Lectio Divina - C4 B

  • April 2020
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Domingo IV de Cuaresma - Ciclo B

Lectio divina Jn 3,14-21 1- “…lo que nace del Espíritu” Los versículos que nos ocupan en la oración están enmarcados en el diálogo de Jesús con Nicodemo (3,1-21). Después que Jesús ha anunciado el “nuevo nacimiento” (v3.5.6), habla ahora de dónde proviene esa Vida: “de lo alto”, “del Espíritu”… del amor de Dios al mundo (v16), que Jesús llama “Vida eterna” (v15-16; 5,24;6,34.40.47; 10,10.28; 12,25). La particularidad de este amor de Dios al mundo (v17) es que es un amor a los enemigos, pues el mundo es presentado por el mismo Juan (7,7; 1Jn 2,15-17) como adversario: 1Jn 4,910.19; Rm 5,8 2- “…Dios envió a su Hijo” (v17) Más propiamente debiera decir “dio a su Hijo”, como aparece frecuentemente en el evangelio de Juan refiriéndose a los bienes que Dios otorga a los hombres para su salvación: poder llegara ser hijos de Dios 1,12, el agua viva 4,10-14; el alimento de vida eterna 6,27; el Pan de la vida 6,32.33.51; el Espíritu 7,39; la vida eterna 10,28; el mandamiento nuevo 13,34; el Paráclito 14,16; la paz 14,27; la gloria 17,22 Dios ama al mundo, que se comporta como su enemigo (15,18-21), y para demostrarle su amor le ofrece el mayor bien que tiene, que es su Hijo único. Por eso la salvación, la Vida eterna, está condicionada por la Fe en el Hijo (v18.19): 3,34-36, 4,13-14; 7,37-38; 4,50.53, 5,24.39-40; 6,27-29.45-47.68, 8,23-24; 9,35-38, 11,25-27.40-42 Esta larga lista de textos termina en el umbral de la pasión (12,36-50) con la obstinación en la incredulidad respecto de Jesús de muchos judíos, que acabará en el rechazo por preferir la “gloria de los hombres a la gloria de Dios” (v43), sustituyendo a Dios como Rey por el César (apostasía – Jn 19,14-16) totalmente contrario a lo que el Hijo venía a realizar “levantado en alto” (3,14-15; 17,1). En qué consiste esta Vida eterna lo dice el mismo Jesús en el evangelio de Juan (16,3). Esta Vida eterna, en los creyentes, es el fin para el cual es “levantado en alto” el Hijo del hombre. Este es el objeto que persigue Juan al escribir su Evangelio (20,31). 3- “…levantado en alto…” El hecho al que se refiere Juan aquí es el de Num 21,4-9. Leído sapiencialmente por el libro de la Sabiduría (16,5-14). Allí la serpiente de bronce fue “elevada” para que la Palabra de Dios, entendida como Ley, diera la vida a todos los que estaban en peligro de muerte. Pero Cristo “elevado” es la misma Palabra hacia la cual hay que volverse en actitud de fe, pero no para obtener una curación momentánea o la vida temporal, sino la Vida eterna (12,32). Ser elevado tiene la doble vertiente: la cruz y la glorificación, que deben leerse como un mismo momento (Jn 8,28; Jn 10,17-18). En el mismo relato de la pasión, Juan presenta a Jesús en un camino de Gloria, no le roban la Vida, Él la entrega va a su “trono”: - cuando lo van a arrestar caen ante Él (18,4-6) - va camino a consumar su realeza (18,37) - vestido con color púrpura, color real, así presentado al pueblo (19,5), vestido con el que Jesús llega a la cruz (19,2)

- con la ironía de las burlas de los soldados y luego el cartel sobre su cabeza en la cruz (19,3.19-22) - en la cruz consuma libremente la voluntad del Padre, entrega su espíritu (19,30), le señala lo vocación eclesial a la Nueva Eva, madre de los renacidos en la Pascua (“de lo alto”) y al discípulo le señala su nuevo lugar en referencia a la nueva creación que allí se iniciaba (19,2527), ya no es el vientre de Eva sino el de la Iglesia de donde nos es dada la herencia que el Hijo nos mereció (Rm 814-17; Gal 4,4-7) 4- “…la luz vino al mundo” “vino al mundo” en la lengua original sería expresado como: vino y sigue viniendo, por lo que es una acción continua de Dios. Dios se sigue revelando y hace participar de su vida irradiándose como Luz sobre los hombres, pero las tinieblas están en constante conflicto con la Luz (1,4-5.9) Jn 8,12; 12,46; 1Jn 1,5-7 “..el juicio”, en el evangelio de Juan el juicio aparece realizándose en el tiempo actual, como también la condenación y la posesión de la vida eterna. La aceptación o el rechazo de Jesucristo como revelador del Padre producen una separación entre los seres humanos. Ante la venida de la Luz, los hombres se separan optando por la luz o por las tinieblas, el juicio no es una decisión divina que condena al hombre a la muerte eterna, sino una opción del hombre, que prefiere quedar en la muerte (v20-21). Obrar mal es oponerse a la fe, hacer las obras del Maligno, que nada tiene que ver con la verdad (8,44), y por lo tanto lo contrario no serán “las obras buenas”, sino “hacer la verdad” (v21). El saludo y la doxología del Libro del Apocalipsis (1,4-8) podría ser una pequeña síntesis de lo que hoy queremos rezar. San Agustín ¿No es Cristo la vida? Tomó, pues, la muerte y la suspendió en la cruz. De esta manera los mortales son librados de la muerte. El Señor recuerda lo que aconteció en figura a los antiguos: Y así como Moisés, dice, levantó en el desierto la serpiente, así también conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna (Jn 3,14-15). Gran misterio es éste; quienes lo han leído, lo conocen. Por tanto, oíganlo ahora quienes no lo han leído, o lo han olvidado después de haberlo leído u oído. El pueblo de Israel caía en el desierto a causa de las mordeduras de las serpientes. Las numerosas muertes producían una hecatombe (Nm 21,8-9). Era castigo de Dios que corrige y flagela para instruir. Allí se manifestó un gran signo de una realidad futura. El mismo Señor lo indica en esta lectura, para que nadie lo interprete de forma distinta a como lo hace la Verdad refiriéndolo a sí. El Señor ordenó a Moisés que hiciese una serpiente de bronce y la levantara sobre un madero en el desierto, y exhortase al pueblo de Israel a que, si alguno había sido mordido por las serpientes, mirase a aquélla levantada sobre el madero. Así se hizo. Los hombres mordidos la miraban y sanaban. ¿Qué son las serpientes que muerden? Los pecados de la carne mortal. ¿Qué es la serpiente levantada en alto? La muerte del Señor en la cruz. La muerte fue simbolizada en la serpiente porque procede de ella. La mordedura de la serpiente es mortal, la muerte del Señor es vital. Se mira a la serpiente para aniquilar el poder de la serpiente. ¿Qué es esto? Se mira a la muerte para aniquilar el poder de la muerte. Pero de qué muerte se trata? De la muerte de la vida, si es que se puede hablar de la muerte de la vida; y como es posible hablar así, el decirlo es cosa admirable. ¿Acaso no se ha de hablar de lo que hubo de hacerse? ¿Dudaré yo en hablar de lo que el Señor se dignó hacer por mí? ¿No es Cristo la vida? Y, no obstante, estuvo en la cruz. ¿No es Cristo la vida? Y, sin embargo, murió. Pero en la muerte de Cristo encontró la muerte su propia

muerte. La vida muerta dio muerte a la muerte; la plenitud de la vida devoró a la muerte. La muerte fue absorbida por el cuerpo de Cristo. Así lo proclamaremos nosotros en la resurrección, cuando, ya triunfantes, cantemos: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu aguijón? (1 Cor 15,55). Ahora, entre tanto, hermanos, miremos a Cristo crucificado para sanar de los pecados; porque así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna. Los que miraban a aquella serpiente no morían de la mordedura de las mismas; de idéntica manera los que miran con fe la muerte de Cristo sanan de las mordeduras de los pecados. Aquellos se libraban de la muerte para seguir en la vida temporal; aquí, en cambio, se habla de la vida eterna. He aquí la diferencia entre la figura y la realidad: la figura sólo daba la vida temporal; la realidad indicada en la figura da la vida eterna. Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn 3,17). El médico viene a curar al enfermo en cuanto de él depende. Quien no quiere cumplir sus prescripciones, se da muerte a sí mismo. El Salvador vino al mundo; ¿por qué se le llamó Salvador del mundo, sino (porque vino) para salvar, no para juzgar al mundo? ¿No quieres que él te salve? Tú mismo te juzgarás. ¿Y por qué he de hablar en futuro? Atento a lo que dice: Quien cree en él no es juzgado; mas quien no cree... ¿Qué esperas que ha de decir, sino «es juzgado»; ya ha sido juzgado? (Jn 3,18). Aún no ha llegado el juicio, pero ya ha tenido lugar. El Señor sabe quiénes son los suyos (2 Tim 2,19); conoce quiénes han de permanecer para recibir la corona, y quiénes para ir a las llamas; conoce quién es trigo y quién es paja en su era; conoce la mies y conoce la cizaña. Quien no cree ya está juzgado. ¿Por qué? Porque no creyó en el nombre del Hijo unigénito de Dios (Jn 3,18). Y el juicio es éste: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus obras eran malas (Jn 3,19). ¿En quién, hermanos míos, halló el Señor buenas obras? En nadie. En todos las halló malas. ¿Cómo entonces algunos practicaron la verdad y llegaron a la luz? El texto sigue así: El que practica la verdad viene a la luz, para que se manifiesten sus obras, pues están hechas en Dios (Jn 3,20). ¿Cómo es que unos hicieron obras buenas y vinieron a la luz, esto es, a Cristo, y, por el contrario, otros amaron las tinieblas? Si los halló a todos pecadores y a todos sana de sus pecados; si aquella serpiente, figura de la muerte del Señor, cura a los mordidos, y a causa de las mordeduras de las serpientes y por los hombres mortales que halló injustos, se levantó en alto la serpiente, es decir, la muerte del Señor, ¿qué sentido tiene lo que viene a continuación: El juicio es éste: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas? ¿Qué significa esto? ¿Quiénes tenían esas buenas obras? ¿No viniste para hacer justos a los impíos? Pero amaron, dice, las tinieblas más que la luz. Esto ha querido resaltar. Hay muchos que aman sus pecados y muchos también que los confiesan. Quien los confiesa y se acusa de ellos, se reconcilia con Dios, que reprueba sus pecados. Si tú haces lo mismo, te unes a Dios. «Hombre» y «pecador» son como dos cosas distintas. Al oír «hombre», oyes lo que hizo Dios, al oír «pecador» oyes lo que es obra del hombre. Es preciso que aborrezcas tu obra y ames en ti lo que es obra de Dios. Cuando empieces a detestar lo que hiciste tú, entonces comienzan tus buenas obras, porque repruebas las tuyas malas. El principio de las buenas obras es la confesión de las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es para ti practicar la verdad? No halagarte, ni pasarte la mano, ni adularte a ti mismo, ni decir que eres justo, cuando eres un malvado. Así es como empiezas a practicar la verdad; así es como vienes a la luz para que se manifiesten las obras que has hecho en Dios. No existiría en ti lo que te impulsa a aborrecer tus pecados si no te iluminara la luz de Dios, si no te los mostrara su verdad. Mas el que después de advertido ama sus pecados, odia la luz que le llama la atención y huye de ella para que no le reprenda las malas obras que ama. En cambio, quien practica la verdad reprende en sí sus malas obras; no se contempla, no se perdona para que le perdone Dios. Reconoce él mismo lo que quiere que Dios le perdone; así viene a la luz y le da gracias porque le muestra el objeto de su odio. Dice a Dios: Aparta tu vista

de mis pecados ¿Con qué cara pronunciaría estas palabras, si no continuase: Porque yo reconozco mis pecados y los tengo siempre delante de mí? Ten siempre en tu presencia lo que no quieres que esté en la presencia de Dios. Porque si echas a la espalda tus propios pecados, Dios volverá a ponerlos ante tus ojos cuando ya la penitencia será infructuosa. Corred, no sea que os sorprendan las tinieblas.

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