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V. Álvarez Palenzuela
CAPÍTULO 18 “Reforma Eclesiástica y Renovación Espiritual” La historiografía tradicional relacionó directamente este movimiento con el papa Gregorio VII (1073-1085), de allí el nombre de “reforma gregoriana”, sin embargo, a pesar de su enorme relevancia, la complejidad del proceso se extendió más allá de su nacimiento y su deceso. Por lo tanto, este proceso desarrollado entre los siglos XI y XII queda mejor representado bajo el rótulo de “reforma eclesiástica romana”, ya que no es un papa específico el que le otorga su sentido, sino la voluntad de los distintos círculos eclesiásticos de la cristiandad occidental, que a partir del 1050 dotará a Roma de la suprema dirección y gestión de la vivencia religiosa cristiana. En la concepción medieval, la Iglesia no se articulaba simplemente con fines organizativos, sino como vía de acceso a la divinidad a través de los sacramentos en los que era [la Iglesia] la intermediación imprescindible. Las esferas individual y eclesial eran indisociables. La construcción feudalizada de un poder universal en la Iglesia romana se manifestó en la emergencia de la soberanía papal, lo que generó un conflicto inevitable con la gran esfera del dominum mundi, el Imperio germánico. 1. La larga trayectoria reformadora eclesiástica de los Imperios carolingio y germánico La explicación tradicional ha girado en torno a una distorsión del pasado, en la cual se muestra un momento en exceso sombrío, con dudosas aptitudes morales del clero, expresadas ante todo en la simonía (compra-venta de cargos) y en el nicolaísmo (matrimonio eclesiástico), consecuencia inevitable de la prerrogativa de los reyes y nobles de elegir los ocupantes de los cargos, frente a lo cual debió salir Roma a defender la dignidad de la Iglesia. Por lo tanto el feudalismo sería la independencia clerical, quedando del todo desvinculado del desarrollo de la vida social de su tiempo. Frente a esta propuesta, surgió otra según la cual el emperador, en su carácter de responsable de la conducción de los cristianos hacia la salvación, debía asegurarse por su intervención la correcta selección de los prelados, incluido el papa; también la atención de los emperadores se orientó hacia la vida monacal. En esta prerrogativa no podía inmiscuirse el papa, ya que el poder imperial emanaba directamente de la voluntad de Dios. Desde esta postura, los emperadores propiciaron más las reformas que los propios papas; entonces las intervenciones imperiales no tienen por qué haber sido necesariamente negativas para el proceso reformista. 2. La impronta imperial en la vida eclesial: culmen e inflexión en la década de 1050 2.1 El emperador Enrique II, el Sínodo de Sutri y los papas alemanes, 1046-1056: En los primeros decenios del siglo XI, la dignidad papal estuvo en manos de las grandes familias romanas. La decidida intervención real tenía un nítido sesgo moralizador 1
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sobre el clero, sin embargo, la capacidad de juicio sobre la limpieza del clero del emperador, no tuvo apoyo unánime. A la muerte del papa Clemente II, algunas voces se levantaron a favor de restituir a Gregorio VI, quien se consideraba que había sido destituido inválidamente ya que nadie podría juzgar al papa, postura que luego será de las más radicales en los Dictatus Papae de Gregorio VII, en 1075. León IX tuvo como primeras medidas eclesiales, reformas contra el nicolaísmo y la simonía, y continuos viajes por diferentes puntos para promover la moralización del clero y defender las elecciones canónicas de las dignidades eclesiásticas. La actuación papal se universalizaba. El sur de Italia se iba unificando a manos de los normandos, y preocupado por esto, el papa decide convocar a las fuerzas imperiales para hacerles la guerra, ayuda que no llegó, y León IX decidió atacar de todos modos. La refrenda terminó en desastre para las fuerzas papales y la captura del sumo pontífice. El conjunto de la Iglesia no estaba preparado aún para un paso que más adelante llevaría a las Cruzadas (no había todavía una teorización eclesial positiva de la guerra). Desde cautiverio, León decidió enviar una embajada a Bizancio con el objetivo de salvar el conflicto entre el cardenal Humberto y el patriarca bizantino Miguel Cerulario, misión que fracasó por la intransigencia del cardenal latino, y ambos se excomulgaron mutuamente, lo cual sólo se entiende a la luz de la extensión de la Iglesia occidental sobre el sur de Italia, en base al falsa Donación de Constantino (documento falso datado en el siglo VIII, de los francos, según el cual ese dominio era cedido a Occidente por el primer emperador cristiano). A la muerte del papa León IX en cautiverio, el nuevo nombramiento, una vez más, fue bajo tutela del emperador, Enrique III. Así Víctor II, hombre de confianza del emperador, tras la muerte de éste, aseguró la coronación de su heredero, Enrique IV. Sin embargo, a la muerte del pontífice, se cerró un época en la que la fortaleza del poder imperial había proporcionado un control más o menos firme sobre la sede apostólica. La creciente corriente Reformadora en Roma comenzaba a distancia sus horizontes del concepto imperial. La inestabilidad generada por la muerte de Víctor II dio lugar a una aceleración del desarrollo de perspectivas en choque sobre Imperio y Papado, instituciones que hasta ese momento habían actuado simbióticamente. 2.2 La minoría de Enrique IV y la progresiva desconexión romana, 1056-1061 Tras el fallecimiento de Víctor II, el círculo reformador rápidamente nombró a Enrique IX, sin consentimiento del emperador. El nombramiento sin sanción imperial probablemente no haya buscado deliberadamente, sino que haya sido producto de la debilidad y necesidad coyuntural; de todos modos, sirvió para el alejamiento de la sede apostólica y la realeza germana, estableciendo un precedente que luego sería seguido consistentemente. Además, Enrique IX consolidó la presencia de elementos reformadores en la curia, y tras él asume Nicolás II. El primer punto de roce se dio en el Sínodo Pascual de 1059, allí por primera vez se atacó a la institución laica, con dos decisiones: prohibir a los clérigos recibir iglesias de los seglares1, y alejar al poder imperial de la norma sucesoria de cargos eclesiásticos con una norma de elección que relegaba al emperador a una mención poco menos que honorífica. 1
Del lat. saecularis. Que no tiene órdenes clericales.
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El segundo momento de fricción se dio con el cambio de relación entre el papa y los normandos. Nicolás II en un sínodo de 1059, invistió a Ricardo de Averna con el principado de Capua y a Roberto Guiscardo con dos ducados, trocando la anterior amenaza Normanda en vasallaje. La pretensión universal del emperador germánico se venía mal con un establecimiento feudal a favor del sucesor de Pedro, que estaba construyendo un poder ya no paralelo, sino directamente competitivo. El tercer punto de ruptura surgió en el norte de la Península Itálica, donde asistió a contener una revuelta eclesial un grupo enviado por el papa, que terminó suscribiendo a las políticas contra la simonía y el nicolaísmo, y el arzobispo aceptando el anillo de manos del papa, reconociendo implícitamente, la invalidez de su previa designación por parte del emperador. Los prelados alemanes más decididamente pro-imperiales, corcovaron a un sínodo en el que declararon nulos los actos de Nicolás II, pero la respuesta papal quedó truncada por fallecimiento del pontífice. Sin embargo, sus dos años de pontificado ya habían abierto un foso que en las décadas siguientes terminarían en ruptura. 3. El pontificado de Alejandro II (1061-1073): progresivo alejamiento Imperio-papado y decantación de los temas en litigio El sucesor de Nicolás II fue el primero en ser elegido por el nuevo método, y además contaba con el favor de la corte imperial; quizá su nombramiento haya tenido por objetivo el fin al abierto distanciamiento. Al menos formalmente parecía haber finalizado la crisis, y la autoridad papal ser aceptada en tierras germanas. Los altos dignatarios eclesiásticos regionales comenzaban a verse sometidos a Roma a través de expresos juramentos, forjando así un aglutinamiento feudal en torno al papado, similar a las de los poderes laicos. Pero pronto la presencia dominadora comenzó a ir más allá de lo eclesiástico, en la década de los sesenta comenzó a gestar el dominio sobre poderes laicos que, por debilidad o necesidad coyuntural, veían con buenos ojos la tutela eclesiástica. Ejemplo de esto es el avance normando sobre Sicilia, cuyo propósito se veía favorecido por el favor apostólico (pero a su vez las disposiciones reformistas chocaban de plano con las costumbres de origen oriental, lo que profundizó la ruptura con Constantinopla). La lucha Normanda en Sicilia era contra infieles, y aunque la aceptación eclesial de la guerra no era todavía un hecho, la Santa Sede comenzó a propiciarla en esos casos a través de la remisión no sólo de la pena, sino también del pecado. En menos de una década la Iglesia había rebalsado los límites de Roma y de la espiritualidad, y se había convertido en protagonista de la expansión cristiana, y tomaba posición en asuntos internos, inmiscuyéndose así en asuntos laicos (a veces con capacidad inocua, pero presente al fin). Todo esto a decididas espaldas del Imperio Germánico, y en clara confrontación con Bizancio. La muerte de Alejandro II hizo surgir nuevamente los problemas de fondo sobre la sucesión, lo que llevó a Enrique IV a proponer su propio candidato, aunque los reformadores (apoyados en el legado papal) eligieron a un clérigo milanés. 4. El radicalismo de Gregorio VII (1073-1075) y la respuesta de Enrique IV (10561105) 3
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4.1 Elección de Hildebrando: El lógico final de un largo protagonismo en la curia Luego de treinta años de protagonismo en la curia y de haber sido decisorio en la elección tanto de Nicolás II como de Alejandro II, es comprensible el ascenso a la dignidad papal, y el desarrollo de una eclesiología imperial con el papa como columna vertebral que llevará a cabo Gregorio VII. 4.2 La política gregoriana: un paso adelante cualitativo en la continuidad reformadora Gregorio VII hizo retrasar su entronización más de dos meses para hacerla coincidir con la celebración de San Pedro, en clara referencia a lo que sería su fundamentación: el poder papal viene de Pedro y es la fuente de su poder, una voluntad que excede al pontífice. Luego de un inicial acercamiento que parecía tender a una subsanación de las diferencias a través de concesiones mutuas, Gregorio VII, en el Sínodo Romano de 1075, prohibió la investidura laica de eclesiásticos de cualquier nivel, y los metropolitanos 2 no podían consagrar a quienes hubieran accedido de este modo; esta posición atacaba las formas de provisión de cargos eclesiásticos desde tiempos carolingios. También en 1075, en los Dictatus Papae, emitió veintisiete enunciados con objetivos papales de rotundidad y extremismo desconocidos hasta entonces. Los enunciados principales son tres: o La primacía de la sede de Pedro expresada en la fundación divina, la universalidad y catolicidad de la Iglesia; o La supremacía del papa, dominante sobre todas las etapas episcopales, e inmune a todo control, ya que “no puede ser juzgado por nadie; o La subordinación de los poderes laicos, sobretodo los emperadores, que pueden ser depuestos por el papa (en quien reside también la autoridad de desligar obligaciones de los súbditos respecto de sus superiores). Las disposiciones, que ni siquiera fueron aceptadas generalizadamente dentro de la Iglesia, muestran la nueva concepción de los reformistas, según la cual no era posible el cambio dentro de la misma estructura, lo cual derivó en un ataque a las instituciones laicas y una asociación entre libertad de la Iglesia y centralización eclesial, que lógicamente acabará en una primacía sobre todo poder temporal. 4.3 Los medios de la política Gregoria: la centralización eclesial El retorno efectivo a una pureza de la vida eclesiástica y la concepción inherente de una Iglesia con centro de gravedad único, requerían de una presencia ubicua del papa, lograda mediante la potenciación de legados regionales con amplios poderes controlados de cerca por el pontífice. De estos nuevos funcionarios, tuvieron singular importancia los de Alemania y Lombardía, ya que eran territorios imperiales; en otros sectores, sin embargo, la voluntad papal se topó con el rechazo de monarcas que unían la celosa 2
Del lat. metropolitanus. 1. adj. Perteneciente o relativo a la metrópoli. 2. Arzobispal. 3. V. iglesia metropolitana.
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reserva de sus prerrogativas sobre las Iglesias locales a una ligazón estrecha con Roma, o a una intachable ejecutoria reformadora (como Guillermo el Conquistador o Roger I), decidiendo en estos casos permitir sus exigencias. Otras costumbres reforzaron la postura papal, como la costumbre de los metropolitanos de recurrir a Roma a recibir de su mano el palio 3 (símbolo que tuvo su origen en las insignias imperiales) que legitimaba su poder, la visita regular de los arzobispos a Roma para informar de la situación en su territorio, y una decidida homogenización en la liturgia y la vida monástica. 4.4 El conflicto con Enrique IV: El choque entre dos visiones universalizadoras Los nobles germanos no tardaron en arrastrar a Enrique IV a una nueva intervención, centrada en el nombramiento de un arzobispo alternativo, desafiando claramente las disposiciones papales. A partir de ese momento los acontecimientos se aceleraron, en 1076 el monarca convocó a reuniones de prelados en Worms, en las que depusieron al pontífice bajo los cargos de romper la paz de la Iglesia, usurpación de solio y abuso de autoridad, a lo que Gregorio VII respondió despojando al monarca de su condición real. La decisión pontificia afectó el delicado equilibrio de fuerzas en el Imperio, dejando de favorecer al emperador. La lucha entre germanos y Roma condujo a la guerra civil, escenario incómodo para el papa, pues debía decidir entre reintegrarlo a la Iglesia [a Enrique IV] o mantenerlo como opositor. Las armas se inclinaban a favor del rey, pero el pontífice volvió a elegir deponer al monarca, lo que hizo que Enrique IV diera el paso definitivo, depuso por las armas a Gregorio VII y eligió en su lugar a Clemente III; y la postura real quedó reforzada al morir en batalla el máximo exponente del reformismo entre los nobles germanos. Finalmente, Gregorio VII muere, excomulgado, en el exilio. 5. De la crisis del papa reformador romano a la maduración y extensión de sus presupuestos (1085-1099) La intransigencia de Gregorio VII socavó las filas de los simpatizantes del papa reformador y engrosó las de Clemente III, pero el sistema de vasallaje entramado dio sus frutos, siendo decisivo el apoyo militar de los normandos, y la protección a la menguada estructura eclesial en el sur de Italia. 5.1Un interregno de continuidad: Víctor III (1086-1087) Víctor III fue elegido bajo amparo y presión de los normandos, quienes garantizaron el control de un parte de Roma para celebrar el concilio. Víctor III renovó propuestas gregorianas pero con mucha más moderación en las formas, y excomulgó al antipapa Clemente III. Murió de enfermedad antes de terminar el concilio.
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Del lat. pallium. 1. m. Prenda principal, exterior, del traje griego, a manera de manto, usada comúnmente sobre la túnica. 2. Capa o balandrán. 3. Insignia pontifical que da el Papa a los arzobispos y a algunos obispos, la cual es como una faja blanca con cruces negras, que pende de los hombros sobre el pecho. 4. Especie de dosel colocado sobre cuatro o más varas largas, bajo el cual se lleva procesionalmente el Santísimo Sacramento, o una imagen. Lo usan también los jefes de Estado, el Papa y algunos prelados.
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5.2 Recuperación papal e impasse imperial: La acción de Urbano II (1088-1099) Urbano II siguió con la línea gregoriana, pero de un modo mucho más suavizado en las formas, y con posturas menos radicales frente a los opositores, lo que permitió limar asperezas, hacer retroceder en sus posturas a la nobleza germana, retornar a Roma con tranquilidad y recuperar terrenos que habían sido presa efectiva de la dominación germánica. Durante su pontificado la gestión eclesial dio un paso más hacia la centralización del gobierno, la curia romana adquirió carta de naturaleza, siendo, por primera vez, efectivamente nombrada en una bula de 1089 como equivalente a las cortes reales o imperial; el colegio de cardenales aumentó su importancia. Además, las finanzas fueron reorganizadas para hacer frente a los nuevos cometidos de un gobierno que aspiraba a ser general sobre la cristiandad. En cuanto a lo espiritual, el pontífice estimuló el monacato benedictino. 5.3 Clermont, síntesis de madurez reformadora y predicación de la Cruzada En 1095, suavizada la presión imperial y reducido el peso del antipapa, Urbano II imprimió un giro universalizador a su gestión, plasmado en un acercamiento a Bizancio y en el vago diseño de una empresa del conjunto de la cristiandad, la Cruzada. Tal era el prestigio que había alcanzado el papa, que Bizancio, a la hora de poder lanzar una contraofensiva contra los turcos seléucidas, lo consideró un interlocutor privilegiado para pedir el apoyo de soldados mercenarios. Esto fue aprovechado por Urbano II, deseoso de un acercamiento con Bizancio que superara el cisma que él consideraba transitorio, no delegando el cumplimiento del pedido en poderes laicos, sino proclamando en Clermont la Cruzada (más por una voluntad de manifestación y refuerzo de su preeminencia que por un proyecto limitado de ayuda). A pesar que el sínodo de Clermont quedó asociado al llamamiento de la liberación de Jerusalén, también incluyó el clásico tratamiento condenatorio de la simonía y el nicolaísmo; se reafirmaron excomuniones; se prohibieron las prestaciones de juramento de fidelidad ligia a laicos; y las instituciones de paz, estimuladas localmente desde el siglo X, rompieron su aplicación en un marco geográfico definido para pasar a ser generalizadas al conjunto de la cristiandad. Sólo un canon hacía referencia a la anunciación de la Cruzada, la condonación de las penitencias para aquellos que acudieran a la liberación de los Santos Lugares. La violencia con fines religiosos fue de esta manera introducida positivamente en la religiosidad, pasando determinadas formas de combate de ser un impedimento a convertirse en activo de progresión espiritual individual. Así, Urbano II desató un movimiento que rápidamente rebalsaría lo eclesial, y pondría al descubierto las potencialidades y limitaciones de Roma respecto a su voluntad de dominio universal.
6. La primera Cruzada: preparativos y desarrollo (1096-1099) 6.1 Predicación, afiliación nobiliaria y respuesta popular espontánea. La Cruzada de Pedro el Ermitaño 6
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El llamamiento positivo a la expedición a Oriente fue dirigido a los nobles con quienes el pontífice conectaba directamente, obviando al monarca. La capacidad pontificia de trascender relaciones de vasallaje expresa la suprema autoridad romana (en principio en el ámbito espiritual, tan fácilmente desbordable hacia otros campos, en un mundo de tan estrecha relación de toda actividad humana con la religión). Altos nobles se comprometieron con la empresa, anhelando la perfección espiritual. Los mayores contingentes provenían de los francos (donde el reformismo romana había calado más profundo), quedando, lógicamente, débilmente representados los territorios imperiales; los normandos participaron a través de un representante que no encajaba del todo bien en su territorio; los ingleses no participaron por la difícil relación con la Iglesia de Guillermo II; y, finalmente, el propio pontífice desaconsejó la participación de contingentes hispanos, ya que en su territorio tenían su propio ámbito de lucha contra el Islam. La principal razón para participar hay que buscarla en la motivación espiritual, siendo dudoso el estímulo de beneficios materiales, sobretodo teniendo en cuenta los grandes gastos, e incluso deudas, que representó para las casas nobiliarias, desde los preparativos. El llamamiento a la Cruzada se atomizó a través del bajo clero, por el acercamiento de Urbano II a grupos no aristocráticos. Aquí se destaca la figura legendaria de Pedro el Ermitaño, un eremita en contacto con la espiritualidad popular que habría peregrinado a Jerusalén y retornado a pedir ayuda a Urbano II (esta leyenda podría tener atisbos de realidad). Esta figura adaptó a la alocución de Clermont a masas rurales y urbanas, generando un movimiento que era ajeno a la voluntad papal (exclusivamente aristocrática). Los predicadores itinerantes fueron a la acción de las masas lo que Urbano II a la de los nobles, cohesionando las difusas vivencias religiosas populares en torno al acrecentamiento de elementos escatológicos de la Tierra Santa, alimentada la imaginación por la crisis puntual de ese momento, generando un movimiento espontáneo y heterogéneo. Estos grupos partieron sin una dirección efectiva, unificada y moderadora, atacando a grupos judíos de ciudades como Worms, convencidos de que la liberación oriental sólo se lograría exterminando primero a los decidas occidentales. 6.2 Los contingentes nobiliarios y su llegada a Oriente Los grupos partieron a la Cruzada por tres vías, terrestre-fluvial, costera y atravesando el mar Adriático. Los llegados fueron, para sorpresa de Alejandro Comneno, grupos de guerreros nobiliarios no mercenarios, y con difusa relación con el papa; la divergencia de objetivos perseguidos era evidente. Por este motivo, se negó a aceptar el desembarque en su costa hasta que personal e individualmente los líderes prestaron juramento a él, juramentos que, desde luego, no fueron plenamente conscientes, y que luego traerían la ruptura con Bizancio, al plantearse los primeros puntos de fricción. 6.3 Los tres momentos de la Cruzada: Nicea, Antioquía y Jerusalén El primer objetivo de los cruzados fue el sultanato de Rum, con capital en Nicea, ya que impedía la efectiva y segura penetración en Asia Menor. Aquí, la intervención imperial se aseguró la rendición para sí y negó a los latinos el saqueo, generando los primeros roces por la privación del botín, primera recompensa tangible en meses de esfuerzo. Luego se dirigieron a Antioquía, que abriría el paso a Siria.
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Luego de largo y costoso asedio, fue tomada la ciudad, pero los latinos pelearon sin ayuda bizantina, no por desinterés de los orientales, sino por una confusión de contingentes. Esto no fue entendido así por los occidentales, particularmente por Bohemundo, ya interesado en guardar para sí el control de la ciudad que, según el acuerdo suscripto en Constantinopla, debía ser devuelta a Bizancio. Sin perjuicio de esto, una vez desaparecido el peligro inicial de perder la reciente conquista, comenzaron a aflorar las diferencias internas de los latinos, máxime que ya había muerto el legado papal, dejando acéfala la dirección. Sin líder superior, incómoda ante los ritos cristianos orientales, enemistada con Bizancio y sin homogeneidad interna, la expedición papal quedó presa, al igual que las siguientes Cruzadas, de las incongruencias propias de los grupos nobiliarios que la componían. Estos problemas produjeron un impasse, finalizado por la presión de los guerreros de base de continuar hacia Jerusalén (y allí quedó Bohemundo reconocido, de facto, señor de Antioquía). La marcha hacia la ciudad santa fue rápida, sin detenerse a afectar a los grupos musulmanes intermedios. En julio de 1099, Jerusalén fue tomada por asalto, masacrando a sus defensores, masacre derivada de la exaltación religiosa (profundizada por las penas sufridas en el trayecto desde Europa). El lugar santo retornaba a los cristianos luego de 461 años (Urbano II murió antes de recibir la noticia). 6.4 Las consecuencias territoriales del primer movimiento cruzado: la presencia latina en Ultramar4 La conquista de Jerusalén tuvo más razón en la obsesión que una consideración estratégica, una vez allí se vieron rodeados de un litoral hostil, y una presencia fatimí 5 amenazadora al sur. Asegurada la conquista, la mayoría de los cruzados cumplió y retornó a Europa, pero los que se quedaron comenzaron a organizarse en distintas unidades políticas, de las que la principal fue el Reino de Jerusalén. Los dirigentes cruzados eligieron a Godofredo de Bouillon para entregarle el gobierno de la ciudad, quien declinó el título de rey, aceptando el advocatus Sancti Sepulcri (protector del templo recordatorio de la pasión y muerte de Cristo), asumiendo la función laica de defensa de patrimonio eclesiástico, práctica generalizada en Occidente, expresando a la vez la indefinición de su poder. Tras la muerte del legado papal y la ruptura de hecho con Bizancio, la Cruzada se había vuelto autónoma en la práctica (aunque seguía presente una conciencia de vinculación con la Iglesia, sobretodo en lo relativo a Jerusalén). La temprana muerte de Godofredo y la aceptación del título de rey por su hermano, Balduino I, pusieron fin a la indeterminación y condujo hacia la senda de la configuración de una entidad política feudal. Expansión y consolidación territorial, y cohesión interna mediante vinculaciones de vasallaje respecto del nuevo rey. La decidida acción del monarca llevó a la conquista de una amplia salida al mar, doblegando prácticamente la totalidad de núcleos costeros palestinos. Hubo otras unidades políticas cristianas que se formaron, pero siempre estuvieron bajo la sombra del Reino de Jerusalén. La liberación de la ciudad santa produjo el surgimiento de un núcleo feudal cristiano, cuyo mantenimiento sería el leitmotiv de las siguientes Cruzadas. 4
Nombre generalizado que dieron los europeos a todos los territorios conquistados en Oriente Próximo Del ár. fatimi, perteneciente o relativo a Fátima. 1. adj. Descendiente de Fátima, hija única de Mahoma. Apl. a pers., ú. t. c. s. 5
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7. El camino hacia acuerdos sobre las investiduras: pontificado de Pascual II A la muerte de Urbano II, es elegido el reformista Pascual II (1099-1118), que vio favorecida su posición por la muerte del antipapa y la recuperación definitiva de Roma. Enrique IV seguía negándose a renunciar a la investidura con anillo y cruz, a la vez que el nuevo pontífice reiteraba su prohibición. La impronta gregoriana del prelado apareció claramente en 1105, cuando apoyó la revuelta de Enrique V contra su padre, desligándolo del juramento prestado a su padre (sin embargo el nuevo monarca luego defendió nuevamente los clásicos postulados germanos, retornando los conflictos). Luego, en Sutri, propuso el papa algo inviable por la obvia resistencia de los clérigos: que el emperador renuncie a la investidura a cambio de que la Iglesia devuelva todo el patrimonio recibido del Imperio (de hecho, el patrimonio fundacional), lo cual fue aceptado por Enrique V, pero en la misma ceremonia el tumulto volvió inviable la salida. Dado el incumplimiento, el emperador salió beneficiado y debió ser coronado en San Pedro y la Iglesia hacer grandes concesiones. Sin embargo, poco después, Pascual II nuevamente condenó la investidura y todo retornó a su estado anterior. A pesar de su futilidad, la propuesta papal abrió la brecha hacia un avance conceptual (por lo demás, ya utilizado en acuerdos con otros monarcas); distinguir dos aspectos de la investidura unitaria, lo ligado a lo espiritual y lo temporal. Lo restante de su pontificado, y el de su sucesor Gelasio II, fue penoso y de lucha continua, con disturbios, exilios y presión militar sobre Roma. 8. El concordato de Worms (1122) y el Primer Concilio de Letrán (1123) El sucesor elegido, Calixto II, era un reformista radical, pero que rápidamente comprendió la necesidad de terminar con décadas de enfrentamiento. En situación similar estaba Enrique V, viendo que, como en los casos inglés y francés, el abandono de la investidura no comportaba la pérdida de su poder. Sin embargo, la primera negociación fracasó, pero la voluntad de acuerdo ya estaba planteada de ambos lados. Los distintos príncipes germanos ofrecieron la posibilidad de una negociación que no dañara los intereses imperiales, previo reconocimiento papal de Enrique V. El caminó culminó en Worms, en septiembre de 1122, siguiendo las pautas de diferenciación espiritual-temporal. El abandono de la cruz y el anillo y la garantía de elecciones canónicas libres, fueron compensadas con la presencia del rey en el proceso electoral de obispos y abades en Alemania, la salvaguarda de nombramientos no alejados de sus intereses, y la investidura de las dignidades con el cetro (símbolo del poder temporal). Si bien no dejaba de ser artificial la separación de ambos poderes en un mundo de tanta cohesión cívico-espiritual (aspecto que traerá nuevos conflictos en el futuro), en su momento comportó una vía de salida y conciliación después de decenios de conflicto continuo. Por otro lado, si en el plano práctico fue una salida intermedia tolerable para los dos sectores, en el plano teórico fue una contundente victoria eclesiástica, reservándose para sí el conocimiento espiritual y la fuente efectiva del poder. El triunfo romano quedó reflejado el año siguiente en el Primer Concilio Ecuménico en Occidente, en Letrán, en el cual la supremacía papal no fue cuestionada, se trató abiertamente toda la temática reformista (simonía, nicolaísmo, protección de los cruzados, etc.), y se prestó también especial atención a la estructura parroquial. Por todo esto, el 9
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sínodo puede ser considerado la síntesis de una primera madurez del movimiento reformador eclesial. 9. El transfondo de las investiduras: eclesiología de cuño romano y nuevas formas de espiritualidad 9.1 Roma y la iglesias diocesanas La pugna papado-Imperio llevó a centrar el análisis en los niveles eclesiásticos superiores, pero es necesario comprender que la eclesiología romana tenía ideas claras sobre el funcionamiento de cada nivel, intrincados todos en una articulación jerárquica con vértice en el papa. Autonomía organizativa, integración de las iglesias locales en un cuerpo global y centralización romana. El centro de gravedad de la organización es el obispado, siendo el obispo responsable de la estructura parroquial, y por lo tanto de la cura de las almas y la salud espiritual de los feligreses en su territorio. El monacato fue reducido en sus tareas a una vía de perfeccionamiento espiritual selecto, del que los monjes no debían ser apartados (lo generó conflictos con aquellos monjes que veían en esto menguada su proyección exterior). El episcopado6 tenía su freno en la dependencia de los metropolitanos, y estos en la subordinación al papa. Las trabas garantizaban una centralización que permitiera la homogeneización del discurso, del que el papa era emisor y garante. Así, la pérdida de relación con los monarcas de parte de los obispos, generó una mayor autonomía eclesial, transformando la Iglesia, de multicéntrica a un conjunto articulado jerárquico, con clara primacía romana. 9.2 Un nuevo monacato: ampliación de las vías de espiritualidad y articulación institucional en órdenes. Si la Iglesia diocesana buscaba ordenar y activar la vida espiritual de los fieles, debía también perfeccionar la vida espiritual más exigente, trascendiendo la simple contemplación. El primer aspecto es ampliar el desarrollo logrando compatibilizarlo con la oración y la contemplación, y no oponiéndolo a ellas. La actividad manual, la atención de enfermos y desvalidos, hospedaje de peregrinos o rescate de cautivos, dejaron de ser actividad subsidiaria para ser la piedra angular del monacato. Así, se abría el margen para permitir que la vida monacal se asequible para un número mucho mayor de personas, cumpliendo la demanda de expansión necesaria para el desarrollo del feudalismo. Segundo, se plasma una idea de orden hasta el momento inexistente. Era menester que las nuevas fundaciones, extendidas a toda la cristiandad, pero especialmente en zonas limítrofes, tuvieran una trabazón interna que asegurara flexiblemente la homogeneidad y el sentido de pertenencia a un cuerpo único, y que la vida en comunidad, por remota que fuera, se sintiera unida, a través de la orden, a Roma. Así, del mismo modo que se rompió la autonomía de las iglesias diocesanas, el papado se aseguraba el control de las órdenes monásticas, además de aislarlas de los episcopados cercanos. Este ideal monástico se extendió a las canónicas, que abandonaron la laxitud de su vida 6
Del lat. episcopatus. 1. m. Dignidad de obispo. 2. Época y duración del gobierno de un obispo determinado. 3. Conjunto de obispos de una nación o del orbe católico.
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anterior, en pos de la fuerte agrupación comunal de la orden, bajo la Regla de San Agustín. 9.3 Las órdenes militares, instituciones nacidas de la reforma La aceptación de la guerra con fines religiosos, convirtió a sus practicantes en profesos, con la posibilidad de obtener la redención. Se abrió así el camino a la guerra religiosa en práctica permanente, cuyo servicio principal era la defensa armada de la Fe, o, lo que es lo mismo, de su representante y estandarte: el papa. La combinación definitiva entre religión y guerra permanente se dio en Oriente Próximo. La conquista de la basta zona costera de Palestina por parte del Reino de Jerusalén, implicaba un poder de policía muy superior al de las fuerzas cristianas presentes, particularmente en el corredor Jaffa-Jerusalén, lugar de paso obligado para comerciantes y altamente sometido al bandolerismo, y expuesto a potenciales incursiones egipcias. Un grupo de caballeros decidió tomar a su cargo la defensa, perpetuando la tarea y asociándose religiosamente a los canónigos del Santo Sepulcro, formando la Orden de los Caballeros del Temple. La nueva institución pronto tuvo su normativa propia, obtenida en forma de regla ad hoc, en un concilio que la reconoció eclesialmente, y la exención de la orden del escrutinio diocesano, convirtió a la Orden templaria en un efectivo instrumento de la política papal. La política reformista llegaba a su punto culmen, al pasar del simple reconocimiento de la posibilidad de defensa armada de la religión, a la interiorización del valor de la Lucha por la Fe como modo de expresión de la misma, se unieron los dos tipos de militia, el sentido metafórico de lucha por el progreso espiritual y el significado real del combate físico por la fe. Esto se vio reforzado por la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, nacida de la necesidad de unir la hospitalidad y la lucha en una sola expresión de fe, dada por la difícil situación que se atravesaba en Oriente Próximo.
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