Para Scrib.docx

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Prostitución: espejo del Estado Natural (Prostitution: mirror of the Abstract Prostitution has been, most of the time, degraded, dishonored and humiliated by society that, at the same time, consumes it and for which it profits. The look that the theory can make can never reach the true reality that those who exercise the so-called "oldest work" must live, that in the most absolute loneliness and helplessness, carry the stigma of departing from the normalized. But that in the interstices of each encounter, whores have, by the very fact of being outside of social homogenization, the magic of revealing, in the most absolute, intimacy with the other, the most pure and proper form of each individual. In the light of Foucault and in dialogue with María Galindo, a feminist, and Sonia Sanchéz, a former prostitute, - Bolivian authors of None born to be a bitch - the social conversion of prostitutes from subjugated to fetishes of society will be interwoven; that, in the execution of their own activity, they are capable of transforming themselves into a being with magical powers (Bazin) that manifests to the other (prostitute) his true and individual being, not regularized. Keywords: Prostitution, normalization, discipline, patriarchy

Resumen Históricamente la prostitución ha sido, degrada y humillada por la sociedad que, al mismo tiempo, la consume y por la cual se lucra. La mirada que frente a ella puede realizar la teoría no alcanza nunca la verdadera realidad que han de vivir quienes ejercen el llamado “trabajo más antiguo”, quienes, en soledad y desamparo, llevan el estigma de apartamiento de lo normalizado. Pero que en los intersticios de cada encuentro, las putas tienen, por el mismo hecho de encontrarse fuera de la homogeneización social, la magia de desvelar la forma más pura y propia de cada individuo. A la luz de Foucault y en diálogo con María Galindo, feminista, y Sonia Sanchéz, ex prostituta, -autoras bolivianas de Ninguna nace para ser Puta- se entretejerá la conversión social de las putas de subyugadas a fetiches de la sociedad. Palabras Clave: Prostitución, normalización, disciplinamiento, patriarcalismo.

Natural State)

1., Introducción Referirse al fenómeno de la prostitución es inmiscuirse en una serie de relatos que abarcan, tocan y vinculan a una serie de sujetos y actantes de la sociedad, que se

encuentran entretejidos en la conformación del ser mismo de su actividad y de quien la ejerce. Mucho se ha escrito sobre el “trabajo más antiguo” ya desde una forma de socializar el fenómeno o reproducir un determinado discurso con respecto a las mujeres que la ejercen ya intentando dar respuestas institucionales y sociales en función del posicionamiento teórico de partida (Villa: 2010). Sin embargo, ambas posturas pueden desvelarse en la búsqueda de su significación desde su conformación como constructo social y actividad femenina, en la cual se sintetizan y cruzan los conceptos generales de dominación, poder y cuerpo. Para desvelar el constructo de la prostitución, se intentará descubrir la relación que establece quien la ejecuta desde una perspectiva foucaltniana del poder. Pues, sin lugar a dudas, la prostitución es parte del dominio y agenciamiento sociales, a modo de Deleuze y Guattari, donde el juego de los dispositivos de poder, micro y macro, se replican unos a otros dando forma a un diseño general que permite agrupar a los sujetos bajo un diagrama envolvente. El cual, basado en el enlace tripartito de las categorías de acciónestrategia-institución (Labourdette: 2007) disponen no sólo de la médula del poder, sino también, de sus márgenes, que a través de una transgresión a los límites legales, funda un sujeto que escapa del contrato social: la puta; cuya existencia es necesaria y exigida para la justificación de los otros. Prostituta que desde fuera de los márgenes pareciera enfrentar el ordenamiento social con miras a su inclusión e igualdad, sin embargo, en su propia realidad-cuerpo se erige como la única figura cuya existencia es denominada como “mujer otra”, solitaria, porque se escapa de las características socialmente aceptadas (Sevilla: 2003), quien, por ese mismo abandono, encuentra la piedra filosofal del ser verdadero (Beck et al: 2001) como propio capaz de iluminar, como el dassein heideggeriano, el ser de quien la utiliza. Así, pues, este escrito pretende desvelar qué rol juega socialmente la puta no por su comportamiento desde los márgenes de lo regularizado, sino por el poder que, en el encuentro con en el otro, posibilita, al prostituyente, su corso al estado natural, determinando a la puta como fetiche. Para lo cual se establecerán ciertos conceptos propios de la teoría de Foucault enlazados con el patriarcalismo, que sitúan, a la prostituta, como ajena y desregularizada de lo colectivo. Posteriormente, se concretará la prostitución en Bolivia, país de María Galindo (quien junto con Sonia Sánchez son autores del libro Ninguna mujer nace para ser puta), para terminar con un entretejido de Ninguna mujer nace para puta, en el cual se descubre su categoría de mujer con poderes propios o fetiche. Para concluir con palabras de las autoras del texto, sobre la relevancia del poder de la prostituta como bisagra entre lo convenido y el Estado Natural. 2., De lo normalizado en Foucault En el contexto social de la modernidad, y su carácter de razón ilustrada imbricada con el poder, Foucault estima, que las conductas de los individuos se encuentran determinadas por el funcionamiento de la norma y su carácter superproliferante (Hernández: 2013); que mediante ciertas tecnologías positivas y su propio movimiento crea espacios, con las cuales, puede producir mecanismos que permiten regularizar la conducta de los individuos. Dispositivos que condensados en acción, estrategia e institución presenta variadas combinaciones que manifiestan un modelo destinado a la formación, transformación y control panóptico de los sujetos en su plenitud (Foucault: 1973); penetrando en todos los nexos sociales mediante una multiplicidad de redes en constante

transformación. Acción, estrategia e institución que, sometiendo a los sujetos a la homogeneización, pretenden determinar los procesos de subjetivación en la sociedad a través de los modos de objetivación que transforman al individuo en sujeto. Por medio, según Foucault, de diversas formas de construcción del poder, por una parte, como “sociedad disciplinaria” -técnica de ejercicio de poder que no fue totalmente inventada sino elaborada en sus principios fundamentales durante el siglo XVIII” (Foucault, 1993: 162)- a través de dispositivos que producen y regulan costumbres, hábitos y prácticas productivas operando como mecanismos de inclusión y/o exclusión por medio de las propias instituciones disciplinarias (escuela, cárcel u hospital). Y, por otra parte, como “sociedad de control” cuyos mecanismos de poder, al realizarse en el contacto mismo entre los hombres, desvelan cómo las instituciones buscan controlar a los individuos tanto psíquica y conductualmente- para conseguir un determinado fin. Tal ordenación colectiva, en palabras de Foucault, que castiga, vigila o educa, al ejecutarse en los cuerpos mismos de los ciudadanos, de un cuerpo a otro y del cuerpo en sí, pasa a convertirse en intermediario entre el castigo y el alma del individuo (Foucault, 1984:36); produciendo una economía política del cuerpo en la que se deja el castigo de las sensaciones y se pasa a un castigo del alma mediante la vigilancia, la pena y la coacción (Foucault 1998c, 32). Esto se va haciendo factible, en gran medida, por el proceso de disciplinamiento, vigilancia y normalización al que el individuo se ve sometido desde que nace y que, poco a poco, lo va constituyendo como sujeto (Sossa: 2012) y que “permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad” (Foucault, 1998c: 141). Frente a esto, es necesario precisar de qué cuerpo tiene necesidad la sociedad actual, a saber, de un cuerpo-productor-consumidor donde, cada poro de piel, oferta o demanda bienes y servicios. Como anota Deleuze (1990) el cuerpo actual manifiesta una fase histórica de “capitalismo de super-producción” que intenta vender servicios. No es un capitalismo de producción sino de productos, es decir, de ventas o de mercados y competencia, en el cual, foultcaulnianamente hablando, la categoría cuerpo, resulta superlativa. Así, pues, la primera forma de poder sobre el cuerpo es el anatomopoder, que se refiere a las formas de educar el cuerpo individual. Pues, desde lo más individual el cuerpo encarna un micro poder, en relación con otros micro poderes, articulándose en diversos campos: social, económico, político o cultural, un sometimiento que produce normas, estipulaciones, acuerdos o diversas ilaciones (Sossa: 2012) que involucran, económicamente hablando, su propia productividad (Foucault, 1998c: 32). La segunda forma de poder sobre el cuerpo es la biopolítica o biopoder, nombre que da el filósofo francés, a una forma específica de disciplinamiento, que no aspira ya a la gestión individual del sujeto sino a la pluralidad de hombres que forman una población (Foucault 2010). La cual, mediante procesos biológicos, disciplinas del cuerpo y regulaciones de la población despliega los mecanismos de un poder cuya función ya no es matar, sino que invadir la vida en su totalidad. Dos diagramas de poder que, ejerciéndose a diferente escala, se articulan para penetrar enteramente la vida y maximizar sus fuerzas. Esta necesaria integración de ambas tecnologías se ejemplifica en dos fenómenos claves, a saber, el desarrollo del capitalismo y el pliegue del complejo dispositivo de la sexualidad sobre el sexo. En la primera, la biopolítica, acogiéndose al funcionamiento de un Estado mínimo, impele a la competencia -utilidad e interés- enraizada en un cierto reconocimiento de una nueva

subjetividad como agente libre: el homo œconomicus u hombre de la producción (Foucault: 2007). El modus operandi del poder y el capitalismo sólo se ejerce sobre sujetos libres y mientras que son libres en función de ciertas instituciones u objetivos como lo son el mercado o la empresa (Lemm, 2010). Libertad, avalada por la razón instrumental, que provoca la sincronía de la “acumulación de los hombres y acumulación del capital” (Foucault: 1998), retroalimentándose. Por lo que se refiere al segundo ejemplo, “la sexualidad se sitúa exactamente en la encrucijada del cuerpo y la población” (Foucault: 1976). De ahí la importancia estratégica de la sexualidad, que permite a la vez el acceso a la vida del cuerpo y a la vida de la especie. Es el campo de intervención idóneo para la intrusión de un poder centrado sobre la vida que ahora pasa a ser ejercido por un sujeto desconocido que se oculta tras la maquinaria. “Desde el imperativo singular que a cada cual impone trasformar su sexualidad en un permanente discurso hasta los mecanismos múltiples que, en el orden de la economía, de la pedagogía, de la medicina y de la justicia, incitan, extraen, arreglan e institucionalizan el discurso del sexo, nuestra sociedad ha requerido y organizado una inmensa prolijidad” (Foucault 1976 [I], pág. 22). La vinculación poder y sexo garantiza a través de una red de mecanismos encadenados la expansión y propagación de placeres, prácticas y sexualidades específicas del cuerpo (Irarrázaval: 2006) que conllevan a la manipulación de los individuos hacia los objetivos del supuesto bien social. Si la normalización disciplinaria y el neoliberalismo es una maquinaria de poder que intenta, desarrollar una dependencia por inclusión mediante acciones y estrategias, entonces, se establece como su contracara: la exclusión (Fernández: 2009). Exclusión como producto de la misma lógica del sistema que sólo protege a aquellos que se ajustan a un modo determinado de vida y quien no quiere o no puede acceder a ella se encuentra, prima facie, marginado por el juego mismo de las instituciones, las cuales mediante un proceso multidimensional y politizable genera los riesgos, para los excluidos, de caer en las zonas de vulnerabilidad con consecuencias políticas, económicas, culturales y temporales (Rizo: 2006). No obstante, la mecánica del poder, no pretende suprimir la exclusión ni sus prácticas moralmente ilegales -entre ellas la prostitución- sino, por el contrario, constituirlas en el orden natural del desorden, produciendo un dispositivo de la sexualidad como instrumento de hegemonía del poder (Foucault 2002:147-154). Por el cual, la prostitución, establecería siempre un vínculo de mutua necesidad con las relaciones de poder, que no pueden existir sin una multiplicidad de puntos de resistencia. La comprensión de aquellos individuos, ubicados en los bordes de una sociedad de contienda, impele a descifrar sus códigos propios que configurados en un horizonte específico, detentan y manifiestan ciertas características especiales ocultas para el poder. Códigos que si bien, pueden ser subsumidos dentro de las estructuras de poder establecidos se arrogan una cierta escapatoria a los moldes epistémicos universalizados. El fenómeno de la prostitución podría ser revelado, ampliamente considerado, desde variados ámbitos, pues su ejercicio convoca tanto a quien la practica como a quien la requiere, además de toda una serie de factores marcados por las estructuras económicas, culturales y sociales que la sostienen (Trapasso: 2004). Entre estas visiones se encuentran, por una parte, las prohibicionistas que encuadran la prostitución dentro del intercambio mercantil de servicios sexuales, que atentarían contra los valores tradicionales (Villa: 2010). Por otra parte, las reglamentaristas indican la existencia de excepciones al derecho penal para aquellos sectores de la industria sexual que cumplan ciertas condiciones como

“controles sociales, policiales y sanitarios obligatorios… [o] el ejercicio en zonas de prostitución libre alejadas de los barrios residenciales y el pago de impuestos especiales por ejercer esta actividad” (Villa, 2010; 161) y las laboristas, quienes suponen equiparar los derechos laborales de las prostitutas con los derechos de cualquier otra profesión formalmente reconocida. Y, por último, las abolicionistas, quienes entienden la prostitución como mercancía y como víctima siendo siempre una forma de esclavitud sexual que atenta contra la integridad e identidad de las mujeres. Cuya decisión está encuadrada en un espacio de no control propio o de condiciones estructurales; defendiendo “la erradicación de la prostitución con medidas legales… que se dirigen a las personas relacionadas con su organización y explotación” (Villa, 2002; 169). Sea cual fuere la postura asumida frente a la prostitución, existe un ámbito que atraviesa sus coordenadas como violencia de género que objetualiza patriarcalmente a las mujeres obligándolas a formas indeseadas de ganarse la vida y que desvela la relevancia del sometimiento de las féminas a la hegemonía del varón. Así, pues, el tejido de la prostitución, se sostiene en la generización de los sexos o aceptación de los diferentes papeles que la sociedad asigna a los individuos (Schüssler: 2007). El sistema sexo/género se prolonga estableciendo binomios jerárquicos a partir del esencial público/masculino y privado/femenino, en el cual la violencia, pieza clave en la definición de la subjetividad masculina, tiene una evidente función de reforzar y reproducir el sistema de desigualdad sexual. La práctica de la prostitución no es ajena a las relaciones de género y no puede serlo nunca respecto de la consideración de la influencia y la importancia que como práctica e institución social poseen. La prostitución es, entonces, un elemento que articula la dinámica sexual, en una relación donde los individuos que participan en ella son, desde el comienzo, políticamente antagónicos. Antagonismo desigual sustentado en la visión patriarcalista estructural de la sociedad que al colocar como sistema de dominio lo masculino ya en su acepción tradicional -donde el pater familias ejerce el poder absoluto sobre mujer, hijos y vasallos- ya en el sentido moderno instaurado, entre otros, por los contractualistas, quienes establecen lo social con un pacto sexual anterior: de una igualdad desigualitaria de las relaciones entre los sexos (Pateman: 1995); funda un sistema de relaciones sociales sexo-políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclase e intragénero instaurado por los varones quienes en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva… ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia. A partir del feminismo radical se entiende el dominio público y privado de las relaciones sociales sexo-políticas como instancias de dominio del varón; quien al superar lo meramente domestico subyuga, a la mujer, en lo global (Lerner: 1995) y, en especial, en los alcances del Estado que les niega o dificulta su constitución como sujeto autónomo y valente. En este contexto de desigualdad, poder y dominio, la prostitución, descubre sus propias desigualdades y sus formas de opresión específicas imbuidas de conflictos de interés (Rubin 1989: 114), que privilegian la gratificación masculina instaurando un cierto acuerdo comercial caracterizado por la dominación y control de parte de quien paga (Pateman: 1983) -el cliente-; para poder utilizar el cuerpo de una persona (la prostituta). Contrato definido, por las teorías feministas y de género, como una institución por la que la sociedad ofrece a los hombres, mujeres de libre acceso a sus cuerpos por un precio variable como mercancía comprada en el libre mercado. Por esto, el elemento sustancial

que no puede ser soslayado en la prostitución, es que aquello en venta no es el trabajo de la persona, sino la persona misma (Delgado: 2012). Patriarcalismo y neoliberalismo (Trapasso: 2003) actuando complementariamente en una sociedad que admite la compra y consumo del cuerpo de una mujer, al aceptar, socialmente, el uso del cuerpo femenino como instrumento de placer (Ulloa: 2011). El patriarcado capitalista -depredador de la vida- ha encontrado, en el territorio corporal sin subjetividad, una fuente inagotable de explotación y riqueza. Para el mercado las prostitutas son tan solo cuerpo convertido en producto de consumo que las deshumaniza en cuyo final está la violencia sexual masculina. “Es esto lo que la prostitución institucionaliza, ya que el cliente consigue de la persona prostituida… algo que de otra manera no podría conseguir sino con violencia… El cliente oculta ante sí mismo el hecho de la violencia, interponiendo una infraestructura social y de dinero” (Szil, 2007; 84-89). En este contexto, Simmel considera que el dinero no es sino un mediador inadecuado entre los seres humanos, dando a las fuerzas vinculantes una duración temporal explícita, a saber, los involucrados objetivan de manera simbólica la relación, se separan de su personalidad y se desvinculan de cualquier consecuencia posterior. Simmel sostiene que, en la prostitución, la relación entre ambos sexos se reduce al acto carnal degradado “al puro contenido de la especie”. Desaparecen las diferencias individuales para que personalidades opuestas se encuentren en una relación que consiste “en lo que todo ejemplar de la especie puede dar y recibir”. De ahí que exista una fuerte conexión histórica con la economía monetaria: “la economía de los medios en sentido estricto” (Simmel, 2002; 189). Por ello, la manifestación de la degradación que se produce en la prostitución es el dinero, que permite al comprador obtener el derecho unilateral de uso sexual directo; posibilitando una mercenaria y promiscua indiferencia emocional junto a una garantía de satisfacer sus necesidades. Adquiriéndose, una potestad de dominio sin que nada medie entre los cuerpos de ambos sujetos, porque el objeto mismo, para el cliente es el cuerpo de la otra parte (Aucía: 2009). En palabras de Foucault, la mujer prostituta, según las coordenadas de biopoder, transgrede las leyes de la naturaleza ya que su cuerpo, disciplinado para procrear, subvierte el orden, al ejercer la prostitución, instalándose socialmente, como peligrosa. Su aislamiento social, provocado por el otro, obtura la posibilidad de explicar la prostitución desde una dimensión política, más precisamente, desde el entramado de poder que la ha producido y la sigue reproduciendo (Aucía: 2009). Es un cuerpo que hay que corregir, disciplinar, domarlo o domesticarlo, a los lineamientos del poder, bajo el rótulo de trabajadora sexual se incorporaría a los lineamientos del poder y del contexto social. Sin embargo, asimilar la prostitución a una opción laboral implica desconocer el contexto cultural, social y económico en el que se ha constituido y conformado; legitimando las relaciones patriarcales y asimétricas entre hombres y mujeres. Si se reglamenta la prostitución, integrándola en la economía de mercado, se asevera que es una alternativa aceptable para las mujeres y, por tanto, no es necesario remover las causas, ni las condiciones sociales que posibilitan y determinan su actividad (Diez: 2009). El imaginario social no se modifica por ley ni permite que, de un día para otro, una prostituta sea considera trabajadora del sexo y, por tal condición, respetada y dignificada. La prostitución no es una situación o condición existencial circunstancial para las mujeres. Es un lugar en la cultura que ha sido construido, larga y metódicamente, por las desiguales relaciones de poder entre los géneros (Aucía: 2009)

3., Prostitución en Bolivia En Bolivia, durante los últimos 20 años, la progresiva necesidad de remuneración y la falta de oportunidades en el mercado laboral para las mujeres, ha contribuido a aumentar significativamente el número de prostitutas (Nuñez: 2002). Aunque sus orígenes se remontan hacia la época colonial, en la cual las rabonas ofrecían sus servicios sexuales a oficiales y soldados, para mantener elevada la moral de la tropa, acompañándolos en campaña. En los años ´30, las prostitutas utilizaron un mantón negro como prenda distintiva (Paredes–Candía 1998, Tomado de Nuñez, 2002). Entre 1900 y 1950, debido a las tendencias migracionistas hacia las grandes urbes, la prostitución se incrementó, aunque siempre detentando un puesto degradado dentro del contexto social (asignándoseles espacios particulares a los lenocinios y una segregación implícita que las prostitutas son diferentes, por naturaleza, a las otras mujeres). Estas medidas se inscriben en el marco de una política reglamentarista (que no es reconocimiento legal) cuyo interés por regular la prostitución conforma una frontera tangible entre las prostitutas y la gente decente (Abzi: 2012). Aun cuando, es necesario especificar que no sólo la migración interna ha provocado el desarrollo de la prostitución, pues, al mismo tiempo, se evidencia un cierto nexo entre la proximidad de los lugares de nacimiento y una ciudad grande: las provincias más alejadas de los grandes centros urbanos -en particular en el Altiplano y en los valles de Chuquisaca- casi no proveen trabajadoras sexuales. La proximidad de un mercado del sexo, donde circula la información, parece entonces esencial para su origen (Abzi: 2012), lo que se observa en el caso de las ciudades fronterizas con Brasil y Argentina, por la ausencia de control migratorio, se articulan centros económicos importantes y con formas ilícitas asociadas al contrabando, drogas y al mercado del sexo (Quinteros: nd). Referencia que, sumada a ciertas variables estructurales, presentes en el país, como la inequidad, pobreza y dominación genérica y generacional, impelen a su desarrollo. En 1985, por medio del D.S. 21060, Víctor Paz Estensoro (Movimiento Nacional Revolucionario) inaugura una etapa caracterizada por la recuperación económica del país sin tomar en cuenta el costo social entre los sectores más vulnerables: la tercera edad, la mujer y la niñez, provocando, el fuerte desarrolló de la prostitución (Nuñez: 2002) en ciudades a las que habían migrado en busca de empleo. Al alejarse las mujeres de su entorno familiar, se produce el primer requisito para el surgimiento de la prostitución: el anonimato; configurado por la inexistencia de servicios institucionales que ayuden a las mujeres a atravesar momentos difíciles, las transformaciones del tejido social o la creciente presión de estándares de vida y de consumo relacionados con la urbanización (Abzi: 2012). En Bolivia, existe un vacío sobre la legalización de la prostitución, si bien no es una profesión prohibida tampoco es sancionable. Pues, la Constitución avala los derechos humanos de todos los ciudadanos, amparados en el libre y eficaz ejercicio de las facultades establecidas en ella, las leyes y los tratados internacionales de derechos humanos sin distinción alguna. Al señalar que todo ser humano tiene personalidad y capacidad jurídica ha garantizado la igualdad de los derechos y obligaciones en cualquier ámbito, como por ejemplo laboral y, por tanto, ninguna persona puede ser discriminada en razón de su ocupación u otras formas de discriminación laboral que tengan por objetivo o resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos de toda persona (Enríquez et al: 2016). Por tanto, el Estado no

puede negar cierta tutela legal a un sector social, en este caso conformado principalmente por mujeres, resguardándolas de sus derechos, sean estos civiles, sociales o laborales; según el principio de constitucionalidad. En los años ´90 el tema de género se institucionaliza en organismos gubernamentales, no gubernamentales y en la academia. Las mujeres y su consigna al derecho de tener derechos -sustentado en movimientos y organismos internacionales- movilizó a colectivos constituidos de mujeres y a las distintas expresiones de las feministas alrededor de la urgencia de democratizar el poder. Apuntando a la representatividad y participación en la política como lo sustantivo para ejercer una verdadera ciudadanía, que desmonte los arraigados significados culturales de la dominación de las estructuras androcéntricas. Todo lo cual puso en la arena política tanto la tematización de la violencia contra las mujeres -en espacio de democracia- como la reivindicación de los derechos de las mujeres sobre sus cuerpos. En 1992, en La Paz , se realiza el Tercer Encuentro Feminista Boliviano conformado por diversas ONGs que, sin embargo, produjo un cierto quiebre entre las participantes, surgiendo una bifurcación entre feminismos institucionalizados y autónomos. Las institucionalizadas trabajan desde las ONGs, incidiendo y negociando con el espacio público estatal, buscando demandar la neutralidad del Estado y desarrollar capital político que pueda incidir en las decisiones públicas (Zabala: 2012). Las autónomas, o comunitarias, apelan a la creatividad como instrumento de luchas, de construcción y realización de utopías y deseos; recobrando la realidad de las conexiones sociales en el marco de la propia vida que rodea a las mujeres para, desde ahí, tratar desde un planteamiento imaginativo- un camino de encuentro entre las personas y entre los pueblos. Creatividad fundamentada en cinco campos de acción y lucha, a saber, cuerpo de las mujeres, espacio de las mujeres, tiempo de las mujeres, movimiento organizativo de las mujeres, memoria de las mujeres. Mujeres autónomas entre las cuales se destaca el movimiento feminista Comunidad Mujeres Creando Comunidad (CMCC), cuyo origen se remonta al año 1990, cuando Julieta Paredes -y su entonces pareja María Galindo- regresaron a La Paz después de vivir algún tiempo en Italia. “Mujeres Creando es una crítica al impacto social, económico y cultural de las políticas neoliberales en las capas populares bolivianas [identificando] a la población femenina como una de las más afectadas por la implementación de ese nuevo modelo económico [dirigiéndose] también al sistema patriarcal, el cual… se vincula a estructuras de pensamiento arraigadas en la cultura boliviana, merced a la influencia de la iglesia católica… [conjugándose con] la visión moderna de la mujer como objeto de consumo” (Ramírez: 2017). Mujeres Creando empezó a trabajar, desde su visión feminista, con el tema de la prostitución a partir de la filmación del audiovisual Mamá no me lo dijo, donde mujeres prostituidas se sintieron convocadas por la propuesta y empezaron a trabajar conjuntamente creando la Organización De Mujeres Prostituidas para luego -en el año 2003- realizar el primer seminario de mujeres en situación de prostitución llamado Ninguna mujer nace para puta; que en 2007 dio a luz un libro con el mismo nombre. En el cual María Galindo y Sonia Sánchez, escriben a dos voces cómo vive, siente, piensa y padece la puta. 4., Ninguna mujer nace para puta Entender la prostitución desde un contexto normalizado e institucionalizado, en el cual el campo social produce un modelo de sujeto normal –homogeneizado- que suprime las

diferencias y diversidades culturales a favor de una identidad de tipo trascendental, es objetivar teóricamente una línea de fuga libidinosa, a modo deleuziano (Sambucceti: 2014), que, en el contexto real, es un acto de resistencia y de afirmación; como un escape ante el totalitarismo que las instituciones gubernamentales aplican (Ibarra; Bautista; 2006), sobremanera, patriarcalmente a las mujeres. Este “Estado patriarcal es una definición… que es muy gorda, muy amplia y por momentos no sabes por dónde agarrarla. Porque el Estado patriarcal quiere decir muchas cosas al mismo tiempo. Entonces, para dejarlo claro, para explicarlo desde muchos ángulos” (Galindo, Sánchez; 75) es necesario, en el marco de la fuga concupiscente, extender su significado a un constructo más radical y de explotación femenina inicial para su configuración: “el carácter masculino del Estado: ya no solamente relacionado con su patrón patriarcal que viene del padre, [el Estado posee primariamente]… un patrón proxeneta que viene de explotador y mutilador del cuerpo de las mujeres… Decir ´Estado proxeneta´ nos aclara el lugar de objetos sexuales de ' intercambio que ocupamos las mujeres en todas las sociedades y culturas del mundo. Nos aclara también la negación de nuestra condición de sujetos. Por eso las mujeres, en un Estado patriarcal que es un Estado proxeneta, actuamos y existimos por fuera de la historia y de la política. Y eso no se resuelve con ningún concepto de inclusión, ni política de derechos, porque instala una crítica más profunda e irreconciliable con el Estado, sea éste del norte o del sur, sea socialista o capitalista” (Galindo, Sánchez; 83) … “Es un vacío que tiene mucho que ver con el hecho de que la prostitución es un pendiente de todos los sistemas políticos e ideologías de cambio social, porque todos tienen un componente patriarcal y una lógica patriarcal que no se ha superado y que no se rompe por ningún lado” (Galindo, Sánchez; 83). Y no se rompe, o no se quiere romper, porque el poder de quienes sustentan y mantienen el vacío existencial y legislativo –más allá de su formalidad- performan la prostitución como un lugar de vacío político para expulsar sobre él, la complicidad de la sociedad, “la hipocresía de la iglesia y de muchas y muchos… Complicidad institucional, sistémica y cultural (Galindo, Sánchez; 33), estableciendo a la puta como “la cara oculta de esta sociedad… de este Estado hipócrita y machista” que destituye a las putas de su existencia social para reducirlas al sólo dominio de su corporeidad dominada, violentada y enajenada (Lagalde, 2012). Mujer encubierta, inexistente y desechada -con la venia de instituciones del orden patriarcal y del comercio- quien ofrece su cuerpo como espacio asignado por el Estado (Galindo, Sánchez; 2017): expulsado de la familia y la ciudadanía- que establece “un mecanismo de penetración mayor que la vagina” (Galindo, Sánchez; 2017, 96) para dominar, para controlar y para tutelar; provocando una estigmatización que las hace más vulnerables al ostracismo social y a una expulsión más profunda que la propia exclusión como marginalidad discursiva de lo prohibido. Al hablar del control de los cuerpos de las putas se procede a una forma de aniquilamiento sin posibilidad de reacción, porque el biopoder, que limita la normalidad política y sexual, establece los derechos políticos y sexuales del hombre sobre los de la mujer (Pateman: 1983), instaurando el binomio madre-puta. Mujer que vale sólo en cuanto madre, decente y de su casa y Mujer puta, mala madre, mala mujer, madre culposa, quien vive su maternidad bajo condiciones de terror –externo e interno- de pobreza y dolor. Para que la madre y las vírgenes sean puras es necesario que las prostitutas desvíen la sexualidad de los hombres hacia ellas (Fuller: 1995). Putas convertidas en seres culposos que devienen a meretrices “con una culpa previa y que… se transforma ahí adentro en un sentimiento más

opresivo” (Galindo, Sánchez; 2017, 53); desde el “yo soy mala”, “yo estoy provocando”, “yo soy sucia”. Autoexclusión en movimiento, en trasmutación, en des-figuración (Sambucceti: 2014). Mujer rotulada, por otros, y autorotulada de acuerdo con los códigos del submundo perverso. En la prostitución se pone en movimiento una fuga deseante, donde el discurso asume los modos expresivos de los márgenes y la expresión se somete a las derivas del deseo (Sambucceti: 2014), simultáneamente, se ponen en juego una diversidad de dispositivos que controlan y canalizan esa fuga, a fin de evitar diversos peligros sociales. Al soltar todas las sexualidades, abrir todos los devenires que cada cual pueda encontrar, más allá de las clasificaciones, el punto de su goce (Perlongher, 1997; 33) dentro los límites convenidos de lo político y lo económico. En la prostitución aparece un mecanismo clave de la economía sexual capitalista que le es necesaria para la formación permanente y para el funcionamiento de los cuerpos. Uno de sus mecanismos básicos es el de establecer equivalencias entre el plano de las intensidades pulsionales y los segmentos monetarios. Hasta el más ínfimo movimiento se monetiza. De esta manera, se configura una especie de “máquina de captura” de los flujos libidinales. Los agenciamientos del deseo son transindividuales, intersubjetivos. El deseo recorre las fuerzas que atraviesan directamente el campo social. La máquina funciona socialmente articulando flujos corporales y monetarios, actuando directamente en el plano intensivo de las combinaciones de los cuerpos. La deriva del deseo desvía la deriva del yo, y el yo es siempre céntrico y se aleja de ese centro con sus desmultiplicaciones en tanto que las pulsiones del yo son explotadas por las pulsiones sexuales. En cuanto al goce, es atópico. El nómade no para de derivar y esa deriva está guiada por el deseo de la realización de un acto sexual a cambio de una paga o algún otro usufructo. Así hace uso de circuitos moleculares que atraviesan la masa de los transeúntes. Por un lado, se abren puntos de fuga libidinales, y por otro, la prostitución procede a una reconversión de ese flujo deseante; que sucede con cada nuevo degradante que el anterior, porque las lujurias se alimentan del propio dolor de la puta. Un agenciamiento es una conexión de flujos tanto de dinero y de deseo como de clientes y cuerpos prostituidos (Sambucceti 2014), construyendo una falsa realidad que responda siempre al deseo del otro sobre ella; a los deseos, a los miedos del cliente reflejados en la puta y eso es un aniquilamiento de su cuerpo y la conversión de su cuerpo en el reflejo del deseo del otro, del varón universal (Galindo, Sánchez; 2017). No obstante, la prostitución detenta un secreto que rompe con el poder gubernamental, un discurso por fuera del sistema de control que le sujeta como puta; que rompe con la pecadora arrepentida que confiesa y pide perdón (Galindo, Sánchez 2017). Silencio de pacto soterraneo, apartado de todo tipo de ataduras, silencios, que nunca son uno, sino varios; de todos quienes tienen el poder sobre sus cuerpos porque no existen en el imaginario colectivo como personas. Mudez y el silencio de la puta están construidos de muchos pedazos de violencia que no son todos iguales y que taponan y bloquean no sólo su posibilidad de hablar, sino de pensar y de respirar como un lugar de sobrevivencia, que con los años se hace hasta cierto punto cómodos (Galindo, Sánchez; 2017). Silencio de resistencia para construir rebeldía, que abre a la autenticidad no sólo del sí misma, sino también, del otro. De quien usufructa y vulnera a ese portal de legitimidad natural, que al no ser posible domesticarlo, dentro de los duros yugos de lo social, es capaz mediante el dolor- de no reducirse en un igual. Las prostitutas, usurpan una individualidad en constitución al interior de una lucha de sobrepasar los límites, en la

que siempre se juega la capacidad de interpelación del poder; potenciando su propia individualidad cosificada y maltratada pero señera. Prostitutas capaces de visibilizar lo verdadero y genuinamente humano –sin reducción- cuyo habitus o territorio corpóreo reúne, al mismo tiempo, muchos cuerpos que intentan escaparse de la máquina despótica del Estado. Porque su rebeldía tiene espacio propio “Y eso hace de [su] discurso un discurso vital y fecundo para cualquier mujer: para la mujer maltratada, para la lesbiana, para la indígena… “desobedecer desde la esquina, desde la calle, porque es el único escenario de la vida que [les] han dejado para sobrevivir” (Galindo, Sánchez 2017: 164). En esa soledad no buscada, sino, construida desde fuera, del discurso del Estado. La soledad en la esquina no es cualquier soledad. La esquina es el sitio de mayor expulsión que pueda haber para la puta. La esquina de la puta no es la esquina de la vendedora ambulante. La soledad en la esquina es de exposición y vulnerabilidad completa e ilimitada. Allí ella no se apropia de la ciudad, ni tiene un espacio que la contenga. Allí ella se expone en una lucha por sobrevivir, donde además se juega la vida. Estar parada en una esquina es parte de un proceso de anulación porque para resistirlo va adormeciéndote poco a poco. En esa esquina y a partir de esa soledad se construye una realidad paralela, donde el Estado tiene derecho a criminalizarte, el prostituyente a expropiar tu cuerpo, la sociedad a vomitar en ella todas sus broncas. Por todas estas razones esta soledad le da forma a la prostitución. Por eso comprender la soledad de la puta es tocar con las manos el fondo mismo de ese vacío que dentro de ella se produce. Ella no espera sino la soledad (Galindo, Sánchez: 2017). Destierro social que, sin embargo, dignifica y fortalece provocando que las líneas de fuga, que las instituyen, corran el peligro de convertirse en líneas de abolición, en las que el deseo puede cometer su propia supresión (Sambucceti, 2014). Pues, en la prostitución se encuentran dispositivos que en el centro del poder se difuman, pero cuya intencionalidad provoca, como efecto contrario, una cierta fetichización de la puta. Cabe recordar, que los objetos o mujeres cosificadas, se establecen a partir del uso que se les disponga y en la medida en que el sujeto se libere de los sistemas de reglas que codifican a un objeto cualquiera de manera convencional (Bazin, 2008; 525). Y, por tanto, cuando se fetichiza algo -o alguien- se desplaza la mirada realista frente a una puta para ubicarse en una nueva construcción ontológica establecida a partir de su materialidad misma, configurándose, en el alejamiento de la normalización, una nueva realidad. Realidad que observa o enfrenta a una cosa no ya en su sentido de ob-yectum- en sentido de lo dado, lo lanzado ob-iacere. Ob como prefijo significa enfrente, contra y iacere se entiende como lanzar tirar. Lo arrojado, lo yectado- sino, más bien, como ser susbsistente per se. Sus consumidores, quienes buscan saciar su libido reprimida y adormecida por el Estado, encuentran en la cosa-mujer una aislada libertad absoluta que empodera a las putas a ser “el reflejo del deseo del prostituyente y, al mismo tiempo, el resultado de su demanda en todos los sentidos” (Galindo, Sánchez 2017; 155) y que en su devenir se convierte en un fetiche que no es sino realidad condensada, realidad de alta densidad” (Bazin, 2008: 528). Puta de realidad desmesurada que posee la magia de reconvertir en seres desnormalizados o naturales a quienes la usan. Es en ese momento, donde cada varón del patriarcado se desenmascara y se muestra tal como es. Diosa y meretriz que contiene todas las categorías de una imagen (Pietz, 1985; 92) capaz de subvertir todos los lugares de dolor y opresión (Galindo, Sánchez 2017) y transformarse en el salvaje ser del otro. Fetiche territorializado por sus cuerpos, donde su inmanente materialidad suministra el pórtico -que sobrepasando el mero disfrute-

conlleva, al prostituyente, hacia un retrato de su realidad desnormalizada; que afianza la historización de la prostitución como un espejo fundamental para todas las mujeres del mundo donde se pueden mirar por fuera del sistema de control (Galindo, Sánchez; 2017). Prostitutas cuya riqueza se basa en su dimensión material reunificativa de una multiplicidad femenina no relacionada entre sí (Pietz, 1985; 94). Putas, al mismo tiempo, reificadas como objeto diferenciado, quien gracias a su estatus de objeto significante rechazadas, dentro de los códigos de valor social, se establecen como heterogéneas; lo que indica, la concepción de un ser con humanidad no regularizada que la personaliza. Mujer prodigiosa cuya condición, más allá de su objeto social, despierta una respuesta, por parte de los individuos, fuertemente personal (Pietz, 1985; 92) y apasionada. Respuesta que no puede compararse con aquellos códigos, de valor social, que establece cualquier sujeto institucionalizado según coordenadas socialmente convenidas, por el contrario, dicho apasionamiento proviene de la carnalidad de la mujer-fetiche como prótesis del deseo (Cuauhtémoc; Botey 2015); que la establecefinalmente- como objeto de adoración. Esta relación del yo con la carnalidad liberada se desvela como materia vivificada del apetito del sujeto, donde se establece la personalización que, ciertamente, transgrede -política, social y estéticamente- lo concertado. 5., Conclusión La interacción de género entre individuos, dentro de una sociedad, capitalista, patriarcal y normalizada se plantea, en el contexto de la prostitución en distintos estratos: mercadeo, subalternación y exclusión, empero, la identidad del prostituyente, en una capa más profunda de realidad, concretada en el encuentro íntimo con la puta, viabiliza un espacio de puridad social o mecanismo deconstructor que lleva al cliente a la mostración o automostración del sí mismo en estado natrural. El encuentro con la prostituta, se especifica no en la objetividad representacional de la razón, sino en la trayectoria del encuentro que se significa con el otro, en el cual, la puta al liberar al prostituyente de sus ataduras permite, como prisma a través del cual se obtiene una mirada diferente de la articulación social, evidenciando una individualidad con tabúes y temores. La puta fetiche liberadora se encuentra ella misma en una omisión que la anula totalmente “su palabra, su cuerpo, su actividad y todo lo que de ella sale… la puta es omitida también e inclusive del y en el universo de las mujeres… cuando las mujeres decidimos pensarnos como colectividad reiteramos [más] la omisión de la puta que del patriarcado” (Galindo, Sánchez 2017: 28). Omisión no por condena social, humillación y desprecio sino por obediencia que intenta asesinar o expulsar, a las putas de la historia; manteniéndolas “en una jerarquía social que borra…u oprime haciéndolas de víctimas” (Galindo, Sánchez; 2017: 107). Pues son sólo ellas quienes rompen “desde lo más profundo, las cadenas de opresión… y del conjunto de las relaciones de dominación en nuestras sociedades”. (Galindo, Sánchez; 2017: 34). 6., Bibliografía - Absi Pascal; Mazurek Hubert; Chipana Noemí. (2012). Migrante entre las demás. La categoría “prostituta” a prueba de las estadísticas en Bolivia. Migración y desarrollo, vol. 10, (18), 5–39. - Amorós. Celia. (2009). Filosofía y Feminismo Logos. Vol. 42 (2009): 149-168

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