Letra y nombre propio: su estatuto en Psicoanálisis Por Julieta Blanc
Experencia y Práctica Psicoanalítica I
Prof.: Dr. Jaime Yospe Dra. Nélida Halfon
Especialización en Teoría y Práctica del Psicoanálisis
Universidad de la Cuenca del Plata 2012
«No te desanimes con el texto egipcio; éste es el momento para aplicar el precepto de Horacio: una letra te llevará a una palabra, una palabra a una frase y una frase a todo el resto, ya que todo está más o menos contenido en una simple letra.»
Carta de Jacques-Joseph Champollion a su hermano JeanFrançois.
Introducción El presente trabajo tiene su punto de partida en una dificultad inherente al mismo: la de escribir. Si bien este interés surge inicialmente en relación a la escritura de textos académicos, se fue particularizando luego hacia la escritura posterior a una sesión analítica, escritura que el mismo Freud percibe como ineludible más que como auxiliar. Evidencia de ello es su consejo el registrar, al finalizar la jornada, aquello acontecido durante el día en el trabajo con sus pacientes; pero también su constante impulso a plasmar sobre el papel aquellos fenómenos que leía insistentemente en la clínica, y que constituyen el bagaje teórico del Psicoanálisis. Otro tanto vemos en Lacan, que no exclusiviza su legado a lo oral de los seminarios, sino que contamos también con sus “Escritos” y la importancia capital que otorga al texto a través de la formalización de su experiencia en grafos, matemas y la escritura de los nudos. Se desprende de lo antedicho que, a la inversa del orden que comúnmente atribuimos al ejercicio de escritura -escribir, para luego leer-, en Psicoanálisis dicho ejercicio es posterior a la lectura a la letra ya que, al decir de Lacan en el último tiempo de su enseñanza, “...ni en lo que dice el analizante ni en lo que dice el analista hay otra cosa que escritura”1 o, en otras palabras, “Entre analista y analizante sólo intercambian letras” 2. Se abren a partir de aquí varias preguntas: ¿qué lee un analista? ¿qué relación habría entre la letra que lee durante un análisis y la que escribe luego del mismo? ¿permite la escritura “relanzar” el deseo del analista para resituarlo en ese lugar? Para poder ensayar alguna respuesta, es indispensable primero pensar en qué es la letra. En las páginas siguientes, se trabajará a la letra partiendo de las balizas dejadas por Freud hacia la lectura y teorización de Lacan al respecto, aunque no sea necesariamente este su orden de aparición ya que dicho recorrido no será en un sentido evolutivo, lineal, acumulativo -como no pueden serlo las cuestiones pensadas desde el Psicoanálisis-, sino como una resignificación a partir de la clínica, resignificación que se da de acuerdo a la lógica abductiva3, que toma siempre al caso como referencia última y que permite generar nuevas ideas. Se abordará también la cuestión del nombre propio, cuya función de entramado del sujeto a la letra no es menor4. Finalmente, se intentará trabajar el lugar del analista con respecto a la letra y el nombre propio en función de preguntarnos qué lee, qué escribe y que implica lo antedicho en función del lugar que ocupa. Desarrollo Letra y escrito. Freud y Lacan. 1 Lacan, Jacques. “Seminario XXV”, Clase 3. Inédito traducido por Ricardo E. Rodriguez Ponte para circulación interna de la Escuela Freudiana de Buenos Aires.
2 Vegh, Isidoro. “Las letras del análisis”. Pág. 9. 3 Su fundador, Charles Sanders Pierce, la define como “proceso por el que se forma una hipótesis explicativa. Es la
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única operación lógica que introduce una idea nueva”, y propone como fórmula general para dicho razonamiento: “Regla + Resultado = Caso”. No es casual que Freud, para dar cuenta de se trabaja en Psicoanálisis, apele al ejemplo Champollion y su desciframiento de la Piedra Roseta: gracias a las comparaciones de varios textos escritos con signos jeroglíficos se percató de que existían letras distintas que sonaban igual. Lo descifró a partir de los nombres de Cleopatra y Ptolomeo, cuya T era homófona pero de diferente escritura. Estudió luego inscripciones del templo de Karnak (Tebas), que le permitió reconstruir el nombre de Alejandro. El 14 de septiembre de 1822 Jean-François logra la empresa a la que tantos años se había abocado al haber reconocido, en textos mil quinientos años más antiguos que la Piedra Roseta, nombres de reyes egipcios que previamente se había encontrado en las obras grecorromanas.
Partiremos de una frase que Lacan pronunciara en su clase del 10 de Marzo de 1971: “El inconsciente está estructurado como un lenguaje, y es en medio de su decir que produce su propio escrito”5. Vemos aquí delinearse una relación indisoluble entre lenguaje y escritura, entre significante y letra. Y es de esta estofa de lo que está hecho lo inconsciente. Freud lo divisa ya en sus primeros trabajos, en los que se pregunta por el modo en que la pulsión enlazada a una representación, logra inscribirse en el aparato psíquico. En el capítulo VII de “La interpretación de los sueños” (1900) Freud presenta el esquema de “los peines”, donde formaliza el modo en que, lo que podríamos llamar arco reflejo, se modifica en aparato psíquico, pasando de ser un aparato de “descarga” como mero lugar de pasaje de energía, a ser un aparato “de carga” en tanto las catexias se fijan a las huellas mnémicas6. Este esquema tiene una dirección progrediente que va desde el polo perceptivo al motor: ingresan signos de percepción que se agrupan y, al hacerlo, constituyen huellas mnémicas. Estas huellas ya no son el signo del objeto, sino la marca de su borramiento. Por el sentido progresivo del aparato, las huellas avanzan hacia el polo motor, que coincide con la conciencia. Pero no todas las huellas logran el acceso a la misma, ya que se sitúa antes una instancia crítica, función de la represión que hace las veces de pantalla que impide el ingreso de la instancia criticada, fundando el sistema inconsciente, esa otra escena, lugar de las marcas que no lograron ingresar a la conciencia y que traen articulado el deseo entre sus elementos. Ahora bien, años antes, en su “Carta 52” a Fliess, de 1896, había propuesto otro esquema que nos permite pensar una torsión, al modo de una banda de Moëbius, de su esquema del peine, haciendo coincidir el polo perceptivo con la conciencia. No habría sin embargo identidad entre ellas en tanto que no todo lo percibido logra inscribirse en el aparato psíquico. Se evidencia aquí que la relación del sujeto con el mundo no es objetiva y no hay posibilidad alguna de que así sea. Para despejar esto, apelamos a un tercer texto escrito dos décadas más tarde: “El block maravilloso” (1924). Toma esta pizarra -compuesta por una capa de celuloide, una hoja de seda y una tabla de cera- como un modelo del aparato psíquico y plantea que la percepción no es una inscripción, que la percepción no es asimilable a la memoria y, finalmente que, si lo que leemos depende de la conjunción del celuloide, la hoja de seda y la tabla de cera, la percepción no es la conciencia. En este brevísimo recorrido, se evidencia la ruptura de Freud con las teorías de su época respecto de la memoria, y aun de la concepción que tenemos desde el sentido común: a partir de conceptos como represión, fijación y regresión, la memoria no será una mera reproducción o repetición del objeto percibido, sino que estará articulada a lo pulsional, a la posibilidad de catectizar una representación subordinada a la dinámica deseante7. Algunas de estas balizas son las que Lacan seguirá, a partir de lo que llama la lógica del significante, para dar cuenta de la letra y su estatuto en Psicoanálisis. Se distancia de cierta postura evolutiva existente respecto del origen de la escritura -que propone que la misma parte de la imitación del objeto y se formaliza en letra, pasando antes por el ideograma- y propone una doble negación: primero, la letra no es pura 5 Traducción propuesta por Isidoro Vegh. Vegh, Isidoro. “Las letras del análisis o ¿qué lee un analista?”, en Actualidad Psicológica, Mayo de 2005. Pág 29.
6 La preocupación de Freud por esta cuestión se había iniciado incluso antes; podemos encontrar claras referencias al
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respecto en el “Proyecto de Psicología para neurólogos”, de 1895. Se representa allí a la memoria como las distintas facilitaciones existentes entre las neuronas impermeables (Φ ), facilitaciones que dependen del cuantum de energía que pasa a través de una neurona y el número de veces que tal proceso se reitera, lo que aumenta la permeabilidad de cada neurona del sistema. Esto permite responder también a una crítica que suele hacerse al Psicoanálisis como un “retorno a los orígenes, a la infancia”, cuando se trata de una sincronía entre la historia del sujeto y la actualidad de lo que narra en la sesión analítica, se trata de una temporalidad lógica, de resignificación, y no cronológica.
notación de fonema, sino una materialidad en espera que posteriormente podrá tener función de notación fonemática. Segundo, no es abstracción de una figura en su origen sino su negación por la inscripción del trazo; es el borramiento del objeto por el Uno que marca su unicidad. Lo lee en “La interpretación de los sueños”, donde dice que “...no se trata todas las páginas sino de lo que llamamos la letra del discurso en su textura, en sus empleos, en su inmanencia a la materia en cuestión” 8: si el sueño es un rebús, su desciframiento no puede ser otra cosa que una operación de lectura. Esto a condición de tomar la imagen en su valor de significante y no ligado a una significación 9. La letra es lo real de lo simbólico La define entonces como el “soporte material que el discurso concreto toma del lenguaje”10 y luego como “la estructura esencialmente localizada del significante” 11, al tiempo que destaca además su unicidad, es decir, su imposibilidad de división. Para trabajarlo, Lacan retorna al texto freudiano a partir de subvertir el singo lingüístico propuesto por Saussure. Encuentra que lo que insiste en dicho texto es el significante, aunque Freud no lo haya puesto en estos términos. El significante sólo adquiere valor en tanto se articula con otros significantes a través de dos leyes, la metonimia y la metáfora, que son semejantes a los que Freud propone como condensación y desplazamiento, es decir, proceso primario por el que se rige el sistema inconsciente. Pero la letra y el significante no son lo mismo: mientras el significante sólo se define por no ser lo que es otro significante, es decir, por su diferencia, la letra siempre es igual a sí misma (recordemos la formulación matemática “a = a”). La letra reenvía siempre al registro de lo mismo, mientras que el significante, en su repetición, introduce una diferencia. ¿Es real la letra, en tanto retorna siempre al mismo lugar? ¿No lo es, en tanto que se escribe? Conviene entonces responder, para poder avanzar un paso más, a qué registro pertenece y cómo se articula con el significante en tanto designa su localización. Lo real no cesa de no escribirse pero a la vez, incita constantemente a la escritura. Lo real del goce está ligado a la letra que lo bordea y, en ese movimiento, marca su diferencia con el significante. En el Seminario XX, Lacan define a la letra como el litoral entre el saber significante y el goce del objeto; marca el límite entre el saber y el goce. Sólo puede entenderse entonces como ese lugar de borde, como aquello que rodea un agujero y lo sostiene. Pensar en los bordes, en los agujeros, nos remite directamente a lo que Freud define como zona erógena, siempre recorrida por la pulsión. Hay una relación entre la letra y el cuerpo, entendiendo a la primera como materia y al segundo, como soporte de su escritura. El nombre propio y la letra. En tanto se localiza en el cuerpo, la letra designa el lugar en que el goce queda escamoteado, lo que nos reenvía a la cuestión del Uno anteriormente mencionada. Nuevamente, Lacan lo lee en los pliegues del texto freudiano: “Tiene que parecernos también extraño que en ambos casos la identificación no es sino parcial y altamente limitada, contentándose con tomar un solo rasgo de la persona-objeto” 12, Einziger Zug, identificación al rasgo unario -término que Lacan toma de la teoría de los conjuntos- y que designa la primera marca significante sobre el sujeto por su alienación en la identificación del Ideal del Yo. 8 Lacan, Jacques. “La instancia de la letra en lo inconsciente o la razón a partir de Freud”, en “Escritos”. Pág. 476. 9 Cuestión de importancia capital, en tanto es lo singular del Psicoanálisis frente a otras propuestas teóricas, por ejemplo, la de Carl G. Jung.
10 Op. Cit. Pág. 463. 11 Op. Cit. Pág. 469. 12 Freud, Sigmund. “Psicología de las masas y análisis del yo”. Pág. 2586.
Lo escribe como (-1), que es la primera forma del sujeto en relación a la privación 13: esta implica que en el mundo hay un objeto que falta a su puesto (-a) sólo en tanto hay un sujeto que se marca o no a sí mismo del rasgo unitario que es (1) o (-1). Hay una falta que permite la emergencia del sujeto como deseante. La operación de alienación funda al sujeto del inconsciente; es la inscripción del ser en el lugar del sentido (A). Estos dos términos caerán en la segunda operación, la separación, donde el sujeto retornará como tal, como sujeto barrado en tanto el Otro también lo está. La relación no es ya con el Otro de la demanda, sino con un Otro deseante qué, como tal, no puede sostener el lugar de garante de la verdad. Lacan llama S1 a este significante de la falta en el Otro, significante que, en adelante, representará al sujeto ante otro significante. Ahora bien, como este significante que podría decir el ser del sujeto, falta, es impronunciable, aparece el nombre propio en su función de sutura, de lo que permite en el lenguaje la inclusión del rasgo. En la clase 14 del Seminario XIII, Lacan refiere que “...el ser del sujeto es la sutura de una falta. Precisamente de la falta que sustrayéndose en el número, lo sostiene con su recurrencia. Es la idea sobre la cual está fundada la teoría del número, del sucesor. Pero, en esto no lo soporta sino por ser, al fin de cuentas, lo que falta al significante para ser el Uno del sujeto, es decir, en términos que hemos llamado en otro contexto el rasgo unario, la marca de una identificación primaria que funcionará como ideal. El sujeto se hiende por ser, a la vez, efecto de la marca y soporte de su falta” 14. En otras palabras, nombre propio y rasgo unario son formas de lo que le falta al significante para ser el Uno del sujeto. Así, cuando la letra retorna como trazo, al tiempo que inscribe al sujeto conmemora el goce perdido. En su escrito “El nombre propio y la letra”, Philippe Julien afirma que, en los nombres propios del Ideal del Yo donde el sujeto se ve visto por el Otro como amable, es deseable pero no es deseante; el deseo sólo puede nacer del lugar vacío, de lo que se presentifica cuando las formaciones del inconsciente hacen fracasar al nombre propio. Es lo que se evidencia en el ejemplo freudiano de Signorelli, donde el inconsciente introduce una falla en el Ideal del Yo. El nombre propio intenta suturar esa falla, pero las formaciones del inconsciente hacen fracasar la sutura: aparecen nombres sustitutivos (Boticelli, Boltraffio) que no hacen más que poner de relieve la falta. Hay metáfora fallida en tanto el nombre propio, por su amarre literal, no se metaforiza. Las letras del nombre propio de Freud se fragmentan: el SIG de Signorelli es también el de Sigmund; la identificación con el Ideal fracasa, al igual que siente que fracasa con el suicidio de su paciente, y las letras vienen a marcar ese agujero que indica el lugar del deseo. Otro tanto se evidencia en el sueño del Hombre de los Lobos: “«He soñado que un hombre arranca las alas a una "Espe"». «¿Espe?», no pude menos que preguntar; «¿qué quiere decir usted?». «Pues el insecto de vientre veteado de amarillo, capaz de picar. Debe de ser una alusión a la grusha, la pera veteada de amarillo»” 15. Aprovechando un supuesto desconocimiento del idioma, escamotea la “W” de la avispa (Wespe) y refiere “Pero entonces ese 'Espe' soy yo: S. P.” 16. Freud interpreta que, en el sueño, el paciente se venga de Gruscha por su amenaza de castración. Lacan dirá el paciente elide la “W” como modo de realización el castigo simbólico sufrido por parte de Grouscha. Es así que se articulan tres tiempos en el retorno de lo literal: trazo, borramiento y retorno. En el seminario “O peor...” Lacan afirma que el escrito es el retorno de lo reprimido, y que retorna para marcar el lugar de un significante. Lo reprimido entonces, 13 Falta Real de un objeto Simbólico, cuyo agente es el Padre Imaginario. 14 Lacan, Jacques. “Seminario XIII”, Clase 14. Inédito traducido por Jorge Tarella para circulación interna de la Escuela Freudiana Argentina. 15 Freud, Sigmund. “Historia de una neurosis infantil (caso del Hombre de los Lobos)”. Pág. 1993.
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Op. Cit. Pág. 1993.
retorna como letra. ¿Qué lee un analista? Si sólo podemos saber de lo reprimido a partir de su retorno, y si lo reprimido retorna como letra, cabe pensar el análisis como un trabajo de lectura. No se trata de leer la letra en el sentido de lo literal, sino de leer a la letra, hacer del trazo soporte material del significante, producirlo como texto. Eso exige que el analista no comprenda, que trabaje no con el lenguaje entendido como código, sino con el lenguaje atravesado y modificado por la sustancia gozante que nos constituye como ser hablantes. Lacan llama a esto lalengua. Es en esos pliegues del texto donde aquello que aparecía a modo de representación o imagen, se deja ver como letra a condición de que el analista la sepa leer: borrando la imagen, suspendiendo el sentido y bordeando un real. Aparece entonces como lugar de asiento del significante, que se dirige a otro significante. Es precisamente allí donde el sujeto está representado. Ahora bien, el trabajo del analista no se limita sólo a la lectura, ya que está incluido también -transferencia mediante- en el trabajo de escritura, y lo está en tanto su letra corta. El corte es lo que permite el pliegue de una frase sobre la anterior, generando efectos de sentido, significancia. Lo antes mencionado exige que el analista pague un precio: el de suspende el goce para no ceder en su deseo, deseo que no es otro que el de analizar; deseo que no podemos pensar como un lugar conquistado/a conquistar, sino que metonímico como tal, requiere un relanzamiento constante para sostenerse. Puede pensarse a la lectura y escritura como uno de los elementos necesarios para esa constante restitución del deseo del analista, ejercicios que no se limitan a la adquisición y producción de herramientas teóricas, sino que atraviesan la clínica al punto en que no puede sostenerse una sin la otra. Conclusiones ¿Cómo concluir un escrito cuando su elaboración está apenas comenzando? Frente a tan difícil tarea, me limitaré a puntualizar, a modo de cierre, algunas de las cuestiones trabajadas hasta el momento. Ya se ha planteado en el desarrollo que el nombre propio y el rasgo unario son algunas de las formas de lo que le falta al significante para ser el Uno del sujeto. Agrego ahora al falo como significante de goce y al objeto “a”, en tanto constituyen puntos de corte a la totalización narcisista, y permite alcanzar el goce por la escala invertida de la ley del deseo; ¿qué es, sino esto, la castración? Esta cuestión no es menor si tomamos en cuenta que en la posición del sujeto en relación al goce que habrá de ser modificado en el transcurso de un análisis. Si un análisis tiene consecuencias es porque afecta la posición del sujeto en relación a la economía libidinal. Y el modo en que algo de esto se consigue es con un trabajo de lectura. Esto no sería posible de no ser por el deseo del analista sobre el que se regula la transferencia. ¿Y cómo sostenerlo sino a partir de las herramientas que constituyen nuestro “trípode”: análisis, supervisión y grupo de estudio? Además de permitir la formación del analista, estos espacios son los que permiten relanzar el deseo, restituirlo en ese lugar. En todos esos espacios, el texto es material ineludible: tanto el texto de escritura de una práctica como el de formalización de la operación de escritura del analista. Otras preguntas surgen de este recorrido: ¿Puede pensarse el lugar del analista como una entidad o es un lugar que se reconoce a posteriori allí donde hubo lectura? ¿Cómo se piensa la operación de lectura y escritura en función de las estructuras?
¿Cómo opera el nombre propio, en tanto sutura de un agujero, en las distintas estructuras? A modo de cierre, propongo cernirnos a lo que Lacan nos dice en el Seminario XX: “Es por eso que digo que, ni en lo que dice el analizante ni en lo que dice el analista hay otra cosa que escritura. Esa consciencia no llega lejos, no se sabe lo que se dice cuando se habla. (…) Es seguramente por eso que el analizante dice más de lo quiere decir y el analista zanja al leer lo que es ahí de lo que quiere decir, si es que el analista sabe él mismo lo que quiere. Hay mucho de juego, en el sentido de libertad, en todo aquello. Ello juega en el sentido que la palabra tiene de ordinario.” 17 No es poco lo que está en juego.
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Lacan, Jacques. “El seminario, Libro XXV", Clase 3.
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