Mito, Rito y Virtud
Mendoza Reyes Raúl Alejandro
El hombre en su devenir histórico es espectador, así como un recopilador, se torna en un ser que asimila y se adapta a condiciones y esquemas previos que invariablemente impactarán en su desarrollo, expresión y futura consagración. Su conocimiento hasta ese momento se verá influido y tendrá que sostenerse de nuevas formas para revalorar su percepción y expresión interna; modificara sus concepciones y tallará todo un nuevo enramado de creencias y modelos, ahora regirán de ese punto y para siempre aspectos fundamentales de nuestro entendimiento. Cuando el hombre se ve frente a frente siente la necesidad de explicarse los fenómenos naturales para darle un sentido a su existencia y en ese momento su pensamiento se desborda sin límites, rompiendo las fronteras del imaginario, donde las imágenes que conoce le pueden dar respuestas, ya sea incomprensible o inteligible a la realidad, en la cual se articulan con el fin de comunicarse a través de signos y símbolos tratando de someter a la naturaleza para convertirla en objetos de ritual. El rito es delimitador; marca y define las reglas del juego. Desde los actos rituales individuales y cotidianos, o los de las familias, géneros, grupos de edad, profesiones, ejércitos, instituciones, comunidades, actividades, etc. Hasta los específicamente realizados en lugares consagrados, en todos ellos se refuerza el orden de lo constituido, de lo socialmente existente, y siempre bajo una mirada subordinada a las divinidades que se juega en las claves de la fórmula y el gesto colectiva e individualmente repetidos. Es el aglutinante de los esquemas de entendimiento y expresión. Esa repetición colectiva de las prácticas cultuales, de los gestos, lo mismo que la repetida asistencia a rituales concebidos como arcanos, consuetudinarios y prístinos, con toda su variación emocional (el respeto temeroso, lo festivo, lo burlesco, el secreto y el misterio, el miedo o la angustia unida a la crisis social o al peligro bélico) define por sí mismo el orden deseado de un mundo; atañe a los hondos sentimientos que moldean la pertenencia, que perfilan la identidad particular en lo colectivo, que hablan del miedo a lo desconocido y del temor ante el riesgo de la extinción, y que lo hacen presididos por ese sentimiento de honda fragilidad ante lo divino, el poder por excelencia, del que también, con la palabra, hablan los mitos. Visto desde esta perspectiva, mito y rito juegan en el mismo campo: es desde un punto de vista clásico, entre la gloria y el horror, lo que había ocurrido cuando las divinidades y los humanos se habían encontrado cara a cara y sus cuerpos les unían en el deseo.
Mito, Rito y Virtud
Mendoza Reyes Raúl Alejandro
El mito, por tanto, refuerza por contraste, casi a la manera de un carnaval en proyección hacia el pasado, el papel distanciador y subordinante del rito, a la vez que, más directamente, defiende con historias específicas lo sacro. No es necesaria, entonces, una correspondencia entre un mito y un rito para suponer que apuntan en la misma dirección: es la propia disposición de lo mítico y de lo ritual en el juego lo que los sitúa y perfila. Y más allá de allí, ambos refuerzan las jerarquías sociales y el buen orden, todos paradigmáticamente representados, articulados, gracias a la imagen y la práctica. El hombre ha podido afrontar su ignorancia en la medida en que ha logrado develar el sentido de lo que esa historia “primigenia” le ha transmitido, la cual es necesario reconstruir y en esa forma reactualizar y revivenciar la experiencia de los inicios. El rito respondería, pues, a esa necesidad de iniciar-se en esa vida, en ese todo paradisiaco a donde en momentos de angustia se quiere volver, o del cual por una razón u otra se quiere salir. Mito; una forma de sustentación capaz de otorgar el apoyo necesario en la continuidad de los procesos de maduración y desarrollo, lo que conlleva el establecimiento progresivo de estructuras coherentes entre sí. El mito objetiviza y organiza las esperanzas y los miedos humanos y los metamorfosea en trabajos persistentes y durables. El mito es una expresión de la emoción y los instintos con caracteres objetivos y propios, y esta expresión simbólica, como parte constitutiva del trabajo del mito, caracteriza el proceso humano del pensamiento El mito se refiere siempre a una creación, cuenta cómo algo ha llegado a la existencia o cómo un comportamiento, una institución, una manera de trabajar, se han fundado; esta es la razón por la que los mitos constituyen los paradigmas de todo acto humano significativo. Al conocer el mito se conoce el origen de las cosas y, por consiguiente, se llega a dominarlas y manipularlas a voluntad. No se trata de un conocimiento exterior abstracto, sino de un conocimiento que se vive ritualmente, ya al narrar de manera ceremonial el mito, ya al efectuar el ritual para el que sirve de justificación. De una u otra manera el mito se vive en el sentido de que se está dominado por la potencia sagrada que exalta los acontecimientos que se rememoran y se reactualizan. No se trata de la conmemoración de los acontecimientos míticos, sino de su reiteración. Revivir aquel tiempo, reintegrarlo lo más a menudo posible, asistir de nuevo al espectáculo de las obras divinas, reencontrar los seres sobrenaturales y volver a aprender su lección creadora, es el deseo de los revificadores ilustres, acarrear a su actualidad el poderío del lito heroico, la destreza y perfección, la expresión artística de una vida de origen y una historia sobrenatural, y que esta historia es significativa y ejemplar. En ambos casos, los mitos son utilizados como recursos
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Mendoza Reyes Raúl Alejandro
conceptuales para potencializar las ideas del artista sobre la realidad de su tiempo, actualizando sus significados.
Es en el Siglo de las Luces donde lo estético enlazado a lo natural, por ser propio de la Naturaleza Humana, se configura a través de los sentidos, la percepción, la sensación y el sentimiento. Con nuevos principios, cuyos rasgos combinan experiencia y razón, socavan el orden clásico, fundado en el número y la proporción y con ella los cánones estéticos, la autoridad de los antiguos y la exaltación mimética de la gloria divina. Estos nuevos principios se fundan en el carácter universal e invariable de la razón y en la hipótesis de la identidad en los orígenes, la experiencia similar de todos los pueblos acerca de lo bello, en virtud de su pertenencia, una experiencia tanto fisiológica como psicológica. En el Siglo de las Luces, el protagonista de esta experiencia es el individuo; el burgués como producto social de la ilustración, como ciudadano que lucha por su emancipación, que contempla o produce, pero que ya no se limita al reconocimiento de características o propiedades presentes en los objetos, sino que opera desde su conciencia. El sentimiento espontáneo que responde a la belleza es el gusto. Lo bello relacionado al gusto es una aportación del empirismo inglés. El Gusto quedará incluido en la Enciclopedia entre los saberes del siglo, como sentido o capacidad diferenciada, reservada al discernimiento de la belleza y, estado psíquico específico e irreductible.