Orfeo
Monteverdi- Striggio (1607)
Prologo La Musica De mi Permeso amado vengo a ustedes, ilustres héroes, sangre noble de reyes, de quienes la fama narra excelsos méritos, pero ni siquiera se acercan a la verdad, porque éstos son demasiados sublimes. Yo soy la Música. Con dulces palabras... puedo apaciguar a los corazones perturbados, y de cólera o bien de amor, puedo inflamar los espíritus más fríos. Cantando con mi lira de oro, acostumbro deleitar los oídos de los mortales, y de esta manera despierto el deseo de las almas... a la armonía sonora de la lira del cielo. Por este motivo, ahora quiero hablarles de Orfeo, que con su canto detuvo a las fieras, y con sus plegarias hizo siervo al infierno, gloria inmortal del Pindo y el Helicón. Ahora, mientras alterno cantos alegres y tristes, que no se mueva
ni un pajarito en estas plantas, ni se oigan en estas orillas olas sonoras, y que cada brisa se detenga en su camino. Acto I Pastore En este día alegre y afortunado, que terminaron los tormentos amorosos de nuestro semidiós, cantemos, pastores, con palabras tan suaves, que nuestros acordes sean dignos de Orfeo. Hoy se apiadó el alma antes desdeñosa... de la bella Eurídice. Hoy Orfeo encontró la felicidad en el corazón de aquella... por quien tanto ha suspirado y llorado en estos bosques. Por eso, en este día alegre y afortunado, que terminaron los tormentos amorosos de nuestro semidiós, cantemos, pastores, con palabras tan suaves, que nuestros acordes sean dignos de Orfeo. Coro Ven, Himeneo, ven, y que tu rostro resplandeciente sea como un sol naciente... que traiga días serenos a estos amantes. Y que se alejen para siempre... los horrores y las sombras del sufrimiento y el dolor. Ninfa Musas, honor del Parnaso, amor del cielo, gentil consuelo
para los corazones desolados, que sus liras sonoras desgarren el oscuro velo de las nubes. Y mientras invocamos a Himeneo para que a Orfeo sea propicio, que su canto se una al nuestro con cuerdas bien templadas. Coro Dejen los montes, dejen las fuentes, ninfas hermosas y alegres. Y en estos prados, para las acostumbradas danzas, preparen sus bellos pies. Que el sol mire aquí sus danzas, más bellas aún que aquellas... que, en la noche oscura, las estrellas bailan para la luna. Dejen los montes, dejen las fuentes, ninfas hermosas y alegres. Y en estos prados, para las acostumbradas danzas, preparen sus bellos pies. Luego, adornen con bellas flores la cabellera de estos amantes, que después de tanto sufrir, finalmente disfrutan la felicidad. Pastore Pero noble cantor, si tus lamentos... ya hicieron llorar a estos campos, ¿por qué ahora, al son de la famosa lira, no haces regocijarse contigo a valles y colinas? Que sea testigo de tu corazón... alguna canción alegre que te inspire el amor. Orfeo Rosa del cielo, vida del mundo...
y digno hijo de quien gobierna el universo. Sol, que todo circundas y todo miras, en tus giros estelares, dime, ¿viste alguna vez... un amante más afortunado y feliz que yo? Muy feliz fue el día, amada mía, en que te vi por primera vez. Y más feliz el momento en el que suspiré por ti, porque cuando yo suspiré, tú suspiraste. Felicísimo fue el instante en el cual tu cándida mano, como prenda de fe pura, me diste. Si tuviese tantos corazones como ojos tiene el cielo eterno, y tantas hojas como tienen estas colinas en el verde mayo, todos estarían colmados y rebosantes... del placer que hoy me hace feliz. Euridice No sabría decir cuánta alegría me diste, Orfeo. Pues mi corazón ya no está conmigo, sino contigo, en compañía del amor. Pregúntale, pues, a él si deseas saber... cuán feliz es y cuánto te ama. Coro Dejen los montes, dejen las fuentes, ninfas hermosas y alegres. Y en estos prados, para las acostumbradas danzas, preparen sus bellos pies.
Que el sol mire aquí sus danzas, más bellas aún que aquellas... que, en la noche oscura, las estrellas bailan para la luna. Ven, Himeneo, ven, y que tu rostro resplandeciente sea como un sol naciente... que traiga días serenos a estos amantes. Y que se alejen para siempre... los horrores y las sombras del sufrimiento y el dolor. Pastore Pero si nuestra alegría viene del cielo, como viene del cielo todo lo que hay aquí abajo, es justo que le ofrezcamos con devoción incienso y votos . Vaya cada uno al templo, a rezarle a aquel... que tiene en sus manos el destino del mundo, para que conserve nuestra felicidad por mucho tiempo. Pastori Que nadie en la desesperación se abandone al dolor, aunque a veces nos asalte tan poderosamente, que ponga en peligro nuestra vida. Pastori Porque después de que una atroz tormenta... aterroriza al mundo, el sol despliega sus rayos más luminosos. Y luego del riguroso frío del invierno desnudo, la primavera viste de flores los campos.
Coro Aquí está Orfeo, para quien hasta hace poco... los suspiros eran su alimento y su bebida, el llanto. Hoy es tan feliz, que no desea nada más. Acto II Orfeo A ustedes vuelvo, queridos bosques y amadas riberas, que deben su felicidad a ese sol por el que mis noches tienen día. Pastore Mira, Orfeo, cómo nos llama la sombra de esas hayas, ahora que Febo lanza rayos ardientes del cielo. Descansemos en estas verdes orillas... y cada uno, de diferente manera, mezcle su voz con el murmullo de las olas. Due Pastori En este prado adornado, todas las deidades del bosque... acostumbran tener alegres estadías. Aquí se oyó a Pan, el dios de los pastores, recordar dulcemente sus desventurados amores. Aquí las graciosas napeas, grupo siempre florido, fueron vistas recogiendo rosas con sus cándidas manos. Coro
Haz, pues, Orfeo, dignos del sonido de tu lira... a estos campos perfumados. Orfeo ¿Recuerdan, bosques sombríos, mis largos y crueles tormentos, cuando las piedras respondían con piedad a mis lamentos? Díganme, ¿entonces no les parecí... más desconsolado que nadie? Ahora la suerte ha cambiado, y mis penas se volvieron alegrías. He vivido triste y desdichado. Ahora me regocijo, y los sufrimientos... que sufrí durante tantos años, hacen más preciada mi felicidad presente. Sólo por ti, bella Eurídice, bendigo mi tormento. Después del dolor, se está más contento, después del mal, se es más feliz. Pastore Mira, Orfeo, cómo ríen el bosque y el prado a tu alrededor. Sigue, pues, con tu plectro dorado... endulzando el aire en este día tan feliz. Messaggiera ¡Ay, suerte acerba! ¡Ay, destino impío y cruel! ¡Ay, estrellas injuriosas! ¡Ay, cielo avaro! Pastore
¿Qué tristes sonidos perturban este día feliz? Messaggiera ¡Ay de mí! ¿Debo, entonces, mientras Orfeo alegra al cielo con sus cantos, atravesarle el corazón con mis palabras? Pastore Ella es la gentil Silvia, la dulce compañera de la bella Eurídice. ¡Qué doloroso es su aspecto! ¿Qué sucedió? Sumos dioses, no aparten de nosotros su mirada benigna. Messaggiera Pastor, deja tu canto, que toda nuestra alegría se ha vuelto dolor. Orfeo ¿De dónde vienes? ¿Adónde vas? Ninfa, ¿qué mensaje traes? Mensajera A ti vengo, Orfeo, como mensajera infeliz... de un hecho aún más infeliz y más funesto. Tu bella Eurídice... Orfeo ¡Ay de mí! ¿Qué oigo? Messaggiera Tu querida esposa ha muerto. Orfeo Ay de mí.
Messaggiera En un prado florido, con sus compañeras, recogía flores para hacer una guirnalda para sus cabellos, cuando una serpiente insidiosa escondida en la hierba, le mordió el pie con sus dientes venenosos. Inmediatamente, palideció su bello rostro... y desapareció de sus ojos ese brillo que el sol envidiaba. Entonces, todos horrorizados y tristes, corrimos junto a ella y tratamos de reanimarla... con agua fresca y poderosos ungüentos. Pero no sirvió de nada, ¡ay!, pues ella, abriendo apenas los ojos, y llamándote, Orfeo, después de un grave suspiro, murió en estos brazos. Y yo quedé con el corazón lleno de piedad y de espanto. Pastore ¡Ay, suerte acerba! ¡Ay, destino impío y cruel! ¡Ay, estrellas injuriosas! ¡Ay, cielo avaro! Pastore Ante esta amarga noticia, el desdichado parece una piedra muda, que por tener tanto dolor no puede lamentarse. Sólo un corazón de tigre o de oso no sentiría piedad de tu dolor, desdichado amante, privado de su felicidad. Orfeo
¿Tú estás muerta, vida mía, y yo respiro? ¿Me has dejado para no volver jamás, y yo sigo aquí? No, si mis versos tienen algún poder, iré seguro a los abismos más profundos, y habiendo enternecido el corazón del rey de las tinieblas, te traeré de vuelta conmigo para ver las estrellas. Y si esto me niega el destino impío, me quedaré contigo en compañía de la muerte. Adiós, tierra. Adiós, cielo. Sol, adiós. Coro ¡Ay, suerte acerba! ¡Ay, destino impío y cruel! ¡Ay, estrellas injuriosas! ¡Ay, cielo avaro! No se fíe ningún mortal en la felicidad efímera y frágil, pues huye pronto, y a menudo junto la cima más alta, está el precipicio. Messaggiera Y yo, que en mi lengua he traído el cuchillo... que ha herido el alma amante de Orfeo, odiosa para los pastores y las ninfas, odiosa para mí misma, ¿dónde me escondo? Como un murciélago infausto, siempre huiré del sol, y en una solitaria caverna, llevaré una vida acorde con mi dolor.
Due Pastori ¡Ay! ¿Quién nos consuela? ¿Quién transformará nuestros ojos en vivas fuentes... para poder llorar como corresponde en este triste día, tanto más triste como feliz había sido? Hoy un torbellino cruel, ha apagado las dos luces... más brillantes de nuestros bosques, Eurídice y Orfeo. Una, mordida por una serpiente. El otro, atravesado por el dolor. Coro ¡Ay, suerte acerba! ¡Ay, destino impío y cruel! ¡Ay, estrellas injuriosas! ¡Ay, cielo avaro! Due Pastori Pero ¿dónde están ahora los bellos y fríos miembros... de la desdichada ninfa, que para su digno albergue... eligió esa bella alma que hoy partió en la flor de su vida? Vayamos, pastores, piadosos, a encontrarla, y con amargas lágrimas, paguemos el debido tributo... al cuerpo exánime. Coro ¡Ay, suerte acerba! ¡Ay, destino impío y cruel! ¡Ay, estrellas injuriosas! ¡Ay, cielo avaro! Acto III Orfeo Acompañado por ti,
Esperanza, único bien de los mortales afligidos, he llegado a estos tristes y tenebrosos reinos... donde los rayos del sol nunca llegan. Tú, mi compañera y guía, por tan extraños y desconocidos caminos... condujiste mis pasos débiles y temblorosos, adonde aún espero volver a ver sus amados ojos, que son los únicos que les dan luz a los míos. Speranza Ésta es la sombría laguna, ése es el barquero... que lleva a las almas hasta la otra orilla, donde Plutón tiene su vasto imperio de sombras. Más allá de ese negro estanque y de ese río, en esos campos de llanto y de dolor, el cruel destino esconde a tu amada. Ahora necesitas coraje y un bello canto. Yo te guié hasta aquí, no me está permitido seguir contigo, una severa ley lo prohíbe. Una ley escrita con hierro en la dura piedra... del horrible umbral del reino de las profundidades, que con estas palabras expresa su feroz sentido: “Abandone toda esperanza quien aquí entre”. Si estás realmente decidido a entrar a la ciudad del dolor, me alejo de ti
y vuelvo a mi morada. Orfeo ¿Adónde te vas, único y dulce consuelo de mi corazón? Ahora que encuentro el puerto, luego de un largo camino, ¿por qué partes y me abandonas en este peligroso momento? ¿Qué me queda si tú te vas, dulcísima Esperanza? Caronte Tú, temerario, que antes de tu muerte, llegas a estas orillas, detente. Los mortales no tienen permitido atravesar estas aguas, y los muertos no pueden permanecer con los vivos. ¿Acaso tú, como enemigo de mi señor, quieres alejar a Cerbero de las puertas del Tártaro? ¿O quizá quieres raptar a su amada esposa, inflamado tu corazón de un deseo impúdico? Detén tu insana audacia, mi barca jamás llevará a mortal alguno, pues de los antiguos ultrajes mi corazón conserva... un recuerdo amargo y una justa cólera. Orfeo Poderoso espíritu... y temible divinidad, sin quien las almas separadas del cuerpo... no pueden pasar a la otra orilla. yo no vivo, porque luego de que
mi amada esposa... fuera privada de vida, mi corazón ya no está conmigo, y sin corazón, ¿cómo puede ser que yo viva? Hacia ella he caminado, por la oscuridad, pero no al infierno, pues donde se encuentre tanta belleza, está el paraíso. Soy Orfeo. Sigo los pasos de Eurídice por estas tenebrosas arenas, a las que jamás llegó mortal alguno. Luz serena de mis ojos, si una mirada tuya puede devolverme la vida, ¡ay!, ¿quién niega el consuelo a mis penas? Sólo tú, noble dios, puedes ayudarme, y no debes temerme, pues sobre una lira de oro, sólo armo mis dedos de suaves cuerdas, contra las que las almas severas en vano se endurecen. Caronte Me deleitan, agradando a mi corazón, desconsolado cantor, tu llanto y tu canto. Pero la piedad está lejos de este pecho. Es un sentimiento indigno de mi valor. Orfeo ¡Ay, soy un amante desdichado! ¿Entonces no puedo esperar...
que los habitantes del Averno oigan mis ruegos? Y como sombra errante de un cadáver infeliz e insepulto, ¿seré privado del cielo y del infierno? ¿Así, amada mía, quiere la impía suerte... que en este horror de muerte, lejos de ti, grite tu nombre en vano, y rogando y llorando me consuma? Devuélvanme a mi amada... dioses del Tártaro. Él duerme, y si bien mi lira no despierta piedad... en su endurecido corazón, al menos sus ojos no pueden evitar el sueño ante mi canto. Vamos, ¿por qué tardar más? Es tiempo de llegar a la otra orilla, si no hay nadie que lo impida. Que sirva la audacia, si son vanos los ruegos. La ocasión es una bella flor que debe ser recogida a tiempo. Mientras mis ojos vierten amargos ríos, Devuélvanme a mi amada... dioses del Tártaro. Coro Ninguna empresa es imposible para el hombre, y la naturaleza no puede armarse contra él. Él aró los campos ondulados del inestable suelo... y sembró la semilla de su fatiga, de la cual ha recogido cosechas doradas. Entonces, para que viva
el recuerdo de su gloria, la Fama habla de él, que domó al mar con una frágil barca, y despreció la ira de Austro y de Aquilón. Acto IV Proserpina Señor, ese desdichado que por estos vastos campos de la muerte... llama a Eurídice, y al que has oído lamentarse tan suavemente, ha despertado tanta piedad en mi corazón, que una vez más vuelvo a pedirte... que oigas sus ruegos. Si alguna vez estos ojos te dieron una dulzura amorosa, si te complace la serenidad de esta frente, a la que tú llamas tu cielo, sobre la cual me juras no envidiar la suerte de Júpiter, te ruego por ese fuego que el amor ya encendió en tu alma, que Eurídice vuelva a gozar de esos días... en que vivía entre la alegría y el canto, y consuelo el llanto del desdichado Orfeo. Plutone Aunque el severo e inmutable destino... se opone a tus deseos, amada esposa, nada puede negarse a tal belleza unida a tantos ruegos. Que Orfeo recobre a su amada Eurídice... contrariando el orden fatal. Pero que antes de
abandonar estos abismos, no vuelva nunca sus ávidos ojos hacia ella, pues una sola mirada será la razón de su eterna pérdida. Así lo establezco. Ahora, ministros, que mi voluntad... sea conocida en mi reino. Para que Orfeo y Eurídice la oigan... y que nadie espere cambiarla jamás. Un Spirto del coro Poderoso rey de los habitantes de las eternas sombras, que tu orden sea ley para nosotros, pues nuestro pensamiento... no debe buscar otras razones secretas de tu voluntad. Un’altro Spirto ¿Sacará Orfeo a su esposa de estas horribles cavernas? ¿Empleará su ingenio... para que no lo venza su juvenil deseo, y le haga olvidar el implacable decreto? Proserpina ¿Qué gracias te ofreceré ahora que has concedido... tan noble don a mis ruegos, amable señor? Bendito sea el día en que te complací por primera vez. Bendito sea el rapto y el dulce engaño, ya que para mi felicidad, te gané a ti, perdiendo el sol. Plutone Tus dulces palabras reviven en mi corazón...
la antigua herida de amor. Que tu alma ya no desee deleites celestiales... que te hagan abandonar el lecho matrimonial. Coro de Spirti Hoy la piedad y el amor triunfan sobre el infierno. Aquí está el noble cantor... que conduce a su esposa al cielo superior. Orfeo ¿Qué honor será digno de ti mi lira omnipotente, si has podido doblegar los inflexibles espíritus... del reino tartáreo? Tendrás un lugar entre las más bellas imágenes celestiales, y al son de tu música, las estrellas danzarán... en círculos lentos y rápidos. Plenamente feliz, gracias a ti, veré el amado rostro, y el cándido pecho de mi esposa hoy me recibirá. Pero mientras yo canto, ¿quién me asegura que ella me siga? ¡Ay de mí! ¿Quién me oculta... la dulce luz de los amados ojos? ¿Acaso movidas por la envidia, las deidades del Averno, para que yo no sea completamente feliz aquí, me impiden mirarlos, ojos dichosos, que sólo con una mirada pueden hacer felices a otros? Pero ¿qué temes, corazón mío?
Lo que prohíbe Plutón, el amor lo ordena. A una deidad más poderosa, que vence a hombres y dioses, yo debería obedecer. Pero, ¡ay de mí!, ¿qué oigo? ¿Quizá las Furias enamoradas se arman con tal furor en mi contra... para robarme a mi amada y yo lo consiento? Dulcísimos ojos, al fin los veo. Al fin yo... Pero ¿qué eclipse los oscurece? Un Spirto Has quebrantado la ley, eres indigno de gracia. Euridice ¡Ay, visión demasiado dulce y demasiado amarga! ¿Así, por amarme demasiado, entonces me pierdes? Y yo, desdichada, pierdo el poder volver a gozar... de la luz y de la vida, y también te pierdo a ti, mi bien más querido, esposo mío. Un Spirto del Coro Vuelve a las sombras de la muerte, infeliz Eurídice, y no esperes volver a ver las estrellas-el sol, pues desde ahora el infierno será sordo a tus ruegos. Orfeo ¿Adónde te vas, vida mía? Mira, yo te sigo. Pero ¿quién me lo impide?
¿Sueño o deliro? ¿Qué oculto poder de estos horrores, de estos amados horrores, me aleja a mi pesar, y me conduce hacia la odiosa luz? Coro La virtud es un rayo de belleza celestial, mérito del alma, donde sólo se la aprecia. Ella no teme a los ultrajes del tiempo, en el hombre, los años aumentan su esplendor. Orfeo venció al infierno, Y luego fue vencido por sus sentimientos. Sólo será digno de eterna gloria... aquel que obtenga la victoria sobre sí mismo. Acto V Orfeo Éstos son los campos de Tracia... y éste, el lugar en el que el dolor me atravesó el corazón, ante la amarga noticia. Ya que no tengo más esperanza de recuperar... rogando, llorando y suspirando a mi amor perdido, ¿qué puedo hacer sino dirigirme a ustedes, dulces bosques, en un tiempo, consuelo para mis martirios, mientras el cielo, por piedad, se complacía... haciéndolos languidecer conmigo en mi languidez? Ustedes, montes, padecieron,
y ustedes, piedras, lloraron, ante la partida de nuestro sol, y yo con ustedes lloraré para siempre, y para siempre me entregaré al dolor y al llanto. *Al llanto. Gentil y amoroso Eco, que estás desconsolado, y quieres consolarme en mi dolor, aunque mis ojos, de tanto llorar, ya se han convertido en dos fuentes, para tan feroz desventura, no tengo llanto que baste. *Baste. Si tuviera los ojos de Argos... y vertieran todos un mar de llanto, su pena no sería suficiente ante tal desgracia. *Desgracia. Si tienes piedad de mi mal, te agradezco tu bondad. Pero mientras me lamento, ¿por qué me respondes sólo con la última palabra? Devuélveme enteros mis lamentos. Y tú, alma mía, si alguna vez retorna... tu fría sombra a estas playas amigas, recibe de mí estas últimas loas, porque ahora te consagro
mi lira y mi canto, como ya te ofrecí en sacrificio mi espíritu apasionado, en el altar del corazón. Fuiste bella y sabia, y en ti depositó todas las gracias, el cielo cortés, mientras para las demás sus dones fueron escasos. Mereces las alabanzas de todas las lenguas, pues en tu bello cuerpo albergaste un alma aún más bella. Tanto más modesta cuanto de honor más digna. Las demás mujeres son soberbias y pérfidas, despiadadas e inestables con quien las adora, privadas de juicio y de todo pensamiento noble, por lo cual es justo que su conducta no sea alabada. Que jamás suceda que por una vil mujer... el amor me atraviese con su dorada flecha. Apollo ¿Por qué te abandonas así a la ira y al dolor, hijo? No es propio de un corazón generoso... servir a sus pasiones. Como te veo amenazado por el reproche y el peligro, he dejado el cielo para ayudarte. Ahora escúchame y tendrás gloria y vida. Orfeo Padre generoso, llegas en el momento más oportuno, pues a desesperado fin, con extremo dolor, me habían conducido
la ira y el amor. Aquí estoy, atento a tus palabras, padre celestial. Ahora impón tu voluntad sobre mí. Apollo Demasiado gozaste de tu felicidad, ahora demasiado lloras tu suerte cruel y dura. ¿Aún no sabes que aquí ningún deleite es duradero? Si quieres gozar de vida inmortal, ven conmigo al cielo, que te invita. Orfeo ¿Y no volveré a ver los dulces ojos de mi amada Eurídice? Apollo En el sol y en las estrellas reconocerás su belleza. Orfeo De tal padre sería un hijo indigno, si no siguiese tu fiel consejo. Apollo y Orfeo Elevémonos cantando al cielo, donde la verdadera virtud tiene su digno premio, deleite y paz. Coro Ve, Orfeo, plenamente feliz, a gozar de los honores celestiales, allí donde nunca falta el bien, allí donde
nunca hubo dolor, mientras altares, incienso y plegarias te ofrecemos felices y devotos. Así va quien no retrocede ante el llamado de un dios eterno, así obtiene la gracia del cielo quien ya probó el infierno. Y quien siembra en el dolor, cosecha el fruto de toda gracia.