Estados Unidos y el negocio de la corrupción en América Latina Jaime Mireles Rangel ¿Hay corrupción? ¿Cómo afecta ésta a los países del Tercer Mundo? ¿Quiénes han sido sus beneficiarios? ¿Existe alguna manera de erradicarla? De estas preguntas, en la última radica el quid del asunto. Ante ello, yo me pregunto: ¿Serán los beneficiarios de la corrupción quienes promuevan su erradicación? ¿Es posible que de los propios países afectados surjan las soluciones? ¿Los países desarrollados tienen la calidad moral para ser los salvaguardas de las ley y la legalidad de los países en vías de desarrollo? En la introducción, Oppenheimer afirma su deseo de demostrar con su libro que la corrupción avanza en las democracias emergentes de América Latina, pues se trata de un mal que difícilmente podrá ser extirpado o detenido, sin medidas drásticas de ayuda de Estados Unidos y de Europa, a través de la intervención de instituciones como Transparencia Internacional, de los congresistas y los jueces de esas naciones. Esta tesis, desde mi punto de vista constituye una paradoja, sobre todo si reconocemos que los “honorables” banqueros de Estados Unidos de América como de Europa han sido principales cómplices de la corrupción, como ciertamente el autor demuestra en sus páginas; sin embargo, ve en ellos los puntos clave para detener esta práctica nociva, lo que de alguna manera parece una propuesta salpicada de un alto grado de inocencia. El columnista de The Miami Herald y analista político de la CNN, después de un trabajo de investigación compuesto por más de 300 entrevistas realizadas en cinco países, presenta una visión muy cercana de la realidad en casos de corrupción donde han estado involucradas corporaciones trasnacionales como el Citybank y la IBM. En este trabajo centra su atención, en el Cartel de Juárez, con Amado Carrillo, el “Señor de los Cielos”, como uno de los principales protagonistas; también se ocupa del ingeniero Raúl Salinas de Gortari, ahora convicto, y su colaboración de Arsenio Farell Cubillas e hijo, en la danza de los millones del hermano “incómodo”; todos ellos como ejemplos claros de la corrupción gubernamental mexicana de relevancia. La idea general del autor tiene connotaciones que ya esbozamos líneas arriba y que nos llevan a reconocer las consecuencias de la corrupción. Debemos recordar que hasta no hace mucho tiempo la injerencia de los Estados Unidos de América era sumamente descarada cuando mantenía, encumbraba y derrocaba gobiernos latinoamericanos a su antojo, los cuales en su momento fueron auspiciados, solapados y corrompidos por el gobierno del país del norte, a fin de imponer su voluntad en el destino económico, social y político de esas naciones. Hoy los procedimientos no han variado mucho, pero la dominación de los países del Tercer Mundo se lleva a cabo a través de las transnacionales, las cuales están por encima de países y gobernantes. Además, existen claras evidencias de que el Gobierno de los Estados Unidos de América ejerce fuerte influencia en las decisiones y rumbos económico y político que han de seguir los países bajo su férula, en especial los latinoamericanos. Es cierto, la política estadounidense continúa inmiscuyéndose en países que sojuzga y solapa; pero el periodista los critica al calificarlos como corruptos, aunque es por todos conocido que sus líneas de conducta, en muchos casos, están dictadas desde La Casa Blanca. La solución central al problema de la corrupción que el autor vislumbra la plantea de esta manera: “La lucha contra la corrupción no será ganada en el futuro próximo sin cambios en las leyes de Estados Unidos y Europa para imponer mayores controles a sus corporaciones multinacionales y bancos. ¿De qué sirve adoptar leyes contra la corrupción si quienes roban al Estado pueden esconder sus fortunas impunemente?... la única manera de detener el robo en gran escala de los fondos públicos latinoamericanos y el creciente escepticismo sobre las políticas del libre mercado, será que los países ricos se unan activamente contra la corrupción”. Esta afirmación, sería válida siempre y cuando los países desarrollados tuvieran al menos un poco de calidad moral y las transnacionales no interfieran en las decisiones de los gobiernos, incluso de los EEUU. Es muy clara la tendencia ideológica de Andrés Oppenheimer quien aún ve a los países latinoamericanos como Argentina, México, Colombia y Perú, como ínsulas incapaces de gobernarse por sí mismas, con administradores y políticos que considera menores de edad, quienes tienen que ser guiados, cuidados y manejados, porque ellos son los corruptos, nunca podrán modificar su conducta, para lo cual propone que la solución surja de los países desarrollados, propuesta que parece lógica venida de Oppenheimer, argentino que ha sentado sus reales en EEUU. “La corrupción somos todos”, diría en cierta ocasión el presidente López Portillo, barbarismo que bien escrito reflejaría lo carcomida que está la sociedad. Pero lo brutal es que los verdaderos corruptos se
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encuentran en la cúspide de la pirámide y en actualidad las trasnacionales, más poderosas que los gobiernos, son “el poder tras el trono”; sin embargo, este autor llega al grado de defenderlas, al igual que al gobierno de los Estados Unidos de América. Al respecto opina: los países latinoamericanos deberían tomar como una de sus banderas principales exigir a Washington, D.C. una mayor colaboración en la lucha contra la corrupción... De un lado estarán los países latinoamericanos y otras naciones en desarrollo, respaldados por políticos y empresarios norteamericanos que ya se han percatado de que la corrupción en las economías emergentes tienen un impacto negativo sobre los intereses de Estados Unidos y Europa”. Esta idea, más bien parece ser la verdadera razón que mueve al columnista a expresar sus tesis, pues su principal interés está puesto en el bien de las economías desarrolladas, no en las grandes carencias de los países del Tercer Mundo. Aquí cabría hacer la siguiente reflexión ¿Quién es más corrupto: aquél que ofrece sus servicios bancarios sin importar de quién ni de dónde provengan los recursos o quien los utiliza?; ¿aquél que recibe regalías o quien empuja a los países a constituirse en verdaderas francachelas políticas y económicas? Banqueros y gobiernos de los países desarrollados carecen la calidad moral para constituirse en los sancionadores de los países latinoamericanos. En eso estriba el principal desacuerdo con los postulados de Oppenheimer. No obstante, la verdadera aportación de la investigación consiste en que desenmascara a las relaciones corruptas entre políticos y transnacionales; sin embargo, muestra especial predilección por exhibir a los políticos y narcotraficantes mexicanos que tuvieron cuentas bancarias de excepción y los exhibe como lacras de la sociedad. Así, se recrea en el caso de Raúl Salinas y otros que alude, como Carlos Hank Rohn, Gerardo Prevoison, Miguel Alemán, Mario Vázquez Raña y la familia Echeverría, aunque sin aportar pruebas contundentes de que algunos de los recursos económicos en el Citybank, fueran producto de la corrupción, ¿Entonces ese banco actuaba con honestidad digna de justificar o servía concientemente al lavado de dinero sucio? Es evidente que todos estaban coludidos. De inmediato surge la justificación: Oppenheimer afirma que su libro “no debería interpretarse como un ataque a las corporaciones multinacionales. Por el contrario -dice- creo que las multinacionales son beneficiosas para América Latina, por razones que van mucho más allá de las habitualmente esgrimidas, como la creación de fuentes de trabajo y la mayor competitividad...” y cita a George McGovern, candidato a la presidencia de los Estados Unidos de América, en las elecciones de 1972, quien aseguró: “las corporaciones multinacionales tienden a acercar al mundo... A veces se las critica por no tener bandera. Pero, bueno, si consideramos que el nacionalismo ha sido la base de la mayor parte de los conflictos internacionales en los últimos cien años, quizá después de todo no sea tan malo el que no tenga bandera”. Estas confidencias acerca del pensamiento del autor de “Ojos Vendados”, nos permite entender su posición en torno a la corrupción y la globalización y, obviamente, sobre el reparto de la riqueza y su falta de confianza por la capacidad de respuesta de los países en desarrollo, pues los considera incapaces de encontrar la solución adecuada a los problemas que en la materia enfrentan. Lo curioso del pensamiento de este periodista es que nunca considera a la población de los países en desarrollo, sólo a los círculos del poder económico y político, lo que parece ser su deficiencia más notable. Pero la gran contradicción, lo inexplicable del pensamiento del columnista del Miami Herald, consiste en insistir que la solución deberá de partir de la legislación de los países desarrollados, primero de los Estados Unidos de América, ejemplo que habrán de seguir los países europeos, tesis que repite una y otra vez, pues considera que esas reformas habrán “de rescatar a las economías de mercado de América Latina de su propio descalabro”. Acabar con la corrupción parece una idea poco probable en un mundo tan dispar y donde los intereses individuales parecen ser más fuertes que las prioridades nacionales o que las empresas privadas. Es evidente que para que exista corrupción se necesitan de dos voluntades, ya lo hemos expresado. En el caso del lavado del dinero puede provenir del narcotráfico y de malos manejos políticos o administrativos, pero se requiere de una institución que volatilice cualquier rasgo que denote el origen del capital “sucio” y esas son fundamentalmente las bancarias. Entonces, nos percatamos que la corrupción, además de ser un problema de índole moral, es además un negocio muy fructífero. Oppenheimer, considera que el tiempo de las democracias se termina irremisiblemente, en virtud de los grandes problemas a que nos conducen, como el recrudecimiento de la pobreza, que sólo conlleva frustración, amargura e inestabilidad, pero su visión ahí termina, no va más allá, no se inmiscuye ni visualiza a la población como un posible punto de reacción en contra de la corrupción instituida o no. Su panorama no
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trasciende más allá de los círculos del poder donde las enmiendas son cupulares y, más aún, asegura que éstas deben provenir de quienes han propiciado la corrupción históricamente. El autor sostiene que uno de los grandes defectos de la corrupción es que sabotea las instituciones democráticas. Los gobiernos caen dramáticamente debido a grandes escándalos ligados a esas prácticas, como son apropiación indebida de fondos públicos, venta de influencias y narcotráfico. La solución, según el periodista, llegará a tiempo, antes que el “Timing”; es decir, el tiempo máximo para ejecutar una operación. Pero pienso que debemos buscarla donde se originan los problemas, porque de lo contrario caeremos en soluciones globalizantes que poco o nada aportarán para hacerle entender a los aspirantes a corruptos que los intereses de los países y de la población en general están por encima de intereses mezquinos. Ing. Jorge H. Brito Vázquez Campeche, Camp., 4 de junio de 2002
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