Por los pelos Raúl llevaba unos días cabizbajo, serio y apenado. Volvía del colegio arrastrando los pies, como si llevara el peso del mundo a su espalda. ¿Cómo podía un hombrecito de siete años sentirse de aquella manera? Si aún no había vivido lo suficiente como para que la vida le hubiera defraudado (o sí). Su mirada triste, perdida y su sonrisa forzada cada vez que su padre intentaba animarlo sin éxito, eran las muecas habituales en los últimos meses.
Nunca hubiera pensado que su decisión le crearía problemas en el colegio, con sus compañeros a los que había creído siempre sus amigos. Y que ahora, con su actitud, dudaba si alguna vez lo habían llegado a ser realmente. ¿Por qué no le apoyaban sin más? Era una decisión que él había tomado y la debían de respetar…o eso creía. Preocupar más a su padre era lo último que quería Raúl, por eso se mantenía en silencio y lo evitaba para que no se diera cuenta que algo más pasaba. Estudiar para los exámenes le serviría para camuflar esa ausencia premeditada y que Antonio no sospechara que algo iba mal. Aunque Raúl tenía claro que no cambiaría de idea por muchos disgustos que se llevara al tomarla. —¿Estás seguro, hijo? –Le preguntó su padre cuando le contó su decisión –mira que no todo el mundo pensará igual que tú o no entenderán tus razones. Tienes que estar preparado para las críticas y las burlas que pueda originar. Cada persona somos de una manera y, aunque yo siempre te he explicado que el respeto es la clave para una buena convivencia y que nos lleva hasta la paz, no todos los niños han sido educados de esa manera. Les asusta todo aquello que sea diferente a lo preestablecido como normal y su manera de combatir el miedo, es a través del rechazo, las burlas y el odio en todas sus representaciones.
Raúl estaba realmente convencido y nada ni nadie le haría cambiar de opinión. Sabía que no sería fácil que lo aceptaran, pero debía hacerlo. Se sentía con la necesidad de dar un paso hacia adelante.
Cuando Raúl y Antonio, su padre, cuatro meses atrás empezaron las vacaciones de verano nunca imaginaron qué se encontrarían ante aquella situación. Hacía días que Raúl estaba nervioso, excitado por la llegada de las vacaciones en el pueblo, poder estar con sus abuelos y con sus amigos, sobre todo con su amigo Pedro. A Antonio le sorprendía aquella relación tan íntima viéndose de verano en verano. El resto del año vivía cada uno en una punta del país. “Amigos incondicionales” les gustaba llamarlos. —Raúl, por favor, termina de hacerte la maleta. Mañana madrugaremos mucho como para que tengas ganas de entretenerte ultimándola –le decía su padre viendo las idas y venidas de su hijo sin terminar de prepararlo todo. —Sí, papi, no te preocupes. Lo tengo todo controlado. Llevo la suficiente ropa interior para que la abuela no me riña –le dijo tumbándose en un rincón de la cama de su padre que quedaba libre de todos los enseres que Antonio se disponía a guardar en su maleta. —Papi, ¿seguro que Pedro también viene al pueblo mañana? Tengo muchas ganas de verlo. Casi me da un infarto cuando me dijiste que igual no podía ir al caer su mami muy malita –le confesó a su padre llevándose la mano al corazón. Antonio solamente podía acabar riendo clandestinamente al ver la dramatización de su hijo. Le encantaba todas aquellas representaciones que Raúl le ofrecía por cualquier situación. Si era sincero, en alguna ocasión sospechó que aquella amistad podría ir más allá y que a Raúl le gustase realmente Pedro como algo más que amigos. Era aún muy pequeño, pero nunca se sabía en estos temas del amor. Un día no pudo más y le preguntó abiertamente pues siempre había reinado la sinceridad entre ellos (vínculo que se formó, aún más si cabe, al desaparecer de sus vidas la madre de Raúl). —Tesoro, papi quiere preguntarte una cosa…digamos, delicada. ¿Te gusta Pedro? –se atrevió a decir Antonio después de tantas dudas. —Claro, papi, ¿cómo no me va a gustar si es mi mejor amigo? ¡Qué cosas tienes! –le explicó con toda su inocencia sin entender lo que realmente quería saber su padre.
—Si te gustara Pedro, digamos de una forma romántica como en las películas en las que dos personas de besan, ¿qué pasaría? ¿Piensas que papi se enfadaría? –indagó Antonio. —¿Por qué te ibas a enfadar si dos personas se gustan? Estás un poco raro, papi, ¿no crees? —Cierto, ¿por qué se iba a enfadar papi? Quiero que sepas que si algún día tienes cualquier duda al respecto, puedes consultarme y contarme todo aquello que te preocupe. ¿De acuerdo?
Verlo allí tirado en la cama emocionado por la partida del día siguiente le hizo pensar en la amistad, en el significado amplio de la palabra. La lealtad que se profesaban aquellos dos “pequeñajos” a pesar de la distancia y la ausencia podría servir como muestra para muchos adultos. Raúl sabía que la madre de Pedro estaba enferma y que se había sometido a una operación hacía unos meses, por eso la duda de si iban a poder pasar el verano juntos o no. Lo que no se imaginó fue la gravedad de aquella situación. La tristeza que encontró en los ojos de su amigo Pedro le inundó el alma. Después de una semana en el pueblo, Raúl apenas había visto a su amigo y cuando se encontraban, no era el mismo. Entendía perfectamente aquella situación. No podía recriminarle nada a su amigo. Era su madre y debía estar con ella. Pero no podía soportar verle tan apenado, destrozado. ¿Qué podía hacer para poder ayudar a su amigo? —Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma –le dijo su abuela al contarle lo que le entristecía. Aquella misma tarde Raúl acudió a casa de su amigo ofreciéndole a Pedro y a sus padres la ayuda que necesitaran. “Raúl es un buen muchacho”, se dijeron los padres. Los dos niños ayudaban en las tareas de la casa, iban a la compra, pasaban ratos agradables leyendo todos juntos y, cuando se unía Antonio, jugaban a las cartas en familia. Volvieron las risas a aquella casa que se estaba hundiendo ante la enfermedad.
Una tarde, mientras jugaban en la terraza de casa de Pedro, Raúl se dirigía a la cocina a por un vaso de agua cuando un movimiento en el baño le distrajo de su propósito. Se paró ante la puerta medio abierta. Sabía que estaba mal espiar,
pero se preocupó por la mamá de su amigo pues no sabía si se encontraba bien. Ella se miraba al espejo e intentaba respirar hondo. Estaba pálida y sus ojos bañados en lágrimas. Justo cuando Raúl iba a abrir la puerta y preguntarle si se encontraba bien, ella colocó su mano en el borde del pañuelo que llevaba en la cabeza y se lo quitó. Raúl se quedó paralizado ante aquella visión. No sabía cómo reaccionar. Le había visto siempre con aquel pañuelo en la cabeza, pero nunca imaginó que fuera porque no tuviese pelo y le impactó verla sin él. Estaba enferma pero no sabía con exactitud qué le pasaba. Sinceramente nunca le preocupó, simplemente se veía con la necesidad de ayudar y pasar el mayor tiempo posible con ellos. “¿Qué hacía aquella lágrima allí?”, pensó al notar como recorría su mejilla. En ese instante la madre de Pedro se dio cuenta que Raúl estaba observándola, asustado. —Raúl, cariño, lo siento. No te angusties, no pasa nada. Es que cuando lo llevo durante mucho tiempo me molesta. Es como si mi cabeza necesitara respirar. De verdad, no pasa nada –intentaba apaciguarlo, abrazándolo y susurrándole al oído para tranquilizarlo. Entendía que fuera impactante verla así. A ella misma se lo parecía. —Papi, hoy he visto a la mami de Pedro en el baño. Antes de que digas nada, no estaba espiándola. Me preocupé por si se encontraba mal y vi…vi cómo se quitaba el pañuelo de la cabeza –le dijo agachando la cabeza. —Raúl, no pasa nada. Es normal que quisieras comprobar que todo iba bien. Nunca te he explicado el tipo de enfermedad de Irene, ni el tratamiento que necesita para curarse. —Papi, estaba triste, muy triste. Sus ojos me lo dijeron. Creo que el estar calva la pone más triste. Le recuerda que está enferma. —Sí, desgraciadamente el tratamiento que necesita para salvarse hace que se le caiga el pelo. Es un sacrificio que tiene que hacer para recuperarse. Y lo hará, ya verás. Siento que la vieras así y que te preocupara.
Aquella imagen no se le borraría nunca. No por verla sin pelo. Ya estaba acostumbrado a ver a su padre calvo. Si no por lo que les hacía a sus ojos, a su
corazón. Nunca había visto tanta tristeza concentrada en aquel espejo. Seguramente no estaba así solamente por no tener pelo, pero, aquello no mejoraba su ánimo. Era la mamá de Pedro, él la quería y por tanto Raúl también. Tanto como para intentar cambiar aquella situación. Él haría que se sintiera mejor. —Papi, tengo que contarte algo –le dijo cuando ya no pudo disimular más. Llevaba meses soportando burlas, desprecios y bromas. Él siempre hacía caso omiso a todos aquellos comentarios pues su padre le enseñó a que todo aquello no le debía importar ni afectar si él estaba seguro de sí mismo. Pero, después de cuatro meses, ese día ocurrió algo que le hizo explotar. —Claro, hijo, dime. —Hoy he ido a hablar con el director del colegio. Mejor dicho, me ha llamado él al despacho. No entendía bien por qué y estaba un poco nervioso. —Bueno, que te llame al despacho no tiene por qué ser por algo malo. ¿Y qué quería decirte? –le preguntó ante la sospecha que algo pasaba. —Yo pensé igual, pero salí de allí opinando que era yo el que había cometido alguna infracción y creo que no es justo. No te enfades, papi, pero llevo meses recibiendo burlas y comentarios fuera de lugar por parte de algunos de mis compañeros. ¡No te lo vas a creer, por llevar el pelo largo! Me llaman “chica”, “nenaza” o “homosexual”. A mí me da igual porque, aunque ellos lo dicen como si fueran insultos, para mí no lo son. No pasa nada por ser una chica o un homosexual. Siempre me has enseñado a saber recibir este tipo de comentarios, pero no me esperaba que el director me pidiera que me cortara el pelo “porque los chicos no llevan el pelo largo”. “¿Y por qué no?”, le he preguntado. Al parecer ha recibido “quejas” de otros padres por mi aspecto. —¿Le has podido explicar la razón de tu decisión? –le preguntó Antonio cogiéndole de la mano y sabiendo cuál iba a ser la respuesta. Conocía bien a su hijo. —Claro que no porque debería servir simplemente lo que yo he decidido y que tú has estado de acuerdo. Deberían respetarme cualquiera que fuera el motivo. ¿Y si quiero ser una chica? ¿O si soy homosexual? No pasa nada, ¿verdad, papi? –le preguntaba al borde de las lágrimas.
—Siento decirte que para muchos no tiene importancia y piensan que todos somos iguales. Pero para otros, las personas diferentes las sienten como una amenaza. Este tipo de gente necesita una explicación y creo que tu decisión te honra y no deberías guardártela para ti ya que servirías de ejemplo para otros muchos.
Al día siguiente, después de darle muchas vueltas, Raúl pidió a su padre que le acompañara al colegio. Quería hablar con el director, contarle por qué tomo la decisión de dejarse el pelo largo y que él pudiera contárselo a todas aquellas familias que lo juzgaron por su apariencia, sin saber. —Sr. Fernández, ayer no quise contarle los motivos reales porque pensé que no era necesario. Pero mi papá me ha explicado que hay gente que necesita entender todas las situaciones. Yo tomé esta decisión porque mi otra familia, la que no es de sangre, estaba sufriendo. Ellos viven lejos de nosotros, pero no por ello dejamos de quererlos. La mamá de mi hermano Pedro enfermó gravemente el invierno pasado. La operaron y le sometieron a un tratamiento tan agresivo que perdió el cabello. Yo no lo supe hasta que no la vi quitarse el pañuelo que siempre llevaba puesto. Mi papá dice que es el precio que debe pagar para recuperarse. Era el proceso que debía pasar para curarse. Porque sé que se curará. Estoy seguro. Pero, esos ojos tan tristes me rompieron el alma. Ella no tenía elección, pero yo sí podía elegir. Debía hacer algo al respecto. Podía tomar la decisión de dejarme el pelo largo para luego cortarlo y donarlo. Sé que ella no recibirá la peluca con mi pelo porque ella ya está terminando el proceso, pero…hay más mamás, hijas, hermanas, papás, hijos, o hermanos que están y estarán en esa misma situación. Yo tenía elección y elegí participar –soltó de golpe Raúl ante la sorpresa de su padre y del director. —Raúl, hijo. —Sí, papi. —¿Te he dicho que me encanta que seas diferente porque la diferencia te hace único?
Temas: amistad, familia, enfermedad, toma de decisiones, responsabilidad, burlas, prejuicios, desconocimiento, amor, lealtad, tolerancia, dar ejemplo, etc. Lectura, reflexión y dramatización: A partir de la lectura, se reparten los papeles de los diferentes personajes y, entre todos, se ponen de acuerdo para crear una nueva versión y así poder representarla en una obra de teatro. Pueden modificar la historia tanto como necesiten, pero sin eliminar la esencia del cuento.