Origen Del Hombre

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1. RESUMEN DE LA OBRA* Capítulo I. Pruebas de que el hombre desciende de una forma inferior. Darwin se propone demostrar en esta obra que el hombre es el descendiente modificado de alguna forma inferior. A esta conclusión llega tras pensar que las variaciones manifestadas en el hombre en cuanto a la conformación corporal, (enfermedades, embrión, órganos, etc.), y también intelectual, están sometidas a las mismas leyes de los animales inferiores. Así, por ejemplo, el hombre posee enfermedades comunes con algunos animales; igual sucede con ciertos parásitos que son comunes; el embrión humano es semejante al de otros animales; la similitud de los distintos miembros del cuerpo es bien notoria, etc. Este primer capítulo se dirige a probar ciertas semejanzas entre el hombre y algunos animales: en la forma del esqueleto, sistema nervioso, enfermedades, órganos rudimentarios, etc. Basándose en ellas, el autor concluye que “el hombre y todos los demás vertebrados han sido construidos según un mismo modelo general“ (p. 23); admite que todos ellos tienen un origen común, y niega la idea de que fuesen el producto de actos creativos separados. Y este es precisamente el núcleo de la argumentación científica de Darwin: dos cosas semejantes tienen un origen común; argumento enriquecido con una multitud de datos que en realidad sólo evidencian semejanzas entre los seres vivos de la naturaleza, pero que no necesariamente prueban un origen común. Capítulo II. Facultades mentales del hombre y de los animales inferiores Habiendo descubierto señales —que le parecen evidentes— de que el hombre, en su forma corporal, procede de una forma inferior, analiza ahora si a esa suposición se opone la considerable diferencia de las facultades mentales del hombre sobre las de los demás animales. Ante esto sostiene que entre el hombre y los mamíferos más elevados no hay ninguna diferencia fundamental (cfr. p. 25). Todas las facultades mentales son el resultado del desarrollo de instintos que se adquirieron por la selección natural de variaciones a partir de instintos más simples. Las causas por las que surgieron esas variaciones son desconocidas para Darwin. Este planteamiento equipara absolutamente al animal con el hombre en todos los aspectos, lo que posibilita que estén sometidos a las mismas emociones, que en el caso de los animales superiores son comunes a las del hombre: amor, orgullo, vergüenza, miedo, burla, etc. Darwin estudia las facultades más intelectuales —imaginación, razón, etc.— y concluye que también existen en animales superiores. Reconoce que el lenguaje articulado es particular del hombre, pero admite que pudo haberse originado por evolución desde monos, a base de uso continuo de los órganos de

la voz, a lo que habría ayudado el desarrollo del cerebro. El desarrollo del lenguaje habría perfeccionado la inteligencia. Por tanto, concluye, ninguna de las facultades intelectuales impide que el hombre se hubiera desarrollado a partir de una forma inferior. Algunos autores distinguen al hombre de los animales por facultades como la conciencia, la personalidad, la abstracción, etc. Sin embargo, Darwin sostiene que los animales también poseen una forma de conciencia de sí mismos, pues son capaces, por ejemplo, de reflexionar sobre placeres pasados. Analiza también en este capítulo la creencia en Dios, y piensa que, siendo indudable la demostración racional de su existencia, es erróneo pensar que “el hombre haya estado dotado primitivamente de la creencia en la existencia de Dios omnipotente“ (p. 51). Sin embargo, todas las razas tienen el sentimiento de la religión, entendida como creencia en agentes invisibles o espirituales, que habría tenido origen —según Darwin— en los sueños, tras un desarrollo suficiente de facultades como la imaginación, la curiosidad, etc. Este sentimiento religioso aparece de modo semejante en los animales: Darwin recogió algunas opiniones en favor de esto, y la de un autor que sostuvo que el perro veía a su amo como a un dios. Así, “las mismas facultades mentales que han impulsado al hombre a creer primero en influencias espirituales invisibles, luego al fetichismo, al politeísmo, y finalmente al monoteísmo, le han arrastrado también a distintas costumbres y supersticiones extrañas“ (p. 54); éstas son consecuencias indirectas de las facultades más elevadas del hombre y “pueden ponerse al lado de los errores incidentales de los instintos de los animales inferiores“ (p. 55). Capítulo III. Las facultades mentales del hombre y de los animales inferiores. (Continuación). En este capítulo, el autor trata una cuestión muchas veces argüida como diferencia entre el hombre y los animales: la conciencia. Darwin identifica la conciencia con la conciencia moral, y ésta con el sentimiento del deber; sostiene que ésta es la diferencia más importante para distinguir al hombre de los demás animales. Sin embargo, Darwin le atribuye una importancia relativa, pues sostiene que cualquier animal dotado de instintos sociales pronunciados podría haber adquirido un sentido moral. Para fundamentar esto, parte de que la sociabilidad es una característica del hombre también poseída por otros animales, y piensa que las líneas de conducta nacieron en los primeros antepasados del hombre a partir de sentimientos innatos de amistad y de simpatía fortalecidos por el hábito e iluminados con la luz de la razón. Así se alcanzaba, independientemente de la pena o del placer que produjeran los actos humanos, la conciencia del “deber”.

Darwin heredó de Kant la conciencia del deber, y le dio razón de ser a partir del proceso evolutivo: el sentido moral nació para la prosperidad de la comunidad (entendida no como felicidad general, sino como mayor producción de descendientes con facultades plenas), porque se deriva de los instintos sociales, que pueden ser innatos o adquiridos en parte. Los instintos sociales sirven de guía y están orientados a dominar las malas acciones (las contrarias al bienestar ajeno). El sentido moral originó el deseo de ayuda a los demás. Así el hombre llegó a estar sometido a reglas morales; las normas superiores están pues basadas “en los instintos sociales, y se refieren a la prosperidad de los demás; están apoyadas en la aprobación de nuestros semejantes y en la razón” (p. 79); “las inferiores (...) cuando arrastran a un sacrificio personal, se enlazan principalmente con el individuo en sí, y deben su origen a la opinión pública, cultivada por la experiencia” (pp. 79-80). Conforme el hombre se une a otras comunidades mayores, la razón indica que debe extender sus instintos sociales y su simpatía a todos los individuos de la comunidad, aunque no los conozca. Y el mayor grado de cultura moral se adquiere cuando el hombre domina sus pensamientos y los mantiene alejados de las acciones malas que hizo. Es posible que se produzca una lucha entre el instinto social y los deseos del hombre de orden inferior, que pueden llegar a ser más fuertes que aquél. Sin embargo, en la medida en que los hábitos sociales de virtud toman mayor fuerza en las generaciones futuras, al ser fijados por la herencia, esa lucha será cada vez más débil y la virtud triunfará. El resumen de la moral de Darwin halla su fundamento en la frase de Kant “haz a los hombres lo que quieras que ellos te hagan” (p. 85). En ese principio fundamenta Darwin su teoría moral, a la que considera como un producto de la evolución. Capítulo IV. Modo como el hombre se ha desarrollado de alguna forma inferior. En este capítulo se muestra cómo es posible que una forma simiesca haya podido transformarse en hombre, variando características físicas y morales. Sobre este punto, admite Darwin que no es posible tener pruebas directas demostrativas, pero que sí puede establecerse que el hombre varía actualmente, debido a ciertas causas y obedeciendo a las mismas leyes generales que determinan la variación en los animales inferiores. Las causas de la variabilidad no son conocidas por Darwin; piensa que “se enlazan con las condiciones a que cada especie ha estado sometida durante muchas generaciones” (p. 88). Pero los cambios de las condiciones no son la única ley para explicar la variabilidad; otras son el uso y desuso de las partes, la cohesión de las partes homólogas, la compensación de crecimiento, etc.

Aunque Darwin admite que cuando se alteran las condiciones a las que los organismos están sometidos, se producen efectos, a menudo considerables, siempre que haya habido el tiempo necesario para ello, reconoce sin embargo que no tiene pruebas claras de esta tesis. Dice también que cuando se producen variaciones que él llama “espontáneas”, las causas hay que buscarlas más en relación con la naturaleza del organismo que con la de las condiciones a las que éste se encuentra sometido. Piensa que los primeros antecesores del hombre, como todos los demás animales, tenderían a multiplicarse mucho más de lo que permitirían sus medios de subsistencia, con lo que estarían expuestos a una lucha por la existencia, y, por tanto, “se hallarían sujetos a la inflexible ley de la selección natural” (p. 111). De este modo, las variaciones ventajosas se habrían conservado de manera accidental o habitualmente y se habrían transmitido a la descendencia. Las perjudiciales se eliminaron. El lenguaje articulado del hombre —desarrollado por la fuerza de su inteligencia— la capacidad de observación, la memoria, el raciocinio y la imaginación explicarían su enorme extensión sobre el globo. Darwin cree que estas características surgieron cuando algún miembro antiguo de los primates comenzó a vivir menos sobre los árboles y más sobre el suelo —bien por un cambio en el modo de procurarse el alimento, o bien por una alteración de las condiciones del medio en que habitaba—, con lo que pudo llegar a ser bípedo. La postura erguida, característica más diferenciadora entre el hombre y los primates, la adquirió el hombre cuando se liberó del uso de las manos para la locomoción y se sostuvo firme sobre los pies, porque ambas eran condiciones que reportaban un éxito indudable en el combate por la existencia. A medida que los antecesores del hombre se fueron irguiendo, sucedían otras muchas modificaciones anatómicas: se ensanchó la pelvis, los pies se hicieron planos y las piernas aptas para la marcha, la espina dorsal se enderezó, la cabeza se fijó en otra posición, etc. Darwin dice no saber cuáles de todas esas modificaciones que sufrió el hombre eran debidas a la selección natural y cuáles al uso o desuso de las partes, o de su acción recíproca. Opta por pensar que no es dudoso que esas causas de cambios obrasen y se relacionasen entre sí. Tampoco es muy claro en decidir cuál fue la causa inmediata de la adquisición de la postura erguida; sostiene que “el uso libre de brazos y manos, en parte causa y en parte efecto de la posición vertical del hombre, parece haber determinado indirectamente otras modificaciones de estructura” (p. 119). Darwin parece optar por la solución de que la costumbre adquirida gradualmente de servirse de piedras, mazas u otras armas para combatir a sus enemigos produjo, además de otros efectos como la reducción de los caninos, la postura erguida del hombre. Ulteriormente sucedieron otras importantes modificaciones relacionadas con el desarrollo del cerebro, forma del cráneo y pilosidad. El tamaño del

cerebro está en función —según Darwin— de las facultades mentales, pues se observa que en los animales con cerebro mayor aumentan las circunvoluciones cerebrales. Cree que la forma del cráneo estuvo influida por el cambio de posición que experimentó el cerebro conforme la cabeza tendía a erguirse, al igual que la forma craneal se modificaba por el tipo de cuna que los niños tenían. No sabe Darwin si el hombre provendría del chimpancé o del gorila, ni si sus antepasados eran más fuertes o menos que los humanos actuales; sin embargo, las características poco favorables de los hombres (poca fuerza corporal, escasa velocidad de locomoción, carencia de armas naturales, etc.) se ve contrarrestada por las fuerzas intelectuales y por las aptitudes sociales. Y siendo los antepasados del hombre inferiores a los salvajes más inferiores hoy existentes, tanto en inteligencia como en disposiciones sociales, concluye Darwin que los hombres pudieron alcanzar la elevada posición que actualmente ocupan gracias a la ley de la supervivencia de los más aptos, combinada con la de los efectos hereditarios del hábito. Capítulo V. Desarrollo de las facultades morales e intelectuales en los tiempos primitivos y en los civilizados. Las facultades morales e intelectuales progresaron por la acción de la selección natural; luego se perfeccionaron, y por fin se hicieron hereditarias. El gran éxito de la enorme expansión del hombre se debe, principalmente, aunque no exclusivamente, a las facultades intelectuales. El progreso de éstas fue ayudado y modificado de manera importante cuando los antecesores del hombre se hicieron sociales. Las cualidades sociales “han de haber sido adquiridas por los antecesores del hombre (...) por selección natural, unida al hábito hereditario” (p. 135): unas tribus con mayor número de individuos valerosos dispuestos a ayudarse, habrían obtenido más fácilmente la victoria sobre otras menos valientes. Pero el origen de las virtudes sociales y su desarrollo tenía un estímulo que Darwin concreta en la aprobación y censura de nuestros semejantes. Esto actuaba sobre los instintos sociales, adquiridos por selección natural, en un período que permanece en la incógnita. El sentido moral o conciencia “es un sentimiento complicado que nace de los instintos sociales; está principalmente dirigido por la aprobación de nuestros semejantes; lo reglamenta la razón, el interés, y en los tiempos más recientes, los sentimientos religiosos profundos; y lo fortalece la instrucción y el hábito” (p. 138). En la segunda mitad del capítulo, el autor analiza la acción de la selección natural en las naciones civilizadas. Sostiene que cuando el nivel moral era rígido la selección obraba débilmente, pues las normas morales determinan castigos que impiden todo cambio social. Un importante obstáculo se opone al progreso de los hombres de una clase superior, y consiste en el hecho de que los individuos prudentes se casan más tarde para procurar mejor su subsistencia y la de sus hijos, mientras que los individuos disolutos se casan en una edad temprana, con lo que tienen un número mayor de hijos. Darwin señala más

adelante que la Iglesia habría tenido una influencia funesta, pues en las épocas pasadas los hombres distinguidos por su inteligencia sólo encontraban refugio en ella, donde se exigía el celibato; y la Inquisición quemó o encarceló a los hombres dotados de un espíritu más independiente y atrevido. De donde “el mal que ha causado así la Iglesia católica es incalculable” (p. 152). Piensa que la selección natural procede de la lucha por la existencia, y ésta de la rapidez de la multiplicación; de aquí resulta que la nación dotada de individuos cuya descendencia fuese de inteligencia elevada prevalecería sobre las demás. Pero el combate por la vida que lleva inevitablemente a la lucha, produce en las naciones civilizadas la miseria; por eso, Darwin al final prefiere que el crecimiento de la población disminuya: “es imposible que no deploremos amargamente (...) la velocidad con que el hombre tiende a crecer en número” (p. 153). Capítulo VI. Afinidades y genealogía del hombre. En este capítulo clasifica a los primates atendiendo a similitudes morfológicas de diversos caracteres, y establece su relación con el hombre. Establece los grupos Catarrino o monos del Viejo Mundo, y el Platirrino para los monos del Nuevo Mundo. El hombre estaría situado dentro de los Catarrinos, por lo que considera que representa una “ramificación del tronco simiano del antiguo mundo” (p. 170). Dentro del grupo Catarrino, el gorila, chimpancé, orangután e Hylobates, representarían un subgrupo a se (subgrupo antropomorfo), con el que el hombre comparte grandes semejanzas. Los Catarrinos y Platirrinos proceden de un antecesor común del que divergieron; y los antecesores del hombre divergieron del tronco Catarrino. “Por otros rasgos particulares, tales como la falta de callosidades y de cola, y la apariencia general, podemos deducir que el hombre debe su origen a algún antiguo miembro del subgrupo antropomorfo” (pp. 170-171). La parte final del capítulo describe las líneas evolutivas desde animales inferiores: el hombre pertenece a los mamíferos con placenta; éstos debieron provenir de los sin placenta o marsupiales; y todos los miembros del reino de los vertebrados (mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces) derivaron de algún animal pisciforme, pues la clase de los peces es la más baja por su organización y antigüedad. El mundo se habría ido preparando para la aparición del hombre, que debió su nacimiento a “una larga serie de antecesores. Si un eslabón de esta cadena no hubiese existido, el hombre no sería exactamente lo que es ahora” (p. 187). Capítulo VII. Las razas humanas.

En este capítulo, Darwin rechaza la idea de quienes consideran las razas humanas como especies distintas. Según él, todas las razas humanas descienden de un tronco primitivo, del que poco a poco se habrían ido diferenciando. Prueba de ello es la semejanza en la conformación corporal y en las costumbres. Sin embargo, sostiene que ese tronco surgió de un antepasado simiesco, que poco a poco se fue haciendo humano. Tratar de saber en qué momento preciso surgió el hombre es —según Darwin— un asunto sin importancia e imposible de fijar. Las últimas páginas del libro las dedica a estudiar las causas que originaron las distintas razas, con argumentos simplistas. Entre esas causas, la selección sexual desempeñó un papel importante.

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