Cuarto de secundaria
Carta de Amor al Amor 27 de septiembre de 2009 Querido amor: Te escribo hoy, casi dieciséis años después de haberte conocido, para agradecerte todo lo que me has dado, lo que he vivido y aprendido a tu lado. Nos conocimos el 24 de enero de 1994, tal vez antes. Lo cierto es que mi memoria no alcanza a recordarlo. Te pido que me disculpes por esto. La primera vez que te vi fue en los ojos de mi madre. En sus actos, en el trato que tenía hacia mí. Inevitablemente, desde el primer día te instalaste dentro de mí también, quizás fue mi madre la que me contagió. Gracias a ti he amado a mi madre como sólo ella me ha sabido amar a mi. Algo parecido hiciste con mi padre. Si no fuera por ti, ellos nunca me habrían dado todo lo que me dieron y aún me dan, nunca me hubieran educado, ni me hubieran ofrecido su hogar como si fuera el mío. Tú nos uniste, desde el momento en el que discretamente, sin hacer ruido, me instalé en la barriga de mi madre. Desde entonces has vivido a mi lado, aun sin que yo me percatara. Nunca te he mirado a los ojos. Nunca me he preocupado en conocerte, ni siquiera en agradecerte que hayas formado parte de mi vida. He amado muchas cosas. He amado a mi familia, a mis amigos, a mi hogar, a la música, a los libros, a mis muñecas e incluso a mí misma. He amado las cosas más insignificantes que te puedas imaginar, aquellas que nadie suele apreciar y por las que cada día doy gracias. Un bolígrafo, una fotografía, un peluche, una casa, un plato caliente en la mesa. Me siento muy afortunada de poseer esas y otras mil cosas, y sólo tú haces que las ame y las valore. Tenía tres años cuando por primera vez dudé de tu perfección. Sí, tú siempre fuiste perfecto. Pero, aparte de ti otros sentimientos me invadían, sentimientos nada beneficiosos. Los celos, por ejemplo. Pasé una noche con mis abuelos, separada de mis padres, sin saber por qué. Me levanté a la mañana siguiente, y recuerdo que lloré, lloré mucho al decirme mi abuela que iba a tener un hermanito. No es que no me sintiera feliz. En realidad lo llevaba esperando desde que a mi madre le creció de nuevo la barriga. No obstante nunca había pensado en que ese momento, tarde o temprano, llegaría. Y ese día no me sentía preparada.
El día acompañaba a mi estado de ánimo. Era un día sutilmente soleado; sin embargo, el cielo cubierto de nubes provocaba esa luz blanca y fría, ésa que siempre me ha dado dolor de cabeza. Era la misma luz que había en mi corazón. Felicidad manchada de tristeza. Tristeza por dejar de ser la única a la que mis padres adoraban. Tristeza por tener que compartirlo todo con otra persona. Pero tú supiste vencer a los celos, y volviste a mí para que yo amara también a mi hermano. Tú has hecho que siempre sea leal con mis amigos. Desde el jardín de infancia. Me has dado el defecto de esperar siempre esa misma lealtad por parte de ellos, y no todos han sabido dármela. Has hecho que cada amigo, de esos que sí han sido honestos, haya sido lo más especial para mí. Y es por ti que a ellos los amo también. Hace un año me faltó por primera vez una de esas cosas a las que tanto amo. No creas que no me cuesta recordarlo, fue muy doloroso. Mientras lloraba en mi habitación, a oscuras, creía odiarte por haberme fallado. Tú, el amor de mi abuela, te habías ido con ella, y temí que me hubierais dejado para siempre. Sin embargo, y como siempre, nada era como yo pensaba, pues aunque ya no pudiera verte tú seguías ahí, entre mi abuela y yo, manteniéndonos unidas a pesar de estar separadas. Y traté de odiarme por haberte odiado, por haber dudado de ti otra vez y por haberme equivocado de nuevo. Pero tú, amor, siempre has sido más fuerte que yo, y que el odio. Ahora sé que siempre has estado a mi lado. Tú me lo has dado todo. Mis momentos de felicidad, mis días junto a la gente que quiero, que gracias a ti quiero, todo lo que tengo. Y gracias a ti he vencido a la soledad, ya que tú, amor, siempre me has dado alguien a quien amar y quien me amara. He vencido a la ignorancia porque me has hecho amar la cultura, a la prepotencia porque me has hecho amar la humildad, a los celos porque he amado las virtudes. He vencido al odio, porque tú me has dado el amor. No me faltes nunca. Te quiere,
Sílvia
1.X.2009 Te desearía buenas noches: Como cada noche, desde que yo recuerdo. Y no sería tan difícil ¿verdad? Levantarme de la silla que tú mandaste tapizar, recorrer los pasillos que tú pintaste y plantarme frente a ti. Con un buenas noches en la boca y un beso en los labios, ambos atascados. Siempre dices que, pase lo que pase, me darás las buenas noches, aunque hayamos discutido y aún nos dure el enfado. Desde luego esto forma parte de tu colección de mentiras, como cuando te pregunto que qué te pasa y dices que nada, como cuando te pido la opinión de un libro y tú me contestas que lo leíste hace mucho tiempo, que ya no te acuerdas. Tus cambios de humor ya no me pillan por sorpresa desde hace mucho tiempo. En los larguísimos silencios que rellenan los días en los que no me hablas he podido fijarme en lo castaños que son tus ojos, muy diferentes a los verdes que veo los otros días, en los que cuando llego de la calle incluso me saludas con un beso. Recuerdo el día que te lo comenté. Lo cambiante de tus ojos, quiero decir. Estábamos comiendo en el salón. Tú te reíste y no cabías en ti de gozo mientras yo te reprochaba tu cabezonería y tu mal humor. Ahora ya es tarde y has apagado la luz de la habitación. Supongo que sólo me queda meterme en cama sin hacer ruido y esperar a encontrarme el verde junto a la taza del desayuno. Buenas noches,
María