujan bailando nueve círculos o un múltiplo de nueve.
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Hemos visto también que el oficiante de Magia tenía a menudo un traje especialmente apropiado para las ceremonias. Esto está en curso desde hace mucho tiempo y en todas las tribus se lo ha utilizado. Inclusive en la Iglesia católica donde el sacerdote emplea vestidos especiales durante la misa.
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En ciertas regiones, la desnudez parcial o total del oficiante es indispensable en los ritos mágicos. En la isla Rossell, una mujer puede practicar también la magia “en virtud de su poder intrínseco propio” a condición de quitarse las faldas. Entre los Maorí, los órganos de la generación estaban profundamente penetrados de mana. Un hombre que pronunciaba los encantamientos se ponía la mano sobre sus órganos para reforzar el poder de sus palabras. En la India, la desnudez es muy expandida tanto entre los Hindis (en particular entre los Sadhús Juma, Nivanjani y los Nirvana) como entre los aborígenes, ya se trate por ejemplo de ritos para hacer cesar la lluvia, para dispersar las nubes de granizos o curar la parálisis del ganado. Se la encuentra igualmente en ciertas formas de magia negra. En Marruecos, donde la brujería pasa por dañar la víspera del Año Nuevo, algunas mujeres se desnudan por la noche para ir a escondidas a buscar agua a la fuente de su vecino y hacerla servir a una magia negra.
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Los órganos sexuales tienen un papel en ciertas formas de magia de los Chukchi. Su intervención procura un “suplemento de virtud” a las fórmulas
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Ver “Grandes Mensajes”, I y II. Ed. Diana, México.
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maléficas. El lugar considerable de los motivos fálicos en los amuletos, las imágenes y algunas actitudes indecentes, tienen a menudo la misma explicación. La creencia muy expandida según la cual los brujos en el ejercicio de sus operaciones maléficas circulan desnudos, se relaciona con el mismo orden de ideas. Hemos hablado ya de los ritos manuales, pero los ritos orales son también muy importantes; ambos representan por otra parte, uno por el simbolismo y la figuración del lenguaje y el otro por los de la acción, la misma salida esperada.
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La explotación de las fuerzas ocultas exige por regla general una expresión oral de la voluntad del operador, es decir una fórmula o una encantación. Cierto, la voluntad es primordial y si se comprende que el pensamiento puede ya muchas cosas, con mucha más razón cuando es manifestado, por cuanto la mención oral del resultado deseado se convierte para el operador en un medio para producirlo.
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En la India, los encantamientos (mantras) constituyen toda una ciencia y es preciso aprender por otra parte a recitar y no a leer estas fórmulas, ya que una falta es más corriente en la lectura que en la recitación. Esa modalidad está por otro lado en uso entre numerosos pueblos; se trata siempre de no equivocarse en las fórmulas so pena de accidentes que pueden ser graves. En África como en Polinesia se relata que los efectos pueden ser desastrosos para los brujos que se equivocan en sus encantamientos; el poseedor legitimo mismo (de la fórmula) o los miembros de su familia pueden ser víctimas de un manejo imprudente del mecanismo mágico.
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En las Islas Salomón, la palabra akaloa significa a la vez magia y encantamiento. Asimismo, entre los Maorí, la palabra karakia designa una fórmula oral y al mismo tiempo es el término genérico para designar la magia. Cuando se le pregunta a un viejo indígena qué es lo que produce el efecto mágico, él responde que es la misma karakia, la forma de emplear las palabras.
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Entre los Esquimales de Groenlandia, la eficacia de cualquier encanto está subordinada a la aplicación de los encantamientos. Los encantamientos de los esquimales Ammassalik de la costa este de Groenlandia son muy antiguos y en principio pasan de una generación a otra por vía de venta. Su poder, dicen ellos, está exclusivamente en las palabras. Los encantamientos son particularmente eficaces cuando uno se sirve de ellos por primera vez, pero su virtud decrece con el uso; no se los recitará entonces sino cuando su detentador está en situación grave o cuando hay que transferirlos a otra persona. También el Navaho dice que no es bueno servirse demasiado a menudo de una fórmula mágica, pues su poder disminuye con el uso.
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Algunas tribus siberianas tienen en gran estima los encantamientos, pues los emplean casi en todas las ocasiones. Un Chukchi que lleva a pastar a sus renos, recurrirá a un encantamiento para acortar su trayecto. Un individuo que tiene hambre, intentará, por vía de encantamiento, disminuir las porciones de los demás individuos con los cuales come del mismo plato.
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Una de las variedades complejas de magia oral, la constituye la recitación de historias que relatan la realización de un deseo y que a menudo hacen intervenir especialmente un personaje famoso del mito o de la leyenda. La influencia oculta puede ser atribuida a la narración en su conjunto o estar concentrada en las palabras todo poderosas que ella encierra, desde las sublimes palabras de la Génesis: “¡Fiat Lux!” hasta el “¡ábrete Sésamo!” de Las Mil y una Noches.
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Hay que mencionar aun los objetos mágicos. Se distingue a menudo entre encantos–talismanes, que están destinados a dar suerte y encantos-amuletos, que se emplean como protección contra un mal real o imaginario. A decir verdad, el mismo encanto puede servir tanto de una forma como de la otra o reunir las propiedades positivas y negativas. Muchos de los encantos no son utilizados ni como talismanes ni como amuletos. En cambio, una multitud de objetos empleados para adquirir sus cualidades se colocan entre los talismanes o entre los amuletos, sin ser precisamente encantos, puesto que no se les atribuye ningún poder oculto. A esa categoría pertenecen los tambores, el tamtam, las trompetas. Algunos objetos muy variados, desde las piedras especiales o las hojas que se considera que tienen virtudes especiales, restos de animales y sobre todo huesos, varas, bastones y naturalmente máscaras.
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Algunas tribus de las islas Fidji, reverencian los dientes de marfil de los cachalotes, ya que se cree que emana de ellos un “aura” sutil “que respira el misterio”. Los más santos son conservados en canastos especiales, de manera que pocos pueden verlos, salvo los raros privilegiados que conocen su existencia. No se los adora, sino que se sirven de ellos como una mascota venerada, ya que éstos encarnan la “suerte” de la tribu. También los Cherokee, los Greck y muchos otros indios de las llanuras, tienen objetos sagrados de veneración tribal, por ejemplo la “pipa plana” de los Arapaho y la gran concha de los Omaha.
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Muchos de los pueblos primitivos poseen además objetos materiales inanimados cuyo poder oculto se debe a que están poseídos temporal o permanentemente por seres espirituales; esos son los fetiches. El espíritu del fetiche no es un alma, su esencia vital es la de un espíritu que ha consentido en dejarse atrapar o bien ha sido acorralado por el hombre e incorporado al objeto. Aun cuando los fetiches son generalmente un bien privado, a veces pertenecen a todo el clan, a la aldea o a un determinado grupo social. El poseedor de un
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fetiche tiene para con él los mismos cuidados que para una persona: lo amansa, lo acaricia o lo presiona según las circunstancias. El fetichismo ha alcanzado un desarrollo considerable en África occidental donde ha sido descubierto y descrito por primera vez. Pero los fetiches son un fenómeno universal. El fetiche no es un encanto. El primero depende de la voluntad de un ser espiritual que lo habita; el segundo no tiene voluntad propia sino que opera automáticamente. Se trata de trazar una línea de demarcación entre los dos, como la encontramos en el caso de la plegaria y el encantamiento. Las mismas razones presiden a la selección del fetiche y del encanto; tanto el uno como el otro tienen por objeto atraer la suerte o conjurar la mala suerte en toda clase de dominios; uno y otro pueden ser un objeto de la naturaleza o un objeto manufacturado. Ahora bien, la diferencia que los separa depende únicamente de su grado de personificación.
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H. Welter, el eminente sabio antropólogo y sociólogo, hace notar que la personificación de antiguos encantos (como los de los Zuni) ha hecho de los fetiches el objeto de las ceremonias que tienden a someter a los espíritus caprichosos al deseo de los hombres. Inversamente, los espíritus de las medicinas (como los de los Ga) parecen ser considerados más o menos como agentes mecánicos que se desencadenan en beneficio de aquel que se apoya sobre “el buen botón”. Esos no son sino dos ejemplos de un doble proceso inverso de personalización y de despersonalización siempre en obra.
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A.C. Haddon, insiste en el hecho de que frecuentemente se trata a los encantos (y a las medicinas) como si poseyeran un cierto grado de vida y de personalidad, pero al parecer jamás como residencia de poderes espirituales. Los indígenas de las islas occidentales del Estrecho de Torres, tenían estatuillas de madera con la efigie humana de los madub que depositaban en los jardines. Se podía imaginar que, llegada la noche, éstos se animaban y circulaban en los jardines haciendo girar “bull-roares”, bailando y cantando para hacer brotar las semillas de las plantas. Por otra parte, Ralph Linton, relata que los Tanala de Madagascar creen que la virtud de un encanto no hace más que crecer con el tiempo. Algunos encantos son tan poderosos que se animan, e incluso se mueven y hablan.
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En el pensamiento de los Esquimales de Groenlandia oriental, un amuleto animal es mucho más que una simple representación del animal en cuestión. “El amuleto vive porque ha sido fabricado durante la recitación de un encantamiento o de un encanto que invocaba las cualidades maestras de un animal o una parte de su cuerpo; en todo caso la virtud de esas cualidades está en potencia en el amuleto”. William Thalbitzer hace notar la escasa diferencia que hay en el pensamiento indígena entre servirse de un animal y servirse de una representación bajo forma de amuleto, pues el amuleto conserva las
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mismas virtudes que el animal. Cuando el amuleto es un cuchillo u otro utensilio, los Esquimales son persuadidos de que a la hora del peligro el instrumento se pone de repente “a crecer” para matar o para proteger a la persona atacada”. Otro hecho que se ha generalizado es la creencia en los efectos de una mirada fatal echada sobre tal individuo o sobre sus bienes. Esa creencia está ampliamente representada entre los numerosos pueblos de cultura inferior, pero uno la encuentra sin mayor diferencia entre los espíritus poco evolucionados de los países civilizados. El origen de esta creencia se encuentra seguramente en la expresividad de la mirada humana, que parece concentrar en ella todo el poder de una persona y hace a esta tanto más poderosa en la medida en que sus ojos tengan alguna particularidad cualquiera, como estrabismo, color dispar , doble pupila. Cualquier característica de ese género es vista a menudo como signo de un poder mágico; pero también cualquier singularidad, de belleza o fealdad, puede bastar para testimoniar la posesión del mal ojo. Se cree a veces que ese poder temible puede ejercerse voluntariamente y entonces sus funestos efectos pueden ser reforzados por gestos o palabras. Pero es más frecuente que opere sin premeditación y aun a espaldas de su poseedor.
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Se encuentra una creencia en Nueva Guinea, de que a los brujos Orakaiva les basta fijar la mirada sobre la víctima deseada para enfermarla. Esa creencia existe también en las islas de la Melanesia. En la isla de Eddystone (Archipiélago de Salomón), el njiama, u hombre de mal ojo, causa la enfermedad de la garganta, la hemorragia y la muerte rápida. Los indígenas de las Nuevas Hebridas creen que el mal ojo penetra más fácilmente por los orificios del cuerpo humano, sobre todo por los genitales; es por eso que tanto los hombres como las mujeres ponen mucho cuidado en cubrir sus partes sexuales. Los hombres envuelven el pene (a exclusión de los testículos) en varios metros de finos tejidos o de otras materias, lo cual da una masa de unos sesenta centímetros que están obligados a sujetar a su cintura. A.F.R. Wollaston insiste sobre el hecho que debe tratarse bien de una intención mágica que inspira el único artículo indumentario de los pigmeos Tapiro de la Nueva Guinea Holandesa. Se trata de un estuche voluminoso hecho de una calabacera que sirve para recibir al pene. A veces alcanza treinta y cinco centímetros de largo, o sea más de un cuarto de la talla misma del pigmeo. Los indígenas sienten una extraña repugnancia a mostrarse sin esa protección. El uso del envoltorio del pene, tanto para guardarse de los “males sobrenaturales” como con fines de protección, está testimoniado en muchas tribus de Brasil. (Rafael Karsten confirma igualmente la cuestión.)
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La creencia en el mal ojo parece generalizada un poco en todas las poblaciones; se la encuentra tanto en las campiñas de Europa como entre las tribus del África o entre los indios de América. Sobre esa cuestión se podrá leer los trabajos de E. Westermarck (“Ritual and belief in Morocco”, London, 1926), ese autor hace notar que en esa parte del mundo árabe es difícil distinguir entre el terror del mal ojo y el miedo de los jnûm, los espíritus. Las malas acciones del mal ojo y aquellas de los espíritus coinciden a menudo y es preciso decir otro tanto de los encantos de protección o de alejamiento.
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En Nigeria del Norte, donde el mal ojo es particularmente temido no es raro que los jefes y los sacerdotes se hagan preparar y coman su alimento en secreto, para evitar la mirada maligna de los brujos. En cuanto al hábito de los jefes nigerianos de hablar escondidos detrás de colgaduras, algunos indígenas muestran una precaución contra el mal ojo de los sujetos, otros una precaución de los sujetos contra aquel del jefe. Los indios de Nicaragua atribuían a algunas gentes una mirada mortal, particularmente peligrosa para los niños. Todos los Chorti de Guatemala poseen el mal ojo y golpean con él a los otros por simple despecho o celos. Se encuentra una noción análoga entre los Cuicatec, tribu del estado mexicano de Oaxaca. La creencia en el mal ojo es familiar a los indios Navaho, sobre todo entre las mujeres.
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Al mismo tiempo que el mal ojo, se puede tener también el don natural de la mala lengua. Que un Ifugao, afligido de “verbo destructor” diga ante su vecino rodeado de su camada de truchas: “que hermosa camada que tienes!.”. . , los animales morirán sin duda alguna.
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Encontramos así que el poder del Verbo existe en todas las Magias, lo que nos lleva a considerar al “mago” profesional o al menos a la religión mágica. Vamos a hablar de la “magia exótica”, es decir de la magia comprendida en el sentido habitual relacionado con esos dones y poderes del “mago”. Este último puede ser también un chaman poseído, o intermitentemente o de una manera continua por un ser espiritual que inspira sus actos y se expresa por su boca. Por diversos medios, el chaman se hunde en un estado de hipnosis y de disociación mental en que tiene visiones que le parecen reales, goza de una segunda vista, revela cosas futuras o escondidas, y lleva a cabo hazañas imposibles para el común de los hombres. Ese es el tipo más corriente en Melanesia, Indonesia, Malasia, en la India Meridional (Dravidianos), en África, en Asia septentrional, entre los Esquimales, y se encuentra también en algunas tribus amerindias. Así pues el Chamanismo será el objeto de nuestro próximo capítulo.
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Diciembre de 1958
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