Los Cantos Perdidos

  • June 2020
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  • Words: 3,104
  • Pages: 111
Alfonso Gálvez

LOS CANTOS PERDIDOS

New Jersey U.S.A. - 2009

c 2009 by Shoreless Los Cantos Perdidos by Alfonso Gálvez. Copyright Lake Press. American edition published with permission. All rights reserved. No part of this book may be reproduced, stored in retrieval system, or transmitted, in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording or otherwise, without written permission of the Society of Jesus Christ the Priest, P.O. Box 157, Stewarstville, New Jersey 08886.

CATALOGING DATA

Author: Gálvez, Alfonso, 1932– Title: Los Cantos Perdidos Library of Congress Control Number: 2009931682

ISBN–13: 978-0-9771592-7-7

Published by Shoreless Lake Press P.O. Box 157 Stewarstville, New Jersey 08886 PRINTED IN THE UNITED STATES OF AMERICA

EN EL COMIENZO

1.

Si vas hacia el otero, deja que te acompañe, peregrino, a ver si el que yo quiero nos da a beber su vino en acabando juntos el camino.

— II —

2.

Ansioso fui a buscarte hasta el oculto vado donde moras, y a mi sabor mirarte donde las zarzamoras viendo morir el tiempo entre las horas.

3.

Lleguéme hasta el collado donde mana la fuente de agua clara, y allí aguardé al Amado para que me mostrara las perlas de los ojos de su cara.

— III —

4.

El cierzo sonrosado de las frescas mañanas en la aurora cantaba alborozado de Aquél que me enamora; mas no quiso decirme dónde mora.

5.

Las perlas del rocío posadas en las flores del collado, al ver el llanto mío por causa del Amado, de envidia suspiraban a mi lado.

— IV —

6.

En noches silenciosas del sueño de los niños guardadoras, tras aves voladoras al aire de las brisas rondadoras en auras rumorosas; por pasos escondidos de bosques olvidados de rosas y de lirios florecidos. . . , allí busqué al Amado y a todos fui con ansias preguntando, y todos me han contado que estábame aguardando y con llanto de amores suspirando.

—V—

7.

Al paso me miraste en silenciosa insinuación de amores, y luego me dejaste buscando en los alcores por sendas y ribazos trepadores.

8.

El carro de la aurora, las voces de pastoras y zagales, la tórtola que llora entre los robledales, y el beso de la brisa a los trigales.

— VI —

9.

10.

Al ruiseñor herido pedí que su lamento me dijera, mas él me ha respondido que yo mejor hiciera en continuar llorando a mi manera.

Siguiendo a los pastores, llegué adonde el Amado me esperaba perdido en los alcores; y mientras lo buscaba el silbo de las selvas no sonaba.

— VII —

11.

Subí hasta las estrellas pensando que en alguna iba a encontrar vestigios de tus huellas; mas yo no hallé ninguna, ni más allá del Sol, desde la Luna.

12.

En la noche serena del silencioso valle nemoroso, en honda y dulce pena, la espera del Esposo de ardorosa impaciencia el alma llena.

— VIII —

13.

Las luces que la aurora derramaba las sombras de los valles deshacían; y allá lejos, a ratos, se escuchaba el lejano rasgar que al par hacían rabeles y guitarras y el áspero runrún de las cigarras.

14.

Busqué en vano al Amado en el silencio de la noche oscura, mas sin haberlo hallado, su ausencia me procura la llaga que atormenta y no se cura.

— IX —

15.

Sus ojos en los míos se posaron antes de que la aurora despertara, mas de tal modo herido me dejaron que si el suave mirar de mí apartara dulce muerte de amor yo me encontrara.

16.

Sus ojos me miraron antes que el dulce Apolo apareciera, y herido me dejaron de amor, en tal manera, que al seguir contemplándolos, muriera.

—X—

EN LA MITAD DEL CAMINO

17.

De tu vergel un ave por tu ausencia cantaba en desconsuelo; y oyó tu voz suave, y alzándose del suelo, a buscarte emprendió su dulce vuelo.

18.

Me requirió el Amado para que de las cosas me olvidara, y estándome a su lado, a solas lo mirara antes de que la aurora despertara.

— XII —

19.

Bajando por la vega, en tardes silenciosas y serenas, muy suave el silbo llega del soto de azucenas: un susurro de amor que se oye apenas.

20.

Cuando el alba suave aún no es mañana y en el valle florido, entre los cejos, exhala sus fragancias la manzana y se arrulla la tórtola a lo lejos, tú clamas por tu esposa, por tu hermana, con eco antiguo de cantares viejos. Y el viento hace una pausa en sus gemidos trayendo tu reclamo a mis oídos.

— XIII —

21.

Cruzado ya el arroyo por el vado, sentado aguardo bajo umbrosa encina con ardorosas ansias, por si Amado encontrarse conmigo determina, y ver si su noticia que me han dado de vesperal la hiciera matutina. Y mientras que yo espero, por los tejos, vuela baja una banda de vencejos.

22.

Las horas consumiendo la noche en pos del alba se encamina; y el Carro, descendiendo con lentitud, se inclina hasta hundirse detrás de la colina.

— XIV —

23.

La suave brisa, desde la montaña, sopla meciendo campos de amapolas, y llegando hasta el mar, donde se baña, se convierte en rumor de caracolas que evocan vientos y olvidadas olas.

24.

En la rosada aurora fuime a buscar, con paso apresurado, a aquél que me enamora; y, habiéndole encontrado, allí olvidé mi pena en la dulce mañana, de amor llena.

— XV —

25.

En la temprana aurora llamó la esposa a aquél que la enamora, buscando en el sendero que va desde los valles al otero. Y, habiéndole encontrado del río en la ribera, junto al vado, iba a hablarle de amores en aquel dulce soto, entre las flores. Y el Amado, entendiendo que ella en dolor de amor iba muriendo, lleno también de fuego, llegándose a la esposa se entró luego, con paso presuroso, en un alegre valle nemoroso. Y, entre las zarzamoras, deshilvanando el día en dulces horas, la silenció en un beso hasta que el sol se hundió detrás del teso.

— XVI —

26.

Y, pues que al fin me hallaste, escucha con amor lo que te digo: que luego que me hablaste, mi dulce y caro amigo, ya no puedo vivir si no es contigo.

27.

En el hablar callado de la noche serena, las estrellas quejáronse al Amado: pues quiso hacerlas bellas pero nunca de amor morir por ellas.

— XVII —

28.

Vino hasta mí el Amado antes que el sol naciera por el teso, y, habiéndome mirado, sentí en sus ojos eso que solamente sana con un beso.

29.

Acude y caminemos, y cruzaremos juntos por el vado, y juntos buscaremos las huellas del Amado, y juntos llegaremos a su lado.

— XVIII —

30.

Y así fueron mis penas fenecidas junto al mar do se unieron nuestras vidas, mecido en suaves ondas, producidas por las azules aguas removidas.

31.

A las nevadas cimas de las altas montañas subiremos desde profundas simas, hasta que al fin lleguemos allí donde los dos estar queremos.

— XIX —

32.

El Amado me dijo que en la cumbre de aquestos altos montes Él me espera para darme su amor, y que a su lumbre se tornará mi invierno en primavera.

33.

Los mares sosegados en ondas azuladas y serenas, los ecos apagados de cantos de sirenas, un susurro de amor que se oye apenas.

— XX —

EL ENCUENTRO

34.

Amado, he recorrido de tu huerto de azahares el sendero, y luego, me he escondido detrás del limonero para poder besarte yo primero.

35.

Amada, yo he buscado de mi huerto de azahares el sendero, y luego, te he esperado detrás del limonero a ver si te encontraba yo primero.

— XXII —

36.

Amado, yo quisiera al aire del jardín gustar tu cena, pues es la primavera y el monte ya se llena de romero, tomillo y hierbabuena.

37.

Juntemos nuestras manos y vámonos a ver los verdes prados, los huertos de manzanos, los bosques de granados, las riberas de chopos plateados.

— XXIII —

38.

Mi Amado, subiremos al monte del tomillo y de la jara, y luego beberemos los dos, en la alfaguara, el agua rumorosa, fresca y clara.

39.

Amada, ya amanece y Aurora al día entre sus brazos mece.

40.

Ya las aguas del lago le van robando al cielo sus azules, mientras que yo te hago, bajo los abedules, una alfombra de rosas y de tules.

— XXIV —

41.

Amada, si quisieras que en las frescas mañanas te buscara entre las balsameras, cuando, por fin, te hallara, con besos de tu boca me cobrara.

42.

Vayamos a las faldas del monte florecido de arrayanes, y hagamos dos guirnaldas con rosas de azafranes y pétalos de azules tulipanes.

— XXV —

43.

Si de nuevo me vieres, allá en el valle, donde canta el mirlo, no digas que me quieres, no muera yo al oírlo si acaso tú volvieras a decirlo.

44.

Y siendo ya las horas consumadas, de mí tus pensamientos fueron dueños, hasta que al fin llegué, por sendas olvidadas de zarzas y beleños, al misterioso mundo de tus sueños.

— XXVI —

45.

Son tus dichos de amores como una tela de suaves hilos en un lecho de flores; ven a mi lado, y dilos en mi jardín de rosas y de tilos.

46.

Así me habló de amores hasta que Apolo, su jornada llena, se fue por los alcores; y yo quedé con pena mientras cantaba, lejos, filomena.

— XXVII —

47.

Ansiosa al cabo, decidida quiero mandar a tu presencia un mensajero, y, al fin hallado, que te diga espero que allí te aguardo, al borde del sendero.

48.

Los dulces ruiseñores que cantan en los chopos del otero, al verme que, de amores, por causa tuya muero, han volado a decirte lo que quiero.

— XXVIII —

49.

Callado, me miraste en silenciosa insinuación de amores, y herido me dejaste, buscando en los alcores y aguardándote en vano entre las flores.

50.

Allí, junto al Amado, en silencio de amor correspondido, estar quise a su lado, y díjome al oído que Él también por mi amor estaba herido.

— XXIX —

51.

Y luego me miraste y en silencio dijiste que me amabas; y cuando por fin me hallaste y ya no me buscabas de mi presencia el gozo respirabas.

52.

Mi Amado, las estrellas, el mar que besan proas de mil naves, los ojos de doncellas, el canto de las aves, aquello que te dije y que tú sabes.

— XXX —

53.

Yo tu vida viviera si tú me la entregaras por entero, y la mía te diera si, en trueque verdadero, quisieras cambiarlas, cual yo quiero.

54.

Mi vida ya es tu vida y la tuya es para siempre ya la mía; mi vida es la comida que yo a ti te servía cuando tu amor me diste en aquel día.

— XXXI —

55.

Un beso yo le diera en la sangrante herida del costado, por más que yo muriera de amores abrasado sin poder sufrir más por el Amado.

56.

Allí estaré, gozosa, donde tu amor, al cabo, me lo pida, allí seré tu esposa y tú serás mi vida, allí donde la ausencia ya se olvida.

— XXXII —

57.

Soñé en mis duermevelas que de amor me entregabas tú las arras; y, al paso de gacelas, callaron las cigarras oído el suave son de las guitarras.

58.

Pasando por los prados tus ojos con los míos se encontraron; miráronse callados y heridos se quedaron en la llaga de amor que se causaron.

— XXXIII —

59.

El sol que se asomaba despertando a las flores con un beso, al ver que te escuchaba en un suave embeleso, decidió demorarse más por eso.

60.

Con ansias presurosas iré donde tus sueños me lo pidan; allí donde, orgullosas, las águilas se anidan; allí donde ya todos nos olvidan.

— XXXIV —

61.

Amado, en las brumosas laderas de montañas escarpadas, con cuevas de raposas y cimas plateadas en silencio de nieves olvidadas. . .

62.

Allí nos estaremos y los cantos de amor entonaremos.

— XXXV —

63.

Vayamos a la aldea, y a la rosada aurora esperaremos para que yo te vea; y entonces callaremos y el despertar del campo escucharemos.

64.

Si huyera de tu lado búscame tú de nuevo, compañero, y luego de encontrado retórname al sendero, allí donde me hallaste tú primero.

— XXXVI —

65.

Amado, caminemos por las campiñas verdes y serenas, y, luego que pasemos, de flores tú las llenas de nardos, de jazmines y azucenas.

66.

Acércate a mi lado mientras el cierzo sopla en el ejido, y deja ya el ganado, y cuéntame al oído si acaso por mi amor estás herido.

— XXXVII —

67.

Es la voz de la amada como un arrullo dulce de paloma, como un alba rosada que mil colores toma cuando el sol por los montes ya se asoma.

68.

Es la voz del Esposo como la huidiza estela de una nave, como aire rumoroso, como susurro suave, como el vuelo nocturno de algún ave.

— XXXVIII —

69.

Acércate a mi lado mientras el austro sopla en el ejido, y deja ya el ganado y hagámonos un nido de lirios y de rosas florecido.

70.

Me requirió el Amado para que de las cosas me olvidara y, junto al vado umbroso, sus ojos contemplara y de amor sus requiebros escuchara.

— XXXIX —

71.

Amado, subiremos al monte de la ruda y del comino, y cuando al fin lleguemos, cumplido ya el camino, alegres beberemos de tu vino.

72.

Subí hasta las estrellas, de amor en llamas de su ardiente fuego, por si te hallaba en ellas decirte en dulce ruego: ¡Dame un beso de amor, muera yo luego. . . !

— XL —

73.

De llanto es tu mirada cuando la luz del valle ya declina, mas, luego de llegada la noche a la colina, los titilantes astros la iluminan.

74.

Con ansias de saber si me querías mis ojos a los tuyos se rindieron, mas, cuando vieron lo que tú sentías, al fuego de tu amor desfallecieron.

— XLI —

75.

El sol nos dijo adiós tras el otero, los árboles se hablaban en la brisa, se nos murió la tarde en el sendero, parpadeó una estrella su sonrisa.

76.

Cuando el cierzo suave me susurra al oído tus amores, entonces, como el ave que enamorada canta en los alcores, me voy por el sendero diciendo a todos que de gozo muero.

— XLII —

77.

Amado me contaba que herido fue de amor por cinco dardos, mientras que, muy de lejos, nos llegaba el canto de unos bardos y un aroma de lirios y de nardos.

78.

Si pues seguimos juntos el sendero, déjame a mí que llegue, yo el primero, allí donde se acaba la vereda y el duro trajinar atrás se queda.

— XLIII —

ENCONTRADOS EN LA TIERRA DEL OLVIDO

EL SAUCE LLORÓN

79.

La dulce filomena llamando está a su amor desde la rama del verde sauce en el umbroso vado. Y el árbol siente pena por el ave que no encuentra a su amado y que, en su angustia, clama, sintiendo que se abrasa en dulce llama. Y, desde aquella hora, siempre que la oye el sauce, también llora.

— XLV —

MIENTRAS QUE YO MI PENA VOY CANTANDO

80.

El sol, que ya se asoma, con rosados colores va bajando del monte por la loma, el valle despertando mientras que yo mi pena voy cantando.

81.

El canto de las aves, el carro de la Aurora en asomando, con mil trinos suaves el valle va llenando mientras que yo mi pena voy cantando

— XLVI —

82.

Por las altas laderas de los montes, formando torrenteras, el río va bajando con un rumor suave resonando; mas, viendo que a su canto, nadie responde, entristecido tanto, en curso más sinuoso, más cansado, más triste y perezoso, el mar sigue buscando mientras que yo mi pena voy cantando.

— XLVII —

EL RÍO

83.

Desde las altas cimas de elevadas montañas y hondas simas va el río descendiendo, en rumorosos saltos repitiendo la canción de sus aguas cristalinas en paso más ligero entre colinas, pues siente de la tierra la presura de llegar con presteza a la llanura; mas, viendo que a su canto nadie responde, entristecido tanto, en curso más sinuoso, más cansado, más triste y perezoso, el mar sigue buscando. Y mientras va bajando, para que el trigo en primavera espigue, sus aguas va dejando; y el río sigue y sigue a ver si unirse con el mar consigue.

— XLVIII —

ELEGÍA POR LA AUSENCIA DEL AMADO

84.

¿Adónde vas, pastora, buscando por el valle y el collado?

85.

Tras el que me enamora; en la majada abandoné el ganado, y voy buscando ahora hacia el lugar donde sestea el Amado. Mas si lo viste acaso señálame las huellas de su paso.

86.

De noche se me fue el Amado mío, como se marcha el sol tras el otero, como se van las aguas por el río, de noche se me fue quien yo más quiero.

— XLIX —

87.

Aquí el lamento porque Él es ido, aquí es el canto de la noche mía, aquí de un corazón triste el latido, aquí del llanto y la melancolía.

88.

De noche se marchó hacia la montaña, de noche se marchó por el sendero, de noche me dejó, por tierra extraña, de noche me quedé sin compañero.

—L—

DEL SACERDOCIO

89.

Hablarlo sin vivirlo es triste cosa, vivirlo sin hablarlo es lo sublime, tú que velas mis sueños, ven y dime como alcanzar esa existencia hermosa.

— LI —

OCASO

90.

Al bosque del otero la calurosa siesta lo ha dormido en un sopor ligero, tan sólo interrumpido por un volar de alondras que se han ido.

91.

El día ya se aleja, dulce jilguero de color trigueño, y así otra vez nos deja, como en amargo sueño, a ti sin libertad, y a mí sin dueño.

— LIII —

92.

Al ruiseñor herido rogué que su lamento me dijera, mas luego le he pedido que no me respondiera, para seguir llorando a mi manera.

93.

Hallado al fin del río en la ribera, quiero decirte, mi esforzado amigo, que si otra vez a caminar volviera —escucha lo que digo— de nuevo mis trabajos comenzara si el calor de tu Amor los impulsara.

— LIV —

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