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MEMORIAS DE LA CAMPAÑA A LIMA DE JUSTO ABEL ROSALES JUSTINIANO
Transcripción libre de Patricio Greve Möller
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CUADERNO 1º
1879 - 1880
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Decreto de organización del Batallón “Aconcagua”
El Inspector General del Ejército residente en Santiago Decreto de organización del Batallón “Aconcagua” Nº1 Santiago, Noviembre 22 de 1879. He acordado y decreto: organízase un Batallón Cívico Movilizado con la denominación de “Aconcagua”, compuesto de 600 plazas distribuidas en 6 Compañías. La Plana Mayor será igual a la fijada para el Batallón “Valdivia”. Formarán parte del Batallón “Aconcagua” todos los individuos de los Cuerpos Cívicos existentes en la provincia del mismo nombre y que voluntariamente se enrolaren en él. Nómbrase Comandante al teniente coronel don Rafael Díaz Muñoz, actual comandante del “Depósito de Reclutas y Reemplazos”. La Inspección General de la Guardia Nacional dictará las órdenes consiguientes al cumplimiento del presente Decreto. Tómese razón y comuníquese”. Este Decreto fue transcrito al comandante Díaz Muñoz con fecha 24 de Noviembre, por don José A. Navas, Inspector General del Ejército.
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1879 Ardiendo gran deseo de incorporarme a algún Cuerpo del Ejército de Operaciones en el Perú, busqué la primera versión, que marchara alguno o se formara uno nuevo. Leí en los diarios que en Aconcagua se iba a formar uno, bajo el mando del comandante o jefe del “Depósito de Reclutas y Reemplazos”, teniente coronel don Rafael Díaz Muñoz. Un día don D. Lastarria, me dijo, al decirle yo que deseaba saber lo que era la guerra: • Le apruebo su idea. El Secretario, Sr. Valdivieso, no creía cierto mi proyecto, y a más instancia me recomendó a sus influencias de los Ministerios para que se me colocara en la nueva tropa de aquella provincia. 22 de Noviembre de 1879 El sábado 22 de Noviembre, leí el Decreto que irá al frente, en que se manda organizar el Batallón “Aconcagua” Nº1; recordé mis esfuerzos don Alejandro Valdivieso, Oficial Mayor del Ministerio de Hacienda. Avisado ya de antemano, me dio una carta para el dicho Sr. Díaz Muñoz, en que se le decía que yo era la persona empleada en la Secretaría de la Corte de Apelaciones recomendada verbalmente a él. Yo, al presentar la carta, le dije: • No le pido un puesto determinado en su Batallón; deme el que le parezca, pues todo mi anhelo es ir a la guerra y pelear por la Patria. Si este Batallón- agregué - no ha de ir a campaña activa, no me incorporo a él. El comandante me dijo que solo tenia vacante una plaza de sargento 2º, la que yo admití en el acto. Me citó para el día siguiente, a fin de darme noticias sobre el día de la partida. Contentísimo me retiré. 23 de Noviembre de 1879 Era la tarde del día siguiente, domingo 23 de noviembre; me encontré con Francisco J. Vargas y le dije que me acompañara a casa del Sr. Díaz Muñoz. Este estaba en casa de don Ventura Silva. Al preguntar por él, salió un militar grande como un sauce, quien me recibió muy bien, anunciándome estar enfermo y en cama el comandante Muñoz. Dicho sauce me dijo Vargas, que era el mayor del nuevo Batallón, don Juan Pablo Bustamante. Este entró a la casa, habló con el comandante y luego salió a decirnos que me tenía una vacante de sargento 1º y no de 2º. • Está bien- le dije - pero este Batallón irá a campaña activa! porque si solo va de destacamento o guarnición, yo busco otro cuerpo. • Si, iremos a la guerra - me contestó sonriéndose el mayor - Entre no más al Batallón, que conmigo no le irá mal. De nuevo me retiré muy contento. Se me dijo que la partida seria muy próxima, apenas se mejorara el comandante, y que todos los días fuera al Cuartel de la Recoleta a saber sobre el día de salida a San Felipe. 25 de Noviembre de 1879 El martes 25 en la mañana se me dijo en el Cuartel que la salida era el día siguiente. Comuniqué al Secretario esto. Trató de disuadirme de mi proyecto; pero yo estaba impaciente porque sonara la hora de partida, no sin que sintiera dejar quien sabe sí para siempre a Santiago. A mi solicitud, ese mismo día, el Sr. Valdivieso me hizo el gran servicio de otorgarme el certificado siguiente, que conservara mientras viva: “Secretaría de la Corte de Apelaciones de Santiago. 1º Sala. “ Certifico que el oficial de esta Secretaría don Justo Abel Rosales Justiniano, que va a ingresar al Ejército para hacer la campaña actual contra el Perú y Bolivia, abandona su empleo voluntariamente por servir entre las filas de los que combaten a la sombra de nuestra bandera, y atendiendo al buen desempeño de las funciones de su cargo, a su buena conducta y competencia vengo en conservarle retenido su actual empleo para que lo ocupe cuando lo estime conveniente y en cualquier tiempo, quedando solo en calidad de interino el que ocupe su vacante. Santiago, Noviembre veinte y seis de mil ocho cientos setenta y nueve. (firmado) V. Valdivieso.”Se me antojó pedirle que la fecha fuera la del día siguiente, para recordar la de mi salida de Santiago. En la tarde de este día fui a despedirme del Secretario, a su casa. De nuevo trató de disuadirme de mi proyecto, que califica de locura. Solo sus hermanas le decían que me dejara cumplir mis gustos.
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Una de ellas me regaló un bonito escapulario del Carmen, que a su presencia me lo puse al cuello. El Secretario, además, me dio plata, sueldo de un mes. En fin, me retiré de la casa del Sr. Valdivieso no sin cierta pena. También me despedí ahí de don Alejandro Valdivieso, que había sido el más empeñoso en secundar mi proyecto. Mis demás despedidas, ¿para qué escribirlas? Están escritas en el corazón! 26 de Noviembre de 1879 El miércoles 26 fui al Cuartel de la Recoleta, por la mañana. Estaba ahí el mayor Bustamante. Este me dijo que me aprontara luego, por que nos embarcábamos en el tren de las 10 A.M. A mi vuelta a mi pieza, la encontré llena de amigos y amigas. Querían darme el último adiós. Sin embargo yo no había hecho mover uno solo de mis muebles. Carlos Valenzuela iba a quedar viviendo en esa pieza, con encargo de cuidarme de todo. Sonaron las 9 A.M. y me metí en un coche, con mi cama y caja de cuero. Rafael Morales me acompañó hasta la Estación de ferrocarriles. Me parecía que iba a uno de tantos paseos que hacia en Santiago. En la Estación me encontré con Vargas que iba de subteniente y con Oliva, que iba de teniente, ambos amigos. El comandante y mayor llegaron a la Estación y sacaron boletos para todos los “fundadores del Batallón”. Al fin de tantos días de espera, partí a cumplir con mi deber de chileno, enrolado en el 1º Batallón que juzgué iría más pronto a campaña. Todo este día fue para mí de pura alegría. Me parecía que iba a un paseo. A veces ciertos recuerdos, los recuerdos de Santiago y de los amigos que abandonaba, turbaban momentáneamente mi contento. El deseo de conocer, de experimentar lo que es una guerra y la vida de soldado, me reanimaban. Desembarcamos en San Felipe y yo con Vargas y González, otro subteniente, nos fuimos a comer a una posada vecina, a muchas cuadras de la población, a la cual llegamos a la caída del sol, y “sol bajo”, como se dice por estas tierras. Se nos había dado orden de dirigirnos al Cuartel de Policía, situado en la plaza, y a él nos dirigimos, después de bebernos buenos y largos tragos del rico chacolí que encanta a los aconcagüinos. Ese Cuartel es grande y cómodo. Su primer patio está rodeado de corredores y de piezas, algunas de las cuales fueron ocupadas por oficiales. (En el manuscrito original va insertado un croquis en planta del Cuartel en San Felipe) La gente nos miraba con curiosidad cuando íbamos entrando a la población. Estuvimos en ese Cuartel un momento, lo suficiente para reconocerlo. Vimos que nuestro equipaje (el mío se componía de mi cama y caja) había llegado ya y estaban en una pieza segura, y por este lado quedamos tranquilos. Este primer día de estadía en San Felipe fue de paseo general. Yo no sé como quedé solo a las 10 de la noche, hora en que me encontraron dormido en un sofá frente al Cuartel, al cual me llevaron. La primera pieza que encontré fue la del capitán Campos y en su cama me acosté vestido, creyendo que era la mía. Ignoro que hora sería cuando ese capitán me recordó para que me fuera a dormir a la mía. Salí al patio, lo encontré solo y me creí estar perdido. No pude saber ni donde estaba la pieza del capitán. Por fortuna, encontré una mesa en el comedor, y en ella me tendí, quedándome dormido como en la mejor cama. 27 de Noviembre de 1879 Cuando aclaraba el día y las dineas cantabame diana, desperté tiritando de frío. Era la primera madrugada en mi nueva carrera. Comencé a pasearme en el patio mientras iba aclarando el día, iba distinguiendo camas tendidas por todos los cuatro corredores que circundaban el extenso patio. Reconocí la mía, y en ella dormían tres individuos, uno de los cuales era el sargento Ramos, que la había extendido creyendo ser la suya. El día siguiente, jueves 27 de Noviembre, continuamos sueltos por todas partes. Eramos todos paisanos aún y nos ocupábamos en pasear, comer y beber los variados licores de este fértil valle. No le vimos la cara a ninguno de nuestros jefes. Sin duda que también lograban a sus anchas estos días de ocio. Yo me entretenía en leer diarios, que se venden en abundancia como en Santiago y comienzan a circular desde las 11 A.M. 28 de Noviembre de 1879 El viernes 28 pasó de la misma manera. Supimos que el mayor buscaba un Cuartel para formar el Batallón. Yo principiaba a aburrirme. En la tarde nos filiamos todos, con la fecha 27. Esta noche
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pude dormir a gusto en mi cama. Algunos no se vinieron al Cuartel esa noche y llegaron al día siguiente “como la porra”. 29 de Noviembre de 1879 El sábado 29, como a las 12 M. Se nos dio orden de prepararnos para cambiar de domicilio. (En el manuscrito original va insertado un croquis en planta de San Felipe. En esta página dice textual: “Plano de San Felipe, hecho por el cabo 1º Leoncio Osorio, que tomó por modelo otro pequeño echo por mí”) Ya era tiempo. La primera lista que ............, fue como a las 9 de la noche ........................ la pasó el capitán .................................... S.................................................................... al nuevo Cuartel, que era un monasterio viejo, situado en la esquina de la calle de ....................... y la Alameda del oriente ..............de las Delicias. El edificio es viejo. Tiene cuatro patios, siendo el tercero con ............... y un buen ............. y es la única agua con que se riegan los demás patios y piezas. El segundo tiene naranjo y una magnolia de bellísimos colores. Hay también rosas y otras plantas de jardín. Los otros dos patios solo tienen perales. La iglesia, que está a la derecha de la puerta de entrada, conserva aún los altares de madera, con cornisas doradas.
Hubo que inundar de agua hasta las ...................... y después ......................................... alfalfa y cuanto arbusto se encontraba en la Alameda para tapizar las piezas y gran parte de los patios. Por este mitin y por el gran calor que hacía, aún más que en Santiago, todos tomamos colocación con nuestras camas en los corredores que rodean el segundo patio, y ahí permanecí hasta que nos fuimos a Quillota, como casi la mayor parte de los oficiales. (En el manuscrito original va insertado un croquis del Monasterio Viejo del Buen Pastor o Cuartel en San Felipe) Este antiguo Monasterio pertenecía a las monjas del Buen Santísimo Pastor, desde hace algunos años ............ el nuevo edificio construido en la Alameda de Yungay. Más tarde, el actual cura Gómez lo convirtió en colegio de internos, donde se educaba lo mejor de la juventud sanfelipeña y de otras muchas partes de Chile y aún del extranjero. Se sentaban en sus bancos mexicanos, peruanos y de otras repúblicas vecinas. El establecimiento adquirió gran fama con las larguezas del cura Gómez, que liquidando cuentas el 76, vio que perdía como 11.000 pesos y se acabó el colegio. Desde entonces, acá creo que había sido ocupado por el Santuario. Hasta el 29 de Noviembre solo se habían filiado cuatro soldados, entre ellos José López, el más antiguo de mi Compañía. Pero en este día llegó el ayudante don Manuel Jesús Narvaez, trayendo 50 hombres del “Depósito de Reclutas y Reemplazos” que se distribuyeron a todas las Compañías, que hasta ese día estaban formadas por los sargentos venidos de Santiago. 30 de Noviembre de 1879 El domingo 30 se les dio a reconocer Compañías y estas quedaron constituidas de hecho con esa base. Se gastaron 110 pesos 75 centavos en diarios suministrados a estos individuos, que pertenecían a los departamentos de Quillota, Chillán, Talca, Vichuquén, Rancagua y Cauquenes; de esta manera, con gente extraña a Aconcagua, fue formado el Batallón de este nombre, porque desde el primer día de nuestra llegada se supo que el pueblo no simpatizaba con la manera de organizarlo, trayendo elementos de todas partes, jefes, oficiales y clases. Necesariamente, los soldados tenían que buscarse también afuera. 1 de Diciembre de 1879 Desde el lunes 1º de Diciembre, empezaron algunos sargentos a instruir a los reclutas. H..........................., 1º de la 1º se encargó de la enseñanza de las clases. En la Iglesia empezaron ........................... su aprendizaje. Tarde y mañana se sentía el uno-dosuno-dos de la marcha regular. Las medias vueltas casi me acabaron la paciencia. Así, dándonos vueltas, marchando para adelante y atrás, como el cangrejo, y girando sobre los talones, fuimos
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entrando en vereda. Cuando nos cansábamos de luchar, nos retirábamos, y yo me iba a tender a mi cama o salía a la calle en busca de diarios, este pan indispensable todos los días. “El ferrocarril” nuevo y viejo, era todo mi afán leerlos. 3 de Diciembre de 1879 Hasta el día 3 de Diciembre, anduvimos de paisanos. Este día llegaron de Santiago grandes cajones conteniendo trajes de brin y los rifles Beaumont, costando 23 pesos 5 centavos. La ....................... hasta el Cuartel de todo eso. 4 de Diciembre de 1879 En mi Compañía se repartieron los trajes el día siguiente, 4, en número solo de 60, y 120 camisas. El 1º y el 3, llegaron de los Andes, partidas, de voluntarios (voluntarios traídos de las orejas) capitaneados por el brigada Pedro Cano Castro, siendo la primera partida de 10 hombres con un gasto de 3 pesos y la segunda de 5 con otro tanto de gasto por diarios suministrados. Enseguida vino otra partida del mismo punto, de 8, con 9 pesos de gastos. El Batallón iba creciendo y ya salíamos por Compañías a hacer ejercicios en la Alameda. Mi Compañía la mandaba accidentalmente el teniente don Miguel Emilio Letelier. 7 de Diciembre de 1879 El domingo 7 de Diciembre salimos por vez primera a misa, a la Iglesia Matriz, mandados por el mayor Bustamante. llevaba unos fusiles viejos pedidos en la Policía. La banda se componía de siete músicos, los suficientes para meter bulla y alarmar al pueblo. Con nuestros trajes de brin parecíamos encontrarnos en una casa de locos. Tal era lo ridículo que nos pareció el color y corte de ellos. Pero parecíamos soldados y esto nos consolaba. 9 de Diciembre de 1879 El 9 Cano Castro trajo 15 voluntarios, con un gasto de 4 pesos 80 centavos. 11 de Diciembre de 1879 El 11 otros 15, con 3 pesos 20 centavos de diarios. 13 de Diciembre de 1879 El traje de paño se nos repartió el 13, sábado. 14 de Diciembre de 1879 El día siguiente fuimos a misa, llevando los rifles Beaumont. El “Aconcagua” era ya todo un Batallón. En cuanto a su disciplina, dejaba mucho que desear todavía. Esta vez, el pueblo nos seguía por todas partes entusiasmados con el Batallón. Ya iban pensando los aconcagüinos que era necesario enrolarse en él, como lo hicieron en esos días, en que acudía mucha gente, ricos y pobres, a pedir una plaza aunque fuera de soldado. El Cuartel se convirtió en una inmensa oficina de recepción de patriotas. La noticia de la toma de Pisagua llegada en esos días, decidió a los más enemigos del Batallón a entrar a él, y ya comenzaron a llover los empeños para ser admitidos. La provincia entera se conmovió y la juventud sanfelipeña, y la de los lugares vecinos acudió en gran número al Cuartel. Casi no había casa que no contara por lo menos un soldado. Nosotros, que éramos mirados con recelo por ser de Santiago, fuimos poco a poco siendo simpáticos a todos. Cuando se aproximaba el día 15, el mayor nos puso en el gran conflicto de hacer las listas de revistas. Recordaré siempre lo que nos costo hacerlas. Días enteros nos llevábamos de cabeza haciendo listas, que luego salían malas para volver a comenzar de nuevo. El día 14 escribíamos en el patio todos los sargentos 1º y estuvimos sin comer como hasta las 9, escribiendo con vela. 15 de Diciembre de 1879 El 15 pasamos la primera revista de comisario en la Alameda de las Delicias, y fue una novedad para nosotros, como era todo lo concerniente a la carrera. Las damas llegaban en coche a vernos desfilar de a uno en uno por delante del comisario, que leía nuestras listas, que tantos sudores nos habían costado. Durante todos estos días, el capitán Narvaez llevaba la tropa al río, para que se bañara. Era de ver el espectáculo que presentaban las orillas del turbio Aconcagua, llenos de hombres “en pelota”. Cuando salía el sol, ya nos poníamos en marcha al Cuartel. Después de esto, salíamos a hacer ejercicios, y enseguida se repartía el diario a los soldados, 20 centavos a cada uno. Esta operación tan odiosa la practicábamos los sargentos 1º. 27 de Diciembre de 1879
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El día 27, el mayor nos llevó a la plaza a retratarnos, y aunque el fotógrafo puso todo esmero en su trabajo, las planchas no quedaron buenas, y es por eso que nadie conserva una muestra. El fotógrafo, enojado porque le habían encontrado malo su trabajo, no quiso vender a nadie una muestra a ningún precio. Por los días de Pascua, el Batallón hizo dos excursiones al campo, ambas de bastante provecho. Una fue al “Peñón”, lugar distante media legua por lo menos de San Felipe, y ahí tiramos al blanco por vez primera. El blanco fue el mismo “Peñón”, que es una gran roca que le da nombre a todo ese lugar. Era de ver el susto de muchos soldados al ir a tirar. Sin embargo, varios apuntaron y ganaron la docena o más de peras que regalaba el cura Gómez, como premio y como estímulo. Al retirarnos vimos tronar la voz del mayor, que gritaba: - Capitán Torres. ¿Dónde va con esa mitad, señor? En efecto, el capitán Torres, entendiendo mal un movimiento que se mandó, había salido con media Compañía un cuarto de cuadra, lejos de los demás. El comandante asistió en coche a este ejercicio. Esta fue nuestra primera excursión a pie a tal distancia. La 2º fue a unos potreros cerca de la Estación, entre esta y el río. En una pampita cubierta con no sé qué yerba de una vara de alto, se nos hizo trabajar en evoluciones. No pocos fueron los porrazos que se dieron los soldados al pasar por entre esas tupidas malezas. Después de media hora de trabajo, el mayor dio descanso y durante él se ordenó que los soldados limpiaran el potrero con las bayonetas o yataganes. Todo el potrero se cubrió de soldados que daban tajos y reveses por todos lados. En pocos minutos quedó limpio y sin tropiezos. Hubo enseguida un ejercicio de fogueo y de evoluciones. Muchas señoritas empezaron a llegar en coche y otras a pie. Como a las 3 de la tarde, y cuando ya sudábamos lo suficiente para convertirnos en sopa, se hizo hechar a tierra armas y nos llevaron por Compañías a la sombra de unos perales, donde había grandes fondos de comida, corderos asados, chacolí con helados, ponche, cerveza y muchas otras cosas. Los licores los servían unas señoritas y la comida soldados encargados especialmente para eso. La tropa comió y bebió bien. Los sargentos 1º fuimos llamados por el mayor y el cura, para obsequiarnos buenos trozos de asado y refrescantes vasos de chacolí, todo lo cual vino a tiempo. Algunos datos recogidos del Archivo de la Comandancia del Cuerpo, me ponen en el caso de interrumpir el orden que me había propuesto llevar en este cuaderno; datos que consigno enseguida para llenar vacíos y hacer rectificaciones. Este cuaderno lo escribo muchos meses después de la época a que se refiere; lo escribo en el Perú. Por Decreto del Ministerio de la Guerra de 25 de Noviembre de 1879, se ordenó entregar a los Batallones “Melipilla” y “Aconcagua”, 1200 pares de botas, 1200 camisas, 600 levitas de paño, 600 pantalones de paño, 600 suspensores o tirantes, 600 kepíes de paño, 600 corbatines, 600 blusas de brin, 600 kepíes de brin. La nota de Noviembre 26, en que se comunica esto, llama a Santiago al comandante “para la entrega del vestuario que corresponde a su tropa”. La Inspección General de la Guardia Nacional se formó el cuadro de la dotación del Cuerpo en esta forma: Plana Mayor 1 Teniente Coronel Comandante 1 Sargento Mayor 2º Jefe 2 Capitanes Ayudantes 1 Subteniente Abanderado 1 Sargento 2º 1 Cabo 2º 10 Tambores o Cornetas El total de los individuos de tropa por Compañía, 98. El 4 de Diciembre, la Inspección de la Guardia Nacional adjuntó 18 nombramientos de oficiales. Para la instalación del Cuerpo, el Batallón tuvo 500 pesos, como lo expresa el siguiente Decreto Supremo de 25 de Noviembre:
9 “Vista la nota que precede, la Tesorería General entregará al comandante del Batallón Cívico Movilizado “Aconcagua” la cantidad de 500 pesos para los gastos de instalación e impresión de documentos. Rindan cuenta documentada de la inversión de dicha suma. Aplíquese a las leyes de 3 de Abril y 26 de Agosto último. Refréndese, tómese razón, etc.” El 11 de Diciembre .......................... la Inspección General ........................ Ministerio de la Guerra, se me dio una nota de 9 del actual: “Con esta fecha, digo al Comandante General de Armas de esta capital lo que prosigue: De Suprema orden pondrá V.S. que de almacenes de maestranza se remita a San Felipe, para el servicio del Batallón Cívico Movilizado “Aconcagua”, 600 fusiles Beaumont con su correaje correspondiente y 15.000 tiros a fogueo e igual número de tiros a bala.” Después del recibo de estas armas probablemente el comandante reclamó por la mala calidad de algunos, pues con fecha 20 de Diciembre, se remitió de la maestranza de Santiago esta nota al comandante: “De orden del Sr. Ministro de la Guerra y según consta de la factura y boleto del ferrocarril, remito a V.S. ocho cupones con 200 fusiles Beaumont arreglados y probados. Sírvase V.S. acusarme el correspondiente recibo para mi resguardo y hacerlo probar, comunicándome el resultado que obtenga. Dios guarde a V.S. Marcos 2º Maturana.” En la misma fecha 9 de Diciembre en que se decretaba el envío de los 600 Beaumont se ordenaba la remisión de cantimploras, corbatines (que no los he visto) y morrales, dice una carta de 11 de Diciembre. El Ministro de la Guerra, me dice en nota fecha 9 de Diciembre: “Con esta fecha digo a los M.M. de la Tesorería General, lo que sigue: Ordenen V.S. que de Almacenes de esa Tesorería se entreguen al capitán don Ambrosio Sanaby 600 cantimploras y 600 corbatines e igual número de morrales para el servicio del Batallón Cívico Movilizado “Aconcagua”. El Batallón adquirió magníficas mochilas camas en esos mismos días. He aquí una nota del Ministerio de la Guerra a la Inspección General y esta al comandante: “Santiago, Diciembre 11. Con esta fecha, digo al Intendente General de Ejército y Armada en Campaña, lo que sigue: Disponga V.S. se remita a San Felipe, para el servicio del Batallón Cívico Movilizado “Aconcagua”, 600 mochilas con su correspondiente correaje”. La revista de comisario, la primera, pasada el día 15, se hizo en conformidad al siguiente Decreto: “San Felipe, Diciembre 13 de 1879. El lunes próximo, 15 del actual, a las 9 A.M., pasará revista de comisario el Batallón Cívico Movilizado “Aconcagua” en su Cuartel, sirviendo de interventor en dicho acto, el sargento mayor de Ejército don Victorino Valdivieso. Blest Gana”. El firmado era don Guillermo Blest Gana, Intendente y Comandante General de Armas de la provincia en cuya capital estábamos. El 17 de Diciembre se ordenó entregar 100 mantas, una a una, de las 400 ya entregadas, al Batallón. El 12 de Diciembre mandó el comandante a Santiago, 12 nombramientos de sargentos, que fueron aprobados y devueltos el 15. El mío tiene fecha 10 y debe haber ido antes. Las 600 mochilas de que he hablado anteriormente, fueron acompañadas de otros tantos portacapotes, que se remitieron en 25 bultos el día 12. 30 de Diciembre de 1879 Por fin, y ya estando el Batallón bien equipado, con dos trajes, uno de brin y otro de paño, llegó la orden a fines de Diciembre de estar listos para trasladarnos a Quillota. En nota pasada por la Comandancia de Armas de San Felipe al comandante del Cuerpo, se le dice: “Nº 378. San Felipe, Diciembre 30 de 1879. De orden Suprema, se trasladará V.S. a la brevedad posible, con el Batallón que comanda, a la ciudad de Quillota, para atender en esa plaza a su instrucción militar. Dios guarde a V.S. G. Blest Gana”. En consecuencia, se fijó la hora de marcha para el 31 de Diciembre a la 1 P.M. Imposible es pintar el gusto que se apoderó de todos al saber que íbamos a salir, pues creíamos que en Quillota íbamos a estar muy pocos días, para marchar enseguida a la guerra.
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Los aprestos empezaron. Todo se encajonó y arregló cuidadosamente, de modo que cuando llegó la hora de partida, poco hubo que trabajar. 31 de Diciembre de 1879 El 31 de Diciembre, pocas horas antes de salir, me hizo una visita mi hermana Manuela con su marido, José Silva. Poco fue el rato de gusto que tuve al verlos, pues los afanes del próximo viaje no me daban tiempo ni para almorzar. A las 11 A.M. del día antes expresado, formó el Batallón en el patio principal del Cuartel, y después de pasar lista, el cura Gómez pronunció una corta arenga a la tropa exhortándola a sufrirlo todo por amor a la Patria. Enseguida, el capitán ayudante Augusto Nordenflich leyó al Batallón la proclama que va impresa en foja aparte. En la misma foja se relata nuestra salida, que me ahorra tiempo para escribirla yo. Por ese impreso se verá la impresión que produjo en el pueblo nuestra salida (Inserción Impreso aludido) El número 1 de Aconcagua – Este hermoso Batallón se ha despedido de la Provincia, y marchando ayer a su acantonamiento de Quillota. A nombre de la Provincia le enviamos nuestros adioses y nuestros aplausos. Momentos antes de salir de su Cuartel, el teniente coronel comandante, señor Rafael Díaz Muñoz, hizo leer a sus valientes la sentida y severa proclama que copiamos: “Soldados del Batallón “Aconcagua”: Lleno de placer me dirijo a vosotros para anunciaros que vamos a dar un paso más hacia el campo de la lid, donde el patriotismo nos llama. Es llegado el momento de partir para Quillota abandonando vuestras madres, esposas e hijos. No dudo que las lágrimas y los sentidos adioses de esas personas tan queridas, sean para vosotros muy dolorosos; a vuestra pena me asocio; pero no dudo tampoco que estas circunstancias multiplicarán vuestra decisión y serán un estímulo para que observéis una conducta honrosa en el cantón a que somos destinados, y os empeñéis en el campo de batalla por adquirir laureles con que volver a premiar las lágrimas y sacrificios de vuestras familias. Es posible que el glorioso estandarte que tremoló en Pan de Azúcar y en las torres de Lima, no nos acompañe; pero eso poco o nada importa a los valientes, porque bien sé, soldados, que vuestros corazones serán en las horas del combate un estandarte más poderoso y que más dignamente representará a la heroica Provincia de Aconcagua. ¡Soldados! Orden y moralidad en la marcha y en todas circunstancias, os exige vuestro comandante y amigo. Rafael Díaz Muñoz.” Así habló, y la tropa se hizo la promesa de llenar como buenos las aspiraciones de su digno jefe. Poco antes de las 2 P.M., el Batallón salió de su Cuartel, y al compás de sus tambores, dio una vuelta por algunas calles de la población, haciendo herir los aires con los acordes de la canción de Yungay, en señal de marcha al campo del honor, en donde la Patria ciñe la frente de los valientes con el laurel de las victorias. Llegado a la Estación, un inmenso gentío lo esperaba para darle su adiós y sus aplausos anticipados. A las 3.30 P.M., más o menos, el tren partió, y un inmenso y atronador ¡Viva Chile! Salido del interior de los carros atestados de soldados, vino a probar una vez más que los valientes hijos de la provincia heroica, aún en el momento más terrible para el corazón del hombre, aquel en que se da el último adiós a la familia amada, todo lo olvida porque sienten en sus pechos la voz de la Patria a quien todos sacrifican. Tiernas, muy tiernas son las escenas que en los momentos de la partida de tanto ser querido, hemos presenciado: lágrimas, sollozos, desesperación...... Allí una madre anciana, cuyo único apoyo le abandona; acá una esposa, con un tierno niño entre sus brazos desnudos, quiere reprochar a aquel padre que se ausenta; pero no se atreve, porque sabe que hay una voz más atrayente que la suya (la voz del patriotismo), y se resigna, confiada en la Providencia; más allá..... Pero renunciemos a describir aquellos cuadros mudos, desgarradores porque la pluma vacila y el corazón se siente desfallecer. El Batallón número 1 de Aconcagua ha partido, pero debe estar seguro de que nuestras miradas ni un solo instante se apartarán de sus filas, y la mano caritativa de los que aquí quedan será el consuelo y apoyo de las desvalidas. (Censor del 1º).
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El tren llegó a Quillota como a las 5 P.M. y después de desembarcar, entramos al pueblo al son de nuestra pequeña banda, y nos alojamos en un espacioso y cómodo Cuartel, situado en la calle de la Merced o “Calle Larga”, como cuatro cuadras de la plaza, al Sur (no me acuerdo donde está el Sur). La 1º Compañía se alojó en los patios del Convento de la Merced. Ese Cuartel tenía jardín, agua corriente y dos patios. En la noche, casi todos dormimos en los comedores o bajo los parrones.
1880 1 de Enero de 1880 El día siguiente, 1º de Enero de 1880, lo pasamos en ................. de instalación o paseando. 2 de Enero de 1880 Desde el 2 de Enero, empezaron los ejercicios de armas, por la mañana en la plaza, y en la tarde el tiro al blanco, a la orilla del río, detrás del cerro de Mayorca. Se había observado que el rifle Beaumont no era bueno, lo mismo que las cápsulas. El Gobierno tuvo que mandar un Comisionado para presenciar nuestros ejercicios. 6 de Enero de 1880 Dice una nota: “Santiago, Enero 6 de 1880. De orden del Sr. Ministro de la Guerra, se traslada a esa, el portador de esta, don Alberto Norton, Maestro Mayor de Armería, con el objeto de probar uno a uno los fusiles Beaumont destinados para el Cuerpo de su mando, a fin de conocer prácticamente los defectos que V.S. ha encontrado en el fusil y poderlos subsanar cuanto antes. M. 2º Maturana”. 7 de Enero de 1880 El 7 de Enero fuimos a tirar al blanco a presencia de Norton. Muchas cápsulas no reventaban; pero mi rifle salió tan bueno que las disparaba todas. El yankee se volvió a Santiago a dar cuentas de su experimento. 8 de Enero de 1880 El 8 se trasladó de nuevo a Quillota con otra comisión igual. En el ejercicio de este día, se mataron a balazos dos burros que se interpusieron entre los blancos, que eran 3, y la línea de soldados. Los experimentos salieron mal. Las cápsulas eran las malas. 9 de Enero de 1880 El día 9 se remitieron los portafusiles, que llegaron en un cajón. Por los diarios, sabíamos las vivas discusiones habidas en la Municipalidad de San Felipe, con motivo que querían unos que nuestro Batallón llevara al Perú el Estandarte del Nº1 del año 38 y 39. Al fin se acordó que nuestro Batallón era el llamado a representar a la Provincia de Aconcagua en la presente guerra; se acordó llevarlo a Quillota y hacerle la entrega de tan preciosa reliquia. 13 de Enero de 1880 Por esto, el 13 de Enero se remitió de Santiago 3 bultos conteniendo municiones Gevelot y Gurnot, que en la prueba resultaron mejor que las anteriores. En previsión de una próxima partida, solicité permiso para ir a Santiago, arreglar mis cosas y despedirme de todos. El 13, en el expreso de la tarde, partí a la capital, lleno de gusto y de cerveza. En este mismo día, me visitó mi amigo Belisario Silva. Lo que hice en Santiago, no hay que escribirlo, porque no se escribe la despedida de tantos amigos y amigos. 14 de Enero de 1880 El 14, en el tren de las 10 ½ P.M., me embarqué en Santiago para Quillota. Al hacerlo, entretenido como estaba en despedirme de Gomez, Canto, D‘Heron y otros y otras amigas, no sentí que el tren caminaba. Corrí a subirme, metí una pierna por entre las medas del carro.... y me salvé..... sin saber como! 15 de Enero de 1880 Al aclarar y cuando en nuestro Cuartel tocaban diana, llegué a Quillota. El 15 pasamos revista de comisario en la plaza de Quillota. 18 de Enero de 1880
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El domingo 18 de Enero, llegó en tren expreso de San Felipe, la Municipalidad de esa ciudad y su Intendente, trayendo el Estandarte expresado, que atravesó orgulloso las calles embanderadas de Quillota. Este pueblo se había vestido de gala, al saber que se nos iba a dar ese viejo y glorioso tricolor. Don J. Canto, padre del subteniente don Belisario del Canto de mi Compañía, era el que lo cargaba, y fue el mismo que lo tomó en Pan de Azúcar. Nuestro Batallón formó al lado de la Iglesia Matriz, en la plaza, y después de varios discursos, el Intendente Blest Gana, entregó a nuestro comandante, el Estandarte, vestido de gran parada. Una descarga cerrada terminó este importante acto. 19 de Enero de 1880 El día 19 hubo limpieza de armas. Pero hacía ya como 5 días a que estábamos avisados de nuestra marcha al Norte. El Gobernador de Quillota había comunicado al comandante del Cuerpo, lo siguiente, con fecha 14 de Enero: “El señor Comandante General de Armas de la Provincia, con fecha de ayer, me dice: El señor Ministro de la Guerra con fecha de ayer, me comunica lo que sigue. De Suprema orden, disponga V.S. que el Batallón Cívico Movilizado “Aconcagua” Nº1, se aliste para marchar al Norte al primer aviso”. 20 de Enero de 1880 El día 20 de Enero, martes, fuimos a la Iglesia de la plaza, donde el cura bendijo gran número de escapularios, que distribuyó al Batallón uno a uno. Fue un acto que hizo derramar lágrimas a varias señoras que yo vi. Todos salimos a la calle con escapularios puestos encima de nuestras casacas. En esto se repartió la poesía que se imprime aparte. (Inserción Impreso aludido) Adiós al Batallón “Aconcagua” Adiós soldados valientes, Adiós Batallón airoso, Hacemos votos ardientes Porque vuelvas victorioso. A tu valor se ha confiado Un estandarte glorioso Que con orgullo has jurado Defender y hacer famoso. Vuestros padres con honor Por esa estrella guiados, Dieron pruebas de valor Venciendo a los aliados. No han de hacer ustedes menos Porque son sus descendientes, Y son hombres bien valientes Como han de ser los chilenos. Así al Perú con confianza Han de llevarle el castigo, Humillad a ese enemigo Y romped la vil alianza. Este pueblo tan patriota Os presagia la victoria, Y la ciudad de Quillota Ha de cantar vuestra gloria. Adiós soldados valientes, Adiós Batallón airoso Hacemos votos ardientes Porque vuelvas victorioso! Quillota, Enero 22 de 1880.
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En la noche hubo en la plaza gran meetings, discursos, música y no sé que más. El cabo Espejo, que yo había traído de Santiago, pronunció un discurso que puso de buen humor a todos. Dijo más o menos: Señores; yo he dejado mis comodidades por venir a la guerra, a que voy con mi voluntad, y no me ha importado dejar en Santiago un par de hijas buenas mozas, porque primero esta la Patria que las mujeres.
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GUERRA DEL PACIFICO 1879
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La reunión siguió por las principales calles, precedida de nuestra banda 22 de Enero de 1880 El día 22, jueves, se nos dio orden de alistarnos para marchar a Valparaíso y de ahí al Norte. No hay que hablar del gusto que se nos vino por asalto a nuestros entusiastas corazones. Al fin íbamos a la guerra! 23 de Enero de 1880 El viernes 23, a la 1 P.M. nos embarcamos, yendo yo con Aurelio en el mismo carro, que la banda, y desembarcamos en la Estación de Valparaíso, como a las 5 ½ P.M. Lindísimo me pareció, mas que nunca, el puerto nombrado. Por las calles por donde pasábamos se llenaron de gente, cuya multitud nos siguió hasta el muelle que ya estaba también repleto de gente de todas condiciones. Al llegar a la explanada del muelle una señora vestida de negro salió de entre el pueblo que se apiñaba a nuestro alrededor; llegó corriendo a donde yo estaba y tendiéndome los brazos solo pudo decir medio sollozando: Justo Abel......! Conocí que era la antigua amiga Juana M. Veas. Algo como pena sentí al ver el cariño de esta despedida, que en cada Batallón se repetían por otros y por otras. La guerra tiene ratos, de genuinos ratos de amargura. Más allá se allegaron a mí 3 amigas, Valdenegro, Eulalia y Mercedes. Igual despedida, igual pena. Pero nos apuraron por meternos en las lanchas, y como pelota caí en una de ellas. Las buenas amigas quedaron quien sabe donde, mientras yo sudaba a mares en camino de lugares desconocidos. El vapor Copiapó nos esperaba y a el subimos cómodamente. A bordo fue Aurelio y Juan de D. Justiniano, de quienes me despedí, ignoro sí por última vez. Nuestro viaje desde la Estación de Quillota hasta la cubierta del vapor, había sido directo, sin pasarnos ni a ......resollar. A las 10 de la noche levamos ancla, y adiós Valparaíso! En el Mercurio del día siguiente se lee: “Tropa – Como 800 hombres salieron anoche en el Copiapó, de ellos 600 del “Aconcagua”, que es un bonito Batallón, 150 Artilleros, y el resto soldados sueltos o enganchados para diversos cuerpos – Que tengan un viaje feliz y que luego aprovechen su tiempo en la instrucción militar, sobre todo el “Aconcagua”, que está llamado a sostener su buen nombre y la bandera histórica y gloriosa que se le ha confiado.” Otro parrafito. “Soldados – También han ido en el Copiapó, según lo hemos sabido por persona que estuvo a bordo hasta muy tarde. Se cree que no vayan menos de 21 mujeres o camaradas – Pero como! se dirá, estando absolutamente prohibido? – de la manera más sencilla del mundo. Llegan a bordo como que van a despedirse de sus camaradas, maridos o parientes, se mezclan entre la apiñada tropa, se calan el uniforme militar de repuesto que lleva el soldado, se tiran al suelo envueltas en una manta o poncho y enseguida vaya Ud. a averiguar por la cara cual es hombre y cual mujer, entre tanto guainita como va de soldado. Para mayor comodidad de las soldadas, hoy los kepíes o gorras de brin, tienen unas mangas para cubrir la nuca y el pescuezo en el desierto, siendo como mandadas hacer para que ellas puedan esconder perfectamente su apéndice anti militar, la mata de pelo”. 24 de Enero de 1880 Día 24, sábado. Navegamos mar afuera sin novedad, solo el consiguiente mareo sufrido por algunos pocos. Como a las 10 A.M., y a la altura de la desembocadura del río Limarí, abro la última carta recibida en Chile (estando yo abierto de pierna en la proa) y que no había tenido tiempo de leerla, y que era del amigo J. B. Gómez. A la caída de la tarde, gran hambruna entre las clases del Cuerpo, por no haber alcanzado el rancho para todos y ser además muy malo el repartido. Como a las 6 P.M. me presenté al mayor del Cuerpo, seguido del sargento Barahona de la 6º Compañía y del cabo 1º Espejo de la 2º Compañía, e hice presente el hambre que sufríamos, la inutilidad de nuestras diligencias para conseguir alimento, a pesar de tener nosotros dinero suficiente en nuestros bolsillos y haber alimentación de sobra en el vapor, puesto que jefes y oficiales se regalaban en buena comida y hasta tiene. Contestó el mayor sobándose su enorme pera yankee, que luego “arreglaría el asunto”. Cuyo asunto se arregló dándonos una a dos rebanadas de pan y una tajada de queso... con lo cual nos
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dimos a santo y callamos. En la noche ..... se contará después ....... (Véase la carta puesta al respaldo del “Plano del 1º Cuartel ocupado por el “Aconcagua” en Antofagasta; de este incidente). 25 de Enero de 1880 Domingo. Navegación sin novedad, siempre mar afuera. En este día nos dieron algo que se parecía a comida, y que hubo que comerla por no caer enfermos de debilidad. El mayor pareció mostrarse afable, ofreciéndome café y ordenando al mayordomo de la cantina, nos diera que comer a las clases, y cuya comida consistió en un plato con arroz y papas y un pedacito de carne, todo seco; todo lo cual era una parte de las sobras de la mesa de los superiores. En este día, los Artilleros (que eran 150) hicieron varios disparos con rifle a las gaviotas que volaban o nadaban, e hicieron certeros disparos. En la tarde de este día, encontramos un vapor que llevaba rumbo al Sur e iba costeando. Por la distancia en que nos encontrábamos no se conoció su nacionalidad. En la noche, fuertes marejadas amenazaban tumbarnos; pero seguimos sin otra novedad. 26 de Enero de 1880 Lunes. Amanecimos avistando tierra y se nos anunció que llegaríamos a Antofagasta como a mediodía. Algunos lobos se divisaban a la distancia a ambos costados del vapor. Un vientecillo fresco, muy agradable, que venía del Norte; un cielo puro sin una nube; una mar mansa, que casi semejaba a una laguna, y unido a esto el deseo de conocer las nuevas tierras a que nos íbamos aproximando, hicieron de esa mañana una de las más hermosas de que tengo recuerdo. Sentado yo en la proa, casi encima del morro, contemplaba los cerros de la costa, en que la vegetación parecía haber quedado desterrado desde la formación del planeta. Cerros casi cortados a pique, a cuyos pies se juntaban espumosas olas, y cuya formación parece tener por causa a inundaciones del mar en épocas remotas, pues se divisan cubiertos de arena, de cuya superficie asoman enormes manchas de peñascos; y tras de estos cerros, otros iguales en su formación, aunque variando en tamaños; amarillentos unos, plomizos otros y hasta colorados algunos; tales eran las costas que por el Sur nos indicaban las cercanías del litoral disputado hoy por las armas chilenas. Como a las diez se repartió el último rancho a la tropa, y realmente que hubiera deseado fuera el último de mi vida de aventurero voluntario. A la distancia, al Norte, divisamos el cerro Moreno, que cierra por el Norte la bahía de Antofagasta. Poco a poco el vapor iba tomando rumbo de la costa vecina para marchar después directamente al fondo de la bahía, donde apenas se divisaba una playa erizada de peñascos, en donde azotaba furioso el mar. Varios buques se divisaban fondeados; pero la población parece estar debajo del fondo de arena amarilla, que forma el piso de la ciudad, pues no se divisa más que una gran torre, o algo parecido, y lo demás del puerto, por ser todo de tabla se confunde con la arena. A las 11 se divisa con alguna claridad la extraña estructura de este pueblo, ya famoso por los sucesos de que ha sido origen, y en virtud de los cuales, la fortuna, o quien sabe si mi fatalidad, me trae a su cálido suelo. El vapor, dando enormes balanceos, se dirigió directamente al fondeadero del puerto, y a las 12 M, larga anclas, habiendo enarbolado antes a popa, la bandera nacional e izada en el palo mayor 6 banderolas mugrientas, que me dijeron era para pedir 6 lanchas. Inmediatamente se nos acercan varias chalupas, botes y 5 grandes lanchas, acompañados de un remolcador, el Bolívar. En esas lanchas nos embarcamos, pero con una mar tan brava, que parece que todos los diablos se han dado cita aquí para poner a prueba los estómagos y la cabeza de los pobres mortales que aquí llegan. Lo peor de nuestra navegación fue este desembarco, de que nunca me olvidaré. Confundido por el hambre y la sed, y por el mareo que ya me principiaba, hubiera caído de fatiga al fondo de la lancha, si no hubiera sido que la estrechez en que íbamos, me obligaba, como a todos, a mantenerme parado, codeándonos y cubiertos de sudor. Me parecía que iba a caer muerto, cuando la proximidad del muelle y la multitud de gente que nos esperaba en la playa, me reanimó. Saltamos a tierra sin novedad. En el muelle nos esperaba la banda del “Colchagua”, que nos tocó la Canción Nacional. A pesar de su poca instrumentación, ese himno lo escuché respetuoso y no sin emoción. Lo encontré más bello que nunca y me parecía escuchar en sus notas armoniosas la voz de la Patria ausente que me animaba a sufrirlo todo por su amor. Anduvimos como media cuadra, por una ancha calle que sale directamente del muelle. Torcimos a la derecha, por una calle que llega a la playa, divisando en este trayecto a don V. Balmaceda; torcimos a la izquierda y marchamos por otra ancha y larga calle, hasta llegar al Cuartel que se nos tenía preparado, casi a las afueras de la población.
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En este Cuartel, que mira al mar, viene a refrescarnos algo del gran calor sufrido al atravesar esta población de tablas empolvadas y piso de arena, que de día se convierte en rescoldo. Se repartió rancho a la tropa, y a la verdad que fue buena. Se componía de papas, caldo con frangollo y un pedazo de buena carne. La tropa quedó contenta de la comida y del Cuartel, pues siendo todo entablado y en el interior de doble piso, se puede estar con comodidad y aseo. Durante el trayecto andado, el pueblo, según las varias veces oídas, se expresó muy bien del Cuerpo, encontrándonos hasta buenos mozos. En cuanto a mí, oí a dos señoras decir que debería ser un francés. Igual cosa dijeron del cabo 1º Silvestre Cortés de la 2º Compañía, con quien yo volví atrás a buscar a dos enrolados en el Cuerpo, que se habían desaparecido en el desembarco, y los cuales volvieron más tarde al Cuartel. El calor era infernal. 27 de Enero de 1880 Martes. Limpia de armas durante todo el día. No hubo puerta franca, ni ayer. Las comidas muy malas. El calor insoportable y la sed, y pésima calidad del agua resacada. Nos hicieron experimentar la dura situación en que nos ponía este cálido clima. Se oye decir que pronto saldrán para el interior dos Compañías del Batallón. 28 de Enero de 1880 Miércoles. En este día se dio puerta franca a todo el Batallón, después de la comida, como a las 4 P.M. A las 4 ½ P.M. la banda del Cuerpo fue a la Estación del ferrocarril a recibir una Compañía del Regimiento “Cazadores del Desierto”, que venía de San Pedro de Atacama; la que se alojó en el segundo patio de nuestro Cuartel, en que estaban las Compañías 5º y 6º, que tuvieron que salir y alojar en medio del primer patio, listas para marchar al interior, como se ordenó hoy. 29 de Enero de 1880 Jueves. A las 7 A.M. sale por el ferrocarril para Carmen Alto las Compañías 5º y 6º, rumbo de San Pedro de Atacama. La banda fue también a la Estación, y los sargentos de la 2º Compañía fuimos al vecino camino de hierro y nos despedimos de nuestros compañeros de armas, al pasar el tren, dándoles estrepitosos adioses y grandes hurras, que fueron contestados con otros iguales. Ejercicio de evoluciones a la orilla del camino de hierro, falda del cerro. El Batallón se expidió bastante mal, según se entendía esto por causa del cálido y arenoso terreno de faldas en que se evolucionaba, o los pocos días que no se trabajaba? Tal vez una y otra cosa. El rancho continuó repartiéndose malísimo, hasta ser intolerable. La comida, papas con un caldo de frangollo y el almuerzo, un caldo con unos cuantos porotos. Los oficiales, como los días anteriores, teniendo un sobre atado en buenas monedas de 20 pesos, comido en cafés u hoteles; pero también se quejan de la poca y cara comida. Y si a esto se agrega que el licor también es caro y que el agua es pésima, muchas veces caliente, se concluirá en que nuestra situación es dura y mortificante. La banda toca en la plaza a las 8 P.M., por vez primera. (En el manuscrito original va insertado un croquis en planta del 1º Cuartel ocupado por el “Aconcagua” en Antofagasta) En la nota de los renuncios del día 24 de Enero, apuntados antes en este cuaderno, se lee que después se contará lo sucedido en la noche de ese día, a bordo del Copiapó. Enojados nosotros por la mala alimentación que se nos daba, resolvimos vengarnos de alguna manera. Sabíamos que el sargento Ramos iba al cuidado de dos barrilitos de rico pisco, perteneciente al capitán Ahumada. Propuse yo a Barahona que nos robásemos uno de esos barriles tanto para tomar un trago, cuanto para vengarnos haciendo perjuicios. Mi pensamiento fue aceptado, lo mismo por el nombrado que por Prodel. En la noche y con consentimiento de Ramos, que prometió hacerse el robado, subimos sobre cubierta el barrilito y vaciamos su contenido en un balde, arrojándolo al mar después. La cubierta del vapor se llenó con el olor del pisco y con nuestro descuido, varios soldados se bebieron casi todo el licor, formándose una rosca espantosa. En vano los oficiales sudaban cuidadosamente, porque la rosca cundía. No poco susto pasamos. El desorden tomó colosales proporciones. En tierra nadie había quedado quieto; pero a bordo tenían que quedarse quietos por fuerza. Al día siguiente (25 de Enero), se buscó en vano al autor de la desaparición misteriosa del barrilito. A los que hacían la pesquisa por encargo del capitán, les contestaba Ramos: No busquen en vano al barrilito, porque a estas horas irá navegando cerca de Coquimbo. 30 de Enero de 1880
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Viernes. Ejercicios por Compañías, de armas y de evoluciones. Llegada de algunas Compañías de los “Cazadores del Desierto”, por el ferrocarril. Fue a recibirlos la banda de nuestro Batallón y se alojaron donde misma quedó la otra que llegó primero el miércoles. Formados los “Cazadores” en el patio de su Cuartel, separado del nuestro por un pequeño pasadizo y un tabique de tablas, por entre cuyas rendijas yo veía todo, y a presencia del comandante general de armas y varios jefes del Ejército, se dio a reconocer el nuevo comandante de ese Cuerpo, varios oficiales ascendidos y a tres sargentos 1º, también ascendidos a oficiales. En este día, se comenzaron a llenar los dos libros de órdenes generales del Cuerpo, apuntes que antes se hacían en medio pliego de papel. Los apuntes que aquí hago están escritos con pluma metida en un tosco e incómodo pedazo de madera, que parecía una astilla de algún zuncho de barril encontrado en la basura, de la cual apenas cabe en el tintero. Los lapiceros suelen a veces volar como si tuvieran alas y hay que escribir con lo que se pilla. Se comienzan a arreglar los libros de pago. 31 de Enero de 1880 Sábado. Todo el día me ocupo en terminar los arreglos para el pago, el cual se principia como a las 5 P.M., y luego se suspende para terminarlo el siguiente día. En la noche de este día hubo función teatral por la Compañía Pantoja. Se representó “Otro gallo te cantará”, y tocó la banda del “Colchagua”. Limpia de armas. 1 de Febrero de 1880 Domingo. A las 9 A.M. salimos a oír misa por vez primera, a la plaza principal de Colón, en la cual estaban el “Colchagua” y la Artillería, llegando en pos de nosotros los “Cazadores del Desierto”. Todos oímos misa al aire libre. El mayor nos había enseñado pocos momentos antes el modo como se oía misa, tocando solo caja, y fue un milagro que no saliera mal. Al confundirse las cajas en sus toques, nos confundíamos muchos equivocándolas. Después de la misa, los demás Cuerpos se retiraron y nosotros quedamos haciendo algunas evoluciones, por espacio de un cuarto de hora, y enseguida nos retiramos. También sacamos el estandarte. En la tarde, puerta franca. Al entrarse el sol, fui con Ramos, Salinas y Pino a la playa, frente a la calle del Cuartel, y allí recogimos un gran número de sardinas para comerlas fritas. Había gran cardumen. En la noche, la banda tocó en la plaza; y gran rosca de gran número de soldados y hasta clases, con motivo de haberles dado plata como cancelación de sus sueldos de la revista del 15 de Diciembre (de 1879), en San Felipe. 2 de Febrero de 1880 Lunes. Ejercicios por Batallón en las faldas del cerro. Se termina el pago de la Compañía. 3 de Febrero de 1880 Martes. Ejercicios por Compañías. En la noche aparece un cometa con enorme cola, por el lado del mar. 4 de Febrero de 1880 Miércoles. Ejercicios por Batallón, mandado por el mayor, vestidos de parada y con banda de música. Desde antes de aclarar nos preparamos para la salida a las lomas vecinas, a espaldas del puerto. En la tarde de este día, se enseña al Batallón el modo de recibir las ruedas y jefes de servicios. 5 de Febrero de 1880 Jueves. Salida a hacer ejercicios en la misma forma que el día anterior. Primer día que me quedo sin comer, por torpeza del repartidor del rancho y por no haber en el Cuartel quien venda. Solo conseguí pan y queso. 6 de Febrero de 1880 Viernes. Ejercicios por Batallón, como en los días anteriores. En la orden del día, se dio a conocer la próxima partida al teatro de la guerra, en el primer transporte que llegue del Sur, de los Batallones “Colchagua” y “Cazadores del Desierto”, existentes en esta plaza; por cuyo motivo, este Batallón cubrirá las guardias de Cárcel y Hospital, como hasta aquí se había hecho, y además, hasta la guardia de la Aduana, mandábase relevar por fuerzas de Artillería los destacamentos de Tocopilla y Mejillones, que guarnecían piquetes del “Colchagua”. Esta orden se cumplirá desde mañana. En la tarde hubo ejercicios para practicar el modo de recibir la ronda mayor y jefe de servicio, a presencia del comandante del Cuerpo. El Batallón formó en cuadro en el patio.
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En la noche, se enseñó por vez primera, con corneta, el toque de guerrilla en la cuadra de la 2º Compañía, antes de la retreta. El subteniente Herrera, de la misma, enseñaba los 3 primeros toques. En el patio vecino, los “Cazadores del Desierto” practicaban al mismo tiempo, como en noches anteriores, iguales toques. Desde las oraciones, me fui al malecón vecino al muelle, a presenciar la primera braveza de mar que yo veía en este puerto; la cual principió como desde las doce del día. El sargento Artemio B. Acine, de mí Compañía, sale a medicinarse a casa de Sastenia Martínez, calle de Ayacucho Nº 135. Esta tarde llegó de Carmen Alto, una Compañía de “Granaderos”, que estaba de destacamento en San Pedro de Atacama. La banda del “Colchagua” los recibió en la Estación. 7 de Febrero de 1880 Sábado. El Batallón sale a hacer ejercicios, mandado primero por el ayudante Narvaez, y luego por el mayor, que llegó a caballo a los 10 minutos después de principiados los ejercicios de armas. Al hacerse poco más tarde ejercicio de evoluciones, y mandaba el mayor formar columna de ataque. El capitán Ricci, en vez de mandar flanco derecho, mandó flanco izquierdo. Entonces el mayor picó espuelas a su caballo y corrió a escape a hacer volver a dicho capitán sobre el terreno pedido, increpando con palabras duras. El movimiento salió bien; pero el capitán Ricci, vuelto el Batallón al Cuartel, y en el patio de éste, interpeló directamente al mayor sobre su conducta en el ejercicio, y sostuvo la mano sobre la empuñadura de su espada mientras le hablaba. El altercado fue muy acalorado entre ambos, llegando el mayor hasta con amenazas con prisión al capitán, por sus palabras amenazantes empleadas en su interpelación. El incidente, que fue por demás grave, no pasó más allá; aunque se dice que el asunto seguirá hasta el Comandante General de Armas de esta plaza. Como a las 11 de la mañana, comenzó a circular una hoja suelta del “Catorce de Febrero”, en la cual se insertaba un largo artículo firmado “Maximiliano”, tendiente a dar a conocer la buena gente que compone la oficialidad y clases de este Batallón y el aprecio que tienen todos por el comandante Díaz Muñoz. Pero del mayor don Juan Pablo Bustamante, se expresa en términos demasiado inconvenientes, considerándolo indigno de mandar este Cuerpo compuesto de mucha gente decente, por sus maneras bruscas o rudas. El estilo y método del tal artículo, revela muy poca costumbre de escribir, pareciendo con esto ser su autor alguno de tantos pijes fraguado por enemigo oculto y alto o bajo. Este artículo fue impreso al fin. Se dice además que esta noche en que escribo, ha salido otro artículo más o menos en iguales o peores términos que el del día, tendiente a minar la conducta y competencia de dicho jefe. En la tarde se presentaron varios soldados de este Batallón al comandante del mismo, pidiéndoles les permitiera enrolarse en el “Colchagua”, por ser el primero que marchaba al Norte. Ignoro lo que les contestó el comandante. Como a las 5 de la tarde, el comandante estuvo en la cuadra de la 2º Compañía, y enseguida presenció en el patio, por un momento, los ejercicios de ronda, que se practicaron por espacio de hora. En esta noche dejó de ser visible el corneta visto en noches pasadas. La banda del “Colchagua” tocó en la plaza hasta las 9 P.M., desde las 8. Como a las 2 ½ P.M., después de lista, me trajo a la cuadra, en que principiaba a escribir los apuntes de este día (concluido hoy domingo 8), el soldado distinguido Pascual Vera Freites, el diario “Los Tiempos”, primer diario de Santiago que leía en este puerto, el cual me lo mandaba el subteniente Herrera, para que leyese algo concerniente al estandarte de este Cuerpo. Dicho diario era de fecha 23 de Enero (de 1880) último, Nº 637, y en su crónica diaria decía así: “Una hermosa fiesta tuvo lugar el domingo en Quillota, con motivo de la entrega al Batallón “Aconcagua” Nº1, del glorioso estandarte que en 1838 llevó el Batallón de este mismo nombre en la Campaña del Perú. De San Felipe fueron el Intendente, los municipales y varias otras personas distinguidas. Llevó el estandarte un veterano del antiguo “Aconcagua”, don José del Canto. El estandarte es de seda, ya bastante veterano, pues sus colores han perdido mucho con el tiempo; pero como una muestra de que está acostumbrado a reírse de las balas peruanas, ostenta algunas cicatrices que sacó en la Campaña de 1838. La estrella es de hilo de plata y la lanza de bronce plateado, en la cual se ve el número del cuerpo a que ahora pertenece.
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El señor del Canto se encontró en Quillota con don José Esteban Gutiérrez, quien perteneció también al Batallón “Aconcagua”, e hizo toda la Campaña de 1838 y 1839 bajo el glorioso estandarte. Inmediatamente se reconocieron, pues ambos pertenecían a la misma Compañía. En las fiestas organizadas con motivo de esta entrega, hubo brindis, Te Deum, etc. El señor Intendente Blest Gana pronunció un elocuente discurso, al depositar en manos del oficial abanderado el glorioso estandarte. El señor Díaz Muñoz, comandante del cuerpo, contestó con un corto pero enérgico discurso, jurando no rendir la insignia que se le confiaba mientras estuviera con vida. El 20 de Enero fue celebrado en Quillota con grandes entusiasmos.” Hasta aquí el suelto de crónica. En este día me corté el pelo casi a navaja. El comandante había ordenado se cortara el pelo todo el Batallón, para lo cual se nombró como peluquero a Bernardino Suárez de la 2º Compañía y a mí de la 1º Compañía, como barbero y que formaran Compañía, para cortar el pelo y hacer la barba por 5 centavos mensuales, a cada individuo de tropa y oficiales de modo que un soldado si quiere, puede andar todo el mes con la barba hecha, rapándose cada semana o menos, y con el pelo en regla. En la noche, función dramática en el teatro. 8 de Febrero de 1880 Domingo. A las 8, más o menos, salimos a misa, como el domingo anterior, oyéndola en la plaza, a todo sol. Nos retiramos después a nuestro Cuartel sin hacer otros ejercicios, que los correspondientes a la marcha, y después de haber dejado en la casa del comandante, el estandarte del Batallón. Como a las 11 A.M., hora en que yo salgo a la calle, encuentro por todas partes grandes grupos de gente del pueblo de todos sexos, que juega a la challa con harina, polvos de arroz y quien sabe cuantas cosas más. Con este motivo, la agitación en el pueblo era grande, como que celebraba el primer domingo de carnaval. Aquí se hacen cartuchos de papel, llenos de polvos blancos, los cuales vacían en las manos y los arrojan a la casa del primero que encuentran. Cara y cabellos se tornan blancos, como harina. Me retiré al Cuartel a la 1 ½ P.M. y el juego continuaba en lo mejor por muchas calles. Una mujer, fea como ella sola, pero joven, quiso tirarme un puñado de polvos blancos que tenía en la mano, y al intentar hacerlo, sin duda se fijó en que yo no le había puesto cara traviesa; pues se detuvo y me pidió permiso para hacerlo. Naturalmente le negué ese permiso, agarrándole al mismo tiempo la mano con un: ¡Retírese Ud.! En la tarde, salió con puerta franca el Batallón, hasta las 9 P.M. Como a las 5 salí a visitar el cementerio; la cruz, que se clava siempre en alguna loma vecina en que se principia a fundar una población católica, y que aquí está vecina al panteón, en las lomas que quedan entre los cerros y la población; y por último, tenía que ver los cinco montones de piedra hechos para fusilar a los cinco soldados del 2º, 3º y 4º de Línea, únicos fusilamientos que se han conocido en el Ejército que estuvo acantonado en este lugar, antes de zarpar al Perú. Apenas salí del último callejón para entrar al campo objeto de mi expedición, tuve la idea de copiar, aunque imperfectamente, el cuadro que tenía a la vista, en una de las hojas de este cuaderno, valiéndome de un pedacito de lápiz que pedí prestado. Me senté en un montón de piedras que encontré inmediato. Sobre el resultado de mi trabajo, se verá cuando estos apuntes y mis trabajos al lápiz sean sacados en limpio. Casi al entrarse el sol, me dirigí hacia los cinco montones de piedra de los fusilados. Encontré ahí a dos mujeres de pueblo, que gustosas me dieron algunas noticias sobre esos fusilamientos. Los cinco montones están en hileras, de poniente a oriente, dando frente al extremo Norte de la bahía. Los dos montones del oriente, fueron ocupados por soldados del 3º de Línea, los dos siguientes por los del 2º de Línea y el último, lado del mar, por el del 4º de Línea. Todos fueron enterrados a un lado del cementerio, en su interior. Hoy, esos montones han sido convertidos por el pueblo, en pequeñas casuchas hechas de tablas cruzadas, y tapadas en su parte exterior con mantas viejas y pedazos de frazadas o vestidos. Tienen la figura de hondos canastos roperos vuelto al revés. De noche prenden velas de composición en su interior. Cuando yo pasé por uno de los del medio, siendo muy de día, ya tenía en su interior una vela encendida. Esos cinco criminales deben haberse
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vistos inmensamente arrepentidos, al pensar que dejaban para siempre a sus millares de compañeros del Ejército, que se escalonaban en esas lomas; a ese mar nunca tranquilo, que los había dejado desembarcar para que sirvieran de instrumento de castigo de dos naciones pérfidas; y a ese pueblo que miraban tan contentos cuando recién dejaban el mar y que en el supremo instante miraban con honda pena al dejar la vida por mandato de la ley. De aquí pasé al cementerio, vecino ¾ de cuadra al Este; pero no entré en su interior por haber cerrado ya la puerta el guardián. El espacio que ocupa, como ½ cuadra cuadrada, está circundado por una reja de madera, pintada de blanco. Por esta reja, que apenas alcanza a la altura de un hombre, vi a cuatro mujeres que habían quedado encerradas, mientras se entretenían en dar vueltas por las sepulturas. Luego que notaron que yo no entraba, miraron la puerta y viéndola cerrada, corrieron a hacerla abrir a golpes. Mientras tanto, yo miraba ese extraño cementerio de tumbas de madera, pintadas de blanco todas, sembrado de cruces del mismo color y de todos tamaños, que de a bordo se divisa como un campo plantado de lirios y azucenas. Mi objeto fue visitar una a una las sepulturas; pero solo me contenté con mirarlas reja por medio. A pesar de esto, busqué algo que llenara mi curiosidad, y lo encontré en la inscripción que tenía una gran cruz situada a pocos pasos de mí. Decía: “Yacen – los restos – mortales de Amalia R. De Franco – nacida en el risueño departamento Oriente – al el año 1841 y – sepultada – en este – árido O – cciden – te el 2 de Octubre de 1873.” Este árido Occidente me dio tema a muchas consideraciones, como que por él, tres naciones están matando lo mejor de su juventud, convirtiéndolo en vastísimo cementerio. Casi ya de noche, me volví a la población por calles que aún no había andado. Antofagasta es un Valparaíso chiquito. La banda del Cuerpo tocó en la plaza. Mientras concluyó de tocar un trozo del Moisés, se me ocurrió entrar a la Iglesia parroquial, única de este pueblo. Está situada en el costado Oriente del lado de los cerros, y mira derechamente al mar. Tiene una torre semejante a la del Carmen de San José de Santiago, es decir, cuadrangular y terminada en punta. Tiene una sola puerta; pero su interior está dividida por tres naves, por un orden de delgadas columnas de madera que sostienen su techo aún sin entablar. A la pálida luz de cuatro velas encendidas en un altar consagrado a la Virgen de Arnísima; examiné lo poco que hay que ver. Al fondo de la nave central, el altar mayor, bien arreglado, pero sin esas molduras pintadas o doradas que tanto afean los pocos altares que se conservan en Chile, como restos de pasados tiempos. Los otros dos altares, el ya nombrado con velas, a la izquierda y otro a la derecha, cada uno en el fondo de sus respectivas naves, son muy pequeños, compuestos de una mesa y encima un santo en lienzo. Al volver a la plaza, divisé una pequeña pieza iluminada por una lamparilla, a un lado de la puerta de entrada. Me asomé y vi la enorme chasca de un sacerdote, que entiendo será el cura. Estaba con un gesto tan agrio, que me pareció cara de oidor de la Colonia, que no de manso servidor de la Casa del Señor. No se porqué se me vino a la memoria, la Real Audiencia y sus señores togados, de cuyo antiguo tribunal solo queda su venerable archivo en Santiago, al que mis manos no han cesado de registrar casi día a día, sacando apuntes. Como a las 10 de la noche, hora en que me estaba acostando, recibí orden del comandante, que a esa hora estuvo en el Cuartel, de salir con un cabo y tres soldados, para buscar por la población a los soldados y clases que habían faltado a la retreta. Me recogí después de las 12, habiendo encontrado a 5, metidos en las distintas casas de diversión de la famosa calle del Nuevo Mundo. 9 de Febrero de 1880 Lunes. Ejercicios de armas y evoluciones, mandados por el mayor, en el lugar de costumbre. Corre la noticia de que fuerzas bolivianas amenazan asaltar a Calama u otro punto del interior, por cuyo motivo se dice que otras Compañías de este Batallón, saldrán a reforzar a las que salieron en días pasados. En la noche, ocurrió un lance cómico al comandante del Cuerpo, Sr. R. Díaz Muñoz, quien fue tomado preso por la guardia de prevención del Cuartel, en circunstancias que era jefe de servicio para este día. Como a las 3 A.M., es decir, ya día martes, el centinela llamó al cabo de guardia, anunciando “Jefe de Servicio”. En el acto se formó la guardia, y el sargento 1º Florindo Bysivinger (de la 1º Compañía), salió a cumplir con las formalidades de ordenanza. El santo era “Adelante”, y la seña “Granaderos”. El comandante o se turbó o fingió equivocarse, como es más probable; lo cierto es que dio al sargento el santo, en vez de la seña. Apenas acabó de pronunciar dicha palabra el jefe, el sargento de un salto se le coloca a su espalda, hace avanzar la tropa, le intima orden de
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arresto y en tal calidad lo entrega al comandante de la guardia, capitán Campos, en donde se da a conocer el error. Fue un lance parecido al sucedido a don Ambrosio O’Higgins en Lima, donde siendo Virrey, fue una noche a la Cárcel en cumplimiento de una orden dada por el mismo, de no permitir andar a nadie por las calles pasada cierta hora. En este día practiqué por vez primera la visita de Hospital, con el subteniente Herrera, cumpliendo órdenes superiores. Encontramos unos 25 enfermos del Batallón. Yo logré la oportunidad para pedir un remedio para el estómago a uno de los médicos de ese establecimiento, y el cual tenía una de esas caras que detrás de una sonrisa forzada, rebelan orgullo y soberbia. Sin embargo, el remedio que me dio fue bueno. El Hospital tiene unas seis espaciosas salas bien ventiladas, y reciben un aire fresco del mar, que hace sentir muy poco el calor. Está situado en una eminencia que domina toda la extensa bahía. La construcción es toda de madera, como es la población entera de Antofagasta. Está a corta distancia del cementerio. Mirado del mar, el Hospital semeja a enormes cajones amarillos puestos boca abajo, encima de una loma. Desde el Hospital divisamos un vapor que venía del Norte, muy ligero, el cual resultó ser el famoso Huáscar. No fue poca mi sorpresa al saber que el histórico buque había fondeado en el puerto. Del Hospital volvimos al Cuartel, donde supimos tales noticias. Como a las 12 M fui a los malecones a verlo. Estaba pintado de negro y con su cañón de la chimenea pintado de amarillo. Es un buque bonito por sus cuatro costados. Fondeó frente a la desembocadura de la calle de nuestro Cuartel, de modo que parándose en su puerta de calle, se divisaba como puesto de costado, al extremo de esta calle. Ostentaba en su popa, una enorme bandera chilena. Nunca había visto este buque, aunque sí en pintura. A la caída de la tarde, salió no sé con que rumbo. Se dice que buscaba a la Unión, cuyo buque peruano se supone andaba en estos días en aguas chilenas. En este día, a la llamada, 2 P.M. fui presentado voluntariamente al calabozo, por culpa del sargento Vivanco, en camastrón que más tiene de hinchado y orgulloso (fundado no sé en qué) que de vivo e inteligente. Como 10 minutos después me llamó el ayudante Narvaez, para hacerme saber que era el sargento de semana el que había de hacer el estado diario, por cuya comisión estuve yo en tal prisión y el quién debía ser castigado por mí. Sin embargo, todo no pasó de 10 minutos de prisión; pero la rabia que pasé entonces, es como si todavía no hubiera pasado. 10 de Febrero de 1880 Martes. Ejercicios de fuego por Batallón y evoluciones. Las descargas estuvieron buenas. Se formó el cuadro con fuego graneado. Yo iba de guía derecho a la cabeza del Batallón, de modo que me tocó quedar en una de las esquinas del cuadro, y aunque por ordenanza yo debía quedar dentro del cuadro, quedé en mi anterior puesto, pues tenía placer en sentir zumbar mis oídos por el estrépito del fuego. Era el primer ejercicio de esta naturaleza echo en este lugar. En la tarde, el subteniente Herrera hizo clase de guerrilla a la 2º Compañía, en su cuadra. Como a las 4 P.M., los “Cazadores del Desierto” formaron y pasaron lista para marchar; pero habiendo faltado cerca de 100, se postergó la salida para mañana. Estando yo en el patio de ese Cuerpo, esperando la hora de salida, se me acerca un sargento 2º y se da a conocer de mí como amigo de otro tiempo. Era Darío N., cuyo aspecto estaba de todo cambiado por las fatigas de una larga expedición. A las 10 A.M., entré de guardia en la prevención con el capitán Torres. 11 de Febrero de 1880 Miércoles. Por la mañana llegan de Valparaíso el Angamos, y el Itata; enormes buques que marchaban al Norte, con escala en este puerto. Los “Cazadores del Desierto” comenzaron a alistarse para embarcarse en la tarde en uno de esos buques. Los “Carabineros de Yungay” desembarcaron del Itata, con buena caballada. Se dice que se les va a internar a Calama u otro punto amagado por fuerzas enemigas. Nuestra banda fue a recibirlos. He pasado una noche entera sentado en una mala silleta y armado con mi yatagán. Pasar una noche a toda intemperie, sin poder entrar a la vecina y aportillada pieza del sargento de guardia, porque las pulgas también están de guardia; cabecean de vez en cuando y recordar al instante el grito de los centinelas; esto fue una noche de guardia en Antofagasta. Sin embargo, la monotonía de tal noche era a lo lejos interrumpida por la bulla que metía alguna alegre comparsa de máscaras que salía del vecino teatro, en cuyo lugar se despedían de los carnavales. Poco antes de aclarar no
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pude resistir de entrar a la pieza mencionada, he hice prender luz y me puse a escribir alguno de los apuntes de la semana pasada. A la hora de costumbre, salió el Batallón a ejercicios y de ese lugar se mandó a la banda a recibir los “Carabineros de Yungay”. A las 10 A.M. entregué la guardia y salí a respirar libre como si hubiera estado preso 24 horas. Y sin embargo, no había salido del mismo patio del Cuartel. En este día, llegan varios otros buques de vapor y vela. 12 de Febrero de 1880 Jueves. Aniversario de la Batalla de Chacabuco, etc. Una parte de la población enarbola el pabellón nacional. Sale nuestro Batallón a hacer ejercicios de armas y evoluciones. A las 11 A.M. se embarca el Batallón “Cazadores del Desierto”, cuatro Compañías en cinco grandes lanchas. Los recibió el Angamos. La banda de nuestro Batallón los acompañó hasta el muelle. A la 1 P.M., abandonaron el fondeadero el Angamos e Itata, que se divisaba lleno de gente. Eran soldados o reclutas que marchaban al Norte a engrosar o llenar bajas de algún Cuerpo. Ayer y hoy, me he bañado en una especie de tina de piedra que encontré entre los peñascos. El mar la baña cada minuto; su fondo es de suave piedra blanca, sin un punto caliente que pueda lastimar el cuerpo; su figura y tamaño es de una tina que casi es perfecta. Un baño en ella, es de lo más agradable. Dificulto que la naturaleza pueda presentar un lugar mejor para bañarse. Nuestra banda tocó en la plaza a la hora de costumbre. Los “Cazadores” dejaron en tierra un grande y hermoso perro, de color plomo oscuro, y que según decían, era el mejor centinela que tenían en el desierto. Quedó en nuestro Batallón, donde es cuidado poco menos que a “Cuatro Remos” en otro tiempo por los bomberos de Valparaíso. 13 de Febrero de 1880 Viernes. Ejercicios de evoluciones. La primera que se mandó, fue de lo peor que he visto en su ejecución. Casi no hubo un comandante de mitad que no se turbara. Hubo una confusión de Compañía, que fue imposible acomodarse para quedar conformes con la voz de ejecución, que fue: al frente en batalla, marchando la izquierda en cabeza. El capitán Torres, por una de esas genialidades muy comunes en él, se reía a mandíbula batiente al verse él y los demás sin saber por donde darse vuelta. Mientras hacíamos ejercicios, llegó un vapor del Sur, que creo fue el de la carrera y luego se avistó otro más. Era este el Matías Cousiño, según supe después, que traía a remolque al Valdivia, otro vapor. Fondearon como a las 9 ½ A.M. Este Matías es el mismo que tantas veces burló al Huáscar y que siempre escapó ileso. Es un buque pintado de negro, largo, de dos palos, con un cañón de chimenea que sale más a proa y no al medio, como se ve en todos los vapores, y cuyo cañón está inclinado como la s célebres torres de Pisa. La cubierta se divisa de una manera que yo no entiendo. Es un vapor de lo más raro que he visto, y por su aspecto extravagante es magnífico para hacer burlas a un enemigo, como era el Huáscar. En la tarde se embarcó en él el Batallón “Colchagua”, acompañándolos hasta el muelle nuestra banda, que arrancó aplausos, como otras veces, al tocar “Nos vamos al Perú”, cantado. Los “colchaguinos”, lindo Cuerpo por su instrucción como por la estatura y robustez de los que la componen, desatracaron lanchas para dirigirse al Matías, lanzando atronadores vivas a la banda y a nuestro Batallón. Ellos, ni ningún otro Cuerpo existente aquí, desde que llegamos, ha tenido banda mejor. En este día, se terminó las listas de revista y se presentaron a la mayoría. Las mías salieron muy buenas, lo que es una rareza, pues con el mayor, no se encuentra nada bueno. Sin embargo y a propósito de lo que se dice sobre las escrupulosidades que gasta el mayor, creo que, en su lugar haría otro tanto. Pero no seguiría sus aguas, como diría un marino tratándose de ciertas frases que lanza al mar de dos o tres, por rabia. En fin, no es la ocasión de hablar sobre lo que yo pienso y siento sobre todo y cada uno de mis superiores. Pero será juicio que estamparé bien amargo algún día. Digo, pues, que las listas estuvieron buenas y que mañana será la revista. Esta noticia ha alegrado a todos; la tropa anda contenta y no es lo de menos, aunque las comidas siguen siendo malísimas. Hay quienes, sin necesidad, aguantan todo por la Patria. 14 de Febrero de 1880 Sábado. La banda tocó en la puerta del Cuartel, diana; comenzando con el Himno Nacional, como estaba mandado en la orden del día. Al salir el sol, estando la tropa formada en el patio, y yo en una mesa en el medio del, escribiendo; uno de los fuertes del Norte principia a descargar sus cañones
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de grueso calibre, al mismo tiempo que nuestra banda comienza los preludios de la Canción Nacional y la población empieza a engalanarse con el tricolor. Era que se celebraba el aniversario de la Toma de Antofagasta por las fuerzas chilenas, en igual día del año pasado. ¡Un año de guerra! Un año cabal de guerra escandalosa provocada por dos naciones desleales y corrompidas, que fraguaron infame alianza secreta, como lo hacen en la oscuridad de la noche los salteadores y gente perdida. A castigar a esos pueblos de vida perezosa e inhábiles para gobernarse, ha pasado por estas playas ardientes, aunque no tanto como el patriotismo chileno, un Ejército tan numeroso y disciplinado cual nunca se ha visto en América; y que de victoria en victoria llegará hasta la capital orgullosa, que llena de vida de mesalina a las orillas del Rímac; y a castigar esos pueblos, esta bahía ha visto también surcar sus aguas más formidable escuadra americana, y aún extranjera, cuyos cañones parece que han resonado por todo el mundo, pregonando hazañas inmortales. Y a ese mismo fin, estoy yo aquí y mi Batallón, ansioso de seguir también adelante, precedido de nuestro viejo y glorioso estandarte, ante cuyo trapo desteñido se me olvida todo lo que sufro de hambre y de sed; no siento las trasnochadas que el deber me impone; encuentro deliciosas las comidas que en Chile no las comerían los perros; tengo como besos de amor las caricias numerosas que me hacen a toda hora los cortantes incisivos de las pulgas, chinches y demás bichos que Dios se dignó mandar al pueblo del faraón. Y al pensar en esta miseria que me rodea, me asalta involuntariamente a mi memoria, el recuerdo de todo lo que dejé en Santiago; mis libros, mis cuadros, mi sofá, y todo .... y todas. A las 9 A.M., más o menos, pasamos la revista de comisario en la calle, al lado afuera del Cuartel. Concluida la revista, la banda tocó algunas piezas hasta que el comisario y acompañantes, se fueron. Como a las 10 A.M. entré de guardia en la prevención, sirviendo al comandante de ella, el teniente don M. Emilio Letelier, habiéndosela entregado el 1º Bysivinger. Una hora más tarde y después de recibir el rancho, la tropa estuvo lista para mudarse al Cuartel dejado por el Batallón “Colchagua”, en la calle de .............. No sé por qué sentí algo como pena al dejar ese Cuartel, y creo que lo mismo me sucederá al abandonar todos los lugares testigos de la miseria en que se sirve en estos climas infernales, en donde hasta nuestro propio Gobierno parece decidido a ser el enemigo tenaz de nuestros estómagos y el gran especulador de nuestro patriotismo, como tantos otros desalmados. Al ver formado al Batallón, con todo su equipo, se me figuraba nuestra salida para el Norte, y cuando volvía la cabeza para la calle, como desechando ideas que no serán realidades hasta quien sabe cuando; divisaba el mar tranquilo, como invitándonos a un pronto embarque; veía flotar al viento un centenar de banderas esparcidas en otras tantas casas y en la puerta de nuestro Cuartel otra más, que parecía preguntarme: ¿hasta cuando no se van ustedes? En el Cuartel que habitamos desde que llegamos a este puerto, estuvo antes el “Santiago” y ............. Y en el que ahora íbamos a ocupar, ha ocupado primero el “Buín” y después varios Regimientos y Batallones: el “Valdivia”, “Lautaro”, “Esmeralda”, “Chillán”, “Colchagua” y último nosotros. Poco después de las 10 A.M., y estando ya formado el Batallón, se bajó la bandera del Cuartel, se le envolvió bien y se le mandó entregar a su dueño, pues era prestada. Inmediatamente salió el Batallón rumbo al nuevo Cuartel. El Cuartel que desocuparon los “colchaguinos”, es también trabajado por los bolivianos, como el que desocupamos nosotros. Tiene al frente un segundo piso con balcón, y es ocupado por la Mayoría y habitaciones de los oficiales; cada uno de los cuales tiene una pieza. Encima de este segundo piso, el techo es plano, como son las casas en el Perú, y rodeado de balcones. Es un lugar muy cómodo y agradable, pues formando una explanada algo más que regular en tamaño, y a la altura de un tercer piso del edificio, da espacio para que unos 50 o más curiosos contemplen el bonito panorama del puerto. Las cuadras del primer piso fueron ocupadas por la tropa. Yo quedé con la guardia en el lugar correspondiente. En ella me entregaron en calidad de reo, un joven de no mala presencia, que según me dijo él mismo, se le seguía un sumario no se porqué. Durante el resto del día, pasé contento con el nuevo Cuartel. En la tarde subí al tercer piso, por vez primera, y desde sus balcones, en contorno pasee mi vista de curioso por el puerto, cuyo mar bravía para querer hundir a las naves en ella ancladas. De este lugar se goza de magnífica vista de
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la bahía, al Norte y Poniente, con buen número de embarcaciones que se cruzan en todas direcciones por entre los vapores y buques de vela surtos en ella; por el Oriente, la cadena de cerros escarpados, a cuyas faldas está el cementerio y un poco más al Norte de este, el Hospital, es decir, el médico y el ataúd vecinos, y cruzando todas estas faldas o lomas, el camino de hierro, que cada media hora es cruzado por trenes que van y vuelven por el lado Sur, al interior; por el Sur, como por el lado Norte y Centro, las magníficas resacadoras de agua y beneficiadoras del salitre, arrojando por sus chimeneas gruesas columnas de humo negro, que empañan un tanto este cielo siempre puro, en medio del cual el sol se avanza arrojando llamas sobre nuestras cabezas. En la bahía y población, centenares de banderas chilenas flotaban al viento, aumentando con esto, el gracioso aspecto de esta población color de tierra, formando contraste con el tricolor que orgulloso ondea en todas partes, símbolo hoy de patriotismo y de victoria. La bandera de la Cruz Roja, fija siempre al frente del Hospital, símbolo también aquella de la caridad, que no reconoce patria y bajo cuya sombra se cobijan todos los dolores. A la caída de la tarde, la banda fue a tocar unas tres piezas al patio de la casa del comandante del Cuerpo. Al entrarse el sol, la Artillería hizo una salva en la playa, al mismo tiempo que la banda lucía las mejores piezas de su repertorio. La noche la pasé en pié, y no hubo novedad. El jefe de servicio vino. Al venir el día, recibí el regalo de un buen forro de gloriado, que vino muy a tiempo, y fue hecho por la camarada de Ramos. La orden del día para hoy decía así: “Día 13. En celebración del aniversario de la ocupación militar de Antofagasta por las armas de la República, reivindicando sus derechos sobre este territorio, se enarbolará al rayar el sol el día de mañana, en todos los Cuarteles y Fortificaciones de esta plaza, el pabellón nacional, a cuya hora, por fuerzas de Artillería, se hará una salva mayor en el lugar que se designe por esta comandancia, tocando diana las bandas de música de los Cuerpos de esta guarnición en las puertas de sus Cuarteles, rompiendo por el Himno Nacional. Al ponerse el sol, se hará por la misma fuerza, otra salva idéntica a la anterior, debiendo concurrir con la debida anticipación a la plaza de Armas, las bandas de música, que al primer disparo tocarán la Canción Nacional, dando su paseo por el contorno de su recinto. Enseguida, éstas se alternarán, para ejecutar variedad de piezas en dicho punto, desde las 8 P.M. a las 9 ½, retirándose después a sus Cuarteles. Arriagada.” En la noche, noté que algunos chinches me picaron las manos y cuello, apenas di unas cabeceadas; por lo que calculé que tan aborrecidos enemigos de nuestro sueño, debían existir por Regimientos en este Cuartel. 15 de Febrero de 1880 Domingo. Este domingo, no salió el Batallón a ninguna parte, ni aún a misa, pues los “colchaguinos” se llevaron al capellán de ellos, que era el que decía misa. Ignoro por qué está tan desatendido el servicio religioso. Como a las 4 de la mañana de este día, llegó la banda al Cuartel, después de haber pasado una noche tocando en el Club, esquina de la plaza, donde se daba un baile, al cual asistió el mayor del Cuerpo. A la hora de costumbre, entregué la guardia al sargento 1º Contador. Mientras no hacíamos la entrega y recibo de ella, nos dijo Contador, que él creía un hecho que ya iba a ascender primero que nadie, porque contaba con las simpatías del mayor y comandante. Yo le contesté que no creía sucediera eso, puesto que había otros, como Bysivinger, mucho más competentes que yo. Seguimos hablando sobre esto, hasta que llegó la hora de efectuar la entrega de la guardia. Como a las 3 de la tarde, estando yo en la cuadra de mi Compañía, llegó a ella el sargento Klemper, felicitándome, de un modo reservado, por el pronto ascenso que yo iba a obtener. Y como le manifestara yo que no creía ascendiera primero que otros que tienen mejor instrucción, añadió que lo sabía por boca del mismo comisario que nos pasó revista ayer sábado, quien fue a la Aduana anoche, acompañado de otro hermano de Klemper, negociante en esta plaza y teniente del Batallón Cívico de este lugar, y además amigo del comisario. Los tres conversaron sobre ese asunto y le dijeron a Klemper que él iba a ascender a sargento 1º una vez ascendido yo, lo cual sucedería apenas se le concediera el retiro del Cuerpo que solicitaba.
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Después de puerta franca, salí con el cabo Espejo, a la calle y nos fuimos a una casa cerca del muelle, en la misma calle del Cuartel, donde nos dieron mucho pescado, ensalada y vino. De pescado grande, era el primero que yo comía en Antofagasta. En la noche, tocó retreta en la plaza, la banda del Cuerpo. 16 de Febrero de 1880 Lunes. Amanecí cubierto de ronchas causadas por los chinches, que en furioso tropel se abalanzaron sobre mi pobre humanidad dormida. ¡Maldito Cuartel! Todos los soldados sufrieron los mismos ataques nocturnos, y todos levantamos un clamoreo inmenso. ¡Los chinches nos habían derrotado! El Batallón sale a hacer ejercicios por Compañías. (En el manuscrito original va insertada una carta publicada en el diario El Catorce de Febrero) REMITIDO SS. EE. de El Catorce de Febrero. Muy señor mío: Sírvase publicar en las columnas de su apreciable diario las siguientes líneas: Desde que llegó el Batallón “Aconcagua”, me he ocupado de una manera minuciosa de él, es decir, observando lo que en este Batallón en tan corto tiempo; pues en evoluciones y manejo de armas no se puede exigir más, lo hacen perfectamente bien. Digo esto, en atención que desde su organización hasta la fecha no habrán transcurrido más de dos meses y medio y creo que su disciplina no ha sido de la muy apretada puesto que no se puede hacer con gente recluta y que recién dejan las regalías del hogar para pasar a la fatigosa carrera del soldado. La mayor parte de él se compone de jóvenes muy bien parecidos. Al verlos en las filas, sus semblantes demuestran el indecible júbilo que experimentan al tener un rifle en sus manos para defender a su querida Patria, estos soldados creo harán otro tanto de lo que hicieron sus antepasados, paseando el glorioso tricolor por la costa del Perú el año 38 y 39. Creo pues que el Batallón “Aconcagua” número 1, volverá con su viejo estandarte, con aquella enseña gloriosa que en tiempos felices para la Patria flameó orgullosa en el cerro Pan de Azúcar, volverá decimos cargado de laureles. La presencia de tan bizarros soldados manifiesta un intrépido valor; gloria y salud a tan patriotas aconcagüinos. Ahora pasaremos a los señores clases. Da verdaderamente gusto hablar de tan distinguidos jóvenes, pues la mayor parte de ellos son muy ilustrados y de una presencia que no desmiente en nada a su ilustración. Sin embargo, los vemos cargar el uniforme del soldado, comer de la misma ración de éste; ellos no tienen más distinción que la jineta que cada uno carga. En este Batallón vienen de sargentos, jóvenes que no hace mucho tiempo se encontraban entre nosotros comiendo en uno de los mejores hoteles de esta población; ¿Y hoy? Sacando la ración ordinaria del soldado, y cargando el mismo traje, habiéndose desprendido de la elegante levita y de los lucidos trajes con que siempre teníamos el gusto de verlos y a la vez a cargo de valiosos intereses, y ahora esos amigos queridos entregados a la penosa vida del Cuartel y considerados como de tropa, sin embargo, los vemos contentos y resignados a esa vida, procurando olvidar las regalías pasadas. Estos son los verdaderos defensores de la Patria, atendiendo al inmenso sacrificio que vienen haciendo. Deseamos que los jefes se penetren pronto de sus méritos para que alivien en algo su penosa vida. Por varios informes sabemos que el comandante señor Rafael Díaz Muñoz, es sumamente amable para con ellos y que siempre los trata con aquella dulzura propia del militar bien educado; jamás nos dicen, ha pasado de un tono altanero en sus reconvenciones cuando las ha habido. Comprendemos perfectamente bien, que tanto las clases, como los soldados lo aprecian y esto no deja de ser una felicidad para un jefe, pues en el campo de batalla tendrá soldados que con gusto sabrán acompañarle y defenderlo en el puesto de mayor peligro que el se encuentre. La gente decente siempre sabe apreciar y aguardar una buena mirada de un jefe, tal es lo que sucede en las clases del “Aconcagua”, pues siempre con gusto le recuerda. Nosotros tenemos la satisfacción de felicitar al señor comandante y si fuéramos sus amigos, lo haríamos verbalmente y a la vez le manifestaríamos nuestro reconocimiento de gratitud por las atenciones a que le son acreedores nuestros pobres amigos. Con respecto a la oficialidad, nos hemos formado muy buen juicio; pues son jóvenes muy bien parecidos y muy amables; con algunos de los que son de San Felipe hemos tenido el gusto de encontrarnos y nos han agradado mucho por su trato. Pues nos hacemos un deber en enviarles el más respetuoso saludo.
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Extraño será indudablemente para el público, nuestro silencio con respecto al mayor del Cuerpo, señor Juan Pablo Bustamante; pues creemos no es del todo simpático para sus subalternos. Nos parece que dicho señor, no ha sabido apreciar la clase de gente que trae en el Cuerpo que él tiene el honor de ser segundo jefe. Sin más que esto, lo saludamos por ahora, reservándonos para después seguir sobre el mismo tema. Maximiliano. Antofagasta, Febrero 6 de 1880. (Inserción de la Hoja de Servicios del comandante del “Aconcagua”) Teniente Coronel Don Rafael Díaz Muñoz I Carácter amistoso, genio lleno de bondad, jefe apto, nadie debe recelar de él. Cuando salió del “Buín” fue sentido por oficiales y tropa. II El extracto de su Hoja de Servicios que sigue, trae luz sobre el honorable comportamiento del comandante de quién escribimos. El teniente coronel don Rafael Díaz Muñoz, nacido en Santiago, ha servido más de veinte años. Enero 13 de 1857 Subteniente del “Buín”. Enero 19 de 1859 Teniente del “Buín”. Junio 27 de 1859 Graduado de Capitán. Junio 26 de 1861 Ayudante Mayor. Septiembre 28 de 1866 Capitán efectivo. Diciembre 14 de 1868 Graduado de Sargento Mayor. Febrero 2 de 1871 Sargento Mayor efectivo. Diciembre 5 de 1871 Pasó al Cuerpo de Asambleas. Abril 13 de 1872 Comandante General de Armas de Valparaíso. Diciembre 13 de 1875 Teniente Coronel efectivo. Campañas y acciones de guerra en que se ha encontrado. En el Sitio de Talca, desde el 19 de Febrero de 1859 hasta el 22 del mismo mes y año, día en que se rindieron los amotinados. Hizo la Campaña al Norte y se encontró en la Batalla de Cerro Grande, el 29 de Abril del citado año, y el Supremo Gobierno, por su comportamiento, le confirió el grado de Capitán. Formó parte en el Ejército de ocupación de la Línea de Frontera, desde Noviembre de 1861 hasta Febrero de 1865, contribuyendo con sus conocimientos a la construcción de los Cuarteles y demás obras fiscales, que se levantaron. Se encontró en el bloqueo que puso la Escuadra española al puerto de Valparaíso, desde Septiembre de 1865 hasta Abril de 1866, formando en las filas del Ejército que defendía la plaza el 31 de Mayo, día en que tuvo lugar el bombardeo. Se ha encontrado en el acantonamiento de la Frontera, declarada en Estado de Asamblea, desde el 1 de Marzo de 1871 hasta el 3 de Diciembre del mismo año. III Pocos oficiales más versados y diestros en el gobierno y manejo de documentos de una oficina militar que el comandante Díaz Muñoz. Mañoso y excesivamente delicado, no gusta, por supuesto, de cumplir a pocos con sus deberes. Como su inteligencia es vasta y en instrucción nutrida, no es egoísta para enseñar a sus subalternos, ni esconde hipócritamente sus muchos conocimientos. Ha gobernado con expedición y limpieza la mayoría del “Buín” durante el tiempo que servía en ese Cuerpo, y desde 1872 es el primer ayudante de la Comandancia General de Armas de Valparaíso; cargo que impone un trabajo rudo y continuado. IV El comandante Díaz Muñoz es un jefe altamente distinguido por su inteligencia clara, por su trato amistoso y afable, y porque como es un caballero, no gusta ni aplaude la cobardía rastrera. Siempre estará en riña abierta con los indignos. Esta condición le hará notable entre sus camaradas de Cuartel y entre los hombres delicados. Es un jefe que honra al Ejército.
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Luis de la Cuadra. En la afición que la mujer tiene a juntarse, resulta que ni el demonio sería capaz de dar con ellos. Pueblo Chileno del 27 de Enero 1880. Batallón “Aconcagua” Nº1. En el Copiapó llegó ayer del Sur este bizarro Cuerpo. Consta de 600 plazas de gente escogida. Lo comanda su jefe de prestigio y de valor, y su oficialidad la compone un puñado de jóvenes patriotas e ilustrados, que abandonan toda clase de comodidad por correr en defensa de la Patria. El Pueblo Chileno cumple con el sagrado deber de dar la bienvenida a estos valientes y desea que cuanto antes se encuentren en el campo de batalla, en donde no dudamos, sabrán colocarse a la altura de sus émulos del año 39. Pueblo Chileno del 28 de Febrero de 1880. Batallón “Aconcagua” Nº1. Notable es el adelanto que se nota en la disciplina de este hermoso Batallón. Quien lo vio cuando arribó a estas playas y lo ve hoy, no puede menos que confesar los rápidos progresos que ha hecho, tanto en evoluciones como en el manejo del arma, en la corta estadía que lleva en esto el Cuerpo. Siguiendo así el Batallón “Aconcagua”, en pocos días más nada tendrá que envidiar al más ducho Cuerpo de Línea. 17 de Febrero de 1880 Martes. Apenas comenzó a aclarar, me levanté de mi aérea mansión nocturna, y bajé al chinchoso piso en que duerme la tropa. ¡Qué noche tan buena pasé de un sueño! Acostado en mi mochila y tapado con la manta, que me impedía recibir el sereno de la noche, solo sentí un pequeño frío en los pies, al levantarme. La tropa salió a hacer ejercicios por Compañías. Se les instruyó a todas, separadamente, la guerrilla, por vez primera, la que ejercitaron durante todo el tiempo disponible hasta la hora de almuerzo. Durante el descenso, fui invitado a tomar cerveza a la sombra formada por uno de los varios cerritos de piedra laja que hay al pié de los cerros, cuya base de lomas pedregosas, formó el campo de ejercicios militares de Antofagasta. Tendidos en esa sombra, y mirando al mar, estaban el capitán y subtenientes Herrera y Campos. El ejercicio, y el fuerte calor que comienza desde que el sol sale, produce una sed grande, que solo la cerveza puede aplacarla. Las copas de ese licor, que tomé en tal lugar, fueron como bajadas del cielo. 18 de Febrero de 1880 Miércoles. En la noche que ha terminado, he dormido en un cajón, en la cubierta, por librarme de los chinches; pero fue en vano. Subieron al cajón por escuadrones y me asaltaron sin piedad. Y después vino la invasión de las pulgas y pulgones, y después vendría 20.000 demonios, porque salí furioso al patio cuando aún no tocaban los golpes de la diana. Continuaron los ejercicios de guerrillas. Mi Compañía, enseñada por el subteniente Herrera, subió haciendo evoluciones a la mitad del cerro y continuamos faldeando por varias cuadras. Sentí un gran cansancio y calor. Pero cuando llegábamos a la sombra ocasionada por alguna punta saliente del cerro, la tierra estaba muy helada y hacía frío. A la hora de puerta franca, me ocupé de registrar la parte inferior de la escala que sale del Cuarto de Banderas a las piezas y pasadizos del 2º Piso, y para gran contento mío, encontré varias inscripciones hechas con lápiz, medio borradas por la tierra y las arañas que tenían ahí tendidas sus finas redes. Encontré inscripciones de bolivianos y chilenos. Las de los bolivianos decían así: “El Cuartel fue estrenado el 8 de Abril del 78, debido a los denodados esfuerzos del Sr. General Manuel ................ (no he podido descifrar el apellido), lo que pongo en conocimiento de los que lo lean”. A continuación de este, una mano chilena escribió: “Nota: fue tomado por este Batallón de Artillería de Marina, el 14 de Febrero de 1879.” Otras inscripciones bolivianas: “Samuel Ararriago, teniente 2º de Ejército, fue uno de los oficiales, que estrenó este Cuartel el 8 de Abril del año 1878”. “Moisés Valdivieso escribió su nombre el 17 de Septiembre de 1878”. Y a un lado de esta inscripción, y en la misma tablilla, está la hoja de servicio de ese oficial, que según la letra, debe haber sido escrita por él mismo:
29 “El 2 de Enero de 1871, era subteniente. El 18 de Marzo del 70 fue teniente 2º graduado. El 23 de Julio del 75, teniente 2º efectivo y el 3 de Mayo del 78, teniente 1º.” Se ven otras inscripciones más pequeñas que las anteriores, pero por lo borrada de sus letras, no se pueden descifrar. No así la que puso una mano chilena, mano militar, sin duda, y que en letra clara y con tinta, dice en tablilla aparte: “El 14 de Febrero fue tomado este Cuartel por la 2º Compañía de la 2º Batería del Regimiento de Artillería, al mando del capitán don Exequiel Fuentes, teniente Eulogio Villarreal, alférez Gumecindo Fontecilla.” Como se ve, los pícaros chilenos se habían vengado de los cuicos hasta en las inscripciones que la bondad de unas arañas, me habían conservado ocultas bajo una escala. En este Cuartel era, según es fama en el pueblo, donde se cometían los mayores crímenes ocultos por los bolivianos. Aquí se azotaba y fusilaba continuamente a chilenos, por lo cual se anidaba siempre en estos un fuego inextinguible de venganzas, que concluía por el asesinato en las calles, playa o caminos vecinales. Como se presume, la víctima, en este caso, era el boliviano; en el Cuartel era el chileno. Aquí fue donde se encontró muerto a un chileno, engrillado, con esposas en las manos y su cuerpo con varias heridas de bayoneta. Los bolivianos, sorprendidos por las fuerzas chilenas, no se acordaron de ocultar tamaño crimen. Nadie supo quien era el infeliz asesinado, ni porqué delito se le había dado tal castigo. Lo único que se puede saber, es que eso fue la ejecución de alguna venganza atroz, pues el cadáver, por las señales que demostraba, tenía ya varios días; es decir, varios días en que sus enemigos se gozaban en verlo infamado hasta después de muerto. La venganza, verdaderamente salvaje, es aquella que traspasa los umbrales de la muerte. 19 de Febrero de 1880 Jueves. En la mañana, entré de guardia con el teniente Mascayano, en la prevención. El Batallón salió a ejercicios por Compañías. Durante el día, vino a presentarse, en calidad de arrestado, un mayor Solís, mandado por el comandante Valdés Amor, Arriagada. Se dice que fue hecho traer de Pisagua, para arrestarlo, por haberse ido sin permiso de aquel. La guardia, en la noche, pasó sin novedad, aunque para mi no deja de ser cosa nueva esto de pasar una noche entera despierto y armado. 20 de Febrero de 1880 Viernes. A la hora de costumbre, entregué la guardia al sargento Montalba. Se presentan las listas de pago a los capitanes y quedan visadas por el mayor. Ejercicios por Compañías. Se paga a mucha parte de la tropa. Salí en la noche de patrulla, a buscar un gran número de soldados que faltaban, comisión que duró como hasta las 12 M 21 de Febrero de 1880 Sábado. Ejercicios. A las 9 A.M. hago la visita de Hospital con el subteniente Herrera; y encontramos a 28 enfermos del Batallón; de los cuales, 3 pertenecían a la 2º Compañía. En la Sala de San Vicente, encontré enfermo al amigo Luis Villalón, que pertenecía a los “Cazadores del Desierto”. Se paga a casi toda la Compañía. En la tarde de este día, corren rumores de que el Ejército del Norte se está embarcando en Pisagua, para expedicionar quien sabe a qué punto más al Norte. Esto me inquieta sobremanera, pues presiento que nos quedaremos aquí. Desde días atrás se anuncia el arribo a este puerto del Batallón “Aconcagua” Nº2 y del “Concepción”, agregándose por otros, que el primero de los nombrados ya viene en camino. Todos son rumores que solo sirven para mortificar nuestro quisquilloso patriotismo. En la noche toca la banda del Cuerpo en la plaza. En la orden del día se ordena que el Escuadrón “Carabineros de Yungay” esté listo para marchar al interior a la hora que se indique. Con esto vamos escapando. A la hora de retreta, las 9 P.M., se notó que muchos soldados, más de 40 de todo el Batallón, faltaban a lista, porque andaban con plata; es decir, con el elemento de la borrachera, la cual fue enorme, como en el día anterior. Estos huasos, secos de sed en este clima ardiente y faltos de dinero desde que salimos de Quillota, como un mes, al tener lo que necesitaban en sus bolsillos, se lanzaron por los despachos y cafetines, a beber como camellos. El calabozo era estrecho para contener a tantos ebrios. 22 de Febrero de 1880
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Domingo. Por la mañana, sentí los principios de un gran constipado. Tenía un dolor de pies a cabeza, especialmente en los hombros. Juzgué que irme al Hospital era ir a la muerte. Busqué modos como darme un sudor y no encontré ninguno. Determiné entonces realizar un viaje a pié, proyectado desde hace muchos días. Me pareció que andando lejos y andando bastante, sanaría sin remedios. Después de puerta franca, como a las 11 A.M., pedí el competente permiso al ayudante Narvaez, y salí solo en dirección del cerro del Ancla, cuya cima iba a ser el punto de término de mi viaje. El cerro del Ancla no es más que uno de los picos sobresalientes de la cadena de cerros que Antofagasta tiene en sus espaldas. Tiene en sus cumbres, pintada una gran ancla, que se divisa desde el mar mucho antes de llegar un buque al fondeadero. A ese punto me dirigí, y tan enfermo que no tenía fuerzas ni para salir fuera del Cuartel. Serían cerca de las 12 M cuando empecé a subir gradualmente las lomas en que están el Cementerio y el Hospital. Entre ambos hay un pequeño camino que entra por el fondo de una quebrada, por el cual fui ascendiendo hasta a una extensa planicie, que como base del cerro, es inclinada al mar. Al andar como una cuadra por esa quebrada, me pareció poder encontrar algo como vegetación, y en efecto, divisé al torcer el camino a la izquierda, una cosa verde que no podía ser piedra ni palo; debía ser un arbolito o algo parecido. Apresuré la marcha, pero fue solo para salir bien luego de duda. Era un zapato de muy de satín verde, algo viejo, que yacía tendido y descosido, como descansando de las tareas impuestas por la belleza y la juventud; porque el zapato era pequeño, como de un pié de 14 años. ¿Sería de alguna bonita o de una de esas chinas cara de cholas? Subí a la planicie; a una cuadra al fondo, se alza casi perpendicularmente el cerro, cubierto de piedra suelta y casi toda cuadrangular, cual si una mina de pólvora hubiera hecho volar a una montaña de piedra, dejando caer una lluvia de ellas en estos cerros. La ascensión fue muy difícil, porque subí por la parte más desecha, para acortar el camino. Llevaba yo una Ordenanza Militar del subteniente Herrera, y hubo ocasiones en que tuve que tomar entre los dientes ese libro y subir a gatas, llevando en mis manos piedras puntiagudas para no resbalarme. Al fin de penoso trabajo, encontré un pequeño caminito que me llevó a la cima en pocos minutos, cuando ya la sangre me corría por entre los dedos. Bonita vista se presenta desde esa altura, mirando el mar, cuya bahía se presenta en toda su extensión, como el puerto y todo lo que hay entre los cerros y el mar. A mis espaldas, nada había de notable, pues el cerro del Ancla baja perpendicularmente e inmediatamente empieza a subir otro cerro de pura piedra, en cuyas laderas y precipicios vi los primeros pájaros de estos desiertos. Eran de la especie de los llamados cernícalos, de tamaño de una ..................... y un color más o menos lo mismo. Dos o tres espinos, como de cada uno una vara de alto, son los únicos vegetales que crecen en estas rumas. Después de pasear mi mirada por todos estos lugares, pasé a ver la curiosa forma del ancla. Esta ha sido hecha con piedra blanquizca, que se encuentra en abundancia en las cumbres de estos cerros y que puestas encima de la piedrecilla suelta y de color café que cubre la superficie de cerros y lomas, como ya he dicho antes, parece fueran pedazos de tiza. Esta figura de esta ancla, está en una ladera muy derecha, por cuya razón se ve desde la población, como hecha en una muralla perpendicular. Tiene unos 20 metros de largo. Como a 10 metros a la izquierda, y en un bajo del terreno, están figuradas de la misma manera, con piedra blanquizca estas letras “BN-HC-BC”, de gran tamaño. Dicen que todo esto fue hecho por ellos. Como una hora estuve arriba, hasta que sentí a tanta distancia tocar llamada en el Cuartel, que quedaba como a 1 ½ legua frente de mí. Bajé sin inconveniente alguno por un camino derecho, pero sin piedras. Cuando llegué al Cuartel, recién habían pasado lista. Mi enfermedad había disminuido en más de la mitad. Luego que llegué, oí decir que el Batallón “Aconcagua” Nº2 había pasado o iba a pasar en este día por Iquique, en un vapor que no tocaba en este puerto. Cual sería la sorpresa y el enojo que se apoderó de todos, sabiendo que ese Cuerpo había sido formado después que el Nº1, y por consiguiente, este último tenía la preferencia de marchar al campo enemigo. A mí me causó igual enojo; pero consideré que todo eran decires, y la noticia la tomé como una de tantas bolas. Sin embargo, esa bola siguió tomando alarmantes proporciones. En la noche hubo teatro y tocó la banda en la plaza. En el día y noche, la gran rosca continuó bonita en la tropa.
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23 de Febrero de 1880 Lunes. Ejercicios por Batallón, mandado por el ayudante Narvaez. Sigue aumentando la bola sobre el Nº2. Como a las 11 A.M., el subteniente Canto, me dice que es efectivo el hecho, pues así lo dice un parte llegado en esta misma mañana a la Comandancia. La rabia se apodera de todos, oficiales y clases. Yo bajo y subo las escalas como loco. A todos les hallaba del engaño que habíamos sufrido, enrolándonos en un Cuerpo que no había encontrado digno el Gobierno, de mandarlo al Norte. Hallé a los capitanes Ahumada y Castro diciéndoles como toleraban tamaña bomba. ¿Acaso hemos abandonado nuestras comodidades por venir aquí a servir de guarnición?, les decía yo. ¿Cómo toleran que esa bandera, el orgullo de San Felipe, quede aquí guardada entre estas arenas, mientras el Ejército se alista para ir más al Norte, y pasan otros Cuerpos ganándonos la delantera?. Esos capitanes y varios oficiales echaban también chispas y aún hablaron de presentar sus renuncias. Pero después hablé a Bysivinger en el sentido de presentarnos al comandante, pidiéndole nuestro envío al Norte o nuestra licencia para pasar a otro Cuerpo, aunque fuera de simples soldados. El aceptó en el acto y yo quedé de ver a algunos sargentos, para acordar y suscribir un acta. Barahona, a mis instancias empezó a escribir la introducción de ese trabajo; pero el capitán Castro y otros, me dijeron que ellos se iban a presentar primero, y que era inútil que nosotros fuésemos. Resolvimos aplazar nuestras diligencias; pero el Cuartel era un volcán, y si se nos cerraban todas las válvulas, podía estallar. Después de la lista de tarde, le dije al capitán que yo no aguantaba más y que iba a escribir una petición para llevársela al comandante, y diciéndome que no tenía inconvenientes que ponerme, puesto que él también sufría tanto como yo, salí a la cuadra de mi Compañía, tomé el primer papel que encontré, y en medio de una amargura intensa, cual si se tratara de una gran desgracia para la Patria, escribí sin parar ni corregir, la siguiente solicitud, copiada a la letra del mismo borrador que formé: “Sr. Comandante. Los abajo suscritos, clases del Batallón “Aconcagua” Nº1, con el debido respeto, a Ud. nos presentamos y decimos, autorizados por nuestros respectivos capitanes: Que por las noticias que han llegado a nuestro conocimiento, nuestros hermanos del Norte, alistan ya sus armas para dar el más grande de los golpes que hayan sufrido nuestros enemigos; nuestra Escuadra está lista para transportarlos; por último, el Batallón “Aconcagua” Nº2 va a estas horas surcando las aguas peruanas en demanda de un puesto de honor en el Ejército expedicionario. La confianza que siempre hemos tenido en nuestros jefes, de que no nos dejarían a millones de leguas del teatro de la guerra, sirviendo de simples espectadores, ha moderado hasta aquí nuestras impaciencias, y hemos sufrido resignados todo lo duro y amargo que encierra una estadía en este lugar, donde las enfermedades y el Hospital es la única herencia que esperamos. Aquí, señor, estamos ansiosos de cumplir nuestros propósitos, hechos al abandonar nuestras familias, de marchar al Norte y pelear y vencer o morir. Nuestro porvenir no está aquí entre las filas de soldados que se ocupan solo de guarnición; nuestro porvenir está en el Sur, en Chile, y ese porvenir lo hemos abandonado contentos, pero no para morirnos en este árido suelo, sin glorias, y sin que nuestros nombres pasen más allá del cementerio. Señor, en nombre de ese amor santo de la Patria ultrajada, por cuyo honor estamos dispuestos a sucumbir peleando como han peleado nuestros mayores; en nombre de la ciudad heroica de San Felipe, que ha confiado a nuestro patriotismo y a nuestra custodia esa enseña gloriosa del patriotismo ardiente de nuestros padres; por el honor de ese mismo estandarte, que no ha sido dado para estar guardado en estos desiertos donde no se oirá más ni un solo tiro enemigo; y por el honor de nuestro mismo Batallón, le suplicamos pida a quien corresponda nuestro inmediato envío al teatro de la guerra. Allí desplegaremos al viento, nuestro tricolor vencedor en Yungay y con nuestros cuerpos formaremos o una muralla que le proteja y nos guíe en el tiempo o un alfombrado con nuestros cadáveres en la derrota. Y haciendo a Ud., querido comandante, la protesta de que no obedecemos a otro móvil, que al exclusivo de servir a la Patria y estar en todo bajo la más estricta subordinación, cual corresponde a militares de honor, le rogamos se digne conceder la gracia (en caso que no fuese posible acceder a nuestra humilde, pero patriótica petición) de permitirnos los dos primeros firmantes, enrolarse de simples soldados en un Cuerpo del Ejército expedicionario del Norte. Es gracia que imploramos de Ud. Sr. Comandante. Antofagasta, Febrero 23 de 1880.
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(firmados) Florindo Bysivinger, J. Abel Rosales, Eulogio Videla, Domingo Salinas, Pascual Gomez, Francisco Cuevas.” Esta petición, antes de ser firmada, la llevé en borrador, a varios oficiales, para que me dieran su dictamen sobre si convenía o no presentarla. Antes de leerla, varios dijeron que no se podía, que el comandante podía tomar nuestra petición como parte de insubordinación. Pero apenas fue leída, todos la encontraron muy buena y muy enérgica. El capitán Ahumada, dijo lo mismo, etc. Como a las oraciones, fuimos Bysivinger (sargento 1º de la 1º Compañía) y yo a casa del comandante, quien estaba con el capitán Nordenflich. Había convenido yo en que Bysivinger entrara primero, pues a mí me había tocado la parte de escritura. Pero al entrar y saludar, y preguntando el comandante: ¿Qué se les ofrece a Ud.? Bysivinger calló y tuve que hablar yo, hecho lo cual le entregué la presentación. La desdobló y la leyó parado, sin pronunciar palabra. Como dos veces noté que arrugaba la frente, otras veces ponía mal ceja, mientras que el capitán Nordenflich nos miraba de arriba abajo. Ganas de reírme me daban, no se porqué. Concluyó la lectura el comandante, se encaró a Bysivinger y le dijo: ¿Y Ud. don Florindo, que ya es militar viejo, se ha atrevido a poner su firma aquí? Este le contestó: Como he tenido el permiso de mi capitán. Sí señor – interrumpí yo – tenemos el permiso de nuestros capitanes y creo no haber cometido la menor falta, y al dar este paso parece que no ha sido una inconveniencia. Por fin, el comandante, nos aseguró que nosotros marcharíamos pronto al Norte y que quedaríamos en mejores condiciones que los otros Cuerpos Movilizados que habían marchado primero que nosotros. Dijo también que dijéramos a los demás sargentos firmantes las promesas que nos hacía, repitiéndonos esto por dos veces. Al retirarnos, le pedí permiso para publicar nuestra solicitud, y él, inclinando un poco la cabeza, como para reflexionar, y bajando el tono de la voz, nos dijo: No, no se puede. Y nos retiramos, pasando con esto, algo tranquilos la noche. En la Orden del Día, se dispuso que los “Carabineros de Yungay” estuvieran listos para marchar al interior el Miércoles 25 del actual, en el tren de 6 ½ PM. 24 de Febrero de 1880 Martes. Ejercicios del Batallón. Me siento casi bueno de mi enfermedad. En la tarde de este día, se confirman las noticias de haber pasado el (“Aconcagua”) Nº2 para el Norte. Gran mortificación nos causa cada vez que esto se habla, pues no nos conformamos nunca con nuestra postergación. ¿A qué habremos venido si no es a pelear luego? 25 de Febrero de 1880 Miércoles. Ejercicios por Batallón, mandado por el ayudante Narvaez. Estando en ellos, pasa un tren para el interior, llevando ocho carros ocupados por los “Carabineros de Yungay”, quienes iban batiendo marchas con corneta y ellos gritando a toda boca. Quedé envidiándoles la vida activa que van a tomar; pero no los hubiera seguido. El desierto me horroriza! Lo que es en el Perú, aunque hubiesen desiertos, estaría contento. Se publica la noticia del embarque del Ejército Expedicionario en Pisagua, en una Escuadra de buques convoyados por el Blanco Encalada. Tal noticia me alegra por cuanto la guerra va de nuevo a tomar un carácter más apropiado a los deseos del país, y me entristece porque yo, que he venido para la guerra, estoy aquí sin poder ir a ella. Entro de guardia en la prevención, con el teniente Letelier. Habiéndome pedido cuenta de la tropa el capitán Nordenflich para sellarlos, yo mandé papel en blanco y sobres, que fueron los primeros en que hallé el ................. sobre del Batallón. Me entregan como preso incomunicado al teniente Mascayano, con centinelas de vista, por una pequeña rosca. Hoy no hubo jefe de servicio. 26 de Febrero de 1880 Jueves. Ejercicios. Nos sorprende de mañanita la gran bola de que nos van a mandar a Calama de guarnición en tres días y que nos viene a relevar el “Atacama” Nº2, que está en Caldera. Esto nos revuelve la bilis de nuevo. Nos están martirizando a fuego lento. A la hora de costumbre, entrego la guardia al 1º contador. Desde anoche fue suprimido el jefe de servicio, no sé hasta cuando. Se dice que esto tiene relación con la traslación de la Comisaría a Iquique.
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Se dice que se ha dado orden de que no salga para San Pedro de Atacama el capitán Ricci, que iba a hacerse cargo de su Compañía, la 6º, al mismo tiempo que se manda volver a los “Carabineros de Yungay”, para embarcarlos para el Norte. Esto se dice, y todos quedamos siempre descontentos con todo lo que se dice. En la tarde, después del rancho, se toca tropa por primera vez para salir a ejercicios. El Batallón sale y forma en batalla en la calle, dando frente al Cuartel, y empieza un ejercicio de armas mandado por el ayudante Narvaez, a presencia del mayor y de mucha gente que acudió a vernos. Yo servía de guía derecho, a la cabeza. El ejercicio duró hasta la puesta del sol, y estuvo bueno. Se dieron a reconocer, conforme a la orden del día, como teniente de la 2º Compañía al ciudadano don Flavio Luna y subteniente de la 5º Compañía a don Lorenzo 2º Beitían. Hoy tampoco hubo jefe de servicio. El nuevo teniente Luna, hijo del capitán Luna, es, al parecer, de muy buen carácter; y desde el primer momento yo congenié con él, lo que no es poco. Llegó un prisionero boliviano, que dicen que es capitán, mandado del interior, y queda detenido en el cuarto de bandera. Viste de paisano; traje negro como su cara y barbas. Corren diversas versiones sobre este hombre, diciéndonos que ha sido un verdugo. 27 de Febrero de 1880 Viernes. Ejercicios de guerrilla por Compañía. Después de ellos, hice con el teniente Luna la visita de Hospital, a que estaba nombrado por la orden del día. Visitamos a 28 soldados y tres sargentos del Batallón. Volví a ver a Villalón, quien estaba siempre tendido en su cama. Encontramos varios enfermos a quienes no se les había visto por el médico, ni se les había suministrado remedio desde hacía dos días. Le dije al teniente, que era preciso dar cuenta de la irregularidad del servicio de Hospital; y como fuese de la misma opinión, pregunté por el nombre del doctor, y un practicante o no sé que clase de empleado, que cerca estaba, me dijo llamarse Dositeo Oyarzún y agregó con sorna que él también había faltado a la sala el día anterior, y que lo apuntase yo como al otro; y preguntándole la causa de tan mal servicio, respondió con enojo, que el solo sabía lo que le tocaba en materia de deberes. Callé y pasamos, pero en mi interior prometí vengarme con una acusación al jefe del Cuerpo, como más tarde se hizo por el teniente. Nos dijeron que se preparaban camas para recibir 300 heridos del Norte. En la tarde, después del rancho, hubo ejercicio de armas por Batallón, en la calle, frente al Cuartel, como en el día anterior, y duraron hasta la puesta de sol. Mientras estábamos así ocupados, enfrentó y fondeó en la bahía que se ve en la desembocadura de la calle, el vapor Paquete de Maule que venía de Pisagua, trayendo más de 300 heridos y 16 prisioneros peruanos; estos últimos fueron desembarcados en este día. En la noche, como a las 11, y estando acostándonos, me llama el teniente Luna para que fuésemos donde el comandante, llevando yo la lista de los enfermos que habíamos visitado. Fui y expuse los nombres y las necesidades de esos enfermos y la mala disposición y cuidados en ellos. Ya el comandante había sido informado de esto por el teniente, porque el comandante estaba muy enojado por el mal tratamiento que se les daba por los médicos. El comandante estaba con los capitanes Nordenflich y Ricci. El comandante me preguntó el nombre del que me había contestado mal en el Hospital, y como yo le dijese que no lo había averiguado, por no saber que fuese necesario, me dijo que en el acto fuese a averiguarlo para hacer constar ese hecho en el parte que se estaba haciendo. La cara se me alargó medio metro al oír tal orden, pues además de estar bastante lejos el Hospital y ser tarde, yo no hubiera sabido como saber el nombre de ese empleado. Pensando en lo dificultoso de mi cometido, iba ya a dar la media vuelta, cuando el capitán Nordenflich me sacó de un conflicto, diciéndole al comandante que ya era hora muy avanzada y que mañana podía hacerse esa diligencia, y así quedó acordado y me retiré al Cuartel. Pues, no había sido mala ocurrencia! ¿Cómo habría cumplido tal orden? Hasta llegar al Cuartel, fui pensando en esto, y de ese modo habría entrado, si no me saca de meditaciones la voz conocida del capitán Castro, quien me llama desde un rincón del corredor de la calle, diciéndome: Venga 1º Rosales a saber buenas noticias. Corrí al lugar en que se me llamaba. Dicho capitán estaba con el capitán Ahumada, de mi Compañía, el capitán ayudante Narvaez y otros oficiales. Estaban leyendo un suplemento al Pueblo Chileno, en que comunicaba haber desembarcado en Ilo, el Ejército chileno, el día 24 del presente, si no estoy equivocado. Concluida la lectura, se me brindó un vaso de buena cerveza, que me vino
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de molde para pasar el calor sufrido en la casa del comandante. Unos minutos de conversación sobre nuestros futuros destinos y la cerveza, calmaron mi espíritu agitado hacía una hora, y tomé rumbo de mi cama .... digo, de mi mochila, o chinches, o pulgas, o .........buenas noches! Acostándome estaba cuando supe que el Escuadrón “Carabineros de Yungay” había llegado como a las oraciones a este puesto, del interior, en tren especial, según creo. Dícese que marcha muy pronto al Norte. Y nosotros? También se dice ser cierto que vamos a hacer compañía a los destacamentos de San Pedro de Atacama. ¿Y no había por estos mundos alguna burra de Balaan que hable por nosotros? Hoy no hubo jefe de servicio. 28 de Febrero de 1880 Sábado. Limpia de armas. En el día desembarcan los 16 prisioneros peruanos, de los cuales 4 quedaron en mi Compañía y todos en el Cuartel. Un oficial también prisionero, quedó en el cuarto de bandera, haciendo compañía al boliviano. Vienen de Pisagua y fueron tomados en Camarones. Son puros cholos en su aspecto y origen, por supuesto, pero a los que he visto hablar, me han hecho formar de ellos buena opinión, porque revelan inteligencia. Pero uno de esos soldados, natural de la Sierra de Puno, es todo un indio de feísimo aspecto. Todos visten muy mal. El oficial es gordo y de color de esas esteras de totora que venden a gritos en todas partes de Chile. Su cara es la figura exenta de un perro presero, que de buena gana los manda a sufrir para que dijeran a sus contratistas que pelearan mejor y con la condición que si volvían otra vez a caer prisioneros, serían fusilados. Porque, ¿para qué sirve un hombre que en una guerra cae dos veces prisionero? En la tarde hubo revista por Compañías, de armas y vestuario, según se ordenó en la rueda de sargentos. Con este motivo, continúan circulando noticias respecto a nuestra partida al desierto. Desde media tarde, principian a bajar a tierra los heridos y enfermos de la guerra. Los soldados del “Aconcagua” los trasladan en camillas. Algunos pocos veía pasar andando por sus pies; pero con muletas o arrastrándose por el suelo, y todos con sucias ropas, despedazadas o con prendas menos. Venían soldados y clases de distintos Cuerpos, unos con aspecto grave y sombrío, otros durmiéndose y muy raro el que hablaba, de los llevados en camillas. En cuanto a los que pasaban a pie, le daban tanta soltura a la lengua como ensanche le habían dado a la garganta para dar paso a esos enormes tragos que acostumbra el soldado. No hubo jefe de servicio. En la noche de este día, se publicó en el 14 de Febrero un artículo en que apoyo la petición hecha en días pasados por nosotros. El artículo íntegro va en la nota Nº1 de este cuaderno. Luego de la aprobación del cuerpo de oficiales. (Inserto del artículo aludido) JUSTA PROTESTA Hemos tenido conocimiento que la digna oficialidad y clases del Batallón “Aconcagua” número 1, protesta y en tonos bastantes altos de la parsimonia que se nota en el movimiento del Batallón hacia el teatro de la guerra. No es justo que después de la promesa de llevarlos, a la mayor brevedad, a medirse con el enemigo, reducirlos actualmente a servir de guardias y de destacamentos en puntos como Antofagasta y San Pedro de Atacama, donde no se ofrece expectativa jamás de ataque seguro. ¿Qué se hicieron aquellas promesas que los jefes hicieron al tiempo de recibir el glorioso estandarte, y las otras al tiempo de partir de que cuanto antes los llevarían al teatro de la guerra? Ah! Parece que esas promesas no pasaban de simples halagos que pronto debían convertirse en nubes pasajeras! Triste, muy triste es por cierto, ver a un Cuerpo a quien está confiada la defensa y glorificación de un estandarte tan valioso como es el que brilló en la Batalla de Yungay, se le reduzca hoy a ocupar puestos de lamentable inacción, pues eclipsa totalmente los fulgores de su luciente estrella. Una última palabra. Si a la apuesta y gallarda juventud que forma parte del “Aconcagua”, se les obliga hoy, mal de su grado, a permanecer en la inacción, más hubiera valido dejarlos gozando de la tranquilidad del hogar de sus familias. Sin más saludo a ustedes señores editores su atento y seguro servidor. Maximiliano. 29 de Febrero de 1880
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Domingo. Hoy no hubo misa. En la tarde se hizo formar en el patio al Batallón y se trajo del calabozo y engrillado, al cabo 1º de la 1º (Compañía), José Antonio Henríquez. Se leyó un --------------- levantado por el subteniente Canto, para esclarecer el hecho de haber intentado descerrajar la puerta de los detenidos en la Cárcel, estando de guardia, hace un mes. La parte dispositiva decía: “Queda depuesto de su escuadra el cabo 1º de la 1º Compañía José Antonio Henríquez y como último soldado de su Compañía, debiendo además sufrir un mes de arresto con una barra de grillos. Dese en la orden del Cuerpo y archívese”. Inmediatamente el tambor le sacó la jineta y fue mandado de nuevo al calabozo. En la 2º Compañía di a conocer como cabo 2º a Augusto -----------. En la orden del día se ordena cubrir la guardia de Hospital, por el Escuadrón “Carabineros de Yungay”, desde mañana. Hoy fue nombrado jefe de servicio el teniente coronel don Manuel Bulnes. Hoy, último día de vacaciones, de que tanto se aprovecha en Santiago; se me viene a la memoria mis tiempos regalones ya pasados. Antes descansando desde Enero a Marzo, y ahora trabajando sin descanso día y noche, mal comido y peor dormido. Pero no es nada. La corte y los amigos están muy lejos. Aquí solo hay Cuartel y guerra. ¡Viva la Patria y muera el que muera! Como a medio día, corre en el Cuartel la plausible nueva de que nuestra partida al teatro de la guerra se acerca. Se dice que en el vapor llegado a este puerto, del Sur, muy de mañana, le trae correspondencia del Ministro Santa María para el comandante, en que le dice que nuestro Batallón ocupará un puesto de preferencia en el Ejército de Operaciones. Tal noticia la comunica el capitán Nordenflich a varios oficiales, y algunos de estos me la dijeron al poco rato. Esta noticia fue como el rocío a las plantas, como el maná a los israelitas. Yo hubiera cantado de gusto. En la tarde, después de puerta franca, salí con el cabo 1º Zubieneta a visitar el gran establecimiento beneficiador del salitre, situado al extremo Norte de la ciudad y a orillas del mar. Equivocando la puerta de entrada, nos subimos por unos cerros de carbón de piedra que le sirven de muralla por el lado de la ribera, y bajamos al otro lado, con el permiso de las guardias, que eran de nuestro Batallón, y casualmente de nuestra misma Compañía. Anduvimos como dos horas, y poco menos, por el laberinto que forman las numerosas máquinas y depósitos que se ven en todas direcciones, con orden y método admirables. Algo más de tres cuadras de largo tiene el terreno ocupado por este gran establecimiento, que, al decir de los trabajadores con quienes conversé, vale no menos de 14 millones de pesos y mantiene como 200 empleados diarios actualmente. Cuando durante la dominación boliviana, se puso preso al gerente de la empresa por no recuerdo qué causa, fueron armados en el acto no menos de 500 operarios, que fueron a la plaza a pedir la libertad de su patrón. El cónsul chileno intervino y el preso fue puesto en libertad. El jornal que menos se gana aquí es el de 1 peso 50 centavos diarios. Al penetrar por las callejuelas formadas a cada paso por las máquinas, estanques, oficinas, etc., yo me asustaba con el ruido infernal y el estremecimiento del suelo, producido por el caliche que cae de los carros del ferrocarril a depósitos en que es despedazado y pulverizado; por las enormes ruedas que giran con una velocidad vertiginosa, ya verticales, ya horizontales, y que dan vueltas a otras muchas, por los centenares de pequeños depósitos que van subiendo a enorme altura, por gruesas cadenas y bajando enseguida para volver de nuevo a subir acarreando caliche en una marcha incesante y bulliciosa. Hay máquinas que tienen de altura lo mismo que un edificio de tres pisos y otras pasan de esa altura. Mirando una de esas enormes construcciones estábamos, cuando del segundo piso nos dice uno de los operarios que subiéramos a verlo todo, sin cuidado. Zubieneta se aferró de una escala de fierro y trepó como gato. Yo lo seguí hasta los últimos peldaños, sentí que la escala temblaba con el estremecimiento producido por los calderos hirvientes y los innumerables tubos que arrojaban estrepitosas columnas de vapor, que me envolvían de repente, dejándome casi ahogado. Bajé con precipitación, temiendo una asfixia. El trabajador invitante se rió de mi cobardía y me llamó de nuevo. Volví a subir, pero resuelto a no bajar. ¿Tacharme de cobarde? ¡Eso no más faltaba! Seguí a mis dos conductores, pues Zubieneta andaba y brincaba como en su casa. Pasamos por debajo de calderos que nos dejaban caer multitud de gotas de vapor, ya convertido en lluvia, en medio de un ruido ensordecedor, y subimos al tercer piso por otra escala de fierro. La cabeza se me desvanecía, por la altura y por el estrépito de las calderas. Hay una especie de balcón que da vista al mar y a todo el establecimiento. El tal trabajador nos dijo que hacía pocos días se había caído un trabajador y casi se había muerto con el tremendo porrazo que se había dado. Otro inglés se había caído también y éste muriendo en el
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acto. Con estas noticias, yo no estaba muy confiado y me aferraba de las verjas de fierro como el náufrago a una tabla. Después de oír las explicaciones pedidas al trabajador, bajamos por otras escalas y mirando nuevas máquinas y nuevos mecanismos. Este establecimiento necesita un día entero para comprenderlo bien, y ya la noche se aproximaba cuando nos retirábamos. Habíamos pasado un rato muy bien empleado, inspeccionando este gran establecimiento, origen de la presente guerra. 1 de Marzo de 1880 Lunes. Ejercicios por Batallón. Y mientras mis compañeros de Santiago se alistan para empezar las tareas del nuevo año ---------, que hoy principia, yo aquí quedo listo para pelear ...¡ ya debía haber peleado hace tiempo! Cómo cambian los tiempos! En la tarde, ejercicios de armas frente al Cuartel. Soy nombrado en este día para la guardia de mañana, en la prevención. Jefe de servicio para hoy, el sargento mayor don Wenceslao Bulnes. 2 de Marzo de 1880 Martes. A las 9 A.M. entro de guardia con el capitán Torres. En la tarde se anuncia por suplemento la muerte de Thompson, comandante del Huáscar, acaecido en el ataque de Arica, el 28 de Febrero y la llegada de sus restos en el vapor Toro, esta tarde o mañana. Como es de presumir, honda impresión nos causó tal noticia. En la tarde, también hubo ejercicio de armas, pero yo no asisto por estar en la guardia. Como a la ----- del día, la campana de bombero tocó a incendio, y el zafarrancho que hubo en el Cuartel, fue tremendo. Fue una bulla tal como si el enemigo se hubiera avistado cerca de la población. Los soldados se atropellaban corriendo a las armas, los capitanes, y demás oficiales y clases gritaban furiosos llamando a los que se tardaban en acudir. A los 3 minutos de estarse dando la alarma, salía la guardia a paso de trote, en dirección del punto amagado por el incendio. Por supuesto que yo iba también enterrándome hasta los tobillos en la tierra ardiente de las calles. Quedó en nuestro lugar la guardia saliente en este día. Anduvimos corriendo como tres cuadras, y luego se nos avisó que el incendio había terminado. Por consiguiente, nos volvimos, sudando como si hubiéramos corrido una legua. Y como en todas las cosas serias nunca hace falta una jocosa, aquí nos hacía reír de buena gana las ocurrencias del perro dejado en nuestro Cuartel por los “Cazadores del Desierto”, de quién en otra ocasión he hablado, y el cual zamarreaba y volcaba a cuanto perro encontraba en su marcha, y después de tenderlos en el suelo, continuaba corriendo en nuestra siga, ladrando furioso. Cuando no encontraba otro de su raza con quien satisfacer los instintos bélicos que se le habían levantado en su perruno cerebro, le daba una topada a algún niño de los muchos que también corrían con nosotros, y una vez en el suelo los dos, seguía otra vez corriendo. Si este incendio, que solo fue un amago, lo consideraron todos como una fiesta, yo declaré que el héroe de la fiesta fue el perro, y de ese parecer fueron cuantos lo supieron. El jefe de servicio para hoy fue el sargento mayor de Guardias Nacionales, don Juan Pablo Bustamante. 3 de Marzo de 1880 Miércoles. El Batallón salió a ejercicios por Compañías. Como a las 7 ½ se mandó llamar al Batallón, al Cuartel, para que se arreglara a fin de recibir como correspondía a los restos del bravo marino Thompson y del bravo entre los bravos del Ejército, Ramírez, comandante del 2º de Línea; que habían llegado a esa hora, en el vaporcito Toro, que fondeó muy cerca del muelle. Luego se leyó por el ayudante Narvaez, la orden de la plaza que va enseguida, y la cual se publicó más tarde por suplemento: “Día 3. Orden de la plaza. Para hacer los honores correspondientes a los restos de los ilustres jefes, comandante del 2º de Línea don Eleuterio Ramírez y comandante del Huáscar, don Manuel J. Thompson, muertos gloriosamente en defensa de la Patria, esta comandancia general ha dispuesto que hoy a las 11 ½ A.M., se encontrarán formados a la altura de muelle y en el lugar que se designará oportunamente, el Regimiento Cívico de esta plaza y las dos Compañías disponibles del Batallón “Aconcagua” Nº1. Dichas fuerzas serán mandadas por el comandante del expresado Regimiento Cívico, sirviéndole de ayudantes los de su mismo Cuerpo. Los señores jefes y oficiales francos, concurrirán a esta comandancia, para dirigirse en Cuerpo al punto indicado. Una comisión compuesta de los señores sargentos mayores don Wenceslao Bulnes y don Juan P. Bustamante, para que dirigiéndose a bordo del vapor, a la hora que se indica, conduzcan al muelle los restos de los ilustres defensores de la Patria.”
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A las 9 A.M., el Batallón se encontró listo para salir. Creía yo que a esa hora relevarían la guardia, y entonces podría ir a la gran ceremonia. Pero el mayor ordenó otra cosa, y fue que las guardias no se relevaran hasta después que el Batallón volviera de su fúnebre misión. Yo, que no deseaba más que rendir el último tributo de respeto y cariño a esos restos ilustres, acompañándolos hasta la iglesia, quedé fresco con tal noticia. ¡Quedarme en la guardia, cuando toda Antofagasta iría a formar calle a los huéspedes del Toro! Comencé a hacer diligencias a fin de conseguir franco para verlo todo. Conseguí con el ayudante que me relevara el sargento 1º Barrios, que le tocaba seguir la orden, y de esa manera pude salir franco, es decir, fuera de las filas del Batallón, que era como yo quería. A las 11 A.M. se emprendió la marcha del Cuartel al muelle, precedida la tropa de la banda de música, y todos vestidos de parada, menos yo, que iba solo con uniforme del diario, y como simple curioso me adelanté al muelle, que ya estaba guardado por centinelas y la explanada llena de gente. Tomé colocación al lado del muelle, al lado de la escala principal, la del Norte, y esperé. Luego llegó el “Aconcagua” y formó línea a lo largo del malecón. Pocos minutos después llegó el Regimiento Cívico de “Antofagasta”, que también formó calle. Después de esto, fueron llegando algunos oficiales, al poco rato apareció el carro que iba a conducir la preciosa carga del Toro, y que era de una forma muy vistosa. Lo tiraban los bomberos, vestidos de parada, pantalón blanco, blusa lacre y casco amarillo, de metal. A dos metros distantes de mí, tomó colocación este carro, que fue custodiado por soldados de Artillería. Cerca de las 12 M llegó al muelle el comandante general de armas, coronel Arriagada, seguido de un buen número de oficiales francos, y como 10 minutos después, o menos, divisé que bajaban de a bordo, a la lancha, cuatro cajones cuadrados y negros. El vaporcito había fondeado nada más que como dos cuadras de la extremidad del muelle. Un redoble de tambores nos anunció que la lancha de la comitiva, seguida de la otra en que venían los 4 féretros, había atracado al muelle. A ese tiempo llegaron varias niñitas vestidas de blanco y una de ellas de negro, llevando cariñosos enlutados. Apenas la comitiva tocó pié en el muelle, los tambores batieron marcha y luego, al comenzar a subir las escalas con los féretros, la banda de música de nuestro Batallón, comenzó a tocar una bonita marcha fúnebre de O’Higgins. La multitud de gente que inundaba la explanada se atropellaba y empujaba formando olas como las del vecino mar, y yo aferrado de un poste del alumbrado público, me sostenía firme como el caracol a la peña. Honda pena, tristísima impresión nos causó a todos al ver a un paso de distancia esos cuatro cajones enlutados, que contenían los restos mortales de cuatro mártires del deber y del amor a la Patria. Ahí estaba Ramírez, el héroe de Tarapacá el 27 de Noviembre pasado, que con su 2º de Línea cayó como han caído siempre en Chile, los que pelean por dar días de gloria y de orgullo a la República. Ahí estaba aquel Thompson que con su bravura no cabria en el mar, y hoy cabria entre cuatro pequeñas tablas. Pensando esto y muchas cosas estaba yo, mientras subían los cajones al carro. El de Thompson tenía escrito con todas sus letras su nombre, como Goycolea, otro bravo muerto en el Huáscar. El de Ramírez solo tenía la letra inicial de este apellido. Una vez colocados los cuatro cajones, que el más grande, el de Thompson, no tenía más de una vara cuadrada, uno de los marineros que los subieron, les tendió una gran bandera nacional con crespones, la cual cubrió a los cuatro féretros. La gente que se apiñaba a mí alrededor exclamó, como si todos se hubieran preparado para tener una misma idea: ¡Pobrecitos! No han aspirado a otra cosa que pelear por su bandera, y la misma bandera los cubre ahora! Era la verdad y yo sentí una rabia tremenda por no poder resucitarlos y ponerme en su lugar. Así la Patria habría contado siempre con cuatro bravos y con una nulidad menos. Apenas la bandera fue desplegada como de mortaja a los héroes, fue levantado en brazos la niñita Aurora Aliaga, vestida de riguroso luto de que antes he hablado, y en medio de profundo silencio, se irguió como para evocar recuerdos dolorosos dejados por los muertos ilustres que tenían encajonados a su lado (pues fue parada en el mismo carro mortuorio) y con voz clara y enérgica, proclamó la siguiente composición poética, con una gracia y una soltura dignas de muchos elogios. Dijo señalando a los ataúdes: “Aquí está de la Patria el fiel cariño! Aquí están de dos héroes las cenizas! El corazón del pueblo se hace trizas
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Como se hace aquí el mío aún cuando es niño. Thompson, Ramírez, grandes ciudadanos! En nuestros ataúdes van mis flores! Cual laudo eterno de vuestros honores Cual laudo eterno de vuestros hermanos. Benditos vuestros nombres en la historia Serán por Chile, tierra de heroísmo ¡Ciudadanos! Mirad este bautismo ¡Quién lo profesa, elevarse a la gloria! Enseguida se puso en marcha el cortejo, precedido por la banda de música y detrás el coronel Arriagada y demás de la comitiva oficial. Enseguida iba el carro tirado por bomberos, y el Regimiento Cívico y cerrando la marcha, el “Aconcagua”. Un inmenso pueblo seguía por todas partes y yo en el medio. Las campanas de la Iglesia tocaban a difuntos, percibiéndose apenas sus sonidos, pues con motivo del alboroto habido en el pueblo por esta nunca vista ceremonia, hubo reunión de todos los perros y perras del lugar, con un suplemento de quiltros y mononas, todos los cuales luchaban y se formaban camorras por centenares, metiendo tal bulla, que me daba que pensar. ¿De donde diablos salió tanto mastín?. Otra cosa curiosa que me llamó la atención: la multitud de mujeres, y muchos hombres, andaban con quitasoles negros en su mayor parte y cuando me tocaba andar por una vereda alta, se divisaba el medio de la calle como cubierto por un inmenso paño mortuorio. Era un espectáculo digno de verse y del cual no me olvidaré nunca. Los restos de los que fueron bravos cuando vivos, fueron depositados en el medio de la Iglesia, en un elegante catafalco, y cumplida esta triste ceremonia, comitiva, tropa y pueblo, dejaron desierta la plaza. La Iglesia siguió custodiada por Artilleros. Como a la 1 P.M. se hizo la entrega de la guardia de prevención, de que yo formaba parte. A esa hora circulaba un suplemento al Pueblo Chileno, dando detalles del bombardeo de Arica, origen de la muerte de Thompson. El Toro se fue al Norte en el mismo día, pues sus servicios son muy importantes en la Escuadra, como proveedor de agua. Terminaba los apuntes de este día, cuando recuerdo un incidente importante ocurrido en mi noche de velada en la guardia. Como a las 12 de la noche, llegó el teniente Luna de mi Compañía, junto con el teniente Mascayano, muy alegres, no me importaba saber por qué. El teniente Luna, me entrega una carta, recibida creo que el día anterior y me dice que la lea y se la entregue al día siguiente, y se marcha con el otro teniente a las piezas de los altos. Despliego la carta y encuentro la biografía de un personaje conocido, que fue o es todavía, segundo jefe de los “Cazadores del Desierto”, don P----lanio Bouquet. Los párrafos referidos, dicen así: “Casa de Artola Hermanos. Mineral del Inca, Febrero 26 de 1880. El tal Bouquet, después de ser presidario en Cayenna, se fugó formando una partida de bandidos en la Calabria, donde cometió los hechos más horrorosos y se puso, por las autoridades del lugar, su cabeza a precio. Entonces se persiguió a muerte dicha partida y tuvo que emigrar a Francia, donde estaba haciendo estragos la comuna en París, el se proclamó comandante, como lo hacía cualesquiera carnicero, panadero, zapatero, y fue el tal sujeto uno de los incendiarios de París. Entre ellos estaba un coronel verdadero, un señor Dandló, hombre que tenía fortuna y que lo supo embaucar el tal Bouquet, y concluida la comuna, dicho coronel se llevó a Bouquet a una casa de campo, donde tenía una querida y Bouquet llevó a su mujer legítima y su única hija, al lado de la querida del coronel donde está hasta ahora, mantenida por dicha señora. Entonces fue cuando Pertuisset formó una especie de expedición a la América, para explorar la Tierra del Fuego, la Patagonia y otros puntos del Sur de Chile. Esta expedición no tuvo resultado ninguno útil para el promotor de la expedición, pero si para el bandido intrigante y de mala fe, de Bouquet, pues formó una farsa e inventó informes y planos de ingenieros de nombres supuestos (porque es de advertir que es un falsificador de 1º orden). Se fue a Buenos Aires, donde conoció a don Adolfo Ibañez y le propuso organizar una sociedad sobre el descubrimiento que había hecho en Patagonia, de inmensos depósitos de carbón de piedra y que los mantos tenían 14 metros de ancho. En el acto solicitó y consiguió del Gobierno, apoyado por don Adolfo, que creyó de buena fe todo lo que le dijo
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y los planos e informes falsificados que le presentó, en que hacía subir el valor existente en carbón en el terreno concedido a 557 millones de pesos. El Gobierno le concedió el terreno que solicitó con la condición de formar una colonia francesa de 50 individuos. Con todas estas falsificaciones y lo único verdadero, lo concedido por el Gobierno, se marchó a Francia donde su amigo y protector, el coronel Dandló y lo embaucó de tal modo, que le sacó 50.000 francos, para poder cumplir con la estipulación del contrato con el Gobierno; primeramente llevar la colonia y hacer los reconocimientos: primero le dio con secretario y contador al hermano de la querida del coronel, un joven Paubre. Inmediatamente se embarcó en el Havre con la colonia de 50 hombres y el secretario en un buque de vela que debía ir directamente a Punta Arenas; pero el buque tuvo que tocar, por hacer agua, a Montevideo, donde el se quedó despachando el buque a su destino, diciéndoles que él estaría antes que ellos, por el primer vapor que pasara. La pobre colonia por poco se muere de hambre en Punta Arenas esperándolo, hasta que perdió o perdieron la esperanza y se principiaron a ocupar en las minas de carbón de ese lugar, y otros se vinieron a Valparaíso y a Santiago. Yo he conocido a dos de ellos que lo quisieran ver frito en aceite. Mientras tanto él se comió todos los realitos de la habitación y cuando no tuvo más se vino a Chile, donde ha vivido a fuerza de robos y petardos, principiando por el pobre Barbeque lo arruinó. No hay hotel, restaurant, que no deba, solo al hotel de los hermanos le debe en pensión y bienes 1200 pesos, ya que chupa como una esponja. No he visto un animal para chupar como este. Recién lo conocí yo, fue en la calle de la Chimba y estaba este bandido tan pobre, que yo le di desechos de ropa mía para que se pudiera presentar donde don Adolfo Ibañez, y me decía que estaba por hacer negocio con el sobre las minas de carbón. A mí me había ofrecido una buena parte de raciones, pues hasta ahora, después que he visto a los documentos que justificaban lo que te he dicho anteriormente, he venido a saber la clase de pájaro que teníamos por 2º jefe del Cuerpo. Ultimamente le canté la palinodia después que hice mi renuncia; fue tan cobarde que no aceptó el desafío que le hice, pues le escupí hasta la cara, para obligarlo; pero es un animal tan grande como su cuerpo y sus vicios. Marcial de Luna.” ¿Qué tal este bocado? 4 de Marzo de 1880 Jueves. Ejercicios por Batallón, mandado por el ayudante, en la mañana. Como a las 11 A.M. fui a la Iglesia para ver de cerca las inscripciones que tuvieran los cuatro cajones mortuorios que encierran a otros tantos chilenos, héroes y mártires del deber, y me impidieron la entrada los Artilleros que estaban de centinela. Me retiraba echando pestes contra el autor de tan descabellada orden, cuando siento que me llaman a mis espaldas. Eran el teniente Letelier y el subteniente Canto, que me invitaban a entrar a la Iglesia, como lo había yo pretendido antes. Muy agradecido quedé a dichos señores por tal distinción y favor que me hacían. Visité con ellos el sencillo y hermoso catafalco levantado en medio de la nave central, para sostener los cuatro cajones mortuorios, rodeado de trofeos de armas, arcos de gasa y pompones blancos y negros. Por mucho que me empeñe por subirme a alguna parte que me permitiera leer siquiera un nombre con claridad, me fue imposible, pues no encontré ni banco ni silleta. Aburrido ya, me subí al púlpito, entre las risas de mis dos favorecedores, que estaban al mismo tiempo adivinando cuales serían los cajones del uno o del otro, de los dos bravos de Tarapacá y de Arica. Pude leer con dificultad los nombres de Thompson y Goycolea y nada más. Al bajarme del púlpito, el teniente Letelier me dio un pliego en que estaba copiado un extenso telegrama del Gobierno, dando detalles del bombardeo de Arica. En la tarde, ejercicio de armas en la calle, como en los días anteriores. En la noche, en la rueda de sargentos, se comunicó la orden de alistarse el Batallón para pasar el Sábado próximo revista general de armamento y vestuario, a presencia de los jefes. Jefe de servicio para hoy don W. Bulnes. 5 de Marzo de 1880 Viernes. Limpia de armas y vestuario durante la mayor parte del día. Continúa la Iglesia abierta al público femenino y custodiada por Artilleros. En la noche circula el rumor de que ha sido cortado el telégrafo del interior y que los trenes de la tarde no han llegado hasta las 9 P.M., hora en que comienza a circular esa noticia, y que se han oído muchos tiros por no sé que parte. Se agrega que han salido los “Carabineros de Yungay” para ver que origen tienen esos tiros, etc.
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Hasta después de las 10 P.M. se aseguraba ser efectivo estos hechos. Ignoro si esto fue solo una gran bola. Me ocupo en este día de arreglar listas y vigilar la Compañía para la revista de mañana. 6 de Marzo de 1880 Sábado. Ni ayer ni hoy ha habido ejercicios, salvo los que siempre se hacen en las cuadras de cada Compañía. En la tarde, cerca de las 2, se me comisiona por el capitán Nordenflich para buscar al sargento Barahona por todo Antofagasta. ¡Bonita orden! Di muchas vueltas y revueltas con un asistente, y todo en vano. Mientras tanto, la hora de la revista (2 ½ P.M.) se iba aproximando; las Compañías se preparaban cual si hubiéramos recibido orden de marchar al interior o al Perú. Mi aflicción era grande, pues yo debía necesariamente estar al lado de mi Compañía para atender a cosas muy urgentes, y sin embargo andaba payaseando por esas calles de arena caliente, sin encontrar al perdido y yo a mi vez perdiendo un tiempo precioso. Esta carrera militar es la más endemoniada de cuantas se han ideado. A la hora antes señalada, se tocó tropa, y poco después el Batallón formaba a lo largo de la calle, comenzando desde el Cuartel para los cerros, al Oriente. El mayor Bustamante y el capitán ayudante, pasaron la revista de armas y vestuario, tarea odiosa, pero necesaria. Mientras esto se hacía, la banda tocaba algunas piezas. El Batallón presentaba el aspecto de un campamento. 7 de Marzo de 1880 Domingo. No hubo misa, ni ningún ejercicio. Como a las 9 A.M. se llamó por el ayudante, a todos los cabos del Batallón y apenas se retiraron, comunicaron que el Batallón iba a formar para rezar el rosario. Yo calculé que clase de función sería esa, pues habiendo en el calabozo algunos presos de esos insignes odiosos, era seguro que a alguno de esos iban a azotar. En tal creencia, mandé a los cabos de mi Compañía, que aprontaran sus varas. Igual orden había dado siempre que había tratado de aplicar tal castigo. Se tocó a tropa y todas las Compañías salieron al patio y formaron calle. Yo estaba afanado mandando llamar a algún oficial, pero ninguno había asistido, cuando se para en el lugar en que siempre se azota un soldado de la 1º Compañía, Pedeiros, muy conocido como simplote y de buen alma, feo como él solo, y de un repente empieza a persignarse en medio de las risas de todos, en voz alta. Yo dije a algunos: ¿Qué andará malo de la cabeza este Pedeiros? Pero inmediatamente oigo una voz que grita: ¡Abajo los kepíes! Todos lo bajan. ¡Era cierto que íbamos a rezar el rosario! No lo había creído. A la hora de costumbre, entro de guardia en la prevención; con el capitán Campos. Me recibo como de 14 presos, entre ellos los dos prisioneros oficiales, peruano uno y boliviano otro, de que en otra ocasión he hablado. En la noche, los chinches me atacaron como a mortal enemigo. El jefe de servicio no nos visitó, el cual lo era para hoy, el mayor Bustamante, de este Cuerpo. 8 de Marzo de 1880 Lunes. Ejercicios por Compañías. Como a las 7 A.M. llegó el Paquete de Maule del Norte, con el objeto de llevar al Sur los prisioneros peruanos y los restos de Thompson y compañeros. Más tarde se recibe la orden de que dichos cuicos se alisten para marchar. A la hora de costumbre, entrego la guardia al sargento 1º Contador, que entró con el capitán Torres. A las 11 A.M. dan puerta franca y yo me voy derecho al muelle, a esperar el embarque de nuestros huéspedes vivos y muertos. La bahía presentaba un alegre aspecto con todas sus embarcaciones embanderadas. Se veían banderas de todos los países y muy grandes. El pueblo acudía en gran número por todas las calles que llegan al mar, y se circulaba una hoja suelta del Pueblo Chileno, en que invitaba a todo Antofagasta para acompañar los restos de los héroes de Tarapacá y Arica. A las 12 M, a minutos menos, llegaron a la playa del costado del muelle, todos los prisioneros en número como de 15, custodiados por algunos soldados de nuestro mismo Cuerpo. Todos eran feos hasta decir basta, y mugrientos como ellos solos. El oficial cholo tenía una cara de perro presero, cara redonda, ñato, de mal gesto, y con ser también bien feo, era rey respecto a sus paisanos. Pocos minutos después, grandes masas del pueblo que llegaban desembocando de la calle de Suárez, que sale de la plaza, me indicaron que el cortejo fúnebre se aproximaba. Me junté con el sargento Videla de la 1º Compañía, y nos acercamos al lanchón en que se iban a embarcar los prisioneros, con el fin de ir a bordo. Parados en la popa, divisábamos todo perfectamente, pues ese
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lanchón estaba flotando a unos 15 metros del embarcadero del muelle. Al sentirse los primeros golpes del bombo de la banda, la muchedumbre se estrechó en toda la extensión de los malecones, formando un aspecto de día de gran fiesta. Luego llegó el cortejo. Los cajones mortuorios bajaron a la lancha enlutada que los esperaba, llevados por oficiales del “Aconcagua”, el capitán Ahumada, subtenientes Domínguez, Herrera, de mi Compañía y otros. La banda de música se embarcó en un bote. Varios oficiales, y mucha parte del pueblo, ocuparon unos 40 botes embanderados y siguieron formando calle hasta encontrar al remolcador Bolívar, que remolcó las lanchas de la comitiva. Nosotros esperábamos que el lanchón saliera detrás de los demás de acompañamiento, pero se dio orden de embarcar los cuicos después que se embarcaran los restos. Tal demora nos perjudicaba y resolvimos bajar a tierra. Desde tierra contemplé el lindo aspecto de la procesión de botes que rodeaba al vaporcito. En medio de ese bosque de banderas, cruzaba el mar de Antofagasta, por última vez, el bravo marino que pocos días antes lo visitara orgulloso con su Huáscar; y ese otro león de tierra que cayó en Tarapacá con su Regimiento 2º de Línea, todos encajonados ahora como se encajonan los jamones y la pescada seca ¡sin vida, sin calor, sin alma! ¿Dónde han quedado los héroes? ¡Ah! se han ido a habitar otro mundo, y solo nos han dejado unos cuantos trozos de carne que en breve serán polvos y después nada. Todo esto pensaba yo, cruzado de brazos, mirando la lancha enlutada que se alejaba poco a poco en dirección al vapor, y siguiendo en estas meditaciones me alejé de ese lugar lamentando no poder encontrarme luego en alguna otra función, pero de balas y metralla. El espectáculo a que había asistido, me había dado deseos de visitar también el mundo de Thompson y Ramírez. En el vapor se fueron al Sur, además de la comisión de oficiales, el subteniente Francisco Mellafe de la 6º Compañía y el sargento 2º de mi Compañía Danor A. Vivanco, quien estando en el Hospital desde hace varios días por no sé que enfermedad, consiguió por medio del dicho Mellafe, licencia para irse a su casa a medicinarse por un mes. Según era voz pública, y como lo ha dicho el médico Latry que lo cuidaba, dicho Vivanco sufría solo de una enfermedad algo rara en el Ejército – la cobardía. Y así parece que era. En la tarde se fue el vapor Paquete de Maule para Valparaíso. A las 6 P.M., más o menos, llegó al Cuartel el capitán Ramírez de la 6º Compañía y el 1º de la misma, Arancibia, que estaban en San Pedro de Atacama, y con él salí a buscar un trago de la famosa baya del Huasco, y por primera vez en este lugar se me pasó la mano. En este día sucedió un hecho grave en la Compañía, el primero y quien sabe si el último, como lo espero del severo castigo ejemplar que aplicará al culpable. Llegó la hora de llamada a las 2 P.M., y estando la Compañía formada en punto de pasar lista, llegó el capitán Ahumada en circunstancias que principia a hablar fuerte el soldado Marcelino Cataldo, un huaso de gran talla y robusto, de mal gesto y soberbio como un gato montés. Yo escribía al extremo de la cuadra, cuando siento un gran altercado entre el capitán, que ordenaba guardar silencio a Cataldo, y este que no le callaba, pues estaba un poco achispado y es un mulato que no guarda orden ni a palo. El capitán le dio varios planazos y Cataldo no obedecía hasta que lo mandó al calabozo. Pero al salir, le dijo Cataldo algunas expresiones insolentes y el capitán lo hizo volver y le dio dos o tres planazos más. Al último, Cataldo se abalanzó contra el capitán y se le fue al cuerpo, trabándose una lucha entre ambos. En el acto corrí y agarré al soldado de la cabeza, para retirársela del pecho del capitán, que parecía lo estaba mordiendo. En esto llegó el teniente Mascayano y le dio un cachazo con su espada, en la cabeza y así soltó, quedando con la cara cubierta de sangre. En la cara sacó un gran tajo causado por un hachazo del capitán. Yo quedé con las manos teñidas de sangre. El soldado fue al calabozo en un estado que apenas podía andar. Tal había sido el número de palos recibidos. Ignoro que castigo se le tiró a aplicar. En la tarde se me dieron 180 pesos 50 centavos para comprarle ropa a la Compañía. Jefe de servicio para hoy don Wenceslao Bulnes. 9 de Marzo de 1880 Martes. Ejercicios. Continúo comprando ropa a la tropa. Voy con el subteniente Domínguez a practicar la visita a que estábamos nombrados. Llevamos 15 enfermos, y allá visitamos a 28, si mal no recuerdo (estos apuntes los escribo el día 12). Jefe de servicio don Guillermo Liarp. 10 de Marzo de 1880
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Miércoles. Ejercicios, lo mismo que en la tarde. En la orden general se dio a conocer que por ausencia del 1º ayudante de la oficina de la comandancia don Ambrosio Letelier, lo reemplaza durante su ausencia el capitán de Artillería don Aseleterio Urrutia. Jefe de servicio para hoy don J. P. Bustamante. 11 de Marzo de 1880 Jueves. Ejercicios. Amanezco con señales de un fuerte constipado. Lo mismo fue ayer. Creo que será los largos tragos de chicha que he tomado con Arancibia y Bysivinger, sargento 1º de la 6º Compañía y sargento 1º de la 1º Compañía; durante todas las noches desde el Lunes último; en una de cuyas noches encontramos a algunos oficiales en la misma bodega en que acostumbrábamos pasar un rato, entre ellos los capitanes Castro y Ahumada. Nos retiramos aun antes que ellos nos vieran. A cada paso veo la enorme, la enormísima distancia que hay entre mi época de levita y sombrero de pelo y la actual de mugrienta chaqueta y sucio kepí de brin. Yo que tengo ofrecido a las ánimas del Purgatorio cuanto sufra en este diario martirio, ¿cuántas habré sacado ya? En la orden del día se mandó que “el Lunes 15 del actual a las 7 A.M. pasaran revista de comisario la fuerza de Artillería existente en esta plaza y Cuerpo Movilizado que existe en esta guarnición, el Escuadrón “Carabineros de Yungay”, Plana Mayor de los Cuerpos Cívicos, inválidos y demás”. También se ordenó se presentaran mañana a la mayoría el borrador de la lista de revista. Jefe de servicio don Manuel Bulnes. 12 de Marzo de 1880 Viernes. Desde la diana me ocupo en hacer el borrador antes dicho, el cual se presenta a la mayoría como a las 9 A.M. Sin cuyo motivo no salgo al ejercicio de los demás. Sale en el Pueblo Chileno de hoy un artículo firmado “Varios oficiales del Batallón “Aconcagua” Nº1”, en que piden al Gobierno se nos lleve al Norte, como se nos había prometido. A pesar de algunos lunares, el artículo decía muchas verdades. En estos días ha venido corriendo la voz de que se va a fusilar un “Carabinero de Yungay” por haber disparado su arma contra un sargento. Ignoro lo que haya de verdad. 13 de Marzo de 1880 Sábado. A las 9 ½ A.M. entro de guardia en la prevención, con el capitán Campos. Todavía existen presos el boliviano y el soldado del “Colchagua” de que he hablado en guardias anteriores. Con motivo del artículo de prensa publicado ayer en el Pueblo, el comandante mandó llamar a toda la oficialidad del Cuerpo, sin exceptuar al oficial de guardia ni al ayudante Narvaez. Según supe por ellos mismos, el comandante les había echado en cara, a los que fueron autores de dicho artículo, su falta de educación y de instrucción militar, y que tal procedimiento era indigno de militares delicados, etc. Amenazó con expulsar del Cuerpo a dicho autor, sea cual fuere, y concluyó por ordenarles asistir a academia los días y horas que se designasen en la orden del día. La reunión se dispersó protestando unos, pero entre ellos no más, riéndose otros y enojados los más. En la orden del día de hoy leí lo siguiente, como comprobante a lo esperado anteriormente: “Orden del Cuerpo. El Lunes 15 del presente todos los 83 oficiales subalternos a la comandancia del Cuerpo a la 1 P.M., con el objeto de dar principio a la academia, y esta será precedida por el capitán ayudante don Augusto Nordenflich, y a la última hora pasarán los S.S. capitanes a la mayoría del Cuerpo con el objeto de dar principio a la academia, y esta será precedida por el sargento mayor don Juan P. Bustamante. De orden del jefe.” Aunque en pésima redacción, tal medida era necesaria desde que se formó el Cuerpo, y era raro que jefes instruidos se hayan acordado solo ahora de tomar una determinación a obsequio de la instrucción de los oficiales. Si el comandante no lee el artículo del diario, es seguro que habría continuado creyendo que sus oficiales sabían ya lo suficiente. ¡Efectos de la casualidad de hacer caso a los diarios! He aquí dicho artículo, sacado del Nº 308 del diario de hoy 13 de Marzo de 1880. “Batallón “Aconcagua”. Reproducimos nuevamente la carta de los señores oficiales de este Cuerpo, que publicamos ayer con errores que imperfeccionan su sentido: “Tres meses hace próximamente a que una falange de jóvenes y algunos centenares de buenos patriotas, llevados del gran entusiasmo que produce en todo corazón chileno el fuego ardiente del
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santo amor a la Patria, dejábamos nuestros queridos hogares y abandonábamos todas nuestras comodidades para formar parte del Batallón “Aconcagua” Nº1, empuñando así el arma de ataque para correr en defensa de la honra de la madre Patria, vilipendiada por pérfidos hermanos. Con una constancia y entusiasmo incalculables nos dedicamos al aprendizaje de todo lo concerniente a nuestra carrera y logramos, con gran admiración de cuantos presenciaban nuestros ejercicios, estar en un mes y medio a la altura del más veterano Cuerpo del Ejército en disciplina militar, subordinación y manejo interior de Compañías. Algún tiempo después, notando el pueblo de San Felipe, que fue donde se organizó el Cuerpo, nuestro adelanto y viendo el espíritu resuelto de que estábamos animados tanto los oficiales, como los individuos de tropa del Batallón, resolvió confiarnos para su defensa la preciosa reliquia que conservaba todavía del año 38 y 39: el dos veces glorioso estandarte que flameó triunfante en Pan de Azúcar y otros puntos del suelo enemigo, y que aún conserva entre sus viejos pliegues señales indelebles de lo que fueron capaz los hijos de Aconcagua al frente del enemigo y como representantes de su provincia. El 24 de Enero nos embarcábamos en Valparaíso todos alegres y dispuestos a pelear con gloria hasta morir si era necesario defendiendo el tricolor que se nos había encargado devolviésemos a Aconcagua con nuevas e inmarcesibles glorias conquistadas en el campo de batalla. Desde esa época hasta hace quince días, ardiendo en deseos de encontrarnos al frente del enemigo, risueñas esperanzas nos acariciaban de que muy luego entraríamos a campaña, saliendo así de esta aburridora vida de guarnición. Pero una mala suerte, que tal vez no merecemos si se atiende a nuestra resolución y a los sacrificios que hemos arrostrado, ha querido y parece cosa resuelta ya por los jefes supremos de la nación, según noticias ciertas que tenemos en nuestro poder, que se quede el Batallón “Aconcagua” Nº1 para cubrir la guarnición en los puntos que la necesite el territorio de Antofagasta. Es esto bien triste para nosotros que nos habíamos formado o más bien que nos habían hechos formar la ilusión que en cuanto estuviésemos en estado de entrar en pelea, en el acto se nos llevaría allá. Pero hoy ya estamos bien desengañados: no iremos a campaña sino que el Batallón, fraccionado ya, se dividirá todavía más según se dice, para enviar pequeñas divisiones de destacamentos a los pueblos del interior de este territorio. Si aún no alzamos tarde nuestra humilde y débil voz, nos atreveríamos a suplicar a S.E. el Sr. Ministro de la Guerra, que se informe de la disciplina, subordinación y conducta que observa el Batallón “Aconcagua” Nº1 y con los datos que le suministren resuelva lo que crea conveniente, estando seguro S.E. que cualesquiera que sea su determinación quedaremos contentos nosotros y los individuos de tropa del Batallón. Algunos oficiales del “Aconcagua” Nº1. Antofagasta, Marzo 12 de 1880.” A propósito de la carta anterior hemos recibido la siguiente: “Señor cronista de El Pueblo Chileno. Como comandante del Batallón “Aconcagua” estoy en el deber de protestar como lo hago de la carta que se ha enviado a Ud. suscrita, Algunos oficiales del Batallón “Aconcagua” Nº1, en la cual se quejan de que, después de haberse impuesto el sacrificio de dejar sus queridos hogares y de haberse dedicado con una constancia y entusiasmo incomparables para hacer el aprendizaje militar, el Supremo Gobierno ha destinado el Cuerpo a cubrir la guarnición de la plaza de Antofagasta y demás de su dependencia. Conozco muy bien, señor cronista, la digna oficialidad que tengo el honor de mandar y tengo la convicción que entre ella no hay uno solo que pueda cometer la torpeza de escribir tantos disparates; todos ellos oportunamente conocen sus deberes militares y comprenden perfectamente que sus servicios son tan importantes en la línea del Loa, como los del Ejército que está próximo a atacar al enemigo en sus posiciones. Hay más: tanto los señores oficiales como el que suscribe tenemos fundadas esperanzas de que no pasará mucho tiempo sin que tengamos la suerte de agregar nuevas glorias a la bandera que nos fue entregada a nombre del pueblo de Aconcagua, como emblema de victoria. Concluiré, señor cronista, por pedir a Ud. tanto por el buen nombre del diario, como también para evitar que cualesquier quidam tome el nombre de una persona o corporación respetable, que en lo sucesivo siempre que algo se desee publicar referente a mi Cuerpo, se exija al autor su firma, pues
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en caso contrario desde este momento declaro de ninguna importancia toda publicación que a él se refiera y que no venga revestida de esta formalidad. Acepte, señor cronista, con tal motivo las consideraciones de respeto de su atento y S.S. Rafael Díaz Muñoz.” Este artículo no agradó a los oficiales y creo que a nadie. Cree el comandante tan importante nuestros servicios en medio coñac y del baile que se prodiga en Antofagasta, como los que prestaríamos entrando por ejemplo a sangre y fuego a Arica u otra posición fortificada. Famosa corrupción! El comandante y muchos oficiales, que han hecho de las armas una profesión, se encuentran bien en todas partes. El sueldo es bien ganado en el Sur o en el Norte, en el Oriente o Poniente. Ganen ellos y friéguense los demás que, como yo, hemos venido en la confianza de que nuestro Batallón iba a pelear al Perú. ¡También es famoso chasco! El jefe se servicio para hoy fue el mayor Bustamante, quien no visitó el Cuartel de noche. También se ordenó en la orden de hoy que mañana Domingo, salieran los Cuerpos existentes en esta plaza a oír misa a las 8 A.M. en esta forma: “La formación será en columna, al frente de la Iglesia, al lado de adentro de la reja de la plaza, por el orden de antigüedad, de derecha a izquierda, en esta forma: Artillería, “Carabineros de Yungay” y Batallón “Aconcagua”. Después de tantos días a que estábamos sin misa, es decir, sin Dios ni Santa María, tal noticia no podía menos que ser recibida con satisfacción por todos que, en medio de nuestros trabajos que nos impone nuestro amor a la Patria, sin olvidarnos de nuestros deberes para con el Dios de las batallas, en quien confiamos y creemos. Yo, que voluntariamente estoy paciente en este Purgatorio llamado Cuartel; que se ven injusticias y se oyen barbaridades que solo se sabían “el día del juicio”, es decir, el día en que salga de paisano y hable sin esbozo ni mordaza, tengo como un consuelo el estar algunos minutos delante del sacerdote que ofrece en holocausto el sacrificio de mi HombreDios, delante del cual, es pigmeo el sacrificio o nuestra vida ofrecida ante el altar de la Patria. En este día se presentan a la mayoría las listas de revista y de pago, sacadas en limpio. Hubo limpia de armas y revista de ellas por Compañías. Por un olvido, no había consignado entre las ocurrencias del Sábado último 13 de Marzo, una muy importante; tal vez decisiva en mi corta, pero trabajada vida militar. Estaba yo muy temprano en la pieza del subteniente Canto, cotejando con él, el capitán Ahumada y teniente Luna, todos de mi Compañía, las 4 listas de revista que debían presentarse a la mayoría esa misma mañana. Un ordenanza llega y me llama de orden del mayor y dice que igual recado lleva para los sargentos 1º Bysivinger y Arancibia. Como casi nunca tenemos que hacer en la mayoría, me sorprendió tal llamado, y viendo unas sonrisas de los oficiales nombrados, se me ocurrió una sospecha. A su tiempo llega el ayudante Narvaez a la puerta, y con ese modo sencillo que usa para todos los casos, dijo: ¡Vaya no más hombre, que espero hacerlo oficial! Hubiera dado no sé que, porque ni se me nombrara más mi apellido. Siempre he sido enemigo de que se crea que yo pretendo algo. Me encontré con Bysivinger y Arancibia, y todos comentamos el llamado. Yo decía que no quería ir, y así era la verdad. Otro segundo llamado nos hizo estremecer y subir la escala de la mayoría. Ya estaba el mayor esperándonos, parado detrás de la mesa escritorio. Pasado un momento de silencio, se volvió a nosotros y con tono que revelaba una gran satisfacción de lo que había pensado e iba a ejecutar, dijo: Me ha encargado el comandante de elegir una persona que ocupe la vacante de oficial que hay en este Batallón, y he creído que no debía traerse persona de fuera para ocuparla, puesto que hay sargentos que han trabajado con constancia y sabido mediante sus esfuerzos, cumplir bien sus obligaciones. Por tanto, he designado a todos para entrar a un sorteo en que se echarán dos bolas blanca y una negra, y al que le toque esta, ese será el elegido. Esto era inferir un agravio a Bysivinger, pues por su antigüedad y competencia debía haber sido elegido desde el primer momento, y comprendiéndolo él mismo, protestó de ese acto y dijo que no lo aceptaba y se retiró. Yo pregunté al mayor si la protesta de Bysivinger era aceptable y él me contestó que no. Pensaba protestar igualmente, renunciando mi participación en el sorteo a favor de mi amigo. Como viera que no se aceptaba ninguna renuncia, no lo hice. El mayor nos dijo que nos retiráramos y que luego nos volvería a llamar. Al retirarnos, le di las gracias por la deferencia que de su parte habíamos merecido, asegurándole que yo, con ascenso o sin él, serviría a la Patria con gusto como hasta ahora.
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Dio muestras de complacencia al ensancharme y al saludarlo para retirarme me contestó como lo hacía cuando yo estaba todavía de paisano. Sin duda alguna, ante los jefes no estoy mal parado, y esto es un consuelo. Un cuarto de hora después se nos volvía a llamar a la mayoría. Al pasar yo por la puerta de mi capitán, este me dijo: Ya le tengo pronta una espada. Todavía no es tiempo – le contesté, o cosa parecida. En la mayoría estaban, además del mayor, el capitán Castro y otros varios oficiales. Dicho capitán tenía en la mano un kepí blanco de oficial, como sujetando algo que había adentro. Todos tenían caras sonrientes y curiosas, por saber el resultado. No se porqué juzgué este acto como una broma. Estando nosotros tres en hilera, dando frente al mayor, este ordenó practicar el sorteo. El capitán Castro, que me ha mostrado una particular estimación siempre, se allegó a mí sonriendo y me presentó la gorra para que sacase mi suerte. Miré adentro y le dije: Pero aquí no hay ninguna bola. Si – me contestó – pero hay papelitos; saque uno. Metí la mano y saqué uno. Arancibia, que estaba a mi derecha, sacó otro. Bysivinger dijo: Para que saco yo; ahí está el papelillo. Abran sus papeles – nos dijo el mayor. Yo abrí el mío. Estaba blanco. Arancibia abrió el suyo, y también salió blanco. La suerte estaba por Bysivinger. Nos retiramos riéndonos y haciendo los comentarios que a cada uno le dio la gana. Si ese juego fue serio no tuvo razón de ser, y sino, menos. Como en todo juego de azar, creo que aquí hubo maulas. Se me dijo al día siguiente (escribo estos recuerdos 4 días después) que en la noche del Sábado, se habrían juntado varios capitanes y otros oficiales, en casa del comandante, y que allí se había discutido con demasiado calor la cuestión del sorteo, calificándolo de infamia el capitán Ahumada. Fue llamado al orden, pero no calló hasta lanzar uno de aquellos ajos tan comunes entre exaltados por la rabia y tal vez un poco de chispa. Me dice un oficial ser cierto, que mi capitán ha defendido por mí a espada desnuda. 14 de Marzo de 1880 Domingo. A las 7 A.M. salió el Batallón a misa, con la banda de música, pero sin llevar el estandarte, según se me dijo. Yo, como estaba de guardia, no pude por esto ir a la misa. Como media hora hacía a que el Batallón había salido y todavía no llegaba. Me subí al 2º piso y divisé la plaza cruzada por las mitades de nuestro Batallón, que hacían ejercicio. Era uno de los caprichos del mayor. Tiene grandes deseos, al parecer, de lucir ante el pueblo; pero ni el Batallón está para lucirlo, ni él, y menos el comandante, se cuida de darle instrucción diaria de evoluciones hasta hacerlo capaz de presentarlo en cualquier parte. Durante el tiempo que estuvo el Batallón fuera del Cuartel, circuló la enorme bola, una de las que me han hecho más gracia por su originalidad, de que nuestro estandarte se lo habían robado. Yo pregunté a algunos soldados de la guardia, y otros que no habían podido salir y que eran los que conversaban, que como era que estando robado, el Batallón no lo había llevado a misa, como era costumbre aquí. Se me contestó que no lo habían llevado, y así fue la verdad. La tal bola continuó corriendo durante todo el día. A la hora de costumbre entregué la guardia al sargento 1º Contador, que entró con el capitán Campos. En este día salí a dar un paseo por distintas partes de la población, con el sargento 1º Arancibia, y a mi llegada, recibí del capitán una reprensión que aunque pequeña, por su injusticia y contraria a la Ordenanza, me pareció muy grande. Si no hubiera sabido por Arancibia, que el capitán me había acreditado mucho y defendido por mí en toda ocasión, de seguro que me habría presentado al comandante pidiendo mi separación de la Compañía. 15 de Marzo de 1880 Lunes. Después del toque de diana, se alista el Batallón para pasar la revista. Como a las 8 A.M. sale el Cuerpo vestido de parada y forma en la calle. Casi frente a la puerta de calle se sitúa la mesa con el comisario, el comandante del Cuerpo, mayor Bustamante, etc. Además, mucha parte
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del pueblo nos rodeaba viendo esta ceremonia que se repite cada mes. El desfile lo hicimos sin novedad, y como ½ hora después de salir, volvimos al Cuartel. En este día se trabaja en los estados de fin de mes, mandados entregar en la tarde. 16 de Marzo de 1880 Martes. Ejercicios. El subteniente Herrera me dice reservadamente, que ha salido de buen origen que la orden de hacernos marchar al Norte, llegó hace un mes y que el Comandante General de Armas, Arriagada, valiéndose de no sé que estratagema, pudo ocultar esa orden y no hacernos salir; pero que ahora, el comandante Díaz Muñoz va a oficiar al Gobierno sobre eso, pidiendo el inmediato envío de este Batallón al teatro de la guerra. Mucho gusto me dio al principio, mientras me contaba; pero no se porqué he puesto en duda dicha noticia, a pesar de tener yo por muy formal al oficial Herrera. En la orden del día, se mandó que quedaba absolutamente prohibido el disparar tiros en la bahía, contra los lobos o por otra entretención, con severas penas, dentro de los límites de la población. En la tarde asistí, después de varios días, al ejercicio de armas por Batallón en la calle. Llegan vapores del Norte y Sur, este último trayendo muchas cartas, pero para mí ninguna. En uno de ellos, se embarca para el Sur el subteniente Izquierdo, llevando para Santiago al prisionero boliviano, que estaba en el Cuerpo ---------. 17 de Marzo de 1880 Miércoles. Como a las 6 A.M. se van para el interior, a San Pedro de Atacama, el capitán Ramírez, subteniente Beytía y sargento 1º Arancibia. Nos despedimos afectuosamente con este último, a todos compadecía por la penosísima marcha que iban a efectuar. Apenas salieron dichos viajeros, se tocó tropa y salimos a ejercicios por Compañías. Estando en ellos pasó un largo tren, tirado al principio por dos máquinas, volviéndose luego una de ellas, y llevaba varios carros de carga y dos de pasajeros. En uno de estos iba sin duda Arancibia. Pobre chicoco! Nunca pensará que lo consigno en estos apuntes, ignorados por él como por todos, un recuerdo a nuestra amistad. Mientras hacíamos ejercicios y el tren corría veloz por las lomas, yo pensaba en el tórrido arenal; en las noches de frío y días de calor; en el salitre y caliche, y en el viento que destruye el cutis, fuera de todo lo demás que sufren los que van al interior. ¿Seguiré alguna vez ese camino? Me preguntaba yo viendo los negros penachos de humo que a la distancia marcaba el paso del tren al encimar la última colina. Al ejercicio de la tarde no asistí, por estar arreglando las listas de pago. 18 de Marzo de 1880 Jueves. Ejercicios de toque de guerrillas en los lugares de costumbre, pero ha sido el primero en su clase. Se arreglan en la mayoría las listas de mesada, siendo primera vez que dichos señores de mayoría piensan en ellos, al parecer por lo que han hecho. Hoy llegó muy temprano un hermoso vapor del Sur, el que trató de seguir al Norte, sin dejar pasajeros ni correspondencia, pero se le forzó a detenerse, dicen que ayer sucedió igual cosa con otro vapor, ambos de la Compañía Inglesa, y al cual se le amenazó hasta con lanzarle un pildorazo de a 150 libras de un fuerte, si persistía en marcharse. Todos creen que los ingleses de esta Compañía, comerciantes antes que justos, más simpatizan con el Perú, que con Chile, por darles el primero más largos pesos. Pero aquí no se les da plazo, y las autoridades se hacen respetar por la razón o la fuerza. 19 de Marzo de 1880 Viernes. A las 9 A.M. entro de guardia en la prevención, con el subteniente Domínguez. En la tarde, ejercicio de armas. En la noche, como a las 12 ó más de la noche, y a instancia del oficial de guardia, tomé un par de mates en el corredor de la calle, con sabrosas tostadas con mantequillas, servidos por Lastenio Martínez, especie de cantinero de todos los Batallones. Hacía largos años a que no probaba tal bebida y como un hecho curioso lo consigno aquí. El jefe de servicio para esta noche lo era el mayor Bustamante, que no asomó sus narices por el Cuartel. Hasta aquí ninguna vez he tenido la ocasión de recibir al jefe de servicio, desde que soy militar. Casi toda esta noche he pasado escribiendo y vuelto a escribir las listas de mesadas de la Compañía. El cabo Rodríguez de mi Compañía, que también estaba de guardia, me dictaba tan mal que me hizo trabajar mucho. Por otro lado, también me atacaba el sueño y por vía de llapa, los chinches, de cuyos cariños más bien no hablar.
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20 de Marzo de 1880 Sábado. Limpia de armas y vestuario de todo el Batallón. A las 9 A.M. entregué la guardia al sargento 1º Contador, que entró con el subteniente Narvaez, y el cual iba algo más de achispado. El teniente Luna, me ratifica lo dicho a mí, por el subteniente Herrera, de que el Comandante General de Armas, Arriagada, había recibido hace días orden de hacernos partir para el Norte, y que él se había opuesto, dando muchas razones por su parte. Todos decimos: ¿qué capricho tendrá ese jefe?. En la noche, el mismo teniente Luna me comunica la grata noticia de haber llegado un parte telegráfico del Ministro de la Guerra en Campaña, en que dice que cuanta guarnición necesita el cuidado de esta plaza, para mandar al Norte el “Aconcagua”, que actualmente la guarnece. Dice que el comandante Arriagada le contestó que con 2 Compañías de Cívicos serían suficiente. De modo que a por hoy parece que al fin va tomando color nuestro tan deseado viaje al Norte. Después de dejar dormida a la tropa, subo a la habitación del subteniente Canto, y él me confirma la noticia del telegrama de que ha hablado. Por tal motivo, he desistido de la idea de escribir a varias personas influyentes de Santiago, con el objeto de que me hicieran salir de este Batallón, para ingresar a algún Cuerpo de Ejército del Norte, y cuya idea iba hoy mismo a ponerla en planta. Llega del Sur, el Paquete de Maule, que trae diarios de Santiago y Valparaíso, que se relata la gran recepción hecha en la primera de dichas ciudades a los restos de Thompson, Ramírez y sus dos nobles y heroicos compañeros Cuevas y Goycolea, el Sábado 13 del actual Marzo. Digna y grandiosa recepción! ¿Fue menos grande en proporción, la que le hicimos nosotros aquí en Antofagasta? En el vapor antes nombrado, llegan muchos enganchados, para llenar bajas en el Ejército del Norte, a donde se dirigieron algunas horas más tarde. Después de muchos días a que no me bañaba en el mar, a las 12 M me di uno, con temor de enfermarme, pues estaba trasnochado en la guardia. Sin embargo, creo que me hizo bien. Se me proporcionó el diario Los Tiempos, de Febrero 10 del actual, en cuya crónica leo una justificación que se hace de la conducta del actual Comandante General de Armas de esta plaza, coronel Arriagada, a propósito de unos cargos que se le hacen en una carta publicada en el número anterior, sobre la poca atención y cuidado que se tiene con los soldados enfermos de este Batallón, cargos que cree el cronista completamente infundados, “pues nadie que haya conocido de cerca este jefe, pondrá en duda sus cualidades de hombre de trabajo, inteligente y activo”. Creo lo mismo que el cronista, a pesar de no haber leído la tal carta. El culpable no es el coronel. Registrando el mismo diario, leo otra carta en que se hacen graves inculpaciones al comandante y otros jefes del Batallón, con motivo de no habérsele despachado licencia temporal o dado su baja, para salir de paisano a los enfermos, que en gran número acuden al Hospital. Cita en dicha carta varios casos, y entre ellos, uno referente a un sargento que tuvo que pedir 10 pesos prestados, para poder irse al Sur, licenciado por el comandante. Y esto se hizo teniendo dos sueldos en él, de lo cual no cedió un centavo. Esto y otras cosas cita, y a la verdad que tiene algo de articulista, según me lo dicen, y según lo creo. El comandante Díaz se enojó mucho. El coronel Arriagada fue el primero que le anunció el tal artículo, conversando ambos secretamente en el interior del patio. (La carta aludida anteriormente, la obtuve impresa más tarde, y va colocada al final de las ocurrencias del día 24 del actual). 21 de Marzo de 1880 Domingo. De madrugada llegan vapores del Sur y Norte. A las 6 ½ A.M., el Batallón sale de parada a formar en la calle, frente al Cuartel. Poco después nos vamos a la plaza a oír misa. Muy largos días hacía a que no oía misa; así es que, como buen católico asistí con gusto. Nos mandó el ayudante Narvaez y no llevamos el estandarte. Asistieron los “Carabineros de Yungay” y los Artilleros. Temprano también, se me dijo había llegado el Amazonas, del Norte; pero yo no lo vi hasta que salimos con puerta franca y me fui al muelle, a ver el animado aspecto que presenciaba el mar, cruzado de botes y lanchas, que iban y venían del muelle a la playa y muelle y de estos a los tres vapores.
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En la tarde, después de lista, se le dieron 170 palos a un asistente del subteniente Bruce, por haber robado unas botas. Después de dejarle las nalgas bien sobadas, se le mandó al calabozo con una barra de grillos. Más tarde supe que también había robado un reloj y otras prendas. Como a las 4 P.M., hora en que volvimos a salir francos, ya no había ningún vapor. El Amazonas marchó a Valparaíso y también el que iba al Sur, y el otro siguió al Norte. En la tarde de este día, me ocupé en visitar el interior del Cementerio y tomé varios apuntes; pero me guardo para completarlos y anotarlos en unión con los que adquiera en una próxima y más detenida visita que practicaré en esta semana. La banda de música tocó en la plaza hasta las 8 P.M., desde cuya hora se empleó en el teatro. Se representaba “La Cruz del Matrimonio”. Después de muchas instancias, consigo que el subteniente Canto escriba a su señor padre, pidiéndole algunas noticias sobre nuestro estandarte. Lo hizo así, también instado por el comandante, que se interesaba por saber igual cosa, y hoy me mostró la contestación recibida, de la cual dejo aquí copia de la parte que a mí me interesa: (Carta fechada en San Felipe, Abril 9 de 1880) “El 8 de Febrero de 1838, las señoras de San Felipe obsequiaron al Batallón Cívico la bandera que ellas costearon y trabajaron; recuerdo que una de ellas lo fue doña Beatriz Navarro, otra señora Martínez y algunas más. El mismo día 8 se bendijo en la Iglesia Matriz, y fue entonces cuando don Fernando Anejar Garfias, comandante del Cuerpo en aquella fecha, comprometió a sus oficiales y tropa por una proclama a que la llevaran triunfante hasta la capital del Perú. Esta promesa se cumplió, presentándonos voluntarios para marchar a la Campaña el día 3 de Junio del mismo año (1838), llevando la bandera el soldado distinguido de mi Compañía Lorenzo Fricke, que la cargaba en las marchas, y cuando entrábamos en acción, la tomaba el subteniente de mi Compañía Pablo Navarro, que murió de disentería en Tarma (después de Yungay). Yo hice la Campaña de sargento 1º distinguido de la 3º Compañía del Batallón Nº1 “Aconcagua” (así se llamaba aquel, como el tuyo ahora); por esto es que cuando algunos decían que la bandera debía pertenecer al 2º Batallón Nº2, yo les argüía que pertenecía al Nº1, y a Pepe González le entregué documentos para que en sesión de la Municipalidad, justificara que el Batallón Cívico de que se formó el Batallón “Aconcagua” era Nº1. De los Andes se enrolaron 100 hombres y de Quillota otros tantos, y también del Nº1 de “Valparaíso” algunos para completar el Cuerpo que constaba cerca de 900 plazas; era el Cuerpo más grande que marchó”. José G. Del Canto. Hasta aquí la carta. Y no hay más por ahora. 22 de Marzo de 1880 Lunes. Ejercicios de armas en el lugar de costumbre. Por la mañana llega el vapor Itata del Norte y pasa más tarde, para el Sur. En la tarde, después del rancho, se toca tropa y sale el Batallón a formar en la calle, presumimos que para hacer ejercicio de armas, que se ha hecho diariamente. Pero el mayor nos mandó marchar de frente al mar; la banda rompió con un nuevo y muy bonito paso doble; nos hizo torcer por una calle a la derecha, y fuimos a formar en batalla, afuera de la población, al Norte, por unos arenales donde todavía no habíamos andado. Mucha gente del pueblo nos siguió. El ejercicio nos agradó a todos, porque hacía buenos días a que no practicábamos tan útiles maniobras. Casi entrándose el sol, nos volvimos, llenos de tierra y sudando en regla. 23 de Marzo de 1880 Martes. A las 6 ½ A.M. se junta en la loma en que se acostumbran los ejercicios, la 1º y 2º Compañía, para hacer ejercicios de evoluciones. El pequeño Batallón se divide en 4 mitades, todas mandadas por sargentos. La 1º la mandaba Bysivinger; la 2º, Ramos; la 3º, yo; y la 4º, Videla, de las 4. Hacía de jefe el subteniente Domínguez. No lo hicimos tan mal, según entiendo. Y para ser el primer ejercicio de esa clase, puede decirse que lo hicimos bien. Estando en tal trabajo, notamos que en la bahía había fondeado un vapor de regulares dimensiones. Era el Santa Lucía, según supe después, que traía heridos y prisioneros del Norte. Mientras estábamos en descanso, llegó orden para que la 1º Compañía se marchase al Cuartel inmediatamente y a paso de trote, lo que se ejecutó en 3 minutos. La 2º Compañía y demás, los seguimos luego.
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En el Cuartel supimos que la 1º Compañía había ido al muelle a desembarcar los heridos traídos por dicho vapor. A la hora de puerta franca, las 10 ½ A.M. fui al muelle, a ver el desembarco expresado. Mucha gente había esperando lo mismo. Al extremo del muelle, estaban varios oficiales formando grupo, y avanzando poco a poco, llegué hasta cerca de ellos. El subteniente Canto me llama apenas me ve, diciéndome que fuera a saber buenas noticias. Lo tomé como broma el dicho, pues siempre ha gustado de formarme ilusiones sobre próximas campañas. El teniente Letelier me pasa con mucho aire de satisfacción un sobre, dentro del cual divisé algo como un boleto de equipaje de algún vapor o ferrocarril. Había creído que era noticia sobre guerra y al empezar a desenvolver dicho papel creí lo contrario, y dije. Esto parece solo cuestión de bultos. El teniente y demás oficiales se rieron. Yo me apresuré a leer y apenas empezaba, di un brinco de sorpresa. ¡Había encontrado algo de lo que buscaba! Ese papel era un telegrama mandado de Iquique a dicho teniente Letelier; en el cual se le transcribía copia de otro parte telegráfico mandado al Ministro de la Guerra, que decía: “Necesito con urgencia que me mande al Batallón “Aconcagua” Nº1, que está en Antofagasta, en el primer transporte. Villagrán.” Di un resoplido tan grande como será el que da un buzo cuando sale a la superficie del mar, después de haber estado largo tiempo en su fondo. Me mostró así mismo, el teniente, una carta en que se confirmaba la noticia de nuestra cercana partida. Esta vez, parece que ya nos hemos escapado de cierto y que vamos a tener la satisfacción de pisar suelo enemigo, suelo peruano. Mientras conversaba yo con dichos oficiales, además del teniente Mascayano y Luna, llega a la bahía el vapor del Sur. Minutos después atracaba al muelle un lanchón lleno de heridos y algunos paisanos, según se dijo, todos venidos en el Santa Lucía, de no sé que puerto del Norte. Pocos venían enfermos de gravedad, y estos fueron transportados al Hospital en camillas, llevadas por soldados del “Aconcagua”. En la tarde se toca tropa y sale el Batallón a hacer ejercicios a la plaza, con banda de música. Era el primer ejercicio que se hacía en día de trabajo en ese lugar. Multitud de gente, reunió a presenciar, nuestros trabajos de evoluciones variadas y de armas. Mandaba el Batallón el mayor; pero el ejercicio de armas, lo fue por el ayudante Narvaez. Creo que no lo hicimos mal. Al ponerse el sol, llegamos al Cuartel, llenos de tierra y la garganta seca como pellejo al sol, sin duda son las despedidas que el Batallón hace al pueblo de Antofagasta, donde hasta por la prensa ha sido bien acogido. Contento por el ejercicio, pues me gusta mucho la vida de movimiento y de trabajo diario, y contento también por las noticias sobre nuestra próxima partida, convidé al sargento Salinas y dos cabos 1º de mi Compañía, a tomar un trago de chicha y una buena sopa hecha en un caldo especial. En el negocio de un conocido aconcaguino, adonde fuimos. Leí en el Pueblo Chileno del mismo día, el hermoso discurso del “eminente Vicuña Mackenna” (en el citado periódico) pronunciado ante la tumba de Thompson, Ramírez, Cuevas y Goycolea. Mientras leía, sentía gran pena por no haber estado al lado de tan eminente orador, y trataba de disipar la amargura que sentía en mi garganta, al considerar la enorme distancia que me separaba del de la bella capital, tomando enormes tragos de chicha. Poco rato después de terminar dicha lectura, estábamos saboreando la rica sopa, y de nuevo tomé el Pueblo. Apenas empezaba a buscar algo de nuevo, cuando tropiezo con un trocito de crónica que me hace dar un puñetazo en la mesa. La sopa salta y las cucharas vuelan de las manos. ¿Qué es lo que hay? – me preguntaron los compañeros. Pongan atención – les dije, y leí lo siguiente, que copié más tarde para transcribirlo aquí: “El Batallón “Talca”, al mando del teniente coronel don Silvestre Urízar S., vendrá pronto a este puerto a relevar al Nº1 de “Aconcagua”, el cual marchará al Norte, según disposición del Ministro de la Guerra.” Grande alegría nos causó esta lectura, a pesar de que ya sabíamos eso por la lectura del telegrama antes aludido y por otros conductos, después. Pero no lo habíamos leído en letras de molde! Supe en la noche que el mayor había recibido muchas felicitaciones por nuestros ejercicios de hoy en la plaza. Esto es buen consuelo y un aliento en nuevos trabajos.
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24 de Marzo de 1880 Miércoles. Desde temprano se comienza a pasar a las Compañías sus sueldos de la revista de Febrero, operación que dura todo el día. Los sueldos de tropa en cada Compañía suman a 1 peso en casi todas. Se entiende que las rascas en la noche fueron soberanas. Yo fui nombrado comisionado para buscar a los faltos de mi Compañía, que eran 28. De las demás Compañías hubieron más o menos igual número de faltos y de cada una de ellas salieron también comisiones con igual objeto que la mía. Después de las 11 de la noche, o más, volví al Cuartel, trayendo al Cuartel un cabo de la 1º Compañía, y al asistente del comandante, fuera de varios otros que había mandado antes. Al entregarlo al oficial de guardia, capitán Torres, se presentó el subteniente Alamos, alegando al capitán que dicho asistente debía dejarse libre, por ser ocupado por el jefe. El capitán se negó a dejarlo libre, y como el tal Alamos pronunciase algunas palabras poco convenientes y en mi contra, le contesté fuerte y él me dijo que tal vez yo vendría un poco malito. Esto sublevó mis puntillas de amor propio y le dije que al día siguiente me presentaría contra él al ayudante, por su manera de expresarse, indigna de un oficial. El oficial de guardia también lo reconvino y todo se acabó; pero el tal asistente no salió. Cerca de las 12, volví a salir, cuando ya me estaba acostando; porque oí decir que cerca del Cuartel había algunos soldados y cabos de la Compañía. Salí con el sargento Salinas, y nada encontramos. Para no perder el viaje, nos pusimos a cenar salmón y otras cosas, y esto fue el desquite que hicimos contra la mala noche del Miércoles santo. De propósito dejo para lo último, en consignar aquí la impresión recibida en esta noche, al leer el Pueblo Chileno de este mismo día, aunque los asuntos del Batallón “Aconcagua” ocupan gran parte de sus columnas. Es cosa que nos admira el hecho de haber dado tanto que hablar este Cuerpo, unas veces bien y otras malo. La prensa de Antofagasta ha ocupado muchas voces de nuestro Batallón, como también lo han hecho algunos a todos los diarios de Santiago y Valparaíso. Hoy tengo que dejar estampado aquí el juicio que le ha merecido al citado periódico, nuestro ejercicio de ayer. Es un suelto de crónica que recorto para conservarlo y recordarlo con gusto en cualquier tiempo. “Batallón “Aconcagua”. Ayer en la tarde, hizo un magnífico ejercicio en la plaza de armas. Se mandaron diversas evoluciones sobre la marcha y a pié firme y todas ellas fueron ejecutadas con una rapidez y precisión admirables. Pero lo que más llamó la atención del sinnúmero de curiosos que presenciaba el ejercicio fue el manejo de armas. Que limpieza y uniformidad en la ejecución! Si aquello parecía echo por hombres-máquinas y no por seres humanos. En una palabra y para no parecer difusos, podemos asegurar que el “Aconcagua” número 1, está en tal pié que bien poco o nada tiene que envidiar al más veterano Cuerpo del Ejército.” Tal es lo que juzga la prensa sobre nuestras aptitudes para el buen desempeño de nuestro trabajo militar. En página aparte, pongo un impreso bastante interesante. Es la justificación hecha por el comandante de aquella carta publicada en los Tiempos, de Santiago, y relacionada entre las ocurrencias del día 20 del presente. ¿No es verdad que este Batallón es uno, o el que más ha dado que hablar?. Yo no recuerdo haber leído en esta guerra tantos artículos de prensa salidos todo del mismo Cuerpo, a excepción de los artículos de crónica. Los artículos que se insertan enseguida, son del día de hoy. “Batallón “Aconcagua” Número 1 . Señor editor de El Pueblo Chileno. Muy señor mío: Dígnese Ud. dar publicidad en su estimable diario a las siguientes líneas que con igual fin he mandado en esta fecha al diario Los Tiempos de Santiago. Señor editor de Los Tiempos. Con sentimiento he visto se haya elegido el respetable diario de Ud. para publicar en el correspondiente al 10 del presente en su sección de crónica, una carta anónima, en que, un individuo despreciable en todo concepto, por su ignorancia en la profesión que ejerce, pretende en ella proyectar sombras sobre la honorabilidad del que suscribe, y por consiguiente en la del 2º jefe y
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oficialidad que le acompaña; forjando los hechos más falsos y calumniosos, que inventarse puede, respecto a la manera como se hacen los pagos a los individuos de tropa que son licenciados por inutilidad física u otros motivos. Y aún más, ese calumniador, se avanza hasta asegurar que el jefe del Cuerpo, desatendiendo informes médicos por los que se declaran inútiles para el servicio, les ha negado a ciertos individuos, su licencia. A tan miserables cargos responderé: al primero con la contestación que el señor Comandante General de Armas ha tenido a bien dar a mi nota que inserto, como así mismo con la copia certificada del capitán cajero del recibo que el sargento Domingo 2º Araya, que efectivamente estuvo como quince días en el Hospital enfermo, según decía, de epilepsia, dejó en la caja de fondos del Cuerpo por anticipo que se le hizo, hasta cierto punto indebido del sueldo que solo debía percibir pasado el 15 de Febrero. A más de este anticipo, se le ayudó al mencionado sargento con la mitad del pasaje por vapor hasta Valparaíso, pues fue a Quillota con licencia temporal de un mes, y no absoluta como asegura el calumniador sin nombre, que cobardemente ataca bajo el anónimo. En cuanto al segundo cargo, de no haberse licenciado a individuos que obtuvieron del médico del Hospital Militar certificado de inutilidad, tengo la satisfacción de decir que todos estos, a pocos días de salidos de ese establecimiento, se han sentido perfectamente buenos y actualmente hacen sus servicios como todos sus compañeros. Al terminar, señor editor, permítame advertir al autor de la carta que contesto, que el hombre honrado y que se estima caballero, jamás ataca a nadie con la vil máscara del anónimo; y que por consiguiente será ésta la única vez que descienda a responder a comunicaciones irresponsables, como la de que me ocupo. Con tal motivo, señor editor, y esperando se dignará disculpar esta molestia, soy de Ud. atento y S.S. Rafael Díaz Muñoz. Comandancia del Batallón “Aconcagua” número 1. Número 65. Antofagasta, Marzo 18 de 1880. Señor Comandante General de Armas. Leo en este momento en el diario de Santiago Los Tiempos un inmundo pasquín que con el título de carta se publica en la sección de crónica. Su autor a quien podría señalar sin equivocarme, entra a denunciar hechos escandalosos, según los califica, en la administración de fondos de caja y pago de sueldos de tropa del Batallón “Aconcagua” número 1, que está a mis órdenes; y como tales cargos no pasan de ser más que el eco de una ruin y vil venganza del individuo a quien el día antes había enrostrado el mal cumplimiento de sus deberes; me veo en el caso de pedir a U.S. se sirva darme el informe correspondiente sobre los puntos siguientes: 1º Si ha tenido U.S. alguna vez queja ya de oficiales o de individuos de tropa de no haber sido ajustados estrictamente de sus haberes con toda oportunidad. 2º Cual es el concepto que con respecto a la moralidad y disciplina del Cuerpo ha podido U.S. formarse durante el tiempo de nuestra permanencia en esta plaza; y 3º Si ha notado U.S. algún motivo de descontento en el Batallón, por mal tratamiento o por que no se les haya hecho a sus individuos la más cumplida justicia en todo lo relativo al servicio. Ruego a U.S., se digne contestarme a la brevedad posible sobre el particular, para hacer de ello el uso que me convenga. Dios guarde a U.S. Rafael Díaz Muñoz. Comandancia General de Armas de Antofagasta. Número 510. Antofagasta, Marzo 18 de 1880. Al comandante del Batallón “Aconcagua” Número 1. Impuesto del contenido de su nota Número 65 de 18 del corriente, en que Ud. me pide informe sobre si he tenido alguna queja de tropa u oficiales del Batallón de su mando con relación a sus haberes u otras circunstancias; diré a Ud. en justicia, que jamás se ha presentado individuo alguno a hacer reclamos de ninguna naturaleza, teniendo por mi parte la convicción de que todos son pagados con la mayor escrupulosidad.
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En cuanto al juicio que en general me he formado del Cuerpo que Ud. manda; me es satisfactorio expresarle que bajo todos respectos es favorable. Dios guarde a Ud. M. Aurelio Arriagada. Comandancia del Batallón “Aconcagua” Número 1. Antofagasta, Marzo 20 de 1880. Certifique el capitán depositario si existe en caja un recibo del sargento Domingo 2º Araya, por el que consta que recibió anticipadamente su sueldo correspondiente al mes de Febrero corriente, a fin de atender a los gastos de su traslación a Valparaíso; si hay también recibos de la misma procedencia pertenecientes a otros individuos que, como el expresado Araya han pasado al Sur con licencia temporal, por enfermos ------hótese. Díaz Muñoz. En cumplimiento de la orden que antecede, certifico: que es efectivo existe en caja entre los recibos de deudores, uno con cargo al sargento Araya, por diez y siete pesos, valor que se le anticipó por su haber correspondiente a Febrero próximo pasado y que el mismo anticipo se ha hecho a otros individuos del Cuerpo, que por igual motivo han pasado con licencia al Sur. Antofagasta, Marzo 20 de 1880. Rómulo Castro. Capitán depositario. He aquí la carta que motiva el artículo precedente. Apreciado señor: Abusos escandalosos y de funestas consecuencias se cometen en el Batallón número 1 “Aconcagua” acampado actualmente en Antofagasta. Y estos abusos, señor, que me permito poner en conocimiento de Ud. merecen un pronto y eficaz correctivo. Es el caso, señor, que desde que se formalizó el expresado Batallón, ha habido gran número de soldados licenciados por inutilidad física, muchos de ellos con sueldos de dos revistas en caja y sin embargo de no abonárselas sus jefes, se les señaló la calle sin siquiera el traje de brin que el Gobierno da al Ejército para estos casos, teniendo muchos de éstos que regresar a sus casas en el más vergonzoso estado de desnudez y hambre; esto es notorio. ¿Y estos sueldos, señor, qué se hacen? Otras veces sucede que los pobres soldados, sin fuerzas ya para resistir el peso abrumador de la carrera militar, y que siempre soportan con patriótica resignación, caen enfermos al Hospital, donde el doctor, señor Latus, caballero de alto mérito; pero la mucha gravedad de las enfermedades los hace ser inútiles. A estos desgraciados les corre la misma suerte que a los primeros; no se les paga su sueldo que religiosamente debía abonárseles en el instante que justificase su ineptitud. Testigo presencial he sido, señor, de un hecho que hace pocos días sucedió. Un joven sargento, de muy recomendable familia, después de haber estado como 15 días en el Hospital, enfermo de una terrible dolencia (epilepsia), fue dado de baja como inútil para el servicio, y para poder regresar al lado de su familia hubo de ocupar la voluntad de un amigo que le facilitó 10 pesos, no obstante, de tener dos sueldos en la caja del Cuerpo, o lo que es lo mismo, 34 pesos, los que no pudo conseguir le pagaran hasta en la última hora de su partida. Ultimamente, señor, hay un número considerable de enfermos en el Hospital Militar, la mayor parte de pulmonía y considerados profesionalmente como inútiles para las armas. Por consiguiente, el temperamento que es pésimo para esas dolencias, los llevará al sepulcro y la pérdida de tantas vidas se evitaría trasladándolos al lado de sus familias, para el pronto restablecimiento. ¿Y por qué no se hace esto? Es que el soldado chileno, para quien la Patria es una religión, está condenado a pasar por las más terribles pruebas antes de dormir el último sueño. Por lo expuesto y creyendo cumplir con un deber de humanidad, me dirijo a Ud. a nombre de muchos, para que se digne tomar las medidas del caso, para evitar tantos abusos. Antofagasta, Febrero 28 de 1880.” 25 de Marzo de 1880
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Jueves. En los Cuarteles, y atendiendo a la tropa, en que nos encontramos, la semana santa no se conoce ni de nombre. Es cuanto puede decirse. El Lunes me dijeron que el día anterior había sido día Domingo de Ramos, lo que me sorprendió; pues no tenía ni noticia de tal. Anoche me dijeron que era Miércoles Santo, y yo dije: ¿cuándo ha pasado el Lunes y el Martes Santo?. En nada se conoce la santidad de estos días, que la cristiandad entera venera. Sin embargo, al toque de diana, se pasó lista de Compañías sin armas, y yo fui a la rueda de sargentos con mi rifle a la funerala, porque me dijeron que era Jueves Santo! ¡Cuánta distancia de un año a otro! El día de hoy no hubo trabajo de ninguna especie para la tropa. Todos salieron (salimos). Aunque quedaron arrestados en las cuadras. La salida franca es la gran fiesta diaria de estos días. Los bolsillos bien surtidos de billetes de banco, las gargantas secas y para su remojo, numerosas chicherías que son otros tantos panales donde se juntan las abejas humanas a todo, menos a rezar, de las cuales salen vueltos loros y hablando el griego; y llegan al Cuartel afirmándose en las paredes o traídos por la comisión. Tal es la puerta franca en estos días santos, de pago y de guerra. Y a propósito de paga, agregaré que solo en este mes se ha venido a descontar la mesada dejada por los individuos de tropa a sus familias. En la tarde, pasando cerca de la plaza, siento tocar por vez primera la matraca de la vecina Iglesia, que llamaba a los fieles a orar en estas noches santas, que recuerdan a la cristiandad las noches de Getsemaní y del Calvario. Al punto me paré, y no sé que tristeza sentí. Prometí interiormente cumplir con mis deberes de católico, y más tarde asistí a las funciones de la Iglesia. Había un monumento sencillo, pero de buen gusto, y todo él iluminado por 50 y tantas luces. Predicó el cura, según me parece, y me agradó su voz y su método. Mucha gente concurrió. También se situaron mesas con santos, en que pedían a gritos limosnas unos chiquillos vivarachos, como las que se ponen para tablas en todas partes, y cada uno pedía para su santo, como dice el refrán. Cuando todavía predicaba el cura, me retiré al Cuartel, donde la banda toca retreta, a las 8 ½. 26 de Marzo de 1880 Viernes. A las 9 A.M., entro de guardia en la prevención, con el capitán Ahumada. ¡Una guardia en Viernes Santo! Ni aunque lo hubiera soñado el año pasado habría tenido idea de mi cambio de posición. El año último, en este día, estaba yo en la Catedral, vestido con el concho de mi baúl, y ahora con sable y rifle. El día pasó sin otra novedad, que la orden dada para que los individuos de tropa del Batallón, buscaran y trajeran al Cuartel, a los 25 que andan faltando, so pena de suprimirse la puerta franca. Las roscas se han sucedido sin interrupción. Todos beben y comen carne. En campaña no hay Cuaresma. El jefe de servicio no vino al Cuartel. Lo era don W. Bulnes. 27 de Marzo de 1880 Sábado. Apenas comienza a despuntar el alba (¡cómo sí tuviera punta!), hago tocar diana. El Sábado de Gloria había llegado para mí después de una trasnochada en la guardia, donde los chinches me enroncharon las manos, cara y pescuezo. Es el martirio más grande que tengo que sufrir en este lugar. Como a las 8 A.M. sale la banda de música para tocar en la explanada del muelle, donde la Artillería va a hacer las salvas de ordenanza. A las 9 A.M. estando yo entregando la guardia al sargento Cuevas, de la 1º Compañía, que entró con el teniente Mascayano, sentimos los repiques de campana que anunciaban al pueblo de Antofagasta que se había cantado el Gloria in Excélsior Dei, al mismo tiempo que la Artillería rompía el fuego, cubriendo de humo toda la ribera del mar. Momentos después se dio puerta franca y salimos en dirección a la playa. Encontré de vuelta la banda, que venía tocando pasos dobles, seguida de la Artillería y de un gran gentío. Encontré en la playa a Bysivinger, y él me dijo que se habían quemado dos Judas enormes, que representaron a Prado y Daza. ¿Qué otra cosa hicieron esos Presidentes, que darnos el beso de Judas, para engañarnos y realizar sus planes secretos de alianza y de guerra?. Nos fuimos a buscar donde tomar un bayo de buena chicha, la que encontramos y tomamos a discreción. De vuelta, me presenté al mayor del Cuerpo, entablando el reclamo pendiente contra el subteniente Alamos. Fundé mi queja con energía, concluyendo con que “mis jefes debían quedar contentos sabiendo que entre las filas del Cuerpo, habían soldados que, como yo, celaban tanto de su buen nombre, como del honor de la bandera bajo cuya sombra hemos de pelear”.
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Sin duda que agradó al mayor mi manera de terminar, porque se levantó (estaba sentado y leyendo o escribiendo) con cara entre risueña y formal y me dijo que aguardara un momento. Entró a una pieza inmediata, creo que para hablar con el comandante y luego salió puesto de jarra, y me dijo: Bien, pues mi 1º, váyase no más, que yo arreglaré esta cuestión luego. Y me retiré, ignorando por este día lo que había hecho sobre el tal reclamo. Había reclamado al ayudante y este nada había hecho. Varios oficiales me animaban a seguir en mi reclamo aún más allá del comandante. En este día se suprimió la puerta franca para todo el Batallón, a --------------------------- de quedar faltando varios soldados, sin que se sepa su paradero. Llevan ------------- de deserción 25 hombres, siendo de la 2º Compañía, 11 de los más mañosos y peores. Por esto no lo siento. La orden del día de hoy, dice: “A consecuencia de tantos individuos que faltan a la lista, se previene que el Batallón no tenga puerta franca; y se ofrece a las comisiones que salgan en busca de estos, una gratificación de un peso por cada individuo, con cargo a su haber”. En virtud de lo expuesto, nadie pudo salir en la tarde, a excepción de los sargentos 1º y de dos o poco más sargentos 2º. Yo me fui con Ramos a remojar la garganta con rica baya huasquina. Por la misma orden del día supimos que los “Carabineros de Yungay” se marchaban al Norte, y se ordenó que fuerzas de nuestro Batallón relevaran a los “Carabineros” en la guardia del Hospital. Dice la orden general: “Hoy a las 3 de la tarde, se relevará la guardia del Hospital por la fuerza del Batallón “Aconcagua” y el resto de la guarnición se cubrirá como es lo prevenido. El Escuadrón “Carabineros de Yungay” se alistará para marchar al Norte en el vapor transporte Loa, que deberá llegar por mañana a esta. Arriagada.” Dicho Escuadrón es más antiguo que nuestro Cuerpo, pero no por eso dejamos de mirar con envidia su partida. Al fin de los tiempos llegará nuestro turno. 28 de Marzo de 1880 Domingo. A las 7 A.M. salen a misa el Batallón. Solo asiste a ese acto este Cuerpo y la Artillería. Durante este tiempo, llegó del Norte el transporte Loa, que viene a llevar a los “Carabineros” y carbón para la Escuadra. Detrás de este vapor asomó en la punta Norte de la bahía otro humo. Era el Angamos, que apenas llegó a la bahía, muy afuera, comunicó con el bote de la Capitanía, que allá fue a recibirlo, e inmediatamente salió mar a fuera, al parecer rumbo al Norte. De todo esto no fui testigo, porque estábamos en misa y desde la punta de la plaza, así que nos situamos, no se ve el mar. En este día, tampoco hubo puerta franca. Como en el día anterior, yo salí después de algunas diligencias. Solo entonces divisé al Loa, grande y hermoso vapor transporte, de la Marina de Guerra. Solo hoy supe por el subteniente Canto, que el mayor había llamado al subteniente Alamos, y lo había reprendido fuertemente, como un cuarto de hora, por haberme dicho aquellas palabras inconvenientes, que motivaron mi queja de uno de estos días. Alamos estaba de pie cual si hubiera sido un reo, hasta que el mayor lo hizo sentarse. Esto fue en el corredor de la calle, en el Cuartel. Quedé satisfecho, aunque si no es por que me lo cuentan, no lo habría sabido. En asuntos de esta clase, los castigos son sigilosos; pero no menos duros. Desde mañanita llegó a la cuadra de mi Compañía el teniente Luna, con una tarea enorme, y en ese estado mandó a la Compañía formada, varios movimientos a presencia de un amigo que lo acompañaba. Este iba poco menos, y ambos hicieron un papel nada digno. En ese estado fue a misa el teniente Luna, pero a la vuelta, y por orden del mayor, lo encerraron en su pieza, con centinela de vista, ni más ni menos que como estuvo el teniente Mascayano hace largos días. 29 de Marzo de 1880 Lunes. Ejercicio de armas por Compañías. Hoy no hubo puerta franca para la tropa. El Loa continuó fondeado, recibiendo a su bordo, lanchadas de carbón. A la 1 P.M. se toca la llamada y se pasa lista. Media hora después se toca tropa y se nos hace formar en la calle. Se trataba, según se nos dijo hoy, de tirar al blanco, medida muy necesaria para ejercitarse en las buenas punterías. Precedidos de nuestra banda de música, que a esa hora y atravesando calles centrales, formaba gran alboroto a media población, llegamos al extremo Sur de la ciudad y a orilla del mar. Allá aguardamos la hora de empezar a hacer fuego.
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Dos son los blancos; uno presentaba pintado en un lienzo a un oficial peruano, y el otro figuraba a un sargento. Ambos fueron acribillados a balazos. Los blancos fueron situados a una distancia de no menos 600 metros. Según el apunte que se llevaba al lado de los tiradores, vigilado por el mayor, el número de soldados y clases que apuntaron al blanco, una o más veces, fue de 100, número más que regular atendiendo al número presente de tropa, cerca de 300. Dicho apunte dice que yo di en el blanco una vez. Pero mi cuenta son dos veces, de cuatro tiros que nos daban. Este ha sido el primer ejercicio de esta naturaleza echo en Antofagasta por este Batallón. Durante él pasaron dos trenes a unos cuantos metros detrás del montículo en que se alzaron los blancos. Como a las 5 P.M. nos volvimos al Cuartel, cubiertos con gruesa capa de tierra. Por las calles, levantábamos al pasar tales polvaredas, que no se alcanzaban a veces a divisar los comandantes de mitad, que marchaban a no más de seis pasos de mí, al frente. Todos quedamos muy contentos con este ejercicio. ¡Si se repitiera una vez siquiera por semana!. Después de la llegada al Cuartel, todos creían que se iba a dar puerta franca; pero no fue así. El Batallón continuó preso. Yo salí, sin embargo, como en los días anteriores, salí a la calle. Ya era tiempo. Mi garganta estaba como yesquero, y para volverla a su primitivo estado, entré al café vecino regentado por una señora tan gorda como amable y alegre. Esta señora me contó que tenía un perrito negro que era todo un peruano. El “negro” (este es el nombre del quiltro) me dijo, es nacido en Iquique; de padres peruanos, como el suelo en que viera la luz primera. Su carácter es variable como los de su raza. Es adulón, cobarde, palangana, bullanguero, camorrista. Ha de comer en la mesa y en plato, y cuando así no se le da la comida, se manda cambiar rezongando y no vuelve hasta dentro de dos o más días. Me hizo reír de buena gana la dicha señora y su negro. Y ya que de perros hablo, recordaré aquí a los dos quiltros más lindos que he visto, y con los cuales he pasado muy divertido en el Cuartel. El “huascar”, perrito choco de un soldado y la “calamita”, de Bysivinger, también choca. Los dos pichones que viven en perpetua fraternidad. En este día, la 1º Compañía salió a solemnizar la publicación del bando que impreso acompaño. “Bando. He aquí el que se ha publicado ayer por la Gobernación: “Nicanor Zenteno, Gobernador del Litoral del Norte, por cuanto el señor Ministro del Interior me dice lo que sigue: Santiago, Marzo 18 de 1880. S.E. el Presidente de la República, con fecha de hoy, ha decretado lo siguiente: Teniendo presente lo dispuesto en el número 21 del Artículo 12 de la ley de 19 de Diciembre de 1874; y Considerando: 1º Que encontrándose ya establecido con regularidad el servicio de las Oficinas de Correos en los territorios de Antofagasta, Cobija y Tarapacá, no hay motivo alguno para que continúe exenta de porte la correspondencia particular dirigida a aquellos puntos, ni la que de estos se envíe a otros lugares de la República; 2º Que los intereses fiscales y comerciales exigen a la vez, se fijen las reglas a que debe sujetarse el franqueo de correspondencia; 3º Que a pesar de estas consideraciones es justo que las personas que forman nuestro Ejército o que de otro modo desempeñan un puesto en el de salud, o alguna otra comisión originada por las exigencias mismas de la guerra, tengan todo género de facilidades para el cambio de sus comunicaciones, decreto: Artículo 1º. La correspondencia particular que venga de los territorios de Antofagasta, Cobija y Tarapacá, y la que a esos lugares se dirija, queda sujeta a las disposiciones de la tarifa postal de 19 de Noviembre de 1874, debiendo en consecuencia franquearse con las estampillas correspondientes. Artículo 2º. Se declara libre de porte, con excepción de las piezas certificadas, la correspondencia de los individuos pertenecientes al Ejército y Armada, de las Ambulancias y Hospitales de sangre, la de los heridos en acciones militares, y la de todos los empleados y comisionados que presten sus servicios en la campaña. Artículo 3º. El sobre o cierre de la correspondencia que se dirija a los jefes, empleados e individuos a que se refiere el artículo anterior, deberá especificar, a más del nombre de la persona a que se envíe y lugar de su residencia, el grado, título o comisión que
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desempeñe, la nave, Cuerpo u Oficina a que pertenezca, o el Hospital o Ambulancia en que presta sus servicios. Artículo 4º. Las Oficinas de Correos, al enviar la correspondencia a que se refiere el artículo 2º, rotularán los paquetes respectivos a los jefes de los diversos Cuerpos, de las Oficinas, buques de la Armada, o de las Ambulancias, Hospitales y demás servicios de la guerra, para que por su conducto la hagan llegar a las personas a quienes se destina, Artículo 5º. La correspondencia procedente del Ejército o la Armada y de los establecimientos y servicios a que se refiere los artículos precedentes, deberá entregarse por los interesados a los jefes de los Cuerpos, nave u Oficina a que pertenezcan, o a los jefes de Ambulancia u Hospital en que prestan sus servicios, debiendo los jefes expresados hacerla empaquetar y dirigirla a los respectivos administradores. Podrá entregarse también esta misma correspondencia al jefe del Estado Mayor o a las Comandancias de Armas respectivas para su remisión. Artículo 6º. Las disposiciones del presente decreto principiarán a regir desde el 10 de Abril, quedando sin efecto el decreto de 8 de Mayo del año próximo pasado referente a la liberación de portes en general de la correspondencia destinada a Antofagasta y demás lugares de ese territorio. Tómese razón, comuníquese y publíquese.” Lo transcribo a US. para su conocimiento y fines consiguientes. Domingo Santa María. Antofagasta, Marzo 29 de 1880. Por tanto, comuníquese, publíquese por bando y dése a la prensa: Zenteno. Alejandro González P., secretario. 30 de Marzo de 1880 Martes. Limpia de armas. A las 6 ó 7 A.M. llega del Sur, el Limarí, trayendo a su bordo a 50 hombres del Escuadrón “Maipú” y como a 100 del Depósito de Reclutas y Reemplazos. A las 10 ½ me fui al muelle a verlos desembarcar. Numeroso gentío los esperaba en los malecones. Toda la gente llegada es joven y robusta. Los del “Maipú” venían con trajes blanco como el de nosotros y botas hasta ---------------------------------------------- vestidos de negro. Parecían amortajados en vida. Yo pensaba, al verlos pasar tan alegres en que estos hombres eran puramente lo que en la guerra se llama “carne de cañón”. Pero también pensaba que con estos individuos se va a establecer un depósito como en Santiago; a cuantos de nosotros tendrán tarde o temprano que reemplazarnos? En la tarde, después del rancho, se tocó tropa y se hizo formar armado al Batallón en el patio principal del Cuartel. Habiendo tomado cada Compañía su colocación respectiva, el mayor comenzó a pasearse por entre las filas, y después de cortos instantes arengó a la tropa, advirtiéndole el mejor cumplimiento de -------------------------------------- el descrédito a que caminaba el Batallón si continuaban las borracheras y las deserciones. Dijo que había conseguido de nuevo la puerta franca, confiado en la subordinación y cordura de la tropa. Con tal arenga, que duró como un cuarto de hora, fue muy bien recibida, y hubo pasajes en que se conmovieron algunos jefes y yo hubiera querido tener la libertad de otros tiempos para aplaudir a dos manos. La puerta franca fue, en efecto, otorgada; y al sentirse el toque de caja respectivo, que anunciaba que podían salir las Compañías, los soldados que llenaban el patio, después de terminada aquella ceremonia, se lanzaron a escape a sus respectivas cuadras, dando vivas y palmoteos estrepitosos. En la noche estaba yo ------------ el Nuevo Ferrocarril donde lo encuentro a la llegada de cada vapor del Sur, en una -------, cuando el dueño de ella me dice: -
¿Conque Uds. se van en la semana presente? No puede ser eso – les dije – porque no nos han comunicado orden ninguna sobre el particular. Pero aquí tiene Ud. quien le asegura, que Uds. se van luego – y me mostró el Pueblo Chileno fecha de hoy, en que encuentro el suelto de crónica que va enseguida:
“Batallón “Talca”.
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Según informes que los reputamos seguros, mañana debe salir de Valparaíso el transporte Itata, trayendo a su bordo al Batallón “Talca”, formado en un día en la ciudad del mismo nombre. El “Talca”, como en otra ocasión lo hemos dicho, viene a relevar al “Aconcagua” Nº1, el cual marchará al Norte inmediatamente. Está listo desde hace días.” ¿Será cierto? Hoy ha sido nombrado 2º ayudante interino el capitán Castro, quien prestará sus servicios alternado con el ayudante Narvaez. 31 de Marzo de 1880 Miércoles. Ejercicios por Compañías; pero yo no asisto por quedar arreglando los nueve partes de los desertores, que consuman deserción el 28 del actual. Los nombres de estos desertores sin vergüenza son: Antonio Figueroa, José Ramón Figueroa, Manuel Rosas, Benjamín Espínola, Benjamín Tres, Ignacio Cabello, Fermín Ríos, Luis Ordenes y Luciano Soto. En la tarde, el mayor trajo del Depósito de Reclutas, como a 30 soldados y algunas clases, para llenar las bajas, los desertores, licenciados y -------------------------------------------------------------------agregarlo. A las 9 A.M. se me anuncia por el capitán Castro, ayudante interino, que estando enfermo Bysivinger, nombrado para la guardia de la Cárcel, debía yo reemplazarlo. Yo alegué muchas cosas, como las de que los 1º no debían hacer guardia fuera de la prevención. Al fin quedé nombrado para el Cuartel, y cual no sería mi disgusto al encontrarme de guardia con el subteniente Alamos, con quien todavía andamos mal en nuestras relaciones. ¡Paciencia! Dije para mí, y tuve que recibirme de mi nuevo e improvisado cargo. Jefe de servicio para hoy es el mayor del cuerpo. En el Pueblo Chileno de hoy, he leído un suelto sobre un hecho acaecido en este pueblo en igual día del año 77, en que las autoridades bolivianas disolvieron a balazos una porción del pueblo que celebraba el triunfo de una revolución en Bolivia. Los pobres en Antofagasta eran de las mismas ideas del monttvarismo en Chile: ni voz, ni voto, ni prensa, ni nada en contra. O sumisión ciega, o palos con el rebelde. 1 de Abril de 1880 Jueves. He pasado una de las peores noches de guardia. De los cerros al mar corría un fuerte viento tan helado que parecía estar nevando. Ahora experimento lo que son estos climas. De día un calor tal, que a veces me parece que el sol anda por los tejados (digo por los entablados, porque tejas ....... ni para un antojo), y de noche un frío polar. Pero el martirio más grande ha sido en esta noche los chinches. ¡Si me faltaban manos para rascarme! Durmiendo no se sienten las picadas; pero de guardia, en que cuando más se pueden dar algunas cabeceadas, las caricias chinchosas se sienten a cada momento, y las ronchas de todos tamaños cubren las manos, brazos y cuello. ¡Maldita guerra! Cuando amaneció, yo estaba escribiendo, y hasta en la pluma pillé chinches. No se puede decir más! A las 9 ½ entregó la guardia al 1º contador, que entró con el subteniente Canto. El jefe de servicio de anoche era el mayor del cuerpo, y para hoy el comandante Díaz Muñoz. 2 de Abril de 1880 Viernes. Ejercicios por Compañías por la mañana. Desde hoy deja de haber jefe de servicio, ignoro sí por disposición del Comandante General de Armas. En la orden general no se nombra. En la tarde, después del rancho, ejercicios por Compañías afuera del Cuartel, de armas y evoluciones. Desde hoy he oído a muchos decir que no nos movemos tan luego para el Norte y que el “Talca” que llegará el domingo, viene a relevar al “Melipilla”, que se encuentra en Calama. Otros aseguran que el “Talca” pasa directamente al Norte. Esto se llama fregar bonito. La fortuna está de nuevo por desconsolarnos. El capitán me dijo ser efectivo que no nos movíamos de aquí ni en cien mil años, y que él estaba ya muy aburrido. - ¡Y yo como estaré! – le dije - Cuando no se deja toda la carga. Ni Ud. ni los oficiales de mi Compañía me ayudan a vigilarla. Muchas faltas las están dejando sin castigo, por más que yo reclamo. ¿Qué menos podía decirle, cuando se me presentaba buena ocasión?
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Bajé la escala y llegué a la cuadra con una rabia perruna. Se nos está burlando, me decía entre sí. Ni el comandante, ni los demás jefes se acuerdan que aquí se padece como en un purgatorio, y no vigilan constantemente a la tropa, ni siquiera se nos lleva al combate para desterrar el fastidio que nos cansa esta vida esclavizada. En estas meditaciones estaba cuando llegó el rancho. Las primeras cucharadas de caldo que se sacan del fondo me las muestran para que vea la inmundicia que se da a la tropa, en ves de comida. La comida venía con gran número de gusanos! Tomé esa cuchara con el caldo y se la llevé al capitán Castro, 2º ayudante, quien en el acto fue a dar cuenta al mayor. Ignoro que dijo este; pero los soldados comieron con las mismas ganas de siempre. No es la primera vez que esto sucede y tal vez se habrán acostumbrado. 3 de Abril de 1880 Sábado. Limpia de armas y vestuario. Se ordenó que los capitanes de Compañía pasasen personalmente revista de su tropa respectiva, para asistir a misa mañana, todos muy aseados. El capitán Ahumada ordenó que el subteniente Canto pasara dicha revista, y se marchó en paz. Se nos vuelve a mortificar con la noticia de que el “Talca” se marcha directamente al Norte, como el 2º “Aconcagua”. Todos creemos que se nos está haciendo una burla, pues se persiste en asegurar que el Ministro de la Guerra no quiere que nos movamos, pues dice que nosotros prestamos aquí servicios tan importantes como los que presta cualquier cuerpo en el Norte. El capitán Ahumada me dice que el ha leído la comunicación del Ministro que tal ha ordenado. En la orden del día, de hoy, se (lo anterior lo he escrito cabeceando) leyó lo siguiente, a propósito del cinco de abril que ya se aproxima: “Orden General. La guarnición se cubrirá como está prevenido. El lunes 5 del presente, en conmemoración de la Batalla de Maipú y aniversario de la promulgación del Bando Supremo que declaró la guerra al Perú y Bolivia, se hará por fuerzas de Artillería una salva mayor al salir y ponerse el sol, en el lugar que se designe por esta Comandancia General, tocando la banda de música del Batallón “Aconcagua” al empezar la primera de aquella en la puerta de su Cuartel y ejecutando el Himno Nacional en la plaza de Armas, mientras se ejecuta la segunda en dicho lugar. La expresada banda de música anticipará para este día la tocata correspondiente al martes, verificándola a la hora acostumbrada. Arriagada.” La banda de música fue citada para asistir esta noche a un baile que se da en los salones del Club, plaza de Armas. 4 de Abril de 1880 Domingo. Siendo todavía de noche, recuerdo, después de haber dormido un par de horas, al ruido, a la bulla formada por muchas voces que en los patios y balcones interiores del Cuartel mandaban formar las Compañías y otras muchas cosas, como si el enemigo nos hubiera estado atacando. El ruido de las armas, las carreras, los gritos en la calle, y que sé yo que más, me atolondraron cuando yo todavía no despertaba bien. Primero creí que habían dado los golpes de la diana y empecé a vestirme medio dormido. Pero luego truena la voz del ayudante Narvaez, que grita: - ¿Qué hacen esas Compañías que no salen? Y el alboroto continuaba. Mi Compañía estaba como un hormiguero, y yo grité: - ¿Qué diablos es lo que hay? Muchos gritaron: - ¡Se incendia la Aduana! Oír esto y levantarme de un salto, todo fue uno. Tomé mi ropa y me la puse al revés, y echando cien mil cogollos y gritando: - ¡A formar! ¡A formar! ¡Arriba todo el mundo! Volví a acomodarme la ropa. Entretanto, la 1º Compañía, o que sé yo cual, la sentía salir a paso de trote. El subteniente Canto llegó a mi cuadra cuando ya estaba formada, y con armas, casi toda la Compañía. Salió con ella a paso, también, de trote. El ruido que había en el Cuartel es tremendo. Yo me quedé un minuto buscando mi tabaco de mascar y dando las últimas órdenes al cabo de Cuartel, cabo Rubio. Hecho esto, salí también al trote, rifle en mano. Llevaba un gusto en el alma, como si nos hubieran llamado a combatir. En la calle no era menos la liona. Multitud de gente corría en dirección al centro. Una luz vivísima se reflejaba en el aire, frente a la plaza, al parecer. El incendio, por tanto, no era en la Aduana, que está al terminar la calle del Cuartel, esquina del mar.
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Al poco trecho de haber yo corrido, alcancé a la Compañía y seguí corriendo a la cabeza. Torcimos a la plaza y una inmensa hoguera vimos levantarse del costado sudeste, al lado del Banco Consolidado. A dos cuadras de distancia pocos llegaban al calor del fuego y el resplandor casi nos cegaba. Continuaba corriendo, cuando, desconozco la voz del que mandaba la Compañía. Miré al oficial y conocí al teniente Letelier. Era la 4º Compañía. ¿Y la mía? ¿Dónde estaría la 2º? Tuve que resignarme a formar en Compañía ajena. Llegamos a la plaza, ocupada por multitud de gente. Las Compañías fueron rodeando la manzana de edificios en la cual estaba la parte incendiada. Jefes, oficiales y todos corríamos para todos lados, escalonando la fuerza y protegiendo los valiosos muebles que se sacaban del Banco u otros edificios. Yo seguía como bola guacha. Pero poco a poco fui encontrando soldados de la 2º, que estaban apostados de a pares en las bocacalles de la plaza y circuito interior de tropas. Encontré al capitán Ahumada que casi corría, y me dijo: - ¿Qué anda haciendo por aquí 1º? - Ando recorriendo los centinelas – le contesté. Si me pregunta por la Compañía, habría quedado lucido. Por fortuna encontré al subteniente Canto, quien me dijo que la 2º estaba cubriendo todo un costado de la plaza. Entretanto, el incendio crecía en proporciones cada vez mayores, extendiéndose por la calle de San Martín en dirección al mar. Daba lástima divisar a buen número de palomas salir volando del incendio, remontarse en los aires y tomar sus alas el color del hierro hecho ascuas, por el reflejo de las llamas que se levantaban como olas enfurecidas de un mar de fuego. Algunas de esas avecillas caían como pelotas a la hoguera, otras seguían volando hasta caer en manos del paisanaje. Hacía un vientecillo que no incomodaba ni servía de pábulo al incendio. Los bomberos casi se rendían de fatigas trabajando por aislar el fuego, y a uno lo vi tenderse en el suelo a dos pasos de mí; pero a los dos minutos volvió a levantarse. Andando y mirando estaba yo, cuando el cabo Espejo me encuentra y me dice que en la vereda contraria al fuego, calle de San Martín, andaba la cerveza dándose por barriles. Yo que la trasnochada me había dado un poco de sed, fui con él a dicha parte. En efecto, varios negocios y fábricas de cerveza, tenían en la calle grandes barriles de ese licor, con el cual apagaban el incendio a falta de agua. Bomberos y soldados bebían sin medida. Entré a un negocio, y al momento me sirvieron cerveza, coñac, etc. Jamás había visto a tanta garganta dilatarse tanto para dar paso a interminables tragos. Era un beber a discreción. Seguí dando vueltas por todas las guardias y centinelas apostadas, recorriendo todos los lugares en que se depositaban muebles de todas partes. A cada paso encontraba trabajadores con baldadas de cerveza o enormes atados llenos de botellas de esa rica bebida. Y es de advertir que aquí no se conoce cerveza sencilla. Ya de día se tocó tropa en la plaza para reunir las Compañías. Todo el Batallón marchó al Cuartel, dejando cien hombres de guardias alrededor del barrio incendiado. Se quemaron varias casas por una cuadra de extensión, sin escapar algunas de ellas casi nada. Como a las 8 A.M. nos convidamos con Bysivinger para volver al lugar del siniestro y traer algunas botellas de cerveza. En un tarro de los del café depositamos más de una docena de botellas de las muchas que había cerca de un patio interior de las casas quemadas. Con otro soldado mande una ponchada y allá mismo tomamos hasta que nos dio hipo. El incendio para nosotros fue una gran fiesta, en que los licores y los cigarros finos abundaban. Todo el día pasé tomando el sabroso y estomacal caldo alemán. En la tarde, el mayor hizo repartir a cada Compañía 20 botellas de cerveza para repartirlas entre los soldados. Yo me encargué del reparto, dándoles buenos tragos a cada uno, después de desgolletarlas por un procedimiento enseñado por el sargento Salinas, a falta de tirabuzón. ¡Cómo brincaban de contento los soldados! El fuego siguió todo el día hasta no quedar ni un palito en pié. El suelo quedó raso, nada más que con las cenizas. Pereció quemada viva una sirvienta y dos niñitas. Algunos animales también fueron carbonizados, tales como cabras, carneros y muchas aves de corral. El dicho Banco estuvo en inminente peligro, y si no es por nuestro Batallón y los bomberos, también se habría incendiado. Deslindaba con las mismas llamas. No oímos misa, ni podíamos oírla.
60 En la bahía amaneció fondeado el Itata, que se decía traía al “Talca”. Es uno de los vapores de más alta borda que he visto. El “Talca” no venía. Vi desembarcar al resto del Escuadrón “Maipú”, con todo su equipaje y caballada. A bordo se divisaba mucha gente, que según me dijeron, son reclutas para llenar las bajas del Ejército del Norte. En este vapor llegó el sargento 2º Klemper, de la 1º, ya muy restablecido de su enfermedad, y el teniente Izquierdo, que andaba en Santiago en varias comisiones. Hoy me tocaba la guardia; pero reclamé porque yo creía que Bysivinger debía hacerla por mí, como en días pasados la hice por él. Grandes protestas de Bysivinger, que no quería por nada quedar de guardia. Se pensaba en que teniendo él guardada toda la cerveza que recogimos en el incendio, quedando enojado nada me daría. Pero mis ganas por salir libre este día, fueron más grandes, y triunfé, quedando Bysivinger como un quique. Más tarde se contentó, y me dio cerveza. Hoy supe un hecho grave. Uno o dos días atrás, se encontró embriagado hasta no más, a toda la guardia de Artilleros que custodiaba uno de los fuertes que defienden la plaza, y el cañón de dicho fuerte clavado, y por consiguiente, inútil. Se agrega que todos esos Artilleros están con grillos, y que el proceso está secreto, como lo está también el origen del suceso que lo ha motivado. Sin embargo, el Pueblo Chileno lo ha desmentido, calificándolo de simple bola. Ignoro lo que haya de verdad. El sargento Erazo, que ha estado de guardia en la Cárcel, dice que es cierto el hecho y que ha sido llevado engrillado a uno de ellos a la Cárcel que él custodiaba. Repito que nada más he podido saber y que hasta hoy no sé que creer. 5 de Abril de 1880 Lunes. A la hora acostumbrada se hicieron las salvas de ordenanza en la plaza principal. Nuestra banda tocó al mismo tiempo tres pasos dobles en la puerta del Cuartel. No hubo ejercicios por la mañana. Después de la llamada, dos de la tarde, se ordenó que el Batallón estuviera listo con toda la gente útil para salir a la calle. Yo calculé que iríamos a tirar al blanco. Luego se tocó tropa, y todo el Batallón salió a la calle a formar, vestido de parada y con la banda de música a la cabeza. Al nombrarse los guías respectivos, el ayudante nos apartó a Bysivinger, Contador y yo. Principié a pasar sustos, pues eso significaba que se nos iba a nombrar comandantes de mitad. Así fue, en efecto. Tocándome a mi mandar la 2º mitad de la 3º Compañía. El Batallón marchó en dirección a la plaza, donde hicimos varios ejercicios de evoluciones y de armas. No lo hicimos mal. La gente que concurrió fue numerosa y al parecer quedó complacida de nuestros trabajos. Yo me turbé como dos veces, nada más. Digo nada más, porque no es lo mismo mandar en la Compañía, que mandar en la plaza delante de mucha gente y jefes de otros cuerpos. Sin embargo, a las primeras evoluciones, mandaba yo con tanta pechuga como un oficial antiguo. En la tarde hubo salvas, música al ponerse él y más tarde retreta. De nada de esto supe yo, pues me quedé dormido apenas llegamos del ejercicio y recordé a la retreta. Buen sueño! En este día no salió el Itata, por temor a los buques peruanos Unión y Oroya, que se dice andan por estas aguas. El último de los nombrados tuvo combate en el vecino puerto de Tocopilla con el vaporcito Taltal, según lo dicen los suplementos que andan repartiendo. Con gran contento recibimos la noticia de que íbamos a salir en avanzada para custodiar la población, porque se creía que algún buque peruano trataría algún desembarco. Se sabía que el Oroya andaba con gente de desembarco, pues se le vio mucha sobre cubierta en Tocopilla. Yo creía iríamos a entrar en una vida más activa y más en armonía con nuestros deseos y nuestros hábitos ya de militares. Pero no fue así. Todo no pasó de una bola tal vez. Sin embargo, los fuertes fueron cubiertos de Artilleros por lo que pudiera suceder. 6 de Abril de 1880 Martes. Anoche se temió un ataque nocturno de la Unión, y en su previsión, el Itata cambió de fondeadero y se fue al lado Norte de la bahía, quedando protegido por los fuegos del fuerte de ese lado. Así amaneció. Las Compañías salieron a ejercicios. Cerca de las 10 AM llegó del Norte el pequeño vaporcito Taltal, el mismo que combatió últimamente con el Oroya en Tocopilla. El Taltal es un lanchón en que se me figura apenas cabe el cañón para saludos que carga. Fondeó al lado del muelle, como cualquier bote. A la hora de rancho me presenté al mayor, que acaba de llegar al Cuartel, con una tasa de comida en cuyo caldo se veía un enorme gusano. Le hice presente que no era posible comer tal inmundicia y agregándole muchas otras cosas. Por toda medida mandó llamar al ranchero; pero ignoro que le dijo.
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7 de Abril de 1880 Miércoles. El Taltal salió para el Sur. El Itata salió igualmente para el Norte. Ejercicios en la pampa. Se reúnen las Compañías 1º, 2º y 3º, formando un solo cuerpo, mandado por el capitán Campos. Soy nombrado comandante de la 1º mitad de la 3º Compañía. Los ejercicios de evoluciones que hicimos fueron buenos. En la tarde hubo ejercicios por Batallones, mandado por el ayudante Narvaez. También fui nombrado comandante de mitad, de la 2º de la 4º. Antes de tiempo, ya estoy ejerciendo los actos propios de un oficial. 8 de Abril de 1880 Jueves. En este día, como a las 10 AM, murió en el Hospital de este pueblo, Sala de San Vicente, el sargento 2º de la 3º Compañía de este Batallón, Javier Santander. Apenas se supo en el Cuartel esta noticia, nos reunimos todos los sargentos 1º y Barahona de la 4º, sargento 2º que estaba en lugar de Barrios, 1º. Acordamos hacer unos funerales como se había visto nunca todavía en este pueblo. Corrimos una suscripción entre las clases y algunos soldados, para costear los gastos, y reunimos la suma de 67 pesos y centavos. Se consiguió con el mayor el permiso necesario para todo esto, y en honor de la verdad diré que dicho señor se ha portado muy bien con nosotros, acudiendo casi a todo lo que le pedíamos. Nos dio libertad para ocuparnos de tal trabajo a toda hora, sin tener que pensar en el Cuartel. En consecuencia nos dividimos, unos encargados del cajón, otros de ver al cura, etc. Como a las 3 P.M. teníamos en el cuerpo de guardia el carro de los bomberos todo enlutado, con los mismos adornos que sirvieron para trasladar los restos de Thompson y Ramírez, facilitado por el comandante del cuerpo por medio del tesorero del mismo, quien escribió al capitán Castro una hermosa carta sobre el particular. Enseguida nos fuimos al Hospital a ver al capellán para que dijera la misa de cuerpo presente, y llevar el carro con el finado inmediatamente a la Iglesia. El sacerdote acudió gustoso a la petición nuestra, diciendo que su misión era auxiliar en cuanto estuviera de su parte a los militares. Faltaba el trámite de conseguir la sacada del cuerpo. El administrador del Hospital, Dr. Latus, dijo que él proporcionaba muchos útiles indispensables para tales ceremonias y tenía para auxiliarnos la mejor voluntad. Pero, nos dijo, que tratábamos de hacer unas honras que él no había visto hacer para con ningún oficial, ni en ningún cuerpo de Línea y que tal vez sería mejor se le dijera la misa en la misma capilla del Hospital. Yo le contesté que queríamos sacar al finado a toda costa. En vista de esta tenacidad nuestra el Dr. Latus nos dio una carta para el coronel Arriagada, para que nos permitiera dicha traslación, pues ningún militar muerto salía para otra parte sino al cementerio. Para hacer lo que en ningún Batallón se había hecho, ni cuando estuvo aquí todo el Ejército, se necesitaba el permiso de aquel jefe. Tuvimos que ir a buscar al coronel. Este andaba a bordo, pues fue a visitar al general Escala, que acababa de llegar en el vapor del Norte. El sol se ocultaba ya en el mar cuando, cansados de esperar al coronel, resolvimos volver al Hospital y conseguir sacar el cadáver bajo nuestra responsabilidad. Una carta escrita por el mayor al Dr. Latus en ese sentido, entregada antes, nos serviría de apoyo en nuestra última tentativa. En nuestro viaje de vuelta divisamos el Hospital lleno de los soldados de nuestro Batallón y alguien nos dijo que el carro había sido sacado del Cuartel y llevado a aquel lugar sin nuestro consentimiento. ¿Quién será el que se ha entrometido en esto? Nos preguntamos, y nos marchamos al Cuartel. Se nos dijo ahí que el mayor había hecho salir al Batallón para que los que quisieran llevaran el carro. Todos quisieron por supuesto. Fuimos nosotros al Hospital y de nuevo suplicamos al Dr. Latus nos dejara salir el cuerpo. Tanta era la seguridad que teníamos esta vez de cumplir nuestros deseos, que yo compré algunos paquetes de velas de esperma para alumbrar el cortejo a la nuestra. Pero dicho médico se opuso tenazmente, porque así era su deber. La noche había llegado en estas diligencias. Los soldados, desesperados de no poder lograr su intento, se concentraron para marcharse con el difunto a escondidas. Diciendo y haciéndolo. Mientras alegábamos con el médico, aquellos ponían el ataúd muy tranquilos sobre el carro, y ya empezaban a tirarlo, cuando a la bulla que metieron, el médico los sorprendió, y el cajón volvió a su aposento. Viendo lo inútil de nuestros esfuerzos, nos retiramos al Cuartel con el carro. Pero nos encaprichamos con Bysivinger, y después de refrescar nuestras gargantas, nos fuimos a buscar, hasta encontrarlo, al coronel Arriagada.
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Sabíamos que dos horas más tarde empezaba una función teatral dedicada a la oficialidad de este cuerpo, y juzgando que él, el coronel, podía ir al teatro, casi corrimos por alcanzarlo en su casa. Esta vez éramos tres con Contador. El portero nos anunció: - Tres primeros del “Aconcagua” piden hablar con S.S. El coronel pareció dudar un instante, y dijo: - Que entre uno. Yo le dije a Bysivinger, entregándole la carta de Latus. - Entre usted. Y entró. El coronel le preguntó: - ¿Qué clase de honras quieren hacer ustedes? Bysivinger le dijo: - Las más sencillas: traer al finado a la Iglesia, decirle misa, llevarlo al cementerio y enterrarlo. Le agradó al coronel nuestro programa y concedió el permiso por el cual habíamos batallado casi todo el día. Salir Bysivinger y llegar al Cuartel, fue todo obra de tres minutos. Como era muy temprano, tal vez las siete, el Cuartel estaba casi solo. Sacamos de nuevo el carro, y ayudados de unos doce soldados lo llevamos de nuevo al Hospital. En el camino se nos juntaron muchos otros. Yo compré nuevos paquetes de velas, los cuales encendidos de a cuatro por cada uno, semejaban a antorchas. La marcha del Hospital a la plaza, que es donde está la Iglesia, fue en regla. Una hilera de soldados, creo que 14, tirando el carro, y así ambos lados y atrás el acompañamiento de militares y paisanos que se juntaban por el camino, todo iluminado por varios paquetes de velas de esperma, tal era el cortejo fúnebre. La novedad en el pueblo era grande. En la Iglesia el sacerdote cantó las preces de costumbre, y nos retiramos. Habíamos cumplido con un deber de compañeros, y quedábamos muy contentos. Después de guardar el carro en el Cuartel, me invitaron a ir al teatro y a refrescar gargantas, como lo hicimos. Para la función fúnebre se había publicado lo siguiente en el Pueblo Chileno: “Invitación. Se suplica a los amigos del sargento del “Aconcagua”, Javier Santander, que murió hoy, se sirvan asistir mañana a las 9 A.M. a la Iglesia donde se dirá una misa por el descanso de su alma. Las clases del “Aconcagua”. La función teatral se había anunciado pomposamente, engalanando con banderolas el frente del teatro y haciendo circular la hoja impresa que acompaño, con una hermosa dedicatoria. A instancias de Bysivinger y otros sargentos, fui al teatro. A la derecha de la entrada a la galería, única a que se nos permitía entrar, había una especie de hoyo, como de dos metros de profundidad. Me estiraba sobre mis talones para ver, por sobre la mucha gente que delante de mí había, que orquesta tocaba. Tanto me estiré, que perdí el equilibrio y ... cataplún ... caí al fondo dando un estruendoso batacazo. Se entiende que hubo risas y bromas de los compañeros; pero luego se apagó la bulla y todos pusieron atención a la música, con gran satisfacción mía. El teatro es pequeño, y los palcos son inferiores a la galería del Municipal de Santiago. En uno de los palcos de 1º había una dama vestida con cierta elegancia. Me pareció ser una de las principales del pueblo. Sin embargo, una mala lengua me dijo que en Valparaíso era una vendedora de licores. En platea había sombreros de pita y de paño alones. Pero en los palcos se veía gente de frac y de casaca, lo que formaba un aspecto más serio. Sobre todo, ahí estaban los uniformes del “Aconcagua”, a quienes se dedicaba la función. Poca cosa vi, pues además del porrazo y de las copas bebidas, me entró un sueño soberano y me salí al 2º acto. En foja aparte pongo el juicio que la prensa local emitió sobre esta función. 9 de Abril de 1880 Viernes. Desde temprano salimos con Bysivinger a comprar crespón para ponernos luto y otras cosas. Arreglamos la Iglesia lo mejor que pudimos, en unión del sacerdote que iba a oficiar la misa. Para ver el aviso que pusimos en el diario de ayer, copiado en una de las páginas anteriores, compré el Pueblo, y en él leí un suelto de crónica referente al estandarte que tiene el Escuadrón
63 “Maipú”, que comanda don Rosauro Gatica, viejo guerrero del año 38. Por tener dicho estandarte una historia semejante al nuestro, copio enseguida dicho articulito. Lo he recortado, que es mejor que no copiado. Va en foja aparte. (Inserto de un artículo en el original) El Estandarte del Escuadrón “Maipú” Una persona que ha visto la bandera que ha traído el Escuadrón “Maipú” que comanda el valiente comandante Gatica, nos dice que es la misma que perteneció al Escuadrón “Carabineros de la Frontera”, que hizo la campaña del año 39 y que tanto se distinguió en Yungay cargando al enemigo con ímpetu irresistible. Esta preciosa reliquia es de pequeñas dimensiones de color rojo, teniendo al medio un óvalo azul sobre el cual se destaca de relieve un hermoso escudo nacional bordado con canutillo de oro. En la parte superior y a cada costado del cuadro se ven dos parches que recuerdan las dos más memorables batallas en que el Escuadrón “de las Fronteras” hizo prodigios de bravuras: Portada de Guías y Yungay. Tal es el emblema a cuya sombra marcharán al campo de batalla los depositarios de las glorias que encarna ese hermoso trapo. Los dobles habían empezado ya, como a las 8 A.M., y nosotros terminamos nuestros aprestos. Nos dirigimos al Cuartel, y nos encontramos con la nueva de que el mayor había hecho salir el carro con el acompañamiento de todas las clases del cuerpo y soldados distinguidos. No adivinábamos el objeto que perseguía el mayor con adelantarse por segunda vez a nuestros proyectos. Nos resignamos con irnos a la Iglesia, solos. Pero ahí nos esperaba la sorpresa de ver formado a nuestro buen mayor a la cabeza de la comitiva y rodeado de varios oficiales, capitán Castro, tenientes Mascayano y Luna y subteniente Alamos y otros. Acto de deferencia al muerto y a los que quedábamos vivos fue este, del cual hemos quedado muy agradecidos. La misa empezó. Contador, con su cara de seminarista sirvió de acólito. La Iglesia estaba bien iluminada y llena la nave central de militares. Mucha gente del pueblo se agolpaba en las puertas y naves laterales. Un mocho empezó a cantar; pero el pobre rebuznaba, que no cantaba. Era un cantar aquel que casi nos hizo reventar de la risa. Concluida la misa y hechas las ceremonias del caso, nos adelantamos los cuatro sargentos directores de la función; pero el mayor hizo una señal a los oficiales y nos ganaron el ataúd. Nueva sorpresa. El mayor tomó el cajón de las agarraderas de la cabeza y los tenientes de las demás. En medio del buen orden tomado por las dos largas filas de militares, depositaron el cajón en el carro, que fue tirado por una docena de cabos. Fue una bonita procesión la que atravesó las calles de Antofagasta, dejando admirados a todos, que no podían creer que a un sargento 2º se le hiciera tantos honores. No sé que cosa mejor se había hecho por un oficial. Nuestro deber, y también nuestro amor propio, quedó satisfecho. Dimos una prueba de que el Batallón “Aconcagua” Nº1 tenía clases que se distinguían de las de los demás cuerpos del Ejército, por su unión y por su mérito. Después de varias incidencias, como la de no haber sacado el permiso para enterrarlo y cuyo pase costó 10 pesos, nos retiramos después de dejar en sepultura de 1º clase los restos de nuestro compañero de armas, a quien yo lo conocía solo de vista. Después de esto, mandé hacer un valdiviano valor de 5 pesos, para ofrecerlo a algunos de los que nos habían ayudado más directamente, con chicha y erizos que también compré aparte. Nos fuimos enseguida a publicar la expresión de gracias, que impresa coloco en foja aparte, como también agrego lo que el Pueblo Chileno publicó el mismo día de hoy viernes. Agrego otro suelto de crónica salido en el número siguiente, sábado (escribo esto tres días después). (Inserto de un artículo en el original) “Una prueba significativa de unión y del cariño que se profesan los abnegados voluntarios que forman el Batallón “Aconcagua” Nº1 hemos espectado hoy. Nada más conmovedor que la manera pomposa con que sus compañeros condujeron a la última morada el cadáver del sargento Javier Santander que falleció ayer. Las clases del Batallón hacían el duelo y la banda de música lo precedía. Asistieron a la misa que se ofició por el descanso de su alma casi todos los oficiales y jefes del cuerpo. Es la primera vez que se hacen tan pomposas honras a los modestos defensores de nuestra patria por sus mismos compañeros, y esto servirá de estímulo a los buenos “aconcagüinos” para vencer o
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morir en la contienda, pues les halagará la idea de que sus compañeros sabrán darles digna sepultura y su muerte será de todas veras sentida. El Batallón “Aconcagua” ha dado una prueba más de lo que se debe esperar de él, y sus jefes, deben sentirse orgullosos de comandar tales hombres, que a sus virtudes cívicas reúnen, como lo han probado en numerosas ocasiones, el temple de alma de donde se forjan héroes.” (Inserto de otro artículo en el original) Expresión de gracias “Los que suscriben, encargados por las clases del Batallón para hacer los funerales del sargento 2º de la 3º Compañía don Javier Santander, fallecido ayer en el Hospital Militar de esta plaza, cumplimos con el grato deber de dar las más expresivas gracias al capellán de dicho establecimiento, por haberse prestado gustoso a oficiar la misa que se dijo en descanso del alma de dicho sargento. Asimismo, agradecemos a nuestros jefes la buena voluntad con que han secundado nuestros propósitos de hacer al finado unas honras sencillas, pero dignas de él, y del cuerpo a que orgulloso pertenecía. Iguales agradecimientos debemos al cuerpo de bomberos, por habernos facilitado en el acto de solicitarlo, todos los útiles necesarios para componer el carro en que llevamos los restos de nuestro finado compañero. Tales servicios los recordaremos siempre con orgullo, por que eso prueba que hay aquí en Antofagasta quienes saben llorar, con los que lloran, los mismos que combatirían contentos al lado de los que hemos venido por defender nuestra bandera sin mancha. Florindo Bysivinger, sargento 1º de la 1º Compañía. J. Abel Rosales, sargento 1º de la 2º. Arturo Contador, sargento 1º de la 3º. Abelardo Barahona, sargento 2º de la 4º.” (Inserto de otro artículo en el original) Defunción “Antes de ayer a medio día, dejó de existir en el Hospital Militar el sargento 2º del “Aconcagua” don F. Javier Santander. Una corta pero tenaz enfermedad bastó para cortar el hilo de la existencia de este patriota joven. El sargento Santander descendía de una familia honorable del Sur; y aunque en su pueblo natal gozaba de una posición holgada que le permitía vivir con cierta comodidad, sintió latir su corazón de amor por la patria en peligro y corrió a engrosar las filas de los defensores de la tricolor bandera. El cadáver del entusiasta sargento fue conducido por sus compañeros a la Iglesia en donde se le dijo ayer una misa de réquiem por el eterno descanso de su alma,- a la cual asistieron los oficiales y clases francas del mismo cuerpo y un buen número de soldados. Concluida la ceremonia religiosa el ataúd fue sacado de la Iglesia por el mayor señor Bustamante y algunos oficiales y colocado sobre un carro de los bomberos que había sido arreglado con este objeto. En el cementerio y al tiempo de depositar el cadáver en la fosa, el cabo 1º don Florentino Salinas pronunció un bello discurso en honor del finado, que arrancó más de una lágrima de los concurrentes. Tal han sido los modestos honores hechos a las cenizas del malogrado joven Santander, por sus compañeros de armas. Enviamos nuestro más sentido pésame a la familia del finado, deseando que encuentre pronto el lenitivo a su justísimo dolor. Mañana tendremos el gusto de publicar el discurso del joven Salinas; hoy no lo hacemos por falta de espacio.” En este día no hubo ejercicios de ninguna clase, pues todas las clases andaban enfiestados. Yo llegué al Cuartel en la noche, después de haberla dormido en la tienda de campaña que sirve a la guardia del Hospital, donde estaba Klemper. Se me olvidaba decir que la banda de música tocó en la misa, y con esto nada dejó que desear el servicio divino, aunque no digo otro tanto sobre aquel divino canto. En la imprenta se nos ofreció publicar gratis nuestro artículo que allí mismo escribí. Mientras en esto estaba yo, entró el mayor por el pasadizo inmediato, y por entre las vidrieras de una mampara nos quedó mirando; pero nada nos dijo, y se marchó. 10 de Abril de 1880
65 Sábado. Limpia de armas y vestuario. En la orden general se dispuso que: “el miércoles 14 del presente a las 8 de la mañana se pasará revista de comisario, sirviendo de interventor el sargento mayor don Juan Pablo Bustamante”. En la orden del cuerpo se ordenó presentar el lunes 12 los borradores de las listas de revista. El jefe de servicio para hoy lo es el teniente coronel don Lorenzo Flores. En el diario de esta tarde se publica el artículo de crónica impreso y puesto último en la foja correspondiente, referente a los funerales del finado sargento Santander. Entro de guardia en la prevención con el capitán Campos. 11 de Abril de 1880 Domingo. El Batallón sale a misa, mandado por el capitán Castro. A las 9 ½ entrego la guardia al 1º Contador, que entró con el capitán Torres. Comienzan a correr rumores de que la 1º Compañía sale en breve para el interior, a tomarse los minerales de Huanchaca, en Bolivia. Según. En la tarde, estos rumores toman cuerpo y se convierten en realidad. Empiezan a pasar a otras Compañías todos los que no están en estado de ir, trocándolos por otros útiles. El capitán Ahumada llega a verme a la cuadra y me dice que hay que dar a la 1º dos cabos 1º y tres soldados. Por su parte elige al cabo Espejo y a Pino. Yo le señalo tres soldados, los más inaguantables de todos: Manuel Escobar, Juan García y Marcelino Cataldo. Este último era el mismo que acometió con el capitán en vez pasada. Llevó el apunte de los cinco a la mayoría para su aprobación. En la noche tocó la banda en la plaza, como de costumbre. 12 de Abril de 1880 Lunes. Ejercicios por Compañías. Yo no salgo por estar concluyendo de arreglar el borrador de la lista de revista. En la orden del día se dispone que se den de alta para la 1º los cabos 1º Daniel Espejo y Gaspar Pino y los tres soldados Escobar, Cataldo y García. También se ordena dar de alta para la 2º al soldado Nubilsico Saturnino Calderón. 13 de Abril de 1880 Martes. Ejercicios, a los cuales yo no asistí. En este día presenté en limpio las cuatro listas de revista. Hice la visita de Hospital, yo solo, porque el subteniente Domínguez, nombrado conmigo, no asistió. Visité como a 30 enfermos del cuerpo. En la orden de cuerpo de hoy, quedaron definitivamente nombrados cabos 1º de la 1º, Pino y Juan Zubieneta. Mucho sentí me sacaran de la Compañía estos dos cabos. Nada se dice en dicha orden sobre el día en que deberá marchar la 1º, sin embargo, todos dicen que la partida está fijada para el jueves 14 del presente, mañana. El cabo Espejo lo rechazó el mayor porque dijo que estaba bueno para sacristán, lo que le valió una broma tremenda de parte de sus compañeros. 14 de Abril de 1880 Miércoles. A las 8 A.M. se toca tropa y el Batallón sale a la calle a formar en batalla frente al Cuartel. Después de armar pabellones, se dio descanso. Como un cuarto de hora después se vuelve a tocar tropa. El Batallón sale y firma la revista de comisario. La pasamos sin novedad. Formaron las 4 primeras Compañías. Durante los cuatro últimos días ha habido braveza de mar, pero tan grande como no lo he visto nunca. Olas enormes de media legua de largo se levantaban y dejaban caer cual inmensos murallones que un terremoto hubiera derrumbado con espantoso estrépito. El mar ha pasado cubierto de espuma hasta más afuera del fondeadero de los buques. En los peñascos que forman la barra del puerto, las olas descargan toda su furia, y pasan para la poza (donde está el muelle y fondeadero de lanchas) a toda carrera, atropellándose, semejando a un ganado de ovejas de blanquísima lana, que fuera corrido por zorros. Ha sido un espectáculo digno de verse. En otros años, cuando en estas bravezas se salía el mar hasta la plaza principal (de Colon), había muchos pobres hombres que se aventuraban a voltejear por la bahía en sus débiles barquichuelos; pero no solo para encontrar la muerte en el fondo del mar. Hace dos o tres años, cuando todavía no se construían los malecones que hoy defienden la población, las aguas arrasaron con la Aduana y todas las manzanas de casas que están contiguas a la playa. Varias lanchas quedaron sembradas en las calles y plaza. Hoy las aguas azotan los malecones y retroceden con furia aterradora, bramando cual toros alzados.
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A las 9 ½ A.M. entro de guardia en la prevención con el teniente Letelier (de la 4º). En la orden del día se ordena: “que el viernes 16 del corriente se reunirán en la Sala del Despacho de esta Comandancia General el Consejo de Guerra de oficiales generales que deben fallar la causa seguida contra el teniente del Regimiento de “Granaderos a Caballo” don Emili Anto Ferreira, para residenciar su conducta en el ataque de Tambillo. La reunión tendrá lugar a las 2 de la tarde bajo la presidencia del que suscribe, sirviéndole de vocales los tenientes coroneles de Guardias Nacionales don Matías Rojas y don Rosauro Gatica y sargentos mayores de la misma don Juan Pablo Bustamante y don Lorenzo Flores. Arriagada.” Desde la tarde comenzaron los aprestos de la Compañía 1º para la marcha al desierto. Se le pasó revista de armamento y vestuario, por el mayor, quien pronunció una corta arenga a la tropa; pero no alcancé a oír nada. Ya entrada la noche se principió a pagarles, y aquí fue la liona. Gritos, carreras, empujones, voces de mando por un lado y bullicio en cuadras y patios; tal fue la noche de despedida de la 1º Compañía. Este es el lado pacífico. Poco más tarde hubo toros. La borrachera a la araucana empezó terrible, como era de presumirlo, y como a las 10 P.M. hubo que repartir planazos de lo lindo. En una de mis visitas a la cuadra de esa Compañía un odioso de fama quiso cargar conmigo, tal vez ignorando que yo estaba de guardia, y le descargué tal planazo, que el yatagán se dobló y el mulato quedó quejándose de que le había quebrado el brazo. Cerca de las 12 se sosegó la achichada gente. Previendo yo tal abundancia de trabajo, me proveí temprano los víveres necesarios para no pasar débil una noche de guardia en semejantes condiciones. Una gran lonja de malaya cosida y bien arreglada, dos botellas de buen vino, y por vía de llapa una caramayola llena de chicha. Con tales elementos desafié al frío, a los borrachos más odiosos y a todos los demás quehaceres consiguientes. Como a las 1 ½ llegó de la calle Bysivinger y Klemper, este último muy alegre. Andaban de paseo desde la retreta y llegaron cargados de cuanto necesitaban. Esos aprestos de viaje me dieron envidia, frente a esa envidia que significa deseo de servir mejor a la Patria. Yo me decía, al envidiarlos, ¿cuando diablos me tocará el turno de aprontarme para marchar al Perú? Y conversaba con ellos y otros sobre la expedición al interior. ¿Será posible, les decía yo, que nuestro Batallón lo estén fraccionando y esparciéndolo por todo el desierto, cual si se nos quisiera castigar de algún gran pecado? ¿A esto hemos venido? ¡Esto es una burla! Todos decíamos esto y mucho más. De nada nos servían nuestras bravatas y choreos. 15 de Abril de 1880 Jueves. Unas cuantas cabeceadas no más ha sido mi sueño de esta noche. A las dos de la mañana se tocó golpes de diana. Inmediatamente comenzó la agitación y el movimiento en las cuadras, poco antes silenciosas como un cementerio. En la 1º Compañía cien hombres empezaron a acomodar sus equipos y a alistarse para la marcha. Minutos después la banda de música salió a la calle y tocó diana. Por vez primera resonaban a esa hora las alegres notas de los pasos dobles, atronando las calles vecinas y desiertas. Se pasó lista como de costumbre y se fijó la hora de la partida para las 4 A.M. El comandante llegó al Cuartel enseguida, y esto me dio gusto, aunque sin motivo alguno. La verdad es que yo quiero mucho al comandante, y cada una de las muy raras veces que viene a vernos, me parece que nos va a decir algo que se parezca a expedición al Norte, que es todo nuestro anhelo. Pero apenas nos vuelve la espalda quisiera estar de paisano para decirle a gritos que de cobarde no nos lleva a pelear con los cuicos y maricones de la Alianza. ¡Y sin embargo, creo que no es cobarde ni lo ha sido nunca! Algo más tarde llegó el mayor e hizo formar de nuevo la Compañía expedicionaria, con todo su equipo y armamento. Había llegado la hora. Al comunicarse la orden de marcha, estruendosos vivas se dejaron oír. Al oírlos, tuve pena. Hubiera querido seguirlos; pero tengo horror al desierto y ni nadie lo hubieron permitido tampoco. Luego sentí la voz del capitán Campos, que gritaba: - Redoblado ... ¡Marchen! Pasó el capitán, pasó Bysivinger y un adiós y apretón de manos fue nuestra despedida. - ¡Adiós Rosales! – me dijo el teniente Mascayano, tendiéndome la mano.
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Pasó Klemper, siempre alegre y festivo, a pesar de su cara seria; pasaron Erazo y Melo, Zubicueta y Pino, ¡un pedazo de mi Compañía!... pasaron todos y yo me quedé con los brazos enlazados. Eran ya tres las Compañías que nos abandonaban. Salí a la calle, y solo sentí el ruido de la marcha. Unos cuantos faroles de otros tantos tortilleros acompañaron a nuestros compañeros. No se porqué me entró una rabia tal, que estuve incitado a gritar en la calle: ¡Comandante! Mándeme fusilar; ya no desmembre nuestro Batallón porque todos debemos guardar el estandarte! Me pasee y di vueltas por fuera y dentro del Cuartel. ¡Para que sirve este Batallón de los diablos!, rezongaba y lo decía a los oficiales que encontraba. Luego sentí los ecos marciales de la banda, que acompañó a la estación a los expedicionarios, e inmediatamente resonó el silbido de la locomotora. Sin duda el tren marchaba en ese momento. Dos minutos más y ese tren pasaba por las inmediaciones del Cuartel, dando tremendos resoplidos con sus pulmones de hierro e iluminando la pampa con su penacho de fuego. Era un gigante que bramaba de placer por habernos arrebatado a un centenar de amigos y de compañeros. No me bastó ver pasar el tren tan de cerca, cuadra y media, pues me subí a la plataforma o balcón del 2º piso y desde allí divisé a la distancia la luz de la locomotora que se alejaba subiendo la colina última de los cerros por cuya falda está el camino de hierro. Cuando esa luz se perdió por completo y quise bajarme, otra luz más hermosa asomó de un brinco tras los empinados cerros vecinos. Era el lucero del alba, precursor de un nuevo día. A la hora de costumbre entregué la guardia. Después de dar un corto paseo a la orilla del mar, me acosté y dormí en cuadra un sueño de 4 horas. En este mismo día 15, en la tarde, el comandante dio en la orden del día del cuerpo la proclama siguiente, dirigida a la 1º Compañía: “Señores oficiales y soldados de la 1º Compañía. A vosotros toca hoy en suerte el emprender una campaña ruda llena de privaciones; y por consiguiente, a vosotros también toca sostener el nombre del Batallón “Aconcagua” a esa gran altura que por vuestra moralidad y disciplina le habéis dado en la guarnición de Antofagasta. Que vuestro entusiasmo no decaiga y que separado de vosotros al menos tenga yo la satisfacción de saber que cada soldado de este Batallón, a quien deberas quiero, ha conquistado no solo laureles para sí, sino también para sus compañeros de armas y para nuestro comandante. Rafael Díaz Muñoz”. Esta proclama la leerán muy tarde a los individuos a quienes está dirigida. Pero es algo que consuela el ver al comandante dar esta 2º proclama, mientras su cara no se le divisa por el Cuartel. Se acuerda que tiene tropa, y peor es nada. La escribió de su puño y letra, como la vi yo. Jefe de servicio, el mayor. 16 de Abril de 1880 Viernes. Ejercicios. Comienzo a arreglar las listas de distribución de pago. Con rumores de que marchará a Tocopilla la 2º Compañía. En la orden del cuerpo, salgo de nuevo nombrado de guardia en la prevención. Con la marcha de la 1º Compañía, el servicio ha quedado muy recargado. En mi Compañía salen de guardia diariamente 20 soldados, fuera de clases. Jefe de servicio, sargento mayor Flores. 17 de Abril de 1880 Sábado. Limpia de armas y vestuario. A las 9 ½ A.M. entro de guardia con el capitán Torres, en la prevención. Por suplementos del Pueblo Chileno se publican las noticias traídas por el vapor del Norte fondeado hoy. Entre esas noticias la más grande es la notificación del bloqueo del Callao y su próximo bombardeo por la Escuadra chilena, compuesta del Blanco, Huascar, Chacabuco, Angamos y Pilcomayo. Se anuncia la llegada, vía Sur, del Amazonas y Santa Lucía, que vienen a este puerto con tropas que pasarán al Norte. Nosotros los miraremos pasar! Jefe de servicio, sargento mayor R. Gatica. Como a las 11 ½ de la noche, y estando yo escribiendo en el cuaderno 4º, sentí gran alboroto cerca del Cuartel. El centinela avisó haber pendencia al cabo y este me dio el aviso con el cual corrí a ver
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al oficial de guardia, capitán Torres, que estaba tendido durmiendo sobre una banca en el cuarto de banderas. Tremendo susto tuvo el capitán, pues siendo recordado por mí con grandes sacudones, al mismo tiempo que le repetía haber gran pendencia inmediata (y a este tiempo llegaba un hombre pidiendo auxilio al Cuartel), se levantó el capitán de un salto gritando: - ¡A formar la guardia! – creyendo que era el jefe de servicio el que se le anunciaba. Pero inmediatamente salió del error en que medio dormido había incurrido, y me ordenó salir con seis soldados armados de rifle a tomar a los revoltosos, cuyos gritos indicaban ser muchos. Ordené al cabo de guardia me despachara en el acto los seis soldados y salí a la calle apurando la salida de la fuerza. En este instante llegaba al Cuartel una mujer toda despretinada, gritando: - ¡Que matan a mi marido! En el cuerpo de guardia el cabo apuraba a los soldados, que se habían quedado dormidos, y también todos turbados no sabían por donde salir. Ya volvía yo al cuerpo de guardia resuelto a hacer salir a planazos a los dormilones, cuando estos salen metiendo un ruido tal, que en las cuadras algunos creyeron que la guardia se había sublevado. Con esa fuerza corrí a escape al lugar del alboroto. Pero los autores de él también corrieron y trataron de escaparse al sentir ruido de armas. Después de una carrera de tres cuadras por callejones oscuros, di alcance a los que creía bandidos, y que solo eran cinco Artilleros que andaban de mozos diablos. Los tomé presos sin que opusieran resistencia y los traje al Cuartel. Aquí supe que se había escapado un sargento Fuenzalida, que andaba también en la bulla, siendo Artillero como los otros. Se ordenó los llevara yo a su Cuartel, dando el parte respectivo. Allá supe que dicho sargento era el que estaba de guardia y había salido sin duda a remoler. 18 de Abril de 1880 Domingo. A las 7 ½ A.M. el Batallón (las 3 Compañías incompletas) va a misa sin rifles, y solo con yataganes. Temprano llegó el Amazonas y a la distancia se divisaba el humo del Santa Lucía, ambos venidos con gente para el Norte. El Amazonas venía ya con su nuevo cañón de largo alcance. Desde el 2º piso del Cuartel, a donde me subí para verlo llegar, le divisé a bordo mucha gente. A la hora de costumbre entregué la guardia. Como a las 11 A.M. salí a dar un paseo por mi lugar favorito, las orillas del mar, que es también el paseo obligado de todos los que hemos vivido muy lejos de él. A esa hora venía entrando el transporte Santa Lucía. En la mañana de hoy se han encontrado reunido cuatro grandes vapores, como pocas veces se ve; los dos expresados y los otros dos de la carrera, del Sur y Norte. 19 de Abril de 1880 Lunes. Ejercicios por Compañías, a que yo no tuve ganas de asistir, pero di disculpa en regla, tuve para esto por estar arreglando las listas de distribución de pagos. En la orden del cuerpo salgo nombrado de guardia para mañana. Que así llueva y no escampe. 20 de Abril de 1880 Martes. Ejercicios. Entro de guardia en la prevención con el capitán Torres. Se corre que nuestro mayor Bustamante se va a San Pedro de Atacama. Estos rumores no sé si tengan fundamento. Los capitanes reciben de la caja del cuerpo el dinero para pagar la tropa. Mi Compañía saca 1027 pesos y centavos, por sueldos de clases y soldados, correspondientes al mes de marzo. En la tarde de hoy, en la orden del cuerpo se lee: “Habiéndose recibido orden en la tarde de este día para que el sargento mayor del cuerpo, don Juan Pablo Bustamante marche mañana en tren de 7 ½ A.M. a hacerse cargo del mando de la plaza de Atacama, el expresado jefe procederá acto continuo a hacer entrega formal de los documentos de mayoría y demás que como sargento mayor tiene a su cargo, al capitán ayudante Manuel Jesús Narvaez, quien cuenta a esta Comandancia del resultado de su recepción. R. D. Muñoz”. Esta orden fue dada a las Compañías antes de darles puerta franca. La repentina separación del mayor me ha impresionado vivamente. Difícilmente tendré un jefe con quien esté más acostumbrado que con el mayor actual. Siento en el alma su partida y ya que no puedo evitarlo, me complazco en dejar constancia aquí en estos apuntes silenciosos de lo que siento y pienso. Por otra parte, tengo pruebas de que el mayor me ha distinguido con particular
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cariño sobre todos los demás. Hace dos días salía yo de la pieza del capitán Ahumada, a tiempo que el mayor y el capitán Castro llegaban hasta la escala, detrás de mí, dispuestos también a bajar. - ¿Qué anda haciendo por aquí mi primero? – me dijo sonriendo el mayor. - Trabajando, señor – le contesté. Pero añadí: - Quisiera se trabajara algo más. Necesitamos trabajar mucho más para alcanzar a ser algo útil a la Patria. - Entonces lo llevaré para San Pedro de Atacama – me contestó. Y yo le respondí, bajando la escala: - Allá no, señor; porque esos arenales secan el corazón y matan a porrazo, sin glorias ni nada que halague nuestro patriotismo; lléveme al Norte, donde se mata con bala, y entonces iré contentísimo. Diciendo esto bajé por un lado y el mayor bajó riéndose por otro. En la noche, como a las 7 P.M., Barahona me dio la idea de hacer una manifestación de despedida al mayor, para lo cual escribió y me remitió su proyecto. Acepté en el acto tal idea, y desechando la presentación, porque no me pareció bien, escribí a la ligera lo siguiente, suscritos por sargentos y cabos, y que al ser sacado el original en limpio por Barrios, 1º de la 3º, le añadió palabras tras palabras que convirtió la presentación en una lesura, como lo dijo el subteniente Canto: “Sr. mayor. Don Juan Pablo Bustamante. Las clases firmantes del Batallón “Aconcagua” Nº1 respetuosamente decimos: que por la orden del cuerpo fecha de hoy nos hemos impuesto de la próxima partida de Ud. a San Pedro de Atacama, donde va a tomar el mando de esa plaza. Quisiéramos, señor, demostrar de otra manera el gran pesar que hoy nos ha causado su repentina partida, mucho más sentida en estas circunstancias, en que por las exigencias de la campaña hemos venido a disminuir poco a poco el Batallón que creíamos marcharía directamente a medir sus fuerzas con el insolente enemigo que no hace mucho nos llamaba hermano. Los que aquí quedamos, si bien sentimos gran amargura por no poder ver realizados nuestros propósitos de servir a la Patria con nuestros rifles y con nuestra sangre, sufrimos resignados la ingrata suerte, y esperamos, por el glorioso estandarte que el año 38 y 39 se paseo victorioso por las aguas del Perú, Ud. volverá a hacerse cargo del puesto que hoy la maldita guerra le hace abandonar, seguro estamos de que Ud. no llevará oculto en su generoso corazón odios ni rencores con ninguno de nosotros. Confiamos más, en que en día no lejano tendremos a nuestro 2º jefe junto otra vez, para lanzarnos al campo donde se debaten tan graves cuestiones como las que interesan a nuestra querida Patria. Sin más, somos de Ud. José P. Barrios (sargento 1º), Abelardo Barahona (sargento 2º), Arturo Contador (sargento 1º), J. Abel Rosales (sargento 1º), Abdón Montalba (sargento 2º), Domingo Salinas (sargento 2º), Pascual Gómez (sargento 2º), Luis Ramos (sargento 2º), Desiderio Abdón (sargento 2º), Moisés Muñoz (cabo 1º), Adolfo 2º Jorquera (cabo 1º), Manuel Marín (cabo 1º), José L. Pérez (cabo 2º), Telésforo Martínez (cabo 2º), Augusto Garay (cabo 2º), Nolberto Bahamonde (cabo 2º), Leoncio Osorio (cabo 1º), Silvestre Cortés (cabo 1º), Florentino Salinas (cabo 1º) y Almarza Zárrague (cabo 2º)”. Esta despedida de nosotros, después de firmada por algunos pocos, la cerré para mandarla al mayor a la Estación en el momento de partir. 21 de Abril de 1880 Miércoles. A las 6 A.M., después de diana, se mandaron algunos soldados para conducir el equipaje del mayor. Este llegó al Cuartel minutos después, vestido medio paisano y medio militar. Estuvo como tres o cuatro minutos conversando en el cuerpo de guardia. En estos momentos andaba yo recogiendo las últimas firmas. Cuando volví a la guardia con intención de hablar al mayor, este salía, y solo le divisé su sombrero alon amarillo. Inmediatamente me puse a sacar la copia de dicha presentación y concluida, despaché al cabo Martínez, de mi Compañía con encargo de entregársela. Cuando llegó a la Estación, el mayor entraba al carro (en estos trenes, cuando más se lleva 2 carros de pasajeros; pero por lo común es uno) y partía el tren, llevándonos a un buen jefe; aunque no él que necesitamos para pelear. Para el mecanismo interior de un Cuartel; para llevar sin tacha toda la documentación y archivo de una mayoría, no hay como este mayor Bustamante. Para conquistar glorias para su espada y para su
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Batallón, creo que se enfermaría primero. Al menos así lo dicen algunos que creen saberlo bien. Y yo los sigo en ese camino; porque cada día que pasa es una prueba de que o nuestros jefes no se empeñan por llevarnos a la guerra o nuestros gobernantes han encontrado algún pero en ellos o la tropa. Ah! Si ellos, los jefes, tuvieran la culpa, yo pediría al diablo para que se los llevara en cuerpo y alma. Como a las 8 A.M. se comenzó a pagar a todas las Compañías. La 4º principió primero e inmediatamente después la 2º. A las 10 A.M. o más, se tocó asamblea y luego después se hizo el relevo de guardia. En este día no se dio puerta franca a la tropa. Sin embargo, como en otras ocasiones, yo salí, como debía y pasee por las orillas del mar. Con la trasnochada de la guardia y los trabajos del pago, andaba yo ansioso de respirar aire libre. Di algunas vueltas por la playa dando resoplidos como una ballena. ¡Que lindo encontraba este mar siempre bravo, siempre con algo nuevo que admirar! En la tarde se continuó el pago y se terminó a los que estaban presentes, menos los del Hospital, entre los que estaba Espejo. En estos momentos de pago empezó a circular un pomposo suplemento del Pueblo Chileno en que se anunciaba un combate habido en Locumba entre una parte de la Caballería chilena mandada por el teniente coronel J. F. Vergara, y fuerzas enemigas de las dos armas, siendo estas derrotadas, dejando 100 muertos y prisioneros y llegando la persecución del enemigo hasta cerca de Tacna. Tal noticia me llenó de gusto. En el Pueblo Chileno de esta tarde se publicó la defensa del teniente Ferreiros hecha por el comandante Díaz Muñoz, juzgado por Consejo de Guerra el viernes pasado. Acompaño el impreso de mi referencia. (Inserto del artículo en el original) CONSEJO DE GUERRA Seguido al teniente de “Granaderos a Caballo” don E. Ferreira. DEFENSA S.S. del Consejo: No me dirijo ante vosotros como defensor del teniente de “Granaderos a Caballo” don Emilio A. Ferreira, mi misión es otra, es no solo pedir la más completa absolución para él, sino algo más, la justísima reparación que se le debe. He recorrido a la ligera el proceso formado a mi defendido y francamente que todo lo que él arroja no hace más que colocarlo como una víctima que ha cumplido por demás con su deber y a quien lejos habérsele encausado por su mala fortuna debió acordársele el premio a que su conducta le hizo acreedor. El proceso ha manifestado ya a los SS, del Consejo la situación por demás desventajosa, en que Ferreira, en virtud de órdenes superiores tuvo que batir al enemigo. Efectivamente el 5 de diciembre, estaba mi defendido ya seguro de la aproximación de fuerzas bolivianas considerablemente superiores. El teniente Ferreira contaba con 23 hombres, no soldados, por que solo lo eran en el nombre; gente recientemente reclutada; no solo no tenía la instrucción vasta de un soldado de su arma, sino que hay algo más; por escasez de municiones esa gente solo había practicado un solo tiro al blanco, con tres cápsulas cada uno, de modo que la tropa de Ferreira no solo desconocía su modo de ser, como soldados de Caballería, sino también como Infantes. Ninguno de vosotros, señores, podrá negarme la triste situación a que este pobre oficial quedaba reducido para tomar por su cuenta la importante defensa de la plaza de Atacama; sin embargo con un valor que siempre le distinguirá entre sus compañeros de armas, falta de municiones su tropa, y amenazado por una fuerza diez veces superior, mi defendido no se conformó con esperar al enemigo en el pueblo de San Pedro, quien desea dar una mayor prueba de valor y sale al encuentro de aquel a dos leguas de distancia. Pero permítame el ilustrado Consejo: tengo que volver un poco atrás; dejemos a mi defendido con sus 23 reclutas al frente de una fuerza de 200 hombres aguerridos y por demás experimentados en la campaña, para tomar otros datos que creo de importancia. Por las cartas que signadas bajo el número 1 y 2 acompaño, se comprende que Ferreira solicitó desde un principio se le enviasen las municiones necesarias para poder recibir convenientemente al enemigo y no obstante, del contenido de dichas cartas, se desprende que el jefe inmediato de mi defendido, como lo era el Comandante de Armas de Caracoles, acusa de una omisión censurable
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bajo todos conceptos al general en jefe del Ejército; se pidieron municiones, se pidió refuerzo de tropa, y SS todo se negó. Parece que hubiese habido el propósito de crear un mártir del deber cumplido, e indudablemente que ese mártir fue mi pobre defendido. El teniente Ferreira, a quien se ha acusado por abandono de su puesto, no solo ha superado en valor y en estrategia militar, sino que hay algo más que debe asombrar a los SS del Consejo. Consta de declaraciones que mi defendido, obligado por las circunstancias y más que esto, esclavo de su deber como soldado, tuvo que batirse con solo 53 tiros por cada uno de los individuos que tenía a sus órdenes. Consta también de las declaraciones de los testigos y en concepto de todos ellos, que no solo eligió el punto más favorable para su defensa sino que hizo algo más de su parte, es decir, que atacó al enemigo sin contar con las municiones que cada soldado debe tener en sus bolsas en el momento de entrar en combate, según lo prevenido ------------------------------------------------------------ ordenanza. Y téngase presente que dicha disposición se refiere a aquellos fusiles de chispa que todos nosotros hemos conocido y no a las armas de precisión que ahora posee nuestro Ejército. Pero SS, sin querer me he separado del verdadero terreno que como defensor debo ocupar. Hemos dejado a mi defendido esperando al enemigo a dos leguas de distancia de la plaza que le estaba confiada. Según consta de antes, Ferreira se batió con él poco más de una hora, tiempo más que suficiente para que su tropa concluyese las municiones con que contaba. Todos los testigos, sin otra excepción que el sargento Zavala, que en caso de ser culpable mi defendido, él vendría a ser co-reo, puesto que le correspondía como segundo jefe de aquella tropa, organizarla y llevarla nuevamente al combate a falta de su teniente; todos esos testigos digo, no solo justifican la conducta de Ferreira, sino que reconocen, hizo una defensa de verdadero soldado, llamándola alguno de ellos heroica, como realmente debe reputarse. Ferreira, SS, encausado hoy por un capricho que llamaremos de su mala suerte, no solamente ha estado muy lejos de merecer un ultraje de tal naturaleza a su dignidad militar, sino que procediendo en justicia es acreedor a que vosotros declaréis que la acción de guerra de Tambillo debe conceptuarse como distinguida en virtud de lo dispuesto en el Art. 18 Tít. 32 de nuestra Ordenanza, que textualmente dice: “En un oficial es acción distinguida el batir al enemigo con un tercio menos de gente en ataque o retirada, etc.”. Ahora bien, SS, Ferreira no solo batió al enemigo con un tercio menos de su gente sino que con 23 reclutas se defendió e hizo una gloriosa resistencia a doscientos o más enemigos. En fin, SS, creo haber ocupado por demás vuestra atención sin necesidad alguna, por supuesto, desde que la mejor defensa que ha podido tener Ferreira se encuentra consignada en las declaraciones que ya he citado; así pues, solo os pido un momento más para ocuparme de la vista fiscal. El oficial encargado de la tramitación del proceso, llevado de un celo por el buen servicio que de honra y que desde luego me permito calificar de exagerado, después de su vista apoyada en once consideraciones que bien pudieron refundirse en uno solo, concluye por pedir para mi defendido la pérdida de empleo con arreglo al Art. 107 Tít. 80 de la Ordenanza. Da verdaderamente pena, que oficiales de la ilustración del capitán Frías, llegue como juez, a interpretar nuestras leyes de la manera que en esta ocasión lo ha hecho, porque en efecto SS, el Artículo en cuestión dice textualmente en su primera parte: “El oficial que en cualquiera acción de guerra o marchando a ella abandone su puesto deliberadamente, sin urgente motivo que lo obligue a ejecutarlo perderá su empleo, etc.”. ¿Es el ilustrado capitán de Artillería, señor Frías quien así, interprete nuestra Ordenanza, para pedir una pena degradante para un compañero de armas? ¿De qué antecedentes, de qué declaraciones ha podido presumir el señor fiscal, que mi defendido abandonó deliberadamente su puesto? Una de dos; o el fiscal ha dado su dictamen sin estudiar debidamente el proceso, o ha querido hacer una pieza de literatura, contrariando los principios más obvios y más terminantes de nuestras leyes. Porque, ¿cómo se concibe que el teniente Ferreira pudo abandonar su puesto deliberadamente, cuando ese oficial no solo estuvo dispuesto a esperar al enemigo en la plaza que ocupaba, sino hasta cometer la temeridad de salirle al encuentro a una gran distancia? Ahora señores, ¡Tenéis derecho de creer a mi defendido, un valiente hasta la temeridad, pero jamás un cobarde! Yo como chileno y como jefe de Ejército, protesto de semejante calificativo. Un momento más habré terminado; el señor fiscal empieza por hacer su primer cargo y mi defendido fundándose en la declaración de un señor Toro, subdelegado, según dice, de San Pedro
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de Atacama. Este señor, con esa sencillez del que no entiende nada absolutamente de milicia, tiene la pedantería de asegurar que si el teniente Ferreira carga al enemigo lo hubiese arroyado. Yo pregunto ahora, ¿quién es ese señor Toro a quien el fiscal da tan completo crédito en su declaración hasta citarlo como uno de los puntos esenciales para condenar a mi defendido? ¿Es acaso un militar de nuestro Ejército? ¿Es algo que merezca la pena de llamársele con sentido común, para formar juicios por su exposición? Dejo al señor fiscal la contestación. 2º considerando: se reduce a cargar a la cuenta de mi defendido el espanto de caballos. ¡Por Dios, señor fiscal!! Esta partida es muy pesada, mi defendido no podía atender a la vez a sus pobres reclutas y a sus caballos. 3º considerando: francamente esto me da pena! Según él, el soldado de Caballería el único rol que tiene es siempre explorar. Por consiguiente Ferreira no debió batirse, debía únicamente concretarse a explorar el campo, entregar su puesto como soldado y siempre explorando. ¡Peregrina ocurrencia! Paso el 4º considerando, porque justamente nada descubro en él que pueda ilustrar al honorable Consejo. Llego pues al 5º, y en su conclusión se dice que mi defendido, al tomar una nueva colocación, abandonó el mando de su tropa y que dicho acierto se comprueba aunque no plenamente, según la exposición de los soldados Gajardo y Marchant. Pues bien, yo quiero llevar por un momento al señor fiscal a la Recopilación de Colon mandada observar por nuestra misma Ordenanza, a fin de que se imponga de lo determinado en juicios militares en su página 275. En el párrafo 532 dice: “Plena prueba o concluyente es aquella por la cual el juez se persuade clarísimamente que se cometió el delito sin quedarle duda alguna en su mente, tal es la prueba de dos testigos a lo menos”. Triste error del capitán Frías después de estas terminantes disposiciones creer más en justicia, que Ferreira debe ser condenado a la pérdida de su empleo. Dolores, en cuyo campo de batalla quedaron diez cañones clavados por el enemigo, allí se fabricaron grandes héroes y en fin en Tarapacá en donde un digno jefe y oficiales de todo mérito, pagaron con su arrojo su temeridad. Es necesario, señores, que cese ya este espíritu de malquerencia entre nosotros, es necesario que con un espíritu más elevado y más grande todavía que toda miseria de egoísmo hagamos justicia no solo al mérito sino también al valor. En Chile es imposible que puedan haber cobardes; la tierra de los Prat, Thompson y Serrano, jamás puede tener hijos indignos de ella. Conozco muchos héroes de Dolores, Tarapacá y Pisagua, pero no conozco señores, a otro Ferreira que quiso únicamente por su valor, por su entusiasmo, i se abalanza fuera del recinto que debía defender para esperar al enemigo, en condiciones que si bien no pudieron serle ventajosas creyó indudablemente le sería un timbre de gloria. Calama atacada por 500 hombres contra 60 merecía gloria que el país entero aplaudió; la Batalla de Dolores perfectamente librada con poderosa Artillería fue en vez de una gloria una derrota. Y ahora, ¿qué decimos de Tarapacá, fue una victoria para nuestras armas? ¿Cuáles fueron las condiciones del combate? Dejo más bien al buen criterio de los señores del Consejo las apreciaciones anteriores. Es necesario que no seáis severos para juzgar la conducta de un subalterno cuando no ha habido una palabra todavía bastante dura para calificar el proceder de algunos jefes de alta graduación. En consecuencia y fundándome en las declaraciones que corren en autos y que tan felizmente cito en abono de mi defendido el señor fiscal en su considerando noveno, como son las declaraciones de jefes cuya veracidad debe merecer el más completo abono, con respecto a la conducta y a la comportación militar de mi defendido en la acción de Tambillo; me resta solo algo más que pedir. Parece que hay un cargo todavía en contra de Ferreira, que como defensor es mi deber desvanecer, este cargo se refiere a haber hecho desmontar su gente en el momento del combate. Triste es, señores del Consejo, que se traigan a la mente un incidente de este género, puesto que el Artículo 9º Título 32 no solo deja libertad de tomar en un caso dado todas las medidas que le inspire su inteligencia y espíritu militar, si no también que le ordena tomar el partido correspondiente a su situación, caso y objeto, etc. Yo no imploro algo que pueda afectar vuestra dignidad, pero cuando vais a entender respecto a la conducta de mi defendido en el ataque de Tambillo, permitidme os acuerde el de Calama, Dolores y Tarapacá. En esos combates han perecido grandes héroes a quienes la historia dedicará, quizás más tarde, algunas de sus más gloriosas páginas. Y, sin embargo señores, creéis vosotros que los
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héroes de Calama, Pisagua, Dolores y Tarapacá, se han conducido mejor que mi defendido? Debo recordaros que si Ferreira al mando de 23 reclutas, batió 200 enemigos, en aquel campo que solo debió dejarle el más amargo recuerdo de sus glorias de soldado, no solo se batía en proporciones desventajosas comparadas con esos héroes, sino que mal que nos pese es necesario confesarlo, Ferreira ha superado con su conducta militar a todos esos hechos de armas de que tenemos conocimiento. Aquellos jefes se encontraron en mejores condiciones, por cierto, de recursos que mi defendido; tenían a sus órdenes tropa veterana y completamente instruida en los deberes de la guerra, podían y han debido ser responsables de todos sus actos. ¿Y a quién, pregunto, se le ha ocurrido encausarlos? A quién se le ha pasado por la mente que esos hombres víctimas tal vez de un error de concepto no merecen toda nuestra consideración, toda nuestra gratitud? ¡Ah señores! Permitidme ponga punto final a tan dolorosa interrogación, pues creo que en vista de las razones que dejo expuestas y los documentos que acompaño, el honorable Consejo no solamente acordará la completa absolución de mi defendido, sino también que le dejará en el más completo goce de su buena reputación y fama, haciendo con esto el más estricto acto de justicia. Antofagasta, abril 16 de 1880. Rafael Díaz Muñoz. SENTENCIA Vistos: el 5 de diciembre último el Comandante de Armas de Caracoles anunció al teniente de la guarnición de San Pedro de Atacama don Emilio A. Ferreira la proximidad de una división enemiga y le ordenaba que estuviera prevenido para recibirla mientras de Calama acudían fuerzas en su auxilio. El teniente Ferreira juzgó, una vez reconocida la localidad, que era preferible situarse en el lugar de Tambillo, distante legua y media de San Pedro y al efecto eligió anticipadamente las posiciones más ventajosas. Atrincherado detrás de una tapia ordenó desmontar la tropa que se reducía a 23 soldados y tomó las precauciones necesarias a fin de que los caballos no huyeran comenzado el tiroteo. El enemigo en número de 160 no tardó en ponerse a la vista el 6 a las 4 A.M. y estrechada la distancia rompió fuegos sobre las fuerzas de Ferreira que resistió en ella hasta que las municiones se agotaron. Obligado éste a replegarse tomó la segunda posición que de antemano había elegido; pero flanqueado por el enemigo, falto de municiones y dispersada la caballada desde el primer momento, el teniente se retiró dejando un herido, ocho muertos y el resto de la fuerza prisionera. A consecuencia de éste suceso se ordenó por el señor comandante general de Armas que se instruyera un sumario, con el fin de averiguar la conducta militar del teniente Ferreira en el hecho de armas referido. Considerando 1º Que anunciada la proximidad del enemigo por el Comandante de Armas de Caracoles y la orden consiguiente de que estuviere preparado para recibirlo mientras llegaban auxilios, el teniente Ferreira, se apresuró con notable celo a reconocer la topografía del lugar y eligió las posiciones que él creyó más ventajosas para resistir a pié al enemigo. 2º Que logró prolongar esa resistencia hasta que agotadas sus municiones, hubo de cambiar de posición. 3º Que le fue imposible ejecutar una carga de Caballería ya -----------------------------------------rreno, o ya porque a pesar de las precauciones tomadas desde antemano, los caballos se dispersaron por efecto de las detonaciones. 4º Que si bien es cierto que los soldados que declaran a f y f recurren la posibilidad de un ataque a caballo antes de la dispersión de estos, ello no puede influir para la apreciación de la conducta militar del teniente Ferreira, cuyo criterio no lo formaron las impresiones del momento, sino el reconocimiento anticipado y detenido del lugar. 5º Que esta circunstancia la corroboran otros testigos del proceso. 6º Que todos los testigos cuyas declaraciones constan en autos, dan testimonio del valor y serenidad del acusado en el combate y de que dio ejemplo a los pocos que le acompañaban. 7º Que la declaración del sargento José Zavala, que ha podido perjudicar al acusado, no tiene valor alguno en juicio, tanto porque es singular, cuanto porque ella es contraria a todas las que abonan la conducta del acusado.
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8º Que finalmente y establecido, que el teniente Ferreira ha cumplido dignamente con su deber, la responsabilidad de la derrota de Tambillo se debe a causas del todo ajenas a la voluntad del acusado. Por estas consideraciones el Consejo de Guerra absuelve al teniente don Emilio Antonio Ferreira. Antofagasta, abril 16 de 1880. M. Aurelio Arriagada, Matías Rojas, Rosauro A. Gatica, Juan P. Bustamante y Lorenzo Flores. 22 de Abril de 1880 Jueves. Ejercicios por la mañana. Desde hace muchos días no asisto a ellos, porque como tengo la persuasión de que no nos movemos tan luego de este lugar, se me ha concluido el entusiasmo por esos trabajos, mucho más atendido a que yo lo sé. En la noche de hoy sé por unos hombres contratistas que las autoridades militares de este lugar, que se alistan en Tocopilla como 22 carretas para transportar la fuerza que deberá ir hasta Huanchaca. Dichos hombres dicen estar contratados ganando 5 pesos diarios. 23 de Abril de 1880 Viernes. A las 7 A.M. salgo con el cabo Cortés al comercio a comprar varios útiles de escritorio para la Compañía. A las 9 A.M. entro de guardia en la prevención, con el capitán Torres. Siempre nos toca a ambos dos la guardia. Antes, cuando hacíamos ejercicios, sucedía lo mismo; era raro el día que no nos juntábamos en una misma Compañía, y entonces me decía: “mire que cosa tan curiosa, siempre nos toca a los dos”. A las 3 P.M., más o menos, llegó el capitán Ahumada al Cuartel diciendo que era necesario relevar al cabo y soldados que cuidaban al teniente Almarza, que se cuida en una casa particular de este puerto. Me encargó buscara a algunos soldados que quisieran acompañarlo en su enfermedad. Y mientras estas diligencias hacía, Contador me dijo que en la casa del teniente había niñas muy buenas mozas y que hiciéramos propuestas para ir a cuidarlo nosotros. Yo me reí de su proyecto; pero quise ofrecerme de enfermero del teniente. Diciendo y haciendo. Hablé al capitán Ahumada y este habló al ayudante, hoy mayor Narvaez y el permiso fue concedido, y se dio orden de relevarme por otro sargento. Dicho mayor, que siempre ha gustado de dirigirme bromas, me dijo: - ¿Porqué se ha ofrecido voluntariamente y que va a hacer con las niñas de la casa? – dijo riéndose. El capitán contestó por mí la broma, diciendo: - El 1º Rosales no piensa en eso; más le gusta la cerveza que las niñas. Todos nos reímos y yo marché a prepararme. Contador estaba contentísimo, pues creía que me iba a acompañar. Pero el capitán Castro ordenó que él me relevara y todo su gusto se cambió que sé yo en que. En efecto, a él entregué la guardia y me fui a la cuadra de la Compañía a buscar un hombre que me fuera útil para mi nueva ocupación. El cabo Espejo, apenas supo esto, y a pesar de acabar de salir hoy mismo del Hospital, se me ofreció para acompañarme. Conseguí con el capitán se le cumplieran sus deseos, y entonces yo, Espejo y otro soldado de la 3º Compañía y el capitán tomamos rumbo de la casa del enfermo. Esta era la Nº51 de la calle de Caracoles. Entramos. En la primera pieza habían, en efecto, dos niñas buenas mozas, que cosían en una máquina. Pasamos a la 2º pieza, pequeña como la 1º, y en un rincón de ella estaba tendido en su cama, con rostro cadavérico, el teniente Almarza. La gravedad de la enfermedad se notaba a primera vista. Los ojos hundidos y su mirada penetrante; las mejillas desencajadas; la nariz afilada, la voz balbuciente y una palidez mortal en su cara; tal era el teniente vivo, alegre y ligero de otros días. De un clavo fijo en la pared de la cabecera pendía su sable virgen todavía. El hielo de su metal parecía se le iba comunicando primero a las manos y después a la frente. Con algunas instrucciones dadas por el capitán, que, como boticario antiguo en San Felipe, sabe tanto, a veces, como el mejor médico, y otras más dada por la señora dueña de casa, me constituía en enfermero, tarea que nunca la había desempeñado y creía que jamás la tendría. Cercana ya la noche, y al tratar de salir a comer al café vecino, la dicha señora me llamó para que la acompañara a comer. A pesar de mis excusas tuve que aceptar.
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En la mesa estaban sus dos hijas, ninguna de las cuales pasará de 20 años. Mandó traer chicha y bebimos como antiguos amigos. La dueña de casa y sus hijas me parecieron muy amables y francas. En la noche llegaron algunos médicos, los que desahuciaron al enfermo. Más tarde, como a las 10 P.M. llegó el comandante con el capitán Nordenflich y otros. A las 11 P.M. el capitán Nordenflich, conversando al lado de la cama del enfermo, con este y el capitán Ahumada, preguntole a aquel capitán sobre si había vendido o dejado en lugar seguro a su caballo, que es probable sería bueno; y habiendo salido de dudas por la contestación del teniente, se retiró Nordenflich a la pieza vecina. El teniente dijo entonces al capitán: - Este se preocupa más de mi caballo que de mí mismo. Lo que nos hizo reír de buena gana, pues parecía que así era la verdad. Con las medicinas dadas por el capitán Ahumada, el enfermo parecía encontrar mejoría. El origen de esta enfermedad fue la fiebre tifoidea, contraida en San Pedro de Atacama. Las medicinas de los doctores de Antofagasta, unos tres o cuatro pisaverdes, no se le dieron ni se les hizo caso. En este día divisé que algunos hombres se ocupaban en pintar de blanco la enorme ancla hecha en la cumbre del más empinado pico de estos cerros, y de la cual he hablado en otra ocasión, cuando hice una ascensión a él. Tomando noticias sobre los autores de tan original idea, me dijeron que los ingleses del Establecimiento o Compañía Explotadora de Salitre viendo que se iba borrando ya dicha ancla, y en homenaje a los que la hicieron, que fueron los aprendices de marineros de la Esmeralda, pagaron cinco pesos a un contratista que la refaccionara. En efecto, al ponerse el sol, el ancla parecía brillar de blancura en medio de los cerros negruzcos en que parece apoyar su parte inferior, como la superior parece también estar apoyada o suspendida del cielo, siempre azul en estos lugares. La idea de pintar en el cerro esa enorme ancla, que desde abordo se divisa antes que la población, es digna de las juguetonas cabezas que más tarde despedazó la metralla del Huáscar en la rada de Iquique. Como a las cuatro o más de la tarde, llegó el Limarí del Norte, trayendo heridos, que no desembarcaron. 24 de Abril de 1880 Sábado. Como a las 12 ½ A.M. llegó el comandante con el capitán Torres a ver al teniente enfermo. Estaba yo solo en la pieza. Espejo y los demás acompañantes estaban en el pasadizo inmediato, y apenas sintió los golpes de la puerta de calle y conoció ser el comandante, corrió a la mesa en que yo estaba y escondió la botella de vino traída por él mismo poco antes, para mi uso. Corta fue la tal visita, y después de conversar con el enfermo, se retiró el comandante e inmediatamente me hizo llamar para decirme que el teniente se moría y que tal vez no pasaría de la noche. Agregó, que pidiera hombres y dinero cuantos necesitara a fin de cuidar bien al enfermo. ¡Nada de eso pedí! El pobre teniente dormía con mucha tranquilidad a mi vuelta a la pieza y así continuó hasta que sentí tocar diana en mi Cuartel. Había pasado una noche junto a un cuasi cadáver. Como a las 3 A.M. me pareció que se había muerto, y llamé al cabo Espejo y le dije que lo viera. - No es nada, no es nada – me dijo Espejo. Y así era en efecto. El teniente dormía como si hubiera tenido algunas trasnochadas. Como a las 8 A.M. fui al Cuartel a tiempo que van pasando los heridos llegados del Norte ayer. En una de las camillas divisé acostado a un soldado joven y buen mozo, al parecer de buena familia. El capitán Narvaez se allegó a la camilla y le preguntó de que cuerpo era: - Soy del “Atacama”, señor – dijo, levantando un poco la cabeza, y agregó – Fui herido en el Combate de Los Angeles. He aquí un héroe, me dije. Los del “Atacama” se han hecho célebres por su arrojo y bravura en esta guerra, y por eso mucha gente corrió a ver este herido, el cual inmediatamente después fue llevado, como todos los demás, al Hospital. Se dice que el Escuadrón “Maipú” se marcha al Norte en el Limarí. A las 10 A.M. el teniente me dice que se muere y que llame a los oficiales. Así lo hago; pero siguió vivo y hablando. Poco después, y estando al parecer tranquilo, y teniendo en las manos un crucifijo pequeño, empezó a sollozar y dar muestras de una gran aflicción. Clamaba a todos los Santos, besaba el señor y se estremecía todo el cuerpo. Sin duda divisó entreabierta la puerta de la eternidad, y quiso pedir misericordia y perdón antes de pasar sus umbrales. Como luego se sosegara, salí a casa de
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un amigo y me tendí en su cama para dormir un rato. A las 4.55 P.M., me va a recordar un soldado diciéndome que el teniente había muerto. Ligero volví a la casa del enfermo y en efecto había muerto. Me causó gran impresión su muerte, aunque esperada por todos. Se le vistió con su traje militar y se le dejó en la cama. Para echar fuera el contagio salí a buscar buena chicha y a las 11 de la noche me recogí al Cuartel a dormir. 25 de Abril de 1880 Domingo. El teniente ha pasado muy mal acompañado. En la casa nos han dicho que nadie estuvo; pero me dijeron más tarde que habían habido dos oficiales toda la noche, aunque también se dice que por interés de las niñas. A las 8 A.M. el Batallón (Batallón de tres Compañías incompletas!) salió a misa, sin rifles, y solo armado de los yataganes. También fuime yo. Hacía ya varios domingos a que no oía misa, pues no todas ellas me han tocado estar de guardia. Como faltaran oficiales, como siempre, fui nombrado comandante de la primera mitad de la 3º Compañía. Entramos a oír misa adentro de la Iglesia, por vez primera, y ocupamos la nave central. Los laterales fueron ocupados por los “Carabineros de Maipú” y Policía. Nuestra banda tocó dos piezas, siendo la primera la Gran Duquesa, mi pieza favorita. El transporte Limarí llegó del Norte a llevarse los “Carabineros de Maipú”. También llegaron vapores de la carrera del Sur y Norte. A las 7 ½ fue llevado en brazos a la Iglesia, el cajón que contenía el cadáver del teniente Almarza. En el día casi todos los oficiales agarraron una turca tremenda y no se acordaron del finado. 26 de Abril de 1880 Lunes. Desde temprano se ordenó que un piquete armado hiciera al teniente los honores de Ordenanza en el cementerio. Yo hice las diligencias para la construcción del cajón de zinc, que fue terminado cuando terminaba la misa. Solo hora y media o dos horas antes había dado comienzo el carpintero constructor. El carro que sirvió para la traslación de los restos al cementerio fue el de los bomberos, es decir, el mismo en que llevamos al sargento Santander. El acompañamiento militar y particular en la Iglesia fue numeroso, hasta llenar las tres naves, que rebosaban de gente hasta la calle. La marcha al cementerio fue seguida de gran multitud de gente, atraídos por la banda, que tocaba pasos dobles y por el imponente espectáculo del carro mortuorio y su compacto y numeroso acompañamiento de militares y paisanos invitados. Contribuía a dar más brillo al acto la fuerza armada que concurrió. El pueblo se agolpaba por calles y puertas, a ver desfilar el cortejo. No hay duda, el Batallón “Aconcagua” Nº1 ha venido a meter una revolución en la manera de hacer los entierros de militares. Nunca se han visto tales pompas en otros cuerpos. Por eso la prensa consigna gustoso algún párrafo en honor al cuerpo. Adjunto un suelto de crónica del Pueblo Chileno de hoy que habla sobre este asunto y otro más con el discurso del subteniente González. (Inserto del artículo en el original) Los restos del malogrado teniente Almarza del Batallón “Aconcagua”, fueron inhumados ayer con toda solemnidad. El domingo en la noche, el cadáver fue trasladado a la Iglesia, acompañado de un numeroso cortejo de oficiales, soldados y particulares. Iba también el comandante don Rafael Díaz Muñoz. Durante el trayecto, el cura, señor Infante, rezaba en alta voz las preces de difuntos. Ayer por la mañana, se dijo una misa de cuerpo presente por el descanso del alma del finado teniente, a la cual asistió una lucida concurrencia y dos Compañías armadas del “Aconcagua”. Concluida la ceremonia religiosa, que dicho sea se hizo con toda la solemnidad posible, el ataúd se sacó fuera de la Iglesia y se colocó en uno de los pequeños carros de los bomberos, que se había adornado con este objeto. Enseguida el cortejo emprendió la marcha, camino del cementerio, escoltado por la ya mencionada fuerza del “Aconcagua” y la banda de música del mismo cuerpo. En el panteón, el cadáver fue colocado en una caja de zinc y ésta dentro de la de madera. Al tiempo de depositar el ataúd en la fosa, un oficial del “Aconcagua”, cuyo nombre hemos olvidado pronunció un sentido discurso en honor del finado. Una descarga de una Compañía del “Aconcagua” puso fin a la ceremonia, retirándose enseguida los concurrentes.
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Tal ha sido los honores tributados a las cenizas del teniente Almarza, por sus compañeros de armas. Las relevantes dotes que distinguían a este patriota y buen servidor de la Patria, han sido causa de que su desaparición de la escena de la vida haya sido sentida dolorosamente por sus numerosos amigos y compañeros de armas. Nos hacemos un deber en dejar constancia de esta circunstancia que da la medida del aprecio y estimación que gozaba el recordado teniente Almarza. Discurso. Publicamos el discurso que pronunció antes de ayer en el cementerio el subteniente don G. González, al tiempo de sepultarse los restos del teniente Almarza. “Señores: Antes que la mano ruda del sepulturero ciegue para siempre los restos queridos de nuestro compañero y amigo, el teniente Almarza, permitidme que le dé al borde de su tumba el adiós del amigo y compañero. Hay algo más, señores, que me hace elevar mi voz en recuerdo de eso que ya no es nada más para nosotros que cenizas mortales. El teniente Almarza, que lleno de abnegación y patriotismo, ocupó su puesto en este Batallón, abandonando sus intereses, deja también a una esposa y una idolatrada hija a quienes vi abrazaba en su despedida, en Quillota, con un adiós misterioso que es el adiós de la eternidad. Almarza, señores, no necesitaba para vivir de la sonrisa de la fortuna: hombre siempre entregado a las rudas labores del trabajo, jamás conoció las fatigas ni el malestar de su suerte. Recuerdo muy bien: me encontraba presente cuando el jefe de mi cuerpo, le notificó que ya pertenecía al Batallón 1º “Aconcagua” en calidad de teniente. El entusiasmo, señores, de Almarza, fue indescriptible y ese hombre inspirado de un patriotismo sin igual no solo aceptó gustoso ese puesto que había anhelado, sino también señores, que, derramaba lágrimas de júbilo, con la sola idea de dedicar sus últimos días en servicio de su País. Ah señores!! En la presente guerra, muchas han sido las tumbas gloriosas que desgraciadamente han tenido que habrirse: muchas serán también las que siga exigiendo el amor de la Patria y el deber de chileno. Pero no olvidéis que Almarza, sin haberse batido ni sido un héroe en el campo de batalla, lo fue cumpliendo el estricto deber que como soldado le correspondía. El teniente Almarza soldado pundonoroso y deseoso de cumplir con el deber que se había propuesto, tal era hacer sin tregua la guerra al enemigo, aceptó lleno de placer cuando se le dijo que su destino era a la plaza de San Pedro de Atacama; allí no solo cumplió con sus deberes militares que se le confiaron, sino que también rehusó hasta el último momento el dejar aquel punto que él calificaba como el campo de sus glorias militares ¡y que no fue otra cosa que la causa de su muerte!! Pero ah señores! Me extiendo demasiado! La vida de un héroe y del mártir de su deber, no necesita ya más palabras ante su modesta tumba. No sé si la historia ocupe una insignificante página para hombres que como Almarza, no batiéndose con el enemigo, sacrifican su existencia por amor a la Patria. ¡¡Adiós compañero y amigo!! Si desde la eternidad te es posible volver una mirada de compasión sobre este valle que llamamos de lágrimas, no olvides nunca el pesar causado por vuestra pérdida, en el corazón de vuestros compañeros. En este día se embarcaron los “Carabineros de Maipú” en el Limarí, el vapor zarpó hoy mismo al Norte. 27 de Abril de 1880 Martes. A las 9 A.M. entro de guardia en la prevención, con el subteniente Canto. Desde ayer no hay jefe de servicio nombrado. Hoy se me dice que el comandante está enfermo y que el capitán Ahumada lo cuida, como medio médico que es. ¿Será enfermedad ocasionada por los infinitos desarreglos que hace día y noche? 28 de Abril de 1880 Miércoles. A las 7 A.M. llega del Norte el transporte Lamar. A las 9 A.M. entrego la guardia a Barahona, que entró con el capitán Torres. Ninguna novedad me ocurrió, y si solo el hecho de haberse puesto una barra de grillo al soldado Lira a quien yo llevé con Espejo a cuidar al teniente en la casa de la Sra. Negrete, por un robo que hizo a ésta, según se dice. Estaba yo empezando una campaña contra las niñas, con sonrisas y regalos, producto del
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empeño de las cosas robadas, cuando fue descubierto y puesto preso. Este fue un caso que causó gran diversión a todos en el Cuartel. El tenorio les robaba a las mozas para festejarlas! Cerca de las doce, unos 30 soldados de este Batallón, embarcaron los caballos que aún quedaban de los “Carabineros de Maipú”, en número de 90; concluido lo cual zarpó dicho vapor rumbo al Norte. En este vapor Lamar llegó del Norte el sargento Ramírez que pertenecía a la 1º Compañía de este Batallón, y el cual se fue al Norte y llegó hasta Jazpampa en el 2º “Aconcagua”, de cuyo lugar ha vuelto. Refiere que el 2º “Aconcagua” no le llega ni al talón a este Batallón en instrucción militar, ni siquiera en la banda la aventaja, pues cuenta solo siete músicos, etc. 29 de Abril de 1880 Jueves. Ejercicios por la mañana, a los cuales yo no asistí, como siempre. Apenas se dio el parte, a las 2 P.M. se toca tropa. Las Compañías salieron a hacer ejercicios a la calle, por vez primera a esa tropa tampoco asistí yo, a pesar de las diligencias del capitán Torres, que mandaba la fuerza. En este día leo un cartel, de los muchos que se han repartido y fijado en lugares públicos, en el cual se publica el programa de la función teatral para esta misma noche donde, “después de una obertura tocada por la magnífica banda del distinguido Batallón “Aconcagua”, se representará el drama, etc. Mi objeto ha sido consignar aquí las benévolas palabras de la distinguida Compañía de Pantoja, que aquí funciona dirigidas a la banda de nuestro Batallón. La verdad es que nuestra música es escuchada con interés en este pueblo. El día de ayer hubo el entierro de un subteniente o teniente Sánchez de un cuerpo de Línea, y que llegó en el Limarí. Un piquete del “Aconcagua” le hizo los honores de Ordenanza; pero su entierro fue triste, por cuanto no pasarían de ocho los acompañantes paisanos. Ayer llegó del interior el sargento 2º de la 5º Compañía, Eulogio Peña. 30 de Abril de 1880 Viernes. Ejercicios. A mediodía salí a dar mi paseo diario por las orillas del mar. Al dar vuelta un recodo formado por las olas, que en esta parte ve avanzar más a tierra, tropecé con un cortaplumas sin uso, de cuatro navajas finas y su cubierta de concha de perla. La tomé y guardé, pensando en que otra parecida me robaron en San Felipe, en el Cuartel del Buen Pastor. Hoy circuló un suplemento del Pueblo Chileno, en que anunciaba el bombardeo del Callao por nuestra Escuadra. Gran gusto nos causó esta gran noticia. Este hecho de armas, sin igual en los pactos marítimos de Chile, tuvo lugar el 22 del actual. El telegrama venía de Iquique. En el ejercicio de armas de ayer o anteayer, bajaron a verlo tres caballeros venidos en el vapor del Sur. Largo rato estuvieron viendo trabajar y enseguida se volvieron al vapor. Se ignora quienes hayan sido. Me cuenta el subteniente Izquierdo que ha leído en los Tiempos llegados últimamente un articulito en que, hablando de este Batallón, dice: “que así como el “Atacama” ha sido el que más ha superado a todos los otros cuerpos en bravura y fortaleza, así el “Aconcagua” ha superado a los que le han precedido en esta plaza, en constancia y valor, para cubrir diariamente la guarnición de la plaza!” Esta parece pavo real. 1 de Mayo de 1880 Sábado. Esta mañana me levanté como a las dos o tres de la mañana, es decir, como con tres o cuatro horas de noche. Se toca diana a la hora que aclara, las 6. Haría una hora a que me había levantado, y estaba escribiendo, cuando noto gran movimiento en el cuerpo de guardia, tablas por medio a mis espaldas, y reconozco inmediatamente la voz del comandante, que reconvenía al sargento de guardia (Barahona) y al oficial de la misma, subteniente Alamos, por haberlos encontrado dormidos. Yo dije para mí: al fin ha venido nuestro comandante! Aunque venga una vez al año, en las altas horas de la noche, previene. Luego lo sentí hablar en la puerta de mi cuadra; era que seguía reconviniendo al dicho oficial. El comandante dio una vuelta por el Cuartel y a los cinco minutos de su llegada, salió, para no volver quien sabe hasta cuando. Sin embargo, se dice que el comandante está siempre muy enfermo. ¿Y como es que no abandonan las trasnochadas, el coñac y las mujeres, sus tres divinidades que adora con fanatismo? ¿Será esa trinidad maldita la única causa de la desatención para el cuerpo que él ha formado?
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En este día no hubo ejercicios, pero si limpia de armas y vestuario, y a las 1 P.M. revista de lo mismo. A las 12 M hice la visita de Hospital, a que estaba nombrado en la orden del día de ayer, con el subteniente Canto. Este no fue. Visité 28 enfermos del Batallón, de los cuales 11 pertenecían a mi Compañía. Al entrar a la primera sala de la izquierda, la de San Vicente, donde han estado varios sargentos enfermos, como Santander, el finado, Barrios y otros, me fije en un cuadro impreso pegado en una hoja de la puerta. Estaba pintado o grabado, un crucifijo, seguían unas oraciones; después unos versos y concluía con otra oración. Me fijé en los versos, y resultaron ser los mismos cuyo resumen yo había leído en el Pueblo Chileno, si mal no recuerdo, pero sin haberlos podido encontrar en otra parte. Son versos puestos por los capellanes del Ejército, existentes ahora en el Hospital, un señor presbítero Infante, otro que no se como se llama. A que esta poesía parece ser obra de algún aficionado a versos, encierra, sin embargo, un fondo de verdad, que hace que su lectura sea agradable y provechosa a los aficionados a emborracharse, a quienes está dirigida. Tomé lápiz y al respaldo de la relación que iba a hacer de la visita de enfermos, me puse a copiarla a la letra y dice así: “La embriaguez al hombre quita Las luces de la razón Y como siempre maldita Mata y la hiel deposita En medio del corazón. I Dios hizo que el hombre fuera Del mundo rey y señor Y quiso que tanto honor El Universo le diera. Y que en el alma tuviera De Dios la imagen bendita; Pero el mal lo precipita En humilde postración Cuando el juicio y la razón La embriaguez al hombre quita. II Ve en ese hombre los despojos Del vicio y de la maldad Dios con toda claridad Va publicando en sus ojos. Solo palabras de enojos Arroja en gran confusión Porque ahoga el corazón El vino que en un instante Arrancó a su semblante Las luces de la razón. III Apenas puede tenerse Y risa da su furor; Pero da pena y horror Que haya querido volverse En bruto y no contenerse Contra el vicio que lo incita Llega a su casa y vomita Blasfemias; odio y rencor Siendo espada de dolor Y como sierpe maldita.
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IV Pobre mujer que soporta Tan estúpido mortal Porque a su golpe fatal Una existencia se corta La esposa infeliz aborta, Y hasta el pan que necesita Su duro esposo le quita Redoblando su aflicción; Monstruo cruel que al corazón Mata y la hiel deposita. V Esta es la gracia del vino Que llaman de la embriaguez El hacer que de una vez Se abra un doble precipicio: De infierno es seguro indicio Tener al vino afición; Porque al quitar la razón En el hombre que cautiva Hace que el infierno viva En medio del corazón. Estos versos deben haber sido hechos por algún pariente de Guajardo. En la tarde no hubo ejercicios. Se me olvidaba consignar aquí la impresión causada en mi la vista de la multitud de heridos de los distintos cuerpos del Ejército que en el Perú pelea con la bravura de los descendientes de nuestros héroes de otros tiempos. Dichos heridos están repartidos en todas las salas y en una de ellas encontré a un bravo de “Zapadores”, herido en Tarapacá o en otra parte. El dolor de la herida debe ser horroroso, pues se retuerce en su cama gritando hasta quedar más negro que lo que es, mientras en otro rincón de la sala charlaba alegremente un grupo de soldados de distintos cuerpos de línea, heridos también, aunque al parecer levemente. ¡Qué escenas! Llanto y carcajada. Me figuraba un campo de batalla, en que los heridos caen dando alaridos, al lado de los que mueren y de los que quedan vivos, peleando y matando. Ese pobre soldado me dio lástima; pero no se porque hubiera deseado volar al campo en que él peleó para recomenzar la misma lucha entre las mismas fuerzas y quedar yo en su reemplazo. 2 de Mayo de 1880 Domingo. A las 7 A.M. fue la tropa a misa. Yo mandaba la 1º mitad de la 3º Compañía. La banda tocó la obertura de Zampa y un coro de Lucrecia. A las 9 ½ A.M. entro de guardia en la prevención con el subteniente Canto. Nada de nuevo ocurrió en este día, salvo un gran frío que empezó en la tarde a helarnos los huesos y fue aumentando durante la noche. La estación del invierno parece que va entrando poco a poco. Asimismo el mar rara vez está manso. ¿Será esta la única señal del invierno, puesto que las lluvias no han sido regaladas por Dios para estos tórridos desiertos?. Esta mañana ha amanecido aquí en el puerto el vapor Toltén, cuyo cañón de su chimenea parece planta amarilla; tan largo y angosto es. En la tarde siguió al Norte. Ayer en la tarde, el subteniente Canto me llamó a su pieza. Tenía una caramañola llena de buena chicha y estaba vaciando tan apetecida bebida en un vaso, cuando entré. Me presentó a un señor Cifuentes, de San Felipe, subteniente del 2º de Línea, llegado del Norte en el último vapor, creo que el Limarí o Lamar. Cerca de dos horas conversamos sobre los incidentes de aquella gran batalla en que su Regimiento se batió casi solo contra el numeroso Ejército enemigo. No menos interés tenía la relación que hacía de sus amores con la más linda moqueguana, una señorita Lastenia. Antes de firmar la paz, ya el Perú daba a sus vencedores el tributo de guerra, entregando su corazón las bellas que pisan el suelo conquistado.
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En el vapor del Sur llegado ayer, se recibieron entre otros diarios, un Mercurio de Enero, en que se publicó la proclama de nuestro comandante al salir el cuerpo de San Felipe, y un periódico, el Censor de ésta última ciudad, en cuyo diario he leído un artículo lindísimo en que a nombre de la provincia se pide nuestro envío inmediato al teatro de la guerra. Hoy lo he hecho copiar para hacerlo publicar mañana o pasado. En uno de esos mismos diarios se publican varios artículos sobre este Batallón. Uno de ellos habla de Vivanco, a quien se le dice que pasea y goza a sus anchas, y que es mentira que esté enfermo. ¡Bonito me dejaron al sargento! 3 de Mayo de 1880 Lunes. Ejercicios por Compañías en la mañana. El sargento Ramos fue con mi Compañía. Me dice que se hizo un ejercicio original, el primero en su género. Hubo un simulacro de combate entre las Compañías, creo que provocado por la 2º, la cual dispersa en guerrilla trató de atacar a la 3º y 4º Compañía. En uno de los choques, Ramos mandó una carga a la bayoneta con chivateo, a la araucana, y se cuenta que tal fue el carácter de verdad que se imprimió a ese movimiento, que algunos paisanos, que esto miraban desde lejos, arrancaron a escape, no sé si a dar aviso o a escapar ellos. A la hora de costumbre entrego la guardia al sargento Barahona, que entró con el capitán Torres. En uno de los Mercurio últimos leo el párrafo siguiente sobre la 1º Compañía que se fue para el interior: “Batallón “Aconcagua”. Ayer llegaron al mineral en tránsito para Atacama, 94 soldados de este cuerpo al mando del capitán don José Agustín Campos. A pesar de haber hecho la mayor parte del camino a pié; la tropa llegó en buen estado, con excepciones de uno que otro cansado. Se han alojado en el orificio que se arrienda para Cuartel al señor Daniel Palacios, situado en una de las esquinas Sur de nuestra plaza de Armas”. (Patria de Caracoles, Abril 17). 4 de Mayo de 1880 Martes. Muy de mañana llegan del Sur, el Copiapó y el vapor Payta, de la carrera. El primero trajo al esperado Batallón “Talca”, de quien tanto se ha hablado aquí, pues ha sido anunciado como el lucero anuncia un nuevo día y se dice a que venía a relevarnos. Pero ya calculábamos que esto no sucedería, al menos tan luego, puesto que la mitad de nuestro Batallón está en el interior. Sin embargo, creíamos que desembarcaría el “Talca” y esperamos. En la tarde salimos de duda, pues el Copiapó zarpó rumbo al Norte, dejando en tierra muchos corazones que abrigaban una esperanza, desvanecida ahora como se desvanecía y disipaba el humo de la chimenea del vapor. ¡Moriremos en Antofagasta! Tal fue mi conclusión, al ver como se alejaba de la bahía el mismo vapor que en Enero último nos trajera llenos de vida y esperanzas. En la tarde, ejercicios en el patio del Cuartel. De todos los que forman no se junta una Compañía; tal es lo recargado del servicio que casi no para en la cuadra la mitad de una Compañía. 5 de Mayo de 1880 Miércoles. Ejercicios; a los que sigo sacando el bulto. En la tarde, estando yo en mi cuadra, llega a verme el subteniente Herrera, que es uno de los mejores oficiales del cuerpo, y me cuenta que en el Pueblo Chileno de hoy ha salido un artículo sobre este Batallón. En el acto mandé comprarlo, y resultó ser el mismo que yo había remitido para su publicación. Va impreso en foja aparte. (Inserto del artículo en el original) BATALLON “ACONCAGUA” Nº1 “Por si hay en Antofagasta alguna persona que recuerde que este Batallón no se formó de voluntarios condenados ahora casi a servir de policiales, guarneciendo día a día lo que podría guarnecer el Batallón Cívico de este pueblo; por si se encontrara algún honorable que se le reconozca patriotismo y energía y que piense como piensan en Aconcagua, transcribiremos enseguida las líneas referentes a este cuerpo que leemos en el “Censor” de San Felipe de 25 del próximo pasado mes: “Batallón 1º “Aconcagua”. Parece que nuestra provincia está condenada a no desnudar su espada en el campo de batalla; los hechos están encargados de probarlo. Parece que hay cierto espíritu de prevención para con nuestros soldados. El Batallón de que nos ocupamos a pesar de haber solicitado un puesto en el Ejército de Operaciones, en vista de su disciplina, moralidad y antecedentes que conserva el
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pabellón que lo cobija, no ha sido atendida su solicitud y se le ha dejado en Antofagasta, para que el glorioso pabellón que lleva no ondee como ondeó en Pan de Azúcar, sobre tierra regada con sangre de héroes de este fértil valle. En las filas de este Batallón figuran muchos jóvenes, bien acomodados, que han dejado en ésta la vida tranquila y llena de goces, creyendo que iban a ser los primeros en castigar la insolencia de un pueblo traidor e ingrato. ¿Será posible que los hijos o nietos de aquellos que, como los “atacameños”, serenos y firmes, arrojaron al enemigo de posiciones difíciles de conquistar queden hoy sin quemar un cartucho en defensa de la Patria y a nombre de la provincia que los vio nacer? Esperamos que en vista de las aspiraciones de los soldados que forman este Batallón, aspiraciones harto nobles, se atenderá al pedido que ellos hicieron y que la provincia vuelve a reclamar”. Tres. El mismo subteniente dio noticia al comandante del tal artículo y se lo mostró. Lo leyó y le dijo que se lo dejara. ¿Le habrá causado alguna impresión? Medio riéndose le dijo al subteniente que deseaba se concluyera luego la guerra para volverse al Sur. - ¡Lindísimo! – le dije yo al concluir de referirme tan buena nueva. Otra prueba más de que el comandante nos ha dado una buena pesadumbre. - Sin embargo – agregó el subteniente – Puede ser que eso haya sido una jocosidad de él, pues me cuenta el capitán Narvaez que en estos días fue llamado por el comandante, quien le leyó una carta del Ministro de la Guerra, en que le dice que este Batallón será uno de los que le toque la suerte de entrar a Lima. Lo veremos. En este día ha estado muy bravo el mar y la barra cerrada. Al oscurecer me fui a dar un corto paseo por el muelle, el paseo de siempre. Las olas subían hasta el malecón o tajamar. Daba miedo mirar esas aguas agitadísimas, cual si una mano oculta las revolviera con furia. No había visto en la poza braveza de mar igual a esta. Parecía que Neptuno había ordenado un ataque en regla al muelle y obras vecinas construidas por el hombre para poner un atajo a las aguas. Cuando una ola grande alcanzaba a llegar y chocar contra el malecón, retrocedía furiosa levantando enormes masas de agua, que iban levantándose y corriendo para dentro, como invitándose unas a otras, para unirse y castigar esas pobres trincheras que las habían sujetado y rechazado. Y así era en efecto, porque todas esas olas, turbulentas como las masas populares en días de elección, revueltas como la cabeza de un borracho, y cubiertas de espuma amarillenta como un perro rabioso o como un toro atacado de hidrofobia, se unían en una sola, grande y silenciosa ola, la que de un repente se precipitaba con aterrador estruendo sobre las obras de madera que oponen un dique a sus avances. 6 de Mayo de 1880 Jueves. Al pasar el parte de diana, se ordenó vestirse de parada para asistir a misa. Solo entonces supe que hoy es la Ascensión del Señor. Se vive aquí como soldado. No hay más en que pensar que en las guardias, la comida, el sueño y el servicio incesante que los primeros tenemos en la cuadra. Fuera de esto, el cauceo y la chicha ocupan un último lugar en nuestra vida diaria. Y que vida, Santo Dios! Tener que lidiar con estos toros que a veces parecen alzados, y como a tales hay que tratarlos. A las 7 A.M. fuimos a misa. Fui mandando la última mitad, que era la 2º de la 3º Compañía. En la mañana de hoy llegó el vapor del Sur, pero no trajo correspondencia para el Batallón. Desde la plataforma o tercer piso del Cuartel, divisaba yo a los botes (tres), que se aventuraban a cruzar la barra para ir a recibir el vapor. Parecía que no pesaban más que una paja; tal era el juguete que las olas tenían con esas embarcaciones, que a veces se encumbraban como las espumas y otras se hundían al parecer hasta los abismos, pues se perdían de vista por algunos instantes. En la tarde, llegó del Norte el vapor de la carrera; pero a causa de la braveza de mar no se pudo embarcar la correspondencia. Se fue al Sur sin haber comunicado con tierra. ¡Que puesto este! Después he leído en el Pueblo la confirmación de esto, y el hecho de haber casi zozobrado el bote de la gobernación al salvar la barra esta mañana. Antofagasta ha estado bloqueada en toda regla. La banda de música de nuestro Batallón (como que no hay otra), tocó en la plaza como de costumbre; pero esta vez en atriles nuevos, y no en el tabladillo, como se había estado haciendo hasta aquí. Nuestra banda va progresando notablemente, y ya se le escucha con placer, no solo por nosotros, sino por los aficionados del pueblo.
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7 de Mayo de 1880 Viernes. A las 9 ½ A.M. entro de guardia en la prevención, con el subteniente Bruce. Me recibí de 20 pesos en el calabozo, número crecido, que nunca había yo visto. El mar amaneció sosegado, y la tempestad, que tanto había afligido a los peces, ha terminado con gran contento de los marineros de embarcaciones mayores y menores del puerto. En la tarde, no hubo ejercicios, y la tarde pasó, como pasan todas las tardes!...tarde ... tarde! 8 de Mayo de 1880 Sábado. Como a las 2 A.M. sopló un viento tan fuerte y tan helado, que pareció estábamos en la Cordillera. Unos veinte minutos después vino la calma. A la hora de costumbre entregué la guardia a Contador, que entró con el subteniente Canto. Hubo revista de ropa y armamento en las cuadras. 9 de Mayo de 1880 Domingo. A las 7 A.M. fuimos a misa. Yo fui al mando de la última mitad, 2º de la 3º Compañía. Durante la misa, la banda tocó la magnífica obertura de la Muda de Portici y otras. Igual pieza tocó en la noche en la retreta de la plaza. Cerca de las 10 A.M. llegó al Cuartel un oficial del 2º de Línea. Apenas me vio se acercó y me habló con la afabilidad de un antiguo amigo. Era N. Bascuñán, a quien yo en San Felipe había librado del gran percance que lo llevó a la Cárcel. Venía en el vapor del Norte, llegado en esta misma mañana. Se me dice que dicho vapor era el transporte Loa de nuestra marina de guerra. Su uniforme de oficial lo había transformado. Pasaba a Valparaíso a medicinarse de un balazo recibido en el hombro derecho en la Toma de Los Angeles. En la tarde salió dicho vapor para el Sur, mientras el que había llegado del Sur, también esta mañana, seguía viaje al Norte. Apenas se repartió el rancho, salí a la calle y no volví hasta la hora de retreta. Me ocupé en tomar varios apuntes del Mercurio en casa de un amigo; apuntes que agregaré en su lugar a estos apuntes. Hoy domingo he notado que ya cruza un nuevo vehículo por las calles de este puerto. Es un coche en regular estado y destinado al servicio. Hará unos 8 días a que está en ejercicio. Lleva el número 1. Hasta aquí solo andaba un coche viejísimo, que llevaba el Nº 113 y otro aparato parecido a tilburí, perteneciente a un particular. Con el nuevo coche, Antofagasta aparece como una ciudad en regla. Un pueblo sin coches, me parece asemejarse a una palma sin cocos, aunque la comparación parezca lo que a mi no me parece. 10 de Mayo de 1880 Lunes. Ejercicios por la mañana. A las doce fui a casa del cigarrero, al lado de la recova y registré la colección del Pueblo Chileno, para sacar apuntes sobre nuestra llegada a este lugar. Se me dice que ha sido traído preso un desertor de la 1º Compañía. Y que va a hacerlo fusilar el comandante, también se dice. 11 de Mayo de 1880 Martes. Se toca asamblea con banda de música, a las 9 ½. En la noche, retreta en la plaza. Y por hoy, no hay más; a excepción del hecho de continuar llegando partidas de licenciados hasta que se les señala una cuadra especial. Hoy puse depuesto de su jineta y escuadra, al cabo 2º de la 4º Compañía, Nicomedes Meneses, por su mala conducta. Condenado a 1 mes de calabozo. 12 de Mayo de 1880 Miércoles. Unica función de estos días será la representación en el teatro, de una pieza sobre la Batalla de Tarapacá, escrita por no sé quien. Durante el transcurso de tiempo de solo 4 o más días, he observado lo que se dice sobre próximos ascensos. Un jovencito Lotta, hijo de una señora a quien yo conocí mucho, como que yo le seguí un pleito grande en Santiago, lo he visto de sargento 2º desde el sábado último, a pesar de no contar más de 13 años. A nadie ha parecido bien tal hecho, pues se le da ese grado a un chiquillo incapaz de poder aguantar el peso de esta guarnición. Sobre los otros ascensos, se dice que las vacantes que hay de teniente y subtenientes (4 entre todas), serán dadas a paisanos, que ya andan tras del comandante. Yo me encojo de hombros y digo que nada me importa, pues yo he venido a pelear con los cholos y no a buscar ascensos que no necesito.
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Ayer llegó un vapor que por su aspecto parece ser el Paquete de Maule. No sé a que vino, ni sé a que punto marchó. A las 10 entro de guardia en la prevención, con el teniente Luna. A la 1 P.M. se escapa del Cuartel, saltando que sé yo por donde, el soldado Lira, acusado de haber robado en la casa donde murió el teniente Almarza. Los centinelas que estaban apostados en los lugares en que hay más probabilidad de haberse escapado por allí, fueron relevados y mandados al calabozo. En la noche principia un frío tremendo. Se trabajan las listas de revista para la del presente mes. Según la orden del día, la revista de comisario se pasará el 14 del presente. En la tarde de hoy se escapó del Cuartel el soldado Juan Francisco Lira acusado del robo en casa de la Sra. Negrete. Por más que lo buscamos, no lo encontraron. Fue una escapada casi a nuestra vista, y sin embargo nadie lo vio. 13 de Mayo de 1880 Jueves. A las 2 A.M. sopló del lado de los cerros un gran viento que casi apagaba las lámparas, y helado como un trozo de nieve. El comandante no vino, a pesar de que todo lo ocurrido en el día daba indicios de su visita nocturna. El capitán Nordenflich tomó declaración al reo Meneses, ordenó asegurarlo bien con sus grillos, pues confirmó la noticia de que sería fusilado. Con dicho capitán me ocurrió el siguiente gracioso incidente. Estaba yo en la guardia, sentado al lado de mi mesa. Me había quedado algo dormido, cuando siento que el cabo Espejo me toca el hombro y me dice que me llaman. Me paro y salgo a la puerta, en cuyos umbrales estaba Nordenflich. - Usted estaba durmiendo, mi sargento – me dice. - No, señor – le contesté – estaba despierto. - No me desmienta, porque yo lo he estado mirando por entre las rendijas de la puerta. - No solo Ud. me ha visto, señor, sino que también todos los de la guardia; pero no dormido. - Entonces Ud. ha cometido una insubordinación con no acudir a mi llamado. - No, señor. Muy lejos de eso; he estado distraído pensando en muchas cosas, y por eso no oí su llamado. - Usted no debe desmentirme lo que digo. - Está bien, señor, no debo hablar más. Me dio una mirada no pacífica y yo se la devolví, colocándome en actitud resuelta, como quien a nadie teme. Se fue el capitán, y nada me dijo al fin para que me llamaba. Con el acaloramiento de esta cuestión, no se acordó sin duda que era lo que necesitaba decirme. Me volví a sentar riéndome de la bulla metida. A la hora acostumbrada entregué la guardia a Contador, que entró con el subteniente Alamos. En la noche retreta en la plaza y después en la puerta del Cuartel. Cuando yo volvía al Cuartel, al mismo tiempo que la banda, salían de él como veinte hombres armados, al mando del sargento Ramírez, que iban a tomar parte en la función teatral de esta noche. Se representaba el drama nacional, en verso, escrito en este puerto por Fernando Muriel Reveco, en 2 actos titulado: “La jornada de Tarapacá o últimos momentos del comandante Ramírez”. Seguía a este drama un juguete cómico: “Las diabluras de Marín o el asalto a Miñimiñi”. Estos títulos eran tentadores, y por eso yo vi acudir extraordinaria concurrencia al teatro. Yo no fui, porque después de una trasnochada en la guardia, me cuido de acostarme temprano. Primero mi salud, y después las fiestas. Se ve por esto que nuestro Batallón sirve a la Patria y costea la diversión de los antofagastinos, tarea que ningún otro cuerpo ha desempeñado. En esta noche llegó del interior un sargento 2º de la 6º Compañía, y me dio memorias de Bysivinger, Klemper, Melo y demás compañeros que marcharon a San Pedro de Atacama en la 1º Compañía. La unidad de sentimientos, la uniformidad de ideas y aspiraciones que sentimos los que nos enorgullecemos de pertenecer al Ejército que sostiene en alto la bandera de Chile, establece esa fraternidad en el trabajo y en el deber, de que hemos dado repetidas pruebas. ¡Qué bello será ir un día al combate contando ya con amigos y compañeros!
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14 de Mayo de 1880 Viernes. A las 8 A.M. pasamos la revista de comisario al frente del Cuartel. 77 hombres se revistaron en mi Compañía, de soldados, y 18 clases; y en las tres Compañías 223 soldados y 32 clases. En estos datos no están incluidos los oficiales. Después de esto no hubo ejercicio en la tarde. 15 de Mayo de 1880 Sábado. Limpia de armas y revista de ellas y de vestuario a la 1 P.M. Solo en la tarde hubo puerta franca. Oigo referir al capitán Ahumada unas importantes noticias. La noche anterior (iba a poner “anoche”) telegrafió el Ministro de la Guerra al Comandante General de Armas de esta localidad, preguntando si este Batallón estaría dispuesto a marchar al Norte, como él lo deseaba, el Ministro, pues tenía conocimiento de la moralidad y disciplina del cuerpo y la constancia para llenar las guarniciones de este puerto y San Pedro de Atacama. El coronel Arriagada llamó al comandante Díaz Muñoz y le comunicó el telegrama del Ministro. Contestó el comandante diciendo que él estaba dispuesto a marchar a donde se le mandase con su Batallón; pero si se le tomaba su voluntad prefería más bien quedarse aquí en Antofagasta, que no ir a cubrir guarnición en otra parte. Si le mandaba al centro de las operaciones, a pelear con el enemigo, iría en el acto gustoso. Dicha contestación la mandó el coronel; pero el Ministro pareció no entender bien la respuesta, porque mandó un segundo parte preguntando si estaba o no dispuesto a marchar inmediatamente al Norte. Se le dio igual o parecida contestación, y nada más se habló. En el último telegrama, el Ministro preguntaba si el comandante prefería irse a Calama o a Iquique. Como se le contestase que no aceptaba en otra parte desempeñar igual ocupación que aquí, sin duda el Ministro entendió de nuevo mal, pues no ordenó nada. Por consiguiente, el horizonte de nuestras esperanzas que parecía en un momento quererse despejar, volvió a cubrirse de negras nubes. Decididamente, estamos de malas! Antenoche, al quererme acostar, me convido el teniente Luna para ir a una tertulia de confianza, que tenía cerca del Cuartel. Yo acepté de mala gana, pues tenía un sueño enorme. Mientras él fue a preparar los pertrechos, según decía, e inspeccionar el campo, yo esperé un rato y luego me acosté. Diez minutos después llegó el teniente y me dijo que no podíamos ir por que había enfermo. Me libré quizás de una trasnochada. Aunque estas muestras de deferencia yo sé agradecerlas como se merecen, no quisiera que nadie me recordara frases ni nada. Quiero padecer cuanto padece un soldado, para conocer a fondo la carrera. Anoche, después de retreta, salí al negocio de ------------- a comerme un cauceo, como acostumbro, y a mi vuelta encuentro en la puerta del Cuartel a Lastenia, quien me dijo que el teniente Luna me había estado elevando a las nubes en casa vecina del capitán Torres. Yo extrañé eso, y me entré a acostarme. Pero detrás de mí llegó Barahona y me dijo que el teniente Luna me llamaba muy apurado. Maliciando el objeto del llamado, acudí al instante. Estaba acompañado con el capitán dicho y su señora, con quien ambos jugaban brisca. El llamado era para conversar y tomar chicha. Al poco rato llegó el capitán Narvaez, hoy mayor del cuerpo accidental, y el subteniente Cifuentes del 2º de Línea. Traté de retirarme por respeto al mayor, pero éste, que andaba alegre y los demás oficiales me impidieron hacerlo, y seguí tomando chicha en tan buena armonía todos, que me hizo pasar un rato agradable. El capitán Torres, al chocar su vaso con su señora y el mío, dijo a esta: - Toca también tú vaso con el del 1º; es un caballero a pesar de su traje. Y el capitán Narvaez, señalándome, habló en araucano con el capitán Torres y solo entendí la palabra “huinca”. Tal vez, no comprendiendo bien el dicho Sr. Torres, el mayor le dijo que me llamaba su hijo y que después de Bysivinger, a mí me estimaba como tal. En ese instante, el comandante mandó llamar al capitán Torres y la reunión se dispersó. Desde mañana 17 se manda cubrir la guardia de Hospital, con 1 sargento, 2 cabos y 12 soldados. 16 de Mayo de 1880 Domingo. Temprano llegó el Paquete de Maule y como a las 6 ½ entró el vapor del Sur, de la carrera. A las 7 A.M. fuimos a misa. Yo mandaba la última mitad. En la misa, la banda tocó, entre otras piezas, la obertura de Semiramis. A las 9 ½ A.M. entro de guardia con el capitán Torres.
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Como a las 10 A.M. salen unos 40 soldados del Depósito creado dentro de nuestro Cuartel, de los soldados sanos que salen del Hospital, y se encaminaron al muelle y de allí al Paquete. Iban a incorporarse a los distintos cuerpos a que pertenecen. Poco después salió con el subteniente Izquierdo el soldado Ascui del “Colchagua”, que estaba procesado por un asesinato, del cual salió absuelto, con destino al mismo vapor Paquete. También iba a incorporarse a su cuerpo. En la noche de hoy se representó por segunda vez, el drama nacional “Los últimos momentos de Ramírez”. Al decir de los que fueron, ocurrieron dos incidentes dignos de mencionarse. El primero es el haber concurrido a la función un hermano del héroe referido, quien se salió de ella en uno de los pasajes más conmovedores de la representación, conteniendo apenas con su pañuelo las lágrimas que se le desbordaban, como igualmente aconteció a otras personas. El segundo incidente fue el haber concurrido algo más que achispado el soldado de mi Compañía, Quintín Ahumada, uno de los que iban a representar el papel de soldados del 2º de Línea, y en medio de la rosca tuvo tan buena inspiración para figurar un soldado herido y agonizante, que me dijo el capitán Castro y subteniente Canto, que no podía erigirse más propiedad en el buen desempeño del papel que le cupo representar. 17 de Mayo de 1880 Lunes. Se trabajan las listas de pago a la tropa. Hubo ejercicios en la mañana. En la orden general de hoy se dispuso lo siguiente: “El viernes 21 de mayo, en conmemoración del 1º aniversario del glorioso combate naval en la rada de Iquique, se harán dos salvas mayores por fuerzas de Artillería de Línea al salir y ponerse el sol. La banda de música del Batallón “Aconcagua” Nº1, tocará a inmediaciones de la batería que debe hacer esas salvas durante el tiempo que esas demoren; retirándose después al Cuartel y volviendo después a tocar en la tarde, desde las 6 ½ hasta las 7 ½. Arriagada”. A las 10 A.M. salgo de guardia. Durante la noche nada ocurrió de nuevo. El capitán ayudante Nordenflich, que desde hoy ha empezado. 18 de Mayo de 1880 Martes. Ejercicios. Se dice que el comandante irá al Sur. En la tarde se juntaron en la cuadra de mi Compañía, las tres que han quedado formando Batallón. Tan diezmados están, que cupieron e hicieron ejercicios de armas con regular comodidad. Las mandaba el subteniente Canto. 19 de Mayo de 1880 Miércoles. Ejercicios en la mañana y tarde; este último en la calle, mandado por el teniente Letelier. 20 de Mayo de 1880 Jueves. Entro de guardia a la hora acostumbrada, en la prevención, con el subteniente Bruce. Mientras las Compañías andaban por la mañana en ejercicios, se tocó orden general, por vez primera, y minutos después se nos comunicaba la siguiente: “Orden General. La guarnición se cubrirá como está prevenido. Mañana a las 11 ¾ A.M. se encontrará formada a la altura del muelle y en el lugar que indique uno de los ayudantes de esta Comandancia General, una Compañía con la banda del Batallón “Aconcagua” Nº1, para hacer los honores a las Corporaciones que deben reunirse en el citado lugar, con el objeto de colocar la primera piedra del monumento que debe erigirse al inmortal Arturo Prat. Dicha Compañía se pondrá a las órdenes del sargento mayor graduado de Ejército y comandante de Policía don Demetrio Guerrero, para que distribuya parte de esa tropa, a fin de guardar el orden. El jefe del Departamento de Artillería dispondrá que a la hora indicada, se encuentren formadas en el mismo lugar dos Secciones de Artillería de Montaña, para hacer una salva mayor en el momento que se indique. Los señores jefes y oficiales francos, concurrirán a esta Comandancia General a las 11 ¾ A.M. del día citado, para asistir en cuerpo al expresado acto. Arriagada”.
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En la guardia no ocurrió nada notable. Solo un intenso frío, el frío de todos los días, fue lo que me molestó. Antes me escondía del sol; hoy lo busco, y bajo sus rayos encuentro contento. Jamás he buscado calor ajeno para mis miembros, y hoy ¿porqué el viento frío y seco que viene del interior parece que llegara hasta el alma, como queriéndola también secar y matar las aspiraciones impregnadas de patriotismo que hasta aquí se han alimentado en ella? 21 de Mayo de 1880 Viernes. ¡Gran día! Empezó para mí con una trasnochada, como tal vez empezó para Arturo Prat. Amaneció, y Antofagasta estaba de antemano ansiosa de que llegara el glorioso aniversario, del incomparable 21 de mayo de 1879. Las calles ostentaban el mejor adorno que puede presentar un pueblo: el pabellón nacional. Al salir el sol, la Artillería hizo la salva de ordenanza, en la plaza del pueblo, adonde concurrió nuestra banda. En la bahía casi todos los buques, especialmente los ingleses, habían empabezado por completo, presentando con esto la bahía un alegre aspecto. Dos buques de vela americanos, solo tenían su bandera. ¿Son los europeos mejores jueces que los americanos del norte? Tengo motivos para creerlo así. A las 9 ½ A.M. entregué la guardia. Pero el Batallón quedó sin puerta franca, pues los que llegaban de guardia eran los que debían salir de nuevo a cumplir con la orden general. En las cuadras no habían quedado más de media docena de hombres útiles. Me apersoné al mayor, capitán Narvaez, y le dije que necesitaba salir, y que no era justo que se me detuviera acuartelado, pues acababa de salir guardia, etc. Se negó al principio, por cuanto estaba yo elegido para ir a la cabeza de la tropa que iba a salir a la fiesta; pero, como lo esperaba, salí con licencia y sin obligaciones que atender, por de pronto. Grande fue mi gusto. Estando ya libre, podía ver la fiesta sin tropiezo alguno. A las 11 ½ me fui a la explanada del muelle, donde iba a tener lugar la ceremonia de la colocación de la primera piedra del monumento que se va erigir a la memoria de A. Prat, costeado por el Municipio (que de pronto da 2.000 pesos) y el pueblo. Por recomendación del subteniente Izquierdo obtuve permiso para subir a la torre de la Aduana, de donde iba a ver mejor la fiesta. Me subí por el cuerpo de guardia, que era mandado esta vez por el sargento Salinas. Al llegar al 2º piso de la torre, me encontré con varios jóvenes que se habían subido de guerra. Tomé mi colocación lo mejor que pude, y esperé. El aspecto de Antofagasta, divisado desde esa altura, era pintoresco. Centenares de banderas y banderolas flotaban por todas partes, engalanándola como en sus mejores días. Y sobre todas, a mayor altura que ninguna, divisábase la pequeña bandera izada al tope del asta colocada en lo más alto del Cuartel. Esa bandera, ¿quién lo hubiera creído? Perteneció a la Esmeralda y se hundió con ella en las aguas de Iquique, en el memorable combate que hoy celebramos. Tal reliquia la tiene Zegalerva, oficial preso en el Hospital por creérsele adicto a la causa peruana, según se dice; y el cual se la prestó al subteniente Bruce para ser enarbolada en la cima de esta montaña de madera llamada Cuartel. ¡Que bonita la encontraba, vista desde tan lejos! Hace un año cabal, pensaba yo, esa banderita que apenas tendrá una vara cuadrada, flotaba en la popa tal vez de la Esmeralda, o en alguno de sus mástiles, y entonces fue testigo del más grande de los combates marítimos; y hoy flotando en la cima del edificio que fue Palacio de Daza y ahora albergue del Nº1 de Aconcagua ... que nada ha hecho ni podrá hacer! Pensando en esto estaba, cuando diviso que la Compañía de mí Batallón que iba a solemnizar la función, se aproximaba ya con la banda a la cabeza. Mucha gente había ya reunida en la explanada y mucha seguía a la banda o llegaba por otras calles. Dicha fuerza se estacionó a lo largo de la calle de Bolívar, que es la del Cuartel, quedando la cabeza apoyada en la esquina de la explanada. Esta estaba bien adornada con banderas y trofeos de armas. Los Bomberos habían formado un arco de escaleras que presentaba un lindo aspecto en medio de un bosque de banderas. Como a las 12 M o tal vez poco más, el redoble del tambor indicaba la aproximación de la comitiva. Esta desembocó de una calle del centro a la de Bolívar, por donde siguió a la explanada. Por vez primera vi sombreros de pelo, guantes y corbata blanca. El gobernador Zenteno ostentaba su banda bicolor. Cuando esta comitiva llegó al extremo izquierdo de la tropa formada en calle y con sus armas terciadas, la banda rompió con el himno nacional. Cuando apenas se instalaba la comitiva, llegaba por la misma calle el Comandante General de Armas, coronel Arriagada, acompañado de varios oficiales y caballeros. A ese tiempo tres o cuatro señoras, al parecer extranjeras, subían la torre y tomaban colocación a nuestro lado.
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Pero no pasaron cinco minutos cuando el capitán de puerto ordenó que todos los machos bajásemos de la torre y quedaron en ella las hembras solas. Casi todos bajaron; pero yo me sostuve firme, porque ocupaba buen lugar y por que divisaba en el muelle de carga una máquina fotográfica que dirigía su anteojo en la dirección del lugar de la ceremonia y de la torre. Pensaba salir yo fotografiado y esto me retenía. Después de los dos discursos anunciados el gobernador Zenteno tomó el acta levantada para erigir un monumento conmemorativo del 21 de mayo del 79 y lo introdujo en una abertura hecha en el suelo, asegurada con cal y ladrillo. La Artillería allí presente principió a disparar sus piezas, que hacían temblar la torre de la Aduana, al mismo tiempo que era izada en brazos una niñita vestida de blanco y colocada en la tribuna de los oradores. Pero sucedió que a cada cañonazo, la pobre chiquilla se estremecía y daba muestras de tener tanto susto, que no pudo más que pronunciar palabra entrecortadas, a pesar de que una señora que al lado estaba, su madre tal vez, la arrimaba con sus dos manos. La oradora tuvo que bajar como había subido. Pero le tocó el turno a aquella niñita Aliaga, que recitó versos a la llegada de los restos de Thompson y Ramírez. Pronunció su discurso con tal gracia y propiedad, que parecía una oradora completa. Fue aplaudida con justicia. Y la fiesta terminó cerca de las 2 P.M., retirándonos en medio de un gran tropel de gente que se empujaba por seguir de cerca a la banda. En este día se comenzó el pago de la tropa, y por este motivo o por la fiesta habida, no hubo llamada a las dos de la tarde, como es de ordenanza y de costumbre. Por vez primera no se pasó lista a esa hora. Se les pagó a casi a todos los soldados y clases presentes. Pero se les cerró la puerta, y esto fue lo peor. Se les daba plata y se les acuartelaba. ¡Compraban con pesos una prisión voluntaria! ¡Cuánto sufre un soldado! En la tarde salió la banda a tocar a la plaza a la hora de las salvas, como estaba ordenado. Después de esto, el Comandante General de Armas se llevó la banda a la Artillería y allí la tuvo hasta las 8 o 9 de la noche, hora en que se fue al teatro con ella. Había preparado una comilona para sus amigos. Mientras tanto, nuestro comandante estaba enojadísimo por esto, y mandaba órdenes tras órdenes para hacer venir la banda al Cuartel a tocar retreta. Más pudo el coronel y se la llevó. La retreta no se tocó, ni tampoco se pasó lista. ¡Que día éste! Enojado como un toro el comandante, dicen que decretó inmediatamente la disolución de la banda, ordenando se tocara retreta a la hora que llegara, aunque fuera al aclarar. La tropa estuvo durmiendo vestida hasta cerca de las doce, hora en que ordené se desnudaran y se acostaran bien, haciendo lo mismo yo. Para fregar bastaba lo hecho. Como una hora más tarde sentí que venía tocando la banda, pero luego calló y empezó a entrar al Cuartel en silencio. Pero al instante se oyó como un trueno la voz del mayor que ordenaba tocar retreta y furioso interrogaba al capitán Nordenflich porqué llegaba solo la banda y no con él. Los gritos y el alboroto fue acallados solo cuando empezó el redoble de tambores, comienzo de la retreta. ¡Una retreta a media noche! Este 21 de mayo lo recordaré como un día excepcional, bajo todos aspectos. La banda empezó a tocar un paso doble; pero luego se ordenó entrara al Cuartel sin tocar. Así se hizo y la retreta terminó cuando apenas empezaba a recordar a todo dormido, dentro y fuera del Cuartel. El día había pasado entre cañonazos, discursos, banderas, músicas, teatro, enojos, rivalidades de jefes y golpes de bombo a las 12 de la noche. ¿Podía terminar con menos estrépito un día de tal bullicio, conmemoración de otro en que el estrépito de los cañones resonó por todo el Pacífico? 22 de Mayo de 1880 Sábado. Limpia de armas y revista de ellas. Se continúa el pago de la tropa. Como a las 11 A.M. y sintiendo hambre de sobra, subí a la habitación del mayor, para pedirle permiso para salir a almorzar. Me llamó a parte y me dijo que había orden del comandante para que no saliera nadie del Cuartel, pero que él me otorgaría licencia con carácter de comisión. - Ud. – me dijo – puede andar por todas partes y si el comandante lo encontrara y le preguntara por qué andaba fuera, dígale que anda mandado en comisión por mí. Yo me iba a retirar cuando me hizo detener, diciéndome:
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Cuando esté la tropa acuartelada y Ud. desee salir a almorzar o a lo que quiera, y estando yo acompañado de otros, no tiene más que decirme: “¿mi mayor, será hora ya de salir a cumplir con la comisión que me ha confiado?”, y entonces yo le diré: ”salga al momento”. Con tal instrucción salí del Cuartel contentísimo, agradeciendo la bondad del mayor Narvaez. Con jefes como este yo viviría contento siempre. Pero todos no son iguales, y aún el mismo mayor está a veces como el tiempo malo. Cenando ya, me volví al Cuartel, después de una hora de paseo; me encontré con el teniente Luna, quien me hizo volver a tomar buenos tragos de chicha a una parte en que hay de lo mejor. Con esos y los que había tomado antes, me alegré algo, porque en esta vida de Cuartel, la más endemoniada que se ha podido inventar, es necesario desechar penas por todos los medios posibles. Apenas se pasó lista, 2 P.M., fui a la pieza del capitán de la Compañía, para seguir pagando a la tropa. Yo cobraba a los soldados una cuenta que debían a un conocido comerciante, Torrealba, por mercaderías pedidas en su negocio. El subteniente Canto allí presente, dijo que si estuviera en él, no hacía pagar un centavo. Yo dije que era justo ese pago, y además yo no quería que nadie dijera una palabra mala de los soldados. Se siguió una cuestión acalorada, en que dicho subteniente dijo que los soldados no tenían delicadeza ni honor, ni nada sabían sobre esto. La cuestión, con esto, llegó a un colmo, hasta que el capitán me hizo guardar silencio, con tono imperativo. Callamos; pero agregué por lo bajo: - Yo he estado acostumbrado a tratar con gente... - ¿Todavía sigue? – me dijo el capitán. Yo no hablé más ni intervine en el pago. Apenas me retiré me presenté al mayor, diciéndole que yo no quería estar más en la 2º Compañía y pedía otra. El mayor me dijo que no era buen paso el que yo pretendía dar; pero que si insistía en él daría cuenta al comandante, lo que yo acepté en el acto. Me aprontaba para salir a la calle cuando me sorprendía la noticia del fallecimiento del Ministro de la Guerra don Rafael Sotomayor, acaecida no sé dónde. Con un cabo de guardia, ya cerca de la noche, mandé al mayor esta pregunta: “¿ya será hora de salir a la comisión que me ha confiado?”. - Que salga – fue la contestación. Todas las banderas de la población estaban a media asta, en señal de duelo. Yo no volví al Cuartel hasta después de retreta, intencionalmente. Esta ha sido la vez primera que he faltado a lista; pero como andaba en comisión, no fue falta, ni nadie notó, excepto el teniente Luna. Como a las 9 de la noche o más, y al irme a dormir, se me presentó el libro de órdenes generales que llevo en la Compañía, y leo la orden general siguiente: “Adición a la orden. Habiendo perdido la República a uno de sus mejores servidores, Sr. Ministro de la Guerra don Rafael Sotomayor, quedan suspendidas las retretas con música o tocatas de la plaza hasta segunda orden. Arriagada”. 23 de Mayo de 1880 Domingo. La tropa ha continuado acuartelada, con gran perjuicio de los chicheros. A las 7 A.M. sale a misa la tropa. Yo, que había amanecido todavía muy enojado con las ocurrencias del sábado, no quise ir, aunque también había sentido desde temprano una especie de constipado, y por estos motivos quedé por enfermo. Nadie preguntó por mí, lo que fue muy de mi agrado; si suelo saltar de mi asiento cuando oigo esta voz: - ¿Y el primero Rosales, porqué no sale? Y yo me quedo alegando ocupaciones, que casi siempre son ciertas. A las 11 A.M. mandé la consabida pregunta: “¿será hora ya de salir a la comisión que me ha confiado?”. - Que salga – me dijo el sargento de guardia. Y salí. Mientras todos quedaban encerrados. En la tarde volví a mandar igual pregunta al mayor; pero esta vez me contestó que yo estaba arrestado por mi capitán y que no podía salir. Calculé que el capitán había querido arrestarme por la cuestión del sábado; pero nada me había dicho él ni nadie, y por eso no estaba arrestado. Así
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contesté al mayor. Este volvió a mandarme otra contestación; pero esta vez sus favores parecían abandonarme, pues su contestación fue: “que no hay comisión”. Quedaba sin salida franca, que es una de las cosas que más se sienten aquí. Me embocé en mi capote (comprado solo hace dos días) y subí a la plataforma superior del Cuartel. Ya que no podía salir, me contenté con mirar desde esa altura a la población. Estaba paseándome hacia unos cinco minutos y había visto al capitán Ahumada, que estaba de guardia, mirarme desde abajo, acera contraria, y reírse. Yo, serio como perro junto al fuego, apenas lo miré, y continué paseándome, hasta que siento la voz de un soldado que había subido diciéndome que el capitán me llamaba. Bajé en el acto, y en la puerta de su pieza, a la bajada de la 1º escala, lo encontré que me esperaba medio sonriéndose. Yo me paré a su frente, y él me dijo: - Lo he llamado para decirle que siento mucho la cuestión del sábado, con el subteniente Canto, y todo fue porque Ud. llegó un poquito alegrito. Yo me quedé fijo mirándole, como quien quiere decir: Ud. no dice verdad, pero yo no las puedo contradecir, porque mi deber me dice ser callado. - ¿Ud. quiere salir franco? – me dijo el capitán. - ¿Y quien no quiere la libertad, señor, en este Cuartel que parece convento? - Bueno, salga, y dígale al cabo de guardia que lo dejé salir. ¡Que tiempos! La Patria me obliga a todo, hasta a perder mi libertad de salir a la calle! Y después de esto, nada. Sin hablar palabra di media vuelta y salí. Estando yo de paisano como antes, le habría plantado un bufido al capitán y le habría vuelto la espalda. 24 de Mayo de 1880 Lunes. Ejercicios por la mañana y en la tarde. Desde ayer he empezado a hacer diligencias para mudar de Compañía, a la 4º, cambiando con Barrios, 1º de ella. A las 9 ½ entro de guardia con el teniente Letelier. A este oficial comuniqué mi proyecto de pasarme a la 4º, que es su Compañía, quien me lo aprobó y dijo se lo iba a comunicar a su capitán Torres. Poco más tarde me dijo el teniente, que el capitán Torres había aceptado en el acto mi proposición y que lo iba a comunicar al comandante. En la mañana de hoy, dicho capitán Torres, metió al calabozo al 1º Barrios y al 2º Barahona, por no haberse levantado temprano y tener formada con anticipación la Compañía, conforme a ordenanza. Minutos después del relevo de guardias, y estando ésta formada para ir a leerle las obligaciones, se anunció al Comandante General de Armas, quien visitó el Cuartel. Estando este todavía en el, llegó el comandante del cuerpo. Dos visitas inesperadas. Ambos siguieron visitando el Cuartel, enseguida las piezas de los oficiales. En el cuerpo de guardia, donde yo estaba, conversan un momento los dos jefes, y enseguida se despidió el coronel Arriagada. ¡Que frialdad en esta despedida! Parecían dos enemigos juntos solo por el deber. Como dos toros que se miran, pero no se acometen. La rivalidad de estos jefes nos ha perdido. Nuestro puesto estaba en el Norte; pero el jefe del departamento, por fregar grueso al jefe de nuestro Batallón, nos friega a todos. 25 de Mayo de 1880 Martes. Ejercicios de armas en los lugares de costumbre. A las 9 ½ A.M. entrego la guardia. A las 2 P.M., después de lista, se tocó tropa con banda. A este toque casi nunca usado nos sorprendimos y formamos con prontitud. Las Compañías así armadas formaron en el patio del Cuartel. La guardia con su oficial (teniente Luna) a la cabeza, llegó y formó al lado del calabozo. El aparato era grande. Luego el mayor Narvaez hizo salir a todos los presos del calabozo. Mandó terciar y un solo sonido, seco y uniforme se dejó oír: - De orden del jefe – dijo - se castiga a este soldado (señalaba a Dionisio Espinoza de mi Compañía) con 100 palos, por haber intentado hacer armas contra el sargento de la guardia de la Aduana (que era Barahona); y a este otro (señalaba a un soldado de no sé que Compañía) por haber robado un peso y vendido un palo, a 50 palos. Así se hizo. Los más había dar palos más fuertes. Al primero, se quebró la varilla del cabo y soltó una vertiente de sangre, que no se cortó hasta que se hizo remedios. El pobre Espinoza, hombre muy formal, quedó con el traste hecho un harnero. En la tarde, me dormí, como a las tres, y solo desperté cerca de la noche. Me dijeron que había habido ejercicios de evoluciones; mandados por el mayor, y que habían salido pésimos, lo mismo que los pasos regulares ensayados con banda. Y esto se dice fue a presencia del comandante.
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En la tarde de este día se puso en capilla al reo Domingo Martínez, por desertor. Dicen que será indultado; pero yo he visto llegar sacerdotes a confesarlos y una mujer llorando a su lado, que dicen ser su madre. Triste cosa ver a un hombre robusto, engrillado, subiendo las escalas con paso lento, rodeado de centinelas, para habitar un cuartucho, última morada antes de visitar el mundo desconocido que ya divisa. 26 de Mayo de 1880 Miércoles. A la hora acostumbrada salen las Compañías a ejercicio. También como de costumbre yo me quedo. Al poco rato llega el sargento Ramos y me dice que por orden del mayor salga en el acto armado, a ejercicios salí, y encontré a la tropa formada en la calle, cuando yo creía estaba en las pampas. - ¿Porqué no había salido, 1º Rosales? – me dijo el mayor. - Porque estaba ocupado haciendo los estados de fin de mes. - Cuando se toca tropa todos deben formar y salir – me dijo. Así era la verdad, y por eso yo di media vuelta y me fui a las filas. Salimos a las pampas, donde dejamos las armas, y mandados por el mismo mayor, trabajamos sin cesar como tres horas. Especialmente mi Compañía, una parte, como 30 hombres, con la cual hicimos ejercicios de evoluciones a presencia del resto de la tropa, que estaba en descanso. Como una hora estuve al frente de esta tropa, evolucionando hasta sudar largo. Enseguida nos unimos al grueso de la tropa, tomamos las armas y continuamos trabajando, hasta que salimos al Cuartel cerca de las 9 ½ A.M. En la tarde se tocó tropa con banda, y volvimos a hacer ejercicios furiosos. Yo mandaba la última mitad, y no salí mal con ella. Trabajamos como un diablo, si es que el diablo se ha metido alguna vez a militar. Cuando ya el brazo derecho nos dolía de tanto tener terciado el rifle, se nos hizo entrar al Cuartel, cubiertos de sudor y tierra. Pocos ejercicios habíamos hecho como este, en cuanto a trabajo incesante y ligero. Asistió el comandante del cuerpo, quien estuvo gran rato sentado en el corredor del Cuartel, en la calle, mirando nuestros trabajos. Entre los diversos movimientos que se nos mandó, hicimos por largo rato un paso regular, dando vuelta por la misma calle por espacio de tres cuadras más o menos, y varias veces, en medio de un gran concurso de gente y de chiquillos, que gritaban, corrían y daban tremendos vivas; sin que escasearan las consabidas procesiones de perros, que, despertado su espíritu belicoso con las tocatas de la música militar, formaban espantosas peloteras por entre nuestras piernas. En una de las vueltas que dimos con dicho paso regular, vi a dos mujeres que lloraban por el solo hecho de vernos pasar. Tal vez tenían deudos en nuestro Batallón o en alguno del Ejército del Norte, y al sentir la música y nuestros ejercicios, se despertaría en ellos sentimientos bien distintos de los cuadrúpedos de que he hablado. En este día ha continuado en capilla el reo Martínez. Se dice que el Comandante General de Armas ha prometido indulto. En la noche de este día he acordado con el sargento Diego de la banda, hacer un saludo mañana jueves al capitán Narvaez, por ser día de su santo. Es un jefe que bien merece una manifestación semejante. 27 de Mayo de 1880 Jueves. A la hora acostumbrada sale la tropa a misa. Yo marchaba a la cabeza, como guía derecho. La banda tocó durante la misa la Traviata, siendo su ejecución muy buena. Llegado al Cuartel, me dice el teniente Luna, que los oficiales han acordado dar una comida al mayor. Yo preparo el saludo a dicho jefe, reuniendo todos los sargentos presentes. Avisé a la banda, la que inmediatamente formó, y a una señal convenida, estando a las puertas de mi cuadra y frente al mayor (que estaba al frente, en la calle) rompió con la canción de Yungay, a cuya conclusión salí afuera del Cuartel, acompañado de los sargentos Ramírez, Gómez, Castillo, Sosa y otros, y encontrando al mayor junto con otros oficiales, me descubrí y le dije: - Mi mayor, a nombre mío y en el de las clases del cuerpo, vengo a saludar a Ud., deseándole un feliz año, y que el santo de su nombre le sea propicio siempre, mientras viva; que después de dejar de existir Ud., vivirá siempre en nuestro corazón, agradecidos como estamos por habernos enseñado Ud. a ser militares.
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Poco más o menos fue lo que dije. El mayor, descubriéndose, me dio las gracias y me retiré con la comitiva. A mi vuelta, dije al sargento de la banda que tocara la canción nacional, lo que, después de un redoble, se ejecutó, alegrando todos los corazones. ¡Es tan lindo oír fuera de la Patria los armoniosos acordes del himno, primero que hemos aprendido casi desde la cuna! El resto del día, lo ocupé en arreglar la comida dada en la noche a dicho mayor, a la cual asistió el comandante y otros caballeros. El salón lo adorné con banderas de todos tamaños, pedidas en el Cuartel de Bomberos. Cansado de esos trabajos, me acosté como a las nueve de la noche, y estando así, recibí una gallina fiambre y una botella de vino dada por el capitán Castro. La banda tocó hasta la una de la mañana. Se le hizo muy buen saludo al santo Manuel. 28 de Mayo de 1880 Viernes. Nadie trabajó en este día. Las cabezas habían amanecido muy embromadas para que se pensara en trabajar poco o mucho. Sin embargo, en la tarde hubo cierto trabajito, en las nalgas del reo en capilla. Se le conmutó la pena de muerte en 200 palos que se le aplicaron al son de banda. 29 de Mayo de 1880 Sábado. Después del toque de diana, seguido del que indica diariamente el café o desayuno, la tropa empezó a prepararse para la limpia de rifles. De repente, siento un gran tropel de soldados que corrían por los patios, subían y bajaban escalas. Salgo a la puerta de mi cuadra a tiempo que el tambor de guardia tocaba llamada de banda. En ese instante, un soldado Artillero, pasa cerca de mí, en dirección a la calle y le alcanzo a oír el anuncio de una gran noticia. Corro detrás de él, lo hago parar y le pregunto: - ¿Qué notición hay? - Victoria de nuestro Ejército y toma de Tacna – me dijo, y salió corriendo. La banda salió sin dilación. Yo y Contador pedimos permiso al ayudante para salir un rato a la plaza. Se nos concedió. Pero inmediatamente se nos comunicó la orden de hacer formar las Compañías y de anunciarles la gran victoria. Estrepitosos hurras y vivas, resonaron por cuadras y patios. Cuando después salimos, Contador y yo, como a una cuadra distante del Cuartel, sentíamos todavía la algazara y el contento de los soldados. Pobres gentes, decíamos nosotros. Tantos días encerrados, no teniendo otros gustos que celebrar los lejanos triunfos de sus hermanos. Cerrando llegábamos a la plaza, entraba a ella por otra calle la banda, tocando la canción nacional. La gente se agrupaba a las puertas de las casas y otros corrían a la playa. La gran noticia había empezado a correr con la velocidad con que sabe correr un cholo; es decir, la velocidad del telégrafo. Las banderas comenzaron a izarse por todas partes. En medio del alborozo del pueblo, de la música y de los cohetes, notamos que faltaban los repiques de campana, que en todas partes son los primeros en anunciar al pueblo alguna buena nueva. Nos encaminamos a la Iglesia, resueltos a repicar, con permiso o sin el. En el patio que forma la plaza y la Iglesia, el cura conversaba con algunos soldados. Cuando íbamos llegando casi a paso de trote al grupo, salió de él el cura y nos dijo: - No he podido encontrar quien suba a repicar. - Allá vamos nosotros – dijimos a un tiempo, y corrimos a la Iglesia. - Bueno – dijo el cura – corran. Y quedó contentísimo. Subimos como gatos las tres o cuatro largas escalas de la torre. Contador iba adelante, y él principió primero a tocar en las campanas algo como un repique. Luego tomé yo los cordeles y continué tiranteando hasta que subió el sacristán a relevarnos. Bajamos al instante, y yo lo hice contando las gradas, una por una; tal era el temor que tenía de caerme de cabeza. Contador, que ha sido algo como fraile, está más acostumbrado a las torres y quizá sí tal vez a las Torres. Cuando llegamos a la plaza, esta estaba cubierta de gran multitud de gente. El coronel Arriagada y un séquito de militares y paisanos, habían formado un círculo muy numeroso. Luego llegó la Artillería e hizo una salva mayor, mientras la banda metía bulla hasta por las calles más apartadas. En la tarde, después de llamada, pasamos revista de vestuario y armamento en la calle, al lado oriente del Cuartel. Para asistir a este acto, me mudé pantalones, y este cambio de ropa me constipó en el acto. Con síntomas de tan grave enfermedad, pasé todo el día, hasta que para asistir a las salvas de la tarde, tuve que alegrarme un poco con chicha, disipando por el momento todo mal.
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Al entrarse el sol hubo salvas de Artillería, música y discursos. La extensa plaza se veía inundada de gente, casi en su totalidad. El mejor discurso, por su buen razonamiento y elevado estilo, fue el de un caballero que andaba con una turca soberana. Dijo entre otras cosas que todos los triunfos alcanzados hasta aquí eran debidos principalmente a la Guardia Nacional, que ha formado tantos buenos Batallones y engrosado las filas de todos los de Línea. Esta parte del discurso fue muy aplaudida, lo que demuestra la verdad y justicia de lo dicho. Yo, que formo parte de esa Guardia Nacional, se entiende que fui de la opinión del orador. Ya entrada la noche, la ciudad iluminó sus calles centrales con gran profusión de faroles chinescos, cual nunca había visto, y me parece que no veré en otra parte. Formaban un aspecto lindísimo y fantástico esas calles miradas desde un extremo. En el teatro se representó la comedia “La Batalla de Tarapacá”. A las 9 me acosté tan enfermo, que no tuve valor ni de pasar lista. 30 de Mayo de 1880 Domingo. Enfermo. (Sin anotaciones). 31 de Mayo de 1880 Lunes. Enfermo. (Sin anotaciones). 1 de Junio de 1880 Martes. Enfermo. (Sin anotaciones). 2 de Junio de 1880 Miércoles. Enfermo. (Sin anotaciones). 3 de Junio de 1880 Jueves. Enfermo. (Sin anotaciones). 4 de Junio de 1880 Viernes. Enfermo. (Sin anotaciones). 5 de Junio de 1880 Sábado. Enfermo. (Sin anotaciones). 6 de Junio de 1880 Domingo. Enfermo. (Sin anotaciones). 7 de Junio de 1880 Lunes. Enfermo. (Sin anotaciones). 8 de Junio de 1880 Martes. Han pasado varios días, durante los cuales no he escrito una plumada en estos apuntes. Una tremenda enfermedad se desencadenó contra mi pobre humanidad el domingo 30 de mayo último, día en que caí a la cama, o más bien dicho, a la mochila, en la cual he pasado hasta hoy martes 8 de junio. Encontrándome muy restablecido, vuelvo a mis apuntes diarios. Pero es preciso que deje constancia de parte de lo que he sufrido para recordarlo siempre. Al principio mi enfermedad no fue tomada en cuenta por los oficiales de mi Compañía, quienes ni preguntaban por mi salud. Del capitán nada digo, pues como no se le ve la cara en la Compañía, ni sabía tal vez que yo estaba enfermo. Para el fuerte constipado y la tos furiosa que se declaró enseguida, principié a tomar tilo, que me mandaban de la botica del Hospital, y cuya bebida me la hacía la mujer del sargento Ramos, que en toda ocasión me ha prestado muchos servicios. Acostado en mi mochila, en el rincón que tengo escogido para mi escritorio, he pasado callado, casi sin hablar palabra, todos estos días. La debilidad me iba concluyendo las pocas fuerzas, pues no probaba alimento sustancioso porque no los tenía. Pedí plata al capitán, y con ella mandé hacer caldos que tomaba diariamente. El rancho de la tropa me era odioso y ni siquiera lo miraba. Tomé tres vomitivos y varias bebidas y pociones; he sudado tres o cuatro noches, y mediante todo esto, el constipado fue derrotado. Pero la tos quedó reinando y la debilidad no me permitió salir fuera de la cuadra. Diariamente veía yo salir y llegar las Compañías, tarde y mañana, cubiertas de polvo y sudor, después de los ejercicios de evoluciones que ahora se hacen mandados por el mayor. Diariamente veía vaciarse la cuadra de soldados que marchaban a las guardias, para volver a llenarse de nuevo con las salientes. De esta manera han ido pasando los días más tristes que yo recuerdo. Ni siquiera una noticia del Norte. Solo una bola ha corrido con visos de verdad. Se asegura que nos vamos a Iquique. Todos lo aseguran, menos yo. ¡Que fortuna pisar tierra peruana!
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Hoy martes en la mañana se publican noticias del Norte. Se habla del combate de la División bloqueadora de Arica con los fuertes de esta plaza. Escrito esto, me acuesto; pero unos tremendos gritos de ¡Toma de Arica! ¡Toma de Arica! Me hace saltar. La bulla cunde en el Cuartel. Todos gritan y corren. El tambor de guardia toca llamada de banda, y esta sale a la calle, tocando el himno nacional. ¡Cuantas victorias en tan pocos días! ¡Y nosotros que no hemos podido pasar de Antofagasta! ¿Qué maldición habrá caído sobre nosotros? ¿Se habían conjurado todos los demonios para apurar nuestra paciencia? Con 700 mil millones de diablos y rediablos, diablillos. Se toca llamada casi al mismo tiempo, pues esta gran noticia ha llegado como a las 2 P.M. Después de lista llega la banda, seguida según me dicen, de un gran concurso de gente. El comandante llega también y hace tocar diana. Luego manda buscar un carretón de cerveza y la reparte a la tropa. Yo toqué dos botellas, las que guardé. En la orden del cuerpo se agregó en la tarde lo que sigue: “Con motivo del Combate de nuestro Ejército y Marina, con las fuerzas enemigas en Arica y de las glorias alcanzadas por nuestras armas, dando la más completa victoria a la santa causa que defendemos, se dispone lo que sigue: quedan suspendidos por tres días los ejercicios doctrinales, debiendo darse puerta franca mañana y tarde inmediatamente después del rancho, cuyo permiso se prolongará según la conducta que observare la tropa. Hoy se tocará la retreta a las 10 de la noche”. Las roscas fueron tremendas. El rumor de las fiestas no más llegó a mis oídos. 9 de Junio de 1880 Miércoles. Enfermo. (Sin anotaciones). 10 de Junio de 1880 Jueves. Enfermo. (Sin anotaciones). 11 de Junio de 1880 Viernes. Enfermo. (Sin anotaciones). 12 de Junio de 1880 Sábado. Enfermo. (Sin anotaciones). 13 de Junio de 1880 Domingo. Han pasado cinco días en que no he escrito aquí una plumada. Mi enfermedad ha continuado, y hoy he amanecido casi del todo restablecido. Los detalles de la Toma de Tacna y de Arica, nos han estado llegando día a día. Ejercicios de ninguna clase ha tenido la tropa. Todos estos días han sido como de fiestas. Siguen las probabilidades de nuestra partida al Norte. El comandante así lo cree, según me lo refieren oficiales que con él han conversado. En estos días solo he recibido dos cartas: una de Bysivinger, de San Pedro de Atacama, y la otra de Gómez, de Santiago. En ambas cartas, venidas de tan lejanos lugares, encuentro buenos recuerdos, que alegran mi corazón. En la de Gómez leo este consolador párrafo: “Todos nosotros, los compañeros, a cada instante nos acordamos de Ud., tanto el patrón (que así llamamos por cariño al Secretario), como otros muchos grandes y buenos amigos”. Y aquí pararía todo lo que pudiera decir respecto a lo ocurrido en estos cinco días, en que he estado acurrucado en mi rinconcito, en compañía de un gatito que por dos días y dos noches cazaba lauchas encima de mi cabeza; pararía, digo, de escribir, si no fuera que he dejado intencionalmente para lo último el relato de un fenómeno atmosférico que pudo ser de fatales consecuencias para todos los que vivimos en estos lugares. Ayer sábado, como a las cuatro de la mañana, o poco antes, despierto yo al ruido infernal que había en todas las cuadras del Cuartel. Los soldados corrían y gritaban, en medio de un ruido atronador, parecido al chapuzón de una gran lluvia. Levanté mi cabeza por encima de mi mesita escritorio que me impedía ver lo que pasaba en la cuadra y veo un verdadero diluvio de agua que caía con estrépito por entre las rendijas del techo, que, como todos los de Antofagasta, es de tablas. ¡Un aguacero en estos lugares y de noche! Me levanté y encontré la cuadra hecha una laguna. Los soldados aullaban como lobos sorprendidos por una nevazón. Solo se había escapado de la inundación el pedacito de entablado en que yo duermo y está la mesa. Hasta el toque de diana siguió la lluvia. Cuando hubo amanecido, hice sacar el agua en un tarro de lata que me sirve de lavatorio.
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No se pasó lista, solo se dio cuenta verbal por el sargento Salinas. Durante el día de ayer continué haciendo secar la cuadra, para dejarla en estado de poder dormir en ella. A las 1 P.M. pasé revista de armamento y vestuario a la Compañía. Como ha sucedido en los días anteriores, la tropa salió franca poco después del rancho. El día había pasado sin que ni una noche acompañara la transparencia azulada de este cielo siempre limpio. A la caída de la tarde, algunos nubarrones asomaron del lado del mar. A las oraciones ya estaba nublado el cielo y con aspecto nada pacífico. Sentado en mi mochila, me quedé dormido desde antes que la Compañía saliera a la calle. Como a las 7 P.M. recordé al ruido formado por los soldados que habían quedado sin salida, los cuales escapaban de un nuevo aguacero. El agua caía de nuevo con igual fuerza que la noche anterior y corría por el patio de la cuadra como si fuera en la calle. A la luz de la lámpara, se divisaba una neblina producida por la lluvia gruesa o fina que caía como de un harnero o cedazo. Me crucé de brazos y me puse a contemplar nuestra situación. Me parecía que hasta el cielo nos quería significar que nos mandáramos mudar al Norte. Esta vez la cuadra se llovió más. Solo quedó el rincón en que yo duermo sin mojarse. El capitán Castro anduvo recorriendo las cuadras y dio cuenta al comandante del resultado de la inspección. La de mi Compañía era la que más había sufrido. Era una laguna en que solo faltaban los sapos. Por fortuna, la lluvia cesó como a las 8 de la noche, hora en que se tocó retreta. Los soldados que iban llegando se iban arrinconando como las gallinas. Pero no se oía una sola voz de descontento. Solo se veían caras alegres. Apenas se pasó lista, el capitán Castro hizo formar la Compañía con sus mochilas y la llevó en unión con las demás, al comedor del comandante, a media cuadra de distancia, donde durmieron. A mí me ofreció, dicho capitán, una pieza en los altos para que fuera a dormir. Yo rehusé, diciendo que no me moría de mi cuadro, que estaba bien en ella y que mi salud no peligraba. Igual respuesta había dado al capitán Nordenflich en noches pasadas, cuando sintiendo toser mucho, vino a verme y me ofreció recomendaciones para el Hospital. Tengo el capricho de no moverme del lado de mi Compañía. Escusado es decir que en todas estas ocasiones no se le ha visto la nariz a mi buen capitán Ahumada, ni al teniente Luna, y solo el subteniente Canto vino anoche como por curiosidad. Sin duda alguna, el nombre de tropa aplicado a una formación o reunión de soldados, viene de que es cosa corriente tratarlos como a burros. Tropa de soldados ... tropa de burros o mulas ... lo mismo da! Quedé en la cuadra con solo seis soldados. Al toque de silencio, mandé cerrar las puertas y todos nos acostamos. Era primera vez que se cerraba de noche la cuadra. A pesar de que reinaba profundo silencio, no se porque no pude dormir. Me acordaba de Santiago y de casa, y con todos imaginaba alegres conversaciones. Por otro lado, una multitud de chinches y pulgas me atacó sin piedad durante toda la noche. Era que les había invadido el rinconcito en que tenían sus nocturnas asambleas. ¡Cuánto se sufre por la Patria! ¿Y quién agradece esto? ¿El Gobierno? Pero éste ni idea tiene de lo que se padece. ¿El pueblo? Pero el pueblo solo agradece a los que por el se sacrifican, a los que caen sin vida en la refriega, a todos se agradecen los sacrificios que hagan, menos a nosotros, que hemos quedado a medio camino. Estas consideraciones afligen y dan gran pena. 14 de Junio de 1880 Lunes. Enfermo. (Sin anotaciones). 15 de Junio de 1880 Martes. Enfermo. (Sin anotaciones). 16 de Junio de 1880 Miércoles. Enfermo. (Sin anotaciones). 17 de Junio de 1880 Jueves. He seguido algo enfermo y sin hacer servicio, salvo lo relativo a la documentación de la campaña. Todos los días he visto al médico Gutiérrez, quien me ha recetado diversos remedios. Hasta hoy la tos no me abandona. Han habido ejercicios diarios durante el tiempo que aquí no consigno apuntes (junio 13), en la tarde y mañana. El día 15 pasamos revista de comisario. Después de algo más de medio mes a que
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estaba sin servicio, me puse ese día mi chaqueta de paño y salí armado como todos. Sentí que se renovó de nuevo el constipado, pero el día siguiente ya estaba mejor. Se tenía anunciado un transporte del Norte, que iba a conducir heridos o prisioneros de las Batallas de Tacna y Arica. En el Hospital tienen listas como 200 camas. Ayer, como a las 3 P.M., se me dijo por el teniente Luisero que ya estaban a la vista dos vapores, que deberían ser los transportes con heridos. Me subí al pasadizo o azotea del 2º piso y vi, en efecto, dos vapores enormes que entraban al puerto. Media hora después, en vez de tocar tropa, se tocó puerta franca, lo que llenó de gusto a todos. En ese momento se anunció que era un blindado chileno el que había llegado. Me apresuré a ir al muelle. Como a las 4 P.M. estuve en ese lugar. Gran multitud de gente había por todo el malecón. En medio de los demás buques de vela, había fondeado el Itata, uno de los más grandes transportes de nuestra Marina de Guerra. Se le veía lleno de gente. A su lado estaba la Covadonga, que había llegado anteayer de Arica. Y a respetable distancia de todos los buques surtos en el puerto, estaba el Cochrane, en cuya popa ondeaba una enorme bandera chilena. Era primera vez que veía a nuestro hermoso blindado, cuya masa de acero impone respeto apenas se le divisa. Que lo diga el Huáscar, si no es así. Supe que el Itata con el blindado, venían de Arica, trayendo el primero 1.400 y tantos prisioneros de tropa y 285 oficiales de todas graduaciones. Buen surtido de macacos llevan a Chile. Al oscurecerse, zarparon con rumbo al Sur los tres vapores mencionados. La bahía, poco antes tan animada con la multitud de embarcaciones que cruzaban en todas direcciones llenas de militares y paisanos, quedó desierta y silenciosa. En uno de los botes que salían a cada instante del muelle, vi que lo tripulaban el coronel Arriagada; el coronel Amengual, comandante del “Esmeralda”; Orella, comandante de la Covadonga y otros más. En ese instante se arma detrás de mí una gran pendencia entre dos rotos, que causó gran diversión. Otro incidente. Cuando se movía de su fondeadero el Itata, precedido del Cochrane, cuando mucha parte del pueblo se iba retirando, una mujer fea como ella sola, se puso a llorar a gritos, como a cinco metros detrás de mí. Volvime a ver esa mujer, y era tan fea y negra como pocas he visto. De yapa estaba rodeada de tres feas más, que también echaban sus lagrimones mirando el vapor que se alejaba. Era casada en Iquique con un peruano que ahora venía prisionero. De aquí su dolor. 18 de Junio de 1880 Viernes. Enfermo. (Sin anotaciones). 19 de Junio de 1880 Sábado. Enfermo. (Sin anotaciones). 20 de Junio de 1880 Domingo. Enfermo. (Sin anotaciones). 21 de Junio de 1880 Lunes. Enfermo. (Sin anotaciones). 22 de Junio de 1880 Martes. Enfermo. (Sin anotaciones). 23 de Junio de 1880 Miércoles. Enfermo. (Sin anotaciones). 24 de Junio de 1880 Jueves. Han pasado muchos días, y yo siempre enfermo. 25 de Junio de 1880 Viernes. Enfermo. (Sin anotaciones). 26 de Junio de 1880 Sábado. Enfermo. (Sin anotaciones). 27 de Junio de 1880 Domingo. Enfermo. (Sin anotaciones). 28 de Junio de 1880 Lunes. El jueves 24 del actual, el pueblo de Antofagasta estuvo de gran fiesta, con motivo de la llegada de los heridos de Tacna y Arica, pertenecientes al 2º de Línea, 4º y otros cuerpos. La calle de Bolívar, donde está nuestro Cuartel, y que sale del muelle, ostentaba tres lindos arcos, adornados con inscripciones y banderas. La fuerza disponible del “Aconcagua” formó calle al lado de la Aduana, después de la Artillería, que formaba en la explanada del muelle. Fue una fiesta hermosa, digna de los bravos a quienes estaba dirigida.
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Al día siguiente llegó el Lamar, según creo, y trajo nuevos heridos. Igual recepción hubo. En este día la tropa vino a comer a la noche. En estos dos días hubo función teatral a beneficio de los heridos. Se representó el jueves a Sor Teresa. El viernes, la banda asistió hasta la 1 P.M. a un té ofrecido por la Comisión Receptora de Heridos al Comandante General de Armas. A la hora indicada, desperté yo a la bulla formada por algunos de los del té, que venían a dejar la banda. Enormes vivas lanzaban los entusiastas señores médicos y bomberos. Desde hace tres días circula la noticia de que el Gobierno ha mandado aumentar las plazas de este Batallón y otros más, para la expedición a Lima. Ayer se me asegura que el Decreto está dado en ese sentido. Nuestro Batallón constará de 900 plazas, como el antiguo “Aconcagua” del año 38 y 39. La orden del día del 23 del actual dice: “Mañana a las 8 A.M., se hará formar a la altura del muelle una Compañía del Batallón “Aconcagua” Nº1, con la banda de música, todas las tropas francas de Artillería a cargo del capitán don N. Urrutia; ambas fuerzas se pondrán a las órdenes del sargento mayor de Artillería don Antonio Rafael González, quien se encargará de dar cumplimiento a los acuerdos de la Comisión Receptora de Heridos en la parte que se relacione con la formación de las tropas. En el mismo día concurrirá al teatro a hora de costumbres la banda de música del citado Batallón, para que toque durante la función que se dará a beneficio de los heridos. Arriagada”. 29 de Junio de 1880 Martes. Enfermo. (Sin anotaciones). 30 de Junio de 1880 Miércoles. Enfermo. (Sin anotaciones). 1 de Julio de 1880 Jueves. Enfermo. (Sin anotaciones). 2 de Julio de 1880 Viernes. Enfermo. (Sin anotaciones). 3 de Julio de 1880 Sábado. Enfermo. (Sin anotaciones). 4 de Julio de 1880 Domingo. Enfermo. (Sin anotaciones). 5 de Julio de 1880 Lunes. Enfermo. (Sin anotaciones). 6 de Julio de 1880 Martes. El jueves 1 del presente mes, me di de alta, después de poco más de un mes de enfermedad. Esta, hasta hoy todavía no me ha abandonado. Una fuerte tos continúa, como un resto de la enfermedad, que se bate en retirada. Desde el jueves 1 del presente, estoy dado de alta, pero solo hago el servicio de la Compañía. Por la mañana salgo diariamente a ejercicios, siendo siempre nombrado comandante de mitad. Solo una vez fui como guía derecho. A los ejercicios de la tarde no salgo, porque quedo enfermo con los de la mañana. Y la circunstancia de dormir tan mal como un soldado, me retarda aún más la mejoría. 7 de Julio de 1880 Miércoles. En la orden del cuerpo, de ayer, se dispone el nombramiento de “Comandante de Cuartel”, nuevo hasta aquí en este Batallón. “Establécese para lo sucesivo”, dice la orden, “el servicio de Comandante de Cuartel, que será desempeñado por los capitanes, inclusive los ayudantes. El Comandante de Cuartel será nombrado diariamente por la orden del día y sus funciones durarán 24 horas. Las obligaciones son las siguientes: 1º Velar por la quietud y buen orden de la tropa, como asimismo de la Guardia de Prevención. A cuyo efecto el oficial Comandante de ella le estará subordinado y deberá darle cuenta de todas las ocurrencias que hubiere para que pueda tomar las medidas del caso. 2º Es igualmente obligación del Comandante de Cuartel visitar de día y principalmente de noche las guardias de plaza que sean hechos por el cuerpo, y asegurarse de que en todas ellas reine el mayor orden y que el servicio se haga como corresponda, pudiendo tomar las medidas que
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crea necesarias, en caso de notar desorden o descuido, para lo cual los comandantes de las guardias deberán darles cuenta cuando visiten la suya, de las novedades que hubieren. 3º El Comandante de Cuartel, al terminar su servicio dará cuenta por escrito al jefe del cuerpo de las novedades que ocurran. Quedan desde esta fecha los capitanes exentos del servicio de guardia. Díaz Muñoz”. 8 de Julio de 1880 Jueves. (Sin anotaciones). 9 de Julio de 1880 Viernes. Por segunda vez en Antofagasta, tuvimos ejercicio de tiro al blanco el miércoles siete, anteayer. Por la mañana pasamos los 1º de Compañía un estado de la fuerza que podía pararse armada. En la mía resultaron que se hallaban en ese estado 83 hombres de tropa, los restantes, hasta completar el número de 98, fuerza efectiva, estaban enfermos en el Hospital y cuadra. Se ordenó que la tropa se equipara como para salir a campaña. Esto me dio un trabajo grande durante toda la mañana, hasta las 12 M. Poco antes de esta hora fueron llevadas todas las guardias, la del Hospital, Cárcel y Aduana, y la tropa de este cuerpo llegó toda y se incorporaron a las respectivas Compañías las distintas guarniciones. Por primera vez se veía reunida en la cuadra mi Compañía, después de enero. A la 1 P.M., más o menos, salió a la calle el Batallón como de 350 hombres. Se dividió el Batallón en cinco Compañías. Fui nombrado comandante de la 2º mitad de la 4º Compañía. Una vez dividido el Batallón, llegó el comandante acompañado del ayudante, capitán Castro y otro oficial. Creí que solo iba a mirar salir la tropa, pero apenas tornó la situación conveniente, desenvainó su espada y nos manda desfilar por el flanco derecho, en dirección al mar. La banda marchaba a la cabeza. Multitud de gente se agrupaba a nuestro paso, tal vez creyendo que nos íbamos a embarcar. Al dar vuelta a la calle atravesada que llega a la playa, mandose formar a la izquierda en batalla; formamos la línea y yo vine a quedar frente a frente del Comandante General de Armas, que nos esperaba en la puerta de su casa, junto con el subteniente Herrera. Ambos comandantes se juntaron y conferenciaron un momento, haciendo promesa de ir a vernos al lugar del tiro al blanco, el dicho Comandante de Armas. Seguimos por la playa y doblamos por la calle de Lamar en dirección al cerro en cuyas lomas estaban dos blancos, y a unos 500 metros de ellos acampamos. Después de algunas evoluciones formamos columna cerrada por Compañías, y se comenzó el tiro. Malas anduvieron las punterías. Yo no alcancé a tirar. Como a las 2 P.M. llegó el Comandante General de Armas a caballo, acompañado de oficiales de Artillería. Después de presenciar un momento el fuego, se retiró con nuestro comandante a una casucha vecina. Luego llegó un carretón con cerveza, la que se nos repartió, tocando cada soldado media botella cada uno. Yo tomé hasta decir basta. Inmediatamente se repartió buena ración de charqui y pan. Con este cauceo la tropa se puso de buen humor, y se continuó el ejercicio de tiro al blanco. Durante él ocurrió un incidente digno de recordarlo. La “chola”, hermosa perra negra que vive en el Cuartel y es muy querida de todos, estuvo paseándose de un blanco a otro, sin que la tocara una bala, siendo que no solo tiraban de nuestro Batallón, sino que también de la Artillería algunos oficiales tiraban una lluvia de proyectiles, algunos de los cuales parecía que atravesaban a la perra, llenándola de tierra. Pero ni se moría. Más de media hora sirvió de blanco a las balas, y las que cayeron alrededor de ella no serían menos de 300. Hubo que parar el fuego para hacerla retirar, cuando ya creíamos estaría muy herida. Un Artillero a caballo fue a correrla, y bajó la loma a toda carrera, demostrando con eso su buen humor y su indiferencia a las balas. Apenas llegó la “chola” a las filas de los soldados, estos la recibieron con grandes demostraciones de contento, cual si un compañero hubiera llegado victorioso de alguna batalla. La “chola” acariciaba a unos y a otros, demostrando con ladridos el gusto que tenía. No sé por qué este incidente me pareció tan hermoso, tan heroico, que yo casi abracé a la “chola” como los soldados. Era que una perra nos daba ejemplo práctico de que las balas no han sido hechas solo para matar, y si solo muchas veces para asustar. Un hombre, decía yo, con la fortuna de escapar ileso como este bruto, sería un héroe.
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Al entrarse el sol, volvimos al Cuartel. Habíamos pasado medio día armado y con mochila a la espalda. Peso enorme que nos hizo fatigarnos mucho. Ignoro cual sería el pensamiento del jefe al tenernos tantas horas cargados como burro. A esto fue debido, a mi juicio, las malas punterías y al mucho tiempo a que no se hacía ejercicio. Ya de noche se repartió el rancho y las guardias de Cárcel, Aduana y Hospital volvieron a sus puestos; relevando a los Artilleros que las custodiaban. En suma, pasamos un día de trabajo, de afanes y de alegría: fue un paseo en que sudamos y nos llenamos de tierra hasta ponernos irreconocibles. El polvo blanco que se levanta formando espesas nubes se pega en el pelo y barba, hasta el punto de parecer ancianos todos los que practicamos tales andadas. Al día siguiente, se ordenó limpia de armas. Cuando recién se principiaba a hacer ese trabajo se ordenó alistar la tropa para ir a misa. Sorpresa me causó tal anuncio. ¿A misa en día de trabajo? Novedad grande era. Salimos. Yo mandaba la última mitad. Después de un largo plantón en la plaza, entramos a misa. La Iglesia estaba enlutada, y tenía en el medio un catafalco y algunos trofeos de armas y cureñas. Sin duda se trataba de algún muerto en la guerra. La banda tocó buenas piezas. Asistió el comandante del cuerpo, lo que me admiró aún más. Solo después de vueltos al Cuartel vine a saber que tan solemne misa era por el descanso eterno de las almas de los bravos de Tacna y Arica, muertos por el honor de Chile. Hermoso pensamiento del digno Capellán que regenta la Parroquia. Solo me fijé en que soldados de ningún otro cuerpo que del nuestro asistieron a la ceremonia, ni siquiera Artilleros, a pesar de que uniforme de ese cuerpo se ostentaba encima del ataúd, representando los muertos en dichas dos batallas. ¿Será que el “Aconcagua” Nº1 es el único que debe figurar en Antofagasta y el único que costea la diversión al pueblo? Asiste a sus obligaciones, trabaja con música, oye misa, y por todas partes mete bulla. Estamos representando un papel de bufón en el gran escenario de Antofagasta. 10 de Julio de 1880 Sábado. En todos estos días ha habido ejercicios de evoluciones, tarde y mañana. Ayer llegó en el vapor del Sur, el profesor de la banda, que se esperaba hace tiempo, y con lo cual tendremos muy buena música. Hoy empezó a dirigirla, tocando la hermosa mazurca “Eco de los Andes”, en el patio de estudio. Estando la tropa limpiando armas, como de costumbre, se ordenó formar y salir casi todos sin armas. Se dice que ha llegado el Lamar del Norte, trayendo heridos. Por segunda vez consigno atrasado un hecho que importa mucho para mí: mi ascenso. Cuando fui sorteado con Bysivinger y Arancibia, se me olvidó como una semana de anotarlo en estos apuntes. Hoy me pasa lo mismo. El domingo último pedí permiso al capitán Castro para no asistir formado a misa, sino aparte, pues quería ir leyendo el Mercurio, para que no se me olvidara mi costumbre de Santiago, de no perder tiempo ni para andar en la calle. Me otorgó el permiso, y llamándome aparte me dijo si ya estaba bueno para hacer guardias. Yo le contesté que no, pues no estaba sano todavía, pero que si me nombraba, yo serviría con gusto. - No – me dijo – no hoy, ¡para qué! En poco tiempo más ya no tendrá que pensar en guardias, quedará exento de ellas. - ¡Como! – le dije - ¿Porqué? - Porque sus propuestas de oficial marcharán luego – me contestó – Van a ascender Ud., Bysivinger y Arancibia; y lo que siento es que me dejan atrás a Contador. Y seguimos, conversamos sobre esta materia, hasta que la tropa se encontró lista para marchar. Después de vuelta de misa el subteniente Canto me confirmó lo dicho por el capitán Castro, agregando que mi ascenso podía contarlo como seguro. Me dijo además que iba a ascender a teniente un subteniente, por medio del sorteo. Tales noticias sobre mi ascenso probable no me han dado ni frío ni calor. Solo me he dicho: no llegará mal para descansar de las penosas tareas diarias que me impone el cargo que desempeño. Y a propósito, debo consignar aquí, que en estos días he estado arreglando varios libros para la documentación de la Compañía. Hasta hoy tengo los siguientes, hechos por mí, en buen orden y limpieza: Libro copiador de listas de revistas; ídem de partes de desertores, licenciados, etc.; de lavados; de alta y baja de Hospital; de Cabo de Cuartel; Libro Verde, en que se apuntan los que salen a guardias; de distribución de pagos; un Libro dibujado para hacer todas las apuntaciones
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que tiene una filiación, a cada individuo, fuera de dos Libros de Ordenes, dos de modelos de estados y documentos, y un Libro de Lista. Con esto y los demás papeles de la Compañía puedo formar un pequeño archivo que creo no habrán dos Compañías que estén en mejor ni igual arreglo. 11 de Julio de 1880 Domingo. (Sin anotaciones). 12 de Julio de 1880 Lunes. (Sin anotaciones). 13 de Julio de 1880 Martes. (Sin anotaciones). 14 de Julio de 1880 Miércoles. (Sin anotaciones). 15 de Julio de 1880 Jueves. Pasamos revista de comisario, con las formalidades de costumbre. En la tarde, ejercicios de evoluciones, en que yo mandaba la 2º de la 2º. 16 de Julio de 1880 Viernes. Sigo sin hacer guardias, pero algo enfermo aún. Todos los días hemos salido a ejercicios, tarde y mañana. Esperamos por momentos el refuerzo de 300 reclutas que nos vendrá del Sur, para completar las 900 plazas que se han decretado para este y otros cuerpos. Desde hace largos días está encerrado el Batallón de órdenes del comandante, por las faltas a lista cometidas por algunos soldados. Esto y el servicio de guardias, hacen sumamente pesada la carrera militar para nosotros. Sin embargo, los soldados parece que se van acostumbrando a esta vida conventual. El Cuartel parece una casa de ejercicios o un convento de castigos. Nadie que no sea oficial sale para afuera. Ayer el capitán Ahumada consiguió del comandante permiso especial para que yo saliese a la calle unas dos horas. Salen las guardias, vienen después de ejercicios, y en la noche el Batallón va a las misiones que se dan desde el miércoles o jueves de la semana pasada, hace ya unos nueve días. Yo fui una noche, en que se predicaba sobre el 6º mandamiento. Terribles fueron las palabras del orador. 17 de Julio de 1880 Sábado. (Sin anotaciones). 18 de Julio de 1880 Domingo. Hace unos tres días, 24 clases de este cuerpo, sargentos y cabos, hicieron una presentación por escrito al comandante del cuerpo, diciendo que no era justo se les dejara sin puerta franca por las faltas de unos dos soldados de no buena conducta. Al parecer, tal petición era justa; pero el comandante pensó lo contrario y al día siguiente ordenó arresto para todo el cuerpo, sin excepción, y para los firmantes, tremenda reprobación de su conducta. Entre los firmantes estaban los sargentos Barahona, que dictó el escrito en su lenguaje trunco, Ramírez, Jiménez, el cabo Espejo, el primer firmante, y el cual fue amenazado con dos barras de grillos, y otros cuyos nombres no recuerdo. Gran sensación produjo en todos nosotros la determinación del comandante, de no dar más puerta franca a las clases mientras no diesen aprendidas todas sus obligaciones. Pero anteayer viernes, sin que nadie lo esperara, se tocó puerta franca después del relevo de guardia, a las 10 A.M. y las Compañías salieron como está acostumbrado. Pero faltaron dos en la mía, Juan Guerrero y José del F. Elgueta, los cuales fueron castigados y con 25 palos cada uno a presencia de todo el cuerpo armado. Como a 50 más castigaron por lo mismo, faltar a lista. Hoy me dice el capitán Castro que el comandante tiene el pensamiento de no enseñar más a la tropa, pero si el de castigar con palos a los falteros o ebrios consuetudinarios. En este mes ya se han azotado a cuatro de mi Compañía. Los dos nombrados y a Rudecindo Ferreiros (segunda vez) y a José Pacheco, a principios de este mes. En la semana terminada, ayer ha sido licenciado por inutilidad física el sargento 1º de la 4º J. Pascual Barrios. El sargento Prodel venido del interior con el sargento Portales, ha sido despedido del servicio por incorregible, y el otro por no convenir al servicio. Prodel estudió en la Academia Militar y dicen que fue subteniente del “Buín”. Es hombre muy competente como militar y muy apreciable por su familia; pero es un borracho de marca mayor. A mí me decía hace tres días: si supiera que el mar era de chicha y no otro licor, no me movería jamás de la playa. Esto es un colono, como diría el Nuevo Ferrocarril.
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Anoche, antes de retreta, me dijeron, estando yo en mi cuadra, que dos oficiales preguntaban por mí. Algo me sorprendió esto, pues ignoraba quienes serían. Al salir al patio, me encontré con Contador, que venía a buscarme, y quien me dijo que el teniente Olivos preguntaba por mí. En efecto, en medio de un grupo de oficiales y clases, estaba dicho teniente, muy conocido mío desde la hacienda de San Juan. El otro oficial era el subteniente Herbaje. Vienen del interior. Olivo llamado por el Ministro del Interior, por asuntos de familia, según dicho; del otro no sé a que. En la orden de hoy he salido nombrado de guardia para mañana. En la misa de hoy se casó el sargento Ramos con su Virginia Vivanco y Juan de D. Ríos con su mujer, que no me acuerdo como se llama. 19 de Julio de 1880 Lunes. (Sin anotaciones). 20 de Julio de 1880 Martes. (A los golpes de diana). Ayer a las 9 A.M. entré de guardia en la prevención con el teniente Luna. Desde mayo no hacía yo este servicio, por causa de mi enfermedad, y a pesar de que yo creía pasarlo muy mal en esta noche, por mis males que no me abandonan, no ha sido así. Un poco de sueño y un poco de frío ha sido todo lo notable. El comandante del cuerpo vino al Cuartel como a las 11 ½ de la noche. Desde hace poco tiempo, el comandante parece prestar mucha atención al Batallón. Todas las tardes se hacen ejercicios de evoluciones en la calle, al frente de su casa o en sus inmediaciones y del Cuartel. Todos los habitantes de esta calle se agrupan en las puertas y ventanas y los de otras partes llenan las veredas, al mismo tiempo que numerosos grupos de soldados de distintos cuerpos del Ejército del Norte, venidos en los últimos transportes, se sitúan en las esquinas para mirar de un lado la chicha y de otro el ejercicio. Es una fiesta a que concurren hombres, mujeres, niños, perros y hasta gatos. Anteayer, en el ejercicio de la tarde, estando yo de guía derecho de la 1º mitad de la 1º y en columna, se formó una gran pelotera de perros no a mucha distancia, y a mi frente. De repente se desprende del grupo canino un par de enormes mastines, que corriendo a toda carrera y dándose bulliciosos mordiscos, llegaron hacia donde yo estaba, dándome en las piernas tal tapada, que si no me afirmo y resisto el golpe con un fuerte culatazo aplicado en la cabeza o cogote de uno de ellos, mi pobre humanidad habría quedado a la larga en el suelo, tapado con tierra y pisoteado por los perros. Bonito papel habría hecho todo un sargento 1º! Tal incidente causó no poca risa entre el público que lo presenció. A las 9 ½ A.M. entregué la guardia al sargento 1º Contador, que entró de servicio con el teniente Letelier. Aunque todo el día pasé más enfermo que lo que estaba, por efecto de la trasnochada, no pude excusarme del ejercicio de la tarde. 21 de Julio de 1880 Miércoles. Hoy se terminó de pagar a las Compañías. Ayer se principió. El haber líquido sacado para mi Compañía, para pagar a la tropa, fue de -------. La tropa quedó acuartelada, como lo esperábamos. Sin embargo, conseguí permiso para salir con el cabo Espejo. Después de andar por donde había que hacer, y ya tocando retreta, llegué al Cuartel, en donde, a 130 pasos de distancia, me encontró el subteniente González (el chico), quien me llamó aparte y me dijo: - Ya voy a escribir las propuestas de Ud. y de Bysivinger, para subtenientes. Aunque era esperada por mí esta noticia, por rumores que oía, no dejó de impresionarme algo el hecho de haber ordenado el comandante de formar la terna esa misma noche. Me añadió: - El comandante me dijo: ponga Ud. como propuesto al 1º Bysivinger y al 1º Rosales, y nada más, acentuando estas palabras. - ¿Y sobre tenientes? – Le pregunté. - Ibamos a ser sorteados, pero yo protesté y ahora ya creo que seré ascendido junto con Canto (el subteniente de mi Compañía). Después de discurrir un momento sobre dicha cuestión, me retiré al Cuartel a pasar lista. Después de ella, el teniente Luna, me dijo segura la cosa que el chico y agregó: - Ud. está ya propuesto para subteniente. Hoy en la mañana, me dijo el mismo teniente Luna que el comandante del cuerpo había dicho que atendiendo a que yo había abandonado una ocupación bastante decente, y que no era posible el postergarme por ningún otro (estando la cabeza).
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Los nombramientos no han marchado en el vapor Colombia, llegado ayer del Norte. Así se me asegura por el capitán Castro. Ayer a mediodía conseguí salir a la calle. La tropa tiene que estar encerrada quien sabe hasta cuando. A la orilla del mar vecino al muelle, fuimos a ver con Contador, que ahí se juntó a mí, a un enorme lobo que estaba descuerado y amarrado del pescuezo. Había sido cazado en la mañana. Ayudado de un palo le abrí la enorme boca y después de agarrarlo de los colmillos, examiné por vez primera el interior de esa caverna, por donde se pierden tantos millares de sardinas. Conté en la mandíbula superior seis muelas pequeñas en cada lado y cuatro al frente, y en las dos esquinas de ella, unos gruesos colmillos filudos, como de pulgada y media de largo. Igual dentadura tenía en la mandíbula inferior. La lengua era gruesa, carnosa, de color ceniciento. La dentadura es de color amarillento como de lobo ya de edad madura. Quise medir el largo de ese corpulento anfibio, y como estaba medio encogido, le agarré una de las gualetas o colas y empecé a tirar para atrás a toda mi fuerza. Estando en esta pesada tarea, sentí la voz del capitán Ahumada, que me preguntaba riéndose: - ¿Qué está haciendo el 1º? Dejé de tirar de la cola y me volví a donde había sentido la voz. Estaba mi capitán acompañado del capitán Nordenflich, capitán Castro, teniente Oliva y otros oficiales, que se reían de mi ocurrencia. A vista de ellos medí a trancos al finado y conté cuatro trancos y medio, de cola a cabeza. Después de examinar un rato al animal se retiran dichos oficiales, menos el capitán Castro, que quedó conversando un rato con nosotros. Rodó la conversación sobre mi propuesta de oficial, diciéndole a Contador que aunque por ahora se había quedado sin ocupar una vacante, más tarde le tocaría igual suerte que a mí. Enseguida se nos ocurrió tratar de una materia tan diversa como difícil en saber su causa y de origen del movimiento incesante del mar, que llegaba a nuestros pies; sobre las corrientes submarinas, una de las cuales he descubierto que atraviesa la poza de Sur a Nordeste o no sé qué dirección, pues ignoro dónde están los 4 puntos cardinales, etc. En la tarde, en el ejercicio, fui nombrado comandante de la última mitad. El comandante del cuerpo, como siempre, estuvo en la puerta de su casa viéndonos trabajar. Yo me turbé dos veces, pero el teniente Luna hizo la de Lucas Camos, cortando en dos porciones muy distintas en número y marchando él, con la mayor, a la cabeza del Batallón, cuando debía quedar en el medio. Fue una equivocación tremenda, que hasta a mí me dio susto. Para remate de la obra, el subteniente Canto salió de las filas y se comidió a mandar él la mitad o pedazo de mitad del teniente y la dejó siempre a la cabeza en peor situación que antes. Digo que esto fue espantoso, solo igual a cierta evolución mandada por el mayor Bustamante en Quillota, un día Domingo, en que los oficiales comandantes de mitad dieron tales vueltas y revueltas como que no supieron cuál era la cabeza ni cual los pies. El capitán me dijo que ya debía irme aprontando para mi nueva posición, el ascenso, y que él trataba de que yo quedase en la misma Compañía. Era primera vez que me hablaba de ascenso. El subteniente Alamos, en la mañana, me felicitaba por mi próximo ascenso y con ésta ya eran por lo menos ocho los que me habían hablado del mismo asunto. Y entre tanto, yo digo que nada creo hasta que tenga en la mano mi despacho. Yo sigo al pie de la letra el ejemplo de Santo Tomás: ver y creer. 22 de Julio de 1880 Jueves. En la mañana no hubo ejercicio, pero sí en la tarde. En la noche, retreta como siempre en la calle frente al comandante. El motivo de la falta de ejercicio en la mañana fue que los soldados salieron a comprar “faltas”, que así se llama la compra de todo lo que le falta a un soldado en su equipo o armamento. Hasta aquí se ha dado al soldado un rifle completo, mochila y morral, tela de colchón, manta o frazada, dos trajes completos, uno de paño (kepí lacre con visera y ribetes negros, chaqueta azul negro hasta la cintura, pantalón pardo a no sé que color semejante a ése, dos pares de botas y dos camisas. Además una caramayola. Con su depósito para líquidos y otro llamado plato, para comer, y cuchara. 23 de Julio de 1880 Viernes. Entro de guardia a las 9 de la mañana, con el teniente Letelier. Hubo ejercicios en la mañana y tarde. En el primero mandaba yo la última mitad. Como a las 12 M vino a verme Endovia Torres, llegado de Iquique.
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A principios del mes, o fines del anterior, llegó una noche Endovia de San Pedro de Atacama y me habló en mi cuadra sin que yo pudiera conocerlo. Hacía largos años a que no lo veía. Venía de la República Argentina. En la tarde, el mayor entró al cuarto de bandera con un papel en la mano e hizo llamar a los sargentos Ramírez y Barahona. Después de un momento de conferencia entre los tres, se retiraron. Supe enseguida que dichos sargentos habían mandado una presentación firmada por ellos, al Comandante General de Armas, haciéndole presente que estaban presos en el Cuartel por haber firmado cierta protesta en días pasados dirigida al comandante del cuerpo, y que ahora suplicaban se les dispensara, etc. El coronel mandó ese pliego a nuestro comandante y éste se lo dio al mayor, siendo éste el papel con que lo vi entrar. Y en vez de conseguir algo con dicha súplica, los sargentos fueron condenados de verse libres o salir mientras no se aprendieran sus obligaciones. Por todo esto que les pasó, Ramírez y Barahona maldicen a cada rato la hora en que tuvieron el capricho de ser soldados. En vano trato yo de darles conformidad o ánimo con consejos bien fundados; pero ellos no entienden, especialmente Barahona, que es más cerrado de mollera que un cofre y es el único sargento que no se ve libre de arrestos en la cuadra o Prevención y hasta en el Calabozo. - ¿Porqué no toman ejemplo de mí? – les digo – Yo no meto ni ruido y aunque sufro tanto como Uds. o tal vez más a veces, sin embargo yo mismo me tranquilizo cuando pienso que por mi gusto vine a tomar experiencia de lo que es milicia. Pero no entienden mis dichos compañeros de armas. Anoche era Contador quien sufría una tremenda ronca del comandante del cuerpo, porqué dijo éste que aquel había estado esa misma noche en el teatro, abrazando a un soldado; cosa que Contador niega. Quedó arrestado por dicho motivo, con gran rabia suya. Los sargentos están de baja, he repetido yo en estos días al ver presos a varios de ellos y al sargento Juan de D. Aranda, soldado viejo y con tres premios, con una barra de grillos en la Prevención, por haberlo encontrado ebrio en la guardia de Cárcel; al sargento Ramos de mi Compañía, por no recuerdo que falta; al sargento Flavio Jiménez de mi Compañía por la misma falta de Aranda, y otros. Por fortuna, yo me mantengo sin mancha y de esto viviré orgulloso. 24 de Julio de 1880 Sábado. (A las 5 de la mañana) Hace un sueño y un frío tremendo. ¡Qué dura guardia me ha tocado! Como envidio a los campesinos de Chile, sentados a esta hora junto a las fogatas de sus cocinas, esperando la hora de salir a sus trabajos. Yo, helándome de frío, y ellos restregándose las manos para recalentar sus callosas epidermis, después de bien dormidos y cantando sus tonadas favoritas. “Cuando en las noches de cruda helada La llama amada Chisporrete”... ¡Vivía la guerra del diablo en que estamos metidos! Pero ya está aclarando y todo el mundo (¡Todo el mundo dentro de un Cuartel!...¡Qué palabra!) se levanta, sacudiendo sus mochilas, y principia el movimiento, el tropel y el sordo bullicio que se produce cuando habla a un tiempo mucha gente. El frío se va espantando, el sueño huye a toda carrera, y yo voy quedando very well. El teniente va tomando el color de la plata; Antofagasta empieza a ser iluminado. Es que ya le van aumentando la luz a la lámpara que nos alumbra nuestro planeta. “Los cielos se tiñen De claro arrebol; ¿Quién manda esas luces? ¿Quién manda a ese sol?” ¿Y que me importa lo que preguntan los poetas y poetastros? Solo sé que ya se dieron los tres golpes de diana y que esta ya comienza. A las 9 ½ A.M. entrego la guardia al sargento Ramos, que entró con el teniente Luna. El dicho sargento, cada día más delgado, se recibió de tres presos engrillados en el Calabozo, y como 12 sin ellos. En la Prevención entregué preso al sargento Aranda, que ayer en la tarde le quitaron los grillos. Hoy en la tarde, ejercicios. Hubo limpia de armas y revista de ellas y de vestuario.
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25 de Julio de 1880 Domingo. Hoy conseguí permiso con el capitán Castro para ir a misa fuera de las filas. Necesitaba saborear a mi gusto la conclusión del estupendo discurso (así llamado por V. Mackenna en un artículo de estos días) del eminente estelar, en la recepción hecha en la Academia Española, y publicado en el Mercurio desde hace cerca de un mes. Y aquí es oportuno que deje constancia del gran servicio que me hace el amigo D. Juan Robles, prestándome dicho diario en cada vapor del Sur que llega. Dicho señor ha tenido para mí siempre una voluntad tan buena como la chicha que tiene. Anoche ha ocurrido un suceso bastante grave, y que yo lamento de veras. Al presentarnos los sargentos al parte de la retreta y a las 8 P.M., Contador, que se sitúa a mi izquierda, me refirió levemente, en voz baja (mientras el ayudante Castro estaba en la rueda de los oficiales) que el mayor Narvaez le había dispensado un arresto que él le había impuesto en la tarde, por no sé que faltas cometidas durante el ejercicio. Sobre esto yo noté que el mayor le dio un grito encolerizado porque Contador no andaba con presteza para tomar sus colocaciones como guía. Digo, pues, que Contador me refería lo que él había hablado con el mayor, cuando llega el capitán Castro a la rueda de sargentos, empezando a tomar el parte. Pero inmediatamente le dice airado a Contador: - ¿De qué se ríe mi sargento? - Yo no estoy riéndome, mi capitán – le contestó Contador. - ¿Y me desmiente Ud. cuando yo lo estoy viendo? ¿Qué tiene que reírse? Nueva negativa de Contador. El capitán Castro concluyó de tomar el parte y nos retiramos, yéndose al parecer muy irritado. Tal vez estaba prevenido por las faltas cometidas en el día, o tal vez no. Yo no noté si realmente se rió. Terminado esto, y habiéndose tocado silencio, me acosté, después de dejar en silencio a la tropa. Estaba además con mucho sueño por la trasnochada anterior. Poco rato después Contador va al cuerpo de guardia, encuentra al capitán Castro y le pide permiso para salir a la calle. El capitán le niega el permiso, enojado todavía y terminantemente le ordena volverse a su cuadra. Así lo hace Contador, pero no sin salir profiriendo palabras bastantes hirientes contra el capitán. Apenas sale del cuerpo de guardia vuelve otra vez y pide a dicho capitán permiso para hablar con el mayor. Esta vez el capitán agarró de un brazo o solo empujó a Contador; mandándolo de nuevo a la cuadra. Este se encolerizó y contestó atrevidamente, entablándose un escandaloso altercado, en que Contador hecho a buena parte al capitán. Este llamó a dos soldados de la guardia para que lo hicieran subir a una pieza de los altos para arrestarlo ahí. Hubo que hacerle violencia a Contador, para que subiera la escala, que al fin lo hizo gritando que lo mataran a balazos y otras cosas. El capitán Castro fue donde el comandante y dio parte del hecho, y este mandó que le pusieran una barra de grillos y mordaza si seguía gritando. Ni una ni otra cosa hubo necesidad de hacer, porque una vez encerrado se sosegó. Parece que andaba algo alegre. Hoy en la mañana, me dijo el sargento Ramos que se había remachado una barra de grillos, por nuevo mandado del comandante, al pobre Contador. También se me anuncia que se le va a instruir sumario y que será rebajado. 26 de Julio de 1880 Lunes. Anoche, no pude salir para comer, ni siquiera para oír la retreta, en que se tocaban piezas tan hermosas como Marta y Jones. El mayor se empecinó en dejar la tropa encerrada. ¿Qué hacer? Me acosté en mi mochila y me dormí, soñando hasta con el diablo. En el teatro se representaba “La gracia de Dios”, por cuya pieza, dicen, hubo bastante concurrencia. Y aquí será bueno recordar que en Antofagasta hay bastante afición por el teatro, aún en las clases pobres. Hoy hubo ejercicios tarde y mañana. A las 10 ½, después del relevo de guardias, se tocó puerta franca, lo que provocó un grito de júbilo en todas las cuadras. Hacían ya varios días a que estaba la tropa como en ejercicios. Pero la chicha hizo su natural efecto y las roscas fueron tremendas. En la noche faltaron 11 en mi Compañía, a la retreta; pero fueron llegando durante la noche. El comandante visitó las cuadras a primera hora, mientras el capitán recorría la población buscando los dispersos adoradores de Baco. 27 de Julio de 1880
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Martes. En la mañana, al salir a ejercicios, se hizo entrar de nuevo la tropa al patio para presenciar el castigo ordenado contra un soldado Pedro Cajas, de la 3º, por ebrio y otras faltas. Se le dieron 50 palos o 100. En el ejercicio, fui nombrado comandante de mitad. En el de la tarde, fui guía derecho de la 1º de la 1º. En la noche, llegaron algunos ebrios; pero no hubo faltas. Estando desde la tarde presos en el Calabozo, los cabos de mi Compañía, Telésforo Martínez y Santiago Rodríguez, muchachuelos sin juicio y atolondrados, por haber llegado ebrios, el último, Rodríguez, con permiso de la guardia, vino a la cuadra y despeda----------------------------------------- (falta una página). Pena de muerte. 31 de Julio de 1880 Sábado. Hoy, al practicarse el relevo de guardias, se me avisó que yo estaba de guardia, en reemplazo del sargento 2º Benj. Castillo, que como de costumbre, había llegado borracho. Gran incomodidad me causó esto. El teniente Letelier tuvo la culpa de esto, pues él dio parte que yo no hacía guardias varios días. Así era la verdad, gracias al capitán ayudante Castro, quien me alivia en lo que puede. Una vez recibido yo de la guardia de Prevención, a donde entré de servicio con el subteniente Bruce, tuve una pequeña cuestión con dicho teniente, a propósito de mi guardia. Ayer y anteayer Jueves, he salido a los ejercicios diarios, mañana y tarde. Ya me creo competente para mandar todos los movimientos que hasta aquí se han enseñado. Los he aprendido estudiando y practicándolos. En cuanto a los oficiales, no pasaran de dos los que se han tomado la molestia de estudiar. Chambonean que da lástima. Sin embargo, se nota que ya van comprendiendo algo. Ayer saqué de la imprenta del Pueblo Chileno una Ordenanza completa que yo había mandado empastar por 3 pesos, cuyo valor pagó el capitán Ahumada, para que sirviera a la Compañía; pero el libro es mío. Se lo compré al soldado de mi Compañía, Emilio Atencio, quien lo obtuvo del capitán N. Ramírez, hermano de Eleuterio Ramírez, héroe de Tarapacá y del 2º de Línea. Durante la estadía de dicho capitán aquí en Antofagasta, Atencio le sirvió como asistente y le regaló ese y varios otros libros. Ayer salí a la pampa, a ver el ejercicio de tiro al blanco que hicieron casi todo el día los Artilleros. Las punterías no eran buenas, pero sí la dirección. Pero sus maniobras y fuegos de fusilería fueron muy lucidos. Nuestra banda, que no puede hacer falta en ninguna fiestecilla, marchaba a la cabeza, haciendo resonar las lomas con sus marciales tocatas. Desde esta semana, especialmente en los últimos dos días, el mayor Narvaez ha estado enseñando a la tropa la carga a la bayoneta, que se había dejado de practicar desde hace varios meses. Se trabaja sin descanso por disciplinarnos. ¿Será cierto que al fin saldremos a campaña? ¡Quiéralo Dios que así sea! Se me dice que el Comandante General de Armas ha pedido al Gobierno capotes para el Batallón y no sé que otras cosas. Ya era tiempo, pues con las guardias tan continuas, la gente casi se traba. En este mes de Julio, el 26, cumplimos 6 meses de estadía en Antofagasta. ¡Quién lo hubiera creído! Seis meses durmiendo casi en el suelo y comiendo de la misma manera, es para hacer salir canas verdes. 1 de Agosto de 1880 Domingo. (A las 5 de la mañana). A esta hora asomaba tras de los cerros la Luna, que está en menguante. Una claridad indecisa invade a esta población y los cerros parecen empinarse como negras e inmensos fantasmas. El frío y el sueño son las novedades de la guardia. En mi Compañía faltaron a la retreta siete, número muy crecido. Solo dos llegaron con novedad durante la noche; uno, Romo, le quebró el brazo a un paisano de un palo, y el otro, Martínez (Domingo), formó tal pendencia con cuatro o más en un café, que todos, incluso el dueño de éste, fueron a parar a la Policía. Decididamente, la gente del “Aconcagua” comienza a incomodar y ha borrar el buen nombre que hasta aquí tiene tan bien puesto. A las 9 A.M. entregué la guardia. 2 de Agosto de 1880 Lunes. (sin anotaciones). 3 de Agosto de 1880 Martes. Ayer Lunes y también el Domingo, ha habido gran braveza de mar. La barra ha estado cerrada y cortada toda comunicación con los buques. El vapor de la carrera, llegado el Domingo al entrarse el sol, del Norte, salió para el Sur a los pocos minutos, por la imposibilidad de comunicar con tierra. Dejó la correspondencia en un buque de vela fondeado.
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Esto sucede siempre, cada vez que hay bravezas. No hay cosa en esta tierra, que me guste más ver que el espectáculo del mar embravecido, cuyas olas espumosas invaden la siempre tranquila poza, que la convierten en una paila de agua hirviendo; tal es la agitación de las aguas. Ejercicios hubo ayer tarde y mañana. Hoy, en la Orden del Cuerpo, se comunica una sentencia o resolución del jefe, por la cual quedan rebajados de sus escuadras y jineta, los cabos 2º Calixto Rubio, de mi Compañía, y Moisés Muñoz, de la 3º, por haberlos encontrado bebiendo y jugando al naipe en la guardia del Hospital, el 31 del pasado; y al sargento 2º comandante de ella, Luis de la Sota, un chicoquito que parece picaflor, se le impuso un mes de prisión por no haber tomado las medidas convenientes para evitar tan grave falta. Rubio era un cabo intolerable por la continuidad de sus faltas de todo género; pero como militar no había otro cabo, y en este sentido era por mí muy apreciado. Ha sido uno de los castigos más merecidos que he visto y el que más he lamentado. En la Orden General se ordena que la banda de nuestro Batallón toque retreta en la plaza, los días Martes y Viernes, de 7 a 8 P.M. 4 de Agosto de 1880 Miércoles. Anoche, la banda tocó un trozo de la ópera “Yone, Elíxir de amor” y una linda habanera. Fue una espléndida retreta. A la hora de costumbre, entre de guardia en la Prevención, con el subteniente Canto. Me recibí de 14 presos en el Calabozo, 3 de ellos con grillos, y 1 en la Prevención, sargento 2º del “Santiago”. Contador ya está libre; no así Barahona, que sigue preso con la barra de grillos al lado. El coronel está creyendo que le han puesto los grillos. A las 2 P.M. llegó arrestado un joven Rojas, subteniente del Batallón Cívico de este puerto, por el coronel, que a nadie afloja un pelo. A un sargento 2º Ramírez, del Batallón “Melipilla”, porque llegó tarde a la Estación del ferrocarril, en donde iba a embarcarse para el interior, cuando ya el tren marchaba; lo mandó arrestado a este Cuartel, donde ha estado dos meses, hasta que en estos días le recordamos esta prisión y lo dejó irse a su cuerpo. Dicha señoría es terrible. Hoy ha sido conmutada por el coronel Comandante de Armas, en 200 palos, la pena de muerte impuesta por el Consejo de Guerra a los soldados Nilo, de la 3º Compañía y José Lorenzo Cisterna, de la 2º, procesados por desertores. Un incidente que me acaeció el Lunes pasado, en la calle, lo consigno aquí, porque solo ahora lo recuerdo. Caminaba yo por la calle de Ayacucho, leyendo el Mercurio, sin fijarme en los que encontraba a mi paso. Llegué a la calle del Nuevo Mundo (hoy de Angamos) y en casa del amigo Robles, cambié ese diario por otro y me volví leyendo por la misma calle de Ayacucho. De repente oigo una voz que me dice: - Haber, dígame. Me detuve y miré al que me hablaba. Me encontré frente a un militar chico y grueso; blanco y de patillas rubias, en sus hombros tenía presillas de mayor. Yo, sin hablar palabra esperé un segundo. Me dijo: - ¿Es Ud. oficial?. - No, señor – le contesté. - Y entonces, ¿porqué no cumple con su deber en la calle? - ¿Cuál deber será ese, señor? - El de saludarme conforme a la Ordenanza. - No lo he visto, señor – le dije – porque tengo costumbre de algunos años de andar leyendo por todas partes. Ha sido solo una distracción. - Lo hace de intento – me dijo – Dos veces me ha encontrado y se ha hecho desentendido, y para que otra vez cumpla con la Ordenanza y se fije mejor en la calle, váyase arrestado a su Cuartel. Di media vuelta y tomé mi camino al mar, a mi paseo diario. A mi vuelta al Cuartel, di cuenta del hecho a mi capitán, quien riéndose me dijo que no hiciera caso del arresto. Dijo que dicho oficial era el mayor Guíñez, del “Melipilla”. 5 de Agosto de 1880 Jueves. Después del café, por la mañana, se dio cumplimiento a las sentencias sobre los desertores. Pero se anduvo con blandura, porque solo se les aplicaron 100 palos a cada uno. A las 9 ½ A.M. entregué la guardia a Contador, que entró de servicio con el teniente Letelier.
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En el Pueblo Chileno de anoche (antenoche) se publica el último Decreto del Gobierno, sobre el aumento de plazas a este y otros cuerpos movilizados, a cuyo Decreto ha sido dado a propósito del Decreto de 26 de Junio último que ordena el aumento de 300 plazas más. El último Decreto va impreso en la página siguiente, copiado de dicho periódico. (Inserto del artículo en el original) “Santiago, Julio 21 de 1880. S.E. ha decretado hoy lo que sigue: Vistas las notas que antecede decreto: Se declara que los Batallones Cívicos “Valdivia”, “Atacama” números 1 y 2, “Curicó”, “Coquimbo” número 1, “Chillán”, “Caupolicán”, “Melipilla”, “Colchagua”, “Aconcagua” número 1 y 2, “Talca”, “Rengo”, “Concepción”, “Cazadores del Desierto” y “Chacabuco”, a que se refiere el decreto de Junio último (1), deben constar de seis Compañías de ciento cincuenta hombres cada una y su plana mayor del siguiente personal: Teniente coronel comandante, un sargento mayor, dos capitanes ayudantes, 1 subteniente abanderado, un sargento 2º, 1 cabo y ocho tambores o cornetas. Las Compañías de “Granaderos” y “Cazadores” constarán de un capitán, un teniente, dos subtenientes, un sargento 1º, seis sargentos 2º, seis cabos 1º, seis cabos 2º y ciento treinta soldados. Las Compañías 1º, 2º, 3º y 4º, tendrán la misma dotación de oficiales y clases y ciento veintinueve soldados. Tómese razón y comuníquese. M. García de la Huerta.” (1) Véase la copia de este Decreto en el día diecinueve de Agosto, Cuaderno 8º. 6 de Agosto de 1880 Viernes. Hoy llegó el transporte Itata atestado de gente, del Sur. Desde ayer tarde, está fondeado el Payta. En el primero llegó el mayor Solís, que en vez pasado estuvo arrestado en este Cuartel. Trajo la nueva de que se había Decretado la formación de un Regimiento, con los dos Batallones “Aconcagua” Nº1 y 2, y que él venía nombrado de sargento mayor para dicho Regimiento. Se agrega que ya llegó oficio al comandante, comunicando tal noticia. Parece que esta ha parecido bien a la mayor parte del cuerpo este. En el mismo vapor, le ha llegado al capitán Ahumada, su media mitad o su costilla. Ayer y hoy he continuado en los ejercicios, siendo como siempre destinado a mandar mitades. En el Pueblo de esta tarde, he leído un Decreto del Ministerio de la Guerra, fechado 29 de Julio, en que crea depósitos de enfermos, heridos y licenciados en Valparaíso, Antofagasta, Iquique y otros puntos, y ordena dar de baja a todos los que figuren en las listas de revista con la nota de enfermo, para reemplazarlo inmediatamente. Magnífico Decreto es éste. Véase más adelante. Como 2.000 hombres lleva el Itata al Norte. 7 de Agosto de 1880 Sábado. A las 9 ½ entré de guardia en la Prevención, con el subteniente Bruce. Persiste el rumor de que los dos “Aconcagua” formarán un Regimiento. Así lo he leído en el diario de hoy. Unas cabeceadas me hicieron escribir sin saber qué, por las palabras borradas. Esta mañana se le puso una barra de grillos de orden del capitán Torres, al sargento 2º de la 4º, Luis de la Sota, un niñito color de leche con mote, y tan alto como un jerne y tan delgado como un fideo macarrón. El tal muchacho va siendo de los más resueltos y atrevidos. Huido por dos veces de su casa, por compasión se le hizo sargento, y hoy paga ese servicio con insubordinaciones. Hoy solo ha habido limpia de armas y vestuario, y revista de ellas. Esta noche he conversado con el capitán Narvaez Mayor, y me ha dicho que no temería a ningún cuerpo del Ejército mandando él a este Batallón, como ahora. Cree que este cuerpo puede lucirse en cualquier parte. Y sin embargo, yo creo es contrario, solo porque la oficialidad no tiene empeño por aprender mejor. También me dijo que cuando él era sargento 1º, el coronel Arriagada era subteniente del mismo cuerpo; que dejó las armas el 8 de Agosto del 62 y volvió a tomarlas el 68, continuando hasta ahora, y que el capitán don Juan Agustín Torres, era solo músico, ignoro que clase, y que el 72, no recuerdo que jefe lo hizo sargento 1º y enseguida les nombró instructor de un Batallón Cívico, cree que en Quillota. Y otras cosas más.
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Y mientras esto escribo, dan las doce de la noche. El frío amenaza helarme hasta la médula, contentándonos con pasear de un lado a otro, del cuerpo de guardia, y aguardar el nuevo día. Este es el Decreto mencionado en el día ayer: (Inserto del artículo en el original) “Ministerio de la Guerra. Santiago, Julio 29 de 1880. Considerando: que es conveniente mantener completas las dotaciones de tropa de los cuerpos del Ejército de Operaciones del Litoral del Norte; y que para obtener este fin, es indispensable dar de baja a los heridos y enfermos, formando depósitos de éstos, en los distintos puntos donde residen, en los Hospitales de Sangre o comunes, hasta que puedan ingresar nuevamente al Ejército los que mejoren; se conceda a otros su separación por inutilidad física o se acuerde la gracia de inválidos a los que resultaren acreedores a ella. He acordado y Decreto: Artículo 1º Los jefes de los cuerpos de línea y de la Guardia Nacional Movilizada en campaña, procederán a dar de baja en los de su mando, a todos los individuos de tropa que figuren en las listas de revista con la nota de “Ausentes” por heridos o enfermos, a fin de que las plazas sean ocupadas con la gente que se les destine. De esas bajas, pasarán relación nominal inmediatamente después a la inspección de que dependan. Artículo 2º En las plazas de Santiago, Valparaíso, Serena, Copiapó, Antofagasta, Iquique, y demás puntos donde haya enfermos en los Hospitales, se establecerán depósitos de estos individuos, con designación de los cuerpos a que pertenecían; debiendo los comandantes generales y particulares de armas, encargar del mando y cuidado de todos ellos a un oficial de su dependencia, o al que ya estuviese comisionado, para los efectos de la revista de comisario y pago de la mitad de sus sueldos, como está dispuesto por Decreto Supremo de 20 de Marzo del presente año. Los expresados comandantes generales y particulares de armas enviarán a las inspecciones mensualmente las correspondientes listas de revistas de comisarios de los depósitos, firmadas e intervenidas, como las de los otros cuerpos. Los heridos y enfermos residentes en Santiago, continuarán bajo la dependencia del comandante del Depósito de Reclutas y Reemplazos, quien se entenderá con el inspector general del Ejército y el de la Guardia Nacional en todo lo concerniente al servicio, como los demás cuerpos del Ejército y de la Milicia Cívica en campaña. Artículo 3º Los expresados funcionarios harán reconocer periódicamente los heridos y enfermos, y ordenarán la incorporación al Ejército del Norte de los que se encuentren hábiles para el servicio y en aptitud de marchar tan luego como haya oportunidad. El general en jefe del Ejército los destinará a sus mismos cuerpos, si hubiere vacantes, o a donde lo crea más conveniente. Respecto de los inútiles por enfermedades físicas, los licenciarán provisoriamente, dando cuenta a la inspección de su dependencia para su licenciamiento definitivo. En cuanto a los inválidos por heridas, serán propuestos para esa recompensa, elevando al efecto a las inspecciones el certificado del cirujano que los haya reconocido, para que dichas inspecciones procedan conforme a Ordenanza. Todos los enfermos deberán permanecer en los Hospitales, en las casas de convalecientes o en sus Cuarteles, a fin de obtener su completo restablecimiento o su licenciamiento, según los casos y enfermedades. Artículo 4º Las oficinas pagadoras respectivas abonarán, con Decreto de la autoridad militar correspondiente, los sueldos que devenguen a los interesados en la forma indicada en el presente Decreto y con cargo a las leyes especiales que autorizan los gastos de guerra. Artículo 5º Los fondos que resultaren sobrantes por deserciones, fallecimientos de los individuos después de haber pasado la revisión de comisario, o por otras causas, serán reintegrados mensualmente en las respectivas tesorerías, en virtud de Decretos librados por las Comandancias Generales de Armas.
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En Santiago, dichos fondos entrarán a la caja del cuerpo de depósitos, con las formalidades de ordenanza. Artículo 6º Se encarga el cumplimiento de esta resolución a los inspectores generales del Ejército y Guardia Nacional, comandantes generales y particulares de armas, y a los oficiales que tengan el mando de los depósitos. Tómese razón, comuníquese, publíquese y circúlese. Pinto. J. F. Vergara.” 8 de Agosto de 1880 Domingo. A la hora de costumbre, entregué la guardia al 1º Contador, que entró de servicio con él (teniente Letelier) subteniente Canto. 9 de Agosto de 1880 Lunes. (no hay anotaciones). 10 de Agosto de 1880 Martes. En el Pueblo de hoy, se ha publicado el artículo siguiente, en contestación al suelto de crónica a que se refiere: (Inserto del artículo en el original) “Solicitada. El comandante del Batallón “Aconcagua”, señor Rafael Díaz Muñoz, nos ha pedido la inserción de las siguientes líneas: “Regimiento “Aconcagua”. Señor cronista del “Pueblo Chileno”. Muy señor mío: En el diario del Sábado 7 del presente, y en la sección que está a su cargo, veo que se da la noticia de la formación de un Regimiento que llevará el nombre de “Aconcagua” y que se compondrá del Batallón que yo mando y del segundo que está en el Norte; agregando que ese Regimiento será mandado por el jefe del 2º cuerpo y que, el que suscribe, se retira del servicio por motivo de salud. Sensible es señor cronista, que usted, para escribir en un diario acreditado y serio como es “El Pueblo Chileno”, se funde en díceres, pues con tal línea de conducta muy pronto su buena reputación vendrá por los suelos. Si el Gobierno ha pensado o piensa formar un Regimiento de ambos, no lo sé y dejo la responsabilidad de la noticia a usted. En cuanto a mi retiro, diré a usted que carece absolutamente de fundamento, pues creo que podré felizmente llegar al término de la campaña con buena salud: el que ha abandonado familia, comodidades e intereses, sin haber pensado jamás en el lucro de ascensos, para formar en las filas de los defensores de la Patria, créame, señor cronista, que no se siente desanimar tan fácilmente, no digo por enfermedades, pero ni aún por injusticias, que pudieran afectarle directamente. Fío en la hidalguía de usted, dará publicidad a estas líneas en las mismas columnas de crónica que usted redacta, suscribiéndome su muy atento y S.S. Rafael Díaz Muñoz.” El señor Muñoz nos permitirá le observemos que nosotros nada hemos afirmado ni negado, respecto a la formación del Regimiento “Aconcagua” y del probable retiro de nuestro honorable contradictor por motivos de salud. Simplemente dimos a conocer una noticia que llegó a nuestros oídos sin darle otro carácter que el de un rumor y nada más. Por lo demás, celebramos como el que más que no sea verdad el estado precario de salud en que se decía se encontraba el señor Muñoz y a lo cual se atribuía su retiro del servicio.” En el mismo diario se publicó la orden de la Comandancia General de Armas, comunicada hoy mismo a los cuerpos de esta plaza, y es la que está impresa al lado. (Inserto del artículo en el original) “Orden del día. La guarnición se cubrirá como esta prevenido.
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El Viernes 13 del presente, a las 8 de la mañana, pasarán revista de comisario los cuerpos de línea y movilizados existentes en esta guarnición; las planas mayores de los cuerpos se encontrarán el día y hora indicado en el Cuartel del Batallón “Aconcagua” número 1, para los efectos de la revista. Servirá de interventor el sargento mayor del Regimiento número 1 de Artillería don Antonio R. González. Los enfermos, heridos, e individuos sueltos del Ejército del Norte, y los demás ausentes de los suyos, la pasarán por los certificados de cada cuerpo que formará al efecto el subteniente del Batallón “Aconcagua” número 1, don Daniel 2º Izquierdo. Arriagada.” 11 de Agosto de 1880 Miércoles. Hoy entré de guardia en la Prevención, con el subteniente Bruce. Me recibí de 21 presos en el Calabozo y 3 en la Prevención, siendo uno de estos el párvulo sargento Sota. Barahona continúa preso con la barra de grillos al lado. Antes de meridiano se pasaron los borradores de lista de revista para su confrontación y en la noche empecé a hacerlos en limpio. Por vez primera se hizo esta mañana un ejercicio de evoluciones, en que todas las mitades eran mandadas por sargentos y aún cabos. Me parece que mandaba a las Compañías el teniente Letelier. Yo no asistí, protestando tener que hacer el borrador de las revistas, pero en realidad no fui porque amanecí con una rabia tal, que hubiera querido que un terremoto acabara con Sansón y sus filisteos, es decir, con el Cuartel y nosotros. El motivo no era otro que el ver que se me obligaba a hacer guardias sabiendo que estos días son de mucho trabajo por la próxima revista. Pero rabias y alegrías, todo viene y todo pasa también. 12 de Agosto de 1880 Jueves. A la hora de costumbre entregué la guardia al 1º Contador, que entró de servicio con el subteniente Canto. Antes de acostarme a dormir, salí a dar un corto paseo. Supe que había salido en el diario de ayer, la noticia de nuestra próxima partida al Norte, y me encaminé a la imprenta, a buscar el diario. Al pasar frente a la Iglesia, se me ocurrió entrar a ella y ver las refacciones que se están haciendo. Muy pronto, la Iglesia quedará muy hermosa en su interior. Enseguida tomé los siguientes apuntes de un gran cuadro fijado en la pared y que demuestra lo que indica este título: Cuadro nominal de las erogaciones para la construcción de esta Iglesia A.D. – MDCCCLXXIII. Erogación del Supremo Gobierno 11.000 Colecta de Santiago 1.020 Colecta de Valparaíso 150 Colecta hecha por el Sr. Cura 837,10 La Municipalidad 300,00 Beneficio dado por la Compañía -----------------871,03 Erogaciones de varias casas comerciales 1.400,00 Colecta del Salar del Carmen 141,30 Colecta de las máquinas de Amalgamación 105,40 Colecta de los carboneros de la Compañía del Ferrocarril de Antofagasta 32,30 Colecta de Ferrocarriles 100,00 Colecta de las Bodegas de las minas Descubridoras de Caracoles 66,40 Colecta de los carboneros de Newman y Co. 82,50 Colecta de los carretoneros de Doil y Co. 12,00 Colecta de las calles de Sucre y Lamar 582,10 Colecta de las calles de Bolívar y San Martín 202,70 Colecta de las calles de Cienfuegos, Colón y Washington 399,50 Colecta de la calle Casabobo y Junio 108,10 Colecta de la calle Ayacucho y Maipú 1.300,00 Colecta en Bella Vista 40,00 Colecta en las calles La Paz, Cochabamba y Potosí 37,00 Colecta en la calle de Santa Cruz 227,00 Colecta en la calle de Caracoles 255,80 Colecta del gremio de fleteros y lancheros 43,00 Intereses abonados por el Banco Nacional de Bolivia 57,38 Don Juan Francisco Bascuñán 30,00
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Colecta de los carretoneros de Escobar y Assi Suma total
112,15 49.682,71
No sé si se me habrá escapado alguna otra partida para entrar dicha suma. Después de sacar estos apuntes, obtuve el diario de ayer, en que leo la halagadora noticia que se encuentra en el recorte que enseguida he puesto: “Al Norte. Cartas particulares de Santiago, recibidas por el último vapor, comunican la noticia de que en los Consejos de Gobierno ha resuelto o se va a resolver llevar a efecto la inmediata marcha al Norte de las tropas que cubren la guarnición en este litoral. A ser cierta esta noticia, como parece, bien pronto los gallardos y veteranos Batallones “Aconcagua” número 1 y “Melipilla” verán cumplidos una de sus más vehementes, al par que justos deseos, su incorporación al Ejército de Operaciones sobre Lima.” Tanto se ha dicho y escrito sobre nuestra marcha al Norte, que ya no creemos nada, y solo esperamos tranquilos nuestra buena o mala suerte. Nos consuela, sin embargo, los calificativos favorables a nosotros, que encierra el suelto de crónica en cuestión. En la tarde, salió a ejercicios la tropa, acompañada de la banda de música, cosa que no se hacía desde hace largos días. Yo no pude asistir, por encontrarme nada bueno, a pesar de recibir dos llamados del mayor, que me había dejado la última mitad para mandarla. 13 de Agosto de 1880 Viernes. Hoy en la mañana, llegó del Norte un transporte con heridos, mientras yo leía a la Compañía formada las leyes penales; se recibió la orden de mandar 25 hombres al muelle para recibir heridos. Se me dice que solo desembarcaron un cadáver y ningún herido. El vapor siguió al Sur. Como a las 10 ½ A.M. se pasó revista de comisario frente al Cuartel. En mi Compañía pasaron revista 90 hombres de tropa y 4 oficiales. ¿Dónde pasaremos la revista de septiembre? ¡Problema! 14 de Agosto de 1880 Sábado. Limpia de armas y vestuario por la mañana. En la tarde, ejercicios en la calle, con banda. Asistí como guía derecho de la 1º de la 1º. Los ejercicios no estuvieron bien, porque los oficiales no estudian una línea en la táctica, cual si creyeran hallarse en tiempo de paz, en que la cama sustituye a la mochila y el bastón a la espada. Se conoce que no tienen entusiasmo. Lo siento por ellos y por el Batallón, y si yo sufro con ver sus chambonadas, ¿qué no sentirá el comandante, que mira desde su puerta dar contramarcha a la izquierda, en vez de a la derecha? Por los diversos diarios que he leído, saca en limpio que Lima nos aguarda con sus legiones de ratones, y que nuestro Gobierno activa los preparativos de una nueva expedición a las costas peruanas. 15 de Agosto de 1880 Domingo. Al ir al parte de diana, supe por los subtenientes Canto y Herbage la grata noticia de que anoche, el coronel Arriagada había telegrafiado al mayor Bustamante, Comandante General de Armas de San Pedro de Atacama, para que inmediatamente que llegara a ese punto una fuerza de “Carabineros de Yungay”, entregue la Comandancia y se venga inmediatamente a este puerto, en unión con el Batallón “Melipilla”, a quien se unirá no sé qué en que punto del interior. Y al confirmarme esta noticia, el primero de los nombrados, exclamé: - ¡Gloria in exelsis Deo! Esta exclamación sale por todo comentario a la anterior noticia. Había amanecido de bastante mal humor, por habérseme nombrado de guardia para hoy; pero al saber la buena nueva, todo fue gusto. A las 9 ½ entré de guardia con el subteniente Alamos, después de haber asistido a misa. Y a propósito, solo en la Iglesia supe que hoy es el gran día del Tránsito. El cura predicó sobre esto como un cuarto de hora o más, y durante ese tiempo, solo miró al techo de la Iglesia y ni una sola a otra parte. ¿Será que no quería tener tentaciones?. Y a fe que tenía razón, pues ahora concurren a misa muchas buenas caras.
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Durante el día, me ocupé de acomodar las listas para el pago. En la noche me sorprendió la noticia de un terremoto habido en el Sur. Se dice que el cable submarino se ha cortado por las bravezas de mar, en las costas de Coquimbo. Después de los grandes temporales que ha arruinado tantas poblaciones, faltaba que un remezón de tierra concluyera con lo que habría quedado parado. Esto es llover sobre mojado. Se dice que el coronel Arriagada se marcha al Sur y que lo reemplaza en la Comandancia de Armas nuestro comandante. 16 de Agosto de 1880 Lunes. A la hora de costumbre, entregué la guardia a Contador, que entró de servicio con el subteniente Bruce. En el Pueblo de esta tarde, se ha publicado algunas noticias que confirman las que se ha sabido por rumores, respecto de la partida del coronel; agregando que se ha dado orden para que las Compañías del “Aconcagua” que están en el interior, se vengan muy pronto. Después de llevarme durmiendo hasta la llamada (2 P.M.), entregué al capitán las distribuciones de pago de la Compañía. Al hacerlo, en la mayoría, el capitán Castro dijo que por esta noche estaba citado para concurrir a la comandancia del cuerpo a fin de terminar ciertos arreglos del Batallón, entre ellos las propuestas de subtenientes y tenientes, de que ya se ha hablado en otras ocasiones. La cosa va agarrando color, dije para mis adentro. 17 de Agosto de 1880 Martes. Hoy a la diana, supe por el subteniente Canto, que era efectivo lo anunciado ayer por el capitán Castro. Se hicieron las propuestas para subtenientes y tenientes. De estos, Cristóbal González y Herrera (Alberto), fueron propuestos, para la 6º el primero y 3º el segundo; y subtenientes, Arancibia, Bysivinger y yo. Dichas propuestas han marchado en el vapor del Norte, llegado esta tarde. Parece con esto, que la fortuna se aproxima. Pero, venga o no, yo estoy resuelto a sufrirlo todo por quedar satisfecho de haber servido a mi Patria. He dicho. En la Orden del Día, se nos comunica lo siguiente: “Teniendo que ausentarme del territorio de mi mando, nombro para que me reemplace durante mi ausencia, al teniente coronel comandante de Ejército don Rafael Díaz Muñoz. Arriagada.” El coronel se marchó al Sur en la tarde. Fue a bordo a despedirse de él, nuestro comandante. En la noche hubo retreta en la plaza Sotomayor; y después al frente de la casa habitación del nuevo Comandante General de Armas. Según supe por el amigo Naranjo (Procurador del vino de este pueblo), nuestra banda cuenta con muchos admiradores; tal es la maestría con que ejecuta sus tocatas, merced a la buena dirección de su profesor Sr. Dulliani. Tanto la prensa local, como los carteles de teatro, se expresan continuamente en términos muy favorables a su competente personal. Sin embargo, no he visto gente más borracha que la empleada en nuestra banda. Con excepción de uno o dos, los demás (son, creo que 25) son unas puras bodegas. Un día en la Prevención; otro en el Calabozo; otro con grillos; tal es la vida de estos beduinos del arte, que no reconocen más goce que el vaso lleno, ni aspiran a otra cosa que a llenar siempre ese vaso, que sus gargantas lo andan secando siempre. 18 de Agosto de 1880 Miércoles. Otra vez de guardia. Entré de servicio con el teniente Letelier, a las 9 ½ A.M. En la tarde, se empezó a pagar a las Compañías, lo que hizo que todas las caras anduvieran como de pascuas. En mi Compañía asciende el haber de la tropa a 1.090 pesos, y más o menos será el de los demás. Con motivo del pago, se estableció estricta vigilancia en la guardia de Prevención, a fin de evitar la introducción de licores; y por esto no hubo puerta franca para nadie, excepto los asistentes. Antes a nadie se sujetaba en el Cuartel, hecho el pago; y hoy este pago es sinónimo de acuartelamiento. Con permiso especial del capitán Castro, salió Contador a la calle y solo llegó cuando ya se había pasado lista de retreta. Venía alegre y esto fue lo que lo movió a cometer desórdenes, hablando barbaridades, hasta que se le puso preso en un cuarto, con centinela de vista. Este pobre mozo va caminando aprisa a su completo descrédito. En carrera como está, no es haciéndose guapo ni dando vociferaciones como se granjea el aprecio de los superiores y se conquista un grado. Sin embargo, esta conducta, pésima hasta para un soldado, han observado varios sargentos, Contador, Barahona, Ramírez, Castillo y otros.
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El Pueblo de esta tarde dice que en esta semana llegarán nuestros compañeros del interior. En el mismo diario he leído que el terremoto del Domingo, que arruinó a Illapel, apenas fue sentido en las ciudades centrales de la República. Respiré como quien me aliviana de un gran peso. 19 de Agosto de 1880 Jueves. A la hora acostumbrada, entregué la guardia al 1º Contador, que entró de servicio con el subteniente Herbage. Se concluyó el pago a las Compañías, pero no hubo puerta franca. En cambio, se nos hizo hacer ejercicio en la calle, con banda de música. Ya que no se deja dar un paseo, nos llenan de tierra. ¡Cosas de Cuarteles! Anoche salieron al patio, las Compañías, después de retreta, y repasaron los toques de guerrilla, que en este Cuartel no se había hecho nunca por este cuerpo. El capitán Nordenflich era el instructor. A pesar de las precauciones tomadas esta tarde y noche, para evitar la introducción de licores, esta se ha hecho en grande escala, pues los ebrios han aparecido como por encanto en todas las cuadras. El cuartelero de mi Compañía se encontró ebrio en su puesto y no fue posible averiguar como. No hay duda que hay una Providencia aparte para los borrachos. A consecuencia del licor, el sargento Barahona cometió graves desórdenes en el cuerpo de guardia, insultando a todos los oficiales, tratándolos de hambrientos, etc. A la bulla que se formó se agrupó en la calle buen número de curiosos. El hecho se hizo público. El oficial de guardia, subteniente Herbage, trató de ponerlo al cepo de campaña y esto aumentó la furia de que estaba poseído Barahona, quien hablaba, o más bien dicho gritaba como si estuviera predicando en la plaza. A instancia de dos oficiales, subtenientes Canto e Izquierdo, no lo pusieron al cepo; pero fue llevado al Calabozo, donde continuó lanzando burlotes contra los oficiales, diciéndoles rotos indignos de cargar uniforme, por sus antecedentes y su ninguna competencia. - Son las clases – les gritaba al grupo de oficiales que se acercaba haciéndolo callar – Son las clases las que dan honor a este Batallón y no Uds. que no son más que puros rotos indecentes, hechos oficiales por empeños. Confieso que algo de lo que decía es la pura verdad, respecto a tres o más oficiales. Gran alboroto se armó en el Cuartel con este desagradable incidente. El mayor y demás jefes llegaron pronto y tomaron no sé que medidas; el hecho fue que Barahona se quedó en silencio durante toda la noche, y lo pusieron preso en un cuarto solo del 2º piso. Se dice que le pusieron mordaza. Quedado en orden el Cuartel, después de tal alboroto, se hizo formar las Compañías en el patio y se empezó la instrucción de guerrillas; pero acertó a pasar entre las filas un soldado más de alegre y esto fue motivo de otra escena bulliciosa. El mayor se abalanzó furioso contra el soldado y le gritó (no le halló) preguntándole quien le había dado que tomar. El soldado dijo que no lo había conocido. El mayor hizo salir un cabo, quien fue dándole de a cinco palos hasta enterar un número como de 40. El soldado lloraba a gritos; pero no confesó. Fue llevado al Calabozo y la interrumpida instrucción de guerrilla continuó hasta las 8 ½ P.M. Creo que mientras más tiempo estemos aquí en este puerto, la gente se irá corrompiendo más. ¡Poderosa señora es la chicha! Oficiales, clases y soldados, todos, con pocas excepciones, han sufrido algún castigo por ella. He aquí un Decreto del que por olvido no había dejado copia. Es el primero que mandó aumentar la dotación de nuestro cuerpo y otros y dio origen al Decreto de 21 de Julio último, que está impreso en el Cuaderno 7º, día 5 de presente mes. Lo obtuve del subteniente Izquierdo, quien me lo mostró original, traído de la Comandancia General de Armas. Dice así: “Santiago, Junio 17 de 1880. S.E. ha decretado hoy lo que sigue: He acordado y decreto: Los Batallones Cívicos Movilizados “Valdivia”, “Atacama” Nº1 y 2, “Coquimbo” Nº1, “Chillán”, “Caupolicán”, “Melipilla”, “Colchagua”, “Aconcagua” Nº1 y 2, “Talca”, “Rengo”, “Curicó” y “Concepción”, aumentarán su dotación en cincuenta (50) hombres por Compañía. Los Batallones “Cazadores del Desierto” y “Chacabuco” constarán de seis (6) Compañías de ciento cincuenta (150) hombres cada una. Tómese razón y comuníquese. Lo transcribo a Uds. para su conocimiento y fines consiguientes. Dios guarde a Ud. M. García de la Huerta.”
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Más de dos meses van ya corridos desde que se expidió este Decreto y todavía no se divisa por aquí ni una oreja de recluta. Hoy se avisó que mañana habrá tiro al blanco. 20 de Agosto de 1880 Viernes. Esta mañana he visto el sumario que se inicia a Barahona; pero no leí el parte acusador. Continúa incomunicado y con grillos. En virtud de la orden expedida ayer, hoy hubo tiro al blanco, y por cierto que fue digno de recordarlo por muchos motivos. Vamos despacio. Fuerza de Artillería despachada a la Cárcel, Aduana y Hospital, relevó a la del “Aconcagua” que guarnecía esos puntos, de modo que a las nueve (9) de la mañana, después de hecho dicho relevo, las cuadras de la 2º, 3º y 4º Compañías rebosaban de soldados. Como a las doce (12) del día, formamos en la calle y se dividió el Batallón en ocho (8) mitades, todas mandadas esta vez por oficiales. Después de dar una vuelta por la plaza, volvimos por la calle de Lamar y salimos a la pampa. Habíamos dado vuelta a todo el pueblo. Tres blancos había, a 600 metros de distancia. Desde el principio se notó la mala calidad de los rifles y también de las cápsulas. De diez (10) tiros que se repartieron a cada soldado, muchos no alcanzan a tirar ni cuatro. Yo disparé de ese número dos tiros; las demás no reventaron. Con semejante armamento nos vamos a lucir delante del enemigo. Las punterías en general fueron muy buenas. Una vez que hubieron tirado todas las mitades, saliendo de a dos tiradores, se dio un descanso, durante l cual se repartió cerveza a todos, una botella para dos. Como a las tres (3) se tocó tropa y esta tomó de nuevo las armas. Después de algunas evoluciones se formó en batalla con frente a los blancos y se mandó fuego por mitades. Las descargas comenzaron regular y acabaron bien. Después de alto el fuego, se ordenó fuego graneado y aquí fue lo bueno. Alrededor de los blancos cayó una lluvia tal de balas, que el suelo parecía que hervía como el agua de una paila puesta a fuego activo. Era primera vez que hacíamos con bala este ejercicio. Los soldados estaban entusiasmados como nunca, como lo estábamos todos. Recordaré este día como uno de los más contentos que he pasado en Antofagasta. Gente del pueblo concurrió en gran número, a pié, y a caballo, militares y paisanos. Nuestro comandante recorría a caballo el campo de batalla. Un incidente lamentable ocurrió. Unos chiquillos de los muchos que pululan bulliciosos a nuestro alrededor cada vez que salimos con banda de música, se le antojó situarse detrás de los blancos, abrigado tal vez por alguna pequeña lomita de las muchas que tiene el terreno. Sin embargo, y a pesar de las precauciones tomadas para evitar una desgracia, ese niño fue herido de bala en el cuello. La bala le entró por el lado derecho de la garganta, dejándole un agujero como la boca de un dedal. El alboroto fue grande el que se formó entre el pueblo presente. El niño anduvo a pié casi toda la larga distancia que lo separaba de nosotros, y solo a una cuadra fue hecho subir a la grupa de un Artillero a caballo. Venía sin habla y con el pecho cubierto de sangre. Su aspecto causaba mucha lástima. Se le llevó al Hospital, donde dicen que la herida es mortal. Otro incidente. Mientras descansábamos, divisamos en la falda del cerro un bulto blanco que muchos decían que era mujer. Luego vimos que dos soldados subían el cerro en la misma dirección. Yo dije al verlos: - Es don Quijote con su Sancho, que van al Toboso a ver a la hermosa Dulcinea. Al poco rato se vio que la Dulcinea era arrastrada por fuerza para una quebrada, adonde los tres se ocultaron. Aquí fue la bulla y los dichos, y risotadas de los soldados. Unos pocos minutos después reaparecieron ya muy cerca de nuestro campo de maniobras, pues se habían venido por la quebrada. La gente corrió hacia ellos, como corrió para ver al herido. Resultó ser una niñita de pocos años, que se había huido de la madre, porque esta se iba para el interior, y amenazaba a sus captores hasta con acuchillarlos. Estas incidencias de nuestras fiestas, que no otra cosa son los ejercicios, contribuyeron a mantener en la tropa el buen humor, que yo creo indispensable para el soldado. Como a las cinco (5) de la tarde, nos volvimos al Cuartel, donde se repartió el rancho. Después de esto, se nombró la guardia, la que se despachó inmediatamente a relevar las guardias de los Artilleros, de Cárcel, Aduana y Hospital.
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En la noche, después del toque de silencio, conseguí permiso para salir a la calle, y supe la noticia de que la Unión andaba en Tocopilla, según se avisó por telégrafo. La guarnición de los fuertes de Antofagasta fue reforzada con mayor número de Artilleros, en previsión de cualquiera ocurrencia. Del ejercicio de hoy han quedado muchos rifles inútiles y varios soldados han escapado de ser heridos por las piezas que saltaban al disparar los famosos rifles Beaumont. 21 de Agosto de 1880 Sábado. A las 9 ½ A.M. entré de guardia en la Prevención con el subteniente Bruce, entregándome el sargento la Sota dicho servicio. Este sargento, me dicen, que anoche lo pusieron en el cepo de campaña, porque fue a hablar con el capitán Nordenflich con las manos en los bolsillos. Y siguen de baja los sargentos. Me recibí de 23 presos en el Calabozo, 2 con grillos, y presos en cuartos del 2º piso al sargento Barahona, con grillos, al 1º Contador, y al oficial Rozas, de los cívicos. Más tarde, fue puesto arrestado en la Prevención, el sargento Ramos, y mandado al Calabozo el sargento Arredondo, de la banda, por ebrio. Yo no sé que haya un cuerpo en que las clases sean aprisionadas con más frecuencia que en este. Antes era una novedad el saber un arresto. Hoy es cosa común y corriente, como el pasar lista o comer. En la noche hubo baile de máscaras en el teatro, al que concurrió nuestra banda. En el Pueblo de esta tarde, se hace una corta relación de nuestro ejercicio de tiro al blanco, diciendo que fue muy bueno, por la fijeza de las punterías, y que en caso de haber sido un combate, se habría aprovechado un 20% de los tiros. En el mismo diario he leído un bando del Comandante General de Armas, nuestro comandante, en que nombra una comisión para reunir erogaciones de todo este litoral y mandarlas a los pobres que han sido arruinados por el terremoto en Illapel. Hermosa acción es esta de nuestro jefe, como es hermosa la caridad en todas partes. El capitán Castro es uno de los nombrados para recibir dichas erogaciones. Hoy, como ayer, no hubo puerta franca. 22 de Agosto de 1880 Domingo. Como a las 4 de la mañana, se terminó el baile de máscaras y siguió la pelotera en las calles. El sargento Cavieres, asistente del comandante, insultó a un cirujano 2º de la Artillería, quien vino a quejarse de ello al oficial de guardia. Este me mandó con dos soldados a traer a dicho sargento. Lo encontré bebiendo en una esquina, negocio donde habían por lo menos 100 hombres en igual ocupación. Se resistió a salir, y yo me volví al Cuartel y di cuenta. Se pasó el parte al mayor sobre esta ocurrencia; pero ignoro que providencia se tomará. A las 7 A.M., el Batallón salió a misa. Poco antes había llegado ebrio el sargento Soto de la banda y el capitán Castro lo puso con grillos en la Prevención, por sus insolencias. Otro más en la trampa. Con una de esas genialidades tan comunes en nuestro buen mayor, ordenó que el oficial de guardia, subteniente Canto, no se moviera de su puesto, para lo cual fue llamado de la casa del comandante, donde comía con consentimiento de este. Enseguida dio orden para que nadie se allegara al cuerpo de guardia, y puso un centinela más en las tinas con agua, a donde nadie podía llegar, ni siquiera los asistentes. ¡No permitir ni tomar agua! ¡Qué capricho de negro!. Luego dio orden de que todos se recogieran a las cuadras y que no se permitiera en el patio ninguna clase de juegos. Esto era convertirnos en verdaderos cartujos. Gran enojo causó este proceder del mayor en la tropa, y aún oficiales. El de guardia, enojadísimo como el directamente ofendido, me dijo que iba a mandar un parte al comandante sobre esto; pero creo que solo hizo y no se atrevió a mandarlo, tal vez por no criarse un enemigo terrible. El mayor andaba más de achispado y este era el motivo de tan tiranas órdenes. El licor lo pone inaguantable, y es la tropa el blanco de sus iras, especialmente desde que está de mayor. Tiene lujo de mandar y gusto por ver estrujada a la tropa, como el gato que gusta de martirizar a la laucha. El mayor es un gato tremendo. Yo había pedido en la tarde al capitán Castro que me consiguiera permiso con el comandante, para salir a la calle y solo en la noche me llamó él y el capitán Nordenflich, los cuales acordaron que yo saliera, a pesar de que el mayor me había dicho antes “no sale nadie”. El mayor está borracho, me dijo el capitán Castro, y por esto anda dando órdenes estúpidas. Salí a andar un rato, bajo la responsabilidad de dichos dos capitanes. Si el mayor me hubiera visto, bolina que habría formado.
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Esta noche se da en el teatro, un lindo concierto vocal e instrumental, a beneficio de los heridos de la guerra. El teatro es fruta prohibida para mí. Ya vendrá tiempo en que me vengaré de muchas cosas. 23 de Agosto de 1880 Lunes. Continúa preso el Batallón. No hubo ejercicios ni en la mañana ni tarde. El mayor parece que continúa de mal humor. Se corre que ha habido una sublevación en Calama, de los “Carabineros de Maipú”, teniendo el “Melipilla” que sofocarla. Se agrega que murió un sargento. En la noche, toques de guerrilla. 24 de Agosto de 1880 Martes. No hubo ejercicios en la mañana; pero sí en la tarde, y de armas, afuera del Cuartel. Se ha publicado un Decreto de 13 de Julio del general Campero, en que declara en estado de sitio a toda la República de Bolivia. El Batallón continúa encerrado hasta que nos muramos de fastidio. El niño herido en el ejercicio de tiro al blanco, murió en el Hospital, a consecuencia de su imprudencia. Primera muerte ocasionada por nuestros rifles. Nuestras balas se han ensayado en un niño, lo que no me parece de buen augurio. 25 de Agosto de 1880 Miércoles. Ejercicios de armas y de evoluciones, mañana y tarde. Todos los días la misma cosa, es para aburrir al mismo diablo. La tropa está muy descontenta, pues se le hace trabajar, trasnochar, comer mal y como complemento, se le mantiene metida en un estrecho y mal ventilado Cuartel, por varios días. Y esta situación se va alargando más que la cola de un cometa. En los diarios del Sur he leído los apuntes que se hacen para la expedición a Lima; la aprobación por el Senado, de la ley de incompatibilidades parlamentarias. Estas dos noticias me han causado grata impresión. Ya no tendremos jueces políticos. Y después de todo esto, nada se dice sobre nosotros, si nos vamos o nos quedamos en este lugar. Se dice que las Compañías del interior han llegado a Caracoles ayer a las 12 M. 26 de Agosto de 1880 Jueves. A las 9 ½ entro de guardia en la Prevención, con el subteniente Bruce. Antes habíamos tenido como dos horas de ejercicios en la pampa, mandados por el teniente Letelier. En la tarde, después de llamada, el capitán ayudante Castro hizo cambiar de domicilio a los agregados que existían en este Cuartel, y los instaló en el Cuartel de Artillería. Eran unos 80 más o menos, todos del Ejército del Norte, heridos o enfermos. La cuadra que ocupaban, de dos pisos, empezó inmediatamente a asearse para alojar ahí a dos de las tres Compañías que esperamos llegaran en dos días más. Que vengan pronto, para que nos ayuden a llevar la cruz. En la retreta tocada por nuestra banda, el Martes último, nos dejó oír muy buenas piezas. El profesor Dulliani, que hace unos cuatro días dejó un traje de paisano y se puso uno parecido a marino, le ha dado a la banda tal importancia, que hoy todos la oyen con placer. El Pueblo Chileno del Miércoles 25, dice en su crónica: “Retreta. Muy concurrida estuvo la de anoche. La banda como siempre se expidió comme il faut.” Nuestro comandante sigue enfermo, lo que no me da lugar a tener mucha esperanza de próxima partida. A propósito, se dice que el coronel Arriagada no volverá a este litoral, y que nuestro comandante continuará en la Comandancia General de Armas; agregando, y esto es lo más grave, que no tiene deseos de ir al Norte. ¿Estamos para burlas? ¡Calculo que esto va pasando de castaño oscuro! 27 de Agosto de 1880 Viernes. A las 10 A.M. salgo de guardia. Entregué 22 presos en el Calabozo, 2 de ellos con grillos y en la Prevención siete (7), cuatro (4) sargentos y tres (3) soldados. Los sargentos eran: Barahona, con grillos; Contador, Ramos y Leblond. Quedé muy enfermo con esta guardia. No en vano le tengo miedo a esta clase de servicio. Sigue corriendo la bola de que el Batallón no se mueve de este puerto. Sin embargo, el teniente Luna me asegura todo lo contrario. Por esto he reunido mi consejo y resuelto no creer en nada. Se asegura que las Compañías del interior llegarán mañana. El Pueblo Chileno de hoy dedica un corto párrafo de bienvenida a los sufridos expedicionarios. En la tarde, ejercicios.
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28 de Agosto de 1880 Sábado. Limpia de armas en la mañana. Se ordenó, a la lista de llamada, que las Compañías estuvieran aseadas y listas para ir a la Estación del ferrocarril a recibir a las tres Compañías del interior, a las 5 P.M. A las 4 ¾ se tocó tropa. Salimos a la calle, en donde se ordenó que los 1º fuéramos mandando las Compañías y las llevásemos al lugar expresado. La 2º marchó por calles distintas de las segundas por la 3º y 4º, siendo conducida por mí. Las otras Compañías quisieron ganarme en la llegada, pero yo mandé al trote y entramos primero a la Estación, circunstancia que puso de mucho mejor buen humor a mis soldados. Inmediatamente sentimos el silbido del tren, que se aproximaba con lentitud; pero oculto a nuestras miradas, por la manera especial como esta formada esta Estación. Mientras tomábamos nuestra colocación en la encubierta y extensa Estación, llegó a ella la banda y todos nuestros jefes y oficiales y gran multitud de gente. Luego se vio entrar la locomotora sola y dos minutos después entraban unos ocho carros o más, repletos de soldados. Como estos carros son los de carga, descubiertos, al verlos pasar por el extremo de la Estación, dos o tres cuadras distantes, parecían rimeros de sandías y melones los que los llevaban. Pocos momentos después el tren retrocedía y tomaba la nueva vía que conduce a nuestros amigos viajeros hasta el lugar en que los aguardábamos, en medio de estruendosos vivas. La banda tocó diana y la gente se apiñó a ambos lados de la línea. El mayor Bustamante venía en un carro especial, adelante del convoy, parado, saludando a todos. Un cuarto de hora después y estando formadas las tres Compañías, y un Piquete de Artillería a la cabeza, el corneta tocó 1-9-3 (toques de guerrilla) y la marcha se siguió. Las calles se llenaron de gente, militares y paisanos, mientras nosotros no cabríamos de contento. ¡Al fin estábamos todos juntos! Muchos llegaron inconocibles y todos negros, con cara y labios pelados por el calor, el viento y el frío, todo alternado de día y de noche. El desierto es infernal y quema, mata, hiela, fatiga; pero también da oro y plata. En las inmediaciones del Cuartel, oímos tronar de nuevo la clara voz del mayor Bustamante, que mandó formar en batalla por retaguardia de la 1º subdivisión. Se les repartió rancho, mientras la banda los entretenía mucho con alegres tocatas. Se notaba algo todo el contento en todos los semblantes y algunos habrían bailado al son de la música. Se da puerta franca una media hora después. Todo el Batallón salió, se acepta algunos arrestados en las cuadras y en el Calabozo. Después que tomaron espantosos tragos, cual nunca habían tomado, comenzaron a llegar al Cuartel convertidos en odres. A la retreta faltaban más de 50; pero durante la noche fueron llegando. Más adelante consignaré algunos apuntes sobre los expedicionarios y lugares que han socorrido. 29 de Agosto de 1880 Domingo. A las 7 A.M. formó el Batallón en la calle para ir a misa, la que fue celebrada en la puerta de la plaza, pues no cavíamos dentro. La banda tocó bonitas piezas. Concluida la misa, el capitán Nordenflich mandó dos evoluciones, las más sencillas; pero el diablo se metió en el asunto, y todos los movimientos salieron de no mirarlos. Y esto fue en la plaza, lleno de gente. A esto se agrega que oficiales de tropa andaban muchos alumbrados. El teniente Luna, que mandaba la 1º de la 1º, casi ni hablaba; tal era la rasca con que andaba. A las 11 A.M. entré de guardia en la Prevención, con el teniente Luna. Encontré el mismo número de presos, más o menos, que había dejado en mi guardia anterior. Desde hoy dicen que se recibe de su antiguo puesto el mayor Bustamante. A las 11 ¾ se me dio orden de apostar en los altos del Cuartel un vigía, para prevenir la llegada del tren de doce que traía al Batallón “Melipilla”. Ya cerca de esa hora, me subí al 2º piso y divisé antes que el vigía el tren, que como una legua de distancia sube a una alta loma. En el acto, nuestra banda se trasladó a la Estación a recibir a dicho cuerpo, que entró tocando la Canción Nacional tocada por su banda y nuestra banda. Fue acompañado por la nuestra hasta su Cuartel. El “Melipilla” trae gente chica, pero joven, y visten para tal ocasión, el nuestro y la baqueta azul, con extremos de las mangas y cuello lacres, más larga de faldas. A las 6, más o menos, de la tarde, salieron francas las Compañías. En la noche, la rosca que tremenda. Desde las oraciones comenzaron a llegar borrachos cada uno o dos minutos, durando esta fiesta hasta cerca de la diana. ¡Qué noche esta! 30 de Agosto de 1880
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Lunes. Anoche, esta guardia ha tenido que soportar el registro de todos los borrachos que han llegado al Cuartel. Como quien introduce un cargamento de cueros de vino, así eran traídos en hombros los innumerables adoradores de Baco. Tal como ayer, hubo puerta franca, es decir, hubo tremenda borrachera. A la hora de costumbre entregué la guardia a Contador, que entró de servicio con el subteniente Alamos. En mi guardia de anoche, sucedió la particularidad de que el oficial de ella, teniente Luna, fue relevado por rasca por el subteniente Alamos y enseguida, éste por el subteniente Otto Herbage. En la orden de la plaza, de hoy, se lee: “Desde el Miércoles 1º del presente, las guardias de la plaza serán cubiertas por el Batallón “Melipilla”, hasta segunda orden. Díaz Muñoz.” Con esta orden ya podremos descansar del mortífero servicio de guardias. Lo peor del servicio militar es para mí el tener que pasar despierto por 24 horas cada dos o tres días. Maldito sea el diablo, y no otro, por inventor de las guerras. 31 de Agosto de 1880 Martes. No ha habido ejercicio en todo el día. Se decretó el pago de las tres Compañías venidas del interior y se procedió a ello. En la tarde, después de rancho, se tocó tropa y todos salimos desarmados a formar al patio. Por vez primera, en este Cuartel, se encontraba reunido el Batallón en dicho lugar. Creía yo que sería para azotar a alguien, por que el mayor Bustamante se paseaba de un lado a otro, mientras las Compañías llegaban y formaban. Apenas el Batallón quedó firme, el mayor tomó la palabra y pronunció un discurso sobre la buena conducta a que estaba obligado a observar el cuerpo. Hizo bastante impresión cuando dijo: - Me he hecho responsable ante el jefe de que vosotros se portarán bien, para que no se les quite la puerta franca. Háganlo por mí de proceder con más juicio y de no cometer faltas que obliguen a tomar medidas como la de encerrar el Batallón. Y enseguida ordenó se quitara el arresto a varios. En mi Compañía fueron borrados todos los presos del Calabozo y cuadra; fue como un perdón general. Todo el mundo salió a la calle. A la retreta faltaron sin embargo un buen número. La mayor parte llegó en estado de hacer cabriolas con las piernas. La rasca fue casi general. En el Pueblo de anoche se publicó lo siguiente, como saludo a las Compañías del interior. (Inserto del artículo en el original) “La primera, quinta y sexta Compañías del Batallón número 1 de “Aconcagua” y algunos Artilleros que cubrían la guarnición de San Pedro de Atacama, llegaron el Sábado en el tren de las cinco de la tarde y ayer el Batallón “Melipilla”. Este último cuerpo está alojado en el Cuartel que ocupaba el Batallón Cívico, habiéndose trasladado el equipo y armamento de éste al que ocupó el “Atacama”, a espalda del anterior. Los “aconcagüinos” y “melipillanos” que regresan a Antofagasta después de siete meses de ausencia, fueron recibidos en la Estación con música y victoreados por una multitud de curiosos. Damos la bienvenida a los recién llegados”. En el mismo número de anoche se lee el suelto de crónica que va enseguida y que al decir de todos, es la pura verdad lo que el contiene sobre los servicios prestados por nuestro mayor en San Pedro de Atacama. (Inserto del artículo en el original) “El mayor Bustamante. En una carta que se nos ha escrito de San Pedro de Atacama, se nos dice que el retiro del mayor del “Aconcagua” señor Bustamante, del puesto de Comandante de Armas de aquella plaza, ha sido muy sentido por todo el vecindario, sin distinción de nacionalidad. Y a fe que hay motivos para deplorar el regreso a Antofagasta del señor Bustamante; pues durante su estadía en Atacama se dio a conocer por su espíritu emprendedor y entusiasta por el bien de la localidad. Gracias a sus desvelos y laboriosidad, las calles del citado lugarejo son hoy las avenidas de una población culta y aseada, sus viviendas, antes focos de inmundicias, lugares higiénicos y habitables; la instrucción pública y gratuita cuenta con una regular Escuela y hasta se disfruta de las ventajas del alumbrado público que no se conocía si no por uno que otro farolito que colocaban en la puerta algunos vecinos en las noches oscuras.
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Pero esto no es todo; el señor Bustamante, al dejar el puesto que tan dignamente ocupaba para marchar al Norte con el Batallón que manda como segundo jefe, deja como recursos sobrantes en la caja del pueblo de Atacama, dos mil pesos, que aplicados convenientemente reportarían un bien inmenso al transformado Cantón. Sin embargo, de todo esto y a pesar de veinticuatro años de constantes y limpios servicios prestados al país, vemos al señor Bustamante cargando todavía las charreteras de sargento mayor de Guardias Cívicas. ¿Es esto creíble? Se ha sido injusto con un honrado y modesto servidor de la Patria, no hay duda; pero ya es tiempo de que para él suene la hora de la reparación y se le dé el puesto que buenamente le corresponde y a que su antigüedad le da derecho. Confiamos en que el señor Ministro de la Guerra sabrá hacer cumplida justicia al señor Bustamante”. Después de terminado el acto de la formación de la tropa en el patio, el capitán Ahumada me dijo que necesitaba tener íntegro el discurso, que no otra cosa fue, del mayor, no sé con que objeto, después de salir franca la Compañía, me puse a trabajarlo y conseguí hacerlo casi sin perder palabra. Esta noche hubo retreta en la plaza. Se cuenta que el Batallón “Melipilla” no fue admitido por el pueblo de Caracoles a su vuelta de Calama, y se acampó media legua distante del lugar. El “Aconcagua” fue muy bien recibido en el mismo pueblo, y cuando el jefe ordenó que solo salieran francos las clases, oficiales del “Melipilla” se presentaron a dicho jefe y consiguieron que saliera franca la tropa. El pueblo hizo festejos a nuestros soldados y el diario de la localidad le consagró en su crónica benévolos conceptos como buenos soldados y trabajadores en San Pedro. Tal vez por esta opinión favorable a uno y diversa a otro cuerpo, formada por los caracolinos, viene esa especie de rivalidad que se nota entre los soldados de uno y otro cuerpo. Los “aconcagüinos” tienen bien sentada aquí y en el interior su fama de morales y subordinados, y los “melipillanos” son considerados como el Regimiento “Santiago”, que es compuesto de todos los pillos de esa ciudad. Hoy, 31 de Agosto, se despachó la última guardia a la Aduana, Cárcel y Hospital. Desde mañana descansaremos. Ni ayer ni hoy ha habido ejercicios de ninguna clase, ni siquiera de guerrilla en la noche. Todo se ha suspendido en señal de regocijo por la unión del Batallón. 1 de Septiembre de 1880 Miércoles. Hoy se despachó solo el relevo para la guardia de Prevención. 24 hombres. De mi Compañía salieron 3 para esa guardia. Se hizo el relevo de las otras guardias por tropa del “Melipilla”, como esta ordenado. Después de largos meses hemos vuelto a ver reunidos todos los individuos de nuestras tres Compañías 2º, 3º y 4º. Ya era tiempo que llegara la hora del descanso del pesado trabajo de guardias. Tampoco hubo ejercicios hoy en todo el día. Continúa el salducho. La plata y la chicha ha corrido, como un peruano. Salvo algunos arrestados, las Compañías han sacado sus francos. Por las calles se ven ahora muchos uniformes. Existen aquí Artilleros, “aconcagüinos”, “melipillanos” y cívicos del pueblo, cuyo Cuartel está a la espalda del “Melipilla”. En ese Cuartel estuvo en otro tiempo el renombrado “Atacama”. En la tarde se tocó tropa para que las Compañías tuvieran ejercicio de armas en las cuadras, como se hizo. En el diario de esta tarde, se comunicó la grata noticia de haber llegado el 27 del pasado, a Valparaíso, el Azamar Castle, de Europa, con un valioso cargamento de armas. Trae 12.000 Grass y cañones. Aquí es la ocasión de que nos cambien nuestro armamento Beaumont, quedado inútil por nuestros ejercicios de fuego. Se dice que se están haciendo grandes preparativos para celebrar el 18 del presente. También habrá el 8 una gran fiesta, según lo expresa la orden de la plaza, de esta fecha, y que va enseguida: (Inserto del artículo en el original) “Orden del día. La guarnición se cubrirá como está prevenido.
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El Miércoles 8 del actual, a las 2 ½ P.M., se encontrarán reunidos en la plaza General Sotomayor, todos los cuerpos de línea y cívicos movilizados y no movilizados, existentes en esta guarnición con el objeto de formar carrera a la procesión de N. S. del Carmen, patrona jurada de las armas de la República, que se celebrará ese día en acción de gracia por los triunfos alcanzados por nuestro Ejército durante la presente guerra con el Perú y Bolivia. La Brigada de Artillería de Línea formará con la Batería de cañones de montaña conducidos a brazos. Todas estas fuerzas serán mandadas por el teniente coronel comandante del Batallón “Melipilla” don Vicente Balmaceda, sirviéndole de ayudante los de dicho cuerpo. Díaz Muñoz.” 2 de Septiembre de 1880 Jueves. Después de diana y del café, se tocó tropa y todas las Compañías salieron al llano a hacer ejercicios de evoluciones y manejo de armas. A algunas cuadras al Sur del llano, se divisaban las Compañías del “Melipilla”, que evolucionaban en guerrilla. En distintas direcciones cruzaban las Compañías de ambos cuerpos, trabajando separadamente unas de otras. Los “melipillanos” se divisaban trabajar bien. Ignoro si así sería, pues a la distancia no se notan los pequeños defectos. En la tarde, después del rancho, salimos por segunda vez a ejercicios; pero con banda. Nos mandaba el capitán Narvaez. Hubo ejercicios de evoluciones y de armas, todos nada más que regulares. Asistió bastante gente a la curiosidad de vernos trabajar juntos después de tanto tiempo separados. Me ha dicho Contador que hoy, en la Comandancia, oyó al capitán Nordenflich expresarse muy favorablemente respecto de mí, con motivo de mi propuesta de ascenso. Así será, dije yo. 3 de Septiembre de 1880 Viernes. Ejercicio por Batallón en la mañana. Se uniformó el movimiento en el manejo del rifle, al ponerlo a la funerala y otros puntos nada acordes, pues unas Compañías tienen una regla y otras otra. Ayer, al traer el rancho de la tarde, noté que la comida no había alcanzado a 20 soldados, y en consecuencia reclamé al oficial de semana, quien comunicó lo ocurrido al capitán. Como tardaron en tomar medida alguna, fui yo al corredor de la calle y en voz alta dije al capitán que eran 27 las raciones que faltaban. El capitán Narvaez enojado ya de antemano por iguales cosas, saltó como un tigre. Dijo que en la 2º Compañía sucedían todos los atrasos y de donde partían todos los reclamos. - ¿Por qué – dijo - en las otras Compañías no se oye un solo reclamo? - No sé yo por qué será – le dije yo – El hecho es que en la 2º sucede eso. - ¡Qué señor – me dijo – yo sé lo que sucede; Ud. no me viene a abrir los ojos. - Yo no le abro los ojos, señor – repliqué. En estos altercados estábamos, cuando llegó el mayor Bustamante y preguntó lo que había. El capitán Narvaez le dio cuenta del reclamo y yo le dije: - Por venir yo a pedir más comida para mi Compañía, mi capitán Narvaez se enoja conmigo, cuando lo único que yo tengo en vista es tener en mis soldados estómagos llenos. La cuestión siguió tremenda; el mayor mandó llamar al ranchero y yo me retiré. Minutos después llegó a mi cuadra el sargento Ramírez. Alegando que estaba de guardia, y me dijo que el mayor había reconvenido al capitán Narvaez por sus maneras bruscas de hablar y por el rancho. Yo quedé muy contento por haber provocado esta bulliciosa cuestión. Mediante esto, la comida ha mejorado notablemente. Hoy, a la lista de llamada, se avisó haber habido una gran pendencia en una casa de la calle del Nuevo Mundo (hoy de Angamos), entre “melipillanos” y “aconcagüinos”. Se decía que el sargento Jiménez de mí Compañía, estaba sitiado. Fui despachado armado con dos soldados y un cabo, al lugar del suceso. La calle estaba como de día, de fiesta o peor. De trecho en trecho fui encontrando a los negros “melipillanos” borrachos, revolcándose en la tierra y otros llevados en peso por los que estaban más buenos, luciendo aquellos sus negras guatas. Y al extremo Sur de la famosa calle había gran muchedumbre, por lo que calculé que ahí sería el lugar del hecho que motivaba mi viaje. Así era. Se me dijo ahí que los “melipillanos” habían asaltado la casa, en número de 8 a 10, con el objeto de garrotear a los “aconcagüinos” que adentro habían. El combate se trabó, y los puñetazos del cabo Eloi Ramírez de mi Compañía obtuvieron triunfo. Los asaltantes o eran aturdidos o se iban con las quijadas menos. Los pantalones del sargento Jiménez quedaron llenos de sangre y él, sin
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jineta, pues se la arrancaron violentamente. Cuando yo llegué, todo estaba en paz. Tres o cuatro “melipillanos” llegaron juntos al despacho, con aire provocativo; pero al verme, se retiraron callados. Si así no lo hubieran hecho, nueva sangre hubiese tenido que correr, pues yo les habría pegado de hachazos, que de otra manera no entienden. El sargento Jiménez, encolerizado como un gato a quien se le da de palos, se negó a salir, como lo mandaba yo, y tuve que hacerlo salir a la rastra, con dos soldados. Cuando llegamos de vuelta al Cuartel, estaban tocando tropa. Poco después salimos a ejercicios, a la pampa, mandados por el mayor Bustamante, que andaba a caballo. Nuestra banda nos acompañó. Se hizo un ejercicio de evoluciones sin dar un minuto de descanso. Militares y paisanos concurrieron en buen número. Salvo algunas pequeñas equivocaciones, las evoluciones fueron ejecutadas satisfactoriamente. En medio de un tierral inmenso, volvimos al Cuartel, sudando hasta los talones. Habíamos trabajado como dos horas. 4 de Septiembre de 1880 Sábado. Limpia de armamento y vestuario en la mañana, y revista por Compañías. En la tarde, ejercicio en la pampa, por Batallón, mandado por el ayudante Narvaez. Sobre la retreta de anoche, tocada por nuestra banda, he leído en el Pueblo Chileno de hoy lo siguiente: “Muy concurrida y perfectamente bien ejecutada fue la retreta que tocó anoche la banda del “Aconcagua” en la plaza General Sotomayor. Nos hacemos un deber en dejar constancia de esta última circunstancia, que es el mejor aplauso que tributarse puede a la citada banda y su director, el Sr. Dulliani”. En el mismo diario, he encontrado las siguientes notas, que manifiestan la importancia comercial de este puerto. Es la exportación habida en el mes de Agosto pasado de salitre, plata y cobre: Salitre. 72.812 quintales, que a 55 kilogramos por cada uno, pagan de derechos 2.912 pesos. Plata en barra. 5.418 kilogramos, que a 56 pesos cada uno suman 303.408 pesos. Cobre. 21.470 kilogramos. Esta ha sido la exportación que ha tenido Antofagasta. 5 de Septiembre de 1880 Domingo. A las 7 A.M. salió el Batallón a misa, y formamos por Compañías a la izquierda del altar, colocado en la puerta de la Iglesia. Apenas tomábamos nuestra colocación, sentí llegar por nuestras espaldas al “Melipilla”, con su diminuta banda de música, entre cuyos instrumentos, todos nuevos, decuella la lira, que se hace notar desde a legua por su figura y su sonido, que asemeja a pequeñas campanillas de sonoro metal. Nuestra banda coloca sus atriles entre ambos Batallones y ejecutó sin aproche la magnífica “Obertura de Seminario”. Después tocó su turno a la otra banda, que se colocó en los mismos atriles que la nuestra, y la dirigió el profesor de esta, porque la banda del “Melipilla” no tiene profesor. Tocó bien; pero el personal es escaso. Concluida la misa, se retiró el “Melipilla”, notándose que este cuerpo anda mal. Nosotros hicimos dos o tres evoluciones en la plaza, y nos fuimos, rodeados de gente. Corren rumores de que nos unirán con el 2º “Aconcagua”, y que nuestro comandante se va al Sur, por miedo a la campaña. Se dice que otros jefes también se van. Se dice que nos llevará el diablo. Y mientras tanto, nosotros comimos tierra todos los días; los calores están comenzando y nuestra gente se enferma y muere en el Hospital, y yo me escapo por misericordia. Esta guerra no se acabará ni en 100.000 años. 6 de Septiembre de 1880 Lunes. El Batallón sale a hacer ejercicios de evoluciones a la pampa. Yo fui de comandante de mitad, con Bysivinger, Arancibia y Contador; primera vez que nos vemos juntos cuatro 1º mandando mitades. En la tarde, después de rancho, el mayor Bustamante llevó al Batallón a la plaza. Mucha gente se reunió a vernos trabajar. Se hizo primero ejercicio de armas, mandado por el ayudante Narvaez. El ejercicio estuvo bueno, y había salido mejor si se hubiera oído mejor la voz de mando. Al decir de los que se situaron más cerca de nosotros, de los paisanos, nuestro Batallón trabajó muy bien
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como oíamos a dichos paisanos. Uno de estos se acercó al 1º Bysivinger y lo felicitó en este sentido. Enseguida, el mayor Bustamante nos hizo entrar al centro de la plaza, que es resguardada por la reja de madera, y ahí hicimos varias evoluciones, cambios de frente, columnas cerradas, despliegues, etc. Estas maniobras fueron del mismo modo bien ejecutadas. Al ponerse el sol, volvimos al Cuartel rodeados de gran multitud del pueblo. Asistieron a la plaza, nuestro comandante, el comandante del “Melipilla” y casi todos los oficiales de ese Batallón y muchos otros de otros cuerpos. La plaza presentaba un lindo aspecto, como día de gran fiesta: era que se reunía el jurado que debía fallar sobre nuestra competencia en materia militar. Volvimos orgullosos, pues ese fallo lo creemos favorable. Al atravesar las calles, formados en columna, parecía nuestro Batallón un cuerpo de línea. 7 de Septiembre de 1880 Martes. En el Pueblo de hoy nos dirigen unas líneas bastantes honrosas sobre nuestro ejercicio de ayer. Dice ese suelto de crónica que nosotros trabajamos como verdaderos veteranos, y que varias personas felicitaron al comandante y mayor, por el adelanto del cuerpo. (Inserto del artículo en el original) “Batallón “Aconcagua”. Ayer en la tarde, hizo ejercicio en la plaza General Sotomayor. La primera hora la ocupó en el manejo de armas y la segunda, en maniobras de Batallón. Ambas cosas, los “aconcagüinos” se expidieron con la habilidad de unos veteranos. Los numerosos espectadores presenciaron este ejercicio, dieron cumplida justicia a los señores Díaz Muñoz y Bustamante, atribuyéndoles en una parte principal en los rápidos progresos alcanzados por el cuerpo que mandan”. Hoy, a la lista de llamada se ordenó saliera el Batallón inmediatamente a hacer ejercicio. Salimos a la calle y armamos pabellones y nos retiramos al Cuartel. El objeto que se tuvo en vista para ordenar este ejercicio a esa hora, fue que se supo que el “Melipilla” iba a hacer ejercicios en la plaza, y nuestro comandante ordenó se diera puerta franca a la tropa después del rancho, para que fuera a la plaza a ver a los “melipillanos”. Pero estos no fueron a ese lugar, sino a la pampa, en su lugar acostumbrado. Por esto, nosotros hicimos ejercicio en la tarde, a la hora de costumbre. Nadie fue a la plaza, lo que sentimos. Queríamos ver a los que se han constituido nuestros rivales en puños y en pericia militar. Ellos pretendieron tal vez eclipsarnos; pero tuvieron miedo. 8 de Septiembre de 1880 Miércoles. En la mañana se ordenó limpia de vestuario y arreglo necesario para la función de hoy. Como a las nueve de la mañana llegó un carretón cargado de 450 mochilas de cuero, cuadradas, de las usadas por algunos cuerpos del Ejército del Norte; traídas ahora para equiparnos y salir así formados a la procesión de la tarde. Un capricho de nuestro comandante nos hizo ponernos estos pequeños capachos en la espalda. Después de llamada, formó todo el Batallón en la calle, frente al Cuartel, y cuando se estaba dividiendo por Compañías y mitades, todos nosotros equipados, llegó mi antiguo conocido Balmaceda, comandante del “Melipilla”, que iba a mandar todas las fuerzas. Después de algún rato de conferencia con nuestro mayor, se retiró, dicen que a equipar su Batallón como el nuestro. Enseguida formamos en batalla, una cuadra más al Norte, frente a la comandancia del cuerpo, para sacar el estandarte. Momentos después, y al compás de la música, salía la escolta de la casa dicha, trayendo a la cabeza nuestro veterano estandarte, a quien no veíamos desde hacía unos cinco meses o seis. Viva impresión me causó su vista. Hubiera querido gritar de contento. El teniente Luna, de mi Compañía, era el porta estandarte, y por su estatura y corpulencia le venía muy bien ese puesto. En la escolta figuraban tres sargentos premiados, Ramos de la 2º, Aranda de la 3º y (no se escribió el nombre) de la 6º, todos con terceros premios. Con nuestro estandarte nos fuimos a la plaza, donde formamos, ocupando como costado y medio de ella. En el círculo interior estaba la Artillería. Pocos minutos después llegó el “Melipilla”; después los cívicos de la localidad y después todo el mundo. La fiesta fue larga y bonita. El anda de la virgen del Carmen fue llevada en hombros por los heridos de la presente guerra venidos del Norte de todos los cuerpos del Ejército, y rodeados por ellos marchaba a retaguardia del anda nuestro comandante. Adelante iba un cardumen de chiquillos de todas categorías, cantando unos, riendo y jugando otros. Formaban un grupo interesante. Me parecía oírles lo que a los chicuelos descamisados de la Marsellesa.
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Los hombres de mañana Vamos aquí, Los de hoy nos dan ejemplo Para morir Después de tres descargas de la Artillería, la procesión entró al templo y las tropas desfilaron por la Comandancia de Armas en dirección a sus Cuarteles. En la plaza fueron mandados por el comandante del “Melipilla”, que al principio me pareció que era algún borracho que gritaba. Después de unas tres horas de plantón, llegamos a nuestra casa con hambre y fatigados como mula en el desierto. 9 de Septiembre de 1880 Jueves. Ejercicios por Batallón, mañana y tarde, en la pampa. Esta última vez lo fue con banda de música, lo que llevó tras de nosotros una buena concurrencia de gente. El subteniente Canto me comunicó anoche, a la hora de retreta esta grave noticia: entraba el subteniente Izquierdo a la pieza del ingeniero Cueto Guzmán, cuando divisa en la mesa un mapa que decía: “Plano de la entrada a Lima de los Batallones “Melipilla” y “Aconcagua” Nº1. Apenas alcanzó a leer esto, cuando el dicho ingeniero trató de ocultarlo, sorprendido de tan inesperado huésped, y tuvo que confesarle que había hecho ese plano por orden de nuestro Gobierno y que tenía demarcado todas las minas que tenían hechas los peruanos, por entre las cuales tendría que pasar los referidos Batallones a tomarse los fuertes. Por esto se ve que esos dos cuerpos irán a vanguardia. Estricta reserva se encargó a esta noticia, que por hoy ni nuestro comandante la sabe bien, por que es un secreto del ingeniero. Ayer fue cuando sucedió lo expuesto. Con esta noticia, comunicada a mí con igual reserva, no tenemos más que aprontarnos y encomendarnos a Dios. Siendo esto así, realmente que no escaparemos muchos vivos. Que venga esa hora y entonces cubriremos de gloria a nuestro estandarte, ya mucho tiempo de flojo. 10 de Septiembre de 1880 Viernes. Hubo ejercicio como en los días anteriores, habiendo figurado yo en casi todos ellos como comandante de mitad. En el Pueblo de anoche se ha publicado un aviso del Comandante General de Armas, proponiendo un nuevo contrato para la provisión del rancho a la tropa, en este litoral. Tal medida ha sido muy acertada y rebela que nuestro comandante ha escuchado al fin el clamor de sus soldados, martirizados por los rancheros y sus amparadores. Las propuestas del nuevo contrato son las siguientes: (Inserto del artículo en el original) PROPUESTAS “Antofagasta, Septiembre 4 de 1880. No existiendo ningún contrato vigente para la provisión del rancho en las plazas de Antofagasta, Caracoles, Calama y Atacama, del territorio de mi mando, decreto: Artículo 1º Pídanse propuestas cerradas para la provisión del rancho en las plazas de Antofagasta, Caracoles, Calama y Atacama, bajo las bases que se expresan en los artículos siguientes. Artículo 2º La ración diaria ordinaria para cada individuo, se compondrá de tres porciones: 1º. Un desayuno, que constará de una onza de café, una y media onzas de azúcar refinada, y 150 gramos de pan. El café se dará hecho, y será de buena calidad. 2º. Un almuerzo, que constará de 350 gramos de frijoles guisados con el suficiente frangollo, grasa, ají y sal. 3º. Una comida, que constará de 230 gramos de carne de vaca, guisada con la suficiente cantidad de papas, cebollas, arroz, ají, grasa y sal. Artículo 3º La dieta para los enfermos en los Hospitales se administrará en la misma forma, siendo el desayuno de té o café, el almuerzo de carne de gallina o de cordero, y la comida de carne de vaca, condimentadas en la forma que exige el respectivo administrador, según las indicaciones del facultativo encargado del régimen de curación de los enfermos. Cada ración de pan para los Hospitales constará de 200 gramos. Artículo 4º Además del rancho, la provisión suministrará a cada individuo en los respectivos Cuarteles, un litro diario de buena agua dulce.
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Artículo 5º
El desayuno se dará a las 6 A.M., el almuerzo a las 9 A.M., y la comida a las 3 ½ P.M. Artículo 6º El precio de la ración diaria ordinaria no podrá exceder del máximun de 35 centavos para la plaza de Antofagasta, y de 60 centavos para las de Caracoles, Calama y Atacama. El precio de la dieta para los enfermos no podrá exceder de 60 centavos por ración de carne de cordero o de vaca y de 70 centavos por ración de carne de gallina. Artículo 7º El proveedor es obligado en cada plaza a suministrar el rancho a las tropas en marcha desde una plaza a otra, sin alteración de los precios estipulado. Así mismo, es obligado a suministrar por los mismos precios el rancho a las guarniciones que se establezcan en Chiu-Chiu, Santa Bárbara u otros puntos dependientes de las plazas de Calama y Atacama. Artículo 8º El proveedor será penado con una multa de 50 pesos por cada falta al contrato que cometiere en cualquier caso, siempre que no mediare caso fortuito o fuerza mayor. Artículo 9º La comida que debe darse por el presente contrato será bien hecha y a la entera satisfacción de los comandantes de las respectivas plazas; entendiéndose que dichos comandantes pueden hacer cerrar el contrato siempre que se faltare a esta estipulación, previa la competente aprobación de esta comandancia general. Artículo 10º La duración de este contrato será por el término de seis meses. Artículo 11º El proveedor deberá rendir una fianza a satisfacción de esta comandancia. Artículo 12º Las propuestas se abrirán en la oficina de esta comandancia, el día 12 del actual, a las 12 del día; y la provisión que por este contrato debe darse, quedará corriente desde el día 16 del presente inclusive. Anótese y publíquese. Díaz Muñoz. Septiembre 9 del actual”. En el ejercicio de la tarde, hoy, hicieron ejercicio de guerrilla la 1º y 6º Compañía, independientemente de las otras. El resto del Batallón se puso en descanso y sirvió de espectador y de juez. El fallo dado sobre dichos trabajos, favoreció a la 6º Compañía, la cual no cesó de ejecutar diversas maniobras al toque de corneta, siendo todas ellas ejecutadas muy bien. Esos chicocos son todos buenos guerrilleros y pueden lucirse en cualquier parte. La 1º trabaja mucho menos que la 6º. 11 de Septiembre de 1880 Sábado. En la mañana, limpia de armas y vestuario. En la tarde, después de lista, se pasó en las cuadras revista de ropa por el mayor Bustamante, que era acompañado del ayudante, capitán Narvaez. Como ni yo ni los demás sargentos hubiésemos pasado revista, todos quedamos arrestados por orden de dicho mayor. Después del rancho, el Batallón formó en la tarde y se pasó revista de armas con igual escrupulosidad, que la de ropa. 12 de Septiembre de 1880 Domingo. En la orden del día, de ayer, se dispuso que la revista de comisario se pasara el 14 del presente, el Martes próximo. A la hora de costumbre, fue nuestro Batallón a misa. Concurrió la Artillería; pero no el “Melipilla”. Ignoro por que causa. Mientras estábamos en la misa, llegaron varios oficiales de distintos cuerpos, venidos en el vapor del Sur, fondeado esta mañana; y después de escuchar la Obertura de Norma que se ejecutaba muy bien, se retiraron sin oír misa. En la tarde, sentí rumores de que el “Melipilla” iba a hacer ejercicio en la plaza, percibiendo poco después los sonidos de su música volatinera. Me apuré en que se tocara puerta franca, como se consigue al fin, sacando yo a mi Compañía casi al trote. Apenas se les mandó romper filas, apretaron a correr dispersos en dirección a la plaza, siguiendo lo mismo las demás Compañías. En la plaza había mucha gente presenciando el manejo de armas primero y después las evoluciones de los “melipillanos”. Algunos de estos trabajos fueron bien ejecutados; pero otros solo regularmente. Por esto saco en limpio que nosotros trabajamos mejor. Y sino, que lo diga el diario de mañana, que algo hablará de este ejercicio.
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En la tarde y noche de hoy, como en los días pasados, ha habido diversas pendencias entre “aconcagüinos” y “melipillanos”. Por lo general, los primeros se encuentran en minoría, por que los otros parece que buscan la camorra cuando divisan que la proporción está de 1 a 3. La calle del Nuevo Mundo, o de Angamos, es la elegida para estos pugilatos, en que sin ninguna excepción, los pillos del “Melipilla” salen derrotados. Se han repartido en esa calle tan lindos bofetones, que han merecido el aplauso de muchos paisanos, diciendo a los vencedores: “bravos los “aconcagüinos”!”. Y realmente, estos pegan como si sus negros y retacos rivales fueran cholos. 13 de Septiembre de 1880 Lunes. En la mañana no salí a ejercicio por estar ocupado en hacer las listas de revistas; pero si en la tarde, en que se hicieron diversas evoluciones bien ejecutadas. Yo iba mandando la última mitad. En la tarde de hoy, hubo una tremenda función de puñetes y puñetazos entre algunos “melipillanos” y uno o dos del “Aconcagua”. El sargento Alejandro Ramírez, que metió a apaciguar el alboroto, fue separado a planazos por un teniente del “Melipilla”, y a pesar de haber hecho aquel manifestación de su grado, no lo libró del planazo. Esta barbaridad de tal teniente, que me parece se apellida Valdivieso, fue reprobada por todos, pues sucedió en la calle del Nuevo Mundo, lugar de mucho tráfico. El dicho sargento, con el soldado agredido y otro sargento más, Desiderio Leblond, fueron llevados al Cuartel del “Melipilla” en calidad de presos. El teniente llevó su desacato hasta pretender arrancar la jineta de Ramírez. ¡Qué conducta la de esos bribones!. Y todo esto nada más que por la rabia que les causa el crédito de que goza nuestro Batallón, mientras ellos son rechazados en todas partes. Saber nuestro jefe de tal hecho, dispuso que el subteniente Paulino Narvaez, el sargento Salinas y dos soldados armados, fueran al Cuartel del “Melipilla” a reclamar a los dos sargentos nombrados y al soldado, a quien habían puesto en el Calabozo. Les fueron entregados inmediatamente dichos individuos. Los dos sargentos, con el capitán, fueron a reclamar ante nuestro comandante del ultraje inferido a ellos por el teniente ya dicho. El jefe les dijo que tomaría las medidas del caso, y se asegura que hoy mismo se trasladó el comandante al Cuartel del “Melipilla” y puso con centinela de vista al oficial, e hizo dar 50 palos a un soldado del cuerpo dicho, no sé por qué cosas. La irritación ha sido grande. Y para remate, el jefe ordenó acuartelar nuestro Batallón. Solo pudimos salir los 4 primeros, Arancibia, Bysivinger, Contador y yo. Apenas llegamos a la famosa calle del Nuevo Mundo, cerca de las oraciones, nos encontramos con una gran pendencia entre un “aconcaguino” y cuatro o más “melipillanos”. Lo de siempre sucedió: el “aconcaguino” se vino a su Cuartel, después de haber dado una buena ración de bofetadas a sus enemigos, y si no llegamos a tiempo, la cosa habría sido sangrienta. Anoche me junté con Arancibia, el chico de la 6º, quien me dijo que sus propuestas de ascensos no eran debidas a sus aptitudes o méritos contraídos en el servicio, sino únicamente a los empeños de don Marcelino Segura, de Valparaíso, quién obligó a nuestro comandante para tal ascenso, empeñando este su palabra. En la orden de la plaza, de hoy, se dispone que: “desde mañana la guardia de Cárcel, será cubierta por fuerzas del Batallón “Aconcagua” Nº1, con la fuerza que ocupaba antes”. En la misma orden se da a reconocer a varios oficiales del “Melipilla” ascendidos y sargentos ascendidos igualmente, contándose entre estos Daniel Portales, que era sargento 1º de la 5º Compañía del “Aconcagua”. He leído hoy en el Mercurio del 7 del presente mes, un párrafo que me prueba el aprecio que se tiene a nuestro Batallón en este litoral. En la transcripción de un suelto de crónica publicado en la Patria de Caracoles del 26 de Agosto pasado, con motivo de la llegada a este último lugar de las Compañías que estaban de guarnición en el interior. Dicho artículo de la Patria dice así: “Aconcagua”. Las Compañías del “Aconcagua” que han estado de guarnición en Atacama, cuyo regreso a Antofagasta se ordenó por la Comandancia de Armas hace algunos días, hicieron ayer su entrada a nuestra plaza de Armas, al mando del capitán Sr. del Campo. No es cuerpo cívico movilizado, es un Batallón de Línea que llega, exclamaron todos al ver el perfecto orden con que se presentaron en línea, con verdadera uniformidad, y con los respectivos jefes y oficiales a su cabeza.” Habiendo hecho mención antes del recibimiento hecho a los “melipillanos” y “aconcagüinos” en Caracoles, se decidirá para cual de los dos cuerpos van dirigidos las sentidas palabras de despedida, que contiene este otro suelto de crónica, que registra el mismo diario:
126 “Partida. Ayer partieron para Antofagasta el Batallón “Melipilla” y las tres Compañías del “Aconcagua”, últimamente venidas de Atacama, el primero al mando del teniente coronel Don Vicente Balmaceda, y las segundas al del mayor Sr. Juan P. Bustamante. El pueblo de Caracoles los ha visto alejarse con aquella noble emulación que en toda alma noble despierta la separación de aquellos que sabemos van a cumplir augusta y sublime misión.” 14 de Septiembre de 1880 Martes. Ejercicios mañana y tarde. En la lista del armamento malo que he hecho, resulta que en mi Compañía hay 28 rifles que es preciso componer. En igual proporción están en las otras Compañías. En el periódico El Eco del Desierto, que se publica en este puerto, he leído en el número 10 de hoy día, el siguiente suelto de crónica, que va en foja aparte. ¡Se ha lucido Balmaceda y su Batallón! (Inserto del artículo en el original) “¿En qué habrá pecado el pueblo de Antofagasta? Nos preguntamos a propósito de las innumerables fechorías ejecutadas por los soldados del Batallón “Melipilla”. Da grima oír los mil denuncios que llegan hasta nosotros día a día. El Domingo en la noche, 20 soldados del “Melipilla” se encontraban con otros tantos del “Aconcagua”, siendo éstos provocados por aquellos cuchillo en mano. Se armó una trifulca de 2 mil demonios. Fue necesario para deshacer el enjambre, mandar un piquete de soldados. Se nos asegura que han resultado algunos de ellos levemente heridos. Pero donde se deja ver el grado de inmoralidad de los soldados y clases del indicado Batallón, que dicho sea de paso, han sido la antítesis de los demás que han estado acantonados en este puerto, es cuando les corresponde servir la guardia de la Cárcel. Varias ocasiones ha sucedido que el sargento, ha mandado comprar aguardiente embriagándose él con los soldados de su dependencia y hasta con los mismos presos. Parece mentira; pero no, es la verdad y lo consignamos, porqué no creemos faltar a la decencia, razón por la cual omitimos denunciar algunos hechos que rayan en lo indecente. No creemos ser exigentes, suplicando al señor comandante del cuerpo, practique las indagaciones que el caso exige y en el evento de ser efectivo, aplicar la pena correspondiente a los que hayan delinquido.” Hoy pasamos revista de comisario, como de costumbre. 15 de Septiembre de 1880 Miércoles. Hoy se ha publicado el programa de las fiestas del próximo aniversario Patrio. Hubo ejercicios mañana y tarde. En el último ocurrió un incidente bastante grave. Llegábamos al Cuartel en columna, siendo guía derecho de la 1º de la 2º. En la vereda conversaban el mayor Bustamante y el comandante Balmaceda, quien se fijaba en todos los que iban pasando a su frente. Al hacerlo yo, Balmaceda dijo señalándome: - Vea este sargento que va aquí, es mi ladrón, mi pillo. ¿Cómo lo han admitido aquí? El mayor Bustamante le contestó en el acto. - Está muy equivocado, comandante; este sargento se ha portado muy bien aquí y no hay una tacha que ponerle. Ignoro si continuaron hablando más sobre esto, que ha sido referido a mí en esta misma tarde, por el 1º don Arancibia, a quien se lo contaron 4 cabos de su Compañía, que son los que han oído. Al momento de saber esta barbaridad del Balmaceda, me propuse acusarlo al Comandante General de Armas y publicar lo ocurrido. Lo primero lo llevé a efecto como a las oraciones. Me presenté a mi comandante y le expuse lo ocurrido. - Bueno – me dijo – entable su reclamo pasado el feriado; hoy es tarde y nada podemos hacer. Con lo cual tuve que aplazar mi acusación. ¡Lástima que haya feriado! Se publicó la orden de la plaza, que declara el programa de ordenanza e irá impresa en fojas aparte. (Inserto del artículo en el original) “Orden del día. Septiembre 15. Para solemnizar el próximo aniversario de la Independencia Nacional, esta comandancia decreta lo siguiente:
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Día 17. Al rayar el sol, el departamento de Artillería hará la salva de ordenanza en la plaza General Sotomayor, la cual se repetirá en la tarde del mismo día, y al salir y ponerse el sol del día 19. A la misma hora, las bandas de música de los cuerpos de la guarnición, tocarán el Himno Nacional en la puerta de sus respectivos Cuarteles, repitiéndose dicho himno en la misma forma el día 18. A las 12 M la banda del Batallón “Aconcagua” número 1 concurrirá al Club Antofagasta para tocar en la apertura del bazar de Beneficencia, y la del Batallón “Melipilla” tocará en el tabladillo de la plaza, hasta las 12 ½ P.M. A la misma hora, se enarbolará el Pabellón Nacional en todos los Cuarteles. A las 7 P.M. la banda del Batallón “Aconcagua”, tocará en el tabladillo de la plaza, para amenizar los fuegos artificiales hasta la conclusión de éstos. Día 18. A las 7 ½ A.M. la banda del Batallón “Aconcagua” número 1, se encontrará en el tabladillo de la plaza para acompañar el Himno Nacional que cantarán los alumnos de las Escuelas Públicas. A las 9 ½ A.M. los Batallones “Melipilla”, “Aconcagua” Nº1 y Cívicos de Antofagasta, estacionarán en la calle de San Martín, formando carrera a la comitiva oficial que se dirigirá al templo a oír la misa de gracias, desde la sala de despacho de esta Comandancia hasta la Iglesia parroquial. La Artillería formará a la misma hora en Batería, al costado Norte de la plaza, dentro de la reja con frente al Sur, y hará durante la misa tres salvas menores; la primera, al empezar la misa; la segunda, al alzar; y la tercera, al terminar dicha función. Terminado el desfile de la comitiva oficial, todas las fuerzas se reunirán en la Plaza de Armas para desfilar después de la misa en columna de honor por frente de la sala de la Comandancia General de Armas, retirándose enseguida a sus Cuarteles. Mandará dichas fuerzas el teniente coronel comandante del Batallón “Melipilla”, don Vicente Balmaceda, sirviéndole de ayudantes los de su cuerpo. Se invita a los señores jefes y oficiales francos de la guarnición a concurrir a este acto, debiendo reunirse oportunamente en la Sala de Despacho de ésta Comandancia. A las 4 P.M., la banda del Batallón “Melipilla” estacionará en el muelle fiscal para tocar durante las regatas que tendrán lugar en la bahía. Al ponerse el sol, la banda del Batallón “Aconcagua” número 1 se encontrará en el tabladillo de la plaza para acompañar el Himno Nacional, que cantarán los alumnos de las Escuelas Públicas. Desde las 8 hasta las 9 P.M., tocará en el tabladillo de la plaza, la banda del Batallón “Melipilla”, y desde las 9 hasta las 10, la del Batallón “Aconcagua” número 1. Día 19. A las 11 ½ A.M. se encontrarán formados en la plaza General Sotomayor todos los cuerpos de línea y cívicos existentes en esta guarnición, apoyando su derecha la Artillería en la esquina Sur Este de dicha plaza. A las 12 M dichas fuerzas se dirigirán en columna al Campo de Marte, en donde formarán línea de batalla, para esperar la revista del Comandante General de Armas, cuya llegada se anunciará oportunamente con dos tiros de cañón. Terminada la revista, las fuerzas expresadas harán ejercicio de fuegos y maniobras; después de lo cual marcharán a desfilar en columna de honor, por la Plaza de Armas, retirándose enseguida a sus Cuarteles. Todas estas fuerzas serán mandadas por el teniente coronel comandante del Batallón “Melipilla”, don Vicente Balmaceda, sirviéndole de ayudantes los de su cuerpo. Desde las 8 hasta las 9 P.M. tocará en el tabladillo de la plaza, la banda del Batallón “Melipilla”, y desde las 9 hasta las 10, la del Batallón “Aconcagua”. Díaz Muñoz”. 16 de Septiembre de 1880 Jueves. Limpia de armas y vestuario en la mañana, y en la tarde ejercicio de evoluciones en la pampa, acompañado de la banda. 17 de Septiembre de 1880 Viernes. El Himno Nacional tocado por nuestra banda en la puerta del Cuartel, me anunció que empezaba la gran Fiesta Patria. El cañón tronó y el tricolor fue izándose poco a poco en todos los edificios. Antofagasta presenta un aspecto bonito, mirado desde la azotea del 3º piso del Cuartel.
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En este día fui a la imprenta del Pueblo a poner el articulito sobre lo sucedido con Balmaceda, pero el Editor dijo que no lo podía admitir por que se relajaba la disciplina del Ejército, sabiéndose las discordias que principiaban a asomar en estos dos cuerpos. En vano alegué las razones que tenía; pero el Editor no cedió, y más bien me ofreció su diario para cualesquiera otro trabajo y no para ninguno de la naturaleza de éste. Me fui a la imprenta del Eco del Desierto; pero este periódico no sale hasta después de las fiestas. ¡Qué fregar! 18 de Septiembre de 1880 Sábado. A la hora indicada en el programa y orden del día, salimos a formar a la plaza, en unión con la Artillería, “Melipilla” y Cívicos, formando carrera a la comitiva oficial, entre la cual noto al primer caballero que he visto aquí, es decir, el primer elegante, por sus cuatro costados. El plantón que nos dimos, fue soberbio. ¡Y fuimos aparejados con las mochilas de cuero! Ni ayer ni hoy ha habido puerta franca. A la formación de hoy sacamos el Estandarte, y una vez guardado este, llegamos al Cuartel extenuados de hambre y cansancio, fuera de la sed, que no se cuenta. En la noche, las Compañías salieron ha ver los fuegos artificiales que se quemaban en la explanada del muelle, y los cuales fueron buenos y abundantes. Y con esto concluyó para nosotros el glorioso día 18 de Septiembre. 19 de Septiembre de 1880 Domingo. Nuevo día de fatiga. Fuimos a misa a las 7 ½ A.M., no asistiendo el “Melipilla”, sino después del Evangelio, o estando él; y concluido dicho acto, en que nuestra banda se lució como siempre, nos retiramos después de haber practicado un pésimo movimiento, por haber dado mala la voz el capitán Narvaez. Esta vez iba yo mandando la 2º de la 5º Compañía. Como a las 11 A.M. salió nuestro Batallón al lugar de costumbre, la calle, y apenas se concluía de dividir en mitades, recibió orden del capitán Narvaez, ayudante, de ir inmediatamente a la Mayoría del cuerpo, que está en la casa del comandante, y presentarme al mayor Bustamante. - ¿Y qué cosa le digo? – le pregunto yo. - Nada – me dijo el ayudante - Dígale no más aquí estoy. Así armado como estaba, fui a la Mayoría, y el mayor al verme, me dijo: - Entre 1º. En un lado de la mesa estaba el mayor y en el otro nuestro comandante y el del “Melipilla”, quienes parecía, conversaban a mi llegada sobre mí. Entré. Balmaceda no meneó los labios. Pero el mayor me preguntó: - ¿Quién le dijo a Ud. que el comandante Balmaceda había pronunciado las palabras de que Ud. se ha quejado? - Varios cabos de la 6º Compañía, cuyos nombres no recuerdo, pero que los tengo apuntados. - Pero Ud. ha dicho – continuó el mayor – que yo he sido quien le ha dicho eso y no otro. - Yo no he dicho tal cosa, ni puedo decirlo; sé lo que corresponde respecto a mi delicadeza. - Mañana me va a traer los nombres de esos cabos – me dijo el comandante Muñoz - ¡Retírese! Y no fue más. ¿Qué objeto tuvo esto?. Nada más que desvanecer los cargos que dicen le ha hecho Balmaceda al mayor, de haber sido éste quien me dijo sus calumnias. ¿Y por qué tanta admiración de que yo lo haya sabido?. El Jueves 16, el mayor me llamó también manifestando admiración por mí reclamo y por la manera como lo había sabido. Yo he tratado de hacer público el hecho, para probar que no siento ni frío ni calor con las injurias de un loco. Como a las 12 M salimos en dirección de la plaza, y después de reunidas todas las tropas. Artillería, “Melipilla”, “Aconcagua” y cívicos. Nos encaminamos a la pampa, levantando tales polvaredas en las calles, que apenas se divisaban algo a cuatro pasos de distancia. Y este infierno duró como media hora. El campo de maniobras está situado a orillas del mar, al Sur del puerto, y el aire puro que ahí respiramos nos confortó cual si hubiéramos tomado un cordial. El campo, muy extenso y plano, tiene una vista hermosísima. Al frente se ve el mar, cuyas olas siempre embravecidas, azotan incesantemente las trincheras de rocas negruzcas que circundan la playa, desde cuyas orillas se levanta el terreno hacia los cerros, que a una media legua se elevan como una muralla de granito. Al Norte, la bahía llena de buques y una parte de la población.
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En la pampa habían varias carpas, carretas y ventas, y detrás de nosotros iba una gran muchedumbre a pié y a caballo, y hasta en coche. Una vez formada la línea de batalla, con el frente al mar y derecha al Norte, y por el orden de antigüedad antes apuntado, se hizo armar pabellones y tuvimos un rato de descanso. Cada uno se acomodó lo mejor que pudo, ya tendiéndose o sentándose sobre las mochilas. Cuando yo me preparaba a descansar también, se allega a mí el mayor y el capitán Ahumada, y aquel me pide algo para libertarse del sol. Le pasé mi manta y busqué otra más, y con ellas formó un dosel, extendiéndolas alrededor de cuatro rifles armados en pabellón, que era el lugar que yo iba a ocupar. Una vez que quedó instalado allí el mayor, me fui para el extremo Sur de la línea, donde el descanso había tomado las proporciones de un dieciocho en regla. Unos jugaban, otros cantaban, todos tomaban cerveza y todos reían acompañados de sus mujeres. Yo me acerqué al Estandarte para examinarlo por vez primera; pero antes de tocarlo, oí la voz de Arancibia y de Ramos, que me llamaban a caucear. Estaban recostados en el suelo, a pocos pasos de mí, teniendo al lado dos o tres sargentos más y buen surtido de pebres y licores. Y antes que me moviera, la mujer de Ramos me tentó con una botella de cerveza, en circunstancias que ya me secaba de sed. Con la botella en la mano atravesé las dispersas filas de soldados carialegres y llegué donde Ramos, que me pasó un grueso trozo de carne cocida. En ese instante llegó un soldado y nos dijo que el mayor nos mandaba decir que le buscáramos cerveza. En el acto me fui donde él estaba, llevando vasos, cerveza y carne. Tomó un vaso lleno y otro el capitán Ahumada, y en cambio, me ofreció dos cigarros. Esto lo recuerdo como prueba de la franqueza usada por nuestro 2º jefe, especialmente conmigo, que me ha tratado siempre muy bien. Cuando muchas botellas se habían destapado y muchos fiambres se habían masticado, resonó en la pampa el estampido de dos cañonazos disparados por la Artillería. Era la señal de que se acercaba el Comandante General de Armas, aunque aún no se divisaba. Inmediatamente las tropas se pusieron en movimiento y formaron en batalla como antes. Diez minutos después divisamos una gran cabalgata que se nos acercaba por el Norte. El pueblo, que había invadido todo ese lado de la pampa, empezó a seguir la misma dirección que la comitiva. Un redoble de tambor y el Himno Nacional tocado por la banda del “Melipilla”, nos anunció que el Comandante General de Armas había entrado ya a la línea. Tres minutos después pasaba a nuestro frente, seguido de varios militares de todas graduaciones. Nuestra banda tocó a su turno la Nacional y sus ecos se perdían en la extensa llanura, donde en otro tiempo habían resonado las tocatas de todo el Ejército. Concluida esta revista, se ejecutaron diversos movimientos por división. Nuestro cuerpo ejecutó con limpieza todas las evoluciones que se mandaron, como cambios de frente y otros. Mandaba la línea el famoso Balmaceda, cuyas voces de mando debe haberlas estudiado con mucha anticipación. Después de las evoluciones, se mandó fuego por mitades y enseguida fuego graneado, en que el ruido que formaba el Beaumont y el Comblain, era apagado a veces por el ronco estampido de los cañones, cuyo eco repercutían en cada una de las quebradas de los escarpados cerros que teníamos al frente, semejando a otras tantas Baterías que se descargaban. Como a las 3 ½ se volvió a dar descanso a las tropas. Esta vez se comió y bebió a discreción. En el primer descanso tuve oportunidad, después de los tragos de cerveza, de tomar en mis indignas y pecadoras manos la reliquia nacional, que se nos ha dado por el pueblo sanfelipeño. Ayudado por el soldado Lillo, de mi Compañía, medí el Estandarte con mi yatagán, por no haber otra medida, y tenía dos yataganes de ancho y cuatro de largo, teniendo el asta, cuatro de alto. El género es de seda, ya muy desteñido, y tiene seis agujeros, dos de los cuales se conoce bien que han sido hechos con bala. El asta es gruesa, barnizada de negro, y todo el Estandarte es muy liviano. Ya cerca de las 4 P.M., se dio la orden de marcha en dirección al pueblo, y después de dar una vuelta por la plaza, donde nos esperaba a caballo el Comandante General de Armas, se oyó la disparatada y entrecortada voz del jefe de la línea, que nos mandaba a Cuarteles. Llegamos cansados como nunca. Concluía este otro día de fiesta, después de haber proporcionado largas horas de diversión al pueblo, que esa es la misión del soldado y divertir a su costa a todo el mundo. En la noche salieron las Compañías a los fuegos artificiales, que estuvieron magníficos. Sobre todo, me llamó la atención unas grandes luces rojas encendidas en la cumbre del cerro del ancla, que semejaba un volcán en actividad.
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20 de Septiembre de 1880 Lunes. La tropa no salió franca y se ocupó en limpiar armas y en dormir. Yo salí a la calle dos o más veces. He sabido que el día 18 llegó en el vapor del Norte, don Luis Uribe, el héroe de la Esmeralda. Al saberlo nuestro comandante, detuvo el vapor hasta la noche, e invitó a Uribe a una comida, al que asistieron varias personas notables, militares y paisanos. Buenos brindis se pronunciaron, siendo notable el de Uribe, que recordó las glorias conquistadas en otro tiempo por el Nº1 de “Aconcagua” y augurando iguales o mejores días de victoria para el Nº1 actual, que tiene la misma bandera antigua, etc. Pero el que se sentó en todos, fue el comandante del Policía, quien dijo: - Que de todos los Batallones que han estado en Antofagasta, el “Aconcagua” Nº1, era el que se había distinguido por su moralidad y disciplina, sin que la Policía haya sido molestada nunca por ningún soldado; lo que no ha sucedido lo mismo con el “Melipilla”, el Batallón que más ha dado que hacer a la Policía, con sus diabluras y barbaridades. El comandante Balmaceda, ahí presente, que se había puesto amarillo con las alabanzas que Uribe decía al “Aconcagua” y a su Batallón ni una palabra, se puso esta vez de todos colores y se formó una cuestión, defendiendo unos al “Melipilla” y otros a nuestro Batallón, y el incidente no había terminado tranquilo, si Uribe no tercia en el debate y los llama a la concordia. En la noche, nuestro comandante y oficiales, con la banda de música, acompañaron a Uribe hasta el muelle, en donde se despidieron, manifestando éste profunda gratitud por las pruebas de amistad dada por la oficialidad toda del “Aconcagua”. Justo homenaje al compañero de Arturo Prat. En la tarde de hoy 20, se llamó a mí, Bysivinger y Arancibia, por el capitán Castro, para que arregláramos una gran carpa, situada en el segundo patio de la casa del comandante, con el fin de dar una comida de 40 cubiertos a varios amigos. Entre todos arreglamos un lindo local, engalanado con banderitas y faroles chinescos, los cuales encendidos desde las oraciones, daban a la carpa un aspecto fantástico. A esa hora empezaron a llegar los convidados, oficiales del “Melipilla”, mayor Letelier de Artillería y muchos otros. La banda de música se situó fuera de la carpa y estuvo tocando como hasta las 12 de la noche, hora en que se terminó la tertulia, que no otra cosa fue lo que hubo después de la comida. Concluida esta, se quitó todo servicio y las mesas, dejando la carpa limpia como un salón. En un extremo, detrás de un telón de banderas hubo títeres y baile de mineros para diversión de los convidados, casi todos muy alegres. En un entreacto, el 1º Arancibia cantó en tarra una bonita canción, y antes de concluirla, llegó el mayor Letelier, le pidió ese instrumento y empezó a cantar una graciosa tonada, que hacía reír a carcajadas. Pero nuestro comandante le hizo callar, porque habían llegado señoras y esa tonada era solo para hombres. Concluido todo, nosotros los 1º, fuimos invitados por el capitán Castro a una buena mesa, llena de fiambres y algunos licores. El día estuvo bueno. 21 de Septiembre de 1880 Martes. Se empezó a pagar a las Compañías, pero la tropa no salió franca. Un soldado de mi Compañía, V. Arancibia, que ayer se salió del Cuartel por dos veces, se le aplicaron hoy 50 azotes. En el Eco del Desierto de hoy, publiqué un corto articulito sobre mi asunto con Balmaceda, i dice así: “Se dice que un sargento del “Aconcagua” se va a presentar al Comandante General de Armas, pidiendo se le pase a otro cuerpo del Ejército del Norte, por haber sido injuriado, y hasta amenazado con una paliza, por un oficial de alta graduación residente en este puerto. Se agrega que este asunto, por ahora privado, lleva carácter de tronar fuerte.” Fue lo único que me permitieron poner. Y mientras tanto, no sé como entablar un juicio en regla. 22 de Septiembre de 1880 Miércoles. Se concluyó el pago al Batallón y la tropa siguió en descanso. En la tarde se dio puerta franca. Los soldados salieron furiosos con la chicha, y en la noche fue lo bueno. Todos llegaron hechos odres. Faltaron en todo el cuerpo unos 50 hombres, siendo 20 de mí Compañía. 23 de Septiembre de 1880 Jueves. Por las faltas de anoche, hoy no hubo puerta franca. En la tarde llegó del Sur, el Colombia, trayendo las propuestas de nosotros sobre ascensos, que fueron devueltas por el Gobierno, por no
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expresar en algunas, a que Compañías pertenecían los nuevos nombrados y otras faltas semejantes, que serán subsanadas pronto. En la orden de la plaza, se dice: “El Viernes 24 actual, a las 11 A.M., harán ejercicio de tiro al blanco en el Campo de Marte la Brigada de Artillería y los Batallones “Aconcagua” Nº1 y “Melipilla”, bajo el mando de sus respectivos jefes. Muñoz.” 24 de Septiembre de 1880 Viernes. Conforme estaba ordenado, salimos a ejercicio a la misma pampa donde estuvimos el 20. Hubo rosca buena entre los soldados, por haberles vendido licor por damajuanas algún ventero, y hasta yo me iluminé con 2 grandes vasos. Una vez más conocimos la mala calidad de nuestro armamento. Las punterías fueron muy buenas, lo mismo que la de los Artilleros. El “Melipilla” estuvo muy lejos de nosotros. Ya muy tarde, volvimos a nuestro Cuartel. Hoy en la mañana, hice la visita de Hospital, para lo cual estaba nombrado en la orden de ayer. Visité como a 30 enfermos de nuestro cuerpo. 25 de Septiembre de 1880 Sábado. Limpia de armas. En el Eco del Desierto de hoy, leo unas líneas que dicen que nuestras punterías fueron muy buenas. En la orden de la plaza se dispone que desde mañana, la Brigada Cívica de Artillería haga ejercicio de Artillería de costa en los fuertes de esta plaza. 26 de Septiembre de 1880 Domingo. Hoy, a la llamada, consumó deserción el soldado de mi Compañía, Francisco León, que dicen está preso en Mejillones, en donde el capitán Nordenflich está de Comandante General de Armas, desde hace 1 mes. Fuimos a misa a las 7 ½, y también el “Melipilla” y Artilleros. Nuestra banda tocó muy bien el “Baile de Máscaras” (Un bayo in maschera). Al retirarnos, el “Melipilla” siguió adelante, y el capitán Narvaez que nos mandaba, tuvo el capricho de seguir a aquel Batallón casi hasta su Cuartel, tocando marchas con distinto compás de la del “Melipilla”, con el propósito de hacer perder el paso a este, lo que consiguió en todo el trayecto. Fue una broma que hizo reír a todos. Hasta hoy no se oye decir de nuevas riñas entre los soldados de uno u otro cuerpo. 27 de Septiembre de 1880 Lunes. Ejercicios por Compañías en la mañana. La mira cubrió el cerro hasta media falda, y allá nos tendimos a dormir. Fue todo nuestro ejercicio. Recogí algunas piedrecitas que me parecieron dignas de guardarlas, por su bonita vista y por la clase. En la tarde, ejercicios de evoluciones por Batallón, en la pampa, mandados por el capitán Narvaez. Yo mandaba ha la 5º. 28 de Septiembre de 1880 Martes. Ejercicios por Compañías en la mañana, a que yo no estuve por quedarme escribiendo en la cuadra, parte de estos apuntes. Hoy, en el ejercicio de la tarde, que se hizo en las calles, hubo una tremenda equivocación al ejecutarse un movimiento, quedando el Batallón invertido; pero parece que los espectadores no se apercibieron de esta gran equivocación. Esta tarde, llegó del Norte el Lontué. En él vino el soldado desertor de mi Compañía, Francisco León, que esta noche misma le han puesto grillos. En la orden de ayer, se comienza otra vez a nombrar Jefes de Servicio, como antes. En dicha orden se lee: “Jefe de Servicio para hoy, el teniente coronel de Guardias Nacionales don Vicente Balmaceda, y para mañana, el de igual clase de Ejército, don Pedro A. Guiñe. Los Jefes de Servicio se presentarán diariamente a las 12 M en esta Comandancia, a recibir órdenes y a las 12 del día siguiente a dar cuenta de su servicio. Díaz Muñoz.” En la misma orden de ayer, se da a reconocer el ascenso a sargento mayor graduado de Ejército, segundo jefe del Batallón “Melipilla”, al capitán de Ejército don Nicolás González Arteaga, según títulos supremos del 31 del pasado.
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Anoche, el Jefe de Servicio vino como cuatro veces, es decir, otra locura de Balmaceda. La bulla que se metió fue grande durante toda la noche. 29 de Septiembre de 1880 Miércoles. Jefe de Servicio para hoy don Nicolás González Arteaga. Con motivo del fallecimiento del subteniente de Artillería don Ernesto von Bisffhof Haussen, se ordenó no hubiera ejercicio hoy en la mañana, para que los oficiales concurrieran a las honras fúnebres. Como a las 9 A.M. pasó por frente nuestro Cuartel el cortejo, precedido por un vistoso carro enlutado, tirado por una mula enlutada también y rodeado de Artilleros, le seguía un lucido y numeroso acompañamiento de militares y paisanos. Nuestra banda iba adelante, tocando sus mejores piezas. Tres días antes, ese subteniente, había pedido 200 pesos para irse al Sur a medicinar, y se le concedieron, pero solo le sirvieron para su entierro. ¡Qué vida esta! En la orden del cuerpo, se mandó suspender por un mes, a los cabos Vicente Carrasco y Rodolfo Cristi, debiendo hacer su servicio de soldados durante ese tiempo, lo mismo que los cabos 1º Pedro Leiva e Isidoro Quiroga. Ignoro por qué. Hoy como a las 12 ½ P.M. zarpó al Sur el Lontué, fondeado ayer. En él van de nuevo nuestras propuestas, reformadas, para oficial. Ignoro si en ellas van también las notas que iban en las primeras, respecto de mí y de los otros dos compañeros Bysivinger y Arancibia, de haber servido en el cuerpo desde su organización con abnegación y patriotismo. Procuraré saberlo. En la tarde, ejercicios por Batallón. Yo iba mandando la 2º de la 3º. Se dice que todas las probabilidades están porque nosotros no salimos al Norte en el presente siglo. ¡Estamos lucidos! ¿Habremos solo venido a llenarnos de tierra todos los días en estas calles y no en los campamentos? 30 de Septiembre de 1880 Jueves. Hoy no he salido a ejercicios, pero los hubo como de costumbre, siendo el de la tarde con banda. Después de la lista de llamada, se castigó al soldado Francisco Leiva, de mi Compañía con 200 palos por desertor. A otro soldado se le dieron 100 por haberle pegado a un cabo y a otro 25, por aconsejar al otro a que cometiera esa falta. Hoy se avisó que el Sábado próximo se pasará revista de armamento y vestuario, por el mayor. Jefe de Servicio para hoy, el comandante Balmaceda. Estaba yo nombrado de guardia para hoy, pero conseguí quedar eximido de este servicio, por estar con el pié derecho lastimado, por unas botas nuevas que me puse. Ayer se llevaron 151 rifles a componer a la llamada Maestranza de la Artillería, y que no es más que una simple herrería situada en una de las piezas interiores. De mi Compañía fueron 34. Hoy se pasaron los estados de fin de mes, figurando mi Compañía con una fuerza efectiva de 89 hombres de tropa. 1 de Octubre de 1880 Viernes. Me ocupé gran parte del día de ayer y todo el de hoy, en arreglarme para la revista de mañana. Haciendo listas y estados de todas clases, me he llevado hasta las 10 de la noche, con la cabeza como un horno. He estado sabiendo cosas muy buenas sobre el comandante Balmaceda, pero las apuntaré el Domingo próximo. Jefe de Servicio para hoy el teniente coronel don Pedro Guíñez. 2 de Octubre de 1880 Sábado. Hoy hubo limpia de armamento y vestuario. Continué trabajando como un diablo hasta la 1 de la tarde. ¡Qué fregar de Patria!. A esa hora ya tenía yo pasada revista general a la Compañía. No se ha juntado en todo ese mediodía ningún oficial en su cuadra. Yo solo me friego. Como a las 3 P.M. principió el mayor a pasar solo revista de armas y sobrante de ellas. La suma total de mis rifles fue de 95. La 6º Compañía tenía 100, o cinco más de número fijado. La revista se pasó sin novedad. Respecto al vestuario, ni el capitán se preocupó de saber si se había pasado o no. Ya él sabe que trabajo por todos los oficiales de mi Compañía. ¡Qué breva! Jefe de Servicio para hoy, el sargento mayor graduado don Nicolás González A.
133 “Desde esta fecha (dice la orden de la plaza) la retreta con banda de música en la Plaza de Armas, se tocará a la hora prevenida, solamente los días Martes, Jueves y Domingo; alternándose este servicio por las bandas de los Batallones “Melipilla” y “Aconcagua”. Hoy llegó del Sur el vapor del Estrecho, Valparaíso, y carga salitre para Europa. Llevará 16.000 quintales. Por los diarios recibidos, me he impuesto de la muerte de don Manuel Montt. ¡Pobre negro!. Todos los días lo veía subir a las 10 ½ A.M. las escalas de piedra de los Tribunales, con su sobretodo negro y su inseparable bastón, su cabeza blanca y su mirar de águila, andando a paso regular, fresco, robusto, se adivinaba en su fisonomía esa energía indomable, que lo hizo temible en el poder. De veras que lo siento mucho. Chile pierde una gran cabeza. Los Tribunales deberán estar hoy de duelo. Por los mismos diarios he sabido la gran sensación producida en Santiago por la pérdida de la Covadonga, noticia que llegó el 19 del pasado. Los debates del Congreso, antes y después de las Fiestas Patrias, veo que han tenido bamboleante al Ministerio. ¡Don Aníbal quiere la paz!. Y nosotros que parece ya que divisamos las torres de Lima. ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------. 3 de Octubre de 1880 Domingo. A la hora de costumbre vamos a misa, asistiendo también la Artillería y “Melipilla”. Nuestra banda tocó un trozo de “Ana Bolena” y la del “Melipilla” otro de “Beatrice di Tenda”, dirigida por el Sr. Delliani, de nuestra banda. Hoy vino a verme el amigo Heriberto Hernández, de Santiago, y por él supe de Gómez y otros amigos, quienes, mientras ellos cauceaban en el Parque el 19, yo me llenaba de tierra salitrosa de pies a cabeza. Al referirme Hernández la alegría y buen humor de esos amigos, yo pensaba: “ya me tocará el turno algún día”. Lo más importante acaecido en estos últimos días, y que ha llamado la atención de todos, es la quijotesca conducta que ha observado y observa pública y privadamente, el comandante del “Melipilla”, don Vicente Balmaceda, el fanfarrón por excelencia. Su Batallón, que fue repudiado por el pueblo de Caracoles, y obligado a acamparse media legua de ese lugar, por temor de los robos y salteos que cometen sus soldados, mientras el “Aconcagua” era recibido por los caracolinos cual si hubieran sido antiguos amigos, su Batallón, digo, ha traído odios ocultos desde las arenosas soledades de Calama, porqué hasta allá había llegado la noticia del comportamiento caballeresco de los del “Aconcagua” en San Pedro de Atacama. Y una vez reunidos en Antofagasta los dos cuerpos, empezó la rivalidad a pronunciarse de un modo alarmante. La calle del Nuevo Mundo ha sido un continuo pugilato. El odio fue subiendo a las clases; de aquí a los oficiales y por último invadió a los jefes, o a lo menos a Balmaceda, que en cuanto al nuestro ha mirado con desdén las leonas de los “melipillanos”. Primero fue un teniente que planeó a un sargento de nuestro Batallón en plena calle, y después, en plena calle también, el comandante Balmaceda me calumnió sin motivo el que menor, estando yo trabajando con mi cuerpo en evoluciones. Más tarde sucedió lo siguiente, y aquí va lo nuevo: el mayor Letelier, en conversación íntima con Balmaceda, le contó que en el interior, por Calama u otro punto, se había encontrado unas piedras, que han resultado pertenecer a un rico mineral, por el cual le habían ofrecido 100.000 pesos al contado. - Estoy en vísperas de hacerme muy rico – le dijo el mayor. Balmaceda, mientras aquel relataba su inesperado descubrimiento, le hacía de vez en cuando algunas preguntas sobre la situación en que encontró esas piedras. Esta conversación terminó. Y apenas salió el mayor Letelier, Balmaceda se presentó al juez respectivo haciendo un pedimento para beneficiar el terreno virgen en que se apareció la fortuna al mayor. Este recibió un tremendo golpe al saber esta traición de Balmaceda, y de acuerdo con el Comandante General de Armas, empezó a barajar la pretensión de Balmaceda, su enemigo acérrimo desde entonces, quien por su parte no se ha descuidado porqué ha sacado firmas del Comandante de Armas estando éste aún en cama. Esta cuestión sigue todavía.
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El mayor Letelier, picado sin duda con el proceder de Balmaceda, acusó a éste de haberse robado los vasos sagrados de la Iglesia de Calama. El sumario se inició por la Comandancia General de Armas y se mandó instruirlo por el sargento mayor de Ejército, don Nicolás González Arteaga, si no me equivoco en el nombre. Este sumario se continúa aún, y es escribiente o secretario en él el subteniente Canto, de mi Compañía. Y todavía no es nada. Ayer Sábado, el Comandante de Armas mandó llamar a Balmaceda y una vez éste en su presencia, aquel le echó una ronca tremenda, a propósito de otra acusación del mayor Letelier, en que dijo que Balmaceda lo había tratado de ladrón y probaba con testigos. Interrogado el acusado, dijo que no era cierto. El Comandante de Armas preguntó entonces al subteniente Izquierdo: - ¿Subteniente Izquierdo, qué dice de esto? El interrogado, que estaba escribiendo en una mesa vecina, se paró y dijo, que era cierto el insulto dicho. - Miente usted – le dijo Balmaceda. - Señor Comandante – le dijo el subteniente al nuestro – Con permiso de Ud., le digo al comandante Sr. Balmaceda, que el insulto que acaba de lanzarme solo será vengado si acepta Ud. el desafío que desde luego le hago, prescindiendo Ud. de sus galones que tiene. Ignoro, por ahora, que otras cosas más le dijo dicho subteniente, el hecho fue que Balmaceda se puso de siete colores, terció nuestro comandante y la tempestad fue calmándose. Pero entonces tocó su turno al Comandante de Armas, es decir, al comandante de nuestro Batallón, quien le enrostró la falta que cometía en degradarse de esa manera, injuriando por la espalda. - Yo soy un noble, soy un caballero – decía Balmaceda, a propósito no sé de qué raspacacho. - Eso está bien – le contestaba nuestro comandante – Como yo no soy noble, ni soy caballero; pero sepa que ya van dos quejas que he tenido contra Ud. por palabras injuriosas. Un sargento de mi Batallón (sin duda alguna se refiere a mí) se quejó por haberlo injuriado Ud. ¿Es esto noble? ¿Es caballeroso este proceder? Y siguió chicoteándolo hasta que Balmaceda calló, dando excusas que no eran escuchadas, porqué el Comandante de Armas, con esa calma que acostumbra en toda ocasión, jugueteaba con él, como el gato con la lauchita. Al fin la cuestión acabó en que Balmaceda tomó su kepí y salió como sale un perro de una casa donde se le ha recibido a palos. Otra versión dice que las palabras injuriosas dichas por Balmaceda fueron dirigidas a nuestro comandante y no al mayor Letelier, y que el subteniente Izquierdo las oyó y rebatió en el acto. Después de la salida de Balmaceda de la Comandancia, el de Armas le regaló buenas copas al dicho subteniente, por su enérgico comportamiento. Ya que no atizamos el fuego del amor patrio en éste lugar ---------------------------------------------------------------- del amor, aticemos el fuego del odio y otros hacemos una guerra indigna de hombres serios, viéndonos obligados los del “Aconcagua” a contestar fuerte las insolencias de los del “Melipilla”. ¿Será esto obra del ocio y del aburrimiento que trae consigo el servicio de guarnición?. Y que no hay que hacerlo -------------- despellejando. Ayer Sábado se ordenó que cada soldado tuviera dos pares de botas en buen estado. En mi Compañía faltaban 51 pares. Se trajo para surtirnos de calzado unos 300 pares, más o menos, a la mayoría, y hoy, antes de ir a misa se repartió a la tropa alcanzando mi Compañía solo 36 pares. Hoy se ordenó que la guardia de Hospital fuera relevada por fuerzas del “Melipilla” y siguiera así en adelante, y que la de Artillería cubriera únicamente la guarnición de los fuertes. 4 de Octubre de 1880 Lunes. Amanezco con un constipado que me impide salir a los ejercicios de la mañana y tarde. En este clima, apenas se destapa un brazo, constipado en el acto que viene. En la rueda de sargentos, después de lista de tarde, se ordenó que el Miércoles próximo estuviera listo el Batallón a la diana, para salir armado no ----------------------------------------------------- y mandado por el capitán Castro, que nos comunicó dicha orden, y nos dijo que creía que iríamos a recibir al Ministro de la Guerra, que llega parece al amanecer de ese día. Solo por un olvido, no había consignado el hecho de haber sido recibido con las atenciones debidas, el coronel don Pedro Lagos, que llegaba del Sur, el jueves último. Estuvo en el Club Antofagasta, a donde fue a buscarlo el Comandante General de Armas con la banda, y con ella, y
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en unión de varios amigos, fue acompañándolo hasta el muelle, como a las 12 del día. Fue un póstumo homenaje al bravo que rindió a Arica. 5 de Octubre de 1880 Martes. No asistí a ninguno de los ejercicios. El Batallón “Melipilla” hizo ejercicio ayer en la tarde en la plaza. Según algunos, lo hicieron mal; pero según el Pueblo de esta tarde, trabajaron bien, aunque a la conclusión dice: “deseamos que se marche pronto al Norte a conquistar laureles”. Es decir, deseamos librarnos pronto de esta peste. Hoy se han traído varios de los rifles mandados a componer a la Maestranza. De mi Compañía se trajeron 2. Se dio orden de que mañana Miércoles hubiera limpia de armamento y vestuario, y que a las 11 A.M. estuviera listo el Batallón para formar. Se asegura que de este viaje del Ministro de la Guerra, que es a quién aguardamos, esperamos nuestra sentencia de quedarnos o de marchar al Norte. Por tanto, aguardamos impacientes el día de mañana. En la noche, se repitió la orden de prepararnos para mañana. Se ordenó además, que todos, oficiales, clases y soldados, que tuvieran barba, se la cortaran y se dejaran pera y bigote. La mía está en regla, y hasta hoy, ni mi bigote, ni mi pera han sido tocados por navaja, como la cabeza de Sansón. 6 de Octubre de 1880 Miércoles. Conforme se había ordenado, hoy en la mañana no hubo limpia de armas. En mi Compañía pasé revista de ellas a las 9 A.M. y de ropa inmediatamente después. Desde temprano había verdadera curiosidad en ser de los primeros en divisar el vapor del Sur, que debía traernos ilustres huéspedes. El teniente Luna me decía: - Hoy se va ha decidir si vamos al Norte o nos lleva el diablo. Como a las 11 A.M. se supo en el Cuartel que el vapor de la carrera había estado en la mañana en Taltal y que era probable no estaría hoy aquí. Los preparativos de recibimiento hechos por nuestro comandante, que aguardaba al Ministro a almorzar, se postergaron. En la tarde, el Batallón hizo un corto ejercicio en la calle. El mayor hizo que mandasen el Batallón, primero el teniente Mascayano, de la 1º; y después el subteniente Paulino Narvaez, de la 6º; ambos hicieron ejecutar malos movimientos, tal vez porque no se les oía bien la voz o por el susto que el primero parecía tener. El día de hoy pasó, dejándonos con la miel en los labios. ¡Si se había pasado al Norte el vapor! A la hora de retreta, se ordenó que el Batallón estuviera listo mañana desde la diana, porqué se presume que el vapor del Sur amanecerá en este puerto. Esta noche se me va a hacer demasiado larga. Hoy, hablando con el subteniente Canto, me dijo este que nuestros despachos de oficial estaban firmados ayer por el Presidente de la República y que hoy pasaban a la Inspección General del Ejército. Jefe de Servicio para hoy, el teniente coronel don Telésforo Mandiola. 7 de Octubre de 1880 Jueves. Con anoche, ya estaba yo despierto. Apenas se tocó diana, yo subí al segundo piso a divisar el mar; pero no estaba bien claro todavía. Como media hora después, se divisó el humo de un vapor, que apenas se distinguía en alta mar. No cabía duda que ese humito era el del esperado vapor del Sur, y por tanto se ordenó a las Compañías estuvieran listas para el toque de tropa. Como a las 8 A.M. se vio entrar a la bahía un enorme vapor. Al mismo tiempo, se tocó tropa, y el Batallón formó en la calle. Luego nos dirigimos a la Comandancia y se sacó el Estandarte. A ese tiempo pasaba la Artillería en dirección al muelle y enseguida el “Melipilla”, según se notaba por la banda de música de ese cuerpo, que por las calles vecinas se sentía tocar pasos dobles. A nuestro turno, nos encaminamos al mar; pero el mayor Bustamante nos hizo torcer a la plaza, y formamos en Batallón en el costado oriente, o sea, al lado de la Iglesia y dando la espalda a ella. Cuando todavía no daba la voz de firme, llegó el capitán Castro y le dijo que la formación era en el malecón del muelle y no en la plaza. Esta era la primera equivocación de este día. Y debían ser varias.
136 Formados en columna nos dirigimos al muelle, quedando detrás del “Melipilla” y este detrás de la Artillería, por su orden de antigüedad. La gente iba llenando poco a poco la explanada, semejando a un dieciocho. Después de un largo descanso de unos veinte minutos, o poco más empleados por nuestra banda, que se alternaba con la del “Melipilla”, tocando diversas piezas, sentimos apenas otra música militar tocada a bordo del vapor. Parece que esto fue la señal de embarque de la comitiva. Momentos después veía yo atravesar la poza varias embarcaciones embanderadas. Los ilustres huéspedes llegaban en ellas. Un redoble de tambor fue la señal de que el Ministro de la Guerra pisaba el muelle. Inmediatamente la banda del “Melipilla”, próximo a ese lugar, rompió con el Himno Nacional. Tres minutos después vi que por la vereda situada a nuestro costado derecho se aproximaba una completa fila de paisanos y militares, y el Ministro, que venía pasando revista a las tropas. Yo previne a los soldados que estaban al alcance de mi voz, que se alinearan y se preparen, pues venía el Ministro. Y sin embargo, yo no conocía al Sr. J. F. Vergara, sino de nombre. Nuestra banda hizo resonar los acordes de nuestra Canción, al mismo tiempo que la comitiva se paraba al lado de la 1º mitad de la 1º, admirando la hermosa talla de los soldados. A paso acompasado siguió avanzando, distinguiendo entre todos al general Saavedra, coronel Arriagada con don Isidoro Errázuriz. Todos los demás, generales y coroneles, no los conocí. Al pasar, pasando todos mi costado derecho (yo estaba de guía derecho de la 1º de la 2º Compañía), vi a uno de esos militares, que creo sería el general Maturana, decir estas palabras, mirando de arriba abajo: - ¡Qué hermosa y buena gente tiene este Batallón! Otros amigos míos oyeron palabras semejantes a esas a varios de los señores de la comitiva. Esto nos llenó de gusto. ¡Les había caído en gracia nuestro Batallón! Buen diablo dejan aquí, pensé yo. Mientras el Ministro y compañeros siguieron a la plaza, los Batallones siguieron de frente, doblaron por la calle de Washington, enseguida por la de San Martín, en dirección a la plaza. El “Melipilla” entró al circuito central, pasando por la reja de madera y nosotros formamos en batalla frente a la Iglesia, a cuyo lado Sur, el Ministro se situó en los balcones de una casa para mirarnos trabajar. Este era el momento supremo. El mayor Bustamante cedió su puesto al ayudante Narvaez, quién mandó un ejercicio de manejo de armas, que solo estuvo regular, pues la fatalidad nos persiguió. Pudiendo el Batallón trabajar 10 veces mejor, no lo hizo, quien sabe si porque todos estaban medio asustados. Concluido este ejercicio, el mayor mandó fuego por Batallón, por medio Batallón, etc., siendo todo esto también regular. Decididamente el diablo andaba metido en nuestras filas. Para rematar la obra, en los dos movimientos que se ejecutaron frente a dicha casa de altos, uno de ellos (que fue: por retaguardia, columnas sucesivas por la derecha para marchar a la izquierda) salió tan mal; que ni cuando aprendíamos en San Felipe. El mayor, en vez de mandar girar a la izquierda, mandó a la derecha, y el capitán Campos que mandaba la mitad de la cabeza, se turbó y giró también al resto, hasta que advertido del error, lo enmendó. Yo me di vuelta al lado que él ordenó, mientras que la mayor parte de la mitad giró al contrario, quedando los nuestros vueltos para atrás, como diciendo: dormimun nobiscum. Por fortuna, todo esto pasa con mucha rapidez, de modo que muchos no se apercibieron de esta equivocación. Hicimos otro movimiento más, dimos una vuelta por la plaza, y nos retiramos, quedando suelta la 6º Compañía para trabajar la guerrilla, puesto que lo hace bien e iba a componer el cuento, iba a enmendar la pompa. Pero se le antojó al mismo diablo quedarse en esa Compañía, pues todos los movimientos que ejecutó pasaron de regulares. Esto fue debido a que se metió a formar a todos los asistentes y otros empleados que nunca salen a ejercicios. Estaba de Dios que debíamos dar fiascos. Y hasta la banda chamboneó de lo lindo, y cuando tocó la retreta de esta noche, tocó bien mal. ¿Porqué habrá sido tan fatal este día? Yo llegué al Cuartel furioso, y por el estilo todos, clases y oficiales, echándose la culpa unos a otros. El único culpable aquí fue el mayor, que pudo, y puede en cualquier parte, lucirse con el Batallón. Todos creíamos que el Ministro había quedado disgustado con nuestro trabajo, y que ya no nos movería de este lugar. El desaliento se apoderó de mí, a pesar de que muy luego empezaron los rumores de que el Ministro había dispuesto mandarnos pronto al Ejército del Norte. En pago de lo mal que se trabajó, se repartió el rancho a la tropa apenas se limpiaba, dándoles inmediatamente después puerta franca. Como antes había estado yo con Bysivinger en el tercer
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piso o azotea del Cuartel, lamentándonos de la mala suerte hoy, salí al mar a continuar a refrescarme. Realmente me dolió la cabeza de puro pensar en que podíamos ser postergados como otras veces. A mi vuelta a la cuadra, me dijeron que el teniente Luna había estado a buscarme para anunciarme buenas nuevas, que fui sabiendo por boca de varios y son: que el Ministro le había parecido muy bien la talla y aire marcial de la tropa; que formábamos parte del Ejército Expedicionario, y que iríamos mandados por el coronel Barceló, jefe de una Brigada. Más tarde, el teniente Luna me dijo: que el coronel Barceló, almorzando en la Comandancia con los oficiales del “Aconcagua”, dijo que nuestro Batallón evolucionaba bien, tal como el Regimiento “Santiago”, de quien fue él, comandante; que nuestro Batallón figuraba en la 3º Brigada de la 2º División; que nos van a cambiar el armamento por rifles Grass, que se nos dará en Arica, lo mismo que nuevo vestuario; que se había tratado de no juntar los dos Batallones “Aconcagua”, vista la rivalidad que existe entre los jefes no sé por qué, y saldríamos en breve. Con esta noticia se nos volvió el alma al cuerpo. Respecto a los ilustres viajeros que hoy han visitado este puerto, alborotando a todos, después de almorzar una parte en casa de nuestro comandante y otra en la del comandante Balmaceda, nuestra banda fue a despedirlos hasta el muelle. El vapor zarpó como a las 3 P.M., llevándose a todos ellos, incluso el coronel Arriagada, que va a Tacna. No hubo ejercicios hoy en la tarde y como en la mañana, inmediatamente después del rancho se dio puerta franca. Hoy me llegó carta de casa. Recibí unos versos que cantó en Quillota una señorita, cuando nos repartió escapularios en la Iglesia de la plaza. Tales versos me parecieron entonces muy bonitos y los tenía encargados para rehacer mi primer cuaderno de apuntes. He sido minucioso en estos detalles, porque ha sido este día de muy amargas y dulces horas, casi al mismo tiempo. 8 de Octubre de 1880 Viernes. Hubo ejercicios por Compañías en la mañana y después de recorrerlas el mayor, vestido a la cuyana, tocó tropa e hizo reunir el Batallón. El, y el capitán Narvaez, empezaron a enseñar los principales movimientos y toques de guerrilla, indispensable en un combate. Todos llegábamos a reírnos de puro contentos. Esto era señal de que el gran día, el de nuestra partida al Norte, va acercándose. En conmemoración de la toma del Huáscar, 8 de Octubre del 79, se decretó por la Comandancia General de Armas lo que sigue: “Esta tarde, al entrarse el sol, la Brigada de Artillería de Línea hará una salva mayor en la explanada del muelle, en conmemoración del glorioso Combate Naval de Punta Angamos. Las bandas del “Melipilla” y “Aconcagua” Nº1, concurrirán a las 5 P.M. al Cuartel, donde se pondrán a las órdenes del jefe de Brigada para acompañar a la Artillería durante el acto expresado. A las 7 P.M. las dos bandas concurrirán al tabladillo de la plaza Sotomayor en donde tocarán alternándose hasta las 9 P.M. Díaz Muñoz.” Esta orden se cumplió en todos sus partes. Una Batería de 6 cañones llevando a su cabeza las dos bandas mencionadas, se situó en la explanada Sur del muelle. El sol que daba su última pestañeada y el cañón que bramaba con sus pulmones de bronce, despertando de su letargo a toda la bahía. Al mismo tiempo las bandas tocaban el Himno Nacional. ¡Qué hermoso me parecía los cañonazos cuando me hacían estremecer a tres pasos de distancia! Y esto fue lo principal del programa de hoy. Temprano me vine a mi cuadra y no me esperé a la retreta. Me asaltaban recuerdos de un año atrás, cuando yo sentado en mi balcón y con un par de amigos al lado y un tremendo vaso de buen ponche, celebraba, como hoy, la gran victoria de Angamos, mientras sentía el bullicioso regocijo de la gran ciudad. ¿Y qué saco con recordar estas cosas, pasado hace un año y a cerca de 400 leguas de distancia del lugar en que hoy me encuentro? Por única muestra de regocijo por tan gran día, el Batallón tuvo puerta franca inmediatamente después del rancho. Por suplementos repartidos esta tarde, he sabido los nombres de los cuerpos que operarán sobre Lima, y son: el “Buín”, 2º, 3º, 4º de Línea, “Zapadores”, “Navales”, el “Coquimbo”, “Atacama”, “Chillán”, “Curicó”, “Talca”, “Aconcagua”, “Chacabuco”, “Santiago” y otros cuyos nombres no
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recuerdo en este momento. Pero en todo son 6 Regimientos de Línea y 15 Movilizados, además de 3 Batallones: “Bulnes”, “Colchagua” y “Caupolicán”, o sea 22.400 hombres sólo de Infantería. No se cuenta la Artillería, ni Caballería. Hoy se publicó un bando de la Comandancia General de Armas, en que se fija la contribución de 60 centavos por cada kilogramo que se exporte desde el 18 del presente, en la zona comprendida entre el Loa y el paralelo 23. Anteayer 6, se publicaron dos bandos; uno que grava con 1 peso 60 centavos la exportación de cada 100 kilogramos de salitre entre los límites fijados anteriormente, y el otro conminando con 200 pesos de multa a todo individuo que causare perjuicios en las líneas telegráficas de este territorio. El encabezamiento de todos estos bandos dice así: “Rafael Díaz Muñoz, teniente coronel de Ejército, Comandante General de Armas del territorio de Antofagasta hasta el río Loa.” En el Pueblo de ayer leo: “Hoy llegaron a este puerto, de paso a Arica, el señor Ministro de la Guerra, los generales señores Saavedra, Villagrán, Sotomayor; los coroneles señores Barceló, Arriagada, el comandante Letelier y el secretario del Ministro don Isidoro Errázuriz. Fueron recibidos con grande entusiasmo por la población y de orden de la Comandancia General de Armas, y los bien disciplinados Batallones “Aconcagua” y “Melipilla” y la Artillería hicieron ejercicio en la plaza Sotomayor en presencia de los distinguidos pasajeros, quienes quedaron satisfechos de la revista. Etc.” 9 de Octubre de 1880 Sábado. Limpia de armas y revista de ella en la mañana. En la tarde, ejercicios por Batallón, simulando un combate cuesta arriba. Este es el primero de esta clase. La 6º Compañía era la que figuraba el enemigo. Mucha gente concurrió a vernos trabajar de esa manera. Todas las evoluciones fueron hechas al trote, presentando combate por todos lados. Fue un ejercicio bonito. 10 de Octubre de 1880 Domingo. El Eco del Desierto de hoy, dice que sabe que muy pronto marcharán al Norte el “Aconcagua” y el “Melipilla”. Desde Enero a que se está diciendo eso. A las 7 ½ A.M. fue a misa el Batallón. Asistieron los demás de la plaza. Nuestra banda ejecutó la “Traviata”, cuya única pieza ocupó toda la misa. Se ha publicado la matrícula de patentes, de la cual he sacado muchos datos que irán en los apuntes de otro día. 11 de Octubre de 1880 Lunes. Este día será tan imborrable en mi memoria, como aquel otro en que nos revistó el Ministro de la Guerra. Vamos por parte. Por la mañana hubo ejercicios por Compañías. Yo saqué la mía, por no haber oficial. En la pampa, se me unió el subteniente Herbage con la 5º Compañía, y con ambas se formaron 4 mitades y se hicieron varias evoluciones, todas sobre la marcha y sin parar. El ejercicio fue largo, todas las mitades eran mandadas por sargentos. Yo mandaba la 1º de la 1º, y dicho oficial mandaba este Batalloncito. Como a las 9 A.M., y después de un rato de descanso, se dio orden de encaminarnos al Cuartel. El vapor del Sur había fondeado mientras estábamos en estos ejercicios. Apenas llegamos al Cuartel, corrió la noticia de que el Perú hacía proposiciones de paz; que el Chalaco había llegado a Arica con bandera de parlamento; que la guerra iba por esto en camino de la paz, etc. Averiguando, andábamos unos con otros, y comentando esto cuando llega el rancho, y ya se disponía la tropa a comerlo, se da en ese instante la orden de formar las Compañías para salir a la plaza a hacer ejercicio a petición del general Maturana, que de paso para el Norte, había desembarcado solo con el objeto de ver trabajar a este Batallón. Gran alboroto se metió con esta noticia. Inmediatamente se tocó tropa y todo el mundo salió a la calle. En un momento se formó afuera, en otro momento se dividió en 6 Compañías y otro rato más estábamos en la plaza evolucionando por todos lados. Esta vez llevábamos la seguridad de trabajar bien por no se que confianza que se había apoderado de todos, oficiales y tropa. En la plaza empezó a reunirse mucha gente. El general se paseaba con otros caballeros, vestido de paisano, mirando de arriba abajo a los soldados. El mayor Bustamante mandaba el cuerpo. Las
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fallas fueron pocas, perlineros a nuestro juicio. Se desplegó en guerrilla y después se mandó ocultarse haciendo fuego, todo con corneta. En el último movimiento, estando en columna, se mandó al frente en batalla; y el capitán Torres, que mandaba la 1º de la 2º, de que yo era guía derecho, se plantó sin saber qué mandar. Pero yo sin perder un segundo, mandé en el acto el giro que debía hacer y todo salió bien. Nos escapamos de haber echado un borrón. Contentos volvimos, pues teníamos confianza en que los movimientos habían sido bien ejecutados. Y sin embargo, nos quedábamos cortos, pues el general, llamando aparte al comandante nuestro y al mayor, les dijo que quedaba plenamente satisfecho de la pericia militar del Batallón, asegurándoles que pondría en conocimiento del Ministro de la Guerra y del General en Jefe la buena disciplina y buen aire marcial que tiene esta tropa. Aún más, les encargó especialmente que hicieran formar el Batallón y les dieran a conocer tales propósitos y las felicitaciones que hacía a los jefes, por el brillante ejercicio que han hecho. Así se hizo. Formó el Batallón en el patio del Cuartel, y cuando ya creíamos que se iba a azotar a algún soldado, nos llenó de asombro la felicitación del general Maturana, hecha por nuestro trabajo. Casi estallamos en aplausos. Con esto quedábamos vengados de las pésimas maniobras que ejecutamos delante del Ministro de la Guerra en la semana pasada. Ahora no temblaba el pulso ni había temor de nada, y por esto todo salió a las mil maravillas. Cerca de las 11 de la mañana entré de guardia en la Prevención, con el subteniente Domínguez. Desde Agosto no me había tocado este servicio, para mí muy temible. Me recibí de 35 presos, 4 de ellos sargentos, y 7 soldados con grillos. El general fue a almorzar con nuestro comandante, en donde aquel habló de nuevo sobre nuestro Batallón, renovando las protestas de que daría cuenta sobre la buena disciplina del cuerpo. Siendo antiguo conocido con el teniente Luna, de mí Compañía, dijo que se alegraba de que estuviera en este Batallón. Nuestra banda tocó algunas piezas en el patio de la casa, mientras almorzaban. A la 1 P.M. se fue abordo, siendo acompañado por la oficialidad y banda hasta el muelle. Desde esta tarde, dicen algunos oficiales que el comandante ordenó que ya se podía empezar a encajonar el sobrante de las Compañías, pues no había hora segura respecto de la marcha al Norte. Sin embargo, yo creeré que vamos al Perú cuando el vapor que nos lleve, vaya marchando. En la tarde, inmediatamente después de rancho, se tocó puerta franca. Era un justo descanso dado a la tropa después de los rudos trabajos de toda la mañana. Solo yo quedé fregado, y bien fregado, con esta maldita guardia de 24 horas. La orden general de hoy dice: “El Viernes 15 del presente, a las 8 de la mañana, pasarán revista de comisario los cuerpos de línea y movilizados existentes en esta guarnición. Las Planas Mayores de los cuerpos cívicos se encontrarán el día y hora indicados en el Cuartel del Batallón “Aconcagua” Nº1 para los efectos de la revista. Servirá de interventor, el sargento mayor de Guardias Nacionales, don Juan Pablo Bustamante. Los enfermos, heridos e individuos sueltos del Ejército del Norte, y los demás sueltos de los suyos, la pasarán por los certificados de cada cuerpo que formará al efecto el subteniente del Batallón “Aconcagua” Nº1, don David 2º Izquierdo. Díaz Muñoz.” Como a las 3 P.M. el vapor del Sur zarpó al Norte. Creo que era el Limarí. 12 de Octubre de 1880 Martes. Noche helada y un viento de todos los diablos, tal fue mi gran día nocturno hasta la diana. Puede Dios querer que esta sea la última, si es que nos vamos al Norte. El Jefe de Servicio no vino. Amaneció fondeado el vapor del Norte, el Pizarro. En la mañana hubo ejercicios por Compañías. Antes que salieran estas, se ordenó por el ayudante Narvaez que los que tuvieran mujeres, las mandaran al Sur, pues no se permitía llevar una sola para el Norte. Al comunicar los sargentos de semana esta orden a las Compañías, los soldados formaron gran algazara, y desde el cuerpo de guardia, en que yo estaba, sentí el estruendo de las risotadas en todas las cuadras.
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A las 9 ½ entregué la guardia al 1º Contador, que entró de servicio con el subteniente Herbage. Estando la tropa comiendo, en la tarde, nos sorprendió la siguiente orden de la plaza: “Hoy, a las 4 P.M. será pasado por las armas, a tiro de bala, el reo soldado del Regimiento de Artillería Nº1 José del Carmen Romero, condenado a muerte por el Consejo de Guerra ordinario, según sentencia pronunciada el día del actual. Juzgado por el delito de insubordinación. El lugar de ejecución será el de costumbre, al lado Sur del Cementerio Público. Concurrirán a este acto la Brigada de Artillería de Línea y los Batallones “Melipilla” y “Aconcagua” Nº1, que formarán el cuadro, quedando el banquillo al lado del Oriente, su frente la fuerza de Artillería, a la derecha de esta, dando frente al Norte, el Batallón “Melipilla”, a la izquierda, dando frente al Sur el “Aconcagua” Nº1. Mandará estas fuerzas el teniente coronel de Ejército don Pedro A. Guíñez. Hará la ejecución un Piquete de la Compañía del reo. Díaz Muñoz.” Lo primero que me llamó la atención fue, no el hecho de irse a fusilar a un soldado, sino esta frase que contiene la orden: “el lugar de ejecución será el de costumbre”. ¡Buena la costumbre!. Están todavía los cinco montones de piedra en que se fusilaron a cinco soldados, cuando aquí estaba el Ejército, y no hay más. Los bolivianos fusilaban en todas partes. ¿Dónde está la costumbre aquella? ¡Qué palabra!. Y pensando en esto estaba, cuando se tocó tropa. Cinco minutos después estaba formado en la calle el Batallón. En ese instante pasó a dos cuadras el “Melipilla”, con su banda de música, en dirección de la pampa. El mayor Bustamante nos mandó desfilar en dirección a la Artillería, a cuyas inmediaciones formamos columna cerrada e hicimos alto. Llevábamos también nuestra banda. El “Melipilla” entró a la calle en que estábamos y se introdujo al Cuartel de Artillería e inmediatamente avanzamos y entramos también detrás, en medio de una multitud de gente a pié, a caballo y en coche, que llenaba la calle, atraídos por la noticia del fusilamiento. Dentro del patio del Cuartel se formó cuadro con la fuerza de los tres cuerpos; Artillería, “Melipilla” y “Aconcagua”. Momentos después de haber tomado las respectivas colocaciones, sentí el sonido particular que producen los grillos, cuando el reo va andando. Yo pensé que lo iban a subir a un carretón que inmediato a nosotros estaba, para conducirlo al lugar de la ejecución, y que los Batallones marcharían detrás de dicho vehículo. Pero el reo fue situado en medio del cuadro, custodiado por Artilleros. El cura o capellán Infante lo auxiliaba, teniendo en las manos un crucifijo. Luego salió el escribano de la causa y leyó en voz alta al reo su sentencia de muerte, estando éste hincado y con la cabeza descubierta. Su cara era la de un cadáver. Concluida esa lectura, se leyó enseguida la orden del día en que se fija la hora y lugar para la ejecución, y terminada ésta, el mayor Letelier entregó un papel al escribano. Lo desdobló y leyó en voz alta un parte telegráfico, en que el Presidente de la República, de acuerdo con el Consejo de Estado, conmutaba en 6 años de presidio la pena de muerte impuesta a Romero. Un sordo rumor de satisfacción se sintió resonar en todo el patio. Las centenares de bayonetas ahí formadas oscilaron como las espigas de un sembrado, movidas por blanda brisa. Era el sentimiento de compasión, el eco del perdón salido de los alambres telegráficos que había movido los corazones de los compañeros de armas del que podía llamarse desde ahora el resucitado. El pobre Romero había vuelto a la vida. Concluido esto, el “Melipilla” se retiró a su Cuartel y nosotros fuimos a hacer ejercicios a la pampa, seguidos de mucha gente. Cuando llegamos al llano, este estaba lleno de gente, especialmente el punto que se había señalado para la ejecución de Romero. Ahí no habían menos de 500 personas formando masa compacta. Parecía un dieciocho. Desplegamos en batalla y se tocó inmediatamente carga a la bayoneta. Aquí fue el correr de la gente, que se desbandó como pájaros. Nos costearon la diversión. Después hicimos un simulacro de combate y nos fuimos a la bayoneta sobre la 5º y 6º Compañía que representaban nuestros enemigos, quienes resistieron el ataque, cruzáronse las armas y vencimos, merced al número. Hecho esto, volvimos al Cuartel. 13 de Octubre de 1880 Miércoles. Ejercicios en la mañana por Compañías. Hoy terminé las listas de revista. Hoy llegó transporte del Norte y siguió para el Sur. Se pidió la lista de las mujeres de soldados, para mandarlas a Chile. En mi Compañía hay 7; pero ninguna quiso moverse. Tienen la fidelidad de los quiltros que aquí gustan criar los soldados, y los cuales por nada salen del Cuartel sino cuando sale el Batallón.
141 A propósito de perros, yo mantengo uno que llamo “el niño”, con el cual me divierto diariamente. 14 de Octubre de 1880 Jueves. Ejercicios por Compañías en la mañana. Antes de que salieran, el capitán Narvaez llamó 1º por Compañía, para saber que número de raciones debían pedirse hoy. Y como me demorase un minuto en contestar sus dos preguntas, me dejó arrestado, siendo que a Bysivinger, por igual falta, no le dijo una palabra. Esto revela la prevención que ese capitán tiene en mi contra. Pero no se me da un pito. Todo el ensayo es porque yo he reclamado varias veces por el rancho cuando viene malo y como el ranchero le da gratis 2 docenas de botellas de cerveza cada domingo, fuera de la carne asada, riñones cocidos, etc., que le manda creo que diariamente, está, por esto, casi en la obligación de quedar bien con ese ranchero. Y a pesar de todo esto, hace dos o tres días, una de estas cuestiones sobre rancho la hice llegar hasta el comandante, y hoy Jueves, en el rancho de la tarde, volví a reclamar sobre la comida, porque venía sin color. El mismo ayudante vio la comida y dijo por que no habían pedido color. Y como yo dijese esto al capitán, quien fue a reclamar a él mismo porque no se había dado, me volvió a dejar arrestado. Me guardo para reclamar ante el comandante. ¿Quiere aplastarme, bajarme el moño?. Se equivoca el negro. Ni me asustan sus gritos, ni tiemblo como otros, que nada hablan por no verlo enojado. En la tarde hubo ejercicio por Batallón, con banda. En la orden general de hoy se lee: “Desde mañana 15 del actual, la retreta se tocará a las 9 P.M. con arreglo a lo dispuesto en el Artículo 8 Título 5h de la Ordenanza General del Ejército. Las bandas de música continuarán tocando la retreta en la plaza principal, en los mismos días y forma prevenidos, desde las 7 ½ hasta las 9 P.M. Díaz Muñoz.” Anoche hubo en la plaza gran alboroto con motivo de una tremenda paliza dada por un tal Rojas Quezada, Subdelegado de Tocopilla, a un señor Meléndez, Máximo, redactor de la Patria de Caracoles, por varios artículos que se han estado publicando, tendiente a manifestar lo mal servida que está en este litoral la Administración de Justicia, haciendo cargos graves a ese Rojas, al Procurador Amador Naranjo, amigo mío desde Santiago y a Molina Ramos, con quien éramos vecinos, él en la Corte Suprema y yo en la de Apelaciones. Meléndez fue llevado a la Cárcel, lleno de sangre, en cuyo lugar estaba de guardia el sargento Ramos de mi Compañía. El asunto promete ser ruidoso, según se ve por las publicaciones de la prensa hechas hoy. En todas partes se cuecen habas. Los garrotazos de los Monte o Egaña han hecho escuela. Ayer estuvo de Jefe de Servicio nuestro mayor Bustamante y hoy el de igual clase González Arteaga. 15 de Octubre de 1880 Viernes. En la mañana, se alistó la tropa y se leyeron las leyes personales, conforme lo prescribe la Ordenanza. A las 8 salimos a la calle y formamos frente al Cuartel para esperar la revista de comisario, que es la octava pasada en Antofagasta y la décima desde la formación del cuerpo y la cual se pasó en la forma acostumbrada. De los datos que recogí temprano, resulta: que la fuerza efectiva de este Batallón es la siguiente hoy día de la fecha, expuesta por orden de Compañías: Compañía Oficiales Tropa 1º 4 87 2º 4 89 3º 2 86 4º 4 83 5º 3 88 6º 3 96 Plana Mayor 9 Tambores Total 20 528 Incluyendo 1 comandante, 1 mayor, 2 capitanes ayudantes y 1 subteniente agregado (F. S. Vargas) suman 25 oficiales que han pasado revista hoy.
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Faltan para el completo de tropa, 60 hombres. El completo, 98 individuos por Compañía, es de 588 y 29 oficiales desde el comandante a subteniente, con inclusión del abanderado. Faltan 5 oficiales, que son los que andan en propuestas. No hubo puerta franca en la mañana. Se ordenó, apenas se pasó revista, que el Batallón se alistara para salir al tiro al blanco. A las 11 A.M. se tocó tropa y formamos en la calle. Una vez dividido el Batallón como de costumbre, se repartió cinco cápsulas a cada soldado, llevando hasta diez tiros gran parte de la tropa. Nuestra banda nos precedía. Salimos al lugar en que acostumbramos hacer ejercicios, o loma de la cruz. En la media falda de una de las pequeñas eminencias formadas por el terreno, estaban tres blancos. El mayor ordenó se principiara el ejercicio inmediatamente, de modo que llegamos dando fuego. Una media hora después llegó la Artillería con seis piezas de campaña y situándose a nuestra izquierda, lado del Hospital, comenzó por su parte un ejercicio de cañón, a bala rasa, bomba y metralla. Mucha gente se reunió en ese llano, atraída por los fuegos de fusilería y cañones y la música. Concluido el tiro por mitades, el mayor mandó algunas evoluciones y siguió después el fuego por Batallón, Compañías, etc.; todo sobre la marcha, mientras la Artillería evolucionaba sobre nuestra ala derecha. Se dieron lucidas cargas a la bayoneta y se ejecutaron distintos movimientos con rapidez y limpieza. Sudábamos de tanto trabajar, pero yo no desmayaba. Al contrario, animaba aún a los oficiales que rezongaban por tanto trabajo. A las 4 ½ P.M. volvimos al Cuartel. Habíamos trabajado sin cesar 6 ½ horas. 16 de Octubre de 1880 Sábado. En la mañana limpia de armas y vestuario, y revista de ellas, como de costumbre. A pesar de las alarmantes noticias que han corrido sobre paz, propuesta por el Perú, hoy me han dicho oficiales que el Lunes próximo a más tardar, nos iremos a Arica. El resumen de las noticias que hoy he sabido, es: que nuestro comandante renuncia al cargo de Comandante General de Armas, en don Ambrosio Letelier, teniente coronel efectivo de Ejército (como se verá más adelante) y primer ayudante de Estado Mayor General; el comandante, no habiéndose recibido por inventario de dicha Comandancia y existiendo varios embrollos, entrega a dicho Letelier, quien por medio de un bando entrega a su vez al Gobernador, Sr. Reyes y dos horas después se manda mudar al Norte, donde ni el diablo le pedirá cuenta, ni menos a nuestro comandante; que el expresado Letelier, llegando a Arica, despacha en nuestra busca un transporte, de modo que llegue aquí tres días después de su llegada allá. Uno de los embrollos antes aludidos es la sumaria indagatoria mandada levantar contra Balmaceda sobre aquel robo de vasos sagrados en Calama, lo que en otra ocasión he hablado, cuyo sumario está ya terminado. También se terminó el otro sumario seguido contra el soldado Juan Francisco Lira, por deserción y robo, y fue condenado a 6 años de presidio. En la orden general, de ayer, se lee: “El Lunes 18 del actual, hará ejercicio de tiro al blanco el Batallón “Melipilla”. Se reconocerá por teniente coronel de Ejército, primer ayudante del Estado Mayor General, al sargento mayor primer ayudante de esta Comandancia don Ambrosio Letelier, que ha obtenido despacho supremo de dicho empleo con fecha 3 del pasado. Díaz Muñoz.” En la tarde, salió el Batallón a ejercicio a la pampa, con banda. Mandaba el ayudante Narvaez. Yo iba de comandante de la última mitad y Bysivinger de la 2º de la 5º Compañía. Después de algunas evoluciones, todas bien ejecutadas, sucedió algo que merece recordarlo. Estando en columna cerrada, mandó a retaguardia columna de ataque, y yo en vez de tomar por la diagonal a la derecha, hice hileras a este costado como debe ser el movimiento. El capitán Narvaez me salió al paso diciéndome: - ¿Adónde va Ud. con esta mitad? - Al lugar que me corresponde y por el camino que indica la táctica – le contesté. El me dijo, extendiendo los brazos: - Vaya Ud. donde quiera.
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Seguí y me coloqué bien, porque realmente es así el movimiento. Apenas quedamos firmes, llegó hacia mí el polvorín Narvaez, gritándome: - ¿Quiero saber, porqué esta mitad tomó otra dirección que la llevada por las demás? - Porque así lo manda la táctica y creo que he hecho bien. - ¡Qué sabe Ud. de Táctica!. No sabe ni donde está parado. - Y sin embargo – le repliqué – otras veces me ha aprobado este movimiento. Dio media vuelta rezongando y bufando como potro chúcaro. Al pasar frente a la mitad del capitán Campos, le dijo este: - Hombre, esto es motivo de que las Compañías han tomado por la diagonal... Y no sé qué más le diría, porque el Narvaez siguió manoteando, hasta que mandó otros movimientos sobre mi mitad. En ninguno me equivoqué, como tal vez lo hubiera deseado para reprocharme en voz alta. Por esto se ve que continúa la guerra entre el ayudante y yo. El teniente Luna me confirma esta noche las noticias sabidas hoy, sobre nuestra partida en una semana más. Durante todas estas noches se han hecho repasos de toques de guerrilla en las Compañías, después de la retreta. Desde hoy ésta se ha comenzado a tocar desde las nueve de la noche, como está mandado. 17 de Octubre de 1880 Domingo. A la hora de costumbre salió el Batallón a misa. Yo mandaba la 2º mitad de la 3º y fueron 5 los sargentos que fuimos mandando mitades. Los oficiales estaban no sé dónde. Habíamos andado como una cuadra en dirección a la plaza, cuando vimos que la banda se volvía atrás. Seguimos solo con un tambor. Temprano, poco después de diana, se anunció vapor del Sur y se dijo que en él venía don Eulogio Altamirano, delegado del Gobierno. Yo calculé que la banda iría a esperarlo al muelle y por eso se había vuelto. A la misa asistió la Artillería y “Melipilla”, cuya banda tocó en los atriles de la nuestra, dirigida por el profesor Sr. Dulliani, también de nuestra banda. Mientras ésta tocaba, entró al claro formado por estos Batallones un roto de los más mugrientos y feos que he visto, y borracho por añadidura. El tal se hincó, extendió los brazos en cruz, mirando hacia el altar, y meneando la cabeza y los labios, se ponía en tal actitud cómica, que mirarlo y dar ganas de reírse a carcajadas, era todo a un mismo tiempo. El capitán Torres mandaba esta vez el cuerpo. A la vuelta, y entrando al Cuartel, se nos dio orden de armarnos y formar inmediatamente para ir a la explanada del muelle, y cinco minutos después, sin tener tiempo ni de sacudirse, se tocó tropa. Formamos en la calle y después de esperar un momento órdenes superiores, el ayudante Narvaez mandó armar pabellones y retirarse a las cuadras. Inmediatamente se mandó traer el rancho y se repartió apresuradamente a la tropa. Apenas algunos concluían de medio tragar, se volvió a tocar tropa, saliendo algunos mascando, y otros, como yo, en ayunas. Por fortuna tenía yo una botella de rico anisado de Aconcagua, que me había regalado el subteniente Canto. Ese bien fue mi desayuno y mi confortante. El mayor tomó el mando del Batallón. Llegando frente a la casa del comandante, se hizo alto, se sacó el Estandarte. No me figuraba esto. En estos momentos pasó la Artillería y el Batallón “Melipilla”. Decididamente, íbamos a hacer una recepción parecida a la hecha al Ministro de la Guerra. En la explanada formaron por orden de antigüedad los cuerpos. Una vez desembarcado el Sr. Altamirano, según lo inferimos por la Canción Nacional tocada por la banda del “Melipilla”. Nos pusimos en marcha hacia la plaza, y solo en este lugar pude ver al señor Altamirano, acompañado de nuestro comandante y otras personas. En la plaza hicimos varias evoluciones y nos dispersamos en guerrilla al toque de corneta, etc.; al mismo tiempo que Artillería y “Melipilla” trabajaban en otro lugar de la plaza. Una hora después nos volvimos a la Comandancia a dejar el Estandarte. En la puerta estaba don Eulogio, quien fue el primero en sacarse el sombrero al llegar nuestra vieja bandera. Le oí estas palabras, mirando a los soldados: - ¡Qué bonita gente tiene este cuerpo! Otro le oyó decir que se nos iba a dar pantalón lacre y no sé qué más.
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Dicho señor almorzó en casa de nuestro comandante, donde parece que hubo rasca general a juzgar por las pocas muestras que se han visto pasar en figura humana. La banda se fue a bordo, mientras la del “Melipilla” se situó en el muelle y la Artillería en la explanada, sucediendo esto como a las 12 M. Poco después de esta hora, se hicieron varios disparos de cañón. Toda la oficialidad de este Batallón asistió a la despedida del Sr. Altamirano, quien prometió mandarnos llevar a fines de esta semana. Debe haberse ido satisfecho de la recepción que se le hizo. Y con este se enteran los 4 siguientes grandes recibimientos hechos por nosotros: - El de los restos de Thompson, Ramírez y demás ilustres muertos en Arica, Tarapacá y Tacna. - El de la consagración de la Virgen del Carmen, Patrona de las Armas de Chile. - El del Ministro de la Guerra y generales. - El del delegado del Gobierno, Altamirano. Como a las 4 zarpó el transporte al Norte. Como no se les tuvo comida a los de la banda, pues yo se las mandé a la casa ranchera para que no se enfriara, el ayudante Narvaez me dejó otra vez arrestado. Y con este se enteraron tres encadenados. 18 de Octubre de 1880 Lunes. Ejercicios en la mañana, a los que asistí. En la tarde, fui nombrado comandante de la 2º de la 3º y todos los movimientos los ejecuté sin que me equivocara, como les pasó a casi todos los oficiales y sargentos, que se encontraban a veces dándose vueltas sin saber que camino tomar. Y ya llevamos cerca de un año de aprendizaje. ¿Será torpe y porra esta gente? En el Pueblo de hoy he leído la siguiente frase en un suelto de crónica en que relata el recibimiento hecho a Altamirano: “El “Aconcagua” se lució.” En el Mercurio leí también el Decreto Supremo de 30 del pasado, en que se ordena levantar un Ejército más, que se llamará “Ejército del Centro”, de 10.000 hombres, al mando del coronel don Luis Arteaga. Como al oscurecerse me llamó el ayudante Narvaez y me dijo: - Dígame, señor. ¿No está preso? - Estoy preso por Ud. – le contesté. - ¿Y por qué está preso? - Ud. habrá visto alguna falta en mí; lo que es yo, me creo inocente. Y siguió la cuestión. Yo le dije que conocía que me castigaba sin justicia y le demostré como eran mis pretendidas faltas y sus castigos. Concluyó por darme en libertad, no sin que yo le hubiera dicho todo lo que yo quería. En foja siguiente va el suelto de crónica aludido anteriormente, referencial recibimiento del Sr. Altamirano. 19 de Octubre de 1880 Martes. Ejercicios por Compañías en la mañana. No asistí a ellos por estar arreglando la lista o distribución de pago. Se ordenó que hoy hubiera tiro al blanco. Como a las 2 P.M. salimos a la pampa, mandados por el mayor Bustamante. Se hizo el tiro por mitades, por Compañías y Batallón. Después de un corto descanso, se hicieron diversas evoluciones. Los Artilleros hicieron también ejercicios con rifles. Sus descargas cerradas fueron malas. Yo tuve punterías magníficas, a pesar de haber ido algo enfermo. 20 de Octubre de 1880 Miércoles. Por la mañana se ordenó limpia de armas. Temprano empezó a circular una noticia poco agradable. Se decía que había llegado un telegrama del Norte, anunciando que en Arica no había Cuartel para recibirnos y que se nos llevaría más tarde, cuando ya fuera a salir la Expedición a Lima, a donde seguiríamos viaje sin bajar a tierra ni transbordarnos. Profundo desaliento causó esto, pues divisábamos ya que la tan cacareada paz iba ganando terreno. ¡Y nosotros sin movernos, ni pelear, ni conocer el Perú! Esto me dio fiebre. Más tarde, el subteniente Canto me confirmó la noticia. Caí enfermo de veras y di el parte respectivo. La cabeza se me puso como si la hubiera metido al rescoldo.
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En la tarde, el Batallón salió a ejercicios; pero yo no he podido moverme, y si no fuera lo mucho que tengo que escribir, no me movería de mi mochila. Hoy he recibido de Bysivinger y Salinas D., varias curiosidades de piedra, que las guardo para llevármelas a Santiago. 21 de Octubre de 1880 Jueves. Temprano se ordenó se pagara a las Compañías, y así se hizo. Como a las 2 ½ P.M. se había pagado ya a todo el Batallón. En mi Compañía, el haber de la tropa era de 1.051 pesos 25 centavos; y más o menos habrá sido el de las otras. Por el pago, no hubo puerta franca en la mañana. Llegaron vapores del Sur y Norte. En uno de éstos llegó a ver al comandante, el mayor Flores, de los “Cazadores a Caballo” y ambos fueron en la tarde a ver el ejercicio que se practicó con banda en la pampa. Después de este ejercicio, que fue mandado por el mayor, a caballo, se tocó puerta franca. Un grito de júbilo resonó en las cuadras. Después de varios meses, desde Abril, hoy ha vuelto la práctica de dar soltura a la tropa, apenas pagada. En esta noche (y ya son las 12), los soldados llegan como odres. Unos gritan, otros rebuznan y los más pololean que es un gusto. Baco debe estar de plácemes. 22 de Octubre de 1880 Viernes. Ejercicio de armas, por Batallón, y al toque de corneta, hubo en la mañana, en la calle. En la tarde, el Batallón salió a la pampa a tirar al blanco. Este es el primer ejercicio de esta clase a que yo no he asistido. Me sentía enfermo para ir a darme un plantón al sol. En cambio, salí a sudar un rato, por hacer dos diligencias y también por ir a la Comandancia de Armas, a traer la orden de la plaza y el santo y seña. En la noche, gran rasca, como en la noche anterior. Mientras les dure la plata tendrán que andar hechos una bodega. En este pago, he recibido de los soldados, ayer y hoy, regalos de todas clases y huevos cocidos, plátanos, conservas, etc. Hoy se repartió a los oficiales y sargentos, unas chaquetas azulejas, de campaña. Como se acerca la época de los grandes calores, este nuevo traje será menos pesado y más cómodo que el actualmente usado, de paño. También se repartió a los oficiales trajes de brin, bastante buenos y bonitos. 23 de Octubre de 1880 Sábado. Limpia de armas en la mañana. Las Compañías se han ocupado hoy principalmente en comprar las faltas, saliendo formadas en todas direcciones. Estos son los días de grandes ventas en ciertos comerciantes de ropa blanca hecha. En la tarde hubo un casi perdón general en los arrestados de la cuadra y a pesar de que habían faltando a listas, ninguna Compañía quedó sin salida. Esto no se veía desde hace varios meses. Las borracheras han seguido con la misma fuerza. En la noche, al acostarme, me sorprendió Bysivinger con la noticia de que nuestro comandante se iba, y que algunos oficiales recogían firmas para elevar a él una manifestación en el sentido de disuadirlo de su salida. Se dice que esta tiene por motivo ciertos agravios con algunos oficiales de este Batallón. Por ahora solo puedo dejar constancia de dicha solicitud, cuyo tenor es como sigue: “Señor comandante: Los que suscriben, oficiales del Batallón Nº1 “Aconcagua”, íntimamente conmovidos al saber la determinación de Ud. en renunciar el mando del cuerpo, del que es su digno jefe, por razones que, a su juicio, ha estimado de más o menos importancia; vienen en suplicarle encarecidamente que, tanto a nombre de la santa causa que nuestro querido Chile defiende en la actual campaña, como así mismo por la profunda estimación y respeto que Ud. siempre nos ha inspirado, desista de la idea de separarse y negarnos la grata satisfacción de continuar bajo sus órdenes en el cumplimiento de los deberes que la Patria reclama de sus hijos y al que nosotros hemos acudido con abnegación y entusiasmo. Confiamos, señor, en que persuadido Ud. de la importancia para el país y sus subalternos de permanecer en su puesto, acceda con la generosidad que le es característica a la solicitud que por la presente hacen sus oficiales y atentos servidores.” Siguen firmas, siendo las primeras la del capitán Ramírez, teniente Mascayano y subteniente Bruce. Y con esto sufriremos un nuevo golpe.
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No era mala noticia para pasar buena noche, y me dormí, pensando en la buena estrella de nuestro Batallón. 24 de Octubre de 1880 Domingo. A las 7 ½ A.M., el Batallón sale a misa, mandado por el capitán Narvaez, que amaneció con un humor de todos los diablos. En esos momentos fondeaba el vapor del Sur. De vuelta el Batallón de misa, a la que yo no asistí por seguir aún indispuesto, Bysivinger se asomó por la ventana del lado de mi mesa y me dijo: - Ya llegaron los tendales. Así llamábamos nuestros despachos de oficiales. Sin saber si creen o no me encontraba. Cuando llega el capitán Ahumada y me dice: - Ya llegaron sus despachos. La noticia corrió por el Cuartel, formando gran bulla. Desde esa hora hasta la noche, fueron ratos de pura alegría. Yo compré un kepí nuevo, me prestaron una espada, le puse presilla a mi chaqueta azul, me puse botas, y me planté de oficial. Me fui a la pieza del teniente Mascayano y ahí fue la reunión de todos los oficiales, que demostraban gran contento. Cada uno de ellos nos dio un abrazo. Más tarde fuimos invitados por el capitán Ramírez y el capitán Ahumada a la Comandancia del cuerpo a beber copas. Nuevas demostraciones de amistad y nueva algazara. Antes de todo esto, el mayor me había mandado llamar para anunciarme la llegada de mis despachos, y me felicitó por tal ascenso. El mayor es un hombre político en regla. Como a las 9 ½ ó 10, después del relevo de guardias, Bysivinger, que había entrado de guardia a la Prevención, fue relevado de ella por el sargento Klemper. Ya no estábamos en la calidad de individuo de tropa y esos eran los últimos servicios que prestaba en traje de soldado. Ambos salimos a la calle a buscar kepí y espada para mí, por recomendación del capitán Castro. Todo eso encontré y bueno. Se nos había ordenado que estuviéramos listos para la hora de llamada (2 P.M.), porque se nos iba a dar a reconocer a las Compañías respectivas. Sin embargo, ese reconocimiento no tuvo lugar porque faltaba la firma del Comisario, según me lo dijo el capitán Castro a esa hora. Al toque de parte, formamos la rueda los sargentos, como de costumbre. Fue esta la última formación a que asistimos los tres 1º ascendidos. Yo miraba a Bysivinger y a Arancibia y pensaba yo: “ya no nos veremos más en este lugar”. Dimos la media vuelta, comunicamos “nada se ha ordenado” a los oficiales de Compañía, nos desarmamos y adiós rifles, fornituras y demás arreos militares. Inmediatamente se tocó orden. Minutos después el sargento Jiménez llegaba con el cuaderno copiador de órdenes, y al pasármelo me decía “viva mi subteniente Rosales”. La orden del cuerpo decía así: “Se reconocerán como teniente de la 1º Compañía, al subteniente don Alberto Herrera, de la 6º Compañía al del mismo empleo, don Cristóbal González; como subteniente de la 2º Compañía al sargento 1º don Florindo Bysivinger; de la 3º al sargento 1º don Justo Abel Rosales; de la 5º al sargento 1º don Dionisio Arancibia; en la 6º al ciudadano don Ulojio Celis O.; como subteniente abanderado al de igual empleo en receso, don Jorge Izquierdo, cuyos despachos supremos han obtenido con fecha 16 del corriente y cúmplase de 18 del mismo mes. Ayudante del J. Narvaez.” Media hora después andábamos ya vestidos de oficial. Cuando atravesábamos los pasadizos o balcones del 2º piso, divisábamos abajo los patios llenos de soldados y clases aplaudiendo y formando gran bullicio. En la noche: 1º parte, gran rasca; 2º, llegue a las 7 P.M. a mi mochila y me quede dormido hasta las 12; 3º, me levanté a las 3 A.M. muy enfermo. 25 de Octubre de 1880 Lunes. En la mañana di parte de enfermo. Después de la lista de llamada se nos dio a reconocer en las Compañías, principiando por la 2º, en que estaba Bysivinger, después tocó a la 3º, donde yo esperaba. Llegó el mayor, ayudantes y otros, y el capitán Castro mandando tercias, me daba a reconocer diciendo: - De orden suprema se da a reconocer como subteniente de esta Compañía al sargento 1º don Justo Abel Rosales, a quien se respetará y obedecerá en todo lo que fuera del servicio, conforme a Ordenanza.
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La banda rompió con el Himno de Yungay, y mi espada hizo entonces su estreno, saludando yo con ella al jefe presente. Enseguida mandé a la Compañía hasta ponerla en su lugar descanso, dando las voces del caso, tomé mi colocación y la ceremonia quedó concluida. Había quedado armado caballero de espada; pero me había costado largos y penosos meses de trabajo y mi buen susto al darme a reconocer. Y aquí terminan mis apuntes de mi vida de soldado, que principió en 27 de Noviembre del 79 y terminó en esta fecha. Aparte irán los apuntes correspondientes a otra faz de mi vida militar, y serán los hechos por un oficial y no por un sargento. De modo que ya este primer tomo queda concluido; pero no sin que diga cuatro palabras sobre Antofagasta. _ El pueblo de Antofagasta ha ido creciendo insensiblemente durante los meses de guarnición que llevamos corridos. Se han levantado buenos edificios, siendo el mejor la hermosa casa alemana de (¿?) edificada en la esquina de la plaza destruida hace pocos meses por el fuego, y consta de dos pisos y con estuque (estuco) imitación de mármol; la Iglesia ha recibido muchas y notables reformas, como en otra parte de estos apuntes lo expresé. En general, todas las casas han sido pintadas con motivo de las festividades patrias, y la población, vista de las lomas en que hacemos ejercicios o de otro lugar elevado, presenta un aspecto pintoresco, con su variedad de colores y la extraña estructura de las casas, todas planas en su techo. El ferrocarril al interior atraviesa por dos partes la población, como se verá en el plano de Antofagasta, agregado a estos apuntes. Aquí he visto por vez primera, el 15 de Septiembre último, atravesar una locomotora todo el centro, el corazón de una ciudad, cuyo hecho me causó gran placer. La línea que recorre esta locomotora, es el antiguo camino férreo del interior, mudado ahora más afuera de la población, porque esta ha ido creciendo. Otro espectáculo curioso es para mí ver, desde la azotea de nuestro Cuartel o de las lomas, el desfile de las grandes carretas entoldadas que van y vienen por los caminos que conducen a Aguas Blancas y Salinas. De lejos parecen una procesión de tiendas de campaña puestas en movimiento por oculto mecanismo. De la matrícula de patentes últimamente publicada en los diarios de esta localidad, he entresacado pacientemente los datos estadísticos que a continuación se expresan. Existen en Antofagasta: - 6 Almacenes de mercaderías surtidas. - 16 Tiendas. - 3 Boticas. - 26 Cafés. - 127 Chicherías o menestras. - 4 Médicos. - 14 Cigarrerías. - 6 Barracas de madera. - 5 Herrerías. - 7 Abogados. - 1 Posada. - 3 Hojalaterías. - 2 Casas de préstamo. - 1 Cervecera. - 11 Fondas. - 8 Billares. - 3 Relojerías. - 2 Joyerías. - 8 Zapaterías. - 7 Panaderías. - 1 Barbería. - 2 Matronas. - 18 Despachos. - 8 Sastrerías.
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- 2 Vinerías. - 6 Baratillos. - 1 Autografía. - 5 Caballerizas. - 2 Sociedades anónimas. - 1 Fiebótomo. - 5 Peluquerías. - 1 Tienda de ropa hecha. - 3 Agentes. - 1 Dentista. - 2 Procuradores. - 3 Corredores marítimos. - 4 Importadores. - 2 Hoteles. - 2 Bodegas. - 1 Casa de martillo. - 3 Máquinas resacadoras de agua. - 1 Fábrica de herrería a vapor. - 2 Carpinterías. - 1 Percherería - 1 Fábrica de jabón. - 1 Curtiduría. - 1 Secretario. - 1 Imprenta. - 1 Ingeniero de minas. Es probable que contengan pequeñas inexactitudes los anteriores datos, porque en materia de Hoteles, yo conozco estos: el “Chile”, el “Sud Americano”, el “21 de Mayo” y el “María”, mientras que la matrícula señala solo 2. Imprentas hay 2, la del “Pueblo Chileno” y la del “Eco del Desierto”. Pero de todos modos, estos datos dan una idea casi cabal de la importancia que tiene este puerto, cuya población pasará de 10.000 habitantes. Tiene Antofagasta 21 calles con nombres, muchos de los cuales han sido cambiados por otros, por la autoridad local de este puerto. 26 de Octubre de 1880 Martes. Anoche me di de alta en la Compañía 3º y entré al servicio, principiando por tener la semana, pues Vargas, que la tenía, pasó agregado a la 6º. Habiendo tratado de salir a la calle después del toque de silencio, con el fin de cómo el ayudante Narvaez me dijo que los oficiales de semana no podían moverse del Cuartel, y me fui a acostar a mi mochila, en la cuadra de la 2º, como antes. Hoy martes, nos juntamos Bysivinger, Arancibia y yo para buscar donde comer, y a p------------------------------------------------------------------------------------- la comida por 20 pesos cada uno mensuales, principiando a comer desde hoy mismo. Al fin nuestros estómagos no tendrán una queja que poner sobre alimento. La diana de hoy ha sido la primera en que me he levantado como oficial al parte, es decir, al servicio; de modo que este día es el primero de servicio también. Por la mañana, salió el Batallón a ejercicios por Compañía, a la pampa; y yo saqué a la 3º Compañía como único oficial, pues el subteniente Alamos está por enfermo. En la pampa enseño guerrilla al teniente Herrera. En la tarde -------------------------------------------------------------------------------------- empezaron a ir por el orden numérico a la mayoría, para entender en los reclamos sobre mesada. (Inserto del artículo en el original) Coro Salva a Chile Virgen bella Salva al pueblo que te ama Que la voz que te aclama Su guía y luciente estrella
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1º Eres tú bella María El lucero reluciente Que a la Patria en el Oriente Llenaste de claridad Y con tu divina guía A la luz de la victoria Ciñó la frente de la gloria De la amada libertad. 2º Como nube bienhechora Suspendida en el Carmelo Derramaste desde el cielo La fe, la paz y el amor Y mi Patria, salvadora Te proclama en su ventura, Y a tus plantas Virgen para Hoy entona tu loor. 3º En la guerra rayo ardiente En la paz dulce y piadosa Es tú luz estrella hermosa Nuestra esperanza y valor Que Chile Virgen clemente Defendiendo la justicia Halle tus manos propicia El escudo de su honor. 27 de Octubre de 1880 Miércoles. Ejercicios por Compañías como en el día anterior, en la mañana. En la orden de la plaza de la Comandancia General de Armas, se lee lo siguiente: “Se reconocerán por teniente del Batallón Nº1 “Aconcagua” a los subtenientes del mismo cuerpo don Cristóbal González y don Alberto Herrera, y por subtenientes a los sargentos 1º del mismo cuerpo don Florindo Bysivinger, don Justo Abel Rosales, don Dionisio Arancibia, y don Eulogio Celis O.; por subteniente abanderado al de igual clase del Regimiento “Lautaro”, don Jorge Izquierdo, que obtuvieron despacho supremo en 16 del presente. Díaz Muñoz.” En la orden del cuerpo se lee: “Guardia de Prevención, oficial subteniente don Florindo Bysivinger; sargento, Benjamín Castillo; cabos, Claudio Herrera y Primitivo Lillo. Tambor, Pedro Oñate.” De modo que mañana debo salir yo nombrado también de guardia. Ya puedo echar mi barba en remojo. En la tarde, continúan yendo a la Mayoría las Compañías al asunto de las mesadas, y no hubo ejercicio. Cerca de las oraciones nos mudamos de las Compañías respectivas Bysivinger y yo, estableciendo nuestra vivienda común en una pieza del 2º piso y cuya puerta está frente a la de la cuadra de la 2º Compañía. Sentí algo como pena al abandonar mi Compañía, quizás para siempre. Saqué mi mochila y mi caja de cuero, y con estas dos cosas amueblé la pieza, y además un lavatorio de lata, que era el asiento de un tarro de parafina. Bysivinger tenía cama o colchón, lo mismo que Arancibia, que también se mudó a la misma pieza. 28 de Octubre de 1880 Jueves. Ejercicios por la mañana en la forma acostumbrada.
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Se ordenó que el Batallón saliera a la 1 P.M. a tirar al blanco, y este fue el primer día en que desnudamos nuestras espadas en la calle y trabajando unido el Batallón. El subteniente Canto, Arancibia y yo, quedamos de ayudantes. El tiro estuvo regular no más. Las evoluciones que se hicieron después, estuvieron peor, por las chambonadas de algunos oficiales comandantes de mitad. Mientras el Batallón tiraba al blanco, el capitán ayudante Narvaez nos invitó a cuatro o cinco oficiales a tomar un bote de helado, en una casa vecina, y como se le agregó malicia, el refresco estuvo tan oportuno como agradable. Hoy el teniente González me entregó mi despacho de subteniente, y con tal título en la mano ya me encuentro oficial por mis cuatro costados. Hoy corrió la noticia de la destrucción de Iquique por una mina de dinamita; pero resultó ser solo una explosión en un polvorín de la Artillería. Esta tremenda noticia había alarmado a todos. Se publicó un telegrama de Altamirano, de fecha de hoy mismo, en que anuncia haberse concluido las negociaciones de paz y de no haber arreglo ninguno. Gran noticia y muy agradable fue esta. Tendremos más probabilidades de ir a la guerra de hecho. En la orden del cuerpo se lee: “Guardia de Prevención, oficial, subteniente don Justo Abel Rosales; sargento Antonio Azócar; cabos Amable Montes y Manuel López. Tambor Faustino Campos. Desde esta fecha hasta 2º orden, se hará cargo de la instrucción de guerrillas el subteniente don Paulino Narvaez, debiendo diariamente hacer clase de sus obligaciones a todas las clases del Batallón, desde la llamada hasta la hora de rancho, excluyéndosele del servicio de guardias y demás del Cuartel. En lo sucesivo, el comandante de Cuartel, se hará cargo de él y de la guardia de Prevención al toque de oración y se mantendrá hasta las 12 de la noche, hora en que se recibirá nuevamente el oficial de guardia, sin que ninguno de ellos pueda salir de su Cuartel durante las horas de su facción, debiendo el primero retirarse después del toque de diana. De O. Del J. Narvaez.” Hoy entró de guardia Bysivinger, en conformidad a lo ordenado. Gran curiosidad había entre soldados y clases, y hasta oficiales, por verlo expedirse en su primera guardia. Los cornetas le tocaron diana, cual si fuera un fausto acontecimiento. 29 de Octubre de 1880 Viernes. En la mañana hubo limpia de armas. A las 9 ¾ A.M. entré de guardia en la Prevención, en conformidad a la orden de ayer. El oficial que hace en primera guardia es como el sacerdote que dice la primera misa, el primer acto de una nueva vida. Si bien no fue poco el susto que me acompañaba, no tuve el menor tropiezo, y de las ceremonias de entrega y recibo de la guardia salí airoso. Me recibí de 16 presos en el Calabozo y 4 en la Prevención, siendo sargentos 2º todos estos. En el cuarto de bandera se me presentaron arrestados los subtenientes Bruce y Domínguez, a quienes puso en libertad el ayudante Narvaez, pocos minutos después. Los soldados de guardia eran 24. Apenas se terminó el recibo de la guardia y mandada retirar ésta, los cornetas tocaron diana en la puerta del cuarto de bandera, en conformidad a la costumbre establecida en todos los cuerpos del Ejército. Gran número de curiosos “aconcagüinos” se agolparon a la puerta de entrada al cuerpo de guardia, exactamente como se agrupa el pueblo a oír celebrar una primera misa. Había quedado yo constituido en guardián de la casa, y empezaba a cumplir tan delicado cargo con toda felicidad. En la tarde, el Batallón formó en la calle e hizo ejercicio de armas, mandado por el ayudante Narvaez. Se le quitaron los grillos al sargento Abel Aspee, uno de los de la Prevención. A las 6 ½ practiqué la curiosa ceremonia del toque de oración, que no había visto nunca. Para hacerlo tuve que aprenderlo hoy mismo. A esa hora hice formar la guardia en el corredor de la calle, mandé presentar las armas, estando yo con mi espada desenvainada, puse mi kepí en la empuñadura de esta y el tambor empezó el toque, que es una especie de diana. Concluido este toque, hice terciar y retiré la guardia. Al toque del tambor, mucha gente se paraba en la calle y otras en las puertas. Causa verdadera curiosidad aquí este acto, que se está practicando desde hace unos dos o tres días.
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Minutos después, y en orden a lo prescrito en la orden del cuerpo, entregué la guardia al capitán de Cuartel, don Juan Agustín Torres, y yo me retiré a mi pieza a dormir hasta las 12 de la noche. Sea que hubiera estado impresionado con el hecho de ser mi primer servicio de guardia o comandante de ella, quien sabe por que me sucedió que no pude dormir. A las 12 se me avisó ser ya la hora dicha. Me levanté y recibí otra vez la guardia, quedando de nuevo constituido comandante de ella. De los partes entregados al capitán de Cuartel después de retreta, resulta que en el Cuartel duermen esta noche: 2 sargentos 1º, 22 sargentos 2º, 29 cabos 1º, 24 cabos 2º, y 331 soldados; o sea, un total de 408 individuos de tropa. Faltaron a la retreta 8. El Jefe de Servicio para esta noche es el mayor Bustamante. El santo “Iquique”, la seña “Dinamita”. La contraseña “Ruinas”
(Inserto del papel de santo y seña en el original) (Anverso) “Antofagasta, Octubre 29/80. Iquique – Dinamita – Ruinas. De O. Del J. Teniente Herrera.” (Reverso) “Aconcagua.” 30 de Octubre de 1880 Sábado. La diana de hoy la hice tocar muy tarde, porque me quedé dormido en la mesa. Hice buen estreno. Habiéndose suspendido hoy el Jefe de Servicio, no sé por qué colocó aparte los dos Santos originales, de anoche y antenoche, que son los dos últimos definitivamente, según parece. Como curiosidad y como recuerdo de mi guardia y de la de Bysivinger, los hago coser al frente. A la hora de costumbre, entregué la guardia a Arancibia, que para él también era la 1º. En la tarde se ordenó que se hiciera instrucción del servicio de rondas, para lo cual todas las Compañías salieron a la pampa y allí separadamente trabajaron. Yo instruía a la 3º. En el Pueblo de ayer se publicó el Decreto Supremo que forma el Regimiento “Aconcagua” con los Batallones 1 y 2. Irá al frente en foja aparte. (Inserto del artículo en el original) “Regimiento “Aconcagua”. S.E. con fecha 19 de Octubre ha decretado la organización del Regimiento Cívico Movilizado “Aconcagua”, compuesto de los Batallones número 1 y 2 del mismo nombre. Cada Batallón constará de cuatro Compañías, y cada Compañía de 1 capitán, 1 teniente, 2 subtenientes, 1 sargento 1º, 6 segundos, 6 cabos 1º, 6 segundos. La 1º y 2º Compañía de cada Batallón, constarán de 130 soldados y 129 la 3º y 4º. La Plana Mayor se compondrá de un primer jefe de la clase de coronel o teniente coronel; de un segundo jefe de la clase de teniente coronel y de un tercero del empleo de sargento mayor; dos capitanes ayudantes; un subteniente abanderado, un sargento 2º, un cabo 1º y diez tambores o cornetas. Nómbrase comandante del mencionado Regimiento al teniente coronel don Rafael Díaz Muñoz, a quien se extenderá el título respectivo.” Hoy tomamos la comida donde el capitán Torres, pared por medio del Cuartel. 31 de Octubre de 1880 Domingo. El Batallón fue a misa a la hora de costumbre; pero yo no fui. Fui nombrado para visitar el Hospital. Me atrasé y no alcancé a ir, y fue el sargento nombrado. Habían 20 enfermos. El ayudante Narvaez dio cuenta al mayor de que yo no había sacado la Compañía, pero como yo tenía permiso del capitán Castro, di mis explicaciones al mayor. 1 de Noviembre de 1880 Lunes. ¿Quién lo hubiera pensado que yo iba a pasar este día aquí en Antofagasta? ¡Salud a todos los santos!
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El Batallón fue a misa como en el día anterior. En este día hubo buena rasca en casa del capitán Torres, donde casi todos los oficiales concurrieron. Ayer se enteró una semana a que estoy de oficial. La he terminado sin novedad. El ponche, la cerveza, el chacolí, el vino y no sé que más, ha abundado día y noche; pero medido y sin pasarme de las rayas. 2 de Noviembre de 1880 Martes. ¡Qué noche he pasado! No sé a qué hora (serían las 2 A.M.), me recordó Bysivinger, gritándome que había incendio. Cuando me levanté, ya había salido casi todo el Batallón. Apenas salí a la calle, con la espada a la rastra, me ofuscó la vista el resplandor de un gran incendio a una cuadra, a lo más, del Cuartel, frente a la casa del comandante. A la luz de la inmensa hoguera se divisaban las calles que rodean la manzana llenas de gente. Nuestros soldados, y aún oficiales, trabajaron mucho y con un entusiasmo tal, que no lo tendrían mayor los mismos bomberos. Toda la manzana incendiada fue resguardada por tropas. Sin embargo, nunca faltan escenas desagradables entre los mismos encargados de guardar el orden. Los soldados del “Melipilla” estuvieron esta vez a la altura de la fama. Muchos de ellos llegaron con mantas a recoger lo que pillaron; pero los “aconcagüinos” los corrían. Esto lo hacían los que no estaban de facción en ese lugar. El diario de hoy, cuyo recorte pondré aparte, dirá lo demás. Como la tropa trasnochó, no hubo ejercicio a ninguna hora en todo el día. 3 de Noviembre de 1880 Miércoles. Ejercicios por Compañías en la mañana y por Batallón en la tarde. Ayer y hoy, las rascas de oficiales han sido mayúsculas. Yo también caí en la tentación del ponche y me quede dormido en casa del capitán Torres, faltando a la primera lista de retreta. Al toque de silencio, recordé y me presenté al capitán Castro y me libré del arresto. 4 de Noviembre de 1880 Jueves. Ejercicios como en el día anterior, siendo con banda el de la tarde. 5 de Noviembre de 1880 Viernes. Hoy, a las 2 P.M., salió el Batallón a tirar al blanco. Esta vez se dio a cada soldado 15 tiros. Se dice que se tiraron 5.000 balazos. Yo y Arancibia fuimos de ayudantes del ayudante Narvaez, que mandaba la tropa. El fuego graneado estuvo bien. Era un fuego que, para un enemigo, habría sido horroroso. 6 de Noviembre de 1880 Sábado. Limpia de armas en la mañana. En la tarde la tropa fue al baño, al lado Norte del muelle y en la playa donde están las grandes pilas de carbón de piedra. Es un baño lindísimo y la playa sin un peñasco. Los soldados se tiraban al agua como gaviotas. Muchos de ellos nadaron hasta tripular una balandra anclada. Curioso espectáculo era ver a ocho o más hombres desnudos, juguetear a tanta distancia de la ribera. Mientras la tropa se bañaba, me aparté con el subteniente Canto y anduvimos por entre las grandes lanchas, botes y cachuchas que se encuentran hacia el interior de la playa. En el medio de esas embarcaciones nos llamó la atención un “Bote de salvamento”, así escrito en letras blancas en ambos costados. Entramos a él y leí lo siguiente, en una plancha de bronce en una especie de camarote a popa: “Presentado por el Gobierno de S.M. Británica al de la República de Chile, como un conocimiento de los servicios hechos por ese Gobierno a algunos náufragos marineros británicos. Diseñador, don José A. Peable del Arsenal de S.M.B. de Uvolmich. Constructores: Torrets de Londres. 1857.” Es una embarcación hermosa, digna de la real voluntad que la hizo construir y regalar. 7 de Noviembre de 1880 Domingo. Por la mañana salió a misa el Batallón, yendo yo al mando de la 2º mitad de la 5º Compañía. Esta fue la primera vez que salí a misa en clase de oficial. La banda tocó “Jugar con fuego” y “Yone”, dirigida por el sargento Arredondo, pues el Músico Mayor no quiso dirigirlos por haber faltado dos músicos.
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Por la orden del cuerpo, de ayer, fui nombrado para hoy oficial de rancho, desempeñando bien mi cometido. Para este Batallón se sacaron 500 raciones, y para todos los cuerpos de esta guarnición 1.200. Habiéndose anunciado una visita de inspección a este cuerpo, las Compañías han recibido notable reforma en su documentación, y desde ayer se trabaja mucho. Hoy se continúa el trabajo. En la noche paseaba yo con los subtenientes Herbage, Bysivinger y otros, cuando notamos que la retreta con banda no se tocaba cerca de nuestro Cuartel, en la casa del comandante, como es costumbre, sino en la puerta de la casa del Gobernador, calle de Washington, a inmediaciones de la plaza. Fuimos allá y supimos que nuestro comandante había mandado la banda a ese lugar en celebración del casamiento de dicho señor con una señorita boliviana. Multitud de gente llenaba ambas veredas de la calle, oyendo con marcada atención la buena ejecución de las piezas, entre las que recuerdo el famoso vals “Danubio Azul”. Conversando andábamos varios oficiales, cuando se nos acercó el capitán Castro y nos dijo: - Acaba de decirme el comandante que hace poco rato recibió un parte del Ministro de la Guerra, en que le dice que se aliste para marchar con su Batallón al Norte el Sábado próximo, sin falta, en el vapor Chile, que vendrá del Sur. Contar el gusto que recibimos al saber tan buena noticia es empresa a la cual yo renuncio, por imposible e inútil. ¡Al fin! Nos fuimos al Cuartel, donde, después de retreta, comuniqué la noticia a la Compañía, la cual aplaudió con manos y bocas. El ayudante Narvaez entró a la cuadra y me interrogó: - ¿Qué desorden es este y como lo tolera Ud.? Le conté lo sucedido, diciéndole que no creía que iban a meter bulla. Me mandó arrestado al cuarto de bandera, donde le dije que yo encontraba muy legítimo el gusto de los soldados, y sostuve que no era desorden. Enseguida tuvo un choque por eso con el capitán Castro, del que resultó que me puso en libertad a los tres minutos después. En esos momentos sentí atronadores aplausos en la cuadra de la 2º Compañía. Ya no era yo solo. El capitán Castro me llevó a la Mayoría, en los altos, para seguir arreglando los documentos pedidos para la visita de inspección y trabajé, cabeceando y tomando cerveza a un mismo tiempo (magníficas cabeceadas) hasta cerca de las 11 de la noche, hora en que me acosté. La orden de hoy dice: “Oficial de Hospital, subteniente don Justo Abel Rosales; sargento, Alejandro Ramírez.” 8 de Noviembre de 1880 Lunes. A las 7 A.M. se tocó tropa y formó el Batallón en la calle, con banda. Poco después se dirigió a la pampa a hacer ejercicios de evoluciones a presencia del comandante. Desde hace largos meses hacía a que este Batallón no salía por la mañana con banda de música. En la tarde no hubo ejercicio, porque los jefes estaban muy ocupados. Hoy se publicó un suplemento en el que, entre otras cosas, da cuenta de nuestra próxima partida. Gran alboroto entre los acreedores, que nunca faltan. No habiendo tenido tiempo de ir al Hospital, mandé al sargento nombrado en la orden de ayer, quien visitó a los enfermos. La orden del cuerpo de hoy, dice lo siguiente respecto a mi solo: “Guardia de Prevención: oficial subteniente don Justo Abel Rosales; sargento Lucas Echeñique; cabos Pedro Leiva y Benjamín Olea. Tambor José Rivera.” 9 de Noviembre de 1880 Martes. Ejercicios por Compañías en la pampa. Después del primer descanso, nos fuimos cuatro oficiales al vecino Cementerio a visitarlo. Me fue fácil dar con la sepultura de Francisco Javier Santander, aquel sargento de la 4º Compañía a quien, después de muerto, le hicimos honores nunca vistos aquí; pero no sucedió lo mismo con la del teniente Almarza, que agonizó dos días a mi lado, y cuya sepultura no me fue posible hallar. A las 9 ½ A.M. entré de guardia en la Prevención. Esta será mi segunda y última guardia que haga en Antofagasta. Hoy se dio orden de acuartelar la tropa, y como se recibiera la orden en la tarde, el Batallón tuvo puerta franca solo en la mañana. Desde el toque de llamada (2 P.M.) para adelante, no se ha permitido salir más que a los asistentes. Los oficiales tenemos libertad de salir a comer; pero con obligación de estar a todos listas. (Inserto del artículo en el original)
154 “Orden del día. 9 de Noviembre. La guarnición se cubrirá como está prevenido. Los batallones “Melipilla” y “Aconcagua” y la Brigada de Artillería, con el material de guerra que debe llevarse al Norte, se alistarán para marcharse en el vapor transporte Chile, que debe tocar en esta el Sábado trece del actual. Con esta fecha se ha nombrado comandante general de las Baterías de Costa de esta plaza y del Parque de Artillería, al teniente coronel de Guardias Nacionales, comandante de la Brigada de Artillería Naval don Telésforo Mandiola. Se reconocerá como ayudante instructor de la Brigada Cívica de Artillería Naval al capitán ayudante del Batallón “Melipilla” don Bartolomé 2º Maluenda. El Batallón Cívico “Antofagasta” acuartelará en clase de movilizados, un capitán, un teniente, dos subtenientes, un sargento 1º, nueve sargentos segundos, nueve cabos primeros, nueve cabos segundos y ciento veinticinco soldados. La Brigada de Artillería Naval, acuartelará igualmente un alférez, un sargento primero, un cabo primero, un cabo segundo y veinticinco soldados. Esta fuerza se encontrará lista para relevar a primera orden a los de esta guarnición que cubren actualmente las guardias de plazas de servicio de las Baterías.” No hubo ejercicios en la tarde y dicen que ya no habrá más. En la noche, después del toque de oración, entregué la guardia al capitán de Cuartel don Amador Ramírez. Dormí hasta las 12 ½ A.M., hora en que me levanté y continué en mi puesto. 10 de Noviembre de 1880 Miércoles. A la hora de costumbre entregué la guardia a Arancibia. Desde esa hora estuve con sueño hasta que me acosté, a las 10 P.M. Los trabajos de pluma me han mortificado no poco. Cabeceando y escribiendo, así he pasado el día. Hoy no hubo ejercicio de ninguna clase. 11 de Noviembre de 1880 Jueves. Hoy llegaron del Sur el Pizarro (según otros el Mendoza, que son parecidos) y un transporte, cuyo nombre no recuerdo. Ambos siguieron al Norte. En el primero llegó el nuevo Comandante General de Armas, Señor Castro; jefe que fue del 3º de Línea. En la tarde se publicó el bando, dándole a reconocer por tal. El bando fue con banda de música, y el Piquete de 25 hombres de este Batallón lo mandaba el subteniente Herbage. En dicho vapor Pizarro marchó al Norte nuestro mayor don Juan Pablo Bustamante, 2º jefe del Regimiento, que va a recibirse del Batallón “Aconcagua” Nº2, acompañado del subteniente Vargas. Todos los oficiales fuimos al muelle a despedirnos de él, dándonos un abrazo a cada uno. Al tenderme los brazos, me dijo sonriéndose: - Adiós, Napoleón 1º. No hubo ni habrá más ejercicios, pues los trabajos de mudanza tienen ocupados a todos, día y noche. Por la orden general de ayer se había nombrado Comandante General de Armas de este litoral al Gobernador del mismo, don Salvador Reyes, en calidad de interino, mientras llegara el nuevo nombrado. Como este llegara hoy, aquel solo estuvo con tan importante cargo unas cuantas horas. La orden general de hoy dice: “Se reconocerá como Comandante General de Armas de este territorio, al señor coronel don Ricardo Castro.” Hoy se han concluido las listas de revista. Se asegura que mañana pasamos revista de comisario; pero no se ha dado ningún decreto sobre el particular. Al menos hasta hoy no se ha comunicado al Batallón. 12 de Noviembre de 1880 Viernes. Después de diana se ordenó que se alistara el Batallón para pasar la revista de comisario, ordenada no sé por quien. Decreto no hay, pero ni se ha publicado en los diarios, ni se ha comunicado a nosotros. Esta revista tenía para mi un alto interés y era la última que debíamos pasar en Antofagasta, y era la primera en que yo debía figurar como oficial. No ha sido poca fortuna estas circunstancias y haber ascendido seis días antes de que este Batallón se elevara a Regimiento y haber alcanzado a pasar revista la víspera de la partida.
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A las 8 A.M. salió el Batallón y armó pabellones frente al Cuartel, retirándose después a él. Media hora después se tocó tropa, salieron las Compañías a sus puestos, e inmediatamente se pasó la revista por 24 oficiales y 512 individuos de tropa como sigue: Capitanes 6 Tenientes 6 Subtenientes 12 Sargentos 1º 6 Sargentos 2º 36 Cabos 1º 35 Cabos 2º 35 Total de oficiales: Total de clases: Soldados:
24 (No se incluye la Plana Mayor) 112 400
Suma 512 Hoy han sido licenciados por inutilidad física once hombres pertenecientes a todas las Compañías. En la tarde, como a las cuatro, se hizo entrega del armamento, dejando solo diez rifles por Compañía, para el servicio de la guardia de Prevención. Al saber yo que se estaba haciendo la entrega, me fui a la cuadra de la 2º Compañía y pedí el que fue mi rifle, Nº 612. Lo agarré, le di vueltas para todos lados y con harta pena lo dejé para no verlo tal vez nunca más. Le había tomado cariño al arma que me enseñó ser soldado. En la orden general de hoy se lee: “Mañana serán relevadas las guardias de Cárcel, Aduana y Hospital por la tropa movilizada del Batallón Cívico de este puerto, debiendo hacerse el relevo con el número de gente que se cubre cada guardia en la actualidad.” Adición. “Las tropas cívicas mandadas movilizar para que cubran la guarnición de esta plaza, serán todas alistadas por la voluntad, sin poder permitir bajo ningún pretexto que sirvan por la fuerza, debiendo los jefes respectivos proceder al más exacto cumplimiento. Castro.” 13 de Noviembre de 1880 Sábado. Desde temprano empezó el arreglo de equipajes y el gran movimiento en patios, cuadras y piezas. Este alboroto no paró en todo el día. Se ordenó que nadie saliera del Cuartel, ni aún los oficiales. En la orden del cuerpo leo: “Desde esta fecha estará listo el Batallón para marchar a primera orden. De O. Del J. Narvaez.” No he presenciado alboroto más grande que el de este día. Las piezas de los oficiales en el 2º piso, era como una calle pública; tal era el ir y venir de los soldados y aún paisanos. Todos esperábamos por momentos al vapor, pero este no apareció en todo el día. 14 de Noviembre de 1880 Domingo. A las 7 ½ fue a misa el Batallón. Esta fue la última misa de Antofagasta. Desde antes de aclarar el día, andaban los talones haciendo temblar nuestras habitaciones. Muchos no habían podido dormir bien esperando el nuevo día. Cuando se tocó diana nada se divisaba en la bahía que indicara un vapor. Una pequeña neblina en el mar impedía ver más afuera de la bahía. Al ir a misa muchos curiosos vimos un buque al parecer de vela, que se encontraba mar afuera, envuelto en la neblina. A la vuelta de misa, subimos corriendo las escalas y nos asomamos al mar. ¡Un vapor venía entrando! Minutos después fondeaba y en menos de media hora llegaban a nuestro Cuartel varios oficiales de marina y del Ejército, quienes nos refirieron que ese vapor era el Chile, tan esperado por nosotros; que no había camarotes desocupados para los oficiales, y no sé qué más. Apenas se sabe esto se ordena transportar el equipaje a bordo. En él va mi caja de cuero que yo mando a Santiago, con la mujer de Ramos, que va con nosotros a Arica primero.
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Estábamos casi listos para salir, cuando sentimos un tiro en la cuadra de la 2º Compañía. Yo fui de los primeros en ir a averiguar que sucedía. Me encontré con un grupo de soldados medio asustados, que rodeaban al sargento Ramos. Llego donde está éste y lo encuentro pálido, herido de muerte. Examinando un revólver con el cabo Santiago Rodríguez, quien sabe como, se le salió un tiro, cuya bala le entró por las ingles. Al ver al pobre Ramos herido, me entró una rabia tal, que hubiera querido ultimar a hachazos al que entonces creí asesino. Lo llevaron al Hospital en camilla. Dominado por la fuerte impresión de éste fatal accidente, di un adiós a Luis Ramos, que pasó delante de mí con la palidez de la muerte. ¡Pobre la Rama! Se tocó tropa, formamos; divisamos algunas lágrimas de las vecinas. Redoblado. ¡Marchen! Y adiós Antofagasta.
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REGIMIENTO “ACONCAGUA” La Campaña de Lima (1880 – 1881) APUNTES HECHOS DIARIAMENTE DURANTE LOS MESES TRANSCURRIDOS DESDE NOVIEMBRE DE 1880 HASTA ABRIL DE 1881.
2º PARTE DE ANTOFAGASTA A ARICA, TACNA Y LIMA (COMPRENDE 12 CUADERNOS).
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DE ANTOFAGASTA A ARICA 14 de Noviembre de 1880 Domingo. Nos embarcamos en el vapor transporte Chile, que hace pocos días ha sido comprado por nuestro Gobierno a la Compañía Sud Americana de Vapores. Cerca de las 10 A.M. se tocó tropa y formamos en la calle frente al Cuartel, yéndonos inmediatamente en dirección al muelle. En el lado Sur de este, nos esperaban varias lanchas y el remolcador Bolívar, para conducirnos a bordo, como se llevó a efecto, en medio de estruendosos vivas largados por todos nosotros. El “Melipilla” y la Artillería, se embarcaron a un mismo tiempo que nosotros. La tropa al principio quedó tan estrecha con los 1.500 hombres, o poco menos que se embarcaron, que la cubierta del vapor se asemejaba a una inmensa caja de sardinas. El embarque duró hasta cerca de las oraciones, a cuya hora zarpó el Chile, en dirección al Oeste, para después tomar rumbo al Norte. ¡Al fin salíamos de Antofagasta!. Y con esto está dicho todo. Cerca de las nueve de la noche, me perdí de los camarotes de los oficiales y tuve que subir a cubierta, a dormir como en otro tiempo a bordo del Copiapó. El frío que hacía después de las 12 de la noche, me hacía dar diente con diente, y si no es por el cabo Caldera (de la 2º Compañía), que me proporcionó una mochila y una manta, habría dormido en peor condición que los mismos soldados y por vía de llapa, después de tener que oler todos los vientos que salían de tantos centenares de barrigas, me robaron el kepí, dejándome en cabeza. 15 de Noviembre de 1880 Lunes. Cuando amaneció, se paseaba por la cubierta del vapor un subteniente del “Aconcagua”, envuelto en un capote negro, con botas amarillas, anteojos plomos y un tremendo gorro de paño azul. Ese oficial era yo. En este día Lunes navegamos mar afuera. Almorzamos regular; pero comí muy bien. El comedor es grande y cómodo. Para resarcirme de la poca alimentación del almuerzo, hice arrastre con todas las fuentes y soperas que se colocaban a mis inmediaciones, pasándolas enseguida a otros, hasta que en un bendito se acababa la comida. Los licores a bordo son caros. La cerveza que menos precio tiene vale 60 centavos y la botella de vino 1.50 pesos. Todo el día navegamos sin contratiempo, el que menos. La tropa comió hervido de charqui con arroz, en el almuerzo (a las 10 A.M.) y frijoles muy bien cocinados en la comida. Además se le dio café en la mañana y en la tarde, después de la comida (4 P.M.). Los soldados han estado muy contentos, tanto por la navegación, que por sí sola es un paseo, cuanto por la alimentación, que es inmejorable y no escasa. En la tarde, vi a los peces voladores que se alejaban del buque con toda la velocidad que les prestan sus cuatro alas. Son del tamaño de una sardina. Divisamos tierra peruana como a las 3 P.M. (Inserto de un croquis del Morro de Arica, visto del mar, a unas 80 millas al Sur, en el original) A las 8 ½ P.M. llegamos a Iquique, cuya población la distinguíamos apenas por las luces que por todas partes de la playa se alzaban por centenares. El faro, que está en un islote, quedó cerca de nosotros. Alcanzamos a divisar algunos buques fondeados. Del puerto llegó un bote, cuyos tripulantes lanzaron estrepitosos vivas a Chile, acompañados de aquella popular interjección que V. Hugo ha hecho célebre como dicha por Cambronne en Waterloo. Divisando estábamos el puerto, cuando oímos gritos de hombre al agua. Corrimos a asomarnos y vimos pasar hecho pedazos el bote nombrado, y sus tripulantes nadando en todas direcciones. La gritería fue grande que se formó. Unos pedían a gritos al capitán del buque que echaba un bote en auxilio de los náufragos y otros que les tiraran salvavidas. Una y otra cosa se hizo. Dos botes salieron a buscarlos. Creíamos todos que sería difícil salvarlos; pero un cuarto de hora después, volvieron los botes trayendo a los náufragos. (Inserto de un dibujo de la costa, tratado más adelante, en el original) Se dice que se ahogó uno. Una vez que supe el desenlace de esta tragedia, me retiré con Bysivinger a mi camarote, que era un sofá tapizado situado a popa. Desde ese lugar oía yo la bulla que metían, poco más tarde, los tripulantes de varios botes que llegaron del puerto.
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Según dicen los que quedaron en pie, el mayor Bustamante, que estaba en ese puerto, estuvo a bordo y conferenció con el comandante Díaz Muñoz. Ignoro por ahora lo que haya de verdad en esto. El Chile dejó a Iquique como a las 11 de la noche. En la tarde de este día saludé al coronel Velázquez, jefe de la Artillería y conversé con el un momento sobre asuntos particulares. 16 de Noviembre de 1880 Martes. En el mar, a bordo del Chile. Cuando amaneció el día Martes 16, me levanté y divisé tierra muy cerca. En estas costas no se ve playa. La costa es una cadena de cerros de piedra y arena. Supe que habíamos pasado por Pisagua en la noche, lo que sentí mucho. Hubiera querido ver de día a Iquique, la tumba de Prat, y hubiera querido ver a Pisagua, la primera jornada del Ejército Chileno en el camino de la gloria. Toda la mañana navegamos en un mar tan manso, que parecía una laguna. No he visto cosa igual en ningún tiempo. Yo comparaba la superficie de este mar con un gran campo alfombrado con tafetán. Serían las 8 A.M. cuando pasamos frente a la Quebrada de Camarones, que antes sería río. La larga muralla granítica que forma un dique al mar, se abre por unos pocos metros, para dejar salida a la quebrada, que está formada de dos murallas de arena que vienen del interior. En estos lugares sólo se divisa agua, piedra y arena. Más al Norte, enfrentamos a la Caleta de Vitor, que en otro tiempo parece que también ha visto correr agua, y enseguida fuimos agradablemente sorprendidos por la vista hermosísima de los cerros que orillan el mar. Desde la mitad hasta su base, están formados de una manera tan caprichosa, que de a bordo, parece estarse frente al telón de boca de un inmenso teatro. El dibujo anterior da una idea de lo que es esa gran cortina de granito, bordada de oro. Mirando al Norte, divisamos a larga distancia, unos cerros que terminan en el mar, en cuyo punto parecen cortados a pico. El punto extremo, que toca por su base las aguas y por su cumbre el cielo, es el Morro de Arica. Sentado yo con varios oficiales en el palo de proa, contemplaba a tanta distancia esa punta santificada por el heroísmo chileno, cuando nos llamaron al almuerzo. Ante las impertinencias del estómago, se acabaron mis meditaciones. El reloj del comedor señalaba las 10 A.M. En la mañana había acontecido un incidente bastante interesante, que cambió por completo la monotonía de la navegación. Como a las 7 A.M. se avistó a proa un buque, que después se reconoció ser vapor. Mientras nos aproximábamos se multiplicaban los comentarios sobre ese vapor, que al parecer venía de mar afuera. Poco después se sintió un cañonazo y el Chile hizo rumbo al dicho vapor, que resultó ser la Pilcomayo. Estando a corta distancia, esta cañonera envió un bote con un oficial, quien conferenció con el capitán o comandante. Mientras tanto, la banda del “Melipilla”, situada a popa, tocó el Himno Nacional, que fue contestado por la tripulación de la Pilcomayo con grandes hurras, subiéndose como gatos a la arboladura de la cañonera. Esto fue un espectáculo lindísimo. Era el Ejército, representado por nosotros, que saludaba a la Marina, representada por los bravos de la hermosa nave ex peruana. Y este saludo en el mar fue espontáneo, a un cuarto de cuadra de distancia y a dos o tres millas de la costa perulera. Yo hubiera querido gritar como la tropa, de puro gusto. Vimos tapar con lonas los cañones de la cañonera, que, en previsión se nos había presentado en son de combate, y poco después nos separábamos, aquella con rumbo al Sur, a Iquique, según se dijo, y el Chile con rumbo al Norte, a Arica. Una vez concluido el almuerzo, salí a cubierta y divisé una parte de la bahía de Arica, con su famoso Morro al Sur. Cerca de las 11 de la mañana, pasamos frente a ese enorme peñón. A pocos metros de éste, se encuentra la pequeña Isla del Alacrán, que cuenta unos edificios y un muelle que la unía a tierra antes de la guerra, y que comenzada ésta, fue destruido por los peruanos. A las 11 ½ fondeó el Chile en la bahía. Teníamos al frente el puerto, y más al interior el lindo Valle de Azapa, bordeado de árboles de todas clases y de chacras. Al fin, después de tantos meses, veía yo verdura, cosa que mucho me gustó. Me parecía en ese verdor, ver algo de Chile.
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En el puerto habían fondeados cuatro o más vapores y varios buques de vela. Supimos que la noche anterior había salido la 1º División en 12 o más buques, y que pronto saldría la 2º para reunirse a aquella en Pisco, seguida luego de la 3º, a que nosotros pertenecemos. Como a las 12 M llegó una lancha, y en ella comenzaron a embarcarse los Artilleros. En este puerto no hay más que una media docena de estas embarcaciones, que ahora estaban cargadas casi todas, lo que dificultó mucho el desembarco. Por lo menos duró tres horas esta operación. Cuando yo desembarqué en la lancha que conducía a la 3º Compañía, y pisé el muelle, di gracias a Dios, que me había dejado llegar a tierra enemiga y conocer el puerto en que tan cruda batalla se libró. El muelle está inconcluso; pero es cómodo y grande. Está a una cuadra al Norte del Morro, cuyos cañones se ven asomar por entre las murallas de piedra que lo coronan. Todas las Compañías acamparon en la explanada del muelle, y una vez reunidas, marchamos al centro del pueblo, con la banda a la cabeza, y seguidos de muchos curiosos. Se nos llevó a un Cuartel bastante cómodo; pero no dio cabida a todo el Batallón. Se alojó en él la 1º, 2º y 3º Compañía. A las restantes se les mandó a otro Cuartel. En el que ocupamos, es de dos pisos, y de sus balcones se tiene una bonita vista de Arica. Está lleno de pinturas árabes, especialmente los corredores interiores y balcones. Esas pinturas representan paisajes, campamentos, etc. En uno de esos cuadros leí el siguiente verso, escrito con lápiz, en letra bien formada y clara: “Vivo con ansias de verte A cada instante muriendo Y cuando te busco amante Solo imposibles encuentro. Qué feliz es el que vive Día y noche en tú presencia Y tiene la complacencia Que de tu vista recibe Desgraciado del que vive Llorando su dura ausencia.” La ciudad de Arica está construida en una loma que de los cerros a continuación del Morro baja suavemente al mar. La construcción de sus casas es de piedra y adobe. Son cómodas y de bonita vista la mayor parte. Hay Cafés y un gran “Hotel Colón”, que dicen es cómodo y elegante. Casi frente al muelle, está el edificio de la Aduana, que ostenta en su frontis una raída bandera chilena. La mayoría de la población es de peruanos, bolivianos y chinos, que andan parándose en las esquinas, escuálidos y latigudos. En la tarde de nuestra llegada, salí con tres oficiales más a recorrer los potreros vecinos, situados al Norte del pueblo. Esos cercados están plantados de naranjos, plátanos y muchos otros árboles frutales. Hay grandes plantaciones de cebollas, rábanos, lechugas, yerba buena y muchas otras; todas regadas por acequias que ve cruzar en todas direcciones. Este es el principio del Valle de Azapa, que se interna por entre cerros de arena, todos los cuales están llenos de fortificaciones. Los alrededores de Arica son, pues, de pura verdura. En este día, se repartió a la tropa charqui, pan, harina tostada, café y no sé qué otras cosas. Al entrarse el sol, se veían los patios interiores llenos de soldados abiertos de piernas, sentados en el suelo, que saboreaban los caldos que les habían preparado sus camaradas. Estando en esta tarea la tropa, se sintió el cañonazo del Morro, que señalaba la hora de retreta. Acto continuo resonó en Arica el estruendo de las cajas y cornetas de todos los Cuarteles. Las bandas del “Melipilla” y “Aconcagua” tocaron así mismo la retreta, siendo la nuestra seguida de bastante gente. En la noche nos encontramos todos los oficiales sin camas, ni nada en que acostarse. Los equipajes habían quedado a bordo, y yo solo tenía mi capote, mi único abrigo. Para espantar el sueño, salí con el subteniente Narvaez, como a las 9 P.M. a andar sin rumbo conocido. Anduvimos cuatro o más cuadras. La población estaba oscura, ni una ventana ni puerta abierta; ni una luz que indicara si no estábamos en un cementerio. Pero esto no es nada, pues no tropezamos con ningún perro, con ningún transeúnte, ni siquiera el mar metía bulla. Parece que tocándose retreta, todo el mundo se va a la cama. Solo el quien vive de los centinelas se oye de vez en cuando en medio de este silencio sepulcral.
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Pero fue forzoso buscar donde dormir. ¿Qué hacer?. Tendí mi capote en el balcón interior, y me acosté encima, vestido y sin taparme, por que no tenía con qué. Por fortuna, más bien hacía calor, que no frío. Sin embargo, ya había empezado a correr un vientecillo algo más de fresco, cuando el teniente González me tapó con una gruesa manta, sin que yo lo solicitara. 17 de Noviembre de 1880 Miércoles. Al aclarar, me levanté. Luego tronó el cañón del Morro (que me hizo acordar de Valparaíso) y la diana se tocó en todos los Cuarteles. Yo tenía una sed algo más de regular, como la tenían casi todos los oficiales, motivada por los largos tragos de chacolí, vino y otros licores que habíamos tomado. Nos juntamos unos seis oficiales y fuimos a dar un paseo por la recoba o Plaza de Abasto. Está situada en una plazoleta, toda ella ocupada por ventas de todas clases. Yo probé un vaso de horchata, que aquí llaman fresco, por que le echan una o dos cucharadas de nieve molida, que guardan en un trapo. Gran broma tuvimos con estos frescos. Muchos cholos se juntaron al ruido de nuestras bromas y risotadas, y como yo dijese que el fresco, con una copa de coñac que pedí, no tenía gusto a nada, después de haberme bebido como la mitad del vaso, la vendedora me dijo: - Si a Ud. no le gusta, puede dejarlo pues. Este pues cholo, es común en todos, pegue o no pegue, lo mismo que el usted, que emplean cada tres o cuatro palabras. “¿Qué me compra usted?”, nos dicen apenas nos paramos delante de una venta. “Aquí tiene usted, pues, un lindo bocado”, agregan señalando ya los camarones que traen de Lluta, en el interior, ya un atado de rábanos a 5 centavos, u otra cosa. En este día, en la mañana, se nos dio orden de alistarnos para marchar a Tacna, por el ferrocarril. Me apresuré por ver cuanto me fue posible en este pequeño puerto. Visité la Iglesia, que es muy hermosa. Tiene unas catorce gradas de piedra; con esto y su elegante frontis, parece una catedral en miniatura. Su interior, de estilo gótico su arquitectura, tiene un aire de frescura y elegancia, que casi se asemeja a la capilla del Carmen de la Alameda de Santiago. Los santos son de bulto, con los ojos claros, pero sin vista, como son los santos de Arica. Hay un San Pedro de enorme barba negra y una Virgen de cara más ancha que la de una chola mofletuda. Tiene siete columnas por lado, que forman tres naves; pero con una sola puerta de entrada, la de la nave central. En su torre hay un lindo reloj con punteros de bronce, algo destruidos por las balas de los blindados. Todas las calles son empedradas y con no malas veredas, aunque angostas. Este puerto, que debe ser viejo, presenta un aspecto severo, como una señora de copete cuya juventud está muy lejos. A las 11 ½ A.M. se tocó tropa y formó el Batallón en la calle, aún mismo tiempo que el “Melipilla”, que nos sigue como la sombra al cuerpo. Después de pasar lista, desfiló en dirección a la Estación, que está en la explanada del muelle. Aquí nos esperaba un tren de trece carros para la tropa y dos para la oficialidad, todos los cuales fueron ocupados. En los de la tropa, había comodidad para subirse al techo de ellos por medio de escalas de fierro y cordeles. Esos carros se llenaron por dentro y fuera en pocos minutos. La oficialidad del “Aconcagua” ocupó el primer carro, y el segundo la del “Melipilla” y otros cuerpos. La locomotora arrastró al convoy una media cuadra, y esperó ahí a otra locomotora que se divisaba avanzar a larga distancia, venida de Tacna, a mi parecer. A la 1 ½ P.M. salió el largo y pesado tren, empujado de atrás por la locomotora recién llegada. Mientras andaba, nos agolpábamos a las ventanas del carro, unos para ver el puerto y otros para admirar la hermosura y buen método de las plantaciones de que está cubierto éste valle, que se extiende a lo largo de la línea férrea. A 2 kilómetros más o menos, pasamos frente al Wateree, vapor de fierro y ruedas, que la salida del mar del memorable 13 de Agosto de 1868 colocó a media cuadra distante de la rivera o marea ordinaria. Aquí ya no hay ni población ni plantaciones. Las arenas han reemplazado al fértil valle. Solo un pequeño riachuelo atravesamos, que será el que surte de agua a las huertas ariqueñas, aunque tiene también el pueblo en sus suburbios, grandes máquinas para sacar aguas de pozos, cuyo mecanismo es movido por una mariposa que a su vez es movida por el viento. El tren anda muy despacio y se va inclinando insensiblemente al interior. En la playa diviso unas lagunas o pantanos y pregunto de donde saldrá esa agua. - Esa no es agua – se me contesta – ni nada que se parezca. - ¿Cómo es eso? – digo yo asombrado - ¿Y aquél estero que se ve más allá también no es nada? - Si no es nada, hombre – se me vuelve a decir – es una simple ilusión óptica.
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Y entonces vengo a acordarme que este es un fenómeno muy común en los desiertos, donde los viajeros acosados por la sed corren tras de lagunas, ríos o esteros que siempre se alejan y nunca se encuentran. Era primera vez que yo veía ese fenómeno, que tanto me llamó la atención. Aquí también vi otro fenómeno. Me asomé por la portezuela a ver la larga distancia que teníamos que recorrer en línea recta, cuando a unas 10 cuadras o menos, divisé una especie de neblina que estaba en la misma línea. - Eso es la puna – me dijeron los parleros amigos que me acompañaban. Al oír esto me entro precipitadamente al carro, tomo una botella de anisado echo ponche que llevamos y digo: - Si todo lo que es blanquecino en esta tierra no es más que ilusión, vapor, engaño y nada, lo más cuerdo será que me asegure de este ponche, porque como también es blanquecino. Y diciendo y tragando que era un gusto, lo que produjo grandes risas y aumentó el buen humor. Y el tren corría. A los 20 kilómetros sólo se divisaba el Morro y los buques, pero no la población de Arica. Y atravesando siempre arenas por todas partes, el tren dobló a la derecha y se apartó del mar, internándonos por entre colinas de arena. Paramos en la Estación de Hospicio, compuesta de unas tres casas juntas. Eran las 3 y no sé cuantos minutos, y ya el hambre nos confundía. Pregunté a una chola alta, negra y de mal genio, que apareció al frente de las tres casas, si tenía alguna gallina u otra cosa que comer. - No tengo nada, señor, que vender a Ud. – contestó. Luego llegó un Artillero e hizo igual pregunta, obteniendo igual respuesta. Otro siguió preguntando: - ¿Y no tiene pan, señora? La chola quedó callada. - Mira, vieja fea – le dijo otro (porque éramos varios los oficiales que buscábamos lo mismo) – si no hablas, te agarro del pescuezo y te lo corto. - Y cuantas veces quiere Ud. que le hable lo mismo, pues; ya le he dicho a Ud. dos veces que nada tengo, y Ud. todavía no me entiende. Esto dijo la chola, con ese tono tan peculiar a los peruanos, que nos dio mucha risa. El tren silbó; medio minuto después partía al interior. El camino se encuentra sembrado, a uno y otro lado de botellas, caramayolas, kepíes y muchas otras cosas militares, todas inútiles. Se conoce que por aquí ha pasado varias veces un ejército. El camino sigue inclinándose hacia el Sur. Llevamos andados 30 kilómetros, son las 4 y Tacna no se divisa. Después de dar una inmensa vuelta, el camino tuerce al Norte después de haber hecho un bolsón. Aquí divisamos otro tren que nos sigue, y más al poniente el mar y los cerrillos que acabamos de dejar, después de una marcha tan lenta. Parece que volviéramos a desandar lo andado. Luego dejamos a nuestra izquierda unas casas verdes, que parecen pertenecer a trabajadores de la línea. Uno viejo, tal vez el mayordomo, que está rodeado de peones cholos y chilenos, saluda con su sombrero la larga fila de carros, de los cuales salen grandes vivas, unánimes y estruendosos, como los de la salida de Arica. El tren encima una loma. A la izquierda de la línea se ve un valle tupido de árboles. Me parecía que Tacna asomaría por ahí de un momento, pues nos quedan que andar solo 1 ½ kilómetro, cuando siento a mis espaldas el grito de: - ¡Tacna! ¡Aquí está Tacna! Me vuelvo, y así era, en efecto. El tren corría esta vez más ligero, en medio de bosques de árboles frutales, jardines y plantaciones de todas clases, como quien llega a Viña del Mar. Que lindo encontré los alrededores de Tacna. Pronto fueron apareciendo las calles e Iglesias, y por fin el tren paró en medio de una muchedumbre de paisanos y soldados. Un hurra atronador se sintió por todas partes, al mismo tiempo que una banda de música situada en la Estación, tocaba el Himno Nacional. Eran las 5 de la tarde y habíamos recorrido 39 kilómetros desde la Estación de Arica. Por las calles vecinas veíamos correr a los soldados de otros cuerpos en dirección a la Estación, para vernos o buscar conocidos. Yo encontré a algunos; al abogado Isidoro Becerra; al capitán Félix Briones y otros, con los cuales cambié mis saludos. Se tocó tropa y el Batallón formó inmediatamente. La banda que nos recibió marchó adelante; la nuestra siguió después tocando a su vez pasos dobles, y el “Aconcagua” atravesó las calles de Tacna con un aire de cuerpo veterano.
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El punto a donde se nos había destinado para acampar, no se nos dijo. Solo se recibió la orden de seguir a un oficial del Estado Mayor, que nos servía de guía. Por tanto el Batallón lo siguió. El de Antofagasta era mandado por el capitán ayudante Narvaez, que hace las veces de mayor. Recorrimos varias calles y doblamos por una bastante bonita y de mucho comercio. Seguimos por esta calle, que corre de mar a cordillera, donde se agolpaba mucha gente a vernos pasar. Aquí vi gente elegante, gente de tarro, y damas de copete. Oí expresarse muy bien sobre este Batallón. Pero llegó la noche, y nosotros siempre caminando. Esta calle era interminable. Al fin salimos de ella; pero continuamos un camino tierroso y lleno de piedras. A pesar de la tenue luz de las estrellas, descubríamos a los lados del camino grandes arboledas. Anduvimos como una legua o más; torcimos unos callejones, y llegamos al campamento del Regimiento “Santiago”, que creímos era el nuestro. Aquí había que saltar bonito, pues hay un estero, que es el río de Tacna. A mí me pasó en sus lomos el soldado Domingo Ibarra, de la 2º Compañía. Lo demás del ganado, seguía brincando y saltando en el agua, como las ovejas. Cuando ya creía yo que debíamos buscar las cuadras, para alojar la tropa, se nos dijo que nuestro campamento estaba todavía algunas cuadras más lejos. Paciencia, dijimos y emprendimos de nuevo la marcha. A mí y a casi todos nos confundía el hambre y la sed, más que el cansancio de esta marcha. Serían las 8 de la noche cuando llegamos al lugar en que debíamos acampar. A las orillas del camino público que va de Tacna a algunos pueblecillos del interior, se encuentran varias casas, inhabitadas, medio destruidas y llenas de pulgas. Estos ranchos, eran el campamento del 1º de Línea y ahora el del “Aconcagua”. Bastante trabajo costó instalar las Compañías, porque se dio orden de tomar cada una la que mejor encontrasen, y aquí eran las marchas y contramarchas, el ir y venir buscando el local mejor. El Batallón quedó todo disperso. Cuando ya estaban tendiendo sus mochilas los soldados, sin comer se entiende, para acostarse, acepté la invitación de Bysivinger, que me llamaba a un cauceo a que lo habían invitado un compadre oficial del “Santiago”. Este cauceo, para el que hubo que andar sus dos cuadras más, por entre árboles, piedras y acequias, y de noche, me confortó mucho. Yo estaba con un hambre canina. Mi alojamiento fue como en Arica, pues el equipaje quedó en la Estación del ferrocarril. Tendí mi capote en el disparejo suelo del rancho en que vi dormir a otros oficiales, más o menos tan aperados como yo, y encima me acosté, como se acuesta un asno en cualquier parte. Y este fue el primer día que pisé estas tierras, en cuya vecindad tronó el cañón el 26 de Mayo último, para darnos la gran victoria de Tacna. A la salud de los héroes de esa jornada me dormí como un gato. 18 de Noviembre de 1880 Jueves. Me levanté con el día, como es mi costumbre. Se pasó lista y enseguida el que tuvo con que desayunarse lo hizo y el que no, se contentó con andar por entre los árboles frutales, que pueblan en abundancia estas tierras. Como a las 7 A.M. se tocó tropa. Nos íbamos a mudar a otro local, situado en el lugar de Pocollay, unas 6 cuadras más al Oriente. Y así se hizo. Pocollay es un lugar que contiene varias casas de adobe, muchas de ellas bastante cómodas. Unas las ocupa el Regimiento “Esmeralda”, otras el “Lautaro” y las demás las ocupó el nuestro, que era el mismo local que ocupó el “Atacama”. Cada Compañía ocupó una casa distinta, lo mismo que los oficiales. Yo me instalé junto con los dos Narvaez, a la que se agregaron dos oficiales más. Lo primero que hicieron todos, fue arreglar sus camas; pero yo me preocupé de fabricarme un escritorio de adobes y asiento del mismo material. Una vez que arreglé esto, me ocupé del alimento. Ya era tiempo. A la tropa y oficiales, se les repartió charqui, grasa, frangollo y diversas especies necesarias para una comida. Se nombró de oficial ranchero a don Arancibia, quien empezó a hacer los acopios de víveres en una ramada, frente a la casa que yo ocupé. En este día, fuera de las listas de ordenanza, nada más se hizo que procurarse alimento. De nuevo fui convidado a almorzar en la casa del oficial del “Santiago”, quien nos refirió algunas de las barbaridades cometidas por los soldados chilenos en la Batalla de Tacna, que tuvo lugar en las cumbres de las colinas o cerrillos que tenemos al frente. Una de esas barbaridades consistió en arrojar a fondos de comida hirviendo a los cholos vivos, a quienes se les enterraba con las culatas de los rifles. Y esto era lo menos que se hacía. Un soldado del 2º de Línea, se preparaba para
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ultimar a un soldado de la Alianza, que estaba herido. Llega un oficial, no sé si del mismo cuerpo, y trata de impedir tal acto. El soldado se enoja y amenaza al oficial si no se retira, diciéndole que no dejará de matar a su enemigo. El oficial se retira, y aquel mata al cholo. Muchos son los casos que se cuentan sobre esa fiebre por matar, de que estaban poseídos los vencedores, especialmente los del 2º de Línea. 19 de Noviembre de 1880 Viernes. Habiendo llegado ayer parte del equipaje de los oficiales, pude tender una mochila y mantas y dormir no mal anoche. Hoy conseguí del comandante permiso para ir con Bysivinger a Tacna; éste iba con el propósito de visitar a su hermano Lucindo, teniente del “Buín”, y yo con el de conocer la ciudad. Poco después de las 11 A.M., nos pusimos en marcha, a pié, porque aquí no se encuentran caballos, ni aún burros. Para acortar el camino, tomamos la ribera Norte del río, que no es más que un estero. Antes de entrar a la ciudad, encontramos tres grandes estanques llenos de agua clarificada, conque se surte la población, pues el río en este tiempo trae aguas amarillas, impregnadas de no sé qué sustancias minerales, que la hacen insalubre y de mal gusto. La penca de tuna echada en un fondo o estanque, basta para volverle su color y gusto natural. Entramos por la calle del Buín, así llamada por estar este Regimiento ahí acantonado, y está formada de casas medio construidas, muchas inhabitadas y las más ocupadas por las Compañías de dicho cuerpo. Bysivinger me presentó a su hermano, y este nos fue presentando sucesivamente a muchos oficiales del mismo cuerpo y de otros que fueron llegando. Lucindo me pareció todo un militar, como que realmente lo es, y tuvo la franqueza de contarnos muchas cosas de la famosa Expedición Lynch, en que este jefe tomó la parte del león. Después de largos tragos, de cerveza primero y enseguida de chacolí, salimos a la calle como a las tres de la tarde, después de haber presenciado la llamada y lista del Regimiento “Buín”, que formó a diez pasos de la casa del teniente Lucindo B. Este nos invitó a un Café, donde nos ferió con helados y otras cosas. Convinimos en que yo con Florindo, fuésemos a buscar al capitán Félix Briones, a quien yo quería saludar un momento, y el teniente se fuese a sus ocupaciones, esperándonos a comer en su casa. En las oficinas del Estado Mayor, encontré a Briones, y después de conversar unos dos minutos, nos separamos. Florindo se fue a casa de su hermano y yo le dije que quería andar por todo Tacna antes que comer, y que no me esperase. Recorrí varias calles, que me parecieron bonitas y harto pobladas. Las casas casi todas son sólidas y muchas bastante elegantes. La calle de Bolívar es la principal. La mayor parte de sus casas son de altos y su primer piso ocupado por Almacenes, Cafés, Boticas, Sastrerías; todo cómodo y hasta lujoso. Tiene mucho parecido con la calle del Cabo de Valparaíso. La Alameda, llamada calle de Ayacucho, corre de Oriente a Poniente, lo mismo que las calles principales, y es ancha y de varias cuadras de largo. El centro está cruzado por una acequia, en toda su extensión, teniendo a ambos lados de ella dos calles de frondosos árboles. De trecho en trecho hay estatuas de yeso, puestas encima de arcos de piedra, que en forma de puente, atraviesan la acequia. En suma, la Alameda es digna de Tacna y tal vez su mejor paseo. En la Alameda está la Recova, edificio sólido y cómodo, con puertas de reja y de fierro, como las de Santiago. El aspecto de las Iglesias por fuera es bien pobre. Estaban cerradas a esa hora y no tuve por esto más que mirarlas por fuera. Hay una plaza, en la cual están las oficinas del Estado Mayor General. Tiene una pila de bronce, al parecer, con cuatro estatuas. En esta plaza es donde a veces suelen tocar las bandas, para solaz de las tacneñas, como también tocan en un tabladillo de dos pisos, situado medio a medio de la Alameda dicha, y al cual me subí por una escala de caracol tan vieja como Tacna. Me mostraron el jardín más hermoso de Tacna, pertenecientes a unas señoras cuyo nombre no recuerdo. Está situado en la Alameda, en su casi extremidad Oriente. Es una bella casa quinta, situada en el centro de un gran patio, que está cubierto de flores y de verduras. Mucho abundan aquí las negras jetonas, y algunas vi tan compuestas que me parecían algunas de aquellas grandes muñecas, con cara de greda, que suelen verse en los nacimientos del niño Dios de nuestro católico Chile. En las horas que yo anduve taloneando calle arriba y calle abajo, sólo encontré chilenos (militares) y algunos extranjeros elegantes; unos cuantos cholos de amarillo rostro, de mirar de lesos, porque son hombres que no revelan inteligencia, sino flojera y
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holgazanería; todo lo contrario de las cholas, parleras curiosas y hasta alegres, que pueblan las calles y cuyo número anda parejo con el de los chilenos. Estaba ya oscureciéndose el día cuando volví a casa de Lucindo Bysivinger. Este y Florindo salían de comer en esos momentos, y juntos los tres tomamos el camino de Pocollay, no sin echar largos y nutridos fuegos por baterías de vasos de chacolí. Habíamos llevado permiso de seis horas y habíamos demorado como diez. Es decir, nos tomamos la licencia del soldado. 20 de Noviembre de 1880 Sábado. En la orden del cuerpo de hoy, se lee lo siguiente: “Oficial de guardia para mañana don Justo Abel Rosales; sargento José A. Erazo; cabos Juan Filomeno Olave y Miguel Correa, tambor Faustino Campos.” Nada de particular ocurrió hoy. El rancho fue mejorado con motivo de haberse dado una partida de cinco bueyes para la manutención del Batallón. Uno de ellos se hizo matar y la tropa comió carne buena y fresca. 21 de Noviembre de 1880 Domingo. Entré de guardia en la Prevención como a las 10 A.M., y me recibí de siete números de guardia, dos cabos y un sargento. El cuerpo de guardia está situado a pampa rasa, pared por medio con la casa que habito. Los soldados han construido una ramada techada con ramas de todo árbol que pillan a mano. Las armas empleadas son diez rifles Beaumont, únicos traídos de Antofagasta y que ahora tienen como medio dedo de moho. El Domingo aquí paso como cualquier otro día. La tropa continúa en descanso, sin más trabajo que comer y dormir. Solo los empleados en el rancho son los que sudan y se afanan al lado de sus grandes fondos hirvientes unos, y otros cortando la carne o pelando las papas, mientras que diez o doce se ocupan, por turno de Compañías, en recoger la leña por los potreros vecinos. En cuanto a lo demás del servicio de ordenanza, continúa como en los días anteriores. La diana a las 6 A.M.; la asamblea a las 10, la llamada a las 3 P.M., y la retreta, a la hora que se entra el sol (hora que no me acuerdo en este momento). La primera orden escrita que se dio en el cuerpo fue el día 17, en que entraba de guardia el subteniente Luque. Hoy se dio orden de alistar el Batallón para ir mañana a Tacna, a recibir armamento a las 7 A.M. 22 de Noviembre de 1880 Lunes. El día de hoy es memorable para este Batallón, por estas dos razones: 1º, por ser el primer aniversario de la creación del cuerpo (Decreto Supremo de 22 de Noviembre de 1879); y 2º, por haber recibido hoy día el nuevo armamento Grass, conque entraremos en pelea, si nos toca suerte. Pasé la noche mitad en vela, mitad durmiendo, sin ocurrencia digna de nota. A las 7 A.M. se puso en marcha el Batallón, en dirección de Tacna, y era mandado por el ayudante Narvaez. En las cuadras quedó nada más que la gente indispensable para el cuidado de ellas, y en la guardia quedé yo con el sargento, un cabo y un soldado. Todos los demás fueron a recibir armas. En la Maestranza o Parque de Artillería, estaban los rifles listos para entregarse, de modo que no hubo más que contarlos, entregarlos y desandar lo andado. A las 11 ½ estuvo de vuelta en este campamento de Pocollay. Hermoso encontré al Batallón cuando se avistó a tres cuadras de mi guardia. Parecía que era un bosque de bayonetas el que se me venía acercando. Después de tantos días a que el cuerpo andaba desarmado, grata impresión me causó ahora verlo bien armado y marchando bien, como siempre. Solo ahora parece que tenemos un Batallón. El viaje a Tacna del Batallón y entrega de armas, fue motivado por la siguiente nota dirigida al comandante del cuerpo, y dice: “Estado Mayor. 3º División. Nº58. Tacna, Noviembre 21 de 1880. El señor general, jefe del Estado Mayor General, con fecha de hoy, me dice lo que sigue: “Sírvase Ud. disponer que el primer Batallón del Regimiento “Aconcagua”, pase mañana a primera hora, al parque de esta plaza, a recibir el armamento que le está destinado.” Lo transcribo a Ud. para su conocimiento y exacto cumplimiento. Dios guarde a Ud. J. E. Gorostiaga.”
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La ventaja del rifle Grass se conoce a primera vista. Arma nueva, liviana, empavonado, largo alcance, 1.800 metros, y otras buenas cualidades más. Los soldados están muy contentos, lo mismo que yo y todos. Entregué la guardia a las 12 ½ (la guardia más larga que me ha tocado en este año), al teniente Mascayano. Hoy, antes de la llamada, se nos hizo reunir a todos los oficiales en la pieza del comandante del cuerpo, el cual nos presentó al coronel don Martiniano Urriola, jefe de la 1º Brigada a que nuestro Batallón pertenece, diciéndole: - Señor coronel, tengo el gusto de presentar a Ud. a la oficialidad del “Aconcagua”. Y agregó, más o menos: - Y creo que estos señores sabrán portarse bien, como hasta aquí, cumpliendo con sus deberes, etc. El coronel agradeció al comandante la deferencia usada con él, presentándole a la oficialidad. - Espero – dijo – que este Batallón sabrá ser digno sucesor del antiguo Nº1, que se paseó triunfante por la capital peruana el año 38 y 39. Y enseguida nos dijo, que no nos descuidásemos por estas tierras, en que había visto morir traidoramente a muchos oficiales, las más veces por culpa de ellos mismos, porque se excedían demasiado en la bebida, quedaban tirados en la calle o campo y después de esto, venía el salteo y el asesinato. Ningún oficial habló una palabra, como yo lo esperaba; ni yo menos, porque era el menos antiguo, y por eso, el menos autorizado para hablar en este caso. La oficialidad que cuenta hoy el Batallón, es la siguiente: Rafael Díaz Muñoz Comandante, teniente coronel Juan Pablo Bustamante Sargento mayor, 2º comandante Manuel Jesús Narvaez Capitán ayudante 1º Augusto Nordenflicht Capitán ayudante 2º José Agustín Campos Capitán de la 1º Juan Agustín Torres Capitán de la 4º Rómulo Castro Capitán de la 3º Amador Ramírez Capitán de la 6º Abraham Ahumada Capitán de la 2º Luis Ricci Capitán de la 5º Alejandro Mascayano Teniente de la 1º Miguel Emilio Letelier Teniente de la 4º Juan Ramón Oliva Teniente de la 5º Flavio Luna Teniente de la 2º Cristóbal González Teniente de la 6º Alberto Herrera Teniente de la 3º Francisco Javier Vargas Subteniente agregado José Domingo Domínguez Subteniente de la 1º Paulino Narvaez Subteniente agregado Federico Otto Herbage Subteniente de la 6º Alberto Alamos Palacios Subteniente de la 3º Alberto Bruce Subteniente de la 4º Francisco Javier Luque Subteniente de la 5º David 2º Izquierdo Subteniente de la 4º Belisario del Canto Subteniente de la 2º Florindo Bysivinger Subteniente de la 2º Justo Abel Rosales Subteniente de la 3º Dionisio Arancibia Subteniente de la 6º Tal es la oficialidad del “Aconcagua” Nº1 en esta fecha. Los nombres los he colocado en el mismo orden de antigüedad que están en el Rol. He aquí los sargentos 1º que hay también actualmente, puestos de la misma manera por el orden de antigüedad: Arturo Contador Sargento 1º de la 3º Ramón Cavieres Sargento 1º de la 6º
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Luis Alejandro Ramírez Abdón Montalba Lucas Echeñique Cárlos Castaño
Sargento 1º de la 4º Sargento 1º de la 2º Sargento 1º de la 5º Sargento 1º de la 1º
23 de Noviembre de 1880 Martes. Este día nos fue adverso desde el principio, hasta el último minuto. Serían las 8 A.M., más o menos, cuando en la vecina guardia de Prevención oímos gritos de: - ¡Cabo de guardia! ¡El general! ¡El general! Salimos varios oficiales a asomarnos por curiosidad y vimos que en efecto venía el general Baquedano, de Tacna. Mientras tanto, el oficial de guardia, teniente Mascayano, no parecía. Después de muchos gritos salió de la casa de enfrente el teniente, medio atolondrado con la bulla que se formó, atinando apenas a formar la guardia. Como desde media cuadra, el general hizo señas con su kepí al oficial de guardia, para que calle el tambor, que conforme a Ordenanza, batía marcha. Mascayano no vio o se turbó; lo cierto, es que al enfrentar el general a la guardia, tuvo que decirle: - Que calle el tambor – agregando – Este oficial no sabe todavía sus deberes. Palabras que todos las oyeron. Apenas pasó el general, el comandante del cuerpo ordenó se relevara inmediatamente a Mascayano y se le pusiera preso, con centinela de vista, y así se hizo; pero creo que no le pusieron centinela. Con tan desagradable ocurrencia, el comandante se puso furioso, y así lo encontramos más tarde, cuando fuimos casi todos los oficiales a saludar al mayor Bustamante, que llegó de Arica en este día. Cuando entramos a la pieza en que estaban ambos jefes, el comandante nos dio una mirada por demás colérica; medio se levantó de la cama en que estaba recostado y no nos contestó el saludo. El mayor dijo bromeando: - ¡Que buenos mozos están todos! ¡Que gordos y que contentos!. Solo el comandante está feo, de no mirarlo, con esa cara trasnochada y esos ojos colorados. El comandante se levantó entonces, diciendo: - ¡Cómo no he de estar de otra laya, con la incomodidad que me ha hecho sufrir lo sucedido esta mañana!. Estamos en mal pié aquí, desde que llegamos a Tacna, donde pasaron todos los oficiales por delante del general en jefe, sin saludarlo como era de deber. Solo lo miran como una curiosidad, lo mismo que si hubieran sido llamas. Les faltó solo que se hubieran puesto campanillas en el pescuezo. Y se paseaba agitado y furioso. El mayor trató de apaciguarlo, y solo después de algún rato de furiosos paseos, pareció calmarse la tempestad. Nosotros, sin hablar palabra, nos retiramos, porque habíamos comprendido justicia en sus quejas y porque la cabeza del comandante no estaba muy sólida; había bebido líquido. Fue verdad que ninguno oficial saludó al general; pero fue porque unos no lo vieron y otros que lo vieron, no lo conocieron, como me sucedió a mí. El general llamó al comandante y le hizo cargos sobre esa falta. El comandante, después de no sé qué disculpa, concluyó diciéndole: - General, si mis oficiales no han sabido saludar, sabrán pelear y morir como bravos. En cuanto a lo del líquido, consignaré aquí, a propósito de esta palabra, un incidente ocurrido a bordo del Chile, el día de nuestra llegada a Iquique. Estaban muchos oficiales en el comedor y otros iban llegando (se aproximaba la hora del almuerzo), cuando entró un teniente de Artillería echando pestes contra nuestro comandante, tratándolo de roto indecente, borracho, y otros calificativos más o menos como estos. El capitán Ricci le contestó como merecía, y se acabó el incidente. En la mañana de este día, inmediatamente después de diana, salieron las 6 Compañías ha hacer ejercicio de armas en la pequeña pampita situada al Norte del Cuartel. Como empezase a caer una garúa (llamada aquí camanchaca) bastante molesta, fueron retirados a sus cuadras. Este fue el primer ensayo de la serie de ejercicios que se ejecutarán diariamente como antes. En la tarde, después de la lista de llamada, el Batallón salió a hacer el primer ejercicio de evoluciones en tierra peruana y con armamento nuevo, el Grass. Se eligió la plazuela vecina en que está acampado el Regimiento “Esmeralda”. Grandes grupos de soldados de distintos cuerpos se juntaron para presenciar nuestros trabajos, que estuvieron buenos.
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Estando en estos trabajos, vimos llegar al general en jefe a caballo, acompañado de los mismos ayudantes con que había pasado en la mañana. Se situó en una de las esquinas de la plazuela y desde ahí nos observó a su gusto. Apenas se avistó, el mayor Bustamante, que mandaba el Batallón, hizo formar a este en orden de batalla, a una cuadra de distancia, y enseguida le hizo los honores de Ordenanza, colocándose frente al centro del Batallón con sus ayudantes y batiendo marcha el tambor, a que se siguió inmediatamente la banda. A una señal del general, los honores estaban terminados y a otra siguiente, otorgaba el permiso del caso para continuar trabajando. El mayor mandó un cambio de frente a vanguardia y enseguida hizo desfilar el Batallón en columna de honor por delante del general, todo lo cual salió bien echo. Se dice que el general quedó complacido de nuestros trabajos y que así se lo hizo manifestar al mayor, el cual volvió al Cuartel contentísimo, diciendo al capitán Castro, ayudante: - Aquí hemos enmendado todo lo malo. Cada vez que yo salgo a trabajar con el Batallón, he de recibir felicitaciones. Al saber yo estas palabras del mayor, me llené de gusto. Yo había encargado a los soldados que podían oírme, que eran los de mi antigua 2º Compañía, un buen desempeño, diciéndoles: - Mucho cuidado con trabajar mal y en andar con torpezas, porque nos está mirando un toro muy bravo. En la orden general de hoy se dispone que: “Desde mañana, el destacamento de guardia de la Cruz de Piedra será cubierto por fuerza del Batallón “Aconcagua”, alternándose con el Batallón “Caupolicán”, que actualmente la cubre.” 24 de Noviembre de 1880 Miércoles. En la mañana hubo ejercicio de armas por Batallón, mandado por el mayor, al frente de nuestra cuadra. Se trató uniformar los movimientos en el manejo de arma mandado con corneta. Habiéndose retirado el mayor, quedó a cargo de la instrucción el capitán Campos, por estar enfermo el ayudante Narvaez. En la tarde hubo ejercicio de evoluciones al toque de corneta, mandado por el capitán Campos. 25 de Noviembre de 1880 Jueves. Hubo ejercicios en la mañana y tarde, lo mismo que ayer. El proveedor me dio estos datos sobre la manutención del Ejército y Armada. El Gobierno recibe cada ocho días 250 bueyes y da por cada uno de ellos 100 pesos. Un señor Miranda de La Serena, es el que tiene esta contrata, y por ella es obligado a poner los animales en cualquier punto que le indique el Gobierno. Miranda corre con manutención y transporte, y se gana en cada entrega unos 1.500 pesos. El Gobierno es obligado a venderle el cuero de cada animal que se mate, a razón de siete pesos y medio cada uno. Esos mismos cueros vuelven al Norte convertidos en zapatos o correas. De modo que el Gobierno gasta semanalmente 25.000 pesos en bueyes y recibe 187 pesos 50 centavos por sus cueros en el mismo tiempo. Como a mediodía sentimos repiques de campanas y algunos voladores, disparados al parecer en Tacna; presumimos algún triunfo. En efecto, en la orden general de hoy se lee la importante noticia siguiente: “El 19 del presente, aniversario de la Batalla de San Francisco, la 1º División del Ejército de Operaciones, desembarcó sin encontrar resistencia en la Caleta de Paracas, situada a pocas millas de Pisco. Una fuerza de Caballería compuesta de 100 hombres, aproximadamente, que se divisó a la distancia, fue dispersada por unos cuantos disparos de la Chacabuco. Día 20. La División tomó posesión de Pisco y el 21 debía apoderarse de Ica y quedar dueña de todo el Departamento. La pequeña fuerza que guarnecía esos lugares compuesta de 200 Gendarmes y otros tantos milicianos y los dichos 100 hombres de Caballería, se ha disuelto o huido al Norte. Dicen que es improbable que el Dictador peruano desprenda una parte de su Ejército para atacar la División chilena. Si ese caso llegara, el general en jefe abriga la convicción de que la 1º División sabrá dar a las armas de la República un día más de triunfos y de gloria.” En la tarde, vino a Tacna, Lucindo Bysivinger, a despedirse de su hermano Florindo. Dimos cordial despedida al inteligente teniente del “Buín”, que mañana parte con la 2º División al Norte. 26 de Noviembre de 1880
169 Viernes. A la diana oímos salir al primer Batallón del Regimiento “Esmeralda” en dirección a Tacna, y como a las 11 A.M. siguió el mismo rumbo el 2º Batallón. Magnífico Regimiento es este. Cuándo los cholos limeños vean tan bien equipados a nuestros Batallones, ¿dirán todavía que somos rotos? En la mañana y tarde hubo ejercicios como en los días anteriores, mandado el Batallón por el capitán Campos. Ayer aparecieron dos bueyes que habían sido robados el Miércoles pasado, y que fueron encontrados merced a las diligencias del sargento Domingo Salinas, de la 2º. Hoy visitamos el campamento que ocupaba el Regimiento “Esmeralda” y que se compone de una calle de este lugar de Pocollay, que tiene unas 30 piezas y casas. Todas ellas quedaron llenas de trajes usados, caramañolas, correas de todos tamaños y clases, morrales, efectos de cocina, camas, etc. Jamás había visto yo un desparramo más grande de tan distintas cosas. Muchas especies sacaron los soldados y aún oficiales de nuestro Batallón. Yo encontré un pequeño mostrador y una silleta, que hice llevar y los coloqué como escritorio, sustituyendo con esto mi escritorio de adobes y asiento que tenía. Bysivinger me dio un catre de tijeras que le mandó su hermano Lucindo, y en él establecí mi cama. Largos meses hacía a que no dormía en catre, y no me figuraba que aquí en campaña hubiera tenido yo tantas comodidades. Porque fuera de esto, el alimento es abundante y bueno y la carne asada se come a cada rato. En la excursión que hice al campamento del “Esmeralda”, encontré un monumento levantado por los peruanos en el centro de una plazuela bien empedrada, que en sus tiempos sería bonita. Hoy, aquí, todo es ruinas y solo tres viviendas de particulares quedan, las cuales ostentan en sus frontis una pequeña banderola chilena, para demostrar sumisión al vencedor, pues pertenecen a peruanos. Dicho monumento consiste en una columna de piedra, que se levanta de una base cuadrada, como de un metro de alto. Todo el monumento tendrá cinco metros, o menos, de altura. Tiene esta figura: (Inserto del dibujo del monumento mencionado en el original) En el lado Norte se lee: “Patria y libertad”, y con lápiz más arriba: “Regimiento “Esmeralda”, Mayo 26 de 1880”, que algún soldado escribió. En el lado Oriente: “Los tacneños a la memoria del primer caudillo de la emancipación peruana en el presente siglo”. En el lado Sur: “Se levanta este monumento con erogación del pueblo y los Consejos Municipales. Febrero 21 de 1879”. En el lado Poniente: “30 de Junio de 1811. Don Francisco Antonio de Iclayarizaga a la cabeza del pueblo, da el grito de Independencia.” En la primera grada de la base se lee, en sus cuatro costados los nombres de Carlos Coello, Manuel Ibañez, Luis Bustamante y otro, que parece fueron los que encabezaron las erogaciones o los promotores del proyecto. En medio de las ruinas de este pueblecito digno de mejor suerte, este obelisco es lo único que se conserva en buen pie. Hoy se ha marchado a Arica la 2º División, si no toda, por lo menos la mayor parte de los cuerpos que la forman. Me junté con el teniente Letelier y salimos a dar un corto paseo por las arboledas vecinas a nuestro campamento. Por todas partes el silencio, la soledad y el abandono. Los soldados son los únicos dueños de estos cercados, antes ricos y fértiles. Cuando volvíamos, encontramos a un paisano que regaba un sitio, cerrando una compuerta de la acequia y abriendo otra. Lo llamé para hacerle preguntas sobre diversos asuntos. Nos sentamos los tres en unas piedras al lado de la acequia, que rebosaba de agua amarilla. Entablamos una conversación que bien duraría una hora. Nos dijo que el río de Tacna, de donde sale la acequia nombrada, nace del Nevado, cerro de la Cordillera, que desde aquí se divisa, y que con sus aguas se riegan todos los campos vecinos a Tacna, por medio de turnos que duran muy pocos minutos, calculados por el juez de aguas que hay. Ahora casi nadie riega, porque son ahora vivientes de las sierras todos los habitantes de estos lugares, que han huido con familias y todo de miedo a la guerra. - ¿Y Ud. – le dije – porqué no anda con rifle en mano para defender su Patria como los demás? - Por qué yo soy arriero, pues, señor; y boliviano, y no me importa nada que gobierne aquí el que quiera. Nosotros los serranos, vivimos como animales, solo del trabajo, pues, señor.
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¿Dónde estaba Ud. cuando la Batalla de Tacna? Estaba trabajando en las sierras, señor. ¿Y qué es lo que trabajan en las sierras? Minas de plata y cobre. Yo cargo metales en mis burros y los traigo a Tacna, en dos jornadas, para entregárselos a los gringos. - ¿Cuánto le pagan por carga? - Siete reales, señor. - ¿Cuántos burros tiene Ud.? - Tengo ahora 32 burros, señor, que los llevo a la sierra cargados con mercaderías para los mineros. - ¿Qué hace con la plata que le producen sus burros? - Compro otros más, y generito para vestirme. - ¿Cuánto le cuesta ese poncho? - Lo compré en Oruro, en siete pesos y medio, y es todo de lana vicuña. - ¿Y ese sombrero grasiento, cuanto vale? - Lo compré en La Paz, en 3 pesos. - ¿Porqué Uds. usan sólo sombreros de paño? - Porque duran más, pues, señor. Este me dura ya tres años. - ¿Cuánto tiempo se llevan en Tacna los que vienen de las sierras, y en qué se ocupan? - Un mes, más o menos, nos llevamos aquí componiendo los aparejos. Yo llegué hace cuatro días. - ¿Qué distancia habrá de aquí a Arequipa, donde se dice que hay una parte del Ejército peruano? - Está muy lejos, señor y hay 32 jornadas. - ¿Cómo cuentan Uds. una jornada? - Todos los días nos levantamos a las dos o tres de la mañana, cargamos los burritos y andamos a lomo de bestia hasta las dos de la tarde. A esa hora, paramos y descansamos todos hasta la mañana siguiente, y así todos los días. - ¿Cuánto andan Uds. en una jornada? - De quince a dieciséis leguas, señor. - ¿Y Ud. es cristiano? - Como no, pues, señor. - ¿Sabe Ud. donde está Dios? - Está allá arriba, pues, en el cielo - y levantaba la mano señalándolo. - Y cuando está nublado el cielo, ¿dónde queda Dios? - Más arribita del nublado, pues. - ¿Se casan Uds. en las sierras? - También se casan, señor, los que tienen ganas. - ¿Cuánto pagan por casarse y bautizarse? - Se pagan diez pesos por un casamiento y dos por un bautismo. - ¿Hay algún cura por allá y como anda vestido? - No hay cura, señor, es un sacerdote, vestido de negro desde el gaznate hasta los pies. - ¿Cómo se llaman los que buscan niñas para casarse? - Se llaman enamorados, señor. - ¿Le gustan las niñas a Ud.? - No señor; para qué quiero eso, pues. Muy divertida nos fue esta conversación con el indio boliviano. 27 de Noviembre de 1880 Sábado. Hoy hace un año cabal desde que salí de Santiago, para San Felipe, enrolado en este Batallón. En un año apenas hemos llegado a Tacna. Pero llegando alguna vez a Lima, nos daremos por bien pagados. Me tocó por turno, ir a Tacna, a copiar la orden general. A las 11 A.M. me puse en marcha, a pie, porqué caballos no se encuentran. Aunque el viaje es molesto, la idea de dar un segundo paseo por Tacna, me halagaba. En media hora estuve en la ciudad, que cada vez me parece más bonita. Visité la Estación del ferrocarril a Arica, que no la vi bien cuando llegamos. Es grande y cómoda. Las grandes máquinas que funcionaban y el movimiento que había entre empleados y paisanos,
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me hizo acordar de Valparaíso. Inmediatas a la Estación están las colinas en que se dio la gran batalla. En las faldas de ellos se leen varios letreros hechos por los soldados de distintos Batallones. Unos dicen “Valparaíso”, otros “Navales”, etc. Desde la distancia, esos letreros inmensos por el terreno que ocupan, producen muy buen efecto. De la Estación sale al Norte una bonita, pero corta alameda, en la cual está la Iglesia del Espíritu Santo, levantada con erogaciones del pueblo y de la tropa, siendo Prefecto de la ciudad don Mariano I. Prado. Así lo dice una inscripción colocada en el frontis de ella. Ahora está convertida en Hospital de Sangre. Después de andar unas dos horas, me fui a casa del capitán Pardo, amigo desde hace algunos días, y ahí me encontré con Arancibia. Ambos dormimos buena siesta, después de lo cual salimos a practicar las diligencias a que habíamos ido. Arancibia sacó cuatro bueyes del lugar de provisiones del Ejército, y con esta son tres las partidas de bueyes que se han traído. La sacada de estos animales del gran corral en que se les tiene, cerca de la Estación, es una fiesta, cuando toca sacar algún toro bravo o buey soberbio. Presencié la sacada de cinco bueyes que hicieron varios “navales”. Uno de esos animales salió tan bravo, que alarmaban las calles por donde pasaban. Cuando yo me volví a este campamento de Pocollay, todavía duraba la fiesta en la Alameda principal. Antes de retirarme de la ciudad, me pinté con el teniente Letelier, que andaba cambiando más de dos mil pesos para el pago de la tropa. Con él anduvimos por varias partes. Esta vez vi varias elegantes señoritas tacneñas, que en hermosura y airoso talle, nada envidiarían a las bellas de Santiago. Me fijé en muchas casas, que son mansiones de lujo. ¡Quién viviera más cerca de Tacna!. Se me antoja que esta ciudad es una Lima en miniatura. Pasé a la casa del coronel Urriola, jefe de la Brigada a que pertenecemos, a copiar la orden. Me encargó dijese a nuestro comandante que mandase traer 500 cartucheras y que poco a poco se fuera aprontando. Algo revelador, pensé yo, es este recado. La orden no contenía nada de notable. Hubo ejercicio en la tarde; en la mañana lo impidió la llovizna. 28 de Noviembre de 1880 Domingo. Hoy se pagó a la tropa su haber del mes de Octubre pasado. Con este motivo las rascas empezaron desde la tarde. Aquí no se paga al Ejército, de modo que el ajuste hecho a la tropa fue una novedad. En la noche, grandes partidas de soldados de distintos cuerpos se paseaban por todas partes alegres y bulliciosos, merced a las larguezas de los “aconcagüinos”. Y tan buen olfato tienen los soldados, que de cinco leguas al interior han venido hoy mismo a saludar a nuestros soldados. A la retreta faltaron más de 30, y estos fueron los que pagaron el pato; porque el gusto que se hizo fue hasta quedar sin chico. Ya van dos Domingos a que no sabemos lo que es misa. 29 de Noviembre de 1880 Lunes. Hoy me tocó entrar de guardia en el campamento dejado por el “Esmeralda”, a tres cuadras de la pieza en que vivo. La guardia se compone de 38 soldados, 2 cabos y 1 sargento. Bysivinger le tocó la guardia de la Cruz de Piedra y Mascayano la Prevención. En todo, hoy entraron de guardia algo más de 70 hombres de tropa. Tengo que cuidar todas las piezas que ocupaba el Regimiento, más de dos cuadras a la redonda. Hoy, por casualidad, ha llegado a mis manos el libro de órdenes de no sé qué cuerpo y buscando alguna orden del general en jefe, que nos corresponda aunque indirectamente, encontré una proclama al Ejército dada el mismo día de nuestra salida de Antofagasta, el 14 del presente. Dice así: “Al Ejército. Las aspiraciones del País y los deseos del Ejército, comienzan a verse realizado. La 1º División se ha puesto en marcha, para abrir la nueva campaña y herir en la cabeza al aleve conspirador contra la paz y prosperidad de Chile. Las otras Divisiones seguirán a la 1º para consumar juntas la grande obra de castigo y de gloria que principió en Antofagasta y debía tener y tendrá término en la capital del Perú. Que alisten sus armas, es la única recomendación que hago a mis compañeros del Ejército.
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Los caminos de Lima y de la victoria son bien conocidos de los soldados chilenos, guiados por ellos será un deber fácil y una alta honra para él. General en Jefe. M. Baquedano.” También leí la orden general del 16 del presente, referente al uso de las cintas decretadas para los que hubiesen peleado en la actual campaña. Casi no hay soldados y oficial que no tenga ahora en su pecho tres o seis cintas, que corresponden a otros tantos hechos de armas. No nos queda más esperanza que conquistar una cinta en Lima. Eso aguardamos. 30 de Noviembre de 1880 Martes. A las 10 A.M. entregué la guardia a F. Bysivinger, que le tocó este turno porque las guardias de la Cruz de Piedra, a donde le había tocado, por dos veces consecutivas, las hizo el “Caupolicán”. La única molestia que se siente en esta guardia, es de día, las pulgas y las moscas, y de noche, las pulgas solamente. Pero estas dos plagas son capaces de hacer disparar al mismo diablo. Ayer se trajo de Tacna un carretón con las 500 cartucheras de que me habló el coronel Urriola el Sábado. Hoy, como a las 11 A.M. fui a Tacna, en compañía de Herbage; éste comisionado para buscar algunos soldados que andaban faltando a lista y yo con permiso del comandante, para ir a comprar un kepí. Nuestro viaje-paseo duró hasta la noche. En Tacna nos juntamos con Vargas y el teniente Letelier, quien me dijo que el 2º “Aconcagua” llegaba hoy de Arica. Todos nos fuimos a un Café y ahí charlamos y bebimos buenas copas una gran parte de la tarde. Después nos dispersamos, y yo me fui a la Estación para ver llegar al “Aconcagua” Nº2. Eran como las 5 P.M. Mucha gente había reunida, especialmente militares. Como se demorase esta llegada, resolví volverme a Pocollay. Cuando iba saliendo de la ciudad ya era casi de noche, y venía solo; pero por fortuna en esa calle, la del comercio, me esperaba Herbage y Vargas y con ellos me vine, después de nuevas despedidas de Tacna. En campaña, las despedidas son siempre con cerveza o vino. Cuando teníamos andado como la mitad del camino, sentimos la bulla de los soldados del “Aconcagua”, que venían detrás de nosotros muchas cuadras, pues se habían desembarcado esta misma tarde. El Nº2 ocupó el campamento que dejó el “Esmeralda”. En Tacna, al pasar por una calle, oí que una voz hablaba fuerte algunas groserías. Cuando tenía andado un cuarto de cuadra, oí de nuevo esas expresiones. Miré para atrás y vi que era un oficial el que así hablaba, esta vez dirigiéndose a mí. En la vereda contraria había varios soldados que le escuchaban sus palabras. Me dio calor y volví hacia la persona que así pretendía mofarme. Llegué hasta la puerta del Café en donde aquel estaba parado. Era un subteniente grande y bien echo, no sé de qué cuerpo, y estaba un poco (o más de poco) alumbrado. - ¿Es posible – le dije – que un oficial trate de burlarse de otro oficial, en la calle y delante de soldados? ¿Dónde queda la decencia, la política y las buenas maneras que en todas partes, a militares y paisanos, distinguen al caballero y al hombre de educación? Este fue el único castigo que infringí a ese oficial. Este se excusó diciéndome que no se había dirigido a mí y que yo estaba equivocado. En vista de esto, no insistí más, y di por terminado el incidente. Todo había sido cuestión de rasca. 1 de Diciembre de 1880 Miércoles. Hoy en la mañana no hubo ejercicio. En los días anteriores sí, tarde y mañana. Después del Café de la mañana, el Nº2 marchose a Tacna a cambiar el armamento Beaumont, que traía por el Grass. Llegó de vuelta al campamento después de las 12 del día. Este Batallón trae más de 600 plazas y creo que completa su dotación de oficiales. La banda es muy pequeña. Tiene unos seis músicos, fuera de tambores. En la orden del cuerpo, de hoy, se dispone que se castigará con 50 palos a todo soldado que se encuentre jugando, y a las clases con pérdida de su jineta.
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Hoy se impartió orden para que el Batallón esté listo y aseado mañana a las 7 A.M., para que le pase revista el coronel Urriola, jefe de la Brigada a que pertenecemos. La orden del cuerpo dispone que ambos Batallones estén a esa hora frente a sus campamentos con sus bandas respectivas. 2 de Diciembre de 1880 Jueves. A las 7 A.M. se tocó tropa. El Batallón formó en la pequeña plazuela que está a la derecha de nuestro campamento, donde esperamos al coronel Urriola, jefe de la Brigada, que debía pasar revista. Pero dieron las 10, y el coronel no apareció. La tropa se retiró a almorzar, después de haber formado pabellones con las armas, que estuvieron ahí todo el día. A las 4 de la tarde salió el Batallón a tomar sus armas, y después de algunos ejercicios, se retiró a las cuadras. Este día fue como de fiesta, pues no hubo más trabajo que esperar almidonados al coronel. La cerveza corrió como agua, para lo cual se formaban sociedades anónimas entre no menos de ocho o diez accionistas. 3 de Diciembre de 1880 Viernes. Anoche sufrí una indigestión o lepidia tremenda, la primera desde que estoy en la carrera militar. A media noche recordé atormentado por un malestar, que no sé definir. Poco después tuve vómitos y diarrea. Pensé en que me moría. Hoy en la mañana, estuve casi bueno. Con motivo de esta enfermedad, no salí al ejercicio de la mañana, porque no fue otra cosa el habido a presencia del coronel Urriola y del comandante de nuestro Batallón. Estos dos jefes llegaron como a las 8 A.M. a la plazoleta, donde los esperaba el cuerpo formado en batalla. Después de haber practicado un ejercicio de armas con corneta, se hicieron algunas evoluciones. En el de armas, solo hubo una equivocación; pero en los demás movimientos no hubo tacha. Al calar bayoneta, se le oyó al coronel Urriola decir: - Bien, muy bien comandante – dirigiéndose al comandante Díaz Muñoz. En las evoluciones lo felicitó igualmente, diciéndole: - No creía que su Batallón estuviera tan adelantado, y aunque no lo tengo como superior a otros cuerpos, no es, sin embargo, inferior a ninguno del Ejército. Por las evoluciones y movimientos que yo vi practicar desde mi pieza habitación, nuestro Batallón parecía un cuerpo veterano. El coronel, dicen que dijo: - Parece que el mayor tiene poco gusto para lucir el Batallón. En efecto, así aconteció, pues mandó pocas evoluciones y de las menos importantes, pudiendo haberse lucido con otras. Al retirarse el coronel, dicen que prometió mandar luego ropa nueva para la tropa. En estos tres últimos días el comandante ha estado de un humor endemoniado. Hoy amaneció como toro de plaza con el mayor, a quien no quería confiarle el mando del cuerpo para la revista del coronel; pero el ayudante Narvaez, a quien se le ordenó tomar el mando, se dio trazas para no hacerlo, por no agraviar al mayor, y quedó este con tal cargo. Pero el principal motivo del enojo del comandante es haber sabido por el mayor Solis, del 2º, que el mayor Bustamante había escrito de Antofagasta una carta al comandante Marchant del 2º, diciéndole más o menos: “He sabido que Ud. va a ser jefe del Regimiento “Aconcagua”, y siendo así, yo estaría muy contento con quedar bajo sus órdenes.” Solis, que pretende quedar como 2º jefe, formó la intriga de presentarlo al comandante Muñoz la tal carta, para que por ésta separase a Bustamante. Por esto las cosas andan mal. El enredo sigue, y hasta aquí ni se forma el Regimiento, ni el alboroto de jefes se acaba. El tal mayor Solis, es el que ha venido al mando del 2º “Aconcagua”. 4 de Diciembre de 1880 Sábado. Continúo algo enfermo. Hoy me recetó el médico un purgante. En la tarde no más salí a ejercicios, que dirigió el capitán Narvaez. Se pidió un apronte de los que tuviesen kepí de brin, sin duda para dar nuevos. Han llegado botas, caramañolas y chaquetas de paño para este Regimiento, venidos de Tacna en varios carretones llegados hoy. El completo del nuevo equipo vendrá no sé cuando. Una vez equipado y con el nuevo armamento que tiene, el Regimiento será de lo mejor. 5 de Diciembre de 1880 Domingo. Se dio orden en la mañana de alistar a los dos Batallones para ir a misa, a la cual fuimos como a las 8. El altar se colocó en la plazuela en que está el Nº2, que fue del “Esmeralda”, y era formado por una mesa y un crucifijo colocado debajo de una ramada en el costado Poniente.
174 Asistieron los Regimientos “Santiago” y “Aconcagua” y el Batallón “Caupolicán”. Por equivocación, este último cuerpo y el “Santiago” se colocaron a nuestra izquierda, debiendo haber quedado colocados a la derecha. La banda del “Santiago”, que la acompañaba un lindo llamo blanco con cintas lacres, tocó muy bien el “Trovador” durante toda la misa. Aunque el personal de ella no es más numeroso que la nuestra, su instrumental es superior. Todos los Batallones, excepto el 2º “Aconcagua”, ejecutaron sus movimientos a la corneta. El Batallón nuestro se equivocó en un punto; pero el 2º, que se dirigía con la caja, salió muy mal. El “Caupolicán” tampoco se equivocó. Ese es un cuerpo al parecer muy bien disciplinado. Pero mi mayor admiración fue ver chambonear mucho al Regimiento “Santiago”, que es de Línea, y el cual no presentó, ni rindió bien las armas, ni aún marchó más que regular. ¿Por qué será eso?. Poca instrucción. Lo ignoro. Es lo cierto, y muy cierto, que nuestro Batallón Nº1 nos llenó de orgullo. Quiera el cielo que el combate nos llene de gloria. Habíamos convenido con Bysivinger buscar caballos para ir a visitar el campo de batalla de Tacna o de la Alianza. Pero aquí son escasos hasta los burros, a pesar de que se ven manadas pasar diariamente. Yo no encontré ningún cuadrúpedo; pero cuando miraba para todas partes viendo a algún oficial con quien conseguir, llamaron a Bysivinger para que entrara de guardia en la Cruz de Piedra, y el viaje se acabó. Y por consecuencia de este movimiento de guardias, fui nombrado para ir a Tacna a copiar la orden general, viaje que aproveché lo mejor que pude. A las 11 ¾ me puse en marcha para esa ciudad, y después de practicar las diligencias concernientes a mi comisión, como ser ir a casa del coronel Urriola y al Correo, me fui a visitar la Iglesia de San Ramón, la principal de Tacna, de la cual salían numerosas mujeres enmantadas. Hacía pocos momentos acababa de terminar la misa de una. Cuando entré, el cura párroco, un señor Sagolo, español, ponía el óleo y crisma, sal y agua a un chicuelo, un cholito. Una media docena de hombres bien vestidos y otras tantas mujeres, formaban el acompañamiento. Yo me acerqué una vara y me puse a mirar al recién entrado al seno de la Iglesia Católica (a pesar de que a esta de San Ramón, no le vi ningún seno). Era un niño vivo y hasta alegre, un peruano por sus cuatro costados, que con el tiempo será un buen defensor de la Patria, bravo y valiente como son todos los hijos de esta cálida tierra. Esta Iglesia es de tres naves, que la dividen dos órdenes de 6 columnas por cada lado. Está pintada de blanco y azul toda entera, en su interior. En la nave de la izquierda hay tres altares, cuatro en la de la derecha, y uno, el principal, en la central. Todos los altares tienen grandes santos de bultos, todos con caras propias para producir miedo o meter cucos. Sin embargo, en el altar de la nave de la derecha, situado en el fondo de ella, hay dos santos que me llamaron la atención. Están en una urna enorme, y han querido representar la bajada de Jesucristo de la Cruz, porque se le ve medio tendido en los brazos de una señorita. Aquel parece realmente un hombre muerto y cubierto de heridas; la Virgen, representada por una niña de 25 años, a lo sumo, está vestida de verde, un poco descotada, muy peinada, y cubriendo la parte posterior de la cabeza un velo blanco de gasa, que le deja descubierta su cara triangular. Ambos son de cuerpo entero. Esta Iglesia tiene tres ventanas en la nave central y cinco hermosas claraboyas en cada una de las naves laterales. Fue construida en 1864. Después de un largo descanso que me di en un Café, fui a visitar el Cementerio, situado al pié de las colinas vecinas a la Estación del ferrocarril. En el medio de una gran pampa toda cubierta de botellas quebradas, tarros de parafina rotos, trajes militares hechos pedazos, etc., se levanta el Cementerio de Tacna, de feísima vista a la distancia y de pobre aspecto, como un panteón de campo, en realidad. No menos de tres cuadras de pampa, saliendo por cualesquiera de las calles, hay que andar para llegar a él. Es cuadrado, siendo de reja el frente a la ciudad y de muralla los otros tres costados, en que están numerosos nichos colocados como los cajones de un escritorio. (Inserto de un croquis de la vista del frente del Cementerio en el original) No hay más de tres tumbas que apenas merecen recordarse. Todo el terreno está sembrado de gran multitud de cruces, formadas con fierros que tienen la forma de barrotes de ventana. Estas son las sepulturas de los pobres. Las de los nichos, que son numeradas, son bien arregladas, y cada una ostenta en su portezuela de vidrio el nombre del finado. Lo único que me llamó la atención fue el sepulcro del fundador de Pocollay, el lugar en que actualmente estoy. Tiene esta forma y la siguiente inscripción.
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(Inserto de un croquis del sepulcro en el Cementerio en el original) “Aquí yacen los restos del que fue Manuel Flores, fundador del nuevo pueblo de Pocollay, su Capilla y Escuelas. Nació el 25 de Diciembre de 1805. Falleció el 19 de Mayo de 1878.” En uno de los nichos leí: “Aquí yacen los restos del que fue director general de las bandas de Bolivia, Mauricio Mancilla, que falleció a la edad de 33 años. Tacna 1º de Julio de 1879.” En otra: “José Rosa Aro, padre de una numerosa familia, falleció el 8 de Agosto de 1861. + Hijos, no pido llanto ni amargura, Si no tierna plegaria, Divina emanación del alma pura Al dintel de mi alma solitaria; Que Dios escucha la oración sublime Y del infierno al pecador redime.” Del Cementerio me fui a casa del coronel Urriola a copiar la orden general, que nada encontré digno de mencionarse. Cuando me venía al campamento, venía saliendo de la ciudad el Regimiento “Valparaíso”, que acababa de llegar de Arica. Se alojó a continuación del 2º “Aconcagua”. 6 de Diciembre de 1880 Lunes. Tomé un purgante recetado por el médico del Regimiento, lo que me impidió entrar de guardia en la Prevención, como estaba dispuesto por la orden del cuerpo de ayer. En mi lugar entró el teniente Mascayano. En la orden general de hoy se comunica la importante nota y adición siguiente: “S. E. el Presidente de la República, en 19 del presente, ha decretado lo que sigue: He acordado y Decreto: Organízase un Regimiento Cívico Movilizado de los Batallones de igual clase Nº1 y 2 de “Aconcagua”, y que llevará el nombre de la misma provincia. El Regimiento constará de 2 Batallones de 4 Compañías cada uno. La Plana Mayor se compondrá de un jefe de la clase de coronel o teniente coronel, de un 2º jefe de teniente coronel y de 3º del empleo de sargento mayor; 2 capitanes ayudantes; un subteniente abanderado, un sargento 2º, un 1º y 10 tambores o cornetas. La 1º y 2º Compañía de cada Batallón constarán de un capitán, un teniente, 2 subtenientes, 1 sargento 1º, 6 ídem 2º, 6 cabos 1º, 6 ídem 2º y 130 soldados. La 3º y 4º Compañías tendrán igual dotación de oficiales y clases que las anteriores y solo 129 soldados. Nómbrase comandante del mencionado Regimiento, al teniente coronel don Rafael Díaz Muñoz, a quien se extenderá el título respectivo. La Inspección General del ramo dará las órdenes del caso para el cumplimiento del presente Decreto. Tómese razón y comuníquese. Lo transcribo a Ud. para los fines a que haya lugar. Dios guarde a Ud. M. Aurelio Arriagada. Adición Para dar cumplimiento al Supremo Decreto que antecede, quedan disueltas las dos Compañías de la izquierda de ambos Batallones, debiendo la tropa de dichas Compañías pasar a formar parte de las que quedan existentes, y los oficiales y clases que resultaren sobrantes por la nueva organización quedarán agregados a la Plana Mayor ínterin, obtienen colocación efectiva o que el señor general en jefe determine de ellos. Díaz Muñoz.” Gran sensación produjo esta orden aunque era esperada. Por mi parte, quedé siempre formando en la fuerza efectiva del Regimiento, 3º Compañía. Una rectificación hay que hacer a ese oficio, copiado en la orden.
176 El oficio está fechado en “Iquique, Noviembre 3” (y Nº 49), y sin embargo, dice que el 19 del presente, etc. La orden copiada es la misma que está impresa en los cuadernos correspondientes a Noviembre pasado. El tal Decreto de organización de este Regimiento no tiene fecha 19 de Noviembre, sino de 19 de Octubre. Corren rumores de que saldremos para el Norte en esta misma semana. Parece que así será, pues se ha pedido a las Compañías listas de los kepíes de brin que faltan. 7 de Diciembre de 1880 Martes. Se anuncia ser verdad nuestra próxima partida. Hoy se hizo el arreglo del Regimiento, pasando a llenar lo que les faltaba a las Compañías la inmediata siguiente, principiando por la cabeza. La 1º Compañía se completó con gente traída del 2º Batallón. La 2º con la Compañía 3º. De ésta solo 4 quedaron parados en la fila; los demás pasaron a completar la 2º. La 3º, mi Compañía, recibió gente de la 4º y 5º, y la 4º se completó con los que quedaban. Los oficiales sobrantes de la 5º y 6º, pasaron agregados a las Compañías del mismo Batallón 1º. A la mía, se agregó el capitán Ricci y el teniente Oliva. Igual arreglo se hizo en el 2º Batallón. 8 de Diciembre de 1880 Miércoles. A las 8 A.M. hubo misa como el Domingo último, con asistencia de todos los cuerpos existentes en este campamento. Tocó la banda de nuestro Regimiento. Este día de fiesta nos pilló de sorpresa. Se ha dado hoy chaquetas y kepíes de paño a la tropa de ambos Batallones y ahora, en la noche (escribo como a las 11), están repartiendo caramañolas, botas y varias otras cosas. La partida se acerca, y será la última. Lima o la muerte será el grito de guerra muy en breve. La orden general dada ayer es bastante importante. Solo hoy, no más, he podido obtenerla. La parte que más nos interesa dice así: “El señor general en jefe, con esta fecha, ha dispuesto que los cuerpos que a continuación se expresan, formen parte de las Divisiones de la manera siguiente: Batallón “Melipilla”, 1º Brigada 1º División. Batallón “Quillota”, 2º Brigada 1º División. Batallón “Victoria”, 2º Brigada 2º División. Regimiento “Valparaíso”, 1º Brigada 3º División. Regimiento “Concepción”, 2º Brigada 3º División. Los señores jefes de División dispondrán estén listas para marchar tan pronto como el general en jefe lo ordene, debiendo entregar al Parque, el armamento y correaje sobrante, bajo relación detallada y a la Intendencia del Ejército el vestuario y equipo sobrantes, también por relación, exigiendo de ambos el recibo correspondiente. Pasarán mañana a este Estado Mayor General una relación de los enfermos que existen en los Hospitales, Ambulancias o campamentos, que no puedan marchar, y de los que tengan en las cuadras en las mismas condiciones, se pondrán a disposición de este Estado Mayor General, para designarles el lugar donde deban quedar. Visto lo dispuesto en la orden general de hoy, respecto a su incorporación a la 3º División de los Regimientos “Valparaíso” y “Concepción”, los jefes de las respectivas Brigadas pasarán mañana a las 10 A.M. un estado diario de la fuerza en estado de marchar dentro de tercero día, en el cual queden incluidos los expresados cuerpos, expresando en relación separada las faltas que estos tengan en su armamento, vestuario y equipo. Los jefes de las Brigadas pasarán mañana a la hora de orden una relación del depósito que tengan que hacer de sus respectivos cuerpos, ya sea en el Parque o en la Intendencia General, del sobrante a que se refiere la orden de hoy. A la misma hora que la fijada para el estado diario, pasarán igualmente los jefes respectivos la relación de enfermos y demás individuos que por otras causas, determinándolas, no puedan considerarse disponibles para la marcha.” En previsión de esta orden, el jefe de nuestra Brigada pidió la relación de los enfermos e inútiles existentes en este Regimiento. 57 fueron los enfermos que se presentaron, siendo 16 los que estaban imposibilitados para marchar, según el examen hecho de ellos por el médico respectivo. En la misma orden anterior, se da de alta, como oficial del Batallón “Melipilla”, al sargento 1º de mi Compañía 3º, Arturo Contador, de Santiago, y cuyo ascenso lo he aplaudido.
177 Hoy llegó del interior, de Calana o Pachía, el Batallón “Melipilla”, que marcha también al Norte a incorporarse a su División. La banda que trae, tiene 4 músicos. Hoy se ha asegurado que el Ejército que atacará a Lima, consta no más de 25.000 hombres; pero con poca Caballería. Los “Granaderos” dicen que solo son 4.000. Malo está esto. 9 de Diciembre de 1880 Jueves. Siguen los aprestos del viaje. Anoche, hasta muy tarde, hubo gran trabajo en la Comandancia del cuerpo. Ayer impuse una mesada a beneficio de mi madre. Ayer empecé a terminar el arreglo de estos apuntes, los cuales empaqueté y envié al correo. Si llegan a su destino, gracias daré a Dios; pues me han demandado mucha paciencia. Si no llegan, daré gracias al Diablo. Y no quedándome más tiempo, terminan aquí estos apuntes, para continuarlos en Lima. Dios sea con nosotros y adelante. Anoche, día de la Purísima, me puse un escapulario del Carmen, mandado por mi tía Mercedes. Al Norte no nos permiten llevar más que la ropa puesta. ¡Viva la guerra! (Se inserta un croquis de Arica tomado del Morro en el original) 10 de Diciembre de 1880 Viernes. (sin anotaciones). 11 de Diciembre de 1880 Sábado. (sin anotaciones). 12 de Diciembre de 1880 Domingo. A bordo de la fragata “Lota” en Arica. La semana que acaba de terminar ha sido de grandes trabajos preparatorios de nuestra marcha a éste puerto, desde Pocollay. Después de la orden general copiada en el cuaderno anterior, se dieron las órdenes necesarias para llevar a cabo este viaje, contando con la disposición del general en jefe. Se dio a la tropa, después de las chaquetas y kepíes de paño, pantalones de diablo fuerte, al primer Batallón. El Jueves 10 se hizo esta repartición de pantalones. Se distribuyó, asimismo, buen número de caramañolas y todo lo demás. Nuestra marcha se había decretado en medio de nuestro regocijo. Todos los días nos ocupábamos en arreglos, ya de nosotros mismos o de la tropa. En estos mismos días, el Miércoles, concluí de empaquetar mis cuadernos de apuntes anteriores a éste, en número de 14; los cuales mandé al Sur por el correo, perdida la esperanza de que mi caja de cuero marchase también al Sur. El Viernes 11 fui a Tacna, con permiso del comandante, a comprar varias cosas que me faltaban. Por vez primera anduve de tienda en tienda, buscando mis necesidades de ropa o utensilios. Pero lo que más me llamó la atención fue lo caro de los precios de peluquería. En una “Peluquería de París”, me cobraron un peso por cortarme el pelo y hacerme la barba, según tarifa. Pero el francés que dueño del establecimiento dicho, para desvanecer la mala impresión recibida por mí al saber tan enormes tarifas, me contó muchas cosas sobre la Batalla de Tacna. El Sábado se anunció que el día siguiente, a la diana, debíamos salir sin falta. Como despedida se ordenó hacer ejercicios de tiro al blanco a todo el Regimiento. Después del café de la mañana, se tocó tropa y ambos Batallones, separadamente se encaminaron al bajo o vega, situada a la derecha del pueblo de Pocollay, y a espaldas de nuestro campamento. Ahí practicamos un ejercicio de evoluciones por separado, y después hubo tiro al blanco. Esta era la vez primera que se practicaba tal ejercicio en territorio peruano, por nuestro Regimiento. Dos días antes, habían tirado al blanco unos 20 soldados de la 1º del 1º, que se consideraban muy reclutas. Pero esta fue ejercicio general. En la tarde empezó el acarreo de muebles, encomiendas y cajas del cuerpo, para Tacna. Se encargó a Arancibia para el cuidado de todo el equipaje, como para el rancho estaba el subteniente Narvaez. Hasta hoy tarde se trabajó arreglando las listas de revistas. A las 2 A.M. se tocó diana, la primera que se tocaba de noche. A esa hora todo era movimiento y bulla. Por un lado los fondos hirvientes llenos de café o comida, rodeados de soldados que recibían su ración; por otro, los carretones cargando el equipaje, y por todas partes oficiales y soldados revueltos acomodando y acomodándose. Al rayar el alba, se tocó tropa. El primer Batallón (el mío)
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formó en la calle, cargado con mochilas y demás prendas de viaje. Mi ropa blanca, que era compuesta de 5 camisas, 2 camisetas, 3 pares de calzoncillos, etc., la puse dentro de mi mochila y la entregué a mi asistente. Luego se oyó un redoble de tambor, y un minuto después desfilábamos en dirección a Tacna. La banda tocaba en ese instante el lindo paso doble “La Batalla de Tacna”. Los pocos cholos que habitan este lugar se agolparon a las puertas de sus casas a despedirse de nosotros. La vecina que teníamos enfrente me contestó, al decirle yo que nos retirábamos tal vez para siempre de Pocollay. Y que nos íbamos a morir a Lima. - Dios quiera pues que Uds. lleguen allá con buena salud y sin novedad. En otro lugar, esta mujer habría sido fusilada por chilena. Atravesamos toda la Alameda de Tacna, llena esta vez de curiosos. En la Estación nos esperaba una larga línea de carros, en que se embarcó la tropa. Estos carros eran todos descubiertos, como los carretones de policía urbana. En carros cerrados con ventanas y cómodos, se embarcó la oficialidad. La banda quedó en Pocollay con el Nº2, que debía embarcarse en la tarde. En la Estación conocí al sargento Marín, compañero de Necochea. Se ordenó que los oficiales de semana estuvieran con las Compañías. Tocándome este turno, tuve que buscar colocación entre la tropa. Como a las 8 ½ A.M. salió el tren a dos máquinas. Con nosotros se embarcó no acuerdo que otro Batallón, pues estos son tantos y viajan en tal número, que la vía de Tacna a Arica puede decirse que es una línea de soldados. Mucha gente se agrupaba ha ver pasar el convoy. Poco a poco nos fuimos alejando de la hermosa Tacna, a quién, no sé por qué, le tenía un cariño como si hubiera sido mi ciudad natal, cariño que probablemente se irá perdiendo con la distancia, para ser eclipsado por otro mayor, el de Lima. A los cinco minutos de marcha, las torres cuadradas de la Catedral en construcción, se perdieron de vista; las últimas copas de los árboles innumerables que hermosean la ciudad y sus jardines particulares se fueron perdiendo junto con la alta Cruz de la torre de la Iglesia de San Ramón y después nada. Tacna se había perdido de vista, y el tren corría como alma que lleva el diablo, en medio de la algazara y contento de la tropa y de todos. A los 17 kilómetros cabales que habíamos andado, y al dar una cabeceada, pues los arenales y el calor, causan un tedio mezclado con sueño, que uno se siente adormecido de repente, digo, pues que al dar una cabeceada se me calló el kepí al suelo, quedando en cabeza. Y ya van dos kepíes menos perdidos. Llegamos a Arica sin novedad alguna. La bahía estaba llena de vapores y buques de vela. Se divisaban también los dos blindados, Blanco y Cochrane. Desembarcamos del tren y nos embarcamos inmediatamente en varias lanchas, que nos condujeron a esta fragata “Lota”, que lleva el número 12. Todos los buques transportes están numerados. He visto hasta el número 30. Mientras avanzábamos en las lanchas, divisábamos el crecido número de transportes repletos de soldados, que esperan impacientes la hora de partida. Pasamos por los costados de algunos de ellos, del Limarí, por ejemplo, y en todos ellos resonaban las músicas militares y la bulliciosa alegría de la tropa. Por fin llegamos a la Lota, que estaba fondeada entre varios vapores, todos cubiertos de soldados. La Lota es de muy alto borde y esto dificulta mucho mi subida. A pesar del aparente disgusto que se notó en todos, al saberse que nos embarcábamos en un buque de vela; sin embargo, al pisar su cubierta, vimos que la fragata era cómoda y grande. La tropa se acomodó como mejor pudo y los oficiales nos instalamos en la parte de cubierta que hace de comedor, y que por su posición permite divisar y gozar de una magnífica vista para todas partes. Sería la 1 P.M. cuando se terminó el embarque hecho a toda prisa. Durante toda la tarde, oímos bandas de música en casi todos los buques, lo que nos daba bastante envidia, pues contando nosotros con una banda quizás superior a casi todas las que oíamos, el comandante tuvo el mal gusto de dejarla con el 2º Batallón. Se dice que por dar otro disgusto más al mayor Bustamante, con quien están en mala armonía. A las 4 P.M. se anunció que venía tren de Tacna. En efecto, media hora después llegaba una locomotora arrastrando 15 carros cerrados y 13 descubiertos. En este tren venía el 2º Batallón y no sé qué cuerpos más. Hasta cerca de las oraciones, duró el embarque de la tropa. Al pasar las lanchas de “aconcagüinos” por entre los otros buques, se oían estrepitosos vivas lanzados por ambas partes, los de los buques y los recién llegados.
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Por fin, ya se iban a cumplir nuestros ardientes deseos, de formar parte de la Expedición a Lima. Pero antes de terminar los apuntes de este día, apuntaré lo acaecido ayer Sábado en Pocollay. Desde la tarde, había empezado a correr el rumor de que se acercaba una División enemiga, agregando unos que ya estaban a tres días de jornada. Se dijo más, que tal vez nuestro Regimiento no saliera en previsión de un ataque por las desguarnecidas posiciones de Calana, Pachía o Pocollay. Como a las tres P.M. un soldado me grita, diciéndome que en la cumbre del cerro vecino venía un Ejército enemigo. Se divisaba, en efecto, relumbrar bayonetas y una larga polvareda, que bajaba ligero una quebrada del cerro. La alarma cundió como mancha de aceite. Nuestro comandante, en previsión de lo que pudiera suceder, hizo tocar tropa y formó el 1º Batallón fuera del Cuartel, y así, sobre las armas, mientras se practicaban los reconocimientos del caso, estuvo la tropa hasta el oscurecer, hora en que se supo que era el Regimiento “Linares”, que estaba en Calana, el que había andado por el cerro, haciendo ejercicio, y esto fue causa de la polvareda y de la alarma. Esto no fue del todo inútil, pues sirvió para demostrar el espíritu de la tropa y oficiales, todos los cuales no cabríamos de gusto y ansiábamos llegara pronto la hora de que nos ordenara avanzar a paso de carga. Por este motivo, la tropa comió en la noche. 13 de Diciembre de 1880 Lunes. Continuamos en la Lota, y esta sigue anclada en el puerto. Anoche conseguí permiso para ir a tierra a componer mi espada. Hoy nos hemos ocupado en arreglar las listas de revistas de ambos Batallones. La mesa del comedor, descubierta a todos los vientos, es la que nos sirve de escritorio. Como el buque no tiene balance, estamos tan bien como en tierra. Han llegado trenes repletos de gente. Los numerosos buques siguen llenándose, unos con gente, otros con caballos, otros con pasto. Se dice que saldremos mañana para el Norte, aunque se ignora el rumbo fijo y lugar de desembarco. Como a las 12 M llegó la correspondencia de tierra. Recibí cartas de Santiago, de Gómez, lo que me puso de muy buen humor. Es muy agradable recibir noticias de los amigos que tan lejos se encuentran. No habiendo otro en la Compañía 3º que sepa hacer las listas de revistas, yo he tenido que sudar como cuando era sargento 1º, escribiendo o dictando a otros. Hacía tiempo a que yo no pasaba incomodidades tan grandes, como las que he pasado en este día. He presenciado la fuerza para nadar que tienen los caballos. Dos de estos animales se soltaron del vapor Chile, y se volvieron a tierra nadando como si hubieran estado en una poza de agua dulce. Y eso que el vapor estaba por lo menos a 15 cuadras del muelle. 14 de Diciembre de 1880 Martes. Hoy continúo trabajando las listas de revistas y se terminaron. Apenas echo esto, y antes de almorzar, busqué un bote y me fui a tierra. Mi principal objeto del viaje, después del arreglo de mi espada, era visitar el Morro. Hecho aquello, me fue al histórico peñón. Eran las 10 A.M. La subida al cerro, por el lado de la ciudad, es derecha. Tiene dos o tres pequeños caminos, uno de los cuales seguí yo. A la mitad de él, ya iba muy cansado. En caso de un combate, este camino lo habría subido corriendo y sin notar su pendiente. La cumbre tiene de plano horizontal solo unos cuantos metros; lo demás que forma la planicie o cumbre de ésta fortaleza es un plano inclinado al Sur y Norte. En todas direcciones se encuentran trincheras de sacos de arena, y entre los boquetes formados en estas obras de defensa, se ven asomar gruesos cañones dejados por los peruanos. La vista que de aquí se goza es magnífica, como que domina todos los puntos del compás. Mientras miraba el mar, la ciudad, el valle de Azapa y otras partes, oí músicas en la bahía. Me fijé en el buque de donde salían esas notas muy conocidas para mí, puesto que tocaban un paso doble que lo oigo en nuestra banda diariamente, y divisé a la Lota que salía del fondeadero, remolcada por un vapor transporte, el Barnard Castle. Al dar una vuelta para salir afuera, la Lota pasó muy cerca del Morro, y oí perfectamente los estruendosos hurras y vivas lanzados por nuestros soldados, mientras la banda hacía tronar el bombo. Enseguida me puse a escribir dos cartas, una para mi amigo Gómez y otra para mi mamá; cartas que debía echar al correo poco después.
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Por noticias de un soldado, me fui al pié de un pequeño fortín, que tiene un cañón volado con dinamita, y encontré medio enterrado el cadáver de un pobre cholo, muerto defendiendo su Patria. Tenía la cabeza, brazos y pies de fuera; lo demás estaba medio tapado con tierra y piedras. De la cabeza sólo quedaba el pelo de la nuca; nada de cutis. Parecía que este cráneo perteneció a un hombre joven. Sentí compasión por este cholo muerto en la madrugada del 7 de Junio último; le agarré el cráneo y traté de que despertara. El pobre cholo no dijo una palabra. El Morro tiene una casa de corredor que no se ve del mar y que da frente a la ciudad. Parece ser el almacén de provisiones de este gran fuerte. Mirado de arriba, se ven horribles precipicios y paredes de granito que forman el costado que presenta frente al mar. Ni las lagartijas creo que podrán subir por esas murallas que defienden al “Gibraltar del Pacífico” por ese lado. Del mar me fui al Correo a despachar una correspondencia que llevaba, y de ahí a satisfacer mis necesidades del estómago. Cuando estaba en el Correo, sentí un cañonazo tirado por el Blanco, que era la primera señal para empezar a alistarse para la marcha. A ese mismo tiempo los “Navales” salían de su Cuartel en dirección al muelle, para embarcarse. Media hora después estaba yo también en el muelle, listo para irme a bordo. Aquí había un agolpamiento extraordinario de gente, militares y paisanos. Todos pedían botes para irse a bordo; pero los fleteros casi todos estaban comprometidos para llevar o traer a alguien. Yo, en vano ofrecía paga doble por que me llevaran a la Lota; pero era inútil. Y cual no serían mis apuros cuando oí decir que el convoy ya estaba listo y que esta misma tarde iba a salir. Por fortuna llegó el capitán Castro, de abordo, en una embarcación amiga, y esperé para irme con él a la Lota. En 20 minutos nos subíamos por las escalas de esa barca. De aquí divisé a los diversos vapores transportes como arreglaban sus buques de manera que no se estorbaran en la próxima partida. Esta se efectuó como a las 4 P.M., saliendo nuestra barca mar afuera, como dos o más millas del puerto, mientras otros buques practicaban lo mismo. En esta circunstancia se divisó un bote que a todo remo venía en seguimiento nuestro. Era el capitán Ramírez, que era de la 6º Compañía, quien, habiéndose quedado en tierra, por no encontrar embarcación, tuvo que embarcarse en una mala cachucha y remar fuerte. El susto que pasó al ver que nos alejábamos, fue grande. A esa hora se sintió un segundo cañonazo del Blanco. La partida definitiva se acercaba. El puerto ya se había perdido de vista; el Morro se divisaba como un pequeño peñasco nada más; pero la marcha era muy lenta y no había salido todo el convoy. Por fin, como a las 8 P.M., más o menos, se sintió el tercer y último cañonazo. A la luz pálida de una luna envuelta en nubes plomizas, se distinguían muchos vapores remolcando a otros tantos buques de vela, que salían en dirección al Oeste o mar afuera. Por esta vez, ignoraba yo el número de buques que nos acompañaba. La comida hasta aquí, para los oficiales, no pasaba de regular, y más bien mala. El servicio tardío y de mala calidad los alimentos. El capitán, dicen que es un borracho y que muchas veces no sabe ni lo que hace. También hay quien diga que nuestro comandante se ha puesto inaguantable desde que lo nombraron comandante del Regimiento. Y así lo creo yo. Todos vienen contentos; pero yo no tanto, pues he sufrido una pérdida de consideración. He perdido toda mi ropa blanca, nueva y limpia; he perdido mi kepí de paño, nuevo también; perdí otro kepí prestado. Solo falta que pierda la vida en el primer encuentro con el enemigo. Pero también he sabido después que hay muchos otros que se quejan del mismo mal. Y es por esta causa: que habiéndose comisionado al subteniente Arancibia para la conducción del equipaje, agarró un pelado tremendo y no supe ni del bautismo, menos de las cajas ni sacos de viajes que se le habían entregado. El desparramo fue grande. El comandante lo puso hoy preso con centinela de vista; pero mi mochila con ropa quedó bien perdida. Y cuando llegó de tierra una embarcación trayendo varias mochilas mojadas, a cargo de un gringo borracho, y donde probablemente vendría la mía, ese beodo se mandó mudar para otro buque, con esas mochilas, y el comandante, avisado por mí de esto, no hizo caso. ¡Donoso comandante!. Si se le hubiera quedado olvidada una botella de coñac, habría sido capaz de hacer volver el buque. 15 de Diciembre de 1880 Miércoles. Hemos navegado todo el día mar afuera, sin avistar tierra. Hermoso espectáculo presenta el mar cruzado por estos 22 buques tripulados por chilenos, que llevan a Lima su derrota y su castigo. Pero el mareo empezó desde temprano a producir sus efectos. Oficiales y soldados,
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todos, casi sin excepción, hemos sufrido por lo menos descompostura de estómago. Yo he pasado un día mártir. El vaivén del buque me emborrachaba a veces de tal manera que he pasado tendido y la mayor parte del día durmiendo a pierna suelta. Solo me he levantado a pasar lista y a repartir el rancho a la tropa, pues estoy de semana, y este ha sido un nuevo martirio. Como a mediodía se sintió un ruido sordo, parecido al precursor de algún temblor. Era que el piso formado en la cubierta, para recibir una o dos Compañías, se había corrido a proa y se había sujetado en el palo mayor, desquiciándose los puntales que lo sostenían. La alarma fue muy grande, y yo llegué a temer grandes desgracias, pues creí que el piso se hundía aplastando uno o dos centenares de soldados, que aquí están llenando cuanto lugar o rinconcito tiene desocupada la Lota. Sin embargo, el peligro se conjuró haciendo desocupar el piso. El Cochrane sin duda notó este movimiento, pues hizo señas para que el remolcador Barnard Castle se parase, como se hizo. El blindado se acercó a nuestra barca a pocos metros de distancia y envió a un oficial a reconocer las averías. Del reconocimiento resultó que la 2º y 3º Compañías del 2º Batallón, pasaron al Cochrane, y así quedó más desahogado el buque. Se supo que el comandante Latorre había dicho que en Pisco se transbordaran las armas de los que habían pasado a su bordo. Esto quiere decir que vamos todavía más al Norte. ¿Adonde?. Nadie lo sabe, excepto los jefes superiores, que van en el Chile. La comida sigue pésima para los oficiales; no así la de la tropa, que es bastante buena y abundante. 16 de Diciembre de 1880 Jueves. Seguimos en alta mar, navegando en convoy, sin ninguna novedad particular. Los mareos han continuado hoy tremendos. Yo sigo sosteniéndome parado como por milagro. De repente, me vienen tales descomposturas de estómago, que me parece ir a arrojar hasta las tripas; pero resisto y sigo firme. Por casualidad han llegado a mis manos hoy las instrucciones a que deben sujetarse los jefes o capitanes de los buques de este convoy, en este viaje. Lo copio este documento del original y auténtico que tengo a la vista: “División. 1º. Los buques del convoy formarán dos Divisiones (1º y 2º) y tomarán la colocación que se indica en el croquis adjunto. Listo. 2º 3º 4º
A medida que todo buque, de guerra o transporte, esté listo para zarpar, izará la bandera de salida. Un cañonazo del buque de la insignia (Blanco Encalada) será señal para que todos los remolcadores tomen a sus remolcados y se pongan en franquea sin fondear. Un segundo cañonazo del Blanco Encalada será la señal para salir del puerto y tomar cada uno la colocación que se le ha señalado en el croquis. Partida. 5º Una vez fuera del puerto y cada buque en el puesto que se le ha señalado, se mantendrá en el menor andar posible y para el Oeste, hasta que el Blanco Encalada, que será el último en zarpar tome su colocación y de la señal de partida, que será un tercer cañonazo. Andar. 6º El andar del convoy será de 5 millas. Si algún buque no pudiese mantener ese andar, lo avisará por señales. Alineación. 7º La alineación de los buques se hará en la 1º División, por el Copiapó, y en la 2º, por el Lamar. Distancia. 8º La distancia entre la 1º División y la 2º, será de 1 milla, y entre buque y buque de una misma División, de 4 cables. Gobierno.
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9º Los buques de la 2º División, tendrán especial cuidado de gobernar como se indica en el croquis y nunca seguirán las aguas de los de la 1º. En el andar. 10º
Si hubiere necesidad de parar o disminuir el andar del convoy, los buques que van atrás, lo disminuirán primero y enseguida los de adelante. Si se mandase aumentar, lo harán primero los de adelante. Luces. 11º
Los buques llevarán las luces de costado, una de esta y otra por la popa.
Señales. 12º Las señales generales se hacen por el Código Internacional, y el Cochrane y la O’Higgins las repetirán a fin de que sean visibles para todos. Variar el rumbo. 13º Si hubiese necesidad de cambiar el rumbo en la noche, se avisará oportunamente señalando la hora aproximada; pero no se cambiará hasta que el buque almirante no anuncie por dos cohetes, que repetirá el Cochrane y la O’Higgins. Perder el convoy. 14º En caso que algún buque se atrasase o perdiese el convoy, se dirigirá con toda prontitud al rendez-vous, cuyo plano se acompaña en un sobre, y que solo se abrirá en alta mar. Prevenciones Generales Neblina 1º Sobreviniendo neblina, los buques harán sonar el silbato de la máquina de minuto en minuto, y disminuirán el andar hasta mantener solo el necesario para poder gobernar conservando siempre el mismo. Falta el remolque. 2º
Si faltase algún remolque, el vapor remolcado avisará inmediatamente por señales, y el convoy disminuirá el andar todo lo posible, a menos que no se ordene lo contrario. Si el accidente ocurriese de noche, el vapor remolcador encenderá una luz de bengala en una parte visible e izará una luz blanca en el tope de un palo. Reparada la avería, el vapor remolcador la avisará haciendo sonar el pito de la máquina y disparando a la vez un cohete. Abordaje. 3º Cuando haya peligro de abordaje, los capitanes de buques observarán las reglas establecidas en el Artículo 19 del “Reglamento para evitar abordajes”. Avería. 4º Si ocurriese algún accidente en uno de los buques del convoy, el Cochrane prestará los auxilios necesarios. Reconocimiento. 5º Si el buque de la insignia tuviese que hacer un reconocimiento que le obligara a separarse del convoy, lo avisará antes, si es de día, izando la letra B del Código Internacional y de noche, quitando la luz de popa. Ataque. 6º En caso de ser atacado el convoy por el enemigo, ningún buque remolcador largará su remolque, ni desviará su rumbo. Reconocimiento del fondeadero.
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7º
A la recalada, los buques de guerra del convoy, deben tener sus embarcaciones de remo y vapor, listos para arriarlos y con los elementos necesarios para reconocer si el fondeadero está libre de torpedos. Los botes de cada buque de guerra irán a cargo de un teniente y con su correspondiente dotación de aspirantes. Jefe del desembarco. 8º El jefe de transportes, capitán de fragata don Baltasar Campillo, auxiliado por el capitán de corbeta don Wenceslao Frías, teniente 1º don Leoncio Señoret y los ayudantes del Sr. Ministro de la Guerra en Campaña, quedan encargados del desembarco de la Expedición, y para cuyo efecto el referido comandante de transportes recibirá las órdenes que tenga a bien impartirles el Comandante en Jefe de la Escuadra, de acuerdo con el Sr. General en Jefe del Ejército.
A bordo del Blanco Encalada, Arica, Diciembre 13 de 1880. De orden del Almirante. L. A. Castillo.” He aquí el croquis aludido en el Artículo 1º y 9º. NORTE BLANCO ENCALADA LANCHA VALPARAISO CHILE
PAITA COPIAPO
LIMARI SANTA LUCIA
1º DIVISION HUMBERTO 1º JULIA NORLFORK O E COCHRANE O’HIGGINS S T E PISAGUA
BARNARD CASTLE
EXELSIOR
JUANA
WITHFLINN LAMAR
LUIS COUSIÑO
AMAZONAS
2º DIVISION AVESTRUZ
LOTA ORCERO
MURZI OTTO
SUR Cada buque de vapor o transporte llevó a remolque otro de vela. Ayer se mató a un buey, y a pesar de eso, la comida de los oficiales es muy escasa. Como por esto, algunos exaltados hablasen fuerte y sin comedimiento, que de otra manera no se puede hablar, el jefe ordenó que los capitanes y tenientes, comiesen en 1º mesa, y los subtenientes, en 2º. Esta medida fue bien recibida, pues siendo el comedor muy chico, sin ese orden, no se habría podido comer con más desahogo. 17 de Diciembre de 1880 Viernes. Igual día que ayer. Un poco de sol, un poco de nublado; agua abajo, cielo arriba; es todo. El mareo va declarándose en derrota, y ya las caras aparecen más alegres y risueñas. Se leen con avidez los diarios que se pillan a mano, y cuyas fechas no pasan del presente mes. Mientras unos duermen, otros bostezan, otros juegan al naipe y otros buscan en el horizonte otro buque y otras tierras. Así se pasan los días enteros, interrumpida esta monotonía por las piezas que a veces toca la banda o por la algazara que se forma en las dos mesas sucesivas de oficiales. Yo que estoy de semana, he tenido que soportar la bulla de la tropa, al repartirles el rancho de la mañana y tarde. De algo me ha servido esto, por lo menos para ayudar a disipar el aburrimiento de esta ya larga navegación.
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En la tarde se avistó un vapor al Sur, en seguimiento del convoy. Como dos o tres horas después de avistado, nos alcanzó y se incorporó a la Escuadra. Sin duda era el Amazonas, que dicen quedó en Arica, embarcando a los “Navales”. La comida que nos sirvieron hoy fue pésima, hasta decir basta. Las papas podridas, lo mismo que las galletas (pues que el pan no lo conocemos); la carne era solo un hueso con un trocito de nervio o gordura. Los platos volaron por la mesa y nadie comió puchero. Esta comida había durado hasta la noche, de modo que cuando se tocó retreta, nosotros estábamos todavía con un plato de sopa fría en el estómago. Y para remate, se ordenó por el jefe, que se hiciera por la tropa, repaso con corneta de los toques de guerrilla, a presencia de los oficiales de semana, cada uno en su Compañía. En vano protestamos, alegando al ayudante que aún no habíamos comido. Nos contestó que era orden superior, y no hubo más que abandonar la mesa. Pero yo no lo hice sin asegurarme primero un buen trozo asado, que pillé a mano. Bajamos todos los oficiales de semana y nos juntamos en un lugar de uno que hace esgrima con el rancho o lugar en que se hace la comida. Cuando principiaron los toques, los soldados formaron gran algazara y así continuaron en cada uno de los toques, mientras nosotros casi nos reventábamos de la risa. Era aquello una gritería infernal. Comprendiendo el ayudante que había diablura en esto, es decir, que los oficiales, enojados, no pretendíamos acallar el desorden, terminó los toques y nos llamó. La academia de toques había terminado. El jefe estaba muy enojado con esto; pero nosotros quedábamos vengados convirtiendo en una ridiculez la orden imprudente que nos privó de comer. Y así siguen las cosas. Esta ocurrencia nos puso de muy buen humor y nos dio mucho que reír. La poca perspicacia del comandante, sin duda que no dio todo el alcance que debió dar a este incidente, por demás muy significativo. Que los oficiales de un cuerpo traten y consigan convertir en chacota y en burla las órdenes de un comandante, es para revelar a las claras el disgusto y el poco respeto que se tiene a su persona, por muchas circunstancias que han venido aglomerándose hasta convertirse en sordas acusaciones. 18 de Diciembre de 1880 Sábado. Desde la mañana se notó, por entre la neblina los cerros de la costa. Pocas horas después, navegábamos a una milla de tierra. La costa es idéntica a la que encontramos desde Antofagasta a Arica, en muchas partes. El mar azota al pié de los cerros, mitad de piedra, mitad de arenas. Al interior no se ve una pulgada. En la tarde pasamos frente a un cerro o enorme peñasco que parecía un islote, y que tiene la figura de un pan de azúcar. Como a las 5 P.M. sentí la bulla que formaban los soldados divisando en el mar algo que les llamaba la atención. Divisé a la distancia grandes chorros de agua, que se levantaban del mar, como los de las pilas de la Plaza de Armas de Santiago. Al principio creí que sería ballena, pero muchos dijeron que del fondo se levantaba volando un gran pájaro. Esperé verlo y lo vi, en efecto. Era un pájaro color gris, que con las alas extendidas y el pico levantado, corría sobre el agua unos cuatro metros, para después hundirse en ella. Yo pregunté: - ¿Qué pájaro tan grande es ese? Arancibia me contestó: - Ese no es pájaro, es el color de una ballena. La curiosidad subió de punto. Y ballena era en efecto. Lo del pájaro, no pasaba de ser una ilusión. La ballena anduvo como 20 minutos cerca de nuestro buque y después siguió al Sur, arrojando en su camino gruesos chorros de agua espumosa. Desde las oraciones empezó a soplar un fuerte viento Sur, que luego se convirtió en huracán. El Barnard Castle tuvo que ir, sacando el cuerpo a la Lota, pero este buque era empujado con violencia, por oleadas de viento, que parecía a veces nos iba a encobrar e irse sobre el remolcador. Toda la noche duró este vendaval. 19 de Diciembre de 1880 Domingo. El mismo ventarrón de ayer amaneció hoy. Navegamos no sé por donde. Los demás buques de la Escuadra se han perdido de vista. Todo el horizonte está cubierto de nieblas espesas. Como a las 8 A.M., el furioso ventarrón parece declinar en fuerza. El ruido sordo que forma al azotar los cables y vergas del buque, me causa un poco de temor. ¿Y si naufragáramos?
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A las 9 A.M. empiezan a divisarse adelante, varios otros buques de esta Escuadra. Poco después diviso apenas entre la neblina de la costa unos cerros, y a la hora en que escribo, 9 ¼ A.M., tocan golpes de asamblea al mismo tiempo que se distingue perfectamente que toda la Escuadra hace rumbo a tierra. La costa se divisa muy cerca. A las 9 ½ se toca asamblea y entro de guardia. Me recibo de 16 números, 2 cabos, 1 sargento y 1 tambor. Además, 5 presos en la Prevención. Arancibia continúa preso, pero sin centinela de vista. Cuando ya se avistan libre de nublados todos los cerros de la costa e islas, que en forma de archipiélagos, siembran este mar pisqueño, los tambores tocaron diana y luego la banda rompió con el Himno Nacional, al mismo tiempo que la bandera nacional era izada al tope en la Lota, como lo había sido dos minutos antes en los otros buques. El almuerzo nos era servido en esos instantes y bajo estas circunstancias juntos nos hicieron prorrumpir en estrepitosos vivas a Chile. La tropa contestó por largo rato estas exclamaciones de júbilo, subiéndose por las vergas y cables del buque. Hemos obtenido, por esto, un bonito día de fiesta, y yo en él, hacía mi primera guardia en aguas peruanas y a bordo, pues que todas las otras guardias las habían hecho en tierra firme. Hasta aquí habíamos andado 2 millas por hora, desde ayer en la tarde. El viento fuerte ha continuado hasta ahora, aunque no con tanta fuerza. Durante la noche, nos hemos salido a alta mar y hubo un momento en que nos adelantamos tanto que llegamos a la 1º División del convoy. Desde las 10 A.M. empezamos a divisar islas e islotes en ambos lados de la ruta o camino que seguimos. Sobre todo nos llamó la atención varios enormes peñascos que salen del mar en forma de bonetes o panes de azúcar. De lejos semejan a buques de vela. Al pasar frente a ellas, vimos que tenían casi todos la forma siguiente: (Croquis de lo mencionado en el original) Las muchas islas que nos rodeaban, como a las 11 A.M., parecían de piedra y arena. Más al Norte, y enfrentando a la bahía de Pisco, están las islas de Chincha, huaneras materia del gran pleito entre España y cuatro Repúblicas Americanas en 1866, que principió en 1864 por Olmedo de Mazarredo. A aquella hora distinguíamos en tierra un largo valle fértil como el de Arica, aunque mucho más grande. Dejamos a nuestra derecha, la Caleta de Paracas, donde desembarcó la 1º División de nuestro Ejército, que ahora debe estar en Pisco o en camino de Lima. Por fin, dejando a nuestra derecha primero la gran isla de Galán, y más al Norte, a la izquierda, las nombradas de Chinchas, entramos a la extensa y mansa bahía de Pisco; donde ya se encontraban fondeados casi todos los buques de la Escuadra. Esta circunstancia hacía que el puerto pareciera hermoso, cruzadas sus aguas por 14 vapores que echaban por sus enormes chimeneas gruesas columnas de humo, entoldando el cielo como el de la fabulosa Albión. Fondeamos a las 12 ¼ P.M. Pisco, famoso por el aguardiente de este nombre, se divisa de a bordo (2 millas de distancia), bastante poblado. Del lado Norte empieza el Morro que se interna por entre arenales hacia la Cordillera. Es la vega del río de Pisco. Todo el día fue de gusto para todos, pues ya nos parecía que íbamos a saltar a tierra y marchar luego sobre Lima, término de nuestras aspiraciones. Pero nadie se movió de a bordo. Solo de esos buques vimos cruzarse buen número de botes, dando a la bahía un más animado aspecto. En la noche, como a las 8 P.M., vi salir la Luna de Pisco tras los areniscos cerros del interior. Ella será mi compañera en esta noche de guardia. Una novedad curiosa tuvimos en la mañana de hoy, cuando vimos salir el Sol, delante de nosotros, iluminando el buque por la proa, en vez de hacerlo por la popa, como todos los días, desde que salimos de Arica. Hubo larga discusión entre varios oficiales, y yo convine por decir que no sabía una palabra sobre el particular. - ¿Es decir que volvemos para atrás? – preguntábamos muchos. Alguien buscó un mapa y con ayuda del capitán del buque, descifró el enigma. Era que la Escuadra, desde altamar, viraba a tierra, es decir, al Oriente, por donde sale el sol, para entrar a Pisco por entre las islas que, cuales fieles y mudos guardianes, rodean la boca del puerto hasta más de la mitad de su extensión. 20 de Diciembre de 1880 Lunes. Pasó una noche, como se pasa las de guardia. Pero una guardia a bordo, y en barca, y además lleno de gente, no es ni semejante a las que he visto y practicado otras veces. Sobre todo, un viento Sur de todos los diablos, soplando toda la noche, me hacía el efecto de un inmenso fuelle que alguien soplaba en mi cabeza. Mi cama fue una banca y almohada mi brazo derecho, y nada más. De cuando en cuando me levantaba al grito de los centinelas que avisaban la presencia de
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algún bote de ronda. Después, me volvía a tender y a dormir otros pocos minutos. Todos aquí se acuestan muy temprano; la tropa apenas se pasa lista y los oficiales desde esa (a la oración) hasta las 9 P.M., más o menos. Solo algunos jugadores al naipe se llevan despellejándose hasta muy tarde. Tal ha sido una noche de guardia a bordo, en la rada de Pisco. Desde la mañana de hoy Lunes, empezó a embarcarse la 1º División y la 1º Brigada de la 2º, que estaban en tierra, según dicen los que han venido de tierra. Para el embarque de esta gente, se asegura que han sido contratados otros buques más, surtos en este puerto. Con esto, pasarán de 30 los buques que saldrán en esta expedición y la gente que conduce, unos 25.000 hombres. Se me asegura, por el subteniente Izquierdo, que en un telegrama enviado de Arica por el General en Jefe, al Gobierno, se le dice que la gente lista para entrar en pelea que marchaba en la Escuadra el día que salimos, era: 100 jefes, 600 oficiales y 12.320 individuos de tropa. He aquí los cuerpos que componen la División, con sus jefes respectivos, y las Brigadas del más grande de los Ejércitos que ha tenido Chile y que marcha en la más grande de las Expediciones que ha visto la América. Según Decreto del Ministerio de la Guerra de fecha 29 de Septiembre último, el Ejército Expedicionario al territorio peruano, se compondrá de 3 Divisiones, cada una de las cuales tendrá tres Brigadas. 1º División. Jefe: Don José Antonio Villagrán. 1º Brigada. Jefe, don Patricio Lynch; y se compone: Regimiento 2º de Línea. Regimiento Movilizado “Atacama”. Regimiento Movilizado “Talca”. Regimiento Movilizado “Colchagua”. 2º Brigada. Jefe, coronel don José Domingo Amunátegui; y tendrá: Regimiento 4º de Línea. Regimiento Movilizado “Chacabuco”. Regimiento Movilizado “Coquimbo”. Formarán parte de esta División, 2 Brigadas de Artillería y el Regimiento de “Granaderos a Caballo”. 2º División Jefe: general don Emilio Sotomayor. 1º Brigada. Jefe, coronel don José Francisco Gana; y la forman: Regimiento “Buín”. Regimiento Movilizado “Esmeralda”. Regimiento Movilizado “Chillán”. 2º Brigada. Jefe, coronel don Orozimbo Barboza; y la forman: Regimiento 3º de Línea. Regimiento Movilizado “Lautaro”. Regimiento Movilizado “Curicó”. Formarán parte de esta División, 2 Brigadas de Artillería y el Regimiento de “Cazadores a Caballo”. 3º División Jefe: coronel don Pedro Lagos. 1º Brigada. Jefe, coronel don Martiniano Urriola; y la forman: Batallón “Navales”. Regimiento de Línea “Zapadores”. Regimiento Movilizado “Aconcagua”. 2º Brigada. Jefe, teniente coronel don Francisco Barceló; y la forman: Regimiento de Línea “Santiago”. Batallón “Bulnes”. Batallón “Valdivia”. Batallón “Caupolicán”. Formará parte de esta División, 2 Brigadas de Artillería y los Escuadrones 1º y 2º de “Carabineros de Yungay”. En el presente mes, han sido agregados el Regimiento “Valparaíso”, el “Concepción” y “Quillota”, el Batallón “Carampangue” y solo se agrega otro más también, el “Melipilla” a la 2º División. A las 9 ½ entregué la guardia al subteniente Arancibia.
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Durante todo el día, se hicieron aprestos para la marcha al puerto de Chilca, lugar fijado para el desembarco. El primer cañonazo de aviso, lo tiró el Blanco, a la 1 P.M. Como a las 8 A.M., llegó del Norte la corbeta italiana Garibaldi (según dicen) y saludó al almirante con la salva respectiva, a la cual contestó el Blanco inmediatamente. Gran alarma produjo en todos esto inesperados cañonazos, pues unos creyeron que se bombardeaban el puerto y otros que se celebraba la huida de Piérola. Pronto salimos del error. A las 2 ½ se sintió el segundo cañonazo de aviso. Desde esa hora empezaron a moverse los transportes en todas direcciones, buscando a sus remolcadores, que habían abandonado el día antes. Esta vez el convoy pasa de 30 buques, pues han estado llegando nuevos transportes del Sur. En la mañana llegó el Itata repleto de gente. A las 4 P.M. empezaron a salir pausadamente todos los transportes, dirigiéndose a la boca del puerto. Poco a poco la bahía fue quedando desierta, como estaba antes. Por fin, a las oraciones, salió el Blanco y tras él siguió nuestra barca, remolcada por el Barnard Castle, que lo hemos bautizado con el nombre de “Bernardo Castro”. A las 4 ½ P.M., y estando comiendo nosotros, salimos también fuera del puerto y empezamos a navegar rumbo al Oeste. 21 de Diciembre de 1880 Martes. Amaneció un día nublado, sin viento, y cruzamos una mar de superficie tersa como una mesa. Hoy en la mañana, se han repartido camisas nuevas, de colores, a la tropa, una a cada uno. Enseguida se procedió al reparto de cápsulas, dando a cada individuo de tropa 104 tiros. Estas dos operaciones han sido hechas con celeridad; pero ha costado un buen trabajo. Inmediatamente después, empezó a repartirse el rancho a la tropa, cuando que en toda la mañana no ha habido desayuno. Desde las 10 A.M. empezó a distinguirse, por entre la neblina, la costa vecina a Chilca, según entiendo y en los momentos en que escribo, 10 ½ A.M., se ven perfectamente los cerros de arena y piedra que están a lo largo de la ribera. A las 11, pasamos frente a la desembocadura del río Mala, así llamado según el mapa. Se divisa alguna vegetación. Desde esa hora, los buques del convoy se dirigen rectamente a tierra, a una pequeña ensenada, a cuyas espaldas se levantan unos cerros bajos y más lejos un ramal de Cordillera. Es allí donde está la Caleta o Puerto de Chilca. En pocas horas más estaremos fondeados. La nómina pasada ayer del oficial e individuos de tropa que deben servir el parque de municiones de este Regimiento, durante la próxima batalla, es la siguiente, escrita a las 11 ¾ de la mañana, hora en que empezamos a almorzar al mismo tiempo que la bandera nacional es izada al toque del Himno Nacional: Oficial: Subteniente don Federico Otto Herbage. Sargento 2º: Pedro Cano Castro, de la 1º. Cabo 1º: Mauro Nieto, de la 3º. Cabo 2º: Simón Arancibia, de la 1º. Soldados: Miguel Orellana. José O. Castellanos. José Ramos Salinas. Gregorio Barraza. Santiago Barcaza. Sameano Juárez. Antonio Godoy. Juan Bautista Morales. Sandalio Quezada. Ambrosio Machuca. Ciriaco Valenzuela. Juan A. Osorio. Pedro Toro. Juan Salazar. Tomás Medalla. Félix Brito. Rafael Vicencio. Pablo Silva.
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Antonio López. Estanislao Vergara. José Vázquez. Juan J. López. Manuel Miranda. Limón Rivera. Luis Montoya. José María Tapia. Bernardo A. Tapia. Benjamín Escudero. Guillermo Ross. Tadeo Araya. Gabriel Brito. Serapio Araya. Cipriano Hernández. Manuel A. Zapata. Juan Rojas. Manuel Carrasco. Fermín Vázquez. Manuel S. Escobar. Matías Labra. Belisario Olguín. Luis Gómez. David Gaona. Gil Acevedo. Pedro Cádisa. A las 12 ½ entramos al fondeadero, y se ordenó formar las Compañías inmediatamente, para pasarles revista por el mayor Bustamante. Media hora después se pasó esta revista. La tropa estaba lista en punto de entrar en combate. Mientras tanto, varios buques, incluso el nuestro, voltejean por la bahía, si así puede llamarse esta pequeña ensenada, abierta al Norte. La mayor parte de ellos fondean en la Caleta, completamente desierta en tierra, donde no se ve ni visos de habitaciones. “Don Bernardo Castro” nos lleva poco a poco hacia el Norte, hasta encontrarnos por lo menos media legua distante de la Escuadra, ignoro por qué sería esto. El Cochrane, que, con el Blanco ocupaba el fondo de la ensenada, salió mar afuera, pasando muy cerca de la popa de nuestra barca, y se dirigió rectamente al Norte, al Callao tal vez. La Caleta de Chilca dista por tierra de Lima unas 14 leguas. Al pueblo de Lurín hay 14 millas y de aquí a Lima se cuentan 33 kilómetros, según las cartas geográficas que he consultado. En dos días de marcha a pié estaremos frente a frente de la ciudad de los Virreyes. No se nota movimiento de desembarco en ningún buque. El Castle nos abandona, largando el cable con que nos remolca. La Lota larga anclas como a las 3 P.M. A esa hora se toca la llamada con banda, como de costumbre. En esos momentos yo arreglaba las papeletas para ponerles a los rifles de los soldados de mi Compañía. Minutos después llega al costado de este buque, una lancha a vapor y da orden de izar ancla y seguir al fondeadero de los demás. Poco después empieza la pesada y larga tarea de izar el ancla, que está a 30 brazas de profundidad. El Cochrane vuelve del Norte a todo vapor. Dicen que fue a avistar el Callao, que está a corta distancia de aquí, aunque lo probable es que ha ido a inspeccionar la costa hasta Lurín. A las 5 ¾ P.M., el Castle remolca a nuestra barca, llevándola a la ensenada en que está la Escuadra, y allá va en estos momentos. Parece que no desembarcamos hoy. Mientras se estaba en la tarea expresada del ancla, se vio a cinco hombres a caballo, que en un camino de los cerros que tenemos al frente, corrían en dirección al Norte. Probablemente son correos que los cholos mandan a Lima. La 1º División de nuestro Ejército, que se creía venía aquí, viaja por tierra a este punto, la mayor parte en burros.
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En estos momentos (6 ½), siento que se larga ancla. Estamos casi en medio de todo el gran convoy. El sol se despide de nosotros y yo digo, hasta mañana. 22 de Diciembre de 1880 Miércoles. Anoche, y especialmente antenoche, ha habido tremendas rascas de despedida. El pisco de Pisco, tomado desde la rada de Pisco, es quien ha revuelto tanto casco. Hoy, a la diana, se dio orden, por el comandante, de estar listas las Compañías del Regimiento para el desembarco. Esta gran población acuática ha permanecido de amanecida, llenando esta pequeña Caleta. Desde temprano, los vapores remolcadores empiezan a moverse del fondeadero, remolcando a sus lanchas, todas dirigiéndose precipitadamente a otra pequeña Caleta situada a pocas cuadras al Norte. El Cochrane sigue también a ese punto. Nuestra barca empieza a levar ancla desde las 6 ¾ A.M. y a la hora en que escribo (7 A.M.), se continúa en esta tarea. A esta hora, ya la mayor parte de la Escuadra se ha dirigido a ese lugar. Los buques pasan con gran algazara, las bandas tocando sus mejores piezas y todo demostrando un contento y alegría general. Parece que vamos a un gran paseo. A las 7 horas 25 minutos, se levanta ancla y “Don Bernardo Castro” empieza a remolcarnos, dirigiéndose al nuevo fondeadero nombrado. La costa la forma una larga muralla de granito, a cuyos pies llega el mar lamiéndolos con sus mansas aguas, que semejan una taza de café claro. En estos momentos he obtenido del subteniente don Benigno Caldera, la nómina de los oficiales de que se compone la dotación del 2º Batallón, y es la siguiente: 1º Compañía Capitán Don Venancio González Teniente Don José Gabriel Guerrero Subteniente Don Luis S. del Fierro Subteniente Don Francisco R. Tornero 2º Compañía Capitán Teniente Subteniente Subteniente
Don Francisco M. Caldera Don Benigno Caldera Don Francisco Ordoñez Don José María Bari
Capitán Teniente Subteniente Subteniente
Don José Otero Don Francisco Antonio Labra Don José María Vianco Don Rafael López
Capitán Teniente Subteniente Subteniente Subteniente Abanderado
Don Marco Antonio Otero Don Manuel Pérez Gacitúa Don Pedro Molina Don Ramón Bari Don Andrés Cabrera
3º Compañía
4º Compañía
Mientras tanto, vamos costeando y divisando hermosas grutas que la naturaleza ha fabricado para dar un cambiante a este panorama igual en todas estas costas. Por entre una cadena de enormes peñascos divisamos admirados la bandera de la Cruz Roja, izada a bordo del Paquete de Maule. Este vaporcito se entró por una abertura de esas moles blanquecinas y fondeó en un escondite, que ni el diablo lo habría hecho mejor. Llegamos al fondeadero a las 8 ½ A.M. A esta hora vimos que una lancha llena de tropa tomaba dirección a tierra. El desembarco empieza. En estos momentos sabemos la noticia de que la 1º Brigada de la 1º División, se ha batido con una fuerza enemiga, saliendo esta derrotada. Pero al mismo tiempo se agrega, que la División de Villagrán, que era solo la 1º Brigada de la 2º, se ha vuelto a Pisco por falta de agua. Esta noticia se comenta de distintas maneras.
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A las 9 A.M. se piden las listas de revistas y se les pone fecha 15 del presente. Se continúa el desembarco. Numerosa tropa empieza a subir una colina de arena. Llevan traje de brin y parece ser el “Buín”. Una enorme bandera chilena es llevada por un grupo de militares, cuyos trajes se confunden con el color del suelo. A las 9 horas 25 minutos, se iza nuestro hermoso tricolor en ese suelo peruano, que luego lo veremos hollado por nuestra planta. A su aparición, las bandas de música llenan el aire con las numerosas notas de nuestro Himno Nacional. A esta misma hora, rompe nuestra banda con el bellísimo himno patrio, mucho más hermoso en estas circunstancias y en estos lugares. La tropa prorrumpe en estruendosos vivas, mientras yo casi sudo escribiendo estos renglones. La alegría se pinta en todos los semblantes. Un pueblo entero, cubriendo la cubierta de esta gran flota, aclama delirante el tricolor, que parece invitarnos a tierra. - ¡Viva Chile! – gritamos todos. Que viva, que viva; Lima nos aguarda, y allá iremos en esta misma semana. Dios con nosotros y pues, y fuego. (Inserto de un croquis del lugar del desembarco en el original) A las 11 ¼ A.M., abordo, el sargento mayor Pantoja, comunicó la orden de desembarcar. A las 11 horas y 25 minutos, se dio orden de llenar todas las caramañolas y alistarse para la partida. Entretanto, en tierra, las columnas se han ido formando, y a esta hora se ven gruesas partidas llegando a reunirse a sus Batallones, los cuales, unos permanecen en descanso y otros toman camino del interior. Como a las 12 M el comandante ordenó que todos los oficiales fuesen a las Compañías a practicar el reparto de las raciones para la próxima marcha. Se empezó por la 1º del 1º. Se repartió buena ración de charqui crudo y galletas. Luego, después se repartió caramañolas a los que no tenían, para lo cual se hizo venir un cajón de ellas de no sé que buque. Toda esta tarea se terminó a las 2 ½ P.M. Por noticias traídas del Cochrane por don Antonio Garfias, que marcha con nosotros en calidad de corresponsal de no sé que diario (del Pueblo Chileno uno), se sabe que la Brigada Lynch se le espera hoy o mañana aquí, y se cree que no es cierto la noticia del combate. Por un favor especial del cumplido amigo y buen compañero subteniente 2º Izquierdo, he obtenido copia de las instrucciones dictadas por el General en Jefe, respecto al desembarco, y dicen así: “I. El convoy se dirigirá primero a Pisco, donde debe reembarcarse la 1º Brigada de la 2º División, para formar parte de él. II. De Pisco, esperando en todo caso la orden que se dará para la marcha, en vista de las noticias que allí se adquieran, se dirigirá al puerto elegido, para el desembarco y que es el de Chilca. III. El desembarque, no habiendo enemigos que pretendan impedirlo, se hará en este orden: 1. Regimiento “Buín”. 2. 150 hombres de “Cazadores”. 3. Regimiento “Esmeralda”. 4. 100 hombres de “Cazadores”. 5. 1 Brigada de Artillería de la 2º División. 6. Regimiento “Chillán”. 7. Regimiento 3º de Línea. 8. 1 Brigada de Artillería de la 3º División. 9. Regimiento “Lautaro”. 10. Regimiento “Curicó”. 11. Batallón “Victoria”. 12. El resto de la Caballería de la 2º División. 13. Regimiento “Zapadores”. 14. Batallón “Naval”. 15. 100 hombres de “Carabineros de Yungay”. 16. Regimiento “Aconcagua”. 17. 100 hombres de “Carabineros de Yungay”. 18. 1º Brigada de Artillería de la 3º División. 19. Regimiento “Santiago”.
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20. 21. 22. 23. 24. 25. 26.
Regimiento “Valparaíso”. Batallón “Bulnes”. Resto de “Carabineros de Yungay”. Batallón “Valdivia”. Batallón “Caupolicán”. 1º Brigada de Artillería de la 3º División. Regimiento “Concepción”.
IV. En caso de que el enemigo pretendiera oponer resistencia al desembarque, como esta operación debe hacerse protegida por la 1º División, que debe llegar por tierra al punto indicado, al mismo tiempo que el convoy, y por la Artillería de la Escuadra, se dará preferencia a la tropa de Infantería de la 2º División, desembarcando los cuerpos en el mismo orden indicado más arriba. V. Oportunamente, y en vista de las noticias que se adquieran en Pisco y de la actividad que adopte el enemigo en Chilca, si la hay, se dictarán otras disposiciones. Instrucciones para el desembarco de las tropas 1º Llegando el convoy al puerto de su destino, proveerá a todos los cuerpos que desembarquen de rancho para dos días agua. 2º y en caso contrario, se hará en la forma y con las prevenciones que oportunamente se indiquen. 3º A medida que esas fuerzas vayan llegando a tierra, si no hay enemigos, pasarán a acampar en los lugares que oportunamente se designará a las Divisiones. 4º El delegado de la Intendencia del Ejército, que se halle a bordo del Amazonas, hará alistar las lanchas necesarias para la provisión de víveres y agua, tomando para el efecto una cantidad de barriles que vienen a bordo de la Humberto I. 5º El Jefe del Servicio Sanitario, hará alistar una sección con el personal y elemento necesarios para que desembarque y atienda a las curaciones de los enfermos en tierra. 6º A bordo de uno de los buques, se establecerá un Hospital para atender allí los heridos en la 1º curación en caso de encontrar resistencia al desembarcar. 7º El 21 de Mayo, servirá de Hospital, para reunirse en él todos los enfermos de los buques, durante la navegación, y los que resultaren de la 1º Brigada de la 2º División reembarcada en Pisco”. A pesar de lo que se había dispuesto, hoy no desembarcamos. Otros cuerpos lo han hecho, y hasta el oscurecerse he estado viendo pasar lanchas repletas de soldados en dirección a tierra, lo mismo que de la loma o punto de reunión de las tropas han estado saliendo para el interior las filas de soldados y Escuadrones de Caballería. En la tarde han salido para Pisco tres o cuatro vapores, a traer las fuerzas del general Villagrán, que estarán mañana aquí. Hoy la tropa ha comido tan bien como nunca. Puede decirse que ha pasado comiendo todo el día. No así los oficiales, cuya comida sigue siendo detestable. Todos hemos adoptado el método de comer primero el rancho de la tropa. El comandante ni nadie se cuidan de esto. Por esto, los reclamos y la bulla que se forma en el comedor toman a veces el carácter de motín. En el almuerzo de hoy, algunos oficiales han ofrecido de bofetadas y de garrotazos al cabo encargado del servicio, hasta el punto de tener que intervenir el ayudante Castro. Yo, en voz alta, he dicho que en la mesa de los oficiales reina verdadero desorden, peor que entre los soldados; pero el ayudante, ni siquiera el comandante, oye. No adivinamos porqué es esto. 23 de Diciembre de 1880 Jueves. Hasta la hora en que escribo, 8 ½ A.M., nada de nuevo ha ocurrido. El desembarque lo hacen otros cuerpos que no conozco. El nuestro ha pasado revista general en esta mañana, y está preparado para desembarcar. Se ha sabido una graciosa historieta. Cuando se avistó nuestra Escuadra en estas aguas, el Prefecto de Chilca reunió como 400 hombres, medio armados. Les peroró hablándoles de la defensa del territorio, etc. Pero los cholos, que veían espantados el numeroso convoy que parecía llenar todo el mar, gritan: - Carijo, esta no es conosotros – y se desbandaron como tórtolas al primer disparo del cazador. Solo si que esta vez, las tórtolas se volaron antes de oír el disparo.
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Se agrega que el dicho Prefecto trató de envenenar los pozos de agua del lugar; pero una pequeña fuerza del Blanco, que llegó antes que nosotros, que fue al vecino lugar, a pocas cuadras del mar, tomó prisionero al bravo defensor del territorio y lo trajo al blindado. En los momentos en que esto concluyo, se repartió charqui a los oficiales, ración para dos días. Yo con Bysivinger mandamos cocer nuestras dos raciones y las guardamos. Después de lista de tarde, se ordenó pasar nueva revista, porque en la mañana se había hecho lo mismo, de armas, municiones y raciones. Como a las 5 P.M., se nos dieron morrales nuevos a todos los oficiales y empleados en las Ambulancias que vienen a bordo. 24 de Diciembre de 1880 Viernes. Ha continuado el desembarco de las tropas, notándose mucho movimiento en la bahía. Anoche, como a las 10 P.M., y cuando ya estábamos casi todos acostados, sentimos el sonido de una campana que tocaba incendio. La alarma fue muy grande en todos los buques. Sin embargo, todo no pasó de un amago de incendio en la barca Elvira Alvarez, fondeada inmediata a la nuestra. Estaba cargada con gran cantidad de balas, granadas, etc. En la mañana de hoy, se ha repartido a la tropa, calzoncillos, y poco después, un traje completo de brin. A las 12 horas 20 minutos P.M., llega la orden de alistarse para desembarcar, cuya operación se practicará en el resto de la tarde. A las 3 P.M., menos 10 minutos, llegó una lancha remolcada, trayendo una plana de desembarco, Nº 28, en la cual empieza a embarcarse el 2º Batallón, comenzando por la 1º Compañía. A las 3 horas 35 minutos, sale esta lancha repleta de soldados. En el camino se le une otra del “Valparaíso”. Este cuerpo y el nuestro, y también creo que el “Naval”, son los últimos que quedan a bordo. Los demás de este gran Ejército, han marchado por tierra hacia el interior, sin ser molestados por nadie. Solo se refiere que en Lurín, 7 leguas de Lima, una pequeña fuerza allí existente, huyó más que deprisa a la vista de nuestros Regimientos. ¿No es una vergüenza que a tan corta distancia, nuestras tropas anden sin ser molestados por nadie? ¡Y estamos casi a las puertas de Lima! En estos momentos, 3 horas 25 minutos, sale una segunda lanchada de “aconcagüinos”. A los oficiales, se nos ha dado esta tarde, chaquetas de brin bastante cómodas. Esta mañana, me pisó una mano, que parecía pié. Bajaba del piso en que está mi Compañía, cuando doy un resbalón en un pantanal y caí cuan largo era. El dicho pantanal tenía una gruesa cantidad de hectolitros de residuo caballuno con infusión. ¿Cómo quedaría yo? A las 4 ½ P.M., llega el Itata al fondeadero, trayendo, según dicen, la tropa que estaba en Pisco, del general Villagrán. Pasó cerca de la lancha llena de tropa del “Aconcagua”. En las lomas y colinas de arena vecinas al mar, se han visto hoy varios letreros grabados en la arena. Los que más bien se distinguen de a bordo, son los que dicen: “Valparaíso”, “Viva el Concepción”, “1880”. Es moda que tienen los soldados de escribir algo por donde pasan, como en los cerrillos que circundan a Tacna por el Norte. Los soldados no llevan más que lo muy necesario: rifle completo, con canana o porta bala con 104 tiros, morral y caramayola. También se les ha permitido llevar una manta afianzada a los hombros, y en ella guardan su traje de brin para usarlo en tierra. He visto el estandarte del 2º Batallón. Es bastante hermoso y de mérito. Nuestro Regimiento ostentará dos estandartes el día de la próxima batalla: el de los colores desteñido y viejísimo, del Nº1, y el de estrella de oro en campo azul del Nº2. Poco después de las 5 P.M. terminó de embarcarse el 2º Batallón y siguió el Nº1. La 1º Compañía fue la que solo se embarcó, pues la noche llegó tan puesta. Después de retreta, el comandante me dice que acomode un altar para decir misa esta noche. A esta hora (las 11 P.M.) he terminado esta tarea. Mañana, al venir el día, se habrá terminado tan importante acto y enseguida. Muy temprano tendremos que desembarcar. 25 de Diciembre de 1880 Sábado. Escribo estas líneas en tierra, en nuestro primer campamento de Chilca, a donde hemos desembarcado hoy. Anoche, la hora avanzada, el pisco y el sueño, me hicieron escribir los horrorientos renglones que anteceden. Apenas recibida la orden de formar un altar, o algo parecido, empece a trabajar,
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poniendo bandera, casi todas las del buque, en todas partes. El aspecto era bonito. A las 3 ½ A.M. de hoy, se tocó diana y como a las 4, se principió la misa por el capellán de la División, un señor Triviño. Toda la oficialidad asistió a ella, a excepción de los de la 1º del 1º que se fueron con esa Compañía a tierra, ayer como a las 5 ½ P.M., y esta fue la última lanchada de ese día. La tropa también asistió a la misa. Esta se terminó antes de aclarar el día. Durante la misa, la banda tocó unas tres piezas, que contribuyeron a solemnizar el acto. Solemne y grave espectáculo fue este, en que un puñado de chilenos reunidos en la cubierta de un mal buque, lejos de la Patria, elevaban su última (tal vez) de las plegarias, la oración del condenado a muerte. Inmediatamente después de terminada la misa, se repartió el café a la tropa, y cuando ya el alba de esta Pascua, en que tantos en Chile se habrán visto sorprendidos por alguna tremenda mona, empezaba a colorear el horizonte, nosotros recibíamos orden de alistarnos para desembarcar. A las 7 ½ A.M. salió la lancha que nos condujo a tierra, y fue la penúltima. En estos momentos ya estamos en tierra, esperando por momentos la hora de partir camino de Lima. Todo el Ejército ya ha seguido ese camino. La 1º División se dice que llega hoy de Pisco, por tierra. A las 10 ¼ se pasó lista general al Regimiento. Después de esto, se hizo retirar a la tropa, después de haber formado pabellones, cada cual se proporcionó una sombra y comió y bebió lo que pudo. El campo en que estamos, es un arenal desde el cual se divisa toda nuestra Escuadra. En uno de los picos más altos de los cerros vecinos, que están a nuestras espaldas, se lee: “B. 1º - R. Aconcagua Vencedor en 1838 y 39”. Esta grande y bien hecha inscripción, fue hecha por los cabos Zubicueta e Iribanen de la 1º del 1º. A las 2 ½ P.M., pasó para el interior, a Lurín, donde está reuniéndose el Ejército, el General en Jefe Baquedano, seguido de varios oficiales. Inmediatamente se tocó tropa y se pasó lista, mientras el general continuaba su marcha. Recibido los partes, el comandante Díaz Muñoz mandó terciar al Regimiento, lo que fue una novedad, pues nunca manda. Echo esto dijo: - De orden del jefe del Regimiento, se reconocerá como teniente coronel segundo comandante de este Regimiento, al sargento mayor del mismo, don Juan Pablo Bustamante, a quien se le obedecerá y respetará en todo lo que fuere del servicio. De muy buena aceptación fue este nombramiento y muchos hubieran querido aplaudir no ser como del cuerpo al sargento mayor del 2º Batallón don Sebastián Solís. Nos ha sorprendido este, pues parecía que este mayor saldría del Regimiento si no quedaba de 2º jefe de él. El capitán Narvaez ha sido postergado por esto, con sentimiento de conferenció con nuestro comandante y luego después siguió camino del interior. La tropa volvió a quedar en descanso, y en este estado estamos aguardando la partida. 26 de Diciembre de 1880 Domingo. (sin anotaciones). 27 de Diciembre de 1880 Lunes. Campamento de Lurín. Estamos a unas 7 leguas de Lima, en un campo o potrero del pueblo de Lurín, a una cuadra de éste, a donde llegamos ayer, como a las 2 P.M. Anteayer, Sábado de Pascua, poco después de la llegada del general Maturana, empezó a llegar la Artillería con la cual debíamos marchar. Cerca de las oraciones, se tocó tropa, se pasó lista creo que por 6º vez y se mandó desfilar. Había llegado la hora de marchar a pié, en una noche tan oscura como el porvenir del Perú. Anduvimos algunas cuadras, haciendo paradillas demasiado mortificantes, pues todos, oficiales y soldados estábamos cargados, unos con rifles, otros con rollos de ropa, caramayolas, etc., y los otros, los oficiales, con ropa envuelta en grandes y pesados rollos o atados puestos a las espaldas, fuera del morral (que yo traigo lleno de papeles), caramayolas y nuestras armas. Luego retrocedimos media cuadra, porque nos habíamos perdido, y continuamos por un camino arenoso, que había sido compuesto en el día por los “Zapadores”. A una media legua nos volvimos a extraviar por lo cual hicimos alto; acampamos en un plano abierto al mar y dormimos sobre la arena medio tapados, como pudimos. La Artillería quedó adelante y a nuestra retaguardia los “Carabineros de Yungay”. Yo recordé como a las 2 A.M. y ya me trababa de frío. A las 3 A.M. se tocó diana, todavía con noche, e inmediatamente después seguimos la marcha haciendo rumbo al mar, a cuyas inmediaciones continuamos la marcha al Norte, convoyados por un buque de nuestra
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Escuadra, que vigila todos los movimientos de tierra. La marcha fue fatigosa y tan pesada que nuestros pies se enterraban en la arena hasta los tobillos. Dos o tres veces se dio descanso, pero era insuficiente, pues los soldados iban quedando tendidos en el camino. Al fin, a las 11 ½ avistamos el Valle de Lurín. Una hora después ya nadie tenía agua. La sed empezó a atormentarnos. El lejano valle, poblado de árboles nos reanimaba. Como a las 1 ½ P.M. llegamos al comienzo del valle, que es muy fértil y hermoso como el de Tacna. Apenas se dio descanso, los soldados salieron a buscar agua. Tuvimos la noticia de que no se encontraba agua sino algunas cuadras más al Norte. Pocos minutos después se tocó tropa; pero en el Regimiento no faltarían menos de 100 soldados, que andaban como locos registrando pozos, acequias y los troncos de los sauces. A pesar de esto, el Regimiento emprendió la marcha siempre al Norte. El cansancio era ya muy grande. Atravesamos callejones tapiados y tan largos que parecían no tener fin; tal eran las ansias de salir de ellos. La primera División, Brigada Lynch, llegó del Sur en esos instantes. Vimos pasar al bravo “Atacama”. Seguía a esta tropa un gran número de chinos, que parecían una recua de burros. Pasamos por el centro del pueblo de Lurín, hoy arruinado y echo pedazos. Casas abiertas y saqueadas, sin habitantes, una plaza con una gran Iglesia de dos torres cuadradas y una gran cúpula, todo de aspecto viejísimo; tal es Lurín, lugar de recreo de la sociedad limeña. Acampamos en un potrero, en una de cuyas extremidades estaba acampado el “Valparaíso”. Después de formar pabellones, la tropa se tiró e hizo como una formación o luna formada con los rifles. --------------------------------- de la 2º ------------------ pusimos al pié de un frondoso árbol y ahí hicimos cama. A diez pasos de nosotros corría una acequia ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Hoy Lunes se pasó en la mañana se pasó revista ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------; pero se mató una vaca y este fue nuestro consuelo. Cuando a las 11 A.M. íbamos a saborear buenos asados, se dio orden de marchar a otro campamento y en este nuevo lugar, media legua más al Norte del anterior, ------------------------------------------------. 28 de Diciembre de 1880 Martes. En la marcha de ayer, a este 2º campamento de Lurín y otra hecha anoche en busca de agua para la Compañía, se me abrieron dos heridas en los pies, que ahora me impide andar. Estoy así tendido en medio de un bosquecillo lindísimo, que lo ocupamos el capitán Narvaez, capitán Ricci, subtenientes Alamos, Arancibia y yo. Apenas llegamos a este lugar, el jefe de la División hizo tender una línea de batalla dando frente al Norte, teniendo la derecha a los “Navales”, el “Aconcagua” enseguida y después de este, a la izquierda, el “Valparaíso”. La Artillería, dicen que esta colocada al frente; pero los bosques que nos rodean me impiden verla. En esa situación y con las armas en pabellones, ha dormido toda esta tropa, lista para resistir un ataque. Se ha sabido que Piérola ha salido de Lima con su Ejército, a estorbarnos el paso a esa capital. Las avanzadas de ambos Ejércitos ya se han encontrado. Anoche hubo un buen tiroteo entre ellas, resultando que cayeron prisioneros dos coroneles y otros oficiales y unos 300 y tantos cholos de tropa. Al comunicarse hoy esta noticia, las bandas de música tocaron el Himno Nacional. A las 1 P.M. se sentían músicas por todas partes, como anuncio de gran victoria. Mientras tanto, el hambre nos confunde. Nos mantenemos con camotes; ayer, ya de noche, comí un pedazo de carne asada y fría, y hoy nos dieron harina, conque hicimos tortillas al rescoldo. El capitán Narvaez trajo unas patas, que no sé si eran de vaca o de burro, y los asistentes hicieron un caldo de ellas, lo que nos ha fortalecido algo. La tropa come lo mismo o en buena plata, no come nada. Si este lugar no fuera tan hermoso como es, la vida de campaña sería insoportable. La frescura del temperamento, el aire perfumado que respiramos, la buena agua que bebemos y el gusto que tenemos por estar cerca de Lima y en tierras tan feroces como las de Chile, o más, nos hace muchas veces olvidar que el estómago esta vacío, y las tripas como órgano. Es notable aquí la gran cantidad de pequeñas arañas que andan en el suelo y árboles. Tendido como estoy encima de un montón de cañas verdes, que es mi cama, las arañas se me suben hasta esta pluma con que
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escribo. Por fortuna, de noche parece que no nos atacan ningunos de los insectos o reptiles que dicen hay aquí, pues yo, en las dos noches que llevo de este día en Lurín, nada he sentido. En la dirección de Lima se ven flotar grandes masas negras, son los gallinazos de esa ciudad. De noche se siente un tremendo rebuznar de burros, que habían aquí por muchos centenares, que anoche me parecía estar oyendo una espantosa retreta asnal. Por todo esto, y muchas otras cosas, será Lurín inolvidable para mí. Ayer salió la 1º del 1º de destacamento no sé a que punto vecino. Estas avanzadas se nombran por turno. El servicio está muy apretado. Desde hoy la tropa duerme armada y todos los oficiales al frente de sus Compañías a 10 metros de distancia, y los soldados a 6 de sus rifles. Han formado una serie de barricadas, que de lejos parecen fondas, por el estilo de las de campo en Chile. 29 de Diciembre de 1880 Miércoles. En la orden general de ayer leo: “La 2º Brigada de la 2º División, sorprendió anoche a las 8 ½, a una fuerza de Caballería que venía del Sur, a incorporarse al Ejército de Lima. Venciendo grandes dificultades y operando en caminos intransitables, algunas tropas de esa Brigada lograron capturar al jefe, a algunos oficiales y más de 100 individuos de tropa. La persecución duró toda la noche y continuó en la mañana de hoy. En celebración de este acontecimiento, que inicia la campaña de un modo feliz, los jefes de los cuerpos ordenarán que inmediatamente se toque el Himno Nacional frente a sus respectivos campamentos. De O. del G. Borgoño.” De la orden del jefe de la División tomo lo siguiente: “Para el mejor servicio de la División y el debido cumplimiento de las órdenes que se imparten, se pone en conocimiento que los ayudantes de cuerpo y Estado Mayor, son los S.S. jefes y oficiales que expresa la siguiente relación: Ayudantes de Campo, sargento mayor de Ejército don Julio Argomedo; Sargento mayor de Guardias Nacionales don Teodosio Martínez Ramos; capitán de Ejército don Enrique Salcedo; capitán de Guardias Nacionales don Roberto Barahona; teniente de Guardias Nacionales agregado don Ramón Saavedra; teniente de Guardias Nacionales agregado don Alamo Lagos Pantoja. Ayudante de Estado Mayor sargento mayor agregado don Matías González; sargento mayor agregado don Carlos 2º Pozzi; capitán de Guardias Movilizado de sargento mayor don Elcifor Infante; teniente de Ejército don Rolando Zilleruelo; subteniente de Guardias Nacionales don Leon A. Carreño; capitán de Ejército agregado don H. Briones.” Hoy, asado de nuevo ha ocurrido. Se dice que ha muerto el mayor Santiago Olano, del “Curicó”, en el ataque de antenoche, de que habla la orden anterior. El hambre ya va declarada en derrota. Se nos provee de café, azúcar, harina -------------- de vaca y sal. ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------. Anoche, como a las 2 A.M., sentimos el chapaleado de una gruesa llovizna que duró como unos 20 minutos. Como yo estaba debajo del árbol que nos sirve de casa, poco me mojé. Hoy, varios oficiales quedamos desnudos de medio cuerpo, para lavar nuestras dos camisas. Los asistentes son nuestros cocineros y lavanderos. Continúo sin moverme de mi dura cama. Con grasa y otras pomadas, me estoy curando de los pies. Si el Ejército se mueve luego a Lima, mis apuros para marchar serán ---------. En la orden general de ayer, el General en Jefe facultaba a los comandantes de cuerpos para que mandasen una Compañía, todos los días a buscar camotes, que ya van escaseando. Son miles las manos que escarban la tierra por todo el valle, buscando ese alimento. La caña de azúcar es otra entretención de los soldados, que pasan chupando su dulce jugo, día y noche. Por entre los bosquecitos vecinos, a donde van los soldados a buscar algún alimento, se les escabullen como perdices los pobres cholos que aún permanecen escondidos. En estos alrededores, como en el pueblo de Lurín, existen muchas y buenas casas abandonadas, a las cuales van los soldados en busca de lo que se les antoja. Hoy, los asistentes nos han traído varios libros encontrados en una casa, en la cual hallaron un subterráneo lleno de sacos de frijoles, maíz y otras cosas. Tal mina es muy valiosa en estas circunstancias. Se dice que hasta la Iglesia ha sido saqueada no sé con que objeto. En las calles se han encontrado expedientes antiguos sacados tal vez de alguna oficina. Yo me hallé un autógrafo del Virrey del Perú, que después se me perdió.
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30 de Diciembre de 1880 Jueves. Continuamos nuestra tranquila vida de campamento. Yo no puedo hacer servicio, pues mis dos peladuras de talones ------------------------------. Hasta aquí, todos los días han sido --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- la muestra de lo que será un día de pleno sol, ardiente y sofocante. Con este lugar, esta estadía y este temperamento, estamos tan tranquilos y contentos, como si no hubiera enemigos a 40 leguas. Habiendo salido hoy el subteniente Arancibia con varios soldados a buscar camotes y otros comestibles, encontró un mercanchifle italiano, a quien creyó sospechoso, y lo trajo preso a presencia del comandante, quien lo remitió, como a las 4 ½ P.M., a donde el General en Jefe. Le contó a Arancibia que en Lima había gran hambre en el pueblo, y que se nos esperaba. En la orden general de hoy, se nombra ayudante del jefe de la 2º Brigada de la 2º División, al capitán don Amador Ramírez Herrera, que estaba agregado a la Plana Mayor del Regimiento, y era efectivo de la 6º Compañía del 1º Batallón. Ayer se pasó revista general de armas y vestuario. 31 de Diciembre de 1880 Viernes. Anoche, como a las 12, más o menos, se dio orden, por el coronel Urriola, jefe de la Brigada, para que el 1º Batallón de este Regimiento saliera de avanzada a un puente no muy distante del campamento, dirección al Norte. Minutos después salía el Batallón en cumplimiento de lo mandado. Yo dormía en esos instantes, y el capitán Ricci, que está a cargo de la 3º, porque el capitán Castro es ayudante, me recuerda preguntándome si iba o me quedaba. Le contesté que marchaba con mi Batallón, aunque fuera a la rastra. Comencé a vestirme, y aunque me puse las botas con bastante trabajo, pues aún no sano de las peladuras, estuve listo para marchar, sacando fuerzas de flaquezas. Pero apenas estuve listo, supe que el Batallón se había marchado, dejándome con mi asistente. Grande fue mi disgusto, y para remediarlo todo traté de seguir al Batallón; pero en ese tiempo llegó el capitán Narvaez, quien me disuadió de mi proyecto, diciéndome que ya no era hora de salir del campamento. Por él supe que el comandante había estado muy enojado con el capitán Ricci, porque este se había demorado mucho en formar la Compañía. Y así fue en efecto, pero sucedió esa demora porque alguien tuvo el capricho de dejarlo dormir y no avisarle de tal expedición. Cuando despertó, el Batallón estaba para marchar. Esta avanzada estuvo en la cumbre de una loma. Desde mi ruca o ramada se divisa. Regresó como a las 8 A.M. de hoy. Ayer fue comisionado Bysivinger para salir con 20 soldados y cabos a buscar camotes, para la 2º Compañía. Pero sucedió que todos se perdieron en el monte, donde pasaron toda la noche sin encontrarse unos con otros. Desde muy temprano empezaron a llegar soldados dispersos, ninguno de los cuales daba noticia de Bysivinger. Ya sospechábamos algún golpe nocturno dado por los cholos, cuando supe que había llegado. El comandante lo puso preso con centinela de vista. Todos los días se hace ejercicios de armas, por el 2º Batallón y de guerrillas por una parte del 1º. Iguales ejercicios practican los otros cuerpos. Las cornetas y las bandas pasan atronando los aires desde que sale hasta que se entra el sol. De noche continúan el concierto los burros, que a veces se meten hasta en nuestras ramadas, rebuznando en todos los tonos. Hoy me asomé por vez primera y otro hacia el bosque que está a nuestras espaldas, de la que nos separa la grande acequia que surte al campamento del “Aconcagua”. A tres cuadra a retaguardia de nosotros está otra hilera de ramadas, copia ésta de nuestro Regimiento y en ellas viven soldados de la 2º Brigada de nuestra 3º División. Lejos, ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------ elegante portal o galería de dos pisos, formada en la época de los incas. Es el templo de Pachacamac, Dios de los antiguos peruanos. Por el lado del mar se alza ------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- un nuevo año y mejor!
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PERU EN EL CAMPAMENTO DE LURIN, A PRIMER DIA DEL MES DE ENERO DEL AÑO DEL SEÑOR DE 1881
1 de Enero de 1881 Sábado. A las 4 ¾ A.M. se toca diana y a las 5, me he puesto a escribir estos renglones, como un saludo al Año Nuevo. Otro año más de espera. Pero no salió el viejo sin que nos dejara casi a las puertas de Lima, a 7 leguas de distancia, teniendo a nuestro alrededor --- Regimientos, --Batallones, 3 Regimientos de Caballería y 2 de Artillería, sin contar con las tropas que dicen llegarán. Las tropas permanecen metidas en sus ramadas, semejantes en todo a las de las chinganas de Chile, a excepción de la vara que mantienen. Todos esperamos la orden de marchar. Hace 8 días, el Sábado anterior embarcábamos en Chilca, en la Pascua, y hoy Sábado, día de Año Nuevo, estamos rodeados de verdura y camotes, de --------------------------------------------------porquería, que de todo hay. En estos momentos, se siente la Canción Nacional tocada en todos los cuerpos que están a retaguardia de nosotros. Se celebra el Año Nuevo. Salud a él. A las 7 A.M. hubo misa al lado Norte de las ramadas de este Regimiento. Ofició el capellán ------------------ que vino con nosotros en la Lota. El subteniente --------- Beytía, que era de este 1º Batallón, está ahora de la Artillería de Marina, estuvo hoy a vernos. Nos contó las peripecias del viaje de la División Lynch desde Pisco a Lurín por tierra. Todos los pueblecillos encontrados en tan largo viaje, han quedado incendiados por la resistencia tanta que han hecho algunos montoneros. Estos pillaron a un chileno “cazador”, que lo aturdió de un porrazo su caballo, y se lo llevaron en su fuga. A ese infeliz lo azotaron y lo fusilaron enseguida. Lynch, en cambio, hizo fusilar a un cholo que encontró ebrio y armado. La guerra era a muerte. El mismo Beytía nos refirió que hacía 2 días había llegado de Lima un viejo soldado de la Artillería de Marina, de cuyo cuerpo desertó hace 10 años y cuenta que esa ciudad está bastante fortificada y que solo hay cierto punto por donde no hay minas. Se agrega, que el punto por donde iba a atacar el general Baquedano, ha sabido por ese soldado que está lleno de minas. De modo que nosotros habríamos volado como tórtolas por el aire. Se ha prohibido, por el General en Jefe, que nadie salga de los campamentos, ni siquiera a buscar camotes. Por la orden de anteayer, se ha dado a reconocer como jefe de la 1º División al coronel don Patricio Lynch, que tanto se ha distinguido en las expediciones. El coronel Villagrán ya debe ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- tocado la guardia, pero por el motivo antes expresado, no hice ese servicio. En la orden general de hoy, se prohibe terminantemente dar a la publicidad ningún parte sobre acciones de guerra, según lo ha ordenado el Gobierno. 2 de Enero de 1881 Domingo. En la orden de la División de ayer, se dispone que a las 8 A.M. de hoy asista el “Naval” y “Valparaíso” al campamento del “Aconcagua” a oír la misa que se diría ahí a esa hora, debiendo tocar durante ésta, la banda de éste último cuerpo. En cumplimiento de esta orden, hoy se celebra la misa a presencia de dichos cuerpos. Nuestra banda toca el “Baile de Máscaras”, muy bien ejecutado. El General en Jefe y otros generales, ha estado hoy ocupado en inspeccionar el camino hasta Lima. Toda la Escuadra nuestra ha zarpado al Sur (no sé cuando) en busca de 5.000 hombres o más conque se aumentará este Ejército. Solo la Lota ha quedado en esta agua. Hoy está fondeada frente a este lugar, en la Caleta de Lurín. El capitán A. Nordenflich, llegado esta tarde, es quien ha traído estas noticias. Anoche, como a las 8 P.M. sentimos un tiro de rifle a nuestra derecha, en dirección de la guardia de Prevención. Hoy supe que el centinela apostado en ese lugar era el que había disparado al teniente Bysivinger y mayor González, ambos del “Buín”, porque estos no le contestaron él quien vive.
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Un soldado del Batallón, que estaba faltando a 11 listas, fue encontrado inmediato a estos lugares degollado y ya en estado de descomposición. Se ignora quien haya sido el autor de este crimen. Se presume que los cholos habrán sido los asesinos. Anoche hubo gran tempestad en el Olimpo, digo, en la tienda del comandante. Este dijo, entre otras cosas, que había sido justa la prisión del mayor Solís en nuestro Cuartel de Antofagasta. El dicho mayor saltó muy enojado, y de palabra en palabra se dijeron lo que no debieran decirse. Las cosas siguen mal. Se agrega que el mayor Solís saldrá pronto, y que lo reemplazará el capitán Narvaez, ayudante, que a tres pasos frente de mí pasa día y noche, ya cabeceando, ya contándome sus aventuras o su vida de soldado, pues que de soldado ha ascendido en el “Buín”. 3 de Enero de 1881 Lunes. Hoy me di de alta, aunque no sano del todo. Todos los días hay ejercicios, tarde y mañana, por todo el Regimiento, como lo hacen los demás cuerpos. Ha corrido como muy verídica la noticia de que avanzadas peruanas se han tomado las posiciones más lejanas ocupadas por nuestras tropas. Cerca de las oraciones, se asegura que ha salido el “Melipilla” y la Artillería de Marina, a recuperarlas, y que el “Buín” está sobre las armas. Anoche estuvo de avanzada el 2º Batallón “Aconcagua”, mandado por el capitán Narvaez, y a las 8 A.M. de hoy estuvo de regreso. En el “Naval”, que ocupa la derecha de nuestra línea, un soldado mató a otro de un balazo, por casualidad, jugando con un rifle. Ambos soldados, dicen, que eran muy amigos. Otro rumor. Se dice que los peruanos han capturado a algunos soldados que se habían separado mucho de los campamentos. Hay soldados que se alejan hasta 3 leguas, en busca de camotes. Y se agrega que los han fusilado. Caros son esos camotes. 4 de Enero de 1881 Martes. Ayer y hoy me he dado muy buenos baños de cuerpo entero, en la acequia inmediata, antes de aclarar el día. Esto me librará de fiebres. Los piques, estos animalillos microscópicos que se introducen en nuestra epidermis, han sido extraídos en otros, de los pies y brazos; pero yo nada he sentido todavía. La diarrea es la enfermedad más reinante en el Ejército, producida en unos por el mucho jugo de la caña de azúcar que chupan, y en otros por la comida, mazamorra de harina con charqui. Estando en el ejercicio el Regimiento, se anunció al General en Jefe, como a las 8 ½ A.M. El capitán Campos, que mandaba al cuerpo, le hizo los honores respectivos. El general, parándose medio minuto, ordenó al capitán “retire el Regimiento”, y así se hizo. Cuando pasaba a mis espaldas, con su acompañamiento, oí una voz salida de uno de los dos que acompañaban adelante al general, y que dijo: - Que bonito Regimiento es este. A la hora en que esto escribo (9 ½ A.M.), se sienten muchos cañonazos lejanos, probablemente algún bombardeo en Chorrillos o Callao. Nada de cierto se sabe sobre los rumores corridos anoche. Se cuentan otros inverosímiles, tales como que los peruanos se han hecho fuego unos a otros en unas avanzadas de ellos mismos. Digo que no creo. Decires – Ha salido de la Caleta de Lurín para Chorrillos (¿o para el Callao?), la Lota, remolcada por el Pisagua (Kilder Otto de Gil Castro, como la llamábamos todos); no se dice a qué. Nuestra marcha se cree sea muy pronto a Lima. La Artillería parece que ya ha desembarcado toda. Unos oficiales del 1º Batallón, han hecho diligencias para salir del cuerpo. Reina no sé qué sordo descontento. Y no hay más por hoy. 5 de Enero de 1881 Miércoles. Anoche circuló la noticia de que el Viernes próximo, la 3º División marchará a tomarse a Chorrillos. El comandante fue quien lo dijo, añadiendo que ya había recibido orden en ese sentido. El gusto que se apoderó de nosotros fue grande. Hoy no se ha hablado de otra cosa que de nuestro próximo combate. Sin embargo, a la hora en que escribo (se está oscureciendo), corren rumores de que ya no sale la tal División. Aguardamos con el ayudante Nordenflich, a quien saludé por vez primera después de su llegada a esta; calificamos de absurdo el plan de ataque por tierra. El Regimiento ha hecho ejercicios de evoluciones tarde y mañana. En el de la tarde, mandó el mayor Bustamante el Batallón de la derecha y el de la izquierda el ayudante Nordenflich.
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En la orden de la División, de ayer, leo: “Para los efectos del buen servicio, se da a conocer la antigüedad de los cuerpos que la componen: Regimiento “Santiago”, 26 de Marzo del 79; Batallón “Bulnes”, Abril 14/79; Batallón “Naval”, Abril 28/79; Batallón “Valdivia”, Septiembre 13/79; Batallón “Caupolicán”, Septiembre 29/79; Regimiento “Aconcagua”, 22 de Noviembre/79; Regimiento “Concepción”, Enero 2/80; Regimiento “Valparaíso”, Julio 27/80.” En la orden de la División de hoy 5, se dice: “A fin de evitar dudas sobre las fuerzas que componen las diversas guardias que debe cubrir la División, se previene a continuación el número de oficiales y tropas de cada uno de ellos: guardia y avanzada del Puente, un Batallón completo; guardia del Castillo, 1 oficial, 2 sargentos, 4 cabos, --soldados; guardia de la Proveeduría, 1 oficial, 2 sargentos, 4 cabos y 54 soldados; guardia de la Maestranza, 1 sargento, 2 cabos y 6 soldados; guardia del Parque, 1 sargento, 2 cabos y --soldados. Las guardias enunciadas deben relevarse diariamente (con excepción de la avanzada del Puente), a las 9 A.M. por el cuerpo que está con designe.” Orden de la Brigada. “Mañana se realizará la misa en el campamento del Regimiento “Aconcagua”, a las 8 A.M., tocando en dicho acto la banda del Batallón “Naval”. La llamada se dará diariamente en todos los cuerpos de la Brigada a las 3 P.M. y a las 4 P.M. los días festivos. Los comandantes de cuerpos dispondrán que todos los días se haga una hora diaria de ejercicios por la mañana y otra hora después de llamada para el repaso del servicio de campaña y toques de corneta.” En la orden general de hoy se nombra subteniente agregado al Regimiento “Aconcagua” al sargento 1º de la 4º Compañía del 1º Batallón, don Alejandro Ramírez. 6 de Enero de 1881 Jueves. La Pascua de hoy la estoy pasando de guardia, metido en una casucha formada con unas cuantas ramas de distintos árboles, y sentado en pleno pasto. Anoche fui nombrado comandante de Cuartel, en reemplazo del capitán Ricci, que está enfermo. Pero como se me antojó que no era serio el tal nombramiento, comunicado por Herbage, no hice el servicio. Hoy supe que realmente era cierto. Di mis excusas y escapé bien. A las 8 A.M. se celebró la misa, a la que yo concurrí, siendo esta la primera que he oído en este lugar. Tocó la banda del “Naval”. A las 9 A.M. entré de guardia. Me recibí de 16, más 1 sargento y 2 cabos. Salió preso 1 sargento y 1 cabo. Jefe de día para hoy, el sargento mayor don Lucas Valero. Santo: Llamada; Seña: Retreta; Contraseña: Diana. En la orden general de hoy, es dado a reconocer como sargento mayor a J. Briones, ayudante del “Chacabuco”. Después de la llamada de hoy, se ordenó pasar revista de municiones, y así se hizo. En la tarde, se ha visto venir del Norte, bajando una colina, para este campamento, una larga fila de Caballería; algunos 300 hombres por lo menos. Habrá sido una exploración al campo enemigo. Ningún rumor ha corrido hoy. No se dice si nos movemos o invernamos aquí. Ya se ha entrado el sol. La Pascua de los Negros se va, como se irán todas. Las bandas de todo el Ejército tocan retreta, formando un concierto atronador, inmenso. Un concierto, un festival en medio de un bosque peruano, y a media docena de leguas de Lima. Entretanto, me preparo para mi noche de guardia, con perdón de todos los piques, culebras, arañas, lagartos y burros que habitan estos terrenos de caña dulce y de camote. Si viene el general, saltaré de mi ruca espada en mano. 7 de Enero de 1881 Viernes. Pasé una noche de guardia sin novedad. Por el teniente Letelier, comandante de Cuartel anoche, que me acompañó algunas horas, supe que una numerosa avanzada de Caballería nuestra había llegado como a 20 cuadras de Chorrillos. Iba también el General en Jefe y su Estado Mayor. Un capitán Flores y otros oficiales más se destacaron de dicha fuerza y avanzaron sobre aquel pueblo, hasta unas 6 cuadras de él, mirando e inspeccionándolo todo. A esa distancia, los cholos hicieron fuego y el reconocimiento concluyó. Dicen que hay 7 fuertes bien artillados, y que el camino está bueno para la Artillería. Esta fue la Caballería que ayer tarde divisé venir del Norte.
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Se agrega a esta noticia, otra de otro género. Dícese que ya está acordado un nuevo plan de ataque a Lima, pues el primero ha fallado en vista de las fortificaciones que esa ciudad tiene y el número de gente que la defiende. El coronel Lagos, jefe de nuestra División, disputa al coronel Lynch, jefe de la 1º División, la preferencia de atacar a Chorrillos. Ambos son valientes. Se cree que se dará preferencia al Bravo Lagos, ya muy reconocido en Arica, a quien él tomó a la bayoneta. El día de hoy ha amanecido nublado como todos, pero con una incómoda garúa que me remoja a cada rato mis bigotes. Por lo común, el sol sale después de medio día, hora en que se despeja esta nebulosa atmósfera, que antes me la figuraba limpia y transparente. (Inserto de un croquis de la ruca del oficial de guardia en Lurín, 1º Batallón, inserto en el original) A las 8 ¾ A.M. entregué la guardia a Arancibia. Minutos antes había vuelto a pasar por mi guardia el Batallón “Naval”, que en la mañana temprano salió a hacer ejercicio con banda. Parece que es un hecho que el Lunes próximo nos movemos hacia Chorrillos. Esta noticia ha salido del Estado Mayor General, donde el comandante o ayudante (que no sé qué es) Souper, la comunicó al ayudante Nordenflich y este a nosotros hoy. Se agrega que ya se está amunicionando el Ejército. Sobre esto diré yo que a nuestro Regimiento ha llegado un surtido de 50.500 y pico de cápsulas. Acabo de saber el número exacto de cápsulas y son 52.250. Probablemente se repartirán mañana. El “Quillota”, que está en Ica, tuvo un combate con fuerzas enemigas, a quienes derrotó, matando varios soldados contrarios, pero murió el capitán Gutiérrez, que era comandante de Policía de Quillota. 8 de Enero de 1881 Sábado. Hoy en la mañana, se ha repartido 50 tiros a cada soldado del Regimiento, para enterar 150 que manda dar la orden de la División de ayer. Después de esto, formó sin armas el Regimiento y se repasaron los toques de guerrilla. En la tarde hubo ejercicios con banda. Yo mandaba la 4º de la 3º del 1º. Se han sentido muchos tiros de cañón muy cerca, parece que nuestra Artillería hace ejercicio, lo mismo que practican algunos cuerpos de Infantería, que también se han sentido descargas, durante todo el día. Los mayores Bustamante y Solís, andan haciendo diligencias para afianzarse en el Regimiento, saliendo uno y quedando el otro, porque en realidad que no puede ser mandado el uno por el otro. El comandante muestra ahora muy mala voluntad al mayor Solís, y este saldría si encontrara un puesto igual en otro cuerpo. Ayer y hoy, han ido a ver, cada uno por su lado, el coronel Lagos, a Altamirano y otros altos personajes, pidiendo quedar de 2º jefe, cargo que se les ha prometido a los dos. La orden aludida dice: “Los S.S. jefes de Brigada dispondrán a la brevedad posible, que los S.S. comandantes de los cuerpos de su dependencia manden al Parque de la División, la fuerza necesaria para recibir 50 tiros por cada soldado, sobre los 100 que ya tienen recibido, de manera que quede cada uno con 150, dándose el correspondiente recibo, etc.” De la orden general de hoy tomo lo siguiente: “Mañana a las 8 A.M., tendrá lugar en el Cuartel General, la entrega de su bandera al Regimiento 2º de Línea”. 9 de Enero de 1881 Domingo. Desde temprano se anunció que se iba a bendecir un estandarte en el Regimiento “Santiago”, para darlo a este cuerpo. Como a las 7 A.M., salieron 50 hombres armados del “Naval”, del “Aconcagua” y otros cuerpos, todos los cuales se dirigieron al campamento del “Santiago”, llevando las bandas de música respectivas. Yo y varios otros oficiales fuimos a presenciar el acto muy cerca del lugar de la ceremonia. Para mayor comodidad, nos subimos a un viejo sauce, desde el cual vimos todo muy bien, como desde un balcón. Durante la misa que se celebró, tocaron tropa en nuestro Regimiento y acudimos a nuestros puestos. Pero cuando llegué a mi ruca, ya la misa había empezado. Tomé mi puesto sin embargo. Al terminar la misa, llegó la banda. Esta primera misa sin música. Media hora después se volvió a tocar tropa. El 1º Batallón salió al camino que conduce al pueblo de Lurín y formó calle para hacer los honores al estandarte del 2º de Línea, que, conforme a lo ordenado ayer, se le hizo entrega del al Regimiento expresado. Varios cuerpos formaron calle como el nuestro, desde las Oficinas del Estado Mayor General para el Norte. Fue una bonita fiesta.
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Delante de la banda del 2º vimos una cantinera muy bien vestida. Este estandarte fue el que tomaron los peruanos en Tarapacá, y recuperado después en Tacna, después de esta batalla. Se ordenó quitar los 50 tiros dados ayer a cada soldado, y se llevaron al Parque de la División, igual porqué. Desde medio día empezó a circular la noticia de un combate habido entre las fuerzas que anoche salieron a expedicionar cerca de Chorrillos y los enemigos. Esa fuerza se compone de algunas piezas de Artillería, el 3º de Línea, el 1º Batallón del Regimiento “Lautaro”, 200 “buines” a caballo y 100 hombres de Caballería. Suma todo 2.000 hombres, al mando del coronel Barboza. Este llegó y batió la fuerza que había en Ate, una legua al Este de Lima, no más que los enemigos dejaron varios muertos. Se dice que hubo polvorazos, por lo cual hay como 14 heridos y quemados, que ahora están en la Ambulancia. Increíble nos pareció que este hecho hubiera sucedido en las barbas mismas del Ejército limeño, y cuando todos buscábamos noticias y cuestionábamos sobre la veracidad de esta noticia demás importante, sentimos la Canción Nacional tocada por algunas bandas al Sur de nuestro campamento (por donde empiezan las noticias y la música). Conocemos en el acto que victoria había. Momentos después llegó un ayudante del Estado Mayor General, ordenando se tocara igual Himno, en celebración de la victoria obtenida por las fuerzas de Barboza. Grande fue la alegría en todas partes. La Nacional y la de Yungay, fueron las piezas que se dejaron oír en todo los campamentos, y hasta la hora en que escribo, en que el sol ya nos dijo adiós, todavía resuenan esas canciones. En esta tarde ha habido grandes carreras de burros encintados al frente de la tienda del comandante. Esta diversión forma una algazara espantosa entre los soldados y aún entre los mismos burros, que colean y rebuznan aumentando en un 10% la alegría a todos. En la orden general de hoy se ordena revistar hoy mismo los Parques de Artillería y sabemos inmediatamente las faltas que hubieren. ¿Será esto signo de pronta marcha? El subteniente Ramírez, según dicha orden, se va a “Zapadores” de segundo. La orden de la División manda que se haga ejercitar en el tiro al blanco a todos los reclutas, disparando hasta 3 tiros cada uno. 10 de Enero de 1881 Lunes. En la mañana, el Regimiento tuvo ejercicio de guerrilla. Se dice que las fuerzas de Barboza llegaron anoche, y que solo se batió con algunas avanzadas peruanas. De modo que la toma de Ate queda en problema. Estos rumores diarios entretienen mucho, por lo menos, sirven para salir de esta monótona vida de campamento, entre nuestras lenguas son las únicas entretenciones. Cuando no hay de que hablar, nos quedamos mudos o dormidos. A las 9 ½ A.M. tres sargentos del “Buín”, que han venido a ver al capitán Narvaez, dicen que anoche, como a las 10, llegó Barboza con su gente y que es efectivo que llegó hasta el lugar de Ate, donde el campo está sembrado de mechas, cada una de las cuales corresponde a una mina. Una de éstas, mató al caballo de Modesto Arévalo, sin causar daño a éste. No así le pasó a un tal Montoya, que murió del polvorazo. Tres “terceranos” fueron hechos prisioneros, mientras en un rancho se entretenían en tomar. Cuando se advirtió por la Caballería nuestra de los captores, los capturados iban muy lejos. Dice la orden general de hoy, entre otras cosas: “El servicio de avanzada lo cubrirá mañana, la 3º División. Mañana 11, los cuerpos del Ejército pasarán revista de comisario, sirviendo de interventor el sargento mayor don Gabriel Alamos.” La orden de la División destina al “Santiago” para cubrir la avanzada. En la orden del cuerpo de ayer, se ordena que: “en lo sucesivo, se nombrará un solo comandante de Cuartel, de la clase de teniente o capitán; quien deberá recorrer todo el campamento del Regimiento.” Se pidieron las listas de revistas para esta noche a las 11. Yo me hice cargo de este trabajo, y hasta tarde de la noche, me he llevado escribiendo. Ha corrido como el rayo la noticia de nuestra marcha mañana en la noche. Se agrega que el coronel Lagos va al Callao por mar, en el Torito, a inspeccionar todos los puntos comprendidos entre Chorrillos y aquel puerto. Mañana en la tarde estará de vuelta. Esta vez se ha demostrado de nuevo, el gusto que tiene el soldado cuando le dicen que atacaremos luego a Lima. Y ésta es la fiebre que todos tenemos. 11 de Enero de 1881
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Martes. Lurín. En la mañana de hoy se pasaron las listas de revista a la Mayoría, para su confrontación. Poco más tarde, se comunicó lo siguiente: “Adiciona a la orden general de ayer: Los S.S. jefes de Brigada, comandantes de Artillería y Caballería, dispondrán que a la brevedad posible todos los individuos de los cuerpos de su dependencia, incluso los S.S. jefes y oficiales, lleven en el brazo derecho como distintivo de la División, tres huinchas blancas de un centímetro de ancho cada una, colocadas horizontalmente de costura a costura, en la parte del frente, siendo la distancia de una a otra, también de un centímetro. De O. del G. Carreño.” Como a las 9 A.M. se comunica esta otra orden del cuerpo: “A fin de que tanto los S.S. jefes y oficiales, como los individuos de tropa del Regimiento se reconozcan mutuamente unos y otros, llevarán en el brazo izquierdo colocados verticalmente una huincha blanca de dos pulgadas de largo, por una de ancho. De O. del G. Nordenflich.” En cumplimiento de esta orden, el Regimiento ha salido hoy a la lista de llamada con sus nuevas cintas, lo que le da un nuevo y buen aspecto. Se reunió la oficialidad del Regimiento, para practicar la votación anual que se hace con el fin de nombrar capitán cajero, oficial habilitado y otros empleos. Resultó nombrado capitán cajero, el capitán don Agustín Campos; oficial habilitado, teniente don Miguel E. Letelier; oficial habilitado representante de todos los subtenientes, para los acuerdos y votaciones posteriores, subteniente don Belisario del Canto. Aunque estos nombramientos fueron por medio del voto u opinión emitida de viva voz, yo y tres o cuatro oficiales de la izquierda, no dijimos ni sí ni no, porque no se nos preguntó nada. Fue un cambulloncito. Concluida la lista de llamada (3 P.M.), se dio orden de que la tropa se alistara para marchar dentro de una hora. En estos momentos, en que escribo, todos se preparan para la marcha. Sin embargo, se cree que solo se pasará revista y que la marcha será mañana. Luego veremos. Se pasó revista general de armas y vestuario. 12 de Enero de 1881 Miércoles. Ayer, ya de noche, se comunicó la orden general. De ella extracto lo siguiente: “Todos los cuerpos del Ejército se encontrarán listos para marchar a primera hora. El armamento sobrante de cada cuerpo, se entregará a la Intendencia General y los fondos y utensilios para el rancho, después de preparar la provisión que necesiten para la marcha, se dejará al cargo de los respectivos proveedores. Dicha provisión consistirá en dos panes y una abundante ración de carne cocida, para lo cual recibirán los animales necesarios. Todo el equipo lo remitirán a la Intendencia General, no debiendo llevar los cuerpos sobrante alguno como se tiene ordenado. Hoy se pasará al Estado Mayor General una relación nominal y clasificada de los enfermos que no puedan marchar y que quedan en el Hospital fijo. Se prohibe estrictamente llevar asnos y todos estos animales serán entregados a la Conducción General de Bagajes. Los jefes de los cuerpos tendrán especial cuidado de hacer llenar de agua todas las caramañolas, al tiempo de partir. El capitán agregado al Estado Mayor General don Juan de la Cruz Saavedra, queda encargado para recibir en la Intendencia General, todo el sobrante de los cuerpos a que se refiere esta orden.” Enseguida, el General en Jefe, da varios Decretos, de los cuales copio los más interesantes: “Vista la nota que procede del Sr. Ministro de la Guerra en Campaña y teniendo presente la conducta digna de elogio del alférez de “Granaderos a Caballo” don Nicanor Vivanco en el reconocimiento practicado el 9 del presente, decreto: Nómbrase provisoriamente teniente agregado al mismo Regimiento, al alférez don Nicanor Vivanco.” Muchos otros Decretos siguen al anterior, referentes a proveer vacantes en el Ejército, y por último, viene el siguiente, que hecha un borrón a un militar de línea en su conducta, tal vez la 1º tachable en esta guerra. Dice el Decreto:
203 “Vista la nota precedente, de la cual resulta que el capitán del Regimiento 3º de Línea, don Eleodoro Guzmán, no cumplió con su deber en el reconocimiento practicado en 9 del presente, decreto: Dése de baja en el expresado Regimiento al capitán don Eleodoro Guzmán.” Orden de la División: “La guardia del castillo, Proveeduría, Parque y Maestranza, las cubrirá mañana el Regimiento “Aconcagua”. Los S.S. jefes de Brigada, comandantes de Artillería y Caballería, dispondrán que los proveedores acompañados de un ayudante de los cuerpos de su dependencia, concurran hoy entre 4 y 4 ½ P.M. a recibir los bueyes que debe entregar el proveedor del Ejército, Sr. P. Vigneau e igualmente los mismos comisionados concurrirán a la Proveeduría General a recibir las dobles raciones de pan, con el objeto expresado en la orden de la plaza. Los S.S. jefes de Brigada y comandantes de Artillería y Caballería, dispondrán que hoy, a las 5 P.M., se remita a este Estado Mayor una relación de los enfermos que estén en el Hospital fijo, con el fin de dar cumplimiento a la orden de la plaza. El Sr. General en Jefe del Estado Mayor General, en nota de hoy, ordena que todas las mulas del Estado en servicio de los cuerpos sean entregadas a la Conducción de Equipajes, lo que se comunica a la División para su debido cumplimiento.” El hoy teniente Vivanco, que antes se ha mencionado, dicen que mereció muchos elogios del coronel Barboza, por su bravura en el ataque del día 9, pues Vivanco, viendo la vacilación del capitán Guzmán del 3º, cargó con 25 hombres al enemigo, y pasó nuestra línea de Infantería como un rayo, gritando: - Abrirse “buines”, que allá voy contra los cholos. En vista de la orden de ayer, antes copiada, se cree que la marcha a Chorrillos sea hoy sin falta. Para proveer al Regimiento de buen alimento, se han muerto cinco bueyes esta mañana, los cuales se distribuirán creo que hoy mismo. Después de diana, se ordenó que la tropa solo llevara chaqueta de paño encima de la de brin, y pantalón de brin encima del de diablo fuerte o borlón, un solo par de botas, el puesto, cananas, rifle y fornitura, una frazada enrollada, puesta a la espalda, kepí de paño (el único que hay) y 150 tiros y cápsulas. Fuera de esto, nadie llevará una hilacha más, con excepción del morral y caramañola. Como a las 7 ½ a 8 de esta mañana, se dijo misa en nuestro campamento, a la cual asistieron todos los estólidos “aconcagüinos”, de jefe a soldado. Por vez primera salió el estandarte a acompañar al Regimiento, quien le hizo los honores del caso. La banda tocó la “Traviata” durante la misa, que parece será la última que oiremos en este lugar. Desde hoy estamos en capilla en toda regla. Algunas horas más tarde ya iremos marchando en busca de la victoria o de la muerte. Que venga una u otra, pero que venga luego, es lo que deseamos todos; si todos estamos listos para entrar en pelea, solo uno ha sido el que se ha reconciliado con Dios, confesándose el Domingo último y comulgando como fiel cristiano. Este único bienaventurado del “Aconcagua” es el mayor Solís. Cosas extrañas de este pícaro mundo. Este mayor, que así entraba en la gracia divina, es hoy día un desdichado, que está en la desgracia del comandante, quien todos los días le da reprensiones, que no aguantaría ni un niño. En esta mañana, se ha repartido a la tropa la correspondencia llegada ayer, junto con el teniente Herrera, D. Alberto, de mi compañía. Este oficial, que quedó en Antofagasta retenido en la Comandancia General de Armas, se vino de ese puerto el 25 del pasado, según me lo ha dicho hoy el mismo, después de haber engañado muy bien al Gobierno, solicitando licencia absoluta o retiro de su ocupación, por motivos de salud. En la correspondencia llegada ayer, recibí de manos del mayor Bustamante, una carta de mi mamá, en que me noticia haber recibido los cuatro abultados paquetes que mandé de Tacna, y que contenían los cuadernos de estos apuntes desde el principio de mi carrera militar hasta las vísperas de salir de esa ciudad para estos puntos. Se ha repartido a la tropa abundante carne cocida y cruda, café, azúcar, tabaco y pan. El mayor Bustamante recibió sus despachos de teniente coronel efectivo, 2º jefe del Regimiento. Después de la lista de llamada, se reunió todo el cuerpo y el comandante lo dio a reconocer como tal. Por vez primera el comandante dirigió la palabra a la tropa, alentándola para el próximo combate. Aunque retengo en la memoria sus palabras, me falta el tiempo para escribirlas. Nuestra partida será en una hora más. La tropa come y se alista al mismo tiempo. Otros cuerpos, se dice que ya van saliendo.
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Se asegura que nos va a tocar una parte activa en la toma de Chorrillos. Allá veremos mañana. Son como las 4 P.M. y aún se continúan los aprestos. Yo llevo una botella de pisco, que ayer compré en 2,50. Hay un morral lleno de mis papeles y apuntes, caramañola y más allá de ropa. En estos momentos se nos llama a formar. Llegó la hora. Que la fortuna nos acompañe, que la gloria y el renombre de Chile sea nuestra divisa y que Dios sea con nosotros. ¡Viva Chile! ¡Y a la carga! 13 de Enero de 1881 (Batalla de Chorrillos) Jueves. (Sin anotación. Lo que se refiere a continuación fue escrito el día Viernes 14, en el Campamento de Chorrillos). Día memorable para mí será el de ayer Jueves 13, en que nuestro Ejército se tomó a Chorrillos, después de un combate que principió desde antes de diana, todavía oscuro, y terminó como a las 4 ½ P.M. Como once horas de pelea. El Miércoles, ya de noche, emprendimos la marcha desde Lurín a este lugar. La 1º y 2º División ya habían salido, de modo que nosotros cerrábamos la retaguardia. La noche era fresca y alumbrada por una Luna hermosa. Pasado el gran puente de cimbra que atraviesa el río de Lurín, entramos a una sucesión de lomas de arenas, que hizo la marcha muy fatigosa. Algunos pequeños descansos teníamos, que no eran suficientes para restaurar nuestras fuerzas. Como tres horas de esta marcha se hizo subiendo y bajando lomas. Después de esto, el terreno se presentó más plano y con visos de vegetación. Cerca de las 2 A.M. se dio orden de descansar y dormir hasta las 4 A.M. Así se hizo. La tropa se durmió luego. La arena nos proporcionó blanda cama. Serían las 4 A.M., más o menos, cuando se mandó levantar y siguió la marcha. Esta se emprendió pocos minutos después. La indecisa claridad del nuevo día empezaba ya, cuando sentimos del lado Norte un lejano fuego de fusilería y de cañón. La marcha se apuró, pues era indudable que la vanguardia atacaba a Chorrillos. Ya estaba bien claro el día, y a la hora de diana empezamos a subir una larga loma, que luego se cubrió de todas las fuerzas de la 3º División. A ese tiempo, el fuego se sentía al otro lado de unos cerros que teníamos a nuestra izquierda. Nuestro contento crecía a medida que nos aproximábamos. Como en la mitad de esa loma se hizo alto para dejar pasar a la fuerza de Caballería, que venía detrás de nosotros. Inmediatamente de pasar dicha fuerza, se ordenó seguir a marcha forzada y se tocó diana, empezando por el Himno de Yungay. La tropa prorrumpió en estrepitosos vivas a Chile, a los que se unían los gritos de júbilo de los “Navales”. Una granada enemiga, que reventó a un cuarto de cuadra a nuestra izquierda, aumentó el entusiasmo. Desde esa hora empezamos a subir al trote, después de arrojar nuestros atados de ropa. El suelo, en una gran extensión, quedó lleno de rollos de todos tamaños y clases. Yo boté la manta o frazada, el capote, el levita, camisa y calzoncillo. Quedamos con lo encapillado. Pasamos por un callejón formado por dos altos cerros, y aquí oímos silbar por vez primera las balas del cañón enemigo, que pasaban por alto. Al salir este angosto camino, sigue otro por la falda de una pequeña loma, que termina por el poniente en un extenso y plano arenal. Este último punto era el campo atrincherado de los peruanos, protegidos por cerrillos bien artillados. Divisamos a nuestros Regimientos desplegados en guerrilla, avanzando sin disparar bala a las posiciones enemigas que eran extensas y numerosas en el plano las cuales hacían nutrido fuego. llena de nuestra División, y desde entonces Compañías se apartaron de nosotros y entraron en pelea por vía distinta a la que seguíamos. El aspecto del campo era hermosísimo. Por todas direcciones veíamos atravesar al galope gruesos pelotones de Caballería sable en mano; la Artillería posesionada de algunas colinas, hacía fuego a las fortificaciones enemigas y nosotros entrando al campo al trote, en columna de ataque, seguido de los demás cuerpos de la División, en dirección de los cuales tenía desplegados al viento hermosos estandartes. Fatigosa, por demás, era esta larga marcha. Los peruanos, asaltados por los Regimientos de vanguardia, iban cediendo poco a poco, mucho más cuando vieron los nuevos refuerzos de la 3º División, que llegaban llenando el resto del llano. Por más que corrimos, no alcanzamos a disparar un tiro en las fortificaciones primera. Cuando llegamos a ellas todos, amigos y enemigos, habían seguido al pueblo de Chorrillos, que está a no menos de media legua. Algunos heridos nuestros fuimos encontrando en el trayecto recorrido, y estos eran los primeros que he visto en esta guerra y en un campo de batalla. Llegamos a la línea de fosos, que se extiende de Sur a Norte, en ella dejamos dos y tres muertos y otros tantos caballos. Nosotros entramos por el ala derecha de la línea de ataque que se formó y en esa parte parece que fue tan sangriento el combate como en la izquierda, donde pasamos más tarde, y de la que hablaré más adelante.
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Los fosos tienen como un metro de profundidad y tras de los lomos de tierra formados del lado interior hacían fuego los enemigos. Atravesamos estas zanjas y seguimos por la derecha. Al subir una pequeña colina divisamos las torres de una bonita Iglesia y varios otros edificios, medio ocultos en tupidos bosques. La vista de estos lugares nos alegró mucho y seguimos la marcha esperanzados en desandar luego y en llenar nuestras caramañolas, que algunos tenían más de dos traguitos de agua, dejados de propósito Doblamos una puntilla a la izquierda, pasando por nuevos fosos y entramos a otro campo plano, pero chico, y también compuesto de pesada arena como el anterior. Estábamos como a una cuadra del terreno fértil y boscoso que antes habíamos visto. Al atravesar esta planicie se nos señaló el sitio en que había estallado una mina, matando un caballo y algunos soldados. Un centinela de no sé qué Batallón, había parado cerca del lugar, por donde pasábamos, y se nos encargó de no separarnos del angosto caminito trazado por otros cuerpos, que era el que seguíamos, porque habían numerosas minas o polvorazos. El mismo nos señaló varias a pocas varas de nosotros. Por tanto, seguimos en hilera como las ovejas, en medio del susto de los soldados, los que unos a otros se señalaban los puntos de peligro, haciendo más dificultosa la marcha. Cansados y sedientos llegamos a un paraje del arenal, en que se mandó acampar al frente del lugar ocupado por numerosas mulas cargadas de cajas de municiones y que por esto ofrecía seguridad contra las minas. Varios otros cuerpos de la 3º División se acamparon igualmente a la izquierda y derecha nuestra. Yo me tendí sobre la arena, caliente como un rescoldo, y descansé de la pesadísima marcha. Momentos después de estar en ese lugar, cada uno acomodándose como mejor podía, sentimos varios tiros de rifle en dirección del bosque y luego algunos tiros de cañón en dirección al pueblo. Pensamos por esto, que la batalla no había terminado del todo, como se nos había dicho. Comentarios hacíamos sobre todo esto, cuando sentimos silbar por nuestras cabezas algunas balas disparadas del vecino bosque. Nos alarmó esto, pero no nos dio cuidado. Muy pronto se nos disparó de nuevo gran número de balas, por lo cual todos los que estaban parados, se dejaron caer al suelo. Inmediatamente se ordenó que el teniente Herrera saliera con unos 20 hombres desplegados en guerrilla, a reconocer el punto de donde se nos hacía fuego, y así se hizo. Apenas este oficial penetró en el bosque, varios “navales” que salían de él, pisaron una mina y esta estalló a unos 60 metros de nuestros soldados. Gran susto tuvimos todos por tan inesperada explosión. Apenas se disipó el humo y arena que se levantó, con un ruido semejante al disparo de un cañón, vimos en el suelo a un “naval” herido de muerte. A ese tiempo, percibimos nutrido fuego de fusilería en ese bosque, del cual nos separaba un angosto arenal. Se mandó a la 4º Compañía del 1º Batallón en protección de Herrera. Dicha fuerza salió con sus oficiales, y además el ayudante Nordenflich. Apenas habían andado como la mitad del camino de arena, cuando estalló una mina, produciendo gran espanto. Nordenflich se vio tapado de tierra y otros más. Un soldado quedo herido en el lugar de la explosión. La tropa, muy asustada, se desplegó en guerrilla a la izquierda y a pocos pasos estalló otra mina, dejando en el suelo a otro soldado. Por fin, una tercera explosión casi dispersa a la tropa. Habían atravesado el lugar sembrado de las infamias peruanas convertidas en minas. Dos soldados se volvieron completamente sordos por el estampido. Otros dos quedaron muy mal heridos. Uno de ellos salió con la pierna izquierda quebrada. Daba lástima verlos, mucho más a los que solo de nombre conocíamos. La guerra y sus atrocidades. Por otros lados también estallaban más minas, volteando ya a un jinete con su caballo, ya a una mula cargada de municiones, cayendo estas y disparando a brincos aquella, o ya a los soldados de distintos cuerpos que atravesaban el arenal. En el rato que ahí estuvimos, las minas causaron muchas bajas. Unos ¾ de hora estuvimos en la posición nombrada. Se recibió orden como a las 11 A.M. de marchar a la izquierda nuestra y así se hizo, precedido de los “Navales”. Volvimos a andar por el caminito de las ovejas, mirando a uno y otro lado. Las minas son unos enemigos terribles, con quien no se puede combatir. Empezamos a subir una loma, que era el punto más bien defendido por los peruanos y que por esto mismo, fue el cementerio de los chorrillanos, por que ahí quedó un alfombrado de cadáveres. Todo el trayecto que recorrimos al lado de un largo foso, lo encontramos lleno de muchos centenares de cholos muertos, de la manera más horrible. La lucha debió aquí ser tremenda. Parece que estas posiciones fueron tomadas a la bayoneta, porque no de otra arma eran las terribles heridas que tenían los enemigos. Una cuadra y media distante de nosotros, a nuestra derecha, divisamos algo que al principio me figuré grandes montones de ropa blanca, y sin embargo, eran filas de muertos. La matanza aquí fue grande. Noté que chilenos no habría 6
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muertos por donde pasábamos. Yo deseaba salir de ese lugar repugnante, doblemente horroroso por el aspecto espantoso que tomaban los cadáveres, reventados de la cabeza, los nuestros descuartizados, digo que deseaba salir de esas líneas de zanjas, y por fortuna se nos llevó a la derecha, entrando a la parte cultivable y fértil de Chorrillos. Este nuevo camino estaba también con muchos cadáveres en sus inmediaciones. Uno de ellos estaba quemándose y era un negro de feísimo aspecto, aunque sobre esto último no hay que hablar, pues el cholaje muerto es de lo más feo que en mi vida he visto. Gran cantidad de ropa militar usada encontrábamos por todas partes, especialmente en las obras de defensa, lo mismo que herramientas y utensilios de trabajo, conque se habían hecho las fortificaciones. Luego pasamos al pié de unos cerros de no mucha elevación, donde los enemigos habían hecho muy buenas defensas, y enseguida nos internamos a la derecha, por callejones tapiados por un lado y por el otro una acequia pastosa y con abundante agua. Aquí apagamos la sed, que ya nos confundía. Pocos muertos encontramos por ese lado. Llegamos a un gran edificio con figura de Iglesia, junto a un gran molino hidráulico. Todo el conjunto de estos dos edificios semejaba a un gran castillo. Este es el punto llamado San Juan. El camino que de aquí seguimos hacia el puerto de Chorrillos, fue por una especie de vega. Entretanto, el fuego de fusilería no se cortaba y calculé que los enemigos se obstinaban en no rendirse. En una pequeña plazoleta formada por los árboles, totora y pantanos, vimos que nuestra Artillería hacia fuego a un castillo situado en la cumbre del cerro que fue el santuario de la bahía de Chorrillos. Ese es el nombrado Salto del Fraile. Las punterías eran muy certeras, pues casi todas las granadas reventaban en el edificio fortificado. Desde esa plazoleta divisamos a nuestra Escuadra fondeada al Sur de la cadena de cerros que terminan en el castillo nombrado. Sería algo más de las 1 P.M. cuando se nos dio orden de apurar la marcha. El “Aconcagua” debía entrar atacando por el lado de la Estación del ferrocarril que va a Lima. Una Brigada de Artillería que nos alcanzó, dividió en varias porciones al Regimiento. El comandante a caballo, caminaba adelante, haciendo tocar trote. Los que podían trotaban, los otros aligeraban el tranco, porque el cansancio no les permitía más, y los demás daban paso a la Artillería y Caballería, desuniendo así las filas. Eran unos pocos los que seguían al jefe. Muy pronto este se vio sin Regimiento y llegó cerca de la Estación con restos de la 3º y 4º Compañías del 1º Batallón, pero éstas, sin más oficial que el capitán Ricci. Atrás quedamos perdidos todos. Yo seguía andando potreros tras potreros con algunos soldados, en seguimiento del comandante, que hacía tocar llamada y trote, para reunir los dispersos. Estos toques se confundieron con los de otros cuerpos, y nadie supo para adonde debíamos caminar. Después de larga caminata por bajo de frondosos árboles y plantíos de las numerosas chacras que llenan este ameno valle, di por fin con el comandante, después de pasar varios sustos, pues varias veces se nos hizo fuego de unos tapiales paralelos a la línea férrea. Entretanto, el combate en el pueblo de Chorrillos y sus inmediaciones era bien sostenido por ambas partes. Varios cuerpos de la 1º y 2º División habían entrado por distintos puntos, desalojando a los cholos, que se parapetaban en las casas y tapiales. El “Aconcagua” entró disperso, por la razón ya dicha, y se batió fraccionado en Compañías y grupos. La 2º Compañía del 1º (que era la más antigua) batió a un grupo de cholos que de una casa les hacían mortífero fuego. El teniente González (el “chico”, como le llamábamos, a causa de su pequeña estatura) y el subteniente Bysivinger, con el capitán Campos a la cabeza de esa tropa, cargaron a la bayoneta. Por de pronto quedaron sin ser molestados por enemigos, que en otras direcciones seguían batiéndose. El “chico” González, conseguido aquel triunfo, le dijo a su compañero nombrado: - Amigo, nos hemos batido como leones. Acompañando a estas palabras algunas otras más festivas, propias de su carácter siempre alegre. En esos mismos momentos, una bala le atravesaba el pecho y enseguida dos más, quedando agonizante en el suelo. El capitán Campos de la 1º del 1º, también era herido, mientras que soldados de todas nuestras Compañías, mezclados con otros cuerpos, también dispersos, peleaban por todas partes de la población. Otro puñado de “aconcagüinos”, mandados por Nordenflich y el subteniente Arancibia, siguieron por el camino de Barranco y Miraflores, batiendo los dispersos y limpiando de enemigos el camino. En el primero de los pueblos nombrados, llegaron a un Hotel donde se les atendió gratis y muy bien, de todo cuanto quisieron. Estando en ese lugar, vieron aproximarse un tren que venía de Lima, lleno de soldados. Tomaron sus posiciones convenientes para impedir la llegada a Chorrillos de esa fuerza; pero ésta al verlos, retrocedió y se fue a Lima, o quién sabe adónde.
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La Batalla de Chorrillos terminó definitivamente como a las 4 ½ P.M. A pesar de que nuestro cuerpo peleó casi todo, aunque disperso. Sin embargo, el jefe de la Brigada, coronel Urriola, le causó mala impresión eso de no haber podido el comandante reunir su Regimiento. El General en Jefe, dicen que dijo al saber eso: - Es una vergüenza lo que pasa en ese cuerpo. Y agregan personas que aseguran haberle oído al mismo general, estas palabras, en contestación a otro que increpaba la conducta de Díaz Muñoz: - Pues entonces, cambiaremos de jefe. Tal vez aturdido por el ridículo papel que se vio obligado a representar el comandante, lo vi yo sin resolución y aún sin mando alguno en la tropa. El 2º jefe Bustamante, Nordenflich y otros, los vi solucionar dificultades y ordenar algo; pero el Díaz estaba insensible. ¿Era de miedo?. Creo que no, pues estoy muy lejos de tenerlo por cobarde. ¿Era de temor de la conducta que tendría que dar del Regimiento que no pudo reunir para atacar en el punto que se le indicó?. Tal vez por esto. Alguien le indicó la conveniencia de volver atrás para reunir la dispersa tropa, y así se hizo, después de estar cerca de una hora en un callejón que parecía un horno en lo caliente. Volvimos por el mismo camino, y al pasar frente a un cañaveral muy tupido, se sintieron varios tiros salidos de él. Al punto vi a otros soldados que abrieron un fuego graneado que duró como un minuto. Los enemigos que había ocultos, sin duda huyeron. Muy cansados llegamos al fin a un potrero, en que ya estaba acampado el 2º Batallón y mucha parte de la 1º y 2º Compañía del 1º, que solo a esa hora, que eran las 5 ½ P.M., las venimos a encontrar, al mismo tiempo que se formaba del lado de Lima, un espléndido arco iris, muy admirado y comentado por todos. Luego que llegamos, trajeron en una silleta al finado teniente González, y vestido con su traje militar se le tendió en el suelo y se le pusieron velas encendidas, y así pasó hasta el día siguiente. Casi todos nos acostamos en el pasto, rendidos como estábamos de cansados. Los soldados que habían quedado dispersos, y todos los que de propósito se quedaron atrás de las Compañías, que llegaron formadas, empezaron a llegar al campamento con jarros, caramañolas y botellas, todas llenas de pisco y vino. Otros traían conservas, gallinas, espejos, vestidos, quitasoles y muchas otras cosas, y no pocos ostentaban en sus cabezas o en la punta de sus bayonetas, kepíes de soldados peruanos o algún sombrero apuntado de coronel. Con todo esto, la algazara que se formó entre los soldados fue cundiendo a medida que iban pasando larguísimos tragos del exquisito pisco, de modo que al entrarse el sol, la rasca era ya tremenda y general. En el pueblo, la borrachera subió de punto. Los soldados mataban, saqueaban y bebían a discreción. A la hora indicada, gruesas y gigantescas columnas de humo, se elevaban hasta las nubes, produciendo horrorosos incendios, en medio de la alegría general de los soldados de todos los cuerpos, ebrios de vino, de sangre y de victoria. Nuestro comandante, visto el alboroto que se iba formando, hizo tocar silencio apenas llegó la noche, mandando acostarse a todos. Serían las 9 P.M. cuando se ordenó mandar una Compañía de avanzada, en unión con otra de los “Navales”. Aquí fue el apuro en que se vio el ayudante Nordenflich, para poder reunir la gente necesaria, pues el Regimiento entero estaba iluminado. La 1º del 1º no paró más de media docena de hombres y así las demás; pero ninguno se podía parar derecho. 120 soldados quedaron formados. El teniente Letelier, Izquierdo y yo, y otro oficial del 2º Batallón, fuimos nombrados para dicha avanzada. La noche estaba clara y el cielo enrojecido con el resplandor del incendio de Chorrillos. Salimos con la fuerza indicada en dirección al campamento de los “Navales”, que estaba en el mismo potrero sembrado de camotes en que roncaba el nuestro. En los “Navales” habían tropezado con el mismo inconveniente que nosotros, pues la tropa había bebido también por jarros el pisco. Un oficial le dijo al 2º comandante, que lo apuraba para que formara la tropa necesaria: - ¡Pero señor, si todos están curados! Por fin, unidas ambas fuerzas, que serían unos 150 hombres y los oficiales respectivos, al mando del mayor de los “Navales”, salimos a la línea férrea y por ella caminamos varias cuadras y acampamos no distante del pueblo de Barrancas, que ardía como Chorrillos. En un ancho camino que va probablemente a Lima, quedó establecida la avanzada, nombrándose los centinelas del caso. Se temía que Piérola intentara una sorpresa en la noche, trayendo de Lima gente de refresco, y a la verdad que nos habría molestado más de algo, pues aparte del cansancio de las tropas, estas habían bebido como odres y estaban inútiles en gran parte.
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A pesar de estos temores, nada de notable ocurrió en la noche. El servicio se hacía cada hora, viniéndome a tocar la guardia desde las 4 A.M. hasta las 5 A.M., es decir, hasta la diana. Dormimos en el suelo, medio a medio del camino, eligiendo yo la parte más suelta del terreno, por lo blanda. Desde ese puesto de avanzada sentíamos la bulla de la soldadesca ebria del infeliz pueblo de Chorrillos. El incendio parecía crecer más a cada momento. Detonaciones de rifles se sentían continuamente en el incendio, y eran balazos que se tiraban unos a otros. Esa fue la noche triste de Chorrillos. Lo que pasó después de la victoria es lo que comúnmente pasa en una población tomada a viva fuerza. ¿Y de qué otra manera le podemos hacer la guerra a estos --------? 14 de Enero de 1881 Viernes. Apenas oímos diana en algunos cuerpos, nos retiramos a nuestro campamento. En el camino encontramos varios cadáveres de enemigos, ya en descomposición. Durante todo el día continuó ardiendo todo Chorrillos. Desde nuestro campamento vimos consumir por las llamas hermosos edificios de dos pisos, que parecían Iglesias por sus miradores en forma de torres. Se mencionan muchas desgracias ocurridas. Una gallina llevada por algún soldado, era quitada a balazos por otros. La negativa de un trago de licor producía igual resultado. Todas las cuestiones las solucionaba la bala o la bayoneta. Un cabo de nuestra banda (no se ha averiguado quien sería) pidió un trago de vino a un soldado “Naval”; éste no quiso darle, y sin más que esto, el cabo lo mata de un balazo y se toma el licor. Varios soldados encontraron unas niñas peruanas, según creo, se encerraron con ellas a remoler en una casa, al son de un piano tocado por esas callosas manos chilenas. En la puerta de calle pusieron centinela armado de rifle y bien amunicionado. El que pretendiera entrar, bala con él. En Chorrillos, nuestros soldados se pusieron las botas. Se corrió en el día la noticia de que el general Baquedano había mandado un parlamentario a Piérola, intimando la rendición de Lima. Se agregó que esa ciudad capitulaba. Esto fue creído por todos. Y aún el mismo General en Jefe parece que creyó algo de esto, porque en la tarde se comunicó la orden general que de cada Compañía se nombrara cierto número de soldados para enterrar a los muertos. Esta misma operación ya la estaban practicando los prisioneros enemigos, que en grandes partidas iban capturando nuestros soldados. Cuando todos creíamos que pronto saborearíamos los buenos frutos de la paz, llega el comandante Bustamante, al parecer medio alegre, y arenga a la tropa, diciéndoles que íbamos a marchar camino de Lima, donde era preciso pelear hasta vencer o morir. Por esto supimos que la paz solo había sido un sueño. Inmediatamente se tocó tropa y nadie pensó en enterrar muertos. Se sabía que nuestro Regimiento, caso de haber otra batalla, sería de los primeros en entrar en combate. Todos decíamos que esta vez no escaparíamos vivos. Teníamos la idea de que no conoceríamos a Lima, y que esto lo harían los que pasaran por nuestros yertos cuerpos. Poco antes de entrarse el sol, nos pusimos en marcha, siendo precedidos por el “Naval”. Salimos por el campamento de este cuerpo, tocando nuestra banda el hermoso paso doble “Viva Chile”. Al pasar por el camino real que sigue paralelo y junto a la línea férrea, los soldados del “Valparaíso”, que por centenares se agrupaban en las tapias, lanzaron repetidos vivas a nuestro Regimiento, que fueron contestados por los nuestros. Gran número de chinos nos seguían, como siguen a todo cuerpo, sirviendo de bestias de carga. Hasta muy entrada la noche anduvimos por los rieles. Nos acercamos al pueblo de Barrancas y vimos que ardía un gran edificio. Desde esta distancia, la costa de Chorrillos parecía una inmensa serpiente de fuego. Por unos sitios plantados de plátanos, duraznos y otros árboles frutales, entramos a la derecha de la línea férrea, y nos internamos pisando camotales y grandes pastales. Con la entrada de la noche, se nos aumentó la dificultad de andar bajo tanto árbol. ¡Qué tierras tan bien plantadas son estas!. Al fin llegamos a una casita medio escondida en el bosque, y aquí, a lo largo de una tapia sombreada por corpulentos árboles, tendimos nuestra línea de batalla, apoyada a nuestra derecha por los “Navales”. Se sentaron los soldados al lado de la tapia, y como se encargó mucho silencio, pronto numerosos ronquidos empezaron a dejarse oír, los cuales, con el rumor de las hojas de los árboles que mecía fresca brisa, eran los únicos que interrumpían la quietud sepulcral de esa noche. Por otra parte, el hambre nos acosaba, pues en el día, el que tuvo comió algo, y como remedio para desecharlo por entonces, no había más que dormir. Yo puse en el suelo algunas hojas de plátanos y en ellas me acosté.
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No sé qué hora de la noche sería cuando oímos resonar el silbido de una locomotora que venía indudablemente de Lima. Una sorpresa fue esto para nosotros, a pesar de que esperábamos siguieran las negociaciones de paz. Esta locomotora pasó a Chorrillos. En la misma noche corrieron nuevos rumores de paz. Yo, medio dormido, oía todo esto. Hubo quien aseguró que la paz sería un hecho al día siguiente. Tal locomotora, según decían, había traído a los Ministros extranjeros que intercedían a fin de librar a Lima de los horrores de un asalto. 15 de Enero de 1881 (Batalla de Miraflores) Sábado. Pasamos una noche sin ninguna novedad. Ni siquiera los centinelas avanzados tuvieron a quien preguntar el quien vive. Durante toda la noche iluminó el horizonte el gran incendio que empezaba en Chorrillos y terminaba en Barrancas. En la mañana del día arriba apuntado, llegaron a nuestro campamento varios italianos y unos cholos, que querían estar bajo nuestra protección, temiendo a los soldados sueltos que andaban por todas partes, en busca de botín. Con el nuevo día, vimos que nos habíamos acampado a una cuadra del pueblo de Barrancas. Toda la 3º División estaba acampada a igual distancia. Desde temprano los soldados de todos los cuerpos inundaron el pueblo, completamente deshabitado, y lo saquearon. Nosotros veíamos como un convoy de hormigas cruzar por todos los senderos que a él conducen, a soldados cargados con cuanto encontraban en las casas, mientras - servía de alimento. El camotal en que estábamos, nos dio buen desayuno. Como a las 6 ½ A.M. sentimos el silbido de una locomotora que se acercaba del lado de Lima. Nuevo anuncio de paz fue este. Gran curiosidad tuvimos todos por ver este primetador limeño. Los soldados corrieron a las inmediaciones de los rieles a verlo pasar. Por entre un bosque de naranjales y otros árboles, se divisaba una bandera blanca, que poco a poco venía aproximándose. La locomotora apareció al fin, arrastrando un gran carro amarillo, donde venían los Ministros extranjeros. El maquinista lanzó un viva Chile, al llegar frente al lugar ocupado por grandes grupos de soldados. Estos contestaron con otros vivas prolongados y unánimes. El tren siguió a Chorrillos dando silbidos para anunciar su presencia y evitarse un desacato. Luego recibí orden del comandante Bustamante de ir al pueblo en busca de cualesquiera clase de víveres para el Regimiento. Deseaba correr a ese pueblo y saber lo que es un saqueo, pues en el pueblo de Chorrillos no vi más que sus arrabales. Llevé algunos soldados y fui buscando de casa en casa alguna cosa de comer. En el primer edificio que encontré abierto entré. Era un despacho, pero con los cajones vacíos. Solo quedaba un poco de harina y mucha sal. Repartí los soldados en varias misiones para que cada uno buscara víveres y los llevara al vecino campamento, mientras yo andaba por todas partes, viendo y registrando todo. Barrancas es (o era) un bonito pueblo, cuyas casas son de dos pisos en su mayor parte, grandes y hermosas. Arboledas y jardines se encuentran con profusión, embalsamando el aire con el embriagador perfume de sus pintadas flores. En la actualidad, las pocas calles que tiene el pueblo, estaban llenas de soldados, que entraban y salían de las casas. Yo entré a una de estas, muy lujosa. Todos los salones, ricamente amueblados, estaban patas arriba. Elegantes lámparas, mesas con cubierta de mármol, servicio de porcelana, y todo el lujoso menaje de una casa de buen tono, estaban echo pedazos. Encontré un “Diccionario Bíblico” entre muchos otros libros extranjeros y nacionales, el cual me llevé al campamento. Esto fue lo único que saqué del saqueo de Barrancas. Al quererme retirar, pasé por una hermosa casa, y divisé por la ventana a cuatro soldados de no sé qué cuerpo, que sentados al lado de un piano, tocaban y cantaban a un mismo tiempo la Canción Nacional y la de Yungay. ¡Cómo saldría eso! El pueblo, entretanto, seguía ardiendo. Me daba lástima ver esta obra de destrucción. Las llamas abrasaban a un edificio en tres minutos; y apenas una casa quedaba hecha brazas, asomaba el destructor elemento en otra parte. ¿Habría alguien encargado de dar fuego?. Así lo creo. Cuando volvía a mi campamento, encontré en la calle un buen plano litográfico de Lima, el cual guardé, para usarlo en próxima ocasión. De repente, pasa un Piquete de “Cazadores a Caballo” en dirección de Chorrillos, y detrás iba un oficial gritando a los soldados que andaban revueltos en todas partes, que se volvieran a sus cuerpos, porque el enemigo estaba muy cerca. Muchos corrieron en obedecimiento de esa voz y otros dudaron. Yo apresuré el paso y llegué luego a mi Compañía, contando lo dicho. Encontré la orden de prepararse a partir a otro nuevo campamento; pero nadie dudaba de la paz. En esos momentos se anunció la vuelta del tren que había pasado a
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Chorrillos. Ignorábamos el resultado de las conferencias habidas con el General en Jefe. Detrás del tren desfiló inmediatamente la Artillería, y este hecho me hizo suponer que no había paz. Sin embargo, se asegura que los plenipotenciarios extranjeros volvían a las 12 del mismo día, hora en que terminaba el plazo que se les daba para admitir ciertas proposiciones del general, sin las cuales no había arreglo, y por consiguiente, la campaña seguiría. A las 9 A.M. se tocó tropa, cuando ésta no había alcanzado a saborear sus pobres comidas. Los soldados dejaron en el fuego sus ollitas, y muchos apenas comieron un camote. Mientras la tropa salía al camino real unido al de hierro, las mujeres de los soldados quedaron acomodando sus burros para cargarlos con todo lo que acostumbran andar trayendo, tales como útiles de cocina, ropa, perros y otras cosas más. La División entera era la que se movía, siendo nosotros precedidos del “Naval” y “Santiago”. Pasamos por las inmediaciones de Barrancas, donde nuevos incendios se habían producido. En el campamento había ya dejado el “Diccionario Bíblico”, lo que he sentido mucho. Todos llevábamos nada más que lo encapillado, oficiales y tropa, sin contar el morral y caramañola, que son indispensables y estas dos cosas no las confío a nadie. En la mañana había yo comprado 20 centavos de pisco a unos soldados y la había puesto al agua de mi caramañola, de manera que obtuve un buen confortativo, que más tarde me fue muy útil. Antes de seguir adelante, recordaré una graciosa ocurrencia que me sucedió al salir de este campamento. Había yo llevado de Barrancas, una carpeta de hule, sobre la cual me tendí, empleándola como cama, y ahí me detuve en leer y escribir, hasta que se tocó tropa, hora que me levanté, para volver a caer de nuevo. La maldita carpeta se me había pegado en las piernas, espalda y brazos, y especialmente en las asentaderas. Con ayuda de vecino, pude sacarme esa tela, no sin que se queden adheridos a los pantalones grandes pedazos amarillentos del revés de la carpeta, cual si me los hubieran pegado con cola. De Barrancas seguimos adelante, por la línea férrea que va a Lima, hasta llegar frente a una casa quinta situada a la izquierda del camino. En esa casa había un gran estanque lleno de buena y limpia agua, en el lado derecho de la entrada de una gran huerta sembrada de toda clase de hortalizas y muchos árboles frutales. El Regimiento hizo alto en este punto, para que los soldados llenaran sus caramañolas, como así empezó a hacerse, comenzando desde la 1º Compañía del 1º. Cuando tocó el turno a la mía (la 3º), fui yo también por novedad a la casa quinta, a pesar de que tenía lastimados los pies por las marchas anteriores. Todos los soldados agarraron por atados las cebollas, lechugas, rábanos, betarragas, repollos y flores, pues todo había en abundancia. El sitio plantado era lindísimo. Algunos soldados, en el colmo de la alegría, salían cantando, llevando enflorado el rifle. La 4º Compañía había ya empezado a entrar como las anteriores, cuando el mayor Briones, de orden superior, mandó no se tomara más agua y que se siguiera la marcha, diciendo que más adelante había agua fresca en abundancia. A ese tiempo llegaba el General en Jefe con el Estado Mayor General; parece que luego siguió camino de Lima. Un Escuadrón de Caballería había ya pasado delante de nosotros. El comandante siguió adelante, conforme se había ordenado, cuando quedaba más de la mitad del Regimiento sin agua y casi en ayunas. Con las armas a discreción, pasó de camino, se emprendió la marcha. Serían las 11 ½ ó 12 M. Hacía bastante calor, aunque era fresco el vientecillo que corría en la extensa campiña que recorríamos. Delante de nosotros divisábamos muchas tapias a uno y otro lado de la línea, que indicaban el gran número de propiedades cercadas que dividen estas tierras. Ya habíamos torcido a la derecha de la línea y continuado marchando por un camino angosto y tierroso, cuando a lo lejos sentimos un tiroteo, que indicaba por nuestro frente la presencia de enemigos. Un ayudante nos dijo que los “Navales” habían encontrado fuerzas enemigas y las batían. Con esto se mandó apresurar el paso. Muy lejos estábamos de figurarnos en que tendríamos que pelear ese día, cuando de repente sentimos el estruendo de una descarga de fusilería, pasando por nuestras cabezas un diluvio de balas. En el acto se mandó ocultarnos tras de las tapias y hacer fuego en dirección a otros tapiales de la izquierda, tras de los cuales se ocultaba el enemigo. Siguió un tiroteo por ambas partes. Algunos de nuestros soldados, asustados por la sorpresa y por las balas, no se cuidaban de apuntar a las tapias de donde partía el fuego contrario, sino que afirmaban el cañón del rifle en la muralla y tiraban a las nubes, figurándose tal vez que el mayor ruido y no las certeras punterías deciden un combate. Fue preciso que yo y otros oficiales les hiciéramos comprender que así
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perdían tiempo y cápsulas. Solo entonces asomaron la cabeza, apuntaron bien y disparaban, perdiendo poco a poco el temor. Entretanto, nuestra gente se fue reuniendo en grandes masas, y costó no poco trabajo hacerlos dispersar en guerrilla, pues la corneta apenas se oía. De repente gritan varios: - El “Santiago” nos hace fuego y nos ha tomado por enemigos. Para salir de dudas gritamos todos: - ¡Arriba el estandarte! Al ver nuestra bandera, en vez de cesar el fuego enemigo, nos mandó descargas cerradas. - ¡Abajo la bandera! Gritamos otra vez y contestamos con otras descargas. Pero luego muchos volvieron a gritar: - No tiren más que son los “Navales”. Y acto continuo nuestro comandante hizo cesar el fuego con corneta. Con el mismo objeto anterior, de que se nos reconociera, gritamos a Vargas: - ¡Levante el estandarte! Apenas volvió a aparecer éste, un fuego tremendo se nos hizo. Las balas llovieron alrededor de la vieja bandera, cuya lanza fue tronchada. Al ver esto, se trabó de nuevo la lucha y ya no hubo duda de que eran cholos los que teníamos al frente. Por un pedazo de muralla caído, se lanzó el comandante a pie, seguido de todos los soldados que estaban a sus inmediaciones, agachó la cabeza como cuando llueve con viento, para evitar que se moje la cara, y avanzó de frente hasta colocarse muchos metros delante de nuestra primera posición. Allí se parapetó y dirigió el ataque. El resto de la tropa siguió tirando en avance, agazapándose por las tapias y zanjones. A ese tiempo, los cholos dispararon de uno de los fuertes una granada, que fue a reventar una cuadra detrás de nosotros. Esto nos hizo comprender que teníamos que librar reñida batalla. En efecto, los cholos tenían gran número de trincheras con troneras y aún las tapias vecinales estaban caladas, como sandías, y así mampuesto y bien resguardados de nuestras balas, nos hacían un fuego tremendo. A pocos pasos de mí cayó el corneta Avendaño, herido en un brazo, según creo, y más adelante fui encontrando varios otros heridos de nuestro cuerpo. Mientras tanto, el combate se hizo general y todos procurábamos avanzar. Toda la 3º División entró al fuego, atacando por la izquierda el “Santiago” y “Naval”, y por la derecha el “Aconcagua”. Este último se vio luego en la imposibilidad de atacar unido, por las dificultades que presentaba el terreno. Había el peligro de saltar las tapias, en cuya operación eran muchos los que caían. Unos grupos siguieron por el flanco, otros de frente y algunos se quedaron, por que no teniendo oficiales, pues otros también se dispersaron en los distintos grupos, no hallaron que camino tomar. Soldados de otros cuerpos hacían lo mismo. Las balas caían como granizo y hacían infructuoso el ataque, pues las nuestras se enterraban en los macizos cimientos de las fortificaciones. Un grupo de soldados, saltando zanjas y tapiales, se avanzó por nuestra derecha, yendo a la cabeza el capitán Ricci, que gritaba: - ¡Adelante muchachos! Yo con otros pocos seguí de frente hasta llegar a una porción de “navales” dispersos en guerrilla, muy cerca de las primeras trincheras. De pronto, veo que los más adelantados vuelven atrás a toda carrera, y siguen los demás. - ¿Qué es lo que hay? – les grité. - ¡Los cholos nos rodean! – Me contestaron algunos. Señalándome una línea de fuegos que se iba corriendo a dos cuadras o tres por la derecha, sin duda para cercarnos. Como éramos pocos, nos retiramos corriendo hasta parapetarnos en una tapia, mientras un grupo de “aconcagüinos” corría tirando, a cortarles el paso. Los cholos retrocedieron por ese lado y se replegaron a las trincheras. El fuego seguía muy sostenido por los otros cuerpos, lo mismo que por los enemigos. Soldados de varios Regimientos lograron ponerse tras de unas pircas de piedra y desde allí tiraban a corta distancia sin ser molestados. En otro lado, más a la izquierda, las bajas ya eran considerables. Al subir a caballo el ayudante Nordenflich, cae muerto, traspasado el corazón. El capitán A. Ahumada de la 2º del 1º, cae así mismo, pero solo herido. Llamó al cabo Espejo para que le acompañase, pero en el avance que se iba haciendo, quedó solo. Los dos Calderas del 2º Batallón, Canto, Letelier y varios otros oficiales, quedaron tendidos en el campo, lo mismo que muchos individuos de
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tropa, no solo de nuestro Regimiento, sino también de los demás cuerpos. El combate era tenaz y sangriento. Desecho el grupo que yo había hecho entrar, intenté alcanzar a los “navales” y habiendo visto una larga hilera de “aconcagüinos” que sostenían un vivo fuego ocultos detrás de una tapia, me fui a ese punto donde encontré a los comandantes Díaz Muñoz, Bustamante, ayudante Castro y otros en medio de la tropa. Como yo notase que a muchos soldados se le habían concluido las cápsulas y a otros estaban por acabárseles, hice presente esto al comandante, quien me mandó ir al Parque y buscar municiones. Como a cuadra y media o más, se veía flotar una bandera, a nuestra retaguardia, y el comandante me indicó ese lugar como el que parecía señalar al Parque. Me dijo que diera una vuelta por detrás de unos tapiales a fin de evitar las balas. Yo le dije que más corto era el camino yendo derecho a la bandera, en línea recta, que no dar un rodeo que demoraría mucho más. El capitán Castro me dijo que no me fuera por el camino que yo indicaba, porque tenía mucho peligro. A pesar de esto, y diciendo yo al comandante: - Si caigo, que vaya otro en mi lugar. Me lancé a toda carrera por el medio del potrero, en derechura de la bandera, haciendo un círculo con mi espada sobre mi cabeza, para conjurar el peligro. Corrí como un galgo. Sentía silbar las balas por todas partes. Algunas daban en el suelo tan cerca, que la tierra que levantaba llegaba hasta mis botas. Estas me defendieron de una bala que rebotó, chocó en mi pierna izquierda, haciéndome de bujes, y por cuya circunstancia estuvo esa hasta muchos días más. Cuando había saltado la mitad de la distancia, o más, sentí gran cansancio, pues cargaba mucho peso, y sin embargo, la lluvia crecía, y había que correr mucho aún. Pocos metros antes de llegar a la tapia, tras la cual se veía la bandera, tuve que variar de rumbo a cada tranco, pues parecía que los cholos, al verme correr tanto y rápido habían creído llevaba alguna comisión importante, y fijaban sus punterías en mí. Al fin, casi sin resuello, llegué a dicha tapia y de un salto me puse al otro lado, cayendo al suelo como muerto. Un subteniente del 2º Batallón que en ese mismo lugar descansaba, me preguntó si estaba herido. Solo pude decirle el objeto que me llevaba, suplicándole siguiera él hasta el lugar en que yo señalaba estaba el Parque, pocos pasos más adelante, como en efecto así lo hizo. Pocos cansancios había tenido tan grandes como ese. Parecía que el corazón se me salía por la boca. Mi caramañola quedó casi vacía, y al tomar agua con pisco, ya pude respirar con más holgura. Las balas no me tocaron; pero en la pared, tras de la que yo descansaba, caían como goteras de un tejado, en cierto número, que los adobones del grueso tapial empezaron a caerse encima de mí. El ruido que desde ese lugar sentía yo, era ensordecedor, como que millares de hombres se disparaban mutuamente balas y metralla, y además tronaban a lo lejos, los poderosos cañones de nuestra Escuadra, que estaban en la Caleta vecina y a nuestra izquierda. De varios altos picos de los cerros que tenemos adelante y a la derecha, se nos hacía fuego de cañón a juzgar por el humo que se levantaba de cuando en cuando, aunque yo no sentía el estampido. Hasta entonces, la 3º División era la que sostenía el combate, dispersa en todos los potreros. Las otras Divisiones de refresco tardaban en llegar. La sed y el cansancio eran otros tantos enemigos con quienes otros soldados, en su mayor parte, tenían que combatir. Las cápsulas se estaban agotando, teniendo que prestarse unos a otros, y los que no tenían, se cruzaban de brazos sentados al lado de los que tenían qué tirar. Y para remate de la obra, el subteniente antes mencionado, volvió diciéndome que no había Parque, y que la bandera que tanto me había hecho correr, estaba semi plantada en una casucha de madera. ¡Ni un cartucho!. Ignoro que hora sería entonces. De pronto siento a lo lejos, a retaguardia de nuestras tropas, el toque de ataque de una corneta, seguido de un gran ruido de voces y gritos de “Viva Chile” y otros. Era la 1º División que llegaba al trote. Varios jefes, que ya veían el sudor correr por las frentes de sus soldados por la fatigosa y forzada marcha, les gritaban para alentarlos: - ¡Animo muchachos!. No hay que desmayar, que “navales” y “aconcagüinos” están casi hechos pedazos. Al mismo tiempo, las tropas de la 3º División ganaban terreno, y con el refuerzo llegado, se lanzaron a todo correr sobre las primeras trincheras, que fueron tomadas. Pero quedaban las demás, y hacia ellas se dirigieron todos nuestros tiros. También llegó el tan deseado parque y mediante esto, las armas volvieron a repletarse de balas y el fuego se hizo más nutrido. De gusto me puse a tirar con un rifle que tenía un “atacameño”, disparando como doce balazos sobre un militar a caballo que andaba en el campo enemigo, que después supe era Piérola.
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Del lugar en que yo descansaba, me levanté y seguí a lo largo de la tapia, en dirección de las posiciones enemigas. Muchos soldados del “Naval”, con uno o dos oficiales, descansaban sentados en el fondo y al borde de la zanja contigua al tapial. Como me pareció que todos estábamos ya algo descansados, llamé a varios soldados del “Aconcagua” para que me siguieran a reunirnos con los demás que adelante seguían batiéndose. Cerca de ese lugar encontré a los subtenientes Alamos y Arancibia, de mí Regimiento, que por más que los llamé para que siguiéramos la marcha, no se movieron, y antes me llamaron para que descansara otro poco. Muy peligrosa era la salida a la pampita por donde teníamos que pasar. El miedo a las balas hacía que nadie pasara adelante por ese lado. La posición era muy cómoda donde estábamos, pero continuar así, pensé yo que era cobardía. Yo les grité a todos los soldados que estaban cerca: - ¡Vamos más adelante, allá – señalaba con la espada las posiciones enemigas – está la gloria, y aquí la vergüenza para los cobardes! A estas palabras se pararon todos y me siguieron agazapados por el zanjón. Yo, para dar ejemplo, marché a pecho descubierto. Aquí, otra vez creí que por lo menos saldría herido, pues no era poco el número de balas que los cholos disparaban a ese lugar. Por fortuna, salí ileso. Con toda esa tropa que me seguía, llegamos al lugar en que estaba el “atacameño” antes nombrado, y allí todos, a una cuadra frente a una trinchera, empezamos luego a dar fuego. El “atacameño” estaba seco de sed y cada soldado que con él estaba, no tenía una gota de agua. Mi caramañola los sacó de apuro. A un muerto que había encontrado antes, con su caramañola llena de agua, le quité ésta y llené la mía, y un soldado me ofreció ponerle pisco, como en efecto así lo hizo. Creo que era la segunda o tercera vez que la lleno. Por un callejón que atraviesa estos potreros, y que debe ser el camino real de Chorrillos a Miraflores, a cuyo último punto nos íbamos aproximando poco a poco, vimos avanzar un Pelotón de Infantería, llevando adelante una gran bandera chilena. Al verla todos, saltamos las tapias y nos presentamos a pampa rasa frente a la trinchera. Otro oficial encontré, de no sé qué cuerpo y ambos arrimábamos a la tropa detrás de la tapia que abandonamos. Había varios cajones de cápsulas traídos por mulas, una de las cuales quedó muerta y la otra herida. Yo saqué algunos paquetes para llevar y repartir a cuantos los necesitaran. Dispersados en guerrilla avanzaban a esa hora todos los cuerpos en los potreros. Yo que creí ver al “Aconcagua” en los grupos de soldados que pasaban por el callejón recordado, me fui cargando a la izquierda, hasta salir a él. Los “aconcagüinos” eran algunos pocos; la mayoría la formaban otros cuerpos. En medio de todos, seguí avanzando. De todas partes se sentían los toques de carga. Todos tratábamos como podíamos. Mucha gente se iba quedando atrás, de cansada y de sed. Yo di hasta dejar solo un par de tragos. Afortunadamente encontré una acequia con agua, al parecer limpia y volví a llevar mi caramañola. A ese tiempo, y sin que yo lo notase, nuestro estandarte era llevado al trote por Vargas, atrás seguía el capitán Ricci, el cual hacía tocar carga a un corneta. Cuando yo, por la izquierda, llegaba a los primeros fuertes, estos ya habían sido tomados y nuestra vieja bandera clavada en sus cimas. Y yo por correr en el callejón con los soldados que por él iban, que eran más de 150, no noté qué bandera estaba allí puesta. Nuestras ansias eran ganar la retaguardia enemiga. Pasamos varios fuertes en los cuales solo quedaba el repaso de los soldados. Al cholo que encontraban vivo, lo mataban sin pérdida de tiempo. Uno de aquellos salió de unos pequeños ranchos o casuchas, que tenía un fuerte, y para librarse de que lo mataran, botó sus armas y gritó “¡Viva Chile!”. Un chino armado de una pala, pasaba por ese punto y a aquel grito se fue donde el cholo, dándole un palazo en la cabeza, matándolo en el acto, y diciendo a los soldados chilenos que llegaban: - ¡Así mata a estos peluanos, calaco! Con grandes carcajadas celebraban los soldados este hecho. Nos quedaban unos pocos fuertes y todos fueron tomados sucesivamente, quedando muchos chilenos sembrando con sus cadáveres el campo. Pero aunque a tanta costa obteníamos el triunfo, sin embargo, triunfo era. Los cholos abandonaban las trincheras cuando veían cerca las bayonetas chilenas, y corrían a otro fuerte, donde empezaban de nuevo a hacer fuego. Por eso es que la mortandad de nuestra parte fue muy grande. Por las partes donde yo pasé, encontré pocos cholos muertos, mezclados con algunos italianos. Nuestros soldados les daban balazos y bayonetazos y
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después los registraban. Les encontraban billetes y monedas de níquel, y a algunos anillos, revólveres y carabinas. Por fin, llegábamos jadeantes al último fuerte. Un poco adelante de mí corrían por todas partes los soldados sin orden alguno, y llegaban a esa trinchera, que los cholos habían cuidado de abandonar prudentemente cuando los primeros soldados llegaban disparando sus rifles a la cumbre del elevado fuerte, este hizo explosión, levantando hasta las nubes grandes torbellinos de tierra y humo negro. El estruendo fue espantoso. El suelo tembló a larga distancia. Yo que iba llegando a la base, con los demás soldados, todos al trote, me paré de sorpresa, pues parecía que se había abierto el infierno. Las minas de Chorrillos eran una broma en comparación a esta última. Medio minuto me bastó para salir de tal sorpresa, pasada la cual, emprendimos la carrera y rodeamos el fuerte, poniéndonos a las espaldas de él. Ya no quedaba ni cholo vivo, y de los nuestros fueron muy pocos los que cayeron. Me contaron los soldados que el individuo que hizo estallar la mina, fue tomado por ellos y muerto a bala y bayoneta, hecho lo cual le prendieron fuego. En efecto, yo vi ardiendo a pocos pasos de mí a un hombre, todo destrozado. A este tiempo, aparecía por el lado de Lima, un bellísimo arco iris, lo mismo que en Chorrillos. Tal fue la conclusión de esta ya larga batalla. El sol se entraba ya cuando se dio por terminada la acción, coronada con nuestra gran victoria. Los soldados daban atronadores vivas alrededor del fuerte, gritando unos “Vivan los “coquimbanos””; otros “Vivan los “santiaguinos””; “vivan los del “Aconcagua”. Y así, cada uno gritaba para su Regimiento. A ese preciso tiempo, llegaba al galope, Felix Briones, mayor del Estado Mayor de la 3º División y el teniente coronel Gorostiaga del Estado Mayor General y trataron de reunir a todos los soldados que por allí andaban y restituirlos a sus cuerpos respectivos. Yo reuní a los del “Aconcagua” y junté solo 5, entre ellos un cabo1º y 1 sargento 1º (sus nombres están al respaldo del cuadro de la banda de música). El expresado Gorostiaga hizo formar de a dos de fondo a la tropa reunida y me puso a la cabeza de ella, mandándola desfilar enseguida como a media cuadra de distancia, donde hizo hacer alto. Los soldados metían una gran bulla contándose unos a otros sus escapadas y sus hazañas. Dicho jefe formó por Divisiones a todos los que había encontrado inmediatos a la tal trinchera. Empezó por la 3º División. Ante llamado: - Salgan al frente los de la 3º División. Salieron trece soldados, de los cuales 5 eran “aconcagüinos”, como antes dije. Enseguida dijo: - Salgan los oficiales de esta División. Yo solo salí al frente. Me había tocado el honor de ser el único oficial de Infantería de toda la División que se había encontrado en la última fortaleza enemiga. Hecho esto, el mismo Gorostiaga me mandó buscar a los cuerpos a que pertenecían esos soldados y entregarlos. El sol se había hundido en el mar a este tiempo. Parece que el cielo nos esperaba con luz hasta obtener el remate de la gran obra. Me encargó el jefe nombrado, que si no encontraba a los Regimientos, me fuera a Chorrillos, donde el General en Jefe. El viaje era demasiado largo para quienes sudaban rendidos de cansados, y luego, ¿qué le iba a decir al general? Pero no había que preguntar. Hice desfilar de a dos de fondo a los trece y emprendí la marcha en busca del “Aconcagua” u otro cuerpo de la 3º División, teniendo para esto que atravesar todo el campo de batalla. Mientras esto pasaba, una desgracia irreparable acontecía en el vecino pueblo de Miraflores. Varios soldados llevaban preso a un jefe peruano. Lo encuentran los subtenientes Domínguez de la 1º del 1º y Bysivinger de la 2º y a ellos les suplica el peruano lo salven. Bysivinger lo toma del brazo y promete salvarlo, como también Domínguez le dice igual cosa. Pero el grupo de soldados iba creciendo y varias voces se oyeron que al peruano debía matarse. Aquí fue el conflicto de los dos oficiales del “Aconcagua”, para librar al pobre cholo, pues los soldados estaban furiosos. Buscaban más vidas que sacrificar. De repente, los soldados gritan a los oficiales que se retiren y les dejen al peruano, y tras de las palabras, se oye la detonación de un balazo, disparado según se cree, por un soldado del “Valparaíso”. La desgracia quiso que la bala no tocase al cholo; pero si a Bysivinger, que le entró por la oreja derecha y le salió por la contraria. Cayó muerto en el acto. - ¡Por María Santísima! – Exclamó Domínguez, llorando de dolor al ver muerto a sus pies a su compañero - ¿Será posible que maten Uds. a un oficial chileno por matar a otro peruano? Los soldados dieron muestras de gran sentimiento, como era de suponerse, pues se trataba solo de matar al enemigo. Furiosos los soldados por esta desgracia, se abalanzaron sobre el infeliz oficial peruano y lo tendieron a bayonetazos y balazos.
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Oíamos estos lamentos al sentirnos marchar: - Por amor de Dios, vengan a llevarme que me muero. Y esto con voz tan lastimera que partía el alma. Otros más alentados, gritaban como un centinela: - ¿Quién vive? Los soldados respondían: - ¡Chile! ¿Quién está ahí? - Yo, hermanito – respondía la misma voz – Sáquenme de este lugar, que ya no puedo más. Estos lamentos se oían en todas direcciones. En otras partes, oíamos el estertor de la agonía. Nos inclinábamos a reconocer el moribundo y era algún conocido del “Aconcagua” o del “Coquimbo” o del “Naval”. ¡Qué tendal de gente! ¡Cuantos hombres sanos y robustos pocas horas antes, y ahora yertos y helados como un mármol! ¿Qué auxilio podíamos prestar a tanto infeliz que nos clamaba protección en medio de ese campo oscuro que atravesábamos, sin rumbo fijo y sin saber hasta donde iríamos a llegar?. Yo sufría tanto como los mismos desgraciados que alfombraban esos potreros. Casi lloré de pena cuando al reconocer a uno que apenas hablaba, dijo: - Soy Rubio, de la 2º Compañía. Este Rubio era de los más antiguos del Regimiento y como militar muy bueno. Tendría unos 16 años. Me suplicó lo llevara a una Ambulancia y agregó: - Hágame el favor, mi subteniente, de llevarme de aquí, porque estoy muy mal herido. Digo que este pobre niño me llenó de amargura la garganta, como si me hubieran dado a beber hiel. ¡Cuánto sentí haberlo encontrado! Anduvimos quien sabe cuanto tiempo, ni cuanta distancia. Veíamos cerca el resplandor del incendio de Chorrillos, al parecer, cuando nos dieron el “quién vive” muy a lo lejos. Era un centinela. Eso nos consoló, pues era indudable que por ahí había algún cuerpo. Pero no pudimos dar con el lugar de donde había salido ese alerta, y por más que gritamos, nadie nos respondió. Nos armamos de paciencia y seguimos andando. Las piernas nos flaqueaban, y la izquierda de las mías la sentía envarada y muy adolorida. Además, yo andaba con los pantalones mojados, lo mismo que las botas, a consecuencia de que mi caramañola brincaba como pelota cuando yo corría de un punto a otro y el agua se escapaba a veces, botando la tapa. Por fin oímos muy cerca un nuevo “quien vive”, y a ese punto nos dirigimos. Encontramos acampado al “Chillán”, y también algunos pocos del “Aconcagua” que habían llegado poco antes. Los oficiales de ese Regimiento descansaban tendidos en el suelo, y yo les hice compañía, acostándome al lado de ellos. El suelo era algo blando, pues con el poco pisoteo que habían tenido para acamparse, la tierra se puso suelta como en un camino público. Estábamos abrigados del lado del campo de batalla por una tapia, en la cual había centinelas. La tropa dormía en su mayor parte. Los oficiales nos pusimos a conversar sobre los sucesos del día. ¡Qué noche pasé!. Con mi morral y caramañola, que han sido inseparables para mí, como la espada, puestos a mi lado, el brazo derecho por almohada, la tierra por colchón y el cielo estrellado por frazada. Unas veces conversando, otras dormido y otras despierto; con las botas que se iban poniendo tiesas a medida que se iban secando, y las medias pegadas con sangre seca o fresca, de las peladuras que las botas y traspiés me habían causado; con un hambre perruna y sin una dura galleta siquiera que mascar; con una sed insaciable y tomando agua por pequeños traguitos, para humedecer mis secas fauces, porque era poca; con todo el cuerpo adolorido, cual si me hubieran dado una tremenda paliza; con la cara y las manos tiesas de tierra humedecida con el sudor; con el recuerdo de las fatigas del día y el de los heridos y muertos que acababa de dejar atrás. Digo que todo esto me hizo pasar una noche amarguísima. Mi alma estaba triste, a pesar de la espléndida victoria que había coronado nuestros afanes y trabajos. Y esos miles de infelices compañeros que quedaban tendidos, solos, sin que una mano conocida se les acercara brindándoles humanitario auxilio; esos estaban en incomparable peor situación que yo. Este recuerdo hacía que yo diera gracias a Dios, que me había dejado con vida y sin ese tristísimo desamparo en que yacían los bravos de la 3º División. Yo comuniqué a los nuevos amigos del “Chillán” los temores que tenía de que se murieran muchos esa noche, por falta de auxilios. ¿Y qué podemos hacer? ¿Cómo les prestamos socorro?. Esto decíamos, porque realmente nada podíamos hacer, y cuando ni una Ambulancia se encargó de recorrer el campo, como era su deber, y la única que tenía los utensilios necesarios para estos casos, nosotros solo podíamos lamentar las desgracias, pero no remediarlas. En efecto, por falta
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de auxilios, murieron muchos esa noche, tocándole también esta desgracia al pobre Rubio, que poco antes lo había dejado yo hablando con todos los que me seguían. ¡Cuantos encontraron su tumba en Miraflores, a las puertas de Lima!. Chile entero debe orar por el descanso eterno de las almas de esos soldados, que han muerto en su puesto, silenciosos, al lado de su rifle, recostados sobre el pasto, fija en el cielo la vista ya sin luz ni brillo. ¡Gloria a ellos! 16 de Enero de 1881 Domingo. En el campamento de Miraflores. Apenas sentí tocar los golpes de diana, me levanté e hice reunirse a los soldados que había llevado yo.
(Inserto del artículo en el original) “Llegada de nuevas tropas. Como se verá por las comunicaciones que copiamos enseguida, han llegado ya los Batallones “Curicó” y “Aconcagua”; tan esperados por sus respectivas provincias. Saludamos respetuosamente a esos valientes, deseándoles todo género de felicidades en sus hogares. “Telegrama recibido ayer de Valparaíso a las 3 hrs. 25 P.M. Señor Comandante General de Armas: El transporte Amazonas fondeó esta mañana, conduciendo a los Batallones ”Aconcagua” y “Curicó”. Su personal, en buen estado de salud. El “Curicó” marchará a esa mañana a las 9 hrs. A.M. y el “Aconcagua” pasado mañana con destino a San Felipe. Se han alojado lo mejor posible. Toro H.” La Comandancia General de Armas ha pasado al jefe del Batallón 8º de Línea la siguiente nota: “Santiago, julio 1º de 1884. El comandante del Batallón “Chillán” 8º de Línea dispondrá que mañana a las 2 y media P.M. se encuentre formado en la Estación de los ferrocarriles del Norte, medio Batallón del cuerpo de su mando con la banda de música, para recibir al Batallón “Curicó”, que debe llegar a esa hora de Valparaíso, debiendo disponerse que la tropa forme como de costumbre para procurar el cómodo desembarque del expresado cuerpo. Anótese. Gana”.
(Inserto del artículo en el original) Manifestaciones al “Aconcagua”. El comité directivo de los aconcagüinos residentes en Santiago, que se proponen recibir al Batallón “Aconcagua” con los honores que ese digno Cuerpo merece, ha acordado en sesión de anoche dar a cada uno de los soldados de ese Cuerpo, una medalla de plata (9 décimos del fino) con las siguientes inscripciones: en el anverso “Al batallón Aconcagua, 1884”. En el reverso: “Los aconcagüinos residentes en Santiago.” Acordó obsequiar asimismo a cada uno de los oficiales una medalla análoga, también de plata, pero dorada. Acordó igualmente entregar al comandante de dicho Cuerpo un diploma con el nombre de todos los erogantes. Resolvió además que una comisión se encargue de hacer las manifestaciones antes referidas. Dicha comisión quedó compuesta así: Señores Juan Honorato, Roberto Humeres, Jermán Hertz, Ismael Bruna, Waldo Castro y Eduardo Solovera. Las pruebas de distinción de que se trata tendrán lugar en San Felipe el 15 del actual. Se trasladará, por último, a Valparaíso, para recibir al Cuerpo y acompañarlo al pueblo de su formación, una comisión compuesta de los siguientes señores: Hertz, Honorato, Solovera y Humeres.
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(Inserto del artículo en el original) “Batallón “Aconcagua”. A las 8.30 A.M. de ayer, salió de Valparaíso para San Felipe este Batallón, y llegó a las 2 P.M. Como se sabe, en esta ciudad se hacían grandes aprestos para recibirlo como merecía su bizarra conducta en la campaña terminada. He aquí la nómina de su oficialidad y tropa: Plana Mayor. Sargentos mayores, José Vicente Otero, José Fidel Bahamondes; capitanes ayudantes, Francisco M. Caldera, Francisco A. Labra; subteniente abanderado, Rufino Hermosilla. Primera Compañía. Capitán, Federico Otto Herbage; tenientes, Carlos Castaños, Flavio Jiménez; subtenientes, Belisario Aspee, Joaquín Valenzuela, Alejandro Otero. Segunda Compañía. Capitán, Domingo Chacón; tenientes, Carlos Calvo, José María Zambrano; subtenientes, Florentino A. Salinas, Emilio Montoya, José Miguel Bruna. Tercera Compañía. Teniente, Segundo Silva Bravo; subtenientes, Clodomiro Mardones, Alfredo Lagos, Augusto Joni. Cuarta Compañía. Capitán, Alberto Bruce; tenientes, Dionisio Arancibia, Luis A. Ibañez; subtenientes, Arturo A. Vergara, Remigio Robles, Darío del Campo. Quinta Compañía. Capitán, Cesar Squella Ovalle; teniente, Juan de Dios 2º Caamaño; subtenientes, Edilio Matte, José M. Alvarado. Sexta Compañía. Capitán, Alberto J. Herrera; tenientes, Lucas Vial, José D. Salas; subtenientes, Rodolfo Cinti, José Antonio 2º Fuenzalida. El Batallón se compone de los siguientes hombres, distribuidos por Compañías: 1º Compañía 88 2º Compañía 83 3º Compañía 90 4º Compañía 88 5º Compañía 79 6º Compañía 76 Total
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(Inserto del artículo en el original) ENTRADA DEL “ACONCAGUA” A SAN FELIPE Ejercicio del Cuerpo Tacañería de la autoridad “Julio 6. Como lo anunciamos, el Jueves a las dos de la tarde, llegó a la Estación el convoy que conducía al Batallón “Aconcagua”. Como era de esperarlo, ese lugar, a pesar de su extensión, era estrecho para contener el inmenso gentío que recibió a la tropa con estruendosos vivas. Inmediatamente el señor Contreras hizo uso de la palabra, y en un entusiasta discurso dio a nombre del pueblo la bienvenida a los recién llegados. Enseguida, el Batallón, completamente estrechado por una numerosa muchedumbre, se puso en marcha con dirección a la plaza, tomando por la calle de Coimas, perfectamente adornada y engalanada. En la plaza se ostentaban tres hermosos arcos; uno de la Sociedad de Socorros Mutuos, otro del señor párroco don José Agustín Gómez, al frente de la Iglesia parroquial, y el tercero construido por los alumnos del Liceo. Todos ellos eran vistosos y elegantes y revelaban el buen gusto que reinó en su arreglo. Pero el que más llamó la atención fue el vistoso trofeo echo por los bomberos que ha sido una verdadera obra de arte y de gusto.
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A la recepción asistió el Batallón Cívico de esta ciudad, todo el Cuerpo de Bomberos y la Sociedad Arturo Prat de Socorros Mutuos. Después de algunas evoluciones en la plaza y de pronunciados algunos discursos por varios caballeros, como el señor párroco Gómez, Eduardo Solovera y otros cuyo nombre se nos escapa por el momento, el Batallón marchó a su alojamiento, la Casa de Ejercicios, tomando por la calle del Comercio, igualmente embanderada y engalanada. En muchos edificios particulares se veían los frontis adornados con cuadros, cortinajes, yedras y flores. Nuestros bravos soldados orgullosos con sus triunfos, gozosos, ostentaban bonitas coronas sobre sus kepíes o pendientes de sus yataganes. Pero una de las escenas que más interés despertó, fue cuando las pequeñas huérfanas del Asilo de la Patria, conducidas por sus dignas directoras las monjas de San José y su director señor Gómez, saludaron a nuestros valientes entonando la Canción Nacional. ¡Tiernos e inocentes corazones, que a pesar de sus pocos años derramaban sensibles lágrimas, como lo vimos, tal vez al no poder tener el placer de ver y estrechar entre sus brazos a sus padres, sus padres que por la Patria las abandonaron y dejaron sus restos allá, lejos, muy lejos y en tierra extraña, dejando a la vez a sus hijos confiados a la caridad pública! En el Cuartel se le tenía preparada a la tropa una abundante y suculenta comida, regada con la exquisita chicha aconcaguina, que habrá sabido a nuestros soldados como el néctar que libaban los dioses. En la noche hubo iluminación y fuegos artificiales en honor del Batallón. Inútil es agregar que el pueblo no se recogió sino hasta muy tarde, y hoteles y cafés se veían completamente llenos brindando por los valientes aconcagüinos. Todos los adornos de las calles, los arcos y enbanderamiento permanecen hasta hoy, que el Batallón sale a hacer ejercicio y se le prepara una especie de banquete, dándose en la noche una función dramática en su obsequio. No terminaremos esta reseña sin manifestar nuestra sorpresa por la actitud de nuestra primera autoridad y del Municipio, que durante la recepción del Batallón se limitaron a llevarse de plantón a la resolana, al frente de la sala municipal. Tal actitud era chocante, por no decir ridícula. También nos llamó la atención que durante los fuegos artificiales no tocara la banda de música, la que se dejó oír después de terminada aquella fiesta. Estas son anomalías que claramente revelan falta de cabeza. Se dice que nuestro Batallón será llevado a los Andes antes de su disolución, para hacerlo en ese pueblo una suntuosa fiesta. Bien lo merecen aquellos que tanto han sufrido y sacrificado por su pueblo y su Patria. Para esta noche tiene lugar la función dramática que el Cuerpo de Bomberos obsequia a la oficialidad y tropa del “Aconcagua”. Sabemos que están tomadas casi todas las localidades. Hoy hará ejercicio el “Aconcagua” en el campo preparado en un potrero del señor Parrasia. De regreso del campo, se le prepara una suculenta comida a la tropa. Con motivo de estas fiestas hay gran entusiasmo en la población”.