Libre Rafael Peñaloza N.
- Tal vez sea lo mejor, - dijo Maer conteniendo las lágrimas en sus hinchados ojos - no creo poder seguir viviendo con un ... con un ... - titubeó antes de explotar con furia - ¡con un asesino! Einkerl suspiró. Habían pasado ya siete días desde el accidente, y durante ese tiempo, Maer aprovechaba cualquier oportunidad para culparlo y reprocharle los hechos.
Vivían juntos desde hacía casi cuatro años. Su convivencia no había sido nunca perfecta, pero sí fácilmente tolerable. Tenían sus buenos momentos, que los ayudaban a superar los baches; pero esta grieta parecía insalvable. Ese estúpido perro apareció de la nada frente a su auto, mientras viajaban sobre la autopista a alta velocidad. No había nada que Einkerl habría podido hacer para evitar la colisión, pero Maer era incapaz de comprenderlo; Einkerl había robado una vida - canina, es cierto, pero una vida al fin - y lo peor es que no parecía mostrar un remordimiento sincero. - ¡Era sólo un viejo perro callejero! - había dicho él, cuando ella lloró tras el aullido agonizante del cuzco; y era tan sincero como siempre.
Einkerl no quería hablar más. Si todo había terminado, no tenía sentido quedarse. Sólo quería salir, irse lejos, muy lejos, al norte. El norte siempre es mejor. Tomó las llaves de su coche y salió, sin miradas atrás, sin más objetos personales; luego mandaría a alguien por ellos. El auto viajó por calles cada vez más anchas y fluidas hasta llegar a la autopista. Siempre hacia el norte. Podía sentir, a cada revolución del motor, cómo se iba relajando, liberando, aunque se sentía aún prisionero de algo intangible. La velocidad y el viaje no serían suficientes para su espíritu. De pronto, frente a él, cruzando rápidamente la autopista, un can blancuzco. Sin pensarlo, prácticamente como un reflejo, giró el volante. Las llantas, en su roce con el pavimento, provocaron un agudo ruido que nubló cualquier otro. Einkerl sonrió, mientras veía por el retrovisor un cuerpo que todavía se movía, desangrándose lentamente y lleno de sufrimiento. Ya no había dudas, estaba libre.