LOS VIAJES DE PINOCHA El país de las hadas es un lugar muy bello. No les sorprenderá si les cuento que está lleno de hadas: grandes y pequeñas; altas y bajitas; delgadas como fósforos y gorditas como pelotas de fútbol, pero todas bellas y muy buenas, por cierto. Cada hadita tiene un encanto especial, un poder propio que la hace diferente de la otra. Igualmente, todas sin excepción, por diferentes que sean, sólo poseen poderes para hacer el bien y ayudar a los demás. De todas maneras, es justo decir que, aunque este país es muy lindo, no es el Paraíso; algunas hadas pelean un poquito con sus compañeras, otras están tristonas o les duele la pancita, y esto no le gusta mucho a Pinocha. � Pinocha es una hadita pequeña, muy bonita y risueña, que canturrea todo el día. Tiene unos largos bucles rojizos que le llegan a los hombros, muchas pecas en la carita, ojitos grandes y verdes, y una nariz digamos… un poquitín respingada. Siempre quiere que todo salga bien, que nadie se enoje o esté triste o pelee, dicho de otra manera, busca siempre el bienestar general. Lo que Pinocha no entiende es que, si bien su intención es muy buena, sus métodos no siempre son los adecuados. Un día estaba sentada en la rama de un árbol jugando con su pequeña varita mágica de hada chiquita y pensaba cómo podía hacer para que todos estuvieran más felices. Mientras canturreaba una canción, se le ocurrió una idea que, como veremos luego, no fue la mejor. Pinocha decidió que a partir de ese momento, le diría a su mamá, a sus hermanitas y a toda las hadas del país sólo aquello que quisieran escuchar, sin importar si esto fuera verdad. –Así –pensó Pinocha– nunca nadie se enojará y todas estarán muy contentas. Y aquí empezó el descalabro… Un día, la mamá preguntó a Pinocha si había hecho su tarea. Ella no la había hecho, pues había estado muy ocupada contando las pecas de su carita (que eran veintidós), pero para no enojar a su mamá, le contestó que sí. La mamá se fue satisfecha, lo cual la puso contenta a ella también. Hasta que de repente… zassssssssssssss. Sintió un pequeño cosquilleo en sus piecitos y sin necesidad de haber usado su varita mágica, sintió que se movía hacia otro lugar. –¡No puede ser! –exclamó Pinocha sorprendida–. ¡Esto no está ocurriendo! Pero sí, ocurría, y allí fue que aterrizó en un lugar desconocido. Allí los colores no eran tan alegres como en su país, ni el paisaje tan bello, pero bueno, ahí estaba. Mientras Pinocha trataba de entender qué había pasado y se miraba los pies para ver si encontraba rueditas o patines, se le acercó un pequeño insecto que le preguntó, así de zopetón, ton ton: –¿Dijiste una mentira, Pinocha? Nuestra pequeña hadita quedó helada, muda y durita. No entendía nada, ni dónde estaba y menos quién era ese bicho meterete que conocía su nombre. –¿Y a vos quién te llamó, bicho metido? –le dijo Pinocha, con bastante bronca y un poquito de vergüenza por haber sido descubierta en su mentira. –¿A vos quién te llamó aquí, hadita mentirosita? ¡Yo vivo acá y sos vos la que llegó volando con sus pequeños pies de hada mentirosa! Antes de empezar lo que pintaba como una peleita bastante entretenida, Pinocha le explicó al bichito que ella había dicho esa pequeña mentira para no enojar a su mamá pues le gustaba que siempre estuviera contenta. –No es un buen modo de hacer las cosas –dijo el bichito, que ya estaba un poco más calmadito–. No creas que a través de una mentira solucionás algo, por el contrario, lo vas a empeorar. Pinocha intentó explicarle que la mentirita había sido muy chiquita, tan chiquita como una de sus pecas, que con ella no había hecho mal a nadie. –Este lugar es peligroso Pinocha, una vez que te acostumbrás a visitarlo, ya no podrás volver a tu casa, yo se lo que te digo.
–¡Flor de bienvenida la tuya! No te preocupes, que si es por mí, ¡no pienso volver! Como embajador te morirías de hambre –dijo la pequeña, mientras intentaba mover sus pies, cosa que le costó un poco. Finalmente, pudo elevarse y nuevamente, en forma mágica, volvió a su tierra. � –¿Dónde te habías metido? –preguntó su hermana mayor–. Mamá ya tiene la comida casi lista. Pinocha no quiso decir la verdad, pensó que si su hermana se enteraba de que había estado en un lugar extraño, se iba a enojar mucho y si encima le contaba que sus pies solos la habían llevado y que la había recibido un bicho meterete y poco amigable, la tomaría por loca. Y entonces volvió a mentir. –Fui a juntar flores para la mesa –dijo el hadita. –Pues no te ha ido muy bien, hermanita, no traes ni una. Bueno no te demores que mamá se va a enojar. Una vez más Pinocha viajó con sus piecitos al mismo lugar, sin que ella lo hubiese deseado. Esta vez fue recibida por un perro grande, peludo y oloroso. La cosa ya empezaba a darle un poco de miedo al hadita, pero bueno, nada podía hacer. –¿Otra vez por aquí, chiquita? Se te está haciendo costumbre venir por estos pagos –le dijo el perro–. Con que, anduvimos mintiendo otra vez, ¿verdad? –¿Qué, son adivinos acá? Todo el mundo sabe qué hago o dejo de hacer, ¡qué barrio tan chusma, caramba! –Nada de chusma, amiguita. …ste es el país de las mentiras, como verás, no tiene nada de lindo y no es muy acogedor que digamos. –De eso ya me di cuenta, la vez anterior me recibió un bichito bastante antipático. –Acá somos así Pinocha, no te conviene volver, pensalo. Yo sé lo que te digo… –Encima de poco amables, se hacen los misteriosos. Al fin y al cabo, yo no vengo por mi voluntad, son mis rebeldes piecitos que me traen hasta aquí. –¿Estás segura de que son tus pies? Yo lo pensaría dos veces, si estuviera en tu lugar. � Pinocha emprendió la vuelta, pero esta vez le costó más aún moverse, parecía que algo invisible la obligaba a quedarse allí. Finalmente pudo partir y volvió a su país. El hadita se quedó pensando mucho en lo ocurrido, no se lo contó a nadie, ni a Mechita, un hadita con los pelos revueltos, que era su mejor amiga. Pasada una semana, Pinocha estaba practicando con su varita ciertos movimientos muy difíciles. Forzaba la varita una y otra vez, hasta que ésta se rompió. Cuando su mamá le preguntó cómo se había roto la varita, el hadita no quiso decir la verdad y contó otra mentira, que su mamá creyó. Nuevamente los pies de Pinocha la llevaron al país de las mentiras. Ese día estaba mucho más nublado que la otra vez, el cielo era de un gris muy profundo. Un león melenudo y con piojos, que se rascaba a más no poder, le dio “la bienvenida”, por decirlo de alguna manera. Esta vez, sí que Pinocha se asustó, no esperaba semejante fiera en la puerta ¡y menos con piojos! –¡Ay, ay, ay, Pinocha!… –se quejaba el León. “¿Y a éste qué le duele?”, se preguntaba el hadita. –Una vez más nos visitas. Eso no está bien. –Lo que no está bien aquí es el comité de bienvenida. Vamos de mal en peor, yo me quejaba del primer bicho, pero por lo menos no se rascaba como usted. –Mira Pinochita, acá lo importante no es si el piojicida que uso es bueno o no. Acá lo que importa es que ya te advertimos que no te convenía volver. Te estás acostumbrando a mentir y eso no es bueno, llegará un día en el que ya no puedas volver a tu casa. Acordate de mis palabras. –Bueno, ¡tampoco es para tanto! No se preocupe, que acá no me pienso quedar. –Ya veremos, ya veremos –dijo el león mientras seguía rascándose su abultada melena.
� Una vez más, Pinocha emprendió el regreso, pero esta vez sus pies no querían moverse, por más fuerza que hacía, estaba siempre en el mismo lugar y eso no le gustó mucho. Pensó en pedir ayuda, pero considerando lo poco amigables que eran los vecinos del lugar, descartó la idea. Se concentró, una y otra vez, hizo más fuerza y con gran dificultad, pudo salir y volver a su tierra. � Pinocha se había asustado realmente y se prometió a sí misma no volver a mentir, pero… pasadas unas semanas se encontró con unas amigas. Cada una contaba los poderes que tenía y cómo iba progresando cada día. –Yo puedo hacer que llueva –decía el hadita del agua. –Y yo que nieve cuando se me dé la gana, o cuando me lo pidan –decía el hada de las nieves. Pinocha, pensó que con sus verdaderos poderes no podría impresionar a sus amigas, y entonces, una vez más mintió. –Yo puedo hacer que lluevan juguetes a todos los niños del mundo y que a cada uno le toque su preferido; también puedo hacer que nieve, pero copos de azúcar de color rosa. ¡Ja! ¡Esos sí que son poderes, amigas! De más está decir lo que pasó…, ya se lo pueden imaginar. Volvió solita y sin desearlo al país de las mentiras. Esta vez fue recibida por un oso negro, con dientes enormes y con muy, pero muy mal aliento. –No es bueno volverte a ver Pinocha –le dijo así como así el oso dientudo. –Sí, ya lo sé, dije otra mentira, me voy a arrepentir, éste no es un buen lugar, estoy haciendo las cosas mal, etc., etc., etc. No se gaste que ya sé lo que sigue, mejor utilice el tiempo en lavarse un poquito mejor los dientes, Don Oso. –Esto no es una broma Pinocha, no terminás de entender que ni a vos ni a nadie le conviene estar en este lugar. Tenés que proponerte firmemente no volver a mentir. –Sí, ya lo sé, pero no siempre es fácil –contestó Pinocha. –Puedo asegurarte que una mentira siempre complica más que la verdad, por dura que ésta sea. Ahora vete y espero que tus lindos y pequeños pies no te traigan más por aquí. Pinocha quería irse, lo más rápido posible, pero no podía, parecía una estatua. Empezó a pensar que jamás saldría de allí, ahora sí pidió ayuda. Tanto el bichito meterete, el perro oloroso, el león piojoso y el oso de dientes grandes fueron a su encuentro, y otros tantos animales. Nadie le tendía una mano. Pese a los intentos de Pinocha por aferrarse a alguno de ellos para poder salir, nadie la ayudaba. –Pero ¿qué pasa con ustedes?, ¿es que nadie va a ayudarme? –Te quedarás aquí Pinocha, donde elegiste estar. El país de las mentiras será tu casa –le dijo el bicho meterete. –No, por favor, quiero volver a mi lugar, con mi gente, mi familia. ¡Se los ruego! –Vos tomaste la decisión de vivir aquí el día en que volviste a mentir. Te lo advertimos y no nos hiciste caso. Pues bienvenida entonces –agregó el perro oloroso. –La mentira te aleja de las personas amadas. Nunca es un buen camino. No importa cuál sea la verdad. Aunque sea dura, fea o cruel, siempre es mejor que la mentira –insistió el león piojoso. –Pero yo lo hacía con la mejor intención, para que todas estuvieran contentas. –La última mentira no, Pinocha, ésa no hacía feliz a nadie más que a vos misma, y esa fue justamente la mentira que te instaló aquí, te repito, en el lugar que vos elegiste –dijo el Oso de mal aliento. –Ahora entiendo, no quiero estar aquí, no quiero que nada me aleje de los seres que amo y del lugar al que pertenezco. Por favor, prometo no volver a mentir, les pido una nueva oportunidad, por lo que más quieran. Los animales se conmovieron. Lágrimas verdaderas salían de los hermosos ojos de Pinocha, su carita estaba triste, hasta sus pequitas parecían desteñidas. –Está bien, Pinocha, puedes irte. Sólo de vos depende no volver, pues si
nuevamente te vemos por aquí, ya no habrá retorno. Pinocha se secó las lágrimas y de lo contenta que estaba, se animó a darle un beso a cada uno de esos particulares animales. � Una vez más volvió a su lugar, ahora más feliz que nunca y pensando lo cerca que estuvo de no volver. Se dio cuenta de que su idea no había sido buena, a pesar de que su intención sí lo era, y se prometió no volver a mentir. –¿Dónde estuviste todo este tiempo, Pinocha? –preguntó su hermana mayor. Pinocha pensó tres veces antes de contestarle, pero recordó su promesa y el lugar al cual no quería volver jamás. –Me fui al país de las mentiras, por mentirosa no más. Allí me recibieron un bicho meterete, un perro oloroso, un león con muchos piojos en su melena y un oso que cuando abre la boca te desmaya. –¡Ay, Pinocha! ¿Quién te va a creer semejante mentira? ¡Qué imaginación tan grande, hermanita! –Pero es la verdad, aunque no lo parezca –sollozó Pinocha. –No es bueno mentir hermanita, porque después se te hace costumbre. Pinocha ya lo sabía, realmente había aprendido esa lección. Por eso, volvió a secarse lágrimas de brujita triste y miró sus pies, y al ver que no se movían, se sintió más que feliz. Ya no le importaba si la hermana le creía o no, ella había dicho la verdad y seguía en el lugar que más amaba.