Roles de género y participación política de las mujeres Por: Juan Pablo Cardona Maya Cuando se habla de la participación de las mujeres en política, informes como “Igualdad en la política: un estudio sobre mujeres y hombres en los parlamentos” (2008) ponen de presente la diferencias porcentuales entre hombres y mujeres respecto de los escaños que ocupan, unos y otros, en los órganos legislativos. Es así que, por solo ofrecer una cifra, desde que se firmó la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre Mujeres en Ciudad de México en 1975, la participación de las mujeres ha pasado de un 10,9% a un 23,3% en 2017, es decir, solo un aumento del 12% en 42 años. Como se verá más adelante, uno de los factores principales para superar este desequilibrio de participación han sido los roles de género que cultural, e históricamente, han tenido asignadas las mujeres en las sociedades. Sin embargo, un aspecto significativo del presente trabajo es resaltar que ámbitos de la sociedad como la academia, caracterizada por la imparcialidad, objetividad y racionalidad en el análisis de los hechos, no ha sido ajena a aquella influencia cultural y en ocasiones sus resultados se han visto permeados por los roles de género (Gilligan, 1982, p. 20). Esto lo ha puesto de presente Carol Gilligan (EE. UU., 1936 -), en especial en el campo de la psicología y el desarrollo moral, al cuestionar los planteamientos de psicólogos como S. Freud, J. Piaget o L. Kohlberg. Es por ello que el objetivo del presente trabajo es demostrar, primero, cómo la conocida teoría de Kohlberg (EE.UU., 1927-1987) sobre el desarrollo moral estuvo influenciada por aquellos roles de género, luego como Gilligan desmiente sus postulados y posteriormente, aterrizando lo teórico a lo empírico, se describe cómo las ideas de Kohlberg se pueden observar en la cotidianidad de los discursos y hechos políticos de la sociedad actual. Al finalizar, se realizan unas breves conclusiones. Kohlberg construyó una teoría a partir de una investigación realizada con 84 niños varones, llevando a cabo un seguimiento a estos a lo largo de 20 años. El objetivo del estudio era analizar el desarrollo del juicio moral en las personas, pues según el autor “el ejercicio del juicio moral es un proceso cognitivo que nos permite reflexionar sobre nuestros valores y ordenarlos en una jerarquía lógica” (Gómez, 2007, p. 155). En este sentido, el estadounidense estableció 3 niveles y dentro de cada uno de los niveles, 2 estadios que representan el desarrollo del juicio moral. Primero se encuentra el nivel preconvencional (estadios 1 y 2), donde las cuestiones morales se centran en los intereses de los individuos. Luego está el nivel convencional (estadios 3 y 4). Aquí los individuos centran sus cuestiones morales pensando en el beneficio común como individual; y posteriormente llega el nivel posconvencional o de principios (estadios 4 y 5), donde los individuos se cuestionan de forma crítica cuáles son las reglas o principios que se existen dentro de una sociedad. Como se observa, para Kohlberg “unos juicios morales son más adecuados que otros” por lo que su teoría “supone una serie de valores universales” (Ibid., p. 157) como la justicia (Gilligan, 1982, p. 41) o el bienestar (Gómez, 2007, p. 157). Frente a la teoría de Kohlberg, Gilligan plantea una serie de reparos. Según aquel, los hombres son más propensos que las mujeres a desarrollar los estadios 4 y 5 (Gómez, 2007, p. 157), pues estos tienen un mayor sentido de legalidad cuando se presentan problemas en
medio de dilemas morales (Gilligan, 1982, p. 28); mientras que las mujeres, debido a sus características de bondad, atención y sensibilidad, se encuentran más cercanas al estadio 3 “por ayudar y complacer a otros” (Ibid., p. 41). Lo que dice aquí Gilligan es que el estadounidense comete un error al universalizar su teoría del desarrollo moral pues solo tuvo en cuenta una muestra compuesta por el sexo masculino, y por tanto solo evidenció el desarrollo moral de este sexo. Así, si bien el desarrollo moral de las mujeres se caracteriza por una renuencia a juzgar a los demás, en una preocupación predominante por las relaciones y las responsabilidades, lo anterior encuentra su importancia en “escuchar voces distintas de las suyas y a incluir en sus juicios otros puntos de vista” (Ibid., p. 38), más allá de ser cercana a valores como la justica. Lo anterior se resume de mejor forma a partir de la siguiente cita: Mientras que la concepción de los derechos de moralidad que conforme el nivel de los principios de Kohlberg (etapas cinco y seis) tiende a llegar a una resolución objetivamente justa o imparcial de los dilemas morales en que puedan convenir todas las personas racionales, la concepción de responsabilidad enfoca, en cambio, las limitaciones de cualquier resolución particular y describe los conflictos restantes. (Ibid., p. 46)
Pero al partir Kohlberg del hecho de que hay unos juicios morales más aceptables que otros -juicios morales basados en la justicia-, el desarrollo moral de las mujeres se observa como problemático en su naturaleza. Hay entonces una división de la moralidad por razón de género, un modelo binario y jerárquico de género provocado por una sociedad patriarcal, donde “la masculinidad ofrece fácilmente un pasaporte al descuido y la desatención (…) mientras que la femineidad puede implicar una disposición a renunciar a derechos a fin de preservar las relaciones y mantener la paz” (Gilligan, 2013, p. 55). Las consecuencias del modelo binario y jerárquico de género se encuentran en diferentes formas: una repetida exclusión de las mujeres de los estudios críticos (Gilligan, 1982, p. 15), en suponer que el desarrollo moral masculino, en tanto más propenso a lograr los últimos estadios, es el que mejor “satisface las exigencias del moderno éxito empresarial”; en suponer que son menos propensas a adquirir un sentido legal (Ibid., p. 27), o hasta limitar la participación política de las mujeres con base en el no logro de esos estadios. Ejemplos empíricos sobre limitaciones a la participación política de las mujeres abundan en la actualidad, como se observará más adelante. La propuesta de Gilligan va a ser entonces pensar el desarrollo moral de manera “contextual y narrativa, en lugar de formal y abstracto” (Ibid., p. 42). Ella observa en estudios psicológicos que el desarrollo moral de hombres y mujeres está drásticamente determinado por ideas patriarcales que imponen aquel modelo binario de género. Mientras que en los hombres esto sucede a temprana edad -alrededor de los 4 o 5 años-, las mujeres interiorizan este modelo en la adolescencia -de los 12 años en adelante- (Gilligan, 2013, p. 56). Los efectos en los hombres se reflejan en volverse más estoicos e independientes en el terreno emocional; por el contrario, las mujeres sufren de trastornos en la alimentación, comportamiento descontrolado o depresión (Ibid., p. 58). No obstante, la autora se enfoca en demostrar que “el patriarcado deforma la naturaleza tanto de las mujeres como de los hombres, aunque de maneras distintas” pues “los hallazgos
empíricos en los distintos campos de las ciencias humanas convergen en un mismo punto: somos por naturaleza homo empathicus en vez de homo lupus” (Ibid., p. 64). Es decir, valores como la empatía, la cooperación y la telepatía, más que establecer relaciones jerárquicas o verticales propenden por relaciones horizontales e “intrínsecamente democráticas” y son esenciales al humano mismo, pero se han perdido por la interiorización del patriarcado. Es por ello que uno de los objetivos es romper, o como mínimo, relegar a la periferia el pensamiento patriarcal (Ibid., p. 64). Empero, vale la pena realizar un ejercicio empírico de una de las consecuencias del modelo binario y jerárquico de género: la restricción a la participación política de las mujeres. Para ello, se realizó una revisión documental y una revisión de prensa. De la revisión documental, se parte del texto “Igualdad en la política: un estudio sobre mujeres y hombres en el parlamento” (2008) de la Unión Interparlamentaria; de la revisión de prensa, se estudiaron los discursos de dos políticos hombres importantes a nivel internacional: el presidente de los EE. UU. Donald Trump y el candidato a la presidencia de Brasil, Jair Bolsonaro. Ambos en los últimos meses han llamado la atención de la opinión pública por sus comentarios nacionalistas, xenófobos, homofóbicos y misóginos. En el capítulo 2 “Factores de disuasión para entrar a la política” del texto de la Unión Parlamentaria, el estudio pregunta tanto a hombres como a mujeres parlamentarios cuáles son los diferentes factores que los limita para hacer parte de cargos de elección popular. Mientras que para los hombres los factores que más desalentaban era la falta de apoyo percibido por el electorado, las mujeres consideraban que el mayor factor eran las responsabilidades domésticas y la “actitud cultural frecuente sobre los roles de la mujer en la sociedad” (Unión Parlamentaria, 2008, p. 17). Las diferentes parlamentarias entrevistadas afirmaban que al tener las mujeres unos roles de género establecidos, sus capacidades se limitaban a las labores domésticas, restándoles autoridad social y económica y, por tanto, política. El informe llega a la siguiente conclusión: En muchas sociedades, un reto enorme es la importancia de normas patriarcales y jerárquicas que piensan que la mayor contribución de las mujeres a la sociedad es en la esfera doméstica. Estas normas se infiltran hasta la política donde las mujeres generalmente no son percibidas como actores políticos legítimos o líderes capaces. Esto eventualmente refuerza la idea de que la política debe permanecer en manos de los hombres. (Ibid.)
Por otro lado, cuando se observan los discursos de Donald Trump y Jair Bolsonaro, ambos se refieren al sexo femenino como un sexo débil, o sus discursos encuentran lugares comunes cuando limitan el ámbito de acción de la mujer a las labores domésticas. En una nota de The New York Times del 17 de abril de 2018, la Procuradora General brasileña demanda a Bolsonaro por “incitar al odio y discriminación en contra de personas negras e indígenas, mujeres e integrantes de la comunidad LGBT”. Dentro de sus comentarios “habló de sus cuatro hijos pero, al mencionar a su hija, dijo que ella había sido resultado de ‘un momento de debilidad’” (The New York Times, 2018). En otra entrevista preguntado por la brecha salarial, dijo que "no emplearía a hombres y mujeres con el mismo salario, a pesar de que hay mucha mujer competente” (Semana, 2018). Por su parte, en 2015 Trump tildó a Rossie O'Donnell de "cerdo", después de haberla denominado como “desagradable y que hablaba
como camionero”. En otra ocasión, tachó a la ex Miss Universo de Venezuela, Alicia Machado, como “Miss Housekeeping” por su herencia hispana (Univisión, 2017). Lo anterior, visto a la luz de los conceptos en páginas anteriores, no es más que una representación de las consecuencias del modelo binario y jerárquico de género. La sociedad en general, así como los postulados de Kohlberg, Freud o Piaget, las entrevistas a las parlamentarias y los discursos de Trump y Bolsonaro, subordinan y subestiman las capacidades de las mujeres por las labores que históricamente el patriarcado les ha asignado a estas. Las consecuencias en los diferentes casos es una constante limitación y sanción social, política y moral a aquellas mujeres que deseen hacer parte del ámbito de lo político. El reto se encuentra entonces en desmarcarse como sociedad y como individuos de estos roles de género, para así lograr al menos una comunidad política más representativa y equitativa en niveles de género. Llegado a las conclusiones, se observa entonces cómo desde la academia se han creado discursos y teorías que limitan y minimizan la participación de las mujeres en ciertos ámbitos de la sociedad, especialmente en la política. Esto se comprobó al realizar un breve análisis documental y de prensa, en donde se pudo determinar que una de las principales limitaciones de las mujeres son las labores culturales que históricamente han debido desempeñar, lo cual se ve reforzado en la actualidad por los discursos de los presidentes de Estados Unidos y de Brasil, dos actores relevantes dentro del escenario político internacional. Por otro lado, se puso de presente las críticas al modelo de Kohlberg por parte de Carol Gilligan y se describió brevemente su propuesta frente a lo que debería de ser una teoría del desarrollo moral. Al final la reflexión y el reto que se pretende con el presente trabajo es tratar como individuos y como sociedad – al menos la colombiana – de desmarcarnos de los roles de género que rigen actualmente con el objetivo de lograr una comunidad política más representativa y más equitativa.
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