Lecturas del Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario 1ª lectura Lectura del libro del profeta Isaías 25, 6-10a El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados. Él arrancará sobre esta montaña el velo que cubre a todos los pueblos, el paño tendido sobre todas las naciones. Destruirá la muerte para siempre; el Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y borrará sobre toda la tierra el oprobio de su pueblo, porque lo ha dicho él, el Señor. Y se dirá en aquel día: «Ahí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación: es el Señor, en quien nosotros esperábamos; ¡alegrémonos y regocijémonos de su salvación!» Porque la mano del Señor se posará sobre esta montaña. Palabra de Dios. SALMO Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6 (R.: 6cd) R. Habitaré en la casa del Señor por muy largo tiempo. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R. Me guía por el recto sendero, por amor de su nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R. Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R. Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la casa del Señor, por muy largo tiempo. R. 2ª lectura Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 12-14. 19-20 Hermanos: Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada. Yo lo puedo todo en aquel que me conforta. Sin embargo, hicisteis bien en interesaros por mis necesidades. Dios colmará con magnificencia todas vuestras necesidades, conforme a su riqueza, en Cristo Jesús. A Dios, nuestro Padre, sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Palabra de Dios. Evangelio Lectura del santo Evangelio según san Mateo 22, 1-14 En aquel tiempo: Jesús habló otra vez en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: «El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo. Envió entonces a sus servidores para avisar a los invitados, pero éstos se negaron a ir. De nuevo envió a otros servidores con el encargo de decir a los invitados: "Mi banquete está preparado; ya han sido macados mis terneros y mis mejores animales, y todo está a punto: venid a las bodas". Pero ellos no tuvieron en cuenta la invitación, y se fueron, uno a su campo, otro a su negocio; y los demás se apoderaron de los servidores, los maltrataron y los mataron. Al enterarse, el rey se indignó y envió a sus tropas para que acabaran con aquellos homicidas e incendiaran su ciudad. Luego dijo a sus servidores: "El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él. Salid a los cruces de los caminos e invitad a todos los que encontréis". Los servidores salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, buenos y malos, y la sala nupcial se llenó de convidados. Cuando el rey entró para ver a los comensales, encontró a un hombre que no tenía el traje de fiesta. "Amigo —le dijo—, ¿cómo has entrado aquí sin el traje de fiesta?" El otro permaneció en silencio. Entonces el rey dijo a los guardias: "Atadlo de pies y manos, y arrojadlo afuera, a las tinieblas. Allí habrá llanto y rechinar de dientes". Porque muchos son llamados, pero pocos son elegidos». Palabra del Señor.
Amigo, ¿cómo has entrado aquí? Lecturas: Is. 25, 6-10a; Flp. 4, 12-14.19-20; Mt. 22, 1-14. Un gran anuncio de esperanza y de alegría recorre de un extremo al otro la palabra de Dios de esta Misa: es un mensaje de consuelo de Dios
a su pueblo. Isaías dice: Dios quitará el velo de luto, hará desaparecer la muerte, secará todas las lágrimas. La historia y la literatura de todos los pueblos está llena, para decir la verdad, de estos plumazos de esperanza que impulsan — especialmente en momentos de grandes calamidades— a imaginar un futuro maravilloso, una especie de retorno a la mítica edad de oro. Por otra parte, también hoy la humanidad se ve acosada por una ideología que la empuja a mirar hacia adelante y poner toda su esperanza en un futuro donde se realizará la plena liberación y el hombre será por fin lo que nunca fue, es decir, él mismo. ¿Qué es lo que distingue las promesas del profeta bíblico de aquellas análogas de los poetas o de los profetas de la utopía? El hecho es que, a diferencia de éstas últimas, las promesas de Dios toman cuerpo en torno a un evento preciso del futuro, se basan en un compromiso y una promesa de Dios: Yahvé preparará un día una gran fiesta para todos los pueblos. Por el momento, la promesa permanece vaga y los hombres no saben qué es esa fiesta que Dios está preparando. Pero he aquí que, al pasar a la lección evangélica, escuchamos estas palabras de Jesús: el reino de los cielos es como un rey que hace una fiesta de bodas para el hijo y manda llamar a los invitados: primero, a algunos invitados designados, más tarde, después del rechazo de éstos, a todos los hombres. El reino de los cielos es la fiesta de bodas; Jesús es el esposo; Dios Padre, el rey de la parábola, el autor y el origen de todo el proyecto. Todas las promesas de Dios encontraron su cumplimiento con la venida de Jesucristo. Él, dirá san Pablo, es el "sí" de Dios a todas sus promesas (cfr. 2 Cor. I, 19-20). Él es el "Amén" por excelencia (Apoc. 3, 14). El reino de los cielos que él llevó a la tierra es, al mismo tiempo, la gran sala en la cual se celebra la fiesta y la fiesta misma: es la Iglesia y es la redención en ella preparada. ¿Por qué se lo llama fiesta de bodas? Porque la fiesta nupcial es signo por excelencia de alegría y la gran redención operada por Cristo es la gran alegría para todo el pueblo. Fiesta de bodas, sobre todo, porque Jesucristo vino al mundo para unirse con la humanidad en forma tan nueva, tan íntima, que se puede hablar de esponsales entre él y la Iglesia (cfr. Ef. 5, 25 ss.). Muchas veces Jesús se presentó con la imagen de un esposo. Él llama a sus discípulos los amigos del esposo, habla de las almas fieles como de vírgenes que van al encuentro del esposo; finalmente, Juan llama a la Iglesia la esposa del Cordero (Apocalipsis) y Pablo llega a decir que el matrimonio de los cristianos es un gran misterio, una realidad bella y profunda, justamente porque tiene como modelo la relación de esponsales que existe entre Cristo y su Iglesia (Ef. 5, 32 ss.). Sería necesario detenerse en la mitad de la página del Evangelio para permanecer en este clima tan radiante y optimista. Pero la visión exaltadora que se ve en la misma mesa de Dios, como sus comensales y amigos del esposo, tiene una nube que la oscurece: el rechazo de los invitados. En la parábola, el rechazo de aquellos invitados de la primera hora aludía al rechazo que el pueblo hebreo había opuesto a Jesús y a su mensaje. Ellos, que eran los primeros, se volvieron los últimos; otros, los paganos, tomarán su lugar. El domingo pasado hemos escuchado, como conclusión de la parábola de los viñadores, que estos invitados de refuerzo somos nosotros, herederos del mundo pagano. Somos aquella segunda oleada de invitados, buscada en las bifurcaciones de los caminos, hecha de buenos y de malos (Lucas dice: ciegos, deformes, cojos). ¿Qué será de nosotros? ¿Estamos al resguardo de todo rechazo? ¿Estamos de veras seguros de no alejarnos más del Reino, de no ser echados de la fiesta hacia las tinieblas de afuera? También para nosotros la parábola contiene, en un pequeño rincón, una gran advertencia. Entre los nuevos invitados había uno que no estaba vestido para una boda; es decir, alguien que se encontraba allí por azar, cuyo corazón y cuyos pensamientos estaban en otra parte: un oportunista, diríamos hoy, o también, un parásito. Los otros comensales no están capacitados para individualizarlo; son engañados; lo creen uno de ellos. No pasa lo mismo con el anfitrión: su mirada, apenas entra en la sala, está sobre él: Amigo, ¿cómo has entrado aquí? Amigo, ¿cómo has entrado aquí? Fuera de la parábola, esta pregunta es dirigida a cada uno de nosotros, que nos encontramos ahora en la gran sala nupcial que es la Iglesia, para el banquete que es la Eucaristía. Nos obliga a volver a entrar en nosotros mismos y a preguntarnos si también nosotros no estamos aquí sin la vestimenta apropiada, si no estamos por azar, por hábito, sin tomar parte y tener interés por lo que se desarrolla; si no estamos también nosotros con el corazón ausente y la mente perdida en el propio terreno y los propios asuntos. Decía san Pablo a los primeros cristianos: que cada uno se examine atentamente a sí mismo antes de comer de este pan (1 Cor. 11, 28). Lo que se cuestiona no es, evidentemente, sólo nuestro estar aquí —por qué hemos venido a Misa—, sino que es también, en forma más radical, nuestro estar en la Iglesia, nuestro ser cristianos. Quizás haya llegado la hora, una vez más, en que, aquellos que adoran a Dios lo deban adorar en espíritu y en verdad, como le decía Jesús a la samaritana (Jn. 4, 23), es decir, interiormente y con hechos, no por costumbre o con palabras. El momento de volver consciente y querido lo que se cumplió en nuestro bautismo. Tal vez esto era lo que deseaba decir el Señor con la imagen de la vestimenta. Estar vestidos con hábitos nupciales podría significar revestirse con obras evangélicas, con aquel manto de buena voluntad y caridad que cubra la desnudez de nuestra naturaleza. Dios tiene necesidad de tales adoradores: es decir, de aquellos que adoran con hechos y no sólo con palabras, de aquellos que escuchan la palabra de Dios y la llevan a la práctica todos los días. ¿Pertenecemos a esta categoría? En todo caso, la palabra de Dios nos invita a integrarla. Nos dice que podemos hacerlo. Cristianos verdaderos, convencidos, felices de serlo: en suma, cristianos en espíritu y verdad. ¿Nosotros solos, sin ayuda? No; pero el Señor es mi pastor, hemos cantado en el salmo responsorial, por eso no nos falta nada; los medios están a nuestra disposición. A él, buen pastor y esposo de la parábola, estamos por acercarnos en forma distinta. Por medio de su cuerpo eucarístico, pedimos que nos otorgue también su Espíritu y la fuerza de su resurrección. Referencia: “La Palabra y la Vida”, Raniero Cantalamessa ed. Claretiana, 1977, Pág. 228 y ss.)
San Gregorio Magno «Entonces el rey dijo a los ministros: atadlo de pies y manos arrojadle a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crujir de dientes». En virtud de tan severa sentencia se atarán entonces los pies y las manos de aquellos que ahora no quieren deslizarse de las malas obras mejorando su vida. En otras palabras, la pena sujetará después a los que ahora están ligados por la culpa. Porque los pies que se niegan a visitar a los enfermos y las manos que no socorren al indigente, están ya voluntariamente desligadas de las buenas obras. Por lo tanto, los que ahora espontáneamente se atan con los vicios, más tarde y contra su voluntad serán atados por el castigo. Con gran propiedad se dice que serán arrojados en las tinieblas exteriores; puesto que entendemos por tinieblas interiores la ceguedad del corazón, mientras que llamamos tinieblas exteriores la noche eterna de la condenación. Por lo tanto, el condenado no es enviado a las tinieblas interiores, sino a las exteriores, porque en la otra vida es arrojado, contra su voluntad, en la noche de la condenación el que espontáneamente cayó durante la vida presente en la ceguedad de corazón. Se nos dice que en aquel lugar habrá llanto y crujir de clientes; de suerte que allí rechinarán los dientes de los que, mientras estuvieron en este mundo, se gozaban en su voracidad; llorarán allí los ojos de aquéllos que en este mundo se
recrearon con la vista de cosas ilícitas; de modo que cada uno de los miembros que en este mundo sirvió para la satisfacción de algún vicio, sufrirá en la otra vida un suplicio especial. Pero condenado uno, en el que se representa toda la clase de los malos, se emplea una sentencia general, diciendo: «Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.» Terrible es, carísimos hermanos, lo que acabamos de oír. Considerad que todos nosotros, llamados por la fe, asistimos a las bodas del rey celestial, todos nosotros creemos y confesamos el misterio de su Encarnación, todos nosotros participamos del banquete del Verbo divino, pero entrará el rey en el día futuro del juicio, y sabemos que hemos sido llamados, pero ignoramos si somos de los elegidos. Por lo tanto, es preciso que nos humillemos todos, tanto más, cuanto ignoramos si somos elegidos. Algunos hay que nunca dieron principio a las buenas obras; otros comenzaron a obrar el bien, pero no persistieron en este camino. Uno es visto casi toda su vida en la maldad, pero allá hacia el fin es apartado de ella y de sus errores por los lamentos de una verdadera penitencia; otro, por el contrario, parece vivir una vida santa, pero allá hacia el término de sus días sucede que cae en el error de la maldad. Otros hay que comienzan bien y concluyen mejor; otros, por el contrario, desde su juventud se precipitan en el abismo de los vicios y terminan en la misma conducta, peores cada vez. Así, pues, tema cada uno, puesto que ignora lo que le resta, porque no es de olvidar y sí para repetirlo muchas veces: «Muchos son los llamados y pocos los escogidos.» (San Gregorio Magno, Parábolas del Evangelio, Rialp S. A., Madrid, 1957, pág. 63-65)
SIGNOS Y SÍMBOLOS DEL EVANGELIO DEL DOMINGO Manuel de Tuya Parábola de los invitados a la boda del hijo del rey. Esta parábola de los invitados a la boda del hijo del rey, en su fórmula compleja, tal como aparece en el evangelio de Mt, es propia de este evangelio. La doctrina se acopla, en estos últimos días de la vida de Jesús, corno un anuncio profético de la muerte que El recibirá, del castigo que recibirá Israel y de la vocación al ingreso de los gentiles en su reino. El evangelista destaca que Jesucristo va a hablar en parábola. Pero ya se indicó que esta palabra por sí sola no exige una interpretación parabólica en sentido técnico, pues su traducción griega responde al hebreo mashal, y significa todo dicho o exposición de tipo comparativo o sapiencial. Por eso, para su interpretación, lo mismo puede ser parábola que alegoría. Es el contexto el que dirá qué criterio de interpretación ha de usarse. Lo que pretende «compararse» o enseñarse con esta parábola está abiertamente transmitido por el evangelista: «El reino de los cielos es semejante a...» Es una de las formas evangélicas ambientales de iniciar la parábola. Esta alegoría, con elementos parabólicos, está trazada, como es tan frecuente, con algunos elementos y desarrollo no verosímiles, pero que precisamente se usan así por su valor pedagógico, no para narrar una escena usual, sino para subrayar intencionadamente, con esos elementos, puntos doctrinales que quieren enseñarse y destacarse. La alegoría está trazada con rasgos precisos y cortos; no se utilizan casi elementos innecesarios. Un rey hace preparar el suntuoso banquete oriental para celebrar las bodas de su hijo. Hecho esto, el rey manda a sus siervos a llamar a los invitados a las bodas. El rasgo no es de lo más natural. El banquete no está nunca preparado cuando se manda llamar a los invitados. Pero, una vez llamados, éstos no quieren venir. Rasgo irreal, pero deliberadamente utilizado para fijar un punto doctrinal, ya que una invitación de un rey oriental es una orden. En vista de este desaire, envía nuevamente a otros siervos, con la orden de invitarlos nuevamente y apremiantemente, pues el banquete estaba ya servido: «Decid a los invitados: Mi comida está preparada...; todo está pronto; venid a las bodas». Pero los invitados, desdeñosos con el rey, no hicieron caso, y se fueron unos a su campo, otros a su negocio. Y otros (v.6), no contentos con despreciar la invitación de los siervos del rey, «los cogieron, los ultrajaron y les dieron muerte». Rasgo irreal. A la vista de esto, el rey, airado, «envió sus ejércitos» e hizo «matar a aquellos asesinos y dio a la ciudad a las llamas». En un rey oriental, dueño de vidas, esto era un rasgo ambiental. Después dijo a sus siervos: El banquete está preparado, pero los invitados resulté que no eran «dignos» de venir a él. Por eso, «id a las salidas de los caminos y a cuantos encontréis, llamadles a las bodas». Los siervos salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, «buenos y malos». Y la «sala de bodas quedó llena de comensales». El banquete se está celebrando sin el rey. El rey «entró para ver a los convidados». Lo contrario supone el banquete que Herodes Antipas da a los notables de Galilea (Mc 6,21-27). No parece tampoco normal este rasgo considerado en el «tipo». Pero tiene su intención, por el valor alegórico con que se interpretará en el «antitipo». Ya dentro, vio a un convidado que no llevaba el «vestido nupcial». Sobre esta costumbre se ha escrito o supuesto mucho; sea que los señores que invitaban diesen el traje conveniente, sea que fuesen así vestidos por su cuenta. Se cita un mashal rabínico en el que un rey invita a un convite, y se recomienda a los invitados que vengan con trajes festivos. Esta etiqueta, dada o propia, se impone por sí misma en esta clase de banquetes regios. Pero no deja de extrañarque, si la casa real hubiese proveído a los convidados, éste no hubiese acudido con el «vestido nupcial». Es otro motivo más del sentido convencional que se pone en el «tipo», por su valor alegórico, doctrinal, en el «antitipo». Al verlo así, el rey le dice extrañado: « ¿Cómo entras aquí sin et vestido nupcial?» Pero él no supo qué decir; permaneció «callado». Entonces el rey ordenó a sus sirvientes que le atasen de pies y manos y le arrojasen a las tinieblas exteriores. «Allí habrá llanto y crujir de dientes». Y la alegoría termina con esta sentencia, utilizada aquí por Jesucristo, la catequesis o el evangelista: «Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos». ¿Es ésta una sola alegoría, o son varias mixtificadas o yuxtapuestas? Conviene notar que la sentencia del versículo último: «Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos», no es conclusión directa del contexto, sino una o varias alegorías. En el texto de Mt se nota al punto, comparado con Lc (14,16-24), una narración análoga, excepto en detalles. Sea o no sea la misma alegoría, el contenido, expuesto de manera diversa, parece que fundamentalmente es el mismo. Por otra parte, en Mt, los v.6-8 introducen un nuevo aspecto, una idea distinta de la comparación fundamental que se da en los versículos antes dichos. ¿Se trata, pues, de una nueva parábola? Parece que no se trata sólo de una simple idea relacionada con la anterior—castigo del rey a los invitados descorteses—, sino que se trata de una verdadera situación totalmente distinta del contenido expresado en el primer cuadro. Pues no solamente es extraño que los invitados que no quieren asistir al banquete maten a los siervos que les traen la invitación, sino que lo que desorbita totalmente el cuadro es que el rey envía sus «ejércitos» contra estos invitados homicidas— ¿cuántos?—, y, aún más, da orden de «incendiar la ciudad» de estos invitados. Esta desproporción tan grande entre un número reducido de invitados, como naturalmente supone la pintura del «tipo», y su contraste de enviar contra ellos nada menos que sus «ejércitos», y, además, les «incendia la
ciudad», todo esto hace ver que se trata de situaciones y cuadros distintos, aunque tengan un contenido más o menos análogo. A esto mismo lleva la ausencia de esta segunda parte en la alegoría análoga que retransmite Lc en el pasaje citado (Le 14,16-24). «Cada una de estas parábolas es muy clara y muy armoniosa, tomada individualmente. Juntadas, sobre todo fundidas conjuntamente, chocan entre sí y se oponen. Si establecemos la separación primitiva de estos dos hechos diferentes, las dificultades serias desaparecen como por encanto». Pero también interesa considerar otro aspecto en la alegoría que comienza con el v.11. El rey entra en el salón del banquete «para ver a los que estaban a la mesa», y encuentra un invitado sin el «vestido nupcial», y lo manda castigar y expulsar. Este aspecto, ¿es ajeno a la estructura de las dos alegorías o es parte integrante de la primera? En primer lugar se ve que la enseñanza que se busca con este relato de asistir al banquete nupcial con el «vestido nupcial» es un elemento doctrinal distinto de la enseñanza fundamental y distinto de la misma estructura de los cuadros anteriores. ¿Podría ser una enseñanza secundaria aun dentro de estos mismos cuadros? Se diría que tiene demasiado relieve para considerársela solamente como un elemento integrante y secundario de la alegoría primera. Pero hay otros dos datos que orientan hacia la valoración independiente de la estructura fundamental de los cuadros alegóricos anteriores. Y son los siguientes: a) El análogo paralelo que se lee en Lc (14,16-24) tampoco expone en su alegoría esta otra hipotéticamente parte integral de la misma. b) En la alegoría primera, una vez que los invitados no quieren venir al banquete, el rey manda a sus siervos que salgan y traigan a cuantos encuentren en el camino: «malos y buenos». Y añade: «la sala de boda quedó llena de convidados». Pero si, por hipótesis y como estructura de un cuadro, se concede ya que en la sala de bodas se admitieron, hasta llenarla, «malos y buenos», no se concibe cómo en la misma estructura de ese mismo cuadro se ponga como elemento integral del mismo el que, al entrar el rey en el salón de fiestas, encuentre allí entre los invitados a uno que no había entrado con el «vestido nupcial», ya que el sentido alegórico de los invitados que se han presentado con el «vestido nupcial» «son los buenos», así como ese que no tiene el «vestido nupcial» pertenece a los «malos». Y también choca fuertemente que, habiendo allí varios o muchos «malos», el rey sólo se fije y mande expulsar a «uno»: el único de los varios o muchos «malos» que no tenían el «vestido nupcial». Todo esto orienta a pensar que se trata de un cuadro, o parte de un cuadro, que tuvo su contexto propio, y que aparece aquí recortado o unido a estos dos cuadros o alegorías a causa, acaso, de haber tenido una introducción análoga a la narración actual, o, en todo caso, reducido a estos elementos a causa de la enseñanza conjunta que con ellos quería darse. Así resultaría que se encuentran aquí tres alegorías o tres partes de alegorías fundidas o yuxtapuestas en este pasaje de Mt, junto con una sentencia final, independientemente, pero de algún modo relacionada con el conjunto. Esquemáticamente serían éstas: I) Alegoría de los invitados descorteses e invitación de nuevos comensales (v.1-5.8-10). 2) Alegoría del castigo infligido por el rey a los que mataron a sus siervos (v.6-7). 3) Alegoría del «vestido nupcial» (v.11-13). 4) Sentencia doctrinal final (v.14). CONTENIDO DOCTRINAL DE ESTAS ALEGORÍAS PRIMERA ALEGORÍA: Invitados descorteses e invitación de nuevos comensales (v.1-5.8-lo).-1) El «rey» es Dios. 2) Su «hijo» es Jesucristo, el Hijo de Dios. 3) El «banquete de boda» que Dios prepara es el reino mesiánico. Las dos imágenes predilectas con que los profetas describen los días mesiánicos son precisamente la de un «banquete» (cf. Is 25,6; 65,13; Cant 5,1) y la de «bodas» (cf. Os 2,21. 22; Is 61,10; 62,5, etc.). Dios, el Padre, prepara el «desposorio» de su Hijo con Israel bajo la imagen, tan clásica y usual en los profetas, de un banquete de bodas. La promesa del Mesías, que vendría a Israel, se cumple. Hay que celebrarlo y aceptado. El Mesías desea desposarse con Israel. Pero éste lo rechaza. 4) Los «siervos» que salen primeramente en dos tiempos, de parte de Dios, a invitar a Israel a que venga a estas bodas mesiánicas, hay que situarlo en los días de Cristo. No son, pues, los profetas. Es primeramente Juan el Bautista y son después los apóstoles—podría ser la misión galilaica—quienes invitan, predican, llaman a Israel a que venga, a que ingrese en este festín mesiánico del desposorio del Hijo de Dios con ellos. El rey manda a decir a sus siervos que insistan, que apremien a venir a sus «invitados». Que les digan: «Mi comida está preparada; los bueyes y animales, cebados, y todo está preparado; venid al banquete». Nótese la semejanza literaria con el pasaje de Isaías antes citado (Is 25,6). 5) Pero los «invitados» despreciaron la invitación apremiante a venir al banquete mesiánico de Israel. Los autores se dividen al precisar este punto. Generalmente admiten los autores que estas dos primeras invitaciones de Mt se refieren a Israel. Y que, ante su rechazo, la invitación tercera que se hará (v.9-10) se referirá a los gentiles. Es punto discutible. 6) En vista de esta repulsa y estando ya el «banquete» preparado —presente y establecido el reino mesiánico—, no ha de quedar sin lugar su objetivo. Otros entrarán en él. Estos primeros invitados «no eran dignos». El rey manda a sus siervos—apóstoles, Pablo, etcétera—que salgan «a la bifurcación de los caminos, y a cuantos encontréis, llamadlos a las bodas». Y los siervos salieron, y a todos cuantos encontraron, «malos y buenos», los reunieron, y la sala de bodas quedó llena». ¿Quiénes son estos «malos y buenos» y a quiénes se contraponen? Como antes se dijo, los autores, generalmente, admiten que esta tercera llamada se refiere a la vocación de los gentiles. Lo que puede verse por un simple análisis exegético es que la invitación a estos nuevos comensales se hace en la misma tierra: sólo consiste en que los siervos salen de la ciudad del rey a buscar a estas gentes «en las bifurcaciones de los caminos». ¿Se quiere expresar con esto que quedan las vías abiertas a todo el que venga por ellas, judío o gentil? Tal vez. Pero no es evidente esta suposición. Tendría a su favor la historia de la predicación evangélica, cómo debió de comenzar por «Jerusalén, Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra» (Act 1,8), y cómo los apóstoles comienzan a predicar a los judíos, mas, al ser rechazados por éstos, se vuelven a los gentiles (Act 18,6). Pero no es éste un argumento decisivo. En cambio, cabría interpretarlo todo lógicamente en otra hipótesis, que, además, da razón de un importante detalle literario. La alegoría se refiere sólo a los judíos. Se referiría, con los primeros mensajes, a los dirigentes religiosos de Israel, a los que deberían saber que El era el Mesías, a los que podían «juzgar» que los días del Mesías estaban presentes (Mt 16,1-3). Los fariseos rechazan al Mesías, y entonces la invitación se hace más apremiante—la sistematización gradual de invitaciones se explicaría por artificio literario—a que ingresen en el reino las clases no dirigentes ni cultivadas, las clases cultivadas y el pueblo, despreciado por los rabinos por no conocer la Ley como ellos (Jn 7,49). Así se explicaría bien el que se hace ingresar en el reino a todos los que se encuentran, «buenos o malos». Los «malos» serian las gentes más despreciables de la sociedad judía: los pecadores, los publicanos, las meretrices. Precisamente Jesucristo, contraponiendo esto en la parábola de los dos hijos enviados a la «viña» (Mt 21,28-32), a los «príncipes de los sacerdotes y a los ancianos» (Mt 21,23), y entre ellos a los fariseos, les dice: «en verdad os digo que los publicanos y las meretrices os preceden en el reino de Dios» (Mt 21,31). Es tema discutible, en el que caben las dos interpretaciones propuestas, pero la solución que se adopte ha de conjugarse con la fecha de composición del evangelio, al menos, griega de Mt. SEGUNDA ALEGORÍA: Alegoría del castigo infligido por el rey a los que mataron a sus siervos (v.6-7). Admitido que se trata de una
alegoría, originariamente distinta e independiente de la anterior y situada aquí, sintéticamente, por una cierta analogía temática, su interpretación doctrinal es semejante a la conclusión de la alegoría de los (viñadores homicidas» (Mt 21,33-41 y par.). 1) El «rey» es Dios. 2) Sus «siervos» enviados serán, acaso, en la alegoría original, los profetas; pero en esta perspectiva literaria son el Bautista, los apóstoles, los discípulos misioneros de Cristo, de los cuales varios ya fueron ultrajados y muertos. 3) Los «asesinos» son los elementos del pueblo judío que causaron este ultraje y muerte a estos siervos de Dios. 4) El rey que envía «sus ejércitos» para que «maten» a aquellos homicidas e (incendien la ciudad», no es necesario interpretarlo de la destrucción del Jerusalén por las tropas de Tito el año 70, ya que los elementos que se citan no pasan, de suyo, del clisé con que se describen en el A.T. este tipo de catástrofes. TERCERA ALEGORÍA: Alegoría del «vestido nupcial» (V.11-13). Los elementos alegóricos de este nuevo cuadro son los siguientes: 1) El «rey», que en otro cuadro, y acaso en el suyo propio, pudiera ser Jesucristo juez, en esta perspectiva literaria es Dios. 2) El «banquete» es el reino mesiánico, y probablemente presentado bajo el aspecto de alegría y gozo. 3) El «vestido nupcial» son las disposiciones morales requeridas para participar en el reino. La unión a él por la fe se supone en todos los convidados—incluso en el que no está con el «vestido nupcial»— pero hacen falta otras disposiciones de lealtad y entrega. Los antiguos protestantes decían que este «vestido nupcial» que tenían los convidados de la alegoría, excepto el que va a ser expulsado, era la fe de tipo luterano. Es un contrasentido, pues en la alegoría se dice precisamente todo lo contrario. Como se trata del reino mesiánico, todos los que están en él están unidos a él. Y esta unión, como mínimo, es la unión al reino por la fe. Pero no basta esto. Para entrar definitivamente en él hace falta estar unido a él por otras disposiciones morales superiores a la fe (Mt 5,20; 7,23). 4) El mandar el rey que a este invitado que no tiene el vestido nupcial se le ate de pies y manos y se le arroje a las tinieblas exteriores; «allí habrá llanto y crujir de dientes», es la fórmula usual para describir el castigo del infierno (Mt 13,42.5o). Procede de los profetas. 5) Esta entrada del rey en este festín mesiánico aparece como un acto judicial. Se trata del juicio final. 6) En esta perspectiva, los servidores que aparecen en esta alegoría, y a los que se encomienda el castigo del que no tiene el vestido nupcial, podría ser muy bien una personificación de los ángeles (Mt 13,41.49). 7) El que sólo haya entre los invitados de este banquete mesiánico una sola persona indigna de asistir a él no quiere decir que el número de los «elegidos» sea infinitamente mayor, ni aun siquiera mayor que el de los «réprobos». El tema de la alegoría no es enseñar el número de los elegidos, sino las disposiciones requeridas para asistir a él. Precisamente el contraste entre todos menos uno, hipérbole comparativa tan del gusto oriental, orienta a centrar la consideración en este sentido. (Profesores de Salamanca, Manuel de Tuya, Biblia Comentada, B.A.C., Madrid, 1964, pág. 474-482)
Juan Pablo II Al parecer, en el mundo de Israel, con ocasión de los grandes banquetes, se ponían a disposición de los convidados, en el atrio de la casa del banquete, los vestidos que se habían de llevar. Eso explicaría aún mejor el significado de ese detalle de la parábola de Jesús: la responsabilidad no sólo de quien rechaza la invitación, sino también de los que pretenden participar sin respetar las condiciones exigidas para ser dignos. Lo mismo se ha de decir de quien se considerase o se declarase seguidor de Cristo y miembro de la Iglesia, sin llevar el «vestido nupcial» de la gracia, que engendra la fe viva, la esperanza y la caridad. Es verdad que este «vestido» ―interior, más que exterior― es dado por Dios mismo, autor de la gracia y de todo bien del alma. Pero la parábola subraya la responsabilidad de cada invitado, cualquiera que sea su procedencia, con respecto al sí que debe dar al Señor que lo llama y con respecto a la aceptación de su ley, la respuesta total a las exigencias de la vocación cristiana y la participación cada vez más plena en la vida de la Iglesia. JUAN PABLO II AUDIENCIA GENERAL Miércoles 11 de diciembre de 1991 © Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana VARIAS FRASES DE LOS PADRES DE LA IGLESIA PARA MEDITAR EN TU ORACIÓN (SAN JUAN CRISOSTÓMO) Como había dicho el Salvador que se daría la viña a otras gentes que le pagasen sus frutos, ahora dice a qué clase de gentes: por eso el evangelista añade: "Y respondiendo Jesús, les dijo", etc. (SAN AGUSTÍN) Únicamente San Mateo refiere esta parábola; San Lucas refiere otra semejante, pero no es ésta como indica el orden mismo. (ORÍGENES) El reino de los cielos es semejante, según quien allí reina, a un hombre rey, y según aquél con que hay en el estado del rey, es quien reina, al hijo del rey; según lo semejante a los siervos y a los convidados a las bodas, entre los que se encuentra también el ejército del rey. Dícese: "a un hombre rey", para que como hombre hable a los hombres y gobierne a ellos que no quieren ser gobernados por Dios. Pero entonces cesará el reino de los cielos de ser semejante a un hombre, cuando, cesando el celo, la disputa y las demás pasiones, hayamos dejado de andar como hombres, y lo veremos tal y como es; ahora lo vemos, no como es, sino como ha querido hacerse por nosotros. (SAN JUAN CRISÓSTOMO) Cuando se verifique la resurrección de los santos, recibirá el hombre la verdadera vida (que es Jesucristo), porque Éste absorberá en su inmortalidad la mortalidad del hombre: ahora recibimos al Espíritu Saldo como en arras del consorcio eterno, pero después recibiremos al mismo Jesucristo en toda su plenitud. (ORÍGENES) O debe entenderse por la unión del esposo con la esposa (esto es, de Jesucristo con el alma), la aceptación de la divina palabra; y el parto serán las buenas obras. (SAN HILARIO) Se dice con razón que estas bodas ya han sido celebradas por el Padre, porque esta unión de la eternidad, y los desposorios del nuevo cuerpo, se han consumado ya en Jesucristo. Prosigue: "Y envió sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, mas no quisieron venir". (SAN JUAN CRISÓSTOMO) Por lo tanto, cuando envió sus siervos, fué porque ya estaban invitados primeramente; son invitados, pues, los hombres desde el tiempo de Abraham, a quien ya se prometió la encarnación de Jesucristo. (SAN JERÓNIMO) Envió su siervo; y no cabe duda que éste fué Moisés, por quien se dió la ley a los invitados. Pero si leemos: siervos (como se encuentra en muchos ejemplares), debemos entender que se refiere a los profetas; porque invitados por ellos, no quisieron venir. Sigue, pues: "Envió de nuevo otros siervos, diciendo: decid a los convidados". Los siervos que fueron enviados la segunda vez debe creerse que son los profetas más bien que los apóstoles, con tal que antes esté escrito: el siervo; pero si allí se leyese: siervos, debe entenderse que estos segundos siervos son los apóstoles. (SAN HILARIO) Los siervos que fueron enviados primeramente a llamar a los convidados, son los apóstoles, los que habían sido enviados
para que viniesen los que ya habían sido invitados antes: esto es, el pueblo de Israel, que fué llamado por medio de la ley a la gloria eterna: era propio de los apóstoles instar a los que los profetas habían invitado de antemano: y los que fueron enviados después en condición de maestros, son los varones apostólicos que sucedieron a aquéllos. (SAN GREGORIO) Los toros representan a los padres del antiguo Testamento, los cuales, según estaba permitido en la ley, herían con el cuerno de su virtud corporal, a sus enemigos; llamamos altilia a los animales cebados, derivando este nombre del verbo alere que significa alimentar; por medio de los animales cebados se figuran los padres del nuevo Testamento, los cuales, cuando perciben la gracia de la dulce alimentación interna, se elevan de los deseos terrenos a las cosas de lo alto en alas de su contemplación. Dice, pues: “Mis toros y mis animales cebados ya están muertos". Como diciendo: Observad las muertes de los padres que precedieron, y pensad en los remedios de vuestras vidas. (SAN JUAN CRTSÓSTOMO) O de otro modo: Habla de los animales cebados y de los toros, no porque los toros no estuviesen cebados, sino porque no todos los animales cebados fueron toros; luego únicamente llama cebados a los profetas que estuvieron llenos del Espíritu Santo; y toros, a los que fueron profetas y sacerdotes, como Jeremías y Ecequiel; porque, así como los toros son los guías del rebaño, así los sacerdotes son los jefes del pueblo. (SAN HILARIO) O también los toros representan la gloria de los mártires que han sido inmolados como víctimas escogidas por haber confesado a Dios; y los cebados son los hombres espirituales que son como aves alimentados con el pan celestial para poder levantar vuelo y para saciar a los demás con la abundancia del alimento recibido. (SAN JUAN CRISÓSTOMO.) Y cuando dice: "Todo está preparado", se entiende que ya está cumplido en las sagradas Escrituras todo lo necesario para la salvación; porque el que es ignorante, encuentra allí algo que aprender; el que es orgulloso, encuentra algo que temer; el que trabaja, encuentra allí las promesas que lo excitan a la obra. Prosigue: "Mas ellos lo despreciaron". El por qué lo despreciaron lo da a conocer cuando añade: "Y se fueron, unos a sus granjas", etc. (SAN JUAN CRISÓSTOMO) Aun cuando parece que los motivos son razonables, aprendernos, sin embargo, que aun cuando sean necesarias las cosas que nos detienen, conviene siempre dar la preferencia a las espirituales: y a mi me parece que cuando alegaban estas razones, daban a conocer los pretextos de su negligencia. (SAN JUAN CRISÓSTOMO) Cuando hacemos algo con el trabajo de nuestras manos, cuando cultivamos un campo o una viña, o cuando hacemos una obra de madera o de hierro, parece que entonces trabajamos la granja; y cuando obtenemos otras ganancias, no por el trabajo de nuestras manos, todo esto se llama negociación. ¡Oh mundo miserable, y desgraciados los que le signen! Siempre los trabajos del mundo quitaron la vida a los hombres. (SAN GREGORIO) Luego el que atiende el trabajo terreno, o está dedicado a las faenas del mundo, afecta meditar en el misterio de la Encarnación, y vivir según su espíritu, y marcha hacia la granja o hacia el negocio, rehusando venir a las bodas del rey; y a veces (lo que todavía es peor), algunos llamados a la gracia, no sólo la desprecian, sino que también la persiguen: por esto añade: "Y los otros echaron mano de los siervos", etc. (SAN JERÓNIMO) Cuando invitaba a las bodas y obraba con clemencia, era llamado hombre; pero ahora, cuando vino a castigar, se calla la palabra hombre, y únicamente se llama rey. (ORÍGENES) Digan los que pecan contra el Dios de la ley, de los profetas y de toda la creación, si éste que ahora se llama hombre, y se da a conocer como airado, es el mismo Padre de Jesucristo. Y si conocen que éste es el mismo, se verán obligados a confesar que de él se dicen muchas cosas parecidas a las que tiene la naturaleza pasible de los hombres: no porque él sea pasible, sino porque muchas veces obra a imitación de la naturaleza pasible de los hombres. Y en este mismo concepto debemos tener la ira de Dios, y la penitencia, y todo lo demás que leemos en los profetas. Prosigue: "Enviando sus ejércitos, acabó con aquellos homicidas", etc. (SAN JERÓNIMO) Por estos ejércitos entendemos los ejércitos romanos, capitaneados por Vespasiano y por Tito, los cuales, habiendo destruido los pueblos de la Judea, prendieron fuego a la ciudad prevaricadora. (SAN JUAN CRISÓSTOMO) El ejército romano se considera como el ejército de Dios, porque la tierra y cuanto en ella se contiene, a Dios pertenece; y no hubiesen venido los romanos a Jerusalén, si Dios no los hubiese enviado. (Santo Tomás de Aquino, Catena Aurea, San Mateo II, Cursos de Cultura Católica, Argentina, 1946, pág. 195-199)
OTRAS HOMILIAS Y REFLEXIONES PARA PREPARAR TU HOMILIA P. Leonardo Castellani El evangelio de hoy repite la parábola del Convite que hemos visto el Domingo segundo después de Pentecostés; en otra forma, tal como está en Mateo. Hemos visto ya someramente las diferencias: el tema es el mismo. El Reino de los Cielos es parecido a un convite de bodas; todos son convidados, pero muchos pierden el convite por su culpa. Es un convite peligroso; porque la otra alternativa, la del que no entra, no es quedarse sin una comilona más o menos. La otra alternativa es la muerte. El objeto de los dos libritos de Mateo y de Lucas es diferente: Mateo escribió para los judíos, Lucas para los paganos. La parábola del Banquete en Mateo es más dura y casi feroz; y su amenaza se extiende no solamente a los que declinan las fiestas nupciales del Rey por amor de sus propias fiestas, sino al que entró sin la vestidura nupcial. El incendio de una ciudad y una masacre, castigo de los sacrílegos homicidas, ilumina el banquete como una antorcha siniestra. Cuando Mateo trasladó al papel esta parábola del Maestro, había oído ya la paladina profecía del incendio y la ruina de Jerusalén; y en cierto modo la veía desarrollarse ante sus ojos, habiendo sido testigo no solamente de la crucifixión del Maestro, sino también de las insensatas tentativas de los Fariseos, los Sicarios y los Zelotes de levantar al inerme pueblo palestino contra el enorme poder del Imperio: tentativas fatídicas que comenzaron poco después de la muerte de Cristo. Esa situación está reflejada en la parábola. Si la parábola parece feroz, es porque refleja fielmente una situación feroz. Los oyentes de Lucas estaban en situación distinta: los gentiles habían entrado en cantidad a la primitiva Iglesia; Pablo de quien Lucas era el meturgemán, o recitador, se había volcado hacia ellos dejando a un lado a los judíos y esto era motivo de asombro y aun de escándalo para los fieles circuncisos; o sea, provenientes de la Sinagoga. El acento en la parábola de Lucas está puesto sobre este hecho: "los primeros Invitados no fueron dignos; entonces el Señor del Banquete llamó a otros... cualesquiera que fuesen". El Señor del Banquete no es ya un Rey —porque los reyezuelos orientales les resultaban un poco ridículos a los romanos—sino un Gran Señor: un patricio como los Julios o los Flavios, una especie de Lord Inglés. El castigo no aparece tan atroz: "en verdad os digo que ninguno de los primeros Invitados gustará mi banquete"; pero en el fondo es el mismo: puesto que el Banquete es la vida eterna. ¿Modificó Lucas la parábola de Cristo al gusto romano? Algunos críticos lo sostienen: creemos que no se ha de admitir. Cristo debe de haber tratado sus temas de diferentes maneras según los auditorios, conforme es uso de los recitadores de estilo oral. Esos científicos (como Tillmann y Perk), suponen falsamente que Lucas usó para la composición de su libro de fuentes escritas, como notas o fragmentos de evangelios preexistentes, que se habrían perdido. Pero no es ésa la costumbre de los medios de estilo oral: la trasmisión de la materia se efectúa por la prodigiosa memoria de los recitadores y de su arte deliberado y metódico de retener y repetir. La actual investigación
científica (De Foucauld, Jousse, Dhorme) tiende a robustecer de más en más esta tesis, que es hoy una certeza científica. Los Evangelios no se tomaron libertades con los relatos retenidos y repetidos que trasladaron al papel: no son libros compuestos al uso actual; son transcripciones, como sería hoy día un procés verbal. Es incluso probable que las actuales palabras de nuestros Evangelios en griego sean las "ipsissima verba" de Cristo, traducidas por él mismo: es decir, es probable que Cristo haya predicado o en arameo o bien en griego, según los auditorios. La Palestina era entonces un país bilingüe, como Irlanda actual; y hasta los campesinos sabían —un poco al menos— la koiné o griego vulgar, que era desde los Antíocos la lengua oficial del reino griego fundado por Alejandro, al cual perteneció la Judea. Jesucristo con Pilato habló, evidentemente, en griego. Lucas quizás no conoció personalmente a Cristo aunque algunos sostienen que sí, que fue uno de los dos "discípulos de Emmaús"; pero en cualquier caso él "investigó con diligencia" —dice él— de quienes lo habían conocido y oído, muchos de los cuales eran recitadores natos. Lo mismo había hecho su maestro San Pablo antes de él, cuya catequesis Lucas se dio por misión transcribir fielmente al papel, a pedido de los fieles de la gentilidad. No es de creer que San Pablo se haya permitido transformar literalmente las palabras del Maestro, que creía inspiradas: cosa prohibidísima entre los recitadores de estilo oral. De cualquier modo, la parábola en la forma mateica es la más segura: es un relato más largo y literariamente más rico, mucho más oriental y hebreo que el sucinto perfil de Lucas, el médico griego educado en Roma. La parábola de Mateo es fuertemente coloreada, amenazante y trágica. Está puesta antes dela última ida a Jerusalén, en la misión de Perea, cuando ya el furor de los fariseos se mostraba en guerra abierta, y Jesús sabía que era rechazado por su pueblo; antes de las tres "parábolas de la misericordia"; porque Dios amenaza siempre con la intención de perdonar. Es un rey que celebra las bodas de su hijo: símbolo de la unión de la Segunda Persona con la naturaleza humana, o sea la Encarnación. El rey envía sus farautes (los Profetas) a llamar a los invitados; y ellos rehúsan venir. Envía otros mensajeros, con un mensaje más apremiante y cariñoso; pero ellos los desprecian y se van "a sus negocios"; y algunos "agarran a los heraldos regios, los maltratan y aun los matan": increíble atrevimiento y verdadero sacrilegio. Entonces el Rey envía sus ejércitos que se apoderan de la ciudad y le prenden fuego; y a los homicidas pasan a cuchillo. Después el Rey da orden de traer a "cualquiera que sea"; y se llena la sala del convite con la gente de la calle y de los caminos, "buenos y malos". Jesús estaba en la Perea, comarca gentil; y la alusión al rechazo de su pueblo, y a su predicación a los gentiles malos, es patente. No basta entrar, hay que tener la vestidura nupcial: la túnica blanca, la corona de palma o de olivo, y las sandalias y los pies limpios. Había allí uno que no los tenía; lo cual no parece extraño, si los habían buscado, "por las encrucijadas de los caminos", y algunos los habían traído medio por la fuerza, como dice Lucas: "compelle intrare" ("oblíguenlos a entrar"). El castigo de esta falta, insignificante en apariencia, es peor: el Rey se da por ofendido personalmente, pues él está allí ahora y no solamente sus heraldos y farautes: atado de pies y manos lo hace echar a la helada de la noche "y allí serán los alaridos y el rechinar de dientes". Este final horroroso nos descubre que la "vestidura nupcial" significa la gracia santificante. Jesucristo indica muchas veces el infierno con las palabras "la oscuridad de allá afuera"; y eso es el infierno efectivamente: estar fuera de Dios y por tanto en helada oscuridad. El pecado a los ojos de Dios es diferente que a los ojos de los hombres; para los hombres el pecado no parece cosa muy importante, e incluso a veces los pecados son "los negocios", como en el caso de los prestamistas, cuyo negocio es la usura; los politiqueros, cuyo negocio es la mentira; y los periodistas adulones, cuyo negocio es la prostitución dela palabra humana; pero es una ofensa directa para Dios, creador y vengador del orden, comendador y legislador de lo Justo, Limpieza Infinita. Por eso en la parábola hay esa desproporción y desmesura entre los castigos y sus motivos. Es como si Cristo dijera: "Ojo, que los hombres ven de una manera y Dios de otra." Los santos dicen que si viéramos con los ojos del cuerpo un alma en pecado, no podríamos vivir; no la vemos, pero para eso tenemos los ojos de la fe. "Yo sé de una persona —escribe Santa Teresa— a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona [ella misma] que le parece si lo entendiesen no sería posible ninguno pecar... Y así le dio mucha gana que todos lo entendieran; y así os lo dé a vosotras, hijas, de rogar mucho a Dios por los que están en ese estado, todos hechos una oscuridad; y así son sus obras... Oí una vez a un hombre espiritual que él no se espantaba de cosas que hiciese uno que está en pecado, sino «de lo que no hacía». Porque así como de una fuente muy clara lo son todos los arroyitos que salen de ella, como es un alma que está en gracia, que de aquí le viene ser sus obras tan agradables a los ojos de Dios y de los hombres... así el alma que por su culpa se aleja de esta fuente, y se planta en otra de muy negrísima agua y de muy mal olor, todo lo que corre por ella es la misma desventura y suciedad." Jesucristo aludió siempre al Reino de los Cielos como un Convite de Bodas; no usó la terminología erótica del Cantar de los Cantares de Salomón, ni la descripción de palacios hechos de oro y gemas preciosas de San Juan en el Apokalypsis. Para la gente campesina que lo escuchaba, el banquete nupcial era el gran acontecimiento de la vida, en que se echaba la casa por la ventana. El Rey en su segunda invitación les hace decir a los invitados: "mirad que todo está presto, los pollos están adobados, los becerros cebados están muertos", sin olvidar los cántaros de vino, que eso va de suyo. Me hace acordar esos banquetes de casamiento de los labriegos italianos que duran siete días —boda y tornaboda— donde en cada comida se sirven siete vinos diferentes. "Meter la olla grande adentro de la chica" le llaman, no sé por qué. Naturalmente que es más que eso, porque "ni ojo vio —dice San Pedro— ni oído oyó, ni en fantasía de hombre puede caber lo que tiene Dios preparado a los que le sirven". Los impíos modernos dicen que Cristo vino a matar la alegría de la humanidad, "espectro exangüe que aguas las fiestas de la vida" ". Dicen que Cristo vino a debilitar a los hombres, y Cristo robustece a los flacos con la esperanza; dicen que Cristo vino a quitar la nobleza pagana ", y Cristo ennoblece con su invitación incluso a los mendigos; dicen que Cristo vino a disminuir la Vida, y Cristo curó enfermos y resucitó muertos... Dicen que es el enemigo de Dionysos y el adversario mortal de la alegría; y Cristo invita a todos a la alegría indeficiente de un convite regio, que se anticipa en esta vida en esperanza; la cual en esta vida es la madre de la alegría. Porque el malvado cuando goza de sus efímeros placeres, no puede olvidar que son pasajeros; y el justo cuando goza de sus sanas alegrías, sabe que ellas no acabarán jamás. Hay una diferencia... Hay una gran diferencia; porque un placer pequeño se engrandece cuando está conectado con la seguridad y la esperanza; y un placer muy grande se aniquila cuando está conectado con el remordimiento, o el temor, o la desesperación. (P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Ed. Vórtice, Bs. As., 1957, Pág. 284-288) EL CONTEXTO DE LAS BODAS REALES Esta nueva parábola, análoga a la anterior, difiere de ella, no sólo en la imagen, sino en la mayor precisión de su contenido. Su base o punto de partida es la concepción tradicional del Reino de Dios y de los días mesiánicos bajo la imagen de un banquete de bodas, al cual invita Dios a los hombres. Dos partes se distinguen marcadamente en la imagen parabólica: las dos series de invitados: la de los primeros, que, no contentos con desdeñar la invitación, maltratan a los mensajeros del rey que vienen a invitarles, y son por ello duramente castigados; y la de los últimos, que aceptan la invitación, si bien no todos son definitivamente admitidos al banquete. La significación de esta imagen es manifiesta. Los primeros invitados representan a los Judíos; los últimos, a los gentiles. Y en este sentido esta parábola completa la anterior. En la de los pérfidos viñadores la conclusión era: «Os será quitado el Reino de Dios, y se dará a otra gente». Esta «otra gente», que allí sólo vagamente se anunciaba, aquí se declara particularmente: es la segunda serie de los invitados. Con todo, no es ésta precisamente la moraleja con que el Maestro concluye la parábola de las Bodas reales, a lo menos en la relación compendiosa conservada por San Mateo, sino otra más general, que abarca entrambas series de invitados, Judíos y gentiles: «Porque muchos son llamados, mas pocos elegidos». En cuya interpretación hay que guardarse de temerarias determinaciones numéricas, cuyo secreto Dios se ha reservado. No quiere decir el Señor ni que todos los Judíos son reprobados, ni que todos los gentiles, a excepción de uno solo, son elegidos; ni tampoco que sean más o que sean menos los elegidos que los reprobados; sino simplemente, hablando a nuestra
manera, que no todos los llamados son elegidos. Otra enseñanza no menos importante que la misma moraleja se contiene en esta parábola y en la precedente: lo que en ellas se dice del «hijo», sea del dueño de la viña, sea del rey, que representan a Dios Padre. Tanto en la una como en la otra el hijo está muy por encima de los siervos o criados y pertenece a la misma categoría del padre. Más en particular, en la parábola de los viñadores el hijo es el «heredero», que, tratándose de Dios inmortal, no puede significar sino participante en el dominio sobre la viña. Y si la viña es Israel, cuya propiedad a sólo Dios corresponde, Cristo, propietario de la viña, necesariamente ha de ser Dios. Y en la parábola de las Bodas, si éstas representan los espirituales desposorios de Yahvé con Israel, si, por otra parte, el Esposo es el Hijo del Rey, necesariamente este Hijo del Rey desposado con Israel no puede ser otro que el mismo Yahvé, es decir, que Cristo es Dios. Con esta disimulada declaración de su divinidad Cristo enseña las credenciales de sus poderes, que los jefes de los Judíos le habían pedido al principio. (José M. Bover, S.L., el Evangelio de San Mateo, Ed. Balmes, Barcelona, 1946 pág. 389-391)
PASTORAL JUVENIL Un desconocido Un predicador deseaba con las siguientes palabras mover a los que le oían a practicar buenas obras: Hombre, tú tienes una gran idea de ti mismo, y te crees ser una gran cosa y valer mucho. Sal de viaje, o tan sólo, apártate unas cuantas leguas de tu país, y verás desvanecer esta quimera. En cuanto sales de tu tierra, y te asomas al ancho mundo, eres un desconocido para las gentes de aquellos lugares. Cuando alguien te señala y dice ¿Quién es aquel señor? le contestan, y con harta razón: un desconocido. Por otro lado, cuando mueras, si haces grabar tu nombre en la losa que te cubra, no tardará en borrarse, y entonces cuando pregunten quién yace en aquel sepulcro, le contestarán también: un desconocido. Querido cristiano, esfuérzate, afánate, para que no llegues a ser un desconocido. Esto lo alcanzarás, si durante tu vida has realizado verdaderas obras buenas. Pues entonces serán valederas para ti, aquellas palabras de Dios: "Conozco tus obras" y estarás inscrito junto a Dios en el libro de la Vida. No serás entonces un desconocido, porque Dios te conocerá y te tendrá entre sus elegidos. Si, al contrario, durante tu vida no llevaste a cabo ninguna buena obra, entonces volveraste un desconocido aun para el mismo Dios, y pertenecerás al grupo de aquellos a quienes Jesucristo dirá algún día: "No os conozco" (Mt 25, 12). "Jamás os conocí, apartaos de mi gente perversa" (Mt 7, 23). (Spirago, Catecismo en ejemplos, Apéndice, Ed. Políglota, 6ª Ed., Barcelona, 1929, pp. 2115)