Magia Y Supersticiones De La Historia

  • June 2020
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Magia Y Supersticiones De La Historia as PDF for free.

More details

  • Words: 8,679
  • Pages: 20
INTRODUCCIÓN

LA CREACIÓN DE LA MAGIA

D

e la explosión que dio origen al universo, el espectacular big bang, una ínfima partícula de la descomunal energía liberada se extravió en lo que aún era nada, y se quedó flotando y adormecida entre el mundo de lo extremadamente grande y el de lo extremadamente pequeño. Quedó allí, latente e indecisa entre la realidad y lo que no existía. Del cataclismo, surgió un planeta, entre otros muchos millones de ellos, que se singularizó porque en su núcleo se estiraban y encogían, crepitaban poderosos campos magnéticos. Este planeta atrajo hacia él aquella partícula que se había quedado perdida en el reino de la nada y que se había dividido una y otra vez, hasta formar su propio universo y liberar sus propias fuerzas. Coexistieron desde entonces el planeta y el elemento nuevo. Al primero, que fue creando sus contornos proponiendo ambientes tanto palpables como impalpables, un día se le llamó Tierra. Al segundo, que carecía totalmente de elementos físicos y que desarrolló estructuras imperceptibles a los sentidos, se le llamó Magia. La Magia, al contrario de lo que ocurría con la Tierra, ni rotaba sobre sí misma ni giraba alrededor de ninguna estrella. Se movía, tenía el poder para ello, a través de todos los sentidos, introduciéndose en infinitos e intemporales recovecos, con lo que logró establecer comunicación con mundos paralelos, extraños al universo real en el que habitaban los seres vivos. En la Tierra, algunos de estos seres vivos, en su predeterminado camino hacia la constante evolución, salieron del agua universal a pisar la escasa tierra firme que existía, y otros, en una pirueta evolutiva, comenzaron a conquistar el aire. Los que decidieron quedarse en la parte sólida de la Tierra, evolucionaron de muchas formas diferentes. Entre ellos, uno sufrió la transformación más extraordinaria, pues no sólo se limitó a sobrevivir, sino que comenzó a elaborar pensamientos y se empeñó en divulgarlos. Ese fue el preciso momento que eligió la Magia para intervenir. Creó, a partir de ella misma, a seis hijas, que eran su exacta réplica, y les inculcó la esencia de lo extraordinario, el poder de lo oculto y la sabiduría de lo eterno. Les concedió también una gran influencia en el pensamiento humano, el poder dotarle de algunos conocimientos y la capacidad de escuchar sus invocaciones, prohibiéndoles específicamente la posibilidad de interferir en las decisiones de los hombres y en los medios que utilizasen para llevarlas a cabo. Para que fuesen reconocidas y diferenciadas, les adjudicó nombres distintos y distribuyó entre ellas la totalidad del planeta. A Única le encargó el medio líquido, en el que se encontraban tanto las aguas dulces como las saladas; a Níria,

la zona en la que había surgido el primer hombre; a Taira y a Laot, les confió las tierras del norte que, como eran las más extensas, había separado en dos protectorados diferentes; Yuma se ocuparía de los territorios del este y, finalmente, Oria tendría bajo su cuidado el conjunto de tierras que se habían quedado aisladas en las aguas del sur. Cada una de las hermanas tomó posesión de su territorio y, para darse a conocer, entre todas, crearon un camino invisible y poderoso: la fantasía. Ese camino fue el elegido por los hombres privilegiados que forjaron los mitos que aclaraban sus orígenes, los adornaron con leyendas que formaron parte de las diversas culturas en las que inscribieron sus vidas e incluyeron e ellas rasgos de superstición, seres fabulosos, ídolos representativos de las divinidades que idealizaban, talismanes, hechizos... Todos y cada uno de los elementos que fascinaron, y aún fascinan, a quienes tienen capacidad de abstracción y se sienten cómodos adentrándose en el mundo mágico, en el que no es necesario probar nada científicamente. Níria colocó en el sueño de los hombres un inmenso rompecabezas formado por piezas desiguales y dispersas, en las que colocó vestigios de creencias y de artes, y eso lo hizo mucho antes de que hubiera una ciencia llamada historia que se ocupase de ellos. Pero las mágicas hermanas, al no poder interferir en as conciencias de quienes les intuyen, tienen que admitir que la bondad no está siempre presente en los propósitos humanos. Por eso existen la oscuridad y la claridad, el mal y el bien, y al igual que las prácticas que se sitúan en el lado, llamémosle “positivo”, de las creencias ocupando su propio espacio, hay otras que viven en y para el otro lado contrario. Están menos divulgadas, debido al misterio que envuelve sus ritos y a la clandestinidad en la que, frecuentemente, se desenvuelven. También las tendremos presentes, pues el espíritu esotérico del que se nutre la magia no estaría completo sin ellas. Dentro del concepto de magia oscura no podría faltar su máximo representante, ese personaje en el que toda la maldad de los conceptos se funde, aquel que toma cien formas y atiende por cien nombres: Satanás. A la magia se le atribuye el poder de influenciar el curso de los acontecimientos y abrir las puertas de la intuición y lo sobrenatural. El hecho de que se divida en estas dos categorías, magia blanca y magia negra, no significa que su origen no sea el mismo. Los métodos de cada una de ellas son los que les confieren los diferentes aspectos. Es frecuente que los hombres y mujeres de poder utilicen en la toma de sus decisiones una panoplia variadísima de prácticas

esotéricas tales como la alquimia, el espiritismo, la brujería, la adivinación y el ocultismo. LAS EDADES SIN HISTORIA

E

ntre los primeros hombres que se irguieron sobre dos piernas, hubo unos pocos que, instintivamente, invocaron a la magia y Níria, a quien correspondía la zona de su origen, les dotó con el poder que le era permitido, naciendo así los primeros hechiceros. Eran tiempos en los que la supervivencia de los hombres dependía de la caza, pero no siempre conseguían capturar las piezas que les eran necesarias para subsistir. Los animales eran más ágiles y no siempre fáciles de cazar, y entonces el hambre debilitaba los cuerpos y la muerte se llevaba a los menos fuertes. Las calamidades encendieron la chispa mágica oculta en el interior de los hechiceros. Sin duda fueron ellos los que inventaron las máscaras con las que los cazadores escondían el rostro para que la presa no les reconociese. Los mismos magos usarían las máscaras para cambiar así su apariencia real por otra que fuera más hermética y que estuviera repleta del misterio que necesitaba para ayudar a los miembros de su comunidad desde lo más profundo de su inspiración. Los hombres, en busca de nuevos modos de asegurar la subsistencia, comenzaron a extenderse por otras tierras. Descubrieron el fuego que era celosamente guardado por las mujeres en el interior de las grutas para protegerlos así de los malos vientos. Como era un elemento en el que vivía un espíritu poderoso, los hechiceros enseñaron a venerarle para no provocar su enojo y evitar que se extinguiese o que desatara su furia. En ese caminar que los hombres prehistóricos iniciaron, llegaron a los territorios de las hermanas de Níria. Cuando se encontraron bajo la protección de Taira, ella oyó las voces de algunos hombres que la llamaban y, atendiendo a sus ruegos, les sopló su aliento. Estos hombres bebieron el néctar que apaga la sed de los artistas y de su imaginación surgieron esculturas talladas en hueso o esculpidas en piedra caliza y arcilla, representando a la diosa de la fertilidad, pequeñas estatuillas de mujeres rotundamente obesas, como la Venus de Willendorf, que a pesar de su pequeño tamaño, está dotada de unas nalgas y un busto enormes que le dan un aspecto de verdadero monstruo de la sexualidad y de la maternidad. Así, hace 25.000 o puede que 30.000 años, encontraron en las figuras la forma de comunicarse con los dioses. En la cueva de Lascaux, casi todas las pinturas que representan a hombres y animales, algunos incompletos, otros superpuestos, están representados de

perfil. Una de las figuras sobresale por encima de las demás: el Unicornio aparece en una pared de una gruta del siglo XIII a.C. El hecho de enterrar a los muertas es ya, en el periodo paleolítico, una demostración de creencia en la vida después de la muerte. Salpicar el cadáver con ocre rojo, mantenerle la cabeza apoyada en una almohada de huesos, orientar los pies del muerto hacia la salida del sol y colocar a su lado objetos de uso cotidiano, alimentos y adornos no parecen prácticas realizadas al azar y sí una intención premeditada de acercamiento a lo sobrenatural. Las sociedades primitivas fabricaban sus collares y pulseras que, colocados sobre el pecho y las muñecas, entraban en contacto directo con las zonas de sus cuerpos donde el latido vital es más evidente, es posible que estos adornos cumplieran la función de talismanes. El enigma por excelencia son los megalitos, dólmenes y menhires que se encuentran por todas partes. Una de las composiciones megalíticas que más leyendas ha inspirado es la que se encuentra en Stonehenge, en la llanura de Salisbury (Inglaterra), son 460 piedras, formando cuatro círculos concéntricos y en cuyo centro hay una losa conocida como El Altar. CAPÍTULO I MÁGICOS REINOS DE LA ANTIGÜEDAD

EGIPTO, DIOSES, MITOS Y SUPERSTICIONES

L

os antiguos egipcios dieron el nombre de Kéme (negra), a la región comprendida entre el mar y Khartum, por ser una zona de tierra oscura, bien diferenciada del color rojizo de los desiertos que la rodeaban. Es el río Nilo el que le da ese color, por su lecho de lodo que arrastra aluviones desde tiempos inmemoriales. Gracias a sus avanzados conocimientos, los egipcios supieron prever las crecidas anuales de su río, aprovechándolas para mejorar las cosechas y garantizar su subsistencia. El mito religioso que, de manera fundamental, influyó a la sociedad egipcia, probablemente ya formaba parte de sus creencias hacia el año 3200 a.C., cuando aparece la primera fuerza dominante que consolida la reunificación como país. El panteón del antiguo Egipto estaba constituido por una gran variedad de dioses que se representaban con forma humana, animal o híbrida. Dependiendo del

periodo histórico, el número de divinidades aumentaba o disminuía, tomaban mayor o menor importancia y adquirían nuevos nombres y características. Hubo un dios, sin embargo, que fue adorado permanentemente, el que gobernaba a todas las divinidades cósmicas y de quien se declararon descendientes los primeros reyes. Se trata de Ra, aquel que salió de un huevo para crear dioses y distribuir el universo entre ellos. Del mito de Ra y su descendencia se originó la religión mágica, repleta de supersticiones, hechizos, adivinación y hechos extraordinarios, que Egipto practicó durante milenios. Sobre cada dios, cada acontecimiento, o cada ser mortal divinizado, se forjaron leyendas, algunas de una antigüedad que se pierde en el tiempo. Teferén, en su nacimiento, recibió el Don otorgado directamente por Níria. Todavía muy niño supo que su vida tendría que discurrir por el camino trazado por ella, sin nunca desviarse. Encontró en el ejercicio del sacerdocio la manera de fortalecer su espíritu y adquirir conocimientos que solo el estudio en el templo le abrirían. Con 43 años, era él quien enseñaba a sus discípulos en la Casa de la Vida. Les daba lecciones de religión y de medicina, siempre atento a la posibilidad de ver en alguno de sus alumnos el vestigio de la Heka, como llamaban a la Luz transmitida por Níria. Las primeras lecciones comenzaban por la cosmogonía y los hechos divinos de los dioses. ISIS, LA DIOSA-REINA, DUEÑA DE LA MAGIA

L

as costumbres y mitos egipcios, relacionados estrechamente con la magia, provienen de los textos de las pirámides, libro de los muertos o textos funerarios anónimos que, tras la descodificación de los jeroglíficos, hicieron llegar hasta nosotros diversos autores que en sus obras hacen diversas referencias al mundo mágico de los egipcios, permitiéndonos acercarnos a él. “... en el tiempo en que Osiris e Isis, hijos de Ra, reinaron en Egipto, fueron justos y benévolos para sus súbditos, a quienes enseñaron a adorar a los dioses, respetar las leyes y a trabajar la tierra para de ella obtener los mejores frutos. Seth, también hijo de Ra, odiaba a su hermano Osiris, pues quería haber sido él quien gobernase al pueblo e ideó un plan para lograr su objetivo. Mandó construir una caja con las medidas del rey y, aprovechando una noche en la que él y 72 conspiradores que le eran fieles había sido convidados a un banquete en palacio, la transportó allí asegurando tratarse de una caja mágica y prometiendo ofrecérsela a quien con justeza la ocupara. Cuando Osiris por su turno se introdujo en ella, los compañeros de Seth retiraron a los convidados. Entretanto, él cerraba la caja, convirtiéndola en ataúd y sellándola con plomo fundido.

Después corrió con sus secuaces a arrojarla al Nilo. Hecho esto, el fraticida corrió a anunciar la muerte de su hermano y, como era su deseo, se coronó rey. Al conocer la noticia del fallecimiento de su esposo, Isis casi enloqueció de dolor. Recorrió todos los pueblos del reino, se adentró en el desierto, siguió todas las pistas que pudieran conducirle al encuentro del cadáver en una búsqueda desesperada. Hasta que un día se encontró con unos niños que le contaron haber presenciado el momento en que la caja fue tirada en el río, entonces remontó el Nilo llegando al mar y, navegando siempre por la costa, arribó al reino de Biblos. Allí corría la noticia de que un árbol gigantesco había nacido repentinamente en la arena de la playa y que, por su robustez, se usó como columna en el palacio real. Isis contó al rey lo que había sucedido sin omitir ningún detalle de la criminal historia, suplicándole la devolución del cadáver del marido que imaginaba atrapado en el interior del tronco. El soberano accedió diciendo que lo entregaba de buen agrado, no sólo por justicia más principalmente por poder agradar a la diosa. Durante el camino de regreso a Egipto, Isis pudo comprobar que, efectivamente, la caja se encontraba aprisionada dentro del árbol. El trayecto hacia el sur era largo, la diosa se encontraba casi al límite de sus fuerzas, mermadas por la dureza del viaje emprendido tanto tiempo antes y, tras una exhaustiva jornada, se dejó vencer por el cansancio y el sueño. Entretanto Seth, que había salido de caza por las ciénagas, encontró a Isis dormida y aprovechando el momento, robó el cuerpo de su hermano. Para evitar que volviese a ser encontrado, le despedazó esparciendo cada uno de los restos por diferentes lugares de Egipto. Al despertar y comprobar la desaparición, la diosa, tomada de la más profunda angustia, elevó su voz en un grito tan alto que llegó hasta el cielo donde vivía su hermana Neftis, quien corrió enseguida a consolarla y prestarle su ayuda en la búsqueda de las partes diseminadas del cuerpo de Osiris. Iniciaron entonces la exploración que duró largos años. En cada lugar donde encontraban un pedazo, levantaban un templo en homenaje al dios. Por fin, tras innumerables viajes recorriendo toda la extensión del país, hallaron la última parte del cuerpo despedazada, que unieron gracias al enorme poder del a magia de Isis. La misma magia que empleó para resucitar al esposo por una noche en la que se amaron y engendraron a Horus. Al día siguiente, el cuerpo de Osiris regresó al mundo de la muerte pero su divinidad inmortal vivió para siempre...” A partir del prodigio de la resurrección, vemos a Isis, tal y como la vieron los antiguos egipcios, como la representación física de la magia. Reina sobre ella aunque todos los dioses que comparten el panteón desde su inicio y todos los otros que lo ocuparían más tarde se sirven de elementos mágicos para comunicarse con los mortales, es a ella a quien el Gran Misterio le confía sus más escondidos secretos.

“... Horus, sediento de venganza, pidió ayuda a su padre, pues no se sentía preparado para enfrentar los enormes poderes de Seth. Entonces Osiris salió del reino de los muertos y, durante bastante tiempo, se ocupó en enseñar a su hijo todo lo que debía aprender para derrotar al criminal hermano y así cumplir la venganza. Queriendo comprobar si había entendido sus enseñanzas le preguntó: - ¿Cuál de todos los actos es el más hermoso? - La venganza en nombre del padre y de la madre cuando éstos hayan sido maltratados – respondió. Osiris preguntó después: - ¿Qué animal tiene más utilidad en una batalla? Horus no tardó en dar su respuesta: - El caballo – dijo, lo que dejó sorprendido a su padre, que pensaba que era el león el animal más útil. Interrogado de nuevo, el dios hijo de dios, explicó: - El león es importante en acciones defensivas pero el caballo lo es más en las ofensivas al dispersar a los enemigos y llevarnos velozmente en su persecución. Osiris consideró que su hijo estaba preparado para luchar contra Seth. Con el beneplácito de su padre y la ayuda de su madre, Horus formó un gran ejército y se dispuso al ataque. Ra quiso auxiliarle con la magia de su mirada dirigida al fondo le los ojos del dios vengador, ya que con ella podía ver el futuro. Sólo consiguió vislumbrar el color verde de las aguas, pues Seth, para no ser reconocido, tomó la forma de un gran jabalí y pasó por delante de los dos ocultando con su cuerpo la visión. Echó entonces sobre Horus su aliento de fuego cegándole de un ojo. Horus descubrió que el animal no era otro sino el asesino de su padre. Ra se llevó a Horus del campo de batalla, le acompañó y cuidó hasta que pudo recuperar la vista, y una vez curado, volvió a reunir al ejército e inició la guerra donde se libraron muchas batallas contra Seth, siendo la última aquella que ocurrió en Edfú. El dios del infierno, convertido ahora para el ataque en un enorme hipopótamo rojo, se dirigió a la isla de Elefantina. Desde allí lanzó una maldición que desencadenó una terrible tempestad sobre sus enemigos. La violencia del temporal mantuvo al ejército inmovilizado. Se perdieron muchas vidas, pero Horus consiguió con mucho esfuerzo estabilizar sus embarcaciones. Entonces se transformó en un

hombre gigantesco, se armó con un arpón y cuando el hipopótamo abrió la boca para devorarle le atravesó la cabeza con el arma. Seth se hundió en el Nilo, el temporal cesó y las gentes celebraron el acontecimiento cantando himnos de alabanza al héroe vencedor. En homenaje a esta gesta, al final de la guerra, los sacerdotes celebraron anualmente una gran fiesta en Edfú...” LAS CASAS DE LA MUERTE, PUERTAS DE LA ETERNIDAD

L

os hombres estaban infundidos por un espíritu, el “ka”, que se desprendía del cuerpo en el momento de la muerte, pero que regresaba de nuevo a él después de pasar por el reino de los muertos, donde se sometía a rigurosas pruebas. Si de ellas salía indemne, volvía a ocupar el lugar que le correspondió en el plano terrenal para que, juntos cuerpo y alma, existiesen eternamente en la morada de los dioses. Los egipcios sabían que los cuerpos no tenían por sí solos vida espiritual, no creían que la materia corporal sobreviviese a la muerte pero sí que, para el “ka”, era necesario encontrarla a su regreso. Para ello la preparación del cadáver exigía profundos conocimientos científicos sobre el arte de conservarlo. Las casas de la muerte se encontraban bajo la protección de Anubis, dios del embalsamamiento, al que se representaba como un hombre con cabeza de chacal o como un perro postrado siempre a los pies de Isis. Las casas de la muerte eran unos edificios donde se preparaban los cuerpos de los difuntos, allí se trabajaban, bajo la dirección de sacerdotes especializados, estudiantes de medicina y esclavos. Al igual que Teferén, Tumoth había recibido desde el mismo instante en que sus ojos se abrieron por primera vez, la inspiración mágica de Níria. También fue educado desde niño en el templo, del que salió cuando ocupó su cargo sagrado en la casa de la muerte. Era un trabajo que requería unos profundos conocimientos y una gran fe. Él poseía ambos y no dejaba de fomentar su magia interior ni de encomendarse a Anubis al comenzar cada rito de embalsamamiento. A los muertos se les preparaba en unos lugares pestilentes, envueltos en las humaredas que exhalaban los grandes calderos en los que se elaboraban los materiales de conservación. Sus vapores sofocantes y ese hedor se introducía por los poros e impregnaba a los trabajadores que permanecían allí durante largos periodos. Cuando terminaba el tiempo de confinamiento, y aún después de bañarse, el característico olor tardaba en desaparecer. A Tumoth y a los otros sacerdotes no les molestaba. Raras veces salían de allí y su olfato, como cualquier otro de sus sentidos, estaba preparado para que nada pudiese perturbar la concentración necesaria. La conservación de los muertos podía ser realizada de tres diferentes maneras, dependiendo de las posibilidades económicas de las

familias. Había ocasiones en que alguno de sus miembros colaboraba en los trabajos más sencillos de la casa de la muerte, para rescatar la deuda adquirida por el tratamiento de un pariente. Al menos 60 días duraba la elaborada operación. Antes de comenzar, Tumoth invocaba al dios Anubis sin cuya inspiración el embalsamamiento no sería posible. Después comprobaba que su cabeza y su tronco estuviesen completamente rapados, así como los de quienes manipulasen el cadáver. Con una pinza larga y fina, que introducía por los orificios nasales, extraía el cerebro y lo desechaba, porque en esa parte del cuerpo no residía el “ka”. Entonces hacía una incisión precisa en el abdomen y mientras los ayudantes separaban los bordes de la herida abierta, retiraba cuidadosamente los pulmones, el hígado y los intestinos. El corazón era el único órgano interno que permanecía en su lugar por ser en el que vivía la inteligencia. Bajo la dirección del sacerdote, los estudiantes de medicina desinfectaban, deshidrataban y secaban las vísceras en sucesivas operaciones que demoraban varios días. Cuando estaban perfectamente preparadas, Tumoth las aromatizaba con hierbas y pronunciaba las oraciones específicas antes de introducirlas en las vasijas sagradas. Éstas eran unos recipientes de barro en cuya tapa se reconocían las efigies de cada uno de los hijos de Horus. Al mismo tiempo que se realizaba este proceso de conservación, el cuerpo recibía un tratamiento similar al de las vísceras. Después se le envolvía en lienzos empapados en una solución que se preparaba con hierbas y resinas fluidas, permaneciendo así durante 40 días. Terminado este proceso, el cuerpo estaba preparado para recibir la magia sacerdotal, aquella que le permitiría cruzar el umbral de la muerte física. Con largas tiras de lino le vendaban de pies a cabeza sin dejar al descubierto ni la más mínima porción de piel que pudiera entrar en contacto con el aire. A medida que las vendas se enrollaban, Tumoth introducía entre ellas los amuletos de protección, mientras iba recitando las oraciones sagradas. Estos amuletos podían ser el ojo de Horus o la cruz egipcia o fragmentos de papiro que contenían textos de ayuda espiritual. El sacerdote abría entonces los ojos y la boca del cadáver, sirviéndose de un instrumento especial que atravesaba el vendaje, y le inculcaba la magia por la que se confería al difunto el poder de ver, hablar y comer en la otra vida. La cámara sepulcral ya estaba preparada para recibir el sarcófago. A la luz de las antorchas, el oficiante pronunciaba nuevas oraciones y lanzaba las imprecaciones, una especie de maldiciones gritadas y escritas, mezcladas con juramentos de venganza contra quienes se atreviesen a profanar la tumba. Para ayudar a superar las pruebas a las que Osiris sometía al “ka”, introducía en el ataúd los consejos escritos en El libro de los muertos. Después de cerrar y sellar

el sarcófago, colocaba sobre él réplicas del rostro del difunto, facilitando al espíritu la identificación del cuerpo cuando regresase. Entre las enseñanzas que Teferén impartía en la casa de la vida, incluía la del juicio final del “ka”, que era la más importante de todas. Al conocerlo, los discípulos comprendían la necesidad de tener una buena conducta, sólo así obtendrían la exculpación final y la vida eterna. “... la primera prueba consistía en las alegaciones de defensa, desde su trono, Osiris presidía el tribunal en el que se sentaban 42 jueces. Cada uno de ellos pronunciaba un pecado diferente que el enjuiciado negaba haber cometido. A medida que iban siendo enumerados, se defendía directamente sin que nadie mediara a su favor. Si era considerado inocente, le sometían a una segunda y decisiva prueba, la del peso del corazón... ... en el plato de una balanza estaba el corazón, representación de la inteligencia, en el otro la pluma de Maat, diosa de la verdad y la justicia. Ése era el momento en que el “ka” recitaba las oraciones de El libro de los muertos: << ¡Oh, corazón mío! ¡Oh, corazón de mi madre! ¡No te levantes como testigo contra mí! ¡No hagas peso en contra mía! ¡No te opongas a mí! >> Si la balanza se mantenía equilibrada, el espíritu alcanzaba la salvación y disfrutaría de una vida placentera en el paraíso de Osiris. En caso contrario, sufriría una segunda muerte definitiva, siendo devorado por el monstruo Ammit y perdiendo así la esperanza de la vida eterna. El resultado de este procedimiento era anotado por Thot, el dios escriba, que se lo entregaba a Osiris, a quien competía la decisión final. “ DIOS Y FARAÓN FUNDIDOS EN LA MAGIA

P

arte de las vidas de Teferén y Tumoth transcurrieron en la ciudad sagrada de Tebas, durante el tiempo en que gobernaba Hatshepsut, más conocida como “La reina faraón”, quien ocupó el trono durante la infancia de su hijo. Teferén ya había abandonado su cargo de maestro en la “casa de la vida”, sustituido por maestros más jóvenes y, después del periodo en que trabajó en la recopilación y archivo de textos de enseñanza, se dedicó exclusivamente a los asuntos sagrados del templo de Amón en Luxor. Fue ya como sacerdote supremo, en los últimos años de su vida, cuando tuvo el privilegio de dirigir las ceremonias anuales en homenaje a Ope, la diosa de la fertilidad espiritual. Era una

celebración tan enigmática e imbuida de magia, que sólo podía ser oficiada por un sacerdote que fuera poseedor del conocimiento misterioso. Comenzaba con una procesión que salía del templo de Karnak, en la que jóvenes nobles transportaban un pequeño barco, representando la sagrada embarcación de Amón. Iban vestidos con kalasaris1 de lino blanco ceñidos a las caderas, calzados con sandalias de papiro y adornados con anchos collares y brazaletes de oro y piedras preciosas. Les seguían las doncellas con idénticos kalasaris anudados en el pecho, pelucas voluminosas, joyas y amuletos igualmente valiosos. Casi todas las personas que formaban el séquito simbolizaban la pureza del alma en el blanco de sus ropas. La reina lucía una capa dorada de pliegues menudos sobre un ceñido vestido de malla brillante y transparente. Dorado era el color simbólico de Amón, el mismo que ostentaban sus magníficas joyas. La reina iba seguida de dos esclavos que agitaban suavemente el aire con largos abanicos de plumas de avestruz, tratando de evitar que algún insecto volador la pudiera importunar. Después de efectuar las seis paradas, en los seis panteones que Hatshepsut mandó levantar, llegaba el cortejo al templo de Luxor. Teferén y los demás sacerdotes aguardaban en la entrada de enormes columnas. Todos los hombres y mujeres que habían salido de Karnak, se unían a los que ya esperaban en el patio exterior principal. Sólo la reina, acompañada por los sacerdotes, penetraba en el templo hasta llegar a las estancias más secretas. En la “Sala del nacimiento divino” se celebraba entonces el rito del renacimiento sagrado del faraón, en el que participaban los dioses y los mortales. La ceremonia de mágica impenetrabilidad era dirigida por el sumo sacerdote, quien invocaba a Thot, el dios de la sabiduría y escriba al servicio de todos los otros dioses. Él profetizaba a la reina su maternidad y ella, como faraón imbuido de la esencia del dios, se reunía con Amón generando el hijo divino. Asistida por las diosas Hator, Neftis e Isis, que eran las detentoras de los poderes sobre el amor, el cielo y la magia, Hatshepsut daba a luz al dios hijo de dioses. Para este ritual se utilizaban unas figurillas de arcilla, representando a un niño recién nacido y su doble o “ka” inmortal. Terminado el acto simbólico y sagrado, Teferén coronaba a Hatshepsut en su dualidad de dios-faraón y daba la buena nueva al pueblo que se aglomeraba en el exterior. Las ofrendas comenzaban y el júbilo general se prolongaba durante largas horas, en una fiesta que se repetía todos los años. Esta reina se dedicó al mismo tiempo que a sus deberes de gobernante, al ejercicio de la magia. Los banquetes y rituales sagrados que presidía, reunían a los vivos y a los muertos en celebraciones colectivas.

1

Kalasaris: piezas rectangulares de tela, semejantes a los actuales pareos.

Las ceremonias privadas y herméticas que celebraban los faraones del antiguo Egipto, obedecían a una serie de simbolismos de carácter sagrado. Sólo algunos sacerdotes y ellos mismos, como representaciones vivas del dios, podían acceder a ellas. En todas las grandes civilizaciones antiguas, durante algunos de sus periodos históricos, la personalidad de los soberanos está inspirada por los dioses e incluso los reyes son, en sí mismos, la representación viviente del dios. Hubo un corto espacio de tiempo durante el cual, ala religión oficial de Egipto se pretendió darle un carácter monoteísta. Se prohibieron dioses, se cerraron templos y se destruyeron todos aquellos ídolos que recordasen anteriores cultos. Fue el tiempo en que reinó el faraón Amenofis IV (1364-1347 a.C.), que subió al poder tras la muerte prematura de su hermano. Casado muy joven con la bella Nefertiti, fue investido en Heliópolis como sumo sacerdote de Ra y coronado faraón en el templo de Amón en Karnak. De este gobernante se dijo que era un loco, un visionario y que había traicionado a los dioses. Pero también hubo quien le consideró un iluminado, representante vivo la única y verdadera religión. Y es que este faraón, durante su reinado, modificó las leyes religiosas de tal modo que si hasta entonen veneraban, además de los dioses principales, una multitud de otras deidades locales, bajo su poder solamente un dios podía ser adorado, Atón, representado por el disco solar. Amenofis, que tomó el nombre de Ajnatón (Atón está contento), mandó clausurar los templos politeístas y, en nombre del dios, trasladó la capital de Tebas a la recién fundada Ajnatón. Las ceremonias diarias de adoración al sol se realizaban en los dos momentos en que el astro rey cumplía sus ciclos, la aurora y el ocaso. Vestidos con túnicas blancas, sin la joyería opulenta a que eran tan aficionados los reyes, y portando en las manos una palma simbólica, el faraón como representante directo del dios, y Nefertiti como su sacerdotisa, iniciaban el cortejo subiendo los escalones que les conducían a una plataforma superior del templo. En el instante en el que el cielo adquiría las tonalidades rosáceas que anunciaban la salida del sol, las oraciones cesaban para, en el más completo silencio y recogimiento religiosos, adorar al astro-dios. MAGOS Y BRUJOS INFLUYEN EN LA SOCIEDAD

P

ero la magia de la que se nutrían las anteriores creencias míticas nunca de dio por vencida. Aunque muchos sacerdotes abjuraron de sus dioses en beneficio de la nueva religión, otros consiguieron escapar de la persecución que se desató y continuaron influyendo en una parte del pueblo que, clandestinamente, ofrecía sacrificios y realizaba cultos mágicos en honor de las destronadas deidades. La pérdida de privilegios de los hombres del templo, así

como de sus bienes, motivó que éstos incitaran a sucesivas conspiraciones y a enfrentamientos violentos. Egipto atravesó entonces una fase de decadencia. El faraón, más ocupado con la religión que con el gobierno, abandonó las decisiones políticas en manos de sus colaboradores. Fue ese estado de confusión el que propició la invasión de los hititas. La historia cuenta que la repelió el ejército del general Horembeb, pero se dice que la magia tuvo su parte de responsabilidad. Los sacerdotes lanzaron una poderosa maldición sobre los ejércitos enemigos, enfermándoles de peste, el mal que se llevaron en su retirada y que se extendió epidémicamente por su pueblo. Además de los muchos sacerdotes que vivieron en Egipto durante el transcurso de los siglos, también lo hicieron muchos brujos seglares. Algunos de ellos dignificaron al máximo el poder que Níria les confió, aumentándolo y respetándolo hasta la muerte. Realizaron durante su vida hechos tan extraordinarios, que sus nombres jamás fueron olvidados y quedaron para siempre escritos en papiros o grabados en piedra. Otros se dejaron seducir por la riqueza, perdiendo la atención de Níria, que les castigó no respondiendo a sus invocaciones. Apareció también otra clase de hombres que se decían magos sin haber recibido el poder. Se multiplicaron de tal manera, que llegaron a confundir a los ingenuos que recurrían a ellos. A la muerte de Ajnatón, le sucedió su yerno Tutankamón. Devolvió a Egipto la paz y también sus dioses y templos, lo que reforzó más que nunca el poder sacerdotal y favoreció la aparición de nuevas divinidades y nuevos rituales realizados en su nombre. La superstición se extendió adoptando las más diversas formas. Los sacerdotes oficiales y los hechiceros del antiguo Egipto practicaban todo tipo de magia, haciendo creer a los fieles que ellos eran capaces de imponer condiciones a los mismos dioses, a los que se invocaba casi para cualquier cosa y siempre a criterio del sacerdote de turno. Hubo periodos en que los dioses egipcios eran tan numerosos que los creyentes entraban en pugna unos con otros, apoyando de forma excluyente a las divinidades de su elección. Para interceder entre ellos y el mundo divino, se apelaba a la sabiduría de los sacerdotes. Esos hombres iniciados de casta superior se vieron a veces minimizados al tener que servir a todo tipo de dioses, incluso a los más mediocres. Por medios de sortilegios, podían lograr que las divinidades les sirviesen. Los oráculos se multiplicaban: quiromancia, ornitomancia, cristalomancia, nigromancia, aruspicia... Cualquier método era válido para conseguir las respuestas deseadas. Los nuevos magos fabricaban amuletos y talismanes, producían filtros y realizaban encantamientos con piedras y plantas. Decían proteger a sus fieles, convertidos en vulgar clientela, de los locos que, a su entender, estaban poseídos por el dios maléfico Seth, o de ser perturbados por las almas perniciosas del

mundo de las tinieblas. Se creía que los muertos, abandonados por sus familias por su mala conducta en vida, conseguían escapar a la vigilancia de los dioses. Errando por la tierra para atormentar con sus maleficios a los vivos. A la influencia perniciosa de estos muertos irredentos se atribuía el origen de alguna enfermedades. Para curarlas, se suplicaba el auxilio de los dioses y además el de los espíritus de los familiares que, en vida, había mostrado una conducta intachable. Los egipcios se regían por un calendario que marcaba los días buenos y malos y que aconsejaba o desaconsejaba algunas actividades. En él se incluían prohibiciones tales como la de no encender hogueras, no bañarse, no matar ningún animal, o no comer pescado, dependiendo de la amenaza que ese día representase. Pero los sacerdotes podían modificar estos impedimentos a través de amuletos, oraciones, hechizos u ofreendas que los fieles depositaban en el templo. La enorme importancia que se daba a los talismanes venía de la creencia de que los dioses vivían íntimamente unidos a los humanos. Poseían un cuerpo que, elevado al plano superior, había conseguido la eternidad, y uno o varios "ka", empapados por toda la fuerza de lo sobrenatural. Como el soporte terrenal del dios, su cuerpo, no estaba hecho de materia perecedera, los elementos más apropiados para simbolizarle eran las piedras y los metales preciosos que se elegían por la relación entre sus colores y las diferentes partes del cuerpo humano. Los huesos de plata, la carne de oro, los cabellos de lapislázuli, la sangre de cornalina y los ojos de malaquita. Por esta analogía, las piedras y metales preciosos eran la materia prima de los talismanes y adquirían todo su poder cuando eran impregnados de esencias mágicas y de oraciones. Los verdaderos magos recomendaban estos talismanes como medidas de protección espiritual, pero para la curación de enfermedades eran necesarios otros elementos, siendo el más importante de ellos, la invocación a Isis, diosa de toda magia. Inspirados por ella, los sacerdotes utilizaban la adivinación mediante la cual decidían el remedio específico para cada mal. Para aliviar la picadura venenosa del escorpión, y curar sus efectos, hacían una pasta de harina y sal que resultaba infalible si se recitaba el conjuro revelado por la propia Isis, y que decía así: "... llamé a los siete escorpiones para que vigilasen los caminos durante ni viaje y deambulé por las tierras de Egipto hasta llegar a los pantanos, a la ciudad de las diosas gemelas. Encontré allí la casa de una mujer llamada Usert, donde pensé en descansar del largo viaje, pero me cerró la puerta sustada por los escorpiones que me acompañaban. Más adelante, una mujer de las marismas me convidó a descansar en su casa, accedí en el acto pues mi cuerpo estaba exhausto y

dolorido. Los escorpiones, que eran vengativos, unieron todo su veneno en uno solo depositándolo en el aguijón del que se hacía llamar Tefen. Por una grieta de la puerta de Usert, entró Tefen, encontró al hijo de la mujer y le clavó la púa letal, e inyectando el veneno siete veces poderoso, le causó la muerte. Al mismo tiempo un fuego misterioso quemaba la casa. Su dueña desesperada gritó por todo el pueblo sin que nadie atendiese a sus lamentos, pero el cielo se compadeció, y aunque el tiempo de las lluvias no era llegado, envió su agua sobre las llamas. Mi corazón oyó las lamentaciones, se apiadó de Usert que mostraba verdadero arrepentimiento, y juntas fuimos al lugar donde se encontraba su hijo muerto. Extendí mis manos sobre el cuerpo yacente y pronuncié las poderosas palabras: ¡Yo soy Isis, la Gran Diosa de la Magia, Señora de los Hechizos! Por mi poder te ordeno, veneno de los siete escorpiones, veveno de Tefen, que salgas de este cuerpo y te pierdas en la tierra. ¡El niño ha de vivir y el veneno ha de morir! Así se cumplió el poder de mi magia, la criatura volvió a la vida y la madre, agradecida, depositó ante mis pies todas sus joyas que entregué a la mujer que me había cobijado en su casa..." En una cultura donde la magia es un elemento institucionado, no podía faltar su lado negro, aquel que se practicaba para perjudicar rivales, enemigos, o castigar adulterios. Los falsos brujos y aquellos que despreciaron el vínculo sagrado con la Magia, recibían su clientela en la penumbra de una habitación. Allí guardaban insectos y otros pequeños animales que les servían tanto para la adivinación como para el hechizo. Los clientes pertenecían a las más variadas clases sociales, aunque a los poderosos les visitaban en sus propias casas y merecían tratamiento diferenciado pues eran los mejores pagadores. Tres elementos esenciales garantizaban el éxito dek acto mágico la invocación a Seth, dios infernal del ocultismo negro, el conjuro en el que se profería el mal deseado y el ritual por medio del cual el hechizo surtía efecto. Si un cliente pretendía cegar a su enemigo, la solución era darle de beber agua en la que se hubiera ahogado una musaraña. Para castigar a un rival en el amor, haciéndole parecer repugnante a los ojos de la persona amada, se tendrían que freír en aceite dos lagartos de diferentes especies y conseguir que la grasa resultante de la fritura tocase el rostro de la víctima, lo que le produciría una horrible enfermedad en su piel. Para aplacar con la muerte del ofensor el odio de alguien muy ofendido, existían varias fórmulas para hacerlo sin dejar rastro. Ahogando un halcón en el vino que bebiese la persona odiada, o triturando una araña y mezclando sus restos en la comida. Todos los hechizos estaban previstos por los magos negros que se servían, igual que los blancos, de la Heka, una fuerza invisible que era la sustancia de la vida y residía en sus propios cuerpos. LA MALDICIÓN DE TUTANKAMON LLEGA AL SIGLO XX

Corría el año 1922, Howard Carter, un británico residente en el Cairo, al frente de un grupo de hombres y trabajando para el Departamento de Antigüedades de Egipto, halló en el Valle de los Reyes, en Tebas, una tumba con el sello intacto. Carter se había dedicado durante largos años a buscar la tumba de Tutankamon. Consiguió el mecenazgo de un arqueólogo aficionado, el noble inglés Lord Carnavon, que facilitó con su dinero la culminación de todas sus esperanzas. El día 26 de noviembre el bloque de granito grabado con inscripciones jeroglíficas asomaba desde la arena mostrando su antigüedad de casi 3.500 años. Una puerta, a la que se llegaba trasbajar 16 escalones, separaba el remoto pasado del expectante presente. El valor de lo encontrado era incalculable. Se trataba de los tesoros de un joven que dominó el mundo, mucho antes de que Creta fuera conocida o Roma creada, cuando más de la mitad de la historia no había sido escrita. Transcurrieron dos años más hasta lograr la apertura de la última cámara, en la que se encontraba el enorme y macizo ataúd de granito del faraón. Eran tres los ataúdes CONTINÚA EL MITO DE LA MAGIA Y SUS HIJAS

La evolución de los hombres, el florecimiento de sus civilizaciones y la aparición de nuevos conceptos, decidieron a las seis hijas de la Magia a reunirse con su madre. Pretendían obtener de ella la autorización para intervenir en el curso de la vida de los inspirados, modificar su destino y, de esa manera, favorecer a la humanidad. - ¿Podemos interferir entre su espíritu y el mal que algunos invocan? preguntaron. - No - fue la respuesta taxativa de la Magia. - ¿Ni si al inspirarles la Luz en el nacimiento hacen mal uso de ella? insistieron.

- Cuando me infundí en vosotras os insuflé el fundamento y os di las condiciones. Sabéis que en ninguna circunstancia os está permitida la interferencia en el libre albedrío de los elegidos. - La tierra ha cambiado, Madre. Cuando nos enviasteis no había en ella más que unos pocos hombres. Ahora son millones y entre ellos, algunos tienen el poder de invocar la desgracia y la destrucción. Mueven la Luz en todas las direcciones en busca de la maldad. La magia sonrió. Al repartirse en sus hijas había olvidado los conceptos que los seres de la tierra creían sobre el bien y el mal y las entidades que inventarían para distinguirlos. - Todo está contenido en el soplo que infundís, en él no hay ideas, sólo hay poder. Las seis comprendieron de inmediato su misión y cada una regresó al lugar que le correspondía en el planeta. Laot concentró su magia en todos los territorios que un día se conocerían como continente asiático. Abrió el camino de la Luz a los espíritus, que al tomar forma humana invocaron su nombre y les acompañó durante sus vidas, sin influir jamás en sus decisiones. MESOPOTAMIA, DONDE LA AGIA SE HACE CIENCIA

Entre dos ríos promotores de riqueza, el Éufrates y el Tigris, se extiende una tierra que estuvo habitada por gentes que se caracterizaban por su empeño en conocer el origen y el fin de todas las cosas. Se explicaron todo lo que sepodía explicar y todo aquello para lo que no encontraron una justificación palpable lo cargaron en los anchos hombros de una de las mitologías más mágicas de toda la historia de la humanidad. LOS MITOS PRIMIGENIOS, LAS PRIMERAS SOCIEDADES

Babilonios, asirios y caldeos fueron los pueblos más importantes que dominaron la zona a la que los griegos llamarían Mesopotamia. Una tierra rica, sobre todo en el valle formado entre los ríos Éufrates y Tigris, que acogió las culturas de Sumer y Acad. Fue invadida, conquistada, reconquistada, amada y odiada pero se mantuvo como centro de la civilización de Asia occidental hasta el

siglo VI a.C. La extensión de los períodos históricos y su enorme sucesión de gobernantes, solo nos permite una cronología fiable a partir de la dinastía de Acad, aproximadamente a partir del año 2.340 antes de nuestra era. La primitiva religión sumeria adquirió con el tiempo y las diferentes influencias de los pueblos que llegaban a la región, nueva mitología, nuevos dioses y nuevos ritos, por los que no hubo una sino variadas creencias desde su comienzo, hasta el dominio persa. Los pueblos suemrios creían que los dioses eran unos seres con características humanas, pero inmortales e invisibles, que gobernaban el universo. Los primeros dioses no tenían representación física porque eran "fuerzas" anteriores de cuyos actos nacerían Anu, el cielo; Ki, la tierra; Enlil, el aire; y Enki, el agua; los cuatro elementos fundamentales de la vida. Para regirla, estos dioses creadores establecieron unas reglas inmutables. NADA

Un día Laot oyó una invocación elevada desde un espíritu que regresaba del mundo donde no existe tiempo. Había estado en otros países de la tierra, acompañando en su vida a grandes magos y hechiceros que desperdiciaron la Luz. Laot le encarnó en una niña a punto de nacer y le inspiró de nuevo la magia. En el momento final del parto, la madre murió. Era una mujer muy amada por todos, especialmente por su esposo, que achacó a la criatura la culpa de tan grande desgracia. No quiso siquiera mirarla, sentía por ella un odio profundo que con el tiempo se convirtió en indiferencia, y como no le inspiraba sentimiento alguno, empezó a llamarle Nada. La niña creció sin cariño pero no sufría por ello porque su espíritu y su voluntad eran fuertes. A la edad de seis años descubrió que sabía de antemano algunas cosas que iban a ocurrir y que oía en su interior palabras que luego las personas pronunciaban. Sobre todo le interesaba la religión, porque intuíaque su futuro estaba ligado a ella. Sabía que Inanna, la diosa celeste que había criticado las reglas establecidas por las que 160 dioses ocuparían lugares dirigentes en el universo, interrogó a Enki sobre el cargo que ella iría a ejercer, y el dios del agua le respondió: "el que reste". Entonces como hija de la luna Nanna, primer dios visible, tomó para sí el dominio de la fertilidad y el de las emociones inspiradas por el amor y por el odio. Inanna se casó con Dumuzi, un rey mortal, que se convirtió en dios por matrimonio y se asoció a ella en la fertilidad de los campos. Pero Dumuzi ofendió a Inanna con su comportamiento insensible y la diosa le castigó con el exilio en el

inframundo durante seis meses cada año. Así, los meses áridos y calurosos correspondían al destierro del dios. Cuando él regresaba en el final del estío, los dos volvían a reunirse felices. De ese encuentro la tierra salía vivificada. La pequeña Nada encantaba a las personas que la oían contar la vida de los dioses, llamando la atención de un sacerdote consagrado a Utu, dios del sol, que la acogió bajo su protección. Desde entonces vivió en un templo como sacerdotisa en Inanna. A la edad de trece años encarnó por primera vez a la diosa en el gran ritual del equinoccio. El principio del año sumerio correspondía al comienzo de la estación de otoño. En la celebración se recreaba el mito del divino matrimonio. El espíritu de Dumuzi descendía sobre el rey y la sacerdotisa recibía el espíritu de Inanna. El encuentro ocurría en una dependencia íntima del templo, donde se encontraba la estatua del dios venerado. Era un ritual secreto al que solo asistían los sacerdotes. En virtud de este rito, al rey se le concedía el derecho divino de gobernar sobre todo lo que conquistase. Las ceremonias religiosas con asistencia pública se celebraban después en patios abiertos, seguidas de grandes fiestas populares que duraban once días. Los dioses sumerios eran tan numerosos que todo en la tierra estaba bajo una diferente protección divina. Cada uno de ellos era el patrono de una o más ciudades, donde se erigía un templo custodiado por acerdotes y sacerdotisas. En los rituales y sacrificios participaban las clases privilegiadas de las que formaban parte músicos, eunucos, prostitutas sagradas y adivinos. Cuando los amorreos semitas fundaron la primera dinastía de Babilonia, Marduk, el dios principal de su religión, alcanzó la total supremacía sobre el panteón. Los sacerdotes babilonios lo explicaron como una cesión de poderes de los dioses Anu y Enlil, en recompensa por haberles vengado al vencer a Tiamat, la madre original, y a sus dragones del caos. Al frente de la innumerable representación divina, se entronizó a este dios que, antes del gobierno del rey Hammurabi, no tuvo un desempeño particularmenre importante en la teología sumeria. Los reyes, al contrario que los egipcios, no eran dioses desde su nacimiento, solo se les divinizaba en la consagración, y era entonces cuando adquirían también el poder sobre la religión. Cuando el rey Hammurabi proclamó sus leyes en el primer código de la historia, separó estado y religión, por lo que los soberanos dejaron de intervenir directamente en el poder religioso. El nuevo sistema aumentó la importancia de los hombres y mujeres del templo. Para agradar a las innumerables deidades se añadían fiestas y ritos a la antigua liturgia. Los dioses tenían las mismas necesidades que los seres humanos, por eso

se les servían carnes, pescados, vino y cerveza en los banquetes ceremoniales. Marduk continuó presidiendo el panteón y sumó, para su mayor gloria, los poderes del hijo del sol, de la magia y de las aguas profundas. Los hombres intentaban mantener una conducta que contentase a Marduk y a todos los demás dioses, aunque esto no siempre era posible, porque estaban frecuentemente amenazados por los demonios. Esos seres inpiradores de pecados y causantes de desgracias, se entrometían en los pensamientos humanos instigados por sus acólitos, los brujos. La aparición de nuevos seres, llegados del mundo inferior y tenebroso para apoderarse de la voluntad de los hombres más débiles, obligó a los sacerdotes a la práctica constante del exorcismo. Los babilonios creían haber sido fabricados de arcilla en un gesto divino. Que su única función era la de servir a los dioses, proteger sus templos y proveerles de comida y bebida por medio de un agradecido sacrificio. La idea de la muerte les aterrorizaba debido a la convicción de que ésta les conduciría a un lugar inferior donde reinaba la desdicha. La vida era estimada como el don más precioso. La religión no les daba esperanza de una existencia posterior en la que alcanzarían merecida recompensa quienes obraran bien durante su existencia terrena. Los sueños se consideraban como revelaciones divinas o demoníacas. Existía una casta sacerdotal que tenía como única función la de adivinar sus mensajes, pudiéndose llegar a la adivinación por los sueños del consultado, del rpopio sacerdote, o de un intermediario. En caso de que el propio adivino sirviese de oráculo, se recluía en el templo donde pernoctaba durante todas las noches que fueran necesarias, hasta recibir en su sueño la solución al problema presentado. Por los sueños se llegaba a la profecía, al consejo divino, a la cura de los males del cuerpo y del alma. Laot, al hija de la Magia a quien correspondía esta parte del mundo, inspiraba con la Luz a los elegidos. Algunos dedicaban su poder sobrenatural a la vida sagrada, otros a cuidar el cuerpo de sus semejantes y otros derrochaban la energía mágica en su beneficio y acababan perdiéndola. Entre el pueblo caldeo surgieron unos magos que alcanzaron la sabiduría contemplando el universo.

Related Documents

Historia De La Magia
November 2019 31
Historia De La Magia (f
November 2019 17
La Magia De Leer
October 2019 34
La Magia De Leer.docx
October 2019 22