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NóMADASy SEDENTAP,IoS en el Norte de México HOMENAJE A BEATRIZ BRANIFF
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Tita, la kyL·nda; una semblanza ..... .r\mcJlit1 Attolz111 La obra Lk Beatriz Brarnff y el desarrollo de la arqueología del Norte de ML;x1co ............................ .
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Música y aspectos afines en los horizontes chichimecos y mesoamencan()s ........................................... 5 7 E. Fcnwmlu N,l\'a L.
La frontera noreste de Mesoamérica: un puente cultural hacia el Mississipi ........................................... 79 Pal ricio D,h·ilt1 Cahrcw Las rutas al desierto: de Michoacán a Arizona .................... 9 1 Pal ricia C,irot Dinámica socioeconómica de la frontera prehisp,ínica de Mesoamérica ........................................... 1 1 3 -=--
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Diseño: Patricia Reyes Primera edición: 2000 D. R.© 2000 · Univers·d . 1 Aut(moma de México . I a d N ac10na Instituto de Investigaciones Estéticas Circuito Mario de la Cueva, Zona Cultural Cmdad Universitaria, México ' D .F. ,04510 . Telefonos: 5665-2465 ' 5665-7641 ')·6 22-7)40 Fax: 566;¡-4740 e-mail: Ji hroe st@servidor. unum. mx http://www.unam.mx/iics
Sistemas agrícolas prehispánicos en la Gran Chichimeca .......... 127 Beatriz Branifi Interrelación de grupos cazadores-recolectores ........ 1.+3 y sedentarios en la Huasteca ..................... . Diana Zarngoza Ocaiia Una hipótesis en la arqueología de Ourango: cornamentas de uso ceremonial ................................ _ . . . . . . . . . I ~ I Arturo Cuevaw Sdnchez
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Los m exicaneros en el Norte de México: una reflexión sobre las prácticas agrícolas y de caza-recolección . . ....... • • • • • • · 1 9 Neyra P. Alvarado Salís Movimientos lingüísticos en el Norte de México .......... . .. • • • • r 9 Otto Schumann Lo que la lingüística yutoazteca podría aportar en la reconstn1cción histórica del Nort e de México .. ......... • • • • 17 Leopolclo Valiñas Coalla Vor:abulario cultural de tres lenguas otopames .. .. ............ .. . 207 Yolanda Lastra Observations on the Limitations of Data on the Ethnohistory of Northern Mexico ....... .. ... ... .. .. . ... 249 William B. Griffen De cómo los españoles clasificaban a los indios. N~ciones y encomiendas en la Nueva Vizcaya central ............ 2 7 5 Chanta] Cramaussel A~riculto·r es de paz y cazadores-recolectores de guerra: los tobosos de la cuenca del río Conchos en la Nueva Vizcaya ...... 305 Salvador Álvarez Los tobosos, bandoleros y nómadas. Experiencias Y testimonios históricos ( r 58 3- r 849) .......... .. . ... • .. • • • • • • • . 3 5 5 Luis González Rodríguez Cómo historiar con poca historia y menos arqueología: clasificación de los acaxees, xiximes, tepehuanes, tarahumaras y conchos .............. . . . ............. . ...... . 38 r Susan M . Deecls 1
3.
LA IMAGEN DEL OTRO
Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. i No vela, crónica, historio grafía? ..................... , • • • • • • • • 3 9 5 Aurelio ele los Reyes Entre apaches y comanches: algunos aspectos de la evangelización franciscana y la política imperial en la misión de San Sabá . . ..... .. ..... . ............. .. ...... 41 9 Pedro Ángeles fiménez "Nuestros obstinados enemigos": ideas e imágenes de los indios nómadas en la frontera noreste mexicana, 1821-1840 ................................................ 441 Cuauhtémoc Vela seo Á vil a Teatralidad de los grupos originarios de Durango en los primeros años de la dominación europea ...... .. . . ... .. . .. 46 r Pedro Raigosa Reyna
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Índice
mpl jidad ial imboli m o pr histórico: el fenómeno mural n la i rra de an Franci co, Baja California Sur ......... .. 47 r M iría d In Luz Gutiérrez fu tin R. H land La pintura rup tr de Potrero de Cháidez, Durango ..... .. ..... 4 9 M lft a For ano i Aparicio Tre añ ant d qu e apague para siempre 1 nid d l tambor d Mato-Top o el viaje d Ipr ín iped Wi d nelvalled Mi ouri:1 ~33-1 )34 ........... -rr hri tine iederberger 4. E
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c ncha y carncole . Relacione entre nómadas d ncario n el Noroe te de México ........................ María Eli a Villalpando Arid américa y u frontera sur: aspectos arqueológico dentro de la zona media potosina ....... ..... ...... Monika Te ch Knoch El trabajo indígena y la construcción de la primera catedral de Durango ....... • . • ...... . ........ .. .. Clara Bargellini Cazadores-recolectores en la Baja California misional : una tradición cultural en crisis ... • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • ........ Ignacio del Río Relaciones interétnicas y dominación colonial en Sonora .......... fose Luis Mirafuentes Galván Nómadas y sedentarios en el Norte de México: elementos para una periodización .................. . ...... . ... Luis Aboites Aguilar La economía política de las correrías: Nueva Vizcaya al final de la época colonial ..................... William L. Merrill Apaches y comanches en Durango durante los siglos xvm y x1x . . .... • • • • • • • • • • ... . .............. Miguel Vallebueno G. El conflicto entre apaches, rarámuris y mestizos en Chihuahua durante el siglo XIX. • • • • • • • • • • . . . . .. . . . . . . . . . . . . Víctor Orozco De la caza al pastoreo. Transformaciones económicas y cambios sociopolíticos entre los indios del oriente de la llanura pampeana ......... • • · · · · · · · · · · · · • • • .. . ......... Raúl f. Mandrini y
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APÉNDICES
PRESENTACIÓN
El mezquite, sus usos culinarios .......... · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 7 I 5 . . Recop1lac10nes de !osé Luis Mirafuentes, Elisa Villalpando y Taime Nieto Ramírez Nuestra aventura por la Gran Chichimeca , . . . · · · · · · · · · · · · · · · · · · · · 7I9 Mana Teresa Riveras Testolini · Isabel Rodríguez López Mensaje a la doctora Beatriz Braniff de los alumnos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia ................ 723
El Norte de México ha sido teatro de múltiples y variados encuentros entre cultura en los que ha predominado, sin embargo, la confrontación entre dos modos de vida distintos y a menudo irreconciliables: el nómada Y el •sedentario. Efectivamente, el chichimecatlalli mesoamericano I las , provmcia norteñas novohispanas y el septentrión mexicano fueron un espa~io en el cual se entrelazaron y enfrentaron dos maneras opuestas de relacionarse con la naturaleza y donde continuamente la tolerancia hacia el otro fue tensada hasta la ruptura aniquiladora. El estudio de esa oposición fue el tema central del coloquio que aquí se publica y no podía ser más oportuno para rendir homenaje a la doctora Beatriz Braniff, quien a lo largo de su trayectoria ha reconocido en dicha relación uno de los problemas que más ha determinado la historia del Norte de México, antes y después de la conquista española. Para explorar ese campo multifacético, se reunieron investigadores de diversas disciplinas, convocados por los institutos de Investigaciones Antropológicas, Estéticas e Históricas, de la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto de Investigaciones Históricas, de la Universidad Juárez del Estado de Durango. La publicación de este coloquio es ilustrativa de los logros que pueden alcanzarse mediante la conjunción de miradas de distintos especialistas. En ella podemos apreciar, en efecto, cómo se enriquecen los estudios del historiador cuando la arqueología le revela la profundidad temporal y la cotidianidad de los fenómenos que se estudian, como son, por ejemplo, los movimientos migratorios que acercaron o enfrentaron a nómadas y sedentarios a lo largo del tiempo. Se perciben, además, las grandes dificultades para acercarse a la realidad del mundo indígena y en particular de los pueblos nómadas tras el espejo deformante de los tes.t imonios históricos, producidos en el seno de una sociedad cruzada por di- · ferencias irresolubles de intereses y de culturas, entre colonos de orígenes diversos, misioneros, mineros, indios reducidos y pueblos irreductibles a la conquista. Observamos, por otra parte, la importancia de los estudios lingüísticos para dilucidar migraciones y orígenes, y la riqueza de los estudios de caso del etnólogo que nos permiten matizar la antinomia entre el cazador-recolector y el agricultor. Del mismo modo, a través de la historia del arte nos aproximamos a las obras y al pensamiento de los pueblos nómadas cuya imagen nos ha sido transmitida de manera tan deformada tras siglos de malos entendidos Y confrontaciones. En su conjunto, los autores nos hacen ver las dificultades para precisar los límites del
IO Índice
Pr ese nta c i ó n
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No~te, siempre cambiantes según las época y lo punto de vi ta, y n advierten sobre la improcedencia de encerrar en definiciones
DA MANZANILLA
MA. TERE A URIARTE Vm G INIA GUEDEA
PROEMIO
Rita Eder
El d arrollo de la arqueología del Norte de México ha enfrentado, desde hace mucho tiempo, una ituación difícil, debido sobre todo a los pocos dato di ponible obre un territorio inmenso. Ante la necesidad de empr nder u estudio y compren ión, en oca iones se han empleado enfoque que con frecuencia privilegian una visión centralista o repiten esquema y concepto que es necesario poner en tela de juicio. A la investigación de ese amplio mundo, con rigor, constancia y entu iasmo, e ha dedicado desde hace ya varias décadas la doctora Beatriz Braniff, a quien están dedicadas las páginas del presente volumen, como homenaje a su labor pionera, que ha sentado las bases para establecer una visión global de la historia antigua del Norte del territorio mexicano. La influencia y el alcance que ha tenido su trabajo en las nuevas generaciones de investigadores interdisciplinarios se pueden constatar en estas pá: ginas, testimonio de un coloquio que tuvo lugar en la Universidad Juárez del Estado de Durango, en octubre de 199 5. El desarrollo de la arqueología del Norte de nuestro país está estrechamente vinculado con la obra y las aportaciones de la doctora Braniff,. que abarcan desde el Gran Tunal del altiplano potosino y guanajuatense hasta la preparación del museo de Paquimé, o su estudio sobre el río San Miguel, en Sonora -que recibió' el premio Antonio Caso-, por citar sólo unos cuantos ejemplos de su muy diversa y extensa trayectoria. Pero aún más importante que la amplitud del área que sus investigaciones han abordado resulta la visión renovadora e interdisciplinaria que ella ha introducido en el tratamiento de los problemas planteados por la historia del Norte, en la cual se han introducido muchos conceptos que la examinan con mayor agudeza gracias a los elementos de análisis que su obra ha proporcionado. El tema central del coloquio fueron las relaciones entre los pueblos cazadores-recolectores nómadas y los pueblos agricultores sedentarios, tema que dio lugar a un amplio espectro de planteamientos. "Los caminos del Norte", "Enfoques y perspectivas", "La imagen del otro" y "Encuentros y desencuentros" fueron los grandes rubros bajo los que se reunieron cerca de 40 aportaciones de investigadores de varios centros de estudio. En ellas podemos encontrar desde el debate que plantea la definición misma del espacio que entendemos como Norte de México, hasta los usos culinarios del mezquite, pasando por los apaches en Durango en el siglo x1x, el conflicto entre rarámuris y mestizos en la misma época o las pinturas rupestres de la sierra de San Francisco, en Baja
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UNIVERSIDAD AUTONOMA
Presentación
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Prucrniu
DE SAN LUIS POTOSI SISTEM~ OE BIBLIOTECAS
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California, entre muchos otros estudios. T odo llo anali za n, de de diversos ángulos, las ideas, imágenes e interpretacion e que tienen o e han tenido sobre esta gran área de México, así com o sobre u interrelaciones con otras zonas del país o con el sur de E tados Unid os . La poblaciones nómadas que habitaban (y aún habitan ) e te territorio, qu e vivía n a b~se de caza, pesca y recolección, han sido muy dHíciles de co nocer y estudiar, y sus usos y costumbres han permanecido en la oscuridad por mucho tiempo. Hoy en día, los enfoques multidisciplinarios - com o el que ofrece la presente obra- son un testimonio de lo que se ha avanza do en este campo, y a la vez un punto de partida de futuras aportaciones en esta gran área de investigación y análisis. Desde los aspectos lingüísticos hasta los testimonios líticos, el intercambio de ideas entre etnólogos, antropólogos físicos, arqueólogos, historiadores, historiadores del arte y lingüistas contribuye a elaborar una visi~n de conjunto en la que se comparan fuent es y m etodologías, y se afinan las teorías y las interpretaciones. Hay que subrayar qu e, si qu eremos llegar a comprender la. vida de poblaciones tan cambiantes como las de lo~ nóm_adas del septentrión mexicano a lo largo de la historia, es n ecesario aplicar el esfuerzo de varias disciplinas qu e rompan con los esque~as de las interpretaciones convencionales. En palabras de MarieAreti Hers Y María de los Dolores Soto, es necesario "aceptar los riesgos Y desafíos conceptuales que conlleva la empresa de entender un mundo tan disti-nto al nuestro como lo fue el de los nómadas". Est , · 1 as pagmas, Y a obra entera de la doctora Beatriz Braniff nos ayudarán a ahondar en la cultura y transformaciones de esos territ~rios y de sus pobladores.
INTRODUCCIÓN
Marie-Areti Hers José Luis Mirafuentes María de los Dolores Soto Miguel Vallebueno
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P r o e mi o
Cuando decidimos rendir homenaje a la doctora Beatriz Braniff por la participación fundamental que ha tenido en el desarrollo de la arqueología del septentri ón mexicano, optamos por abordar un tema que nuestra colega ha estudiado ampliamente y que resulta central a lo largo de toda la historia del Norte: las relaciones entre los pueblos cazadores-recolectores nómadas y los pueblos agricultores sedentarios. El coloquio que tuvo lugar en esa ocasión, a principios de octubre de 1995 , en la ciudad de Durango, se inició con una semblanza de la homenajeada y con un análisis de su obra, y luego se dividió en cuatro mesas sucesivas . Para la :presente publicación, respetamos ese orden. El primer punto a abordar era el de la definición del espacio que entendemos como Norte de México. Ha sido a menudo subrayada la necesidad de cuestionar y precisar los términos empleados, en vista de la discutible pertinencia de los comúnmente usados, icomo la "Gran Chichimeca", la "Aridoamérica" y "Oasis América", o el "Norte de México". Ninguno de ellos refleja ni mínimamente la variedad geográfica y cultural que pretende cubrir o los cambios que se dieron en el tiempo. No podíamos esperar llegar a conclusiones satisfactorias al respecto, puesto que dicha definición puede ser tan variada como variados han sido los enfoques de los estudiosos del Norte. Sin embargo, como no pudimos llegar a un acuerdo en cuanto a una terminología alternativa más satisfactoria, optamos por abordar el tema a partir del asunto concreto de las relaciones entre Mesoamérica y el lejano Norte, es decir, el Suroeste y el Sureste de ES t ªdos Unidos, aunque debe quedar claro que no estamos asumiendo con ~llo una demarcación fronteriza en particular. De esa manera, la mesa 1, titulada "Los caminos del Norte", permitió introducir el tema de discusión de la delimitación espacial que estuvo presente en el transcurso del coloquio. En cuanto a la dimensión temporal, la selección misma del tema nos invitaba a adoptar una perspectiva de muy larga duración, desde los tiempos prehispánicos hasta nuestros días. En efecto, uno de los aspectos que más singulariza la historia del Norte es precisamente el hecho de. q~~ en ese amplio territorio el modo de vida nómada nunca quedó defm1t1vamente cancelado. La reiterada constatación de este hecho, por otra parte,
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nos muestra que los límites cronológicos atribuidos tradicionalmente a las diferentes disciplinas de la historia no resultan pertinentes para abordar el tema de las relaciones entre nómadas y sedentarios en el Norte. El siglo xv1 no significa límite alguno para el quehacer del arqueólogo y es imperativo que se desarrolle una arqueología colonial de esas latitudes, así como una mayor fusión entre estudios arqueológicos e históricos, tareas todas estas que reclaman, por ejemplo, el estudio de ámbitos tan diversos como las misiones, los presidios, los reales de minas y las zonas de refugio, donde la interacción entre nómadas y sedentarios fue una constante hasta ya bien entrado el siglo x1x, y donde, por lo mismo, las posibil~dades de un trabajo interdisciplinario fecundo entre arqueólogos, histonadores Y antropólogos son ampliamente prometedoras . . Al tratar ese tema, resalta otra dificultad mayor creada por las definicwnes con las cuales contamos para referirnos a los pueblos que no sean plenamente agricultores y sedentarios. Ni los cazadores-recolectores son necesariamente nómadas ni todos los agricultores son totalmente sedentarios, Y entre los dos extremos ha existido una rica diversidad general~ente r~le~ada. Para muchos agricultores, la caza y la recolección son impresc1:1~1bles, mientras que pueblos que se dedican esencialmente a e st a~ actividades pueden recurrir a técnicas agrícolas adaptadas a su modo d_e vid~. En esas circunstancias, numerosos trabajos recalcaron la impertmencia de las clas ·f· · · . . . , . i icac10nes imperantes. La diversidad cultural sistematicame~te negada y la incomprensión hacia los pueblos no agricultores, ~~emas, son el origen del uso indiscriminado de términos que ha propiciado el desconocimiento de los grupos étnicos del Norte. Antaño se hablaba de los ch 1· h · l . c 1mecas, uego de los tobosos, mecos y apaches para refenrse genéric . . . amente a esos grupos. Tales denommac10nes, mcluso, llegaron a emplearse • , . d . , . . como smommo e sa1vaJe, nomada y de indio bravo e msumiso 1 lo -que h d d 1 . , . • • a a o ugar a graves confus10nes y estenles reducc10msmos aun en 1 h. · f' a istonogra ia actual. Todavía en nuestros días se evoca a los indios de t . , . renza o a 1os gentiles• comunmente se usa el término de norteño siemp f . ' . .. , re para re orzar 1a imagen mental de un ser bárbaro e irreconciliable con la vida civilizada. f . . ~rente ª esos problemas de delimitación espacial y temporal y de demic10nes culturales no · , · d. bl , s parec10 m ispensa e organizar el encuentro de manera que fuera un inte b. · d. · 1· · · rcam 10. mter iscip mano de ideas retomando en este aspecto una de 1 , · d 1 ' . as caractensucas e a trayectoria académica de la docto~a Bramff. Entre arqueólogos, historiadores historiadores del arte 1 etnólogos lingüistas y a t 'l f' · ' · . , n ropo ogos isicos, necesitamos comparar nuestras fuentes y metodolog1'as d f· , . . para po er a mar, asi, nuestros enfoques 1nterpretat1:os. Fue11con esa intención que se reunieron los integrantes de la mesa u, titulada Enfoques y perspectivas". Cercano a esos problemas de definición, el del entendimiento mutuo
reviste igual importancia. En el origen mismo del largo proceso antagónico entre los pueblos que producen sus alimentos y los que se confían en los ritmos naturales para conseguir su sustento, existe una profunda incomprensión entre dos maneras tan distintas de concebir las relaciones del hombre con la naturaleza, de las costumbres y estrategias de éste para construir y habitar su propia territorialidad. Este antagonismo, que siempre ha sido fuente de arraigados prejuicios, se prolonga en la actualidad con nuestra propia dificultad para entender un modo de vida tan alejado de nuestra realidad moderna. Que lo diga, si no, la tendencia, todavía reciente en el campo de la antropología, de explicar el comportamiento económico de los cazadores-recolectores nómadas a partir de categorías más bien aplicables a las sociedades sedentarias, estrechamente vincula,. das con la economía capitalista de nuestros días . 1 Para internarnos en ese problema del entendimiento, debemos enfrentar, desde luego también, la dificultad de las fuentes. Tenemos las imágenes pictóricas y los testimonios escritos que nos han legado los protagonistas sedentarios para retratarnos a los cazadores-recolectores. Estos testimonios, como los informes y crónicas de los misioneros, suelen expresar tanto o más la irremediable incomprensión y no aportar informaciones confiables sobre tan impenetrable otredad. Permítasenos, a manera de ejemplo, detenernos en un caso que en modo alguno es excepcional. Se trata de la Descripción de la provincia de Sonora, del misionero jesuita Ignacio Pfefferkorn. Este religioso, refiriéndose a las peculiaridades de carácter de los indios no convertidos, entre los que los nómadas y seminómadas seguramente ocupaban los primeros lugares, nos dice lo siguiente: Imagínese una persona que llena todas las condiciones para hacerse despreciable, baja y repugnante, una persona que en todos sus actos procede ciegamente sin ningún razonamiento ni reflexión; una persona insensible a toda bondad, que nada le merece simpatía, ni le avergüenza su deshonra, ni le preocupa ser apreciado; una persona que no ama la verdad ni la fe Y que nunca muestra una voluntad firme; alguien a quien no le halaga ser honrada, ni le alegra la suerte, ni le duelen las penas; finalmente, una persona que vive Y muere indiferentemente. Esa persona es el retrato de un indio sonora. 2
Por otra parte, entre las escasas informaciones de las que disponemos acerca de la complejidad del modo de pensar y de sentir de ciertos grupos , Marshall Sahlins, Economía de la edad de piedra , traducción de Emilio Muñiz y Ema Rosa Fondevila, 2a. ed., Madrid, Akal, 198 3. i Ignacio Pfefferkom, Descripción de la provincia de Sonora, 2 vols., traducción, introducción y notas de Armando Hopkins Durazo, Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1984, vol. 11, p. 27 .
r6 Introdu cc i ó n
Introdu cc i ó n
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nómadas, los trabajos sobre manifestaciones artísticas como el art e rupestre tienen un lugar privilegiado para escuchar la voz misma de eso grupos. También lo tienen los textos que nos refieren sus puntos de vista sobre los eventos que marcaron la historia de sus complejas y casi iempre conflictivas relaciones con su contraparte española, mexicana o n orteamericana. Estos textos a menudo son el producto de proces os judiciales en los que los encausados son los propios cazadores-recolectores . Finalmente, en el transcurso de la historia se han dado experiencias únicas de acercamiento y comprensión recíprocas que, a pesar de las numerosas e importantes investigaciones que han generado, creímos conveniente recordar y volver a valorar aprovechando la oportunidad de nuestro ejercicio de intercambio interdisciplinario. La mesa m, "La imagen del otro", reúne trabajos sobre esas tres maneras de explorar las posibilidades de entendimiento mutuo que se han dado históricamente: el sedentario mirando al nómada, el punto de vista del nómada y los casos de entretejimiento cultural. Las relaciones que se dieron entre esos dos universos tuvieron en gran medida su origen en los movimientos migratorios. Mientras las expansiones me~oamericanas se multiplicaban en el espacio y en el tiempo, los desplazamientos tradicionales de las agrupaciones nómadas asumían, con no poca frecuencia, la forma de grandes movimientos poblacionales q~e desbordaban ampliamente el ámbito regional. Estas dos corrientes ~~gratorias a menudo confluyeron en el Norte de México, que fue tambien ~l escenario de sus encuentros con el flujo de la colonización europea. Esta, sin duda, contribuyó a prolongar hasta tiempos modernos ese largo proceso de relaciones entre nómadas y sedentarios. La mesa 1v titulada . , "En~uentros Y desencuentros", permite observar, en su larga 'durac~on, ese Juego de oposiciones, alianzas e influencias recíprocas y de fus10nes y camb· d. . 1· . , , 10s iversos imp icados en dicho proceso, que condujo, bsegu? los _casos, al exterminio, la transformación y la continuidad y sorevivencia de los . caza d ores-reco1ectores nomadas. , En una perspectiva comparativa se incl , . . , . si. . , uyo en esta mesa un estud10 sobre una dmamica milar que se dio ene1 sur d e1 contmente, . en las pampas argentinas. Los ~nfoques complementarios de la arqueología la historia y la antropologia permit . ' . . en resa1tar 1a gran profundidad temporal de procesos dque si~meron siendo determinantes en las relaciones entre nómadas y seentanos · La so 1a enumerac10n . , de estos procesos b , hasta tiempos recientes. re asana con mucho el espacio dedicado a esta introducción. No obstante, nos parece conve~iente tratarlos brevemente, con unos cuantos ejemplos, p~ra r~calcar la importancia del tema central del coloquio a lo largo de la historia del septentrión. . ~n primer lugar, la minería, con su decisiva contribución al desenvolv1m1ento de poblaciones mixtas de indios y españoles. Particularmente
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Introdu cc i ó n
llamativa, por la constante relación que propició entre nómadas y sedentarios, es la minería denominada itinerante. Se la suele llamar así' porque los mineros que la practicaban vivían en continuo movimiento en busca de yacimientos superficiales. Eran una especie de gambusinos o, como sus contemporáneos solían llamarlos, cateadores o excavadores, cuyos escasos recursos los obligaban a abandonar las minas tan pronto como agotaban aquellos yacimientos o cuando tenían noticias de nuevos y más ricos descubrimientos. A menudo sus frecuentes desplazamientos los llevaban a internarse en territorios recorridos por indios no sometidos, como los nómadas y seminómadas, dando así continuidad a las relaciones con estos grupos. Pero tanto o más importantes que esas relaciones eran las que los mismos mineros fomentaban en sus efímeras explotaciones. Éstas, en efecto, pese a sus limitaciones y peligros, siempre eran fuente de expectación y solían atraer, en sus momentos de bo-· nanza, a cientos de operarios y buscadores de minas de todo tipo, entre los que destacaban los indios que, a su vez, eran originarios de las más diversas agrupaciones tribales. Tanto era así que un misionero llegó a decir de esas explotaciones que parecían torres de Babel, por la notable variedad de lenguas que allí se podían escuchar. La importancia de dichas explotaciones es que estimulaban nuevas exploraciones mineras, contribuyendo de este modo a una constante aproximación entre nómadas y sedentarios, y a la consiguiente eliminación paulatina de las barreras culturales que los diferenciaban. Puede por ello afirmarse que fueron un elemento importante en ese largo y complejo proceso de homogeneidad cultural que se dio alternativamente con la supresión física de los cazadores-recolectores . En segundo lugar, las obras arquitectónicas de envergadura, como algunas iglesias, presidios y, sobre todo, las catedrales, que propiciaron también, durante su largo proceso de construcción, una constante interacción entre operarios indios procedentes de diversos grupos étnicos y locales, y entre esos operarios y los colonos españoles. Cuando el misionero Eusebio Francisco Kino se dio a la tarea de construir -las iglesias de Remedios y Cocóspera, visitas de la misión de Dolores, en la Pimería Alta, no sólo contó con la colaboración de los naturales de esos pueblos, sino hasta con la de los indios del lejano asentamiento norteño de San Javier del Bac.3 Como se puede apreciar en el trabajo de Clara Bargellini incluido en esta memoria, la edificación de la catedral de Durango requirió la participación de numerosos trabajadores indígenas que fueron reclutados, en diferentes momentos, en sitios tan distintos y a veces tan 3
Eusebio Francisco Kino, Las misiones de Sonora y Arizona, paleografía e índices de Francisco Hernández del Castillo, introducción y notas de Emilio Bosé, México, Cultura, 1922, p. 185.
Intr o du cc i ó n
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apartados entre sí como el Gran Tunal, Sinaloa, Santi ago Papa quiar , Bayacora, Atotonilco, Acaponeta, Taxicaringa, San Franci co d 1 M zq ui tal, Presidio de San Hipólito, Ynora, Zacatecas, etcétera. Nativ d mu chas regiones del Norte llegaron incluso a participar en la con tru e i ' n de grandes obras religiosas del reino de la Nu eva E paña, como la ca t · dral de México.4 Esta concurrencia continua de una poblaci ón tan h t r · génea a un mismo fin nos indica la importancia qu e tenían t ambi én l trabajos arquitectónicos como uno de lo ámbito de la ociedad c l nial en que los miembros de distintos grupos étnicos y locale d 1 N rt , a partir de su convivencia y de sus mismas experiencia , llegaban a d arrollar valores, intereses y exp_ectativas parecidas, i no qu e co mun En tercer lugar, los movimientos migratorios ma ivo y u ineludible implicación de poner en contacto formas de vida di tintas. E to m ovimientos se produjeron hacia, y al interior, del septentrión m exi cano. En el primero de estos casos, podemos destacar dos movimi ento p blacionales originarios del sur, pero de naturaleza distinta y con objetivo un tanto diferentes entre sí. Uno es el que estuvo conformado por lo aliado indígenas de los espa-ñoles, en particular los tlaxcaltecas, cuyas múltiple actividades como guerreros, colonos e instructores de los grupo denominados genéricamente chichimecas fueron determinantes para la consolidación de la expansión colonial en diversas provincias nort eña . Un a pecto int.eresante de esas actividades es que los tlaxcaltecas no la emprendieron incondicionalmente, sino impulsados por el estatus social ~rivilegiado y otras exenciones importantes obtenidas del Estado espanol. Estas prerrogativas, al tiempo que favorecieron la permanencia de s~s nuevos establecimientos, tuvieron aparentemente el efecto de permitules una amplia libertad en sus relaciones con los cazadores-recolectores, relaciones que fueron desde los conflictos de tierras hasta las alianzas matri~oniales, 5 lo que sin duda influyó en el ritmo tan variable de los camb10s socioculturales experimentados por aquellos grupos. El est udio de los auxiliares tlaxcaltecas , tarascos / otomíes y mexicanos como agentes del cambio sociocultural todavía está en sus inicios, per? casi nada se ha escrito sobre el modo en que la emigración de esos m~ws al Norte afectó la vida de sus comunidades de origen. La exploracrnn de este campo de las relaciones entre el Norte y el centro de México s~n duda a~ortaría nuevos elementos explicativos respecto de las alteracrnnes sufndas, a su vez, por las sociedades indígenas mesoamericanas a lo largo de la Colonia.
Silvio Zavala, Uno elapo en la construcción ele la cot eclral ele México alrededor de r585, M éxico, El C olegio de M éxico, 19 8 2 (Jornadas 96), pp .1 50 , 161. ' David B. Adam s, Los colonia s llaxcall ecas de Coahuila y Nu evo León en ]a Nu eva Es¡)(/ 110 , Saltillu, Archiv o Municipal de Saltillo, 1991 , pp. 63 66, 69 -72 .
El otro movimiento de población fue el que integraron de manera , bien desordenada españoles, criollos, mestizos, mulatos y otras casma ·ndividualmente, en familias y en grupos de familias, se dirigietas que, 1 ron al Norte llevados por la expectativa de enriquecerse rápidamente en la minería. Es más que probable que muchos de estos emigrantes se hallaran entre aquellas concentraciones de población tan peculiares que se formaban con cada nuevo descubrimiento minero. Por supuesto, había otros incentivos no menos atractivos que movían a los habitantes de las provincias del sur a emigrar hacia el Norte. Estos incentivos -muchas veces ofrecidos por las autoridades generales, interesadas en fomentar el poblamiento de esa vasta región- consistían en la obtención de pastos y tierras de labranza, y a menudo también de trabajadores indígenas, que en la práctica eran otorgados en condición de esclavos, como ocurrió durante largo tiempo con los nómadas y seminómadas en la provincia del Nuevo Reino de León. En esta provincia, en efecto, la institución de las congregaciones implicó la esclavitud de los indios sin que hubiese de por medio contrato de compra-venta alguno. 6 La rentabilidad de esta institución seguramente estuvo en la base de la ininterrumpida inmigración española en dicha provincia, pero d~sde luego también en la i~c~nformidad y la resistencia de los grupos nativos afectados, y en el surg1m1ento de otro tipo de relación indígena-español más común y duradera en la mayor parte de las provincias del Norte, que fue la de la confrontación armada. Junto a estos desplazamientos,_ también podemos destacar otro par importante de flujos migratorios. Estos, del mismo modo que los anteriormente tratados, fueron diferentes entre sí tanto por sus características físicas como por las motivaciones que los impulsaban. Se trata de 1~ migración hacia el sur de las agrupaciones apaches y co~anches, ~res10nadas por un entorno cada vez más hostil en sus r~spe~tlvas localidades de origen, y de la colonización de Texas y Alta Cahforma por los a~gl?americanos. Otras diferencias que cabe destacar entre esos dos mov1m1entos tienen que ver con su valoración, que ha sido bastante desigual. Por ejemplo en lo tocante a sus efectós, sobra decir que el conocimiento que tenemo's del segundo es abrumadoramente mayor que el del _primero. A~~í nos referiremos exclusivamente a éste, pero no por una simple cuest10n de equilibrio, sino por la más estrecha relación de sus consecuencias con los procesos que venimos tratando. Destaca, para empezar, su confluei:icia en la región con la expansión de la dominación española, confluencia en que la lucha por el espacio devino una de sus constantes principales. En 17 5o, por ejemplo, poco más de 70 años después de que los apaches empezaran a invadir el septentrión novohispano, el visitador de Sonora Y
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Carlos Manuel Valdés, La gente del m ezquite. Los nómadas del Noreste en la Colonia, México, CIESAS, 1 995 (Historia de los Pueblos Indígenas de México), pp. 16 8-169 .
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Sinaloa, José Rafael Rodríguez Gallardo, se refirió a la persistencia de dicho conflicto en los términos siguientes: "El apache y nosotro tenemo nuestras conquistas. Nosotros al norte y él al sur. Cuanto más nos internamos a sus tierras, tanto más él se va internando a las nues tra . " 7 Pero las invasiones de los apaches y comanches no sólo fu eron nota bles por el tiempo y el espacio que abarcaron, sino por sus repercu ione sociales, sobre todo en el lado español. En efecto, así como los españole alteraron, con su actividad expansiva, la organización tradicional de la sociedades nativas, dichas invasiones dieron lugar a importantes ajustes y cambios en la sociedad colonial. Este proceso ha sido poco explorado y tiene el interés de que, en algunos casos, se orientó en un sentido muy distinto al que cabría esperar de los cuantiosos daños y muertes causados por las mencionadas invasiones. En Sonora, por ejemplo, la intensificación de los ataques de los apaches a partir de la segunda mitad del siglo xvm ocasionó el repliegue de mineros, rancheros y agricultores españoles a los pueblos de indios administrados por los religiosos jesuitas. El aislamiento y la dispersión en los que hasta entonces vivían, producto, en parte, del exclusivismo indio de los pueblos bajo estatuto de misión, les impedían defenderse adecuadamente de dichos ataques. Ese repliegue de los colonos fue continuamente en aumento, al grado de adquirir las características de una migración interna en la década de 1760. Al respecto, en 1764, el misionero Carlos de Rojas escribió lo siguiente: Mientras.los presidios viven en una total inacción, los apaches roban, destruyen Y matan, con que abandonando los pobres vecinos sus ranchos, se acogen con sus familias a los pueblos !de indios J. Toda la vecindad de Tetuachi se ha venido a vivir a Arizpe. Mucha de Nacozari a Chinapa y Bacoachi .. .8
Dicho repliegue, sin embargo, tuvo el muy importante efecto de poner en ~archa la formación sistemática de poblaciones mixtas de indios y espanoles en las misiones, poblaciones que, años atrás, planearan las autoridades _generales como un medio que, a la vez que sirviese de estímulo a la colomzación española de la región, resolviera el problema del aislamiento Y dispersión de los colonos vecinos, ayudara a reforzar el control sobre los pueblos nativos ya sometidos y a la defensa de las fronteras contra la amenaza éxterna. 9 En consecuencia, los cambios inducidos por las incurJosé ~afael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sin aloa y Sonora . 17 50 edición, introducc10n not · d' · d' d · · , as, apen ices e m ices e German Viveros México Archivo General de la 1 8 Nación-Archivo Histórico de Hacienda, 1975 (Colecció~ Docum ental 1), p. 37. Carta de Carlos de Ro1as a Francisco Ceballos: Arizpe, 14 de mayo de 1764. Archivo Histórico de Hacienda, Temporalidades, leg. 17-18, f. 2. 7
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"Tomás Miranda, S: J. y la defensa de las tierras de los pueblos indios. Carta apologética al padre José Utrera (Sonora, 17 5 5 )", presentación y paleografía de José Luis Mirafuentes y
ion apache en el sistema de poblamien~o y en las relaciones entre_los indio de la mi ione y los españoles tendieron a favorecer la consolidación de la dominación colonial en Sonora. ., Por lo que se refiere a los movimient?s de ?_oblación en el septentnon · de conm exicano, en muchos casos fueron contmuac10n . .de las empresas 1 qui ta y colonización iniciadas desde las provmcias sur~nas, pe~o con a caTacten, t i·ca de que tendieron a responder, cada vez mas, a los. mtereses . expansivo del Estado e pañol. En este sentido, se trataba ~e ~1grac10nes planeada y dirigidas por la autoridades generales: Cons1gu1entemente también tenían un cierto orden, por lo menos me¡or que el de los que partían de manera espontánea del su~, ~demás _de_que sus objetivos eran umamente precisos. Entre éstos, qmzas el mas importante era el de la colonización de los territorios débilmente integrados al virreinato novohispano y expuestos, por lo mismo, a la ocupación de las .potencias e~opeas vecinas. Es bien conocida la iniciativa_ gubernamental de colomzar el Nuevo Santander, influida por la presencia de colonos franceses en las costas del Golfo de México. · La relación que supusieron dichos movimientos con la población nativa también varió de acuerdo con las distintas políticas de poblamiento dictadas por el poder central. Así, por ejemplo, se lleg~ a ~antener el viejo sistema de separación residencial entre pu~?los de md10s y ~ueb!os·de españoles, como ocurrió en la tardía expa_n~i~n a la Alt~, Cahforma. ~n otras ocasiones, en cambio, se impuso y vigilo la formac10n de poblac10nes mixtas. Entre estos casos, destacó el de la colonización del Nuevo Santander. Pero también se dio la situación de que en una misma provincia se pasara de la primera política de poblamient~ a la_segunda, :ªl c_om_o sucedió en la provincia de Sonora y Sinaloa. Casi esta por
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Intr od u cción
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de los grupos indígenas que hostilizaban la región, que e opo nían a c d r de buen grado sus tierras a los colono e pañole o qu rechazaban i t máticamente los intentos de éstos de mantenerlo congr gad en pueblos. Hacia principios de la década de 17 50, por eje mplo, 1 c ron el J é de Escandón recomendó la deportación a lo obraje de Querétar d l indios pames que siguieran incurriendo en "el vicio de r tirar e a vivir n los montes como fieras".' º En 1769 el comandante de la front ra de Nueva Vizcaya, Lope de Cuéllar, opinaba que debería proced r e al xt rminio de los apaches, "pues -como decía- no hall o razón para qu 1 príncipe haya de conceder paces a unas fiera sin religión, in palabra, in sujeción y las más inmundas de cuantas se conocen"." En término parecidos se expresaron en 17 80 tres de las más importante autoridad de Sonora para fundamentar su propuesta de desterrar a lo eri s d e a provü:icia. El intendente y gobernador de Sonora y Sinaloa, Pedro Corbalán, aprovechó la ocasión para insistir en su vieja recomendación de que e ·o indios fueran enviados a tierras ultramarinas . Argumentaba qu no e le podría tener seguros "en ninguna parte del continente".' 2 . , Pero la deportación masiva de los nómadas no sólo favoreció la expanswn de la dominación colonial en el Norte, sino que, a diferencia de la emigración española a esta región, implicó una medida provechosa para los ltigares de destino de los indios deportados. Estos lugares, por lo regula!, eran las haciendas y plantaciones de los empresarios españoles. No eran raros los casos, sin embargo, en los que dichos indios nunca llegaran a tocar sus habituales destinos. Podía suceder que lograran darse a la fuga en e~ transcurso del viaje,' 3 que los remitieran a los obrajes del centro de México para reducir así los gastos que se erogaban en su larguísima y tardada travesía, ' 4 o que fallecieran en el camino, de un brote de vin1elas.' s Tam-
bi ' n llegaba a ocurrir que fueran ofrecidos a lo~ cosech~ros d~ t?baco ~e Córdoba y Orizaba, ' 6 o que, en lugar de ser enviados de_mmediato a la isla de cuba, se les retuviera en el puerto de Veracru_z, 1~corporados a las bras del castillo de San Juan de Ulúa. 17 Estas expenencias de los guerre~os nómadas afectaban por supuesto también a sus mujeres e hijos, que larmente iban presos con ellos al destierro. No obstante, las cosas regu biaban cuando unos y otros llegaban hasta el final de su incierto y pecam viaje. Destinados a menudo a ocupar lugares di f erentes en l a soc1e. nos 0 1 ·, dad colonial, se veían separados tal vez para siempre y en una re ac10n Y distinta con su contraparte sedentaria. Como ocurría en el caso anmu , con t ma · d os tes mencionado de Veracruz, mientras los primeros aparecian en el castillo de San Juan de Ulúa, los segundos eran repartidos entre las familias más acomodadas del puerto. 18 La recurrencia de este fenómeno a lo largo de la época colonial aún está por estudiarse. Los casos aquí mencionados se refieren básicamente n periodo en que las deportaciones parecen haber alcanzado un auge :a~ticulannente importante. Nos referimos a la s_egun~a mitad d~l siglo xvm.1 9 Es bastante probable, sin embargo, que s1tuac10nes parecidas se hayan dado en épocas anteriores, como, por ejemplo, en el tra~s_curso _de la llamada guerra chichimeca, entre 1 5 5o y 1600. La deportac10n de mdios en este periodo tal vez pueda ilustrarse con el ejemplo dado anteriormente en relación con la construcción de la catedral de México, en cuyas obras participaron, en calidad de esclavos, los indios chichimecas. Por otra parte, son bien conocidas las constantes y cuantiosas deportaciones de indios del Nuevo Reino de León a la ciudad de México, practicadas por Luis de Carvajal, so pretexto de pacificar a los naturales de aquella provincia. De este funcionario se decía, por ejemplo, que "como quien iba a caza de liebres sacaba cada vez 800 6 1 ooo indios y los traía a vender a México y a otras partes de asientos de minas". 2 º Así, de este modo por demás ominoso, las relaciones entre nómadas y sedentarios fueron más lejos en el espacio de lo que unos y otros, al e~trar en contacto, acaso llegaran a imaginar. Desbordaron con una amplitud inmensa el ya de por sí ilimitado septentrión mexicano. Todos los ejemplos aquí tratados, además de ilustrar, en muchos
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'º Ma nd arniento del vi:rey marqués de las Amarillas: México, [si n fecha!, Cmtro de .Est u-
d10s de Hist ona · d_e M'ex1co, · Condumex, fondo uxv11.3, f. 3ov. -31 . Carta de Lope de c ·11 J - G. . . _ ue ar a ose a1vez: Janos, 20 de Jumo de 1769, Archivo Hi stó rico 12 Nacwnal, Madrid, /esuita s, leg. 122-129. lnfom1e de Pedro Co b 1• T d d . . r a an a eo oro e Cro1x: Anzpe, 9 de enero lk 1780, en José Lui s M 1rafuentes "Los · _ 1 8 . . f _ H b ,, '. _ _ sens en 7 o. tres m o_rmes sobre la necesidad de su deportación a La ,, ª · ana , H1s ton cas, octubre de 1986 (2o), pp. 23 . 2 6, 31 _ 11 Autos de guerra contra los · d . , · d _ m 10s enemigos, e quienes recibieron informes por dos ca utivos que se les escaparon :le d 1 · M · el _ · e s e a sierra OJa a y narraron los crímenes y costumbres 1 que pract1cabanl" · Río Floricl R , 1 d I p 1 . 1 · · . __ · oy ea e arra,5ceagostu-5ded1c1embrede1724 Arh. e 1vo H1stonco ele Hidalgo d I p 1 G ' _ _ _ e arra , 1724, -I 2 1; carta de Carlos de Rojas a André s Ja vier Garc1a·· Anzpe , 8 de agost 0 d e 1749, A re J11vo · H1stonco · · · de Hacienda, Temporalidades. lcg. 278-20 . i.¡ Carta del auditor de la Guerra · ' d Al · · · _ _ , , marques e tam1ra : Mex1co, 20 de enero de 174 5, ACN , _ Document os para la h1storw de México, vol. 8, exp. 3 6. 1 ' Real Cédula al virrey marqu és ele Casafuerte: El Pardo, 14 ele en ero de 172 5, A C N, R eales Cedulos Duplicados. vol. 71, fs . 28v -31v. 11
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Real Cédula al virrey Martín de Mallorga: San Ildefonso, 22 de junio de 1782, AGN, Reales Cédulas Duplicados, vol. 72, f. 387-387v. 1 1 !bid., f. 387-387v. 1 s !bid., f. 387v. 19 Un trabajo pionero al respecto es el de Christon l. Archer, "The Deportation of Barbarían Indians from the Interna! Provinces of New Spain, 1789-18ro", The Americas (29),1973,
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pp. 376-385. . _ Sil vio zavala, Los esclavos indios en Nueva España, 2a. edición_aumentada, Mex1co, El Colegio Nacional, 1981, p. 206.
Introducción
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casos, las relaciones típicas entre nómadas y ede nt ario , contribuy n a poner de manifiesto varias de las peculiaridade del epten tri n, como el de ser una tierra de espacios inmen os, abierta a nu evo y rec urrentes procesos de poblamiento y de múltipl es y variada difer ncia culturales. Más allá del inevitable contraste entre la profusión de informaci n que nos proporcionan los documentos históricos y la inevi table parquedad de los datos arqueológicos, resaltan las similitudes en los proce o qu marcaron tanto la historia antigua como la colonial y moderna del ptentrión. Aunque en la mayoría de los casos no se trate de una continuidad sino más bien de recurrencias, esas semejanzas procuran al e tudio o del pasado prehispánico un invaluable material comparativo, al mismo tiempo que ofrecen al historiador la perspectiva de una considerable profundidad temporal sin que por eso se dejen de apreciar las marcada diferencias. Así, por ejemplo, la arqueología va documentando paulatinament e un fenómeno que ha sido de la mayor importancia para la evolución general de Mesoamérica: su considerable expansión territorial hacia el Norte Y su no menos drástico retroceso cientos de kilómetros hacia el sur siglos antes de la llegada de los españoles. Con ese retroceso, los va~tos territorios norteños volvieron a ser ocupados exclusivamente por pueblos n~, mesoamericanos. En muchos aspectos, la colonización del septentnon no~ohispano puede consiqerarse como una reconquista mesoamericana del amplísimo territorio que se había perdido siglos antes, ejecutada ahora por tlaxcaltecas, otomíes, purépechas, mexicas y otros pueblos del Centro Y Occidente. . Una de las diferencias más marcadas entre esos dos procesos de colo~ización ~~l Norte por parte de grupos urbanizados del sur son los tipos b; f~rmac10n política que pueden haber impulsado esos movimientos poacionales. La arqueología nos indica que fueron muy variadas las culturas mesoamericanas que participaron en la expansión y que, además guardaron sus 1· .d d 1 , .. pecu ian a es a o largo de su desarrollo norteño. Tal diversificación e d . . , . ra e esperarse en la medida en que mngun estado mesoamericano pudo ten 1 f 1 . er a uerza para contro ar y umformar esa empresa co1 osal como pudo hacerlo el Estado español. No es de extrañarse tampoco que la arqueología sea muy exigua acere~ de. los enfrentamientos que se habrían suscitado a raíz de esas colomzac10nes Es · d dºf . · cierto quepo emos i erenciar claramente las regiones O las épocas en las cuales los problemas de seguridad fueron aparente · · mente 1~ex1stentes y en las que fueron agudos. Así, por ejemplo c_ontra st a la situación imperante en el Noreste y el Noroeste mesoame~ ncan~. En el actual estado de San Luis Potosí, las poblaciones mesoamencanas ocuparon diversas regiones que colindaban con territorios
d azador -r colectare y, a pe ar de los contactos continuos _que h_an d haber marcado u larga coexistencia, no se han detectado evidenc1~s tang1ºble de enfrentamien tos bélicos, sino más bien de un entreteJi• nto cultura l. 21 m1 . • 1 · Al contrario, lo pueblos mesoamencanos que colomzaron a vertient te de la ierra Madre Occidental, desde el sur de Zacatecas _has~a el norte de Du rango ' no ofrecen un panorama muy distinto. Su terntono se 1 aba del ure te al noroeste sobre unos 600 km y su largo flanco ªonen ~rg tal quedaba así expuesto al eventual hostigamiento de los pueblos . - . - das , que eran los únicos que podían ocupar las extensas tierras annon1a da del Altiplano Central. Además, es ~uy probabl~ que ~os ~upos mesoamericanos que e apoderaron de e~a dilatada _fr~nJa terntonal encontraa población local en meJores condic10nes para oponer una ran u n · f · • tencia significativa frente a los intrusos. En efecto, podemos m enr res1s . bl situación de los antiguos pobladores de la cordillera era nota eque 1a , ·d 1 mente 111 ª,s favorable que la de los pueblos que ocupaban. as partes an as . ·nas Los estudios ambientales nos revelan que la sierra Madre Occipdotosil se ·caracteriza por una notable variedad ecológica que propicia la enta . . . · zación aun entre pobladores que no se dedican a la agncultura. tari d se en ' , . . El cazador-recolector puede permanecer en sus ranchenas Y_ circular verticalmente sobre cortas distancias para acceder a una amplia gama de recursos. 22 Esa relativa sedentarización se acompañaba probablemente Al del tam b 1·e'n de una densidad demográfica superior a la, de los pueblos . · 1 no al este Hemos de recalcar que por ahora aun no se han documenup a . . . d 1 . tado arqueológicamente esas ocupac10nes no mesoamen~anas e a s1~rra Madre Occidental. Sin embargo, la hipotética resistencia _ª la colomza, mesoamericana y el hostigamiento, durante largo . tiempo, de c10n . los eblos nómadas del este se ven reflejados en el patrón de asentamiento. i~s agricultores ubicaron sus poblados en el paisaje montañas~ de la cordillera de manera que se pudiera sacar el mejor provecho. pos1bl~ de las defensas naturales. Frecuentemente, levantaron murallas y bastiones al borde de los precipicios. Esos dispositivos defensivos se adaptaban a ataues repentinos, mortíferos pero no duraderos que, por lo menos en los ~licios, parecen haber sido perpetrados por las poblaciones de cazado~e~recolectores que vieron su territorio invadido por los colonizadores ongi21
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Para una bibliografía reciente al respecto, véase Dominique Michelet, Río Verde: San Luis Potosí, traducción de Bernardo Noyola Pintor, Instituto de Cultura de San Lms Potosí-Lascasiana-Centre d'Etudes Mexicaines et Centraméricaines, México, 1996._ _ óscar Polaco y Marie-Areti Hers, "Mesoamerican Colonization and the Nomad s Resistance", en E. Wyllys Andrews V. y Elizabeth Oster Mozzillo, comps., Five H_undred Years a/ter Columbus: Proceedings of the 47th Interna tional Congress of Amencam st s (Nueva Orléans, 1991)1 Middle American Research Institute (Publication 63), Tulane University, Nueva Orléans, 1994, pp. 68-69.
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narios del sur. El hostigamiento de los nómada , que parece haber p rdurado, influyó poderosamente en más de un aspecto de la cultura d u enemigos. La figura del guerrero llegó a ser preponderante entre lo colonizadores mesoamericanos y dejó una fuerte impronta en u vida r eligiosa. Por otra parte, el estado de guerra latente determinó tambi én la di tribución de la población. Dio lugar, en efecto, a una ituación en cierta medida paradójica. Se trata de poblados que llegan a vece a cubrir xtensiones relativamente importantes, mayores de treinta h ec tárea , pero dentro de los cuales los materiales arqueológicos no revelan una diferenc~aci~~ social significativa, habitual en los sitios con cierto grado de urbamzacwn. Es posible que las necesidades apremiantes de la defensa llevaran ª los pobladores a congregarse sin abandonar el carácter e encialmente igualitario de un modo de vida aldeano. 2 3 Es _evidente, sin embargo, que por ahora los datos arqueológico iguen siendo excesivamente escasos como para reflejar adecuadamente las fluctuantes rel · • . las poblaciones ac10nes , d que imperaron entre los pueblos sedentano y noma as que se encontraban en esas tierras norteña . Antes de poder ava .d . , . en ese sent1 o, neces1tar1amos desarrollar cons1d era blemente el tnzar d. d 1 d. canos a fin de q es u •10 e os 1versos pueblos norteños no mesoameritraste con la ab uedsu imagen no sea tan . difusa como lo es ahora ' en conun ante aunque excesivamente sesgada información de la 1 . cua disponemos para la época colonial. ha Ta~bién sa~emos que la minería y el comercio a muy larga distancia n t_~mdo una 1mnegable importancia económica en la historia del septentnon 24 E . . .· n · e ongen de estas importantes actividades económicas y 1as posibles m · a1 las cuales pueden haber dado lugar' se ha propuesto reconocigrac10nes 1· . er e impu so dado por estados que florecieron al sur' como e1 teot1hua 1 1 ,epoca colonial cano o e to · b teca. 2s .En contraste con lo que sabemos de la , sm em argo, las mformaciones se reducen por ahora a 2J
M .
ane-Areti Hers Lo I . . . - . . . Aut onoma de Mexico ' s Ito tecas en tierras chichimecas. Mex1co, Umvers1dad Nacional · el . . • . ria del Arte 35). , nst1tuto e Invest1gac10nes Estet1cas, 1989 (Cuadernos de Histo2.¡ Phil C. Weigand "Mini . . . . gand G ng acond Mineral Zacatccas", en Phi! C. Weiy rete h en' Gwynne M . Trade . dm Preh1spamc . . am eri·c a (A nt h ropology ' l mps., an Mmmg Technic¡ues in th e Ancient MesoVI S mmg . versit f N . vo . , pec1al Issue), Department of Anthropology, State UniYo ew York at Ston B k Carlos Tan La ,, . . Y roo _, 1 9 82 , pp. 87-i34, Y Adolphus Langenscheidt y 25 y · g Y, La mmena preh1spamca en la sierra Gorda" ibid. pp. 135 . 14 3 ease, por e1emplo Ph ·l c w . d ,, h . ' ' · . ,, , partes ', Y II1 A · th eiganI , T e Preh1story of the Sta te of Zacatecas: An Interpretat10n . ,of N n ropo 2. pp. 67-87, 103-117, Department of Anthropol ogy, State U m. vers1ty y ogy, k 5 . ew or at tony Brook, 1978 ' y Ben Nelson ' "Outposts of M esoamencan Empire a d A h. . n re 1tectural Pattermng at la Quemada Zacatecas" pp 173190, en Anne I. Woosley y J h R R ¡ ' ' · 0 • . Pesos Gran Chichimeca Am n · el• Favesdoot, . comps., Culture . and Contact. Charles Di . . Press, Albuquerque, · enn oun at10n, Dragoon, Anzona y University of New Mex1co 1993 _ .
prim ro indicio más que a un cúmulo satisfactorio de informaciones. En f cto, quedan aún puntos fundamentales por resolver. Por ejempl~, igu in aclarar e cuáles fueron los minerales que se buscaban en las mina , a í como u u o y su destino. Del mismo modo, falta much~ para pod r d terminar la modalidades que imperaban en el intercamb10 a larga di tancia, la rutas que se seguían y la mayoría de los bienes que circulaba pur lla . . . , La fuente hi tonca e refieren profusamente a las m1grac10nes mas div r a a la cuale dio lugar la colonización del septentrión._En ~rque~logía, el panorama e notablemente distinto. Por una parte, ~un sigue vigente ci rto de precio por tratar ese tema, para el cual, por ~1~rto, los estudio lingüí tico pueden aportar contribuciones dec1s1vas. Pero, además, re ulta particularmente azaroso reunir los _docu_mentos_ arqueológicos que permitan no solamente detectar tales m1grac10nes, smo ta~bi , n precisar sus lugares de origen y las modalidades con _las que ocurneron . Más lejana aún queda la esperanza de lograr determmar las_ ra~ones que habrían compelido a los colonizadores a abando~ar ~u ternto~10 de origen O las que los habrían atraído a instalarse en terntonos tan le¡anos. Existen ya varias hipótesis al respecto. Así, se ha propuesto reconocer en la cultura Chalchihuites de la sierra Madre Occidental el fruto de una migración de los toltecas hacia confines norteños a principios de nuestra era y su regreso al sur casi un milenio después. 26 . . . Además del importante papel que puedan haber temdo las m1grac10nes desde el sur en el poblamiento del septentrión mesoamericano, la arqueología nos revela otro fenómeno comparabl~ a 1~ _qu~ sucedió en la época colonial. Se trata de un movimiento de migrac10n mtern~ que habría dado lugar a la colonización de los valles orie1_1tales de la sierra Madre Occidental de Durango a partir del actu_al estado de Zacatecas, en el siglo xvr o XVII de nuestra era. 27 . . Sin embargo, hay que reconocer que la naturaleza del~~ d1ver~as migraciones que se pudieron dar antiguamente en el_septentnon Y el _impacto que habrían tenido en las relaciones entre nómadas Y sedenta~10s son asuntos que todavía no han recibido toda la atención que ament_an por parte de los arqueólogos. Esa relativa indiferencia contrasta con la impor26 27
Hcrs, op. cit. Esa idea fue propuesta por J. Charles Kelley con base en sus excavaciones en el valle de Guadiana en los años cincuenta: J. Charles Kelley y Ellen Abbott, "The Cultural Sequence on the North Central Frontier of Mesoamerica", en A ctas y memorias del XXXVI Congreso Int ernacional de Americanistas (España, 1964), t. 1, pp. 325-344, Sevilla, 1969. Esa interpretación se ha ido fortaleciendo con los primeros resultados de los trabajos qtie llevamos a cabo actualmente en el cuadro del proyecto Hervideros de los institutos de Investigaciones Estéticas y Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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Intr od u cc ión
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tancia primordial que lo hi toriador indíg na confiri r n, n u ti m po, a las "peregrinaciones" de su antepa ado a ti rra 1 ndaria del Chicomóztoc, como matriz de la may ría d qu d mina ban el centro a la llegada de lo e pañole . Con estas consideraciones no pretendemo int ti za r l trabaj que se reunieron en la presente publicación. olam nt h m qu rid nfatizar la importancia del tema central del coloquio y la diver idad de l enfoques con los cuales puede ser tratado. Tal div r idad n era, p r i rt , propicia para conclusione y generalizacion , per n p rmiti cer mutuamente nuestra compren ión de e e pr bl ma centra l d ria del Norte. Los que participamos y a i tim a la reuní n n p rea tamos de ello y el mismo propósito ha orientado la pr ent publicaci , n. En relación con el conjunto de los trabajo qu e publican aq uí, h · mos de precisar que corresponde a la mayoría de lo que fueron pre nt ados en el coloquio del mismo nombre y reúne, ademá , alguno tr . e trata de autores que no tuvieron la oportunidad d participar n 1 ncuentro pero que desearon aportar su homenaj e a nu e tra querida y admirada colega, la doctora Beatriz Braniff, y participar en una obra que abord el tema de las relaciones entre nómadas y sedentarios d de una per pectiva interdisciplinaria. Al final de la publicación, ofrecemos al lector un apéndice dedicado al uso culinario del mezquite, con el doble propósito de abordar el tema de la alimentación que ha estado en el centro de las ríspidas relacione entre nómadas y sedentarios, y de rendir homenaje al interés que iempre ha manifestado nuestra colega por preservar ese valioso legado cultural. Amplio, constante y participativo fue el público durangueño que nos acompañó los cinco días que duró la reunión, en las bellas instalaciones de la Universidad Juárez del Estado de Durango. También estuvieron presentes estudiantes de la ciudad de México, que fueron introducidos de ese modo a la historia del Norte. En particular, un fuerte contingente de la Escuela Nacional de Antropología e Historia hizo una memorable odisea en ferrocarril para poder conocer a la legendaria Beatriz Braniff, quien recibió de esa manera el más inesperado y no menos merecido homenaje . Reproducimos aquí la narración de esa odisea y el mensaje que esos entusiastas jóvenes leyeron a nuestra colega y, con la presente publicación, invitamos al lector a acercarse a lo que fue una festiva conjunción de ideas, disciplinas y experiencias. Finalmente, quisiéramos subrayar que la realización del coloquio se dio gracias a la colaboración entusiasta de una serie de instituciones: los institutos de Investigaciones Antropológicas, Estéticas e Históricas, así como de la Dirección General de Intercambio Académico y la Coordinación de Humanidades de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Juárez del Es-
tado de Durango, el Centro I AH-Durango, el Centro de Estudi~s Me~cano y Centroamericano y la Escuela Nacional de Antro~o~og1~ _e Historia. Por último, deseamos destacar la importante part1c1_pac1~n en evento del Instituto de Investigaciones Históricas de la Umvers1dad Juar z del E tado de Durango.
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introducción Intr oducción
TITA, LA LEYENDA¡ UNA SEMBLA
ZA
Amalia Attolini Direcci ón de Etn ohi sto ria -tN/\H
Tita, la l y nda, nac en lo fabulo os años veinte en México Tenochtitlan, a p ar uyo. En u ca a del todavía porfiriano Paseo de la Reforma mía on cubi no de plata. Tita, la rebelde, única en su e peci , e tudia n una ecundaria oficial a donde llega con chofer uniformado a qui n d pid una calle ant de la e cuela. Tita, la que ama la aventura, líd r d la guía , la llaman Baguira, la pantera de los ojos azules que vigila n m dio d "California", un gran llano de la colonia Del Valle. Tita, la ingenua que e a ombra con las uñas pintada de su prima. Tita, la si mpre niña, tien la capacidad de gozar con las co a pequeñas c m h cajita , la tarjeta po tales o ese maravilloso mundo que guardan la papelería . Tita, la que se sabe diferente, la que rompe con patron tablecido , la irreverente, es mandada por su padre a Canadá para e tudiar admini tración y hacerse cargo de las empresas familiare . Allá abe del frío, del dolor y la soledad. Tita, en contra de la corriente, como iempre ha hecho, regresa a México y se casa con el padre de su primer hijo. Tita, la intrépida, embarazada de "Micharly" conduce autos de carrera, y poco antes de nacer "Mideby" salta obstáculos con su caballo. Tita, la que mete mano al destino, proyectada para ser doña Beatriz Braniff de ... decide ser nuestra Tita, la arqueóloga; empieza a estudiar en la vieja escuela de Moneda r 3, donde en sus cuatro salones convive con sus compañero : Navarrete, Stavenhagen, Yólotl González, Iker Larrauri, Alicia Olivera, Beatriz Barba, Mario Vázquez, Leonel Durán y otros que se me escapan . Subyugada por la antropología, aprende de los maestros Bernal, Martínez del Río, Bosch Gimpera, Jiménez Moreno, Barbro Dahlgren, Kirchhoff, Lorenzo, Piña Chan, Cámara, Vivó, Dávalos y especialmente Armillas. Tita, la maestra generosa, la que nos brinda sus ideas, su casa, su sapiencia, su buena cocina, la que incita a pensar, la que no permite trampas, protagonista de mil batallas académicas, qué placer verla levantar su dedo en algún congreso, pararse, dejar sus papeles en la silla y, ahora sí, agárrese el que pueda. Tita, la que comparte, la que reconoce el trabajo de los demás. Tita, la disciplinad;¡i, la que inicia su ritual de trabajo a las cuatro de la mañana. Tita, la que no claudica, la que su sola presencia es una afrenta para aquellos seres menores, narcointelectuales regidos por estrecheces burocráticas.
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Mina y casa familiar en el Doctor, Qro.
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Tita, la arqueóloga, la científica riguro a, la de la excava i n imp cable, señora del desierto, dueña del norte, Tita, la gran chichim ca . Tita, la madre, amorosa, tierna con su Deby, u flor cita. Tita, la mu jer, la bella. Tita, la intensa, la que se da. Tita, la que romp qu ma , la que abrió brecha. Tita, la pionera incan able, la que empr nd nu eva arqueologías, nuevos caminos, nuevas vida . Tita, la qu hoy mi m ini cia, cual si fuera la primera, otra aventura fuera de su dominio . Tita, la amiga, la del afecto permanente, cercano . La qu i mpr e tá. Tita, la amiga entrañable. Tita, la nómada, la que un día desmontó su ca a, m tió toda una vida Y sus perros en una camioneta y se echó a andar rumbo al de ierto. Tita, la jinete, la que monta a la vida, y la monta a pelo. Tita, qu ha saltado todas las trancas. Tita, la mujer, Tita, la indomable, la que no tran ige aun a ríe g d despertar sola cada mañana. Tita, el escándalo, de la que se h an namorado muchos, tocada por pocos. Tita, la bella, la que juntó y de juntó u vida co_n amados hombres. Tita, la cálida, fuerte y amorosa. Tita, la incorruptible, la honesta, la vital. Tita, la que no se somete, la indómi ta, que se ha trepado a avionetas, coches de carreras y a la vida . Tita la que r01np e t ª b, · ' _ues. T Ita, 1a que no hace conces10nes, la subversiva y polémica. T~ta, la del corazón de turquesa, señora del desierto. Tita, la ley nda. Tita, la amada Tita, es un privilegio de todos haberte conocido.
Ama lia
Att o li111
LA OBRA DE BEATRIZ BRANIFF Y EL DESARROLLO DE LA ARQUEOLOGÍA DEL NORTE DE MÉXICO
Marie-Areti Hers María de los Dolores Soto
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Cuando, hace unos años, iniciamos nuestros trabajos en el estado de Durango y diseñamos el programa del proyecto Hervideros, dos ideas nos habían quedado bien claras: la importancia del tema de las relaci0nes entre nómadas y sedentarios, y la pertinencia de rendir un merecido homenaje a la doctora Beatriz Braniff. Nos dimos cuenta, en efecto, de que para estudiar la historia de un asentamiento mesoamericano de la importancia de Hervideros teníamos que tomar en cuenta ame todo el carácter fronterizo de la región en la cual se ubica. Hervideros se encuentra en la zona de los valles orientales que bordean la cordillera de la sierra Madre Occidental y que colindan al este con la inmensidad del altiplano central, en el cual antaño solamente los cazadores-recolectores lograron enfrentar los rigores del desierto. Sabíamos, además, que la presencia mesoamericana · en esas latitudes fue solamente una etapa más en una larga secuencia, durante la cual se sucedieron pueblos no agricultores o de los llamados agricultores incipientes. Así, para entender algo del Hervideros mesoamericano necesitábamos abordar la otra cara de una misma historia, la historia de los cazadores-recolectores con los cuales convivieron esos mesoamericanos fronterizos. Esa constatación significó, para el proyecto Hervideros, tomar disposiciones particulares en su programa de trabajo para adaptar los métodos al reto de encontrar vestigios no solamente de mesoamericanos, lo que suele ser fácil, sino también de cazadores-recolectores y, en general, de toda la gama posible de adaptación al medio. Como el interés de los arqueólogos norteños ha sido, de modo prioritario, dirigido hacia la presencia mesoamericana y el de los prehistoriadores hacia el hombre más antiguo posible, no podíamos esperar encontrar del lado de nuestros colegas toda la información previa que requeríamos al respecto. Sin embargo, existía una colega que ya había hecho aportes significativos al respecto. Se trataba de la doctora Beatriz Braniff. En este tema y otros, nos ha abierto más de un camino en la arqueología norteña. Para abordar adecuadamente el problema de las relaciones entre los cazadores-recolectores y los agricultores, entre los nómadas y los sedentarios que hicieron la historia del Norte a través de sus relaciones mutuas, requeríamos ampliar el ámbito de nuestra disciplina. De la misma manera, para
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rendir un homenaje a nu estra colega que hiciera honor a u man ra de v r el quehacer del arqueólogo, nos veíamos obligada a reun ir a tudio o d las más variadas especialidades. No venía al ca o, pa ra nu tr pr p ito, organizar otra reunión más de los arqu eólogos e tudio o del N n . Primero nos dirigimos a nuestros colega d los in tituto d In ve tigaciones Históricas, de la Universidad Nacional Autónom a d M éxico, y de la Universidad Juárez del Estado de Durango, qu gu to am ent ac ptaron embarcarse en la aventura de organizar el pre ent e encu ntr . pués invitamos a colegas de las más diver as di ciplina que había n teni do experiencia en el tema. Todos y cada uno acepta ro n, y coincidí r n en lo merecido del homenaje, por las múltiples aportacion e qu d b m o a la doctora Braniff, y también por haber mantenido su e píritu d lib rt ad, su espíritu de chichimeca rebelde, siempre inconforme. Nuestro propósito será pues presentar cuáles han sido los principale aportes de la obra de Beatriz Braniff en el marco del desarrollo de la arqueología norteña. Para ordenar nuestras ideas, escogimos analizar los di ferentes tipos de retos a los cuales se enfrentó nuestra colega, pu esto que, e_n efecto, la historia antigua del Norte de México presenta desafío peculiares, dependiendo de que se ubique uno desde la perspectiva de M esoamérica, desde la del Suroeste o
Recientemente, una joven arqueóloga, alumna de la Escuela Nacional de Ant_ropología e Historia, preguntó a la doctora Braniff por qué se había dedica?º a la arqueología del Norte de México. Contestó que su interés y su p~sión vinieron de la gran contradicción que encontró entre lo que le ens~naron de Mesoamérica y lo que conocía del Norte. De niña, había recorrido la sierra Gord a, h a b,ia conoci·d o ruinas · · • tan impres10nantes c01no las de Ranas o Toluquilla. Y esos sitios se encontraban afuera de la Mesoamérica de Kirchhoff. ¿Qué hacían ahí? Vi st o desde la perspectiva de Mesoamérica, se suele no entender el Norte. Los malentend"d · , cuan d o Beatnz • Bramff • era estu. i os que existian diante persisten en nuest ros d'ias. Los preJmc10s · · · que predomman . al respec_to son de cuatro índoles: el Norte es visto como una sola unidad, se defme por a~sencias Y no por sus características propias, se le considera co~o el universo atemporal del chichimeca y cunde la incomprensión hacia los no agricultores.
El Norte como unidad Por ser visto como una sola unidad, el Norte merece apenas una pequeña sala en el Museo Nacional de Antropología, y suele estar ausente de las
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obra generale obre la historia antigua de México. Representa, sin embargo, la mitad del territorio nacional. Sobra decir que en esas circunstancia se omite comúnmente tomar en cuenta a los antiguos pobladores cazadores-recolectores. Por su experiencia personal, Beatriz Braniff pudo percatarse de la inmensidad de ese universo y de su gran diversidad. Trabajó en regiones tan diferentes como el Gran Tunal del Altiplano potosino y guanajuatense, el fértil valle del río Laja en el Bajío, el valle del río San Miguel a orillas del desierto sonorense y, recientemente, preparó el museo de la gran ciudad de Paquimé. De ese conocimiento profundo de la inmensidad y de la diversidad del Norte vino su empeño por proponer y revisar, repetidas veces a lo largo de su carrera, una visión global de la historia antigua del Norte. Esos ensayos la han llevado a forjar y discutir nombres y conceptos que hagan justicia a las características de ese inmenso territorio. Primero propuso Mesoamérica Marginal, término que luego desechó por la connotación peyorativa que conlleva, y ahora propugna que se acepte el concepto de Gran Chichimeca, propuesto por Di Peso, frente al de otros conceptos más centralistas como el Aridoamérica-Oasis América de Kirchhoff. También ha propuesto la delimitación de regiones para subdividir ese gran territorio, según la evolución de la presencia mesoamericana en cada una de ellas. Mucho queda aún por hacer al respecto y las dificultades que persisten en nuestros días para llegar a acuerdos entre arqueólogos para nombrar ese Norte y reconocer sus subdivisiones espaciales reflejan más una falta inconmensurable de datos que una confusión conceptual por parte de los estudiosos.
El Norte como ausencia Para el mesoamericanista y para el público en general, la historia antigua del Norte es vista como una ausencia de lo espectacular, de lo glorioso. Se dice que en el Norte no hay pirámides, no hay grandes palacios, no hay nada espectacular. Y es cierto en alguna medida. Salvo sitios como Ranas, Toluquilla, El Pueblito, La Quemada, Ferrería o Paquimé, abiertos al turismo, y salvo algunos otros sitios que podrían ser restaurados Y preparados para recibir al visitante, el Norte no es favorable al turismo arqueológico. La inmensa mayoría de los asentamientos son modestas poblaciones o simples campamentos estacionales. Eso obviamente es la razón fundamental por la cual se desconoce tanto la historia antigua del Norte. No corresponde a la imagen tradicional del pasado como espectáculo glorioso. Es otra historia para la cual es difícil conseguir fondos Y reunir investigadores. A lo largo de su carrera, la doctora Braniff ha optado por estudiar esa otra historia. Escogió regiones apartadas, sitios modestos, donde la arqueo-
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logía puede bordar fino, sitio que repre entan la gran mayoría d 1 blados antiguos. Ha pugnado para que e vaya a l ncu entro d l anti u poblador a través de una herramienta, de una vereda, d una ca a. tra presencia, otra mirada. Una arqueología alejada del pod r y d 1 turi m .
t una periodización ba ada e encialmente en las fluctuaciones de la front ra ptentrional mesoamericana. A escala más local, también contribuy · a tablecer ecuencia cronológicas en tres regiones: el Gran Tunal, el Bajío guanajuatense y lo valles intermedios sonorenses. Fue tambi n d la primera per ona en subrayar la originalidad del Occidente y Nor t n u orígenes Capacha y El Opeño frente al mal llamado mundo olmeca. D f ndi la idea de que el Norte tuvo su propia conquista. Que r 5 r 9 i nificó m no que la llegada d 1 caballo, el cual revolucionó más la vida d lo n orteño que la caída de T enochtitlan. Su interés en prolongar lo tudio arqueológ~cos en los etnográficos e históricos determinó el ntido d u uabajos en Sonora, los cuales se enfocaron en conocer la ituación n el momento del contacto en el siglo xv11. El propósito implícito de e a m anera de trabajar es enriquecer los modelos teóricos a partir de r alidade hi tórica propias, adaptarlos a la evolución del Norte, a la lu z d la hi toria colonial documental. Un modo de proceder similar, por cierto, al qu estaremos siguiendo en el presente encuentro. En re umen, hemo de recalcar la importancia de los trabajos de Tita para ubicar plenamente en su dimensión histórica el desarrollo de la ocupación del Norte y contrarrestar la tendencia general de ver al Norte como un universo at emporal.
El Norte como un universo sin historia propia Actualmente, la periodización tradicional e tablecida para la hi t ria antigua de México ha entrado en un a crisi profunda. A í, por ej mpl , conceptos como el Preclásico, el Clásico y el Po clá ico ob taculizan a t da luces la comprensión de los nuevos datos que se acumulan sobr e e largo periodo. Todavía no se consolida una nu eva periodización qu e encu ent~~ la un:nimidad de los investigadores. Para el Norte, di cha period izac10n es aun más inadecuada. En efec~o, el esquema cronológico tradicional e in pira directam nt en el paradigma evolucionista según el cual la humanidad ha tran currido un camino lineal e irreversible, pasando de la caza-recolección del n macla hacia la agricultura, la vida sedentaria y la urbani zación. En el Norte, esa evolución nunca fu e definitiva. La vida sedentaria de lo agricultor~s acabó más de una vez en un fracaso, con el abandono de amplio territorios O con el regreso a la caza-recolección. En el Norte, las ciudades pueden tener una vida muy efímera. Es tierra de ciudades fantasmas. Arcaico, Preclásico, Clásico y Posclásico resultan divisiones temporales si · ·f· d . . n sigm 1ca o o con contemdo diametralmente diferente al acordad? para las regiones de la Mesoamérica nuclear. Para la mayoría de las regwnes q_u e conforman el Norte, está aún por hacerse o por consolidarse la secue~cia cronológica propia. Sin embargo, ya sabemos que dichas secuencias no se parecen a las ti-adicionales mesoamericanas. Desde sus primeros trabajos, nuestra colega se preocupó por establecer _un~ periodización propia del Norte y no una réplica inadecuada de la penod1zación mesoa · F d . . . mericana. ue e 1os primeros mvest1gadores en percatarse de que en el N t or e se encuentran elementos de aspecto posclásico q~e _Pertenecen a tiempos del Clásico. Desde sus primeras andanzas descifro uno de los ma · d , ' yores emgmas e 1a arqueologia norteña: muchos aspe~t~s fundamentales de los grandes cambios que marcaron el paso del Clas1co , se gestaron siglos · . . al Posclásico en e1 centro d e1 pa1s antes en la pe~ifena s~pt~ntrional. Junto con grandes figuras, como sus maestros vyigberto J~menez Moreno y Pedro Armillas, logró romper con el prejuicw centrahst_a según el cual toda influencia tenía que haber venido desde el centro hacia la periferia. ·
La incomprensión del universo d e los no agricultores Visto desde el sur, el modo de vida de los cazadores-recolectores representa una etapa irrevocable de un devenir lineal, una época muy rei:n~ta en el tiempo y un campo de estudio reservado en general a los especialistas en prehistoria. . Para el estudio de Mesoamérica, esa dicotomía que se ha establecido entre la prehistoria de los cazadores-recolectores y la arqueología de los agricultores mesoamericanos ha sido fuente de graves errores. Así, parte de las dificultades que se manifiestan en el estudio de los orígenes mesoamericanos se debe a que, por desconocimiento, no se reconoce al llamado Preclásico como la culminación de un largo proceso de sedentarización, sino que comúnmente se presenta lo "olmeca" como una eta?ª falsamente prístina. Del mismo modo, esa manera de ver ha llevado a ignorar el importante papel que han tenido y siguen teniendo la caza, la pesca y la recolección a lo largo de toda la historia mesoamericana Y, en más de una región del país, hasta nuestros días. 1
En cuanto a cronología, los aportes de Beatriz Braniff se ubican tanto en el ámbito del Norte en su conjunto como en el de las secuencias locales. En sus tres ensayos de síntesis sobre el Norte de México ha propues-
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Una obra fundamental al respecto es la de Christine Niederberger Betton, Paléopaysages et archéologie pré-urbaine du bassin de Mexico, 2 t ., Centro de Estudios Mexicanos Y Centroamericanos, México, 198 7 (Et u des Mésoaméricaines).
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Para el Norte, el modelo evolucionista es aún m á inad cu ad . Todavía en la actualidad, la caza, la recolección y la pe ca iguen i nd primordiales para pueblos como los seris y los kikapús, que con erva n con gran vigor su cultura. Las relaciones entre nómadas y sedentario h a n ido determinantes hasta tiempos recientes y es precisam ente pai a tra tar ese tema que nos encontramos reunidos aquí. La incomprensión del mundo nómada desde la per pectiva del h om bre urbano es muy antigua en México y se remonta por lo m eno a l fin al de la época prehispánica, cuando la frontera norte de Mesoam rica había retraído considerablemente hacia el sur. Esa dificultad de entendi miento se ve claramente reflejada por las múltiples confusiones qu e con lleva el término chichimeca. En el siglo xv1 y todavía ahora, chichimeca se refiere a la vez a un espacio, a un nivel de desarrollo cultmal, a una supuesta entidad étnica y a una tierra de origen. Su uso más pertinente y menos confuso es cuando se restringe al solo significado espacial: el Norte de Mesoamérica. Pero, por ser un territorio mal conocido, el término pronto se caigó de otro significado, sinónimo de bárbaro salvaje. Siglos antes de la conquista española, se había vuelto inaccesible a los mesoamericanos después de la contracción de su front era septentrional. Luego, a partir del siglo xv1 llegó a ser el teatro de enfrentamientos entre los nómadas y los pueblos que encabezaron los españoles en la conquista del Norte. En esas circunstancias, el norteño se fusionó con el desconocido, con "el otro" por excelencia; es decir, con el salvaje nómada. La confusión cundió cuando ese término llegó a denominar a todo tipo de pobladores del Norte. Unos eran efectivamente nómadas pero otros ·eran poblaciones mesoamericanas, por cierto muy diversas, que se habían expandido en distintas partes del Norte y que siglos después regresaron ha:cia la Mesoamérica nuclear. Ésos son los pueblos originarios del legendario Chicomóztoc. De esa confusión ha nacido la idea ingenua, aún vigente en nuestros días, de que esos migrantes norteños, antepasados de los pueblos que dominaban gran parte de la Mesoamérica nuclear en el siglo xv1, de los toltecas a los mexicas, pasando por los purépechas y muchos otros pueblos más, habían sido otrora cazadores-recolectores y que en el lapso de una o dos generaciones se habían transformado milagrosamente en pueblos plenamente urbanizados. La confusión llega actualmente a su culminación cuando se usa el término como si fuera un gentilicio, como si fuera el nombre de una etnia o de una cultura en particular. Se habla así de una "cultura chichimeca", lo que implica una sola gran etnia como ocupante atemporal de la inmensidad del Norte. El término chichimeca encubre, de esa manera, nuestra evidente ignorancia de gran parte de la historia antigua del Norte de México.
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En contraste con esa indiferencia hacia los grupos de cazadores-recolectores que ocuparon el Norte, a lo largo de su trayectoria la doctora Beatriz Braniff ha enfatizado la importancia de la relación mutua entr_e poblaciones mesoamericanas y grupos cazadores-recol~c~ores. Ha escogido trabajar en lugares fronterizos particularme~te propi_c10s para det~ctar en los materiales arqueológicos situaciones de influencia mutua. Se interesó en los procesos evolutivos del nomadismo al s~dentaris~o, ~e~o también del sedentarismo al nomadismo, y en las relaciones de simb10sis entre poblaciones agrícolas y de cazadores-recolectores. Así, por ejemplo, recalcó cómo en el Gran Tunal potosino las relaciones entre esos dos modos de vida parecen haber sido pacíficas y de mutuo provecho, a diferencia de otras regiones norteñas en las cuales prevalecieron situaciones conflictivas. En su obra, podemos por lo tanto acercarnos al mundo real: diversificado de esos múltiples pueblos que ocuparon el Norte y sus diversas maneras de adaptarse al medio, procmando siempre evitar por p~te de nuestra autora cualquier juicio de valores, como la supuesta simplicidad O el llamado atraso de los grupos nómadas. Falta casi todo por hacer en ese aspecto en cuanto a la arqueología, Y de 1as v oces de los historiadores nos son indispensables para no· perder 1 1 vista la diversidad cultmal y los cambios en e tiempo que tuvie~on ugar tras los términos tan genéricos como cazadores-recolectores, nomadas o chichimecas. LOS PREJUICIOS DESDE LA PERSPECTIVA DEL SUROESTE DE ESTADOS UNIDOS
Las relaciones entre el suroeste y el sureste de Estados Unidos y Mesoamérica han sido estudiadas desde hace mucho tiempo. Curiosamente, en la literatura al respecto, la región intermedia ent:e esas tres áreas culturales es decir el Norte, suele ser ignorada o considerada como un agente mu/ secundario en el escenario. Tal situac~ón_ e:a normal cuando la _arqueología norteña era aún excesivam~nte incipiente. _En nuestros días, esa postura ya no puede justificarse y sm embargo persiste. Constatamos, por ejemplo, que los especialistas del suroeste qu~ se interesan en determinar la naturaleza de las relaciones entre dicha area cultural y Mesoamérica suelen tener un con~cii:iiiento muy ~ene~al de Mesoamérica y un interés paradójicamente limitado _por_ el _area mte~media del Norte de México. En las modalidades del difus10msmo tra~icional O en las más recientes del modelo del sistema mundial, se ha intentado entender dichas relaciones como influencias unidireccionales, desde un foco sureño hasta la lejana periferia. De esa manera, se to_ma en consideración alguna de las entidades políticas del centro del pais Y se intenta reconocer su impacto en algunas de las lejanas culturas del
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suroeste, sin mayor mirami nto para la hi tori a pr pía d I N rt d México. El caso de Culiacán e particularmente r pr nta tivo al r p et . En los años treinta, los trabajo ejemplare de I ab 1 K ll y, ona ld Brand Carl Sauer permitieron sacar del olvido lo qu había id un a gra n iudad desde donde partían las rutas que llevaban al u ro t . Lu eg , la arqu l gía sinaloense cayó rápidamente en 1 tar ia y uli a án d apare ió de los mapas en que se procura hacer explícita a r laci n ntre 1 suroeste y Mesoamérica. En sus consideraciones obre dicha relacione , la doc t ra Bea tri z Braniff no olvida la realidad del Norte mi m . A í, má allá d un a apli cación mecánica de un modelo teórico, procura d cum nt ar lo c nt a tos que existieron efectivamente entre la m etrópoli teotihuacana y lu g Tula _Y el Norte, diferenciándolos en el tiempo y n el pací . C ntra t a, por e¡emplo, la situación que prevaleció en el Nore t dond 1 1 m ntos teotihuacanos son abunqantes y claram nt e definido con la marcada ausencia de datos para el noroeste zacatecano y durangu eño; a í, tambi n reconoce etapas bien diferenciadas en la relacione entre el centr n particular en Teotihuacan y el Norte. ' Su estudio sobre el juego de pelota es intomático de esa prud ncia. lnte~ta demost~ar que, en su expansión hacia el Norte, el ulama podría considerar~e como un símbolo de colonización por parte de algún e tado mesoa~encano hacia el Norte. Después de analizar detenidamente lo datos disponibles . . , t.iene e1 va 1or y 1a h onestidad de reconocer que en e t e caso particular no le fu nc10no · , e1 mo d e1o teonco , • d el sistema mundial por e1 cual se ha . , ¡erarqmzar . . . inclín a d o. p or otra parte, procura tambien lo dif erentes tipos de elem en t os que atestiguan . . esos contactos como por e¡emplo, cuando analiz a 1a dºistn·b uc10n · , d el motivo de la greca' escalonada ' como elemento · , por pertenecer al mundo de las ideas. . , de m ayor Jerarqma, 1 S_u interes por la historia del Norte de México en el contexto de las re 10n~_sd entre Mesoamérica Y el Suroeste la ha llevado también a revi sar ª va i ez de conceptos como sistema mundial áreas culturales Gran Suroeste, , . ' retomar la Gran' Chih. dGran. Chichimeca, M esoamenca. Propone c imeca . e .Di Peso Y considerarla como un ecosistema, y estudiar esa Gran Ch1ch1meca en su relación con Mesoamér 1ca. ·
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LAS DIFICULTADES QUE ENCUENTRA LA ARQUEOLOGÍA EN EL NORTE MISMO
La soledad del arqueólogo del Norte
El principal problema el ar queo-1ogo que mvestiga · · el Norte , . . . que enfrenta · de Mex1co es la frag1hdad de la comunidad académica en la cual necesita
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in rtar e. Durante mucho tiempo, nuestra colega ha sido prácticamente la única arqu óloga mexicana en hacer una arqueología en el Norte, que n fu ra dirigida a periodo del Holoceno y del Arcaico, sino a tiempos mucho má reciente , paralelo al desarrollo mesoamericano. En todos 1 f ro ha d f ndido el derecho del Norte de México a tener su historia pr pía y no una en función de Mesoamérica o del suroeste . bido a u trabajo , el panorama de la arqueología del Norte ha mp zado a cambiar. Ha formado a estudiantes, quienes se convirtieron n inve tigadore d dicados a trabajar en diver as partes del Norte. No m no important ha ido u labor de de pejar el camino a varios grupo d inv ti adores en Durango, Zacatecas, San Luis Potosí Coahuila Guanajuato, Quer taro.y Sonora. in embargo, hay que reconocer que aún ahora la situación sigue iendo de favorable. En amplias regiones del Norte, la comunidad de los arqu ólogo sigue iendo raquítica, como es el caso en particular de Sinaloa. Poco arqueólogo , poco datos para un territorio inmenso -comparabl a la xtensión de vario países europeos- propician controversias téril , modelo teóricos cuya aplicación queda en la abstracción ínter' pretaciones que carecen aún del apoyo elemental de un cuadro cronológico confiable. Plenamente consciente del problema, la doctora Beatriz Braniff sigu mpeñada en remediar ese enorme vacío y en promover el estudio y la divulgación de la historia antigua de esa región, como es el caso reciente de la mesa redonda que organizó en el Museo Nacional de Antropología para planear la reestructuración de la sala del Norte, reconociendo, por cierto, las limitaciones de su propio trabajo de hace 25 años o el gran desafío que en meses pasados significó la creación del museo de Paquimé. I
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Retos para adaptarse a los materiales arqueológicos disponibles en el Norte
Muchas veces, la lítica es el único material con que el arqueólogo cuenta en el Norte. Y, sin embargo, paradójicamente, tanto en esa región como en la Mesoamérica nuclear, el material lítico es relegado a un segundo lugar. El estudio de la mitad septentrional del territorio nacional tendría que haber dado origen a una fuerte comunidad de estudiosos de la lítica. La situación es totalmente distinta. En Villa de Reyes, en su tesis de maestría al inicio de su carrera, Beatriz Braniff no solamente estudió su material lítico, sino que buscó encontrar a la gente misma atrás de su utillaje, en una época en la cual (finales de los cincuenta) el estudio de ese material solía ser meramente formal. En su análisis de los materiales, se percibe una mente inquieta,
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que no se deja limitar por los sistemas tradicional es de cla ificación xclusivamente morfológicos, sino que es guiada por la preocu pación d ntender a las personas a través de todo tipo de ves tigio . Desgraciadamente, su ejemplo no cundió. La razón fund a m n ta l d st e o es que se reprodujo en la arqueología norteña la di coto m ía ex i t nt ~n la ~rqueología del centro. De un lado, tenemo un a gran m ayor ía d 1 n-:e~t1gadores de~icados al estudio de los sitios m e oa m erica n o , q u da pnondad al _estud10 de la cerámica y eventualmente de la arquit c tu ra y otros materiales, Y, del otro lado, una modesta minoría de prehi tori ad res que se enfoca casi exclusivamente a la lítica.
El nómada exiliado en el desierto Alun entre esos especialistas dedicados al estudio de los cazadores-recoectores se detecta algú . . . . bl n pre1mc10 que restnnge el universo de esos pue1d . os .ª esierto, con una asociación ineludible entre e e modo de ub si tencia y la vida , d G . d . noma a. rac1as a sus trabajos, sabemos ahora que el esierto es mucho me . h, . d 1 f nos m osplto e o que parece a primera vi ta pues ~ ~ec~ un~ gran variedad de productos naturales en fauna y flora a l; largo e 1ano. Sm embargo, ese empeño en buscar a los cazadores-recolectores en as zonas_ meno s h ospita . l arias . nos d a una imagen . parcial de los poblad ores nortenos en 1 d •d . ª me 1 a en que en otras reg10nes norteñas como en 1 ª sehrrana,_ los cazadores-recolectores pueden haber disfrutado de medios mue o mas acogedores u 1 . . d d.d d . q e es permitieran a emás una vida en gran meo con una tras h umancia • temporal similar por cierto a la d i 1ª se entaria . e os agricultores. ' ' En contraste en t d
0 . ' Pu n t d e vista al respect
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b . . O ra Beatriz Braruff ha procurado matizar su ª su M ,
e . . º· . ostro un constante interés por documentar los asos mtermedios ent 1 nan re agncu tores Y cazadores-recolectores que cuestionuestras categorías 1 1 1 e t, f , as cua es reve an ser demasiado burdas cuando s an con rontadas con los datos históricos.
Lo interdisciplinario Nuestra colega ha t· · d . d par icipa O P1enamente en el desarrollo que se ha dado ª partu. e los traba¡·os d e Lourd es suarez: , el estudio de la concha como 1 materia arqueológico E . . · n ese contexto, ha sabido reconocer las limitac10nes del arqueólogo y h . . l , . ª recurn•d a 1a part1c1pación profesional de maacolog~s,_ ª qmenes además ha sabido involucrar en problemas de índole arqueologica.
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. Por su _con~cimie~to del Norte, ha sido muy consciente, además, de la importancia pnmordial que tiene un estudio ambiental bien fundamentado, de los cambios a través del tiempo y de la adaptación humana. Re-
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cordemos que en el Norte el primer problema que tiene que resolver el arqueólogo es el de definir el modo de vida de la población que estudia, el cual puede variar, para una misma época, desde la caza-recolección exclusivamente hasta la agricultura intensiva. También sobra decir que el agua cobra una importancia vital en esas tierras subtropicales semidesérticas. Finalmente, la fragilidad de los medios ha sido el factor principal en las considerables fluctuaciones de la frontera septentrional mesoamericana. En esas circunstancias, la doctora Braniff ha procurado propiciar la colaboración especializada de biólogos, paralelamente a sus propios estudios sobre las técnicas agrícolas. Ejemplo particularmente logrado de interdisciplinariedad ha sido su estudio doctoral del río San Miguel, en Sonora, por el cual le fue otorgado el premio Antonio Caso, en el que combina estudios sobre cerámica, patrón de asentamientos, arquitectura vernacular y ceremonial, concha, huesos, pero también historia documental y biología. En conclusión, consideramos que, para rendir un homenaje a la doctora Beatriz Braniff que corresponda a su manera de historiar el pasado antiguo del Norte, hemos de reconocer al Norte como una amplia y variada región que fue determinante en las relaciones entre el centro del país y el suroeste y sureste de los Estados Unidos de América. También debemos destacar la importancia central que tuvieron las relaciones entre nómadas y sedentarios en el transcurso de la historia del Norte. Para tal efecto, es indispensable conjugar los esfuerzos de las diferentes disciplinas afines a la historia para romper esquemas interpretativos rígidos, originados para entender un universo distinto al del Norte. Finalmente, su trayectoria nos ha de orientar para aceptar los riesgos y los desafíos conceptuales que conlleva la empresa de entender un mundo tan distinto al nuestro como lo fue el de los nómadas. BIBLIOGRAFÍA DE BEATRIZ BRANIFF CORNEJO
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Para bien o para mal, nunca vamo a dejar de hacer comparaciones. Las iguientes corresponden al orden de la sonoridad artísticamente pautada - en e pecial la mú ica- y a bu na parte de sus técnicas e instrumentos productores, así como a otros tantos rasgos y gestos correlativos; el contra te hace entre parte de la experiencia estética de la Gran Chichimeca y parte de la de Me oamérica; la temporalidad comprende desde los siglos prehispánicos ha ta nue tros días . Como todas las comparaciones, las que aquí se hacen son para señalar semejanzas o diferencias. Sin embargo, nuestra finalidad no es hacer contrastes, sino conjuntar algunos resultados comparativos que puedan servir en un contexto de investigación interdisciplinaria, dedicada a conocer la realidad mexicana . Decir de manera llana que tal rasgo estético es igual -o distinto- de una zona a otra es algo de poco valor. Con el propósito de alcanzar cierta relevancia, entonces, la información deberá ser puesta en relación con los datos de otras ciencias; y sólo hasta ese momento será posible vislumbrar una imagen menos incompleta de esa realidad. Por el momento, he renunciado a ofrecer una conclusión general. Como puede notarse, diferentes problemas giran en torno a cada elemento artístico tratado. Por ejemplo, ciertos rasgos musicales parecen de origen monogenético, mientras que otros aparentan ser poligenéticos. Además, algunos muestran desarrollo y decadencia difíciles de explicar; otros esconden los motivos que hubo para difundirse; y para varios rasgos existe una ruta migratoria poco fácil de rastrear. Por lo tanto, en vista de que casi cada caso implica una problemática particular, la estructura del presente trabajo es prácticamente la de un fichero de casos musicales que parecen resultar interesantes al ser puestos en comparación. EL CÓDIGO SONORO
De una u otra forma, todos tratamos de llevar agua a nuestro molino. A pesar de ello -y con el permiso tácito de Tita-, me parecen necesarias
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estas líneas para reflexionar breve m nte obr el tado d la x sonora en el seno de la cultura. Es indiscutible que los sistemas onoro má humanam nt p utados son la lengua y la música, en ese ord n, y qu amba cumpl n imp rtantes papeles dentro de la cultura en que viv n. Pero i l t d ' d ·d· u 1 un 1 ioma -a1 menos en el ámbito de los e tudio antr pol ' gic - re ulta ser al~o plena~e~te j~stificado, el acercamiento a la mú ica par e r todavi~ una actividad mnecesaria, aun d ntro del ámbito ref rid . La r levancia de _la música, como el siste m a onor má humanam nt pautado, fl .despues de la lengua, pue d e comenzar a comprend r e a partir de re _e_xwnar sobre las diferencias entre e to do i tema . de tal confr ntac10ndse desprende q ue e1 h om b re se encuentra a nte do ' e tructura o~o:as e ~ifere~te_ naturaleza Y, por lo tanto, con cien te o incon ci nt 11 nteH sigue -d1stmtas estrategias para ent end ér ela con cada una de e ª~· e aqm algunas de las diferencia entre ambo istema pertinentes a nuestro caso. onor Las unidades de los sistemas L 1 . . . claramente diferenc • d . f · ª engua tiene dos tipos de unidad ia as. mor emas con sig 'f d . vamente ob,·etivos d d ' m ica os 1ntnn eco , re la tiy ura eros y fonemas d . . . música en camb · . ' . , que carecen e significado. La , 10, no tiene ninguna clas d .d d Además los morfem . e e uni a con significado . ' as con su s1mpl · ·t· d nan para producir sig d e sigm ica o inherente, se en cadede cualquier clase de nu1 i_cda dos com~lejos; en tanto que una combinación m a es musicales sea, seguirá careciendo d . ·t· por extensa o desarrollada qu e ·t · d e sigm icado De suyo 1 - . . m 1ca o intrínseco- cada . d d · , a mus1ca no tiene un sig, soc1e a -y en cíe t 1 1e otorga valores sub,·etivo . . r as cu turas, cada individuos Y transuonos a 1 1 . La frontera de los siste p os e ementos musicales. mas. or lo gen 1 1 1 .. contextos comunicativos en . . era , a engua se utiliza en . que participan · por eJemplo, la mímica La m - . por igua 1 otros elementos, . · usica tamb · - 11 c10nes en las que simultáneam ien ega a producirse en situaente se realiz . . cas, pongamos -por caso la da s· an otras actividades artísti. ' nza. m emba . que sea un sistema lingu" ísti· . rgo, por simple o complejo co en particula · nual será calificada en su cult r, nmguna gesticulación maura como una . d d 1· to sí es un rasgo comunicativo um ª mgüística; dicho ges- . . , por supuesto del cod1go visual, que se activan e 1 . ' como tantos otros aspectos n as situaci d h tenece al ámbito auditivo, en el cual _ ones e abla, pero no perHay elementos, como la palmada O el :enorean los signos lingüísticos. una orden) que tienen sí una manif ron~~ los dedos (para insistir en , , ' estacion ac - . (. d . mente de que éstas sean percibidas e . US t ica m epend1ente1 on a vista) • , valorados como cualquiera de los elem ' pero que Jamas senan entos que ocupa 1 1 1 la comunicación. En la música la front n e cana ora en ' era entre los eleme . esta transparencia. Si bien en un diálogo lingüi' t · ntos no tiene . , . s ico, un ademán puede apoyar o incluso reemplazar -en termmos comun · . 1cat1vos- los elemen-
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to d la l ngua, en mú ica no hay un acuerdo para decir cuándo los pao d una danza e tán o no apoya ndo o complementando sonoramente la pr ducción mu ical. De hecho, para muchas culturas africanas, un solo t ' rmino d igna lo que en e pañol por un lado llamamos "música" y, por otr , lo qu llamamo "danza"; la división conceptual que aplica en t la vi ión occidental no e , en absoluto, un hecho universal. Además, rupo humanos la onoridad de varios membranófonos e decir, el onido que emiten tambores, sonajas, palos chocay d cena de in trumento de percusión, no es música; de estos in trum ento die n lo purépecha de Michoacán que nada más acompañan, qu n produc n música. La manipulación de los si temas . En vista de que el sistema lingüístico y 1 mu ical ti enen diferentes tipos de unidades y que sus límites están marcado por criterios dispares, es lógico que las modificaciones que n cada ca o puedan operar sean distintas también. El sistema lingüístico e altam nt incon ciente para el individuo; sin embargo, cualquier hablante nor mal s capaz de manipular el sistema; de hecho lo hace, pues e de e perar e que en toda sociedad exista más de un contexto de uso lingüístico, en cada uno de los cuales los hablantes pueden explayarse con éxito . El si tema musical no tiene la misma condición de inconsciencia (por principio de cuentas, su aprendizaje es marcadamente distinto) y, aparte de que no todos los individuos tienen aptitudes (o inclinacion es ) musicales, no puede decirse que cualquier músico sea capaz de manipularlo, ni siquiera restringiéndose a todos los que tocan, cantan, bailan, etcétera. Por otra parte, la estructura musical está, ciertamente, en constante experimentación formal, estilística, etcétera, a partir de una motivación muy marcada y, así, queda sometida a un impulso cien por ciento razonado- en contraste los cambios en la estructura lingüística, que sí los hay, desde luego, son prácticamente imperceptibles y no obedecen a deliberación alguna. Por último, habrá que notar la disparidad de estos sistemas con respecto a la estética: el sistema lingüístico puede o no utilizarse en apego a una norma estética (la cual está configurada por cada sociedad, claro está), en tanto que la música, al parecer, no puede sino producirse dentro de la pauta estética. En fin I además de curarme en salud con decir que es humano hablar en favor del interés personal, con este artículo deseo hacer ver la importancia de la música en el seno de los estudios antropológicos, así como incentivar el interés hacia esta materia. De ahí que mi postura sea proclamar que la música, y en especial la música indígena mexicana, no debe concebirse como un pintoresco pasatiempo folclórico . En un contexto interdisciplinario -como lo fue nuestra convocante reunión de homenaje a una arqueóloga sensible a varias áreas del saber-, el acercamiento a la música no puede llevarse a cabo a partir de la afición. El tema de la I
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música -incluidos muchos a pecto , c mo la t . nica nt vinculados a es ta cla e de producción nora- d be un área de experiencia human a tan vali o a como tant . ra cultura no tangible. E pero poder r flejar ta pr ocu ac1 n m diant ejemplos escogidos para e ta ver ión e crita d mi trabaj • LAS COMPARACI
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El material se ha clasificado en tre bloqu e : aJ la vicia mu i a l ele ri .. n prehispánico que ya no obrevive 1co n c1·d a um · · came n e p r inf rm ac1 n arqueológica o por crónicas virreinal s); bl l are on r el muy pr_ bab le 6a origen preh1spamco . . . . y qu e no h a 1'do rnt • errum pido _ qu c n t1nua latente hasta hace poco tiempo- (documentad p r la arq u I gia_Y viejas crónicas, y/o por la etnografía pionera y la actua l); Y I la pr~ct1ca musical de las comunidades indígena cont emp rán a , co n xpr 1 n tanto relativamente antiguas como r lativam ent r ci nte (la cua l . l consta por la moderna inve tigación de campo). in mbargo, n la pr sentación no se sigue necesariamente e t orde n. En co mpl e m ent o al texto, se elaboraron cuatro representacion es para ob ervar, a l meno parcial y aproximadamente, la distribución de aerófono (mapa 1), idi ófo_n o (mapa 2), membranófonos y cordófonos (mapa 3) y d diversa práctica musicales (mapa 4); para ello, los rasgos mu ical es han sido num rados (los dígitos en cursivas corresponden a tradicione actuales). Los vasos silbadores ( r ). Se trata de una especie de vasos comunicantes, cuyas salidas de aire tienen un aditamento que produce un silbido al balancear el objeto. Los ejemplos proceden de la península de Yucatán (en gran cantidad de formas), Oaxaca (los mixtecos son especialmente elaborados), centro de Veracruz (cerámica totonaca), Tlatilco y otros sitios del Altiplano Central, Occidente, y un ejemplar con influencia teotihuacana de la región otomí del sur de Querétaro. Lo más al norte que han sido localizados los vasos silbadores es en Alfara norte del Bajío 1 guanajuatense, y Río Verde, San Luis Potosí (con figura de mono). Su distribución parece vincularse con algunos de los lugares de producción cerámica especializada; para la Gran Chichimeca sólo se localizan hacia el centro y el oriente de su frontera meridional. Exi stió otro tipo de silbadores, como el columpio totonaco, que consiste en unos silbatos disfrazados como dos personajes sentados juntos, los cuales suenan al ser mecidos. Estas maravillas del ingenio acústico prehispánico no han sobrevivido.
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La siringa (2). Se trata de una hilera de tubos, ordenados de mayor a menor; también se le denomina "flauta de Pan" . Sólo se conocen ejemplares cerámicos prehispánicos _del Occidente y el Golfo; es probable que también hayan existido de carnzo perecedero. En lugares tan tempranos
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Península de Yucatán : 1 • 7, 8, 9, 10, 11, 13
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Alcipl no Ce n era! : 1 . 4. · 6 . T c1 lco : e e nea Teo
81 . 10 5 6 , • . de México: 6 ihuacan: B. 14
Mapa 1. Aerófonos.
. mo en otros puntos del Golfo, se han como Tres Zapotes, Vera~ruz, asbi co N existe mención alguna sobre su de cmco tu os. o d' d . . encontra o snmgas h llegado hasta nuestros ias. .. h . h . cas y tampoco a uso entre los c ic ~me · silbatos de barro (3 ) por toda Mesoamenca; Silbatos y ocarinas. Hubo 1 . orno los de doble diafragma (4) del d ·f logía comp e¡a, e . h. algunos son e .mor o p nmsula . d e y uca tán. En la Gran Chic uneca, Altiplano, Occidente Y e h . el oriente en que se encuentra es. 1 • · 0 lugar acia San Luis Potosi es~ ~me O en Villa de Reyes y Río Verde. Muy al norte te instrumento, pm e¡empl . tra el uso de silbatos para coman.. ana se reg1s 1 de la frontera mesoamenc '.lb dobles (s) se emplearon tanto en e ches y kowas. A su vez, los s1 atos d . Tl ·1 y Río Ver e. · d Golfo, como en ati e~ (definida burdamente como una especie e En cuanto a la ocarma ~6) er·miten 1·ugar con la altura tonal), . ªgu¡eros que p silbato con uno o mas
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Aridoamérica : 25
A.ridoamérica:
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Alti plano Cen tral: Cuicuilco:
Mapa 2. ldiófonos .
hay evidencias de su uso tanto en Mesoa , . meca. Hubo ocarinas de un sol h menea como en el norte Chichio oyo en la Cu d , · Guerrero, así como en Aridoam, . d enea e Mexico, Oaxaca y enea- e tres .f . Occidente; con cuatro agujeros en 1 0 . on ic10s, en Tlatilco y el . , e ccidente t de y el desierto noroccidental En 1 G lf , anto como en R10 Ver. , . e o o y en Oa h b . cmco y mas perforaciones como las d 1 Al . xaca, u o ocarinas de - hay un tipo . particular' de ocarin e tiplano , d e seis · agu¡eros. · mas, A d e. a, que en luga d ºf• . . gran boca-bisel que permite varia 1 b . _ r e on ic10s tiene una r a o turacion m d . 1 . 1· .del instrumento /7)• las evidenci·as . e iante a me inac10n , provienen de la p , , 1 del Golfo, así como de las culturas del N , emnsu a de Yucatan, . orte. Segun p . mnguna práctica tradicional de 1 . arece, no persiste . a ocarina, y entre 1 ºbl b . venc1as del uso del silbato pueden citarse las t d º . as posi es so revira ic10nes alfareras de Oc1
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Mapa 3. Membranófonos y cordófonos .
cidente (en especial, los Altos de Jalisco y la Meseta Tarasca, en Michoacán). La trompeta de caracol (8). Este aerófono natural se utilizó en la Península de Yucatán, Oaxaca, el Altiplano y en Occidente, durante la época prehispánica. Hubo caracoles tocados con boquilla en Teotihuacan y el Occidente; hacia el norte, tal parece que Chihuahua es el único lugar en que se han encontrado. Algunas culturas, como la maya y las asentadas en Colima, fabricaron caracoles de barro (9 ), utilizados también como trompetas; por igual en ambos casos, los caracoles naturales eran perforados con el propósito de modificar los tonos. Hoy en día, este instrumento quizá sobrevive tan sólo en unos cuantos lugares de tradición maya en Campeche y Chiapas.
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Mapa 4. Prácticas musicales diversa s.
Flautas diversas. Entre las fla h un solo tubo- ( ro) está utas echas de barro, las simples -o de Verde es el único s ·t · n pr~sentes en toda la Mesoamérica antigua; Río i 10 norteno en el que se h rro y de hueso Por s . an encontrado flautas deba. u parte, e 1 Occidente 1 G lf 1 , 1 O o, a Pemnsula de Yucatán Oaxaca y el Alt · 1 e e , ip ano entra 1 son las re . flautas cerámicas m, •¡· d gwnes de donde proceden las as esu iza as. En Occidente h f . de orificios, tienen una ranura en el t ay lautas que, en lugm ubo, lo cual permite un cambio microtona 1 de la altura sonora; también hay fl . . . . . . autas con una canica o un tubito en su mtenor para modificar el sonid 1· . . , o a me1inar el instrumento ( r r ). En Yuca tan hubo esta clase de flautas , . , asi como unas con doble diafragma . Flautas dobles -o de dos tubos- (1 ) . , 2 se encuentran ncamente desarrolladas en el Golfo, asi como en el Occid d d , . , , ente; e nuevo, a 1 norte e Mesoamenca, solo R10 Verde reporta una flaut a d o bl e, aunque d e m·
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flu encia hua teca. La flautas triples Ir 3) son profusas en el Golfo desde h ac i lo (Tre Zapotes), a í como después entre mayas y totonacos. La fl auta cuádruple (14) aparecen en el Occidente, el Golfo y en Teotihuaca n . D e to último dos tipos de aerófonos múltiples no hay evid n cia n la G ran Chichim eca. En contra te con la exuberancia de flautas apreciada en el continuo Golf -P nín ula de Yucatán-Oaxaca y en los escasos focos Occidente y Altiplano, un enorme vacío - al menos en ejemplares de barro- se obrva n la Gran Chichimeca. De la época antigua, sólo contamos con alguno ca o , proced ntes de la región del Río Bravo: a] milagrosas sobrevi v ncia de carrizo perforado con fuego, muy tempranas, del siglo vn de nu stra ra, en la actual frontera de Coahuila con Estados Unidos; b] en la segunda mitad del siglo xvu, se habla de una anciana flautista, entre los cacaxtles, que animaba a los suyos para el combate; y e] del mismo siglo, cerca de la desembocadura del río en la costa tamaulipeca, hay información de que otro indígena también conocían dicho aerófono. En el pre ente, no parece encontrarse, en ningún sitio de México, ejecución tradicional indígena de flautas de barro de ninguna clase. Tampoco se han precisado cuáles de las innumerables prácticas actuales con flauta de carrizo tienen antecedente prehispánico. Para la frontera norte de Mesoamérica, la sobrevivencia más importante es el uso de la llamada "flauta pame", de la que se habla en seguida. La flauta d e mirlitón Ir 5). Se trata de un instrumento de alta complejidad acústica: de los cinco orificios que tiene, al más cercano al sistema de insuflación se le pega con cera una finísima tela de araña, de una especie que anida en la tierra (esta tela es la que recibe el nombre técnico de "mirlitón"; en otros lugares, como el sur de Asia, se emplean delgadísimas hojas de cebolla) . Este delicado tapón se protege con una hoja de elote. La embocadura es un artificio de tres elementos: a] al tubo de carrizo, que es el cuerpo de la flauta, se le hace un corte, a la manera del bisel de las quenas peruanas; b] el soplo no es directo al bisel, sino que el aire se dirige a la sección biselada del carrizo por medio de un canutillo de pluma de guajolote o un pequeño hueso hueco de ave; e] esta especie de popotillo se fija, cuidando la inclinación adecuada, con un par de tortillitas de cera. La única evidencia prehispánica de la flauta de mirlitón la proporciona una lámina del Códice Florentino. En la actualidad, la ejecutan los pames de Santa María Acapulco, municipio de Santa Catarina, San Luis Potosí; así como huastecos y nahuas del norte de Veracruz; según parece, hasta hace poco también la tocaron los otomíes de Hidalgo. El caso pame es el más interesante, puesto que la música ejecutada con dicha flauta no guarda semejanza con ninguna tradición melódica europea; en cambio, lo que huastecos y nahuas tocan con ese instrumento tiene una conducta musical, en apariencia amestizada. A partir .de esas cinco evidencias, la
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distribución que observa la flauta de mirlitó n e mu y r du ci da : l nt ro y una fracción del Oriente. Algunos rasgos morfológicos similare a lo de ta fl a uta pu d n localizarse en otros lugares mesoamericano . Vice nte T. M e n d za r c n o ce la membrana zumbadora en un in trume nto d vi n to c n J rma d calabazo (16), cuya única evidencia la proporci onan lo códi c pre hi pánicos de la Mixteca; además, este autor propo n e q u e l recur d l mirli tón también se aplicó al membranófono tipo "hu éhu tl ", c l a nd láminas resonadoras de papel sobre orificio h ech o n el tub o d l ta m b r. En la actualidad, la flauta tabasqueña del "poch ó " ( r 7) mu e tra un a e m bocadura semejante a la de la "flauta pame", má n o ti en e I mirlit n . 1:acia el corazón de la Gran Chichimeca, así como al N oroccide nt e, n o e tiene noticia de ninguno de estos artificios sonoro . Los raspadores (18). Instrumento de la familia de lo idi fon , co n sistente en una tablilla (de madera, hueso u otros mat erial es) qu e e fro ta con una varita. Ambas macrorregiones fueron ricas en est e in trum e nt o durante los tiempos gentiles. Algunas variedades m e oamericana e ran : la costilla estriada de ballena, encontrada en Monte Albán- n el Occide~u_e los hubo de piedra (quizá votivos) y con restos de crán~os hum ano (codices _mixtecos) y conchas de tortuga (figurillas de músicos, Nayarit) como ca¡a de resonancia. Entre otros materiales se echó mano del hueso humano y anim a1, as1, como d e 1 cuerno de venado ' para la elaboración de raspadores. Las. crónicas de nort e Y sur, oriente · • . . y poniente de la Gran Ch1ch1mef ca, re ieren el instrum t . d h . en o. e uesos curvos (Cueva Shumla Texas- como uno m1xteco de 1 , h. , • ' ' po L h 1 ª epoca pre 1spamca y uno huichol documentados d r um ? tz ª fines del siglo pasado); de una tibia huma;a con 3 5 estrías e un entierro en Río Bagre h f ' _ s, oy rontera entre Guanajuato y San Luis Pot os1,, d e1 ano l 2 70 d C ( 1 rras chich· · · vaga agregar que varios raspadores de las tieimecas proceden de t· en 1erros suntuosos por lo que es posible suponer que se trataba de al , l' d ' mes quien t fl gun 1 er O persona especial; aún entre los pa1 ' oca a auta de mirlit , d b San Carlos 1 on e e ser un chamán); la sierra de 1 ' m~:es, Y e centro del actual estado de Nuevo León son lugare_s 1ue tamb1en escucharon la frotación de muescas así com~ La Ferrenal uranguense. ~l ~oroccidente es la única región1 en México en la que e raspador contmua ejecut, d tocó hasta h an ose -o, en algunos de sus puntos, se 1 a~e poco-_; os grupos se presenta son coras, huichol es, mayos, papagos, p1mas seris tadonde h , , ra umaras, yaquis y hasta los hopis. A su vez, frente a la generalidad de usar co d 1 · d d . mo resona or a 1n1 ta e un gran bule puesto boca aba¡o, los seris usan un " · ,, ( · d . a conta especie e cesto, hecho de fibras vegetales y raíces tejidas). otro lado, es interesante notar que , ad emas , d e 1 raspa d or, se con. Por , . . signo en la Gran Ch1ch1meca colonial el uso de " qm¡a · · d as d e ca b a 11 o 11
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En primer lugar, lo equinos, y después su quijada concebida como in trum nt o onoro, on elementos traídos a América a partir de la conqui ta; n í, al in trumento de percusión se le reconoce una paternidad africana . Por lo tanto, lo que narran Arlegui, para Zacatecas, y Sánchez Gar ía, para la ierra de San Carlos, parece ser un sincretismo temprano, en el qu lo indígena adaptan un instrumento negro. Hoy por hoy, digamo re umidameme, como instrumento de percusión, la quijada está pre ne n cuatro núcleos culturales (en ningún caso parece ser sustituto d algún ra pador): al entre los mestizos del Sotavento, para acompañar 1 n jarocho; bl entre los nahuas y mixe-zoqueanos del Istmo veracruzano, para 1 mi mo fin; el entre los afromestizos de la Costa Chica, dentro d la in trumentación de la danza de "Diablitos" -de marcada influencia africana- ; dJ entre los amuzgos, vecinos de esos negros, con el mi mo propó ito. Lo , concu ore (20). Son idiófonos de sacudimiento, cuya forma es, por lo común, un anal de cuentas. Cuando dichas cuentas son de conchitas, caracolito , laminilla de piedra o cristal, huesos de fruta secos, o piezas dentale , se trata de conjuntos de idiófonos de entrechoque; en los casos de ca cabeles y capullos o bolsitas con piedrecillas, se trata de conjuntos de idiófonos particulares, ya que cada uno suena por sí mismo al sacudírsele - de hecho, los cascabeles llegan a emplearse de manera individual. Así como el raspador, los concusores son otros de los instrumentos omnipresentes en las dos macrorregiones de estudio. De la época prehispánica, hay gran cantidad de evidencias procedentes de Mesoamérica: a] desde el Preclásico se aprecian los sartales de pequeños contenedores para las pantorrillas (figurillas de barro, Cuicuilco); b] en Oaxaca los hubo de elementos vegetales, así como con cascabelillos de oro en collares, pectorales y otros tocados; e] en la Península de Yucatán hubo sartales hechos con molares humanos, y con cascabeles y pequeños moluscos, práctica que también se aprecia en el Golfo (El Consuelo, o Tamuín, es rico en cascabeles de barro) y en todo el Occidente (Colima, Michoacán, Jalisco y Nayarit). Para la Gran Chichimeca, tanto la arqueología como algunas crónicas refieren el uso de concusores: en nuestro lugar anfitrión, se han encontrado en los valles de Guatimapé y de Topia, así como en lugares circundantes como Charcos de Risa, en las cuevas La Candelaria, Ventanillas y en toda la región de La Laguna; por cierto, cerca del actual Cerralvo, Nuevo León, habitó el grupo "cascabeles", nombre sugestivo relacionado con este instrumento. Una similitud, por demás interesante, entre las dos macrorregiones, es la estima que algunos grupos tuvieron hacia estos idiófonos; en la mixteca prehispánica se sabe de ciertos cascabeles de oro, inalienables, apreciados como joyas pertenecientes a la comunidad; y en la Gran Chichi(1
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meca, Alonso de León informa que la muj ere d l u v ant nd r 1 tenían "por muy gran ga la" . Una diferencia int r ant , a c iada en otros casos al desarrollo de la cerámica, e que n M e ri a cabel se llegó a usar como pata de va ija y platon , n a í n n rt Chichimeca. En muchos sitios continúa ha ta h oy el mpl d c n u Los ayoyotes - o "huesos de frail e"- de lo c nch r n un ejemplo de su uso en la actual Mesoamérica, incluy nd 1 Bají z na vecinas hacia el nort e. En el área conformada por Zacat ca , ua alientes, Jalisco, San Luis Potosí y Guanajuato int re ant 1 u d un sistema de concusores consistente en carricillo o pequeñ r c n e de hojalata, pendientes de la ropa 12 1). En el noroccid ent e, gran pr en ia tienen los sartales de capullos - también llamado "t n á bari "- (22), entre guarijíos, mayos, pápagos, seri , tarahum ara y yaqui ; 1 hui h les utilizan sartales con bolsas. M erecen de tacar e por igual l cintur nes 123) de pezuñas de venado lmás recientemente de c rdo) d e la dan za yaqui-mayo; también los hay con docenas de carricillo pe ndi e nt , utili zados en Zacatecas. Por su parte, los indígenas jonaces, del nort e de Gua n ajua t , ti n n una danza eminentemente percusiva, acompañada por grand tamb re ; en ella, cada danzante emplea cantidades con iderable de ayoyot . A pesar de que alguna versión de esta danza, ademá de los tambore , incluye un violín, es posible que envuelva una sobrevivencia del arte percu i:'º de la Gran Chichimeca, carente de gestos melódicos. En este orden de ideas, ~éngase en cuenta que los purépechas de Michoacán practican en la a_ctuahdad danzas activadas únicamente por percusiones las cuales clasifican como "danzas sin música". ' . Las sonajas (24). Es muy probable que toda la Mesoamérica prehispánica · · - d e sona¡as . de gua¡e; . en muchos lugares hay . haya . visto 1a e¡ecuc10n evidencia de que la · . , . . sona¡a era agu¡erada lcodices Florentino y Dresclen, P?r e¡emplo). También se fabricó de barro, las más de las veces reproduciendo el modelo con O · f · . n ic10s -asi consta desde el Preclásico y, m ás tarde, mediante los instrumento s Y t·igun·11 as d e mus1cos - · ., del Occi· d ente-; tambien ' con figuras hu f . manas Y zoomor as en la Penmsula de Yucatan, el Golfo, el Altiplano Y en el mismo Occidente. En las vi e jas crónicas sobre la Gran Chi~himeca, mucho se habla de sonajas de guaje -casi infaliblemente- agu¡eradas; aunque en Río Verde también las hubo de barro con hoyitos. Un tipo de sonaja parece estar vinculado al desarrollo en ce~ rámica: los platos de doble fondo 12 5), encontrados en la región maya así como en Aridoamérica. ' . En todas estas latitudes se ha dejado de producir la sonaja de barro, mientras que la de guaje -con agujeritos o sin ellos- sigue en verdad vi gente. Se conservan por igual sus aspectos decorativos: disposición simé-
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trica d orificio , coloración, pluma y bandas de colores, etcétera. De los j mplo cont mporán o , merecen de tacarse tres sonajas: a] la de los ma Id 1 anti uo oroccidente mesoamericano), consistente en un man con un anal d capullo (26), cuyo principio organológico es par ciclo a una onaja d lo yumano de California; b] la que procede de Zacat ca -Agua caliente (centro urde la antigua Chichimeca), con espina d magu cla ada n u cu rpo cilíndrico j27); c] la de madera enamblada (2 ), elaborada por lo tara humaras. D man ra en ral, la onaja en México la utilizan danzantes que no ob erva n mayor laboración mu ical; digamos que únicamente siguen un ritmo. Por lo tanto, ate nción e pecial debe dársele al uso de la sonaja como acompañami nto de ca nto - no siempre en contexto de danza- en Sonora, la California y Arizona (cfr. infra). La concha de tortuga. E un instrumento natural del cual se conocen en México tre u os musicales : a ] como idiófono de lengüetas (tipo xilófono) (29), b] como caja de resonancia (30), y e] como sonaja (31). En la antigua M esoam érica fue empleada por oaxaqueños y peninsulares de Yucatán, y las cultura del Occident e, como un xilófono percutido con cuernos de venado, y como resonador para los raspadores del Nayarit. De estas prácticas, ólo se conserva su ejecución percusiva entre huaves y zapotecos del I tmo. En el Noroccidente no aparece reseñada como xilófono. En tiempos recientes, se usan dos conchas como resonadores del arco musical seri. En esta zona se aprecia, en exclusiva, su empleo como sonaja, entre seris, pimas y kiliwas, aunque ya prácticamente en desuso. Como sonaja, parece no haberse conocido en Mesoamérica. El teponaztli (32). Comúnmente, se trata de un idiófono fabricado, tipo xilófono de dos lengüetas. Su distribución en Mesoamérica fue casi total. Hacia el sur , se le encuentra aun fuera de esta área, ya en Centroamérica; por el Norte, no parece llegar más arriba de Zacatecas (Kirchhoff opina que era conocido por los guachichiles), aunque parece ausente en la prolongación noroccidental mesoamericana (Nayarit-Sinaloa-Sonora). En la actualidad sobrevive entre muchos grupos indígenas (otomíes de Puebla, matlatzincas del Estado de México, nahuas de Morelos Y Guerrero, purépechas de Michoacán, etcétera), así como en muchos núcleos mestizos (Jalisco, Guanajuato, Querétaro, Distrito Federal, etcétera). De esos remanentes, destaca el continuo maya del Golfo: la ejecución del teponaztli desde huastecos, pasando por chontales, hasta mayas de Campeche; el rasgo común de este xilófono bilenguado es que funciona como acompañante de flautas similares, como la de mirlitón, en la Huasteca, Y la del "pochó", en Tabasco. Los membranófonos. Con respecto al uso de tambores, nuevamente la Gran Chichimeca presenta un gran vacío frente a la extensa variedad
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de percutores de este tipo en la Mesoamérica pr colonial. La pr n ia algunos tan especializados, como el tambor cerámico globular c n a lida de aire (33), va desde el Altiplano hacia la macrorr gión maya, y ll a hasta Honduras. Los tambores de tronco ahuecado, tip o "huéhu ti ", n alcanzan más territorio norteño que el de lo huichol e . Hacia I n r riente, sólo se alude a un tambor (34), en Tamaulipa ; má al n n , í reportan los membranófonos entre los indio de Texa ; en el n id nte se encontraron tambores entre acaxees y tarahumara . En Aridoamérica se tiene noticia de tambores de cuerpo d e barr n rma de copa (35) (como los oaxaqueños y de la región yucatecal, y tamb r d marco de madera (36). Entre las sobrevivencias más interesante está la del "kayum", o tambor de barro (3 7), tocado por los lacandones. Por lo dem á , el r to de los tambores de barro cayó en desuso, mientra que e l "huéhuetl" igu muy campante. En la región de los conchos, Chihuahua, per i te e l tambor de marco. Monocordios. En el México antiguo, parecen haber existido dos cordófonos, ambos de una sola cuerda: aj el arco musical, parecido al u ado para cazar; y b] el arco bucal. A diferencia de otros casos, ahora es la Gran Chichimeca -en especial el Norte y el Noroccidente- la que parece más rica, al menos por lo que toca al arco musical, frente a las poca referencias que hay de Mesoamérica. Sin embargo, para ninguna de las macrorregiones hay evidencias contundentes respecto a su uso durante la ép.oca anterior al contacto con Europa (a excepción hecha, quizá, de las representaciones en los decorados de la cerámica del Sur de Estados Unidos). No obstante, desde épocas relativamente recientes, hasta nuestros días, existen referencias al arco musical (38) entre apaches, comanches, ceras, huicholes, lipanos, tepecanos, tepehuanos, pápagos, pimas, seris, ya_quis y yumanos. Los instrumentos en estas culturas tienen en común que se tocan golpeando la cuerda con una vara (o flecha) y que no cambian de tono; es decir, durante su ejecución, la cuerda no se somete a ninguna tensión -o distensión- deliberada que produzca una diferencia de altura sonora. Es frecuente que estos arcos acompañen los cantos, algunos de los cuales comprenden un texto ininteligible. Los seris tienen arcos (3 9) que representan una notable diferencia en relación con el prototipo de estos instrumentos. Primero, se informa de un ejemplar con una cuerda atada de la mitad del arco a la mitad de la cuerda tensora; al momento de tocar, esta cuerda intermedia se distensaba y tensaba a voluntad, consiguiéndose así cambios ·de tonalidad. En segundo lugar, se advierte un sistema resonador diferente: según el prototipo, los arcos cora, huichol y tepehuán tienen una sola caja de resonancia: un gran calabazo, sobre el cual se pone el arco, sostenido por un pie; así, la cuerda se golpea
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con do vara , una por cada mano. En cambio, el arco musical seri se sosti n , cu rda arriba, con la mano izquierda sobre dos ceritas puestas boca abaj - o do concha de tortuga-, en tanto que sólo la mano derecha olp a la cuerda con una vara. A u vez, como aditamento, destaca el arco c ra, al qu e le amarran pequeño casacabeles que suenan por vibración. La pr ncia del arco mu ical es notoria, pues, en el continuo noroccid ntal; au nqu e, ha cia el nororiente, las crónicas coloniales informan que 1 grupo indígena denominado "negritos" lo conoció también. Con r pect al ur de la Gran Chichimeca, casi no existen menciones al uso del arco d cacería como instrumento musical, aunque sí hay referencias al arco bucal (40), por ejemplo en Guerrero, en la sierra de Zongolica, Veracruz, entre lo huaves de Oaxaca (donde el arco es de hueso de pescado) y entr los mayas. En el Noroccidente, este instrumento existe entre seris, tarahumara y yaqui . El arco bucal observa varias constantes: a] la cavidad bucal como caja de resonancia; b] la ejecución por punteo (con los dedo de la mano que no sostiene el arco); e] el cambio de altura tonal (logrado al pulsar la cuerda hacia el arco con la mano que lo sostiene). La excepción es la tradición maya, donde se toca con una varita y con otra se modula la tonalidad. Canto con literatura ininteligible (41 ). Como ya fue anotado, en el norte Chichimeco se detectaron cantos cuyo texto no es descifrable para el cantador o para su auditorio. En el nororiente, se encontró este rasgo entre los indígenas icuanos, texas, tancahues y nadacos, ya desaparec~dos. En el caso de los grupos del noroccidente, con tradición cultural vigente, las características de tal fenómeno, así como sus explicaciones, son muy variadas. Los coras, huicholes, tepehuanos y. yaquis dicen que esos cantos son formas arcaicas de su lengua (42); a su vez, la manifestación tepehuana consiste prácticamente en un simple tarareo. Además, los ceras tienen un repertorio de canciones que, sin margen de error, están en náhuatl (43); este idioma, a pesar de ser de la misma familia lingüística, es incomprensible para cantadores y espectadores. Los seris ca~tan una retahíla de sílabas sin sentido gramatical, de estructura mas compleja que la de un tarareo (44); en su origen, esos cantos parecen ser de tradición yaqui. La literatura cantada ininteligible también está documentada para apaches, comanches, kiowas, tarahumaras y yumanos. En la geografía mesoamericana, aparte de los casos recién citados del Noroccidente, no es común el canto con textos no comprensibles, al menos en la época presente. Como quiera que sea, de acuerdo con nuestras fronteras convencionales, el canto con literatura ininteligible es un rasgo presente en ambas macrorregiones. . Estilos de cantar. Si aceptamos que en México, a unos años del siglo xx1 I aún se habla más de un centenar de lenguas indígenas, el número de
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lenguas para las que existe una tradición ca ntada e mu p qu ñ . Además, varios de esos estilos m elódico n ab o lu ta m n t occid nta l Tal es el caso de las pirekuas en purép cha, de la "ca n ion e éln rt ñadas" yaqui-mayo, de los sones y val e zapo t c , y de la "ca n ci ne d flor" de los mazateco , por citar alguno ca o . Lo in t r a n t en t n e es destacar aquellos estilo autócton o , digam o , qu difi r n e té tica y estructuralmente de los cánone europ o , o que n o mu e tra n u n a lt grado de occidentalización (4 - ). Con e a ca rac terí ti ca , p i bl v r un continuo hacia el litoral nort e del Pacífi co, qu co m pre nd la 1guientes tradiciones (citadas de nort e a ur): yuman a (cant ac m añadas con sonaja), pima (id.) , pápago (id.), eri (id.) . guarijí o (id.), yaq ui (canto acompañado con tambor, y con é te com o caja d r on a nc ia), tepehuano (canto acompañado con arco mu ical y fl auta ); e pro blable que haya ·que agregar cierto repertorio cora y huich ol en e te e ntinu o . Análogamente al caso anterior, estarna ante un ra go pre nt n la d macrorregiones. Otra zona de interés, del mismo lado oceánico, la conforman lo cantos improvisados a capella (46) de amuzgos y mixt eco de la Co ta. Por último, los lacandones continúan cultivando un estilo local (4 7), igualmente distante de las estructuras musicales europeas . La simultaneidad de focos sonoros . Algunas tradicion es mu icales indígenas muestran un rasgo que no parece ten er paralelo con su hom ó logos occidentales (burdamente, es la oposición resp ectiva e ntre multifonía Y polifonía). Se trata de la ejecución simultánea de distintos focos sonoros que -esto es lo importante- tienen una misma área de convergencia (48). Ilustrativo parece ser el ejemplo yaqui de la Danza del v enado. En dicho contexto, se encuentran dos focos sonoros que producen, cada uno, sonoridades muy distintas; uno está asociado a un danzante que personifica al "venado" y otro a un danzante diferente, denominado "pascola". Con respecto al primero, los sonidos son: a] la melodía de los dos cantantes; b] el ritmo del par de raspadores de estos cantantes; e] el ritmo de la "jícara de agua" del músico que acompaña a los cantantes; d] el par de sonajas del danzante; e] el sartal de idiófonos que dicho danzante lleva a la cintura; f] el par de sartales que lleva en las pantorrillas el danzante. Los sonidos del segundo foco son: aj la melodía de una flauta; b] el ritmo del tambor que acompaña la flauta; e] el sistro que lleva en la mano el otro danzante; d] el sartal de idiófonos que lleva en la cintura este danzante; e] el par de sartales que lleva en las pantorrillas el danzante. A pesar de que la melodía de la flauta presenta rasgos occidentales, el complejo sonoro que se produce resulta atípico a los patrones europeos. Algo similar ocurre con el acompañamiento de ciertas danzas huaves (49), en las que se pueden distinguir también dos focos sonoros simultáneos: uno en torno a la flauta, con tambores y conchas de tortuga; y otro
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Fe r n a n d o
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en torn a lo lla m ado " aban ro ", que integra gritadores, silbadores, y l acu dimi n to d una torre de e ne rro . De igual modo, el carnaval entr l tz tz il pu d int rpr tar co mo un ejemplo más de cruzamient d plan o mu ica l (-o). Danza del tema de Conqui ta . E un hecho comprobado que en la ép ca pr hi pánica practicaron, por lo meno en el área mesoamericana, e mbat fi n ido a m an ra d danza y escaramuzas. También se sab q u la danza d 1 ciclo car olin io eran parte del bagaje artístico de los e nqui tador . Pu bi n, dentro de un ambiente sincrético, de ahí reult · un c njunto d danza en la qu participa "Moctezuma" -u otro principalon u bando de "indíg na ", a í como un bando de "españole " ; lo m á int re ante e qu dicho conjunto e divide en dos grandes grupo : a ] danza n la qu e " acrifica" una persona, de manera teatralizada, por upu to; y b] danza que no presentan este capítulo. No creo ca ual la di tribución de e to baile : las primeras se representan -o lo hici ron ha ta hace poco- del e tado de Querétaro hacia el norte; las segunda , n lo qu hoy llamamos Me oamérica, incluyendo Guatemala y llegando hasta Panamá. Tal paree que el antecedente del sacrificado del primer grupo de danzas e tá en aquellos mitotes de la Gran Chichimeca en los que hacían bailar a un enemigo capturado, para luego destazarlo y aun comerlo. Según las crónicas, en Mesoamérica también se hacían ceremonias con dichas características. No obstante, parece que las danzas -y de ellas, en especial el impulso simbólico e intelectual que las produjo- no se preocupan en reproducir las mismas páginas de la historia. No es éste el lugar para comparar los motivos y características de los mitotes chichimecas con aquellos de las fiestas mesoamericanas. Se trata simplemente, de destacar la distinta proyección contemporánea de antiguas y aparentemente similares celebraciones. Además, todo parece indicar que existieron fiestas -o mitotes- exclusivas de cada una de nuestras macrorregiones. Una del norte chichimeco que parece estar ausente en Mesoamérica, es aquella en la que se consumía no a un sacrificado, sino a un miembro de la comunidad que hubiera fallecido; es decir, la práctica de antropofagia fúnebre. Por último, disculpándome por no presentar todo en términos comparativos con Mesoamérica, cito algunas alusiones a festividades de la Gran Chichimeca, que pueden ayudar a completar nuestra visión de aquella parte del mundo que tratamos de comprender, ya que, en estas latitudes, nada hay más preciado que el valor testimonial intrínseco de las referencias a los mitotes. En ese sentido, aun aquello que se escribió acerca de los preparativos de tales mitotes es una fuente etnohistórica importante. Por ejemplo, a partir de esos datos, se pueden proponer fronteras lingüísticas pues, según una crónica, para invitar a la fiesta a un grupo
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enemigo, el mensajero enviado por la tribu celebra nte h acía una antomima, además de entregar unas fl echas especial e . Es de u pon r , pu , que así ocurría porque sus idiomas eran ambos ininteligible ; aunque e to no es algo necesariamente verdadero, pues to que ta mbi n pu d xi tir un tabú lingüístico en torno a los ritual es de invitación. (Por ciert , en la "Danza de indios" (51), de Ocampo, G uanajuato, el on dura n te l cual e representa el sacrificio humano se llama "El pa ajero ". ) A u v z, para dificultar más aún el estatus nómada o sedentario de l os pame , habrá que considerar que peregrinaban al río Bravo, todavía hace unos cien año , en busca del peyote necesario en sus mitotes . Por su parte, existieron mitotes para hacer las paces (5 2 ), en lo cuales las mujeres retiraban las armas, evitando así que la fi e ta terminara en guerra; durante ellos también se instalaban vigías, con el o bje t de que grupos enemigos no los atacaran, desarmados, aunque Sánch ez Ga rcía así sorprendió a unos en Tamaulipas (¿habrá seguido el ejemplo de Pedro de Alvarado con la matanza en el Templo Mayor de Tenochtitlan?). Se abe que, dentro de contextos festivos, se realizaban intercambios entre distint~s grupos; es probable que estos mitotes, digamos, de pacificación interét1:ica, fueran las ocasiones en que tenían lugar dichos trueques (coahuilen~s Y acoclames llevaban tabaco a tales intercambios) . Posiblem ente, los mitotes llamados "tatol" -nombre dado por los escribanos nahuas que acompañaban a los colonizadores y atestiguaron tales actividades- fueron ~elebraciones de este tipo, pues tenían como finalidad característica reunu a lo · f d. , . s _Je es para ialogar y formar alianzél.S; esto puede explicar por que,hh~cia fmes del siglo xvn, los principales de los indios de Nadadores C oa mla as, 1· f ' . , i como e Je e de los tobosos, se vistieron con atuendos del mitote para hac · · . . er negociaciones con los españoles. No obstante también existieron m·t . . ' i otes en 1os que distmtas fracciones indígenas trataban de concertar la m d • anera e u contra los españoles - tal episodio histórico tiene su analogí 1 . . ' . . a en as estrategias del cura Hidalgo y otros participantes del movimiento ind d . . epen entista qmenes, con el pretexto de bailes y fandangos, se reunían par 1 •f· . .1 P am icar sus acc10nes (mas, si a alguno le ofendiere, mi perdones por el símil).
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COLOFÓN Y CONSOLACIÓN
íl l l3 T.I
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Hasta donde sab emos, para 1a G ran ch·1ch 1meca . . no se conoce ningún tipo de s1stem · , · d · . , . a p1ctonco e ongen preh1spamco similar desarrollado por olmecas may · , ., , as, m1xtecos, etcetera. En consecuencia, no hay una notac10n .musical a u t oc , t ona que h aya p1asma d o de manera gráfica ni el más sencillo, ritmo , m· 1a mas , f,ac1·1 me 1o d1a ' (y s1· acaso existiera, nada asegura que seriamos capaces de interpretarla). Durante la época colonial, ninguno de los cr omstas · , mus1ca · 1 europea uno solo de los mopaso, a ortogra f ia
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ti vo mu ica le qu gu ra m nte e cuchó en aquellos tiempos gentiles. L a n t ri r cr a la ima n inm diata de que, sin remedio, carecemos de t da p i ta qu pudi ra fac ilitarno. una imagen de la sonoridad de la múica in dí na d la r::m C hichim eca. N o obstante, algunas comunidade in cü na co nt m porá n :i continúan realizando ciertos ritual es de or ige n pr hi ame n cu yo context o se toca determinada música, la cu al, por u caracte rí ti ca. fo rmale e in trum ento y técnicas de ej ecución, tambi · n pu de identificar e com o una su perv iv enci
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F e rnand o
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-
LA FRONTERA NORESTE DE MESOAMÉRICA: u PUENTE CULTURAL HACIA EL MrsSISSIPPI
Patricio Dávila Cabrera Centro
1NAH -Sa n
Luis Potosí
Cuando a m diado de los año cincuenta el arqueólogo Agustín Delgado informa obre la pipa de piedra del Cerro Veteado, en la región de lazona m edia del e tado de San Luis Potosí, aporta la primera prueba concluy nte del contacto cultural que, en época prehispánica, tuvieron las culturas del nore te de México con las del este de Norteamérica, concretamente con las desarrolladas en el inmenso Valle del Mississippi, s paradas por una distancia formidable. Estas relaciones no fueron entonces alguna novedad, ya que, desde año atrá el Museo de Historia Natural de Nueva York, buscando concretar est;s relaciones, venía patrocinando a un equipo de investigadores encabezados por Gordon Ekholm, donde se encontraban, entre otros, James B. Griffin, Alex D. Krieger y pqsteriormente Richard MacNeish, apoyados por Wilfrido Du Solier como investigador del INAH. . No conozco los motivos por los cuales el proyecto del museo de Historia Natural de Nueva York se desintegró sin haber aportado alguna conclusión al respecto (exceptuando quizá el artículo de Griffin, 1966 J, sin embargo -aunque dispersos-, nos legaron algunos trabajos que va~e la pena reevaluar, ya que esta hipótesis fue virtualmente desecha~a sm algún argumento por muchos años. Para los propósitos de este traba¡o debemos recordar, además de las investigaciones de Gordon Ekholm en la región de Pánuco, las que llevó a cabo Richard S. MacNeish en ~a coS t ª de Tamaulipas, haciendo hincapié en que antes de que ellos re~l_izaran sus proyectos, el conocimiento arqueológico -directo- de la regwn HuaS t eca era nulo. 1 · · "ón en a reDentro de este esquema Ekholm concentra su mvestigaci gión del valle del río Pánuc~, que abarca apenas unos ochenta kilómetros · · d e Las Flores antes de su desembocadura; excava intensamente 1os sitios y Tancol, actualmente bajo la conurbación de Tampico-Madero, en maulipas, así como las localidades Pavón y El Prisco, en el poblado de ~a. • · t nuco, Veracruz, además de estudiar otros diez asentamien os en la m1s. ma región. Su propósito -bien logrado- fue establecer una secu~~cia cultural que permitiera cotejarse con las del sureste de Norteamer~ca, aun cuando finalmente se ve envuelto por la problemática mesoamenca. . ella sus estu d10s. º s·m em b arg O, en su trabajo sobre na reonentando hacia Pánuco (Ekholm, r 944) afirma:
T:-
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F erna nd u
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The discovery that a long eq ucncc of w 11 -dc vc l ped c ulture · has ex, red in the Tampico-Panuco area is particularly imp rtant in e nn ccti n , tt h th c problems of th e relati onships betwcen thc Miel ll e Am erica n c ulture ami those of thc Southca tcrn Unitcd Sta te . Th e ·equ ncc wc havc t hlt shc 1, tll serve as a basis for studi c and inve tiga ti on concc rning tht rcl a t1 o n h1 ps which until now havc been cxtrcmely ob cure beca u e o f th c lack o 111 fo rmation on thc Hua tcc arca (p. 506).
Por su parte, Richard S. MacNei h vien de pué a la c ta d Tamaulipas buscando también esos contactos y concluy u , aunqu I dat obtenidos son suficientes, es n ece ario aclarar y d finir la ruta, la p a, el grupo cultural y el tipo de contacto entre e ta regi n m ab emos, posteriormente también abandona te tema; in embar n u trabajo (MacNeish, 1947) menciona:"Thu , I beliv we may tate that a chain of contacts existed from th e Hua t ca in Mexico to th lat templ · mound builders having the "Cult" ea t of th Mi i ippi" (p. r r ). También en México, desde principio de siglo, mu ch o d los inve tigadores daban por hecho la existencia, en mayor o m en or grado, de co ntactos entre estas distantes áreas; entre ello d tacan la r fer ncia d Miguel Othón de Mendizábal ( r 924), quien afirmó: Los olmecas desembarcaron efectivamente en la m arge n dere cha del río Pánuco (Pantlan, lugar por donde pasan) porqu e no hubi eran podido ll ega r sino embarcados; pero su peregrinación fu e terrestre, auxiliada por las g rand e lanchas pluviales usadas sin duda por s us antepasados en el caudaloso río Mississippi, de donde procedían, en el transpo rte de s us baga jes y el paso de las innumerables corrientes de agua de la costa por la que marchaba n, pr x1mos al mar (pp. 179-180).
Aun si nos remontamos a los documentos virreinales encontramos su' de las cosas de gestivas referencias¡ por ejemplo, en la Historia general Nueva España, fray Bernardino de Sahagún (1969) nos dice: A los mismos llamavan Panteca o panoteca, que quiere decir hombres de lu-
gar pasadero, los cuales fueron así llamados por qu e viven en la provincia de Pánuco, que propiamente se llaman Pantlan o Panotlan, quasi Panoayan, que quiere decir lugar por donde pasan, que es a orillas O riberas de la mar; y dicen que la causa por que le pusieron el nombre de Panoayan es que dizque los primeros pobladores que vinieron a poblar esta tierra de M éxico, que se llama ahora India Occidental, llegaron a aquel puerto con navíos con que pasaron aquella mar; y por llegar allí le pusieron nombre de Pandan, y de antes le llamaban Panotlan, casi Panoayan, que quiere decir como ya esta dicho lugar de donde pasan por la mar (Libro x, § 8, párrafo 83 , p. 203 ).
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Patri c io
Dávila
Cahr e ra
Mapa 1
Como estas últimas, existen innumerables referencias respecto a la importancia de la navegación prehispánica (como las barcas con mercancía que encontró Cristóbal Colón en el Caribe), pero en el caso que nos ocupa considero reveladora la expedición de Hernando de Soto, a quien se le atribuye el descubrimiento y exploración del río Mississippi (Morales, 1990), aun cuando su propósito fue el de situar las míticas siete ciudad~s de Cíbola -donde había gran cantidad de oro-, por lo que De Soto, siguiendo la pista a los objetos metálicos que los exploradores españoles adquirían de los indígenas (que salían navegando por la desembocadura del Mississippi hasta el Golfo de México), tras enviar dos expediciones , de Tampa, en 1a penmsu , la sucesivas, en 15 39 desembarca en la bahia . de . la Florida• con alrededor de mil hombres, por tres años se adentró pnnc1palmente1 en el valle del río Mississippi, a la orilla del cual muere, p~r lo que sus hombres tratan en vano de llegar por tierra a la Nu_eva Espana,_ Y regresan a orillas de ese río, donde construyen siet~ berga~tmes Y, u~ _ano después, en 1543 escogen entre regresar a Cuba o ir al Panuco, prefinen-
Un
puente
c ultural
hacia
el
Mississippi
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br vivi nt do este último destino y, tras navegar por 52 día , lo 3 Ir tranquilamente cubren esta enorme di sta ncia in probl ma algun , lo que me hace suponer que era ya una ruta tran itada . Para corroborar lo anterior, la observación de lo mapa d ta región de los siglos xvr y xv11 nos mues tra con cla ri dad 1 in te n o tráfico fluvial en el Mississippi, donde inclu o se aprec ia la en orm dif re ncia entre las canoas construidas con armazón y recu bierta d pi l o cort za, típicas de los grupos norteamericanos, y la fabri cada a pa rti r d u n ra n tronco, ahuecado y con las clásicas extension e en u x trem o , qu poseen prácticamente todos los navíos m esoa m erica n o ; m á a ún, n a lgunas, aparecen claramente las diferencias en la ve tim enta y en lo art ícu los transportados. Continuando con la observación de los plano , n co ntra m o un a ca n tidad significativa de toponímicos 1 con el prefij o - en 1 ngua te n k o huasteca- "tam", como Tampa, Tamiami y quiza T all a hassee, en la Fl orida; pero más sugestivo es el hecho de qu e en num ero a represe nt aciones se le llama Tamaroa o Tamarora a la ciudad prehispá nica de C ah okia, en el estado de Illinois, situada frente a la ciudad de San Lui Missouri (con el río Mississippi de por medio). Esta zona arqu eológica posee entre sus construcciones el montículo más grande de ese país, llamado Monk Mound, y tiene además una importante serie de analogías con la ciudad de Tantoc, que actualmente estamos explorando en el municipio de T amuín, en San Luis Potosí. La oscilación de la llamada "frontera norte de M esoamérica" ha motivado una serie de trabajos (Braniff, 1989), gracias a los cuales ahora nadie pone en duda las relaciones existentes entre las culturas del suroeste de Norteamérica y las de México, que explican los contactos a través de las rutas comerciales del desierto, incrementadas en épocas de moderación climática, tomando frecuentemente el área llamada "Oasis América" virtualmente como una extensión septentrional de las altas culturas del centro de México. Sin embargo las culturas del sureste de Norteamérica han sido vagamente relacionadas con las mexicanas de la costa del Golfo de Méxicono obstante, sostenemos que ellas han estado continuamente en contac-' to naval, no sólo a lo largo de la costa marina, sino que utilizando los ríos lograron vincularse con lugares remotos . Erróneamente prevalece la idea de que las altas culturas del territorio mesoamericano estuvieron tajantemente limitadas por el norte 2 con la presencia de los salvajes y agresivos chichimecas, quienes ocupando el 1 2
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Sin mencionar a varios con indudable raíz mexicana . Algo similar debi ó pasar en la "frontera" sur, dados los elem ento s de intercambio con Sudamérica.
P a er
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C a /i r e r a
emide ierto ai lar on el desarrollo cultural del México prehispánico. Sin embar go, el avance de las investigaciones en numerosas partes del norte del país ha dem ostrado, por un lado, la cuantiosa existencia de comunidades edentarias, modestamente agrícolas, pero con los suficientes elem entos m ateriales para manifestarnos arqueológicamente no sólo su preencia, sino su desarrollo; y por otro, que la peligrosidad de estos chichimeca no es, en muchos casos, más que otra de tantas exageracion es - i no invenciones- que el virreinato utilizó para obtener subsidios de la corona española. No podemos negar la barrera natural que nos presenta la región semidesértica, ocupada en efecto por cazadores-recolectores, que en pequeños grupos nunca constituyeron peligro alguno; es más, las evidencias nos indican una muy buena relación e incluso simbiosis con las aldeas vecinas, lo que facilitó un precario comercio dentro de extensas regiones. Sin embargo, el que los grupos más avanzados no siempre pudieran asentarse en estos lugares, en manera alguna indica que las hayan desconocido y transitado, como claramente se ha demostrado entre las culturas del centro Y occidente de México con las del oeste de Norteamérica. La situación en el este de México es diferente, puesto que el obstáculo en la llanura costera por el semidesierto pasa a segundo término dada la favorable navegabilidad de las aguas costeras del Golfo de México, incluso con el auxilio -viajando hacia el norte- de la corriente del Golfo, al adentrarse en el mar. No tengo duda alguna respecto a que en la región huasteca (como debió suceder en otras) los grupos precolombinos estuvieron siempre conscientes de la existencia -al norte- de otras altas culturas separadas por grandes distancias, con las cuales con frecuencia tenían algún tipo de contacto, principalmente comercial; sin embargo en algunos momentos las relaciones se intensificaban por razones que aún no podemos definir -¿conquistas? ¿migraciones?-, enriqueciendo y renovando el proceso de desarrollo local. El más claro de estos momentos aparece ejemplificado dentro de los resultados que aporta el Proyecto Huaxteca (Merino y García Cook, 1987), cuando nos señalan en relación con el caso que nos ocupa, la cla' . ra presencia entre 650 y 900 de "una nueva corriente cultural que no tiene raíces en la región de estudios" (op. cit., p. 58); y agregan que entre · 900 y 1200 "se observa la consolidación de la nueva tradición cultural arribada" (op. cit., p. 61), lo cual reiteran (García Cook y Merino, 1989) Y coincide totalmente con los datos que tenemos para la ciudad de Tantoc, aun cuando discrepamos en otros aspectos, ya que nuestra visión del desarrollo local se circunscribe a la que este sitio nos proporciona. De acuerdo con lo expuesto, podemos sostener que la región huasteca fue el puente natural hacia aquellas apartadas culturas, ya que encontra-
U n
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ha c i a e l
M i ss i ss ip pi
mos en numerosas publicaciones una larga li ta de el ment , u aun aislados son indicativos, pero que en conjunto tien en u n gran pe o para demostrar la intensidad de estos contactos.3 Recorda ndo lo principale , tenemos a las ya mencionadas pipas de piedra encontrada n 1 c ntro de San Luis Potosí, cuyo origen se encuentra en do zon a d N rt am rica; las de plataforma y efigie incues tionablem en te proc den d lar i n Hoppewell, en la parte más alta del río Mi sis ippi, mien tra qu la qu presentan un asa en la parte distal se encu entra n de de el va ll de l Mi sissippi hasta el extremo noreste de T exas, y i bien su pre encia n la r gión huasteca no es numerosa, encontramo qu e la pipa d barro ncuentran amplia y numerosamente difundida , en e pecia l nt re lo siglos 1x al xn, en casi todos los asentamiento de es te estado . En lo que atañe a otros elementos, exist en numerosos estu dio qu e nos muestran las similitudes t écnicas, ideográficas y es tilí tica d 1 trabajo en concha, con respecto a las forma s de la cerámica y u decoraci n, particularmente en lo relativo a los acabados con rock er stamp, puntillado e impresión y el uso de la decoración al n egativo. Pero en mi opinión, considero de esencial importancia examinar lo mecanismos por los cuales arriba a Mesoamérica la tradición de las pequeñas puntas triangulares con muescas lateral es, cuya base prese nta una gran variedad de formas, ya que estos tipos son comunes en Norteamérica desde miles de años atrás, mientras que en el t erritori o m e oamericano aparecen tardíamente -quizás en el siglo x- y han sido clasificadas con los nombres de Harrel o Toyah entre otros; éstas -en la última época prehispánica- se convierten en una especie de "marcador" cronológico-cultural dado su amplio uso entre los pueblos del centro de M éxico. En Tantee, en particular, hemos encontrado puntas con estas características, inclusive en ofrendas; pero, a diferencia de las ubicadas en los contextos tardíos, se distinguen por sus proporciones (además de estar fabricadas en varios colores de sílex), ya que son mucho más largas - más del doble que los tipos mencionados-, semejantes a las que caracterizan a las ofrendas de la ciudad de Cahokia, en Illinois . Otro elemento cultural cuya presencia destaca en Tantee es el uso de artefactos de metal, en particular de los martillados para forjar laminillas, hachas, cuñas y punzones, los cuales no están asociados a la última época prehispánica, sino que se encuentran en contextos anteriores. Si bien es claro que podemos atribuir al comercio la difusión de los elementos aludidos, existen otros que por su naturaleza nos indican la
3
Por ahora no me referiré a otros importantes rasgo s, como la problemáti ca de la difu sión de las "Hachas de garganta", de la presencia en Norteam érica ele mutilaci ón dentaria Y deformación craneal, de las similitudes en los temas decorativos y otros much os elementos propios de estudios particulares.
P at r ic i o
O áv il a
Ca br e r a
incli cutible pre encía de todo un complejo cultural ajeno al desarrollo local· · te e el ca o de Tantoc cuya ciudad misma abarca más de ciento cincu nta h ect áreas de urbanización; su construcción se inicia desde cuando m eno el siglo x a. C . y est á ocupada hasta la conquista europea, pero u m ayore ha amentos no poseen el tradicional recubrimiento de piedra, ino qu e fu eron hech os y utilizados de tierra, moviendo volúm en e inmen o pa ra crear plataformas, basamentos, plazas Y enormes corredor , produciendo con ello oqu edades que se convirtieron en laguna . Aun cu ando est a clase de edificaciones no era desconocida en el México antiguo (t en em os el modelo de La VentaL la peculiar distribución de los edificio de Tantoc difiere de las pautas conocidas, pues ahí se han tratado de interpretar conjuntos específicos, como el caso del gran corredor que e extiende - de norte a sur- al oeste de la Plaza Central, llamado por algu nos " Ju ego de Pelota" , no obstante tener 260 m de longitu~ Y un desnivel de m ás de cuatro m etros de extremo a extremo, lo que lo inhabilita para ese fin; mientras que estos corredores no son desconocidos entre los Temple-Mound Builders, cuyo uso ha sido interpretado como estructuras para danzas procesionales o desfiles rituales. Por desgracia, aún no hemos podido fechar con precisión estos montículos, aunque sabemos que poseen subestructuras y que fueron en su momento parcialmente excavados y rellenados para construir, en a_lgunos casos en su interior, peculiares formaciones prismáticas de caliche cuy~ función no hemos alcanzado a interpretar. Así, apenas empezamos a interpretar los datos que están aporta nd º las exploraciones del Proyecto Tantoc, en una urbe cuyo desarrollo ~ materiales no coinciden con los supuestos de las investigaciones previas Y, · re~ re en contraste, sorprendentemente reúne muchos de los rasgos mas sentativos de estas lejanas relaciones, ya que aquí tenemos desde los tiestos decorados con rocker stamp, puntillado e impresión de textil, haS t a los gigantescos basamentos de tierra, con todas las características de los llamados Temple-Mound Builders. 1 Quiero concluir insistiendo en que las relaciones culturales ent_re ª región huasteca y el valle del Mississippi deben entenderse a t~aves de múltiples rutas comerciales que durante muchos siglos fueron mas O menos intensas y que abarcaron extensiones que difícilmente po~emo~ ahora imaginar, en cuyo propósito comercial no siempre estuvo incluida la · · cultura1es, smo · que, por 1o co mún , al despla1·d ea de extender 1nfluenc1as zar objetos y personas, individualmente impactaron a otras socied~~es, donde, de acuerdo con su nivel cultural y en ambas regiones, se acogw al. · Por ello gún o algunos elementos para incorporarlos en sus tr~ d1c10nes. los elementos específicos utilizados para establecer estos contacto_s son un tanto escasos, ya que éstos por lo general sólo llevaron algunas ideas, J
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tique en cada lugar fueron reinterpretada egú n la idio in ra ia y 1 los locales, por lo cual arqueológicam ente sólo percibim la e u la d aquel aporte.
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Patricio
Dávila
Cabr e r a
LA
RUTAS AL DESIERTO: DE MICHOACÁN A ARIZONA
Patricia Carot CEMCA
E para mí un gran privilegio encontrarme entre los participantes de este
homenaje reali zado a la doctora Beatriz Braniff por lo que agradezco a los organizadores de este evento su invitación. Le debo mucho a Tita: cuando analizábamos la cerámica procedente del sitio de Loma Alta, Michoacán - cerámica excepcional que consta, para las fases tempranas, de una iconografía muy variada- , no sabíamos todavía con qué tradición relacionarla, ni teníamos muchos elementos a nuestra disposición para poder reubicarla cultural o temporalmente. Se habían destacado relaciones con la cerámica de sitios cercanos como el famoso sitio de Chupícuaro {Guanajuato) y los sitios de Zinapécuaro, Queréndaro, Loma Santa María en el estado de Michoacán, pero fue gracias al diagnóstico de Tita, a su insistencia y estímulo que nuestras investigaciones se desviaron del ámbito regional y se orientaron hacia el Gran Norte: contrariamente a todo lo previsto, la iconografía de Loma Alta se relacionaba en realidad con la iconografía pintada en la cerámica hohokam del suroeste de Estados Unidos, y también con ciertos motivos de la cerámica chalchihuites de la Mesoamérica septentrional. Por otra parte, gracias a la secuencia cerámica establecida por Tita en el sitio de Morales, Guanajuato, Y a la presencia en Loma Alta de un tepalcate totalmente insólito en nuestra tipología, reconocido por Tita como característico de la fase Morales (300-roo a. C.) definida en este sitio, se logró reubicar cronológicamente la cerámica de Loma Alta. Según Tita, esta cerámica representaba, como lo veremos más adelante, el eslabón que faltaba en la evolución de una tradición pictográfica que se remonta a Chupícuaro, Y que caracteriza la cerámica de esta área y de las regiones septentrionales (cerámica chalchihuites y cerámica hohokam). Cuando apenas esta idea tomaba forma, Tita me invitó, en 1992, a un ciclo de conferencias sobre el "Norte de México" en el marco de la cuarta Feria del Libro de Antropología e Historia. Ella misma escogió el título de mi conferencia, "Las rutas al desierto: de Michoacán a Arizona": es así como empezó para mí esa aventura norteña. Retomo ahora el mismo título para presentar los últimos resultados de las investigaciones en Loma Alta, que revelan la importancia de este sitio, tanto para la historia purhépecha como para la historia de occidente y del Norte de México así como para las relaciones entre el noroeste de México y el suroeste de Estados Unidos. Se presentará a continuación una descripción del sitio de Loma Alta, que proporcionó los elementos para establecer las relaciones considera-
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Figura 1. Mapa de Ortelius de 1579 con l,3 ciénega de Zacapu Y los lagos de Cuitzeo y Pátzcuaro en el centro.
das aquí, su secuencia de ocupación y las comparaciones entre la cerámica decorada de este sitio con la de las regiones septentrionales, pertenecientes a las culturas chalchihuites y hohokam . Finalment e abordaré el problema de las rutas de difusión o comunicación directam ent e ligado con este fenómeno . EL S ITIO DE LOMA ALTA, ZA C APU, MICH O AC ÁN
El sitio de Loma Alta se ubica en la antigua cién ega de Zacapu, en la parte norcentral del estado de Michoacán. La ci én ega fu e desecada artifi cialmente a principios de nuestro siglo, por lo qu e no aparec e en los m apas recientes pero sí en los antiguos, como el famo so mapa de Ortelius de r 5 79 (véase figura r) o el de Jan Jansson de 164 5: Loma Alta conforma con los lagos de Pátzcuaro y Cuitzeo, al sur y al es t e respectivamente, un conjunto muy específico alrededor del cual se desarroll ó la cultura purhépecha. En el mapa del cronista Beaumont de r 77 8 (véase fi gura 2) se aprecia muy bien la antigua ciénega de Zacapu con el río Angulo que
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Figu ra 2. Mapa de Ni co lás León ( 1903) recopiado de l mapa de Beaumont de 177 8, en do nde s; ~e a claramente la ciénega de Zacapu (* ) de la cual nace el río Angu lo, af luente del río Grande de odu.c · . . dond e.se comp~hen Plano ico nográfi.co del Reyno de M1choacan y Estados del Gran Calzontzin, ~ e~n los los Señoríos de Co lima y Xalis co. hasta los confines de lo que oy se llama nueva 81scaya, co n orm de . . d los primeros . . Franrncanos . de es ta Santa Pro v1dnoa hallaron en el tie mpo de su gentilida Operarios . . nY M ichoacan y para la inteligencia de los transitas del Exersito de Nuño de Guzman .en su ex~e 1ºiios co nquis ta de la Nueva Ga/icia dispuesto con sumo trabajo sobre monumentos antiguos de os 1;an Tarascos y Natu rales de aquellos países. co mo tambien sobre Mapas de los mas e.xacw s qsue.:aeti tudes sacado de estos u/timos tiempos arreglados en lo posible a el me¡or (a/culo de longitude Y por el R. P Fr. Pablo de la Purma Concepcion Beaumont Autor de esta Chronica. Esca la de 20 leguas .
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nace de ella y que desemboca en el río G rand e de T oluca L rma hac ia el norte. La loma que constituye el sitio de Loma Alta perten ec a un co n junto de otras lomas esparcidas alrededor de una penín ula hac ia la ribera occidental de la ex ciénega; estas lomas funcionaban en realidad, a nt d la desecación, como islas o islotes, conocidas cada una con u n ombr propio, tal como aparecen en un mapa realizado en r 97, poco ant de la desecación, por Ruis de Velasco (véase figura 3 ). En este conjunto, la loma de Loma Alta (llamada Rincón Tres Palos) ocupa una po ición central y es también, como su nombre moderno lo indica, el punto m á alt o, con unos 6 ó 7 m de altura total. Al igual que las otras loma , e ahora un tú mulo de tierra sin ningún vestigio arquitectónico en su up rfici e, pero las excavaciones han revelado su carácter artificial antrópico: e tá con tituida por la acumulación de rellenos que alcanzaron, despu é de lo sei primeros siglos de su ocupación (alrededor del año s50 d. C.) entre 3 y 4 m de espesor en la parte central de la loma. En casi todo lo sondeos o trincheras realizados en 'el sitio desde 1983, aparecían, contenidos en estos rellenos, numerosos elementos arquitectónicos como muros de contención, muros de plataformas o estructuras que no era posible despejar por completo con los métodos usados tradicionalmente en arqueología porque se encontraban demasiado enterrados y por la gra·n extensión del sitio (6 hectáreas). Es decir que, después de más de diez años de investigación en el lugar, no se había logrado obtener una imagen general de su sistema constructivo ni determinado su función, salvo el carácter funerario de las primeras etapas de ocupación. 1 Para detectar estas construcciones ocultas, decidimos acudir a otras ' Recordamos aquí las insólitas prácticas funerarias destacadas en Loma Al ta, prácticas desconocidas hasta la fecha en Occidente (Carot, 1993, 1994a; Carot y Susini, 1989). Éstas consisten en la cremación colectiva de osamentas humanas, su reducción en polvo Y la introducción de éste en urnas que fueron depositadas en el mismo lugar de la loma (la parte noroeste) durante los casi 500 años que duró este ritual (150 a. C.-3so d. C.) . Paralelamente a esta práctica, se registró otra que con sistía en quebrar ritualmente las ofrendas que acompañaban a las sepulturas primarias, antes de que fueran rccxhumadas para la cremación, y en depositar los fragmentos así obtenidos como ofrendas secundarias con las urnas cinerarias, en el momento de enterrarlas. Hay que señalar que ambos rasgos, cremación y rompimiento ritual de ofrendas, son tambi én específicos de la cultura hohokam. Se descubrió en 1994 una segunda zona funeraria, ubicada al pie y al este de la escalera de una antigua estructura (estructura s l, de la misma época que los últimos depósitos de urnas cinerarias (150-350 d. C.) : consta de sepultura s primarias, la mayoría con sus ofrendas completas, lo que por primera vez da una imagen de cómo se encontraban los entierros antes de ser perturbados para su eventual cremación secundaria y parcial. Indicios de una tercera zona funeraria de fase Jarácuaro (5 5o-6 5o d. C.) fueron detectados en la parte noreste de la loma, con rasgos qu e anuncian los entierros de la fase siguiente, la fase Lupe (650-850 d. C.) (Pereira, 1995).
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PLANO
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DCSCCACIDN Y DtsllNDC lladlo por ord • n d1 D. EDUARDO IIOIUEG.\.
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Figura 3. Plano de la ciénega de Za cap u antes de su desecación hecho en 1897 por Ruiz de Ve lasco . (El sitio de Loma Alta corresponde a la loma R. (Rincón) Tres Palos(•)
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técnicas de prospección arqueológica, como la pro p cc1 n magn tica Y la eléctrica. 2 Los resultados obtenido fu eron excepci n a l , co m o e puede ver en el mapa de prospección magn é tica, donde ap r c ia la _densidad, la extensión y la disposición de lo muro nt erra do (véa figura 4 ). En particular se nota una estructura cuadrangular m num nta l, d unos 80 m este-oeste por 50-60 m norte-sur, co n otra tru c tura interna, cuadrada, que contiene un pequeño elemento central qu p dría int rpr tarse como altar. Según se perfile ahora, e te conjunto a rquit e t ni co parecería a los sistemas de grandes e tructuras con patio hundido d ca rácter cívico-ceremonial característicos del patrón arquit ect nico de lo sitios del Clásico en Guanajuato (Castañeda e t al. , r 9 , r 99 3 ). Estos métodos de prospección permitieron por fin co locar a l itio d Loma Alta en el rango que le pertenecía, como un centro cerem o nial m onumental, de mayor importancia a nivel regional y a nivel m oame ricano (Carot, en prensa). SECUENCIA DE OCUPACIÓN DE LOMA ALTA (150 A . C.-15OO D . (VÉASE FIGURA
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Entre los resultados más sobresalientes de las investigaciones realizada en Loma Alta, se destaca la larga secuencia de su ocupación, que se remonta al final del Preclásico ( r 50 a. C.) que sigue prácticamente sin lúa tus hasta el Posclásico ( r 500 d. C.). Lo interesante es que presenta una evidente continuidad en diversos aspectos de sus manifestaciones culturales, particularmente en la evolución de la cerámica (Michelet, r 990; en preparación), o en la persistencia de ciertas costumbres funerarias. Se destaca también el resurgimiento, en el Posclásico, de antiguas técnicas decorativas y ciertos motivos iconográficosJ y ciertos casos de reutilización de elementos antiguos en épocas más recientes, tal como lo indica la presencia de tepalcates preclásicos y clásicos redepositados en contexto funerario en el sitio posclásico de las Milpillas, localizado en el malpais, 4 así como la reutilización en Loma Alta de la insólita zona funeraria de urnas cinerarias en el Posclásico. 5 2
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Esta continuidad cultural recientemente demostrada se contradice · con ciertos pasajes de la Relación de .Michoacán que-cuentan cómo los purhépechas poblaron y conquistaron lo que corresponde actualmente a e:; t a provincia de Michoacán -conquista que empieza justament~ e~ los alrededores de Z acapu-, y cómo este grupo, descrito como "ch1chime· 1·maca l y con l a ab ertura h acta · e1 sure ste • La similitud en una fo sa cavada en el tepetate, me · · • l:lel Posclásico·.' se entre lus dos tipos de entierros era ta 1 que nunca unagmamos que fuera di s tinguía, sin embargu, por su cuntenido: nu guardaba cenizas al igual que los depóSitos . quemar (muy mal conservados ) de un so 1o 111 · c1·1v1·c1 u o · Pensaantiguo s sinu los huesos sm • f. . i 1 1 mos en el m omento que se trataba de otra de as vanal as mmas e e en t 1·erro registradas . para esta época antigua (cremación y pulverización de huesos y depósito de las cemzas en · s con o sm · oren f d a; ent1enus · • prm .· 1arios urnas) • entierws secuncl ano , •, con o s111 ofrendas; ' · d. el l · · (M . ¡ 1 que. se entierro en ci sta . Fue grac ias al estu 10 e a ceram1ca 1c 1e e•t , en prep·1ración) ' · d . · · 1 t a i ... 1·a ele la urna pertenece a un upo logró rectificar este pnmcr iagnost1co, ya que a ap, e-. · . . . . , 1 . d . . . 1 , ltura en urna sm quemar) es cacerámico del Pusclas1cn. Adema s, e tipo e ent1eno sepu
'Varios autores (Rattray, 1996¡ Tolstoy, 1958) han notado t ambién en la cuenca de México un resurgimiento ele ciertos rasgos preprotoclásicos en el Posclásico. -1 Se observa el mismo fenómeno con los objetos procedentes de Teotihuacan que fueron reutilizados como ofrendas en el Posclásico en el T emplo Mayor (López Luján, 1989). 5 Ha sido reabierta para depositar una urna funeraria con rasgos pan:cidos a las urn as cinerarias del depósito más antiguo, el depósito 1 ( 1 50 a. C.-1 d. C. ), es decir, que fue enterrada
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Fii;¡ ura 4. Mapa del gradien te magnéti::o del sitio de Loma Alta reali zado por L. Barba et al.
Estas prospecciones fueron llevadas a cabo por el ingeniero Luis Barba, del laboratorio de prospección arqu eológica del Instituto de Invest igaciones Antropológicas de la UNAM, y por Albert Hesse del C entro N acional de Investigaciones Científicas ele Francia (Barba e l al. , 1995).
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Figura 5. Cuadro cronológico y cronométrico para el centro -norte de Mi choacá n . Las muestras INAH 331, 1NA H 330, 1NAH 705, 1N A H 706, 1NAH 707 proceden del sitio de Loma Alta en las Lomas; la muestra 1NAH 708 del sitio de Guadalupe en las Lomas . Sin embargo. la ocupa ción mayor de Guadalupe es de fase Lupe, de acuerdo con la cerámica . Agrad ecemos a la ing eniera qu ími ca M aria Magdalena de los Ríos Paredes (Subdirección de Servicios Académicos , INAH , M éx ico) el proces am ie nto de las muestras del Proyecto Michoacán . Para calibrar las fechas C 14 y su desviación, se recurrió al program a 1sM "Radiocarbon Calibration Program 1987 Rev. 1.3 " , proporcionado por el Quaternary lsotop e Lab orat ory de la Universid ad de Washington . Este programa está basado en las tablas de Minze Stuiver Y Bernd Bec ker "High Preci sion Calib ration of the Radiocarbon Time Scale A . D. 1950-2500 B. C. ", Radiocarbon 28 (2 B): 863-910 , 1986.
cas", cazadores-recolectores procedentes del nort e, habían logrado edificar, milagrosamente, en tan sólo algunos años (dos generaciones), uno de los imperios más poderosos de Mesoamérica en el momento de la conquista. No obstante, otros pasajes tienden a confirmar esta tesis de continuidad cultural, como el que narra el encuentro de los reci én llegados con residentes locales, descritos como agricultores sedentarios, con los que se entienden, ya que, se precisa, hablan el mismo idioma. Con es to ponemos en duda, tal como lo había ya hecho Michelet (19 88 , 1989; Ar-
Pa tr i c i u
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nauld y Mich elet, r 99 r) al estudiar los impresionantes asentamientos po clá ico del malpais construidos justamente por estos "recién llegado chi chim eca ", la vi ión tradicional que se tenía de este grupo considerado h a ta la fec ha de origen nómada. Proponemos ahora más bien, com o lo indica la ecu encia de ocupación de Loma Alta (volviéndose la secuencia m á larga y continua de todo el Occidente), un origen local para la cultura purhépecha de unos 1 ooo años más remoto de lo que se pensaba h a ta ah ora . D e hecho, lo que aparece con más claridad es que, si bien existieron m ovimientos migratorios o desplazamientos hacia el nort e, gran parte de la población a fines del Clásico-principio del Posclásico, no muy lejos de la ciénega, hacia la vertiente del río Lerma (Faugere Kalfon, 199 2) y en el Posclásico de nuevo se observa un "regreso" hacia la cuenca de Zacapu, más exactamente al inhóspito entorno del malpais donde se edificaron verdaderas e impresionantes ciudades, antes de migrar hacia el lago de Pátzcuaro, tal como nos lo enseña la Relación. Gracias a esta larga secuencia y a algunas fechas de C 14 -las primeras obtenidas para esta región- se ha presentado finalmente un nuevo esquema cronológico para la evolución tipológica de la cerámica de esta área (Michelet, en preparación), rectificando así las confusiones imperantes en la región tarasca desde el principio de las investigaciones Y que provenían justamente de la analogía existente entre ciertos tipos cerámicos - y motivos iconográficos- del Preclásico con los del Posclásico. Esta cerámica decorada, que corresponde a las fases Loma Al ta 1 Y 2 ( 1 5° ª· C. a 3 50 d. C.), es tan elaborada que no se podía imaginar en aquel entonces que fuera tan antigua, como lo escribió Caso en 1930 (p . 448), al ~ncontrar la cerámica decorada en sitio del Potrero la Aldea (ahora recubierto por la extensión de la ciudad moderna de Zacapu) y que perten~ce justamente a estas fases tempranas de la secuencia cerámica establecida en Loma Alta (Michelet, op. cit.): "los tepalcates que aparecen corresponden sin duda a l_~ cultura tarasca, quizás en el ú~tim? de sus ª~~e~t~~ pues algunas vasiias muestran facturas de extraordmana elaboracwn · confusión seguía vigente hasta hace unos años, como se pude ver en e~ hecho de que, justamente, una de las cerámicas encontrada por Cas~ eS t ª expuesta en la sala de Occidente del Museo Nacional de Antropologia, en una vitrina con material del Posclásico tarasco. COMPARACIONES ICONOGRÁFICAS ENTRE LA CERÁMICA DECORADA
DE LOMA ALTA I LA CERÁMICA CHALCHIHUITES Y LA CERÁMICA HOHOKAM (VÉASE FIGURA
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Uno de los rasgos más importantes de Loma Alta es, sin lugar a dudas, s~ cerámica pintada, reflejo de una gran elaboración técnica Y de un alto nivel de desarrollo artístico. Su apogeo corresponde a las primeras fases de
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}, ardilla una gran cantidad de ejemplos en los que el anim al e tá ola m nt ocado por el elem ento que lo caracteriza, por ejemplo, a ta o p in pa ra r pr entar al venado o las huellas de las patas del z d l pájaro mi m o !el pars pro toto, Niederberger, 19 87). De antr pom orfo e de tacan las cadenas de figuras humanas o dan za nt j mplo único en M oamérica pero que caracterizan laicon ografía h oh ok am o aun pequeúa fi gura con los brazos-manos levantado qu ti en n ólo tre dedo . Exi ten también algunas figuras compuest a antropozoom orfa , com o una que anuncia un motivo muy corriente de la ic n grafía chalchihuites, la cual conjuga tres elementos: humano, serpi ente, pá jaro lvéan e figuras 7 y ) y oua, la de un hombre-pájaro !cabeza de pá jaro con pico largo) o aun la de un hombre-venado !con asta de ven ado en la cabeza) . Entre lo motivos geométricos, se destacan las voluta y r ca , greca e calon adas o xical coliuhqui, 6 motivos en forma de aj edrez, piramidale , fl echa y varios motivos curvilineares. Como lo diagnosticó Tita, 7 este repertorio pertenece a una tradición pictográfica de motivos o símbolos iconográficos característicos de la M esoamérica n orcentral y septentrional, así como del suroeste de Estados Unidos - principalmente de la cultura hohokam-, que fueron justament e inventariados por primera vez por ella !Braniff, 1972: lámina 7) . Estos diseños aparecen de manera muy esporádica en Chupícuaro (600200 a. C.) (Frierman, 1969; Peterson, 1956; Porter Weaver, 1956) Y en Morales, Guanajuato, en el Preclásico superior (400-150 a. C.) (Braniff, op. cit. , 1989; en prensa); están presentes en sitios del final del Preclásico, principio del Clásico en Michoacán-Zinapécuaro (Moedano, 1946), Queréndaro y Loma Santa María !Manzanilla, 1984) y en los Altos de Jalisco hacia 100-250 d. C. (Bell, 1974). Entre roo a. C. y 350 d. C., estos diseños alcanzan en Loma Alta una mayor diversidad y su más perfecta expresión, modelando el complejo Loma Alta. Es solamente hasta el siglo v1 que este arte figurativo aparece en la cerámica chalchihuites de Zacatecas y Durango durante la fase Altavista (Hers, 1988: 75) Y luego, de manera sorprendente, en Snaketown, Arizona, en la región hohokam "donde comienzan a aparecer en la fase Snaketown hacia 350 d. C. (Haury, 1976 : figuras 12.93 y 16.r) o 750 d. C. (Schiffer, 1982: 235) Y se diversifican en las siguientes fases: Gila Butte y Santa Cruz hacia 5 5° d. C.
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Figu ra 6 . Ma pa general de la M esoam éri ca No rcent ral , Mesoam éri ca Se ptentri o nal y del Suroe ste de Estados Unid os , do nd e se desarro lló una t rad ic ió n picto gráfica similar.
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la secuencia cerámica es tabl ecidas para la región es tudiada, la s fas es Loma Alta r y 2 /150 a. C .-350 d. C.), y su calidad nunca fu e s up erada en épocas posteriores . Se caract eriza por un ampli o repert ori o ico n ogrúfi co: hasta ahora, 40 motivos-formas "animada s" /antrop om orfas y zoo m orfa s ) y motivos geométric os qu e han sido inventari ados . Entre la s represe ntaciones "animadas " zoom orfas, las más comun es son las represe nt ac ion es
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Las represent aci one s de xicalcoliuhqui de Loma Alta son aparentemente de las más antiguas conocidas en Mesoam érica (véase Braniff, 1970, 1974). M . A. H ers, del Instituto de Investigac iones Estéticas de la UNAM, Phil Weigang de El Colegio de Michoa cá n, Paul Fish y Lynn Teague de la Universidad de Arizona en Tucson se quedaron tambi én sorprendidos de tant as similitudes entre los diseños de Loma Alta y·los di señ os h ohokam .
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/ Figura 7. Cerámica procedente de Loma Alta , Michoacán: figura mixta antropozoomorfa (J) . Uno de los motivos más antiguos y más importante del repertorio de Loma Alta y que anuncia uno muy ca ra cte rístico de la ce rámica decorada chalchihuites .
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Figura 8 . Motivo de la cerámica chalchihuites (500-800 d.C.). Reproducción de las figuras 3 F, E, C, B e
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de Kelley ( 1983), procedentes de Zacatecas , Atotonilco, b: Potrero de Calichal; c, d: Cerrito de la Cofradía. ipo cerámico : Suchil Rojo sobre Crema.
a: T27cD niv Tipos , · 18·· b· T28 CD, sepultura 9; e: T28 C, sepultura 1; d: S25 niv. 3. eram1cos· , . Mate sobre no Pulido, . b,c: Tres Palos T;i a·· urum becuaro Ro¡o fase Loma Alta 1 (150 a.c.- 150 dC ); Crema Ne . cromo, fase Loma Alta 2 (150-350 d.C ); d: Tres Palos Ro10 y Negro (Negativo) sobre Y gat,vo, fase Loma Alta 3 (350-550 d.C) . D1buJo de Franc;oise Bagot .
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(Haury, 1976: figuras 12.93 y 16.1) y 800-1000 d. C . (Schiffer, 1982: 335)" (Braniff, 1989: 107). La tradición cerámica desarrollada en Loma Alta puede considerarse entonces como punto intermedio entre la antigua tradición cerámica de Chupícuaro y las que caracterizan a las culturas del Norte, como la tradición chalchihuites y la tradición hohokam. En el cuadro comparativo
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pre entado por Braniff en 1972 (véa lá min a 7 ), 1 d L ma Ita ocuparían justa m ent e el interva lo de ja do libr ntr co (con los dise ñ os de la cerá mi ca de hupíc u a r pío del Clásico (con lo de la c rá mi ca c halchihuit éa e figura 9), entre aproximada m nt roo a . . y 300 d. En cuanto al problem a del orige n d la c u ltura h h ka m a ra c t ri zada por su s rasgo m e oa m ri ca n , Braniff ( 1970 : 40 ) y H aur ( 1 l 6 2, 1976: 3 52-3 5 3) intuyeron qu e d bía u bica r e ju ta m nt e n I u c rr ponde actu almente a la pa rt e n rt de I e tad el Mi c h a á n, ua n ajuato, Aguascali ent es y el sur de Z aca teca . Haury ba aba u te ría e n la similitudes encontradas entre c ien m t iv ic n gráfic el la e rá mi ca de Snaketown, Arizona, it io de r fere nc ia de la c ul tura h h ka m , la famo sa cerá mica de Chupícu aro, G u a naj ua t o, iti de r f r nc ia de l Preclásico en el Occidente . Las imilitude q u e Bra n iff e ta bl n tre la c rámica decorada de M ora les, G u ana juato, y la cerám ica h o h ka m n ya m ás precisas pero las qu e h em os detec tado e n Lo m a Alt a o n a ún m á evidentes, más num erosas y cro n ológica m e n te (rela t ivam en te ) má c rcanas . ¿Favorecerían entonces lo da to ob t enido e n Lom a Alta la hi pót esis de un origen m esoam ericano de e t e grupo? E te i m p rt a nt y delicado punto queda por d eb atir. El significado de todo es te regist ro requi ere un e tudjo apan , p ro mientras tanto podemos señalar que, siempre, según Brani ff 11970 1 197 4) 1 muchos de estos diseños, como la greca esca lon ada o xialcoliuh qui, el lagarto, la serpiente y las combinacion es de é t os, a ociado a vece con una figura humana, se relacionan con antiguos símbolos de fertilidad y del cultivo (BranHf, 1970 1 1974 1 197 9 ). Otros es t án direc ta m ent e relacio n ados con el mundo de los muertos (Corona Núñez, 195 7). Las similitudes existentes entre estos elem ent os grá fi c os a lo la rgo del primer milenio de nuestra era en es t e inm en so t errit orio pued en interpretarse como el reflejo de una ideología re ligiosa y mítica común, pero también como el reflejo de cierta unidad y continuidad c ultural qu e podría definir toda esta región (Mancha y Rib er a, 1 984; Bra niff, r 98 5: 26 27). Este modelo sigue el desarrollado por C. Ni e derb erger ( r 98 7), qui en demuestra la unidad de la Mesoamérica a partir d e 1200 a . C . a través d el estilo olmeca y el análisis de sus "símbolos gráficos ". Segú n Ni e derb erger (op. cit.: 712): "Estos elementos gráficos, especi e de m et a len gu a je ligado a la reflexión cosmológica y religiosa, r eprese ntan claram ent e un repertorio de mensaje y símbolo", obtenidos "por un s is t e ma de intercambio paralelo al sistema tradicional de interca mbi o de bien es m ateriales" (ibid.: 752). H
Las relaci ones entre la cultura chalchihuites y la cultura hohok am también f ucrnn eviden ciadas por Johnson en 1958, Kelley en 19 66 y Hers en 1988.
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Figura 9 . Reproducción de la lámina 7 de Branif 1972, Diseños esquematizados:
Mesoamérica Marginal y Oasis América.
. t t ·onal y el Pr imer cuadro comparativo entre los motivos iconográficos de la Mesoaménca S~p en n t cuadro . M . 1 O ·s América) En es e , Suroeste de Estados Unidos (antiguamente, Mesoamérica argina Y asi re ; 00 a.C. y 350 d.C. los diseños de Loma Alta ocuparían el espacio de¡ado libre aproximadamente ent LAS RUTAS AL DESIERTO
. f ómeno de identiU no de los problemas directamente ligados con este en . d d·f ·, utilizadas para 1a dad es el de las rutas de intercamb10 o rutas e 1 uswn .d . ., . , f. D. delos teóricos han s1 o cuculac10n de los mensaJes gra 1cos. 1versos mo d . d , 's datos para po er propuestos para explicarlo pero se reqmeren to avia ma . . d • había entre cada una determinar con exactitud el tipo e re1ac10nes que , . . , . b d uadros cronolog1cos de las reg10nes aqm consideradas pero, so re to o, c . h delos Abordaremos de referencia para abogar por uno u otro d e d1c os mo . · este problema de manera sucinta, tan delicado Y compleJo como es: . h , se podia emGeográficamente, desde el centro norte d e M 1c oacan,
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prender el viaje haci a el norte por la do ruta qu tales movimientos, desplazam iento o int rca mbi de la vertiente occidental de la ierra Madre (Mountjoy, 1974: 116; Haury, 1976: r2 ) l de u sitios como La Quemada, Alta Vi ta en Zacat ca , gos (Hers, 1989) como punto interm edi o (K ll
h a n pr pu t l e rr d r a l cc id ntal la e ta v rti nt ri cn ta l e n Hervid r en ura nry, 1 e 96 : 10; Braniff,
1975: 245, 1993).
Nos sorprende hoy en día lo va to d l territ ri cuando, en realidad, gracias a la lectura en la fu nt los relatos de las expediciones hacia e ta r gio ne n n ña , n cuenta de que tales di stancias eran recorrida a ntiguam ent e n m á facilidad de lo que pensamos. Para el iglo xv, contam o por e jc mpl e n l relato de fray Marcos de Niza, qu e no s permite mat eriali zar e t inmenso, por las numerosas informacione que no da ac rea d prende su viaje en 15 39 hacia el nort e en compañía de E teban d O rantes, desde Culiacán hasta el famoso lugar de Cíbola (ant igu n mbre d 1 pueblo de Zuñí, en Nuevo M éxico) . Cuenta cómo es ta ruta hacia l norte era en realidad muy conocida ya que por ella transi taba una gran ca ntidad de gente, que iba "tan lejos de sus casas [.. . ] por turqu esa y mucho cu eros de vacas y otras cosas" . Encuentran gente en el camino y otro que sólo venían al encuentro de la expedición, y de criben todo lo pueblo por los que pasan y dan sus nombres:
la ext n ión de us dominios" (León, 1903: nota 5), "territorio que se extendía ha ta incluir lo actuales estados de Jalisco y Nayarit y el extremo sur de Sinaloa" (Warren, 1977 : ~¡. No es nuestro propósito discutir aquí la valid z de estos datos: " nada exacto y seguro se sabe con respecto a límites d 1 Michoacán precolombino" (León, 1903: 6) o, según Warren (1977: ), "los límites del reino tarasco de Michoacán en el momento de la conqui ta e pañola parecen haber excedido sólo en muy poco a los del actual estado que lleva este nombre"; lo que nos interesa y nos soprende m ás bi n e el amplio conocimiento que se tenía en aquel entonces y desde épocas muy remotas del espacio físico, de la geografía. Hemos perdido esta facultad de visualizar grandes distancias y todo sentido de orientación, de espacio, que justamente permitía a los antiguos moradores de este continente emprender sus recorridos con conocimiento de puntos clave, puntos de referencia y también de los lugares adecuados para comer Y dormir que uno iba a encontrar en el camino. Los límites del mapa de Beaumont nos llevan hasta el norte de Durango, exactamente hasta Santiago Papasquiaro -cerca del cual está localizado el sitio de Hervideros (Hers, 1989)- y Culiacán, de donde salieron Marcos de Niza en 15 39 y Coronado en 1540 para llegar a los sitios del suroeste de Estados Unidos que nos interesan, abarcando así todo el territorio aquí considerado. BIBLIOGRAFÍA
Y desde el primer día que yo tuve noticias de Cíbola, los indi os m e dijeron todo lo que hasta hoy he visto; dici éndome sie mpre los pueblos que había de hallar en el camino y los nombres dell os: y en las pa rte s donde no hay de comer Y dormir me señalaron donde había de comer y dormir, s in habe r errado en un punto, con haber andado ciento y doce leguas y t odos conformaban en una misma cosa y me decían la muchedumbre de gente y la o rden de las calles Y grandezas de las casas y la manera de las portadas, to cio como me lo dixeron los de atrás.
Estos hombres conocían perfectamente la geografía de todos los lugares que debían recorrer, es decir, que contrariamente a la idea de presentar al Norte como una zona intransitable, uno se extraña al leer estos episodios de cómo los caminos eran muy conocidos y transitados . Quiero terminar con el mapa de Beaumont ( 177 8 ) recopiado por Nicolás León (1903) (véase figura 2), que representaba los límites del imperio purhépecha en el momento de la conquista. Beaumont basa su información en un documento atribuido a don Constantino Huitziméngari, nieto del último Caltzontzin, "noticias sacadas de una información judicial, practicada en IS 94, a pedimento de Don Constantino Huitziméngari, nieto de Caltzontzin, último rey de Michoacán, con el objeto de probar
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Ya sea las sociedades nortei'las influidas directamente por los varios núcleos de civilización (como Teotihuacán, Tollan, Teuchtitlán, etcétera) o las sociedades regionales que responden a esas influencias.
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de una indiferencia hacia el n rte p r la g nt del ur u r ual ui r otra razón. Una notable excepción a ta última bceca n h a id la doctora Beatriz Braniff. Sin e mbar o, la may r pa rt el la c r1t1 a publicadas se enfoca sobre los error qu Di Pe oc m e ti , a l tabl cr la ronología para Paquimé. Al principio, solamente algun inv tiga d r a ptar n el del argumento que Di Pe o e taba tratand d formu lar. 2 El p r p este breve trabajo será examinar la idea de i Pe br la ntinui dades entre los periodo prehi pánico y c I nial, xpl orand trc atributos de la vida fronteriza norteña qu pare en frece r ca ract crí ti a p rdurables a través de la divi ión temporal entre la ép ca pre hi · páni ca y la Colonia: 1] la minería; 2] el comercio a larga distancia; 3] la guerra constante. LA MINERÍA
Como se ha resumido en Weigand (19 2 1993), Langen ch eidt (19 2) y Schiavetti (1994), entre otros, la minería fu e una actividad organizada y compleja dentro de algunas áreas de la front era nort eña de M e oam ' rica durante el periodo prehispánico. Esta actividad pudo hab er e iniciado durante el periodo Formativo Tardío (circa 300 a. C.- 200 d . C.) n el Bajío. Para el periodo Clásico, los complejos mineros se ex tendi eron mucho más al norte. De hecho, el complejo minero más grande de la antigua M esoamérica se encuentra en la región de Chalchihuites, Zacatecas. Este gran complejo floreció entre 300 y 800 d. C., con un máximo de actividad en los siglos después de 500 d. C . Los minerales explotados incluían una gran variedad, entre ellos la malaquita. Los conocimientos etnomineralógicos eran extensos y sofisticados, al igual que las técnicas empleadas en la minería. La asociación de arquitectura muy compleja aunque de relativamente pequeña escala en el área de Chalchihuites con este gran complejo minero debe de hacerse notar. El que los abundantes recursos minerales hayan ofrecido las riquezas necesarias para construir una arquitectura elegante en el periodo colonial es un hecho tan bien conocido que no es necesario documentarlo aquí. Después de 500 ó 600 d. C. parece ser que mineros expedicionarios o gentes de la región que respondían a las presiones sobre sus recursos extendieron su presencia hasta Durango, Chihuahua, Sonora, Arizona y Nuevo México. El mineral buscado en esta notable expansión norteña de 1
explotación organizada fue la turquesa química.3 La turquesa en Mesoam érica e había convertido en la metáfora para un conjunto altamente integrado de idea y símbolos religiosos y políticos. En ninguna otra cultura del mundo la turquesa se convirtió en algo tan importante y valioso (Harbottle y Weigand, 1992; Weigand y Harbottle, 1993). La inten ificación social de las culturas prehispánicas de Arizona y Nuevo México empezó poco después de que importantes cantidades de turqu e a comenzaron a circular dentro de las áreas nucleares de la civilización mesoamericana. Muy probablemente existe un corolario funcional entre estas intensificaciones y el aumento en la demanda por los recursos encontrados dentro de estos territorios. Éste es un patrón socioeconómico y político muy común en otras áreas culturales localizadas en las zonas áridas o semiáridas del mundo. Por ejemplo, la "modernización" de la sociedad de Saudiarabia sería incomprensible sin hacer referencia a la demanda de petróleo por parte del Occidente. Como han señalado numerosos historiadores y antropólogos (West, 1949¡ Brading, 1970 y 1971; Bakewell, 1976; ver también Langue y Salazar-Soler, 199 3), existió un modelo muy específico para la expansión colonial temprana orientada hacia la exploración y explotación miner:a a lo largo de la frontera norteña. Mientras que los minerales buscados eran distintos, los yacimientos conocidos por los pueblos prehispánicos de la zona ciertamente ofrecieron a los españoles una perspectiva sobre la situación general mineralógica del área. De hecho, es muy probable que las "minas de los zacatecas" citadas por Juan de Tolosa (Topete del Valle, 1978; del Hoyo, 1978) se refieran al conocimiento nativo de la plata al igual que el cobre y las ya citadas malaquita y turquesa. De esa manera, en el campo de la exploración y explotación mineras, parece ser muy claro que hubo una continuidad entre los periodos prehispánico y colonial. Los patrones de explotación minera a lo largo de la frontera norteña tienen una antigüedad de alrededor de 2 ooo años. Mientras que los españoles dieron a toda la operación una nueva dirección e integraron la producción de minerales de esta zona en un sistema mundial mucho más grande, ellos no originaron los complejos modelos de mi- . nería, ni abrieron el área para el comercio a larga distancia. EL COMERCIO A LARGA DISTANCIA
Un corolario obvio de la minería compleja es la necesidad de una red de distribución muy organizada para los minerales, en un nexo de procesa3
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Ver a Roosley y Rave sloo t (199 3) para una colección Je ensayos referente s a la herencia de las invest igaciones de Di Peso para la arqueología me soa mericana .
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El término "turquesa química" se refiere al compuesto mineral de cobre-aluminio, que hay que diferenciar de los que se parecen, como la cuprita, a algunas crisocolas y algunas malaquitas.
Dinámica
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dores y con umidore . Pue to qu la z na árida mi á rida d la frontera nort eña no eran ca pace d e n e r una p blaci , n rand !excepto en áreas reducida bien irrigada ), ó l una fracci , n d la riqu za mineral producida por la operacion d min ría int n iv a e n ta á r a pudo haberse consumido e n la 1 ca li dad . El r t era e ura m ne para la exportación a los centro de civilizaci ' n de l ccident , d l ntr de M xico y de más allá. Lo anterior lo ab m p r la di tribu i · n d min rales como la turqu esa a travé de la civili zac ió n m e amer ica n a. Di Peso (supra) y Kelley (197 4), e ntr o tro , p rular n qu rga ni zaciones como la d e los pochteca culhua-m exica e tuvi r n inv lu c rada en la apertura y s ubsecu e nte expl otació n de la riqu eza minera l de la frontera norteña, al servicio de lo compon nt de la ci vi li za ci n d la z na nuclear. El hecho de extender el conce pro de lo p c ht eca del P clá ico Tardío hasta el Formativo y Clá ico implica xt nde r
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ra n rt d la M oamérica prehi pánica y del México colonial tiene una hi t ria d alr d dor de 2 ooo año . E claro que los españoles dieron a est i t ma una nueva dirección ociocultural, pero ellos no lo originaron, in o que 1 adap taron a la condicione mercantilistas del sistema mundial ur p o temprano. En lu ar d concebir la front era norteña de Mesoamérica como una ti rra d · hichimeca de cultura y economía pobres, una observación d m ntida por lo conjunto de arquitectura monumental como los de La u m ada-Tuitlan, Zacateca (ver infra), deberíamos ver esta frontera como una zo na integrada imbióticamente a la civilización desde el inicio d la actividade minera i temáticas y complejas. Deberíamos de recon r qu e ta imbiosi acompañó los primeros pasos de la civilización co mpl ja d ntro de lo territorios nucleares. Este punto fue sugerido en pan por Di Pe o ( upra ), y ha sido aceptado y elaborado aún más por otro inv tigadores, como Weigand (s upra ), Diehl (19 83), Hers (1989), Kell ey 11 o) y Braniff (1992). El e pacio económico y cultural comprendido por los territorios nucleares de la civilización mesoamericana incluía desde el principio las tierra rica en minerales de la chichimeca. Esa condición estructural ha continuado in cambiar a lo largo de la época colonial y mucho del periodo moderno de México. LA
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Al seguir el estudio clásico de Philip Powell (1977) sobre la prolongada guerra chichimeca (ver también Riley, 1987; Moorhead, 1975), hemos supuesto que estos conflictos se iniciaron por la presión española sobre los pueblos nativos de la frontera norte. Los españoles estaban explorando Y colonizando las tierras áridas y semiáridas de la frontera específicamente por la riqueza mineral localizada ahí. Por lo anterior, es razonable preguntarnos si los patrones de guerra chichimeca también les precedier_o~Debemos recordar que la guerra es, por su propia naturaleza, una acuvidad simbiótica, siempre con un trasfondo político, y frecuentemente económico también. De hecho, la política y la economía rara vez son separables, incluso en sociedades preindustriales. El que la guerra tenga con frecuencia motivos económicos es otro hecho tan bien documentado que no lo discutiremos aquí. Junto con la mencionada intrusión de mineros, comerciantes, Y colonizadores en varias áreas de la frontera norteña de la Mesoamérica prehispánica, llegaron influencias culturales y presiones sociales sobr~ sus anfitriones o vecinos. En ciertos lugares, estas influencias Y preswn_e s fueron aceptadas con mayor facilidad que en otras. Pero un tem~ co_n s_istente en los patrones de asentamiento de la frontera norteña prehispamca
Din ci mi c n
soc i oeconó mi c a ele
l a f r ont e ra
p r e hi s pcinica
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es la construcción de fortificaciones. É tas, a vec , encu ntr n integradas en sistemas; los m ejores eje mpl o e tán en Chalchihuite , n Zacatecas (Kelley, 1972), en Trincheras, en Sonora, Y n Arizona I i P o, 1979b). La más grande de las ciudadela fortificada localiza n La u mada-Tuitlan, Zacatecas, la cual t enía ólida barricada y camino a trav del Valle de Malpaso (Armillas, 194 , 1969). El caráct r t , cn ico d la arquitectura, junto con su espíritu monumental, ext r madam e nt complejo y sofisticado, en especial las fortificacione . Mientra qu la con trucción de la ciudadela se inició alrededor de 300 d . ., l p ri do má importante de construcción fue circa 600-900 (Jimé n ez, r 9 4). Por otra parte, su periodo de abandono fu e tal vez alrededor de 1200- 12 • o d. C . Este proceso de abandono quizás estuvo relacionado con la expa n i n hacia el sur de los caxcanes, que aparentem ent e se inició en e o ti empo (Weigand y García de Weigand, 199 5 ). Esta fortificación e una de la principales construcciones de ese tipo en toda M esoa m érica . E imp rtante recordar que no estaba localizada entre dos vecinos alta m ent e orga niza dos, que luchaban por sus respectivas frontera s, como la que eparaba a los culhua-mexica de los purépechas. Más bien, la localizació n de La Quemada-Tuitlan estaba a lo largo de una frontera natural semiárida, dentro de la cual había núcleos de agricultura y minería, y a travé de la cual pasaba el comercio a larga distancia. La minería y el comercio a larga distancia, pues, fueron algunos de los rasgos sobresali ent es de la organización en esta última frontera, que demarcaba zonas de niv eles socioculturales dramáticamente diferentes entre sí. En el área de Chalchihuites, la mayoría de las zonas mineras están directamente asociadas con fortificaciones, que miraban hacia cada concentración de minas dentro del sistema. Es obvio que las minas y asentamientos de Malpaso-Chalchihuites (Zacatecas) necesitaban protección. No toda esta guerra, ni siquiera una gran parte de ella, era en contra de los nómadas. Los nómadas teochichimecas eran básicamente ajenos a la minería o al comercio, aunque su potencial para incursiones oportunistas no debe de olvidarse, en especial si se sentían presionados . Una gran parte de la guerra era en contra de vecinos y competidores dentro de la estructura de comercio, que estaban bastante bien organizados. No todos los sistemas de asentamiento estaban tan ligados a la minería y/o al comercio a larga distancia como lo estaban las culturas de Chalchihuites y de La Quemada-Tuitlan. Como Hers (1989) ha documentado para el norte de Jalisco, y Kelley 1197 1) para Durango, este patrón de localización defensiva de sitios fue algo muy generalizado en toda la zona fronteriza. Así, las fortificaciones y la utilización sistemática de localidades defendibles para asentamientos tenían un imperativo importante.
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Exi t un complemento iconográfico para estas observaciones sobre el patrón d a ntamiento. Holien (1977; Holien y Pickering, 1978) ha identicado 1 grupo imbólico de Tezcatlipoca en las cerámicas pseudocloisonn é de la zona d C halchihuites. Roman (1994), Weigand y García de Weigand (1 ) di cut nen detalle el símbolo de Tezcatlipoca y su significado de gu rra d ntro d la zona enfocándose sobre los caxcanes conocidos etnohi t rica m nt . H r (19 9) po tula que la guerra fue un tema organizativo dentro del rden social y político de los sistemas políticos de la frontera n ortef1a d d u inicio. La citada autora siente, con sobrada razón, que la guerra no ólo fue endémica dentro de la zona fronteriza prehispánica d 1 norte, ino que fue crucial para la identidad social Y cultura~. Nu e tro propio trabajo (Weigand, 19 2, 1993; Weigand Y García de ~eigand, 19 ) ugi re que esta guerra endémica estaba funcionalmente h _gada a lo tema económicos de la minería y del comercio a larga distancia. Como algo paralelo a la ubicación de las fortificaciones prehispáni, · te ca , lo e pañol con struyeron una serie de presidios estrategicamen ubicados a lo largo de la frontera norteña (Powell, 1977; Moorhead, 197 5; , · de estas Mecham, 1927, entre otros). Al igual que antes, los propos1tos fortificacion es fueron múltiples: proteger los asentamientos agrícolas necesarios para aprovisionar los centros mineros y protegerlos, Y finalmente resguardar las rutas de comercio entre los citados asentamientos Y los territorios nucleares del sur. Una importante diferencia temática entre los periodos prehispánico y colonial es que los presidios no guerr~ab_an . . que estaban mtegra · d os a una um· dad econom1ca entre ellos mismos smo . ' h. , · ningún s1steque los apoyaba desde el sur. En los tiempos pre ispamcos, ma político dominó por sí solo la frontera norteña, o tan sólo una p_art~ significativa de la misma. La continuidad más bien reside en la necesida de fortificar y proteger los asentamientos que representan los elementos civilizados de la población fronteriza y, asimismo, proteger los rec~r1os agrícolas y minerales, al igual que la ruta hacia el sur, que iba hacia os centros de consumo. · 1 . . . 11 imecas . precedieron a Vistas desde esta perspectiva, las guerras c 11ic _ ,r . espanola 's presencia en las fronteras del norte a1 menos Por I ooo anos, h tal vez más tiempo. Si estas guerras se definen en parte como cboqules por recursos escasos y estratégicos entre los grupos que re Presentad an a · ta as enfuerzas de la civilización y a los residentes de las zonas impac ' • · ndo patrones tonces los españoles (de nuevo) simplemente estab an sigme socioeconómicos y políticos bien establecidos. CONCLUSIONES
. . . . d e Ch ar1es D i· Peso a la historia .de Una de las pnncipales contnbuc10nes , . pre h.ispamca , · Y del México colonia1 la frontera norteña de la Mesoamenca
Dinámica
socioeco n ómica
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fu r conoc r la continuidad e ntre a mbas épocas. Nosotros añadimos a u ob rva cion pionera lo siguient es puntos: 1] El hinterland min ralógico de una civilización y el núcleo de esta última tán int grado imbióticamente en una sola esfera sociocultural y econ ó mica, o ri d e fera íntimamente interrelacionadas, en las que la vitalidad on ó mica de cada zona es dependiente de las otras. Los chichimeca y la f ra civilizada son, de esa manera, subdivisiones especializada d la mi ma econ o mía mundial (Braudel, 1973, 1979). Esta observación d crib tanto el periodo prehispánico como el colonial, Y probabl m nte tambié n gran parte del periodo moderno. 2] La gu erra, la minería y el comercio a larga distancia representan el t ej ido colectivo entre la do esferas m encionadas anteriormente, incorporándola a una ola gra n estructura, la cual debemos estudiar a fin de comprender de m anera apropiada las dinámicas sociales y culturales, Y la organización del e pacio macrorregional de la civilización mesoamericana, en sus perspectiva tanto prehispánica como colonial.
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2 ENFOQUES Y PERSPECTIVAS
SISTEMAS AGRÍCOLAS PREHISPÁNICOS
EN LA GRAN CHICHIMECA
Beatriz Braniff INAH
En t ' rmino generale , concebimos este enorme territorio a partir de la "frontera" 1 septentrional mesoamericana (véase figura 1). Pero debemos aclarar que esta lín a osciló en el tiempo, probablemente debido a cambios climáticos, aunque no se desechan teorías que proponen cambios económicos y aun políticos que en alguna forma estuvieron imbricados con aquellos procesos de deterioro o de bondad climática (Braniff, 1989). E interesante anotar que dicha "frontera" en el siglo xv1 había recedido profundamente hacia el centro del país, y por el contrario, siglos antes, durante el primer milenio de nuestra era, los señoríos y aldeas mesoamericanas se habían extendido muchos kilómetros más al norte. Ambas "fronteras" (la del siglo xv1 y la del primer milenio de nuestra era) siguen en forma paralela tanto a las zonas de vegetación (véase figura 2) como a las isoyetas actuales entre los 40 y 80 centímetros anuales (véase figura 3) sugiriéndose así que estos límites culturales son ecológicos. La vegetación es, en general, la unidad más conveniente para ser medida en forma biológica por su gran sensibilidad a los numerosos factores físicos y biológicos que actúan en el medio ambiente (Felger, 1976: 27); éstos son el clima, la topografía, el suelo, etcétera. La máxima extensión de la frontera sigue grosso modo al Trópico de Cáncer que, como es de todos conocido, demarca un cambio .climático con mayor aridez hacia el norte. La curvatura de las isoyetas y de la vegetación -así como de nuestras fronteras culturales- se deben a la presencia de las dos sierras Madres, Occidental y Oriental, que cambian los patrones meteorológicos y climáticos en las zonas intermedias (véase Mosiño, 1974, para detalles). Recordemos que la esencia de Mesoamérica (el área cultural ubicada desde el centro de México hasta Nicaragua) fue su agricultura, Y que si bien se construyeron complejos sistemas de irrigación anexos a las grandes concentraciones demográficas, la característica común era la de una 1
El término "frontera" es de dudosa y difícil aplicación. En relación con la determinación de "áreas culturales" se reconoce que el aspecto más débil de dicho término es precisamente su delimitación (Kroeber, 1954: 559).
127
38°N
LA GRAN CHICHIMECA
TROPICO DE cANCER
Figura 1. El Norte de México: La Gran Ch ichimeca. adaptado de Di Peso, 1974, vol. 1. figura 4.1.
agricultura de temporal, la cual requi ere una lluvia temporalera segura sobre los So centímetros anuales, y por lo menos 40 centímetro . En e te último caso, el cultivo se vu elve riesgoso e inseguro (Ni ederb erger, 19 7: 51, 95). De aquí se infiere que esa franja septentrional m esoa m erican a colonizada y luego abandonada se encuentre ubicada precisamente en esa banda de agricultura riesgosa, lo que a su vez puede explicar la oscilación antes mencionada. 2 Una vez definida su oscilante "frontera" meridional I nu es tro Nort e traspasa la actual frontera política con Estados Unidos y alcanza hasta el paralelo 38º (véase figura r ). Nótese que este territorio coincide grosso modo con los territorios que fueron de la Nueva España y de nuestro país hasta la mitad del siglo pasado. El norte, así definido territorialmente, estuvo habitado por gente de diferentes rangos Y formas de subsistencia: desde los gn1pos de recolec tores y cazadores, hasta los enormes "pueblos" que conocían la agricultura y los sistemas de irrigación. Todos estos grupos, de una manera u otra, y desde siempre, tuvieron conexiones con Mesoamérica: intercambio, comercio, tributo. Así, el "Norte" no constituye u~ "área cultural", por más que los investigadores norteamericanos lo llamen Southwest , 0 peor todavía el Greater Southwest¡ tampoco puede considerarse como dividida en dos: 2
128
Estamos conscientes de qu e el mapa de vegetación y el de las isoyetas son m odern os, pero deben refl ejar sistemas análogos antiguos.
B e a tri z
Brani ff
Figura 2. Vegetación del Norte de México. Rzedowski 1964 en Braniff 1985, fig . 1.8. 1. Matorral desértico . 2. Zacatal. 3. Bosque de pino-encino. 4. Bosque tropical deciduo. 5. Bosque espinoso . - - - : Trópico de Cá nce r. - .. - .. : M áxima frontera de Mesoamérica hacia 1000 d.C. ...... : Frontera de Mesoamérica hacia 1500 d.C.
"Oasis América" como el territorio de los agricultores y "América Árida", la de los recolectores (Kirchhoff, 1954), pues si bien estos grupos podrían identificarse en ciertas regiones y tiempos, las situaciones demográficas fueron cambiantes e inte·r mitentes, por lo que dichos términos no se pueden utilizar en su profundidad histórica. Y, como lo agregaba Beals (1954: 522): el término de área cultural, especialmente ligado a un concepto de medio geográfico, es de poca utilidad en el Suroeste donde existen en forma generalizada, marcados contrastes en las condiciones naturales, de tal forma que existe la oportunidad de muchas alternativas en la adaptación.
Una proposición mucho más adecuada para llamar a este extenso territorio es el uso del nombre mexica "La Gran Chichimeca", que se refiere ª gente norteña y que incluye todos los niveles culturales, desde grupos civilizados como los toltecachichimeca, hasta las bandas de cazadores-recolectores -los teochichimeca- (Di Peso, 197 4, vol. 1: 49-5 3 ). La gran extensión de los desiertos, lo extremoso del clima, la dificultad para encontrar buenas tierras para la agricultura y la inseguri~ad de las lluvias exigieron de sus habitantes una gran capacidad de camb10 Y de
S i s t e ma s
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Chichimeca
129
Figura 3. Mesoamérica septentrional: precipitación total anual en cm . Mapa basado en Rzedowsk i, 1978, fig . 18.
sus planta y animales, los ciclos naturales y el necesario equilibrio ecológico que entre otras cosas requería una baja densidad de población, que los mi mo indígenas controlaban con base en sistemas de aborto, infanticidio y guerra . Los restos óseos de estos indígenas muestran que eran más sano que los cultivadores; y los modelos etnográficos nos señalan que era menor el trabajo invertido para obtener el sustento entre estos nómadas que el invertido por los grupos agrícolas en la etapa del crecimiento, maduración y cosecha de las plantas. El actual grupo seri, en la costa central de Sonora, es el último exponente de estos nómadas del desierto que, aunque -como se dice eufemísticamente- "ya han sido incorporados a la vida nacional", todavía utilizan más de Is o especies botánicas silvestres, incluyendo las marinas, de las cuales I o al 15 por ciento proporcionan recursos importantes por ser altamente nutritivas. El número de plantas utilizadas como medicina es todavía mayor (Felger, 1976: 45; Felger y Moser, 1985). Esta variedad contrasta con el limitadísimo número de plantas consumido por los agricultores (y por nosotros mismos). Hay que agregar también que los agricultores utilizaron en gran m~dida la recolección y la caza, por lo que es difícil clasificarlos como agricultores o recolectores. 111
adaptación a variadas formas de subsistencia. Eso mismo definió como característica la movilidad, la fortaleza y la violencia que subsistió hasta fines del siglo pasado con el aniquilamiento de los últimos indígenas apaches (si no es que hasta la Revolución). Esta movilidad y capacidad de cambio contrasta con el tradicional enraizamiento en el terruño de las culturas mesoamericanas. 11
En razón del enfoque de este trabajo, nos dedicaremos a los agricultores norteños, pero debemos hacer énfasis en que una gran parte del territorio está constituido por desiertos (que en realidad no lo son del todo): el desierto de Sonora (que incluye a Baja California y Arizona) y el Desierto de Chihuahua, que se extiende al oriente de la sierra Madre Occidental hasta el altiplano potosino. Los habitantes de estos territorios -excepción hecha de aquellos desiertos atravesados por ríos- no pudieron cultivar, y una vez descubierto el sistema de subsistencia adaptado a tal aridez -lo que sucedió hace unos siete mil años- perseveraron casi sin cambio con ese mismo sistema hasta los contactos europeos. Estos grupos nómadas conocieron perfectamente el uso del suelo, de
130
B e atriz
Brani ff
Los cultivos más tempranos en el Norte fueron el maíz, la calabaza Y los frijoles. Este "complejo" aparece en cuevas precerámicas situadas a m~s de 2 ooo metros de altura, donde la humedad asociada permitió su cultivo sin irrigación. Para el maíz y la calabaza se dan fechas hacia roo_o a. C.; Y 300-500 a. C. para el frijol. Posteriormente se añadieron otros tipos de maíz que son derivados de los existentes hacia 300 a. C. Otro "complejo", que aparece sólo hasta los primeros siglos de nue:tra era, pudo adaptarse a las regiones bajas y desérticas cruzadas por el no Gila Y sus afluentes en Arizona, pero para sobrevivir requirió sistemas de irrigación. Este complejo agregó otros tipos de maíz, frijol, además de algodón y amaranto. Como se ve, todas estas plantas (excepción hecha quizás del amaranto) tienen sus antecedentes remotos en Mesoamérica, pero no se conoce cuáles fueron los mecanismos de introducción de estos cultivos hacia el norte. De todas formas, la aparición del primer complejo no cambió el s-i st ema de vida de esta gente que siguió viviendo básicamente de la recolección y de la caza. También es indicador que en estos contextos iniciales no aparezca la cerámica, de lo que se deduce que la forma de cocinar esos granos fue muy distinta a la mesoamericana.
Si s tema s
agrícolas
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la
Gran
Chichim e ca
131
Asimismo hay que descartar una difusión direc ta del con ocimi nto de la agricultura desde Mesoamérica, pue to qu e la planta cultivada llegaron en forma dispersa y por otra parte el m edi o ambiente n o igua l, como tampoco la tecnología empleada. Ademá , cuando e co m n zar n a construir casas y aldeas, la arquitectura y la di po ición de é ta fu ro n totalmente diferentes de las que se dan hacia el ur, lo qu e apoya aún más una personalidad propia, y sugiere que lo experim nto c n lo cultivos, así como la tecnología para manipularlo , on invento n rt 11 Nos preguntamos cuáles serían las razone de qu e ta ge nt adoptara la agricultura, siendo ésta tan difícil en esto ambientes, pue r qui r una mayor inversión de trabajo que el que nece itan la recolección y la caza. Se ha corroborado con modelos etnográficos reci ente qu e 1 recolector-cazador puede completar su alimento deambulando sólo d día a la semana; mientras que los agricultores emplean por lo m eno cinco días a la semana durante el tiempo que crece y madura la planta. Se ha sugerido que debió existir un desequilibrio entre una m ayor cantidad de población y los recursos disponibles, pero en e te entido, el problema es complejo y no ha sido resuelto, por lo que dejaremos e ta importantes especulaciones de lado (véanse Cordell, r 9 4, capítulo ~, y Minnis, 1980 para ampliar esta información). Hacia el año 900 de nuestra era, la agricultura se había ext endido n todo el Norte. Se piensa que, en término generales, los factore qüe d terminaron esta dispersión de la agricultura fueron, por una part e, una progresiva limitación del poder de movilidad, causada por una sobreexplotación de los recursos silvestres, y por la otra, una mayor densidad de la población, ambas acompañadas por un conocimiento mayor de cómo manejar los cultivos en estas difíciles regiones, así como el uso de innovadoras formas de almacenamiento. En algunas regiones las plantas cultivadas fueron suficientes para cubrir las necesidades de los poblados, pero debió invertirse una gran cantidad de trabajo para asegurar el éxito de los cultivos. Se inventaron sistemas para llevar el agua a los campos, para conservar la humedad y para detener la erosión. Pero en otras regiones no existe evidencia de tales trabajos, de lo cual se infiere que la agricultura fue solamente un complemento de la caza y la recolección. En otras localidades, la agricultura fue un experimento de corto tiempo. En muchos casos, grandes poblados tuvieron que ser abandonados, seguramente porque la capacidad de carga de los suelos utilizados fue inferior a los requerimientos alimenticios de poblaciones que habían alcanzado un cierto límite de densidad. La bibliografía consultada ciertamente sugiere que, a diferencia de Mesoamérica, el cultivo de temporal fue extremadamente riesgoso y que por ello la mayoría, si no es que todos los asentamientos agrícolas, requi-
132
B e atr i z
B r t111 1 ff
rier n al ún i t m a d irrigación y/o de terrazas y retenes para poder cultivar. h a in i tido también en que los sistemas de irrigación norteño on m á compl ejo amplios que los mesoamericanos (Doolitlle, 19 4) . IV
Para 1 d te t ra bajo, hemo escogido como ejemplo algunas region gicam nt dif r nt , donde e han hecho estudios sobre el t m a del u o pr hi pánico del uelo con fines agrícolas. Pero existen otro e tudio n Ari zona (Cordell, 19 4: capítulo 6} y en las regiones de lo valle intermontano n Sonora (Braniff, 1992; Doolitlle, 1980) entre otro .
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DE SONORA. REGIÓN FLUVIAL
Lo hohokam u oodam (pima prehistóricos) se establecieron en este desierto, tanto en Arizona como en Sonora. Los restos más impresionantes se encuentran· localizado a lo largo del río Gila y Salt en Arizona, donde se han logrado lo mejore estudios. Los sitios asociados son un ejemplo excelente de cómo logró una agricultura intensiva. Los exploradore e pañoles, los observadores militares y luego los colonos angloamericanos quedaron muy impresionados con los restos prehistóricos de sistemas de canales para la irrigación. Se han registrado Y✓ª unos s80 km de canales solamente en el área de Phoenix. Algunos de esos canales tienen 2 m de profundidad y 3 m de ancho. En esta región, los estudios arqueológicos, con base en las fotografías aéreas de satélites, han permitido hacer mapas de esta gran red de canales. Sin embargo, la ampliación de la mancha urbana ha obliterado y destruido mucha información. La lluvia en esta región es sólo de 25 centímetros anuales y la mayor parte del tiempo cae como tempestad, con alta intensidad y violencia, por lo que solamente la presencia de los ríos y las técnicas de irrigación adecuadas permitieron el cultivo en tiempos pasados. En la región se cultivó el segundo complejo arriba mencionado; éS t e consistía en maíz (Onaveño y Blando), cuatro variedades de frijol, la cal~baza, el algodón (cuyas semillas también se comían), el amaranto Y posiblemente la cebada (Hordeum pusillum). Pero es un hecho que estos hohokam dependían en mucho de plantas y animales silvestres: el mesquite, las semillas y frutas del saguaro y de algunos cactus, semillas de ciertos pastos, de mostaza y raíces, así como de conejos, liebres Y venados. La historia precolonial de estos poblados hohokam se divide en dos
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por lo m no oo a ñ os, este pueblo fue abandonado inmediatamente despué d h aber alcanzado su m áxi ma complejidad en relación con la densidad de población y extensión del pueblo. Po t riorm ente se construyeron nuevos poblados, que muestran otro tipo de arqu itectura, dife rente orden social, mayor lujo y calidad de material es . Fu e en e te ti empo cu ando se alcanzó la mayor complejidad y ext en ión de lo ca nale , pero igual como sucedió con Snaketown, cuando se alca nzó la m ayor den sidad de población se abandonó la zona y se revirtió a un tipo de ran c hería dispersa. (Haury, 1976; Gummerman Y Haury, 1979) .
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Figura 4. Canales de irrigación en Snaketown, Arizona, tomado de Haury, 1976, figuras 8.3 y 8.22 .
grandes periodos, el más antiguo entre 300 a . C . y 1100 d. C. (según Haury, 1976) o entre 500 d.C.y1175 (según McGuire y Schiffer, 19 82), y el más reciente entre 1100 d. C. y 1450 d . C . Los dos p eriodos terminan con el abandono de los poblados respectivos. Los materiales culturales de cada uno de ellos son muy diferentes, pero en ambos la irrigación fu e fundamental. El sitio de Snaketown ejemplifica el primer periodo. Era un poblado tipo ranchería, con casas de domo, de planta ovalada y entrada lateral, muy similar a la de los pimas históricos. Desde su inicio, el sistema de irrigación estaba conformado esencialmente por un canal de derivación desde.el río Gila, que se encontraba a unos 5 km aguas arriba. Éste tenía unos 3 m de ancho. Cerca del pueblo, el canal muestra bifurcaciones y canales secundarios donde se encontraron evidencias de estructuras simples para desviar el agua al cultivo. Después del canal más antiguo, se fabricaron otros que eran menos anchos. En todos ellos se muestran restos de composturas y pequeñas depresiones en el fondo que se han interpretado como pozos que servían para mantener el agua en tiempos de secas (véase figura 4). Es importante mencionar que a pesar de una evidente estabilidad de
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Este ca ñ ón perten ece a la cuenca del río San Juan, al noroeste de Nuevo M éxico, que es a su vez un afluente del río Colorado. Se encuentran aquí las ruinas más espectaculares de los llamados grupos Anasazi (ancestros de los indios pueblo) que pertenecen a varios poblados; están conformadas por unidades de múltiples cuartos contiguos y varios pisos, entre los que se entrevén las famosas "kivas" o edificios rituales circulares. Pueblo Bonito tenía unos 800 cuartos organizados en forma de un anfiteatro que alcanzó los cinco pisos en la parte posterior. Se ha calculado que en su tiempo de auge vivían en Pueblo Bonito unas 2 800 personas. Se ha considerado que la región estaba densamente poblada hacia 1025-1 125 d. C . y que constituía un sistema sociopolítico regional altamente organizado, centralizado y jerárquico. El medio ambiente no es favorable para la agricultura: la lluvia es sólo de 2.2 cm anuales, pero la nieve invernal provee algo de humedad para que germinen los granos. En cuanto a los sistemas de irrigación, existían terrazas detenidas por piedras que seguían las curvas de nivel y también muros de retención a lo largo de los arroyos que bajaban del cerro; pero los más interesantes y comunes eran los sistemas de control del agua que consistían en una combinación de presas, canales, zanjas y compuertas que llevaban el agua a jardines limitados geométricamente por muros de tierra. Estos sistemas dependían de la lluvia que se acumulaba en los arroyos que bajaban entre los acantilados . Se ha considerado que existían unos diez mil jardines de este tipo distribuidos en el cañón. Como se ve, este sistema difiere del anteriormente descr.ito, pues no utiliza el agua que corre en el arroyo inferior, al pie del cañón, sino solamente la ~ue escurre después de la lluvia. Utilizando experimentos actuales, los mvestigadores reconocieron que en una sola tormenta se produjeron 3 -0 4 centímetros de lluvia en una hora, que suministró unos 540 ooo galo-
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Figura S. Sistema agrícola en el cañón del Chaco, Nuevo México, adaptado de Cordell, 1984, figura 6.3 .
nes de agua para surtir a uno de los sistemas antes mencionados (véase figura 5 ). El Chaco duró muy poco y las causas de su extinción no han sido bien entendidas ,aunque se ha sugerido el agotamiento de los recursos, la variabilidad climática, la desecación y el fracaso del sistema político para mantener una red comercial · que antes había sido muy eficaz (Cordell, 1979: 137-150¡ 1984: 199-203).
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E ta gran ciudad llamada Ca a Grandes por los españoles, se ubica en el noro t d 1 tado d Chihuahua, al pie de monte que hacia el poniente se convi rt n la i rra Madre Occidental. Toda la unidad que a la fecha hemos descrito, muestran relacione d di tinta categoría con Me oam rica, pero no cabe duda que Paquim , co n tien la m a or cantidad de elementos sureños; con ellos podemo e tabl r clara relacione con los estados del Occidente de M éxico, d la r ión mixteca de Puebla, Yucatán y Centroamérica, hacia dond xportaba la turque a que se obtenía en minas norteñas. El au d Paquim · e alcanzó hacia los siglos x111-x1v, cuando funcionaba como centro que integraba una gran cantidad de pueblos y aldeas establecido a lo largo de los ríos que descienden de la sierra, tanto del lado de Chihuahua como del de Sonora. E te c ntro, además ·de tener lejanas redes comerciales, obtenía todo tipo de materias primas de la región controlada, especialmente minerales, madera y seguramente también alimentos silvestres Y cultivados. Paquim é comienza a mostrar un deterioro que va en aumento hacia finales del siglo x1v y es destruido por el fuego y por actos vand~licos hacia r 4 ~ o d. C. Los sistemas hidrológicos de Paquimé pueden dividirse en dos grupos: el utilizado en la ciudad misma y el empleado en la sierra . El primero tenía como principal objetivo el llevar agua ª la ciudad, Y se conformaba por un sistema de acequias que traían el agua desde un manantial cercano para redistribuirlo dentro de la ciudad por medio de canales forrados y tapados con lajas de piedra. El agua se llevaba a aljibes y de éstos a las diferentes unidades habitacionales mediante una compleja red que incluía una zona de decantación del agua, compuertas de control y un magnífico pozo de I4 metros de profundidad. Además, en cada patio se rec~gía el agua que se drenaba por canales hacia el río, donde es muy probable que hubiera milpas y canales, que ~esgraciadamente han sido obliterados por los canales y cultivos de la epoca colonial y la reciente. · Nos interesan sobremanera los sistemas empleados en la sierra, porque tuvieron como meta principal la conservación del agua Y de los suelos para amparar y proteger los cultivos que estaban en la base de _la sierra. Estos sistemas consistían en rebordes lineales y de terrazas dispuestas sobre las laderas de los cerros así como de retenes que cruzaban los arroyos para dominar el agua bron~a, y otros muros de grandes pie~as que atraviesan los principales arroyos ubicados en la base de la sierra (vease figura 6). Aunque muchas de estas "trincheras" (así llamadas localmente) hu-
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Perfil Figura 6. Cultura de Casas Grandes, Chihuahua . Sistema de contención del agua, adaptado de Di Peso, 1974, figuras 26 .2 y 210.5.
Figura 7. Cultura de Casas Grandes, Chihuahua. Terrazas y retenes en la sierra, adaptado de Di Peso, et al., 1974, figura 284.5 . Trincheras •H¡¡u,. Divisoria continental ........ .
hieran podido ·servir para el cultivo -pues muchas de ellas son contiguas a los sitios arqueológicos- en las excavaciones llevadas a cabo atrás de estas terrazas no se encontraron evidencias de cultivo ni tampoco polen de estas plantas. Por otra parte, muchas de las "trincheras" se ubican arriba de los límites donde se puede sembrar, que es también la zona donde más llueve. Si esta interpretación es correcta1 la labor invertida en esta protección
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del agua Y del suelo cubre unos r2 ooo m 2 (véase figura 7), mientras que las tierras cultivables constituyen solamente 800 m 2 de-ricos aluviones ubicados en los valles, que son precisamente las áreas de cultivo más importantes hoy día (véase figura 8) (Di Peso, r974, vol. 2: 336-359, 669, nota 59; Howard y Griffiths, 1966; Herold, 1970). Sea como fuere, esta enorme labor requirió un gran esfuerzo de organización, que a su vez necesitó la participación de autoridades y profesionistas.
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esa obra d art !cerámica, pintura mural ) están asociados con la serpi nt , c n ímbol d altare piramidales, con nubes, humedad y con la repr ntación d 1 maíz. El ímbolo del llamado "pájaro de la lluvia" entr lo actual indio pueblo tiene una larga historia, y se relaciona con el di ño tan m oamericano de la greca escalonada, diseño que allí como en 1 Nort i mpr vincu la c n pueblos que conocían la agricultura. RAFÍA
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Figura 8. Cultura de Casas Grandes, Chihuahua . Bajíos cultivables , adaptado de Di Peso et al., 1974, vol. 5, figura 208. Divisoria continental ......... .
Para terminar este trabajo, que solamente es una muestra, nos queda agregar que el cultivo formó parte muy importante de muchos poblados, esto es evidente en su ideología, plasmada en sus obras de arte, en las que también se muestran símbolos y diseños asociados con la fertilidad, muchos de los cuales todavía sobreviven entre los indios pueblo. Los pájaros, especialmente los pericos, guacamayas y guajolotes que aparecen como aves de sacrificio en las excavaciones, represe ntados en
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DE GRUPOS CAZADORES-RECOLECTORES Y SEDENTARIOS EN LA HUASTECA
Diana Zaragoza Ocaña Centro INAH-San Luis Potosí
La región huasteca, desde el punto estrictamente geográfico, no existe, sino que e ha establecido por la presencia de un grupo étnico, así llamado en la última época prehispánica en cierta parte del territorio formado por las regiones fisiográficas llamadas Sierra Madre Oriental y llanura costera del Golfo, que abarca cerca de 50 ooo km 2 • Convencionalmente podemos decir que la región llamada Huasteca abarca, por el norte, 1a parte sur del estado de Tamaulipas, casi desde el río Soto La Marina la unos 24 º de latitud norte); el oriente del estado de San Luis Potosí, comprendiendo la vertiente este de la Sierra Madre Oriental (hasta los 99º 3o' de longitud oeste); una pequeña parte del estado de Querétaro, en plena Sierra Madre; la parte norte del estado de Hidalgo, desde la Sierra Madre también en su vertiente costera, y una parte no muy bien definida del estado de Veracruz (hasta el río Tuxpan o el Cazones, por debajo .de los 210 de latitud norte). Se caracteriza por tener un clima subtropical, en sus orígenes con una vegetación selvática, ahora muy alterada por la introducción de pastizales producto del desarrollo rural, principalmente ganadero; sólo conserva vestigios de su ambiente original en pequeños y aislados lugares de la Sierra, en apartados ranchos del norte de Veracruz y en remotas comunidades indígenas. · El problema para la interpretación cultural de esta región empieza al identificar lo que es una mera caracterización geográfica con una entidad cultural, ya que tradicionalmente los arqueólogos hemos partido de la situación encontrada por los conquistadores españoles del siglo xv1 -es decir, Mesoamérica- para remontarla de manera indefinida al pasadQ, con una visión en muchos casos reducida si no regionalista, que pie rd e validez al no tomar en cuenta los fenómenos de desarrollo y transformación que esta superárea cultural experimenta a lo largo del tiempo. Otro problema es que la definición de los vocablos usados por los científicos sociales muchas veces se ha prestado a la ambigüedad, inaceptable en términos científicos, tal es el caso de la llamada Huasteca 1° Huaxteca), palabra utilizada tanto en el aspecto geográfico, como en el histórico y antropológico, con contenidos muy distintos, que relativos ª un área física y cultural deja mucho que desear. Otro problema enfrentado en la interpretación de la Huasteca es la generalización de sus atributos culturales, envolviéndola como un todo común, lo cual hemos viSta que es falso.
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En el terreno cronológico, su situación es complicada, ya que exi ten dos posturas acerca de su desarrollo, la más gen erali zada compr nde a quienes con base en los estudios lingüísticos má s difundid o (Manriq u , 1979) piensan que en esta región se separaron en una ' poca muy temprana, por un lado los grupos que posteriormente e ex tendi ero n en el sureste mexicano produciendo la espléndida cultura m aya; y por otro, que independientemente los llamados huasteco en e ta región cr aron la suya en forma autónoma. Sin embargo, las recientes exploraciones llevadas a cabo n o mue tran un panorama diferente: contamos con fuertes evidencia durante el Preclásico, como una escultura parecida a la de Izapa (Norman, 197 3 Y 1976 J y materiales cerámicos del periodo llamado Chicanel (Smith, 19 5 ), mas no contamos con elementos similares a los mayas durante lo que e ha llamado periodo Clásico, y sí en el Posclásico, como el tipo cerámico descrito por Ekholm / r 944} como Huasteca negro sobre blanco, en el cual encontramos una gran variedad de formas y pastas entre las que hay cajetes de silueta compuesta, cajetes sencillos, ollas, platos, etcétera, pero sobre todo un tipo de ánforas con tres asas que formalment e son muy semejantes a la llamada Pizarra Chichén y Chorreada del área maya -aunque la decoración de la Huasteca negro sobre blanco es mucho má elaborada- (Robles, 1981, y Zaragoza, 1981), así como un tipo de platos muy parecidos al "Rojo Mayapán" del periodo Tepeu /Smith, 1971 l, Y otros del mismo periodo /Smith, op. cit.}. Así, podemos suponer que posteriormente a la caída del Clásico, en el reacomodo de los grupos étnicos, además de los grupos norteños que arriban al área, hay un regreso de poblaciones de lengua maya a la región. Apoyados, como decía, en las evidencias arqueológicas, se ven claramente los estrechos contactos y similitudes entre los pueblos arqueológicos huastecos de la última época prehispánica y los del área maya, el desarrollo de la escultura y la complejidad técnica y formal de la cerámica blanca decorada, que aparece realizada sin algún antecedente local al cual derivarla. McQuown y Diebold /García Payón, 197 6) consideran que la separación. de los pueblos tenek de la Huasteca ocurrió en tiempos más recientes, produciéndose a partir de los Altos de Chiapas hacia la costa central del Golfo de México.
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De acuerdo con la mayoría de los investigadores (García Payón, 1976), la idea más común acerca del parentesco maya de los pueblos
tenek de la Huasteca nos dice que éstos formaron parte integral de los grupos de habla protomaya que vinieron de Norteamérica en un periodo temprano (poco antes o hacia el inicio de la agricultura), y de ahí se separaron los que más tarde se desarrollaron en el sureste, quedando ambos aislados por más de r 500 años. Esta aseveración ha venido alterando la forma de entender arqueológicamente esta región, en la que, por falta de
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investigaciones profundas, se han encajonado prá~tica m ent e_ todos l?s haHazgos dentro de un esquema prestablecido, perd1 ndo n o olo la obJetividad sino la lógica más elemental. . Otro de los factores que ha influido para desvirtuar la v1 ión de la arqueología regional es atribuir a los "huastecos" arqueológi~o un ~ea mucho más grande de la que en realidad ocuparon, en San _Lu1 Potosi; el célebre investigador ingeniero Joaquín Meade 11942 ) ha divulgado Y publicado todos los sitios de este territorio, integrando adem ás los que encontró en la zona media y altiplano, donde los elementos del último periodo prehispánico que podemos atribuir a esta cultura son muy escasos sin duda producto del comercio. 'La vieja polémica sobre el origen de la agrkultura, la cerámica Y el sedentarismo ha atraído también investigaciones a la región; las exploraciones de MacNeish 11947 y 1954) tienen este fin, sin embargo aún no hay pruebas concluyentes para situar en esta región el foco u origen de las civilizaciones prehispánicas. Desde luego que los datos de que ahora disponemos nos indican la existencia de pequeños poblados desde 1 600 antes de nuestra era (Merino y García Cook, 198 7 ), en apariencia con tipos cerámicos ya caracterizados, por lo que seguramente arriban a la región como la primera influencia cultural concreta, quizá como una tradición de la costa del Golfo desde épocas muy tempranas . En la primera etapa sedentaria, sea ésta "formativa" o "preclásica", es decir antes de presentarse el periodo de crecimiento y expansión de la cultura teotihuacana, que imprime sus características a casi todo lo que será Mesoamérica, se presentan en la región casi los mismos patrones Y elementos que en el resto del territorio donde se están gestando las altas culturas .prehispánicas de México, donde encontramos una serie de pequeños poblados, más ocupados en su subsistencia que en desarrollar una estructura político-cultural más compleja, que sin perder cierta homogeneidad comienzan ya a manifestar ciertas diferencias zonales. No podemos decir, de ninguna manera, que en la región se presentaba o desarrollaba una sola cultura. Desde antes del principio de nuestra era se presentan claras diferencias entre las distintas partes de la región; a través de las colecciones de los museos y de las piezas en poder de particulares se puede apreciar que, por ejemplo, la cerámica y figurillas de la planicie costera del sur de Tamaulipas y norte de Veracruz se distinguen fácilmente de las que se encuentran en el área comprendida entre los ríos Tampaón y Moctezuma, hacia la sierra Madre, en el estado de San Luis Potosí, por señalar sólo algunas de las más evidentes, dentro de lo que para principios de nuestra era constituye ya un variado mosaico cultural; sin embargo, es prácticamente imposible precisar en estas etapas tempranas las diferencias entre los distintos grupos étnicos. Para lo que se ha llamado periodo Clásico -en el que la importancia
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de T otihua an e pre enta en casi todo el territorio que ocuparon las cultura pr hi pánica de M éxico y Centroamérica-, el área en apariencia e m argina culturalm nte (M rino y García Cook, op. cit.) aceptando la importaci n de la cultura teotihuacana, como lo demuestran sitios como San Ant onio N ogalar (Stre er-Pean, 1977). Sin embargo, esto no es igual n todo 1 t erritori o, ya qu tenemos ausencias muy significativas de la pr n cia t otihuacana, como el caso de Tantee, en el que no contamo con lo lem ento que la identifiquen a pesar de ser, para esa época, una d la grand urb de la Hua teca. Post riorm ente a la caída de Teotihuacan, que provoca un reacomodo de la poblacione en esta área, encontramos una fuerte presencia de las cultura qu e e desarrollaron hacia el norte; específicamente relacionadas con 1 valle del Mississippi (Neurath, 1994) podemos mencionar las ofrenda d los entierros en cuevas del cerro Vetado (Delgado, 1958), consistent e n pipa de piedra de los tipos característicos de la región del Mi i ippi (Porter, 19 4 ) a más de dos mil kilómetros de distancia; tambi én en la recientes exploraciones realizadas en el sitio arqueológico de Tantoc, encontramo la presencia de montículos de tierra y materiales muebles semejantes a los de las culturas de los Mound Builders. Esta presencia la encontramos alrededor del año 900, cuando· en la zona costera del Golfo florece la ciudad de Tajín; sin embargo, no son tan claras sus influencias hacia la región norteña de la planicie costera, aun cuando llegan elementos tan característicos como las hachas y yugos, no así palmas. A partir de ahora será decisivo el papel de esta región en cuanto a su posición entre los cazadores-recolectores de Norteamérica Y los pueblos que formaron Mesoamérica. Las relaciones encontradas con los Mound Builders son más eS t rechas con los sitios del norte del valle de Mississippi, por ejemplo, Cahol<.ia (Fowler, 197 5 ), que con los desarrollados en la región de Caddo Y Spiro (MacNeish, 1950) aunque también con éstos existen algunas semejanzas en cuanto a los materiales cerámicos. Un problema interesante por resolver acerca de estas relaciones es la vía por la cual se sucedieron, ya que la vasta región comprendida por el norte del estado de Tamaulipas y el sur del de Texas fue una barrera natural debido a lo inhóspito, y que debió haber sido transitada casi sólo por grupos nómadas totalmente adaptados a ella, por lo que debemos pensar en la vía marítima y fluvial que para el siglo xv1 estaba muy bien eS t ªblecida en el Pánuco, la costa del Golfo y el Mississippi, de acuerdo con las expediciones de Hernando de Soto. La relación más clara de los grupos sedentarios con los cazadoresrecolectores -que según los pocos documentos escritos con .que contamos para la región mencionan como grupo a los chichimeca- es la falta de puntas de proyectil en los asentamientos, lo que hace suponer un ínter-
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cambio ele animales de caza y pieles, probablem ente por cerámica, ma n tas Y alimentos cultivados. Otro dato interesante en la región e que los asentamientos mayores se hicieron en las m árgen es sureii.as de lo ríos, desde Soto la Marina hasta el Cazones, debido quizás a cierta posición estratégica que los protegiera de las incursiones de los grupos nóm a da , pero aunque parece haber habido una convivencia pacífi ca, tal vez en algu nas ocasiones no fue así. Es de mencionarse que un elem ento carac teríst ico de la escultura huasteca lo representa el gorro cónico, que -creo- s un rasgo adquirido de los grupos guachichiles, si tomamos en cu enta la a no taciones de Gonzalo de las Casas acerca de la poca ves tim enta qu e llevaban estos grupos chichimecas: "usaban a traer unos bon etillos agu dos de cuero colorado" (Casas, 1936, p. 589). Aún hoy en una de las dan zas m ás famosas de la región, la d~nza de las varitas (González de D elgadillo, 1985), encontramos este gorro cónico y una reminiscen cia del resplandor que caracterizó a la escultura de la región huasteca . · Los grupos plenamente identificados que habitaron en es ta reg10n -en época tardía- fueron, por una parte, los de habla maya (t en ek) y los muy arraigados de habla náhuatl (mexicanos) que aún h oy día se e ncu entran mezclados en este território, e históricamente sabemos que así fu e desde la época prehispánica. Es interesante hacer notar que una situación similar se encuentra a la llegada de los españoles en la parte sur de Mesoamérica; vemos que lo mismo ocurre en cuanto a la toponimia, que indica una larga convivencia a través de la cual no parece h aber h abido la imposición de una tradición sobre la otra, lo que explica la exist encia de sitios arqueológicos sin duda contemporáneos por sus artefactos, pero con diferencias significativas en cuanto a su patrón de asentami ento, recursos arquitectónicos y expresiones artísticas. Podríamos ejemplificar esta situación con algunos de los sitios más conocidos, como Tamohi (antes El Consuelo o Tamuín) y Agua Nueva, ambos en el municipio de Tamuín y a sólo 8 km de distancia (ver mapa). No obstante compartir en gran medida sus elementos muebles, en lo arquitectónico el primero posee características que lo pueden relacionar estrechamente con otros asentamientos como Cempoala, en donde encontramos una fuerte presencia mexica; en el centro de Veracruz, con el que comparte varios elementos; mientras que el otro presenta características propias, quizá las comunes a la región, como los juegos de pelota, una posición que podríamos considerar estratégica en cuanto a la topografía, y edificios de planta circular, rasgo que podemos atribuir a los grupos de habla pame, aunque éstos tradicionalmente se han catalogado como gente chichimeca, ya que hacia la sierra y en lo que es el altiplano potosino hacia donde fueron relegados es una característica propia. Es lógico suponer que el arribo de los pueblos hablantes de náhuatl a la región sucedió en forma simultánea, debido tal vez a los movimientos
Dian a
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poblacio nal u frido en gran parte del territorio mesoamericano; se inició a partir d la caída d T eotihuacan y se acentuó con la decadencia de Tajín, com o Ma ruiqu (op. cit.) ugiere basado en la lingüística; y no explicarlos co m o h a ta ah ora co m o intervenciones militares mexicas en el siglo xv. Para t n r un pa n oram a claro de lo sucedido en esta región, necesitam o f ctu ar un m ayor número de investigaciones específicas tanto en territ? ri m xi ano com o de Estados Unidos de Norteamérica, que nos p_erm1ta n ta bl cer la diferentes culturas aquí asentadas y poder definir ~1 es to fo rm ó pan , com o lo postula el arqueólogo Patricio Dávila, de un area cultural qu abarcó tradiciones desde la costa del Pacífico en Chiapas, cubriendo la co ta del Golfo hasta el valle del Mississippi. B IDLI
G RA FÍA
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G rup os
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Di an a
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Oc v rla
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Un primer ac rca miento al arte rupestre de Durango permite reconocer alguna tend n cia : lo arti stas indígenas representaron animales de la zona, que indican la especies qu e habitaban en la entidad en la época prehispá nica; fi guras abstractas que quizás correspondan al manejo simbólico de algu nas imágenes, y figuras antropomorfas que, si bien están muy utiliza das, en algunos casos permiten reconocer actitudes y particularidades en el atavío. Una de las figuras representadas, sobre todo en las rocas grabadas, tiende a ser repetida y aparece como diseño aislado o forma parte de algunos grupos en los qu e parece haber sido trabajada aparte; se trata de una figura antropomorfa que, en muchos casos, tiene los brazos y las piernas en ángulo recto, estilización que, por otra parte, puede verse en distintos obj etos del área de los grupos del suroeste de Estados Unidos. Al realizar este trabajo, se recopilaron algunas costumbres indígenas relacionadas con los venados, y se considera que algunas de ellas debieron ser muy sentidas por aquellos antepasados, tanto que seguramente a ello se deben algunas representaciones de indígenas portando un tocado adornado con una cornamenta, que pueden verse en el arte rupestre, en áreas, hasta donde se sabe, ocupadas por grupos de cazadores-recolectores, y, en algunos casos, en vasijas de grupos seguramente agricultores. Por este motivo se considera que se trata de rasgos comunes a sociedades con modos de vida y una organización social muy diferentes. Algunas fuentes señalan que los grupos de cazadores-recolectores del estado de Durango, a principios de la época colonial y seguramente desde las fases prehispánicas, tenían por costumbre efectuar grandes celebraciones a las que, hasta donde sabemos, se les conocían como mitotes, cuando menos en la época colonial; así por ejemplo, celebraban el mazamitote o fiesta del venado, que debió ser un ritual importante de carácter propiciatorio y relacionado con el culto a deidades benéficas. Cabe señalar que todavía existe un pequeño asentamiento humano que lleva tal nombre, localizado relativamente cerca de Cuencamé, es decir, hacia el lado noreste de la capital. Las fuentes etnohistóricas señalan que el curso de las celebraciones mágico-religiosas estaba presidido por algunos viejos de la comunidad, de
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los cuales seguramente algunos eran cham an es que participaban en la danzas portando una cabeza o una cornamenta de ven ado, tratando de alguna manera de modificar la naturaleza para que n o les n egara u done , y es que, si bien en el área de las llanuras y en la región mi d ér tica de Durango hubo muchas especies animal es aprovechable , la cap tura de un venado debió ser un acontecimiento qu e nunca perdió su im porta ncia. La captura de los venados debió ser propiciada con la c lebración de actos de magia simpática, y a ello debió obedecer el int rés d lo chamanes por coparticipar en las danzas portando la cabeza de uno de aquellos animales, posiblemente un Odoicoleu s virginian u s, la e pecie más conocida en el norte de Durango . Después de la llegada de los europeos, algunos grupos de la región lagunera se acostumbraron a realizar sus mitotes los sábados (Martínez del Río, 1954: 82), como parte del descanso obligado del fin de se m ana; los frailes lo mencionan como una de las causas de inasist en cia a la misa dominical, debido al agotamiento; sin embargo, tal parece que, en la mayor parte de los casos, la frecuencia con la que se efectuaban aquellas ceremonias era variable, y así se mantuvo cuando menos entre los grup os más apartados; el número de los días con danzas debió ir reduci éndose a medida que la población mestiza aumentaba y se reducía el de los grupos indígenas, hasta perderse totalmente a mediados de la época colonial. Los frailes y cronistas mencionan el uso de aquellas cornamentas con tal frecuencia que no ha resultado extraño saber que, en distintas ocasiones, los investigadores han realizado algunos descubrimientos relacionados con los chamanes y con sus tocados . Una de las ceremonias en las cuales se utilizaban cabezas de venado era una de carácter luctuoso que se acostumbraba efectuar cuando un adulto cumplía cierto tiempo de haber fallecido, en algunos casos, al cabo de un año (Alegre, 19 58 ); para ello, se habían guardado las cabezas de venado cobradas por los deudos del muerto y, llegada la fecha, se reunían todos a la hora del crepúsculo en la casa del difunto, para cantar Y llorai juntos. Una de las cabezas de venado era considerada como principal Y era portada por una anciana, quien además se encargaba de incinerarla Y de enterrar las cenizas para que, de esa manera, quedara sepultada también la memoria del muerto . Así pues, aquel acto debió ser el ~i~a~ de un periodo luctuoso después del cual los espíritus se iban dehmuvamente. Algunos de los participantes en los mitotes sacaban a relucir las cabezas de venado cazadas por sus difuntos y las cuidaban con gran reverencia. Al parecer, los grupos indígenas consigeraban que los difuntos permanecían algún tiempo entre ellos y los llevaban consigo a la festividad. Ya avanzado el mitote, alguno de los viejos que presidían las festi-
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Artur o
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Sánc h ez
vidade arrojaba al fu go ce ntral algún fragmento de cuerno o del hueso de aqu lla cab za . Al avivar e el fuego, los ancianos buscaban las llam a d may r tam añ o eñalaban a los asistentes que era el alma del difunt o que d a m an era h acía notar su presencia (Annua, 1607). En tra oca io ne como se relata en la misma fuente, los ancianos daban a lo d udo m á cercano polvo o trozos de los huesos de las cabeza d v nado cobrada por los difuntos, en una ceremonia con la que e tran mitían al po eedor la fuerza, la ligereza y todas las virtudes de aqu llo anímale . Re ulta obvio que tal fenómeno provocaría cambios muy d able en un cazador. MA T ERIA L A RQUE
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La Cueva de la Candelaria es un sitio arqueológico al oeste del estado de Coahuila, muy cerca de los límites con Durango; se trata de un lugar que forma parte del área que tal vez fue ocupada por los grupos irritilas, es decir, por cazadores-recolectores que se desplazaban en un territorio que debió comprender sitios tan importantes como Gómez Palacio, Lerdo Y Torreón. Entre los datos proporcionados por los arqueólogos que exploraron la cueva, destacan aquellos relacionados con la presencia de astas de venado de uso ceremonial, que conservaban parte de los huesos del cráneo de los ciervos . El arqueólogo Luis Aveleyra Arroyo de Anda pone el acento en una pieza notable, formada por dos trozos de madera que sujetaban una cornamenta con tiras de hojas de palma (Arroyo de Anda, 1956:IISL al parecer con la intención de que se facilitara colocar el conjunto sobre la cabeza de una persona, a la manera de tocado (figura 1 ).
Figura 1. Cornamenta arreglada procedente d:la Cueva de la Candelaria, Coah . (Aveleyra Arroy de Anda, op. cit. : 117 .)
Cornam e nt as
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ce r e m o nial
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Con ba e en lo datos recopilados, me permito ahora hacer una suposición t entativa en la cual deberá seguir trabajándose: el estudio de piezas como los de la Cueva de la Candelaria, y de ias representaciones de personaj es en actitud de danzar y que portan una especie de cornamenta, permite suponer que se trata de la confirmación arqueológica de las ceremonias que lo grupos indígenas celebraban en el curso de sus mitotes. ÚLTIMA
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Figura 2. Grabado que representa a un personaje que porta un tocado con cornamenta. Puede verse en una roca que se localiza en las cercanías de La Ferrería. Dgo.
En el arte rupestre del norte de México pueden verse algunas figuras antropomorfas que, al parecer, portan tocados con cornamentas, en algunos casos muy simplificados o que quizá correspondan a la representación de cuernos menos ornamentados, como podrían ser los de algún bisonte; se sabe, por ejemplo, que los comanches utilizaban tocados decorados con cuernos semejantes. Aunque este tipo de representaciones es relativamente frecuente, me permito señalar ahora sólo algunas: al pie del cerro de La Ferrería, en las cercanías de la ciudad de Durango Y en la Cueva de los Luises, Chihuahua (figura 2). El sitio arqueológico de La Ferrería es de uno de aquellos grupos agricultores que ocuparon parte de lo que ahora es el estado de Durango; se trata de un sitio que, aunque está muy deteriorado, tiene aún material arqueológico mueble del grupo que . hizo las construcciones que ahora podemos ver en el cerro del mismo nombre. Entre los tipos cerámicos que se han detectado, destaca el tipo llamado "mercado" (figura 3). En una de las piezas fragmentadas localizadas en las cercanías de la llamada Casa de los Dirigentes (Guevara Sánchez, 1994 ¡, del tipo "mercado", se observan algunos diseños pintados con color rojo, que son representaciones de danzantes que portan un objeto en la mano y que, al parecer, danzan con una cabeza de venado, lo que sin duda asocia a los alfareros con los cazadores.
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Guevara
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N IDERA C IO
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El estudio de los datos anteriores me permite suponer que las diversas representaciones de figuras humanas con tocados adornados con cornamentas tenían cuando menos dos causas posibles; primero, que hayan sido la representación de los viejos danzantes que participaban en las ceremonias cargando la cabeza del venado principal, de los que habían sido cazados por una persona fallecida más o menos recientemente. La danza debió ser de carácter funerario o cuando menos lo era la participación del chamán, que de esa manera c~nvidaba al espíritu del fallecido a participar en las ceremonias que periódicamente organizaba la com~~ nidad a la que había pertenecido. Todo parece indicar que, como ocurno en otras sociedades, la de los grupos de lo que ahora es el estado de Durango trataba a toda costa de no malquistarse con las ánimas de los difuntos, Y cualquier omisión de una festividad, de vivos o de muertos, era considera-
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Figura 3. Dibujo __pintado en una vas1Ja procedente de La Ferrería, Dgo., Y que al parecer es la representación de un danzante con tocado.
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da como una ofensa muy grave. Debe recordarse qu e a principios de la Colonia se dejaron sentir en el área algunas epidemia qu e cau aron gra n mortandad entre los indígenas, y que problemas como las enferm edades eran lo que el grupo trataba de evitar con recursos de carácter mágico. Agraviar a un muerto era un asunto que la comunidad quería evitar a toda costa, cuando estaba casi inerme para defenderse de las epidemias, consideradas como venganzas de los recién fall ecidos, quien es iempre estaban dispuestos a llevarse a alguien consigo. Ésta debió ser una de la causas por las cuales, en el arte rupestre y en otras manifes ta cion es artí ticas, se dio con frecuencia la representación de personajes en actitud de bailar y que portan un tocado con cornamentas. Otra de las causas de la representación en el arte rupes tre de fi guras humanas con cornamenta es que los chamanes debieron practicar, muy frecuentemente, ceremonias para facilitar la adquisición de piezas de caza, en particular los muy apreciados venados. Esta ceremonia debió ser muy importante para los cazadores-recolectores y por ello se les representó en muchos casos y en diferentes tipos de sitios . Las fuent es parecen señalar, entonces, que la danza que algunos miembros de los grupos de cazadores-recolectores efectuaban portando cabezas de venado no siempre eran tristes y luctuosas, sino que podían ser alegres y vitalizadas con las esperanzas de los cazadores. La representación de chamanes en actitud de orar y con su tocado especial debió ser un acto propiciatorio -junto con la danza- para facilit ar la caza del venado. La presencia de imágenes semejantes en el arte rupestre Y en algunas vasijas de carácter suntuario permite suponer que, cuando menos, a finales de la época prehispánica, algunos cazadoresrecolectores tuvieron un contacto importante con agricultores de Durango, Y que de ello se derivaron algunas manifestaciones artístico-religiosas.
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Los
MEXICANEROS EN EL NORTE DE MÉXICO: UNA REFLEXIÓN SOBRE LAS PRÁCTICAS AGRÍCOLAS Y DE CAZA-RECOLECCIÓN
Neyra P. Al varado Solís Maestría en estudios mesoamericanos,
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La presente ponencia trata sobre una cuestión que considero nodal en la discusión acerca de la población asentada en el Norte de México;1 sobre todo en esta franja fronteriza mesoamericana. Cuando hablamos de sociedades sedentarias nos remitimos automáticamente a sociedades agrícolas. Y cuando la referencia es sobre sociedades nómadas, lo hacemos respecto de los cazadores-recolectores sin saber con precisión de qué hablamos, quizás por la escasez de investigaciones acerca de estos grupos que nos permitan identificar sus diferencias evitando las ya gastadas generalizaciones. Quisiera dejar de lado los juicios de valor que se han suscitado al referirse a uno u otro tipo de sociedad, pues, a mi modo de ver, las investigaciones sobre las sociedades mesoamericanas han sido numerosas en relación con las del Norte de México y por ello se pretende tomar como patrón de medida a las sociedades mesoamericanas para ejemplificar cualquier tipo de sociedad. Con esto se obvian las diferentes historias y espacios que las han determinado. El problema que he tratado de abordar desde la perspectiva etnográfica es precisamente conocer el origen de los mexicaneros de San Pedro Jícaras, Durango, las causas de este nuevo asentamiento y qué población habitaba la barranca San Pedro. La intención es identificar las posibles influencias que recibieron los mexicaneros de la población asentada en la barranca. Estas preguntas han surgido por tres cuestiones: una por la complejidad que representa el estudio de los grupos contemporáneos de esta región interétnica de la sierra Madre Occidental debido a los abismos históricos que generan la falta _de investigaciones arqueológicas y etnohistóricas, particularmente me refiero a los mexicaneros y a la barranca San Pedro. La segunda se debe a una negación personal por establecer vínculos directos y lineales entre los mexicaneros y algunas prácticas rituales de los mexicas como una aproximación, esto sería lo más fácil de hacer si pretendiera no reflexionar sobre otros muchos aspectos, pero también contribuiría a continuar ob1
Retomo los conceptos de Kirchhoff, Mesoamérica y Norte de México (1960 Y 1943 respe~tivamente), como referente de la región de interés sin entrar en la discusión sobre la pertinencia de uno u otro término.
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viando las especificidades de los grupos asentados en el territori o d ta frontera mesoamericana. Por último, a través de la etnografía po i~le contribuir de manera importante al entendimiento de sociedad . a~ t n ores sin evitar las rupturas y sí tratando de encontrar las con tmu1da de que se han sucedido en el tiempo. . La experiencia personal de investigación entre lo m ex1ca nero m e ha llevado a pensar que muchos de los mitos ge nerados en torn o d la sociedades mesoam ericanas y del Norte de Méxi co pueden derrumb ar en el momento en que cada vez más investigadores se intere en e n realizar estudios serios y profundos de sociedades contemporán ea , a í como de otros momentos históricos, y contribuyan - lo qu e co n id ero más importante- al entendimiento de estas sociedad es del N ort e de México. Definitivamente estas reflexiones no serán abordadas en la prese nt e participación ya que la intención es plantear, desde la etnogr afía, algu na prácticas agrícolas, de caza-recolección y pesca entre los m exica n eros Y su vinculación con rituales, porque, cuando nos referimos en es tudios o ponencias a determinado grupo, generalmente lo hacemos como agricultores, refiriéndonos al maíz como cultivo casi exclusivo de esta práctica . Si bien es cierto que el trabajo agrícola y sus procesos ritu ales determinan la matriz espacio-temporal de la cosmovisión de las comunidades indígenas (Medina, 1990), también es necesario abordar otro tipo de prácticas que son indisolubles en la vida de estos pueblos, prácticas vinculadas también con la vida ritual. CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA REGI Ó N
La comunidad de San Pedro se localiza en la barranca y por donde corre el río con el mismo nombre. Pertenece al municipio del Mezquital, municipio ubicado al sureste del estado de Durango. Me refiero a una región que limita con los estados de Nayarit, Jalisco y Zacatecas . Se trata de una región interétnica en la que conviven huicholes, tepehuanos, coras Y mexicaneros . El .territorio que habitan los cuatro grupos es accidentado, se constituye por barrancas y la sierra; de tal forma que se trata también de una región.cultural ya que los cuatro grupos que la habitan -coras, huicholes, tepehuanos y mexicaneros- comparten, con sus propios rasgos, elementos comunes de una misma cosmovisión. Ahora hablaré exclusivamente de la comunidad sampedreña. La comunidad de San Pedro está asentada en una zona semidesértica donde abundan cactos, matorrales y algunos árboles frutales entre los que podemos mencionar el chalate, la higuera, el frijolillo, el mezquite camichin, el maguey, la pitahaya, el nopal, la naranja, la papaya, carrizos, otates, etcétera. La fauna está constituida por especies como techalote
(un tipo d a rdi lla ), ven ado, con e jo, coyote, tejón, mapache, gato de ~ont e; agu il illa, avilán , urraca, zopilo te, así como la chuparrosa, la corah~l_o, la ca cab 1, la ila m acoa, la chirrionera, el lagartijo, la iguana, el escorpwn y 1 alac rá n. En 1 r ío ex i t en especies como el bagre, la mojarra, la t_~ch a, el m a t a lo t y el ca m ar ón (Alvarado, 199 4: 124-127). La poblacwn prac ti ca l a agri cultura de t emporal sembrando maíz, frijol Y calabaza en pendi nte pedr go a . En huerto familiares cultivan sandía, papaya, caña nara nj a t e t era - t a mbién practican la cacería y la recolección de fruto~ y raí ce 1 • En t e m~orada eca migran a la costa de Nayarit Y a Zacatecas dond e co ntra tan com o jornaleros agrícolas en el corte del tabaco, la caña y el c hile . En la comunidad habitan m exicaneros y tepehuanos. Estos últimos se estableciero n en los años cuarenta. Los espacios rituales de las ceremonias agrí co las se encuentran bajo el control de los mexicaneros, p~r ello, cuando m e refi era a la cosmovisión es a la concepción del mun m exicanero.
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C O MUNI D A D
. . , 1 proximadaE1 terntono comunal es de 18 700 hectareas, de las cua esª . bl . , . e problemas mente cinco son de recursos maderables . Lapo ac10n uen . d de linderos con la comunidad de Santa María Ocotán, San Francisc9 e , y San Antonio de Padua en el mismo mumcip10, · · · · Y con la comuO cotan . d . , 1e da a su ex-. m ad de Santa Teresa, en Nayarit. El uso que lapo bl ac10n · , territorial comunal es para el ganado, gracias · a 1os buenos paSt1tens10n zales. · . ·b ·d de la siguiend Los asentamientos en la comunidad están istn m os 1 entate forma : del centro político-religioso hacia el norte se ubican osª~ . 0 • l' · o-rehgios mientos predominantemente tepehuanos, y del centro po iuc . ehacia el sur se ubican los asentamientos predominantemente mex~~ª~uros. Existe una movilidad de estos asentamientos en la temporada n . , h d gua para co v1as, epoca en que se desplazan a los llamados ranc os e ª los , . , tos afecten 1 tro ar al ganado y a los animales, y asi evitar que es ltas , . 1 s partes a sembrad10s. Los ranchos de agua son asentamientos en ª lli·do T de ape de los cerros donde se pueden concentrar extensas fami ias , rti, • Aqui es pe patrilineal o solamente una o varias unidades domesticas. aun nen te mencionar la división territorial en los asentamientos ya qu~dad d la comum ' cuando ambas poblaciones sean consideradas parte e . vadi. • s se sienten lil n existe un recelo entre ambas porque 1os mexicanero ·dad Esta co dos y los tepehuanos quieren tener el control de la comum · 1 ean tradicción se refleja en diferentes ámbitos domésticos, comuna es, s rituales o no.
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AGRICULTURA
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Retomando la concepción de Medel (Ares, 1990: XL) respecto de la relación sin rupturas que establece el hombre con su entorno físico, de igual forma concibo la relación del mexicanero con su medio. En otro trabajo, Broda ( 1991) considera que la observación y la aprehensión que las sociedades hacen de la naturaleza implica conocer de astronomía, clima, botánica, zoología, geografía, medicina, etcétera. Si hablamos de sociedades agrícolas que dependen de buen clima, fertilidad y lluvias para asegurar un ciclo anual de existencia, es importante mencionar cómo se generan las relaciones del trabajo agrícola, pues éste no sólo proporciona al cultivador la obtención de medios de subsistencia para su familia, sino que establece la categorización del tiempo y una forma histórica de apropiación del espacio, de manera que es necesario entender el trabajo agrícola en su entretejida relación y expresión dentro de los procesos rituales (Medina,
Los mexicaneros también practican estas actividades pues conocen perfectamente la fauna de la región, las raíces, los frutos y las especies de río. Nombran a cada animal y planta en su lengua materna, saben sus caracterí tica , u ciclos y respetan la veda en el tiempo en que las especies se reproducen. Poseen sofisticadas técnicas para rastrear y cazar cada animal. De la mi ma forma sucede con los peces y el camarón de río, así como con las plantas medicinales y comestibles.
1990).
Bajo esta perspectiva pretendo abordar el trabajo agrícola y su expresión ritual para comprender su vínculo. La temporada de lluvias en la comunidad y la región dura de junio a octubre, y la temporada seca de noviembre a mayo. La población tiene un conocimiento exhaustivo del entorno: los ciclos de las plantas, el cosmos, los fenómenos meteorológicos, .el suelo y la fauna. Este conocimiento, resultado de la observación y la aprehensión, les ha permitido sentar las bases de su particular forma de concebir el mundo. Saber de los recursos naturales también les ha permitido utilizarlos en la vivienda, la medicina, la elaboración de objetos de uso doméstico, la elaboración de instrumentos musicales, su alimentación, etcétera. Cada unidad doméstica posee un terreno para sembrar; este terreno es utilizado una o dos temporadas y lo dejan descansar diez años para que la cosecha sea posible. Las mismas condiciones del terreno permiten el uso exclusivo de la estaca o palo sembrador. En el trabajo agrícola participa la unidad doméstica y algunos miembros de la familia extensa. Utilizan la mano de obra de amigos o familiares con un pago, o lo que es más común, el trabajo se presta para ser recuperado en la propia parcela. Los miembros de la comunidad inician el ciclo agrícola con el corte de yerba en febrero, la quema en marzo y la siembra en junio, con las primeras lluvias, para cosechar en noviembre. El espacio de cultivo familar se mide por: el número de miembros de la unidad doméstica y su cálculo emplea una medida de 4.5 kg de semilla de maíz, cuya cosecha sirve para mantener a dos personas al año.
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Caza
La cacería ahora se practica con rifle o pistola, pero algunas personas, sobre todo de las rancherías continúan usando o recuerdan haber cazado con otras técnicas. El venado era cazado con arco y flechas o con una trampa de ixte, conocido por ellos con el nombre de tepémet; para cazarlo se organizaban varias personas que llevaban perros, instalaban la trampa en el lugar que consideraban adecuado una vez que encontraban los rastros, ya que de acuerdo con la temporada saben en qué lugares toman agua Y suelen andar los venados. Ellos se organizaban por veredas para acorralar al venado1 los perros lo correteaban hasta que caía en la trampa y sus cuernos se enredaban en la red. Ya en la trampa, al venado le golpeaban la cabeza con un hacha de piedra que "usaban los antiguos", este instrumento era utilizado para matar venados y para cortar leña hueca. Como hay una época del año en que al venado se le caen los cuernos, la trampa no funcionaba Y era cuando lo flechaban. Antes el venado se cazaba para consumo doméstico Y para las ceremonias agrícolas, actualmente se caza casi exclusivamente para eS t as últimas. La escasez de esta especie y la concepción que se tiene del venado ha hecho que sea solamente de uso ritual. Los mexicanero.s coBciben la cacería del venado como el permiso de dios y el descuido del diablo para ofrecerlo al sol y a Jesucristo en los rituales. El jabalí es cazado con una trampa parecida a la del venado sólo que con un tejido diferente para evitar q~~ el animal se salga de la trampa y su pescuezo quede atrapado en el teJido, también se utiliza un otate al cual se le saca punta. Con el otate el cazador aguarda en una lomita y espera que el jabalí brinque, en ese momento lanza el otate y le atraviesa el pescuezo, si esto no pasa, el jabalí corre a esconderse en una cueva a la que le encienden hojas o palitos para que el humo ahogue al animal y así lo puedan sacar. A la iguana la espían en la sombra de un árbol junto al río, a medio día, que es la hora en que se entierran estos reptiles; cuando la iguana tiene la cabeza enterrada, la agarran del_pescuezo, se lo amarran con un lazo y le colocan en el hocico una especie de bolsa para evitar que muerda si no pretenden comerla en ese momen~o. El takwach o tlacuache también es cazado y se come para evitar el enoJo en
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la gente. En cuanto a las aves, actualmente se cazan con rifl e pero alguno siguen practicando otras técnicas. Para capturar al wilo t cantará, una güilota que canta, y al wílot viudo, que es una güilota pintita, fabri ca n una trampas con un cacaxte, una especie de reja a la que en la up erfi ci le dejan un hoyo, mismo que es tapado con palitos bofo llamado wawaló y con ramas, ahí depositan huaute o huahutli y, en el mom ento en que la güilotas están sobre el huahutli, con una cuerda tiran de lo palito para que las güilotas caigan en el cacaxte. Las palomas denominada jotumú, los "paisanos" y las chachalacas eran cazadas con arco y fl echa, actualmente con rifle. El kwi.x o aguililla es cazado con rifle y ólo alguna per onas tienen la.suerte de atraparlas, sobre todo los curanderos . Recolección
Las raíces que recolectan son camotes como el chichi, que tiene aproximadamente un metro de largo, el camote coloma que se da en la ciénagas y mide aproximadamente r 5 centímetros, el jícam o jícama era utilizada "antes", que no había maíz: le quitaban la cáscara, la secaban y la molían para hacer una especie de tortillas. El aviét, llamado también cortapico, es un fruto de arbusto, éste se recolecta y se remoja para que se le caiga la cáscara amargosa y se muele para hacer tortillas. El pochote, llamado también xolochóchit o clavellina, es una flor que se come con frijoles así como las juricas o bayusas que son flores de maguey. Existen varios tipos de miel llamada nékte y que se recolecta como la miel merméjo, la nékte de panal y la nékte de wéwe, la diferencia consiste en el tipo de abeja y el tipo de panal. También hay una variedad de larvas de abejas comestibles que se encuentran en el panal y no producen miel como el wermorir, metater, mediwhante bravo de bobola, los cuales se asan con todo y panal para comer. Asimismo hay un frijol de ratón que se da en los arbustos cortados del terreno de cultivo y que también se consume. Pesca
Las técnicas de pesca varían dependiendo de la temporada. Cuando el afluente del río crece por primera vez, debido a las primeras lluvias, la gente se aprovisiona de bolsas de mandado de plástico y las pone ahí para poder capturar varias especies al mismo tiempo. Utilizan la "maroma", que es una soga larga a la cual le sujetan varios hilos a lo largo y en cada uno de ellos colocan un anzuelo con una carnada que puede ser un gusano que se reproduce en la basura llamado nixtekwilmi, o también puede utilizarse un chapulín,. un pedazo de carne de cualquier animal o un gusano de río llamado tekwinax. La maroma se coloca en la noche a loan-
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cho d l rí y cuida h a ta qu un p z toque el anzuelo. El camarón de río má a p ro la nt ab qu debajo de las piedras es donde se localiza n u nido . D pu d ta d crip ión retomaré olamente de cada uno de aqu l a nim al, planta fr uto utilizado en la prácticas rituales. La c r m o nia agríe la - d nominadas también }turavét o costumbr divid n n comunal y famihare . En las comunales participan toda la famili a exten a d ap llido patrilineal y la ceremonia se celebra en el úni pati e munal. En la e remonia agrícolas familiares participa una familia xt n a d apellido patrilineal, de modo que cada familia exten a tien un patio para realizar dicha ceremonia. Los patios son amplios espacio n la cima d loma o cerro y se cree fueron asignados por dios ª cada familia varia g n racion atrá . Los patios familiares en el territorio comunal amp dr ño on de familias mexicaneras, los tepehuanos tienen sus patios en la tierra de la comunidad de origen a donde acuden a sus ceremonia agrícola familiar . No obstante, mexicaneros Y tepehuanos participan en el costumbre comunal. Como inicialmente dije, el ciclo agrícola determina el tiempo del ciclo ritual de tal forma que las ceremonias a~ícolas marcan tiempos específicos deÍ ciclo agrícola. Hay tres ceremomas agrícolas comunales al año: febrero, tiempo de cortar y quemar la yerba del terreno agrícola, mes en que se celebra el costumbre del tamal Y el agradecimiento de las cosechas; marzo-abril, tiempo de pedir la lluvia, fecha en que se celebra el costumbre del agua, y septiembre-octubre, tiempo d~ bendecir el elote. Las ceremonias agrícolas familiares son dos vec~s ~l ano: marzo-abril, fecha en que se celebra el costumbre del esquite Y comc:ide con la petición de lluvias; y septiembre-octubre, fecha en que se celebra el coStumbre de la bendición del elote. Estas ceremonias, además de marcar un tiempo específico del trabajo agrícola, permiten al individuo _relacionarse con las deidades para pedir la vida conformada por salud, bieneS t ar económico Y la reproducción de la fauna ~ de la vegetación. Para poder participar en estas ceremonias la gente debe ponerse bendita, es decir, abS t enerse de tomar alcohol, de enojarse, de tener contacto con el sexo opue~to, de comer sal Y debe ayunar. Aquí, consumir tlacuache contribuyeª e~itar el enojo en la población ya que transgredir las convenciones eS t ªblecidas puede causar la enfermedad y la muerte. Con esto introdujimos un aspecto importa_n~e de la cosmovisión mexicanera: que ellos tienen la vid~ pre st ª~ da Y solicitan "permiso" para seguir viviendo en este mundo mediante la abstinencias a que se someten, con su participación en los rituales_Y ª tr~vés de las ofrendas que otorgan a las divinidades. En estas ceremonias agncolas la población ofrece flores, leña y amarra plumas de aves como la chachalaca, el paisano y la palomita en los costumbres comunales, Y plumas de aguililla en los costumbres familiares .. Estas plumas son amarradas ª dos largas flechas enterradas frente al altar, por las mañanas de los cuatro
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días de la ceremonia; el mayor de patio dirige la cerem onia y reza fre nte al altar fumando una pipa y tabaco, este último es considerado com o correo. Tres veces al día: durante los cuatro días se dicen rezos que e tán marcados por el curso del sol en el día; es decir, cuando sale el sol, cuando se en cuentra en el cenit y cuando se oculta. Los hombres se orga nizan par a cazar venado y cuando logran cazarlo lo entregan al mayor para ser pre en tado por él en el altar y es ofrecido al sol. La noche del cuarto día repre entan una danza de venado donde un hombre se coloca la piel de ven ado en la espalda y sujeta la cabeza del mismo entre sus manos. El animal es seguido por un perro· para simular la cacería. El perro atrapa al venado en el momento de salir el sol. Toda la noche el músico toca el arco y la gente por pare jas del mismo sexo bailan alrededor del fuego, la fila de un sexo en sentido contrario al de la otra fila. Los sones de la música son venado tamal estrella grande, pluma y pájaro amarillo. En los costumbres comunales el mayor o un enviado lleva al Cerro de la Pluma la cabeza y los huesos del venado, en el costumbre del agua lleva esquite y monedas. En los costumbres familiares los niños recién nacidos son presentados e iniciados en el consumo del maíz, en el costumbre del elote se les hace la bendición del vino a los jóvenes para que tengan el permiso de sentarse en el banco de fumar de ingerir guachicol; -a las mujeres se les permite sentarse en el ;etate, y a ambos para poder casarse. En las fiestas patronales, la población lleva a los cerros flechas pintadas con diferentes colores y objetos y, dependiendo del favor qu~ soliciten, ofrecen a los patrones chocolate en agua y los mayordomos sa~1entes ofrecen coronas y rosarios de pinole de huautli mezclado con miel a los mayordomos entrantes. /
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Los m exica n ero con ciben un mundo dividido en tres partes, la parte superior con t itui da por e l mar y varios cielos donde habitan nuestro padre Jesucri t o y lo anto patronos. La conexión de la parte superior con la parte int rmedia la da el lugar del sol en el que se encuentra un cordón que con ect a 1 lugar de lo diose con el espacio de los cuerpos de los hombres Y con el lugar de lo muertos que es la parte inferior. Esta parte inferior tien e en u parte última al mar que se conecta con el mar inicial de los cielo para dar una concepción dinámica del espacio. El tiempo, a su v ez, es con cebido en tres tiempos. El primer tiempo es el del silencio Y de ~a oscuridad . El segundo es el de los dioses, en el que hablan animales Y piedras, en que los dioses subieron a los cielos para dejar al hombre las costumbres. El t ercero es tiempo del hombre. · Si no es fácil entender las prácticas de caza-recolección vinculadas con l_a agricultura en determinada sociedad, tampoco comprenderemos l_a fu?ción de cada elemento que participa en un ritual. Sin este ente ndimiento vamos a continuar haciendo generalizaciones. Por ello considero que eSt a presentación es un trabajo preliminar. Además es necesario conocer los nombres de los animales, las plantas, de los objetos que utilizan para cazar o recolectar, las épocas del año y su vinculación con las lenguas que hablan los otros grupos de la región para denominar cualquier elemento Y, por supuesto, relacionarlo con su cultura. BIBLIOGRAFÍA ARES, BERTA
Los mexicaneros conocen cada época del año, en el manto celeste identifican a las estrellas de cada época que tienen un nombre en mexicanero identifican la vía láctea y la estrella grande que forma parte de su cosmo~isión. Lo mismo sucede con la luna y el sol. Estos astros y sus ciclos son ideologizados en su religión; de ahí la importancia del curso del sol porque determina _acontecimientos específicos de los rituales, tiempos delimitados por la salida del astro, su ubicación en el cenit y su ocultamiento. De manera que los lugares donde sale el sol y donde se oculta forman parte de la conexión e~~r~ la vida Y la muerte. El oriente significa la vida, hacia donde hay que dingu los rezos mientras se ofrecen el venado y el maíz. El poniente es la dirección hacia donde van los difuntos, la oscuridad. La estrella grande petrif~có al ~undo a~imado, en el que hablaban piedras y animales, ésta simboliza el numero cmco, .número mágico para los mexicaneros.
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In tituto de Inve tigacion e Antropológicas,
UNAM
Lo qu e n c m o n la actualidad como la "región Norte" de México se r fi r a 1 a pecto político y g ográfico, en relación con la división política actual. E t no a í de de el punto de vista de la lingüística, ya qu al una d la familia lingüí tica presentes en esa región son parte de una di tribuci ón ma or que e extiende y upera las actuales fronteras política n 1 norte del continente, como por ejemplo el gran tronco yumano, el yuto-nahua y l athapa kano. Este último abarca sobre todo el norte de E tado Unido y Canadá. El Norte de México e pobló hasta la época colonial por hablantes de los grande macro o filum . El primero se refiere al "yuto-nahua" representado n la zona por varias familias lingüísticas que forman parte de él como la familia tepima, la taracahíta y las lenguas que Longacre clasifica como "aztecoide ", de la cuales en unos casos se tienen algunos registros y en otros una cuantas palabras. Dentro de las llamada lenguas "taracahítas", hay registros de algunas ya desaparecida , y también existe documentación de algunas como el eudeve y el tehueco; de otras no se cuenta más que con pocas palabras escritas . En la actualidad tenemos cuatro lenguas de éstas, de las que hay buen número de hablantes, que son el mayo, el yaqui, el tarahumara y el guarijío. Entre las lenguas tepimanas, se registran seis extintas, pero aparecen cinco con hablantes cuyo número es considerable: el pima, el tepehuán del sur, el tepehuán del norte y el pápago (el pima y el pápago cuentan con tantas variantes que algunos las consideran lenguas diferentes). Se ha dicho que la separación de las lenguas tepehuán del sur y la tepehuán del norte es el resultado de la presencia de los espaüoles, sin embargo, la lingüista María Ambriz, que ha trabajado en estas lenguas, hace ver que la separación entre estas dos es tan profunda que no puede ser el resultado de la llegada de población espaüola sino que se trata de una separación más antigua. De los grupos llamados por Longacre "aztecoides", se registra la cantidad de once lenguas que se hablaron en las regiones de Coahuila, Nuevo León y Zacatecas; de éstas es realmente poco lo que se conoce. Al grupo o subfamilia cora-huichol el investigador lo incluye aquí, y da cuenta de por lo menos veinte lenguas perdidas en las regiones de Nayarit y Jalisco. De la familia "nahua" propiamente dicha, hay una presencia de variantes llamadas occidentales por el investigador del IIA-UNAM Leopoldo Valiñas, que se ubican en los estados de Colima, Jalisco, Durango y Na-
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yarit, donde conviven con coras y huicholes. Aquí resulta_import~nte señalar la presencia de grupos, como los hablantes de Cazcan, que Jugaron un papel ·de liderazgo en el occidente de México y habitaron pri?cip~lmente en el estado de Jalisco; lamentablemente, no quedaron estudios lingüísticos ni vocabularios en esta lengua, a pesar de que se h~bló en una región amplia y que, después de haber sometido la gran rebelión cazc~na, se trasladó población de este grupo a las regiones de Durango Y Nayarit . De acuerdo con la teoría lingüística, el punto geográfico en el que se hacen presentes un mayor número de grupos o subfamilias pertenecientes a un mismo conjunto de unidad familiar es, al mismo tiempo, el punto más probable de dispersión de las lenguas que confirman a esa_gran familia. Por lo tanto se puede proponer el área de Sonora y Chihuahua como el punto de o;igen de las llamadas "yuto-nahuas", aunqu e también existe la teoría contraria que de cualquier forma debe de tomarse en cuenta. La presencia de nahuas en el norte se debe a varios factores, uno de ellos es que los españoles se hicieron acompañar por indios amigos Y construyeron junto al pueblo peninsular un barrio u otro pueblo de indios amigos para defenderlos de los indios infieles. Los indios amigos generalmente fueron tlaxcaltecas, cholultecas y en algunos casos otomíes; con ellos se hicieron presentes los nahuas en Parras, Saltillo, Durango Y Zacatecas. La presencia de nahuas en esa zona rompe el criterio establecido para determinar el área geográfica cultural llamada Mesoamérica, ya que los nahuas corresponden a esta base cultural, aunque enemigos entre sí, como lo fueron los tlaxcaltecas con otros nahuas como los aztecas. De cualquier forma, todos estos grupos de nahuatlatos participan de una profunda base mesoamericana, con pueblos de agricultura intensiva: no solamente cultivaban maíz, frijol, chile y calabaza, sino también incluían otros granos como el amaranto o huautli, quelites de varias clases y hierbas medicinales. La construcción de viviendas y de edificios que conocen estos grupos que llegan del centro es otra; además, la división de poblados en barrios llega reforzada por los grupos cristianos. Las geonimias nahuas se extienden, con la llegada de estos grupos, a gran parte del norte y noroccidente, no sólo por los nombres de fundación, sino que se debe considerar que en la primera época de la Colonia esta lengua, la más importante, de hecho la oficial por uso, fue la que permitió unificar términos geográficos en lo que hoy es la república mexicana y Centroamérica. En el Norte de México sucedió lo mismo, pero con una presencia.mayor de nahuas y otomíes; es de suponer que si ya había grupos nahuas en occidente y en Sinaloa, éstos dieron inicio al nombrar lugares en las diferentes variantes de esa lengua.
La ll ad d grupo me oa m rica no al norte no es el único factor para d t rmi n ar qu con llo e rom pe con las fronteras culturales de Meoa m ' ri a, in qu e la m in ría la qu e obliga a la colonización, no s~lam en t c n indio amigo , in o también con población española. La minería v au x il iada por lo grupo de agricultura intensiva, pero los grup~s · nuevas tecru , ·cas de culude pod r fu r n lo pañole qu traía n consigo vo, d m in ría, d ga n adería y de guerra. , . La ga n ad ría jug ' un papel importante para las actividades econorru_ca n 1 N n de M ' xico y en lo territorios de Estados Unidos. Con.la · , y muchos de 11 egada d 1 caballo e aumentó la capacidad de movi•¡·izacion los t errit ori o qu e e di putaban eran para extender la ganadería. . . , · permiueLo cultivo nuevo , com o el tr igo, la cebada y los citncos, · - d nuevos proron el de arroll o de otra técnica agrícolas y la generac10n e 1 dueto . El trigo empezó a jugar un papel importante desde ent~nces en e N orte de M éxico, mientra que la u va cobró auge a partir del siglo al D e acu erdo con Jesú G arcía Ruiz otros nahuas fueron lleva os ' 1 . entos para teN orte para a egu rar la ca m paña en contra de los evantami . s ·ndios amigo n er un control de los indios sublevados. Así llegaron otros i h os · · · d , los tepe uan o cnsuam za os . Por lo mismo podemos suponer por que l) · · ' n persona 11 aman "na h u at " al m estizo (María Ambriz, comumcacIO d · te l · d ahuas uran A 1ora bien, es importante recordar que los llama os n grula primera parte de la Colonia se encontraban repartidos, aunque en pos no unidos, desde el Norte de México hasta Costa Rica. d dos . . h Ok dividí o en 1 E otro gran filum o m acro lo constituye el ano _ La rimegrandes familias . Primero la yumana y segundo la coahmlteca. . p n Soilia sen e ra se h ace presente en Baja California, luego aparece 1a fam nora. r va. Los yumanos forman un gran tronco lingüístico conf?rmª?º p~¡zonas familias que se distribuyen sobre todo en el'sur de California y ca y . . y oaxa / na en Estados Umdos; en México, Baja Califorrua, Sonora de e-sta lenaparece un grupo de ellos en Honduras. Aunque los hablantes d rrolla, . . rupos esa gua estan emparentados por razones de id10ma, estos g . ron y consolidaron culturas muy diferentes . 1 mar y la Si bien los seris de Sonora están altamente aso~iados con_;ásicamenpesca, los grupos de Baja California, California Y Anzona sonh tales de . . . t Los c on te caza d ores-recolectores con agricultura mcipien e. . a aunque Oaxaca o pame participaron de la base cultural mesoam~nca~o~ wlopatambién pescaron y mantuvieron una agricultura intensiva. la crianza nes o jicaques de Honduras tienen agricultura, pero su bas~des ·te que los de abejas y el uso y consumo de lá miel. Por lo demás es evi en saciados yumanos vienen del Norte, ya que el mayor número de gruposda Estados con este tronco se encuentra en el sur de la región suroeS t e e Unidos.
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De la familia coahuilteca trabajada por Mauricio Swade h , n o hay en la actualidad alguna lengua que la represente, aunqu e exi ten regí tros parciales de un buen número de lenguas, mientras qu e, el gran macro o filum hokano se hace presente en Honduras con la familia jicaqu e o tolopán que cuenta con hablantes hoy en día. La multiplicidad de lenguas fue un hecho importante para el Norte, así como lo fue la pluralidad cultural, ya que aparecen grupos de pescadores, concheros, sedentarios y otros qu e practicaron el n om adi nio. É te es un hecho que señala un reto para investigar, ya que e ta región geográfica presenta situaciones culturales complejas por la diversidad de formas de vida y su conjunción, sobre todo con esquemas que hacen ver interferencias en varias áreas, que no coinciden necesariamente con la distribución lingüística de la zona. La importancia antropológica de estas culturas nos hace esperar muchas investigaciones, ya que las que hasta ahora tenemos se relacionan con las llamadas "altas culturas". Se carece de trabajos exhaustivos que permitan dar razón de todos los grupos que practicaron la pesca, el nomadismo, así como los de la agricultura incipiente, que fueron parte del quehacer humano. Por ello no debemos discriminarlas por las anteriores características porque todas son culturas y, por lo tanto, forman parte de la respuesta que el hombre ha dado a sus formas de vida. La cultura humana no es importante por los artefactos o productos materiales: la organización es primordial, tanto en la familia como la ligada con el clan. La identidad no se da por razones meramente materiales, más bien es la interpretación y su apropiación del mundo, cómo la organizan Y el papel que juega en las creencias y usos para poder vivir en un medio determinado. Es bueno recordar que no se puede incluir dentro de un término genérico a todo un conjunto de pueblos; así se dice que eran nómadas, como si el practicar el nomadismo igualara a todos. Hay que recordar que, en la época colonial, en Guerrero apareció el grupo nomádico de los chiveros, como parte de las haciendas ganaderas trashumantes, a partir de grupos que practicaban la agricultura intensiva. También es importante tomar en cuenta que entre los llamados sedentarios tenemos grupos que practican el nomadismo, como los gitanos (entre los que hay divergencias culturales según la región del mundo en la que se mueven). A pesar de disponer de pocos datos, es posible observar que los grupos nomádicos del norte no tuvieron una unidad cultural, pese a que lingüísticamente tuvieran una relación de origen; basta recordar los conflictos habidos entre pimas y pápagos. Los grupos nómadas del norte del continente se vieron afectados por los grandes movimientos de pueblos en Estados Unidos y Canadá y que afectaron su vida con la introducción del caballo y las armas mecánicas.
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La 11 ga da d p blación procedente de Europa fue motivo de grandes ~onflict q u obli ó a migrar a muchos grupos indígenas de Estados Umdos a otra r gio n d N orteamérica. . La di tribu ción d la lengua nos permite decir que el nomadismo se prac ticaba n ár a g ográfi cas determinadas en tres grandes regiones de acu rd c n 1 filu m o m acro que se hacen presentes en la zona. Tambi · n a pr ci a m o qu e el e quema se rompe con la conquista, al aparece_r e n la r i n h ablante d nahua, español y, en menor cantidad, de otom1. C o n 11 r m pi 1 m apa lingüí tico y cultural que se tenía. · . Durante el iglo pa ado el Norte de México recibió otro gran flu¡o d_e població n 11 gada de má al norte y el traslado de pueblos como los ~eminole que en un ti mpo fu eron llevados a Coahuila y no permanecieron por mucho ti empo. Lo apaches que hicieron historia, los comanches '! los kikapús qu e llegaron desde la frontera de Estados Unidos con Canada, para a entar e n Coahuila. Lo grupo athapascanos forman un gran tronco lingüístico que poblaba de de Ala ka ha ta el occidente de Canadá y desde la bahía de Hudson hasta la región de los grandes lagos. Los grupos athapascanos son básicamente conjuntos de pueblos cazadores y pescadores, con un desarroll? del uso de pieles para la confección de vestidos y la construcción de v.1viendas, la elaboración y manejo de artefactos para desplazarse con eficacia sobre la nieve, así como del uso de transporte de navegación como los cayucos y las canoas, la crianza de perros para tiro y, en tiempos posteriores, el uso del caballo. Los athapascanos son ampliamente conocidos por sus representaciones y cultos totémicos. Entre ellos hay individuos conocedores de la madera: no solamente la utilizan para construir casas y tallar objetos, sino para elaborar instrumentos de cacería, de desplazamiento y cestas para guardar objetos recolectados. A principios del siglo x1x, los grupos athapascanos se desplazaron Y algunos de ellos al igual que los kikapús llegaron a México. Una parte se estableció en Oklahoma, Estados Unidos, y la otra en el municipi~ _de Múzquiz, Coahuila. A su llegada se fundaron dos centros de poblacw~: "Nacimiento de Indios" donde se establecieron los kikapús, Y "Naci' , miento de Negros", en el cual quedaron los esclavos negros -que traian consigo, a quienes se otorgó la libertad, cuando entraron a territorio nacional, siendo Benito Juárez presidente de la república. A los kikapús se les concedió territorio a condición de que se asentaran Y lucharan contra los apaches. Traían como tótem al oso, del cual dicen descender; afirman además ser el producto de la relación entre una mujer y un oso. Este animal juega un papel muy importante en su mitología a pesar de que en la región en la que ahora se asien.tan no existe est e tipo de animal.
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Los kikapús salieron desde el norte de los Estados Unidos, en lo que ahora es el estado de Michigan, donde permanecen actualment e los m enomoni, que hablan una lengua muy cercana al kikapú y recorrieron, desde aquella región vecina a Canadá, todo el territorio de Est ado Unidos para llegar a Coahuila. La estructura de sus viviendas es muy sem ejante a la de vario grupos athapascanos: están hechas con varas y petate de tule que las muj eres se encargan de construir y tienen forma redonda. Alguna famili a conservan la tradición de construir varias casas, una para la cabeza de la familia, otra para los jóvenes y una más para las mujeres que se encu entran en periodo de menstruación. . En la actualidad los kikapús siguen divididos y participan de la agricultura, aunque de preferencia pagan peones qu e no sean de su grupo para sembrar. El gobierno estadounidense les dio concesiones, pero cuando los kikapús optaron por la ciudadanía mexicana, el estado norteamericano les retiró todos sus derechos. Lo que he tratado de destacar es la riqueza y la diversidad que presenta esta gran región llamada Norte, por lo que debe hacerse un esfuerzo mayor para su conocimiento histórico y antropológico, justo llamado de atención que nos ha hecho Tita Braniff, quien ha dedicado su vida a este problema. •
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HISTÓRICA DEL NORTE DE MÉXICO
Leopoldo Valiñas Coalla In t i tut o de Inve s tigacione s Antropológicas ,
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UNAM
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Sin contar con la muy discutible glotocronología, en la lingüística hay un número significativo de campos o temas que permiten correlacionar informa ciones lingüísticas con investigaciones históricas o arqueológicas. En es t e trabajo presento, a manera de ejemplo, tres de esos campos en los que la lingüística plantea hipótesis de naturaleza histórica que, al ser correlacionadas con estudios y resultados arqueológicos, pueden aportar una visión un poco más completa de la realidad pasada. Es necesario insistir en que este trabajo no hablará de glotocronología ni de fechas de separación de lenguas, y sí, en cambio, de algunos temas que se están abriendo y que podrían, con el aumento de investigaciones al respecto, ir conformando líneas sugerentes de interacción entre las disciplinas históricas y la misma lingüística. Por otro lado, este estudio está hecho pensando en lectores no especializados en temas de lingüística. Por ello I se hacen algunas precisiones, o ciertos comentarios que tratan de facilitar la comprensión de lo aqlll expuesto. Finalmente, es importante señalar que mucho de lo aquí comentado es resultado de trabajos tanto en proceso como ya concluidos, por lo que debe ser entendido como un conjunto de propuestas y reflexiones sobre la articulación de la lingüística y la arqueología.
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CAMPBELL, LYLE Y MARIANNE MITHUM l
979 The Languages of Native America, Historical and Comparative
Assesment, University of Texas Press, Austin.
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ADVERTENCIAS
Al empezar debo simplemente anotar algunas premisas o advertencias que de seguro ya se conocen, pero que no está de más hacer explícitas para evitar malos entendidos. En realidad, estas advertencias manifie st an una determinada posición. En algunas de ellas se plantean ciertas preguntas que no pretenden ser contestadas en este trabajo, dejándole -al lector que decida su posición al respecto al responderlas. _. 1. Relación lengua-etnia. Esta relación es falsa. En México, tradicwnalmente se ha identificado etnia con lengua, dejándole incluso al idioma la marca determinativa de la etnicidad. En este sentido, un tarahumara pertenece a la etnia tara umara porque habla la lengua tarahumara. Tres argumentos bastan para cuestionar dicha identidad. a] Las caracte-
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rísticas culturales (que en todo caso definirían lo que una etnia) son muy complejas y la lengua no puede ser, en ningún ntido, 1 factor definitorio. b] La lengua misma entraña un problema r lacionado con u frontera "interior", es decir, con la distinción entre dial cto Y lengua. A esta indefinición hay que agregarle que, por lo general, cuand e habla de lengua en realidad se hace referencia al nombre de ell a, y no a us_c~racterísticas lingüísticas (y mucho meno oci lingüí tica ). e] Por ultimo, y relacionado con una de las variables clave de la identidad,_de_bemos recordar que el nombre de la lengua (que se exti nde al grupo et mco) no es en ningún momento el nombre dado por su u uario , sino el dado por sus vecinos. Estos tres hechos cuestionan fácilmente la relación lenguaetnia I O l• si el yaqui y el mayo fueran una misma lengua (como lo afirman , algunos lingüistas nombrándola cahita), los yaqui y mayos senan una misma etnia? 2 . Relación tepalcate-etnia. También esta relación es falsa. En este sentido, retomo el argumento sobre la complejidad cultural para eñalar que los materiales arqueológicos no son, ni con mucho, una parte significativa de determinada cultura. No rechazo la identificación que en un momento dado se pueda hacer entre los materiales arqueológicos Y una cultura arqueológica, pero suponer que dicha cultura es o pertenece a una etnia es un salto epistemológico no sólo peligroso sino incluso muy aventurado y nada sencillo de sostener. Se puede hablar de una cultura (arqueológica) tolteca, pero ¿hubo una etnia "tolteca"? 3. Situaciones de bilingüismo. No se puede negar a priori la inexistencia de situaciones bilingües o plurilingües. Es muy probable que éstas hayan sido la condición misma para las interrelaciones de los grupos prehispánicos (pensando, por ejemplo, en la exogamia, el comercio o intercambio, las alianzas militares, etcétera). A esto hay que agregar dos hechos más: a] la indefinición ya mencionada entre lengua y dialecto, agregando aquí que la interinteligibilidad no necesariamente es un factor definitorio entre lengua y dialecto, es decir, la mutua comprensión no es garantía de hablar un mismo idioma (o, en otras palabras, si dos personas dicen hablar lenguas diferentes pero se entienden, esto no significa que ambas sepan el mismo idioma)/ y b] las características tanto sociales como individuales del bilingüismo y sus dos dimensiones, receptiva Y expresiva: se puede ser hablante de una sola lengua y oyente de dos. Intentando aclarar un poco más este punto, presento tres ejemplos sobre situaciones bilingües hipóteticas para evidenciar lo complejo del problema: a] una comunidad puede ser caracterizada como bilingüe considerando que la gran mayoría de su población maneja dos idiomas; b] de 1
176
Lo contrario da pie a interrogantes más interesantes. Por ejemplo, si dos personas dicen hablar la misma lengua y no se entienden, ¿en efecto hablan la misma lengua?
L eo p o lcl o
Valiñas
Coalla
igu al man ra, un grupo ocial puede ser definido como bilingüe, aunque ólo u ' lit u com rciante sean los que efectivamente hablen dos idioma ; y I pu d exi tir un tipo de interrelación en la que cada una de la pan habl n u idioma pero entienda el otro, es decir, entender dos idi ma p r h ab lar ólo uno. . n epto de frontera . E te concepto es relativo y más cuando se refi r a ituaci n ociale IY la lengua y la cultura lo son). En este sentido, al b rvar un mapa lingüí tico, e deben entender las áreas no como ntidad c rrada y definitivas (aquí termina una lengua Y empieza la tra) in m proc dimiento gráficos para facilitar la exposición. Inclu o, d bem r cordar que los dominios de la lengua son la comunidad (conc pt n o r
Uno de los temas más comunes de interrelación entre la lingüística Y la arqueología es el referido a las agrupaciones lingüísticas. Esto, por e~ empleo del árbol genealógico como representación gráfica de determma_da agrupación . Si bien el árbol no es el mejor recurso para indicar las relaciones "genéticas" entre lenguas, su uso permite, al menos inicialmente, partir del siguiente presupuesto lingüístico: la evolución de las lenguas va de un proceso cuantitativo de dialectalización les decir, de confor~_ación de variantes dialectales) hasta un proceso cualitativo de generacwn de lenguas diferentes. Dicho en otras palabras: dos comunidades que hablan la misma lengua tendrán, por razones de uso, ciertos cambios mínimos dentro de cada una de ellas. La separación geográfica normalmente · evitará que tales cambios sean compartidos por ambas comunidades, generando, al paso
Lo
que
la
lingiii s ti ca
y ut oaz t eca
podría
aportar
177
de poco tiempo, que ambas tengan diferente dial ecto (siendo el mismo idioma). Más adelante, al transcurrir más tiempo, las diferen cias se incrementarán a tal grado que se pueda hablar ya de lenguas diferentes . El punto central es la variable espacial: esta dialectalización implica, además, una gradual separación geográfica. Ello supone que las lenguas emparentadas tienden a distribuirse en un continuo geográfi co, por lo que su semejanza lingüística debe ser proporcional a su vecindad geográfica (es decir, en una familia lingüística se espera qu e las lenguas más semejantes sean más próximas geográficamente). Y éste es un punto importante porque permite establecer hipótesis tanto sobre contactos profundos en el tiempo como hablar de movimientos poblacionales . Lingüísticamente hablando, uno de los criterios más empleados para poder afirmar (o negar) la subagrupación de idiomas es el de las innovaciones compartidas. Una innovación compartida es, en pocas palabras, un mismo hecho lingüístico presente (o inferido) en dos o más lenguas diferentes, históricamente explicado como un cambio sucedido ti empo atrás. Hay que diferenciar, además, la innovación compartida del cambio difundido por contacto; esto es, de un mismo hecho lingüístico presente en dos lenguas como resultado del contacto entre ellas. Este último punto entraña un problema nada sencillo de resolver: es necesario definir si un determinado hecho lingüístico es una innovación compartida o resultado de contactos lingüísticos . A pesar de las dificultades, existe toda una serie de criterios y principios lingüísticos que permiten orientar la búsqueda de la solución. PRIMERA GRAN DIVISIÓN: YUTOAZTECA NORTEÑO Y SUREÑO
Entrando ya de lleno al tema que nos interesa, es pertinente recordar que la familia yutoazteca está compuesta por 11 subfamilias . Se puede decir que todas ellas se agrupan en dos troncos básicos: el yutoazteca norteño o shoshoniano (con cuatro subfamilias) y el yutoazteca sureño (con siete: tepimana, opatana, tarahumarana cahita tubar corachol y azteca' 1, cada ' uno' de estos dos grupos na). Como se puede observar en el mapa básicos ocupa una continuidad geográfica separada por un conjunto de lenguas fundamentalmente yumanas. Esto da pie a una primera hipé-tesis: entre las lenguas norteñas y sureñas existe una discontinuidad provocada por la intromisión de lenguas yumanas. En palabras de Miller (1984: 19): Existe una discontinuidad geográfica entre las lenguas norteñas y las sureñas, la cual está ocupada ahora por lenguas yumanas. Esta familia tiene m enos profundidad temporal que el yutoazteca. Existe evidencia que las yumanas se expandieron hacia el norte y el este, desde un punto cerca de la parte baja del
178
L e op o ld o
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= Gabriel i no Ca= Cahuilla Cp = Cupeño Ls = Lu i seño Ga
1 = Cochimf 2 = K'mi11i
3 = paipa i 4 = Kiliwa 5 = Cucapá 6 = Havasupai 7 = Tonto 8 = Haricopa 9 = Zuñi 10 = Navaho 11 = Jicarilla 12 = San Carlos 13 = Hescalero
CORACHOLES
Mapa 1. Distribución de lenguas yutoaztecas .
L o
qu e
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lin g ü ís ti c a
y ut o a z t ec a
podr í a
aportar
179
Colorado o a su de lta, provoca ndo c o n e ll o e l ro m p im ie nto geográfic ent re las lenguas norteñas y sure ñas (Hal e y Harris, 1979: 17 2 -73, r¡--76). De ig u a l manera, existió alguna vez una cadena d e le n gu as tra n sicio n a les q u e co n ectaban a estos dos grupos e n e l occide nt e de Ari zon a (Fowlc r, 19 : 242) . 1
Si bien no todos los autores aceptan la dicotomía norte-sur e n la le ngu as yutoaztecas, los argumentos más sólidos inclinan la bal a n za a ace ptar dicha división con dos variantes principales: a] una primera divi ión entre un grupo sureño y cuatro norteños (cf. Miller, 19 8 3, 19 4 y 1994) Y b ] una escisión norte-sur en dos subfamilias (cf. Cortina-Borja y Valiñas, 19 9) . Las representaciones en árbol serían aproximadame nt e la s sigui e nte : YUTO A ZTE
YUTOAZTECA
númicas
tubatulabal
tákicas
hopi
SURE ÑO
1 NO RTEÑ
A
Traducci ón de: "There is a geographic di scontinuity betw een th e Northcrn ami th c Sona ran languages,_which is now fill ed by Yuman langu ages. This family has a shallowcr tim e depth than Uto-Aztecan . There is evidence that th ey expand north and eas t, from a point near the lower Colorado or at its mouth, causing th e geographic hrc ak hetwee n th e Northern and th e South ern Uto-Aztecan languages (Hal e and Harri s, 1979: 17 2 -72, 1 7 5· 7 6 ). Likely there was once a connecting chain of transiti onal languagcs in Western Arizona between these two groups (Fowler, 198 3: 242) ." -' Traducción de: "The maj or split occurred approximat ely 4 ooo yca rs ago dividing th e Ut oAztecan stock into two maj or sub-stocks, the N orthern and the Southern . The Northcrn sub-stock is further divided into th e Shoshonean and the Son a ran ." -1 También basó su investigación en 100 entradas léxicas.
V11 / i i"1 11s
P e n a m o q u e h ay a ri as evide ncias que nos p ermit en justificar una división n rte-s ur. T d os 1 m é t o do e mplea dos muestran dicha división; 1---1 La div e r idad léx ica e ntre la len g uas son o renses y las aztecanas es mayor que la exi s t e nt e e ntre las númicas y las tákicas . Por lo tanto, si hablamos de un gru-
' UR E
2
L eopo l do
e ] Y, fin a lm nte, la d e Cortina-Borja y Valiñas (1989), que al aplicar algun os m é t o do d a n á li i de da tos a los mismos materiales léxicos de Mille r obti n e n r e ulta do r ecurrentes que indican claramente la separación norte - ur. En e a o bra (p. 2 3) e ñalamos que: 5
J
Los argumentos que apoyan determinada agrupación tocan lo s tres niveles de la lengua: fonológico, morfológico y léxico, pero por razones hi st óricas (más que lingüísticas) los argumentos léxicos han sido la punta de lanza para apoyar o precisar las agrupaciones yutoaztecas . Curiosa m ente, en este sentido existen tres propuestas sobre su clasifica ción (apoyadas en evidencia léxica): a] La de Hale (1958: 107) que al trabajar con 17 lenguas yutoazt ecas señala que la primera gran división fue entre las azt ecanas y las dem ás: -"La separación mayor del grupo yutoazteca ocurrió hace aproximadamente 4 ooo años, dividiéndolo en dos subgrupos mayores: el nort eño Y el sureño. El subgrupo norteño se dividió más adelante en shoshoneano Y sonorense." 3 b] La de Miller (1994: 312-313), quien, por su parte, al analizar los datos léxicos de 32 lenguas, afirma que el grupo norteño no conforma una unidad, aunque sí el sureño:4
180
la d n idad de cognato e n la le n gua m e ridi o nal es es 35 1 la cual es notablem n t má alta ue 2 - , e l n ú m e r e ntre t o das las lenguas yutoaztecas. Pero e n e l n rte, la d n idad es 27, ca i ig u a l a la densidad de la familia en total. Lu e e nt n e , ten mo evide n c ia l éxi c a de una rama en el sur, pero no hay ev ide n cia léxica de una ra m a e n e l n o rte. N ó t ese qu e esto no cuenta como evide n cia para o te n r q u e la len g u as de l n o rte no forman una rama, solam e nt e q u e n h a e ide n c ia léxica p ara p o n e rlas en una unidad genética.
Cua l / a
p o s ure ñ , e n l
mism os crite ri os debemos hablar de uno norteño. 6
Para~elarnei:ite, e n una interesante investigación que interrelaciona, el rnedw ambie nte con la lengua y la cultura, Fowler (1983: 234), centrandose en el estudio comparativo de flora y fauna de las lenguas yutoaztecas, seüala : "Consideraciones cuidadosas de los datos léxicos de la flora Y fauna apoyan, de cierto modo, dicha diferenciación [entre yutoazteca n~rteño Y sureño], aunque los huecos en el registro de datos hace que eS t ª conclusión sea tentativa. " 7 DIVISIONE S EN EL INTERIOR DEL YUTOAZTECA SUREÑO
Independientemente de las discusiones anteriores, tampoco la unida_d del yutoazteca sureño está consensada. En términos generales, las ., di-o versas posturas difieren en dos puntos importantes: a] la aceptacwn Emplea mo s fund am entalm ente 5 m étodos: aj Análisis de cúmulos; b) Escalamient?_multidim ensional (con sus dos variantes, clásico y ordinal); e) métodos de clasificacion 0 jerárquica (Promedi os- K); d) Criterio de la suma de cuadrados y e) estadísticas descnpnvas. C f. Cortina-Borja y Valiñas, 198 9 . · 6 Trnducci ón de: "We think that there are many lines of evidence that allow us to juSt1fy ª Northern Uto-Aztecan (NUA)-Southem Uto-Aztecan (suA) partition. All the me t bods used showed thi s division; [.. . ] The lexical diversity between Sonaran and Aztecan is greater thªn betwe en Numi c and Takic-I if 1 therefore1 suA is incontrovertibly a group, by th e same criteria, so too is NU A" . 7 Traducción de: "Careful consideration of the plant and animal lexical data in some ways support s such a differentiation, although gaps in the record make the conclusion tentative" .
5
Lo
°.
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lin g ii is t ica
y ut oaz t eca
p o dr ía
a portar
181
no de un grupo sonorense como una unidad, y b] sus subagrupaciones. Casi todos los estudiosos defienden la existencia del yu toazteca sureño como un grupo, aunque hay obras en las que tal unidad no se señala explícitamente (cf. Whorf, 1935¡ Shaul, 1992). En cuanto a las subagrupaciones sonorenses, se puede decir que hay tres puntos de discusión (véanse mapas 3 y 4): • La posición del grupo corachol. • La existencia del grupo taracahita. • La conformación del grupo tepimano-tarahumara-corachol.
29
30
Primeras divisiones del yutoazteca sureño La discusión principal en relación con la primera división del grupo sureño propone dos posibles divisiones: a] una, en la que el aztecano es un subgrupo por sí solo y las demás lenguas sureñas conforman una subfamilia mayor identificada como sonorense (cf. Mendizábal y Jiménez Moreno, 1941; Voegelin, Voegelin y Hale, 1962; Lionnet, 198 5, y Dakin, 1994L Y b] otra que agrupa al aztecano junto con las coracholes, dejando en otra subfamilia a las demás lenguas sureñas (cf. Sapir, 1913; Campbell y Langacker, 1978). SUREÑO SON ORENSE
SUREÑO
aztecano
SONORENSE
TEPIHANAS 1. P6pago 2. Pima alto 3 . Pima bajo 4. Tcpehu6n del norte
5. Tepehu6n del sur 6. Tepecano OPATANAS 7. Opa ta 8. Eudeve TARAHUHARANAS 9 . Torohunara 10 . Guari j lo 11. Chlnipas
12. Guaz ápar 13. Témori
CORA-AZTECANO
corachol
aztecana
Lo$ argumentos principales que apoyan la primera propuesta son de índole léxica (cf. Miller, 1984: 15, tabla 6L mientras que los que apoyan la segunda son de naturaleza fonológica. Al respecto, Dakin (1994: 74-76) presenta algunos contraargumentos que cuestionan la agrupación corachol-aztecana, indicando que los cambios sucedieron primero en náhuatl y lue~o en corachol, planteando entonces una hipótesis interesante: hubo antiguamente contacto entre las lenguas coracholes y las nahuas.
CAHITAS 14. Macoyahui 15. Conicori 16. Tepahue 17 . Yoqui 18. Mayo 19. Tehueco 20. C0
CORACHOLES 24. Cora 25. huichol 26. Tecual TUBAR 27 Tubar JOBA 28. Joba SIN CLASIFICACJON 29. Suna · junano 30. Concho 31. Huite 32. Zoe 33. Nlo 34. Ocoroni 35 . Yixime NO YUTUAZTECAS 36. Seri 37. Guasave
Subagrupación taracahita dentro del sonorense Mapa 2. Distribución aproximada de las lenguas en el noroeste mexicano en el siglo xv1.
La segunda postura reúne a las lenguas tarahumaranas, opatanas y cahitas en una subfamilia identificada como taracahita. Esta posición es, de hecho, la más aceptada (cf. Lamb, 1964; Miller, 1984, 1994¡ Shaul, 1992). SONORENSE
tepímana
tu bar
corachol cahita
T ARACAHIT A
opatana
tarahumarana
Leopoldo
Valiñas
Coalla
Los argumentos que apoyan la subagrupación de las taracahitas son de índole léxica, sintáctica y fonológica. En cuanto a estas últimas, es interesante señalar que no son definitivas dado que algunas no permiten precisar si se trata de innovaciones compartidas o si son resultado de contactos entre lenguas vecinas. De ser esta propuesta la adecuada, se descubre actualmente un rom-
Lo
que
la
lingüística
yu toazt ec a
podría
aportar
1 TE M A
Mapa 3. Distribución aproximada del continuum taracahita .
Mapa 4 . Distribución aproximada del continuum tepimanatarahumarana-corachol.
pimiento de la continuidad cahita-opatana, lo que permite generar hipótesis interesantes (véase mapa 3 ). Subragrupación tepimana-tarahumarana-corachol
Esta agrupación, que reúne las lenguas tepimanas, tarahumaranas y coracholes, es sostenida casi exclusivamente por Ka uf man ( r 98 r ). SUREÑO
áztecana
7
cahita opatana tubar
tarahumarana tepimana corachol
Tanto los criterios fonológicos (que son dos) como los morfológicos no permiten, sin embargo, hablar decididamente de la subagrupación mencionada, dado que muchos de estos criterios son compartidos por subfamilias ajenas a esa agrupación o porque sólo lo presentan dos de las tres subfamilias. Finalmente, es importante decir que no hay argumentos léxicos (a partir de los datos de Miller) que apoyen la agrupación tepimanatarahumarana-corachol. Si esta subagrupación es la adecuada, implica interesantes movimientos poblacionales (véase mapa 4).
L eo p o ld o
Va liña s
Coa lla
LÉ Xl
Otro d lo campo en lo que la lingüística puede aportar información de caráct er hi tórico e encuentra en los sistemas léxicos. Se puede decir que, n t , rmino generales, el universo léxico de cada lengua está fu ertem nte e tructurado y, en cuanto a su "vulnerabilidad" a los cambios culturale , se han propuesto dos grandes clases de léxico: el "cultural", caracterizado por estar sujeto con mayor fuerza a las dinámicas cultural d cada grupo, y el "básico", que muestra, de cierto modo, una autonomía a eso vaivenes. Dentro del primer tipo tenemos el referido a la flora, fauna , parentesco, cocina, trabajo, etcétera, mientras que en el otro existen t érminos que se podrían identificar como universales {por ejemplo, "yo", "tú", "comer", "dormir", "sol", "nube", etcétera), razón por la cual mantiene una especie de autonomía con respecto a la cultura. Como se sabe, gracias a los contactos sociales, es factible "pasar" cierto léxico de una lengua a otra, de una cultura a otra, ya sea porque aparecen objetos nuevos que hay que nombrar (y uno de los recursos es utilizar la palabra que el grupo que sí posee ese objeto emplea para nombrarlo) 0 porque las relaciones sociales, por excelencia asimétricas, reflejan dicha asimetría en la selección y reproducción léxica. Es por ello que al observar el léxico de determinada cultura se pueden inferir sistemas de percepción y de organización, e incluso "huellas" de interacciones con otros grupos (por la presencia de préstamos, interfere~cias lingüísticas, etcétera). La aproximación a este campo no es ni sencilla ni transparente. Se necesita abordar tanto campos culturales como lingüísticos, pero los resultados, por más provisionales que sean, gene~:n hipótesis que pueden dirigir investigaciones posteriores. A continuacwn veremos cuatro ejemplos en cierto modo diferentes. El sistema numérico
El sistema numérico es uno de los sistemas léxicos que más probabl~mente pueden evidenciar contactos interculturales (por su segura pertl. en relaciones de intercambio o en asuntos calen d'ancos · )· Un estunencia dio comparativo del sistema numérico de varias lenguas nos permite, ~?r ello, no sólo apreciar diferentes estrategias de numeración sino tambien posibles contactos o intercambios presentes o pasados que se han quedado "reflejados" en la lengua. Véanse, por ejemplo, los cuadros r-3; en ellos se pueden observar los siguientes hechos significativos:
L o
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185
CUADRO
pápago névome pima Onav pima hj-K pima Maye tep-nte-R tep-nte-C tep-nte-B tep-sur tar-oeste tar-nte tar-sur guar-río guar-sie huichol cora tuhar tehueco yaqui mayo ópata tegüima tónochi eudeve náhuatl
1.
uno himako mako h+ma mado hfmik himoho horno imooko ma'n hilé hilé hilé piré piré sevi saf hemé senu sénu seénu se se séi sei .seen
Sistema numeral en las lenguas yutoaztecas sureñas dos goo-k go-k góo-k go-k goo-k gó-kado goo-ka goo-ka goo-k o-ká o-kwá kWá goh-ká wo-ká húú-ta wá'apwa nyó-r woi wói woo-yi go-de go-kuci wo-dí go-dúm oo-me
tres wái-k vai-ko vái-k vái-k wái-k véi-kado vai-ka vaí-ka vái-k hakía hei-kiá kiyá pai-ká pai-ká hái-ka waih-ka vayí-r vahi háhi hahi vai-de vai-kuci héi-du vei-dúm eeyi
cuatro gí'i-k gí-ko/makoha gí'i-k gi-k mákow mákoa-do maakova makova máakov naó naó nahó na'agó naó náu-ka mwaákwa narikí-r naeki náiki naíki nago nago-ci naawói návoi naawi
cinco hitasp utaspo h+ta 'asp htta 'asp mawfts siatámado taama táma camám malígi malí malí marihkí marikí 'auxfvi ansihi mamuní-r mamni mámni mamni mariki mariki márki márki maakwil-
CuAD R
seis cuudp tutpo tuudp tuutp+ wúseny náddamo naadamí nadami sium-má 'n usáni usáni
SWán puhsáni puhsáni 'ataseví
aráhsebi osaní-r husani húsani húsani busani husani busáni vusani cikwa-seen
LENGUAS: pima Onav ~ pima de Onavas; pima bj-K - pima bajo con datos de Key; pima Maye - pima bajo de Mayeaba; tep-nte-R = tepehuano del norte con datos de Rinaldini de 1743; tep-nte-C - tepehuano del norte con d¡¡tos de la Coordinación Estatal de la Tarahumara; tep-nte-B - tepehuano del norte con datos de Bascom; taro_este = tarahumara del oeste; tar-nte - tarahumara del norte; tar-sur - tarahumara del sur; guar-río - guarijío del no; guar-sie = guarijío de la sierra.
186
L eo p o ld o
V a liñ as
C o alla
I
Si s t e m a numeral en las lenguas yutoaztecas s~eñas (continuación)
siete w+w a'ak pápago vuva k a m a n évome pima Onav as v+va 'ak a m pima bj-K búuba k a m pima M aycob wusi-ny -di-m-lúmk tep-nte -R kwárasamo t ep-nte -C kuvárami tep-nt e -B kuv árahami tep-sur sium-góok tarah-oest e gicáo tarah-nte kictáo tarah-sur kicáw guari-río goi-gúhsani guari-sie ihkicáo huichol 'atahúúta cora araáwa 'apwa tubar nyo-vosaní-r tehueco wo-busani yaqui wo-búsani mayo woi-búsani ópata seni-bussani tegüima seni-busani tónichi senyó-busani eudeve senio-vusáni náhuatl cikw-oome
ocho gigi 'ik gigiko gi '-gi'ik gíí-gi 'ik gooko-mákow mo-mókovaclima-máho maa-mákova sium-váík osá-nao osa-naó swanawó hosa-náo wosá-nao 'ata-háika ará-waika wo-naeki woh-náiki woh-naíki go-nago go-nagu wós-nawói gos-návoi cikw-eeyi
nueve humukt tum-hustamama túm-hlstmáam tu-bustáma tu-stama tu-vustY áma sium-máakov igí-makué kí-makói iyím hátani ki-makói 'atanáuka
hatani hátani hátani ki-makoi ki-makoi bes-maako'oi ves-mákoi cikw-naawi
diez wis-tmaam hus-tamama v+i-s-tmaam bis-tmam a'ipisbts bei-vustama hai-vustaama hai-vustY áma mámv-ís makué makói mkó hosa-máriki makói tamaamáta tamwaámwata 'a sutu-suakám wo-mamni woh-mámni woh-mámni makoi makoi máko'i mákoi ma' tlaak-tli
L
. • . _ ima Maye - pima bajo de ENGUAS. p1ma Onav - p1ma de Onavas-, pima bj-K - pima bajo con datos de Key,-CP_ tepehuano d e1 nor t e con Mayeaba; tep-nte-R - tepehuano del norte con datos de Rinaldini de 1743; tep-nte d de Bascom· tard d l d 1 rte con atos ' atos e a Coordinación Estatal de la Tarahumara•' tep-nte-B - tepehuano e no delsur- guar-río = guarijío del oeSt e - tarahumara del oeste; tar-nte - tarahumara del norte; tar-sur - tarahumara ' · río; guar-sie - guarijío de la sierra.
187 L o
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podr í a
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CUADRO 2.
PYA PYAN PNÚM PTUB PTAK PHOP PYAS PPIM PTEP POPA PTAR PCAH PTBR PCOH PAZT
Sistema numeral en la protol ngua yut oaz t ca
uno
dos
* *s½i-mi * *s½i-mi *s+mi *ciic *supu-li *s½i-kYa'
* naa-wo ** woo **pabi **woo ** pabi naa-wo *waba *pabi *wac+ *woo *pabi *nanaw *wo *pabi *waca *lóó-yóm *paa-yom __ n ~~ ló- ~
* *s½i-m+ *b+m+ *h+m+ *see-ye *pile *seeme *seme *se-ve *seeme
** woo *go-ka *go-ka *woo-ye *wo-ka *woo-ye *wo-r *huu-ta *oo-me
tres
**pabi *wabi-ka *wabi-ka *babi-ye *pai-ka *babi *wahi-r *bai-ka ·~eeyi
cuatro
* naa-wo *gi 'i *makowa "naawo-i *nao *nariki *nariki *nao *naawo
cin co
R I.
- --- ----
n aa -pahi naa-pahi n a -pa1 pa-vahi na-vai
------
mariki pu arn tuudpt htta sp *tama *nadami mariki bu ani "pu . ani mariki *bus a ni 1namun1 *mamuni-r *wosani-r * )- - ve ansebi *makwil-li * - -see1ne
PTU B p
aa ñ a i '
p
w+w a ' a k a ku a ra n11 • 1
l'A
l'CAH
*gi'i-ka *h+ta 'aspo *tuutpt *w+wa 'a-ka *gi-gi 'i-ka *tum-wts-tamaa-ma *w+s-tamaa-ma
*máakowa *taa1na *naadami *kuwára *mo-mókowadt *tu -wus-támaa *bai-wus-támaa
*máakowa *taa1na *sium-má'n (;-1) *sium-góo-ka (;-2) *sium-wái-ka ( ?-3) *sium-máakowa (;-4) *mámwfs
C o u 11a
R l
tmi-manu = 1 por 10 ;;-ciña (?) wo-mahar = 2 por 5 pak\ t
laaki
----p
-..¡.
PYA
PTAR
tep- sur
· -1--c if1 •1
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• t a ·a n m -c im
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I' .
l'T EI'
pimanas
L e u ¡, u 1 ,/ "
l'YA
Pl'IM
a] En cuanto a las yutoaztecas sureñas (cuadro 1), se puede ver que del "cuatro" al "diez" las tepimanas se diferencian de las demás, y muestran en su interior una evidente división en tres grupos: • las lenguas pimanas (excepto el pima bajo de Mayeaba), • el tepehuano del norte, • el tepehuano del sur, que se parece (del "seis" al "nueve") más a las lenguas del Occidente mesoamericano .
188
diez
py
man+ki man+ki mahi mahar civut
nueve
o h
ei
N OTA: Las formas con as t e ri s co refl e jan reco n s truci o nes aproximadas. LEN GUAS: PYA = proto yutoaztcca; PYAN = proto yut oaztcca norteúo; l'NÚM - l'l' IM proto númicu; l'TUII - prot0 tubatulabal; PTAK = proto t á kica; PH Or = proto hopi; PYAS = proto yutoa z tcca urc.:110; r1•1M PTEI' - pruto tcpim a n u; PO PA= proto opatana; PTAR = proto tarahumarana; PCAH = proto ca hita; PTBR - proto tubar; r c o 1-1 - proto corac h o l; PAZT = proto aztecano. Otras: RED= reduplicación.
cuatro cinco seis siete ocho nueve diez
te ma num eral n la protolengua yutoazteca (continuación)
2.
R 1
2
ikica w -6
2
l'Tl3R p . H
w - -r
PAZT
)
2
tu-vu tama tu-vu tama ki-10 iki-10 batani
-..¡.
R 1
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r4 I r4 p r 4
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+ 2
+4
j +
2
vt
S+4
w+s-tamaama bai-vu tama *makoi makoi *2 por s * utu-suakám *tamaama-ta *ma 'tlaak-tli
N OT A: Las form a co n a . t c ri. ·o re lcj :rn n :con . truc ionc aproximadas. LE GUAS: l' YA • pro t o 1 Ut o az t c a; l'YA • protll yutoaztcca nortC110¡ p ÚM = proto númico; l'TUB = proto tubatul::ih:il , l'T AK - ¡ ro to t :i ki ·a ; 1· Ho r - pr to h o pi; PYA - proto yutoazteca urcúo; rr1 1 PTEP = pro to tepimano; Pnl'A • pro to u patana; í'Tr\R • pro tn t:ir:ihumarana; I' AH - proto cahita; rTBR = proto tuhar; r co H = proto co rachol; PAZT - pro tn :i z tcc an u . tras : RED - redupli cac ión .
bJ En las lenguas onor n , ademá de la división tepimana ya consignada, se ven do claras subagrupaciones: cuatro
diez sutu*ki-makoi *makoi
cinco
cahitas y tubar *nariki opatanas y tarahumaranas *nawo
nueve
*mamuni *mariki
c] El cora (y el huichol) muestra ciertos parecidos con las tepimanas en los números "cuatro" ( * makova) y "diez" ( * tama-ma) . Es necesario señalar (al observar el cuadro 2) que las formas tepimanas "cuatro", "cinco" y "seis" parecen ser innovaciones, lo que le da más significado a la posible relación (que se descubre en "cuatro") entre las tepimanas Y el cora . Es decir, si en realidad son innovaciones tepimanas, el parecido que muestra el cora debe ser explicado por contacto.
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II
J1 o r 1 11 r
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---
Cu.ADRO 3. Sistema numeral en las lenguas yumanas y a tapa ca n a
maricopa havasupai tonto cucapá cochimí k 'miai paipai kiliwa zuñi navaho jicarilla S. Carlos mescalero
uno ce'ndig isíta sisi siit sin sin srit mesíig topinte t'ál-áai tahclee takhla tasayay
dos xavi'k xuwa'ga
uake huuák hwak hoak huwák huwák kwilli naaki nahkee naki nahkee
tres xamo 'k humu 'ga moke huomúuk hmok hmuk hmuk hmíik ha '1 txáa' kiee rhage kayay
cuatro tcumpo 'pk hop 'a hóba espáp spap spap hpák menák awite díi ' tinee tiin inyeh
cin co saRa 'pk eetrapa satabé sráap srap sarap srap salsipám opte 'astla actclee astlá astlay I
C UADR
sei xam axu 'k i íta-c pék ge hb é hoomhúuk homh ók hmhuk trspé m esíig páib topa-llk 'ya xastxá coscon ustrhan hostkonnay
a] En maricopa, cucapá, cochimí, k 'miai y probable m ent e el navah o, el " se is " parece es tar relacionado con "tres" . b) En las lenguas en las que el "nueve" se analiza como "tres-tres', también podría ser "seis y tres". e] Parece haber una relación entre el "nueve" pápago y el cucapá o cochimí.
OBSERVACIONES:
d] Si se consideran los números del "seis" al "nueve", se desprenden tres grupos: • tepimanas, • "mesoamericanas" (coracholes, aztecanas y tepehuán del sur), y • las demás.
tepimanas "mesoamericanas" las demás
seis
siete
*5 + I *pusani
*5 + 2 *? de 6
ocho *Red-4 *5 + 3 *2(4 )
nueve *tu-ro *5 + 4 * r para r o
e] El número "siete" es interesante porque tanto las cahitas como el tubar (además del guarijío del río presentan una forma que parece estar compuesta del número "dos" más el "seis" . Esto, sin e1nbargo, no debe verse como un proceso aditivo, dado que el "dos" no aparece con el sufijo -sa, característico de este proceso. Las lenguas opatanas presentan, en lugar del aparente "dos", un "uno". f] Finalmente, si retomamos la idea de Kaufman de la presencia de un sufijo **-ka en los números del "dos" al "cuatro" en las lenguas tepimanas, tarahumaranas y coracholes, se puede ver que, en primer lugar, no es tan regular como se esperaría y, en segundo lugar, también aparece una relación entre las lenguas cahitas y opatanas, al agregar
L eo p o l do
V aliria s
Co alla
m a num ral en la lenguas yumanas y atapascanas (continuación)
och o upxu 'k
maric
nueve nyum-xamo 'k
diez caxuk
?-tres ?
hava upai tonto
xuwaga-cpe 'k
humugc-cpék haleeu 'ia
d
trc +"cinco"
+"c in c "
h oa-g d
cucapá
p
hb
mo-geshbe
+" in co"
trc +"c inco"
hkáa
puoohúuk
viwa'ava
halseye
uave
huóom-hoomúk
sáahúuk
tres-tres
cochimí
huóomhoomúk
vphok
phkái
sáahúuk
tres-ues
k 'miai
phkai
rsahok
nimhmuk
phok
tres-tres
paipai
phkái
bmás
homhomúk
sphok
tres-tres
kiliwa zuñi navaho jicarilla S. Carlos mescalero
huwá 'l-páib
hmíik 'l-páib
mesíig-mát
d
+"cinco"
tre +"c inco "
uno-?
tena-li:k'ya
kwilli-li:k 'ya
hai-li:k'ye
dos+ " cinco"
tres+"cinco"
ciscid cossetpee us
ceebíi' <1:apee <1:epi hahpee
cipám mesíig ?
uno
astem'thila
: cuatro?-" cinco"
'
neezná coneznan
náaxást'ái nustee ngostai 'nghostay
gonayhannay
1 ,, eis" parece estar rela. . b bl mente el navaho, e s d . r "seis y a] En maricopa cucapá, cochimí, k 'm1a1 Y pro a e , también po na se 5 . . ' 1" ,, !"za como "tres-tre ' c10nado con "tres" . b] En las lenguas en las que e nueve se ana 1 . . tres" . e) Parece haber una relación entre el "nueve" pápago Y el cucapá O cochim1. ÜBSERVA C IONE ·
ambas * *-yi (señalando que la d de las opatanas represen
dos tres cuatro
PIM
TEP
TAR
cara
-k -k -k
-ka -ka
-ká -ká
-0
-ka
-0
-0
-0
hui -ta -ka -ka
OPA
CAH
-de -de -y
-0
-y1 -0
ta a una * *y).
tbr -r -r -r
AZT
-me -0 -0
El sistema corporal , , d a la dinámica del A diferencia del sistema numeral, que esta mas ata O • pegados a la . . . . . 1ntercamb10 social, el s1ste1na corpora 1 es un o de los . mas d ala corponza1 · 1o as1') Parte vita e cosmovisión del grupo, por ser (por d ecu ción de la realidad y de la percepción misma. . , más próxima de una re1ac10n d Al observar los cuadros 4 Y 5, se espren chales ya que · entre sí de las lenguas tep1manas, tara h um aranas Y cora
Lo
qu e
la
lingüísti c a
y utoa z te c a
, po d ria
¡portar
1
CUADRO
4. Relación de cabeza-cabello-vello en la lengua yutoazt ca
cabeza cabello vello fren!_e ___ _ p__á_p_a_g_o_____m_ó-'o____m _ ó_'_o____w_o-:--,-p-o- - - ~ kóa
ure ña
ombrero wonami
conít kwáai-tl
CUADRO
U-A tepima tarahum corachol tubar cahita náhuatl opatana
mo q:ón-tli
mo tómi-tl
sóve iis-kWaai-tl
ala 'ana 'ana o 'ana a 'ana-g / g+kkia aan+ ana-de / g+kio aana maá aná 1na a maa n1a a ana n1a a masa - ----'a n á 'a ná mwa •a -k+baúri ana aná -- - - - - - - - -- - - - - -- - - - - ma á-t 111a á-r "aleta" - - - -m a a ---------- - - - -- - - masa-wekori ma a po - - - -n1a a - - - - -n1asa - - -- - - - - - - -- - - hun a hana-t plu1E_a
névome mo 'o kupa vopo pima bajo mó 'o mó 'o wop v n+m kow pima Onavas mo'o kupa vopo vonaam vonamt tep-norte móo kúpai vópoi kova vonam ..:.te..:.pE..-s_ . .: u_r_ _ _ __m_ó_' ____l_<_u u-"-p_ _ _--;--v_a~p_ó_o:--_ _ l_<ó_v _ -----·--koyáci tarahumara mo 'ó gupá bo'wá kowá guarijío mo'ó kupára póa kowáta mo 'k óri huichol mu'ú k+4-pá huusári kaná cara mu'ú k+pwá hú 'usa'a kwaá
6. R la ió n pluma-a la n la 1 ngua yutoaztecas sureñas
At tl
vónama tlasewal-li
pápa pima baj p1ma nava t p-n n e
guari- ie gua1·i-Rí huich 1 cara cora-Pr u -tubar--tehu c yaqm may~ eudeve
s. Refentes yutoaztecas sureñas a cabeza-cabello-vello
** mo'o
**cooni
** kupa
** kopa
: _* po
cabeza cabeza cabeza
(corteza) (¿cejas?)
cabello cabello cabello
cabello
cabello cabello cabeza
(escamas) (hilo) (¿punta?)
frente frente (¿frente?) frente cabeza cabeza
vello vello vello pelo vello (¿popote?) (¿vello?)
guas tepimanas y las coracholes, sobresaliendo, además, el hecho de que el cara pres nta los refer ntes de manera invertida a las opatanas y tarahumaranas no v cinas de las cahitas. Al ver la totalidad de las formas yutoaztecas, no se puede decir con certeza cúales eran las protoformas para "pluma" y "ala". Por el momento, y sin tener argumentos que 1o apoyen, creo que "1 p urna " era **'anay 11 ala", ** masa. Fuera la que fuera, las lenguas sureñas presentan relaciones opuestas . Por ejemplo, las tepimanas y coracholes emp 1ean * *' an a para "ala" y "pluma", mientras que las cahitas y tubar usan, más bien, * * 111asa.
presentan los reflejos de * * mo 'o, * *kupa y **popara "cabeza", "cabello" y "vello", respectivamente. Por el momento, baste decir qu e sobresalen dos hechos: por un lado, que la mayoría de estas lenguas presentan reflejos de * *kupa, "cabello", y, por otro, las pimanas y el tarahumara del sur · carecen de dicho reflejo. Para ver la significancia de esta relación, en el cuadro 4 se registra, además, la palabra "sombrero", con lo que se ve la relación entre las opatanas y las tepimanas, que manifiesta, muy seguramente, contactos tardíos . De igual manera, en los cuadros 6 y 7 1 en los que se registra la relación entre "pluma" y "ala", vuelve a aparecer la se mejanza entre las len-
192
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Obviamente, una tarea que debemos llevar a cabo es analizar el sis~ema corporal completo para hallar más elementos que permitan correlacwnar las lenguas con los movimientos y contactos de los grupos humanos.
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193
CUADRO 7. Relación ala-pluma en las lengua s protoyutoaztecas
númicas tubatulabal gabrielino serrano cahuilla luiseño hopi tepimanas huichol cora opatana tar-NCC/GuS tar-OS/GuR cahita tubar
pluma *kása *'aNáa *mahaac
*ana *ana *ana *masa *masa *masa *masa *masa
ala *kása /*a hna
p p
*másan *mahaac *wáka-t *kawít *masa *ana *ana *ana/ *masa *ana *ana *masa *masa *masa
Ut Sh Cm P- ÚM Tb Ca Sr hp P-TEP P-TAR
P-CAH P-OPA
LENGUAS: tar-NCC/GuS - tarahumara del norte, del centro y de la cumbre, Y el guarijío de la sierra; tar-OS/GuR - tarahumara del oeste y sur y el guarijío del río.
P-TBR
P-hui P-cor P-AZT
El sistema del color
Uno de los sistemas léxicos más ligados a los factores culturales (y, por lo común, ejemplar para ilustrar la relación lengua-cultura) es el de los col~res. Sin entrar en detalle y advirtiendo que dicho sistema es mucho mas complejo de lo que se supone, al observar los cuadros 8 y 9 se desprenden las siguientes relaciones: a] Se pueden reconstruir, _casi sin dudas, cuatro colores para el protoyutoazteca: por las formas que comparten las lenguas númicas Y las sureñas, segt+ramente "blanco" fue * *tosa y "amarillo", * *oha; por las formas sureñas y tákicas, "rojo" probablemente haya sido * *s4:ta Y, aunque con algunas dudas, "negro" pudo haber sido **tu, **tuhu o **cuk (cf. Miller 1967:21). b] Si esto es cierto, las lenguas taracahitas presentan una innovación en "amarillo", * *sawa, relacio-n_ a da muy seguramente con * * sawa, "ho ja". Resulta interesante ver que en tubar este mismo término designa a "rojo" (¿también relacionado con las hojas de ciertos árboles?). En las lenguas númicas y tákicas, * sawa es "crudo". c] La relación "amarillo-rojo" registrada entre las taracahitas Y ~l tubar también aparece¡ con otros términos, en las coracholes: en hm~hol *taasa es "amarillo" mientras que en cora es "rojo" y, también, posible-
194
L e o p o 1d o
V a 1i
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5
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o
. Lo colores en las lenguas yutoaztecas
CUADR
ti
11 a
amarillo 'uháOá'oáqar+ '' hapitt 'ó ha ohah té etsíka oama sa'wa*ula*sawa*sáwa*mokvasa*taaS' a*taúmwa *koosa-
ro;o 'acáa qa'+kágar+ ' ' nkabit+ ' ' ka-
eNkah m · t•mel seleklutrii 'k pá:laNJ)¼ w+gi etaiki*sík*sawa*seta*t+pa 'u *ciciil-
azul
verde puhiagwaaqwákar+
blanco tuhátOSasáqar+
púhibit+ 'ébipuhi/ sakwa húl 'hul túkwissakwámomadura) iyosia*síd*nyoa*sitrat*ham'11 ámwa *sosoow*matlal-
*tttdogi *siyo*tewe*tad*nyoa_*yuawi*mwani *teso'-
tósabitt tósa*tosa pó:SitéwiSt#vic qó:yca*toha *tosá
0
*tosa*tosa*tosa*tuSa*kwaina*istaa-
negro tuhútooúkwart tuhúbiti túhupl *tuhuh tú:ga tulttnaana'n toho*tuku *ohcó*cuku*sóv*tuku*yfi.wi*sú'umwa *tliilyawpal-
N OTA: en serrano, "blanco" e más bien "arcilla blanca".
mente en la forma hopi /sika/ "amarillo" y la *siki "rojo" de las cahitas Y opatanas. · · d] En las lenguas yutoaztecas sureñas, la identidad entre e1 11 ver de" Y el "azul" sólo se evidencia en las tarahumaranas, tubar, pimanas (mas no . * *s1ya • para "ver-,, tepehuanas) y aztecanas. Tal vez se podría reconstrmr 1 de/azul" en el proto-sureño, proponiendo en algunas lenguas ª1 ."azu) . . , (como aparentemente 1o es en 1as opatan as y cahitas como mnovac10n . . Y,a . em b argo , existe en otras, al "verde" (como en las tepehuanas). Sm _ un *tt . . • d elemento ' constante en los terminos para "azul" (asocia o con un ¿"piedra"?) que oscurece aún más el problema. . , •entre e] En cuanto al "rojo", como ya se dijo, se descubre la relacIO~ las cahitas y las opatanas al innovar con *siki. . nza que f] En términos de cohesión interna, sobresale la gran s~m~¡a do el las tepimanas muestran en los términos referidos al color (me. u!en 43 ) . do por Rinaldim, término utilizado para el "verde", ya registra , . C 0I7 mpá-' comparado con la diversidad de términos del sistema numenco. 1 direse I en cambio I la cohesión de las coracholes, las cuales mueStfan ta
Lo
que
la
lingüí stica
yu t oaz t eca
po
· d ria
aportar
195
CuADR
9 . Lo colores e n la 1 ngua
amarillo pápago oam vu 'a m pima bajo pima Onavas oam pima Maycob waam t ep-nte-R oama vúááma tep-nte-B vuama tep-nte-E tepe½ano _ 'óam/ám tep-sur-L ám 'áam tep-SO tep-SE 'uám ulátarahumara Nte y Oes sawalóguari-si e sa'waguari-río sawáehuichol-Mc taaxáriya huichol-G táaxá+ye huichol-L mutárwi taúmwa cora-Mc cora-L cora-P
tídaome taumoa-
tubar (Sn. Miguel) tehueco yaqui mayo eudeve tónachi ópata náhuatl
mókvasakí sarasawali sawái sawali sávesawakoos-
rojo w+gi wtpag vtg w+g vtg1 v:i-i-gi v+gi w+4,g v+gí v+' setásehtásehtá xetáxéeta ti-pa 'u
pousára taxasawasikili síki' i sikili síkesíkki ciciil-
verde
ut azteca
CuA
ur ·1ia
R )
ro. R f rente yutoaztecas sureños de maíz, esquite y semilla unu
azul
c#dagi m+mda 'ama tttd og t:i-i-dtk m amad raga tttcl ógi tttd oí k a mi t+dog momdurma ga maumduima 'g mómdura ' iyó-
c#d a 1 tttda g tttd g t:i-i-cl+k ttd g1 t+cloporaga tttd íka mi
iósi_yóosi+ra+yésí+rá+ye kúlay e han1wán1wa rú 'a rah tekóadi ti-púiti hi rúikan nyoa-
ióiy oé yuavíyuav1 yoáwik wa túm wa m wá 'ani t emoa ní roara n1 wa ni tan a nyoa-
---
pápa
ha tu a ha a t ha t w1 h t ha t o h á li t ha tá
t
p tuk tuk+s tul« túku tuku túk cuk c uk
cáa
,
e -
á-
siari teweli síali téwe siali téweli - - - - - - - - - - - ------sídetadesí'idasida'asosoowte so' matlal"oscuro"
guari hui ch 1 cora tubar tehueco mayo ópata eudeve náhuatl
toh éÍtoh ,Í tuxátuxáa
oh c -'o h cóy+víy#vi
k'''aina
sú 'um"a-
kwaina-
xu1nwa
to
tuk.ú-
é:Í -
\·
11
I
1
1i
<1 ,
grano tostado esquite esquite e quite e quite palomitas
milpa milpa maíz maíz mazorca
esquite esquite e quite esquite
calabaza/elote semilla/ elote semilla semilla semilla maíz/grano maíz/semilla elote/semilla semilla semilla
El sistema agrícola
LENCUAS: pima Maycoh = pima .hajo de Ma yco ba; tep-nte-R = tepdrnano dd norte con dato s lk Rina ldini ( 1 7.1-3 I; t ep -nte-B = tepchuano dd nortl'. con datos de Bascom; tl'.p-ntl'.-E = tepehuano del nurte con datos de Emigdio Herrera; t ep-sur-L = tep chuán del sur con dato s de Lumholtz; tep-50 = tepehuán de l surne~te; tep-SE = tepehu :in del sureste; Nte Y Oes = tarahumara del norte y del oeste; g ua ri-sier = guarijio de b s ierra ; guari-riu = guariiíu del río; huichol-Mc = huich ol con dato s de Mclnt osh ; huich o l-C = huichol con datos de C rimes ; hui c hol-L = huiclwl con datos de Lumh oltz; cora -M c = cora con dat os de McMahon; cora- L = cora con dato s de Lurnholt z; cora-P = cura con dat os de Preuss.
L e o JJ ,, I ,/ "
maíz maíz maíz maíz
versidad que no comparten ninguna forma. Dentro de las familias sureñas, las cahitas y opatanas son las que más semejanzas muestran entre sí, y en cuanto a las innovaciones, el cora es la lengua que más tiene. En este punto hay que recordar que la cohesión léxica está asociada tanto a fuertes contactos como a una separación muy tardía. Dicho de otra manera, si reducimos nuestra atención a la cohesión tepimana supondríamos que, o han mantenido contactos constantemente o su separación fue muy tardía. Por el contrario, lo que sucede con las coracholes. es sorprendente dado que son lenguas emparentadas y están muy próximas en lo geográfico. Aquí se debe señalar que, a pesar de la vecindad geográfica, debió haber "algo" que las separó profundamente.
cúku li cukuí cukúri sóvesó'obesovatliil-
to sa li tó sa' i tó sa ri sútesú'u t et ossaistaa-
**paci
saki
C: u
o1
I I ,1
Finalmente, uno de los campos más ricos para hallar interrelaciones entre lenguas Y culturas es el referido a la agricultura. Si observamos los cuadros r o Y r r, podemos ver las siguientes constantes: a ] Es interesante observar que la mayoría de las lenguas comparte las. fonnas para "maíz", **sunu y para "esquite", **saki (entendido como "maíz tostado"). Sin embargo, contrasta la homogeneidad de "esquite" con los desplazamientos de significado de "maíz" y "semilla". Por sus formas fonéticas, no se puede asegurar su antigüedad pero tampoco se puede negar. b] En cuanto a * *paci, "semilla", las lenguas tepimanas no presentan reflejos de ella, mientras que en las demás lenguas sureñas, el significado fundamental es "semilla"; sin embargo, tiene algunos otros sentidos como "elote" (ópata y tarahumaranas) y "calabaza". Este último sentido
Lo
qu e
la
lingtii s ti ca
y utoa z t ec a
podría
aportar
197
Cu ADRO
pápago névome pima bajo pima Onavas pima Maycob tep-nte-R tep-nte-B tep-SE tep-SO tarahumara guari-sie uari-río huichol cara tubar tehueco mayo eudeve náhuatl
I
maíz húuni hunu hunu húun húun hún+ úúni huun huun sunú sunú su'unú 'ikú . yuuri koí-t baci Bácci sunú-t tlaol-li
rn. Elementos léxicos sureños referidos a la agri cultura
elote tunibo ka 'ibari káibal káibil keibid+ kaibiadihunva' hunva'g pací ihpací hi ahcí hííhri iki-i-ri so!-ít abari aBari húba eloo-tl
jilo te
alote kumikuD
CuA
m azorca
ktribikarro kúmkar kúmkar o'ná pací/sitá wo'ná hó 'onára kWáusa sííta yuúriki-hpwa kuúsa 'a sitawa sitawa húba siloo-tl
nawo naawo n éhro oloo-tl
huuníibi-r
ba.Skabák hunva 'g sunu o'n egam e werumá sunú s. hi ahcíira kwauyáári yuúri bacinaokame víro sin-tli
gah a ga 'aga t i da ni/ u a ga gaa gáa ecí/w asací m aapí h eh cí vásá bí' ira 'a w asa/sunu w aasa/súnnu ecí-t mil-li
frijol múuni babi bavi poso'ol baw
pinole h aaki nabaita tu'i tu 'i tú 'i
bavi bav bavíi muní muní muuní múum e múhume vu pusí-t mun1 muuni mun e-tl
tuisapi túi sap túisap kobisi ihkopísi tuusí pesúri ffiWati-tSiS
matusí-t saktussi tusí-t pinol-li
coma]
tortilla
ttmickar
ti-mit taskal timckar t.fmic taskali akuru taskali komary ti-mkal haikar ti-mkal sakíla/reméla remé sagilá teméi táakiságira táhkarí sat-í paapá/súira hámwi 'i sacwemi tasekalí-t vanari/ takkarim táhkari wáko'ori komáli táskari tlaskal-li komal-li
hl La palabra "frijol" es bastante interesante por dos razones: i] la mayoría de las subfamilias presentan la forna *muuni (excepto el tubar y las aztecanas); y ii] la mayoría de las tepimanas tienen, más bien, *bawi (excepto el pá pago). Aquí es importante señalar que la forma tubar /vupusít/ es semejante a la forma névome: /vupuikama/ "frijol pardo 0 amarillo". i] Las formas para "pinole" están relacionadas con e-1 verbo "mo1er ".' * * tusu . Son interesantes las semejanzas entre el cara y tubar y las tepimanas y opatanas (incluyendo el guarijío del río). ;] Sobresale la ausencia de términos especializados para "tortilla"_Y "camal" . La primera presenta dos formas nada más, ambas préstamos del náhuatl: /tlaskal-li/ y /ümi-/ (según Miller, esta última tiene que ver con el náhuatl /tamal-li/ [?]) . Por su parte, "camal" es también un préS t amo nahua, o está construido a partir de "esquite", **saki (corachol, tarah~. ") O de "tortlmarana o tepehuán del sur; ver la forma tubar para "esqmte . ,, , • lla" (pimas y tarahumaranas), o se emplea el termmo -para utepalcate b . , . (como en las cahitas). Por su estructura fonetica, es t os préstamos de en
g] El término para "milpa" está relacionado ya sea con "sembrar", * *4ci o con * * wasa. El primer término es característico de las sureñas del norte, mientras que el segundo, de casi todas las sureñas. Sobresale el hecho de que el náhuatl queda, en apariencia, por afuera de esta constante.
V u l iñ" s
rb. Ele m e nto léxicos sureños referidos a la agricultura
N O TA S: En t ehueco, / w ákori / es " tepalcate, ti esto" y en gu arijío de la sierra, /wa'kári/ es "tepalcate"; en pápago, / gákoDk/ (que es la mi m a palabra ) es "curvo, chu eca". En cora, "pinole" es también "aserrín".
puede estar relacionado con el hecho de que la semilla de la calabaza o pepita tuvo un valor importante. c] Las lenguas tepimanas y guarijías relacionan el término que tienen para "semilla" con "elote" . Las tarahumaranas más bien relacionan "calabaza" con "elote"; y las cahitas, "maíz" con "semilla". d] Aparentemente, sólo el eudeve y las aztecanas tienen forma especializada para "jilote", "elote" y "mazorca". De hecho, la gran mayoría carece de forma especializada para "mazorca". · e] En las coracholes y tarahumaranas la forma para "jilote" es reflejo de * sita (probablemente habría que incluir las aztecanas en esta relación). Es interesante ver que en las lenguas tarahumaranas, "pelo del elote" está relacionado con *sita en lugar de *paci: tarahumara: /sitabówa/; guarijío de la sierra: /sitapóa/; guarijío del río: /sitahpóa/. fl Aparentemente ninguna subfamilia comparte la palabra para "alote".
L eo p o l d o
1
milpa páp ago n évo m pima baj pima O n ava pima M aye ba t ep-nte-R t ep-nte -E tep -SE te-SO tarahumara guar i-sie guari-río huichol cora tubar tehueco mayo eudeve náhuatl
kuumktr kúumki-r
R
C o al l a
Lo
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lin g üí s ti ca
y ut oaz t e ca
p od rí a
apo rt a r
199
a] La tara abita: t mando en cuenta el número "ocho" y el color "amari ll " . b J La r laci · n ahita-o pata na: ba ándono en el sufijo de los números " d " a "cuatr ", 1 1 r " rojo " la forma para "calabaza" . 1La relaci · n atana-tarahumarana: ob ervando el número "siete" Y lar la i n - " plun1a " -" a la" " milla " -"elote". di La r la i · n t pimana -corachole : con los números "cuatro" Y "di z" y lar la i · n" lun1a " -"ala". e\ L r la i · n t pi mana -tarahurnarana -corachole : ·con las formas para "cab z a" -"pelo " -" llo" y, probablemente, la formas para "jilote", "t rtilla" y "cornal ". fl La m janza entr la cahita y el tubar: con los números "cuatro", "cinc "y" iete" la relación "plu1na"-"ala".
CuADR0 r re. Elementos léxicos sureños referidos a la agricultura
semilla kái pápago ka'i pima bajo kai pima Onavas kaytr pima Maycob keidi/usakt haakt tep-nte-R káítYkai áaki tep-nte káicuk tep-sur kaicúk/ 'uscuk háak te-SE talí/raká sakí tarahu pahcí/taká/ihtári sakí guari-sie pahcirá guari-río hasí/'imfari saakí huichol ha
sembrar 'ftst tsits fsig tse tsa 'tsí 'tsí e'cá eca-ní héci-mané 'esárika ra-wáste'e eca eeca e
calabaza haal/sapi jk a'ra/himako/ iim haal/araav im hime imaií imái suusíi bací aláwe/kamá haráwe súsí SU
Hipót e i
NoTA: En tarahumara, "pelo de elote" es /sitabówa/, en guarijío de la sierra : / sitapóa/; y en guarijío del río: /sitahpóa/. Nótese en estos casos la composición "jilote"-"pelo". En la mayoría de las lenguas norte11as, el es4uite es el " maíz tostado".
ser recientes, aunque llama la atención la forma *t4m4 (compartida por tarahumaranas y algunas tepimanas). k] El verbo "sembrar" es muy semejante en la gran mayoría de las lenguas sureñas. l] Finalmente, los términos para II calabaza" nos permi~en relacio~~l las aztecanas con las cahitas (*ayawi} y a las opatanas, cah1tas y guan110 de la sierra (* kama). Sobresalen, además, dos hechos: i] la forma * arawi que parecen compartir las guarijías con las pimas (aunque quedan dudas debido a la forma pima de Onavas en la que hay una /v/ en lugar de una "esperada" /g/ [¿es préstamo?t y ii] la forma del tepehuán del sureste parece ser un préstamo de las coracholes (?).
Conclusiones léxicas Si bien hay muchísimo más que decir de los cuatro campos léxicos, creo que para los fines de este trabajo se pueden destacar las siguientes agrupac10nes:
200
L eopo ld o
Va li1ia s
Coa lla
obre movilidad
Al correlacionar la naturaleza de la ubagrupaciones, las relaciones léxicas y el factor g ográfico, aparecen sei hechos que llaman la atención. r. La conc ntración de subfamilia y lenguas en la región de SonoraChihuahua-Sinaloa (véase mapa 2). En cuanto a este hecho existen dos~~siciones opue ta acerca de las características que nos permiten identificar la tierra-foco de origen (homeland) de alguna familia. ·1a primera postula que se hallaría en la zona de mayor diversidad lingüística dentro de una familia, mientra que la segunda propone que las áreas colonizadas son las de mayor densidad, siendo las latitudes bajas las que normalmente serían la tierra-foco de origen (cf. Fowler, 1983, contra Nichols, 199o). Por el momento, y esperando información de otro tipo que ayudeª la discusión, creo que la primera postura es la adecuada, basándome en dos hechos: a] la profundidad histórica de un grupo humano provoca una especialización del léxico referido al hábitat debida, justamente, a es~ prolongada presencia en la región; b] esto mismo provoca una fuerte dialectalización y, a la larga, una fuerte diversidad lingüística. · _ Si esto es correcto, la tierra-foco de origen de los yutoaztecas s urenos sería la región de Sonora-Chihuahua-Sinaloa, tal y como lo sugiere fowler (1983). Dicha propuesta se reproduce en el mapa 5. 2. La gran extensión de territorio que ocupa el grupo tepimano, q~~ se extiende desde el sur de Arizona hasta el norte de Jalisco. Esto ad~ul a r~ 1~~y~r significación _cuando se correlaciona con la f~erte sem~:i::J. hngu1st1ca que se mantiene entre ellas (por ejemplo, el sistema ~~ h , Esta se puede deber básicamente a dos razones: a] que la separa c1on aya sido reciente, o b] que, aunque haya sido temprana, los d1·feren tes .grupos de . . en contacto . Como se ve, eualqmera tep1manos se hayan mantenido estas posibilidades es históricamente significativa. 201 Lo
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y utoazt eca
podría
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PROTO · TAAAHIMARAIIO
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Mapa 5. Distribución original de las lenguas yutoaztecas sureñas y sus posibles movimientos (basado en Fowler
1983 :247).
3. La aparente discontinuidad entre el pima y el tepehuán del norte,
actualmente separadas por las lenguas tarahumaranas y el tubar. Es importante advertir que si bien hoy en día están separadas por las lenguas tarahumaranas y el tubar, esto no necesariamente indica que su división haya sido temprana. Existen, sin embargo, ciertas evidencias (fundamentalmente fonológicas) que nos permiten suponer que la división tiene cierta profundidad temporal. Por otro lado, Miller supone que el continuo tepimano fue interrumpido hasta finales de la Colonia. 4 - La aparente discontinuidad entre las cahitas y las opatanas, considerando que muestran grandes similitudes. Esto, por sus posibles consecuencias, es igualmente significativo. Sobresale el hecho de que en las supuestas lenguas taracahitas (tarahumaranas, cahitas y opatanas), las se-
202
!. eo pold o
Valiña s
C o alla
mejanzas lingüísticas más fuertes se dan entre las cahitas y las opatanas y, sin embargo, no son vecinas geográficamente. · 5. Las semejanzas entre las coracholes y tepimanas no pueden ser vistas como innovaciones compartidas (y poco probable como retenciones), por lo que no podemos agruparlas (por ahora) juntas dado que datos fonológicos, morfológicos y léxicos las colocan como extremos de la cadena que forma el total de las lenguas sonorenses. Esto más bien nos obliga a suponer la existencia de contactos muy posteriores a su separación lingüística, lo cual es, por sí solo, sumame"nte sugerente. _ 6. Las semejanzas entre las cahitas y sus lenguas vecinas (concretamente con el tubar y el guarijío del río) evidencian contactos sociales; lo que no se puede asegurar es la profundidad de tales contactos. En el caso del guarijío es evidente que deben ser, de cierto modo, recientes, mientras que con el tubar pueden ser entendidos como consecuencia de los contactos interlingüísticos "normales" presentes en la zona muy densamente poblada supuesta como la tierra-foco de origen de las lenguas sonorenses. Todo lo anterior nos permite suponer ciertos movimientos poblacionales. Obviamente el problema comienza con la propuesta de la ubicación geográfica que tuvieron las lenguas (y sus hablantes) en los primeros tiempos. Qué grupos ocupaban el oeste, qué grupos el sur, qué grupos el este, etcétera. Como ya se mencionó antes, una de las propuestas explícitas más sugerentes y más aceptada es la de Fowler (1983), que aparece en el mapa 5. Las hipótesis más factibles sobre los movimientos, comenzando con razones lógicas, son tres (no excluyentes entre sí): a] el movimiento de grupos cahitas hacia la costa; b] el movimiento de grupos pimanos hacia el noroeste y luego de tepehuanos al sur, y e] el movimiento de grupos opatanos hacia el norte. Algunas de estas ideas las resume Dakin (1994: 78): La evidencia aquí analizada sugiere que un grupo yutoazteca sureño llegó
ª
Sinaloa. De ahí, las lenguas tepimanas se expandieron probablemente hacia el norte. El corachol se desplazó hacia el suroeste. Después en algún momento de este periodo, una migración formada por el grupo taracahita se desplazó · hacia el norte, al oeste del área tepimana y después al este, dejando atrás al tubar, al náhuatl, y tal vez a otras lenguas yutoaztecas ahora extintas. CONCLUSIONES
Es obvio que todo lo hasta aquí dicho-pretende evidenciar la relación de los estudios lingüísticos con las investigaciones arqueológicas. Nada de
Lo
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lin g üí s ti c a
y ut o a z t ec a
podría
aport a r
203
lo aquí presentado es definitivo aunque sí nos permite v r el tipo de trabajos que todavía faltan por hacer. D esde el punto de vi ta de la lengua, estudios en los que se busque la clasificación "gené tica " de la lenguas, trabajos en los que se aborden de manera sistemática y profunda diver o campos semánticos y en los que se articule con estudios arqueológico , etnológicos y etnográficos, pueden ir conformando cada vez más cabalmente la reconstrucción histórica de los grupo y movimientos exi tentes en el noroeste mexicano. REFERENCIAS
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apor t ll T
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VOCABULARIO CULTURAL DE TRES LENGUAS OTOPAMES
Yolanda Lastra Instituto de Investigaciones Antropológicas-UNAM
Al considerar la prehistoria de México, es evidente que no se puede hacer una división tajante entre sedentarios por una parte y cazadores y recolectores por otra. Por lo que respecta a las lenguas, suponemos que las que subsisten son descendientes de algunas que se hablaron en la prehistoria y que, por lo tanto, podría ser útil examinar el vocabulario cultural de una familia que actualmente ocupa mayormente territorio mesoamericano (el otomí), y por o~ra, territorio que fue más o menos de transición entre Mesoamérica y la zona norte. Las relaciones lingüísticas señalan que hay parentescos entre norte y centro respecta de las lenguas yutoaztecas, que se extendieron en algún momento desde lo que hoy es Utah hasta Centroamérica, y las otomangues cuya distribución abarcaba, sin duda, lo que ahora son estados norteños y que llegaron a extenderse ampliamente en lo que ahora es Oaxaca y llegaron también hasta Centroamérica. Desconocemos el lugar de origen de los hablantes de las protolenguas, pero suponemos que provienen de lugares situados más al norte de los que sus descendientes ocuparon posteriormente. Este modesto trabajo, dedicado cariñosamente a Tita Braniff, se limita a presentar vocabularios de algunas de las lenguas otopames del tronco otomangue sin analizarlos históricamente. Las lenguas de la familia otopame son seis. Están divididas en dos grupos, las pameanas (pame-chichimeco) constituidas por el pame del norte, el pame del sur (extinguido) Y el chichimeco jonaz y las otomianas constituidas por el otomí-mazahua y el matlatzinca-ocuilteco. Cabe señalar que la distancia lingüística entre pame y chichimeco es mucho mayor que la existente entre otomí y mazahua y entre matlatzinca y ocuilteco. Lo más probable es que la separación entre estos dos últimos idiomas sea posthispánica como lo señaló Valiñas recientemente. En este trabajo sólo incluimos tres lenguas: pame, chichimeco jonaz y otomí. El pame se habla en la Sierra Gorda en San Luis Potosí en comunidades dispersas que de norte a sur incluyen Ciudad del Maíz, Alaquines, La Palma, Camotes y Santa María Acapulco. El pame del sur, ya extinguido, se hablaba en Tilaco (municipio de Landa de Matamoros, Querétaroli Pacula Y Jiliapan (Hidalgo). En el censo de 1990 se dice que hay 3 096 hablantes de pame. El chichimeco solamente se habla en Misión de Chichimecas, San Luis de la Paz, Guanajuato. Tiene 1 5 82 hablantes, según el censo de 1990.
El otomí es la lengua más extendida·. Se debe tomar en cuenta que la
207
difusión de este idioma en Querétaro y Guanajuato e po thispánica. En la República hay 280 23 8 hablantes según el último cen o. Dicha lengua se encuentra en los siguientes estados: Guanajuato, Puebla, Veracruz, Tlaxcala, Michoacán, México, Hidalgo y Querétaro . En lo primeros cinco la población es muy escasa. Ya casi se extinguió la lengua en Guanajuato. En Puebla el otomí sólo se mantiene vigoroso en unos puebl? de la sierra; lo mismo sucede en Veracruz; en Tlaxcala, en lxtenco, solo la hablan los mayores, lo que también es el caso en Michoacán, en el pueblo de San Felipe los Alzati y en dos pequeños sitios más. La lengua se conserva bastante mejor en los últimos tres estados, es decir en el de México, Hidalgo y Querétaro. En comparación con el náhuatl y algunas de las lenguas mayas, estas lenguas otopames han sido relativamente poco estudiada , aunqu~ el o~omí ha sido objeto de atención sobre todo en su dialecto del Mezqmtal. Este cuenta con un diccionario publicado (Walli y Lanier, 1956) Y hay otro mayor en preparación (Sinclair y Bartholomew). También hay un diccionario del otomí de Querétaro (Hekking y Andrés de Jesús, 1989). Se cuenta con vocabularios extensos para el otomí de Toluca (Lastra, 199 2 ) e lxtenco (Lastra, en prensa) y pronto habrá un diccionario del otomí de la Sierra (Echegoyen y Voigtlander)." No hay diccionarios del pame ni del chichimeco modernos . El vocabulario del siglo xv111 de Soriano, de unas 1 200 palabras, todavía está inédito . La etnografía de Chemin ( 1984) incluye las cien palabras de Swadesh en cuatro dialectos además de las muchas que se citan dentro del texto. Existe un vocabulario del chichimeco publicado por Moisés Romero en r 966. Para una bibliografía de trabajos sobre otomí véase Lastra, 1992; para trabajos sobre las lenguas otopames, véanse Barthólomew, 1994 y Lastra, en prensa . Para este trabajo, se trató de completar una bien conocida lista de 6oo palabras que prepararon Weitlaner y Swadesh, que Swadesh mimeografió Y difundió ampliamente y es la que sirve como base para la sección de léxico del Archivo de Lenguas Indígenas de México que actualmente publica El Colegio de México. Es una lista muy útil que comprende palabras más o menos "mesoamericanas", pero también otras que se incluyeron para ver si las lenguas han utilizado sus propios recursos o prés tamos después del contacto con los conquistadores españoles. Hay por lo tanto, entradas para animales, plantas y objetos introducidos por los españoles Y también las hay para objetos de la cultura occidental contemporánea como 'escopeta' o 'ferrocarril' . Dentro de la lista aparecen también las famosas cien palabras de Swadesh de vocabulario "no cultural" que incluyen elementos de la naturaleza tales como 'piedra', 'lluvia', 'cerro'; tér-
mino d par nt co como 'madre', 'hijo'; partes del cuerpo como 'cab za', ' pi '; alguno pronombres personales; verbos para acciones que upu tam nt e expre an en todas las lenguas, etcétera. Estas cien palabra d v cabulario bá ico son las que en teoría cambian más lentam en t . Se incluyen en la larga lista de Swadesh y aquí se dejan aunque en est ca o no on d primordial interés, pero siempre resulta útil tenerlas. En cambi la d má , que denotan en general asuntos culturales como 'algodón' 'm tlapil ' '1naíz' 'sembrar' 'veinte' son las que suelen cam' ' ' biar a ritmo normal. Si, por ejemplo, algún objeto se difunde de un grupo a otro a v ce toma en préstamo la palabra de la cultura donadora, pero no necesariam.ente. La lista mim ografiada por Swadesh estaba ordenada en grupos de cinco palabra má o menos relacionadas semánticamente. Este orden facilita su elicitación, pero dificulta su manejo posterior, por ello se han ordenado alfabéticamente por la glosa española. Lo vocabularios que se incluyen proceden de diversas fuentes. El p~me proviene de una lista recogida por Lorna Gibson en 1962, que habia permanecido inédita y que Doris Bartholomew tuvo la gentileza de proporcionarme; el del chichimeco-jonaz fue recogido por mí en 195 8 en San _ Luis de la Paz de manos de Jorge y Clemencia Mata y completado, en algunos casos, con palabras obtenidas en trabajo de campo posterior; también se incluye un apéndice tomado de Angulo (1933); el vocabulario del otomí de la Sierra procede del diccionario en preparación de Echegoyen ~ Voigtlander; los de Ixtenco y Toluca son de mis propios materiales Y e del Mezquital está tomado de Wallis y Lanier y de Sinclair Y Bar t bolo/
me~--os símbolos utilizados en la transcripción tienen el válor normal que se les da en trabajos especializados sobre lenguas amerindias. Se ~an uniformado las transcripciones para facilitar la comparación. En el apendice 2 se explica el valor de algunos símbolos. · maneSe espera que el tener los vocabularios ordenados de la misma . ra estimule el trabajo comparativo y la reconstrucción del vocab~l~IO cultural. Tal esfuerzo se debe basar, en cuanto a las correspondencias ~nológicas se refiere, en la reconstrucción i.nédita de Bartholomew (19 65 · REFERENCIAS · J "Th ch· h . 1 · )" J-e.ternatwna r 9 33 e 1c 1meco anguage (Central Mex1co · · Journal of American Linguistics 7: 153-194. BARTHOLOMEW, DORIS h. "ty of e 1caI 96 5 The Reconstruction of Otopamean". The Umversi go. Tesis doctoral.
ANGULO, JAIME DE
11
· Agradezco much o a Doris Bartholomew, Donalcl Sinclair, Artemisa Echcgoycn Y Kathry n Voigtlander por haberme facilitado copias de los manuscrito s de sus diccionario s.
•
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Y o /linda
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Vocahu lari o
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l e n g ua s
oropame;
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vocal anterior media abierta vocal central alta vocal central media les alófono átono en lxtenco] vocal central media cerrada vocal posterior media abierta vocal anterior baja vocal anterior alta cerrada redondeada nasalización de la vocal tono alto tono ascendente tono bajo tono descendente tono medio africada dental sorda africada dental sorda africada palatal sorda fricativa palatal sorda fricativa alveolar sonora cierre glotal fricativa posvelar sorda semiconsonante labial semiconsonante palatal nasal velar lateral palatal nasal bilabial lenis nasal alveolar lenis
Difícil tratado del arte y unión de los idiomas othomii Y pamee. Doctrina christiana, para la fácil enseñanza he intelligencia de los misterios de Ntra Santa Pee en el idioma pame, para bien de las almas. Ms., 1767. V ALIÑAS, LEOPOLDO
"La separación matlatzinca-ocuilteco. ¿Cuestión de siglos O milenios?" Trabajo presentado en el Primer Coloquio sobre Otopames. Querétaro, 20-22 de septiembre de 199 5.
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OTOMÍ DE TOLUCA
a [locativo] a abajo a h5i abeja gA n e abrir sohkí acabar gwácli acostarse b1.ni achiote adentro mbú adivino adobe bh:'.>i agrio ?ís í agua cléh é aguacate c?5ni aguardiente ágíl:í águila yóphání agu¡a agujerar ohkí nuyÁ ahora ahuehuete [sabin o] ala hwá alacrán alakrá alegre p::ih::i alfiler algodón algodú almeja altar allí nuni amargo nkht,í amarillo k?ásti amate amigo amigo amontonar múndo ampolla df.músí ancho néídi anillo aníyó antorcha anzuelo año kh f. yá apagar hwítí aplastar mí?mí apretar dit?í aquí núwá t7ábí arado araña m ése arar árbol sic?ó [sa uc e llorón, el árbol prototípico/, zá [palo/
212
arco arco iri arder ardilla arena armadillo arriba asar atar atole atravesar aventador ayer azadón balsa bailar bajar bambú bañarse barbacoa barco barranca barrer barriga barro basura baúl beber bilis biznaga blanco blando boca borracho borrego brazo brincar brujo bueno caballo cabello, hair cabeza cacahuate cacao cadera caerse café cal
a
arko behkhini zi minó ?bómú mj am_iñá cóni th_it?j, ds1tí, nd.ití t?í ?rati bentadó mánd(: á aró ni ká111i né~ha
báranka mpási mii pasí k:íhá cithé
t?ási ntudi né tí d l.hti ?yi.
nch5hkí zamíi chala pháni stó ñá káhkawa
có nÁni
UNIVERSIDAD ,e DE SAN LU~ SISlEMA DE Bit
calabacita ca l:ibaza ca lcet ín ca ldo caliente ca lzo nes ca ma cama rón ca mbiar caminar camino cam i a camote
mú
CU:l
gíth 6 pá hwitw:í gáma mbúhti ?yo flú pahni biza [blancol, bi -kw:í [guinda]
campamento canasta cangrejo canoa cansado
?b ic?é [con asa[ 111::ii m ócá pú, bó, mbó [cansa rse ] tt,íh(1
cantar caña de azúcar kara cara caraco l phúdi c:írcel ngí carne kafiso carrizo ng~• casa casabe [pan ele yuca] nth~tí casarse dén sí cebolla cedro ceiba dihdíhw f cempasúchil ?ósi cenar ?bospí ceniza cera cerhatana cerca !adv.J cerca [ni cerdo cerillo cerrar cerro cicatriz ciego ciclo cien
hingi yá?ku zákhwá kóti, góti, ngüti s~inthí séña cénd:'> m~hf c'/í ncidí
Yulanda
Lll s tra
c hi j:i co bre cuco codo coger cu l:i e ladcr:i !ceda zo, s icve ] co llar ·o mal comer cómo co mprar c 11 conejo copal corazón co rre cto correr co rtar corteza corto coser coyote crudo cuándo cuarenta cuates cuatro cuchara cuchillo cuello cuerda cuerno cuerpo cuervo cueva cuidar culebra cuna curandero chapulín chicle chien chicozapote
V oc llbulllrio
· jj
kit:í r :ís i lblan o] kl:íbu ómi :íb:ín:í
•ini pénti, ñ:í CÍ
mflci th0bé
do· ·ó í, z i, nzi :ínkha túi , dúi , ndói ko khw:í gi th oni kur, ó n hetarí, hi e héhke si éill ngu ]chiquito] 'l w t di '/miflo ñó kh:im:í
gúhó khwái nk?ó thé nth~hj ?yóndrí kwéq1ó kw0rho ohkí !agujero] phodí,módí k'liflá ntü yÁthété éapolín c'/ahpó I/ ngu
d e
tr es
chiflar chile chinche chirimoya chivo chocolate chupar dar darcl decir dedo delgado derecha de pacio de penarse despué de truir día diablo cliente diez dinero dio doler lóncle dormir do dos veces dulce duro eclipse ec har él elote ellos
embotado empezar empujar en enagua encender encino encontrar enemigo enfermo enredadera
hi · i ?i cinte déhti cici úni mó s5 ncit?i n í.í cinkh:ínté n(lh1,1 sití sAhki [romper] pá ci ?r f. t?a dómi cikhó ?í ánk?u ?óhó yóhó ?t,í
?mí 1.ntí, ytntí gégé máncá nugégé-wí [dual], nugégé-hí [pi.]
entrar escalera e cama escarbar escoba escoger escopeta e cribir e e e palda espejo espina espíritu esposa espuma este estrecho estrella excremento faja ferrocarri 1 fierro fiesta filoso flauta flecha flor fluir forastero frente fresno frijol frío frotar fruto fuego fumar
phidi, midi ét?é, yét?e
thiti, diti, nditi t5t?í, d5t?í, nd5t?í dothí póti, móti, mbóti [enredarse]
garganta garra garrapata gato gente golpear gota grande granizo grano grasa gritar
kiti ?réde sit?j ba·i hwáhni ht,íci, hñt,íci nuk?Á sithá mini ?b i.hñá phigí nA ncit?í ci phó ngiti t?égí cáingo hó
diní
di cínkhí
ci. tóhmi, dóh mi, nd~hmi cíbí c?iti [chupar] cith é
mistu khóní ?i ni ndihté ndó
cóci ndéga máphí
213
l e ngulls ' ·•
of , '
.
:.: \ . ..
:';.. ·.. ~ -·~,~;..t..
.
grueso mpídi guacamote [yuca) guaje éphé guajolote dama ?ii.ni guayaba s{lhpmí guerra tüni gusano Zl,_IWÍ hacha hamaca hay khá helarse cf. [hielo[ hembra cij hervir phigi hielo el hierba pasí hígado ?yá hilar hilo hincharse néni hoja sí hollín ñiídí hombre ñíhí hombro cíchí honda hongo ñijní hormiga SAkhí horno horqueta hoy piíyá hoyo ohkí huarache ü.sthi hueso ndóyo·? huevo dóni hule humo bíphi iglesia níkM iguana isla ixtle izquierda ng~h{l jabalí jabón sábó jaguar jalar khiti, giti, ngiti jarro jefe símó jícara ji tomate sidomú jorobado siné labios phigé ladrar
214
lagartija lagarto [caimán] lago lamer lana lanza largo lavar leche leer lejos lengua leña liendre limpio liso lodo luna llaga lleno llorar lluvia machete macho madera madre maduro maguey maíz malacate malo mamar mamey mango mano mañana
mar marido marihuana mariposa martillo masa máscara matar mazacuate [boa] mazorca mecapa!
cándígá ziíbí [laguna) téte sí?yó mií. mp i ni ?bá só ?yák?u khAhné t?1,_1di zá bit?ó z5 sií.?thó b5h5i zónÁ
z5ní, nz5ni ?yé másciti tá zá mé t~, dá, nd~ [madurar] gwadá deth~ máhkó ci
?yl nchudi [la mañana], ?rihiác?i [el día de mañana]
clamé
mejilla mercado mes mesa metate meter metlapil
khiní kóti, góti, ngóti [mano de metate[ ?yi
mezquite miel milpa moco moho mojado molcajete moler molleja mono morder morir morral mosca mosquito mucho muela mujer muñeca [wristl murciélago nadar nalgas naranja nariz neblina negro nido nieve niño nixtamal no noche nombre norte nosotros
túmii khiní milúá p:>?t?í tM ndénthí
hmí tói ZOnA
nube nuca nudo
hw~hj ?b5si ?bithé nk?á mádá kiní miskídó cá, zá, nzá tJJ, dij, ndij busa gíwí m5do míhcu ca.phi ?b t hñA casmagij síkhí siñú mbingwí bot?i báphí sikha b~hcí chijní híná, hingi ncijí th¡jh1,_1 nugó-be [dual excl.[, nugó-hé [pl. excl.], nugówí [dual incl.], nugó-hí [pl. inel.] gl)í
cíbídó th(!?ci
Yolanda
Lastra
nueve nuevo ñame occidente ocote ocho oír ojo oler olote olla ombligo once oreja órgano oriente orilla orinar oro oscuro otro padre pagar pájaro palma pantano panteón papa papel par parado pared parir párpado pasado mañana pasar pato patrón pedernal pedir peine pelo pensar peña perro pesado pescar petate
Vocabulario
gihtó ?ra?yó
tidi ñ~to U.dé, yÁdé dó p~h~, b~h~, mb~h~ yót.h~ c?ii c?5i gij
hió mbílá ?ml.ncijí tá khijt?í, gijt?í, ngijt?í c?inc?i dmthí [para tejer] ncící rók?a c1,_1.hkwá ?bonthó khóti ?ódí sídó pasado ?rihiáci thógi bádú lámo ?ódí, ?yódí nciíni st~?
?yó? hií pá, má siphj
d e
peyote pez hw~ pie wá piedra dó piel de persona pierna sínthé pinole ?bot?i piojo t?óni pizcar [cosechar] sóphó, cóphó plata plátano zafa plato móhi pleito pluma si pobre megí poco cithó podrido ?yá polvo pollo ?hni poniente primero mttó pueblo hníní puente ?raní pulga ?o pulmón chjchí pulque ci puma puño pus ?yá qué té quelite k?áni querer né quién tó quijada quince raíz ?yí rajar het?e rama ?yt rana ?wt? rápido biko rata ngij ratón ngij recto dehcó red ndócí redondo reír thedé relampaguear remedio remo rezar sódí rico
t r e s lenguas
otopames
río rodilla rojo ropa rozar saber sabino sacerdote sal salir saliva sangre sapo seco seis semana sembrar semilla senos sentarse sepulcro sesos sí siete silla sobaco sol sombrero sonaja soplar sordo subir sucio sudar sur tabaco tamal tambor tarde tecolote techo tejer tejolote tela telar temascal temblor temer
dáthé ñ~hmlJ thl.ngi d~t1,_1 p~di, b~di, mb~di mókh~
N pini, bini, mbini khíhní khí hitwt ?ráhtó ngó tijhij ndó ?bá mí hní ng~bo ?bi yohtó tMhni (banco) káskó hiádi phii hwási hwit?í góg1,_1 pic?é, bic?é, mbic?é ncó? hirni YA siín th é
thídí ndé ñ~nkú pé, mé h;jnt?i?í d~ht1,_1 téla tjht~ nahmói cú,zú,nzú
215
templo tenamaztle tener teñir tienda tierra tijeras tlacuache todo torc er tortilla tortuga toser tostar tragar trampa tres tripa triste
níkh~ hñúi h~, hñ~ ki déndá h:ii ñ~si nd$zí góthó k?ínti hmj s~t?i [tosJ cúst?i tQti, dQti, ndi;iti ñú c~phó
troje tronco trueno tú tuétano tumor tuna tu sa último uno ustedes
vaca vacío vela veinte vejiga
to?ité lsincolote l
vena
th óhni ltronal núk ?igé
ve nad o ve nder venir ver ve rde verruga ve tir e viejo viento viga viruela vivo volar vómito yu zopilote zorrillo
k~h~
na nuk?ígé-w í lduall, nuk7ígé hí IPLI nd~ni ?yAni !vaciar! ?yó
'/y úkhí leamino de . angrel phanthí p:>, 111 :) ·1¡h¡ nú k?:mga h11é zl.
nd~hi d:ím ú c:igí y5h5 nugú nd ópa dá ?~j
MÍ
IX TE
\1 cativ abai abeja abrir acabar
a
Yn/11nd11
La s tra
giné "oki khwadi, gwadi i, yo i
aco tar e achiote adentro mhú adivino adobe ad be agri o ?is i agua déhé aguacate c?o ni aguardiente páthe águila n si ní, iní aguja yophaní agujerar ?okí ahora nuwa, núya ahuehuete [sabino! sázá ala hwá alacrán ?m óz i alegre alfiler algodón bAsó almeja altar áta allí khapí amargo khú amarillo k?ásti amate amigo amigo amontonar múnc?i mudí ampolla yidí ancho sidí anillo mphóyf. antorcha s~kA tidi [astilla anzuelo año apagar aplastar apretar aquí arado araña arar árbol arco
216
g6 t1i
Vo c 11bu/11rio
de ocotel gánco kh1.yá hweti tómi mohó dit?í káwá t?iíbí mesé gwanchi za [palo] arko
d e
tr es
are iri arder ardilla arena armadillo arriba a ar atar atole atrave ar aventador ayer azadón balsa bailar bajar bambú baúarse barbacoa barco barranca barrer barriga barro basura baúl beber bilis biznaga blanco blando boca borracho borrego brazo brincar brujo bueno caballo cabello, hair cabeza cacahuate cacao cadera
caerse café cal
l e nguas
arko iris dinzá ardía ?mómú mayá hy·i, hiasi th$ti, dytí t?e i rani máspi mándé asadó nei kyi, gyi t$
hiéi pasi c?iphó bohói pAt?ái kahu ci [no se conoce! nt?asi tudi né sa-dit?í dr.tí ?yt chógí, zógi yet?é zá tige stó y~ hondi khi khití [cintura y parte de la cadera] coi, zoi kafe n~ni
otopames
calabacita calabaza calcetín ca ldo caliente calzones cama camarón cambiar caminar camino camisa camote campamento canasta cangrejo canoa cansado cantar caña de azúcar
ci mú ?mú gíthé pá nkhokwá kama poni ?yo, n?yo ?yú ngamisa mbikwá rink?icí, c?icí
?ini [cansarse] t~1h1.1 k?iíyo pá mohoi [caña de tierra caliente! hmi
cara caracol mbége cárcel ng0 carne sithí carrizo ngt> casa casabe [pan de yuca] - _ casarse n th"dl {l densi cebolla cedro ceiba didiní cempasúchil cenar ?móspí ceniza séra cera cerbatana gékwá cerca [adv.] khóti jparedl cerca [n] bízu cerdo nt?i tí cerillo khüti cerrar t?ihí cerro cicatriz dndo ciego myhtc?í cielo
217
cien cigarro cinco claro clavo coa cobija cobre coco codo coger cola coladera [cedazo, sieve] collar coma! comer cómo comprar con conejo copal corazón correcto correr cortar corteza corto coser coyote crudo cuándo cuarenta cuates cuatro cuchara cuchillo cuello cuerda cuerno cuerpo cuervo cueva cuidar culebra cuna cuñada curandero
ncidí yii k?ita garabisi hut?igi si?yo
yini h~, plnt?i c?i ?mac?í chantí dó?yó cldi, zldi hankhá toi, doi khwá ngithiní mii za [bueno] hr,perihi, hiaperihi hlki, hilki sí hj ?E.yá ?wldi ?mínño nyá nkhá-mi yóte yagó góhó mógwá [de albañil] khwái ?yigá sªhi ndóni kha?j ká ?okí pho ra gwmda [tener en cuenta] k?l.ya sit~ ?múdú dínyétété
218
chapulín chicle chico chicozapote chiflar chile chinche chirimoya chivo chocolate chupar dar dardo decir dedo delgado derecha despacio despertarse después destruir día diablo diente diez dinero dios doler dónde dormir dos dos veces dulce duro eclipse echar él elote ellos embotado empezar empujar en enagua encender encino encontrar enemigo enfermo enredadera
[cigarra] c?apo cikt'tpi, citapi, citE.pi, dtngu hisí ?ñi sa?we ndlncu c?iti ?uni m~, ?en~
so ?yóncá ny~?í matho núhu mf.phá thünt?i pa nac?ó [está feo] CÍ
?rita t?óphó na yá khw~ ?i habi ~h~
yóhó yó-gí t?aphi me sít?i nú?á kndu tM nu?í phidi, midi ?ylki ngide cí
meza tini,dini inimigo có?yt
entrar escalera escama escarbar escoba escoger escopeta escribir ese espalda espejo espina espíritu
kiti, yiti [di-] rédé
estrecho estrella excremento faja ferrocarril fierro fiesta filoso flauta flecha flor fluir forastero
garrapata gato gente golpear gota grande granizo
?yOt?í [pintar] khá ni [está ahí] fü?a hiéi ?mini m~-nd~hi-gá [mi aire] sícu phigi khá wá [está aquí] hingingwangi ci
phóhó khiti ncáru t? f. gi fiesta hó
d,!mí piSA déhé mbF.SA ml.gó, randí kh~?j, mbaskh~?i dé cínkhí
et
.
?yúni cíbí c?iti [chupar] ?yigá síso [uña = piel del dedo] t?ógl,l místu kM?í p?iní, miní t?ii déhé nóhó ndó
Yolanda
Lastra
th_isi [del cuerpo] ncikhi maphí nOh ó
grasa gritar grueso guacamote [yuca] guaje hwasi guajolote dama Umi guayaba m ómú p l. ni guerra tüni gusano cüwé hacha ?ázá hamaca hay kha helarse ce [helada] hembra cisnu hervir phigi hielo ce hierba k?aní hígado ?ya, [e/. n cabeza] hilar h l. t?í, hi l ti hilo ílo hincharse neni hoja sí hollín ?ñOnt?i hombre ?ñOhí hombro síc?i honda ntr.ndó [hilo para aventar piedras] hongo khó hormiga s~khi horno horqueta sozá zá [horque-
sei ?m~sí hwani
esposa espuma este
frente fresno frijol frío frotar fruto fuego fumar garganta garra
grano
hoy hoyo huarache hueso huevo hule humo iglesia iguana isla ixtle izquierda jabalí jabón jaguar
Vocabulario
ta de palo] nuya siei, hiéi zf.sthihuauzontle ndóyó [n]dóni míphí níkhá
c?isi gwadá ngªh~ sábo ziíté [tigre]
d e
t r e s
jalar jarro jefe jícara
jitomate jorobado labios ladrar lagartija
lagarto [caimán] lago lamer lana lanza largo lavar leche leer lejos lengua leña liendre limpio liso lodo luna llaga lleno llorar lluvia machete macho madera madre maduro maguey maíz malacate malo mamar mamey mango
lenguas
khi, gi [di-] saru hmú [patrón] símo na ra símo ra chei [una jícara de pulque] sidomá s0thi sine phige cikhwai (también significa mujer estéril], módógá sawe [laguna] tethé biso má peni, meni ?má só khiné YA zá bit?ó t?asi [blanco], phlki [limpiar] kóni bohói zin~ ?wdi zóni wªi macete mázú zií nana, m~m~gá d~, nd~ {madurar] gwadá dltM t?ldí hopidego c?iti [chupar]
o top ames
mano mañana mar marido marihuana mariposa martillo masa máscara matar mazacuate [boa] mazorca mecapa} mejilla mercado mes mesa metate meter metlapil
mezquite miel milpa moco moho mojado molcajete
?yl
nisvdi nenthe damé gati kh1.m, hmítí ho, hió
th~ ndéga hmj toi ZAl).~
kruni ?yl.t?í na ?yi na khini [mano de metate] t?aphi thvb1,1 ?mósi bAsó k?á mandó móhi [de barro] mandó dó [de pied_rªJ k?iní, guu
moler molleja mono cá, zá morder tú,dú,ndu morir busa morral gíngwe mosca mosquito chú mucho ciíphi muela d~nsú, sicu mujer muñeca {wrist] . muñeka casamagú murciélago k?itA déhé [ennadar trar en el agua] ?yoski nalgas ?ísi naranja siyú nariz
219
n eblina n egro nido nieve niño
nixtamal no n oc he nombre n o rte n oso tros
nube nuca nudo nu eve nuevo ñame occ idente aco t e oc h o oír o jo ole r a lo t e olla ombligo once oreja órgan o ori ente
orilla o rinar oro os curo o t ro padre pagar pájaro palma pantan o pant eón papa
mang t,1i mbó7 í m áp hi si kha m l.cí !di ce la muj e r] b;;icí !dice el h ombre ! chüní hína n s(li th(1h(1 nugaga m é lexc l.j núgAW Í linel.] YA gl,li kontia thu?ci gitó ra?yó
thidi hi ato ?0 dé, y0dé dó pAhA yóth~ c?é c?oi ?r f. ta-ma-rá !diez con un o] g(1 spigwá [d el lado del pie, ie. la fa!da de la Malinche] na n en sAná pít?i k ?as-t?ophó [din ero amarillo] k ?Ami SJJi mará dádá khúti, gutí nc?i kii k ?ápi s ú
papel par parado pared parir párpado pasado m a ñana pa. ar pato patrón pedernal pedir peine pelo pensar peñ a perro pesado pescado pescar petat e peyote pez pie piedra piel de persona pierna pin ole piojo pizcar !cosechar] plata pl átan o pl at o pleito pluma pobre
poco podrido polvo pollo poni ente primero pueblo pu ent e pulga
cukhw á yóh o 'l m ó i kh úti '1 m1ni ?yódo nim anj thógi bádu hmú
k7ont in c h-,: i
e n m, _cn t:ir e cp ul ·ro
7y:i té k"hiní né t ógA
¡u ercr
quin ce '7 yi h ékc
?odi, ?yodí nc?;;i ni st¡¡ bl.ni
"/y l º/V,//
rápido ?yó? ditininu hw~ bAhá ya hw~ !saca r pescado] siphi hw~ gwá do si-k?~i sin ti ?m ó t?i t?ós k o sóph o, cópho Idi-] t?askA t?op h ó !dinero blanco] dincí manca [ndz] tuni, dinchii si-?0 ni m f.gí [que da lást ima] mahw éh e [sin dinero] mici ?ya hói ?0ni m ethó !mini ?ó
red o ndo reír rel a mpagrn..:a r re m edio remo rezar rico río rod ill a ro jo ropa roza r saber sabin o sace rdote sa l sa lir sa li va sa ngre sapo seco seis sem a na se mbrar se mill a
n ci dith ó ndit é ga c?o ngú lcitepi] c?ongú nkh wa nth ó hars in a !red para llevar zaca tc trili ad o] nc h ñnt '/ í th cde h w 1i yl thi só
oh:i ·o ol u n1hren1 u na j:i o plar ordo ub ir u c io udar s ur tnba c tamal tambo r tarde teco lute tec h o t eje r tejolote tela telar tema sca l temblor
. m:i mi muho i n gibo m:i tó nthü c i !banco) ka ~ku h iñdí phii h, i l i t· ingt,1 tt..: ce, n ecc pós i hi a m · e
th l dí d :i mb
t e mer t e mpl o t e namaz tl e tene r tefli r tienda tierra tijera tl:ic u:u.:h c t d tor er t rtilla t rtug:i t o er t o t:ir tragar trampa trc tri pa tri t e
mié túkuru nkhümí pe, n1e thumi í ltc m o lo te ] zf
so
téla títa h,, ad í
tr je tr n eo true n o tú tu étan o tumor tun a tusa últim o
cú níkhá hi ~i pho, m o ki diéndá h ói ni y~ sá i gó? tithó n angi hm é
juno u t ede ¡ vaca vacío
¡
¡
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¡ ve inte ¡ vejiga ¡ vena
\ venado ) vender venir héhé ¡ ver ·z w l.t"Jí[di-] verde t(ltÍ j verruga vestirse hi(I ¡ viejo siphó j vi ento SA ?i ir mii lle ¡ viga doli ó el corazón ] viruela túnca ¡ vivo dinzá volar thó
¡ ¡ l
l
¡
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j vómito k~h~ chibí mahanda?a !ya
nada má s ése] na nuk'liwí waga saphodí ln o ti ene nada] tidi ró t i.
¡ yo ) zopilote \ zorrillo
?y ükhí !camino de sangre] h okphani po ?(:h e, y(: he handi, hi a ndi nk?angí h e, hi é n a ndi skwá nd~í ?y;;isi hi ot é c?asi té ?yo maya nd;;ihi ¡andar arriba en el aire] ni ?yóho nugagá sóp idá ?n?ai
clé h é !ag u a ] y;;i hm(1 thl.ni zfsó p;;idi , b~idi sázá mokh á "/Ú
pini , hini khíní khí rnlit é ra gw l "/ ñonth1·1 rat ó s i m an a t~1h1,1 dcth ó [maíz], s cmí a !otra s cosas]
221 220
Y o / 11 n d 11
L 11 , t r 11
\lu c ahulurio
de
t
res
I e 11 g 11 u s
o r o p11m e s
Otomí d e la Sierra
Glosa
a [locativo] abajo abeja abrir acabar acostarse achiote adentro adivino adobe agrio agua aguacate aguardiente águila aguja agujerar
ng:>?t?i
sóki khwati
k?óh:>i n-isi c?:mi s~i
ahora nuya ahuehuete [sabino] ala hwa alacrán alegre hu rá-rnbii [alegrarse] ?~hyá alfiler algodón df.ti almeja altar n-t0?rni allí gepi, gembi, nubi !allá] amargo n-khu amarillo k?ást?i amate amigo árnígo amontonar phjc?i, rnunc?i ampolla rnbopadehe ancho pho?y,. anillo antorcha anzuelo khisáhw~ kh,.ya año apagar hw~7t7i k? f. ?mi, pini aplastar apretar
Otomí del Mezquital
ngá?tí, ?bF.bó, nkhá?tí sókí; s07té hwádí, hwátí 'lbf.ní, ?mf.ní; ?b l.ní, ?rntní, mbo b~dí k?óhaí, dohaí, t?ithaí ñ?isi déhé c?ání hé?tádéhé nsiní ?yophri h~kí, hñ~kí; h~[?]cí hñ~[?]cí nubyá z,.sní hwá pénzi
?n0?rní df.tí áta núní nkhú k?ást?í
Glosa
aquí arado araña arar árbol arco arco iris arder ardilla arena armadillo arriba asar atar atole atravesar aventador ayer azadón balsa bailar bajar
Otom í d e la Sierra nuwa hwyphani th~mbése h f.nh::,i
nSy ?b t hkhini
barro basura baúl beber bilis biznaga blanco blando
kh,.yá hw~?tí pf.t?i di?tí; mít?í
boca borracho borrego
Glo a
núwá t?abí m és'lé ph é?mí; phic?i; w~hí zá nt?f.ngá, sit?í b?F.khri
brazo brinc ar
Z0
miny ?bomú, ?momú mukhwa nk?inkhwá ng::,c?i, ma gyc?i, mañá ma s0c?e, hysí, hñysí hysi ?w f. ?mí tú?t?i, th~t?i [a algo[ t?i;í nat?í; na?cí m-hrna?má-ndyhi nthi?tí m-hmát?á-cibi mánde mánde t?abí d~ní-t? t gi
mina
n~í k~?mí; h0mí, hy0mí
bambú bañarse n-t~ barbacoa barco barranca barrer n-khoki barriga [estómago] phoho,
hrnydí phi?ci [encimar] múndo, t70ce [ropa] [n]díst?í [n]sidí rnpho?yf. nth~t?í
O tom i del Mezq uiwl
k?ambii
tu?mi [ablandar] nde iti, mihni d,.?yo
hí, hñí; nsáhá thumngé hñé pasí, pasi mbii [corazón] mii b0hai [m]pasí ?bF. t?í;cí, zi gwehe dyspé, sepé nt?así túdí né ti bésá, dí. tí, nd~ní
brujo buen o caball o cabello (hair ) cabeza cacahuate cacao cadera caerse café cal calabacita calabaza calcetín caldo caliente calzones cama camarón cambiar caminar camino camisa camote campamento canasta cangrejo canoa cansado cantar caña de azúcar
O to mí d e la ierra
n-?da?c?i
b ~di n-ho n -doph:mi
sq
Otom í del Mezq uital
Glosa
y?t U. ntt:, ?y i.nté; ?n á?ci; sagi, n sagi; sa?ci ?ñ e i, ñ ét é, nzít?i hñó, h ogá, ndé pháni St~, St~ M , nyxú khíhmai
cedro ceiba cempasúchil cenar ceniza cera cerbatana cerca [adv.]
d F.-khi h oc [graniz o [; co mphémi; co, zo káhfe ?bodéhé, ?bóthé nani n~ni ?imú imu mü n-t?ó-gwa n-t?óy?F. [guante] githe githé, ngi pa pá ?dámbékho hwít?wá, z f. skhó [calzón] ? ói [m[phidi, nt?oc•7i c?yngb:>i maí [de agua salada] p::,di mpingi; pati; poní ?yo ?yu ?ñú páhni b07kw~ ?b0c?e khóyy mbóca [batea] túhu
cara d:'l [ojo], hmi caracol cárcel ph:>di carne nge carrizo sithi casa n-gu casabe [pan de yuca]casarse cebolla dí.nsi
7b0c?é ?e?sphóhó mócá zabí [cansarse] túhú, ntúhú ndís?o, 7yomph0 hmí címsi phádi ng0 sithí ngü thytí, nthytí . df.nsí
Otomí de la Sierra
Otomí del Mezquital
k?ást0ni
khodri nt?ósí ?bospí sera
?bospi
cerca [ni cerdo cerillo
mb:>?t?i
cerrar cerro cicatriz ciego cielo cien cigarro cinco claro clavo coa
n-hii?t?i
cobija cobre coco codo coger cola coladera [cedazo, sieve] collar coma! comer cómo comprar con conejo copa! corazón correcto correr
kit?a
gé?tbi, getui madebí [cerca de ahí] madewá [cerca de aquí] khuc?í c?idí, záwá rnphF.cáñ~, mphtcí kót?í, gót?í t?ihi ndódí gódá,sádá mahf.c?í nthebé ?yií kit?á hnékí
n-?dó?mi brar] ?bihi [estaca para se~ t?ab1 dys?ó, thús?ó si?yo
m-?bac?i sányo, thebe th0dé do?yo cí . háge, hankha t5i ko dínskhwa bópo
ñiní, yíní prnt?i c?i ?mac?í
do?yó ñúnÍ hánkhá taí, daí ?bánkhwá, kbwá t?üc?í d~mií, rnií gwépi nésta; nest?ihÍ; 7rihí
tíhi
223 222
Yolanda
La s tra
Vocabulario
de
tr e s
l e n g uas
otopames
J
----
Glosa
Otomí d e la Sierra
cortar
h ,.ki , h t ?t?i
corteza corto coser coyote crudo cuándo cuarenta cuates cua tro cuchara cuchillo cuello cuerda
siza
cuerno cuerpo cuervo cueva
cuidar culebra cuna curandero chapulín chicle chico chicozapote chiflar chile chinche chirimoya chivo chocolate chupar dar dardo decir
G losa
hl.ní, hif.ní; h t kí, hi f. kí
de sp ués destruir día di abl o
nc?ikí, sángi ?w t. tí min?yo mi?ñó ?ñ;¡¡ há?mí ñoté y0 go gó goho gohó n-t?:>?c?i nt?ácí thrni khwaí khw;¡¡n?yiga ?yigá m f.nthí, th~t?i manthí, nt?r.ní, nth;jhí d;¡¡ni nd~ní kh;¡¡? i ndoy?o, ng0c?í ká ká hy;¡¡do kic?í, kísy~ [de aníma ll p0sy~ [agujero de escondite! ph:>di phadi [anímales] k7~y;¡¡ k7eñ~ n -ó, saru nc?í ní ?y0thébáte ?ñeí t?d si [n]k?ó tó c?apo c?apo lócí, lócí, nócí g;¡¡mmúza hist?í, hyist?í; hísí, hñi sí n-í ?ñí sª?::i s;¡¡t?ó d r.nzu d r.-khi khihni uni
t?dsi, ?yo, ?yó dr.khí hui, ci, cít?í ?rá, ?úní
(;!Da
?éná, ?ñéná; m;¡¡; sípí dédo, ñamo lde los pies] nc?i, [n]c?it?í, ?ñd míthó, nkhánté núhu
dedo delgado derecha despaci o despertarse
Otomí d el Mezquital
núhu
224
----- -
diente diez dinero di os do ler dónde do rmir do s do s vece s dulce duro eclip e
~-- - - - - - -- - - - - - - - - - --~----- - - -
tomi de la ierrn
encino encontrar enemigo enfermo enredadera (bejuco) entrar escalera escama escarbar escoba escoger escopeta
Glo a
dige?d, ?m t phá pa d_im ánc?o
?d f.t?a m-mbéti o kh_i
h ap i _ih-1
n-duzna [de luna[
echar
él elote ellos embotado empezar empujar en enagua encender
tomí d 1 M ezquital
nu?a mán sa nu?i e;:t?í
k 0de
tini n-hi~nn i yéi n, th;¡¡ca [de aguaJ
?rédc h;¡¡?mi 'lbasi hwáhni
p:í h11ákí,nc'/ó, z ithú c?i 7r í. t'lá bokhd ?a hwó., ?a khwó., zídñdá ?flí; ?igí hábí ?~ hó, fl óhó yóhó ?ñú mé ndunzá ?r.nt?í, '/y?F.nt?i; ?rni;'/ í ?y? rnc'lí; síc? í na?~, nu7~ m án sá nú?í phidí, mphidí; ?e nt ?í, ?yent'lí ha ngéi dé th r. tí; c0gé; ?üdí, ?ñüdí síza tiní, diní nkóntra hflcní, hñ ení
kít?í, yít?í; ?ñf. nt?í ?rédé ?a'lmí, ?ya'lmí; s<:í; sflmí; sf7tí ?basí h"tí, h11_ití; hwahní síkí nzáphí
Y o landa
La s er a
O tomi de la ierra
escribir ese e palda
o? t?i nuni itha
e pejo e pina espíritu espo a espuma este e trecho estrella excremento faja ferrocarril fierro fiesta filo so flauta flecha flor fluir forastero frente fresno frijol frío frotar
hi éd=> 7wini
fruto fuego fumar garganta garra garrapata gato gente golpear
n -d:it?:> cibi cit?i
gota grande
tígi d;¡¡, n-d0
granizo grano
n-do s~si [del cuerpo]
Vocahulario
phígi nuna
Otomi del Mezquital
Glosa
?ophó, ?yophó nuni húsá óni, síthá, ithá hñe ?bini hí sté ?b r. hñ~ phígí nún_i nc?it?i
grasa
C0
7bi b;¡¡t?i, git7í
phóhó ngit?í
ngó h l t?i
b0kha hm;¡¡yá, ngó ñ;¡¡ní [filo] thizá
d0ni
d0ní
?damhníni d~
nzóhé, zúbí dé záthé khi
khi
cf.
kóst?í, gost?í; kóst?í, góst?í; mr.?cí; t~hmí, d~hmi
sihai [uña] mbísi kh;¡¡?i
d e
t
re s
cibí cít?yií, ncít?yií y?igá nc?á?mí mísí kha?í phant?í, phr.'lmí, mphr.?mí tágí, tií d~ngá, d~ngí, d;¡¡tá ndó b0M, nkh;¡¡hní
l e ngua s
gritar
Otomide la Sierra n-dtga [manteca] mbáphi
Otomi del Mezquital [n]zíkí maphí, ma?tí, ngent?í [m)pidí, ndª
grueso guacamote (yuca] zab0k?wá hwási, éphe wásí guaje d~?0ní gódo guajolote guayaba guerra zu?wé gusano t?egí hacha n-o, saru hamaca kha hay ci [helada] helarse nsú cu hembra b0c?e, pa?c?i hervir thíní, nthíni Cf. doc f. hielo nd;¡¡pó pasi hierba yá hígado h~t?í, hñ~t?í th~t?i hilar th~í hi lo th~i thihní ndéni hincharse si hoja hñadi hollín ?ñ0h0 hombre sí?nsí sinsi hombro nt?endó honda kh6 hongo kho s~khí ~?c?i hormiga horno horqueta hoy hoyo huarache huauzontle hueso huevo hule humo iglesia iguana isla ixtle izquierda
otopames
[arriera] n-thi
thisphani dó?yo do?ni, dó?0ni gís~i ?bíphi níkh;¡¡ khark?énnga
g~h;¡¡
hu,hñü soza núbyá ?ó?CÍ thíza, ZÉ.S th í k?ú ndó?yó dó?ní, m;¡¡dó
?bíphí níkM
sánthé, thi.sí ng~h;¡¡
225
Glosa
Otomí de la Sierra
jabalí
d\i tna, d\ina, h:mtna sabu hmásni hwá?t?i saro
jabón jaguar jalar jarro jefe jícara jitomate
hrnú
jorobado labios ladrar lagartija lagarto {caimán} lago lamer
?bixtha
lan a lanza largo lavar
leche leer lengu a leña lien dre limpio liso lodo luna llaga ll eno llorar lluvia madre maduro maguey maíz malacate malo mam ar
phége ?bórga gathe teke sidF.?yo
peni
si?bandani [de vaca) khyni si b0t?o c?i?t?i b0h:ii
mbé t ;.í (m adura ] dHh y th~t?i
Otomí del Mezquital
sábó khi'lmí b?ada. sáno, t?i?mdá ndsi, d_ingánd;.í simó d\idí?miisí, d f.?msí nkhósthá siné phégé madgá, ca?th í ca?thí móthé [laguna) t ét?é; tec?é, dec?é sí?yó nsít?í ma pen í, mpení [ropa ]; pé?té, mpt!?té; sikí, wá?tí; sit?i [trastos] ?bá h~?tí, hñ~?ti khahné, khyné za b0t?ó nt?ásí n kóni b0h aí Zyn;.Í níñ;.í, ñuc?í zóní ?ye mé, n~ná d~ ?wadá dF. th;.í th~t?í c?ó ci
226
Glosa
mamey mango mano mañana mar marido marihuana
mariposa martillo masa máscara matar mazacuate [boa] mazorca mecapa! mejilla mercado mes mesa metate meter
Otomí d e Ju Sierra
Otomí del Mezq t1itc1I
Glo a
?y f.
mujer muñeca (wri st} murciélago nadar na lgas naranja nariz neblina negro nido
nánsa náñú, siñú ?bóng1,1i, h:mgui ?bípá 'l bó ?bó, boí, mboí ?biint?f.i ?báphí [p gallina] kí?:> zinzá [nevada ] byCÍ suni suní hín?na híná, hí?ná sui suí thühú mahwiphí nug[a]wi {dual} nugahe [excl. ) n ugahí [incl.) g\li guuí k?ón?yy hyikhá c?ibdó [hueso de la nuca] thúc?i thú?cí gitó ?da?yo ?ra?yó
d_i-múza
súdi ni súdi d~nga debe d_i-d_i-déhe d_imé n-d0 d0ni [o loliuhqui], mat e ' amant?e ni timi, timí ?m fmí. mini khiní khini hmité táda ho, hyo; nt?ínté ho phan-k? F. y_i th;.í th;.í gúndé, ndé, n-kh:>di ndúdé hyogú, ?yógú hiónngu tai n -gúnt:>i [n]zyn;.í mesa m l.sa khiní khini kí?tí, gí?tí; kít?í, yít?í ?yi
metlapil [mano de meta te] t?yhí mezquite miel t?áph í milpa hwyhi [terreno h w;.íhí sembrado] m oco ?básí ?b:>si moh o m-bóskhwa [m]boskhwá mojado p0t?e [mo ja] mobó, n c?á molcaje te mádá mbáda moler khiní, giní kíni molleja méskódó khwái mon o nzipá morder cá. zá; cáté, n cáté morir tú, dú tu m orral ngóéí mosca gin?w~ gin'lwi¡: mosqu ito p;.í?t á much o h wádí, ndün th í, nzl.yá muela c'láphí dyc?aphi
Y o lc1ndc1
Lc1 s tra
n igua ni eve niño nixtamal no noche nombre norte nosotros nube nuca
nudo n u eve nuevo ñame occidente ocote ocho oír ojo
a lot e oll a ombligo once oreja órga no oriente orilla orinar
V o cabulc1rio
Otomíde la ierra
Otomí del Mezquital
Glosa
bómbe, sicu
?bl.hñ;.í
oro oscuro
cac?i
casm agú kínthé, nkínthé
n-thé skho [tra sero] isi
yihra hiadi tidi h iytO 0de d:i
mapúní tidi hñ;.ító ?0dé, ?y0dé dá p;.íh;.í [olfatear]; yíní, ñíní ?yothy;.í c?é, c?0é c?ai ?r f. t?áma?ná gú mam;.íns~ty béshyádí, mahyác?í ndengí, ñyní ?0t?á?baí, ?ñ0t?á?baí; pítí, mítí
c?0e
gü bésra hiádi nde [boca] pic?i
d e
t
I
e
S
l e ngua s
otro padre pagar pájaro palma
pantano panteón papa papel par parado pared parir párpado pasado mañana pasar pato patrón pedernal pedir peine pelo pensar peña perro pesado pescado pescar petate peyote pez pie piedra piel de persona pierna pinole
Otomí de la Sierra k?ást?i m -bof7i, m?bésui tá, dada khút?i dokha dl nthi
k?ást?í, k?ást?í ?b Esuí, ?mf.suí má?ná, ?na?ñó dádá, tá khút?i c?inc?í ?báhí, df.nthí [variedad usada p. hacer petates, etc.)
handu ?yógi b0k?w;.ímb0h 0 ?rók?á h t.?mí d?a-pare ?maí {pararse) ndángi [se para] khydo
thógi
khydó ?édí, ?y0dí; ?0ní ·.
thógí, wic?í [rebasar) bádú hmü, Mké
dóspi eke {peinar] m-bf.ni m ba?ye pho?yo
hwy gwa siphani ?bót?i
piojo pizcar (cosech ar] sópho plata
otopam e s
Otomí del M ezquital
?adí, ?yadí nsání, nt?éñ;.í si {de animal) béní, mbení ma?yé c?át?yó, ?yó ·hñí hw;.í pf.hwá síphí hw;.í wá dó siphrí wa t?entphí, t? rntphí khinthi t?ó Msgíní t?asi
227
L
--- -
Glosa
plátano plato pleito pluma pobre poco podrido polvo pollo poniente primero pueblo puente pulga pulmón pulque puma
Otomi d e la Sierra
d~zá múza mbóhi, mbánza mánzá tühní n-khunt7i, n-thuhni sí?ní [de gallina! si?bF.?c?i 7b1.nté, hyoyá hínc?í, c7í c?i 7yá pho?nthaí, hángí ?éní [gallina! éni mapúní, mayií, yihyádí ?mf.t?ó, mídí mbídi hniní hníni ?rání, s'iJ,?yé ?á :'J s~í phan-zate, d'i).-zate
puño pus qué quelite querer quién quijada quince raíz rajar rama rana rápido rata ratón recto red redondo reír relampaguear n..: medio
Otomi d el Mezquital
mbó k?ani n-ndé
?wr. n?díhi dsÍ-ngu th~ki [mkcilla] théde hiat?i, k?wi;:ti ?yc;thi
228
phot?yf. [medída] pó, ?yá té, témá k?aní nc?át?í, ne, nepé tó?ó y?óne r? ,.t?am:¡¡k?tt?a ?yi s0?té '7yrnzá, '/yf.zá t'lí?ué 7éhyá, m;.int7:;í dsÍngú ?ñoí manklrn,1nthó ?ht:t'lé, sít?,í [n]cant?í thédé, nthédé ; tht:ní hwrí, khw r í, hwítí l11éthí, ?ii1,:thí
----- -- - - - - - - - - - - - - -- - ~- - -- - -- -- - - -- -- -- - ~~ -- - -- -- - - - - - - ~= -
---
Glo
t1
remo rezar rico río rodilla rojo ropa rozar saber sabino sacerdote sal salir saliva sangre sapo seco seis semana sembrar semilla senos sentarse sepulcro sesos sí siete silla sobaco sol sombrero sonaja soplar sordo subir sucio sudar sur tabaco tamal tambor
w mí ele la Íerlll
m f.mh í.ti
n-thrni bázu, '/ b67t?c '/ b Ft7i [ni p~di
tomi del Mez c¡ uiw l
lo a
sadí, nsadí memátí, c·1~•1ci d_ithé 11:¡¡hmú th i.ní dútú, he phant'lí, m , 7cí p~dí Zf 5 11Í
mb:>hkh_i u púni khini khi
e ,ni f ,
l1•
makha ?ú phóc?é, mphúc?é; póní, büní khihní, khiní khí
tardt: tt:colo tt: tech o tejer tej o lo te tela telar tema cal temblor
1
rr 1
i '/ bct· e pe th dnt'/i '/bó7t'7c m-?be bo· t'/c ¡ado hw:¡¡ · c· i [tiembla !
temer templo tenamaztlc tener
hi1,1i h:¡¡ [llevar!
?WF.
n-?yoni '/dáto tühu n-d::i [hueso de frutal huc'/i
b0y_i nu?bi
thúni kasku hiadi phii hwási, th~-hwási hwiki
hónthe
khflt'/i
?yo, ?yot'/í ?rátó nd:¡¡pá pót?í, mpót'/í ndii, nzí?wé ?bá, 7bá hédé, hyódé; húdí, h11údí nt?agí ho?yó 7mí, nu?bí, nu?mi, sí'lbí yotú nkhwatí kháskó hyádí phií nganí hwiphí gógú plic '/ é, néc?é [v.g. animal a personal nc'/ ó, ·¡¡ t'/í, '/11íkí hónthé, h11onthé; santhé, nsanthé ma[nJk '/angí y?oi [cigarro[ théngó ?hisphání
teñir tienda tierra tijeras tlacuache todo torcer tortilla tortuga toser tostar
gúmp:l, kirnda h:>i ?y:¡¡si d:¡¡-zi gatho, g:>tho hmc
tragar
trampa
?dihi, kh:¡¡mi
tres tripa triste troje
hiú ndúmhii
com í d el I ,zc¡ uiwl
Glo a
Otomí ele la ierlll
tronco trueno
dínza n-g:mi, thóni [trm:nal
1
ndc túkrú · ¡ngú pe; pet?é nth~nt?í dútú ?bé, ?be hm:¡¡[ ?jhmaí, mbi ?hmai bí thó, bithó; cú, ntcú nikhá hñui ?ñéhé; p 7.?cí, m7.?cí qt?í, g:¡¡t?í dr.ndá haí t?iisté, [njt?~sté d'i).ZÍ gá7thó, gá?thó paní, pat7í hmé, hmc sáhá héhé, hñéhé phest?é; cú[sjt?í; ?w~ní; '7w~t?í kh:¡¡nt?i; g:¡¡nt?í, ncí?mí; tut?í, dut?í s_igú [de lazo!, '7bí.té [de metal! hñú s~phó dúmií ngudF.th:¡¡, nkísd ,.th:¡¡, nkistith~
tú tuétan tumor tuna tu a último uno ustede vaca vacío vela veinte vejiga vena venado vender venir
verruga vestirse viejo viento viga viruela vivo volar vómito yo zopilote zorrillo
ndinzá nganí, nga?ñé nú?í
k:¡¡h:¡¡ g~c7i
cú-nd:¡¡ni
,7dóte
d:¡¡phani m-p:>
ver
verde
Otomí del Mezquital
n-k'/ammi
hé n-d~hi d:¡¡mbós:¡¡si te [vive!
pada n-:,ü
mphégé kó.h~ g.i[njc?í, ng~c?í ?nii nú?:¡¡hí wága ?ñ0ní, t?ení yó ?náté ?ñukhí phanthé, pha?nthé pá ?éhé, ?ñéhé; ?éhé, ?ñéhé k?:¡¡cí; c?:).'lcí; handí, hyandí; nü nk?ami; nk?ángi nkh:¡¡hní hñé nd'i>skhwá nd~hí
té húác?í, hñasní, nsání ?ñf.Í núgá padá ?ñ:¡¡í
229 Y o/ a n el a
L a , t r a
V o e a /¡ u / a r i o
d e
t r e s
] e
11
g
ll ll 5
ot o pam e s
L
- ------- - -----~-~- - - - - - - - - - - - -- - -- - - - - - - - -- - = -~ - - - -- - - - - - - - - - -- - - - -- - - - -- -- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - ~ -~
ca mino lvereda l cami a camote campament o cana sta cangre jo canoa
CHICHIMECO JONAZ
Cuando se dan cuatro formas para los nombres, corresponden a la primera, segunda y tercera personas del singular y tercera del plural poseído; cuando se dan cuatro formas para algún verbo, se trata de la primera, segunda y tercera personas del singular y tercera de plural; en otros casos se trata de la forma verbal que ofreció el informante en primera instancia al escuchar el infinitivo español; para una descripción de la variación en los verbos, véanse Angulo (1933) y Lastra (1984). a [locativo] abajo abeja abrir .acabar acostarse achiote adentro adivino adobe agrio agua
nimbó náta?an r:sé?é utúb tánta?a
kambór úha éch;,m me?és kúndí kirí kíndí kúri míroho bó'l;;i
aguacate aguamiel aguardiente· águila kúndaha?ére?er aguja tar?ú agujerar úce?en? ahora ahuehuete [s~bino] ala alacrán sanc?á? alegre márh1¡: éma (está alegre) alfiler tar?ú nint?ü zimér algodón bat~ almeja altar nábi u'rá allí ígo?pí amargo mak?~ amarillo zinda?ar amate amigo nahí únho enhi búnhó amontonar ampolla kíme?e ancho nánde? zíbes
anillo antorcha anzuelo año apagar aplastar apretar aquel aquí arado araña arar árbol arco
r_
arco iris arder ardilla arena armadillo arriba asar atar atole atravesar aventador ayer azadón balsa bailar
bajar bambú bañarse barbacoa barco barranca barrer
kán ?irhún
sápha?a úngwo úne?er ínopí kíku úr?u k1,1m(lr úbo?étr;:?!;!r kábá turhre? [arco y flecha! kúngw1¡: ?endón ninc?á? káror mámó? níndo éhüs étu?uc? úr?j ehúr náb;;i?
énehe? [bailo!, nán?1¡:h1¡:r (ellos están bailando) écoho? ítah;;m nánt?a úr?ehen máma?r úp1¡:h1¡:
barriga barro basura baúl beber bilis biznaga blanco blando boca borracho borrego brazo brincar brujo bueno caballo cabello cabeza cacahuate cacao cadera caerse café cal calabacita calabaza calcetín caldo caliente calzones cama camarón cambiar caminar
úmaha úha rínga?an m angwí báble éhá? kíhá? éh á? érhá? pipé? kúnu?u cím re?re katí úti uní unir umhó sus~? [mi brazo! íkhrer káho iri?r úrhre kónthl;! kazósim ó? kankhé úbo egú rumó?orá síntiecó? kafé miná úmühü ríkl.1?1,1 úmühü ekhú?ere?ér nánt?a kíndihi mápa ruk11? nímbí? epór et?ú [camino!
Y o landa
La s tra
cansad cantar caña de azúcar cara
n ánk?uhu ur?ü p?án píkv kúc?c? úc?é'7 kánú unhink?un úmaé u nínc?ó? katá úta urá urhá
caracol cárcel súglj carne nánthre carrizo ánaha casa ko?ós útos ut?is ur?ós casabe [pan de yuca] casarse itéhér cebolla piséh é? cedro ún'7 ehe mámba?ar ceiba cempasúchil úro kasé ere?r cenar ceniza sundú cera cerbatana cerca [adv.j máno cerca !bardal bárdaha, tákú?u cerdo kuzé? cerillo seríyoho cerrar éce?en cerro émbó cicatriz kímihi-maré? ciego urá imúr cielo úbonihü cien nánt?a úr?ihi cigarro út?ühü cinco sangwáro claro clavo coa cobija ur?ú mh~ cobre risérínd;;i? ~r coco
Vocabulario
d e
tr es
codo coger cola coladera, cedazo collar camal comer cómo comprar
kan?í rusv
chicle
nímbi?ir tac?éc? úr?ihi kamác?é gánaha kábe?e étá kitá étá érhá
chico chicozapote chiflar chile chinche chirimoya chivo chocolate
con conejo copa! !incienso ] corazón
tangwé ísa éthac? kúní lmi corazón) correcto íri?r correr éneheb cortar éta?ab rábó corteza sámaha? corto ?é?úhür coser símre?retre coyote kik?á crudo maníba cuándo tanhé cuarenta up?ín?es cuates [gemelos] kángaínce?er tipán cuatro tárha cuchara taté kíte cuchillo kíte narhé kútún cuello utún útun kutún cuerda ninthé cuerno námbahan? úmahan? úmahan? úp?ahan? nahí cuerpo únh;;i un hi unhír cuervo úká? cueva mamá'lr cuidar siérpe culebra kánga cuna ut?ís kátrehre? curandero ríté chapulín
l e n g uas
otopam e s
chupar dar dardo decir dedo delgado derecha despacio despertarse después día diablo diente diez dinero
dios doler dónde dormir dos dos veces dulce duro eclipse echar él elote ellos
sáp?o, cáp?ó? cínce? sámph;;is énre (él chifla) be?é ciné1¡: takér riphém;;i, riphé emre?re le/. suphé? 'espuma') ?é?ühü gápoho ém~ (él dice] kan?í rísre?re nimbórisre i.ip~b gúnú úb;;i.1
man?í pahá k;;ini rácoro túndehen? kiréhen? níndehen? úrehen? nábí? magá? kábegó tá?ühün tanhénes . tanhé emás címe?e? mánaha um?á ertJ. épre?ren íuo? úzühü rín ga?an iuo?s [dual]; ígo?r [pl.]
231
embotado empezar empujar en enagua
encender encino encontrar enemigo enfermo entrar escalera escama escarbar escoba escoger escopeta escribir ese espa lda espejo espina espíritu esposa espuma este estrecho estrella excremento faja
ferrocarril fierro fiesta filoso flauta flecha [arco y] flor fluir forastero frente fresno frijol frío
urá pahá nímbomóh.ib ú?an rukú maní !calzón de mujerl écahar
i?::és isi,i?Q. ipóho'l tat?üc? éso?or tápche ésü?r tarhúr riclÍr usór náci,i?i,i nágühün rikís kúmbz¡?:;i masl,J. uni?í úni'/i urá?a suphé? íno? mámba?a kandér úphú? tásóc? kisóc? tásóc? táchoc? tárhér mánné risé'l, risrehre? kimba?écab urá íri?r rípehe turhre? úro, úró kúri ét?u úrehesáhá uráp?á kankhé? mací
232
frotar fruto fuego
fumar ganar garganta garra garrapata gato gente !personal golpear gota grande granizo grano grasa gritar grueso
itán?, etác? !yo froto! úr?ú nápa un ápa uní m ápa é?ühü gásá lga narél kút1,1?1,1 masa:-?a: r garapátaha místoho úri épe?en nánt?a kaní n ánde? kíndo mugi.í? éma?a nimbó nanté?
guacamote [yucaj guaje guajolote kulé? guayaba guerra gerra (vibrante múltiple) gusano k 1¡:?s1 názi ?in hacha hamaca hay helarse kusé gungá?r hembra nínthü hervir umlÍn? kus é hielo, nieve tár?i hierba kúgé hígado éke?es hilar hilo úrher hincharse mápe ?en hoja risé hollín hombre Írl,I hombro sángwre?re sangwre?re sángwre?re sángwre?re
h onda hongo
tár?±r úzühü kú ol hongo del maí z! úkhche kíthóhó
hormiga h orno horqueta hoy hoyo huarach e
iéí úboéze n? náp_i c? upóc? úb_ic? úph_ilnl c?
huauzontlc hueso huevo hule humo iglesia iguana is la ixtle
pínja múntoh o? ki ?é
kunth é thés m á'l ihír
izquierda jabalí jabón jaguar jalar jarro jefe jícara ji tomate jorobado labio
sábos múkhés ékh e?en úce ? nimhú? nímo? émbre?re zimphon suni síni síni sinír
ladrar lagartiga lagarto !caimán! lago lamer lana lanza largo lavar leche leer lejos lengua leña [mad era]
sipher kúri íngwrehren umhá risé'l láns a mába?a épa?ac? cizi.í? rici.Ír ésa?a m~h ~ náz;¡¡ [mi lengua] rígl,I
Y o la11da
La s tra
li e ndre lim pio li o lod lun a llaga lleno ll orar lluvia mac hete macho madera madre maduro maguey maíz malacate malo mamar mamey mango [frutal mano
milpa moco moho mojado molcajete
zi é?n mathúhún úha ringa?an um?á ninthú (a tro h embra ) kími?i ezú engw::é kúri-úk?on rarhé nanté? murár?éhér ríg1,1 náná mQt~? kún?u úzühü tárher pahá écü?
mañana mar marido marihuana mariposa martillo masa máscara matar mazacuate [boa) mazorca m ecapa! mejilla mercado
mes
m esa metate metlapil [mano de metate] mezquite miel [honey)
Vocabulario
moler molleja mono morder morir
muñeca lwrist] murciélago nadar nalgas naranja nariz neblina negro nido nieve nigua niño nixtamal
cipokóbó mártiyoho ritúhün urá émbe h én gremren? úzühü ringa?an urá p?á sígtJ [significado?] títá [pueblo], merkádo nánt'la um ?á [primer astro] mésa takhú takhú mut?u úk?i usi
d e
t re
S
gáco?on tarl,J. [moriré!
morral mosca mosquito muchos mudo muela mujer
ka?á kan?á kan?i kan?ir sini?i siní?i lámár na'/u un'/ ú ún?u bur?ú
no noche nombre norte nosotros
nube nuca nudo nueve
l e 11 g ua s
ukhó? mángwe?en zínga?an kúrerhó?r, komáhá kúro (de piedra) utlÍhún
nuevo ñame occidente acote [pino! ocho oír ojo oler olote olla ombligo once oreja
kar~ karó íncC¡!?C¡!r mapér itu?uc?, sángwó kaníuré? mání, móni kan?í sinc?és ning~ maré? timbre?rer níti ére?r sé?es kanú kánú kanú kanúr karáwaikén úmbo sirnós kusé kánga ruk~ rik~ rik~ rik~ páme úz.i n~hi [mi nombre) ikágos [dual inel.) ikágun [pl. incl.J ikágum? [dual excLI ikághv? [pi. exel.] karác? ne?embó Ítl,IC7
nánt?a pámeb
otopam e s
órgano oriente orilla orinar oro oscuro otro padre pagar pájaro palma panteón papa papel par pararse pared parir párpado pasado mañana pasar pato patrón pedernal pedir peine pelo pensar peña perro pesado pescar petate
satú
ún?ehe sánceb gá?o urrengú épe?e úzühü nínca? úce? nínthaha rácoro nánt?a énúc? suk~ sík.i sig~ sikh~ kuntár nizé-?
úrehen cínd.i?.ir zímbo?o mánihi? tátá úngwre1 érore? úngwre? éca?an cicá? súba?a kaposándo rimér ricúr tanhénes [dos 1 tárn?a [me pararé) íme síní?i ubi? · rúmo?or nimhú? étihi? trechre kónthe kunísá? síma?an mahre sumªs sím;;is simªs simhªs
233
peyote pez pie piedra piel pierna pinole piojo pizcar [cosechar] plata plátano plato
pleito pluma pobre pocos podrido polvo pollo poniente primera pueblo puente pulga pulmón pulque puma puño
rith1J nakú úku egú ekhúr kúroho ris é ?eré? úzuhü ukhú rúr?o kinú esühú úrehen nánu?ur úr?u súba?a numáhe nímaha nimáha nimáha risé mre?re écren tínuhu kaní mángwe?en? úha kún?a urám~ títá puénte mundá úsü?ü éha? kan?í umér síphª kábe?e sink?én e?í ki?í e?í er?í ka?áno?
pus qué quelite querer quién quijada quince
SÍgl,l
rácoro sangwáro (:g{IC njnthé ésu?ur ún?ehe sík1Jh1,t máne ningª ningª érehe?r zibér sínún
raíz rajar rama rana rápido rata ratón recto [derecho] red
2
34
redondo reír rel ámpago remedio remo rezar ric o río rodilla
roj o ropa
rozar saber sacerdote sal salir sangre
saliva sapo seco seis semana sembrar semilla senos sentarse
sepulcro sesos sí siete silla sobaco so l sombrero sonaja soplar sordo subir sucio
citás ítrehre?r cnúc? tár?i úr?u pálá rigv úp?aha ésa?a iphár sínhre námen? namén? namén? nam en? enín nunt?i.Í? nír?ü7 nint?ú? ur?i.Í? gapª [sabré l rángwi? urhv s énehe [salgo] kukhé kíkhe kikhé kikhér síkhe sík1J mó?o takú?un nímb.i? kinhé ét1,1?1,t; er?IJ, [siembran] úmü ningú? cucú? tángwre?re [me sentaré, se sentará] mát?a ék?an mó?ó sakúsb náboho nínhú? nimbó um?á, um?á? Ír!J nambá úngwa umª up?á táchen? ehúr [ellos] nangá imúr eM [subo] kítahan
sudar sur tabaco tamal tambor tarde teco lutc techo tejer tcjolotc tela telar temasca l tembl or tem er templ o tenamaztle tener teñir tienda ti erra tijeras tlacuache todos torcer tortilla tortuga toser tostar tragar trampa tres tripas triste troj e tronco trueno tú tuétan o tumor tuna tusa último uno ustedes vaca vacío
rip::én::ch::cr tabákoho úr?jhj úph ::c n imba incc?cr rar:í-7 llal múkh re ur?ó níndo épihi
vela veinte vejiga vena venado vender venir
etuc? n ánt?aup?in
ver verde
ganú kuk?u
verruga
ukhé úgi.i?1,t nantham~nthre é?ür étu?u !vengo ]
vestirse viejo viento viga
maré? kúnhe biga, íríg1J,
viruela vivo volar vómito yo zopilote zorrillo
uc?~ énu?u trepres ikág úoú kár?~
ur?ú bat~ úphi tamh é ig~ n etén'l rin?é ém~'/~ ék.i?.i tít á !pueblo] kúmbo? kibó'l kimbó? úbo? tár?ís manaígun ékcs ríkhusíbes kúmó? íkhú úm?an? étuhun? tínuhun? kúmbü ním?ahab tróha rígu rabóho kúri éma?a ih ék? ugó'l uhí íbo7r nánt?a ihék?un (pi.), ihek?os (dual) kazlJ nínthü urá mó?ó
Yolanda
La s tra
Vocabulario
de
tr es
l e nguas
otopames
235
cambiar caminar camin o cami a camote campamento cana sta cangrejo canoa can aclo
PAME DE SANTA MARÍA ACAPUL C O
Lorna F. Gibson a [locativo] abajo abeja abrir acabar
acostarse achiote adentro adivino adobe agrio
konh~n?, konh~ skim~?e wasíIJ labre] wommaigIJ? ltermina una ac ciónl; lottwi [termina un objeto! liggya?a kiIJgy f.? p kapp.it
ma?eis, wa7eis lpl.]; ko?wes, kwa?es [de líquidos! agua kotf. [pi. ndf.l aguacate I)gocaogl) aguardiente kippi?i águila kasai)Y? aguja nal?F. agujerar loppheoKJJ ahora CQ ahuehuete !sabino] kohw~OIJ ala manhwa alacrán condeilY? alegre lah~OIJ alfiler· algodón nat?i.7 almeja cim?éhec? altar ndao nlhógl) [lugar dentro iglesiaj allí kopo amargo wakh~o, kokhw~o [líquido] amarillo nihyadn? amate nak?wés [higuerón] amigo mahao ligyahoi [bien caminan, dual] amontonar ampolla liéhín [tiene ampollas]
236
ancho anillo antorcha anzuelo año apagar
aplastar apretar aquí arado araña
arar árbol arco arco iris arder ardilla arena armadillo arriba asar atar atole atravesar aventador ayer azadón balsa bailar bajar hambú bañarse barbacoa barco barranca barrer
l)gotóe? ní ' se?e IJgoha Iolwigl) ihwá?a !prende palma! nachó nYl)gyr,:hc lowwúgl) lnil)gy f 1!apaga fuego! lowwógl) ls ikkié"IJ !apaga lámpara! wattes konhi nanhw~ kam f.s [tipo de araña que no picaJ; niky l.? pikyw l. [viuda negral nnóa?a [ara! T)gOkWóIJ l)golha? [y flecha] éihigIJ nao)? koméigl) wammi;:OIJ l)golhó? koc?íIJ?, koc?~ wahós [asa] waso, wasoc? kol?(IJ wa??óhié? silYheiky s~mp sadón sikhyaoc? nnsihi? [baila] wadoa ppó? [bajaj liwyá?ailY l)gol??áho? l)gol?os doa kiIJgyi 'lp kotf nanh~ wa??éogl) [barre j
ki11h yó i ls u l hw ii ogtJ mlakk_i n c"/ wé• lticrra para o lla s!
barriga barro
ba ura baúl beber bejuco hilis biznaga blanco blando boca borracho borrego brazo brincar
k:1ddua ndaph«::c·1 ko n l sat ?I."/ manahap [suJ li Ul í•J [b rinca! kató?o mah ao; wahao lpl.J; wahaot [pi. animado!; kohwao [lugar o líquido! 1Jgowahal'/ skanhi kan~OIJ kopo? kosI kopo? = [sucio!
caballo cabello, hair cabeza cacahuate cacao cadera caerse
l)gomó có'I !objeto duro!; kJ'l [objeto blandol kafé lac'li?
café cal calabacita calabaza calcetín
I)gomQhi? makwa kot7wc7t [pie lugar donde los ponen] mhioIJ mapá, wopá [pi.]; kopa lde líquido o lugar caliente] nal)koi? IJgobf l)gocó?
caldo caliente
calzones cama camarón
Yo J
II n
d
11
coa cobija
mane. ·¡ mat ~i kann a mlak7émp !está can. ad 1 cantar misio !canta l c:il >"hw.i macciol? caiia de azúcar lcaiia ma ticadaJ kotao cara l)gok"/o? caracol cárcel kiIJ khy_i"laIJ pakka carne kohwj"]o !junco]; carrizo ngolhí [carrizo] 1Jgol"lo. !como casa cosa]; kol ?os [como lugarJ casabe !pan ele yuca! kanc~? casarse likky~he·/t !se ca sal cebolla kaddoa staka?t éi)Yhya cedro ceiba cempasúchil cenar ceniza s!aJnclwi. cera cerbatana cerca [aclv.] lipi cerca [ni l)gok?w~hol? cerdo 1Jgophf:i, l)gophi cerillo seríy cerrar wacc r. o? [cierra] cerro l)gol?w f cicatriz ndann(l [seiial]; lómmj ndann(l [tiene sciial] ciego nclao risoa?t ciclo kotao kónhQ'l [su cara el sol] cien kik?ai lyfdn cigarro l)godóchigl) cinco kiky?ai, kiky?aiky [animado]
é iP'hy_i !caja] w:iháo? [él hchc l lalh ~i, nalh~i ni ggyé'/ o
brujo bueno
claro clavo
wammaodn'l el a nan· ( h f · "i)Yhól"l pirf o
La s tra
I' u e
¿IÍ__ _
11 /1 11 / 11
r i u
d e
t res
c:ippya nclapo?t I)gW~I) lakoa T)gol?wi.? sacio/socio !ropa !anal
cobre coco mandi;lmp codo coger l)gocóe? cola coladera !cedazo, sievel kol? ~IJ IJgotr.?r. si!Yhól? collar sic?é'1 coma! wann.ioIJ comer !come algoJ, sséhigIJ [come una comida] pf.op la?ei cómo wattáogl) comprar !compra] con I)gokhwa conejo skippywí, skippí copa! na?wa corazón kwás, makwás correcto likyi;>? !corre] correr wahes !con cucortar chillo]; wi?y~s [con tijeras] nibbyahagl) corteza ngokwaIJ !piel de árbol] corto mamaha?; womaha?t [pl.] coser wa?i.hr.?t coyote nan?o crudo man(>i?; wan(>i'I [pl.] cuándo si?ap cuarenta n6ia lyf.dn cuates I)gokói; ngóiky [triates o más] kil)yói, kiJJyóiky cuatro [animado] komo'I l)gokw~IJ cubeta cihilgIJ cuchara nalhés cuchillo ciIJhi? cuello l)golhw~ cuerda
J en gua .s
u t o pam cs
cuerno cuerpo cuervo cueva cuidar culebra cuna curandero chapulín chicle chico chicozapote chiflar chile
chinche chirimoya chivo chocolate chupar dar
dardo decir dedo
delgado derecha
despacio despertarse después destruir día diablo diente diez dinero dios doler dónde dormir dos dos veces
I)gOtQI) mi?ya I)gonh}a I)gokwá? konh~oIJ kochí?, kochéi? sikhyáol? kadf.;kahó [shaman] éikhié? skil)yQc7 e?~? lY~?t [pl.] nhéos ma7ei; wa7ei [pl.); ko?wei, kwa?ei [salsa! comphóIJ cikil? cokolát wacciol? woppo; wa??eogT) [regalar] wa?~he? nissebm skan?ya [su rama su mano] nipir.s m~ mahap [buena dirección] sahep, sohwep [quedito] nn(J
konho?[p] ciTJhí?iIJ IJgocei?, l)goci? seska?ai tamel)? dyós, gyós wa'lébmp [le duele] pf.oc, p f op ??~hily? noi kanoi m~
237
dulce
duro eclipse
echar
él elote ellos embotado empezar empu jar en enagu a encender en cin o encontrar enemigo
enfermo entrar escalera escama
escarbar escoba escoger
escopeta escribir ese espalda espejo
ma?~os; wa?~os fpl.]; ko?wóos, kwa?~os fde líquidos] lsignifica dulce o maduro] niky?a ttc) konho? !muere sol]; wa?ailY?, wahf.ol? 1objeto pi.] hc)i masa rehc)iky waho kotao [sin cara] loppop !empieza] lodo?o&IJ kiIJgyl?pl nakhoi? lonca?o lnil)gy f.] [enciende fuego] kase?e mi?ip [su enemigo]; mi?iok [mi enemigo] wan?iJJ [está enfermo] nhí? [entra] skaléra snasóa&JJ cikyao [su escama pescado] rand f.hF.dn? cikyao [su dinero pescado] wa?F.?F.t
silY?éogIJ wakkehe? [obj . sing.]; wakke?eky [obj. pi.] nalh eiky wa?éc? kílY?y F. napo I)gopes [suj nak?ohilY?
espina espíritu esposa
espuma este estrecho estrella excremento faja ferrocarril fierro fies ta filoso flauta flecha flor fluir forastero frente fres no frijol frío
frotar
fruto fuego fumar garganta garra garrapata gato gente golpear gota grande granizo grano grasa
I)gohw r.? nímby~i? wán?h1?~, wán?j?~, wánnj?~ sipphe? nhi e?~? kaIJg? 7 mphói JJgot6c7 I)gol?os !casa grande] éippya I]gobaho 1 mmj kotao [con cara] nipphi?i l)go lha? [arco y flecha] l)got gI) likyc)? n?óhiJJ koba?o ma?ós pikyao l)gokhwe? mac t. [hacer frío]; nimby~?~n [de objeto] WiiJJg~s [con una piedra], womadn? [se lo frota ] niJJgyf.7, riI)gy l [pl.] niI)gy l wahhí?igI) konhwi? skamo I)goc?~i nim}s
gritar mm a?a grueso nim '/ ígr¡ guacamote !yuca] canthóc? guaje kom 7 guajolote ko·1ogIJ guayaba kanhwa?a guerra nabahi7 guano ci kochí7 [culebrita] hacha stacc f.'7F. dn I)gw~I) hamaca sikhyáol? hay helarse niIJkhyói hembra limmigI]? !algo hervir hierve]; lommeigr¡? [lo hierve] kosi sla]ndwt. hielo [ceniza helada] sissi hierba l)gOniá?p hígado wahóiIJ hilar IJgolh~iIJ hilo ppe? igIJ h incharse nissi hoja hollín hombre hombro honda hongo h ormiga
horno
horqueta
U,Ut
hoy
wóppaigI)ky [ohjeto pi.] niI)gyet I)gotóe?, mand~i kII)gyo
hoyo huarache
ngopoi?, nimby(>i [su grasa]
hueso huevo
hule
humo iglc ia iguana isla
ixtlc izquierda jabalí jabón jaguar jalar jarro jefe jícara ji tomate jorobado
labios kywón nihya&JJ ladrar lagartija lagarto !caimán ] lago lamer lana lanza largo lavar
cathw~ [chica, café ]; nac?jn [hormiga que corta hojas ] sta?~o?t mh l [cosa que asa tortillas ] siIJkhyón [slingshot] éó; có? nhi konho?p [ahora este día] cíl?, cél?; cé?t [pi.] I)golhoc?; komo? ngolhoc? [huarache de guaje ] piI)gyW~n nando
Y o landa
leche leer
lejos lengua
Vocahulario
La s tra
J
.
makwa I)gol?u [ u pie ca a = llanta de automóvil ] ki 7i ni · f.c I)goci kop ? mi'/ya limyó?ogI) kot f [tierra toda rodea agua] 1'i nlhwe Iggyoa m~ mah (?F p ldirección difícil] matthaigIJ si!Y?~han? kotcOgl) , kot i Ogl) wakké'J cdn maci, macci cike? ndadda?ogI) koti. na?wó napai Itomate rojo] I)gopc:s l)godó7 !su espa lda joroha] ciJJIJY l. [su labio, su dobladi ll o] skimby~I) skalho? koca
tr es
liendre limpio liso lodo luna llaga ll eno llorar ll uvia mac hete mac ho madera madre maduro maguey maíz malacate malo man1ar
mamey
sodo, sado cippya ninc?~s mba?o wasi lY?, waseilY? [platos, etc . h wasigI), waseigl) [1nanos, cara, cabezal; watt~ha?t [ropa] kic?i? wa?aho I)gok?w es [habla al papel] koba?o nan~
de
leña
mango mano mañana mar marido marihl)ana
mariposa martillo masa máscara matar
I]gwáI) !madera, pi.]; I)gokw~IJ [madera, sg.l; ngw~ nchwi [juntan leña] nII)gyo I)gol?6 !su huevo piojo] nicci&IJ? niI)gy?óahadn? somphói I)gom?~o? ngocwés nt ntl? lla luna] wai pikyf.; ci-mes !llovizna] nalhés mba?o [cuchillo largo] nikyw~IJ I)gokw~IJ, l)gw~ [pi.] wac?o mat~?, wat~ lpl.] I)god6a nlhwó cíc?o wacce?e kanhf.'7 [da de mamar al bebé]; ccí kanhU[el bebé mama] I)gokwóIJ ti?yas [plátano de árbol] maIJk skan?ya rippja?a kohw~i? kot f.. !agua profunda] wán?wóIJ ndóehigl) stikywóJJ [ndóehigIJ = tabaco] comhF. martíy nikkyc)hilY? kotao cokos lótto
J e ngu 11 s o t opa m es
mazacuate lboa] mazorca mecapal mejilla
mercado mes mesa metate meter metlapil Imano de metate] mezqui te miel milpa moco moho mojado molcajete moler molleja mono morder morir morral mosca mosquito mucho muela mujer muñeca [wrist ] murciélago nadar nalgas n aranja nariz neblina negro nido
nieve nigua niño
niI)gyW~ I)golhw~ pikyao ndappF.hF.7 kadá m~ raJ)g~o !un lado de los cachetes] kikkyáo&IJ I)gom?~o? sic?éhi&IJ nakhei&IJ skan?ya nakhei&IJ JJgol?~JJ kippy~i? skim~?e konhw~ mbaos [su] siI)gybi? nimbíhilY? mammo koi:6 !piedra plato ] ndáho !muele] éincns I)gokhw t7 wacco7ol . ttQ
waI)góc ska?ei I)go?wei walí[ky] [much as] snan~hol? nthói nikhi skan?ya nicoac? c~hoI) nikkyi.? ciIJIJYQª [su] sanM nambó, lambó[t] [pi.] commap nilYhaigI) [de pájaro! koti. kosi skamma&JJ kanhi.?
239
nixtamal no noche nombre
norte nosotros
nube nuca nudo nueve nuevo ñame ocote ocho oír ojo oler
oJote. oJJa ombligo once oreja órgano oriente
oriJJa orina
oro
oscuro otro padre
rikkioIJ mep, kadé[pl, mót I)gOS;)OIJ l)golhc;í?; IJnonh~o? !su nombre! sohop IJgopói? kaokIJ lpl. incl.] kaok?IJ [pi. o dual excl.] kaoiky [dual inel.] kaogl)? [dual excl., raro] sanh~ skimby;J?a
pagar pájaro palma pantan o panteón papa
papel par pararse pared parir
ndancháo? wiIJkhío nakw;Jl) ndancháho? wo?o? [oye] I)gotao woppé?e [huele!; womba?ogr¡ [da olor]; wo?ogr¡ [da olor, generalmente desagradable] maJhw;j. I)goc?wé? ci IJgocaagIJ seska?ai ndá éiky;)o koc?f.gIJ ma nh;J.?o konho?, nimbyo I)gop~i? kot f /agua]; kimy i, ?t [su orí nal, kom i, lmi orina] éippya nihyadn? [metal amarillo! kiIJkho?t kiIJkhyó?t líss~?oIJ womm r. o?, wamm f. o'/
párpado pasado mañana pasar pato patrón pedernal pedir peine pelo [furj pensar peña perro pesado pescar petate peyote pez pie piedra piel pierna pinole piojo pizcar !cosechar\ plata plátano plato pleito
lohw.;:?o lpagal nil YháigIJ éy"ihwa?a
pluma pohre pocos
ti lY'/aodnt, kil >'? ampt piIJ ?ó káddoa !tubérculo blanc o! l)gok7we ' kada kotao mma:l'7i ngokhwó mogl) ; loww Ogl) l)godwi [parirun hijoj loww gl) nando !poner un huevo]
podrido polvo pollo poniente
n'l?óhil) !pasar, atravesar! katti liéhao éikc [se hace jefe] ci pikhywa? wa?ahodn? !pide] nda??áig[) skanhí rissi liggyáho naddi.OgIJ nado maheo, mahi.o ssó jpescal éimhy;) kowi éikyao makwa, makoa /su] kotó n1bbyahagIJ cikyoa [)khwigIJ [)gol?ó wass f.?r éippya nisoiigI) [metal blanco] ti 7yas mammo
primero pueblo puente pulga pulmón pulque puma
puño
pu s qué quelite querer quién quijada quince raíz rajar
rama
rana rápido rata ratón recto red redondo
reír
relámpago
til >' haigIJ ti ?y ac'I kosa ?, ko aot !animado! mi y~ hwiiogl) tal óg1J m;) n7~hon7 k nh ? [dirección se pone el soll kotap kom ?ü
remedio remo rezar
IJgOU f.OC'l
ropa rozar saber
kammagl) kolháo? [1Jgotóe?] m anee?, m ancwe? lomm;¡iiIJ'I skan?yil [hace bol a su mano! kiphy~o kan l.n siséo1J, sisóIJ wommó•J ko7wa? manip seska ?ai kik'lai nikhyc; wa súa'/ac7 [obj . sg.l wasoa·/at jobj. pl.l nísscbm 1Jgok WÓl'J !s u rama árbol! kok?wa mat;)o, manéi IJgotóe? 11i[)gy~o ci ni1Jgy~o kwás, maté'/og[) nimy;)il)'/ [esféricoJ; ndímhywilY7 1circular! watuhrdn'/ !se ríe de ... ]; lihyál? [sonríe, riel likhyóat [sus relámpagos]
Y o landa
L as tr a
ric o río rodilla rojo
sacerdote sal alir saliva sangre sapo seco seis semana sembrar semilla senos sentarse sepulcro sesos
ilY?y f nda?aol? kot f ndóo !cantar!; wa?aho dyós !habla a Dio. 1 ndippy;)n I)gotóe7 koti [agua grande ! nil)l))'Q na?wó, no?wó lla egunda forma no e muy frecuente] lochá'/ wo7o7 [ abe oyendo!; wannc;í?o [sabe viendo! kaw i dn7 l)golho ; nlh{)
sobaco sol sombrero sonaja soplar
sordo subir
V oc abulario
sudar ur tahaco tamal tambor tarde tecolote techo tejer tejolote tela telar temascal temblor
temer
IPLI nnéhigl) [sale! IJkhwígr¡ kokhwi snapc? ma?o tel >'?yá, tel Ygyá nimby~i 7 wattó?o [siembra] [)gol7ól'J cici? ccóho kimbyo? I)gokw;)7p
SÍ
siete silla
ucio
tel >'7[)yohigIJ ? sinc:7oho7; I)gop?óholbanco, banca, asiento! sanhwap konho? ngobéhe'/ sic?ac7 waheigIJ'I [so plarleJ; wahciky [ahanical salhó?t nhóo [sube!
d e
tre s
templo tcnamaztle tener teñir tienda tierra tijeras tlacuache todo tomate torcer tortilla tortuga toser tostar tragar trampa tres
tripas triste
l e n g u as
cic?o; kihyaogr¡ !ropa o cuerpo! lil>'het woppap !sale su sudor]
troje tronco
ndóehigr¡ IJgolhPf.; nlhPf. [pi.] tambo!
tú tuétano tumor
kolw niky?os wóppf. !teje] nal?;j.hol? sót nabf.
tuna
limhm? kimbn? kopó? !se sacude tierra] pói !teme]; watteon? llo aterroriza] nisi.c? [iglesia] wamm~?o wakk~? ltiñe] kol?os limi nalháogIJ hwaogr¡; kopo? !suelo] nal?y;j.s IJgokhwic? wi?yajt] !todos] napai; lapiii lpl.] lówwaol? !tuerce! ngomh( kommo? lóhwf. lle causa tos] lokkwaic7 /tuestal wattQI ? !traga) niky?ac7 ranho?lt] lt, animado), kanhó [veces,lugares] mbep niap na?wa
otopam es
trueno
tusa último uno ustedes vaca vacío
vela veinte vejiga vena
venado vender venir
ver
verde verruga vestirse viejo viento viga viruela vivo volar vomitar yo zopilote zorrillo
mica? nil)gyw~, nimbyo !tallo! I)gonw t nw ( t [pi.l heok? nil)hio niggyó? [nudo en la madera, ¡tumor?] nil)gy l 7 IJgobogr¡ !su fruta nopal] státhobmp nda heok?IJ pakkas ma?ó [seco]; lihyá? !cuarto vacío] kandilY?, kandei!Y? ndilY?.dn nd~gf.?d kíIJgyf. nic?e [vena, arteria, tendón, nervio] masát wa??ei? !vende] waddoa, wodoa; n?}a [viene y regresa] woppaho? jve de lejos], wannó?o ¡ve de cerca] niIJgyéhilY? IJgokhwíIJ comi.IJ, madó7i nimyao liIJyaha?t IJgol?os I)gotóe? I)gocwés manó c,>hoIJ licoc?, loccoc7 kaok naw a·/a korn)a'/a
APÉNDICE
l
Vocabulario tomado de Angulo {1933) Nota: las tres o cuatro formas de los nombres corresponden a la primera, segunda y tercera personas del singular y tercera del plural poseído; las de los verbos corresponden a los temas A, B, C, D de Angulo ( 19 3 3) ; para la formación de los tiempos y de otras formas verbales, véanse Angulo (1933) y Lastra (1984) . Al uniformar la trancripción se eliminó el símbolo el> que utiliza Angula en posición final por considerarse que es alófono de /b/, así como su xw final que es alófono de /g/. Su ves una fricativa bilabial que representamos como /b/; es oclusiva después de /m/. Los acentos graves y agudos que preceden al tema verbal en los verbos representan el tono alto o bajo que llevarían los prefijos correspondientes. [locativo! abajo nimbo abeja abrir 'sémb acabar ' tú acostarse achiote adentro níhü adivino adobe agrio agua kúndi aguacate aguardiente águila aguja agujerar cen ahora ICI ahuehuete [sabino] ala cúc~ alacrán alegre marh~ alfiler algodón almeja altar ígó allí amargo amarill o amate amigo nahí ~
242
·semb ' tú
kirí
'sémb ' tú
kíndi
cen
cen
cic~
cíe~
únho
enhí
'sémb ' thú
kúri
chen
amontonar ampolla ancho anillo antorcha anzuelo año apagar aplastar apretar aquí arado araña arar [cultivar! árbol arco arco iris arder ardilla arena armadillo arriba asar atar atole atravesar aventador ayer azadón balsa
'ndu
tu
ru
túrhe
turhé
turhé
'rhu
níndo 'nduc
ná?u
'tuc
utú
ruc
útu
Yolanda
'rhuc
urhu
Lastra
bailar bajar bambú .tan 'ndan bañarse ran barbacoa barco barranca barrer barriga námba ungwá umá barro basura baúl 'há beber 'nhá 'nhá bilis biznaga blanco blando boca katí úti uní borracho borrego brazo sus~ sís~ sis~ brincar brujo bueno éku?, írir caballo cabello, hair cabeza kaz~ káz~ kaz~ cacahuate cacao cadera rumór rúmor rumór caerse có café cal calabacita calabaza calcetín caldo caliente calzones cama camarón cambiar por por por caminar tú [irregular] camino náku ukú úgu camisa núnthu mátiJ [mi camisa] camote campamento canasta cangréjo canoa
Vocabu lari o d e
'rhan
'rhá
'phor úkhu
cansado cantar SIJ caña de azúcar cara katá caracol cárcel carne carrizo casa ko?ós casabe [pan de yuca] casarse cebolla cedro ceiba cempasúchil cenar ceniza cera cerbatana cerca [adv.l mánó cerca In] cerdo cerillo cerrar cerro cicatriz ciego cielo cien nánt?a cigarro cinco sangwáro claro clavo coa cobija mM cobre coco codo coger cola coladera [cedazo, sieve] collar comal comer cómo kábe 'ndá comprar con conejo copa! kuní corazón correcto
tr e s l e n g ua s o t opa m es
SIJ
dziJ
C\J
úta
urá
urhá
útos
ut?ís
ur?ós
'tá
'rá
'rhá
kúni
kuní
úr?ihi
243
'neheb correr 'ndab cortar corteza corto coser coyote crudo kábendi cuándo cuarenta tan?én cuates cuatro tipán cuchara cuchillo taté cuello kúttun cuerda námbehen cuerno náhlj. cuerpo cuervo cueva cuidar cu lebra cuna curandero chapulín chicle chico cínce chicozapote chiflar chile chinche chirimoya chivo chocolate chupar '?e dar dardo ·mehe decir se dedo delgado derecha despacio despertarse después úbes destruir día diahlo k,;1ní diente dicz rácoro dinero loro ] túndehen di os
2 44
·neheb 'tab
'nehcb 'rab
'nheheb 'r•7a hab
upínes
kíte kuttún
taté kuttún
ungwéhen úmehen únhí únh1,1
rarhé
úpeh en úrh(1
' té
'ndé
' r?é
·mehe sé
'mehe sé
'mhehe 'ché
kdni
k,;1ní
kiréh en
níndehen
úrehen
doler dónde dormir dos dos veces dulce duro eclipse echar él el te ellos embotado empezar emp u jar en enagua encender encino encontrar !sabe r! enemigo enfermo enredadera entrar escalera escama escarb ar escoba escoger escopeta escribir ese espalda espejo espina espíritu esposa espuma este estrecho estrella excremento faja ferrocarril fierro fi esta filoso flauta flecha flor
fora tero frente fresno frijol frío frotar fruto fuego
kábego '?ün tan?én
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uci.Í
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Y u landa
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kíní
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únapa
naápa
tarhi.ír
La s cr11
fumar garganta garra garrapata gato gente go lpear gota már~, grande granizo grano grasa gritar grueso guacamote jyucal numá guaje guajolote guayaba guerra gusano tácin hacha hamaca h ay helarse hembra hervir hielo hierba hígado hilar hil o hincharse hoja hollín hombre saphd h ombro honda hongo hormiga horno horqueta hoy
Vocabu lari o
ur?ápa, mapá
nánde
níma
kicín
sáphv
de
er es
nimá
tácin
saphd
nimhá
názir
hoyo huarache hueso huevo hule humo iglesia iguana isla ixtle izquierda jabalí jabón jaguar jalar jarro jefe numhú jícara jitomate jorobado suní labios ladrar lagartija lagarto [caimán] lago 'ndí lamer lana lanza largo mámba lavar leche leer sa lengua nazdn leña liendre limpio liso lodo luna llaga ll eno llorar ngwé lluvia madre náná maduro maguey maíz malacate m alo pahá '?ühü mamar mamey
l eng 1111 s ocopames
bumhú
nímhu
nimhú
síni
siní
'tí
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dza nazá.n
cha
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ÚCl,I
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'n?ühu
'r?ühu
245
mango mano mañana mar marido marihuana mariposa martillo masa máscara matar
/
ka?á síní
kán?a
' t?ü '?ü ngwén pen mazacuate [boa] mazorca mecapal nák 9 mejilla nakó mercado mes mesa metate meter metlapil [mano de metate] mezquite miel milpa kunú kínu moco moho mojado molcajete moler molleja mono morder nzon con morir n¡, 'ndu morral mosca mosquito mucho magér, mánáí muela mujer muñeca [wrist) murciélago nadar nalgas naranja nanz kanú kánu neblina negro nido meve niño
246
kan?í
'ndü
. mén
' r?ü ' mbén
nangó
kinú
zon
kanú
kinhú
'zhon
nixtamal no noche nombre norte nosotros nube nuca nudo nueve nuevo ñame occidente ocote ocho oír ojo oler olote olla ombligo once oreja órgano oriente orilla orinar oro oscuro otro padre pájaro palma pantano panteón papa papel par pararse
nah(t
nánt?a
únh1,1
unhi
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rácóro suk¡j
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túndehen kiréhen
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' ndí me
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búpe
mehe [irregular]
pared parir párpado pasado mañana pasar pato patrón pedernal ' ?áhan pedir peine pelo
' tán
'ndán
Yolanda
' r?áhan
Lastra
pensar mó peña perro pesado pescar petate sumós peyote pez pie nakú piedra piel rusé pierna naté [entre rodilla y cadera] pinole piojo pizcar [cosechar] plata plátano plato pleito pluma pobre má?r: poco podrido polvo pollo poniente primero pueblo puente pulga pulmón pulque puma puño pus qué man?í quelite querer '?i quién ká?á quijada quince rácóro raíz rajar sus rama rana rápido rata ratón rebozo nípán
Vocabulario
mó
mó
'mhó
SÍmqS
simós
simhós•
éku
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ríse éte
risé eré
'tí
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'r?í
sangwáro ég~c sus
de
t r e s
sus
l e nguas
.cus
recto red redondo reír relampaguear remedio remo rezar rico río námen rodilla rojo ropa rozar saber sabino sacerdote sal téhe salir saliva sangre sapo seco seis semana sembrar semilla senos sentarse, estar sepulcro sesos sí siete silla sobaco sol sombrero sonaja soplar sordo subir sucio sudar sur tabaco tamal tambor tarde tecolote
otopames
súkké kukhé
namén
námen
néhe [irregular] sígé síkké kikhé kíkhe
níndo tákun
·ngwéhe
·mehe
'kóh~ [verbo irregular]
cakús tápoho
kipóhó
tápoho
náboho
úngwa
umá
up?á·
nambá
'hó
rará
247
techo tejer tejolote tela telar temascal temblor temer templo tenamaztle t ener teñir tienda ti erra tijeras tlacuach e todo torcer tortilla tortuga toser t ostar tragar trampa tres tripa triste troje tronco trueno tú
' ndén
' tén
rén
' rhén
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' nhér
' rhér
kúmbo
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kímbó
úbó
kigán
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tu6tano tumor tun a tusa último un o usted e vaca vacío vela veinte vejiga vena venado vender venir ver verde verruga vestirse vi ejo viento viga virue la vivo volar vómito yo zopilote zorrillo
ÜBSER VATI ONS ON THE LIMITATIONS OF DATA ON THE ETHNOHISTORY OF NORTHERN MEXIC0 1
William B. Griffen
nánt ?a INTRODUCTIO
nánt'/a
upín
' ndí '?ür
tí 'tür
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'rhí 'r?ür
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The following is a review of sorne of the problems and potentials of doing ethnohistorical2 research in Northern Mexico. Part I briefly outlines sorne of the limitations inherent in the documentary sources while Part II touches upon sorne conceptual ambiguities and potentials, together with areas the author feels can benefit from current and future research.3 Needless to say, the present paper concerns mainly the author's own interests-the processes of continuance and extinction of Native Indian populations-and any contribution will lie mainly in the systematization of the information covered. The many fine researchers engaged in Northern Mexican research today may find little new in what follows . The Region
For purposes of clarification the region being considered embraces from the shifting northern border of Mesoamerica into the deserts of Texas, New Mexico, Arizona, Southern and Lower California at the time Spanish conquest. LIMITATIONS OF THE DATA
While the limitations of data are well known to workers in this region, there is certain intrinsic interest and benefit in analyzing and discussing such limits within a framework not only of regional ethnohistory but also of world culture history.
1
2
3
Y o landa
La s tra
This short summary is based largely on secondary sources, with the great adva;1tage that these have the benefit of other people's thinking. Likewise, there is no pretense to ª thorough bibliographic coverage. In a number of instances below , but not in ali 1 the term "social history" could be sub st ituted for ethnohistory. Ideas for the present paper were prompted by a conference sponsored by the departrnent of anthropology, Texas A&M University, on the southem North American Archaic Tradition at Lajitas, Big Bend, Texas, October 9-13, 1989, when the author was forced to organize succintly the limitations of documentary data for specialists in fields as diverse as field biology, ecology, and prehistoric archaeology. The proceedings are in press at Texas A&M University Press (see Griffen nd[a]).
249
As is well ·known, the historical ethnographic information on the Northern Mexican region is generally poor, pockets of more complete sources, such as those from the Jesuit missions, being an exception. In addition, extant archaeological data for the period immediately befare European contact consists of a haphazard sample of data. Hence there is lacking a salid base from which to éompare changes wrought by invasion of Spaniards whether for exploration, slave raiding, or searching for minerals. The bulk of information comes sorne or many years after these initial contacts, and usually after the actual conquest by the military, missionaries, or civilians, by which time native societies were no doubt quite severely altered. A number of authors have discussed the reasons, many of which overlap, for the poor quality of ethnographic data (e.g. Behar 1987; Campbell 1983; Hinton 1983; Jiménez Moreno 1943; Riley 1987; Taylor 1966). The explanations for the omissions and distortions of information are summarized below. While many of these examples are closely related, as noted above, they are also different enough that their varying emphases are worth noting. 1] Alrnost without exception there were only single or very few observers and therefore an equally small number of reports. The corresponding paucity of information yields an inadequate sample which is haphazard in the extreme. 2] A great disparity in the dates usually reigns in reports from any one grup or region-a group is contacted early in the exploration period but then not again until-many years later. 3] Correspondingly there is often a time-lag or non-comparability in reporting peri.ods from · between regions . Consequently, most data are from the 16th century for Guanajuato, the 17th for Nuevo León, and the 18th for Tamaulipas. In support of the las-t three points, Campbell, for example, notes that only two good descriptions of Coahuila groups exist, one on the Mariames by Cabeza de Vaca in the 16th century, and the second on Nuevo León groups within a v.ery restricted area sorne 150 miles distant by Alonso de León around a century later-"The two descriptions, when considered together, suggest that those who have attributed so much cultural uniformity to the Western Gulf province have overemphasized the generic similarities in· its hunting and gathering cultures and have páid· little attention to the recorded evidence that indicates cultural differences" (Campbell 1983). 4] The use of unknown methods of data gathering which include simple direct observation and impression, sometimes the use of local informants but often the use of non-local people, whether natives from neighboring groups · (often left unstated if friend of foe of the target
250
Willi a m
B.
G riff e n
people) who mayor may not have been acting as guides. In addition, it is known that Aztec prejudices against Chichimecas also crept into the reporting. · 5 J Repeated visits lobservations) to a site or area were often made in the same season-e.g. the summer or fall-and hence the rest of the annual round went under-reported or entirely unreported. 6] Mobility of observed populations was often high and because they lacked settlements permanent enough for Europeans to comprehend, they were reported on one occasion and missed on the next occasion or perhaps was not encountered again for years.· 7] Closely related with the last point was seasona.1 transhumance of different groups, often with same overlap in their zone~ of_ sustenance-their hunting and gathering territories This resulted 1? different: groups reported in approximately the same locality lor even m1staken lo- . calities) by the observers. 8] Different interests or purposes of different observers becau~e-of Viery different training, interests and orientations lperceptions of. reahty) .of to the world. This also resulted in only partial comparability of reports because of lack of detail and overgeneralization in the reports themselves. 9] Spanish ethnocentrism and observer bias, a variant of the European mind-set of the era, almost automatically led to incomplete reF)orting beca use of assumptions such as that the na ti ves, because they_ ~ere not Europeans and not Christians, by definition had no laws or rehgwn, their languages were inadequate or nonexistent, and the full range of raw materials and foods used were overlooked or even belittled. 4 . .· f 0 10] Closely connected with the last point was the larger situatlo~ . . ra a·iation . of an exotic-populat10n environmental opportunism la daptive ·mto a new environment, as part of genera1 European expansioa of the · f · ¡ 1 b alth and e 1 times expressed as cupidity and greed for land, a or, easy we . • nd1 forts to rise in social status. Such desires generally exercised· bh ~g effects on even a modicum of fair evaluation Spaniards had wi th in their own cultural values, which las also in the case of English and ?thers) contained aspects of "universalism" and fairness but under the circumstances were blocked from being put into operation. Consequen tly, th e natives could be exploited and exterminated by colGnists, no matter how much resisted and opposed by the crown, missionaries and perhaps ª few others, and their lands controlled and occupied. · · - · f 11] Labeling problems, with different names· for the same gro~p 0 Indians used at different times, or multiple names at the same ume, either because different outsiders to the group las noted above) or because 4
. m . the reportmg . . on h un t ers and· gatherers in See Headland and Reid (1989) for such bias the Philippines, Indonesia, and south and central Africa, well into thl! 2oth century.
Limitations
of Data
on
the
Ethnohistory
the group themselves hada differenf name far themselve . Glaring examples of this are Athabaskan and Pimanspeaking peoples which, fortunately, endured long enough far the terminological confusions to be straightened out. For many others, especially peoples who disappeared soon after contact, considerable doubt exists (see, far example, Griffen r969, Appendix I; s·a ner 1934). Possibly sorne problems stemmed from differences in singular and plural farms in the now unknown native languages. Examples from modern Seriare the designation of themselves-kwíke (singulaT) and konkóál< (plural)-which sound so different from each other. It is unclear how confusing use of coyotes, the pluralized hispanicized version of the Nahuatl koyotl (singular), was with a more Nahuatl-like version, reduplicative plural cocoyomes (Nahuatl kokoyomeh) far the same people in the r 6oos. Occasionally, a well-known chief's name was extended to an entire group, and the chief could have two or more names either from different la_n guages, or different nicknames. For example, in the r 6oos El Mapache (from Nahuatl mapoztli) also called by the Spanish translation, El Zurdo ("lefty") (this, admittedly, may have been less confusing for his contemporaries than for later researchers). The Apache leaders El Fuerte and Mangas Coloradas were (circumstantially) very likely the same person; they were important personages from the same place (the Mogollon) and of the right ages at the right time: El Fuerte was prominent until circa 1839 when the designation Mangas Coloradas began to be used and the former name drops from use entirely with no record of the man's demise (unfortunately, as yet no census of the band members by name of either leader has yet shown up) (Griffen 1988a and b). So far, it is unknown how many individuals were referred to in the sources by more than one name or how many different leaders had the same name or nickname. 12] Othei problems of language use rangé from the idiom in which the reporting was done and into what languages the material was translated befare it got recorded in Spanish. Everi differences between dialects (variants of the same language, and hence largely mutually intelligible), may involve similar or identical forms with denotations that differ in different speech communities and thereby lead to misinterpretation. Spaniards often did not know when they were dealing with closely related native langtiages or merely dialect differences. Throughout much of the 17th century the general use of Nahuatl 5 meant that it was used as an interme-
cliate language between the native idiom and Spanish. Jiménez Moreno's (r 9 : J06) finding the meaning of Coahui.Ja ("lugar bajo" or "bajío" and con equently not Nahuatl tazinta/tlazint1an) is also a case in point. 6 Spaniard frequently put together Indians whose languages were entirely different, uch as at San Francisco de Conchos. Son:ietimes, perhap feeling more cenain of what they were doing, or in desperation(?), they erred greatly, for example by getting a Spaniard who knew the Tobo o tangue to try to speak to Chisos, a totally unintelligible language (Griffen 1969:60-63 ). The e matter are important for, among other things, helping determine movements of Inclians and their contacts with outsiders, and helping to a ses how much cultural variation and multilingualism existed among native groups at any one time. The use of bot._h the Opata language7 and a number of Opata personal names (or names which at least on the surface fit Cahitan-like vowel-consonant alternating phonology) among Apaches at Spanish-managed peace establishments (e.g. Bavispe) in ea tern Sonora in the late 18th and early 19th c_enturies is another case that tells us a good bit about Apache contact with other peoples_. Personal names 1 of course 1 if used judiciously, may be of sorne help m giving insights into the soluti on of such problems. As n~ted, many .nicknames were employed, 8 often descriptive or referring to sorne personal characteristic orto an event or location-El Tuerto ("one-eyed"), El Tartamudo ("stu¡terer") El Fiscal Ceja Blanca ("white eyebrow"), Zurrón de , , d (" d Venado ("deerskin bag"), El Ratón ("mouse"), Mangas Colora as r~ sleeves"), Cuchillo Negro ("black knife"), Cigarrito ("cigaret"), . Co¡o Americano ("lame American"-an Apache from the r.8;1-os-from cont~ct with Anglo Americans?). Names of prominent Spaniards or Mexican~, mcluding governors, with whom Indians had contact were sometn~1 es , Ar · · Arv1zu a d opted, Apaches being sorne of the examples-Rancon, mi¡o, ' Gómez, Irigoyen, and Zozaya. It requires painstaking work to sort out the Spanish rendit~o_n s of
6
7
' In a document now long relegated to past research, the author remembers running into a report by a missionary told of encountering either Tarahumara or Tt:pehuan acquaintances of his who said to him in the native tangue, lrnmpa li-w11lla s! (Where are you coming from?) . The unsuspecting could easily interpret this as one of the loqil idioms rather than the nahuatl it is. See also Griffen (1969:133-137) .
252
William
B.
Griif e n
A number of later writers
#13 [Apaches 1833- 1835]). . s At least sorne groups, like Athabaskans, prohibited the us_e of personal names, so a number of nicknames for the same individual coukl be employed (see, for example, Opler 1941 :429-430 on Apache names).
Limitation s oi
Data
on
th e
Ethn ohis tor y
253
native American names by Spanish scribes in arder to be able to compare them against each other but this could be helpful, if not crucial on occasion, to working out the histories of different native groups. For example, not on}y are there sorne Uto-Aztecan-Opata or Tarahumara, perhaps even Yaqui-Mayo-among Apaches but there may be also names of Jano, Jocome, Chiso or Suma origin in early Apache nomenclature, adopted as the Apaches took over and absorbed remnants of the earlier inhabitants of an area. While this may always remain a great unknown, any light could be thrown on the problem would afford better clues to early history of native Americans and their contacts. 13] Changes in the extensions of the use of group names can be quite confounding. Sorne names, such as Toboso and Coahuileño, were used for specific groups at one time but were later extended to more generic use and covered several earlier smaller groups. Also, "Apache" in the early years in Nueva Vizcaya seems to often have referred to any Indian from New Mexico (see Griffen 1969:102, 154H). And "Toboso" was applied by the Spanish-speaking population in Coahuila for any Indian who appeared to them to come from sorne far-away place to the west. 14] Names for groups sometimes became confused owing to a failure to distinguish which groups were refugees from another region, and which were native to an area. 15] Forced changes in residence from governmental or missionary practices. Both this and the immediately preceding factors led to the amalgamation of subgroups and dialect groups into larger groups, or to hispanicization (see next item). r6J Hispanicization as well as the formation of a pan-Indian colonial culture, in effect, often includes the last two points. Rates and amounts of culture change, including the development of a socially low-ranked pan-native American culture that probably merged imperceptibly with cultural patterns considered "lower class" and included ele·ments from Mesoamerica, Europe, and even Africa in the new northern Mexican frontier society (see, e.g., Deeds nd[c]). The above discussion covers majar points regarding limitations of the data themselves, perhaps a few o·ther observations on ambiguities, sometimes even confusions, that have crept _into the historical-ethnographic data or its presentation. And, certainly as Brand (1971) notes, later writers have through the uncritical use of early sources repeated errors and distdrtions. PART 11. SOME CONCEPTUAL AMBIGUITIES AND POTENTIALS
In addition to the last point, there seems to be also at times notable variability in and uncritical use of terminology. The remainder of this pres-
254
William
B . Griffen
entation will refer to sorne of the ambiguities the writer feels might be worth discussing for better clarification of research goals in ethnohistorical research. Sorne of this terminology includes terms and contrasts such as nomadic vs. sedentary peoples, farmers vs. hunters-gatherers / tribe and band I chiefdom-state, and war. Sorne discussion or clarification may help place the use of such descriptive terminology in a context more adequate for comparisons of this region within world culture history.9 For example, tribe has been used for any native American group although it would not likely be used for a European group of similar structure and circumstance-in northern Mexico it has been used to refer to a small band, a group of bands, to a sedentary community orto a group of settlements. 10 . Nomad (perhaps one of the most stultifying of terms) has frequently been used to contrast with sedentary but without specifying precisely what characteristics were included: the kind of movement involved (or how such movement could be measured) whether narrow transhumance or larger seasonal movements. Befare contact hunter-gatherers could only have travelled on foot after contact, with the rise in raiding, many developed much greater' mobility because of stolen livestock, especia~ly horses. So far as is known, however, they incorporated no regular pracuce of breeding the animals. In addition to these ambiguities, sometimes the "nomads" have had attributed to them the same cultural characteristics as those of central Asían stock-raising (food-producing) peoples who, given differences in culture and habitat, unquestionably had much greater mobility as well as more striking and staying power than the mobile north Mexican peoples. . . Territorialism 11 or the changing pattems of how native socieues were distributed with respect to each other on the land.over time could be clarified. Data on seasonal shifts in territory exist only for sorne areas. Despite early writers' references to trespass as a cause of intergroup conflicts, territories were not always, or perhaps -seldom if ever, well . . . • · without analysis ar Wh1le such terms need to be used at times, 1f they contmue m use . h · . · . Ob · 1 moving to the ot er thought they become clichés with doubtful denotat10n. v10us Y, . . . . extreme-t h e preoccupation with de f1mt1ons w1'th out emp 1·r1·cal coritent_.:.would be an idiocy but it has not happened yet in research in norfhem Mexico to my kno~led~e. . . h f rms of orgamzat10n that 1 ° Fned proposed sorne years ago that "tnbes are no more t an . up throughout history . . h enes · of ch1'efdoms and states under tend to sprmg on the penp the influence of the centripetal social, economic, and political life of the_se syS t ems. Thus rather than being evolutionary precursors of chiefdoms and states, tnbes may be cons~quences of the interaction of the latter with societies living within their sphere of influence" (Fried 197 5 ). See Wolf (1982) for a similar point. 11 Not "territoriality" which at present c-arries a tremenaous semantic overload and would not be the proper term here in any case.
9
°
Limitations
of Data
on
the
Ethnohistory
bounded or even mutually exclusive. This was certainly partially due to the fact that native groups Spaniards considered distinct in effect shared a number o.f overlapping kinship ties with each other. 12 In actual fact, little is known of the interna} or externa} relationships of the groups, which carne together in late summer for harvest, especially for pricl
Headland and Reid discuss both hunters-gatherers and "tribal" peoples (1989) . See, also, Coinments on this article; Hutterer notes, "It is not only hunter-gatherers that must be seen within a broader and more realistic historical perspective" (19 8 9: 56-57).
Willi a m
B.
G ri ffe n
Agriculture or farming was variably perceived by European observers. Documentary sources indicate a number of "part-farmers" as formulated by Kirchhoff (1954) a useful approach which helps eliminate the often rigid dichotomy between farmers and hunter-gatherers. Supplementary crop growing and seasonal transhumance need much greater analysis. A number of groups speaking the same language or closely related dialects have been known historically to have varied in subsistence practices that ranged from non-farming to farming communities. Sorne groups may have failed to plant every year or for longer periods-rainfall areas reliable for horticulture must have no more than 30% annual fluctuation, and preferably considerably less (Wallén 1956). The traditional anthropological distinction between intensive horticulture or gardening with the use of hand tools and generally low energy budget, in contrast to extensive plow cultivation or agriculture, is of sorne use, especially after contact (e.g. Tarahumara, as well of course as at missions). The fact that many observers often overlooked horticulture or, if they saw it, failed to give it much (or any) importance partly, or perhaps largely, because it was done by women, is well known (see Griffen nd[b] and Wilson 1988, for example). The different integrations of food producing and food collecting (hunting, gathering, and fishing) need to be made as precise as possible for an adequate comparison of different time periods. And, in turn, the ways these activities were carried out, which of these activities are supplemental to the others, obviously has much to do with mobility and therefore community, including ceremonial life. Changes in the proportions of those activities, whether due to bio-environmental changes or because of contact with, and perhaps subordination to, outsiders, obviously are important to know. Ultimately, it would be meaningful to contrast and measure shifts in life ways, including exploitation patterns, energy budgets, and the ecological impact of native Americans befare and after conquest, as well as of Spaniards, and eventually Mexicans and Anglo-Americans. Groups with variation in subsistence types were Yumans of Arizona and southern California with farming and non-farming branches, and Piman-speakers of Arizona and northern Sonora who ranged from virtual hunting and gathering to relatively permanent s€ttlements of irrigation farmers (Fontana 1983; Hackenberg 1983; Nabham et al. 19·89). Tepehuán, also Piman-speaking and mostly farmers, apparently did little or no crop-raising east of Parral (Beals 1932; Griffen 1979; Jiménez Moreno 1943; Sauer 1934). While the riverine pueblos at La Junta were based on farming (Kelley 1952; 1953; Newcomb 1961:228), sorne crop-raising seems also to have been practiced among groups in the surrounding desert, especially to the
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south. The hunter-gatherer Suma (although with same question), a westward extension of the Jumano who apparently made up sorne of the horticulturalists at La Junta, possibly were familiar with crop-growing, especially around Casas Grandes (Bandelier 1890:90; Beals 1932; Gerald 1973¡ Sauer 1934). The Concho dwelling up-river from La Junta along the Conchos, San Pedro, Chuvíscar and other water courses in Chihuahua reportedly raised com, beans, squash, and melons and made pinole, apparently from corn, which also implies farming. The Chiso, the eastern desert- dwelling extension of the Concho, were reported a number of times to raise corn, or at least to eat pinole (assuming this was made from corn); the Chinarra, the western-dwelling extension, may also have farmed in the Santa Clara-El Carmen drainages (Beals 1932¡ Griffen 1979¡ Sauer 1934). A number of different documents cite Toboso cultivation of squash, and one source notes cultivated corn (Griffen 1969:38-39, II 1112). Transhumance involving supplemental horticulture could easily have escaped Spanish observers. In the Parras-Laguna district, farming was reported in the vicinity of the lagoon-Laguna de San Pedro (Mayrán) area-fed by the Nazas river, as well as at sorne distance away when moisture was available. The weaving of cotton, which also was reported, may imply cultivation of cotton, although sorne writers opine it was most probably obtained through trade (in exchange for what items?) (Beals 1932:172¡ Griffen 1969:109-1 l 1). Farther south, at least sorne Zacateca grew corn (Beals 1932:157¡ Jiménez Moreno 1943¡ Kirchhoff 1943¡ Martínez del Río 1954). For the southern region closest to Mesoamerica, Campbell reports horticulturalists among the Coahuilteco in the Sierra de Tamaulipas in the 18th century: 5 of 24 groups in the northern Sierra de Tamaulipas farmed corn, beans, and squash; at least 4 of the 10 groups in the southern Sierra de Tamaulipas farmed as well as made pottery; and on the southern coast of Tamaulipas, out of 11 groups, 5 or 6 practiced agriculture (although sorne of these .c ould have been displaced from the Sierra de Tamaulipas) (Campbell 1983). The nearby Pame farmed, as
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rect animal protein from hunting or in the use of plant foods. When this process resulted in settled communities, ·the farming problem can be appraised with little trouble; when horticulture (sometimes sporadicL or even flood-water irrigation of wild plants, was accepted as supplementary to hunting-gathering-Kirchhoff's "part-farmers"-it complicates assessing the extant ethnographic data (Kirchhoff 1954). And certainty regarding the extent of farming practiced will be hard to come by. Dobyns has noted that the south Florida Calusa raised native crops while heretofore it was believed they had no farming, and that both they and the Timucua hada greater diversity of food crops than was thought (Dobyns 1983:126-131, 213-235, 298-299). Wilson (1988) and Griffen (1988a) show considerably more farming among historical Apache than is usually. credited them. Greater clarification of the problems of subsistence, therefore, rests on making as precise as possible the total inventory of cultivated crops as well as the mix of cultivated plants with wild plants and with the amount and kind of game in the diet. Other important factors influencing the pattern of overall subsistence were modes of transportation and storage facilities, as well as which products could be stored for how long under what conditions (Dobyns 1983:213-235, 299). It is this combination of factors that would determine the amount of usable energy captured and exactly the place occupied by a particular society on the food chain. The term war has been used to refer to everything from the activities of small raiding parties seeking to steal Europeáns' domestic animals to a regional uprising of the scale of the Tepehuán revolt. The word has been used for altercations or skirmishes among native Americans with no European involvement, and sorne "wars" were obviously squabbles perhaps better portrayed as part of interkin dispute resolution mechanisms (the politics of kin-groups rather than of states). They are reported to have occurred more frequently in the fall, and at the same time as harvest ceremonials, including much inebriation, took place. Indeed, since these were "kinship" societies, part of the answer to the use of other than overt hostilities to control access to water, as well as other resources, lies in marriage alliances with different degrees of exogamy that created extensive webs of kinship rights of reciproca! exchange. The norms covering exchange also included revenge and retaliation for actual or assumed past wrongs (Eguilaz de Prado 1965:90-94; Griffen 1969:119-122; Las Casas 1936; Newcomb 1961 :46-47). Raiding as a mode of subsistence is well understood as distinct from "war", yet consideration of occasional raids, banditry, casual pilfering, and the like as part of the totality of economic support could profit from more research.
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Research has shown a correlation between residence patterns and conflict relationships with differences in residence reflected in the type of externa! conflicts a group has (Divale 1975; 1976). Patrilocal residence, the predominant form here, implies "interna! warfare" where raids are carried out over only short distances on one's own cultural congeners and even kinsmen, and this is precisely what early observers reponed in much of northern Mexico (see above). Matrilocal residence cited for Guachichil, Guamar, Toboso, Chiso, Suma in the northcentral desert, as well as Apache, is correlated "externa!" warfare where war parties make long-distance raids on groups of a "foreign" culture. Early observers in general fail to report many local conflicts among the latter groups. The confounding ethnographic problem, however, is that long-distance raiding certainly happened after the Spanish conquest with many groups, but whether this was one of those rapid postconquest ecological adjustments or has its roots in preconquest times is an open question that could use much more research. Trade and exchange, especially informal networks, need better illumination, including how they shifted under conquest conditions. Trade in the hinterland is frequently mentioned in the 1600s in the greater Bolsón de Mapimí r:egion, and it obviously contributed to the total subsistence strategy of all peoples involved, but how exactly? Where were the various trade mutes and how did they shift, and why? For example, a great amount of regular backcountry trade, much in stolen livestock, occurred as part of the overall support of Apache groups after the national p.eriod, including networks that eventually linked up with the Santa Fe Trail trade. And this trade involved a variety of contacts-Mexican, Tarahumara, Ópata, and Anglo Americans-who often traveled to Apache camps. Trade at all times wrought influence upon the native Americans involved, introducing material goods, altering raiding territories and the frequency of hostilities, among other things, including contributing nicknames to individuals as it is known to have done with Apaches (e.g. Griffen 1988a:133-134). Information on the internal organization of native societies is important but very difficult to come by directly in the documentary sources. It is here that the terms chiefdom, and perhaps even state in the south, may be applicable but we may never know much more than the fine work done by Weigand (e.g. Weigand 198 5 J for the more complex societies; that is, those more stratified closer to Mesoamerica. Nevertheless, better pictures of the interna! social ranking, how power was distributed, and other matters of privilege and leadership are needed . . Indeed, since non-state, ranked societies are well known crossculturally usually to be much enmeshed in trade managed by the chiefs and their higher ranking kinsmen, with new documentary sources (or
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even a relook at the early historical ethnographic data?) perhaps interesting connections can be made. 1 3 Likewise, the nature and limits of ceremonialism among the indigenous societies of northern Mexico is a much needed area of knowledge. Certainly much of the native religion (and hence its institutional context for the expression of the human spirit) was never described adequately and the reports that were made were highly circumscribed by European traditions (e.g. Spicer 1962:108ff). lt is clear that for many groups-ceremonialism surrounded both friendly and hostile contacts (the "enemy" often consisted of kinsmen) and served to regularize relationships, mobilize supernatural powers, and control conflict and the "vagaries," to_ use Taylor's term, of access to water and other resources that he menuons (Taylor 1966). Closer analyses of the supernatural aspects of movements of messianism or cultural "revitalization" might be enlightening, such as exhibited by leaders in the Tepehuán revolt in 1616-1617 and in that of the Conchos and Jumanos in 1684 where leaders with ties with the supernatural could spread their doctrine (Griffen 1970a; Spicer 1962:26- 2 8'.86). Often however they have been scarcely paid attention to per se smce they ~re so fre~uently associated with armed resistance, De_ed'~ papers being notable exceptions (Deeds nd[a]; nd[b]J. Ceremonial tr~ts m these instances no doubt involved new conquest-oriented mythologies and ceremonies for social renewal and protection, compounded with sympathetic magic and other rituals. While the goals of ritual are different when engendering supernatural support to reconstruct a more satisfying way of life and even to help destroy a new kind of conquering enemy, th~y are often (usually?) adapted from traditional rituals such as those o_nented toward fertility in humans and nature, curing of ills (which may mc~ude potions for health, love, and the like), witchcraft or the working of _ev1l on one's fellow humans and more traditional war and peace ceremomes. No doubt other ideological change took place among the Indians themselves under conquest or contact conditions. Colonial reporte:s sornetimes only noted the various rites and ceremonies, often dubbmg them witchcraft (brujería) if they reported on them at all, but it would not be surprising if more could not be ferreted out here (see Griff_en_ 19~3 ~nd 1970a). Otherwise, although more is understood under m1ss10mzatwn (e.g. Spicer 1962; 1980), little is known from documentary sources of the development of local folk religions and belief systems as developed under the pressures of economic exploitation. 13
Could trading chiefdoms, for example, as elaborate as described in Gaul on the ea.rly Roman frontier, be expected in the regions bordering on Mesoamerica which had a d1fferent subsistence base? (see Dyson 198 5 ).
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Studies in material culture and its changes are no longer popular but new analyses might show up correlations with other social and cultural changes. The population of northern Mexico has been receiving excellent analyses, despite many gaps in our knowledge. Various estimates for the pópulation at the time of first contactare given by a number of different authors (see Dobyns 1976b). Determining usable estimates at this point, however, is impossible to resolve. Figures exist on individual groups at different times, but the impossibility of calculating how many groups inhabited a single, definable region at any one time precludes making an overall, quantitative assessment of all the regions (Campbell 1983; Spicer 1969). - lt is still unagreed how much native population of northern Mexico and the U. S. southwest during the 16th century and after was decimated by Spanish "war"-punitive expeditions and slave-raiding-and how much might have been due to introduced diseases themselves, complicated by overwork, overcrowding, and malnutrition, contamination of water supplies, and pollution at mines and elsewhere. 1 4 By the early 17th century, the extant figures indicate drastic and rapid reductions (Dobyns 1983, 1989a; 1989b; Henige 1989; Reff 1986:229-230; 1987, 1989; Riley 1980, 1987; Snow and Lanphear 1989; Upham 1986, 1987; Verano and Ubelaker 1992). But working out the proportions and combinations of factors in native population changes within the developing new frontier society needs much more work. Not only diseases of native Americans, but the level of health of the entire north Mexican population must be pulled together as much as possible. 1 s Other ecological changes such as deforestation, overgrazing, overcultivation, regeneration or the lack of it of the biosphere, how fast changes-depletion and recovery-took place and to what degree of 14
At the end of the 18th century Spanish officials estimated that a large-scale epidemic was expected in the northern Mexican region every 18 to 20 years. Inoculation (probably that developed by Edward Jenner and made public in 1799) was introduced far the general population about this time although there is no evidence that this service was extended to Indians (Simmons 1966; see also Griffen 1988a:rn6). The permanent or temporary abandonrnent (often in mortal terror) by Indians of a location, hacienda or presidio, far reasons of epidemics, as well as far more minar causes, throughout the contact period were often called "uprisings" by governrnental authorities. 1 5 The customary use of descriptive words (e.g. tabardillo, viguelas, cocolixtli/cocolistle) for illness often afford little or no notion of etiology. The most frequent of these terms, aside from tabardillo above (literally, "burning fever," sometimes used far typhoid fever), are calenturas (fevers), fríos (chills), and dolores (severe pains). Outside majar epidemics, so far there has been no way to assess what role minar sickness such as flu and the common cold played in Indian-Spanish relations.
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impact they had on the environment will eventually have to be looked into more closely than heretofore. Such changes are important but they are hard to get at and, as with population, there is inadequate documentation of original conditions. Perhaps sorne comparisons could be made between fur the first centuries of contact with better documented later events during the fur trade and its corresponding beaver and stream depletion and regeneration in the 19th century. Is there any analogy in earlier years with the great earthquake of 1887 and the subsequent changes in water sources, including springs and lakes and well water levels, and probably topography? lsee Dubois and Srnith 1980; Griffen nd[b]J. 16 All factors that can change rnan-land relations and therefore our interpretation of rnicro-historical situations should be investigated. An area of research that overlaps a number of those above, the history of individuals and farnilies can enlighten rnany problems in the ethnohistory of the region. While the narnes and activities of a few people, usually leaders, rnay show up in the usual adrninistrative docurnents, frorn other sources such as parish records, or even ad hoc census records such as at Janos (Griffen 1979; 1983b; 1992), it rnay be possible to turn up more inforrnation, including on local history, as well as contributing to biographies and farnily histories. The latter records can often be used for the reconstruction of vital statistics that cannot be obtained any other way. Data on births, rnarriages (including age at rnarriage, rnultiple rnarriages, widowhood and rernarriage), longevity, farnily size, rnigration jof spouses in post-marital residence changes or rnovernents to other cornrnunities and areasl, diseases factors, and deaths and their causes, can be obtained. In addition, such records are likely have inforrnation· on social ranking (indios and other castas) and ethnic and social class identity and changes in such identity, arnong other things such as property distribution at death, for exarnple (Griffen 1960; Taylor and Crandall 1986).17 Given the excellent laboratory that northern Mexico is for the interrnarriage (and interbreeding) of populations of different geographical origin and the resultant hybridization (mestiza;e), pedigrees that could help enlighten this process could be obtained certainly at least in sorne comrnunities or local areas. 18 Finally, usually little attention is paid to the implicit models or theoSee also the Periódico Oficial de Chihuahua far this year far a nurnber of reports not cited directly in the above work which, however, has an extensive bibliography and probably draws upan many of the same sources as the Periódico Oficial. 1 1 There are a number of commercial databases far sale that greatly ease the tedious labor of assembling and manipulating such data. is Given the rapidity of advances in genetics, DNA studies (including mtoNA), a number of interesting projects on human variation can be thought of. See, far example, Cavalli-Sfarza et al. (1994) 1 Pollock (1994), Wills (1989; 1993). 16
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ries used in presenting data and interpretations. Headland and Reid (1989) contrast "isolate" with "interdependent" models which include , among other problems, the more simple confusion between custom and practices "unmentioned" and therefore assumed not to have existed, and others tha t do not "fi t," as far as the researcher is concerned, and therefore are treated as "borrowed," usually from Mesoamerica. Other assumptions that sometimes show up are those of orthogenetic change-simple straight-line evolution or "progress," or devolution or "cultural degeneration" (Beals 1932 :roo). CONCLUDING SUMMARY
North Mexican societies changed, perhaps rapidly, on several occasions-during the expansion and contraction of Mesoamerican societies, and the European invasion-to meet new conditions, biotic and cultural, a kind of environmental opportunism . This dynamism has two profound implications for the ethnohistory, especially of the early period, of northern Mexico. Northern Mexican societies have never been isolated from the regional systems and have been undergoing constant alterationsfollowing the old saw that the evolution or change of a population is also the evolution of its environments (e.g. Griffen 19706, 1983a; Wolf 1982). Alterations stemmed from environmental and climatic changes, diffusions of cultural elements by whatever route (trade, migration or conquest, etc.) and the resulting cultural reorganization that communities living in the area are then forced to carry out. In sorne places prehistorically the advent of cultivation transformed profoundly the societies affected with unprecedented population increases, expansions of community structure with new social groups (e.g. governance and ceremonial sodalities), and associated cultural innovations and other underpinnings . In other places, the changes wrought had less effect, but still with "significant" adaptations (perhaps not "transformations"), including the adoption of sorne cultigens as supplements to the existing subsistence strategy, increased trade, perhaps increased competition and war, and changes in territory. Change process presumably sped up-at least received a large jolt-with the arrival of Europeans. In broad ecological terms, to whatever extent there existed a relatively mature, steady state on the eve of first contact, it was soon disturbed by a number of new factors. In arder to adapt to the new biosocial conditions (such as disease, technology, and power arrangements), native populations recut their cultural systems, despite population decline, to cope with the new circumstances . Sorne quickly moved into a "bloom" or rapid growth states of change and
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cultural potential was maximized by environmental opportunism, perhaps especially evident in the war-raiding pattern observed in hunters and gatherers during colonial times that stayed just beyond political and administrative control. In the early years after contact this could have led to an even greater variety of cultures and combinations of subsistence strategies. Certainly there was considerably more to the cultures under scrutiny here than the shallow accounts indicate. Sorne societies remained "independent" until they were taken over or extinguished; others, through the mission and hacienda processes, became dependent and enclaved, perhaps onl~ ~or a short time and only on a family level, as at sorne of the villages ongmally in the La Junta de Los Ríos area of the Conchos and Bravo (Grande) rivers. And, there was a myriad of complexities in the changes that transpired in the societies toward the border with Mesoamerica such as the Cazcán Cara Huichol and others (Deeds 1991, nd[b]; Griffen l98ra; Weigand 1985; White 1983). With the conquest, all social groups in northern Mexico played _sorne part in the generation and maintenance of diversity of the fronuer as they put pressures on other sectors of society to reconcile and accom~o. h er mtegrauon · · "(Sp1cer date social and ethnic differences into a "h1g 1966; 1971). Such changes eventually fed back on the native Americans themselves. But higher integration locally was also stimulated b~ factors far oustside the region, and even the continent. The tensions In~ians exerted countered forces for centralization and conformity emanatmg from regional and national governments, which in turn led Spaniards ª nd Mexicans for example, in areas now marginal to the main power centers of region;l society to appoint paramount chiefs and official go-bet':"eens far various clusters of bands or rancherías. In all periods the parucul~ configurations of missionary, military, governmental, and econo~c units specific to northern Mexico were a product of all such forces of mtegration (Hall 1989 ). Any model or approach must take into consideration all 0 _f t~~se factors. Hence for the ethnohistorian the challenge is still the dehmitmg ' · h. I a few of the fundamental transformations that took place w1t m on Y · years after the Spaniards arrived on t h e contment an d t r acing the con. comitant changes to the present (Mathien and McGuire 1986; Riley 1976). 1 9 At the same time, this dynamism of adaptation and cultural diversity also challenges the use of ethnographic analogy. I
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"The coming of Cortés and the Spaniards in 1519 was to have ~-he mo_s t far reaching _effects in both the heartland and on the peripheries of Mesoamenca. Withm a generauon after the fall of Aztec Tenochtitlan, even the remate northem frontier was reflectmg, both directly and indirectly, the Spanish Geopolitik" IP- 9).
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DE CÓMO LOS ESPAÑOLES CLASIFICABAN A LOS INDIOS. NACIONES Y ENCOMIENDAS EN LA NUEVA VIZCAYA CENTRAL
Chanta! Cramaussel Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
Al abordar el tema del contacto entre grupos llamados nómadas y las distintas clases de sociedades sedentarias en el Norte colonial, necesariamente nos enfrentamos al problema de la identificación y caracterización de los distintos grupos indígenas. En el caso presente, la denominación de grupos "nómadas" se refiere a las diferentes sociedades de cazadores-recolectores que, se sabe, habitaban los extensos territorios norteños, y, en particular, a las que ocupaban las planicies del altiplano septentrional. Los contactos de estos grupos con la sociedad española colonial fueron estrechos, complejos y de muy larga duración; en consecuencia, las relaciones documentales de diferentes tipos donde se hace mención de ellos son abundantes y voluminosas. Sin embargo, lo anterior no significa, en absoluto, que sea tarea fácil hacer una mínima descripción de esos grupos, y puede decirse que ni siquiera es posible todavía identificarlos con cierta seguridad. A pesar de su volumen, la documentación de origen colonial donde, de una u otra manera, aparecen estas sociedades, más que un conjunto de "fuentes" de carácter "etnohistórico", resulta ser para el historiador un objeto de estudio en sí misma. Desde un punto de vista, por así decirlo, puramente "etnográfico", estas "fuentes" son o, mejor dicho, parecen ser imprecisas y contradictorias: grupos de indios que se supone pertenecen a una misma "división étnica" (o "nación", para utilizar un término más propio de la época) aparecen alternativamente como sedentarios, "políticos" y pacíficos, o bien como nómadas, guerreros e irreductibles, todo dependiendo del lugar que ocupaban frente a la sociedad española local, y también del tipo de documento en el que se los describe. Tal puede ser el caso de grandes grupos como los conchos, o los tepehuanes y salineros de las llanuras. 1 Como veremos a continuación, todas éstas son sociedades acerca de las cuales las "fuentes" no parecen ponerse de acuerdo. De nada sirve, desde luego, resolver ese embrollo simplemente etiquetando como "seminómadas" a todas esas sociedades. Mucho más útil, en cambio, sería profundizar un poco en el conocimiento de cómo los españoles clasificaban a esos indios, con qué objeto y bajo qué criterios lo hacían. Nuestro análisis se basa en la documentación y bibliografía referente a la Nueva Vizcaya interior, y se centra, principalmente, en territorios 1
Para los conchos: William Griffen, Indian Assimilation in the Franciscan Area of Nueva Vizcaya , Tucson, The University of Arizona Press, p. 38 .
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ubicados dentro de lo que hoy es el estado de Chihuahua. 2 Analizaremos la configuración de las "naciones" integradas por tepehuanes, tarahumaras y Ganchos, así como por grupos de indios de las llanuras. Esos aborígenes habitaban medios diversos: la sierra alta y sus barrancas, el piemonte serrano, el altiplano desértico propiamente dicho y, desde luego, las fértiles riveras de los diferentes cursos de agua que lo cruzan. Existe un punto sobre el que habría que insistir antes de entrar en materia, y es, simplemente, recordar que han desaparecido ya todos los grupos que otrora ocupaban tanto las llanuras centrales del altiplano, como la zona intermedia entre éstas y el macizo de la sierra Madre Occidental. Sólo sobreviven dos grupos serranos: los tepehuanes y los tarahumaras, y son, por lo tanto, los únicos indios sobre los cuales tenemos auténticos registros etnográficos. Sin lugar a dudas, ello ha influido poderosamente sobre nuestra percepción acerca de los indígenas desaparecidos. Tradicionalmente, se suele separar a los indios de la Nueva Vizcaya central en dos grandes bloques, distintos y bien diferenciados entre sí: por una parte, los serranos, considerados sedentarios y agricultores, tal y como lo consigna la moderna etnografía (tepehuanes y tarahumaras); por otra parte, se encontraban los habitantes de las llanuras áridas I los cuales habrían estado organizados en pequeñas bandas "nómadas" o "seminómadas", dedicadas a la caza-recolección, y acerca de los cuales se tiende a pensar que debieron ser étnica y culturalmente muy distintos de aquéllos. Acerca de los habitantes del sotomontano en cambio las opiniones ' caso puede ' decirse que, de los autores modernos son diversas, y en este efectivamente, contradictorias. Vista de cerca, sin embargo, la documentación colonial puede ofrecernos una imagen mucho más matizada de estos pueblos.3
que muy poco tiene que ver el concepto de nación de los siglos XVI, xvn y xvrn,4 con el moderno de "etnia" o "grupo étnico". Para los europeos de los siglos de la conquista, una nación 'estaba formada por los descendientes de un antepasado común: tal era el elemento constitutivo esencial de una nación.5 En cambio, la identidad de rasgos culturales y la subordinación a un sistema político unitario eran elementos también constit11tivos de una nación, pero que no conformaban su sustento último. La extensión de una nación dependía, entonces, del reconocimiento de los vínculos de parentesco o de descendencia, en general, que unían entre sí a los miembros que la componían, y no correspondía forzosamente a un terri torio determinado. Pero si bien el término nación estaba semánticamente asociado con una comunidad de origen, es claro que los españoles, al dividir a los indios en diferentes naciones, lo hacían de una manera laxa y genérica, sin necesariamente ponerse a reflexionar acerca de si el término estaba bien empleado o no. Ninguna fuente se avoca, por ejemplo, a describir los "lazos de parentesco", tal y como los entiende la moderna antropología, que hubieran podido unir a unos grupos con otros (ello nó interes-aba en absoluto a los colonizadores). En general los conquistadores usaban el término nación como un genérico, semejante, por ejemplo, a nuestra moderna acepción de "grupo indígena", la cual carece también de sentido exacto. Nación, en esa época, se refería sólo a conjuntos de individuos que vivían juntos y se asemejaban entre sí, y de los cuales se suponía que provenían, por lo tanto, de una estirpe común; el gradG de precisión o de conocimiento de causa con que se aplicaba ese término en la documentación era, entonces, sumamente variable. La lengua constituyó, sin duda, uno de los criterios más importantes para agrupar a los indios, puesto que individuos pertenecientes a la misma estirpe suelen hablar un idioma común; sin embargo, no siempre los 0
EL CONCEPTO COLONIAL DE NACIÓN Y LOS NOMBRES DE LAS NACIONES DE INDIOS
4
Los nombres de los grupos indígenas del septentrión datan, casi todos, de la época colonial, por lo que vale la pena acercarse un poco a la manera como los españoles dividían y daban nombres a los indios. De entre todos los criterios de clasificación a los cuales los colonizadores recurrieron, el más representativo del pensamiento de ese tiempo, y el más sistemáticamente empleado, fue sin duda el de nación. Sin embargo, cabe insistir en 2
·1
Es la zona que mejor conocemos por habernos dado a la tarea de recopilar documentación para elaborar el volumen correspondiente a la historia colonial temprana de la Historia general del estado de Chihua_hua, en preparación en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Véase también el artículo de Salvador Álvarez acerca de los conchos y tobosos en el presente volumen.
Chanta]
Cramauss e l
5
El nacimiento del concepto moderno de nación data de la Ilustración, como lo ha demostrado Federico Chabod, La idea de na ción, México, FCE, 1987 . De esta manera, los espaüoles, por ejemplo, pretendían descender todos de un mismo linaje: Abilio Barbero y Marcelo Vigil, La formación del feudalismo en la península ibérica, Barcelona, Crítica, 1982. En cuanto' al concepto de "raza", cabe decir que en la Europa de ese tiempo, era también un equivalente de "linaje": Arlette Jouanna, L 'idée d e mee en France au xv1-em e siecle et cm d ébut du xv11-eme, Montpellier, Université Paul Valéry, 1981. La comprensión equivocada del término nación ha dado lugar a numerosas confusiones y errores de interpretación histórica; Cynthia Radding, por ejemplo, lo hace sinóni mo de "etnia", y declara: "El término na ción, empleado con tanta insistencia en los documentos históricos, denota la subordinación al imperio espaüol de un conjunto de comunidades que compartían el mismo idioma y ocupaban un territorio definido ... los sonoras ... que dieron su propio significado a_l vocablo naciói:t, al defender su territorio Y su presencia étnica frente al poder colonial": Cynthia Radding, "Entre el desierto y la sierra. Las naciones o'odham y tegüina de Sonora, 15 30-1840 11 , en Historia de los pueblos indígenas d e México. México, c 1ESAS, 1995, pp. 15-16 .
Nacion es
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e n comie nda s en
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españoles se hallaban en condiciones de diferenciar un grupo de otro a partir de la lengua en la que se expresaban. El periodo colonial nos ha heredado, ciertamente, trabajos de gran calidad al respecto, en especial, provenientes de fuentes jesuitas, y sobre todo para los grupos de la sierra Madre Occidental, como los tarahumaras; llegaron incluso a producirse gramáticas y diccionarios. Sin embargo, muchas otras lenguas nunca fueron descritas y sólo se cuenta con referencias dispersas acerca de ellas. Sin catecismos, gramáticas ni diccionarios, la identificación lingüística de los grupos y de los vínculos que entre éstos existían resulta ser muy poco probable. Incluso si en alguna fuente se hace mención de que dos grupos se pueden o no comunicar entre sí, ello no es garantía de nada. Los hablantes de dos dialectos lejanos de una misma lengua no necesariamente se comprenden, como el caso de los tepehuanes de hoy en día.6 El hecho de que dos indígenas, en la época colonial, necesitaran un intérprete para comunicarse no significa forzosamente que hablaran lenguas distintas, bien pudieron expresarse en dialectos mutuamente ininteligibles. A pesar de lo que se suele afirmar, por ejemplo, los misioneros, con honros_as excepciones de parte de los jesuitas, no se esforzaban mucho en aprender los idiomas de los nativos y mucho menos lo hacían los clérigos seculares y los civiles.? El obispo Pedro Tamarón y Romeral, en 1765, lamentaba el desconocimiento total de los idiomas nativos por parte de los frailes de Nuevo México, instalados allí desde hacía más de un siglo. 8 Los europeos, civiles y eclesiásticos, solían interpelar a los indios en náhuatl, idioma que aprendían los autóctonos en las misiones, pero a los indios no se les enseñaba el castellano.9
Los conquistadores estaban conscientes también de que las "naciones" de indios que ellos reconocían no correspondían siempre a linajes, ni a grupos de parentesco. Encontramos, en la documentación, variadas referencias a la complejidad de las relaciones que unían a las diferentes "naciones" de indios. Se decía, por ejemplo, de Bartolomé Tucumudaqui -uno de los tres grandes jefes de la rebelión tepehuana de 1616-1619que pertenecía a la "nación tepehuana aunque era tarahumar en sus costumbres" y que le "obedecían" tanto en la sierra tarahumara como en la tepehuana. 10 La división entre tarahumaras y conchos no era del todo clara tampoco: "entre otras provincias que confinan con la tarahumara soyace que en estos países llaman de conchos cuyos naturales tienen alguna trabazón y parentesco con los tarahumaras". 11 Se alude también a la "nación" de los indios conchos, pero también a otras "naciones" integradas a la "nación concha"; el propio gobernador de la "nación concha", autoridad nombrada por la corona española, era de la "nación mamite", en 1666. 12 Con demasiada premura, a nuestro juicio, antropólogos y etnohistoriadores han querido reconocer en esas subdivisiones de la sociedad aborigen la existencia de tribus y bandas, que serían típicas de los cazadores-recolectores. 1 3 Se añade también el problema de la movilidad de los indios, que dificulta la identificación de los diferentes grupos. Los nativos se desplazaban a territorios alejados del que les era ·habitual, para dedicarse de manera temporal, o estacional, a la caza, la pesca o la recolección. Se dice, por ejemplo, en 1699, de los salineros del Tizonazo que "salen a la sierra a hacer mescal",1 4 y que en determinada estación del año todos los indios se reunían en ciertas regiones para practicar la caza: "Todas las naciones andan revueltas en la tierra de conchos cazando y
6
El tepehuán contemporáneo se divide en dos grandes ramas: tepehuán del norte, que se habla en· el sur del estado de Chihuahua, y tepehuán del sur, hablado en el sur del estado de Durango y Nayarit. Los indígenas de Chihuahua y de Durango no pueden comunicarse entre sí a pesar de hablar el mismo idioma, sólo algunas palabras son reconocibles de un - dialecto a otro: Campbell W. Pennington, The Tepehuan of Chihuahua. Their Material Culture, Salt Lake City, The University of Utah Press, 1969, p. 8. 7 Luis González Rodríguez, "Lingüística y toponimia tarahumara", en El noroeste novohispano en la época colonial, México, UNAM, 1993, pp. 367-40 5; nótese también que no fueron los primeros misioneros los que elaboraron gramáticas y catecismos, sino que en el Norte, como en muchas regiones de México, el interés por las lenguas indígenas comenzó a fines del siglo XVII y se desarrolló significativamente durante la centuria siguiente. · 8 Viajes pastorales y descripción de la Nueva Vizcaya, Mario Hernández y Sánchez-Barba (comps.), Madrid, Aguilar, 1958, p. 1030; otros datos se encuentran en Guillermo Porras Muñoz, "El problema de las lenguas", en Iglesia y Estado en Nueva Vizcaya (1562-1821), UNAM, México, 1980, pp. 258-269. 9 Se quejaba el gobernador Rodrigo del Río de Loza al rey, el 7 de octubre de 1591: "los naturales no entienden la mexicana, [los misioneros] hacen muy poco efecto en la conversión de los naturales": AGI, Guadalajara 28. Con el tiempo los indios de misión aprendie. ron el náhuatl pero, ya para finales del siglo XVII, los nativos del Norte lo hablaban de manera tan adulterada que eran incapaces de entender un edicto escrito en el náhuatl del
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centro del virreinato: William Griffen, Culture Change and Shifting Populations in Central Northern Mexico, Tucson, The University of Arizona Press, 1969, p. 134; este autor ofrece otras referencias más acerca del uso del náhuatl en Nueva Vizcaya. El obispo Tamarón alentó la enseñanza del castellano a mediados del siglo xvm: op. cit., pp. 1059- 1060. 10 Benson Library, Universidad de Austin, WBS, Relación de la jornada que don Gaspar de Alvear y Salazar... hizo a los tarahumares desde los 26 de febrero de 619 hasta los 20 de abril del dicho año ... 11 AGI, Guadalajara 29, mandamiento de Guadardo Fajardo del 27 de abril de 1649. 12 AGI, EC, 397a, f. 24, Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento, Título de gobernador y capitán general de la nación concha a d. Hernando de Obregón, indio de nación mamite; ver transcripción del documento al final del presente·trabajo. 1 3 William Griffen da una lista de esas supuestas bandas, Culture Change ... , pp. 29-36. 1 4 Juicio de residencia de Antonio de Oca y Sarmiento (1669); testimonio de Pedro del Hierro, f. 77 y siguientes; el mezcal parece haber sido importante para todos los tepehuanes, en el momento de la fundación de San Jerónimo de Huejotitlán, en marzo de 1633, faltan varios de esos indios, por encontrarse parte de ellos en Parral, "haciendo mescal": Guillermo Porras Muñoz, El nuevo descubrimiento de San fosé del Parral, México, UNAM, 1988, p. 228.
Naciones
y
encomiendas
en la
Nueva
Vizcaya
279
después se retira cada nación en su territorio". 1 s Otro periodo muy importante en las llanuras era el de la recolección de la tuna y el mezquite, al cual seguía el de la cacería de conejos y liebres. 16 Los españoles de la época colonial, en resumen, no podían por lo general comunicarse en los idiomas de los indios I por desconocimiento- no comprendían tampoco las relaciones mantenidas por los diferentes grupos entre sí, pero notaban que los indios cambiaban fácilmente de territorio para cumplir con ciertas actividades productivas, y que existía entre muchos de ellos algún tipo de "trabazón y parentesco". Sin embargo, esa falta de precisión en sus conocimientos "etnográficos" no impidió a los colonizadores desarrollar una compleja y abigarrada clasificación de estos indios en numerosas "naciones" . Quizás el punto en que la confusión documental es mayor es, precisamente, en los nombres que los europeos daban a los grupos de aborígenes. 17 En realidad, los grupos de indios eran "bautizados" un poco al azar por los colonizadores, de acuerdo con criterio.s sumamente variables y disímbolos, como podían ser su aspecto físico, las características del lugar donde vivían, las actividades que desempeñaban o, incluso, alguna palabra escuchada de labios de los indios por los conquistadores. 18 Muchos de esos nombres provienen del náhuatl 1 9 y en pocos casos eran trad~cción del apelativo con el que se autonombraban los nativos de un lugar dado. Otros nombres de indios son típicamente españoles y una minoría parecen ser nombres pertenecientes a idiomas hablados por los indígenas del norte. Veamos algunos ejemplos para comenzar también a vislumbrar cómo esos nombres de "naciones" indígenas no se refieren, forzosamente, ni a una comunidad de individuos con una lengua común, ni tampoco a grupos sociales definidos. Según Andrés Pérez de Rivas, la palabra tepehuán provendría de teJ
1657b, Pleito por una encomienda entre Alonso Montes de Oca y Fernando Peinado. Este hecho se menciona en la relación de 1645 del misionero de Las Bocas, el padre Zepeda: AGN, Historia, vol. 19; acerca de los modos de subsistencia de los grupos de las llanuras: William Griffen, Culture Change ... , pp. 109-II 1. Leticia González desarrolla una hipótesis acerca de la estacionalidad de los sitios y sus potenciales alimenticios para el caso del Bolsón de Mapimí: "El patrón de asentamiento en el área del Bolsón de Mapimí", en Actas del IV Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, 1993, V. I, pp. 33-47. William Griffen en Culture Change ... , pp. 155-169, reúne 126 nombres de diferentes "naciones" que habitaban la región de las llanuras y del pie de la sierra. Los " gorre t as " de El P aso, por e¡emp . l o, traian . una gorra que llamó la atención de los españoles y se dice que Jos mansos fueron llamados así por ser el vocablo "manso" la primera palabra aprendida por los indios en lengua española, quienes la usaban para calmar a los perros de guerra de los invasores: Fr. Alonso de Benavides· Revised Memorial of 1634, with Numerous Supplementary Documents Elaboretely Annotated. George Hammond, Agapito Rey y F. W. Hodge (comps.), Albuquerque, 1945. Véase la lista de "bandas" de William Griffen anteriormente mencionada.
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petl o tetl, vocablos en náhuatl que significan montaña o roca. Dado que el sufijo hua indica la posesión en náhuatl, tepehuán significaría entonces pueblo de las montañas. En su idioma, que pertenece· al tronco utoazteca, 1os "tepe h uanes " actu al es se autonom b ran " o' darru.,, (" o d ame " , en la época colonial), lo que quiere decir: "la gente". 2 º La etimología náhuatl podría explicar, en parte, por qué, en un principio, los colonos europeos tendían a diferenciar a los tepehuanes de la sierra (valga la redundancia) de los indios salineros, llamados también a veces por los españoles "tepehuanes del desierto" (lo cual resulta un contrasentido para quien comprende el náhuatl). Ciertamente, el marcado contraste climático existente entre la planicie semidesértica y la montaña influyó en el ánimo de los españoles para diferenciar a esos dos grupos. Sin embargo, y a pesar de las diferencias en los tipos de habitación o costumbres que hubieran podido existir entre ambos, no puede decirse de modo alguno que los españoles del siglo xv1 distinguieran de manera tajante a tepehuanes y salineros. Bien por el contrario, en 15 7 3, se decía, por ejemplo, que en el valle de San Bartolomé vivían "tepehuanes originarios de las salinas" .21 Éste no era un hecho infrecuente; encontramos del ·mismo modo menciones de tepehuanes en lugares alejados del macizo de la sierra Madre, como en Nombre de Dios, en 1572, y Mapimí, en 1602.22 Se decía, incluso, en 1607, que buena parte de los indios que habitaban cerca de Mapimí hablaba el tepehuán. 2 3 Éste es, por cierto, un punto que ha causado sorpresa e incluso polémica entre diferentes autores. William Griffen trata de demostrar que el tepehuán y el salinero eran idiomas distintos, pero basa su argumentación en sólo dos referencias: un indio tepehuán, en 1607, afirma "no entender" a los salineros de Mapimí; Y en otro documento de 1650 se declara que el salinero hablado en el Tizonazo (al sur de la antigua provincia de Santa Bárbara) y el Zape (en plena sierra tepehuana) era "distinto" del tepehuán: bien pudo haberse tratado de diferencias dialectales. En cambio, las fuentes mencionadas por el mismo autor evidencian que el salinero era una lengua distinta del toboso Y del concho. 2 4 Pennington prefiere pensar también que los indios "tepehuanes" de Mapimí habían sido llevados por los españoles para ser asentados en el nuevo real de minas; sin embargo, ninguna documentación comprueba ese aserto. En cambio, por ejemplo, en el annua de I 612, el padre 2
° Campbell W. Pennington, The Tepehuan ..., p. 3-
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· El sitio en donde se erigió en 157 4 el convento franciscano colindaba con "la tierra de u~ indio tepehuán y de sus indios que son de las salinas": AHP, 165.0,·Testamento Y partición de los bienes de Luis de Salvatierra. Campbell W. Pennington, The Tepehuan ... , pp. 10, 12. William Griffen, Culture Change .. ., p. 136, basado en la relación de Ped!o de Ahumada, encontrada eri. el AGN. Ibid ., pp. 135-136.
N aei ones y
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O
m ¡ e n d a s e n 1- a N u e v a V i z e a Y a
Juan del Valle hace mención de los gentiles de La Salina es decir de los salineros, a los que califica como "estos otros tepeguanes". 2 5 Igualmente, Pedro Sánchez de Chávez, uno de los primeros colonos de la provincia de Santa Bárbara, explicaba en 1621 que salineros y tepehuanes conformaban un solo y mismo grupo, aunque unos vivieran en la sierra y los demás en las salinas del desierto; insistía en que no se podía confiar en los salineros para combatir a los tepehuanes alzados porque eran los mismos, y preconizaba no llevar "indios tepehuanes de las salinas, ni del Tizonazo", argumentando que "los salineros son traidores y amigos de los serranos y no pelearán de veras y les darán muchos avisos". Añade finalmente que los tepehuanes rebeldes de la sierra, a los cuales aludía, se habían refugiado en el valle de las Culebras, ubicado en la sierra de las salinas, "porque es tierra seca y falta de agua que si no es en tiempo de aguas no se les puede entrar a hacer la guerra por la mucha falta que hará a las . ,, .26 p or su parte, en otros documentos coetaneos, , b es t ias aparecen también los "tepehuanes negritos", de quienes se decía que habían bajado de paz desde Mapimí, a los poblados españoles en 1621. 2 7 Igualmente, en 1624, se hace mención de indios tepehuanes en Santa María de Cerro Gordo, en una zona que más tarde sería identificada como típicamente salinera. 28 Años después, el jesuita residente en el Tizonazo declaraba qu~ su labor consistía en administrar a la "nación tepehuana, que llaman salmeras" .29 Se dice también que en el siglo xvn se asentaron en Parras varios grupos de tepehuanes que eran vecinos de los laguneros.3º Además de estos testimonios presenciales, existen otros elementos que nos indican que debieron existir lazos sumamente estrechos entre tepehuanes y salineros. Es curioso, por ejemplo, constatar cómo, a mediados del siglo xvn, los españoles nombraban "adame" a un grupo de aliados de los salineros-cabezas del desierto, en 1643, 1671 y 1687:31 "adame", como ya mencionamos, es justamente la palabra que los tepehuanes actuales usan para referirse a sí mismos. Incluso pueden encontrarse referencias acerca de los tepehuanes-salineros en regiones ubicadas más allá de la Junta de los Ríos, en lo que corresponde ahora a las grandes llanuras del estado de I
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Luis González Rodríguez, Crónicas de la sierra Tarahumara, México, SEP, 19 84, p. 174. Guadalajara 37, núm. 46 1 cuaderno 2 (1621), Parecer de Pedro Sánchez de Chávez. Información de testigos acerca de un levantamiento de tepehuanes y tarahumaras en San Pablo y San Ignacio, en 1621, AGI, Guadalajara 37, 1621, parecer del padre Joseph de Loras. AGI, Guadalajara 37 núm. 46 cuaderno núm. 10. AGI, EC, 170c, 1643, Averiguación del capítulo de Francisco González Cumplido contra D. Luis de Monsalve. Agustín Churruca et al., Historia antigua de Parras, Parras, 1989, p. 108; la fuente de este autor es también Andrés Pérez de Rivas . William Griffen, · Culture Change ... , p. 17 4.
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Texas .3 2 Creemos que los indios salineros, cuyo nombre no significa más que "cargadores de sal",33 fueron llamados así por la importancia que tenía ese mineral en la vida colonial neovizcaína, pues era un ingrediente imprescindible en el proceso de beneficio de la plata por fundición y este mineral se hallaba en abundancia en las llanuras. Poco es lo que se ha estudiado acerca de la explotación de las salinas en el norte de la Nueva España, pero se sabe que, en la Nueva Vizcaya, la extracción y acarreo de ese producto recaía con frecuencia en los indígenas de las llanuras quienes, al trabajar en la extracción de la sal, cumplían con la entrega del tributo a la corona.34 Los tepehuanes-salineros fueron quizá los primeros en ser utilizados para abastecer los reales de minas con ese mineral, Y no es en absoluto descabellado pensar que ése sea justamente el origen del apelativo "salinero", pues, como veremos más adelante, los nombres de numerosos grupos provenían de los que originalmente les ~tri~uyeron ~~s encomenderos. En este caso, se trataba de indios cuya pnnc1pal func10~ era servir en las salinas, ya como sujetos de encomienda o de repartlmiento. Toda la región de las salinas de la provincia de Santa Bárbara estaba controlada por un grupo selecto de encomenderos, Y aunque el tema resta todavía por estudiar I no sería descabellado suponer que eran ellos • • ,35 quienes controlaban, al menos en parte, el abasto de sal en la provmcia.
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Cramauss e l
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· · de ¡a exped'1c10n · - de 1 59º·· Nancy Parrott Los m enciona Castaño de Sosa en el diano . Hic. kerson, Th e Jumanos , Hunters and Traders of th e South Plains'. Austin, The Umversity of Texas Press, 1 994, p. 4 7 • 1 .· t Según Fonseca y Urrutia, Historia general de la real hacienda, citado por Osear A atnS e en Desarrollo de la industria y la comunidad min era de· Hidalgo del Parral durante la segunda mitad del siglo x v111 (1735-1810), México, UNAM, 1983, P· 12 5· _ Esto sucedía con los llamados tobosos, en 1639: "El capitán Diego Galiana m_and o ª los dichos intérpretes les den a entender (a los tobosos cómo] viene a ver las lagunas de sa_l en nombre del rey, nuestro señor, y del señor gobernador de este reino, Y decirles (que] . · d ·1 1 y ayudar a los escomo leales vasallos de su magestad han de ayudar a1 bene f1c10 e a sa . ¡ s·ón para ayudarles que pañoles y dijeron que les pesaba de que no h u b1era sa en esta oca 1 . . , d , d 1 ecoger la sal y acud1cuando sea tiempo les avise, que el y su gente ven nan ayu ar e a r . ,, . - a lo que el goberna dor Ies man dare y ordenare "·. "O escu br1'miento de una salma , mran an fo seph del Parra 1. traducción y notas de Chantal Cramausse1, en Docum entos d e S . , b d uACJ p. 1 3 acerca mio 1639-1 640 Textos de la Nueva Vizcaya, num. 31 octu re e 1993, , ' , . t a parte en ese docude la explotación de las salinas: pp. 5-9 . Es mteresante notar por O r , . • t mente descubierta no mento, que los tobosos que vivían cerca de la 1aguna desa1rec1en e fueron confundidos con los salineros. . f , . . t' cular el mercuno, ormaLas grandes salinas, como otros depos1tos mmera 1es, en par 1 , . , 1 d s directamente por partlban parte del patrimonio de la corona y no po d1an ser exp ota a _ . , .b. · d Sin embargo s1 bien la culares aunque era común que estos las rec1 1eran en arnen o. ' , . - - d 1 no así el abasto de mano explotación de las salinas depend1a, en pnnc1p10, e a corona, _ . de obra para ese efecto, el cual se surtía por medio de encomiendas _Y reparti~men~~s. En la Nueva Vizcaya, sin embargo, las únicas salinas que quedaron ba¡o admmiS t racwn directa de la Real Hacienda fueron las de Chiametla; sin embargo, la corona toleraba la 1
Nacion e s y
e n c omi e nda s e n la
Nu ev a V iz c a y a
llamadas "naciones de indios". Sin embargo, al igual que en el easo de los tepehuanes, en el de los tarahumaras, los criterios lingüísticos parecen haber tenido una cierta primacía sobre los otros, a pesar de que tampoco se trata de una regla generalizable, como veremos. Aunque no se tiene una etimología clara de la palabra tarahumar o tarahumara, los autores más reconocidos en la materia se inclinan a pensar que es una corrupción del vocablo rarámuri, que significa en el idioma de esos indios "los de pies ligeros" o "planta del pie corredora" _37 La lengua tarahumar pertenece, como el tepehuán, al tronco uto-azteca3 8 pero tepehuán y tarahumar son idiomas ininteligibles entre sí. Los tarahumaras ocupaban toda la sierra Madre al norte del río Verde, aunque algunos vivían también al sur de esta corriente y colindaban con los tepehuanes. Compartían tal vez el territorio con los indios conchos en las llanuras que circundan la actual ciudad de Chihuahua.39 En la vertiente occidental de la sierra Madre, hoy ocupada por tarahumaras, los conquistadores y frailes dividieron, al parecer, a los indios en varias "naciones" más, llamadas chínipas, tubares, varojíos, guazapares, témoris, tzoes, etcétera.4° Sin embargo, todos estos grupo~, que guardaban estrechas relaciones con los tarahumaras propiamente dichos, parecen haber sido diferenciados por los misioneros en gran par~e .ª partir de diferencias dialectales y en parte, también, en razón de las _div_1siones misionales que los propios misioneros establecieron (la provmcia jesuítica de Chínipas, en las barrancas, era distinta de la de la Tarahumara Alta). Las diferencias dialectales de los indios de la barranca con los de la Tarahumara Alta se debían quizás a su contacto constante con los mayos y yaquis, ambos de lengua cahita. Se sabe, por ejemplo, que l~s guazapares hablaban el mismo idioma que los varohíos, pero s~ . cons1der~ban tarahumares como lo declara Ortiz Zapata en 1678 1 y lo mismo se afuma en otras fue~tes coloniales.41 De los chínipas comentaba un misionero a fines del siglo xvu:
Sin prejuzgar acerca del tipo de vínculos culturales lingüísticos o territoriales que hubieran podido ligar a los llamados tepehuanes y salineros, todo indica que los españoles de la primera mitad del siglo xv11 lograron identificar en ellos a lo que habría sido el grupo geográficamente más extendido del septentrión novohispano. Ocupaban desde las montañas de la sierra Madre de los actuales estados de Chihuahua, Durango, Jalisco y Nayarit, en la región de las barrancas, y continuaban hacia el norte serrano hasta la ribera sur del río Verde, en el actual estado de Chihuahua. Hacia el este de la siera Madre, se extendían también los tepehuanes del desierto o salineros, por el bajo río Conchos, al este del Florido, y llegaban probablemente hasta el río Bravo. En esta última región, los tepehuanes colindaban con los conchos, así como con los sumas o jumanos de la Junta de los Ríos, los chisos y tobosos, y los grupos de irritilas de la comarca lagunera y de Coahuila. Es interesante añadir que durante la época colonial, con frecuencia se llamaba también tepehuanes a los pimas del norte de la sierra Madre Occidental, por hablar estos últimos un idioma similar y comprensible para los tepehuanes propiamente dichos, a pesar de que los territorios de ambos grupos no se tocaban entre sí.3 6 Como en el caso de los tepehuanes, existen otros grandes grupos norteños que adquirieron nombres diversos en el periodo colonial, no necesariamente tomados de sus propias lenguas. Un ejemplo de ello es el de los famosos tarahumaras. Veremos también cómo el territorio de la "nación" tarahumara no abarcaba tampoco toda la zona donde se hablaba esa lengua. Además, las relaciones de los indios tarahumaras con otros grupos, en especial, los de las barrancas / muestran I a todas luces I que ni el idioma, ni las "tradiciones culturales" o las "costumbres" I tal Y como se les entiende en la moderna antropología, fueron elementos utilizados de manera sistemática por los españoles para diferenciar esas explotación de diversas salinas menores, ver por ejemplo: Charles Hackett, Historical Docum ents Related to New Mexico, Nueva Vizcaya and Approaches th ereto 1773 Washington, Camegie Institution, 1923-1937 1 vol. 2, pp. 94 y 98. Éste era el caso también de las salinas referidas en la nota anterior: "como leales vasallos de su magestad han de ayudar al beneficio de la sal[ ...] acudirán a lo que el gobernador mandare y ordenare". Cristóbal de Ontiveros era encomendero del cacique salinero Balusi (lo cual significa "pie de liebre": William Griffen, Culture Change .. ., p. 137) y de sus indios: Luis González Rodríguez, Crónicas .. . , p. 218, el documento se encuentra en AGN, Historia 19 1 ff. 14ov.-160, Relación de lo sucedido en este reino de la Nueva Vizcaya (1645 ); los negritos y los cabezas parecen haber sido también salineros tepehuanes, encomendados en la región de Indé; los negritos laboraban en la estancia de Nuñez de Huidobro, en Indé, y los cabezas en la vecina hacienda de Canutillo, perteneciente a Cristóbal de Ontiveros, su encomendero; Babozarigames y pies de venado eran también salineros: William Griffen, Culture Change ... , p. 80 y pp. 85-86. Los pimas de hoy se autonombran o'odham (Cynthia Radding, op. cit., p. 203), palabra muy parecida a la tepehuana: ódami. 1
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Luis González Rodríguez, Tarahumara. La sierra y el hombre, México, FCE-SEP~8o, núm. 29 1 1982, p. 85. dM ·1 Campbell W. Pennington, Th e Tarahumara o/ Mexico. Th eir Environment an atena Culture, Salt Lake City, The University of Utah Press, 1974, p. 2. Guillermo Porras, La front era con los indios en el siglo x v11, Banamex, 198o, P· 202 , hace referencia a un documento de 16 53 que consigna la existencia de pueblos tarahumaras en Santa Isabel y Chuvíscar. · Luis González Rodríguez menciona también a los guailopos, citados por Gian María Salvatierra en 168o y i68i : Crónicas ... . p. 15; existen también otras "tribus" más encontradas al azar de la documentación, entre ellas las citadas en Campbell W. Pennington, The tarahumar ..., pp. 10-11; esas "tribus" estaban ubicadas en asentamientos situados en la región de las barrancas: Cuiteco, Cerocahui, Pamachi, Samachiqui. Luis González Rodríguez, Crónicas ... , pp. 9-10.
Nacion e s y e n c omi e nda s e n la
Nueva
Viz c a y a
La lengua que hoy hablan es la tarahumara, o casi la misma que la de los tarahumares, por causa que en los encuentros que estas dos naciones han tenido, han emparentado los unos con los otros, y hoy son los más que la habitan tarahumares. 4 2
Los tubares, o tobares, según Pedro de Tamarón y Romeral, se llamaban así por habitar las riberas del río del mismo nombre;43 su idioma, aparentemente distinto del tarahumar, pertenecía al grupo de lenguas cahitas y se encontraba ya casi extinto a fines del siglo pasado; el tubar habría estado más emparentado con el mayo (lengua también cahita que se habla en Sinaloa) que con el tarahumar, aunque las costumbres y modo de vestir de los tubares eran similares a las de los tarahumaras.44 Otro grupo importante del septentrión novohispano es el de los conchos. Por desgracia, a diferencia del tepehuán y del tarahumar, la lengua concha fue muy poco estudiada y conocida por los españoles; como mencionábamos, no se ha conservado, por desgracia, ningún diccionario ni catecismo en esa lengua. 45 A pesar de haber compartido una lengua común, los conchos de las llanuras del altiplano se escindían, según las fuentes coloniales, en numerosas "naciones", como los tarahumaras de las barrancas o los tepehuanes del desierto.4 6 Los conchos obtuvieron su nombre de las conchas que recogían en el río del mismo nombre y fueron llamados así, cuando menos desde la primera expedición de Rodrigo del Río de Loza al río Florido, en 1567.47 Pero no sabemos cómo los conchos 42
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Pedro Tamarón Y Romeral, op. cit., p. 987: "así se llaman porque viven junto al río To var".
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!bid., p. IOI; cabe aclarar aquí, que, como se consigna en las mismas fuentes, a raíz de la entrada de los españoles, numerosos varohíos y chínipas se habían refugiado en tierras tarahumaras Y fueron nuevamente reducidos a pueblos de misión a mediados de la década d_e 1670.
~b~d.; ver igualmente: Andres Lionnet, El idioma tubar y los tubares según documentos meditas de C. S. Lumholtz Y C. V. Hartman, México, Universidad Iberoamericana, 1978 . Un resumen de los trabajos de Andrés Lionnet, quien se basa a su vez en la investigación de Hartman de fines del siglo pasado, se encuentra en Luis González Rodríguez, Crónicas ... , pp. 390-397. Ello se debe quizás a la rápida integración de ese grupo a Ja sociedad colonial y al poco interés de los españoles, civiles Y eclesiásticos, por aprender lenguas indígenas en los siglos XVI y primera mitad del XVII. William Griffen, en Indian Assimilation .. ., analiza con detalle la extensión terriorial de los indios conchos Y reúne una enorme cantidad de información acerca de ese grupo indígena.
Chanta! Cramaussel, La provincia de Santa Bárbara en Nueva Vizcaya (1563-163I}, Ciudad Juárez, UACJ, 1990, pp. 13-14. El río Conchos se llama de ese modo porque en sus aguas se encontraban conchas que contenían perlas de bajo valor. Siendo las conchas, y más particularmente, las perlas, una de las riquezas que anhelaban descubrir los españoles en el Nuevo Mundo por su alto valor y frecuente uso en la joyería de la época, no es
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se autonombraban ya que no queda rastro alguno del idioma concho. Se supone que se hablaba ese idioma, 48 distinto del tepehuán y el tarahumar, en un vasto territorio que englobaría hoy buena parte del estado de Chihuahua. Indios de lengua concha moraban en el piemonte serrano desde Casas Grandes hasta el Florido, y ocupaban también las riberas del río Conchos hasta las inmediaciones del río Bravo, habitadas por los sumas o jumanos, así como parte de las llanuras del estado de Chihuahua al sur del Conchos, donde colindaban con los salineros y los tobosos del desierto, quienes estaban situados igualmente al sur de dicha corriente.49 William Griffen constata que, en la documentación colonial, la "nación" concha se subdivide en numerosas otras "naciones", muchas de las cuales tenían su asiento en el desierto (como los chisos) y han sido clasificados por los etnohistoriadores -con demasiado entusiasmo, a nuestro juicio- como "tribus" o "bandas" de cazadores-recolectores, es decir "nómadas".5º Muchos de esos grupos portaban gentilicios a consonancia indígena cuyo significado se ignora, pero que con frecuencia parecen corresponder a asentamientos particulares como "pueblos" y "rancherías", algunos de los cuales con el tiempo se erigieron en misiones o visitas misionales: tales son los casos de julimes, tapacolmes, ochanes y puliques, por sólo citar algunos ejemplos. Pero, en cambio, otras "naciones" vecinas de aquéllas recibieron nombres españoles, los cuales aluden por lo regular a plantas y animales: "conejos", "culebras", "mezquites", 51 "pescados", "venados", "víboras", "palos blancos", etcétera. Otros más recibieron nombres en náhuatl, como los "tecolotes", los "cacalotes" (cuervos) y los "otame", que quiere decir "caña" .52 Constatamos una vez más que los conchos, como sus vecinos los tarahumaras y los tepehuanes, fueron divididos en "naciones" según criterios que no corresponden ni remotamente a las modernas nociones antropológicas. Para comprender la identificación de los grupos de indios por los españoles, hace falta adentrarse en otros ámbitos de la vida social de sorprendente por lo tanto que este hallazgo inesperado en medio del continente fuera el origen del nombre que dieron los españoles a la región y los habitantes de ella. · 48 Según Kroeber, quien se basa en sólo tres palabras consignadas en distintos documentos, el idioma concho pudo haber estado emparentado con las lenguas cahitas de la co st a del Pacífico (el mayo y el yaqui, por ejemplo). Una de esas tres palabras es ona, lo cual en lenguas cahitas significaría "salina": William Griffen, Indian ... , p. 42; sin embargo, el argumento es demasiado circunstancial para ser considerado. 49 Estos últimos eran también conchos, al parecer: William Griffen, Indian Assimilation ... , pp. 42-43. 50 !bid., pp. 59-60. s I Mezquite correspondía también a un pueblo, se transformó, a fines del siglo xvm, en la visita misional de Nuestra Señora de Loreto, cercana a la Junta de los Ríos: William Griffen, Culture Change ... , p. ro4. s2 !bid., pp. 29-35 .
Naciones
y
encomiendas
e n la
Nueva
Vizcaya
de los nombres de grupos conchos recensados por Griffen parecen haber sido tan sólo denominaciones ocasionales, provenientes de documentos muy puntuales y muchas de ellas no vuelven a ser utilizadas después.5 8 Cabe añadir, por otro lado, que, en toda la documentación revisada, no hemos encontrado títulos de encomienda otorgados sobre los "indios conchos" en general, sino siempre sobre los "conchos conejos", los "conchos tapacolmes", los "conchos mesquites", etcétera. Esto corrobora nuestra hipótesis y explica la existencia de esas curiosas "subnaciones" o "bandas" de conchos (por utilizar un término más propio de la moderna antropología), que no son en realidad tales, sino "rancherías" encomendadas a españoles. Para los conquistadores, los nombres de ''naciones" no tenían más utilidad que la de diferenciar a los indios pertenecientes a las distintas encomiendas: tal fue el origen de esos apelativos. Las encomiendas se otorgaban sobre grupos locales de indios, los cuales se suponía guardaban en su interior algún tipo de vínculo de unión. Éstos podían ser de varias clases, los más importantes eran, desde luego, los de "parentesco" (supuesto o real), o de "linaje" (como preferían llamarlo los españoles), pero también podían ser, por así decirlo, de tipo "político": los llamados "pilguanes" o "macehuales", que de-pendían-de un cacique dado, eran también encomendados como grupo unitario. No ha sido estudiado hasta ahora el papel de estos "caciques" indios en el Norte; sin embargo, se trató de una institución importante y más estable de lo que podría suponerse.59 Al fallecer el cacique encomendado, por
la época, y en particular los referentes al régimen de trabajo al que fueron sometidos los nativos del septentrión. NACIONES Y -ENCOMIENDAS DE GENTILES
Es en las subdivisiones de la "nación" concha donde podemos encontrar pistas que permitan comprender la manera como los españoles nombraban y por lo tanto distinguían a todos estos pequeños grupos indígenas. Como decíamos en un principio, en esa época el término nación era utilizado como un simple genérico descriptivo, un sinónimo de grupo, que cubría realidades muy diferentes, dependiendo del contexto en que se aplicara. Así, por ejemplo, existían diferentes "naciones" en el interior de la nación concha, como nos lo aclara un documento de 1715 donde encontramos una lista de ocho rancherías de indios que, siendo conchos todos ellos, conformaban otras tantas "naciones" distintas entre sí: cacalotes, mezquites, posalmes, oposmes, cíbolos, poclames, julimes y topacolmes.53 En este caso, el término nación se refería a un hecho muy concreto: era un sinónimo de encomienda, o mejor dicho, lo que distinguía a esas "naciones" entre sí, y es que cada una tenía su propio encomendero. Así, por ej~mplo, en las partidas de bautizos, matrimonios y entierros de la parroqma de San Bartolomé, aparecen los mismos nombres de naciones ~enc~onados arriba, asociados con indios gentiles del río Conchos que habian_ sido encomendados a estancieros del valle de San Bartolomé, quienes se dieron a la tarea de someterlos y cristianizados. Se menciona también en los registros parroquiales a otras "naciones", de las que se sabe por otra parte, que también fueron encomendadas a los dueños de las e~tancias c_o nsignados en esa misma documentación, como los "conejos", de Francisco Martínez Orejón; 54 los "mamites", de Pedro Blas Cortés 55 0 los "hobomes", de Pedro Ronquillo de Amaya.5 6 Las "naciones" de indios anteriormente citadas dependían siempre de los mismos hacendados (sus encomenderos), quienes pagaban la administración de los sacramentos al fraile , franciscano en turno, de allí que fuera preciso distinguirlas entre sí_- 57 Esto_s son tan sólo II de los 126 grupos de indios enlistados por Wilham Gnffen en su estudio acerca de la Conchería; sin embargo, conforman una muestra significativa del conjunto, en la medida en que muchos
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53 AHP :
1715a (482); en ese documento los encomenderos del valle de San Bartolomé recla. man que no se les quiten sus derechos sobre las "naciones" anteriormente mencionadas. 5.¡ AHP: 1655b. 55 AHP: 1648 (56-57). 56 AHP: 1645a: indios mandados traer de tierra adentro. 57 Archivo parroquial de San Bartolomé, Valle de Allende, Chih.; esta relación entre haciendas Y grupos específicos de indios había sido ya subrayada por Griffen, Culture Change ... , p. 49.
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William Griffen, en Culture Change ... , pp. 29-35, menciona las recurrencias. La documentación acerca de las encomiendas es tan escasa para el caso de la Nueva Vizcaya que se creyó durante mucho tiempo que esta institución no había existido en el septentrión novohispano. La explicación de ese vacío documental se encuentra en el hecho de que, en el Norte, los indios encomendados pasaban a radicar en las haciendas de sus amos y perdían, _con el tiempo, todo contacto con sus pueblos de origen. Esta forma particular de encomienda explica por qué muchas de las fuentes de las cuales se dispone para el centro del virreinato, tales como reclamaciones de pueblos de indios o pleitos entre encomenderos, son prácticamente inexistentes en el caso de la Nueva Vizcaya: Chantal Cramaussel, "Encomiendas, repartimientos y conquista en Nueva Vizcaya", Historias 25 1 julio de 1992, pp. 73-92; acerca de los diferentes regímenes de trabajo en la provincia de Santa Bárbara durante la época colonial; ver también "Haciendas y mano de obra en Nueva Vizcaya. El curato de Parral", Trace 15 1 junio de 1989 1 pp. 20-30; "Ilegítimos y abandonados en la frontera norte de la Nueva España: Parral y San Bartolomé en el siglo xvn", CLAHR, v. 4, otoño de 199 51 núm. 41 pp. 505-439, "Sistema de riego y espacio habitado. San Bartolomé colonial", en Clara Bargellini (comp.), Arte y sociedad en un pueblo rural norteño. San Bartolom é, hoy VaJle de AJlende. Chihuahua, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 1998. William Griffen da algunos ejemplos muy interesantes de continuidad: Indian Assimilation. .., pp. 45-46; Susan Deeds explica cómo son parte indispensable en el buen funcionamiento del sistema de encomienda: "Rural work in Nueva Vizcaya: forms of labor coertion in the periphery", HAHR, agosto de 1989, pp. 425-451. Chanta! Cramaussel, por otra parte, subraya su papel como "rescatadores", en los pueblos de indios, de los cerea-
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ejemplo, se establecía un vínculo de sucesión, en el cual se debía comprobar la filiación de quien heredaba el cargo (hijo, hermano, sobrino, etcétera): ello garantizaba la continuidad del beneficio de la encomienda. Si en una "nación" existía más de un cacique o más de un "linaje", se podían distribuir los indios a distintos encomenderos . Solórzano y Pereyra aclara, en efecto, que la encomienda de Indias "se suele dar en un indio en nombre de los demás del repartimiento encomendado y principalmente en el cacique de ellos" .60 Las encomiendas podían entonces concederse en un mismo territorio, a condición de que vivieran en él grupos de indios que no eran regidos por un cacique común. Es cuando menos lo que alegaba en 1657 Bernardo Gómez, quien pretendía hacer efectiva una encomienda concedida el año anterior sobre los conchos chizos olobayugame, grupo que tenía tres diferentes caciques y había sido dividido, por lo tanto, entre otros tantos encomenderos. Afirmaba que sus indios no estaban emparentados con los de Fernando Peinado, otro encomendero, quien los reclamaba como suyos por pertenecer a la misma nación, a pesar de que los indios de la encomienda de Peinado habitan a dos días de camino del pueblo de encomienda de Bernardo Gómez, situado a cuatro leguas de la Chorrera, en el río Conchos. Prosigue el pleito entre los dos encomenderos con una muy interesante aclaración del laxo sentido que para esos encomenderos tenía la palabra nación. Bernardo Gómez explicaba que, al otorgarse encomiendas, se podían dividir las "naciones" mayores de indios, como sucedió cuando se le concedió la suya, ya que parte de la misma nación pertenecía ya a Fernando Peinado: Aunque es verdad que son entrambos de una propia nación no el serlo legitima a derecho, que si legitimara la nación de los tarahumares siendo como es toda una estuviera encomendada a un solo encomendero y no a tantos y de la misma suerte la nación de los julimes que está encomendada a siete encomenderos. 61
Con las encomiendas se fragmentaban entonces las "naciones" mayores, de acuerdo con las circunstancias en que se establecía la encomienda y las necesidades en mano de obra: "Las parcialidades, o nación, se suelen dividir en dos o tres rancherías, una para cada encomendero. 11 6 2 En otros les que consumían los centros coloniales de poblamiento: "Haciendas y abasto de granos en el Parral del siglo XVII", en 5 siglos de historia de México , México Instituto Mora-Irvine, 1992, pp. 347-354. La política indiana (1645), Madrid, Atlas, 1972 1 t. II, p. 160. AHP, 1657b, Pleito por indios de encomienda entre Alonso Bello Montes de Oca, Fernando Peinado y Bernardo Gómez. !bid. La ranchería es el pueblo de indios de encomienda que se establece en la estancia del encomendero.
casos, en cambio, se reunía a indios originarios de diferentes pueblos, so pretexto de que pertenecían a una misma "nación". Sin embargo, y a pesar de que en los títulos de encomienda se especificara invariablemente la "nación" y el nombre del cacique encomendado, los españoles no necesariamente sabían reconocer personalmente a "sus" encomendados, en especial cuando éstos provenían de rancherías alejadas, como lo q.ace constar un indio concho de encomienda, quien confiesa que 1' el gober-nador de los dichos indios [conchos] los sacaba todos los años y unas veces los daba a una parte y otras a otra y por esta razón no se sabía quién era su amo". 6 3 Es por ello que los colonos tendían a arraigar a los encomendados en sus estancias; cuando disponían de mano de obra suficiente, se evitaban ya la molestia de salir a buscar infieles en sus territorios de origen. Ya asentados en pueblos y haciendas de españoles, los indios de encomienda terminaban casándose o asimilándose con los de otras "naciones"_ Muchas encomiendas desaparecieron de ese modo con el tiempo, y los nombres de las antiguas "naciones" de donde provenían fueron .olvidados y desaparecieron también como tales, sin necesidad de exterminio directo alguno. Creemos que la virtual "extinción" de los grupos conchos. del desierto que ha podido fechar William Griffen hacia 1720 64 muestra más bien la decadencia del sistema de encomienda en esa época. Ante el crecimiento demográfico operado en las haciendas, los encomenderos tenían cada vez menos necesidad de ir a sacar de sus tierras a los indios gentiles que quedaban. Además, no se concedieron nuevas mercedes de encomienda en el siglo xvm. Una vez establecida la estrecha relación entre "naciones" de indios y encomiendas, podemos comprender también por qué aparecen en las crónicas, en especial en las crónicas tempranas, "naciones" que no vuelven a mencionarse en el resto de la documentación. Muchas de ellas eran "naciones" de indios, cuyas encomiendas, si las hubo, nunca se hicieron efectivas, o bien pudo tratarse de denominaciones descriptivas puramente ocasionales; éste sería el caso, por ejemplo, de las nación "patarabuey", citada únicamente en el diario de Diego Pérez de Luján de 1583. 65 Al otorgarse después encomiendas sobre los pueblos de indios descubiertos, los beneficiarios les ponían otros nombres. 63 64
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!bid. Culture Change ... , p. 70. George Hammond y Agapito Rey (comps.), Expedition into New Mexico made by Antonio Espe;o, 1582-1583 1 Los Ángeles, The Quivira Society, 19291 p. 58; en el mismo caso se encuentran las naciones pasaguate, tarnpachoas, cabris, abriache, etcétera, citadas en el mismo texto; en 1582 1 como lo subraya el propio Pérez de Luján, los indios del río Conchos se tomaban como esclavos, por lo que creemos que eran pocas aún, en esa época, las encomiendas de indios en esa región.
Nacion e s y
encomi e ndas
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En su par.te fundamental, la división en "naciones" de los españoles tiene su origen en el régimen de trabajo impuesto a los indios. En la historiografía del Norte se han equiparado ingenuamente las "naciones" con "etnias", creyendo que, a partir de los nombres de las diferentes "naciones" de indios, podía el investigador adivinar "identidades tribales" o "étnicas", como se prefiera.66 Existen otros temas asociados con el anterior, en que los autores tienden a "antropologizar" los datos encontrados en la documentación. La división de indios en parcialidades que obedecían a diferentes "capitanes de indios" o "caciques", por ejemplo, tampoco puede llevarnos a concluir la existencia de "señoríos" o chieftains dentro de estos grupos. 67 Sin embargo, estos "caciques" o principales existían como tales en razón también del sistema de encomiendas: eran los propios españoles quienes se encargaban de nombrar "gobernadores" o·" caciques" entre ellos, con las funciones citadas arriba. Nunca sabremos, probablemente, si estos "cargos" correspondían de algún modo a relaciones o vínculos de poder propios de las sociedades indígenas locales. Para regresar al tema que nos ocupa, puede decirse en resumen que no existe ningún tipo de regularidad ni lógica en la configuración de las "naciones" de indios que pueda conducirnos a deducir criterios de "pertenencia" étnica, en el sentido moderno del término. Bajo este apelativo de "naciones" se podían esconder grupos que en distintas circunstancias se · podían catalogar como "nómadas" y "sedentarios", por lo que se tiene que descartar por completo la idea de que los españoles clasificaban a los grupos de inc_lios por su "grado de civilización", tal y como éste se entendía en los siglos xvm y XIX. Éste es el caso de los tepehuanes, indios que podían ser cazadores-recolectores del desierto (salineros), o agricultores de la sierra. Tampoco se rigen esas divisiones por criterios estrictamente lingüísticos. Se sabe, por ejemplo, que muchas de las "nacioRes" del desierto se comunicaban en lengua concha, y que los grupos indígenas de las barrancas del actual estado de Chihuahua (sa_lvo quizá los tubares) hablaban el mismo idioma tarahumar que sus congéneres de las montañas. Existe, por desgracia, una gran laguna documental referente a la historia de la sierra, debida en gran parte a la desaparición de los archivos de esa región y a la falta de estudios acerca de las relaciones que se establecían entre los asentamientos jesuitas (después franciscanos) y los poblados civiles. 68 Se sabe, sin embargo, 66
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El término tribal identification es recurrente, en especial en el libro fundamental de Wi lliam Griffen, Culture Change ... !bid., p. I 34. Para el caso de Chihuahua, contamos con los estudios de Luis González Rodríguez quien ha centrado sus esfuerzos en encontrar fuentes con información de tipo etnográfico, donde se describa a las sociedades indígenas; el mismo autor lamenta la escasez de documentos referentes a la región de Chínipas. No existe ninguna investigación, hasta el mo-
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que la región de las barrancas fue conquistada por encomenderos de Sinaloa y que, cuando menos, los tzoes fueron dados en encomienda. 6 9 Los nombres de las demás naciones: témoris, chínipas, cuitecos, tubares, varojíos, guazapares, cerocahuis, pamachis, samachiquiques, corresponden casi todos, como en el caso de las encomiendas de conchos, a pueblos de indios transformados después en misiones. En cuanto a la división de los tepehuanes-salineros del desierto en numerosas "naciones" diferentes (cabezas, negritos, baborizarigames, etcétera) se debió igualmente a la distribución de encomiendas sobre indios de las llanuras aunque, en este último caso, los indios de esas encomiendas fueron desplazados en su totalidad hacia otras zonas, y, al vaciarse los pueblos de todos sus habitantes, desaparecieron esos toponímicos indígenas, y con ellos los nombres de las "naciones" entregadas originalmente en encomienda. Todas las rancherías del desierto fueron erradicadas, sólo se conservaron pueblos indios situados en las riberas de los ríos o en la sierra, medios geográficos que los españoles estimaban convenientes para establecerse y crear reducciones misionales. NACIONES Y ENCOMIENDAS DE INDIOS REDUCIDOS
Restaría ahora explicar por qué los dos grandes grupos serranos del Norte, los tepehuanes y los tarahumaras, no fueron divididos, o clasificados, como se prefiera, en numerosas pequeñas "naciones", como sucedió con los conchos del desierto o los tepehuanes-salineros. Sin embargo, cabe decir que esta idea, según la cual los tepehuanes y los tarahumaras siempre fueron considerados como grupos o "naciones" unitarias, es una verdad a medias, en particular tratándose de los pueblos que habitaron la región que hoy conocemos como las barrancas de la sierra Tarahumara, o los tepehuanes del desierto, donde sí encontramos, como apuntábamos arriba, gran cantidad de pequeñas "naciones" de indios.7° Un hecho importante que debemos considerar a este respecto es que tanto en la vertiente occidental de la sierra Tarahumara, como en
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mento acerca de la historia socioeconómica de la zona serrana en el periodo colonial. Para Son~ra, el panorama es más completo: ver, por ejemplo, Sergio Ortega Noriega e Ignacio del Río (comps.), Tres siglos de historia sonorense (r530-r830), México, UNAM, 1993 . Sin embargo, los diferentes especialistas de esa zona han hecho muy poco énfasis en el régimen de trabajo al que fueron sometidos los indios, ni siquiera se dispone de algún artículo acerca de las sacas masivas de los indios de las regiones de la costa del Pacífico hacia la Nueva Vizcaya central, donde llegaron a ser numéricamente mayoritarios en muchas haciendas agrícolas y mineras. Luis González Rodríguez, Crónicas ... , p. 54. Lo mismo parece haber sucedido en las barrancas del actual estado de Durango donde aparecen numerosas "naciones" de indios.
N a c ion es
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las llanuras, la colonización española fue mucho más temprana que en el interior del macizo montañoso. En las dos primeras regiones, la conquista se llevó a cabo por civiles, sin que se diera un periodo previo de expansión colonial. En la cuenca del río Florido, por ejemplo, los primeros asentamientos españoles datan de 15 67,n y de 15 89 en la provincia de Chínipas. En esta última, la colonización fue emprendida, durante el resto de ese siglo, por españoles provenientes de Culiacán.7 2 En el caso de la provincia de Santa Bárbara, los indios gentiles que no habían sido reducidos a la esclavitud fueron entregados en encomienda, y es muy probable que sucediera también así, durante el mismo periodo, en las barrancas de la sierra Madre Occidental. Sometidos a la influencia del sistema de encomiendas, en ambas zonas los grupos locales fueron fragmentados en numerosas "naciones" de indios encomendados. Tanto en las barrancas como en la provincia de Santa Bárbara, el avance misional fue posterior a la conquista de los encomenderos y hubo intentos de secularización de los asentamientos jesuitas y franciscanos desde la primera mitad del siglo xvn, en razón del alto grado de mestizaje de los habitantes de esas regiones.7 3 En la alta sierra Tepehuana y Tarahumara, en cambio, la colonización civil fue, además de tardía, lenta y poco masiva, Y ello permitió la consolidación del sistema misional jesuita. Los ig!3-acianos se implantaron a partir de fines del siglo XVI en lo que cor~esponde ahora al norte del estado de Durango,74 y desde principios del siglo ~VII en adelante, en el alto río Conchos, en el sur del actual estado de Chihuahua, con los tarahumaras. En esas fechas la corona se mostraba ya más reacia a otorgar indios en encomiend~ formal, "premio" que había permitido para alentar la conquista en zonas de frontera dur~nte el siglo XVI Y parte del XVII. Con el progreso de la colonización europea en el norte de la Nueva España, las autoridades reales tendían a guardar para sí el control sobre el tributo indígena el cual en la Nueva Vi~caya, f~e fijado a partir de 1581, bajo la forma de presta~iones de traba Jo, a razon de tres semanas por año y por adulto. Esta forma de tribut~ció_~ e~ trabajo se ejerció en una primera fase en particular sobre ind10s . h~1dos d_~ sus pueblos", en especial de Sonora y Sinaloa, pero func10no tamb1en en la Nueva Vizcaya, en gran medida gracias a los
misioneros. Ellos fueron quienes con el tiempo se convirtieron en los encargados de hacer cumplir a los indios con esta obligación, llamada "repartimiento de mita" _75 Desde un principio, jesuitas y franciscanos tuvieron que someter a sus indios de administración, de grado o de fuerza, al régimen de tributación en trabajo. Es por ello que, a diferencia de las regiones de colonización antigua, en las zonas donde imperaba el sistema misional se privilegió el repartimiento por encima de la encomienda. Sin embargo, ello no significa que no existieran encomiendas en zonas de misión. En la documentación sobre encomiendas, se menciona que los tarahumaras habían sido encomendados entre numerosos españoles, 7 6 como veremos a continuación. Hubo, sin embargo, diferencias sensibles entre estas encomiendas de la sierra y las anteriores, otorgadas en regiones donde no habían penetrado aún los misioneros. En la sierra, ya no se encomendaban indios infieles, sino indios que habían sido reducidos a pueblos de misión ya existentes, cercanos a las haciendas beneficiarias de la encomienda. Se trataba, pues, de indios que eran, en principio, cristianos y no gentiles, como en las llanuras. Para el encomendero, obtener una encomienda en un pueblo de misión conllevaba la ventaja de que no adquiría derechos sobre un pueblo, o "nación" de indios, en específico, sino sobre los -indios asentados en una reducción, en la que la población se renovaba con frecuencia: cuando menos en el siglo xvn se asentaba en misi0nes por un tiempo a los indios recién sometidos después de cada rebelión.7 7 El misionero del pueblo encomendado seguía siendo el que tenía a su cuidado a los nativos I recibiendo del encomendero el dinero correspondiente a los sacramentos que recibían los indios. De ese modo, se estableció un sistema en el que los encomenderos recibían a sus indios bajo una forma muy cercana al repartimiento; la encomienda no parecía ser, de hecho, más que un repartimiento seguro. El 12 de enero de 1667, por ejemplo, se entregaron en encomienda por dos vidas, a Juan Leal, "los naturales del pueblo de San Felipe, de nación tarahumara y sus sujetos". Estos "sujetos" eran los indios que se encontraban bajo la autoridad del "gobernador Ignacio con todos sus caciques sujetos y aliados y las demás. rancherías pertenecientes a dicho pueblo". Los indios reducidos en San Felipe, mi-
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Chanta! Cramaussel, La provincia ... Luis González Rodríguez, Crónicas .. ., pp. 23-62. Para Chínipas: Luis González Rodríguez, Crónicas .. ., p. 66, y para la provincia de Santa Bárbara: Susan Deeds, Rendering unto Ceasar. The Secularization of fesuit Missions in Mideigthteenth Century Durango, Tucson, PHD, University of Arizona, 19 8 1; Chantal Cramaussel, Sistema de riego ... Juan Font, jesuita fundador de San Pablo Balleza, primera misión de tarahumares, penetra por vez primera en la zona en 1603; sin embargo, la misión no existía aún en 1608: Luis González Rodríguez, Crónicas .. ., p. 149.
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Fueron los únicos habilitados para ello, a partir de 1746; para esa f.echa, los repartimientos de indios gentiles no eran ya lícitos; los indios de la Tarahumara Alta, fundada en 1673 (Luis González Rodríguez, El noroeste .. ., p. 232), quedaron exentos del trabajo forzoso durante 20 años: Chantal Cramaussel, Encomiendas .. ., pp. 81-82 . AHP, 1657b, Pleito por indios de encomienda entre Alonso Bello Montes de Oca, Femando Peinado y Bernardo Gómez. Esta costumbre se modificó en el transcurso del siglo xvm: Pedro Tamarón y Romeral, op. cit., p. rn41; en 1765, se depositaban los indios reducidos directamente en las haciendas de los pobladores.
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sión fundada en 1639,7 8 habían probablemente sido entregados desde un principio en encomienda, puesto que, antes de Juan Leal, de ella habían gozado ya dos personas: doña Antonia de Villela y su esposo Salvador de Figueroa. La encomienda, habiendo resultado vacante en 1667, quizá por falta· de descendientes -de los primeros dueños, fue pretendida por Juan Leal, quien la obtuvo finalmente. La hacienda de sacar plata por el beneficio de azogue que pertenecía a este personaje era de las "más cuantiosas" de la zona, aunque se hallaba "desaviada de gente", razón por la cual le fue entregada la encomienda.79 En la misma región, sabemos que Felipe Montaña de la Cueva y el capitán Baltasar de Ontiveros eran encomenderos de indios de la misión jesuita de San Jerónimo de Huejotitlán, pueblo fundado en marzo de 1633, 80 y que Montaña había heredado de su tío Francisco el título de encomedero; desconocemos por desgracia la fecha en la que se otorgó la encomienda por vez primera. 81 El caso de Huejotitlán es particularmente interesante porque la misión jesuita en ese lugar no se fundó sino hasta seis años después de la erección de la reducción de indios. 82 Estamos probablemente entonces en presencia de un pueblo de indios que fue creado, en un primer momento, para que sus habitantes fueran encomendados a hacendados vecinos, y esa misma reducción se transformó después en misión de la orden de san Ignacio. El encomendero Felipe Montaña había obtenido, por otra parte, indios en encomienda provenientes de las misiones también jesuitas de la Baja Tarahumara: San Pablo, San Ignacio y Santa Cruz (situadas en las riberas de los actuales ríos Conchos y Balleza), en una fecha que no se precisa en la documentación. Todo lo anterior nos muestra que el sistema misional pudo coexistir con el de encomienda, y que no había impedimentos reales para que los indios de misión lo fueran también de encomenderos. En 1649, sin embargo, estalló un aleccionador pleito entre los misioneros y los encomenderos de los indios de Huejotitlán, no por la existencia misma de la encomienda, sino porque Felipe Montaña siendo él mismo clérigo secular, administraba sacramentos a sus enc~mendados I haciendo caso omiso de la prerrogativa de los jesuitas en ese rubro . Los regulares alegaban que si se les usurpaba el beneficio derivado de la administración de sacramentos a los indios, no dispondrían en el futuro de los recursos necesarios para abrir nuevas conversiones. Los ingresos que resultaban de la administración de los indios de encomienda representa7
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Peter Gerhard, Th e North Frontier of New Spain, The Oklahoma University Press, 1994, p. 182. A G I , EC, 397a, ff. 84v. y 85, Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento (1 66 7). Porras Muñoz, El nu evo ... , pp. 22 6-22 9. El toponímico actual es Huejotitán, aunque aparece con mayor frecuencia como Huejotitlán en la documentación de la época. A G I , Guadalajara 29, mandami ento de mayo de 1649 por Diego Guajardo Fajardo. Luis González Rodríguez, El noroeste .... p. 22 8.
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ban, a decir de los misioneros agraviados, un aporte financiero de consideración. 83 Son pocas las referencias acerca de esas encomiendas de indios de misión, pues fueron tardías, y tal parece que, dadas las· políticas de la época, la corona las otorgó no sin ciertas resistencias. Sin embargo, se trataba de un sistema que funcionaba en la práctica, y su existencia convenía tanto a hacendados como a jesuitas y franciscanos; ello nos lleva a pensar que su número bien pudo haber sido muy superior a lo que la parca documentación oficial deja entrever. Recordemos también cómo algunos hacendados recibieron durante décadas enteras indi,os de repartimiento provenientes siempre de un mismo pueblo, sin que el español en cuestión ostentara título alguno de encomendero. 84 Esto era sin duda muy común, especialmente en la zona serrana, donde no ·vivían muchos españoles. Los misioneros preferían con seguridad enviar a sus indios a laborar en una hacienda cercana, a cuyos dueños podían cobrar la aplicación de sacramentos, antes que permitir que los indios de ~~s misiones se alejaran con dirección a los grandes centros de poblac10n española, de donde rara vez volvían. Cabe preguntarse, incluso, si tal Y como sucedió en las llanuras esos indios de encomienda no dejaron de residir en las misiones, para establecerse en las haciendas Y ranchos_ de los civiles I situados en los alrededores. Resulta difícil detectar este u.po • de cambios de residencia en las fuentes, ya que esos indios seguían reGIbiendo los sacramentos de los jesuitas y continuaban perteneciendo formalmente a la misión. Sin embargo, esto es exactamente lo que ocurrió en el caso de la misión franciscana de San Bartolomé,· donde los. frailes administraron durante más de un siglo, a los indios de las hacienda~ circunvecinas,' sin por ello tener un asentamiento misional propiamente dicho. 85 En la zona serrana bajo control jesuita, el otorgamiento de en~omiendas no dio lugar a la fragmentación de los indios en-varias "nac~ones" como había sido el caso en las barrancas de la sierra Y en la provm-. ciad~ Santa Bárbara colonizadas ambas en el siglo xv1. En la sierra ya no se encomendaron n~tivos gentiles desplazados de sus pueblos de origen, sino indios pertenecientes a reducciones misionales, las cuales ya_ten~:n nombre cristiano. Los conchos del sotomontano donde la colomzac10n fue también más tardía, y en donde la presencia misional franciscana era importante, tampoco perdieron su apelativo de "conchos", ni se fragmentaron, por lo tanto, en numerosas "naciones". Cabe pensar que, al igual que en la sierra, en esa región las encomiendas se o_torgaron sobre 83
!bid. Chanta! Cramaussel, En comiendas ... 8 s Chanta! Cramaussel, Sistema de riego...
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indios reducidos en alguna misión franciscana ya establecida, por lo que no se les atribuía ningún nuevo nombre a esos indígenas. Tal es lo que parece indicar el título de encomienda más tardío que hemos encontrado: se trata de la encomienda concedida a Bernardo Gómez en 1667, sobre los indios de las Carretas y Casas Grandes, 86 misiones ambas pertenecientes a la Orden Seráfica (San Antonio de Casas Grandes y Santa María de Gracia de las Carretas), fundadas pocos años antes, probablemente hacia 1660, con indios conchos y sumas.8 7 Tenemos, en resumen, que los indios de las encomiendas provenientes de regiones sometidas al ré_gimen misional no adquirían ya esos extraños nombres que los particularizaban ante la sociedad española, y que hoy en día tanto confunden a los etnohistoriadores. Todos ellos conservaban sus gentilicios genéri·cos de "tepehuanes", "tarahumares" o "conchos". Como hemos podido ver, en términos generales, esos apelativos correspondían a grandes divisiones lingüísticas, cuyos nombres retomaban a menudo los españoles para dividir el territorio en provincias. Otro de los problemas relacionados con _lo anterior es que los historiadores, abrumados por la cantidad de nombres de naciones de indios encontrados en la documentación tienden a sobrevalorar el número de lenguas habladas por los nativos deÍ Norte. El comisario de la custodia de Zacatecas, la cual englobaba toda 1~ Nueva Vizcaya, ~ec_laraba en r 5 98 que no eran más de cinco las lenguas habladas en dicha gobernación, sin contar los dialectos. 88 Cabe anotar que en la Europa de ese tiempo, aquellas regiones cuyos habitantes compartían las mismas costumbres y en las que se hablaba una leng~a común solían llamarse "provincias" también. 89 El término provincia, tal Y como se usaba en esa época, es el que más se equipararía entonces con la moderna palabra nación, por lo que es, sin duda, relevante que, a lo largo de los siglos de la colonia, encontremos de manera recurrente referencias a las "provincias" de tarahumaras, tepehuanes y conchos; en cambio, raras son las alusiones a provincias de "naciones" menores.9°
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, d C· ama e amara, 397a, f. 126 v., Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento (_1 667); desgraciadamente no se precisa la "nación" de los encomendados. 87 Wiliam Griffen, Indian Assimilation ... , pp. 94 y 88. 88 Guillermo Porras Muñoz, Iglesia ... p. 260; podríamos pensar que éstas eran el tepehuán, el tarahumar, el concho, el irritila y el suma. 89 Éste es el sentido que se les daba en Europa en el siglo xvI : Federico Chabod, op. cit., pp. 24 y 219-220. yo Para el centro de México, Günter Vollmer constata también que, en el siglo xvI, las regiones llamadas "provincias" por los españoles tienen un origen prehispánico: "Mexikanische Regionalbezeichnungen in 16. Jahrhundert", fahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, núm. 9 1972. A,GI, . sen
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CONCLUSIÓN
En resumen, podemos decir que sólo se encontrará una cierta lógica en la espesa maraña de apelativos otorgados a los grupos de indios del septentrión si se la pone en relación con los diferentes regímenes de trabajo impuestos a los indios. En las regiones donde imperó la encomienda, como el caso de las llanuras del altiplano y las barrancas de la sierra, las provincias indígenas fueron fraccionadas en numerosas "parcialidades" o "naciones". Los nombres atribuidos a los indios servían, en esas zonas de poblamiento antiguo, a identificar los pueblos, el territorio, el linaje, o el grupo de nativos dependientes de un mismo cacique, que se concedían en encomienda a los conquistadores. Así, los tarahumaras, los tepehuanes salineros y los conchos se dividieron según las necesidades de mano de obra del momento. En la sierra alta y el sotomontano al norte del Conchos, regiones de colonización más tardía, la encomienda no tuvo la misma fuerza. Además, las encomiendas que existieron allí se impusieron sobre pueblos de indios ya sometidos, los cuales ostentaban nombres cristianos. Resultaba inútil dar a los indios reducidos nuevos apelativos que los diferenciaran, bastaba para reclamarlos mencionar el pueblo en el que estaban reducidos. Los estudiosos se han empeñado en distinguir las fuentes según supuestos criterios de fiabilidad, sin ponerse a pensar cuál era el papel funcional de los nombres de las "naciones" indígenas, en una sociedad donde el indígena no era más que un sujeto por cristianizar y avasallar. Por otro lado, es claro que no es posible en ningún momento equiparar las "naciones" de las fuentes españolas con "etnias", "bandas" o "tribus", categorías de la moderna antropología, que resultan ser totalmente anacrónicas en la época virreinal. Estas reflexiones acerca de cómo los españoles clasificaban a los indios nos ha conducido, por otra parte, a reconsiderar las relaciones entre misiones y encomiendas, las cuales se han definido siempre como instituciones separadas en Nueva Vizcaya. El presente ensayo muestra la urgencia de realizar trabajos acerca de la función de los asentamientos civiles, llámense haciendas o reales de minas, en el desarrollo y permanencia de las reducciones de indios, administradas tanto por franciscanos como por jesuitas. A pesar de lo que se dice en gran parte de la historiografía sobre las misiones norteñas, las zonas donde se multiplicaban los asentamientos misionales (como la sierra Madre Occidental) no constituyeron enclaves bajo dominio absoluto de las grandes órdenes religiosas; por el contrario, existió un alto grado de integración entre las misiones y los poblados y haciendas de españoles, y muchas veces las misiones fueron económicamente dependientes de los segundos. Civiles y misioneros se servían del trabajo de los indios, en un mismo sistema que de-
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ejemplo, se establecía un vínculo de sucesión, en el cual se debía comprobar la filiación de quien heredaba el cargo (hijo, hermano, sobrino, etcétera): ello garantizaba la continuidad del beneficio de la encomienda. Si en una "nación" existía más de un cacique o más de un "linaje", se podían distribuir los indios a distintos encomenderos. Solórzano y Pereyra aclara, en efecto, que la encomienda de Indias "se suele dar en un indio en nombre de los
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les que consumían los centros coloniales de poblamiento: "Haciendas y abasto de granos en el Parral del siglo xvu", en 5 siglos de historia de México, México, Instituto Mora-Irvine, 1992, pp. 347-354. La política indiana (1645) Madrid, Atlas, 1972 t. rr, p. 160. AHP, 1657b, Pleito por indios de encomienda entre Alonso Bello Montes de Oca, Fernando Peinado y Bernardo Gómez. !bid. La ranchería es el pueblo de indios de encomienda que se establece en la estancia del encomendero. 1
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casos, en cambio, se reunía a indios originarios de diferentes pueblos, so pretexto de que pertenecían a una misma "nación". Sin embargo, y a pesar de que en los títulos de encomienda se especificara invariablemente la "nación" y el nombre del cacique encomendado, los españoles no necesariamente sabían reconocer personalmente a "sus" encomendados, en especial cuando éstos provenían de rancherías alejadas, como lo 4ace constar un indio concho de encomienda, quien confiesa que 1'el gobernador de los dichos indios [conchos) los sacaba todos los años y unas veces los daba a una parte y otras a otra y por esta razón no se sabía quién era su amo". 6 3 Es por ello que los colonos tendían a arraigar a los encomendados en sus estancias; cuando disponían de ·mano de obra suficiente, se evitaban ya la molestia de salir a buscar infieles en sus territorios de origen. Ya asentados en pueblos y haciendas de españoles, los indios de encomienda terminaban casándose o asimilándose con los de otras "naciones". Muchas encomiendas desaparecieron de ese modo con el tiempo, y los nombres de las antiguas "naciones" de donde provenían fueron ,olvidados y desaparecieron también como tales, sin necesidad de exterminio directo alguno. Creemos que la virtual "extinción" de los grupos conchos. del desierto que ha podido fechar William Griffen hacia 1720 64 muestra más bien la decadencia del sistema de encomienda en esa época. Ante el crecimiento demográfico operado en las haciendas, los encomenderos tenían cada vez menos necesidad de ir a sacar de sus tierras a los indios gentiles que quedaban. Además, no se concedieron nuevas mercedes de encomienda en el siglo xvm. Una vez establecida la estrecha relación entre "naciones" de indios y encomiendas, podemos comprender también por qué aparecen en las crónicas, en especial en las crónicas tempranas, "naciones" que no vuelven a mencionarse en el resto de la documentación. Muchas de ellas eran "naciones" de indios, cuyas encomiendas, si las hubo, nunca se hicieron efectivas, o bien pudo tratarse de denominaciones descriptivas puramente ocasionales; éste sería el caso, por ejemplo, de las nación "patarabuey", citada únicamente en el diario de Diego Pérez de Luján de 1583. 65 Al otorgarse después encomiendas sobre los pueblos de indios descubier.: tos 1 los beneficiarios les ponían otros nombres. 63 64 65
!bid. Culture Change ... , p. 70. George Hammond y Agapito Rey (comps.), Expedition into New Mexico made by Antonio Espejo, r582-r583, Los Ángeles, The Quivira Society, 1929, p. 58; en el mismo caso se encuentran las naciones pasaguate, tarnpachoas, cabris, abriache, etcétera, citadas en el mismo texto; en 1582 1 como lo subraya el propio Pérez de Luján, los indios del río Conchos se tomaban como esclavos, por lo que creemos que eran pocas aún, en esa época, las encomiendas de indios en esa región.
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En su parte fundamental, la división en "naciones" de los españoles tiene su origen en el régimen de trabajo impuesto a los indios. En la historiografía del Norte se han equiparado ingenuamente las "naciones" con "etnias", creyendo que, a partir de los nombres de las diferentes "naciones" de indios, podía el investigador adivinar "identidades tribales" o "étnicas", como se prefiera.66 Existen otros temas asociados con el anterior, en que los autores tienden a "antropologizar" los datos encontrados en la documentación. La división de indios en parcialidades que obedecían a diferentes "capitanes de indios" o "caciques", por ejemplo, tampoco puede llevarnos a concluir la existencia de "señoríos" o chieftains dentro de estos grupos. 6 7 Sin embargo, estos "caciques" o principales existían como tales en razón también del sistema de encomiendas: eran los propios españoles quienes se encargaban de nombrar "gobernadores" o·" caciques" entre ellos, con las funciones citadas arriba. Nunca sabremos, probablemente, si estos "cargos" correspondían de algún modo a relaciones o vínculos de poder propios de las sociedades indígenas locales. Para regresar al tema que nos ocupa, puede decirse en resumen que no existe ningún tipo de regularidad ni lógica en la configuración de las "naciones" de indios que pueda conducirnos a deducir criterios de "pertenencia" étnica, en el sentido moderno del término. Bajo este apelativo de "naciones" se podían esconder grupos que en distintas circunstancias se ·podían catalogar como "nómadas" y "sedentarios", por lo qu~ se tiene que descartar por completo la idea de que los españoles clasificaban a los grupos de indios por su "grado de civilización", tal y como éste se entendía en los siglos xvm y XIX. Éste es el caso de los tepehuanes, indios que podían ser cazadores-recolectores del desierto (salineros), o agricultores de la sierra. Tampoco se rigen esas divisiones por criterios estrictamente lingüísticos. Se sabe, por ejemplo, que muchas de las "nacioaes" del desierto se comunicaban en lengua concha, y que los grupos indígenas de las barrancas del actual estado de Chihuahua (saJvo quizá los tubares) hablaban el mismo idioma tarahumar que sus congéneres de las montañas. Existe, por desgracia, una gran laguna documental referente a la historia de la sierra, debida en gran parte a la desaparición de los archivos de esa región y a la falta de estudios acerca de las relaciones que se establecían entre los asentamientos jesuitas (después franciscanos) y los poblados civiles. 68 Se sabe, sin embargo, 66
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El término tribal identification es recurrente, en especial en el libro fundamental de William Griffen, Culture Change .. . !bid., p . I 34. Para el caso de Chihuahua, contamos con los estudios de Luis González Rodríguez quien ha centrado sus esfuerzos en encontrar fuentes con información de tipo etnográfico, donde se describa a las sociedades indígenas; el mismo autor lamenta la escasez de documentos referentes a la región de Chínipas. No existe ninguna investigación, hasta el mo-
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que la región de las barrancas fue conquistada por encomenderos de Sinaloa y que, cuando menos, los tzoes fueron dados en encomienda. 6 9 Los nombres de las demás naciones: témoris, chínipas, cuitecos, tubares, varojíos, guazapares, cerocahuis, pamachis, samachiquiques, corresponden casi todos, como en el caso de las encomiendas de conchos, a pueblos de indios transformados después en misiones. En cuanto a la división de los tepehuanes-salineros del desierto en numerosas "naciones" diferentes (cabezas, negritos, baborizarigames, etcétera) se debió igualmente a la distribución de encomiendas sobre indios de las llanuras aunque, en este último caso, los indios de esas encomiendas fueron desplazados en su totalidad hacia otras zonas, y, al vaciarse los pueblos de todos sus habitantes, desaparecieron esos toponímicos indígenas, Y con ellos los nombres de las "naciones" entregadas originalmente en encomienda. Todas las rancherías del desierto fueron erradicadas, sólo se conservaron pueblos indios situados en las riberas de los ríos o en la sierra, medios geográficos que los españoles estimaban convenientes para establecerse y crear reducciones misionales. NACIONES Y ENCOMIENDAS DE INDIOS REDUCIDOS
Restaría ahora explicar por qué los dos grandes grupos serranos del Norte los tepehuanes y los tarahumaras, no fueron divididos, o clasificados, c;mo se prefiera, en numerosas pequeñas "naciones", como sucedió con los conchos del desierto o los tepehuanes-salineros. Sin embargo, cabe decir que esta idea, según la cual los tepehuanes y los tarahumaras siempre fueron considerados como grupos o "naciones" unitarias, es una verdad a medias, en particular tratándose de los pueblos que habitaron la región que hoy conocemos como las barrancas de la sierra Tarahumara, o los tepehuanes del desierto, donde sí encontramos, como apuntábamos arriba, gran cantidad de pequeñas "naciones" de indios.?º Un hecho importante que debemos considerar a este respecto es que tanto en la vertiente occidental de la sierra Tarahumara, como en
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mento acerca de la historia socioeconómica de la zona serrana en el periodo colonial. Para Son~ra, el panorama es más completo: ver, por ejemplo, Sergio Ortega Noriega e Ignacio del Río (comps.), Tres siglos de historia sonorense (r530-r830), México, UNAM, 1 993· Sin embargo, los diferentes especialistas de esa zona han hecho muy poco énfasis _en el régimen de trabajo al que fueron sometidos los indios, ni siquiera se dispone de algun artículo acerca de las sacas masivas de los indios de las regiones de la costa del Pacífico hacia la Nueva Vizcaya central, donde llegaron a ser numéricamente mayoritarios en muchas haciendas agrícolas y mineras. Luis González Rodríguez, Crónicas ... , p. 54. Lo mismo parece haber sucedido en las barrancas del actual estado de Durango donde aparecen numerosas "naciones" de indios.
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las llanuras, la colonización española fue mucho más temprana que en el interior del macizo montañoso. En las dos primeras regiones, la conquista se llevó a cabo por civiles, sin que se diera un periodo previo de expansión colonial. En la cuenca del río Florido, por ejemplo, los primeros asentamientos españoles datan de 1567/ 1 y de 158 9 en la provincia de Chínipas. En esta última, la colonización fue emprendida, durante el resto de ese siglo, por españoles provenientes de Culiacán.7 2 En el caso de la provincia de Santa Bárbara, los indios gentiles que no habían sido reducidos a la esclavitud fueron entregados en encomienda, y es muy probable que sucediera también así, durante el mismo periodo, en las barrancas de la sierra Madre Occidental. Sometidos a la influencia del sistema de encomiendas, en ambas zonas los grupos locales fueron fragmentados en numerosas "naciones" de indios encomendados . Tanto en las barrancas como en la provincia de Santa Bárbara, el avance misional fue posterior a la conquista de los encomenderos y hubo intentos de secularización de los asentamientos jesuitas y franciscanos desde la primera mitad del siglo xv11, en razón del alto grado de mestizaje de los habitantes de esas regiones.73 En la alta sierra Tepehuana y Tarahumara, en cambio, la colonización civil fue, además de tardía, lenta y poco masiva, Y ello permitió la consolidación del sistema misional jesuita. Los ignacianos se implantaron a partir de fines del siglo xvI en lo que cor~esponde ahora al norte del estado de Durango,74 y desde principios del siglo xvn en adelante, en el alto río Conchos, en el sur del actual estado de Chihuahua, con los tarahumaras. En esas fechas, la corona se mostraba ya más reacia a otorgar indios en encomienda formal, "premio" que había permitido para alentar la conquista en zonas de frontera dur~nte el siglo XVI Y parte del xv11. Con el progreso de la colonización europea en el norte de la Nueva España, las autoridades reales tendían a ~ardar para~~ el control sobre el tributo indígena, el cual, en la Nueva Vi~caya, f~e h¡ado a partir de 1581, bajo la forma de prestaciones de traba¡o, a razon de tres semanas por año y por adulto. Esta forma de tribut~ció~ e~ trabajo se ejerció en una primera fase en particular sobre ind10s . h~1dos d_e_ sus pueblos", en especial de Sonora y Sinaloa, pero func10no tamb1en en la Nueva Vizcaya, en gran medida gracias a los 71
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misioneros. Ellos fueron quienes con el tiempo se convirtieron en los encargados de hacer cumplir a los indios con esta obligación, llamada "repartimiento de mita".75 Desde un principio, jesuitas y franciscanos tuvieron que someter a sus indios de administración, de grado o de fuerza, al régimen de tributación en trabajo. Es por ello que, a diferencia de las regiones de colonización antigua, en. las zonas donde imperaba el sistema misional se privilegió el repartimiento por encima de la encomienda. Sin embargo, ello no significa que no existieran encomiendas en zonas de misión. En la documentación sobre encomiendas, semenciona que los tarahumaras habían sido encomendados entre numerosos españoles,7 6 como veremos a continuación. Hubo, sin embargo, diferencias sensibles entre estas encomiendas de la sierra y las anteriores, otorgadas en regiones donde no habían penetrado aún los misioneros. En la sierra, ya no se encomendaban indios infieles, sino indios que habían sido reducidos a pueblos de misión ya existentes, cercanos a las haciendas beneficiarias de la encomienda. Se trataba, pues, de indios que eran, en principio, cristianos y no gentiles, como en las llanuras. Para el encomendero, obtener una encomienda en un pueblo de misión conllevaba la ventaja de que no adquiría derechos sobre un pueblo, o "nación" de indios, en específico, sino sobre los indios asentados en una reducción, en la que la población se renovaba con frecuencia: cuando menos en el siglo xvn se asentaba en misicmes por un tiempo a los indios recién sometidos después de cada rebelión.7 7 El misionero del pueblo encomendado seguía siendo el que tenía a su cuidado a los nativos, recibiendo del encomendero el dinero correspondiente a los sacramentos que recibían los indios. De ese modo, se estableció un sistema en el que los encomenderos recibían a sus indios bajo una forma muy cercana al repartimiento; la encomienda no parecía ser, de hecho, más que un repartimiento seguro. El 12 de enero de 1667, por ejemplo, se entregaron en encomienda por dos vidas, a Juan Leal, "los naturales del pueblo de San Felipe, de nación tarahumara y sus sujetos" . Estos "sujetos" eran los indios que se encontraban bajo la autoridad del "gobernador Ignacio con todos sus caciques sujetos y aliados y las demás. rancherías pertenecientes a dicho pueblo". Los indios reducidos en San Felipe, mi-
Chanta! Cramaussel, La provin cia ... Luis González Rodríguez, Crónicas .. .. pp. 23-62. P~ra Chínipas: Luis González Rodríguez, Crónicas .. .. p. 66, y para la provincia de Santa Barbara: Susan Deeds, Rendering unto Ceasar. Th e Secularization 0 ¡ fesuit Missions in Mideigthteenth Cen tury Durango, Tucson, PHD, University of Arizona, 19 8 1; Chanta! Cramaussel, Sis tema de riego ... Juan Font, jesuita fundador de San Pablo Balleza, primera misión de tarahumares, penetra por vez primera en la zona en 1603; sin embargo, la mi sión no existía aún en 1608: Luis González Rodríguez, Crónicas.... p. 149.
Fueron los únicos habilitados para ello, a partir de 1746; para esa fecha, los repartimientos de indios gentiles no eran ya lícitos; los indios de la Tarahumara Alta, fundada en 1673 (Luis González Rodríguez, El noroeste ... , p. 232), quedaron exentos del trabajo forzoso durante 20 años: Chanta! Cramaussel, Encomiendas ... , pp. 81-82. 76 AHP, 1657b, Pleito por indios de encomienda entre Alonso Bello Montes de Oca, Femando Peinado y Bernardo Gómez. n Esta costumbre se modificó en el transcurso del siglo xvm: Pedro Tamarón y Romeral, op. cit., p. 1041; en 1765, se depositaban los indios reducidos directamente en las haciendas de los pobladores. 75
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sión fundada en 1639,7 8 habían probablemente sido entregados desde un principio en encomienda, puesto que, antes de Juan Leal, de ella habían gozado ya dos personas: doña Antonia de Villela y su esposo Salvador de Figueroa. La encomienda, habiendo resultado vacante en 1667, quizá por falta · de des·cendientes ·de los primeros dueños, fue pretendida por Juan Leal, quien la obtuvo finalmente. La hacienda de sacar plata por el beneficio de azogue que pertenecía a este personaje era de las "más cuantiosas" de la zona, aunque se hallaba "desaviada de gente", razón por la cual le fue entregada la encomienda.7 9 En la misma región, sabemos que Felipe Montaña de la Cueva y el capitán Baltasar de Ontiveros eran encomenderos de indios de la misión jesuita de San Jerónimo de Huejotitlán, pueblo fundado en marzo de 1633, 80 y que Montaña había heredado de su tío Francisco el título de encomedero; desconocemos por desgracia la fecha en la que se otorgó la encomienda por vez primera. 81 El caso de Huejotitlán es particularmente interesante porque la misión jesuita en ese lugar no se fundó sino hasta seis años después de la erección de la reducción de indios. 82 Estamos probablemente entonces en presencia de un pueblo de indios que fue creado, en un primer momento, para que sus habitantes fueran encomendados a hacendados vecinos, y esa misma reducción se transformó después en misión de la orden de san Ignacio. El encomendero Felipe Montaña había obtenido, por otra parte, indios en encomienda provenientes de las misiones también jesuitas de la Baja Tarahumara: San Pablo, San Ignacio y Santa Cruz (situadas en las riberas de los actuales ríos Conchos y Balleza), en una fecha que no se precisa en la documentación. Todo lo anterior nos muestra que el sistema misional pudo coexistir con el de encomienda, y que no había impedimentos reales para que los indios de misión lo fueran también de encomenderos. En 1649, sin embargo, estalló un aleccionador pleito entre los misioneros y los encomenderos de los indios de Huejotitlán, no por la existencia misma de la encomienda, sino porque Felipe Montaña, siendo él mismo clérigo secular, administraba sacramentos a sus encomendados I haciendo caso omiso de la prerrogativa de los jesuitas en ese rubro. Los regulares alegaban que si se les usurpaba el beneficio derivado de la administración de sacramentos a los indios, no dispondrían en el futuro de los recursos necesarios para abrir nuevas conversiones. Los ingresos que resultaban de la administración de los indios de encomienda representa7
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397a, ff. 84v. Y 85, Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento (1667) . Porras Muñoz, El nuevo ... , pp. 226-229. El toponímico actual es Huejotitán, aunque aparece con mayor frecuencia como Huejotitlán en la documentación de la época. AGI, Guadalajara 29, mandamiento de mayo de 1649 por Diego Guajardo Fajardo. Luis González Rodríguez, El noroeste ... , p. 228 .
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Peter Gerhard, The North Frontier of N ew Spain, The Oklahoma University Press, 19941 p. 182.
ban, a decir de los misioneros agraviados, un aporte financiero de consideración. 8 3 Son pocas las referencias acerca de esas encomiendas de indios de misión, pues fueron tardías, y tal parece que, dadas las· políticas de la época, la corona las otorgó no sin ciertas resistencias. Sin embargo, se trataba de un sistema que funcionaba en la práctica, y su existencia convenía tanto a hacendados como a jesuitas y franciscanos; ello nos lleva a pensar que su número bien pudo haber sido muy superior a lo que la parca documentación oficial deja entrever. Recordemos también cómo algunos hacendados recibieron durante décadas enteras indios de repartimiento provenientes siempre de un mismo pueblo, sin que el español en cuestión ostentara título alguno de encomendero.84 Esto era sin duda muy común, especialmente en la zona serrana, donde no ·vivían muchos españoles. Los misioneros preferían con seguridad enviar a sus indios a laborar en una hacienda cercana, a cuyos dueños podían cobrar la aplicación de sacramentos, antes que permitir que los indios de sus misiones se alejaran con dirección a los grandes centros de población española, de donde rara vez volvían. Cabe preguntarse, incluso, si tal y como sucedió en las llanuras esos indios de encomienda no dejaron de residir en las misiones, para establecerse en las haciendas y ranchos de los civiles, situados en los alrededores. Resulta difícil detectar este tipo de cambios de residencia en las fuentes, ya que esos indios seguían redbiendo los sacramentos de los jesuitas y continuaban perteneciendo formalmente a la misión. Sin embargo, esto es exactamente lo que ocurrió en el caso de la misión franciscana de San Bartolomé, donde los. frailes administraron, durante más de un siglo, a los indios de las hacienda~ circunvecinas, sin por ello tener un asentamiento misional propiamente dicho. 8 s En la zona serrana bajo control jesuita, el otorgamiento de encomiendas no dio lugar a la fragmentación de los indios en-varias "naciones", como había sido el caso en las barrancas de la sierra y en la provincia de Santa Bárbara, colonizadas ambas en el siglo xv1. En la sierra ya no se encomendaron nativos gentiles desplazados de sus pueblos de origen, sino indios pertenecientes a reducciones misionales, las cuales ya tenían nombre cristiano. Los conchos del sotomontano donde la colonización fue también más tardía, y en donde la presencia misional franciscana era importante, tampoco perdieron su apelativo de "conchos", ni se fragmentaron I por lo tanto I en numerosas "naciones". Cabe pensar que, al igual que en la sierra, en esa región las encomiendas se ~torgaron sobre
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indios reducidos en alguna misión franciscana ya establecida, por lo que no se les atribuía ningún nuevo nombre a esos indígenas. Tal es lo que parece indicar el título de encomienda más tardío que hemos encontrado: se trata de la encomienda concedida a Bernardo Gómez en r 667, sobre los indios de las Carretas y Casas Grandes, 86 misiones ambas pertenecientes a la Orden Seráfica (San Antonio de Casas Grandes y Santa María de Gracia de las Carretas), fundadas pocos años antes, probablemente hacia r 660, con indios conchos y sumas. 87 Tenemos, en resumen, que los indios de las encomiendas provenientes de regiones sometidas al ré_g imen misional no adquirían ya esos extraños nombres que los particularizaban ante la sociedad española, y que hoy en día tanto confunden a los etno}:iistoriadores. Todos ellos conservaban sus gentilicios genéri·cos de "tepehuanes", "tarahumares" o "conchos". Como hemos podido ver, en términos generales, esos apelativos correspondían a grandes divisiones lingüísticas, cuyos nombres retomaban a menudo los españoles para dividir el territorio en provincias. Otro de los problemas relacionados con _lo anterior es que los historiadores, abrumados por la cantidad de nombres de naciones de indios encontrados en la documentación I tienden a sobrevalorar el número de lenguas habladas por los nativos del Norte. El comisario de la custodia de Zacatecas, la cual englobaba toda 1~ Nueva Vizcaya, ~ec,l araba en 1598 que no eran más de cinco las lenguas habladas en dicha gobernación, sin contar los dialectos. 88 Cabe anotar que en la Europa de ese tiempo, aquellas regiones cuyos habitantes compartían las mismas costumbres y en las que se hablaba una len~ª común solían llamarse "provincias" también.89 El término provincia, tal Y como se usaba en esa época, es el que más se equipararía entonces con la moderna palabra nación, por lo que es, sin duda, relevante que, a lo largo de los siglos de la colonia, encontremos de manera re_c urrente referencias a las "provincias" de tarahumaras, tepehuanes y conchos; en cambio, raras son las alusiones a provincias de "naciones" menores.9°
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.b , d C , sen ama e amara, 397a, f. 126 v., Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento (1 667); desgraciadamente no se precisa la "nación" de los encomendados. Wiliam Griffen, lndian Assimilation ..., pp. 94 y 88 . Guillermo Porras Muñoz, Iglesia ... p. 260; podríamos pensar que éstas eran el tepehuán, el tarahumar, el concho, el irritila y el suma. Éste es el sentido que se les daba en Europa en el siglo xvr: Federico Chabod, op. cit., pp. 24 y 219-220. AaGI,
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Para el centro de México, Günter Vollmer constata también que, en el siglo xvr, las regiones llamadas "provincias" por los españoles tienen un origen prehispánico: "Mexikanische Regionalbezeichnungen in 16. Jahrhundert", Jahrbuch für Geschichte van Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, núm. 91 1972.
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CONCLUSIÓN
En resumen, podemos decir que sólo se encontrará una cierta lógica en la espesa maraña de apelativos otorgados a los grupos de indios del septentrión si se la pone en relación con los diferentes regímenes de trabajo impuestos a los indios. En las regiones donde imperó la encomienda, como el caso de las llanuras del altiplano y las barrancas de la sierra, las provincias indígenas fueron fraccionadas en numerosas "parcialidades" o "naciones". Los nombres atribuidos a los indios servían, en esas zonas de poblamiento antiguo, a identificar los pueblos, el territorio, el linaje, o el grupo de nativos dependientes de un mismo cacique, que se concedían en encomienda a los conquistadores. Así, los tarahumaras, los tepehuanes salineros y los conchos se dividieron según las necesidades de mano de obra del momento. En la sierra alta y el sotomontano al norte del Conchos, regiones de colonización más tardía, la encomienda no tuvo la misma fuerza. Además, las encomiendas que existieron allí se impusieron sobre pueblos de indios ya sometidos, los cuales ostentaban nombres cristianos. Resultaba inútil dar a los indios reducidos nuevos apelativos que los diferenciaran, bastaba para reclamarlos mencionar el pueblo en el que estaban reducidos. Los estudiosos se han empeñado en distinguir las fuentes según supuestos criterios de fiabilidad, sin ponerse a pensar cuál era el papel funcional de los nombres de las "naciones" indígenas, en una sociedad donde el indígena no era más que un sujeto por cristianizar y avasallar. Por otro lado, es claro que no es posible en ningún momento equiparar las "naciones" de las fuentes españolas con "etnias", "bandas" o "tribus", categorías de la moderna antropología, que resultan ser totalmente anacrónicas en la época virreinal. Estas reflexiones acerca de cómo los españoles clasificaban a los indios nos ha conducido, por otra parte, a reconsiderar las relaciones entre misiones y encomiendas, las cuales se han definido siempre como instituciones separadas en Nueva Vizcaya. El presente ensayo muestra la urgencia de realizar trabajos acerca de la función de los asentamientos civiles, llámense haciendas o reales de minas, en el desarrollo y permanencia de las reducciones de indios, administradas tanto por franciscanos como por jesuitas. A pesar de lo que se dice en gran parte de la historiografía sobre las misiones norteñas, las zonas donde se multiplicaban los asentamientos misionales (como la sierra Madre Occidental) no constituyeron enclaves bajo dominio absoluto de las grandes órdenes religiosas; por el contrario, existió un alto grado de integración entre las misiones y los poblados y haciendas de españoles, y muchas veces las misiones fueron económicamente dependientes de los segundos. Civiles y misioneros se servían del trabajo de los indios, en un mismo sistema que de-
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terminaba el acceso a la mano de obra, vía la esclavitud, los reparti mientos o la encomienda. APÉNDICE
En este documento, se nota la poca prec1s10n semántica de la palabra nación. Se especifican, por otra parte, los deberes fundamentales de los gobernadores indios: la leva de "indios amigos" en tiempos de guerra, y el reclutamiento de los indios de encomienda, quienes dejaban sus pueblos para ser trasladados hacia los centros coloniales de poblamiento. Remarcamos, con caracteres itálicos, esas obligaciones mencionadas en la fuente.
Título de gobernador y capitán general de la nación concha a don Hernando de Obregón, indio de nación mamite91 Don Antonio de Oca Sarmiento, caballero de la orden de Santiago, por cuanto don Hernando de Obregón, indio de nación mamite, por título despachado por el señor don Diego Guajardo Fajardo, gobernador y capitán general que ha sido de este reino, y confirmado por otros señores gobernadores mis antecesores, consta y parece ha sido gobernador de la nación concha de la parte del río del Norte hasta la de los tobosos y demás naciones de las allegadas; el cual dicho cargo ha ejercido desde el año de 1653, q~~ ~s cuan?º despachó dicho título, y por estar ya maltratado y roto me pidw ~ ~uphcó le mandase despachar título nuevo, para el ejercicio de diofic10 en atenciones de haber servido a su magestad en el con toda facilidad, legalidad y puntualidad, y asímismo en otros puestos que antes de el ha tenido, acudiendo a todo ello con la prontitud que debe. Y porque espero le continuara en nombre del rey, nuestro señor, de nuevo, le elijo nombro el dicho don Hernando de Obregón por gobernador y capitán general de toda la nación concha, de toda esta banda del río del Norte para la tierra de tobosos y de los mamites, julimes, chizos, poposmes, co~ejos, tapacolmes Y de todas las demás naciones que residen en dicha parte. Que co~o tal go~ernador y capitán los visiteis, ampareis, y defendais, y goberne1s, y haga1s con mi orden y de mis tenientes de gobernador y capitán general la gente de guerra que fuere necesaria para la defensa de este reino, y ponerlos en la parte y lugar que os ordenare, y así para esto como para
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A G I, Ec, 39 7a, f. 24, Residencia del gobernador Oca y Sarmiento (i 66?). Otra copi a de este documento se encuentra en AHP, 1652b; como lo explica William Griffen 1 Jndian A ssimilation .... pp. 4 5-46, don Hernando Obregón era gobernador de la parte oriental de la conchería, otro indio era nombrado gobernador de los conchos que habitaban las vertientes occidentales de la sierra, desde Parral hasta Casas Grandes.
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que cumplan con las encomiendas, los podais sacar de cualesquier partes de vuestra jurisdicción, y sacados me ciareis cuenta para que se mande lo que convenga. Y no consentireis se les haga mal tratamiento, ni que los indios e indias se contraten fuera del reino; y hareis que dichos indios tengan pueblo en pulicía, críen gallinas, y hagan sus sementeras, y acudan a la doctrina, y que los jacales y casas que hicieren sean con fundamento . y traer insigna de tal gobernador y capitán general, os doy bastante comisión y mando a todos los indios de vuestra jurisdicción vos hagan y tengan y reputen por tal guarden vuestras órdenes, so las penas que les impusiereis, que para las ejecutar en los inobedientes a usanza de guerra y estilo de corte la doy. Asimismo, mando a mis tenientes de gobernador y demás justicias y vecinos de este reino, os tengan por tal y os guarden todas las honras que os deben, y os den favor y asilio que les pidiereis, sin impediros la ejecución de vuestro oficio, en testimonio del cual mande dar y dí la presente. Firmada de mi mano con el sello de mis armas, y refrendada del presente escribano de su magestad y publico de Santa Bárbara. Fecho en el real de El Parral, en 28 de marzo de 1666 años . Don Antonio de Oca y Sarmiento. Por mandado del señor gobernador y capitán general: Domingo de Valdivieso, escribano público real. BIBLIOGRAFÍA CITADA
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Chanta]
Cram a u s s e l
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Nu e va
Vizca y a
AGRICULTORES DE PAZ Y CAZADORES-RECOLECTORES DE GUERRA: LOS TOBOSOS DE LA CUENCA DEL RÍO CONCHOS EN LA NUEVA VIZCAYA
Salvador Álvarez Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
De entre las muchas denominaciones que el Norte colonial novohispano ha inspirado entre historiadores y antropólogos, las de "Gran Chichimeca", "tierra de los chichimecas" y hasta "mar chichimeca" se encuentran entre las que más estimulan la imaginación del especialista. Pero aunque los chichimecas y demás congéneres irrumpen con frecuencia en los estudios sobre el Norte novohispano, en realidad, es poco lo que se sabe de ellos: sus géneros de vida nos son casi por completo desconocidos. El problema no es tanto la falta de estudios etnohistóricos, sin menoscabo de cualquier consideración sobre las dificultades de usar la documentación de los siglos xv1 al xvrn como "fuentes etnohistóricas", los trabajos existen. Ya en el siglo x1x, un autor como Orozco y Berra 1 intentaba poner un cierto orden en los datos documentales sobre los indios, entre ellos los del Norte, y más tarde, durante las décadas de 1920 a 1940, autores como Miguel Othón de Mendizábal en México, 2 y Kroeber, Beals y Sauer, en Estados Unidos, intentaron crear varias síntesis "etnohistóricas" que incluían a los pueblos del Norte novohispano, donde enfatizaban el periodo del contacto.3 El gran vacío se encuentra del lado de la arqueología. A pe~ar de las décadas transcurridas desde los estudios pioneros de aquellos antropólogos, la arqueología del periodo colonial en el Norte sigue siendo prácticamente inexistente, tanto para el caso de la sociedad española como para las sociedades indígenas de antes y después del contacto. Esta situación es producto de una larga y bien enraizada tradición, muy propia de los arqueólogos especialistas en el Norte, quienes han concentrado lo mejor de sus esfuerzos no en el estudio de las culturas "autóctonas" del norte, sino
1
Manuel Orozco y Berra, Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México, México,
2
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en la delimitación de lo que pudieron ser las manifestaciones del "área cultural mesoamericana", más allá de sus fronteras. Salvo excepciones, y como consecuencia de lo anterior, una parte muy considerable de los trabajos sobre la arqueología del Norte se ha concentrado sobre la estrecha franja temporal que va de los siglos vm al x1v de nuestra era, que son, poco más o menos, los límites en los que se desenvolvieron culturas como las de Chalchi_h uites, La Quemada y Paquimé, 4 dejándose casi siempre de lado los periodos y también las regiones carentes de elementos netamente "mesoamericanos". En otras palabras, salvo excepciones, 5 hasta la fecha el "chichimeca histórico" prácticamemte no ha sido objeto de estudio arqueológico alguno. No deja de llamar la atención, sin embargo, que pese a este virtual vacío de conocimientos, el "chichimeca", indio de guerra, aparezca de Charles J. Kelley, "The Chronology of the Chalchihuites Culture", en Phil C. Weigand y Michael S. Foster, The Archaeology of West and Northwest Mesoamerica, Boulder y Londres, Westview Press, 1985, pp. 269-287 . "The Mobile Merchants of Molino", en Joan Mat~ien y Randall H. McGuire, Ripples in Chichimec Sea, Carbondale y Edwardsville, Southem Illinois University Press, 1986, pp. 81-rn4. 5 Actualmente Marie-Areti Hers desarrolla un interesante esfuerzo por ligar los puntos de vista tradicionales de la arqueología "mesoamericanista" del Norte, con el estudio de sociedades no necesariamente mesoamericanas: Marie-Areti Hers, "¿Existió la cultura Loma de San Gabriel? -El caso de Hervideros, Durango", Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, núm. 60, México, UNAM, 1989, pp. 3 3. 57 ; "Presencia mesoamericana al sur de Chihuahua", en Actas del JI Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1990, pp. 5 6-70¡ Mari e-Are ti Hers y María de los Dolores Soto, "Arqueología de la sierra Madre durangueña: Antecedentes del proyecto Hervideros", en Actas del IV Congreso de Historia Regional, Ciudad Juárez, UACJ, 1995, vol. 1, pp. 69-85 . Igualmente tenemos los importantes trabajos de Leticia González acerca de los cazadores-recolectores del Bolsón de Mapimí y Coahuila desde épocas remotas, hasta el periodo del contacto, ver en especial su compilación Ensayos sobre la arqueología en Coahuila y el Bolsón de Mapimí, Saltillo, Archivo Municipal de Saltillo, 1992. Igualmente "El discurso de la conquista frente a los cazadores-recolectores del norte de México", en Actas del I Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UA.CJ, 1989, pp. 77·94; "El patrón de asentamiento en el área del Bolsón de Mapimí", en Actas del IV Congreso de Historia Regional. Ciudad Juárez, UACJ, 1995, vol. 1, pp. 33-43. Para el caso de Chihuahua pueden citarse los trabajos de Arturo Guevara, los cuales, por desgracia, se han quedado al nivel de propuestas de rescate y no han dado pie, hasta la fecha, a proyectos arqueológicos de mayor envergadura, entre ellos: Los athapascanos en Nueva Vizcaya, México, INAH, Dirección de Arqueología, Cuaderno de Trabajo núm. 6, 1989; "Algunos aspectos de la aculturación de los grupos conchos del centro del estado de Chihuahua", en Actas del JI Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1990, pp. 71-79; "Un sitio arqueológico aldeano de Namiquipa Chihuahua", en Actas del /JI Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1991, pp. 41-45. Pueden consultarse también los siguientes trabajos de Charles Kelley: Settlement Patterns in North Central Mexico, Viking Foundation Publications in Anthropology núm. 23, 1956; igualmente: fumano and Patarabuey Relations at La funta de los Ríos, Anthropological Papers Museum of Anthropology University of-Michigan núm. 77 1 Ann Arbor, 1986 ,180 p. (primera edición: 1947).
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pronto con toda naturalidad en los trabajos arqueológicos como un rasgo característico del paisaje norteño, y que incluso se esboce la idea de que la agresividad del nómada norteño actuó como una especie de "factor limitante" para el desarrollo de las culturas mesoamericanas fuera de sus fronteras. 6 En la base de este tipo de interpretaciones se encuentra toda una serie de ideas muy propias del evolucionismo y la ecología cultural de la década de los setenta, acerca de las supuestas y radicales diferenciaciones culturales e incluso étnicas que se habrían operado en su momento, entre g-rupos nómadas dedicados a la ·caza-recolección y aquellos que adoptaron la agricultura y por lo tanto transitaban hacia un patrón de asentamiento de tipo "aldeano".? Sin embargo, no puede menos que decirse que se trata de un punto de vista excesivamente teórico de la cuestión. Más que un "factor explicativo", la supuesta diferenciación entre, pongamos por caso, agricultores incipientes y "verdaderos" cazadores-recolectores, debería ser un aserto a demostrar. Cabría incluso preguntarse si no es que, finalmente, ante la falta de conocimientos de primera mano, esta imagen del "chichimeca" prehispánico ha sido calcada con demasiada facilidad y fidelidad de la que nos presenta la literatura histórica. 8 En realidad, creemos que así es. Así, por ejemplo, en 1971, Charles Kelley, resumiendo una larga serie de trabajos anteriores, argumentaba que después de varios siglos de expansión infructuosa, no fue sino hacia el año rnoo de nuestra era que los grupos mesoamericanos que ocupaban la parte norte de la sierra Madre Occidental, lograron establecer una "frontera" estable con los "bárbaros" [sic] guerreros chichimecas que los asolaban y añade que esa suerte de "pacificación" fronteriza permitió de alguna manera el florecimiento de culturas como las de La Quemada y Chalchihuites. Por su parte, el eventual y ulterior repliegue de las mismas, añade este autor, bien pudo ser causado tanto por causas climáticas como por invasiones de esas mismas hordas "chichimecas": Charles J. Kelley, "Archaeology of the Northem Frcmtier: Zacatecas and Durango", en Robert Wauchope, comp., Handbook of Middle American Jndians, vol. 11, Archaeology of Northem Mesoamerica, 2a. parte, Austin, University of Texas Press, 1971, p. 768. 7 Ver por ejemplo las consideraciones al respecto de David R. Wilcox, "The Tepiman Connection: A Model of Mesoamerican-Southwestem Interaction", en Joan Mathien y Randall H. McGuire, Ripples in Chichimec Sea, Carbondale y Edwardsville, Southem Illinois University Press, 1986, pp. 134-154. Igualmente Kent V. Flannery, "The Origins of the Village as a Settlement Type in Mesoamerica and the Near East: A Comparative Study", en Peter J. Ucko, Ruth Tringham y A. W. Dimbleby, Man Settlem ént and Urbanism , Londres, Duckworth, 1972, pp. 23 -53. 8 Para un ejemplo de las imágenes del chichimeca del norte que se desarrollaban en la literatura histórica de los años setenta, consultar muy especialmente los trabajos de Phillip Wayne Powell, quizá los más influyentes en el tema: War and Peace on the North Mexican Frontier: A Documentary Records, Madrid, José Porrúa Turanzas, Colección Chimalistac núm. 32 1 1971; para antecedentes de los mismos, Joaquín Meade, "Chichimecas -en el norte de la Nueva España", Divulgación Histórica 1, 1939-1940, pp. 364-366 . lgualmente Poole Stafford C. M., "War by Fire and Blood. The Church and the Chichimecas", Th e 6
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Sea como fuere, un hecho indudable es que también dentro de la literatura histórica propiamente dicha se ha generado una imagen simplificada al extremo del llamado "indio nómada" del Norte novohispano, llámesele chichimeca o no. De entre los trabajos de etnohistoriadores acerca de los indios nómadas de guerra del Norte, los de William Griffen son sin lugar a dudas los más acuciosos y documentados, y a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, los únicos en haberse ocupado de los indígenas de las planicies orientales de la Nueva Vizcaya: se trata, pués, de una referencia obligada.9 El trabajo de este autor se divide en dos grandes ejes: uno, el análisis de un amplio fondo de documentación acerca de las guerras con los indios de la Nueva Vizcaya, y dos, un esquema general de interpretación acerca de la dinámica social de los cazadores-recolectores del Norte, inspirado en la ecología cultural de Elman R. Service, Marshall Sahlins y sobre todo Julien H. Steward. Según Griffen, los indios de las planicies áridas del Norte novohispano, en particular los del Bolsón de Mapimí y el río Conchos, se hallaban en el nivel de lo que Steward llamó las "bandas" u "hordas" patrilineales. Esto es, se trataba de grupos con tecnología precaria, establecidos sobre territorios de escasos recursos alimenticios, y cuya principal actividad era la caza de ·pequeñas especies no migratorias junto con la recolecta ocasional de alimentos salvajes. 10 Según Steward, este tipo de sociedades se caraéteriza por su permanencia sobre un territorio bien delimitado, sobre el cual han desarrollado adaptaciones específicas en cuanto a tecnología, conocimiénto del medio y patrón de asentamiento; los recursos de caza son explotados entonces por pequeños grupos que establecen vínculos de parentesco y alianzas entre sí. El uso consuetudinario de un espacio común por parte de un grupo de bandas patrilineales da origen, en este tipo de sociedad, a una noción bien distinguible de "propiedad territorial": los recursos de caza y recolecta son entonces protegidos en común por el grupo extenso de parentesco, y cualquier intrusión de un grupo extraño a ·este territorio ocasiona tensiones y rivalidades que pueden desembocar en una guerra. 11 Griffen, en efecto, retoma estas ideas y añade Americas XXII, núm. 2, octubre 1965, pp. II5-137. Ver también su obra más importante: La guerra chichimeca (1550-1600), México, Fondo de Cultura Económica, 19 7 5. 9 William B. Griffen, Culture Change and Shifting Populations in Central Northern Mexico, Anthropological Papers of_the University of Arizona núm. 13, Tucson, The University of Arizona Press, 1969. Igualmente Indian Assimilation on the Franciscan Area of Nueva Vizcaya, Anthropological Papers of the University of Arizona núm. 33 1 Tucson, The University of Arizona Press, 1979. 1 º Julien H . Steward, The Theory of Culture Change. The Methodology of Multilinear Evolution, Urbana, The University of Illinois Press, 1976, pp. 134-137 . Steward emplea el término landownership que aquí hemos traducido simplemente como "propiedad territorial". JI !bid., pp. 135 -136.
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que para los nómadas norteños la guerra servía como un mecanismo más de adaptación al medio, cuya función consistía en mantener la posesión del "territorio tribal" y además como vía de adquisición de recursos suplementarios. Desde ese punto de vista, la intrusión de los españoles en sus dominios desencadenó una respuesta típica: la guerra. 12 Más adelante argumenta este autor que debido a décadas de hostilidades con los españoles, así como a la introducción del caballo y el ganado em-opeos en ~us territorios, estas bandas de cazadores desarrollaron una cultura guerrera, que las transformó en grupos esencialmente depredadores, dedicados al saqueo de los asentamientos y posesiones de los españoles e indios sedentarios, 1 3 en un proceso muy semejante al que Steward describe para los grupos shoshoni de California y Utah. 1 4 De acuerdo con este esquema de interpretación, Griffen afirma en su primer trabajo que uno de los principales problemas para el estudio de los grupos indígenas del Norte novohispano es su identificacj.ón. La región, nos dice (en este caso se refiere al Bolsón de Mapimí), se hallaba ocupad~ por varios "grupos tribales" mayores, cada u~o de los cuales se hallaba subdividido en grupos menores "llamados bandas". 1 5 La dificultad derivaría del hecho de que los españoles con freGuencia empleaban el_"nompre" de alguna "banda" en particular para designar a un "grupo tribal mayor", 9 a un conjunto o asociación de bandas (cluster of bands), de manera que la tarea consistiría en distinguir en la documentación cuándo los españoles se referían a "bandas específicas" y cuándo a "grupos tribales mayores"._16 Pero más allá de este problema analítico y documental, remarquemos. que todo sucede en el trabajo de Griffen como si lo esencial de la. organiza~ión social de los grupos nómadas se reflejara de manera directa y casi transparente en la documentación colonial. Sis~emáticamente elimina términos españoles de la época tales como "ranchería" o "parcialidad", y los .reemplaza por "bandas", sobreentendiendo que se trataba de unidades políticas y de parentesco que mantenían su cohesión e identidaq interna, sea cual fuere la situación histórica en que se encontraran. Corre_lativamente, si el "nombre" d~ una banda deja de "aparecer" en la documentación, el autor asume que el grupo de parentesco como tal ha sido físicamente exterminado. Pero como bien lo señala Chanta! Cramaussel, detrás de la larga lista de 167 nombres de grupos indígenas del altiplano norteño que Griffen encontró dispersos en la documentación, en realidad es posible encontrar una gran variedad de criterios de identificación y diferenciación, qe entre 11
William Griffen, Culture Change ... , p. 3. !bid., p. II9. 1 4 Julien Steward, op. cit., p. u3. 1 s William Griffen, Culture change ... , p. v, introducción. 16 Idem. l3
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los cuales los vínculos de parentesco y territorialidad, tal y como los entendían los propios indios, se contaban entre los menos importantes.17 Lo mismo, poco más o menos, puede decirse del análisis que Griffen propone de la "territorialidad" de estos grupos. Siguiendo dentro de la misma lógica, el lugar donde era avistado un grupo, por principio, debía corresponder con su "territorio tribal" pues, recordémoslo, teóricamente a cada banda patrilineal correspondía un ámbito geográfico bien delimitado: se refugiaban para hacer la guerra en sus territorios tradicionales de caza. Así, la geografía de los encuentros y mutuas persecuciones entre españoles e indios rebeldes terminó convirtiéndose en el mapa de la distribución de los llamados grupos nómadas del Conchos y el Bolsón de Mapimí. LAS BANDAS DE TOBOSOS
William Griffen basa esencialmente su trabajo en reportes y relatos de capitanes, soldados y gobernadores, así como en un gran número de informaciones de testigos relacionadas siempre con campañas punitivas y pacificaciones de indios. La idea de privilegiar esta documentación de guerra parte del principio de que es en ella donde aparecen mencionados de , manera más sistemática los grupos indígenas, en lo que supuestamente depieron ser sus territorios tradicionales. En otras palabras, se trata de la búsqueda de una cierta "autenticidad" etnohistórica. Pero incluso si se tomara a la guerra como un elemento, por así decirlo "connatural" a la dinámica de estas sociedades, el procedimiento no deja de ser cuando menos riesgoso. El uso privilegiado de un solo tipo de información le imprime necesariamente un sesgo particular al análisis: se sabe poco más o menos cómo trataban y cómo llamaban a los españoles cuando había ~erra,- pero se olvida y se ignora casi todo lo que sucedía en situaciones y tiempos ~e paz, como si esos indios fueran sólo de guerra, lo cual es falso la mayona de las veces. Se deja pues de lado el estudio del tipo de víncul~s que indios Y españoles establecían entre sí, e igualmente se pierde de vista _su evolución en el tiempo. Esto es precisamente lo que sucede con lo~ celebres _tobosos, uno de los grupos más aguerridos, temidos y perseguido~· del.siglo.xvn norteño y del que, sin embargo, se sabe muy poco, salvo Justamente que eran muy aguerridos y temibles. . zQ~iénes eran los tobosos? El estudio del caso toboso bien podría servir ~e ~Jemplo de cómo se han construido en la historiografía muchas de las imagenes sobre los indios "bárbaros" y de guerra. Retomemos entonces los trabajos de William Griffen para ello. Este autor califica a los tobo-
sos como una de las grandes "bandas" o "conjuntos de bandas" (band cluster) que habitaban el extremo norte del Bolsón de Mapimí, y añade que eran cultural y territorialmente muy cercanos a los salineros y distintos a su vez de los indios conchos. 18 Revisemos un poco la manera como llega a esta definición etnohistórica. Griffen relata que después de algunos breves contactos en el siglo XVI, la verdadera irrupción de los tobosos en la escena neovizcaína fue hacia 1610, cuando se hace mención de ellos como asentados en Atotonilco, cerca del valle de San Bartolomé, 1 9 y añade que comienzan a aparecer en la documentación como desert raiders, aunquesin mencionar ningún caso concreto. Enseguida menciona que en 1612 los tobosos huyen de su reducción y permanecen prófugos hasta 1618, cuando en el curso de la gran rebelión tepehuana toman definitivamente el sendero de la guerra, en compañía de los salineros;2° añade finalmente que si bien en 1624 había tobosos asentados en Atotonilco, 21 a partir de esas fechas el Bolsón de Mapimí se convertiría en su ámbito preferido de gue: rra.22 Luego los tobosos vuelven a desaparecer por dos largas décadas de · los registros de Griffen, quien argumenta que tan sólo en 1640 los mencionan nuevamente como gente de guerra, al igual que a los salineros, 2 3 hasta que una vez más, en 1643, aparecen reducidos en Atotonilco. Afirma que ninguna de estas pacificaciones fue duradera, y para demostrarlo, Griffen hace enseguida un detallado recuento de los ataques perpetrados por los tobosos y salineros durante los dos años siguientes en regiones tan alejadas de Atotonilco como Cuencamé, Las Bocas e incluso Mapimí y Parras. 24 Nos comenta igualmente Griffen que en -1645 una "banda" de tobosos se asienta en Atotonilco, bajo d cuidado de su cacique, un indio llamado Cristóbal Zapata, el cual, añade, desaparece al poco tiempo de los registros, para sólo reaparecer una década después como jefe de guerra, sólo que no en Atotonilco, sino en la región de La Laguna. 25 Este evento particular, la súbita desaparición y reencuentro del cacique Cristóbal Zapata, al parecer resulta muy reveladora para el autor, pues de ella deduce que el cacique escapó de Atotonilco acompañado de varios miembros de su grupo de parentesco, es decir, su banda patrilineal, y que eligió como refugio una zona cercana al que debió ser su territorio de origen, es decir el Bolsón de Mapimí, donde se alió con otros indios comarcanos para atacar a los españoles. Este acontecimiento, unido a los continuos ataques que registra 18 1
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Para un análisis pormenorizado del problema de los "nombres" atribuidos a los indios ver Chanta! Cramaussel, "De cómo los españoles clasificaban a los indios. Naciones Y encomiendas en la Nueva Vizcaya Central", en este mismo volumen.
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William Griffen, Culture change .. ., p. 77 e Indian assimilation ... , p. 5. William Griffen, Culture change ... , pp. 9 Y 77. 1bid. e Indian Assimilation ... , p. 4. !bid., p. 9. !bid., p. 77. !bid., p. 10. !bid., pp. 12, 14 y 79 . !bid., pp. 79 y 82.
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de parte de los tobosos unidos a los salineros en la zona que va de Indé a Parras, 2 6 le permite deducir que el ámbito territorial de origen de los tobosos no es otro sino la región norte del Bolsón de Mapimí y qu e se trataba, por lo tanto, de un grupo culturalmente ligado a los "salineros" y cocoyomes de esa misma región. 2 7 Así, mientras por un lado los españoles hacían esfuerzos por asentarlos, ellos adoptaban un patrón de guerra esencialmente depredador e itinerante, atacando sin cesar los asentamientos españoles y desplazándose enseguida a sus refugios en el Bolsón de Mapimí. Ello se demuestra una vez más en 1645, según nos dice, cuando los españoles llegan a perseguirlos en la llamada sierra del Diablo, al tiempo que nuevamente se hablaba de ellos con frecuencia como compañeros de correrías de los indios salineros y ejecutando ataques en regiones del Bolsón, 28 al igual que en la Tarahumara, o en lugares tan distantes como Julimes. 2 9 Finaliza el autor detallando cómo los ataques se repiten bajo este mismo patrón de dispersión geográfica durante el resto de la centuria. 3° Es interesante revisar cómo- para Griffen el patrón de dispersión geográfica· que presentan los ataques de los tobosos opera como un revelador de la dinámica social de los grupos indígenas del Norte. Todo sucede como si, con el paso del tiempo, las guerras lejos de disminuir el vigor demográfico de las bandas patrilineales tobosas lo acrecentaran, así como su ámbito de acción. De acuerdo siempre con los registros de nuestro autor, durante las décadas de 1660 y 1670, por ejemplo, se ve a los tobosos cada vez con mayor frecuencia en zonas situadas al norte de la cuenca del río Conchos, 31 y pronto alcanzan también territorios tan al oriente como la provincia de Coahuila, e incluso ya durante el siglo XVIII, en Nuevo León que sería a la postre el últi' mo lugar donde se sabría de ellos antes de desaparecer.3 2 Sin embargo, para ese punto el análisis del autor se ha vuelto ya difícil de seguir; a su abigarrado método de presentación de persecuciones y batallas, añade un sistema de identificación de "tribus", "grupos deban/
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/
Atacan, de acuerdo con estos registros, en río del Norte, Indé, río Angosto, Parras Guapagua, Las Cruces, Los Palmitos, El Gallo, Las Bocas, Los Charcos Canatlan y otros puntos más. !bid., pp. 19, 21 , 24, 30, 77y112. ' ' !bid., pp . 76 -79. Anota ataques en Cuencamé, Mapimí, La Laguna, Indé, Parral El Gall o Parras y Las Bocas, ibid., pp. 12, 14, 22,' 24, 28, 29 y 79. ' ' !bid., pp. 22 y 25.
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Así, por ejemplo, en 16 5 5 se reportan ataques de tobosos en Las Cruces y Los Palmitos (p. 29), Parral (p. 136), San Felipe de T arahumaras, San Juan del Río y C anatlan (pp. 2 9 y 30 ). En 165 6 en Cerro Gordo, Cuencamé, Los Palmitos, Ocotlán, río Nazas, San Juan del Río, San Pablo de T epehuan es Y se les persigue nuevam ente en la sierra del Di ablo (p. 30). El mi sm o patrón se repite para 165 7: pp. 17, 30 y q 6. ,r Se les ve en Encinillas y Tabalaopa, ibid., pp. II y 44 , y para 1 6 58, p. 86. 12 !bid., pp . 40, 4 3, 44 y 72.
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Sa l va d o r
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das" y "bandas particulares", donde datos documentales y deducciones ligadas a ellos se encadenan en una secuencia demasiado compleja. Pero, lo que es más importante, no siempre son claros los criterios a los cuales recurre para seleccionar o eliminar datos. Un ejemplo de lo anterior lo tenemos en su análisis de los vínculos culturales que pudieron existir entre tobosos y cocoyomes. Al respecto nos dice que en 1748 un intérprete español intentaba interrogar en lengua cocoyome a un testigo sisimble y éste no logró comprenderlo; de ello concluye, aunque con reservas ciertamente, que la lengua tobosa y la lengua chisa, y por lo tanto la concha, eran distintas entre sí, pues ya antes había dejado establecido que, siempre de acuerdo con este tipo de encadenamiento de deducciones, los sisimbles eran una "banda" perteneciente a la "tribu" de los chisos, los cuales a su vez eran conchos, mientras que los cocoyomes eran una "banda" de origen toboso.33 Admitiendo lo vaga que resulta cualquier conjetura sobre las lenguas de este tipo de sociedades, simplemente consignemos que el propio autor presenta muchos otros ejemplos y testimonios que permitirían emparentar la lengua tobosa con la de los conchos y los chisos, ejemplos que sin embargo descarta sin demasiadas explicaciones.34 En realidad, lo que le da esa apariencia caótica y desordenada a estos trabajos es la ausencia de algún tipo de. tratamiento serial, e incluso cronológico de la información, así como la ausencia de criterios que permitan colocar mínimamente en su contexto los material~s empleados. Toda la información es tratada de la misma manera, venga de donde venga, lo mismo el sesudo y elegante reporte dirigido al virrey por algún gobernador o visitador, que una información de testigos o la carta anual de un jesuita: todos son "informantes" al mismo título, siempre Y cuando exista algún elemento "presencial" en sus afirmaciones. Pero, sobre todo, el problema es que nunca llega a profundizar en la situación de ninguna región ni de ninguno de los grupos indígenas en particular. Así, los tobosos que tan repentinamente "aparecen" en la escena hacia 1612 en la provincia de Santa BárbaraI súbitamente se borran de los registros, aparecen de pronto en una u otra región, sin más explicación que los avatares de la guerra y finalmente desaparecen hacia finales del siglo xvn o principios del XVIII, tan repentinamente como llegaron. LOS TOBOSOS Y LAS REDUCCIONES TEMPRANAS DEL RÍO CONCHOS
Más que el detalle de las identificaciones grupales o lingüísticas, lo que interesa aquí es acercarnos al tema de si es realmente posible hacer una lectura puramente etnohistórica de los datos histórico-documentales, Y 33
34
!bid., p. 135 . William Griffen, Culture Change ..., p. 4 1 Y p. 135 .
Tob os os
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c u e n ca
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en especial, los de las guerras con los indios. Numerosas preguntas surgen de la lectura de estos trabajos. ¿Por qué, por ejemplo, los tobosos "aparecen" y "desaparecen" con tanta facilidad de la escena? ¿Por qué, en lo más álgido de las guerras contra ellos, lejos de disminuir, parecen multiplicarse en número y extender su territorio? ¿Por qué, finalmente, desaparecen de la escena tan lejos de los lugares donde fueron encontrados originalmente por los españoles? Tan sólo pensemos en los más de 600 km que separan la cuenca del río Florido de Nuevo León. En realidad, un simple análisis de la información más pormenorizado permite despejar muchas de estas dudas. Por principio de cuentas habría que adelantar que no ·hubo tales "desapariciones": los tobosos siempre estuvieron allí. Por otro lado, tampoco extendieron su territorio. Lo que sí se transformó, en cambio, a lo largo del tiempo, fue su situación dentro del contexto de la sociedad española local, y cambió también el significado mismo del término toboso: no es lo mismo, en absoluto, el toboso de principios del siglo XVII que el de finales, cuando la palabra tenía ya una connotación muy distinta. Pero comencemos por el principio. La historia de los contactos entre los españoles Y los que después ellos mismos llamaron los tobosos no se inicia en 16n-1612, e incluso podría decirse que ni siquiera en 1582, sino mucho antes, a p~incipios de la sexta década del siglo xv1, cuando a partir de 1563 los colomzadores españoles por primera vez se asientan en el llam~do "va_lle de los conchos" estableciendo allí tres pequeños enclaves -la efimera villa nombrada La Victoria-y poco después, en 1567, los reales de S_a n Juan Y Santa Bárbara.3 5 Muy a pesar de que en algunas fuentes postenores los con~hos adquirirían fama de pacíficos y maleables, en realidad no hubo necesidad de esperar la irrupción de las bandas de "nómadas" indómitos provenientes de recónditos rincones del desierto para que la vio1 . / encia guerrera pasara a formar parte permanente de esas relaciones: eran los p~op~os vínculos que ligaban a indios y españoles los que la gestaban por s1 mismos Y de manera casi automática, inmediata. Pequeña Y todavía frágil demográficamente, desde los primeros tiempos los traslados de indios del centro del virreinato habían sido un auténtico sostén pa,ra ~l poblamiento en las más importantes fundaciones del norte; tal habia sido el caso en lugares como Durango Nombre de Dios Chiametla 36 y en · " va 11 e de los conchos". Sin ' embargo, eso no' , el . prop10 bastaba; otra practica legal, corriente y perfectamente sistematizada consistía en reducir, en repartimientos y encomiendas, a los indios de las zo15 .
36
Chanta! Cramaussel, La provin cia de Santa Bárbara en Nu eva v1zcaya · r5 63-1 631, c 1·u dad Juáre~, UACJ, Estudios Regionales 2, 1990, pp. 13. 20 . Salvador Alvarez, "Chiametla: una provincia olvidada del siglo xvi", Tra ce, núm. 22, diciembre de 1992, pp. 10-13 .
Salvad o r Álvar e z
nas aledañas a las nuevas fundaciones. Esto fue también lo que sucedió en este caso con los conchos de la provincia de Santa Bárbara, pero poco tiempo resistieron bajo semejante yugo. Para 1575, la villa de La Victoria había sido ya destruida y abandonada, y en el mismo trance se hallaban Santa Bárbara e Indé, debido a que los indios, según rezaba un documento de la época, "se rebelaron, huyeron a la sierra y mataron a españoles indios y ganado".3 7 Pero aun amenazados e incluso hostigados por los indios de guerra, poco a poco, durante el resto del siglo, estos primitivos asentamientos se fueron consolidando; aparecieron explotaciones de granos y ganado, e incluso minas. Durante la década de 1580, por ejemplo, se verificó incluso un efímero auge minero en Santa Bárbara. Pero la otra cara de la moneda era que con todo ello, zonas cada vez más amplias, en este caso, toda la cuenca del bajo río Conchos y su afluente el Florido, es. decir, la zona donde más tarde se hablaría con mayor frecuencia de los ataques e incursiones de los "tobosos", se convertía en coto privado para partidas de cazadores de esclavos que se internaban en ellas para trasladar gente de servicio hasta los establecimientos españoles.3 8 Más tarde, este caótico método de traslado forzado de mano de obra fue reemplazado por otras formas más estables y formalizadas, aunque igualmente violentas. En lugar de la venta de cautivos al mejor postor, la cual era ilegal en tiempos de paz y fomentaba que fueran extraídos de la provincia, se estableció un sistema de repartimientos y encomiendas del cual podían beneficiarse los vecinos de mayor mérito, sin necesidad de depender. de terceros.39 Una de las características más interesantes del sistema de encomienda y repartimiento de la Nueva Vizcaya fue que para su funcionamiento siempre dependió del traslado y reubicación de indios muchas 37
"Relación hecha por Juan de Miranda, clérigo, al Dr. Orozco, presidente de la Audiea: cia de Guadalajara sobre la tierra y población que hay desde las minas de San Martín a las de Santa Bárbara", en Joaquín Pacheco, Francisco de Cárdenas y Luis Torres de Mendoza, Colección de documentos in éditos relativos al descubrimiento, conquista Y organización de las antiguas posesiones españolas de· América y Oceanía, Madrid, 1864.
38
39
Chantal Cramaussel, La provincia ... , pp. 32~49 . De la misma autora Diego Pérez de_ Luián: las desventuras de un cazador de esclavos arrepentido, Ciudad Juárez, UACJ-Gobie~no del Estado de Chihuahua-Meridiano 107, Serie Chihuahua. Las Épocas y los Hombres, núm. 3, 1991. Igualmente, "Encomiendas, repartimientos y conquista en la Nueva Vizcaya", Historias 25 1 julio de 1992, pp. 73-92. Como bien nos lo explica Chantal Cramaussel en diversos trabajos, ambas instituciones -el repartimiento y la encomienda- existieron en realidad en la Nueva Vizcaya desde su fundación, aunque en un principio los tributos y servicios eran establecidos directamente por los gobernadores; sin embargo, a partir de 15 82 quedó establecido que los antiguos tributos que los indios pagaban, o debían pagar en especie, serían conmutados por tres semanas de servicios personales por año y por tributario, aunque a cambio de esa restricción se eximió igualmente a la provincia de pagar tributos a la corona. Chantal Cramaussel, Encomiendas ... , p. 73 .
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veces originarios de regiones muy alejadas. En épocas tempranas, era común que los españoles establecieran. sus haciendas y estancias cerca de las rancherías de los indios, a los que tomaban directamente en encomienda; sin embargo, ante la necesidad de incorporar indios de regiones cada vez más lejanas, se estableció un sistema mediante el cual la gente de servicio, tanto de repartimiento como de encomienda, debía ser sacada anualmente y por tandas de sus reducciones y rancherías, para después ser devueltos por medio de caciques nombrados por los propios españoles hasta sus lugares de origen. Si bien este sistema de traslado anual funcionó en muchos casos, también fue usual que se organizaran partidas de cautiverio para sacar indios gentiles de regiones circunvecinas, para asentarlos a todos juntos en reducciones, o bien para depositarlos directamente en las haciendas de españoles.4° El secreto del éxito o del fracaso de este sistema se cifraba entonces en la capacidad de los propios españoles para mantener "de paz" a los indios capturados. Los españoles crearon para ello, a lo largo del siglo xv1 1 varias reducciones de indios conchos en la región del río Florido; la primera, el llamado pueblo de Santa María, 41 y la segunda, con mucho la más durable e importante, apareció hacia 1574 cuando se fundó el convento franciscano de la villa de Santa Bárbara. La nuev~ reducción. no se asentó directamente en ese lugar, vacío por entonces, smo sobre el río San Bartolomé, que se estaba convirtiendo enlazona m~s P?blada de la región; allí fueron asentados, juntos, indios mexicanos e md10~ c~nchos. Después de varios abandonos y desplazamientos, el pueblo de ~n~i?s o reducción terminó, hacia r 590, por establecerse de manera defm1t1va a orillas del río San Bartolomé, en el punto donde más tarde se levantaría el poblado español del mismo nombre.4 2 · Cabe insistir a este respecto en que este tipo de reducciones albergab~~ no sólo a indios sin encomendero, sujetos a repartimiento, sino tambien a los de encomienda. De acuerdo con los títulos de encomienda que se otorgaban por entonces en la Nueva Vizcaya, los encomendados eran e~_tregados en depósito a sus encomenderos, quienes adquirían la obligac10n no sólo de instruirlos y catequizarlos, sino también de defenderlos, 40
41
42
!bid. Ver igualmente las instrucciones dictadas al respecto por Rodrigo de Vivero el 17 de junio de l6oo, en Silvia Zavala, El servicio personal de los indios en la Nueva España r6oo-r63 5, tomo v, primera parte, México, El Colegio de México-El Colegio Nacional, 1990, pp. 584-585 . ·Este pueblo fue fundado poco antes de 15 7 5 sobre el río San Bartolomé y tuvo una exis-
tencia efímera: Chanta! Cramaussel, "El pueblo de Santa María y el pleito sobre el agua de 1572 en San Bartolomé", Raíces 10, octubre-noviembre de 1990, pp. 8-12. Chanta! Cramaussel, "San Bartolomé colonial. Sistema de riego y espacio habitado", en Clara Bargellini, comp., Arte y sociedad en un pueblo colonial norteño: San Bartolomé, hoy Valle de Allende, Chihuahua, México , UNAM 1 Instituto de Investigaciones Estéticas,
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. . . . l d T. Ad ntro" 1 en Me Salvador Alvarez, "La hacienda-pres1d10 en el Cammo Rea e ierra e ..
marias del Primer Coloquio "El Camino Real de Tierra Adentro, Historia Y Cultura · 44
UACJ-INAH-National Park Service, en prensa. · Aunque desafortunadamente aún no ha sido posible localizar el original del título, contamos sin embargo con un traslado parcial del mismo, en Silvia Zavala, El servicio per~onal de los indios en la Nueva España r 600-r 63 5, El Colegio de México-El Colegio NaclO1·, 624 nal, tomo v, primera parte, México, 1990, pp. 590-.591. Este trasla d o se rea izo en 1 , · · · de esta encomien · da so ¡·1c1.ta · da ese mis · mo año , ante con motivo de una reas1gnac10n .. el entonces gobernador Mateo de Vesga, por parte de Juan de Salís, quien había ~dqm~ido una serie de estancias de labor en el valle de San Bartolomé, con las cuales se mclma el servicio de los indios tobosos de encomienda.
1998 .
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a cambio, desde luego, de sus servicios personales y de guerra. Este último aspecto, el de la obligación del encomendero de mantener armas y caballos para la guerra, y hacer uso de sus encomendados y gente de servicio en general, para situaciones de guerra, no era un · mero recurso retórico o un arcaísmo derivado de la reconquista, sino un hecho real, una necesidad de la que no podían eximirse los españoles. Puede decirse incluso que, vista en perspectiva, la participación de hacendados y encomenderos y el uso constante de auxiliares indios armados provenientes de reducciones y haciendas en la defensa del territorio, la vigilancia de caminos, e incluso en el castigo y persecución de los indios de guerra, tuvo un peso específico mucho mayor que el de los propios presidios. 43 No existía pues ningún impedimento formal, antes al contrari~, para que_los indios pasaran a vivir con su encomendero, o de preferencia~ en esa e_p~ca, en las reducciones, donde podían disponer de lo necesar10 para vivir cultivando ellos mismos sus parcelas, ya que las haciendas eran todavía pequeñas, con pocas tierras labrantías y muy dispersas. De ese mod_o también, la tarea de vigilarlos y controlarlos se compartía entre los vecinos y los frailes franciscanos. Un excelente ejemplo de lo anterior es justamente el de los to~osos, quienes fueron originalmente uno de los muchos grupos de encomienda · l , El pnmer · , 1o de asentados a principios del siglo xvn en San Barto-orne. titu_ encomienda de indios tobosos de que tenemos registro fue el extendido a 44 Tomás del Río por Juan de Gordejuela Ibargüen, el 26 de julio de 1600. Por la fecha en que se expidió el documento nos aporta informaciones sumamente interesantes acerca de las condiciones bajo las cuales los llamados indios tobosos fueron incorporados a la vida neovizcaína. Recalquemos, por principio de cuentas, que se trata del primer _te~to colonial hasta ahora rescatado, donde se hace referencia concreta a mdios tobosos, en fecha posterior al escueto relato de Antonio de Espejo. De acuer~o con el título de la encomienda, los indios de esta "nación tobosa" habitaban en un conjunto de rancherías que se hallaban "delante de donde llaman Las Salinas", donde colindaban por un lado con gente de "nación con-
Salvador
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Tobosos
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cha" y por la otra con los de "nación tepehuana"; añade el documento que los tobosos nunca antes habían sido encomendados, por lo que no había impedimento en depositarlos. No era extraño en la época que indios que habitaban cerca de una salina, en este caso las llamadas Salinas de Santa Bárbara, fueran entregados en encomienda a mineros. Tomás del Río se contaba, en efecto, entre los principales mineros y hacendados de Todos Santos, real de minas que por esa época había reemplazado a Santa Bárbara como el más importante de la provincia. Era hijo de Tomás Rodríguez del Río, quien fue "primer poblador" en Durango, y él mismo fue "primer poblador" de la villa y real de Santa Bárbara, donde había sido minero; poco después se trasladó a Todos Santos donde vivía al momento de recibir la encomienda. Se sabe también que' Tomás del Río, además de minero, era estanciero; trocó su hacienda en Durango por otra en la provincia de Santa Bárbara, propiedad de Lorenzo de Vera, la cual se convirtió en una de las más importantes de la zona. Se cultivaban allí el trigo Y el maíz, Y se sabe también que abastecía a los reales de Santa Bárbara y Todos Santos con productos diversos, 45 entre ellos muy seguramente la sal: de allí que obtuviera indios de la zona de las salinas en encomienda. Durante esos primeros años del siglo XVII, la región del valle de San Bartolomé había experimentado un notable crecimiento• nuevas estancias Y haciendas fueron apareciendo a lo largo de las riber~s del río y nuevos indios también, como fue el caso de los tobosos iban siendo asentados _allí. Una muestra de ese crecimiento la tenem~s en la importancia que fue cobrando también la primitiva reducción de San Bartolomé. En pocos años el asentamiento se consolidó; además de una pequeña capilla, ~e ~onstruyó también una acequia y se abrieron parcelas de riego para los i~dws, los ~uales subsistían de sus propios productos, al tiempo que asistlan a traba1ar en las haciendas de los españoles.46 Como corolario de todo ello, en r 6o4 la primitiva reducción de San Bartolomé dejó de ser una simple visita ~el convento de Santa Bárbara, para reemplazarlo en ese c~rgo. Se le asignaron dos frailes permanentes encargados de administrar directamente a los indios, e igualmente se abrió una nueva reducción de indios como visita de aquella, nombrada San Buenaventura de Atotonil47 E . 1 co. se mismo año, os encargados del nuevo convento de San Bartola45 6 4
Chanta! Cramaussel, La Provin cia.... p. 6 2 . Chanta! Cramausse l, Sis tem a de riego ... .p De acu erdo con fu entes franci scanas la fundac 1·o· n de este n · d'10s se re_ , uevo puebl o de m m onta a los anos de 1601- 160 3, ba¡·o el nombre de Santa M ana - d e A totom·¡co• sm · em bargo, no h em os encontrado ninguna otra referencia a un poblado de ese nombre en la regi ón: "In fo rma ción de los conventos, doctrinas y conversi ones que se han fundado en la prnvmcia d_e Zacatecas, año de 1602 ", Colección de docum entos para la historia de Sa n Luis Potosi. publicada por Primo Feliciano Velázquez, San Luis Potosí, Archivo Hi stórico del Estado de San Luis Potosí, 189 7-1 8 98, t. 1, p. 153 . Sin embargo, dadas las discre-
318
Sa l va d o r Á l va r ez
mé informaban al virrey acerca de la apertura de la citada reducción, solicitándole un estipendio especial para su sostenimiento. La respuesta del marqués de Montesclaros llegó por medio de un mandamiento del 7 de julio de I 604, donde se ordenaba al gobernador de la provincia que se les entregaran bueyes y aperos de labranza a los indios de Atotonilco, lo cual nos habla de que se trató de una fundación que albergaba un número considerable de indios. Éstos quedaron así bajo la tutela de los franciscanos, y del que era por entonces "protector de los indios conchos y de los conventos franciscanos" , el capitán Diego de Morales, así como de varios caciques indios, los cuales recibieron incluso cargos de justicia. El principal de ellos era don Cristóbal, quien recibió el título de "gobernador de los indios conchos"; con él estaba otro de nombre Francisco de Alanzuaco, quien fue nombrado "alcalde de los indios conchos de Atotonilco"; otro, de nombre Esteban, recibió el título de "alcalde indio"; Bautista, el de alguacil indio, y había igualmente otros tres "caciques indios": el primero don Andrés, el segundo Maopa y el tercero, uno llamado Juan Díaz Cape. 48 Aunque en diversos documentos posteriores se indica que Atotonilco fue fundado con el propósito expreso de servir como reducción de indios tobosos, como puede verse claramente en el documento anterior San Buenaventura de Atotonilco se fundó originalmente para albergar a indios conchos, sin que se hiciera ninguna referencia explícita a los tobosos. De cualquier modo, en efecto, hubo tobosos en Atotonilco prácticamente desde su fundación. En r 604, por ejemplo, Atotonilco aparece como "pueblo de indios" en el censo de la provincia mandado a hacer por el gobernador Urdiñola y se consigna también que había y.a tres vecinos españoles: Tomás Rodríguez del Río, hijo de Tomás Rodríguez, primer encomendero de los tobosos y dueño de la única estancia de labor en los alrededores de Atotonilco, y otros dos que vivían bajo su amparo: Juan Ruiz de Cabrera y Francisco de Olivia.49 Se sabe que para esas fechas Tomás del Río había muerto flechado por los indios (no se indica cuáles) y que su hijo, el citado Tomás Rodríguez del Río, había comprado la estancia de Atotonilco en 1602 J so donde se instaló con sus encomendados. Este antecedente sirvió, • sin duda, para que más tarde los tobosos fueran concentrados en ese lugar. pancias en el nombre, existe la posibilidad de que se trate de una confusión entre San Buenaventura de Atotonilco y el ya para entonces desaparecido pu_eblo de Santa María, o bien de que en un principio se haya pensado en Atotonilco par.a reemplazar a aquél. Ver igualmente Chanta! Cramaussel, Sistem a de riego .. . 4 8 AGI, Contaduría 92 5, Cuentas de la Real Caja de Durango 1604 -1605 . 49 AGI Guadala1·ara 2 8 Censo de la Provincia de la Nueva Vizcaya por el gobernador Fran' , cisco de Urdiñola, minuta de Santa Bárbara . so Guillermo Porras Muñoz, "Datos sobre la fundación de Ciudad Jiménez", Boletín de la Sociedad Chihuahuense de Estudios Históricos, t . 4, núm. 1, 194 6.
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De acuerdo con lo visto hasta el momento, los primeros contactos directos entre tobosos y españoles se desenvolvieron de manera muy semejante a lo que ocurrió con la mayor parte de los indios de la Nueva Vizcaya y del norte en general. Cabría pregunta.Fse ahora si realmente es posible averiguar, a través de las fuentes, qué tipo de vida llevaban estos primeros tobosos antes de acercarse al yugo colonial, y si eran distintos en algo de los llamados "indios sedentarios" del septentrión, como los tepehuanes, los tarahumaras y los propios conchos. Lo primero que hay que decir es que ni en estas ni en otras fuentes posteriores se caracteriza de manera especial a los tobosos. Sus primeros encuentros con los españoles, por ejemplo, no dieron pie a más violencia que la normal en ese momento en todo el Norte. Entre 1600 y 1604, en realidad toda la cuenca del Conchos se hallaba convertida en territorio de guerra, y numerosos indios fueron desplazados de sus lugares de origen al cabo de largas e intensas campañas de pacificación.S 1 Éstas culminaron con la fundación de otra reducción más, dependiente del convento de San Bartolomé, llamada inicialmente San Francisco de Comayaos y más tarde San Francisco de Conchos. Era la tercera reducción de indios conchos que se fundaba en la provincia, esta vez en una zona todavía muy poco poblada de españoles, pero donde, de acuerdo con los fundadores de la nueva misión, los indios eran numerosos; fray Alonso de la Oliva reportaba en 1604 que había alrededor de 4 ooo posibles neófitos allí.52 Es probable que esos cálculos no estuvieran del todo equivocados, en vista de que durante los años subsecuentes las reducciones de los conchos siguieron prosperando; así, en 1610 San Francisco fue ascendida a la categoría de convento independiente, con dos religiosos 53 y en 16u y 1612 nuevamente se repartieron bueyes, abejas Y aperos de labranza para las reducciones de conchos, incluyendo la de Atotonilco, donados por los labradores de San Bartolomé.54 Este periodo de relativa estabilidad fue r:oto por el gran levantamiento de los tepehuanes de 1616-1618. Aunque en un principio los conchos se habían mantenido al margen del conflicto, participando únicamente como auxiliares de los españoles, en 1617 los tobosos de Atotonilco desertaron de su misión y se lanzaron a la guerra. En realidad, sería difícil saber si la escapatoria de los tobosos tuvo alguna relación directa con las guerras tepehuanas de esos años, pero lo que sí es seguro es que los espa1
"Probanza de Miguel de Barraza residente en las Indias de Nueva España en la Villa de Durango de los servicios hechos a SM en los reynos de Vizcaya y Galicia", i6i8, en Charles W. Hackett, Historical Documents Relating to New Mexico , Nueva Vizcaya, and Ap· proaches there to 1773 , Washington, Camegie Institution, 1923-193 7 , vol. 2 , p. 96. ;, Wigberto Jiménez Moreno, Estudios de historia colonial. México, INAH, 1958, pp. 146;
147 . B AGI, Contaduría 925, Cuentas de la Real Ca;a de Durango, 1610-1611. 4 AGI, Contaduría 925, Cuentas de la Real Ca;a de Durango, 1612 - 1613.
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ñoles así lo temieron, de allí que reaccionaran como si fuera así. Se organizó entonces una expedición punitiva contra ellos al mando del capitán Pedro de Mosquera, la cual se dirigió hacia el oriente del río Conchos, hacia unas salinas denominadas Del Machete, donde se hallaban refugiados los fugitivos, e hizo gran cantidad de cautivos de guerra, los cuales fueron vendidos como esclavos en diferentes puntos de la Nueva Vizcaya. En uno de los pasajes del reporte consecutivo a esta expedición punitiva, encontramos un elemento sumamente interesante acerca de cómo consideraban, o mejor dicho, de cómo los españoles clasificaban en ese tiempo a los tobosos: "El capitán Mosquera ha tenido [entradas] contra los indios que llaman salineros y contra otras dos naciones, conchos tobosos y ñoñoques, ha hecho dos buenas presas en ellos".55 Como puede verse por la cita anterior, tobosos y conchos eran vistos como parte de una misma "nación" .s 6 Los tobosos huidos de Atotonilco fueron reubicados allí, junto con otros llamados acoclames, nonojes y xipocales, y algo semejante sucedió con los fugitivos de las reducciones de San Bartolomé y San Francisco de Conchos. A partir de esa época la situación interna de las reducciones del río Conchos tendió de alguna manera a degradarse. Las escapatorias masivas de haciendas y reducciones se hicieron más frecuentes que antaño y no fueron pocos los caciques y principales indios que pagaron con su vida su colaboración en las sacas de indios para los repartimientos y encomiendas. Bien vale la pena seguir un poco más de cerca algunos aspectos de este proceso. Un buen marco de referencia lo podemos encontrar en las rebeliones de 1621 y 1624. La primera estalló en las reducciones jesuitas (o pueblos de misión, como se prefiera) de San Pablo de Tepehuanes y San Ignacio, ambas ocupadas por conchos, tepehuanes y tarahumaras, quienes huyeron juntos y atacaron diversas estancias de la provincia de Santa Bárbara.57 La reacción no se hizo esperar y los estancieros de la provincia, comandados por uno de ellos, el capitán Francisco Montaño de la Cueva, salieron en busca de los alzados, acompañados por un contingente de auxiliares de San Francisco de Conchos y en poco tiempo dieron cuenta de los alzados. Más interesante que la rebelión misma resulta ser el proceso de pacificación que le siguió. Todavía el temor de un nuevo· alzamiento general, semejante al ocurrido en 1616 1 se hallaba fresco en la memoria, y ;; "Relación breve y sucinta de los sucesos que ha tenido la guerra de los Tepdmanes desde el 1 5 de noviembre de 1616 hasta el 16 de mayo de 1618 ", en C. W. Hackett, f.lJstoricai Documents ... , vol. 2, p. 110; el énfasis es nuestro. ;6 Acerca del uso del término nación referido a los indios del septentrión novohispano, véase Chanta! Cramaussel, "De cómo los españoles ... ". 57 La rebelión y el proceso de pacificación que le siguió se hallan consignados en "Papeles del almirante Mateo de Vesga 14 dic. de 1620 a 19 mayo 1622", pp. 118-136, en C. W. Hackett, Historical Documents ... vol. 2, p. 122.
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dado que en esta asonada habían participado tepehuanes, que eran considerados la máxima amenaza en ese tiempo, el gobernador Mateo de Vesga decidió convocar a sus mejores capitanes y distribuirlos por los cuatro rincones de la provincia y hacer él mismo un recorrido por las principales reducciones de la Nueva Vizcaya para confirmar con sus caciques las paces pactadas unos años atrás.5 8 El gobernador visitó de preferencia las reduccion~s tepehuanas,59 aunque también se ocupó de los conchos, y en particular de los tobosos de Atotonilco, quienes por medio de fray Alonso de la Oliva y en nombre de sus caciques don Jacobo, don Jusepe Y don Cristóbal, dieron la paz, sin gran problema, prometiendo II que habían de bajar a la siega del Valle de San Bartolomé" junto con los "nonojes, xipocales y achaclames" .60 Pero eso no fue todo: aprovechando la movilización general que se había provocado por el temor a los tepehuanes, el gobernador ordenó asentar de paz, por la fuerza desde luego, a otros dos grupos recalcitrantes que, aunque ajenos a la rebelión de San Pablo Y San Ignacio, se h_a llaban también en guerra y huidos de sus respectivos pueblos; ellos eran, por un lado, una partida de tepehuanes de la villa de Durango y, por el otro, los conchos que habitaban río abajo de la misión de San Francisco de Conchos. En el caso de los primeros, se trataba de antiguos rebeldes que simpl~mente habían permanecido alejados de los españoles desde la rebelión de .I 6 I 6- I 6 I 8 y que fueron reducidos fácilmente I• en el de los conchos, en cambio, existían razones mucho más específicas. Unos meses atrás, al tiempo q1:1e estallaba la rebelión en San Pablo y San Ignacio, la justicia de San Bartolomé había enviado a don Alonso, un indio que portaba el pomPC?SO título de "cacique de la nación concha", tierra adentro a llamar a los indios conchos para que fuesen a trabajar las la. bares Y haciendas del dicho Valle como lo acostu111bran cada año y que habiendo llamado y juntado algunos indios y queriendo volverse al dicho valle los que así había juntado se alzaron, rebelaron y flecharon e hirieron al dicho don Alonso cacique. 6 1
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En el documento se asi_enta que, terminada la campaña contra los indios de San Pablo y San Ignacio, el gobernador Mateo de Vesga "vino visitando [...] los pueblos y rancherías de indios tepehuanes que estaban de paz en la gobernación y con ellos confirmó las paces que tenían asentadas ", "Papeles del almirante Mateo de Vesga", en C. W. Hackett, Historical Docum ents ... , vol. 2, p. 124. Visitó El Zape, Santa Catalina, Papasquiaro, Capinamaíz, Milpillas, Guarizamé, San Francisco del Mezquital, San Francisco de Ocotán, San Simón, Mapimí y otros m ás: ibid. !bid. , p. 124. !bid. , p. 130.
Sal va dor
Al v ar e z
Los estancieros del valle de San Bartolomé volvieron a tomar las armas, y comandados por otro de ellos, el capitán Cristóbal Sánchez, se dirigieron en contra de los conchos alzados, quienes se ·habían refugiado río abajo. Los rebeldes fueron cercados y reducidos y varios de los cautivos enviados a Durango, donde el gobernador los condenó a ser vendidos como esclavos en pública almoneda. Este castigo ejemplar, sólo aplicado a los indios "apóstatas" y considerados enemigos jurados de la corona, nos muestra que los conchos no eran vistos como gente especialmente dócil y poco beligerante. Los tobosos, mientras tanto, permanecían tranquilos en su reducción de Atotonilco, al parecer ajenos a aquellos acontecimientos. Dos años después, en 1624, la situación dio un vuelco y tocó esta vez a los tobosos el papel protagónico en un episodio muy semejante al anterior. Esta vez fue el cacique don Jacobo el encargado de mandar llamar a un grupo de tobosos de las salinas, para que se asentaran de paz y participaran en las cosechas del valle de San Bartolomé. 62 Aunque.el cacique no murió en el trance, los convocados se negaron a "bajar de paz" y más tarde, en las informaciones de testigos, confesarían que ellos habían permanecido alzados "desde hacía más de veinte años", "sin tener ni haber dado obediencia a su magestad, retirados en los campos y sin doctrina", cometiendo robos y ataques a las estancias de los españoles y acompañados de algunos indios llamados "salineros", probablemente tepehuanes. En vista de la negativa a reducirse, otra vez los estancieros de San Bartolomé se organizaron para salir en busca de los rebel~es, siempre bajo el mando del capitán Cristóbal Sánchez, y una vez más los cercaron y los redujeron, hiriendo a algunos y tomando cautivos a otros. 6 3 También en este caso los derrotados hicieron las paces con el gobernador, quien, por tratarse de un grupo bastante numeroso, los hizo poblar en un puesto nombrado San Felipe de Río Florido, ubicado a seis leguas de Atotonilco, y el cual quedaría a cargo de fray Lázaro de Espinoza, superior del convento de San Bartolomé. 6 4 Como hemos podido ver, todavía en esta época,· a pesar de las escapatorias y escaramuzas, los tobosos no se distinguen del resto de sus congéneres, cuando menos en cuanto a algún supuesto carácter especialmente guerrero o huidizo. Es evidente, por ejemplo, cuando en el documento de r 624 los tobosos que iban a ser reducidos en San Felipe de Río Florido afirmaban haber permanecido desde hacía dos décadas alejados de los españoles y "sin doctrina", que ello se refería a ese grupo en J'larticular y no a que todos los tobosos hubiesen permanecido siempre irreductibles, por 62
"Papeles del Almirante Mateo de Vesga", én C. W. Hackett, His iorical Docum ents ... . v. 2,
6
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14 0 .
Idem . Idem .
T o b osos
e n l a c u e n ca
d e l r ia
C o n c h os
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completo refractarios a su incorporación a la sociedad española y en estado de guerra permanente: hemos visto que no fue así. Había, en cambio, otros grupos en esa época que eran considerados como mucho m ás peligrosos y terribles que los tobosos, en particular los civilizados y sedentarios tepehuanes, o bien los xiximes y los acaxees, y hasta los casi mesoamericanos indios de la provincia de Chiametla, eran más temidos que ellos. 65 Notemos simplemente que, hasta la década de 1620I sólo dos grandes grupos aparecen con sus nombres de manera sistemática en las reducciones del río Conchos: los propios conchos y los tobosos, o conchos-tobosos, como se les lla·m aba también en ocasiones. Fuera de estos dos, sólo de manera ocasional aparecen indios de otras "naciones" como asentados allí; recordemos, por ejemplo, a los nonojes, acoclames y xipocales, que aparecen después de las guerras de 1618, de los cuales lo único que se sabe es que los españoles decían que eran "sujetos" de los tobosos. Difícilmente, sin embargo, pueden encontrarse en la documentación elementos que permitan diferenciar claramente entre estos dos grandes grupos: conchos y tobosos. Desconocemos por desgracia el origen geográfico preciso de las encomiendas de tobosos y de los tobosos reducidos en Atotonilco• sólo se consigna en la documentación de manera incidental que se tra;aba de gente "de las sal_inas_", sin más precisión al respecto. Fuera de esta vaga alusión a su provemencia, tema que abordaremos más adelante, y del hecho de que portaban un apelativo distinto, muy poco distingue a los tobosos de los conchos de paz en la reducción de Atotonilco. La década de 1620 fue una época de expa_n sión para el sistema misional en la provincia; por todas partes en las reg10nes circunvecinas se creaban nuevos enclaves españoles y reducciones de indios, 66 y en Atotonilco igualmente se abrieron varias estancias Y haciendas de granos y ganado en sus inmediaciones detentadas en particular por antiguos mineros del real de Todos Santos1 cual había prácticament~ desaparecido y todo indica que cuando menos algunos tobosos de Atotomlco pasaron a trabajar en ellas como encomendados. 67 Igno-
:1
65
Para un relato de .la rebelión tepehuana de 1616 - i6i 8, ve' ase G u1·¡¡ ermo p arras M unoz, L . a frontera con los rnd10s de la Nu eva Vizca ya en el s ·glo xv M · F c ¡ 1 11, · ex1co, om ento u tura ¡ Banam ex, 19 80, pp. 141-1 64; acerca de la provincia de Chiametla Salvador Álvarez 1 1 Chiam etla, un a provincia olvidada ... , en especial pp. 9_IO y 18 _22 _ 66 En 1624, por ejemplo, al mismo tiempo que en la parte oriental de la provincia se estaba creando la reducción de San Felipe de Río Florido, m ás al sur se abría la de Santa María de Cerro Gordo, con tepehuanes, y en el occidente surgían las mi siones de San Miguel de las Bocas (en el propio río Florido), San Ignacio de Tarahumaras y Santa Cruz de Tepehuanes: Chantal Cramaussel, La provincia ... , pp. 51-6o. 67 Adem ás de la ya citada encomienda de Tomás del Río, conoce el caso de la de Bartolomé D elgado, quien pasó a ser encomendero de tobosos : Chantal Cramaussel, Sistema de riego ...
Sa l vado r Á l va r ez
ramos si durante ese periodo en particular los toboso·s estaban siendo utilizados también para explotar las salinas de las llanuras orientales de la provincia, o si se estaban practicando nuevas capturas o pacificaciones de tobosos y demás indios para colocarlos en reducciones y haciendas, o si simplemente todo se debió a los rigores del trabajo en ellas, pero el caso es que, en 162 7, nuevamente los indios de Atotonilco abandonaron su reducción y, al igual que tres años atrás, se organizó una entrada contra ellos y fueron reducidos. Lo curioso de este episodio es que esta vez el encargado de llamarlos de paz fue el indio Alonso, quien ostentaba ei título de "capitán de los indios conchos de la parcialidad de Atotonilco", 68 lo cual muestra que seguía siendo considerada como reducción de conchos y de tobosos . 6 9 La nueva escapatoria y reducción resultó ser un episodio pasajero y durante los años siguientes los indios de Atotonilco incluso incrementaron su número: en 1630, el poblado había alcanzado ya los 200 ve~inos indios.?º Incluso en ese periodo se les llegaron a confiar a los tobosos labores de guerra; en 1632, por ejemplo, salieron bajo el mando sus principales, Alfonso y Álvaro (de los cuales no se sabe si eran tobosos o conchos), como auxiliares de guerra en contra de los indios llamados '.'macames" (o conchos "masames", nombre de una encomienda de conchos del valle de San Bartolomé), de quienes se decía eran "vecinos" de los propios tobosos.71 La apertura de las minas de Parral y las nuevas presiones que ello trajo aparejado para las sociedades indígenas locales n_o parecieron cambiar demasiado esta situación, al menos en el corto plazo .. En 1635, por ejemplo, nuevamente los tarahumaras y tepehuanes de San Pablo, San Ignacio, Las Bocas y demás misiones se alzaron y f_ueron derrotados, pero los tobosos permanecieron tranquilos. Tan tranquilos parecían los tobosos en esa época que, en 1632, el gobernador Gonzalo Gómez de Cervantes, ante la falta de sal que se vivía en el recién fundado y floreciente real del Parral, informaba que había salinas situadas a nueve días de ~amino de Parral, en términos de los territorios de "los indios tobosos que han venido de paz", por lo que hizo llamar a sus principales y caciques, don Jacobo, don Pablo y don Agustín, así como a Chaome, cacique de los nonojes, y a Mazate, que lo era de los "ococlames", para pactar un asiento sobre la explotación de esas salinas. Los caciques escucharon el auto del gobernador al respecto, y aceptaron gustosos su contenido, prometiendo
68 AGI, 69
7°
11
Contaduría 925 1 Cuentas de la Real Caja de Durango. Ese mismo año fue nombrado el indio Mateo de Atotonilco, capitán de la nación concha: ibid. Guillermo Porras Muñoz, El nuevo descubrimiento de San fos é del Parral, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1988 1 pp. 33-37. AGI, Contaduría 926 1 Cuentas de la Real Caja de Durango, 1632-16 34.
T o bo so s e n l a c u enca
de l
rio
C onc ho s
que gustando su señoría ellos acudirían a su ti empo y con su ge nte a cogerla y amontonarla y que podrán entrar con toda seguridad carros y rec uas a cargar y al tiempo de la cosecha se les ll eve bastimento para que coman y se les pague su trabajo, porque con puntualidad acudirán cada año a servir a su magestad en esto .. . Y los dichos caciques aceptaron el dicho asiento y prom etieron de cumplir lo qu e tienen ofrecido con lo cual se despidi eron de su señoría del dicho señor gobernador.7 2
Por el momento, el carácter relativamente pacífico y cooperador de los tobosos no parecía despertar demasiadas dudas entre los españoles. Al despedirse, los caciques entregaron incluso varias cabelleras de indios rebeldes que se hallaban quizá en sus tierras. De toda evidencia, la situación no era. del todo pacífica, pero tampoco puede decirse que de urgencia extrema. Habría que esperar todavía varias décadas para que esta situación comenzara a cambiar de rumbo y para que comenzara a aparecer otro tipo de toboso, que no es necesariamente el mismo que hemos descrito hasta ahora, y que denominaremos, a falta de otro término mejor, el toboso de guerra. LOS AGRICULTORES DE PAZ
Valdría la pena hacer un alto en el camino para ver si a partir de la documentación existente acerca de estas primeras décadas de contactos es posible identificar de qué tipo de sociedad provenían estos tobosos. Si nos limitáramos tan sólo a lo que podríamos llamar fuentes de "primera mano", esto es relatos de época, y de preferencia presenciales, lo primero que vemos en ellos es que sólo disponemos unas pocas, breves y escuetas descripciones de la región de los _tobosos y que son básicamente las mismas que tocan a los conchos. Sin embargo, el punto más importante no se encuentra allí, sino en cómo esos textos han sido construidos. Sin querer entrar en demasiadas honduras a este respecto/3 citemos simplemente como ejemplo la célebre descripción de Juan de Miranda de 15 7 5, uno de las primeros textos de primera mano que se refieren al río Conchos. En ella se dice: llámanle el río de las conchas y a ésta causa, llaman a los indios que en él hay, de las conchas; hay grandísima cantidad de indios a los cuales por no haAsi ento con los tobosos sobre unas salinas, en Guillermo Porras Muñoz El nuevo descubrimiento ... , p. 226, apéndice 3. ' 7 3 Para una profunda discusi ón ~cerca de la construcción de los textos sobre los indios en el periodo colonial, véase Guy Rozat, Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la conquista de México, México, Tava Editorial, 1993. Del mismo autor, sobre los textos jesuitas n orteñ os, Apaches Y jesuitas: cuentos y recuentos, México, Universidad Iberoam erican a, en prensa. 72
Sa lv ador
Álvarez
ber habido nahuatatos que les entiendan no se les ha podido hablar y llamar de paz. Hasta ahora pocos días ha que se tuvo ser de la lengua de los indios del pueblo de San Miguel, y dicen los indios de este pueblo haber salido y procedido de aquella provincia; entiende se vendrán todos de paz con facilidad por las lenguas y hay tanta cantidad de gente que según dice el nahuatato, habrá tantos como en Tlaxcala, e dan por noticia estar no muy lejos de la mar; es gente inhábil y desabida, porque no tienen sementeras de maíz ni otras semillas y se sustentan con muy viles y bajos mantenimientos.74
Ya tan sólo en esta corta cita encontramos elementos que serían difíciles de integrar a un reporte etnográfico o etnohistórico. Por ejemplo, la afirmación de que los indios al norte del Nazas eran "numerosos", puede resultar aceptable, en la medida en que otros muchos documentos y los prnpios acontecimientos así lo confirman. Pero si bien, por la misma razón, la frase de que eran "tantos como en Tlaxcala" podría tomarse como un simple recurso de lenguaje, en realidad allí el asunto ya no es tan sencillo. No podemos dejar de lado que, unas líneas antes, el franciscano dice haber tenido noticias, supuestamente por medio de un nahuatlato, de que estos mismos indios "dicen haber venido y procedido" de la provincia de San Miguel, esto es, de San Miguel de Culiacán, añadiendo que su lengua era la misma que se hablaba en aquel lugar. Si realmente le quisiéramos atribuir la categoría de "informante" a Juan de Miranda, lo menos que se podría decir es que resulta un testimonio bastante curioso desde el punto de vista etnográfico y filológico. Pero en realidad tampoco éste es el asunto; no olvidemos que hacia la década de 1570 todavía se hablaba con frecuencia de Culiacán como el posible lugar de origen de los aztecas, por lo que no es de extrañar que el franciscano identifique la procedencia de los indios de lo que era el norte ignoto de ese tiempo con Culiacán, obviamente no a partir de lo que los indios "le dijeron", sino de su propio saber. La alusión a que había tantos indios "como en Tlaxcala" bien puede colocarse en el mismo registro: tan sólo ocho años después, Antonio de Espejo saldría en busca de un ignoto y riquísimo reino septentrional, al cual bautizó justamente como la Nueva Tlaxcala. Juan de Miranda, igualmente, no hace sino poner su grano de arena en la cuestión del tamaño del continente hacia el norte, cuando de su propio peculio, o por medio de un "nahuatlato", hace decir a estos indios que sus tierras se encontraban "no muy lejos de la mar": como sabemos, lo estaban, y mucho. Ante todo esto, resulta difícil darle su lugar a la afirmación de Miranda acerca de que los indios de esa región erari gente tan "inhabil y desabida" que ignoraba el uso de cualquier semilla, en especial sabiendo que Miranda nunca recorrió esos territorios. 74
Relación hecha por Juan de Miranda, en Joaquín Pacheco, Francisco de Cárdenas y Luis Torres de Mendoza 1 Coleccion de documentos ... , vol. 16, p. 569.
Tobosos
e n la
c u e nca
del
río
Conchos
Contrastemos entonces el relato de Miranda con otro, proveniente de una de las primeras expediciones que remontaron el río Conchos la de Antonio de Espejo, en 1583, quien describió de la siguiente maner~ a sus habitantes: hallamos que se sustentan de conejos, liebres y venados, que cazan y hay en mucha cantidad Y de algunas sementeras de maíz y calabazas y m elones de Ca st illa Y sandías, que son como melones de invierno que siembran labran y cultivan; Y de pescado y de mascales que son pencas de lechuguilla.75
Como puede verse, existe una gran diferencia entre la opinión de Espejo Y la de Juan de Miranda. En realidad ya otros autores anteriormente han comentado e~te punto en particular, remarcando el relativo valor que con frecuencia hay que otorgar a este tipo de relaciones. Miguel Othón de Mendizábal, por ejemplo, recordaba que mientras en la relación de Pe?ro de Bu_stamente . y Hernando Gallegos, soldados de Chamuscado, qme~es habla~ recorndo el mismo territorio tan sólo un año antes que Espe¡o, se decla que los habitantes del Conchos eran "chichimecas desnud~s, que _se mantienen de raíces y otras yerbas del campo". A un año de difere_nc~a, nos dice Mendizábal, otra expedición da una versión por entero d1stmta de la m · •, b isma cuest10n Y argumenta que probablemente ahm as descripciones fueran correctas en lo fundamental salvo por el hee O de º ' _ que , quizás , uno s Y otros h u b1eran pasado en épocas diferentes d e1 ano y prese e· d d ' · • . . n la o 1stmtas act1v1dades estacionales: recolecta de f . Arutos silvestres por u n 1a d 0 , cm•da d o d e cultivos y pesca, por el otro.76 ?ºternos al respecto, que la descripción de los conchos que dejó Diego P erez de Lu1·án a O d . . , , , e mpanante e EspeJo, deJa pensar que Mendizábal tema razon Segu' n t · · es e experimentado cazador de esclavos bien acostumb ra do a esos para¡·es 1 · d · d , . ' . , os m 10s e por alh practicaban la pesca y la caza a1 tiempo q 1 · b ' , . ue cu tiva an maíz, calabazas y melones e incluso añade que esto ultimo lo ha , . ' . Clan en terrazas aleJadas del río, por temor a las inundac10nes. Vale la pena dest b., , . . acar tam 1en que Perez de Luján quien tenía entre sus mdrns de ser · · ' , v1c10 ese1avos capturados en esa región comentab ª que solo dos lenguas se h bl b ' a a an a 1o 1argo de la cuenca del río: la concha 1 desde 1 · · d . d ª provmcla e Santa Bárbara, hasta cerca de la confluencia e1 Conchos con el Brav 1 'l ll , , o, Y a que e amo patarabuey en la junta de esos d os nos· un testimo · ¡· • • ' · mo va 10so, vm1endo de un buen conocedor del terreno. 75 76
Relación de Antonio de Es · J , d M d pe¡o, en oaqum Pacheco, Francisco de Cárdenas y Luis Torres e_ en oza'. Coleccion de documentos ... , vol. 15, p . 124. Miguel Othon de Mendizáb 1 ¡ fl . Th C . ª' n uencw de la sal... , p. 107. Ver igualmente Ralph L. Bea1s, e omparat1ve Ethnology .. ., p. 99 _
Salvador
Álvarez
No hay mucho más que decir respecto de lo arriba señalado. Los textos del siglo xv1 norteño son especialmente parcos en cuanto a descripciones de indios; de imágenes, ni hablar: simplemente no existen. Lo arriba citado es prácticamente lo único con que contamos como descripción de los conchos en el xv1. En cuanto a los tobosos, la situación no es mejor; disponemos solamente de una anotación de Espejo, quien menciona lo siguiente sobre un punto no muy lejano de la confluencia de los ríos Conchos y Bravo: "salimos de esta nación [de los pasaguates] y a la primera jornada hallamos otra gente que se llaman los jobosos"; es todo.77 Durante el siglo xv11, fuera del ámbito jesuita, los españoles prácticamente no mostraron interés alguno en describir a los indios; la época de los grandes relatos de expediciones y conquistas había quedado atrás, y durante este siglo, lo poco que sabemos acerca de cómo vivían los indios en su propio medio proviene de cortos y escuetos comentarios, simples anotaciones dispersas en un mar de documentación diversa. Ésta es, en el fondo, la razón por la cual los etnohistoriadores han preferido o intentado reconstruir los caracteres culturales de los grupos indígenas norteños a través de elementos indirectos, complementados con lo que podría parecer un adecuado marco teórico de referencia. Después de lo expuesto anteriormente, podemos regresar al tema de cuál fue la situación, dentro de la sociedad española, de este grupo que ha sido caracterizado como típicamente cazador-recolector, en este caso, los tobosos, y hasta dónde tal caracterización es en efecto sustentable. Un punto de partida que nos parece esencial es que por desgracia desconocemos el origen geográfico de los primeros tobosos que fueron asentados en la encomienda de Tomás del Río, y en Atotonilco poco después. Si realmente, como es lógico suponer, ya que era lo normal a principios del siglo xvn, se trataba de gente que provenía de las cercanías de la propia misión, lo más problable entonces es que conocieran en algún grado la agricultura, lo cual explicaría su relativamente rápida adaptación a la forma de vida que se les impuso allí. En realidad, no existen razones documentales para confinar a los tobosos a un ámbito geográfico restringido y sobre todo tan restrictivo como lo es el interior del Bolsón de Mapimí y hacer de ellos, por lo tanto, cazadores-recolectores "puros": no es en este ámbito donde se mueven los tobosos históricos. La misión de Atotonilco se encontraba a unos r 5 ó 20 km del valle de San Bartolomé, casi en la confluencia del río de este nombre y el Florido, del cual es uno de sus principales afluentes. El Florido nace en la sierra de Santa Bárbara, desde donde toma un breve curso hacia el sur, para después torcer en dirección del noreste por unos roo km hasta la confluencia con el río de San Bartolomé, muy cerca de donde se encontraba la misión de Atotonilco; luego se dirige hacia el noroeste, hasta reunirse con 77
Relación de Antonio de Espejo ... , p.
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el Conchos unos 120 km más adelante. Atotonilco se encontraba entonces, sobre uno de los puntos más orientales de la cuenca de este río,' que de alguna manera marca un límite entre las estribaciones del Bolsón de Mapimí propiamente dicho, hacia el este, y la cuenca del Conchos y el sotomontano de la sierra Madre Occidental, hacia el poniente. Se trata pues de una zona, por así decirlo, de transición entre esos dos grandes conjuntos geográficos, hecho que debe ser tomado en cuenta a la hora de intentar una caracterización de los grupos indígenas que la habitaban. Aunque la pluviometría y la vegetación son poco más o menos las mismas hacia una u otra banda del Florido, la diferencia consiste en que quien se dirigiera hacia el Bolsón, a partir de Atotonilco, no encontraría ninguna corriente de agua permanente en muchos cientos de kilómetros, y en cambio, a tan sólo una veintena de kilómetros hacia el poniente se toparía con el río del Parral, o San Gregario. En contraste con el curso del río San Bartolomé, el cual se pobló desde épocas muy tempranas, 7 8 la ocupación de la franja oriental del río Florido fue más lenta y tardía. Río abajo de ~totonilco, los dos asentamientos españoles más importantes eran las haciendas de La Concepción y la llamada justamente de Río Florido. 79 Río arriba, en cambio, entre Atotonilco y San Francisco de Conchos los asentamientos español~s fueron mucho más tardíos. 80 Las razones q~e pueden evocarse para explicar lo tardío del poblamiento de esta zona son múltiples, pero la ~ás importante es, sin lugar a dudas, la lentitud con que lograron consol~da~ sus endebles demografías los asentamientos de españoles de la provmcia. Como bien lo ha demostrado Chantal Cramaussel en lo~ poblados Y haciendas de españoles de ese periodo, los indios que co~stitu~an_ la mayor parte de la población presentaban tasas de reproducción pracucamente nulas, e incluso desaparecían con celeridad y esto necesariame~te ª~~ctaba de manera negativa la demografía del resto de los grupos sociales. Por otro lado, el fulgurante crecimiento que experimentó Parral 78
Chanta! Cramaussel, La provincia ... , pp. 19 _26 _ , d b os ongenes e am as pueden fecharse hacia la década de 1620: Archivo Histórico de Parral, Microfilms UTEP 1 1664b· Test - d el cap1tan · , Andrés del Hierro. Es probable · . , • amentana que surgieran alh como consecuenci · · de la reducción de San . , . ª Justamente d e ¡a creación Felipe de R10 Flondo, en 1624: Chanta! Cramaussel La · · so F d h . , provmcw .. ., 1990, p. 56. uera e 1as aciendas de San Francisco de Conchos, ¡a umca - · h acien · d a importante · de . . que tenemos noticia en esa parte del río es la de San Anto mo · de ¡a Enrama d a (o d e l a Ramada), la cual existía a principios del siglo xvm y que t ·, ¡ d - d ¡ h · d d S per enec10 a os uenos e a a- · ,,cien a ,, e anta María de Atotoniko, '. an t es d e esa fec h a aparece unicamente como pue st o · ~n 172 8 pertenecia a Amomo Y Gertrudis Rodela, dueños de la hacienda de Santa · d e ¡as . Mana de Atotomlco: Archivo Histórico de Parral , M'1cro¡·¡ 1 ms UTEP, v·1s1tas haciendas de Valle de San Bartolomé , 1728 · Ma' s tarde , la Enrama d a paso- a manos d e Joseph de Berroterán, capitán del presidio de Conchos. 81 Chantal Cramaussel, "Haciendas y mano de obra en Nueva Vizcaya: el curato de Parral", Trace, núm. 15, 1989, pp. 23-24. 7Y L
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Salvador
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durante sus primeros años se detuvo en el corto plazo, lo cual limitó las posibilidades de este poblado como factor de colonización, pese a que era uno de los mayores del norte novohispano. 82 También podría argumentarse que la ferocidad e insumisión de los indios de esa región, en especial los tobosos, fue la que frenó el establecimiento de los españoles en ella. Pero la falta de pobladores españoles no fue una característica propia del bajo río Florido; la tarahumara tampoco se colonizó durante el siglo XVII, pese a su mayor fertilidad y a estar poblada por "agricultores incipientes". El hecho, en suma, es que durante todo el siglo XVII, e incluso mucho más allá en el tiempo, prácticamente toda la parte oriental del río Florido y sus alrededores permaneció como tierra de indios. No existe ninguna indicación válida para afirmar que los "tobosos", y en especial los que se asentaron en Atotonilco durante la primera mitad del siglo XVII fueran gente que proviniera o habitara exclusivamente en las tierras situadas al oriente del curso del Florido, y que evitara, por alguna razón misteriosa, asentarse sobre sus riberas, o en los territorios situados al oeste de las mismas. Es claro que es allí, sobre el río, donde existían mayores posibilidades de que la población indígena fuera un tanto más densa, y que allí se dirigirían preferentemente los españoles en busca de gente para sus establecimientos. La historia temprana de los tobosos nos habla de gente a la que, al igual que a los con.chas del curso mayor del río, les eran familiares, tanto las labores agrícolas en pequeña escala, como la caza-recolección en las tierras del interior, tanto del Bolsón como del sotomontano de la sierra Madre, sin que pueda irse mucho más allá en cuanto a precisiones. De hecho, los propios españoles no establecieron, cuando menos en épocas tempranas, diferencias que hagan pensar en que existiera una distancia cultural notable entre conchos y tobosos. Ambos sirvieron desde épocas muy tempranas en haciendas de españoles y, lo que es más importante, en reducciones con gobernadores y caciques en común; lo más que se percibe es que la lengua tobosa no era exactamente igual a la de los conchos de otras regiones, aunque comprensible para aquéllos. Dos veces durante las primeras dos décadas de su existencia, se entregaron aperos de labranza para los indios de Atotonilco, y lo normal era que los habitantes de este tipo de reducciones vivieran del producto de sus propias tierras, como fue el caso del pueblo de indios de San Bartolomé y, salvo demostración en contrario, también de los de Atotonilco. No se tienen referencias, por ejemplo, de que los franciscanos solicitaran a las autoridades españolas algún tipo de estipendio para el sostenimiento 82
Salvador Álvarez, "Minería y poblamiento en el norte de la Nueva España. Los casos de Zacatecas y Parral", en Actas del I Congreso de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, UACJ, 1989 1 pp. 133-134.
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de la reducción de Atotonilco, tal como sucedió, por ejemplo, con los guachichiles en el siglo anterior, de modo que, de grado o de fuerza, los tobosos tuvieron que cultivar sus tierras. 8 3 Por otro lado, recordemos igualmente que en los documentos de 1621 y 1624 se afirma explícitamente que los tobosos eran asentados en Atotonilco para trabajar en las cosechas del valle de San Bartolomé. De una u otra forma, todo lo anterior nos indicaría que los tobosos no desconocían por completo el trabajo agrícola. Cierto, puede argumentarse que los tobosos pudieron aprender a servirse de implementos agrícolas a través de un cierto proceso de "aculturación". Sin embargo, semejante hipótesis, más que ser una explicación plantearía un problema; habría que explicar, por ejemplo, por qué estos habitantes del bajo río Florido ignoraban por completo el uso de semillas, mientras que sus vecinos, a unos cuantos kilómetros, sí se servían de ellas; igualmente habría que preguntarse de qué modo individuos que durante milenios sólo habían conocido la caza y la recolecta se convirtieron en agricultores en menos de una generación. Por otra parte, también es un hecho que los españoles consideraban a los conchos y a los tobosos como pertenecientes, si no al mismo grupo, a grupos afines entre sí. Los tobosos siempre compartieron la reducción de Atotonilco con los conchos propiamente dichos, e incluso tenían autoridades indias en común. En todo caso, todo indicaría que para los españoles que los congregaban allí, la característica que diferenciaría a los tobosos de los conchos era en primer lugar la región que habitaban y quizás en segundo lugar, su lengua. El aspecto físico, y sobre todo, características cultu~ales tales como el modo de obtener su subsistencia, no parecen haber temdo gran peso en este caso. En 1619, por ejemplo, en el curso de una expedición por el bajo río Conchos, sobre el camino real del Nuevo México, el gobernador Mateo de Vesga anotaba que los conchos de esa región eran difíciles de combatir, pues en tiempos de guerra abandonaban sus asentamientos para dedicarse a la caza, la recolección y la pesca. 84 Éste es probablemente 1:1no_de los primeros testimonios de su tipo, acerca de los con~hos co~o md10s de guerra, y es una descripción que perfectamente podia enca1ar con la de cualquier otro grupo de la región y en particular con los tobosos.
La propuesta de William Griffen de privilegiar el territorio como criterio de diferenciación de los grupos étnicos norteños, sin dejar de ser interesante, sólo sería válida si se pudiera demostrar que estos grupos de alguna manera permanecieron fijos sobre espacios territoriales bien definidos. El hecho, por ejemplo, de que en la documentación se catalogue a los tobosos como habitantes "de las salinas", no añade, en realidad, gran cosa al conocimiento que se tiene de ellos. El asiento supuestamente acordado en 1632 entre los tobosos Y el gobernador Gómez de Cervantes ejemplifica perfectamente cómo los españoles sistemáticamente intentaban atraer e incluso establecer hacia las salinas o sus inmediaciones. Se sabe que tanto las sociedades de agricultores incipientes, como las de cazadores-recolectores, de una u otra manera explotaban diferentes clases de depósitos de sal para proveerse de ella y los tenían en general como territorios de recorrido, mas no de residencia; incluso los recolectores más recalcitrantes se resistirían a establecerse en un medio de halófilas. 8 5 El hecho de que los españoles hablen de los tobosos, o de los salineros, en su caso, como de "habitantes de las salinas", no debe desorientarnos: lo más que eso significa es que se trataba de gente que habitaba no demasiado lejos de esos depósitos, pero nada más. Cabe insistir en que el traslado de indios hacia las salinas fue una constante en todo el norte novohispano. Aunque es cierto que la sal fue un estanco de la corona desde el siglo xv1, de acuerdo con reales ordenanzas de 1609 y 16 3 3 la explotación de salinas menores fue oficialmente tolerada por la corona española, siempre y cuando los gobernadores y audiencias no dictaminaran algo en contrario. 86 Rs Como es bien sabido, en medios continentales desérticos y semidesérticos, las salinas se
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Según las cuentas de la Caja Real de Durango, el convento de San Bartolomé recibía durante el periodo en cuestión un estipendio anual de la Real Hacienda de 500 pesos ele oro común, para el sostenimiento de dos frailes; tal como se consigna en páginas anteriores, dos veces se entregaron aperos de labranza para las reducciones del valle de San Bartolomé, esto es en 1604 y 1612 : AGI, Contaduría 925, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1604-1612. No se tiene noticia alguna de que los labradores de San Bartolomé hubieran entregado granos, carne o algún otro producto para el sostenimiento de ninguna de las dos reducciones. s.i William Griffen, Culture change .. ., p. 39 .
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forman fundamentalmente por efecto del rodamiento de las aguas de lluvia, las cuales se depositan en zonas bajas y cerradas, donde la poca pendiente y el consiguiente estancamiento facilitan su evaporación, lo que produce la sedimentación de las sales contenidas en ellas, las cuales se acumulan en la superficie. Si bien en general las plantas de medios desérticos y semidesérticos han desarrollado adaptaciones para tolerar aguas más cargadas de minerales que las de otros medios naturales, sólo plantas muy especializadas, las halófilas, pueden vivir en las salinas propiamente dichas, e incluso más allá de un cierto grado de concentración, éstas también mueren por intoxicación: Jean Demangeot, Les milieux naturels désertiqu es, París, Éditions SEDES, 1981, pp. 74-75 Y 129-137 . Mendizábal, op. cit., p. 116: cita la Ley xm, tit. 33 de la Recopilación de Leyes de Indias, una orden de Felipe III en Madrid a 31 de dic. 1609: "porque tocan y pertenecen a nuestra regalía, se reconoció, que resultaba daño y se suspendió esta resolución y dejó libre el uso de la sal como antes estaba" . Otra de Felipe IV en Madrid a 28 de marzo de 1632 : "porque después pareció que habrá salinas en que sin perjuicio de los indios y dificultades en su administración se podía proseguir y guardar el dicho estanco por la utilidad Y aumento lícito que de él resultaría a nuestra Real Hacienda y se: puso en las que fueron a propósito para ello, mandamos que en estos y todos los que pareciere a los virrey y presidentes, que puedan ser de utilidad y que no resultaren graves inconvenientes a los indios se ponga Y guarde el dicho estanco y que en las demás no se haga novedad".
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El trabajo en las salinas era, sin lugar a dudas, uno de los más pesados Y desgastan tes de los que ·se asignaban a los indios en el periodo colonial quiza sólo comparable al trabajo en los morteros de las haciendas de mi~ nas Y beneficio, o incluso peor. Desde el siglo XVI, en todo el septentrión novohispano, el envío de indios en grandes números a las salinas fue constante y una gran fuente de conflictos y guerras. 8 7 Era común en la Nueva Vizcaya la explotación de las salinas por parte de particulares; las de Chiametla, por ejemplo, fueron explotadas de ese modo cuando me' nos d es d e 1575, 88 Y desde 1590 por cuenta de la corona. 89 Fuera de las citadas arriba, el resto de las salinas, grandes y pequeñas, que existían en las gobernaciones de la Nueva Galicia y la Nueva Vizcaya, fueron trabajadas tod~s, por medio de particulares . Sus costos de transporte, aunados a _su relativa rareza, hacían de éste un producto relativamente caro, especialmente para los mineros que lo necesitaban en grandes cantidades y de allí ~l permanente interés por explotar depósitos cercanos y con indios proprns. Para la provincia de Santa Bárbara, se sabe que distintos depósitos de cuencas endorreicas fueron localizados y explotados desde el siglo XVI, en la parte norte del altiplano, primero con indios tepehuanes a los cuales debido a ello se bauti· zo' c orno 11 sa ¡in · eros" 9° y mas , tarde con 'otros entre ellos los tobosos. ' ' LOS TOBOSOS DE LAS SALINAS
En 16 39, siete años después de aquel primer "asiento" acordado con los tobosos por el gobernado G , d e . . r omez e ervantes, un capitán de nombre Diego Gahano se presento' n uevamente ante esa mstancia · · (Francisco · Bravo de la Serna ostentaba el d · · . . cargo e manera mtenna), para informarle del descubnmiento de una nueva salina, que él llamó Santa María de los Tobosos.91 El que se reseñ · ., a a contmuac10n es uno de los raros textos de 87
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Guadalajara 35, Testamento de Feo de Ibarra pago 1 · · d l 1· d . · , a conces10nano e as samas e Ch iamet 1a, 1575 .
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Archivo Histórico de Durango' Microfilms INAH , Roll o 1 5, c u en tas d e l a c a¡a · Rea l d e . Ch1ametla, nombramiento a Juan de Galarza como ad mm1stra · · d or d e Ias R ea Ies s a 1·mas d e Chiametla, r 59 r .
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En la Nueva Galicia por ejempl 0 , d . ' , a ra1z e 1a apertura de las minas de Zacatecas se abrieron l as sa l mas de Peñol Blanco 1 . . . . . . , as cua 1es pertenecian a la corona y fueron trabajadas en un prmc1p10 con mdios zacatec h' h' . os Y guac 1c iles; sm embargo más tarde debido a las 1 guerras y a colapso demográfico q f · ' ' . . _ ue su neron esos grupos, fue necesario llevar indios de reg10nes 1e¡anas en numeras cada ve . d. p z mayores: en 157 4, por ejemplo, tuvieron que traslad arse h as t a 400 m 10s a eño 1 Blanco · . _ . , provementes de lugares como Jalpa, Juchipila, Noch1stlan, Teocalt1che y Tlaltenango para explota 1 . C d d 1 .. d z ras. AGr, anta una 841, Cuentas e a comprens10n e acatecas, 157 4 . AGI,
Ver el artículo de Chanta! Cramaussel en este mismo volumen . El d ocumento que narra e 1 d escu b nm1ento · · de esta salina y al que nos refereriremos en
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tiempos de paz, donde, aunque de manera muy somera, se describe la ubicación de una salina en. territorio toboso y resume además muchos de los elementos anotados arriba acerca de sus vínculos con el resto de los conchos y con los españoles. Afirmaba el capitán Galiana que a cosa de tres días de camino, hacia territorio de los tobosos, se hallaba una gran laguna salobre de una legua de longitud, en la cual todos los años, por eso de semana santa, cuajaban grandes cantidades de sal. Como era costumbre, se hizo llamar a indios principales para que cumplieran con la labor de llamar y asentar a los aborígenes comarcanos y organizar el acarreo de la sal. Fue convocado para ello un grupo por demás interesante de caciques conchos-tobosos: don Ambrosio, gobernador de los conchos; don Juan Citlali, de nación concha y gobernador de Atotonilco, quien era además intérprete en lenguas mexicana y tobosa; don Francisco Bareta, indio toboso que era además gobernador de los conchos, e intérprete en las dos lenguas; dos capitanes de los tobosos los acompañaban: uno de ellos era Juan Jacobo, hijo de aquel Jacobo que había reunido a los tobosos en 1621 y en 1624, y el otro era Esteban. Juan Jacobo fue enviado por delante para convocar a los tobosos y demás naciones de por allí, mientras el campo se trasladaba con toda su impedimenta. Ya sobre el sitio el capitán Galiana con los caciques conchos y tobosos, poco a poco fueron llegando (semenciona que a días de intervalo, aunque no se dice cuántos) varios grupos de indios comarcanos con sus capitanes de nombre don Chamico, de quien curiosamente se dice que también era de nación: don Agustín de nación tobosa, Baguame y don Francisco de nación ocome, así como otro ocome, pero que capitaneaba "a la nación nonoje y toda su chusma"; también se presentaron allí otros "muchachos tobosos y de otras siete naciones" .92 De acuerdo con el documento el encuentro fue pacífico; llegaron entre quinientos y seiscientos indios, a los cuales el capitán Galiana agasajó, con ropa y comida,93 y los conminó a que "como leales vasallos de su magestad han de ayudar al beneficio de la sal y han de ayudar a l~s españoles".94 Como en ocasiones anteriores, los convocados aceptaron de buen grado la propuesta, diciendo que sólo "les pesaba que no hubiera sal en esta ocasión para ayudarles".95 Como suele suceder en ese tipo de documentos, las indicaciones ·sobre direcciones y distancias resultan bastante ambiguas, lo cual hace difílos siguientes parágrafos se encuentra en "Descubrimiento de una salina", introducción y comentario de Chantal Cramaussel, en Documentos de Parral de 1639. Textos de la Nueva Vizcaya. Docum entos para la historia de Chihuahua y Durango, Chihuahua, UACJ-UER, 1993, pp. 5-25. \1 2 !bid., p. 12. \)] !bid., p . 16. 94 !bid., p. 12 . 95 !bid., p. 13.
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cil la identificación del estanque salobre en cuestión. Según el capitán Galiana y testigos que lo acompañaban, la salina se hallaba a tres días de camino de Atotonilco y a unas 50 leguas de Parral. De acuerdo con loanterior, ésta debería ubicarse a unos 80 o, a lo sumo, 100 km de Atotonilco, que es poco más o menos la distancia que podía recorrer en tres días un convoy con carros, impedimenta y ganado. La distancia, el tamaño del estanque y el derrotero hacia el sureste que parecen haber seguido los expedicionarios, pueden hacer pensar que la salina se hallaba cercana a la laguna de la Estacada, en los actuales límites de los estados de Chihuahua y Durango. 96 Sin embargo, existen otros elementos en el documento que parecen indicar que la salina se hallaba no al este, sino al noreste de Atotonilco. En una sorprendente declaración, el alférez García Ortiz de Saavedra afirmaba lo siguiente: Y de oídos sabe este testigo que delante de la dicha salina, como cincuentas leguas poco más o menos, está la provincia de los caciques, gente política, que viven en pueblos formados y andan vestidos y ti enen mucha grana y muchas vetas de metal de plata, semillas y ganado de Cíbola, según relación que a este testigo le dieron en el Río del Norte unos indios y en esta provincia la hay por tradición de personas antiquísimas que habían estado en ella y ofreciéndole a don Gaspar de Alvear y Salazar gobernador y capitán de este reino mucha cantidad de avío para esta jomada.97
Est ~ misterioso_"reino de los caciques", situado en el río del Norte, no po~ia ser ~t~o smo la p~ovincia de la Junta de los Ríos, cuyo esplendor se veia magmficado en la imaginación del alférez. Si realmente la laguna se hallab_a e~~onces a medio camino entre Atotonilco y la Junta de los Ríos, e st o sigmficaba que esta parte del territorio toboso se hallaba no propiamente en el Bolsón de Mapim'1, sino · a 1 norte d e1 mismo, · · · en los terntonos que caen sobre la banda sureste del río Conchos. Esto reforzaría la idea esbozada anteriormente acerca de los vi' nculos d e vecm · d a d geogra'f'1ca y cultural que existían entre esos grupos que los espano - 1es cata1ogab an como tobosos o conchos-tobosos como los hemo 11 . , s ama d o aqm,, y 1os que 11 ama b an propiamente conchos Y · • a sea que 1a 1aguna se situara al sureste o .al noreste de Atotonilco el hecho es que er h b' . . ' a gente que a ita b a a una distancia relativamente corta del río Flori'do·. unos oc h enta o cien · lu·¡ ometros, no más. Con todo y que éste es uno de 1os d ocumentos mas , d1º rectos de que disponemos acerca de los tobosos , po cos e1emen t os se d es9
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Ésta es la conclusión a la que llega Chanta! Cramaussel en ¡a m · t ro d uccwn · - a¡ d ocurnento: ibid., p. 8; sin embargo, es necesario anotar que la de la Estacada es una laguna de agua dulce. !bid., p. I 6.
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prenden de él para caracterizar el hábitat típico de estos indios. Se•dice en el documento, por ejemplo, que algunos españoles habían comunicado al gobernador que si los tobosos se hallaban en esa zona era porque andaban alzados de guerra, sobre lo cual Bravo de la Serna comentaba que no era así, sino que se hallaban allí "con achaque de ir a coger la tuna, que es su principal mantenimiento" _9 8 Si, por un lado, se indica que en septiembre los tobosos recolectaban tunas allí, por el otro se informaba también que era gente de las cercanías, conocedora de la vida española, e incluso de la agricultura. Uno de los caciques locales llamado don Cristóbal informaba que era bautizado y, por su parte, Juan Jacobo y Juan Citlali ofrecían que los tobosos reunidos allí se establecerían en San Felipe, siempre y cuando "les diesen tierras para sembrar y ministros que los doctrinasen" _99 Como pudimos darnos cuenta, todavía en esa época era posible para los españoles sacar indios en grandes números de zonas relativamente cercanas a sus propios asentamientos. Incluso el gobernador Bravo de la Serna pensaba que sería posible hacer de todo aquel territorio que iba de Atotonilco hasta la Provincia de los Caciques, esto es, hasta la Junta de los Ríos, una nueva provincia, "no mucho menor que la tarahumara, si bien algo más dificultosa por ser la gente más cabilosa e inquieta, pero con trazas y buenos tratamientos parece que se pueden reducir". 100 Esto no quiere decir que aquella zona hubiese permanecido pacífica hasta entonces, lejos de eso, era un territorio que había sido recorrido por cazadores de esclavos, o de cautivos, como se prefiera, por casi un siglo ya y continuaba siéndolo, "como lo recordaba el cacique toboso don Agustín, quien relataba cómo él ni toda su gente, no había salido antes porque los capitanes españoles que habían entrado en esta tierra era a hacerles mal y a quitarles sus hijos y mujeres". 101 EL NACIMIENTO DEL TOBOSO DE GUERRA
Describir a los tobosos de la primera mitad de ese siglo como relativamente pacíficos o, cuando menos, no más belicosos que cualesquiera otros, puede parecer un tanto forzado, una especie de esfuerzo por reivindicar el buen nombre de los tobosos, sobre todo a la vista de lo que los propios españoles escribieron acerca de ellos en la segunda mitad del siglo xvn. Sin embargo, es justamente allí, en lo que los españoles escribieron en esa época sobre los indios de guerra; donde se encuentra uno de los !bid., p. 21. 99 !bid., p . 17. IOO !bid., p. 2 l , 10 1 !bid .. p . 13. 9~
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problemas más arduos y complejos para el estudio de los indios norteños. En efecto, a partir del primer tercio del siglo XVII, poco más o menos, comenzaron a aparecer, con relativa frecuencia, largos, preocupados y sesudos informes que gobernadores, visitadores, curas y hasta simples particulares dirigían al rey, o a sus instancias, acerca de los males que aquejaban a los reales dominios, sus causas y las maneras de solucionarlos. Tenemos así los informes de Diego de Medrana, Cervantes de Casaus, Nicolás de Barreda y muchos más. 102 Desde luego para estos aspirantes a "arbitristas", por llamarlos de algún modo, el tema de las guerras con los indios ocupó un lugar primordial en sus disquisiciones. Les asistiera o no la razón, el hecho es que esta suerte de literatura se ha convertido, para el historiador del siglo xx, en un inagotable venero de imágenes, que de alguna manera compensa la ausencia de otros materiales más descriptivos y vivaces, en especial sobre los indios. Sin tratar de restarles importancia, ni dudar de su utilidad, vale la pena decir que el uso de este tipo de informes como fuentes, por así decirlo, primarias, y aún peor, etnohistóricas, debería cuando menos tener en cuenta que tras ellos subyace un orden discursivo cuya complejidad en mucho se nos escapa. Sus vericuetos cronológicos y temáticos, el uso recurrente de imágenes cuasi literarias ligadas al carácter polémico y demostrativo de los textos son otros tantos elementos, entre muchos más, que un buen estudio del periodo debería incluir. Por lo pronto, resta el hecho de que muchas de las ideas que hoy nos hacemos de los indios del ~arte novohispano fueron teñidas, y hasta forjadas, a partir de ese tipo de literatura o de documentación. Los tobosos, desde luego, formaban parte de ese escenario Y, aún más, se convirtieron en uno de sus elementos más recurrentemente utilizados para explicar la supuesta ruina que se abatía s~bre lo~ reinos septentrionales. Tomemos un ejemplo. En r 660, el licenciado D1~go de Medrana, cura de Durango, quien escribió uno de los informes más largos y detallados sobre las guerras con los .indios de la Nueva Vizcaya, fechaba la irrupción de los tobosos en el escenario de las guerras con los españoles hacia la década de r 620, en tiempos del gobernador Mateo de Vesga, y narraba el hecho de la manera siguiente:
amedrentadas a todas las circunvecinas, €J.Ue son entre otras, nonojes y acoclames, con quienes están mezclados y emparentados y uno solo que capitanee basta para revolver diez reinos. La tierra que habita esta nación es fragosa, estéril y sin aguajes y que no se puede trajinar si no es por la fuerza de las aguas. 10 3
Los tobosos son, pues, una nación belicosa "por naturaleza", que nunca ha dejado de hacerle la guerra a los españoles desde que surgieron a la escena, y que resulta tan terrible que domina a sus mismos vecinos y parientes; basta con uno de ellos para "revolver diez reinos", y su fuerza consiste en ser dignos habitantes de las tierras más secas y· fragorosas, donde toda persecución se hace imposible: ése es, punto por punto, el toboso y en general, el nómada que conocemos. Tan sucinta y directa resulta esta cita que, tomada al vuelo, bien podría llenar el expediente de una descripción etnohistórica no sólo de los tobosos, sino de casi cualquier indio de guerra norteño, desde los guachichiles hasta los apaches y los comanches. Pero, por lo mismo, no deja de sorprender el contráste entre este tipo de toboso fiero y terrible, y esos casi, diríase, "pacíficos" indios, que en 1632 benévolamente prometían al gobernador salir todos los años a cosechar la sal y entregarla a los españoles, todo en bien y para el servicio de "su magestad": si no fuera porque en ambos casos se habla de tobosos, se podría pensar que no se trataba en realidad de los mismos indios. De hecho, así es. Desde el siglo xv1, los españoles siempre estuvieron en guerra con los indios del Norte; sin embargo, en esta época de medidados del xvII se hace ya sentir en este tipo de textos un muy marcado sentimiento acerca de la ruina inminente que se cernía sobre los reinos septentrionales, debido a la acción de los indios de guerra. Desde luego, éste no es, ni' mucho menos, un sentimiento privativo del Norte, pero remarquemos que ni siquiera la costumbre de tantos años de pelear con ellos aliviaba lo inquietante de la situación. El propio Diego de Medrana argumentaba que su testimonio tenía como objeto prevenir que un buen día no se vieran los españoles ahogados por los bárbaros:
moviéronse mu.y a los fines
º
Respecto de los dos primeros, véase más adelante; acerca del tercero, Chanta! Cramaussel, "Un projet de réductions indigenes pour la Nouvelle Biscaye. L'avis de Nicolás de Barreda missionarie jésuite a San Andrés en 1645 11 1 en Alain Musset, comp., Hommage ean Pierre Berthe, París, EHESS, en prensa.
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advierto sobradas razones para nuestro daño en todas estas naciones porque son bastantísimas las bárbaras del norte que cada día se convocan para perfecccionar la ruina de aquellos dos reinos. 104
Guadalajara 68, Informe a Su Magestad por Diego de Medrana, cura
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No era, desde luego, una actitud por completo irracional. En efecto, durante la segunda mitad del siglo las guerras con los indios fueron ampliando su ámbito geográfico hacia regiones antes pacíficas, por intocadas. Pero de cualquier modo, es un hecho también que el registro de las guerras alcanzó niveles de grandilocuencia nunca antes vistos, ni siquiera durante los peores y más sangrientos episodios de las guerras con los guachichiles o los tepehuanes. Es por ello que quizá valga la pena ver más de cerca cómo la guerra alcanza de manera más cercana a diferentes grupos indígenas, en este caso los tobosos y los conchos, durante la segunda mitad del siglo. Tomemos como referencia la entusiasta declaración de Bravo de la Serna por hacer de la zona de las salinas de los tobosos una nueva conversión, comparable a la tarahumara. Por buena que fuera la disposición de los tobosos por asistir a "cosechar" la sal, eso no podía durar. Nadie en su sano juicio podría esperar que algún grupo de indios (que éstos sean cazadores o agricultores no tiene ninguna importancia en este caso) soportara por mucho tiempo el trabajo forzado en las salinas. Apenas un año después, Bravo de la Serna había mudado de opinión, para catalogarlos como una de las naciones más aguerridas e indómitas del septentrión. ros En 1641, en efecto, los tobosos de plano desertaron de Atotonilco, y una vez más "obligaron" a los estancieros del valle de San Bartolomé a irlos a buscar y reasentarlos en su reducción. 106 Dos años después los mismos acontecimientos se repitieron/ 07 sin embargo, el hecho no afectaba tan sólo a los tobosos. Por todas partes había escapatorias, y la tendencia parecía acentuarse: "venía al pueblo mucha cantidad de indios serranos conchos de paz gentiles", se decía en San Francisco de Conchos en 1643,rns Y un año después la reducción estaba vacía. Lo mismo sucedió en San Pedro de Conchos, desde luego en Atotonilco y en todas las haciendas de San Bartolomé. rn9 Se trataba de una rebelión bien caracterizada.. En. la provincia de Santa Bárbara, los indios huían en todas direcciones, en especial hacia la sierra y las llanuras desérticas orientales, perpetrando ataques en haciendas y sobre el camino real de Parral: con 10 5 106
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esto quedaban involucrados los salineros. Mientras tanto, al norte, fueron muertos los misioneros de San Francisco de Conchos. Ante lo grave de la situación Juan de Barraza, por entonces todavía capitán del presidio de Santa Catalina de Tepehuanes, se trasladó a Atotonilco, para de allí emprender una serie de entradas, en compañía del capitán Francisco Montaño de la Cueva. Auxilados por un contingente de 200 auxiliares tepehuanes y conchos, se enviaron partidas de guerra hacia la llamada sierra del Diablo, donde se hallaban refugiados los fugados de San Bartolomé y Atotonilco, y también hacia San Francisco y San Pedro de Conchos, para recorrer después toda la parte baja del curso principal del río, así como el camino real de Nuevo México, alcanzando incluso la Junta de los Ríos. 1 rn Al final, no sólo los conchos fugitivos fueron pacificados, sino que curiosamente también los de regiones circunvecinas por las cuales habían pasado las campañas punitivas, en especial los del bajo río Conchos, enlazona cercana a la Junta de los Ríos: fue por esta época, por ejemplo, cuando los conchos-chisos y los conchos-julimes de esa región comenzaron a aparecer en las reducciones de San Pedro y San Francisco de Conchos. 1 II Incluso, todavía al año siguiente, después de pacificada formalmente la conchería, los españoles recorrieron el área de Casas Grandes en busca de más indios que asentar. u 2 La importancia de esta guerra podría sin duda medirse por el hecho de que fue la primera rebelión generalizada propiamente dicha, que abarcaba a toda la conchería desde la década de 1620; pero más que esto todavía, vale la pena anotar cómo una lectura, o quizá valdría mejor decir una reinterpretación etnohistórica de los escritos generados por ella, puede llevar a contrasentidos flagrantes. Un ejemplo de ello lo tenemos en el asunto de las identidades étnicas. De acuerdo con los autos de pacificación que los españoles ejecutaron al final de la rebelión, vemos cómo no existía para ellos demasiada dificultad en calificar los alcances de esta guerra: era claro que se había tratado de un alzamiento general de la conchería, con la participación de los tobosos; la entrada en escena de los salineros no dio pie, por ejemplo, a que se les identificara étnicamente con los salineros, ni mucho menos. 11 3 Ciertamente pueden encontrarse aquí
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Archivo Histórico de Parral, Microfilms Parral.
UTEP,
476-22, 1 64 iA, Llamamiento de armas en
110 111
Archivo Histórico de Parral, Microfilms UTEP, 476-24 1 16 43 A, Llamamiento de armas en Parral, soldados de labradores de San Bartolomé para perseguir a los tobosos. AGI, Guadalajara 38, Información de testigos sobre el levantamiento de los indios conchos. Carta del gobernador Luis de Valdés, mayo de 16 4 3. "Traslado de los Autos hechos en razón de la paz que se asentó con los Indios Tobosos y Salineros por Don Feo. Montaña de la Cueva, Atotonilco 164 5 . 11 en Thomas H. Naylor y Charles Polzer s r, The Presidio and Militia on the Northern Frontier of New Spain. A Documentary History, Tucson, University of Arizona Press, 1986, pp. 304-335 .
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William Griffen, Jndian Assimilation ... , p. 80. Jbid., pp. 319 -3 2 0; igualmente Luis González Rodríguez, Crónicas de la sierra Tarahumara, México, Secretaría de Educación Pública, Colección Cien de México, 1987, pp. 207-208 y 236. !bid., p. 321. Los mecanismos a los que recurrieron para poner de paz a los indios fueron los tradicionales en estos casos: capturarlos, emprender un procedimiento formal de "paz", nombrarles caciques nuevos y recolocarlos en sus reducciones y haciendas al cuidado de sus amos y misioneros. Enseguida se entablaron procedimientos de paz formales con todos los indios escapados de las diferentes reducciones y cabe anotar cómo, si bien el título
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y allá, en este tipo de documentación, elementos que pueden mover a reflexión, como ese curioso pasaje donde los caciques tobosos don Cristóbal Zapata y don Cristóbal de Casa Zavala afirmaban que, para sobrevivir durante las guerras,-los tobosos levantaban siembras en lugares apartados y recogían plantas silvestres. Decían que después de ser pacificados, los tobosos bajarían de paz "en acabando de comer las calabazas que tienen sembradas y el maiz, el mezquite, tuna, datiles y pitahayas para que se entienda que son ya amigos de los españoles" ,1 1 4 ello nos da interesantes pistas sobre el género de vida de los tobosos, pero nada más. Pero, regresando al asunto de los vínculos entre grupos étnicos, demos un brevísimo vistazo a una de las múltiples lecturas que pueden encontrarse en los escritos de la época al respecto. Tomemos de esa misma rebelión el relato del jesuita Nicolás de Cepeda, misionero de San José del Tizonazo, cuando un grupo de tobosos asalta la hacienda de Canutillo, donde había tepehuanes a su cargo y el capitán Barraza les aplica allí mismo un feroz castigo. En realidad, esta hacienda se hallaba apenas a unos 80 km al sur de Atotonilco, sobre el curso alto del río Florido, es decir, en la vecindad inmediata de los lugares donde vivían los tobosos, pero en ella vivían tepehuanes, salineros y cabezas, pertenecientes a la misión de San José del Tizonazo. Es interesante ver, sin embargo, cómo para el jesuita esa vecindad no bastaba para explicar el hecho de que los tobosos hubieran osado llegar hasta allí; para él, existía una causa más profunda: mataron a los más de los enemigos y les quitaron casi toda la caballada. Y cuando se entendió que los que quedaban vivos (aunque muchos de ellos mal heridos quedarían corregidos o atemorizados a vista de tantos ahorcados y muertos diez a pelotazos y huidos muchos) creció en ellos el furor diabólico de manera que se fueron a tlatolear o concertar con otra nación que se dice los cabezas. II 5
El tema de los "tlatoleros", los instigadores de la rebelión, es uno de los
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del expediente reza "Autos hechos en razón de la paz que se asentó con los Indios Tobosos Y Salineros", ello no significa que fueran considerados como pertenecientes a un mismo "grupo", o nación: se les practicaron diligencias por separado y fueron reducidos en lugares diferentes: ibid., p. 319. !bid., p. 325; es interesante anotar cómo se trata de los mismos cultivos y plantas de recolección que consignaban los expedicionarios de Espejo para los conchos en 158 3 con el mismo énfasis en el consumo de calabaza, véase supra . Recordemos igualmente que en 1619, el gobernador Mateo de Vesga, apuntaba que los conchos, cuando partían de guerra, abandonaban sus siembras para dedicarse a la caza y a la pesca en el río. AGN, Historia 19 ff 121-14or. "Relación de lo sucedido en este reino de la Nueva Vizcaya", citado en Luis González Rodríguez, Crónicas ... , p. 202. 1
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elementos discursivos que con más profusión se desarrolla en las grandes y pequeñas crónicas de las guerras con los indios. Podría incluso decirse que para los españoles del siglo xvn norteño, el "tlatolero" es la vía por excelencia a través de la cual se difunde la violencia guerrera entre los bárbaros. Obviamente, los colonizadores no eran ciegos; sabían muy bien que las entradas para cautiverio, los rudos trabajos en minas, haciendas y salinas, las crueldades de pasadas guerras, todo eso conducía a una violencia que no necesitaba cartas de presentación. Pero ésta era sólo una parte de la cuestión. Incluso si algunos estaban dispuestos a aceptar que la causa de la guerra estaba en los excesos de los propios españoles, faltaba saber cómo y por qué los indios eran capaces de llevar su ira y su venganza hasta extremos a veces inimaginables, como destruir capillas, iglesias y misiones, e incluso a dar muerte a los misfoneros, prefiriendo el retiro y la vida montaraz en apostasía, a la seguridad y bendiciones de la misión o a la protección del encomendero. La ira podría explicarse, pero no un encono apóstata. Así, regresando a Nicolás de Cepeda, el jesuita nos cuenta que después de "tlatolear" a los cabezas, los mismos tobosos alzados que atacaron Canutillo regresaron a su territorio, y como eran "gente que no perdonaba a los suyos propios",1 16 cayeron sobre el pueblo de San Pedro de Conchos (nuevamente los tobosos son considerados como conchos), donde quemaron la iglesia y mataron al cacique, para enseguida "alzar a todos sus moradores, que ya estaban convocados todos para alzarse y aun habían trazado una traición muy maligna",1 17 la cual consistía en tratar de culpar a los tarahumaras de la muerte de los padres de las misiones aledañas para que, viéndose reprimidos, participasen también del alzamiento. Independientemente de tratar de saber si realmente los conchos de San Pedro estaban o no coludidos con los tobosos, cosa imposible, lo importante es que dentro del relato y de la explicación del jesuita, los tobosos juegan el papel de instigadores, esto es de "tlatoleros" en la rebelión. Al jesuita no le interesa saber si los tobosos que se aparecen en Canutillo, mantienen algún tipo de vínculo cultural con los cabezas ni si la comunicación interétnica entre ellos es posible, o no, por causas de lenguaje, o lo que fuere: lo esencial es que los tobosos estuvieron allí para "tlatolear". Por todas partes por donde pasaban esos tobosos, nos dice Zepeda, cundía el levantamiento; y es que semejante capacidad de persuasión no es natural, después de pasar por San Bartolomé, provocando el alzamiento de todos los conchos de las haciendas, dos de estos últimos son capturados y al confesar declaran que "no temían morir porque el demonio les había dicho que habían de resucitar al tercer día"_ us 11 6 11 7 11 ~
Luis González Rodríguez, Crónicas ..., p. 207. Idem. !bid., p. 208 .
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Dentro de esa lógica, ninguna necesidad había de que existiera algún tipo de vínculo cultural entre tobosos y cabezas para que se rebelaran juntos: la incitación del demonio bastaba para explicar el hecho. 11 9 Ni siquiera es claro tampoco, que el conflicto se hubiese extendido hacia la zona "salinera"; ésta se encontraba de guerra desde mucho antes de la rebelión concha y tobosa, y sin necesidad alguna de "tlatoleros". Lo que más contribuyó a crear un clima de violencia en esa zona precisa fue la irrupción de un intenso tráfico de carros y muladas, debida a la apertura, hacia mediados de la década de r 6 30, de un nuevo ramal del camino real que llevaba de Zacatecas a Parral, pasando ya no por Durango, como se hacía antiguamente, sino por Nazas, Cuencamé, El Caxco e Indé o valle de San Bartolomé. 120 La asociación entre salineros y tobosos es una idea frecuentemente expresada también en los textos del siglo xvn, aunque mucho más en términos de vecindad geográfica que de vínculos étnicos o lingüísticos . En r 6 5 4, por ejemplo, el visitador Cervantes de Casaus, refiriéndose a los salineros y tobosos de g~erra, ~os cali~icaba como de todas las naciones: "las más perjudiciales e msufnbles e mdomables ... que más parecen brutos O fieras de la campaña _q~e racional_e s" . 121 Pero guardémonos de llegar a conclusiones etnograhcas demasiado apresuradas; como bien lo señala Chantal Cramaussel en su artículo correspondiente, para los españoles era muy claro que ·los llamados "salineros" de la zona al oriente de Indé eran gente de habla tepehuana Y los consideraban como tales no así a los tobo~os. El propio Cervantes de Casaus añadía en el mis~o texto que los salmeres eran una nación Para · · - del papel del demonio, en particular dentro de los textos je. una am. Pr13 exposicwn smta~ ~el siglo XVII norteño, véase Cuy Rozat, "El desierto, morada del demonio. Bárbaros. v1c10sos y censores jesuitas" Trace . , , num. 22, 1992, pp. 24-30. Igualmente, Apaches y 7esmtas .. ., en prensa. 12 º Hasta. esa época, el Bolsón de M ap1m1 · , h ab'1a permanecido · como una zona muy poco transitada y visitada por los espa - I I .. no es, Y a apertura de esa ramal dio pie al inicio de hosuhdades entre españoles e ind·10 l I D · s oca es. urante vanos años a partir de la apertura de esa ramal1 la hacienda del El Cax f l , • . ' . ., . . co ue e umco refugio que ex1st10 para los via¡eros sobre el largo tramo que separaba a Cuencamé de I d s B l , d , n e y an arto orne, e manera que se proyecto la apertura de un nuevo presidio en u n punto mterme · d.10 entre am bos: , Salvador Alvarez, "La hacienda-presidio en el Cam 1·no Rea l d e T.1erra Ad entro. .. II Igua Imente, Chanta! Cramaussel, "Historia del Camino Real d e T 1erra . Ad entro y sus ramales de Zacatecas a El Paso", en el mismo volumen. El sitio elegido fue el paraje denominad? Cerro Gordo, _donde originalmente Baltasar de Ontiveros había poseído una hacienda con encomienda de tepehuanes; Chanta! Cramaussel, "El poder de los caudillos en el norte de la Nueva España, Parral, siglo xvu", en Círculos d e poder en Nu eva España, en prensa. 119
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Testimonio de los daños que hacen los indios rebeldes ... 1 6 54 , citado en Guillermo Porras Muñoz, La front era .... p. 166 .
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compuesta de diferentes linajes de que toman el apellido, y unos se llaman meresalineros, otros cabezas, otros mataranses, otros negritos, colorados otros y bausarigames otros, empero todos se reducen a una especie y hablan una misma lengua. 122
A partir de la década de r 6 5o, cunden las noticias acerca de ataques y asaltos en esa zona del camino real y el sur de la provincia de Santa Bárbara, y se habla de los tobosos robando ganado en Indé, Las Bocas o Durango, esto es, en territorio supuestamente tepehuán y salinero. Pero hay muchos factores a considerar antes de concluir cualquier vínculo prehispánico entre tobosos y salineros o entre cualesquiera otros grupos. Uno de capital importancia son los traslados de cautivos de guerra o, en general, de indios de servicio de una región a otra, así como las constantes escapatorias de los indios de las haciendas. En r 6 5 7, por citar un ejemplo, un indio capturado en Canatlán, cerca de Durango, resultó ser, según sus propias palabras, un "toboso de nación acoclame y nonoje", y formar parte de un grupo de fugitivos de una hacienda cercana a San Buenaventura de Atotonilco. 12 3 Sabemos pertinentemente que este tipo de traslados era no sólo frecuente, sino una condición para el sostenimiento demográfico de los establecimientos .españoles y -que semejante práctica incluía no sólo a indios de la propia provincia de Santa Bárbara, sino de regiones mucho más alejadas como Sinaloa, Sonora y Nuevo México, los cuales aparecen en proporciones sorprendentemente altas .en la provincia de Santa Bárbara. 124 Éste es un tema que sólo estudios pormenorizados sobre la vida de las reducciones y la composición de .la mano de obra de haciendas y demás establecimientos de españoles puede realmente dilucidar. Mencionemos simplemente que otro tema sin estudiar es el del tamaño y la movilidad de los grupos de indios de guerra; se sabe, por ejemplo, que en r 6 5 5 se comenzó a hablar de la inquietud que causaba un contingente de tobosos montados en la región que va de Indé a Las Bocas. 12 s Por el momento no podemos decir si éste fue un rasgo que evolucionó entre los indios del norte, a la manera como sucediór por ejemplo, en Chile. 126 Traslados, escapatorias, ataques aquí y allá, recapturas: como tantos 122 12 12
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Idem . William Griffen, Culture Change ... , p. 86. Chanta! Cramaussel, Haciendas ... , pp. 25-27. Archivo Histórico de Parral, Microfilms UTEP, 476 -30, 16 5 5A, Autos de guerra con motivo de los frecuentes abusos que cometen los indios enemigos de la real corona. Álvaro Jara, "Guerre et societé au Chili. Essai de sociologie coloniale. La transformation de la guerre d'Araucanie et l'esclavage des indiens du début de la conquete espagnole aux débuts de l'esclavage légal (1612)", París, Travaux et Mémoires de l'Institut des Hautes Etudes de l'Amerique Latine, núm. 91 1961 1 en especial pp. 63-69.
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otros grupos del norte, los tobosos vivieron numerosas guerras, 12 7 pero también periodos de paz. Durante las décadas de 1660 y 1670, las reducciones de indios cobrarían incluso mayor importancia que antaño; surgieron nuevos establecimientos españoles en regiones al norte del río Conchos, como en el propio San Francisco de Conchos, Babonoyaba, San Bernabé, Casas Grandes y otros puntos más, al tiempo que se abrían también nuevas conversiones de indios conchos y tarahumaras: Santa Isabel, Chuvíscar, San Andrés, etcétera. 128 Mientras tanto, la reducción de tobosos de Atotonilco también siguió funcionando, e incluso en 16 57 San Buenaventura fue elevado a la categoría de convento independiente del de San Bartolomé, con dos frailes propios pagados por la Real Hacienda. 129 Es interesante remarcar aquí cómo la situación de los "tobosos de paz", por llamarles de alguna manera, no parece haber cambiado demasiado en comparación con la de las décadas anteriores, y sin embargo lleg~ a traslucirse cómo se les tiene también por gente peligrosa. Así, por eJemplo, en 1646, el presidente de la Real Audiencia de Guadalajara interpretaba así las rebeliones de los tobosos en los años anteriores: porque si los reparten a las minas sin pagarles sus jornales, si les quitan sus maíces a bajísimos rescates para venderlos en las haciendas de minas a precios exhorbitantes . , si para es os rescates se 1es pone por gobernador a un mulato · s1· a 1os mas , amigos · . , facmeroso , si les venden 1os h.110s, y de mayor resolucwn Y valor,. como son los tobosos, llamados de paz y sobre seguro, los arcabucean vivos z·co'm · o nos e•h an d e a 1terar 1as demas , nac10nes, · que ven estos excesos Y ejecutada esta atrocidad en aquellos, en quien por tantas razones naturales Y políticas, tan lejos debían de estar de esperarlo? 1 3º
Así,· los tobosos con frecuencia fueron utilizados como "auxiliares" de guerra , y t am b., · · · de Diego de Medrana como verdu1en sirvieron, al decu gos de otros indios , pero ello no 1mp1 · ·d10 · , que fueran persegmdos ' . . mcluso cuando se hallaban pac1'f · Al ., 1cos. respecto, relata el cura de Durango que en una ocas10n un grupo de t o b osos fue mc1tado · · , por el gobernador Gomez , hmdo · de su enco. de Cervantes a castigar a 1os masames que habian mienda. Los tobosos , nos dice Medra no, f"mg1eron · · umrse con e11 os y f"1nalmente los traicionaron·· "los ma t aron y tru¡eron · ' sus cabezas a Parral, 12 7
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Durante la década · grupos de tobosos de guerra fueron cap. de 1650, por. ejemplo , vanos turados y reducidos .en Atotomlco, como por ejemplo en 1 6 54 (William Griffen, Culture Change .... p. 136), sm embargo la misión nunca fue abandonada. A, cerca d e l proceso d e poblamiento al norte del Conchos en ese periodo, véase Salvador Alvarez, Agricultural. ... pp. 175-185 . AGI, Contaduría 92 7, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1 6 . 57 AGI, Guadalajara 1?, El oidor Fernández de Baeza al rey, Guadalajara 17 de agosto de 1646, crtado en Gu1llcrmo Porras Muñoz, La front era .... p. 86.
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en cuya plaza entraron de triunfo todos los tobosos"; a su vez, el gobernador los traicionó a ellos: "ocasión que quiso el gobernador asir por la melena y consumirlos" . 1 3 1 Difícil sería decir si este tipo de episodios ocurrieron realmente, y si reflejan de alguna manera las ideas de la sociedad local sobre este grupo en particular. Pero tampoco _e n eso los tobosos eran únicos, los tepehuanes, los tarahumara-s y los propios conchos eran en ocasiones utilizados también como auxiliares de guerra y los episodios de violencia entre indios no fueron escasos. Lo que en cambio sí parece haber marcado de manera más profunda las ideas de los españoles sobre los tobosos fueron los levantamientos que de manera curiosamente cíclica se sucedían en la conchería. Al igual que en 1621, 1624 y 1643-1645, en 1666 nuevamente la historia se repite. Como en las ocasiones anteriores, todo se inicia con una serie de escapatorias más o menos en masa de indios de las reducciones y haciendas de la zona, los cuales tratan de refugiarse en zonas alejadas. El gobernador Oca Sarmiento levanta una partida de guerra de españoles, acompañados de un contingente de conchos chisos, los cuales persiguen primero a los fugitivos en las planicies orientales, en particular en la famosa sierra del Diablo. Como de costumbre, los prófugos son, desde luego, tobosos y conchos, escapados de haciendas, los cuales, una vez derrotados, son reasentados en Atotonilco y luego, en la segunda parte de la campaña, el gobernador recorre la región reasentando a los fugitivos de las misiones. 1 3 2 El gobernador explica su proceder de la siguiente manera: "sabiendo que la Provincia de Conchos se alzaba[ ... ] entré a su pacificación, castigando a las cabezas de su alzamiento". ¿Quiénes eran estas "cabezas" del alzamiento, es decir sus "tlatoleros"? La respuesta es la misma que nos daba Nicolás de Zepeda para explicar la rebelión de 1643-1645: los tobosos. Sin embargo, aquí vale la pena detenerse un momento en cómo entendía Oca el papel jugado por esos tobosos. En su escrito, menciona que el origen de la rebelión se hallaba en los malos tratamientos que Valerio Cortés del Rey propinaba a los indios en sus haciendas y que de allí se había extendido la rebelión. 1 33 Las haciendas a que se refiere el gobernador son justamente las que tenía este personaje en la jurisidicción de Atotonilco, desde donde, dice Oca Sarmiento, los indios huyeron hacia la sierra del Diablo, desde donde "tlatolearon" al resto de los indios de la conchería "y sabiendo que la provincia de conchos se alzaba a imitación de los enemigos y coaligada con ellos, entré a su pacificación". 1 34 En suma, el alza131 132
133 134
Relación de Diego de Medrano, en Guillermo Porras Muñoz, La frontera ... , p. 169. Informe del gobernador Antonio de Oca Sarmiento al Sr. Virrey. Parral 12 marzo de 1667, en C. W. Hackett, Historical Documents ... , v. 2, pp. 188-192. !bid., p. 190. !bid., p .188 .
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miento había sido causado por los tobosos huidos de haci endas y remontados a la sierra del Diablo. En su informe al virrey, Oca Sarmiento le comunicaba de un plan para contener a esos "enemigos", el cual consistía en el establecimiento de diez atalayas, o puestos de vigilancia esparcidos por el territorio, e incluso anexaba un mapa explicativo . Supuestamente estas atalayas servirían para atajar visualmente a los indios en el momento de entrar a atacar, y en el mapa vemos que siete de esas atalayas las situaba sobre el camino real entre Cuencamé y Parral y las otras tres sobre el río Florido: una frente al arroyo de la Parida, otra frente a Atotonilco y la tercera, curiosamente más hacia el poniente, en Todos Santos . En su interesante composición con deformación espacial y el oriente en la parte de arriba, el mapa nos muestra también cómo para Oca Sarmiento había dos zonas principales de "indios enemigos": una era la de los salineros, al este de Mapimí, y la segunda el oriente de Atotonilco, entre la sierra del Diablo y la parte situada al sur del curso inferior del Conchos. En esta última, la "raya" de los indios enemigos se situaba apenas al oriente de Atotonilco; resulta interesante ver cómo bordea de manera muy precisa toda la vertiente oriental del Florido y continúa de la misma manera, después de la confluencia de los dos ríos, bordeando el curso del Conchos en dirección de La Junta. 135 Para Oca Sarmiento1 el territorio de origen de los "tobosos de guerra" se había extendido ya entonces a t~da la franja oriental de la cuenca de los dos ríos, y no sólo a la del Florido, como era antaño. Lo contradictorio del asunto, al menos para el observador moderno, es que en ese año él mismo ordenaba al gobernador de. , los " conch os " ir · a ¡untar · a 1os tobosos de Atotonilco, pues su reduccwn se hallaba vacía, ya que los que no se habían fugado se "encontraban desparramados por las haciendas". En otras palabras, había tobosos de los dos lados de la "raya", y los del interior aunque habían partido de gue~ra un año antes, eran lo suficientemente dóciles como para servir en haciendas Y atender al llamado del gobernador indio al igual que los demás conchos. 136 ' M~s tar?e, Oca Sarmiento haría mención de que ese año se verificaron epidemias Y hubo sequía en la provincia¡137 sin embargo, al menos por el momento, no identificaba esos hechos como causantes de alguna manera de la rebelión, sino que lo atribuía justamente al "tlatoleo" de los tobosos, quienes, después de escapar de las haciendas de Valerio Cortés del Rey, se convirtieron en "los que hoy dan mayor guerra en este rei-
no" .13S Para completar todas estas aparentes contradicciones, después de haber elaborado todo un complejo plan para "atajar" a los "enemigos" tobosos, parece que un año después el propio Oca Sarmiento quiere volverles a abrir las "puertas" del reino a esos "enemigos", pues lejos de intentar exterminarlos o mantenerlos fuera de la provincia permite que la reducción de Atotonilco vuelva a funcionar normalmente, sin molestar a los indios allí reducidos,139 tanto más que todavía ese año los tobosos se hallaban de guerra en la sierra del Diablo y, lo que es peor, aliados con los salineros y los cabezas, quienes habían llevado a ese lagar a varios cautivos españoles, entre ellos al jesuita Rodrigo del Castillo. 140 Pero en realidad no había incoherencia alguna en las actitudes del gobernador; él sabía con quién trataba en todos esos casos y de qué indios estaba hablando. El problema, para el observador moderno, es que en esta época el término toboso ya no tenía el mismo significado que unas décadas atrás. Un elemento muy sintomático de lo anterior lo tenemos en cómo Oca Sarmiento ubicaba el territorio de los "tobosos enemigos" en toda la franja oriental del Conchos. También por eso, en ese mismo año el-propio gobernador hizo colocar un grupo de tobosos pacificados en el puesto llamado San Luis Mascomalhua, que era una de las reducciones de conchos que habían sido abandonadas durante la rebelión y que se hallaba muy lejos del territorio toboso "tradicional", es decir, que se trataba de tobosos provenientes del bajo río Conchos; unos años después los encontraríamos asentados en San Francisco de Conchos. 141 Para la década de 1670 la conchería se hallaba dividida en dos grandes porciones, cada una con su propio "gobernador" indio. Una, la de la p~te alta del río, o "de la raya de los tarahumares", tenía por principal a un mdio llamado don Constantino/4 2 la otra se hallaba bajo el cuidado de don Hernando de Obregón, "gobernador de la parte de río abajo de Conchos hacia el norte", 143 es decir, ocupaba toda la franja oriental en dirección de La Junta, la misma zona donde en el mapa de Oca Sarmiento _a parecen los "tobosos enemigos" . Efectivamente, en esa época San Francisco de Conchos se estaba convirtiendo en receptáculo de diferentes conchos de guerra provenientes del bajo curso del río. La situación no era cómoda: el, cacique Juan Constantino se quejaba de que el gobernador "le compeha a 13 8
r 39 1 4°
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137
Este mapa aparece reproducido como anexo en Guillermo Porras Muñoz, La fron tera ... AGI, Escribanía de Cámara 397A, Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento núm . 21, Comisión al gobernador de los conchos para que saque a los indios de Atoto'. nilco, 3 de marzo de 1666 . AGI, Escribanía de C ámara 397A, Residencia del gobernador Antonio de Oca Sarmiento,
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Informe del Gobernador Antonio de Oca Sarmiento al Sr. Virrey ..:, P- 1 9º· AGI, Contaduría 927, Cuentas de la Real Caja de Durango, 1667-i668 . Luis González Rodríguez, Crónicas .... pp. 262 -264. William Griffen, Indian Assimilation ... , p. 64. _ !bid., p. 45, igualmente, Cédula de la reina gobernadora al Virrey de la Nueva Espana sobre que se quite la imposición que los gobernadores -de la Nueva Vizcaya han hecho a los indios, Madrid, 22 de junio de 1 670, en C. W. Hackett, Historical Docum ents ... ,-vol. 2, p. 200 . Idem .
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que fuese a traer de los montes a los indios encomendados, y que lo hacía con gran riesgo de su vida, porque se resisten en forma de alzamiento". 1 44 Sin embargo, los traslados continuaron; en 1673 fue reducido también en San Francisco un grupo de chisos, pacificados recientemente para ser luego enviados de repartimiento al valle de San Bartolomé,145 y en 1674, otro contingente del mismo tipo es reducido en Atotonilco, esta vez, son nombrados tobosos. 1 46 En 1678, otro gobernador, Lope de Sierra Osorio, nos proporciona una visión mucho más elara del desplazamiento geográfico-semántico que se operaba, no sólo con el término toboso, sino quizá también en general con la noción de indio de guerra, en el Norte novohispano:
Aquí ya el origen geográfico y los antecedentes son irrelevantes. Poco importa la presencia, durante casi un siglo, al lado de los españoles, de indios que portaban el nombre de tobosos, ni interesa tampoco si en otros tiempos los tobosos sirvieron como los "más amigos y de mayor resolución y valor" entre los auxiliares de guerra, como dijera en 1 646 el oidor Fernández de Baeza: 1 5° los tobosos son invasores, pues son ellos quienes van
De la ciudad de Guadiana, cabeza de la Vizcaya, hasta el real de San Joseph de Parral, habrá un distancia de cien leguas y todas despobladas, al lado derecho de camino real están las serranías y montañas a donde asisten once naciones de indios enemigos, por ser entre ellas la de más valor los tobosos, comunmente todas se llaman con este nombre, si bien despu és que yo llegué a aquél reino todos los de esta nación se han reducido de paz y los poblé en San Francisco de Conchos. 1 47
a las tierras que están poseyendo los españoles y los indios cristianos y que están de paz y con bárbara crueldad les roban sus haciendas sin distinción de sexo, sin que para su fin principal que es robar, conduzca más justificación se les pueda hacer la guerra y hacerles esclavos que a los turcos, que siendo enemigos declarados de la cristiandad dan cuartel a todos los que se rinden sin llegar a ensangrentarse en las vidas de los que por su sexo y edad o profesión, están indefensos. 1 s 1
El término toboso se ha convertido en un .apelativo genérico del indio de guerra que se refugia más allá del bajo río Conchos . En un escrito de 1 683, Sierra Osario nos muestra que detrás de esta declaración se hallaba una_ide~ bastante precisa de lo que significaba en términos geográficos el terntono de los indios de guerra. La tierra de las doce naciones "que se comprenden debajo del nombre de tobosos" 1 48 se hallaba más allá de una línea imaginaria, que vendría del Real de Parral en dirección de San Francisco de Conchos:
Se trata, en otras palabras, de una definición política del enemigo, en la cual el elemento geográfico no es, en realidad, sino una de sus partes. La guerra ofensiva es justa, continúa Sierra Osario, porque los indios de guerra invaden territorios sobre los cuales no tienen título legítimo: "y estas tierras nunca fueron de la dominación del señor Moctezuma o de otro cacique de estos reinos",152 y sostiene que es justa también porque son enemigos de la corona y de los españoles, puesto que conspiran contra ellos: "tienen a sus espaldas convecinas innumerables naciones de otros indios a quienes han solicitado traer en su ayuda". 1 53 Si un día lograran esos conspiradores atraer a aquellos bárbaros, ofreciéndoles ropa robada de los carros que van a Parral, "fueran innumerables las naciones del norte que salieran a inundar estos reinos" 1 54 y la ruina sería total. No era la primera vez que un proceso semejante se desarrollaba; ya a principios del siglo xv1 los caribes habían sido declarados también enemigos de la corona, y más tarde igualmente los "chichimecas" de Zacatecas se verían enfrentados también al fantasma de la guerra de exterminio "a sangre y fuego", y sus apelativos se convertirían en algo así como sinóni-
siguiendo esta propia línea [se halla el lugar que! se llama San Francisco de Conchos, 22 leguas a la parte norte del Parral, poco desviado del camino de la Nueva México, que es raya de las referidas naciones y la de los conchos, don14 -i
Jdem.
i-i s Archivo Histórico de Parral, Microfilms UTEP , 4 7 6 -)- 4 , r6 A, A utos re 1auvos · a 1ague73 rra con los indios enemigos de la real corona. 146
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Archivo Histórico de Parral, Microfilms unr, 476-s6, r6 74 A, Autos de guerra con los indios rebelados. El licenciado Lope de Sierra Osario, oidor de la Real Audiencia de México, gobernador y capitán general que fue del reino de la Nueva Vizcaya, informa a vuestra Magestad el estado de cosas de aquél reino, M éxico, 26 de sept. de 1 6 7 8, en c. w. Hackett, Historical Documents ... , v. 2, p. 210. Extracto del papel que formó el señor Lope de Sierra sobre las cosas tocantes al reino de la Nu eva Vizcaya, 1683, en C. W. Hackett, His torical Documents .. ., v. 2, p. 218.
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de se ha de poner un presidio como los antecedentes [el Gallo y Cerro Gordo] que sirva de contener en respecto unas y otras naciones privarles de la comunicación y obrar la ejecución de daños y robos. 1 49
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!bid., p.
220.
Véase supra. , p. ?,IS. s I El licenciado Lope de Sierra Osorio ... , p. 1 2 s !bid., p . 213. 1 s., Idem . 154 !bid., p . 214 . 1
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mos de "indios de guerra". Tal fue lo que sucedió con los tobosos, y lo mismo sobrevendría más tarde con los famosos apaches. 155 La historia de los tobosos no terminaría allí, desde luego. Al final de otro más de esos ciclos de más o menos 20 años, nuevamente durante los años de 1684, 168 5 y 1692 la provincia se vio inflamada por sendas rebeliones generales y los tobosos con ella. Esta vez las principales zonas de conflicto fueron las de la parte norte de la conchería y la tarahumara, que ya experimentaban una sólida colonización española, proveniente sobre todo de la provincia de Santa Bárbara y también, aunque en menor cuantía, de Sonora. Aparecieron así nuevos enclaves de gente que se instalaba allí con sus armas y gente de servicio, y ello dio pie igualmente a la consolidación de nuevas conversiones y reducciones de conchos y tarahumaras. 156 Con ello, nuevamente se amplió el ámbito de las guerras. Sin embargo, el papel de los tobosos en estos conflictos fue cambiando paulatinamente. Durante la rebelión de 1692, por ejemplo, los tobosos todavía fueron perseguidos por la sierra del Diablo, pero también por todo el bajo río Conchos, y toda la vertiente norte de la sierra Madre Occidental, hasta Sonora. 157 Sin embargo, cada vez más el término toboso se transformaba en genérico para designar a cierto tipo de indio de guerra. Ese mismo año, por ejemplo, Gabriel del Castillo asentaba conchos-tobosos en San Francisco de Conchos I provenientes del curso bajo del río, y se decía confundido, pues las partidas d~ to_bosos perseguidos por la sierra del Diablo estaban compuestas por los prop10s tobosos, Y "diez o doce naciones de hacia el Rio del Norte e por aquellas partes de Coahuila" 158 y, sin embargo, pronto se despeja la duda, pues esos "tobosos" no eran tales, sino conchos chisos tomados anteriormente de la Junta de los Ríos, y huidos hacia aquella r:gión, lo cual puede perfectamente explicar la presencia de esas naciones del río del Norte entre el~os. El gobernador incluso expresaba sus sospechas de que esos indios e st~v~eran coludidos con los llamados "cocoyomes", por lo que ordena al capitan J:uan Fernández de Retana pasar a cuchillo a los hombres y asentar a las muJeres y niños en San Francisco de Conchos.159 1 55
Acerca del origen y transform ac10nes · d e l nom b re apach e: Chanta! · Cramaussel, "Los apaches en la época colonial" C d d 1 N · · · de 1992, pp. 25-26 . . • _ . , ua ernos e arte, num. 20, 1uho 1 6 ' Podemos citar las de Julimes en 1 677, N uestra Senora de Carretas en 168 3 as1· como San Francisco de Alcántara de N am1qmpa, · · Bac h m1va, ' · · _ Janos y Santa Ana del' Torreon, todas en. 168 5_' por _citar algunas de l as mas · importantes · · · en la conchena, y las m1s10nes 1 57
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del Pai:1goch1 reabiertas durante la década de 1670 , para el caso de los tarahutnaras; Salvador Alvarez, Agricultura] Colonization ... , pp. 13 3 . 13 _ 5 ~estimonio de los Autos de Don Gabriel del Castillo, gobernador del Parral sobre operacwnes qe guerra Y otros puntos. 31 mayo de 1691 hasta 9 de febrero de 1694, en C. W. Hackett, Historical Documents ..., v. 2 pp. 29o. 36o. !bid., p. 293 . !bid., p. 348.
Salv a dor
Álvar e z
Éste es un episodio típico de la subsecuente historia tobosa. Durante las décadas siguientes, la reducción de San Buenaventura seguiría funcionando con tobosos, aunque poco a poco llegarían también allí conchos de otras regiones, y en especial chisos de la Junta de los Ríos. En 1697, por ejemplo, había allí 250 tobosos y 350 chisos; no obstante, en regiones muy lejanas de allí se oían ecos de ataques de los tobosos, como sucedió ese mismo año en Coahuila,1 60 para irse extendiendo paulatinamente por todo el Norte novohispano. Durante el siglo xvm, ya el apelativo toboso ha trascendido ampliamente las fronteras de la Nueva Vizcaya y ha tomado incluso carta de naturalización en lugares tan alejados como el Nuevo Reino de León y Coahuila, donde en 17 3 5 se hace mención de una reducción de "tobosos", en San Nicolás de Agualeguas, Sabinas y el Marquesado de Aguayo. 161 Sin embargo, sería muy difícil determinar de qué clase de indios se trataba realmente, en cuanto a su origen geográfico, si se trata de tobosos trasladados hasta allí desde la Nueva Vizcaya o si bien el apelativo toboso ha llegado a extenderse hasta esa alejada región. Tal parece que esto sería, cuando menos en parte, la explicación a este asunto. Simplemente añadiremos dos referencias finales para ilustrar lo anterior. En 1737, José de Arlegui, al describir el curato de Parral de ese tiempo, decía que eran tres las "naciones" que se atendían allí: conchos, tarahumaras y tobosos;1 62 mientras tanto, unos pocos años después, en 1746, pero refiriéndose al extremo opuesto del Norte novohispano, las provincias de Coahuila y Nuevo León, Félix Isidro de Espinoza decía que a sólo dos días de camino de la misión de Dolores: comienza la lamería que es dilatadísima y confina con los llanos que llaman de los apaches [... ] al poniente a distancia de 25 leguas, comienzan las lomas y los cerros donde habitan los indios rebeldes llamados tobosos, que infestan todo Parral, Saltillo y la provincia de Coahuila. 16 3
Con el correr del tiempo, el apelativo toboso pasó de ser el de una modesta encomienda de indios del valle de San Bartolomé, se fue extendiendo en el tiempo y en el espacio, hasta terminar por darle un nombre a toda una gama de sociedades que cubrían un vastísimo espacio de muchos cientos de kilómetros. Sólo una investigación pormenorizada acerca de los indios de diferentes puntos de ese gigantesco entorno podría darnos una mínima idea acerca del origen geográfico y social de todos los grupos 160 161
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16 3
William Griffen, Culture Change ... , pp. 46 Y 95 . !bid., p . 72. José de Arlegui, Crónica de la provincia de Nuestro Seráfico Padre San Fran cisco de Zacatecas, 173 7, México, Imprenta Cumplido, 1851, p. 89. Isidro Félix de Espinoza, Crónica apostólica y seráfica de todos los colegios de Propaganda Pide de esta Nu eva España, México, 1746, p. 469 .
Tobo s os
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Con c ho s
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a los que en algún momento se les llamó "tobosos". En cuanto a los tobosos originales, esto es, a los indios que habitaban la cuenca del Florido, muy poco es lo que se podría hacer en el dominio documental I fuera de lo ya realizado, para saber un poco más de ellos en cuanto a sus formas de vida originales. Se puede, sí, afinar la cronología de sus apariciones en diferentes tipos de documentos, averiguar tal vez un poco más acerca de las primeras encomiendas de tobosos, algunos elementos acerca de su vida en haciendas, minas y reducciones ... Sin embargo, en cuanto al dominio estrictamente etnohistórico, la naturaleza de la documentación nos obliga a movernos dentro de límites precisos y muy estrechos.
Los
TOBOSOS, BANDO.LEROS
y
NÓMADAS.
EXPERIENCIAS Y TESTIMONIOS HISTÓRICOS
/1583-1849) Luis González Rodríguez Instituto de Investigaciones Antropológicas,
UNAM
INTRODUCCIÓN
Los tobosos, habitantes de arenales y desiertos, compañeros de vegetaciones xerofitas y asaltantes de los caminos, lo primero que me hicieron evocar fue el recuerdo de Dulcinea del Toboso, 1 la dama de los pensamientos de Don Quijote. Esta reflexión me hizo pensar que la investigación que uno emprende ha de hacerse con gusto y con amor, y hay que encariñarse con ella pero con sentido crítico, sin que sus ensueños trastornen la realidad, como sucedió a Don Quijote con Dulcinea. Los tobosos me hacen pensar también que todos en la vida somos trashumantes, que estamos de paso un tiempo y que no tenemos una mansión permanente aquí. No somos dueños de nuestras vidas, sino administradores de ellas, con obligación de cuidarlas y de hacerlas productivas en bien de los demás . El tema que he seleccionado forma parte del contenido general de este simposio sobre nómadas y sedentarios en el Norte de México, organizado como homenaje a Beatriz Braniff, arqueóloga con más de 30 años de trabajo en el INAH, que ha descollado por sus investigaciones arqueológicas, sobre todo en el noroeste de México, como lo prueba su tesis de doctorado. Como directora del Centro Regional del Noroeste, en Hermos~llo, Sonora, ha dado estímulo a los trabajos e investigaciones en esa zona y organizado el simposio Antropología del Desierto. 2 Mediante la enseñanza en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) ha transmití-
' El Toboso (datos de mediados del siglo x1x). Villa a r 5 leguas de Toledo, en el partido judicial de Quintanar de la Orden, antigua diócesis de Santiago de U eles, en Castilla la Nueva. De clima templado, a mediados del siglo pasado tenía 400 casas, dos conventos de monjas, la parroquia de San Antonio Abad, de tres naves, una ermita del Cristo de la Humildad y un convento agustino . Con 8 huertas y viñedos, canteras de jaspe, de piedra de berroqueña, de cal y de yeso. Productor de buen vino, harina candeal, cebada, centeno, avena, melones, sandías y verduras; mantiene ganado lanar y aves corraleras. En el comercio posee tres lagares para cera que producen 3 ooo arrobas; ti ene 9 molinos de viento y 6 telares. Anualmente celebra dos romerías: la de San Agustín el 28 de agosto y la de Santa Filomena el 3 de septiembre. Su población no llega a 400 habitantes. Miguel de Cervantes Saavedra inmortalizó esta villa (Madoz, 1849 t. xrv: 769). 2 Vid. bibliografía.
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Salvador
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do sus inquietudes a numerosos alumnos. Finalmente, impulsando el museo transcultural de Paquimé, quiso borrar las fronteras políticas de México con Estados Unidos. A ella mi reconocimiento, mi respeto y este bosquejo d~ investigación. Agradezco a los organizadores de este simposio su cordial invitación para participar en él con el tema de los prácticamente desconocidos tobosos. Su investigación, sin embargo, es fascinante, aunque aún permanezca en la penumbra. LOS CHICHIMECAS DEL NORTE EN EL SIGLO XVI
Desconociendo los conquistadores; los misioneros y los pobladores la "toponimia" de tan vastas regiones norteñas y los "gentilicios" de los numerosos grupos que las habitaban, llamaron a todos chichimecas, borrando toda identidad y usando el mismo término, originalmente despectivo, que habían utilizado los nahuas de México.3 Repitieron el mismo error de Cristóbal Colón, que llamó a los pobladores de este continente americano habitantes de las Indias, ignorando la inmensidad del mismo y las individualidades de los distintos grupos humanos que lo habitaban. En consecuencia, durante el siglo xv1 apenas se encontrará, en los distintos documentos de esa época, el nombre de tobosos pues era ignorado. Sin embargo, sorpresivamente me encontré en la relación de Antonio de Espejo, acerca de su expedición al Norte y a Nuevo México, el siguiente dato correspondiente al 26 de agosto de r 5 8 3 de su crónica viajera, donde dice lo siguiente: De río del norte a nueve leguas está el pueblo de San Benardino. A cinco leguás el río Conchos en el pueblo de Santo Tomás, en la confluencia con el río 3
,Chichimecas. Vid. Sahagún, 195{ Fray Juan de Torquemada (1615) menciona detalladamente a los chichimecas, a los chichimecas de Xólotl y a los teochichimecas. Escribe: "Hacia las partes del norte hubo unas provincias cuya principal ciudad fue llamada Amaqueme Y cuyos moradores en común y genérico vocablo fueron llamados chichimecas [subrayado mío], gente desnuda de ropas de lana, algodón, ni otra cosa que sea de paño o lienzo, pero vestida de pieles de animales, feroces en el aspecto y grandes guerreros, cuyas armas son arcos y flechas . Su sustento ordinario es la caza, que siempre siguen y matan; y su habitación en lugares cavernosos~ porque como el principal ejercicio de su vida es montear, no les queda tiempo para edificar casas. Tomaron nombre de chichimecas estas gentes del efecto [que] significa su nombre; porque chichimecatl quiere decir como chupador [.. .] Y porque estas gentes en sus principios se comían las carnes de los animales que mataban crudas y les chupaban la sangre a manera del que mama" (Torquemada, 197 5, 1: 58ro5 Y 353-379). Remi Simeót:i (1975) escribe: "chichimeca, tribus nómadas que vivían de los productos de la caza y que reemplazaron a los toltecas en el Anáhuac hacia el fin del siglo x11. Los conquistadores españoles designaban con el nombre de chichimecas a las tribus salvajes que vivían en el norte de México." ,
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Gonzál e z
Rodríguez
del Norte, caminamos ocho leguas a un sitio que llamamos El Toboso. Luego (seguimos) tres leguas a Los Charcos de la Cañada. De ahí a seis leguas a un sitio que llamamos la fuente de la mala paz (Hammond y Rey, eds. 1929: 125-127).
Se apunta en la crónica que dos franciscanos acompañaron a Antonio de Espejo: fray Pedro de Heredia y fray Bernardino Beltrán, además iban en la comitiva r 3 personas que llevaban r r 5 mulas. Ésta es la única cita, co-. rrespondiente a finales del siglo xv1, en la que se precisa un toponímico con el nombre de El Toboso y se menciona también que los expedicionarios encontraron a un indio toboso viejo (ibid., 127). No tuve a mano el texto castellano y por eso doy la cita de la versión inglesa, sintetizando su contenido. •En muchos relatos de los siglos xv1 y xvn sobre todo se unifica bajo el nombre de tobosos a muchos grupos étnicos con los que hacían alianzas o estaban emparentados, de la misma manera éstos eran llamados "chichimecas del norte" por las autoridades coloniales y por los historiadores y cronistas de la época, religiosos o seculares. Para los españoles y demás extranjeros los chichimecas eran bárbaros y salvajes, vivían dispersos GOmo bestias del campo y apenas merecían ser considerados como hombres. La sociedad dominante debía civilizarlos reuniéndolos en poblados distantes de los habitados por españoles para así sujetarlos obligatoriamente a la ley cristiana, a la iglesia y al vasallaje del monarca español en turno. 1 Con un ritual simbólico, que consistía en arrancar algunas -r amas de los árboles, tirar algunas piedras, dar unos pasos sobre la tierra o sobre la arena, erigir una cruz y recitar una fórmula, tomaban posesión en. nombre del rey de España de un territorio cuyos límites desconocían. Haciendo prevalecer su superioridad numérica o bélica, y legitimando esa posesión con un falso supuesto y una ficción de derecho, se apoderaban de esas tierras por las buenas o más bien por las malas.4 Philip W. Powell se refiere precisamente al avance hispano de descubrimiento, conquista y poblamiento hacia el norte en la segunda mitad del siglo xv1. No menciona por su nombre a los tobosos, porque la mayoría de los documentos, al menos los que él consultó, no hablan nominalmente de ellos, aunque sin duda en más de una ocasión se referirán a ellos como a uno de tantos grupos considerados como chichimecas.S
Ver un ejemplo entre los acaxées, cuando los españoles y el padre Hemando de Santarén en 1600 trazaron los primeros poblados en la parte de la sierra de Durango (González Rodríguez, 1987 : 271-287); vid. p. 272 . 5 Vid. referencias bibliográficas.
4
Los
tobosos,
bandol e ro s y nómadas
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son los más perjudiciales, insufribles e indomables [... J más parecen brutos o fieras de la campaña que racionales, aunque para malhacer son astutos y cavilosos, discurriendo por cerros o ribazos y concavidades de peñas, donde se recogen. Andan desnudos, sin más cuidado que del arco en que libran su sustento; su comida natural es rústica y silvestre, de raíces y yerbas y tuna martajada de que hacen panes, sin reservar las cortezas. No hay animalejo inmundo y asqueroso que no sea pasto de su voracidad. Y en fin es gente bárbara, lacerada y cruel. El suelo de su territorio es estéril, el terreno flqj_o y que apenas cría yerba. Todo es maleza de abrojos y de cambrones, falto de agua, sin otra que la que suda el cogollo o tronco de una planta aparrada de pencas pequeñas y púas agudas que llaman lechuguilla. 6
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, El capitán Mosqueda, junto con el capitán Cristóbal de Medrana, p·ersiguió entre 1616 y 16 r 8 a los conchos y a los tobosos en la cuenca del río Nazas. Estos dos grupos y los nonojes, aliados a los tepehuanes, se encontraron en la sierra de Santa Bárbara a comienzos de 1618. L~s tobosos mismos declararon que "desde el comienzo del siglo xvu" aF1.daban en pie de guerra y aún no tenían doctrina.7 Durante el gobierno de Mateo de Vesga, en 1621, -s e vuelven a registrar escaramuzas y acciones bélicas de los tobosos, como se habían dado antes a principios del siglo y al final del periodo de este gobernador, hacia 1624. Diego de Medrana informa a este respecto:
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moviéronse también muy a los fines de este gobierno los tobosos, que en ninguno han dejado de dar muestras de su ferocidad y belicosa _n aturaleza, que compite en valor con la guachichila. Siempre esta nación ha sido en poco número, mas ha tenido sujetas y amedrentadas a todas las circunvecinas que son, entre otras, nonojes y acoclames, con quienes están mezclados y emparentados, y uno solo que capitanee basta para resolver diez reinos . La tierra que habita esta nación es fragosa, estéril y sin aguajes y que no se puede trajinar si no es en la fuerza de las aguas. 8
OCEANO ,.ACIFICO
Figura 1. Territorio de los tobosos . Tomado de Griffen, 1980. Dibujo: Rubén Gómez J.
LOS TOBOSOS LEGENDARIOS EN EL SIGLO XVII
Los diferentes autores y documentos que tratan de los tobosos coinciden ~n señalar que erá~ extremadamente belicosos, indomables y escurridizos. A lo Iargo _del siglo xvn se han sublevado por lo menos unas 30 veces, Y muchas más atacado a los caminantes, a los soldados y sus presidios, a los poblad_ores de las haciendas y ranchos esparcidos por el campo, a mineros, agncultores y ganaderos, robando innumerables cabezas de ganado, matando a no pocos colonos, arruinando el comercio la minería y sembrando el pánico y la inseguridad por doquier. ' Jua~ Cervantes de Casaus, visitador de la administración colonial, pr?porcwna en 16 5 4 una descripción general de los tobosos y salineros as1 como de las características de la región que habitaban:
Puestos en paz en 1621 por medio del intérprete fray Alonso de la Oliva, fundador de la misión de San Buenaventura de Atotonilco, quien doµünaba la lengua de los tobosos -como consta en algunos documentos-, estos indios bajaron a dicho pueblo y se comprometieron a trabajar en la siega de las cosechas del valle de San Bartolomé, hoy Villa Allende.9 6
7 8 9
Relación de Cervantes de Casaus en Porras Muñoz, 1980: 166, 167. Op. cit., 1980: 153 y 158. Naylor y Polzer, 1986 : 446-479¡ Porras Muñoz, 1980: 168 . !bid., p. 273¡ Bandelier, 1926: 120.
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bandol e ro s y nómadas
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Esta paz y alianza de los tobosos con los españoles resulta algo enigmática o indica que los tobosos volvieron a sublevarse más tarde pues, por 1628, duramte el gobierno del marqués de Salinas, se ordenaba por real cédula acabar con estos grupos que se mostraban irreductibles, raras veces andaban solos y frecuentemente se aliaban con los salineros I con los conchos, y más al norte con los cíbolos. 10 En efecto, una de· las características de estos grupos étnicos, tanto nó,m adas como sedentarios, era la frecuencia de sus numerosas alianzas par~ atac~r a los españoles y algunas veces para hacer la guerra a otras etmas. Sm embargo, hago notar que las guerras hispanoindígenas, más que las que pudiera darse de tipo interétnico, no eran con el fin de conquistar otros territorios (porque no tenían estructuras de control) I 11 es decirI no , teman como objeto y fin el dominio territorial o el dominio humano si' no ·principalmente · sus ataques eran para procurarse alimentos, enseres d?mésticos, aperos de labranza y objetos para propia defensa, como por e1emplo cuchillos o arcabuces. No se excluyen las hostilidades guerreras por rivalidades con otras etnias o por diferentes motivos bélicos contra los españoles. En el periodo de gobierno de Gonzalo Gómez de Cervantes (16306 1 r 3 ), los españoles buscaron la alianza de los tobosos para castigar a los · masames alzados, "nación cercana de los conchos". Los tobosos asintieron, engañaron a los masames y los mataron, trayendo sus cabezas a ParraI.12 . La década de 1640 a 1650 y sus años subsecuentes serán de enormes congojas para los españoles, de numerosas muertes, de obstáculos para ~a minería y demás asentamientos españoles y de ruina para el comercw por la confabulación y los asaltos de numerosas naciones en todo el norte. Para defenderse, sobre todo de los tobosos, los españoles pensaron en una línea de ro presidios a lo largo de roo kilómetros, sitl!lados desde Parral haeia el sur, cada uno a una distancia de ro kilóme~rGs Y con un total aproximado de 300 soldados con sus respectivos capitanes. 1 3 Para tener una idea de los destrozos causados por los indios enemigos · 1 . ' particu armente por los tobosos, se pueden adelantar los hechos sigulilentes. En r644, unidos con los cabecillas, asaltaron una hacienda del va e de San Bart o1orne; , a h'1 mataron a dos personas y se llevaron todo el
camino flecharon a un hombre, y vivo aún, le desollaron la cabeza y otras partes del cuerpo. De tres haciendas de Indé se llevaron 2 ooo cabezas de ganado mayor y r 500 bestias de los corrales·. En el vado del río Florido mataron a un indio que iba al Tizonazo, le cortaron la cabeza y ahí mismo, en el paraje de los Charcos, mataron a un tarahumara y atacaron a un correo, que iba a México a informar al virrey, conde de Salvatierra, de la situación en Nueva Vizcaya. De camino al valle de San Bartolomé robaron tres recuas de mµlas y otras tantas manadas de las haciendas vecinas. 1 4 El 6 de octubre de 1645 el general Juan de Barraza, del presidio de Santa Catalina de Tepehuanes, por orden del general Luis de Valdés, gobernador de Nueva Vizcaya, se preparaba en Canutillo, Tizonazo e Indé para flanquear a los tobosos por Mapimí y por la tierra de los salineros (llamados irritilas), moradores pacíficos de la laguna de Viesca, como lo señala en su relación de 1575 el padre Juan de Miranda, el primero .que conoció a los conchos. 1 5 Barraza llevaba en su compañía 60 soldados españoles y 200 indios aliados, tepehuanes y conchos. Al fin los tobosos fueron vencidos. En su huida asaltaron la hacienda de Canutillo, mataron en Tizonazo al gobernador don Álvaro y robaron la hacienda del general Cristóbal de Ontiveros. En un par de días recorrieron cerca de 80 leguas y se trasladaron a su territorio. Con los tobosos estaban confederadas otras seis naciones: cabezas, salineros, mamites, colorados, julimes y conchos, como lo hace notar en su relación el padre Nicolás de Zepeda y también lo señalan los autos de guerra levantados en esa ocasión. 16 El maese de campo Francisco Montaña de la- Cueva salió para combatirlos. Fue igualmente designado para este fin Bartolomé de Estrada y Ramírez, futuro gobernador de Nueva Vizcaya. Los tobosos hicieron frente a las tropas de Montaña de la Cueva y aun osaron robar sus haciendas, pero un labrador de esa región, Bartolomé de Acosta, logró vencerlos, matar a ro de ellos, que fueron apeloteados, y apresar a otros, además
ganado Y la caballada. Cerca de Parral robaron a los mineros cantidad de mulas; mataron a un español y a un indio principal en Mapimí. En un
. 14
.
Para más detalles consultar la relación de Nicolás de Zepeda en González Rodríguez 1987: 196-240.
io 11
i2
13
Porras Muñoz, 1980: 169. Vid. Griffen, 19 8 3 : 337 _
s Rocha, 1940 (octubre-diciembre): 401. 16 Zepeda, op. cit., pp. 196-240. 1 7 Se conservan los autos levantados por Montaña de la Cueva en 1645, Naylor y Polzer, op. cit., pp. 318-334. 1
Relació_n de Medrana de Naylor y Polzer, 1986: 446-479. San Jerommo Hu e¡o · t·1t¡,an, m1s10n · -, Tarahaumara de 1715 1718 . 1
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bandolero s y
nómadas
rarse de su misionero, el padre Zepeda. El gobernador Valdés salió en su busca y los venció, consiguiendo, además, que se asentaran en San Buenaventura de Atotonilco. 18 El 22 de octubre de ese año se dirigió Guajardo al sitio llamado Espíritu Santo; de ahí se siguió a El Venado, el río Florido y al de Parral. El día 2:9 continuó a San Francisco de Conchos, a Chancable y a la Mimbrera, en el cami.FJ.o que vá de México a Parral, y a Santa Fe del Nuevo México. Siguió luego a San Pedro de Conchos y a Santa Isabel y finalmente a Parral. Nicolás de Zepeda hace notar que, en r645 1 había una gran sequía, puesto que hacía cinco años que no caía la lluvia. Pone de relieve tamoién que los españoles de esos lugares no se interesaban tanto por el bien común y por la prosperidad de los pueblos, cuanto por su propio beneficio Y porque no les faltaran indios para su servicio personal. 1 9 En septiembre de r652 1 el general Guajardo y sus militares habían ido a reconocer unas salinas -probablemente las Palomas- a 3 kilómetros del Peñol de Nonolat. Desde el 27 de abril de r575 el rey de España, por real cédula fechada en Villaseca, encargaba estas salinas a Francisco de Ibarra, primer gobernador de Nueva Vizcaya. El 29 de septiembre de ese año tuvo lugar la batalla en el Peñol de San Miguel de Nonolat, que resultó desastrosa para los tobosos. El capitán Baltasar Caldera, a pesar d€ la lluvia de piedras que le arrojaron dichos indios, mandados por el nonoje Francisco de Casabala, logró subir a la cumbre con 8 hombres y dominar a los rebeldes. Después de que dos emisarios tobosos hablaran con el gobernador para pedirle piciete (tabaco), los capitanes españoles en número de siete, que tenían rodeados a los tobosos, dijeron que los rebeldes merecían la muerte. Los alzados estaban esperando el auxilio de los talamit (hijos de la tierra) y de los jitemit (hijos de las piedras). Los autos de este combate que duró cinco horas precisan que se hicieron cautivos a r79 tobosos y que ellos tuvieron 322 muertos contra tres españoles heridos~ 44 indios amigos, y únicamente 2 muertos.20 El 17 de octubre de 1652 1 el gobernador había ordenado hacer junta de guerra en el paraje de Jaque, pues un total de r 8 grupos étnicos se habían aliado para hacer guerra a los españoles. Al parecer, únicamente los chizos de Cocotán eran fieles vasallos que hacían la guerra a los tobosos. Los otros grupos hostiles eran, además de los tobosos, los nonojes, acocla18 :
Tierra de 7obdsos y Salineros lucia 1645 •
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Porras Muñoz, op cit., pp.l6?, 174 . ' Y Vid. Zepeda (1644-1645), en González Rodríguez, op cit., pp. 200-240. 2 º Los Autos de guerra de r652 se conservan en el Archivo Municipal de Parral, en el correspondiente año. El historiador parralense José G. Rocha los ha consultado, son 142 fo. lios. Pueden verse sus artículos, citados en la bibliografía, sobre "Una cruel matanza de tobosos". Igualmente· útiles son las informaciones ordenadas de 16 5o a 16 53 por Enrique Dávila Y Pacheco, que se encuentran en la Biblioteca Nacional. Vid. manuscritos en la bibliografía, y Porras Mmloz, op. cit., pp. 177-178.
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Figura 2. Tierra de tobosos y salineros hacia 1645 . Tomado de Naylor y Polzer, 1986. Recopilación de Luis González R. Dibujo: Rubén Gómez J.
Los
tobosos,
bandol e ros
y
nómadas
mes, gavil~nes, mansos, jitemit, talamit, hijos de los palos, salineros, cabezas, matarajes, colorados, pies de venado, mayos, babosorigames, conchos, julimes y mamites. 21 Los costos de la guerra de 1644 a 1645 se calcularon en 20 ooo pesos, los destrozos y asaltos cometidos por salineros y tobosos entre 1648 y 16 5 4 ascendían a 15 ooo bestias robadas, cifra que se duplicaría para 1659. Por otro lado, el padre Nicolás de Zepeda y el padre Felipe Duque contaron 1 337 muertos en diferentes batallas ocurridas en cinco años. En octubre de 1657 el gobernador Enrique Dávila Pacheco emprendió campaña contra los tobosos sublevados cuatro veces•I lo mismo hizo su sucesor Francisco de Gorráez y Beaumont. Vencidos los tobosos, quedar~n asentados en Tizonazo, pero se volvieron a sublevar y el gobernador hizo pasar a cuchillo a 60 de ellos; Diego de Medrana, informó al arzobispo qe México, Mateo de Sagade Bogueiro, en 1660, que se había buscado la alianza de los tobosos, conchos y salineros para apuntalar la autoridad de la audiencia de Guadalajara en un conflicto surgido entre el oidor Juan G 0 nzález de Manjarrez y el gobernador Luis de Monsalve. 22 · A pesar de la ami.stad temporal con los españoles en 1666 los tobosos volvieron a rebelarse cuando gobernaba Antonio de Oca y Sarmiento. Atacaron una hacienda junto al río Florido mataron a 22 personas robaron el ganado Y pusieron fuego a la finca. Én su huida a la misión de Boca~ dieron muerte a 9 soldados y a 14 indios que escoltaban al padre Rodrigo del Castillo, al que llevaron cautivo. Incluso se atrevieron a robar la caballada del presidio de San Miguel del Cerro Gordo. 23 En i670, los mineros del Parral se quejaban, como lo habían hecho otras veces , de Io d"f' i ici·1 y pe1·1groso que resultaba traer azogues, indispensables para el trabajo en las minas, a causa de los continuos ataques a los tobosos.24
A partir de 1680 la actitud del gobierno colonial cambió respecto de los indígenas y ordenó su busca en sus territorios· para invitarlos a vivir congregados y pacíficos; de no conseguirlo, mandaría hacerles una guerra ofensiva. Con este fin envió al general Juan Fernández de Retana a combatir a los tobosos, que poco antes se habían rebelado junto con los salineros, los cocoyomes, los acoclames y los gavilanes, a quienes, en 1677, había hecho la guerra el gobernador Lope de Sierra Osario y poco después su sucesor Martín de Rebollar. 26 El cambio de actitud de la administración colonial se explica porque ese año se dejaron sentir las rebeliones de los indios pueblo del Nuevo México que habían repercutido al sur del río Bravo concitando a los piros, tiguas, sumas y janos, tarahumares, conchos y pimas de la región de El Paso del Norte, Casas Grandes, Santa María de Carretas, Janos y toda la sierra tarahumara hasta sus fronteras con Sonora. 27 A estos rebeldes se unieron los mansos, los julimes, e incluso los irritilas o laguneros, entre otros. Por eso, el gobernador Sierra Osario decía que, ya desde 1678, entre Durango y Parral había 11 naciones enemigas, que la de más valor eran los tobosos, y que con este nombre se solía incluir a las demás. Un último testimonio de fines del siglo xvm es el del gobernador Juan Bautista de Larrea, quien en 1699 asentó de paz a 130 tobosos en San Buenaventura de Atotonilco y a 350 chizos en San Francisco de Conchos.28 Quiero resumir los avatares de este siglo tan tumultuoso con las palabras del visitador Cervantes Casaus acerca de los tobosos: son los más perjudiciales, insufribles e indomables [... ] Los indios tobosos Y salineros no guardan palabra ni fe y con facilidad la quebrantan. Y no es de admirar si no se perfecciona con darles algunas reses, rejas de arado y semillas por una vez, obligándolos a sembrar y asistir a la doctrina que se les señalare, porque para dar la paz se juntan los que pueden, y dejándolos de la mano se vuelven a dividir como de antes a buscar de comer. 2 9
Cuatro años después, en febrero de 1674, el gobernador José García de Salcedo recib ina · , paci'ficamente · a los tobosos en Parral, y a sus aliados los ~coclames, gavilanes, cocoyomes e hijos de las piedras, que se habían da\ cuenta que el gobernador acababa de triunfar sobre los salineros, los ca ezas Y los mayos en las cercanías de Mapimí. 25 21
22
V'd
1 . Rocha, 1941 : 204-216 Los detalles de est ·• . as erogaciones de 1645-1646 se conservan en AGI Contaduría 92 5. Medr ano afirma que fu ' 8 gastados en la guerra contra los tobosos, vid. Nay1or Y Polzer 198 6·eron6 o ooozpesos d , , _ ' · 44 -471 ; epe a en Gonzalez Rodnguez, 198 7: 200-240; Porras M unoz 19 80· 177 Ald ' · ; arna, 1968 : 529-530 y Medrana (16 60) en N aylor y Polzer, 1986 :
44 6-47 9.
IVÁN RATKAJ, UN CROATA¡ JOSEPH NEUMANN, UN BELGA, Y LOS TOBOSOS
Según un testimonio franciscano de 1638, los tobosos, ~ntes de haber tenido alguna doctrina o misión en la que estuvieran asentados, ya se habían rebelado a principios del siglo xvn.3º En efecto, no he encontrado ningún 26
23
Consultar la relació d 1 • . d . . , , n e cauuveno e Rodngo del Castillo en 1667 en Gonzal ez Rodnguez, op. cit., pp. 261-26 8. :~ Po~ras Muñoz, op.cit. , pp. 372 -375, 378 . -, !bid., p . 22 2.
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L u i s Go nz á l ez
Ro dr íg u ez
!bid. pp. 241-24 5¡ Bandelier, 1923, t . u : 250. Porras Muñoz, op.cit., p. 179. !bid., p . 222. !bid., pp. 166-1 67 y 217 . !bid., p. 166.
L os
t o b osos,
band o l e r os
y
nó m a d a s
documento que hable del establecimiento de misión alguna entre los tobosos antes de los intentos mencionados por Ratkaj en 1683. A este respecto dice que los jesuitas pretendían fundar dos misiones entre los tobosos y que el padre José Tardá, visitador en 1681 de las misiones de la Tarahumara Alta, ya había empezado a aprender la lengua tobosa (en 1680). Sin embargo, el obispo de Nueva Vizcaya en esos años, el franciscano fray Bartolomé de Escañuela, pretendía poner a clérigos diocesanos en las misiones proyectadas en lugar de los jesuitas. Los tobosos no aceptaron a los sacerdotes del obispo y prefirieron seguir su vida nómada discurriendo por cerros y roqueríos donde no se podía sembrar y asaltando con sus flechas a los caminantes. Ésta era la imagen y la idea que tenía Ratkaj de los tobosos: los conchos, tobosos y parras están situados hacia el Oriente, antes de la Nueva Florida, Nueva Francia y el reino de Nuevo León [... j Los tobosos superan a los conchos en barbarie [... j y aunque desde hacía muchos años vigilaban de día Y de noche los caminos, y con cuantas asechanzas podían los hacían sumamente peligrosos, nunca se supo que atentaran contra la vida de ningún padre de la Compañía. Más aún se dio el caso de que apresaran a uno de los misioneros Y, despojándolo de todo y dando muerte a sus acompañantes, a él le perdonaran la vida y lo llevaran hasta cerca del presidio del Norte, mirando así por su vida[ ... ] Estos enemigos, con el propósito de asaltar, robar y matar, reunían en sus escondrijos todos los animales que por la fuerza les habían quitado. Ante todo capturaban las mulas, con cuya carne se alimentaban, despreciando todo lo demás comestible. Más aún, no les daba asco devorar la carne humana. Marcados con fuego con miles de signos y de líneas, en su aspecto fiero y horrible vagaban aquí y allá como faunos por los montes [... I Mientras estaban tramando un asalto con horrible gritería y vociferaciones al mismo tiempo, Y con las flechas listas para herir, aterraban de tal manera a las víctimas que algunas veces éstas caían por tierra semimuertos y llenos de pánico antes de que las traspasaran las flechas.
verso, puesto que es el único que. obstaculiza estos buenos sucesos. El obispo es de la Orden de San Francisco, opuesto a nosotros, como algunos de los antecesores que ahí residieron. Quizás podrá retardarse nuestra ida, pero no lograrán impedir que entremos a dicha mies [...) Porque interesa sobremanera que esta nación nos sea fiel y amiga.31 · Este testimonio, no señalado por ningún antropólogo e historiador, es importante y significativo por los nuevos elementos que aporta: el amplio contexto geográfico que da de los tobosos; los gritos que precedían a sus ataques, las marcas de su cuerpo y de sus rostros, el gusto por la carne mular y el hecho de que fueran antropófagos . Se da a entender también que los tobosos, aunque nómadas, eran capaces de practicar la sedentarización, de vivir congregados y de aprender la agricultura. También se hace notar que no habían tenido, antes de fines del siglo xvII, una misión donde ellos pudieran establecerse. -Los documentos coloniales mencionan dos sitios en los que los tobosos convivían temporalmente con otros grupos: San José del Tizonazo, misión jesuita de indios salineros, y San Buenaventura de Atotonilco, misión franciscana de indios conchos. El asentamiento circunstancial, en diversos tiempos, y el nomadismo ordinario o conyuntural, son rasgos comunes a numerosas tribus y bandas del norte que fueron consideradas exclusivamente nómadas. Joseph Neumann, compañero de Ratkaj en la Tarahumara durante tres años, que vivió 5 2 años en esas regiones, coincide al afirmar que los tobosos eran indomables, asaltantes de caminos, de pueblos y de reales de minas, y que su radio de acción llegaba ininterrumpidamente hasta la sierra tarahumara, desde que tuvo noticia de ellos a fines de 1680, hasta los primeros decenios del siglo xvm. En sus numernsos escritos, particularmente en su Historia de las sublevaciones en la sierra Tarahumara, que publiqué en francés en 1971, y 20 años después en lengua castellana, se encontrarán los testimonios e impresiones que Neumann tuvo de los tobosos.3 2
A contin~ación sigue escribiendo Ratkaj que los tobosos, abandonando su b~rbane, quieren que los jesuitas los pacifiquen, los gobiernen y les ensenen el camino de la salvación:
ª est e fin hace ya medio año que el gobernador de estas tierras de Nueva Vizcaya, con fervoroso y vehemente celo trata de dar satisfacción a sus deseos. Ha enviado ya a México, al virrey, muchos correos solicitando que algunos hombres apostólicos vivan con ellos [... I Para acelerar este negocio el gobernador ha acudido piadosamente al obispo de Guadiana esta misma semana del 1 7 de septiem · bre de 1682, a fin de que no se nos oponga y se muestre ad-
Lui s G o n z dl ez
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:i,
,1
Iván Ratkaj, Relatio Tarahumarum Missionum Eiusqu e Nationis terraequ e descriptio, l68 3 (ARSI, Mex. 17: · 494-505v). Traducción castellana por Luis González Rodríguez, Anales de Antropología, v. 32 (1994; en prensa). . Vid. en índice la palabra "tobosos" en Luis González (ed.) fo seph N eumann: Révoltes des indiens tarahumars (1626-1724) , París, Institut des Hautes Etudes l'Amérique Latine, 1 969-1971. Traducción castellana, Chihuahua, Camino, 19 9 1.
Lo s tobo s o s,
b a nd o l e r os
y
nómada s
de que vinieran las aguas. En este vaivén regular los arrieros empleaban de dos a tres meses en el viaje de norte a sur y otros tantos en su regreso, aunque a veces se demoraban más de lo previsto. Los tobosos y otros grupos salteadores de caminos sabían muy bien por la experiencia de muchos años y por las atalayas que tenían en sitios estratégicos en qué época del año pasarían por esos caminos las recuas de la misión que dejaban sus cargas en los sitios más cercanos, a donde podía acudir cada misionero con sus arrieros locales:. las dejaban en Parral, en la misión chihuahuense de Santa Cruz o en la de Mátape que ya correspondía a Sonora. Conservo dos testimonios del padre Thomás de Guadalaxara, de la misión de San Jerónimo Huejotitlán en la tarahumara, acerca de los tobosos. Uno es de 16 de enero de 1718 y se encuentra en una carta que escribió al padre procurador José Antonio García, al que le dice que acaba de recibir su "memoria". Todo lo que le llevó el arriero Bernardo de la Vega le llegó bien y se libró de caer en manos de los enemigos tobosos.3 3 Pero ya en 1692 había sido testigo, en Parra( de la paz dada podas tobosos.3 4 El otro testimonio, del 24 de febrero de 1715, dice lo siguiente: llegó pues, Bernardo de la Vega con ella [su limosna] a 19 de febrero de este año de 1715 y milagrosamente escapó, pasando esta cuesta de Huejotitlán, a donde estaban los tobosos y el día 20 mataron a un capitán del pueblo de San Javier, que se adelantó a otros que iban, y duró la pelea 3 horas, y de los enemigos fueron dos malheridos y que por la hierba venenosa se cree también morirían. Gracias a Dios y a su madre santísima no hubo más avería y quedaron con victoria los nuestros, y les quitaron las bestias y lo que tenían los
Figura 3. Área de acción de los tobosos (siglos xv1-xv111) . Recopilación del autor, 1995 . Dibujo: Rubén Gómez J. THOMÁS DE GUADALAXARA Y LOS TOBOSOS EN EL SIGLO XVIII
Los datos de archivo acerca de los tobosos y otras etnias norteñas abarcan parte del siglo XVI hasta comienzos del XIX, cuando, por diversas causas, desaparecen. Se han localizado alusiones a los tobosos en la correspondeneia de los .misioneros de la región tepehuana y de la sierra tara~umara, escritas al padre procurador en México, agradeciéndole el e_nv10 de las subsistencias y demás cosas que ellos le habían pedido. Las hstas de tales bastimentas y objetos (por ejemplo, ajuar para la iglesia, aperos de labranza, instrumentos musicales, sustancias medicinales, telas Y sombreros para los indios, etcétera) se conocían como "memorias". El procurador de los jesuitas las surtía en la capital novohispana, y éstas se paga~~n con la limosna anual de 300 pesos proporcionada por el rey a cada m1s10nero. En ~érminos globales, el número de ministros evangélicos en el noroest~ a fmales del siglo xvu y mitad del xvm fluctuaba entre 80 y 100. Los arneros transportaban lo que podían en sus recuas, cuyo número de mulas pasaba en algunas ocasiones del centenar. El trajinar de las recuas era periódico Y por lo general se hacía en los primeros meses del año, antes
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enemigos.35
Pongo de relieve aquí que los tarahumares se defendieron flechando a los tobosos con la hierba venenosa, mortal, despojándolos de sus bestias y recuperando lo que pretendía llevarse el enemigo. Sintetizando los datos de los documentos citados en este trabajo encuentro que los tobosos atacaban y robaban los actuales estados de ChiVid. Un estudio mío sobre Thomás de Guadalaxara, su vida y su obra en la tarahumara, está en prensa en el volumen correspondiente a 1995 de Estudios de Historia Novohispana que publica el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, bajo la coordinación de Felipe Castro G . 34 Vid. AGN, Prov. Int. 29 : 190. Testimonio ante el gobernador Juan de Pardiñas, el 24 de marzo de 1692. ., , El texto completo de esta carta se encuentra en AGN, Jesuitas 1v, y debo su conocimiento, así como la búsqueda de datos históricos sobre los tobosos, a Nicolás Olivos, antropólogo social, que está preparando su tesis sobre la tarahumara y a quien expreso aquí mi agradecimiento por su ayuda . B
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huahua, Durango, Coahuila, Nuevo León, Zacatecas y Tamaulipas; en total pude especificar 67 sitios, la mayor parte de ellos en Durango, luego en Chihuahua y en Coahuila, Y en último término en los estados restantes. Los datos de archivo señalados en la bibliografía han sido ordenados en orden cronológico, no por autores. Es significativo notar que, a partir de 17 35 empiezan los estragos de los tobosos en el antiguo Nuevo Santander, que después formó parte del estado de Tamaulipas. En esta región los ataques tobosos continuaron hasta 1845, última fecha que he localizado. A continuación indico los estados y sitios correspondientes a la fecha de los ataques tobosos que he encontrado.
Chihuahua (19 sitios robados y atacados , no pude especificar el número de muertos; esta advertencia vale para el resto de los estados) r.BolsóndeMapimí: 1644, 1645, 1674 2. Estancia de Don Bernardo de Azcua y Armendáriz: r 691 3. La Chorrera, en la confluencia de los ríos Florido y Conchos: 1650 4. Palomas, Salinas de: 1652 5. Río Florido: 1644, 1645, 1652, 1666 6. Río Grande del Norte o Río Bravo: 1691 7. Santa Bárbara, Minas de: 1618, 1684 8. San Buenaventura de Atotonilco (hoy Villa López) : 1652 9. San Diego de Minas Nuevas: 1684 ro . San Francisco de Conchos, misión y presidios: 1645 11. San Francisco del Oro, minas de: 1684 12 . San Javier, misión jesuita de: 1715, 1718 13. San Jerónimo Huejotitlán, misión tarahaumara de: 1715, 171 8 14. San José del Parral, minas de: 16 44, 1 645 , 1650, 1670, 1677, 1678, 1680, 1684, 1692 15- San Pedro de Conchos, misión franciscana de: 1645, 1650 r6. Sierra del Diablo: 1691 17. Sierra de Jicorica: 1691 r8. Tecolote, ranchería del: 1691 19- Valle de San Bartolomé (hoy Valle de Allende): 1644 1653 1684 1 1
Durango 1 · Bolsón de Mapimí: abarca partes de Durango, Coahuila y Chihuahua; e st a planicie arenosa tiene una altura promedio de 1 200 metros sobre el nivel del mar: r6 44 , r6 45 , 1674 2. Canutillo, hacienda de (municipio de Ocampo): 1645
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3. Cristóbal de Ontiveros, hacienda del general: i 645 4. Cruces, paraje de las: 5. Cuencamé, presidio de: 1653, 1691 6. Charcos, los (municipio de Canatlán): 1644 7. Durango o Guadiana: passim 8. Espíritu Santo (municipio de Indé) localidad de: 9. Guanaceví: ro. Mapimí, pueblo y minas de altura sobre el nivel del mar, 1953 metros: 1644, 1645 1 1652, 1674 r r. Nonolat, San Miguel de (peñol): 165.2 12. Nuestra Señora del Pasaje, presidio de: 1691 13 . Río Nazas: 16 18, 1666, 1691 14. San Bernardino, misión franciscana de: 1706 r 5. San Buenaventura, misión franciscana de: 1698 16. San José del Tizonazo, misión jesuita de: 1644, 1645 1 1663 1 1666· 17 . San Juan Bautista de Indé, pueblo de visita de misión jesuita: 1644, 1691 r8. San Juan del Río: 1691 19. San Miguel de las Bocas, misión jesuita de: 1645, 1666 20. San Miguel del Cerro Gordo, presidio de (hoy Villa Hidalgo), en el camino de México a Chihuahua: 1666 21. San Nicolás (a doce leguas de Santa Catalina de Tepehuanes): 1690, 1691 22 . San Pedro el Gallo, presidio de: 1691 23. Santa Catalina de Tepehuanes, presidio de: 1691 24. Santiago Papasquiaro, misión tepehuana jesuita: 1691 25. Sierra de Atotonilco (municipio de Hidalgo): 26 . Sierra de Pelayo (municipio de Mapimí) a r 438 metros sobre el nivel del mar: 27. Venado, el (municipio de San Dimas): 1645
Coahuila r. Acatita, a 30 kilómetros al sur de Monclova (municipio de Castaños): 1691 2. Agua Nueva: 1691 3. Bolsón de Mapimí: 1644, 1645, 1674 4. Cadena, la: 1691 5. Mesillas: a ro leguas de Saltillo: 17 34 6. Mobas: 1691 7. Monclova, presidio de Santiago de: r 7 34 8. Nadadores, misión franciscana de, a 470 metros sobre el nivel del mar: 1693 1 1698, 1762
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9. Rinconada, jurisdicción de $altillo a 50 leguas: 1734 ro. San Juan de los Ahorcados: 1691 11. Tora, jurisdicción de Santiago de Monclova: 1734 12: Nuestra Señora de Refugio de la Bahía: 1807, 1825 13. Saltillo: 1687
Nuevo León r. Mojito: 1691
2. Salinas, las, jurisdicción de Nuevo León: 1734 3. Monterrey: 1706
Zacatecas r. 2. 3. 4.
Mazapil: 1691 Nieves: 1691 Sombrerete: 1691 Zacatecas, ciudad: 1691
Tamaulipas 1. Sierra del Abra o de Tanchipa, entre Tamaulipas y San Luis Potosí: 1775 2. Tanciaquil, montes de: 1775
Nota bene. A estos datos añado el que me comunicó la doctora MarieAreti Hers: que en 16 5-8 los tobosos también habían penetrado al ahora estado de Jalisco. Supongo que además llegaron a San Luis Potosí a través de la sierra de Tanchipa, aunque no tengo documentación que lo compruebe. De ser así .los ataques de los tobosos se extenderían a ocho estados actuales de la República Mexicana. Según se tratara de guerrilla o de ataque a personas o propiedades, los asaltantes tobosos eran escasos en número y podían llegar hasta 600 flecheros como en el caso del peñol de Nonolat. Entre sus armas se mencionan expresamente las flechas, probablemente no envenenadas. Puedo suponer que tenían también lanzas, mazos, las piedras que despeñaban y, como parte del botín quitado a sus víctimas arcabuces ' machetes y nava. Jas, Y algún otro instrumento de defensa y ataque. En los documentos se menciona que desollaban a sus víctimas, a veces las decapitaban, que bailaban sus cabelleras, que acostumbraban cierto canibalismo y que despojaban de todas sus pertenencias a sus víctimas para utilizar todo aquello que pudiera servirles. /
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No usaban vestimenta, pero llevaban algún penacho y marcas en cuerpo y rostro; al parecer hombres y mujeres caminaban descalzos. Su habitación era móvil con alguna estructura o armadura de carrizos, embadurnada con lodo y protegida con pieles. Como todas las etnias del norte solían tener un cacique que mandaba pequeñas bandas, curanderos que, como en todo el norte, atendían las enfermedades con recursos naturales, extrayendo el mal con canutillos y recitando alguna fórmula. Tenían hacedores del mal que, paradójicamente, podrían considerarse como neutralizadores de abusos. No tengo ningún dato acerca de sus creencias, pero puedo suponer que en su ideología religiosa distinguían a los inculcadores supremos del bien y a los favorecedores del mal; quizás tendrían ritos de fecundidad humana y de fertilidad vegetal o animal, y sus creencias derivarían de la observación astral y de la naturaleza circundante. Eran recolectores y cazadores. Su hábitat era extremadamente árido; los tobosos salían de él para procurarse el sustento, y a los españoles la misma falta de agua les impedía entrar. Los testimonios de Diego de Medrana y de Juan de Cervantes de Casaus confirman parte de lo aquí expresado y añaden que los tobosos eran pocos -pero no señalan ninguna cifra-, que su valor y ferocidad era como la de los guachichiles, que los capitaneaba un jefe y que era muy frecuente su alianza con otros grupos. En cuanto a su lengua, algunos piensan que era parte del tronco yutoazteca del tipo sonorense; Pennington asemeja la lengua tobosa al concho. Otros dicen que simplemente era una lengua diferente y, finalmente; otros creen que era parte de las lenguas atapascanas. No se puede afirmar nada porque no se conserva ninguna palabra de la lengua tobosa y sólo se sabe que fray Alonso de la Oliva, fundador de la misión y el pueblo de San Buenaventura de Atotonilco (hoy Villa López) conocía muy bien esta lengua y era su intérprete; algunos piensan que escribió una gramática o vocabulario de la misma.3 6 William Griffen afirma con razón que hay pocos datos acerca de los tobosos. No obstante señala la probabilidad de que existiera entre ellos la poliginia sororal, las ceremonias de pubertad dirigidas por chamanes, las danzas rituales o guerreras con consumo de peyote y, en el nacimiento de un vástago, la costumbre de la couvade, es decir, que el padre tenía que guardar cama para que su hijo recién nacido pudiera desarrollarse bien. Antes de terminar cabe preguntarse el porqué de tantos levantamientos de los tobosos en contra de los españoles. No creo que existiera en esta etnia lo que ahora se llama racismo o discriminación racial. Los españoles sencillamente eran considerados enemigos por las encomiendas y el trabajo personal forzado en las haciendas o en las minas; probablemen36
La concentración de todos estos datos está tomada en buena parte de Griffen, 1983 y de Rocha, 1939, 1940, 1941.
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te consideraban también hostiles a los misioneros por obligarlos a vivir concentrados en pueblos, a llevar una vida con determinado orden y a cambiar de creencias, asistiendo cada día a la iglesia y a las oraciones . Sin embargo, en ningún caso se puede dar esto como absoluto, porque sin duda alguna había españoles buenos y misioneros bondadosos y comprensivos e igualmente tobosos que aceptaron el cristianismo. Alguna respuesta a estos interrogantes nos la dan los mismos españoles cuando reconocen injusticias y arbitrariedades cometidas con los tobosos Y con otras etnias . Cito por vía de ejemplo el testimonio dado en 1~4º _p or el licenciado Pedro Fernández de Baeza, presidente de la Audiencia de Guadalajara, que escribe al rey: si a los más amigos y de mayor resolución y valor, como son los tobosos, llamados de paz [... J los arcabucean, ¿cómo no se han de alt erar las demás naciones?37
Ya para terminar el siglo xvn, en tiempos inmediatamente posteriores al mandato de Juan Isidro de Pardiñas Villar de Francos, que acababa de ser gobernador de Nueva Vizcaya, se dieron los últimos combates de ese siglo contra los tobosos; los expedientes de estas luchas pueden verse tanto en el AGN como en el AGI. Algo de sus acciones bélicas a comienzos del siglo xvm pueden verse en los testimonios de Joseph Neumann y en los que he citado de Thomás de Guadalaxara. El historiador chihuahuense Francisco R. Almada escribe que en 1720 el gobernador Martín de Alday fue a combatirlos y los castigó severamente.3 8 Sus actas se conserva_n. ~n el Archivo Municipal de Parral. Para perseguirlos confió esta misrnn a José de Berroterán, capitán del presidio de San Francisco de Conchos. Tanto el gobernador como el militar aprehendieron a algunos tobosos y-a otros los deportaron a la ciudad de México. Con esta medida e st e grupo perdió importancia como problema militar y, paulatinamente, fueron desapareciendo de la escena. Quizás se extinguieron totalmen~e, pues ya en la segunda mitad del siglo XIX su número era restringido y os documentos coloniales de esa época ya no los mencionan después de 18 4 5 · Al menos no he encontrado ningún dato posterior.
1
1 1
i7 Cfr. Porras Muñoz, ~P- cit., p. 86. -'~ Almada, 1968: 529 _530 .
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Rodríguez
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Rodrígue z
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CUERVO y
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CÓMO HISTORIAR CON POCA HISTORIA Y MENOS ARQUEOLOGÍA: CLASIFICACIÓN DE LOS ACAXEES, XIXIMES, TEPEHUANES, T ARAHUMARAS Y CONCHOS
Susan M . Deeds N orthern Arizona tJniversi ty
Para los etnohistoriadores el estudio del Norte novohispano implica va' rios obstáculos; para mí, el mayor es saber cómo clasificar ciertos grupos indígenas al momento de contacto con los españoles. En particular, mi interés está en las transformaciones provocadas por las incursiones hispanocoloniales en cinco grupos indígenas -los acaxees, los xiximes,· los conchos, los tepehuanes y los tarahumaras (es decir, a quienes los jesuitas denominaban tarahumaras)-. Intento explicar por qué y cómo tres de estos grupos perdieron su identidad cultural, mientras los dos restantes -los tepehuanes y los rarámuri- siguieron otro indicio que permitió a un número significativo de ambos grupos mantener una identidad cultural. La historia colonial de estos grupos indígenas, quienes no dejaron escritos, nos ha llegado en su mayoría a través de intrusos ajenos a aquellas sociedades, y por lo tanto debe leerse con cierta crítica y escéptica imaginación. Incluso, no debemos olvidar que hasta en aquellas inusitadas oc~siones en las que a los indígenas se les concedía hablar en los procesos civiles y criminales sus voces eran amortiguadas y transformadas por l~s autoridades. Aparte de estos problemas, me es incierta también la i:nedida en la que puedan estar distorsionadas mis hipótesis y conclus10ne~ debido, precisamente, a la carencia de una base firme de la cual parta ~1 estudio. Es decir, ¿cómo puedo explicar los cambios culturales expenmentados durante el periodo colonial si no puedo reproducir claramente la imagen de lo que estas sociedades indígenas representaban en el _momento de contacto? Algunos de ustedes pueden preguntarse por que estoy tan procupada al respecto, especialmente los que estén ~e acuerd~ con el doctor Samuel Johnson, famoso inglés del siglo XVII, qmen declaro que no podía entender por qué la historia era tan aburrida desde que la mayoría de los historiadores se dedicaban a escribir ficción. . Para explicar por qué eran tan distintas las respues~as _de_ los diversos grupos indígenas ante las tácticas españolas y por que distmtos grupos experimentaban diferentes resultados, propongo que tengamo_s _en cuenta las siguientes variables: modelos de comportamiento d~mogra~icos, ~rganización sociopolítica y movilidad de los indígenas, ntm~ e mtensi~ad de las tentativas españolas para obtener recursos, y la capacidad de los mdígenas para manipular imposiciones coloniales de u~~ man_era q~~ pudieran ser beneficiosas a la manutención de la cohes10n soc10-rehg10sa.
El problema mayor es que las primeras dos variables son muy difíciles de estudiar. ¿Qué puedo yo inferir sobre las características demográficas y culturales de los cinco grupos al momento de contacto? Por.supuesto, la respuesta depende de cómo se defina el momento de contacto. Estos momentos pueden estar cronológicamente separados por largos periodos de hasta cincuenta o cien años, según su definición. ¿Es el momento de contacto cuando llegan las primeras enfermedades, o cuando pasa el primer conquistador?, o ¿es acaso el momento cuando los españoles hacen sentir su presencia en una forma más sustancial? Si usamos la última definición, vemos que los cronistas religiosos siempre nos describen los asentamientos dentro del patrón de ranchería. Pero, ¿éstos representan antiguas formas sociales o cambios recientes? He aquí la controversia. Gracias a los trabajos de la doctora Beatriz Braniff y de muchos otros arqueólogos, las conexiones mesoamericanas en el noroeste de México y en el suroeste de Estados Unidos han sido parcialmente investigadas y analizadas por lo menos hasta el siglo XIV o xv. Dichas investigaciones y análisis nos revelan intercambios regionales y la existencia de pueblos grandes con construcciones de adobe, complejos ceremoniales, estructuras sociopolíticas jerarquizadas y prácticas de agricultura sedimentaria con canales de riego. El principal trabajo arqueológico relevante del área que estudio -la zona sur de Chihuahua y noroeste de Durango- ha sido llevado a cabo en el Valle de Durango, cerca de Zape, o en Hervideros, en cuanto a su relación con las culturas chalchihuites o Loma San Gabriel. 1 A pesar de que no hay acuerdo entre los arqueólogos sobre las evidencias halladas en estos sitios, 2 un gran número de ellos tiende a concluir que los centros chalchihuites fueron abandonados en el siglo XIV. Este éxodo coincide con la hipétesis general de que todos los centros mesoamericanos del Norte fueron abandonados en los siglos XIV y xv como resultado de una combinación de diferentes y desc,:mocidos factores. Siguiendo esta línea de interpretación, cuando los españoles llegaron en el siglo XVI encontraron las consecuencias del colapso anterior, es decir, asentamientos relativamente pequeños y dispersos que carecían de estratos socioeconómicos bien diferenciados y que no eran económica ni políticamente interdependientes.3
Sin embargo, para otros investigadores, este gran cambio social ocurrió más tarde debido a otros factores. Argumentan que varios señoríos se desarrollaron en el siglo xv4 y, aunque ciertos factores debilitaron aquellas sociedades antes del periodo contado, el toque final no llegó hasta que las enfermedades del Viejo Mundo fueron transportadas hacia el Norte a través de existentes rutas de intercambio desde Mesoamérica, incluso antes de la llegada de los europeos mismos. Lo que los españoles encontraron cuando llegaron más tarde en el siglo xvI fueron sociedades indígenas en diferentes niveles de transformación sociopolítica resultantes del colapso demográfico.S Así, resulta que las primeras relaciones detalladas por los jesuitas describen el patrón de rancherías. Sin embargo, existe la posibilidad de que los investigadores modernos hayan subestimado la magnitud de la población y mal interpretado la naturaleza de la organización sociopolítica en el momento de contacto. Quizá las rancherías no eran tan omnipresentes. Sin una versión clara del periodo protohistórico, la descripción de las características del siglo XVI se convierte en un asunto precario y arriesgado. Mis investigaciones en los documentos más antiguos indican que los acaxees, xiximes y quizá los tepehuanes mostraron formas de organización un tanto más complejas. Por ejemplo, la organización tarahumara era más parecida al modelo de la ranchería; y la categoría de h,s conchos incluye gente de rancherías y de banda. Además, en los cinco grupos mencionados encontramos agricultores y cazadores -sin entender sus conexiones o procesos de simbiosis-. Para proporcionar una mejor idea de estas diferencias, a continuación presentaré un resumen bastante reducido y superficial. Acaxees y xiximes. Los acaxees y xiximes ocuparon las barrancas de la sierra Madre en la zona occidental de Durango y oriental de SinalGa. La similitud entre sus lenguas y las de sus vecinos cahitas de la costa de Sinaloa condujo a Carl Sauer a sugerir que estos grupos procedían de tierras bajas. 6 Sús poblaciones no eran tan densas como las de la costa. Podemos sugerir, de acuerdo con las observaciones hechas en las crónicas de las expediciones del siglo XVI y la enumeración de almas hechas por los jesuitas Carroll L. Riley, Th e Frontier People: The Greater South west in the Protohistoric Period (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1987). s Daniel T . Reff, Disease, Depopulation and Culture Change in Northwestern New Spain, 15 r 8-1764 (Salt Lake City: University of Utah Press, 1991 ). 6 The Distribution of Aboriginal Tribes and Languages in North western Mexico, Iberoamericana, núm . 5 (Berkeley: University of California Press, 1934), pp. 15-20. Véase también Ralph L. Beals, The Acaxee: A Mountain Tribe of Durango and Sinaloa, Iberoamericana, núm . 6 (Berkeley: University of California Press, 1933), quien especuló que dichos grupos indígenas formaron un puente entre las culturas del suroeste de Estados Unidos y
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' Véase, para ejemplo, Basil C. Hedrick et al. , eds., The North Mexican Frontier (Carbondale: University of Southern Illinois Press, 1971); las publicaciones de J. Charles Kelley; Michael S. Foster y Phil C. Weigand, eds., The Archaeology of W est and Northwest Mexico (Boulder: Westview Press, 1985). 2 Véanse los comentarios acerca de las conclusiones hechas por Kelley y otros (incluyendo a Donald Brand) de Loma San Gabriel por Marie-Areti Hers, Los toltecas en tierras chichim ecas (México: UNAM, 1989), pp. 19-52. 3 Véase, para ejemplo, Edward Spicer, "Northwestern Mexico: Introduction", en Handbook of Middle American lndians, vol. 8 (Austin: University of Texas Press, 1969), pp. 777-791.
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en el siglo xvu 7 que cada grupo comprendía más de veinte mil personas durante el siglo xv1. 8 Dichos grupos vivían en sitios separados por profundas cañadas y altas cumbres, algunos fortificados con paredes de piedra y adobe a elevaciones considerables (inclusive contaban con sitios de juegos de pelota y estructuras grandes, tal vez de uso comunal), y también vivían en habitaciones más simples de estuco y paja en los fondos de las cañadas ~onde cultivaban maíz, frijol, algodón, etcétera, a lo largo de las márgenes e los ríos . El maíz se sembraba dos veces al año y se cosechaba en febrero Y septiembre. 9 Los indígenas cazaban, pescaban, cosechaban mezcal, y recolectaban miel y cera. Algunos de estos productos eran intercambiados por pe~cado Y conchas de mar. Por medio del trueque adquirían pericos y pl~maJes para la confección de vestimentas ceremoniales. Aún más, hay evidencias de que los acaxees y xiximes se dividieron en subgrupos llegando · , ' asi a comprender varias rancherías o pueblos. Al La organización política parece haber tenido elementos jerárquicos. . gunos de los subgrupos tenían un líder -"un reyezuelo"- cuya autoridad al m . , ' enos en tiempos de guerra, trascendía a más de una ranchena. · · 1es ) teman , , muJeres · º . xo Algunos homb res ¡pnnc1pa mas y b 1enes que otros. Los h ., . _ c amanes, tamb1en llamados hechiceros por los espanoles, 7
Estas fuen · . tr tes incluyen a Antomo Tello, Libro segundo de la crónica miscelánea en qu e se ata de la conqu1sta . . . . . de Xahs. co en el esp1ntual y temporal de la santa provmcw
nl ~evo reino de la Galicia y Nueva Vizcaya y descubrimiento de Nuevo M éxico, (GuadaaJara: La R 'bl º . . Ob , epu ica Literaria, 1891); y a George P. Hammond y Agapito Rey, eds ., regon 's Hist f 6 h . . . , Publ · h . ory O 1 t Century Exploratwn m Western Amenca {Los Angeles, Wetzel s is mg Co., 1928). . Reff, Disease De 1 . d . . at10n an Culture Change, estima 21 ooo habitantes por cada grupo (p · 250 ). Lap • · ·popu Pri·n osicion que toma Peter Gerhard, The North Frontier of New Spain (Princeton: ceton Un · • or 1 d iversity Press, 1982) respecto a la población en estas dos regiones habitadas P os os gru . pos sugiere, por lo menos, tal cantidad; pp. 170-171, 208-209, 22 8 -229, 240, 254 255 260 26 W 8- k' - 1. Otras evidencias se encuentran en "Razón y minuta", 1625, en Charles · ac ett H1st º · ches Th ' onca] Documents Relating to New Mexico, Nueva Vizcay a, and Approa1 André epr-eto, to 773, vol. 2 (Washington, D.C.: Camegie lnstitution, 1926), pp. 152-159; y s erez de R ºb Hº . . , bárbaras . i as, 1stona de los tnunfos de nuestra santa fe entre gentes las mas reirmpr ..: fieras del nuevo orbe, libro 8, cap. 2. La edición más reciente es una exacta esion de la . d. . . . court (M , . . e icwn ongmal de 1645 con notas hechas por Ignacio Guzmán Betanexico: Siglo Veinti · u · e d 1c10nes, . · · , este trab . no, 1992 ¡. p ara f aci·1·1tar el acceso a l as vanas citare aJo conforme d. . . 9 La infonn ., ª sus 1v1s10nes en libros y capítulos. ac1on etno -f d fuentes inf . gra ica e los acaxees y los xiximes es un resumen de las sigui entes ridico de ~r;r1ativas:_ Pérez de Ribas, Historia de los triunfos, libros 8 y 9; Testimonio ;u1 Diego de A- . poblacwnes Y conversiones de los· serranos acaxes hechas por el Capitán v11aN Y el ven era ble padre Hernando de Santaren , por el ano - de 1600, Archivo . General d ._ e 1a ac1on [AcN] M , . del Padre D. . , exico, D. F., Historia 20, exp. 19, fols . 183-294; y Relación iego X1méne S A d 10 Por e¡·em p ~• an n res, 1633, AGN, Jesuitas, m-15 exps. 4, 33. 1 º . d e 1os trmnfos, . 1·b . zuelo p p o, . erez de Ribas , H istona 1 ro 9, cap. 71 rnenc10na a un reyerovemente de G ·· , xixim e. uapi¡uxe que tema el mando de 17 rancherías durante la rebelión
convocaban poderes sobrenaturales para controlar .aspectos del medio físico, al igual que los comportamientos humanos y de salud. Aunque el mando marcial se fundaba en habilidades guerreras, hay indicaciones de que el oficio de chamán era hereditario. Respecto a su religión, se ha hallado una variedad de iconos que representaban un panteón de dioses . Estos iconos de madera o piedra tenían la forma de animales !venados, tortugas, conejos, águilas y otras aves) y la de seres humanos que representaban a los dioses de la fertilidad, la lluvia, el granizo, el fuego y las enfermedades. Algunas imágenes se hallaban en cuevas. Hay evidencias de que existía un dios supremo. 11 Los espíritus tomaban una forma animal o humana y hacían apariciones a los indígenas para darles órdenes. Los muertos eran enterrados en cuevas con alimentos y utensilios de caza. Los ritos comunales se enfocaban a la guerra y la agricultura e intentaban asegurar la supervivencia. Las guerras entre los grupos del norte parecen haber sido frecuentes. Estas guerras eran en forma de batallas campales y ataques sorpresivos. Las armas usadas incluían palos, lanzas y flechas. Los xiximes parecen haber sido los más agresivos de todos, atacaban fuertemente a los acaxees motivados por la adquisición de mujeres Y bienes. El canibalismo ritual se practicaba en los enemigos muertos en la guerra durante fiestas acompañadas de danzas, cantos, tambores Y del uso de intoxicantes. La carne humana se cocía con maíz y frijoles e impartía las virtudes de la valentía y el atrevimiento a los consumidores. Los cráneos eran guardados en cuevas y los esqueletos eran colgados de los árboles para invocar cosechas abundantes. 12 Otras danzas rituales se asociaban con la agricultura y vinculaban la fertilidad humana con la fertilidad de la tierra. Estas actividades eran paralelas con las prácticas rituales de los cahitas de la costa de Sinaloa. 1 3 Tepehuanes. Los antropólogos han dividido a los tepehuanes en dos grupos: los del sur y los del norte. 1 4 Para fines del siglo xv1, quizás unos 11
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Pérez de Ribas, Historia de los triunfos, libro 8, cap. 3, relata la creencia en un dios llamado Meyuncame (él, quien todo lo sabe); el jesuita identifica este dios con eJ diablo. Los acaxees llamaban al sol "el dios verdadero" en un reporte dado por P. Diego de Alejas, Teguciapa, 18 de mayo, 1617, AGN, Archivo Provisional, Misiones, caja 2 . Rela ción de la entrada que hizo el gobernador de la Nu eva Vizca ya Francisco de Urdiñola a la conquista, castigo y pacificación de los indios llamados xiximes, 1610, Universidad de Texas, Biblioteca Nettie Lee Benson, Colección Joaquín García lcazbalceta, Varias Relaciones, i-1. Un jesuita informó que ellos creían que el alma estaba atrapada en los huesos . Véase para comparación, Antonio Nakayama, ed., Relación de Antonio Ruiz (la c.mquista en el noroeste), (México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Centro Regional del Noroeste, 1974). Los tepehuanes sureños habitaron parte de Jalisco, Nayarit y Durango. Véase Carroll L. Riley, "The Southem T epehuan and the Tepecano", Handbook of Middle American In-
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cuacenta mil tepehuanes (del norte) habitaban la zona noroeste de Durango Y se extendían hasta el Valle de San Pablo, en el sur de Chihuahua. 1 s Hoy en día, alrededor de ocho mil tepehuanes viven en la sierra del suroeste de Chihuahua colindando al sur con Guadalupe y Calvo y al norte con el río Verde. Las primeras descripciones de los tepehuanes provienen de la expedición de francisco de Ibarra ¡15 6 3 -6 5 ). 1 6 Los españoles observaron un gran número de asentamientos con casas de adobe y piedra, en donde los indígenas practicaban la agricultura con sistemas de riego. Dicha información ha llevado a los historiadores a especular que los tepehuanes SOR los herederos de las culturas Loma San Gabriel y Chalchihuites. 17 Los tepehuanes fueron caracterizados por los españoles como los más belicosos de los agricultores de la Nueva Vizcaya. Hay evidencias de que sus guerras en contra de los tarahumaras al norte y los acaxees al oeste. iban más allá de simples incursiones ya que pretendían demandar tri18 butos. Sin embargo, a principios del siglo xvu, la organización de los tepehuanes era representada por los españoles de una manera más cercana al patrón de la ranchería. 1 9 Los sitios ocupados por los tepehuanes en las estribaciones de la sierra y el altiplano central tenían elevaciones medias superiores a los sitios más fructíferos de los acaxees y xiximes en los pisos de las cañadas. Los inviernos eran más largos y fríos. Las temperaturas bajas determinaban también las diferencias en la construcción de viviendas, las cuales eran de piedra y adobe o madera. El maíz se cosechaba una vez al año. Una agricultura menos productiva puede haber dictado poblaciones de menor concentración y más dependencia en la caza y la recolección. La organización política parece haber sido menos centralizada si se compara con la de los acaxees y xiximes. Es muy probable que los tepehuanes practicaran alguna forma de ca-
nibalismo ritual; sin embargo, los jesuitas no reportaron hallazgos de grandes cantidades de huesos, que tanto los escandalizó en el caso de los acaxees y xiximes. Además, los jesuitas encontraron una multitud de pequeños fetiches e incluso un íclolo grande -una columna de piedra con cabeza humana-, llamado Ubámari. Éste fue ubicado cerca de Zape y coincidió con unas ruinas asociadas ahora con la cultura Loma San Gabriel. 20 Una de las prácticas rituales de los tepehuanes censurada por los jesuitas fue el sacrificio de niños; según su interpretación, los tepehuanes creían que el ofrecimiento de un niño a un espíritu sobrenatural era una de las maneras de salvar la vida de un adulto moribundoY Aparentemente, los tepehuanes creían en una vida después de la muerte; los jesuitas describieron que en la creencia de los tepehuanes el alma se iba al monte después de la muerte; ahí, un espíritu consumía a aquellos que habían sido malvados, mientras que a aquellos de buenas acciones se les permitía marcharse a un lugar mejor. 22 La creencia de una vida después de la muerte es reafirmada por la insistencia de los tepehuanes de que las .enseñanzas cristianas acerca del infierno eran irrelevantes puesto que ellos eran inmortales. Los tepehuanes evitaban así las iglesias donde los españoles enterraban a los muertos por el temor de que éstos pudieran llevarlos consigo. 2 3 En sus ceremonias, al igual que los otros grupos comparados, usaban peyote y mezcal o maíz fermentado. Tarahumaras. 2 4 En el momento de contacto, muchos rarámuri habitaron al pie de monte de la sierra Madre, en la· parte central de Chihuahua, Y las sierras y barrancas al poniente. Actualmente, ocupan lugares más al oeste, como resultado de las deliberadas migraciones coloniales Y la .probable asimilación de otros grupos serranos como los témoris, tubares Y 2
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dians, vol. 8, pp. 814-821; y Campbell W. Pennington, The Tepehuan of Chihuahua : Their Material Culture (Salt Lake City: University of Utah Press, 1969), pp. 1-6. 15 Reff, Disease, Depulation and Culture Change, p. 205, sugiere 21 ooo. Gerhard, The North Frontier, pp. 1641 170-17 1, estima 6o 000 por la capacidad de las regiones habitadas por los tepehuanes. 16 Véas e H ammonct Y Rey, Obregon's History, y John L. Mecham, Francisco de !barra and Nueva Vizcaya (Durham: Duke University Press 1927) 17 Ca 11 · . ' . . rro RI!ey Y H. D. Wmters, "The Prehi:storic Tepehuan of Mex1co", Southwestern is Journal of Anthropology, 19:2 (1963), pp. 177-185 . Carta anua de P. Juan Font, 1608, en Luis González Rodríguez, ed., Crónicas de la Sierra Tarahumara (México: Secretaría de Educación Pública, 1984), pp. 160-165. En otro relato, un viejo guerrero tepehuano, Tucumudagui, cuenta sus hazañas en la expansión de las fronteras tepehuanas; Relación de Jo sucedido en la jornada que Don Gaspar de Alvear Y Salazar [.. . ]hizo a los tarahumaras desde los 26 de febrero deste año de r6r9 hasta los 20 de abril d e,] dicho año hecha por el padre Alonso de Valencia; Colección Icazbalceta, Varias Relaciones, r. . 19 Pérez de Ribas, Historia de los triunfos; li'bro 10, cap. 1. ,l
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Ju an Font, 16o 7, en González Rodríguez, Crónicas, p. 15 6. En otra carta de 1612, Font especula que antiguos mesoamericanos llegaron a esta área; ibid. , pp. 173174. Pérez de Ribas, Historia de los triunfos, libro 10, caps. 6 Y 3 5• Carta anua de Juan Font, i6il, Gonzál ez Rodríguez, ed., Crónicas, pp. 186-r.93. Carta anua jesuita de 1597, AG N, Historia, vol. 19, exp. 6. Los tarahumaras fueron de gran interés para Car! Lumholtz, Unknown Mexico, 2-vols. (Nueva York: Charles Scribner's Sons, 1902); y Wendell C. Bennett y Roben M . Zingg, Th e Tarahumara : An Jndian Tribe of North ern Mexico (Chicago: University of Chicago Press, 193 5). Estudios más recientes incluyen a Pennington, Th e Tarahunwrn of Mexico: Their Environm ent and Mat erial Culture (Salt Lake City: University of Utah Press, 1963); John G. Kennedy, Tarahumara of th e Sierra Madre: Beer, Ecology and Social Organization (Arlington Heights, IL : AHM Publishing Co., 1978); y Frarn;:ois Lartigue, Indios y bosqu es: políticas forestales y comunales en la Sierra Tarahumara (México: Ediciones de la Casa Chata, 19 3 3¡. El mejor trabajo contemporáneo está hecho por William L. Merrill; véase Raramuri Souls: Knowledge and Social Process in North ern Mexico. (Washington, D. C.: Smithsonian Jnstitution Press, 1987); y "Tarahumara Social Organization, Political Organization and Religion", en Handbook o/ North American Indians, Southwest, vol. 10, (Washington, D. C. : Smithsonian Institution, 1983), pp. 290-305 .
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guazapares. Las primeras descripciones detalladas acerca de los tarahumaras · . son. del siglo XVII · De todos I os grupos considerados aqm, los raramun tuvieron mayor éxito en ' , perpetuar una cosmologia que conservaba un - · · - a fmes · 2 . gran ID.umero de elementos pr e h.1spamcos. s Su poblac10n del siglo xv1 se puede estimar en cien · m1·¡ personas. 26 De los grupos conside· rados , descentralizados · , . hasta ahora , los tarahum · aras eran 1os mas en la pohuca. Predominaban las rancherías y su población era de baja densidad. · · · . Algunos vivían en cueva s, mientras que otros lo h1c1eron en casas de piedra a lo largo de los ríos. 2 7 Cada ranchería tenía sus principales, quienes tomaban decisiones consensuales · Los espano - 1es encontraron esto tremendamente frustrante en sus transacciones · • . . re1·1g10sas y comerciales con los tarahumaras. Al descnbII el oficio de b d • . . go erna or o prmc1pal, los padres Tarda, y GuadalaJara relatan: Es más como procurador que no como gobernador ni capitán, etcétera, porq~e en lo que toca a los demás, sólo propone y cada uno hace lo que quiere . Y ª~ 1 no suele bastar haber reducido los principales, sino que es menester reducirª cada uno en particular [... J Cuando el gobernador les manda algo que les es trabajoso si no es que por amor lo hagan, que por miedo y castigo no hacen cosa.28
El control entre los tarahumaras parece haber sido ejercido principalmente por 1ª ms1stenc1a · · · en la conformidad con las normas de conducta reiteradas en las pláticas de los principales. Los tarahumaras peleaban con los tepehuanes, no obstante que estos 25
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. _ ~esa~ de que los Jesmtas proporcionaron información etnográfica desde la primera dé~a del siglo xvn, algunos de los informes más ricos provienen de tiempo después cuana ª 0rd en renovó sus esfuerzos de conversión entre los tarahumaras de las zonas altas . Especialment - ·1 e uti es son dos detalladas relaciones jesuitas . Una fue enviada por los padr es Joseph Ta d ' T - d e GuadalaJara . t r a Y ornas al P. Prov. Francisco Ximénez en 1676. La cara completa se encuentra en Roma {Archivum Romanum Societatis Jesu, Mexicana 17, 355-392)- partesd -st fu gund . ' e e a eran encontrados en AGN, Historia, vol. 19, fols . 2 5 9-2 80. El se.º informe es el de P. Juan María Ratkay, Carichic, 20 de marzo, 168 3; del que sólo h e visto una tradu . , d l l . C · ccrnn e aun en la Biblioteca Bancroft de la Universidad de California, o1ección Bolt M • . . on, ex1cana 17. Para un análisis de los elementos no cristianos y C nst1anos en 1 ¡- -, . _ N ª re igrnn raramun, vease Merrill "God's Saviours in the Sierra Madre" atura] History 93 · ¡1 8 ) ,, . , . , , -3 9 3; y Convers10n and Colonialism in Northern Mex1co: The T ara h umara Respo h . . . d C . nse to t e Jesmt M1ss10n Program, 1601-1767", en Robert W. H efner, e ., onverswn to Ch . t . . H . . 1 and Anthropological Perspectives on a Great ns wmty: 1stonca Trans f ormation (Be k I U . . Ch r e ey: mvers1ty of California Press, 1993), pp. 129-163. anta I Cramaussel L · · d Juár . . . , ª provmcw e Santa Bárbara en Nu eva Vizcaya , 1563-1631 (Cd. C ez. Uruversidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1990), p. 87. arta anua de Juan Fo t 16 11 G , _ Inf _ n, , onza1ez Rodnguez, ed., Crónicas, pp. 186-193 . orme de Tarda y Guadalajara, 1676.
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últimos solían ser los agresores y tal vez los que provocaron la tendencia emigratoria de los tarahumaras al oeste antes de la llegada de los españoles. Los tobosos también asaltaban los sitios tarahumaras. Los artículos de conchas hallados indican que los rarámuri participaban en intercambios a larga distancia; la destreza que demostraron en el comercio con los españoles puede haberse derivado de dicha costumbre. En los valles del río Conchos, los tarahumaras sembraban maíz y frijol. La trashumancia asociada con los rarámuri tenía que ver con sus actividades como agricultores y cazadores-recolectores. Esta práctica probablemente llegó a ser más frecuente después de que los españoles introdujeran el ganado ovino. En la vida ceremonial, al igual que en los otros grupos, predominaban las fiestas con danzas e intoxicantes -en este caso, tiswin o tesgüino . Esos rituales llamados tesgüinadas se relacionaban con proyectos de la comunidad o de varias familias, como las siembras y las cosechas o los proyectos de construcción. La función primordial de estas ceremonias y rituales era asegurar un balance y una armonía en el universo, apaciguando las fuerzas sobrenaturales. Las descripciones de los jesuitas de cómo los tarahumaras concebían las almas son similares a las creencias de los rarámuri contemporáneos descritas por William Merrill. 2 9 Las almas seguían viviendo tras la muerte e intentaban llevar a los vivos consigo. Por esto los rarámuris (igual que los tepehuanes) evitaban los lugares en los que las personas morían o eran enterradas. Esto llegó a ser un obstáculo para la evangelización, puesto que los católicos velaban y enterraban a sus muertos dentro de las iglesias.3° Conchos. Los conchos, que pueden haber comprendido varios grupos, habitaron un extenso territorio al oriente de los tepehuanes y tarahumaras, al norte de los tarahumaras y al poniente de los grupos más nómadas, como los tobosos, cabezas y salineros. Sobre los conchos contamos con las descripciones más heterogéneas; retratados a veces como nómadas y otras veces como agricultores sedentarios, es probable que sus subgrupos se ocuparan en una u otra de estas dos actividades.31 Su organización política era la más descentralizada de todos los grupos. Los franciscanos que 29
Véase M errill, Raramuri Souls, la cual explica la centralidad de dicho concepto en la visión cósmica de los indios. Jo Juan Font en su carta anua de 1611 (González Rodríguez, Crónicas, pp. 186-193) interpreta en términos más simplificados la creencia en una vida después de la·muerte. Jt Véase William C. Griffen, Jndian Assimilation in the Franciscan Area of Nu eva Vizca ya {Tucson: University of Aiizona Press, 1979); Altura Guevara Sánchez, Los conchos: apuntes para su monografía (Chihuahua: Centro Regional de Chihuahua, INAH, 1985); y Cramaussel, La provincia de Santa Bárbara, pp. 85-87. Los conchos y sus vecinos del oriente han recibido la mayor atención etnohistórica de parte de Griffen, quien ha especulado que los conchos pudieron haber sido agricultores sedentarios primordialmente, después se volvieron a una vida nómada para escapar de la explotación española.
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trataron de congregar a los conchos no dejaron muchas descripciones etnográficas.32 La desagregación de los conchos parece haber aumentado a lo largo del tiempo colonial por la •fuerte explotación de parte de los españoles en trabajos mineros y agrícolas. Muchos de ellos sirvieron de auxiliares militares a los españoles, pero otros huyeron a los desiertos y a las sierras en donde crearon alianzas con otros grupos.33 Es posible que algunos de ellos cambiaran su estilo de vida sedentaria a una nómada como respuesta a las invasiones españolas.34 Dado que tenemos tan imperfecta visión de estas sociedades al momento de contacto, ¿será posible aventurar algunas hipótesis sobre las diferentes maneras en que los factores ecológicos, demográficos, organizacionales y cosmológicos pudieron producir diversas consecuencias en el cómienzo del periodo colonial? La relación entre el medio y la demografía jugó un papel crucial. La mayor concentración indígena se encontró en las elevaciones más bajas de las escarpas occidentales de la Sierra Madre, tierras de los acaxees y xiximes. Ahí, en los fondos de las cañadas, el doble cultivo rendía cosechas capaces de sustentar poblaciones más densas. Una población mayor justifica la organización política jerárquica que caracterizaba a esta área. La guerra endémica también tuvo causas y efectos demográficos. Probablemente; una creciente población antes del contacto español fue motivo suficiente para un aumento de ataques con el fin de conseguir alimentos. Entonces, una subsiguiente disminución drástica en la población también podría explicar un elevado índice de ataques por parte de grupos cuya capacidad para producir y reproducir estaba en crisis . El declive inicial de la población fue superior en las zonas de mayor concentración Y afectó primero a los indios de la costa de Sinaloa. Las enfermedades probablemente llegaron a las sierras de los xiximes Y acaxees con las primeras apariciones de españoles en busca de esclavos. En cambio, los efectos de las enfermedades se experimentaron a paso menos acelerado en el otro lado de la sierra, donde la población estaba más dispersa. Las agresiones de los tepehuanes, supuestamente los más belicosos, pudieron haber asumido un carácter más urgente cuando ellos sintieron los efectos de las epidemias. Los ataques de éstos a los acaxees Y 31
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En 1 622 , los franciscanos registraron una cifra de 1 003 indígenas en sus misiones de la provincia de Santa Bárbara; sin embargo, este número de indígenas es sólo una fracción de la población total ya afectada por enfermedades. Véanse los padrones Y minutas en la Biblioteca Nacional, Archivo Franciscano, caja u/171; y Razón y minuta .. . , 16 2 5, en Hackett, Historical Documents, n, pp. 151-159 . Véase Griffen, Indian Assimilation, pp. 25 _3 6, para información de una multitud de grupos identificados por españoles. Griffen, Culture, Change and Shifting Population o/ Central Northern Mexico (Tucson: University of Arizona Press, 19 6 9 ), pp. 144 _152 _
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tarahumaras parecen haber aumentado a principios del periodo de contacto. También en este periodo algunos tepehuanes emigraron hacia el Norte y algunos tarahumaras hacia el poniente. Parece claro que las enfermedades llegaron antes de que los españoles poblaran el norte de Durango. Otras introducciones de los españoles provocaron cambios y desplazamientos. Los grupos nómadas del desierto adoptaron el caballo y la caza de ganado feral, una herencia de la expedición de Coronado. Algunos conchos permanecieron en sus rancherías en las márgenes del río Florido mas otros emigraron al Norte. Cuando los españoles encontraron plata y una mayor población en las cercanías -como el c~so de los poblados xiximes y acaxees-, la población indígena experimentó un declive más acelerado que impidió la recuperación demográfica. Inclusive los tepehuanes, tarahumaras y conchos más dispersos sufrieron altos porcentajes de mortalidad cuando se quedaron en la región de mayor concentración española -en el noroeste de Durango y sureste de Chihuahua-. Por otro lado, estos grupos tuvieron mayor potencial para fugarse hasta los lugares menos accesibles para los españoles, aunque eran lugares menos fértiles para la agricultura. El retrato que he esbozado hasta ahora da más énfasis a la demografía y la ecología como factores para explicar los cambios culturales Y étnicos. ¿Qué podemos decir del papel que jugó la organización sociopolítica y religiosa de estas sociedades indígenas? El continuo que he presentado va de un grado de mayor centralización política y una jerarquía (y más características mesoamericanas) entre acaxees y xiximes a sucesivamente menos complejidad en los grupos tepehuanes, tarahumaras y conchos. Aunque ninguno de los grupos tenía sistemas complejos para acumular excedentes de producción o para transmitir recursos a un grupo Pº~-eroso, tampoco eran sociedades sin distinciones sociales. La acumulac10n primitiva y los intercambios a corta y larga distancia se presentaban en grados variables. ¿Cómo serían afectados los modos de producción e intercambio de los indígenas pqr las demandas de los españoles? ¿Cuál~s serían los efectos de la invasión española sobre las guerras entre los grupos indígenas? ¿Sería la belicosidad una ventaja? ¿Qué importancia tendrían las relaciones previas entre estos grupos? ¿Es acaso po~ible ~ue la religión o cosmovisión de algunos grupos les diera más capacidad mnata para sobrevivir imposiciones de la Colonia? . Estas cuestiones son las que estoy investigando, así como las preswnes de los españoles sobre los indígenas a lo largo del periodo colonial. Al final, sin embargo, mis explicaciones de los cambios culturales Y de 1~ etnogénesis quedarán incompletas por falta de conocimiento del penodo protohistórico. El problema sólo se resolverá con investigaciones arqueológicas referentes a dicha época.
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LA IMAGEN DEL OTRO
NAUFRAGIOS DE ÁLVAR NúÑEZ CABEZA DE VACA.
z NO VELA, CRÓNICA, HISTORIO GRAFÍA? Aurelio de los Reyes Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM
Es un crimen reducir a casillas, en un afán clasificatorio positivista, una obra tan rica y sugerente como Naufragios, pero es necesario hacerlo para intentar comprender la complejidad de su sencillez, así como para entender a los españoles del siglo xv1 y el impacto de la Conquista en la mentalidad de los propios conquistadores. ¿ NOVELA?
Quizás durante los últimos años la obra ha sido abordada más desde la perspectiva literaria que desde la historiográfica. 1 Mi punto de vista es el de un historiador que trata de explicar y comprender un texto historiográfico con una serie de elementos que a mi juicio lo aproximan a una obra literaria, esto es, a un artificio de palabras. Historiografía porque parto de la conclusión de que Cabeza de Vaca se propuso escribir una relación de los hechos acontecidos a su persona, no una novela o un artificio de palabras; porque la obra es producto de una profunda reflexión sobre la experiencia que vivió, que lo lleva a la conclusión íntima de haber sido el elegido de dios para sobrevivir al infortunio: mas ya que el desseo y voluntad de servir a todos en esto haga conformes, allende la ventaja que a cada uno puede hazer ay una muy grande differencia no causada por culpa dellos, sino solamente de la fortuna, o más cierto sin culpa de nadie, más por sola voluntad y juicio de Dios, donde nasce que uno salga con más señalados servicios que pensó y a otro le suceda todo tan al revés, que no pueda mostrar de su propósito más testigo que a su diligencia, Y aun ésta queda a las vezes tan encubierta que no puede bol ver por sí.2 Cabeza de Vaca no explicita sus argumentos quizás por temor a la censura, los comunica de una manera subterfugia, a través de un "yo heroico", de la introducción de elementos extraños -avisos misteriosos- que ª los historiadores de hoy nos parecen fantásticos, y de imágenes que remiten al lector a Jesucristo y a pasajes de la historia sagrada (incluidos los 1
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Margo Glantz (coordinadora), Notas y comentarios sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca , ~éxico, Grijalbo-cNCA, 1993. Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, edición de Trinidad Barrera, Madrid, Alianza, 1985, pp . 61-62 (El Libro de Bolsillo u43).
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milagros), lo que a mi juicio confiere al relato un carácter novele co. Me acercaré a ellos a través de diversas versiones del texto. LOS TE:>nos3
T~l vez el testimonio que Cabeza de Vaca envió a Carlos V después del P~ 1mer desastre de la armada de Pánfilo de Narváez en el puerto de la Trimdad, donde se perdieron dos navíos antes de embarcarse a la Florida inicie la gestación de Naufragios;4 continuó a lo largo del peregrinar d~ los sobrevivientes: Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Mald?nado, Andrés Dorantes y el negro Estebanico, al platicar sobre la necesidad de dejar memoria de lo acontecido: Y teníamos por cierto que hallaríamos la tierra más poblada y de mejores mantenimientos. Lo último, hacíamos esto porque atravesando la tierra, víamos muchas particularidades della, porque si Dios Nuestro Señor fuese servido de sacar alguno de nosotros y traerlo a tierra de christianos, pudiessc dar nuevas Y relación della.5
• Siguió con el relato que los sobrevivientes dictaron a un soldado de Nuño de Guzmán que servía de notario, inmediatamente después de su encuentro con españoles en la villa de San Miguel de Culiacán 6 conservado en el Ar c h ivo . General de Indias? y redactado en tercera persona ' del plural, 3
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Localizados por e1 suscnto . gracias . a 1a precisa . mvest1gac10n . . ., documental de Rolena Adorno para su artícul o "L a negoc1ac1on · · · d el miedo • en los Naufragios de Cabeza de Vaca" en M argo Gl ' ,, antz, op. cit., pp. 309-3 5o. En estas part . es nunca otra cosa tan medrosa se vio• yo hice probanza dello cuyo testimo1110 embié a Vuest . d . ,, TestJmomo . . sm . localizar, ' . . . ' . ra M a¡esta Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, 0
p. Clltd., p. 68 · Gonzalo Fernández de Oviedo cita dicho texto en su Historia natural y gee las I d. M d . . . n ws, a nd, Biblioteca de Autores Españoles 195, t . 1v p. 287: "este Ca-
11era
b eza d e y f ' -' ' aca ue por tesorero e oficial de Su Majestad; el cual dice que dende Xagua, que es un puerto o A . d . años h b' . ncon e Cuba, a qumce de hebrero de mil e quinientos e veinte y siete ; C b' ª 1ª escnpto a Su Majestad lo que hasta allí les había acaescido" a eza de y aca, op. cit., . p. 1. · ,, _ 14 6 E as1 estos otros 1 .d. . . es P1 ieron por testimonio de la manera que venían e traían aquella gente d e paz e de buena b I d 1 • y ellos se lo dieron . . . el unta que os segman; por fe e tesumomo cua 1 se envió a S M . d , s .d d us a¡esta es, dando loores a Jesucristo, Nuestro Redemptor, que fue ervi O e guardar es t os pocos cnstianos · · • de tan innumerables trabajos para que viniesen a d ar cuenta al E d , . mpera or Rey, nuestro senor, del subceso de aquella desdichada armada e d e 1ª calidad de la t ierra · · · ,, que estos vieron . Gonzalo Fernández de Oviedo Historia natu-' ra I y genera] de las I d. M d 'd 'b . , d n rns, a n , Bi hoteca de Autores Españoles, 1955, t. 1v, p. 313. 7 p bl ' u ica o en la Col · · d d . . . . eccwn e ocumentos meditas relativos al descubrimiento conquista Y organización de la s antiguas · · ' . poses10nes españolas de América y Oceanía sacados de 1os archivos del reino · z . p. , Y muy especw mente del de Indias Madrid Imprenta de José Mana erez ' 1 8?O, vo 1· 1 4, pp. 269-279 . En adelante Relación 'de San Mig;el. '
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atribuido a Cabeza de Vaca probablemente porque los editores no observaron la característica de ser un texto conjunto narrado por terceros, 8 según la excepcional afirmación en primera persona del plural "era la corriente tal que nos tornó a la mar";9 texto trunco hecho en un día,1° quizás por la ansiedad de los sobrevivientes de continuar su camino a la ciudad de México, que culmina con el incidente del "an~ón" del Espíritu Santo, poco después de ser iniciados en las curaciones en la isl::i de MalHado, que parece haber llegado a manos del virrey. 11 Es posible que una copia sirviera a Cabeza de Vaca de minuta, porque no son pocas las coincidencias entre ambos textos. La gestación continuó con el texto escrito en r 536, hoy extraviado, signado por Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes y Alonso del Castillo, utilizado por Gonzalo Fernández de Oviedo para su Historia natural y general de las Indias,1 2 que ofrece, sobre todo, el punto de vista de Dorantes, aunque suele enfatizar la participación de Cabeza de Vaca y de Castillo. Tal vez las inconformidades de Cabeza de Vaca con los textos y su rivalidad con Andrés Dorantes por el protagonismo de algunos hechos narrados en los textos conjuntos, además de la preferencia del virrey Antonio de Mendoza por éste para preparar una expedición al norte, 1 3 lo animaron para escribir en España, entre r 5 37 y r 5 39, en su calidad de testigo único de las hazañas ante la corte, 1 4 un texto individual que presentó como re8
"[P]ercibimos en esta relación la tercera persona relatora de un escribano que, partiendo de fechas Y ubicaciones constata lo ocurrido". Enrique Pupo-Walker, "Notas para la caracterización de un texto seminal: los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca", en Glantz, op. cit.., p. 2 75 . 9 Idem, p. 275 . 1 ° Fernández de Oviedo, op. cit., p. 313 . 11 Pupo-Walker, op. cit, en Glantz, op. cit., p. 275. 12 "De este Hidalgo [Pánfilo de Narváez] se hará relación e de su desventurado fin e infelice armada en este libro xxxv, segund la noticia que hasta el tiempo presente se tiene de su viaje; en el cual se subcedieron cosas de mucho dolor e tristeza, e aun miraglos en esos pocos que escaparon o quedaron con la vida, después de haber padecido innumerables naufragios e peligros, como se puede colegir por la relación que a esta Real Audie:1cia, que reside en esta cibdad de Santo Domingo, enviaron tres hidalgos, llamados Alvar Núñez Cabeza de Vaca, e Andrés Dorantes e Alonso del Castillo; los cuales fueron con el mesmo Pánfilo de Narváez, e cuentan por escripto lo que les acaesció en su viaje e por dónde anduvieron", Fernández de Oviedo, op. cit., p. 287 . 13 El virrey pidió un informe y un mapa de la ruta a Cabeza de Vaca, pero se inclinó por Dorantes, a quien envió una carta a Veracruz por la cual interrumpió el viaje que ambos emprenderían juntos a España para ver a Carlos V. Documentos citados por Herbert E. Bolton, Coronado. Knight of Pueblos and Plains, Albuquerq~e, The University of New Mexico Press, 1990, p . 472 . · 14 Estebanico murió en 15 39 en la expedición a Cíbola de fray Marcos de Niza; CaS t illo I-¿aldonado y Dorantes permanecieron en México, Jacques Lafaye, "Los 'milagros' de Alvar Núñez Cabeza de Vaca", en Glantz, op. cit., p. 18 y Bolton, op. cit., p. 472.
Naufragios
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Cabeza
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lación de méritos y servicios con el que obtuvo el cargo de Adelantado y Gobernador del Río de la Plata. Lo publicó por primera vez en r 5 42, 1 5 precedido de la licencia de impresión y de un proemio a Carlos V; características que repitió la segunda edición, impresa en Valladolid en 1555. 16 En 1736 se reimprimió en Madrid, precedido por un "Examen apologético" de Antonio Ardoino. 17 Andrés González Barcia suprimió la licencia de impresión y el proemio en la edición que llevó a cabo en Madrid en 1749 en el volumen I de Historiadores primitivos de Indias . Ediciones posteriores suprimieron el examen apologético. 18 El presente trabajo lo baso en la edición prologada y anotada por Trinidad Barrera, 1 9 que reproduce la edición de Valladolid de r 5 5 5 cuyo texto Cabeza de Vaca fijó como definitivo. El texto es una relación individual nutrida de la memoria, que Cabeza de Vaca perfeccionó en la medida que narraba la aventura, como puede observarse, al comparar los diversos textos; parece haber tomado como punto de partida la Relación de San Miguel de Culiacán. Desde luego que i;
no tomó apuntes, y si lo hizo los perdió en uno de sus naufragios.20 Los conquistadores solían guardar objetos que conservaban hasta el último momento, como Hernando de Esquive! que conservó "su espada y sus cuentas y libro y otras cosas", 21 aún después del naufragio de cinco balsas del que se hablará en su momento, lo mismo que un clérigo del que sólo encontraron la ropa "e con ella Ul'l Breviario y un Diornal- [Diario ... ]11.22 EL "YO HEROICO"
Como relación de méritos y servicios, Cabeza de Vaca intenta convencer al rey de recompensar sus trabajos, su lealtad y su empeñQ para dilatar la expansión española en las islas y tierra firme,23 y para ganar cristianos a Dios. 2 4 Por lo tanto es un texto con valor mercantil que pretende comprar un beneficio personal. Por otro lado, Cabeza de Vaca tornó parte en la expedición para continuar la tradición conquistadora de sus antepasados: De mi puedo dezir que en la jornada que por mandado de Vuestra Majestad hize de Tierra Firme, bien pensé que mis obras y servicios fueran tan claros Y manifiestos como fueron los de mis antepassados: y que no hubiera yo necesidad de hablar para ser contado entre los que con entera. fe Y gran cuidado administran y tratan los cargos de Vuestra Majestad y les hace merced.25
Álvar Núñez Cabeza de Vaca, La relación que dio Álvar Núñez Cabeza de Va ca de lo
acaecido en las Indias en la armada donde iba por gobernador Pánfilo de Narváez d esde al año de veintisiete y hasta el año de treinta y seis que volvió a Sevilla con tres de su compañía, Zamora, impreso por Agustín de Paz y Juan Picardo, a costa de Juan Pedro
16
Museti, mercader de libros, vecino de Medina del Campo, 1542 1 citado por Dona Id E. Chipman, "In Search of Cabeza de Vaca's Route across Texas: An Historiographical Survey", en Southwestern Historical Quarterly, Austin, The University of Texas, vol. xc1, núm. 2, octubre de 1987, p. 129 . Publicada con el título de" La relación y comentarios del governa \ dor Álvar Núñ ez Ca-
be~a de Vaca de lo acaescido en las\ dos jornadas que hizo a las Indias;\ con privilegio. _Colofón: impreso en Valladolid, por\ Francisco Fernández de Cordova: ano de\ mil quini_entos Y cinquenta y cinco anos". El índice del contenido Tabla de los capítulos conte-
Ambos propósitos sin omitir el de dar seña de la tierra y de los indios, aunados a su inco~formidad (por un afán protagónico) con los textos firmados conjuntamente, condicionaron a Cabeza de Vaca a ordenar los hechos alrededor de su persona:
m~~~ en la presente relación y naufragios del governador Álvar Núñ ez Cabeza de Va ca
17
18
el uso de los pronombres, de capital importancia e·n el texto, permite observar cambios notables: el relato se inicia con una esperable primera persona del plural, un nosotros que agrupa sueltamente a los españoles ("llegamosª
imcw la costumbre de titular al texto Naufragios, véase nota 6 del artículo de Robert E. Lewis "Los Naufragios de Álvar Núñez: Historia y ficción", y la nota 2 del artículo de Rolena Adorno, "La negociación ·del miedo en los Naufragios de Cabeza de Vaca", ambos en Glantz, op. cit. , pp. 7 4 y 310 _ Trinidad Barrera,. "C ntenos · · d e e d.1c10n" ·, . en Naufragios de Alvar Núñez Cabeza d e Vaca, Madr~d, Alianza falitorial, 1985 1 p. 52 (El Libro de Bolsillo 1143). Andr ~~ González Barcia la publicó con el título de Examen Apologético de la histórica
10
relacwn de los naufra g10s, · peregrmacwnes · • . , , y milagros de Alvar Nuñez Cabeza de Vaca , contra la censura del P. Honorio Filipone, por don Antonio Ardoino (Relación de los Naufragio~ del gobernador Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en Historiadores primitivos de las Indws Occidentales, Madrid, 1749 3 vals., siguiendo el texto de una edición de 1 73 6, reimpresa con el título de Naufragios y Relación de la jornada qu e hizo a la Florid_a con el adelantado Pánfilo de Narváez, Biblioteca de Autores. Españoles, t . xxu, Historiadores primitivos de Indias, 1870, pp. 517-599.) Más detalles en Luisa Pranzetti, "El
11
Idem, p. ü5 .
11
naufragio como metáfora", nota 5; y Pier Luigi Croveto, "Álvar Núñez Cabeza de Vaca,
14
Fernández de Oviedo, op. cit., p. 301. · ., "A diez y siete días del mes de junio de mil y quinientos y veinte Y siete partw dd puerto de Sant Lúcar de Barrameda el governador Pámphilo de Narváez, con poder Y mand º de Vuestra Majestad para conquistar y governar las provincias que están desde el río de las Palmas hasta el cabo de la Florida, las cuales son en Tierra Firme." Cabeza de Vaca, op. cit., p. 65 . , "(I]ba un fraile de la orden de San Francisco por comisario, que se llamaba fray Juan Suarez, con otros cuatro frail es de la misma orden", idem. Cabeza de Vaca, op. cit., p. 62 .
13
1
111
"los que quedamos escapados, desnudos como nascimos, y perdido todo lo qu_e traíamos; Y aunque todo valía poco, para entonces valía mucho" . Cabeza de Vaca, op. cit., P· 98·
Naufragios", nota 2; ambos artículos en Glantz, op. cit., pp. 5 3 y 12 0. Vid. nota 2 .
A u r. e 1 i o
d e 1o s
1
Re y e s
;
Naufragios
d e Álvar
Núñez
Cab e za
d e Vaca
399
la isla", "de allí partimos"), pero que pronto comienza a alternar con un yo que procura distinguirse de l9s demás. En pasajes altamente dramatizados -el yo en situación, el yo como espectáculo- el narrador se atribuye gestos, recalca formas de su diligencia que no sólo lo apartan de los otros sino que, a la luz de los hechos ulteriores, le dan la razón. 2 6 La construcción de un "yo heroico" 2 7 ("el yo asume buena parte del proceso narrativo para convertirse en núcleo referencial de singular importancia"J28 lo obliga a introducir elementos fantásticos propios de una novela, conforme a la definición de novela que Cabeza de Vaca establece en su narración: Y antes que llegássemos 1---1 los indios 1- --1 dixeron de nosotros todo lo que los otros les avían enseñado, y añadieron mucho más, porque toda esta gente 1- --1 son grandes amigos de novelas y muy mentirosos, mayormente donde pretenden algún interesse, 2 9
Cabe subrayar que para Ná¡;:era Castañeda los libros de caballería no son libros de mentiras, como sugiere el autor de la cita, y sí algo extraordinario, al igual que la novela lo es para Cabeza de Vaca. Es claro que éste no tenía el propósito deliberado de agregar elementos fantásticos a su relato. Por el contrario, quería contai: hechos reales Y verdaderos, precisamente por eso el título de su obra se inicia con la palabra relación; de ahí su fuerza. Su "yo heroico" lo refuerza con una narración en tono dramático para lograr mayor eficacia en su poder de convencimiento. Su protagonismo se nutre del convencimiento de haber sido el elegido de dios para sobrevivir al destino adverso de la expedición. Desde el inicio de su relato busca convencer al lector (al rey en primer lugar) de que él había Y debió ser el ser predestinado para sobrevivir, lo que supo desde el comienzo de la expedición por boca de una española, a quien se lo profetizó una mora de Hornachos; aquélla comunicó a Pánfilo de Narváez muchas cosas que le acaescieron en el viaje antes que le suscediessen, Y éS t a le dixo cuando entrava por la tierra que no entrasse, porque ella creía que él ni ninguno de los que con él ivan no saldría de la tierra; Y que si alguno saliesse, que haría Dios por él muy grandes milagros; 32 pero creía que fuessen ·, os de pocos los que escapassen o ningunos 1... 133 lo cual antes que ·partiessem Castilla lla española! nos lo avía a nosotros dicho, y nos avía suscedido todo el viage de la misma manera que ella· nos avía dicho.3 4
esto es, novela es algo extraño, quizá fantástico o extraordinario: El modelo de la novela de caballería, a pesar del desprecio erudito que relegaba los escritos de este género a la categoría de "historias mintrosas" y "libros de mentiras", era uno de los pocos a los que podían echar mano los cronistas en su búsqueda de esquemas y metáforas interpretativos para presentar los hechos insólitos tan comunes en las Indias. No dudaban los cronistas en comparar los hechos verdaderos de los españoles con los "fingidos" contados en estos libros . Pedro de Nác;era Castañeda, que cronicó la expedición de Coronado [ ... J resume bien la relación que muchos veían entre los hechos maravillosos pero reales, de Indias y los ficticios narrados en ese género imaginativo:3° "Ay cosas .el día de oy acontesidas en estas partes por nros españoles en conquistas y recuentros con los naturales, que sobrepujan en hecho de admiración no solo a los libros (de caballerías) ya dichos sino a los que se escriben de los doc;e pares de Franc;ia." 3 1
!,
26
Silvia Molloy, "Alteridad y reconocimiento en los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca", en Glantz, op. cit., p. 222. 27 Robert F. Lewis, en Glantz, op. cit., p. 82. 28 Enrique Pupo-Walker, en ibid., p. 280 . 29 Cabeza de Vaca, op. cit., p. 143 . Jo Lewis en Glantz, op. _ cit., pp. 80-81. ·' ' Pedro Náyera Castañeda, Relación de la /ornada de Cibola, conpuesta por Pedro Ná9era Castañeda . Donde se trata de todos aquellos poblados y ritos, y costumbres, la qua] fue en Año de r 540. Publicada en el Fourteenth Annual Report o/ the Bureau of Ethnology to the Secretary of the Smithsonian Institution, 1892-1893 1 Washington, Govemment Printing Office, p. 465 1 citada por Lewis en Glantz, op. cit., p. 81.
400
Aurelio
de
los
Reyes
Por lo anterior Cabeza de Vaca intercaló en su escrito narraciones de sucesos extraños' que le permitieron escapar con vida de situaciones adversas que paulatinamente eliminan a sus compañeros, como avisos de u~a · · ·, d er el mano misteriosa que lo protege, y que le afuman su convicc10n e s. quien cumplirá la profecía de la mora, además incluyó pasajes de la hiS t oria sagrada. · Gonzalo Femández de Oviedo añadió un ·capítulo a su obra después de conocer Naufragios que nutre con información que toma de dicha obra no . en el texto ' signado por "Cabeza de Vaca Y sus consortes " · Socontemda bresale la eliminación de los pasajes que fundamentan su convicc~ón de ser un elegido y las imágenes de la historia sagrada a las que no dedic~ ~~. (excepto a los milagros) . mentano a pesar d e no poner e n duda la credibihdad de la fuente tal vez porque Cabeza de Vaca se encontraba en 1~ corte; contradice específicamente unos puntos, otros lo hace en el texto sm detenerse en ellos. No dice por qué le parece más confiable el texto de los tres: 32 33 34
Subrayado mío. Cabeza de Vaca, op. cit., p. 171. Idem, subrayado mío.
Naufragios
de
Álvar
Núñ e z
Cabeza
de
Vaca
401
todo esto que es dicho en esta relación, lo había fecho imprimir este caballero e anda de molde, e yo le rogué que me lo mostrase; e despu és de habe rme informado de él, e ser persona que debe dársele crédito, así por su experiencia como porque todo se tiene por cierto,35 diré lo que en este capítulo [vul hiciere al caso brevemente, pues que no se debe preterir [s ic] ni olvidar, a vuelta de tantos trabajos, lo que adelante podría, en parte, aprovechar, e al presente satisfacer a la historia. Pero en alguna manera yo tengo por buena la relación de los tres, e por más clara que estotra qu e el uno sólo hac e e hizo imprirnir_36
Por otro lado cuestiona el nombre con que Cabeza de Vaca bautiza a la isla de Mal-Hado, llamada Malfondo en la Relación de San Miguel: 37 "pues en la[ ...] relación [firmada por los tres] no le pusieron nombre, ni él se le puede dar, antes en aquella isla fueron bien tratados los cristianos, como él mesmo lo confiesa en la una e otra relación" .3 8 Además le molesta el protagonismo de Cabeza de Vaca y el tono dramático de la narración;39 acerquémonos a los pasajes: inicialmente la armada consistía de cinco navíos con 600 hombres al mando de Pánfilo de ~:rváez. 4º En Santiago de Cuba un vecino del puerto de la Trinidad ofrecio dar bastimentas que tenía en dicho puerto. Narváez partió con toda la armada, pero en el puerto del cabo de la Santa Cruz a mitad del camino, decidió que fuesen a Trinidad solamente dos naví~s I uno al mando del • , capitan Pantoja, "y que yo, para más seguridad, fuesse con él" ;41 y otro que ~arváez compró en Santo Domingo. Pantoja y Vasco Porcalle descendieron para recoger los bastimentas. "Yo quedé en la mar con los pilotos"42 quienes le sugirieron partir de inmediato porque la Trinidad era un puerto donde se perdían numerosos navíos cuando había mal tiempo, Y porque lo que allí nos suscedió fue cosa muy señalada, me paresció que no sería fuera del propósito y fin con que yo quise escrevir este camino [mostrar s~s méritos Y servicios], contarla aquí. Otro día, de mañana, comern;:ó el tiempo a dar no buena señal, porque comenr;:ó a llover, y el mar iva arreziando tanto, que aunque yo di licencia a la gente que saliesse a tierra, como ellos H 36
37
38
Subrayado mío. Feman , dez de Ov1edo, · op. cit., p. 315 . Subrayado mío.
41 42
402.
Destaca la inesperada llegada de la canoa con la invitación personal a Cabeza de Vaca para dejar la embarcación y, en la segunda visita, el caballo. Los ruegos de los pilotos y de la gente lo convencieron de ir a la villa, no sin antes instruir a los pilotos de dar con las naves al través en caso de que el "sur" "ventase y se viesen en mucho peligro", 44 "y con esto, yo salí, aunque quise sacar algunos conmigo, por ir en mi compañía; los cuales no quisieron ir, diziendo que hacía mucha agua y frío, y la villa estava muy lejos.45 [... ] A una hora después de yo salido"4 6 llegó un viento del norte que agarró a los navíos a dos vientos. El peligro era el mismo en la tierra que en el mar, porque la fuerza del agua y del viento tumbaba casas, iglesias y árboles "era necessario que anduviéssemos siete o ocho hombres abrai;ados unos con otros, para podernos amparar que el viento no nos llevase" .4 7 Llegó la segunda señal: Andando en esto, oímos toda la noche, especialmente desde el medio della, mucho estruendo y grande ruido de bozes, y gran sonido de cascaveles Y de flautas y tamborinos, y otros instrumentos que duraron hasta la mañana que la tormenta cessó. En estas partes nunca otra cosa tan medrosa se vio; yo hi43 ce una probanza dello, cuyo testimonio embié a Vuestra Majestad.
Los vientos encontrados impidieron hacer a los pilotos maniobras para dar con los navíos. Naufragaron y murieron "sesenta personas Y veinte cavallos" .49 Quedaron vivos los 30 que bajaron a tierra, uno de ellos, Ca~eza _de Vaca, que descendió al último gracias a la oportuna llegada de la mist~nosa canoa portadora de una invitación y un caballo, que le salvaron la vida.
Relación de San Miguel, p. 277 _
Femández de Oviedo, op. cit., p. 315 _
43
w Idem. .¡o
vieron el tiempo que hazía y que la villa estava de allí una legua, por no estar al agua y frío que hacía muchos se volvieron al navío. En esto vino una canoa de la villa, en que me traían una carta de un ver;:ino de la villa, rogándome que me fuesse allá, y que me darían los bastimentas que oviesse y necessarios fuessen; de lo cual yo me excusé diziendo que no podía dexar los navíos. A mediodía bolvió la canoa con otra carta, en que con mucha importunidad pedían lo mesmo, y traían un cavallo en que fuesse; yo di la misma respuesta que primero avía dado, diziendo que no dexaría los navíos; mas los pilotos y la gente me rogaron mucho que fuesse, porque diesse priessa que los bastimentas se truxesen lo más presto que pudiesse ser. 43
Idem . Idem . 4 5 Idem . -1 6 Idem . -1 7 Idem . 4 R [bid., p. 68. 49 !bid., p. 69 .
-1 4
La Relación de San Miguel afirma que partieron 5 naves y 7 00 hombres (p. 269); el texto hrmado por los tres no informa sobre este aspecto. Fernández de Oviedo toma la información de Cabeza de Vaca (op. cit., p. 315). Cabeza de Vaca, op. cit., p. 66 . !bid., p. 67 .
Aur e li o
de
los
R e y es
Naufragios
d e Álvar
Núñ e z
Cabeza
de
Vaca
La Relación de San Miguel menciona brevemente el extenso pasaje: "Llegaron a Santo Domingo, donde estuvieron quarenta días: de allí fueron a Santiago de Cuba, que es puerto, a donde pasaron una muy grande tormenta, que-llaman uracán en aquellas partes, y perdieron mucha gente Y mantenimiento."5° Lo mismo hace Fernández de Oviedo cuando narra: "E perdida esta gente e navíos I e más veinte caballos que en ellos • iban, acordaron de invernar allí en el puerto de Xagua. " 5 1 Narváez partió de Cuba para la Florida con "400 hombres y 80 caballos en 4 navíos" .5 2 Mientras continuaban la exploración y después de haber perdido el rumbo porque el piloto Miruelo, en el que habían confiado, desconocía la costa, Narváez ordenó que un bergantín buscase el puerto y que si no lo hallaba regresara a La Habana para buscar el navío que había quedado bajo mando de Álvaro de la Cerda para recoger bastimentas. También ordenó que los barcos costeasen hasta encontrar el puerto mientras él iría a Apalache para posteriormente regresar en la misma dirección Y llegar al puerto por tierra, a lo que se oponía Cabeza de Vaca "porque tenía por cierto y sabía que él no avía de ver más los navíos, ni los navíos a él", 53 por la profecía de la pitonisa mora . En el texto de Fernández de Oviedo I destaca la cautela de Cabeza de Vaca al afirmar que él sabía lo que sucedería: El contador Y el veedor se conformaron con el comisario, y el gobernador determinó de hacerlo así; pero el tesorero [Cabeza de Vacal, vista su voluntad, le requirió muchas veces que no entrase, por las causas que había dicho e otras que acrescentaba en sus requerimientos. 5 4
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~sas ot~as causas eran las profecías que no menciona nunca a sus campaneros m a Fernández de Oviedo. De la lectura de Naufragios se deduce que eran un secreto guardado con celo, porque un secreto entre dos ya no es secreto. La expedición quedó reducida a 300 hombres con 40 caballos. Este grupo llegó a Apalache, donde les habían dicho encontrarían oro y casas; e?contraron más lo segundo que lo primero. En vista de la pobreza de la tierra, al cabo de 25 días decidieron ir a Aute rumbo al mar. Como los esteros, ríos Y entradas de mar dificultaban costear por tierra para encontrar a los navíos, decidieron construir 5 balsas, en las que se embarcaron 242 hombres. Al cabo de 37 días de camino extraviados y hambrientos reci50 Relación de San Miguel, pp. 269-270. 5 ' Fernández de Oviedo, op. cit., p. 287. >2 Cabeza de Vaca, op. cit., p. 70. » !bid., p. 75 54
bieron otra señal: "una noche sentimos venir una canoa, y como la vimos, esperamos que llegasse, y ella no quiso hazer cara; y aunque la llamamos, no quiso bolver, ni aguardamos, y por ser de noche no la seguimos, y fuímonos nuestra vía",55 hasta llegar a una isla, donde permanecieron seis días, cinco sin tomar agua; la sed fue tanta, que nos puso en necessidad de bever agua salada, y algunos se desatentaron tanto en ello que súpitamente se nos murieron cinco hombres. Cuento esto assí brevemente porque no creo que ay necessidad de particularmente contar las miserias y trabajos en que nos vimos, pues considerando el lugar donde estávamos y la poca esperarn;a de remedio que teníamos, cada uno puede pensar mucho de lo que allí passaría; y como vimos que la sed crescía y el agua nos matava, aunque la tormenta no era cessada, acordamos de encomendarnos a Dios nuestro señor, y aventuramos antes al peligro de la mar que esperar la certinidad de la muerte que la sed nos dava; y assí, salimos la vía donde avíamos visto la canoa la noche que por allí veníamos. Y en este día nos vimos muchas vezes anegados y tan perdidos, que nil'lguno ovo que no tuviesse por cierta la muerte. Plugo a Nuestro Señor, que en las mayores necessidades suele mostrar su favor, que a puesta del sol bolvimos una punta que la tierra haze, donde hallamos mucha bonanza y abrigo. 56
La Relación de San Miguel narra escuetamente el episodio: encontraron siempre muchos ancones y bayas que entraban mucho por la tierra adentro, todas bajas y peligrosas, y ansí andubieron treinta días, donde hallaron algunos pescados y gente pobre y miserable; padecieron gran necesidad de sed, porque estubieron seis días sin osar salir á la mar, y al cabo, visto que bebían agua salada y que muchos morían dello, se determinaron á salir, Y vieron una punta que la tierra hacía, donde tubieron un poco de abrigo para la tormenta que padecían, y vieron muchos indios, gente bien dispuesta, n0 traían flechas ni arcos, los quales huyeron dellos, y ellos los fueron siguiendo haS t ª sus casas, dó hallaron mucha agua y mucho pescado guisado.57
Femández de Oviedo suprime el encanto mágico y el dramatismo del encuentro con la canoa: Una noche les salió una canoa a ellos e los fué siguiendo un rato, e volvieron a ella por le hablar, e no quiso atender; e como son navíos muy ligeros, fuéronse los de la canoa, e los cristianos siguieron su camino primero. Otro día ;; !bid., pp. 89-90 . 56 !bid., p. 90. 57 Relación de San Migu el, p. 274 .
Fernández de Oviedo, op. cit., p. 289. Subrayado mío.
Aur e lio
d e
los
R eyes
N a ufragios
de
Álvar
Núñ e z
Cab e z a
de
Vaca
r
por la mañana les tomó una tormenta, e surgieron en una is la, e n o hallaro n agua en ella, de la cual tenían falta grande. E allí estovicron tres día , e co m o había cinco que no bebían, bebieron algunos agua salada e mucha, e muri éronse por ello cinco o seis hombres de súbito. E visto que la sed era inc;oportable, e aunque la tormenta no era amansada, acordaron de ir hacia aqu e lla parte donde habían visto ir la canoa que se ha dicho, encomendándose a Dios e poniéndose en notorio peligro de la muerte. E atravesaron; e al tiempo que el sol se ponía, llegaron a una punta que hacía allí abrigo e menos mar.5 8
noche, hasta que las grandes olas echaron la barca fuera de tierra, do la gente, que casi iva muerta, se remedió con hacer lumbres y tostar maíz para comer. 60
La versión de Fernández de Oviedo contiene discrepancias significativas: las dos barcas navegaron juntas no cuatro días, sino tres horas y nunca se separaron; la principal diferencia es tanto la eliminación del protagonismo de Cabeza de Vaca y del tono dramático: Tornando a la historia, oída la impiadosa respuesta del gobernador Pánfilo, el tesorero [Cabeza de Vaca] le siguió un rato hasta que se perdió de vista; y entonces el tesorero arribó sobre la otra barca que iba metida en el mar, la cual aguardó, y era la que llevaba Peñalosa y el capitán Téllez. E así juntas estas dos barcas, navegaron tres horas hasta la noche, e con la grand hambre que llevaban, e con haberse mojado la noche antes con las olas de la mar, iba toda la gente caída, e no había cinco hombres diestros. E así pasaron aquella noche, e al cuarto del alba el maestre de la barca del tesorero echó la sonda, e halló siete brazas de fondo; e porque la reventazón era muy grande de las ondas, se tovieron a la mar hasta que amanesció, e se hallaron a una legua de tierra e pusieron la proa en ella, e plugo a Dios que salieron en salvo. 61
La azarosa situación separó las cinco barcas; el gobernador decidió que cada quien velase por sí mismo. La balsa en la que iba Cabeza de Vaca se unió a las de Téllez y Peñaloza, de este modo navegaron cuatro días, pero una tormenta perdió de vista la barca de éstos, quedando solamente la de ·Cabeza de Vaca, que dramáticamente se presenta como el salvador de sus compañeros con el "yo" por delante: cuando el sol se puso, todos los que en mi varea venían estavan caídos en ella, unos sobre otros, tan cerca de la muerte, que pocos avía que tuviessen sentido, Y entre todos ellos a esta hora no avía cinco hombres en pie . Y cuando vino la noche, no quedamos sino el maestre e yo que pudiéssemos marear la varea, Y a dos horas de la noche el maestre me dixo que yo tuviese cargo della, porque él estava tal, que creía aquella noche morir. Y assí yo tomé el leme, Y passada media noche, yo llegué por ver si era muerto el maestre, y él me respondió que él antes estava mejor, y que él governaría hasta el día . Yo, cierto, aquella hora de muy mejor voluntad tomara la muerte que no ver tanta gente delante de mí de tal manera. Y después que el maestre tomó ca~go de la varea, yo reposé un poco muy sin reposo, ni avía cosa más lexos de mi entonces que el sueño. Ya cerca del alba parescióme que oía el tumbo de la mar, porque como la costa era baxa sonava mucho, y con este sobres~lto llamé al maestre, el cual me respondió que creía que éramos cerca de t1erra59
11 1
como efectiva_mente lo estaban. La vigilia que narra haber tenido Cabeza de Vaca contnbuyó a salvarles la vida. La Relación de San Miguel narra con parquedad el episodio:
Además de las discrepancias, en el libro vII, escrito después de conocer el texto de Cabeza de Vaca, comenta con ironía el pasaje "e si la mar o fortuna les quitaron las dos barcas, no hobieron mejor dicha las restantes ni tal donde aportaron".6 2 Un naufragio los echó en la isla de Mal-Hado. Encontraron a Andrés Dorantes y Alonso del Castillo, cuya barca había sobrevivido. Decidieron embarcarse en ella; el último naufragio los detuvo en la isla. Invernaron Y "en muy poco tiempo, de 80 hombres que de ambas partes allí llegamos, quedaron vivos sólo r 5 ", 63 cuyo fin Fernández de Oviedo narra con detalle en nueve páginas por boca de Dorantes, 64 pormenor del que carece Naufragios, lo que no puntualiza Cabeza de Vaca por haber sido separado del grupo de españoles; en cambio, siguiendo la Relación de San Miguel, se afirma que aquí iniciaron las curaciones, de las que hablaré más adelante. 65 Los indígenas decidieron pasar a Cabeza de Vaca a tierra firme, "don60 61
el Gobernador tuvo por su parte por allegar a tierra y salvar la vida sin procurar de, esperar los ·ot ros, Y as1, h izo . ca d a uno; en esta tormenta se perdió la barca de Tellez Y Peñalosa, Y la de Vaca de Castro [sic] fue con harto trabaxo toda una ,~ Fernández de Oviedo, op. cit., pp. 292 _293 _. Cabeza de Vaca, op. cit. , p. 95 .
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R e1acwn . , d e San Migu el, p. 2 7 5. Fernández de Oviedo, op. cit., p. 294. !bid. , p. 3 I 5. Eran los siguientes: Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo, Andrés Dorantes, Diego Dorantes Valdivieso Estrada Tostado Chávez Gutiérrez, asturiano, clérigo, Diego de Huelva, E~tebanico eÍ negro, ~enítez, F~ancisco de León, Hierónimo de Alanís, Lope de Oviedo; Cabeza de Vaca, op. cit. , pp. 102 y 107. Fernández de Oviedo, op. cit., pp. 295-304. Cabeza de Vaca, op. cit., pp. 104-105 .
-l
;
Naufragios
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Álvar
Núñ e z
Cab e za
de
Vaca
de me avía dado tan gran enfermedad, que ya que alguna otra cosa me diera esperarn;a de vida, aquella basta va para del todo quitármela". 66 Así fue como permaneció un tiempo solo entre los indígenas, e intentó reunirse con sus compañeros, que se fueron siguiendo la costa, pero "mi enfermedad estorvó que no les pude seguir, ni los vi. Yo huve de quedar con estos mismos indios de la isla más de un año." 67 Huyó por el mal trato que recibía. Durante seis años se hizo mercader. "Los trabajos que en esto passé sería largo contarlos, assí de peligros y hambres como tempestades Y fríos, que muchos dellos me tomaron en el campo y solo, donde por gran misericordia de Dios Nuestro Señor escapé." 68 "Fueron casi seis años el tiempo que yo estuve en esta tierra solo entre ellos y desnudo, como todos andavan."69 Su permanencia de seis años se debió a su encuentro con dos españoles (no dice cuándo, cómo y dónde) Alanís y Lope de Oviedo, el primero dudó de escapar todo ese tiempo; una vez que murió, Cabeza de Vaca y · Lope de Oviedo huyeron, pero éste regresó "con unas mujeres de aquellos indios [•··] Y yo quedé solo". Supo de la existencia de otros dos sobrevivientes.?º Encontró primero a Andrés Dorantes el que "cuando me vio fue muy espantado, porque había muchos días que me tenían por muerto, Y los indios así lo habían dicho. Dimos muchas gracias a Dios de vernos juntos, Y este día fue uno de los de mayor placer que en nuestros días habemos tenido'';7 1 luego apareció Alonso del Castillo y por último Estebanico el negro, únicos sobrevivientes de los 600 hombres embarcados en San Lúcar de Barrameda. Fernández de Oviedo cuenta estos episodios en boca de Andrés Dorantes, de quien dice se dedicó al comercio. La escasa información sobre Cabeza de Vaca se refiere a que los indios lo tuvieron como esclavo durante cinco años y medio: Y el tesorero! ... ] estaba en la otra parte de la tierra, muy doliente e sin esperanza de vida, Y ellos pasaron al ancón e se vinieron al luengo de la costa; y el
tesorero se quedó, allí do estaba, cinco años e medio, cavando dende la mañana hasta la noche, sacando raíces con una coa[ ... ] debajo de tierra e debajo del agua, e trayendo cada día una carga o dos de leña a cuestas sobre la carne e carona de ella, sin tener ropa alguna, sino como salvaje o indio.7 2 66 67
68 69 70 71 72
!bid., p. 107. Idem. !bid., p. 108. Idem . Hasta aquí llega la Relación de San Miguel. Cabeza de Vaca, op. cit. , pp. rro-n1. Fernández de Oviedo, op. cit., p. 29 5.
Quizás lo anterior sea uno de los desacuerdos d disgustos que impulsaron a Cabeza de Vaca a escribir su propia relación, en la que, en este episodio, enfatiza su soledad y pormenoriza de qué manera comerciaba con los indios. Malestar que debió iniciarse desde la redacción conjunta del texto, fuente de Femández de Oviedo. Fernández de Oviedo retoma a Cabeza de Vaca hasta el reencuentro con los españoles y precisa que con Castillo se encuentra al final, despojando este episodio de dramatismo: Y el Dorantes fue el primero que allí llegó, e acaso halló una gente de indios
que aquel mesmo día habían allí venido, los cuales eran grandes enemigos de los otros con quienes habían estos cristianos estado, e recibiéronle muy bien. E a cabo de tres o cuatro días que allí estaba, llegó el negro que iba en su rastro, e Alonso del Castillo (que estaban juntos), e allí se concertaron de buscar a Cabeza de Vaca, que los esperaba adelante. E vieron unos humos bien lejos, e acordaron que Dorantes y el negro fuesen a aquel humo, e que el Castillo quedase allí para asegurar los indios e que no creyesen que se iban; e dijéronles que iban por otro compañero suyo, que creían que estaba en aquellos humos, para lo traer allí a su compañía, e que se quedase Castillo hasta que volviesen. Y ellos holgaron dello, e así fueron e tovieron bien que andar has'ta la noche, que toparon con un indio que los llevó a donde Cabeza de Vaca estaba, al cual dijeron cómo venían a buscarle. E plugo a Dios que los indios se mudaron otro día e se pusieron más cerca de donde el Castillo _había queda~ do, e allí se tomaron a juntar.73 He destacado los episodios narrados por Cabeza de Vaca que m~ han parecido misteriosos, en los que expresa su convicción de ser un elegido de Dios, así como su protagonismo ("yo heroico") y el tono dramático de su narración. Convencido de que será quien cumpla las profecías de la mora de Hornachos, deja estos episodios para mostrarse poco a poco como guía Y salvador de sus compañeros y establecer, de manera sutil -como lo ha hecho hasta ahora y siempre en tono dramático-, un símil entre él Y Jesucristo, que adquiere obviedad con la narración de los milagros, las entradas triunfales a las poblaciones utilizando otras imágenes que traen ª la mente del lector la asociación de Cabeza de Vaca no sólo con Jesucristo, sino con otros elegidos y pasajes de la historia sagrada. Imágenes que tienen origen en sus conocimientos de la vida de Jesús, propias de una religiosidad nutrida por la tradición oral, que no por la lectura directa de la Biblia, que añade con los avisos otros elementos novelescos a su relato, si por novela se entiende una serie de sucesos extraños, conforme se deduce del texto de Cabeza de Vaca. 73
Aurelio
de
los
Re y es
!bid., p. 304.
Naufragios
de
Álvar
Núñ e z
Cabeza
de
Vaca
409
Según Cabeza de Vaca, los tres sobrevivientes se sumaron a su propósito de "passar a tierra de christianos [... ] que en este rastro y bu sca iva", rumbo a donde se pone el sol, a la mar del sur, "Y pues Dios Nues tro Señor avía servido de guardarme entre tantos trabajos y enfermedades, y al cabo traerme en su compañía, que ellos determinavan de huir, qu e yo los passaría de los ríos y ancones que topásemos." 74 No habían muda do de lugar por temor de ahogarse por no saber nadar, con lo cual concuerda Fernández de Oviedo.7 5 Esperarían, entonces, el momento precis o: "Dios Nuestro Señor por su misericordia me quiso guardar y amparar dellos [de los indios]. Y cuando el tiempo de las tunas tornó, en aqu el mismo lugar nos tornamos a juntar."7 6 Es así como Cabeza de Vaca, poco a poco, como Edipo, cumple su destino.
te punto, incluso como novela pierde consistencia por obvias contradicciones: en aquella isla que he contado nos quisieron hazer físicos, sin examinamos ni pedirnos los títulos, porque ellos curan las enfermedades soplando al enfermo y con aquel soplo y las manos echan dél la enfermedad, y mandáronnos que hizi éssemos lo mismo y sirviéssemos en algo; nosotros nos reíamos dello, diziendo que era burla y que no sabíamos curar.79
Un indio se dirige a Cabeza de Vaca en particular, con lo que él sobresale del resto del grupo: "Y viendo nuestra porfía, un indio me dixo a mí que yo no sabía lo que dezía en dezir que no aprovecharía nada aquello que él sabía, ca las piedras y otras cosas que se crían por los campos tienen virtud. "80 En este pasaje subraya una superioridad en la calidad de hombres entre españoles e indígenas, detectada por los indios, pues, según él, el mismo indio añadió:
LOS MILAGROS
Mientras Cabeza de Vaca estuvo en la Nueva España no habló de los "milagros" más allá de lo que los otros hablaron, de ahí que no se suscitasen controversias, y coincidiera con sus compañeros en destacar la extraordinaria aventura en que habían participado. 77 Quizás la discrepancia en el inicio de tales milagros sea uno de los puntos más débiles de Nau fragios como obra historiográfica. Cabeza de Vaca concuerda con la Relación de San Migu el de iniciar las_curaciones en la isla de Mal-Hado, pero si éstas se hubieran iniciado ª~1 los exploradores no hubieran sufrido esclavitud ni privaciones ni hubiera habido necesidad de que Cabeza de Vaca o Dorantes se dedicaran al comercio. Por el contrario, su vida se hubiera alterado, como cuando come~zaron a practicar con los avavares y a recibir trato preferencial. Es extrano que Cabeza de Vaca coincida con la Relación de San Miguel, 78 qu e en est e punto puede estar equivocada por la prisa con la que el escribano la tomó, Y que ni él ni Fernández de Oviedo comenten la discrepancia en un asunto tan fundamental. Por otra parte, en la isla del Mal-Hado aún había r 5 españoles, los c~~les debieron aprender a curar, de creer a Cabeza de Vaca que no especifica que hubiera sido una iniciación exclusiva de él o de los otros tres sobrevivientes; de ahí que Naufragios me parezca sumamente débil en es-
Y que él [el indio] con una piedra caliente, trayéndola por el estómago, sanava Y quitava el dolor, y que nosotros que éramos hombres, cierto era que teníamos mayor virtud y poder.8 1 En fin, nos vimos en tanta necessidad que lo ovimos de hazer sin t emer que nadie nos llevasse por ello la pena. 82
A continuación habla de las curaciones en términos generales y del cambio de su situación personal, que de la indigem:ia pasó no a la abundancia, pero tampoco a una privación total. A punto y seguido habla de hambre Y privaciones, cambiando inesperadamente el sentido del discurso, sin fijarse en la notorísima contradicción: Quiso Dios Nuestro Señor y su misericordia que todos aquellos por quien suplicamos, luego que los santiguamos, dezían a los otros que estavan sanos Y buenos, y por este respecto nos hazían buen tratamiento y dexavan ellos de comer por dárnoslo a nostras y nos davan cueros y otras cosillas.83 Fue tan
extremada la hambre que allí se passó que muchas vez es estuve tres días sin comer ninguna cosa, y ellos también lo estavan, y parescíame ser cosa impossible durar la vida, aunque en otras mayores hambres y necessidades m e vi despu és, como adelante diré.84
7
-1 Cabeza de Vaca, op. cit. , p. 11 I. ; Fernández de Oviedo, op. cit., p. 298 _ 76 Cabeza de Vaca, op. cit., p. 11 9 . 77 Vid. Jacqu es Lafaye, "Los 'mil agros' de Álvar Núñez Cabeza de Vaca (1527-1 536) en Margo Gl antz, op. cit., pp. 17 _35 . 78 Est e Y otros puntos m e sirven para deducir que la Rela ción de Sa n Miguel sirve de minuta a Cab eza de Vaca, aspecto que tal vez desa rrolle posteriorm ente al abordar N aufragios com o crónica. 7
11
410
Au r e li o de
l os
79
Cabeza de Vaca, op. cit. , pp. 104-105 . !bid., p . 10 5. ~ 1 Subrayado mío . 8, c abeza de Vaca, op. cit., p. 105. 8 ., Subrayado mío. s-1 Cabeza de Vaca, op. cit., pp. 105-106. Subrayado mío. 80
,
N a ufr ag ios
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d e Á l v ar
N ti dez
Cab eza
de
Vaca
411
1
'
Ya no se vuelven a mencionar las curaciones, por lo que se deduce que no las practicaron ni él ni ningún otro español individual o conjuntamente durante los seis años que vivió de comerciante a la espera de que Alanís se decidiera a escapar o hasta después de que los cuatro sobrevivientes huyeron de los indios, cuando ya condujo al lector, paulatina y sutilmente, a considerarlo el elegido de dios y a presentarse como el salvador de sus compañeros. Abruptamente, retoma la narración de las curaciones, que presenta como milagros. Después de narrar su fuga, los cuatro expedicionarios llegan con los avavares, se hosped!ln con "físicos" y son bien recibidos "por las maravillas que nuestro Señor con nosotros obraba". 8 5 ¿Cuáles maravillas si no ha contado ni el primer milagro? Eficaz golpe impresionista. Concuerda con Fernández de Oviedo en que la práctica sistemática de las curaciones las inician con estos indios . Mientras Cabeza de Vaca pormenoriza lamanera en que los enseñaron a curar, 86 Fernández de Oviedo no entra en tanto detalle. 87 Castillo inició las curaciones. Al cabo de cinco días continuaron su camino y asentaron sus casas a la orilla de un río:
No puedo dejar de asociar este pasaje con la historia de Moisés, quien en el desierto encontró una zarza ardiendo mientras pastoreaba las ovejas, y a quien, por medio de un ángel, Yahvéh le comunica que ha sido elegido para llevar a cabo la misión de liberar a Israel del cautiverio de los egipcios. 89 Cabeza de Vaca permaneció extraviado durante cinco días en los que no probó alimento, a pesar de haber ido a buscarlo. Con este pasaje existe un símil con la imagen de Jesucristo, porque estos cinco días equivalen al ayuno en el desierto durante cuarenta días al cabo de los cuales Jesús inicia su prédica y las curaciones milagrosas, de la misma manera que lo hace Cabeza de Vaca, pues sólo después de esta experiencia purificadora hace sus curaciones y predica el cristianismo. . Para sobrevivir al frío hizo un hoyo en el piso y practicó un extraño rito con el fuego: para las noches yo tenía este remedio, que me iva a las matas del monte que estava cerca de los ríos y parava en ellas antes que el sol se pusiesse, y en la tierra hazía un hoyo y en él echava mucha leña, que se cría en muchos árboles, y al derredor de aquel hoyo hazía cuatro fuegos en cruz, e yo tenía cargo Y cuidado de rehazer el fuego de rato en rato, y hazía unas gavillas de paja larga que por allí ay, con que me cabría en aque l hoyo, e desta manera me amparava del frío de las noches, y una dellas el fuego cayó en la paja con que yo estava cubierto, y estando yo durmiendo en el hoyo, comern;:ó a arder muy rezio, e, por mucha priessa que yo me dí a salir, todavía saqué señal en los cabellos del peligro en que avía estado. En todo este tiempo no comí bocado, ni hallé cosa que pudiesse comer, y como traía los pies descal¡;os, corrióme dellos mucha sangre. Y Dios usó comigo de misericordia, que en todo este tiempo no ventó el norte, porque de otra manera ningún remedio avía de yo vivir. 90
Y después de assentadas fuimos a buscar una fruta de unos árboles, que es como hieros, y como por toda esta tierra no ay caminos yo me detuve más en buscarla, la gente se bolvió e yo quedé solo, y beniendo a buscarlos aquella noche me perdí, y plugo a Dios que hallé un árbol ardiendo y al fuego dél passé aquel frío aquella noche, y a la mañana yo me cargué de leña y tomé dos tizones Y bolví a buscarlos, y anduve desta manera cinco días, siempre con mi lumbre y carga de leña. 88
85 86
~7
88
412
!bid. , p. "L
121.
. ª manera que ellos tienen de curarse es ésta: que en viéndose enfermos llaman un médico, Y después de curado no sólo le dan todo lo que poseen, mas entre sus parientes buscan cosas para darle. Lo que el médico haze es dalle unas sajas adonde tiene el dolor y chúpanle alderredor dellas. Dan cauterios de fuego, que es cosa entre ellos tenida por m~y provechosa, e yo lo he experimentado y me suscedió bien y con esto creen que se les quita el mal. La manera con que nosotros curamos era santiguándolos y soplarlos y rezar un Pater no st er Y un Ave María, y rogar lo mejor que podíamos a Dios Nuestro Señor que les diesse salud Y espirasse en ellos que nos hiziessen algún buen tratamiento." Cabeza de Vaca, op. cit., p. rns . "Eall'f · i ue don de pnmero comenzaron a temer e reverenciar a estos pocos cristianos e a tenerlos en mucho, e allegábanse a ellos e fregábanse a sí mesmos 1 e decían por señas a los cristianos que los fregasen e frotasen e los curasen; e trujéronles algunos dolientes para qu~ los curasen, e los cristianos lo hacían así, aunque estaban más acostumbrados a traba¡os que a hacer miraglos. Pero en virtud de Dios confiados, santiguándolos e soplándolos, de la manera que lo hacen en Castilla aquellos que llaman saludadores, e los indios en el momento sentían mejoría en sus enfermedades, e dábanles de lo que tenían de comer." Fernández de 0viedo, op. cit., p. 305 . Cabeza de Vaca, op. cit .. p. 123 .
Aurelio
de
los
Reyes
Sin embargo, Fernández de Oviedo no refiere la pérdida y reencuentro de Cabeza de Vaca con sus compañeros. . Cabeza de Vaca inicia el relato pormenorizado de las curaciones. En la primera, que lleva a cabo Castillo, establece un símil con la curación 9
"Moisés era pastor del rebaño de Jetró su suegro, sacerdote de Madián. Una vez llevó las ovejas más allá del desierto; y llegó hasta Horeb, la montaña de Dios. El Ángel de Yahvéh se le apareció en forma de llama de fu ego, e~ medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que no se consumía. Dijo, pues, Moisés: 'Voy a contemplar este extraño caso: por qué no se consume la zarza.' Cuando vio Yahvéh que Moisés se acercaba para mirar, le llamó en medio de la zarza, diciendo: '¡Moisés, Moisés!' Él respondió: 'Heme aquí.' Le dijo: 'No te acerques aquí; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra sagrada."' Biblia de ferusalén, edición española dirigida por José Ángel Ubi eta, Bruselas, Desclée de Brower, 1966, pp. 64-6 5. 9 ° Cabeza de Vaca, op. cit., p. 123 . ~
Naufragios
de
A l var
Nürlez
Cabeza
de
V a ca
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del paralítico: muchos indios le llevaron cinco "tollidos" para que los sanase
Nuevas privaciones, nuevos símiles con Jesucristo: a las vezes me acontesció hacer leña donde después de averme costado mucha sangre no la podía sacar ni a cuestas, ni arrastrando. No tenía, cuando en estos trabajos me vía, otro remedio ni consuelo sino pensar en la passión de nuestro redemptor Jesuchristo, y en la sangre que por mí derra111ó, e considerar cuánto más sería el tormento que de las espinas él padeció, que no aquel que yo entonces sufría .9 6
los santiguó y encomendó a Dios Nuestro Señor y todos le suplicamos con la mejor manera que podíamos les embiasse salud, pues él vía que no avía otro remedio para que aquella gente nos ayudase y saliéssemos de tan miserable vida, y él lo hizo tan misericordiosamente que, venida la mañana, todos amanescieron tan buenos y sanos y se fueron tan rezios como si nunca ovieran tenido mal ninguno.91 Después de lo cual, agrega, "de mí sé dezir que siempre tuve esperan~a en su misericordia que me avía de sacar de aquella captividad, y assí yo lo hablé siempre a mis compañeros" .9 2 Comienza a destacarse a sí mismo como el curandero más importante ("en atrevimiento y osar acometer cualquier cura era yo más señalado entre ellos").93 Su primera curación es muy semejante a la resurrección de Lázaro: cuando llegué cerca de los ranchos que ellos tenían, yo vi el enfermo que ívamos a curar, que estava muerto. Y ansí, quando yo llegué hallé el indio los ojos bueltos e sin ningún pulso, e con todas señales de muerto, según a mi me paresció, e lo mismo dixo Doran tes. Yo le quité una estera que tenía encima con que estava cubierto, y lo mejor que pude supliqué a Nuestro Señor fuesse servido de dar salud a aquél y a todos los otros que della tenían necesidad[ ... ] y a la noche¡ ... ] dixeron que aquel que estava muerto e yo avía curado en presencia dellos se avía levantado bueno y se avía passeado y comido e hablado con ellos.94
·r.
I·11
El pasaje de la Mal-a-Cosa sirve de pretexto para relatar el inicio de los sobrevivientes como predicadores de la nueva fe, así como Jesús con sus discípulos: de la mejor manera que podimos les dávamos a entender que, si ellos creyesen en Dios Nuestro Señor e fuessen christianos como nosotros, no temían miedo de aquel, ni él osaría venir a hazelles aquellas cosas, y que tuviessen por cierto- que, en tanto que nosotros en la tierra estuviéssemos, él no osaría parescer en ella.95 9' 92
93
94 95
414
!bid., p. 124. Idem . !bid. , p. 126. !bid., pp. 125-12'6. !bid., p. 127 .
Acomete la curación más peligrosa: la extracción de una punta de flecha del pecho de un herido: usando de mi oficio de medicina le di dos puntos ¡... ] Y otro día le corté los dos puntos al indio y estava sano y no parescía la herida que le avía hecho sino como una raya de la palma de la mano, y dixo que no sentía dolor ni pena alguna.97 Si ya las imágenes utilizadas por Cabeza de Vaca al narrar su entrada en las poblaciones remiten a las imágenes de Jesús entrando-a Jerusalén el domingo de Ramos, a partir de esta curación sus llegadas serán apoteósicas, casi con categoría divina. El relato de Femández de Oviedo no personaliza las curaciones ni las refiere con los detalles contados por Cabeza de Vaca; no habla de los paralíticos ni de la operación, sólo se refiere a la curación de unos ciegos, pero sin alusión directa, indirecta ni sutil con Jesucristo; señala que los cuatro eran tenidos por santos. De ahí, quizás, también la decisión de Cabeza de Vaca de escribir su propio texto y desligar su figura de la de los otros tres. Que Cabeza de Vaca haya logrado su objetivo de crear un "yo heroico" está confirmado pues su texto es el más conocido de los tres que existen sobre lo acontecido a la armada de Pánfilo de Narváez. ·Además, Nicolás Echevarría filmó una película sobre el libro en la que sólo se habla de la hazaña de Cabeza de Vaca y no de la hecha por los cuatro, Y tampoco se presta atención al hecho de que Hemando de Soto, en 1539 o 1 54°, encontró a Juan Ortiz, otro sobreviviente de la armada de Pánfilo de Narváez que le sirvió de guía y de intérprete.9 8 El dramatismo del relato de Cabeza de Vaca impresiona más que cualquiera de los otros textos, a pesar que desde el punto de vista etnográfico el más interesante sea el de Femández de Oviedo, porque no se detiene en consideraciones de índole 96 '-J7 '-J~
Aurelio
de
los
Rey es
!bid., p . 129. !bid., pp. 144-145 . Citado en la nota 8 del artículo de Rolena Adorno en Glantz, op. cit .. p. 313, apoyada en la crónica de dicha expedición del caballero de Elvas y del Inca Garcilaso de la Vega.
Naufragios
de
Alvar
Nünez
Cab ez a de
Vaca
415
personal, mientras que el alegato de Cabeza de Vaca es un alegato personal, muy personal. Lo más interesante de Naufragios radica en ser el relato de cómo asimiló su experiencia, no tanto por los símiles y asociaciones que estableció con Jesucristo (que sin duda vivió como una verdad); por su proceso de autodescubrimiento que lo lleva a la convicción íntima de ser un predestinado, un elegido de Dios. Es su verdad, una verdad que nos acerca a la mentalidad y a la forma en que los conquistadores vivieron los acontecimientos. "El yo partícipe se esfuma tras el yo testigo. Este vaivén - un yo a veces dentro del grupo, a veces fuera de él- es sintomático[ ... ] de todo el proceso que constituye el aprendizaje del otro" 99 y del descubrimiento del propio yo. Por desgracia no se conoce otro texto tan personal que nos permita conocer la manera de asimilar tan tremenda experiencia. Cada sobreviv~ente tuvo vivencias similares: largos periodos de soledad entre los indws, en ocasiones extraviados y desnudos en el desierto, pero también cada uno intervino en la empresa de sobreviviencia de una manera simbiótica, puesto que había una necesidad de interdependencia. ¿Tendría cada uno la profunda convicción de ser un elegido o solamente Cabeza de Vaca? ¿Conocerían los otros las profecías de la pitonisa mora de Hornachos? ¿Cómo se explicarían su sobrevivencia? La manera de narrar de Cabeza de Vaca acerca su obra a la literatura y provoca lo que se ha llamado tensión entre la obra literaria y la obra historiográfica, pero, como dijo Gabriel García Márquez: "no hay escritores ~enos creíbles y al mismo tiempo más apegados a la realidad que los croIllStas de Indias, porque el problema con que tuvieron que luchar era el de hacer__creíble una realidad que iba más allá de su imaginación" . 100 O como diio el propio Cabeza de Vaca al final de su proemio a Carlos V:
Para mí la obra de Cabeza de Vaca es una obra historiográfica que narra los acontecimientos en el orden en que sucedieron; esto es, como una crónica en el sentido etimológico de la palabra. Es un relato estructurado "en el orden de los tiempos", con elementos que si no son comprendidos le dan carácter novelesco. Éstos fueron usados por Cabeza de Vaca para mostrar su convicción de ser el elegido de Dios para sobrevivir al infortunio, como lo profetizó la mora de Hornachos, y para impresionar vivamente al rey con el fin de obtener una merced por los méritos y servicios personales.
lo cual yo escreví con tanta certinidad que aunque en ella se lean algunas cosas muy nuevas y para algunos muy diffíciles de creer, pueden sin duda creer1~s, Y creer por muy cierto que antes soy en todo más corto que largo, y bastara para est o averlo yo offrescido a Vuestra Magestad por tal. A la cual suplico la resciba en nombre de servicio, pues éste solo es el que un hombre que salió desnudo pudo sacar consigo. io1 99
Sf ilvia Molloy describe con agudeza el autodescubrimiento de Cabeza de Vaca en su conrontación con una n a t ura 1eza y un mundo no esperados que lo enfrentan a un trastoca. 'ºº miento de valores. Molloy en Glantz, op. cit., p. 228. Gabnel García Márquez, "Fa n t asia - y creac10n -- art1st1ca - · en A menea - · Latma · y e 1 c an·b e ' ' (Texto · 1·10 a septiembre . . . Crítico ,, , año v, num._ 14, JU de 1979 1 p. 4) 1 citado por Robert E. Lewis, Los Naufragios de Alvar Núñez: historia y ficción", en Margo Glantz, op. cit., p. 87.
'º'
416
Cabeza de Vaca, op. cit., pp. 6 2 _63 _
Aurelio
de
lo s
R e y es
Naufragios
de
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Núñez
Cabeza
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Vaca
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ENTRE APACHES Y COMANCHES: ALGUNOS ASPECTOS DE LA EVANGELIZACIÓN FRANCISCANA Y LA POLÍTICA IMPERIAL EN LA MISIÓN DE SAN SABÁ
Pedro Ángeles Jiménez Institut o de Inv estigacion es Es t é tic as,
UNAM
En el año de 1993 recibí la invitación para hacer el comentario de una pintura extraordinaria : La destrucción de la misión de San Sabá y martirio de los padres fra y A lon so Giralda de Terreros y fray José de Santiesteban. 1 En ella, se representan con gran detalle los terribles acontecimientos del 16 de marzo de 1758, cuando una bandada de grupos de filiación comanche acabó con el establecimiento. Esa oportunidad resultó ser mi primera aproximación a la historia del Norte de la Nueva España, la cual simplemente me dejó deslumbrado. El tema de la misión de San Sabá produjo toda suerte de maravillosos y abundantes testimonios: pintura, poesía y un abultado número de fojas esparcidas en diversos archivos, que poco a poco he ido consultando. Ya desde mi primera aproximación al tema de San Sabá, me interesó sobremanera observar el desarrollo de la metodología misional de los colegios de Propaganda Pide, en cuanto mostraba, igual que en el mundo de la pintura, ciertas reminiscencias de cuanto aconteció a la orden del santo de Asís en el siglo xv1. En el siglo xvm, vestidos con hábitos azules, en diversos conventos de la Nueva España se volvieron a pintar retratos de los primeros doc e, lo mismo que los de ilustres cronistas y otras lumbreras franciscanas del siglo de la Conquista. En el siglo xvm, seguía vigorosamente empleada la teoría del e;emplo, a que tanto apelaron los franciscanos del siglo xv1 y que obligaba a los misioneros a llevar indígenas civilizados a tierra de gentiles, de igual modo que a entrar en conflicto con los soldados, colonos y autoridades de los presidios, quienes, con sus muchos vicios, ningún camino digno de seguirse ofrecían a la gentilidad. Otro tema seductor lo constituyó el entresacar las noticias que los informes de San Sabá brindaban sobre los indígenas apaches y comanches de la región. Nombres incomprensibles ligados a una geografía desconocida se mezclaban con apasionantes noticias sobre cómo frailes y oficiales concibieron a aquel que fue, en medio de las políticas de consolidación del imperio español en el septentrión de la Nueva España, el objeto de aspiraciones y codicias: el indio.
' " La destru cción de la misión de San Sabá y m artirio de los padres fray Al onso Giralda de T erreros y fray José de Santi est eban: una hi storia, una pintura", M em oria, México, I NBA, Museo Nac ional de Arte, núm . 5, pp. 5-33.
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INDIOS, MECOS, APACHES y COMANCHES
En la contraportada de un breve manual que trata sobre Los cazadores de la prehistoria, André Leroi-Gourhan presenta un testimonio de cómo miles de años después, épicas recreaciones nutrieron obras artísticas sobre héroes con garrote que difícilmente resisten un análisis concienzudo.2 Las inconsistencias de la estampa que algún día ilustró una pared del Museo del Hombre dan elocuente testimonio de cuán lejos se estaba de poder conformar un cuadro coherente sobre la vida de nuestros más lejanos antepasados. Expresiones románticas de una época en la que, con pocos fundamentos, resultaba posible suponerse todo. Imágenes que en el entorno de la optimista idea del progreso daban razón de la ya superada fragilidad con la que el hombre enfrentaba la naturaleza. Toda época crea sus formas de mirarse en la perspectiva de los tiempos. No me detendré a bordar sobre la estimulante portada del clásico libro de Robert S. Weddle, cuya presentación tiene la finalidad de introducir al _amable auditorio a que analicemos una problemática concerniente al mundo novohispano: la imagen del indígena y el entorno de su proceso de evangelización. . Para los operarios de la evangelización existen en la iconografía y la literatura imágenes bastante definidas: "santos padres evangelizadores", "dqce antorchas", "grandes civilizadores", "grandes educadores", y hasta lingüistas o etnólogos. Para los indígenas americanos el espectro resulta mucho más amplio, y va desde el buen salvaje que nutrió las obras de muchos autores del siglo xvI, hasta el salvaje aborrecible, peligroso e infrahumano, cuya frontera con los seres de los bestiarios medievales se diluye de forma que, a guisa de ejemplo, se puede citar una carta de Américo Vespucio, fechada hacia 1500, donde se habla de los habitantes que el navegante encontró en un lugar de su trayecto de reconocimiento del continente en los siguientes términos: LJegamos a una isla [... ] hallamos una población de unas doce casas en donde no encontramos más que siete mujeres de tan gran estatura que no había 2
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"El hombre primitivo", París, i8yo; explica Leroi-Gourhan: "Esta caverna de techo bajo Y fisurado debe ser poco habitable, y por otra parte no cabe suponer que haya existido un oso tan insensato como para atacar a cinco hombres a la vez [... ] Sus adversarios no son menos singulares: el robusto rubio se dispone a asestar un mazazo a sus desdichados compañeros con gesto teatral, en lugar de dirigir el golpe contra el oso. Su traza es elegante pero falsa. Los hombres de la 'era de los grandes osos' usaban vestimentas cómodas, holgadas Y cosidas y no estos harapos de piel más propios de un Hércules o de un Tarzán que de auténticos cazadores prehistóricos [... ] su armamento es aún más extraño [... ] el caso es que un venablo hubiese sido ... más indicado para defenderse del ataque de la bestia." En Los cazadores de la prehistoria, Barcelona, Orbis, 1986, p. 8.
Pedro
Ángeles
fiménez
ninguna de ellas que no fuese más alta que yo un palmo y medio [...] Llegaron treinta y seis hombres y entraron en la casa donde nos encontrába_mos bebiendo, y eran de estatura tan elevada que cada uno de ellos era, de rodillas, más alto que yo de pie. En conclusión, eran de estatura gigantes según el tamaño y la proporción del cuerpo, que correspondía·a su altura. Cada una de las mujeres parecía una Pentesilea, y los hombres Anteos.3 Con los peregrinos de Europa, el imaginario no olvidó los libros de ca_ballería, las descripciones de Herodoto, san Agustín, Estrabón o Marco Polo, y ante el extraordinario mundo que se presentaba ante sus ojos, nuevos Plinios se dedicaron empeñosamente a acomodar el Nuevo Mundo y a sus hombres en las viejas taxonomías. La inhumanidad del indio americano fue ampliamente debatida, Y religiosos como Las Casas, Montesinos, y otros evangelizadores armaron ardientes disputas para equilibrar esas visiones: Los niños de los indios no son molestos con obstinación ni porfían a la fe católica como lo son los moros y judíos; antes aprenden más presto que los niños españoles y con más contento los artículos de fe, por su orden, Y las demás oraciones de la doctrina cristiana, reteniendo en la memoria fielmente lo que se les enseñaba [... ] No son vocingleros ni pendencieros; no porfiados ni inquietos; ni díscolos ni soberbios; no injuriosos ni rencillosos, sino agradables, bien enseñados y obedientísimos a sus maestros. Son afables Y comedidos con sus compañeros, sin las quejas, murmuraciones, afrentas Y los demás vicios que suelen tener los muchachos españoles.4 Se cree que esta carta de fray Julián Garcés, dirigida al papa Paulo III, fue definitiva en la proclamación que la Santa Sede argumentó sobre la racionalidad de los indios en su bula Sublimis Deus del 2 de junio de I 537 · Entre los avatares de la guerra justa, y el manto a veces asfixiante de los religiosos, los indígenas presenciaron la expansión del imperio español por los linderos americanos y ya el siglo xvrn novohispano ofrece en las tablas de castas una suert: de balance en la imagen que de él se había ido conformando la sociedad colonial: en una casta del primer tercio del siglo xvm atribuida a Juan Rodríguez Juárez, titulada De espa~ol_e india nace mestizo, s se observa cómo la serena presencia de una m dia Carta de Vespucio a Lorenzo di Pierfrancesco di Medici, citada en: Jean-Paul Duviol s, "Los indios, protagonistas de los mitos europeos", La imagen del indio en la Europa mo· derna, Sevilla, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1990, P· 384. . 4 Carta de fray Julián Garcés al papa Paulo III, 15 36 : Citada en: Ernesto de la Torre Villar, Descubrimiento y conquista de América. Tema s para su estudio, •México, UNAM, 1 99 2 , p. 45. ; De español e india produce mestizo. 3
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bajo la denominación de chichimeca a los habitantes del Norte,9 las tablas de castas sólo remitían a una idea, al concepto globalizador que diferenciaba al indio civilizado, sedentario, dominado, del irreductible y bárbaro infiel norteño nómada. Otro proceso de gran interés visible en la pintura de castas resulta del hecho de que, conforme avanza el siglo xvm, las denominaciones de indios bárbaros o gentiles cambiarán por las de "mecos", "mecos bárbaros", "mecos apaches", hasta que paulatinamente el nombre de "apaches" hace sinonimia con los anteriores, y queda como voeablo representativo de los indios del septentrión novohispano. La fama de este grupo se trasminó hasta la pintura que, sin alguna morfología definida, se hizo eco de la irreductibilidad que los apaches mostraban ante los avances de misiones Y presidios en el norte de la Nueva España.
Figura 1. Autor desconocido, La destrucción de la misión de San Sabá y martirio de los padres fray Alonso Gira/do de Terreros y fray José de Santiesteban, INBA, CNCA, Museo Nacional de Arte, ciudad de México . Fotografía de Ernesto Peñaloza Méndez, Archivo Fotográfico IIE-UNAM.
TEXAS, TIERRA DE FRONTERA
cacique se halla plenamente integrada al orden planteado por el imperio español. En otros cuadros de la misma serie se distinguen otros dos tipos de indios, los "mexicanos", que el buen pincel del artista idealiza a partir de los vendedores de·un tianguis, y finalmente, los "indios bárbaros", que se diferencian de los anteriores por su semidesnudez, los arcos y el carcaj, más que por la expresión que el artista imprimiera en ellos .6 En otra famosa serie de castas, la pintada por Miguel Cabrera, a los "indios bárbaros". se les identifica como 1'indios gentiles", y la única diferencia palpable que este lienzo registra con respecto al resto de los indios de la sociedad colonial retratada por el Miguel Ángel americano se resume en el hecho -de que los gentiles "sólo se mezclan entre sí" .7 Como se observa, la gran variedad de los indios del septentrión novohispano fue prácticamente obviada por las series de castas. Existe otra tabla de este tipo en donde los "indios bárbaros" ocupan en el centro un lugar de privilegio, ·y ·comparten espacio con los "indios otomíes" y los "indios mexicanos" .8 Como se observa, esta caracterización corresponde más a la inclust ón de -un nombre · que a la plena identificación de un grupo humano -específico. De la misma forma que los nahuas englobaron
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Ma. Concepción García Sáiz, Las castas mexicanas. Un gén ero pic tórico am ericano, s. l., Olivetti,. 198 9 , PJD - 54 _5 5 _ !bid. !bid.
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Contrariamente a lo acontecido con el noroeste de la Nueva España, en donde desde fechas tempranas varias expediciones lograron asentar algunas poblaciones españolas con éxito relativo, la porción septentrional que lindaba con el Golfo de México, desde la jurisdicción de Tampico hasta los Apalaches, resultaba un extenso e ignoto territorio, que desde la segunda mitad del siglo xvn se convirtió en el teatro donde Francia pus 0 en entredicho la supremacía española en tierras americanas. Desde 1682, año en que se registró la presencia del caballero La Salle en las márgenes del Mississippi, hasta la firma del tratado de paz de 1763, los linderos de Coahuila, que a la postre se conocieron como Texas o las Nuevas Filipinas, se convirtieron en una frontera por consolidarse. Los rumores de la presencia de franceses en las costas del Golfo de México despertaron gran inquietud. Se armaron múltiples expediciones como la de 1693 a la bahía de Panzacola, que sirvieron para evaluar los avances franceses, lo mismo que para realizar más profundos reconocimientos de la región. Los primeros intentos de misión corrieron a cargo del franciscano Damián Massanet, quien alentado por haber localizado indígenas amigables con los españoles, para enero de 1690 partía rumbo a Texas acompañado por varios hermanos de su colegio de la Santa Cmz. 10 De aqueHa entrada fray Damián regresó a Querétaro acompañado por cuatro indios texas "y llegando a este santo Colegio fue muy regocijada su venida, por 9 1
Los españoles aprovecharon igualmente ese término.
º Miguel de Fontcuberta, Francisco Cañas de Jesús María, Antonio Bordoy, Antonio Perera Y Francisco de Hidalgo. Vid. Donald E. Chipman, Texas en la época colonial, Madrid, Mapfre, 1992, p. 128 .
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las primicias que traía en aquellos naturales, qué eran de lindo cuerpo y di~posición; y apenas los vieron algunos especiales bienhechores, les cobraron tal afecto, que los vistieron a todos con mucha curiosidad, y se los llevaban muchos días a comer a sus casas,,. II Entre 1709 y 1716, fray Francisco de Hidalgo consiguió los permisos correspondientes para dar continuidad al proyecto de la evangelización de Texas, logrando que en 1717 se fundaran seis misiones. Desde las orillas y desembocadura del río Palizada (Mississippi) hasta su vertiente del Missouri, los religiosos hicieron un balance positivo de las posibilidades de éxito. En 1718, el cronista Félix Isidro de Espinosa hacía balance de los 48 pueblos identificados: Es toda gente placentera, alegre, de buenas facciones por lo común y muy amigable con los españoles. Tienen política para hacer sus siembras de maíz, frijoles, calabazas, melones y sandías; y siembran también gran cantidad de girasoles, que se dan muy corpulentos, y la flor muy grande, que en el centro tiene la semilla como de piñones, y de ella, mixturada con el maíz, hacen un bollo que es de mucho sabor y substancia. 12 Completaba su visión sobre el posible éxito del trabajo apostólico con una reflexión: Aquellos infieles con quienes anduvo pródiga la naturaleza haciéndolos de buena disposición y de hermosas facciones, si con sus costumbres degeneran, siendo en lo interior disformes, son, de sentencia de Clemente Alexandrino, semejantes a los templos egipcios. Éstos resplandecen en las paredes de piedras muy pintadas por de fuera y en toda la fábrica se encuentra mucha cultura y adorno; pero si se registra lo interior de los templos, no se encuentra Dios, aunque se busque, sino un cocodrilo, una serpiente u otra bestia indigna del templo y más a propósito para tener su habitación en inmunda gruta.13 Los balances positivos estaban, sin embargo, muy lejos de cristalizarse. La misión más exitosa que para entonces se había organizado se llevó a c~b_o en conjunto con la entrada que el marqués de San Miguel de Aguayo hiciera en Texas hacia 1721. Entonces se levantaron fundaciones en tres puntos vitales para la consolidación de esa frontera: Los Adaes, la Bahía 11
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Isidro Pelis de Espinosa, chronica apostólica y seraphica de todos los Colegios de Propaganda Pide de esta Nueva España ... , edición, notas e introducción de Lino Gómez Canedo, Washington, D. C., Academy of American Franciscan History, 1964, p. 677. !bid., p. 689. !bid., p. 695 .
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de Matagorda y San Antonio, lugar en donde se desarrolló el núcleo misional más importante. Desde la década de 1730, los establecimientos del río San Antonio comenzaron a tener, cada vez con mayor frecuencia, incursiones de grupos apaches. En parte, se debía a que la guarnición no estaba suficientemente protegida, lo que facilitaba el pillaje. Pero tal vez entre las razones de más peso, se cuente el hecho de que los apaches estaban siendo presionados por bandadas comanches que prpvenían del Norte en oleadas recurrentes. Se ha podido identificar que, antes de 1700, diversos grupos de. filiación comanche ocupaban las inmediaciones del río Arkansas, desde donde comenzaron a incursionar hasta los afluentes principales del río Grande del Norte, extendiéndose entonces desde el actual estado de Kansas hasta las llanuras del Colorado oriental. En 1705 ya se les detecta en Nuevo México y desde la década de 1720 en Texas noroccidental, donde, con la contribución del caballo, se adaptaron a vivir rápidamente en las llanuras, atacando a las tribus apaches que hasta entonces las habitaban.14 Esa situación obligó a los apaches a dirigirse hacia el sur, donde encontraron los asentamientos fronterizos españoles. Tras las diversas incursiones, que respondieron presidiales españoles la mayoría de las veces a sangre y fuego, algunos agrupamientos apaches entraron en un periodo de paz, que tuvo su mejor y más promisorio momento cuando en 1749 apaches y bejareños establecieron un tratado que abría las esperanzas de establecer contactos más fructíferos. LAS MISIONES TEXANAS PREVIAS AL ESTABLECIMIENTO DE SAN SABÁ Y EL PAPEL DE~ PADRE MARIANO FRANCISCO DE LOS DOLORES Y VIANNA
En junio de 1745 una delegación de indios (mayeyes y daedose) -fue a San Antonio a pedir una misión para las tribus que se encontraban cercanas al río San Gabriel. Esta inesperada actitud entusiasmó al padre M~iano Francisco de los Dolores, quien se apresuró a pedir a fray Alonso Giralda de Terreros, entonces custodio del colegio de Propaganda Fide de Querétaro, las licencias de entrada que culminarían con la fundación de la .misión de San Francisco Javier. En perspectiva, la historia de las misiones del río San Gabriel resulta una cadena de fracasos . La aprobación oficial fechada en 1747, que contemplaba la fundación de tres enclaves misionales, tardó en ejecutarse por escasez de soldados. A principios de 17 48, varios grupos apaches atacaron 14
Donald E. Chipman, op. cit., p. 189.
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cuatro veces los asentamientos provisionales y aun conociendo esos percances, en marzo del mismo año, el colegio de Querétaro asignó para San Gabriel a seis religiosos, entre quienes destacaban Alonso Giralda de Terreros y Domingo de Arricivita. En 17 49 las misiones de San Gabriel algo fructificaron, en febrero se logró la fundación de San Ildefonso, y en el mes de julio, Nuestra Señora de la Candelaria. En suma, las misiones de San Gabriel reportaban el siguiente censo: San Javier contaba con 209 indios tonkawas, San Ildefonso tenía 238 orcoquisacs, vidais y daedoses, y la Candelaria tenía poco menos de 200 indios cocos de la costa. Sin embargo, la administración virreinal no había fundado un presidio para la defensa de esas misiones, los pocos soldados que las guarecían comenzaron a desertar o a buscar compañía de mujeres indias y, además, empezaron a engrosar los expedientes de sus autoridades con cartas en donde señalaban que las misiones estarían mejor localizadas junto al río San Marcos. El 30 de marzo de 1751, el conde de Revilla Gigedo aprobó la fund~ción del presidio de San Francisco Javier de Gigedo, cuya función principal residiría en brindar apoyo a las misiones del río San Gabriel. El jefe de Ja guarnición era Felipe de Rábago y Terán, quien no tardó mucho en ganarse la enemistad de los religiosos que operaban en San Gabriel. Para entonces, la situación de las misiones había mermado bastante. En San Javier quedaban 109 indios, 25 en la Candelaria y ninguno en San Ildefonso. Rábago sedujo a la mujer de uno de sus oficiales, y su conducta escandalosa cayó bajo grave sospecha cuando en la misión de la Candelaria (mayo de 1572), se encontraron muertos al padre José González y al marido de la mujer. En el verano de 1753, la situación de las misiones se vo_lvió insostenible pues el río San Gabriel dejó de fluir. Finalmente, a principios .de 17 5 5, se dio orden para que los restos de las misiones y el presidio se trasladaran tal como lo solicitaban las cartas de los soldados, ª las inmediaciones deÍ río San Marcos. . Para estas alturas, a las misiones de San Antonio debieron llegar las primeras noticias sobre los proyectos que la Junta de Guerra tomaba en c~enta para establecer misiones entre los apaches del centro de Texas. Sm desánimo por las amargas experiencias pasadas en San Gabriel, el padre Mariano Francisco de los Dolores y Vianna presentó un nuevo proyecto para la reducción de los indios que abandonaron sus misiones.1 s 15
M~yo_de 1 756, "Petición presentada por los padres ministros de San Javier dirigida al comisano visitador fray Francisco Javier de Ortiz por fray Francisco Aparicio, fray Bt:nito Varela 1 fray J • • ose- Lopez, fray Mariano Francisco de los Dolores, con los pareceres de los religiosos de las misiones de San Antonio, La Purísima Concepción, San Juan Capistrano Y San Francisco de la Espada", AGN, Historia, 28 : f. 75v-97v.
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Figura 2. Fray Alonso Giraldo de Terreros . Detalle de la figura 1.
La petición de fray Mariano puntualizaba los grandes problemas que los presidiales y sus jefes habían generado por sus escandalosos modos de vida. El reciente fracaso de las misiones de San Javier no caía en la cuenta de los religiosos, que gravemente desacreditados veían con gran dolor cómo la copiosa mies que tenían a la vista en ese florido y hermoso país "en donde palpablemente se deja conocer el castigo de la Divina Justicia después de la erección del presidio, escandalosos disturbios y homicidios seguían con la seca nunca vista del río, corrupción de sus charcos, maleza de que ya abunda, estruendos que se escuchan y otros portentos que se atienden". 16 Señalaba fray Mariano que frente al mal ejemplo de las tropas presidiales y sus jefes, a quienes llamaban ineptos al real servicio y de ordinario ocupados en sus particulares conveniencias, los indios no mostraban a nadie el debido respeto, ni se daban las condiciones para tenerlos en buena sujeción política, pues "huyen a los montes del camino con el seguro de que los españoles no los sacan de sus selvas de donde los traen los misioneros con ruegos y gastos siendo preciso tolerarlos en cuanto se les antoja por que sus almas no se pierdan, lo que siendo a nuestro celo sen'
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Ibid ., f. 76v-77 .
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sible y causa de discordia por lo ajeno, que se atiende a la obligación de su oficio, no se halla remedio a tanto daño", 17 y radicalmente proponía: no hallamos más remedio para el cumplimiento de nuestro destino y apostólico instituto, que suplicar rendidamente a V.P. nos permita bendición y licencia para irnos por esos montes, solos, sin dependencia de semejantes jefes, a solicitar aunque sea a costa de nuestras vidas y trabajos, el aumento de nuestra santa fe, y reducción de los gentiles a que somos venidos, y de lo contrario se sirva darnos la licencia para retiramos a nuestro colegio, por no ser posible otra forma de cumplir con nuestra conciencia ni desempeñar la obligación que tenemos. 1 B El comisario visitador a quien tocó ventilar el asunto respondió que para fundamentar su posición, los religiosos asignados a San Javier pidieran su parecer a los misioneros de San Antonio. El parecer más extenso lo dier_on el mismo fray Mariano Francisco de los Dolores y fray Juan de los Angeles, quienes firmaron por la misión de San Antonio. En su parecer explicaban cómo hacía siete años que con muchos esfuerzos y crecidos gastos, peligros, trabajos y persecuciones, los misioneros sólo habían encontrado grandes escollos en la realización de su trabajo en esa remota nación. Dentro de su proyecto, la reducción de los indios, un punto resultaba fundamental:
~,,,
Con toda seguridad, fray Mariano alude al Terc~r Concilio Provincial de Lima, y la cita, traída acaso de memoria, pues no corresp~nde exactamente con el texto original, se halla en las actas del concilio dentro del capítulo cuarto de la sesión quinta. 22 Las autoridades del virreinato, sin embargo, no apoyarían esa propuesta. De hecho, ya desde 1752, se habían dictado disposiciones tendientes a explorar territorio apache, con vistas a elegir un buen sitio para misión, sólo que, se argumentaba, el personal se hallaba concentrado en las fatídicas labores del río San Gabriel, lo que retrasó su efectivo cumplimiento. Las continuas hostilidades apaches de la década de 1730 no permitieron más que mutuas discordias que acabaron la mayoría de las veces en hechos de armas. Con la paz firmada en 1749 se abrió un periodo de tranquilidad, que aprovechó el padre Alonso Giralda de Terreros para, en 1754, ensayar un proyecto de misión para apaches que tuvo como asiento el paraje de San Juan Bautista, en las inmediaciones del río Grande del Norte. La experiencia misionera del que ya había sido custodio del colegio de Querétaro, unida a la circunstancia de que su primo, don Pedro Romero de Terreros, se comprometiera a pagar los gastos que se originaran del intento de establecer misión en los confines de Coahuila, fueron los princip_a les factores en que se basó la decisión de nombrarlo presidente de una nueva empresa dirigida a los apaches de la provincia de Texas. SAN SABÁ
El concilio limense en una de sus constituciones ordena: que la muchedumbre de indios que está esparcida en diversos ranchos se reduzca a pueblos en doade vivan congregados .. . El primer cuidado debe ser reducir a estos bárbaros silvestres hombres al conocimiento de lo que son, y enseñarles la vida sociable y política. Porque de otra suerte en vano les enseñaremos las cosas divinas y celestiales a los que viéremos, que así no son capaces de entender ni procurar las humanas. 1 9
ir.
Por tanto, Y conforme al mismo concilio, "mal pueden ser enseñados a se · c · st · . . . . n 1anos s1 pnmero no les enseñamos a que sepan ser hombres, y vivir ~orno tales, según el apóstol, primero es lo corporal y animal que lo espir:tua] e interior, 20 y que cuiden los que soliciten su bien, que dejadas sus . fiera s, b'ar b aras, antiguas costumbres, se hagan a las de hombres políticos, como allí se contiene". 21
En medio del conflicto entre los misioneros de San Gabriel y Felipe de Rábago Terán, hacia 17 5 3 Juan de Galván había explorado las inmediaciones del río San Sabá, como posibilidad para el traslado de las misiones de San Gabriel. El 23 de septiembre de 1753, fray Mariano Francisco de los Dolores escribía al virrey conde de Revilla Gigedo sobre la necesidad de soldados para las nuevas fundaciones que se pretendían en el río San Sabá. 23 En tanto, luego de su misión en el río Grande, el padre Giralda había regresado a Querétaro; se presentó en el mes de abril de I7 5 6 en ~l despacho de don Agustín de Ahumada y Villalón, marqués de las Amarillas,24 para recibir la encomienda e iniciar los preparativos que culminarían en las fundaciones de San Sabá. Varios asuntos de orden administrativo entretendrían la partida de 22
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lbid., f. nv. lbid. Ibid., f. 8o-8ov.
:: ~ri~n_a_l en el documento en latín: Primus anímate sit, deinde quod spirituale. Peticrnn presentacla por los padres ministros de San Javier .. . ", f. 8o-8ov.
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Resulta de todo interés cómo para su propuesta misional, el padre Mariano toma como fuente un concilio del siglo xv1. "Petición presentada por los padres ministros de San J~vier .. . ", f. 8ov. Los decretos de la quinta acción del Concilio Provincial de Lima se publicaron el 18 de octubre de 1583 . Véase: Rubén Vargas y Ugarte, Concilios lim enses (rssr1772), Lima, s. e., 1951, v. ,, pp. 373-374. Biblioteca Nacional de México, Archivo Franciscano, caja 9, exp. 143.283, f. 13 19- 1 322 · lbid., caja 6, exp. 140, f. 5-5v.
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fray Alonso al septentrión, quien procuró ant e su s superi ores d eslindar perfectamente la nueva empresa de todos los controvertidos intentos rea lizados en la región por el padre Mariano Francisco de los Dolores. El 5 de mayo de 1756, fray Alonso recibió de fray José Antonio de Oliva, comisario general de los franciscanos, una patente en qu e le otorgaba amplísimas facultades "para desalojar de los corazones de aquellos miserables indios al demonio que tanto tiempo ha tiene en ellos tiránica posesión, extender la adoración y conocimiento del verdadero Dios, y para dilatar juntamente por aquellas partes la Real Corona de Nu es tro Católico Monarca, haciéndose su voluntad con tan heroica y religiosísima empresa". 2 5 Otra importante cláusula señalaba que habría de ser reconocido legítimo prelado, "con la plenitud de jurisdicción y según derecho común y monástico nuestro puede y debe gozar, incluyendo la de remover de otras Misiones al religioso o religiosos que así parezca convenir, o de los que en las expresadas partes se hallaren". 26 Así dispuesto, el 24 de agosto de 17 56 fray Alonso escribía al padre José Antonio de Oliva que en breve todo estaría dispuesto para partir en compañía de sus hermanos de Querétaro. El 22 de febrero de 17 5 7 le escribió otra carta desde San Antonio de Valero, donde relataba cómo un crudo invierno había detenido la marcha de la expedición hacia los parajes de San Sabá. Es posible que estando en San Antonio, fray Mariano, como acérrimo defensor de las misiones de San Gabriel, instara a fray Alonso a considerar aquella desafortunada empresa bajo la protección de las dispensas de don Pedro Romero de Terreros. 2 7 Fray Alonso no fu e convencido, iniciándose una serie de malos entendidos entre ambos religiosos y su personal misionero. Habría que agregar que fray Mariano tenía ya 15 años pidiendo autorización para fundar misión entre apaches. · En cuanto a la forma como los franciscanos llevaron a cabo su labor misional, San Sabá resulta un caso extraordinario justamente por ser misiones bajo el patrocinio del rico minero. Por ese mecanismo se designó un presidente de misión que si bien ya había participado en San Antonio, en los fallidos proyectos del río San Gabriel y en una misión para apaches en el río Grande -todo lo cual lo acreditaba como un experi~entado evangelizador- resultaba un personaje "externo" a la provincia texana, tomando en consideración los más de 2 3 años de exp eriencia continua que el padre Mariano Francisco de los Dolores h abía tenido en la región. 28 Las desavenencias se llegaron a cristalizar en airada corres25
! bid., f. 9-9v . Ibid ..f. 9:v. 27 D on ald E. Chipman, op..cit., p. 21 8 _ , x El padre De los Dolores arribó a T exas en 1733. 26
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pendencia dirigida a las autoridades civiles y religiosas del centro de la Nueva España, por varios religiosos leales a fray Mariano que, por necesidad de operarios, Giraldo de Terreros tomara para trabajar en San Sabá. Pasado el crudo invierno de I7 56- 17 57 1 el coronel Diego Ortiz Parrilla, que había sido nombrado capitán y comandante en la fundación del presidio, ordenó realizar las primeras exploraciones sobre las márgenes del río San Sabá. Es posible detallar la historia de esas primicias por las extensas diligencias que Ortiz Parrilla y fray Alonso conformaran como informe de sus actividades I las cuales se fechan entre los meses de abril a julio de 1757. 2 9 Dentro de las preocupaciones de Ortiz Parrilla, además del buen resguardo de las familias de los presidiales, ganado y demás bastimentas coFl. que se pretendía realizar las fundaciones de San Sabá, se hallaba el encontrar el lugar ideal. Parrilla giró instrucciones para reconocer el sitio que Juan Galván había explorado en 17 53, el cual encontraron señalado con una cruz que funcionaba como cristiana mojonera. En un radio de cuatro leguas, el coronel no vio más que condiciones adversas: lamería pedregosa con pasto seco y desprovista de maderas útiles para la construcción. Posteriormente, Ortiz Parrilla tomó rumbo de la cruz de Pedro de Rábago Terán, sitio que según el coronel tampoco ofrecía comodidades para hacer alto y plantar el real,3° Pasaron algunos días en medio de la desconfianza que asentaba el no haber encontrado todavía a los indígenas apa-. ches que habían "prometido" reducirse a misión, así como también la noticia de que algunos belicosos comanches habían sido avistados en las inmediaciones. Ortiz Parrilla describe el clima de la región de temperamento frío Y seco, el agua del río de tan buena calidad como los vientos, lo cual aseguraba que pronto se encontraría un sitio habitable y nada propenso a enfermedades habituales ni contagiosas, ideal para las misiones, lo cual aco~t_e~ió el 4 de mayo de 17 5 7. A legua y media del sitio elegido para la m1s10n, ~e acomodó el asiento del presidio que se fundó con el nombre de San L~is de las Amarillas, y el coronel anotaba en sus diligencias que tan corta distancia convenía para la protección de los misioneros "en país que reconocen por patrio suelo los gentiles bárbaros sangrientos enemigos de la gen-
Diligencias formadas sobre la funda ción de misiones de la nación apache, Y colocación del presidio de San Luis de las Amarillas, en las márgen es del Río de San Sabá , que por · · te en la altuparte del norte de los Reinos de la Nu eva España, corre d e poniente a onen ra de treinta y tres grados y treinta minutos. Por el Coron el de los Reales Eiércitos Y Capitán Comandante de dicho Presidio don Diego Ortiz Parrilla, Biblioteca Nacwn_al de México, Archivo Franciscano, caja 9 t ercera parte, f. u 56-12 53v. J O !bid., f. II 59.
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te cristiana y culta para causarles respeto con la unión en los casos que puedan convenir" .3 1 Veintiún días después de haberse elegido los lugares de fundación, arribaron fray Alonso acompañado de sus hermanos de orden, en tanto que, por los alrededores, un grupo de apaches comandados por el capitán Chiquito levantaba su campamento . Ortiz Parrilla con algunos hombres hizo el primer contacto, y escribe: sin prevención más que la regular de un paseo, emprendimos a caballo por entre el crecido número de tiendas, y muchedumbre de tiendas, digo, de gente de la -gentili
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Igual que con los indios, la prudencia del primer contacto tampoco permitió hacer cálculo sólido del crecido número de mulas y caballos que poseían. A los pocos días de asentado el campamento del capitán Chiquito se estableció otro campamento de apaches, comandado por el capitán Casaca Blanca. Reunidos los frailes, las autoridades presidiales y los principales jefes apaches, los españoles, ayudados por el indio intérprete Bartolomé, instaron a que los apaches declararan su recto y verdadero ánimo de reducirse a misión, además de pedirles informes sobre los ríos, tierras Y ojos de agua de las inmediaciones. El crecido número de indígenas debió estimular la idea de que prontamente la misión comenzaría sus funciones. Los indígenas no desalentaron a los misioneros, pues en los primeros acercamientos aceptaron reducirse a vivir conforme habían visto a las comunidades de las misiones de San Antonio y del río Grande, después de concluir la temporada de caza de cíbolos en la que se hallaban. Por otra parte, los jefes apaches notificaban que se hallaban en campaña contra los indios comanches, y pedían que para ello se les auxiliase con soldados.33 Sin haberse comprometido a prestar alguna ayuda militar contra los comanches, Ortiz Parrilla pidió a los jefes apaches que consintiesen en que fray Benito Varela y el indio Ignacio los acompañasen en sus correrías, lo cual se aceptó gustosamente. Varela regresó a los pocos días y dio a fray Alonso y al coronel sus impresiones sobre las verdaderas posibilidades de reducción de esos grupos apaches. Por un lado, veía muy poca disposición, sobre todo entre los apaches de Casaca Blanca, quien más adelante dijo, en nueva reunión con Ortiz Parrilla y los franciscanos, "que no se determinaban a sujetarse ni ceñir su voluntad a el avecindamiento y radicación en Misiones, porque su inclinación era de andar siempre en continuo movimiento marchando de unas a otras partes, y a vivir en buena amistad y correspondencia con los españoles en la conformidad que lo hacen y acostumbran los indios texas" .34 Además, agregaba que, por su parte, nunca se había comprometido ni con autoridades españolas presentes o pasadas, a someterse a la vida de misión. Frente a tales circunstancias, los religiosos comenzaron ª temer por el éxito de su empresa. Fray Joaquín de Baños y fray Diego Jiménez, experimentados misioneros, escribieron llenos de pesimismo ª las autoridades de su colegio de San Fernando: Si los indios quisieren misión en el modo que están impresionados de que ellos no pueden trabajar, de que puestos en ella han de vagabundear Y O nos atrevemos a administrarles, por considerar nuestro trabajo inútil; porque ª 33 !bid., f. 1188v-1189. 34 !bid., f. 1193v.
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.un dado·caso, que nuestro Hermano D. Pedro os abastezca en todo, sin que ellos trabajen, por el espacio de tres o más años, lo que no esperamos: como concluido ese término, no tengamos con que proseguir manteniendo esa vida empezada, es consiguiente que sea cierta la pérdida de tales indios. Por lo que no hallamos capítulo de fundamento para conservarnos en esa facción, la que consideramos errada desde los principios y de ninguna subsistencia, aunque ahora sin tropiezo alguno se fundaran muchas misiones; pues habiendo por todos caminos explorado la voluntad de estos indios, no hallamos otra, aun siendo demasiados alcances, que la de recibir y como obligación en nosotros darles, sin hacer caso, por más que les hemos predicado para perfeccionarles su vocación de los bienes espirituales.35
El mismo fray Alonso dudaba razonablemente: Est e río de San Sabá tiene todas las calidades prescritas por las leyes para dar
grandes poblazones y está en la mejor proporción para solicitar la conversión no sólo de los infieles apaches sino también de los comanches, los que hasta aquí llegan y ya nos han espiado; pero según las noticias que hemos adquirido Y constan de las diligencias, no espero que en muchos años tenga efecto reducción alguna si no interviene singularísimamente la diestra del altísimo: porque los apaches, los más, no aspiran a la misión, si no a su licenciosa vida, Y los menos dicen con tal tibieza, dilaciones y pretextos, que la quieren, que apenas nos dejan fundadas esperanzas de su reducción. Pasan de tres mil los ipandes, una de las naciones tenida por apache, que nos visitaron en este río, en el que no quisieron establecerse en misión, no habiendo de nuestra parte omitido diligencia apostólica ni ahorrado gastos por agasajarlos. 36 Los misioneros sintieron sus esperanzas burladas. Los indígenas, con sus aco st umbrados medios de falsedad, astucias y sagacidades, lograron obtener los regalos que la misión les ofrecía, sin dejar en tierra firme otr~ cosa que promesas, ya de volver después de la caza de cíbolos, despues_ d_e recoger el maíz que sembraron en algún paraje distante, después de _visitar a familiares que habitaban las márgenes del río Grande, des~~~;/e_resolver _a~ravios con grupos comanches. _El pai~aje, que ant~s se vi st o propicio para el establecimiento Oruz Parnlla lo descnbe a 1as auton·¿acles virreinales: '
tres meses y medio ha, señor, que habito este inculto país de bárbaros, de fieras, de incómodos y de todo género de sabandijas ponzoñosas reconocidas a costa de las peligrosas heridas de algunos de los que me siguen, que habiéndolas recibido con inmediación a mi persona, fue fortuna de .ellos el no haberlas padecido igualmente. Mis desembolsos y costosos dispendios, bien los calificará V. E. pues a costa de tanta experiencia, sabe lo que son campañas y vive tan instruido en lo costoso y difícil que es todo lo necesario en las Indias Y que lo ha de ser más en las Indias desiertas en que me hallo .. .37 La reducción compelida no estaba en los planes inmediatos de Ortiz Parrilla o de fray Alonso. El crecido número de indios y la fragilidad del presidio Y la misión, que se reducían a unos jacales de zacate o tule, tan propensos "al fuego y de ninguna resistencia para preservarse del insulto y tiranía que acostumbran los gentiles en sus invasiones" 3 8 conducían a pensar que el uso de la fuerza habría sido un suicidio. Además, en la perspectiva misional fray Alonso tenía presente la constitución 8a. del papa Alejandro 1, en que amonesta a todos los eclesiásticos empleados en la conversión de los infieles, que la mies no se lograría con promesas, malos tratamientos o por fuerza, sino con la predicación de la palabra de Dios y con el ejemplo de buenas obras.3 9 En vista de la poca posibilidad que mostraban "los miserables indios gentiles de la nación apache"4º para establecerse en misión, las autoridades civiles y religiosas de San Sabá resolvieron aguardar el cumplimiento de la promesa, y estimar si la misión reservada para los apaches en los confines de Coahuila podía aplicarse a otras naciones indígenas de la región. Para ello, en el mes de junio de 1757 reunieron a los hombres más experimentados de la tropa; rindieron testimonio, entre otros, el teniente Juan de Galván, de 62 años, con servicio de 40 en los confines de Texas; Antonio Pérez del Razo, con la misma edad y 30 años de experiencia; Y Juan Diego de Garza, de 40 años, con 20 de servicio. Estos y otros oficiales habían recorrido grandes extensiones del septentrión. Algunos, como José Antonio Trujillo, habían estado cautivos entre comanches por espacio de varios años, y los habían acompañado en sus correrías desde los confines del río Palizada (Mississippi) hasta Nuevo México, corroborando sus tratos comerciales con los franceses I 17
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Carta de fray Joaquín Baños y fray Diego Jiménez al padre guardián fray fosé Antonio Berna rd , Biblioteca Nacional de México1 Archivo Franciscano, caja 6, exp. 140. I 1, f. 1112v. Carta de fray Alonso Gira • 1do de Terreros ·al discretorio . . del coleg10 . de San Fernando, 2 1 de julio de 757, AGN, Historia, 2a. serie, v. 8, exp. 33, f. 226.
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Diligencias formadas sobre la fundación de misiones, Biblioteca Nacional de México, Fondo franciscano, caja 91 tercera parte, f. 1225v. !bid. !bid., f. 1218. "Carta de fray Alonso Giralda de Terreros al discretorio del colegio de San Femando", 2 de julio de 1757 1 AGN, Historia, 2a. serie, v. 8 exp. 33 f. 226. 1 1
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de quienes adquieren por el cambio de gamuzas, pieles de zibolas y o t ras semejantes especies las armas de fuego de que usan, munici o n es para e llas y otras cosas de cobre y alhajas de vestuario y qu e este mismo co m ercio ha visto hacen los indios texas con los expresados franceses; por cuya razó n se hallan tan proveídos de armas de fuego, pólvora y balas los indios apaches de este río.4 1
Todos enfatizaron ante los franciscanos que los únicos indígenas en jurisdicción de lo que ofrecía don Pedro Romero de Terreros eran los apaches, pues otras naciones, salvo los belicosos comanches, lindaban a 300 leguas o más. Ortiz Parrilla mismo, ya con tres meses en la región, había consignado en sus testimonios cuanto había podido averiguar sobre los indígenas que frecuentaban los parajes cercanos al río San Sabá: P.or si sirvieran las noticias que yo tengo adquiridas con alguna formalidad de las naciones que con el nombre genérico de apaches se conocen en esta parte del norte diré, señor, que son trece, en esta forma : los !pandas, que son moradores de este río de San Sabá: de los de las Chanas, el Colorado Y Pedernales: La de Taljané, que quiere decir mordedores de nueces, viven las inmediaciones del Río Florido, y es de advertir que éstos son de menos número de personas que los !pandes que pasan de seis mil : los n egacnes, que viven también - c_erca del Florido y son de menos número de personas que los Ypandes, Dataen, que es nación conocida por Navagé, quiere decir comedor de Maguey, Y viven también en el Río Florido, es de más número de personas que los Ypandes: Datagen, que quiere decir Apache, viven hacia los Ríos Grande y Puerco, Y es de crecido número de personas: Yumanes, que quiere decir prendedores de fuego, viven hacia el río Grande, y son pocos: Tatacosa, que quiere decir habitadores de arroyos, son pocos, y viven hacia el río Grande: Mescaleros, que viven hacia el Río Puerco I son bastantes: Pelones, que habitan tambi én hacia el Río Puerco, son bastantes: Coleagaen, que quiere decir habitadores de los llanos, viven adelante del Río Florido, camino de Nuevo México, y son de crecidísimo número de personas: Coquegetlete, que quiere decir Zapato mojado, viven cercanos a los antecedent~s, y son bastantes: Techené, también viven con imp.ediación a los otros camino de Nuevo México, y son pocos: foscoisan, que quiere decir Come nopal, son muchos y viven hacia Julimes, y es de advertir que todos éstos, que compondrán cerca de cien mil personas, hablan un mismo idioma, se quieren, se estiman, se corresponden y tratan afectuosísimamente, juntándose en el número que les parece, para hacer campañas Y proceder a las empresas que les propone su rencor y la mala propensión que les asiste, y con quienes debería extenderse la obligación de don Pedro Ro-
m ero de Terreros en caso de que se consiguieran las Misiones que facilitan los antecedentes informes hechos a esa capitanía general.4 2
Concluía que, aunque sucinta, su noticia era verídica y desinteresada, y con la finalidad de que expediciones posteriores tuvieran buen balance del trabajo por realizar. El año de 1757 concluyó con pocos cambios. Los apaches iban y regresaban de la misión de San Sabá sin concretar sus promesas. Pero si r 7 57 fue un año para desengañarse y poner en perspectiva la irreductibilidad de los apaches al modo de vida de la misión, r 7 58 fue el año de la tragedia. El r 6 de marzo un nutrido grupo de comanches, fuertemente armados con fusiles franceses y dirigidos por el Capitán Grande, atacó la misión de San Sabá. Del embate sólo pudieron escapar y guarecerse en el presidio de San Luis de las Amarillas fray Miguel de Malina, algunos indios de misión y un soldado mal herido. Ortiz Parrilla no pudo hacer más que alertar su plaza y preparar los cañones, que los comanches nunca desafiaron. La noticia llegó pronto a la ciudad de México. Desde ahí se dieron instrucciones para consolidar el presidio de San Luis y hacer campaña contra los indios comanches. Ortiz Parrilla persiguió a los agresores en una expedición que llegó a las proximidades del río Rojo, y tras pequeñas escaramuzas, encontró una palizada en donde ondeaba la bandera francesa a la que no pudo someter. En los años posteriores a la tragedia de San Sabá, no hubo las condiciones de pacificación para volver a intentar nuevas misiones en la región, aun cuando las autoridades virreinales habían nombrado a los experimentados fray Junípero Serra y fray Francisco Paloú como nuevos comisionados. Estos religiosos jamás viajaron a Texas. El costo de las misiones estimado para don Pedro Romero de Terreros se evaluó en 28 865 pesos, lo cual a pesar de todo, resultó el monto que menos erogó a los caudales del minero, dentro de las diversas obras pías que financió de su bolsa.43 A primera vista, el fracaso de la misión de San Sabá puede atribuirse a la devastación propinada por los comanches del Capitán Grande; sin embargo, existen varios factores expuestos a lo largo de estas notas que merecen entresacarse. Es bien cierto que la misión de San Sabá se intentó establecer sobre un territorio que vivía grandes transiciones. En medio del conflicto con 42
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"Diligencias formadas sobre la fundación de misiones", Biblioteca Nacional de México, Archivo Franciscano, caja 91 tercera parte, f. 1210-121ov.
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!bid., f. r230-r23rv. Vid. Francisco Canterla y Martín de Tovar, Vida y obra del primer conde de Regla, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1975, p. 3.
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Francia, distintos grupos comanches salieron fortalecidos al sumar al caballo, las .armas de fuego que obtenían del comercio con los franc eses. Esto permitió iniciar incursiones que los llevaron a dominar amplios territorios, antes habitados por apaches y otras naciones norteñas. A esa circunstancia se suma un hecho relevante: para los frailes, su misión evangelizadora, cuya justificación guardaba estrechas ligas con el derecho que ejercía el imperio español sobre las tierras americanas, era la forma incontrovertible de sacar a los gentiles del engaño en que el demcmio los tenía sumidos. Los esfuerzos que los franciscanos de los colegios de Propaganda Pide desplegaron para tal fin tropezaron sistemáticamente con dificultades en diversos ámbitos, ya porque la licenciosa forma de vida de los presidiales se mostraba como un mal ejemplo para los indígenas, alejándolos de la vida cristiana que querían inculcarles, ya porque una peste asolaba a la población; pero, sobre todo, tal pareciera que existía un abismo infranqueable entre los indios y el modelo de la evangelización que los frailes practicaban. Evangelizar significaba "civilizar", Y, entendido en los términos de la época, evangelizar significaba intentar volver sedentarios a una serie de grupos humanos cuya forma de vida era eminentemente seminómada. . En hermosas palabras las diligencias de Ortiz Parrilla recogen el sentrr de Casaca Blanca sobre no avecindarse en una misión "porque su inclinación era [la] de andar siempre en continuo movimiento, marchando de unas a otras partes". Esto mismo, fray Alonso Giralda de Terreros lo califica como su "licenciosa" vida I en el entorno de una teoría que veía la • vida sedentaria, la "vida sociable y política", como el requisito indispensable para enseñar las cosas divinas. Como escribiera fray Mariano Francisco de los Dolores y Vianna, si los indios no eran capaces de procurar las cosas "humanas", menos aún entenderían las divinas. En esta paradoja, considero, reside parte del fracaso de la empresa evangelizadora de Texas. El empeño de los religiosos por reducir a los indios fundamentaba parte de sus políticas misionales. Ése fue el cristal bajo cuya óptica los indígenas Y su forma de vida se veían como algo salvaje, inculto. Ya antes, s~ ha mencionado, fray Félix Isidro de Espinosa había comparado a los inde Texas con los templos egipcios, hermosos en su exterior, resplan. ecie_n tes en sus paredes de piedras, muy pintadas por fuera, pero en cuyo l~t~nor, sin Dios, no había "sino un cocodrilo, una serpiente u otra bestia mdigna del templo y más a propósito para tener su habitación en inmunda gruta". Ese cristal coincidía, poderosamente, con el hecho de que e st ablecer una población por aquellas latitudes significaba consolidar las fronteras del imperio. En la magnífica pintura que ilustra la destrucción de San Sabá se encuentra también un reflejo de esa misma situación. El atento observador encontrará que la obra dedicada a describir la compleja trama narrativa
de los diversos acontecimientos de la toma de San Sabá no es sino una exaltación al martirio de los personajes, que como columnas espirituales se muestran con sus heridas ante el espectador. La trama está en el fondo; en ella los indios, entre los cuales, en un lenguaje pictórico convencional, sólo destaca tímidamente la presencia del capitán Casaca Grande. En la pintura, los indios aparecen porque fueron ellos el detonador que permitió el ingreso de fray Alonso Giraldo de Terreros y fray José de Santiesteban en el libro de oro de los mártires de la evangelización del septentrión de la Nueva España. En la provincia de Texas, volver sedentarios a los indios era importante porque su reducción servía a los fines del imperio. En ambos casos, la imagen del indio algo se parece a la ya señalada presencia de los indios en las tablas de castas: no importaba particularizarlos, entender que su forma de vida era otra forma de vida, que diferenciaba al irreductible norteño nómada del indio civilizado, sedentario, dominado. Toda época crea sus formas de mirarse en la perspectiva de los tiempos.
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"NUESTROS OBSTINADOS ENEMIGOS": IDEAS E IMÁGENES DE LOS INDIOS NÓMADAS EN LA FRONTERA NORESTE MEXICANA, r82r-r840 1
Cuauhtémoc Velasco Ávila Dirección de Estudios Históricos,
INAH
A mediados del siglo x1x las autoridades civiles y militares, así como la prensa, utilizaban un lenguaje degradante para referirse a los indios nómadas y seminómadas del Norte de México: indistintamente los llamaban bárbaros, salvajes, enemigos, gandules u hostiles, o cualquier posible combinación. Decían que eran crueles, traidores, ladrones, desleales, y que era necesario escarmentarlos o castigarlos para lograr reducirlos a la paz y al orden. Este artículo se refiere a cómo se enraizó en los funcionarios y en la población fronteriza de la región noreste la noción de que los nativos eran "indios bárbaros" y cómo se consolidó la política de tratarlos como población imposible de integrar e incorporar a la nación mexicana. En tanto que me baso en un limitado conjunto de fuentes, mis afirmaciones son de carácter general y no necesariamente válidas para toda persona, momento Y circunstancia. Un acercamiento preliminar me ha llevado al manejo de las fuentes mexicanas de las tres décadas posteriores a la Independencia, que espero ir enriqueciendo con la discusión y el manejo más detenido de estas mismas fuentes.
El proyecto novohispano de resguardo de la frontera norte estaba apoyado en dos instituciones: la misión y el presidio. En la medida en que la catequización de los indios fue el medio para incorporarlos como fuerza productiva en favor del imperio y de los comerciantes, hacendados Y mineros locales, las misiones tuvieron un papel fundamental. Desde el punto de vista de los frailes era posible redimir el alma de aquellos herejes por la vía de convencerlos de la existencia de un dios creador de todas las cosas, de la llegada de su hijo Jesucristo y de que el papa era su representante en la tierra. Las misiones vieron enriquecidas sus expectativas cuando fueron ubicadas en tierras privilegiadas de labor donde fundaron poblaciones dedicadas a la agricultura y algunas faenas artesanales, aprovechando la natural disposición de los indios y su convencimiento de obtener resultados productivos de esas tierras. Se construyeron verdade' Est e ensayo es resultado de la investigación que realizo para mi tesis de doctorado en historia que llevará por título "La amenaza comanche en la frontera noreste mexicana, 1821 1848" (Facultad de Filosofía y Letras, UNAM).
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ros emporios agrícolas en algunas misiones, especialmente las jesuitas, pero en el fondo siempre primaba su tarea evangelizadora. En la medida en que esta idea perdió fuerza e ímpetu, especialmente frente a los descalabros de los misioneros para cumplir su función redentora, las misiones fueron dejando de ser una institución fundamental para el modo de gobierno colonial. Los presidios tenían, en primer lugar, un propósito defensivo . Eran baluartes con hombres armados que actuaban cuando los indios "bárbaros" atacaban poblaciones españolas, también evitaban su avance hacia poblaciones indefensas. En la medida en que esta institución se afianzó, el esquema de su fundación tendió a hacerse más complejo . Bajo su influencia quedaron las poblaciones aledañas al enclave militar que desarrollaron actividades productivas y se convirtieron en centro en que comerciaban los españoles con los indios locales, así como con los permanentemente insurrectos. En algunos presidios hubo religiosos, tanto para atender las necesidades espirituales de los militares, sus familias y los indios locales, como para extender la presencia del cristianismo entre los aborígenes no establecidos. A lo largo del siglo xvm, como parte de un proceso de secularización más general, el sistema de presidios se fue -consolidando como institución que atendía primordialmente los problemas de frontera . A estas instituciones básicas se asoció un esquema de poblamiento que sumaba, en los alrededores de esos enclaves misionales y militares, a los indios sedentarios y a los pobladores provenientes del centro de México, fueran éstos mestizos o indios. La incorporación de los indios de la región a la vida cristiana debía ser precedida por el asentamiento de núcleos de población súbditos del rey de España. Esta mancuerna de las instituciones militar y religiosa, así como el cumplimiento de sus funciones como defensora e incorporadora, sólo podía tener sentido en una concepción de la población indígena que preveía dos tipos de aborígenes: los catequizables-incorporables y los eternos apóstatas-enemigos. La importancia adquirida por el presidio en el siglo xvm fue una forma de privilegiar cierto trato a los indios insurrectos: se creía que sólo mostrando una fuerza militar superior a los rebeldes se les obligaría a celebrar la paz y que el trato constante con la población blanca daría como resultado su catequización e incorporación al sistema novohispano . De hecho, negó el esquema de incorporación a través del convencimiento y se propuso atraer por la vía de la necesidad comercial o del sometimiento voluntario a las armas españolas. La creación de una línea de presidios a finales del siglo XVIII se relaciona con la necesidad de una unificación en la política de las provincias internas y con la pérdida del interés de los espal)oles en seguir avanzando hacia la conquista de nuevas tierras y recursos . El triunfo de ese proyecto, sobre todo pensado para la es-
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tabilidad y el fomento de las poblaciones existentes, implicó solidificar la frontera real; los indios nómadas quedaron claramente fuera del esquema de colonización. Este esquema, que consideraba necesaria y posible la colonización a partir de población dócil, se basaba en la idea de que los territorios norteños desérticos y ricos no estaban ni mínimamente aprovechados por los indios y que éstos constituían el mayor impedimento para explotarlos. II
Si el esquema de poblamiento colonial presuponía la existencia de las defensas militares y de las avanzadas espirituales, el proceso de secularización que se inició en el siglo xvm y la crítica situación del estado colonial a partir de la segunda década del siglo x1x fueron orillando al estado español a buscar alternativas más efectivas de colonización. La principal falla de las misiones era que ya no lograban trascender la evangelización y convertir a los indios en auténticos feligreses que contribuyeran al poblamiento español de la región. La paradoja del sistema de presidios er~ que éstos resultaban ineficaces, muy caros y difíciles de sostener si no había poblaciones aledañas, y las poblaciones no podían formarse si no había presidios que las defendieran. A no dudar, la fuerza de los presidios creció durante el siglo xvIII, pero nunca pudo ofrecer un apoyo re~l para un crecimiento significativo de la población. Hubo intentos de habitar las regiones fronterizas con indios procedentes de Tlaxcala, así co~o con blancos de las islas Canarias, pero en el mejor de los casos eS t UVieron muy limitados o circunscritos a las áreas menos expuestas. · · , d e 1a es casa Los diversos intentos por cambiar la compos1c10n - población de Louisiana con colonos de Cuba, de Canarias, etcétera, mueS t ran I] que nunca se consideró a los indios una población adecuada para la ocupación de esos ricos territorios y, por el contrario, constituían el ?bstáculo principal para su utilización, 2] que la cercanía de Estados Um dos con los territorios fronterizos fue obligando a los gobernadores locales ª considerar la posibilidad de adaptarse al natural flujo de población angl~americana, a pesar de las disposiciones en contrario de la corona. En ~omsiana se comenzó a admitir esta inmigración, que creció en proporcwnes 2 gigantescas desde las últimas dos décadas del siglo xvrn. Antes de la Independencia mexicana ya abarcaba Texas, donde en 1820 se admitió una colonia de 300 inmigrantes dirigida por Moisés Austin.3 . H Londres Yale UniDavid Weber, Th e Spanish Frontier in North Amenca, New aven Y ' versity Press, 1992, pp. 280-282. . . . • • guerras· por T exas, M'ex1co, · Academia L1terana' 1959, -1 p abl o Herrera Carnllo, Las siete pp. 15-17.
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Desde los meses previos a la consumación de la Independencia, los militares que seguían a Iturbide se preocuparon por lograr una estabilidad en la región fronteriza . Por ello, Joaquín Arredondo, que había logrado la adhesión de la ciudad de Monterrey al Plan de Iguala el 3 de julio de 1821, firmó unos cuantos días después un tratado con el jefe de los indios cadós, y "animado de los sentimientos de humanidad que le asisten" se comprometió a negociar la paz en Texas de modo II que todas las naciones que están en guerra con los españoles hagan las paces y vivan todos con quietud y tranquilidad".4 No parecen haber fructificado los esfuerzos de este jefe indio, pero éste no fue el único intento de lograr la pacificación de los grupos guerreros. La colonización y la conservación del territorio se hallaban entre los temas prioritarios de las élites que impulsaron la firma del acta de Independencia. El dictamen de la Comisión de Relaciones Exteriores a la Soberana Junta del imperio en diciembre de 1821 trata como primer punto las "naciones bárbaras de indios": Se componen de diversas tribus de indios, unas grandes y otras pequeñas más o menos rudas dóciles o guerreras; pero que en lo general no infunden temor por la notoria superioridad que tienen las tropas imperiales sobre ellas por su mejor disciplina, diferencia de armas, destreza en su manejo y uso del caballo. Las mayores y más conocidas son las de los apaches y lipanes. La más temible es la de los comanches que adiestrados ya en el manejo de la lanza y el fusil, proceden con el ímpetu que les infunde su animosidad, aunque no los ·dirige táctica ni disciplina alguna.5 Afirma que las tribus bajo el Gran Cadó acababan de renovar su amistad con el imperio y consideraba necesario conservarla a toda costa, tanto para obtener de ellos un mayor conocimiento de las riquezas de esos territorios como para "precaver que los Estados Unidos se prevalgan de esas naciones o para ofender o introducir el contrabando". 6 Dice que el territorio que habitan esas naciones es inmenso:
¡Ojalá hubiera la gente necesaria para poblarlo! Esta falta[ ... ] por sí misma indica lo que más conviene ejecutar. Es preciso abandonar todo proyecto de conquista. La experi encia ha demostrado que semejantes empresas son muy costosas: que el medio mejor es entablar negociaciones d~ comercio y amistad en donde no las hay y conservar las que ya existen. La puntualidad en cumplir los tratados y la buena fe en los comercios es el manetismo [sic] que atrae a los indios, y por estos conductos comunican sus frutos y riquezas, se civilizan , adquieren los usos y costumbres me;ores para abrazar la religión es tablecida en las provincias y que siguen los habitantes de las reducciones y pueblos que con ellas tienen parentesco.7 Según los autores del dictamen, el imperio necesitaba conservar la provincia de Texas por su importancia "y para conseguirlo no le queda otro arbitrio sino poblarla". Añadían que las Cortes de Cádiz de 1813, convencidas de la necesidad de aumentar la población de esa provincia, habían aprobado un proyecto presentado por Ricardo Reynal Keene, que no se llevó a efecto, quizá por las restricciones que se le impusieron. 8 La legislatura de 1821 había procedido con "ideas más liberales o proporcionadas" en sus disposiciones . En opinión de la comisión, éstas podían acomodarse a las necesidades de Texas para evitar algunos errores Y abusos, como el cometido con la concesión de Moisés Austin que permitió a los interesados elegir tierras a su antojo. Se pensaba que los puntos de procedencia debían ser tres: Nueva Orleans, de donde estaban dispuestas a partir muchas familias; el propio imperio, que "tiene mucha gente pobre que logrando algunas tierras de manos estériles se convertirán en útiles Y provechosas con beneficio suyo y del estado", además de oficiales Y soldados ª los que se les remuneraría "dándoles una fanega de tierra Y una yunta de boeyes [sic]"; y Europa, pues "en las naciones de ella se ha fijado el espíritu de emigración por las continuas guerras de aquel continente, por la aspereza de los climas, por la miseria y la diversidad de opiniones sobre religión" .9 Entre las naciones europeas serían preferible los irlandeses. Ellos los más son católicos y tan fieles a la religión que llevan más de tres siglos de sufrir persecuciones cruelísimas sin titubear en su perseverancia. Además reúnen virtudes morales muy sobresalientes, su industria y amor al trabajo no conoce límites, no congenian con los ingleses ni con los de los Estados Unidos; Y en el caso de guerra contaría el imperio con buenos soldados sobre los mismos lí-
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Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (en adelante AHSDN), 9 de julio de 1 821, Monterrey, Tratado de paz con los indios cadós, firman Joaquín Arredondo y Gran Cadó, f. 73. 5 Archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores (en adelante ASRE), Naciones bárbaras de indios, relaciones diplomáticas con México. Dictamen presentado a la Soberana Junta del Imperio mexicano el 29 de diciembre de 1821 por la Comisión de Relaciones Exteriores integrada por Juan Francisco Azcárate, el Conde de la Casa de Heras y José Sánchez Enciso informando sobre el estado que guardan las relaciones de México con las naciones, pueblos extranjeros, tribus indígenas y las recomendaciones necesarias para mejorarlas, f. 2 . 1
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lbid .. ff. 5-6 . /bid., f. 37 . /bid., ff. 40- 4 1.
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mites de su territorio. En su defecto los alemanes serían preferibl es, si endo católicos y prospería [sic] con ellos la población. 10 Con este proyecto se confiaba en los efectos civilizadores del comercio constante y en el cumplimiento de los acuerdos con los indios "bárbaros", a quienes se habían de dispensar consideraciones especiales, cuidando de no confundirlos con los de las poblaciones "civilizadas". Vale mencionar que desde ese momento estos indios eran tratados como algo externo a la nación mexicana y la condición para asimilarlos residía en que adquirieran la religión y costumbres afines a la población considerada nacional. Entre las muchas ideas y proyectos de colonización que se expusieron durante esos primeros años de vida nacional, la iniciativa enviada por Lucas Alamán proponía medidas para la seguridad del estado de Texas. Sólo de paso menciona las molestias y peligros que causaban los indios "bárbaros" e insiste en la amenaza que para la integridad territorial representaban los inmigrantes angloamericanos y la cercanía de los intereses de Estados Unidos. Señala la necesidad de fomentar la colonización protegiendo a la población mexicana en Texas y llevando a los condenados a presidio, quienes "no teniendo esperanza de desertarse por serles desconocidos aquellos destierros, se verán precisados a trabajar para mejorar su suerte; propietarios de los terrenos ¡...] se dedicarán a su cultivo y este nuevo género de vida laboriosa las hará mudar de costumbres". También subraya la necesidad de "colonizar el departamento[ ... ] con individuos de otras naciones, cuyos intereses, costumbres y lenguaje difieren de las de los norteamericanos". 11 Propone más medidas para fomentar el comercio de cabotaje para hacer que todo lo relativo a la colonización dependa -del gobierno federal, además de comisionar a un individuo que informe con detalle sobre la situación en Texas. En esta iniciativa, Alamán ni siquiera considera necesario hablar de la población local de origen indio, que en todo caso representa una más de las dificultades propias del avance sobre aquellos territorios "salvajes". Para él resulta más operativo pensar en "mudar de costumbres" a los delincuentes, que se verían obligados a la "vida laboriosa" por la lejanía y por la amenaza constante de los "bárbaros". Estos proyectos de colonización bosquejan lo que en adelante será un axioma casi incuestionable: la dicotomía civilización-barbarie, que justifica por completo cualquier acción militar contra los indios de las prade10
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Lucas Alamán, Iniciativa de ley proponiendo al gobiern o la s m edidas qu e se d ebían to•
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mar para la seguridad de Te;as y conservar la integridad del territorio m exicano, de cuyo proyecto emanó la ley de 6 de abril de 1830, México, Vargas Rea, 1946, pp. 34 y 37 .
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ras y montañas al norte del Bravo. Como se verá más adelante, la actitud hacia los indios nómadas en las primeras décadas de vida independiente nacional tiene que ver casi exclusivamente con un problema práctico: mantener la paz o, por lo menos, un estado de cosas que permitiera realizar actividades agrícolas, ganaderas y comerciales. En este sentido los indios insumisos eran siempre un enemigo y su trato; cuando no era con las armas, provenía de calcular en qué momento o a cuáles grupos convenía tener como amigos. III
Para apreciar las relaciones con los indios nómadas en la frontera, regresemos a la época del primer imperio. El general Anastasia Bustamante, capitán interino de las Provincias Internas, había decidido actuar e informó al emperador en noviembre de I 82 I: Siguiendo los sanos y liberales principios proclamados Y adoptados conS t antemente por V. E. desde la memorable época de Iguala[ ... ], fijé mi atención en la desoladora devastación que han sufrido por muchos [años] las fronteras ~e estas provincias [... J por las tribus gentiles del norte, prefiriendo para reducir: las a la paz, los medios de lenidad, antes que los horrores de la guerra [... J Asi es que con fecha 6 de agosto[ ...] expedí una circular a todos los comandant~s Y ayuntamientos de la frontera, excitándolos por el celo Y bien de la humanidad, a enviar emisarios a los pueblos de las naciones beligerantes del norte, para que instruyéndolas, por medio de los muchos captivos o emigrados que entre ellos existen de nuestra feliz regeneración política, habiendo llegado el tiempo de ser tod~s hermanos, depusiesen las armas, devolviesen los prisio· ¡-igenci·a con el neros y entablasen como antes sus resoluciones de buena mte . 12 gobierno, y la paz y la armonía con todos estos h ab1tantes. El propio Bustamante se dirigió a los indios en estos términos: . El autor supremo de la naturaleza que incesantemente ve 1a sobre la conser. vación de todas las criaturas se ha dignado echar sobre vuesüo suelo una mi. de m1sencordia. . . . ' La tnste . y misera . bl e suer te en que habéis estara da con OJOS do desde la más remota antigüedad, converu.d os en pue bl 0 s errantes sin otros . . . experiencia . • os ha d.1ctado para defendeconoc1m1entos que los que la propia . .. ros y ofender a vuestros enemi 0aos ha conmov1·do de ta 1 m ane:r:a · la sens1b1.h_ . ' . dad de nuestro generahs1mo de mar y tierra e1 Exmo. sr. Agustín de Iturbide, . que interesándole sólo vuestra felicidad, apetece con ansia que viváis u nid ºs al Grande imperio Mexicano de que sois parte por naturaleza. Sabed que 12
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vuestro suelo es libre,. es independiente, compone una Nación de la que sois miembros. ¡... J Ya no saldrán soldados armados de nuestros presidios para quitaros la vida, ni privaros de la libertad que os concedió la naturaleza, como si fuerais animales. Así me lo mandó que os lo dijera nuestro generalísimo. La patria os llama a su seno como a sus más tiernos hijos: el gobierno está resuelto a dispensaros una decidida protección considerando el estado deplorable en que por falta de principios os había mantenido el anterior. 13 Queriendo halagarlos y ofrecerles la protección del gobierno, Bustamante suponía que estaban en una situación II deplorable". Debió extrañarles a los grupos nómadas, caracterizados por su fortaleza física y su cotidiana ingestión de carne de búfalo, que se considerara su suerte "triste Y miserable". No debe haber pasado desapercibido a sus ojos que el generalísimo pensara que vivían como animales, aunque quizá para ellos la comparación no era una ofensa. A lo largo de 1822 se realizaron diversos contactos para formalizar la paz con los comanches, uno de los escasos éxitos de Bustamante. En enero de 1823 varios jefes indios llegaron a la ciudad de México para firmar un tratado de paz con el imperio. Fueron recibidos con honores de potencia extranjera. El jefe comanche ofreció al emperador hombres armados contra los sublevados Guerrero y Bravo, lo que le granjeó a Iturbide no pocas mofas y críticas. 1 4 El tratado consistió básicamente en el compromiso de las partes de conservar la paz y la amistad; se declaró el apoyo mutuo de defensa de los territorios, se hicieron algunas precisiones sobre el comercio y se signó el compromiso del emperador de "recibir cada año cuatro jóvenes para que se eduquen en esta corte [... ] para que la nación esta suerte se civilice y eduque". 1 No debieron dar mucho crédito los mdios al mencionado tratado, ya que apenas dos meses después vieron caer al gobierno imperial. Pero aunque el acuerdo no tuvo aplicación legal, quizá sirvió como horizonte de intención entre las distintas fuerzas lo.cales que en esa década hicieron esfuerzos por conservar un mínimo estado de tranquilidad. No fue sencillo mantener un ambiente favorable de paz en los años subsi~ientes. Muchas veces los militares se vieron inclinados a hacer una guerra frontal a los indios; si no lograron llevarla a efecto fue sólo por la conocida debilidad de las fuerzas presidiales y las milicias. Por ejemplo, José María Sambrano, jefe político interino de Texas, se quejaba, en abril
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Gaceta Imperial de México, 11 de diciembre de 1821. Vicente Riva Palacio, México a través de los siglos, México, Cumbre, 1985, t. 7, p . 90. Dickson Shilz, Jodye Lynn y Thomas F. Shilz, Bufalo Hump and the Penateka Comanches, El Paso, University of Texas at El Paso, 198 9, p. 9; Gaceta del Gobierno Imperial, 3° de enero de 1823, pp. 51-54 (referencia obtenida en Escobar, La presencia del indígena, op. cit._v. 1 , p. 77 ¡.
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de 1824, de los robos y vejaciones cometidos por los tahuayaces cobijándose en supuestos tratados de paz. Sambrano se dijo sorprendido de que los comanches -"que se venden por amigos"- pretendieran que se les apoyara con tropas para "consumar la destrucción" de los lipanes, en cumplimiento de un artículo de los tratados de paz según el cual habría colaboración mutua en caso de guerra. Aunque afirmó no conocer los términos del tratado, le pareció que tal solicitud "por ningún título" podría tener efecto: Tal proposición no ha podido menos que hacérseme muy extraña y mucho más el compromiso en que se obligó a la nación con semejantes tratados, cuando se trató con salvajes que no tienen otro ídolo que el exterminio de sus semejantes, por cuya razón nunca se podría ver la nación desocupada con tal compromiso (si es que así se acordó). 16 En agosto del año siguiente el comandante de Tamaulipas, José Bernardo Gutiérrez de Lara, comunicó al ministro de guerra la "mala disposición" que con hechos y acciones hostiles habían mostrado los comanches desde principios de año e informó acaban de presentarse por varios puntos de la frontera de este estado con la actitud más insolente, cometiendo toda clase de excesos de aquellos a que ordinariamente les conduce la inmoralidad de su carácter dispuesto siempre a perpetuar los atentados y crímenes más horrorosos y más atroces. 17 A lo largo del año se repetían constantemente las noticias sobre supuestas reuniones de los comanches con otros grupos indios para atacar a poblaciones mexicanas. En diciembre las constantes hostilidades de los comanches en Texas, Coahuila y Tamaulipas llevaron al comandante de Texas a proponer un vago plan de campaña militar para "batirlos en su propio país" .18 Ésta no parece haber procedido y las escaramuzas continuaron alternadas con pláticas y propuestas de paz. Entre marzo y abril de 1829 se ratificó un nuevo tratado de paz con algunos de los principales jefes comanches. El propio Anastasia Bu st amante, entonces vicepresidente de la república, les dirigió una proclam;:i que, a decir de los testigos, les pareció "muy buena" y protestaron 11 n o darle más causas de sentimiento a su tata grande de México". En una reu16
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AHSDN, 30 de abril de 1824, San Antonio de Béjar, José María Sambrano a D. Juán Guzmán, ministro de estado y del despacho de relaciones interiores y exteriores, f. 47• AHSDN, 15 de agosto de 182 s, San Carlos, José Bernardo Gutiérrez de Lara al mini st ro de guerra y marina, f. 64. AHSDN, 1 de diciembre de 1825, Béjar, Mateo Ahumada al ministro de guerra, ff. 88-9o.
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nión con el jefe político y el comandante principal de Nuevo México, el jefe indio Pazna Quebiste pidió se les ordenara lo que debían hacer como muestra de lealtad. El intérprete teniente Francisco Ruiz, que había vivido varios años entre los comanches, le contestó adornando con lenguaje metafórico una amenaza directa: que en lo sucesivo no volvieran a matar ni a robar a nu es tros h ermanos de los Estados de Oriente, Presidio del Norte y Villa del Pan [.. . [; que si cumplían con este mandato la paz sería tan duradera como los días que ha de alumbrar el sol, pero que si ingratos y desagradecidos a nuestro capitán volvían a matar un solo hijo de la república mexicana[ ... ], sus campos se vería n tan cubiertos de valientes mexicanos como de zacate la tierra, teni endo qu e sopo rtar sobre sí toda la ira temible del capitán grande que está en M éxico que no perdona el más pequeño daño inferido al menor de sus hijos . 19
Desde los primeros años de la década de los treinta fue creciendo el ambiente de tensión, hasta hacer imposible a mediados de esa década cualquier acuerdo de paz con los principales grupos guerreros. Ello está relacionado con el modo como se conceptualizaba a los indios, como se verá en seguida. IV
Una revisión de la correspondencia y documentos anexos en el archivo del ayuntamiento de Béjar (18 29 -1832, 1835-1836) y en el ramo militar del Archivo del Estado de Nuevo León (1826-1841) arrojó los datos que me sirvieron para elaborar el cuadro 1. El cuadro 1 resume el número de veces que se utilizaron ciertos conceptos para referirse a los indios de cualquier grupo étnico en la correspondencia civil y militar de Béjar y Monterrey. Se trata de apreciar cómo las autoridades veían a los indios nómadas y seminómadas del Norte, lo que revela por un lado el nivel de familiaridad y contacto con ellos, Y por otro la opinión que les merecían. Es cierto que estas fuentes no necesariamente representan el sentir común de los pobladores de la frontera, pero son indicadores de cambios en la imagen pública de los nativos . La documentación contiene principalmente informes de contactos comerciales 0 ~€gociaciones de paz, partes de los ataques de los indios en ranchos, cammos o poblados, reportes sobre posibles incursiones, medidas defensivas, organización y abastecimiento de tropas y milicias, así como proyectos de campaña. Se considera como limitación que no se copiaran los textos 19
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Bexar Archives (en adelante BA), Bosque redondo en el Desierto, 26 de julio de 1829, José Antoni0 Chávez, José Arocha y Francisco Ruiz.
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Cu ADRO 1. Menciones y calificativos a los indios en los documentos de Béjar y Nuevo León, 1829-1841 Béjar
Nuevo Léon 1
1829-1832 1835-1836
1826-1837
1837-1841
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Documentos ConceE_tos
Indios 2 51 Indios, especificando grupo3 321 Indios, especificando nombre4 67 Indios bárbaross 19 Indios salvajes 6 14 Indios enemigos 7 17 8 Indios amigos 11 Indios guerreros 4 Indios de paz9 3 Totales 507
10.06% 42 20.9% 85 63.31% 49 24.38% 39 o 13.21% 16 7.96% 22.89% 142 3.75% 46 2.76% 4.48% 34 9 3.35% 37 18.41% 66 o% o o 2.17% l o 0.5% 0.79% l 0.5% 0.59% 3 100.00% 201 100.00% 369
23.04% 10.57% o% 38.48% 9.21% 17.89% o% o% 0.81% 100.00%
FUENTES: Bexar Archives, sección microfilm de la Biblioteca Barker de la Universidad
con el propósito de una cuantificación de .este tipo, por lo que el resultado no es más preciso. A pesar de esto último, el uso del lenguaje muestra tendencias que vale la pena comentar. En primer lugar, es claro que el tratamiento dado a los mismos grupos en la región de Béjar (hoy San Antonio, Texas) y en Monterrey fue muy diferente. Las negociaciones con los indios guerreros se hallaban mucho más cercanas a las poblaciones de Texas y por tanto fue indispensable que las autoridades ubicaran con precisión a los grupos de que se
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trataba (que es el rubro "especificando grupo") e identificaran personalmente a sus jefes (renglón "especificando nombre"). Ello es resultado del frecuente trato con diversos grupos Y de las constantes referencias a la utilización de las rivalidades interétnicas como medio de defensa de la frontera. En este contexto el calificativo "indios amigos" llegó a aparecer en ocasiones. En segundo lugar, es claro que para la misma época en la región de Monterrey y los pueblos norteños de Nuevo León hubo mucho menor referencia a grupos específicos y casi no se identificó a los jefes . Esto se explica en parte porque los grupos indios no estaban establecidos propiamente en territorio de Nuevo León Y por tanto el contacto se reducía a las incursiones. Con más frecuencia se utilizaron calificativos como "bárbaros" o "salvajes" y se empezó a perfilar una tendencia a identificarlos simplemente como el "enemigo". Cabe resaltar también que en la misma región de Nuevo León el trato fue más duro después de 1836, cuando las correrías de comanches, lipanes Y wichitas se hicieron más frecuentes y peligrosas. Los calificativos favorables a los indios casi desaparecieron por completo. Principalmente se trata de información sobre ataques indios a poblaciones, haciendas y caminos, pero casi no se identifica a los grupos atacantes. Entonces el tono de la documentación se vuelve uniformemente descalificativo, pues aun el concepto aislado indios tiene claramente la connotación de "bárbaros". Aun cuando existía la amenaza de los angloamericanos de Texas y otras rebeliones locales importantes, se hablaba de los indios como el "enemigo" por excelencia. No sobra insistir en que este tipo de análisis formal es demasiado esquemático y desvanece toda la complejidad y riqueza de las fuentes docu~entales; por lo tan.to debe ser tomado como un simple indicador de gruesas variaciones en la forma de concebir un sujeto o fenómeno. Habría que contextualizar cada referencia a los indios para poder apreciar efectivamente cómo se va construyendo o cambiando un estereotipo. En este breve ensayo sólo es posible ver algunos ejemplos. Amparados en el acuerdo de paz de 1829, los militares alcanzaron en la región de Béjar una cierta confianza con los comanches, al grado de actuar como mediadores con las tres bandas de los wichitas (tahuacanos, huecos y-tahuayaces), sus aliados tradicionales. Entre julio y agosto de ese mismo año los jefes comanches pusieron en contacto a los militares mexicanos con el jefe principal de los huecos y tahuacanos llamado Menchaca. Se culpaba de la muerte de dos viajeros mexicanos a los tahuayaces, conocidos como el grupo más agresivo entre los wichitas. Se firmaron las acostumbradas cláusulas de paz, así como el compromiso de los huecos y tahuacanos de separase de los tahuayaces. Por su parte, los comanches se obligaban a hacer lo necesario para preservar la paz y a se-
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pararse de los huecos y tahuacanos en caso de que no cumplieran lo firmado. 20 El efecto del acuerdo fue muy pobre: a finales del mismo año se presentaron diversos incidentes y robos de los que se culpó indisti~tamente a huecos, tahuacanos y tahuayaces. En febrero del año siguiente el jefe de policía de Béjar hablaba de esos grupos como "nuestros obstinados en~migos" y de la necesidad de "escarmentarlos como es justo y recuperar los daños inferidos" .21 En contraste, y casi simultáneamente, hizo pública una proclama a los habitantes de la municipalidad en defensa de los comanches, que muestra las dificultades de convivencia entre los indios Y la población local, aun con aquellos considerados momentáneamente como amigos. Afirma que es "conveniente perseguir y escarmentar a los miserables que con escándalo se ocupan de robar a nuestros buenos amigos los comanches las más de las veces que nos visitan o en las que con sus familias vienen al lucrativo y beneficioso tráfico para esta ciudad del cambio o cambalache de sus carnes, untos, pieles, etcétera". Ordena que se capture a los ladrones y a quienes los encubran y agrega: Las críticas circunstancias en que se encuentra el superior gobierno general, rodeado de atenciones que lo privan de atender la seguridad de esta frontera, son motivos para que todo individuo amante de la paz entre en recapitulación de los males incalculables que podría causamos la guerra de los comanches, a que los provocan gentes destituidas de honor y de sentimientos Y de humanidad con el vergonzoso y degradante robo de cosas tan despreciables 22 para nosotros por su corto valor, como muy apreciadas para ellos.
En estas circunstancias resulta claro que, más allá de la voluntad de paz de algunos funcionarios y jefes militares, movidos en todos los casos ~or la conveniencia, eran casi inevitables los conflictos Y rencillas entre mdios bravos y residentes mexicanos. Esto demuestra, por un lado, el consenso entre la población de origen mexicano en torno de la "barbarie" de los indios nómadas y seminómadas y, por otro, las enormes dificultades para una asimilación cultural de éstos a la nación. Apenas dos años después de la proclama anterior, los comanches se ,. Y so¡·1citaron · que los negaron a entrar a comerciar a San Fernando de Be¡ar tratantes mexicanos asistieran a un paraje llamado San Felipe para allí 20
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-• h · canos 1 firmado por 8 eJar, 22 de agosto de 1829, Tratado de paz con wacos Y ta ua • _ . . . . h ¡ M ene h aca, Antonio Elozua, Francisco Ruiz (por los comanc es , Ramón Músqu1z' Jase . · sauce d o, Gazpar Rodríguez, Francisco · e an · d"d A n t omo Rmz, i O de Aicos ' Severo Rmz, Alejandro Treviño y Antonio González. ,. BA, Béjar, 4 de febrero de 1830, Ramón Músquiz al Ayuntamiento de Béxar; Be1ar, 14 de febrero de 1830, Ramón Músquiz a José María Viesca. BA, Béjar, 26 de febrero de 1830. BA,
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hacer el intercambio acostumbrado. El capitán Manuel Rudecindo Barragán ordenó a sus subalternos que no acudieran: El carácter desleal de la tribu comanche a cada paso se está experimentando que viola completamente los tratados de paz y que no pierden ocasión para proporcionar la ruina de estas fronteras ¡... ] me parece muy conveniente se les diga se presenten en un punto más inmediato con el fin que indican, y serán recibidos con amistad y buena fe, y cuando el que sus perversas miras (de que nunca desisten) no nos hagan algún robo de caballada de la en que va montada la gente que va a su trato, con cuyo hecho de aproximarse cerca de los pueblos darán a conocer piensan con buena fe. 23
Casi al mismo tiempo José de las Piedras, comandante de Nacogdoches, diseñaba una campaña contra los comanches con la participación de 300 guerreros indios bien armados "y con la mejor disposición de batirse". 2 4 El propio Barragán dirigió la campaña llevando la guerra hasta los campamentos comanches. En 1834, Juan Nepomuceno Almonte, en su informe secreto al gobierno mexicano, se expresaba en contra de las reticencias de los políticos del centro hacia la declaración de una guerra a los comanches: "es necesario que el gobierno se persuada que mientras no haga una campaña formal a esas tribus salvajes, los infelices habitantes de las fronteras serán siempre víctimas de ellos". 2 5 Propuso un "plan de ataque contra los indios bárbaros" que vino a cancelar definitivamente cualquier intento de paz: No teniendo esas tribus gobierno ni leyes, y no pudiéndose guardar entre ellas ningún convenio, el jefe [de la expedición! no podrá celebrar paz con ellas 1 y sólo les perdonará la vida a los que se rindieren, recogiéndoles siempre las armas y caballos y evitando en todo caso la inútil efusión de sangre.26
Un ambiente de marcada hostilidad se sentía a lo largo de toda la frontera en aquellos años. Como muestra del tono que en adelante tendrían los documentos, podemos leer el siguiente comunicado de Manuel Lafuente al general Francisco Fernández en mayo de 1836:
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Desde el día 16 del corriente nos invadieron los indios en este punto Y hasta la fecha los tenemos dentro cometiendo cuanto género de excesos son de su instituto [... J. No es dado ya contener la osadía de estos salvajes en el estado en que nos hallamos se ha avilantado [sic] muy mucho, y nuestros soldados agobiados por la miseria y la fatiga están amilanados j ... J Soy seguro que en el término de dos meses si continúan como hasta aquí los salvajes dejarán a estos pueblos que sin resortes jsicJ, por su propia virtud deben de armarse, más cuando en esta época se nos han aglomerado todas las plagas.27
Hacia 1838 la guerra se había extendido a un punto tal que no cabía la duda en los militares y políticos de la región. El gobernador de Nuevo León escribía alarmado en enero de 18 39 al general en jefe del ejército del norte: La guerra que han hecho y están haciendo los bárbaros en este departamento llega ya al último punto de espanto y desolación. Han avanzado sus incursiones hasta catorce leguas de esta capital, dejando tendidos en los campos más de ochenta muertos y cuantos destrozos han podido hacer en los biene_s de campo, matando los ganados y llevándose la caballada. Los pueblos gimen acosados de un azote que muy pronto los reducirá a nulidad, si no se pusiera un remedio eficaz que contenga tan grave mal [... J El número de bárbaros que se ha introducido es copiosísimo pues a un mismo tiempo han invadido a este departamento y al de Coahuila donde fue destrozada una partida de 120 hombres . 28
Entre las costumbres de los indios guerreros de los llanos que solían horrorizar a los blancos estaba la de escalpar a los enemigos muertos en combate y danzar alrededor del fuego mientras blandían las cabellera~ en lo alto de largas varas. Si esto era índice de barbarie, los militares mexicanos no estaban lejos de ella. En diciembre de 1840, un hombre que eS t ªba destinado a ejercer una influencia decisiva en el noreste en décadas posteriores, Santiago Vidaurri, entonces comandante de la Compañía de Defensores de la Frontera, dio parte al secretario del gobernador de Nu~v_o León de ciertas acciones contra los indios utilizando un lenguaje sigmhcativo: El día 3 del corriente a las ocho de la noche salí de Lampazos con cuarenta Y tres hombres en persecución de los indios que atacaron los pastores en el
de abril de 18321 capitán Manuel Rudecindo Barragán a José María Gar-
cía. Nacogdoches, 24 de marzo de 1832, José de las Piedras a Antonio Elozúa. Almonte, Informe secreto, publicado en Celia Gutiérrez Ibarra, Cómo México perdió Texas, México, INAH, 1987 p. 14. !bid., p. s8.
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Archivo General del Estado de Nuevo León (en adelante AGENL), Ramo M1Titar es Matamoros, 4 de mayo de 1836 Manuel Lafuente a Francisco Fernández. 1 AGENL, Militares, 8 de en~ro de 1839 Monterrey, gobernador de Nuevo León al genera en jefe del Ejército del Norte. 1
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punto del Campanero [... ]. Inmediatament e di sobre e llos con toda mi fuerza 1---1, creí poder cortarles la retirada que emprendi eron con mu cha ve loc idad [... j Más de siete leguas seguí al enemigo hasta qu e cansada to da mi ca ba ll ería [... J vi que era totalmente imposible alcanza r esos m a lvados. No con poco sentimiento contramarché[. .. }, pues con mi llanto creía su plir l a fa lta de caballos para estar en actitud de castigar al en em igo que m ás aborrezco. En medio de la desesperación y congoja que m e produjeron [...¡ la fuga de los indios y[ .. . ) la apatía y morosidad con que se ven las ó rd en es del gobi erno [...¡ recibí ayer al llegar aquí la plausible noticia del buen suceso qu e tuvo la partida del Teniente González, quien ejecutando eficazm ent e mis ó rden es logró la dicha de que cayeran los salvajes del Campanero en la trampa que les mandé poner, pues se l es quitó en s u sa lida, el 7 del ac tu a l, oc h en ta bes ti as, mató un indio el famoso soldado Antonio Barrientos, qui en conduce este pliego [... I Remito a V.S. la cabellera d el b árbaro (... ). El caballo, fusil, carca; con arco y fl echas y otros misera bles d espo;os del indio muerto, he dispuesto que el buen citado Barrientos los reciba en premio de la h eroica acción que efectuó, máxime cuando es t e individuo m e desempeña maistralmente lsicJ el difícil y peligroso cargo de espía, tomando . también en consideración que en octubre as esinaron en Lampazos a su desgraciada madre, por cuyos fundamentos no dudo que el Exmo. Señor Gobernador me aprobará esta m edida.1 9 No creo que Vidaurri se distinguiera de sus contemporáneos por su concepto particularmente degradante de los indios, aunque indudablemente se diferenciaba de muchos por la vehemencia con que se expresaba y la intensidad con que ejecutal:.,a sus acciones militares. El secretario del gobierno confirmó a Vidaurri que el gobernador había recibido la cabellera y había quedado "muy satisfecho" de las buenas disposiciones de Vidaurri. Consideró que el "valor y decisión'.- de la tropa se verían enardecidos con "el ejemplo del valiente Barrientos", por lo que aprobó los premios que se le habían dado.3°
mento que contenía sus opiniones relativas a la situación de la frontera . Ramos Arizpe propuso: Siendo imposible evitar en su raíz el curso firme, constante de la política peculiar de los Estados Unidos de América, que consiste en arrojar de su seno a todo trance los indígenas de diferentes naciones[ ... conviene a México ...¡ fomentarla, organizarla dentro de nuestro territorio y protegerla de cuantos modos sean imaginables 1---1Obrar de manera que esa inmensa emigración, que nuestros mayores rivales arrojan irremediablemente a nuestro seno y se nos presenta como uno de los mayores males, que va a destrozar en su parte más importante la integridad de los Estados Unidos Mexicanos, no cause estos estragos, y antes se convierta en remedio eficaz contra ese mismo mal¡ ... \ Que vengan primero los que estén más civilizados, para colocarlos en más oportunos lugares, y \de preferencia\ no admitir a ningún súbdito de los Estados Unidos del Norte que no sea indio.3 1 Aprobó el presidente Anastasio Bustamante las medidas propuestas por Ramos Arizpe, en particular la de "llamar a nuestro territorio las tribus de indios que se han quedado sin tierras por haberlas vendido a los Estados Unidos" y nombró al general Manuel Mier y Terán para elegir a los más civilizados y capaces de cultivar la tierra.3 2 Este último, no muy complacido con la misión encomendada, envió una extensa argumentación de por qué no debía de fomentarse la inmigración extranjera a las regiones fronterizas y mucho menos la de indios expulsados de Estados Unidos: Tengo por un mal grave la admisión de colonos en Texas. En efecto no concibo qué ventajas resultan a México de poblar con extranjeros la frontera inmediata a su nación 1-- -1 poblar exclusivamente con extranjeros del pueblo confinante [sic] que en caso de guerra serán enemigos y por su decisión sola comenzamos perdiendo doscientas leguas de terreno, me persuado que será un error en que todos convendrán 1---1La admisión de las tribus salvajes que por efecto del aumento de población de los Estados Unidos del Norte se agolpan sobre la frontera mexicana, es la primera medida que sugiere la humanidad; pero es necesario no alucinarse concibiendo alguna ventaja política ni económica en atraer tan malos huéspedes : tienen tan pocas disposiciones para civilizarse, es decir para mudar todos
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Cabe aquí hacer un breve regreso al año de r 8 3 r cuando Miguel Ramos Arizpe, legendario diputado de las Cortes de Cádiz por Coahuila, presentó, a insistencia del secretario de Relaciones Lucas Alamán un docu'
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Militares, 10 de diciembre de 1840, Lampazos, Santiago Vidaurri, comandante de la Compañía de Defensores de la Frontera, al secretario de gobierno de Nuevo León (cursivas mías). AGENL, Militares, 10 de diciembre de 1840 [Monterrey], [secretario de gobierno de Nuevo León] a Santiago Vidaurri, comandante de la Fuerza de la Frontera. AGENL,
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de abril de 1 3 31 , México, Miguel Ramos Arizpe, al secretario de Relaciones Interiores y Exteriores, Lucas Alarnán, ff. 203-210 . A S RE, 30 de abril de 1 s 31 , Lucas Alamán, secretario de Relaciones, al general Manuel Mier y Terán, ff. 226-227 .
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sus hábitos, inclinaciones y usos, que por no hacerlo abando nan las tierras que solamente conocen y en que han vivido, con la incertidumbre de hallar otras en qué subsistir. Los salvajes no tienen apego a nada que pudiera conducirlos a sentir necesidades para la sociedad y por el contrario el sentimiento fuerte y superior a todo de su independencia los hace capaces de los mayores sacrificios por conservarla 1... ] Están muy bien armados y hacen la guerra con más orden y conocimiento. Si se admitieran 1... ] sería necesaria mucha mayor fuerza en la frontera, nada más que para impedir que dañaran. El idioma y los hábitos los subordinan más a la influencia de los norteamericanos.3 3
ros" y que buscan su subsistencia en las regiones salvajes. Encuentro que no son de ninguna manera estúpidos, ya que nada escapa a su atención l... ]3 4 Después de todo lo que hemos dicho acerca de los nativos de varias naciones en el norte de México, el lector quedará sorprendido de saber que los españoles niegan que ellos tengan la capacidad de razonar y dudan que pertenezcan a la raza humana.35
Después de todo, el asunto principal estaba en que los indios que resistían el avance de la población mexicana o norteamericana eran "bárbaros", incapaces de razonar y de vivir en sociedad, por lo tanto no eran ni podían ser "civilizados". Al menos los soldados de presidio y los "criadores" de ganado mexicanos de la frontera no tenían dudas en torno de la suerte que merecían los indios guerreros: los liquidaron sin vacilación en cuanto hubo oportunidad y no se sabe que por ello se les haya fincado alguna responsabilidad. Pero, en medio de todo, los pocos que profundizaron en sus costumbres y modo de vida, reconocieron la enorme capacidad física de estos indios y lo complejo de su sociedad. En detallados apuntes escritos alrededor de r 8 3 4, el biólogo Jean Luis Berlandier afirma: Los nativos no son de ninguna manera de limitada inteligencia, aunque no están dotados con esa inteligencia sobrenatural o genio de que se jactan los dos mundos civilizados. Sus actos no están dictados por instintos primitivos o simples y el observador que los ha seguido en los desiertos queda constantemente sorprendido y admirado de lo desarrollado que tienen los sentidos, en medio de los peligros que rodean su vida cotidiana, así como de lo obviamente inteligentes que son. En realidad su pensamiento y todas sus acciones están limitadas a las cosas que necesitan para su sobrevivencia o para la destrucción de sus enemigos; pero ¿qué más puede pedir un hombre que vive en medio del desierto? Los trucos que emplean en la caza, en la guerra y en los robos que cometen dependen para su éxito de su conocimiento, basado en una cuidadosa observación de los fenómenos naturales, así como del blanco de su plan de ataque, de manera que el hombre acostumbrado a lo que sucede en la soledad del desierto nunca es sorprendido por las trampas que son puestas para él. No estoy hablando aquí de los criollos, ni de los nativos civilizados que viven en sociedad, sino de los hombres comúnmente llamados "indios bárba34
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ASRE, II de agosto de laciones, ff. 2u-218.
1831,
Matamoros, general Manuel Mier y Terán al ministro de Re3;
Cuauhtémoc
Vei a sco
Ávila
Jean Luis Berlandier, Th e Jndians of Texas in r830, Washington, Smithsonian lnS t itution Press, 1969, p. 5 5. !bid., p . 58.
Id e as
e
imág e n es
d e
lo s
indi os
n ó mada s
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TEATRALIDAD DE LOS GRUPOS ORIGINARIOS DE DURANGO EN LOS PRIMEROS AÑOS DE LA DOMINACIÓN EUROPEA
Pedro Raigosa Reyna Mus eo Regional de Durango ,
UJED
Los ritos mágico-religiosos practicados por los grupos originarios que habitaron la región norte de México, a la que los conquistadores españoles llamaron Nueva Vizcaya (actualmente Durango), consistían básicamente en la imitación que hacían de la naturaleza en las representaciones rituales (teatralidad) con fines principalmente guerreros. "El teatro de todos los tiempos y de todos los horizontes tiene probablemente sus raíces en un espacio mágico sin tiempo ." 1 Si observamos estas costumbres más las de los misioneros españoles que utilizaron el teatro con fines evangélicos, presenciaremos la interrelación ritual que se inicia en los primeros años de dominación europea en nuestras tierras. Debo aclarar que, para el estudio de las festividades indígenas, se cuenta con escasas fuentes de la visión de los protagonistas de estos ritos. Sin embargo, las crónicas de los misioneros permiten reconstruir los modos de "teatralidad" que estos grupos empleaban para su diversión Y espiritualidad. Los primeros misioneros que se acercaron a cristianizar a los pobladores de Durango en el siglo xv1 fueron los franciscanos, orden que con el afán de lograr sus fines misioneros adoptó el teatro y lo utilizó para lograr la conquista espiritual.2 Otra orden que misionó la región fue la de los jesuitas. A ellos les tocó mayor acercamiento con los tepehuanes, acaxees, xiximes, tobosos, tarahumaras, conchos, salineros y laguneros, grupos que fueron los habitantes de Durango en el momento de la conquista . Los jesuitas comenzaron su labor a finales del siglo xvr Y principios del xvn, y les tocó vivir muy de cerca las costumbres y rebeliones suscitadas en esos años .3 En las crónicas de la Compañía de Jesús, se hace alusión a la costum1
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1
Patrick Johanso n, estudi o introductori o, selecci ón y notas, Tea tro m exica no. HiStaria Y dramaturgia 1, fes tejos, ri tos propicia torios y ri tuales prehispánicos. México, C N CA, 1 99 2 , PP - 39 -43 . La teatralidad de los ritos es destac ada en es ta obra, lo que sobresale es la cl asificación de los ritu ales prehi spáni cos com o ritual m ágic o, ritu al socio-religioso _y ritual religioso, ll evándon os así al entendimi ento del ritual m exicano ll en o de m agia t ea tral. Beatriz Aracil Varan, Jn digenas "'precristianos ·· en ww obra de teatro evangelizador del siglo xv1, Universidad Alicante (España), trabajo presentado en el I Congreso de la Asoc iaci ón M exicana de Investigac ión T ea tral, Puebl a, m ayo de 1995. Guillermo Porras Muñoz, La fro ntera con los in dios de la Nueva Vizcaya en el siglo xv11 . M éxic o, Fom ento Cultural Banam ex, 198 0.
breque los misioneros tenían de componer comedias de asuntos cristianos para los indios, en su lengua o en castellano, y otras veces en las dos l~nguas m~zcladas. 4 Los relatos de la vida de las misiones en los primeros anos menc10nan que, a veces, se añadían festejos más o menos interesantes Y adecuados para satisfacer las aficiones de los indios, como las grandes da~zas a las que éstos eran muy afectos y posiblemente ciertas representac10nes o mascaradas especiales que contribuían a mantenerlos en buen espíritu dentro de las misiones-5 . Estos ritos consistían, según las crónicas, en danzas en las que los indws se cubrían el rostro con yerbas y máscaras, algunos con cetros en las ~anos Y otros vestidos de demonios. En uno de estos relatos de principws del siglo XVII, se señala que los tepehuanes en las misiones tenían la costumbre de salir los sábados por la noche con el fin de hacer mitote o baile a su usanza, y danzaban la noche entera: en estos bailes usaban también sacar la cabeza de un venado que con gran reverencia usaban guardar en sus casas, en memoria de sus deudores ya difuntos que en sus días habían muerto aquellos venados. A cierto ti empo los viejos que en el baile presidían echaban en el fuego pedacitos de los cuernos o huesos de aquellas cabezas, persuadiendo a los demás que la mayor llama que se levantaba del mayor resplandor que se ve en el fuego, a tiempo que aquellos pedacitos se queman, es el ánima del difunto que viene a su llamado a darles la virtud e industria que ellos tuvieron en matar venado. Usaban asimismo en esos bailes el dar a beber a los hijos o a los deudos más cercanos del difunto polvo de los cuernos o huesos de los venados que sus antepasados 0 deudos cogían para que se les comunique la virtud y fuerza de ellos, y la ligereza de los venados para que ni por pies se les vayan ni dejen de rendir por falta de fuerza. 6
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Est0 s ritos mágico-religiosos estaban impregnados de todos los elementos naturales que rodeaban a los personajes que, por medio de su teatralidad, expresaban los motivos de su existencia. . La teatralidad del ritual español es también rica en tradiciones y festeJos, mismos que son traídos a las colonias americanas donde adquieren un c , aracter propio, al adecuarlos a las costumbres de los grupos que van ~on~uistando; "tendencia esta última que Fray Juan de Zumárraga consiero peligrosa porque inducía a los catecúmenos a pensar que en estas ta-
les burlerías consiste la santificación de las fiestas" .7 Las festividades del grupo español que se asentó en la Nueva Vizcaya a partir del año de r 5 6 3 consistían principalmente en celebraciones que la legislación prescribía, tanto para autoridades civiles como eclesiásticas. Una de estas fiestas era el "Paseo del Pendón" y se celebraba cada año como un homenaje a la última batalla de Hernán Cortés. Se trataba de un paseo que hacían con el pendón por las calles y la presentación del mismo en la iglesia y en la plaza principal, donde se lanzaban vivas a los monarcas españoles. En Durango el pendón que se utilizaba en el siglo xv1 era el mismo con el que Francisco de !barra emprendió la cap.quista de la Nueva Vizcaya. 8 Otra festividad era la jura del rey, de ella conocemos la que se llevó a cabo en Durango en el año de r 666 por el nuevo rey Carlos II. Lo que más destacaba de esa fiesta era el desfile donde además de las autoridades participaban las milicias cívicas, la caballería española, los mestizos, negros Y mulatos, todos portaban sus armas y banderas. Además también participó un grupo de indios amigos con oficiales y bandera .. "Se presentaban embijados y adornados con plumería a su usanza, llevando por armas sus arcos y flechas."9 En esta fiesta, al igual que en la del paseo del pendón, se daba la vuelta a la plaza de armas y se pasaba al centro a un tablado colocado para la ceremonia. Después subía el gobernador -que encabezaba el desfile-, tremolaba el pendón y pregonaba su adhesión al nuevo rey, la concurrencia le contestaba con entusiasmo, sobre todo en el momento de lanzarles monedas de plata como era la costumbre. "Proseguía la comitiva hasta el atrio de la catedral, donde esperaba el obispo revestido con su acompañamiento. Al lado de la puerta del templo se encontraba otro tablado en el cual algunos 'vestidos de farsa' recitaban una loa en verso, en alabanza de la persona real con gran re-gocijo y júbilo del pueblo" . 10 Dichas ceremonias marcan un nuevo derrotero cultural, que se manifiesta en las acciones de rechazo de los grupos originarios. El carácter guerrero de los grupos indígenas del norte, su recelo ante la sumisión a la que no estaban acostumbrados, su anhelo de libertad aunado a las grandes exigencias a las que los mineros españoles querían someterlos, concluyeron en grandes _rebeliones. Las más importantes fueron: la de 1601-1604, encabezada por los acaxe€s, la de 1 6 lo dirigida por los xiximes y, la más grande, la de los tepehuanes de I
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4
Alfonso Reyes, Los autos sacramentales en España y América, Obras completas, México, 1957, pp. 267-282. 5 Atanasio S · Apuntes para la historia de la Nueva Vizcaya, t. rr, México, UNAM, arav1a, 1980, pp. 39-48. FCE,
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Reyes, op. cit. Guillermo Porras Muñoz, Iglesia y Estado en Nueva Vizcaya, 2a. edición, México, UNAM, 1980 , PP- 388-399. En el capítulo de la vida ceremonial en la Nueva Vizcaya, se hace alusión a la fiesta celebrada en el año de r 5 99 según la crónica del compañero de !barra, Baltas ar de Obregón, en Historia de los descubrimientos antiguos y modernos de la Nu eva España , México, 1924, p. 43 . Idem.
'º Idem .
Idem.
Pedro
Raigosa
R ey na
T e atralidad
de
lo s
grupos
originarios
de
Durango
1616-1618. 11 Difícil será en esta ocasión analizar concien z udamente es-
tos movimientos rebeldes, sin embargo para este estudio es necesario destacar algunos actos donde se resalta la teatralidad de sus ritos . La rebelión acaxee de 1601, en su mayor parte, fue promovida por los hechiceros, y sobresalía la autoridad del que llamaban Perico. Dicho personaje, seguramente al enterarse de que por los rumbos de la costa el obispo de Guadalajara, don Alonso de la Mota y Escobar, realizaba su visita pastoral, se hace pasar por obispo, bautizando y confirmando a sus seguidores. Dos de ellos se hacen llamar los apóstoles San Pedro y Santiago, este último declara cuando es aprehendido por las fuerzas del gobernador de la Nueva Vizcaya, Francisco de Urdiñola, que fingió ser el apóstol Santiago, por saber que era el patrón y capitán de los españoles. Tiempo después también se captura al falso obispo Perico y es sentenciado a morir en la horca. Con esta acción se da casi por concluida la rebelión de los acaxees en el año de 1604. 12 Otro obispo de Nueva Vizcaya que le tocó vivir una situación similar fue don Pedro Tamarón -y Romeral. Esto sucedió cuando dicho eclesiástico realizaba una visita pastoral al pueblo de Pecos, Nuevo México, en el año de 1760. 1 3 La visita se celebró en junio, ésta llamó la atención de los apaches del lugar porque el obispo se hizo acompañar de un hombre negro. Al abandonar la comitiva el pueblo, los habitantes de Pecos, encabezados por Agustín Guichi, acordaron celebrar una fiesta semejante a la del recibimiento del prelado y que además en ella se presentara a Guichi como obispo. Para presentarse ante los suyos como tal, se trozó y cortó las vestiduras pontificiales, formando la mitra de pergamino, la tiñó con tierra blanca, la capa a modo de la pluvial con que se confirma, fabricó de una tilma, y con otra dispuso el roquete y de una caña sacó su báculo a modo del pastoral, todo esto se lo vistió el dicho Agustín, montó en un jumento y para que lo acompañaran a modo de asistentes se prepararon dos, uno que hiciera el papel del padre custodio, a éste le pusieron una vestidura a modo de su hábito franciscano y al otro embijaron de negro, que figurará el mío, estos dos también montaron en semejantes caballerías, y junta toda la indiada, también otros que no eran indios, y tocando una capa a tambor con grande algazara, todo el acompañamiento a que cerraban los tres montados y en medio el Agustín, fingido obispo y vestido a su modo como tal, partieron para el pueblo, en donde entraron ·a la una del día, catorce de 11
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septiembre de mil setecientos sesenta, enderezaron para la plaza, en la que estaban las indias en dos filas, de rodillas, y el Agustín ficto obispo les iba repartiendo bendiciones, así fue entrando hasta el pl:lesto donde prevenida una gran ramada y en ella dos asientos que ocupó el principal Agustín, que iba en calidad de obispo, Y el otro, Mateo Cru, que se hacia custodio, y éste luego se levantó y en voz alta intimó al concurso que mandaba el obispo llegaran a confirmarse. Obedecieron prontamente y el Agustín vestido de obispo a cada uno que llegaba el modo que usaba para confirmarlos era: con agua les hacía una cruz en la frente dándole bofetada se iba aquél y venía otro, en esto gastó el tiempo que necesitó para despachar su gente, y acabadas las confirmaciones se ministró la comida que estaba preparada, a que se siguió el baile con que cerraron la tarde, el día siguiente se prosiguió la diversión y festejó que se principió con misa que el obispo Agustín fingió decir en la misma enramada, en la que a la manera de comunión distribuyó pedazos de tortillas de harina de trigo, y lo demás del día fue la diversión en bailar y lo propio se .continuó el tercer día con que cerraron aquellas bullas y festines. 1 4 Se cuenta al final de esta crónica que al día siguiente después de la fiesta, al visitar Agustín su labor fue atacado por un oso que lo destrozó. Sin embargo, antes de morir logró confesarse con el franciscano Joaquín Xares, mismo que le aplicó el santo óleo de la extremaunción. 1 s Pasemos ahora a examinar brevemente la rebelión de los xiximes; a quienes se les consideró por los cronistas religiosos de principios del siglo xvn 1 como la nación más brava, inhumana y rebelde de cuantas poblaron la sierra de Durango. Eran temidos no sólo por los españoles, sino también por los grupos vecinos. De cierta manera, el temor se derivaba de la costumbre que tenían los xiximes de celebrar sus triunfos sobre los enemigos abatidos en combate, comiendo su carne y colgando los huesos Y las calaveras en sus casas. 16 Un rito religioso similar era practicado por los acaxees; con danzas y cantos, se entregaba al dios el trofeo humano ganado en la batalla. Después era repartido entre los participantes luego de que el hombre que había matado al enemigo recibiera su parte.17 Otra característica de este grupo era su gran habilidad de saltar de risco en risco dando grandes gritos para asustar a sus enemigos. El cacique de los xiximes era muy reconocido, pues "los indios [lo] tenían por dios Y como tal lo reverenciaban por los embustes que le veían hacer por arte
Guillermo Porras Muñoz, La front era con los indios de la Nu eva Viz caya en el siglo xv11, México, Fomento Cultural Banamex. ldem .
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Pedro Tamarón Y Romeral, Demostración del Vastísimo Obispado d e la Nu eva Viz caya 1765, México, Antigua Librería Robledo, 1937.
'7
P e dr o
Rai gos a
R ey na
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!bid., p. 339. Jdem. Porras, Frontera, p. 185 . Ralfh Beals, Los acaxees. Una tribu de la sierra de Durango y Sinaloa, Universidad de
California.
T ea tralidad
d e l o s g rup o s ori g iuarios
de
Durau g o
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del demonio" . 18 En los ritos prehispánicos de carácter religioso, por lo general el intermediario entre la magia y lo humano suele representar al dios. En las culturas del centro de México donde se practicó el sacrificio humane>, éste era representado con gran solemnidad. 1 9 La causa del levantamiento de r6ro es incierta, pero dio motivo a que el gobernador Francisco de Urdiñola, con engaños y amenazas y bajo el pretexto de firmar la paz, reuniera a la mayoría de los rebeldes en la comunidad de Xocotilma, Y una vez allí procedió a desarmarlos y a aprehender a sus cabecillas, que al tratar de resistirse dieron motivo a los soldados de atacar Y pasar a cuchillo a más de 800 personas, incluyendo mujeres y niños. No conforme con esto, el gobernador ordenó que se prendiera fuego al poblado además de las rancherías de los xiximes. "En las casas hallaron los soldados colgadas más de r ooo calaveras de hombres, que se habían comido aquellos bárbaros inhumanos, con otras muchas presas de españoles, como arcabuces, espadas, etcétera. " 2 º Esta versión de los religiosos es disc~tible, lo cierto es que, después de esta matanza, los xiximes se convirtier?n de agresores a agredidos, así perdieron poco a poco su belicosidad habitual Y hasta llegaron a una total desintegración. El levantamiento de los tepehuanes en r 6 r 6 se debió -según los españoles- a la gran influencia que sobre ellos ejercían los hechiceros a los que los misioneros llamaban "diablos". La realidad del levantamiento fue la gran organización que alcanzaron los tepehuanes en toda la región, así como su capacidad para convocar a otros grupos a su causa antiespañola. También es cierto que los hechiceros acompañaban y alentaban a los guerreros, ¿no hacían esto mismo los misioneros que acompañaban ª los soldados?, ¿no hablaban ellos también de Dios, de los santos y del d~monio, de la resurrección, del cielo y del infierno? Asustaba a los misioneros que los tepehuanes, antes de entrar en combate o de celebrar llna victoria, hicieran mitotes. Naturalmente los religiosos olvidaban que ellos mismos eran los primeros en organizar festividades de los triunfos sobre los moros y judíos, y que incluso habían enseñado esas festividades ª los propios tepehuanes con el fin de cristianizados. . ~o~viendo al origen del levantamiento, se culpaba del mismo a un indio vie¡o de quien se decía:
la gente para que la desamparecen y se revelasen contra Dios y contra el rey. Tuvo alguna noticia de la inquietud de este indio el gobernador de la Nueva Vizcaya en Guadiana: hizo información del \;aso y, no sacando en limpiq más de que aquella había sido alguna superstición diabélica y antigua de esta gente, se contentó con un castigo ordinario de azotes, que mandó dar al indio y sus consortes, por el escándalo que habían causado en aquellos pueblos.21 En casi todas las crónicas religiosas, se coincide en atribuir las causas de la rebelión a los más ancianos, considerados como los guardianes de la tradición. No nos parezca raro que después de que los religi0sos culparan a. los curanderos del levantamiento tepehuano, éstos ejercieran venganza en cuanto tenían cerca a un misionero, siguiendo la regla de que en .todos los lugares donde atacaran siempre matarían a los religiosos y profanarían las imágenes cristianas. La veneración de que fueron objeto estas víctimas de la fe fue sublime por parte de los españoles de la Nueva Vizcaya, éste es el caso del traslado a Durango de los .cuerpos de cuatro jesuitas muertos por los sublevados en la Misión del Zape; los habitantes les tributaron todos los honores y misas a su condición de mártires; además, y para mayor solemnidad y honra de los sacerdotes muertos, se dijeron poemas y composiciones. 22 La pacificación completa de la región no terminó sino en r 6 r 8 con la muerte de Gogojito, último caudillo de la causa tepehuana, y con el casi total exterminio de los tepehuanes que no lograron refugiarse en las sierras del mezquital (al sur de Durango), lugar donde habitan hasta hoy, desapareciendo casi por completo de la región que originalmente ocupaban y que es donde estaban asentados en misiones jesuitas. 23 Ahora bien, si este pueblo, a pesar del desplazamiento físico de sus sobrevivientes, conservó sus costumbres y se adaptó a su nueva vida, fue sin duda gracias a la fuerza espiritual adquirida con el conocimiento cle su universo, que se manifiesta en la continuidad de sus ritos. Siguiendo la guía de José Guadalupe Sánchez Olmedo, en su trabajo sobre la "etnografía de la sierra Madre Occidental", podemos copiparar las fiestas actuales de los tepehuanes con algunos de los ritos mencionad~s en el presente trabajo. 2 4 En muchos de ellos se puede apreciar una gran si-
Est e apóstata de la fe y trayendo consigo un ídolo, por medio del cual se enten-
día con el demonio y era como su oráculo, entró en el pueblo de Santiago y en otros llamados del Tunal y Tenerapa, vecinos a Guadiana, introduciendo pláticas pervesas contra nuestra santa fe, y con intento dañado de ir disponiendo 18 19 2
º
Porras, op. cit., p. 1 3 5 _ Johanson, op. cit. Porras, op. cit.
21 22
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!bid., p. 141. Saravia, op. cit., t. 1, p. 304 . "Relación breve y sucinta de los sucesos q]Je ha tenido la guerra de los tepehuanes de la gobernación de la Nueva Vizcaya desde el 15 de noviembre de 1616 hasta el i6 de mayo de 1618", Charles Wilson Hockett (ed.), Historical Documents Relating to New Mexico, Nueva Vizcaya and Approach thereto, to 1773, vol. u, Washington, 1926 . José Guadalupe Sánchez Olmedo, Etnografía de la sierra Madre Occidental, México, SEP-!NAH, 1980 .
Pedro
Raigosa
Reyna
T e atralidad
d e lo s
g rupos
o riginario s d e
Duran g o
militud, así ·como un buen número de festividad e. lle.na< de. inc.re.tismo. 1..o-m ás interesante, sin embargo, sigue siendo el sobresaliente papel de l os curanderos en la conservación de su cultura, con esto nos queda claro que en los siglos pasados, después de sus rebeliones, estos personajes fueron un factor fundamental para que el pueblo tepehuano, admirado y temido, sostuviera con orgullo lo que llaman "el costumbre, xiotal o mitote". El mitote es un rito sagrado, dedicado a su dios principal, el sol, al que llaman "nuestro padre". Comúnmente el mitote dura cinco días y se celebra en el patio mayor de la comunidad; en él se colocan dos chozas donde se prepara el "unman" o chuina, que es carne de venado molida y cocida con masa de maíz: Hacia el oriente del patio se coloca un altar o "batautam", y encima todos los alimentos que se van a comer tamales, chuina, etcétera. Debajo del "batautam" clavan unas flechitas votivas en número de cinco o diez, y en los sostenes del mismo las plumas de águila o "yagat", la imagen de dios ¡... J Frente al altar se extiende propiamente el patio en forma circular. En el centro de éste, sentado en un "atoxcor" permanece el músico que tañe el "gat" o arco musical, teniendo enfrente el altar y a sus espaldas, al extremo del patio, una fogata 1---1 Al empezar el "xiotal", los principales del pueblo toman las banderas y las ondean mientras danzan al ritmo del arco. Son seguidos por los concurrentes formando dos grupos: una línea de hombres y otra de mujeres. La dirección de la danza comienza hacia el oriente, rodeando al "batautam". Esto lo hacen cinco veces. Terminadas las cinco vueltas en derredor del "batautam", se dejan las banderas ahí mismo y la danza se organiza alrededor del arco sonoro. Cuando se va a terminar el "Xiotal" -lo que siempre es al salir el sol[l]os curanderos toman las plumas y danzan en círculos más amplios hasta rodear el "batautam" por cinco veces. Después forman las filas y se arrodillan de cara al sol. En esa posición permanecen en silencio hasta que el disco del sol se deja ver entero entre las montañas . Se ponen de pie y un curandero d'irige una oración que es al mismo tiempo una admonestación a todos los presentes: da gracias, pide ayuda y protección. En algunas ocasiones se escuchan peticiones contra los "modernos" que ya no creen. Se pide la "duc" o lluvia. La oración suele durar hasta hora y media y aún más. Es común no sólo en este caso sino en todas las oraciones de los curanderos, escuchar invocaciones a los santos católicos, probablemente identificados con algunas deidades antiguas.25
Las principales deidades que adoraban los tepehuanes eran el sol, la luna, la ~strella de la mañana y de la tarde, también rendían culto a algunos ammales como al águila y al venado, además veneraban a algunos héroes
mitológicos, Sahuatoba, Ubamari y Dyada. Tenían un respeto supersticioso para el pequeño cactus del peyote que consideraban sagrado Y con virtudes sobrenaturales al que sólo ingerían en medio de grandes c~remonias. Éstas son descritas por Sánchez Olmedo de la siguiente manera: En algunos lugares se bailaba al final del festejo una danza especi~l llamada del venado, en la que una persona vestida con la piel y cornamenta de un venado en la cabeza, danzaba con pasos que reproducían el golpeteo que hace este animal cuando salta. Lo perseguían los perros, que eran otros miembros de la comunidad, y al alcanzarlo fingían destazarlo y todos se sentaban a comer [... I En la actualidad es difícil cazar el venado, por eso ya casi no comen chuina y sólo consumen tamales y frijoles [... I Terminado el "xiotal", el "kut'm" toma agua en su boca, con ella rocía a los participantes Y estos quedan "benditos". Desde ese momento, durante unos cinco días no deben tener relaciones sexuales, ni enojarse, ni tomar mezcal, para que el "xiotal" tenga su eficacia. Se ha de guardar el arco sonoro, pues sólo lo pueden tocar cuando están "benditos"•, ordinariamente lo conservan en la cueva de algún cerro. Después de que han comido chuina todos los asistentes, el "kuk'm" toma las plumas de águila -la imagen de la divinidad-y corre sacia el cerro; los demás corren tras él. Después de recorrer unos quinientos metros se detienen. El "kuk'm" hace un rito sobre todos y cada uno: pasa las plumas sobre la cabeza, el cuerpo y las extremidades de cada persona, como si los limpiara, para que queden protegidos del mal. 26 Es difícil asegurar hasta qué grado los ritos citados conservan su carácter prehispánico y más aún asegurar los orígenes de dichas ceremonias. Por recientes investigaciones del Instituto Nacional Indigenista (INI), conocemos el desarrollo de otras celebraciones, tal es el caso de la del día de muertos: "Las campanas permanecen a repique las 24 horas. Al atardecer se lleva una ofrenda de comida tanto para niños como para adultos, Y por la noche se pasan a la iglesia donde permanecen velándolos. Las autoridades no escapan al tiempo instaurado por la muerte, ya que al terminar de colocar las ofrendas de la noche se eligen nuevas _a utoridades Y a la mane, 1127 ra d e una f arsa el mundo se invierte con gobernadores falsos Y e f1meros. Ritual que como los de sus antepasados, es representado en el escenario del mundo por sus actores, los hombres. · En el presente trabajo no fue posible hablar de las demás festividades -que son muchas- principalmente religiosas, en las que lo más admirable es su sincretismo, elemento que las hace muy llamativas para un futuro estudio que se dedique a los ritos y a su teatralidad. 26
25
!bid., p.
IOI.
27
Pedro
Raigo s a
R ey na
!bid., p. IO 5 . Yuri Escalan te, Los tepehuanos del sur, versión preliminar,
T e atralidad
d e lo s
grupo s originarios
INI,
1993.
d e
Durango
COMPLEJIDAD SOCIAL Y SIMBOLISMO PREHISTÓRICO: EL FENÓMENO MURAL EN LA SIERRA DE SAN FRANCISCO, BAJA CALIFORNIA SuR
María de la Luz Gutiérrez Centro INAH-Baja California Sur
Justin R. Hyland University of California at Berkeley
INTRODUCCIÓN
Uno de los temas tratados en la siguiente exposición se enfoca a la identificación y definición de las diferencias entre sociedades nómadas y sociedades sedentarias, es decir, cómo pueden identificarse los rasgos esenciales que nos permitan definir y alcanzar niveles de conocimiento profundo de estos dos universos al parecer tan distintos. Este coloquio también llama a la reflexión acerca de la permanencia de la modalidad de la vida nómada simultáneamente con la presencia de sociedades con un modo de vida sedentario basado en la agricultura. La siguiente disertación se centra en el llamativo desarrollo de una tradición cultural que tuvo lugar en el relativo aislamiento de la península de Baja California; en primer lugar nos lleva a preguntar si las distinciones tradicionales expresadas en cuanto a la complejidad social entre cazadores-recolectores y grupos sedentarios-agricultores son válidas, Y si, en términos de relaciones sociales, se puede argumentar que tales distinciones son más aparentes que reales. El desarrollo en cuestión tuvo lugar en la parte central de la península de Baja California; según los datos recolectados, durante el momento del contacto en el siglo xvm, el área estaba ocupada por grupos hablantes de varios dialectos cochimíes, los cuales formaban parte de la familia yumana (Aschman 1959; Massey 1947, 1966). Ésta presentó una distribución desde Baja California hasta el sur de California y el área del río Colorado, Y se extendió hacia las partes septentrionales del estado de Arizona. Aquí habitaron grupos como los kiliwa, paipai, kumeyay, cocopa, mohave, quechan, maricopa, etcétera (figura I ). Para nuestros objetivos es útil hablar de desarrollos yumanos en el norte Y el sur. Entre los grupos de esta antigua familia lingüística se aprecia un rango de modo de vida desde cazador-recolector hasta grupos agricultores. En el norte de la distribución tenemos evidencia de altas densidades de población, almacenaje de recursos, cerámica y agricultura intensiva a lo largo del río Colorado (Moratto 1984:347). Coexisten
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o
............
Diegueño
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............
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30º N
\) .
25º N Pericu
Distribución de Idiomas Peninsulares Familia - - Idioma Dialecto -
o
125
250
Kilómetros
Figura 1. Distribución de idiomas peninsulares.
con estos rasgos de almacenaje y agricultura claras evidencias de una complejidad social emergente manifiesta en el liderazgo hereditario y guerra institucionalizada (Kroeber 1925:745, 751-753¡ Álvarez de Williams 1983:107). En comparación, hacia el sur, los datos arqueológicos y etnohistóricos nos indican que la ocupación de la parte central de la península se caracte-
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María
de
la
Luz
Gutiérrez
y
fustin
R.
H y land
riza por bajas densidades de población relacionadas con amplios territorios de explotación. Además, aunque de seguro tenían un conocimiento relativo al almacenaje y la tecnología asociada, arqueológicamente no tenemos ninguna evidencia de este tipo de estrategias y, al parecer, la producción alfarera fue un desarrollo muy tardío, principalmente asociada al periodo misional. En resumen, según el esquema de Woodburn (1980), los yurnanos del Norte pueden describirse como sociedades de consumo no inmediato (delayed-return), y los grupos de la parte central, corno sociedades de consumo inmediato. Obviamente estas diferencias se deben en gran medida a los cambios ecológicos que ocurren a lo largo de la península, sin embargo, en el desierto central tenemos evidencia de una manifestación cultural sin contraparte ni hacia el norte ni hacia el sur: una tradición de imaginería rupestre sorprendente y abrumadora, en especial si se observa según los esquemas persistentes del modo de vida cazador-recolector. Estos esquemas se han basado durante años en el muy extendido concepto de que la pobreza de la cultura material refleja una pobreza intelec,tual similar (Furst 1992). De este modo, como argumentó con elocuencia Franz Boas (1992), una sociedad que posee formas de vida simples y uniformes Y, por tanto, actividades poco diversificadas y cuya cultura en sus formas Y contenido es pobre, es considerada "primitiva" y por tanto intelectualmente inconsistente. 1 Esto podría considerarse válido si realmente existiera una dependencia estrecha entre todos los aspectos que conforman la vida cultural de una etnia; sin embargo, aun cuando estos diversos aspectos en muchas ocasiones interaccionan entre sí, esta interacción no indica necesariamente que exista interdependencia. Este problema es aún más evidente en tanto que se trata de culturas arqueológicas cazadoras-recolectoras desarrolladas en zonas marginales. Con mucha frecuencia nos llama la atención el rango restringido de artefactos sagrados y utilitarios que podemos observar en el contexto arqueológico, generalmente de manufactura muy elemental. Sin embargo, una de las lecciones más trascendentales de la antropología es ser muy cautelosos en este sentido. Por factores históricos, culturales y ecológicos, la mayor parte de los elementos que conforman el contexto arqueológico que nos ocupa es del equipo tecnológico -es decir, artefactos utilitarios creados para satisfacer necesidades subsistenciales-, sin ignorar el hecho de que estos arte1
Cuando se intenta profundizar en la estructura del pensamiento y los sistemas ideacionales de sociedades materialmente menos complejas, es evidente que pueden rivalizar en "complejidad metafísica y en imaginería [gráfica y] poética con algunas de las más grandes religiones institucionalizadas II jFurst 1992:21 ).
Compleiidad
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factos tambi:én poseían una dimensión simbólica, situación que muchas veces se pasa por alto en nuestros esquemas occidentales . Esta cultura material es "rudimentaria", porque la vida étnica no requería que fuese más elaborada y aunque esto en principio no refleja el desarrollo de la capacidad intelectual en otras esferas de la sociedad en cuestión, sí representa un serio obstáculo para el conocimiento de la complejidad social prehistórica entre cazadores-recolectores, porque muchas veces el registro arqueológico refleja sólo en parte la cultura investigada, en este caso, una muy elemental tecnología de apropiación. La parcialidad en la apreciación arqueológica de este tipo de culturas dificulta el conocimiento objetivo de los individuos que integraron dicha sociedad y de sus interrelaciones con el resto de los aspectos que la conformaron. Los vestigios de actividades rituales suelen ser escasos -por su naturaleza sagrada y la no duplicidad de artefactos persistentes en las economías de apropiación- y frágiles en su preservación. Muchos de ellos desaparecieron sin dejar rastro arqueológico y sin ser registrados en las crónicas misionales, cuando las prácticas económicas, políticas y dogmáticas fueron atacadas y aniquiladas. En este caso es-evidente que sólo podremos acceder a esta etapa del conocimiento a través de las abstracciones que ofrecen las relaciones establecidas entre tales individuos, y esto en muchas ocasiones sólo podrá observarse a través de los sistemas simbólicos. PINTURAS Y GRABADOS RUPESTRES: SÍMBOLOS VISUALES QUE CONFORMAN CÓDIGOS METAFÓRICOS
Ya se mencionó el serio problema que constituye la identificación en el contexto arqueológico de supervivencias de abstracciones que nos permitan observar indirectamente las relaciones entre los individuos que formaron la sociedad y de qué modo ésta contenía elementos que permiten asegurar un proceso de "complejización" en las economías de apropiación. No obstante, en el caso que nos ocupa, existe una clara y contundente manifestación de ·una muy desarrollada estructura simbólica en sociedades cazadoras recolectoras: la simbología cochimí expresada en el fenómeno mural de la sierra de San Francisco (figura 2); las manifestaciones rupestres se constituyen en una de las evidencias materiales más sorprendentes que podrían demostrar una creciente complejidad social de los grupos que las produjeron. Los atributos formales de las imágenes o signos, la estructura interna de los conjuntos de imágenes, la distribución espacial de los sitios que los contienen y su interrelación con otro tipo de asentamientos y áreas de recursos, evidencian la existencia de una sociedad que, si bien estuvo
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Figura 2. Panel del sitio Cueva de las Flechas, arroyo de San Pablo. Detalle.
orientada hacia una economía de apropiación, desarrolló de manera asombrosa otros valores culturales que fueron transmitidos y perpetuados a través de intrincados sistemas simbólicos (figura 3). Sin embargo, aun cuando esta evidencia sea tan obvia, el problema real se presenta en el momento en el que tratamos de identificar cómo estuvieron configuradas las relaciones sociales; es decir, conocemos la evidencia material, pero ignoramos el cómo y el porqué. La comprensión de estos códigos metafóricos (Whitley-r994b) escapa a nuestras posibilidades inmediatas de análisis y síntesis; entonces, la interpretación del significado de motivos y temáticas específicas de esta expresión gráfica puede tornarse en una tarea arriesgada que a menudo está cargada de especulaciones peligrosas e insustanciales. LA PROBLEMÁTICA EN TORNO A LA IDENTIFICACIÓN DEL SISTEMA SIMBÓLICO
La problemática en torno a la interpretación o decodificación de los sistemas simbólicos de la sociedad cochimí se agudiza considerablemente por tres razones fundamentales: • Al parecer dichos sistemas encontraron i:epresentación tangible casi exclusivamente a través de la imaginería rupestre, y aunque esta evi-
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Figura 4. Panel del sitio San Gregorio 1, arroyo de San Gregario. Detalle .
Figura 3. Panel del sitio El Batequi, arroyo El Batequi. Detalle.
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dencia es, en cierto sentido, abrumadora y vehemente, al mismo tiempo es restringida, ya que los elementos simbólicos que se pueden observar en pinturas y grabados no encuentran representación en otros elementos de la cultura material, más que en contadas ocasiones. La ambigüedad presente en la imaginería, la cual se manifiesta de modo evidente mediante signos, y no muy evidente en las asociaciones simbólicas espaciales y bidimensionales entre éstos. Carecemos de marcos de referencia etnohistóricos que nos permitan vincular la simbología expresada en los paneles rupestres con conductas culturales reconocidas y narradas por los cronistas; esto facilitaría la percepción y comprensión de estos códigos metafóricos, lo ~ue supone reconstruir su sentido por medio de los signos.
EL MODELO
Lo que hace tan singular a la sierra de San Francisco desde una perspectiva cultural es la escala que alcanzó la tradición "gran mural" (figura 4), la cual muy probablemente surgió sobre una base rupestre de petroglifos (fig~ra 5 ), como una tradición paralela con claras manifestaciones que la vmculan a las tradiciones rupestres de la Gran Cuenca, la cual exhibe una vasta distribución que se extiende por toda la península de Baja California. Estos elementos -argumentaríamos- podrían estar representan-
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do intensos "cambios socio-políticos" locales en grupos cuya economía estuvo basada en una amplia movilización estacional. Pero si la tradición "gran mural" se involucra ¿qué expectativas en cuanto a la configuración social podríamos pronosticar y de qué modo podemos ver reflejados estos aspectos en el registro arqueológico? ¿Cómo podemos reconocer las relaciones interpersonales entre individuos y entre grupos de individuos? ¿Cuáles fueron las abstracciones originadas a través de estas relaciones? Para responder a estas y otras preguntas más que surgieron antes y en el curso de la investigación, era necesario contar con un comprensible banco de datos arqueológicos y etnohistóricos, pero sobre todo era necesario situar en su verdadera dimensión la imaginería. Algunas características inherentes a la propia imaginería dejaron entrever la presencia inevitable de ciertas condiciones que debieron existir para que ésta pudiera producirse. Su identificación permitió formular un modelo, el cual podría conducir a la definición de los contextos ambientales sociales y culturales en los que estuvo presente. Éstas son: • La escala monumental de las pinturas, su carácter público y, en ocasiones, sus elevadas posiciones dentro de los recintos sugieren una inversión considerable de trabajo antes y durante el acto de pintar. • Este trabajo debió orientarse primero a conseguir lo que parecen s€r cantidades significativas de pigmento y aglutinante, y, después, a la
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grama de reconocimientos intensivos del contexto cultur~l y físico en el que se desarrollaron estas comunidades, incluyendo la continuación del registro de los sitios murales. Es hacia ese objetivo al que se orientó y desarrolló la estrategia del trabajo de campo, para investigar no sóld los sitios rupestres mayores y menores, sino también las manifestaciones arqueológicas de las cuales los sitios murales forman tan sólo una parte. Esto requeriría el recorrido sistemático de superficie en cuatro sectores: costa del Golfo, vertiente oriental, Sierra y Desierto de Vizcaíno. De este modo fueron incorporadas al área de estudio todas las variedades topográficas y ecológicas, donde las diversas fases del proceso económico de apropiación pudieron haber tenido lugar. Asimismo, se realizaron excavaciones en los diversos contextos arqueológicos, incluyendo tres sitios "gran mural" (figura 6). ANÁLISIS ETNOHISTÓRICO DE LA SOCIEDAD COCHIMÍ
Figura 5. Petroglifos sobre la mesa El Dátil.
construcción del andamiaje necesario para alcanzar la superficie de la roca donde se pintaron las imágenes. • Dichas actividades debieron ser comunitarias, por la enorm e cantidad de esfuerzo y dedicación que representan. En este sentido, el episodio de la pintura debió suceder en un momento en el que hubo condiciones muy favorables para que pudiera llevarse a cabo, sobre todo de índole subsistencia!. No hay que olvidar que tuvo lugar en la parte más árida de la península y que el régimen de lluvias en esta zona es impredecible. Para que hubiera las condiciones antes descritas, la organización de estos grupos ~ebió aglutinar algunas estrategias originadas en el proceso económico, creando condiciones favorables para el desarrollo de las activi~ades rituales y la elaboración de la imaginería. Partiendo de esta pre~isa era necesario el estudio profundo de este proceso económico, es decir, de qué modo estaba articulado y cómo incidía en las actividades sociales y religiosas del grupo. . . Tradicionalmente, los investigadores de la imaginería rupestre han tendido a centrarse en exclusiva en los aspectos iconográficos y formales de las imágenes, divorciándolos de su más amplio contexto social de producción .(ver discusión en Conkey 1987¡ Lewis-Williams 1982, 198 4; cf. Turpin 1990; Whitley 1994); ahora se ha hecho patente que los sitios murales deben ser considerados como parte de un milieu prehistórico total. En función de lo anterior, el estudio arqueológico consistiría en un pro-
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El análisis etnohistórico nos ha permitido definir la sociedad cochimí, integrada por grupos de cazadores-recolectores que compartían un territorio, el cual ofrecía una amplia gama de recursos alimenticios según la estación del año y las características bióticas y físicas de cada zona (Aschmann 1959; Barco 1973¡ Piccolo 1962; Venegas 1943); en algunas regiones y en cierta temporada podría haberse presentado una insuficiencia de alimentos, pero de ser así, el grupo se desintegraba en subgrupos, los cuales se desplazaban hacia otras partes del territorio. Estos individuos sabían perfectamente lo que cada región producía, conocían la época de recolección y caza de los distintos recursos vegetales y animales, y las técnicas más eficientes para proporcionárselos. En virtud de lo anterior, organizaban sus visitas a las diferentes áreas de recursos a través de un ciclo biológico anual. Los cochimís se integraban socialmente en grupos de familias emparentadas, denominadas en ese entonces rancherías, que constituían núcleos de población conformados por entre 5 o Y 200 individuos. Las épocas de bonanza permitían que estas rancherías dispersas se reagruparan en poblaciones mayores, con el objeto de realizar juntos actividades subsistenciales y rituales; este hecho estuvo notablemente marcado por la frutación de algunas cactáceas, principalmente la pitahaya dulce {Lemairecereus thurberi), cuya abundancia se generalizaba hacia el final del verano y principio del otoño. Respecto a la división del trabajo, las fuentes señalan que las mujeres Y los niños recolectaban la mayoría de las plantas comestibles, las cuales formaban más de 8 5 por ciento de la dieta cochimí, mientras que los hombres se dedicaban a la cacería. No obstante, los reportes señalan que en las estaciones de escasez los hombres también podían dedicarse a la
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Figura 6 . Area de estudio del proyecto Arte Rupestre de Baja California Sur.
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Figura 7. Dispersión de concha en un sitio de la costa del Golfo.
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Figura 8. Un aspecto del arroyo de San Carlos, sobre la vertiente oriental de la sierra .
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COSTA DEL GOLFO
Aun cuando no contamos todavía con los análisis completos que nos permitan la definición precisa de este movimiento anual, sí podemos decir que según las características observadas en los sitios localizados en el sector costa del Golfo, éstos parecen ser campamentos de ocupación regular pero de muy breve duración (figura 7 ). Existe asimismo una ausencia generalizada de agua, situación que cambia gradualmente hacia el oe st e, donde la zona ecotonal costa del Golfo-Sierra ofrece mayor cantidad de este recurso. Durante el invierno y la primavera, cuando los recursos terrestres escaseaban, los recursos marinos de la costa del Golfo, principalmente mo-
Figura 9. Localización del yacimiento de obsidiana Valle del Azufre .
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recolección. El liderazgo de la ranchería estaba, por lo general, en manos de un hombre de edad, el jefe o cacique. Sin embargo, hay constancia de que las mujeres tenían un papel predominante en cuanto a la organización de las familias y al solicitar y arreglar los matrimonios. Además del cacique, el chamán o guama de la ranchería ejercía una considerable autoridad a través de la dirección de los ritos de iniciación y otras ceremonias. A menudo, el cacique y el chamán eran la misma persona, y hay datos etnohistóricos que hacen alusión acerca de que estos cargos podrían ser hereditarios. De este modo, el proceso económico se organizaba en un ciclo de subsistencia anual, con interacción e incidencia directa en la organización social del grupo étnico y, finalmente, en el desarrollo de las diversas actividades rituales, determinantes para asegurar el equilibrio, la cohesión y la reproducción del grupo social. Este proceso económico involucró una estrecha interrelación entre el hombre y los recursos de temporada, continuamente reemplazados por otros en otra época y/o región. Las relaciones económicas en torno a dicho proceso se desarrollaron en dos ámbitos: I] la ranchería integrada por familias emparentadas, y 2] la agregación múltiple de rancherías. Las relaciones interpersonales e intergru.pales se modificaban a lo largo del año de manera paralela a los cambios impuestos por el propio proceso económico, el cual inducía a la disgregación y agregación. La configuración geomorfológica del área investigada en la que se alternan altas mesetas, profundos barrancos y extensas planicies desérticas que permiten acceder a vastas franjas de litoral, permitió el desarrollo de una considerable gama de recursos naturales de gran valor alimenticio. La distribución de estas diversas áreas de recursos, con un gradiente de vegetación este-oeste, es consistente con el patrón de asentamiento y de dispersión que pudo ser identificado a través del análisis arqueológico espacial.
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Figura 1O. Cañón de Santa Teresa. arroyo de San Pablo .
luscos, pudieron haberse constituido en objeto de recolección. En apoyo de esta tesis tenemos la presencia de grandes cantidades de opérculos y conchas no modificadas de Turbo fluctuosis (hurgado), especie del Golfo que ha sido encontrada en las montañas, lo cual sugiere que este molusco fue transportado desde la costa para ser procesado en la Sierra. Sin embargo, a principios del verano el abastecimiento de agua a lo largo de esta parte de la costa se tornaba más difícil, por lo que los grupos se concentrarían más hacia los parajes con agua permanente, es decir, hacia la Sierra. Esto podría reflejar que, por lo menos en el área de estudio, los grupos no estaban orientados de manera intensa hacia los recursos marinos Y, por tanto, no dependieron de .ellos para su subsistencia. 2 No obstante, estas incursiones costeras fueron aprovechadas no sólo para procurarse recursos alimenticios marinos, sino también para abastecerse de la concha necesaria en la elaboración de ornamentos y otros artefactos de uso cotidiano, .como se observa en los sitios localizados en otros sector~s'. donde fue recuperada concha arqueológica proveniente tanto de superficie como de excavación.
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En e st a parte del litoral no existen concheros, lo cual contrasta significativamente con el patrón observado en Bahía Concepción, hacia el sur, donde el tipo y tamaño de los concheros parece ser indicio de la presencia de una población semipermanente en esta parte de la costa.
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Los sistemas secundarios de serranía que conforman la vertiente oriental de la sierra en el área estudiada, ascienden gradualmente desde la árida costa del Golfo hasta las montañas; esta área transicional no mide más de treinta kilómetros en línea recta en algunas porciones, lo que significa una cercanía real entre la Sierra y la costa. Conforme el terreno se aproxima a las montañas, aumenta el número de localidades arqueológicas, aunque en un patrón discontinuo, con grandes espacios· relativamente desocupados interrumpidos por altas densidades de sitios en tom~ a fuentes de agua, al igual que a lo largo de rutas tales como la vía principal que comunica el yacimiento de obsidiana Valle del Azufre con la Sierra (Gutiérrez y Hyland 1994). En este sentido, ésta puede considerarse una zona de transición tanto natural como cultural (figura 8). Todo parece indicar que esta zona de transición entre la planicie costera Y las montañas sirvió como un pasaje natural que permitía el desplazamiento entre ambas regiones . Aquí es muy notable la presencia de grandes sitios al aire libre en los bancos aluviales de los arroyos y de extensos asentamientos con corralitos, sobre mesetas cortadas por cañadas de pequeñas dimensiones con tinajas. Esto sugiere la presencia de rancherías que ocupaban estos sitios durante la disgregación, explotando los exiguos recursos diseminados en estas áreas, o bien durante sus trayectos hacia la costa, en búsqueda de recursos marinos disponibles. Probablemente, estos campamentos intermedios tuvieron fundamental importancia durante las expediciones realizadas hacia el Valle del Azufre (figura 9), para el abastecimiento tanto de obsidiana como de pigmentos minerales: el Cañón del Azufre presenta enormes yacimientos de esta materia prima, en una amplia gama de tonalidades, tal vez fue uno de los más visitados para la extracción de dicho material. La identificación de esta red de veredas transitables necesitaría del reconocimiento sistemático de una amplia zona de la yertiente oriental de la sierra, involucrando sobre todo los cauces de arroyos que desembocan en el Golfo y que fueron rutas naturales. La gran cantidad de obsidiana enc~ntrada en todos los sectores y contextos estudiados, y la abrumadora evidencia de pintura rupestre, tal vez sean el reflejo de la importancia que tuvo el traslado periódico de los indígenas hacia el Valle del Azufre, optimizando el tiempo y el esfuerzo en orden de maximizar la explotación de materias primas. SIERRA
La frutación de la pitahaya dulce fue el hecho que marcó el inicio de la segunda fase del proceso económico dentro del ciclo de subsistencia
Complejidad
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anual. Esto -como ya se señaló- permitía la reunión de varias rancherías. Durante la cosecha de esta fruta, el esfuerzo para la subsistencia se reducía al mínimo, debido a su gran disponibilidad, aunque su cantidad y calidad podían variar año con año dependiendo de factores climáticos. En la sierra, las condiciones del terreno favorecieron el acopio de diversos alimentos vegetales, en virtud de la abundante cobertura de plantas comestibles que usualmente crecen sobre las amplias laderas de las cañadas (figura 10). De este modo, desplazándose entre las mesas y los barrancos, las rancherías podían congregarse formando grandes núcleos de población, explotando el fruto de esa y otras cactáceas; al mismo tiempo, las cañadas ofrecían las semillas de árboles leguminosos como el palo fierro (Pithecellobium confine), el dipuo (Cercidium microphyllum), el palo blanco (L. candida), y el mezquite {Prosopis glandulosa y Prosopis palmeri), por citar sólo algunos (Montúfar 1994). El gran número de manos Y metates encontrados en todos los contextos testifica la importancia de la recolección de semillas para la dieta. Asimismo, se beneficiaban de maguey o mezcal (Agave spp.), el cual constituyó una parte fundamental de la dieta cochimí3 (Aschmann 1959). La maduración de unas especies compensaba la escasez de otras ya explotadas. Esta gran disponibilidad de recursos vegetales -más que animalespermitió que las agregaciones múltiples de rancherías ocuparan durante un lapso variable, quizás entre dos y cuatro meses, los cañones y las mesas de las montañas; aquí también se desarrollaban partidas de caza, sobre todo en las mesetas, hábitat preferido del venado bura, aunque también es probable que la cacería de este animal se llevara a cabo en torno a recursos de agua¡ las tinajas y manantiales, por lo general localizados en el curso de los cañones, fueron abrevaderos que propiciaron la afluencia de piezas de caza mayor y menor, lo que seguramente fue aprovechado por los indígenas para abastecerse de carne. En contexto arqueológico se h~n podido observar algunas estructuras de emboscada cerca de estos pa~a¡es con agua y en interrelación con elementos topográficos muy ventaJosos para el ser humano; además, cabe señalar la relación de dichas estructuras con cierto tipo de paneles rupestres (Gutiérrez y García 1990).
los arroyos que desembocan en los salitrales del desierto; la ubicación de los sitios cerca de mezquitales extensivos y las grandes cantidades de manos y metates nos indican la importancia de dicho recurso. La temporada de recolección de la pitahaya brindaba la oportunidad para que grandes grupos se reunieran y acamparan juntos, lo cual no podía ocurrir en otra época del año, proporcionando un tiempo l~bre que se empleaba en actividades de índole social y religiosa. Además, la unión de las rancherías aseguraba, por una parte, la exogamia, la concreción de uniones matrimoniales y, por tanto, la reproducción del grupo. Fue durante las congregaciones del verano y el otoño, el único momento en el que hubo las condiciones necesarias para la producción de las pinturas monumentales: abundancia de alimento, trabajo comunitario, ambiente propicio para grandes festividades y rituales (matrimonios, ritos de iniciación, fertilidad, curación, etcétera); esta época era, desde luego, una estación ceremonial, y es el contexto obvio donde nosotros creemos que se produjo la imaginería, la cual representó un papel vital en la vida ritual del grupo. Podemos entonces postular las congregaciones estacionales durante el verano tardío y el otoño como un modelo para describir el contexto social, espacial y temporal en el que pudo haberse producido la imaginería. Mientras no contemos con los análisis completos de todos los datos recuperados durante el intenso trabajo de campo, los resultados preliminares apoyan nuestras expectativas; es decir, tenemos evidencia habitacional de los contextos en los sitios con grandes murales, y de que en ellos se llevaba a cabo todo tipo de actividad, como la manufactura de instrumentos líticos, procesamiento de alimentos para tomarlos comestibles, manufactura de cordelería, encendido de fuego, pemoctación. Al observar la densa ocupación en los sitios murales, pensamos que es muy probable que estuvieran habitados durante el episodio de la pintura; esta situación se apoya en la presencia de metates y lascas con restos de pintura y trozos de pigmento encontrados tanto en la superficie como en los depósitos excavados. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
VERTIENTE OCCIDENTAL Y DESIERTO DE VIZCAÍNO
También fueron identificados muchos sitios en la vertiente occidental y el Desierto de Vizcaíno. Semejante al patrón encontrado en la vertiente oriental, los sitios más grandes se encuentran en los bancos aluviales de 3
Las especies del Agave spp. "son numerosas y muchas de ellas se consumen como alim~nto, _de manera integral, es decir, se utilizan tallos, pencas, escapo y flores; incluso sus ra1ces tienen propiedades medicinales" (Montúfar 1994:66).
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En este ensayo hemos presentado un interesante caso de especial importancia no sólo en relación con la historia cultural del noroeste de México o de Baja California que nos lleva a cuestionar lo que entendemos cuando hablamos de complejidad. En la sierra de San Francisco tenemos evidencia de un sistema ideológico manifestado materialmente en una tradición de imaginería rupestre muy singular, que nos indica esfuerzos e inversión de mano de obra, organización y participación comunitaria semejantes a los desarrollados en grupos con rasgos de complejidad tra-
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dicionalmente reconocidos, como la arquitectura monum ental, sistemas de riego y guerra. Los esquemas evolucionistas, con el fin de definir e tapa s y grados de complejidad social y cultural, han desatado una gran polé mica en torno a cómo se pueden identificar los rasgos esenciales o inherentes a dicha complejidad, especialmente en sociedades cazadoras recolectoras (véase Cobb 1993). Nosotros creemos que una gran preocupación por buscar cat egorías fijas en cuanto a grados sociales es de utilidad limitada por su inevitable imprecisión y falta de aplicabilidad general. Tal preocupación tiende a cegarnos ante los esfuerzos históricos específicos qu e produj eron las formaciones sociales, las cuales son el enfoque de nuestro cuestionamiento. El problema de catalogar una sociedad cazadora-recolectora prehistórica como más o menos compleja, obviamente, gira en torno a los criterios de la propia definición; sin embargo, creemos que tanto el conflicto como la negociación del conflicto son un rasgo y un proceso fundamentales de la condición humana, los cuales se constituyen por y se manifiestan en la cultura material. En virtud de lo anterior, en vez de simplemente considerar a priori que la imaginería rupestre monumental involucra una complejidad social emergente, nosotros hemos intentado identificar un contexto de producción más amplio que apoye la expectativa de que existió una di~erenciación social en la cual la imaginería rupestre jugó un papel muy importante. La escala pública, ubicación, altura de las pinturas y la información etnohistórica nos sugieren que hubo algunos individuos y/o institucio~es que manejaban los símbolos para crear reacciones específicas; en particular, los datos etnohistóricos presentan clara evidencia de que se concentraba mucho poder político en la institución del chamán o guama (Aschmann 1959¡ Barco 1970; Clavijero 1970). Para concluir, seguimos evaluando los factores diacrónicos que pudieron haber jugado un papel importante en este desarrollo rupestre, como la presión demográfica, el control de la distribución de materias como la obsidiana del Valle del Azufre e incluso el control de la información y poder simbólico manifestado en 'ia imagi~ería misma, a través de los elementos que conforman el repertorio de los "grandes murales".
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Presentamos a continuación las pinturas rupestres de Potrero de Cháidez como exponentes de la expresión artística de los grupos cazadores-recolectores que habitaron la sierra Madre Occidental de Durango. Se trata de un conjunto pictórico de carácter abstracto en el que los motivos se interrelacionan formando una composición claramente unitaria . Consideramos que la creación de unos ritmos particulares y la estructuración del espacio en la elaboración de un todo coherente y significativo son elementos que ilustran la complejidad del pensamiento de estos grupos nómadas de la sierra alta. El sitio de Potrero de Cháidez fue localizado en noviembre de 1993 en el marco del proyecto "Investigaciones arqueológicas en Hervideros, Durango" (Hers, 1993), todavía en curso, y en junio de 1995 se iniciaron las primeras excavaciones arqueológicas en el sitio. Además del avance en el conocimiento de los grupos cazadores-recolectores, el estudio del material obtenido en las excavaciones proporciona información de gran importancia para conocer el contexto arqueológico del arte rupestre de esta zona serrana. En esta área del septentrión mesoamericano -particularmente en el estado de Durango- la arqueología está poco desarrollada. No obstante, Y en lo referente al tema del arte rupestre, hay que destacar la importante labor efectuada por varios autores, así como la existencia de diferentes publicaciones que constatan, de alguna manera, la gran riqueza de Durango en cuanto a sitios con pinturas y grabados. Para el área concreta de la sierra Madre cabe mencionar el trabajo de A. Mason (1961) acerca de los petroglifos que se hallan en el sitio del Zape Y las pinturas de Sotolitos, realizado a raíz de sus investigaciones Y recorridos arqueológicos por esta región, desde Chalchihuites hasta el norte de Durango, en el año 1936 (Masan, 1937). Se debe mencionar también el trabajo de los doctores J. Lazalde, A. Peschard y J. Ganot. De sus publicaciones, Durango indígena (Lazalde, 1987) incluye un estudio global del arte rupestre del estado de Durango en el que se describen varios sitios con pinturas ubicados en la zona serrana. Debido al poco conocimiento arqueológico y a la gran diversidad de pueblos que habitaron y transitaron por la sierra, existen limitaciones para ubicar los sitios con arte rupestre en un contexto cultural preciso. A
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Figura 2 - Planta topográfica del abrigo de Potrero de Cháidez. Las pinturas se ubican en la cavidad central del abrigo ocupando una superficie de 12 m de longitud por 3 m de altura máxima.
Figura 1. Zona de la sierra Madre Occidental de Durango en la que se ubican las pinturas rupestres de Potrero de Cháidez.
pesar de ello, presentamos el estudio, todavía preliminar, de las pinturas de Potrero de Cháidez como un conjunto inteligible propio de los grupos cazadores-recolectores a juzgar por el medio geográfico y por el contexto arqueológico asociado con el sitio. EL SITIO DE POTRERO DE CHÁIDEZ
La localidad de Potrero de Cháidez se encuentra a unos 5 6 km de la ciudad de Santa Catarina Tepehuanes (Durango), en la zona serrana que constituye el parteaguas entre las cuencas fluviales del río San Lorenzo y del río Culiacán, que desembocan en el Pacífico, y las cuencas de los ríos Tepehuanes Y Santiago, al este (véase figura 1 ). La sierra Madre Occidental durangueña en la que se localizan estas pinturas forma parte del septentrión mesoamericano (Hers, 1989; Hers Y Soto, 1 995 ). Se trata de una zona fronteriza en la que se interrelacionaron diversas culturas.
490
Ma rta
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Ap a ri c i o
Por una parte, se dio la presencia de pueblos sedentarios productores, tanto los procedentes del sur mesoamericano como los que llegaron de la zona norte, del llamado Gran Noroeste (Sonora Chihuahua y el suroeste de ES t ados Unidos); por otra, la presencia de pu~blos cazadores-recolectores cuyo modo de vida persistió en estas latitudes hasta finales del siglo x1x. Por los escasos trabajos arqueológicos realizados en esta área del septentrión, es poco el conocimiento que tenemos acerca de las relaciones que existieron entre estos universos culturales. La sierra Alta en la que se ubica el sitio de Potrero de Cháidez era un área propicia para los grupos cazadores-recolectores: se trataba de una zona · d , con abundante agua y en la que se han localizado va_ d e gran a1tltu nas ran c h enas , Y sitios · · hab1tac1onales · · propios de estos grupos. Sabemos, no obstante, que la sierra también fue compartida por grupos de agricultores mesoamericanos tanto en el alto Tepehuanes al Norte como en la Mesa de Tlahuitoles al Sur, así como en Las Quebradas, la vertiente occidental de la sierra Madre, y en la zona de los valles orientales en la que se l~c~liza Hervideros. Desconocemos por el momento si estos gFupos convivieron o coincidieron temporalmente en este espacio.
ji DE S CRIPCI Ó N DEL CONJUNTO PICTÓRICO 1
Las pinturas rupestres de Potrero de Cháidez se encuentran a unos 4 km siguiendo un camino de terracería al noreste de la poblacióN y a una altitud de 2 490 msnm. Se trata de un abrigo de grandes dimensiones: 45 m de longitud y 6 m
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491
.
Figura 3. Perfil o sección del abrigo de Potrero de Cháidez. La planta y el perfil han sido realizados en colaboración con Angélica Pacheco, pasante en arqueolog ía de la ENAH .
La mayoría de los motivos presentes en el sitio son de carácter abstracto: rectilíneos (líneas rectas, líneas en zigzag, trazos) y curvilíneos (líneas onduladas, círculos y secuencias de círculos), además hay un grupo de soliformes, algunas manchas y algún motivo compuesto. A excepción de cuatro motivos anaranjados, éstos se presentan en color rojo o negro o la combinación de ambos. Para una mejor descripción del conjunto, hemos optado por dividirlo en dos grandes partes o sectores: la parte superior y la parte inferior de la línea base.
La doble línea horizontal
de profundidad en su parte más ancha, que todavía se utiliza como almacén de avena. Al pie del abrigo, la ladera desciende suavemente hasta el cauce de un arroyo seco. Pequeños cerros y bosques de pino y encino rodean el valle actualmente cultivado. El conjunto rupestre se localiza en la cavidad central del abrigo, cuyas dimensiones son: 13 m de longitud, 6 m de profundidad y 6 m de altura máxima (véanse figuras 2 y 3 ). A esta cavidad central la delimita un pequeño muro de piedra en su extremo izquierdo y una cerca de madera a nivel de la línea de goteo que se prolonga hasta su extremo derecho, diferenciándose claramente del rest.o del abrigo, mucho más angosto y en algunas partes de difícil acceso. Las pinturas se agrupan en un conjunto con unidad compositiva, que se presenta en sentido horizontal y abarca una superficie de 12 m de largo por 3 m de altura máxima (véanse figuras 4 y s). En la parte cóncava del abrigo sobre una pared rocosa que posee un aspecto rugoso con pequeños agujeros, se ubican concavidades y protuberancias, algunas de las cuales fueron aprovechadas para la ejecución de algunos motivos, especialmente los círculos Y los soliformes. El estado de conservación del conjunto es bastante malo debido a factores erosivos y de humedad. La pigmentación es tenue, muy desvaída, y en algunos sectores se pueden observar manchas y filtraciones de agua que han provocado el deterioro de alguno de estos motivos. En Potrero de Cháidez, los motivos se distribuyen alrededor de una doble línea horizontal de más de 12 m de longitud que parece constituir el eje central a partir del cual se estructura y cobra sentido todo el conjunto pictórico, entendiendo por conjunto una serie de motivos entre los que puede existir un vínculo significativo y que se ubica, generalmente, en un mismo plano rocoso o unidad topográfica.
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Ap a r i cio
Se trata de un motivo compuesto por dos largas líneas horizontales, en negro la superior y en rojo la inferior, que están separadas por varios centímetros y que terminan coincidiendo en los últimos metros. Esta doble línea o línea base sufre algunas variaciones en su desarrollo. La línea roja inferior se transforma, a pocos metros de su inicio, en una línea ondulada que convergerá con la línea negra superior. En este punto, y a lo largo de los últimos 3.5 m, se observa una sola línea recta horizontal roja cuyo extremo derecho vuelve a convertirse en una línea ondulada que se pierde bruscamente. La línea negra superior presenta ondulaciones aisladas, algunas de ellas en ángulo y con el interior en color rojo. Estas ondulaciones constituyen, en ocasiones, la base de la que surgen líneas rectas u onduladas que se elevan verticalmente.
Parte superior de la doble línea horizontal La mayor parte de los motivos del conjunto aparec~n por encima de la doble línea. En este sector observamos motivos rectilíneos (líneas y trazos), curvilíneos (círculos y líneas onduladas) y algunos soliformes, que se distribuyen guardando una estrecha relación entre ellos y con la línea base en la que se apoyan o bien se disponen a pocos centímetros de ella. En el extremo izquierdo de este sector se puede apreciar una gran mancha de coloración oscura producida por filtraciones de agua, que debe haber provocado el deterioro de motivos no visibles actualmente. En el punto donde desaparece esta mancha de humedad, comienza la doble línea horizontal que discurre ininterrumpidamente hasta el final del conjunto. En este extremo y por encima de ella, notamos la presencia de varios motivos circulares que aprovechan pequeños agujeros de la misma superficie rocosa, así como varias manchas mal conservadas. A 2.5 m del inicio de la doble línea aparece una arista rocosa (motivo r 5 ), de r .60 m de largo y 50 cm de ancho, que sobresale de la superficie Y
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Figu·ra 4. Conjunto pictórico de Potrero de Cháidez .
494
que ha sido aprovechada para elaborar un motivo compuesto por elem entos rectilíneos y curvilíneos. A lo largo de su v értice, discurre una línea roja de la que parten, a ambos lados, y de manera prácticamente sim étrica, varias líneas onduladas y círculos alineados dispuestos horizontalmente. En la parte inferior de la arista, por debajo de la doble línea, no existe ningún elemento pintado. · Inmediatamente a la derecha de la arista aparece un motivo compuesto por una línea vertical de 40 cm que traspasa la línea base que posee, a ambos lados y distribuidas de manera prácticamente sim étrica, dos líneas onduladas verticales unidas en su extremo superior y algunos círculos (motivo 17). . Entre este motivo y el primer gran grupo de líneas rectas y onduladas ubi~ado en el centro del conjunto, se distinguen los siguientes motivos : vanas manchas, algunos círculos, un romboide de cuyos vértices parten dos trazos verticales, un grupo de 5 trazos paralelos dispuestos diagonalmente Y dos líneas rectas verticales una de ellas atravesada por tres lí' neas onduladas. Aquí se destaca la presencia de dos manchas Y un círculo anaranjados que, junto con otra mancha situada en la parte inferior del conjunto, constituyen los cuatro únicos motivos con dicha coloración. En la parte central del sector aparece un nuevo ritmo compositivo que resulta de un cambio en la morfología y la disposición de los motiv~s. Se trata de un grupo de motivos lineales -líneas rectas Y onduladas (aisladas, dobles y triples), líneas en trazos discontinuos- que se disponen verticalmente sobre la doble línea horizontal y se combinan con círculos aislados y secuencias de círculos. Existe asimismo una alternancia ~vidente entre los colores rojo y negro, visible sobre todo en las dobles Y ~nples líneas en l~s que se da la combinación rojo-negro o rojo-negroro¡o .
M a rta
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A pari c i o
La mayoría de los motivos lineales poseen en su extremo superior un círculo rojo que aparece unido o a varios centímetros de separación de las líneas. En la parte superior de este grupo se distinguen 5 motivos, un círculo rojo, el único motivo cruciforme que quizá podría corresponder a un esteliforme, una secuencia de círculos y, por último, dos motivos soliformes. La secuencia (motivo 49) se compone de ocho círculos rojos, dos de los cuales han sido trazados alrededor de pequeños agujeros y solamente uno de ellos aparece alrededor de una protuberancia rocosa. Estos círculos miden aproximadamente 6 cm de diámetro. Los dos moti vos soliformes (motivos 64 y 6 5) están integrados por siete Y ocho círculos concéntricos, alternativamente negro y rojo, y poseen en su parte superior tres trazos negros a modo de rayos solares. Ambos miden, aproximadamente, 25 cm de diámetro. A la derecha del grupo de motivos lineales y directamente apoyado sobre la línea base se observa otro motivo soliforme (motivo 8 r ). El cuerpo circular del motivo ha sido pintado en rojo y hay intercalados a su alrededor r 3 trazos verticales en negro y rojo. Por encima de este dibujo y a la derecha, observamos otro grupo de motivos lineales: se trata de un grupo de diez líneas en zigzag de color rojo, paralelas y dispuestas verticalmente a pocos centímetros de la línea base. La primera y las tres últimas líneas son de menor tamaño, entre los 60 Y los 7 5 cm, mientras que las seis centrales miden 125 cm de longitud. En la parte inferior y entre estas líneas aparecen algunos trazos rojos verticales y un motivo en forma de U invertida en negro que se apoya en la línea base, cuyo interior ha sido pintado en rojo. Desde este grupo de líneas en zigzag hasta el extremo derecho del sector se observan los siguientes motivos: manchas ro)izas muy mal con-
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rup es tr es
de
P o tr e r o d e
Ch ái dez
Figura s.-Conjunto pictórico de Potrero de Cháidez en el que se indica la numeración de los diferentes motivos.
495
Cu ADRO
Tipo de motivo
1.
Abstractos rectilíneos Tamaño en cm
Color o
·a .... Línea Línea con círculo en su extremo superior Línea con diferentes elementos adosados Línea discontinua Línea en zigzag Triple línea Triple línea con círculo en su extremo superior Trazo aislado Grupo de trazos Cruciforme Forma de U invertida Triángulo inconcluso Romboide Pareja de romboides Romboide con dos trazos adosados Totales
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servadas, varios círculos rojos que aprovechan pequeñas oquedades de la roca, un motivo soliforme y una triple línea ondulada asociada con un motivo pectiniforme. Esta triple línea ondulada (motivo 9 5) se conforma por tres líneas, rojas las exteriores y negra la interior, que forman un círculo en rojo y negro en su extremo superior. Esta triple línea aparece asociada con el motivo pectiniforme (motivo 96), que está formado por una línea horizontal arqueada roja de la que parten, verticalmente hacia la línea base, pequeños trazos. La mitad superior de estos trazos es de color rojo, mientras que la mitad inferior es de color negro. Sus dimensiones son 70 cm de ancho por 25 cm de alto. El motivo soliforme (motivo 97) ocupa una concavidad de la roca que ha sido pintada en rojo. A su alrededor se aprecian siete trazos a modo de rayos solares .
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-
-
40 29,31,49,50,5 5, 60,98
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49
El número de motivos de este sector es mucho menor que los de la parte superior del conjunto, e incluso en los últimos 5 m del extremo derecho hay una ausencia total de motivos seguramente por problemas de conservación. Los primeros dibujos que se ubican en el extremo izquierdo del conjunto tienen forma soliforme y se hallan muy mal conservados . Están en los agujeros de la roca, en color rojo, y a su alrededor se aprecian algunos trazos muy desvaídos. Anotamos, también, la presencia de un grup0 de ...._
pinturas
4
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Parte inferior de la doble línea horizontal
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Línea ondulada 4 Doble línea ondulada con círculo en su extremo superior Triple línea ondulada con círculo en su extremo superior Grupo de líneas onduladas horizontales r Círculo 22
Núm. de
Tamaño en cm
Núm. de
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Abstractos curvilíneos
CUADRO 2 .
d e Cháid ez
497
46.2
trazos rojos dispuestos verticalmente en el interior de una concavidad (motivo 106) y una mancha anaranjada. A continuación, se pueden apreciar varios círculos y manchas dispersos, dos motivos romboides, un círculo con un punto en su interior, dos trazos verticales, una línea ondulada vertical de coloración muy tenue y una línea ondulada horizontal que discurre paralelamente a la línea base y que se prolonga r m hasta converger con ella. Por debajo del grupo de motivos lineales que se ha descrito para la parte superior del conjunto, se distinguen un motivo en forma de U invertida, dos líneas curvas concéntricas ya muy deterioradas y por último un gran dibujo compuesto por varias líneas onduladas dispuestas horizontalmente (motivo 78). Su extremo derecho tiene la forma de una gran U invertida, mucho más visible que el resto del motivo. CARACTERÍSTICAS TÉCNICAS
Para la ejecución de las pinturas se empleó la técnica del trazo simple en las formas rectilíneas y curvilíneas, y la tinta plana para el interior de los motivos soliformes, las manchas y para rellenar algunos círculos. Los colores utilizados son rojo, negro y naranja. Para el registro del color hemos utilizado la carta de colores Munsell (Soil Color Charts), y según la misma los tonos son los siguientes: Rojo: 5 R 4/ 4 weak red. Negro: 7.5R 3/0 very grey dark. Naranja: IOR 6/8 light red. Aunque el color más utilizado es el rojo, consideramos que lo verdaderamente significativo es la combinación rojo-negro que aparece constantemente en todo el conjunto. Solamente hemos observado la presencia de cuatro motivos anaranjados, un círculo y tres manchas, que posiblemente fueron trazados en un momento posterior al resto de los motivos. Por otro lado, parece existir una relación específica entre un color y una forma determinada. Para la mayoría de las líneas rectas predomina el color negro, mientras que para las líneas onduladas, el rojo. Las dobles líneas son una combinación rojo-negro, y las triples líneas se componen de rojo-negro-rojo. Para los círculos y secuencias de círculos el rojo es el color más utilizado. En cuanto a tamaño, cabe decir que la mayoría de los motivos oscilan entre 6 Y 125 cm de longitud, que los sitúa dentro del llamado "campo manual operatorio", es decir, la superficie a la que se puede llegar con el brazo extendido, llevando el instrumento de grabar o pintar sin desplazar los pies de forma apreciable, aproximadamente de unos 80 cm. El grosor de las líneas es de r a 2 cm, y es más delgado para los círculos de diámetro pequeño.
Marta
F orca n o
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Aparicio
CLASIFICACIÓN MORFOLÓGICA DE LOS MOTIVOS
Por el carácter subjetivo de cualquier clasificación del arte rupestre, las tipologías que presentamos a continuación así como la nomenclatura utilizada son útiles para el estudio particular de las pinturas de Potrero de Cháidez. La delimitación y la inclusión de motivos en un grupo u otro ha sido, muchas veces, una tarea delicada por el carácter abstracto de estas pinturas. Ha sido especialmente difícil delimitar aquellos motivos compuestos, en los que se combinan elementos rectilíneos y curvilíneos. En estos casos, su inclusión en alguna de las tipologías se ha determinado por la característica geométrica que más saltaba a la vista. Algunos motivos realmente complejos o únicos en su morfología, han sido clasificados en grupos particulares. En Potrero de Cháidez existen dos categorías básicas de motivos, los abstractos (93 .4 por ciento) y los naturalistas (6 .6 por ciento). El tema que predomina en este conjunto pictórico es, pues, de carácter abstracto y, por lo tanto, de poca transparencia semántica. Atendiendo a la morfología de los motivos hemos establecido las siguientes tipologías (ver las tablas de inventario de motivos): r. curvilíneos, 2. rectilíneos, 3. soliformes, 4. motivos compuestos y 5. manchas.
Curvilíneos En e st e grupo se incluyen las líneas onduladas, trazos curvos y los círculos. Se trata del grupo más numeroso, con 49 motivos que representan un 4 6 ·2 por ciento del total. La mayoría de ellos es de color rojo (39), sólo 2 negros Y 7 de ellos presentan la combinación de los dos colores. Círculos: es el grupo más numeroso de curvilíneos. Aparecen aislados O bien en secuencias, poseen un diámetro promedio de unos 8 cm. Casi todos ellos han sido elaborados alrededor de pequeños agujeros presentes en la superficie rocosa. Aparecen algunos casos particulares como un círculo con un punto inscrito y únicamente dos círculos rellenos. Líneas onduladas: hay líneas onduladas aisladas, do.bles y triples con un círculo en su extremo superior. Las aisladas son rojas mientras que las restantes combinan en negro y rojo. A excepción de un grupo de líneas onduladas horizontales (motivo 78) que mide más de r m de largo, lamayoría de ellas oscilan entre los 70 y los 8 5 cm de longitud.
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CUADRO 3. Otros abstractos
Tipo de motivo
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En esta categoría se incluyen líneas rectas aisladas, dobles, triples y discontinuas, líneas con otros elementos adosados o en zigzag, trazos y grupos de trazos y otros motivos de escasa representatividad como un cruciforme, en forma de U invertida, un triángulo inconcluso y romboides. Con 3 8 motivos, éstas representan 3 5.8 por ciento del total. Aparecen 28 motivos en rojo, 4 en negro y 6 de ellos combinan ambos colores. El motivo rectilíneo que predomina es la línea. Cuando es recta aislada aparece en color negro, las triples líneas se combinan en negro y rojo, las que tienen forma de zigzag son rojas y las discontinuas aparecen en rojo o negro.
Soliformes Existe un pequeño grupo de soliformes que son los únicos motivos natu ralistas del conjunto. Tres de ellos se combinan en rojo y negro, mientras que los cuatro restantes son rojos y se encuentran deteriorados. Sus di mensiones oscilan entre los 20 y los 30 cm de diámetro y aparecen distribuidos indistintamente por encima y por debajo de la doble línea horizontal. Sólo uno de ellos se localiza apoyado sobre ésta.
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línea horizontal (motivo 3L de la arista rocosa (motivo 15L así como del motivo compuesto por líneas y círculos (motivo 17), del conformado por rectas y curvas (motivo 101) y del pectiniforme (motivo 96), ya descritos en el apartado anterior.
Existen ocho manchas en todo el conjunto, tres de ellas son anaranjad~s. Creemos que estas manchas fueron realizadas en un momento postenor al resto de los motivos por su poca representatividad, por su diferencia en la coloración y por su ubicación poco concordante dentro de la organización global. El resto de manchas son de color rojo. COMENTARIO Y CONSIDERACIONES FINALES
El estudio del arte rupestre puede iluminar sobre algunos aspectos del comportamiento mental de los grupos culturales que lo realizara~- 1_ª "lectura II de las imágenes quizá nos ofrezca información acerca de tecn~ cas artísticas (útiles de ejecución, colorantes) y de los aspectos de~~ rea\ zación pictórica (iconografía, concepción del espacio y expreswn_ ~e tiempoL además de información relacionada con las actividades religiosas y la organización social del grupo. _ La interpretación de las imágenes es prácticamente imposible, _P~r 1~ . .f.ica d o preciso, . . que no b uscamos su sigm smo e1 " es queleto ideologico _ . "b . , mism . a de los mouvos. presente en la representación y en 1a distn uc10n En palabras de Leroi-Gourhan (1984, p. 160): . . . Efectivamente, el arte panetal, por sus re 1ac10nes con un s aporte inamovible, , st semeja un texto: si ha sido dada una significación a las obras que e an pre. - -, de 1as f"1guras, "un esqueleto sentes, debe quedar, por la misma d1spos1c10n _ ideológico". [... ] Sean cuales fueran los móviles que han determinado la eiecución de las obras gráficas, ellas constituyen mensajes cuya nitidez no es la
Motivos compuestos En esta categoría hemos incluido aquellos dibujos que presentaban una combinación de elementos curvilíneos y rectilíneos. Se trata de la doble
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501
6.6
Cu ADRO 5. Motivos de Potrero de Cháidez
que tenía a los ojos de los paleolíticos, aunque permita aún poder detectar su existencia y medir la complejidad. Además del análisis iconográfico de los motivos, es importante observar algunos hechos vinculados con la representación del espacio como el encuadre, la relación existente entre las figuras con una línea de suelo natural o ficticia, la perspectiva, etcétera, que pueden mostrar la probabilidad de una organización específica de los conjuntos y de la existencia, por lo tanto, de un mensaje que el ejecutante debía trazar sobre un soporte de determinadas dimensiones. En las pinturas de Potrero de Cháidez se observa una clara estructuración del espacio, determinada por una doble línea horizontal que constituye el eje central alrededor del cual se distribuyen la mayoría de los motivos. Los motivos lineales aparecen, básicamente, por encima de esta doble línea base mientras que la mayoría de los motivos curvilíneos aparecen por debajo de ésta. Observamos, no obstante, que algunos motivos como manchas, círculos, trazos y soliformes aparecen distribuidos indistintamente arriba y abajo de la doble línea horizontal. Existiría, pues, un ordenamiento específico de los motivos, especialmente evidente en la combinación de elementos rectilíneos y curvilíneos así como en la sistemática alternancia de los colores rojo y negro. La ausencia de superposiciones y la homogeneidad técnica y temática de estas pinturas permiten pensar en una composición de conjunto realizada en un mismo momento por un solo grupo cultural. ¿Qué sugiere esta estructuración espacial, esta disposición específica de los motivos? Cualquier aproximación a un posible sentido de estas pinturas será, sin duda, hipotético, pero el ordenamiento rítmico y la repetición de algunas formas, así como la presencia de varios motivos soliformes, podrían llevarnos a una explicación de carácter astronómico. En algunos sitios con arte rupestre del Norte de México, Murray ha observado la presencia de configuraciones de puntos y rayas con una función claramente numérica relacionada en distintas ocasiones con el re' / gistro de observaciones astronómicas, especialmente con los periodos observables del ciclo lunar.
11
En cuanto al carácter numérico de estos sitios este autor comenta (Murray, 1983 1 p. 454): Se argumenta que alguno de los petroglifos y pictografías halladas en el Norte de México, representan sistemas arcaicos de numeración . Tomamos como postulado que es más probable que un ejemplo específico sea un número, si su representación gráfica manifiesta ciertas propiedades lógicas del proceso de numeración, tales como repetición simbólica, simetría gráfica y ordenamiento complejo.
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M ar ta
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Apari c i o
Tipo de motivo o
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Curvilíneo Otros
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El ordenamiento complejo y la repetición simbólica de algunos motivos, ¿nos permitirían hablar de un posible carácter numérico en las pinturas de Potrero de Cháidez? En estas pinturas observamos la significativa repetición de algunos motivos, como las líneas rectas y onduladas -aisladas, dobles .y triples-, las secuencias de círculos y las líneas en zigzag que se combinan entre sí y con los colores rojo y negro. A pesar de ello, estas repeticiones no aparecen de manera regular y sistemática, por lo que no se puede detectar la presencia de una regla o patrón constante que rija la composición. _ . No podemos demostrar el carácter numérico ni poseemos algún.mdicio que nos permita considerar estas pinturas como una evidencia de la cuenta de ciclos lunares, pero creemos que las repeticiones presentes en este conjunto pictórico pueden tener una función de "conteo". Las combinaciones de líneas y las secuencias de puntos podrían ser la enumeración de ciclos o periodos acumulados, o bien la enumeración €!_e · · n la dehelementos geográficos (ríos, montanas, camrnos) que exp¡1cara mitación territorial del grupo siempre en relación con fenómenos ª st ronómicos representados por l;s soliformes y tal vez por los círculos, que quizá correspondan a esteliformes. h ,· ¿ z Como se a coCh ¿Quiénes fueron los pintores de Potrero d e a1 ez. texto cultural esmentado 1 tenemos pocos elementos para conocer e1 Con , • • 1ugar, por e1 poco conocimiento pec1hco de estas prnturas. En pnmer _ .de 10 la zona a nivel arqueológico, que no permite asociar esta~ m~ife st ªc . da y su precisa · ub1cac10n tempanes artísticas con una cultura determma
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ral y, en segundo lugar, a la falta de datos etnográficos. Las fuentes etnohistóricas que poseemos para los grupos indígenas que habitaron esta zona del territorio durangueño (acaxées, xiximes, tepehuanes) son escasas y no mencionan la producción de arte rupestre (González, 1993). Este hecho nos limita para progresar en posibles explicaciones basadas en las analogías etnográficas. A pesar de ello y a partir del estudio preliminar del material arqueológico obtenido en las primeras excavaciones realizadas en Potrero de Cháidez, la maestra María de los Dolores Soto confirma la presencia de grupos cazadores-recolectores que utilizaron el sitio como centro ceremonial por el carácter no habitacional del mismo. Tal como señala la maestra Soto (r 99 5), se trata de un sitio acerámico en el que han aparecido algunas puntas de proyectil, abundantes perforadores, buriles, pulidores de pequeño tamaño, así como fragmentos de lascas Y navajas; además se encontró una gran cantidad de "mosaicos", lo que confirmaría el carácter ritual del sitio: Pero lo que me parece más importante es la interpretación preliminar del material que surgió durante la excavación de que la actividad o una de las actividades más relevantes que se realizaba en el abrigo, fue la manufactura de mosaicos de rocas de grano fino de distintos colores y tonalidades 1- .. J entonces los grupos de cazadores recolectores de distintos lugares de la sierra, y quizá también de las cañadas y los valles, acuden a este sitio en temporadas relativamente breves a realizar una visita a un espacio sagrado, regresando después a sus actividades cotidianas de caza y recolección (Soto, pp. 12-13).
El carácter ritual del abrigo viene determinado también por la presencia, en su extremo noreste, de dos perforaciones hechas intencionalmente, que se sitúan en el piso y en un pequeño espacio remetido de unos 4 m de largo por 2 m de profundidad. Las dimensiones de dichas perforaciones son muy similares: unos I 6 cm de diámetro por 20 cm de profundidad. Desconocemos su significado, pero posiblemente tuvieron que ver con alguna ceremonia relacionada con el agua. A nivel iconográfico, los motivos abstractos se asocian, generalmente, con grupos nómadas de cazadores-recolectores I tanto en la zona árida del Norte de México como en el suroeste de Estados Unidos. Según Schaafsma (1980) existe en el suroeste de Estados Unidos una tradición de arte rupestre abstracta asociada con grupos de cazadores-recolectores que habitaron esa zona. Los motivos pertenecientes a este "estilo abstracto" son composiciones de elementos curvilíneos o rectilíneos o la combinación de ambos grupos de círculos, círculos concéntricos , columnas de puntos / ramifor-
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mes, motivos en forma de "reja" o reticulados, motivos tipo sierra, líneas en zigzag, entre otros, distribuidos de forma irregular sobre el panel rocoso. Este sitio de Potrero de Cháidez comparte semejanzas iconográficas con esta tradición aunque posee una serie de características que lo hacen particularmente único, si lo comparamos, además, con el arte rupestre de la sierra y de los valles durangueños más próximos a él. ¿Cómo es la estructuración espacial en los sitios con arte rupestre de la zona serrana y de la zona de los valles de Durango? Para los sitios localizados en la zona de los valles, que se relacionan con pueblos agricultores, los motivos predominantes son los zoomorfos -venados, cánidos-, antropomorfos esquemáticos y una serie de motivos geométricos queparecen ser una constante para esta zona e incluso para algunos de los sitios serranos. Se trata de "cuadriláteros" o motivos "encuadrados" con diferentes elementos en su interior, que pueden aparecer aislados o bien asoci~~os con el resto de los motivos zoomorfos y antropomorfos. Para estos sitios hemos observado una estructuración espacial en la que los motivos aparecen más o menos independientes o aislados, o bien formando conjuntos en los que se agrupan pero sin mostrar una conexión específica entre ellos. Así, por ejemplo, en los sitios de El Alamillo o La Candela (véanse.figuras 6, 7 y 8) situados en el valle del Tepehuanes, los cuadriláteros 0 motivos encuadrados aparecen en pequeños conjuntos aislados que se distribuyen a lo largo de un cañón o bien en grandes paneles rocosos que sobresalen en el paisaje, siendo quizá más significativa su ubicaci_ó n geográfica determinada que la relación específica que pudiera existir entre los motivos de un mismo conjunto. Para los sitios con pinturas rupestres de la parte alta de la sierra ~adre Occidental, localizados hasta ahora, existe un predominio d~ motivos zoomorfos y antropomorfos esquemáticos asociados con motivos abs-
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Figura 6. Grabados rupestres del sitio de La Candela, en el valle del río Tepehuanes .
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Figura 7. Grabados rupestres del sitio de El Alamillo, en el valle del río Tepehuanes .
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tractos, básicamente grupos de puntos y de pequeños trazos. En estos sitios, los motivos se distribuyen de manera dispersa, sin mostrar una relación aparente entre ellos. En el sitio de Piedra de Amolar 1 (PAM-1), ubicado en la Mesa de Tlahuitoles, observamos una serie de motivos abstractos constituidos básicamente por secuencias de trazos verticales, líneas horizontales y manchas de coloración roja, todos ellos distribuidos a lo largo del abrigo y en mal estado de conservación. Aparecen también motivos esquemáticos de carácter zoomorfo y antropomorfo, así como un pequeño grupo de motivos grabados, que podrían pertenecer a diferentes momentos de ocupación del sitio y, por lo tanto, a diferentes grupos culturales. La presencia de estas secuencias de trazos -algunas veces finos y otras veces más gruesos, posiblemente digitaciones- y de líneas creando unos ritmos particulares, así como la presencia de una serie de hoyos y de unas superficies pulidas del tamaño de las manos ubicados en la parte inferior y en el piso del abrigo, nos permite hablar de un sitio en el que tal vez el gesto ritual tuvo más importancia que la representación particular de los motivos. Las pinturas de Potrero de Cháidez presentan, a diferencia de los demás sitios con arte rupestre de la zona, una composición organizada en la que el equilibrio parece tener más importancia, junto con la coherencia global del conjunto, que la representación específica de cada uno de los motivos. Esta "unidad compositiva", ¿es el resultado de una actividad realizada en un solo momento?, ¿se trata de un estilo local que se desarrolló en un espacio y en un periodo de tiempo limitados? O bien, si lo que se registró en Potrero de Cháidez hace referencia al tiempo, es decir, al registro de ciclos o periodos, ¿podría concebirse la ejecución del conjunto en diferentes momentos -días, meses o años- e incluso por varias generaciones que fueron completando el mensaje plasmado en la pared del abrigo ? Éstas son cuestiones que no podemos responder con los datos disponibles hasta ahora. A partir de los próximos trabajos arqueológicos en la
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zona, tanto de recorrido como de excavación, esperamos resolver algunas de los interrogantes planteados, así como poder situar las pinturas ni:pes. ' · precisos. tres de Potrero de Cháidez en un honzonte cultural y cronol ogico BIBLIOGRAFÍA GONZÁLEZ RODRÍGUEZ, LUIS
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1993 "Destrucción de idolatrías entre los acaxées de Durango 11600 ) '
. · de InvesEl noroeste novohispano en la época colonial, Instituto tigaciones Antropológicas, UNAM, México, pp. 75-194. , ,, El Noroeste 1993 "La etnografía acaxée de Hernando d e Santaren , en . novohispano en la época colonial, Instituto de InvestigacIOnes Antropológicas, UNAM, México, pp. 135-174. HERs, MARIE-ARETI d 1 Jnsti1991 "Chicomoztoc o el Noroeste mesoamericano", Anales e , . o PP r-22. tuto de Investigaciones Estéticas, 62, UNAM, M e:iuc , · . r 99 3 "Investigaciones arqueológicas en Hervideros, Durango: p~imeros avances" Transición vol. 13, Instituto de InvestigacIOnes I , 4-!2 . Históricas-Universidad Juárez del Estado de Durango, P?· , · 11 1 · da Manzarulla Y Leor 994 "La zona noroccidenta1 en e1 c1as1co , en m
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Figura 8. Grabados rupestres del sitio de La Candela, en el valle del río Tepehuanes .
nardo López Luján, comps., Historia antigua de México, 3 vols., INAH-UNAM-Miguel Ángel Porrúa, México, vol. r r, pp. 227-25 9. HERS, MARIE-ARETI Y MARÍA DE LOS DOLORES SOTO 199 5 "Arqueología de la sierra Madre durangueña: antecedentes del Proyecto Hervideros", en 1v Congreso Internacional de Historia Regional Comparada, Ciudad Juárez, vol. 1, pp. 69-88. LAZALDE, JESÚS F. 1987 Durango indígena; panorama cultural de un pueblo prehispánico en el Noroeste de México, Impresiones Gráficas M éxico, Gómez Palacio. 1993 "El arte prehistórico en Durango", Transición , vol. 13, pp. 13-22, Instituto de Investigaciones Históricas-Universidad Juárez del Estado de Durango, Durango. LAZALDE, JESÚS F., ALEJANDRO PESCHARD y JAIME GANOT 1 98 3 Documentos históricos sobre rocas; arte rupestre del valle de Guatimapé, Salas Offset, Durango.
SOTO, MARÍA DE LOS DOLORES
1995 "Subproyecto: cazadores-recolectores", en Informe de la temporada mayo-junio 1995 del proyecto "Investigaciones Arqueológi-
cas en Hervideros, Durango", Consejo de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México.
LEROI-GOURHAN, ANDRÉ 1 9 84
Arte Y grafismo en la Europa prehistórica, Colegio Universitario de Ediciones ISTMO, Madrid. MAsoN, ALDEN 1 9 3 7 "Late Archaeological Si tes in Durango, Mexico, from Chalchihuites to Zape", Twentyfifth Anniversary Studies, vol. 1, pp. 127146, Philadelphia Philosophical Society, Filadelfia. 1 96 1 "Sorne Unusual Petroglyphs and Pictographs of Durango and Coahuila", en Homenaje a Pablo Martínez del Río, INAH, México, pp. 2 95-3 IO. 1 95 2 "The Tepehuan, and the Other Aborigines of the Mexican Sierra Madre Occidental", América Indígena, vol. XII, núm. 1, UNAM, México, pp. 33 _53 _ MURRAY, WILLIAM BREEN 1
99° "Arte rupestre en Nuevo León", en María del Pilar Casado y Lo-
rena Mirambell, comps., El arte rupestre en México, INAH, México, pp. 453-488. 1 8 9 3 "Tres sitios de pinturas rupestre en la alta tarahumara de Chihuahua", Anales de Antropología, vol. 20, núm. 1, UNAM, México, pp. 75-90. PESCHARD, ALEJANDRO, JAIME GANOT y JESÚS F. LAZALDE 1 8 9 7 "Petroglifos del Zape, Durango; un calendario solar en el Norte de ,México", Universidad, año 1, núm. 2, pp. 5-14, Universidad Juarez del Estado de Durango, Durango. SCHAAFSMA, Pon y 1 98o
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Indian Rock Art of the Southwest, School of American Research and University of New Mexico Press, Albuquerque.
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TRES AÑOS ANTES DE QUE SE APAGUE PARA SIEMPRE EL SONIDO DEL TAMBOR DE MATO-TOPÉ O EL VIAJE DEL PRÍNCIPE DE WIED EN EL VALLE DEL MISSOURI: 1833-1834
Christine Niederberger CEMCA
Pasando la frontera septentrional movediza de Mesoamérica y entrando en el dominio de Tita, arqueólogos y etnohistoriadores menos que nunca pueden descansar en la felicidad y el confort de sus planetas intelectuales, sean éstos los de las abstracciones weberianas, o los de las finalidades marxistas, o bien de las intemporalidades estructuralistas, como_ lo expresaría J. Le Goff para la historia en general. Hay que arriesgarse, fomentar la creatividad, el rigor, la modestia y, en ocasiones, admitir con júbilo que ciertas pétreas convicciones, ligadas a las clasificaciones culturales, no siempre funcionan. Mi primer viaje en el mundo del gran Norte americano lo debo a la doctora Beatriz Braniff, cuando en los felices tiempos de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y en el Museo Nacional de Antropología, seguía yo, con fascinación, sus clases sobre América del Norte. Así que, en homenaje a Tita -y con mis afectuosos deseos para que pueda seguir su investigación con tanto entusiasmo y gusto desinteresado por el saber que es para todos nosotros un ejemplo- quisiera ofrecerle ahora este eco de un punto muy particular en los ejes del tiempo y el espacio: el valle del Missouri en el año r 8 3 3. Mi segundo encuentro con el mundo de las tribus de las planicies, extrañamente, ocurrió en el valle del Rhin cuando, como parte de la sesión plenaria de la Unión Internacional de las Ciencias Prehistóricas y Pleistocénicas, en r98r, en la Universidad Gutenberg de Maguncia, fui invitada al viejo castillo del actual príncipe de Wied, y oí contar la singular historia de su gran tío el príncipe Alejandro Maximiliano de Wied-Neuwied. Maximiliano nació en 1782, apenas diez años después de la publicación en París del último volumen de la Enciclopedia de Diderot Y D'Alembert. En los años 1766 a 1768, Bougainville, seguido por Cook Y Lapérouse, circunnavegaba el planeta. El mundo de los enciclopedistas era un criadero de corrientes liberales y a la vez un marco de búsqueda Y racionalización crítica de la información en todos los campos del conocimiento. Humboldt, r 3 años mayor que Maximiliano, dividía su tiempo entre París con sus grandes amigos los botánicos Bonpland o Cuvier, los astrónomos físico-químicos Gay-Lussac o Arago -ardiente republicano con el cual tenía "afinidades electivas"- y sus expediciones por el mundo. Humboldt comentaba sus publicaciones de fitogeografía, hidrología, geología, historia o política con apasionados lectores y amigos como
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Goethe, Schiller o el rey de Prusia, Federico Guillermo III, quien, entre paréntesis, le suplicaba pasase más tiempo en Berlín o en Postdam. Maximiliano, influido por Humboldt, del que más tarde se volvió amigo, y digno hijo del siglo de la Ilustración -con una sed nunca saciada de conocimientos-, primero se apasionó por las ciencias naturales y realizó exploraciones en Brasil de r 8 r 5 a r 8 r 7. Tenía una mente meticulosa y crítica y a la vez una perspectiva de observación abierta y humanista. Pero todo esto no tendría especial interés para nuestro tema, los territorios indios de las planicies de Norteamérica, si el príncipe de Wied, ya de 60 años de edad, no hubiera decidido organizar una expedición al oeste del río Mississippi, decisión que constituye un verdadero milagro del destino para la sobrevivencia en nuestra memoria de una de las más complefas e imponentes culturas de América, antes de su trágica desaparición o dé su novelesca o fanática deformación en la historia oficial del siglo xx. Milagro, en efecto, puesto que unos años antes de la llegada de Maximiliano a San Luis, Missouri, en 1833, y antes de las primeras entradas de los barcos de vapor, él no hubiera podido organizar una expedición de tal magnitud (un recorrido de 8 ooo km sobre el río Missouri); y que, después de 1837, año en el que una terrible epidemia de viruela se desató en las planicies del Norte, la mayoría de las tribus sioux y algonquines de esta r:egión iba a ser aniquilada. El sonido del tambor de Mato-Topé, noble jefe de los mandanes, nunca más resonaría en los bosques de álamos Y sauces de las orillas del Missouri. Maximiliano se hacía acompañar de su valet, que respondía al singular noQ.1bre de Dreidoppel (es decir, Tresdoble), y del joven y atlético pintor suizo Charles Bodmer (véase figura r), extraordinario acuarelista, para nue stro placer, y de gran rigor documental en su trabajo, lo que se destaca con particular claridad cuando se compara su obra con la de su cont€mporáneo Georges Catlin. Más tarde Bodmer sería un artista eminente de la Escuela de Barbizon, cerca de París, donde murió. El trío se encontraba entonces sobre el río Mississippi, el ro de abril de 18 33, embarcado sobre el Yellowstone, buque de rueda de la American Fu_r Company. El barco inició un gran viraje hacia el oeste sobre el río Missouri en un atardecer con un sol poniente de color rojo vivo "de asombrosa belleza", anota el príncipe en su diario. Alrededor de ellos, aunque se oyen algunas palabras en idioma cheyenne o en sioux yankton, se habla inglés, que el príncipe no domina y el francés• no el refinado idioma de M ontesqmeu, · · ' de los llamados ' smo e1 francés rudo coureurs des bois (corredores de los bosques), que desde Cavelier de la Salle no trab_aj~ron ni por su rey ni por la historia, franquearon la frontera del Mississip1 par~ cazar Y explorar, sin imponer ninguna presión económica sobre los habitantes de las planicies, en una época de gran riqueza ambiental. De tal manera que los indios del Missouri, hasta el principio del siglo x1x,
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UNIVERSIDAD. •
AUTONOMA ~
DE SAN LUIS POTOSI
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SISTEMA DE BIBLIOTECAS
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Figura 1. Charles Bodmer. Llegada de Maximiliano de Wied, Charles Bodmer y Dreidoppel a Fort Clark. Joslyn Art Museum, Omaha, Nebraska.
todavía no consideran a los blancos como enemigos, sino más 'b ien como proveedores, por medio del trueque entre hombres libres, de objetos útiles o interesantes. Después de que Francia hubo cedido en r803 la Louisiana a Jefferson, territorio que abarcaba no sólo la desembocadura del Mississippi sino todo el gran Oeste, los coureurs des bois, nómadas por gusto y por selección, siguieron activos allí y fueron generalmente ellos los que servirían como in..térpretes a Maximiliano a todo lo largo de su viaje: un tal Heurtebise con los sioux yanktonés, Lafontaine con los assiniboines, Doucette con los gros ventres y blackfeet, o el célebre Toussaint Charbonneau con los minettarees o hidatsas. Charbonneau, siempre infatigable, ya frisaba los setenta años. Treinta años antes, con su no menos célebre esposa shoshone, Sacajawea, había servido de guía e intérprete a Lewis y Clark abriendo la futura ruta llamada Pista del Oregon. Las tribus de la planicies del Norte, divididas en tres grupos lingüísticos mayores (cadoan, macro-sioux y algonquin) ya compartían una larga historia de movimientos territoriales, de ósmosis cultural, de intercambios indirectos de bienes e ideas con grupos lejanos, incluso con la· distante área mesoamericana. No desconocían el cultivo del maíz, la calabaza Y el frijol, aunque no todos la practicaban, dirigiendo un mayor interés a la caza de las grandes manadas de bisontes, de wapitis o de e:iervos, cuyos movimientos se seguían con campamentos móviles y desplazamientos con trineos -conocidos bajo el nombre de travois-, jalados por perros. Hasta aproximadamente 1750, fue realmente la era del perro: amigo,_ compañero de caza, valioso para la carga jalando trine_os con sus arneses.
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Figura 2. Charles Bodmer. Campamento assiniboine en Fort Union : tipi y tres trineos alzados mientras los perros descansan . Joslyn Art Museum , Omaha, Nebraska .
En una acuarela de Bodmer (véase figura 2), se observa un campamento assiniboine y, a la izquierda de un tipi, tres travois o trineos alzados, mientras los perros descansan. Unos 80 años antes de la llegada de Maximiliano, un suceso m ayor, otra vez de América Media, iba a marcar profundamente el curso de la historia de las planicies: la exitosa apropiación del caballo en los modos de vida. Los bisontes antes cercados con cautelosos acechos debajo de pieles de lobo, eran atacados -en la era del caballo- con toda rapidez por diestros jinetes y con grandes rendimientos. El uso de lanzas perduraba, pero ya se habían abandonado los altos arcos y los escudos de grandes dimensiones por armas más chicas. El travois, ahora jalado por un caballo, podía transportar cargas más pesadas y así se podían construir tipis más grandes, de hasta 14 pieles de bisonte. Pero la introducción de armas de fuego y de expediciones a caballo también agravaría las pérdidas en las guerras intertribales. El 21 de abril, después de pasar los fuertes Bellevue et Cabanné, donde Lucien Fontenelle representa a la Compañía de Pieles, se entra verdaderamente en territorio indio libre. El Yellowstone se dirige hacia Fort Pierre. Bodmer pinta el retrato de Wahktageli (Guerrero Valiente), un sioux yanktori en traje de ceremonia decorado con espinas pintadas de puercoespín sobre su camisa y polainas de piel de wapiti y con un gran abrigo de piel de bisonte (véase figura 3 ). En Fort Pierre, se realiza la acuarela de una mujer sioux teton con un magnífico abrigo de piel de bisonte decorado. Aquí, debemos hacer notar, para enfadar a los adeptos de una
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Figura 3. Charles Bodmer. Wahktageli, 1·efe • kton . d . D . s1oux yan , en tra1e e ceremonia . onac1 6n de la Enron Art Foundation. Joslyn Art Museum, Omaha, Nebraska.
evol~ción unilinear pura y dura, que las mujeres de las tribus seminómadas sw~ix te:o~s, en la era del perro, habían practicado ocasionalmente la a~fa~e~ia, practica_Ya abandonada para entonces. Cerca de Fort Pierre, Max1miliano observo, por primera vez, un campamento sioux con sus tipis y sus estrados funerarios, donde yacían los difuntos, con la cara pintada de rojo dirigida hacia el este. Más tarde, cerca del Fuerte Mackenzie, en el alto Missouri, Maximiliano observará otros campamentos seminómadas, los de las tribus algonquines, como los blackfeet, piegans y gros ventres, siguiendo los itinerarios de los bisontes. Notamos allí, de nueva cuenta y para escapar de los moldes rígidos de clasificación ' que , durante el verano 1 los blackfeet ocasionalmente cultivaban el tabaco. Maximiliano se hallaba particularmente impresionado por la variedad Y dureza de los trabajos asumidos por las mujeres de los campamentos seminómadas de las planicies. Además de criar a sus hijos, organiza-
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Figura 4.C harles Bodmer. Mujer blackfeet piegan . Joslyn Art Museum, Omaha, Nebraska.
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ban el transporte con los travois en los desplazamiento , edificaban los tipis, transportaban numerosas cargas, preparaban la comida, limpiaban Y curtían las pieles, fabricaban vestidos, mocasines, así como bolsa (para el pemican o para objetos de protección mágica) o estuches. Una mujer piegan, de mirada triste, llevaba una magnífica túnica suave y bien curtida de piel de wapiti y mocasines con un diseño que representa al planeta Venus (véase figura 4). En cuanto a los hombres, Bodmer advirtió que los guerreros blackfeet pintaban sobre su capa de piel de wapiti escena de sus hazañas, como la toma de prisioneros, el robo de caballos y el número d~ _c abelleras obtenidas, todo esto formaba parte de un código de informacion y de un lenguaje intertribal. Entre los blackfeet, Maximiliano fue invitado a comer en el tipi del jefe Camisa de Fierro (Meshkeme-Sukal, que lo recibió con la cara pintada de negro, lo que indicaba un acto heroico reciente. Su penacho incluía una pi~l de armiño, plumas de águila y una garra de oso grizzli. Su camisa de piel de musmón tenía un cuello de nutria y el abrigo de piel de bisonte tenía el pelo hacia adentro. Su tipi era de gran tamaño (más de r 5 pasos de diámetro), magníficamente decorado . Los invitados se sentaban ª _la ~zquierda del jefe sobre pieles de bisontes. Maximiliano calificó en su diana de deleitables los platillos de carne asada servidos con bayas silvestres_ dulces. En el campamento, encontró varios hombres-medicinas, es dec_u, .hombres a los que consideraban dotados de poderes sobrenaturales Y_di st mguidos por su característico chongo delantero. También lo impacto la P_resencia entre los blackfeet de mujeres que, por infidelidad, tenían 1~ nanz cortada. Asistió luego a una ceremonia funeraria, donde los parientes cercanos se cortaban los cabellos y se cubrían la cara de arcilla blanca. Maximiliano observó también a una mujer de avanzada edad que se cortó una falange del meñique en signo de luto. . Des~ués de este paréntesis sobre los grupos seminómadas del alto Missoun, regresamos al Yellowstone recorriendo el curso del río, antes de llegar ª 1 t erntono · · d e los mandanes y minettarees, grupos sedentarios observados en la cercanía de Fort Clark. Ahí continuaron la navegación pero no fue fácil pues había muchos troncos, llamados "embarras", que bloqueaban el curso del río. El trío aprove. ch O, e1 tiempo · · para vivaquear, o herborizar sobre las riberas. Todas las cnaturas vivientes, desde los wapitis / castores / martas ' nutrias / antí1 opes _o gansos, se asustaron con el ruido y el humo del vapor. Fmalmente, el barco vislumbró Fort Clark -donde Maximiliano permanecerá seis meses, desde noviembre de 1883 hasta abril de 18 84-. En un promontorio, se veía el pueblo de Mih-Tutta-Hang-Kush de la tribu sedentaria de los mandan es, en el que había 7 5 grandes habitaciones circulares; sobre esta tribu Maximiliano escribirá más tarde un tratado II etnográfico" que constituye la más amplia y meticulosa contribución que tenemos
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hoy en día sobre este grupo, muy poderoso y de complejas tradiciones culturales. Maximiliano y Charles Bodmer se impresionaron particular~ente por los mandanes y sus vecinos los minettarees, altos y de complexión atlética, que eran también altivos jinetes de espléndida vestimenta. Provenían igualmente del pueblo de Ruhptare, situado tres millas río arriba: Las casas mandanes, de forma hemisférica, se construían con armazones de madera y cubiertas de vegetación y de arcilla. Eran muy sólidas, ya que en tiempos de conmemoraciones y fiestas públicas numerosas personas se instalaban encima de ellas para disfrutar de los espectáculos. El espacio interno se dividía por mamparas; las primeras, frente a la entrada, servían de corta-viento, otra delimitaba un espacio para el bien más preciado de los hombres de las planicies: los caballos. Un espacio cuadrado central reunía a la familia y una abertura en el techo permitía al humo salir del hogar. Al fondo, un amplio recinto hecho y tapizado de piel de bisonte servía de dormitorio. Sobre las vigas y las paredes, se colgaban los instrumentos que las mujeres utilizaban para el cultivo de los campos estivales de maíz, calabaza, frijol, girasol y tabaco, como azadones de omóplato de bisonte, rastrillos con mango de fresno terminado en una cornamenta de ciervo, canastas con banda frontal, o bien mazos rompehuesos para sustraer la médula y raederas para limpiar las pieles de wapitis o de bisontes antes de curtirlas. Maximiliano también descubre la existencia del baño de vapor. Afuera, sobre el Missouri, se veían las balsas de gruesas ramas flexibles de sauces y cubiertas de piel de bisonte y, cerca de las casas, las pértigas que servían para el travois o bien con ofrendas para los espíritus y fuerzas naturales como el sol, señor de toda vida, o Rohanka, el cuarto hombre, dueño del planeta Venus que protege a toda la humanidad o la "vieja-señora-que nunca-muere", la luna. Esta deidad tiene tres hijos y tres hijas: un hijo representa el día y vive en el sol, otro es la noche; una hija vive sobre la estrella matutina, "la señora con pluma"; otra, llamada "calabaza rayada", es un astro que siempre sigue la estrella polar. Asimismo existen espíritus inclasificables como el coyote-engañador o poderosos seres mitológicos como el ave-trueno o el gran bisonte, al cual se le debe pedir perdón por las actividades de caza y rogar el préstamo de más bisontes. Las ofrendas y peticiones a las fuerzas espirituales comprendían las danzas de sociedades rituales masculinas: la de los "perros locos", de los 11 11 "cuervos , de los "guerreros bisontes 11 , de los "ciervos de cola negra • Bodmer captó a un guerrero bisonte con una cabeza de bisonte puesta como yelmo, en medio de la danza de petición realizada por los miembros del clan, Y observada por espectadores sentados en el techo de las casas (véase figura 5 ). Las sociedades rituales femeninas se dividían en cuatro clases según la edad: "banda de la bisonte blanca" 1 "banda de la hierba" 1 "banda del
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Figura 5. Charles Bodmer. Danza del bisonte entre los indios mandanes . Joslyn Art Museum, Omaha, Nebraska .
río" y "banda del fusil"; esta última era el grupo más joven. La danza ritual femenina del maíz en la primavera que se ofrecía a la "vieja-señora·que-nunca-muere" era de gran importancia. Se preparaban ofrendas al contemplar en el cielo el regreso de los gansos y los patos silvestres. Se ·consideraba que la luna mandaba las semillas con las aves acuáticas. De hecñ,o, en la simbología mandan, los gansos eran el maíz, los cisnes la calabaza y los patos el frijol. Entre las ceremonias petitorias más impresionantes de los mandanes figura la ceremonia ritual de penitencia del "okippe" con autosacrificios Y torturas voluntarias ofrecidas a los espíritus y al sol, realizadas por los más valientes guerreros que se colgaban de las vigas de la casa de ceremonia, con lazos que atravesaban la carne del torso hasta que las heridas se r~mpieran . La ceremonia, de complejo protocolo, con ayunos, ofrendas, pmturas corporales específicas, representaciones y danzas de carácter cosmogónico, duraba varios días. ~ada ceremonia se acompañaba de danzas y música con tambores, sona¡as Y flautas. Bodmer retrató a Mande-Pachu (Pico de Águila), guerrero _mandan de gran tamaño, con su flauta, con la cual ejecutó para Maximihano una "t1·erna" m e1o d'ia, segun , 1os prop10s · termmos , · d e1 d.iano · (vea, . se figura 6).
;. •
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Un héroe de la nación mandan era Mato-Topé o Cuatro Oso. Bodmer lo retrató ~o_n sus pinturas corporales y plumas de guerrero, mensajes visuales codificados de sus hazañas. El cuchillo rojo en el penacho representaba la muerte de un enemigo cheyenne, la mano sobre el torso indi-
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Chri s tin e
Ni e d e rb e r ge r
Figura 6. Charles Bodmer. Mande-Pachu (Pico de Águila), guerrero mandan. Joslyn Art Museum, Omaha, Nebraska.
caba la toma de prisioneros. Maximiliano lo describió como un hombre eminente, de carácter noble y distinguido. Su valentía se mostró particularmente en una célebre batalla contra este enemigo cheyenne, durante la cual Mato-Topé agarró la navaja del cuchillo del adversario a mano desnuda para evitar ser acuchillado y lo mató con su tomahowk en la otra mano. Bodmer le prestó sus pinceles para que inmortalizara esta escena, lo que hizo con particular habilidad. Mato-Topé ofreció a Maximiliano su abrigo de piel de bisonte con esta representación que ah.ora está en el Linden Museum de Stuttgart. Maw-Topé era también músico y poeta, autor de las más estremecedoras palabras de desesperación y de furia frente a la muerte que un noble guerrero haya podido expresar; años después, el 30 de julio de 1837, murió de viruela. Mato-Topé habfa visto desaparecer a toda su familia y, de los r 600 mandanes de la región, ni roo sobrevivirían a este drama.
El
príncipe
de
Wi e d e n
el
v all e d e l
Mi s sou r i
Figura 7. Charles Bodmer. Mato-Topé (Cuatro Osos) con su vestimenta de ceremonia . Joslyn Art Museum, Omaha, Nebraska.
Figura 8. Charles Bodmer. PerishkaRuhpa (Dos Cuervos) en una danza de la sociedad mandan de los perros. Joslyn Art Museum, Omaha, Nebraska.
Bodmer nos presenta a Mato-Topé con su vestimenta de ceremonia de la banda de los bisontes guerreros (véase figura 7). Ostenta un penacho de plumas de águila, un cuchillo rojo por la muerte del cheyenne, una camisa de musmón de las Rocallosas con decoración de espinas de puercoespín. Tiene colas de lobo atadas a sus mocasines, símbolos de otros combates victoriosos. Otro gran amigo de Maximiliano era Si-Tchida o Pluma Amarilla, vigoroso Y de alta estatura, hijo de un célebre guerrero desaparecido . Visitaba diariamente al príncipe, tenía maneras muy corteses y mostraba una gran delicadeza de sentimientos, como lo observa Maximiliano en su diari_o. Portaba una bella capa decorada de pieles de bisonte, una bufanda de piel de nutria Y ornamentos de conchas marinas con plumas de águila en el cabello. Las conchas marinas desempeñaban un papel importante tanto en las redes de intercambio interregionales como en la vestimenta, co-
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Chri s tin e Ni ede rb e r ge r
mo se observa en el caso de este guerrero blackfeet. Otro guerrero mandan era Maschi-Karehde o Águila Voladora, pintado por Bodmer con su preciado collar de garras de oso grizzli y S)-1 abanico de plumas de águila; las colas de lobo atadas a sus mocasines indicaban el prestigio y el rango social, adquirido en actos heroicos . . Bodmer también inmortalizó a guerreros aliados de tribus vecinas como el gran jefe minnetaree, Perishka-Ruhpa o :Pos Cuervos. Dos Cuervos era el amigo íntimo de Mato-Topé y tenía una extraordinaria pipa ceremonial a la cual se atribuían virtudes mágicas. Cuando visitaban a Maximiliano en su habitación de Fort Clark, Mato-Topé y Dos Cuervos se sentaban cerca de la chimenea para charlar; Maximiliano notó que, cuando ambos jefes fumaban, siempre empezaba Mato-Topé. La pintura de Bodmer considerada como el más bello retrato jamás hecho de un jefe indio de las planicies fue la que hizo otra vez a Dos Cuervos, con importantes hechos de guerra pintados sobre el torso desnudo, ataviado además con un espléndido penacho de plumas de cuervo rematadas en plumón de cisnes; tenía un abanico de plumas de pavos silvestres y bailaba con arco, flechas y una sonaja con las pezuñas de un pequeño ungulado, pluma y pic::il decorada (véase figura 8 ). Quisiera terminar con esta impresionante evocación. El invierno de 1833 a 1834 fue de particular dureza: los pinceles de Bodmer se congelaron muchas veces, Maximiliano enfermó y sólo las hierbas de las planicies lo salvaron in extremis en la primavera. Siempre con la misma atención, con su gran tenacidad y pasión, nuestro trío siguió su pauta y al fin regresó con bien a Le Havre, Francia, el 8 de agosto de 1834. Ellos nó podían imaginar el desastre que se iba a abatir sobre las tribus de las planicies, tres años después, en el verano de 1837. Pero, con los meticulosos apuntes de Maximiliano y los croquis y acuarelas de Bodmer se había reunido un invaluable tesoro: el rescate para la historia de un momento espontáneo de vida real, aún auténtico, es decir, de un mundo perdido para siempre. A menos que, quizás, en nuestras memorias y profundos sueños, Mato-Topé y su gran amigo Dos Cuervos, lejos del último drama que vivieron, se encuentren reunidos ahora en infinitas y felices cazas de wapitis y antílopes en el paraíso del Gran Bisonte.
Este trabajo se basó en las obras de Charles Bodmer, ahora propiedad de la Northem Natural Gas Company de Omaha, obras expuestas en el Joslyn Museum de Omaha (Nebraska), Y en los textos del príncipe Alejandro Maximiliano de Wied-Neuwied, publicados en 197.6 por E. P. Dutton &. Corporation, en Nueva York, con el título People of th e First Man , y con la presentación de D. Thomas y K. Ronnefeldt. Otros documentos consultados provienen del Atlas of th e North American Indian, de C. Waldrnan (1985) y de la obra coordinada por Colin Taylor y William C. Sturtevant, Th e Native Amerícans (Salamander Books Ltd., 1991).
El
príncipe
de
Wied
en
el
valle
del
Missouri
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4 ENCUENTROS y DESENCUENTROS
CONCHAS Y CARACOLES. RELACIONES ENTRE NÓMADAS Y SEDENTARIOS EN EL NOROESTE DE MÉXICO
María Elisa Villalpando Centro INAH-Sonora
ENFOQUE TEÓRICO
La naturaleza de las interacciones entre diversas regiones en tiempos prehispánicos ha sido desde tiempo atrás del interés de los arqueólogos, sin embargo, el mayor énfasis se ha puesto en el estudio de los intercambios de largas distancias entre sociedades de un nivel de desarrollo similar. La interacción entre la Gran Chichimeca 1 y Mesoamérica se ha discutido ampliamente, dando lugar a dos corrientes que han sido llamadas "aislacionistas" e "imperialistas". Los investigadores orientados dentro del primer grupo visualizan esta región con elementos desarrollados in situ fuera de las influencias mesoamericanas, aunque están de acuerdo con que el maíz y otros cultígenos, así como la tecnología cerámica y otros símbolos y bienes materiales se dispersaron hacia el Norte desde Mesoamérica. Lo que enfáticamente niegan es que Mesoamérica haya tenido una influencia directa en el desarrollo socio-político de la región y explican la presencia de elementos mesoamericanos como el producto de un intercambio interregional. Los seguidores de la corriente "imperialista" argumentan que lo que existió fue un contacto directo entre la Gran Chichimeca y Mesoamérica (Upham 1986). Aquellos que siguen esta perspectiva proponen una variedad de niveles de interacción, con un efecto directo sobre el desarrollo socio-político del área y la naturaleza de la transmisión de un complejo de elementos mesoamericanos mediante un sistema de tipo pochteca: mercaderes itinerantes que penetraban en el Noroeste sobre una base de comercio regular en la búsqueda de materias primas como la turquesa y otros recursos locales (Foster and Kelley 1992¡ Kelley 1966; Kelley y Kelley 1974). En los últimos años, varios investigadores han puesto en duda la validez de las reconstrucciones arqueológicas que enfocan las regiones como sistemas independientes y autosuficientes. Ellos han observado que en la medida en que una sociedad prehispánica tuvo que interactuar con la de otras regiones, tanto en la producción como en el consumo, ha sido nece1
Como denominó Charles Di Peso al espacio geográfico correspondiente al norte de México y al actual suroeste de los Estados Unidos, y ha sido retomado por Beatriz Braniff en sus trabajos sobre esta área. Braniff, La front era protohistórica pima-ópata, 1992.
sario considerar un sistema mayor de relaciones que nos pueda explicar realmente lo ocurrido. Esta observación ha conducido a muchos investigadores a aplicar los postulados de la teoría de los sistemas mundiales IWallerstein 1974 1978, 1980) en el estudio de los eventos prehispánicos IBraniff 1992, 1993; Plog et al. 1982; Whitecotten y Pailes 1986; Weigand 1982). Otros investigadores han utilizado un modelo alternativo basado en el concepto de "política de interacción" {peer polity interaction) (Minnis 1989; Renfrew 1977). La aplicación de la teoría mundial de sistemas se ha utilizado como un intento de solucionar estas discusiones, argumentando que el suroeste de Estados Uni:dos en tiempos prehispánicos era una de las periferias del núcleo central mesoamericano dentro de una economía mundial. Estos investigadores proponen que el núcleo o núcleos mesoamericanos fueron los iniciadores de la explotación de las materias primas que requerían, estableciendo la dependencia de los grupos norteños de productos y relaciones mesoamericanas IWhitecotten y Pailes 1986; Weigand 1982). Sin embargo, el dilema actual en los argumentos de la consideración de esta área como una periferia de la economía mundial mesoamericana es la falta de consenso de los criterios de evaluación.McGuire11986) fundamenta su crítica a la aplicación de este modelo, en el sentido de que enmascara importantes relaciones entre las periferias y niega la explicación de sus propios desarrollos y el efecto sobre las áreas núcleos. Para la explicación de estos fenómenos prefiere una aproximación teórica mediante la combinación de conceptos como economía de bienes de prestigio y modo de producción. Estos conceptos también han sido usados en las recientes discusiones sobre las interacciones de los intercambios a larga distancia INelson 1986, 1991; Mathien 1986). La esfera del intercambio de bienes de prestigio incluye productos de estatus restringido que sólo son intercambiados entre las élites (Nelson 1986). En el caso de las élites en desarrollo de los sitios del Noroeste, los productos intercambiados los podían haber hecho llegar ª individuos particulares con cierta posición dentro de tales sitios; el resultado era una mayor diferenciación social dentro del grupo por el control Y distribución restringida de bienes de prestigio, que les haría ganar mayor poder frente a la comunidad y que en relación con individuos particulares de otras comunidades, ayudaría a cimentar lealtades y obligaciones . Cuando esto ocurría, la distribución de dichos bienes se indicaría por un patrón nodal entre los sitios. La distribución intra-sitio de los bienes de prestigio debería entonces exhibir un contexto restringido y concentrado. Por otro lado, si lo que encontramos es una distribución intrá-sitio dispersa, esto hablaría de un acceso igualitario a tales bienes, e implicaría la ausencia de un control real de las élites sobre su distribución (Vargas 1994). Los modelos de acceso diferenciado y de control de la
M a ría
Eli s a
V ill a lpand o
distribución se han utilizado para explicar la relación de intercamhio entre la Gran Chichimeca y Mesoamérica, para elementos claves como la turquesa (Weigand 1982) o los cascabeles de cobre !Vargas 1994). Los modelos de sistemas mundiales y de política de interacción no son realmente enfoques teóricos contrapuestos, sino más bien argumentos para un análisis a diferentes escalas IMcGuire y Villalpando 1994). El enfoque teórico que ha guiado las recientes investigaciones arqueológicas en Sonora se basa en un análisis de lo ocurrido en tiempos prehispánicos a diferentes y múltiples escalas. Pretende respGnder a interrogantes sobre cómo es que las relaciones e interacciones a diferentes escalas convergen en casos específicos, creando los patrones que se observan en el registro arqueológico. Partiendo del postulado de que, depeFldiendo de la escala de nuestro análisis, el conjunto de relaciones que se oh,serva es diferente, el patrón que estas relaciones tienen entre sí no podrá ser apreciado en una escala diferente si lo que tenemos es un diferente patrón de disparidad. Considerando que los grupos sociales actúan en un mundo de escalas diferentes, es concebible que la posición de un grupo frente a otro cambiará conforme cambie su escala de referencia. Dentro del Proyecto Arque9lógico Cerro de Trincheras consideramos que el enfoque teórico más oportuno es el análisis de escalas múltiples, cambiando alternativamente hacia una y otra escala para poder examinar el mundo prehispánico como un producto complejo de la intersección de diferentes escalas y procesos, interregionales, regionales o intrarregionales y locales IMcGuire y Villalpando, op. cit. ). Hemos propuesto que no se pueden explicar los cambios en la escala mayor de los patrones de distribución, por ejemplo de los productos exóticos (turquesa, aves, cobre, concha) a menos que podamos entender las relaciones de dependencia que existieron entre las sociedades de escala amplia y los sistemas productivos locales. Cuando los elementos de intercambio interregional se dan entre comunidades vecinas, cada una de ellas conserva parte de los productos, intercambiando la que les resta con otras comunidades vecinas a mayor distancia del punto de origen. Este proceso es repetitivo y con cada intercambio sucesivo, una menor cantidad de elementos pasa a la comunidad siguiente. Este intercambio interregional puede tener como resultado el movimiento de elementos sobre distancias considerables y es una alternativa extrema al intercambio de larga distancia entre grupos separados por amplios espacios geográficos. El estudio de las relaciones entre grupos agricultores y cazadores recolectores ha cobrado gran interés en tiempos recientes para ei extremo oriental del suroeste de los Estados Unidos (Spielman 1983, 1991). No ha sucedido lo mismo respecto de los grupos costeros, aunque se han citado de paso las evidencias de tales interacciones (Villalpand(') 1988, 1989). En
C o n c h as
y
ca r aco l e s
este ensayo me centraré en la proposición de un modelo de análisis para estas esferas de interacción interregionales, que no necesariamente implican movilización a grandes distancias, sino más bien un intercambio con grupos vecinos de los bienes más solicitados. Un elemento clave en estos intercambios han sido las conchas y caracoles del Golfo de California, que han jugado un papel primordial tanto en las relaciones a larga escala como las intrarregionales. PROBLEMÁTICA 100
Nuestra investigación en el noroeste del actual estado de Sonora tiene como meta contribuir a la mejor comprensión del periodo prehispánico tardío del Noroeste, examinando la intersección entre las adaptaciones locales y las relaciones de intercambio a mediano y largo alcance dentro de la región Trincheras. 2 Cabe señalar que el nombre Trincheras se refiere tanto a una cultura prehispánica como a varios tipos cerámicos, a un tipo especial de sitio y al lugar más impactante de esta tradición: Cerro de Trincheras. El interés de McGuire y Villalpando por el estudio de esta área tiene ya más de una década (McGuire 1985; McGuire y Villalpando 1993), pero hasta el otoño de 1991 se inició el estudio sistemático del sitio Cerro de Trincheras. 3 El sitio Cerro de Trincheras se localiza en un gran cerro volcánico aislado, a unos pocos metros al sur del actual poblado de Trincheras, en el municipio del mismo nombre (véase figura 1 ). El cerro cubre más de cien hectáreas y se eleva por más de 160 m sobre la superficie del terreno adyacente. Los elementos arquitectónicos más obvios son más de 800 terrazas construidas en las laderas del cerro, principalmente en la cara norte. Localmente y desde tiempos coloniales, a estas terrazas las han denominado "trincheras", de ellas toma su nombre el sitio. Algunas de éstas tienen varios cientos de metros de largo, aunque la mayoría tiene una longitud promedio de 15 a 30 m, con un rango de altura que varía entre los ro cm en aquellas localizadas en la base del cerro, hasta más de 3 m las que se encuentran casi en la cima. 2
3
Cuyo espacio geográfico comprende, por el norte, desde aproximadamente la frontera actual con Arizona hasta Punta Tepoca como límite sur, y desde el Golfo de California por el oeste, hasta el río San Miguel. Quedan dentro de este espacio las cuencas fluviales del Asunción, Madgalena, Concepción y Altar. Con un mapa preliminar sobre fotografía aérea a una escala 1:20 amplificada, reconocimos sistemáticamente la superficie del sitio para obtener una cartografía detallada que nos permitió postular conceptos sobre la naturaleza de las actividaqes en el sitio, la cronología de ocupación y el lugar del mismo dentro de un sistema mayor regional e interregional.
María
E/isa
Villa/pando
300
Equidistuda IIDlnl <mTU de nin15 metras Mapa 7 cutaanfla compubrizada por GE~MAP, Im:. Tacsoo, Arillma. 1992.
Figura 1. Cerro de Trincheras, Sonora.
Conchas
y
caracoles
Otros elementos árquitectomcos presentes en el s1t10 on más de 3 50 estructuras circulares. En planta son de circulares a ovales, con muros de piedra construidos sin argamasa, al igual que los muros de las terrazas. Con frecuencia se encuentran asociadas a las terrazas, aunque en ocasiones se hallen solas sobre la ladera y la cresta del cerro. Hemos considerado (McGuire y Villalpando 1994) que podían haber sido usadas como cimientos o base de canastas de almacenamiento de granos, ya que en tiempos coloniales y aun recientemente, los grupos indígenas del Desierto de Sonora han elaborado grandes canastos, a veces de varios metros de diámetro, mismos que recubren con lodo para sellarlos y los colocan sobre un armazón de madera o sobre piedras. Otra propuesta es que se trata de cuartos circulares con funciones habitacionales, tal vez usados en la temporada de invierno. Existen dos estructuras más, de únicas formas, que se encuentran en el Cerro de Trincheras. La que hemos denominado Elemento 8, "La Cancha" (véase figura 2), es de forma aproximadamente rectangular, con paredes de rocas apiladas sin enjarre y con una entrada en el extremo oeste, en la parte central del eje longitudinal. Estructuras semejantes han sido reportadas en otros cerros de trincheras (Braniff 1992:372-375; McGuire 1 985:12) y se les ha denominado como "corrales". Su función no es clara, se ha propuesto que podría haber sido una cancha de juego de pelota o un área para la realización de eventos de carácter comunitario, por su localización en la base de la ladera norte del cerro y por estar rodeado hacia el sur, este y sureste por los cientos de terrazas de la cara frontal del sitio, lo cual crea el efecto de un anfiteatro. Ciertamente, es un espacio público en el que toda la comunidad puede presenciar las actividades ahí hechas. El Elemento 9 es conocido como "El Caracol" (véase figura 3). Tiene una ubicación prominente en la cresta del cerro, en la parte central de una gran plaza rodeada por una diversidad de terrazas y estructuras circulares. Los muros de esta estructura forman una espiral que parece la concha de un gasterópodo cortada a la mitad. Se encontraron muy pocos materiales arqueológicos en las inmediaciones y ninguna evidencia de fuego. Su ubicación, forma y la gran calidad de la construcción nos sugieren un uso especial, probablemente de carácter ritual. Como el acceso a esta parte del sitio se vuelve difícil casi desde el último tercio de la ladera norte, es muy posible que las ceremonias que se realizaran en esta plaza de la cima fueran de carácter restringido para sólo algunos miembros de la sociedad, iniciados, o pertenecientes a un grupo dominante. En Cerro de Trincheras hemos excavado y recolectado una gran cantidad de materiales arqueológicos, principalmente cerámica monocroma, lascas trabajadas, metates, manos, restos de fauna y concha. El proceso de trabajo más evidente en el sitio es la manufactura y ela-
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M11ría
Eli s a
Vil l11J p1111do
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10
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Figura 2. Cerro de Trincheras. "La Cancha" (modificado de McGuire y Villalpando 1994).
Concha s
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(700-II50 d. C.), 4 Altar (rr50-r300 d. C.j,s El Realito (r300-r450 d. C.),6 Santa Teresa (r450-r690 d. C.),7 Oquitoa (r690-r840 d. C.) 8 y Tohono O'Odham (r840-r920 d. C.).9 Las fases Altar y Realito son especialmente relevantes para muestro
3
metros
estudio del Cerro de Trincheras, pues aunque Bowen (n. d.) sugirió que fue hasta II50 d. C. (Fase 3 de Bowen, Fase Altar) que empezó la producción de ornamentos en concha y las cerámicas decoradas, aclemás de la interacción con los grupos de la tradición Hohokam, los datos del valle de Altar nos permiten proponer que esto sucedió desde la Fase Atil (aproximadamente en el 700 d. C.), mientras que los cerros de trincheras empezaron a construirse desde la Fase Altar. Los fechamientos de C 14 obtenidos de las excavaciones recientes de Cerro de Trincheras nos indican 4
5
6
3 Figura · Cerro de Trincheras. "El Caracol" (modificado de McGuire y Villalpando 1994).
~oración d_e ornamentos en concha; tanto la producción de éstos como el mtercambw parecen haber sido característicos de la tradición Trincheras, desd~ su surgimiento hasta el periodo prehispánico tardío, cuando las redes de mtercambio se extendieron a través de todo el Noroeste (Braniff I993; McGuire Y Howard r987; McGuire y Villalpando r993- Villalpando r988).
'
Para la asignación cronológica de los materiales arqueológicos presente s en e1 s1t10, · · segmmos · la secuencia temporal establecida para el valle de Altar (McGuire y Villalpando 1993), que comprende seis fases: Atil
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Maria
Eli sa
Vill11lpando
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8
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Correspondiente con la Fase 2 de Bowen (n. d.), puede ser un poco más tardía de lo que Bowen sugiere, con una fecha de inicio alrededor del 700 d. C., siendo aún muy especulativa su fecha terminal. Los sitios parecen ser idénticos a los sitios Cochise, excepto que en ellos aparece cerámica asociada. La localización de estos sitios a lo largo del río Altar Y el conjunto de materiales asociados sugiere que sus ocupantes practicaban ya la agricultura. . Corresponde con la Fase 3 de Bowen (ibid., 800-1300 d. C.), pero dentro de una cronología entre el 800 y el 1000 o 1500 d. C., usando tabulaciones cruzadas con el SUI de Arizona. Está marcada por la presencia de cerámicas decoradas con hematita especular (Trincheras Púrpura-Rojo y Café, Altar Policroma y Nogales Policroma) y el inicio de asentamientos en las laderas de algunos cerros. Las investigaciones de Braniff en el río San Miguel encuentran cerámica Trincheras PúrpUia-Rojo asociada con fechas de radiocarbón para el siglo xvr, lo que puede sugerir que fuera del áiea Trincheras, estos tipos continuaron en uso hasta el tiempo de la dominación colonial. Semeja el conjunto de materiales del Periodo Clásico del sur de Arizona, y se ubica dentro de lo que Bowen (ibid.) describió como Fase 4. La transición está marcada por la sustitución de la técnica de elaboración de la cerámica lisa por enrollado y raspado a la técnica de paleteado, representado por los tipos Trincheras Lisa Tardía y Lisa Roja. Las cerámicas intrusivas permiten situar esta fase en los .siglos x1v y xv, aunque permanece el problema señalado por Braniff (op. cit.) Define el conjunto de materiales protohistóricos que incluyen la cerámica Whetstone Lisa, cierto tipo de puntas de proyectil y cimientos cuadrangulares de piedras que evidencian la presencia de casas de ramas, que han sido asociados con el patrón de ocupación O'Odham del sur de Arizona y norte de Sonora en el momento de la penetración europea. Las fechas propuestas para esta fase quedan comprendidas entre el 1450 y 1690 d. C. Corresponde al periodo de reducción de las comunidades indígenas de pimas. Los grupos Sopa O'Odham nativos fueron remplazados por Tohono O'Odharn, que los españoles trajeron del desierto hacia el norte y oeste del valle de Altar; al final de esta fase, un gran número de españoles se había asentado en el valle y se diseminó la población nativa. El marcador cerámico de esta fase es el tipo Oquitoa Lisa y Oquitoa Rojo-Café. Esta fa~e comprende desde el colapso de las misiones y su secularización alrededor de 1840 hasta las primeras décadas de este siglo, cuando la población de Tohono O'Odham fu e desplazada por completo del valle de Altar. El complejo de materiales arqueol?gicos comprende cerámica Pápago Roja y Pápago Lisa, montículos ovalados bajos de adobe, instrumentos laqueados en vidrio y recipientes de lata.
C o n c ha s
y
c11r11co l es
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que el sitio corresponde a una sola fase de ocupación, comprendida en tre los siglos x1v y primera mitad del xv . Conocemos por otros trabajos, como las excavaciones del sitio Vacas Muertas, en la cuenca de Tucson (Santa Cruz Bend, Marby 1994, comunicación personal) y los estudios de Howard (19 87, citada por Doyel 1993:48, 5 1) que la fabricación de ornamentos en concha está presente en Arizona desde el Arcaico Tardío, entre 1500 a. C. y 200 d . C. D e igual m an era, los reconocimientos de superficie recientes del sitio La Playa 10 (Carpen ter, Sánchez y Villalpando 199 5 ), nos permiten postular la exist encia de ornamentos en concha desde épocas tempranas. El debate sobre la historia cultural de la tradición Trincheras h a tenido varias implicaciones debido, por una parte, al papel que tal tradición tuvo en las redes de intercambio de los ornamentos en concha. Como ya he mencionado, las conchas y caracoles marinos del Golfo de California fueron los elementos más importantes intercambiados en todo el Noroeste, Y se ha visto a los grupos de las tradiciones Hohokam, Anasazi y Casas Grandes (Di Peso 1974, 6:38 3-526; McGuire y Howard 198 7; N elson 1 991; Urban 1981) como los mayores usuarios de concha para el periodo prehispánico tardío . Para conocer las características que existieron en las relaciones de intercambio entre los grupos de tradición Trincheras y sus vecinos Hohokam Y Casas Grandes, así como con los grupos costeros, hemos propuesto un modelo que debe contemplar varios elementos: r] la esfera de producción, que incluye conocer el lugar de abastecimiento o las fuent es de materia prima, las rutas de transportación de dichas m aterias primas, si los procesos de elaboración no se dieron in situ, la distribución de las m aterias primas y la tecnología de elaboración desarrollada, y 2] la esfera de consumo, con sus variantes de uso ornamental indiferenciado, uso ritual 0 como significado de estatus. Se ha señalado que para el periodo colonial (750-950 d. C.), dentro de la secuencia cronológica prehispánica Hohokam, el patrón cultural estaba plenamente distribuido sobre la mayor parte del sur y centro de Arizona Y ya e st aba firmemente establecida una red de intercambio de conchas, por lo que se ha propuesto que los grupos Hohokam del oeste de la papaguería recolectaban su propia materia prima, elaboraban los ornamentos y los intercambiaban, al igual que la materia prima con los grupos asentados en el Gila Bend Y la cuenca de Phoenix; con esto recibían a cambio productos 'º
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Localiz ado entre los arroyos Boquillas y La Playa, en la cuen ca del Madgal ena y a un os ro kil óm e tros al n orte del Cerro de Trincheras, fu e trabajado en los años sesenta por John son . A partir del Proyecto Arqueológico C erro de Trincheras, se h an realizado sa lvam ent os de fines de semana con arqueólogos voluntarios, coordinados por John C arpenter, de Ti erra Right of Wey.
Ma ri a
El i,a
\l il la l pa11du
Figura 4' . Valvas de Glycymeris. Figura 4. Cerro de Trincheras, Sonora. Fragmentos de brazaletes y proceso de trabajo de Glycymeris.
agrícolas (McGuire y Howard 1987:121-122). Durante el Clásico (rr50145 o d. C. J, la organización Hohokam de la producción de ornamentos en concha cambió significativamente, y parece ser que las élites dominantes tomaron el control de la producción y distribución de la concha, sugiriéndose, por las especies presentes, que una nueva fuente de aprovisionamiento de materias primas fue explotada (ibid.:134-135). Para Casas Grandes, donde más ampliamente se han estudiado estos materiales, durante el periodo Viejo, u aparentemente no existen evidencias de la manufactura de los ornamentos en concha en el sitio. Aunque su presencia sea en forma de cuentas, pendientes, cascabeles y brazaletes, se ha considerado mediante intercambio (Di Peso 1974, 6:385). No es sino hasta el periodo Medio 12 que las conchas y caracoles del Golfo de·California y de la costa del Pacífico cobran una importancia fundamental. Esta importancia radica tanto en la variedad de especies representadas como en la diversidad de artefactos y diseños, cuyo consumo rebasó las esferas locales destinándose, según Di Peso (ibid.) , a una producción con fines comerciales. Di Peso propuso que durante el periodo Medio, el acceso de los Paquimenses a las fuentes de materia prima fue de manera directa a través de las rutas conocidas como veredas Chuhuichupa y Tres Ríos, pasando por la sierra Madre y cruzando a través del valle Chipájora a la actual Sahauaripa y al valle de Nuri, descendiendo por el arroyo Cedros a la desembocadura del río Yaqui o del Mátape para llegar a la costa. Sin embargo, no se han registrado materiales malacológicos para esta área, con excepción de los descritos por Pailes para la Cueva de la 'Colmena, en el somontano '
1
12
Entre Entre
d. C. , según las fechas corregidas por Dean y Ravesloot, 1200 y 1450 d. C., op. cit.
650
C o nch as
y
1 200
y
c ara co l es
1993.
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IL .
Figura 7. Cerro de Trincheras, Sonora. Diseños de anillos en Conus. Dibujó V. Vargas.
Figura 5 . Pendientes en caracoles pequeños de los géneros Terebra, Olive/la, Columbella, Nassarius, Thais .
Figura 6 . Proceso de elaboración de ornamentos en Conus .
bajo (Pailes 1972:319-322) y por Álvarez Palma para Huatabampo en la planicie costera del sur del estado, con fechamientos más bien correspondientes al periodo Viejo (Álvarez 1990; Álvarez y Cassiano 19 89). La costa sonorense del Golfo de California, en los alrededores de Guaymas es ciertamente muy rica en vestigios de conchas y caracoles como desechos de alimentación, pero no encontramos ningún indicador de que ésta fuera la fuente de aprovisionamiento de materias primas para los grupos Ca~as Grandes, como Di Peso aseguró (ibid. :401 ). El modelo de intercambio ª larga distancia no resulta aquí el más adecuado, por lo que debemos volver los ojos a los intercambios interregionales entre grupos vecinos. LOS NÓMADAS
Las referencias históricas de los grupos costeros indican que el uso de conchas Y caracoles como elementos de decoración se encontraba bastante difundido. Adam Gilg anotó para 1692 que entre los seris "del cuello cuelga una concha redonda hermosamente pulida, junto con toda clase de semillas, frutos, cuentas y otra clase de cosas sin valor" (Di Peso y fª_tson 1965:53-54). Bowen (1976:24, 31, 87) reporta el hallazgo arqueo~gico de un collar compuesto por 6 300 cuentas perforadas en forma de disco ' de unos c·inco mi·1,imetros d e d., · do con un entierro . iametro asocia :e adulto cerca de Desemboque. Otros orna~entos han sido recolectaos de superficie en el área de Tastiota y Bahía Kino (Holzkamper 1965; Dock st ader 1961) y otros más se encontraron también en asociación con enterramientos en una cueva en las inmediaciones de San Carlos, Nuevo Guayrnas (Dixon 1985). . Sin ne 1 · . gar a importancia que las conchas y caracoles, como collares y pe~di~nt~s, tuvieron para los nómadas de la Costa Central; los hallazgos ~as sign_ificativos dentro de las redes de intercambio interregional, es decu, la evidencia de manufactura de brazaletes en Glycymeris, se ha localizad?ª pocos kilómetros al norte de Bahía Kino (Bowen 1969:316-317). Son v~nos los sitios descritos con cerámicas Trincheras Lisa, Púrpura-Rojo y Purpura-Café, además de fragmentos de brazaletes y tapas centrales de
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las valvas (Bowen 1976:65, 115, Robles 1973:4-8). Aunque no difieren notablemente de los campamentos estacionales costeros, todos han sido <descritos como talleres de manufactura de brazaletes Trincheras (Son:J:6:1; Son:J:6:6; Son:J:13:9; Son:N:6:1; Son:N:6:6, Son:R:1:7; Son:R:1:12). Algunos de ellos se localizan sobre dunas en las márgenes de antiguos -esteros. Tan sólo en el sitio Gignac (Son:J:13:9) se recolectaron, en la década de los setenta, 825 tapas y 531 fragmentos de brazaletes (Robles 197-3). En un recorrido reciente, pudimos aún observar en superficie bastantes fragmentos de brazaletes y tapas, además de cerámica Trincheras y Tiburón Lisa. Es interesante que en este sitio no sólo se encuentren conchas de especies utilizadas para la fabricación de ornamentos, sino varias de las especies utilizadas en la alimentación. Todos estos "talleres de brazaletes" de la planicie costera y los del drenaje del arroyo Bacoachi contienen además de la .cerámica decorad~ características de la tradición Trincheras, la cerámica tipo de los grupos nómadas de la Costa Central (Tiburón Lisa), algunas veces cuentas de turquesa y fragmentos de figurillas en barro (Robles, op. cit.). Todo parece indicar que en las primeras etapas de producción masiva de ornamentos de concha los grupos de la tradición Trincheras entraron en una relación directa con sus vecinos recolectores-pescadores, intercambiando las cerámicas decoradas Trincheras Púrpura-Rojo y PúrpuraCafé por valvas de Glycymeris para la preparación inicial de los brazaletes en esos sitios costeros. Esto debió suceder en el periodo correspondiente a la Fase Atil, pues dichas cerámicas son características de las aldeas que existieron antes de la ocupación de los cerros de trincheras. Es muy posible que la ruta de movilización de la materia prima hacia
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el área de Trincheras fuera a través del arroyo Bacoachi (como ha señalado Robles 1973), ya que éste se inicia en las montañas inmediatamente al sur del valle del Magdalena, justo frente a la planicie que domina el sitio Cerro de Trincheras. Además de los sitios mencionados en la desembocadura hacia la planicie costera, un residente actual de Trincheras nos mostró unas sesenta tapas, recolectadas en la sierra en la cual se inicia dicho arroyo. Se considera que en tiempos prehispánicos el territorio de los grupos nómadas de la Costa Central se encontraba comprendido entre Punta San Antonio, cerca de Guaymas, y Punta Tepoca, cerca de Puerto Libertad. En la porción superior del Golfo se han encontrado evidencias del acceso directo de los Hohokam a la costa (Hayden 1972), pero desde la Bahía Adair hasta Desemboque existe un espacio que requiere mayor atención. Bowen (n. d.) describió esta área como la adaptación costera de los grupos Trincheras. Actualmente sólo conocemos de manera superficial los sitios de las inmediaciones de Puerto Lobos donde se han encontrado cerámi' acumulaciones de concha, como cas decoradas Trincheras, dentro de las desechos de alimentación. Esto difiere del territorio meridional donde los concheros contienen básicamente cerámica Tiburón Lisa o Seri Histórica Y como intrusivas las cerámicas decoradas Trincheras (Bowen 1976, 5; también véase figura 8 ). Resulta interesante también anotar que la cerámica de los grupos nómadas no se encuentra significativamente representada en los contextos Trincheras, pues en el valle de Altar sólo se recuperaron tres tiestos Tiburón Lisa y en Cerro de Trincheras no hemos encontrado ninguno. LOS SEDENTARIOS
Considero que por las posibilidades diferenciales de acceso a las materias P_rimas del Golfo de California tenemos que definir también, en el intenor de la propia tradición Trincheras, el lugar que cada uno de los valles tuvo dentro de estas redes de intercambio con las otras regiones, ya que hemos notado que presentan diferencias significativas. • La manufactura de ornamentos en concha del valle de Altar, por ejemplo, presentó algunas diferencias respecto de la de Cerro de Trincheras. Aunque en la totalidad de ornamentos en ambas áreas predominan los fragmentos de brazaletes en Glycymeris, la cantidad de pendientes, discos Y anillos fue significativamente menor en el valle que en el cerro. En Altar, aunque no encontramos valvas completas sin trabajar que evidenciaran un transporte masivo de materia prima, más de la mitad de la concha fue concha sin trabajar, lo que señala que los grupos Trincheras del valle de Altar tuvieron un acceso directo a las fuentes de aprovisionamiento. Otra diferencia significativa fue una mayor variedad de especies
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Figura 8'. Algunos diseños de brazaletes .
Figura 8. Cerro de Trincheras, Sonora. Diseños de brazaletes en Glycymeris. Dibujó V. Varga s.
representadas, lo que indica que no existe una selección notable de las materias primas (McGuire y Villalpando 1993). No debemos olvidar sin embai-go, que en el valle de Altar tenemos representada una larga secuencia de ocupación, y que Cerro de Trincheras al parecer sólo fue ocupado en el periodo prehispánico tardío (r 300-1450 d. C.). La variedad de especies en un periodo de ocupación muy largo puede indicarnos diferentes preferencias cronológicas. No hemos encontrado que la tecnología empleada para la elaboración de los brazaletes se haya modificado a través del tiempo (véanse figuras ~ y 4'), aunque parece que los brazaletes del valle de Altar son más sene1llos en su decoración con diseños geométricos simples, y en nada se semejan con los del área Hohokam. El proceso de trabajo de los brazaletes consiste en el pulido de la parte central de la valva en varias facetas, con el fin de producir un adelgazamiento que permita su remoción mediante percusión para así obtener un círculo formado con el borde exterior de la concha, el cual se pule en su totalidad. A reserva de concluir un estudio más amplio y sistemático de los materiales del sitio Cerro de Trincheras, podemos por ahora señalar que en este sitio encontramos un uso selectivo de materias primas, con una profusión en el uso de valvas del género Glycymeris (22 .68 por ciento del t~tal de concha por género recuperada en las excavaciones de I 99 5) Y gaS t eropodos del género Conus ¡58_35 por ciento del total por género), en correspondencia con los sitios Hohokam del periodo Clásico (Nelson 1991 :46). Encontramos también fragmentos de Laevicardium (7 .82 por ciento del total por género) y Tra ch ycardium (1.68 por ciento) con la superficie exterior pulida, probablemente para la elaboración de cuentas Y pendientes.
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Fueron igualmente comunes los pequeños caracoles de los géneros Columbella, Nassarius, Olivella, Turritella y Thais, que fu eron usados en suspensión (véase figura 5 ). La ausencia de grandes fragm entos de concha en estado natural y las dimensiones reducidas de los fragmentos no clasificados nos parecen indicar que existió una preselección de las materias primas en los lugares de origen, y sólo se transportaron los fragmentos necesarios para la elaboración de objetos específicos. Además, la mayoría de los fragmentos no identificados (27 por ciento del total) representa desecho de manufactura, lo cual s eñala que en C erro de Trincheras existe un alto índice de evidencia de manufactura en relación con los objetos terminados, éste es un indicador más de que los objetos se produjeron en el sitio. Las categorías de análisis para Cerro de Trincheras se establecieron para identificar, en primer lugar, los objetos, su condición y las modificaciones que sufrieron para convertirse en ornamentos. Por lo general sólo los pendientes en caracoles se encontraron enteros y ningún brazalete (ni de superficie ni de excavación) tuvo más allá de la mitad de su diámetro, aunque en colecciones particulares de materiales del sitio hemos registrado varios completos. El uso de Conus es interesante ya que con este caracol se fabricaron anillos, cascabeles y cuentas (véase figura 6). Varios de los anillos fueron decorados con diseños geométricos por esgrafiado (véase figura 7L semejantes a los elaborados en los brazaletes (véanse figuras 8 y 8'). Existen ejemplares de todas las etapas de manufactura, lo cual sustenta, una vez más, que fueron elaborados localmente. En Cerro de Trincheras se recuperaron varias figurillas elaboradas sobre las tapas de Glycymeris o sobre fragmentos de umbo, lo que demuestra que hubo una utilización exhaustiva de las valvas. La figura zoomorfa más representada es la rana, aunque también se tiene un fragmento de tortuga marina o caguama y una cabecita de venado. Hasta ahora no han aparecido ni lagartijas ni pájaros característicos de los diseños Hohokam. En Cerro de Trincheras no _se ha hallado hasta ahora un contexto restringido de los materiales malacológicos. Éstos se encuentran en prácticamente todas las terrazas, aunque la porción central media de la cara norte del cérro presenta una cierta concentración. Sin embargo, el patrón especial del sitio es complejo, y todo parece indicar que existen diversas áreas usadas diferencialmente de acuerdo con la producción y el uso de la concha (Vargas 1995 ). La presencia de cerámicas decoradas de la tradición Casas Grandes en la superficie, como resultado de las excavaciones de las terrazas del cerro Y del área de casas semisubterráneas, permite ligar este asentamiento con los grupos Paquimé del periodo Medio de Casas Grandes . No sólo hemos recolectado una cantidad significativa de fragmentos de cerámica policro-
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ma chlhuahuense (Ramos, 44.32 por ciento del total de las cerámicas decoradas; Bavícora, 22.5 r por ciento; Carretas, 5 .41 por ciento, Villa Ahumada, 2.52 por ciento), sino que hemos sido informados de que en décadas pasadas fueron encontradas por aficionados una o varias ollas policromas zoomorfas y antropomorfas con cremaciones. Es muy posible que estas vasijas de Casas Grandes fueran intercambiadas por concha. El estudio sistemático de los materiales malacológicos de los sitios de la tradición Trincheras está aún por elaborarse. Hace falta conocer de manera detallada las características de las adaptaciones costeras de esta tradición y sus relaciones puntuales con los grupos no sedentarios. Sin embargo, nuestra investigación actual confirma que Cerro de Trincheras fue un pueblo prehispánico con evidencias de estratificación social, asentado sobre terrazas construidas en las laderas de un cerro prominente. La organización del sitio debió ser similar a la de otros lugares asentados sobre cerros, como La Quemada, con un centro administrativo y ceremonial en la cima; las residencias de las élites dominantes, en la porción directamente bajo la cima, y finalmente el resto de la población viviendo en las partes más bajas. Se trató de una localidad muy importante en la producción de ornamentos en concha. Este trabajo de la concha incluye tanto artefactos terminados como desechos de fabricación y concha sin trabajar. Es muy posible que algunas de las etapas iniciales de fabricación de ornamentos se llevaran a cabo en otras localidades y se terminaran de manufacturar en el sitio, pero ciertamente Cerro de Trincheras fue un lugar de elaboración y uso de ornamentos y no solamente un punto de transferencia. Lo que resulta cierto en el estado actual del conocimiento, es el hecho de que las conchas y caracoles del Golfo de California unieron .a nómadas Y sedentarios durante la época prehispánica en el Noroeste de México de forma por demás significativa. Esta relación no se sostuvo sin embargo más allá de las primeras décadas de la época colonial. A mediados del siglo xvn, pescadores, recolectores y cazadores de la Costa Central del Golfo, conocidos a partir de entonces como seris, sólo acudían con sus vecinos agricultores a intercambiar cueros de venado y sal por granos (Pérez de Rivas 1985, 11:198) hasta que finalmente, a consecuencia de su condición de no productores, fueron excluidos totalmente del sistema colonial. BIBLIOGRAFÍA
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Las investigaciones de los proyectos arqueológicos Alaquines y Alaquines-Obregón se han realizado desde 1988 en la parte central de la zona media potosina; en un inicio fueron auspiciadas por el Museo Etnológico de Berlín y también patrocinadas por la Fundación Alemana para la Investigación Científica. Siempre se han realizado en cooperación con el Centro INAH en San Luis Potosí. Desde finales de 1989 son uno de los proyectos específicos en el área de arqueología de dicho centro. LOCALIZACIÓN
Se ha tomado como límite conjunto de ambos proyectos las estribaciones occidentales de la sierra Madre Oriental desde la cabecera municipal de Cárdenas hasta la de Alaquines y de allí hasta la colonia Álvaro Obregón por la actual carretera que lleva a Ciudad del Maíz, que al sur limita con el paralelo 22 (de Greenwich), mientras hacia el oeste el límite lo representa el bordo: desde el poblado de Santa Rita, municipio de Río Verde, pasando por la estación de Tablas, hasta la colonia de la Merita, municipio de Ciudad del Maíz; hacia el norte lo conforma 1~ terracería que ~ay entre las colonias de la Merita y Álvaro Obregón (véase mapa de localización); por lo tanto abarca casi todo el municipio de Alaquines, que le ~a dado el. nombre al proyecto, y parte de los de Cárdenas, Ciudad del Maiz y Río Verde. Desde luego, los límites mencionados al igual que el nombre del proyecto son totalmente arbitrarios y de ninguna manera pueden considerarse de carácter cultural.
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Según Vivó (1964; HMAI: 191) y González (1961 : 11-128) el clima es semiárido, poco influido por los nortes de diciembre y enero. Los vientos del este que alcanzan la región en verano generalmente han dejado ya sus aguas antes de cruzar la sierra Madre Oriental, de manera que no influyen mucho sobre el clima de la región. La mayor cantidad de lluvias cae en septiembre (aproximadamente, 1 ooo mm), mientras que durante el mes ~e marzo éstas son prácticamente inmedibles. Se considera que la m~dia anual llega a los 500 mm (Vivó, op. cit.: 200) 1 mientras la máxima aqm, al norte del paralelo 22 1 comprende, 600 a _1 ooo mm (Puig, 1976: 48).
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216-223 ), cuyos frutos debieron haber formado parte muy importante de la dieta de los pueblos recolectores (West, HMAI: 367). En los smelos, originados por la degradación de la roca volcánica (basáltica), se ha podido observar una flora mucho más rica en productos alimenticios como el nopal en sus distintas variedades (Opuntia, spp.): nopal cuya (Opuntia cantabrigiensis), nopal cardón (Opuntia steptacantha), nopal durazrullos (Opuntia leucotricha), nopal tapón (Opuntia robusta), nopal cardenclil.e (Opuntia ibricata), nopal cegador (Opuntia microdasys), así como el garambullo (Myrtillocactus geometrizans), el pitayo, el cardo (Cylindropuntia, spp.J, la clavellina, la gobernadora {Larrea tridentata) y Ulila gran cantidad de plantas de rápido crecimiento con ciclo de vida corto Y acelerado .
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ANTECEDENTES E INVESTIGACIÓN REALIZADA
PROYECTO AROUEOLOGICQ: AL AQUINE S-OBREGON
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Mapa de ubicación del área .
Este precario régimen de lluvias origina un tipo de clima BShw según Koepen, o sea un clima seco, semiárido, que por la caída de lluvias eventuales da lugar al acelerado crecimiento de plantas silvestres y algún zacate (Vivó, op. cit.: 20 8 ). En lugares con corrientes intermitentes u ojos de agua es posible la agricultura pero sólo con previo conocimiento de una tecnología adecuada. VEGETACIÓN
En las etapas intermontana, con vegetación baja y dispersa, predomina la goberna~ora (Larrea divaricata), la lechuguilla {Agave lechuguilla), muchas vanedades de cactáceas y también se da el mezquite (Prosopis juliflora) , el huizache (Acacea schaffneri) y el palo blanco (Ipomoca arborescens), que crece ocasionalmente y es quizá menos frecuente que el de los bosques de palma (Yucca, spp.) y nopales (Opuntia, spp., Wagner, HMAI:
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Por las mismas condiciones geográficas, es decir,· por encontrarse justo al norte de lo que para el siglo xvI se denominó Mesoamérica (Kirch.hoff, 1943 ), el área en estudio fue considerada por mucho tiempo exclusivamente como de recorrido de grupos cazadores-recolectores nómadas 1 o chichimecas 1 como los mencionan en las fuentes; supuestamente eran muy aguerridos y vivían al norte de las grandes civilizaciones de las culturas mesoamericanas. En nuestro caso, el área en estudio comprende parte de las tierras recorridas por los pame en el momento de la entrada de los primeros misioneros, . según lo refieren algunas fuentes históricas . Después de un sistemático e intensivo recorrido arqueológico de superficie efectivamente pudimos constatar que los primeros pobladores de esta región fueron cazadores-recolectores (Tesch, 1994). En un principio cazadores de megafauna, progresivamente se fueron adaptando a la lenta desertificación del medio ambiente y aprendieron a vivir de la explotación de las leguminosas y del bosque espinoso bajo que crece en estas estepas, asimismo complementaban su dieta con la caza de animales pe- . queños como ya nos refiere Rodríguez (1985: 195-198). Aunque, durante la conquista el área de Alaquines se encontraTua culturalmente al norte, fuera de lo que Kirchhoff (1943) denominó Mesoamérica para el siglo xv1, cabe mencionar desde ahora que, segúm 1o·indicaron Jiménez Moreno (1943), el mismo Kirchhoff (1944), ArmiUas (1964 y 1987)yBraniff(1974, 1975 y 1989), entre otros, éstano.hieunafrontera rígida, sino que osciló en el transcurso del tiempo a causa de diferemtes factores; uno de los principales consistía en presiones poblaciona[es O!Iiginadas por la expansión hacia el norte de la población sedemtaria, desde las áreas ocupadas por las altas culturas incluidas dentn, cle los desarrnllos culturales de Mesoamérica. Quizás algunos grupos, com o dice Par-
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sons. ( r 99 5), huían de los altos tributos o venfan a la gra nde metrópolis para conseguir ciertos productos que necesitaban co m o colora nt es y plumas de ave, entre otros y que allá eran escasos a raíz de la sobreexplotac.ión. Pero, sin duda alguna, también fueron importantes los fac t ores climatológicos que afectaron la región y que correspondieron a periodos de humedad más intensa que permitieron un clima m ás benigno y, en consecuencia, el asentamiento humano durant e la expa nsión m esoa m ericana y de mayor sequía tanto antes de ésta como desp ués del año r ooo d. C. (Armillas, op. cit. , 1964), por ejemplo. Los recorridos exhaustivos de superficie qu e se han h echo demuestran que, en la parte central de la zona media potosina, si bi en, el área realmente correspondió a la recorrida por cazadores -recolectores (semi)nómadas, también, como es evidente, sobre todo al sur- surest e, no sólo mantuvo relaciones sino que (aproximadamente entre 250 y roo d . C.) llegó a ser invadida por grupos semisedentarios en el momento de mayor expansión de las culturas mesoamericanas, específicamente del desarrollo de la.cultura del valle del río Verde, que floreció justo al sur del área en es tudio. Arqueológjcamente, la presencia de grupos de origen m esoa m ericano se documenta por restos de cerámica que datan de épocas tan tempranas como el Preclásico medio O tardío hasta el Posclásico t emprano (si retomamos la nomenclatura establecida para el área mesoam ericana ). No nos referimos aquí al Formativo, sino al Preclásico dado que el primer término implica un proceso de desarrollo cultural específico qu e no se observa en el área de Alaquines. Probablemente al principio no ll egaron más que algunas familias con un patrón cultural preestablecido que provenían directa o indirectamente del centro de México, de la costa del Golfo y de la Huasteca, según lo indican los restos culturales hallados y, como dice Parsons (op. cit. ), quizá se tratara de gente que, por razones económicas, como podría ser la carga excesiva de tributos, entre otros, salió de los territorios de Mesoamérica. ELEMENTOS QUE IMPLICAN CONTACTOS ENTRE NÓMADAS Y SEDENTARIOS
Tenemos materiales arqueológicos que demuestran contacto entre ambos grupos culturales en algunos sitios sin elementos constructivos, tales como pequeñas plataformas habitacionales o de carácter cívico-religioso Y en todos aquellos que sí los presentan. Contamos con pequeñas concentraciones o dispersiones de mat eriales líticos típicos de cazadores-recolectores como son las puntas de proyectil, algunos raspadores, tajadores, navajas y cuchillos o lascas con retoques o utilizadas para cortar o para raspar, además de desechos de talla
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asociados con elementos cerámicos de las diferern.tes etapas y cuhuras que describiremos más adelante. Los restos más antiguos son algunos fragmeF1tos de cerámica de color blanco representativos del Preclásico del centro de México Y otros del tipo Javalines blanco, diagnósticos de la Huastec;a (Castañeda, 1990; Merino Carrión y García Cook, 1987). A partir del Clásico mediQ aparecen los provenientes de la cultura limítrofe del río Verde, sin dejar de percih>ir aquellos que revelan contactos con la Huasteca a través ~e sus cerámicas Zaquil rojo y el Anaranjado fino proveniente del Golfo. Estos fueron encontrados en una amplia franja de sitios sin elementos arcquitectónicos que, con anterioridad, se han nombrado como sitios de contacto (Tesch, 1988 y 1989) puesto que, además de representar a ambos grupos culturales, nómadas y sedentarios se localizan entre el área €}Ue presenta elementos arquitectónicos y aquella de cazadores-recolectores netos que solamente presentan artefactos líticos y lascas no asociados con restos de cerámica. A partir del Clásico medio, como mencionamos arriba, se hac€ tangible la invasión de la cultura Río Verde (Michelet, 1984), no sólo a través de sus tipos cerámicos diagnósticos como por ejemplo el Pajarito pulido Y el Pajarito pulido inciso para el Clásico medio, el Río Verde pulido o el Río Verde inciso para el Clásico tardío y el Amoladeras fino principalmente para el Posclásico temprano, sino con algunos otros tipos cerámicos de carácter doméstico que no pueden considerarse diagnósticos. Con la invasión de sedentarios del área de Alaquines se observa el surgimiento de pequeños centros cívico-religiosos representados por plataformas o "cuicillos" pequeños, ocasionalmente aislados pero que generalmente forman una o más plazas. Ya desde el Protoclásico y Clásico temprano (350 a. C.-200 d. C.) habían surgido en el área en estudio sitios en los que se observa una tendencia a poblar las partes altas y los valles intermontanos, sin abandonar las laderas suaves anteriormente ocupadas. Los asentamientos de esta época se encuentran a una altura media entre 1 030 y 1 450 msnm, aunque la altura predilecta oscila entre los 1 200 y 1 290 msnm. En general, la población va aumentando principalmente hacia sureste y sur; aunque existen algunos sitios más dispersos hacia el centro, centro-norte y este del área. Es, sin embargo, apenas durante el Clásico medio (200-500
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medida que se presenta la expansión de sur a norte y de sureste a noroeste por parte de los sedentarios, es lógica la existencia de algún tipo de contacto con los grupos cazadores-recolectores presentes con anterioridad en el área. Aún no se ha podido esclarecer con exactitud si en los sitios que hemos denominado de contacto se asentaron aquellos cazadores o recolectores que originalmente recorrieron el área u otros enviados desde los centros sedentarios o si había cazadores-recolectores que quizás a través de un sistema de intercambio o trueque recibían objetos tales como vasijas de cerámica u obsidiana a cambio de frutos de recolección o animales cazados u otros elementos escasos y codiciados por los pobladores de las regiones mesoamericanas tales como plumas de aves, pieles de conejo, alguna fibra tejida en forma de red o canasto o simplemente como materias primas. Al respecto aún nos faltan muchos estudios específicos de rasgos y evidencias observables, sobre todo de aquellas recuperables únicamente mediante análisis interdisciplinarios muy específicos. Consideramos que la cultura Río Verde, como se ha indicado anteriormente, en su fase Pasadita o Clásico medio (Michelet, op. cit., 1984), prácticamente invade toda nuestra área, dejando fuera sólo la parte más árida del noroeste y nornoroeste, pero no logra desplazar por completo los contactos o el comercio preexistente tanto con la Huasteca como los provenientes de la costa del Golfo. Existió un área de aparente coexistencia pacífica entre los supuestos invasores del sur y los grupos nómadas; así se pudieron claramente localizar, entre estos últimos, grupos con interacción cultural cuya presencia lo demuestra con restos tanto cerámicos, característicos de los grupos sedentarios, como líticos, típicos de los cazadores-recolectores en algunos sitios, mientras que en otros, más hacia el occidente y al norte del área en estudio, prácticamente no se percibe ninguna influencia por parte de los grupos sedentarios, pues en ellos encontramos exclusivamente materiales líticos de las culturas nómadas, como las puntas de proyectil, raspadores, tajadores y cuchillos, así como lascas desecho de talla y aquellas preparadas o utilizadas para cortar o para raspar. La convivencia entre nómadas y sedentarios se hace aparente en alrededor del 50 por ciento de los asentamientos que presentan rasgos, principalmente cerámicos de la cultura Río Verde y algunos que tienen pequeños centros cívico-religiosos con basamentos bajos dispuestos alrededor de una o varias plazas o bien en forma aislada. Este tipo de lugares se ha localizado sobre todo hacia el este y sureste del área descrita, y están más dispersos hacia el centro y norte; generalmente éstos se hallan en los valles intermontanos o en las laderas de las montañas y en mesetas entre r 2 ro y I 350 msnm, pero existen algunos dispersos en el área ubicada en valles más amplios o laderas de montañas entre los r 030 y r r 80 msnm.
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Entre los sitios de contacto que se inician durame la época del Clásico medio, sobresale uno, El Vaquero (A-r u), en que se observan en superficie tres pequeños basamentos dispuestos alrededor de una plaza y otro más alejado; no obstante, entre estas plataformas hay otras construcciones de pisos de lodo y paredes verticales, rectangulares, muy bien hechas (se encontró una de ellas al explorar los espacios entre dos estructuras, pues no son visibles en superficie por encontrarse al nivel del piso actual). Se trata del único sitio de plataformas rectangulares de escasa altura (menos de 50 cm sobre el nivel actual), dentro de un amplio vall€ hacia el centro occidental del área en estudio. Su importancia radica en que presenta elementos cerámicos característicos de la cultura Río Verde Y otros más semejantes a los del Clásico teotihuacano, asociado tanto con figurillas características de la cultura Río Verde, del tipo Media Luna 11, como con elementos líticos: navajas prismáticas y adornos en obsidiana, característicos del centro de México, relacionados a su vez con puntas de proyectil de los grupos cazadores-recolectores vecinos, localizados principalmente hacia el norte y noroeste. Los demás sitios con elementos arquitectónicos localizados en este valle presentan cada uno un solo basamento circulaI que también apenas se eleva sobre la superficie actual. Hasta ahora ninguno de estos últimos se ha explorado en detalle. Su reconocimiento en superficie igualmente indica la presencia de restos cerámicos diversos y elementos p€rtenecientes a grupos cazadores-recolectores tales como puntas de proyectil·y algunas lascas principalmente en sílex. El Clásico tardío (500-850 d. C.) y el Posclásico temprano (850-1100 d. C.) en esta área corresponden respectivamente a las fases Río Verde A y B de la región del mismo nombre (Michelet, op. cit.); es precisamente durante el Clásico tardío cuando prácticamente toda la parte sur Y este del área de Alaquines fue invadida por la cultura Río Verqe, quedando fuera de toda el área que se encuentra al norte del paralelo 22 º r 5'. Quizá por acentuarse la invasión procedente del área de Río Verde en esta fase volvió a crecer la cantidad de asentamientos hacia el sur del área. Durante el Clásico tardío (Río Verde A), los rasgos de la cu_ltura Río Verde conviven con aquellos de la cultura Huasteca; principalmente hacia el sureste del área, lo cual se revela a través de los restos cerámicos hallados en los sitios correspondientes a esta época; este fenómeno continúa, en similares condiciones, durante el Posclásico · temprano (Río Verde B). Al parecer los pobladores de ocho de los sitios correspom.dientes al Posclásico temprano no tuvieron contacto con la cultura Río Verde, sino exclusivamente con la de la región Huasteca, sin embargo, el núrn€ro de sitios que durante esta fase presenta alguna influencia por part€ de la cultura Río Verde y que no muestra rasgos de la cultura Huasteca es siete veces mayor que durante el Clásico tarmo. A pesar de este fenómeno no
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hemos podido observar elementos defensivos en el área, de manera que hay que buscar otras causas para explicar este fenómeno. El patrón de asentamiento para ambas fases no se halla bien definido aunque se observa cierta preferencia por habitar partes altas (de más de 1 200 msnm), como valles intermontanos, laderas de montañas y mesetas. A pesar de lo anteriormente referido, tenemos que admitir que todavía falta realizar más estudios puesto que no contamos con fechas de carbono 14 por no tener hasta ahora sondeo alguno que presentara profundidad de suelo ni de restos orgánicos necesarios. Existe la posibilidad de que los fragmentos cerámicos que correspon-
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den a los grupos (semi)sedentarios hallados en superficie asociados con_ elementos de grupos cazadores-recolectores nómadas realmente correspondan a épocas de ocupación diferente o que, como dice Parsons (1995), no se trate de contactos entre nómadas y sedentarios sino que los artefactos clasificados como pertenecientes a grupos nómadas en realidad fueron utilizados por los sedentarios dado que éstos probablemente nunca dejaron de complementar su dieta con productos de cacería en vista de que no contaban con animales domésticos para abastecerse de carne, pieles, plumas, etcétera, que requerían; quizá tampoco dejaron, sobre todo en estas regiones tan inseguras climáticamente, de recolectar frutos, semillas y raíces como complemento de su dieta vegetal, así como se observa todavía hoy en esta área. A partir del Posclásico medio, o mejor dicho hacia el año rooo o 1 roo d. C., la población del área en estudio parece haber regresado totalmente a un nomadismo cíclico. Hacia el noroeste pueden apreciarse grandes campamentos estacionarios, aunque también el área sur haya sido abandonada y cedida nuevamente a los grupos (semi)nómadas, cazadores-recolectores, donde prevalece una ligera presencia de restos cerámicos_ de tipos del Posclásico de la Huasteca (Ekholm, 1944¡ García Cook Y Menno Carrión, 1987), dispersos en toda el área, pero predominantemente hacia el sureste de la misma, donde desde un principio habían sido más fuertes. Esto indica que continuó el intercambio o el paso de gente que venía de la Huasteca. Sin embargo, por la misma escasez de datos correspondientes a esta fase, no se ha podido identificar ningún contacto o ruta de comercio específicos. Después de que los grupos cazadores-recolectores fueron replegados hacia el centro-norte, oeste y norte del área, éstos nunca dejaron de recorrerla. Como dijimos arriba, parece que convivieron pacíficamente con los sedentarios pues no se encontraron evidencias arqueológicas de carácter defensivo. Hacia el este del área un solo sitio parecería claramente estratégico junto con un grupo de plazas, cuya localización podría consid_erarse defensiva por hallarse sobre una meseta, pero como ésta desemboca en su parte plana hacia la zona de recorrido de cazadores-recolectores se invalida la probabilidad de su carácter defensivo. Cuando el área habitada por grupos sedentarios se abandonó de manera aparentemente repentina hacia el año rooo d. C., los cazadores-re~olectores volvieron a ocupar estos territorios. Queremos referirnos aqm ª los campamentos estacionarios de aparente larga duración que existieron hacia el centro norte del área. Hemos podido observar que todos ellos se localizan en y alrededor de un microambiente bien definido, en las faldas bajas (pie de monte) hacia el norte, sur y sureste de un cerro de origen volcánico (roca basáltica), que se conoce por el lado norte como Cerrito Colorado y por el sur como Las Enramadas. Además de tres campamen-
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tos mayores hay evidencias de sitios como éstos de menor tamaño, dispersos por toda la falda poco inclinada del cerro al igual que en los pequeños llanos que se forman entre ésta y la cima misma, aunque entre ellos se encuentran vastas áreas, algunas de pendiente bastante acentuada, de malpaís, a veces casi inaccesible y, por lo tanto, sin restos culturales correspondientes. Se trata principalmente de llanos en los que existen suelos, aunque poco profundos, de degradación de roca basáltica que dan origen a una vegetación mucho más rica en especies comestibles que aquellos calizos y de azolve, que rodean este gran afloramiento volcánico. Aquí no solamente la variedad de nopales (entre ellos el duraznillo, cuya tuna se come sin pelar) es mucho mayor, sino que sólo en este tipo de suelos se ha observado el crecimiento de garambullos y pitayos, que todavía son preciados productos de recolección. También crecen el cardo y la clavelina, utilizados actualmente en épocas de seca como alimento y sustituto de agua, pues guardan suficiente humedad en sus tallos como para que sobreviva el ganado caprino y vacuno durante la época de secas. Las tunas de estas plantas también son comestibles: En las laderas bajas y al pie de monte aún existen bosques de mezquite, árbol del cual, según las fuentes, se comía el fruto y se procesaba éste para guardarlo y consumirlo en épocas de escasez en forma de harina y de una especie de "panes". Aunque no tan abundante aquí como en los suelos calizos y de azolve, la palma (Yucca) también crece en estos suelos; de ella se aprovecha la fibra, la flor y hasta la fruta seca a la que llaman dátil. Está por demás mencionar la abundancia de hierbas muchas de las cuales, como el gran. ' . Jeno, son comestibles o medicinales y surgen con un mínimo de agua de lluvia. Este ambiente natural presenta una fuente alimenticia suficiente para grupos pequeños durante cuatro u ocho meses al año sin necesidad de practicar la agricultura. Ahumada (r 562: 2 r) dice al respecto de este tipo de hábitat que: frutos silvestres y raíces de la tierra se sustentan su principal mantenimiento son las tunas y mezquites[ ... ] los mezquitales¡ ... ] ésta por sí es la fruta amanera de algarrobas durante tres O cuatro meses del año [... ] hacen de aquella fruta ciertos panes que guardan para entre año acabada esta vendimia se pasan ª los tunales que les dura casi otros ocho meses parque cuando se acaba el mezquite en abundancia [... ] la tuna tiene mucha cantidad de ella y grandes productos naturales sin cultivar ni hacer ningún beneficio tienen mucha tuna blanca Y colorada de diversos géneros de ellos son como el género de ésta otras que las comen con su cáscara y de ésta es la mayor cantidad y más apacible Y sana comida y así nos sustentamos algunos días de ellas[ ... ] y suplieron la falta de agua.
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El autor se refiere en este relato principalmente a los zacatecas y los guachichiles. Los animales silvestres también prefieren este ambiente, como lo hemos podido observar a raíz de su copro y de sus huellas, o bien al verlos directamente. Todavía hoy se encuentra venado, conejo, liebre, mapache, gato montés, zorrillo, coyote y gran variedad de aves, serpientes y otros reptiles tales como lagartijas y camaleones. La mayoría de estos animales son comestibles y seguramente formaron parte de la dieta de los grupos prehispánicos (semi)nómadas. Al respecto dice Mendizábal (1946a) refiriéndose a los chichimecas en general: su sustento se basaba en la recolección de frutos, semillas y raíces de la flora silvestre regional, en particular de tunas y hojas tiernas de nopal, bayas de mezquite, dátiles, nueces o cogollos de agaves. Las épocas de recolección de los diversos frutos normaban los movimientos estacionales de las bandas, que debían realizarse tomando en cuenta la existencia de ríos, arroyos Y veneros permanentes o depósitos de agua temporales; por cuyas razones se llevaban a cabo conforme a calendarios fijos y de acuerdo con itinerarios precisos [... J. Perseguían de preferencia los venados, los conejos y las liebres, pero no desdeñaban, particularmente en las comarcas- pobres de caza, los ratones, las tuzas, las culebras y toda clase de animales, bien por interés de su carne, bien por el de sus pieles, huesos o plumas. Actualmente las fuentes de agua son muy escasas. Sólo pudimos localizar, al noroeste, un ojo de agua permanente al pie de monte y, hacia el oeste, una laguna salada casi permanente, además de arroyos temporales no muy profundos que bajan del cerro y guardan el agua de lluvia algún tiempo después de que las lluvias caen. Los sitios chicos y los campamentos estacionarios localizados en el hábitat arriba descrito se encuentran casi exactamente sobre el paralelo 22º15' Y presentan la particularidad de albergar gran cantidad de vestigios líticos propios de cazadores-recolectores: una enorme variedad y cantidad de puntas de proyectil (cuyo análisis no se ha termi.nado), algunos instrumentos como cuchillos, navajas y raspadores; además encontramos gran cantidad de utensilios sin terminar (en los sitios mayores) y mucho desecho de talla que da la idea de talleres y lugares donde, sobre la marcha, se confeccionaban los artefactos requeridos. En uno de los campamentos (el úru.co estudiado hasta el momento), se pudieron observar diferentes áreas de trabajo: talleres Y zona doméstica, que al parecer eran ocupadas periódicamente. Todos los campamentos estacionarios localizados por nosotros albergan, junto con los materiales descritos, gran variedad Gle fragmentos cerámicos de diferentes tipos y los característicos de áreas culturales diver-
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sas, aunque en su mayoría pertenecen a tipos correspondientes, sobre todo, a las diferentes épocas de la cultura Río Verde; algunos son de filiación huasteca y otros podrían relacionarse con el área de Guadalcázar. La procedencia de muchos fragmentos cerámicos aún se desconoce, tal vez pertenezcan a áreas más distantes y hayan llegado allí de manera quizá indirecta, por comercio o por los recorridos de los cazadores si fueron más amplios de lo que por el momento hemos supuesto. En los sitios mencionados no falta la presencia de cerámicas domésticas semejantes al Heavy plain (Ekholm, op. cit.), que por su variedad en pastas podrían ser de fabricación local-regional. Desafortunadamente, este tipo de cerámica no es diagnóstica puesto que se fabricó desde épocas tempranas y se siguió utilizando en la región casi hasta nuestros días. Nos hemos referido a este tipo de campamentos pues las fuentes históricas registran que, a la llegada de los primeros misioneros españoles a la región, ésta se encontraba poblada exclusivamente por grupos "chichimecas", es decir, cazadores-recolectores nómadas a los cuales se les ha tratado de ligar principalmente con los pame del norte por su conocimiento del sedentarismo a pesar de no practicarlo. Los elementos arqueológicos que pudieran relacionar a los antiguos moradores de esta región con alguna etnia actual son bastante escasos como para soportar una discusión seria puesto que no contamos con entierros y, aún más a sabiendas de que los pame, supuestos moradores de esta región a la llegada de los españoles, no formaban un grupo socio-cultural homogéneo (CheminBassler, 1984: 165). Sin embargo, los elementos ambientales descritos con referencia a los campamentos estacionarios podrían corresponder a las observaciones encontradas en relatos hechos en fuentes históricas Y que mencionan "la habitación y morada de estos chichimecas es una ranchería y casillas de paja en sierras O junto a sierras en lugares ásperos Y fragosos, por estar más seguros y nunca en llanos" (fray Alonso Ponce, 1 585 Y 1586 en Mendizábal, 194 6b: ro 7 ). Haciendo referencia a los chichimecas (Mendizábal, 194 6c: 94 ¡, menciona, entre otros, a los pame del centro de San Luis Potosí: Los chichimecas vivían una vida ruda en pequeñas bandas dispersas [... I para poder sustentarse, en los territorios [... I semiáridos, en parte cubiertos de tupidos mezquitales y nopaleras [... j. Su comida es fruta y raíces silvestres, no siembran, ni recogen ningún genero de legumbres, ni tienen ningún árbol cultivado. De los frutos que más usan son tunas y hay las de muchas maneras Y colores y algunas muy buenas. También comen fruta de otro árbol que llaman mezquite[ ... ] otras frutas que llaman dátiles. De las raíces que comen unas a semejanza de batatas o yuca [... I matan liebres que aún corriendo los anclaban con arcos, y venados y aves y otras chucherías que andaban por el campo hasta los ratones no perdonan.
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Esto mismo ya lo había referido Las Casas (1944: 66 Y 67). Por otro lado, y coincidiendo con nuestro modo de pensar, Percherón (1982: 19) comenta que no hay datos sobre la población anterior a la llegada de los españoles que indiquen si ya vivían agrupados en lugares que luego se declararon rancherías, de manera que es difícil aseverar que nuestros datos arqueológicos realmente coincidafl con algún grupo étnico específico, aunque aquí planteamos la posibilidad de que fu@ran pame los últimos moradores de los grandes campamentos estacionarios estudiados. Una vez más, quiero enfatizar que es indispensable realizar más ililvestigaciones específicas, quizás interdisciplinarias, con objeto de hallar evidencias más claras y detalladas respecto de los diferentes tipos de contacto y relación existentes en el área en estudio entre los grupos cazadores-recolectores con los sedentarios y de los primeros con los españoles en el momento de la llegada de los misioneros. BIBLIOGRAFÍA AHUMADA, PEDRO DE
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EL TRABAJO INDÍGENA Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA PRIMERA CATEDRAL DE DURANGO
Clara Bargellini Instituto d e Inv estigaciones Estéticas , UNAM
Para la compren ión de la arquitectura, los actores directos en los procesos de constmcción son de importancia fundamental. Por lo general es un aspecto de la historia que recibe atención sólo cuando se trata de figuras de arquitectos sobresalientes. Sin embargo, es obvio que la gran mayoría de los edificios construidos en la época virreinal, incluyendo las iglesias, sin duda las obras más notables, eran creaciones de maestros que ahora llamamos anónimos. No es que en su época hayan sido poco conocidos; al contrario, seguramente en sus contextos eran muy conocidos. Muchas veces, en especial en lugares apartados del centro del virreinato o en poblados pequeños, eran los únicos que ejercían la profesión de cantero o albañil. Este trabajo se centra en los actores y en el proceso de construcción del edificio de la primera catedral de Durango en el siglo xv11 . La actual catedral, que queda fuera de este estudio, rescató la planta y dimensiones de esa primera iglesia e incorporó algunas paredes, pero fue una reconstrucción casi total iniciada en 1695 y terminada en 1765 1 para satisfacer nuevas necesidades estéticas y prácticas. 1 La primera iglesia del clero secular en Durango fue construida después de la fundación en 156 3 y también después del establecimiento de la doctrina franciscana en Analco, así que es muy posible que se aprovechara en ella a los constructores indígenas del centro del virreinato, que estaban con los frailes. 2 Mota y Escobar, alrededor de 1604, registró 5 vecinos españoles en casas "todas de adobe sin altos, de moderado edificio Y capacidad", y 50 familias indígenas de habla nahua en Analco.3 Es probable que las casas de los españoles también hayan sido obra de l~s constructores indios de Analco. Seguramente había personas con conocimientos tanto de albañilería y carpintería como de cantería. Un documento con un dibujo muy esquemático de 1614 indica que el primer templo de Durango era de una nave con coro y sotacoro Y que te-
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Para la historia de la catedral de Durango conocida has ta ahora: Clara Bargellini, La arquitec tura ele la plata : iglesias m onum entales ele] centro-nort e ele México, 1640-n 5o. México/Madrid, Turncr/UNAM -Instituto de Investigaciones Est éticas, 1993, pp. 165- 19 5Peter G erhard, Th e N orth Frontier of N ew Spain, Princeton, Princeton University PresS, 1 98 2 , pp . 2 01-204 . Miguel Vallehueno, "El templo de San Juan Bautista de Analco: de ermita franciscana a parroquia neogótica", Transición, 14, 1993, p. 79Alonso de la Mota y Escobar, Descripción geognífica ele los reynos ele Nu eva Galicia, Nu eva Viz cay a y Nu ev o León (1605), Guadalajara, Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, 1966, p. 83. Tambi én había 30 familias tepehuanas en Santa María del Tunal.
nía un altar mayor y otro dedicado a la Virgen;4 es decir, era una iglesia sencilla de las que había muchas. Esta primera parroquia que fue, después de 1620, la primera catedral de la Nueva Vizcaya con la dedicación cambiada de la Asunción a la Inmaculada Concepción5 era, según el primer obispo, el fraile agustino Gonzalo de Hermosillo, una construcción "muy - ,, .6 O tro d ocumento, de 16 3 3, explica que la . . p ob re ,, Y " pequena iglesia, a pesar de servir de catedral, era como "una pobre parroquia [... ] humildemente edificada de adobe, con el tejado de paja, y cubierto por algunas partes, amenazando ruina" .7 En esos años la mejor iglesia de Durango era la de los jesuitas, "vistosa Y bastantemente capaz", a la que se le atribuye una fecha de construcción en 1616. 8 Ahí se transfirió el culto en 1634 cuando la catedral de adobe "se quemó y abrasó sin que quedase en ella cosa alguna de su cubierta" .9 La razón principal para cambiar el culto a la iglesia de los jesuitas deb~ haber sido su cercanía a la plaza mayor, pero también su calidad Y c~pacidad deben haber contribuido a la decisión. La palabra "vistosa" sugiere que tenía alguna decoración fuera de lo común: una portada en cantera quizás, o adornos interiores de cierta riqueza. En cualquier caso, se pued~ pensar en la contribución de artesanos especializados o en elementos importados desde el centro del virreinato. LA SITUACIÓN AL PRINCIPIO
(1634-1635)
Los primeros libros de fábrica de la catedral de Durango, recien encontrados en su archivo, permiten conocer detalles nuevos sobre el edificio y su ª??mo, Y sobre quiénes participaron en obras de reparación y construc10 cwn, que son datos que tienen particular interés para este coloquio. La ~echa ~ás temprana del primer libro es el 19 de marzo de 1634, antes del mcen~10 ocurrido la víspera de Corpus Christi, que cae el jueves después de la fiesta de la San t'isima . T nni . .da d , es decir, . en mayo o ¡un10. . . Archivo General de 1ª N ac10n . , ¡AGN), Inquisición, vol. 302, f. 275, reproducido en AGN, C t_ . 1 5 a a _ogo de ilustraciones, vol. 9, núm. 4863. Archivo . 208, testimonio de la erección de la Sa,1ta . C General de In d.ias ¡AGI ), Guadalaiara Ig1esia. atedral de la c·m d ªd d e D urango, capital . . . del nuevo Remo de la Vizcaya, citado en G m 11 ermo Porras M unoz, ¡g1esw • y Estado en la Nueva Viz caya México UNAM 19 80 p. 163 . ' ' ' '
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: Ignacio Gallegos, Durango colonial. México, Jus, 1960, pp. 244-245. AGI, GuadalaJara 63 , Ca r t a d e 1 24 d e fe b rero de 1634, citada en ibid., p . 245. . 8 Francisco Zambrano · . b.10 b1"bl10graf1co . . . de la Compañía de f esús en México _ . , D1·c cwnano Mex1co, Jus, 1961-1966, t. v, p. 339. . :ºArchivo de la Catedral de Durango (Acn), libro I, ff. 20-2ov. Agradezco. a monseñor Juan D'1az que me penmuo .. , ver los microfilmes de los documentos, Y a Miguel Vallebueno y T Bl · . im evms por su ayuda. Los libros incluyen papeles sueltos de diferentes cuentas.
Clara
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Entre marzo y finales de septiembre, las cuentas mencionan varios objetos de adorno de la catedral: el órgano "traído de México por el capitán don Gaspar de Quesada " 1 1 y otro órgano para la iglesia de la compañía, las campanas, la compra en 1 3 pesos y 6 reales de "la piedra de la pila bautismal", el "tabernáculo de San Pedro" para el que dio el capitán Ontiveros 705 pesos y tres reales. 1 2 Los trabajos que se estaban haciendo incluían "poner el marco de la capilla de Santa Petronila y atajar la puerta principal para que quedase cerrada y no entrasen bestias", y se le pagaron al .c arpintero 1 S pesos "por la hechura del cancel del coro". Todo esto confirma que había canteros para tallar la pila bautismal y carpinteros de cierto nivel. Ya que parte de estos trabajos se estaban llevando a cabo después de la fecha del incendio, se trata de obras en el edificio cuyo techo se había destruido. Confirma esta hipótesis el hecho de que los gastos registrados para materiales y mano de obra tienen que ver con tablas, vigas y tejas pagados a un Leandro de Arnalte. Es decir, se estaban juntando materiales para reparar el techo y, claramente, se estaba pensando en un techo de artesonado de madera. Estos datos cambian la historia conocida hasta ahora de la catedral, porque siempre se había pensado que la respuesta inmediata al incendio había sido el inicio de la construcción de una nueva catedral. Ahora vemos que la primera reacción al incendio fue restaurar la vieja iglesia. Para este trabajo de reparación del techo, a catorce años de la rebelión tepehuana, toda la mano de obra es indígena. Hay un "indio aserrador", llamado Francisco, que está haciendo tablas; es el primer indio mencionado en el libro de fábrica, que tiene un oficio específico y seguirá en la obra hasta el final. Hay también "indios de Santiago", "indios de Analco" e "indios del Tunal", que están cortando vigas y tirantes; estos últimos se pagan a un peso cada uno. A principios de enero de 1635, los indios del Tunal traen las vigas a Durango. 1 3 También se manda "un propio" al Mezquital "a llevar una carta para que enviasen indios". Este hecho indica que se trata de trabajo por repartimiento. Finalmente, al hablar del órgano, también se mencionan a "indios cantores".
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Quizás el mismo capitán Gaspar de Quesada y Hurtado de Mendoza que en 165 5 llegó al mando del presidio de la villa de San Felipe y Santiago de Sinaloa: Guillermo Porras Mu11.oz, La front era con los indios de Nu eva Vizcaya en el siglo xv11, México, Fomento Cult_ural Banamex, 1 9 s 9, p. 2 54 . ES t a Y la información que sigue sobre las cuentas del aüo de 1634 provienen de las PP· 34 2 ·346 del rollo 6 de los Archivos Históricos del Arzobispado de Durango (AHAD), correspondiente al libro de fábrica de 1634-1681. Había dos capitanes Ontiveros, ambos participantes en la guerra tepehuana, por estas fechas, de nombre Cristóbal Y Diego: Atanasio G . Saravia, Apuntes para la historia de la Nueva Vizcay a, 11, México, UNAM, 1979, p . 207 .
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Todas estas obras, sin embargo, resultaron ser el preámbulo d un proyecto más ambicioso: la reconstrucción total de la catedral. El primer obispo de Durango, fray Gonzalo de Hermosillo, había conseguido n 1624 del Consejo de Indias la concesión de los reales novenos para construir una catedral nueva.' 4 De acuerdo con el obispo, "la fábrica [... ] no será suntuosa sino acomodada a la pobreza de la tierra", pero por varios problemas el plan de Hermosillo nunca se llevó a cabo.'· Tocó al segundo obispo, el madrileño Alonso Franco y de Luna, que había llegado a Durango el 19 de noviembre de 1633, 16 iniciar la construcción de la primera iglesia planeada para ser catedral de Durango. En una carta al rey, del 12 de octubre de 16 3 4, justo después de los últimos gastos para tablas y tirantes registrados en el primer libro de fábrica, el obispo cuenta del incendio que había destruido el techo y pide ayuda para construir una nueva catedral, que costaría alrededor de 50 ooo pesos, según unos "maestros". 17 Esa ayuda fue concedida el 8 de octubre de 16 3 5 en forma de los reales novenos por diez años.' 8 Ya antes de recibir el aviso de la concesión, el obispo había iniciado la construcción haciendo la traza de una iglesia de tres naves, según escribió al rey el 8 de abril de 1635. 1 9 Aunque no indicaba medidas, sabemos por documentos posteriores que la nueva catedral tenía 29 varas de ancho. En efecto, a partir del 2 de enero de 16 3 5 se inician en el libro de fábrica los gastos para "piedras cuadradas" y las listas de trabajadores con sus respectivos pagos. Se trataba, obviamente, de otro tipo de construcción, en cantera y, por supuesto, de la construcción de cimientos y paredes Y de un régimen laboral más constante. La nueva catedral estaba en obra. Desde esta fecha en adelante, por las listas del libro de fábrica, podemos tener idea de quiénes y cuántos estaban trabajando. El hecho que el obispo Franco y de Luna haya mencionado en octubre de 1634 a "unos maestros", y que en abril del año siguiente haya dicho que se había hecho la traza de una iglesia de tres naves de 29 varas de ancho, indica que había un experto en construcción en Durango. Este indi1
Guadalajara 1, Consejo al rey, Madrid, 20 de marzo de 16241 citado en Porras Muñoz, Iglesia Y Estado, pp. 163-164. El Consejo le había pedido que enviara "la traza Y tanteo para verlos". Primero faltó la firma del secretario del rey, y cuando se envió ele nuevo la cédula a España para cumplir con el requisito, se perdió: ibicl., p. 164. ACD, libro LVII, Serie de los ilustrísimos señores obispos de la Santa Iglesia ele Durango, f. 64. Gallegos, Durango colonial. p. 257 . A G I, Guadalajara 230, Registros de oficio, 1573-1641, t . u, ff. 25ov-251 1 citado en Porras Muñoz, Iglesia y Es tado. p. 164. A G I, Guadalajara 6 3, Franco y ele Luna al rey, San José del Parral, 8 ele abril de I 6 3 5 citado en ibid., p. 164.
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viduo era Simón Jorge ("Xorge" en los documentos) cuyo nombre aparece en las cuenta por primera vez el 1 6 de marzo de 163 6 en relación con la con trucción del monumento de Semana Santa. 20 Gracias a Miguel Vallebueno, sabemos que el nombre completo de este maestro era Simón Jorge Gaytán, y que estaba en Durango por lo menos desde 1628 cuand~, el 7 de junio, como "estante en esta villa", declaró ser natural de los reinos de Castilla, que su primera mujer murió en Cádiz Y que pedía permiso para casarse con Ana de Salazar, hija de Pedro de Salazar e Isabel Hernández. 21 El libro de fábrica se refiere a Simón Jorge como "maestro mayor de la obra", 22 y todavía estaba trabajando en 1657;2 3 es decir, estuvo durante toda la obra. Aunque en repetidas ocasiones se le llama maes- ser " arqm't ec to" , "can· tro nunca se le da otro calificativo, como po dr ia ter~" o "alarife", así que era todavía del tipo de maestro de tradició? medieval que hacía de todo. Esto no es extraño en esas fechas relau· 1 Y, a demas, · 1e¡os · del centro del vamente tempranas del régimen co 1oma __ virreinato. En efecto, Simón Jorge era un hombre con varias habilidades, ya que en diferentes fechas se refiere que estaba haciendo obras de _cantería y, también, obras de carpintería. Seguramente llegó desde Espana con conocimientos y algo de práctica, porque, siendo un hombre casado antes de salir de su patria, debe de haber tenido ya un oficio. _, Desde marzo de 1636 también se menciona a Jacinto Salazar, qmzas 24 hermano de la nueva esposa de Simón Jorge, como sobrestante de la obra_- ·go Francisco Ro¡as Como mayordomo de la obra en 1635 esta b a e1 canom . , con nom b ramiento · d e1 3 de septiembre de de Ayora, al que suced10, 25 1636, Francisco de León Villarreal, mercader. · Los demás involucrados en la obra en sus comienzos er an en suma, mdigenas. . , 1os con or den y en detalle. 26 yona Vale la pena en 1istar · En . . . tán en ella los si· 163 5 desde enero a diciembre, encontramos que es guientes canteros, todos identificados como indios: Alo~so Flec~a, que también es albañil- Franco, Francisco, Ignacio, otro lgnac10, Dommgo; ª ' . · d "cuadradas éstos a veces se les paga por pieza, a med10 peso por pie ra, para esquinas". Indios albañiles son: el mismo Alonso Flecha, que tam. · ·11 Gaspar Lubién es cantero; Juan Esteban, Dommgo, Ignac10, Lazan
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rollo 6, p. 367. rollo 9, p. 110. 21 AHAD, rollo 6, p. 385 1 por primera vez en 1638. 1 ' AHAD, rollo 6, p. 61 3 en noviembre. 1 -1 AHAD, rollo 6, p. 373. 2 ' AHAD, rollo 6, p. 361. . d' ¡0 gene· • 1n Los d atos que siguen vienen en AHAD, ro ¡¡ o 6, PP- 34 6·3 63· Ya que los m .10s, por . . sible . d - -¡ nombres de p1 1a, es impo ral, se identifican someramente, cuan o mas so o por sus b eden venir por nom re en llegar a un conocimiento preciso de cuantos eran, ya que pu una nómina y sin nombre en otra, por ejemplo. 1
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cas; los últimos tres llegan en los últimos meses del año. Sigue en la obra Francisco, indio aserrador. Además, había otros indios identificados por su origen, ya sea geográfico o de grupo, y ocasionalmente también por nombre: en abril trabajaron dos "indios sinaloa", que después sabremos se llamaban Luis y Daniel, a quienes se juntó otro, Mateo, en agosto; dos indios "de Santiago", Baltasar y Juan Daniel; "un indio de Atotonilco, llamado Antón"; un "indio de Caponeta"; tres indios de Ynora; indios tepehuanes de nombre Felipe, Gaspar y Miguel; tres indios de Taxicaringa, Sebastián, Juan Bernabé, Juan. Algunos de éstos y otros eran de repartimiento; se habla de ellos en sentido todavía más vago, sin especificar ni nombres ni números, y se mencionan las personas que los traen. El 2 de enero de 1635 "llegó el padre fray Pedro de Aparicio con 20 indios y 2 indias para la obra", a quien se le dio 12 pesos; 2 7 hay también un número indeterminado de indios "xiximes"; indios de San Francisco del Mezquital; y el indio Lucas, "capitán de San Hipólito". Además, hay dos indios y dos indias "que envió el capitán Juárez y se acordó que trabajasen" .28 Finalmente, había "dos indias que hacían de comer"; y se le paga por maíz a un indio de nombre Clemente. En otro tipo de actividad, se mencionan "indios cantores para la misa a la Virgen de la Hermita", que debe haber sido la Virgen de los Remedios, lo cual indica que ya existía en 1636. 2 9 Una de las cosas que queda clara de los enlistados es que había jerarquía entre los indios que estaban trabajando en la obra. Ciertamente, los que se conocen por su nombre y tienen un oficio, como son los canteros, los albañiles y el aserrador, tenían la categoría más alta. Podemos suponer que ya tenían tiempo de haber convivido con los españoles en o cerca de Durango. Además, el núcleo del grupo trabajó constantemente todo el año. De varios de estos canteros y albañiles se dice que tienen "cuenta armada", es decir, que se les iba pagando en parte en bienes. Entre todos ellos, Domingo, el albañil, parece ser de mayor consideración, porque se dice que se le habían pagado 20 pesos en Parral; quizás estaba haciendo un trabajo allá.3° Los demás indios tienen una participación más ocasional. Como ya se indicó, muchos deben ser de repartimiento. Uno de los 27
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rollo 6, p. 346. Según un documento de 1667 fray Pedro de Aparicio terminó su vida.como misionero en Casas Grandes: Saravia, Ap;ntes, 11, p. 272 . Porras Muñoz, Frontera, p. 174: en 1650 estaba tratando de apaciguar a los indios salineros Y sus aliados. El capitán Bartolomé Juárez (¿Suárez?) de Villalba (¿Villal ta?) estuvo encargado del presidio de San Hipólito desde su fundación en 1605 hasta el 4 de mayo de 1637: ibid., pp. 2 63-264. El presidio dejó de funcionar como tal el 27 de octubre de 1685 . La lectura del apellido del capitán varía en las diferentes fuentes secundarias. Hasta ahora se tenían noticias de la imagen de la Virgen de los Remedios desde 1 644 . Justo en esos mismos años, Juan de Rivera, cantero de Zacatecas, estaba construyendo la primera parroquia de Parral: Bargellini, Arquitectura, p. 217.
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Ignacios murió en diciembre; se pagó su entierro y se cubrieron deudas que había dejado. Un grupo interesante lo constituyen los dos indios y dos indias que mandó el capitán Juárez del presidio de San Hipólito, quien había sido muy duro con los indios rebeldes. En efecto, se menciona también a un indio, Lucas, "de San Hipólito", que tal vez ayudó a traerlos. Estos indios, obviamente, pertenecían a una categoría especial, porque hubo que llegar a una decisión ad hoc de que, en efecto, iban a trabajar en la obra. Esto lleva a pensar que podrían haber sido indios de guerra. Si vemos el conjunto de lugares de donde provenían los indios que trabajaron en la obra de la catedral al principio, se puede concluir que sus orígenes eran o cercanos a la ciudad o, más bien, del sur, con por lo menos una excepción importante. Había indios de Analco, por supuesto, Y del Tunal.3 1 Santiago podría ser Santiago Bayacora,32 mientras todos los demás lugares mencionados -Atotonilco, Caponeta, Ynora, Taxicaringa y el propio San Francisco del Mezquital- están en la región más al sur, en la sierra conocida como, justamente, el Mezquital.33 Al contrario, el presidio de San Hipólito, establecido en 1605 y suprimido en 1685, que jugó un papel represor importante durante las rebeliones indígenas, estaba en la sierra, al noroeste de Durango.34 También existe la posibilidad de que el Santiago mencionado haya sido Papasquiaro, que sería una segunda excepción al origen sureño de los indígenas que trabajaban en la obra de la catedral. En cuanto a los grupos a los que pertenecían los indios, se mencionan los sinaloa, tepehuanes, xiximes. Resumiendo, se puede decir que, aunque parecen haber predominado los indios cercanos y del sur, también hubo indios de la sierra norteña, algunos de los cuales bien pueden haber sido indios de guerra. Los desplazamientos de pueblos que causó la invasión española es evidente tanto en los orígenes de los indios identificados cuanto en los muchos que son simplemente "indios", conocidos por su oficio, mas no por su origen, lo cual indica tanto integración a la vida colonial cuanto la confusión que tenían los españoles, confusión "que se pierde antes de esclarecerse", como diría Porras Muñoz.35 Pero en la obra de la catedral no estaban simplemente españoles que dirigían e indios que hacían tareas. También en 1635 1 en mayo, se habla por primera vez en el libro de fábrica de "un negro" en la obra, a quien 3
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Gerhard, North Frontier, pp. 201-202. Loe. cit. !bid., pp. 212-214. También existe la posibilidad de que se trate de Acaponeta en la Nu~va Galicia; véase la nota abajo. Porras Muñoz, Frontera, p. 159, para la rebelión -en Taxicaringa en 1618, donde los rebeldes mataron a indios cristianos. !bid., pp. 227-229. !bid., p . 72.
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después se le dice "el negro" y "el negro que echa arena". Desde agosto hay dos negros esclavos que trabajan como peones, que de pué se identifican como uno de doña María de Cárdenas, y el otro del propio canónigo Rojas de Ayora. En junio, además, se incluyen en la nómina a un mulato y a otro mulato "de don Gonzalo". La participación de estas personas, todas pertenecientes a alguien y, por lo tanto esclavos, es el inicio de una tendencia que irá en aumento.3 6 Finalmente, conviene apuntar que en 1635 se pagó a un herrero para "aderezar la lengüeta de la campana", se pidieron a México cinco varas de terciopelo azul y cinco de damasco verde, y que había en la catedral un organista de nombre Juan de Torres.3 7 Antes de pasar a 1636, veamos algunos detalles sobre otros materiales. Hay una compra de piedras de cantería a dos pesos cada una, a una tal Isabel Gixarro; seguramente eran más grandes o tenían más ornamentación que las que se pagaban a los indios canteros en medio peso. Se compran "carretadas de piedra colorada" a otra mujer, viuda y empresaria de la construcción, María de Cárdenas, la dueña de uno de los esclavos negros, que también hace una donación de un "ornamento de brocato blanco y colorado" a la iglesia. Otros materiales se consiguen de los jesuitas: 46 carretadas de piedra y 43 carretas de arena. PRIMERA ETAPA DE LA OBRA
(1636-1640)
En 1636 siguieron en la obra el maestro Simón Jorge y el sobrestante Jacinto Salazar. Ahora se estaban levantando paredes, porque hay menos erogaciones para canteros y más para albañiles y cal, y se anotan gastos de carpinteros / tal vez para andamios I pero también a un Andrés de Usiarraga 8 para labrar 1 5 vigas y cuatro soleras, así que se e~tar~a techand ~ alg_o._3 1 De los indios que ya conocemos siguen el md10 Lucas, capitan de los indios" de San Hipólito; como ya vimos, Francisco, aserrador, y Alonso Flecha, que ahora parece ser el cantero principal, porque se le paga por "las piedras que va labrando", y tiene oficiales, uno de los cuales es Ju_a n Miguel, indio cantero. Esto es interesante porque confirma que eStas mdios estaban integrados al sistema de trabajo colonial. Los demás indios mencionados son Gaspar Miguel, albañil; Lázaro, albañil; Frandsco ~ebastián, albañil; Esteban, albañil; Juan Chico, albañil, y tres sm ohc10: Pablo, "indio de la sierra", Hernando y Florencia. Además, a finales del
año se mencionan a Leonisio, indio carpintero, y a un tal Juan Miquito, sin oficio, que también podría ser indio. Naturalmente, no faltaba la "india que hace de comer a los indios de la obra". También siguen en la obra los indios identificados solamente por su origen, aunque son menos. Hay dos indios de Santiago, dos indios del Tunal, dos indios xiximes, dos indios de Taxicaringa, traídos por el "gobernador" indio del lugar, a quien se le pagó un peso, y un indio sinaloa. Se menciona dos veces a don Esteban, capitán y gobernador de Santiago, a quien se le paga por "ir a sacar gente" y para "sacar indios de la sierra". En una de las dos ocasiones se le pagan 9 pesos, así que quizá podemos pensar que había traído 18 indios. En este caso, el Santiago en cuestión es probablemente Papasquiaro. En cuanto a negros y mulatos, siguen tres que ya conocemos: un esclavo de María de Cárdenas, uno del canónigo Rojas de Ayora y el mulato de don Gonzalo. Pero ahora hay más y, lo que también es significativo es que a algunos se les nombra. Son dos los esclavos negros de María de Cárdenas que participan en la obra: Miguel y Antonio. También hay dos de Isabel Guixarro, uno de nombre Miguel. Otros tres negros son esclavos del canónigo, como ya se dijo, de Alonso López de Mesa y del maestro Simón Jorge. El mulato de don Gonzalo se llama Manuel y hay otro mulato II de morga" _39 La importancia de estas personas en los oficios, generalizada en los siglos xv11 y xvm, se confirma por un pago en el libro de fábrica de 40 pesos y 6 reales a Francisco, mulato, "para aderezar los tapices". Éste es el primer mulato mencionado en el libro que tiene oficio, probablemente de bordador, y tal vez libre. De nuevo en esta etapa de la construcción se compran piedras Y arena a los jesuitas. Además, hay pagos por cal a Luis Pérez y a Francisco Payán. También se liquidan cuentas por transporte de varios tipos: a Luis Ortiz por traer tablas, a Alonso Muñoz por traer piedra, a Cristóbal de sierra Alta, arriero, por lo mismo,4° y a un Gaspar, indio carretero. Vemos cómo hay indios también en estos oficios. Los pagos a Alonso de Morales y Pedro Rodríguez4 1 también pueden haber sido en este renglón. Para los próximos dos años, 1637 y 1638, se pueden juntar las cuentas, ya que son parecidas entre sí, y el 2 de mayo de 1638, el obispo informaba que llevaba gastados 3 6 ooo pesos y que la iglesia "está edificada más de la mitad así de sus torres como de la arquería y mampostería de sus naves". 42 Seis meses más tarde aclaró que la nave de la iglesia eS t ª39
De acuerdo con Mota y Escobar, Descripción, p. 83, había en 160 5, en Durango, So es clavos negros y mulatos. 37 El jesuita Pérez de Ribas, citado en Porras Muñoz, Frontera, p. 359, habla de órganos lkvados al Norte. ,H Esta información proviene de AHAD, rollo 6, pp. 367-406 . ,6
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No he encontrado una explicación de esta palabra, a menos que sea un apellido . rollo 6, p. 322, una hoja suelta en la que se dice que se le paga por "la saca de la piedra". Porras Muñoz, Front era, p. 359, menciona a un individuo con este nombre que era dueño de una recua; se le pagó en 16ro-1611 por el flete de unas campanas a Sinaloa. AGI, Guadalajara 63, citado en Porras Muñoz, Iglesia, p. 166.
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ba construida, pero sin cubrir.43 En ambos reportes se queja de falta de fondos. En todo este periodo hay más trabajo de cantería junto con carpintería.44 En una sola remesa se traen r 50 piedras de cantera, por ejemplo. Además, en marzo de 1637 1 se menciona un horno para hacer ladrillos. Aunque no estuviera cubierta la nave han de haberse techado otros espacios, porque son varios los carpinteros que estaban trabajando. También para r 6 3 7 y r 6 3 8 existen en el libro de fábrica varias listas sueltas, insertadas al principio del volumen, de grupos de indios que llegaban a Durango de diferentes lugares para trabajar en la obra por periodos de dos o tres meses. Seguían en la obra Simón Jorge y Jacinto Salazar. También hay otros dos individuos que no se identifican como indios o negros: Juan Gil, cantero, y Francisco de Cárdenas, carpintero. Entre los indios con oficios destacan Diego Hernández, albañil, y los canteros Juan Gaspar y Diego Felipe, a quienes se les paga r 4 reales por día, que era más que a los otros. Siguen los albañiles Juan Chico, Sebastián y Lázaro, y Francisco, aserrador. Por datos que me ha proporcionado María Luisa Reyes Landa, sabemos que Diego Hernández era de Zacatecas, donde se había casado.45 Como veremos, sería un trabajador importante en la obra. También sigue Leonesio, indio carpintero, y están otros dos indios carpinteros: José y Juan. También se vuelve a mencionar a Gaspar, indio carretero. Son muchos menos los indios mencionados solamente por su lugar de origen: hay cuatro indias del Tunal y un indio de Santiago. Como acabo de apuntar, para este periodo hay registros sueltos de grupos indígenas que venían a Durango por periodos relativamente breves para trabajar en la obra de la catedral. Las listas que se conservan son de grupos de entre ocho y veinte individuos, casi todos registrados por su nombre de pila. En tres de las rs listas se incluyen algunas mujeres. Como en 1636, se menciona a Esteban, indio gobernador de Santiago, que trae indios tepehuanes de Santiago, pero también trae indios "de la sierra del partido del Mezquital"; obviamente era alguien que se ocupaba en ir a los pueblos a traer indios para la obra. Un grupo de 10 vino con un tal Cristóbal de Lerma. Otro grupo es de indios de Caponeta, que estuvieron entre febrero y abril de 1637, mencionados con un capitán Francisco Tejeda. Entre marzo Y mayo hubo un grupo de indios mandado por el padre Diego Jiménez de la misión jesuita de San Pablo, en la sierra al oriente de Durango. 46 En julio 43 44 45
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de r 6 3 7, con un capitán José vinieron nueve indios, entre quienes se nombra a Alonso Quiviquinta, Alonso de Guaxicora, Agustín Luis Cayman, nombres que indican un origen en la zona de Acaponeta en Nueva Galicia, colindante con el Mezquital,4 7 aunque si venían a trabajar en la catedral de Durango, deben de haber estado ya en territorio de la Nueva Vizcaya. Por las r s listas que se conservan, entre mediados de r 6 3 6 y mediados de r 6 3 8, podemos ver que los periodos de estancia en Durango iban desde 2 7 hasta 67 días de trabajo, o sea, desde alrededor de mes y medí<:_> hasta tres meses. Desgraciadamente, no siempre se especifica de dónde viene el grupo. Llama la atención que en los casos de los indios de San Pablo, Caponeta (Acaponeta) y el Mezquital, que son los grupos más numerosos, los indios estuvieron en Durango entre febrero y mayo, es decir, en época de secas cuando tendrían menos que hacer en sus propias labores agrícolas. Indudablemente, esto ayudaría a que fuera más fácil convencerlos de trasladarse. También es curioso que no todos los de un grupo se quedaban el mismo tiempo o trabajaban el mismo número de días. Esto se ve en lo que se les pagaba, que era dos reales por día. Tal vez algunos huían o se le pagaba menos. Lo que sí es seguro es que se hacían pagos en especie.4 8 Por algunas listas de estos objetos, que se conservan en el libro de fábrica, sabemos que se trataba de artículos, en su mayor~a de ropa, y de algunas herramientas: fresas para labrar, mantas, huipiles, zapatos, paños, sombreros, naguas, sayal, seda torcida, hilo, cera, cuchillos carniceros y azadones. En 1637 y 1638 ya no se menciona a los indios de San Hipólito, pero todos estos grupos eran igualmente de indios de territorios de misiones, recién convulsionados por rebeliones Y por su represión. En total, las listas arrojan r 59 hombres y 9 mujeres. En esos dos años siguieron en la obra los dos negros de María de Cárdenas, un negro del licenciado Espinosa, uno de Pedro Callardo Y otros que no están bien identificados. En r 6 3 9 y r 640 hubo poca actividad. Eran menos las personas que estaban trabajando. Incluían al maestro español Simón Jorge, los indios al-
47 48
Loe. cit. Los datos están en AHAD, rollo 6, pp. 406-438. ACD, libro de entierros 1646-1669, ff. 18-18v. Véase la nota 59, infra. Zambrano, Diccionario, tomo vm, pp. 206-221. Jiménez había nacido en 1603 en Veracruz Y murió en el Norte hacia 1684. Describe la fundación en 16 3 5 de la misión de San
Clara
Pablo, de alrededor de 250 personas, entre los que estarían los 1 s indios que mandóª Durango. Aunque la zona era de binas y humas, el padre Jiménez dice que fundó el pueb~o para reducir a la "mala mezcla de apóstatas, gentiles, forajidos y bandoleros" que habia en la región. Véase también Porras Muñoz, Frontera, p. 265 1 y Gerhard, North Frontier, pp. 207-209 . !bid., pp. 56-59 . A manera de comparación, está el dato de Silvia Zavala, El servicio personal de los indios en la Nueva Espaiia, 1600-1635 1 vol. 51 2a. parte, México, El Colegio de México Y El Colegio Nacional, 19901 pp. 905-906, en 1629, en la obra de la catedral de México, sepagaban dos reales por día. De acuerdo con Eucario López Jiménez, Cedulario de 1~ Nueva Galicia, Guadalajara, 1971 núm. 1389 en el Archivo del Municipio de Zacatecas, libro 2, fol. 244, en 1609 los indios de repartimiento ganaban un real por día más comida, Y sin comida, dos reales por día. 1
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Traba;o
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indígena
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bañiles Diego Hernández y Juan Chico, el indio cantero Juan Ga par, l mulato Manuel y varios albañiles y esclavos más . Sabemo que el obi po Franco y de Luna devolvió el culto a la catedral en febrero de r 640 1 a pesar de que no estaba del todo terminada. 49 Habían trabajado en ella, además del maestro español y el sobrestante, indios con oficio establecidos en Durango, algunos llegados de otros lugares y, por lo tanto, libr , y fácilmente distinguibles de los indios de repartimiento traídos de pueblos de la sierra. Además, aumentó la participación de negros y mulatos, la gran mayoría esclavos, que seguramente hacían el oficio de peón. De vez en cuando, los documentos dejan entender que también participaban en diferentes aspectos de la obra algunos maestros artesanos con nombre y apellido, cuya identidad étnica es imposible conocer. Probablemente, como el indio Diego Felipe, provenían de lugares más establecidos y llegaron a Durango buscando fortuna.so SEGUNDA ETAPA DE LA OBRA
(1641-1652)
El obispo sucesor de Franco y de Luna, fray Diego de Evia y Valdés, trajo a un maestro arquitecto desde México para construir una bóveda sobre el crucero, en 1641.51 El maestro, clérigo y de nombre Pedro Gutiérrez Patarren, no costó a la fábrica, porque el obispo se encargó personalmente de su sustento, así que no aparece ninguna noticia sobre él en los libros que estamos examinando. Siguen siendo relativamente pocos los operarios en 1641. 52 Continúan en la obra Simón Jorge y Jacinto Salazar, lo cual indica que la competencia del arquitecto Pedro Gutiérrez era de otro nivel, y prevalecen los canteros entre los indios. A la cabeza de los indios está Diego Hernández, el albañil de Zacatecas. Se nombran, como antes, a los canteros Juan Gaspar Y Lázaro, y a un ayudante -Bartolomé. También está Diego, cantero de Analco, que es el mismo Diego Felipe que ya conocemos. Aparecen en las listas varios nombres de pila de indios, sin especificar sus oficios, así que deben haber sido peones. Una novedad es un "negro albañil", sin más señas, entre varios otros negros esclavos. Es el primer negro con un oficio que trabaja en la construcción. El único indio identificado por su origen es un Miguel, indio sinaloa. Los materiales que llegan a la fábrica son piedras y cal. libro 1, f. 49. Bargellini, Arquitec tura, p. 168. Es interesante que también en Parral en esos años llegaron perso nas dcsde el centro para la construcción, notablemente en 1635, Juan de Rivera, cantero dc Zacatccas, Y Franci sco Martín, carpintero de Chalchihuites, quienes iban a eregir la parroquia con la ayuda de 20 indios: ibid., p. 217 . A CD, libro,, ff. 62-62v, publicado completo en Saravia, Apuntes, 111 , p. 308. AHAD, rollo 6, pp. 447-451.
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Barg e ll ini
Diego, el albañil, Diego y Juan, los canteros, siguen en la obra en 1642 . Los acompañan varios negros esclavos cuya identidad es prácticamente imposible de puntualizar. El libro también habla de un don Toribio, indio gobernador de Analco, cuya función no queda clara aquí, pero después, en las cuentas de 1645, aprendemos que vendía cal. En este año no se menciona a Simón Jorge, tal vez por la presencia de Pedro Gutiérrez, aunque sigue Jacinto Salazar. Para 1643 se ve con claridad cómo los indios integrados a la vida colonial eran los obreros principales de la construcción de la catedral, pero su número ha disminuido respecto a los negros. En efecto, siguen los tres indios del año anterior junto con alrededor de diez esclavos negros, incluyendo uno del obispo. Por primera y única vez, en marzo aparece un indio tarasco, sin identificar su oficio. Es curioso que no haya más noticias de tarascos, porque se supone que habían llegado desde tiempo atrás hasta Tapia y eran artesanos notables. Simón Jorge parece estar participando con obras por pieza, ya que se registra un pago para él de dos pesos por dos cubos de cantera." 3 En una ocasión van los tres indios "oficiales a la cantera con el negro que les ayuda y trabajaron en ella tres días". La obra en 1644 no cuenta con la presencia de Simón Jorge, aunque sigue el sobrestante. También siguen Diego, Diego y Juan (el albañil Y los dos canteros), pero ahora hay también un Francisco, negro, cantero, tal vez el "que los ayuda" . Éste es el segundo negro con oficio que aparece en la construcción. Además, hay ocho peones negros. Se trae mucha "piedra grande de la cantera", también arena y cal, y se hacen ladrillos. Obviamente, se estaban levantando paredes. En 1645 regresa a la obra en forma regular Simón Jorge, a quien se le pagan dos pesos diarios, pero ahora con un negro conocido simplemente como "el negro de Simón Jorge". Siguen en la obra Diego, Diego, Juan Y Francisco, el negro cantero. Cada semana trabajan también entre tres Y cinco negros. Uno se identifica como "un negro de Topia". Es de notarse que por segundo año han desaparecido del todo los indios de la obra, a excepción de los tres que venían trabajando juntos desde 1641. Se mencionan herramientas para trabajar la cantera, algunas de las cuales son propiedad de Simón Jorge. Además, se le compra a Simón Jorge "cuero para tena tes", bateas y "lazos para atar los andamios de la bóveda"• Llegan más piedras grandes. La obra toma otras características al año siguiente de 1646. Entre febrero Y junio se hacen muchos ladrillos y, por lo tanto, se contratan peones indios, negros y mulatos. Los indios son tres (o tal vez cuatro) identificados por sus nombres de pila. Hay un negro Manuel con "su compañero" . Los ,., Era una manera de retener a los obreros, como indica otro ejemplo de la construcción de la catedral de Tlaxcala: Zavala, Servicio personal. p. 863.
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otros tres negros están identificados por sus dueños, incluyendo el de Simón Jorge, así como los tres mulatos . En abril de 1646 regresan a la obra Diego Hernández, indio albañil, con Diego Felipe y Juan Gaspar, canteros, y también con Francisco, negro cantero. En mayo, Juan Gaspar desaparece para siempre de la obra. También están Simón Jorge, a quien en julio se le sube el sueldo a dos y m edio pesos diarios porque va a hacer "las obras que se ofrezcan de madera" . Con él está su negro y otros dos negros, más un mulato, todos esclavos porque se identifican por sus dueños. Por cierto, uno es de Jacinto Salazar. Don Toribio, gobernador de Analco, parece haber tenido un negocio como materialista, porque ahora se le paga por vigas. Se traen a la obra cal, tierra y piedras chicas, y se repite que se hacen "adobes para cimbras, ladrillo para la obra". Al año siguiente de 1647, la obra estaba muy reducida. Sabemos que desde el año anterior había problemas graves de fondos para pagar a los trabajadores, ya que se habían terminado los reales novenos .5 4 Sin embargo, se hizo todo lo posible para poder seguir, porque "sería de grande inconveniente cesar y suspender la labor por la dificultad que habría en reducir y congregar otra vez los obreros por la gran falta que hay de oficiales Y que los que al presente están se han traído con gasto y trabajo" . 55 Estos trabajadores a quienes había que conservar eran Simón Jorge, a quien se le pagaban dos y medio pesos diarios; Diego Hernández, indio albañil, Y Diego, el indio cantero, a quienes se pagaba uno y medio pesos diarios; Y Francisco, negro cantero, a quien se le pagaba un peso diario. Además se mencionan unos peones. Es interesante que ahora los peones no se identifican por su raza, sino solamente por su oficio. En 1648 y 1649 están únicamente Simón Jorge, Diego Hernández, Francisco, negro cantero, y alrededor de seis peones. Se ha reducido al mínimo el trabajo. Los materiales son cal, que se compra al arriero Cristóbal, de sierra Alta, a quien ya conocíamos desde 1636, y piedra chica. En 1 650 se registran varias obras de carpintería: morillos grandes para las cimbras de las bóvedas y algunas vigas que se le pagan a Marcos Román, carpintero. Siguen Simón Jorge, Diego, indio albañil, que es el único indio que queda en la obra, y Francisco, negro cantero. Ahora aparece un Manuel, negro, albañil, que podría ser el mismo negro albañil mencionado en 1641, y el negro Manuel, de 1646. En febrero de ese año se adquirió "un velo para el Santo Cristo"S6 cuyo altar probablemente estaba en un altar del crucero del lado del evangelio .5 7 54
55
56 57
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Bargellini, Arquitectura, p. 168. ACD, libro r, Acta capitular del 20 de febrero de 1646, f. 88v. AHAD, rollo 6, p. 585. A C D,
libro
II ,
El año de 16 5 2 es importante para la historia de la catedral de Durango, porque se logró "consagrar" el altar mayor el domingo 3 de noviembre. s Las obras, por lo tanto, se concentraron en el interior. Siguen Simón Jorge, Diego Felipe, el cantero; Francisco, el cantero negro; Manuel, el negro albañil, y Marcos Román, "oficial de carpintero", pero desaparece Diego Hernández, el indio albañil que había empezado a trabajar desde por lo menos 16 37. En efecto, sabemos que murió de repente el 18 de junio. 59 También está el herrero Matías Ibargüen. Ahora también hay un negro Mateo que acarrea arena. Diego Felipe, el cantero, indio de Analco, sufrió la muerte de su mujer, 60 pero tuvo un papel central en la obra, porque labró 60 varas de piedra para las gradas del altar, que se le pagaron a peso por vara, y, más aún, "hizo la piedra de consagrar del altar", es decir, el ara que contiene las reliquias sobre las que se celebra la misa. La mesa del altar completa era: Admirable en proporción y fábrica, porque es de tres varas de largo, vara Y tres cuartos de ancho (2.5 x 1.46 m) y de grueso cerca de un palmo. Las reliquias que se colocaron fueron un hueso del glorioso apóstol y evangelista San Mateo, un gran hueso del glorioso mártir San Plácido de la orden de San Benito, un hueso de S. Inocencia mártir, otro de uno de los mártires de Arjona en la Andalucía, y otro de uno de los santos mártires de Agred~. 61
Además del altar, se hicieron celosías para las ventanas y las puertas principales de madera de mezquite, que Toribio trajo a la iglesia sin cobrar Y que cortaron dos indios. Se mencionan las puertas de la sala de cabildo Y de las sacristías. También se mencionan "clavos para aderezar el púlpito", "encerados en las ventanas" y una ventana en la bóveda. 58 59
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Acta capitular del r 3 de octubre de r 676, f. r r 5v, y
ACD,
libro
Clara
1,
f. r 53-
Bargellini
rollo 6, pp. 570-5 77 . . Agradezco a María Luisa Reyes Landa la siguiente transcripción del libro de entierros l646-1669 1 Archivo de la Catedral de Durango, H. 18-18v: "Diego indio. En 18 días del mes de junio de 16 52 años murió Diego indio maestro de la obra edificio de est a santa iglesia catedral tan acceleradamente que solo le absolví por la bulla Y admini st ré el 5t~· Sacramento de la extrema unción. Era casado en la ciudad de Zacatecas, enterrélo de limosna en esta santa iglesia cathedral." Firma Nicolás de Hita Ossorio (teniente de ~ura). Agradezco a María Luisa Reyes Landa la s1gmente . . · · , de¡ ¡1·bro de entierros transcnpc10n . de la Catedral de Durango, f. 19.. "F ranc1sca · 1·ndia · En dos r646-1669 , Archivo . días del · 1· d · · · · d. · 1 ·t·ma de Diego ind10 Maestro d mes e JU 10 e 16 52 años muno Francisca m ia, mu¡er eg1 1 de cantería, sub communione ecclesiae catholicae, administróle el sacramento de la Penitencia el L. do P. Juan Deyaseve Presbítero y yo el theniente de cura, los santos ~acra. , y extrema unc10n. . . No testo, porque no tubo de que , enterrela en mentas d e 1a Euchanstia esta santa iglesia cathedral." Firma Nicolás de Hita Ossorio (teniente de cura). A CD, libro I Acta capitular del 12 de noviembre de 1652, H. 148-r48v, publicado com' . Apuntes, m, pp. 3rn-312. Hay que recor dar que Evia y Valdés era be1 peto por Saravia, nedictino.
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En esta etapa de la construcción se consolida, por una parte, la participación destacada de maestros indios en la obra, mientras va de apareciendo el trabajo de repartimiento. Por otra parte, aumenta notablemente la participación de negros y mulatos, algunos ya maestros. Al mi mo tiempo se nota que hay menos interés en distinguir entre unos y otro en los documentos. La llegada de un maestro arquitecto de México hizo posible calcular Y planear la construcción de una bóveda, quien ayuda a percibir el grado de menor competencia de Simón Jorge. La celebración para la dedicación fue una fiesta en forma que duró toda una semana desde el 2 hasta el 9 de noviembre. Incluyó "fuegos y luminarias los 8 días, dos castillos, un gigante, árboles, toros y otras cosas". A~e~tro de la iglesia hubo música de guitarra y arpa. Al arpista y a cinco mm1~:reles se les pagaron los ocho días . Por supuesto, esa semana no se traba¡o en la obra; todos seguramente participaron en la fiesta. Desde marzo, el obispo había enviado una relación a España pidiendo la prolongación de la merced de los novenos reales e informando cómo era la iglesia: EStá acabado todo el crucero con su cúpula o cimborrio, la capilla mayor con otras dos colaterales, dos sacristías y trasacristías con la Sala Cabildo en medio de ellas, dos puertas de cantera en los dos cos:ados, con tal disposición en las luces Y ventanas que ilustran y alegran grandemente el edifico. Es el crucero anchuroso Y capaz, porque tiene 12 varas de cuadrado, por todas 4 partes Y desde el brazo al otro, hay 29 varas de largo y 12 dichas de ancho. Actualmente quedamos labrando las gradas y púlpitos de la Capilla Mayor, para colocar el Sagrario y mudarnos hacia allá. Sobre el cimborrio de la parte de afuera asientan dos bolas de cobre doradas, sobre una base de cantería que las mantien e, d e d.iametro 5¡4 y la otra tres y remata una cruz que las atraviesa y ase~ura, en debida proporción ancha y dorada, colados los brazos, para que no resiS t a ni la mueva el aire. Por la otra parte de adentro pende un florón de 2 varas de diámetro, en forma de rosca gruesa, con variedad de carteles. Certificamos ª V. M. sin encarecimiento alguno, que está el edificio con tanta majestad y grandeza que pued e contarse en e1 numero , . . de los mayores y meJores de estos remos · Basta pros egmr · l as torres que al presente estan , en dos cubiertas, . 0 por lo menos una, labrar la portada principal, coronar toda la iglesia de pirámides Y cornisas, las puertas de madera, los retablos y el coro que es fuerza sea c0st0 so, todo por _la falta de oficiales y de madera a propósito. 62
r to del t ech ra de artesonado de madera . Como indiqué al principio, el ancho d 29 vara jque era el largo del crucero, como dice el documento) e el mi mo que todavía tienen las tres naves principales de la catedral. La bóv da o cimborrio quedó en existencia hasta poco antes de mediado d 1 iglo x 111 , cuando se hizo la cúpula actual. 6 3 Las paredes externa de la cat dral actual corresponden a las capillas laterales que fueron añadida en el iglo xv111, así que las únicas partes que se conservan que pueden er d la con trucción en la que trabajaron Simón Jorge, Diego Hernández, Diego Felipe, Juan Gaspar y Francisco, son las paredes de cantera que en el interior de la catedral delimitan las capillas de los cubos de la torr añadidas a finales del siglo xv11. Estas paredes corresponden a la fachada de la catedral cuyo altar, de cantera tallada por Diego Felipe, fu e dedicado en noviembre de 1652. Podríamo dejar la construcción en este momento de celebración y logros. Sin embargo, ya que lo que nos interesa son las personas que estaban trabajando, vale la pena seguirles un poco más los caminos, porque su trabajo no e acabó en r 6 ~ 2, pues todavía faltaba terminar la portada y otras cosas. Se puso mano a la portada hasta el año r 6 57, por decisión del arcediano Francisco de Rojas Ayora, que había sido mayordomo al inicio de la construcción.6 ~ Participaron en este último esfuerzo el maestro Simón Jorge, los canteros Diego Felipe, indio, y Francisco, negro; Manuel, negro albañil; Marcos Román, el carpintero; Matías Ibargüen, el herrero,6 5 Y dos peones, sin más identificación. Simón Jorge estaba dirigiendo la saca y el corte de la cantera y estaba poniendo las piedras de la portada de la iglesia; se mencionan pedestales y cornisas. Diego Felipe estaba cortando "las basas y pilares" con Francisco y Manuel. La portada, al parecer, nunca se terminó del todo, 6 6 pero es patente la conformación ya total del sistema colonial de trabajo en la construcción. El español está a la cabeza Y los indios y negros están trabajando juntos, y en los documentos muchos veces ni se especifica el origen racial de cada uno de ellos. Es posible conocerlo solamente porque se puede seguir el proceso en los documentos. En septiembre, Diego Felipe se lastimó una mano "con una pie-
61 6 -1
La iglesia era de tres naves, de las cuales la central era más alta que las laterales, Y tenía un crucero coronado por una bóveda al centro, mientras el 6'
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Evia Y Valdés al rey, 13 de marzo de 1652: AGI, Guadalajara 63, citado en Gallegos, Durango colonial, 19601 pp. 172-173.
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Bargellini, Arquit ec turn , pp. I 77-178. "Habiendo propuesto dicho Arcediano Francisco Rojas Ayora las necesidades de eS t a Santa Iglesia Y el estado en que se halla de pohreza y falta de ornamentos Y estar dado principio a la portada principal que conviene ponerla en perfección y así mismo las torres, sillería ele\ coro y halaustres y lo demás del adorno y culto divino, y que sería hien Y conveniente proseguir en la obra, elijo que su voto es que se prosiga en ella Y que·el gaS t o se haga del dinero que pareciera convenir": AC D, libro 1 , Acta capitular del 13 ele febrero ele 1 65 7, ff. 1 24-1 24 v. Para este personaje, véase Saravia, Apunt es, 1v, 57-7 2. El herrero Matías de Ibargüen fue enterrado de limosna el 1 de octubre ele 1664: AHAD , rollo 7, p. 57. ¡·¡ A CD, 1 ,ro ll , f. 49v.
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dra que estaba labrando" y tuv_o que dejar de t~abajar u~- tiempo'. pero se le dio alguna compensación. Fmalmente, se hizo tamb1en trabaJO en las azoteas se encaló la capilla del sagrario y se echó "suelo de hormigón en la trasa~ristía, sala de bautisterio y delante la capilla del sagrario". Hasta después del 20 de agosto de 1682, cuando un rayo cayó en la bóveda sobre el altar mayor, no se iban a hacer más obras importantes a la estructura de la catedral. En aquel entonces vino el maestro Pedro Pablo, de la parroquia de Sombrerete, para revisar los daños. El encargad_o de hacer "lo que el maestro dijera" era "Manuel el negro esclavo de la iglesia", viejo y sordo, que entendió lo que se le decía "porque se le habló alto". Quizá era Manuel, negro albañil, el primer negro con oficio que empezó a trabajar en la obra en 1641. 67 CONSIDERACIONES FINALES
En resumen, hemos visto que la primera catedral de Durango fue obra de un ma·estro cantero y carpintero español, y de maestros albañiles y canteros en su mayoría indígenas y probablemente no de origen local. Al maestro le ayudó por un breve periodo un maestro arquitecto más experto y conocedor del cálculo de bóvedas, mientras que a los maestros indígenas se sumaron unos cuantos maestros negros y mulatos y los esfuerzos de muchos indios, negros y mulatos que sirvieron en la obra como peones. Todos los hechos que hemos visto se insertan dentro de varias historias. Una es la que he seguido más aquí, que es la historia de la integración indígena a la vida colonial en Durango, en cuanto ejemplificada en la principal obra de arquitectura de aquella época. Otra podría ser la historia del trabajo en el Norte sobre la que hay algunos estudios a los que estos datos pueden anadir algo. 6 8 Otra historia es la del papel de los indígenas en la creación de la arquitectura colonial. Con unos comentarios sobre este punto voy a terminar, porque está más cercano a mis intereses 67
68
580
Libro de fábrica 1682-17 0 41 AHAD, rollo 7 , pp. 99 . 129 . Aparte de su interés para la historia de la catedral de Durango, estos datos son importantes para la historia de la parroquia de Sombrerete, cuyo maestro era hasta ahora desconocido. Véase Bargellini, Arquitecwra, pp. 249-250. Entre los estudios recientes están: Águeda Jiménez Pelayo, "Condiciones del trabajo de repartimiento indígena en la Nueva Galicia en el siglo xv11 11 1 Historia Mexica na, 15 1 , 1 989, pp. 455·470; Chanta! Cramaussel, "Encomiendas, repartimientos y conquista en Nueva Vizcaya"; Susan Deeds, "Trabajo rural en Nueva Vizcaya: fom1as ele coerción laboral en la periferia"; José Cuello, "La adaptación de los indios del noroeste ele México a los sistemas de trabajo españoles con referencia a Chihuahua en el siglo xvu "; los tres en Actas del Primer Congreso de Historia Regional Comparada, 1989 1 Ciudad Juárez, 1990, pp. 139-196.
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y porque creo que nadie hasta ahora ha hecho un análisis de un proceso
con tructivu colonial como el que pude hacer aquí. Aparte de los datos puntuales sobre maestros y obras que proporcionan los libros de fábrica, resulta muy interesante poder seguir la obra Y a los que trabajaron en ella a lo largo de un tiempo. Aunque hay lagunas en la información, hemos visto cómo es posible seguir las carreras del maestro, pero también de algunos de los trabajadores que solamente conocemos por su nombre de pila. Además, la existencia de una notable documentación paralela en el caso de la catedral de Durango -libros de cabildo, correspondencia con España, etcétera- ayuda a relacionar los datos d~l edificio con los datos de los trabajadores. Finalmente, el proceso de la pnmera catedral de Durango tiene la ventaja de no haber sido tan complejo, pero, al mismo tiempo, de haberse llevado a cabo durante un periodo en el cual hubo bastantes cambios en la ciudad y sus alrededores. No es fácil que exista esta combinación de factores para la historia de una construcción, aunque seguramente habrá otros casos. Hasta a~ora, sin embargo, este tipo de estudio no ha sido de interés para la ~ayona ~e los historiadores de la arquitectura virreinal, para quienes los libros de fabrica son únicamente fuentes de informaciones puntuales. 69 Por otra parte, ha sido un lugar común repetido por muchos historiadores ~u~ 1~ influencia indígena, de alguna manera ligada a las culturas preh1spamcas, se manifestó de manera importante en obras arquitectónicas no solamente en el siglo XVI, sino también en los siglos posteriores. . Ya no existe prácticamente la catedral de Durango construida por Diego Hernández y Diego Felipe junto con sus compañeros indios, negros Y mulatos, bajo las órdenes de Simón Jorge, así que no podemo~ basarnos en sus formas y apariencia para explorar este punto. Lo que s1 _podemos decir es que estos constructores eran personas integradas al sistema ~olonial. Es difícil concebir que un indio como Diego Hernández, por e¡em69
Hay excepciones importantes. Entre ellas está George Kubler, The Religious Archit~ctu. . re o/ New Mex1co, Colorado Spnngs, Taylor Museum, 1940; Y A rqui·tectura mexicana ., d el siglo xv1 1 México, FCE, 1983 jprimera ed. 1948); ambos libros dedican atencwn ª los • z ava 1a, una e tapa en la construcprocesos ele construcción y a la mano de obra. S1.1v10 ción d e la ca tedral de México alrededor de 1585 1 México, Colmex, 198 2, proporciona la • · do breve para clocumentación relativa a esa obra, pero el penado estu d.ia d o es demasia . pocler percibir cambios en la composición racial ele la mano de obra, ni se puede relacwnar
. . . mismo. . · · to están los estudios. de 1a mano de obra con el ed1hc10 Para e1 N arte de 1 v1rrema . . • · Mard1th K. Schuetz, "Professional Artesans m the H1spamc sout h wes t" , The Amencas . . . · T exas, en el siglo XVIII· Y Bml40, 1983, pp. 17-71 sobre las m1s10nes de San Antomo, 1
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. . . . 1769-1 8 50, S ou th w estern Mission Research d mg and Bu1lders in Hispam.c Califorma , . , · preservation · Santa Barbara, C enter, Tucson, Anzona, y Santa Barbara Trust for H 1s• t onc . California, 19941 que es el estudio más cuidadoso que conozco sobre eS t ªs cueStlOnes. Sin embargo, para ningún edificio en ese estudio existe la combinación de factores que
encontramos en el caso ele la primera catedral de Durango.
Trahai o
indi gena
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l a prim e ra
cate dral
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Duran go
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plo que es el que mejor podemos conocer porque tenem os su act a de entie;ro, llegado a Durango desde Zacatecas_por qui én sa~ e q~é carr:iinos, además de quién sabe qué origen, haya podido tener una 1denudad a1 en a a la conceptualización española acerca del indio colonizado . Otra tal vez sería la situación de algunos de los indios que llegaban traídos más o m enos a la fuerza a trabajar en la catedral, pero para ellos no había más papel que el de peón, así es que nunca vamos a saber nada de sus capacidades creativas a través del estudio de la arquitectura colonial. Por otra parte, Diego Hernández, Diego Felipe y Juan Gaspar, al trabajar juntos y al convivir, como seguramente lo hicieron en un lugar chico como lo era Durango en aquellos años, deben de haber desarrollado una cierta comunidad de gustos, capacidades y vivencias . Por supuesto, todo lo que hacían en la catedral estaba basado en los modelos y las ideas que podía enseñarles Simón Jorge o Pedro Gutiérrez, durante el poco tiempo que estuvo, 0 también las explicaciones de los obispos Y cur~s que estaban al pendiente de lo que se hacía en la obra. A lo largo del tiempo esta convivencia entre sí y con las ideas, modelos y personas venidas de Europa y reelaboradas en la Nueva España, tenía que resultar, como de hecho resultó en una arquitectura inmediatamente reconocible como novohispana, e; decir, como producto de la situación específica de vida Y trabajo de la colonia. · Es difícil pensar que esta arquitectura tuviera nexos con las_ cu~turas prehispánicas, ya que, para indios como los que fue~on_l~s pnnc1pales obreros de la catedral de Durango, sus orígenes preh1spamcos deben de haber quedado muy remotos. Sin embargo, su trabajo debe haberse nutrido de su vivencia como indios colonizados, con conciencia de ser diferentes de los españoles, aunque igual de cristianos, por supuesto_. Ju_s tamente su integración era la condición para que, si no ellos, sí las s1gmentes generaciones, tuvieran la posibilidad de jugar con las reglas Y alterar los modelos importados. Ésta sería la conciencia cuyo desarrollo para finales del siglo XVII es patente y generalizado y que está detrás de obras como la actual catedral de Durango. A esa etapa de la vida novohispana corresponde la posibilidad de volver la mirada tanto hacia el pasado prehispánico como al contexto contemporáneo. Así sucedió, efectivamente. Pero el examen de esta nueva realidad nos aleja demasiado de lo que fue su semillero en los siglos xv1 y XVII.
C A ZADORES-RECOLECTORES EN LA BAJA CALIFORNIA M ISIONAL: UNA TRADICIÓN CULTURAL EN CRISIS
Ignacio del Río In s tituto de Investigaciones Históricas ,
UNAM
En esta ponencia m e refiero al proceso de contacto que existió entre los cazadores-recolectores de la península de California y la población inmigrante de cultura europeocristiana que se fue asentando en dicha península desde fin es del siglo xvu. El análisis que aquí hago de dicho proceso supone la asunción de varios principios teóricos generales, de los que quiero hacer explícitos los siguientes: r] el hombre es un ente de cultura, es laposesión de una cultura lo que lo distingue y define como hombre; 2] las culturas proveen a sus portadores de elementos para contender con el medio natural y para convertir éste, de un modo más o menos precario, en un hábitat humano, y 3] las culturas particulares son siempre sistemas abiertos, Y por lo tanto, dinámicos, pero resultan históricamente viables sólo hasta el punto en que su transformación no cancele irreversiblemente su eficacia como instrumentos de sobrevivencia de las sociedades que las portan. El proceso de contacto interétnico al que me referiré se dio bajo una serie de condiciones específicas que quiero puntualizar en seguida, para dar así sustento a las consideraciones que haré más adelante. Antes de que se iniciara la ocupación colonial de la península de California no existían en aquella porción del continente americano más que grupos humanos que vivían de la recolección, la caza y la pesca. No quisiera comprometerme en un cálculo sobre el tamaño de la población aborigen existente en Baja California hacia el tiempo en que ahí se inició el contacto hispano-indígena . Diré tan sólo que quienes se han ocupado en indagar sobre este punto -Sherburne F. Cook, por ejemplo- ofrecen cifras que exceden los cuarenta mil individuos. 1 Todos esos pobladores se agrupaban en bandas cuyo número total tampoco es fácil determinar, aunque no faltan referencias documentales sobre las bandas que poblaban originariamente ciertas localidades. Sabemos, por ejemplo, que en un territorio de unos 120 km de largo Y una anchura máxima de 50 km, donde se asentaron las misiones de Loreto Y San Francisco Javier, se localizaban en un principio 29 bandas. 2 En la zona co-
' Vid . Sherburne F. Cook, Th e Extent and Significance of Disease among th e Indians of Baja California , r697 -17 73, Berkeley, The University of California Press, 1937 (Iberoamencana, 12), p . 14. 2 Francisco María Píccolo, Inform e del estado de la nueva cristiandad de California 17_º 2 Y otros d oc um entos. Ernest J. Burrus (comp.), Madrid, José Porrúa Turanzas, 196 2 (Chimalistac, 14), pp. 53-56.
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Bar ge llini
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marcana de la misión de La Purísima Concepción, muy amplia por cierto, se hallaban dispersas 32 rancherías, cuyos respectivos paradero principales se hallaban separados por distancias que iban desde r hasta ro leguas,3 esto es, desde 5 hasta 50 km. Creo que es necesario pensar que los territorios de recorrido se conformaban en todo caso alrededor de los nichos bióticos de mayor potencialidad para la recolecta y que pudo haber áreas que por sus condiciones fisiográficas no eran objeto de una ocupación humana estable y que permanecían, por lo tanto, como tierra de nadie. Respecto de las posibles extensiones de los territorios de recorrido considero que hay bases para proponer, con las debidas reservas, un rango que iría de los 20 a los 150 km 2 • Según un testimonio de principios del siglo xvm, las bandas de cazadores-recolectores de la Baja California -a las que los misioneros se referían como "rancherías"- comprendían de 20 a 50 familias; 4 podemos suponer que eran unidades sociales formadas por 200 individuos o menos. A los ojos de los observadores externos, esas "rancherías" aparecían como claramente identificables, más que por los vínculos de parentesco que existían entre sus miembros, por el hecho de que cada grupo tenía un territorio de recorrido propio cuya extensión, decimos nosotros, estaría seguramente determinada por el tamaño de la banda y la disponibilidad de recursos naturales. Esta forma de organización en pequeñas unidades sociales ostensiblemente diferenciadas y autónomas, típica de los cazadores-recolectores, cumplía, entre otras, la función de regular la distribución de la población en el espacio. Tanto los mecanismos de cohesión del grupo como las relaciones intergrupales -entre ellas, las fricciones fronterizas- debieron tener una relación funcional con la necesidad de preservar, por un lado, la exclusividad en el aprovechamiento de los recursos naturales en cotos determinados y, por el otro, la estabilidad de la división territorial. Esta doble necesidad que señalo resulta de obligada consideración cuando se trata de comprender formas, contenidos y funcionalidad de las culturas de los californios -yo diría que las de todos los grupos de cazadores-recolectores-, y así también cuando nos proponemos analizar los cambios que esas culturas experimentaron al presentarse una situación de contacto interétnico como la que ahora referiré. El año de r 697 se inició en la península el proceso de fundación de misiones. En un principio, y, hasta 1767, fueron establecimientos administrados por jesuitas. Durante esos 70 años llegaron a fundarse 17 centros mi~ionales, de los que, al tiempo de la expulsión de los jesuitas, sólo 3
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Carta del padre Nicolás Tamaral al visitador [1730], México, Archivo General de la Nación, Historia, 21 1 f. 165v-167v. Píccolo, op. cit., p. 63 .
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quedaban 14. · Estos centros se diseminaban sobre dos tercios de la superficie peninsular, de de Los Cabos hasta un poco al sur del paralelo 30, la~ titud norte . La mi iones establecidas quedaron a cargo de misioneros franciscano de 176 a 1772 1 y luego de misioneros dominicos. Los franciscanos hicieron una nueva fundación misional al norte de los territorios en que habían actuado los jesuitas; 6 los dominicos, a su vez, fundaron nueve establecimientos misionales en la parte septentrional de la península, hacia la costa del Pacífico.7 Hago mención de todas estas fundaciones hechas por religiosos porque fue en e o asentamientos de carácter misional donde se inició y estableció el contacto hispano-indígena. Desde el momento de su fundación, las misiones se convirtieron en polos de atracción para la población autóctona y, con el paso del tiempo, en formaciones sociales definitivamente hegemónicas en sus respectivos ámbitos locales. El reparto de alimentos fue un recurso utilizado por los misioneros para atraer y retener a los indios en la misión el mayor tiempo posible. Que los indios asistieran al pueblo propiciaba las tareas de evangelización, con todo lo que esto implicaba: cambios en la mentalidad Y, por supuesto, en la práctica social de los naturales. A los californios se les ganaba la voluntad "por la boca" -es decir, con alimentos-, hasta el punto de mantenerlos rendidos y fuertemente ligados a la misión. Un misionero reconocía que a esos indios se los conquistaba esencialmente con el maíz. 8 No se tome esta indicación que hago como un intento de apuntalar la idea de la "conquista pacífica" o de ignorar el papel que en esto desempeñaron las fuerzas militares, que nunca llegaron a ser muy numerosas, pero que fueron, sin duda, suficientemente efectivas. Es obvio que al indio californio, al cazador-recolector, se le podía retener en la misión en la medida en que hubiera recursos con que alimentarlo. Para ello servían la producción local, por lo común muy limitada dadas las condiciones naturales del territorio peninsular, y los bastimentes llevados de fuera. En los principios de la conquista, los misioneros se Vid. Ignacio del Río, Conquista y aculturación en la California jesuítica, i697-I?~ 8, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1984 (Serie Historia Novohispana, 32), p. 66. 6 Francisco Palau, Noticias de la Nu eva California, 2 vals., México, Imprenta de Vicente García Torres, r 8 57 (Documentos para la Historia de México, cuarta serie, vr Y vn), vol. 11 pp. 170-175 . . ' 7 Vid . Peveril Meigs, m, La frontera misional dominica en Baja California, traducció~ d_e Tomás Segovia, prólogo de Miguel León-Portilla, notas de Carlos Lazcano Sahagún, Mexico, SEP, Universidad Autónoma de Baja California, 1994 (Baja California: Nuestra HiS t oria, 7) 1 pp. 6 3. 93 . 8 Ignacio María Nápoli, Relación del padre .. . acerca de la California , hecha en el año de I 721, edición y nota preliminar de Roberto Ramos, México, Jus, 19 S8 (Documentos para la Historia de Baja California, 2) 1 p. 12.
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Cazadores-r ec ol e ctores
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habían propuesto sustentar a todos los indios "que se jun taban en los pueblos, a trueque -apuntó un cronista jesuita- de qu e n o viviesen va gantes por los montes y pudiesen ser instruidos en la fe'';9 pero el h echo de que las misiones, aun cuando hubiesen desarrollado una producción agrícola local, no se dieran abasto para mantener sino a cortos grupo de n ativos, demostró con absoluta evidencia que los pueblos form ados en la península alcanzaban muy pronto un límite crítico de crecimiento. El contacto con la misión hacía posible que los indios, adem ás de er evangelizados, fueran adiestrados en labores agrícolas, pecuarias y artesanales, integrándose así a las tareas productivas . Como no toda la población indígena podía permanecer a un tiempo en la mi sión, ese adi es tra miento e incorporación al trabajo productivo propio de las sociedades sedentarias se efectuaban de modo intermitente. Con el propósito de n o p~rder el contacto con todo el conjunto de rancherías adscritas a cada misión, los padres jesuitas establecieron un sistema que llamaré de visitas alternadas. Consistía en que un cierto número de rancherías asistiera a la misión durante un periodo de regularmente una semana, cumplido el cu al esas rancherías se retiraban a sus zonas habituales de residencia, dándose así la oportunidad de que otro conjunto de rancherías pasara a la misión a cumplir su periodo semanal. Los jesuitas establecieron dicho sist ema Y, en su momento, lo siguieron también los franciscanos Y los dominic o~. Señalo que fue táctica común de los misioneros hacer qu e los californios dejaran en la misión y al cuidado del respectivo ministro a los niñ~s que hubiesen cumplido los seis años. Esos pequeños pobladores eran ahmentados en la misión durante algunos años, en el curso de los cuales se procuraba instruirlos en las cosas de la vida cristiana. Los niños catecúmenos permanecían en el pueblo hasta que, llegados a la pubertad, se reintegraban a sus comunidades de origen. En las misiones peninsulares podían distinguirse dos tipos de habitantes: un reducido número de pobladores fijos, que eran el sacerdote, uno o dos soldados con sus familias y algunos californios, entre los que se contaban los que ya eran trabajadores domésticos y los niños qu e es t aban bajo el cuidado directo del misionero; y una población flotante form_ada por indios que visitaban temporalmente la misión, que eran l~s m as Y que, como he dicho, luego de pasar unos días en el pueblo volv1an a su s territorios de procedencia. A la larga, toda la población indígena ~e cad_a una de las circunscripciones llegó a estar vinculada con su respectiva misión, pero no toda pudo quedar "reducida a pueblos". He podido est ablecer que, hacia 17551 tan sólo el 29 _9 por ciento de la población autóctona del área de misiones se hallaba asentada más o menos de fijo en los pue9
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Migu el Ven egas, N oticia de Ja California y de su conquista temporal y espiritual ha sta el tiempo presente, 3 va ls., M éxico, Layac, 1944, vol. 11 , p . 158 .
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blos; esa población sumaba alrededor de 1 800 individuos. El resto de los cat ecú men o cali fornios - a la sazón unos 6 mil individuos- sólo tenía cortas e t an cias en las misiones y seguía manteniéndose, la mayor parte del año, de la caza y la recolección. 10 Un h ech o qu e es n ecesario señalar y que plantea desde luego un problem a de an álisis histórico-antropológico es que, a raíz del establecimiento de las mision es, la población indígena peninsular empezó a disminuir drástica e irrem edi abl em ente. Aun si pensáramos que resultan inciertas las cifras globales de población que aparecen, ya en testimonios históricos directos, ya en es tudios modernos, bastaría considerar algunos recuentos de carácter local para convencernos de que en tiempos de las misiones los indios se fu eron acabando de manera acelerada. Pongo un par de ejemplos a título m eramente ilustrativo: hacia el año de 1730, la misión de La Purísima Concepción tenía bajo su férula 1 496 indios, 11 población qu e, 30 años m ás tarde, se había reducido a tan sólo 295 individuos¡12 por su parte la misión de San Francisco de Borja registraba en 1762, año de su fundaci ón, una población de 2 059 indios,1 3 de los que, poco más de 20 años después, sólo subsistían 666. 14 Una pregunta se vuelve ineludible a la vista de estos datos: ¿por qué se produjo tal derrumbe demográfico en la Baja California de las misiones? Diré a propósito de esta cuestión que hay factores causales que resultan ostensibles y que deben ser tomados en debida cuenta. Es evidente, por ej emplo, que las enfermedades que llegaron a la Baja California con la población forastera (viruelas, sarampión, sífilis, entre otras) causaron una gran mortandad entre los aborígenes. Sabemos de la difusión de esas enfermedades en la península y de la severidad con que afectaron a amplios sectores de la población nativa. Sin embargo, de ello me parece que sería simplista sostener que la disminución de los californios se debió exclusivamente a las epidemias. Lo mismo podría decir respecto de la violencia directa que el sector armado de los inmigrantes ejerció contra los californios, que acumuló desde luego un saldo rojo que a la larga se debe reconocer como significativo, pero que no llegó a ser totalmente aniquilante. De efectos todavía más generales y definitivos, fue el impacto que las misiones -con sus hombres su cultura sus formas de vida, su emergen-
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R10 ' , op. cit. , pp. 140-1 43 .
Carta d el padre Nicolás Tam aral al visitador [1730], M éxico, Archivo G en eral de la Nación, Historia , 21, f. 169 . · Noticia d e la v isita de l pa dre Ignacio Lizassoáin. .. , Austin, Biblioteca de la Universidad de T exas, Col ección W. B. Stephens 47, f. 1-3.
"Idem . 1.1 Inform e d e fra y Andrés So uto: San Borja, 17 83, M éxico, Archivo General de la Nación, Provin cias Int ern as 1, f. 352.
Cazad o r es -r eco l ec t o r es
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cia como polos de atracción y dominación- tuvieron en la orga n izació n social y en la cultura de los californios. Sobre este problem a h ablaré en el tiempo que me queda. Para los cazadores-recolectores de la península, el acces o a la cultu ra de las misiones por supuesto estuvo abierto, aunque las a dquisicio n e culturales tuvieron siempre la marca de lo que, parafraseando a Fo ter, llamaremos una "cultura de conquista" . 1 s Ahora bien, ese proceso de acceso a la cultura de las misiones tuvo como contraparte el desprendi miento paulatino de los californios respecto de una serie de ra sgo o com plejos de rasgos que eran propios de su tradición cultural y, algun os de ellos, altamente funcionales, que respondían con eficacia a sus n ecesidades básicas de cazadores-recolectores. No habría tiempo para de tallar aquí las distintas pérdidas culturales que experimentaron los californios y que p~eden ser plenamente documentadas, así que tan sólo diré que esas pérdi~a~ se produjeron por un desplazamiento provocado por los rasgos adqmndos o por un prolongado desuso. El hecho, ya señalado, de que buena parte de los niños californios viviera en la misión durante varios años quizá los más importantes dentro del proceso de asimilación de la cultu~ ra de sus congéneres, debe hacernos pensar que el inevitable reemplazo generacional contribuyó continuamente a empobrecer las tradicione c~lturales autóctonas. Hemos de considerar que, en la medida en que perdieron rasgos o segmentos de rasgos funcionales, sobre todo los relaciona dos con la organización social, las culturas autóctonas también se fueron desarticulando, esto es, experimentando un creciente debilitamiento de su unidad orgánica. En otro trabajo examino todo este proceso con el detalle al que aquí no puedo llegar. 16 Pero, aprovechando la ocasión de este foro, quiero hac~r un señalamiento que me parece de la mayor importancia y que, a decu verdad, apenas quedó insinuado en el otro trabajo. . Desde que los fundadores de misiones penetraron en un nuevo territono Y empezaron a tener contacto con las distintas rancherías del rumbo, se alteraron por lo menos algunas de las rutinas de movilización de la ~oblación autóctona. En uii principio eran los misioneros y sus acompanantes los que acudían a los parajes propios de cada ranchería, para que se produjera ahí el primer reconocimiento mutuo y los indios se acostumbraran a la presencia e índole del grupo forastero. Entonces se hacían intercambios de regalos, en su mayor parte de especies alimenticias. Pero una vez fundada una misión, e impuesta como regla la distribución de 15
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C~r. George M. Foster, Cultura y conquista. La h eren cia espafj oJa ele Am érica, tradu cCIOn de Cario Antonio Castro, Xalapa, Universidad Veracruzana, 1962, 470 pp. (Bihli otee~ de la Facultad de Filosofía y Letras, 14). Rw, op. cit.
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maíz a lo indios que se acercaban al establecimiento, las rancherías tendían a salir de sus territorios de recorrido para hacerse presentes en la miión. E os de plazamientos, seguramente inusuales entre los cazadores-recolectores, podían llegar a ser de grandes distancias. Para visitar la misión de Loreto, por ejemplo, la gente de una ranchería llamada Lopú tenía que recorrer una distancia de aproximadamente 7 5 km y atravesar los territorios de recorrido de tres o cuatro rancherías distintas. Tales movimientos, que en un principio no dejaban de ocasionar fricciones entre las bandas deben haber constituido desde luego un factor de relajamiento en la~ fronteras de los territorios de recorrido. Hay que admitir que la misión obró como una fuerza centrípeta cada vez más incontrastable, que, sin embargo - por lo que hemos explicado anteriormente-, no tuvo el efecto de concentrar extensiva y definitivamente a la población autóctona en los centros misionales. Así, la movilización poblacional provocada por la existencia y el funcionamiento de las misiones, orientada alternativamente hacia el centro misional y hacia la periferia, hizo que la división más o menos fija del espacio, vital para los cazadores-re.colectores, se volviera cada vez más imprecisa e inestable. Otro proceso paralelo a este que he mencionado es el de la continua descomposición y recomposición de las unidades sociales básicas de los c~zadores-recolectores. El trato discriminatorio que solían tener los miswneros con los indios, que consistía en favorecer con raciones alimenticias a los nativos que mostraban una mayor sumisión y excluir de los repartos a los que parecían reacios a obedecer, suscitó ya, desde un principio, divisiones internas y un consecuente debilitamiento de la cohesión del grupo . Obraron en el mismo sentido muchos de los cambios inducidos o promovidos por los misioneros, como la paulatina sustitución de los líderes tradicionales de las comunidades o el abandono de algunos de los rituales que contribuían a afirmar los lazos comunitarios. Muchos de estos cambios tenían, sin duda, efectos colaterales en la cultura de la población receptora. Podemos pensar, por ejemplo, que, al alejarse de ciertas formas de promiscuidad y adoptar poco a poco el matrimonio monogámico, los californios debieron experimentar cambios co.n secuentes en los sistemas de parentesco, los valores de jerarquía social, las estructuras internas de poder Y las bases sociales de la actividad económica. Con el establecimiento de las misiones también se propiciaron cambios muy importantes en las relaciones intergrupales. El solo hecho de que diversas rancherías convivieran en la misión 1 aunque fuera por poco • tiempo, debe haber contribuido a reducir antagonismos tradicionales Y a abrir cauces para la interpenetración social de los grupos. Con el tiempo, muchas rancherías terminaron oor fusionarse 1 orilladas a ello por las nue• vas circunstancias de vida y por una deliberada política de los misioneros. El ministro de la misión de San José del Cabo refería que había juntado
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"varias rancherías vagantes" y formado con ella " d pu ebl o ", 1 7 e d cir, dos unidades sociales mayores que, pese a u alu ió n co m o "p u b lo ", no fueron sedentarizadas. En la misión de Guadalupe, 20 ra n c h r ía fu ron reducidas a 5 por el ministro del lugar. 1 ' El paclr Ju an Bau ti ta Lu a ndo afirma que las 30 rancherías que había originalmente en la mi i , n de Sanlgnacioéllasredujo"aunasdoce". 1 9 En c7 -r gi tró la x i t n c ia de sólo 7 rancherías en esta misma misión .2 0 Los equilibrios que originariamente se habían dado ntre la f rm a de organización social de los grupos de cazadore -r colector y l pa tr nes de distribución del espacio se fueron rompi end a pa rtir d 1 m m nto en que los californios quedaron ligados a una entidad t a n extra11 a par a ellos como era la misión. Si, por una parte, u tradici o n e c ultural modificaron, empobrecieron y desarticularon, reduciend o con ecu e nt mente su funcionalidad para hacer operante una economía de apropia ción, como era la que practicaban y debieron eguir practicando e n u gran mayoría los indios peninsulares, por la otra tambi én ocurri ó qu e ámbito de eficacia de aquellas menguadas cultura , el e pacio ocial cri talizado por el antiguo poblamiento humano de la penín ula, tambi ' n entró en un proceso de disolución. El grueso de la población aborigen peninsular no tuvo ante í una a lternativa que asegurara su sobrevivencia histórica . Vinculada e trechamente con las misiones pero impedida a la v ez de mant e n e rs e de un m.odo permanente en la vida sedentaria, la mayoría de los californios debi ó seguir -viviendo de la caza y la recolección y, según lo qu e h e tratado d e explicar, pereció también por eso mismo.
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Ven egas, op. cit., vol. !bid., p. 26 8 .
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Respu es ta s dada s al padre Migu el Venegas . Méxic o , r r de enero de 17P, Bihlioteca Naci onal de M éxico, Archivo Fran cis can o 4 / 60. 1 , f. r v . Autos de visita, 1755, Austin, Universidad de Texas, C o lección W. B. Stcphcns 67 , ff. I0 6 y 21 9.
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RELACIONES INTERÉTNICAS Y DOMINACIÓN COLONIAL EN SONORA 1
José Luis Mirafuentes Galván In tituto de Investigaciones Históricas,
UNAM
La r eacdón de los pobladores indígenas de Sonora a la dominación colonial tuvo muy diver a manifestaciones; en una clasificación por demás impl , puede decir e que fueron desde la conformidad hasta el más decidido rechazo, pa ando por una gama muy variada de respuestas adaptativas; ai ladamente o en conjunto, siempre implicaron una muy tupida red de relaciones, a menudo inestable, entre los indios y los españoles . Por supuesto, también implicaron cambios y continuidades y muy frecuentes ajustes en las relaciones entre los distintos grupos nativos. Nuestro trabajo abordará ese complejo sistema de relaciones. Centrará su examen en la interacción entre las bandas de cazadores-recolectores, y entre éstas Y su entorno étnico, compuesto por diversos grupos sedentarios y semisedentarios, y por el propio colonizador español. Examinará el caso de los seris. Su objetivo es explicar las circunstancias que llevaron a la mayor parte de este grupo a rechazar los principios de la vida sedentaria que intentaban imponerles los españoles. La línea principal de su argumentación es que los seris no reaccionaron pasiva o acríticamente al proceso expansivo español en el occidente de Sonora. Que, más bien, tendieron a la preservación de sus antiguas formas de vida, tanto por el margen de autonomía que les permitía el débil Y defectuoso control de la administración colonial en la zona, como por las desventajas y riesgos que percibían en la adopción de los usos y valores españoles vinculados a su establecimiento en los pueblos de misión. Finalmente, que ante las acciones represivas de que fueron objeto, los seris, en muchos casos, asumieron una posición antiespañola muy marcada, Y que, incluso, en forma por demás creativa, diversas bandas pertenecientes a agrupaciones rivales fueron abandonando sus actitudes políticas tradicionales para luchar conjuntamente por mantener su autonomía local. Los seris no eran el tipo de indios que interesaba a los españoles. Más bien, eran de los indios que les estorbaban y que, por lo mismo, preferían evitar. A la hostilidad del ambiente geográfico en que vivían, se añadía su modo de vida nómada, que desde tiempos inmemoriales era reiteradamente asociado a los más condenables excesos. Pero el hecho de que los españoles no quisieran relacionarse con ellos no implicaba, sin embargo, 10
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es e o expresar mi agrad e cimi ento a Et elia Ruiz M eclrano por sus valiosos comentario s a una versión anterior el e este en sayo, el cual forma parte de un trabajo má s amplio sobre lo s seris en e l s iglo xv111.
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que los perdieran de vista. Incluso, desde fechas temprana hicieron algunas descripciones de su localización y forma de vida como advertencia para otros exploradores y colonos que pasaran por la región. Estas descripciones, con todo, en algunos casos se convertirían en una buena guía para el conocimiento de los seris y de los territorios que habitaban. En r 5 84, Baltasar de Obregón observó que los seris vivían en tierras en "extremo arcabucosas" y cálidas. 2 Se refería a la franja costera Y la áridas llanuras del occidente de Sonora. Este territorio se extendía desde la desembocadura del río Y aqui I al sur I hasta la del río Concepción, al norte. Por el este llegaba a las márgenes del río San Miguel y por el oeste a la costa, incluyendo la isla Tiburón y otras islas menores . Según el mismo Obregón, los seris se dedicaban a la caza, la recolección y .la pesca. Como decía, no sembraban nada y se alimentaban de semillas de bledo, pescado y de "todo género de caza y de sabandijas silvestres" .3 Estas observaciones inevitablemente lo llevaron a formarse una imagen muy poco favorable de su cultura, tanto más cuanto que los seris, en contraste con las sociedades tribales que los rodeaban -como los yaquis Y mayos al sur, los pimas bajos al sureste, los ópatas Y eudeves al este Y los pimas altos al norte- eran los únicos que llevaban una forma de vida nómada. Así pues, los consideró la "gente más pobre Y silvestre" de las costas occidentales .4 A la vuelta del siglo, el misionero jesuita Andrés Pérez de Ribas llegó a una conclusión similar. En su opinión, los seris formaban un grupo "sobremanera bozal". Sostenía que no tenían pueblos ni casas ni sementeras; en suma, que no practicaban el cultivo del campo Y carecían de residencia fija .5 Del mismo· modo que estos dos observadores, otro religioso de la Compañía de Jesús, el misionero Adamo Gilg, no vio en las actividades tradicionales de los seris más que la manifestación de un modo de vida particularmente salvaje. Afirmaba que vivían como "ganado, sin dios, sin ley, sin fe, sin príncipes y sin casas" .6 No obstante, a diferencia de Obregón y Pérez de Ribas, hizo una descripción interesante de su nomadismo. Vale la pena que veamos lo que escribió sobre este aspecto. Decía así:
Pue to que es te trozo de tierra que está en el Golfo de California es muy seco y estéril, los seris merodean como gitanos de un lugar a otro sin quedarse en ningún lado por mucho tiempo, para poder recoger las semillas, las frutas y las yerbas que la naturaleza produce en diversas regiones de su territorio; y por eso, para poder encontrar sus alimentos según la estación del año, prefieren visitar dichas regiones.?
Gracias en particular a la crónica de Pérez de Ribas, sabemos también que los seris realizaban intercambios comerciales con los grupos agricultores circunvecinos. Les daban pescado, sal y pieles de venado a cambio de maíz. 8 La existencia de este comercio puede ser un buen indicador en contra de la supuesta carencia de recursos de los seris, que los españoles deducían de su forma de vida. En apoyo de la línea central de nuestra argumentación, sostendremos que los seris satisfacían adecuadamente sus necesidades alimenticias mediante sus prácticas tradicionales de caza Y recolección. Como ha insistido Sahlins a propósito de la economía de los cazadores-recolectores modernos, sus continuos desplazamientos en busca de alimentos no eran empujados por el hambre, sino por el convencimiento de que en otros lugares hallarían más y mejores abastecimientos. 9 Esto era tan cierto que, para dar otro ejemplo, el aspecto físico de los seris nada tenía que ver con problemas de salud o desnutrición crónicos asociados a una deficiente alimentación. El mismo Andrés Pérez de Ribas, que consideraba extremadamente limitados sus bienes alimenticios, no podía conciliar esa consideración con su imponente estatura, corpulencia Y energía, y, sobre todo, con la confianza y satisfacción con las que se e~tregaban a las actividades esenciales de su modo de vida. Así, dicho religioso decía lo siguiente: Y es caso muy digno de reparo, que con tener tan poca y regalada comida [los seris] son los más corpulentos (particularmente estos marítimos Y montaraces), y de más alta estatura de todas las naciones de Nueva España, Y aun d_e las de Europa, y muy sueltos y ligeros . Y con este corto y parco sustento, vi. , de gente ven muchos años, hasta edad decrépita ... Este tan peregnno genero , es mucho menor en número que las labradoras, y con tal modo de vivir eS t ªn más contentos que si tuvieran los haberes y palacios del mundo .
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Baltasar de Obregón, Historia de los descubrimientos antiguos Y modernos ele la Nueva España, Chihuahua, Ediciones del Gobierno del Estado de Chihuahu a, r 986, p. 2 3º· 3 !bici., p. 149. 4 !bid. , p . 230. 5 Andrés Pérez de Ribas, Páginas para la historia de Sinaloa y Sonora. Triunfos ele nueSlra santa fe entre gentes las más bárbaras y fieras del nu evo orbe, 3 vols., México, Layac, 1944, t. II, p. 148 . · 6
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Los seris, según los mismos españoles, estaban organizados en pequeñas
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!bid., p. 43.
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de Ribas, op. cit. , t. ,, p. 128; t. II, p. 148. Marshall Sahlins, Economía de la edad de piedra, traducción de Emilio Muñiz Y Ema Rosa Fondevila, 2a. ed., Madrid, Akal, 1983, pp. 43-44. 1 º Andrés Pérez de Ribas, op. cit., t. 1, p. 128.
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Charles Di Peso y Daniel S. Matson, "The Seri Indians in 1692 as Described by Adamo Gilg, S. J.", Arizona ancl the West, vol. vn (r), 1965, p. 43.
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agrupaciones autónomas del nivel de la banda y pertenecían a, por lo menos, seis grandes grupos, que eran: los seris, los tepoca , lo a lin ro , los tiburones y los guaymas y upanguaymas. Para un visitador pañol de mediados del siglo xvm, "esos nombres y abultados apelativos no di tinguían nación, sino patrio suelo, residencia, vecindad o ranch ería" . 11 En nuestra opinión, dichas denominaciones también pudieron er expre ión de algunas variantes locales en los rasgos étnicos del grupo, como, por ejemplo, los relativos al adorno del cuerpo y el idioma, y a la elaboración o el acabado de distintos artefactos tanto para el uso domé tico como para la caza, la recolección y la guerra. La existencia de esto particularismos explicaría la conciencia aparentemente marcada de una identidad local o de grupo en las distintas agrupaciones seris y, por ende, las rivalidades Y los conflictos que oponían a esas agrupaciones entre sí y con los grupos indígenas de los alrededores I como los yaquis, los pimas altos y los • pimas • bajos. Todos estos grupos, en efecto, afirmaban o exaltaban su sent1m1ento de pertenencia a una etnia O a un grupo local a través de la guerra, Y más particularmente, mediante el despojo de las cabelleras u otras partes del cuerpo de los enemigos que abatían en combate. Según el mision~ro Juan Nentvig, veían en esos despojos la representación del más genumo 12 testimonio de haber pisado con éxito el territorio de sus viejos rival~s. Al referirse a estas costumbres, Baltasar de Obregón decía de los sens lo siguiente: "A los que matan en sus guerras los hacen cuartos y los cue~gan y reparten por blasón en sus casas y terrados, y tratan mal a los cautivos habidos por guerra."13 Pero incluso fuera del campo de batalla, los seris Y sus antiguos vecinos encontraban maneras para manifeS t ªr su mutua enemistad. Narra Pérez de Ribas que una mujer de origen guayma que se dirigía al Yaqui a contraer matrimonio con un indio de esta nación f~e asaltada por una partida de yaquis, que luego de descuartizarla repartieron los miembros de su cuerpo en distintos pueblos del río_ para q_ue fueran festejados en ellos.14 Todo parece indicar que esos fes~e¡os ~eman una gran importancia para el mantenimiento de la unión y la identidad de ~as agrupaciones tribales, y de los conflictos que oponían a eS t ªs agrupaci~nes entre sí. En efecto, a la vez que podían reafirmar y fortalecer su solidaridad interna y la conciencia de sus diferencias étnicas O locales, segu11
José Rafael Rodríguez Gallardo, Informe sobre Sinaloa Y Sonora. Aiio d e I7 so, edición, introducción, notas, apéndice e índices de Germán Viveros, México, AGN-AHH, 1 975 1 p . 10!. i2_ José Luis Mirafuentes, "Las tropas de indios auxiliares. Conquista, contrainsurgencia y rebelión en Sonora", Estudios de Historia Novohispana (13), 1993, PP· 95, 99-rno. r:i Baltasar de Obregón, op. cit., p. 148. r.i Gerard Decorme, La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial. I 527· I767. Las misiones, 2 vo~s., México, Antigua Librería Robredo de José Porrúa e Hijos, 1941, t. II, p. 329 .
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ramente contribuían a mantener vivos sus odios y sus rivalidades tradicionale . Al referirse a dichos festejos, en los que los indios de Sonora y Sinaloa acostumbraban beber en demasía sus antiguos licores, Pérez de Ribas escribía lo siguiente: Eran célebres estas embriagueces y generales entre ellos; en ocasión que se preparaban y convocaban a guerras, para enfurecerse más en ellas; o cuando habían alcanzado una victoria, o cortado cabeza de algún enemigo, que eso les basta para celebrarlas, juntándose a la borrachera baile general, al son de grandes tambores, que sonaban y se oían a una legua: en este baile entraban las mujeres y se celebraban de esta suerte: la cabeza o cabellera del enemigo muerto u tro miembro, como pie o brazo, se ponía en una asta en medio de la plaza y enderedor se hacía el baile, acompañado de algazara bárbara y baldones al enemigo muerto y cantares que referían la victoria, de suerte que todo estaba manifestando un infierno, con cáfilas de demonios, que son los que gobernaban estas gentes. 1 •
Según el misionero Ignacio Pfefferkorn, esas fiestas llegaban a durar, "sin descanso, hasta ocho días". En ese tiempo, sostenía el mismo misionero, "los hombres y las mujeres bailan, brincan y saltan alrededor de los palos con las cabelleras, honrando a sus bravos guerreros con grandes gritos de alegría". 1 6 Lo que puede tenerse como el inicio de la conquista de los seris ocurrió en la década de 1670, luego de que diferentes bandas de este grupo se dedicaran a hostilizar a las tribus sedentarias circunvecinas que se iban incorporando a los establecimientos misionales fundados a lo largo de los ríos Yaqui, Sonora y San Miguel. Aislados del resto de la población nativa por esos establecimientos, los seris trataban, al parecer, de adquirir por medio del robo los alimentos que antiguamente obtenían del comercio. También es probable que se lanzaran al pillaje como resultado del aumento inusitado de recursos de los grupos vecinos o en un intento por evitar un desequilibrio de fuerzas, hurtando y destruyendo los bienes de origen español introducidos en los pueblos de éstos. Como quiera que haya sido, lo cierto es que los enfrentamientos de los seris con los grupos que los rodeaban tendieron a multiplicarse conforme avanzaba la dominación colonial en la región. Refiere el padre Adamo Gilg que cuando los pimas empezaron a congregarse en pueblos, los seris se aproximaron a ellos, "pero no por cariño para sus antiguos vecinos[ ... ] sino por el deseo de ventaja que pudieran obtener saqueando a los recién 15 16
Pérez de Ribas, op. cit., t. 1, p. 130. Ignacio Pfefferkorn, Descripción de la provincia de Sonora, 2 vals., traducción de Armando Hopkins Durazo, Hermosillo, Gobierno del Estado de Sonora, 1983, t. II, p. 69 .
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convertidos pimas". 1 7 Incluso, por el año de 1672, diver as partida de seris, aparentemente tepocas, tomaron por asalto una de la mi ione de indios eudeves más próximas a su territorio, donde ad m á d robar numerosos caballos y reses dieron muerte a m ás d e cuarenta d u moradores .18 La respuesta a estos ataques no se hizo esperar y prác ticam ente marcó el comienzo de las relaciones entre los eri Y lo pali.ole . Esa respuesta, efectivamente, no fue promovida tan ólo por lo indio en contra de los cuales estarían dirigidos, en principio, dicho ataque , sino también por los misioneros, los soldados y los colono spali.ole , que no podían ver en las correrías de los seris más que un peligro para la expansión de la dominación colonial en el occidente de Sonora. Fu inicialmente el misionero de Cucurpe, Cornelio Guillericic, el que, lu ego de tratar infructuosamente de poner término a esas correrías por medio de operaciones armadas a cargo de sus propios catecúmenos, 19 olicitó la intervención de los soldados diciendo de los seris lo siguiente: "y e ta nación es tal que si no es sacándola de sus tierras Y castigándola má , de veras que hasta ahora ni de ellos se sacará provecho ni es ta ti rra tendrá paz y -sosiego" .2 º Las -relaciones que así se pusieron en marc~a, no _ob tante, mantuvieron su carácter bélico durante un buen espacw de tiempo, debido a que las acciones punitivas que en forma indiscriminada emprendieron los soldados de Sinaloa no tuvieron otro efecto que el de provocar el alzamiento de las agrupaciones seris que por entonces se ha· · · , 1· ndefinida de los enfre ll ª b an en paz, y la cons1gu1ente pro 1ongac10n . nta. mientas a1:mados. En efecto, en aquel mismo año de 1 67 2 , los Jes_~itas responsabilizaron al capitán del presidio de Sinaloa ~e la expanswn Y persistencia del conflicto con los seris, "por haber caSt1gado_ ª los q~~ no , culpa, de¡ando · · castigo.· · teman a los culpa d os sm -, con el peligro casi mevitable de perderse toda la tierra" . 21 . . • y aparentemente mas vigoEn r 679 las cosas cambiaron. Tras nuevas .. - m1htares · · rosas campanas en su contra, 1os sen·s fueron pac1hcados .e n su · - 1e s básicamente se onentamayor parte 22 y sus relac10nes con 1os espano . ron en un sentido distinto. En número no determinado, aceptaron de¡ar 17
Charles Di Peso, op. cit., p. 4 1. , A B · ta de may o de 1606, AGN, utas de Antonio Barba Figueroa: Real de San Juan autis '' 29 . . · · leg. 2-ro, exp. 19 , f. 14 v. 15 . Las siglas emp ¡ea d as e n las ' n otas se loca li za n al fiTesmtas, na! del trabajo. 19 !bid., leg. 2-ro, exp. 19, f. 14-15. 20 e arta d e Camelio Guillericic a Álvaro Flores d e s·ierra: T oape ' · ' 30 de m arzo de 1673, AHH, Temporalidades, leg. 278-13 . . . 21 J · M ira . fuentes, "Sens, . apaches y espano - ¡es en sono ra'· Considerac10nes sob re su ose• Luis confrontación militar en el siglo xvm", Histórica s (22 l, agosto de 1 9 8 7, p. 21 · . . 22 Luis Navarro García, Sonora Y Sinaloa en el siglo xv11, Sevilla, Esc uela de Estudios Hispano-Americanos, 1966, pp. 6 5-67. 18
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su territorio y establecerse en la parte baja del río San Miguel, en un lugar provisto de aguas, pastos y tierras de labranza. Allí, los misioneros esperaban convertirlos al cristianismo e iniciarlos en los rudimentos de la vida sedentaria. Así nació su primera misión, que recibió el nombre de Nuestra Señora del Pópulo de los Seris. Para 1692 1 el religioso que por entonce los administraba, el misionero jesuita Adamo Gilg, se mostraba muy optimista respecto de los cambios operados en ellos. Decía que habían aprendido a trabajar la tierra y a conocer las temporadas de siembra y cosecha tan bien como los grupos sedentarios, y que empezaban a construir la iglesia del pueblo y sus propias viviendas. Asimismo, aseguraba que ya se gobernaban al estilo de los españoles, o sea que tenían un cabildo, compuesto de un gobernador, un alcalde y otros funcionarios de menor rango. Finalmente, sostenía que los seris se dedicaban a la práctica del culto cristiano. Afirmaba que iban "al servicio divino con el estilo que podía esperarse de gentes que de ganado han llegado a seres humanos Y de seres humanos han llegado a ser cristianos". 23 Ese mismo optimismo llevó al padre Gilg a promover la fundación de dos establecimientos más para los seris. Uno lo erigió cuatro leguas al suroeste del Pópulo, y el otro, unas veinte leguas al norte. 24 Incluso, parece haber participado en la formación de dos poblaciones para los pimas bajos, antiguos enemigos de los seris. Estas poblaciones quedaron establecidas en la parte baja del río Sonora, entre veinte y veiticinco leguas al sur del pueblo del Pópulo. Estas actividades expansivas, sin embargo, no fueron acompañadas del apoyo correspondiente por parte de los soldados encargados de la vigilancia y defensa de la región. Éstos, más bien, casi se mantuvieron al margen de dichas actividades, y siguieron haciéndolo así en los años siguientes, pese a las evidentes manifestaciones de resistencia de los grupos nativos en contra de su congregación en pueblos Y de la modificación de sus viejos dominios. Carecemos de espacio para ocuparnos con detalle de las limitaciones del cuerpo defensivo de Sonora. Únicamente diremos que entre r 69 2 Y 1 7 42, ese cuerpo estaba compuesto tan sólo de cien efectivos, repartidos en dos presidios. Uno era el de Sinaloa, establecido en la provincia del mismo nombre I y otro I el de Fronteras I ubicado en el extremo noreS t e de Sonora. 2 5 El débil auxilio que esos presidios prestaron a los misioneros en la reducción de los seris queda de manifiesto en las visitas que los . M.ua fuentes, "Colomal . Expans10n . . Resistance . . Sonora·· The Seri ·1 Jose- Lms an d In d ian m . Uprisings in 17 48 and 17 so", en Violen ce Resistance, and Survival in th e Amencas. Native Americans and th e Legacy of Conquest, editado por William B. Taylor Y Franklin Pease G. Y., Washington y Londres, Smithsonian Institution Press, 1994, p. I04; Di Peso, op. cit., PP - 47, 53. q Mirafuentes, "Colonial Expansion ... ", p. ro5 . 25 !bid., p. ro4.
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soldados hicieron a la misión del Pópulo entre 1690 y 1722. Inicialmente acudieron a ella con cierta frecuencia entre 1690 y 1692; luego lo hicieron hasta 1700. Volvieron después en 1704 y 1706, pero ya no regresaron sino hasta 1716 1 y más tarde en 1718 1 1720 y 1722. 26 Estando apenas en sus inicios el proceso por el cual lo misioneros perseguían la aceptación subjetiva de las normas y valores de la misión por parte de los seris, la falta progresiva del apoyo de los oldado a us actividades de congregación y adoctrinamiento n ecesariamente limitó su capacidad de mando sobre esos indios. Por consiguiente, no pudieron resolver, por sí solos, los problemas vinculados con mayor frecuencia al progreso de dichas actividades. Estos problemas no eran pocos. Aquí nos ocuparemos básicamente de dos. Uno consistía en la inclinación general de los seris reducidos a desertar frecuentemente de los pueblos para volver a sus antiguos dominios. Y el otro en los conflictos interé tnicos e intergrupales de la región. En relación con el primero de esos problemas tenía una de sus causas más visibles en la preferencia que los seris concedían a sus alimentos de caza y recolección sobre los productos agrícolas . En 1718, el padre Miguel Javier de Almanza a la sazón misionero del Pópulo, explicó esa inque' de los seris diciendo que resultaba todavía muy pebrantable preferencia 27 sado para estos indios sembrar y cultivar los productos del campo. Esta explicación de Almanza era bastante plausible. Tal vez se basaba en la falta de experiencia de sus catecúmenos seris en esas actividades, pero con seguridad también en el hecho de que los mismos seris, mediante sus antiguas prácticas de caza y recolección, podían procurarse en forma adecuada sus propios alimentos con un trabajo incomparablemente menor, lo que debía llevarlos a considerar innecesario el tiempo Y el esfuerzo que invertían en las labores agrícolas. Como reconocía el mismo religioso, los seris, "sobre ociosos, se contentan con sólo las frutas que les da el monte, como pitahayas, tunas, bledo, mezcal, mezquite Y sayas, fuera de los venados huras que con sus arcos y flechas adquieren pa~a su suS t e~to" -28 Conviene recalcar que el misionero no decía que el tngo Y el maiz no fueran del gusto de los seris; su observación iba más bien en el sentido de que estos indios dejaban de consumir esos bienes a causa de que su producción les resultaba sumamente laboriosa. En ese mismo año de I7 1 8, un visitador militar de Sonora se mostró partidario de cambiar por la fuerza los hábitos alimenticios de los seris, para poner término a sus continuas deserciones. Sugería que se les obligara a reducirse entre los
m e d abril y mayo, considerando que era el tiempo en que podían aplicar a mbraT la tierra provechosamente, y que esto, a su vez, les ervirh d a li cient para perseverar en los pueblos. Y añadía: "pues aunqu 1 ri , tepoca y pimeria baja son naciones inclinadas a la ociosidad y naturalizada a lo que produce la marisma y frutas silvestres, no por eso d jan de ape tecer nuestros mantenimientos, y siendo [éstos] los má racionale , e preciso [que] se les olviden aquellos". 2 9 La coerción, por upue to, difícilmente podía cambiar las costumbres alimenticias de lo eri i no iba acompañada por una alternativa dietética de su particular int rés. Se le podía obligar a producir los comestibles de origen europeo, pero no a creer en las supuestas ventajas o cualidades mayores de ésto . De h echo, i lo seris seguían apegados a sus alimentos tradicionales, se debía no sólo a razones prácticas esto es a la facilidad de obtener esos alimentos en abundancia, sino a las propiedades que encontraban en ellos. E interesante lo que al respecto escribió el padre Gilg en 1_692: "Uno de mis indios se atrevió a decirme que todo lo que comen para alim entarse es puro, en tanto que nosotros, europeos, tragamos toda clase de desperdicios; probablemente se refieran al carnero y todos los alimentos condimentados, y no pude disuadirlo de esta disparatada opinión" .3º Otro ejemplo que ilustra bien la preferencia alimenticia de los seris nos lo da el misionero Juan María Salvatierra: en una entrada que realizó al territorio seri en 171 o, quedó vivamente sorprendido del aprecio que los seris de la costa concedían al mezquite. Decía que lo juntaban en grandes cantidades, y que luego de tostarlo y molerlo, con la harina obtenida preparaban tamales o panes que guardaban en grandes tinajas debajo de la tierra. Para Salvatierra, el mezquite debía su importancia entre los seris ª dos principales razones: la primera, su agradable sabor. Afirmaba que era muy dulce, de lo mejor que había probado. Y la segunda, sus cualidades medicinales y nutritivas. De acuerdo con lo observado, sostenía que el mezquite era "algo purgativo, pero sin alborotos del cuerpo", Y consideraba que debía ser muy saludable, "pues al tiempo de la cosecha me dicen los indios están muy sanos y se mueren apartándose de este sustento .. ., que no lo hay en distancia de sus playas" Y Salvatierra también observó con admiración la gran cantidad de pescado existente en las costas del territorio seri. Esta observación seguramente le mostró el grado de importancia que ese alimento debía tener en el sustento cotidiano de los seris. I
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!bid., p. IOS; autos de Manuel de Valdés: Sonora, enero-junio de 17 2 o, AHHP, 1 7 2 º· G- 1 4 6 · Carta de Miguel Javier de Almanza a Fernando Bayerca: Santa María del Pópulo, 20 de febrero de 1718, AGI, Guadalajara, leg. rn9. Mirafuentes, "Colonial Expansion .. .", p. 106.
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Carta de Antonio Becerra Ni eto a Manuel de San Juan de Santa Cruz: Valle de Sonora, r 3 ele marzo ele 1718, AG I, Gu(ld(l ]aiara, leg. rn9. Di Peso, op. ci t. . p. 5 5. Copia ele una carta del padre Ju an María Salvatierra para el padre provincial Antonio Jarclón, en que le da cuenta de su ida a la costa de los seris para remediar la lancha varada Y sucesos ele este viaje. Dacia en la California a 3 de abril del año de 17IO, AGN, Hi 5 taria , vol. 308, f. 395.
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No obstante, lo que llamó en particular su atención de los com es tibl es del mar fueron los cangrejos. Aseguraba que éstos eran de muy buen sabor y que los había en "grandísima abundancia", y que los seris t enían una gran facilidad para "cogerlos y tlatemarlos" . Tal vez por todo ello, como añadía el mismo religioso, durante una temporada los ca ngrejos "nos sirvieron de pan" .3 2 Se puede afirmar, por tanto, que una de las razones importantes de que los seris se resistieran a vivir de fijo en los pueblos consistía en que no encontraban en ellos una alternativa viable a sus prácticas y recursos alimenticios tradicionales. La falta de esta alternativa, aparentem ente, fue incluso asociada por los seris de la costa a las numerosas muertes sufridas tiempo atrás por los primeros de sus connaturales que aceptaron establecerse en los asentamientos misionales del río San Miguel. Esta asociación, por consiguiente, habría contribuido a reforzar en ellos tanto su rechazo al régimen alimenticio y la ubicación geográfica de las misiones, como su apego a sus antiguos alimentos y territorios. El propio Salvatierra dejó constancia de ello. Refirió que años antes, cuando el padre Adamo Gilg invitó a los seris de la costa a reducirse a la misión del Pópulo; éstos le respondieron "que buena porción de ellos se querían bautizar, pero que ponían la grande dificultad de reducirse a tanta distancia del mar, donde estaban ciertos que habían de morir, y que no obstante, si se les mandaba que se redujesen se reducirían y morirían, caso muy arduo -añadía Salvatierra- que la experiencia lo mostraba así".3 3 En cuanto a los conflictos interétnicos y locales, tenían sus causas más aparentes en las rivalidades y problemas ya mencionados, por lo que tendieron a incrementarse conforme las visitas de los soldados a la región se hacían con intervalos de tiempo cada vez más prolongados, Y a medida que aumentaban, por lo mismo, las posibilidades de los indios de comportarse más de acuerdo con sus antiguas costumbres. Poco antes de 1700, diversas partidas de seris salineros se dedicaron a hostilizar el pueblo que empezaba a formarse para los seris tepocas, al tiempo que otras bandas de los mismos salineros se enfrentaban con los pimas del vecino pueblo del Pitiquín, obligándolos a desamparar ese pueblo.34 En 1704 también el pueblo de Los Ángeles, visita del Pópulo, fue abandonado por los indios allí reducidos, salineros en su mayoría, a causa de las frecuentes incursiones armadas de sus vecinos tepocas y seris.35 Una suerte todavía peor corrió poco después el pueblo de Santa Magdalena de Tepocas. Se decía que sus
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moradores habían muerto por causa de alguna enfermedad o por efecto de los a taqu es de una tribu enemiga.3 6 Para 1716, el pueblo de Los Ángeles nuevamente había sido despoblado. "La causa -decía el gobernador del Pópulo- ha sido unas muy sangrientas guerras que se han levantado entre dicho pueblo, los tepocas y los pimas fronterizos del Pitiquín." 37 Estos enfrentamientos siguieron ocurriendo con regularidad, con su secuela de saqueos, destrucción y muertes. Hacia 1718 los seris tomaron por asalto una ranchería de pimas bajos, dando muerte a 24 de estos indios entre hombres, mujeres y niños. Según la denuncia de los hechos presentada por los pimas, los seris los atacaron de noche, mientras ellos dormían, por lo que no les dieron oportunidad para defenderse. Todavía en 1720 los pimas bajos deseaban cobrarse venganza de ese agravio.3 8 A estas hostilidades se sumaba otro tipo de enfrentamientos no menos dañinos y que parecían ir ganando cada vez más terreno. Se trataba de las contiendas intergrupales ligadas a la resistencia armada que seguían oponiendo algunas bandas seris al avance español en la región. E~tas bandas solían reaccionar con violencia en contra de las agrupaciones vecinas que se iban incorporando a los establecimientos misionales. Y no sólo porque les pareciera reprobable que aceptaran vivir en esos establecimientos tras las mortíferas campañas de los soldados de Sinaloa en la zona, sino a causa de la alianza virtual que establecían con los españoles.3 9 Así, es probable que sus acostumbradas correrías en los territorios vecinos tendieran a volverse endémicas, ya que además de exp~esar sus tradicionales rivalidades locales, eran impulsadas por una nueva ve_rtiente conflictiva, o sea la lucha de resistencia que sostenían contra la expansión de la dominación colonial en sus tierras, lucha que, por otra parte, no podía ser objeto de negociación o control en términos de las viejas regulaciones de los enfrentamientos armados. Esa nueva vertiente de los conflictos interétnicos y locales la observamos ya cl~ramente hacia principios de 1700. Por estas fechas, los tepocas que empezaban a reducirse en el pueblo de Santa Magdalena fueron blanco de varios ataques por parte de las bandas seris antes mencionadas. Al ser preguntados p~r los soldados "si sabían ciertamente quiénes eran los agres?res Y enemigos suyos ... ", los tepocas respondieron: Que ellos sabían ciertamente que los seris salineros eran sus enemigos por antiguas guerras que en su gentilidad han tenido. Y ofrecen .nuevamente dar
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Autos de Juan Bautista Escalante: Sonora, enero-junio de 1700, AHHP, 1700. G-103. Carta de Antonio Leal a Gregario Álvarez Tuñón y Quiroz: Banámichi, 5 de septiembre de 1704, BNM. AF . 12. 200 bis, f. 102-102v.
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Mirafuentes, "Colonial Expansion ...", p. 107. Petición de Marcos Coloma a Miguel Fernando Esquer: Nacameri, 2 de noviembre de 1716. AGN, Tierras, vol. 3519, exp. 5 cuaderno segundo. Autos de Manuel de Valdés: Sonora, enero-julio de 17201 AHHP, 1720. G- 146 . Autos de Juan Bautista Escalante: Sonora, enero-junio de 1700, AHHP, 17oo. G-rn3 . 1
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los salineros por causa de habers e reducido a se r cri sti ano y a v i v ir a onde campana Y ser amigos de los español es, proponi éndoles I icl que ¡ no han abido que los españoles y soldados de Sinaloa les m ataron mucho pariente suyos. Y así, que sepan que han de procurar acabarl os.-1°
Casi está por demás añadir que todos esos conflictos represe ntaban un peligro todavía mayor para el proceso de reducción de los seris . Ya en 1690, el padre Gilg afirmaba que los ataqu es de los pimas a la mi ió n d~~ Pópulo e~an el_ mayor obstáculo para sus actividades de congregac10n Y ado_ctnnam~~nto. Decía que tras esos ataqu es, los seris le reprochab~n la 1~defens10n en que los tenían los soldados, y qu e nu evam ente volvian a d1spersar~e en sus antiguos dominios .4 1 En 1704, los salineros del pueblo de Los Angeles, luego de darse a la fuga ante las incursiones de los tepocas Y seris, manifestaron que no "querían vivir ni asistir en ese pueblo por ninguna manera" .4 2 Como podemos apreciar, el peligro que representaba la persistencia de la guerra para la continuidad de las labore~ de los misioneros consistía fundamentalment e en la huida de ~os sens reducidos, huida que, además, en modo alguno dejaba de ser 1111:POrtante desde el punto de vista numérico. Dada su reciente y por demas endeble congregación, que los llevaba a desertar continuamente de l~:, P~~blos, los seris, como ya vimos antes, mantenían su antigua orgamzacwn en pequeñas agrupaciones que iban desde la familia extensa ha st ª la banda, de modo que lo más práctico y normal era que se dieran ª la_ fuga masivamente, esto es, en familias y grupos de familias. Así, podia bastar un solo ataque de sus vecinos para que dejaran práctica;ente de~poblados sus precarios asientos. Por supuesto, esta tendencia e lo~ _sens a huir de los pueblos como medio de protección, sin duda tambien se debía a la mayor §eguridad que todavía encontraban al abrig~ de s~ hábitat tradicional, esto es, en su dispersión y continuos des~ a~amientos en _l~s desiertos y marismas donde antes vivían. Podría ecuse que esa v1e¡a relación con su medio les servía de defensa natural contra . . , las hostTd 1 1 a d es d e sus enemigos. Por ello, cuando en 17 1 5 se ofrec10 el bautismo a d·11 · , . , "que ni él . un cau 1 o sen gentl·¡, este respon d 10 n.1 _los s.u y.os se habían de bautizar; que bien sabía ser muy buena la reli~~on cnSt1ana, pero que temían el morir, pues haciéndose cristianos haian de vi:7ir en pueblo, que era lo mismo que asegurarlos a sus enemigos los pimas fronterizos para que con poco o ningún trabajo los mataran" _43
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AH HP, 1700.
A í pu , la guerra era en extremo nociva para los intentos de congregació n de lo eri s, tanto más cuanto que privaba a los misioneros del recur o principal con el que justificaban sus labores de reducción, esto es, lo be n eficio qu los indios recibirían mediante su conversión a la religió n cri tia n a . En efect0, ante la inseguridad de los asentamientos mision ale , los eri n o reducidos llegaban a rechazar la instrucción religiosa y el bauti m o, qu e de acu erdo con las exhortaciones de los mismos mision eros a ociaban con la obligación de vivir congregados en pueblos. Este rech azo e un indicador bastante claro del grado al que habría llegado aun entre lo indio ge ntil es la desconfianza de vivir en los establecimientos de misi ón . Tan agudo debió ser este problema que, para 1716, cuando los soldados volvi eron a la región, según el misionero Almanza, "todo loantes reducido estaba perdido y los cristianos hechos apóstatas en el gentilismo, por cau sa de las guerras que después de 1704 se volvieron a suscitar entre los n1ismos naturales". 44 Ahora bien, las m ás amplias posibilidades de los seris reducidos de escapar a sus antiguos dominios necesariamente contrarrestaron la labor de los misioneros de inducirlos a vivir de fijo en los pueblos, dedicados a la agricultura y demás trabajos del campo. Y es que además de entorpecer su aplicación a esos trabajos, los dejaban en libertad para comportarse más de acuerdo con sus deseos e intereses particulares, como eran los de volver a sus actividades de caza y recolección, o, como dijera el padre Almanza refiri éndose a esas y otras actividades practicadas por los seris 45 fuera de las misiones, a "sus antiguas, depravadas costumbres". Cuando en 1710 el padre Salvatierra penetró en el territorio seri pudo contemplar de cerca esa situación. Observó que numerosos seris huidos, encabezados por un indio de su misma nación, de nombre Ambrosio, llevaban un modo de vida que nada tenía que ver con el que los misioneros procuraban inculcarles en las misiones. Más próximos a la tradición, es claro que, para ellos, los usos y reglas misionales sencillamente no podían tener alguna utilidad o sentido en un medio en el que la convivencia Y la t diaria lucha por la sobrevivencia implicaban formas de conducta diS intas. Los seris huidos, por consiguiente, actuaban de la misma manera como lo hacían las bandas seris que se mantenían al margen de los pueblos de misión, es decir, no se apartaban de las creencias y comportamientos generalmente aceptados y compartidos en sus llanuras Y costas. Salvatierra, por ejemplo, advirtió el mantenimiento de sus rivalidades localeS, aun en una zona un tanto reducida de su territorio. Tuvo incluso la oportunidad de verlos realizar un baile ritual con la participación del
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o·1 Peso, op. cit. , pp. 45_46
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mismo Ambrosio a la cabeza. Este baile lo llevaron a cabo durante toda una noche y con la mayor convicción y desenvoltura, al grado de provocar una fuerte inquietud en el misionero. Como señaló éste, fue un "baile tan funesto y horroroso que, a no haber sido prevenido, hubiera tenido recelo de traición". Pero lo que el padre Salvatierra pudo ob ervar más sistemáticamente del comportamiento de los indios huido fue la preservación de sus hábitos y valores alimenticios tradicionale .-t 6 Ya nos hemos referido antes a las razones por las que el propio Salvatierra, tal vez muy a su pesar, tácitamente acabó justificando la continuidad de esas costumbres. Así pues, los seris que escapaban de las misiones para entregarse nuevamente a la caza y la recolección no podían sino dejar de practicar lo aprendido en los pueblos y deshacerse de cuanto pudiera representar una carga para sus continuos desplazamientos, de los que no sólo dependía la eficiente obtención de sus alimentos silvestres, sino muy probablemente también, como ya lo hemos comentado, su seguridad contra posibles ataques enemigos. O sea que el espacio de autonomía que ganaban con la huida incidía en la persistencia de su modo de vida nómada, en contraste con el deterioro que sufría su entrenamiento en las tareas principales de la vida sedentaria. En estas condiciones, por tanto, su reincorporación, a la larga, a los pueblos por los misioneros difícilmente podía ir acompañada de su adecuación efectiva a las labores agrícolas. Más bien solía ocurrir lo contrario, es decir, que trabajaban la tierra poco y mal cuando no se limitaban tan sóloª consumir los bienes de las misiones antes de volver a darse a la fuga. . . Problemas parecidos podrían señalarse obviamente también en su incipiente relación de subordinación con respecto a los misioneros. Esta relación tendería a anularse a medida que los seris se apartaban más continua ! prolongadamente de las normas y valores de la misión, y conforme volvian a someterse a una autoridad en consonancia con sus antiguas actividades. En otras palabras, el cambio frecuente de rutinas emprendidas con _su reinserción a sus organizaciones sociales tradicionales restaba sentido al orden normativo que intentaban imponerles los misioneros, con 1?s problemas consiguientes de éstos para hacerse obedecer. En 1718, por ~¡emplo, una partida de soldados logró la congregación de 103 seris en el Populo Y de 112 en el pueblo de visita de Los Ángeles. Únicamente en e st e último pueblo los seris estaban divididos en tres diferentes grupos o bandas, Y cada banda tenía su propio dirigente,47 lo que de entrada iba en 46
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contra d la e tructura vertical del gobierno de la misión. El misionero, p r con cuencia, debía hacer frente a un complejo de centros de poder paral 1 , que ad má de dificultar el adecuado ejercicio de sus funcione , uram nte daba lugar a un entrecruzamiento de presiones sobre el conjunt o d lo indio reducidos, con las muy posibles fricciones y altercad , y 1 d contento consiguientes. Dado el efímero apoyo que el miion ro r cibía de pan de lo soldados, su capacidad de mando no podía er ino n extr mo precaria. De hecho, tan sólo parecía depender de la obedi ncia v luntal"ia de su catecúmenos, que en realidad no estaban má que a la e pera d la au encía prolongada de los militares para volver a d ertar d 1 pu blo . En e e mismo año de 1718, el padre Almanza reconoció su incapacidad para administrar a los seris de nuevo congregados en la misión. Decía que no participaban en los trabajos del campo si no era bajo el control o tenido de los soldados, y que en cuanto éstos regre aban a su presidios, abandonaban dichos trabajos y se volvían de nueva cuenta a us de iertos y playas. 4 , Esta situación acabó inhibiendo también el desenvolvimiento economico de la mi ión del Pópulo. En efecto, la falta de orden, continuidad Y coherencia en la actividades productivas, no sólo impedía aprovechar de modo adecuado las tierras y demás recursos naturales existentes en los pueblos, sino que, como hemos insinuado antes, contribuía a evi~ar que los seris llegaran a convertirse en trabajadores agrícolas sedenta_nos, capaces de cooperar en el sostenimiento económico de la misión. Esta, por consecuencia, prácticamente carecía de los factores de producción esenciales para lograr la autosuficiencia económica, lo que por fuerza la_llevaba a depender de la ayuda de otras misiones para subvenir sus necesida~es alimenticias. Las nu evas e incesantes congregaciones, además, no hacian más que prolongar y aun recrudecer esa dependencia, ya que los misioneros debían asegurar el mantenimiento de los seris recién congregados ~n tanto éstos llegaban a habituarse a obtener su propio sustento del traba¡o del campo, cosa que, por las razones ya señaladas, era d1.f,1c1·1 que llegara a. suceder. Así, mientras que la productividad de los seris era escasa _0 casi · · nu 1a, los gastos erogados por los m1s10neros en su sos tenimiento '. s1 no es que iban a veces aumentando permanecían constantes, lo que sm reme. agotaba , en forma , . 1os b1enes º 0 btenidos del exted10 acelerada' y contmua . . b a a 1a m1s10n . . , d e1 Pópulo de nor. Ello, por supuesto, no sólo pnva . una . base económica propia, sino que tendía a poner en peligro la contmmdad de sus labores de reducción. En I718 el padre Almanza trato- d e superar am. bos problemas pidiendo que los soldados visitaran a los seris durante _c m. semillas co o seis aüos seguidos, a fin de que 1os o bl 1garan a se mbrar las <
Copia de una carta del padre Juan María Salvatierra para el padre provincial Antoni o Ja rd ón, en que le da cuenta de su ida a la costa de los seris para remediar la lanch a varada Y sucesos de ese viaje. Dada en California a 3 de abril de r 7 rn, AGN, Hi s toria, vol. 308, f. 392-398 .
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· Carta de Miguel · Jav ier de Almanza a Fern anc¡o Bayerca.· San t a María del Pópulo: 20 de febrero de 171 8, AG I, Guac/a/ajara, leg. 10 9.
Carta de Miguel Javier de Almanza a Antonio Becerra Nieto: Nuestra Señora del Pópulo, 24 de febrero de 1718 1 AGI, Guadalaiara, leg. rn . 9
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de la tierra para que tengan con que mantenerse en sus pueblo • 9 Como ya hemos visto, esa petición no fue debidamente atendida por lo oldados p:esidiales, por lo que la misión continuó en franca d ecad ncia. A í, por e¡emplo, en aquel mismo año de 1718, Almanza se disculpó ant u superiores por no poder pagar un "suplemento de géneros" que e 1 había otorgado, argumentando que la misión del Pópulo se hallaba urnamente pobre. 50 En los años siguientes la situación económica de es ta misión no fue más alentadora para su ministro religioso. En 17 24 s decía que en ella los seris tenían muy buenas tierras, pero que eran tan inclinados "al latrocinio y tan flojos que sin asistencia especial de justicia y e pañoles no hacen nada". Y se añadía que por faltar habitualmente e a asistencia, la misión del Pópulo se hallaba "siempre en gran pobreza" . 1 Por lo mismo, los seris que por entonces se mantenían reducidos no pasaban de ser una minoría; una minoría, sin embargo, siempre dispuesta, por ~us carencias, a la deserción u otras formas de conducta contrarias a los mtereses de la administración colonial. Hasta aquí hemos puesto énfasis en la incapacidad de los misioneros para resolver los problemas del progreso de la reducción de los seris sin el apoyo sostenido de los soldados a la misión de Nuestra Señora del Pópulo. Ahora nos referiremos a las acciones militares españolas en la región, a fin de mostrar que esas acciones, lejos de resolver los problemas mencionados, más bien contribuían a aumentar la resistencia de los seris a vivir de fijo en los pueblos. De manera más precisa, nuestra argumentación tratará de poner en evidencia que las entradas de los soldados al occidente, por su misma infrecuencia, sólo venían a trastornar lo que los indios huidos y gentiles era su prolongado alejamiento de las misrnnes, lo que debía ser una suerte de statu qua; ese trastorno, violento por definición, creaba en los mismos indios frustración e inconformidad, Y, por consiguiente, resentimiento en contra de los españoles. En general, las visitas de los soldados a los asentamientos misionales eS t aban orientadas a asegurar la continuidad de las labores de los misio~eros. ~ada la debilidad del apoyo militar a las misiones del occidente, y ada la mseguridad creciente de estas misiones causada por la guerra, las campañas de los soldados en la región tuvieron el objetivo específico de poner fin a los conflictos que enfrentaban a las agrupaciones seris entre sí Y ª eS t as agrupaciones con sus vecinos pimas. Se tenía la convicción de que una paz duradera entre esos grupos de nueva cuenta favorecería el •
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Carta de Mi gue 1 Javier · d e Almanza a Fernando Bayerca: Santa Mana , del Populo, , b 20 de fe. rero de l 7 l 8, AGI, Guadalaiara, leg. 109. )º Carta · d e A1manza a Antomo . Garc1a: , Nuestra Senora _ . b . de Migu e1 Javier del Populo, 22 de ª nl de 17 18, AGN, fes uitas, leg. 2-29, f. 35 . 51 Breve mforme del e s t a d o presente en que se hallan las misiones de esta provincia, 1724, AHH, Temporalidades, leg. 27 3_ 2 _
progreso de su congregación. Así, además de forzar a los indios huidos a volver a los pueblos, los soldados procuraron, mediante castigos extremadamente severos, que los seris y pimas renunciaran a su antigua costumbre de hacerse justicia por su mano, para abolir de ese modo los ajustes de cuentas incontrolados y la espiral conflictiva consiguiente. Por razones de espacio, básicamente nos ocuparemos, como ejemplo, de una de dichas campañas militares. Se trata de la que en 1700 emprendieron las tropas del presidio de Fronteras al mando del alférez Juan Bautista Escalante. En esa ocasión, los soldados castigaron con azotes a varias familias de seris huidos, que además se tenían por ladrones de ganado. También redujeron, contra su voluntad, a numerosos seris tepocas, y dieron muerte a varios salineros cuando pretendían escapar a la isla Tiburón. En el curso de esas acciones, los soldados aprehendieron a un seri salinero de nombre Astcuimel, acusado por los pimas de haber dado muerte al fiscal mayor del pueblo pima de San Javier y a tres pimas más. Por la utilidad que tiene para nuestra argumentación, examinaremos, a continuación, este caso. Al ser interrogado sobre las causas que tuvo para matar a dichos indios, Astcuimel respondió que sólo trató de vengar la muerte de su hijo Y de su mujer a manos de un grupo de pimas del pueblo del Pitiquín. Y añadió que el motivo que tuvo para disparar contra los indios de un pueblo distinto del de los agresores, no fue otro más que .el de que los indios de San Javier eran pimas como los del Pitiquín.52 Para Astcuimel, como muy probablemente también para numerosos indios del noroeste, no podía quedar sin castigo el agravio recibido de parte de sus viejos enemigos. Para resarcirse, sin embargo, su venganza no necesariamente debía recaer en• los autores de la muerte de sus familiares I sino en cualquiera de los , miembros del grupo al que aquéllos pertenecían. La venganza cumpha, a~í, una doble función de importancia para los seris. Una función de car~cter social y otra de naturaleza política. Socialmente expresaba su sentimiento de solidaridad grupal, sentimiento que, para ellos, debía ser análogo al de los indios rivales. Así, los seris actuaban con la convicción de que el daño que hacían a uno de esos indios se lo hacían a todo su grupo.53 Desde el punto de vista político, podemos decir que la venganza debía representar tanto para los seris como para sus vecinos un medio para manifestar su mutua enemistad "y -como ha dicho Beattie- para refor4 zar los valores esenciales de conciencia e identidad de grupo" .5 Volviendo a Astcuimel, los argumentos que expuso en su defensa fueron avalados por los indios del Pópulo y hasta por el gobernador de es-
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Autos de Juan Bautista Escalante: Sonora, enero-junio de 1700, AHHP, 17oo. G-rn3. Seguimos a Lucien Levy-Bruhl, El alma primitiva, traducción de Eugenio Trías, Barcelo-
. na, Península, 1974 , pp. 3 5 _86. John Beattie, Otras culturas I México I
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te pueblo. Para el alférez Juan Bautista Escalante, sin embargo, eso argumentos no sólo eran atentatorios para la paz y el orden qu e intentaba imponer en la región, sino también para la autoridad del gobi erno colonial, que se tenía como la única depositaria de la justicia y la violencia. Astcuimel fue condenado a la pena de muerte. Escalante, sin embargo, no se dio por satisfecho. Tan sólo unos días después mandó aplicar el mismo castigo a otro seri salinero, acu ado también de hacerse justicia por su mano. Y tras esta nueva ejecución, se dirigió a los seris para advertirles "que les sirviese de ejemplo ver ese indio muerto. Que Dios nuestro señor y el ilustrísimo rey, que Dios guarde, mandan castigar al malo de aquella suerte. y así, que cesen sus guerras y se e tén quietos en sus pueblos, y que hagan sus casas, siembren sus tierras, obedezcan a sus gobernadores, y respeten y acaten a su padre ministro." 5 Razones más poderosas, sin embargo, seguían conduciendo a los seris a orientar su comportamiento en un sentido distinto . Como ya hemos visto, encontraban no sólo complicado sino inconveniente Y riesgoso el abandono de sus formas tradicionales de vida para adoptar los usos Y valores que les proponían los misioneros. En el caso particular de la venganza, es claro que no podían renunciar a ella sin poner en peligro la cohesión de su grupo y sin exponerse a una pérdida de prestigio Y de poder frente a sus antiguos enemigos, sobre todo en una situación en donde sus condiciones de existencia dependían mucho más de sus costumbres Y finalidades comunes, que del orden y la defensa española, y de los bienes Y las actividades de las misiones. Por consiguiente, así como no llegaban ª dar un reconocimiento efectivo a la autoridad normativa de los misioneros, estaban muy lejos de someterse de buen grado a la justicia impartida por los militares españoles; de aceptar que el recurso a la violencia f~ese un derecho exclusivo de éstos. Así, era inevitable que las bandas sens afectadas por las ejecuciones de los soldados se inconformaran, Y que, a~te lo que podían tener como una repetición injustificada de esas ejecucwnes, asumieran una actitud cada vez más marcadamente antiespañola. Esta actitud, por supuesto, también debió haber incidido fuertemente en la fuga de los indios reducidos y en la resistencia de los gentiles a vivir congregados en pueblos. El descontento, la irritación y el resentimiento de los seris, sin embargo, no siempre quedaron circunscritos a la deserción Y el alejamiento de los establecimientos misionales, y menos aún cuando este comportamiento era objeto también de severas sanciones, 56 sino que 55 56
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Autos de Juan Bautista Escalante: Sonora, enero-junio de 1700, AHHP, 1700 . G- 1 o3. Como deja ver el misionero Almanza en una de sus cartas , los soldados siempre actuaron con severidad en contra de los seris que se resistían a vivir en los pueblos de misión. Carta de Miguel Javier de Almanza a Antonio Becerra Nieto: Nuestra Señora de l Pópulo, 2 4 de febrero de r 718, AGI, Guadalajara, leg. 109.
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fueron mucho más allá; tomaron diversas formas de hostilidad hacia la colonización española, entre las que destacó el abigeato. Esta práctica, en efecto, tuvo un desarrollo en particular notable, al grado de que ya para r 7 r se le tenía como un mal que azotaba endémicamente a las misiones y los principales ranchos y campamentos mineros del sur y del occidente de Sonora.57 En sus inicios, el abigeato pudo estar vinculado a los desajustes introducidos por las misiones en las relaciones interétnicas y locales, y a la lucha continuada que sostuvieron algunas bandas seris para preservar su autonomía. La expansión y persistencia de los conflictos ya mencionados, con u inevitable carga de tensiones y trastornos de todo tipo, como un estado de inseguridad permanente y generalizado, la posible limitación de las áreas y zonas de caza y recolección y el aumento consiguiente del tiempo en la búsqueda de alimentos, en particular de los alimentos de caza, todo ello sin duda favoreció los asaltos y depredaciones de dichas bandas, pero de seguro también dejó el terreno bien abonado para que muchos de los indios que se resistían a radicar de fijo en los pueblos se dedicaran, .a su vez, al robo de ganado. Estos indios, y los que se mantenían en pie de lucha contra el dominio español en la región, verían engrosadas, por así decirlo, sus filas, con los seris que huían de la justicia española o que trataban de obtener la reparación de los agravios recibidos de ésta. Su capacidad para desafiar a los españoles, probada por su misma duración y afianzamiento com_o salteadores, incitaría a esos naturales a seguir su camino, donde con segundad encontraban el medio más adecuado para realizar sus propósitos. El aumento inevitable de los roces de estos últimos con los soldados acrecentaría sus acciones de venganza en contra de los colonos españoles, Y no sólo por principio, sino porque eran éstos en los que podían resarcir con men~s peligro los actos represivos de aquéllos. Así, al igual que las bandas sens que luchaban por la defensa de su autonomía, los seris inconformes con la aplicación de la justicia española tenderían a dirigir sus correrías e~ contra de todos los que identificaban como españoles y amigos de los espanoles. En 1720, por ejemplo, al preguntarse a un cau d1·11 o sen· so bre las razanes de los robos continuos de un salinero gentil y su grupo en los eS t ~ble. . "que decía dicho c1m1entos de los colonos vecinos, el cau dºll 1 o respon d., 10 . , de hurtar bestias • y gana d o a 1os espano - 1es , para que. s1 los gent1·¡ que hab1a · • s1gu1eran matar a dichos españoles, por vengar 1as mu ertes que ,hizo un capitán llamado Escalante, que había entrado con soldados Y habia muerto cinco o seis de sus parientes" .5 8
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brero de 1718, A G I, Guadalajara , leg. ro9; carta de Fernando Bayer_ca a Anton~~ Becerr~ Nieto: [sin lugar], febrero de 171 s, AGI , Guadala¡ara. leg. 109. Muafuentes, Coloma Expansion ... ", p. ros . Autos de Manuel de Valdés: Sonora, enero-julio de 1720, AHHP, 1700. G-146.
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En ese mismo año de 1720, un vecino español del real de Nu e tra Señora de Guadalupe del Aguaje se quejaba ante el cabo del pre idio de Sinaloa de que los seris, además de provocar la huida de sus operario yaquis, tenían asolado el ganado mayor y la caballada de sus hacienda de acar plata, y añadía lo siguiente: "Y, como digo, no hallándose cont nto dichos indios con los hurtos y asolamientos, pasan y han pa ado a quitar la vidas así a los naturales sus circunvecinos como a otros, viviendo tan sin rienda política, que aun han dejado sus pueblos y retirádose a lo montes y marismas para con más libertad emplearse en su depravado ejercicio" : En los años que siguieron, los enfrentamientos entre los eri y los colonos españoles continuaron firmemente en ascenso . En 1722, Juan Bautista Escalante se hallaba otra vez en campaña en el occidente, en persecución de varios indios huidos y no reducidos, algunos de los cuales tenían ya diversas cuentas pendientes con la justicia española. Entre éstos se encontraba un seri tepoca de nombre José, alias Becerro. El caso de este indio también amerita que lo tratemos con cierto detenimiento, porque ilustra bastante bien el proceso de resistencia de los seris que venimos examinando. José había huido del pueblo de Santa Magdalena de Tepocas, llevándose robada a la sobrina del gobernador de este pueblo . Tiempo atrás había sido hecho azotar por órdenes del capitán de milicias · de Sonora, Juan de la Riba: Salazar, acusado de mantener relaciones ilícitas con dicha india. Cuando decidió darse a la fuga, José había tomado ya las medidas necesarias para asegurar su subsistencia al margen de la misión Y para ponerse a salvo y defenderse de las tropas presidiales. Tanto era así que, según los indios principales de Santa Magdalena, amenazó con matarlos si intentaban volver a separarlo de su concubina . Incluso, l~s advirtió "que ni los soldados ni dicho capitán miliciano le debían quitar dicha ninfa". José se hallaba levantado en armas. Había acudido a unirse a una famosa gavilla de tepocas, encabezada por un indio seri gentil llamado Ancuibi, cuya trayectoria como infractor de las normas españolas expresaba un singular y tenaz desafío al orden que los españoles intentaban imponer en la región. Ancuibi, hasta donde se sabía, había dado muerte a cuatro indios cristianos y, además de sus incesantes robos de ganado en las misiones y estancias de los españoles, fomentaba los enfrentamientos armados entre los seris y los pimas altos. De hecho, a él se le hacía responsable en parte del conflicto que por entonces oponía a ambos grupos y que había costado ya varias muertes y deserciones entre los tepocas reducidos. José, por consiguiente, con la seguridad que debía encontrar en su nueva situación 1 como decían las autoridades indígenas de Santa Magdalena, vivía alejado de su pueblo, "sin querer conocer justicia 59
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Carta de Martín de Ibarburu a Manuel de Valdés: Hacienda del Rosario, 1720, AHHP, 1720. G-103 .
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ni dar obediencia". Antes bien, según añadían las mismas autoridades, se dedicaba, junto con el seri Ancuibi, al robo de "vacas y caballos". 60 Para r 7 24, el mismo Juan Bautista Escalan te salía en seguimiento de seis seris que huían con ganado robado. Tras una breve escaramuza con ellos, capturó a uno de los asaltantes. El padre del indio preso tuvo la prudencia suficiente de no enfrentarse en ese momento a los soldados presidiales, pero descargó después su resentimiento en el misionero de Nuestra Señora del Pópulo, al que amenazó de muerte. Y con el fin de hacer efectiva su venganza acudió a la isla Tiburón en busca de ayuda. 61 Los soldados, en suma, lejos de abolir las venganzas de sangre que estaban en la base de los conflictos interétnicos y locales, sólo lograron que esas acciones se orientaran también en contra de los propios españoles. Considero importante destacar este desplazamiento de los ajustes de cuentas, porque parece haber estado en el origen de un cambio notable en las relaciones entre las distintas agrupaciones seris, y entre éstas Y los colonos españoles. En efecto, a raíz de las entradas de los soldados, algunas de dichas agrupaciones tendieron a unirse, en apariencia para aumentar la eficacia de sus actos de venganza en contra de los colonos. Estos actos, a su vez, fueron teniendo implicaciones políticas, esto es, se constituyeron en un vehículo por el que los seris, además de afirmar y defender, por encima de sus particularismos, los valores étnicos y locales que les eran afines, trataron de escapar más cabalmente al control de la administración colonial. Veamos lo que parece haber sido uno de los primeros casos relevantes en ese sentido. En 17 2 5, una partida de seris que huía con algunas reses robadas del rancho de Salvador de Huerta , vecino del cercano valle de Opodepe, fue alcanzada por éste y 16 vecinos más del mismo valle. En el encuentro _producido murieron tres indígenas seris, lo que movió al resto de la partid! ª abandonar la acción, dejando las reses hurtadas en manos de los _espanoles. Poco después, por iniciativa del alguacil del pueblo de Los Angeles, numerosos seris se dieron cita en un sitio cercano a la misión del Pópulo, para planear las represalias que habrían de tomar. A la cita acudieron indios de los pueblos de Los Ángeles y el Pópulo, así como las bandas de los caudillos salineros Ambrosio y Nicolás, y varios seris tepocas. En la asamblea, los asistentes resolvieron quemar la casa de Huerta Y dar muerte a todos los que en ella habitaran, y después hacer lo mismo con _las demás casas y familias del valle de Opodepe. La noche del 29 de septiembre los seris llevaron sus planes a la práctica. Prendieron fuego a la casa de 60
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Autos de Juan Bautista Escalante: Sonora, octubre-noviembre de 1722, CL, colección Pastells, Audiencia de Guadalaiara, vol. 27 1 f. 228-239. Carta de Miguel Javier de Almanza a Gregario Álvarez Tuñón Y Quiroz: Nuestra Señora del Pópulo, 2 de noviembre de 17241 BNM. AF, 214. 952, f. 28v-3o.
Relacion es
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Salvador de Huerta y dieron muerte a éste y a veinte per ona m á . Por falta de tiempo, según un testigo, los seris no pudieron concretar u propósito de acabar con la población española de Opodepe. Ante d di persarse, sin embargo, acordaron volver a reunirse para quemar la s d más casas de ese valle y eliminar, incluso, a todos los españole del vecino valle de Sonora. Estos objetivos no habrían ya de realizarlos. Luego d poner en desbandada a un cuerpo expedicionario enviado en su busca, aprovecharon la ocasión para imponer a los españoles un acuerdo de paz, gracia al cual los seris alzados consiguieron que las bandas de Ambro io y Nicolás, que de tiempo atrás vivían al margen de la misión, se estableci ran 24 leguas al suroeste de la misión del Pópulo, esto es, muy adentro de u antiguos dominios y lo suficientemente retirados de todos lo asentami nto españoles de la región. 62 Este desenlace del conflicto nos muestra que, en el curso de su venganza, los seris tomaron conciencia de otra forma de escapar al control de los españoles, o sea imponiéndoles, mediante la fuerza de su unión, el reconocimiento de su autonomía local. Éste parece haber sido el inicio de ese complejo proceso de acercamientos y alianzas entre las distintas agrupaciones seris para defenderse, con mayor eficacia, de la institución del dominio colonial en Sonora. SIGLAS
Archivo General de Indias, Sevilla. Archivo General de la Nación, México, D. F. AHH. Archivo Histórico de Hacienda, México, D. F. AHHP . Archivo Histórico de Hidalgo del Parral, Parral, Chih . BNM. AF. Biblioteca Nacional de México. Archivo Franciscano, México, D . F. CL. Centro Loyola, Madrid. AGI.
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NÓMADAS Y SEDENTARIOS EN EL NORTE DE MÉXICO. ELEMENTOS PARA UNA PERIODIZACIÓN 1
Luis Aboites Aguilar Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social
E te homenaje a Beatriz Braniff es muy merecido porque ella ha dedicado buena parte de su energía e inteligencia a estudiar un problema que está en la m édula de la historia de Aridoamérica, del septentrión novohispano y del norte de México, y que no es otro que el de las sociedades indias. Sin embargo, en nuestro país ese problema no ha recibido ni por asomo una atención capaz de crear, como en Estados Unidos, una sólida -tradición historiográfica. Existen varias razones que parecen explicar el enorme contraste entre los numerosos estudios norteamericanos sobre los indios del suroeste y los escasísimos mexicanos sobre el norte. La más simple es aludir a las diferencias económicas entre ambos países, lo que bien puede explicar la existencia en Estados Unidos de una tradición constituida por varias generaciones de investigadores profesionales. Pero, al menos, existe otro elemento que debe considerarse: para los norteamericanos la conquista del oeste y la expansión hacia el océano Pacífico por medio de los pioneros y las ambiciones y conquistas territoriales resultan ser elementos cruciales de su identidad nacional. En cambio, nuestro país se formó -y con ello buena parte de la identidad nacional- a partir de un centro todopoderoso (la ciudad de México) que no se hallaba en el norte. Ese centro irradiaba su influencia hacia diversas porciones del territorio, entre ellas el septentrión,2 pero en la historia de México el norte dista de tener la influencia que tuvo el oeste o el suroeste para los norteamericanos. Lo mexicano tiene que ver mucho más con Mesoamérica, con grupos indígenas sedentarios que muy pronto quedaron subordinados a la dominación española. El componente indio de la identidad nacional mexicana, tan manipulado y demagógico, se refiere sobre todo al centro del país. El águila no se comió a la serpiente en la isla Tiburón ni la virgen de Guadalupe se apareció en el Bolsón de Mapimí (ni tampoco en un cenote de Yucatán o en las montañas chiapanecas) . Ni chichimecas, tobosos -menos aún apaches y comanches- tienen sitio en esa identidad. Llama la atención que todavía hoy no hayamos comenzado a discutir ni a 1
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"La insurrección de los seris en 1725 11 1 paleografía y presentación por José Luis Mirafu entes, Boletín del Archivo General de la Nación , tercera serie, t omo 111 (7), pp. 3-23 .
Mira ( u e nt es
G alvún
Se agradecen los comentarios de Cecilia Sheridan y América Molina del Villar a la versión preliminar. Bernardo García Martínez, "La construcción del espacio mexicano: desarrollo regional Y otros temas de geografía histórica", en Enrique Semo (comp.), Historia económica de México (en prensa).
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explorar de manera sostenida el ingrediente indio de la historia del norte mexicano, salvo quizás el de la lucha contra la "barbarie" apache. Pero desde esa óptica, los indios constituyen un elemento externo, ajeno, una especie de pesadilla ya superada para fortuna de la estirpe criolla y emprendedora que supuestamente conforma al "norteño" . El problema es que ni conocemos ni reconocemos otra posibilidad. La trágica situación de los indios contemporáneos - tan bien traducida por el movimiento armado chiapaneco o por la condición de los tarahumaras- no puede quedar de lado al momento de discutir los avances de investigación sobre la historia de nómadas y sedentarios y sobre las posibilidades de que este homenaje a Beatriz Braniff se convierta en un verdadero parteaguas en los estudios sobre el tema en nuestro país . Quiero aprovechar la amable invitación a participar en este coloquio para exponer algunas reflexiones sobre cómo llevar a cabo una investigación futura sobre este tema. Por ello, éste es apenas un intento preliminar de organizar ideas, comenzando con una propuesta de periodización de las relaciones entre nómadas y sedentarios. Es asimismo una generalización Y como tal simplifica, agrega, exagera. Este trabajo tiene como punto de partida acontecimientos ocurridos en la provincia de Nueva Vizcaya, en particular en su porción septentrional (el actual estado de Chihuahua). Si se generaliza, es con la pretensión de hacerlo sobre esa parte del norte. Esperemos que el punto de llegada de la investigación sea mucho más amplio y, sobre todo, mucho más fino. Para la periodización se fija la atención en dos aspectos: por un lado, en los protagonistas de la relación es decir los diversos grupos nómadas Y de pobladores sedentarios; y por ~tro, en 1~ naturaleza del espacio regional. La relación que nos interesa es la relación nómadas-sedentarios eS t ªblecida por los españoles con el conjunto de grupos de cazadores-recolect~res de escasa, si no es que nula, tradición agrícola. Desde ese punto de VlS t a, se trata de una relación de dominación, de imposición a un modelo de o~ganización social basado en el poblamiento sedentario Y éste en la propiedad privada. Ciertamente esa relación entre españoles Y nómadas no puede entenderse sino en el marco de las relaciones más complejas entre españoles Y el mosaico de grupos indígenas, nómadas Y sedentarios, que poblaban este espacio al momento del arribo español.
recl utamiento de brazos indios para minas, haciendas y ranchos. La esclavitud y la encomiendas constituyen un rasgo distintivo de este periodo, que impu o una dinámica singular a las relaciones entre nómadas y sed ntaTios . Desde esta perspectiva, dejando de lado la labor.evangelizadora, lo esfuerzos misioneros podrían considerarse como un intento de armar una opción menos violenta para aprovisionar de mano de obra a los españole . El repartimiento también podría verse desde esta perspectiva.3 El segundo aspecto que distingue a este periodo es la violencia española, a la que los indios, nómadas y sedentarios por igual, opusieron una gran resi tencia de rasgos singulares, considerando la ausencia de organizaciones políticas centralizadas y estables entre los diversos grupos indígenas. El siglo xv11 contiene una sucesión de ataques y sublevaciones de conchos, tobosos, tarahumaras, en muchas ocasiones aliados unos con otros, aunque también en muchos casos enfrentados entre ellos. En esa enumeración se combinan grupos reconocidos preponderantemente como cazadores-recolectores, otros con una base agrícola aún sujeta a discusión, como los conchos, y otros más con una base agrícola indudable. Aspecto crucial de esta resistencia india era el objetivo de borrar la presencia española, sin que eso significara el rechazo a algunos elementos de la cultura europea.4 El tercer elemento es la cuestión territorial, cuyo análisis puede explicar los rasgos de esta primera etapa. A pesar de no ocupar plenamente . el espacio de los diversos grupos nómadas, la llegada y .gradual expansión del poblamiento español implicaron nuevas formas de uso y apropiación de los recursos productivos. El agua es un ejemplo. El arribo español trajo consigo un aumento sustancial en la cantidad de agua utilizada; su uso obedecía a una lógica económica de pobladores sedentarios, concentrados. Un uso más intensivo del agua pudo haberse traducido en una competencia mayor por el recurso. La construcción de obras de derivación también pudo limitar escurrimientos aguas abajo o reducir la disponibilidad de líquido en lagunas y aguajes. Además, el ganado se convirtió en un gran consumidor de agua. En algunas partes del norte novohispano llegó a haber más cabezas de ganado que habitantes.5 Además, como señala Cramaussel, la presencia de grandes rebaños pudo haber deteriorado la capa vegetal de los lamerías y llanuras. Éste es un elemento que no debe minimizarse al considerar los cambios en las condiciones de reproduc-
MAYO RÍA INDIA
En una pnmera · etapa, que bien puede extenderse desde mediados del sig10 ha st a 1700 o quizá 1750, destacan tres aspectos. El primero es la im~ortancia crucial de la ma~o de obra indígena en la economía de los espan_oles, que no se volverá a presentar en etapas sucesivas. Las redadas, cacenas Y el comercio de prisioneros de guerra fueron otras tantas vías de XVI
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'C hanta! Cramaussel, La provincia de Santa Bárbara en Nu eva Vizcaya 1563-1631. Chihuahua, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1990, pp. 59-60. .¡ Susan M . Deeds, "Las rebeliones de los tepehuanes y tarahumaras durante el siglo xvu en la Nueva Vizcaya", en Ysla Campbell (comp.), El contacto entre los espaiioles e indígenas en el norte ele la Nueva Espafw. Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1992, p. 3 5. ' Michael C. Meyer, Agua en el suroeste hispánico. Una historia social y legal 1550-1850, México, C IE SAS-IMTA len prensa).
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ción de la vida .n ómada basada en la cacería y la recolección. En ese entido , se trata del enfrentamiento de formas antagónicas de concebir, explotar y poseer los recursos territoriales. Este primer periodo concluye hacia 1700 o 1750, con la gradual extinción de uno de los protagonistas: los grupos de cazadores-recolectore que habitaban esta porción de la Nueva Vizcaya. El desgaste provocado por el estado de guerra, las cacerías y las malas condiciones de trabajo, la epidemias 1 además de la integración o asimilación a la sociedad e pañola y a otros grupos indios, y hasta la deportación, componen esta hi toria, que encierra una verdadera catástrofe demográfica. 6 En el norte de Nueva Vizcaya tal vez los ejemplos más importantes sean los tobosos y los conchos, cuyos rastros todavía eran perceptibles en la década de 17 40. La disolución de encomiendas y de las llamadas congregas en el siglo xvm puede ser un elemento más que apoya la idea de distinción entre ambos periodos.7 DE MAYORÍA A MINORÍA Y NUEVOS PROTAGONISTAS
El segundo periodo, cuya duración puede trazarse desde 1700 o 1750 hasta el final de la época colonial, tiene como rasgo primordial el cambio drástico que supone el arribo de nómadas foráneos, por así decir, al escenario local. Se trata de los grupos llamados genéricamente apaches, los nuevos protagonistas de esta historia. Presionados por otros grupos indios, los apaches se movieron desde Nuevo México hacia el sur, donde hallaron establecimientos españoles. 8 Hay dos elementos que distinguen esta etapa de la anterior: el primero es que los apaches no fueron importantes como fuente de mano de obra para los españoles y el segundo, que su belicosidad no iba encaminada a exterminar la presencia española, sino a establecer el saqueo como fuente primordial de sobrevivencia, lo que se explica por la creciente presión sobre los terrenos de caza derivada en buena medida del impacto del comer' cio de pieles en Norteamérica. Ello hizo que los apaches vieran los establecimientos españoles como una alternativa de sobrevivencia Y a la guerra como el rasgo básico de su relación con la población sedentaria no india. 9 6
Peter Gerhard, The North Frontier of New Spain, Princeton, Princcton Univcrsity Press, 1982, p. 187; William B. Griffen, Jndian Assimilation in the Franciscan Area of Nueva Vizcaya, Tucson, The University of Arizona Press, 1979, p. 14. 7 José Cuello, "La persistencia de la esclavitud india y la encomienda en el noreste de M éxico en la época colonial, 1577 _1723 11 1 en El norte, noreste y Saltillo en la historia colonial de México, Saltillo, Archivo Municipal de Saltillo, 1990, pp. 91 -r 2 º· 8 Edward H. Spicer, Cycles of Conquest. The Jmpact of Spain, M éxico and th e United States on the Indians of the Southwest, r 533-1960, Tucson, The University of Arizona Press, 1970, p. 230. 9
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!bid. , p. 239.
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Margarita Urías ha destacado la importancia de la participación de tarahumara como líderes de los ataques apaches en el norte de Nueva Vizcaya a partir de 17 4 7. 1 ° Concibe tal participación como una nueva forma de r i tencia tarahumara después de que los levantamientos del siglo anterior dejaron de presentarse. En el siglo xvm los jesuitas suspendieron sus esfuerzos de congregar indios en las misiones y aceptaron tácitamente la e trategia tarahumara de alternar estancias en las misiones -donde obtenían alimentos y tenían acceso a ciertos bienes de origen españolcon periodo de alejamiento y dispersión. El argumento de Urías es que en e as ausencias los tarahumaras se sumaban a las incursiones de apaches contra los asentamientos españoles. De cualquier manera, con el tiempo, el enfrentamiento básico se fue definiendo entre los apaches (y más tarde los comanches) y los españoles. Ante la gravedad de esta amenaza, la corona española impulsó una política que combinaba la presión militar, ejemplo de ello es el reforzamiento de los presidios, con el poblamiento y repoblamiento; así se confiaba en que una mayor población sedentaria (dedicada a la agricultura) era la m~jor defensa contra los nómadas. De allí la entrega de tierra que se condicionaba a la participación en la guerra contra los "enemigos". Hacia 17 80 , el gobierno español, con la idea de que era mejor una mala paz que una buena guerra, desarrolló una política múltiple hacia los nómadas, que consistía en la firma de tratados de paz que incluían raciones a grupos pacificados, el divisionismo entre grupos nómadas y el fomento del consumo de productos y alimentos españoles, desde bebidas alcohólicas st ª armamento. Estas medidas dieron resultado, y durante las últimas decadas del periodo colonial reinó una relativa tranquilidad que hizo posible la prosperidad económica en esta parte del septentrión, que se reflejó en mayor poblamiento de españoles, mestizos y castas. 11
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EL FIN DE LOS NÓMADAS, NUEVA FRONTERA
El tercer periodo arranca con la Independencia de México Y culmina ~on la desaparición de los nómadas en la década de 1880. Durante e5to s anos, distintos acontecimientos modificaron sustancialmente la relación :ntre , d as y sedentarios en esta porción d e1 septentnon ·, novo h1·spano · Estos noma se refieren al cambio en el carácter de la frontera; así retomamos lo que 10
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M arganta . Urías, "Rarámuris en el siglo xvm", en Lms . G onza-¡ ez e t a1·1 Derechos cultu, • d d · ersidad Autonora 1es Y derechos indígenas en la sierra Tarahumara, Cm a Juarez, u mv ma de Ciudad Juárez, 19941 pp. 73-126. M ana - d e I C armen Velazquez, . . - d'd Establecimiento y per i a d e1 sep tentri'ón de Nu eva. Espa. . b ·dad del penado en na, Mex1co, El Colegio de México, 19741 pp. 189-190. So re 1a prospen . . . d . b 1 estado de Chihuahua, cuest10n, vid. Pedro García Conde, Ensayo esta istico so re e Chihuahua, imprenta del gobierno, 1842, p. 64.
Nómadas
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señalábamos al principio sobre la periodización que se ba aba no ó lo en los protag~nistas si~o en los c~mbios ocurridos en el e c nari r gional. A partir de mediados del siglo xvm se hizo realidad lo que ha ta entonces era una lejana pero amenazadora presencia de ingl e e y franc en e~ septe_ntrión novohispano. Aunque, sin duda, lo efecto de a presenc_ia ~odian º?servarse en los movimientos hacia el sur de div r O grupos md10s, lo cierto es que, hasta después de la guerra de lo iet año concluida en 1763 con_la retirada francesa de Estados Unido , lo ingl e' Y _l~ego los ?orteamencanos avanzaron sostenidamente hacia l ptentnon novohispano. De este fenómeno se desprenden do a unto : primero, que la f~ontera septentrional cambió drásticamente, y segundo, que lo norteamencanos se convirtieron en nuevos protagonistas de la relación entre nómadas y sedentarios en el norte de México. En las últimas décadas del siglo xvm el septentrión dejó de er el es~a_ci_o en el que terminaba la potencia del poblamiento español y donde s imciaba~ los _te_rrenos ocupados por gran diversidad de grupo indio que manteman debiles contactos con los españoles. En su lugar e formaba u~a ~rontera con una sociedad de enorme dinamismo demográfico y economico, beneficiaria de la revolución industrial de Europa occidental, que muy pronto se constituyó en una amenaza para los dominios españoles, y luego los mexicanos. Comenzaba a fraguarse la historia del suroeste norteamericano. Un elemento primordial de esta etapa fue que la guerra entre nómadas Y sedentarios se convirtió en un gran negocio. Las relaciones de intercambio que establecieron apaches y comanches con comerciantes norteamericanos (y también mexicanos) dieron mayor sentido al saqueo de establecimientos ubicados en México; además, el intercambio de ganado robado por armas, vestidos y alimentos potenció la belicosidad nómada en un momento en que el nuevo país mostraba grandes dificultades para sostener el aparato colonial de presidios, misiones y subsidios. El retorno a un e st ado de guerra general en 18 3 1 expresa ese nuevo escenario. 12 Para los mexicanos la disputa por el territorio ya no sólo era con nóm~d_as, sino también con el país vecino, que ambicionaba expandir sus domimos. Había una estrecha relación entre ambas disputas. Los españoles observaban con preocupación que la guerra con los nómadas debilitaba la ocupación del extenso septentrión, lo que bien podía atraer aún más a ingleses Y franceses. De allí se explica el proyecto de la comandancia gene-
ral de la Provincias Internas. Igual ocurría con las autoridades mexicanas: la guerra con los nómadas producía desiertos donde antes l'lO los había, por el abandono de pequeñas localidades, haciendas y minas, y eso era aprovechado por los norteamericanos para vigorizar y hasta justificar su ambición territorial. Por eso, el gobierno mexicano no dudó en acusar a los norteamericanos de azuzar a los "bárbaros". 1 3 En 1821, el Estado mexicano creyó que poblando Texas con norteamericanos iba a detener a sus coterráneos. La guerra con Texas agravó la fragilidad del poblamiento sedentario en México. La pérdida de vidas y de bienes del periodo 1831-1840, provocada por incursiones apaches y comanches, tal vez puedan equipararse con las del periodo que siguió a 1749. La respuesta de los sedentarios mexicanos fue fundamentalmente militar, dirigida al exterminio de los apaches, aunque también se haya recurrido a la firma de tratados de paz, como los suscritos en Chihuahua en el gobierno de Francisco García Conde. Un elemento ausente en periodos anteriores es que los sedentarios mexicanos gastaban y distraían buena parte de sus escasísimos recursos en conflictos internos. El poder público se mostraba incapaz de encabezar la guerra contra los nómadas y por ello tenía que recurrir frecuentemente a las élites locales para buscar recursos. La población sedentaria pobre, organizada en comunidades y pueblos con gran margen de autonomía política, se defendía por su cuenta y riesgo. Según Smith, los comanches captaban mejor que los apaches las desavenencias entre norteamericanos y mexicanos. 1 4 Quizás apostaban buena parte de su sobrevivencia a la pugna entre los dos países. Lo cierto ~s que los nómadas jugaban con fuego si confiaban en el refugio norteamen15 cano para atacar las posesiones más débiles de los mexicanos. Esta historia culminó cuando ambos países dejaron atrás sus pugnas territoriales y fronterizas para coincidir en la necesidad de fomentar_ los negocios de una manera sustancialmente distinta a la de los comerciantes de 1820. En la década de 1880, ganaderos, agricultores, especulad~r~s, empresas mineras y ferroviarias impusieron su peso y sentaron co nd1 c10 nes favorables para que los gobiernos resolvieran, de una vez por todas, la cuestión de los nómadas. Para entonces, los nómadas eran mucho menos 1
JV"dlf · t·vodelaUnión 1 1 · n arme de la comisión pesquisadora de la Frontera Norte a1 e¡ecu , . sobre depreda cion es de los indios y otros males que sufre la frontera mexicana, Mexico,
1.1 12
David!· Weber, La frontera norte de México, 1821-1846. El sudoest e n ort eam erican o en su epoca mexicana, México, FCE, 1988, pp. 129-155; sobre el comercio de mexica11 nos . _ con "bárb aros , v1·d . d ecreto de octubre de 1834 1 en Francisco R. Al macla, Le'{islast cwn con itucional del estado de Chihuahua, Chihuahua, Gohierno di.:! Es tado r 984 pp. I 11·112. ' '
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imprenta del gobierno, 1877, p. 18. · 11 R a IPh Sm1th, • . "lndians in American-Mexican Relat10ns Befare the w ar Of 1 34 6 ' en H1spanic American Historical Review, 43:1 (febrero de 1963), P· 56. . E5 t 0 recuer d a la diplomacia . . iroquesa durante la guerra d e l os siete ª n-os · En los primeros . . l os 1n · c1·10s se 111antuvieron neutrales, pero cuan d o l a b a 1anza se 1·ncJinó hacia los manos, gleses, se sumaron a ellos. Lo que no calcularon los iroqueses fue que a largo plazo la presencia francesa era esencial para su sobrevivencia. Gary B. Nash, Pieles ro;as, blancas Y
negras, México,
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1989 1 p. 448.
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que un siglo atrás y sus movimientos se habían ido redu ciendo a una pequeña franja en la frontera entre México y Estados Unid o . Ademá , el iglo x1x había marcado una diferencia tecnológica bá ica: lo n ómada n pudieron incorporar ni los ferrocarriles ni el telégrafo, y el u o de modernos rifles, balas más mortíferas o prismáticos no fu eron uficient para potenciar su capacidad guerrera, como había ocurrido con lo caball robados a los españoles a fines del siglo xv1 o con el comercio con e tadounidenses y mexicanos en las primeras décadas del iglo x1x. 16 CONSIDERACIONES FINALES
Para concluir conviene destacar algunos aspectos. El primero e la catá trofe demográfica en la historia de los indios norteños desde el mom nto del contacto con los españoles. Si en el siglo xv11 los espaii.oles nfrentaban a un gran y diverso conglomerado de indios nómadas y edentario , que eran la mayoría absoluta de la población, en las postrimería d l i lo XIX los grupos nómadas constituían apenas una pequeñí ima fracción , asediada por todos lados y sin retaguardia. Por su parte, diversos grupo de indios sedentarios, para entonces una minoría, mostraban diver a formas de sobrevivencia y resistencia en un medio crecientemente hostil que intensificaba la presión sobre sus recursos. La experiencia fore tal de los tarahumaras o la agraria de los yaquis y hasta la de los apaches de sierra Blanca, que hoy se oponen a la instalación de un basurero nuclear en Texas, 17 son otros ejemplos de esa presión. Ahora bien, en términos más finos hay que discutir los cambios en la composición de la población norteña, en especial el papel de la población india. En el proceso de dejar de ser mayoría para ser minoría, no sólo debe considerarse el extermino atroz que sufrieron los diversos grupos indios por parte de españoles y mexicanos; también hay que explorar la conclusión de Griffen acerca del proceso de asimilación e integración de segmentos de población india a la sociedad española. 18 Estos fenómenos pueden verse como parte de una tendencia general hacia la homogeneización étnica de la población del norte, cada vez menos india, cada vez más españolizada, y en cuyo seno comenzó a formarse una clase trabajadora en sentido estricto, carente no sólo de medios de producción, sino también de la riquísima diversidad cultural de los grupos indios al momento del arribo español. Recoger y profundizar esa conclusión es fundamental para 16
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William B. Griffen, "Aspectos de las relaciones entre indios y europeos en el norte de México", en Ysla Campbell (comp.), El contacto entre los españoles e indígenas en el norte de la Nueva España, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 1 99 2 , pp. 43 -44. La /ornada , 25 de enero de 1995, p. 19. Griffen, Indian Assimilation, p. 1 IO.
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futura inve tigacione obre el norte mexicano y puede ser un excelente vehículo para conectar una fase histórica en la que prevalecían relaciones má bi n interétnica entre una minoría española (o quizás una minoría no india) y una inmen a y diversa mayoría india, y otra fase basada cada vez má obre relaciones de clase, en el sentido de que las relaciones sociale fundamentale se organizaban sobre la base del acceso diferencial a lo recur o productivo , y no tanto en torno de la confrontación Y convivencia de do cultura o civilizaciones, que se traducían, ante todo, en modo antagónico de ocupar, explotar y poseer el territorio. Esa tranición incluy fenómeno diver os tales como la extinción de los cazadores-recolectare (de los nómadas originarios), el predominio de la ocupación sedentaria ha ada en la propiedad privada, y por otro lado, el proceso de integración cultural, las mezclas, el mestizaje. 19 Existe una enorme distancia entre la importancia otorgada a la guerra contra los nómadas durante la época colonial y el siglo x1x Y el peso_ que ahora se concede en el norte a esos indios muertos y también a los vivos. Por lo visto, la generaciones nacidas después de 1890 crecieron creye nd º que debían agradecer a sus antecesores el haberlos liberado de la tr~menda pesadilla de los nómadas. Pero incluso en este último caso es evidente la necesidad de conocer a profundidad la pesadilla de nuestros anceS t ros, por lo menos para entender, por ejemplo, si de ella se deriva el maltrato secular a los indios vivos. De lo que se trata, en fin, es de promover los estudios que cond_uz~an no sólo a poner en duda los mitos y leyendas vigentes sobre los rnd10 s norteños y las relaciones con los no indios, sino también para conocer Y reconocer de otro modo a esos indios. Contamos con grandes avances ' los estudiosos ' estadoumdenses, . 1ogrados por pero es men ester revisarlos a la luz de nuestros intereses incluso desde nuestros mitos Y leye nd ªs, Y hacer más investigación en Ías fuentes disponibles. Así podremos cu;stionar los rasgos de nuestra identidad cultural y con ello compren er mejor nuestra realidad contemporánea. .. , . . . . de sigmhcar Por ultimo, hay que msistu en el parteaguas que pue . este. 5 . a Beatriz Braniff para impulsar . h omena¡e 1os estu d.10s so bre la matena._ i , fa 11 a, podríamos hacerle más homena¡es, . por e¡em . plo cada dos llanos, este . . los avances, pues todos estamos d e acuer d0 en que e a se para discutir merece esos avances y los sucesivos homenajes.
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. ¡ bl · ·n negra personaje En este mestizaje no se debe dejar de lado la presencia de ª po acJO ' , ¡¡ . . . d studio que se esta eolvidado de la historia del norte. Un resultado pre 1munar e un e I es muestra que en 1as vando a cabo en la misión franciscana de Santa Cruz d e T apaco m d , . . . d' bl mente baja (menos e 14 ultimas décadas del siglo xvm la presencia de m 10s era nota e . . bl ·, ¡ ta , por ciento). Espor ciento), apenas un poco más importante que 1a po acwn muª 113 · · · · on1·a1es del periodo 1767-1796. tos ca·¡culos se h1c1eron con base en los registros matnm
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LA ECONOMÍA POLÍTICA DE LAS CORRERÍAS: NUEVA VIZCAYA AL FINAL DE LA ÉPOCA COLONIAL
William L. Merrill Smithsonian Institution
A través de la historia, agricultores sedentarios y cazadores-recolectores nómadas en diversas áreas del mundo han creado complejas relaciones de interacción e interdependencia. 1 A pesar de que estas relaciones suelen ser multidimensionales, abarcando alianzas políticas y sociales, así como intercambios económicos, generalmente se forman con base en el hecho de que cada sociedad tiene acceso a bienes que la otra necesita o desea. Tales intercambios se vuelven de suma importancia cuando las sociedades involucradas intercambian recursos alimenticios complementarios -por ejemplo, carbohidratos y proteínas- que son necesarios para una dieta balanceada. Los agricultores y cazadores-recolectores que se enlazan por medio de dichos trueques con frecuencia intercambian no sólo cosas que ellos mismos han producido o recolectado, sino también operan como intermediarios en el flujo de bienes entre otras sociedades de agricultores Y cazadores-recolectores dentro del contexto de redes de intercambio regionales y supraregionales. Cuando los bienes que se intercambian son escasos, o la posibilidad de obtener ganancias significativas es alta, frecuentemente los intermediarios compiten entre ellos por el control del intercambio. Igualmente, cuando algunos participantes no consiguen los bienes que usan para intercambiar, pueden llegar a atacar a las comunidades con las que anteriormente sostuvieron intercambios para conseguir los bienes deseados. En esas instancias, las relaciones positivas de intercambio se disuelven y son reemplazadas por relaciones negativas.2 El intercambio entre agricultores sedentarios y cazadores-recolectores nómadas en América del Norte se ha investigado, con mayor amplitud, en la región del suroeste y los llanos de lo que ahora es Estados Unidos. Los principales participantes en este intercambio, que empezó ª florecer alrededor de 1450 d. C., eran las sociedades sedentarias de Nuevo México, conocidas como "los indios pueblo", y bandas nómadas de 1
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Spielmann (1991 a) proporciona un análisis detallado de las interacciones entre horticultores sedentarios y cazadores-recolectores nómadas. Sahlins ( r 972: 18 5-2 7 5) presenta un análisis de reciprocidad negativa que se relaciona con las diversas formas de reciprocidad en la interacción social en general. Y como en est e ensayo mi enfoque es el intercambio económico, designo la reciprocidad negativa asociada con correrías como "intercambio negativo".
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apaches, que cazaban y recolectaban en los llanos del búfalo, ubicado al oriente de la misma región. Casi todos estos intercambio tuvi ron lugar en las poblaciones más cercanas a los llanos, a donde los apache ll e vaban diversos productos derivados del búfalo (cueros, ebo, carn l, pieles curtidas de otros animales, herramientas de pedernal y hu e o, a í como cautivos, quienes en su mayoría eran miembros de la oci dad agrícolas que vivían en los márgenes orientales de los llano . A cambio, los indios pueblo ofrecían maíz y otros productos cultivado junto con cobijas de algodón, alfarería y turquesa. Al parecer, los pueblo ituado más cerca de los llanos competían entre ellos por el control d 1 intercambio con los apaches y operaban como intermediarios en el flujo de bienes entre los apaches de los llanos y otras sociedades que vivían hacia el poniente . Después de fundar su colonia en Nuevo México, en 159 , los españoles comenzaron a explotar este intercambio para adquirir enorme cantidades de cueros de búfalo y pieles de venado, así como indios cautivo , que eran la base de su economía local y su comercio con el resto de Nueva España. De hecho, intentaron y, hasta cierto punto lograron, arrebatar el control de intercambio a los indios pueblo. Al tiempo que introdujeron nuevos productos, que llegaron a ser muy codiciados por los indios, como caballos, herramientas de metal y telas fabricadas, pusieron en peligro el intercambio cuando empezaron a atacar a los apaches de los llanos para conseguir esclavos. Sin embargo, el sistema de intercambio fue más severamente trastornado por los enemigos de los apaches que vivían hacia el norte, particularmente los comanches, quienes bloquearon el acceso de los apaches a las áreas de los llanos donde se encontraban las grandes concentraciones de búfalo, al igual que a los centros de intercambio en Nuevo México. A mediados del siglo xvm, estos grupos habían suplantado ya a los apaches como las sociedades provenientes de los llanos que fueron de mayor importancia en el intercambio con los indios pueblo de Nuevo México.3 · Por mucho tiempo los investigadores han reconocido que los apaches de los llanos, después de haber sido desplazados de sus territorios de cacería Y sus relaciones de intercambio en el norte, cambiaron sus operacione·s durante el siglo XVIII más hacia el sur, generando un aumento dramático en las correrías y hurto de ganado en Nueva Vizcaya y otras provincias adyacentes a lo que actualmente es el norte de México. Estas correrías se han interpretado principalmente como resultado de la ere' Para información acerca del intercambio entre los indios pueblo y las sociedades indias de los llanos, así como el impacto que los españoles y los comanches tuvieron sohre este in tercambio, vid. John, 197 5; K~nner, 1994; Forbes, 1994; Navarro García, 1964; Ford, 1983 ; Kessell, 1979; Levine, 1991, y Spielmann, 1989 1 1991a, 1991h y 1991c.
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ciente dependencia de los apaches respecto del ganado de los españoles para a ti facer las necesidades básicas de subsistencia. Sin embargo, se ha prestado poca atención a la relación existente entre las correrías y la red de intercambio de ganado hurtado que se desarrollaba a través de gran parte del oeste de Estados Unidos durante este periodo. Además, no se han explorado a fondo las motivaciones políticas que estas correrías pudieron tener ni el importante papel que jugaron en ellas los residentes de Nueva Vizcaya, tanto indios como no indios. 4 El propósito de este ensayo es examinar la alta incidencia de correrías ocurridas en Nueva Vizcaya durante la segunda mitad del siglo xvm en relación con los procesos económicos y políticos más generales que se desarrollaron en el norte de Nueva España, y más allá de la frontera, durante la época colonial. Aquí propongo que solamente se pueden entender las características más significativas de este complejo de correrías si se toman en cuenta la organización y dinámica de la red suprarregional de intercambio, y que estas correrías fueron motivadas por factores tanto políticos como económicos. Considero, además, la relación entre los apaches Y los indios y no indios residentes de Nueva Vizcaya que participaron en las correrías. Primero presento un resumen de la historia Y etnografía de las correrías en Nueva Vizcaya para después plantearme dos preguntas específicas: ¿por qué los apaches no desarrollaron relaciones iguales de intercambio positivo con los españoles en Nueva Vizcaya c~mo las que habían creado anteriormente con los españoles en Nuevo Mexico? Y, ¿por qué los indios agricultores sedentarios en Nueva Vizcaya, después de mantener más de medio siglo de paz con los españoles,. comenzaron correrías en contra de éstos y de su ganado en la segunda mitad del siglo XVIII? Concluyo con algunas reflexiones sobre la economí~ política de estas correrías, y examino, en términos más generales, las dimensiones económicas y políticas de estas correrías comparando la importancia de las dos clases de factores en la motivación de las actividades de los atacantes.
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N avarro G arcia - (1964:303-304, 407) ha propuesto, haciendo . - 11 mcapi · ·é que nadie,.d la. mas . · perspectiva de que los apaches hurtaron ganado de los españoles para satis facer neces1 a . . . s la guerra era d es b asicas de subsistencia. En sus palabras: "Para las tribus enemigas, pue 1 ,, · ¡ . . · 1 una simp e Y cruda lucha por la subsistencia en el sentido mas matena de la palabra. ' hurtado en el norte de M e'xico en los s1( i964:303) . Referencias al intercambio de ganado 1 glas xvm Y x1x se encuentran en John (1975: passim) y Griffen (r988a:78-79, 9 1, 121 ' _33 · u · as Hermos1llo 1 34, nota 6, y 1988b:151-162)• cfr. Forbes, 1959 y Worcester, 1944• n .. . , . 1es, cu lt urales y econom1(1994 ) proporc10na un análisis importante de los contextos socia cos d entro de los cuales ocurrieron los ataques de Ios tara h umares Y otros residentes de . N ueva Vizcaya. Información adicional sobre estos ataques se encuen t r a en Navarro García (1964) y Salmón (1991:85-131).
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LAS CORRERÍAS EN LA NUEVA VIZCAYA
El primer periodo: 1560-1748 Las dramatis personae del drama que se desarrolló en Nu eva Vizcaya durante la época colonial española pueden ser divididas en tre ca tegoría generales.S En primer lugar estaban los indios qu e vivían en ta r gión durante el contacto con los españoles. Estos grupos incluyero n a lo cazadores-recolectores nómadas distribuidos en la ti erra árida a lo lar o de la frontera oriente de Nueva Vizcaya dentro y en lo alred dore d 1 B 1 ón de Mapimí; y, por otra parte, a los agricultores sedentario o semi dentarios que cultivaban tierras en llanos, colinas y sierras m á fértile d lo qu e hoy son los estados de Durango y Chihuahua.6 La segunda categoría la fo rmaban los miembros de la sociedad colonial española qu e empezaron a poblar Nueva Vizcaya en la segunda mitad del siglo xv1. A u llegada, con é tos venían otros europeos, así como indios del centro de M éxico, e clavo africanos y castas. La tercera la conformaban indios n óm adas qu e vivían al norte y al oeste del río Bravo del Norte hacia finales del siglo xv11, punto en el que iniciaron su traslado hacia Nueva Vizcaya para invadirla Y habitarl a . En su mayoría estos indios nómadas hablaban atapascano y los español es los identificaban colectivamente como "apaches". El proyecto colonial español fue más exitoso entre los agricultores sedentarios y semisedentarios. Al inicio del siglo xv111, la m ayoría de es tos indígenas había sido incorporada a la red de la misión católica qu e se extendía a través de la mayor parte de Nueva Vizcaya, y mucho de ellos participaron dentro de la sociedad colonial española como auxiliares militares o peones. Sus esfuerzos para resistir la expansión española hacia sus tierras por medio de varias rebeliones a gran escala en el siglo xv11 se vieron fracasados . De igual manera, sus ataques a pequeña escala contra colonias españolas y sus manadas durante el siglo xv11 Y principios del xvm fueron esporádicos y de consecuencias limitada s; és tos coincidían principalmente con las rebeliones y los tiempos de escasez. 7
Lo indi o n ómadas de Nueva Vizcaya demostraron ser más intratable a lo intentos de sometimiento de los españoles. 8 Éstos vivían en una multitud de peque ñas bandas que, de acuerdo con Griffen, se organizan dentro de tre grupos : los coahuileños (especialmente los cabezas y salin ero ), lo tobo o (incluyendo los cocoyomes y acoclames) y los chisos. 9 Durant e ca i 2 00 años, dichos grupos invadieron poblaciones españolas pa ra obten er gan ado, vestimenta y otros bienes, además de cautivos, que era n incorp orado a sus bandas o intercambiados por rescates. Después d un ti e m po, co m en zaron a depender más de las manadas que robaban a lo e pañ oles para su subsistencia, que complementaban cazando Y con la recolecció n de recur os silvestres, incluyendo ganado que se había hecho alvaj . Mi entras devastaban las colonias situadas al norte, Y los espaf10le m ejoraban sus defensas, estos indios extendían sus ataques mucho m ás all á de la frontera, hacia el sur, hasta Nueva Galicia. Para controlar a e tos nómadas, los españoles combinaban propuestas de paz (por ejemplo, les ofrecían incentivos de comida Y vestimenta) con ca mpañ a militares, ejecuciones, esclavización y deportación, frecuente m ent e explotando conflictos entre las diversas bandas con la eS t rategia de "divide y vencerás", que funcionó muy bien en su conquiS t ª de grupos nativo durante la época colonial. El principal impedimento de una victoria rápida sobre estas bandas fue el fracaso español de eS t ªblecer control efectivo sobre el Bolsón de Mapimí. El ambiente extremadame°:te árido del Bolsón impidió que las colonias españolas se situaran alh, mientras que a las bandas invasoras esta zona les proporcionaba tant_o un refugio como un pasadizo seguro entre Texas y el centrn de Nueva Vizcaya . Sin embargo, las campañas españolas contra ellos, combinadas con el impacto devastador de las enfermedades del Viejo Mundo, terminaron en el virtual exterminio de estos grupos. Los sobrevivientes fueron incorporados a la sociedad colonial española o a las bandas de apaches que los reem· · 1es i·nvasores P1azaran en la segunda mitad del siglo xvm como los pnncipa en Nueva Vizcaya.
El segundo p eriodo: 1748-1831 ; Antes de 17 33, Sonora y parte de Sinaloa se incluyeron dentro ck los limites de la pro vincia de la Nu eva Vizcaya, pero en el presente ensay o considero principalmente la Nue va Vizcaya despu és ele esta fecha corre spondi ent e a lo que hoy son los estados de Chihu ahua, Durango y porci on es cid es tado de Coahuila (Gerhard, 198 2:245 -2 48 ). 6 Griffen (1 969 :v) designa com o el "Gran Bolsón de Mapimí" to da el áre a árida a lo largo de la front era entre Chihuahua y Coahuil a, des de el rí o Bravo del Norte ha sta las cercanía s de Parras y Mapimí. Yo sigo su uso, só lo que ac orto el términ o a "Bolsó n ele Mapimi " . 7 Para resúmenes de la histori a de las mision es católicas entre los indi os de Nu eva Vi zcaya, consúltense Dunne, 1944 y 194 8; Griffen, 19 69 y 1979 ; Porras Muñ oz, 1980; G onzálcz Rodrígu ez, 1984, y Merrill, 1993 . Gonzálcz Rodríguez (1969), Salm ón (199 1) Y Deeds (1 992) proporcion an descripciones de las rebelion es a gran es cala. Para información sobre las rn-
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Las primeras noticias de la aparición de apaches en la frontera norte de Nueva Vizcaya se dieron durante las décadas de 1680 Y 16 9°· E~ ~ ,e tiempo, los apaches del sudoeste de Nuevo México se unieronª los m ~. . · es). para invadir genas d e1 norte de Nueva Vizcaya (sumas, ¡anos Y ¡ocom rrerías de los indi os de Nueva Vizcaya en las primeras décadas del siglo xvm, consúltense Barrutia, 1729; Berrotarán, 1748; Fernández [172 5]; Rauch, 1730 Y varios autores, 17 30· s Esta síntesis de los grupos n óm ada s del Bolsón de Mapimí se basa en Gnffen, 19 69· 9 Griffen, 1969: v.
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poblados españoles e indígenas en las áreas de Casas Grande , El Paso, el sur de Nuevo México y el norte de Sonora. 10 Es probable que e to apaches (llamados "gileños" por los españoles debido a que habitaban el área del río Gila) hayan participado en el comercio con los indios t ómpiro y piro en el sur de Nuevo México a principios de siglo, al igual qu antes d~l- co~tacto español. Sin embargo, este comercio fue mucho meno igmficauvo que aquel establecido entre los apaches de los llano y lo indios pueblo más al norte; aparentemente los principales comerciante de los pueblos del sur no fueron los apaches, sino lo jumano nómada quienes dominaron el comercio entre Nuevo México, La Junta de los Río' (en el entronque de los ríos Conchos y Bravo) y Louisiana hasta principios del siglo xvm.11 Hacia la mitad del siglo xv11, los apaches del sur atacaban con tantemente las misiones y los pueblos en el sur de Nuevo México, y para 1 6 7 o, muchos de estos poblados fueron abandonados y las manadas de caballo casi extintas. 12 Siguiendo a la rebelión de los indios pueblo de 16 o los conflictos entre los diferentes grupos que se habían unido para expul~ar a los españoles de Nuevo México rompieron el comercio que había florecido entre ellos y los apaches de los llanos, los cuales se vieron obligados a buscar en otros lugares su provisión de caballos. Por ejemplo, en I 682 los apaches de los llanos comerciaron con apaches gileños por caballos robados en Sonora, ya que no los podían adquirir en los pueblos de Nuevo México. 1 La disminución de caballos en Nuevo México, combinada con la huida de los españoles hacia el área de El Paso, produjo un cambio en el enfoque para invadir la frontera norte de Nueva Vizcaya y el interior de Sonora. La reconquista española de Nuevo México, concluida en r 696, restableció el comercio con los apaches de los llanos y trajo nuevo abastecimiento de caballos a la provincia. Mientras continuaban las invasiones en Sonora y el norte de Nueva Vizcaya, los apaches del sur reanudaron sus ataques en el centro de Nuevo México junto con los apaches de los llanos Y los navajos, quienes también comerciaban con los españoles y los indios pueblo de la región. Sin embargo, en I 7 30, estos apaches también estaban siendo atacados por otros grupos de indígenas, que empeza10
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John, 197 5:272-2 73; Schroeder, 1979 :236-242; Griffen, 19 88a:4; Forbcs, r 994: 172 1 19 0 . 191, 20 7-209, 231-234. Joseph Neumann, el principal cronista jesuita de las rebeliones tarahumaras en el siglo xv11, incluyó a los apaches entre los indios aliados en la rebelión tarahumara de 1690. Los otros grupos, además de los tara humares, eran los conchos, sumas, janos, jovas, julimes, chinarras, acoclames, tobosos Y chisos (González Rodríguez, 196 9 :4 6_ 47 ¡. Kelley, 1 95 5, 1986; Kessell, 1979; Schroeder, 1979 :236-242; Ford, 1983; Spielmann, i99ia:95-96; Forbes, 1994:II7¡ Hickerson, 1994. Forbes, i994:i64-168; Spielmann, 1991a:96. Forbes, 1959:202 y 1994:191.
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ban a competir con ellos por el acceso a los recursos de la región y los inercados de Nuevo México. De estos competidores, los más importantes fueron los comanches. 14 A fines del siglo xvu, los comanches eran cazadores y recolectores pedestres que vivían en la Gran Cuenca al norte de Nuevo México. En este tie11;po, recibieron sus primeros caballos de sus vecinos los yutas, que los ?abian adquirido en Nuevo México. Hacia 1730, los comanches se habían integrado completamente al caballo y se habían expandido hacia los llanos del búfalo al este de Nuevo México y al norte de Texas. Esta expansión, combinada con diversos conflictos entre otras sociedades indígenas que habitaban en los márgenes orientales de los llanos, obligó a los apaches de los llanos a retirarse hacia el sur. 1s Alrededor de 1730, los apaches de los llanos habían sido desplazados hacia el sur de Texas, más allá del límite meridional de las principales manadas de búfalos, y hacia las áreas de influencia de los colonos español~s en Texas, de quienes buscaban protección contra sus enemigos. Ocaswnalmente atacaban a comanches y otros indios al norte para obtener caballos Y cautivos, y continuaban cazando los búfalos que periódicamente aparecían al sur y al oeste de su área usual. Casi al final del siglo xvm, también se aventuraron hacia los llanos del búfalo para cazar, acompañados, a veces, por soldados españoles. A pesar de lo anterior, su acceso al búfalo Y al comercio en Nuevo México había sido reducido drásticamente.16 Est0 s acontecimientos forzaron a los apaches a incrementar el robo de ganado español, especialmente caballos, que les proporcionaban comida Y materias primas, y que por su gran valor podían ser intercambiados por carne Y cueros de búfalo, así como por bienes europeos. 17 Estos ataques generaron campañas españolas contra ellos. Por otra parte, los comanches, que empezaron a adquirir armas de fuego en cantidades importan:~ Estnosa, 1 988; John, 1975:233-234, 272-273¡ Kessell, 1979:357-410. ) Jo , 1975:121, 254-257¡ Shimkin, 1986:517. 16 Navarro G arcia, · 1964:103-106; Kenner, 1969:31-34, 60; John, 1975:37o, 4o7, 4 211 647648 , 72 8 - Los apaches de los llanos que vivían más hacia el norte también fueron forza-
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dos ª salir de los llanos por los comanches y sus aliados, pero en su caso fueron d~~plazados, no hacia el sur, sino hacia el occidente. Más tarde, estos apaches fueron identificados ~l~mo los iicarilla (Kenner, 1969:32). Berlandier {1969) proporciona una d~s_cripción deta_da de los apaches de los llanos, los comanches y otros indios de la regwn durante los primeros años de la independencia. Los apaches Y otros grupos involucrados en las correrías aparentemente valoraban ª las mulas igual que a los caballos, pero para simplificar la presentación, anoto sólo caballos como blanco principal de las correrías. El robo de burros raramente se menciona en los documentos históricos, presuntamente porque los atacantes los consideraban de menos valor; sin embargo, en 1789 se informó que una banda de apaches que invadía el centro de Chihuahua montaba burros y llevaba escopetas en sus correrías {Loya, 1789:61).
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tes en 1740, extendieron sus ataques contra los apache ha cia 1 ur d Texas y Nuevo México. En esta época, un gran núm ero d apache d 1 ur comenzó a trasladarse hacia el centro de Chihuahua, mientra varia bandas de apaches de los llanos (quienes más tarde se juntaron para formar el grupo de apaches llamados mezcaleros) se infiltraron en lar gión a lo largo de la frontera entre Nueva Vizcaya y Coahuila. 1 Otro apache d lo llanos, usualmente llamados lipanes, incrementaron u pr ncia en Coahuila y, en menor grado, en Nuevo León y Nuevo Santand r, al ori nt . El movimiento de estos apaches hacia el norte de México no con tituyó una migración definitiva, sino más bien una extensión d u t rritorio en el sur de Texas y Nuevo México, donde continuaron operand . 1 Aunque los apaches del sur desde hacía alguna décadas atacaba n el norte de Nueva Vizcaya y los apaches de los llanos empeza ban a atacar en la década de 1730 varias poblaciones de Coahuila, us contactos iniciales con los españoles en el centro de Chihuahua fueron pacífico . A principios de la década de 1740, incluso ayudaron a los e pañole a capturar a la última banda local de nómadas que aún operaba n el Bol ón de Mapimí. 20 Sin embargo, hacia 1748 atacaron poblacione españolas en los alrededores de la ciudad de Chihuahua y el nort e del vall e del río Papigochi, iniciando un periodo de intenso conflicto intercultural e interétnico, que no disminuiría durante las siguientes cuatro décadas. 21 En las décadas de 1750 y 1760 los apaches atacaron en Nueva Vizcaya siguiendo la línea de las poblaciones españolas desde el presidio de Janos, al norte, hasta la capital provincial de Durango, una extensión de oo kilómetros.22 Durante este periodo, la mayoría de los oficiales españoles asumió que estas invasiones habían sido realizadas exclusivamente por los apaches y formuló estrategias militares con base en es ta conclusión, organizando campañas en territorio apache hacia el norte Y reubicando sus defensas para prevenir su entrada a Nueva Vizcaya . Podemos apreciar su consternación cuando descubrieron, alrededor de 1771, que mucha gente dentro de la sociedad colonial, tanto indios como no indios, eran cómplices y aliados de los apaches en sus incursiones . 23 is John, 1975:315-318; Kenner, 1994:42-43; Thomas, 1974. Los apaches del sur incluían diferentes bandas, conocidas hoy bajo el término "chiricahua" IGriffen, 1988a:4-5). Diferentes grupos de apaches de los llanos, conocidos como los mt.:zcaleros, incluían principalmente a los faraones, los natagés y a los propios mezcaleros IOplcr, 1983:385-39 2 ). 1 \1 John, 1975 :271-272 1 503. 20 John, 1975:271-272; Berroterán, 1748. 21 Gutiérrez de Riva, 1759 :55 _56v; Rubio Mañé, 1959 : 379 ; O 'C on or 1773a. Gutiérrez de Riva, 117 59:5 5) relaciona el inicio de la violencia en el área del valle de río Papigochi con un levantamiento de los indios suma en el norte de Nueva Vizcaya . 22 Kinnaird, 1958 :76-80; Griffen, 1988a: 19, 26-29; Navarro García, 1964:13 1-13 2, i3 8-i3 9, 145, 187-191. 23 Navarro García, 1964:108-190, 214, 222-223¡ Faini, 1772; Bucareli y Ursúa, 1773 . Lasco-
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Lo oficiales españoles inmediatamente comenzaron a arrestar a las per ona implicadas en los ataques. De las declaraciones de estos prisionero y d la entrevistas con cautivos que habían escapado de los invasore , comprendieron que la alianza entre los apaches y los indios locales, particularm nte los tarahumares, se había dado desde 1760. 24 La mayoría de lo indio involucrados fue identificada como tarahumares, cholomes, norteño y tepehuanes, así como apaches. Éstos incluían miembros de banda apaches independientes (principalmente gileños, pero probablem e nt e también algunos mezcaleros), junto con apaches conocidos como "criado " por haber sido capturados desde niños y criados en hogares españoles de la región . La mayoría de los no indios era de herencia mixta de europeo , indios y africanos, designada colectivamente, en el esquema español de clasificación racial como castas, y más específicamente como m es tizos, mulatos, coyotes' y lobos. Además, algunos españoles también estaban involucrados, aparentemente tanto peninsulares ~~mo criollo , que eran desertores militares o, por diferentes razones, fug~u_vos de la justicia. Parece ser que los únicos grupos étnicos que no participaron en los ataques eran indios como los tlaxcaltecas, yaquis Y sinaloa_s, ª • qmenes los españoles habían traído a la Nueva v·1zcaya co mo colomzadores, auxiliares militares y mano de obra calificada, Y que con frecuencia gozaban de privilegios negados a los indios locales.25 . . . . d. N Vizcaya así como su rrenas de los tarahumares y otros 111d10s y no 111 10s en ueva ' h. • · d uscritos En el Are arresto y castigo es tán documentados en vanas colecc10nes e man · . . !1 • • e ondencia de VllreVO General de la Naci ón se encuentra material relevante en. orresp . . . . . . . 1 ¡ y Provincias my es, pnmera serie vols 38 39 44 46 Y 73 · Pres1d10s Y caree es, vo . 9 , . . 1 , . , , , , I f ación ad1c10na ternas, vols. 41 42 43 47 49 69 128, 132, 142, 162 Y 254. 11 orm n , , , , , , d I d. es ecialmente e relacionada con el t ema se encuentra en el Archivo General e . n ias, P Guadal a jara, 285 y 286 . E ese 2-1 Para e l aii.o de r 7 5 9 o antes ya existía la alianza entre tarahumares y apachels. . nd. s . , , . t · ., "I ligación que os 111 JO ano, un capitán de milicia del valle de Basuch1! se re moa ª co . d or • ,, · ue atacantes guia os P tara h umares comienzan a tener con los enemigos Y reporto q en . _ •mero de muertes los tarahumares habían causado daños considerables, as1 como un nu_ . h . (Gutié. n es y poblaciones españolas en el area . d 1 11 del no Pap1goc 1 1as m1. s10 norte e va e . . . itas . d d 6 los m1s1oneros iesu rrez de Riva, 17s9:ssv-s6v). A principios de la deca a e I7 de Bor.. d T hi y San Francisco tamb1en informaron que tarahumares de los pueblos e omoc (B 6 . . .d 1 s apaches argas, 17 2, Ja estaban involucrados en correrías tanto solos como um osª 0 . . d allí ' .d f · a un m1s10nero e Braun, 1764:17). Un tarahumar de Tomochi arrepent1 o con eso ·¡ ¡ b' de1·ado 1 ches "e ia ia que, despu és de h aber pasado un ti empo considerable con os apa ' ¡¡ en . . d b utalmente como e os, y mue h os tarahumares allá entre los apaches, v1v1en o tan r .d . . . . . d 1 horrorosas monstruos1 aeste particular se exp licó largo tiempo, dandole noticia e as . . _ . f s los oficiales espano 1es des que ejecutaban" (Braun, 17 64 :17 ). A pesar de estos 111 orme , d' . - d cuán devastadora po ta aparentemente no se di eron cuenta s1110 hasta 1os anos e 1770 . • - ¡asen la frontera norte. ser su alianza con los apaches para las am b.1c10nes espano . . . . d.10 ·111 aba "sonorenses" eran 2 _ ' En 177 3, el corregidor de Chihuahua 111d1co que m s que e am . mi embros de una banda, la cual tambi én incluía cholomes (Queipo de Llano, i773d-4o 3 ).
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La proporción de cada grupo étnico que participó en la corr ría varió considerablemente de un grupo a otro. En el caso de lo apache , la mayoría de sus miembros participaba, y es probable que se pueda decir lo mismo de los cholomes, un grupo originario del entronque de los ríos Concho y Bravo del Norte, que mantuvieron relaciones hostile con los españoles durante el periodo colonial. 26 En contraste, ~a~ece que ólo unos pocos norteños, tepehuanes, españoles y castas paruc1paron. De hecho, la gran mayoría de los norteños sirvió como auxiliares militares y trabajadores fieles en los centros económicos españoles. 27 La participación de los tarahumares relativa a su población total cayó entre estos dos extremos. La mayoría de los tarahumares implicado en los ataques durante las décadas de 1770 y 1780 vivían en pueblos dentro del área delimitada por los centros económicos españoles de Chihuahua, Cusihuiriachi y Parral. Estos pueblos incluían los fundados por misioneros jesuitas y franciscanos, tanto en la porción oriental del territorio aborigen de los tarahumares como fuera de este territorio hacia el sur y este, donde un número significativo de ellos emigró o fue reubicado a fines del siglo xv11 y principios del xvm. También participaron tarahumares de misiones ubicadas hacia el poniente, en las colinas de la sierra Madre y el valle del río Papigochi. 28 En contraste, los tarahumares que vivían dentro o
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La información sobre los cholomes es proporcionada por Griffen (196 9, 1979), quien indica la presencia de estos indios en algunas misiones cerca de la villa de Chihuahua (1979:101). Los cholomes y algunos norteños fueron los únicos grupos originarios del área del Bolsón de Mapimí que siguieron invadiendo en Nueva Vizcaya en la segunda mitad del siglo xvm. En el siglo xvm, el término "norteños" a menudo se usó como un término genérico para designar a los indios del área de La Junta de los Ríos (Griffen, 1979:34). Muchos de los tepehuanes involucrados aparentemente eran de la misión de Tizonazo, cerca de Indé donde se habían asentado en los años 1670 (Faini, 1773; Griffen, 1969:33). Los nombres' de los pueblos a los que pertenecían los tarahumares involucrados en las correrías se encuentran en los siguientes documentos: Queipo de Llano, r 77 3b, 1773d; Bustamante, 1773; O'Conor, 1773b; Sandoval, 1774, y Neve, 1784a, 1784b. Estos pueblos son, en orden alfabético: Babonoyaba (con sus visitas de Guadalupe Y Concepción), Baqueachi, Carichí, Chuvíscar, Coyachi, Huejotitlán, La Joya, Nonoava, Norogachi, Papigochi, San Andrés, San Francisco de Borja, San Ignacio, San Javier, San Lorenzo, San Ma teo, San Miguel de las Bocas, San Pedro, Santa Cruz de Tapacolmes, Santa lsahel, Santa María de las Cuevas, Santo Tomás, Satebó, Tecorichi, Temaichi Y Tizonazo. Con la excepción de Babonoyaba, Chuvíscar, Norogachi, San Andrés, San Pedro, Santa Cruz de Tapacolmes y Santa Isabel, todas estas misiones fueron entregadas al clero secular alrededor de 175 5 o en el tiempo de la expulsión de los jesuitas, en 1767; aquellas secularizadas alrededor de 17 5 5 dejaron de ser clasificadas como misiones (Deeds, 198 1; Revillagigedo, 1966; Burrus, 1963). En los años de 1785 y 1786, a treinta y dos hombres se les dieron tierras en una "nueva colonia" de la villa de San Gerónimo (ahora, Aldama, Chihuahua), la cual se restableció en ese tiempo (varios autores, 1783-1793). Alrededor de 1785, José Antonio Rengel, Comandante General Interino de las Provincias Internas, había enviado a "varios indios y castas, que estaban en las cárceles de Chihuahua", a establecerse allí.
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alrededor de los presidios españoles (por ejemplo, Atotonilco y San Francisco de Conchos ), donde sirvieron como auxiliares militares, al igual que aquellos que habitaban los barrancos y sierras al oeste de Chihuahua, o no participaron en las correrías o lo hicieron en un mínimo nivel. 29 En el caso de algunos de estos pueblos, los españoles pensaban que la mayoría de los varones se involucraba en las correrías. Sin embargo, era usual que sólo algunos hombres tomaran parte en los ataques contra los españoles, aunque sus parientes o vecinos probablemente apoyaron, o por lo menos, ignoraron sus actividades. Parece ser que muchos tarahumares participaron en ataques sólo cuando estaban fuera de sus pueblos natales, como fugitivos de sus misiones o mientras trabajaban en centros económicos españoles en mandamientos de trabajo, o como trabajadores libres.3º Sin embargo, no está claro si todos los 32 hombres mencionados arriba se enco~traban entre estos pri ioneros o, si así era, no se sabe si habían sido arrestados por eS t ªr mv_o~u. . . d.1ca que, entre 17 8 5 y 17 3 7 sólo 16 pns10cra d os en las correnas; un informe de 1787 m .• • . . · · 0, sino tamb1en neros hab1an sido asignados a establecerse, no so•1o en San G erorum . .en Namiquipa (Ugane y Loyola 1787). El nombre de los pueblos de donde eran origmanos ' • 2 5 de estos 3 2 hombres son mencionados; de estos pue bl os, siete corre sponden a los lu. . • - d los tarahumares gares indicado en otros documentos como los pueblos de af111ac10 n e 1 . 1·1ca d os en las correrías: Nonoava, Norogac h.1, p ap1goc . hi , San Lorenzo ' Santa Isabe, 1mp . . de las Cuevas y Satebó. Los otros diez . puebl os fueron.. Chinatú ' Cmteco, Santa Mana . . . . h nai] Tutuaca Y Matach1, Parral, San Pablo, Tatahmch1, Temosach1,. Tuayan [·T z oa aya · ' Yepómera (varios autores 1783-1793). d r 29 En el año de 1784 dos tarahumares originarios de Norogac hi f ueron condena os _a mue. . ' . . .. . el mismo ano se mte en la villa de Chihuahua por su part1c1pac10n en las correnas, Y en . . . bl taba reuniendo con apaf ormo que una banda de tarahumares de d1stmtos pue os se es b . b d s (Neve 1784a, 1 7 84 , O h b c es en la sierra de Norogachi para entregarles 1enes ro a ' d . d 1 · a y barrancos e1 po1784c). Algunos tarahumares de otros pueblos, ubica os en a sierr . . . . Estos pueb 1os son. mente de Chihuahua también fueron implicados en las correnas. . . . . . . ' . . . . . Cabórach1, Ca1unAnsiach1, Babaroco Baborigame Baqumach1, Batop1hllas, Bocoyna, . . ' ' . h h . G aguachí Guapa 1aya c h 1, Chmatú, Cocomórachi Cuiteco, Guaca1bo, Guac oc 1, u ' . h ' Pa • ' • b N rárachi Pagmc 11 (G uapalema), Guasarachi, Guazapares, Guebach1, Na _ogame, ª '.b T ochi . . . . h . T . 1 • hi Tenon a, om ' mac h 1, Santa Ana, Sisoguichi, Tatagu1ch1, Teconc 1, eJo ocac ' . Gutié· h 1. Tuayan (¿Toahayana?) y Tutuaca (vanos · autores, 17 83 - 1793 '· Bonca Y T onac es1 b d de tarahumares rrez de la Cueva, 1784-1785; Almada, 1937:222). En 1788 una an ª . Se decía . . d' 1 ·rea de Batopl 1as. ta b a atacando, principalmente a poblaciones m 1genas, en e ª t de lo . d El Fuerte en e1 nor e 1 que a gunos de sus miembros eran de la alcaldia mayor e ' que hoy es el estado de Sinaloa (Ugarte y Loyola, 1782 :2 72, 2 73v). . s pertene30 S . . . . . . t s en las correna egun los oficiales españoles, gran numerp de los participan e .. , d B b 0 noyaba · a los pueblos de Guadalupe y Concepción, am bos visitas · · de la m1s10n e . ª cian t ques de organizar a a (Ugane y Loyola 17 8 7 1789:251v). La práctica de los tara h umares . se. , , 1, d Santa Eula 1ia en una mientras trabajaban fuera de sus pueblos se ilustra para e area e f s · d ·- p · ·as Internas 132, s. 37 2 s · ne e documentos del Archivo General de la Nac10n, rovinci . d . traban le1os e su terr1En la segunda mitad del siglo xvm algunos tarahurnares se encon h s· . , . . h 1 • Nazas al sur Y asta !tono aborigen, llegando hasta Nuevo Leon al onente, ast a e no _ . (O'C , . . . s espanoles onor, naloa al occidente. La mayona trabaJaba en centros economico . ) . L 1 8 17 88· Gnffen 1969, 1979 · 1773b; V1dal de Lorca y Villena, 1775; Ugarte Y oyo a, 17 7, ' '
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. El área donde se efectuaron estas incursiones (aproxim adam nt ntre Janos y la villa de Durango) fue la misma región atacada dura nt la décadas anteriores y, de hecho, coincidió con el ár ea origina l dond invadieron los nómadas originarios del Bolsón de Mapim í. Lo in va re nfo caron sus ataques a haciendas y ranchos asociados, pero ta m poc perdonaron los ranchos independientes, campos mineros, viajero y c nvoy , ni siquiera a los presidios. Los principales invasore en el n rt , nt r Janos y la villa de Chihuahua, fueron apaches qu e operaban olo . Ta mb ié n invadieron ricos distritos agricultores y mineros entre la villa de C h ihuahua y Durango, pero allí se juntaban con frecuen cia con re id nt locales (incluyendo indios y no indios) en sus ataques o lo e peraba n e n lugares aislados para recibir el ganado, prisioneros y el botín obt enid o. 1 También se realizaban correrías, aunqu e en un grado m en or, h acia I oe te en las jurisdicciones de Cusihuíriachi y Ciénaga de los Olivo , donde fueron atacadas tanto poblaciones españolas como mi sion es tarahumares. Las áreas más afectadas cambiaban continuament e, ya qu e, mi nt ra los vecinos y militares españoles respondían a las invasiones n un área, los invasores cambiaban sus lugares de operación .3 2 El impacto demográfico y económico de esta viol enci a en Nu eva Vi zcaya fue devastador. Desde el principio de las hostilidades e n e7 4 8 , ha ta el año de 1772, aproximadamente 4 mil personas fu eron asesinada y la pérdidas se calcularon en 1 1 millones de pesos, sin incluir prés ta m os por seiscientos mil pesos que no pudieron ser pagados. Solam ent e en lo primeros diez meses de 1771, los atacantes asesinaron a 125 personas, hiri eron a otros doce y se llevaron cautivos a tres, además de robar alrededor de 7 mil cabezas de ganado. Entre 1771 y 1776, 66 355 cabezas de gan ado mayor y 1 901 cabezas de ganado menor fu eron robadas, 1 674 personas asesinadas y 154 capturadas. Estas cifras no incluyen al person al militar o a los viajeros asesinados ni el ganado de tropas presidiales robado, ta mpoco de las antiguas haciendas de jesuitas ubicadas alrededor de la villa de Chihuahua, donde se recolectó el ganado confiscado de las mi siones jesuitas tras su expulsión en 1767. En los mismos cinco aü os fu eron abandonadas 116 haciendas y ranchos .33 Para remediar esta situación, el gobierno colonial empezó a tom ar m edidas drásticas. Basándose principalmente en las recomendaci on es pro11 2 -'
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Queipo de Llano, 1773c:249v¡ N eve, 17 84d. O'Conor, 1773b; Faini, 1774; Sandoval, 1774; Ugarte y Loyo la, 17 87; Navarro C arda, 1964:33 7, 442; Criffen, 1969. Bucareli y Ursúa, 1772; Barray, 1777. En sus correrías, las banda s so lían mata r a los españ oles y otros europeos con quienes topaban. Sin embargo, a veces llevaban europe os, especialmente mujeres y niños, a sus campamentos para después int egrarl os a sus bandas o, alt ernativamente, cambiarlos por rescates o por mi embros de sus band as captu rados por los españoles.
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ta por el m arqu és de Rubí y José de Gálvez a fines de la década de 1 7 o, 1 plan elaborado incluía consideraciones tanto militares y económ ica corn o política y jurídicas. La aplicación de este plan durante las igu i n t tr década la facilitó la creación de la Comandancia General de Provincia Interna en 177 6, que organizó las provincias del norte en un a va ta zon a militar. -i Punto clave de la dim ensión militar de este plan fue la reorganización de lo pre idio norteños para bloquear el acceso a Nueva Vizcaya, tanto d d el n orte com o desde el Bolsón de Mapimí en el este. Además, lan zaro n ca mpaña hacia territorio apache más allá de la línea de los pr sidio , y fu eron enviadas patrullas para expulsar a los apaches Y otros invasor s d 1 Bolsón de Mapimí y otras áreas de refugio más pequeñas en el interior de la provincia, qu e utilizaban como bases para atacar los centros econó micos e pañoles. Muchas mujeres y niños apaches, capturados durant e e ta campaña , se convirtieron en sirvientes de los españoles .º fu eron deportado con us parientes hacia el centro de México Y las An:ullas .35 E t as acciones militares fueron combinadas con incentivos que mcluían ofrecimiento de raciones si las bandas apaches acordaban eS t ªblecerse en paz alrededor de los presidios del norte. . d d Para eliminar la amenaza que procedía desde adentro de la socie .ª colonial, el gobierno intentó restringir los movimientos tanto de los 1;dios como de los n o indios fuera de sus lugares de residencia, arreS t ªn personas sospechosas de participar en las correrías . En 1772, más de dos 1 . h ombres la mayona , tarahumares fueron encerra dO s en la rea cientos d cárcel de Chihu~hua. Todos los hombres identificados como líderes , e , murieron en la cárcel probablemente por 1as tor turas y
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d 68 Weber 1992 :204Thom as, 194 1; Kinnaird, 195 8; Navarro García, 1964¡ Moorhea , 1 9 i ' 23 5. d 1. . . • hacia el centro e ' Durante la época co loni al, los españoles consideraron la deportacwn . d' de , . . d I obre los m igenas M ex1co y el C aribe com o un m edio radical pero efectivo e contra s , . d de ., 1· . , de la pohuca e Nueva España . Para informaci ón sobre la formulac10n y ap 1cacwn portaci ón, vid. Criffen 1969:63 -701 Archer, 1973 y Mirafuentes Galván, 19 86· 16 Ugart e y Loyo la, 1787. i -1
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la ejecución de treinta y tres tarahumares, cuatro mulatos y un me tizo, además de otro indio cuya filiación étnica no fue revelada. Condenó a e tos prisioneros en la pena ordinaria de muerte en una horca, a que serán conducid s arrastrando en un serón y después de ejecutada, divididos sus cuerpos en cuarto que se colocarán en los caminos que sirven de entrada y sa lida de la villa de Chihuahua, llevándose sus cabezas a los respectivos pueblos de la n atura leza de cada reo para ser clavadas con esca rpia a la punta de un pal , a fin ele que operen el mismo terror y escarmiento que la vista de la ejecuc ió n, que es preciso se verifique en dicha villa por la dificultad de co nducir los reos desde aquella cárcel en que existen hasta los distantes y distintos pueblos e n que nacieron.37
En junio de 1784, Neve dejó su sede en Arispe para supervisar personalmente los arrestos y procesos de los prisioneros, pero murió camino a la villa de Chihuahua. Su sucesor, José Antonio Rengel, suspendió las ejecuciones hasta recibir órdenes del virrey de Nueva España. Al parecer, el virrey optó por la indulgencia, porque para 178 5 cuarenta y cuatro prisioneros habían sido liberados 16 fueron enviados a colonizar a los pueblos de San Gerónimo y Namiquipa y otros 41 fueron sentenciados a trabajos forzados en los obrajes de la villa de Chihuahua y la hacienda de Encinillas al norte de Chihuahua; 2 7 prisioneros permanecieron encarcelados y otros 20 habían fallecido.3 8 Los oficiales españoles combinaron estos castigos ejemplares con el ofrecimiento de amnistía general, esperando que, cuando la amenaza de castigos fuera levantada, las personas involucradas en las correrías regresaran a sus pueblos y desistieran en el futuro de invadir. También creyeron que el establecimiento de una paz general dependía de un control más firme sobre el área de los tarahumares. Para esto, se despacharon escuadrones de soldados que inspeccionaran la región tarahumara entre J
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Neve, 1784b; anónimo, 1983 [17 84 ]. Rengel, 1786; Ugarte y Loyola, 1787; Navarro García, 1964'.442-443 . En el año de 1 784, más de novecientas personas se encontraban en las cárceles de la villa de Chihuahua, entre ellos muchas mujeres y niños, así como hombres (Borica y Gutiérrez de la Cueva, 1784-1785). Provenían de casi todas las regiones de la Nueva Vizcaya; unas cuantas eran originarias de áreas fuera de los límites de la provincia. La mayoría de los tarahuman.:s encarcelados provenía de pueblos ubicados dentro O cerca del área triangular fom1ada entre los centros de población española de Cusihuíriachi, Chihuahua y Parral, aunque algunos fueron situados en las sierras y barrancos hacia el poniente y suroeste (vid. nota 29). Según Navarro García (1964: 444 ; cfr. U rías Hermosillo, 1994: 11 2), Rengel propuso deportar a muchos de estos prisioneros a la ciudad de México y de allí a "lugares ultramarinos", pero no he localizado documentos que indiquen que tales deportaciones se llevaran a cabo o que revelen el destino de todos de ellos.
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17 4 y 1786, y de nuevo entre 1790 y 1792, bajo el mando de Juan Bautis-
ta Elguezábal y Diego de Borica, respectivamente. Con estas inspecciones militares se capturó gran número de vagabundos, muchos tarahumares fueron devueltos a sus misiones y se convenció a varios cientos de tarahumares "gentiles" de considerar mudarse a pueblos misionales, además de corregir numerosos abusos laborales que se creía eran la causa de gran parte del descontento de los indios. Durante este periodo, muchos apaches aceptaron el ofrecimiento de los españoles de proveerles regularmente raciones de comida y otros bienes a cambio de paz, y se comenzaron a asentar cerca o dentro de varios de los presidios del norte.3 9 Hacia 1794, aparentemente estas medidas tuvieron el efecto deseado: mientras aún continuaban las invasiones, su frecuencia e intensidad decrecieron dramáticamente.4° Nueva Vizcaya continuó gozando de una paz relativa en las últimas décadas de la época colonial y la primera de la independencia . En 1831, sin embargo, oficiales mexicanos suspendieron las raciones a los apaches, y éstos reanudaron sus correrías, que pronto alcanzaron los niveles de los ataques del siglo anterior.4 1 En varias décadas posteriores a 1830, los comanches y los caihuas también atacaron poblaciones en el norte de México. No fue sino hasta la década de I 880, que las fuerzas militares de México y Estados Unidos cooperaron para eliminar la amenaza apache en esta región.4 2 LA RED CLANDESTINA DE INTERCAMBIO
En las décadas de 1770 y 1780, las correrías en Nueva Vizcaya alcanzaron niveles sin precedentes. Este incremento se atribuye, en parte, a las represalias apaches por las frecuentes campañas militares tomadas en contra suya, pero otros dos factores parecen ser más importantes: primero, el número de personas en Nueva Vizcaya que dependía del ganado robado, Y por lo tanto de las correrías para sobrevivir, se incrementó en este periodo. Estas personas incluían no sólo a los apaches que fueron empujados hacia Nueva Vizcaya por medio de presiones del norte, sino también al creciente número de residentes locales que se unían a los apaches O que formaban sus propias bandas. La mayoría de estas bandas dependía de la caza Y la recolección de recursos silvestres como parte de su alimentación. Para adquirir carbohidratos, a veces compraban o robaban maíz Y w Rengel, 17 86; Ugarte y Loyola, 1787; Griffen, 1988a; información detallada sobre la ins-
pección de Borica se encuentra en el Archivo General de la Nación, Provincias internas 162. -lº -l'
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Nava 1796; Navarro García 1964490; Griffen, 1988a. Griffen, 1988a, 1988b. Aunque alguna gente local estuvo involucrada en estas correrías, su participación fue mínima comparada con la de la segunda mitad del siglo xvm . Bourke, 189 1; Lister y Lister, 1966; Griffen, 1988a, 1988b; Orozco, 1992a, 199 2b, 1 995-
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otros cultivos de poblaciones indígenas y española de la r egi , n. La bandas que conseguían establecer campamentos ca i perman nt e e n á rea aisladas, donde había fuentes confiables de agua, tambi ' n prac ticaban ocasionalmente la horticultura. Su fuente principal de proteína animal, no obstante, era el ganado que robaban. Preferían lo caballo y la mula a reses y borregos, porque los primeros podían er alejado má rá pidamente y proveían tanto de transporte como de comida; ademá , mucha bandas gustaban más de la carne de caballo y mula que d la d r o carnero, y derivaban de estos animales una cantidad ignificativa d materias primas, como cueros que utilizaban para con truir u morada 4 El segundo factor fue el aumento en la demanda de caballo e ntr l o indios y los europeos al norte de Nueva Vizcaya. A m ediado del iglo xvm, la mayor parte de las sociedades indígena al norte de Texa habían transformado sus estrategias de subsistencia para explotar las vasta manadas de búfalos que se encontraban allí, o estaban en proceso de hac rlo.44 Los caballos les eran necesarios tanto para cazar eficie nt em nt búfalos como para defender su acceso a este recur o tan importante para ellos. Algunos de sus caballos los criaban ellos mismo Y también lo adquirían por medio del comercio con sus vecino ; lo comanche Y su aliados los caihua y los apaches-caihua eran los principales proveedore de caballos para grupos que habitaban má s al norte. Al mismo ti empo, hubo un enorme aumento en las correrías para obtener caballo entre lo diferentes grupos indígenas, con grupos situados má al nort e que atacaban a los del sur, en una cadena que terminó en las poblaciones espaflola en la Nueva España septentrional. 45 Las correrías de los indios en Texas y Nuevo M éxico redujeron drásticamente el número de animales disponibles a los colonos para su comercio y uso local. De hecho, en la década de 1770, las manadas en Nu evo México se encontraban tan disminuidas que los colonos espafloles pidieron que las provincias del sur les mandaran caballos, pero éstas también encaraban el mismo problema debido a las correrías. Para adquirir -n O'Conor, r773a; Sandoval, I7? 4; Neve, ns 4 a; Griffen, r988a:12, 102; Merrill, 1994: 137r39. En una junta de guerra ll evada a cabo en Moncl ova en 1777, los principales oficiales militares de las provincias internas indicaron que todos los apaches comían caba ll os y mulas, con excepción de los lipanes IJohn, r 975 :5o3). Si esto es cierto, entonces lo s lipanes, más que otros apaches, habrían estado más urgidos de conseguir una cantidad adecuada de proteína animal, y por tanto probablemente se huhi era n dedicado m ás a robar reses y tal vez ganado menor de las poblaciones españolas. 4 -l Oliver, r962. En r77 3 se informó que había caballos espa ñoles entre los indios sa uk en Wisconsin. Veinte años después, caballos con sillas y freno s mexicano s fueron vistos entre los indios mandan en el alto río Missouri en lo que ahora es Dakota del Norte, aproximadamente 1 400 kilómetros al noreste de Santa Fe (Ewers, r955 :5, 8). -li Ewers, 1955 :7 -15; Griffen 1988b:138-139.
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caballo , lo e pañoles en Nuevo México habían empezado a comerciar en la d , cada anterior con los comanches, invirtiendo el papel que jugaban n décadas anteriore de ser los principales proveedores de caballos a los indios.4 6 Es probable que la mayoría de los animales que los comanches entr gaban en Nuevo México y a los indios que estaban más al norte fuera robada de lo e pañoles en Texas o de los apaches que, a su vez, los habían tomado de la poblaciones españolas en el norte de México. Para reemplazar los caballo robados por los comanches, estos apaches se vieron forzado a continuar robando las manadas españolas. Como consecuencia de sus correrías y su comercio, los indios crearon tanto la demanda de caballos entre los españoles como la oferta de e to animales para cubrir esa demanda . La posibilidad de comerciar con lo franceses en Louisiana, particularmente por armas de fuego, también impulsó a los apaches a invadir el norte de México. Durante los siglos xvu y xvm, franceses e ingleses proveyeron de armas de fuego a los indios de Texas y áreas vecinas del norte y el oeste. Para defenderse, l~s apaches de los llanos más cercanos a estos grupos, principalmente los hpanes, tenían que adquirir armas, pero la única mercancía de fácil acceso para ellos y también de interés para los europeos eran los caballos. Los lipanes a veces trocaban caballos por armas de fuego con los pobladores españoles en Texas, pero su principal suministro de armas Y municiones eran los indios del este de Texas, quienes servían de intermediarios en el comercio de caballos y armas de fuego entre los lipanes y los france_ses. Este comercio ilícito entre el norte de México y Louisiana comenzo en la década de 17 60 y se expandió dramáticamente durante las décadas _de 1 77° Y 1780, que coincidía con el incremento de correrías en Nueva Vizcaya.47 Probablemente los lipanes adquirían los caballos que intercambiaban no sólo mediante sus correrías sino también a través de trueques con mezcaleros y gileños, quienes a:acaban más al oeste e intercambiaban ca~ ballos desde allí hacia el norte y noroeste. En 1750 se informó que los a~a-· ches mezcaleros intercambiaban caballos y mulas robados en Nueva Vizcaya Y el área de El Paso con apaches jicarillas en el norte de Nuevo , · · obernaM exico por carne y cueros de búfalo y tipis .4 8 En 1777, el anuguo g d or d e sonora mformo · , al comandante general de 1as provmci · ·as internas que los apaches que invadían Sonora cambiaban caballos por pieles con -lli
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8 89 384· Kenamaron y Romeral, r937 :343; Navarro García, 1964:4 1-42, 244-245, 24 1 2 ' '. d . , f eron env1a os 1 ner, 969; John, 1975; Kesse ll, I979; cahallos de Nu eva Vizcaya tam bien u a Nuevo M éxico en r679 (Forbes, r959:2or). John, 1975 : passim. pp. 287, 336-338, 364,420,438, 460-46I Y 634-635. Kenner, I96 9:34; John, 1975 :328. Los apaches involucra . d os f ueron Ios natagés o. faraones, . postenormente conocidos como "mezcaleros", as1, como 1os apac h es cu artele¡o o carlana, identificados más tarde como "jicarillas" (Opler, 198y388 -39 2 ). T
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los apaches en Nuevo México (probablemente los apa ch e del sur ), quienes los canjeaban con los hopis de Arizona u "otras nacion e " .49
La organización social de las correrías Las bandas invasoras, que variaban en número desde unos cuanto individuos hasta varios cientos de miembros, mostraban diferente forma s de organización social. Algunas de éstas, las más pequeña , incluían sólo hombres, quienes escogían o eran forzados a abandonar sus vida dentro de la sociedad colonial o, alternativamente, se aus entaban de sus pueblos y lugares de trabajo para atacar por breves periodos antes de regre ar a sus hogares. Otras bandas se componían de hombres, mujeres Y niño que abandonaban sus pueblos para vivir en áreas aisladas . En algunos casos, las mujeres eran las esposas de los miembros varones; en otros, los hombres se las habían "robado" de sus pueblos, y así, en otros casos, tanto los hombres como las mujeres habían dejado a sus parejas para vivir juntos fuera de sus pueblos. Los miembros de las pequeñas bandas solían compartir filiación étnica; generalmente provenían de uno de los grupos locales de indios sedentarios. En los casos de bandas compuestas por españoles o castas, compartían una lengua y, en cierto grado, la cultura de la sociedad colonial española. Los hombres identificados como los líderes de estas bandas solían ser de mayor edad O de más experiencia que los otros miembros, pero ejercían poco control sobre sus actividades. Las bandas invasoras más grandes siempre incluían tanto a mujeres Y niños como a hombres. Algunas de éstas se integraban exclusivamente por individuos del mismo grupo étnico, mientras que otras eran heterogéneas. Con excepción de algunas bandas grandes de tarahumares, los miembros de las grandes bandas étnicamente homogéneas eran apaches, aunque muchas bandas apaches también incluían algunos individuos de otros grupos étnicos, cautivos O fugitivos. Los miembros de bandas étnicamente heterogéneas provenían de diversos grupos étnicos, tanto indios como no indios, Y en tales bandas ningún grupo étnico era predominante. Las bandas grandes solían dividirse en subbandas más pequeñas, que generalmente seguían líneas étnicas. Cada subbanda tenía sus propios líderes, subordinados a uno O más individuos reconocidos como los líderes de toda la banda.so A menudo oficiales militares y civiles españoles repre4
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Navarro García, 1 9 64 :32 g_ La banda más grande mencionada en la literatura operó en el área del Bolsón de Mapimí alrededor de 1773 y estaba integrada por indios y no indios. Las estimaciones de su tamaño varían considerablemente; las más altas calculan el número de miembros entre 900 Y 1 700 hombres, además de mujeres y niños (Merrill, 1 994: 1 33 j.
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sentaban a estos líderes como si ejercieran considerable poder sobre los dem ás miembros de la banda. En un caso de 1784, el líder de una banda invasora de tarahumares supuestamente dictaba que sus seguidores le juraran lealtad llamándolo "Vuestro Dios y Vuestro Rey".51 Sin embargo, parece ser que el poder de estos líderes era más bien tenue, y se basaba principalmente en su habilidad para asegurar correrías exitosas, la distribución equitativa del botín y relaciones pacíficas entre los miembros de la banda. La composición de estas bandas fluctuaba bastante, con individuos que continuamente se les unían o las abandonaban. De hecho, la documentación histórica da la impresión de que muchas de estas bandas se formaban y disolvían relativamente pronto. En algunos casos, las bandas desaparecían porque los españoles las destruían con acciones militares o arrestaban a sus miembros, pero en otros casos hasta bandas que los españoles consideraban como una gran amenaza para sus poblaciones simplemente desaparecieron de los anales históricos, ya que las fuerzas españolas no las pudieron encontrar. Es probable que estas bandas se hayan refugiado más allá de la frontera o se hayan desintegrado y sus miembros se unieran a otras bandas o, en el caso de residentes locales I se infiltraran de nuevo en la sociedad colonial. Moverse entre las bandas nómadas y la vida sedentaria de las misiones y de las poblaciones españolas requería sin duda considerables ajustes, pero al parecer las personas que estaban involucradas lograron cambiarse con relativa facilidad. . Las redes de comercio clandestino en las que participaban las bandas ~nvasoras funcionaban paralelamente y, en algunas instancias, en conJunción con redes de comercio legítimo que enlazaban a indios locales Y P?bladores españoles con provincias adyacentes en el norte, y las provincias del norte con el centro de México, Nueva España con Europa y el resto. del mundo. Como todas las redes de comercio / la red clandestina con, st si ia en tres conjuntos de actividades: la procuración, el almacenaje Y la entrega.s2
La procuración. Las bandas invasoras se concentraron en obtener tres categorí~s generales de bienes: r] ganado, principalmente caballos Y mulas; 2 l botm, como vestimenta, armas de fuego, municiones y a veces dinero, Y 3] cau~ivos. Para obtener estos bienes, las bandas grandes utilizaron dos e st rategias básicas. La primera era atacar poblaciones o viajeros; para hacerlo solían dividirse en pequeñas cuadrillas para atacar diferentes lugares simultáneamente; cada cuadrilla se componía de 10 a 25 hombres Y oca5' 52
Neve, 1784a. ES t e resumen de las bandas y sus actividades se basa en manuscritos inéditos citados en la nota 23, vid. Merrill, 1994 _
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sionalmente algunas mujeres.5 3 Luego se reunían en algú n lugar, anteriormente designado para regresar junto con el bo tí n a u principa le campamentos, donde los otros miembros de la banda lo e p ra ban. C uando los blancos elegidos se hallaban bien protegidos (por jem pl , pr idio o grandes haciendas), los contingentes, que a vece contaban ha ta con varios cientos de guerreros, atacaban en masa, utilizando a m nudo tác tica militares españolas e insignias como banderas, tambore y pífa n . T ale ataques tendían a realizarse cuando había luna ll ena y m á fr cuent m ente durante las estaciones secas del año. Durante lo tiemp o de lluvia, al parecer las bandas dependían más de los reCLuso ilve tr para ub i tir; tomaban ventaja de la abundante pa tura y agua para ll evar a u m anadas de caballos y mulas robadas hacia el norte para com rciar con otra bandas.54 Además de dirigir los ataques, las bandas grande también adquirían bienes robados mediante trueques con bandas m ás pequ eña , la c ual e operaban independientemente de las bandas grand es . A cambi o de e to bienes, las bandas grandes ofrecían vestimenta, piele de búfalo, venado y flechas. Los indios locales, los españoles o las castas que integraban e tas pequeñas bandas, valoraban estos artículos porque los utilizaban para di frazarse de apaches, una artimaña empleada durante siglos por los invasores en Nueva Vizcaya para ocultar su participación en las correría . -- D e hecho, una banda tarahumara no sólo utilizaba vestim enta y armas d apache, sino también se untaban una mezcla de carbón y ocre rojo para convencer a sus víctimas de que eran apaches. 56 El éxito de estas bandas durante la segunda mitad del siglo XVIII se debió principalmente a la sofisticada red de inteligencia que lograron ~rear dentro de las poblaciones españolas. Los operativos en estas redes mcluían tanto a indios como a no indios, muchos de los cuales servían c·omo trabajadores eventuales en los centros económicos españoles. Dichos operativos guiaban a las cuadrillas invasoras hacia blancos específi_c_os Y se infiltraban en poblaciones españolas para recoger informacrnn sobre la ubicación y movimientos de las manadas y escuadrones 51
Con base en las declaraciones de dos prisioneros implicados en las correrías, José Faini (l773:I2v), gobernador y comandante general de Nueva Vizcaya, inform ó en 177 ."\ "Que en las tropas de estos enemigos, se agregan indias taraumare s, que di sfrazada s cnn hábit o de hombre, manejan con igual inhumanidad y furor las armas [... J". Griffen (r 988a:12) también señala 1a part1c1pac10n · · · - d e mujeres apaches en las correrías . . .,,i Navarro G - 1 arcia, 964:292; Merrill, 1994:139. Griffen (196 9: 121-122) menciona que las cor~erías de los grupos del Bolsón de Mapimí en la primera mitad el siglo xvrrr también __ teman un "carácter rítmico", de acuerdo con el ciclo lunar y las estaciones del aúo . '-' Bargas, 17 62 ; Queipo de Llano, r773a:242bis verso; Neve, 1784a, 1784c; Revillagi gcdo, _ 1790:186; Navarro García, 1 6 : 9 4 44 1. 6 > Neve, r784a.
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milit ai- e pañole , a d emas , d e d escu b nr · puntos d'ebiles · · en el sistema d u de fen a. E to espías desaparecían con frecuencia de las poblacion paño la ju to antes de un ataque para comunicar a los invasores la informació n r ecogida. Alternativamente, uno o varios de los miembro _~ la banda invasora entraba a las poblaciones para recibir la informacrnn d lo e pías, ya fuera verbalmente o por medio de señas secreta . 7
Al pai-ec r tale redes de inteligencia eran compo~ente central de la e, trategia de ataque de las bandas a través del norte de México I tanto en la epoca colonial como en la posterior a la independencia. -s Para crear estas rede , la banda invasoras explotaban el descontento de muchos miembros de la cla es ubordinadas dentro de la sociedad colonial así como la habitual falta de mano de obra que plagó las provincias d~l norte. En Nueva Vizcaya, la demanda de trabajo generó una fuerza de mano de obra flotante, compue ta principalmente por indios sedentarios locales y castas que se trn ladaban libremente de un centro económico español a otro. Por su nece idad de trabajadores, los mineros, rancheros y dueños o ma~ Y_o r~omos de haciendas rara vez inquirían sobre sus antecedentes, ni insistian en que tuvieran los permisos oficiales requeridos para que pudieran trabajai- fu era de sus pueblos. El ~lmac enaje_ Las pequeñas bandas que vivían en los márgenes de la sociedad colonial solían consumir por lo menos un poco del ganado que robaban en cuanto estaban a una distancia segura del lugar atacado, Y tamb~én guardaban parte del botín para uso propio. Sin embargo, se comerciaban la mayoría de los bienes, prisioneros y ganado excedente con ba nd as grandes, las cuales enviaban cuadrillas compuestas de unos cuantos hombres para recogerlos. Usualmente los líderes de las bandas mayores repartían ganado robado ' botín y pns10neros · · · entre los miembros de sus bandas. A veces mcorporaban ª los cautivos como miembros libres de las mismas, pero más ~recuentemente se les hacía sirvientes o peones. Al igual que las peque~as ba nd as, las bandas grandes dependían del ganado robado para subsistu, pero, ª diferencia de las pequeñas bandas, servían también como centros de abasto Y distribución de bienes robados. Con frecuencia ubicaban s us campamentos cerca de manantiales y otras fuentes de agua, donde su
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, e armo que espías en las haciendas indicaban la posibilidad de resistencia local ª las correrías po 1- 1a m anera en qu e llevaban puestos sus "penachos de zacate " (d e I R1'o, i773 :347v). ss El exte - por las bandas que operaban en el norte lo han documenta d o nso uso de esp1as 57
Gonzál ez de Santian es, 1782; Griffen, 1969:32-33, 37 1 39, 53, 63 -64, 109, 147 (cfr. Griff en 198 86· - 1964:261 328 y Kessell, 1979:373 . ' .151-162); Navarro Garc1a, 1
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ganado pudiera pastar hasta su intercambio.5 9 Sin em~argo, nin~na 0 pocas de estas bandas criaban ganado, y por tanto debenan er con ideradas semipastores en lugar de pastores. Quizá no se comprom,etían a la crianza de ganado por su necesidad de vivir como nómadas ~n are~ . ~arginadas donde el agua y el pasto eran escasos . Además, la d1 p~n~bihdad de caballos criados por los españoles o de manadas salvaje , limitaba la 1 • } 60 necesidad de criarlos para reabastecerse de estos amma es.
La entrega. Gran parte del ganado y bienes robados en Nueva Vizq.ya durante la segunda mitad del siglo xvm nunca salió de la provincia. Fu ron trocados o consumidos en lugares cercanos a donde fueron robado _Y no llevados a sitios más distantes. Tal comercio local caracterizó el fluJo de . - y gran d es, a1 igua · 1 q u e entre las bandas bienes entre las bandas pequenas . • 1 b d. y pobladores locales, qmenes no se mvo ucra an ir ectamente en las co. , rrerías ni en el intercambio de bienes fuera del área. 61 No obstante, quiza fue muy limitada la cantidad de bienes y ganado robado que este_ mercado ilícito local podía absorber sin ser detectado, y las enormes ~anudades ~obadas casi siempre excedían las necesidades de subsistencia de los mi mos invasores. f Para entender porqué el nivel de correrías en Nueva Vizcaya ue t_an . . 1o xvm, d e b em os considerar no solo a1to durante la segunda mitad del sig . y consumo local, sino . . , 1a d ema nda procedente de las e1 comerc10 tam b ien . . . . · 1 n las que la red de mre d es de mtercamb10 reg10nal y suprarreg10na , co . tercambio local se articulaba. Los bienes más importantes llevados ~acia . ' de los cuales los mvae1 norte eran caballos mulas y cautivos, a cam b10 . sores que operaban en' Nueva Vizcaya reci'b'ian pn·ncipalmente cueros de búfalo, flechas y bienes europeos, incluyendo armas de fuego . La ruta predominante de este comercio clandestino era de sur a norte, desde Nueva . h acia · Nuevo México, · · T exas Y Loui·siana. '• sin embargo ' Vizcaya Anzona, también existía intercambio desde el poniente hacia el onente. En 176 ~, por ejemplo, los apaches vendían caballos robados en Chihuahua ª presi-
dio de Coahuila, donde ya habían establecido la paz, y es muy probable que ganado robado en Sonora haya sido trocado en Chihuahua. 62 Este comercio a larga distancia fue efectuado de tres maneras: primero, gradualmente se trasladaban los bienes hacia el norte desde un nodo o punto local en la red de intercambio hacia el siguiente; segundo, periódicamente se llevaban a cabo ferias clandestinas, en las cuales grupos de lugares lejanos se reunían para hacer intercambios unos con otros. En 1773, se informó que una banda pluriétnica que operaba desde el Bolsón de Mapimí llevaba sus manadas de caballos robados a un lugar aislado cerca de la Hacienda de Encinillas, aproximadamente a 2 s kilómetros al norte de la villa de Chihuahua, donde las cambiaban con grupos procedentes del norte, por pieles, bolsas de cuero, flechas y lanzas. 6 3 Las grandes extensiones despobladas de Nueva Vizcaya y sus provincias adyacentes permi: tían a los invasores trasladar a sus manadas de ganado a través de largas distancias con poco peligro de ser detectados. El tercer método consistió en llevar los bienes y ganado robados directamente a las fronteras de Nueva Vizcaya y más allá, donde entraban a las redes suprarregionales de intercambio, las cuales se extendían por todo lo que ahora es el occidente de Estados Unidos. En la segunda mitad del siglo xvm, este método fue adoptado más por los apaches que por las bandas pluriétnicas, que tendían a restringir sus traslados y comercio dentro de Nueva Vizcaya. Este intercambio se llevó a cabo tanto entre bandas individuales como entre muchos grupos diferentes en el contexto de ferias. 64 En 1782, por ejemplo, se organizó una feria a gran escala en el río Guadalupe en el sudeste de Texas, a donde asistieron de cuatro a cinco mil indios; de éstos, alrededor de dos mil eran guerreros de bandas apaches de los llanos. Estos apaches trajeron tres mil caballos marcados con hierros españoles para intercambiar con los indígenas del este de Texas por armas y municiones. 6 5 62
Navarro García, 1964:138; Griffen, 1988a:78-80. Merrill, l994:13 8. La Hacienda de Encinillas continuó como centro importante para el intercambio de bienes robados bien entrado el siglo XIX, junto con otros pueblos Y pr_esidios españoles en el área, como eran Galeana, El Carmen, Carrizal, Janos Y Corrahtos (Griffen, 1988b: 157 _159 ). n.i A mediados del siglo xvn, el pueblo de Tizonazo en el norte de Durango sirvió como centro de comercio de esta índole. Indios del Bolsón de Mapimí asentados en la misión de Tizonazo continuaron atacando en el área1 intercambiando los bienes que robaban por cueros de búfalo traídos por los indios del norte (Griffen, 1969:85 -86). El área alreded~r de La Junta de los Ríos aparentemente fue un centro importante de intercambio en los siglos XVI! Y xvm, que posiblemente rivalizó en importancia con los pueblos de Pecos Y Taos en Nuevo México, donde grupos de indios de los llanos habían comerciado durante siglos con los indios sedentarios, y más tarde con los colonizadores españoles (Kelley, 195 5, 1986; Forbes, 1959:204-207; Griffen, 1969:69). 6· N ' avarro García, 1964:383-384; John, 1975:634-635.
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Al gunas b andas apaches pusieron sus bases en ¡a reg1on · - d e ¡ no - Gila ' má s allá ele la línea norte de los presidios. 60 F · . Crespo el antiguo . de ranc1sco Antomo goberna d or d e 5 onora, le comentó a Teoeloro _ · . ' [l h es ] no ti en en cnas ele caC ro1x en un mforme de 1777 que "todos saben que os apac . ballos (hablo sólo de los fronterizos a Sonora) que cuando hacen algún robo th.: con si• - separan los que hallan buenos para su ' uso, o ¡os ¡¡ eva n a cambiar por pieles derac10n, _ .a t los apaches de Nuevo México moquinos u otras naciones, o se los comen, Y eS º ulti. , - 1 9 6 4 ·328 · cfr . Mcrrill ' mo 1o h acen igualmente con' los
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ANÁLISIS
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Este panorama histórico de las correrías y el intercambio a larga di ta ncia en el norte de Nueva España brinda el marco en el cual pued n con iderar dos preguntas básicas sobre las relaciones entre lo e pañ ol Y lo indios en Nueva Vizcaya durante la época colonial: · por qu é ra n predominantemente negativas las relaciones de intercambio qu e d arr llarori entre los colonizadores españoles y los apaches en Nu va Vi zcaya ?, 66 ¿por qué los indios agricultores locales decidieron involucrar en la correrías en la segunda mitad del siglo xv111, después de má de un iglo de incorporación al sistema colonial? . La primera pregunta puede ser expresada más concretam ente: ¿por qu é robaban los apaches ganado y bienes en Nueva Vizcaya en vez de procurarse estas cosas por medio del intercambio con los españoles? La re pue ta más obvia a esta pregunta es que los apaches no tenían nada que intercambiar que les pudiera interesar a los españoles de esa región. En Nuevo México los principales productos locales que los nómadas intercambiaban con los españoles eran pieles de venado y cueros de búfalo. El acceso que lo apaches en Nueva Vizcaya tuvieron a pieles de venado fue probablemente rriuy limitado, dada la importancia que tenía el venado en las economía locales, tanto de los indios como de los españoles. Además, la grandes cantidades de pie.les de venado que entraban en el mercado español en Nuevo México quizá hayan llenado su demanda dentro de la economía colonial. Por otro lado, era imposible para los apaches conseguir cantidades considerables de cueros de búfalo porque los indios del norte controlaban el acceso a los llanos del búfalo. Es posible que estos indios fueran ren:uentes a comerciar grandes cantidades de cueros de búfalo con los apaches por su rencor hacia ellos y también porque dependían de eS t os cueros para adquirir bienes europeos de los españoles en Nuevo México Y de los franceses en Louisiana. Con artículos europeos disponibles en el norte no había necesidad de intercambiar con apaches u otros intermediarios para adquirirlos del sur. Si Nueva Vizcaya hubiera sido la provincia españ"ola más cercana a los llanos del búfalo, es posible que los apaches Y los indios locales de Nueva Vizcaya hubieran surgido como intermediarios en el comercio de bienes europeos y cueros de búfalo entre los españoles Y los indios de los llanos, desempeñando un papel parecido al que desempeñaban los indios pueblo en Nuevo México. Como era tan reducido el 66
Al plantearme esta pregunta, me enfoco en relaciones entre los españoles Y las bandas nómadas de apaches en la segunda mitad del siglo xvm . Sin embargo, los factores má s relevantes para entender este vínculo son básicamente los mismos que aquellos que afectaron la relación entre los españoles y los indígenas nómadas del Bolsón ele Mapimi durante los dos siglos anteriores.
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número de los cueros de búfalo que entraron a Nueva Vizcaya a través d 1 intercambio entre los indios, éste no fue suficiente para sustentar un c m ercio ignificativo con los españoles. El d arrollo predominantemente negativo de las relaciones de interca mbio entre lo apaches y los españoles de Nueva Vizcaya también se vio af ctado por otro factore que disminuyeron las posibles oportunidades de 1 apache parn de arrollar relaciones de intercambio más positivas. Antes de la llegada de los apaches a Nueva Vizcaya, los españoles habían desarrollado u propia redes de comercio locales y regionales, dentro de las cuales n había lugru· para indios intermediarios independientes. Aunque los apach hubieran poseído los bienes que deseaban, los españoles de Nueva Vizcaya probablemente hubieran comerciado su excedente de ganado por medio d su rede ya establecidas. Por supuesto, el tema no es discutible, pues lo apaches no tenían qué ofrecer a los españoles a cambio de sus caballos, y las manadas de los españoles de Nueva Vizcaya se hallaban tan diezmadas por la correrías que había pocos animales disponibles para el comercio. Otra opciones que quizás hubieran permitido a los apaches adquirir caballos en. Nueva Vizcaya para el intercambio también fueron obstruidas; por ejemplo, no hubieran podido criar su propio suministro porque las mejores tierras de pastoreo en Nueva Vizcaya habían sido apropiadas por los españoles hacía mucho tiempo, y hasta las tierras marginales eran controladas por pobladores españoles e indios locales. Tampoco hubiera sido posible conseguir importantes cantidades de caballos a cambio de lo único de interés para los españoles que poseían: su trabajo. La economía colonial fue diseñada no para premiar, sino para explotar la mano de obra indígena, Y la compensación que recibían los indios en los centros económicos españoles, si existía alguna, era tan baja que sólo podía cubrir las necesidades básicas de su sustento. Tampoco había muchas posibilidades para que los apaches pudieran desarrollar el comercio legítimo de ganado con los indígenas locales. Para la segunda mitad del siglo xvm, la gran mayoría de los indios locales ha-_ bía sido incorporada a misiones en las que su mano de obra y los productos de su labor eran controlados por los misioneros en gran medida. La demanda de trabajo indígena con frecuencia les impedía producir suficiente alimento para sobrevivir, y los pequeños excedentes que en ocasiones producían solían ser frutas y cultivos perecederos, que comerciaban con poblaciones de espaüoles cercanas. Por otra parte, las misiones criaban pocos caballos y mulas, enfocándose más bien a la crianza de ganado bovino y lanar, más apropiado para sus necesidades locales que para el intercambio a largas distancias.67 67
Los inventarios del ganado ele las veintiocho misiones jesuitas en la Tarahumara Alta Y Chínipas fueron recopilados en 1767, inmediatamente después de la expulsión. RegiS t ra-
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Podríamos preguntarnos, como indudablemente lo hicieron lo oficiales y colonizadores españoles, ¿qué razón tenían los apach e para inva dir?, ¿qué ganaban con sus correrías y comercio a larga distancia qu e no hubieran podido adquirir viviendo en paz en Nueva Vizcaya? El principal obstáculo para que los apaches se pudieran es tablecer pacíficamente fue que, cuando comenzaron a llegar en gran núm ero a Nueva Vizcaya alrededor de 1740, el único lugar que había para lo indios dentro de la sociedad colonial era la misión. 68 Si los apaches hubieran formado parte de la sociedad colonial como los españoles hubieran querido, lo habrían hecho bajo los términos de los españoles, como indios de misión, sujetos a trabajos forzados y a la subordinación política Y cultural. Por supuesto, había algunos indios en Nueva Vizcaya que vivían pacíficamente en áreas de refugio fuera del control del sistema colonial. Sin embargo, hacia la segunda mitad del siglo xvm, la frontera se acercaba o traspasaba los límites de estas comunidades, incorporando a la gente de allí al sistema colonial o desplazándola a terrenos ásperos donde era difícil sobrevivir. Otras áreas de poco interés para los españoles, como el Bolsón de Mapimí, eran tan inhóspitas que hubiera sido imp_o sible que los miles de apaches que en ese tiempo entraban a Nueva Viz_c aya pudieran haber subsistido únicamente con los recursos silveS t res disponibles allí. En distintas épocas, algunos apaches adoptaron una u ~tra de eS t as tres alternativas: incorporarse a las misiones, vivir en comum~ade~ d~ refugiados o sobrevivir como cazadores-recolectores en áreas mhospitas; sin embargo, la mayoría con~inuaba dependiendo de las correrías como medio principal de supervivencia y estrategia esencial p_ara mantener su independencia. No fue sino hasta la última década del siglo xvm cua nd º - 1es y apaches crearon una cuarta a 1terna t i'va·· que los apaches se esespano . tablecieran pacíficamente cerca de los presidios a cambio de racwnes que los españoles les darían para su sustento. Con este acuerdo, los apaches no serían for.z ados a ser indios de misión y sí retendrían gran parte de ~u autonomía cultural y política. Este compromiso creó un nuevo espac10 dentro de la sociedad colonial, aceptable tanto para el español como para el apache, pero este espacio y la disposición del apache de llenarlo se evaporaron cuando el pago de raciones fue suspendido en 18 3 1 ·
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ron que estas m1s10nes . . · 0 , 3 166 de ganado menor poseían 13 180 cabezas de gana do b ovm . ' 3 o7 5 de ganado caballar Y I o70 cabezas de ganado mular. La cantidad de ganado bovmo Y meno r (16 346 cab ezas) representa cerca de cuatro veces m a' s que la de ganado caballar Y mular (4 145 cabezas). Benedict, 1972:33 1 tabla 11. , Los m · d.10 s, por supuesto, vivían y trabajaban fuera d e sus miswnes, · · Pero . todo s deb1an . mantener afiliación con una misión. Aparte de las misiones, el único espacw en _la sociedad colonial oficialmente designado en ese tiempo a los indios fue el de la servidumbre forzada, ocupado por muchos apaches cautivos .
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La siguiente pregunta es: ¿por qué participaron los indios agricultores locales en las correrías durante la segunda mitad del siglo xvin? La gran mayoría de estos indios era tarahumara, cuyo territorio tradicional se extendía desde cerca de la ciudad de Chihuahua en el oriente hasta las montañas y barrancos colindantes de Sinaloa y Sonora en el poniente. En la segunda mitad del siglo xvm, la mayoría de los tarahumares vivía dentro o cerca de los pueblos de misiones donde suplementaba su agricultura cazando y recolectando recursos silvestres. Muchos también trabajaban por temporadas como peones libres o forzados en las minas, haciendas y ranchos, o como auxiliares del ejército español. Además, había algunas pequeñas comunidades de refugiados situadas en remotas áreas de la provincia, integradas por indios que habían abandonado las misiones junto con otros que jamás habían sido incorporados al sistema misional y unos cuantos fugitivos no indios. Estas comunidades sobrevivieron cultivando terrenos dispersos, criando pequeñas manadas de ganado, principalmente borregos Y cabras, y explotando los recursos silvestres disponibles. Durante el curso de la época colonial, los tarahumares reaccionaron de diferentes maneras a la presencia española. 69 Algunos recibieron de manera entusiasta el sistema colonial, adoptando muchos aspectos de la cultura española y participando extensamente en la economía. Generalmente estos tarahumares vivían muy cerca de los centros económicos españoles, en algunos casos emigraban voluntariamente de otras áreas para trabajar allí; otros adoptaron una postura de aceptación limitada, vivían en las misiones y tomaban algunos aspectos de la cultura española mientras que rechazaban otros. Otros tarahumares rechazaron casi totalmente Y con vehemencia a los españoles y su sistema colonial. En el siglo xvn, e st e rechazo fue expresado de dos maneras: 1] a través de rebel~on~s ª gran escala con la intención de expulsar a los españoles de sus ternton?s, Y 2 1retirándose a comunidades de refugio donde el contacto con la sociedad colonial podía mantenerse al mínimo. La participación de los tarahumares en las correrías durante la segu~da mitad del siglo xvm representó una respuesta adicional a la presencia d e 1os españoles, aunque no fue sin precedente. E11 os Y otros m · dígenas lo. cales ya habían estado en algunas correrías durante las rebeliones del si. · · ·os del g l O xv11 Y durante tiempos de hambre en el siglo xvn Y pnnci~i siglo xvm.7° Sin embargo, de más interés para el presente eS t UdlO es un caso de 1686 en el que, bajo el liderazgo de dos mulatos, una band ª de doscientos tarahumares, conchos, julimes, chisos, tobosos, cocoyomes, cabezas, salineros, chichitames y oposomes atacaron una recua de mulas 69 70
Merrill, 1993 . Barrutia, 1729; Berrotarán, 1748; Fernández [1725]; Rauch, 1730; varios autores, 1730, Forbes, 1959:203 _204 .
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en el norte de Durango cerca de Santiago Papa quiaro. Por lo m en a lgunos de los indios involucrados, incluidos los tarahumare , eran tra bajad res de las haciendas españolas, mientras que otro provenían de mi io n o de bandas independientes del Bolsón de Mapimí.7 1 E ta banda era mu y parecida a las bandas pluriétnicas que atacaron las poblacion pa ñ ola en Nueva Vizcaya durante la segunda mitad del siglo xv111, pero ant d las décadas de 1750 y 1760, la participación de lo tarahumar o tro indios agricultores locales en tales invasiones parece hab er id mu casa. 72 La falta de participación tarahumara significativa en la correría an tes de la segunda mitad del siglo xvrn, ya fuera atacando ola o co njuntamente con grupos del Bolsón de Mapimí, es algo enigmático . D e l lo primeros años de la época colonial, muchos tarahumare fueron adv er amente afectados por la presencia española, principalmente a trav · de trabajos forzados, programas de cambios culturales y la invasión de u tierras por los colonizadores. Tuvieron asimismo la oportunidad de unirse a grupos nómadas del Bolsón de Mapimí en sus correrías. Aunqu e c n frecuencia había peleas entre indios nómadas y sedentarios de Nu va Vizcaya, parte de estos grupos formaron alianzas en las rebelione del iglo xv11, durante las cuales se llevaron a cabo considerables robos de las manadas de los españoles. Además, en el siglo xvu y principios del siglo xvm, los tarahumares y otros individuos de varios grupo del Bol ón ntraron a vivir en las mismas O en misiones adyacentes, ubicadas cerca de centros económicos españoles al poniente del Bolsón de Mapimí, entre la ciudad de Chihuahua y el norte de Durango. Frecuentemente, los indígenas nómadas abandonaban estas misiones para continuar atacando las poblaciones españolas, participando junto con otros grupos del B~lsón en el intercambio de ganado y otros bienes robados entre Nueva Vizcaya " las regiones del norte.73 Por consiguiente, parece que los indios sedentarios de Nueva Vizcaya tuvieron tanto el motivo como la oportunidad de formar parte de correrías antes de la segunda mitad del siglo xvIII. El hecho de que no lo hicieran -por lo menos a una escala que se reflejara en la documentación histórica- sugiere que otros factores fueron la causa principal de su participación en la correrías durante la segunda mitad el siglo XVIII. Considero que estos factores están relacionados con algunos acontecimientos que tuvieron lugar a mediados del siglo xvn y mediados del siglo XVIII. 71 72
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Griffen, 1969:36-37 . Para un excelente resumen de las rebeliones y correrías organizadas por los indios de Nueva Vizcaya, tanto sedentarios como nómadas, vid. Griffen, 1 979A· 24. Forbes, 1959:203-207¡ González Rodríguez, 1969A6-47¡ Griffen, 1969, 1979¡ Mcrrill ,
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En l i lo x 11 , lo indios sedentarios más opuestos a los españoles f rzaro n n d truirlo a través de rebeliones a gran escala. Estas u bl v ·1cio n fu ron organizadas entre r 6 r 6 y r 700 en intervalos regular , junt c o n la con tantes correría de grupos del Bolsón de Mapim í para imp dir la impo ición del si tema colonial a través de Nueva Vi z a a . Para la prim ra década del siglo xv111, los españoles habían termin a d n la am naza de los indios rebeldes sedentarios y comenzar n a c n ce ntrar n controlar a los grupos del Bolsón, al igual que a xpa ndir n lidar u pre encia en Nueva Vizcaya. La demanda por la man d o bra d lo tarahumare aumentó y los colonizadores españ le ad nrraron má en el territorio tarahumara.74 Las crecientes pr i n d l pañol sobre los tarahumares fueron simultáneas Al d clive n 1 poder de lo grupo del Bolsón. Aunque estos grupos siatacando ha ta la década de 1740, enfermedades y campañas pañ la n contra de ellos redujeron drásticamente el núu mi mbro . Así, las posibilidades que tenían los grupos sed unir con lo indios del Bolsón disminuyeron al avanzar xv111. r En la d é ada de 17 40, esta situación cambió con la llegada de los apache al c ntro de Chihuahua. El que lo tarahumares y otros indios edentario d Nueva Vizcaya iniciaran las correrías casi al mismo tiempo de la 11 gada de los apaches, nos lleva a concluir que éstos crearon por lo m no algunas de las condiciones que promovieron la participación de lo grupo sedentarios en las correrías . Como recién llegados a la región, lo apaches probablemente estaban más interesados que los nómadas del Bolsón en reclutar residentes locales que los asi st ieran en las correrías, ya que muchos de los miembros de los grupos del Bolsón vivían Y trabajaban dentro de la sociedad colonial española Y con ~recuencia sirvieron de espías para las bandas invasoras que aún eran 1nd ependientes.7 6 Los apaches tuvieron más éxito que los grupos del ~ol~ón en infiltrarse en la Nueva Vizcaya, y de este modo ofrecíanª los 111d10 s locales un mercado más accesible para el ganado y bienes que robaban. Durante este mismo periodo, la demanda de ganado robado aumentó, tanto para satisfacer las necesidades de subsistencia de los apaches en Nueva Vizcaya, como para proveer caballos al creciente mercado del norte . En la década de 1770, algunos oficiales españoles atribuían la participación de los tarahumares en las correrías al impacto negativo que tuvo la expulsión jesuita en ellos. Como parte del proceso de expulsión, que
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Gucndulain 1725 ; Shcridan y Naylor 1979:88-101; Deeds 1981, 19 89. Griffen, 1969, 1979 . Griffen, 1969 .
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dio comienzo en 1767, el gobierno colonial confiscó ganado, almacenes de alimentos y otros artículos que ellos identificaron como propiedad de los jesuitas, devastando de este modo las economías de sus mi ione . Además, años después de la expulsión, los indios en las ex misione jesuitas fueron responsables de pagar las deudas de los misioneros expulsados.77 Sin embargo, el inicio de las correrías no pudo motivars e por el impacto de la expulsión jesuita porque los indígenas sedentarios locale ya participaban en ellas antes de 1760 y por tanto antes de la expulsión. También estaban involucrados los indios de las misiones de Chihuahua administradas por franciscanos de la provincia de Zacatecas, que no fueron afectados por la expulsión. Por otra parte, la expulsión jesuita contribuyó definitivamente al aumento de las correrías ya iniciadas . Oficiales españoles las facilitaron al concentrar el ganado confiscado de las misiones en las ex haciendas jesuitas situadas justo al poniente del Bolsón de Mapimí, donde las manadas fueron frecuentemente el blanco de los ataques. Además, después de la expulsión, los indígenas de muchas de las ex misiones jesuitas fueron sometidos a menor control misionero sobre sus movimientos. A causa de la falta de personal, el nivel de la presencia misionera en las misiones decayó dramáticamente, y con sus economías casi destruidas, los misioneros que estaban presentes no podían prohibir que los indígenas dejaran las misiones para buscar su subsistencia en otros lugares.?ª En fin, hubo dos factores que parecen estar vinculados más directamente al inicio e incremento de las correrías de los indios locales de Nueva Vizcaya en la segunda mitad del siglo xvm. El primero fue el creciente descontento de muchos indios por el incremento en la explotación de su mano de obra Y la invasión de sus tierras por colonizadores españoles du~ante la primera mitad del siglo xvu1. El segundo fue el mayor número de mcentivos Y oportunidades para llevar a cabo sus correrías que surgieron con la llegada de los apaches a la región y el desorden en la administración 77
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Campo '. 17 _ 73- En 1 770, Jose, de Gálvez ordenó que la propiedad confiscada fuera devuelta ª _l_as miswnes ex jesuitas, pero cambios en las políticas que gobernaban la administracwn de las propiedades de las misiones y el mal manejo fiscal en general socavaron los esfuerzos de mejorar la economía de las misiones (Laba, 1786; Anónimo, 1788; Gallardo, 1803; Benedict, 197 0 , 1972 ¡. B d. . ene ict, l970:123; Mernll, 1995; Deeds, 1981. La falta de clérigos diocesanos para adminiStrar las misiones jesuitas secularizadas alrededor de 17 5 5 resultó en un menor nivel de control misionero en estos lugares antes de la expulsión jesuita de 1767; además ofreció más oportunidades de usurpación de tierras de los indios por colonizadores españoles . De las misiones secularizadas en ese tiempo, individuos implicados en las correrías se afiliaban a las siguientes: Huejotitlán, La Joya, San Ignacio, San Javier, San Lorenzo, San Mateo, San Miguel de las Bocas, Santa María de la Cuevas, Satebó, Tecorichi y Tizonazo (las fuentes de esta información se encuentra en la nota 28, arriba).
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economias de muchas misiones.79 Sin embargo, sólo algunos indios edentarios de Nueva Vizcaya tomaron parte en las correrías. La diferencias de la participación en las correrías de los indios local parece correlacionarse con su vinculación al sistema colonial, que a u vez reflejaba de manera importante su ubicación respecto de los preidio Y centros económicos españoles. Los indios más involucrados en la correría vivían lo suficientemente cerca de las poblaciones española má importantes para quedar sujetos a frecuentes mandamientos de trabajo y abu o de los colonizadores, pero también lo suficientemente le ja para mantener algo de autonomía. Los indios que no participaron de manera ignificativa fueron los que vivían más cerca de las poblacion es e pañolas y aquellos que vivían más lejos. Para la segunda mitad del siglo xvm, la mayoría de los indios que habitaban permanentemente dentro o cerca de poblaciones predominantemente españolas habían sido casi integrados por completo a la sociedad y economía coloniales, Y muchos servían como auxiliares en las campañas militares españolas contra sus enemigos indígenas; ellos estaban también bajo la constante vigilancia de los colonizadores y soldados. Los indios que vivían en misiones Y áreas más distantes fueron poco afectados por los mandamientos de trabajo y la expansión de las poblaciones de españoles. Algunos indios de ambas áreas se unieron a las correrías, pero su participación fue mucho menor que la de los indios afiliados a las misiones ubicadas en medio. Aunque muchos indios locales apreciaban la oportunidad de atacar a los españoles, otros probablemente fueron obligados a participar en las invasiones. En la documentación histórica se encuentran muchas referencias a invasores que ofrecían tanto a los indios como a los no indios la posibilidad de elegir entre unirséles o ser asesinados. En 1793, el padre provincial de la provincia franciscana de Zacatecas informó al .virrey que los indios de cinco de las ocho misiones franciscanas cercanas a la villa de Chihuahua habían abandonado las misiones para escapar de los apaches O para unirse a ellos. 80 Por tanto, en muchas áreas de Nueva ~izcaya los indios se encontraron atrapados entre los apaches Y los espanoles Y fueron forzados a escoger alianza entre unos u otros. La sorprendente habilidad de los apaches y otros invasores para atacar en el corazón de Nueva Vizcaya, combinada con la imposibilidad de las fuerzas 79
s_u san D eeds (comunicación personal, 8 de abril de 1996) sugiere que el auge en las correnas durante la segunda mitad del siglo xvm también pudo relacionarse con un aumento en la competencia por los recursos de subsistencia en la región debido a un incremento en la población indígena que se inició alrededor de 17 30 y, posteriormente, la crisis agrícola en la década de 17 g0 _ xo Barragán, 1793; Merrill, 1994.
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españolas para evitar estas correrías, así como ca tigar a lo r b ld probablemente convencieron a muchos indio de que u rían mejor favorecidos uniéndose o cooperando con lo inva re . LA ECONOMÍA POLÍTICA DE LAS CORRERÍA
La economía política, como se concibe tradicionalm ente, e int r a por la influencia de la ideología, las estrategia y la práctica p líti ca , sobre la operación y el desarrollo económico. Aquí u o 1 e n e pt d " la economía política" en un sentido más amplio parad signar el mutu impacto de los factores políticos y económico y la relación ntre t factores y procesos culturales y sociales más general e . En te n tid , la perspectiva económico-política es evidentemente n ece aria para ente nder el fenómeno de las correrías en Nueva Vizcaya en la egu nd a mitad del siglo xvm, porque las características sobre aliente de e te f n ó m n combinan ambas dimensiones . La expansión de la economía colonial española hacia lo que h y norte de México y el poniente de Estados Unidos puso en m ovimiento un a serie de procesos que transformaron las condiciones económica y p líticas preexistentes en la región. El nivel de tecnología representado en el intercambio entre agricultores sedentarios y cazadores-recolectores nó m adas cambió a un nivel más alto I de los artículos básicos de ub i tencia (ca rne, cueros y maíz) a herramientas que permitieran la adquisición de e to artículos (caballos, implementos de metal y armas de fuego). Las diferent e sociedades indígenas compitieron unas con otras por el acceso a esta nu eva tecnología y por el control de los recursos local es qu e les proporcionaban los medios para adquirirla. Los resultados fueron extensos movimientos de población, un ritmo acelerado de cambios sociales y culturales y niveles de violencia sin precedente entre sociedades, todas ellas exp res ion es de la adaptación de los indios a las nuevas condiciones de vida . Gran parte del aumento de la violencia en el norte se relacionó con las correrías destinadas a conseguir caballos, una forma de intercambio negativo que surgió como componente central del sistema suprarregional de intercambio, que reflejaba la decisiva importancia de los caballos en cuanto a la obtención de recursos, la defensa y el comercio. 81 Al correr ~' Como Spielmann ha señalado, en el caso de soc iedades pede s tre s, invadir a pie es una es trat egia poco viable, porque escapar sin peligro de esta manera con bienes robados es muy difícil.. Por tanto, la introducción de caballos cnntrihuy<·> directamente al aumento en los niveles de violencia, porque los caballos eran un bien altamente deseado por ser crucial para la supervivencia en las nuevas condiciones que s urgicrnn en la época col1inial, y porque constituían una herramienta que permitía a los invasores atacar y escapar má s fácilmente de los sitios asaltados (Spielmann, 1991 b: 38 -42 ; cfr. Spiclmann, 1lJ 9 1a:7-4 Y John 1975 :59)
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d 1 tiempo, los si temas de intercambio oscilaron entre relaciones negativa y po itivas, variando de acuerdo con las posibilidades que los participante tenían de adquirir los artículos para el intercambio. 82 En la red uprarregional de intercambio que se desarrolló en la época colonial, el interca mbio po itivo y negativo ocurrió no sólo en diferentes tiempos en la misma área , sino también al mismo tiempo en distintos lugares. La operación del i tema como un todo dependía finalmente del intercambio negativo (el robo de ganado en el norte de la Nueva España)i y tanto el int erca mbio po itivo como el negativo (comercio y robos) funcionaron dentro del i tema como mecanismos alternativos para conseguir y trasladar caballos y otro bienes de una área a otra. La accione de los apaches en Nueva Vizcaya deben entenderse en términos del nuevo papel que asumieron en la red suprarregional de intercambio. De cazadores-recolectores que intercambiaban recursos silve tres por producto hortícolas, primero a pie y luego a caballo, se convinieron de pués en invasores semipastores que trocaban bienes producido por una ociedad sedentaria (la sociedad colonial española en Nueva Vizcaya) por productos adquiridos por otras sociedades, tanto sedentarias como nómada , en el norte. De manera similar, los residentes de Nueva Vizcaya que habían participado en las correrías fungieron principalmente como procuradores y entregadores de bienes robados para los apaches. No tenían otro papel que jugar dentro de la red de intercambio de larga distancia, pues ellos no tenían muchos caballos para trocar, además porque el intercambio entre los apaches y los españoles de Nueva Vizcaya fue predominantemente negativo. Su función en esta red, tal como la d~ los apaches, era estructuralmente comparable a la de intermediarios en s1st emas de intercambio positivo, con la importante diferencia de que los principales productores de los bienes (en este caso, los españoles en Nueva Vizcaya) no recibían nada a cambio. Huelga decir que las correrías en Nueva Vizcaya durante la segun_da mitad del siglo xvm fueron motivadas en gran medida por consideracwnes económicas. Las bandas invasoras dependían de los bienes que robaban, en particular los caballos, para subsistir Y para la adquisición de bienes europeos que cada día se volvían más importantes para su ma~utención. El caballo era el único bien que tenían disponible en Nueva Vizcaya y por el que había demanda a través de la red suprarregional de intercambio. Como no tenían manera de adquirir estos animales por medios legítimos, se vieron forzados a robarlos. Las correrías son por definición una manera violenta de adquirir recursos, y por tanto incluye una confrontación de poder entre los atacantes y sus víctimas, quienes se retan unos a otros para ganar el control sobre los recursos económicos. Coxi Spielmann, 1991a.
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así explotar los recursos que allí existían y la mano de obra de sus habitantes . En cambio, los apaches estaban más interesados en crear un área libre de colonizadores españoles y otros enemigos, desde la cual podrían salir para atacar poblaciones y regresar con bajo riesgo de ser atacados. El hecho de que los apaches no se asentaran en la mayoría de las poblacione que destruyeron ha sido interpretado como indicación de su falta de ambición territorial, pero es más probable que su intención fuera la de que estas áreas sirvieran como una región despoblada que separara sus refugios de la frontera española. 8Si esta interpretación es correcta, las motivaciones políticas de los apaches formaban parte de una estrategia económica más general, diseñada para mejorar la seguridad con la que podían atacar las poblaciones españolas, sin llegar a la total destrucción del sistema colonial en el norte. Sus metas probablemente diferían de las de muchos indios y no indios locales que participaron en las correrías. La documentación histórica incluye considerable información sobre las razones por las cuales esta gente participó en las correrías. Lo que se menciona más frecuentemente es el deseo de ganancia económica Y de venganza contra los españoles y sus aliados por los daños e insultos que les habían hecho. No obstante, se encuentran algunas referencias a una meta política más ambiciosa, que era expulsar a los españoles de Nueva Vizcaya y apoderarse de sus recursos. 86 Esta información suele aparecer en las declaraciones de los prisioneros implicados en las correrías, que a pesar de ser presentada como sus puntos de vista propios y verdaderos, debe interpretarse con cautela. Es probable que los prisioneros disfrazaran sus verdaderos motivos, y que los oficiales españoles locales exageraran la amenaza política de los invasores para conseguir mayor apoyo militar de sus superiores. Sin embargo, si se pueden considerar estas referencias como expresiones de los objetivos de P?~ lo menos algunos de los participantes, no se puede negar la intencwn política -y hasta revolucionaria- de sus correrías. La conclusión de que factores políticos y económicos motivaran las ~or~erías de locales en Nueva Vizcaya se sustenta por alguna evidencia m d i~ec~a. En I 77 3, el corregidor de Chihuahua expresó su duda de que los indws locales atacaran sólo para obtener ganancias económicas, comentando: "pues, cuatro ni seis flechas que les cabía a cada uno en las entregas no es recompensa para tantas muertes y miles de pesos que han
mo tal, la correría siempre es potencialmente un acto político, pero el que un ataque en particular realmente llegue a constituir un acto político depende de los motivos que los atacantes tengan al cometer tal ataque. En la documentación histórica, las correrías de los apache u u a1mente se atribuyen a su "salvajismo" inherente, a su necesidad de adquirir bienes de subsistencia y a su deseo de ganancia económica, o bien su anhelo de venganza hacia los españoles por el sufrimiento, mu erte y otras pérdidas que les hayan causado. Sin embargo, otra evidencia indirecta sugiere que ellos deseaban que algunos de sus ataques lograran cierta metas políticas. Esta evidencia contrasta en su método de ataque y el adoptado en el siglo x1x por los apaches occidentales de Arizona. Varios investigadores han propuesto que los apaches occidentales hicieron sus correrías principalmente por razones económicas, no políticas.83 Keith Basso, un especialista en la cultura e historia de los apaches occidentales ha comentado: Es importante entender que los apaches occidentales no organizaron correrías con el propósito de incrementar su ya vasto territorio, como tampoco tenían la intención de alejar o exterminar a los mexicanos e indios que se ha. bían establecido a lo largo de sus límites. Al contrario, estos pobladores se habían convertido en recursos económicos extremadamente valiosos, y se .podía confiar en que ellos producirían durante el año cantidades sustanciales de comida y ganado. Era para ventaja obvia de los apaches que tales re cursos quedaran viables, y esto podría explicar por qué la matanza masiva y la destrucción de las propiedades de los enemigos nunca formaron parte del complejo de las correrías. 84
A diferencia de los apaches occidentales, los apaches de los llanos y del sur que invadieron Nueva Vizcaya asesinaron a miles de colonizadores españoles y a sus aliados indígenas, destruyeron enormes cantidades de propiedades y forzaron al abandono de cientos de ranchos, minas y haciendas, especialmente en el norte de Nueva Vizcaya. Acciones como éstas sugieren que los apaches estaban empeñados en eliminar completamente las poblaciones de los españoles y sus aliados indios en el área, Y no crear una relación parasitaria con estas poblaciones. Yo propongo que su meta era establecer un asilo seguro en el norte de México, para reemplazar los santuarios que habían perdido o estaban por perder más al norte. El acercamiento apache hacia la territorialidad era muy diferente al de los españoles. La meta de los españoles era controlar un territorio para 83 84
Hs Navarro García, 1964:303-304; Griffen, 1988a:u. u, Merrill, 1994- El deseo de expulsar a los españoles de la Nueva Vizcaya fue también expresado por los indios que atacaban desde el Bolsón de Mapimí, así como por aquellos que participaban en las rebeliones indígenas del siglo xvu (Griffen, 1969:19-20, 65, 128 ; Deeds, 1992).
Spicer, 1962:239¡ Basso, 1971:19, 1983:466; Spielmann, 1991b:39. Basso, 1971:19 .
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entregado a los apaches". En lugar de motivaciones económica , él atribuía sus correrías a su "aversión a los españoles". 7 Tal "aversión a los españoles" fue presuntamente basada en us xperiencias de primera mano con la explotación y otros abusos que eran la suerte de las clases subordinadas en la sociedad colonial, algo que lo apaches en general no experimentaron. La gran mayoría de las per onas que se unieron a las bandas invasoras, lo hicieron de manera voluntaria, cambiando una existencia desagradable por una incierta. El hecho de que escogieran sobrevivir más allá del control de la sociedad colonial mediante sus correrías, en vez de unirse a las comunidades de refugiados, sugiere que su intención era confrontar a los españoles en vez de evadirlos. Por su posición subordinada dentro de la sociedad colonial, sus correrías parecen ser expresiones de rebelión social por gente ya incorporada en grado considerable a la sociedad colonial, y como tales deben ser diferenciadas de los movimientos de resistencia organizados por indios de la región en las primeras etapas del contacto con los europeos, como fueron las rebeliones a gran escala del siglo anterior. 88 La interacción de factores económicos y políticos impulsó a la sociedad colonial española del centro de México hacia el norte y colocó los parámetros en cuyos términos respondieron los indios del norte. La economía colonial, basada en la explotación de la mano de obra indígena Y la acumulación de riqueza, contenía muchas tensiones sociales Y contradicciones internas, las que los apaches lograron explotar para ventaja propia. El éxito que tuvieron en sus correrías no derivaba únicamente -como con frecuencia se supone- sólo de su destreza como guerreros ni de su extraordinaria capacidad de soportar extremas penurias, sino de que habían logrado un amplio entendimiento del sistema colonial Y sus debilidades. Su derrota final fue la culminación de una serie de acontecimientos políticos y económicos -la consolidación de colonias mexicanas a través de Nueva Vizcaya, la expansión imperialista de los norteamericanos en las áreas hacia el norte y la disposición de la mayoría de los indios de la región de unirse con los enemigos de los apaches contra ellos- que difícilmente hubieran podido anticipar cuando iniciaron sus correrías en Nueva Vizcaya en el siglo XVIII.
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Quisiera agradecer a varias personas su apoyo en la preparación de este ensayo. Margarita Urías Hermosillo y Marco Antonio Martínez me proporcionaron datos, transcripciones y fotocopias de documentos de suma importancia para mi investigación que se encuentran en varios archivos históricos de la ciudad de Chihuahua. Michael Brown, Susan Deeds, Candace Greene, William Griffen, Katherine Spielmann y Cecilia Troop me ofrecieron sus comentarios, todos de mucho valor, sobre una versión preliminar del ensayo, y Charles McMillion compartió generosamente conmigo sus perspectivas sobre la economía política. Pamela Ballinger me ayudó a recopilar información sobre los apaches y Mónica Ruiz Hernández transcribió varios documentos relevantes del tema. La traducción del ensayo al español fue posible gracias a Cecilia Troop, Alicia Pérez y Andrés Villalobos. Los fondos para esta investigación fueron otorgados· por el National Museum of Natural History y el Scholarly Studies Program de la Smithsonian Institution, así como la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Research. BIBLIOGRAFÍA
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7 8 8 Descripción topográfica, física, natural, política y metalúrgica
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Allá en aquel reliz suenan los intereses del Indio Rafael. 1
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1730 [Expediente acerca de la violencia en Nueva Vizcaya durant la primeras décadas del siglo xvm y las medidas tomadas por los pañoles para defender la provincia]. AGN, PI 69, fs. 134-234. 1783- Testimonio de lo actuado para erguir la villa de San G er ónimo 1793 [... ], Archivo del Registro Público de la Propiedad y del Notariado de Chihuahua, transcripción otorgada por Margarita Uría s H ermosillo. VIDAL DE LORCA Y VILLENA, MELCHOR
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Lo territorios del norte de la Nueva España, por sus condiciones geográfica poco aptas para la agricultura, fueron asiento de varias culturas que de arrollaron formas de vida nómada o seminómada. Los europeos y posteriormente los mexicanos y americanos tuvieron serias dificultades para establecerse en estos lugares debido a la resistencia que les presentaron los indígenas. Las guerras indias, como se les ha llamado, fueron un encontronazo entre dos formas distintas de vivir y en las que la peor parte la llevarían los nómadas, que tuvieron menos recursos para defenderse. Los últimos capítulos de los enfrentamientos entre estos grupos son las guerras apaches y comanches durante los siglos xvm y x1x. Est e trabajo tiene como objetivo ver por qué estos grupos indígenas llegaron a Durango, cómo se desarrollaron los enfrentamientos entre ellos Y los duranguenses, y cuáles fueron los impactos de las incursiones indígenas sobre los diversos grupos que habitaron el territorio que hoy ocupa el estado de Durango, en los aspectos demográfico, económico, social y político. ANTECEDENTES
Durante la primera mitad del siglo xv11, los pueblos indígenas que habitaron la Nueva Vizcaya llevaron a cabo una serie de rebeliones para sacu_dirse el yugo de la conquista española. Al ser sofocados los levantamient?s por las autoridades españolas, parecía que se había logrado. el sometimiento definitivo a la corona, pero muchos indígenas perma~ecieron en los desiertos y las serranías viviendo de acuerdo con sus anuguas coS t umbres. Con el establecimiento de presidios y misiones se trató, ~on mayor .0 menor éxito, de que se congregaran en pueblos donde podnan ser me¡or controlados. Entre estos grupos / se encontraban los salineros I tobosos, acoclames,2 cocoyomes, cabezas y meresalineros, al parecer de origen atapascano. 1
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Cons eia · d.f . entre los habitantes de Tapia Durango, de que Rafae¡ deJo · - teso ros ente1 un d ida rrados en los cerros aledaños . . Arturo Guevara Sánchez, Los atapascanos en Nueva Vizcaya , Cuaderno de TrabaJo núm . 6, México, INAH, 1989 .
Los jesuitas trataron infructuosamente de evangelizarlo y a entado n el pueblo del Tizonazo. La adopción que hicieron del caballo y u ocupación en vastas regiones del desierto chihuahuense hicieron que nunca lograra una reducción completa de ellos. Parte de este desierto es el Bolsón de Mapimí, que por sus difícil condiciones climáticas fue para los nómadas un refugio permanente debido a que sabían aprovechar todos los recursos alimenticios que ofrece un medio tan árido como éste. A pesar de las campañas españolas contra los indígenas, llevada a ca bo en los meses cercanos al tiempo de lluvias, especialmente ago to y septiembre, y de la fundación del presidio de San Miguel de Cerro Gordo (hoy Villa Hidalgo, Durango), que protegía el tráfico comercial de Parral con el resto de la provincia, hubo varios levantamientos indígenas fuertes en 1655, 1663, 1667, 1677 y 1680 que pusieron en peligro la estabilidad de los establecimientos europeos.3 Como respuesta a este estado de guerra, las autoridades provinciales fundaron más presidios en Pasaje, San Pedro del Gallo, Concho , Casas Grandes, Cosiguarachic y Mapimí. La presencia de más soldados coloniales en la región permitió hacer campañas más agresivas en el Bolsón de Mapimí para atacar a los indígenas en sus propios refu gios. Finalmente las deportaciones de tobosos y coahuiltecos de Nueva Vizcaya, así como las campañas contra los acoclames y cocoyomes hechas por los españoles entre 1708 y 1723 acabaron con la fuerza de esta naciones.4 El lugar que dejaron estos grupos fue ocupado durante el siglo xvm por los apaches. LOS APACHES
El grupo apache pertenece a la gran familia de los atapascanos que ocupó un extenso territorio al noroeste de Norteamérica. Los apaches estuvieron en las tierras situadas al este de las montañas Rocallosas, donde actualmente se encuentran los estados de Arizona, Nuevo México y Texas. Tuvieron varios subgrupos, entre los cuales destacan gileños, jicarillas, chiricahuas, mezcaleros y lipanes.s ' Guillermo Porras Muñoz, La frontera con los indios de Nu eva Vizca ya en el siglo xv11. Fondo Cultural Banamex, México, 1980; aquí se hace un seguimiento preciso de la guerra contra este grupo atapascano . -i William B. Griffen, "Indian Assimilation in the Franciscan Area of Nueva Vizcaya", Anthropological Papers of th e University of Arizona. núm. 33, Tucson, The University of Arizona Press, 1979 1 pp. 16 y 11 I . ' Berta P. Dulton, "The Athabascans", en American Jndians of the Southwest . Albuquerque, The University of New Mexico Press, 1975 p. 105. 1
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Mapa 1. División territorial en partidos. Lugares donde incursionaron los apaches y comanches en Durango . Elaboración del mapa : Gloria Cano y Miguel Vallebueno. Fuentes: Pastor Rouaix, Geografía de Durango, Editorial del Magisterio, 1980.
A mediados del siglo xvrII los neovizcaínos vieron cómo la tensión con los indígenas volvió a aumentar. Algunos autores creen que est0 se debió a que, desde finales del siglo anterior, la colonización anglosajona sobre las planicies norteamericanas empezó a empujar a los co-
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manches 6 hacia Texas y Nuevo México y éstos, a s u vez, fu ero n despl azando a los apaches hacia la Nueva Vizcaya . Para Chantal Cramaussel, los problemas fueron m ás bi en con lo u rnas, janos y jacomes que habitaron la Junta de los Ríos, al n orte de C h ihuahua, en el siglo xv11, a quienes los españoles llamaron gen érica m en t e apaches.? Entonces es posible pensar que tambi én se hayan incluido como apacbes los remanentes de los salineros, tobosos y otros grup o resistentes de más al sur. La guerra entre apaches y neovizcaínos (después chihuahuen ses y duranguenses) tuvo dos fases, la primera entre 1748 y 18 10 y la segunda en tre 1831 y 1842. Hacia 1732 se encontraba en el Bolsón de Mapimí el capitá n apa ch e Pascual con 400 guerreros. Éstos estuvieron durante algunos años en paz, gracias al compadrazgo que tuvo con su jefe José de Berroterá n, capitá n , primero del presidio de Mapimí y después del de Conchos. 8 Para 1748 los apaches se habían aliado a los cocoyomes y coa huilas, iniciándose un largo periodo de hostilidades entre ellos y lo s es pa ñ oles.9 · Las autoridades de la Nueva Vizcaya encabezadas por el gob ernador José Faini, por el teniente coronel Hugo O'conor, jefe de las fuerzas presidiales y por las fuerzas más representativas de Chihuahua se dirigieron al virrey Antonio de Bucareli, en 1771, para manifestar que entre 1 748 Y 1771 los apaches habían matado a cuatro mil personas e n la pro vincia Y que los daños causados ascendían a 1 r millones de pesos, por lo que se necesitaba tomar medidas drásticas contra ellos. Como respu es ta, el virrey dispuso la reorganización del sistema de presidios suprimiendo los más australes y fundando otros a las orillas del río Bravo del Nort~. 10 El cambio de los presidios fue bajo recomendación del mariscal de campo Cayetano María Pignatelli, marqués de Rubí, quien hizo un viaje de reconocimiento al septentrión americano entre 1766 y 1768, acompañado por el ingeniero militar Nicolás de Lafora. 1 1 Esta medida de con ten-
ció n tardó en o bte n er resultados y mientras tanto la guerra apache continu ó con fu erza . Lo m o m ent o m ás álgidos de este enfrentamiento fueron en la década de 17 o . A principi os de esta década (17 8 1-1782), Patule el Grande y o tro ie t e jefe m ezcaleros, entraron en el Bolsón de Mapimí haciendo mu c h o de trozos en los pueblos de los alrededores pese a la defensa hech a por el gobernador de Coahuila, Jacobo Ugarte. En 1788 los gileños lanzaron o tra ofen siva 1 2 y se ext endieron hacia el sur causando graves daños n l o alr dedores de M apimí, San Juan del Río, Guatimapé y Canatlán. 1 3 El últim o jefe apach e que anduvo por Durango durante esa fase de la gu erra fu e "el indi o Rafael o Rafaelillo", entre 1805 y 1809. Al parecer sola m ent e e ta ba acompañado por su hermano Antonio y sus respectivas muj er es . 1 4 En 1 o 5, Ra fa el ll egó h asta los alrededores de Durango por lo que las autoridades mandaron en su busca a los indígenas de Analco, Bayacora y el Tunal, adem ás de un grupo de comanches que se encontraba comercia ndo en la ciudad. 1 Con el tiempo, Rafael se convirtió en figura legendaria y quedó fuert e m ent e grabada en la memoria histórica de los habitantes de Durango. Todavía se _habla en el estado de los supuestos tesoros que dejó enterrad?s en Topia o de cómo su imagen y la de su compañera se hallan esculpidas en una barra nca del municipio de Ocampo. . . Tambi é~ es iz-i:iportante considerar en esta guerra a otros grupos qu e hicieron resistencia contra autoridades españolas: desertores bandidos p~ófugos, m~lat?s Y gente de castas (como fueron clasificad;s), libres ~ c1marron~s, md1gen_as de las misiones y poblados y hasta españoles pobres: En fm, gei:ite sm posibilidad de encontrar lugar en la sociedad establecida, que gmaron_ Y sirvieron como espías a los apaches y comanches o formaron sus propias bandas · Ya Willi·am M ern·¡1 6 h a h ech o ver 1a im· . portancia que tuvieron estas bandas , por eJ·emplo la d e e a 1axtnn, · que ac, tuo en el sur de Chihuahua y norte de Durango e ¡ d , d d n a eca a e 1770. 12
6
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Otro ejemplo es el de los habitantes de los pueblo del Tizon azo, Santa Cruz de Tepehuanes y el Zape, tradicionalm ente en rebelió n c n tra los españoles, durante la llamada década del hambre ( r 7 o) fu eron acusados por las autoridades provinciales de "ser cómplices en lo delitos de robos y muertes coaligándose con los apóstatas y gentiles en emigos". Se les embargaron sus cortísimos bienes y todos los hombres mayores de r 4 años fueron tomados prisioneros y llevados a Durango donde permanecieron de 1784 a 1786, los años más difíciles de esa década, Y "cuya mayor parte murió en la cárcel de esa ciudad sin haber comprobado el delito". 1 7 Un ejemplo más es el de los habitantes del pueblo de San Gregorio, situado en el corazón de la sierra, a quienes en r 808 se les abrió proceso por tener una gavilla que robaba maíz y reses en los alrededores, así como de haberse comido una vaca en compañía del indio Rafael.1 8 Nicolás de Lafora recomendó a las autoridades españolas que para contener estos grupos "el único medio es escarmentarlos, sujetarlos, Y aun aniquilarlos si conviniere al mejor servicio de Su Majestad y el bien público, en una guerra ofensiva, continuada, en su propia casa" . 19 Por lo tanto, se llevaron a cabo fuertes campañas militares que terminaron en 18 IO; en ellas Teodoro de Croix logró un tratado de paz con los mezcaleros. Este acuerdo trajo una precaria estabilidad a la Nueva Vizcaya entre ese año y 1832. 20 La segunda etapa de la guerra apache se desencadenó por el abandono que sufrieron las fuerzas presidiales y las misiones debido a los problemas de inestabilidad política que vivió el país durante buena parte del siglo x1x. En r 8 3 r había otra vez un clima de creciente violencia en la región aledaña al río Bravo. Ese año dos soldados que trataron de impedir el robo de unos caballos fueron asesinados por una partida de comanches. Con tal motivo, José Joaquín Calvo, comandante general e inspector del estado de Chihuahua y el territorio de Nuevo México, emitió una proclama que era una virtual declaración de guerra a los indígenas. 21 Las primeras hostilidades de los apaches se sintieron en el estado de Durango en septiembre y octubre de r 8 3 5 cuando los gileños encabeza17 1
Órdenes comunicadas al alcalde mayor del Oro, exp. 14, caj ón 4, AGHED.
x AGHED, exp. 13 1 cajón 20. Causa criminal de oficio contra los indi os del Pu ehlo de San
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21
Gregario de la Jurisdicción de San Andrés, por robos y crímenes com etidos en uni ó n o bajo las órdenes del indio Rafael, 1808 . Lafora, 1939, pp. 279-2 80 . Morris E. Opler, "Apache m ezcalero", en Handb ook of N orth Am erican India n s, Washington, Smithsonian lnstitution, 1983 1 p. 420. Víctor Orozco, Las gu erras indias en la historia de Chihuahua , UA CJ-lnstituto Chihuahuense de la Cultura, 1992 1 p. 41.
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do por lo capitanes Nicolás y "el Prieto" atacaron con 40 hombres las hacienda de la Zarca y Torreón (de Cañas). 22 Esto motivó que se hiciera una ca mpaña en su contra a cuya cabeza iban el gobernador y el comanda nte gen eral del estado José Urrea. 2 3 Hubo un paréntesis en la guerra con los apaches mediante el acuerdo d paz con lo m ezcaleros firmado en Chihuahua el 9 de junio de 1 s 4 2, qu e apena fu e un pequeño respiro para los duranguenses, ya que en agosto de e e año lo comanches iniciaron 2 4 el más sangriento capítulo de esta gu erra . LA
UERRA
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Los comanches, un grupo de habla shoshonean, pertenecientes a la gran familia utoazteca,2 · originarios de las grandes planicies norteamericanas, fueron desplazados por otros pueblos como los cheyenes, los arapahos Y dakotas, hacia el suroeste de ese país. Esto sucedió más rápidamente cuando su principal recurso alimenticio, el búfalo o bisonte americano, fue haciéndose m ás escaso y además numerosos colonos norteamericanos empezaron a establecerse en Texas. A medida que escaseaba el bisonte los comanches, acostumbrados por numerosas generaciones a vivir de la caza, empezaron ~ capturar manadas de caballos y mulas principalmente primero para alunentarse Y después para iniciar un mercado destinado a surtir a los colonos que se establecían al oeste de Estados Unidos. Aunque la guerra comanche también fue sangrienta con los texanos y norteamericanos, 26 éstos estaban bien armados; firmaron varios tratados con los _coma~ch~s por lo que las hostilidades de los indígenas se desviaron hacia terntono mexicano , el flanco ma' s de' b1·1 . La guerra entre 1os comanches: los duranguenses comenzó en 1842 y terminó definitivamente en la decada de 1880. Los comanches , . . .' al igual que 1os apac h es, prepararon sus campañas sobre Mex1co prmc1palmente durante los n1 eses de ·u1 10 · a marzo, que son . 1 los de lluvias, Y el invierno, en que podían disponer de aguajes y algo de Carta de Fernando Díaz d J C ¡ d • e a ampa a coman ant e José Urrea 18 , s exp . 87 casill ero 28, AH GED. ' -' ' ' n Sobre los "bárbaros" que e t · · · d . . . s an en t erntono e Durango, 18 35 1 exp. 3 7 casillero 28, AHGED. 2 ~ Registro Oh c1al del O , · t d o ' epc1r amento e urango, 2 5 de agosto ele 1842 . Las n otas sobre la g uerra con los co ma 11 h o . • c es en urango estan tom adas del Periódico Oficial ·del Estado de Durango. 1tl4 2-1 87 ), - q u e, ba¡o · su s d Iºferent es d enommac10nes · · . hizo un minucioso seguimiento . Ag radezco a Cl a· M d · · , < au 1a anzan era su ayu a por la mfom1ac10n que busco para este articul o. 2
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Wallace E. H oehe l, Th e Coman ches. Lords of th e Plain s, N orrnan, The University of Oklaho ma Prc ss, 19 7 6, p. 19 _ H oebcl , 1976.
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pastos en el Bolsón de Mapimí, para hacer descansar a la be tia qu extraían de las haciendas y ranchos del norte de México antes de er 11 vadas a Estados Unidos. Por esto las campañas se distanciaban durant e la seca. Sin embargo, en los años más fuertes de la guerra con lo comanches, las campañas duraban todo el año. La primera campaña comanche se inició con el ataque a la colonia militar de San Carlos, situada al norte de Chihuahua, en ago to de 1 42. Cuando apenas había llegado la noticia a Durango, ésto habían iniciado una gran ofensiva sobre el norte del estado. Con los comanches venía un desertor llamado Esteban Montelongo, capturado por las fuerzas mexicanas. 2 7 Su presencia y la de otros desertores reconfirma la participación entre los comanches de gente sin futuro en la sociedad establecida. En los años 1843 a 1845 1 los comanches y sus aliados, los cahiguas, conocieron gran parte del terreno donde se seguirían aventurando durante muchos años, especialmente los de las sierras de la Candela, San Francisco, Gamón, la Silla y del Registro. Allí podían descansar y dominar los valles donde se asentaban las haciendas, pueblos y ranchos de los duranguenses. En esos años asaltaron las villas de Cuencamé 28 y San Juan del Río,2 donde mataron a 70 y 84 personas respectivamente. Tuvieron un combate con las tropas estatales a las que les mataron 68 soldados .3° Llegaron hasta las puertas de la ciudad de Durango y el valle de Poanas. Hacia el SUr se abatieron sobre los estados de Zacatecas y San Luis Potosí, donde también causaron cuantiosos daños. d L?s ataqu_es arr~ciaron en 1846 y 13 4 7 1 lo cual permití? que los estao1:3-mdenses mvad1eran el país, ya que los estados de Chihuahua, Coahuila, Durango y Zacatecas quedaron prácticamente inmovilizados. El 2 3 de agosto de 1847 1 en plena invasión, una partida de 200 comanches ocupó el norte de la ciudad de Durango, sin que nadie osara det~nerlos.31 Durante esa entrada, mataron a Mariano López Negrete, propietario del rancho de la Tinaja y se llevaron cautivo a su hijo Ramón. 32 Como el mismo Humbodlt33 lo manifiesta en su Ensayo político sobre la 27
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Registro Oficial del Departamento de Durango 1 I de septiembre de r 842. Registro Oficial, 29 de diciembre de 1844. Registro Oficial, 19 de octubre de 13 4 5 . Registro Oficial, 1 5 de octubre de 184 5. Registro Oficial, 26 de agosto de 1847. Registro Oficial, 2 de septiembre de 13 4 7 . El anuncio donde se ofrecieron 5oo pesos ele recompensa a quien diera informes sobre Ramón López Negrete decía que se trataba de un niño de siete años, "le falta un diente de adelante por estarlos mudando" . Alejandro de Humbodlt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España , primera edición 1822, México, Porrúa, 19841 p. 187 .
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Nueva España, la costumbre de tomar niños y jóvenes cautivos para autorreproducir sus bandas y grupos significó que cientos de ellos, como el caso de Ramón, fueran desarraigados de sus hogares. Al firmarse los tratados de Guadalupe-Hidalgo, el 2 de febrero de 1848 1 Estados Unidos se comprometió a contener las incursiones. Sin embargo, las numerosas caravanas que pasaron por las tierras indias, especialmente a partir de la fiebre del oro californiano, agravaron las fricciones entre los indígenas y los estadounidenses. Como ya se dijo antes, los colonos necesitaban de buenos tiros de mulas y caballos para transportarse; comerciantes sin escrúpulos, de ambos lados de la frontera,34 compraron bestias en grandes cantidades a los comanches por lo que los ataques sobre México, lejos de amainar, se incrementaron en los años siguientes. El gobierno federal se esforzó para terminar con el problema, en la medida en que la difícil situación lo permitía, disponiendo tropas y comprando armas durante las administraciones de Herrera, Arista y Santa Anna. Asimismo, los estados de Zacatecas y San Luis Potosí enviaron tropas para ayudar a los de Chihuahua y Durango que eran los más afectados. Por su parte, el gobierno estatal tomó las siguientes medidas: estableció un cuerpo militar en el antiguo presidio de Cerro Gordo;35 aumentó de 1 o a 5 o Y 200 pesos la recompensa ofrecida por cada cabellera indígena que se_le pr~sentara; 36 compró 5 oo fusiles, 100 cara0inas, 2oo monturas y ma~do_ fabnc3: 1. ooo lanzas para distribuirlas entre pueblos, haciendas y el septimo reg1m1ento de infantería de Durango; autorizó la formación de guerrillas, por lo que vinieron al estado las comandadas por los norteamericanos Box con experiencia en "cazar" seres hu manos. , Y Dusenberry, 1 Ad . . emas, e estado se reforzó con la promulgación de un decreto (27 de diciembre d~ 18 44), por el que se encuadraron en la guardia nacional los hombres mas aptos entre los 18 y 50 años de edad .37 se farmaron cuaUna nota remitida al Registro Oficial en 184 9 por v ªl entm - G arcia - Granados comandan·11 te d e 1a guern a de Gavilanes daba cuenta de una exp e d.1c1on · - orgamzada . ' Abel Wapor rren comerciante · de1 , l h de- Nueva Orleans para comprar mulas a los apach es. C on motivo ataque a a ra~c ena comanche situada en la sierra del Espíritu Santo el 13 de febrero de 1S54, Pablo Lopez, cautivo de los comanches por muchos años al ser liberado afirmó que en la casaca que usaba el 1·efe M ague asi- como en 1as sillas . ' . de montar de comanches estaba el herro ele José Cordero imp t t ·¡· d h . _ , or an e m1 1tar e C 1huahua, cuyas bestias respetaban ademas de entregarle ganado - se supo por este cautivo que durante el . ' ro b ad o. T am b.1en combate murieron. tres vecmos · d e san e ar1os y E1 Paso, quienes "venían con frecuencia · a comprarles bestias a los comanc h es a cam b.10 de po-1vora y vi-veres y que hace poco que . las bestias_que compra, n estos vecmos · · amencanos · - situa· son entrega el as a diez que estan dos en el Alama Chapo". Registro Oficial, JO de marzo de 1854. 15 Registro Oficial del departamento de Durango, 28 de agosto de 1842. 1 6 Registro Oficial, 11 de marzo de 1853. 17 Memoria en que el gobierno del estado de Durango da cuenta al H. Congreso de la mar-
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tro compañías de caballería móviles (dos en N azas y dos en Mapimí ); tr compañías de caballería fija en Coneto, Gavilanes y la hacienda de Ramos. Nueve compañías de infantería de 100 hombres cada una en Cuencamé, Peñón Blanco, Nazas, Indé, San Juan del Río, C one to, Sa ntiago Papasquiaro, una en Pánuco y Avino, otra en las haci endas d~ :ºr~ ó n Y Canutillo y una más integrada por 5o indígenas fl echeros on gm an de las Bocas (Villa Ocampo).3 8 De estas compañías, las que más se distinguieron fu eron la de Gavilanes y Ramos, que tuvieron hombres bien adiestrados, arm ado inclu so se les dotó de cotas de malla y armaduras traídas de Fran cia . El re to estuvieron mal armadas y sus resultados fueron muy pobres a pe a r d que en Durango la casa inglesa Randall Corporation vendía rifl , able , petardos, fulminantes y pólvora.39 Las campañas militares se hallaban sujetas, como todo el paí , a lo vaivenes de la política nacional: los aciertos eran magnificados por la facción en el poder y los fracasos acremente criticados por los contrario • El desarrollo de la guerra entre comanches y duranguen ses a partir de entonces fue de la siguiente manera: en 18 48 hubo dos grandes incursiones . Durante la primera, los indígenas atacaron Indé, de donde, a pesar de que 200 vecinos salieron a batirlos casi desarmados, se llevaron num erosos niños e hicieron graves daños al ganado.4° En la segunda, llegaron a la sierra Madre amagando el mineral de San Dimas . El camino DurangoMazatlán se volvió en adelante muy peligroso ya que también aparecieron partidas de bandidos, que disfrazados de indios se dedicaron a asaltar arrieros y viandantes.4 1 En 1849 y 1850, pese a que en el primer año los comanches (al igu al que los mexicanos) padecieron una fuerte epidemia de cólera, 42 los ataques sobre las haciendas situadas en los alrededores de Durango se hicieron más constantes y se extendieron sobre el valle de Peanas, de donde sacaron gran cantidad de caballos, que al norte empezaban a escasear. En el año de 18 5 1 hubo tal sequía que produjo un tumulto de pobres que buscaban granos en la ciudad de Durango.43 A raíz de esto, los comanches llegaron hasta el partido del Mezquital, al sur del estado, donde nunca antes habían penetrado, e hicieron de la sierra de Michis su lugar de resguardo.
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cha de la administración pública en el año de 184 7. Presentada el dí a Durango, Imprenta del Gobierno a cargo de M. Gonzál ez, 1848. Registro Oficial, 17 de julio de 1850. Registro Oficial, 1 5 de abril de 18 5 1. Registro Oficial, 25 de octubre de 1848 . Registro Oficial, 26 de noviembre de 1848. Hoebel, 1976, p. 29 8. Registro Oficial, 20 de julio de r 8 5 r.
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de m arzo de 1848,
Va ll e hu e n o
Entonces el gobierno tuvo la preocupación de que pudiera surgir una alianza entre comanches y tepehuanes, lo que pondría en serios aprietos al estado, pero esta alianza no sucedió. Al contrario, los comanches atacaron asentamientos tepehuanes de Temohaya y Xoconoxtle, donde fueron rechazados después de que causaron daños. 44 En 18 5 2 y r 8 5 3 hubo ataques por todo el estado de Durango y gruesas partidas de comanches entraren a Zacatecas. Una vez más se vio la necesidad de realizar un plan conjunto entre los estados afectados para llevar a cabo un ataque a la laguna de Jaco, en el Bolsón de Mapimí, donde los comanches tenían sus rancherías . La expedición encabezada por el capitán Simón Moreno se llevó a cabo en febrero de r 5 4 . Al amanecer del día 13 de ese mes, los soldados descubrieron un poblado comanche en la sierra del Espíritu Santo, que sufría los embates de una epidemia. Lo atacaron por sorpresa y mataron a 72 personas, entre ellos al jefe Mague, a cuatro jefes menores y a una vieja hechicera llamada Tapavet. Fueron rescatados 125 cautivos y 280 bestias.45 Esta acción fue el mayor logro realizado a lo largo de este periodo por las fuerzas duranguenses coligadas con las de otros estados. Los comanches tomaron represalias contra los mexicanos haciendo una campaña a partir de abril de ese año, en la cual llegaron hasta Tapia y canelas, donde nunca habían penetrado. 46 Los cascos de las haciendas de la Sauceda, Guatimapé, Pinos, Ojo, Chorro, situadas.en los valles centrales del estado, fueron atacadas. La campaña comanche también se abatió con toda su fuerza sobre el estado de Zacatecas. Como resultado de estos ataques, se hizo un programa de fortificación y defensa para los pueblos y haciendas del estado. A medida que el gobierno estadounidense pudo ejercer mayor presión sobre los comanches, mediante el establecimiento de fuertes para controlarlos, 47 los ataques sobre Durango disminuyeron de tono respecto de los años anteriores. No obstante, la campaña comanche de i8s8 fue muy fuerte. Como México fue entrando en la dinámica de la guerra de reforma (1 8 57-1860), a los daños de los comanches y a los problemas propios de la guerra fueron agregándose los asaltos y robos de numerosas partidas de bandidos que se ocultaron, bajo consignas políticas e hicieron la situación aún más grave para el estado. Durante la década siguiente, Estados Unidos sufrió la guerra de secesión, por lo que disminuyó la presión sobre los comanches. Los ataques
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Registro Oficial, 2 7 de mayo de 18 52 . Registro Oficial, 1 de marzo de 18 54. Registro Oficial, 24 de mayo de 185 4. Hoebel, 1976 , p. 301.
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sobre México volvieron a incrementar e, e pecialm ent e duran te 1 l 6 Y 186 4 . Terminada la guerra en Estados Unidos, el gobiern o de e paí ~~ mentó como nunca antes la presencia de las fu erza arm ada en la reg1on y conminó a los comanches a aceptar un tratado, el 2 de ago to d r 6 , mediante el cual fueron confinados en reservacion e .4 A partir de entonces las incursiones comanche fu ron cada v z m á esporádicas, hechas por pequeños grupos qu e se replegaron gradu alme nt hacia Chihuahua hasta la década de 18 o con qu e se m arcó el fin de e ta guerras. r
CONCLUSIONE S
Las guerras entre los europeos (y sus descendientes) y los apach es Y comanches se debieron a distintos factores, principalmente la conflu encia internacional de los expansionismos español, francés, m exj can o, t exano, y estadounidense, que empujaron y manipularon a lo grupos indígena que luchaban por un espacio y por mantener sus costumbres y form a de vida. Por otro lado, los marginados sociales, en un contexto tan desigual, se manifestaron contra la sociedad establecida formando bandas Y entendiéndose con los nómadas norteños. La debilidad de México en los años posteriores a la Independencia, en los que un país dividido enfrentó la penuria del erario público, varios golpes militares, dos guerras externas, la pérdida de más de la mitad de su territorio, una guerrá civil, una intervención, dos epidemias de cólera, sequía, hambre, robos, préstamos forzosos, etcétera, hlzo qu e el problem a con los indígenas fuera más difícil de solucionar. Los impactos de estas guerras sobre Durango fueron demoledores. En el aspecto demográfico, los daños causados en vidas humanas Y cautivos, entre los años de 1836 y 1856, los años más álgidos de la guerra comanche, fueron cuantificados por las autoridades de los partidos, en los qu e se puede ver el impacto de los ataques en los partidos situados al nort e del estado, donde hubo más población y más ganado que robar, como puede verse en el cuadro 1. En el aspecto económico el estado sufrió enormes pérdidas, difíciles de cuantificar. La producción agropecuaria quedó deshecha en el estado. Se perdió gran parte de los ganados, especialmente equinos, que fueron muertos o robados . Los cultivos fueron abandonados o destruidos . Como se ve en el cuadro 1, muchos lugares fueron abandonados. Éstos corresponden a sitios más alejados de las haciendas y a ranchos pertenecientes a propietarios con menos recursos, por lo que se puede pensar que esta si-
CuAD R
1.
Núm ero de muertos, cautivos y lugares abandonados
Partido Ind . C u nca m é San Ju an del Río D u ra ngo N aza Map imí N ombre de Dios O ro M zquital T otal
Lugmes Cautivos abandonados
Mu ertos
127 253 102 71 87 25 11 29
1 37 5 1 O 5 6 1 65 0 r 76
42 6 326 124 115 85 7 5
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tu ación ayudó a consolidar el latifundismo ya que a los propietarios más grande les fue más fácil resarcir sus pérdidas y continuar con sus fincas. Lu gares promisorios para la agricultura como La Laguna tuvieron un desa rrollo económico y poblacional tardío, ya que debieron esperar hasta el porfiriato, en gran parte por este problema. Los gastos originados por el ·pago a soldados, armas, etcétera, fueron capitales que dejaron de ser empleados en empresas productivas que dieran vida al estado. Las gu erras indias, en fin, contribuyeron a una falta de desarrollo no solamente del país, sino de todos y cada uno de los estados involucrados.
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Inform acion es publicadas durant e 1856 en el peri ódico oficial del estado y de donde Carlos H ernández, en Dura ngo Gr áfi co, Durango, 1903 p. 76 formó el cuadro que se reproduc e. 1
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Hoebel, 1976, pp. 307- 309.
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EL CONFLICTO ENTRE APACHES, RARÁMURIS Y MESTIZOS EN CHIHUAHUA DURANTE EL SIGLO XIX
Víctor Orozco Centro de Investigaciones Regionales,
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E conocido el hecho de que en el Norte de la antigua Nueva España moraba una gran cantidad de etnias a la llegada de los conquistadores y colonizadores hispanos. Un buen número de ellas desaparecería en el curso de la dominación europea: conchos, tobosos, mansos, sumas. Otras fueron reducidas a su mínima expresión, para llegar hasta nuestros días como grupos sociales casi extintos. Es el caso de pimas o guarojíos en la sierra de Chihuahua. La gran batalla de la resistencia fue librada de manera distinta por cada nación indígena, en correspondencia con sus propios modos de vida, entorno físico y patrones culturales. Y muy diversas fueron también las relaciones que establecieron con españoles primero Y con mexicanos posteriormente. En este trabajo se abordan algunos aspectos relacionados con los apaches y rarámuris durante la pasada centuria. Éstas son las dos etnias que permanecieron, cada una a su manera, y que vivieron durante el periodo un proceso de conflicto con la sociedad mexicana que, a su vez, vivía las primeras etapas de su propia construcción. Tal conflicto se expresó ora por la violencia, sobre todo en el caso de los apaches, ora por el de la resistencia pacífica, por lo que se refiere a los rarámuris. Los primeros terminaron por sucumbir al final del siglo, atrapados entre dos civilizaciones: la mexicana y la norteamericana, a cuyos moldes nunca pudieron ni quisieron acomodarse, porque ninguna ofrecía a esta nación indómita otra cosa que servidumbre y explotación. Los segundos se aferraron a los últimos reductos y espacios que les dejaron los mestizos, preservando parcial y desigualmente sus costumbres, formas de organización social e idioma y permaneciendo en una de las peores situaciones de miseria que se registran entre las etnias del país. En el espacio físico e histórico que hoy constituye el estado de Chihuahua, durante todo el siglo x1x se cruzaron los intereses de mexicanos, rarámuris y apaches. Los dos primeros no entendían otra manera de relacionarse con su entorno y entre ellos mismos que no fuera en comunidades más o menos numerosas, instaladas en un territorio determinado y dedicadas a las tradicionales actividades que exigían su estancia en el lugar, como la agricultura, la ganadería o la minería. En tanto que los
apaches concebían las mismas tierras como espacios abiertos, dond podían desplazarse libremente y establecer sus rancherías m ovib le bu cando la caza y practicando el pillaje. Eran pues mundo bá ica m ent antagónicos, circunstancia que determinó una lucha casi sin tregua, por más de medio siglo, desde la década de 1830 hasta final es de lo och nta. En esta confrontación entre mexicanos y apaches, los rarámuri , a pe ar de los centenarios agravios que resentían de blancos y m es tizo , regularmente fueron sus aliados, en la medida en qu e ellos mi smos ufri ro n los ataques de los apaches en sus pueblos y rancherías, contra lo cuale aquéllos mostraban una especial saña. Las líneas qu e igu en bu ca n alguna explicación sobre esta problemática que engloba los tres grupos aciales (apaches, rarámuris y mestizos), y al conjunto de relaciones qu e mantuvieron entre sí.
zación y nacionalización de los bienes del clero y de corporaciones civjles de 1 56 y 1 59, pero de ninguna manera comenzaron con ellas. Por jemplo, en Chihuahua se promulgó en 1851 la Ley cuarta, que introducía de lleno el régimen de propiedad occidental en los indígenas. Sus artículos 24 y 25 eñalaban: Est s ejid s erán de la masa común de los moradores de los pueblos, excepto I terrenos culti vabl es que halla dentro de ellos, los que se distribuirán entre sus legítimo dueños, dándole a cada uno su título de adquisición. Son dueño legítimos de los terrenos a que se contrae el artículo que· antecede. 1. - Los indíge nas de ambos sexos naturales de los pueblos, ó los que tengan más de cuatro años de vecindad, siendo mayores de diez y ocho años o casados. 11. Los tambi én casados con indígenas de los mismos precitados pueblos, aun cuando no sean de aquellos por naturaleza. 1
LOS RARÁMURIS. PROCE S O S DE ASIMILACI ÓN -EXPU L I ÓN
De hecho, las últimas grandes rebeliones rarámuris tuvi eron lugar a fi nes del siglo xvn. A mediados de esta centuria se produjo la qu e acaudilló el legendario Gabriel Tepórame, siríame o hechicero que aglutin ó en torno del movimiento a una buena parte de los pueblos tarahumara s. Tepóraca o Tepórame fue ahorcado en Tomochic en 16 5 3 . Por r 6 9 0 se registran nuevas sublevaciones que pusieron en peligro el dominio hi spánico en la zona, pero que terminaron con la derrota y suj eción de las comunidades sublevadas . A partir de entonces, los rarámuris aceptaron, de buen o de mal grado, el sometimiento en haciendas de ben eficio de metales o agrícolas y ganaderas pertenecientes a los españoles, ya fu eran militares, civiles o a las órdenes religiosas, principalment e de los jesuitas. Desde entonces, existen pocas noticias sobre rebeliones tarahumaras, aun cuando los funcionarios hispanos, de cuando en cuando, lanzaban voces de alerta sobre el peligro de nuevas insurrecciones. Durante el siglo x1x, hay unas cuantas informaciones sobre actos de rebeldía por parte de los rarámuris, que por ese tiempo tenían todavía numerosos as entamientos en los valles de los ríos, al lado o dentro de los pueblos m es ti zos, en particular en los ubicados en las riberas del río Papigochi. En el curso de las últimas décadas del siglo xvm se inició el proceso de expul sión de estas comunidades hacia el interior de la si erra M adre Occidental Y se desarrolló de manera acelerada durante toda la siguiente centuria, para lo cual, hispanos y mestizos se valieron de todos los recursos legales de la legislación colonial, como la denuncia de terrenos supuestamente realengos y, más tarde, de muy diversas normas jurídicas que propiciaban la constitución de la propiedad privada individual y en las que fue tan rica la legislación decimonónica. Tales procedimientos fu eron más precisos después de la promulgación de las leyes de desamorti-
Vi c t or
Ur ozco
De he~ho, los pueblos mestizos de la Alta Tarahumara, especialmente los ubicados en la cuenca del río Papigochi y aledaños, comenzaron a desarrollarse aceleradamente después de la expulsión de los jesuitas en r 7 67 · Como se sabe, el hecho constituyó una gran expropiación de tierras,, que, aun cuando formalmente pasaron a la propiedad de la corona a traves del Fondo de Tempor a1·d , · y en muchísimos ca1 a d es, en Ia practica sos fueron ocupadas por labradores mestizos de 1a zona, que se at 1ncaron · 1 1 en e. as,. expulsando a los indígenas rarámuris que servian , en 1as mis10· · , nes Jesmtas. Estas operaban a la vez como unidad d d · , . ., . es e pro ucc10n y centros de evangehzac10n, sm que la primera de sus fun c10nes · . • . . . ce d iera en importancia Y pnondad en la atención de los ocupado s mis10neros. · · . . En l·as tierras. de las mis10nes trabajaba la numerosa poblaci·o, , · · . . n raramun, su¡eta a _un sistema de paternahsmo que ~om~maba la inflexibilidad con la prédica ~e 1~ mansedum~r~ y la obediencia. Al mismo tiempo, garantizaba a los md1genas el suministro de bienes de subsistencia y protección frente a los vecinos "de razón", siempre ávidos de las feraces tierras de los valles. Debe recordarse que los mandamientos reales disponían que en todo caso Y d~nde se produjeran vecindades de indígenas e hispanos (más tarde de mestizos), se estableciera cuando menos una familia de estos últimos enmedio de dos rarámuris. Al correr del tiempo y cuando se trataba de tierras propias para la agricultura (de pan llevar y de pan sembrar) y la gana1
Ley cuarta, promulgada el 23 de dici embre de 1 8 51 e incluida en la Nu eva colección de leyes vigentes en el es tado de Chihuahua, revisada y aprobada por el Congreso del estado, C IDE C H , I 880 .
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dería, la población rarámuri fue cediendo de grado o por fuerza u po esiones, al parejo que .perdía en densidad, mientras que se incrementaba la mestiza. Una vez removido el dique representado por la Compañía de J ú , estas tierras quedaron dispuestas para entrar en posesión de los particulares mestizos, o bien, en el patrimonio colectivo de los pu eblos, ya fu ra por las vías de hecho o legalizadas. Los procuradores de indios en oca iones impugnaron contratos y decisiones de los funcionarios coloniale encargados de la composición de tierras, pero a la postre el resultado fue la desposesión de los rarámuris, sobre todo en los terrenos bajos de las v ga de los ríos. Este proceso, como se ha dicho, continuó durante toda la pasada centuria, hasta que las comunidades tarahumaras desaparecieron de sus antiguos asentamientos de los valles, sea porque una parte de su miembros se asimiló a los mestizos, sea porque se instaló en las sierras, cada vez más lejanas, donde ellas pudieron sobrevivir y mant en er su cohesión. De esta manera, los antiguos pueblos de las misiones, ubicado en sitios de geografía privilegiada, por el fácil acceso a llanos y aguas, e convirtieron en asentamientos básicamente mestizos y en ocasiones se formaron pueblos paralelos de rarámuris, como sucedió con Arisiachi, vecino de Tomochic. Las relaciones entre rarámuris y mestizos siguieron conduci éndose por la senda de los patrones y modelos coloniales. Siempre estuvieron presentes la servidumbre, la expoliación y el despojo, bien fuera violentos o a través de inicuos tratos comerciales . En el desarrollo de este complejo de vínculos políticos, económicos, religiosos, culturales, familiares, se involucraron todas las instancias de poder, como la Iglesia, los diferentes niveles de gobierno (autoridades estatales, jefaturas políticas, ayuntamientos, comisarías, etcétera), pequeños caciques regionales y locales. Cada una aportó sus propios recursos, ya fueran espirituales o de fuerza física, para mantener el sistema, aun cuando es justo señalar que nunca faltaron voces, ya de misioneros, de autoridades municipales o de los propios representantes indígenas que denunciaron los abusos. Y también hubo esfuerzos del gobierno para frenarlos, ordenando inspecciones y tomando medidas que buscaban la protección de los indígenas, aun cuando muy poco se pudo lograr. 2 A lo largo del siglo se llevó a cabo pues un continuo despojo y expulsión de rarámuris de las tierras pertenecientes a sus comunidades . Si bien
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En una curiosa comunicación de Jesús José Chávez, por entonces presidente secc ion a! municipal de Tomochic, denuncia la venta de aguardiente y tesgüino a los rarámuri s, para luego quedarse con sus animales y sementeras, violando órdenes previas de la jefat ura política de Guerrero (Jesús José Chávez fue el padre de Cruz, quien en 1892 encabezaría la rebelión de Tomochic) . Véase Archivo Municipal de Guerrero, caja 7 lega jo 81. 1
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Vi c tor
Or ozco
e n los momentos culminantes de la guerra contra los apaches, los vecinos mestizos estuvieron más ocupados en defender sus propios ejidos; una vez concluidos los enfrentamientos, se intensificó este proceso que llevó a los rarámuris fuera de los suyos, reducidos a la condición de jornaleros o mendicantes. Así lo denunciaban en un largo escrito los de Cocomórachi, un pueblo cercano a Temósachic, cabecera del municipio del mismo nombre, y uno de los pueblos mayores de la región. Con toda claridad, sintetizaban la situación: que en nuestros desgraciados Pueblos todo el tiempo que fuimos abatidos por los indios bárbaros sólo pudimos sostener y conservar nuestras posesiones siendo víctimas de ellos y hoy que disfrutamos en este respecto de completa paz ... tenemos nosotros que lamentar la desgracia de ser diariamente explotados por algunos vecinos que emigran a nuestro Pueblo con este fin, animados por una parte de la paz de que se disfruta y por la otra con el propósito de aprovecharse de que no pudiendo comprenderles ni su idioma español, les es fácil en poco tiempo hacerse dueños de todos o de la mayor parte de nuestros terrenos, como ha sucedido con otros diferentes pueblos, en donde a la fecha los indígenas como antiguos posiadores desalojados de sus posesiones aventuran por los estériles desiertos buscando el medio de vivir.3
Poco ant~s de que estallara la Revolución, el gobernador Enrique C. Creel promulgo la Ley de Protección y Mejoramiento de la Raza Tarahumara, q ue , como todas · · · - d e muy poco O nada para alcan_ . las le'" c,4s1ac10nes, suv10 zar sus propos1tos. Así lo entendieron algunos de sus destinatarios, que por boca de uno de sus gobernadores, Francisco Villegas de Santa María de Cuevas, en 1909 denunciaban: Que a principios del año de 1907 en virtud de que el Ejecutivo del Estado me nombró Gobernadorcillo[ ... ] el Jefe Municipal de San Lorenzo me obsequió un pequeño folleto que lleva por título[ ... ] "Exposición de motivos que presentó el Ejecutivo del Estado, sobre civilización y mejoramiento de la raza tarahumara y Ley expedida acerca del asunto por la H. Legislatura" y habiéndome enterado de dicho folleto, reuní a todos los indígenas de mi mando para darles a conocer los humanitarios sentimientos hacia nuestra raza del Señor Gobernador del Estado[ .. . J (Luego de hacer una larga enumeración de abusos Y despojos cometidos por las autoridades, Villegas declara:) Viendo pues que la referida ley es enteramente ilusoria para los indígenas de este pueblo, no deseamos ya los beneficios especiales que ella nos concede, solamente nos
3
El escrito dirigido al gobernador del estado estaba firmado por Valente Mendoza, a ruego de Juan Carpintero, Antonio Rico y Teodoro de la Cruz, representante de los indígenas quejosos. Archivo Municipal de Guerrero, caja 37 legajo 345. 1
El
conf li cto
e utr e
apac h es . rarámuri s y
mestizos
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concretamos a pedir se respeten sjqui era en nuestras persona e intere e la prerrogativas que la Constituci ón de la República nos conce de com ci uda danos y bajo ese concepto .4
En casi todos los casos, la resolución usual de las autoridades era ordenar que se respetasen los terrenos de los rarámuris, al tiempo que di ponía n adjudicar los terrenos vacantes a los vecinos y a quienes se ence ntra e n en las colindancias. Naturalmente, siempre ocurría que se localiza en e · tos baldíos, a costa de las posesiones de los indígenas, tal como h abía ucedido desde el siglo XVIII. La concepción ideológica orientadora del régimen partía de la n ece idad de incorporar al indio al modelo de civilización occidental; baj o el supuesto de que la ilustración sería por sí misma una fuerza liberadora y emancipadora.5 Al parejo, suponía por antonomasia la inferioridad de la propias formas de vida y organización social indígenas a las que inevitablemente habría que destruir, como la propiedad en común y las prácticas de hacer justicia. A pesar de esto último, representaba un avance relevante respecto a la idea colonial de juzgar a los indígenas como privados de razón, situados enmedio de los seres que carecen de entendimiento y los humanos. En este sentido es significativo comprobar cómo, en el comportamiento pe algunos frailes, se expresa esta noción, cuando, por e je mplo, apoyaban las demandas de titulación de tierras comunales indígenas que hacían particulares criollos o mestizos, porque de esta manera se obligaba a los indios a permanecer en la cercanía de la parroquia bajo el cuidado y vigilancia de los clérigos; o bien, los castigos a chicotazos a los renuentes o remisos a asistir a los oficios religiosos. Tales actitudes eran inadmisibles tratándose de mestizos. APACHES Y RARÁMURIS: LAS DIFERENCIAS
En t;into que los sedentarios rarámuris eran sometidos, la otra nación indígena de referencia, la apache, protagonizaba una larga lucha armada contra los españoles y luego contra los mexicanos . Esta confrontación tardía en la historia iberoamericana se articulará profundamente en la
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4 AH STJE C H, sin clasificación. 5 Por ej empl o, en un comunicado
de fecha julio 18 de I 8 5 7, al calor de la gu erra ele Reform a, el gobernador decía al jefe político de Guerrero, qu e " se impondrá usted del in cansahlc empeño con qu e trabaj an los enemigos de la ilustración y el progreso para est aci on ar toda vía en los pueblos sus rancias y pés im as costumbres, a m anera qu e los infelices indíge na s no prueben la libertad ni asci endan al grado de ilustración cuyas circun stancias so n los obstáculos qu e los embarazan, el uso del trabaj o de esos infelices para servirse de ell os como bestias de carga y no como ciudadanos en el uso de sus derechos" , Archivo Muni cipal de Guerrero, caja 7 1 legaj o 81.
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his toria regional e influirá de diversas maneras en el movimiento generaJ de la sociedad norteña. Existen, desde luego, diferencias profundas entre ambas naciones indígenas, que a su vez determinaron un comportamiento y un destino históricos diversos. Enunciemos algunas de ellas: r. Los rarámuris constituyen una nación más "vieja" que los apaches, por lo que hace a su relación con los europeos. La conquista de los primeros antecede en más de una centuria a las primeras confrontaciones con los apaches. Ya se ha dicho que la última gran rebelión tarahumara ocurrió a fines del siglo xvI, mientras que las primeras incursiones de los apaches datan de 1740-1750.6 Por estas fechas, los hispanos comienzan a generalizar el uso del gentilicio "apache" (que probablemente significaría "enemigo" en lengua zuñi). Este desencuentro en · el tiempo da lugar a una primera consecuencia: dificultaría y prácticamente imposibilitaría una alianza o al menos los vínculos de solidaridad frente a españoles y mexicanos. En t érminos más enfáticos se diría que los rarámuris eran ya un pueblo conquistado hacía varias generaciones cuando los apaches comenzaron su lucha de resistencia. 2. Los rarámuris eran básicamente un pueblo sedentario a la llegada de los europeos . Su espacio territorial comprendía buena parte del centro Y occidente del estado de Chihuahua, y ocuparon sobre todo las cuencas fluviales. Los apaches fueron un pueblo nómada, aun cuando ocasionalmente poseyeran y cultivaran pequeñas milpas cuando podían instalarse durante ~e_riodos más prolongados en ciertos lugares que ofrecían mejores ~ond1c1ones para la caza y el pillaje. Ya los capitanes españoles se queJaban de las gigantescas dificultades que implicaba dominar un territorio donde no había "poblazones", ni adoratorios que derrumbar. Frente a los porfiados conquistadores y colonizadores sólo se extendían insondables llanu~as y sierras, dentro de las cuales las rancherías apaches se movían con libertad. Esto también implica que, si bien los rarámuris tenían sus propias formas de propiedad (si es lícito utilizar el término), sustancialmente diferentes de las románicas, también es evidente que gusrrdaban una conexión similar con un territorio conocido y acotado. De igual manera, los indígenas trasladados del centro del virreinato y conocidos en el Norte como "mexicanos" 7 mantenían parecidas ideas sobre la rela-
Vic r o r
O r ozco
7
D ebe precis arse, sin embargo, qu e en 168 0 tuvo lugar la gran rebelión de los indios pueblo en el t erritorio ele Nuevo M éxico, que trajo consigo la expulsión de los españoles y su concentración en la vill a del Paso del Norte, h ast a 1690 en que Diego de Vargas encabezó lo qu e se llamó la reconquist a de Nuevo México. Entre los indígenas sublevados ocuparon un lugar preponderante los apaches, qui en es, sin embargo, todavía no eran claram ente distinguidos de los dem ás. Tal palabra no t enía por entonc es una referencia nacional, sino que únicam ente aludía a la procedencia geográfic a. Véase a este respecto a Cheryl English Martín, Governan ce and Society in Colonial Mexico Chihuahua in th e Eighteen Century, Stanford, Cal., 199 6.
El
conf li c r o
e ntr e
apa c h es,
r a r á muri s y
m es t izos
ción con la tierra. Los apaches, por su parte, no defendían un espacio con tales características sino un modo de vida que exigía el libre de plazamiento por territori~s que, a su juicio, no debería~ ser obje~o de control permanente por nadie. Esta concepción chocaba sm remed10 con la que tenían los hispanos acerca de la propiedad. . . Los rarámuris sólo tuvieron relaciones con españ~les Y mex~canos. 3 Los apaches, por su misma aparición y despliegue ta_rd1os, conoc1e_ro~ a otros europeos y fueron impactados por la emergencia y ~l expans1om~mo anglosajones, así como por el·choque entre norteame~1canos y ~ex1canos. Sus vínculos con pobladores europeos norteamencanos tuvieron lugar en un principio con cazadores y tramperos, que y~ desde la primer_a mitad del siglo x1x incursionaban activamente en los nos de Nue~o Mexico y Chihuahua en busca de nutrias y castores, para proveer de p1e~es el creciente mercado de las capitales europeas. Más adelante comerciaron con ganado sustraído de ranchos y haciendas de ambos estados para cambiarlos en Kansas y Texas por modernas carabinas y utensilios diversos. Después de la guerra mexicano-norteamericana Y una vez que Nuevo México quedó bajo el dominio de Estados Unidos, hubieron de enfrentar también a colonos y militares de este país. Sobre todo, después de que concluyó la Guerra de Secesión, cuando se desplegó a profundidad el avance norteamericano sobre Nuevo México y Arizona Y se formaron las grandes empresas ganaderas y agropecuarias. Al final de las guerras indias, de 1870 en adelante, los apaches fueron tomados entre dos fuegos por los ejércitos y las milicias de ambos países . 4. Los rarámuris aceptaron por último la evangelización española y asumieron a su manera el cristianismo. 8 Al asumir las divinidades ex' 1 tranjeras perdieron uno de los sustentos básicos para la resistencia y la independencia. Su derrota espiritual precedió o bien corrió paralela con sus derrotas militares. En este sentido, no es ocioso recordar el papel central que desempeñaron aquí los misioneros y evangelizadores, tanto jesuitas como franciscanos. Ellos domeñaron las almas indígenas y las prepararon para que aceptaran la sumisión. Con los apaches, las tareas evangelizadoras sufrieron un descalabro tras otro. Misioneros muertos, ahuyentados o ignorados, conformaron los signos de este hecho. Todavía en la tercera década del siglo x1x, el historiador José Agustín de Escudero se quejaba de los "empedernidos" pechos de los apaches, totalmente herméticos al mensaje del cristianismo. De hecho, nunca renunciaron a su religión, especie de panteísmo primitivo que encontraba a la divinidad en todas las formas naturales y que carecía de representaciones ma8
Para una discusión sobre este tema, véase el excelente libro de William L. Merril, Almas rarámuris , México 1 Dirección General de Publicaciones del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto Nacional Indigenista, 1992.
teriales, 9 por lo que era inmune a la picota y a la barra demoled9ras d~los hispanos. Ésta es probablemente una de las claves para e~plicar la resistencia inquebrantable que ofrecieron los apaches al dominio europeo. No es ilícito especular en el sentido de que los apaches rechazaron reconciliarse con sus enemigos en vista de la condición a la que fueron reducidos, entre otros pueblos, el de los rarámuris, y que su enemistad con éstos también tenía que ver con el desprecio por haberse rendido. 10 En 1892 se produjo lo que tal vez fue la última incursión armada de los apaches en territorio mexicano, considerada ya como un problema de policía y que pudieron reprimir los guardias de los hacendados, quepara entonces habían consolidado su poder con el auxilio de un poderoso estado centralizado, haciendo retroceder el de los rancheros. Dieciocho años más tarde, ambas fuerzas, aliadas mientras tuvieron que enfrentar a los apaches, protagonizarían el gran enfrentamiento que dio lugar a la Revolución de 1910. Significativamente, el regreso de apaches en pie de guerra tuvo lugar en 1 916, cuando un grupo de ellos formó un cuerpo de exploradores integrado al ejército norteamericano que penetró en el estado de Chihuahua en persecución de la guerrilla que comandaba Francisco Villa. Cur_iosidades de la historia: los hijos de los rancheros campañadores, cuyos padres y abuelos dedicaron tantos años a seguir la huella y perseguir a los apaches irredentos, se vieron ahora rastreados en sus propios pueblos y montes por los guerreros vestidos con el uniforme del ejército norteamericano. 11 COLOFÓN
Quisiera concluir, dentro de este coloquio en honor de Tita Braniff, recqrdando un comentario a propósito de la presentación de un número de la En un escrito de José de Santa Cruz, redactado a finales del siglo xvm y publicado por primera vez en 1831 por José Agustín de Escudero, decía que "El apache.conoce la ecsistencia de un Ser Supremo Criador, bajo el nombre de Yastasitasitán-né o Capitán del Cielo; pero carece de ideas de que sea remunerador y vengador: por esto no le dá culto esterior ni interior, ni tampoco á las demás criaturas que comprende formó aquel para su diversión y entretenimiento." Véase Víctor Orozco, Las guerras indias en la historia de Chihuahua, uACJ-Instituto Chihuahuense de la Cultura, 1992. ,a En diversos ataques de los apaches a ranchos o pueblos de Chihuahua, donde existían comunidades rarámuris, se advierten estos sentimientos, por el ensañamiento contra éstos. De igual manera, la participación de rarámuris en las campañas contra los apaches revela estos antagonismos. No es ocioso recordar que uno de los últimos caudillos apaches, Victoria, fue muerto por Mauricio Corredor, jefe campañador rarámuri, en la batalla de Tres castillos el 14 de octubre de 188 0. 11 Véase el libro del coronel Frank Tompkins, uno de los jefes de la expedición punitiva, Chasing Villa , Th e Story Behind th e Story of Pershing ·s Expedition Into Mexico, The Mili tary Service Company, Harrisburg, 19 34.
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El Victor
O r ozco
co n f li c t o
e ntr e
apach es.
rarómuri s y
m es tizo s
revista Arqueología Mexicana en torno a un artículo sobre la Gran Chichimeca, el espacio de apaches y rarámuris, escrito por nuestra homenajeada. En él escribe con erudición que este país ha sido ca i todo en nu e tra historia: tierra de reservas humanas, de conquistadores, reto para quiene han querido domeñarlo, espacio de disputa y entrelazamiento entre culturas distintas. Todo ello desde los orígenes hasta nuestros días. Yo encontré en el artículo de Beatriz Braniff muchas inspiraciones. Siempre h e considerado que las raíces no sólo explican el nacimiento de un fenóm eno histórico, sino que siguen presentes y su marca no se esfuma por má mutaciones que traiga el tiempo consigo. El septentrión prehispániconovohispano y mexicano es de las regiones que conservan estas hu ellas del alumbramiento, como la mancha mongólica de los niños indígena y mestizos. ¿Acaso ese nomadismo del pasado remoto, sobre el que no ilustra Braniff, no tiene algo que ver con la capacidad para movilizarse que han mostrado los campesinos-guerreros del México decimonónico y de 1910? Y la arrogancia y terquedad con que se han defendido autonomías y rechazado imposiciones del centro hegemónico, que traspa sa n épocas y culturas, ¿obedecerá a la simple casualidad? Y es que esta Gran Chichimeca fue un hueso duro de roer aun para los fieros hispanos y para sus descendientes, que tardaron más de tres centurias y media después de que sojuzgaron Mesoamérica en poder proclamar el pleno dominio sobre el territorio. Quizás a los apaches y rarámuris les tocó servir en la historia de puente o enlace entre esta remota Gran Chichimeca y las culturas occidentales. Los primeros, con su resistencia centenaria, trajeron del pasado esta marca y sellaron con ella el carácter y el camino de sus enemigos. Gerónimo, el último gran caudillo apache, no sólo simboliza, a mi ver, la lucha por la sobrevivencia de una nación magnífica e indomable, sino la integración, a fuego y hierro, de esta cultura de la resistencia, del valerse a sus propias fuerzas, en la vida y en la conciencia colectiva de sus irreconciliables enemigos, los mexicanos del Norte. Los segundos, aferrados a su identidad a pesar de todo, constituyen con su actitud un magnífico ejemplo para los mexicanos de la frontera, en quienes vemos los rasgos básicos de nuestra cultura sometidos a formidables presiones. Al final, como ahora, la Gran Chichimeca estuvo entrelazada, en la diversidad, con Mesoamérica. Los espejos de Chichen Itzá y de Paquimé que muestran, ambos, la serpiente de fuego bien pueden traerse para representar a los mexicanos de nuestros días.
\/i c t u r
Oro zcu
DE LA CAZA AL PASTOREO. TRANSFORMACIONES ECONÓMICAS Y CAMBIOS SOCIOPOLÍTICOS ENTRE LOS INDIOS DEL ORIENTE DE LA LLANURA PAMPEANA
Raúl J. Mandrini Instituto de Estudios Histórico-Sociales, uNc
Los indios de la región pampeana, la Patagonia septentrional y la precordillera andina sufrieron profundos cambios en su economía y en su estructura sociopolítica durante el periodo que siguió al asentamiento hispano en las costas rioplatenses a fines del siglo xv1: los grandes cacicatos del siglo x1x, verdaderas jefaturas, poco tenían en común con las bandas de cazadores-recolectores que encontraron los europeos. Tales cambios se vincularon con dos procesos fundamentales, en cierta medida relacionados: por una parte, las transformaciones derivadas del contacto con los españoles asentados en el río de la Plata y en el interior del actual territorio argentino; por otra, los cambios derivados de la vinculación con los indígenas de la Araucania chilena y la instalación de grupos de ese origen en las pampas, proceso que se convino en llamar "araucanización". La importancia de estos procesos fue aceptada tradicionalmente por historiadores y antropólogos, pero su análisis y, sobre todo, la evaluación de su impacto sobre las poblaciones de la región fueron, hasta hace muy poco, sólo parciales Y, en muchos casos, insatisfactorios. Se reconoció la influencia europea, reflejada en la incorporación del caballo y de otros artículos de ese origen, así como la araucana, debida a la migración de grupos de origen chileno que, supuestamente, habían desplazado y absorbido a la anterior población, imponiendo su lengua y sus cóstumbres. Sin embargo, según tal interpretación tradicional, esos procesos no habrían modificado sustancialmente el carácter cazador-recolector de estos indígenas -convertidos de cazadores pedestres en cazadores ecuestres-, e incluse se señalaba que los mapuches chilenos, sedentarios y agricultores en su país de origen, habrían abandonado su modo de vida para adoptar el de su nueva tierra (véase, por ejemplo, Canals Frau 1973; mas recientes, Monwya 1984; Ottonnello y Lorandi 1987; Martínez Sarasola 1992). En la última década, algunas investigaciones comenzaron a arrojar luz sobre tales procesos, en particular sobre los cambios y transformaciones que resultaron de ellos, mostrando, por una parte, su complejidad y, por otra, la necesidad de revisar las ideas y conceptos manejados durante largo tiempo (Mandrini 199 3 ). En esta ponencia, me propongo sintetizar los avances logrados en el análisis de esos procesos, centrándome en un área y en un periodo particular: los territorios del sur de la actual provincia de Buenos Aires durante el periodo colonial y los primeros años de la etapa revolucionaria, es decir, entre r 600 y r 820, aproximadamente.
EL CARÁCTER INICIAL DE LAS RELACIONES HISPAN 0 -1
O Í GEN A
Al sur del río Salado -a unos 130 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires-, que a fines del periodo colonial fue frontera entre indio y blanco , se extendía la llanura bonaerense, plana, sin árboles y cubierta de pasto altos y duros. Allí, la mirada del observador se pierde en el horizonte sin que nada, árboles o accidentes del relieve, moleste su visión; sólo alguno arroyos y pequeñas lagunas, en su mayor parte salobres, quiebran la monotonía. Junto al río Salado -que con su principal afluente, el arroyo Vallimanca, forman una depresión en forma de Y- las tierras son bajas y se inundan con facilidad, pero el terreno asciende levemente a medida qu e se avanza hacia el sur o hacia el oeste. En el centro y sur de la actual provincia de Buenos Aires, alzándose en plena llanura, dos cordones de sierras, los de Tandilia y Ventana, rompen la uniformidad del paisaje. Los primeros, entre 300 y 400 km al sur de Buenos Aires, más bajos y geológicamente más antiguos, corren en dirección sudeste-noroeste y apenas alcanzan los 500 m de altura. Los de la Ventana, divididos en varios cordones y a unos r 50 km al sudoeste de los primeros, son algo más elevados, y alcanzan casi los 1 300 m. Entre ambos cordones, la faja interserrana es una de las zonas más rica en pastos de la pampa. Numerosos arroyos riegan las tierras vecinas a las sierras, así como los valles que se forman entre los diferentes cordones . En los de Tandilia, las cimas muy erosionadas forman a veces pequeñas planicies de altura cubiertas de pastizales. Tanto las sierras como la zona interserrana fueron el hábitat de una variada fauna autóctona enriquecida luego por la incorporación de especies europeas. A fines del siglo xvI, la región estaba poblada por bandas de cazadoresrecolectores sobre los que tenemos escasa información escrita, ya que los europeos no penetraron por entonces en ella y su contacto con los indígenas fue sólo periférico. Gracias al trabajo de los arqueólogos sabemos que esas bandas basaban su subsistencia en la caza de guanacos y venados, a los que se agregaban especies menores como vizcachas, mulitas y ñandúes, así como en la recolección de los huevos de este último (Mazzanti 1994a). Más allá de diferencias tecnológicas y estilísticas, estos grupos de cazadores-recolectores representaban un modo de vida generalizado en el territorio pampeano-patagónico cuya existencia se remontaba a varios milenios (Orquera 1987:348). Organizados en pequeñas bandas, se desplazaban a pie y establecían sus campamentos junto a lagunas y cursos de ríos y arroyos de la región, siguiendo itinerarios más o menos fijos determinados por la distribución de los recursos. Su utillaje era muy simple y sus viviendas, a las que los europeos llamaron "toldos", eran simples
Raúl!
Mandrini
LOS
IIIDIGill.l.S
l'Alll'ii.1.110S
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R•f'•r•nc1••: ----,roat•r•• coloniales bacl• 1800 ····· Acr ... 1 ll•lte entre Ar•entln• r Chlle Prlnclpal•• rut•• •an•dera6 en territorio indio
=====
l'rlnclpAle• ruert•• r 6UArdl•• de frontera: l. San Cario• J. San Lor=zo 3 . Concepcl6n 4. Mellncu/J s. Rojas 6. Salto 7. Guardia de Lujú 8. Lobos 9. Monte 10. Cha•coad11
Territorio ocupado por los indígenas pampeanos hacia 1800.
paravientos levantados con las pieles de los animales cazados, sostenidos por algunas varas de madera. Estas poblaciones, empero, no estaban aisladas y, al parecer, establecieron extensas redes de intercambio. 1 La incorporación del caballo y el uso de ganado europeo por estos grupos indígenas fue temprana, quizá ya a fines del siglo xv1. Se-basaron, en esta etapa, en el aprovechamiento del numeroso ganado cimarrón2 y, siendo 1
2
Se explica así que Caray encontrara en 15 82 entre indios establecidos en la costa atlántica tejidos originarios de Chile (Caray, 1915:87-88)1 o la referencia de Ovalle al consumo de cebil, alucinógeno proveniente del noroeste argentino o del Chaco (Pérez Gallan y Gordillo, 199 3: 5 6 ). Otro ejemplo sería la circulaci_ó n de conchas o valvas para uso ornamental o ceremonial (Martínez Soler, 1958-1959:267-322; Nimo, 1946:12, 14). Animales salvajes o asilvestrados -especialmente equinos descendientes de aquéllosabandonados por los primeros colonizadores de la región, que se reprodujeron con rapidez tanto por las condiciones favorables del medio como por la escasez de especies competido-
De
la
caza
al
pa s tor e o
la población india relativamente poco numerosa, su presión sobre tale recursos no debió ser muy fuerte. La mayor demanda venía desde Chile, donde los araucanos requerían cada vez más caballos -y también hombre en sus guerras con las autoridades coloniales (León Salís 1991 :22-24). Durante la primera etapa del periodo colonial, y al contrario de lo que ocurría en Chile, conmovido por las guerras araucanas, las relacione entre indios y españoles fueron en general pacíficas, excepto por algunos robos y roces menores. La exploración del territorio había derrumbado muy pronto las ilusiones iniciales de los colonizadores, pues no había metales preciosos, ciudades fabulosas o masas de indios para encomendar, y Buenos Aires, fundada en 15 80, se convirtió entonces en guardiana de las espaldas del imperio español -las necesidades de defensa obligaron a asentar un fuerte y una guarnición- y en puerto para el tráfico lícito e ilícito entre el Atlántico y el altiplano andino, verdadero centro de ese imperio colonial, constituyéndose en el punto final del llamado "camino de Potosí". El crecimiento de la ciudad-puerto -en realidad, apenas una aldease vinculó, justamente, a ese comercio. Esta situación condicionó la ocupación y explotación del territorio vecino; la necesidad de alimentos impµlsó el desarrollo de las primeras chacras trigueras y del ganado vacuno -que además proporcionaba algunos cueros para exportar-, pero la existencia de grandes extensiones de tierra fértil y las reducidas necesidades de esa pequeña población determinaron Uf!a lenta ocupación del suelo que no generó roces con los indígenas. La expansión hacia el sur no pasó de unas cuantas leguas más allá de la ciudad y las entradas en busca de ganado cimarrón -del que se aprovechaban cueros, sebo y grasa- no crearon conflictos, al menos mientras ese recurso fue abundante. LOS EFECTOS DEL CONTACTO SOBRE LA SOCIEDAD INDÍGENA
El largo contacto con la sociedad europea -colonial primero y criolla más tarde- transformó profundamente a esas bandas de cazadores-recolectores, que incorporaron pronto a su vida cotidiana productos y hábitos de los cristianos. Tradicionalmente, se ha destacado la importancia de la incorporación del caballo a las poblaciones indias, que habrían modificado sus formas de vida para adaptarla a las condiciones de la actividad ecuestre.3
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ras (Mandrini, 1994a:48-49) . Referencia cia de especies europeas en la región en vajado, Hernández García, 199 5. Se aplicó a esa sociedad la categoría de estadunidenses para explicar el proceso
a las informaciones más tempranas de la presenPalermo, 1989. Véase también sobre ganado asal-
No hay duda de que el caballo tuvo amplia aceptación entre los indígenas, quienes pronto lograron su completo dominio y lo utilizaban con gran habilidad y destreza (Palermo 1989:49-58). Los equinos ampliaron la posibilidad de desplazamientos y de carga, modificaron las formas de obtener el alimento, permitiendo la realización de grandes cacerías -las "boleadas"- ,4 enriquecieron la dieta 5 y proporcionaron importantes materias primas a los artesanos, como el cuero, las cerdas y crines, los nervios y tendones, y los huesos. El caballo se convirtió, además, en preciado artículo de trueque y fue usado como medida de valor en los intercambios. Pero es engañoso y erróneo reducir la influencia europea al caballo. Ovejas y vacas, mulas y cabras, tuvieron gran importancia económica (Palermo 1989:58-71), y las primeras se convirtieron en un recurso esencial que proveía lana a las tejedoras indias. También se incorporaron a la vida indígena la harina obtenida de cereales europeos, los instrumentos de hierro, los licores y aguardientes, el azúcar, muchos adornos y prendas de vestir europeas. La yerba mate, originaria de la región de las misiones jesuíticas del Paraguay, fue otro producto 'introducido por los europeos entre las poblaciones indias que, rápidamente, se aficionaron a ella. Empero, este proceso tuvo una consecuencia aún más importante que la simple incorporación de bienes. Muchos de esos artículos eran imposibles de conseguir o fabricar en territorio indio y sólo podían obtenerse mediante intercambios con los cristianos o, para aquellos grupos situados lejos de las fronteras, por trueque con otros indios que actuaban de intermediarios. Como resultado, una extensa red de circulación comenzó a vincular las distintas regiones del territorio indígena, y a éste, en su conjunto, con las áreas controladas por los europeos, acentuando la dependencia de cada grupo respecto de los otros y de la sociedad blanca, y estimulando entre los indígenas la obtención o producción de bienes estimados por los cristianos a fin de canjearlos en las fronteras. Al mismo tiempo, comenzaron a generarse profundos cambios sociales, políticos y demográficos, todavía no totalmente evaluados (Palermo 1989:84-85; Mandrini 1994a), en tanto que los nuevos bienes adquirían un alto valor simbólico.6
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"horse complex" elaborada por los antropólogos operado entre los cazadores de las grandes llanu-
Raúl
f . Mandrini
6
ras: la incorporación del caballo y de elementos culturales a él vinculados habría determinado la transformación de los cazadores-recolectores pedestres en cazadores ecuestres, volcados cada vez más a la captura de caballos salvajes y al saqueo y pillaje en las fronteras (Canals Frau, 197y177-179 1 186; Nardi, 1981-1982:13-14). Pero, en el fondo, la sociedad indígena no habría sufrido cambios económicos y sociales profundos. Palermo ha som etido a una profunda crítica este esquema que resulta hoy insostenible (Palermo, 1986). La boleadora y la lanza larga, de más de cuatro metros, reemplazaron casi totalmente el arco Y la flecha, difícil es de utilizar desde un caballo al galope. El caballo y, especialmente, las yeguas, se convirtieron en el alimento predilecto del indio, pero además, gracias al caballo, los productos de la caza eran más fáciles de conseguir. Así, el caballo se incorporó a las costumbres y ceremonias indígenas: formaba parte im-
D e
la
caza
al
pastor eo
MALONES, COMERCIO Y GANADO
En las primeras décadas del siglo xvm algunos hechos marcaron un cambio en las relaciones entre blancos e indios. El advenimiento de la dina tía borbónica en España y las transformaciones que se operaron en el campo de las relaciones internacionales provocaron modificaciones en la política colonial española en el río de la Plata, cuyos efectos comenzaron a hacerse evidentes hacia mediados del siglo: reformas políticas y administrativas , liberalización del comercio, renovado interés por la ganadería, re valorización del frente atlántico del imperio español al volver a utilizarse la ruta del Cabo de Hornos (Chiaramonte 1972). Además, las amenazas extranjeras, al menos potenciales, sobre las costas patagónicas estimularon viajes y expediciones de exploración y entradas de carácter militar, cuyo resultado fue un mejor conocimiento de los territorios del sur, hasta entonces un espacio virtualmente ignorado. 7 Comenzaron también a manifestarse, a comienzos del siglo xv111, indicios inequívocos de extinción del ganado cimarrón, proceso qu e e agravó, como tendencia general, a lo largo del siglo, obligando a modificar patrones de actividad económica (Mandrini 1988 :7 4; León Solís 1991:27-31). Simultáneamente, la paz que por entonces se afirmaba en Chile aumentó las demandas de ganado con destino a ese mercado -tanto de la sociedad colonial como de los propios grupos indios- y los grandes circuitos ganaderos quedaron pronto establecidos; creció la competencia con los blancos en la llanura bonaerense a medida que se acentuaba la escasez de ganado cimarrón, provocada por las matanzas indiscriminadas llevadas a cabo por los vecinos de Buenos Aires y otras ciudades del interior para obtener cueros. Como resultado de los procesos anteriores, se operó una intensificación de la actividad guerrera, que se exteriorizó en malocas e invasiones violentas e irregulares en las estancias de la frontera (Marfany r 940; Tapson 1962; León Solís 1991:32-63). Estas actividades, iniciadas ya a fines del siglo xv11, alcanzaron particular virulencia hacia mediados
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portante de los pagos que se efectuaban para comprar esposas y en las compensaciones por homicidio, y ocupaba un lugar destacado en ofrendas y sacrificios funerarios, ceremonias rituales y diversiones. Los licores y aguardientes de origen europeo desplazaron la chicha nativa. Las chaquiras o cuentas de vidrio, ciertas prendas europeas -las chupas y los sombreros- y espadas y bastones adquirieron gran valor como elementos de prestigio. Para una descripción de los diferentes viajes, campañas y entradas, véase Martínez Sierra, 1971 :123-269 1 que incluye la reproducción de numerosos mapas de la época. La importancia de los militares en la estructura colonial parece haberse incrementado en toda la América española durante este siglo, aunque el crecimiento de los efectivos no afectó a todas las jurisdicciones por igual (Marchena Fernández, 1983:3-7, 280-281). Para el norte de la Nueva España, véase Weber, 1992:212 y ss.
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del siglo siguiente y determinaron la alternancia de periodos de guerra y de paz. Así, el siglo xvm se caracterizó, como en Chile, por un estrechamiento de las relaciones entre indios y españoles, pero aquí, a diferencia de lo que ocurría allende los Andes (Villalobos 1982; 1985), la guerra constituyó un aspecto significativo de esas relaciones. De todos modos, las fuente revelan, al mismo tiempo, un incremento del comercio con los indí· genas, que se operaba en las guardias de frontera y en la misma ciudad de Buenos Aires, una actividad que se fue afianzando a lo largo del siglo. Pequeñas partidas de indios cruzaban regularmente la frontera para ir a ven· der en la ciudad los excedentes de su economía: pieles y cueros, artículos de talabartería, tejidos, plumas de avestruz y sal; paralelamente, mercachifles blancos se aventuraban hasta las tolderías para hacer sus nego• cios. En el sur, Carmen de Patagones, fundada en 1779, se convirtió pronto en otro activo centro de intercambios con los indígenas (Mandrini 1991:124-128; 1994a:64-71). La comercialización de ganado en gran escala -en menor medida sal y plumas de avestruz- en los mercados chilenos se constituyó entonces en la principal actividad mercantil indígena y en el sostén fundamental de su economía. Siguiendo, en parte, viejas vías de contacto quizá prehispánicas, la estructura de este circuito comercial se desarrolló a lo largo del siglo xv11 y se consolidó en el xvm. A fines de este último, las principales rutas que conectaban la región de las llanuras con Chile central a través de los pasos andinos estaban ya establecidas (Mandrini 1994a:5154). En 17 84, Francisco de Viedma describe las vías de ese comercio (Viedma 1836:19-20). La más conocida era la del río Negro, sobre la que Villarino aporta numerosos datos y que tenía su punto de partida en las ricas tierras del suroeste bonaerense (Villarino 1837:39-40). A lo largo de ese río se desarrollaban además activos intercambios con los tehuelches meridionales que durante el verano llegaban hasta allí desde sus lejanas tierras. Viedma hace, además, referencia a otras dos rutas que no resulta difícil identificar. Una correspondería a la que después se llamó "rastrillada de los chilenos", con conexión al curso superior del Colorado y del río Neuquén; la otra coincidiría con el camino seguido en 1806 por Luis de la Cruz. 8 Ambas se dirigían directamente al país de los pehuenches. 9 s La consolidación de estas rutas debió incidir en el desarrollo de núcleos de población estable en puntos estratégicos. Tapera Moreira, junto al río Curaco, provincia de La Pampa, parece ser uno de esos sitios. Los materiales arqueológicos recuperados lo muestran como un asentamiento relativamente estable con alta densidad demográfica y al que confluían diferentes parcialidades o etnias (Berón y Migale, 1991 ). 9 Los pehuenches se asentaban a ambos lados de la cordillera andina en la latitud de la actual provincia argentina de Neuquén. Toman su nombre del pehuén (Araucaria imbrica-
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Un efecto de la vinculación del mundo indígena con el mercado ~olonial a través de esos extensos circuitos mercantiles, así como su crec1ent dependencia de los productos de origen europeo, f~e el _d~s~urollo de proce· ¡·iza c·10-n econo· mi· ca ahí donde la d1spomb1hdad de recurso sos d e especia ., . . . 1 mi · ti'a Es conocido el caso de la extracc1on y comercializava l 10sos o per . . . ., ción de sal por los pehuenches cordilleranos o el ~mpulso que rec1b10 la producción textil entre los araucanos de Chile (V11la~obos 19 9:74-75, 126; León Salís 1991 : 110 - 1 12 y u3-114). Un caso especial lo consutuy~ron la tierras del sur-suroeste bonaerense, específicamente las comprend1da entre las sierras de Tandil y Ventana. En ellas nos concentraremos ahora. LOS INDIOS DEL CENTRO-SUR BONAERENSE
Los relatos de Yates y García (Yates 1941; García 1836), que visitaron la región a comienzos de la década de 1820, testimonian coi~ ~laridad qu_e las poblaciones que la ocupaban habían desarrollado una actividad pastonl altamente especializada y vinculada a un vasto circuito mercantil (Schindler 1971; Mandrini 1988 :7285; 1991:r 16-120; r994a:58-62). La constitución de ese núcleo pastoril se encontraba en marcha a m ediados del siglo xvm y la zona era entonces foco de atracción para los indios por su riqueza ganadera. Los misioneros jesuitas -Cardiel, Falkner, Sánchez Labrador- destacaron sus óptimas condiciones para el pastoreo, señalando la presencia de esos grupos llegados de muy lejos . Sánchez Labrador afirma incluso que los indios llamados "pampas" por los españoles eran el resultado del asentamiento en la región -de ella tomaron su nombre- de grupos de distinto origen atraídos por los abundantes animales (Sánchez Labrador 1936:28-29). La información es más abundante en décadas posteriores. En 17 8 r, Zizur es explícito al referirse a la riqueza ganadera del cacique Lorenzo (Zizlir 1973:78), cuyas tolderías se encontraban al norte de la sierra de la ta), que crece en la región y cuyos piñones constituyeron un recurso fundam ental en su economía (véas e Villalobos, 1989). Osvaldo Silva y Eduardo Téll ez han puesto en duda su identidad étnica, considerándolos más bien como un mosaic o étnico, por lo que prcfil.:n.:n referirse a un complejo pehuenche (Silva y Téllez, 199 3 ). La participación ele los peh ucnches cordilleranos en ese comercio a distancia es bien conocida. Int ermediari os en el tránsito a Chile debían realizar además labores de descan so y engorde del ga nad o quc ll egaba desde el extremo ele la pampa. El comercio de ganado y de sal constituía para ellos un a ac tividad fundam ental y las fuentes chilenas coinciden en destacar su importancia (Villalobos, 1989:78-80; Biset y Varela, 1991). Goñi describe un conjunto de recintos pircados en los valles de Huichol y Malleo que considera conformaban un sistema de control territorial vinculado al tráfico ganadero (Goñi, 1983-1985; 1986 -1987) y estima correctamente que parte importante de esas estructuras corresponden al siglo XIX, aunque no tocias estuvieron en uso al mismo tiempo; es probable que algunas se remonten al siglo XVIII, al mcno s a su segunda mitad.
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Ventana, y Villarino registra, en 1782, en su viaje de exploración por el río Negro y el Limay, datos precisos sobre las rutas y el origen del ganado que alimentaba el comercio con Chile (Villarino 1-837:35, 105-106). A comienzos del siglo x1x, Luis de la Cruz observa, en su viaje desde Chile, grupos de indios que se dirigían a la cordillera con haciendas provenientes de las tierras bonaerenses (Cruz 1835:99-102). Por último, García aporta, en 1 22, la información más rica y completa sobre ese núcleo ganadero ya consolidado (García 183670, 101-102, 113, 135). 10 . Pero, si la referencias a la cantidad y calidad del ganado y a las óptimas condiciones para el pastoreo son, de por sí notables, lo más llamativo es que ese desarrollo pastoril se apoyaba en el uso de una tecnología pecuaria relativamente compleja para la región y la época (Mandrini 1994a). En este aspecto, las investigaciones arqueológicas, incipientes todavía para este periodo (Madrid 1991; Mazzanti 1994b; 1995; Slavsky y Ceresole 1988) señalan, hacia mediados del siglo xvm, la utilización por parte de los indígenas de un conjunto de técnicas destinadas a la concentración, custodia y engorde del ganado (uso de potreros en mesetas y en valles interserranos; construcciones de piedra destinadas a hacer esos sitios más seguros y fáciles de vigilar). La determinación del caracter pastoril especializado de la economía de estos grupos es importante en otro aspecto. Los estudios realizados sobre sociedades pastoriles, especialmente en el centro de Asia, han revelado su estrecha relación y dependencia de los núcleos de agricultores y de las ciudades que las proveen de granos y de algunos productos manufacturados esenciales. Tales relaciones pueden ser de caracter pacífico -especialmente comercio- o guerrero -robos y ataques para obtener bo~ín~, Y esta necesidad estructural explicaría las políticas de los grupos rnd10s bonaerenses hacia la sociedad colonial sin necesidad de recurrir a supuestos "ethos guerreros" o al carácter bélico de algunos jefes. Para ellos, guerra Y paz no representan políticas antagónicas, sino alternativas fácilmente intercambiables . Por eso, si la guerra y los malones fueron una respuesta a las nuevas condiciones históricas, el periodo de paz que se abrió a fines del siglo xvm fue quizás, al final, la respuesta más económica elaborada por la sociedad indígena. 10
Un segundo núcleo de economía pastoril se desarrolló entre los pehuenches cordilleranos. Las fuentes atestiguan la importancia del ganado para esas poblaciones y los intercambios regulares que mant enían con las poblaciones chilenas (Villalobos, 1989:78 -79) y se refieren a la organización de su vida en un ciclo anual determinado por la búsqueda de aguadas Y pasturas (Biset y Varela, 1991a:3 1). Usando datos de las fuentes y sus propias observaciones en campo, Biset y Varela profundizaron el análisis para la cuenca del río Curi Leuvu, donde el modelo de asentamiento y de ocupación del espacio aparece determinado por las neces idad es del pastoreo y la utilización de los potreros de invernada Y veranada (Biset y Varela, 1991b).
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Esta interpretación adquiere mayor coherencia frente a la nueva vi ión del mundo rural colonial en el siglo xvm. Más allá de las polémicas qu e el tema provocó, queda claro que la economía rural bonaerense fu e m á compleja y diversificada de lo que se pensaba y que la agricultura de em peñ ó en ese contexto un papel significativo, con un peso destacado de la pequeñas y medianas explotaciones (Garavaglia 1985; 1989; Gelman 1989-1990 ). Así, los campos de competencia con una economía pastoril eran m ás reducidos, siendo más lógicas las relaciones de complementariedad. Poseemos también datos significativos sobre los procesos sociopolíticos que, en la misma época, se operaron entre esas poblaciones . Los relatos de García y Yates muestran la existencia de una bien establecida jerarquía de carácter militar de caciques, caciquillos y capitanejas, qu e se expresa en el complejo y cuidadoso ceremonial que rodea los parlamentos y asambleas. La exhibición de objetos de plata por parte de algunos caciques y capitanejos era ya una clara demostración de su riqueza y prestigio. Tales procesos de diferenciación eran ya visibles a mediados del siglo xv111 y se manifestaban en diferencias en el vestuario y los adornos, como lo testimonia Sánchez Labrador. En el plano político hacen su aparición elementos, al menos embrionarios, que parecen orientados a superar una organización tribal segmentaría. El caso más interesante lo constituyen los caciques Cangapol y su hijo Cacapol, llamado "el Bravo" por los españoles. Las fuentes, que los muestran en movimiento permanente entre la cordillera y las sierras bonaerenses, no dejan dudas sobre su adscripción étnica: eran tehuelches septentrionales (o Guénena kene, Gununa küne, o Guennaken), a los que identifican como leuvuches, serranos o puelches (Casamiquela 196 5: 12 rr 3 3 J. Su hábitat normal eran las tierras que se extendían a lo largo del río Negro Y del Colorado, pero frecuentaban las sierras del sur bonaerense y no era raro encontrarlos en ellas buscando animales. El alzamiento de 1740 puso de manifiesto la fuerza militar de Cacapol Y, aunque desconocemos la cantidad de guerreros reunidos (Falkner habla de I ooo, pero aclara que algunos hacen llegar su número a 4 000), los efectos devastadores de la invasión obligan a pensar que se trataba de fuerz~s considerables. Por otro lado, Falkner puntualiza que ambos caciques 'hacen las veces de reyes de los demás" y que si bien el cargo de general en jefe es electivo, "desde hace muchos años se ha vuelto más bien hereditario entre los indios del sur, y en la familia de Cangapol", y señala que ésta encabeza una alianza de diferentes grupos (Falkner 1974:130, r47) . Sánchez Labrador, por su parte, destaca que el número de mujeres del cacique Bravo, siete, superaba el que era normal en otros caciques, que solían tomar dos o tres (Sánchez Labrador 1936:72-73). En año_s posteriores vuelven a aparecer referencias a otros grandes caciques meridionales como Chane!, más conocido como el cacique Negro
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o Llampico (Casamiquela 1973), del que las fuentes nos dicen que era el de "mayor séquito de su nación" y que gobernaba sobre numerosas tolderías. En este contexto, y a la luz de estos procesos, no resulta extraño encontrar hacia 1 20, tanto en García como en Yates, referencias a la practica del suttee entre los indios del sur bonaerense, práctica atestiguada más tarde entre los ranqueles {González 1979¡ Mandrini 1994b). La lectura de Falkner y Sánchez Labrador, que realizan una minuciosa descripción de prácticas y creencias funerarias, sugiere que tal costumbre no era practicada en su época, esto es, mediados del siglo xvm. 11 En suma, vemos consolidarse, entre estos tehuelches septentrionales, ya con muy fuertes influencias araucanas, procesos de diferenciación social y de concentración del poder político en manos de algunos caciques, específicamente, en aquellos que controlaban la circulación por los ríos Negro y Colorado, líneas fundamentales del comercio ganadero. Este proceso tuvo su expresión simbólica en la adopción de ordenadores sociales, de ceremonias y de rituales que ponían de relieve la riqueza, el prestigio y la autoridad. Tales procesos debieron facilitar la incorporación de esas poblaciones de rasgos y bienes de origen europeo o araucano en la medida en que contribuían a reforzarlos . Sobre estos últimos, es decir, aquellos rasgos de origen chileno, debemos hacer una referencia especial. LA
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El efecto araucano en las pampas fue, sin duda, muy grande. El uso primero, y la adopción luego, de la lengua araucana por parte de las poblaciones pampeanas fue quizás el aspecto más visible de ese proceso de araucanización, y fue favorecido por los intensos contactos y los múltiples matrimonios interétnicos. Al mismo tiempo, se incorporaron también al universo religioso pampeano creencias, ritos y ceremonias originarios de la Araucania chilena, y múltiples usos y costumbres de ese origen se integraron a la vida social indígena. Esta presencia fue advertida desde temprano por los historiadores y antropólogos, quienes en general limitaron o centraron su abordaje del tema en la simple enumeración de rasgos y elementos culturales de ese origen. Los enfoques difusionistas y ultradifusionistas a los que, con distintos matices, se adherían los etnólogos marcaron la interpretación del proceso, que aparecía como el producto de la migración de población indí-
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Tampoco aparece registrada entre los araucanos de Chile, pese a que las fuentes escritas y los testimonios arqueológicos documentan la complejidad de los rituales funerarios incluyendo la erección de grandes montículos de tierra sobre las tumbas de algunos jefes. Véase al respecto Dillehay, 199 5 que realiza un interesante análisis vinculando tales prácticas con necesidades políticas relacionadas con la sucesión en la jefatura. 1
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gena chilena O cordillerana araucanizada, la que habría absorbid o o de plazado -incluso se habló de una verdadera sustitución de población (C anals Frau 1973:3)- a la antigua población cazadora-recolectora pamp ana. . La discusión quedó, entonces, limitada a algunos aspecto del probl ma, especialmente los vinculados con la antigüedad e intensidad de~ proceso, 12 aunque hubo acuerdo entre las distintas posiciones en ahrm_a r que esos indios, sedentarios y agricultores en su patria original, e co_nvirtieron, bajo el influjo del medio pampeano y en contacto con las antiguo pobladores, en cazadores, criadores de ganado y depredadores nómada , aunque con.servaron su lengua, sus costumbres y sus creencias. 1 3 Los nuevos análisis, sin embargo, permiten entrever que esa "expansión" araucana en las pampas fue en realidad un proceso largo y complejo, y esa complejidad fue lo que, en buena medida, se perdió de vista. En realidad, el término de "araucanización" engloba, al menos, dos procesos estrechamente vinculados pero que no se deben confundir. Por un lado, la difusión de influencias y elementos culturales de origen chileno que fueron incorporados por las poblaciones de la región; por otro, el asentamiento en ella de grupos de mapuches chilenos. El primero de esos procesos es el que nos importa particularmente, pues parece desarrollarse con fuerza en el periodo que nos interesa. Los contactos entre los indígenas de allende la cordillera andina Y los de las llanuras eran muy antiguos, pero su carácter cambió sustancialmente al enmarcarse dentro del desarrollo de un vasto circuito mercantil que englobaba ambas regiones. El interés inicial de los araucanos se centraba en la riqueza ganadera de la región y, logrados los animales deseados, esencialmente caballos, retornaban a su tierra. A menudo, incluso, compraban esos animales a los indios pampeanos o a los de la cordillera, que actuaban de intermediarios. Así, aunque no hubo hasta fines de la segunda década del siglo XIX asentamientos importantes de población indígena chilena en la pampa, 14 12
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No faltaron algunas voces discordantes, al menos en algunos aspectos, con este esquema. Así ocurrió con quienes consideraban tardía la presencia araucana y que, más allá de incorporar algunos elementos culturales, la antigua población local mantuvo con fuerza su presencia hasta una época relativamente reciente (Casamiq uela, 196 5: 102) . Tal postura resulta ya indefendible. Un primer análisis crítico del tema en Mandrini, r 992; 199 y69 . Para un análisis en profundidad, véase Ortelli, 1994; una síntesis
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esos contactos favorecieron el establecimiento de relaciones de parentesco entre distintos grupos étnicos a través de matrimonios mixtos, y tales redes, a veces muy amplias, facilitaban la movilidad y el desplazamiento de los indígenas por la región. En este contexto, los procesos de cambio sociopolítico que se operaban en la región, a los que nos referimos antes debieron favorecer la incorporación de bienes culturales araucanos lo~ que aparecían dotados de un gran prestigio. En síntesis, la incorporación de tales bienes y técnicas -no sólo las araucanas sino también europeasno puede desligarse de las trasformaciones y cambios sociopolíticos que se operaban entre las poblaciones pampeanas en el marco del establecimiento de nuevas relaciones económicas (circuitos mercantiles, comercio a distancia, procesos de especialización económica). I
CONCLUSIONES
El análisis realizado nos permite sintetizar los procesos operados entre los grupos indios de la región. La primera etapa se caracterizó por relaciones pacíficas con la sociedad colonial rioplatense, la rápida incorporación Y asimilación de bienes europeos, y el aprovechamiento de ganado salvaje o cimarrón. Se operó así un rápido paso de la caza pedestre de fauna autóctona a la caza ecuestre centrada cada vez más en animales de origen europeo, especialmente equinos. Un efecto fundamental de esta incorporación de bienes de origen europeo -muchos de ellos imposibles de conseguir o producir en el territorio indígena- fue el desarrollo de circuitos de intercambio cada vez más extensos que generaron una creciente interdependencia entre los distintos grupos indios, y entre éstos en su conjunto y la sociedad colonial, tanto chilena como rioplatense. En este contexto, y a lo largo del siglo xvm, la extinción del ganado cimarrón, el aumento de la demanda en el mercado chileno, y la necesidad de alimentar los circuitos ganaderos en consolidación, cambiaron las conductas de los indios en la llanura rioplatense. La apropiación de ganado en las estancias fronterizas mediante incursiones rápidas y violentas -los malones- fue una respuesta a estas necesidades. Así, de "cazador de ganado" el indio se convirtió en "comerciante, guerrero y maloquero" (León Salís 1991). Esa creciente dependencia de los bienes europeos y el incremento d~l comercio explican la importancia de la producción de bienes de camb10 gentes chilenos -varios caciques con sus guerreros y familias- se establecieron en la región, empujados por la guerra de independencia que, luego de la batalla de Ma~p~ (I 8 I 8 ), se había trasladado al sur de Chile. El mestizaje entre los recién llegados y la v1e1a población indígena, favorecido por la existencia de antiguos contactos y lazos de parentesco, fue intenso. El proceso culminó a mediados del siglo con la formación de una enorme unidad lingüística y cultural que abarcaba las pampas y la Araucania chilena.
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7 -como la producción talabartera y textil- y los procesos de especialización económica allí donde existían -o podían producirse- recursos o bienes valiosos para los circuitos mercantiles, como el caso de la sal, por ejemplo. Las políticas de los jefes indios se orientaron a asegurar el abastecimiento de la red mercantil ga~adera de que dependía su prosperidad Y riqueza, y a garantizar la afluencia de bienes europeos, cada vez más necesarios para la economía indígena. · En este contexto, se produjo en el centro-sur bonaerense, favorecido por las excepcionales condiciones del medio, un proceso de especialización económica orientado a una intensa producción pastoril volcada a aliméntár los circuitos merc;ntiles a distancia. Tal especialización se vio favorecida, y fue posible, por el fortalecimiento de las relaciones con la sociedad colonial en el río de la Plata. Así, el desarrollo de una economía pastoril especializada y el establecimiento de un sistema de relaciones pacíficas con la sociedad blanca hacia fines del siglo xvm fueron las respuestas más eficaces d·e los indígenas del centro-sur bonaerense frente a las peculiares condiciones de su desarrollo. Aquí, el indio se convirtió en "pastor y comerciante", aunque sin dejar totalmente de ser guerrero si las circunstancias lo requerían. Esta especialización de la economía indígena convino también a la economía colonial a la que proporcionaba productos que le eran necesarios -ganado y sal en Chile; tejidos, cueros y sal en Buenos Aires; ganado en Patagones- convirtiendo, al mismo tiempo, a la sociedad indígena en un atractivo mercado para los comerciantes blancos. Por otro lado, como señalamos, el carácter de la economía rural colonial bonaerense favorecía esás relaciones de complementariedad. Justamente, el factor decisivo en la ruptura de tal esquema de relaciones hacia 1820 tendría que ver con cambios en la economía porteña, reorientada ahora hacía una ganadería extensiva (Halperin 196 3; 19 69). En ese contexto, se dio la expansión de las fronteras a comienzos pe la década de 1820. Empujados por el avance criollo, los indios se replegaron hacia el interior de las pampas, perdiendo esas ricas tierras de pastoreo: la competencia con los blancos por tierras Y ganado se hizo, desde entonces, cada vez más dura y violenta. La existencia de un núcleo pastoril de estas características obliga también a modificar la idea, fuertemente arraigada en muchos estudios históricos, de la frontera como un "espacio vacío". Antes del avance de las fronteras provinciales, el centro-sur bonaerense estaba densamente poblado, y varias décadas de intensa actividad pastoril debieron tener su incidencia en el medio ambiente provocando alteraciones en el ecosistema (tipo de pastos, composición orgánica de los suelos). En síntesis, las tierras ocupadas a partir de 1820 no eran ni "vírgenes" ni "desiertas", como gustó llamarlas la historiografía tradicional, ni los indígenas que las poblaban estaban separados y aislados del mundo colonial.
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Pin l e d e m ezquite e l eta l frut en az · n, n lo m e es de mayo y junio, escogiendo aq u ll o árbole qu lo prod uc n dulce, pues hay vainas amargas que pued n dar m ·,il a bor al produ to; la vaina se dejan secar durante un tiempo, c u a ndo e tán li ta u enan la semiJlas dentro de la vaina. El m ortero e hac de pi d1·a y pu ede consistir en una pieza ahuecada n una ca ja forrada bajo el ni v l del piso por lajas duras formando cuadro cuidando en el primer ca o qu e el material sea bastante duro para no desgran ar y e n el egundo qu e no p ermita la entrada de polvo o tierra en la ca ja.
Se ech a n ahí las vainas y e mu elen en golpe vertical con un mazo de mad era, se retira el pinole conforme aparece y se golpea hasta que sólo qu da la fibra que e tira . Ant es el pinole se gu ardaba en costalitos de tela, ahora en bolsas de plás ti co, y se come al estilo del centro del país, en seco, aunque empalaga por su dulzura aun en cantidades pequeñas.
M ezquitam al Se elabora dentro de una penca de nopal grande a la que se ha raspado el interior hasta dejarla casi al nivel de cutícula; en ella se mete el pinole procurando que quede apretado, se llena el interior y se le deja cementar con la baba que guardó la penca. Cuando ya está seco y aglutinado se quita la cáscara del nopal y se rebana el mezquitamal para comerlo.
A tole de m ezquite Generalmente se hace con la vaina recién cortada, seleccionada previamente por árbol para evitar las amargas; se cuecen las vainas en.teras, luego se sacan y se colocan en un metate; se martajan para que suelten más sabor y se vuelven a hervir; a continuación se cuela el líquido para retirar los restos de fibra y casi siempre se añade atole de maíz a la bebida, para darle cuerpo, disminuir la dulzura o hacer rendir su volumen .
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Yantarrias Insectos que aparecen en los meses de abril y mayo, aunque su cantidad es variable y hay años en que casi no se encuentran. Se colectan en lo troncos del mezquite y otros árboles del monte y se echan en agua con un poco de cal; luego se lavan las veces necesarias (2 o 3) y están listos para ser cocinados. Comúnmente se asan sobre el comal y se comen en tacos aderezados con salsas, aunque hay quienes acostumbran capearlos con huevo. Jaime Nieto Ramírez EL USO DEL MEZQUITE ENTRE LOS SERIS
Y como no tenía que comer en tierra, [los seris] me trajeron atole de un género como de alpiste que los españoles llaman semilla de zacate. También me trajeron de regalo pan de mezquite y regalaron a los californitos que conmigo habían quedado en tierra. El mezquite es muy dulce, de lo mejor que he [probado] y hay grande abundancia. Y a su tiempo, [los seris] hacen grandes provisiones. Lo tuestan y muelen y hacen tamales grandes o panes que se .guardan en tinajas debajo de la tierra, y buenas tinajas [... ] Debe ser muy saludable, pues al tiempo de la cosecha me dicen [los indios] están muy sanos y se mueren apartándose de este sustento que, según reconoció la gente de mar, es algo purgativo pero sin alborotos del cuerpo, y no lo hay en distancia de sus playas.
d vida. Únicamente su débil pulso me aseguraba que aún tenía vida. Era 1m de junio cuando la péchita está bastante madura, un hecho que afortunadamente recordé. So peché que su condición se debía a que se había obrepa ado comiendo péchitas, especialmente cuando me di cuenta que u e tómago estaba tan tenso como un tambor. Así que le hice co quilla en u garganta con una pluma hasta que hizo el primer movimi nto para vomitar, lo que hizo tan vigorosamente y echó tal cantidad de péchita aún no digerida, que no podía explicarme cómo un estómago pu de contener tan tremenda masa. El enfermo se recuperó instantáneament y cuando no vio a mí y a los indios que estaban conmigo se sintió tan avergonzado que echó a correr sin decir una palabra. Los caballos, la mulas y el ganado gustan también de este fruto y mientras pueden encontrarlo lo prefieren a cualquier otra comida. Sin embargo se extriñen tanto que se enferman y mueren si no se les hace evacuar. Los indios también recogen las péchitas, las ponen a secar al sol Y guardan su provisión para el consumo de su casa. Las usan en dos forma . Tuestan las vainas I las muelen en metate, ponen el polvo en agua Y se lo toman, sin que ninguna malvasía pueda ser más de su gusto. O pulverizan las vainas sin tatemar en un mortero de madera, le ponen agua Y cuecen la mezcla para hacer un atole muy dulce que consideran insuperable. Yo lo probé, pero no lo encontré tan seductor como para tomarlo de nuevo. Quizá con el tiempo pudiera haberme acostumbrado a él.
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"Copia de una carta del padre Juan María Salvatierra para el padre provincial Antonio Jardón, en que le da cuenta de su ida a la costa de los seris para remediar la lancha varada y sucesos de este viaje. Dada en California, a 3 de abril del año de 1710", AGN, Historia, vol. 308, f. 395.
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Selección del texto de José Luis Mirafuentes
Agua de péchita Al abundante fruto del mezquite los indios le llaman péchita y lo tienen en gran estima; es como una vaina de frijol, tanto en forma como en tamaño, aunque poco más largo y está lleno de semillas del tamaño de las lentejas. Mientras que el fruto está en el árbol retiene su color verde aún estando maduro. Únicamente al cortarlo y secarse se pone café. Los indios aprecian mucho el fruto debido a que es muy dulce y a veces lo comen sin moderación por lo que se enferman ya que si se come en abundancia puede producir calentura y constipación. En una ocasión me llamaron para atender a un indio que había sufrido un ataque y estaba sin habla, sin movimiento y casi sin ninguna señal
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Ap e ne/i ce
Ingredientes: 1 manojo de péchitas 1 litro y medio de agua Azúcar Hielo Preparación: Se cuecen las péchitas hasta que se ablanden y se dejan enfriar Procedimiento: Se muelen las péchitas con la mano, se cuela y se endulza. Es muy refrescante.
Ap é ndic es
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NUESTRA A VENTURA POR LA GRAN CHICHIMECA
Atole de péchita Ingredientes : 2 mazos de péchitas secas r taza de masa de maíz r litro de agua Azúcar al gusto o panocha (piloncillo) Preparación: Las péchitas se cuecen en bastante agua hasta dejar un litro, y hasta que se ablanden. Se dejan enfriar y con la mano se muelen para retirad la semilla, después se extrae toda la pulpa necesaria y se cuela. La ma a e disuelve en agua hasta que no queden grumos. Procedimiento: Se hierve el agua de las péchitas, se les agrega la masa diluida y se revuelve para que no se pegue, se agrega el azúcar y se retira del fuego cuando la masa está cocida. Es un atole muy aromático. Recetas tomadas de Ernesto Camou Healy (coord.J, Cocina sonorense, Instituto Sonorense de Cultura, Hermosillo, 1990, pp. 226y231. Selección de Elisa Villalpando
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Apéndi c e ,
María Teresa Riveras Testolini Isabel Rodríguez López
A modo de viajeros y exploradores, emprendimos la travesía hacia un mundo fascinante y desconocido, donde todo lo impensable podría suceder, aun tomando en cuenta que meses antes la maestra Soto nos había hecho partícipes de este gran suceso que estaba organizando junto con Marie-Areti Hers, Tosé Luis Mirafuentes y. Miguel Vallebueno: "Nómadas y sedentarios en e! Norte de México. Homenaje a la doctora Beatriz Braniff", que se llevana a cabo en el aula magna Laureano Roncal del edificio central de la Universidad Tuárez del Estado de Durango del 2 al 6 de octubre de 1995.
Confesamos nuestra total ignorancia acerca de cómo se llegó al acuerdo del transporte para los alumnos; por ahí nos dijeron que nos íbamos en camión, después que nos veíamos en la estación del tren a las r 9 horas, en fin, que si no es por unos cuantos compañeros "movidos" (Leslie, Isabel, Tosé Luis) que tenemos, no estaríamos escribiendo todas estas grandiosas experiencias que vivimos. Cuando nosotras (y todos los demás) nos encontrábamos "cómodamente" instalados en un vagón del tren, se disipó en parte la ignorancia, pues sabíamos que viajaríamos en tren, pero no hasta Durango; después de algunas horas de camino !alrededor de r 7 ), tendríamos que hacer la primer parada para transbordar al siguiente tren que nos llevaría a nuestro destino final. Ese acogedor pueblo quedará grabado en la mente de muchos: Felipe Pescador. Durante la travesía, tuvimos el primer acercamiento con la gente del Norte: grandota, recia y aguerrida. Nos sentamos junto a un señor de edad avanzada que estaba muy sorprendido ante tanto mochilón !exceso de equipaje); nos preguntó nuestra procedencia y el motivo de la visita; le explicamos lo mejor que pudimos y luego quién sabe por qué motivo se alejó !tal vez se encontró un compadre). Pasado algún tiempo (6 horas) Marisela y su mamá abordaron el tren y se sentaron frente a nosotros; ellas regresaban de visitar a alguien que les había regalado unos elotes; luego de la plática cada una nos encontramos saboreando un delicioso elote dulce. Después conocimos a una señora que ante mi sorpresa de ver nopales con tronco no pudo más que exclamar: "¿ Qué en su tierra no se ven nopales?" Me apené mucho y estuve tentada a contestarle que por el centro de las mesoaméricas sólo se ven nopales cortados, sin espinas y en los refrigeradores del súper.
Ap é ndice s
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Como a las 8 horas, otra señora nos dijo "ya vamos ll egand o"; e a eñal coincidió con un olor muy desagradable que realm ent e nos preocupó, bueno, nos preocupó parcialmente, pues ya ansiábamos llegar. Al fin se hacía realidad pisar tierra norteña, pero no nos poníamos de acuerdo sobre el lugar en que tendríamos que bajar. Y llegó el momento esperado. Después de una larga peregrinación, nos encontrábamos ante las puertas del futuro albergue. En esos momentos, Durango se enteró de nuestra presencia al escuchar en sus calles nuestros gritos des esperado pues no abrían las puertas del lugar que nos hospedaría durante una se~ mana. Ya instalados, pensábamos en el futuro encuentro con la muy reconocida Tita Braniff. Llegó el día de la inauguración: todo era emoción y buen ánimo- tambi~n tuvimos la fortuna de conocer al gobernador del estado: el público asistente se puso "jubilosamente" de pie en el momento de su entrada. Después de unas cuantas palabras del gobernador, tuvimos el placer de conocer un poco más a Tita Braniff, la mujer. Amalia Attolini fue la e~cargada de hablarnos acerca de este aspecto, haciendo énfasis en su cora¡e Y fuerz~ ~or s~lir adelante en los estudios del antes tan marginado None_d~ Mex1co, sm dejar de mencionar su gran calidad humana y su caractenst1ca conducta "conflictiva", que tanto la enorgullece a ella y a nosotros. Desde ese momento, la doctora Braniff empezó a derrochar un caudal de energía · · a 1os antiguos . f , motivado ra, capaz d e revivir norteños frescos y uertes, nomadas y sedentarios. No _es objeto del presente escrito dar un resumen de cada una de las ponencias · seran , pu b hcadas . . , ya que para ta 1 fm las memorias del coloqUio. Nue~tro propósito es compartir la experiencia vivida al lado de tantas .celebndades (v acas sagra d as,) qUienes • de todo corazón accedieron a d e dicarnos algunas pal b d . a los que quisieron a ras que eseamos transmi. tu pero n 0 d. pu ieron acompanarnos a esta grandiosa experiencia . Para e1;1pezar, nuestra homenajeada, miembro de la Subdirección de Arqueologia ~~l INAH, nos obsequió un buen consejo: "Sean felices y ¿;e_n~an a ~nticar." Días después observó: "Los muchachos deben leer a n st me Niederberger si quieren saber algo de arqueología; y ojo para los de la ~NAH: no se queden en Mesoamérica y menos en los tepalcates." . Ehsa Villalpando, del centro INAH-Sonora, nos dijo: "Conque ro por ciento de lo · · s lJUe vmieron se quede a trabajar en el Norte 1 seríamos felices." Monika Tesch, del INAH-San Luis Potosí, comentó: "No se encierren en el centro .de , · México , , en 1as b 1ºbl.10tecas; a1 arqueologo lo hace el campo." Don Lms Gonzalez, del Instituto de Investigaciones Antropológicas UNAM , agregó·· "I nterpretar fuentes, no inventar, sobre todo ahora que/
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Apéndice s
un o va por la cantidad más que por la calidad." Vivimos una hermosíima experiencia con don Luis, quien además accedió a cantarnos una canci , n en tarahumara y terminó aconsejándonos: "No absolutizar, relativizar. .. (la penas con tequila son buenas)." Víctor Hugo Aguilar, de la Universidad Autónoma de Sinaloa, nos acon ejó: " No digan nunca sus confusiones públicamente"; esto se refiere a una tri te experiencia que tuvimos caminando hacia el sitio arqueológico de La Ferrería; en el transcurso salieron a nuestro encuentro unos impático amiguitos que saludamos como bueyes, ante lo cual se escucharon la ri a del doctor Merrill y de Víctor Hugo; después nos dijeron alegremente que eran vacas. A María de los Dolores Soto de Arechavaleta, del Instituto de Investigacione Antropológicas, le enorgulleció la respuesta de los alumnos de la ENAH al coloquio. Nos dijo: "Dejémonos de conceptos occidentales, quité monos prejuicios, basta de pensar que los cazadores-recolectores son pobre , simples, sin cultura." Nos recomendó que, independientemente de la región en que trabajemos profesionalmente, no olvidemos conocer las demás zonas, es decir, que tengamos una amplia visión del país. Polo Valiñas, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, declaró: "Le están dando racionalidad a las cosas de manera irracional, falta estudiar teoría antropológica." Marie-Areti Hers, del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, manifestó: "Conozcan, viajen, lean todo para formarse un panorama más amplio." El doctor Carlos Serrano, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, nos exhortó a proseguir con el característico espíritu entusiasta de las nuevas generaciones de estudiantes. Fernando Nava, del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM, hizo énfasis en la gran importancia que tiene el estudio del Norte, no sólo por la región en sí, sino también para entender las relaciones con Mesoamérica. Destacó la forma en que Tita Braniff ha realizado sus investigaciones, puesto que ha dado interés a temas originales. Algo muy importante que la caracteriza es su apertura a los estudios interdisciplinarios, ya que una sola dimensión del conocimiento proporciona una imagen parcial de la realidad -opinó Fernando Nava. La mayoría de los ponentes expresó su preocupación por nuestro escaso interés hacia el Norte. Muy a pesar nuestro, llegó el momento de dejar esa ciudad tan acogedora: "Nómadas y sedentarios en el Norte de México" llegaba a su fin. Durante nuestra estancia vivimos momentos significativos, pero de los más emotivos fue el de la clausura, las palabras que se dedicaron a Tita Braniff, las melodías, el último intercambio de ideas, las propuestas entre los investigadores y muchos detalles más. Al día siguiente dejábamos la Villa Juvenil, pues abordaríamos el tren a
Ap e ndi ces
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las 4 de la mañana; realizamos compras de último momento, porque de antemano sabíamos que el viaje era algo extenso y no teniamo en e e momento a las madres previsoras que nos dotarían de un pequeño refrigeri o. Ya instalados en el tren, la mayoría de los compañero durmi ó ha ta Felipe Pescador (alrededor de las 12 horas), donde realizaríamo el tran bordo hacia el Distrito Federal. Al preguntar el horario nos lleva mo una gran sorpresa, una respuesta inesperada: el vagón que nos tran portaría hasta México llegaría a las 20 horas. Hubo confusión entre no otro . Gran parte del grupo se quedó en Felipe Pescador, mientras nueve de no otro decidimos explorar Zacatecas; horas más tarde subiríamos al tren d esta plaza. En esta ciudad colonial, realizamos un breve recorrido de superficie. El ambiente que se respiraba era de fiesta. Cuando comprábamos unas po~tales vimos pasar a María de los Dolores SotÓ, Marie-Areti Hers Y Raúl Mandrini, que cordialmente nos invitaron a cenar. Ahí les narramos lo que nos había ocurrido en el lugar del transbordo. Al terminar la cena, emprendimos nuevamente la caminata; formamos parte de una "callejoneada", bailamos y muy amablemente Marie-Areti ofreció llevarnos a la estación. El tren se había retrasado varias horas y tuvimos que esperar algunas más. En ese lapso, caminamos, bailamos y dormimos, hasta que, por fin, se escuchó: "¡ya viene el tren!"; corrimos y preguntamos dónde estaban los estudiantes, y nos co~testaron "al principio", y después se retractaron "no, al finál por lo que corrimos y con ello logramos desentumirmas un poco. La noche era hermosa, la luz de la luna iluminaba el paisaje. Nuevamente emprendimos el retorno a tierras mesoamericanas. Con este retraso, el viaje se alargó hasta 3 5 horas. Durante algún tiempo, muchos sentíamos aún la sensación del movimiento del tren, del cansancio que nos abatía, así como de la incomodidad. Pero todo esto valió la pena; porque fue una semana muy especial, llena de gratos momentos. Todas estas experiencias son relatadas sólo por dos personas de un numeroso grupo de gente que asistió a este homenaje. Cada uno vivió algo muy especial en el transcurso de esos días de viaje: conocimiento y entrega de los ponentes, así como su disposición al contestar las preguntas y relatar sus experiencias. Agradecemos de todo corazón la invitación de María de los Dolores Soto de Arechavaleta, así como los demás organizadores, en especial las atenciones de Marie-Areti Hers y de don Luis González. Reconocemos el apoyo brindado por el doctor Luis Alberto Vargas, director del Instituto de Investigaciones Antropológicas, y Francisco Ortiz, director interino de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, por su apoyo, así como la buena disposición de todos los participantes del coloquio, que nos apoyaron para escribir el presente artículo. 11
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Apéndices
MENSAJE A LA DOCTORA BEATRIZ BRANIFF DE LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA
Ante el silencio general, hemos decidido presentar algunas palabras que reflejan el sentir de buen número de nosotros. Nómadas mesoamericanos, hemos recorrido en unas cuantas horas la mitad de nuestras geografías; cazadores:.r'e colectores de conocimiento, sedentarizados entre los márgenes de la sofía y la imaginación; náufragos en este mar chichimeca. Entre otras cosas, este homenaje ha contado con grandes presencias y grandes ausencias; de estas segundas, quisiéramos resaltar la ~e los es:udiantes, ya consuetudinaria en este tipo de eventos, cuyo ongen r~s1de muchas veces en nosotros mismos . Aunque confiamos en que reumones como ésta logren trascender del mito de esta otra frontera. Con nuestra presencia queremos hacer patente el interés de abrirnos a otros campos de estudio. Nosotros, bárbaros enahmecas, queremos participar con ustedes de la reconquista de este territorio, para entre mayos, yaquis, pames, mexicaneros, etcétera, constituir una hermandad: la de los hijos de la Gran Chichimeca. . . . Los elogios vienen de más; rio obstante, debemos hacer Justicia agr~deciendo a aquellas amazonas que han hecho posible que _estemos _aqm. En primer término, a la homenajeada, doctora Beatriz Bramff CorneJo,. no sólo por su invaluable labor pionera en la arqueología del ~ort~, smo también por la generosa donación de su biblioteca a nuestra licenciatura. Asimismo a la doctora Marie-Areti Hers, y especialmente a la maestra María de Íos Dolores Soto, por el gran interés y apoyo que nos brindó: Además, aunque atentemos contra su humildad, a la compañera Lesh Zubieta, a quien podemos culpar de nuestra presencia aquí. Antes de partir a nuestras tierras mesoamericanas, en el valle de los imecas, nos queda decir, así, sin más, por toda la atención brindada: gracias.
Nómadas Y sedentarios en el Norte de México se terminó
de imprimir el día r s de febrero de 2000 en los talleres de Editorial y Litografía Regina de los Ángeles, S. A. Para su formación se utilizaron tipos Frutiger, Trump Mediaeval, Y el alfabeto fonético realizado por Marina Garone Gravicr a partir del Trump Mediaeval. La coordinación de la edición Y la tipografía estuvieron a cargo de Tomás Granados Salinas; el cuidado de la edición, a cargo del Departamento ele Publicaciones del Instituto de Investigaciones Estéticas ele la uNAM, Se tiraron 2 ooo ejemplares.
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