Capítulo I Psicología Con Formato

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Mientras vas de camino, agradece a la tierra que te acuna y te aloja como madre y maestra. Tiene arruga su rostro, montañosa belleza, llevan vida sus ríos, tienen sangres sus venas. Mientras vas de camino y te empujan los vientos y te empapa la lluvia y el sol quema en silencio, sentirás que la vida tiene su movimiento: obedece a su ritmo, que te lleve su aliento. Mientras vas de camino mientras llegue tu muerte, cada instante es tan frágil y a la vez es tan fuerte: no vivir de rutinas, celebrar cada encuentro, saborear que lo simple está lleno de eterno. Mientras vas de camino, guarda todo en tu adentro, las lecciones más grandes las explica el tiempo. Una hoja en blanco sea tu alma serena, que los pueblos escriban allí lo que Dios quiera. Mientras vas de camino solidario y hermano, cargarán en tus hombros mil dolores cansados, secarán tus sudores, Serás hijo en sus casas, confiarán tus secretos, te hablarán de esperanzas. Cuando vas de camino transitando senderos, gritarán desde abajo que no eres el primero. Te sabrás peregrino, abrirás tu memoria, buscarás que tus huellas se hagan historia. Mientras vas de camino, lejos de tu querencia, amarás tus amores en escuelas de ausencias: los verás sin mirarlos las distancias te acercan ofertorio sagrado que prepara la fiesta. Mientras vas de camino, hallarás soledades, viajarás a lo hondo donde están tus verdades esforzando caminos de alegría y vergüenzas: silencioso equipaje maduradas en paciencias. Mientras vas de camino regresando a la meta, avanzando al origen, masticando miserias vas volviendo a tu padre: tan hambriento se llega vislumbrando a lo lejos que la mesa está puesta. Mientras vas de camino misterioso regalo, una madre y su hijo te han querido a sus lados: pronunciaron tu nombre, te ofrecieron sus manos, para llevarte a los pueblos y saberlos hermanos.

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Ese extraño ser que se llama hombre Aspectos biológicos y sociales El paciente como persona única

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1. ¿SABEMOS QUÉ ES EL HOMBRE, ES DECIR QUÉ SOMOS? Desde hace más de tres siglos todas las ciencias de la naturaleza han realizado inmensos progresos, mientras que en cuanto al conocimiento del hombre nos encontramos aproximadamente en el mismo punto que Sócrates y Diógenes. (BERGSON)

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¿Sabemos qué es el hombre, es decir, qué somos? Es por cierto una pregunta digna de apasionarnos, porque, ¿de qué valen todos nuestros conocimientos del mundo exterior, si ignoramos lo que somos nosotros mismos? No obstante, como lo ha puesto de relieve Bergson con justeza, desde hace más de tres siglos todas las ciencias de la naturaleza han realizado inmensos progresos, mientras que en cuanto al conocimiento del hombre nos encontramos aproximadamente en e mismo punto que Sócrates y Diógenes. El primero ocupó toda su vida en interrogar a la gente sobre sí misma y murió mártir de sed de conocer al hombre. En cuanto al segundo se paseaba en pleno día con una linterna por las populosas calles de Atenas esperando que respondiesen a su idea de hombre. Ni a uno ni a otro les fue dado penetrar en ese misterio. Aristóteles, menos sediento de absoluto que Sócrates y Diógenes, no fue a buscar al hombre tan lejos; como buen naturalista que era, señaló sobretodo su semejanza con el mundo animal. “Animal racional” le pareció un calificativo suficientemente exacto para designarlo. El hombre es ante todo animal, y la razón parece como una especie de accidente más o menos fortuito. Le proporciona, por cierto los medios para dominar a los demás seres, pero no lo coloca aparte, lo deja dentro de la serie animal. Si por azar este animal racional llegase a faltarle, el mundo no lo pasaría peor. No puede decirse que los modernos que hablan del hombre hayan avanzado mucho desde Aristóteles. Durante tres siglos hombres de ciencias y filósofos emplearon, para estudiarlo, los métodos llamados “científicos”. La biología la psicología psicoanalítica y la psicología experimental, la sociología, la historia han disfrutado cada una de un período de celebridad, y creido haber aclarado el enigma.

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En el siglo XIX y parte del siglo XX, la mayoría de los hombres de ciencia y pensadores veían al hombre, en el fondo, con los mismos ojos que el viejo Aristóteles. Aplicando a su conocimiento los métodos que habían sido probados en el conocimiento del universo material, con toda naturalidad veían en él tan sólo un fragmento de poca importancia en la inmensidad del cosmos. No tenían burlas bastantes a propósito de sus desdichados antepasados que, en su grosera ignorancia, habían tomado ese granito de polvo que es el ser humano por el centro y la cumbre de la creación. Poco a poco, sin embargo, todas esas explicaciones “científicas” de la realidad humana, -aunque sólo fuera contradiciéndose y refutándose mutuamente- debieron reconocer tácitamente su error. No es que pongamos en duda la necesidad de recurrir a los métodos científicos cuando se trata de alcanzar un mayor conocimiento del ser humano. El hombre, ser extremadamente complejo, ha podido ser estudiado, sucesiva o simultáneamente, por biólogos, sociólogos, psicoanalistas e historiadores; unos y otros han aportado, en sus respectivos dominios algo preciso y auténtico para la ciencia total del hombre. Más ni aisladas ni conjuntamente pudieron ni podrían descifrar el enigma o misterio total de la realidad “humana” (al menos hasta hoy). Las ciencias modernas nos han rendido el inmenso servicio de hacernos cada vez más claramente conscientes de nuestra esencial solidaridad con todos los demás seres de nuestro universo, animado o no, y con la totalidad del cosmos

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2. Baste por el momento decir que, si no se quiere conocer la radical primacía del hombre sobre la naturaleza, si no se quiere ver en él más que una parte – así sea la más noble- del Todo que es el universo, no habrá interpretación o explicación posible no sólo del hombre mismo, sino tampoco del admirable ordencósmico todo

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3. Siguiendo a Bergson, dentro del orden inmanente del universo en evolución, no hubo un proyecto o un plan elaborado anticipadamente, que fijara todos los detalles de la evolución que debía terminar en el hombre. Por pequeña e insignificante que sea para sí misma, la realidad humana es infinitamente grande dentro del impulso que le ha dado al SER

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Del mundo exterior nos vienen el aire y el alimento por lo que subsiste nuestro cuerpo; los colores y sonidos que sustenta nuestra sensibilidad; las imágenes que hacen posible nuestra vida intelectual y espiritual. Hasta en el ejercicio de nuestras facultades más espirituales --conocimiento y amor- nos hallamos en situación de dependencia respecto a lo que se ha convenido en llamar NATURALEZA, por lo que no es totalmente falso decir que en cierto sentido también nosotros pertenecemos a la naturaleza, al orden inmanente del universos. Hay, indiscutiblemente, una verdadera fraternidad entre nosotros y todos los demás seres, inclusive los más ínfimos y remotos. Nuestro temperamento y nuestro carácter, las formas particular que revisten nuestra inteligencia y nuestra sensibilidad no dejan de tener relación con el clima y la estructura del país en que nacimos y hemos vividos largamente. Evidentemente Goethe no es un griego, Coudel, pese a su universalismo, no es un sueco ni un anglosajón. Esta dependencia del hombre respecto de las fuerzas cósmicas, aún en el ejercicio de sus facultades más específicamente humanas, es hasta tal punto real y fuerte, que uno se siente fácilmente tentado a concluir en el determinismo. Hasta se han vuelto a descubrir las viejas teorías astrológicas, para poder explicar al hombre por las leyes cósmicas. Con todo, cuanto más se nos confirma el descubrimientos de los lazos que unen al hombre con la naturaleza, cuanto más se nos manifiesta como un ser situado infinitamente por encima del orden inmanente del universo. En seguida veremos en qué consiste su superioridad, su preeminencia sobre cada uno de los seres naturales tanto como sobre todos ellos en conjunto. Baste por el momento decir que, si no se quiere conocer la radical primacía del hombre sobre la naturaleza, si no se quiere ver en él más que una parte -así sea la más noble- del Todo que es el universo, no habrá interpretación o explicación posible, no sólo del hombre mismo sino tampoco del admirable orden cósmico todo. El universo parecerá entonces fatalmente absurdo y desagradable, desprovisto de sentido y significación. Otro tanto cabría decir si, como quiere Sartre, la trascendencia humana fuese absoluta. El hombre es el rey y señor de la creación porque forma parte de ella al tiempo que la trasciende. 9

El hombre no ha descubierto la naturaleza por puro azar, como un pueblo guerrero descubre, en el curso de su emigración, una tribu sedentaria y pacífica a la que somete para ponerla a su servicio. Leconte de Nouy creyó descubrir, en este encuentro entre la naturaleza y el hombre, una verdadera intención superior. Durante miles de millones de años el universo evoluciona, se organiza, aumenta en perfección y riqueza. Nacen especies; se transforman; desparecen. El clima, las estructuras geológicas y atmosféricas, las especies animales y vegetales, todo parece tender en su evolución y lucha contra los obstáculos, aún fin determinado. Uno cree que está asistiendo a una grandiosa representación del formidable impulso de la evolución creadora a través de millones de años. Cuando parece haber llegado “la plenitud de los tiempos”, y todo se dispone a recibirlo, hace su aparición un ser único en su género: el HOMBRE, creación del sexto día. (el eslabón perdido u otra teoría). No sin dificultades admitimos, siguiendo a Bergsón, que dentro del orden inmanente del universo en evolución, no hubo un proyecto o un plan elaborado anticipadamente, que fijara todos los detalles de la evolución que debía terminar en el hombre. No importa que retrospectivamente sea evidente la presencia de una intención superior en el seno de la evolución cósmica; ella parece haberlo dirigido todo. La inmensidad de la tierra ha sido hecha para el hombre. Por pequeña e insignificante que sea en sí misma, la realidad humana es infinitamente grande dentro del impulso que le ha dado el SER.

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4 El hombre no es rey y señor de la creación sino en cuanto no es reductible al orden biológico, en cuanto hay en el él una realidad diferente y superior a la vida. A esta realidad nueva, que constituye su rasgo definitivo, la llamamos ESPÍRITU. Inclusive debemos decir que el hombre es tal porque es espíritu, y en la medida en que lo es.

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5. La aparición del espíritu presenta un acontecimiento radicalmente nuevo en la historia del universo. De ahora en adelante, el reino de la rutina y el determinismo instintivo han concluido para siempre, en tanto que comienza la era de la invención y la creación

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¿En qué consiste la grandeza, la preeminencia del hombre sobre la naturaleza en cuyo ceno ha nacido y de la que es tan íntimamente solidario? Con toda evidencia, como lo ha hecho notar Maurice Blondel, esta superioridad no es de orden biológico. En este respecto no existe ninguna diferencia infranqueable entre los reino vegetal, animal y humano. La continuidad de la evolución en ese dominio es más que probable, y existen todas las probabilidades de que biológicamente el hombre sea sólo el vástago de un animal: viene al mundo por el mismo proceso que todos los pequeñuelos de los mamíferos superiores; su cuerpo y sus órganos se corresponden con los de muchos representantes de la especie animal. Hasta sería difícil sostener que el hombre se presenta, biológicamente, como la cúspide de la evolución de la vida. En más de un aspecto se revela como un degenerado, como el fruto de un decaimiento del impulso vital: es pequeño de cuerpo, débil, poco resistente; pone casi veinte años en alcanzar la madurez, mientras que para la mayoría de los animales superiores, dos son ampliamente suficientes. Y sobre todo, ¡Cuál imperfecto es su instinto, en comparación con los de los monos, los perros, las termitas!. Los hombres de ciencia modernos, que admiten la evolución de las especies, se inclinan en ver en él, no al hijo o nieto del mono – como lo querían sus colegas del siglo XIX-, sino más bien a su primo. El mono y el hombre tendrían un mismo antepasado. Es muy probable, y desde nuestro punto de vista, nada tenemos que objetar a esa hipótesis. Pero desde el punto de vista del mono, es entonces un primo pobre, por el cual un venerable orangután no podria sentir más que piedad o despresio. El hombre no es el rey y señor de la creación sino en cuanto no es reductible al orden biológico, en cuanto hay en él una realidad diferente y superior a la vida. A esta realidad nueva que constituye su rasgo definitivo, la llamamos ESPÍRITU, inclusive debemos decir que el hombre es tal porque es espíritu, y en la medida en que lo es.

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No sabemos con certeza cuáles fueron los antecedentes, las preparaciones cósmicas del hombre, lo que , por lo demás, carece de importancia dentro de nuestra perspectiva. Que nuestros orígenes naturales se remonten al mono, a un tío segundo de éste o a la tortuga; o que el Creador haya formado directamente el cuerpo del primer hombre, son cuestiones sin duda interesantes, pero las respuestas que podrían dárseles nos enseñarían bien poco sobre la especificidad del ser humano. No podrían probarse por ahí su trascendencia ni su inmanencia al orden natural. Los paleontólogos han descubierto cráneos que resultan difíciles decir si pertenecen al hombre en el primer estadio de su evolución , o a un animal que hubiere alcanzado la cima de la suya . Los negadores de la trascendencia humana han cantado victoria , seguros de haber hallado una prueba irrefutable de la pura y simple continuidad entre el animal y el hombre. Y ha habido creyentes que se han dejado perturbar por estos “descubrimientos”. En realidad, el hombre no hace su aparición en el universo con la aparición del espíritu. Bien puede ser que el don del espíritu. Bien puede ser que el don del espíritu haya sido hecho a un ser naturalmente menos evolucionado que tal otro. Como quiera que sea, es seguro que la aparición del espíritu presenta un acontecimiento radicalmente nuevo en la historia del universo. De ahora en adelante, el reino de la rutina y el determinismo instintivo han concluido para siempre, en tanto que comienza la era de la invención y de la creación. No se trata que desde entonces la evolución del universo quedara detenida; pero como lo ha demostrado también de modo excelente Lecomte de Noüy, de ahí en adelante, ya alcanzado los fines de la naturaleza, la evolución realizará sobre todo en la línea del espíritu. Bergsón no ha insistido suficientemente sobre la ruptura radical que la aparición del espíritu opera en la corriente del impulso vital. En lo sucesivo, éste ya no se halla abandonado a sus propias leyes, sino que lo dirige y asume la poderosa ascensión de otro impulso. De un dinamismo infinitamente superior al suyo, y que nosotros llamamos impulso espiritual

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6.Si nos contentáramos con estudiar al hombre aislado, solitario, abandonaríamos el firme terreno existencial y sólo alcanzaríamos la imagen de una pobre abstracción. El hombre real y concreto es, por todo su ser un ser social. Casi no hay para él problema que no comparta con sus hermanos. Cada vez que se aísla, con la pretensión de bastarse en su narcisismo orgulloso, decae y se deshumaniza.

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7.

El hombre aislado no existe. Donde quiera que haya hombre, viven en sociedad, y aún en una sociedad más extensa que la familia. El hombre tiene conciencia de ser una persona distinta, y vive en relación, más o menos estrecha y más o menos extensa, según las civilizaciones, con otros hombres cuya “humanidad” reconoce.

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Si nos contentáramos con estudiar al hombre aislado, solidario, abandonaríamos el firme terreno existencial y sólo alcanzaríamos la imagen de una pobre abstracción. El hombre real y concreto es, por todo su ser, un ser social. Casi no hay para él problema que no comparta con sus hermanos. Cada vez que se aísla, con la pretensión de bastarse en su narcisismo orgulloso, decae y se deshumaniza. La realidad del hombre es a tal punto evidente, que Aristóteles, que lo había definido como animal racional, creyó que podía calificarlo igualmente de “animal político”, es decir, social. El viejo filósofo veía, en la sociabilidad del hombre, un rasgo tan distintivo de su especie como su “racionalidad”. El hombre aislado no existe,. Donde quiera que haya hombre, viven en sociedad, y aún en una sociedad más extensa que la familia. Aquellos que se han convenidos en llamar “evolucionista”, habían imaginado que primitivamente los hombres vivían en hordas, sin conciencia de su propia personalidad ni la de los demás. Al presente, los etnólogos sostienen unánimemente la inexistencia de esas ordas, entre los humanos más primitivos vivientes en la actualidad, y los estudios de la prehistoria no han descubierto el menor rastro de su existencia ni en el más remoto pasado. En todos lados el hombre tiene conciencia de ser una persona distinta, y vive en relación, más o menos estrecha y más o menos extensa, según las civilizaciones, con otros hombres cuya “humanidad” reconoce. La escuela psicológica, de Émile Durkheim, se dejó fascinar de tal manera por el carácter social del hombre, que se creyó obligada a concluir que éste no era más que un simple producto de la sociedad. Sólo ésta sería lo que llamamos realidad ontológica, y produciría hombres a su imagen.

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Separemos lo que hay de manifestante exagerado en esos sistemas (como la de Hegel) que otorgan primacía a la sociedad sobre el individuo, y queda en pie la verdad de que el hombre sólo es como los otros y por los otros, así como los otros son por él. Importa no perder de vista esta verdad cuando, en esta materia, hablemos del hombre. Los filósofos que tienen el cuidado de abrazar, no una vaga e inasible “esencia” del hombre, sino al hombre real y concreto, han insistido en que el hombre es un ser en situación. Veremos más adelante la importancia que reviste esta noción de situación para que se pueda hablar de los límites y posibilidades de la libertad del hombre, de su elección o de su vocación. Contentémonos por el momento con comprobar el hecho. Hay una primera situación fundamental que es anterior a mí, que me es dada al mismo tiempo que la existencia, y que parece identificarse con esa. Nací en un lugar situado entre Marsella y Tolón, -dice Ignace Lepp- de lo que resulta que desde un principio me encuentro en la situación de francés y provenzal. Esta doble calidad distinguirá, en gran medida, mi manera de hablar y de actuar, mi carácter y mi temperamento. Igual cosa ocurre con mi origen social, mi religión, mi nivel cultural. Si soy hijo de un trampero, nacido y criado en un miserable tugurio, algo conservaré de mi condición, aún cuando me convierta en un gran artista y multimillonario 18

8. Separemos lo que hay de manifestante exagerado en esos sistemas (como la de Hegel), que otorgan primacía a la sociedad sobre el individuo, y queda en pie la verdad de que el hombre sólo es con los otros y por los otros, así como los otros son por él. Importa no perder de vista esta verdad cuando, en esta materia, hablemos del hombre.

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9. Los filósofos que tienen el cuidado de abrazar, no una vaga e inasible “esencia” del hombre, sino al hombre real y concreto, han insistido en que el hombre es un ser en situación.

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A partir de esta situación original, ya soportándola, ya transformándola, el hombre se dará otras situaciones, que también integrarán su yo concreto. La profesión que elija, la mujer que despose, los hijos que engendre, los amigos que frecuente, serán tan inseparable de su yo como la época, la civilización en que vive, su religión, su cultura. El hombre que lograra liberarse de su situación no existiría, No sería más que una vaga abstracción lógica, una “esencia”. Esto no quiere decir que nos adherimos al fenomenismo absoluto, que no hay en el hombre sino la suma de todos los constituyentes de su situación. Evidentemente, la realidad humana es superior y anterior a ellos, y es la que con esos elementos construye su situación y la que le confiere a ésta su verdadero sentido. Al definir al hombre como un ser en situación, queremos decir que sólo existe el hombre encarnado, y que es su situación concreta la que lo encarna. BIBLIOGRAFIA CONSULTADA LEPP, Ignace. Ediciones Carlos Lohlé. Buenos Aires- México. 1.979.

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10. Al definir al hombre como un ser en

situación, queremos decir que sólo existe el hombre encarnado, y que es su situación concreta la que lo encarna.

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“Asistir y cuidar humanamente al enfermo es una necesidad actual y permanente que nos afecta a todos. La deshumanización de nuestra sociedad se refleja también en el campo de la salud; hay enfermos que se sienten tratados con frialdad, de forma impersonal, como si fueran sólo un objeto o caso clínico interesante. Por otra parte, lo que asisten, sea cual fuere su profesión, se sienten con frecuencia poco valorados, reconocidos, estimulados y mal remunerados. La medicina moderna ha acentuado el predominio de la técnica, que tanto beneficios ha traído a los enfermos, pero olvida a veces la dimensión humana. Tratar humanamente al enfermo significa considerarlo una persona que sufre en su cuerpo y en su espíritu, y ha de ser atendido en su totalidad, es decir en todas sus dimensiones y necesidades. “El trato humano al enfermo implica humanizar la política de salud de cara a promover una salud y asistencia para todos los ciudadanos, sin excepción, a la medida del hombre, autor, centro y fin de toda política o actividad de salud. Implica que las instituciones de salud estén al servicio del enfermo y no de intereses ideológicos, poíticos, económicos o sindicales; que la técnica cuya conquista selebramos, sea siempre un medio al servicio efectivo y afectivo de la persona enferma.” (Comisión Episcopal de Salud 1993)

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• En enfermedades hay de todo. Están los enfermos imaginarios, que se sienten mal cuando todo funciona bien. Pero están los otros también: los enfermos reales, los que sufren lo indecible, incluso durante un tiempo demasiado largo. Acuden a los médicos, toman sus medicinas, pero no mejoran. Les entra al alma la congoja, incluso la desesperación.

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SE PODRÍA HABER EVITADO La desnutrición es consecuencia de extrema pobreza, de la falta de conocimientos de salud y de nutrición, de un medio ambiente contaminado, de familias en crisis, de falta de ayuda d alimentos o de dinero, de catástrofe naturales, de guerras,…… En los pozos de pobreza de nuestro país continuará habiendo casos de desnutrición por muchos años, más si no se realizan cambios drásticos en la disponibilidad de atención médica y de trabajo adecuadamente remunerado. También, deberán florecer sistemas de solidaridad entre vecinos y acceso de entidades solidarias para todos. La desnutrición aguda –aunque no existen datos de años anteriores que permitan hacer comparaciones adecuadas- ha disminuido, sin duda. Los casos de emaciación –desnutrición grave- no sobrepasan el 1 o 1,5 % de la población infantil de 6 meses a 5 años (Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, 2.006). los niños con retraso del crecimiento –niños que muy probablemente padecieron algún grado de deficiencia nutricional en los albores de la vida- son entre el 10 y el 14 %, dependiendo de las regiones. En cambio, los niños con sobrepeso son el 12 % en Buenos Aires y sus alrededores, 2l 9 % en el Noroeste del país, y el 7,8 % en el nordeste. De estas cifras se puede inferir que, tal como está sucediendo en el resto del mundo, la obesidad y su cortejo de enfermedades degenerativas será en el futuro la primera consideración de salud del país. Los casos que han mostrado recientemente los medios son de desnutrición, casi incompatible con la vida. Pero atrás de ellos hay enfermedades crónicas cerebrales o infecciosa como tuberculosis. Todos estos casos podrían haber sido prevenidos si el sistema de atención primaria de la salud los hubiera detectado a tiempo, tomando las medidas del caso y haciendo un seguimiento inteligente y prolongado de las familias y de los niños afectados. Es decir, los casos revelan ineficiencias del sistema de atención primaria con sus agentes sanitarios y centro de salud. La prevención de la desnutrición requiere una fuerte acción en salud –vacunación, detección temprana de enfermedades y desnutrición, saneamiento ambiental- a la vez de programas de asistencia alimentaria basado sobre una correcta elección de beneficiarios. Los sistemas deben permitir la compra de alimentos en el mercados mediante elementos magnéticos, eliminando el anacrónico, partidista y costoso sistema de distribución de bolsas y cajas de alimentos. -El autor es director del Centro de Estudios sobre Desnutrición Infantil. (Publicado en La Nación) autor: Alejandro O’ Donnell 25

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