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Especial I Congreso Nacional de Colonización Agracia
SÁBADO 23 DE MAYO DE 2009
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SERVICIO ESPECIAL
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La llegada del agua del Canal de las Bardenas fue un acontecimiento vecinal.
La mecanización de entonces hacía más difíciles las tareas agrícolas.
Un puñado de tierras, una buena vaca y una casa nueva completaban el lote La media de hectáreas que se repartían entre los colonos oscilaba entre 7 y 12, en función de la localidad Los colonos tenían 20 años para pagar sus campos y 30 para sufragar sus casas
SERVICIO ESPECIAL
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NURIA ASÍN
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[email protected]
A cada una de las familias que se instalaban en un pueblo de colonización se les entregaba un lote de tierras que oscilaba entre las 7 y las 10 hectáreas, aunque en Bardena y Santa Anastasia la superficie era más reducida. Si bien, todas ellas tenían un problema: el salitre. Así, la suerte intervino y fue la que decidió si a una familia le tocaba «un buen lote» o uno en el que resultaba difícil conseguir que algo naciera. Sí, el riego estaba a pie de campo, pero las peculiares características de las tierras cincovillesas de esta zona hicieron que dicho salitre aflorara todavía más, convirtiéndose en inservibles para el cultivo de numerosos productos, que también estaban predeterminados y orientados por los planes de Colonización. Así, se planificó sembrar trigo y alfalfa (70% de los terrenos), para consumo familiar, igual que la remolacha, lo más duro de cultivar y de recoger, según numerosos testimonios recogidos, ya que se hacía en invierno, con los rigores del invierno. El 30% restante de las tierras tenían que destinarse a frutales y a algodón, un cultivo que no fructificó en la Comarca. Si bien, la poca fertilidad de algunos de los campos hizo que las estadísticas cambiaran, poniéndose
Los primeros colonos realizaban las tareas manualmente, porque la maquinaria era escasa. aquellos productos que daban mejores resultados. Las primeras cosecha, en ocasiones, no dieron ni para la simiente del año siguiente, lo que convirtió en precaria la situación de muchas familias. Sin embargo, hubo algunas zonas en las que sí se recolectó fruto desde el primer momento, como en la llamadas tierras del Saso. Pero la esperanza pronto se tornó pena, ya que el mallacán comenzó a manifestarse. Se trata de una capa de cantos rodados cementados que salían a escasa profundidad. Para intentar paliar sus efectos los agricultores se tenían que afanar en las tareas, remover la tierra una y otra vez con la ayuda de las yeguas entre-
gadas por el Instituto Nacional de Colonización (INC). A ella se unía la labor humana, puesto que la mayor parte de los vecinos de estos municipios recuerdan como iban con una cesta a quitar piedras del campo, después de las clases en la escuela. Aún con todo, muchos campos nunca se recuperaron. Y mientras los campos se intentaban convertir en productivos, había que pagar los lotes (parcela, huerto y casa), que venía a costar unos 6.000 euros. Para ello, los colonos contaban con veinte largos años por delante para hacer frente al gasto que suponían las tierras, y con treinta para sufragar la hipoteca de la casa. Pasados cincuenta años de su
puesta en marcha, muchos de estos colonos vuelven la cara al pasado y se muestran orgullosos de haber superado tanta adversidad. Si bien, reconocen que la mecanización que hay ahora no la cambian por nada, aunque reconocen que antes el campo no estaba tan burocratizado como ahora. CAMBIOS DE CONCEPTO Ahora los cultivos son generalmente extensivos, las parcelas se han hecho más grandes, ya que con los lotes que se entregaron en origen no dan para que viva una familia, así que muchos han comprado nuevas parcelas o las alquilado a otros colonos. También han cambiado los pro-
ductos, por ejemplo, se mantiene la pujanza que en estas tierras tiene la alfalfa, mientras que ha bajado el maiz y los cultivos hortofrutícolas, en especial el tomate y el pimiento, ideales para tierra de regadío como son éstas. Y precisamente el agua ha sido la que ha permitido poner en la zona, desde los años 90, cientos de hectáreas de arroz, producto que ha ofrecido una alternativa de futuro a todos los agricultores que han apostado por quedarse en Cinco Villas. Nuevos retos que van sumándose a otros muchos que han ido superando cada uno de estos colonos, cuya fuerza se unió en las primeras cooperativas, cuya legislación no reguló específicamente el INC, aunque sí la subvencionó –hasta en un 20%– en sus orígenes. Aunque no en todos los municipios de colonización surgió el cooperativismo, un movimiento cuyo impulsor en la zona fue, concretamente en Bardena, fue el ingeniero José Lostao. Si bien, la formación de cooperativas no fue muy bien entendida y actualmente solo la San Mateo de Pinsoro y San Miguel de Valareña siguen funcionando de forma autónoma, mientras que todas las demás (El Sabinar, El Bayo, Santa Anastasia y Bardena) han sido absorbidas por la de Ejea. La crisis del mundo agrario ha sido una de las causantes, y también el envejecimiento de la población, aunque actualmente muchos jóvenes siguen apostando por mantener vivo el espíritu de sus predecesores cultivando aquellas tierras que, hace cincuenta años, les hicieron dejar sus casas y comenzar una vida nueva. H