Los Negros Llegaron

  • June 2020
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Enlace NÚMERO 01 JULIO DE 2005

Los ancestros de la negrita cucurumbé

¿

J. Arturo Motta Sánchez* Por qué Cri-Cri cantaría a una negrita como la cucurumbé, si negros en México no hay?

Gabilondo Soler no suscribiría esa creencia. En su natal Orizaba hubo personas con ese tipo físico que bien, aunque no necesariamente, pudieron inspirarle ésta y otras canciones más como: El negrito sandía o El negrito bailarín. Seguramente ellas descendían de los africanos occidentales que a partir de la Conquista y posterior establecimiento de colonos españoles, se trajeron para muchos laborar como esclavos en los parajes rurales donde hubo ingenios azucareros, estancias de ganado, huertas de cacao y minas. O en las pesquerías de perlas, en el mar. Aunque también se les vio de sirvientes urbanos domésticos; como pajes, lacayos, cocheros y nodrizas, cobradores de tributos, guardaespaldas, aguadores, obrajeros, picapedreros, canoeros, neveros, entre otros muchos oficios más,

*

como bien ilustran las pinturas en biombos y documentos coloniales. Algunos más, los menos, eran negros españoles o iberos, descendientes de los que a finales del siglo XIII se habían implantado en la ciudad de Sevilla, y que acá en la novohispana ciudad de México, además de obtener solar para en ella residir, se dedicaron al tráfico de esclavos, como el conquistador Juan Garrido, el primer sembrador de trigo en la Nueva España. Orizaba en particular, hacia fines del siglo XVI además de tener ingenios azucareros, fue importante mercado de compraventa de esclavos, al igual que Xalapa y el puerto de Veracruz. Andando el tiempo fue por sublevaciones de muchos de estos ilotas o cautivos negros que los iberos fundaron algunas ciudades novohispanas, como la de Córdoba, y pueblos como los de San Lorenzo de los Negros y Nuestra Señora de Guadalupe de los Negros de Amapa, por mencionar sólo algunos.

Investigador de la Dirección de Etnología y Antropología Social, INAH. [email protected]

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El grueso de la forzada presencia africana a la Nueva España resultó de varios factores entre los que destacan: la gran escasez, real o supuesta de mano de obra nativa debida a su alta mortandad por epidemias, más los malos tratos infringidos por conquistadores y colonos, así como por el deseo y presión de las diversas órdenes religiosas de preservarla, según expresó fray Motolinia pues señalaba, era consubstancial al objeto de su salvífica tarea. Además estuvo a fines del siglo XVI la obligación que los reyes castellanos Felipe II y III impusieron a los productores de azúcar del reino novohispano para que trabajaran sus fábricas sólo con esclavos negros; pues la de los mesoamericanos se había prohibido a partir de 1542. Y como estas dulceras factorías invariablemente necesitan fuerza de trabajo de modo permanente, los indios asalariados así como los llamados de repartimiento y socorro, dada su eventualidad, no servían para ello. Si lo antedicho fuera poco, debe considerarse también como principalísima causa de la importación de oriundos del África al Imperio hispano, el aliciente del mucho dinero que producía al tesoro real la trata

esclavista o compra/venta de cuativos, mancipos, ilotas o esclavos negros. Mediante ese comercio periódicamente el castellano rey en turno engruesaba su caudal con el cobro de impuestos, entre otros, el de la alcabala. No en balde el negocio de traficar con oriundos del África subsahariana fue tenido principalmente por los negreros portugueses, holandeses, ingleses y franceses, así como por otros negociantes europeos de la época (reyes y banqueros judeoportugueses), como de los más ingentes. Pues en breve lapso, gran enriquecimiento al traficante de humana mercancía dejaban. Y a la postre, resultó una de las fuentes más álgidas que posibilitó el financiamiento de la europea revolución industrial. Fundamentalmente es a partir de 1580 hasta ya entrados los años cuarenta del siglo XVII que la llegada de negros cazados, con “zeta”, a la Nueva España por sus coterráneos, es masiva. Luego su flujo se torna intermitente, y, gradualmente, aunque con uno que otro pico al alza como el de 1680, comienza a declinar como distintivo fenómeno del reino.

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Quienes vivieron en la Nueva España a fines del siglo XVII e inicios del XVIII ya no podrán observar más las arribazones de aquellos grandes volúmenes de esclavos africanos o bozales, según la terminología de la época destinados a ser distribuidos a lo largo y ancho del virreinato desde las ciudades como la Puebla de Los Ángeles o la de México. Exceptuemos de ello, algunos contados sitios específicos del territorio como Córdoba, el puerto de Veracruz o Tabasco. De lo antedicho por eso será usual que hacia los primeros tres lustros del siglo XVIII las diversas empresas productivas de los señores esclavistas se nutran ya sanguijueluescamente además de la sangre indígena, de la sangre de los cautivos criollos novohispanos: fueran estos negros, mulatos o pardos. Por lo común, hijos o nietos de los originariamente

extraídos por la guerra negrera auspiciada fomentada y cultivada por el vampiro europeo en el África Central. A muy grandes rasgos, estas fueron algunas de las causas por las que pudo haber una negrita cucurumbé a la que don Francisco Gabilondo Soler pudiera cantar. Estas africanas personas que la codicia europea violentamente sacó de su entorno de vida, querrámoslo o no, forman y formaron parte constituyente de lo que hoy son los antecedentes genético culturales de nuestra población. Por donde se mire, pues, hay genes africanos en nuestros acervos biológico, cultural y económico. Del mismo modo como sucedió en toda la América, así insular como continental. Las investigaciones históricas especializadas así lo exhiben.

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