La Acción.docx

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Informe de lectura de LA ACCIÓN (1893) Maurice Blondel Luis francisco Salazar Cucaita ¿sí o no? ¿Tiene la vida humana un sentido y el hombre un destino? Con esta pregunta Blondel abre las puertas a su obra, cuestionando así el sentido de la vida, es decir interrogarse por la coherencia de lo que al hombre le sucede y que le produce estos estados de conciencia diversos y opuestos, el sentido de la vida también se formula con el sentido de la acción, ya que la acción el elemento primero e irreductible de la vida humana. La filosofía debe partir de la experiencia fundamental del “yo actuó”, como de un germen a partir del cual lo demás se va desarrollando, la acción es el hecho más fundamental y constante hecho de la vida, donde la necesidad del hombre es adecuarse a sí mismo, de manera que nada de lo que él es permanezca ajeno o contrario a su querer, y nada de lo que quiere permanezca inaccesible o negado a su ser. Actuar es buscar ese acurdo del conocer del querer y del ser, y contribuir a producirlo o a complementarlo. El diletantismo y el esteticismo son dos posturas que pretenden negar el problema de la acción. Los planteamientos de "no querer ningún fin" y "querer todas las cosas", respectivamente, son echados abajo desde sus cimientos, haciendo un recorrido por sus contradicciones internas. Blondel concluirá que es inevitable querer y seguir un fin. Para Blondel Su doctrina consiste en no tener ninguna doctrina, y eso es ya una doctrina. Intenta sustituir un dogmatismo intelectual, por una anarquía estética. En el fondo no querer nada y quererlo todo es lo mismo. Es imposible no querer nada, ni quererlo todo, pues nuestra existencia está sujeta a constantes opciones. El intento del sujeto de rechazarse en el objeto es vano, pues "siempre hay un sujeto ante un objeto". Blondel plantea dos actitudes, el pesimismo y el nihilismo, que aceptan el problema de la acción, pero le dan una solución negativa; es decir, parecer concluir que el fin de la acción es la nada. Blondel irá desenmascarando estos planteamientos, concluyendo que la respuesta al problema de la acción es siempre positiva: la voluntad quiere algo. El nihilismo es la nada como meta y sentido de la vida. La nada es el bien, existe; el ser es el mal, no existe. La crítica de Kant parece haber roto la acción y esto ha desembocado en la nada. Nada de la vida sensible, de la investigación científica, de la especulación filosófica y de la actividad moral. Pienso en la nada; luego hay un sujeto pensante, y un objeto pensado; la nada pertenece al ser. No se puede negar todo, ya que siempre habrá algo por negar; un infinito que se me escapa. Lo que niegan revela la grandeza de lo que quiere. No se puede negar el fenómeno y el ser. Tanto en el querer-ser, en el querer-noser, y en el querer-no-querer subsiste el querer.

El pesimismo se pierde en contradicciones insolubles, porque procede de un doble querer: el querer del fenómeno y el del ser. A través de sus negaciones se reafirma esta doble realidad individual e impersonal. No existe una concepción simple y distinta, ni una voluntad franca y homogénea de la nada. La acción es la síntesis del conocer, del querer y del ser. ¿existe, sí o no, concordancia entre la voluntad que quiere y la voluntad querida? La acción es la síntesis de este doble querer. Blondel demuestra como las ciencias positivas, que están centradas en objetos, son insuficientes porque se olvidan del polo del sujeto. Se propone el elemento subjetivo: la conciencia y la ciencia de la acción (subjetiva). Tanto las ciencias exactas (o a priori) como las experimentales (experiencia sensible) son insuficientes para explicar la vida. Las primeras intentan explicar la realidad, pero sin partir de la experiencia, aunque se adapte a ella. Las segundas utilizan el a priori de las primeras para dar un orden o lógica a la experiencia –son dependientes de las primeras-. Pero si las primeras no toman la base en la vida, sino en un mundo abstracto y las segundas se apoyan en las primeras, nos encontramos con una paradójica relación. Necesitaremos de otro elemento: la acción, que incorpora el elemento subjetivo y que servirá de enlace entre ambas ciencias, sin agotarse en las ciencias mismas. La acción probará como en ella hay más de lo que las ciencias conocen y alcanzan. Las ciencias constituyen un simbolismo; no explican el fondo de las cosas, sino que su función es constituir un sistema de relaciones coherentes. Esta función será aprovechada por la ciencia de la acción. La conciencia será el punto de partida de la ciencia de la acción: "El sujeto está relacionado científicamente con el objeto, lo contiene y lo supera. Los hechos de conciencia son tan reales como todo lo demás, porque todos los demás se comunican con ellos a su vez, y toman de ellos lo que tienen de realidad. Son distintos y solidarios." El hecho no existe más que por el acto; y sin el fenómeno subjetivo no habría ninguna otra cosa. ¿Cuáles son las primeras consecuencias de reconocer el carácter científico de la conciencia? El determinismo de la conciencia: La libertad, el deber y la ley moral. Nada actúa en nosotros si no es verdaderamente subjetivo, si no ha sido digerido, vivificado, organizado en nosotros mismos. La conciencia de la acción implica la noción de infinito; y la noción de infinito explica la conciencia de la acción libre. Infinito sería todo lo que supera toda representación precisa y todo motivo determinado, lo que no puede ser comparado con el objeto del conocimiento y con los estímulos de la espontaneidad.) Para actuar hay que participar de una capacidad infinita. La libertad es postulada por la ciencia. Aparece a la conciencia por el juego del determinismo. No hay conciencia del determinismo más que por la libertad...La razón verdadera de la acción se debe descubrir en un fin trascendente a la naturaleza o la ciencia…la razón del acto no puede residir más que en una libertad capaz de sintetizar, de sacar provecho y se superar todo el determinismo del que ella ha salido y acepta. ..para tener conciencia del determinismo, es necesario ser libre...La libertad, que se produce fatalmente, no se conserva sino libremente.

El sujeto se encuentra obligado a salir de sí mismo y a someterse a una ley de desprendimiento, justamente para no encadenarse a una fórmula imperfecta de su propio desarrollo. La acción es el quicio entre el determinismo científico y el práctico...al actuar, aprendemos lo que tenemos que hacer, es decir, que nuestra voluntad logra conocerse y adecuarse cada vez mejor a sí misma. Al afirmar algo, y al querer que haya ciencia positiva en ello, se postula el fenómeno subjetivo. Al reconocer la realidad científica del hecho de conciencia, y al estudiar las leyes del automatismo psicológico, se ha tomado conciencia del determinismo interno. Al plantear el determinismo, se saca de él la libertad. Al querer la libertad, se exige el deber. Al concebir la ley moral, hay una necesidad de producirla en la acción, para conocerla y determinarla en la práctica. La expansión exterior pasa de la pura intencionalidad y se manifiesta como cuerpo de la acción. Se llega a la constitución de la individualidad humana, a través de una unidad indivisible de la iniciativa humana y la contribución del universo. ¿Qué es lo que mueve a la acción? una fuerza originada en el propio sujeto. La causa que da lugar a todo el movimiento de la acción es la desproporción entre la voluntad que quiere y la voluntad querida. El querer no es integral y permanece dividido en sí mismo. La acción es el nexo de la vida orgánica y el vínculo de la conciencia individual, y está síntesis es el resultado de una sinergia. La acción real no puede ser parcial o dividida, múltiple, como deben serlo el pensamiento o el sueño. Lo que se hace se hace. Todo o nada. La acción sacude y pone en movimiento toda la máquina. Realiza una síntesis viva, hace participar al organismo material de la intención que la anima, lo mismo que ella hace repercutir en nuestros estados de conciencia los hábitos del cuerpo. Para lograr ser mejor y más completamente uno, no se debe ni se puede permanecer solo. Nuestra persona es nuestra expansión y nuestra dedicación a todos; nuestra acción es la colaboración del universo y el triunfo de la impersonalidad. Toda acción es una manifestación de la necesidad por superar el abismo entre lo querido y lo realizado. Será una llamada a lo otro, "a salir de uno mismo". La voluntad, a través de la mediación de la vida individual, organiza fuera un mundo más y más conforme a su deseo profundo. La acción establece una alianza con el objeto de su deseo, y no pierde la virginidad más que para hacerse a su vez fecunda. Nunca actuamos solos. Al producirse, la acción se transforma, y es precisamente esta transformación lo que se buscaba al actuar. El agente se introduce en lo que hace, y lo que hace lo modela. En toda operación exterior hay, pues, un doble movimiento: uno, el primero, mediante el cual el signo expresivo se impone al determinismo que le rodea; otro, el segundo, mediante el

cual, a través de este signo, es solicitada, exigida y obtenida la reacción de la que nacerá la obra deseada. La acción puede ejercer una influencia sobre agentes diferentes de su autor y solicitar su cooperación, respetando su iniciativa y su independencia, pero tendiendo, sin embargo, a una unión lo más íntima posible. Lo que yo he hecho por mí mismo con el concurso de otro, ya no es sólo para mí y para este otro. El acto realizado tiene necesariamente un alcance más grande. y, en cierto sentido, en adelante existe para todos los demás tanto como para aquellos que lo han producido. La acción que es llevada a salir de sí y a difundirse, va desembocando y originando la sociedad, a través de tres formas principales: la familia, la patria y la humanidad. También se trata de la moral natural que no se rige por el hecho, o por el derecho, sino por la práctica. En el obrar se conoce mejor y. Así el hecho, el derecho y la práctica se dan de forma conjunta. No pueden darse aisladas. Por último, introduce el tema de la religión, pero de forma negativa, a través de la superstición. El sujeto es consciente de que hay algo que excede los hechos sensibles y la vida social. Pero la tentación es la superstición; fabricarse un ídolo al que atribuirle ese "algo" que le excede. En el fondo la conclusión a la que se llega en esta tercera etapa es que el "fenómeno" no es suficiente para el hombre, el cual no puede ni negarlo ni mantenerse en él. Así se abre a la pregunta por el fundamento de este fenómeno, que en el fondo es la necesidad por abrirse a la acción divina. El hombre es para el mismo "un fin en sí", pero con vistas a un desarrollo superior a su mutua soledad. El amor verdadero abarca la totalidad de la persona, considerándola como una viviente unidad de partes que reciben la belleza de su relación íntima con el todo. Unidos por los cuerpos para no formar más que un alma, unidos por las almas para formar un sol cuerpo. Dos seres no son ya más que uno, y precisamente cuando son uno se convierten en tres – familia-. La meta del amor, no es el amor mismo sino la familia. Cuando queremos y actuamos superamos a la familia, la ciudad, la patria para que nuestros actos interesen y alcancen a la humanidad. Sobre la moral natural. La Moral estaría por encima de la Metafísica porque es en la acción, es actuando, donde encontraremos los fundamentos de la vida. La acción no puede encontrar apoyo y acabamiento más que en una realidad infinita. En el fondo hacemos ídolos cuando hacemos "fines de los medios", cuando tomamos lo Incognoscible, la solidaridad universal, la patria, el amor, el arte, la ciencia, ... como metas o centros de su existencia. "No se encuentra lo divino en ningún sitio cuando uno mismo no lo posee, pero se puede eliminarlo de todas partes al concentrarlo en uno mismo suplantando la fe ausente por una credulidad".

El conflicto se presentará entre el supuesto fracaso de la acción y su inevitable reafirmación. Entre lo que la persona quiere y lo que hace hay un abismo, un aparente fracaso. Pero por otra parte existe en nosotros una voluntad que supera las contradicciones de la vida. La presencia que hay en nosotros de lo no querido lleva al sujeto no a querer un objeto, o un hecho, sino un acto y el ser mismo de la voluntad. Paradoja: Es imposible quedarse parado, no avanzar, puesto que la voluntad quiere más, pero no podemos seguir avanzando, ya que no hay un objeto que se adecue a su búsqueda. Queda abierta entonces el camino de la trascendencia de la acción humana, el camino de Dios, del "único necesario". Dios, como el "Único Necesario", es lo que supera el nihilismo y el pesimismo, y encamina la acción a su culminación. El problema de la existencia humana sólo se resolverá si la persona llega a descubrir la necesidad de la donación sobrenatural en su vida. Blondel hace un repaso por las pruebas de la existencia de Dios clásica: argumento cosmológico, el teleológico y el ontológico. Realiza una crítica a estos tres argumentos, y parece simpatizar algo con el tercero. El cree que si se toman aisladamente cualquiera de las pruebas llegamos sólo a ideas abstractas que no prueban nada. Ahora bien, si las tomamos todas en su conjunto, no como un juego lógico del entendimiento, sino con una certeza práctica, las pruebas son verdaderas, vivas y eficaces. La intuición que tiene Blondel es que ve imposible que lo finito se explique sobre sí mismo. En el fondo es plantear: Dios o la nada, donde la nada no una abstracción sino el sinsentido de la existencia. Y hemos visto que la nada no existe. Así la existencia de Dios no sería una pregunta abstracta o que afecte al intelecto, sino una cuestión vital, que tiene que ver con la apertura a la existencia. La alternativa se abriría en este momento. En el fondo es dónde voy a buscar o de dónde me vendrá la salvación. Una de las alternativas será que el sujeto se repliegue sobre sí mismo, que intente buscar la solución sin salir de sí; esto hará que la acción sea llevada al absurdo y que se meta en un callejón sin salida que la lleve a la desintegración. La otra alternativa, y a la postre la mejor, es decidirse por la opción de la trascendencia, por Dios. Esto me llevará a la idea de Revelación. La verdadera libertad a la hora de optar vendrá al buscar la verdadera libertad, es decir, la indiferencia. Eso significa dominar la pasión, la necesidad, ejercer la abnegación. El sufrimiento y el sacrificio suponen un instrumento en el crecimiento de la persona, en un saber conformarse con la voluntad de Dios. Quien no ha sufrido por una cosa, no la conoce ni la ama. Sin la educación del dolor no se accede a la acción desinteresada y valiente. No se sabe si es una simple banalidad o una paradoja intolerable el afirmar que el hombre aspira a ser plenamente lo que él quiere, y que no lo puede ser, en absoluto, a su pesar...Quisiéramos ser autosuficientes, pero no podemos serlo...La muerte por sí sola resume todas estas enseñanzas. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo? Todo lo que tiene no le basta, y cuando lo tiene no le parece nada, porque él no se basta, y no se posee a sí mismo.

La voluntad humana no puede reservarse totalmente para sí porque no procede totalmente de sí. La acción es indeleble...Lo peor no es quizá el no poder cambiar nuestros actos, sino el que nuestros actos nos cambian de tal manera que ya no podemos nosotros cambiarnos a nosotros mismos. Tres proposiciones resumen...El sentimiento del aparente fracaso de nuestra acción es un hecho sólo en cuanto implica en nosotros una voluntad superior...La presencia en nosotros de aquello que no se ha querido ponen en evidencia la voluntad que quiere en toda su pureza. Esto nos manifiesta la necesidad que encuentra la voluntad de quererse y de establecerse a sí misma. Sentir la debilidad de la condición humana, conocer la muerte, es conocer una referencia superior...El hecho de la muerte sólo se constata y se comprende porque se posee ya la certeza de sobrevivir...La nada, que a veces parece desear y presagiar, no existe..¿Cesamos acaso de desear lo que hemos deseado debido a que no hemos conseguido en seguida lo que anhelamos? "De mí a mí mismo hay un abismo que nada ha podido llenar". La idea de la nada no existe sin la idea de otra cosa. "La trinidad es el argumento ontológico llevado al plano de lo absoluto, allí donde la prueba no es ya una prueba, sino la verdad misma y la vida del ser". "Todos estos conceptos de la razón humana (pruebas de la existencia de Dios) son vacíos, falsos e idolátricos si se los considera separadamente como representaciones abstractas, pero son verdaderos, vivos y eficaces cuando, al considerarlos solidarios, resultan no un juego del entendimiento, sino una certidumbre práctica". Es ciertamente en la praxis misma donde la certeza del "único necesario" tiene su fundamento. Dios es la certeza inmediata sin la cual no hay otra, la claridad primera, la lengua conocida sin haberla aprendido...Dondequiera que algo se para, allí no está él; donde quiera que algo se mueve, allí está él. El hombre aspira a ser dios. El dilema es éste: ser dios sin Dios y contra Dios, o ser Dios por Dios y con Dios. En la acción voluntaria se opera un secreto maridaje entre la voluntad humana y la voluntad divina. Ser llamado a la vida de la razón y de la libertad significa participar en la libre necesidad de Dios que no puede menos que quererse a sí mismo. Nosotros tampoco podemos menos de querernos a nosotros mismos: el ser que recibimos como propiedad nuestra es de tal naturaleza que es imposible no aceptarlo. No se puede abusar de ese don, no se puede fingir que se lo rechaza más que aceptándolo ya y usando, si se puede decir así, de Dios contra Dios. Resulta, pues, para él una necesidad el reconocer su dependencia respecto de ese huésped misterioso, el someter su voluntad a las suya. Tiene que pasar por ahí. Si no, no hay medio de resolver el problema, ese problema que él plantea y ratifica plenamente.

La idea de preceptos o dogmas revelados no le puede venir al hombre ni de la misma revelación, ni de los fenómenos naturales. Esta noción surge de una iniciativa interna. Pero ¿de qué modo esa disposición totalmente subjetiva podría reconocer si hay efectivamente en el exterior un alimento destinado a calmar esta hambre de lo divino? Y, después de haber experimentado el tormento inevitable de lo infinito, después de haber pedido a Dios que quite el velo del mundo y se muestre a sí mismo, ¿cómo discernir si esta presencia es real? ¿Cómo reconocer si se ha producido verdaderamente esta auténtica respuesta? Pero no se puede atribuir sólo al esfuerzo de la voluntad esta disposición saludable de obediencia, ya que no puede proceder de nosotros el movimiento sobrenatural. Hasta el impulso de búsqueda que nos lleva a Dios tiene que ver, en su principio, un don. Los dogmas no son sólo hechos o ideas concretadas en actos, sino también principios de acción. La Revelación, para ser lo que tiene que ser si existe, debe superar a la razón tanto en su principio como en su objeto y en su fin. Ningún esfuerzo del hombre puramente hombre logrará penetrar su esencia. Gracias al movimiento profundo de su propia libertad, el hombre se ve inducido a querer una alianza con Dios y a formar con él una sola síntesis: todo acto tiende a ser una comunión. Esta síntesis no podría consumarse más que por medio de la acción, único receptáculo capaz de acoger el don recibido. Y la alianza no solo no puede contraerse, sino que ni siquiera puede persistir y afianzarse más que por medio de la práctica literal. ...la fe, que podría denominarse como la experiencia divina en nosotros, es el origen de una actividad que implica al hombre entero y le hace producir, con la ayuda de todos sus miembros, la creencia de la que vive. La práctica literal es necesaria no solamente para armonizar toda nuestra vida interior. Nuestra acción está repleta de vida universal; no es una mera función del individuo, sino una función del gran cuerpo social. En resumen, existe un infinito presente en todos nuestros actos voluntarios, y este infinito no podemos retenerlo por nosotros mismos en nuestra reflexión ni reproducirlo con nuestro propio esfuerzo humano. Para captarlo y producirlo como queremos, es necesario, pues, que este principio secreto de toda acción se nos dé bajo una forma que nos permita entrar en comunión con él, recibirlo y poseerlo en nuestra pequeñez. Tenemos necesidad del infinito finito; y no está en nuestras manos el limitarlo, pues de hacerlo así, lo estaríamos reduciendo a nuestra propia medida. Sólo a él le corresponde ponerse a nuestro alcance y condescender con nuestra poquedad para exaltarnos y adecuarnos a su inmensidad. La realidad de este don queda ciertamente, una vez más, fuera de la

influencia del hombre y de la filosofía; pero la tarea esencial de la razón está en ver su necesidad y en determinar las conveniencias naturales que regulan el encadenamiento de las mismas verdades sobrenaturales Lo divino es más que universal, es particular en cada punto y se halla enteramente en cada uno. Si se muestra a todos como el maná que tenía todos los sabores, lo hace de la forma más asequible y más humilde, ya que, en esta sublime degradación, su bondad y dignidad le exigen que su condescendencia con nosotros no sea a medias. Cuanto más poca cosa sea el símbolo en relación a los sentidos, más responderá a las exigencias de la razón y del corazón. Su resplandor no puede ser más que el de un punto, como el de la estrella cuyo resplandor, salvo una tenue línea de luz, parece dejar al océano en la oscuridad, aunque ilumina la inmensidad de las olas, dado que el ojo, desde cualquier sitio de donde se mire, tiende hacia su claridad. Por eso, en la práctica religiosa es necesario que las relaciones ordinarias entre el pensamiento y la acción se vean a la vez conservadas, completadas e invertidas. Conservadas, porque sigue siendo verdadero que, para que sea viva y sincera, para que penetre en los miembros y se asimile el organismo, la creencia necesita manifestarse por medio de comprobaciones prácticas. Completadas, ya que, en el precepto positivo, y sólo en él, se da por hipótesis una ecuación perfecta entre el espíritu y la forma literal en que se expresa. Invertidas incluso, porque, a diferencia de los actos habituales, en los que el pensamiento precede a las operaciones sensibles y penetra de modo imperfecto el organismo que lo realiza fuera, aquí el signo sensible contiene de forma oscura la luz cuyo fondo invisible intenta el pensamiento descubrir poco a poco. Y esto es lo que hay que entender ahora muy bien. La acción sólo está prescrita si en lo que hay que hacer contiene la realidad de lo que hay que creer. Heterogéneos para nosotros, la práctica y el dogma son idénticos entre sí. Su tarea consiste en hacer de la verdad conocida y de la conseguida algo idéntico en nosotros; en establecer en el pensamiento y en la voluntad la unidad de lo real y de lo ideal; en reintegrar en el hombre que constituye libremente su personalidad la integridad de la causa que lo crea y lo anima. Esta restitución es posible sólo si la voluntad humana, de la que procede como de una causa eficiente el movimiento de la vida personal, se asimila al fin concebido y querido como término de nuestro destino. -No, no se trata de interpretar ideas, sino de practicar actos. El verdadero infinito se halla menos en el conocimiento que en la vida. No está ni en los hechos ni en los sentimientos ni en las ideas, sino en la acción. La aparente estrechez de la práctica es inmensamente más amplia que la pretendida holgura de la especulación o que todo el misticismo del corazón. El espíritu sin la letra ya no es espíritu. La verdad no vive en la forma abstracta y universal del pensamiento. El único comentario que la deja intacta es la práctica que, en cada inteligencia, renueva el misterio de su concepción y la coloca enteramente en cada

una de ellas con la riqueza de sus aspectos contradictorios. El cielo está, con toda seguridad, tanto bajo nuestros pies como sobre nuestra cabeza, pero como no andamos todavía ni vivimos más que sobre la tierra, es en lo prosaico del acto donde hemos de ver, pese al obstáculo, el cielo que se extiende más allá. Hay que tomar la letra al pie de la letra, porque sólo en ella, y no en la interpretación que se diera de ella, se oculta la realidad de la operación que ella misma prescribe. La letra no es sobre todo pensada, sino ante todo practicada. Y si en su misma oscuridad se encuentran palabras claras y penetrantes como una mirada amorosa, es a condición de que sigan siendo decisivas y tajantes como la espada de la acción. Conocer realmente a Dios es llevar en sí su espíritu, su voluntad, su amor. Si él se ofrece al hombre bajo una forma de aniquilamiento, el hombre sólo puede ofrecerse a Dios aniquilándose él también, para restituirle su privilegio divino. El sacrificio es la solución del problema metafísico por el método experimental. Y si la acción, durante todo su desarrollo, ha resultado ser una nueva fuente de claridad, es preciso que, también al final, el conocimiento que sigue al acto perfecto de abnegación contenga una revelación más completa del ser. Ya no lo ve desde fuera, lo ha cogido, lo posee, lo encuentra en sí: la verdadera filosofía es la santidad de la razón. La voluntad nos aliena y nos asimila a su fin; el entendimiento nos asimila y nos adquiere su objeto. He ahí por qué, al darnos a Dios con una entrega total, podemos penetrarlo mejor con nuestra mirada. La pureza del desprendimiento interior es el órgano de la visión perfecta. No es posible verlo sin poseerlo, poseerlo sin amarlo, amarlo sin rendirle el homenaje de todo lo que existe, para encontrar, en todo, sólo su voluntad y su presencia. Lo que él es, queremos que lo sea cueste lo que cueste, y así, lo que es en sí, pasa a serlo en nosotros. Así pues, equivocamos el camino si pretendemos alcanzar directamente cualquier cosa. Es imposible alcanzar realmente a otro ser, es imposible alcanzarse a sí mismo sin pasar por este único necesario que debe llegar a ser nuestra única voluntad. Sólo podemos conseguir nuestra consistencia interior si no nos separamos de él. Para ser uno, para ser, no es preciso que me quede solo. Necesito a todos los demás. Sin embargo, hablando con todo rigor, no estamos en el mundo para tratar inmediatamente juntos más que él y yo. Solos él y yo. Los demás no cambian nada. Poco importa todo el determinismo de las condiciones que favorecen o que contrarían mi vida. Lo que importa es captar su origen en mí y asimilar su verdad y su acción íntimas, y no su coacción exterior. Así, por extraña que parezca esta exigencia, es preciso que los objetos sean aquello que parecen, y que su realidad consista, no en una especie de trasfondo inaccesible, sino en lo que se determina con precisión y es exactamente cognoscible. Parece que han servido de intermediarios, y resulta que es esta relación, este papel mediador, lo que constituye su ser y lo que establece la verdad absoluta. Para ellos, ser es subsistir tal como son conocidos y queridos por nosotros, independientemente de las deficiencias de la acción y del conocimiento humano. Es necesario que el determinismo de las apariencias científicas sea, en verdad, el orden de los objetos reales y que su despotismo exterior se funde en la

intimidad del ser. Lo que es por nosotros, debe ser también sin nosotros o a pesar de nosotros. Y lo que el idealismo subjetivo presenta como la verdadera expresión de la existencia tiene que ser, en efecto, la materia de un verdadero realismo objetivo. Las cosas no existen porque nosotros las hagamos ser, sino que son tales como las hacemos ser, y tales que nos hacen ser. Las cosas son porque los sentidos y la razón las ven, y las ven en común, sin que esta doble mirada, con que cada una por su parte parece penetrarlas enteramente, se confunda en ellas. Conocer es ser lo que conocemos, es producirlo, tenerlo, llegar a serlo en sí. La materia tiene el ser sólo si el mismo ser se hace materia, si lo que es verbo interior y vida en sí es realmente carne. Así pues, lo que la abstracción distingue en la realidad sensible tiene que permanecer indisolublemente unido. Se pueden mostrar sus aspectos irreductibles, pero no se pueden separar sus caras solidarias. Y, precisamente porque es imposible separarlas y reunirías, entre estas dos apariencias conocidas subsiste lo que constituye el apoyo y el vínculo, lo que hace a la verdad consistente. Actuamos en y sobre ellas, ellas actúan en y sobre nosotros. El conocimiento, activo y pasivo, que de ellas tenemos es, según lo que debemos pensar, el doble fundamento del fenómeno, sensible y real. Ya que las cosas que no existen por sí, y que son en sí sólo por otros capaces de percibirlas, tienen la propiedad de ser a la vez conocidas y sentidas. Esto, es algo que les pertenece: estamos en ellas mediante el conocimiento racional que, gracias a su carácter de universalidad, las abarca todas y define sus relaciones según el orden inteligible de su producción. Están en nosotros mediante la percepción sensible que, gracias a su carácter singular, las individualiza y las califica. Tenemos, pues, un conocimiento absoluto de lo relativo en cuanto relativo. Por eso este relativo es. Existe, sin que haya que buscar más allá del fenómeno una explicación que lo desnaturalizaría. Es lo que parece ser a lo largo de toda la serie de sus manifestaciones heterogéneas pero solidarias. Es ambiguo por la diversidad de sus aspectos, y esta ambigüedad constituye la verdad real. Su fenómeno múltiple es su mismo ser. Por tanto, no basta con decir que el ser de las cosas sensibles es ser percibido, si no se añade que el que percibe existe también por el percibido. Ser objetivo significa, pues, ser producido y padecido por un sujeto. Porque ser real es tener una acción real sobre un ser real. Así, para que sean verdaderamente, es necesario que las cosas actúen, y para que actúen, es necesario que sean percibidas y conocidas. La necesidad del hombre es adecuarse a sí mismo, de manera que nada de lo que él es permanezca ajeno o contrario a su querer, y nada de lo que quiere permanezca inaccesible o negado a su ser. Actuar es buscar ese acuerdo del conocer, del querer y del ser, y contribuir a producirlo o a comprometerlo. La acción es el doble movimiento que lleva el ser al término al que tiende como a una nueva perfección, y que reintegra la causa

final en la causa eficiente. En la plenitud del papel mediador, es un retorno del absoluto al absoluto. La acción rescata lo relativo, que ella misma abarca y sostiene entre esos dos términos. Rescatar es dar lo verdadero y el ser a quien no lo tiene por sí mismo. El papel de la acción es, pues, desarrollar el ser y constituirlo. Sin duda, la acción lo determina e incluso parece que lo agota, como si el esfuerzo fuera un empobrecimiento de la vida y como si la ejecución depreciara la intención sin lograr adecuar nunca lo real a lo ideal. Pero hay que situarse por encima de esta apariencia. Es verdad que, en la medida en que el agente es" pasivo ante su propia operación y ante la actividad de las fuerzas que hace concurrir a su propia obra, experimenta en el desarrollo de la misma acción una especie de deterioro. Además, la intención conserva en ella algo que la ejecución al principio no produce. La acción consumada, sin embargo, al ser que la ha concebido y querido le restituye una nueva riqueza que no estaba aún ni en su concepción ni en su decisión. De lo que era simplemente ideal en la intención no todo escapa a la acción; al menos una parte se realiza en ella. Y este elemento real es heterogéneo con relación a aquel ideal. Por eso después de haber actuado somos diferentes, conocemos de otra manera, queremos de modo diferente que antes. Por eso este aumento original merece un estudio, más que la misma tendencia que, sin embargo, parecía prepararlo y abarcarlo enteramente. La acción es el intermediario y como el paso por medio del cual la causa eficiente, que todavía sólo tiene la idea de la causa final, intellectu et appetitu, se une a dicha causa final, que se incorpora, poco a poco, a la causa eficiente para comunicarle la perfección a la que aspiraba, re. Parece que nos agota, pero nos colma. Parece que sale de nosotros, pero eso que emana de nuestro interior más íntimo nos trae lo que está fuera a modo de un fin que hay que alcanzar, y así hace inmanente para nosotros la serie total de los medios con los que tendemos desde nuestro principio hasta nuestro término. Dar de sí mismo significa ganar más de lo que se da. La vida, más sacrificada es también la más intensa... dar de si mismo significa ganar más de lo que se da. La vida más delicada o más sacrificada es también la más intensa. A veces se ha pretendido que la verdadera experiencia consiste en experimentarlo todo. Es un error. Existe una experiencia que empobrece la vida y reduce en nosotros el conocimiento del ser. Al contrario, la sumisión al deber mortificante le proporciona al hombre con espíritu de sacrificio una competencia universal y una riqueza interior que no se adquiere de otra manera. Se ha pretendido que sólo el pensamiento lleva en sí el verdadero infinito, que la acción lo limita al determinarlo; y que los franceses, por ejemplo, tienen demasiado sentido de la acción y de la claridad como para tener una mente filosófica. Esto también es un error. En la práctica más humilde, y en los actos sometidos a la estrechez de una regla austera, se da un sentido más pleno a la vida, una mayor amplitud de pensamiento, y un mayor sentido del misterio que en todas las epopeyas metafísicas.

Se ha pretendido que la letra acaba matando al espíritu, que todo dogma definido mata la libertad de pensamiento, que la práctica literal es mortal para el sentido del Dios vivo. Es otro error. El espíritu sólo es vivificado gracias a la letra. El culto positivo y el acto de precepto concreto son las funciones mismas de la vida divina en nosotros. Ese sentido religioso, esa conciencia del genio nacional de Francia, ese carácter de generosidad y de desvelo activo, ese amor a la claridad y a las decisiones, y ese gran sentimiento del misterio, son inseparables. No debemos renunciar a nada de esta herencia, si no queremos perderlo todo. Pero si puedo añadir una palabra, una sola, que sobrepasa el ámbito de la ciencia humana y la competencia de la filosofía, la única palabra capaz, frente al cristianismo, de expresar esa parte, la mejor, de la certidumbre que no puede ser comunicada porque surge únicamente de la intimidad de la acción plenamente personal, una palabra que sea ella misma una acción, hay que decirla: "Existe".

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