Manuel Mora Morales: Historias Raras De Los Hombres Peces (primera Parte)

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Feijoo, Cervantes o Bioy Casares escribieron sobre ellos

Historias raras de los hombres peces A lo largo de la historia, diversos tipos de amalgamas de seres humanos con animales o plantas han constituido una constante en las religiones, leyendas y literaturas. No han faltado vampiros humanos, centáuros, extrañas palomas y hombres lobos que nos aterrorizaran. Inpor Manuelse Mora Morales vadieron, incluso, nuestras cunas en forma de no tan inocentes cuentos que después vieron reflejados en la literatura infantil y en la cultura audiovisual. La mezcla humano-pez ha estado reservada casi exclusivamente al género femenino, desde las sirenas que cantaban y encantaban a Odiseo hasta las películas más cursis de Disney. Sin embargo, también se ha hablado, discutido y escrito sobre los hombre-peces. POR MANUEL MORA MORALES LA PRIMERA LEYENDA que me contó mi padre estaba referida a los antiguos habitantes de las Islas Canarias, antes de la llegada de los europeos. Hablaba de Jonay, un hombre que fue nadando desde la isla de Tenerife a la isla de La Gomera. Lo recibió Gara, una muchacha hermosa que se enamoró perdidamente del apuesto Jonay. Éste sintió la misma atracción hacia ella. Sin embargo, los familiares se opusieron a estos amoríos con el inmigrante, lo cual es verdaderamente sorprendente en La Gomera, donde los hombres tenían a gala ofrecer sus hijas y su esposa a cualquiera que los visitara, incluyendo a los clérigos europeos.

Historias de los hombres peces, por Manuel Mora Morales Por otra parte, se debe tener en cuenta que la distancia entre los dos puntos más cercanos en que se pudo realizar esa travesía no es inferior a cuarenta kilómetros, lo cual convierte a Jonay en un perfecto atleta. En mi fantasía infantil se presentaba como un personaje más cercano a un sireno que a un humano. Nada extraño, puesto que los viajes que yo realizaba con mi familia desde La Gomera hasta Tenerife, en las décadas de 1950 y 1960, duraban hasta doce horas a bordo de un viejo barco de vapor. Así que esa travesía a nado no parecía algo al alcance de cualquier mortal. Pero me equivocaba: a principios del siglo XXI, un nadador llamado David Meca atravesó ese brazo de mar.

do y traerme una muestra de lo que hay abajo. –Alteza, ni por todo el oro del mundo bajaría yo a una profundidad como la que aquí se encuentra. –Si bajas al fondo del mar y me subes esta copa oro, te la regalo. Ya que bajas, no te olvides de mirar si Sicilia flota. –Siendo así, bajaré.

Uno de ellos fue Pesce Cola, un hombre de Sicilia, llamado Nicolao, que se fue aclimatando al mar Mi siguiente contacto con este personaje fue cuan- hasta preferir vivir en el agua antes que en tierra firdo leí su leyenda en las Noticias de la Historia Ge- me. A finales del siglo XII, los marineros que naneral de las Islas de Canaria, de José de Viera y Cla- vegaban en aguas cercanas a Italia afirmaban que, vijo, obra monumental publicada a finales del siglo en ocasiones, veían acercarse a Pesce Cola -a sus XVIII por este cura ilustrado. navíos y subir a ellos para comer o beber a lo que lo invitaban. A cambio, el siciliano llevaba recados Por esta época yo había cumplido los veinte años de los marinos a sus familiares, si se encontraban en y ya conocía el placer de leer a los clásicos. Debo alguna de las islas cercanas. La fama de Pesce Cola decir que para llegar a ellos primero tuve que ate- fue en aumento hasta que el rey Federico de Náporrorizarme con Edgar Alan Poe, saltar a de forma les, o Re Ruggiero, quiso comprobar por sí mismo natural a Jorge Luis Borges y dejarme seducir por las cualidades del peje Nicolao. sus referencias a los viejos libros. Habría sido más natural que conociera antes al hombre pez de Adolfo Se trasladó el monarca a la orilla del mar y, como Bioy Casares. Sin embargo, llegué a fray Benito Je- era costumbre en él, ordenó que le sirvieran una rónimo Feijoo y a su Teatro Crítico Universal. Y allí copa de vino, mientras hablaba con el medio peje. encontré más hombres-peces. –Para creer lo que me cuentan, debes bajar al fon-

Tres cuartos de hora estuvo sumergido Pesce Cola hasta que apareció con la copa en la mano. –Alteza, vuestras posesiones submarinas son incluso más floridas que la terrestres. Abajo tenéis hasta monstruos horribles que jamás han visto la luz del día. El re Ruggiero sonrió satisfecho. Sin embargo, ¡ay, la condición humana!, quiso tener más noticias sobre sus oscuros dominios y volvió a arrojar la copa al mar. –Si me traes de nuevo la copa, te llevarás también esta bolsa llena de monedas de oro. Pesce Cola no dijo una palabra más. Dio media vuelta y se zambulló en el Mediterráneo. No hay noticias de que haya salido todavía. Su historia, a pesar de no haber sido comprobada en la

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Historias de los hombres peces, por Manuel Mora Morales fuente Acadina(1) , no será más verdadera que la de Jonay, sin embargo, le cupo la honra de que don Quijote la citase cuando hablando del arte de la caballería dijo aquello de “que ha de saber nadar como dicen que nadaba el peje Nicolás ó Nicolao, ha de saber herrar un caballo y aderezar la silla y el freno”(2) .

lificar de mentiroso al mismísimo Ministro de su Majestad en Asturias.

El asunto fue que en una aldea llamada Liérganes, en el arzobispado de Burgos, nació en 1649 un muchacho llamado Francisco. A la edad de quince años, se fue a bañar con sus amigos a la ría de Bilbao. Se quitó la ropa, se metió en el agua, se perdió nadando También la cita el ilustrado agustino ría abajo y no volvió. fray Benito Jerónimo Feijoo(3) , que nació en Orense y vivió en Oviedo, Cinco años más tarde, unos pescadocuando mencionó en su “Teatro crítico res de Cádiz lograron capturar en alta universal” otro caso no menos espec- mar a un hombre–peje. Le echaron tacular ocurrido en España. Bien es migas de pan para engolosinarlo y lo verdad que, al principio, el escéptico enredaron con sus red. Lo trasladaron monje no creyó que fuera cierto, sin a tierra y lo expusieron a la curiosidad embargo, solicitó informes a personas pública. El cautivo no protestó, pero respetables “y dentro de pocos días siempre repetía una sola palabra. logré una cabalísima descripción del suceso, remitida por el Señor Marqués –Liérganes. de Valbuena, residente en la Villa de Santander, a diligencia del Señor Don Así que terminaron llamándolo el José de la Torre, dignísimo Ministro Peje de Liérganes, durante el año que de su Majestad en esta Real Audiencia pasó en la población gaditana. El homde Asturias, la cual es como se sigue, bre tenía escamas sobre la columna copiada al pie de la letra.” vertebral y desde la barbilla hasta el ombligo. Poco a poco las fue perdienEn efecto, Feijoo inserta esa des- do. Finalmente, un fraile franciscano cripción que por fuerza ha de tenerse se lo llevó al Norte y lo devolvió a su verdadera, a no ser que se pretenda ca- pueblo, donde su madre lo reconoció

como Francisco.

¿Pudo esta leyenda pasar a Italia y de allí al maravilloso ingenio de GuiPor su parte, él no recordó a nadie y llermo Shakespeare para crear a Rodurante los muchos años que estuvo en meo y Julieta, en la misma época en su casa se comportó como una persona que todas las cortes europeas bailaban obediente que sólo sabía decir esta tres El Canario, la danza principal de los palabras: tabaco, pan y vino. Se ve que guaches? fue lo más que había echado de menos en sus periplos atlánticos. No pedía ________________________ comida jamás, pero, si se la ponían deNotas: lante, se la comía. Le daba igual andar 1. Fuente de Sicilia consagrada a vestido que desnudo, aunque no resis- los hermanos Pálicos y que tenía la tía los zapatos en sus pies. A los nueve virtud de confirmar si un juramento años desapareció, y quién sabe si aho- era falso. ra mismo está comiendo pejes verdes 2. Cervantes Saavedra, Miguel de: en la charca de la Condesa. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Imprenta y Librería de GasAsí que, tal vez, Jonay fuera otro par Editores, Madrid, 1875. p. 315. pez y por eso los familiares de Gara 3. Feijoo, Benito Jerónimo: Teatro no quisieran emparentar con él. Sin crítico universal, tomo 6 (1734), pp. embargo, cuando los enamorados de- 273–314. Imprenta de Andrés Ortega cidieron fugarse juntos, no se dirigie- Madrid, 1778 ron al mar, sino al monte. Cuando alcanzaron lo más alto, lógicamente no podían seguir ascendiendo. La familia los perseguía, con aviesas intenciones. ¿Qué hacer? Tomaron un palo de brezo, lo afilaron como pueden, apoyaron una punta en el pecho de Jonay y otra en el de Gara, se abrazan y cayeron con sus corazones atravesados.

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