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Los Diez Mandamientos de la Ley de Dios son:

1º Amarás a Dios sobre todas las cosas. 2º No tomarás el Nombre de Dios en vano. 3º Santificarás las fiestas. 4º Honrarás a tu padre y a tu madre. 5º No matarás. 6º No cometerás actos impuros. 7º No robarás. 8º No dirás falso testimonio ni mentirás. 9º No consentirás pensamientos ni deseos impuros. 10º No codiciarás los bienes ajenos.

En el Antiguo Testamento Dios entregó los Diez Mandamientos a Moisés en el Sinaí para ayudar a su pueblo escogidos a cumplir la ley divina.

Jesucristo, en la ley evangélica, confirmó los Diez Mandamientos y los perfeccionó con su palabra y con su ejemplo.

Nuestro amor a Dios se manifiesta en el cumplimiento de los Diez Mandamientos y de los preceptos de la Iglesia.

En definitiva, todos los Mandamientos se resumen en dos: amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo, y más aún, como Cristo nos amó.

¿Basta creer para salvarse?

No basta creer para salvarse, pues dice Jesucristo: Si quieres salvarte, cumple los mandamientos. Sacramento (Iglesia católica)

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Los Siete Sacramentos. Los sacramentos —en la teología de la Iglesia católica— son signos sensibles y eficaces1 de la gracia de Dios y mediante los cuales se otorga la vida divina; es decir, ofrecen al creyente el ser hijos de Dios.

Los sacramentos se administran en distintos momentos de la vida del cristiano y simbólicamente la abarcan por entero, desde el bautismo hasta la unción de los enfermos (que antes del Concilio Vaticano II se aplicaba solo a los que estuvieran en peligro de muerte).

La mayoría de los sacramentos solo pueden ser administrados por un sacerdote. El bautismo, en ocasiones excepcionales, puede ser administrado por cualquier seglar, o incluso no cristiano, que tenga la intención de hacer con el signo lo que la Iglesia hace. Además, en el sacramento del matrimonio los ministros son los mismos contrayentes. Museo Real de Bellas Artes de Amberes, Bélgica El primer término teológico que los Padres usaron para designar en general los ritos cristianos fue el de «mysterion». El término latino «sacramentum» es una traducción de aquel (según consta también en la Vulgata, que casi invariablemente traduce la palabra griega por "sacramentum").

Al parecer, la expresión viene del ambiente judío y no del griego (donde indicaba tanto la divinidad como sus «secretos»)nota 1 y se relaciona con deliberación, consejo, designio hacia la salvación o el juicio final. En el Evangelio se usa en Mc 4, 11 y sus textos paralelos: «los misterios del Reino de Dios», es decir, la voluntad de Dios de que todos los hombres se salven: esta salvación es ofrecida por Cristo por medio de su sacrificio en la cruz.

En las cartas de san Pablo el término "mysterion" aparece unas 21 veces. Indicaría el plan salvífico secreto de Dios que se ha realizado definitivamente en Cristo, dando lugar al período considerado como final de la historia (ya que no se espera una nueva revelación o alianza) y que consiste en la recapitulación (ανακεφαλαιωσιςnota 2) de todas las cosas en Cristo. Así, incluye a Cristo, pero también cuánto realizó por salvar a los hombres y por ende su cuerpo místico que es la Iglesia.

Con base en esto, la Iglesia católica reinterpreta estos pasajes bíblicos como que, en la medida en que los gentiles participan de esta salvación y de la Iglesia, aceleran la plenitud final de la salvación. Además, se interpreta que el "mysterion" o sacramento son los signos y prodigios que realizan la voluntad divina de que todos los hombres se salven por medio de la Iglesia, actualizando el signo y prodigio fundamental: Cristo en su Encarnación, Muerte y Resurrección.

Sacramento en la patrología Artículo principal: Patrología Patrología griega En los siglos I y II En los escritores de los siglos I y II la palabra μυστεριον (mysterion) se reservará a «hecho de salvación». Para san Ignacio de Antioquía, mysterion son los hechos salvíficos de la vida de Cristo. San Justino aplica mysterion, además, a las figuras y profecías del Antiguo Testamento (y compara los ritos cristianos con los mysteria de las religiones mistéricas). San Ireneo de Lyon no usa la palabra para evitar confusiones con el gnosticismo.

En el siglo III (Padres alejandrinos) Se llama mysterion a la relación oculta entre imagen y arquetipo que es revelada al iniciado por medio de una enseñanza (mystagogia). Así, se aplicó a los ritos cristianos y a los hechos salvíficos siempre teniendo presente el designio de Dios por la salvación de los hombres y las figuras que la liturgia ofrece para significarlos. Clemente de Alejandría usa mysterion para indicar los ritos de culto, sean estos paganos o cristianos. Orígenes usa el término con un sentido platónico, es decir, como símbolo o tipo de la historia de la salvación en cuanto Cristo está presente en toda ella.

A Orígenes se debe una definición de signo que será utilizada en teología sacramental por san Agustín: «signo es una realidad sensible que enlaza con una realidad invisible».

En el siglo IV y V Debido a la decadencia del paganismo, el término mysterion se fue popularizando, pues ya no cabía la posibilidad de confusión con los cultos gnósticos. San Atanasio da al término el sentido de un designio salvífico que se realizó en el pasado y se celebra en la liturgia. Tanto Basilio el Grande como Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno subrayan la intervención divina en el mundo, que es también una elevación de la realidad mundana. Así, el mysterion del designio de salvación se distribuye en los tres hechos principales de esa elevación: la Encarnación, Pentecostés y la Eucaristía. Juan Crisóstomo usa con frecuencia la palabra «mysterion» para referirse a los ritos cristianos. Cirilo de Jerusalén lo identifica con el acto de salvación realizado por Dios por medio de

Cristo que se celebra en la liturgia. Por ello, sus catequesis mystagógicas son una introducción del fiel a la vivencia de los principales ritos: el Bautismo, la Unción y la Eucaristía.

Con Pseudo Dionisio Areopagita, tal identificación de mysteria con los ritos propios de la Iglesia se vuelve sistemática. En primer lugar, define mysterion como las acciones rituales que por medio de la invocación de la Iglesia al Espíritu Santo, la gracia salvadora de Dios, actúan sobre las personas o cosas. Luego distingue tres aspectos de mysteria:

Las consagraciones (Bautismo, Comunión y Unción). Los consagrantes: obispo, sacerdote y diácono. Los consagrados: inferiores, purificados, terapeutas o monjes. Patrología latina En el siglo III En el norte de África se popularizó la traducción «sacramentum» para la palabra mysterion, aunque también se usó la voz latinizada «mysterium». Tertuliano, partiendo de la noción jurídica que la expresión «sacramentum» tenía en la cultura romana (un juramento de fidelidad con carácter religioso), lo aplicó al Bautismo, pues, según su criterio, en el Bautismo se realiza un pacto entre Dios y el bautizado. Pero también aunó la noción griega de mysterion, aplicándola a los demás ritos cristianos. Cipriano de Cartago asumió estos sentidos, dándoles un alcance eclesial al introducir la relación del bautizado con el obispo .

En los siglos IV-V En este período, la expresión «sacramentum» era empleada con el mismo sentido de mysterion relacionado con los actos de culto de la Iglesia. Ambrosio de Milán amplió el alcance de la expresión con reflexiones que encontraron poco eco en sus contemporáneos: entendía sacramentum como los hechos de la historia de la salvación y encuentro con Jesucristo.

Agustín de Hipona utiliza el término sacramentum para significar los ritos tanto del pueblo elegido como de la Iglesia. También lo usa para indicar las figuras o signos del Cristo en el Antiguo Testamento y finalmente para aludir al «depósito de la fe». También emplea la palabra mysterium para significar lo escondido, lo oculto de acuerdo con el sentido griego antiguo. Sin embargo, desarrollará una amplia teología del signo de algo sagrado aunque con gran influencia de su filosofía platónica: su reflexión se empleará luego en la teología sacramental. Reconoce que tales signos sagrados han de tener un elemento material y una palabra que los completa y que permite la aplicación de la idea de memorial del culto hebreo. Así, luego ofrece

una definición en su carta a Januario (carta 55) donde relaciona el sacramento con una conmemoración.

Quien se hace garante de la eficacia de tales sacramentos, según Agustín, es Cristo mismo a través de los ministros del culto. La disputa de Agustín con los donatistas le ofrecerá la oportunidad de establecer una nueva distinción por la que se separa la validez de un sacramento de su eficacia (el bautismo de los donatistas sería válido pero no daría la gracia de la fe). En teología, luego se llamará «signum» (signo) al elemento externo válido y «res» a la gracia concomitante.

Los autores posteriores (León I el Magno, Gregorio Magno) trataron mysterium y sacramentum como sinónimos, dándoles el alcance general que tenían en la teología griega.

Sacramento en la escolástica Durante la primera Edad Media y tras las invasiones germánicas, la filosofía neoplatónica que servía de base a la reflexión de los Padres fue perdiendo influencia. La noción de mysterion se empezó a aplicar solamente para la verdad revelada que exige un asentimiento de fe. El término sacramento quedó para indicar un signo concreto por el que Dios actúa. En la medida en que la noción de signo perdió consistencia ontológica para trasladarse al nivel de pura referencia, se produjeron problemas para la correcta comprensión del dogma acerca de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Así, se hizo necesaria una reflexión más profunda acerca de la noción de sacramento que permitiera establecer adecuadamente su virtualidad. Debemos a Berengario de Tours una definición que tuvo mucho éxito posterior: «Forma visible de una gracia invisible», donde forma indica solo la referencia pero no la presencia real.

Hugo de San Víctor es el primero en escribir un tratado sobre los sacramentos: De sacramentis christianae fidei. Y ofrece su propia definición tomando en cuenta todavía toda la historia de la salvación pero reduciendo el ámbito:

«Sacramentum est corporale vel materiale elementum foris sensibiliter propositum, ex similitudine representans et ex institutione significans, et ex sanctificatione continens aliquam et invisibilem et spiritualem gratiam»

De sacramentis..., I 9 2 Pero aplica esta noción de sacramento no solo a los sacramentos actuales de la Iglesia católica sino también a los que ella llama «sacramentales».

Al tiempo que los sacramentos van tomando forma como ritos, se inicia la reflexión —de la mano de la influencia progresiva de la filosofía aristotélica— acerca de lo esencial de la ceremonia o aquello que no puede faltar para que el sacramento sea válido. La noción de causa y la distinción de materia y forma enriquecieron de manera notable la reflexión sobre los sacramentos. A través de la noción de causa, Pedro Lombardo reintrodujo la eficacia del sacramento, que será «causa de la gracia de la que es imagen». Así se pudo fijar el número de siete (aunque algunos dicen que más bien se debió a una elección de conveniencia). Hugo de San Caro introdujo la distinción materia y forma en el sacramento a partir de la definición de Agustín de Hipona.

Tomás de Aquino trató extensamente de los sacramentos en su obra. Asume la reflexión anterior sobre el sacramento como medicina del pecado, pero la enriquece con el sentido de acto de culto (también presente en los autores anteriores) y en la tercera parte de la Summa Theologica, en el tratado que les dedica, los propone como comunicación y aplicación de la salvación de Cristo para santificación de los hombres. Así, toma los elementos de la reflexión anterior y los enriquece con la filosofía aristotélica. Una definición que ofrece para incluir todos esos aspectos es la siguiente:

«Sacramentum proprie dicitur quod ordinatur ad significandam nostram sanctificationem. In qua tria possunt considerari, videlicet ipsa causa sanctificationis nostrae, quae est passio Christi; et forma nostrae sanctificationis, quae consistit in gratia et virtutibus; et ultimus finis nostrae sanctificationis, qui est vita aeterna. Et haec omnia per sacramenta significantur. Unde sacramentum est et signum rememorativum eius quod praecessit, scilicet passionis Christi; et demonstrativum eius quod in nobis efficitur per Christi passionem, scilicet gratiae; et prognosticum, idest praenuntiativum, futurae gloriae»

III q60 a3c Así lo propone, sí como signo pero también causa y, por tanto, recupera su eficacia sobrenatural. Y coloca la causa eficiente a tres niveles: la de Dios que causa la gracia, la de la humanidad de Cristo que obtuvo la salvación y la del ministro por el sacramento mismo.

En cuanto a la aplicación de la distinción materia y forma, subraya el mayor valor de la forma (palabras) y considera «materia» no los elementos sino las acciones. Para Tomás de Aquino, la eficacia del sacramento depende en buena medida de la fe, aunque en menor grado en aquellos sacramentos que ofrecen una disposición de la persona que lo recibe para los actos de culto. Tal disposición es lo que Tomás llama «carácter sacramental».

En cuanto al número de sacramentos, ofrece el de siete partiendo de una reflexión antropológica relacionada con las circunstancias del hombre: nacimiento, crecimiento, nutrición, enfermedad, vigor primero, propagación, gobierno. Esta consideración con algunas variantes ha sido adoptada por el Catecismo de la Iglesia católica.3

En el Segundo Concilio de Lyon se leyó una profesión de fe que afirma «septem ecclesiastica sacramenta».4 El período posterior es el de las disputas entre las escuelas franciscana y dominica acerca del problema de la causalidad del sacramento.

El Concilio de Trento y la época postridentina El tema central de la controversia con los protestantes era el de la justificación. Por eso, allí se dirigió el pensamiento de los participantes en el Concilio de Trento, aunque no tenían la intención de elaborar tratados sistemáticos sobre los problemas debatidos.

La Reforma Artículo principal: Reforma Protestante En general la teología de la Reforma niega la eficacia del sacramento en relación con la gracia, pues lo considera solo una acción humana que no puede hacer que de ella dependa la acción divina, esto basado en la lectura literal de la Biblia la cual no presenta signo alguno de existencia de dichos sacramentos conferidos de esa manera específica. Lutero afirma que los sacramentos son medios para aumentar la fe, aquella fe que nos hace creer en Quien nos ha obtenido la salvación. El signo, cualquiera que sea, es incapaz de sustituir la fe del cristiano y, en última instancia, resulta ineficaz en sí mismo. Esta noción de sacramento le permitió reducir su número a dos, llamados ordenanzas por los evangélicos: Bautismo y Comunión o Santa Cena.

Juan Calvino, que tiene como base su teoría sobre la predestinación y la pasividad del acto de fe, da a los sacramentos el valor de testimonio externo o prueba de la acción divina en el alma.

Ordenanzas Protestantes y Evangélicos ven las ordenanzas como representaciones simbólicas del mensaje del evangelio que Cristo vivió, murió, fue resucitado de entre los muertos, ascendió al cielo, y volverá algún día. En lugar de requisitos para la salvación, ordenanzas son ayudas visuales para entender mejor y apreciar lo que Jesucristo hizo por nosotros en su obra redentora. Las ordenanzas están determinados por tres factores: fueron instituidos por Cristo, se les enseñó a los apóstoles, y fueron practicadas por la iglesia primitiva. Puesto que el bautismo y la comunión son los únicos ritos que califican bajo estos tres factores, no puede haber sino solo dos ordenanzas, ninguno de los cuales son requisitos para la salvación.5

El Concilio de Trento Artículo principal: Concilio de Trento El concilio de Trento dedicó su sesión séptima a tratar el tema de los sacramentos. Aunque no ofreció una definición formal de sacramento, fijó la ya tradicional expresión de Berengario de Tours: «forma visible de la gracia invisible», usando además la categoría del símbolo que contiene y confiere la gracia que significa. Además se estableció el número de siete sacramentos. También, y a pesar de las disputas entre los teólogos y obispos, se aceptó la afirmación por la cual los sacramentos habrían sido instituidos por Jesucristo (aunque las escuelas presentes definían de diversos modos la noción de «institución»). Ahora bien, el común origen y la imposibilidad de modificar su sustancia no implica -siempre según los padres conciliares- que todos los sacramentos sean iguales en dignidad.

En contra de la teología de la Reforma, el Concilio afirmó la eficacia de los sacramentos siempre que el receptor no ponga obstáculos a la gracia. Ahora bien, para evitar conflictos con los ortodoxos, se usó la expresión «contienen la gracia» y no «causan la gracia» y la contienen «ex opere operato», según expresión que indica su eficacia sobrenatural propia. Sin embargo, se condicionó tal eficacia a que el ministro quiera hacer con ellos lo que hace la Iglesia y realice lo esencial a cada sacramento.

Además se indicó que tres eran los sacramentos que conferían «carácter» (y que, por tanto, podían ser recibidos una sola vez): el Bautismo, la Confirmación y el Orden.

La Contrarreforma Artículo principal: Contrarreforma Los principales temas afrontados por los teólogos de la Contrarreforma son: la definición de sacramento, el modo de causalidad de la gracia en ellos y la naturaleza de la gracia sacramental (en relación con la gracia santificante). El Catecismo de Pío V ofreció una definición que incluía los diversos elementos de Trento:

Rem sensibus subiectam, quae ex Dei institutionis, sanctitatis et iustitiae tum significandae tum efficiandae

Segunda parte, 11

y el papa Alejandro VII aclaró que cuando el Concilio decía que el ministro debía tener intención de hacer lo que hace la Iglesia, tal intención es no solo externa (realizar con detalle el rito prescrito) sino también interna (querer hacer con ello lo que la Iglesia afirma que se realiza).

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