Curso de Filosofía Antigua Paula Andrea Dávila Castro Germán Meléndez Acuña Universidad Nacional de Colombia
SAN AGUSTÍN Y EL EPICUREÍSMO Desde Sócrates, la filosofía ha tratado de responder una gran cuestión que juega un papel esencial en los hombres de todos los tiempos: ¿cómo hemos de vivir? ¿cuál es el camino hacia una vida buena, esto es, hacia una vida feliz? Cada pensador ha respondido a su manera, sin embargo, algunos se contraponen en lo respectivo al papel del placer ¿Cómo sucede este contraste entre los epicúreos y San Agustín de Hipona? Por un lado, San Agustín propone que la felicidad ya la hemos conocido todos los hombres a través del alma, por lo cual aquí juega un papel fundamental la memoria. Es útil recordar la fuerte influencia de la filosofía platónica que encontramos en San Agustín. Con lo que respecta al papel de la memoria, vale decir que maneja postulados muy similares a los de la reminiscencia de Platón. Según el filósofo griego, la presencia de la verdad es innata y se encuentra en nosotros mismos porque el alma la ha captado antes de caer en el cuerpo. En contacto con lo sensible, nuestra alma recuerda y la presencia de la verdad se explica mediante la preexistencia del alma. Entonces el conocer es un recuerdo de un conocimiento que ya habíamos adquirido. Y así, en San Agustín, sucede con la felicidad. El filósofo plantea que todos los hombres desean la felicidad y la única manera para desear algo con tanto fervor es que ya se haya conocido. Es decir, plantea que la felicidad es una suerte de recuerdo, es algo que ya el alma había vislumbrado. (San Agustín, 1990) Pero, ¿cómo concibe San Agustín la felicidad? Se vale de igualar el deseo del gozo con el deseo de la felicidad en tanto se desea de manera común en los hombres ambas, sin titubear. Es aquí cuando define la felicidad así:
“Hay un gozo que no se da a los impíos, sino a los que te sirven sin interés alguno. Tú mismo eres su gozo. Y la misma felicidad no es otra cosa que gozar de ti, para ti y por ti. Esta es la verdadera felicidad y no hay otra. Los que piensan que hay otra clase de felicidad, buscan otro gozo que no es el verdadero. Con todo, su voluntad no se aleja de cierta imagen del gozo.” (San Agustín, 1990, p. 266) El autor afirma que “la vida feliz es el gozo en la verdad” es decir, es el gozo en dios que es toda verdad. Pero es una verdad en sí misma, una verdad que se ama por sí misma, no por sus consecuencias que no siempre son premios de parte de dios, sino que tienen un carácter que reprende. (San Agustín, 1990) Dios es aquello que habita en la memoria puesto que cada hombre, según Agustín, se acuerda de él desde el momento en que su alma lo conoce. Si dios es la verdad, entonces a verdad se encontró en ella misma, que habita en nosotros. El autor afirma que seremos felices cuando “todo nuestro ser se abrace con dios” lo cual nos permite intuir que este esperado momento por el anhelo de los hombres se llevará a cabo en la otra vida, cuando el cuerpo y el alma se separen. Vemos nuevamente la influencia de la filosofía de platón, en esta oportunidad, por lo que sucede después de la muerte, al apartarse el alma de la corruptibilidad del cuerpo y logra alcanzar la verdad en tanto idea. En Agustín lo evidenciamos al alcanzar también la verdad, dios. (San Agustín, 1990) Antes de alcanzar a dios en la otra vida, el hombre entra en un periodo de prueba. San Agustín considera que vivir en sí mismo es una prueba como consecuencia de las múltiples dificultades que se presentan en la vida y que han de ser toleradas. Sin embargo, dios manda una suerte de herramientas para poder superar la prueba de vivir. Una de dichas herramientas y de fundamental importancia es la continencia: “Toda mi esperanza no está más que en tu gran misericordia. Dame lo que mandas y manda lo que quieras. Nos mandas que seamos continentes. Pero comprendiendo
que no podría poseer la continencia –dice el sabio—si Dios no me la daba, entendí que también esto mismo era fruto de la sabiduría, saber de quién es este don. Por la continencia, en efecto, volvemos a juntarnos y congregarnos en la unidad de la que nos habíamos derramado hacia muchas cosas.” (San Agustín, 1990, p. 270-271) Considera que, a través de la continencia de los placeres, de la concupiscencia del alma, podemos aproximarnos más a dios, a la verdad, que es lo mismo que aproximarnos más a la felicidad. (San Agustín, 1990) Por otro lado, el epicureísmo considera que el placer es la felicidad, entendido como una impasibilidad del alma. El camino que se debe recorrer a través de la meditación tiene como objetivo despojar del miedo y reemplazar este sentimiento por otro más deseable: la tranquilidad. La sabiduría aquí reside en la capacidad de discernir de manera acertada aquello que nos propenderá más placer. Es decir, juega un papel fundamental saber distinguir entre los placeres que a largo plazo nos conducirán a dolores mayores y los dolores que después conllevarán a mayores placeres. En este sentido, no necesariamente se eligen todos los placeres y no necesariamente se rechazan todos los dolores. Se optará por un dolor si desemboca en placer y se abstendrá de un placer si nos conduce al dolor. (Carta a Meneceo) Finalmente, el contraste es evidentemente marcado entre el epicureísmo y San Agustín: consiste tanto de medios para alcanzar la felicidad como del significado de este fin. Para San Agustín, tal como se enuncio en líneas anteriores, el fin es alcanzar la felicidad, esto es alcanzar a dios que es la verdad que hace verdad todas las verdades. Por otro lado, para Epicuro, el fin es el placer que concibe como la ataraxia. El medio para alcanzar el fin en San Agustín consiste en la abstinencia de los placeres, el no permitir que la parte concupiscible del alma domine todo nuestro actuar y nos aleje de esa manera de dios. El camino planteado por Epicuro consiste en la sabiduría de escoger de manera
inteligente los placeres y los dolores. Es de notar aquí cómo San Agustín considera lo que para los epicúreos es la felicidad (el placer), constituye un obstáculo para la consecución de su concepción de felicidad. Un punto de contacto entre las dos posturas constituye el papel de la reflexión. Si bien no es una similitud de fondo, si es de forma. Por su lado, a partir de las Confesiones de San Agustín se puede inferir que la reflexión es necesaria para reconocer cuándo se está dentro de los límites o cuándo se transgreden respecto al sentimiento de placer. Para los epicúreos, la reflexión es necesaria para librarnos del miedo de lo incierto y poder de esa forma alcanzar la tan anhelada tranquilidad que constituye lo que esta escuela concibe como placer. REFERENCIAS
San Agustín, Confesiones, Libro X, trad. De Pedro Rodríguez de Santidrián, Madrid: Alianza Editorial, 1990.
Oyarzún, P. (1999). Epicuro: Carta a Meneceo. Onomáizen, 403-425.