Las Mariposas De Alas Doradas

  • May 2020
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1 El Boeing tenía la salida de despegue a las 20 horas del aeropuerto Charles de Gaulle, en un mes de invierno del 1977. Era una noche de lluvia y de estrepitoso viento, según iban pasando los minutos, el frío iba aumentando, era infernal la humedad que se respiraba en París. Mis mandíbulas, labios y espalda temblaban ante ese poderoso frío y viento que azotaba mi cuerpo. De pie esperábamos en fila, al lado de la pista, los ciento cuarenta y algo de pasajeros que íbamos al mismo destino, Johannesburgo, deseaba con impaciencia que, pusieran pronto las escaleras para subir al avión, y que acabara el viaje que tenía de duración dieciséis horas. La suerte que yo tenia y creo que los demás pasajeros también, es que era directo. París Johannesburgo. Un señor también impaciente, quizás más que yo, portaba un maletín en su mano derecha, no hacia más que mirar la esfera de su reloj de pulsera, y movía la cabeza. Al final salió de la fila y se dirigió a dos azafatas de vuelo que esperaban como los demás, delante de la entrada del avión, que todavía permanecía cerrada. Oí a este señor que les preguntaba - Porqué el avión iba con retraso - Una de las azafatas le dijo - Que estaba llenándose de combustible, y que pronto darían la orden para subir. Estuve esperando muerta de frío, y debajo de la lluvia pequeña que no cesaba de caer, treinta y cinco minutos, que fué el tiempo que tardaron en venir 1

dos empleados, llevando las escaleras metálicas y acercándolas a la puerta de embarque, que también la habían abierto. El asiento que yo tenía estaba junto a la ventanilla, en la cola del Boeing. Con los cinturones abrochados, volábamos sobre París, fué una imagen maravillosa que guardo en mi mente, y que me sirve muchas veces para recordarlo. París, iluminado, desde arriba parecía un gran carrusel, que se balanceaba de un lado a otro. Sentí en esos instantes, nostalgia de, dejar la ciudad de la luz, hasta tiempo indefinido, no sabía cuando sería mi regreso o, nuestro regreso, pues, iba a quedarme con Émile, mi esposo, que trabajaba desde hacia seis meses, en la industria del hierro, sabía trabajar este metal. En las alturas, cerca del cielo, también llovía, pero desmesuradamente. Había una tormenta tropical. Los rayos iluminaban el cielo, pareciéndose a flechas que caían en todas direcciones. Los rayos acompañados de los truenos junto a las nubes oscuras hacían explosiones que parecía fuera a reventar el Boeing. Las alas, hacían un sonido espantoso de hojalata, el mimbreo era incesante. Nos íbamos balanceando de un lado a otro, cómo si de una barca se tratara, en medio del océano. No sé cómo se conduce un avión pero, daba la impresión de que nos habíamos perdido y que estábamos a la merced del viento a donde nos llevara, y también pensaba que estábamos dentro de una nube de rojo pasión por los rayos que las atravesaban. En mi vida no 2

había pasado tanto miedo cómo esa noche de terror, jamás había deseado algo tan fuerte cómo pisar tierra firme y echarme a correr. El rótulo, donde indicaba - abróchense los cinturones - desde que se encendió, permanecía iluminado. Yo miraba el cinturón que abrochaba mi cintura, y la cinta ancha reposaba encima de mi regazo, no me ajustaba, podía meter dentro mis dos manos, y aplaudir. Tantas normas y demostraciones que hacia la azafata en el momento del despegue, no servían para nada, pensaba yo. De lo que no me quejo es de la cena que nos sirvieron, tarde, pero era buena y abundante, cuando la tormenta había perdido fuerza, pero los rayos iban apareciendo uno tras de otro, y los truenos también. Más tarde emitieron una película de la actriz Sofía Loren, el título no lo recuerdo, pero había una escena donde iba un tren a gran velocidad, por un puente muy alto, y descarrilaba, cayendo al vacío. La angustia que me entró de ver esa escena fué grande, yo pensaba ¡ Cómo se le han ocurrido poner esta película en una noche cómo esta !. En el momento de servir la cena y que la azafata me diera la bandeja con la comida bien tapada y de rigurosa limpieza, le pregunté para tranquilizarme - Si era normal lo que estaba sucediendo fuera - Me tranquilizó con una

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sonrisa, y me dijo - Que era normal y que no tuviera miedo. A mi derecha tenía a un señor de aproximadamente unos cincuenta años de edad, era alto y obeso, devoraba los pequeños tapers de la bandeja, cómo si hiciese tres días que no había comido. Me molestaba el ruido que hacía al comer, pero sobretodo con la nariz, me daba la impresión de que le faltaba oxigeno. Cuando tragó lo que tenía en la boca se giró para mirarme y me dijo con voz potente. - Señora, es normal lo de esta tormenta, casi siempre que se pasa por este punto, ocurre lo mismo. - ¿ Viaja usted amenudo a Johannesburgo ? - Le pregunté mientras que se llevaba el tenedor a la boca con un trozo de carne. - Asintió con la cabeza, y cuando tragó la carne me dijo intercambiando miradas. - Todos los meses vengo una vez, y estoy una semana, y después represo a París, cuestión de trabajo. No le pregunté nada más, porqué lo que deseaba era terminar de comerse todos los pequeños tapers, desde el entrante hasta el postre, que era un pastelito bañado con ron. Sin darme cuenta me había quedado dormida y cuando abrí los ojos, la película de Sofía Loren había acabado, y dentro del avión había una luz débil, para que los pasajeros pudiésemos descansar y dormir. El vecino que tenía a mi derecha dormía con la boca entreabierta, dejándose oír flojos ronquidos, intenté dormir de nuevo, pero el sonido del ronquido de mi 4

vecino no me dejó conciliar el sueño, y dormía dando pequeños tumbos que podrían ser de diez a quince minutos. Miré en mi reloj de pulsera y vi que pronto serían las seis y treinta minutos de la mañana. Después de la tormenta había quedado un cielo limpio y lleno de estrellas que se iban tapando con el sol que empezaba a levantarse. Era maravillosamente bello, ver desde arriba volando el sol salir por el horizonte, lo estuve observando desde que empezó a aparecer con una rayita arqueada de luz, no me quería perder el despertar que tiene nuestro astro Rey. Tenía pegado a mi rostro los cristales de la ventanilla, esperando con inquietud verlo salir. Uno de mis deseos que yo había tenido era poder ver una mañana levantarse el sol, en París era difícil poder contemplar tanta y tanta belleza. Amigos que yo tenía me habían hablado en alguna ocasión, que habían pasado una noche en la montaña para ver el sol salir por la mañana muy temprano, por ver el baile que hacia hasta quedarse en el firmamento. Este baile del que ellos me hablaron, ahora yo lo estaba viendo desde las alturas. Fué estremecedor contemplar esa gran esfera dorada rojiza cómo se movía bailando hasta quedarse en su posición. En ese momento recordé, las bandadas de pájaros que vuelan por el cielo y que van bailando los machos tratando de conquistar a una hembra. Y la hembra copula con el que mejor ha bailado. A las ocho de la mañana sirvieron un buen desayuno, que para mi era casi una comida, con la noche 5

tan tormentosa que había pasado, tenía el estómago escurrido, y me pedía llenarlo. El resto del trayecto para llegar a Johannesburgo, transcurrió tranquilamente. A las doce y treinta minutos el Boeing aterrizaba en el aeropuerto de Johannesburgo. Dentro del avión, media hora antes de aterrizar, sentí, en mi pecho una sensación extraña, era como un vacío que en esos instantes no supe catalogar. Esa reacción desconocida, me daba a entender que algo oscuro había escondido nada más bajara y me viera con Émile. Quise quitarle protagonismo y me centré en mi, en cómo se me daría al principio de estar viviendo en África del sur, sin saber nada de inglés. Asocié ese vacío extraño al modo que llevaría mi vida, tampoco sabía si Émile hablaba bien el inglés, las pocas veces que me había escrito no mencionaba nada del idioma. Una sola vez me llamó por teléfono, pero yo lo notaba bastante distante de mi, en ninguna ocasión me hizo referencia a que yo fuera, ni tampoco me decía, que me echaba de menos. Le había vencido los seis meses de contrato con los que fué, y ahora había firmado otro, pero para dos años. La vez que me llamó por teléfono, me lo dijo, yo le hice entender que, dos años ya era mucho tiempo para que estuviésemos separados, y que yo quería ir, por lo menos para estar una temporada a su lado. Émile, no me animó a que fuera, y alegó, que me iba a aburrir sola todo el día en la casa y sin saber inglés. Hacia siete años que estábamos casados, y no habíamos tenido hijos, no fué por no ir a buscarlos, 6

porque hicimos todo lo que se pudo. Ahora ya no nos importaba a ninguno de los dos de no tenerlos, pues Émile hacia poco que había cumplido treinta y nueve años, y yo treinta y siete. La punzada que sentí dentro del avión, me atrajo muchos pensamientos oscuros. Llegué a pensar que Émile tenia otra mujer con la que estaba haciendo su vida, era por eso que él, no estaba de acuerdo a que yo fuera. Después de pasar por la aduana, y siendo policías muy estrictos, que me hicieron volcar encima de una mesa, mis dos maletas, me registraron lo que había en el bolso que llevaba colgado al hombro. Estaba de mal humor, me dejaron los policías enfadada y contrariada, de ver mis mejores vestidos de seda revueltos en un montón encima de una mesa larga y de hierro. Después de recoger la ropa y meterla lo mejor posible dentro de las maletas. Me fui a la sala de espera hasta ver si llegaba Émile, que él, también al igual que el Boeing estaba con retraso. Esperaba sentada en una silla negra de plástico, y enfiladas con muchas más. Miré la hora que había en mi reloj, y marcaba las doce cincuenta y cinco minutos. Me fijé en dos policías que paseaban por donde habían más pasajeros, cuidando de que todo estuviese bien, y el orden fuera perfecto. Sus miradas las posaban en todas las personas que allí nos movíamos de un lado a otro, con maletas, bolsas y paquetes.

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Observé en los dos policías de raza blanca, el uniforme tan singular que portaban. Pantalones cortos, por encima de las rodillas, y camisa, con los galones del grado en los hombros. El uniforme era color beig, y calzaban sandalias de cuero con correillas. Los miraba distraída en lo altos y robustos que eran, pero sin dejar de pensar en Émile, tenía que haber estado allí, a mi llegada, esto me tenía de mal humor, puesto que sabía perfectamente que era la primera vez que yo iba a Johannesburgo, y que apenas sabia nada de inglés. De todas maneras, la dirección suya la llevaba escrita en uno de los sobres de las cartas que me escribía, y lo guardaba a mano, dentro de mi bolso, por si tuviera que recurrir por algún fallo que tuviese.

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2 - ¿Madame Franklin ?. Una voz masculina sonó a mi izquierda que me hizo girar la cabeza. Yo miré extrañada al hombre que había delante de mi, de aproximadamente treinta años de edad, alto, y más bien delgado, con los cabellos castaños y ondulados. Abrí los ojos sorprendida pues no era Émile, a quién yo esperaba, y también porque se dirigió a mi en un perfecto francés. Antes de que yo articulara una sola palabra me dijo con una sonrisa. - Émile, no ha podido venir, y me ha pedido que lo hiciera yo. - ¿ Cómo sabía usted que se trataba de mi ? - Le pregunté con el entrecejo fruncido. - ¡ Mire ! - Me dijo al mismo tiempo que sacaba del bolsillo de su americana gris claro, una fotografía mía que Émile guardaba y que llevaba en su cartera desde hacía un año, que fué cuando me la hice. Yo no había cambiado mucho, el corte de cabello que tenía en la fotografía me reposaba en los hombros, y en la actualidad tenia media melena, pero seguía siendo castaño muy claro casi rubio, con una mecha que me tapaba media frente. Podía lucir el escote con gracia, en París, mis amigas me decían que tenía un cuello de cisne, y silueta de princesa. 9

- ¿ Porqué razón no ha podido venir mi marido ? - Le pregunté. Más que una pregunta era una interrogación. Él se sentó a mi derecha, posiblemente para darme toda la información que yo le exigía. - Debido a su trabajo, pero no se debe preocupar porque aquí estoy yo para lo que haga falta - Respondió amablemente. Hizo un gesto para ponerse de pie y seguidamente me dijo. - Perdone señora Franklin si no me he presentado, todo es debido a mi retraso, de no haber podido llegar antes. Mi nombre es Hugo Barreau, pero me puede llamar Hugo. - El mío es Claire, ya debe saberlo ¿ no ? - Le dije con poco ánimo, pero agradecida porque hubiese venido. Cogió una maleta en cada mano, al levantarlas del suelo hizo un gesto con la boca por lo que pesaban. Yo lo miré, mientras que salíamos de la sala de espera y nos dirigimos al parking grande y extenso donde habían, dos filas de automóviles que habían aparcados bajo un techo de cañas de bambú, el sol pegaba fuerte. Se paró en la parte trasera de un mercedes negro de segunda mano, introdujo las dos maletas en el interior del maletero, una al lado de la otra. - ¿ Ha tenido un buen viaje ? - Me preguntó saliendo del parking, y tomando una carretera ancha a la derecha.

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- Francamente, no mucho, pues dentro del avión he pasado mucho miedo. - ¿ Que ha ocurrido ? - Preguntó echándome una mirada. - Una tormenta tropical, que creí por momentos que allí nadie nos íbamos a salvar. - Sucede con frecuencia, pero no pasa nada. ¿ Es la primera vez que sube en un avión ?. - No. Pero de largo trayecto sí es, el primero. - Cuando se acostumbre a hacerlo varias veces verá que el miedo le desaparece - Dijo sin dejar de mirar a la carretera ancha, con altas palmeras en los laterales. Como hacía un día caluroso, las ventanas del mercedes estaban bajadas, yo tenía medio fuera la cabeza para respirar algún hilo de aire que pasara. Iba al mismo tiempo pensando en todas las preguntas que tenía preparadas a Hugo, pero no sabía por donde empezar, mi intuición de mujer chocaba con Émile de que no hubiese venido a recogerme al aeropuerto, también la presencia de Hugo, algo interior me decía que las cosas para mi, no iban a ir bien. No me creí lo que me contó, de que Émile no había podido venir, porque tenía trabajo. Hacía seis meses que no nos veíamos, y tendría que ser lógico y normal de que hubiese sido él quien estuviera esperándome. Otra vez la intuición o pensamiento y sentimiento se apoderó de mi - Algo me ocultan - pensé. - Hugo - Le dije mirándolo de lado - ¿ De qué se conocen usted y Émile ?.

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Antes de responderme, me echó una mirada que se cruzó con la mía. - Trabajamos en la misma empresa de siderurgia. - ¿ Qué tiempo llevas en Johannesburgo ?. - Va para dos años y medio. Yo trabajaba en la empresa cuando Émile entró, nos caímos bien por ser franceses, y somos buenos amigos. Nos miramos detenidamente, yo observé su ceja izquierda más arqueada que la derecha, bajo unos ojos color miel, algo asustados por lo que pudiese preguntarle de nuevo. - ¿ Vives cerca de la empresa donde trabajas ?. Lo digo por ser tu quien has venido a recogerme - Al terminar esta frase rectifiqué - Perdone Hugo, por haberle tuteado antes. - No, prefiero que nos tuteemos, creo que será más cómodo para los dos, puesto que yo también comparto casa con Émile, es un dúplex, con mucho jardín y árboles frutales - Dijo sin parar de mirarme para ver la reacción mía. - ¿ Cuanto tiempo hace que estais compartiendo casa ? Le dije con voz suave. - Cuatro meses hizo el treinta de octubre. Émile cuando llegó a Johannesburgo, la empresa le tenía preparada una vivienda que era para criados, de solo una habitación, una cocina pequeña, y ducha. Cuando intimidamos más, propusimos de alquilar un dúplex. Recordé en aquellos instantes que la primera carta que recibí de Émile tenía otra dirección. 12

- Hugo ¿ Estás casado ? - Le pregunté con algo de rabia que él notó. - No - Respondió con sequedad. - ¿ Y novia tienes ?. - No. Me fijé en los pómulos de su cara y los tenía rojizos, también los bajos de los párpados inferiores. En su frente advertí, algunas gotas de sudor, y con todo el conjunto delataba que no lo estaba pasando nada bien. Reconocí que no era para ponerse sonrojado y con sudor por unas simples preguntas que yo le estaba haciendo sin importancia, y que era para conocernos más, y seguí preguntando, que era lo que yo quería. - ¿ No has encontrado a la mujer ideal ?. - Todavía no - Dijo sin mirarme. - ¿ Crees que puede llegar a tu vida una mujer que te guste ?. Esto fué lo que ya colmó el vaso. Hizo un movimiento con la cabeza, y mirándome de lado me dijo enfadado y con voz gruñona. - ¿ Esto que es un interrogatorio ?. - Perdona Hugo otra vez - Le dije medio riendo - No quiero entrar en tu vida, lo único que busco es conocernos mejor. Tu sabes cual es mi posición, y me gustaría conocer la tuya. - Yo siempre digo que las hembras, solo dais problemasContestó como revancha. - ¿ Entonces tu eres de los que piensan que el género femenino no es bueno ? - Le respondí también con un desquite. 13

- No entremos ahora en toda esa clase de polémica, puesto que acabamos de conocernos - Claire - No me caes mal, pero por el bien de los tres es mejor que te mantengas en tu lugar. Pienso que hubiera sido mejor que me hubiese dado una bofetada o, algo peor, porque descubrí al instante que se trataba de una venganza. Mis presentimientos se estaban cumpliendo, pero todavía era pronto para echar las campanas al vuelo. La respuesta que me dio, me dolió bastante. - Hugo. ¿ Porqué te has molestado ?. Mi intención no era de herirte, sino de que nos conociéramos mejor. - ¿ Crees que estoy molesto ? - Dijo con más suavidad. - Sí lo creo - Le dije convencida. - ¿ No lo estarías tu si alguien al que ves por primera vez te acosara de preguntas ?. No respondí, me eché hacia atrás en el asiento dejando reposar la cabeza, y cerré los ojos imaginándome el momento en que viera a Émile, y que me contara, los seis meses que hacía que estábamos separados. Todavía no habíamos llegado a la casa y, ya me sentía yo como una extraña, y lo que era peor, un estorbo. Creo que a los diez o quince minutos abrí los ojos, y me di cuenta que habíamos dejado la ancha carretera de palmeras, y estábamos en otra la mitad más estrecha, pero muy larga, parecía que terminara en el horizonte. A la derecha todo eran de casas, de una planta y de dos, con bellos y resplandecientes jardines rodeados de verjas. A la izquierda, creo que había centenares de 14

metros de campo y plantaciones de maíz. Hugo para romper el hielo y porque me veía disfrutando del paisaje, me dijo. - La próxima calle a la derecha es donde vivimos. - ¿ A qué hora termina Émile su trabajo ? - Le pregunté más animada, con el cuerpo echado hacia delante y mirando lo bonito que era aquella zona residencial. No me había hecho la idea de que África fuera tan llena de color y de encanto. Siempre nos habían mostrado en las películas un África donde todo era selva, y unas pequeñas viviendas hechas con cañas de bambú, leones y serpientes. - Émile acaba su trabajo a las cuatro de la tarde, pero cuando te deje en casa, me tengo que ir para recogerlo y traerlo aquí. - ¿ Entonces, me quedaré yo sola hasta que vengáis ? Le dije mirándonos de frente. - No. Está en la casa todo el día Yosi, que es la joven nativa que la cuida, y nos hace la comida. También está Salomón que también es nativo, y que nos cuida el jardín, y los árboles frutales. - ¿ Tenéis dos personas a vuestro servicio ? - Dije extrañada. - Si, el gobierno obliga a los blancos a que demos trabajo a los nativos, y a que los aseguremos. Yosi te va a gustar, es una chica amable, y responsable de su trabajo. Al final del jardín hay una vivienda para el servicio, es pequeña, sólo, para una o dos personas, pero quien la ocupa es solo Yosi. Salomón termina su trabajo a las cuatro de la tarde, que es cuando anochece, y se va, hasta el día siguiente. El sábado a la tarde, hasta el 15

domingo a la noche, tienen descanso los dos. Yosi, el sábado a la tarde se va, creo que con sus padres y hermanos en la pequeña casa que tiene algo lejos de aquí. También me dijo un día, que tiene un hijo de tres años, y que lo cuida su madre, y que la mitad de su salario se lo entrega a ella, por cuidar de su hijo. - ¿ Qué edad tiene Yosi ? - Le pregunté, pues la historia que me estaba contando de ella, era la misma de cualquier madre que tenía uno o dos hijos y los cuidaban los padres mientras que ellas iban a trabajar. - Creo que veinte años, eso fué lo que ella me dijo un día que habló de su hijo y de su madre que lo cuidaba. - ¿ Entonces fué madre a los diecisiete ?. - Sí, y algunas aún antes, los hombres que se echan de maridos, que no se, si lo son, cuando la mujer empieza a tener hijos, la dejan y cogen otra que no los tenga. Es lo que tengo entendido, ellos no quieren responsabilidades, tampoco sé si estoy en lo cierto. Es la clase de vida que los nativos tienen. - También estos casos se ven en Francia y en otros países. Al final, es la mujer quien saca a sus hijos adelante - Dije moviendo la cabeza con nostalgia. - Ya te irás poniendo al corriente de todo, según vayan pasando los días. El mercedes perdió velocidad porque estábamos llegando a la casa. Mi corazón iba a cien por hora, pues en aquellos mismos instantes me enfrentaba a una nueva vida, que para mi era totalmente desconocida.

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Hugo paró el automóvil delante de una casa algo antigua de dos pisos, con mucho jardín, y una verja de hierro, mientras que yo iba descendiendo del coche, Hugo claxonó para que alguien viniese. Me acerqué a la verja, y miré a través de los barrotes de hierro la vegetación que vivía en su interior, descubrí flores de una gran belleza, y reconocí entre tantas que habían, a las azucenas, de dos colores, amarillas y blancas, a los gladiolos de dos colores, rojos y blancos, a los lirios violeta, a las margaritas de dos colores, amarillas y blancas, también espléndidas hortensias, rosas y azules. Lo voy a dejar así, porque la infinidad de bellas flores eran muchas. En medio de este bonito Edén, seguía un camino cómo de un metro y algo de ancho que acababa en el porche, donde habían tres escalones para subir, y una mesa redonda de bambú, con dos sillones a su alrededor de la misma caña. La casa, de estructura estrecha, y dos ventanas con cristales en cada piso, que mantenían abiertas. La fachada de la vivienda estaba pintada en blanco, pero ya gastada por el tiempo, y por la lluvia que en esa época abundaban las tormentas, que eran sonadas, por lo fuertes que se presentaban. Hugo había llegado hasta la verja y dejó en el suelo las dos maletas, y en esos instantes aparecieron por cada lateral de la casa, Yosi y Salomón a paso ligero.

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Yosi y Salomón llegaban. Hugo dirigiéndose a Salomón, le dijo unas frases en inglés, que yo no acerté a saber que era, pero rápidamente lo averigué cuando vi que Salomón cogía las maletas y volvía a la casa por el camino que conducía a ella. Yosi esperaba a que Hugo le dijera lo que tenía que hacer, ella me miraba y trataba de sonreír para ser agradable. Estaba al corriente de mi llegada por la manera de mirarme que tenía. A mi, me cayó graciosa, con su pelo corto, hecho caracolillos, y su corte de cara redonda y labios gruesos. Iba vestida con uniforme azul y delantal que ella trataba de colocar bien. Hugo, le dijo también unas frases en inglés, y Yosi me miró y me dijo. - Milady - Al mismo tiempo que inclinaba la cabeza en señal de saludo. Yo le sonreí contestando su saludo. Caminábamos los tres por la vereda, siendo Yosi quien venía detrás nuestro, parándose cuando yo lo hacía, para mirar las flores detenidamente. Mi mente estaba puesta en tanta belleza que yo imaginaba me miraban, y que si para mi eran importante esa gran cantidad de flores, también yo lo era para ellas. Advertí, un gran árbol a la derecha que daba mucha sombra, el tronco debería de hacer aproximadamente un metro de ancho, y la altura 18

no la pude calcular, pues parecía que tocara el cielo. De su tronco salían gruesas ramas en abundancia, y las hojas eran grandes y ovaladas. Oí a mi izquierda la voz de Hugo diciéndome. - Claire, ya tendrás tiempo de descubrir todas las maravillas, que hay pero ahora es mejor que entres en casa, y tomes una ducha porque seguro que la estás pidiendo a gritos. Me volví para mirarlo. - Hugo, es cierto de que quiero ponerme al corriente de todo, y que lo quisiera hacer ya, pero hay mucho tiempo por delante. Es verdad que estoy cansada, dile a Yosi que vaya preparando un baño. Hugo le dio órdenes a Yosi de lo que tenía que hacer, y ella nos adelantó y vi cómo entraban en la casa. El salón - comedor era bastante grande, y amueblado con lo imprescindible. Un sofá, dos sillones, y en los dos laterales de los tres muebles habían dos mesas pequeñas y redondas de madera color caoba que servían para depositar vasos de aperitivo, y también tazas de té. El centro del comedor lo ocupaba una mesa larga en color caoba brillante, y a su alrededor seis sillas haciendo conjunto. La pared más ancha la adornaba un mueble bar, cómo de dos metros de largo, con una estantería de madera llena de botellas de aperitivo y de

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licor. En la estantería que había más abajo, se podían ver bien colocados vasos anchos, y otros largos y estrechos. Las paredes las habían pintado en blanco, pero años atrás, pues estaban gastadas y descoloridas. Hugo iba a mi lado siguiéndome, pero sin mostrarme nada, esperaba a que yo lo fuera descubriendo todo. Había una puerta a la derecha que estaba entornada, puse la mano y con un pequeño esfuerzo, la abrí. Descubrí, un dormitorio con una cama de matrimonio, una colcha fina a flores, la cubría con los ribetes por debajo de la almohada bien metidos y colocados cuidadosamente. Dos muebles percha habían junto a la pared, una silla de madera corriente, en medio, y a la derecha un armario de dos puertas, y un espejo en el centro. Me acerqué a la ventana sin persianas, y miré al exterior, desde allí se podía disfrutar del jardín floreado. Salimos del dormitorio sin hacer ningún comentario, pero reconozco que la sangre yo la tenía algo revuelta. Miré a Hugo, pero seguía pasivo, cómo si con él no fuese nada. Recuerdo que cogió el pomo de la puerta y la cerró de un golpe. Ese detalle suyo lo vi muy personal. Yo deseaba que llegara la tarde para hablar con Émile, deseaba con todas mis fuerzas verlo, para ver que historia me contaba, aunque reconozco que Hugo me caía bien, era un hombre correcto y atento, pero algo quisquilloso cuando le hacia una pregunta personal. A la izquierda había otra puerta que estaba abierta y que entraba mucha luz del día, el sol se filtraba dentro. Entré 20

y descubrí que se trataba de la cocina, era ancha y grande. Había una mesa cuadrada cómo de un metro, y cuatro sillas de madera en los huecos. La cocina para guisar era de butano y de dos fuegos. Un armario rústico cubría una de las paredes. Había otra puerta con las iniciales W.C. No la abrí porque sabía de qué se trataba. Volvimos de nuevo a la cocina, pues quería descubrir lo que había detrás de la puerta de otra salida. Descubrí otro Edén de árboles frutales. Me acerqué, seguida de Hugo, que sólo oía de él sus pisadas, y a veces su respiración. Me acerqué al primer árbol que había más cerca, miré al suelo y vi que habían caído frutos de este árbol y que las hormigas se estaban dando un buen festín, eran centenares las que habían comiendo de ese fruto que yo desconocía. Miré a Hugo y le pregunté, siguiendo el nacimiento del árbol con la mirada desde donde empezaba la raíz hasta la copa. - Hugo, ¿ Qué fruto es este?. - Mangos, a Francia todavía no ha llegado esta fruta, pero el día que se conozca gustará mucho. - Está el árbol cargado - Dije asomándome por entre las ramas. - El árbol continuo también da mangos, son árboles que hace que están plantados, quizás más de cien años. - ¡ Tantos ! - Dije extrañada. - ¡ Mira los otros dos árboles que hay más lejos !. - ¿ Que fruta es ? - Le pregunté. - Este fruto lo conocemos es, aguacates. 21

En el suelo donde los dos árboles se mantenían, estaba repletos de aguacates que caían, y que las hormigas estaban dando buena cuenta del fruto. - En Francia hay que pagar un precio alto - Dije - Y sin embargo aquí se caen de los árboles y se los comen las hormigas. Hugo me señaló con la mano - Mira Claire allí más adelante hay un platanero, los plátanos que da son pequeños, pero al comerlos parece que sea miel de lo dulces que son y del sabor tan bueno que tienen. Yo miraba los platanitos diminutos cómo mi dedo índice, de largo y de grueso, no se podía comparar con la banana que nos llegaba de la Martinique, por el tamaño, pero seguro que estos platanitos eran más buenos y sabrosos. Me parecía estar soñando en un Edén repleto de cosas buenas que Dios nos puso en la tierra para nuestro alimento. - ¡ Claire ! - Oí a Hugo que me llamaba. Me acerqué al árbol donde estaba parado y me dijo. - ¿ Conoces esta fruta ?. - Claro que si - Respondí - Son granadas - Miré un poco más adelante y comprobé que había un segundo árbol de este fruto. Oí que me dijo en broma - Coge esto - Vi una pelota redonda y de color naranja que Hugo me había lanzado,

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cuando la paré con las manos descubrí que se trataba de una naranja. - ¿ También hay naranjas ?. - Y limones, y almendras, y una higuera que da unos higos dulces como el almíbar. - Repuso bromeando -¿ Qué ha pasado con tu baño, ya no te acuerdas ? Estará la pobre Yosi esperándote para enseñarte donde están las cosas. Claire ahora tengo que irme, pues en una hora, Émile termina su día laboral y lo tengo que recoger, así hemos quedado. Yosi, se encargará de enseñarte el resto de la casa. Asentí sonriendo, pero no me encontraba bien dentro de mi. Deseaba que llegara el momento para ver la cara de Émile, con Hugo delante. Solo pensarlo me causaba angustia y ganas de gritar contra mi misma por obligar a Émile que yo fuera a Johannesburgo. En las tres cartas que recibí de él, en seis meses, no me hablaba de Hugo. Era tan poco lo que decía en una carta que no le daba tiempo a contarme nada de África, lo poco que me decía, veía yo claramente que era forzado, era por eso que pensé que tendría que conocer a una mujer que le gustase más que yo, y que quizás estaría viviendo con ella. Oí cerrar la verja, y un minuto después, el motor del mercedes arrancar y alejarse. Rodeé la casa y me encontré con Yosi que me iba buscando y me dio a entender que el baño estaba en la 23

planta de arriba. Con la mano me hizo una señal para que la siguiera. Entré por la puerta principal detrás de Yosi. En el salón - comedor habían unas escaleras que conducían al piso de arriba, las fui subiendo. Habían tres puertas y la del medio era el cuarto de baño, la puerta estaba abierta, entré siguiendo a Yosi que me enseñó una toalla blanca de baño que acababa de colgar en una percha que había a una altura de la pared. Me mostró una esponja nueva a estrenar, champú y gel que había en una repisa a mano de la bañera. Yo la miraba sonriente y agradecida. Yosi salió del lugar de aseo, cerrando la puerta dando un golpe. Estuve metida dentro de la bañera veinte minutos, me sentía más relajada, y el apetito se me había abierto. Con la toalla atada por un nudo por encima del pecho salí del cuarto de baño con los cabellos mojados buscando mis maletas, necesitaba ponerme ropa limpia. Abrí la puerta que había a la derecha y descubrí que se trataba de un dormitorio con dos camas, las separaba una mesita de noche adornada con una pequeña lámpara eléctrica, y al lado bien colocado había un libro. Me incliné para leer el título que estaba en francés. Les enfants du sable. Seguía buscando mis maletas sin resultado alguno, y salí del dormitorio de invitados, y fui a la tercera puerta que estaba cerrada, pero con sólo coger el pomo y girar a la izquierda, se abrió. Vi mis dos maletas encima de una cama para una persona. Enfrente había una ventana que daba al jardín, me asomé y vi que me estaba observando Salomón con una sonrisa entreabierta, pero sin picardía y mirada inocente. Me fui de la ventana y abrí las dos 24

maletas. En una guardaba ropa ligera de llevar, y en la otra ropa más gruesa por si hiciese frío. Busqué un vestido gris con flores pequeñas en rojo. Era sin mangas, con un escote largo que llegaba hasta el canalillo, la parte de la falda era en capa pero ligeramente acampanada. Según iba metiendo el vestido y ajustándolo bien a mi cuerpo, observé sorprendida, que en el dormitorio donde yo estaba era para invitados, esas eran las órdenes que Salomón había recibido, de dejar las maletas en un dormitorio de invitados, que por lo visto estaba frecuentada amenudo. El dormitorio que a mi me habían colocado, era sencillo, cómo el otro donde habían dos camas. Extraje de una de las maletas mi neceser, y unos zapatos, blancos de correillas, de medio tacón, que iban cerrados con una hebilla. Vestida y calzada entré en el cuarto de baño con el neceser, necesitaba arreglar algo mi rostro para cuando Émile llegara, me encontrara bien, aunque el mal humor en mi iba aumentando cada minuto que pasaba. No podía comprender cómo pudieron llevarme a un dormitorio de invitados ¿ Quizás no era yo la esposa de Émile ? ¿ Qué clase de maraña se estaba tramando tras de mis espaldas ?. Miré mi reloj de pulsera y comprobé que eran las dieciséis horas diez minutos. Pensé que vendrían de regreso Émile y Hugo. Mi estado de nerviosismo iba 25

aumentando cada vez más, en mi estómago había un hueco que yo lo asignaba a dos cosas. Hambre e inquietud, sentía unos deseos locos de poder hablar con Émile para ver que me decía, necesitaba que ese entendido o mal entendido acabara pronto. Bajé las escaleras, y me vino un aroma de un guisado de carne, vi a Yosi en la cocina delante de los fogones, removiendo en una cazuela comida con una cuchara de madera. Advirtió mi presencia y se dio la vuelta, ella asintió sonriendo mientras que me miraba de la cabeza a los pies. Al parecer le gustaba el color de mis ojos grises con el vestido que me había puesto. Se dirigió a mi en inglés unas cortas frases que yo no entendí. Yo levanté los hombros en actitud de no entender lo que me había querido decir. Yosi fué hasta el mueble cocina y señaló una bandeja de plata, donde había dentro una tetera, una lechera pequeña y un azucarero, también de plata - Oui - le dije en francés - Seguidamente rectifiqué y le dije - Yes. Las dos reímos, me dio a entender que esperara en el porche diez minutos, que era el tiempo que tardaba en hacerse el té. Salí al jardín, y miré algunas flores que se preparaban para dormir, pues a las cinco de la tarde se hacía de noche. Sentí nostalgia por esas flores, que fuera al intemperie, hiciera frío o viento, allí estaban tan delicadas y bellas. Quise entrar dentro de su savia para sentir lo que ellas sentían cuando dormían en la noche, y cuando se despertaban con el sol. Siempre me he sentido atraída por la naturaleza, es mi parte débil o fuerte, 26

todavía no lo he descubierto, pero aunque ridículo parezca, una lágrima me ha caído mirando las flores, y los gorriones posados en un árbol. Siento mucha ternura por todo lo bello que la naturaleza nos ha dado. - Milady - Oí la voz de Yosi que acababa de depositar la bandeja de plata sobre la mesa del porche. Ella entró de nuevo en la cocina. Mis ojos se alegraron al ver en un platito de postre, dos variantes de galletas bien colocadas en fila. Me serví té en una taza de porcelana blanca, y puse una nube de leche con dos azucarillos. Cogí asiento en uno de los sillones de bambú, de cara al jardín, mientras saboreaba el delicioso té, mi vista recorrió el cielo de vetas rojizas que había dejado el sol, y pensé - Mañana hará viento. El té estaba delicioso y me puse una segunda taza, que iba saboreando despacio. Sin que me diera cuenta se había hecho de noche, y los grillos se dejaron oír, y seguramente también algún roedor que se oía por entre la hierba corretear. Yosi vino a llevarse la bandeja y a encender la luz del porche. Miré en la esfera de mi reloj y marcaba las diecisiete horas cincuenta minutos. Émile y Hugo, tendrían que haber llegado ya, para mis cálculos según Hugo me dijo que tardarían una hora en llegar. Desconocía cómo debería de ser Johannesburgo en la circulación a la salida del trabajo, y seguí esperando inocentemente sentada mirando el cielo cubierto de estrellas.

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Había hecho un largo viaje de dieciséis horas para estar al lado de Émile. Siempre me había jurado amor eterno, y que estaríamos juntos hasta el final de nuestras vidas, incluso en el más allá nos encontraríamos. Esto me lo había repetido muchas veces en los siete años de matrimonio que llevábamos. Ahora me pesaba de haber venido a Johannesburgo, no hice bien de querer saber cómo era su vida ¿ O quizás sí ? Desde que se había ido hizo un cambio bastante grande. Cuando estábamos en París, era conmigo atento y romántico, no se olvidaba de el día que nos conocimos, ni el de mi cumpleaños, y aún menos de la fecha que nos casamos. Para cada día me traía un regalo para recordarlo. También lo era yo con él. Éramos felices, y para vivir no nos faltaba. Todo fué el venirse a Johannesburgo por razones de querer darme más de lo que podía, era obsesión lo que tenía conmigo de verme en un chalet viviendo confortablemente. Decía, que yo, merecía lo mejor. Fue por mediación de una agencia de trabajo, que le ofrecieron de trabajar en África, en lo mismo que trabajaba en París, en la siderurgia, ganando el doble. Después de estar los dos bastantes días pensándolo, llegamos a la conclusión de que se viniera, sólo era para seis meses. Ya con este dinero que ganara tendríamos para la entrada de un chalet. Esos fueron nuestros planes. Yo me quedé trabajando en el oficio que siempre tuve dependienta de librería, en la Internacional. Me desmoroné mucho a la primera carta que me envió, pasado casi dos meses de su llegada a Johannesburgo, me decía que él, estaba bien, y me hablaba un poco de su trabajo, sobre mi, no se preocupaba, apenas 28

mencionaba nada, como si no le importara o, no me conociera. ¿ Qué hacía yo sentada a las ocho de la noche en el porche y sola ?. Yosi había venido para preguntarme, si quería cenar - Le dije - Que esperaría a mi marido, y a su amigo. Ella, señaló con su dedo índice la hora que era en su reloj, y haciéndome una señal con la mano pegada en su sien, me dio a entender que se iba a dormir, porque al siguiente día se tenía que levantar pronto. Cuando Yosi se fué a dormir a la casita que había detrás del jardín, yo fui a la cocina y me puse en un plato, un poco de estofado que Yosi había hecho para la cena. Lo fui a comer a la mesa del comedor, y cogí del frigorífico una cerveza de lata, conecté el televisor, y mientras comía me reía de una comedia que hacían, no era necesario saber inglés para entenderla, porque los mimos eran más que las palabras. De súbito me venía a la mente, que Émile no había venido, y paraba de reír pensando en los momentos tan tristes que estaba pasando, pero es que yo tengo fácil la risa, y cuando me da, por algo gracioso que he visto o, he oído, no hay quien me pare. Fui comiendo el estofado de carne despacio y sin gana. Estaba buenísimo y un poco picante, pero con la cerveza apenas lo notaba. La comedia que daban en la televisión había acabado, y después de unos minutos de publicidad, pusieron un documental de cómo capturaban los cocodrilos para hacer bolsos, zapatos y más cosas. Yo me descentré en este documental de ver capturar a un animal tan grande, 29

esperando a que saliera del agua, y la lucha tan feroz que había entre dos hombres y el cocodrilo, y sólo utilizaban la piel de su vientre, todo lo demás no servía. Miré mi reloj, y vi que marcaba las diez de la noche. Me puse en pie y fui a apagar la televisión. Recogí el plato vacío y la lata de cerveza también vacía, y lo dejé a un lado del fregadero. Fui apagando las luces según iba subiendo al piso de arriba. Entré en el cuarto de baño y me estuve lavando los dientes. Las maletas aún seguían encima de la cama. Advertí dos mosquitos que se habían filtrado por la ventana, me di cuenta de que había una mosquitera, de una tela metálica fina, tiré de la correilla y bajó. Las maletas, no sabía que hacer con ellas, si vaciarlas o dejarlas como estaban, hasta ver que pasaba. Hasta que no hablara con Émile no sabía nada. Pero de esto estaba segura, que no habían venido por no saber cómo afrontar mi persona y la de Hugo. Tal cómo yo conocía a Émile, lo debería estar pasando muy mal - ¿ Tanto le importa Hugo ? - Pensaba yo. Extraje un camisón de dormir de raso color marfil, y me lo puse, dejando sobre una silla el vestido gris a florecitas rojas. A un lado del interior de la maleta, encontré un libro que puse. La biografía de Lucrecia Borgia, autora Françoise Sagan. Cogí el libro y lo dejé encima de la cama. Las maletas las había puesto en el suelo, una encima de la otra. Sin pensar en nada más, me metí en la cama dispuesta a leerme todo el libro, pero no me di cuenta, y me quedé dormida con el libro abierto entre las manos. La noche 30

anterior en el avión no había dormido, y estaba cansada. Me hizo bien de dormir pues lo necesitaba. La luz del día entró por la ventana, y en mis ojos se reflejó, y los abrí. Miré mi reloj y marcaba las seis de la mañana. A las seis había un sol espléndido. En esa parte de África el sol se va a dormir antes, y se despierta también antes que en otros lugares de la tierra. El libro lo tenía abierto encima del pecho, lo cogí y lo cerré, y lo dejé a un lado de la mesita de noche, y al mismo tiempo apagué la lamparilla, que había estado toda la noche encendida. A mi mente, vino rápidamente Émile, no sabía si había venido a dormir. Me puse en pie y cogí de la silla un salto de cama que había dejado la noche anterior, y que hacía juego con el camisón. Metí los pies en las chanclas y fui directamente al cuarto de baño. No había señales de que alguien hubiese ido, todo estaba igual que yo lo dejé la noche anterior. Me puse agua fresca en la cara, y peiné mis cabellos. Quería lo más pronto posible abrir la caja de Pandora, pues me esperaban cosas desagradables, y las quería descubrir cuanto antes mejor. El miedo se me había ido, y sólo quería saber la verdad de todo. Iba con cuidado para no hacer ruido, pues dentro de la casa había un silencio absoluto. Abrí despacio la puerta del dormitorio que había al otro lado del cuarto de baño, y fui introduciendo la cabeza poco a poco, y miré si había alguien acostado. Abrí la puerta de par en par al comprobar que las camas seguían hechas, y nada había 31

sido tocado, cerré la puerta, y me dispuse a bajar las escaleras. Iba por la mitad, y de pronto llevé mi vista hasta el fondo, y en el salón, me estaba esperando de pie Émile, en pijama rojo pasión, y encima un batín del mismo color, abierto. Nuestras miradas se encontraron con aire de desafío, él se mantenía serio y quieto. Había engordado quizás tres kilos. Mi vista se dirigió a la puerta del dormitorio de matrimonio que estaba abierta por una rendija, y entre ese hueco vi claramente el rostro de Hugo que observaba lo que haríamos Émile y yo al encontrarnos. Émile no se había movido de su lugar, y simulando una sonrisa esperaba a que yo llegara a él. Comprendí, que estaba vigilado por Hugo, y que algún gesto que hiciese conmigo fuera de lo normal sería motivo de disputa entre ellos dos. Jamás me sentí tan humillada cómo en esos instantes, yo que había tenido el amor absoluto de Émile, ahora no era así, y aún más humillada me sentía, que se hubiera olvidado de mi, por el amor de un hombre. En aquellos momentos tenía claro que se trataba de eso. No quise echar más leña al fuego y me acerqué a Émile con cautela, dejaría primero que fuese él quien me saludara, después, vería lo que haría. Yo, me mantenía seria y algo distante, creo que igual que él, al mirarnos cara a cara, él se acercó y me dio dos besos en cada mejilla, igual que se hace con una amiga. Su mirada era lánguida y fría. - ¿ Cómo estás ? - Me preguntó con medio metro de distancia entre él y yo. 32

No le iba a mentir, era ridículo que lo hiciera, viviendo esa situación tan desastrosa y denigrante. Una mujer no puede estar bien cuando sabe que su marido la está engañando. - Ya puedes ver cómo estoy, mal - Dije al mismo tiempo que miraba la rendija del dormitorio. Hugo se echó hacia atrás para no ser visto. - Anoche era bastante tarde cuando regresamos Hugo y yo, para ir a saludarte, aunque vi que había luz en el dormitorio, no te quise molestar - Dijo tranquilamente cómo si de una desconocida se tratara. - Ya, te entiendo, pero no encuentro que sea elocuente lo que me dices, puesto que han sido muchas veces las que me has despertado cuando lo necesitabas - Dije soltando una lágrima. - Perdona que ayer no fuera al aeropuerto, tenía mucho trabajo pendiente, y cómo era viernes, lo tenía que dejar acabado - Dijo con soltura y despreocupación - Repuso ¿ Que te ha parecido Hugo ?. Afirmé y después contesté. - Me ha parecido un buen chico. Émile se quedó unos instantes observándome. Me hubiera gustado saber en ese momento que era lo que pensaba de mi. Se cruzó el batín haciéndose un nudo, se dirigió a la cocina, y yo lo seguí, allí estábamos fuera de la mirada de Hugo. Yo quería hablar con Émile más en privado. Abrió la puerta trasera de la casa, miró la hora 33

que era en el reloj cuadrado que había colgado en la pared de la cocina, y marcaba las seis cincuenta minutos, y mencionó. - Yosi vendrá pronto ¿ Te apetece una taza de té ?. Yo me quedé en la puerta trasera mirando los árboles de mangos que había enfrente, me volví y le pregunté. - ¿ No tienes café ?. - El que hay en Johannesburgo es malo y sin sabor, aún peor que el que hay en París. Aquí el té es una bebida por excelencia, y naturalmente es bueno - Repuso ¿ Que te ha parecido Yosi ?. - Una chica maja, la encuentro interesante. Émile había cogido de uno de los cajones del armario de la cocina una tetera grande de aluminio para calentar agua, se disponía a abrir el grifo cuando irrumpió con paso largo Hugo. Primeramente miró la distancia que separaba entre Émile y yo - Dijo - Buenos días Claire. - Buenos días Hugo - Respondí. Lo miré con atención, pues me chocó verle el pómulo izquierdo algo hinchado, y de ahí al párpado inferior morado ligeramente. Miré a Émile con el ceño fruncido al mismo tiempo que movía la cabeza. Él se percató, y sin mirarme hizo un sonido con la garganta cómo si tuviera carraspera. En esos instantes, entró el la cocina Yosi, dio los buenos días mirándonos a los tres. Émile y Hugo le respondieron, yo le sonreí. Émile dijo algo en 34

inglés, que dos minutos más tarde comprendí que era. Nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina, y Yosi nos sirvió el té. En un plato largo puso bien colocadas rebanadas de pan de molde, mantequilla en otro más pequeño, mermelada de melocotón, y queso en lonchas en otro plato. Émile y Hugo, era evidente de que habían mantenido una disputa, y por lo visto, violenta, pues Émile tendría que estar bastante encendido para que le diera ese golpe, y supongo que había sido a causa mía. Por lo que yo había advertido de Hugo, al estar espiándonos por entre la rendija de la puerta, daba a una persona celosa y desconfiada. En los años que hacia que Émile y yo, estábamos casados, discutimos bastantes veces, pero nunca me levantó la mano, ni se puso agresivo. Lo de ellos tenia que haber sido muy fuerte para qué Émile le agrediera. Fuera lo que fuese, Hugo, me causaba pena. Es ridículo que diga eso, pero es la realidad. Lo veía un hombre tierno y tranquilo, aunque algo quisquilloso, no aguantaba mucho una broma por muy pequeña que fuera. Aunque extraño me pareciera, estábamos los tres formando una familia, y necesitaba saber que era lo que había ocurrido entre ellos dos, me preocupaba la situación que estaban viviendo, incluso más que la mía porqué me di cuenta que no tenía salvación mi matrimonio, no iba yo a pasar por un menaje a trois, y creo que Hugo tampoco. Puedo asegurar que cuando me 35

percaté de lo que estaba sucediendo, el amor que yo había sentido por Émile, había desaparecido, y esa es la verdad, y pensé, que no volvería a creer más, en ningún hombre, la venda que tenía en los ojos cayó. - ¿ Hugo, que te ha ocurrido en el ojo ? - Le pregunté, con los brazos cruzados encima de la mesa. Hugo, con una rebanada de pan en la mano untada de mantequilla y mermelada, miró a Émile, y con un ademán de desprecio dijo. - Me lo ha hecho este. - ¿ De qué manera ? - Le interrogué. - Pregúntaselo a él, tiene la mano muy larga, cuando le digo algo que no le interesa - Dijo mirándolo de reojo. Émile tenia la taza de té en la mano derecha. Bebió un sorbo, y seguidamente lo acabó, y dejó la taza dentro del platillo, cómo si con él no fuera, cogió una rebanada de pan, le puso mermelada y una loncha de queso, se lo llevó a la boca y comió despacio, sin ganas. Lo vi distraído y ausente, le debía parecer extraño y poco real, que yo estuviese desayunando con ellos dos. Yo por parte mía también pensaba lo mismo, que estuviéramos los tres en Johannesburgo viviendo una situación enojosa y bastante extraña. Tampoco creí culpable a Hugo, por haberme robado a Émile, no vi de que fuera una traición por parte de él, pues sinó hubiera sido Hugo, lo hubiese hecho otro. Todo estaba en lo que

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sentía Émile hacia su propio sexo, y no creo que Hugo le obligara a nada. Émile me miró de frente, y tragando el bocado que tenía en la boca me preguntó sin más preámbulos. - ¿ Cuanto tiempo piensas quedarte aquí ?. La pregunta la acogí cómo si me hubiera dado un mazazo en la cabeza. Tenia los codos apoyados encima de la mesa, y las manos cruzadas sosteniendo la barbilla. Yo lo miraba recordando otros tiempos, en los que me decía, que yo era su único amor, y prefería irse él antes que yo, el día que muriésemos, puesto que sin mi, no sabia que hacer de su vida. Y me repetía con bastante frecuencia - ¡ Yo antes que tu !. Émile me miraba esperando mi respuesta, yo ni corta ni perezosa le cuestioné. - ¿ Tu, antes que yo ?. Émile parpadeo varias veces seguidas, cómo si fuera un tic lo que tenia. La verdad es que se enervó y enrojeció. Hugo, había oído lo que le dije a Émile pero no entendía que era. Levantó la cara de la taza de té, y nos miró con picardía, pensó que le había hablado en clave para que él no nos entendiera. La verdad, es que si, pero esto era ya agua pasada, sólo le quise hacer un pequeño recordatorio.

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Me di cuenta que Hugo era celoso, muy celoso, incluso los celos lo consumían, y no era consciente de ello. Nos miraba esperando un gesto o, movimiento de Émile o mío, para llorar seguramente o, decir - ¡ Ya está ! Vosotros dos tenéis algo, os entendéis. Le contesté a su pregunta. - Émile llegué ayer de París, no conozco nada de Johannesburgo, me gusta esta casa, y todo lo que hay a su alrededor. Ya sabes a lo que me refiero. - No - Me respondió con un tono de distanciamiento. - El jardín - Le dije sonriendo - Los árboles frutales, este clima tan maravilloso, en París, nada de esto tenemos, nunca he podido disfrutar de un Edén tan espléndido. Yo, no seré causa de disputa entre Hugo y tu. Émile respiró profundamente dejando escapar un suspiro de agotamiento, y de paciencia. - ¿ De qué vas a vivir ? - Me preguntó Hugo con enojo No sabes hablar inglés. Me sobresalté al ver a Émile que cogía a Hugo por el hombro, muy enfadado, y le dijo mirándolo de frente. ¡ No te metas en nuestros asuntos, ya te lo dejé dicho anoche bastante claro !. No conocía yo a Émile, jamás lo había visto tan violento, era cómo si su carácter le hubiese cambiado en los seis meses que estuvo separado de mi. Lo miré con crudeza, y soltó a Hugo, que en sus manos, parecía una 38

varita de mimbre. Hugo se levantó de la mesa, y la servilleta que tenía en la mano derecha, la tiró con rabia encima de la mesa, y cuando iba a salir de la cocina, se giró y le recalcó a Émile. - Te dije, que le dijeras cuando la llamaste por teléfono, que no viniera aquí. Esta es nuestra casa, hemos comprado los muebles entre los dos, y todos los gastos corren a cuenta de los dos. Los dos también compartimos la cama, y todo lo que es de uno es del otro. ¿ Porqué me tuve yo que enamorar de un hombre casado ?. Hugo salió al jardín, dio algunos pasos sin saber que hacer. Vi que lloraba, y que se secaba las lágrimas con el puño. Pasados diez minutos fué a sentarse en uno de los sillones que habían en el porche, y se quedó mirando el paisaje. Émile, me miraba con los brazos cruzados y serio, como si yo hubiese tenido la culpa de la disputa. En aquellos instantes quería más que nunca, quedarme en la casa, el dormitorio que me habían designado, me gustaba, era acogedor. Además tenía la intención de ir a una academia para aprender inglés. Le hice un gesto a Émile levantando los hombros, al mismo tiempo que hacía una mueca con la boca. - Claire, ¿ Porqué has venido ? - Me preguntó - Estoy seguro de que estabas al corriente de mi relación con Hugo.

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- Te voy a responder a la primera pregunta - Le dije - He venido porque quieras o no, eres mi marido, y tengo el derecho de vivir donde tu vivas. Yo sabía que me estabas engañando con alguien, pensaba que se trataba de una mujer, pero mi sorpresa ha sido desagradablemente mala, jamás pensé, que se tratara de un hombre. Ha sido la peor bofetada que jamás me hayan dado, jamás sospeché de que eras homosexual, lo has sabido esconder bastante bien. - Claire, de toda la vida he sido bisexual, lo que pasa es que tu nunca te has dado cuenta, porque siempre cumplí contigo en la cama, pero mis aventuras con hombres, siempre las tuve. Me casé contigo porque estaba enamorado de ti. Te di mucho amor, tu lo sabes, y cuando conocía a un hombre que me gustaba y nos gustábamos, teníamos relaciones. ¿ Porqué crees que Hugo está tan celoso ? pues, porqué sabe que me gusta tanto un hombre cómo una mujer. Yo lo miraba de un modo aterrador, estaba viviendo una pesadilla - ¿ Cómo es que no me di cuenta de nada ? ¿Tan tonta era y tan ciega estaba, que no llegué a sospechar ni la más pequeña cosa ?. Incluso cuando habían noches que venia a casa pasada la medianoche y me decía que venía de trabajar, porque habían hecho horas suplementarias, yo lo creía. Fueron infinidades de veces que lo hizo, ante mi estaba cómo si nada, cómo si me hubiese dicho la verdad.

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- Émile - Le pregunté - ¿ Porqué no viniste ayer a recogerme al aeropuerto ?. Miraba cómo me brotaban lágrimas, cerró los ojos apretándolos por unos instantes, con la actitud de estar pasándolo mal, mordió su labio inferior, mientras que movía la cabeza. Después de hacer una respiración profunda, me dijo. - Claire, no fui porque Hugo se puso muy celoso y pesado, me montó una escena. Me dijo que lo engañaría contigo, que tendríamos relaciones nada más llegar aquí. Tan mal lo vi, que decidí, de que fuera él a recogerte. Cogí una servilleta de papel, y me sequé las lágrimas que me goteaban por la barbilla, y también me soné la nariz. El pelo me había venido a la frente y una mecha me estaba tapando el ojo derecho. Émile llevó su mano hasta mi frente, y con un gesto delicado puso la mecha en su sitio, al mismo tiempo que me acarició los cabellos. - Émile ¿ Porqué vinisteis anoche tan tarde ?, te estuve esperando hasta después de madrugada leyendo un libro. - Eran las cinco, miré a la ventana de tu dormitorio, y vi que había luz, pensé que estarías esperándome cómo en los viejos tiempos. Me dispuse a subir, y cuando iba por la mitad de las escaleras, Hugo saltó sobre mi, diciéndome que no lo hiciera, y que si yo entraba en tu dormitorio, todo habría acabado entre nosotros dos ¡ Elige ! - Me dijo. 41

- Émile, no has respondido a mi pregunta - Le volví a decir de nuevo - Hugo me dijo que tu trabajo terminaba a las cuatro de la tarde, y que seguidamente vendríais aquí, ¿ Porqué ese retraso ?. Émile seguía con los brazos cruzados mirando cómo me lo planteaba para que fuese más fácil para él. Se sirvió otra taza de té, me hizo un gesto con la tetera en la mano, por si yo quería que me sirviera otra. Negué con la cabeza, siguiendo sus movimientos. Bebió un sorbo de té, y dejó la taza en el platillo, se volvió de nuevo a cruzar de brazos y mirándome de frente me dijo. - Hugo, es un chico sensible, le afecta todo, ahora no quisiera que estuvieras aquí, no confía en mi, pero si te viera que lo estabas pasando mal, en otros aspectos, él, sería el primero en ir a ayudarte, tiene un gran corazón. Ayer cuando salí del trabajo, me estaba esperando al lado del automóvil. Al llegar a él, seguidamente le pregunté por ti, bastante interesado - Le dije - Cómo te habías tomado que yo no hubiese ido - Pues sólo por eso me montó la marimorena, diciéndome - Que no lo quería, y que sólo estaba deseando verte a ti. Para que se tranquilizara, cogimos el mercedes y nos fuimos al centro de Johannesburgo, estuvimos tomando unas copas. En ese local aún me seguía acosando, seguía, y seguía. Hasta tal punto que lo saqué de allí, y fuera le pegue un puñetazo para que me dejara en paz. Se puso a llorar cómo una mujer. Me llamó canalla, cobarde, mal nacido. Tuve que aplacarlo, volvimos de 42

nuevo a coger el mercedes, lo conducía yo, y lo llevé hasta las afueras de Johannesburgo, al campo. Sé cómo aplacarlo cuando se enfada, y en medio de hierbas altas, tuvimos relaciones. Pronto era la hora de cenar, volvimos a coger otra vez el mercedes y fuimos al centro de Johannesburgo a un restaurante que ya conocemos, y estuvimos cenando hasta muy tarde. Hugo seguía sin querer que viniéramos aquí, y estuvimos por ahí hasta de madrugada. ¡ Ya lo sabes todo !. Me percaté de que Hugo estaba a un lado de la puerta escuchando todo el relató. Yo lo miré, y seguidamente entró en la cocina, y se sentó en la silla que ocupaba antes. Yosi, se acercó a la mesa y preguntó a Hugo algo, él negó con la cabeza. Miré la hora en el reloj que había colgado en la pared de la cocina, y aprecié que marcaba las ocho horas cincuenta y cinco minutos. Émile, también siguió mi gesto, y mirándome me dijo. - Cómo verás, sólo tenemos un cuarto de baño en el piso de arriba, y un cuarto pequeño de aseo en esta planta. Es mejor que tu te duches o tomes un baño antes que nosotros, pues dejamos el baño sucio, para que lo limpien. Hugo, con los brazos cruzados encima de la mesa, miraba por la puerta. Se podía ver la casita donde Yosi vivía, y parte de un huerto pequeño donde sólo habían plantado lechugas y zanahorias. 43

Me puse en pie, dispuesta a subir al piso de arriba, y entrar en el baño. Hugo me miró y me dijo. - Esta noche iremos a cenar a un restaurante donde se come muy bien, de esa manera conocerás algo de Johannesburgo. Émile lo miró extrañado, por la invitación que acababa de hacer. Hugo le insinuó diciendo. - No quiero que vaya a pensar mal de mi, después de todo lo que le has contado nuestro, yo contra ella no tengo nada, es contigo, porque sé que no sabes guardar la compostura. Émile levantó las manos a la altura de los hombros, y con un movimiento de cabeza dijo. - De acuerdo, está bien, no pensaba que la invitarías. Yo sonreí, salí de la cocina y subí al piso de arriba, sólo me iba a duchar, pues el día anterior había tomado un baño que me fué de maravilla. Mientras me duchaba pensaba en mi vida, que iba a ser de mi vida, a mis treinta y siete años, sola en África y sin saber inglés. Yo me consideraba una mujer sola, pues con Émile no podía contar, aunque fuera mi marido, estaba haciendo vida matrimonial con Hugo, y formaban una pareja. Tenía yo que ingeniármelas para empezar lo más pronto posible cosas que me pudiesen ayudar en todo lo que quería hacer. No pensaba de ninguna manera irme a París, allí, sabía lo que me esperaba. Vivir en un piso, no tener un 44

jardín que fuera mío, ni árboles frutales, ni el sol todo el día desde que se levanta hasta que se acuesta. En París la vida es muy agitada, no se tiene tiempo para nada. Había llegado a la conclusión de que era en África donde yo quería quedarme a vivir. Después de la ducha busqué en una de mis maletas un pantalón fino para combinarlo con una blusa beig sin mangas. Dentro de mi dormitorio oí a Émile y a Hugo que habían entrado juntos al cuarto de baño, no sé si lo hacían para darse más prisa o, porque era lo habitual en ellos. Después de vestirme, me dio tiempo a vaciar las maletas y colocar toda mi ropa en el armario. Bajé al jardín, y estuve mirando las flores de cerca, di la vuelta a la casa y me quedé debajo del aguacate, miraba el tronco grueso, la copa estaba poblada de ramas y repletas de ese fruto, en el suelo, encima de la tierra habían muchos que caían del árbol y las hormigas daban buena cuenta. Pasaba lo mismo con los mangos, los habían por docenas que caían del árbol, y en el suelo se quedaban para la comida de las hormigas - Pensé - Tan cara cómo están estas dos frutas en París, y aquí, nadie se las come.

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Fui rodeando la casa hasta llegar a los naranjos y limoneros, la hierba estaba alta, me cubría media pierna. Salomón estaba cerca cortando sin prisa con la hoz, al pasar por su lado, se puso derecho y me sonrió levemente. El claxon de un automóvil gris que acababa de pararse en la puerta, me hizo girar la cabeza, advertí a una mujer al volante, llegué hasta la verja de hierro. La mujer bajaba del vehículo con una sonrisa de hipocresía. Tendría aproximadamente cuarenta años, alta y delgada, con rigidez en su cuerpo y rostro. Se acercó a la verja dispuesta a preguntarme y me dijo en un perfecto francés. - Buenos días señora. - Buenos días - Le respondí. - ¿ Es usted hermana del señor Franklin o, del señor Barreau ?. No supe que responderle en esos instantes, puesto que no estaba al corriente, de si ella sabía la homosexualidad de Émile y de Hugo. Miré hacia atrás al oír la voz de Émile que dijo saludándola con pocas ganas. - ¿ Cómo está, señora Lansiere ? ¿ No ha venido su marido hoy con usted ?.

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- No - Dijo ella con una complicidad de miradas que iban de Émile a mi. Émile llegó a la verja y abrió la puerta. - Le preguntaba a ella si era hermana suya. - No - Respondió Émile - Es mi esposa. - ¡ Oh ! - Exclamó la señora Lansiere llevándose su mano derecha a la garganta - ¿ Su esposa me ha dicho que es ?. - Sí, ha oído bien - Recalcó Émile con una sonrisa. - ¿ Entonces ? - Dijo mirando entre los barrotes de la verja para ver si veía a Hugo. - Señora Lansiere - Dijo Émile - Dígame que es lo que quiere saber, y yo se lo digo. - No, no ¡ Pero si a mi no me importa ! ¿ No me la va a presentar ? - Dijo todavía asustada. - Se llama Claire ¿ Quiere saber algo más ?. - No lo tome a mal, señor Franklin - Dijo mirándolo con sus pequeños ojos muy abiertos, boca pequeña y labios delgados - Me gustaría invitarla un sábado como hoy, al centro de Johannesburgo. Ahora voy de compras, y seguro que le gustará conocer los supermercados y almacenes, es todo moderno, y la vida que los blancos tenemos es distinguida. Asistimos con frecuencia a fiestas nocturnas que dan en los hoteles y grandes restaurantes, lo que frecuentamos es, chic. Los blancos vivimos muy bien. La encontré algo extraña. - Iré conociendo todo, poco a poco, pero si un día me lo dice con antelación, me gustaría ir de compras y conocer bien la ciudad, tengo entendido que es bonita y acogedora - Le dije complaciéndola. 47

- Señor Franklin, es muy agradable su esposa, me gustaría que fuéramos, amigas - Dijo acercándose mucho a mi terreno. - Yo acababa de conocer a Chantal, la señora Lansiere, a primera vista no me pareció ni bien ni mal, pero sí algo cotilla, quería saber todo sobre Émile y Hugo, y sobre todo aún más de mi. Pensaba ella qué podría imaginar para preguntar. Émile como la conocía bien, pronto se deshizo de ella diciéndole, que teníamos que salir y que se hacia tarde. - Claire, vendré entre semana a hacerle una visita ¿ Qué le parece el miércoles ? - Dijo. - Bien - Respondí. Subió en su coche, lo puso en marcha, y se fué. Hugo nos estaba esperando sentado en un sillón, en el porche. Dirigiéndose a Émile le preguntó. - ¿ Qué, quería esa bruja ?. - Ya sabes, lo de siempre, meterse en casa ajena y hacer preguntas. - ¿ Quien es ? - Pregunté a los dos. - Son un matrimonio de Lyón con dos hijos. Hace diez años que llegaron a Johannesburgo, y han hecho una gran fortuna. Ella es simplona, y con mucha malicia, tiene todo el día para no hacer nada, es por eso que se ocupa tanto de los demás - Dijo Émile. - ¿ En qué trabaja su marido ? - Pregunté. - ¡ Huf ! - Dijo Hugo - Tiene muchos líos por ahí, se ocupa de muchas cosas a la vez, incluso sabemos de 48

buena tinta que trafica con armas, y las lleva a otro país de África que están en guerra. - ¿ Donde ? - Pregunté interesada por saberlo. - ¿ Has oído hablar de Rodesia ?. - No, ¿ Eso donde está ?. - A mil cien o, a mil doscientos kilómetros de aquí, no creas que está lejos. - ¿ Cómo hace para llevar las armas allí ?. - Chica, no lo se, pero la cuestión es que lo hace, y le dan mucho dinero, es por eso, que también tienen un restaurante, y una tienda de souvenir. A parte, una casa de dos pisos, más grande que está de propiedad, están forrados. - ¿ Y dices que sólo llevan aquí diez años ?. - Exacto - Afirmó Hugo. - ¿ Qué edad tienen sus hijos ? - Pregunté. - Creo que uno catorce, y el otro dieciséis, pero son tan simplones cómo la madre, sus inteligencias no dan para mucho, de tal palo tal astilla. - Pues, si tienen un restaurante y una tienda de souvenir, necesitan tener bastantes obreros. - Sí, pero apenas les pagan, sólo, el mínimo que marca la ley, sus obreros son todos nativos, y me gustaría que vieras cómo los tratan. - ¿ Mal ?. - Bueno, muy mal, peor es imposible, cuando les habla lo hace gritando, que tiene un chillido parecido al felino. Te contaré - Dijo Hugo - Un sábado por la noche fuimos Émile y yo a cenar al restaurante de ellos, pues no hacían más que insistir para que fuéramos, ellos nos invitaban. El restaurante estaba medio lleno. Había un 49

cocinero y dos camareros para servir las mesas. Ella cuando va, es de figurín, se pone a un lado luciendo el modelo de vestido que lleva, y sólo hace que mandar, pero con un despotismo aterrador. Oímos todos los que estábamos cenando los gritos que su marido el señor Lansiere daba en la cocina al cocinero. Los clientes se miraban preocupados porqué sería, pues al cocinero lo insultaba de mala manera. Émile y yo, nos levantamos de la mesa, y entramos en la cocina para ver la gravedad que el cocinero estaba cometiendo. Nos quedamos Émile y yo de piedra de lo que vimos. Estaba el cocinero, de veinticinco años aproximadamente en cuclillas en el suelo, cubriéndose la cabeza con las manos, y llorando suplicaba al señor Lansiere - Qué él no había sido. Émile le preguntó que ocurría. - El señor Lansiere dijo - Que le había robado un saco de patatas de cinco kilos, que se lo había dado a otro nativo que vino, y se lo llevó a escondidas. Lo peor que vimos, lo más ruin fué que, le decía al cocinero, sosteniendo una campanilla en la mano y haciéndola sonar, lo siguiente. - Los espíritus vendrán de madrugada cuando estés durmiendo, y te arrancaran el corazón, si no me dices donde está el saco de patatas. El cocinero se había puesto de rodillas con las manos juntas, pidiendo clemencia, mientras que lloraba amargamente. Los nativos les tienen mucho respeto a los espíritus, están convencidos de que vienen para robarles el alma, es un miedo tan feroz el que sienten, 50

que sólo de pensarlo tiemblan, y muchos sufren espasmos. El cocinero suplicaba de rodillas al señor Lansiere con la cara pegada en el suelo. - Mándeme a la cárcel, pero no haga magia atrayendo los espíritus contra mi - Repetía una y otra vez en grandes sollozos. El señor Lansiere le decía con la cara transformada por la ira - ¡ El saco de patatas, me lo traes mañana, y de esta manera te perdonaré ! ¿ Me estás oyendo ?. - Sí señor, gracias señor - Decía el cocinero, mientras que se ponía en pie, y volvió a su trabajo. - Fué humillante para ese hombre - Dijo Hugo Castigarlo con lo que más miedo le causaba. Yo estaba indignada de escuchar este hecho tan ruin - ¿ Cómo puede un ser humano aprovecharse de personas sencillas y que creen en el más allá ?. - ¿ Le llevó al día siguiente el saco de patatas ? - Le pregunté. - Sí, por supuesto, y dijo el pobre cocinero, que lo había comprado con su dinero - El señor Lansiere reía a carcajadas diciendo, que era normal, puesto que se lo habían comido su familia. Émile asentía, apretando los labios, y dijo mirando al horizonte - No son buena gente, en todos los conceptos. Un día nos contó un hecho, que para ellos era una anécdota - Dijo Émile - Ellos tienen dos chicos trabajando en su casa, que tanto los tienen para la limpieza que para el jardín. Un día uno de los nativos 51

tenía mucha ropa que planchar, la plancha, por lo visto era vieja y no calentaba bien. Hacía una hora que estaba planchando, y apenas había planchado de dos a tres prendas. La señora Lansiere que siempre está vigilando para ver que es lo que encuentra mal - Le dijo - ¡ Porqué había planchado tan poca ropa en tanto tiempo !. El chico le respondió - Que era por que la plancha apenas calentaba. La señora Lansiere se enfureció, y quitándole de un estirón la plancha, la puso en la mejilla del chico - Mientras que le repetía varias veces - ¿ No calienta ? ¿ No te está quemando la cara ?. El chico tuvo que apartar el rostro de la plancha porque se estaba quemando. Ella le dijo gritando y riendo al mismo tiempo - ¡ Date prisa en acabar toda la ropa que te queda, imbécil !. - Es escabroso - Dije enfurecida - ¿ No hay ley para estas personas ? ¿ Los nativos no los denuncian ?. - Claire, aquí la ley es lenta para los nativos - Respondió Émile - Los blancos son los que llevan la batuta, eso es cosa de cada uno, la clase de conciencia que se tenga. Aunque debo decirte, que tienen miedo a quedarse a solas con los nativos, porque les hacen mucho daño, hay una discriminación tremenda. Me gustaría que un día, se pudiese todo este racismo acabar, y que fuéramos todos iguales. No hay razón para que no lo sea. - ¿ Habla la señora Lansiere bien el inglés ? - Les pregunté mirando a los dos. Se echaron a reír, y Hugo respondió con sarcasmo. 52

- Lo chapurrea, lo destroza. Hace diez años que va a una academia, pero debe de gastar el tiempo chismorreando con otras como ella. Traté de cambiar de tema porque hablar de esa mujer era desagradable para mi, y pregunté a los dos. - Me gustaría lo más pronto posible ir a una academia para aprender inglés, me quiero incorporar a la vida de aquí, y también trabajar en algo que esté bien y que me guste. Émile, me miró sorprendido, no esperaba oír de mi decir lo que pensaba hacer. Los dos nos miramos, y le pregunté. - ¿ Que te parece ?. - No sé, eso lo tienes que ver tu. - ¿ Esperabas que me fuera, de aquí, en una semana ?. - ¿ Realmente te quieres quedar ?. - Por supuesto, me gusta este lugar, y cómo se vive ¿Hugo, tienes inconveniente de que me quede ?. Hugo tardó en responder, y mientras tanto sólo hacia que observar a Émile, y observarme a mi, nuestras expresiones, nuestros cambios de miradas. - Si ella no se mete en nuestra relación - Dijo Hugo - Por mi, puede quedarse, pero quiero poner condiciones. - ¿ Qué clase de condiciones ? - Pregunté con el ceño fruncido. Émile, con los brazos cruzados, esperaba que hablara.

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- Claire, te voy hacer una pregunta - Dijo Hugo ¿ Amas todavía como antes a Émile, después de saber que se entiende conmigo ?. La mirada de Émile y la mía se encontraron, traté de desviar mi vista para no causar mayores males. Hugo era muy celoso y buscaba alguna complicidad por parte de alguno de los dos. Yo estaba segura que a Émile lo había perdido, y tampoco hubiese vuelto con él, después de saber que se acostaba con un hombre. A si es que, me decidí a responder. - Hace diez años que nos conocemos, tres que estuvimos de novios, y siete de casados. Quiero decirte con esto Hugo, que cariño aún le sigo teniendo, pero amor no siento hacia él. No tengas miedo de que nosotros podamos tener relaciones, porque no será así. Hugo afirmó, y seguidamente dijo. - Te creo, y pienso igual que tu, si yo estuviera en tu lugar, haría lo mismo, por mi, puedes quedarte ¿ No estás resentida con los dos?. - Verás - le dije - más que resentida, me siento traicionada, y herida en mi amor propio de mujer, creo que el tiempo, todo lo cura, y dejaré de pensar en este hecho, que irá perdiendo cada día valor para mi. - Todavía eres joven Claire ¿ Que has pensado hacer con tu vida ? - Me preguntó Hugo. - Todavía no lo sé, tengo treinta y siete años, y me siento en la flor de mi vida, y no creo que volveré a

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depositar mi confianza en otro hombre - Le dije afirmativamente. Émile seguía con los brazos cruzados, la cabeza baja escuchando las preguntas y respuestas que manteníamos Hugo y yo. - Claire ¿ No crees que exageras ? - Dijo Hugo. - ¿ En qué ?. - En qué no volverás a confiar en otro hombre. - Hugo ¿ Cuantos años tienes ? - Le pregunté. - Treinta y uno.

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- ¿ Has estado con una mujer alguna vez ?. Hugo, se quedó cortado al escuchar la pregunta que le hice. Paseo su mirada por el rostro caído de Émile, y seguidamente la dejó en mi. - Lo mío, es muy largo de contar - Dijo con tristeza. - ¿ Porqué no me cuentas algo, aunque sea poco ? ¿Sabe de tu vida Émile ? - Le pregunté antes para asegurarme. - Lo sabe todo, yo nada le he escondido, como él tampoco me escondió de que estaba casado, y de que había ido también con otros hombres, antes de casado y después también. Me di cuenta de que yo era gay, a la edad de doce años Dijo Hugo - Cuando tenía la ocasión de quedarme sólo en casa, me ponía los vestidos de mis hermanas, también los zapatos, y me pintaba los labios con sus carmines. Me miraba al espejo y hacia gestos de mujer, imitaba a mis hermanas y a mi madre. Me lo pasaba bomba, cada vez quería yo más parecerme a una mujer. Un día, mi padre llegó a casa y me descubrió, con un vestido de mi hermana puesto, con tacones, con pendientes y con los labios pintados. Yo temblé al verlo porque era y sigue siendo muy severo, y sobre todo, la honradez era lo primero que se tenía que destacar en su familia. Sin 56

mediar palabra, me dio un bofetón que me tiró al suelo, en el suelo me pegó dos patadas, como yo era delgado y poquita cosa, me levantó por los pelos y me dijo gritando como un loco - ¡ Maricón de mierda, quítate ahora mismo eso, y cuando venga tu madre hablaremos!. Hizo mi padre un concilio con la familia, con mi madre y mis dos hermanas. Mi padre, le estuvo reprochando a mi madre, que era ella quien tenía la culpa de que su hijo fuera maricón, porque no paraba de mimarme, y me estaba haciendo blandengue. Este sábado - Dijo mi padre - Me lo llevo a jugar al fútbol, lo pondré de portero para que le metan goles, haber si de esa manera se hace un hombre. Mi madre le suplicaba que me dejara en paz, que sólo era un niño, y que lo que pretendía era jugar. Con este descubrimiento que mi padre hizo, estuvo sin hablarle a mi madre varios meses. Cuando yo sabía que él venía, me iba a mi habitación, para que no me viera, ni yo verlo. Le tenía un miedo espantoso, pues siempre que podía, me daba una patada en el trasero. Eso no era lo que más miedo me daba, sino, sus miradas bastante peligrosas, si me hubiese podido matar, lo hubiera hecho. Es el típico hombre macho que está lleno de complejos, y ante la sociedad, la vida de él y de su familia tiene que ser ejemplar, un modelo donde, los demás puedan mirar. El sábado anunciado llegó, y mi padre, me metió en el coche en contra la voluntad de mi madre, y por supuesto también mía. Los dos hacíamos todo lo posible para que 57

me quedara, pero no lo conseguimos. Llegamos al club donde un puñado de amigos se distraían jugando al fútbol en un descampado que el club tenía reservado a sus socios. Mi padre, me puso en la portería, yo temblaba de la cabeza a los pies, y no paraba de llorar - Le dijo a sus amigos - ¡ Meterle goles, a ver si de esa manera lo hacemos entre todos un hombre !. Los amigos de mi padre se reían de mi, mi padre lo permitía, y participaba con ellos. Jamás he conocido a un padre más tirano que el mío, y ese resentimiento, lo llevo dentro de mi, hasta el último día de mi vida. Los amigos, me metían goles, a veces la pelota, me daba en el estómago, produciéndome dolor y arcadas. Yo, lloraba, llamando a mi madre. Tanto mi padre como los amigos, se burlaban de mi, imitándome los lloros y los llamamientos que hacia a mi madre. Ella era la única que me comprendía. Mi padre era cazador, y en una ocasión me llevó de cacería, también, en contra de mi voluntad y la de mi madre, pero tenía que ser, lo que él dijera. También este deporte cómo él lo llama, asistían dos amigos más, de los que jugaban al fútbol. Aquí, tenía yo, dieciséis años. Era violento lo que veía, y me causaba terror. Cada vez que disparaban sobre un animal yo me tapaba los oídos con las manos, y me causaba un gran dolor de ver a una liebre que era libre corriendo en el campo, y dos minutos después quedaba muerta, tendida encima de la hierba. Mi padre, la cogía orgulloso mostrándosela a los demás. Se dirigía a mi y me decía con los ojos brillantes por 58

haber quitado una vida - ¡ Mira hijo, quiero que tu hagas lo mismo, te voy a enseñar cómo se dispara con la escopeta !. Yo, me negaba, y me iba corriendo por el campo. Mientras que yo corría, me decía gritando - ¡ Quiero que pierdas, la sensibilidad que tienes de mujer ! ¿Me oyes? ¡ Naciste hombre y hombre tienes que ser hasta que te mueras !. Mi padre, me tomó manía, pero yo, no lo podía ver, sólo mirarlo, me causaba arcadas, mayormente, por el miedo que le tenía. Ocurrieron con él muchas más cosas horrendas y desagradables que no voy a contar, porque es mi padre. Por las mejillas de Hugo resbalaban dos gruesas lágrimas que fueron a caer encima de sus brazos, que los tenía apoyados encima de la mesa. Sentí mucha pena hacia él, era una persona buena y maravillosa, ahora era cuando me estaba dando cuenta - Le dije, por si no quería seguir contando más sobre él - Hugo, si quieres parar puedes hacerlo, te estás atormentando de recordar. - Claire - me dijo - Prefiero seguir, pues esto que te estoy contando, sólo se lo he dicho a Émile, y la verdad, que después, me siento más liberado. Siguió hablando. Había cumplido dieciocho años, y para que mi padre no me hiciera ningún reproche, iba de la casa a los estudios, no salía los fines de semana, prefería quedarme dentro de mi habitación estudiando. Un día tuve que ir al dentista, y después de que me arreglara una muela, me dijo - Necesito que me hagas un

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favor, y no te cobraré nada por el trabajo que te he hecho - De acuerdo le dije, sin saber de que se trataba. Cerró con llave la puerta de la consulta, y nos quedamos los dos sólos dentro. Empezó a tocarme, y pidiéndome que lo besara. Yo, trataba de esquivarlo, y cuando me dirigí a la puerta, me cogió del pecho, por la camisa, y me obligó a que me pusiera cómo él quería, y me violó. Esa fué la primera relación que tuve con un hombre. Después de probar lo que era, quería más, y estaba seguro que no me gustaban las mujeres, sino los hombres. Iba a las discotecas a buscarlos, la mayoría eran hombres mayores, lo hacía con ellos para que me pagaran bien, porque lo hacía por dinero, y porque me gustaba. Mis padres se alegraban, sobretodo mi padre de que llegara tarde a casa, o sea, de madrugada, pensaban que era porque había conocido a una chica y salía con ella. Mi padre se portaba conmigo mejor, me animó a que me sacara el carnet de conducir para regalarme un coche - Me dijo - Que un chico que no tenía coche, a la chica no le interesaba. Él, mismo fué quién me inscribió en una academia, y pagó la matricula para seis meses. Era domingo y estábamos toda la familia reunida en casa de mis padres comiendo. A mi padre no se le ocurrió otra cosa que levantar su copa de vino para hacer un brindis y anunciar - Brindo por Hugo, y por su prometida, que espero que pronto nos la presente. Mi madre sonreía con la copa levantada. Nuestras miradas 60

se encontraron, y advertí en la suya, tristeza. En esos instantes supe que mi madre no creía nada de lo que mi padre decía, y que mis salidas nocturnas se debían a otras cosas, que ella tampoco quería profundizar, para no encontrarse con la realidad. Pasaron unos días, y mi madre me aconsejó que llevara una chica a casa, y la presentara cómo novia mía. ¿ Dios mío, de donde sacaba yo una chica ? Esto fué lo peor que me pudo pasar. Con las chicas del barrio no probé porque estaban al corriente de mi condición gay. En la discoteca donde iba, solían frecuentarla los sábados dos chicas bastante formales. Esperé a que llegara ese día. Me vestí más formal de lo que estaba acostumbrado y me fui a la discoteca - ¿ Cómo se liga a una chica Dios mío ? - Me preguntaba. En el local me conocían prácticamente la mayoría de los chicos y chicas que lo frecuentaba, con las chicas no había tenido nunca ninguna conversación, porque no me atraían, era como si viera a mis hermanas. Cuando llegué a la discoteca, temblaba como una vara de mimbre puesta en el aire, miraba tratando de encontrar a las dos jóvenes - ¿ Y ahora para que no hayan venido ? - Pensaba yo. Se me acercó un hombre maduro, que me conocía, los dos nos conocíamos de haber estado una noche en su apartamento y mantuvimos relaciones. Esa noche se acercó a mi, para pedirme lo mismo. Le dije, que no quería saber nada y que me dejara en paz. Este hombre, muy extrañado y confuso por la manera que me comporté, se apartó, pero no apartaba la mirada de mi,

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debería pensar que estaba esperando, a otro, con el que había quedado. Vislumbré, a las dos jóvenes sentadas en butacas alrededor de una mesa. La música estaba alta, eran canciones para bailar juntos. - Hugo ¿ Qué año era ? - Le pregunté interrumpiéndolo. Hugo, miró por encima de mi cabeza pensativo, buscando el año. Seguidamente volvió a mirarme y dijo. - Allá, por el año mil novecientos sesenta y dos, sesenta y tres, no lo recuerdo bien. Las jóvenes miraban cómo me acercaba a ellas, mientras que esperaban sonriéndome para ver que era lo que quería. En aquellos momentos la boca se me secó, y no podía articular palabra alguna. Quería invitar a bailar a una de ellas, y me daba igual, una que otra. También me sentí en esos instantes, canalla, porque estaba allí para engañarlas, al mismo tiempo me sentí poca cosa y desdichado, por no tener el valor de enfrentarme a mi padre y decirle realmente lo que era, gay. Le tenía un miedo feroz, y yo, tan poquita cosa cómo era, de un tortazo me hubiese tirado al suelo, pero no se hubiera quedado sólo ahí, creo que me hubiese matado de una paliza, mi madre tenía el mismo miedo, es por eso que quería que llevase una chica a casa, hasta ver que pasaba. - Hugo - Le pregunté - ¿ Entonces también tu madre le tenía miedo a tu padre ?.

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- Sí, mucho, pero ese miedo lo pasaba por mi, con ella se metía para reprocharle, que si yo era así, la culpa era suya. Eveline y Pauline que eran las dos jóvenes, al ver que seguía yo de pie y delante de ellas. Eveline puso su mano en el asiento que había vacío a su lado, y me dijo señalando. - ¿ Te quieres sentar aquí ?. Cuando la oí decir eso, se me abrió el cielo y vi todas las estrellas brillando en el firmamento. Mientras que me sentaba pensé para mi - Con ella me quedaré, si es que me acepta, ojalá - ¡ Hola que tal ! - Dije con la voz cortada. - Bien, muy bien - Contestó ella. - Su amiga Pauline me observaba, quería decir algo pero no se atrevía. En la pista habían parejas bailando una canción bellísima Le bohéme la cantaba su propio autor, Charles Aznavour. Las parejas bailaban muy agarradas, mejilla contra mejilla. Me vi en un lío tremendo, por un lado no sabía que decirles, no sabía llevar una conversación con una chica. Con mis hermanas hablaba, pero era diferente, aquí, tenía que demostrar otra habilidad con la mujer, cosas que yo no tenía, por otro lado no quería pedirle a Eveline que bailáramos porque eran canciones románticas y había que bailarlas pegados. Sólo de pensar que tenía que tener pegado a mi cuerpo a una mujer, me daban escalofríos - Pensé Hugo, lo tienes perdido, porque ni siquiera te salen las palabras de la boca. 63

Eveline se acercó a mi oído y me dijo - ¿ Bailamos ?. Qué podía yo decir, si estaba allí para eso. Me puse en pie, y me encomendé a Dios. Entramos en la pista y fué Eveline quién me cogió para bailar, cuando se dio cuenta que no sabía mover ni un pie, se armó de paciencia enseñándome los pasos, yo la seguía y trataba de hacerlo lo mejor posible. Cuando nos fuimos a sentar, porqué la canción había terminado, parecía que iba yo con más ánimos, y las palabras me salían con más facilidad, aunque no era gran cosa. Me excusé con Eveline que era tímido, y que tenía deseos de volver a verla. Parecía que ella también le gustaba la idea, y quedamos para el día siguiente en vernos, que era Domingo. Mi madre, a parte de ser una madre ejemplar, era también mi amiga, si de esa manera puedo decirlo. Le hablé de Eveline nada más llegar esa noche a casa, le dije que no me veía capaz de engañarla, pues era una chica buena, y no se merecía que un hombre se riera de ella y la tratara mal, digo mal, pues por parte mía, no tendría ninguna clase de roce con ella. No sabía el tiempo que podría durar toda esta farsa, pero de una cosa estaba seguro, deseaba que pronto acabara, mi madre me había dado lo mejor que ella sabía, y me aconsejó, que el domingo o, sea al día siguiente llevase a Eveline a casa, para presentarla a mis padres. Yo le manifesté que el domingo era pronto para la presentación, nos teníamos que conocer más tiempo No hijo - Dijo mi madre - Quiero que la traigas a casa 64

cómo a una amiga, para que tu padre la conozca y se quede más tranquilo. Vosotros después, vais a tu habitación y escucháis música. No pasa nada porque te encierres con una chica para oír música - ¿ Y si me pide un beso o, es ella quien me besa, que hago ? porque me da asco que una mujer me bese en la boca. Mi madre sonrió, y se alejó moviendo la cabeza. Esa noche del sábado dormí poco, pues estuve pensando y ensayando mi comportamiento con Eveline, pero sobretodo con mi padre - ¿ Se dará cuenta ? - Decía para mi. A la mañana siguiente desperté cansado, y con ganas de haber cogido la puerta y haberme ido lejos de mi casa, pero cuando pensaba en mi madre, me salían las lagrimas, ella sí que sufría por mi. - Hugo - Le dije - Estoy advirtiendo todo el rato, que tu madre es muy importante en tu vida, siempre la estás nombrando, para ti es cómo adorarla ¿ No es así ?.

Hugo clavó sus ojos color miel en mis pupilas, y riendo movió la cabeza - Sí, la adoro - Me respondió - Todos los hombres tenemos en la mente a la mujer, está puesto de esa manera desde que Dios creó la tierra. Los gay, queremos, creo que demasiado a nuestras madres, ellas son las únicas que nos entienden, y las que luchan para que salgamos adelante. Ahora en el año que estamos 1977, es difícil que la sociedad nos admita, pues figúrate como era en el sesenta y dos. No sólo era la sociedad, 65

sino también la familia, no veían con buenos ojos que les saliera alguien, raro, como ellos dicen. Te voy a contar otra cosa tremenda que pasó en casa. Después continuaré en donde me había quedado. Se casó una hermana mía, la mayor de los tres que somos, dos chicas y yo. Tanto mi padre como ella, no admitieron que yo fuera a la boda. Por una parte, mi padre sentía vergüenza de presentarme, porque yo vestía más alegre que los demás chicos de mi edad. Las cejas, también las llevaba algo depiladas, pero tampoco era con exageración. Mi hermana dijo - Que no quería presentar a un adefesio a los invitados por parte de su novio - ¿ Qué iban a pensar de nosotros ? - Eso fué lo que justificó para que no fuera. Y, aquí vuelve mi madre a salir. Ella fué a la boda de mi hermana, porque era su hija, pero estuvo todo el día, triste y llorando. Recuerdo, que hundió mi cabeza en su pecho, y de esa manera estuvo llorando. Los dos lloramos. - Hugo - Le dije - Te habrá costado mucho separarte de tu madre ¿ No es cierto ?. - Si Claire - Me respondió - Pero, no tuve más remedio que hacerlo, porque los enfrentamientos que yo tenía con mi padre eran demasiado fuertes. Un día llegamos a las manos, y mi madre se puso en medio de los dos, y cogiendo mi cara con sus manos, me dijo - ¡ Hijo, no vayas a pegarle a tu padre !. Yo, la comprendí perfectamente, y antes de que ocurriera algo peor, decidí irme de casa, y hacer mi vida. 66

- Hugo ¿ Cuanto hace que no la ves ?. - El tiempo que hace que vivo aquí en Johannesburgo, dos años, pero nos escribimos, y le he mandado una foto mía reciente, también nos llamamos por teléfono de vez en cuando. - Hugo, ¿ Qué ocurrió el domingo con Eveline ?. - ¡ Ah si !. El domingo esperado fui a la parada de autobuses, pues era ahí donde Eveline venía, yo quería ser con ella cortés, para eso había ensayado parte de la noche del sábado. La recuerdo con un vestido azul de capa, cabellos largos y castaños, y cara de buena persona, eso era lo que hacia de que perdiera el miedo, con ella me encontraba bien, porque era natural. Ya paseando por la calle de camino a casa, la puse al corriente de que íbamos allí. Le mentí diciendo, que, quería que oyera lo último en canciones de Claude François. Eveline muy amable aceptó, pues Claude François gustaba sobretodo a los jóvenes. Qué pena que haya muerto de esa manera tan inesperada. No puedes imaginarte la cara de alegría que tenía mi padre. Cogió a Eveline por los hombros, y con un brillo especial que ese día tenía en los ojos, le dijo - ¿ Así es que te llamas Eveline ? me gusta tu nombre, y tu también. Mi madre había hecho un pastel para este encuentro, se esmeró todo lo que pudo. Hizo café y té, para que Eveline eligiese. Trataba que mi padre lo encontrara todo normal, cómo si realmente se tratara de una novia que yo tuviera. Rápidamente mi padre llamó por 67

teléfono a su hermano para comunicárselo, no cabía en su gozo. Oía cómo le hablaba a su hermano de Eveline, como una de las chicas más guapas. Me di cuenta de que estaba traumatizado por la idea de que yo no fuera tan macho como él. Mis hermanas que también conocían mi condición gay, se miraban y reían, esperaban ver, que pasaría con nosotros dos. Llevé a Eveline a mi habitación, le dije que se sentara en una silla que me servía como percha, cuando me quitaba una prenda, la dejaba en el respaldo. Yo empecé a buscar el disco que le había prometido, y entre tantos como tenía de otros cantantes, encontré el que buscaba. Cuando la canción se empezó a oír, Eveline me miró con el ceño fruncido mientras que sonreía, y me dijo Estas canciones no son nuevas, las grabó Claude François hace dos años. Eveline se puso en pie, y vino donde yo estaba con los discos, poniéndolos en orden. Los iba mirando uno por uno. De pronto paró y se fijó en mi, su rostro y el mío estaban muy juntos. Puso su mano derecha encima de mi hombro izquierdo, se aproximó a mi mejilla y me dio un beso suave, y dulce, apenas rozó sus labios en mi cara, recordé los besos que mi madre me daba. Yo estaba que no sabía que hacer, no perdía la sonrisa, aparentando que me gustaba y me sentía bien, pero en realidad quería que pronto acabara por si llegaba a hechos mayores. Eveline, se fue a sentar encima de mi cama, me cogió la mano y dándome un pequeño estirón me dijo - Siéntate a mi lado.

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En esos momentos estaba yo, temblando como una vara de mimbre en el viento, se me notaba tanto el temblor, que Eveline lo percibió. Cuando me senté cerca de ella, me dijo mirando mis pupilas excitadas por el miedo Hugo no pienses que va a ver otra cosa más fuerte que un beso en la mejilla entre tu y yo, así es que ve quitándote el miedo, y para ya, de temblar - Eveline, perdóname, de verdad te lo pido, es que todavía tu y yo no tenemos la suficiente confianza. Yo, por mi parte, necesito conocerte más. Eveline era una chica inteligente, y me miraba riendo sin decirme nada. Su mirada hacia mi, era tierna y al mismo tiempo compasiva. Se acercó a mi oído y me dijo en voz baja por si alguien nos pudiese oír - Hugo, no temas, sé que las chicas no te gustan, porque eres gay. Los gays me gustáis porque sois más correctos y más amables con las mujeres que el hombre que se hace llamar hombre - ¿ Sabías que yo era gay ? - Le pregunté totalmente confuso, y avergonzado - Si - Respondió. Mi amiga y yo, te hemos estado observando desde hace dos meses aproximadamente. Vimos como buscabas a hombres mayores, y después te ibas con ellos. Las dos comentábamos de que eras homosexual, y recuerdo una anécdota que las dos hicimos - Que pena, con esa cara tan guapa y ese cuerpo con tanta elegancia, que no lo podamos disfrutar nosotras. Eveline rió con ganas, y yo también la acompañé. Seguro que en el salón, mis padres y mis hermanas nos estarían oyendo reír, y pensaría que lo nuestro había cuajado. - Eveline - Le pregunté - ¿ Porqué has aceptado mi invitación ? - Porque sabía que eras gay 69

Me respondió - Y no me pedirías como los demás hombres que he conocido, que me fuera contigo a la cama. Jamás he reído tanto cómo ese día. Claire, si supieras cómo me sentí ridículo. Eveline vio cómo me puse rojo, igual que un fresón, y me dio con su mano un toque en el hombro, y empezó a reír con más fuerza, yo la seguía, los dos reíamos de tal manera que las carcajadas se oían por toda la casa. Yo tenía las manos puestas en el estómago, tratando de evitar un soponcio. Eveline, con su mano puesta en mi hombro, y su cabeza apoyada en mi brazo, reía y lloraba al mismo tiempo. Cuando ya nos pudimos calmar, ella me preguntó ¿ Quién te fuerza para que busques una chica ? - Mi padre - Le respondí - Siente vergüenza de que sea su hijo. Esta carta que he jugado contigo, me ha costado mucho, no te puedes imaginar todo lo que he ensayado esta noche, para que saliera bien contigo, y no me rechazaras. Eveline seguía riendo de oírme, mientras que movía la cabeza - Pobre Hugo - Me dijo - Sabía de que eras gay, pero no de que tuvieras tanta sensibilidad, y miedo de herir mis sentimientos, eso demuestra que eres una buena persona, y se puede confiar en ti Gracias Eveline - Le respondí - Creo mayormente, que en vez de haber conocido a una amiga, he encontrado a un ángel ¿ Conoces a más hombres gays ? - No - Me respondió - Eres el primero, y creía, cuando se hablaba de gays, que eran hombres amanerados, que iban por la calle haciendo la loca - ¿ No crees que soy así ? - Le 70

pregunté- ¿ No se me nota ? - Algo - Me dijo - si una persona se fija bien en ti, es posible - Hugo, en definitiva, ¿ Qué pasó con Eveline ? - Le pregunté. Hugo miró a Émile que seguía con los brazos cruzados, y la cabeza baja, parecía que se hubiese quedado dormido, pues esta historia la conocía. Seguidamente Hugo, encontró mi mirada y siguió contando. - Mi madre, sabía que todo era una farsa, pues ella fué la que me introdujo en ello. Mis hermanas no estaban al corriente, pero esperaban ver que Eveline y yo nos besáramos para confirmarlo. Mi padre, quería que nos casáramos lo más pronto posible, sobretodo, para acallar las bocas de sus amistades y hacerles ver, que yo era tan hombre como los demás. ¡ Ah ! se me olvidaba decirte que, yo trabajaba en unos laboratorios de medicina, era estudiante. Caía en sábado la fiesta de San Valentín. Mi padre había comprado para Eveline un anillo de compromiso, lo hizo por su cuenta sin contar con mi madre ni conmigo. Mi hermana la mayor estaba casada, y ese día vinieron a comer a casa, ella y su marido. Estaba embarazada de seis meses. Mi madre había hecho una comida suculenta, y preparó un delicioso pastel de chocolate. De esta manera se celebraba el día de los enamorados cada año en casa, mi madre es, muy detallista, y sobretodo, trataba de que mi padre estuviera contento, para ella era muy importante. Al momento de tomar el champagne con la tarta, sacó 71

mi padre del bolsillo de su americana, un paquetito pequeño, con un envoltorio de regalo, y se lo ofreció a Eveline. Ella se quedó parada, primero, me miró a mi, y seguidamente a los demás, no sabía que hacer, si cogerlo o, no. Mi padre se lo puso delante diciéndole - ¡ Cógelo, es el regalo de mi hijo !. Eveline, cogió el paquetito, y lentamente lo fué abriendo. Encima venia marcado con letritas doradas, el nombre de la joyería donde lo había comprado, abrió la cajita cuadrada, y ante su sorpresa, pero que ya se lo había imaginado. Venía un anillo de pedida, en oro blanco, con un zafiro rojo redondo. Miré el rostro de mi padre como sonreía feliz, esperando que Eveline y, yo, nos besáramos. Mi madre no sabía que hacer, sus mejillas habían enrojecido, hasta el punto, que se tuvo que poner de pie, y con una excusa dijo, que iba a la cocina. Eveline, me miraba moviendo la cabeza, no sabía que hacer, ni que decir. En ese instante los dos nos dimos cuenta, que esa farsa tenía que acabar de inmediato. Tres meses que hacía que Eveline venia a casa, me había dado mucha fuerza para afrontar contra los demás, mi realidad. En el momento que me iba a dirigir a mi padre, él, se adelantó, pero sin hacerlo adrede, y me dijo - Hijo, a ver cuando os casáis, y le haces a Eveline, una barriga como la que tiene tu hermana. Eveline tuvo más coraje que yo, cerró la cajita, y la puso encima de la mesa, delante de mi padre, con estas palabras - Señor Barreau, Hugo y yo, sólo somos 72

amigos, y yo por ahora, no tengo intención de casarme, pues, sólo tengo dieciocho años, gracias por el obsequio, pero no lo puedo aceptar. Mi madre volvía de la cocina con una cafetera llena de café recién hecho. Lo primero que se fijo fué en la cara que se le había quedado a mi padre, mientras que ella dejaba la cafetera encima de la mesa, quiso decirle algo pero, él, no la dejó. Con voz insolente remetió contra ella, diciéndole de todo, jamás lo había visto antes así de enfadado. Vi que a mi madre le caían dos lágrimas y, ya no pude aguantar más. Me puse de pie y mirando a mi padre me enfrenté a él y le dije - ¡ Nací gay, soy gay, y lo seré mientras viva, no me voy a casar con nadie y estoy harto de que me discrimines del modo que lo haces, cómo hijo te importo muy poco!. Eveline, se había puesto también en pie. Le dije delante de todos - Vámonos, te acompaño hasta tu casa. Mi padre gritaba diciéndome - ¡ Siéntate, te irás cuando yo te lo diga ! - No - Le respondí - Me voy ahora, y quizás puede que sea para siempre. Mi madre lloraba, me miraba con dolor. Este fué el último día que Eveline fué a mi casa. Aquí empezó la guerra entre mi padre, y yo. - Hugo, ¿ Supiste más tarde algo más de Eveline ?. - Sí, dos años después se casó, me invitó a su boda, la vi feliz, y yo, me alegré mucho por ella, porque se lo merecía.

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- Entonces, la pregunta que yo te había hecho era, si habías estado en alguna ocasión con una mujer. - Claire, jamás he compartido cama con una chica, lo más que he llegado hacer con ella es, darle un beso en la mejilla como amigos, pero nada más. - Me he fijado mucho a lo largo de esta narración que has hecho que cuidas de la mujer bastante, la proteges y la defiendes ¿ Eso no es amor ?. - Ya te he dicho antes - Dijo Hugo - Que el gay ama también a la mujer, es una ley que está escrita en nuestros corazones, por tener un treinta por ciento de masculino y el setenta de femenino, yo adoro a la mujer, y sé mejor que un hombre entero, lo que la puede hacer feliz. - Hugo ¿ Me dejas que te haga la última pregunta ?. - Sí claro, ¿Dime que es ?.

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6 - ¿ Cómo está tu salud ? ¿ Te encuentras bien ?. - ¿ Porqué me lo preguntas ?. Émile levantó la cabeza y me miró al mismo tiempo que levantaba los hombros, cómo dándome a entender que no preguntara por cosas personales. Yo le devolví el mismo gesto haciéndole ver que no pasaba nada. - No importa Émile - Dijo Hugo - Me gusta que se interesen por mi salud, hace ver, que es una buena amiga. - Te voy a decir Claire - Aclaró Hugo - Hace como dos meses que no me encuentro bien, estoy cansado, quizás agotado, y sin fuerzas en las piernas. - Eres alto, y creo que estás demasiado delgado, los huesos de la quijada te salen, para mi entender, más de lo normal ¿ Comes bien ? - Le dije analizando. - Hay días que sí, y días que no, depende cómo me encuentre de ánimo. He perdido cuatro kilos. Émile rápidamente saltó y dijo - ¿ Dices que has perdido cuatro kilos ? Yo te veo igual, es que tu eres delgado ¿ Todavía no te han llamado para los resultados que te hicieron de la analítica ?. - Me hablaron de quince días, hoy es el décimo, ya tengo ganas de saber que es lo que está pasando dentro de mi.

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Émile lo miraba moviendo la cabeza, y seguidamente dijo recordándole - Eres hipocondríaco, desde que te conozco siempre estás mirándote la temperatura para ver si tienes fiebre. Un día dices - Tengo cinco décimas, otro día que tres, y así estás día tras día. - Es que es verdad que tengo cada día décimas ¿ Porqué no me crees ?. - ¡ Porque ya estoy harto de que cada día me des la lata con lo mismo ! ¿ Tu no estarías igual si esto lo hiciera yo ?. - No - Respondió Hugo rotundamente - Si yo viera que tienes fiebre, te diría que fueras al médico, y si fuera algo peor lo que tuvieses, estaría a tu lado cuidando de ti. No creo que tu conmigo hagas lo mismo, estoy seguro, que me dejarías morir igual que a un perro. - Cómo ... ¡ Cómo te gusta argumentar la situación cuando hay alguien delante ! - Le reprochó Émile ¿ Porqué te gusta estar haciéndote siempre la víctima ?. - Te digo lo que es - Repuso Hugo - ¿ Te avergüenzas de que esté Claire delante ? Pues, ella mejor que nadie sabe cómo eres. - ¡ Hugo me estás calentando ! Siempre pasa lo que pasa, porque la lengua no la sabes guardar, y tenemos que terminar de la misma manera. - ¿ Has visto el ojo que me pusiste anoche ? - Dijo Hugo señalando con su dedo índice, el ojo morado - Pues ahora me pones el otro igual, ¡ Eres cómo mi padre !. - ¡ No te consiento, que me compares a él ! ¿ Me entiendes ? - Dijo Émile levantándose del sillón y encarándose, con las manos planas puestas encima de la mesa, y los ojos extremadamente excitados. 76

Hugo , dirigiéndose a mi, me preguntó. - ¿ Se ha puesto alguna vez contigo así de violento ?. - ¡ A ella no la metas en esto ! - Saltó Émile antes de que me diera tiempo de abrir la boca. - No - Le respondí - Cuando nos discutíamos, y me ponía más nerviosa de lo normal, cogía la puerta y se iba, volvía tres horas más tarde, cuando sabía que ya todo se había calmado. - Chica, pues tuviste suerte, porque ya lo ves ahora cómo se pone por nada que le diga. Yo estaba molesta de oírlos discutir. Estoy segura que Émile, no le volvió a pegar, porque estaba yo delante, no eran dos caracteres que se avinieran, eran totalmente opuestos, el uno al otro. Hugo más sensible y delicado, su comportamiento era cómo el de la mujer. Émile se caracterizaba, por tener poca paciencia, no querer escuchar, y sobretodo mucha dureza. Pobre Hugo eso era lo que sentía hacia él, compasión. Con su padre lo pasó fatal, y ahora con Émile, le costaba soportarlo.

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7 Me puse de pie, porque para mi, toda esa discusión me resultaba violenta. Bajé los tres escalones que separaba el porche del jardín, y fui paseando parándome en cada flor, me acercaba a su néctar y olía su perfume. La vista me llevó a la hierba, que subía como un palmo de altura, vi cómo se movía y se deslizaba un ser con vida, era color verde, pero de donde estaba no podía bien distinguir que era, la cabeza no la veía, ni la cola tampoco, sólo un trozo de cuerpo verde que iba avanzando. Me asusté, pensando que podría tratarse de una serpiente - ¡ Dios mío ! - musité. - ¿ Qué ocurre ? - Respondió Émile todavía enfadado. - ¡ Ven, le dije, y tu también Hugo ! - Respondí. La criaturilla que parecía venía en mi dirección, se ladeó hacia su izquierda y siguió otro camino. Émile y Hugo estaban a mi lado. Yo con el índice señalé el sitio donde la hierba seguía moviéndose, y dije sin mirarlos a ellos, y observando lo que me intrigaba. - ¿ Que es aquello que se va deslizando por allí ?. - ¡ Ah ! - Dijo Émile - Es un camaleón, en el jardín hay varios. - ¿ Qué hacen aquí ? - Pregunté todavía algo aturdida. - Están en su ámbito, viven en su tierra - Dijo Émile.

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Hugo avanzó varios metros, que era por donde paseaba el reptil saurio. Se agachó y lo cogió con cuidado, lo llevó y lo puso delante de mi, encima de la palma de su mano mientras que acariciaba con su otra mano el cuerpo del animal. Era la primera vez que veía a un camaleón tan de cerca. - ¿ Muerde ? - Le pregunté a Hugo - Mi ignorancia sobre reptiles era enorme. - No. No muerde, lo puedes acariciar. Llevé mi mano lentamente, y posé mis dedos sobre su piel. Retiré la mano haciendo un gesto de nerviosismo. - Claire, cógelo - Dijo Hugo, al mismo tiempo que me lo acercaba. - No, soy incapaz de hacerlo - Le dije agitando las manos cerca de él. Además, tiene una cara que me da miedo. - ¿ Sabías que los nativos adoran al camaleón ?. Levanté los hombros, al mismo tiempo que apretaba los labios, y movía la cabeza, le pregunté. - ¿ De qué manera lo adoran ?. - Para la vida de los nativos, el camaleón es muy importante, dicen que sólo un Dios puede cambiar de colores en el lugar donde se posa, y se puede hacer invisible. - ¿ Piensan que los camaleones son Dioses ? - Le dije sorprendida - ¿ Realmente lo creen ?. - A parte del Dios supremo, están convencidos de que el universo lo gobiernan también Dioses, y estos Dioses

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cogen la forma de animales, y los camaleones es uno de ellos. - Es interesante - Le dije - no lo hubiese pensado ¡ Quien sabe, lo mismo es verdad !. - Figúrate - Me dijo Hugo - Hasta que punto los respetan, que si ven a uno de estos animales muertos, hacen penitencias y oraciones para que a ellos no les vengan un mal. - ¿ Sólo por haberlos visto muertos ? - Le pregunté sorprendida. - Sólo por eso. Dicen que su espíritu se venga por haberlos observado sin vida. - Debe de ser una leyenda ¿ No ? - Le dije sonriendo. - Para ellos no lo es. Son muy espirituales, hacen rituales con cánticos, que ellos aseguran llegan hasta los Dioses. También en estos rituales, hay muchos que caen en trance. Aseguran que un espíritu ha entrado dentro de ellos, y tienen formas diversas, cada uno se comporta según el espíritu que lo ocupa. - Hugo. Si un camaleón muere en este jardín ¿ Que puede suceder ? ¿ Qué ocurriría si Yosi o Salomón lo descubren muerto ? - Le pregunté, pues estaba interesada en el tema. - Que, se irían a otra casa, cambiarían de lugar, porque si no lo hacen, vivirían con la obsesión de que ellos morirían pronto, y serían castigados. Me quedé parada mirando a Hugo y al camaleón que seguía posado encima de su mano, y que había cogido un color rosado pálido. Realmente era asombroso, hacía sólo diez minutos que paseaba por la hierba, llevando un verde transparente en su piel. 80

- Hugo. ¿ Crees tu en esta historia o, leyenda ? - Le pregunté, mirándolo fijamente. - Ni creo, ni dejo de creer. Los nativos están muy por encima de los blancos, en lo que a religión y creencias nos concierne, ellos nos podrían enseñar en este terreno mucho. ¿ Sabes también lo que dicen sobre las mariposas ?.

- ¿ Qué ? - Le respondí deseosa de saberlo. - Pues que son Hadas las mas grandes, las que tienen las alas largas. Las mariposas más pequeñas, pero bastante más, éstas dicen que son ninfas. Hablan de las mariposas como si de Diosas se trataran. Hugo se separó varios metros de donde estábamos Émile y yo, para dejar sobre la rama de un árbol al camaleón. Miré a Émile, que seguía con su mirada los pasos de Hugo. - Émile. ¿ Crees en esta leyenda que Hugo ha contado ?Le pregunté para escuchar sus creencias. - De estas cosas, yo no me ocupo tanto, quizás sea más superficial. Yo no tengo vida interior, todo lo que poseo está a la vista. Se habla ahora tanto de vida interior, que yo no sé a qué se están refiriendo - Dijo con firmeza. - Que distintos sois Hugo y tu, uno es la noche y el otro el día - Le dije cambiando de tema - ¿ Te ocuparás de buscarme una academia para que aprenda inglés ?.

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- Conozco dos - Me dijo - Una está en el centro de Johannesburgo, y la otra, no queda lejos de aquí, podrías ir andando cada día. Me sentí por dentro contenta, de pensar que quizás pronto podría hablar inglés, y comunicarme más extensamente con otras personas. Hugo regresó a donde estábamos, había oído la conversación que tuvimos Émile y yo, él, me aconsejó. - Tienes que ir a la academia lo más pronto posible, verás que en pocos meses sabes hablar inglés. Hugo miró la hora que era en su reloj de pulsera Repuso dirigiéndose a Émile - Nos da tiempo antes de comer de ir con Claire a la academia inglesa para abrirle matricula. - Hoy es sábado - Dijo Émile - Y las oficinas deben de estar cerradas. - No lo creo - Contribuyó Hugo - Si hay clases, también hay oficinas. Vamos a mirarlo, en coche estamos en siete minutos. Cogimos lo necesario, lo que el reglamento pudiese pedir para hacer estas clases de gestiones, y nos pusimos en marcha. Estaba en lo cierto, sólo tardamos de siete a ocho minutos en llegar a la puerta verjada de la academia inglesa. Sólo faltaba media hora para que acabaran las clases, y las oficinas se cerrarían, pero fué el tiempo suficiente para hacer los trámites.

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Jamás me hubiese imaginado, que un día antes de llegar a Johannesburgo, que al lunes siguiente, o sea tres días después, iba a empezar mis clases de inglés. El destino nos puede hacer un montón de jugadas que desconocemos, y que es imposible escapar a sus garras, tanto si son malas cómo si son buenas. El director de la academia, un señor mayor, amable, pero recto a la vez, entregó a Émile que fué quién habló por mi, una nota con los libros que necesitaba, y cuadernos. Regresamos a casa, pues era la hora de la comida, la una de la tarde. Yosi nos había preparado de primer plato, espagueti, con una salsa de tomate picante. Estaba delicioso, pero bastante picante para mi, el segundo plato era, estofado de carne, cortada en trocitos pequeños, la salsa también picaba, pero estaba buenísimo. No sé porqué, me había hecho la idea de que los nativos sólo comían las frutas que iban encontrando por el campo, y mazorcas, y que comida hacían poca, pues este día pude comprobar de que era todo lo contrario, y que la cocina que ellos hacían, no tenía porqué envidiar a otra. Tan llena me había quedado que, no pude empezar el postre de tres colores que había dejado encima de la mesa, hecho también por ella, parecido al flan. El porche, donde estábamos comiendo se llenó de inmediato de moscas molestas, que no paraban de picarnos, y de posarse encima de los alimentos. Habían dos tumbonas estiradas, debajo del grueso árbol que daba sombra a la mitad del jardín. Émile ocupó una 83

tumbona, y rápidamente se quedó dormido. Hugo, me ofreció la suya generosamente, pero no lo acepté y le di las gracias, preferí subir a mi dormitorio, y colocar en el armario, toda mi ropa, que aún seguía en las maletas. Acabé sudorosa y entré en el cuarto de baño para tomar una ducha de agua fría, y después me sentí cómo una rosa. De vuelta a mi dormitorio me cambié de ropa interior, y me vestí con una blusa azul cielo, descotada y sin mangas, y un pantalón blanco de seda fina. Oí la voz de Émile que me llamaba desde el jardín, fui hasta la ventana, y me asomé. Estaba de pie, mirándome. Me preguntó. - ¿ Estás preparada ?. - Sí. Le respondí. Habíamos quedado en ir por la tarde al centro de la ciudad para comprar el material que yo necesitaba para mis clases de inglés, y cenaríamos en un restaurante. Hugo, me había invitado por la mañana en el desayuno.

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Después de comprar lo necesario, de libros en inglés y cuadernos. Era Émile el que conducía, Hugo iba sentado a su lado, y yo, atrás, confortablemente. Dimos varias vueltas por Johannesburgo para que yo, conociera la ciudad. Pronto serían las siete de la tarde, y la hora de cenar. Yo, apenas tenía hambre, pues, la comida del mediodía fue rica en calorías, y aún me sentía llena. Émile, paró el mercedes, en el parking del restaurante, que estaba a la derecha y a la izquierda del edificio. La fachada y todo su alrededor eran de cristales, cubiertos con cortinas amarillas, de un tisú muy fino. Desde el exterior, parecía que fuera una nave dorada. En la entrada, esperaba un obrero nativo, vestido con esmoquin blanco, camisa blanca, pajarita negra, y zapatos blancos. Yo, lo miraba entusiasmada, pues, en París, jamás había visto tanta elegancia en un restaurante, al menos, a los que tuve ocasión de ir. Estábamos los tres delante del portero, que a mi, me resultó atractivo. La puerta estaba abierta y pude ver el 85

restaurante cómo era por dentro. La elegancia resaltaba por todos lados, la iluminación, era grandiosa. Colgaban del techo, tres lámparas grandes de pedrerías luminosas. Ya me hacia yo la idea de estar sentada en una de las mesas redondas, cubiertas con manteles rojos, y sillones a su alrededor. El portero, vi que se fijaba en Émile y en Hugo. Les habló en inglés. Émile, con el semblante serio, me miró y me dijo - Vámonos de aquí. Cuando íbamos llegando al coche le pregunté. - ¿ Qué ha ocurrido ? ¿ Porqué no cenamos en este restaurante ?. - Nos ha dicho a los dos - Dijo Émile - ¡ Cómo es que vienen a cenar con una dama y uno, no trae americana, y el otro, no lleva corbata !. ¿ Creen que es correcto ? Aquí, no pueden entrar. Me quedé asombrada al escuchar las palabras de Émile, iba descubriendo poco a poco la elegancia y el saber estar que había en África del sur. Era cierto, Émile vestía con pantalón blanco y camisa a rayas, y Hugo un traje gris, pero no llevaba corbata. De allí, nos fuimos a otro restaurante pero de una calidad bastante inferior. Yo había pedido, unas brochetas, acompañadas de verduras, y arroz, con una salsa picante. El camarero que nos servía, también nativo, advirtió que era un plato fuerte, por la clase de condimentos que llevaba. Hugo le dio las gracias por la advertencia. Cuando me llevé el tenedor a la boca y lo 86

probé, hice espantos con las manos, lo primero que se me ocurrió fué coger el vaso de cerveza que había pedido, y beber. El camarero, me miraba riendo. Las mesas del restaurante estaban repletas, y en la barra no cabían más personas. Hugo había pedido una pizza, y con poco apetito miraba por donde la iba a cortar. Émile había empezado a comer un entrecot con patatas fritas. Tocó mi brazo izquierdo, y me hizo un gesto para que mirara a la barra. - ¿ Que es ? - Le pregunté. - ¿ Ves esa chica ? - Dijo señalando con la vista - Es francesa. - ¿ Qué chica, porque hay varias ? - Le pregunté mirando distraída. - Esa que está sentada de espaldas a la barra, la que viste con mini falda, y muestra por el escote de la blusa, el sujetador. - ¡ Ah ! ahora la veo - Le dije fijándome bien en ella. - Cómo te he dicho antes es francesa, llegó aquí con su marido al mismo tiempo que yo, es una buscona, le ha puesto al marido infinidades de veces los cuernos, pero lo peor no se queda ahí. Lleva a su casa los clientes, y si está el marido, lo echa fuera de la casa, hasta que ellos terminan. Me quedé con la boca abierta mirándola, pues se le veía una mujer de unos treinta años, era vulgar, gorda, y patosa. Le pregunté a Émile. - ¿ Es prostituta ?. - No sé como llamarla - Respondió Émile, soltando una carcajada - Ella dice que no cobra, que sólo va con los hombres que le gusta. 87

Me quedé mirando a Émile, con los ojos como platos, y sorprendida le recalqué. - ¿ Dices que va con los hombres que le gusta ?. - Eso dice ella - me volvió a repetir. - ¿ No ves cómo es ? - Le dije señalándola con la mano Sólo pueden ir con ella hombres con muchas ganas. ¿Por lo que veo, la conoces bien ?. - Si. Hemos coincidido con ella y su marido, en este restaurante, es donde Hugo y yo, solemos venir a cenar una vez a la semana, que es cuando salimos de noche. - Viene hacia nosotros - Le advertí, agaché la cabeza, y mezclé un poco de salsa picante con arroz, disimulando. - Viene a chafardear, a preguntar, quien eres. - Buenas noches señor Franklin, y señor Barreau. ¿Quien es esta dama tan elegante ? - Dijo con voz potente, y de cazalla. - Señora Lecran ¿ No está su marido esta noche con usted ? - Le preguntó Émile, sin responder a su pregunta. - Hace tiempo que estoy buscando otro marido, el que tengo no me gusta. ¿ No quiere decirme quien es esta dama ?. - Cuando se lo diga, se vuelve a ir otra vez a la barra ¿ De acuerdo ? - Le sugirió Émile. - Señor Franklin, me está tratando mal. ¿ Ha olvidado de que soy una dama ? - Dijo con voz seca, y abierta de piernas todo lo ancho que le daba la minifalda. De pronto la mesa se movió con violencia, de la patada que le dio, y seguidamente le pegó la segunda patada, y la tercera, hasta que volcó los vasos de cerveza que habían encima, y el líquido se derramó y chorreó en el suelo. 88

Ella se puso a gritarle a Émile en Francés - ¿ No quiere presentarme a su puta ? ¡ Ah ! ¿ Ahora recuerdo, vosotros dos no sois maricones ? ¿ Ella entonces quien es ?. Yo, la miraba sin responder, con ella había que llevarse bien, eso fué lo que advertí en su comportamiento, cómo persona iba perdida, estoy segura que lo sabía, y no le importaba dar un escándalo o tres, si fuese necesario. Entre Émile y Hugo, pusieron los vasos derechos, al punto que venía el camarero que nos estaba sirviendo, y se acercó a esta mujer, con buenos modales, y en inglés, le dijo que abandonara el local. - ¡ No me da la gana ! - Le respondió ella en francés. En vista de lo chula que se puso, el camarero llamó a la policía. Ella cuando vio que la policía iba a venir, y se la llevarían presa, se volvió loca tirando los manteles de otras mesas, y hacia caer los platos, las copas y los vasos, al suelo. Después se metió con la mesa en donde estábamos cenando, y no dejó títere puesto, sólo faltaba que volcara la mesa. Mientras que la policía venia dos camareros nativos, trataban impedir que rompiera más cosas. Cuando la policía llegó, se había quedado en medio del restaurante, insultando a todos los clientes, les decía de todo, pero nosotros también cogíamos. Dos agentes se acercaron a ella, y al primero que vio, lo llamó chulo asqueroso. Cómo ella no los quería acompañar, daba estirones con los brazos, cuando un policía intentaba cogerla. Fueron dos quien la sujetaron, cada uno por un brazo, obligándola a salir del 89

restaurante. Mientras la sacaban, les pegaba patadas a uno y al otro. Cuando ya se la llevaron, vinieron más camareros a poner las mesas en orden. Quitaron los manteles que habían quedado manchados, y mojados por la bebida que había caído encima. Cuando se quedó todo tranquilo, yo le regañé a Émile, por haberle hablado de ese modo. - Esta mujer, no tiene clase para que se le respete, se acuesta con todos los borrachos que encuentra, además está loca, una mujer normal, no hace el desastre que ha hecho ella aquí esta noche, que ha quedado cómo lo que es, una baratija de poco valor. - ¿ Qué clase de hombre es su marido, que esté viviendo con esa mujer ? - Dije, dirigiéndome a Hugo y Émile. - Un pobre hombre - Respondió - Una noche vino a casa con miedo, escondiéndose de ella, nos pidió por favor que lo dejáramos pasar allí la noche, porque, lo iba siguiendo con un cuchillo en la mano, para cortarle el cuello. Como ella iba tras de él, vio que le abríamos la puerta, y entro dentro ... no te puedes imaginar la que nos formó fuera, delante de la verja. Nos llamó maricones, y que nos íbamos a acordar de ella hasta el resto de nuestras vidas. Mientras que Émile me contaba tragedias y tropiezos de esta mujer, yo asentía con la cabeza, me creía todo lo que me dijera de ella, porque la había visto, cómo hacia, y en el modo que se comportaba. - ¿ Viven cerca de nosotros ? - Pregunté, totalmente alarmada. - Dos calles más arriba - Respondió Hugo.

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- ¿ De qué conocéis a esta pareja ? - Les pregunté a los dos. - El marido trabaja en la siderurgia - Dijo Émile. - ¿ Trabaja con vosotros ?. - En la misma fundación, pero en otra plantilla - Dijo Hugo moviendo la cabeza - Y nos cuenta, cuando lo vemos, cosas horribles que no te las puedes ni imaginar, que ella le hace. - ¿ Cómo qué ?. - No te las voy a contar, por respeto a ti, es muy fuerte, y sentiría yo vergüenza de decírtelas - Dijo Hugo empezando otra pizza que le acababa de traer el camarero, porque la que estaba comiendo, había terminado en el suelo, pisoteada - Repuso - Te voy a contar sólo una cosa, porque lo demás, no se puede decir. Una noche dormían, y de pronto, ella le empezó a pegar patadas, gritando, y diciéndole, que se fuera de la cama, que no lo quería con ella. Dijo Dominique, que es así como él se llama. Que de una patada lo tiró al suelo, y así pasó toda la noche, en el suelo, no se atrevió a decirle lo más mínimo por si en el suelo lo remataba. - ¡ Pero, si es un monstruo, en vez de una mujer ! - Dije totalmente exaltada, y sin comprensión para esa detestable persona. - Otras veces nos dice - Dijo Émile - Que cuando le pasa ese mal momento, se arrepiente, y llora pidiéndole perdón, es por eso que sigue con ella, porque en el fondo, no es mala, sólo se pone a romper y a insultar, cuando ha bebido, es una alcohólica.

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- ¡ Ya ! - Exclamé, desconcertada - ¿ Entonces, la policía que va a hacer ahora con ella ?. - Lo más seguro es, que harán que la vea un médico, y la sancionaran por el escándalo público que ha dado, y también, tendrá que pagar los daños y desperfectos, que aquí ha causado. Total un mes de trabajo de Dominique, si aún no es más. A Émile, le habían traído otro entrecot, con patatas fritas, pues el primero había comido la mitad cuando ocurrió este suceso. Yo también había comido un poco de brochetas, y algo de arroz, con esa salsa picante pero muy sabrosa, y no me entraba más comida, seria porque estaba nerviosa de presenciar lo sucedido, o por que no tenia más gana. Cuando llegamos a casa, eran, las doce y media de la madrugada, y el único ruido que se oía era, el sonido agudo de los grillos. Mi vida había hecho un giro de ciento ochenta grados. En París era difícil de oír a un grillo cantar, al menos que se viviera a las afueras. No estaba arrepentida de haber llegado a África, y descubrir la vida que hacia Émile y Hugo. Me sentí humillada en el momento, pero cuando conocí a Hugo, y su manera de ser, cambió todo en mi. Puede que fuera, porque no amaba lo suficiente a Émile, y también, después de oírlo confesándose, que ya era gay antes de conocernos.

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El lunes, empezaban las clases de inglés, a las ocho de la mañana. Me levanté a las seis, antes que Émile y, Hugo. Pues, quería poner todo en orden, yo también mentalizarme de que todo iba a salir bien, y que no me iba a poner nerviosa. Después de ducharme, bajé a la cocina, y me preparé un desayuno. Té, y dos rebanadas de pan de molde untadas con mantequilla, una loncha de queso, y otra de jamón cocido. Me preparé bien, para tener la mente clara y despierta. Mi desayuno lo llevaba a medias, cuando hizo su aparición en la cocina Yosi. Me dio los buenos días en inglés. Yo le respondí también en inglés. Émile me había enseñado el día antes, para que, por lo menos supiera decir, buenos días, buenas tardes, y buenas noches. Yosi traía puesto el uniforme rosa, lavado y planchado. Se quedó de pie, delante de la mesa de la cocina, mirándome cómo desayunaba. La miraba y pensaba. Pobre gente, han nacido en estas tierras, son de ellos, y los blancos venimos para adueñarnos de ellas, y hacerlos a ellos trabajar para nosotros. Que injusta veía yo la vida. ¿ Porqué era de esa manera ? Me di cuenta de que yo le caía bien, se quedaba a mi lado, tranquila y 93

sosegada. Deseaba saber pronto inglés, para poder hablar con los nativos, y preguntarles, costumbres de su cultura, estaba segura que debería de ser rica. Lo poco que había visto de ellos demostraron saber conducirse plenamente. Bebí un sorbo de té, y dejé la taza dentro del platillo, miré a Yosi, y con la mano le hice un gesto, qué era lo que había ese día para comer - Ella se giró hacia el frigorífico, y con su índice, señaló, una nota escrita en inglés, que estaba en la parte de arriba, cogida por un imán, de donde estaba podía ver que habían los siete días de la semana, y cada día había escrito un menú. Lo llevaba bien organizado. Le mostré un libro en inglés que lo había dejado encima de la mesa para ir ojeándolo mientras desayunaba. Me hice entender, que era el primer día que iba a dar clases. Yosi sonrió, y levantó su dedo pulgar y dijo - OK. Oí a mis espaldas la voz de Émile que me daba los buenos días. Se sentó en la mesa frente a mi, mirando el desayuno tan suculento que estaba tomando. - ¿ Has dormido bien ? - Le pregunté. - Regular - Me dijo - Esta noche se ha encontrado mal, Hugo. - ¿ Qué tenía ? - Le pregunté preocupada. - Decía que le dolía el vientre, y esta noche ha tenido diarrea ¿ Lo has oído ir al cuarto de baño ?. - No, cuando llegamos anoche caí rendida en la cama, y me dormí rápidamente. ¿ Tenía fiebre ?. - No sé lo pregunté, porque, como siempre está tan obsesionado en tomarse la temperatura, no lo quise 94

alarmar. Tengo ya ganas que le den los resultados para que se tranquilice. - Y si tuviera algo, una pequeña dolencia - Le dije - Si dice que tiene todos los días, de tres a cinco décimas, puede que se trate de una pequeña infección. - ¡ Va ! no lo conoces - Dijo Émile - Es igual que un niño chico, llama la atención para que yo esté por él. Tengo mi trabajo, y cuando llego aquí, sólo quiero descansar. - ¿ Sigue en la cama ? - Le pregunté - ¿ Está bien para que vaya a trabajar ?. - ¡ Pues claro que si ! anoche debió sentarle mal tanta pizza que se comió. - Buenos días Claire - Dijo Hugo, entrando en la cocina, con la voz un poco apagada. - Buenos días - Le respondí. Se sentaron los dos frente a mi. Émile se había puesto en su taza té, con una rebanada de limón, y dos azucarillos. Se preparó cuatro rebanadas de pan, untadas con mantequilla, y queso. Cuando ya había bajado a desayunar, la mesa, estaba equipada para el desayuno. Yosi, la dejaba preparada por la noche, y sólo había que hacer el té, y coger del frigorífico el pan, y los demás alimentos. Hugo miraba cómo desayunábamos Émile y yo. Lo miré, y realmente, no tenía buena cara, su tez era blanca y las facciones algo retraídas. Le pregunté. - ¿ Te duele algo ?.

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- No. Sólo que no me encuentro bien, tengo molestias en el vientre, esta noche he tenido colitis, y lo he pasado realmente mal. Eché una ojeada al reloj de la cocina, y marcaba, las siete y veinte minutos. Me tenía que dar prisa, era el primer día de clase, y quería estar antes de la hora. Me preocupaba el aspecto que tenía Hugo, y antes de levantarme de la silla le pregunté. - ¿ Comerás algo antes de que os vayáis ?. Después de negar con la cabeza dijo. - Creo, que es mejor que no coma nada, parece que ahora la colitis se ha parado, pero si tomo algún alimento puede volver a surgir. No te preocupes Claire, no es la primera vez que me pasa. Miré a Émile, y le hice un gesto con la cabeza, para que vigilara a Hugo durante el día. Émile levantó los hombros con ademán de decirme - ¡ Pero qué pesada eres !. Subí rápidamente al cuarto de baño, y me estuve lavando los dientes, hice, una pequeña necesidad, y en el espejo estuve retocándome los labios, con un carmín fucsia, que es como me gusta. Rápidamente cogí de mi dormitorio, la bolsa de lona, que contenía, los libros y cuadernos. El bolso lo colgué en mi hombro izquierdo, y bajé las escaleras rápidamente. Llegué a la cocina para despedirme de Émile y de Hugo, y para que me desearan buena suerte. Cuando todo esto lo obtuve, salí de la casa, y llegué hasta la verja, la abrí con temblor en la mano, por los

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nervios, que se habían apoderado de mi estómago, y sentía retorcijones.

EL PRIMER DÍA DE CLASE

El sábado por la mañana cuando estuvimos para inscribirme, el director nos acompañó al primer piso, y me mostró el número de puerta donde yo tenía que ir, y era el número dos. Así es que, no tenía confusión alguna. Delante de la puerta, respiré hondo, esperé treinta segundos, cogí el pomo y abrí la puerta. En la clase había diez personas, jóvenes relativamente, unos menos que yo, y otros más, entre hombres y mujeres, ocupando mesas, de dos en dos. Al principio de la clase, detrás de la mesa estaba sentada la profesora. Ninguno de los estudiantes miró para ver quien entraba. Me acerqué a la mesa de la profesora, y esperé a que fuera ella quien hablara. Cogió una hoja que tenía a un lado del escritorio, y después de leerlo, se dirigió a mi y me dijo en tono suave. - ¿ Milady Franklin ?. - Si señora - Le respondí en francés.

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- ¿ No habla usted nada de inglés ? - Me preguntó en un francés casi perfecto. - No, casi nada - Le respondí tímidamente. - Pues tiene que hacer mucho por aprender lo más rápidamente posible, porque, estas son las últimas palabras que le hablo en francés. Y señalándome una mesa donde había una joven de veinte años aproximadamente y también extranjera. Dijo señalando con el índice - Siéntese allí, con esa señorita. Me senté con cuidado para no hacer ruido, pues estaban escribiendo un dictado que había en la pizarra. Saqué de la bolsa los libros y los cuadernos, y los dejé encima de la mesa, a mi derecha. Me quedé con los brazos cruzados, sin saber que hacer. Rápidamente vino la profesora con una cuartilla, y la dejó a mi lado sobre la mesa. Me señaló con el dedo los dibujos que habían, y me dijo en inglés, para que eran. Lo entendí, no por las palabras, sino por los dibujos que habían, de una taza, y debajo el nombre en ingles, también había un cuchillo, una cuchara, y tenedor. Me señaló uno de los cuadernos que llevaba, y me indicó que todo lo que había en la hoja que ella me dio, lo tenía que copiar, con dibujo y también escrito en inglés. A las once de la mañana se hizo un alto para descansar media hora, y servirse de una máquina, quién lo deseara. Té, café o refrescos, el importe era veinte centavos. Introduje una moneda, y apreté en el botón que indicaba, té.

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Pasados los treinta minutos, un timbre anunció que era la hora de entrar en clase. Cuando me senté en mi sitio, la profesora todavía no había entrado, pero pronto apareció otra, muy distinta a la primera. Era pelirroja de nacimiento, con una gran mata de pelo rojizo, cogido atrás de la nuca, por una cinta elástica de cordón, de varios colores. Sus facciones eran descaradas, su mirada era fría, su voz potente y seca. Le calculé más o menos mi edad. Cuando estábamos todos sentados y ella también. Me miró con la cara levantada, y me preguntó en inglés, que de donde era. No la entendí, y eso fué lo que le respondí en francés. Se levantó y vino hasta donde yo estaba, y me dijo en un francés perfecto. - No crea que aquí le vamos hablar en su idioma. Yo asentí con la cabeza, pues no quería responderle, porque tendría que ser en francés, y lo mismo me regañaba, pues Susi, que era cómo se llamaba, tenia malas pulgas, no había que ir a buscarla dos veces, porque enseguida saltaba, y se ponía de un genio insoportable. Todo el tiempo que estuve yendo a la academia, le tenia verdadero pánico, y trataba de hacer mi trabajo y los deberes, lo mejor posible.

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Hacía un mes que vivía en Johannesburgo, había pasado rápido, sin que me diese cuenta, pues con las clases y los deberes no tenía tiempo para nada, iba cansada y estresada. Sólo tenía para descansar, el sábado a la tarde, y el domingo, pero que tampoco era totalmente descanso, porque tenía muchos deberes, que nunca acababa, porque se me hacían interminables. Necesitaba arreglar mis cabellos, y cortarlos algo más, y fui a una peluquería que estaba como a medio kilómetro de casa, había que cruzar un campo, y en una zona residencial habían toda clase de comercios, super, carnicería, restaurante, y peluquería. Había atravesado varias veces ese campo, para comprar algunas cosas en el super, y en la carnicería. Siempre me encontraba al cruzar, con mujeres nativas, las que tenían hijos pequeños, de meses o, de uno a dos años, los portaban atrás de la espalda bien cogidos por un pañuelo grande, que ellas llevaban cruzados y atados por delante del pecho, entre el hombro y la axila. Siempre iban alegres,

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y contentas, unas cantando en su patois, y otras hablaban también en su lengua. Cuando venia de regreso a casa con una bolsa de compra, siempre había una nativa, que me la pedía para llevármela hasta la puerta de la casa. Esperaban a que les diera algunos céntimos a cambio, los recibían muy contentas, y para hacer ver su agradecimiento, inclinaban la cabeza y hacían palmas, con las manos casi juntas, y sin hacerlas sonar. Me divertía mucho este gesto de los nativos, como me hacia gracia, reía y las nativas también reían conmigo, pues se daban cuenta de que no conocía sus costumbres. Eran dos peluqueras las que habían. Tanto una como la otra lavaban, cortaban y peinaban. Eran dos chicas blancas, e inglesas. Habían dos señoras dentro de los secadores, y otra señora que esperaba sentada, y leyendo un periódico. Me quedé de pie esperando a que una de las peluqueras me viniera a preguntar. Le indiqué a la peluquera, con un gesto de mano qué, quería que me cortara el pelo. Ella amablemente me señaló una silla para que me sentara. Era sábado, y las cinco de la tarde, hora de tomar el té. No sabía que cuando se tomaba el té, invitaban también a las demás personas que se encontraran presentes. Es un acto casi religioso que los ingleses llevan acabo desde muchas generaciones, y que cuando llega la hora de tomarlo, paran de trabajar. La peluquera me ofreció té, pero no sé porqué no la comprendí, y le pregunté en francés si hablaba mi idioma. No - Me dijo, al mismo tiempo que movía la cabeza. 101

La señora que esperaba leyendo el periódico, se dirigió a mi, en francés. - Le ha preguntado que si quiere té. - Si - Le dije. La peluquera entendió, y a los pocos minutos venia con una bandeja y seis tazas de té humeante, que fueron repartidas para cada una. - ¿ Es usted francesa ? - Me preguntó la señora que esperaba. - Si - Le dije. - ¿ De donde ? - Preguntó, después de tragar un sorbo de té. - De París. - También soy yo de París - Dijo contenta, de encontrar a una compatriota - ¿ Hace poco que está aquí ?. - Un mes. - ¿ No sabe nada de inglés ? - Preguntó. - Poquísimo, pues hablo bastante en francés, y esto es lo que me impide a que no hable más. - Me llamo Madeleine Reig - Dijo presentándose. - Yo Claire Franklin. - ¿ Es usted judía ? - Preguntó - Pues el apellido lo es. - Me llamo Franklin, por parte de mi marido, pero nuestra religión, es cristiana - Dije. - No importa de que sean cristianos, pero el apellido de su marido, y el mío, es judío. Yo si practico nuestra religión, y voy a la Sinagoga todos los sábados con mi marido. Esta mañana hemos estado. ¿ No le gustaría a usted venir el sábado próximo, sólo para ver cómo es una Sinagoga por dentro, y los rezos que se hacen ? Casi me imploró. 102

- Los sábados por la mañana voy tres horas a la academia, pero este sábado me lo puedo saltar. - Su marido también puede venir, de esa manera conocerá sus raíces religiosas - Dijo convencida de que vendría. - Él no vendrá, no le interesan nada las religiones ni nacionalidades. - Bueno Claire, pues viene usted, yo pasaré a recogerla con mi marido en el coche ¿ Le parece bien ?. - Si de acuerdo. Las peluqueras habían acabado de peinar a las dos señoras que estaban en el secador. Una peluquera le indicó a Madeleine, que se sentara en la silla delante del espejo. Tenía preparado el tinte que le iban a poner. A mi me indicó la otra peluquera, que pasara al sillón para lavarme la cabeza. Lo mío fué más rápido que lo de Madeleine, y a la media hora me habían cortado el pelo, y peinado. Madeleine seguía aún con el tinte puesto en la cabeza. Me cogió por la mano y me puso encima una tarjeta suya - Me preguntó - ¿ Claire tiene teléfono ?. - Si - Le dije - Pero no recuerdo el número. - Su dirección ¿ cuál es ? - Me preguntó. Madeleine abrió su bolso y extrajo, un bolígrafo, y una libretita de apuntes, y estuvo escribiendo la dirección que le di. Avenida Glasonara nº 18.

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- El lunes o el martes por la tarde pasaré por su casa para que nos conozcamos mejor. Necesito contarle muchas cosas mías. - De acuerdo - Afirmé - Me gustaría que nos conociéramos mejor. Nunca me pude imaginar que en la peluquería llegaría a conocer mi mejor amiga. Cuando llegué a casa, Yosi, me estaba esperando para decirme que se iba para el fin de semana, y que el domingo volvería a la noche, cómo de costumbre. Iba bien arreglada, con una blusa blanca de manga corta, y una falda acampanada azul marino. No la vi nunca vestir con los vestidos típicos de África, que muchas nativas portaban. Un día tuve una conversación con ella, y me dijo - Que no le gustaba vestir los vestidos típicos de las mujeres africanas - Es más, me dijo - Que prefería trabajar con blancos, que no con negros, porque entre ellos había mucho racismo, y el negro rico, hacia trabajar a los negros pobres igual que a esclavos. Tuvo la oportunidad de trabajar en el Hospital para negros, para la limpieza, y se negó, por miedo al trato que recibían de los superiores. Su teoría se basaba en que tenía amigas y conocidas que trabajaban para ese Hospital, y les contaban atrocidades del mal trato que recibían. Me contaba, que para ser aceptados y recibir buenos tratos entre negros, tenían que tener carrera, o llevar uniforme, cómo podía ser, de militar, doctores o, enfermeras. Era por eso que ella exigió a Émile y a Hugo, que tenía que vestir con uniforme para trabajar en la casa, por que de esa manera seria respetada por los de 104

su raza. Si trabajara con alguien que no le diese uniforme, se podrían reír de ella, y reprocharle, que los blancos con quién trabajaba, no eran nadie. Entonces comprendí, porqué vestía de uniforme, pues a Émile y a Hugo, le hubiese dado igual, y a mi también. Salomón, no decía que se iba, cada día a las cuatro de la tarde dejaba la herramientas de trabajo, o sea la hoz, encima de la hierba, en donde le pillaba, y él, también plegaba el sábado a la cuatro y no volvía hasta el lunes por la mañana. A él, le costaba trabajar, iba despacio y sin prisas cortando hierba. Cuando yo lo necesitaba para darle un encargo y no lo veía por todo el jardín. Lo llamaba dos o tres veces, y al cabo del rato, veía su cabeza que sobresalía de por encima de la hierba, hasta que poco a poco se ponía de pie. Me había pedido dos veces, que le diese dinero para comprar una hoz, porque la que tenía, la perdía, la dejaba en el lugar del jardín donde estaba cortando la hierba, y al día siguiente cuando volvía, no la encontraba. Me decía que la había perdido o, que se la habían quitado. Yo le preguntaba - ¿ Quién te la ha quitado ?. Salomón levantaba los hombros, y respondía. - Milady, no lo sé. - Pues ten más cuidado - Le decía yo. Salomón respondía siempre de la misma manera. - Sorry, Milady.

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El domingo hice yo la comida y la cena. A Hugo le habían dado los resultados de la analítica, y le dieron para que hiciese una alimentación sólida, bastante arroz, pasta y sobretodo que comiera carne. Pues el médico le dijo - Que habían encontrado infección en la sangre, también estaba bajo de defensas, y que el mal que padecía, era contagioso, por la sangre y por el semen. El doctor que llevaba la enfermedad de Hugo, estaba al corriente de que era gay, y que vivía con otro hombre, y que tenían relaciones. Émile recibió una carta de este doctor, dándole día y hora para qué fuera a hacerse otra analítica al Hospital. Había que esperar otros quince días hasta que dieran los resultados. A partir de saber la enfermedad que padecía Hugo, Émile empezó a portarse mal con él, le reprochaba siempre que tenía la ocasión, y cuando se discutían, le preguntaba con rabia - ¡ Con quien se había acostado !.

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El lunes a la tarde, tomábamos el té, en el porche. Un auto se paró en la acera de la casa. Era la señora Reich, y su marido, Émile los miró sorprendido, pues no los conocía, yo tampoco le había hablado de ella, y le dije mientras me ponía en pie, para ir a recibirlos. - Son los señores Reich. A ella la conocí el sábado en la peluquería, es francesa, y su marido inglés. Aceleré el paso, pues esperaban los dos, detrás de la verja, sonriente ella, él, aguardaba a su lado quieto y callado. Levanté la manilla de la verja, y abrí la puerta. - ¡ Hola ! Madeleine - Le dije contenta de volver a verla¿ Que tal ?. - Muy bien Claire - Respondió con una gran sonrisa ¿Has pasado un buen fin de semana ?. - Sí gracias.

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Se dio la vuelta hacia su marido y dijo - Patrick, mi marido. - Encantada - Le dije, extendiéndole la mano. Él, la cogió suavemente. - El gusto es mío, señora Franklin. - Pasen - Les indiqué. Émile y Hugo, se habían puesto en pie, bajaron los tres escalones, que separaban el porche del jardín, y con amabilidad, Émile extendió la mano, primero a Patrick y seguidamente a Madeleine. - Es Émile mi marido - Dije, y mirando a Hugo, me quedé un poco parada, pero pronto me vino la idea y lo presenté - Es Hugo, el amigo de Émile, y vive aquí. Estábamos tomando el té ¿ Nos quieren acompañar ?. - Por supuesto - Respondió Patrick - El té, nunca se rechaza. Émile fue a buscar dos sillas, y le dijo a Yosi que se le había cruzado, que hiciera más té, que trajera más pastas, y dos tazas. Madeleine, era una mujer afable, y la sonrisa no la perdía, daba a ver, que era una mujer feliz. Nadie sin conocerla hubiese pensado al igual que yo lo pensé en el momento que la conocí que su vida había sido siempre un camino de rosas. Tenía alrededor de cincuenta años, yo le eché aproximadamente esa edad. El té, lo ibamos saboreando despacio, pues los ingleses, es la mejor bebida que tienen, y los mantiene todo el día con una gran vitalidad. 108

- ¿ Sabe usted Émile que su apellido es judío ? - Dijo Madeleine depositando la taza en el platillo. - Si lo sabía - Respondió con un movimiento de cabeza Pero no practico la religión, tampoco otra, pienso que de esta manera vivo mejor. - Si, cada uno es libre de hacer lo que más le convenga Dijo Madeleine, mirándome y riendo. Patrick, no decía nada. Se había bebido una taza de té, y pidiendo permiso, se puso otra. - Me gustaría - Le dije a Madeleine - De asistir contigo, este sábado a la Sinagoga. ¿ Es parecido a la misa que se celebra en las iglesias ?. - ¡ Oh ! no, no tiene nada que ver, y si te lo digo, no lo vas a entender, es mejor que vayas, y que lo descubras. ¿Te parece bien que te recoja este sábado a las nueve de la mañana ? Pues, empieza el acto a las diez, pero quiero antes presentarte a señoras, que nacieron en Israel. Hay dos que son de Jerusalén, otras de Nazaret, y de Jericó. Algunas pasaron por el mismo calvario que yo pasé, cuando éramos jovencitas. Como nuestra raza está dispersada por el mundo, hemos tenido que pagar las consecuencias de algunos locos. Los antepasados de las señoras de las que te hablo, vivieron varios siglos en España, y que expulsaron después. Todas ellas hablan el español antiguo, se lo fueron pasando de generación en generación, de padres a hijos. Cuando estas señoras hablan de España, parece que estén hablando de su patria. Dicen que en España hay sangre de ellos, porque los antepasados dejaron descendencia. 109

Émile, interrumpió para advertirme - Claire, los sábados tienes clases de inglés, por las mañanas ¿ Lo recuerdas ?. Lo miré pensativa unos instantes, y seguidamente reaccióné y le dije. - Sí es cierto, pero un sábado que falte, no pasa nada, tampoco vienen los sábados todos los que somos. - Está bien - Respondió Émile - Eso eres tu quien lo tienes que ver. Madeleine, se quedó algo parada, y con la habilidad que tenía para mirar, nos revisó a todos en dos segundos, ella creyó que había ido demasiado rápida y se asesoró. - Émile. ¿ Estás de acuerdo de que Claire venga el sábado a la Sinagoga ?. - Si, totalmente de acuerdo, ella sabe que no me meto en nada de lo que quiera hacer - Dijo revisándonos a todos. Me había quedado con la incógnita de saber, por qué clase de calvario había pasado Madeleine, y tenía mucho interés en descubrirlo, le pregunté. - Madeleine, has hablado antes de algo horrible por lo que tuviste que pasar. Yo te miro, y veo en ti, a una mujer feliz, y que derrochas encanto, se te ve repleta de felicidad. Madeleine, había cogido una galleta de coco, y la iba comiendo a pequeños mordiscos, después pasó su mirada por todos, y se quedó fijamente mirando a Émile y, a Hugo. 110

Tenía en la niña de sus ojos, un brillo especial, una luz que le venía del fondo de sus pupilas. Seguidamente, sus ojos, los detuvo en los míos, antes de que empezara a hablar, me examinó detenidamente, e hizo una profunda respiración, y se echó hacia atrás, en el respaldo del sillón. En ese momento, me arrepentí de haberle hablado sobre este tema que, al parecer le costaba mucho de hablar, y me sentí responsable, por la situación que le estaba causando. Me excusé y le dije con pesar. - Madeleine, no tienes porque hablar de algo de lo que tu no quieras, si no lo ves adecuado. Con la mano izquierda sostenía la galleta, y la derecha la levantó, y negando con ella dijo. - No, quiero hablar del tema, ¿ Conoces la historia de los nazis ?. - Sí, por supuesto, está en la historia del mundo - Le respondí. - Pues, cuando los alemanes, tomaron Francia, fué una batalla campal que no tenía fin. En el año 1940, yo tenía dieciséis años. A mis padres, hermanos y hermanas, y otras familias más, nos detuvieron por ser judíos. Todas las personas que teníamos apellidos judíos, nos encarcelaron y nos marcaron, cómo si de animales se trataran. Nos metieron a miles que éramos, en un tren de mercancías, íbamos peor que los animales, y nos llevaron a Alemania, a campos de concentración. Nos separaron a todos, mi padre, y mis hermanos estaban en diferentes campos. Mi 111

madre y mis hermanas también estábamos separadas. A cada uno nos llevaron, a una ciudad diferente. A mí me condujeron a Frankfurt. El campo de concentración que allí había era para jóvenes. Todas las que allí estábamos, nos operaron, vaciándonos, para que no pudiésemos tener descendencia. Nos pusieron anestesia, que no era. Nos humedecían la boca con una gasa de cloroformo. Yo me desperté antes de que la operación acabara. Los dolores que sentía eran terribles, tenía que resistir y callarme, porque de fijo sabía que mi vida no valía nada, y me hubiesen matado en el quirófano. Sentí, como me cosían el vientre. Habían dos gruesas lágrimas que resbalaban por las mejillas de Madeleine. Yo también tenía los ojos húmedos, y en los oídos oía zumbidos, y una dilatación en las sienes, que parecía me fueran a estallar de un momento a otro. Mis manos temblaban, pero la mano derecha la fui acercando a la de Madeleine, que la tenía reposando encima de la mesa. La apreté transmitiéndole toda mi compasión y le dije. - Madeleine, no sigas contando más, pues tengo el corazón a punto de estallar, y la cabeza me da crujidos. ¡ Cómo un ser humano puede sentir tanto dolor! ¿ Y también los otros que son seres humanos, hacer tanto mal ?. Qué desnivel de mundo más incorrecto y cruel. Madeleine, sacó de su bolso, un pañuelo blanco, y bordado por uno de los cuatro picos, de florecitas amarillas y rojas, y se secó las lágrimas.

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Patrick, su marido, besó la mejilla de ella, y le dijo con ternura - Querida, tranquilízate. - Lo estoy, Patrick - Respondió ella - Lo que pasa es que recuerdo todos los malos momentos que pasé, y pienso también, todo lo que le hicieron a mis hermanos y hermanas. Y que a mis padres jamás los vi después. Madeleine, tenía un mérito grandioso. Cuando se hablaba con ella, nadie podría advertir su historia, pues era una mujer alegre, la risa la tenía fácil, y lo que menos se podría suponer, es que estuvo en un campo de concentración, pasando miles de aberraciones ¡ Ya que estaba puesta, y que había oído todo aquél relato macabro, le pregunté !. - ¿ Entonces, vosotros no tenéis hijos ?. - Si - Dijo Madeleine sonriendo y más animada Tenemos dos. Un chico y una chica. Los adoptamos cuando eran pequeños. Nuestro hijo tiene veinte años, y tenía cuatro cuando nos lo dieron. Nuestra hija tiene dieciocho, y tenía dos años cuando nos la entregaron. Son buenos hijos, hemos tenido mucha suerte, y nuestras vidas están colmadas. - ¿ Donde los adoptasteis ? - Le pregunté. - En Inglaterra. Cuando nos casamos Patrick y yo, nos fuimos a vivir a Londres, pues él, trabajaba y sigue trabajando para el gobierno. Había oscurecido, y sin darnos cuenta, apenas nos veíamos las caras. Émile se puso en pie y fue a dar la luz del porche.

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- Claire son las seis y media - Exclamó Madeleine, mirando su reloj - Tenemos que irnos, pues pronto es la hora de la cena. - Quiero enseñarte la casa. Tenemos mucho terreno, y árboles frutales. ¿ Te apetece verla ahora ?. - Si por supuesto - Respondió amablemente. A mi izquierda estaba sentado Émile, y su pie derecho lo puso encima del mío. Lo miré, y me hizo una negación con la cabeza. Al instante comprendí, que no quería que enseñara la casa, no estaba preparado para que Madeleine descubriera de que era gay. Nos habíamos puesto en pie, y yo para complacer a Émile, y también para mantener mi palabra, le dije a Madeleine. - Quiero que veas los árboles frutales que tenemos, y otro día con más tiempo, te enseñaré la casa. - En París no hay todo esto, para ti, es como vivir en el jardín del Edén - Dijo Madeleine caminando a mi lado. Patrick, se había quedado hablando con Émile y Hugo, de el trabajo de ellos. Era un hombre bonachón, y hacía todo lo posible para que Madeleine fuera feliz. Después que dimos la vuelta a la casa tranquilas y hablando, llegamos a donde estaban los hombres. - Querida, mira la hora que es - Dijo Patrick, a Madeleine, señalando con el índice la esfera de su reloj. Madeleine, lo miró y afirmó con la cabeza. Seguidamente se giró hacia mi y me dijo. - Claire, el sábado, estaremos aquí Patrick y yo, a las nueve para recogerte e ir a la Sinagoga. ¡ Ah ! una cosa se me olvidaba decirte. El sábado hay un niño que entra 114

por primera vez a la Sinagoga, y lee, unos pasajes de la Torá, y a partir de ese momento ya es otro miembro y puede ejercer la religión cómo otro hombre. Cuando acaba el acto, los padres dan un banquete en los jardines de la Sinagoga, y comeremos mucho, y de todo. Para mi era una sorpresa, y nuevo, la fiesta que se hacía a los niños, y le pregunté. - ¿ Las niñas también leen la Torá, y le hacen una fiesta?. - A las niñas no les hacen falta, pues cuando crecen se casan, y su misión es, cuidar de su marido y de los hijos, para los judíos es un trabajo muy bello el que desarrolla una mujer, puesto que ella nace con el don de cuidar y educar a su familia. Mira Claire, para que me entiendas. Los católicos, hacen una fiesta cuando sus hijos hacen la primera comunión, esto es lo mismo. - En la religión católica, hacen la comunión, el niño y la niña. ¿ Porqué en la vuestra no ?. - Porqué la niña al nacer está bendecida por Dios, y el trabajo que le espera, es hermosísimo, pues el creador le ha dado una bendición para que procree hijos, y los traiga al mundo. El hombre no está bendecido de la misma manera, es por eso que tienen que hacer sacrificios a Dios, por mediación de la oración y de su trabajo. Pensé en las palabras de Madeleine, y afirmé con la cabeza. Se despidieron de Émile y de Hugo, éste, estuvo con ellos más amable y sonriente. Émile, estaba distanciado, y no le cayó bien de que fueran a casa. Las visitas que 115

recibían eran también de gays, y hacían alguna que otra fiesta. Desde que yo había llegado, no habían invitado a nadie, y creo que era eso lo que a Émile no le sentaba bien, y no aceptaba de que yo llevara a nadie tampoco. Yo no le prohibí nada, de hecho, no pensé jamás que aquella fuese mi casa, vi ese hogar de Émile y de Hugo. Aunque era Émile quien me suministraba el dinero, para algo que me quisiera comprar o, ir a la peluquería, a parte para los gastos de la casa. La semana transcurrió, igual que la anterior. A las ocho de la mañana entraba a las clases de inglés, y a la una de la tarde nos íbamos. Cuando llegaba a casa la comida la tenía hecha Yosi. Después en todo lo que me quedaba para que terminara el día, lo dedicaba a hacer los deberes, que me ponían las dos profesoras que habían. Susi, siempre me estaba regañando, no había mañana que no me echara una bronca. Pues las lecciones no me las sabía cómo ella pedía, y el inglés apenas lo hablaba, pues hablaba francés con Émile y con Hugo. Susi, me regañaba cuando le decía esto, y me repetía muy enfadada. - Si habla francés, no va a aprender el inglés. Yo era consciente de lo que me decía era verdad - ¿ Pero cómo iba yo hablar en inglés con Émile y Hugo ?. Lo más fácil para entenderme rápidamente, era hablar en francés, lo veía cómodo. Con Madeleine también hablaba en francés. Sabía que era un desastre, pero para mi, era una salida rápida. Menos mal que estaba Yosi, con ella si que hablaba en inglés, porque no sabía el francés. 116

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El sábado que yo tanto esperaba, y que contaba los días haciéndoseme larguísimos, llegó. Bajé a desayunar a la hora de siempre, a las siete de la mañana. Mientras que desayunaba, pensaba en qué me iba a poner para ir a la Sinagoga. No le había preguntado a Madeleine, si había que ir en manga corta o, en manga larga, si podía llevar pantalón o no. No le di más vueltas, y pensé en un vestido color marfil, de manga larga. Con esta indumentaria estaba segura que, quedaría bien. La ducha por la mañana era lo que más agradecía, y estuve debajo del agua quince minutos, me lavé los cabellos. A las nueve menos cuarto, estaba esperando sentada en un sillón del porche.

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Émile hacía media hora que se había levantado. Hugo seguía aún, en la cama. Émile, me echó una mirada revisándome, de la cabeza a los pies. En su cara vi, que no le hacía gracia de que yo fuese con Madeleine a la Sinagoga. No era porque asistiera a tal acto, no me comentó nada, pero a Émile, lo conocía bien. Cuando vivíamos en París, no le venía de buen gusto de que yo fuera con alguien que no fuera él, a ningún sitio, incluso, ni ir con una amiga o conocida de compras. Era bastante machista, y esa manera de ser, no la había perdido. Se sentó en el otro sillón frente a mi, seguía en pijama, y con el batin puesto y atado a la cintura con un nudo. Lo miré, tenía cara de no haber dormido bien, la mirada la tenía cansada, y se le pronunciaban grandes ojeras. No hablaba, parecía que de repente se hubiese quedado mudo, le pregunté. - ¿ Te encuentras bien ?. - A medias - Respondió, con la voz algo apagada - Esta noche Hugo, lo ha pasado mal, y hemos estado los dos, en vela casi toda la noche. - ¿ Que le ocurría esta vez ? - Le pregunté preocupada. - Tenía dolor en el estómago, y daba arcadas, como para vomitar, pero no lo conseguía. Puede que alguno de esos medicamentos que le han prescrito, no le vayan bien. - Tendrá que volver a ver al doctor, y decírselo - Le aseguré. - Se lo he dicho, y vamos a esperar a que me llamen para darme los resultados de la analítica que me hicieron, y se lo diremos, en eso hemos quedado.

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- Émile - Dije cambiando de tema - Hoy no comeré en casa, pues hay una fiesta, y comida. - Sí, oí el otro día a Madeleine que te contaba en qué consistía el acto que se celebraba. El auto de Patrick se paró delante de la verja, y sonó el claxon avisando de que habían llegado. - Hasta luego Émile - Le dije, cogiendo mi bolso blanco y lo colgué en el hombro izquierdo. - ¿ A qué hora vendrás ? - Me susurró. - No lo sé exactamente, pero seguro que estaré aquí, para la hora del té. Madeleine había descendido del coche, y me esperaba por detrás de la verja, tranquila y sonriente. - ¡ Hola ! Madeleine - Le dije al llegar a ella. - Buenos días Claire - Respondió, al mismo tiempo que agitaba la mano para saludar a Émile. - ¿ Cómo estás ? - Me saludo Patrick. - Bien, muy bien - Respondí, contenta. Dentro del coche Madeleine, me iba explicando como era el culto que se hacía en la Sinagoga. Yo esperaba verlo para entenderlo mejor. Habíamos llegado a una calle ancha, y en una gran explanada, Patrick aparcó el coche, habían muchos más aparcados, todos bien colocados, en fila. A la derecha había un templo, y unas frases marcadas en hebreo. Madeleine aproximó su rostro al mío, y me susurró Quiere decir Templo de Dios.

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En la puerta habían hombres que hablaban animadamente en hebreo. Patrick se fijó en Madeleine y en mi, levantó su mano derecha, y nos dijo - ¡ Hasta luego !. - Que lo pases bien - Respondió Madeleine con una sonrisa. Patrick, asintió con la cabeza. Cuando llegó al pelotón de hombres, se puso en medio de dos, y echó sus brazos por encima de los hombros de ellos. En otro lado de la explanada, había un corro de mujeres, de la edad de Madeleine, y también de más edad, que hablaban y contaban algo gracioso, pues habían que reían con plenitud. Ellas también utilizaban el hebreo. - ¡ Hola ! a todas - Dijo Madeleine, en inglés al acercarnos a ellas. - ¡ Hola ! - Respondieron a la vez, mientras que me echaban una mirada de la cabeza a los pies, y se detuvieron en Madeleine, esperando que ella hiciese las presentaciones. - Os presento a Claire, después cuando habléis con ella, le decís cada una vuestro nombre, sois muchas para presentaros una por una - Dijo Madeleine, acercándose a la primera y saludándose con un beso en cada mejilla, y así hasta la última, que si no conté mal, eran treinta y algo de mujeres. El rabino estaba en la puerta del templo hablando animoso con los demás hombres. Vestía túnica color crudo. Yo me lo quedé mirando de la manera en qué vestía.

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Debería tener cincuenta y algo de años, pelo negro, abundante rizado, con algunas canas. En la cabeza llevaba puesta, la coronilla del rabino. Patrick, estaba hablándoles de mi visita, pues el rabino miraba hacia donde las mujeres estábamos. Pensé que era posible de que no me aceptara, por no pertenecer a la misma religión. Y lo que pensé, se lo comuniqué a Madeleine. - No - Me dijo ella, negando al mismo tiempo con la cabeza - El Templo de Dios, es para todos, sea de la religión que fuere. Una de las mujeres que habían oyó nuestra conversación, y se presentó - Soy Miriam, la esposa del rabino. Cuando conozcas a José, verás, que es un hombre bueno, y bastante alegre, hace todo lo posible para que todos nos encontremos bien. Al principio, parece de que sea serio y distante, pero cuando se le conoce bien, es todo lo contrario, él se muestra de ese modo hasta que no llega a conocer bien a la persona. Terminó esta frase con una sonrisa. Era una mujer de tez morena, de ojos color del mar, que daba un resalte bello a su rostro. Cabellos largos y rizados del color del azabache, con algunos mechones de canas aisladas. El rabino salió de entre los demás hombres, y le hizo a Madeleine un gesto con la mano para que nos acercáramos las dos. - Rabí José - Dijo Madeleine - Le presento a la señora Franklin. Claire, esposa de Franklin. La he animado para que viniera.

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- ¿ Cómo está señora Franklin ? - Dijo mirando fijamente mis ojos. - Bien señor - Le respondí, pues no sabía cómo dirigirme a él, y seguro que debió notar mi timidez. - ¿ Y su marido no se ha decidido a venir ? - Dijo igual que antes, con la cara levantada y mirándome fijamente. - No cree en ninguna religión. - No importa, porque al fin y al cabo todos somos hijos de Dios, y a cada uno, nos juzga por nuestros hechos. Acabó diciendo estas frases con una sonrisa que yo agradecí. Al principio creí que iba a ser difícil que yo mantuviera una conversación con el rabino, pero después me demostró, de que era un hombre sencillo, y dado al dialogo. Era un poco antes de la diez, y los hombres empezaron a entrar en la Sinagoga. Las mujeres hicimos lo mismo, pero por otra puerta, con escaleras que conducían a un rellano largo y ancho, y sillas que habían puestas en fila de tres para sentarse. Delante había una verja de madera marrón, y desde ahí, podíamos las mujeres seguir el acto. Los hombres, estaban abajo, todos llevaban cubiertos los hombros y espaldas, con un manto color hueso, y en la cabeza una coronilla. El rabino se hallaba delante de los hombres, en pie sobre un estrado. A su lado había un niño de aproximadamente doce años. Sobre un posador estaba la Torá abierta. El rabino, se dirigió a los hombres, ellos permanecían de pie, no había sillas. Les hablaba en hebreo, y les presentó al niño. Seguidamente el niño, empezó a leer la Torá, después de que el rabino lo hiciera en hebreo. La 122

ceremonia duró aproximadamente una hora y durante ese tiempo, las mujeres hablábamos despacio, para que el rabino no nos oyera. Sobretodo me preguntaban, que de donde era, cuanto tiempo hacía que vivía en Johannesburgo. A qué se dedicaba mi marido. Yo también le preguntaba a ellas cosas que me interesaba saber. Cuando subimos arriba y vi de que estábamos en clausura, pensé que me iba a aburrir todo el tiempo que durase el acto, y según iba pasando el tiempo, advertí, que todo entre las mujeres era ameno, y que ellas arriba separadas de los hombres, se lo pasaban mejor. Los hombres en cambio permanecieron en silencio, escuchaban las palabras de la Torá, leídas por el niño. Cuando terminó todo, las mujeres bajamos al patio. Era grandioso, con palmeras que daban sombra. En el medio del patio jardín, habían puesto una mesa larga, como de seis metros por tres de ancha. Toda la mesa estaba llena de bandejas con variedad de comida, de pescado hecho al horno, de cordero guisado con aromas de hierbas, una pieza de ternera hecha también al horno. Ensaladas variadas, y pastelería casera, más de lo que me pudiese imaginar. En otra mesa más pequeña que había aparte, encima habían platos llanos, grandes y pequeños, cubiertos y servilletas, que podíamos coger para servirnos comida. La bebida que había eran refrescos, bebidas que contuvieran alcohol, no había. Este banquete lo organizaban los padres del niño, por ser a partir de ese día un miembro más de la Sinagoga. 123

Tanto los hombres como las mujeres, felicitaban a los padres, y al niño, y le entregaban un sobre cerrado. Patrick, también tenía preparado otro sobre, y cuando fue a felicitar al niño, se lo entregó. Habían sillas por todo el jardín, aquí los hombres y mujeres iban juntos, y los matrimonios se sentaban juntos. Todo desbordaba alegría, habían quién hablaba en hebreo, otros hablaban en inglés, y otros en francés. Fué una fiesta que me gustó mucho, por la alegría que había, y la sinceridad con qué hablaban. Era la primera vez que asistía a esta clase de actos, y la verdad es, que no me sentí aislada, tenía la sensación de que todas esas gentes hacia años que las conocía, la amistad con ellos surgió de inmediato. Madeleine tuvo que ver mucho en esto, pues no paraba de presentarme a más invitados, que llegaban algo tarde. El rabino con su esposa e hijos que tenían dos, entre veinte y veinticinco años, también estaban entre los invitados. Asistí más veces a estos actos, con Patrick y Madeleine. La amistad que mantuve sobretodo con Madeleine fué extensa, pues era una mujer que merecía todos mis respetos. Estoy segura, que el rabino y su esposa también tendrían una historia que contar. Eran aproximadamente las cuatro de la tarde cuando el coche de Patrick me dejó delante de la casa. Madeleine salió del coche y Patrick también, para despedirse de mi. Miré por entre los barrotes de la verja, y vi que Émile y Hugo, estaban sentados en el porche, poniéndose té en las tazas. Invité a Patrick y a Madeleine a que entraran y tomaran el té. 124

- No, gracias Claire - Dijo Madeleine - Estoy tan llena de todo lo que he comido, que no sé si voy a cenar, lo mejor será que no lo haga. Nos tenemos que ir, nuestros hijos se estarán preguntando, que donde estamos. - Si es cierto, no me he acordado de preguntarte por ellos, ¿ Porqué no han venido a la Sinagoga ?. - Claire, la juventud ahora no hace caso de la religión, dicen que eso es un pelmazo, y que pasan. Mis hijos se han quedado en casa, hoy tocaba limpiar el jardín, y se lo he dado a los dos como trabajo. - Gracias - Le dije - Por el día tan bonito que hemos pasado, y por todos los amigos que he hecho. - Sabía de que estarías contenta - Dijo Madeleine - Esa clase de ceremonias te gustan, es que son muy buenas. Claire, un beso, y saluda de nuestra parte a Émile y a Hugo. Nos dijiste que eran amigos ¿ no ?. Tenía un pesar dentro de mi por haberles mentido, pero lo hice por salvar la reputación de Émile. Él, quería siempre guardar la imagen de hombre casado. Sólo sabían de que era gay, el círculo donde él y Hugo se movían. Cuando se trataba de matrimonios serios, la cosa cambiaba tenía muchas discusiones con Hugo, a causa de este problema que tenía. Me limite a responder a Madeleine. - Ya hablaremos de todo esto, cuando tu y yo estemos en un lugar a solas y tranquilas, eres mi amiga, y quiero demostrarte que soy honesta contigo. Madeleine, sonrió y me guiñó un ojo. Seguidamente me dijo.

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- Querida, no sufras por eso, tampoco tienes porque darme ninguna explicación. El otro día cuando estuvimos tomando el té con vosotros, me percaté de algo. El comportamiento de un marido, no es el que tiene Émile hacia ti. Hoy él, te hubiese acompañado, pero ha preferido quedarse con Hugo. Patrick se despidió de mi, y se metió en el coche, y nos dejó a Madeleine y a mi hablando. - Entonces - Le dije - ¿ Te has dado cuenta de algo ?. - Por supuesto Claire, a mil leguas se puede ver que no son sólo amigos. Duermen juntos ¿ no ?. Esta pregunta tan directa, me sacó un poco de mi lugar, tuve que aclarar mis ideas para poder responderle lo mejor posible, sin que dañara la imagen de Émile, ni la de Hugo. - Madeleine, me siento mal respondiendo a tu pregunta. - No importa Claire, ya me has respondido, y de verdad que lo siento por ti, con lo atractiva y joven que eres. Aún todavía puedes hacer tu vida con un hombre bueno, y que te quiera. - No quiero ya a ningún hombre más, quiero ser yo, y salir donde me apetezca, y hacer la vida que me plazca. Hoy, contigo y con los demás, he descubierto un mundo nuevo, y de que puedo todavía hacer muchas cosas más, de lo que me podría imaginar, estoy aprendiendo inglés, y puedo trabajar en Johannesburgo. Por mi mente pasan y se amontonan, miles de ideas, que puedo llegar a conseguir. - Querida, cuídate - Dijo por último Madeleine. 126

Subió en el coche, y Patrick arrancó, agitó la mano diciéndome adiós. - ¡ Ya nos veremos otro día ! - Dijo Madeleine en voz alta, cuando el coche iba alejándose. - ¡ Si ! - Grité para que me oyera.

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Levanté la manilla de la verja y entré, volviéndola a echar de nuevo. Émile no había levantado la cabeza para mirarme, fué Hugo, que cuando me iba acercando a ellos me preguntó, menos animado que otras veces, debía ser, porque no se encontraba bien. - ¿ Cómo has pasado el día, Claire ?. - Muy bien - Respondí, sentándome en un sillón de bambú en medio de los dos - Ha sido un día maravilloso. Han hecho una fiesta que me ha gustado mucho, la comida era muy buena y abundante.

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- ¿ Que se celebraba ? - Inquirió, llevándose la taza de té a la boca y sorbiendo un trago. - No es difícil de explicarlo - Le dije - Pero voy a procurar de hacerlo lo más fácil posible, para que lo entiendas. Nosotros hicimos la primera comunión, ¿ No es así ?. - Sí. - Bueno pues, este acto que se ha celebrado hoy, equivale a lo mismo. El niño lee la Torá en Hebreo, al lado del rabino que sigue todo lo que dice, y de testigos están los hombres que siguen el proceso. A partir de ese momento, el niño puede asistir a todos los actos religiosos con los hombres. También dicen, que a partir de este día, el niño se convierte en hombre, y puede hablar de la Torá con los demás hombres. - También habían mujeres ¿ no ? - Preguntó Hugo sorprendido de que no las nombrara. - Si, éramos muchas, pero estábamos separadas de los hombres, en un piso superior, y por detrás de una verja de madera. - ¿ Porqué ? - Preguntó frunciendo el entrecejo.. - Pues, en los actos religiosos, las mujeres no pueden estar con los hombres. Es una ley que ellos mantienen. - Yo no veo eso que sea normal - Dijo Hugo moviendo la cabeza. - Yo ahora después de haberlo visto, no me parece mal. ¿ Tu sabes lo aburrido que es de estar abajo, de pie, más de una hora escuchando los pasajes de la Torá ?. Las mujeres lo pasan mejor, pues, pueden hablar por lo bajo, y se cuentan muchas cosas. Es un día bueno para ellas para reunirse. 128

- Mirándolo de ese modo, no está mal - Dijo Hugo sonriendo - ¿ Y para las niñas lo hacen otro día ?. - Para las niñas no hacen esta ceremonia - Dije moviendo la cabeza - Dicen que ellas, no lo necesitan, porqué en el momento de nacer, están bendecidas por Dios. - ¿ Y los hombres no lo están ?. - Lo están, pero de otro modo. Ellos son los que tienen que llegar con el pensamiento puesto en Dios, y por el trabajo físico de cada día, para alimentar a sus mujeres y a sus hijos. Es la ley que dejó escrita Moisés. Yosi, se acercó a la mesa y depositó un platillo, con taza de té, para mi. Preguntó si queríamos algo más, pues, ella se iba hasta el domingo por la noche, que volvería, como cada fin de semana. Émile le dijo - Que se podía marchar. Hugo tenía cara de cansancio, las ojeras se le habían pronunciado aún más. La palidez de su tez le pronunciaba tristeza, y en el rostro le habían salido varios pequeños herpes, que no paraba de tocarse y de rascarse, pues decía que le picaba. Por los brazos piernas y vientre, también le habían salido. Sentí compasión por él, yo no sé nada de medicina y mi pensamiento fué que el mal que padecía era maligno. Émile no hablaba mucho con él, desde que supimos, lo grave de su enfermedad, y que él, era posible que también lo padeciera, al ser contagioso. Estaba yo más preocupada por la salud de Hugo, que por mi propio futuro, no se merecía la enfermedad que tenía, pues era amable, considerado y bueno. Lo que observé en él, eran celos, muchos celos de que Émile lo dejara 129

por otra persona y esto era lo que Hugo defendía, no verse rechazado, y dejado a un lado. Émile, seguía callado, escuchando sin interés la conversación que Hugo y yo, manteníamos. Él, quería dominar a Hugo, y trataba de dominarme a mi también. Quería el plato y las tajadas. Se mostraba conmigo serio, porque buscaba que yo hiciera su voluntad. Quería mantenerme amarrada a su lado, como en otros tiempos hiciera en París. Era orgulloso y egoísta, todo lo quería para él. Ahora y después de haber sabido cómo era su vida, y cómo fueron todos los años que llevábamos casados, había yo encontrado mi independencia. Ahora, no podía decirme como antes - Eres mi mujer y estamos casados. Hugo cogió la tetera por el asa, y vertió té en la taza que Yosi había traído, la acercó más a mí, y dejando la tetera sobre la mesa, puso dentro de la taza dos terroncitos de azúcar. Me miró y seguidamente me preguntó refiriéndose al azúcar. - ¿ Quieres más ?. - No, gracias Hugo - Respondí con una sonrisa - Con dos es suficiente. - ¿ Qué has comido ? - Me preguntó. - ¡ Uf ! mucha comida, pero de la buena. - ¡ Pero qué ! - Siguió preguntando. Lo miré moviendo la cabeza y sonriendo, pues, había veces que se comportaba como un niño. - He probado, unas ensaladas buenísimas - le dije También he comido un poco de besugo hecho al horno. Estaba delicioso. He probado el cordero hecho con 130

hierbas aromáticas, que era una delicia, y tampoco he dejado de probar, la ternera hecha al humo, estaba exquisita. - ¿ Hecha al humo ? ¿ Eso cómo es ? - Me preguntó Hugo frunciendo el entrecejo. - También, he hecho yo la misma pregunta al probarla, por su sabor ahumado. Madeleine me lo ha explicado Dice que se hace una hoguera, y que la pierna de ternera se pone encima de unas parrillas en el suelo, cerca, muy cerca de la hoguera, y por el lado que viene el viento. El viento lleva el humo hasta donde está la pierna de ternera y con el humo se va haciendo. - Es curioso - Dijo Hugo - ¿ Y si el viento para de soplar por ese lado y lo hace por otra parte, que pasa con la pierna de ternera ?. - Pues, tiene que haber alguien al cuidado de eso, y su trabajo es, de ir poniendo la carne por donde pasa el viento, y así tiene que estar dando vueltas hasta que la ternera queda ahumada, que es alrededor de tres horas, es un trabajo bastante laborioso. - ¿ Con todo eso que has comido, has podido probar el postre ?. - Si. No quería venirme sin probar la pastelería casera que la mujeres habían hecho en sus casas. De toda la variedad que había, he comido una pieza. Cada pastel tenía un sabor diferente. Habían flores, son unos pasteles con forma de flores, era una pasta muy fina, y fácil de digerir, bañadas en miel. También habían pestiños, y roscos. - ¿ Has comido todo eso ? - Dijo Hugo espantado ¿ Pues luego no vas a cenar ?. 131

- Seguro que no, con esta taza de té, y otra que tomaré más tarde, estoy lista, pues el té da mucha energía y vigor, mantiene sin hambre, bastante tiempo. En todo el tiempo no se le había oído hablar a Émile, se había puesto la segunda taza de té, y no había cesado de comer galletas. Lo miré y le pregunté para hablar de alguna cosa con él. - ¿ Has comido bien Émile ?. Tardó varios segundos en responder, cuando masticó y tragó la galleta que había cogido. - ¿ Porqué me lo preguntas ? - Respondió, mirándome fríamente. - Por nada, por saber si has comido bien - Respondí con naturalidad. - Desde que has llegado - Dijo con sequedad - No has parado de hablar de comida, y de lo bien que te lo has pasado con toda esa gente. - ¿ Porqué estás enfadado conmigo ? - Le pregunté. - No estoy enfadado con nadie - Dijo mirando a otro lado. - Si lo estás, estás enfadado conmigo, y no se porqué Le dije echándome hacia adelante para encontrar su mirada. - No es nada querida, ya se le pasará - Dijo Hugo Hemos pasado mala noche. ¿ Te lo ha dicho ?. - Si, me lo dijo esta mañana, ¿ Pero eso que tiene que ver para que no quiera hablar conmigo ?. - Tu lo conoces igual que yo, y los dos sabemos el carácter que tiene. En esos instantes, Émile se levantó de su asiento, y propinó una patada a un sillón de bambú que había al 132

otro lado de la mesa, y que cayó a un lado. Yo me sobresalté, y di un respingón en mi asiento. Hugo miró a Émile y meneó la cabeza, sin parar de mirarlo. Émile le echó una mirada, y dándose rápidamente la vuelta, lo cogió con violencia por el cuello de la camisa, y lo levantó. Hugo se encontró indefenso y exclamó. - ¡ aaaayyyy ! ¿ Pero que te pasa ? - No gritó de dolor sino por la sorpresa que se llevó, no se esperaba la reacción de Émile. Yo intervine de inmediato - ¡ Deja tranquilo a Hugo !. ¿ No te das cuenta de que está enfermo ?. Émile lo soltó de un golpe, y Hugo se volvió a quedar sentado. Se había puesto blanco, del miedo que pasó. Su única salida era llorar, y rompió en sollozos igual que una mujer. Le dijo con lágrimas. - ... ¡ Esta noche no duermo contigo, me voy a la habitación que hay arriba !. - ¡ Muy bien maricón ! - Le respondió Émile - Vete a dormir a donde quieras. ¡ Total ya no sirves para nada !. - ¡ Me llamas maricón ! - Dijo Hugo llorando - ¿ Crees que tu no lo eres ?. Émile se volvió hacia él, pero esta vez para pegarle fuerte. Me levanté rápidamente de mi asiento y llegué hasta él, lo cogí por la camisa, por la parte del pecho, y clavé mis ojos en los de él, y le dije, muy, muy enfadada. - ¡ Como le pongas una mano encima, te arranco los ojos, y se los echo a un cerdo para que se lo coma ! ¿ Me has entendido ?.

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Émile, me miró con desprecio, cogió mis manos con las suyas y las arrancó de un estirón de su camisa. - ¡ Iros los dos al infierno ! - Dijo entrando en la casa. Hugo tenía una servilleta de papel en las manos, con la que se secaba las lagrimas. Me puse a su lado, y rodeé sus hombros con mi brazo, tratando de consolarlo. Sentía yo en esos momentos una rabia interior, que me hubiese quedado mejor si a Émile le hubiera pegado un guantazo, me quedé con las ganas. No hacia nada por hacer la vida agradable a los demás. Desde que yo llegué estaba insoportable. Me demostraba día a día que no quería que estuviera allí. Pero eso, yo no se lo iba a consentir, me gustaba vivir en África, y solo esperaba saber hablar inglés para defenderme y poder trabajar. En Johannesburgo habían grandes almacenes, y las dependientas eran blancas. Todo estaba por secciones. Había echado una solicitud en dos grandes almacenes, y esperaba respuesta. Émile volvió a salir de la casa, con alguna ropa interior de Hugo. Lo dejó caer todo en el suelo del porche. Le echó una ojeada a Hugo y le dijo con voz seca y distante. - Aquí tienes tus pertenencias, ¿ No has dicho que esta noche duermes en la habitación de arriba ?. Pues aquí tienes tu ropa. ¡ Ah ! y te digo una cosa, procura alejarte de mi. Émile estaba furioso, jamás antes yo lo había visto de esa manera. Parecía que estuviese loco, no controlaba sus impulsos, y su naturaleza animal, lo hacía aún más salvaje. Toda esa rabia y violencia que hacia un tiempo 134

estaba sacando, la achaqué a la enfermedad que Hugo padecía, y que era posible que también la padeciera él, pues estaba muy compungido, y al mismo tiempo nervioso, y temeroso de cuando recibiera los resultados de la analítica y que le diesen positivo. Todos esos días desde que le diagnosticaron la enfermedad a Hugo, no paraba de comer, todo lo que veía y encontraba en el frigorífico. Cómo a Hugo le había recomendado el doctor, que no dejara de comer, pues las defensas las tenía bajas, y su organismo pedía comer mucho para no recaer más. Émile comía más que Hugo, aunque no tuviese hambre, mentalmente se preparaba, para hacerle frente a la enfermedad, si es que la tuviera. Vivía consigo mismo en un infierno, se amargaba la vida, y hacia difícil la vida a los que vivíamos a su alrededor. La había tomado con Hugo, hasta tal punto, que dejó de hablarle a partir de esa tarde, su presencia también le molestaba. Ese sábado por la noche, Hugo durmió en el dormitorio del piso de arriba. Yo en toda la noche pegué ojo, pues Hugo la pasó vomitando, y no paraba de entrar y de salir del cuarto de baño. Una de las veces salí de mi dormitorio para ayudarlo, pero me dijo - Que era mejor, que me fuera a dormir. Yo no conforme con el consejo que me dio, bajé abajo, y me dirigí al dormitorio donde dormía Émile, llamé a la puerta y esperé un minuto. Cómo no obtuve respuesta, cogí el pomo de la puerta para entrar, pero me encontré con la sorpresa de que estaba cerrada por dentro con llave. Volví de nuevo a 135

llamar repetidas veces con los nudillos, y llamé a Émile dos veces de manera que me oyera, pero no dio resultado, no respondió a los gritos que le daba llamándolo. Volví de nuevo a mi dormitorio, segura de que Émile me había oído, y de que también oía vomitar a Hugo. Era ahora cuando estaba yo conociendo bien a Émile - ¿Porqué no me di cuenta antes de cómo era ?. En los siete años que hacía que llevábamos de casados, escondió bien su personalidad. No es que yo lo tuviera antes por un marido ejemplar, pues no lo era, pero tampoco me demostró ser como era en realidad. El domingo, día siguiente, fué un día triste y apagado. Hugo no bajó a desayunar. Émile esperó a que yo desayunara y saliera de la cocina para entrar él. A mi tampoco me dirigía la palabra. Quería entablar una conversación con él, para preguntarle qué era lo que realmente le pasaba, y esperé a que estuviera en la cocina sentado y desayunando. No levantó la cara para mirarme cuando me vio entrar, y siguió untando mantequilla en la rebanada de pan. Me senté en una silla frente a él. Yo lo notaba nervioso y agitado, así es que no era mi intención hacerle demasiadas preguntas, pero algo le tenía que decir para romper el hielo, y hubiera una comunicación aunque fuera pequeña. Cerré los ojos y respiré profundamente antes de dirigirle la primera palabra. - Émile, ¿ Has dormido bien ? - Le pregunté con mucho tacto. 136

- No - Respondió, y cuando terminó de poner la mantequilla, lo llevó a la boca y mordió, no sé si con ansia o con apetito. Comía ignorándome. Puse los brazos cruzados encima de la mesa, y lo miré cómo comía y bebía té de la taza. - ¿ Porqué haces esto ? - Le dije en tono suave - ¿ Que te he hecho yo para que no me hables ?. Esperé mirándolo, quizás más de un minuto, y pasado este tiempo, con las dos rebanadas de pan casi comidas, y acabado el té, levantó lentamente la mirada, y con bastante frialdad y distanciamiento, argumentó. - ¿ También estás tu en contra mía ?. No tenías que haber venido a África, Hugo y yo éramos felices viviendo los dos solos. Cuando terminó de hablar, me di cuenta de que yo estaba llorando. Dos lágrimas gruesas habían resbalado por mis mejillas, y fueron a caer encima de mis brazos que los mantenía cruzados. - ¿ Quieres que me vaya de aquí ? ¿ Quieres que abandone esta casa ? - Le pregunté en un tono triste. - Ahora da igual - Dijo con voz queda - Mi vida ya ha sido destrozada, ahora todo me tiene sin cuidado. La enfermedad que tiene Hugo, y que no quieren decirnos que es, y que supongo yo también la tendré, porque es contagiosa. El doctor, nos ha hablado de un virus, pero no nos dice que virus es, quizás ellos tampoco lo sepan. - Seguro que habrán medicamentos para destruirlo, tienes que tener confianza, y verás que todo tiene solución - Dije para consolarlo aunque también lo creía.

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- Lo nuestro no - Dijo meneando la cabeza - No dejo de cavilar, de pensar, y la duda me atormenta, hasta el punto de volverme loco, cuando ronda por mi mente la posibilidad de que Hugo me hubiese engañado con otro hombre, y sea este quien le contagió esa enfermedad. - También está en la posibilidad de que tu también le hayas engañado con otra persona, y sea esta quien te lo ha transmitido ¿ No puede ser cierto ?. Émile, se quedó mirándome fijamente. La mirada la tenía apagada, le faltaba luz a sus pupilas. Negó con la cabeza, y seguidamente dijo. - Yo no lo he contagiado, Hugo hace un tiempo que no se encuentra bien, incluso antes de que tu llegaras aquí a Johannesburgo, le decía yo de que fuera a ver al medico, y le contara lo que le estaba sucediendo, no era normal de que tuviera cada día fiebre, y de que no tuviese fuerza en las piernas. Estaba cansado, siempre decía que no podía estar de pie. - Esta noche de madrugada, he estado llamando a la puerta de tu dormitorio ¿ Me has oído ? - Le dije al mismo tiempo que alargaba mi mano para tocar la suya, pero antes de que la pudiese alcanzar, él la retiró - Hugo no se encontraba bien. Entraba y salía del cuarto de baño vomitando, así se ha pasado toda la noche. Tu sitio era el de estar a su lado porque anoche te necesitaba, yo lo quise ayudar pero no me dejó, me dijo que me volviera a la cama. - Te oí, ya no quiero saber nada más de lo que le ocurra, le he tomado manía hasta tal punto que no lo quiero ni ver.

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- No puedes hacer eso - Dije estremecida - Es tu compañero y lo tienes que ayudar, está enfermo. ¿ Lo vas a dejar morir ?. - No me importa nada de lo que le ocurra - Dijo con desaire - ¿ Además no estás tu aquí ? tu lo puedes ayudar, puedes hacer de madre suya, eso es lo que has estado haciendo desde que has llegado. - ¿ Estás celoso ? - Le pregunté con sutilidad para no enfadarlo, pues cualquier insinuación por pequeña que fuera, podía hacer de que perdiera los nervios. Me miró con descaro, pensando quizás en lo que me iba a responder. Negó con la cabeza y después dijo. - ¿ Celoso yo ? ¿ De quién, de él ? ¿ De ti ? ¡ Va ! no digas tonterías. - Entonces ¿ Porqué esa actitud que tienes hacia Hugo, y hacia mi ? ¿ Que te ha hecho él, y que te he hecho yo ?. - Mira, lo primero, es que te tenías que haber quedado en París - Dijo con aire despreciativo - Y lo segundo, es que Hugo, ya no sirve para nada. - ¿ Cuando dices que Hugo, no sirve para nada, a qué te estás refiriendo ? - Respondí, manteniéndole la mirada. Émile seguía también con la mirada puesta en la mía, y apenas parpadeaba. Tenía la cara levantada, y los brazos cruzados a la altura del pecho. Dijo con espontaneidad. - ¡ No te voy a responder a esa pregunta !. - ¿ Quizá sea porqué no podéis tener sexo ? - Le dije. - Puede que tengas razón - Dijo con una leve sonrisa Tengo treinta y nueve años, soy joven, y mi cuerpo me pide sexo. ¿ Hay algo malo en eso ?. - Si lo hay - Dije algo excitada - ¿ Cómo puedes olvidar y abandonar a un amigo y compañero que se ha dado 139

completamente a ti, porque está enfermo y no puedes tener sexo con él ? ¿ Qué clase de hombre eres ? ¿ No tienes corazón ? ¿ No tienes sentimientos ? ¿ Qué clase de monstruo estás hecho ?. - Se acabó por hoy la tertulia - Dijo levantándose de la silla. - ¿ No vas a subir a ver a Hugo ? - Le dije - ¿ No te interesa saber como está ?. Émile, no respondió a mis preguntas, y salió de la cocina. Entró en su dormitorio, pues oí como dio un portazo y cerró la puerta con una vuelta de llave. Me quedé a recoger las tazas usadas y platos del desayuno. Pensaba en Hugo, y mi preocupación era grande. Yo lo podía ayudar, a darle compañía, y a consolarlo con palabras. ¿ Que más podía yo hacer ?. Estaba a miles de kilómetros de su familia. Sus padres no sabían nada con relación a su enfermedad. Realmente sentía mucha compasión por él. Pensando en Hugo preparé ese domingo un rosbif de ternera que hice al horno, con la carne en su punto. Sabía que mucho apetito no tenía pero era necesario que comiera, y que comiera mucho. Las defensas las tenia bajas, y las podía hacer subir, comiendo bastante carne roja no muy hecha. Eso fué lo que le aconsejó el doctor. El cuarto de baño lo tuve que limpiar y desinfectar bien, poniendo bastante lejía en el inodoro, lavabo, bidet, baño y suelo. Tenía que mantener mucha higiene. Aunque la enfermedad que Hugo tenía, sólo se contagiaba por la sangre, y por el semen. Años más tarde supe que se trataba del sida.

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El domingo transcurrió tranquilo y sin problemas. La comida que hice estaba deliciosa, y tuve la suerte de que comiéramos los tres juntos. Émile, Hugo y yo. Al parecer la conversación que mantuve con Émile en la cocina, dio resultado, y Émile se comportó de distinta manera, pero tampoco era lo que tenía que haber sido. Durante el día Hugo se fue recuperando de la dolencia que había sufrido la noche anterior, y la noche del domingo volvió al dormitorio de ellos, y pasaron la noche juntos Émile y él.

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El lunes a las siete de la mañana estaba yo en la cocina haciendo té para los tres. Yosi entraba en esos momentos por la puerta, con el uniforme rosa lavado y planchado. - ¡ Buenos días señora ! - Dijo. - Buenos días Yosi - Respondí - ¿ Has pasado un buen fin de semana ?. - Muy bueno señora. Yosi abrió las puertas del armario de la cocina, y sacó tres tazas para el té, con los platillos que le correspondían, lo dejó encima de la mesa, en cada lado 141

donde desayunábamos los tres, y terminó de equipar la mesa del desayuno. Cada día coincidíamos en el desayuno, cuando yo terminaba de desayunar, llegaban Émile y Hugo. Él tenía mejor cara, y parecía estar más tranquilo. Émile, estaba como siempre, con el semblante serio, altanero, y algo distante. Después de saludar dando los buenos días, se sentaron para tomar el desayuno. Por las mañanas iba siempre disparada. Desayunaba aprisa, seguidamente cogía el bolso con los libros y cuadernos de inglés, y me iba rápidamente. Este día Susi, la profesora, parecía que sólo me estuviese esperando a mi. Cuando llegó su turno que era la segunda de las profesoras, y sobre las once de la mañana que era cuando ella empezaba. Sólo entrar, y sentarse detrás de su mesa, se fijó en mi, me dijo en inglés con la cara levantada. - Señora Franklin, venga aquí con los deberes de los verbos. No era posible que eso me estuviera sucediendo a mi, pensé rápidamente de que era una revancha que me hacía porque el sábado falté a clase. Con el fin de semana que tuve tan ajetreado, y con todo lo que sucedió entre Émile y Hugo, no tuve tiempo ni pensé en estudiar los deberes. Así es que me acerqué a la mesa sin cuaderno. - ¿ Donde está el cuaderno con los verbos ? - Me preguntó sin ningún miramiento. - No los he estudiado - Le dije - No he tenido tiempo. - ¡ Señora Franklin, ha tenido dos días ! ¿ Y en ese tiempo no ha podido estudiarse los verbos ?. 142

- No. Susi se puso de pie, moviendo la cabeza. Fué hasta la pizarra, cogió la tiza y me la puso delante para que yo la cogiera, y me dijo. - Escriba en la pizarra el verbo amar. - Susi, no lo he estudiado - Le dije - Se lo acabo de decir, he tenido otras cosas en qué pensar y atender, que para mi eran más importantes. - Diga mejor que no ha querido estudiarlo - Dijo con rintintin al mismo tiempo que daba un chillido. Me callé para no decirle una barbaridad, y me mordí los labios. Susi seguía mirándome con descaro, y manteniendo una sonrisa sarcástica. La tomó conmigo el mismo día que empecé la primera clase. Era una mujer histérica con grandes rasgos de pesadumbre y tristeza. El día que traía un problema de su casa, se encargaba de desahogarse conmigo, por lo visto era yo un punto fácil para descargar su ira. Cada vez que llegaba yo a clase, y a las once de la mañana tenia que entrar ella, ya estaba yo nerviosa, me daban ganas de coger mis libros y cuadernos, e irme, no podía soportarla. Ese lunes quería vengarse, por el sábado que no fui, sabía que era eso lo que tenía, y con ironía me preguntó. - ¿ Porqué no vino el sábado ?. Los alumnos y alumnas de la clase estaban pendientes y esperaban a que algo sucediera. En tres meses que hacía que iba a clase no vi que se metiera con nadie como lo hacía conmigo, y a ningún alumno le 143

reprochaba el lunes, si no había ido un sábado. Llegó a burlarse de mi, haciendo que se caía, y mirando distraída a todos los lados, hasta que provocaba la risa de los alumnos. Noté como me encendía, y la sangre me subía a la cabeza. - ¡ Vamos Señora Franklin, respóndeme ! - Volvió a repetir - ¿ Qué obstáculo tuvo para que el sábado no viniera a clase ?. - No pude - Le dije simplemente - Y volví a mi asiento muy enfadada. Me miró con rabia y sin luz en sus pupilas, y me dijo como si de una inquisidora se tratara. - ¡ Señora Franklin venga aquí !. - No - Le respondí y con el pensamiento le lancé ¡ Vete a la mierda !. - ¿ Cómo ? - Dijo indignada - Dice usted que no quiere venir. No seguí su sugerencia, y empecé a recoger mis libros y cuadernos, y los fui metiendo dentro del bolso de gran tamaño, cuando lo tuve bien colocado, me dirigí a la salida, sin mirar la cara que tenía ella, y la de los demás, poco me importaba allí nadie, pienso que lo mismo yo a ellos. Al salir por la puerta oí la voz arrogante de Susi dirigiéndose a mi. - Señora Franklin ¿ Vendrá mañana a clase ?. - No lo sé - Le respondí dándome la vuelta para mirarla - Creo que no volveré más.

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- Por favor no haga eso - Dijo con voz sumisa - Si no vuelve, me llamará el director a su despacho, para preguntarme que ha pasado. - Usted me tiene sin cuidado - Le respondí - ¿ Porqué se lamenta ahora ?. - Señora Franklin vuelva, le aseguro que no volverá a suceder más. Negué con la cabeza y salí de clase cerrando la puerta tras de mi. A la tarde cuando llegaron a casa Émile y Hugo, y los tres estábamos sentados en el porche tomando el té, les conté lo sucedido en clase con Susi. No esperaba la reacción que tuvo Émile, al manifestarme, que estaba decidido a ir para hablar con el director, y supiera la conducta de esa profesora, y la sancionara. Yo me negué, pues había decidido no ir más, y seguir estudiando con los libros que tenía. Yo tampoco pasaba por un buen momento, y por pequeñas que fueran las palabras que me decían, y muchas veces sin mala intención me ofendían. Mi herida era grande al llegar a Johannesburgo y descubrir de que mi marido era gay, y que hacía vida con otro hombre. Trataba de olvidar, pero me era imposible y lo llevaba mejor pues, por Hugo sentía mucha compasión, y le cogí cariño, era víctima de la vida, desde su nacimiento, y la enfermedad por la que estaba pasando, que cada día que pasaba se iba consumiendo un poco más. Había días que iba a trabajar, pero otros no podía, por las mañanas le era imposible de que se mantuviese de pie, el cansancio era tan grande que había veces que las piernas se le doblaban, y varias veces había caído al suelo. 145

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Como ya no iba a la academia de inglés, le dije a Yosi que haría yo la comida, pues todo el día en casa me aburría aunque dedicaba dos o tres horas a estudiar inglés en mis libros, y también hablaba bastante con Yosi. Los nativos lo tenían mal, y los blancos que éramos los últimos que habíamos llegado, era un paraíso, donde teníamos acceso a todos sitios, con buen trato y saludos afectuosos. Los nativos en pocos sitios podían entrar donde estuvieran los blancos. En tiendas y carnicerías estaba la entrada principal para los blancos, una entrada amplia y buen recibimiento. Para los nativos era 146

totalmente distinto cuando iban a comprar para ellos. Había una entrada pequeña de un metro cuadrado, no había mostrador, todo estaba tapado con cristales, y una ventanilla que era por donde pedían lo que necesitaran, y lo que necesitaban era muy poco, compraban carne sólo por unos centavos que poseían. Un día Yosi me mostró la carne que le habían dado por veinte centavos que le quedaba. Abrió un papel de estraza y me lo mostró. Eran tres huesos, con un poco de carne pegada al hueso. Le pregunté cómo lo hacía para que comieran toda la familia. Me explicó, que en una cacerola ponía los huesos a hervir, y cuando el tuétano lo había soltado, echaba, milk milk, una harina amarilla sacada del maíz. Metían dentro de la cacerola una cantidad de esta harina, iban removiendo sin parar, hasta que se quedaba una pasta espesa. Comían cada uno un plato de ese alimento cocido, y me decía que tenía un gran poder nutritivo, y de bastante sabor. La carne era un lujo para los nativos, no comían nunca un filete, ni un entrecot. No sabían el sabor que tenía. Después del desayuno, miré en el congelador para ver que carne iba a hacer para la comida de ese día. El congelador estaba vacío, no me acordé de ir a la carnicería a comprar. Y llamé a Yosi para que fuera. Le dije que pidiera un kilo de filetes de ternera, le di un dólar que era lo que costaba el kilo. Mientras que ella venía fui al huerto con una cesta, y estuve cortando una lechuga, dos tomates, y dos zanahorias para hacer una ensalada para el mediodía. Vi entrar a Yosi por la puerta de la verja, la miré y no traía carne, sólo el dólar que yo le había dado, y lo 147

guardaba doblado dentro de la mano. Cuando llegó a donde yo estaba me dijo. - Señora, el carnicero no me ha querido vender la carne y me ha preguntado, que hacía yo con un dólar. Le dije que era usted la señora Franklin para quien trabajaba, pero me ha dicho que todo eso me lo estaba inventando. Estaba yo muy enfadada, que gente más poco sensible, que poco confiaban en los nativos, aún viéndolos de uniforme, con dinero en la mano, no se creían que les estaban diciendo la verdad. Le entregué a Yosi la cesta con la ensalada, y le pedí el dólar, iba a ser yo quién iría a por la carne. Después de atravesar un campo que lo hacía en quince minutos. Me iba encontrando con nativas que ya nos conocíamos cuando hacia yo este trayecto. Siempre me sonreían y me decía una palabra agradable - Cómo que era una mujer muy bella - Que todos me querían - Me bautizaron con el nombre de la señora de la sonrisa. Todas estas adulaciones aparte de que fuera verdad que lo sintieran, lo hacían mayormente para que les diera unos céntimos, cuando se los daba, juntaban las manos como para hacer palmas, pero no las hacían sonar, se despedían de mi con una gran sonrisa. Cuando llegué a la carnicería, el carnicero que era de origen italiano, un hombre alto, moreno, y de aproximadamente cuarenta años de edad. Reía mostrando sus largos y blancos dientes, se forzaba por ser lo más agradable posible conmigo. Nada más llegar ya me preguntó. - Señora Franklin, hace un rato, una chica negra me ha pedido para usted un kilo de filetes de ternera, por 148

supuesto, yo no se lo he querido dar. Traía un billete de un dólar, y podría ser que lo hubiese robado. Le eché una mirada seca, y estuve algo desagradable. - Yosi, trabaja para mi - Le dije - Y cuando la mande a que compre carne se la da. Hoy vamos a comer más tarde por culpa de este incidente - Volví a mostrarle mi descontento. - Señora Franklin, perdone este mal entendido que ha pasado, y que ha sido culpa mía, no volverá a suceder nunca más. Ahora ya conozco a la chica que trabaja para usted, y de hoy en adelante nunca más sucederá. Desconozco si algunos blancos tuvieron problemas con los nativos, yo nunca tuve nada, me porté bien con ellos, y ellos se portaron bien conmigo, el respeto era mutuo. Una mañana mientras desayunaba, entró a la cocina como siempre Yosi, eran las siete de la mañana. Ella mientras iba sacando del frigorífico algunas verduras, judías verdes y guisantes que iba desgranando para la comida y cena, me fijé en las palmas de sus manos pues nunca me había dado cuenta que las tenía blancas, igual que nosotros, los blancos. Mi curiosidad fué grande y directamente, le dije. - Yosi, muéstrame tus manos. Ella se quedó fijamente mirándome muy extrañada. Mantenía la vaina de guisantes en la mano a medio desgranar, parecía que se hubiese quedado muda por el temor de que yo le fuera a reprochar algo malo que hubiese hecho sin darse cuenta, aunque yo no lo solía 149

hacer, ella estaba acostumbrada a que en otros sitios, casas donde había trabajado antes, le regañaran por alguna pequeñez. Yo le sonreí para que se tranquilizara, y le volví a decir. - Digo que me muestres las palmas de tus manos. Yosi dejó la vaina del guisante encima del montón que tenía apilado en la repisa de mármol, y tímidamente extendió sus dos manos para que yo las viera. Ella esperaba con sorpresa qué era lo que le iba a decir. - Yosi ¿ Te has fijado en las palmas de tus manos que son blancas ?. Ella cambio de gesto, y su cara se transformó en sonrisa. Vi que también respiraba profundamente dándole fin a una pesadilla que se había creado en su mente. Se quedó donde estaba, se quitó una zapatilla blanca de la que llevaba puesta y levantó la pierna mostrándome la planta del pie. También vi que la planta del pie era blanca, y pasé directamente a preguntarle. - ¿ Todos los negros tenéis las palmas de las manos blancas y la planta de los pies también ?. - Todos señora - Me respondió, al mismo tiempo que afirmaba con la cabeza. - ¿ Porqué ? ¿ Será quizás porque no os da en esa parte del cuerpo el sol - Dije esperando una respuesta. - No señora - Dijo sonriendo - Es nuestra historia, de nuestro origen. Me quedé con la rebanada de pan, untada con mantequilla y mermelada, dentro de la boca a punto de morder, y la retire.

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- Me gustaría que me contaras vuestra historia desde el principio, estoy interesada en saber vuestros orígenes. Se quedó de pie mirándome, tratando de recordar por donde iba a empezar la historia de su raza, y empezó diciendo. - Se lo voy a contar como a nuestros abuelos, tatarabuelos, y bisabuelos, les contaron los jefes de las tribus, y que nuestros padres también nos han contado a nosotros. Fue todo al principio de los tiempos. En la tierra había una raza de personas que físicamente eran altos, fuertes, eran de piel blanca y muy bellos. Dios puso su mirada en ellos, porque eran sus preferidos, los hizo semejantes físicamente a los ángeles que lo servían. Aparte de ser muy bellos, poseían una gran inteligencia, y acumulaban muchos conocimientos que empleaban para beneficio de ellos mismos. Al principio ayudaron con su sabiduría a otras gentes de otras razas. Sabían como curar enfermedades, como curar el espíritu, si era eso lo que tenían mal. Curaban también por mediación de hacer viajes astrales, para buscar a los espíritus que se habían alejado del cuerpo y andaban por el astral perdidos, y los llevaban a su cuerpo. Conocían la naturaleza como nadie. Hablaban con los animales, con las plantas y con las flores, los árboles representaban la mente con lo Divino, y mantenían largas conversaciones, y los árboles les transmitieron cómo era el nombre de cada planta y de cada flor, y también el nombre de ellos. Dios les dijo - A los animales tenéis que amarlos y respetarlos, cuidareis de ellos. Estos conocimientos los 151

tenéis que transmitir a las demás razas, todo lo que sea para la evolución y el progreso. Ocurrió que no lo hicieron de la manera que Dios les dijo, incluso se olvidaron de que existía y de que los había creado. La vanidad que tenían era tan grandes, que ya no se respetaban entre ellos, unos querían ser más que otros, y llegaban a matarse para conseguir su propósito. De los animales ya no se acordaban, y los que ellos tenían que cuidar, morían por falta de alimentos y de amor. Crearon en la tierra un gran caos, pues todos iban confundidos y desamparados. Iban poniéndose feos cada vez más, por todas las malas acciones que hacían. Un día la Diosa del cielo bajó a la tierra para hablar con ellos. Les dijo con palabras amables - Que lo que estaban haciendo no le gustaba al Señor del Universo, y que estaba enfadado con ellos. Eso fué la primera advertencia que tuvieron, pero no la escucharon. Incluso hacían más aberraciones, porque empezaron a hacer el mal, utilizando la sangre de los animales, y las vísceras, para matar y destruirse unos a otros. Entonces fué cuando bajó Dios del cielo, venía lleno de cólera, su voz hacía temblar el firmamento. Ellos, hombres y mujeres corrían asustados. De norte a sur, y del este al oeste. Dios se quedó en el medio mirándolos cómo corrían, y su voz potente y aguda llegó a los oídos de todos - Les dijo - Os maldigo, y os castigo a que corráis a partir de estos instantes, con las plantas de los pies, y con las palmas de las manos a cuatro patas, y caminareis de esta manera por toda la tierra. Vuestros cuerpos blancos y brillantes, serán a partir de ahora negros. Los cabellos largos, dorados y rizados, se 152

transformaran en cabellos negros y cortos, pero seguirán rizados. De inmediato cayeron todos al suelo, dando con las palmas de las manos en la tierra. Ellos hacían para levantarse y ponerse de pie, para volver a caminar con las dos piernas, pero no podían, la gravedad de la tierra los atraía. - Pasarán miles de años - Les dijo Dios - y seguiréis caminando a cuatro patas, de generación en generación, hasta que yo haya olvidado todo el mal que habéis hecho. No os quito los poderes, ni conocimientos que os enseñé, irán con vosotros hasta el fin de los tiempos. Yosi, respiró profundamente, y con una sonrisa dijo. - Señora, este es el origen de nuestra raza, así me la han enseñado mis padres, pues sus padres de esa manera también se la contaron, y los padres de mis abuelos, a mis abuelos. Estaba emocionada de haber oído todo este relato, me quedé con la duda si era cierto o no, pero también era posible de que Dios castigara a esa raza tan bella que hizo, y con la ilusión para qué la hizo, para que después se viera desilusionado, y burlado. Mis dudas se quedaron en el aire. En esos instantes entraron en la cocina para desayunar Émile y Hugo. - ¡ Buenos días ! - Dijeron. - ¡ Buenos días ! - Respondí.

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Se sentaron uno enfrente del otro. Émile estaba como cada día, parecía que le debieran y no le pagaran. Su amargura iba cada vez más en aumento. A Hugo también se le veía triste y cansado, pero se esforzaba por responder con una sonrisa y una palabra agradable. Desayunaron rápidamente, pues ese día se habían quedado dormidos, y llegaban justos al trabajo. Cuando salían de la cocina me acordé de preguntar a Hugo, cómo estaba. La historia que me había contado Yosi me dejó pensando en cómo deberían de ser la raza que Dios creó. Hugo respondió con voz apagada, pero sin faltarle la sonrisa. - No he dormido esta noche bien, he tenido fiebre, y todavía la sigo teniendo, pero menos. - ¿ Porqué vas a trabajar en ese estado ? - Dije imponiéndome. - Creo que es mejor que vaya, porqué aquí, lo voy a pasar peor, le doy vueltas y más vueltas a mi cabeza. Émile había salido de la casa, y esperaba a Hugo sentado en el coche, delante del volante. Me fije en Hugo cómo caminaba por la vereda del jardín, hasta llegar a la verja. Los pasos no los daba seguros, en las piernas se le notaba claramente que no tenía fuerza, y su cuerpo se iba de un lado a otro. Me fijé bien en su silueta, lo mucho que había perdido en tres meses. En esos instantes, recordé el día que me fué a buscar al aeropuerto, no daba de que estuviera enfermo. Me senté en un sillón del porche esperando que el coche arrancara.

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Le daba vueltas a mi cabeza, pensando que podría ser de mi vida. Y presentía que pronto todo iba a cambiar con la enfermedad de Hugo, y que también Émile estuviese enfermo, pronto lo sabríamos cuando le dieran los resultados de la analítica. Aunque los dos dormían en el mismo dormitorio, no tenían nada entre ellos, la pareja que formaban estaba rota. Yosi vino al porche, me rodeaba con la mirada, su ir y venir de un lado a otro, hasta que se mostró frente a mi, y tímidamente me dijo. - Señora. - Si Yosi, que pasa - Respondí distraída, metida aún en mis pensamientos. - ¿ Sabe usted que tengo un hijo ? - Dijo con una sonrisa. - ¿ Qué edad tiene ? - Le pregunté interesándome. - Tres años - Dijo orgullosa de su vástago - Cuida de él, mi madre, y mi hermana que es menor que yo. - ¿ Estás casada ?. - No señora, nunca lo he estado, y cuando me quedé embarazada de mi hijo, el padre me dejó y se fué. No he tenido suerte con los hombres, cuando conseguían lo que querían de mi, se iban. Señora quiero pedirle algo, que para mi es de suma importancia. Usted tiene un corazón bueno y generoso. - ¿ Tu cómo lo sabes ?. - Eso se ve en las personas, yo tengo un buen ojo para darme pronto cuenta, si la persona que tengo delante de mi, es buena o, no lo es. - Bueno Yosi - Le dije para que no me alabara más Dime que es lo que quieres. 155

- Se lo voy a decir, pero si no le gusta, me perdona. - De acuerdo, dime que es. Yosi se quedó parada unos instantes, con su mirada puesta en la mía, pensando cómo me lo iba a decir, y cómo me sentaría. - Vamos Yosi - Le dije - Decídete a decirme que es. - Es sobre mi hijo - Dijo, y se quedó callada. - ¿ Que le pasa a tu hijo ? - Le pregunté pensando en que estaría enfermo. - No le pasa nada - Dijo pausadamente - Es que me gustaría tenerlo conmigo aquí, si usted lo ve bien. - Si claro, lo puedes tener, a mi no me importa de que viva contigo, eres tú su madre. La cara de Yosi se llenó de alegría al oír mis palabras, y las lágrimas se le saltaron de la emoción. - Señora muchas gracias - Dijo muy contenta - Estaba segura de que me diría que si. ¿ Su marido y el señor Barreau pondrán algún impedimento ?. - No, ninguno, tanto mi marido cómo Hugo te aprecian, y verán normal de que tengas a tu hijo contigo. - Gracias señora. Mañana sábado por la tarde me voy a casa de mi madre, y el domingo por la noche cuando regrese vendré acompañada de mi hijo. - ¿ Cómo se llama ?. - Moisés. - ¡ Qué nombre con tanta fuerza y poder le has puesto !. - Gracias señora que le guste. Hoy es un día bueno para mi. Mañana cuando llegue a casa de mi madre, y le diga

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que mi hijo se viene conmigo, se pondrá contenta y mi hijo también. Yo estaré mejor si lo tengo a mi lado. El día del sábado transcurrió igual que otro. Cuando Yosi puso el té en la mesa del porche, se fué contenta y con ganas de llegar a casa de su madre y darle la noticia. Aún yo no había hablado del tema con Émile y Hugo, esperaba el momento de que estuviésemos tomando el té para decirlo. Aunque de antemano estaba segura de que lo aceptarían. Hugo por supuesto que si, pues era una persona sensible, y siempre estaba dispuesto a ayudar. Émile tenía un carácter muy distinto, su apariencia era la de un hombre serio y distante, pero en el fondo era bueno. - Mañana por la noche - Les dije mientras vertía té en las tazas - Cuando vuelva Yosi, lo hará acompañada de su hijo. - ¿ De quién dices ? - Preguntó Émile distraído, mirando la página tres del periódico del día. - De su hijo, ha dicho - Respondió Hugo, después de haber bebido té de la taza. - ¿ Que ha sucedido para que ocurra eso ? - Preguntó Émile, doblando el periódico y posándolo a un lado de la mesa. - Me lo ha pedido ella, no me he negado porque me parece lógico, es normal de que quiera tener a su hijo con ella. - Si, es normal repitió Hugo.

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Émile no dijo nada, puso un terrón de azúcar dentro de la taza de té, lo movió tres veces con la cucharilla, y fué tomándolo lentamente. Alrededor de la seis de la tarde Émile fué a su dormitorio. Hugo lo siguió, y diez minutos más tarde, oí cómo discutían hablando fuerte. Aparté la vista del libro de inglés, de gramática, para oír mejor que era lo que se decían. No habían pasado cinco minutos cuando salió de la casa Émile y se quedó en el porche, vestido para salir, con pantalón color hueso, y una camisa azul de seda, desabotonada hasta la mitad del pecho. Hugo salía tras de él, medio vestido, metiendo la camisa color salmón por dentro de los pantalones beig. Émile le echó una mirada desesperante, al mismo tiempo que le dijo. - Te he dicho una y mil veces, que no vienes conmigo, esta noche la quiero pasar bien, pero si tu vienes, no será lo mismo. - ¿ Con quién vas ? ¿ Dime con quién vas ? - Decía Hugo con lágrimas - ¿ Los conozco yo ?. - Te vuelvo a repetir que no los conoces, y aunque los conocieras no te lo iba a decir. - ¿ Y el local cómo se llama ? ¿ A qué sitio vas ?. - Ya te he dicho antes que no voy a ninguna discoteca, hemos quedado en casa de uno de ellos. - ¿ Porqué me haces esto ? - Decía Hugo llorando, y cogido al brazo de Émile. - ¡ Suéltame ! - Replicó Émile estirando del brazo. Hugo estaba enloquecido, miraba con desesperación qué podía hacer en esos instantes. El coche estaba aparcado en la 158

acera, y Hugo bajó los tres escalones del porche, y llegó al camino del jardín, se dio prisa para abrir la verja. Las llaves las llevaba en la mano, llegó hasta el coche y con mano temblorosa trataba de introducir la llave en la cerradura, se daba prisa antes de que Émile lo alcanzara. Émile saltó los tres escalones del porche, y rápidamente llegó a tiempo, para que Hugo no arrancara el coche. Había puesto el pie derecho dentro. Émile lo alcanzó en esos precisos instantes. Cogió a Hugo por el cuello de la camisa y lo sacó de un puñado del coche y lo dejó sentado en el suelo. - ¡ Déjame ! ¡ Suéltame maricón de mierda ! ¿ Piensas que no tienes la misma enfermedad que yo ?. Hace quince días he estado hablando con Paul, le prometí que no te lo iba a decir, pero ahora te lo digo. Me dijo que él y tu habíais tenido relaciones tres veces, ¿ Y sabes que él, tiene la misma enfermedad que yo ?. Émile no esperó a oír más, le propinó un puñetazo que cayó de nuevo al suelo, pues ya se había levantado. Émile se agachó, y en el suelo estuvo pegándole más, y más, mientras que le gritaba. - ¡ No es verdad lo que dices, Paul, no tiene ninguna enfermedad !. - ¡ Sí la tiene ! - Repetía Hugo tendido en el suelo ¡ Eres tu quien me la ha contagiado, yo no he estado con nadie nada más que contigo !. - ¡ Dime que es mentira lo que me estás diciendo ! Decía Émile muy acalorado - ¡ Dímelo !.

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Llegué corriendo hasta donde ellos estaban, cuando me fui a acercar para que pararan ese horrendo escándalo. Émile, me miró con cara de pocos amigos, puso su mano justo a donde yo estaba y me dijo con voz seca. - ¡ No te acerques, a ti esto no te importa !. - Si que me importa - Respondí - ¡ Deja a Hugo, déjalo tranquilo. Si quieres irte coge el coche y vete ya !. - ¡ Claire te he dicho que te mantengas al margen de este asunto nuestro, no te lo voy a repetir más. - ¿ Y si no te dejo que te ensañes con él ? ¿ Me vas a pegar a mi también ? - Le dije mirándolo muy fijamente- Sabía de que eras cobarde, pero hasta este punto no. Émile llegó hasta mi con la mirada desafiante, tratando de impresionarme. Nunca le bajé la mirada, y esta vez tampoco lo iba a hacer. Puso su cara muy cerca de la mía. Y cuando estaba su nariz tocando casi a la mía le dije. - ¡ Qué !. Se quedó quieto, parecía que se hubiese quedado congelado, después de estar en esa posición como unos segundos, me miró con desprecio y dijo. - Tú y Hugo sois iguales, es por eso que vas siempre a su defensiva, si lo que quieres es quedarte con él, te lo regalo. Al decir esto último subió en el coche, le dio con rabia a la llave del contacto, salió echando fuego, dejando polvareda de la tierra tras de él. Ayudé a Hugo a ponerse en pie. Palpaba con los dedos su nariz y boca, mirando la sangre que tenía en la yema de los dedos. 160

Miraba como el coche se alejaba por la calle, hasta que dio la vuelta a la esquina. - Sé a donde ha ido aunque no me lo ha dicho - Dijo llorando - Paul vive sólo en un chalet con piscina, van a reunirse allí varios. Voy al baño a lavarme la cara y quitarme esta sangre, pero antes llamaré un taxi para que venga a recogerme. Si cree que va a tener la noche en paz, se equivoca. Yo moví la cabeza, y lo miraba con miedo de lo que le pudiese pasar, traté de impedírselo, lo cogí del brazo, y le hablé como si fuera su madre. - Hugo, no lo hagas. He visto hace unos instantes en la mirada de Émile algo extraño que jamás antes vi. Creo que nada le importa ya, porque sabe aunque todavía no tenga los resultados de la analítica, de que está enfermo. Yo también lo creo, pues su carácter no es el de antes. Siente mucho miedo pero no lo da a demostrar, se quiere hacer el fuerte. Si realmente ha ido a encontrarse con Paul, le va a preguntar si está recibiendo alguna clase de tratamiento, y su rabia y furia remeterá contra él. Hugo entendía lo que yo le quería hacer entender, pero sus celos superaba todo razonamiento. - ¿ Claire, no te das cuenta de que ha ido a ponerme los cuernos ? - Dijo esperando a que yo lo comprendiera. - Si, se que ha ido a eso, y lo que busca es sexo. A mi también me ha puesto los cuernos muchas veces. ¿ Cómo crees que me sentí el día que llegué aquí, y descubrí que tu eras su pareja ?. Después cuando reaccioné, me di cuenta que lo que tenía que hacer era vivir, y que él, no valía la pena, ojalá tu pienses cómo 161

yo, y que esa enfermedad que padeces la puedas superar pronto. - Claire, es que no se si te das cuenta de lo que es. Émile es el hombre que más quiero - Dijo Hugo sin parar de derramar lágrimas - ¿ Y después de todo esto que me está haciendo cómo lo voy a mirar a los ojos ? no voy a poder, y te aseguro que cuando salga de esta enfermedad, buscaré a otro hombre que me quiera, porque yo necesito que me den cariño. Tenía a Hugo cogido del brazo, y lo acompañé a que entráramos en la casa, parecía que se hubiese calmado con las palabras que le dije. No fué por lo que yo le dijera, si no porque no se encontraba bien, y estaba mareado. Yo lo llevaba del brazo por el caminillo del jardín. Le había cogido cariño maternal. Hugo a mi lado se sentía protegido, y era su mejor amiga. La mente le empezaba a hacer muchos estragos. Tenía muchas perdida de memoria. Le contaba algo, y al día siguiente decía que no se acordaba, me escuchaba pero sin prestar demasiada atención. Habíamos llegado a sentarnos en los sillones del porche. Yo lo miraba y me daba cuenta de que estaba muy mal. Él, no era consciente de la enfermedad tan grave que padecía. Quería hacerle la vida fácil para que estuviera lo mejor posible. Seguía pensando en Émile, no estaba por escuchar ninguna clase de conversación. Le interrumpí sus pensamientos y le pregunté. - Hugo, ¿ Que te apetece esta noche para cenar ?.

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Me miró con una leve sonrisa, tenía una boca bonita, y cuando sonreía parecía haber en sus labios un misterio escondido, era como si sonriera a medias, para no revelar la verdad que se ocultaba detrás de su sonrisa, a parte de que era bastante tímido, y esa timidez lo hacía atractivo. - Claire, necesito que me quieran, tengo la necesidad de que alguien me ame. ¿ Claire me quieres amar tu ?. Con el mal rato que acababa de pasar con los dos, lo que menos deseaba es que alguien me gastara una broma para forzarme a sonreír, y lo que Hugo me dijo, me produjo una carcajada. Él me miraba sorprendido, pues pensaba que lo que había pedido era normal. Cuando paré de reír le dije con suavidad para no lastimarlo mas. - ¿ Hugo, pero si tu eres gay ? ¿ Y quieres con locura a Émile ?. Agachó la cabeza y cerró los ojos. Lo observé con pena, y más pena sentí de él, al ver que por sus mejillas le resbalaban dos gruesas lágrimas. No quería hablar más, no quería decirle nada, pues cualquier palabra que dijera, estaba segura que lo lastimaría. Era muy sensible, y en esos instantes su sensibilidad había aumentado. Había una música que le encantaba, y que muchas veces se la ponía en momentos de inquietud y de ansiedad. Pensé que ese era el momento para que la oyera y se tranquilizara. Me puse en pie, entré en la casa, fui al lugar donde estaba la radio caset eléctrico y a pilas. Busqué en las dos filas de caset que Émile y Hugo tenían y que ponían amenudo, y encontré la caset que yo quería, la que Hugo se ponía, y cerraba los ojos cómo si 163

se trasladara al lugar y a la época. Cuando me planté en el porche con la radio caset, y dentro la cinta, lo puse encima de la mesa. Hugo seguía con los ojos cerrados, y las lágrimas continuaban cayéndole. Apreté la tecla play, y empezó suavemente a oírse las notas de el bolero de Ravel. Según iban las notas aumentando, Hugo se echó hacia atrás del sillón con la cabeza reposando en el borde del respaldo, y el cuerpo estirado. No abrió los ojos pero me echó una leve sonrisa de agradecimiento. En las ondas de mi cerebro esa música de una magia extraordinaria que escribió Maurice Ravel, y que tiene de duración diecisiete minutos exactamente. Cuando acabó el bolero de Ravel, Hugo seguía con los ojos cerrados, pero no lloraba, creí que se había quedado dormido, me puse en pie, y me disponía a llevar la radio caset a su lugar. Noté la mano de Hugo que retenía la mía, y me dijo más relajado. - Claire, vuélvela otra vez a poner. Rebobiné la cinta y le di otra vez al play, empezaron a oírse de nuevo las maravillosas notas de el bolero de Ravel. En esos instantes miré mi reloj de pulsera y vi que marcaba las 19 horas 45 minutos. Era la hora de cenar, pero con todo lo que había ocurrido, las ganas de comer se me habían ido, y por supuesto que a Hugo también, pero sobretodo él, tenía que comer, y aunque fuera sin hambre, ya me encargaría yo de que comiera. Me levanté del sillón sin hacer apenas ruido, y cuando estaba de pie, Hugo abrió los ojos y me preguntó. - ¿ A donde vas ?.

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- A preparar algo de comida, es la hora de cenar y no se que es lo que hay. - Para mi, no hagas nada, comeré un sandwich, que me haré después de que la música acabe. Asentí con la cabeza y entré en la cocina. Tampoco yo tenía ganas de cenar, e iba a hacerme otro sandwich de ternera fría que había quedado del mediodía. Ya estaba la carne cortada con cuchillo eléctrico. Era un rosbif que había hecho en el horno al mediodía. La luz del salón era la que estaba encendida, una lámpara de pie que dejaba una transparencia dorada, pues al llegar la noche, el porche se llenaba de mosquitos y era por esa razón que la luz del porche permanecía apagada. Había esperado a Hugo a que se hiciera el sandwich para comerlo con él, estaba pasándolo muy mal la traición de Émile. A mi también me dolía, no por mi, pues no me afectaba directamente. El día que llegué a Johannesburgo lo saqué de mi vida. Lo estaba pasando mal por Hugo, que lo veía por momentos, desesperado, yendo y viniendo a la verja para ver si veía venir el coche. Necesitaba hablar con Hugo seriamente de su enfermedad, pues él, pensaba y estaba seguro que pronto se iba a curar y podría hacer una vida normal. Encima de la mesa quedaban los dos platos vacíos de los sandwich que habíamos cenado, y dos latas de cerveza vacías, en los vasos tampoco quedaba nada. Hugo seguía en un total silencio, quizá estaría pensando lo que en esos momentos estaría haciendo Émile. Para mi era la primera vez que vivía de cerca el amor entre 165

dos hombres. Émile, no sé si era porque lo disimulaba más o, porque estaba yo viviendo con ellos, pero Hugo quería mucho a Émile, y no se escondía para demostrárselo aunque estuviera yo delante. De las veces que Hugo volvía al porche después de haber estado un rato mirando por la verja, le dije. - Hugo siéntate, que quiero hablar contigo. Me miró sorprendido, le chocaba que le dijera que se sentara para hablar. Cuando se sentó, su mirada buscó la mía, y esperó a que fuera yo quién dijera algo. - Tengo que hablarte del tema que me preocupa - Le dije con un movimiento de cabeza - ¿ Saben tus padres de que estás enfermo ?. Me miraba profundamente, pensando en la pregunta que le acababa de hacer. Puse los brazos cruzados encima de la mesa, con el cuerpo echado hacia adelante, después de humedecer los labios, dijo. - No lo saben, para qué los voy a preocupar, total este virus que he cogido, pronto lo matará los medicamentos que estoy tomando. - Creo que tendrías que decírselo - Dije asumiendo la negativa rotunda - Ellos son tus padres y tienen derecho a saber que te ocurre. - Mira Claire, mi madre se iba a preocupar muchísimo, yo la conozco y se pasaría las noches sin dormir, y de día lo pasaría llorando y rezando para que no me 166

ocurriese nada. A mi padre le da lo mismo que enferme o, que me muera, yo soy la oveja negra de la familia, y me ha repudiado, no quiere saber nada de mi, a quién yo le escribo es a mi madre, pues no quiere que ella le diga nada de mi, se lo tiene prohibido. - No es posible que un padre piense de esa manera de su hijo - Dije negándome a creerlo - Tu padre piensa así de ti, porque creé que estás bien. - No Claire, tú no lo conoces, el honor para él, es lo más grande y lo más importante, es sagrado, figúrate hasta donde llega. Si reciben la noticia de que he muerto, entonces es cuando se quedará tranquilo y descansará. - Hugo, creo que estás exagerando - Dije totalmente convencida - Yo no conozco a tu padre, pero si supiera que lo necesitas iría corriendo a prestarte su ayuda. Hugo respiró profundamente, al mismo tiempo que negaba con la cabeza. - ¿ Porqué tienes tanto interés de que les escriba para hablarles de mi enfermedad ? ¿ Porqué razón ? - Dijo triste y algo abatido. - Por la sencilla razón de que tu eres su hijo. Si alguno de ellos, tu padre o tu madre estuvieran enfermos y no te lo dijeran ¿ Cómo te sentaría ?. - A mi, muy mal, sobretodo si es mi madre quién está enferma, no se lo perdonaría. - Pues de esa misma manera reaccionaran tus padres si no les dices lo que te pasa. - ¿ Qué conversación más absurda tenemos, no ? - Dijo poniéndose en pie, bajó los tres escalones el porche y

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fué hasta la verja. No hacía nada más que mirar en la dirección que Émile tenía que venir. Miré mi reloj y marcaba las doce de la madrugada. Observaba a Hugo, la paciencia que tenía de estar clavado a la verja, cogido a los barrotes. De pronto vi que venía bastante decidido, y al llegar a donde yo estaba me dijo. - Voy a llamar a un taxi, quiero encontrar a Émile en plena acción, él y ese tal Paul, se van a acordar de mi. Me puse en pie y lo alcancé cuando iba por el salón. - Mira - Le dije mostrándole el reloj que tenía en mi muñeca - Son más de las doce, Émile ya no tardará en volver. No llames y olvida la idea porque no es buena. Émile esta noche está muy enfadado, es capaz de pegarte un golpe, y te aseguro que te hará mucho daño, pues no aguantas ni un zarandeo. - ¡ Me da igual que me pegue ! - Dijo encendido de ira No sería la primera vez que me pegara, cuando tiene problemas y las cosas no le salen cómo él quiere, la emprende conmigo, unas veces me insulta y me pega, esta vez no me importaría incluso que me matara !. No pude hacerlo venir en razón. Descolgó el teléfono y marcó un número de taxi que tenía en una tarjeta al lado del teléfono. Mientras que yo subía al baño, a hacer una necesidad de urgencia, oí cómo decía la dirección, y después cómo repetía - ¿ En diez minutos ?, y colgó el teléfono. No lo quería dejar ir sólo por lo que le pudiese suceder, nada más salir del baño entré en mi dormitorio y cogí mi bolso. Bajé las escaleras rápidamente, y llegué

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hasta el porche que era donde Hugo estaba esperando a que llegara el taxi. Él, me miró pero sin extrañarse de ver que lo acompañaba. Estaba demasiado excitado para decirle nada en aquellos momentos. Los celos se habían convertido en locura, y lo que observé de Hugo era eso último. La excitación que tenía no era normal, la cara la tenía encendida, y las dos venas de las sienes, hinchadas a punto de explotar. En la oscuridad de la noche se vieron los faros del taxi que se aproximaba. Cerré la puerta de la casa con dos vueltas de llave, cuando me di la vuelta Hugo ya estaba abriendo la puerta de la verja, aceleré el paso para alcanzarlo. Era un coche 4 L beig. Una vez dentro, Hugo dio la dirección de a donde íbamos, al taxista nativo - Dijo - Avenida Hooke. El taxista volvió la cabeza y preguntó - Señor, ¿ A qué número ?. - El número no lo sé, pero cuando hayamos llegado a la avenida Hooke, ya le indicaré la casa - Dijo Hugo. - OK - Respondió el taxista. En esta avenida cómo en la mayoria de Johannesburgo son largas y anchas, de palmeras en los laterales, y de robustas casas estilo inglés, bastante separadas unas de las otras, con mucho espacio para el jardin, pues en África del sur, lo que más resalta son los jardines, que parecen paraísos.

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Hugo no quería que el taxista nos dejara delante de la puerta de Paul, para no llamar la atención y cogerlos a todos desprevenidos. Cuando entramos en la avenida Hooke que estaba en la parte este de Johannesburgo, Hugo le dijo al taxista que parara y nos dejara al principio de la avenida. Le pagó el importe del viaje y bajamos del 4 L. Durante el trayecto no habíamos hablado nada, pues Hugo seguía igual o más nervioso que al principio. Miré mi reloj, y en la esfera marcaba la una y diez de la madrugada. Yo caminaba al lado de Hugo, nerviosa por lo que esa noche pudiese ocurrir. Yo pensaba - ¡ Dios mío, que historia me ha tocado vivir !. Los sábados a la noche rara era la casa que no se hiciera fiesta dentro y fuera del jardín. Había una casa no, y dos sí, que estaban celebrando algo, las luces iluminaban hasta fuera de las aceras. Hugo me hizo una señal con la mano indicándome la casa de Paul. Las luces del porche también estaban encendidas, y las del jardin, la música se oía desde fuera, eran clásicos de películas que habían ganado dos o tres oscar, y uno era a la mejor música. La casa estaba cercada por una verja de hierro que estaba tapada con cañas de bambú, evitando de esa manera que los curiosos que pasaran no pudiesen ver nada. Allí detrás nos pusimos Hugo y yo, mirábamos por entre las estrechas rendijas que pudiese haber entre una caña y otra. Pude ver una piscina llena de agua y dentro varias cabezas que sobresalían. A parte de la música no se oía nada más, a jaleo me refiero, también se oía de fondo el salpiqueo del agua nadando. 170

Hugo se iba cambiando de una rendija a otra, mirando por donde podía ver mejor. La que acabó por ponerse nerviosa fui yo, de ver la situación tan ridícula que estaba viviendo en esos instantes. Dejé de mirar y me aproximé a Hugo, y le dije. - Vámonos, ya ves que no está pasando nada, tampoco sabemos si Émile está aquí, todos están dentro de la piscina bañándose. - ¡ No me muevo de aquí ! - Dijo - Sin saber de cierto si Émile está con los que se están bañando, de un momento a otro tendrán que salir del agua. Sin mediar más palabras y sin pensar de que lo iba a hacer, salió de sus mirillas y se plantó delante de la puerta de la verja, cogió el pomo dispuesto a abrir. - ¡ No ! - Le dije exaltada - ¿ Pero tu quieres que esta noche te partan la cara ?. - Me da igual - Dijo muy enojado - Peor de lo que lo estoy pasando y de los celos que me estan comiendo el sentido, no me iba a dejar que me pegara, también yo le respondería, esta aberración es la peor que estoy pasando en toda mi vida. - ¡ Hugo, por favor, escúchame, vámonos de aquí, si está Émile y te descubre, tengo miedo por lo que pueda hacer contigo o podais hacer !. - Claire, ya no me asusta nada, es más, quiero que todo esto acabe lo más pronto posible. Giró el pomo de la puerta y la verja se abrió. Hugo estaba delante esperando a ser visto por alguno de los hombres que se estaban bañando. Yo permanecía detrás 171

de él, esperando con miedo que en algún momento viniera alguien a la verja. Así estuvimos cómo cinco minutos, y en vista de que nadie, se había dado cuenta de nuestra presencia, fue Hugo quién avanzó varios pasos hasta que llegó a la mitad del jardín, casi al borde de la piscina. Yo lo seguía pero iba detrás, aunque de esa manera las personas que habían dentro me podían ver. Se escuchó la voz de uno de ellos que avisó diciendo - ¡ Alguien ha entrado !. Salió de la piscina un hombre en tanga, era bien parecido, y de unos cuarenta años aproximadamente. Llegó hasta donde estaba Hugo, y lo saludo con amabilidad. - ¡ Buenas noches Hugo, ¿ Qué haces aquí ?. - Paul, vengo en busca de Émile - Dijo Hugo mirando dentro de la piscina, y en el fondo de la entrada de la casa. - Émile no está aquí - Respondió Paul - Y ni siquiera me ha llamado. Yo me presenté, pues Hugo no lo hacía, sólo se estaba preocupando de él. - Soy Claire Franklin. ¿ Tu eres Paul ?. Paul se quedó parado cuando le dije quien era, y me preguntó por si no lo había entendido bien. - ¿ Dices que eres Claire Franklin ? ¿ La esposa de Émile ?. - Exacto - Dije afirmando con la cabeza. - ¿ Que hacéis aquí ? - Dijo extrañado - ¿ Os apetece tomar una copa ?. 172

- No - Respondió Hugo - Sólo quiero que le digas a Émile que salga de donde esté escondido, y que nos vayamos a casa. - Hugo, te acabo de decir, que Émile no ha venido, y si no ha venido es porque no está aquí ¿ Me entiendes ?. Cogí a Hugo por el brazo y le dije para que entrara en razón - Vámonos, ¿ No te das cuenta de que Émile no está aquí ?. - ¿ Y esos que están dentro de la piscina quienes son ? Dijo Hugo con los pies puestos en el borde, mirando en cuclillas. - ¡ Hugo, basta ya ! - Dijo Paul enfadado - Si Émile estuviera aquí ya habría salido. ¿ Ok. ?. - ¿ Tú sabes donde a ido ?, dime donde está - Decía Hugo cada vez más exaltado, y con los ojos cubiertos por las lágrimas. - ¡ Hugo, vámonos a casa ! - Dije bastante enfadada - No me hagas perder los nervios más de lo que los tengo. Lo cogí de un brazo y estiré de él, hacia afuera. Me giré hacia Paul y le pedí que nos disculpara. - No te preocupes Claire ¿ Quieres tomar una taza de té?. - No gracias, tengo ganas de llegar a casa, y de irme a dormir, esta noche más que nunca lo necesito. - Voy a pediros un taxi. Paul entró en la casa y salió a los cinco minutos, diciendo. - Me han afirmado que el taxi estará aquí dentro de diez minutos. - Muchas gracias por todo - Dije - y perdona las molestias que te hayamos causado. 173

- No te preocupes, te repito otra vez - afirmó amablemente. El taxi acababa de parar delante de la casa, y claxonó para que se supiera que había llegado. - Buenas noches Paul - Dije al despedirme. - Que descanses Claire - Respondió sosteniendo con la mano la puerta de la verja. Hugo no dijo nada, salió a la par mía, sin decirle adiós a Paul. Estaba demasiado alterado y confuso al mismo tiempo, estaba seguro de que habría encontrado a Émile en una situación embarazosa. Dentro del taxi no hablamos de nada, si yo decía algo era para reprocharle a Hugo la noche tan horrible que me había hecho pasar. Por otro lado, él no estaba para recibir un sermón. Se había echado hacia atrás del asiento, con la cabeza reposando en el borde. Tenía los ojos cerrados, y por sus mejillas bajaban dos gruesas lágrimas. Antes de que el taxi llegara a casa, vi que la luz del porche estaba encendida. Mi nerviosismo aumentó todavía más, ahora me esperaba soportar a Émile, sus preguntas, y quizá insultos a Hugo. En aquellos momentos quería desaparecer del mapa o entrar en las entrañas de la tierra para no oír nada más sobre el tema que nos aguardaba. El taxi paró delante de la casa. Hugo pagó el importe al taxista, al mismo tiempo que veía por entre los barrotes de hierro la figura de Émile en el porche sentado en un sillón, nos estaba esperando.

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Acabábamos de entrar por la verja, y le pregunté a Hugo. - ¿ Que le vamos a decir ahora ?. - Yo voy a ser franco como siempre - Dijo - Y le diré la verdad. - ¿ Sabes que en estos instantes siento miedo ? - Le comuniqué. - Émile a ti te respeta, no tengas miedo - Me consoló. - El miedo que siento no es por mi, sino por ti. ¡ No le digas nada, no le respondas nada ! ¿ Me oyes ?. - Haré lo que tenga que hacer, ya no le tengo miedo a nadie, ni a nada - Dijo con temple - A él, ya hace tiempo que dejé de tenerle miedo. Ahora no voy hacer como antes, que me pegaba y callaba, si me pega, también le voy a pegar yo, y los dos nos pegaremos como dos hombres se pegan. He aprendido mucho a tu lado desde que estás aquí, es como si me hubieras transmitido tu fuerza interior. Observé que Émile miraba hacia la verja, a nosotros, desde que el taxi aparcó en la puerta, no dejó de mirar. - Vamos a entrar - Dije a Hugo - Desde hace unos minutos nos está observando, y por favor, haz lo que te he dicho. Cogí la maneta de la puerta de la verja y la abrí, quería yo entrar delante de Hugo, y poder apaciguar la situación. Émile venia a nuestro encuentro, con el semblante serio, el paso tranquilo y seguro, me dio la impresión al verlo mirar del modo que lo hacía, y seguro de sí mismo, que se trataba de un gallo de pelea, chulo y absurdo al mismo tiempo. Mientras yo iba avanzando, 175

pensaba en lo que le iba a decir para tranquilizarlo. Sabía que estaba al borde de cometer una locura porque conocía su modo de actuar cuando lo hacía con violencia, no se agitaba, parecía más tranquilo que nunca, pensaba bien antes de actuar cómo iba a provocar y llevar a cabo el acto. El miedo mío era que le diera un golpe fuerte a Hugo, pues estaba muy débil, y las veces que se cayó dentro de la casa, lo tuve que ayudar a que se pusiera en pie. Al llegar frente a Émile, lo miré a los ojos, en ese preciso instante iba hablarle pero no me dio tiempo. Con una mano me apartó del caminillo, y me puso a un lado. Había un metro de distancia hasta llegar a Hugo. Yo me adelante y pude coger la mano de Émile, él me apartó otra vez sin ni siquiera mirarme. Hugo le estaba plantando cara, se estaba haciendo el fuerte, y quería demostrarle que él, también sabía pegar. De nuevo alcancé la mano de Émile, la cogí fuerte con la mía, y le supliqué. - Émile por favor deja a Hugo en paz, déjalo tranquilo, ¡ Está enfermo ! ¿ Es que no te has dado cuenta ?. La mano derecha de Émile la tenía yo cogida con mis dos manos, quería evitar de esa manera que le pegara a Hugo. Al llegar a él, lo cogió de la camisa, de un puñado, avanzaba con él, y estiraba de mi, así llegamos hasta la puerta de la verja, la abrió, y sacó fuera a Hugo, le dijo en un tono de voz mezquina. - ¡ Vete de esta casa !, no quiero volver a verte nunca más, y ahora te saco toda la ropa y pertenencias que tienes.

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Dejó a Hugo fuera echándole una mirada de rencor y de crueldad. Sus deseos eran vengarse, porque estaba débil, y no se podía defender. Émile cerró la puerta de la verja. Sus ojos no sé exactamente a donde miraban, su respiración era agitada, la mano que yo le tenía cogida también temblaba. La solté de mis manos y me tuve que encarar a Émile, también con crueldad como él, lo había hecho con Hugo. - ¿ Te has vuelto loco ? - Le dije muy enfadada - ¡ Abre ahora mismo esa puerta ! ¿ Porqué no miras en tu interior y observas todo el mal que estás haciendo ? ¿ Crees que eres mejor que otro hombre ? ¡ Pues no lo eres ! ¡ Y si te analizas verás de que en ti vive un monstruo ! ¡ Un monstruo con mucha crueldad y malos sentimientos !. La mirada de Émile se clavó en la mía, en esos instantes sentí, que me quería matar, vi en sus pupilas mucho rencor hacia mi, pero no sólo hacia mi, sino a todas las personas que lo rodeaba, a todos nos hacia culpables por lo que estaba pasando. - ¡ Abre esa puerta ! - Le volví a sugerir - Quiero que seas tu quién le diga a Hugo que entre. - ¡ No puedo, y quiero que se vaya ! - Dijo retrocediendo unos pasos hacia atrás, y con voz trémula - Antes de que llegarais, me ha llamado Paul, y me ha contado el número que ha montado en la piscina. El que está loco es él, no sé si es esa enfermedad que tiene que se lo da, pero cada vez irá a peor, no es lo que era cuando lo conocí. 177

Oíamos llorar a Hugo, se había ido a sentar en el borde de la acera, la cara la cubría con las manos, y los sollozos que daba eran grandes. También nos oía a Émile y a mi discutir, esto hacia que su pena aumentara, pues había alguien que lo defendiera, esa persona era yo, que desde qué llegué le estaba haciendo de madre. Después cuando pasó más tiempo me di cuenta de que yo había hecho de madre suya, me adelanté y abrí la puerta de la verja. Me quedé mirando a Émile y le dije. - Llámalo, dile que entre. ¿ No te da pena de cómo está sufriendo ?. - ¿ Porqué has ido a la casa de Paul ? - Me preguntó todavía bastante enfadado - No esperaba eso de ti, no quería que Paul te conociera, tu eres una señora, y no te tenías que haberte mezclado en la historia de homosexuales. Casi agradecí a Émile que se preocupara de mi reputación, y también casi entendí que el enfado que tenía con Hugo era a causa mía. Otra vez me demostraba su amor, a su manera. - He acompañado a Hugo por miedo - Dije más relajadaTemía que le hicieras daño si te encontraba en casa de Paul, eso es todo. No me importa la vida que hagas tu, tampoco la que hace Hugo, y por supuesto aún menos la que hace Paul. Él me ha parecido un hombre bastante respetuoso y amable. Miré el reloj de pulsera, y marcaba las tres de la madrugada. El sueño se me había ido, la hora de dormir había pasado, pero el cansancio hacía que no me mantuviera de pie, creo que hasta me tambaleaba de un lado a otro. Esta historia la quería acabar lo más pronto 178

posible. Hugo seguía sentado en el bordillo de la acera, y Émile con su testarudez. Tuve de nuevo que repetirle que le diera entrada a Hugo en la casa. Yo lo podía hacer pero, no quería, era Émile quien se tenía que disculpar con él, lo hizo, pero jamás me iba a imaginar que lo haría de ese modo. Abrió la puerta de la verja, y esperó como un minuto pensando lo que le iba a decir. Me echó una mirada advirtiéndome, que era yo quien lo había querido, esta faceta de Émile no la conocía hasta esos instantes. ¿ Y cuantas más no conocía ?. - Hugo, entra ! - Dijo dirigiéndose en un tono desagradable - ¡ No te hagas más de rogar y entra ya de una vez !. Hugo se había puesto en pie, y venía con paso torpe, con la cabeza mirando al suelo. Hasta aquí todo bien, lo peor llegó cuando nos sentamos los tres en el porche para hablar, y que todo se aclarara entre Émile y Hugo. Yo hice un gesto de levantarme para irme, y dejarlos a los dos que hablaran tranquilamente. - ¡ Siéntate ! - Me sugirió Émile - Quiero que oigas lo que le voy a decir. Giró la cara y miré a Hugo de frente. - Mira Hugo - Dijo en plan chulo - No quiero que te acerques nunca más a mi, me... das... asco. Tu olor me repugna, tu presencia me fastidia, no te puedes imaginarte cuanto. Estás hecho una mierda, eres un tío cagao. Si tuvieras un poco de honor, te irías de esta casa ahora mismo.

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- ¡ Eh ! alto - Paré inmediatamente a Émile - ¿ No te da vergüenza de hablarle de ese modo tan tirano a un amigo, a un compañero, sólo porque está enfermo ?. - ¿ No querías que le abriera la puerta y lo dejara entrar?- Dijo con despotismo - Pues aquí está, pero que no se acerque a mi, porque podría vomitar. Hugo lo único que hacia ya, era llorar. Se iba tragando las palabras de Émile de una manera que a mi me hacía sufrir. El llanto se lo tragaba también. Su cabeza parecía que fuera a explotar por las gruesas venas que le aparecieron en la frente, en las sienes y en el cuello. - No tienes derecho a hablarle de la manera que lo has hecho - Le dije indignada - Comparte esta casa contigo, el coche también. ¿ Cómo va a hacer ahora para ir al trabajo ?. - No puede ir ya a trabajar, ayer se cayó dos veces, otros obreros lo tuvieron que ayudar a que se levantara del suelo, yo estaba en otro departamento, y me lo vinieron a decir. El encargado lo llamó a su despacho, y le dijo que hasta que no estuviera bien, que no fuera. No quería problemas con sus superiores, si sabían que tenía trabajando a un enfermo, lo echarían a él. - ¿ Entonces, con más razón para que no lo eches a la calle, y no le hables del modo que lo has hecho - Dije haciéndole mover la conciencia - ¿ Y si ahora cuando te den los resultados de la analítica, tienes tu el mismo virus que Hugo ? ¿ Que va a pasar contigo ?. - No quiero hablar de ese tema - Dijo poniéndose en pie. ¿ Porqué tendría yo que tenerlo ?. Me encuentro bien, y tengo ganas de hacer cosas. El perfil mío no da a alguien 180

que tenga una enfermedad, por ese particular estoy tranquilo. - ¡ Ojalá ! Que no tengas nada parecido, y que tu salud sea perfecta - Dije deseándole lo mejor - Pero ahora Hugo necesita ayuda, nuestra ayuda, somos sus amigos, no tiene a nadie aquí, sólo a nosotros. - Si, lo entiendo perfectamente - Dijo con más humildad- Lo que le pido ahora es que, salga del dormitorio, no quiero que duerma conmigo más. Hugo permanecía callado y con la cabeza baja, no sé si se estaba dando cuenta de que Émile ya no lo quería. Su obsesión por Émile lo estaba llevando a la locura. Cómo no se movía le dije. - Hugo, coge tu pijama y lo más personal y sube al dormitorio de arriba, son cerca de las cuatro de la madrugada. Tardó más de un minuto en responder. - Me voy a quedar aquí sentado todo lo que le queda a la noche, no pienso dormir arriba, además, me cuesta subir las escaleras. ¿ Porqué no es Émile quién se cambia ?. Me quedé mirando a Émile que estaba a punto de entrar en la casa para irse a dormir, también eso era una buena solución. Émile movió la cabeza, y seguidamente dijo. - ¿ Te das cuenta que testarudo es ? Lo hago de esa manera porque arriba está el cuarto de baño, y lo necesita muy amenudo, aquí abajo sólo hay un servicio de lavabo y de water. Émile entró en la casa, oí como abría la puerta de su dormitorio, y seguidamente le daba al interruptor de la

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luz. Yo necesitaba irme también a dormir, pero no quería dejar a Hugo sólo en el porche y le dije. - Ve a recoger tu pijama y lo que necesites al dormitorio, antes de que Émile se acueste. - Te he dicho que me voy a quedar aquí toda la noche, mañana a lo mejor me habré muerto, entonces Émile estará contento, y volverá a unirse a otro hombre. - Hugo, por favor - Dije parándolo - No te hagas la víctima, y no quieras hacer culpable a Émile de vuestros divaneos, porque los culpables de todo lo que os está pasando sois los dos. Deja de obsesionarte con él. ¡Olvídalo ! ¿ Lo entiendes ?. - Dice que no me quiere, pero no es verdad, él, está por mi, más loco que yo por él. - ¡ Mira Hugo, vamos a dejar ya esta conversación absurda que no nos lleva a ninguna conclusión ! ¿ De acuerdo ? Necesito irme a dormir, no me tengo de pie, los ojos se me cierran. ¿ De verdad te quieres quedar a pasar aquí la noche ?. - Pronto va a amanecer - Dijo cruzando los brazos, y posándolos encima de la mesa. Sobre los brazos dejó descansar la cabeza, y con voz cansada oí que musitó. De aquí no me muevo, veré pronto salir el sol. Puse mi mano sobre su cabeza, y le acaricié el cabello, y me despedí. - Me voy a dormir Hugo. Buenas noches. Esperé unos segundos para ver si decía algo. Pero no fué así. Entré en la casa y subí las escaleras. Y fui derecha al cuarto de baño para hacer una necesidad, y seguidamente fui a mi dormitorio, me descalcé, me quité el vestido, y la ropa interior, y me coloqué un camisón 182

tres cuartos, rosa de encaje. El sueño me iba venciendo, me eché encima de la cama, y me arropé a medias con la sabana. No me di cuenta cuando me quedé dormida, pero una hora después, a las cinco de la mañana, me despertó el canto del gallo. El animal me despertaba todos los días a la misma hora. Sentí la garganta seca, me olvide esa noche con todo el ajetreo que hubo de llevarme al dormitorio un vaso de agua y dejarlo encima de la mesita de noche. Me levanté de la cama, metí los pies en las chanclas, y me coloqué el salto de cama que lo tenía colgado en una percha de tres brazos que había detrás de la puerta. Salí del dormitorio y bajé las escaleras despacio para no hacer ruido. Estaba todo en silencio, la puerta de la casa seguía abierta. Pensé en Hugo que se había quedado en el porche sentado en un sillón. Antes de nada fui a la cocina, cogí un vaso del armario, y abrí la nevera, dentro habían refrescos y también agua. Cogí la botella de agua y me puse en el vaso, bebí el agua lentamente, y mi garganta me pedía aún más, me puse medio vaso, y lo bebí en dos veces. Guardé la botella de agua en el lugar que estaba, y el vaso lo deposite dentro de la fregadera. Salí al porche, Hugo no estaba en el lugar en que lo había dejado, mi vista se dirigió a la verja, imaginando que podría haber salido por la puerta. La voz de Hugo hizo que me sobresaltara, miré en esa dirección y lo vi que estaba sentado en el suelo en uno de los rincones del porche, la espalda la tenía sostenida entre las dos paredes del rincón, las rodillas dobladas y las manos cruzadas por delante. 183

- Claire, ¿ No puedes dormir ? - Dijo con voz de congoja de haber estado llorando - Me duele mucho la espalda y me he puesto aquí. Eran tres metros los que había de distancia, llegué hasta él, y me puse en cuclillas para mirarlo de cerca y hablarle. - Este gallo que canta a las cinco me ha despertado - Le dije - ¿ Porqué no te has ido a la cama ?. - No puedo dormir en ningún sitio, me duele todo el cuerpo, y en la cabeza tengo una sensación rara, me duelen las sienes, y las piernas también. Estoy mejor en esta postura. Émile seguro que estará durmiendo a pierna suelta, ya no le importo nada. - Deja de pensar en él - Le dije bastante oprimida Quiero que me hagas el favor de olvidarlo, sólo así te pondrás bien, hace un rato te ha dicho claramente que ya no te quiere. ¡ Hugo, no pienses más en él y ten algo más de dignidad ! Cuando alguien nos dice que no nos quiere de la manera que Émile te habló anoche, hay que olvidar a esa persona porque te está diciendo la verdad, y seguir con esa idea sería absurdo, y desaconsejable para ti. Hugo alargó una mano buscando la mía, se la di, y me apretó fuerte, con cariño. Aquí, empezó a llorar, su único escape era el llanto, su impotencia, se refugiaba en las lágrimas. Sentía yo mucha pena por Hugo, lo quería como a un hijo o como a un hermano, no tenía a nadie, sólo me tenía a mi, y en mí refugiaba todo su dolor. Él, no quería que sus padres se enteraran de su enfermedad pero, yo

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no estaba de acuerdo, y lo tenía que convencer para que lo hiciera, y de eso le hablé. - Hugo, mañana le escribirás a tus padres, y los pondrás al corriente de lo que te pasa. - Claire, no soy capaz de hacerlo, pues mi madre enfermará si le digo lo que me está sucediendo - Dijo llevando mi mano a su mejilla para consolarse - Pues como no puede hacer nada, moriría de pena y de dolor. - ¿ Sigues pensando en que tu padre te volvería la espalda ?. - Lo pienso, y lo sostengo, porque es mi padre y lo conozco - Dijo mirándome directamente a los ojos - No le importo nada, no me quiere ni siquiera cómo hijo. - Pues me gustaría verlo para poder creerte - Le dije negando con la cabeza - Quiero que les escribas o, que los llames por teléfono. Hugo, estoy muy preocupada por ti. ¿ Qué vas a hacer ?. - ¿ Sobre qué ?. - Que, qué quieres hacer, escribirles o llamarlos. - Llamarlos no, porque no sabría como decírselo, y escribirles es otro tanto igual, no sé cómo entrarles, cómo decirles que tengo un virus que me está dejando sin fuerzas e incluso paralizado. Claire, perdóname, por no hacerte caso, sé que tienes razón, pero la que me quiere es mi madre, a mi padre y a mis hermanas no les importo nada. - Escúchame Hugo lo que te voy a decir. Ya que tu no les quieres escribir, lo haré yo. Después del desayuno quiero que me des la dirección de ellos. Yo les diré lo que tienes, lo mal que lo estás pasando, y todo lo que sufres, con ese cuerpo que sólo lo tienes para dolencias. 185

- No puedes decirles eso, no puedes contarle la cruda realidad, que me visita las veinticuatro horas - Dijo llorando sin soltar mi mano - Los medicamentos que estoy tomando pronto me pondrán bien. ¿ Crees tu lo mismo ?. - No sé que decirte, cada día que pasa ocurre algo distinto en tu cuerpo, las transformaciones que estás haciendo, no son para mejorar, y perdóname que te lo diga tan claramente, pienso que en estas cosas no hay que ocultar nada. Como tampoco le voy a ocultar nada a tus padres, mañana cuando les escriba. - Claire, todo va a ser peor para mi, si lo haces. - No Hugo, ya verás que cuando tus padres estén al corriente de lo que te ocurre, vendrán a verte. Hugo sonrió al oírme decir esto, seguía riendo y moviendo la cabeza. Llevó mi mano a su boca y la beso dos veces. Después dijo sin perder la sonrisa. - Ojalá vengan, necesito estar con ellos, sobretodo con mi madre, que es la que ha peleado más por mi. Claire eres muy ingenua, y te lo crees todo, dentro de un rato te daré la dirección para que les escribas, quiero que te convenzas por ti misma de los resultados. - Ahora, tendrías que irte a la cama a descansar un rato Dije cogiéndolo por un brazo para ayudarlo a que se pusiera en pie. - Tu eres la hermana que me hubiera gustado tener Dijo caminando a paso lento, y su mano apoyada en mi hombro. Ninguna de las dos hermanas que tengo, se hubieran preocupado por mi, como tú lo estás haciendo.

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- Hugo, me cuesta creer que tus hermanas no te quieran, estoy segura que eres tú quién te haces esas ideas. ¿ En verdad, no te han ayudado nunca ?. - Bueno, nunca antes he estado enfermo, pero ahora te hablo con el corazón, jamás se han preocupado por mi. Ya te conté el otro día, que mi hermana la mayor, se casó, y me advirtió que no se me ocurriera ir a su boda y dijo alarmada - ¡ Qué vergüenza que la gente tenga que conocerte y sobretodo tener que decirles que eres hermano mío !. - Por este particular tienes razón de pensar de esta manera sobre tu hermana, pero ellas no son tus padres. Olvida este incidente desagradable y cruel, que ella y su marido llevaron a cabo. Te has quedado estacionado en este desgraciado hecho, y crees que por eso, tus padres no te quieren - Le hice entender cuando nos disponíamos a subir el primer escalón para acceder al piso de arriba. - Contra mi madre no tengo nada, pero contra mi padre todas las cosas. Si hubiera sido un buen padre no le habría consentido este acto tan erróneo a mi hermana, pero él, era el primero que se avergonzaba de mi. Habíamos llegado al piso de arriba. Yo estaba un poco cansada, y Hugo iba jadeando cada palabra que pronunciaba. Le notaba en su costado la respiración agitada. Mi mano la llevaba rodeando su cintura, y él, rodeaba mis hombros con su brazo, los últimos escalones que subimos fueron de un gran esfuerzo para los dos. La puerta del dormitorio que Hugo iba a ocupar estaba abierta, di al interruptor de la luz, y lo llevé hasta la cama, se quedó sentado y jadeando de cansancio. Se 187

agachó y fué quitándose las sandalias de cuero y de correillas marrones. Me fijé en la manera que se estaba descalzando, y advertí que estaba peor de lo que yo pensaba. Las manos le temblaban, y fuerza tenía poca en los dedos para quitar la hebilla, yo lo seguía mirando para ver qué era lo que podía hacer. Al final abandonó la hebilla y se quedó sentado encima de la cama, respirando con dificultad. Me agaché, posando una rodilla en el suelo, y a continuación saqué las tiras de cuero de las hebillas. Había que desnudarlo, pero, yo no me sentía capaz, no por el hecho de desnudarlo, sino, porque yo tampoco podía más estirar de mi cuerpo. Le cogí las piernas y las puse encima de la cama. Cuando se sintió estirado lanzó un suspiro de bienestar. Me miró y se esforzó por sonreír como muestra de gratitud, también me habló para confirmármelo, con un hilo de voz bastante débil. - Claire, muchas gracias por todo lo que estás haciendo por mi. Cuando mejore de esta enfermedad, te voy a recompensar de manera muy generosa. - Hugo, no quiero que me recompenses por nada, eres mi amigo, y estoy contenta de hacer por ti lo que hago Dije afirmando con la cabeza, sobretodo que algo me decía, quizá mi instinto femenino, que no se iba a poner nunca bien. Esto me causaba mucha pena y dolor. - ¿ Necesitas algo ? Tengo un sueño que me muero, y lo que más deseo en estos instantes es acostarme y dormir por lo menos tres horas - Repuse, con los ojos medio cerrados.

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- Puedes irte a dormir, yo sueño no tengo, seguro que Émile está durmiendo a pierna suelta - Dijo cogiéndome la mano y volviéndola a besar. Llegué hasta mi dormitorio que era la puerta que estaba después del cuarto de baño, me quité el salto de cama y lo dejé encima de la silla como si de un trapo se tratara. Me eché sobre la cama y me quedé rápidamente dormida. Tuve un sueño bastante raro - Esperaba yo el tren en una estación sin techo, o sea sin cubrir, era a las afueras de una ciudad. El tren venía lentamente, eran de los antiguos, cuando se paró, bajaron varios pasajeros que no llevaban equipaje, iban vestidos de la época 1800. Un señor que vestía con capa y sombrero, me saludó al cruzarse conmigo, se quitó el sombrero y me dijo ¿ Que tal se encuentra señora Thibault ? Dijo dirigiéndose a mi con un saludo de cortesía. - No le conozco, no sé quien es usted - Dije imaginando que se había confundido - Repuse - No soy la señora Thibault, me debe confundir con otra persona. - No, le aseguro que no. ¿ Usted no se acuerda de mi ? Soy el señor Gasparini. Solíamos ir al casino, su esposo, usted, mi esposa y yo. Hacíamos varias partidas de cartas mientras que tomábamos whisky - No lo recuerdo - Contesté - Y tampoco conozco a nadie que se llame Gasparini. Lo siento, pero tengo que subir al tren. Él, me saludó levantando su sombrero, y se fué. Dentro del tren iba yo sentada frente a una señora vestida también de la misma época. Iba bien arreglada y ataviada con sombrero negro y rojo de terciopelo. Ella me miraba y sonreía, como si me conociera. De súbito 189

dijo - ¿ A donde va esta vez señora Thibault ? - Voy al otro lado del país, me llamaron para que fuera lo más pronto posible. Es mi marido que no se encuentra bien, su caso es, de vida o muerte. Tres golpes en la puerta del dormitorio hizo que me despertara - Dije todavía medio dormida y balbuceando. - ¿ Quien es ? ¡ Que pasa !. - Claire, son más de las doce ¿ Te encuentras bien ? Era la voz de Émile. - Sí, muy bien - Dije saltando de la cama, y me di prisa para abrir la puerta sin ponerme nada encima, y me encontré de cara a Émile. Él, se sorprendió al verme en camisón, y me echó una ojeada de la cabeza a los pies, recreándose en mi casi desnudez. Sólo tuve que dar tres pasos para alcanzar de encima de la silla, el salto de cama. Lo puse bien en mi cuerpo, y le hice dos nudos en la cintura, volví a la puerta del dormitorio donde Émile seguía esperando. - ¿ Qué hora dices que es ? - Dije dándome la vuelta para comprobarlo en el reloj de la mesita de noche. - Las doce y veinte minutos. He pensado que era mejor despertarte, pues tu no acostumbras a dormir tanto tiempo - Dijo con una sonrisa de complicidad que en otros tiempos compartíamos. Estaba duchado, vestido y perfumado. Me extrañó al verlo vestido para salir. - ¿ Vas algún sitio ? - Le pregunté. - Sí, voy a casa de unos amigos, hacen una barbacoa. - ¿ Has ido a ver como está Hugo ? - Le cuestioné. - Sí, pero no vale la pena discutir con él, pues no atiende a razones - Dijo negando con la cabeza. 190

- ¿ Está en el dormitorio ?. - Está abajo en el porche, lo he dejado sentado en un sillón, también le he hecho el desayuno. Yo no puedo hacer nada más por él - Dijo con aire despreocupado, y sin afectarle lo más mínimo. - Émile, ¿ Sabes que te necesita ?, te necesita ahora más que nunca, le estás demostrando que no sentías nada hacia él, y que ni siquiera era tu amigo. Émile lanzó tres leves carcajadas, y cuando paró de reír dijo. - Mi querida Claire, la vida nos enseña a cómo debemos ser y comportarnos con las personas - Dijo con la mano apoyada en el quicio de la puerta. - Explícate mejor ¿ y que es lo quieres decir ? - Le pregunté. - Nada, no quiero decir nada, ya nada importa. De lo que me doy cuenta es que la vida hay que vivirla, porque después se va sin enterarte. - ¿ No puedo saber lo que ha pasado entre vosotros dos para que ahora tengáis este alejamiento ?. - Este alejamiento como tu dices, no es de ahora. Antes de que tu vinieras, ya iba mal nuestra relación. Me ha costado mucho soportar sus caprichos y sus locuras, es peor que una mujer controlando a su marido. - ¿ Vosotros dos no sois una pareja ?. - Si y no. Cuando nos vinimos aquí a vivir éramos amigos. Teníamos relaciones cuando nos apetecía, pero nada era obligatorio. Salíamos a divertirnos cada uno por nuestro lado, yo quizá más a menudo que él. Pero un día fué detrás mío vigilándome para saber con quién iba. Me enfadé mucho, y le dije que no lo volviera a hacer 191

más. Montó una escena de celos precisamente en casa de Paul. Entró dentro y nos estuvo molestando a todos. Nos decía a los que estábamos, que yo era su hombre, y que a partir de ese día, él, vendría conmigo a todas partes. Era como llevar un grano en el trasero, que molestaba y molestaba, y no te lo puedes quitar - Dijo lanzando un suspiro. Escuchaba a Émile, a mi marido sin asombrarme, toda la redacción que me estaba contando de sus amoríos con Hugo, y también con Paul, y con muchos más amigos que tenía. En esos momentos yo no me reconocía, había cambiado de filo a filo. Tanto como yo lo había querido, y ahora estaba fría oyendo sus pasatiempos, sus enredos con otros hombres, jamás pensaría que yo podría llegar hasta ese punto de que no me importase nada. Émile hacia un tiempo que se había dado cuenta de mi frialdad, de mi distanciamiento, y lo poco que me preocupaba. Yo lo había pasado muy mal al descubrir que mi marido era gay, me dolió mucho, sobretodo por todos los años que estuve dedicada a él, me entregué totalmente a compartir todo lo que le gustaba. Yo veía a través de sus ojos y oía con sus oídos. La traición que había cometido conmigo desde el principio de conocernos, se había convertido ahora en un sedante para mi, pues al fin me vi liberada de las mentiras y de los engaños. Ahora podría estar enfermo de lo mismo que padecía Hugo, y no le guardaba ningún rencor ni resentimiento, estaba dispuesta a ayudarlo en todo lo que necesitara, al igual que lo estaba haciendo con Hugo. Tenía interés por preguntarle lo que el primer 192

día de llegar a Johannesburgo me quedé con el deseo de saber. - Émile, quiero que me respondas a algo que para mi es de suma importancia. ¿ Porqué te casaste conmigo sabiendo que eras gay ?. - ¿ Notaste algo en los siete años que estuvimos casados y de relaciones ? - Dijo con sonrisa maliciosa y mirada de picardía. - Respóndeme a lo que te he preguntado. Eso que me dices no es una respuesta - Respondí con las pupilas puestas en las de él. Émile acercó su mano a mi barbilla y la cogió suavemente con el pulgar y el índice. Trató de hacer para conquistarme lo que hacía en otras ocasiones, ladeé la cara. Me soltó, tenía el semblante más serio, y se vio obligado a responderme. - Claire, me casé contigo porque te amaba y me gustabas, no creas que lo hice para esconderme tras de ti, y ocultar mi homosexualidad. Todas las relaciones que tuvimos tu y yo, que fueron muchas, me gustabas mucho como mujer, y todavía me sigues gustando, pero se que todo por parte tuya está terminado, todo lo nuestro ha muerto. - ¡ Cómo tienes la poca vergüenza de decir eso ! - Dije indignada - ¿ Pero que clase de vida es la tuya ? ¿ Crees que yo no tengo dignidad ? ¿ Piensas que yo te puedo seguir amando después de saber de ti todo lo que sé y de ver todo lo que veo ? ¿ Porqué dices que me amabas sino era cierto ?.

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Émile, puso su mano en mi boca para que callara, yo la cogí con la mía y la quité con rabia. Émile hizo un ademán, con el índice, lo levantó y dijo con voz queda. - Querida, habla más bajo, Hugo seguro que nos está escuchando, y ya sabes lo sensible que es. - ¿ Porqué me llamas ahora querida ? ¡ No quiero que te dirijas a mi en esos términos tan cariñosos ! ¡ No te voy a consentir que te sigas burlando de mi paciencia !. Émile cogió mi cara con su mano y apretó, hasta tal punto que me hizo daño, no me gusto nada la manera de cómo me miraba. Di dos pasos hacia atrás, al mismo tiempo que le daba un manotazo y me despegaba de él. - Querida, lo quieras o no, eres mi esposa - Dijo con sonrisa sarcástica - Y me dirigiré a ti, de la manera que mejor me plazca - ¿ lo has comprendido ?. En esos instantes me resultó más odioso que nunca. Trataba a las personas que vivían con él, de cualquier manera, y las hacia rebajarse hasta tal punto de creerse superior a todos. - Tengo que ducharme - Dije cogiendo el borde de la puerta y la empecé a cerrar - Después, tendré que hacer comida para Hugo y para mi. ¿ Si me disculpas ahora ?. Émile con la palma de su mano mantenía la puerta para que no la cerrara, mientras que con una sonrisa movía la cabeza. Me dejó sorprendida con lo que me dijo, y mi ira también me sorprendió. - ¿ Sabes querida, que eres la persona que más he amado?. - ¡ Vete a la mierda ! - Respondí pegando un portazo.

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Jamás le había hablado yo de esa manera antes, pero es que últimamente me estaba haciendo dos juegos, me hacía dos caras. Una era la del hombre macho que va detrás de la mujer que ama, y la otra la del gay que necesita compasión de la mujer, para que lo compadezca. Esta farsa había llegado al límite de mi capacidad de aguante. No iba a consentirle a él, ni a ningún otro hombre que se burlara más de mi. Me quedé en el dormitorio cinco minutos para tranquilizarme, y para dejar tiempo a que Émile se fuera. Cuando salí del dormitorio con la toalla doblada en el brazo, me encontré de bruces con él, que me estaba esperando apoyado en la pared. No puse atención a su presencia y me decidí a pasar por delante, en ese preciso instante me asió del brazo y me atrajo hacia él. Su pecho y el mío se juntaron. Cuando intenté separarme, me cogió del otro brazo y muy cerca de mi boca me dijo con palabras melosas. - ¡ Tú, me quieres !. - ¡ No ! - Respondí con sequedad. - Estás mintiendo, sino me quisieras no me hubieses montado ese número. Si no me quisieras, te daría igual todo lo que yo haga. - Es que me da igual que hagas lo que quieras. Me he enfadado porque ahora te gusta burlarte de mi. Estás otra vez con engaños, para ver si puedes meterme en tu dormitorio. ¡ Vamos, que lo tuyo no tiene nombre !. Hugo estaba a la expectativa de todo lo que Émile hacia o decía. Había oído mi voz algo alterada, y había llegado hasta donde empiezan las escaleras. Miró hacia

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arriba y nos vio a Émile y a mi que manteníamos una discusión y dirigiéndose a mi preguntó. - ¿ Qué ocurre Claire ?. - Nada, no te preocupes Hugo - Dije desprendiéndome de los brazos de Émile. Llegué hasta el cuarto de baño, y cuando estaba cerrando la puerta entre la rendija que quedaba vislumbré a Émile que apuntándome con el dedo me dijo. - Esto, todavía queda pendiente entre tu y yo. Terminé de cerrar la puerta y eché el cerrojillo. Fui hasta la bañera y le di al grifo de agua fría, después del sofocón que me había llevado con lo que había sucedido con Émile, necesitaba una ducha de agua fría, es terapéutica en estos casos. Me vestí con un vestido color crema, ancho y sencillo. En el porche esperaba sentado Hugo. Había encima de la mesa un vaso de leche por la mitad, que iba bebiendo a pequeños sorbos. Cuando advirtió mi presencia me sonrió, y extendió su mano para que yo la cogiera. - Hugo, no sé si decirte buenos días o buenas tardes Dije correspondiendo a su sonrisa. - Lo que quieras decir está bien dicho - Dijo besando mi mano - Te invito a comer fuera ¿ Te apetece ?. - ¡ Oh ! si mucho - Dije entusiasmada - Tenemos que darnos prisa, pues pronto van a ser la una menos cuarto. Hugo se puso en pie. - Voy ahora mismo a llamar un taxi, y hoy me pondré chaqueta y corbata, no vaya a ser que exijan etiqueta. 196

Vi a Hugo contento, andaba lentamente tratando de poner los pies derechos para no caerse. Pasados dos minutos oí como pedía un taxi. Entré en la casa para subir a mi dormitorio, y cambiarme de calzado y para coger mi bolso. Ya en el salón me encontré con Hugo que salía del dormitorio de Émile, y había cogido una chaqueta gris claro que hacía conjunto con el pantalón que llevaba puesto, y una corbata azul, que tenía en las manos, con el nudo hecho. - Claire, me han dicho, que en diez minutos, el taxi está aquí - Dijo entrando la corbata por la cabeza, y ajustándola al cuello de su camisa. - Ahora mismo bajo - Respondí subiendo las escaleras. Esperábamos sentados en el porche a que el taxi llegara. No hacía más de tres minutos cuando oímos el claxon del taxi que nos avisaba de que estaba allí. Sentados Hugo y yo en el asiento de atrás del 4 L. El taxista nativo rodeó la cabeza para preguntar. - ¿ Donde los llevo ?. - A uno de los mejores restaurantes que haya en Johannesburgo - Dijo Hugo. - ¿ Usted no tiene idea en donde puede ser ? - Preguntó el taxista. - Lo dejamos a su elección - Respondió Hugo. - ¡ Okey ! Los llevaré al restaurante London. Es frecuentado por personas de alto nivel, lo conozco porque he llevado a mucha gente, pero prepare la cartera porque es muy caro. - Está bien, llévenos allí - Dijo Hugo sin más comentarios.

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Nos paró el taxista delante de un edificio de arquitectura inglesa. La puerta era de la que daba vueltas para entrar. Los grandes ventanales que se hallaban a derecha y a izquierda, estaban por detrás tapados los cristales con cortinas blancas y finas de hilo. El portero nativo y vestido de esmoquin blanco, camisa blanca y pajarita negra. Se inclinó hacia mi, haciéndome un saludo. - ¿ Desean los señores comer ? - Preguntó. - Si - Respondió Hugo. Con la mano me hizo una señal para que entrara. Yo le sonreí y obedecí. Hugo, me siguió detrás. Había un ancho y largo salón que andar hasta llegar a la recepción. Allí esperaba uno de los maitre para conducirnos a una mesa. - Buenas tardes señores - Dijo - ¿ Una mesa para dos ?. - Si - Respondió Hugo. - Síganme por favor - Dijo el maitre. Había de fondo la música de Mozart, que a mis oídos sonaba maravillosamente bien. Una vez acomodados vino un camarero, y nos dio dos cartas, y dijo. - Hoy recomendamos Coq al champagne. - ¿ Que te parece Claire, pedimos Coq ? - Dijo Hugo gustándole la idea y el plato también. - Me parece bien - Respondí. - De primero les recomiendo langosta, con salsa pimpirenta - Siguió sugiriendo el camarero. - Para mi es mucho, no puedo comer tanto - Dijo Hugo mirándome de frente - Pero tu lo puedes pedir, es un

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plato muy exquisito, y estoy seguro de que te va a gustar. - ¿ Lo has comido alguna vez ?. - Si, en dos ocasiones, pero la langosta llena bastante. - Pues, pediré de primero langosta, y de segundo gallo al champagne - Dije pensando en mi estómago que hacia rato me estaba pidiéndome que lo llenara. El camarero le entregó a Hugo la carta de vinos para que eligiera. - ¿ Claire, comemos con champagne ?. - Buena idea - Dije. El camarero recogió las dos cartas del menú y la de los vinos, y se fué. - Qué bonita música - Susurré a Hugo. - Me encanta Mozart - Susurró también. - ¿ Que has desayunado ? - Pregunté, pues lo que Hugo había pedido no era mucho. Émile tuvo la gentileza, si así se puede definir, de hacer también desayuno para mi. ¿ Que te ha ocurrido esta mañana con él ? ¿ Porqué le hablabas en un tono alto ? ¿ Te ha ofendido en algo ?. - Prefiero no pensar, porque a mi mente vienen ideas malas, que tengo que sacar de la cabeza. - ¿ Entonces, lo que ha ocurrido es grave ? Cuéntamelo Claire. - Hugo, no tiene importancia, ya lo conoces y sabes cómo es, ahora va por la vida de chulo, pero conmigo sus chulerías no le sirven. - Dime si te ha ofendido. - No. Él nunca me ha ofendido, pero ahora está pasando por un momento tonto, que yo antes desconocía. Mezcla 199

de arrogancia con chulería, lo mismo estas dos composturas van juntas. Si se diera cuenta lo odioso que resulta, trataría de ser más amable, y respetar más a los demás. El camarero se acercó a la mesa y dejó a un lado la heladera con la botella de champagne dentro. La destapó y sirvió mi copa a medias, seguidamente después hizo lo mismo con la copa de Hugo. Brindamos por ese día y para que todo nos fuera bien a los dos en todo lo que hiciéramos y deseáramos. El camarero trajo un plato con una langosta abierta por la mitad, y aparte una salsera, que contenía la salsa pimpirenta. También era un plato que llenaba mucho, y por seguro que me iba a quedar bien. - ¿ Señor, el segundo plato se lo traigo al mismo tiempo que traiga el segundo de la señora ? - Preguntó el camarero. - Si, Gracias - Respondió Hugo. - ¿ Claire sabes a dónde ha ido a comer Émile ? Preguntó Hugo con las pupilas brillantes ansiadas de saber. - Me ha dicho que lo habían invitado unos amigos a una barbacoa. - Ya sé a donde habrá ido, esta vez sé seguro de que está con Paul y toda su pandilla, antes nos reuníamos amenudo en casa de él. Yo iba saboreando la langosta con salsa pimpirenta, estaba deliciosa, no era la primera vez que comía langosta, pero si la primera con esta salsa agridulce y que resultaba tan sabrosa para el paladar. Hugo me observaba cada vez que me llevaba el tenedor a la boca, 200

le aparecía en la boca una sonrisa, que siempre yo decía que era una sonrisa a medias y que lo hacía de un gran atractivo. Estaba adelgazando con una gran rapidez. Observaba el hueso de sus pómulos, y los de las mandíbulas, los tenía muy marcados haciendo que las mejillas entraran hacia adentro. Las manos las tenía también bastante huesudas, los dedos se les habían quedado muy delgados. Cuando acabé de comer la langosta, vino el camarero y se llevó el plato, mientras que se alejaba, se acercó a la mesa el maitre y me preguntó con suavidad. - ¿ Señora, la langosta ha sido de su agrado ?. - Si - Respondí con una sonrisa - Felicite a los cocineros. - Lo haré señora - Dijo haciendo un gesto de saludo inclinando la cabeza, y seguidamente se fué. En una mesa de ruedas venía el camarero con los dos segundos platos. Uno posó en la mesa delante de mi, y el otro lo dejó también delante de Hugo. El aroma que desprendía era delicioso. La langosta que había comido me había dejado bastante bien, pero tenía que probar el Coq al champagne. Cuando probé el primer bocado, hice una admiración ¡ Uh !. - Tienes razón - Dijo Hugo lentamente masticando. Al final Hugo no pidió postre, me mostraba el plato como lo había dejado vacío. Yo tampoco pedí nada, pues nada me entraba, había comido demasiado bien. Después de que Hugo pagara la cuenta, pidió al maitre que nos llamaran un taxi. De regreso a casa éramos nosotros los primeros en llegar. Miré mi reloj y marcaba las cuatro de la tarde. Casi acabábamos de comer y a las 201

cinco llegaba la hora del té, que por nada del mundo nos lo saltábamos. Hugo se quedó en el porche sentado en un sillón. Un día antes habíamos hablado de que yo le escribiría a sus padres para informarlos de la enfermedad que él padecía. Aunque no era mucho de su agrado que lo hiciera, lo llegué a convencer, de que era el mejor camino. Subí a mi dormitorio, y dejé mi bolso en el sitio de siempre, o sea, encima de la cómoda que había de tocador. Extraje del cajón de la mesita de noche, un pequeño cuaderno y un bolígrafo para hacer un borrador de lo que iba a ser la carta. Bajé al porche y dejé estos indumentarios encima de la mesa, y fui a la cocina para preparar el té. Cuando regresé con la bandeja y dentro el té, dos platillos y dos tazas, me asombré, pues Hugo en ese transcurso de tiempo había llenado una carilla con todo lo que le quería decir a sus padres. Deposité la bandeja a un lado de la mesa. Hugo me miró, en su mirada leí, la emoción que sentía, pues estaba a punto de llorar. Yo también me emocioné porque no esperaba que hiciese tal cosa. Me senté frente a él. Cogí su mano y le dije. - Hugo, está muy bien lo que has hecho. - Claire, lo voy a leer para ver cómo tu lo encuentras. Asentí con la cabeza. Queridos padres. En vez de llamaros por teléfono, he preferido escribir para poneros al corriente de lo que me pasa. No quiero que os alarméis 202

puesto que estoy tomando los medicamentos adecuados. El Doctor dice, que he contraído un virus, que tratan de controlar, pero que es largo de irse. He dejado de ir a trabajar, por que en las piernas no tengo fuerza, y me he caído varias veces en el trabajo. Sólo quiero poneros al corriente de este pequeño incidente que me está sucediendo. Os quiero mucho, y también a mis hermanas. Espero que os cuidéis vosotros.Y a ti madre, te digo que cada día pienso en ti. Vuestro hijo que os quiere. Hugo. - ¿ Qué te parece Claire ? - Dijo Hugo con lagrimas en los ojos. - Eres extraordinario - Dije - No creía que serías capaz de escribirles. - No lo quería hacer, para no preocupar a mi madre, y para quitarle molestias a mi padre, no le quiero molestar, pues nada haría de corazón hacia mi, es un hombre muy duro y con muchas convicciones. - Hugo, no conozco a tu padre, pero estoy segura que si lo necesitas lo tendrás, tiene que ser muy malo un padre para que deje de lado a un hijo que lo necesita. Puse té en las dos tazas, y una la dejé delante de Hugo, le agregué dos terroncillos de azúcar como él 203

siempre lo tomaba. Fuimos tomando el té en silencio, para saborearlo mejor. - Mañana cuando pase el cartero le daré esta carta - Dijo Hugo confiado en lo que había hecho.

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El domingo estaba tocando a su fin. Eran las seis de la tarde y había oscurecido. La maneta de la puerta de la verja nos hizo girar la cara, entraba Yosi con un niño cogido de la mano, era su hijo, ella según iba avanzando sonreía con modestia. El niño lo tenía bien vestido, con un trajecito azul cielo, y zapatitos 204

blancos. Se paró a un metro del porche, y nos saludó dándonos las buenas tardes. Correspondimos al saludo. El niño tenía una mirada muy expresiva, ojos grandes y negros como el azabache. La cabecita era bien redonda con el cabello muy corto y rizado. Me puse en pie para recibir al niño amablemente y con una sonrisa, quería que tuviera de nosotros una buena impresión y que se sintiera a gusto. Los niños tienen que estar siempre bien. En esos instantes no sabía yo que hacer, e hice lo que mis impulsos me aconsejaron. Fui hasta donde estaba Yosi con su hijo de la mano, lo miré tiernamente y me dio el impulso de cogerlo en brazos. Pesaba bastante, no se veía que fuera un niño que pasara hambre, pues estaba bien relleno. Le hice la pregunta que a todos los niños se le suele hacer. - ¿ Cómo te llamas ?. - Moisés - Dijo con voz que sonó bien. Yosi reía contenta y satisfecha por la acogida que le había hecho a su hijo y también por lo simpático que el niño resultaba ser. - ¿ Cómo te llamas tu ? - Me preguntó Moisés. Al tiempo Yosi se acercó y le regañó diciéndole. - No tienes que preguntarle a Milady como se llama, ella es sólo Milady ¿ Lo has entendido ?. El niño asintió con la cabeza, sin dejar de mirarme. Lo dejé de pie en el suelo porque los brazos se me habían quedado dormidos por el peso. - ¿ Que edad tiene tu hijo, Yosi ?. - Dentro de dos meses va a hacer cuatro años - Dijo orgullosa.

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- Es guapo, y está muy grande ¿ Cuando empezará a ir al colegio ? - Pregunté acariciando la cabecita rizada del niño. - Lo llevaré cuando tenga cinco años, todavía es pronto para despegarlo del entorno de la familia, pero sabe contar hasta veinte, sin equivocarse, también sabe la mitad de las letras del abecedario. Mis padres se lo han enseñado. Moisés, me miraba con brillo en los ojos, y sonreía, al escuchar a su madre todo lo bueno que hablaba de él. Hugo seguía sentado en el sillón sonriéndole a Moisés, la presencia del niño nos alegraba. Había algo que me había lastimado, y que sentí hacia Moisés. Todavía no tenía cuatro años, y a esta edad los niños hacen muchas preguntas, era normal que preguntara cómo me llamaba, después de habérselo preguntado yo, la reacción en el niño fué lógica. Yo había leído hacia años un libro que tiene por título El esclavo. No recuerdo el nombre del autor, pero lo que si puedo recordar es que esa historia me marcó mucho. Los hacían trabajar de sol a sol, los marcaban para ser reconocidos a qué amo pertenecían. La época de esa esclavitud hace muchos años que terminó, pero todavía quedaba de que estuvieran mal mirados y maltratados en su propia tierra. Yo pretendía en aquellos instantes hacerle ver a Yosi que la pregunta que su hijo me había hecho era lógica en un niño de cuatro años, y así fué como se lo dije. - Yosi es normal que tu hijo pregunte cómo me llamo.

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- Señora - Respondió cándidamente - Es mi hijo, y la educación se la doy yo, quiero que sepa respetar y sobretodo distinguir, eso hará de él, un hombre de bien. Encontré razonable lo que Yosi respondió. Sólo me limité a sonreír y afirmar con la cabeza. En verdad, no lo había pensado pero cuando recapacité, me di cuenta de que tenía razón. Vi en los nativos, que la educación que enseñaban a sus hijos era más severa y recta, que la que los blancos damos. Yosi cruzó el jardín con su hijo cogido de la mano, para ir a recogerse en la pequeña vivienda que había al fondo, detrás de los árboles frutales. Moisés giró dos veces la cabeza para mirarme. Yo le sonreí agitando la mano, pero el niño no respondió, seguía al pie de la letra las instrucciones de su madre. La noche se acercó sin que nos diéramos cuenta. Sobre la mesa del porche seguían las tazas vacías y resecas de té. Me dispuse a ponerlo todo dentro de la bandeja, y lo llevé a la cocina. Abrí la nevera y miré qué quedaba dentro para la cena de Hugo y mía, de Émile no me preocupé, porque de sobras sabía que vendría tarde, quizá de madrugada. Quedaba en un plato un trozo de pierna de cordero del día anterior que había hecho al horno. En el porche se cenaba bien, con el buen tiempo que hacia y el acompañamiento que teníamos de los grillos, hacia que el tiempo pasara y no nos diéramos cuenta. La cena había sido ligera, pues puse en cada plato dos filetes finos de pierna de cordero, y un poco de lechuga, y zanahorias que decoraba alrededor. Las hortalizas las había cogido del huerto que teníamos por detrás de la 207

casa. Esa tierra no daba mucha verdura, era una tierra pobre en lo que a hortalizas se refiere. Las diez lechugas que habían sembradas, no crecían mucho, y tampoco eran abundantes en hojas. Con las zanahorias pasaba lo mismo, eran pequeñas y delgaditas. Tomates, plantamos, pero los que crecieron eran pequeños. Un día a la semana, pasaba en una bicicleta un joven nativo, hortelano que traía detrás de su asiento una caja grande de cartón, y dentro llevaba bolsitas de plástico con doce o quince judías verdes, uno o dos tomates, y tanto de cebollas. Lo vendía a un precio que era caro, pero era todo lo que había. Cada semana cogía una de las bolsitas, porque había que comer verdura, las judías verdes por más que estuvieran hirviendo no quedaban tiernas. Las patatas tampoco quedaban buenas, pero sin embargo, había en abundancia y muy buenos mangos, aguacates, higos, plátanos, eran pequeños cómo el índice, pero dulces cómo el almíbar, y otras frutas, y también había mucho maíz, era lo que más. Eran las diez de la noche, y seguíamos Hugo y yo sentados en el porche. Los platos los había recogido, y limpiado la mesa. Hugo había escrito en un sobre de avión la dirección de sus padres, y la carta la había metido dentro. Cerró el sobre y le puso un sello para Francia, al día siguiente cuando llegara el cartero le daría la carta, era de ese modo cómo lo hacíamos los que vivíamos algo alejados de Johannesburgo. Hugo, esa noche estaba triste, tenía muchas razones para estarlo, pero como ya habíamos hablado de todos los temas, pues todo lo que se dijera era repetir. Estaba segura que sus pensamientos estaban puestos en Émile. 208

Fué un golpe muy fuerte para él, que Émile saliera con otros amigos y se divirtiera con ellos. El rechazo que tuvo fué terrible, lo marcó para siempre. Su enfermedad fué tremenda y dolorosa. Tenía muchos motivos para estar triste. Cuando se quedaba pensativo, y cerraba los ojos, siempre había unas lágrimas que le resbalaban por las mejillas. Hugo, se removió en el sillón, mostrando un agudo cansancio, sin parar de mirar la verja esperando a que Émile llegara. Noté que lo suyo hacia Émile era obsesión. - Hugo ¿ No sería mejor que te fueras a descansar ? - Le remarqué - pronto serán las once de la noche, y hoy no has echado la siesta. - Claire ¿ Sabes en qué pensaba mientras tenía los ojos cerrados ?. - ¿ En qué ? - Respondí echándome hacia delante con los brazos extendidos encima de la mesa. - Pensaba, en que tu y yo podríamos vivir muy bien los dos sólos. - Ya estamos viviendo los dos sólos - Respondí sonriendo, al mismo tiempo que se me escapó una leve carcajada. - Ya sabes a lo que me refiero - Dijo - Tu y yo, sin que tenga nada que ver Émile, en otra casa. Estoy seguro de que sería dichoso contigo, y también tú conmigo. - ¿ Otra vez te estas declarando a mi ?. - No es una declaración de amor, puesto que ya no sirvo para nada de esto. Sería para vivir cómo compañeros, como hermanos ¿ Te gusta la idea ?.

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Aquí advertí, que Hugo no estaba bien, no sabía muy bien lo que decía, la mente le estaba haciendo estragos. Sentía por él, mucha compasión, tan joven que era, y lo atractivo, y estaba disminuyendo las ondas de su cerebro. Le pregunté para obtener más información. - ¿ Dónde quieres que nos vayamos a vivir ?. - Lejos de aquí, a París, de dónde somos. - ¿ No viven tus padres en París ? ¿ Quieres ir cerca de ellos ?. - Contigo me atrevería. Cuando te conocieran estarían contentos por la suerte que había tenido de conocerte. Estoy seguro que en París me pondré bien de todo este mal que padezco. No parecía estar tan mal del cerebro al responder todas estas preguntas. Estaba mirando por él, y pensaba que estando lejos de Émile se iba a curar. En casa de sus padres no iba a estar bien, y la solución la encontró en mi. Yo podía ayudarlo como lo estaba haciendo hasta el momento, pero de eso, a irme con él, a París, todo se rompía en mis esquemas. Me gustaba vivir en África, el modo de vivir allí era totalmente diferente a cómo se vive en Europa. No tenía en África ningún certamen, pero me sentía joven, era joven, y en todos sitios se vive, si la vida que se hace es la idónea. Hasta que me creara un futuro estaría viviendo en la casa con Émile, que hasta el momento, no me había faltado de nada. Me había dejado que llevara las riendas de la casa, también era un trabajo menos para él, y tenía más libertad para sus divaneos. 210

Hugo se había mostrado hacia mi algo egoísta. Ahora que ya Émile le había dado de lado, venía a apoyarse en mi persona, para encontrar su bienestar. En cierto modo lo comprendí, cuando se está en fases terminales. También lo encontré lógico en el caso de Hugo. Él, no sospechaba que le quedaba poco tiempo de vida, y empezaba acercarse a un mundo mágico en sus sueños de su futuro. Hugo se puso en pie. Pensé, que iba al dormitorio para quedarse a dormir, pero no fué así. Bajó los tres escalones del porche, y anduvo por el caminillo con bastante cansancio y torpeza hasta llegar a la verja, abrió la puerta y salió fuera, y se quedó parado, y mirando en dirección de donde tenía que venir Émile. No había manera de que se lo quitara de la cabeza. Émile había sido bien explícito con él, le había dejado los asuntos entre ellos muy claros. Llegué a pensar, que le faltaba dignidad, y que no le importaba arrastrarse a los pies de Émile, por obtener aunque sólo fuera una palabra agradable de él. Me demostró con su actitud, que el amor, que un hombre siente hacia otro hombre es muy fuerte. Yo no pensaba que fuera de ese modo. Pero de lo que sí estaba segura era que yo siendo una mujer, no me arrastraría con pasiones locas hacia un hombre, por mucho que lo quisiera, habiéndome demostrado que no me quiere o, que me engañara, cómo fué el caso de Émile. Hugo no venía, y se había quedado apoyado en el medio muro de la verja, fui a su encuentro, después de mirar la hora que daba en mi reloj, y eran las doce y cuarto de la madrugada. 211

- Hugo ¿ Porqué no te vas a dormir ? - Le inquirí, con los brazos cruzados por debajo del pecho. Detuvo su mirada en la mía unos instantes antes de responder. - Claire, no podría dormir sabiendo que Émile no duerme en su cama, y que está con otros hombres. La idea me está destruyendo la mente, a veces creo que puedo vivir sin él, pero sé que me estoy engañando a mi mismo ¿ Porqué ya no me quiere ? ¿ Lo sabes tú ?. No sabía cómo decírselo, pues con todo lo que Émile le había dicho y la paliza que le había dado, no entendía, era terco en cuestiones de amor, y aparte que su enfermedad también se lo estaba dando, el cerebro lo tenía medio destruido. Había veces que razonaba bien, pero otras desbordaba los arrebatos sin saber que decía. - Hugo, escúchame por favor - Le dije - Deberías ya estar en la cama, mañana no podrás levantarte en todo el día. - Claire, me tratas cómo a un niño - Dijo con los ojos llorosos - ¡ Estoy harto de que me traten como si no fuera nada !. - ¿ Te das cuenta de lo que estás haciendo ? - Le dije enfadada. - ¡ Estás provocando otra vez la ira de Émile, te gusta provocarlo ! ¿ Porqué ? ¿ No tienes bastante con lo que te metió el otro día ?. En esos instantes se divisaron dos focos de un coche que venía todavía lejos, al principio de la calle. Hugo había empezado a temblar, su cuerpo temblaba hacía minutos desde que salió fuera. Empezó a andar con dificultad y temblándole las piernas para llegar hasta la carretera. Yo seguía con la vista todos los 212

movimientos que hacía, y me mantuve quieta. Era el coche de Émile el que venía, cada vez más despacio porqué la casa no estaba lejos. Hugo trató de correr para ponerse delante del coche y ser atropellado. Cuando advertí su intención fui aprisa a la carretera, y puse las manos extendidas y en alto haciendo una señal para que parara. Émile había visto a Hugo, y lo pudo esquivar, viniendo hacia la derecha, y paró al lado de la puerta. Salió del vehículo, parecía un loco, en menos de nada alcanzó a Hugo que seguía parado en medio de la carretera. Traté de impedirlo pero no pude. - ¡ Émile, déjalo y no lo toques ! - Grité - ¡ Está enfermo, más enfermo de lo que tú te piensas !. Con furia, Émile cogió a Hugo de un brazo, y casi lo llevó arrastrando hasta el bordillo de la verja, y allí lo soltó. - ¿ Te das cuenta gran imbécil de que te podría haber matado ? - Gritaba Émile - ¡ Cuantas veces te voy a decir que te apartes de mi camino !. - ¡ Mátame ! - Decía llorando Hugo, y cogido a una pierna de Émile. Yo miraba la situación con un movimiento de cabeza. Era desastroso lo que estaba viviendo, dos hombres enfrentados, uno por amor, y el otro, por el desprecio. Émile dio un estirón con la pierna, y se separó de las manos de Hugo que lo oprimían, y entró en el jardín, y se dirigió a la casa y entró. - ¡ Mátame, no me dejes así ! - Seguía gritando Hugo ¡ Eres un canalla, decías que me querías y no es verdad!.

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Me agaché y traté de reanimar a Hugo, que seguía caído en el suelo. Lo ayudé a que se pusiera en pie, cuando lo conseguí con mucho esfuerzo, lo cogí por la cintura y entramos en el jardín. Noté en mis manos sus costillas, se les marcaban mucho, se le había quedado un cuerpo flaco y débil. Cuando íbamos subiendo las escaleras del porche, vino por el aire una olor desagradable, y seguidamente el estruendo de estar vaciándose los intestinos. Hugo me dijo con estas palabras bastante apenado. - Claire, me he cagado encima, llevo los pantalones llenos de mierda. No hacía falta que me lo dijera porque lo sentía. Me vi en un gran aprieto, y conduje a Hugo al aseo que había abajo. Lo dejé dentro apoyado a la pared, y fui a llamar a Émile para que nos ayudara. La puerta de su dormitorio estaba cerrada, llamé dos veces con los nudillos, pero no obtuve respuesta. Cogí la maneta de la puerta, y la traté de abrir, pero estaba cerrada con llave. - ¡ Émile ! - Grité fuerte - ¡ Abre la puerta, Hugo necesita ayuda, por favor abre la puerta !. - Estoy tratando de dormir - Oí la voz de Émile dentro del dormitorio - Mañana tengo que ir a trabajar y me levanto pronto. - ¿ Quieres salir ahora mismo ? - Dije pegando un palmetazo a la puerta. Esperé cinco minutos, y al cabo de ese tiempo, salió Émile en pantalón de pijama, y con las zapatillas de chancla puestas y el tórax al descubierto. - Qué le pasa, que ha hecho ahora - Dijo mirándome muy de cerca. 214

- Está en el aseo - Dije - Entra tu que tienes más práctica. - ¡ Dios mío ! - Dijo nada más entrar en el aseo - Esta vez huele peor que otras veces. Me quedé esperando en el salón a que terminara toda esta refriega que parecía no acabara nunca. Oía llorar a Hugo, últimamente lloraba mucho. El grifo del lavabo no paraba de caer, y la cisterna del water cuando se llenaba, volvía de nuevo a vaciarse. Mientras estaba ocurriendo todo este desaliento, yo pensaba en que a Hugo lo tenía que ver el médico, y que le recetara algún medicamento para esas diarreas que cada vez iban en aumento y lo dejaba sin fuerzas. Estuvieron dentro del aseo casi una hora. Sacaba Émile a Hugo cogido por la cintura, los pies los llevaba medio arrastras, y totalmente desnudo, sólo le quedaba la camisa puesta, pero que también estaba impregnada por el olor. Miré el cuerpo esquelético de Hugo, no pensaba de que estuviese tan delgado, pues casi tenía la piel pegada al hueso. Émile se lo echó al hombro, y subió las escaleras y lo dejó en el dormitorio que había ocupado las noches anteriores. Entré en el lavabo para ver que era lo que podía hacer con la ropa de Hugo. Pasó por mi mente de ir a la cocina y ponerme los guantes de goma, antes de coger nada. Cogí también dos bolsas de basura, para meter dentro toda la ropa maloliente y tirarla. Estaba terminando de hacer esta labor, cuando entró en el lavabo Émile. Me quitó de las manos la bolsa de basura con todo el resto. 215

- No toques eso - Dijo - Ya me ocupo yo. Lo dejé todo en sus manos. Los guantes también los saqué de las manos, y siguiendo la recomendación de Émile, los eché dentro de la bolsa de basura. Fui a buscar a la despensa de la cocina, lejía, para desinfectar el water y el lavabo. En este tiempo fué Émile a tirar la bolsa con la ropa de Hugo, al container que había en el borde de la carretera. De regreso, Émile habló sobre la enfermedad de Hugo, y de que tendría que entrar en el Hospital para ser bien atendido, puesto que yo no podía hacerme el cargo de todo este problema que quizá iría surgiendo cada día y con más frecuencia. Puse al corriente a Émile de la carta que Hugo había escrito a sus padres esa misma tarde, y que al día siguiente yo se la daría al cartero. Cuando nos dimos cuenta eran las dos de la madrugada, Émile se fué a dormir, y yo también subí a mi dormitorio, antes de entrar, fui a ver cómo se encontraba Hugo. No dormía, y temblaba todo su cuerpo, como si tuviese frío. Me acerqué a la cama, vi que Émile le había puesto pijama, y lo había arropado. - ¿ Cómo te encuentras Hugo ? - Le pregunté inclinada hacia adelante mirándole el rostro - Estoy pensando que lo mejor es que hables por teléfono con tus padres, y les digas lo que te ocurre. La carta que has escrito tardará quince días en llegar a París ¿ No te parece que lo más lógico es que los llames ?. - No me atrevo a hablar con ellos, me pondría a llorar en el teléfono, y lo empeoraría más de lo que es. Hugo no era consciente de la gravedad de su enfermedad. Tenía miedo pero no le daba importancia, 216

porque pensaba que pronto se pondría bien, según él, era cuestión de uno o dos meses para que se restableciera. - Hugo, mañana nada más levantarme, voy a llamar por teléfono a tu médico, y le voy a pedir que venga a verte. - Creo que no es necesario, en quince días tengo que ir al hospital para otra revisión, y le diré al doctor todo lo que me está ocurriendo, no quiero que te preocupes tanto. Vete a dormir debe de ser muy tarde. Noté, que estaba más tranquilo, y que tenía sueño. Me quedé mejor, y dándole las buenas noches salí del dormitorio, pero convencida de que al día siguiente por la mañana llamaría al hospital para que se desplazara uno de los médicos a casa. Con la preocupación que me fui a dormir, no podía conciliar el sueño, y estuve leyendo un rato hasta que los ojos se me cerraron. A las cinco de la mañana que era la hora en que el gallo de los vecinos ingleses cantaba, no me despertó, cómo ocurría cotidianamente. El sueño lo tenía muy profundo, y varios golpes en la puerta de mi dormitorio hizo que me despertara. Al momento no sabía que estaba ocurriendo, volví a la realidad cuando miré el reloj despertador que posaba encima de la mesita de noche, y vi que eran las once y media de la mañana. Salí de la cama, y fui directamente para abrir la puerta. Delante estaba Yosi, con su uniforme rosa limpio y planchado. - Perdone señora que la haya despertado, es media mañana, y he pensado que lo mejor era subir para ver si se encontraba bien.

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- Gracias Yosi - Dije agradecida - Has hecho bien de subir y llamar a la puerta. Cambié de tema y le dije ¿Has visto si ha venido el cartero ?. - No, pero no debe tardar señora ¿ Necesita que le de un encargo ?. Asentí con la cabeza, y fui hasta la mesita de noche y cogía de encima la carta que Hugo había escrito a sus padres. - Mira Yosi - Le dije - He puesto a la carta doble sello, y abajo del sobre indico que es urgente. Se la das al cartero cuando venga, y le muestras que lleva urgencia. - ¡ Okey ! señora - Dijo Yosi cogiendo la carta entre sus manos. Al momento se oyó el timbre de la bicicleta que hacía de transporte del cartero. Yosi bajó las escaleras rápidamente y con la misma rapidez cruzó el jardin y llegó a la verja. Vi desde la ventana, que la carta la entregaba al cartero nativo, y le hizo la advertencia de que era urgente. El cartero la cogió y la introdujo en un departamento de la cartera dedicado a los encargos que le entregaban. Cuando Yosi volvía por la mitad del jardín, su hijo Moisés iba a su encuentro, nada más llegó a ella, levantó los brazos para que lo cogiera. Yosi, se negó, y oí cómo le decía - Estoy trabajando. El niño, se echó a llorar, con la barraquera apropiada que suelen hacer los niños cuando quieren conseguir algo de la madre. Para que se callara, Yosi lo cogió en brazos y dio la vuelta a la casa para ir a su vivienda. No sabía como estaba Hugo, pues desde la noche anterior de madrugada que había estado en su 218

dormitorio, no sabía nada. Me ajusté al cuerpo el salto de cama, y seguidamente fui a su dormitorio, la puerta estaba abierta, entré, y con gran sorpresa descubrí que la cama estaba hecha, y el dormitorio en orden, reconocí las manos de Yosi, que habían pasado y dejado el dormitorio limpio. Me tranquilicé, pues esperaba encontrarme a Hugo en la cama. Entré en el cuarto de baño y me estuve duchando. Después, me vestí y bajé directamente al porche. Allí encontré a Hugo, sentado en un sillón de bambú. Encima de la mesa reposaba la bandeja, y dentro, la taza de té vacía, la tetera, y un plato también vacío donde quedaban algunos restos de migas de pan, queso y jamón cocido. Al parecer había hecho un buen desayuno. Hugo, me había visto llegar y me esperaba con una sonrisa. - Claire, perdóname por lo de anoche, jamás pensé que me iba a suceder de ese modo - Dijo algo entristecido Por nada del mundo quisiera darte un trabajo tan penoso, y sucio. - No te preocupes ahora por eso Hugo - Le respondí con sencillez y sin darle importancia para que no se avergonzara, puesto que se había sonrojado al pedirme disculpas - Lo importante es que estés bien, si tengo que ayudarte lo haré. Te dije anoche que hoy llamaría al Hospital, para que viniese un médico a verte. - Claire, sinceramente, no hace falta, pues como te dije, dentro de quince días tengo que ir para que me hagan otra revisión, y le diré al médico lo que me está ocurriendo con las diarreas. Estoy seguro que es, del mismo virus que tengo. Le he dicho a Yosi, que me haga 219

arroz cocido. Comeré sólo arroz al mediodía y a la noche, de esa manera iré mejorando. Asentí con la cabeza, y seguidamente fui a la cocina, y preparé té, pues iba a desayunar sólo té, por la hora que era. En la cocina me encontré a Yosi con una cacerola puesta en el fogón, que contenía el arroz del que Hugo me había hablado. Le daba vueltas con una cuchara de madera. Me sorprendió también, verla, con su hijo en la espalda, sujeto con un gran pañuelo. Moisés, me miró riendo, transmitiéndome - He conseguido de mi madre lo que quería - Pobre Yosi Pensé. Me hice un té sencillo, calenté agua, puse tres cuartos de taza, e introduje dentro una bolsita de té, y la fui a tomar al porche, me senté en un sillón, y esperé a que el agua cogiera la fuerza del té. - ¿ Sólo eso vas a desayunar ? - Preguntó Hugo fijándose en la taza. - Son las doce, es casi la hora de comer, como no tengo ganas de hacerme nada para mi, creo que me haré una tortilla con queso y jamón cocido, y dos rebanadas de pan. Ya pensaré después lo que voy a hacer para la cena. Émile, cena siempre muy bien. - A propósito de Émile - Dijo Hugo con algo de luz en sus pupilas. - Anoche se portó muy bien conmigo, me estuvo lavando como se lavan a los niños, me sentí un niño en sus manos, no fué brusco conmigo ¿ Crees que todavía me quiere ?. Moví la cabeza, porqué pensé que Hugo no tenía remedio. 220

- ¡ Quítalo de tu mente Hugo ! Émile no te ama, se portó como lo hizo, porque es normal, necesitabas ayuda, también eso se puede hacer con alguien que se conoce, es la ayuda al prójimo, es un deber que cada uno llevamos dentro, y en un momento dado, sale. - ¿ Estás segura que lo que dices es verdad ?. Me sentía yo en sus manos como un bebe ¿ Y después, no te distes cuenta cómo me echó en su hombro y me llevó hasta la cama ? me puso un pijama y me arropó, todo lo hizo cuidadosamente, y con cariño, yo lo notaba, sentía su aliento en mi cara. - Hugo, no quiero ser cruel contigo, sólo deseo que te des cuenta, que si Émile te quiere, es cómo a un hermano, o amigo, pero nada más. - ¡ Bueno, el tiempo lo dirá ! - Dijo con mirada de felicidad, y convencido - ¿ Porqué encuentras extraño de que Émile ya no me quiera ?. En verdad, me encontraba con Hugo cómo en un callejón sin salida, estoy segura de que era su enfermedad que le hacía ver cosas que no existían. Seguía convencido de que Émile sentía amor por él. Para mi era difícil hacerle ver la verdad cruda y cruel, tenía miedo de herirlo aún más de lo que ya lo estaba, y que se agravara más su estado. Bebí la taza de té rápidamente, y la puse dentro de la bandeja con el resto del desayuno que había tomado Hugo, me puse en pié, con la bandeja en las manos y dije a Hugo que seguía esperando mi respuesta. - Tengo que ir al super, y a la carnicería. - Claire, no me has respondido a lo que te he preguntado ¿ Crees acaso que no tengo memoria ? - dijo buscando 221

mi mirada - ¿ Porqué no puede seguir amándome Émile, si yo lo amo a él ?. - Hugo, por favor dejemos esta conversación, te he dicho que tengo que ir de compras, se necesita carne para esta noche, cuando regrese seguiremos hablando. Me vi sorprendida cuando noté que me había cogido por la muñeca obligándome a quedarme. Me fijé en su mirada, y la vi fría y distante. - ¿ Qué me escondes ? Dime ¿ Qué sabes de Émile ? ¿ Te ha dicho él, que ya no me quiere ? - Dijo con voz temblorosa. - ¡ Hugo, por favor, ya está bien ! ¡ No me lo ha dicho a mi, te lo ha dicho a ti ! - Dije casi enfadada - ¿ No lo recuerdas ?. - No. Nunca me ha dicho que no me quería ¿ Tu lo has oído ?. - ¡ Sí, lo he oído, y he visto cómo te ha pegado ! para que lo olvides y no pienses más en él. - No lo recuerdo, me estás mintiendo ¿ Porqué me haces esto ?. Me habían venido lágrimas a los ojos. Hugo no recordaba nada de lo que había ocurrido en los arrebatos de ira que Émile estalló contra él. Sólo, le había quedado la imagen de lo sucedido de la noche anterior. - ¿ Cómo te llamas ? - Le pregunté. - ¿ Qué quieres decir ? - Dijo sorprendido - ¿ Estás todo el rato llamándome Hugo, y ahora me preguntas que cómo me llamo ? ¡ Me pareces rara !. - Dime cómo te apellidas - Le pregunté.

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Hugo, se quedó fijamente mirándome, tratando de entender la pregunta. Movió la cabeza. Y seguidamente me dijo. - No puedo acordarme de todo, son muchas cosas las que tengo en la cabeza ¿ Lo sabes tu ? ¿ Sabes cómo me apellido ?. - Barreau, es tu apellido, y tu nombre, Hugo. - Ahora que lo dices me acuerdo, pero, es que son muchas cosas las que llevo yo sólo - Dijo no muy convencido, pero que podría ser. - ¿ Hugo, qué cosas son las que llevas ? ¿ En cuantas cosas trabajas ? - Le pregunté esperando a ver que decía. Se quedó unos instantes pensando. - Trabajo en la Fundación del plomo ¿ No ? También me han llamado para trabajar en la televisión y en la radio. Asentí con la cabeza. - Sí, es cierto Hugo, trabajas en tantos sitios que no puedes acordarte de todo ¿ Desde cuando trabajas en la Fundación del Plomo ?. - Desde hace muchos años. Era casi un niño cuando empecé en esta profesión. - Ya entiendo - Dije con los ojos encharcados en lágrimas - Hugo, ahora tengo que irme al super ¿ Te acuerdas ?. Asintió con la cabeza, pero estaba segura que no recordaba que era. Llevé la bandeja a la cocina, y la posé al lado del fregadero. Busqué a Yosi para decirle que me iba al supermercado. Como no la vi, subí al dormitorio a coger mi bolso, y Yosi estaba haciendo mi cama, y seguía con su hijo sobre la espalda, se había quedado dormido. 223

- Yosi, me voy a la carnicería. Cuando pase media hora, sírvele al señor Barreau un plato de arroz de ese que has hecho, también le pones un plátano pelado, y empapado en zumo de limón. - Sí señora, así lo haré - Dijo - El plátano con el zumo de limón ¿ para que es ?. - Tanto el arroz como el plátano con zumo de limón está recomendado cuando se tiene diarrea. - ¡ Okey ! señora, lo he entendido. Colgué el bolso en mi hombro izquierdo, y bajé las escaleras. Cuando llegué al porche encontré a Hugo leyendo el periódico de Johannesburgo, ya pasado. - Hasta luego Hugo - Le dije. - ¿ A donde vas ? - Preguntó. - Te he dicho antes, que al super y a la carnicería. - ¿ Vendrás pronto ?. - Estaré aquí, dentro de una hora o de hora y media. - Dentro de una hora o de hora y media habrá pasado la hora de la comida ¿ Comerás fuera ? - Dijo cómo si le preocupara. - Comeré aquí, pero cuando vuelva. Voy a hacer ahora estas compras antes de que haga más calor. - Te espero y comemos juntos - Dijo con un poco de ansiedad. - Le he dado órdenes a Yosi para que te sirva la comida, de aquí a media hora, seguro que cuando yo vuelva no habrás terminado de comer - Le dije para tranquilizarlo. - Claire, no quiero quedarme sólo, tengo miedo a que no haya nadie conmigo. - No te preocupes Hugo, que nunca estarás sólo, yo estaré contigo haciéndote compañía, y para todo lo que 224

haga falta. Tengo que irme ya, de lo contrario tardaré más tiempo en volver. Hugo afirmó con la cabeza.

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Cuando iba de camino al super, llevaba mucha preocupación. Hugo, en cuestión de pocos días, su salud había empeorado mucho y lo peor es que le 225

había afectado al cerebro. Lo único que tenía en su mente presente era Émile, pero también había olvidado todas las discusiones y peleas que hubieron entre ellos. Me entristeció mucho el que no se acordara de cómo se llamaba, también la introducción que hizo a la televisión y a la radio. Su mente estaba llena de ilusiones y de deseos, quizá los que tuvo de más joven y que no pudo realizar. Me di prisa a hacer las compras, pues mi sufrimiento iba en aumento. Me di cuenta que mi preocupación era la de una madre hacia un hijo que necesita ayuda. Con Émile, no podía contar mucho, pues él, contaba conmigo, y de antemano sabía que yo era responsable y que aguantaba todo lo que me echaran. Para la cena nunca estaba con Hugo ni conmigo, su trabajo terminaba a las cuatro de la tarde, y como mucho podría estar a las cinco en casa, pero después de finalizar su trabajo, se iba con otros amigos gay, y había veces que llegaba a las diez y a las once de la noche, pocas veces eran las que quería cenar, porque ya había cenado con sus amigos. Era como si notara que el tiempo se le iba, y tenía que aprovecharlo al máximo. De regreso a casa, me encontré como siempre a varias nativas, las que eran madres llevaban a sus hijitos en las espaldas, bien cogidos por un gran pañuelo ancho y largo, que estaba dedicado a este menester. Algunas ya las conocía de querer llevarme las bolsas de la compra hasta la casa. Esperaban que les diera un dinerillo, y se iban contentas, y a mi también me quitaban la carga de todo lo que había comprado. A la mitad del camino advertí, una perra de color negro que me iba siguiendo, al principio creí que la perra 226

pertenecía a algunas de las nativas. Al llegar a la verja, dejaron como siempre las bolsas en el suelo, y después de que les pagara por su servicio, me dieron las gracias y se dispusieron a irse. Vi que la perra no se iba con ellas y se quedaba quieta a mi lado. Llamé la atención de estas nativas, mostrándoles que la perra no iba con ellas, no las seguían. - Milady, la perra no es nuestra - Dijo una de las nativas. Miré en todas las direcciones, por si había alguien que la estaba buscando, pero el resultado fué negativo. Había de vez en cuando un coche que pasaba aprisa pero no se fijaban. El animal esperaba sentada a mis pies a que abriera la puerta de la verja para entrar conmigo. Parecía que me conociera de toda la vida. Vi a través de la verja a Salomón, que estaba cortando hierba a tres metros de la entrada, llamé su atención. - ¡ Salomón !. - Si señora, enseguida voy - Respondió, dejó la hoz sobre la hierba y vino, abrió la puerta de la verja y rápidamente fué a coger las bolsas de la comida. Se fijó en la perra, y seguidamente me miró, no dijo nada y fué a dejar las bolsas de los víveres hasta la cocina. Salomón regresó a paso ligero, por si lo necesitaba para algo más. Cogí la cabeza de la perra entre mis manos y la estuve mirando, ella tenía una mirada dulce, pero en la manera de mirarme había mucha tristeza, que pedía con ansia quedarse conmigo en esa casa. Cómo la estaba examinando, vi que dentro de las orejas tenía pupas que le sangraban, y las moscas no dejaban de ir a comer de su sangre, ella sacudía la cabeza para quitárselas, pero

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como estaban tan alimentadas en ese lugar no se despegaban, las tenía bien enganchadas. Le pregunté a Salomón si conocía esa perra, puesto que él, se iba cada tarde cuando acababa su faena. - No señora - Me respondió. - Por ahora se va a quedar aquí - Dije - Puesto que no tiene a donde ir, pero si alguien la busca se le entregará. - Si señora - Respondió Salomón. La perra no llevaba collar, al parecer, la habían abandonado, y seguro que hacía días que iba vagando sóla por los campos. Nada más entrar en el jardín empezó a buscar comida y agua, manifestaba alegría, y corría por entre la hierba, pues, había encontrado una familia y un hogar. En el porche no estaba Hugo, pero rápidamente apareció Yosi al oírme hablar, creía que hablaba con alguien, y soltó una ligera carcajada cuando vio con quién estaba hablando, era con la perra. Manifestaba ser muy lista y atendía en francés que era el idioma que le hablaba. - ¿ Señora, donde ha encontrado la perra ? - Preguntó Yosi, señalándola con el índice para que su hijo la viera. - Me ha seguido. - Entonces ¿ no tiene nombre ? - Preguntó, con su hijo en brazos porque Moisés daba muestras de tenerle miedo. - Es verdad, ahora mismo no tiene un nombre, lo debía tener antes - Dije, cogiendo la perra por las manos y levantándola - Pero ahora se lo voy a poner. Salomón también estaba a mi alrededor sonriendo, esperaban oír el nombre que le iba a poner. De 228

inmediato me vino uno a la mente, lo encontré bonito y con dinastía, haciéndome recordar a la Diosa Diana. - Diana, eso es cómo se va a llamar - Dije, dirigiéndome a la perra. Yosi, reía, tenía ligera la carcajada. Cuando le salía se tapaba la boca con la mano, evitando que se la oyera fuerte - Es bonito el nombre de Diana - remarcó, aunque sea para una perra. Me fijé la hora que tenía en mi reloj, y marcaba, las dos menos cuarto. Me giré hacia Yosi y le pregunté. - ¿ Donde está el señor Barreau ?. - En su dormitorio señora. - ¿ Ha comido bien ?. - Regular - Respondió Yosi girando la mano de un lado a otro - Le he servido, un plato de arroz, y un plátano chafado con zumo de limón. Se ha comido antes el plátano, y después, medio plato de arroz. - ¿ Ha podido subir bien las escaleras ?. - No, está en el dormitorio de aquí abajo. Dijo, que tenía sueño y que quería dormir. No respondí nada, otro problema más había ahora con Émile, no sabía cómo se comportaría con él. Últimamente estaba muy extraño, lo mismo cogía una rabieta por nada, cómo estaba tres días estupendamente. Yosi, había tenido la atención de hacerme una tortilla de patatas, y ensalada cogida de la pequeña huerta. Se lo agradecí, y lo comí en la mesa de la cocina, con una cerveza fresca. Hambre tenía, y sed también, rápidamente el plato con la tortilla lo dejé vacío, y el vaso de cerveza también. La mesa la dejamos libre entre 229

Yosi y yo. Las dos bolsas que traía de carne, esperaban en la repisa de mármol para que yo hiciera la repartición como siempre. Es decir, la pierna de cordero cortada, iba poniendo raciones individuales para congelarla, y así toda la otra carne que traía. Yosi, siempre se quedaba de pie frente a mi, mirando los entrecot que iba preparando para congelar. Siempre esperaba de pie junto a la mesa porque cada vez hacía para ella un apartado de carne, de toda la que traía. Era un día feliz ese para ella, lo que comía ella y su hijo, era lo que ella compraba, y cuando iba a comprar carne, sólo llevaba unos céntimos, y lo que en la carnicería le daban por ese dinero, eran huesos, con un poco de carne alrededor. Cocía esos huesos, con harina de maíz, milk milk, que es cómo los nativos llaman a esta harina. La base de su alimento es la harina de maíz y los trocitos de carne cocidos dentro. Émile, le daba de salario a Yosi veinticuatro dólares al mes, y la vivienda, ese era el salario puesto por la ley para las chicas de servicio doméstico. Cuando se lo empecé a pagar yo, porque Émile me dejó en su lugar, le pagué tres dólares más, como tenía con ella a su hijo, por si le quería comprar algo de necesidad. Tres dólares, hace treinta años, era bastante dinero, y como los nativos iban a comprar a las tiendas de los de su misma raza, lo compraban mucho más barato. Había aún dos bolsas más con víveres del supermercado lo fui poniendo todo encima de la mesa. Compré dos tabletas de chocolate para Moisés, y dos paquetes de galletas variadas, era como un premio para cuando se portara bien, porque había días, que no dejaba a su madre 230

trabajar, quería estar, sólo en sus brazos. Yosi, le regañaba, y cuando se echaba a llorar, se lo echaba a la espalda y lo sujetaba con el gran pañuelo, y limpiaba el suelo con el niño sobre sus espaldas, guisaba, hacia las camas con el hijo a cuestas. En un cajón de abajo del bufet del comedor, introduje el chocolate, y las galletas, delante de la mirada de Yosi y de su hijo, le dije a Yosi. - El chocolate y las galletas es para Moisés, cuando tu lo veas necesario le das. - Gracias señora, sólo le daré si se porta bien, porque de lo contrario, no coge una buena educación. A Diana, la perra, le di para que comiera arroz, y corté con la tijera de la cocina dos lonjas de jamón cocido que puse dentro del arroz. Se lo comió, con mucha rapidez, y me miraba esperando a que le diera más. Me preocupaba las orejas que tenía ensangrentadas por dentro y llenas de moscas, que chupaban sangre agrupadas, pensaba, de qué manera las iba a exterminar. Me llevé a Diana al porche, la mantuve quieta, porque se había percatado que sus orejas estaban en primicia. Después de examinarlas bien. Pensé, que lo mejor era lavarla. Fui hasta el cuarto de baño y cogí gel de ducha, eso era todo lo que tenía para ella. La llevé seguidamente al jardín, y nos pusimos junto a la manga que había para regar las plantas. No estaba acostumbrada a que la lavaran amenudo, pues su mirada, no la apartaba de donde salía el agua, y su cuerpo temblaba. La enjaboné bien, y sobretodo la estuve lavando profundamente las orejas, le quité bastantes 231

costras, y froté bien en la pus que tenía acumulada. No le gustaba, y trataba de escaparse de las manos. Cuando la tuve bien aclarada, y la dejé escapar, corría como una desesperada por todo el jardín, revolcándose en la hierba, trataba de ensuciarse para estar como antes. Con el lavado de orejas que le hice, pensé, que se le curarían y que las moscas no le molestarían más. A la caída de la tarde, descansaba la perra acostada sobre la hierba, vi de lejos, porque estaba lejos, una hilera de moscas, peleándose entre ellas para coger un buen sitio dentro de las orejas del animal. Me dio mucha rabia de ver a estos insectos cómo se disponían a devorar las ternillas interiores de las orejas. No tenía remedio en mis manos, para acabar con todas esas devoradoras, y de pronto pensé, en el spray bloom, para matar moscas y mosquitos. Lo fui a buscar al porche, y me dirigí directamente a donde estaba la perra acostada. Ella cuando vio el spray en mis manos, y tan decidida cómo iba a su encuentro, se puso en pie, y anduvo, aproximadamente un metro, le dije que se sentara, y me obedeció. Cuando la tuve bien cogida, tapé con el pulgar el agujero del oído, y rápidamente inyecté el spray en la ternilla de la oreja. A Diana no le gustó, y se asustó, quería correr, escaparse de mis manos, pero no podía porque la tenía bien sujeta. Cuando terminé de una oreja, hice la otra, me fije bien, que no entrara líquido dentro de los oídos. Corría todo lo que podía cuando se vio libre, con las manos trataba de quitarse el producto que le había inyectado. Estuvo un rato tratando de quitarlo, y al parecer encontró mejoría, y fué a acostarse en el suelo 232

del porche. Sufría yo por el animal - ¿ Y si eso que hice no era lo correcto ? - Esperaba a qué llegara el día siguiente, para ver los resultados. Preferí no entrar en el dormitorio, para no molestar a Hugo, que llevaba toda la tarde acostado. Fui a la cocina y me puse a preparar la cena, cada noche hacia cena para tres, aunque Émile no cenara a su regreso a casa, pues, muchas noches había cenado con sus amigos. A las siete de la tarde, que era la hora de cenar, Yosi se iba a la pequeña vivienda que estaba destinada para el servicio. Ese día vino a dar las buenas noches cómo cada tarde hacía. Su hijo me miraba de frente, y tenía las pupilas puestas en las mías, y poco a poco se iba riendo hasta conseguir que yo lo complaciera. Esa tarde, venía corriendo delante de su madre para llegar antes a mi. Me miró e hizo lo habitual, y rápidamente sin perder ni un segundo de tiempo, se dirigió al bufet, y abrió con maestría el cajón de abajo, sus manos se dirigieron a una de las tabletas de chocolate, y la otra, a un paquete de galletas, los extrajo con una gran rapidez, mientras que me miraba riendo con inocencia, y al mismo tiempo traviesa. Yosi, llegó al comedor, y advirtió lo que ocurría, no pensaba que se iba a enfadar de la manera que lo hizo con su hijo. Ella le dio una orden. - ¡ Moisés, deja lo que has cogido en donde estaba !. Moisés, con un gesto rápido, se guardó detrás de su espalda la tableta de chocolate y el paquete de galletas, mientras que me miraba para que yo saliera en su defensa. Yo no podía decir nada, puesto que Yosi era su madre, y ella era la que disponía, si lo tenía que comer o 233

no, a ella pertenecía educarlo, yo todo lo que dijera sería para empeorarlo todo. Lo estaba pasando mal de ver al niño cómo lloraba rehusando poner en su sitio esas golosinas. Yosi, seguía ordenándole que dejara en su lugar lo que había cogido, cada vez lo hacía con más rigidez, y Moisés, cada vez lloraba más y más fuerte. No quise compartir ese momento, y fui a la cocina para seguir con la cena. No habían pasado diez minutos cuando Yosi llegó a la cocina, con su hijo de la mano. Moisés seguía llorando, y me miraba reprochándome que no había hecho nada para impedir que se llevara a su cuarto el chocolate y las galletas. Yo le sonreí, y me encogí de hombros, haciéndole ver que no eran cosas mías, sino de su madre, que quería que la obedeciera. Cuando se alejaba cogido de la mano de su madre, a cada instante giraba la cabeza y me miraba, con los ojos brillantes por las lágrimas. En toda la tarde había visto a Hugo, era el momento de que fuera al dormitorio para ver cómo estaba. Había tenido una tarde ajetreadísima, todavía no había puesto en orden mi mente, y necesitaba relajarme para que mi estabilidad emocional se tranquilizara. La puerta del dormitorio estaba cerrada, llamé con los nudillos dos veces, y esperé a oír la voz de Hugo que me respondiera. Pasado quizá un minuto y al no tener respuesta, cogí el pomo de la puerta y lo giré para abrir, pero me encontré con la sorpresa de que la puerta estaba cerrada por dentro. Hugo la cerró, quizá para que Émile cuando viniera, no pudiera entrar. Grité al mismo tiempo que volvía a llamar con los nudillos. - ¡ Hugo ! ¡ Hugo !. 234

Me alteré al no oírlo. Salí de la casa, y me dirigí a la ventana que pertenecía a la habitación. Normalmente tendría que estar abierta, por la calor que hacía, pero también la ventana permanecía cerrada, y los postigos también. Llamé en los cristales con la palma de la mano, una, dos y tres veces, y grité otra vez. - ¡ Hugo ! ¿ Me estás escuchando ? ¡ Hugo abre la puerta!. Mi preocupación aumentó, no sabía qué hacer. Y Émile sin venir, ya no se preocupa de nada, y me dejaba a mi, sola para todo. No sabía que hacer, y me dirigí a la verja, abrí la puerta y salí a la carretera, con deseos de ver el coche y Émile venir. Diana, fué tras de mi, hacía sólo unas horas que había llegado a la casa y tenía miedo de quedarse sola. Se plantó en medio de la carretera, al mismo tiempo que pasaba un coche, y claxonó desviándose hacia un lado para no atropellarla. Comprendí, que allí, yo no hacía nada, y que lo mejor era entrar en la casa y esperar a que Émile llegara. Diana, me siguió, vi que me seguía a todas partes, el animal tenía miedo de perderme y de encontrarse de nuevo sin dueño o dueña. La luz eléctrica del porche iluminaba la mitad del jardín. La casa de al lado, donde vivían los ingleses estaba la entrada iluminada, y todo el jardín lo habían decorado con banderitas y globos de colores, pues estaban organizando una fiesta que empezó a la una de la tarde, con barbacoa. Hasta nuestra casa llegaba el olor al asado de pollo troceado, salchichas y entrecot de ternera. Estaban haciendo mucho ruido, estos ingleses cuando hacían fiestas eran sonadas, por el escándalo que 235

formaban. Gritaban, gritaban muy fuerte, parecía que se estuvieran peleando. Se oía algún que otro vaso caerse al suelo y romperse, al mismo tiempo que estallaban a carcajadas. Estas fiestas las organizaban amenudo, cada quince días o tres semanas, necesitaban emborracharse en grupo hasta casi el amanecer. Me senté en un sillón del porche, mirando de lejos todos los invitados que se divertían bailando con desatino y cada uno por su lado, las canciones que habían de moda. Diana se sentó junto a mis pies, estaba tranquila, olfateaba el aire que traía los asados de carnes, parecía que los estuviera saboreando. Se puso en pie, y posó sus manos sobre mi regazo. Me estaba pidiendo algo, pero yo no entendía que era, había comido, y tenía agua en un recipiente que dejé para ella. Le empecé a acariciar la cabeza, pobrecita, apoyaba la mitad de su cara en mi vientre, contenta, esperaba que la siguiera acariciando. Levanté sus orejas para observar en qué condiciones seguían las pupas que las moscas le habían causado, y por el momento ningún insecto se le había acercado. Buscaba que le acariciara y que le diera mimos, seguro que pocas veces le habían hecho una caricia. Fué un premio grande para ella llegar a encontrarme. Volví de nuevo a la puerta del dormitorio donde Hugo permanecía encerrado, y llamé con la mano abierta, hasta cinco veces - ¡ Hugo ! - Seguía yo gritando. Lo llamaba sin cesar, esperé varios minutos delante de la puerta y al no hallar resultado, volví al porche, y bajé las escaleras, estaba inquieta y no sabía que hacer. Pasaron por mi mente muchas ideas o 236

pensamientos que podría haber hecho Hugo, pero después, las descartaba, se borraban, pues no creía yo capaz de que hubiese querido acabar con su vida. No era la clase de persona que pensara en el suicidio. Me tranquilizaba al pensar que esto que estaba haciendo era una venganza a Émile. Me fui parando en las flores que dormían. Aunque los ingleses tenían la música alta y estaban formando jaleo, esto a ellas no las molestaban, al menos, eso era lo que yo pensaba. Las flores que no dormían, creo yo, las que estaban abiertas, cómo eran las hortensias, los gladiolos y las azucenas, las noté que vigilaban mientras que las demás dormían. El olor aromático de las azucenas y del jazmín, llegaban hasta mi, y hacían que me sintiera mejor. Me dio el impulso de acercarme a su néctar para aspirar su olor, pero no me atreví, pues era la noche y ellas descansaban. Oí cómo delante de la puerta se paraba un coche, y reconocí por el motor que se trataba de Émile que al fin llegaba. Miré mi reloj, y marcaba las diez menos cuarto. Cuando llegó a la puerta de la verja para entrar, me sorprendió ver a Diana que llegó corriendo ladrándole, estaba defendiendo la casa, pero el que más sorprendido estaba era Émile, que no se esperaba encontrar a una perra en el jardin, y tratando de impedirle la entrada. La llamé - Diana, ven aquí. El animal me obedeció, pero no estaba conforme de que hubiese entrado un intruso, vino hasta donde yo estaba, y se quedó de pie a mi lado ladrando y gruñendo.

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En el rostro de Émile había una sonrisa, manifestaba estar contento porque al fin, había una perra que cuidara de la casa. En todas las casas tenían un perro o dos. Otros vecinos también ingleses que vivían en la parte de la derecha, tenía cinco o seis caniches, entre blancos y negros. Estos vecinos no eran ruidosos, pues eran mayores y hacían una vida bastante tranquila. - ¿ Qué sorpresa es esta ? - Dijo Émile acercándose a Diana para acariciarla. - Me ha seguido esta tarde, cuando regresaba del super, alguien la ha debido de abandonar o, bien se ha escapado, porque estaba el pobre animal que daba pena. Émile, me estaba escuchando, y al mismo tiempo miraba en dirección al porche, porque no veía a Hugo sentado en su sillón habitual, antes de que me preguntara, si es que lo hacía, le dije. - Hugo lleva más de siete horas encerrado en el dormitorio de abajo, he llamado varias veces a la puerta, pero no responde. - ¿ En el dormitorio de abajo ? ¿ Qué hace ahí ? - Dijo fríamente - ¿ Porqué has dejado que se acueste en mi cama ?. - ¡ No me pidas explicaciones de todo esto ! - Respondí enfadada - ¡ Cuando me fui al super lo dejé en el porche sentado en el sillón ! ¡ Estoy impaciente esperándote, aunque no creo que haya hecho nada contra su persona !. - ¡ Vamos, lo que faltaba ahora ! - Dijo, dirigiéndose a la casa.

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- ¿ Cómo vas abrir la puerta ? - Le pregunté andando a paso rápido tras de él. - ¡ Le pegaré una patada, y echaré la puerta abajo !. - ¡ No lo trates mal ! - Le dije casi siguiendo su paso. - ¡ No me digas, cómo lo tengo que tratar, sé muy bien cómo hacerlo ! ¿ Crees que soy un bruto ?. Las tres escaleras que había del jardín al porche, las subió de una vez, y con pasos agigantados llegó al salón. Yo corría detrás de sus pasos con el alma en un vilo por lo que pudiera suceder o encontrarnos. Cuando lo alcancé, me miró y me dijo con mirada desafiante, y voz ronca. - ¡ Quítate del medio, manténte lejos, pues voy a tirar la puerta, la voy a echar abajo !. - ¡ Llámalo antes, no vaya a ser de que esté detrás de la puerta y lo mates !. - Dije bastante agitada y la voz cansada de haber corrido tras de él. Escuchó mi petición a tiempo, pues, a punto estaba de pegarle una patada a la puerta, y llamó con el puño cerrado de cuatro a cinco veces seguidas, haciendo retumbar los cimientos de la casa. - ¡ Hugo, abre la puerta ! - Gritó dos veces, y esperó. En vista de que no obtenía respuesta me lanzó una mirada y dijo. - Aléjate. Me quedé de pie, al filo de las escaleras, apoyada en la baranda diciendo para mi - ¡ Dios mío, que Hugo esté bien !. Vi a Émile cómo levantaba la pierna derecha, y estampaba la planta del pie en el medio de la puerta. El estallido fué enorme, tremendo para mis oídos, me llevé 239

las dos manos abiertas y los tapé. La puerta cedió, y se abrió pegando en la pared dos o tres veces. Me fui acercando lentamente esperando oír la voz de Émile a que dijera algo. Cómo no lo oía, me decidí a entrar. Encontré a Hugo en la cama, de medio lado, en forma de feto, lloraba desconsoladamente, y tapaba su rostro con las manos. Émile, se había quedado de pie cerca de la cama, mirándolo. Me acerqué al otro lado de la cama, estiré mi mano con cuidado y la posé en el hombro de Hugo, que temblaba cómo una vara de mimbre al aire. Cuanta compasión sentía hacia él. Sentí, que lo quería como se quiere a un hermano. Levanté la vista para mirar a Émile que seguía en la misma posición. Fue la primera vez desde que había llegado a la casa, que vi a Émile llorar, por las mejillas le resbalaban dos lágrimas. Se dio cuenta de la situación que estaba viviendo Hugo en soledad, y que sólo yo, era su soporte. Estaba Hugo desnudo en la cama. Émile se fué acercando despacio, y se quedó abrazado al cuerpo de él. Los dos se abrazaron, yo salí del dormitorio, con la victoria ganada de que todo había quedado en un susto. Con el cuerpo más tranquilo, debió ser por eso, sentí que tenía hambre y que necesitaba comer. Fui a la cocina donde había dejado hecho un estofado de carne para cenar esa noche. Me puse medio plato, cogí una cerveza de lata de la nevera, puse un tenedor dentro del plato del estofado, y fui a sentarme al porche, a comérmelo. Diana me seguía detrás olfateando en el aire la olor a carne guisada, se sentó cerca de mis pies, sin parar de quejarse para que le diera un trozo de carne. 240

Cuando lo consiguió se quedó más tranquila, pero sólo habían pasado cinco minutos cuando me estaba pidiendo otra vez. El aroma a azucenas llegaba hasta mi nariz, y representaba un sedante para mi estabilidad emocional de esa noche, que aunque estaba más tranquila, la inquietud seguía comiéndome por dentro, y pensaba ¿ Cómo será mañana ?. No sabía si lo ocurrido con Hugo cambiaría algo el modo de comportarse de Émile, de que no viniera tan tarde a casa, podría encontrarme yo sóla cada día con una historia diferente con Hugo, pues, ya no sabía muy bien lo que hacía, ni lo que decía, su mente desvariaba hasta el punto de pensar, que lo habían llamado de la televisión, y de la radio para trabajar. Estaba convencido de que así era. Antes de que anocheciera, ya habían empezado a cantar o, a frotar sus alas varios grillos en el jardín. El sonido se me había hecho familiar y cada tarde y noche me hacían compañía. El sonido de los grillos tapaban bastante el ruido de la fiesta que los ingleses seguían. Me quedé mirando al cielo, desde aquél lado de África, parecía que estuviera más cerca de la tierra. Las estrellas se veían más grandes, y el planeta Venus, esa noche, estaba muy cerca de la Luna, le faltaban pocos días para que estuviese llena. Miraba entusiasmada ese manto de estrellas que cubría el cielo. Me estremecí en el asiento al escuchar cerca de mi la voz de Émile, que me preguntaba. - ¿ Hugo ha comido algo al mediodía ?.

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- Según me ha dicho Yosi, muy poco, yo no estaba aquí, me tuve que ir al super, y cuando regresé, se había encerrado en la habitación. Émile, se fué a sentar frente a mi. Los rasgos de su rostro eran preocupantes, aún le quedaba en la cara el color blancuzo que tomó al saber que Hugo llevaba tantas horas encerrado en la habitación. - Le he preguntado si quiere comer, y me ha contestado que no tiene hambre - Dijo Émile con preocupación Me ha sorprendido su delgadez, los huesos de las costillas los tiene muy marcados ¿ Te has fijado ?. - Sí, ya hace muchos días que lo estoy observando, creía, que tú te habías dado cuenta ¿ La otra noche cuando lo tuviste que desnudar, porque se lo había hecho todo encima, no lo advertiste ?. Émile negó con la cabeza. - Estaba yo muy encendido cómo para fijarme en su cuerpo. Recuerdo, que en el dormitorio de arriba le puse un pijama limpio, pero en su delgadez no me fijé. - Hoy ha salido una carta en dirección a París, para los padres de Hugo - Dije mirando fijamente los ojos de Émile. - ¿ Les has escrito tú ? - Preguntó sorprendido. - Le ha escrito Hugo. - Hugo, ¿ que raro ? Él, no escribiría a sus padres para decirles de que está enfermo. Sabe que a su padre le da igual, y a su madre le haría sufrir. Ha sido cosa tuya ¿ No ?. - Si - Dije afirmándolo con la cabeza - Sus padres lo tienen que saber, tienen que estar al corriente de lo que le pasa a su hijo. Cuando ya sepan su enfermedad, es 242

posible que vengan para llevárselo a París. Allí la medicina está más avanzada, y seguro que los medicamentos que le harían tomar serían más fuertes y eficaces. - ¿ Has leído la carta ? - Preguntó poco satisfecho. - Sí. - ¿ La has redactado tú ?. - No. Sólo le dije, que les tenía que escribir a sus padres. - ¿ Porqué no me lo comentaste ? ¿ Es que aquí yo no pinto nada ?. - No me lo reproches, demasiado estoy haciendo. Ahora te pregunto yo a ti ¿ Porqué vienes tan tarde ? Terminas de trabajar a las cuatro de la tarde y demasiado sabes de que Hugo está enfermo, y que necesita ayuda de todos los que estamos a su alrededor. Es decir, tuya y mía ¿ Porqué lo haces ? ¿ Tus otros amigos son más importantes que Hugo ?. Émile, se echó hacia atrás del asiento, cruzó los brazos como era habitual en él, y cerró los ojos. No cerró los ojos para descansar, sentí, que estaba reflexionando a todo eso que le dije. Estuvo como tres minutos en esa posición y seguidamente abrió los ojos, se echó hacia adelante, y posó los brazos encima de la mesa. Me miraba fijamente, en su mirada noté de que tenía miedo. Extendió sus manos para coger una de las mías. Sentí en mi mano, la calor de las suyas, las tenía sudorosas. - Claire, tengo miedo - Me reveló, con sus pupilas clavadas en las mías - Trato de no llegar pronto a casa para no encontrarme con esta escena, me cuesta mucho 243

ver cómo Hugo se va yendo poco a poco, y el mayor miedo es que dentro de pocos días me darán los resultados de los análisis, y que me diga el médico, que tengo la misma enfermedad que él, al menos, no ha visto a nadie enfermo, pero yo lo estoy viendo a él, y estoy viviendo lo que sufre. Si tengo yo lo mismo, sé lo que me espera. No sabía que contestarle en esos momentos, porque de sobras sabía que tenía razón. Me sentí como un conejito atrapado en una jaula. Había ido a África para cuidar de dos enfermos de sida, era lo que me vino a la mente en esos instantes, pero en realidad no fue así. El destino se ocupa de abrir el camino a cada uno de nosotros, y de que nos vayamos parando en cada lugar donde nos necesitan, y donde no, seguimos caminando. - Émile, ojalá no encuentren nada - Le dije con satisfacción - Y que tu salud sea buena como ahora. - Ojalá que así sea, pero el temor va por dentro, y me encontraré mejor cuando tenga los resultados. Claire, volvamos otra vez a Hugo ¿ Qué les decía a sus padres en la carta ?. Miraba a Émile, también sentía compasión por él. En aquellos momentos no sentía amor hacia ese hombre que un día me lo dio todo, aunque le gustara otros hombres y compartiera momentos agradables con ellos, pero era yo quien contaba en su vida, y tampoco sabía yo nada de esto. La situación entre nosotros dos había cambiado mucho, estaba también dispuesta a ayudarlo en lo que fuera necesario.

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- Émile - le dije - Hugo le ha escrito una carta a sus padres. Les dice que está enfermo y que no va a trabajar. También, que los quiere mucho, y algo más. - Hugo lo pasó muy mal con su padre, le hizo mil perrerías que a un ser humano no se le puede hacer, y menos a un hijo - Dijo descaradamente, y sin piedad para ese padre - ¿ Te ha contado alguna vez el hecho más horrible y repelente que un día le hizo ?. - Me ha contado muchos tremendamente horrorosos, pero no sé a cual te refieres, prefiero no saberlo, ya me ha contado bastante y con eso me basta. Pobre Hugo la vergüenza que ha tenido que pasar, con un padre que no hacía nada por entenderlo. Miré a Émile moviendo la cabeza, y pensando en el padre de Hugo. Era por eso y por muchas más cosas, que decía que su padre no lo quería, y que a su madre la hacía sufrir. Había una pregunta que a Émile le quería hacer, y no veía la ocasión. No es que me importara ya, pero era sobre todo curiosidad, lo que tenía. - Émile - Le dije - ¿ Cuando te enamoraste de Hugo ?. Él miraba mis pupilas hasta el fondo. Aflojó de oprimir mi mano, y la fué soltando despacio. Cruzó los brazos, y se echó hacia atrás del asiento, se quitó la carraspera de su garganta con un sonido que hizo. - ¿ Quieres saber cuando me enamoré de Hugo ? Repitió mi pregunta. - Eso es - Aseguré. - Nada más llegar a Johannesburgo, cuando un día nos cruzamos en la cantina de la empresa donde trabajamos, él, sostenía una bandeja con la comida que había 245

elegido. Yo también llevaba en mis manos otra bandeja con la comida que había cogido para mi. Los dos íbamos buscando una mesa libre para sentarnos, y al pasar uno al lado del otro, chocamos con las bandejas. Los dos nos miramos, y al mismo tiempo nos pedimos disculpas. En ese instante, sentí algo muy fuerte por él, creo que era amor, me fui a sentar en una mesa donde había un sitio libre, y no dejaba de mirar a Hugo, y oía en mis oídos la manera en la que me había hablado, y cómo me había mirado. Él, encontró otro sitio en otra mesa frente a la que yo me senté. Los dos nos mirábamos de frente. También Hugo en esos instantes se enamoró de mi. - Es una bonita historia de amor - Dije emocionada aunque parezca lo contrario - ¿ Sigues enamorado de él?. - No - Respondió al mismo tiempo que negaba con la cabeza - Mi amor por Hugo duró unos cuatro meses. - ¿ Entonces, no lo quieres ?. - No es que no lo quiera, lo que siento ahora es cariño hacia él, pero no siento amor. Aquél fuego que sentía, sólo duró unos cuatro meses, incluso, no recuerdo si llegó a ese tiempo. - ¿ Qué fué lo que pasó para que te enfriaras ?. - La absorbencia, es absorbente cien por cien. Es celoso hasta la médula, me estaba vigilando siempre cómo si yo fuera un ladrón. Provocaba un ataque de celos, en donde fuera, según él, yo siempre estaba mirando a los chicos más jóvenes, y les daba cita para verme con ellos. - ¿ Lo hacías realmente ? - Le pregunté con una sonrisa maliciosa, que podría estar dentro de lo posible. Émile mordió su labio inferior, negando con la cabeza. 246

- ¿ No lo engañaste por aquél entonces con algún otro hombre ? - Repuse. - Si y no. - Aclárate, si es que sí o, si es que no ¿ Engañaste a Hugo a los dos meses de conoceros ?. Cerró los ojos y respiró profundamente. - Precisamente al mes y medio de estar los dos viviendo en esta casa. Conocí a un chico negro, más joven que Hugo, nos vimos en un bar, una hora, tomando cerveza y hablando de nuestras cosas. Él, vivía con un hombre mucho más mayor que él, no estaba enamorado y quería dejarlo porque cada vez le pedía que le hiciera cosas muy raras. Este hombre mayor también era de raza negra, y le gustaba las orgías, pero sólo con hombres. Según me contó, era un hombre muy rico, pagaba bien, y hacia muchos regalos y buenos a sus amantes. Este chico negro buscaba pareja estable con otro hombre que fuera normal, que hiciera una vida tranquila cómo a él, le gustaba. Yo le conté que tenía pareja y que estaba bien con Hugo, pues estábamos enamorados el uno del otro. Me pidió que pasáramos una noche juntos. Estuve a punto de decirle que si, pero pensé en Hugo lo mucho que sufriría si se llegaba a enterar. Lo único que tuvimos fueron dos besos apasionados, pero no llegó a nada más. - Émile, para mi punto de vista, sí le fuiste infiel a Hugo, aunque no te acostaras con ese chico. Pero el hecho de desearlo y besaros con pasión, es infidelidad y engaño ¿ Sabe Hugo algo de este chico ?. - No, nunca se lo conté, es demasiado celoso y malicioso cómo para que le contara esta historia, estaría cada día pasándomela por la cara, reprochándome que le 247

fui infiel y que soy un canalla y un sinvergüenza ¿ Te puedes imaginar lo que hubiese sido llevar detrás a Hugo repitiéndome una, dos y mil veces la misma cosa ?. - En esa ocasión no le fuiste infiel, estuviste a punto de ... pero no sucedió. ¿ Émile, desde que Hugo está enfermo y no puede ir a trabajar, has estado con otros hombres ?. Émile me miró fijamente, su mirada era cómo atravesada. Hizo un sonido de carraspera con la garganta y seguidamente contestó. - Claire, ¿ Lo quieres saber para tu disfrute propio ? o, por si le he sido infiel a Hugo. - Émile, a mi cómo hombre no me interesas, ni me interesarás nunca más. Sólo es curiosidad, de si has engañado a Hugo estos últimos días. - ¿ Porqué lo quieres saber ? No tengo porqué responderte a esta pregunta - Dijo meneando la cabeza algo molesto. - Sí lo has engañado - Dije afirmándolo. - ¿ En qué te basas para estar tan segura ?. - Me baso, en que eres un hombre fogoso, necesitas continuamente sexo. Ahora Hugo está enfermo, y tanto tú cómo yo sabemos que no se pondrá bien. Necesitas desahogarte un día si y otro no. Es por eso que estoy segura de que tienes un amante, o varios, de lo contrario, no vendrías tan tarde a casa cada noche. Me echó una sonrisa sarcástica. - Claire, ahora eres muy lista en relación de los amantes que tengo o puedo tener ¿ Porque no eras igual de

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avispada cuando te engañaba dos veces por semana con hombres cuando éramos tan felices en París ?. Afirmé con la cabeza, con mucho pesar. - Émile - Le dije - Estaba enamorada de ti. Hubiese puesto mi mano en el fuego segura de que no me quemaría. Te amaba por encima de todo, te amaba mucho. Eso tú lo sabes, sentía pasión por ti ¿ Cómo podía yo pensar que me estabas engañando y lo menos que me podría imaginar de que fuera con hombres ? Tu eras mi gran amor. Cuando nos casamos te entregué mi cuerpo, todo lo que yo era, porque veía a través de tus ojos y oía tus palabras y las mantenía. - También yo te correspondía y te daba todo de mi. Cuando vine a trabajar a Johannesburgo, lo hice para que de nada te faltara, quería para ti lo mejor ¿ No te correspondí siempre con amor ?. - Creo que sí, hasta que te fuiste de mi lado. Ahí, todo cambió, en sólo dos meses que hacía que te habías ido, cambiaste. La primera carta que recibí tuya, me dejó fría, te dirigías a mi cómo si fuera una extraña, cómo si sólo me hubieras visto un par de veces. Lloré mucho ese día, sabía que te había perdido. Nos separaban miles de kilómetros, y te sentía muy lejos, tan lejos, que jamás llegué a imaginar que hoy, meses después estaríamos aquí en África hablando de nuestro pasado amor. Émile tenía sus ojos clavados en los míos, se estaba regocijando de la confesión, que le estaba haciendo, pero su regocijo era por sentirse amado, de que yo lo hubiese amado de la manera que escuchó de mis labios. Se puso en pie, sin dejar de mirarme. Yo seguía sus gestos, exactamente no sabía qué quería hacer. Se iba 249

deslizando poco a poco cómo lo hace un tigre que quiere coger desprevenida a su presa. Hasta que llegó a ponerse detrás de mi. Noté encima de mis hombros sus manos Qué equivocado estás - Pensé. Mis cabellos se movieron con el aire de su respiración. Esto me molestó bastante, estaba a punto de girar la cabeza, cuando sentí en mi cuello sus labios que los posaba. De un golpe me puse en pie, me giré y lo miré. En su boca sostenía una leve sonrisa. - Émile, lo siento - Le dije serenamente - No siento nada hacia ti, no insistas, porque ya no me atraes, para mi, cómo hombre acabaste, trata de serenarte. Émile no dejaba de sonreír, pero esta vez de otro modo, lo hacía de manera que yo no me diera cuenta de que se había ofendido. Estaba dolido, lo sabía, porque lo conocía muy bien. - Claire - Dijo, con las manos apoyadas en el respaldo de mi asiento - Todo lo que me has relatado es amor que aún sientes hacia mi. Solamente buscaba que me besaras, que nos besáramos, cómo tiempos atrás lo hacíamos. Sigo siendo tu marido, eres tú quien has venido a buscarme. Sigues enamorada de mi, aunque no lo quieras reconocer. Comprendo de que estés enojada conmigo. Todo acabó. - Émile, no has entendido nada de lo que hemos hablado, no tienes remedio, no sabes lo que quieres ¿ No te has dado cuenta que yo no te amo ? Tu vida es otra aquí en Johannesburgo. No sólo viniste aquí para ganar más y que a mi, no me faltara de nada, también lo hiciste buscando una libertad que en París no tenías a un 250

cien por cien. Buscabas, lo que ahora tienes, no me pidas nada a mi. Émile bajó la mirada, no sé si era porque estaba avergonzado y le dolía hacer el ridículo o, por resignación. Fué hasta la entrada de la casa, y asomó la cabeza, vigilando que Hugo no hubiese escuchado nada. Volvió al sitio donde estábamos y ocupó su asiento. Cruzó las manos, y las posó sobre la mesa. Estaba dispuesto a cuestionarme, lo advertí en su mirada. Me preparé a lo que fuera. - Claire, tienes treinta y siete años - Dijo mojando sus labios. - Si - Respondí esperando un bombardeo. - Estás lejos de París. - Soy consciente de ello. - ¿ Has pensado, que es lo que vas a hacer con tu vida ?. - Todo viene a todos nosotros, día a día - Respondí echada hacia atrás en el sillón. - ¿ Y si yo te faltara ?. - Para todo hay una salida. He echado varias solicitudes de trabajo, y estoy segura que en uno de ellos me avisarán para trabajar. - Con el sueldo que aquí te den, no tendrás bastante para pagar casa y manutención ¿ Lo has pensado ?. - ¿ Qué quieres decir ? ¿ Pretendes echarme de aquí ? Le dije buscando su mirada. - Quiero decirte, que si por lo que sea, le sucediera algo a Hugo, esta casa es grande para mi sólo, tendría que

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buscarme un apartamento o, irme a vivir con alguno de mis amigos ¿ Lo has comprendido ?. - Perfectamente, desde el primer día que vine. - ¿ Entonces, estás cerrada totalmente al amor ? Preguntó con la mirada levantada para ver que era lo que yo respondía. Moví la cabeza pero sin estar segura. - No puedo responderte ahora a eso, puesto que a mi vida no ha llegado la persona ideal. No salgo de aquí, pero si llegara el hombre con el que yo sueño, puedo asegurarte ahora mismo, que lo dejaré entrar en mi vida. - Sabía que ibas a responder eso - Dijo alejando la mirada de mi. Se quedó mirando a Diana que estaba sentada a mi derecha, y cambiando el tema - Repuso ¿ Tiene un nombre el animal ?. - Diana, le he puesto de nombre. - ¿ Porqué Diana y no Cuqui ? Este último nombre le va mejor a un perro. - Le he puesto el nombre de Diana, en honor a la Diosa Diana. - ¿ La Diosa Diana ? ¿ Quién era ?. - Una Diosa de la mitología griega. Se la considera cómo la diosa de las fieras. - ¿ Qué quieres decir, que la perra es una fiera ? - Dijo en broma. Sonreí admitiendo su broma, pero volví al tema de antes. - ¿ Dónde dejarás que se quede a dormir Hugo ? - Le inquirí, preocupada de que lo subiera al dormitorio de arriba, porque Hugo no podía subir o bajar escaleras. Se quedó cómo dos minutos mirándome. 252

- He decidido dejarlo aquí abajo, no tengo otra alternativa, pues, un día puede darte un susto, de que se caiga rodando por las escaleras. Había pensado que arriba estaría mejor, por estar el cuarto de baño, pero no es lo más acertado. Miré la hora que era en la esfera de mi reloj, y marcaba la una y cuarto de la madrugada. Los vecinos ingleses aún seguían con la fiesta, con las carcajadas, y por supuesto, rompiendo vasos, y la música a tope. Acerqué mi reloj a la cara de Émile, y marcando con el índice la hora le advertí. - Es tarde, yo necesito irme a dormir, aunque no es seguro que lo consiga con todo este ruido que están haciendo los vecinos ingleses. - Ponte algodones en los oídos - Émile me recomendó Yo también tengo muchas noches que hacerlo, por el escándalo que arman. Hugo y yo, también la hemos liado con otros amigos aquí en casa muchos fines de semana. Aquí nadie protestamos por estas fiestas que se hacen, es normal. Es posible que esta noche duermas aún menos. Yo dormiré en la habitación de arriba, y ya conoces mi modo de roncar. Reí, moviendo la cabeza. - Estoy acostumbrada a tus ronquidos, no me cogerán de sorpresa. - ¿ Dónde vas a dejar a la perra que duerma ? ¿ Aquí en el porche ?. - No lo había pensado, cómo me sigue a todos lados, la dejaré que duerma donde ella quiera. - ¿ Has pensado dejarla en el dormitorio ? - Dijo extrañado. 253

- Te he dicho que no lo he pensado, pero si ella quiere ¿Porque no ?. Émile sacudió la cabeza totalmente desconcertado. - No sería así, si fuera mi dormitorio. Los animales están hechos para que duerman fuera de las casas, ellos se encuentran mejor. - Es posible, pero, la dejaré que duerma donde quiera, le dejaré esa opción. Se puso en pie. - Bueno, me voy a dormir, pues faltan pocas horas para que amanezca. Voy a echarle un vistazo a Hugo. - Que duermas bien - Le deseé.

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Hice de ponerme algodones en los oídos, siguiendo los consejos de Émile, pero fué inútil, creo, incluso que oía más, y opté por quitarlos, aparte que me molestaban bastante. Cuando cogí el sueño eran las cinco de la madrugada, después de que cantara el gallo. Todo quedó en silencio, y pude dormir bien, tres horas. Diana había entrado conmigo en el dormitorio, buscaba un sitio para ella. Estuvo paseando por la habitación, buscaba y buscaba hasta que se quedó acostada en el suelo, a los pies de mi cama. Fué ella quién me despertó a las ocho de la mañana. Abrí los ojos y vi que me estaba mirando, tenía sus manos puestas encima de la cama, y lloriqueaba pidiendo que me despertara para que ella saliera. Medio dormida, alargué mi mano y acaricié su cabeza. Estaba yo contenta de tener a alguien que me despertara, que cuidara de mi. Dentro del estómago sentía un vacío, era hambre lo que tenía, me di prisa en bajar a la cocina para poder desayunar bien. Me alegré de ver a Hugo sentado en el porche y desayunando, me acerqué. - ¡ Buenos días Hugo ! ¿ Cómo te encuentras hoy ? Dije sentándome frente a él. - Bastante mejor - Respondió sonriendo tímidamente ¿Has podido esta noche dormir con la música que había?. - No, hasta que no se fueron todos, pero las horas que he dormido, que han sido sólo tres, he descansado bastante bien. La voz de Yosi hizo que rodeara la cabeza.

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- Señora ¿ Le traigo el desayuno aquí ? - Dijo presentándose en el porche. - Si. Esta mañana tengo mucho apetito, así es que ya sabes - Dije riendo. - Si señora, le traeré una bandeja llena de todo. Hugo iba comiendo lentamente, y sin ganas, la rebanada de pan untada con mantequilla y mermelada de melocotón, estaba posada en un plato de postre, que también había una loncha de queso y otra de jamón cocido, que no había tocado todavía, y la taza la tenía media de té. - ¿ Te acabas de levantar ahora ? - Preguntó Hugo. Y mirando a Diana que todavía no la había visto - Repuso - ¿ Qué hace aquí este animal ?. - Me siguió ayer cuando venía del super ¿ Te gusta ?. Se encogió de hombros. - Si - Respondió sin gana. En casa de mis padres también tienen un perro, es un pastor alemán, ya debe de ser viejo ¿ Éste que raza es ?. - Desconozco su raza, es un cruce pero no podría decirte cual. Se llama Diana. - Es parecida a un cooker, puede que sea un cooker Dijo convencido. - Hugo, no es un cooker - Dije para que se fijara bien. - ¿ Porqué sabes que se llama Diana ? - Preguntó mordiendo la rebanada de pan. - Porque se lo puse yo. Sonrió, y bebió un sorbo de té. - ¿ Has visto a Émile ? - Dijo, posando la taza en el platillo. - Lo vi anoche. 256

- ¿ Anoche ? ¿ Qué hora era ? - Preguntó sin recordar nada. - Anoche cuando llegó ¿ No recuerdas que tuvo que echar la puerta abajo para poder entrar en la habitación?. - ¿ En qué habitación ?. - ¡ Hugo ! En la que te habías encerrado ¿ No lo recuerdas ?. - No, sólo recuerdo que tenía mucho frío. - ¿ No recuerdas nada de lo que pasó ? - Dije preocupada. - ¿ Qué pasó ?. Meneé la cabeza. - ¿ No recuerdas que te encerraste en el dormitorio de abajo ?. - ¿ Para qué ? - Preguntó levantando los hombros y extrañándose. - Lo deberías saber tú ¿ No recuerdas nada ?. - No, sólo que tenía mucho frío. Se presentó Yosi con la bandeja en las manos, la dejó encima de la mesa delante de mi. Me miraba con una sonrisa, y esperaba que mirara dentro de la bandeja y descubriera si era de mi agrado lo que había puesto. Lo hice, y seguidamente le dije. - Gracias Yosi, seguro que voy a desayunar muy bien Repuse - ¿ Duerme aún tu hijo ?. - Sí señora - Respondió - Cuando pase un rato iré para ver si ha despertado. Cada día lo suelo despertar a las nueve de la mañana, es muy pequeño todavía para que esté corriendo por aquí, pues sólo haría que gritar y eso molesta. - Claire, ¿ Que vas hacer hoy ? - Me preguntó Hugo. 257

- No tengo pensado de ir a ningún sitio, voy a dedicar el día a hablar contigo, y a estudiar inglés, quiero también oírlo en los cassettes que tengo, se aprende mucho y bien la pronunciación. Salomón se aproximó a las escaleras del porche. Nos miró fijamente a Hugo y a mi, no sabía bien a quién dirigirse, fui yo quien le tuve que preguntar. - Salomón ¿ Qué quieres ? ¿ Tienes algo que decirnos ?. - Si señora - Respondió tímidamente - He vuelto a perder la hoz, no la encuentro. - ¿ La has buscado bien ? - Le pregunté. - Si señora, ya no sé a donde mirar. - Después, te daré dinero para que vayas a comprar otra. Ahora quiero que cogas algunos plátanos ¿ Okey ?. - Si señora ¿ Necesita muchos ?. - Coge los que puedas. El platanero, daba el fruto muy pequeño, cómo el dedo índice, pero eran de un sabor exquisito, y dulce cómo la miel. Sólo hacia quince minutos que Salomón había ido a coger los plátanos, cuando se le oyó gritar. Primero creí haberlo oído, pero el segundo grito que dio fué más grande, y me puse en pie dispuesta a entrar en la casa, y salir por la puerta trasera que había en la cocina, y que daba justo enfrente de los árboles frutales. Pero en esos instantes, venía Salomón corriendo a nuestro encuentro. Traía, cogida con las dos manos, de la cabeza a la cola, una serpiente de un color negruzco, gruesa cómo un dedo, y de un metro aproximadamente de larga. Salomón había palidecido, tenía un color de cara casi gris. 258

- ¿ Te ha mordido ? - Me apresuré a preguntarle. - A punto ha estado - Dijo con la voz todavía que le temblaba - La he visto a tiempo, esta es venenosa. Le he cortado la cabeza con el cuchillo. - ¿ A donde estaba ? - Preguntó Hugo sobresaltado, y algo asustado. - Suben al platanero, y se esconden entre las ramas largas, es un sitio que estas serpientes tienen para vivir, se supone, que ahí están a salvo, y que la mano del hombre no llega, pero una mordedura de éstas, puede costar la vida, si no se llega pronto al Hospital. - ¿ A dónde la vas a dejar ? - Le pregunté. - Voy a la carretera, y la tiraré al container de la basura. Salomón se dirigió a la verja, con la serpiente colgando sólo de una mano, de la izquierda, con la derecha abrió la puerta, y se dirigió hasta el container que estaba, entre nuestra casa, y la casa de los ingleses. Cuando Salomón volvió a los cinco minutos, venía más tranquilo, el color grisáceo que tenía en la cara se le había puesto más negro. Se aproximó a las escaleras del porche. - Señora - Dijo - Si no le parece mal, iría antes a comprar la hoz, y cuando vuelva trataré de coger los plátanos. - Me parece bien - Dije - Espera que ahora vuelvo. - Claire ¿ A donde vas ? - Me preguntó Hugo, seguía asustado, y lo noté nervioso. Tenía miedo de quedarse sólo. - Hugo, voy a mi habitación a buscar dinero, bajo enseguida.

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Me di prisa y subí las escaleras rápidamente, cogí dos dólares de mi monedero, y volví a bajar. Le entregué los dos billetes a Salomón. - ¿ Tienes bastante con este dinero ? - Le pregunte, al mismo tiempo que se lo entregaba. - Si señora, creo que es suficiente, nada más lo compre, vuelvo. Asentí con la cabeza. Recogí la bandeja de Hugo y la mía, y las llevé a la cocina, las dejé al lado del fregadero. Fui hasta la nevera y la abrí, buscando qué podría hacer de comida. Había dejado en un plato de la compra que había hecho el día anterior, dos entrecot de ternera y tres salchichas de cerdo. Era demasiada comida para Hugo y para mí. Émile no venía hasta la noche, y tampoco era seguro de que cenara, pues, la mayor parte de las noches, cuando volvía a casa había cenado. Aparte de los dos entrecot para hacerlos a la plancha con patatas fritas, y ensalada. Seguro que ese plato, Hugo lo comería bien. Oí el claxon de un coche, y a Hugo que me llamaba al mismo tiempo. Lo volví a dejar todo dentro de la nevera, y fui al porche. Hugo me señalaba con el índice, la verja, al mismo tiempo que decía - Ella no, que no se quede aquí. Me fastidió ver por detrás de la verja, y a punto de abrir la puerta, a la señora Lansiere. Hacía meses que no se dejaba ver, quizá lo hizo para que la extrañáramos más. Si era eso, desconocía nuestra manera de pensar sobre ella. Cuanto más lejos estuviera, mejor.

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Ya me puso de mal humor tener que verle su sonrisa de hipócrita, de mala persona y de perturbadora. - ¡ Dile que no entre ! - Me dijo Hugo - No quiero ver a esa mujer, es mala hasta el tuétano. Era ya demasiado tarde para darle una excusa para que no entrara. Había alcanzado el primer escalón del porche. Era fría y seca, por no tener, no tenía ni dignidad, se estaba dando cuenta de que no era bien recibida, y se dispuso a subir las escaleras, cuando estuvo arriba dijo con gritos, porque ella cuando hablaba gritaba. Se parecía a una campesina, llevando una espuerta de mala hierba que acabara de cortar. - Hace tiempo que no nos hemos visto - Dijo con la sonrisa desagradable como su propia persona. - Si - Respondí. Hugo se quedó callado, tenía la cabeza vuelta hacia otro lado para no mirarla. - Voy de tiendas a Johannesburgo ¿ Quiere venir conmigo ?. - No tengo tiempo, tengo cosas que hacer - Le dije. - ¿ Usted cosas que hacer ? ¿ Para que tiene esa chica negra ? Ella es la que tiene que hacerlo todo, para eso se le paga, para que trabaje. En esos instantes entraba en el porche Yosi con su hijo de la mano. La señora Lansiere, que más que una mujer parecía una avispa, mirando con rapidez donde podía picar, donde podía destrozar, y arrancar la piel a tiras de la persona que se pusiera por delante. Miró con el cuello rígido a Yosi y a su hijo. Estaba haciendo un movimiento de cabeza lo más parecido a 261

una peonza que no se puede parar. No resistió más y me preguntó con voz seca y desagradable. - ¿ Quien es ese niño ?. - Es el hijo de Yosi - Le respondí tranquila. - ¿ Qué hace aquí ? - Dijo con voz perturbadora. - Vive aquí, está con su madre. - Pero ... ¡ bueno ! ¿ Eso quién lo ha dispuesto ? - Dijo enfadada y levantando la voz. - Yo, lo he dispuesto, yo ¿ Que tiene usted que decir a eso ?. - ¡ Pues, sí que tengo que decir y mucho !. - ¿ Aquí en nuestra casa ? ¿ Usted tiene que decir algo en nuestra casa ?. - Es que lo que usted está haciendo con esta chica, nos lo van a pedir todas, y la culpa de todo esto la tiene usted. Es la última que ha llegado a África, y ya lo está revolucionando todo. Usted aquí es peligrosa, muy peligrosa. Yosi seguía con su hijo cogido de la mano, y con miedo miraba a esta mala mujer y despreciable, temerosa de que tuviera poder, y la echara de nuestra casa. No lo podía hacer, porque éramos nosotros los dueños, y nosotros decidíamos lo que estaba bien, y lo que estaba mal, y quien se quedaba en casa, y quien se iba. - Por el bien de todos los blancos que vivimos en Johannesburgo, dígale a esa chica que se vaya ahora mismo con ese niño. - Hugo estaba aguantando peso y marca, hasta que no pudo callarse más, se puso en pie como pudo,

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cogiéndose a la mesa, dio unos pasos y se aproximó a donde estábamos. - ¡ Señora Lansiere, salga de esta casa por favor !. - ¡ Oh ! ¡ Cómo me ha hablado, soy una señora para que me traten de ese modo ! no puedo creer que me ha echado a la calle - Dijo la repudiada señora llevándose la mano derecha al pecho - ¿ Cómo se atreve a hablarme de esa manera ? ¿ No sabe usted que mi marido tiene muchas influencias en Johannesburgo ?. - ¿ Si ? Pues, precisamente por eso salga de esta casa Respondió Hugo, nervioso y acalorado -¡ No se le ocurra venir más por aquí, puesto, que no es bien recibida. La señora Lansiere tenía los ojos hundidos, y de pronto parecía que se les fueran a salir del casco. Miraba a Hugo con deseos de matarlo, con una maldad que no tenía fin. Se puso frente a él, lo miró de la cabeza a los pies, y seguidamente dio dos pasos hacia atrás, y dijo humillándolo lo peor que podía. - ¿ Y a usted que le pasa ? ¿ Porqué está tan delgado y sólo tiene huesos ? ¿ Está enfermo ? ¿ Es por eso que está aquí y no ha ido a trabajar ?. - ¡ Salga de esta casa víbora ! - Le dije agarrándola del brazo. - ¿ Y usted ? - Me dijo maldiciéndome con la mirada ¿Qué hace aquí viviendo con ellos dos ? ¿ No sabe que su marido y este se entienden ?. Hugo gritó poniéndose rojo. - ¡ Fuera de esta casa maldita mujer !.

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- Sí, me voy - Dijo mirando a Hugo y a mi con desprecio- Pero, esto no se va a quedar así, se lo diré a mi marido, y hoy mismo tendrán la respuesta. Se dispuso a bajar las escaleras del porche, y yo me encontré aliviada de que por fin se iba, y cuando había bajado el último escalón, se giró. Miró descaradamente a Yosi y le dijo en un tono inglés mal pronunciado, y con crueldad. - ¡ Eh, tú ó cómo te llames ! ¡ Llévate de aquí a ese niño, y ponte a trabajar ahora mismo holgazana !. Hugo le iba a responder, había avanzado dos pasos. Yo lo retuve. - No vale la pena - Le dije - Déjala que se vaya pronto de aquí. Al salir por la puerta de la verja se cruzó en su camino Salomón que volvía de haber comprado la hoz, y la llevaba en la mano. Lo empujó con rabia a un lado, y oí que le dijo chillando. - ¡ Deja paso inútil !. Salomón se puso a un lado, y le pidió disculpas. Yosi se quedó parada, seguía de pie con su hijo de la mano, lloraba, del miedo que había pasado. Creyó, que esa mujer la podía echar de la casa. Y el miedo que pasó, no fué por ella, sino por su hijo, pensó, que los podía separar. Los nativos, se esperaban todo, de esta clase de blancos que por lo visto abundaban. Se hacían ricos a base de hacer trabajar a los negros, y de engañarlos. No sólo vi este trato en algunos franceses, también lo hacían los ingleses. Los que vivían a nuestro lado, los de las fiestas, tenían a un chico negro para todo. Muchas 264

veces, oía a la dueña de la casa cómo le gritaba mandándole. Ellos eran cuatro de familia, y muchos más que se agregaban los fines de semana. Les pagaban una miseria, y los hacían trabajar muchas horas. El chico negro que trabajaba en casa de los ingleses, un día vi que hablaba con Salomón a través de la alambrada que separaba una casa de la otra. Cuando terminaron de hablar, vino Salomón y me dijo. - Señora, el chico de al lado me ha pedido que le diga si puede entrar para coger mangos, aguacates e higos. - ¿ Para quien son ? - Le pregunté. - Son para él. Dice que le pagan muy poco. Y que si lo deja que coja mangos, aguacates e higos, los irá a vender al mercado los fines de semana, y tendrá un poco más de dinero, pues tiene, una mujer y dos hijos para alimentar. - Si, dile, que puede entrar y coger de estos frutos, pues, hay demasiados y es alimento para las hormigas. Algunos sábados por la mañana, iba Salomón a abrirle la puerta al chico de al lado. Venía previsto de un cubo de plástico, cogido del asa por una cuerda larga, y también traía varios sacos. Tenía este nativo mucha habilidad en subirse a los árboles. Subió por el tronco del mango llevando consigo colgado en un brazo el cubo de plástico. Cuando llenaba el cubo de algunos de estos frutos, Salomón volcaba el cubo dentro del saco, y el cubo volvía a subir. De esta manera lo hacían. Referente a la señora Lansiere, nadie vino ese día para pedir explicaciones de nada, ni días después. 265

Cuando pasaba en su coche por delante de nuestra casa lo hacía pisando el acelerador, cómo si llevara fuego. Pero como lo malo no duerme, y vigila para ver donde puede dañar. Supe de ella meses más tarde, y esta vez, si que fué la definitiva.

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Hugo por nada que ocurriera se ponía nervioso, se sentía incapaz de afrontar cualquier problema que surgiera por pequeño que fuera. Se encontraba sin defensa, y muchas veces estaba aturdido sin saber que quería hacer o decir. Su cuerpo apenas lo controlaba, y su mente divagaba imaginando hechos que no habían existido ni existían, y el miedo era uno de ellos, sentía miedo de todo, no quería que me separara de su lado porque creía que iba a venir alguien a hacerle daño. Por las noches en mi habitación cuando me quedaba sola, pensaba en la tristeza que tenía a mi alrededor. Émile dio en los análisis, positivo, tenía también la enfermedad de Hugo, o sea el Sida, pero con menos intensidad. El doctor le comentó que tenía una gran fortaleza y que con los medicamentos adecuados podría seguir adelante. Su carácter también cambió aún más. Sólo pensaba en divertirse y en pasárselo bien. Se daba cuenta de que Hugo se estaba consumiendo, se iba apagando igual que una vela. Tenía momentos de lucidez, y otros que sólo decía cosas que no venían a qué. Por las noches, nos quedábamos en el porche Hugo y yo, después de cenar. El aroma a Jazmín y a azucenas hacían las veladas más tranquilas y agradables, y muchas veces no decíamos apenas nada. El panorama que había también de noche era acogedor, con el cielo pintado de estrellas y cuando la Luna estaba en su cuarta fase, no se necesitaba luz del día para poder ver las flores dormir, y los campos repletos de maíz que estaban más lejos. Dos grillos 267

frotaban sus alas, había veces que los dos se ponían de acuerdo para cantar a la vez, y otras veces, lo hacía uno antes y el otro lo seguía después. - Hugo, son las once de la noche - Le dije, mirando su rostro que lo había dejado caer a un lado del hombro, y los ojos los había cerrado, cómo si durmiera, pero no dormía. Puso la cabeza recta, abrió los ojos, me miró y dijo. - Claire, quiero darte algo, que para mi tiene mucho valor. - ¿ Qué me quieres dar ? - Le pregunté con una sonrisa. - Ves al sitio donde guardo los cassettes de música, y tráelos. - ¿ Quieres que traiga tus cassettes de música aquí ?. - Si. Me puse en pie, y entré en la casa, fui directamente al salón, donde encima de una repisa tenía una caja larga de color azul, y dentro guardaba Hugo sus cassettes. Cogí la caja y volví al porche, la dejé encima de la mesa delante de Hugo. Abrió la tapa y empezó a buscar cassettes, los tenía en fila bien colocados. Extrajo dos, y me los ofreció. - Claire, toma, cógelos - Dijo con su sonrisa habitual de timidez. Cogí los dos cassettes de sus manos, y los miré. Uno era El bolero de Maurice Ravel. El otro cassette, el Ave María de Schubert. Con los cassettes de esta deliciosa música entre mis manos, busqué la mirada de Hugo que aún seguía con los cassettes poniéndolos en orden.

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- ¿ Me das para mi estos dos cassettes ? - Le pregunté sorprendida. - Si, son para ti, quiero que los tengas tu. - ¿ Esta música es la que a ti más te gusta ? ¿ Porqué me la das ?. - Porque para mi es lo que más valor tiene, y es todo lo que yo poseo, es mi patrimonio y te la doy a ti. - Llevaré conmigo siempre esta música, te lo prometo, y la escucharé todas las veces que pueda. - Quiero que me recuerdes siempre, y cuando la escuches, te acuerdes de estos momentos. Quedó dentro de mi un gran vacío, y una gran congoja en mi pecho. No me podía llegar a imaginar que Hugo estuviera pensando en la muerte. Una vez que hablamos del tema, se asustó mucho, y tuvimos que parar. - Hugo, dime en lo que piensas ¿ Me lo quieres decir ?. Afirmó con la cabeza. - Claire ¿ Has pensado cómo debe ser la muerte ? ¿ Qué es lo que se tiene que sentir al morir ? ¿ Crees que nos damos cuenta cuando nos estamos muriendo ?. Lo miraba y pensaba - Pobre Hugo, sólo tiene treinta y dos años. - ¿ Tienes miedo a morir ? - Le pregunté con nostalgia. - Creo que ahora no, pero me gustaría saber que es lo que se siente al dejar esta vida - ¿ Crees que me daré cuenta ?. - Hugo - Le dije con ternura - Todo es un sueño, el que tu y yo estemos ahora hablando aquí esta noche, es un

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sueño, cuando nacemos salimos de un sueño, y cuando morimos, entramos en otro sueño. Hugo me miraba sereno, me hablaba con mucha normalidad. Llegué a la conclusión por su manera de hablar, que estaba preparado, y esperando a que llegara la Dama de la muerte. - En un sueño que tuve - Le dije tranquila y con suavidad - Vi la Dama de la muerte. Era una bella Dama, vestía de blanco encaje. Su rostro lo tenía cubierto por un velo blanco y de encaje. Podía ver a través del velo, su bello rostro. Más que una Dama, yo diría que se trataba de una Diosa. Una Diosa de las altas esferas. Se mostraba tranquila y sonriente. Estaba sentada en una silla, cerca de una persona que poco después murió. La estaba esperando, tranquila, apaciguada, no tenía prisa, sólo esperaba a que llegara la hora que tenía que seguirla a ella. Pasó un poco de tiempo, pero no mucho, cuando otra noche volví a soñar con la Diosa de la muerte, en el mismo lugar que la viera en el sueño anterior, y seguía esperando a esa persona. Vi que la Diosa sonrió a la persona que la tenía que seguir. Se puso en pie, la otra persona también lo hizo, y fué tras de ella. Salieron de la casa donde estaban, y se fueron caminando. Vi, que era un camino muy largo el que tenían que recorrer. El horizonte las esperaba, cuando llegaron a aquellas grandes colinas, desaparecieron a mi vista. Hugo me escuchaba con mucha atención, parecía que estuviese viendo o, imaginando el resumen de mis dos sueños. Estaba tranquilo, su rostro, reflejaba mucha serenidad. 270

- ¿ Sabes quien era la persona que esperaba a la Diosa ?Preguntó con una gran sensatez - ¿ La conocías ?. - Si, era mi madre - Dije con una gran serenidad. - ¡ Ah ! - Dijo echándose hacia atrás en el asiento Claire ¿ No dicen que la muerte es el hombre que lleva la guadaña ? Siempre que se habla de la muerte se refieren a esta figura ¿ No es así ?. - Se pone de figura al hombre de la guadaña, porque es la herramienta que siega todo cultivo que hay en la tierra. Las personas también nacemos de la tierra, nuestro cuerpo, pero nuestro espíritu vuelve a Dios. Cuando vi en el segundo sueño que mi madre seguía a la Diosa, comprendía que se trataba de su espíritu, su cuerpo se quedó aquí en la tierra. Se escuchó el timbre del teléfono, a las dos llamadas me puse en pie, y entré rápidamente al salón, y a la cuarta vez que sonó, lo cogí. - ¡ Alló ! - Pregunté en francés. - ¿ Con quién hablo ? - Dijo la voz de una señora en francés. - Con Claire Franklin - Respondí. - Señora Franklin, soy la señora Barreau, la madre de Hugo ¿ Está mi hijo ?. - Sí señora ¿ Quiere hablar con él ?. - Sí por favor - Dijo la madre de Hugo con la voz apagada. Hugo me había oído y se había levantado del sillón, y venía a paso lento. Le pasé el teléfono - Es tu madre Le dije. - Mamá - Dijo Hugo con la voz agitada.

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- ¡ Hijo que te ocurre ! He recibido esta semana tu carta, y estoy asustada ¿ Estás enfermo ?. Hugo no sabía que decirle a su madre, titubeaba mientras me miraba, sin saber que responder. Yo le decía en voz baja - Dile la verdad. - Madre - Dijo con voz queda - Estoy enfermo. - ¿ Enfermo ? ¿ Qué enfermedad tienes ? ¡ Hijo dímelo todo !. - El médico me ha dicho que se trata de un virus, y que en casos puede ser mortal. - ¿ Mortal ? ¿ Pues, que clase de virus es ?. - Madre, ya conoces mi condición. El doctor dice que lo he cogido a través del semen. - ¡ Hijo ! ¿ El caso tuyo es grave ?. Hugo hizo una pausa, vi cómo le resbalaba dos lágrimas por las mejillas. Tragó saliva, y me pasó el teléfono para que fuera yo quien respondiera. - Señora Barreau, soy Claire. - ¿ Porqué no está mi hijo al teléfono ? - Preguntó excitada. - Está llorando de oír su voz, se ha emocionado, y no puede continuar. - Claire, dígame usted la verdad de todo lo que le ocurre, por favor ¿ Tan grave está ? - Preguntó con la garganta seca. - Sí, está grave. - ¡ Dios mío ! Tan lejos cómo estamos. Hablaré con mi marido para ver cómo lo podemos solucionar. - La solución está en que vengan ustedes aquí, y estén a su lado, y lo cuiden. El médico últimamente dijo el día que fui con Hugo a la consulta, que tiene que entrar en 272

el hospital, para llevar la enfermedad más de cerca. Tenía que haber entrado ya, pero Hugo no quiere, dice que si va al hospital, allí se muere. - ¿ Quién cuida de él, ahora ? - Preguntó con llanto. - Prácticamente yo, estoy con él todo el día. Pero Émile también hace lo que puede. - ¿ Émile no es el que vive con mi hijo ?. - Si - Dije con la voz medio cortada, porque sabía que después vendrían más preguntas. - ¿ Usted no me ha dicho que es la señora Franklin ?. - Así es - Respondí con reserva. - ¿ Es usted esposa de un hermano de Émile ?. - No, señora Barreau. Soy la esposa de Émile. - Bueno, no entiendo exactamente que es lo que ocurre, y tampoco para mi tiene mucha importancia. Lo importante ahora es la salud de mi hijo - Dijo aligerando y saliendo de dudas - Mañana lo llamaré y le diré lo que haya convenido con mi esposo ¿ Está cerca mi hijo ?. - Sí, ahora se lo paso. Hugo cogió el teléfono con la mano temblorosa, estaba muy emocionado de que su madre hubiese llamado, y de oír su voz. - Mamá, necesito que estés conmigo - Dijo Hugo llorando. - Si hijo mío, a ver cómo lo arreglo con tu padre, pero seguro que me dirá, que vengas tu aquí a París. Si no tienes dinero para el billete de avión, te lo mandaremos. - No quiero ir a casa de él, lo pasaría muy mal. - ¡ Hugo hijo ! ¿ Porqué dices la casa de él ? También es mi casa y la casa de nuestros tres hijos. Ha cambiado mucho desde que te fuiste. Ahora es un hombre 273

tranquilo, que cuando viene del trabajo se pone a leer el periódico. Ya no sale tanto con sus amigos. - Claro, quien le estorbaba era yo. Muerto el perro, se acabó la rabia - Dijo Hugo con un sollozo, lloraba cómo un niño, y no se podía contener. - Hijo no llores, mañana te llamo y te digo lo que hemos decidido ¿ De acuerdo ?. - Madre, cuídate, y si no volvemos a vernos más, recuerda que yo siempre te he querido mucho, y te seguiré queriendo. - Nos veremos, y pronto hijo, nos volveremos a ver antes de lo que tu piensas. Un beso, y hasta mañana. Hugo colgó el teléfono con lentitud, con un temblor en la mano que casi no atinaba a ponerlo en la horquilla. Se quedó sentado en la silla, y llevando sus manos a la cara la cubrió, y rompió a llorar, lloraba desconsoladamente. Me acerqué a él, y le cogí la cabeza con mis manos. Sintió mi calor y se abrazó a mi cintura. Reposó su cabeza en mi pecho hasta que se fué calmando poco a poco. En esos instantes apareció en el salón Émile, que llegaba. Se quedó parado al vernos, y se aproximó. - ¿ Qué está ocurriendo ? - Preguntó alarmado. - Nada - Respondí tranquila - Hugo se ha emocionado al escuchar la voz de su madre al teléfono. - ¿ Ha llamado su madre ? - Preguntó sorprendido. - Sí, ha llamado para saber de Hugo. Ha recibido la carta que se le escribió, y está preocupada. Es posible de que vengan. Mañana llamará para confirmarlo. - ¡ Ah ! - Replicó - ¿ Cómo está Hugo ?. - Ya lo ves, llorando. 274

- Se me ha hecho tarde esta noche, y no he podido venir antes - Dijo como excusa - Los amigos ¿ Sabes ? me han retenido. Moví la cabeza para no responderle. Se acercó a Hugo y le cogió el brazo derecho para tranquilizarlo. Pero Hugo hizo un gesto con el hombro para que lo dejara en paz. Émile no insistió. Se dio cuenta de que todo iba muy en serio. Retrocedió unos pasos, seguidamente se giró y salió del salón. El médico le había recetado a Hugo una pastilla para que tomara cada noche y lo ayudara a dormir, pero esa noche no se la había tomado, no quiso tomarla. Los medicamentos que tomaba para su enfermedad tampoco los quiso tomar. Se reveló contra todo, y lo peor, contra él mismo. Émile ya se había ido a dormir, y nos habíamos quedado en el salón Hugo y yo. Me horroricé cuando vi que se estaba atacando a si mismo. Se mordía las manos, las muñecas, hasta hacerse sangre. No lo podía parar, si lo cogía para que parara, me daba manotazos, y chillaba enrabiado para que lo dejara. No tuve más remedio que ir al dormitorio donde dormía Émile y despertarlo. Sólo habían pasado cinco minutos que lo había dejado sólo, y cuando volví con Émile, se había hecho también sangre en el pecho, arañándose, se clavó las uñas también en el vientre. - ¡ No lo toques ! - Me gritó Émile - Deja que yo le cure esas heridas que se ha hecho. Hugo se había vuelto loco, buscaba pero sin fuerzas, algo, un objeto punzante para herirse más, y más profundo. Mientras que Émile le curaba las heridas con gasas y agua oxigenada. Yo descolgué el teléfono y marqué el número del hospital. 275

Cuando lo cogieron, creo que era una enfermera de turno. Me preguntó, que le ocurría al enfermo. Nada más contárselo, mandó una ambulancia, que tardó en llegar quince minutos. Hugo había perdido casi el conocimiento, estaba como atontado, no sabía lo que hacía. Y creo que en esos instantes, no sabía quién era yo. Me di prisa a prepararle sus cosas más personales, en una bolsa de viaje. Cuando la ambulancia llegó, lo tenía todo preparado. Dos enfermeros salieron de la ambulancia, uno traía una silla de ruedas para sentar a Hugo. Los enfermeros le hicieron todo con mucho cuidado, por la fragilidad que mostraba, y de las piernas que no se podía sostener. Émile fué en la ambulancia acompañando a Hugo al hospital, y volvió cuando era casi de día. Después que se fueron que eran cerca de las dos de la madrugada, entonces me fui a dormir. Aunque lo que se dice dormir, no dormí mucho, pues me venía a la mente Hugo y lo ocurrido. Era cómo si hubiese querido acabar con su vida. Con todo lo que yo había hablado con él, deseaba morir, no tenía ganas de vivir, pues, era consciente de que esa enfermedad, acabaría con él, y que no le faltaba mucho. Cuando Émile regresó a casa, que eran casi las cinco de la mañana, salí de mi dormitorio y fui a su encuentro, necesitaba saber en qué estado se había quedado Hugo.

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Émile traía la tez blancuza, y el cansancio lo marcaba bien las ojeras que casi le colgaban por encima de los pómulos. Los labios los traía secos, y de un rosa muy pálido. 277

Estaba en su habitación. Acababa de estirarse en la cama, vestido, tal cómo vino. Tenía los ojos cerrados, pero no dormía, le tuve que hablar, era necesario. Con la luz que entraba por la ventana de Luna llena, pude ver a medias la tristeza que había en su mirada. - ¿ Émile, cómo te encuentras ? - Le pregunté en voz baja. Abrió los ojos y me miró. - ¿ Cómo está Hugo ? - Volví a preguntarle. Tardó unos instantes en responderme. - Mal, muy mal - Dijo con voz queda. - ¿ Que ha pasado en el hospital ? - Le pregunté, acercándome más a la cama, e inclinándome para mirarlo. Émile se incorporó, y se quedó sentado a un lado de la cama con los pies dando en el suelo. Sus ojos se fijaron en los míos, y descubrí que tenía miedo y mucha inquietud. - Lo han llevado a urgencias, había un médico y dos enfermeras, entre las enfermeras lo acostaron en la camilla. Seguidamente, una le puso una inyección intramuscular, para tranquilizarlo. Poco después, cuando ya estaba más tranquilo, entre el médico y la enfermera le estuvieron limpiando las heridas que se hizo. Lo han tratado muy bien. - ¿ Estuviste presente ? ¿ Viste cómo lo curaban ?. - Sí, no me he separado de él, ni un sólo momento. Hugo pidió, que me quedara, y el doctor aceptó. Pues con todo el daño que trató de hacerse, tenía mucho miedo a que le sucediera lo peor, y le pedía al doctor que lo curara.

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Cuando ya le limpiaron las heridas, se quedó tranquilo. Vinieron dos camilleros, y se lo llevaron. Lo condujeron a otro pabellón para infecciosos, y lo introdujeron en una habitación de seis camas, todas estaban llenas con la de Hugo. No me he separado de él, ni un solo instante. Quería que me quedara a su lado esta noche, yo estaba dispuesto a hacerlo, pero la enfermera de turno, me dijo, que no me podía quedar. Le prometí a Hugo, que mañana después de que salga del trabajo iría a verlo. No tendría que ir mañana a trabajar, y quedarme a descansar, es muy tarde, no he dormido nada, y la moral, la tengo por el suelo. Émile cogió mis manos, y llevó cada una a sus mejillas, para que mantuviera cogida su cara. Él, seguía con sus manos apretando las mías, necesitaba calor humano, calor mío. Por sus mejillas resbalaron dos lagrimas, y lo que nunca le vi hacer, lo hizo esa noche, junto con las lágrimas y la pena que tenía, se le escapó un suspiro, que más que un suspiro era un sollozo que le salió desde el fondo de su corazón. Estaba llorando con mis manos cogidas a su cara. Sentí una gran compasión hacia él, en esos instantes no sentía ningún resentimiento, ya hacia tiempo que iba olvidándolo todo, y en esos instantes sentí deseos de abrazarlo, igual que se abraza a un hermano o, a un amigo. Me senté en el borde de la cama a su lado, retiré mis manos de su cara y lo estreche entre mis brazos. Émile se abrazó fuertemente a mi, apoyó su cara encima de mi hombro, y lloró, como nunca lo vi llorar. Yo también lloré, dentro de mi pecho salía mucho cariño hacia él, quizá era el amor que tantos años había 279

sentido por Émile, pero que ya no era amor sino un inmenso cariño, mezclado con compasión. En esos momentos me hubiese gustado que las lágrimas que echaba, fueran de felicidad. Allí estábamos Émile y yo, sentados en el borde de la cama, abrazados cómo dos amigos que sentían mucho cariño el uno hacia el otro y llorando. Cuando nos tranquilizamos, nos separamos, y nos miramos con pena. Émile seguía cogido a mis manos, tenía miedo de sentirse sólo, no buscaba nada más, pues, de fijo sabía que yo me había alejado para siempre de su amor. Ahora todo lo veía distinto, diferente, también él, sentía clemencia hacia mi, del daño que me había hecho sin importarle lo más mínimo. - Necesitarías tomar un vaso de leche caliente para que te ayude a dormir - Le propuse - Aunque mañana no vayas a trabajar y te quedes descansando. - Tomaré el vaso de leche caliente, tienes razón, pero tengo que ir a trabajar, he dejado hoy un trabajo medio acabado, que urge - Dijo soltando mis manos, y acercándose a mi mejilla derecha, me dejó un beso, que noté que era de agradecimiento. Me puse en pie, seguido de la mirada levantada de Émile que me siguió hasta que salí del dormitorio. Calenté leche para Émile y para mi, también yo necesitaba tranquilizarme y dormir aunque fueran unas horas. Estaba llenando dos vasos de leche humeante, cuando sentí detrás de mi la respiración de Émile, me di la vuelta, y esperaba parecido a un niño, uno de los vasos de leche. Cogí uno y se lo ofrecí. Lo cogió con el pulgar 280

y el índice, y mirándome con una leve sonrisa de agradecimiento fué a ponerlo encima de la mesa de la cocina, y se sentó en una silla. Advertí que sentía deseos de hablar. Cogí el otro vaso de leche e hice lo mismo, lo deposité encima de la mesa frente a Émile y me senté. Bebí un sorbo despacio para no quemarme, Émile me acompañó a hacer lo mismo. Allí estábamos los dos sólos mirándonos frente a frente. Miré el reloj que había colgado de la pared, y marcaba, las seis de la mañana. Hice con la mirada un gesto a Émile para que se diera cuenta de la hora que era. Émile posó su mirada en el reloj, y después, me miró a mi. Hizo un gesto, levantó los hombros dándole igual, seguidamente bebió un poco de leche. - Claire - Dijo haciendo una pausa - Me doy cuenta ahora de que hacías falta aquí. ¿ Porqué la ceguera nos lleva a ver las cosas de distinta manera, y no pensamos que si algo se hace es porque es necesario ? ¿ Porqué pensé, y ahora te lo digo sinceramente y con el corazón en la mano, que tu presencia aquí estorbaba ? ¿ Te das cuenta que la mujer a la que yo más he querido, no era necesaria a mi lado ?. Quiero saber, porque soy tan egoísta, porqué lo he sido toda mi vida. Claire ¿ Sigues enfadada conmigo ?. Negué moviendo la cabeza. - Ya no - Respondí tranquila - Con la enfermedad que estoy viviendo cerca de Hugo, y con la vida que estoy viendo que hacen los nativos, discriminados por una gran parte de los blancos, lo mío no tiene importancia, lo nuestro, lo tuyo y lo mío es corriente de que el hombre se aleje de su esposa por haberse enamorado de 281

otra mujer o, de un hombre, cómo es tu caso. Yo también con el corazón en la mano, no te guardo rencor, ni siquiera una pizca de quimera. No. - ¿ Sabes lo que más me duele ? Dijo Émile moviendo la cabeza. - No. - Que no me quieras, que no sientas nada hacia mi, que sea para ti, indiferente. Eso me duele mucho ¿ Sabes ?. - Es normal, la reacción mía hacia ti - Dije sacudiendo la cabeza - ¿ Qué esperabas ?. - Sé que tienes razón, y que me merezco todo lo peor, pero desde un principio, desde el primer día que te conocí ¿ Recuerdas esos días ?. - Sí, cómo no lo voy a recordar. - Pues, esa tarde cuando nos conocimos en el parque, tu estabas con tu amiga de toda la vida, Marguerite. Yo me senté a tu lado porque al verte, una flecha se me clavó en el corazón. Pensé, ella es para mi. Pues bien, yo venía de dejar a un amigo, y de quedar con él, para esa noche. Ahora ya sabes para qué, cuando nos vimos tu y yo dos días después, que fué a la tarde. Esa noche también me acosté con este amigo mío, pero estuve todo el tiempo acordándome de ti. Este amigo, que ya hacía un año que nos acostábamos, esa noche notó que yo no estaba como siempre. Incluso me montó una escena diciéndome y reprochándome, de que yo tenía otro hombre, porque dos días antes, que fué cuando tu y yo nos conocimos y que yo y él, tuvimos relaciones, ya lo notó. Esa noche tampoco estuve con él, como otras veces. 282

- Émile, dime ahora que pasó el día que nos casamos, cuando a la noche después de la cena con todos los invitados, desapareciste durante una hora, y viniste diciendo después, que unos amigos te habían llamado para que tomarais unas copas juntos ¿ Porqué a estos no los habías invitado ?. - Si, te voy a contar lo que nunca me he atrevido a decirte - Dijo mirándome fijamente y sinceramente a los ojos - Se trataba de este amigo. Lo invité a nuestra boda pero se negó a ir. Me dijo que no quería ver cómo me casaba, y cómo besaba a una mujer. Me desafió diciéndome que, durante la cena, se pondría en la barra del restaurante, para vigilarme y para que me acostara con él, de lo contrario iría a verte un día y te contaría lo nuestro. - ¿ Donde tuvisteis relaciones ?. - Dentro de su coche - Dijo cerrando los ojos, y bajando la cabeza. - ¿ Entonces, esa noche, cuando nos acostamos, ya antes habías tenido relaciones con él ? - Pregunté totalmente abrumada. - Sí, sé que es indigno. Que soy un sinvergüenza, un miserable, todo lo que pienses de mi o digas, estás en tu derecho. - ¿ En ningún momento te arrepentiste de todo esto que me estás contando ?. Afirmó con la cabeza mirando el vaso de leche vacío. - Muchas veces, muchas veces intenté romper con esta relación que me estaba dando muchos quebramientos de cabeza, pero cuando le insinuaba algo, se ponía 283

histérico, pegando gritos y diciéndome que, un día vendría a contártelo todo. Como verás, yo no estaba dispuesto a que nuestro matrimonio se rompiera. Pues, seguro que en aquella época era capaz de haberlo matado si eso hubiese ocurrido. Te quería mucho ¿ Sabes ?. Meneé la cabeza, incrédula. - Claire, estás en tu derecho de pensar lo contrario. Soy un miserable, lo mío, no tiene nombre - Repuso - Pero me creas o no, es la verdad. Traté, de verás te lo digo, que nuestro matrimonio no se rompiera, quería tenerte cerca de mi. - ¿ Cuando se rompió vuestra relación ? Porque se rompió ¿ No es cierto ? - Le pregunté para aclarar más la situación. - ¿ Porqué crees que me vine a trabajar a Johannesburgo ? Había llegado la situación a un límite, que no podía por más tiempo aguantar. No paraba de hacerme chantajes, si no era con una cosa era con otra. Un día me pidió que te dejara, y que nos fuéramos a vivir los dos lejos - ¡ No ! - Le respondí - No quiero más verte ni saber de ti. Me amenazó diciéndome que te iba a escribir con detalles toda la historia que vivimos desde el primer día hasta el último. - Todo quedó en una amenaza ¿ No ? - Dije, con los codos apoyados en la mesa y las manos cruzadas por debajo de la barbilla. - La amenaza la cumplió - Dijo Émile afirmando. - ¿ Dices que la cumplió ?. - Sí, la cumplió, era un rastrero, un sinvergüenza y por no darle más calificativos un miserable. 284

- ¿ Pues, yo no recibí ninguna carta ? ¿ Porqué dices que la amenaza la cumplió ?. - Cuando me dijo que te había escrito, estuve dos días seguidos esperando que llegara el cartero. Al segundo día de esperarlo fué cuando trajo la carta, y después de que la echara en el buzón, yo la recogí, la abrí, y la leí. Eran cuatro folios los que te había escrito, mitad de lo que había escrito era verdad, y la otra mitad que era más, todo era inventado, todo eran mentiras, cosas que jamás existieron entre él, y yo. Después de ver lo que hizo, pensé que era peligroso para ti y para mi, de que yo continuara trabajando en París, y viviendo en París. Entonces fué cuando me ofrecieron este trabajo, me vino como anillo al dedo. - Está muy bien lo que hiciste - Dije medio enfadada -Te viniste aquí, y a mi me dejastes sóla en París, eres más cobarde de lo que yo pensaba. Qué ciega estaba queriéndote como te quería. ¿ No pensaste que ese tipo, que ese mal tipo, se hubiese podido vengar conmigo ?. - No, me aseguré de que no fuera así, que podría haber sido, pero unos días antes de venirme, me entrevisté con él, le hice ver que nuestro matrimonio lo había roto, y que yo me iba y te dejaba. Sonrió contento y satisfecho de haber podido hacerme daño. - ¿ Entonces, nuestro matrimonio quien lo rompió ? - Le pregunté algo desolada pero sin tenerlo mucho en cuenta. - Quizá puede que fuera él, y yo actué de esa manera por miedo, soy un cobarde, lo has mencionado antes y tienes razón, siempre me he visto como un cobarde, me han llamado de ese modo mil veces. Y sobretodo, quería 285

dejarte aparte de todos mis rollos y líos, no te lo merecías, ni te lo mereces. Pero sólo Dios lo sabe tantas noches a solas en mi habitación, lo mucho que he llorado por ti. Por haberte engañado cómo te engañé. Me sentía un ser despreciable y sucio, cuando por las noches hacíamos tu y yo el amor, después de yo haber estado con esa mierda de tipo. - Émile, cuando te despedías de mi para venir a Johannesburgo, en el aeropuerto me dijiste dándonos el último beso que pronto nos volveríamos a ver, y que ibas a traer mucho dinero para que no me faltara de nada. Ojalá el tiempo pasé rápido, me dijiste para que estemos otra vez juntos ¿ Que ha sido de toda esa promesa ?. - Todo lo que hice, fué actuando bajo el poder del miedo, pero como te he dicho antes, el mayor miedo que tenía era por ti, que no te fuera a ocurrir nada, ni que nadie te dañara en lo más mínimo. - Cuando conociste aquí a Hugo, seguiste con el mismo rollo que tenías en París ¿ Porqué lo hiciste si tanto me querías ?. Émile se cruzó de brazos que era lo habitual en él, cuando tenía que responder a algo muy concreto. Llevó su mirada a lo alto, se humedeció los labios y meneó la cabeza como si hubiera encontrado la respuesta. - Necesitaba a mi lado a alguien muy sensible, tanto, como lo eres tu u otra mujer. Hugo por dentro es igual a otra mujer. Tiene las lágrimas fáciles, sus sentimientos resaltan a la vista de cualquier persona, sus facciones, son también suaves, y su piel fina como la de la mujer. Rápidamente cuando nos conocimos, fué él, quién se 286

enamoró de mi. Era tierno, y me demostró su amor. Yo, en cambio, aunque sea gay, soy muy distinto, por fuera soy un hombre y por dentro también. No puedo sentir como una mujer, ni como siente Hugo, soy áspero y rebelde, me gusta dominar. Es por eso que mi amor por ti, ha sido sincero. Te deseaba cada noche, cada instante que te acercabas a mi para hablarme de algún asunto ¿ No recuerdas las veces que te escondías ? Aunque fuera entre risas te escondías de mi para que no te cogiera ¿ Lo recuerdas ?. Afirmé con la cabeza, con una risa suave. - Émile ¿ Que fué lo que te llevó, lo que te condujo a la homosexualidad ? ¿ Porqué te atraían los hombres desde muy joven ?. Émile cerró la boca y selló los labios. Sus ojos se clavaron en los míos, se echó hacia atrás del asiento y respiró profundamente. - Mis padres me metieron en un correccional, a la edad de catorce años. No quería estudiar, buscaba peleas con otros chicos de mi colegio, y llegué agredir a varios seriamente. A uno en una pelea le partí la mandíbula. Sus padres llevaron a juicio a los míos, por no darme la educación adecuada, por no corregirme cuando lo necesitaba. Mis padres tuvieron que pagar a los padres de este muchacho una indemnización que el juez les impuso, y les advirtió, que si había otra queja de otras familias, tendrían la obligación de encerrarme en un reformatorio hasta que fuera mayor de edad. A mi, todo me importaba un pito, era agresivo por naturaleza, y no me importaba causar daño. Mi padre no sabía cómo aplicar la ley conmigo. Un día después de que le hubiese 287

pegado una paliza a otro chico de mi colegio. Se encerró mi padre conmigo en mi habitación, se quitó la correa para pegarme. Yo lo desafié y le dije - ¡ Ven y pégame si tienes huevos ! - Mi padre no avanzó y se quedó donde estaba, con el cinturón en la mano derecha. Me miró de una manera, que aún todavía lo recuerdo. Yo sabía que todo para mi se había acabado, y que sólo me esperaba el internado. Salió de mi dormitorio, y sé que iba llorando, oí como le decía a mi madre que lo esperaba fuera - Mañana empiezo a mover los papeles para que entre en un correccional - ¿ Porqué lloras ? ¿ Que ha ocurrido ? - Le preguntó mi madre con la voz desgarrada - Me ha querido pegar - Dijo mi padre lanzando un sollozo. Cómo mi caso era grave y corría prisa, lo arreglaron todo en menos de una semana. Mi padre tuvo que ir al juez a exponer el caso, y es por eso que fué atendido rápidamente. En el fondo yo deseaba que ocurriera este proceso lo más pronto posible. Eran mis padres y me dolía el daño que les estaba haciendo. A mi madre le estaba causando un gran dolor, apenas me decía nada para no alterarme. Antes de entrar en el reformatorio, tuvieron que llevarme a un psiquiatra, para que le dieran un informe de mi estado mental, y entregarlo con toda la documentación que mi padre tenía que entregar. El informe del psiquiatra decía. Mente normal, pero impulsos muy agresivos. Recuerdo el día que tenía que entrar en el reformatorio. Mi padre, aparentemente parecía frío y distante conmigo, pero en el fondo sabía que sólo era una apariencia. Porque trabajaba mucho para poder 288

sacar a todos sus hijos adelante. Mi madre era la que peor estaba, y no hacía más que repetirme - ¿ Porqué nos haces esto hijo ?. La primera noche que pasé en el correccional, la pasé llorando. Pensaba en mis padres, el daño que les había hecho, pensaba en mis hermanos y hermanas, que también lo pasaron muy mal. No quise despedirme de ninguno de ellos, no podía. Eran mis hermanos y los quería, también quería a mis padres, aunque mi comportamiento fuera indeseable. No les guardaba ningún rencor por haberme encerrado en el reformatorio, sabía que era la mejor solución, al menos, eso era lo que yo creía. Dentro del reformatorio, me mostraba desdeñoso con los demás compañeros. Sabía que ellos estaban allí para reformarse, por ser chicos difíciles y violentos, y trataba de no enfrentarme con ninguno de ellos. La habitación que ocupábamos era para diez chicos, de casi la misma edad. Ya desde la primera noche que llegué, y después de que el vigilante que se ocupaba de apagar la luz, y darnos las buenas noches, se fuera, vi que habían chicos que se pasaban a la cama del compañero que tenía al lado. No me importaba lo más mínimo lo que hacían entre ellos. Incluso, llegué a pensar - ¿ Esto es un reformatorio ? - No me importaba nada nadie de allí, eran tan sinvergüenzas cómo lo era yo. Enfrente de mi cama dormía un chico. Era rubio, con el pelo cortado al cepillo, el color de sus ojos eran castaños, el bajo de los ojos lo tenía rojizo. Miraba a todos de medio lado, menos a mi, que me miraba de frente pero con la niña de los ojos hacia arriba. No solía 289

reír, la cara la tenía contraída por la ira y el rencor. Calculé sus fuerzas con las mías, y pensé, que él, era peor que yo, y que debía de estar allí, por algo peor que lo mío. Una noche antes de que viniera el vigilante para apagar la luz, me miró cómo cada noche lo hacía, no me lo esperaba cuando oí que me preguntó con desdén. - ¿ Porqué me miras tanto ?. Te miro como tu me miras - Le respondí, devolviéndole el gesto de indiferencia. Esa noche no sucedió nada más, pues, no tardó en llegar el vigilante, e hizo como cada noche. Algunos chicos esperaban este momento para hacer cambio de cama. Al principio, Antoine y yo, no habíamos congeniado, él me caía mal, y yo a él, también. - ¿ Se llamaba Antoine este chico ? - Le interrumpí para preguntarle. Émile afirmó con la cabeza y siguió. Un día a la semana, los martes, venía al internado un psicólogo. Hacía una terapia en común a todos los chicos que estábamos en este centro, habían varias habitaciones y en total éramos aproximadamente treinta chicos. El psicólogo escuchaba a cada uno lo que le exponía, y él, trataba de darle la solución al tema. Antoine le preguntó -¿ Cuando hay dos que no congenian que deben de hacer?- El psicólogo lo miró y señalándolo con el índice le respondió - Cuando dos personas son opuestas por sus caracteres, cuando no se llevan bien y hay amenazas por ambos lados, es porque en el fondo son iguales. Mi consejo es que, tienen que

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vivir juntas para que se conozcan mejor y acoplen el modo de ser. Yo sabía que esa pregunta la había hecho refiriéndose a él, y a mi. Estaba seguro de que los dos éramos iguales, idénticos, y nos molestaba al uno y al otro mirarnos de frente. Uno se reflejaba en el rostro del otro, y esto nos fastidiaba a los dos. Una noche, hacía una hora que el vigilante había apagado la luz. Me quedaba siempre dormido bastante después. Todo me cogió por sorpresa. Sentí encima de mi un peso, me di cuenta y, quien estaba oprimiéndome el pecho con el suyo era Antoine. Me dijo acercando sus labios a mi boca cómo un susurro - No digas nada, y deja que esta noche soñemos los dos juntos. Su manera de decirlo me gustó, el contacto de su cuerpo con el mío también. Lo que al principio me pareció que fuera un chico rudo y sin modales, descubrí de que era todo lo contrario. - ¿ Esa noche fué la primera vez que tuviste relaciones con Antoine ? - Le pregunté ensimismada. - Esa noche, no tuvimos relaciones, pero sí, nos estuvimos tocando hasta llegar a eyacular los dos. Antoine besaba muy bien, él no era la primera vez que iba con un chico, yo sin embargo si, él fué quién me enseñó a saber disfrutar del beso. - ¿ Que edad tenía Antoine ? - Le pregunté. - Un año más que yo - Respondió Émile. - Entonces Antoine tenía quince años, y tu catorce ¿ Con quince años había ido ya con otros chicos ?. - Sí, no sé cuantos, pero por lo menos con dos o tres, tenía más experiencia que yo. Los años que estuve en el reformatorio, tuvimos casi todas las noches relaciones. 291

Unas veces, él venía a mi cama, y otras era yo quien iba a la suya, llegué a quererlo, y mucho. Así pasaron tres años, hasta que los padres de Antoine lo sacaron del reformatorio, tenía dieciocho años y con esa edad podía trabajar. Cuando supimos que nos separaban llorábamos los dos abrazados, haciendo planes para cuando yo saliera. Deseábamos con todas nuestras fuerzas volver a encontrarnos, y hacer los dos una vida en común. El día que nos despedimos, fue muy amargo para los dos, y creo que para mi más, porque me quedaba allí dentro y sin mi mejor amigo. - ¿ Supiste más tarde de él ? - Le pregunté. Émile hizo una pausa, reposaba su vista en la mía sin ninguna inquietud, creo, que admiraba la manera que lo estaba oyendo, de cómo escuchaba sin ninguna clase de rechazo su confesión gay. - Claire, ¿ No te sientes molesta por todo lo que estás oyendo de mi ? ¿ No estás resentida de que esta noche me esté confesando abiertamente a ti ? - Preguntó con sinceridad. Meneé la cabeza manteniendo su mirada. - Necesitaba que me hablaras del modo que lo estás haciendo, tenía que saber, estoy en mi derecho de saber porqué me dejaste por un hombre. Ahora ya casi un año que hace que estamos separados, por fin, he oído lo que por tu boca quería escuchar. Pero en esta historia hay muchas cosas que no entiendo - Dije negando. - Dime cuales son, y yo te responderé - Dijo con honestidad.

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- Por ejemplo - Dije - ¿ Cómo has podido amarme siendo yo una mujer, del modo que lo hiciste ? Jamás hubiera sospechado nada de ti. - Antes te he hablado, y te he dejado claro, que lo tuyo fué un flechazo. En mi vida has sido la primera y única mujer. Nunca, jamás me ha interesado otra, ni he tenido relaciones con ninguna. - ¿ Entonces, antes que yo no hubo en tu vida otra mujer?. - No, y te lo puedo asegurar. La primera mirada que te eché, cuando mis ojos se fijaron en ti, vi a una Diosa, con la belleza angelical que una Diosa pueda tener en las alturas del Olimpo. Los siete años que hemos estado juntos, te he tratado como lo que eres, una gran mujer ¿ No ha sido así ?. - Sí, es cierto - Respondí obligada, porque tenía razón Repuse. - ¿ Que fué lo que pasó con Antoine ? ¿ Volvisteis a veros de nuevo ?. - ¡ Ah ! Venía al reformatorio a visitarme todos los domingos. No podíamos tener relaciones cómo antes, porque las visitas se recibían en una sala o, bien en el jardín. En este último sitio podíamos a veces escondernos detrás de algún arbusto, pero sólo nos besábamos, por miedo a que nos descubriera alguien. Pero me escribía todas las semanas dos cartas, y en ellas me decía, lo mucho que me quería y me deseaba. Esperaba ilusionado como yo, el día de mi salida. Al año siguiente salí del reformatorio. Mi padre había quedado ya con una empresa de siderurgia para que entrara a aprender el oficio. Me buscó un trabajo que iba 293

bien con mi carácter. Yo iba más apaciguado, más tranquilo. El reformatorio, no me reformó en nada, pero mi carácter cambió quizá fuera porque estaba enamorado e ilusionado con Antoine. Nos veíamos prácticamente todos los días, y cuando había pasado un año, y ya habíamos recaudado dinero de nuestro trabajo, decidimos ir a vivir juntos a un pequeño apartamento que alquilamos en la parte vieja de París. A los seis meses de estar conviviendo, empezaron nuestras peleas, peleas muy fuertes, hasta el punto de darnos puñetazos y patadas, nos encarábamos para ver quién era el más fuerte, y todo era por cuestión de celos. - ¿ Qué era lo que sucedía para que llegarais hasta ese extremo ? - Le interrogué, porqué no entendía la situación. Émile lanzó un suspiro. - Éramos los dos en todo iguales. Yo advertí que me engañaba con otros chicos, y él, también se dio cuenta de que yo lo estaba también engañando. Ninguno de los dos aceptábamos esta situación. Y un día llegamos a romper gran parte de los muebles del piso, pues, era un piso amueblado el que habíamos alquilado. Los vecinos se fueron a quejar al dueño, y este, nos echó a la calle. Aquí comprendimos que no estábamos hechos, él uno para el otro, y decidimos romper nuestra relación. Yo me vi obligado a volver a la casa de mis padres, pero con una condición, que mi padre me puso - Me dijo Émile hijo, esta es la casa de tu madre y mía, trata de no salirte de la raya, porque te echaré fuera, y nunca más serás bien recibido. Comprendí bien la advertencia, y por la cuenta que me traía lo hice todo bien. Años más 294

tarde te conocí, y nos casamos. Todo lo que sigue después, lo conoces. - ¿ Cómo se llamaba el chico con el que tenías relaciones cuando nos casamos ? - Le pregunté, porque tenía otra duda. Marcó una sonrisa, y se cruzó de brazos. - Se llamaba Daniel ¿ Porqué me lo preguntas ?. - Es que no me convence, y lo veo extraño, que tu siendo tan violento como has contado que eras, y que yo también sé que eres, porque he presenciado cómo has utilizado la violencia con Hugo, te fueras de París huyendo de Daniel, y no le plantaras cara ¿ También Daniel era violento ?. - Claire, ya te lo he contado mil veces. Me vine de París para que Daniel me olvidara, y no te hiciera a ti ningún daño, por que entonces, sí que es verdad, que me lo cargo, sé que iría a la cárcel, pero lo hubiese matado. - Émile, no me has respondido. ¿ Daniel es también violento ?. - Es violento, pero lo más fuerte que él puede hacer es destrozar la vida de una persona. Si no se le da lo que quiere, carece de sentimientos. He llegado a la conclusión de que su corazón está vacío de emociones, y que no conoce la palabra sentimientos. A él sólo le obsesiona una cosa y la mantiene en la cabeza hasta que no la consigue. Sexo y más sexo. Le hice creer que tu me habías dejado después de haber recibido tu carta, y que me venía a África. - ¿ Le dijiste que te venías a Johannesburgo ?. - No exactamente aquí. - ¿ Donde le dijiste ?. 295

- Le dije al Congo Belga. Si me quiere buscar que me busque allí. Solté una carcajada. - ¡ Émile, mira la hora que es ! - Le marqué siguiendo la vista hasta el reloj. - Las seis y media, desayunaré algo más fuerte para prepararme e ir a trabajar. - ¿ Desde el trabajo te irás al hospital para ver a Hugo ? - Le pregunté preocupada. - Si, lo haré de ese modo, de esa manera podré estar más tiempo con él. Claire, quiero pedirte perdón, quiero que me perdones el haberte estado engañándote tantos años. Sé que ya no me quieres como antes, pero también me queda la tranquilidad, de que no me guardas ninguna clase de rencor. No he sido nunca hombre de pedir perdón, eso tu ya lo sabes, esta es la primera vez que te lo pido a ti. - Cuando nos enfadábamos, mostrabas siempre tu mal carácter. Sabía que eras agresivo, pero no cómo me has contado. Jamás, te tuve miedo en ninguna ocasión, porque aunque seas mal hablado, y te dejes llevar por la ira, sabía que había algo tierno en ti. Pues, media hora después, se te había ido el enfado y volvías al estado normal. Tengo mucho que perdonarte, porque me has hecho mucho daño, más de lo que tu te piensas, aunque no lo demuestre, mi corazón está muy herido, y sin embargo tengo la sensación de que tu no has pasado por mi vida. - Claire, a mi sí me duele que digas eso, porque cada vez que te tenía entre mis brazos, era el hombre más feliz de la tierra. Nuestra vida vivida jamás se me va a olvidar, 296

tu por el contrario dices que ya no te acuerdas. Pero vuelvo a pedirte otra vez perdón, para decirte, que no te creo. Eres demasiado tierna y romántica cómo para olvidar al gran amor de tu vida. Lo miré sonriendo. - ¿ Porqué estás tan seguro de que tu fuistes mi gran amor ? - Le dije mirándolo a los ojos. Émile seguía con temple mi vista al mismo tiempo que vacilaba, estaba provocando llamar mi atención. El orgullo de hombre macho, lo perseguía, y esto lo estaba desgarrando por dentro, aunque con disimulo. - No es verdad lo que me estás diciendo, lo dices ahora para que yo me sienta mal, y me estás clavando el puñal que el primer día que llegaste a Johannesburgo hubieses hundido en mi pecho. No te creo - Dijo meneando la cabeza. Lo di por sentado, porque era muy tarde. - Me voy a dormir - Dije poniéndome en pie. Émile sin moverse de su asiento, cogió mi mano derecha, con fuerza, me retenía para que yo siguiera hablando, quería terminar la pregunta que me había hecho. - De nada sirve ya hablar - Repuse - Puesto que yo no te hago preguntas de donde vienes cada noche, pues, si no te las hago, es porque no me interesa ¿ De acuerdo ?. - Te las puedo decir, si quieres ahora. Siéntate, y te lo explico - Dijo estirándome de la mano para que me volviera a sentar. - Émile, por favor, no tienes porqué decirme lo que haces fuera de la casa, porque me lo imagino.

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- Qué te imaginas ¿ Que voy con otros hombres ? - Dijo casi como una súplica. - Ya no me imagino nada, es igual. Émile se puso en pie, y de súbito, me cogió por los brazos con fuerza. Había palidecido, no estaba en su estado normal. Puso su cara muy cerca de la mía. Sentí, su aliento seco y algo agrio. Esta vez me asusté, y abrí los ojos cómo platos. - ¿ Me has engañado con otro hombre, en el transcurso de los siete años que hemos estado casados ? - Dijo, salpicándome a la cara con unas gotas de su saliva. - No Émile - Respondí con la voz algo temblorosa, y tratando, liberarme de sus manos - No sé porqué me haces esa pregunta, puesto que demasiado sabes, que no soy mujer de engañarte ¡ Suéltame que me estás haciendo daño !. - ¿ Fué antes de nosotros conocernos ? - Preguntó soltándome los brazos. - Es posible, pero eso pertenece a mi pasado - Le dije más tranquila. - ¿ Lo quisiste a él, más de lo que me has querido a mi ?- Me interrogó. - ¡ Émile, eso ahora que importa ! Lo quise, y nada más ¿ Que te ocurre ? ¿ Porqué estás celoso ? Antes no lo estabas. Te fuiste de París dejándome sola, y no te importaba nada ¿ No te parece que es ridículo que me hagas ahora esa pregunta ?. - Sí, quizá tengas razón - Dijo con la voz apagada, y dándose la vuelta para salir de la cocina. Me había quedado algo nerviosa, y antes de subir a dormir, salí al porche a tomar el fresco de la mañana. 298

Me senté en un sillón y cerré los ojos aspirando el aroma que venía a jazmín. La furgoneta que pasaba por delante de la puerta llena de botellas de coca - cola, me despertó. Miré mi reloj y marcaba las seis horas cincuenta y cinco minutos. La luz del día era clara y luminosa. Observé las flores cómo habían todas despertado, y las gotas de rocío lavaban sus aterciopelados pétalos. Me puse en pie, y entré en la casa, y de ahí, al piso de arriba para entrar en mi habitación y dormir un rato. No me había todavía dormido, cuando oí a Émile, que se iba a trabajar.

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El lloriqueo de Diana, me despertó. Quería que le abriera la puerta del dormitorio para salir. Me levante de la cama con los ojos medio cerrados, busqué el pomo de la puerta y le abrí. Dejé la puerta abierta y me volví a la cama, sin mirar y sin pensar en la hora qué 299

era. El sueño de nuevo me había vencido. Y esta vez me despertó la voz de Yosi que me llamaba desde el umbral de la puerta. Abrí los ojos, y vi que se disponía a llamarme de nuevo. - ¿ Qué ocurre Yosi ? - Le pregunté con la voz somnolienta - ¿ Qué hora es ?. - Las once de la mañana señora. La he venido a despertar porque hay alguien en el teléfono y habla en francés. - ¡ Ah ! muy bien Yosi, ya mismo bajo. Mientras que me ponía el salto de cama, pensé que se trataba de la madre de Hugo. Bajé las escaleras sin pérdida de tiempo. Pues, no era fácil de que dieran conferencia de París a África, ni de África a París, siempre tardaban de dos a tres horas, para dar línea. El teléfono estaba encima de la mesa y de lado, era así como Yosi lo había dejado. Antes de llegar a cogerlo oía la voz de la madre de Hugo. ¡ Alló ! ¡ Alló !. - Buenos días señora Barreau. Perdone por haberle hecho esperar. - Buenos días, señora Franklin - Dijo con voz agitada Creía que nadie me cogía el teléfono ¿ Cómo está mi hijo ?. - Verá ... señora Barreau. - ¿ Qué pasa ? - Dijo asustada. - Hugo no está aquí. Anoche vino una ambulancia, y se lo llevó al hospital. - ¿ Al hospital ? ¿ Pues qué le ha ocurrido ? ¡ Dígamelo todo por favor !. - Es que ... no sé por donde empezar ¡ Fué todo tan raro!- Dije totalmente aturdida. 300

- ¡ Pues dígame lo que sepa, no se calle nada ! ¿ Qué fué lo que pasó ?. Yo quería explicarle a la madre de Hugo lo que sucedió exactamente, pero se lo quería decir de manera apacible para que no se alterara, porque la oía a través del teléfono muy excitada, y casi llorando. - Señora Barreau, cálmese por favor. Le voy a contar todo, pero tranquilícese. - Sí de acuerdo, estoy bien - Dijo tratando de calmar la voz. - Hugo está muy enfermo - Dije serenamente - Creo que debido a su enfermedad ha perdido el control de sí mismo. Anoche, se empezó a autolesionar. - ¿ De qué manera ? - Preguntó asustada e interrumpiéndome. - Se araño el cuello, el pecho y los brazos, hasta que se hizo sangre. Llegué a tiempo antes de que encontrara algo para herirse más. Llamé al hospital, y mandaron una ambulancia. Émile fué quién lo acompañó. - ¿ Y qué pasó después ? - Preguntó desolada. - Émile vino ya de madrugada, y me estuvo contando, que cuando llegaron al hospital, lo sedaron y se quedó hospitalizado. Oía a la madre de Hugo sonándose la nariz y llorar. - Señora Franklin ¿ Me oye ?. - Si, si, pero llámeme Claire. - De acuerdo Claire - Dijo haciendo una pausa breve Hemos decidido de ir a Johannesburgo mi marido y yo, y nos queremos traer a Hugo con nosotros a París. Mi marido está gestionando para que nos pongan las debidas vacunas, para poder entrar en África. Le han 301

confirmado, que es cuestión de quince días, incluso el visado. La semana que viene, nos darán la fecha de el día de salida. Cuando la tengamos, la llamo, y le digo el día que llegamos. - Me parece muy bien, señora Barreau, es una buena elección. Pues Hugo, los necesita pero en particular a usted. Siempre la está nombrando, y muchas veces me ha dicho, lo mucho que la quiere, y que la echa a faltar. - Claire, llámeme Jeanne. Es mejor que nos conozcamos por nuestros nombres de pila. - Si, estoy de acuerdo con usted Jeanne. Entonces, quedamos, en que usted me llamará ¿ No es así ?. - Cierto, nada más tengamos la fecha de salida, la llamo. Puse el teléfono en la horquilla, y respiré tranquila. Gracias a Dios que venían los padres de Hugo, me alegre mucho, sobretodo por Hugo, estaría contento de tener junto a él su madre. Fui a la cocina, y me hice un té. Lo bebí de pie mientras miraba la hora que era en el reloj que había colgado en la pared. Eran las doce, la hora de la comida. Antes de nada, tenía que subir al cuarto de baño y darme una ducha, mi cuerpo lo pedía a gritos. Al subir el último escalón del piso de arriba, oí ruido en mi dormitorio, no pensaba en Yosi en esos momentos. Al llegar al umbral de la puerta, descubría a Yosi que estaba acabando de hacer la cama. Y los golpes que oía eran de su hijo Moisés, que trataba, con el matamoscas en la mano, de eliminar dos que se habían colado, y saltaban en la pared.

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Me dirigí al cuarto de baño, y me encerré. Debajo del agua cayendo sobre mi cabeza, las ideas y pensamientos se iban sentando, y lo veía cada vez todo más claro. A las doce y media Yosi se retiraba a su pequeño albergue con su hijo, pues, ella también tenía que hacer la comida para ellos dos. A las tres de la tarde emprendía de nuevo su trabajo. Que consistía, en recoger la ropa que por la mañana había lavado la lavadora, y plancharla. Por la tarde tenía mucho tiempo libre, y la mayoría de tardes hablábamos. Pues, de esa manera fui aprendiendo el inglés. También ella tenía temas, que para mi, eran importantes, y aún más, porque me interesaba saber la cultura de los nativos. Yo la encontraba muy interesante, y aún más fascinante. Esa tarde después de comer, me fui a echar en una de las tumbonas que posaban casi siempre debajo del gran árbol, y me llevé un libro para leer, aunque lo que más quería era descansar, cerrar los ojos y dormir un rato, hasta que viniera Émile. No sabía lo que haría en esta ocasión, después de lo que habíamos estado hablando por la mañana antes de irse a trabajar. Lo vi, bastante abatido y confuso, creo que la enfermedad de Hugo dio de lleno y con rapidez, no se lo esperaba, e hizo en Émile una reacción negativa. Tenía los ojos cerrados y pensaba en la madre de Hugo, la pobre mujer, lo mal que lo estaba pasando, tan lejos de África. La voz de Yosi hizo que saliera de mis pensamientos, y cómo si de un sueño profundo se tratara, fui abriendo los ojos muy despacio. - ¿ Qué hay Yosi ? - Le pregunté, con la voz algo lejana.

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- Señora, en el porche, encima de la mesa he dejado una bandeja con el té. - Gracias Yosi - Dije levantándome de la tumbona. Todas las tardes Yosi esperaba de pie a un lado de la mesa a que nos sirviéramos el té. Cómo era mucho el que hacía, se llevaba la tetera con el contenido de té que quedaba, y se lo tomaba ella en la cocina. Esa tarde hizo como todas, y cuando se había tomado el té, vino al porche acompañada de su hijo Moisés, que llevaba en la mano una galleta y la iba comiendo. - Señora, me gustaría explicarle algo - Dijo Yosi decidida y sonriente. - ¿ Que és ? - La animé para que lo dijera. - ¿ Cree usted en los espíritus ?. La miré sorprendida, porque no me esperaba que me fuera hablar del más allá. Yo veía en ella una chica corriente, e incluso llegué a pensar de ella, de que no seguía ninguna clase de religión, por lo natural que era. De lo que me había bien fijado era en la educación que le estaba dando a su hijo. La llegué a admirar mucho en este sentido como madre. Era una madre coraje, una madre que estaba trabajando sola para que su hijo cuando fuera mayor estudiara una carrera, y fuera, como ella decía, alguien importante en la vida. - Yosi ¿ Me preguntas si creo en los espíritus ? - Le repetí la pregunta para estar segura. - Eso es, ¿ Cree en los espíritus, en el más allá ?. - Pues ... ahora me has dejado que no sabría qué decirte ¿ Porqué me haces esa pregunta ? - Dije acabando de beber el último sorbo que quedaba en la taza de té.

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- Es que yo noto que es usted una persona espiritual Dijo convencida, que de mi se podía sacar y mucho Estoy segura de que usted lleva las reglas de Dios ¿ Estoy equivocada ?. - ¡ Yosi ! - Dije riendo, riendo abiertamente - ¿ Eres vidente ?. - No señora, vidente como se entiende por vidente no. Pero me mezclo con las médium videntes, y sé diferenciar cuando veo a una persona si es espiritual o no, y usted lo es. - ¿ Y en qué lo has notado ? ¿ O lo has visto ?. - Pues, de la manera que usted es. Lo que hace, lo que dice. El comportamiento de una persona, está relacionada su espiritualidad. - Yosi ¿ Qué es lo que haces para que aprendas a distinguir tan delicado saber estar ? - Le pregunté interesándome por el tema. - Verá señora, en el poblado donde mi familia vive, y de donde yo soy también, hay dos hechiceros, un hombre y una mujer. Los dos son médium y videntes. Contactan con los pocos habitantes que tiene el poblado, tres días al mes. Que son los tres primeros días de Luna llena. Yo sólo asisto los sábados por la noche que es cuando caen en trance los médium que deciden recibir al espíritu que quiere entrar. Es una fiesta religiosa, donde cantamos canciones en nuestro patois, son canciones espirituales que nos son heredadas de nuestros antepasados. Cuando estamos todos con nuestra fuerza cantando, hay mujeres que caen en trance y dicen el nombre del espíritu que la ha poseído.

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Advertí en medio de la conversación, que el hijo de Yosi Moisés, estaba silbando una canción espiritual, al mismo tiempo que la bailaba. Era digno de verlo tan pequeño, y sabía silbar con el mejor tono el ritmo de las canciones. Y la gracia que tenía el ritmo que llevaba su cuerpecito moviéndose al compás de sus silbidos. Yo pensaba - Parece de caramelo. Con su trajecito azul cielo que Yosi le ponía por las tardes. Yosi me miraba satisfecha y emocionada al mismo tiempo por estar descubriendo esas dos habilidades que su hijo tenía. Miré sus ojos y los tenía brillantes, a punto de que le salieran las lágrimas. Para Yosi su hijo era su orgullo, su pasión y seguramente su razón de vivir. - Yosi ¿ Moisés también asiste a estos ritos religiosos ? Le pregunté extrañada por lo pequeño que era. - Sí señora, lo llevo a todos los sitios conmigo, quiero que no ignore nada de nuestra cultura. También a estos ritos religiosos asisten mis padres y mis hermanas. Mis padres también nos llevaban a mis hermanas y a mi, a estos actos. Sé muy bien lo que significa cuando una médium entra en su círculo sagrado. Sólo ella sabe lo que ocurre, porque es quien lo vive, pero las demás personas que estamos a su alrededor, sabemos que en esos instantes está rodeada de espíritus, que quieren cada uno transmitirle algo. Estaba embelesada oyendo toda la explicación que Yosi me estaba dando con detalles los ritos espirituales que en su poblado realizaban el primer viernes, sábado y domingo de Luna llena, jamás hubiera pensado que ella pudiese seguir esta religión.

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- Yosi ¿ Sois muchos los que asistís a esta ceremonia ? Le pregunté, porque me interesaba el tema. - Nos reunimos muchos. Pienso que la mayoría del poblado nuestro están allí, también asisten blancos que viven en Johannesburgo. - ¿ También van de Johannesburgo ? - Pregunté extrañada, pero con deseos de saber cómo eran esos rituales. Yosi captó mi deseo y me lo propuso. - ¿ Le gustaría a usted asistir a una de estas ceremonias?. - Sí. Sinceramente si, pero yo lo tengo algo complicado para ir, mi marido no creo que me quiera acompañar, aunque se lo pidiera no aceptaría, él no cree en el más allá, ni en los espíritus. Dice que todo eso son bobadas y pura teoría, y que no se está en su sano juicio si pensamos que los espíritus van de un lado a otro. Es bastante incrédulo a lo que religión se refiere. - Señora, creo que usted debe de asistir aunque sea una sola vez, estoy segura que le gustaría y se sentirá muy bien, porque entre todos los asistentes y participantes corre un fluido, una magia, y un bienestar, que nos sentimos todos atraídos por esa noche mágica y llena de esplendor. La única luz que nos alumbra es la de la Diosa Luna, esas tres noches se viste con piedras luminosas para darnos a todos luz. - Quiero ir, quisiera descubrir ese mundo fascinante que desde toda la vida he oído hablar, y que no sé lo que es ¿Cuando vuelven a hacer estos rituales ?. - El primer viernes de Luna llena y el sábado, son los días más importantes, y el domingo es para que los médium presagien el futuro a los visitantes que lo pidan, y lo hacen, a través de los espíritus. 307

- ¿ Te han predicho a ti alguna vez el futuro ? - Le pregunté medio en broma. - Una vez, y le aseguro que hasta ahora me ha salido todo. - Ya hablaremos más adelante cuando se esté acercando el día, pues, hace sólo una semana que fué Luna llena Repuse cambiando de tema - ¿ Sabes que el señor Barreau está hospitalizado ?. - No señora, no lo sabía - Respondió con tristeza - Me ha extrañado esta mañana cuando he entrado en su dormitorio y he visto que no estaba. También el salón lo he visto algo revuelto, y su dormitorio ¿ Es grave lo que tiene ?. - Quiero pensar que se repondrá, pero no las tengo todas conmigo - Dije con la esperanza perdida. - La señora que esta mañana estaba en el teléfono era francesa. La operaria dijo que era una conferencia de París - Dijo deteniéndose y observándome. - Sí, era la madre del señor Barreau. Está preparando viaje para venir con su marido, y estar un tiempo con su hijo. Está sufriendo mucho la pobre mujer desde que sabe que su hijo está enfermo. - ¿ Se quedarán a vivir aquí ? - Preguntó por saber más sobre lo que ocurría. - Pues si, se quedaran aquí en la casa. Sé porqué me lo preguntas ¿ Es por las habitaciones que hay ?. - Sí señora - Dijo tímidamente. - Ya nos arreglaríamos, eso no es grave. Lo que para mi tiene importancia, y me tiene preocupada es la salud del señor Barreau.

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- ¿ Tan mal cree usted que está ? -Dijo también preocupándose. - Me gustaría hablar con el médico que lo lleva, y que me dijera la verdad de la enfermedad que padece. Veo cómo cada día se va consumiendo. Tengo ganas de que lleguen sus padres, creo que le daremos una solución cuando ellos estén aquí. En esos instantes se oyó el timbre del teléfono. Me puse en pie, y me dirigí al salón, y lo cogí - ¿ Diga ?. - Claire, soy Émile. Te llamo para que sepas que ahora salgo del hospital de ver a Hugo, está mejor o, quizá siga igual. No me esperes para cenar, he quedado con Paul, e iremos a cenar varios amigos a su casa. Me extrañó mucho que Émile me llamara para darme explicaciones de donde iba a cenar, puesto que desde que estaba yo en Johannesburgo hacía lo que quería, venía a la hora que le daba la gana. Me cogió de improviso ese cambio. Fui dura con él. - ¿ Has hablado con Hugo ? ¿ Le has preguntado cómo está ?. - Claire ¿ Porqué me haces esas preguntas ? Te acabo de decir que Hugo sigue igual. Te encuentro rara ¿ Te pasa algo ?. - A mi no es a quién me pasa, te está pasando a ti. - ¿ Porqué me hablas de ese modo ? ¿ Te he hecho algo?. - Émile, son las cinco de la tarde. Saliste de tu trabajo a las cuatro, dices que sales ahora del hospital ¿ Cuanto tiempo has estado con Hugo ?.

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- ¡ Ah ! ahora te entiendo ¿ Quieres que hubiese estado toda la tarde con él haciéndole compañía ?. - Es lo que menos puedes hacer por él. Está enfermo y necesita cariño ¿ Quién mejor que tu se lo puede dar ? Ha sido tu compañero, tu amigo, lo has querido mucho ¿ Porqué ahora le das de lado ? ¿ Ya no lo quieres ?. - ¿ Porqué no vas tu al hospital y te estás todo el día a su lado ? - Dijo enfadado. Cuando se enfadaba era reacio a seguir la conversación que se llevaba, se ponía muy borde y no razonaba. El egoísmo que tenía no lo dejaba entrar en razón, y la soberbia aún menos. - Tendré que hacer eso que tu dices, porque de lo contrario pobre Hugo, sólo y abandonado en un Hospital de África. - ¡ Ahora me pesa de que vinieras ! ¿ sabes ? - Dijo gritando y con una rabia encima que no se la podía sacar. - Siempre has hecho las cosas a escondidas, para que no sepa nadie lo que haces. Muchas veces son las que te he dicho que no juegas limpio ¿ Lo sabías ?. - ¡ Maldita sea ! ¿ Qué tienes ahora en contra de mi ? ¿Te falta algo ?. - A todos nos falta de todo. Qué pregunta más tonta haces. - ¡ Ah ! ya sé lo que a ti te pasa - Dijo soltando una carcajada. - Dímelo si eres tan listo ¿ Realmente sabes lo que a mi me pasa ?.

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- Sí - Dijo con sarcasmo - Te gustaría que me fuera ahora mismo a casa para estar contigo, ahora que no está Hugo ¿ Estoy en lo cierto ?. Me enfadé mucho. - Eres más torpe que un cerrojo. No sabes distinguir entre el bien y el mal ¿ Porqué crees que tu me interesas? Émile, no quiero seguir siendo desagradable contigo, pero no veo ni creo que sea justo, que te vayas por la tarde con tus amigos, y dejes a Hugo sólo, que seguramente estará llorando de pena de ver que no tiene a nadie. - Tu hubieras servido para hacer teatro, el drama te gusta, y hacerme a mi daño también. Estoy dispuesto a que me hagas el daño que quieras, creo que me lo merezco. Y si ese daño viene de parte tuya me dolerá menos, quizá. - Deja de decir tonterías, y escúchame lo que te voy a decir. Esta mañana ha llamado por teléfono la madre de Hugo. Están preparando viaje para venir. - ¿ Para venir aquí ? ¿ Los padres de Hugo ? ¿ Eso cómo ha salido ? ¿ Quién lo ha convenido ?. - Ellos. El otro día Hugo habló con su madre y le pedía que viniera, que quería verla y estar con ella, que la necesitaba. Es posible que dentro de quince días estén aquí, esperan las vacunas y el visado. - Pobre Hugo lo va a tener mal con su padre, es un despiadado sin sentimientos, lo va a tratar peor que se trata a un perro, y estará deseando que se muera pronto. - ¿ Porqué hablas de esa manera tan cruel de un hombre que no conoces ?.

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- Lo conozco lo suficiente cómo para saber que lo que viene hacer aquí, es entorpecer la vida de su hijo. Hugo me ha contado cosas extrañas que le hacía ¿ A donde van a vivir ?. - ¡ Qué cosas tienes ! ¿ A donde quieras que vivan ? Aquí en casa ¿ O quieres que se vayan a un hotel ? Dije desconcertada por todo lo que decía. - Por lo que a mi me concierne, se pueden ir a un hotel o a donde quieran. De todas maneras, cuando vengan, me habré ido de ahí, no quiero estar viviendo en la misma casa con ellos - Dijo con un desdén que siempre me preocupó. Era la manera que Émile tenía de despreciar con indiferencia toda aquella persona que no le importaba o no le caía bien. - ¿ Porqué tienes que estar siempre desafiando a lo inevitable ? - Le dije despacio y con calma para no alterarlo más. - Para mi, no es un desafío ponerme delante de ese hombre, yo me conozco, y sé la mala leche que tengo, si en el menor descuido dice una pequeña frase que no me guste, una palabra que vaya en contra de los gays. Claire, prefiero no estar, ni siquiera cuando ellos lleguen. - ¿ Quién irá a recibirlos al aeropuerto ? El único que lo puede hacer eres tu ¿ Me oyes Émile ? - Lo llamé porque me había parecido que había colgado el teléfono. - Sí, te oigo - Dijo con la voz seca y vacía - Pueden coger un taxi, mucha gente lo hace ¿ Crees que voy a tener preferencia con ellos ?. - Émile, todo esto que me dices es muy frío. Piensa, que a lo que vienen es a ver a su hijo, porque está enfermo. 312

Incluso, me ha dicho la madre de Hugo, que es posible que se lo lleven a París. - Están en su derecho de hacerlo si Hugo lo permite, pero no creo que esté de acuerdo, no quiere ver a su padre ni en pintura - Dijo con sarcasmo - Bueno, y aquí tengo que cerrar. Esta noche cuando llegue será tarde, y seguramente tu estarás durmiendo. - Émile una cosa me queda por preguntarte - Dije con voz queda para no alterarlo, pues se había puesto nervioso cuando supo que los padres de Hugo venían ¿Donde te quedarías a vivir ?. - En casa de Paul, él estará encantado de que me quede ¿sabes que me pregunta a menudo por ti ? La noche que acompañaste a Hugo, dice que lo impresionaste con tu personalidad. No pensaba que fueras tan carismática. ¡Figúrate, que hasta creo que he cogido celos !. - Me alegro mucho de que piense o me vea de esa manera ¿ Y tu no exageras ?. - ¿ Que estabas haciendo ahora ? - Me preguntó sin responder a mi pregunta. - ¿ Quien yo ?. - Pues si, quien va a ser - Dijo más tranquilo. - Estaba tomando el té, y hablando con Yosi. - ¡ Ah ! es una buena chica. Entiendes ya bien el inglés ¿ No ?. - Para defenderme, pero todavía me queda mucho, tengo que hacer que me repita las palabras para saber qué quieren decir. - Cómo fuiste tan poco tiempo a las clases de inglés, y entre nosotros siempre hablamos francés, pues te cuesta más. 313

- Si pero ... me quité de encima una espina grande. Siempre he pensado que Susi, me tenía manía - Dije con tristeza. - ¿ Porqué ? ¿ De qué te conocía ella para que te tuviera manía ?. - De nada, pero en mi, encontró una presa para divertirse, para desahogarse de su carácter colérico e histérico que tenía. - Pero, solo se portaba de esa manera contigo, es que no lo entiendo. - Yo tampoco, por mucho que lo he pensado y estudiado. Bueno ya para mi, no tiene importancia, es agua pasada y una experiencia más que contar. - Claire, que cenes bien, y que pases una buena noche Dijo con voz casi acariciante. Le deseé lo mismo, y seguidamente colgué el teléfono, pensando en sus últimas palabras, que me dejó algo confusa. Salí al porche, Yosi estaba sentada en el primer escalón junto a su hijo Moisés. Los dos jugaban a un juego de manos que también en Europa se hace, y que consiste en poner las manos abiertas frente al otro, y así se intercambian palmadas. - ¡ Salomón ! - Llamé al chico que se cuidaba del jardín, del huerto y de los árboles frutales. No me di cuenta de la hora que era. - Señora, Salomón se fue a las cuatro, estaba usted en la tumbona y se había quedado dormida - Dijo Yosi poniéndose en pie y subiendo el escalón - ¿ Necesita algo ?.

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- Sí, pero da igual ya lo haré yo, se lo quería haber dicho antes a Salomón, pero se me olvidó. - Dígame que es, por si yo lo puedo hacer - Dijo Yosi ofreciéndose. Pues el trabajo que realizaba Salomón, no lo hacía Yosi. Un día me dijo, que ella no hacía nada de lo que fuera huerto o jardín. - Esta noche no voy a hacer nada para cenar, mi marido no viene, y hubiese querido que Salomón cogiera higos de la higuera y algunos plátanos, y también uvas de la parra. - Señora, si quiere, yo puedo coger la fruta. Le dije que fuera a coger higos y uvas.

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A las siete de la tarde hacía un aire frío, subí a mi habitación. Dentro del armario saqué una chaqueta 315

de lana y me la puse. Era el mes de Junio, y en estos meses de verano, en África es invierno, pero no es un invierno de hacer frío, pues durante el día hacía sol y la temperatura siempre estaba entre veinte a veintidós grados. Cuando hacía más frío era por las noches, que era necesario encender la calefacción eléctrica. Salí al porche abrigada con la chaqueta. Encima de la mesa Yosi había dejado antes de retirarse a su pequeño refugio como yo lo llamaba, un plato con fruta variada. No tenía mucho apetito y la fruta la iba comiendo lentamente. Estaba oyendo las informaciones de las siete de la tarde que daban todos los días en televisión, que estaba en el salón, y desde ahí la oía, pero no la veía. Hablaba el hombre del tiempo, y anunciaba fuertes tormentas, acompañadas de mucha lluvia. Hacía sólo un mes que vino una gran tormenta. El jardin se inundó, el agua llegaba casi por el último escalón del porche, y sólo faltaba un poco para que entrara en la casa. Pasé miedo, nunca había visto tanta agua alrededor mío. Estuvo la tierra cubierta de agua dos días hasta que se la tragó. Pero hasta casi una semana no pude pasear por el jardín, pues los zapatos se hundían en el barro, tenía ganas de que la tierra se secara. Me disponía a ponerme en pie y a recoger el plato que había comido con la fruta, para llevarlo a la cocina, cuando oí el motor de un coche que se paraba delante de la verja, y los focos con luz amarillenta blanquecina iluminaron el jardín. Con la luz de los focos no podía ver de qué coche se trataba, pero sólo pasaron unos segundos cuando escuché, reconociendo la voz de Madeleine Reich, que me saludaba en un tono amigable. 316

Tenía ganas de hablar con alguien, y con Madeleine me encontraba bien a su lado, era una mujer con una gran fuerza interior, y nadie, podía nada contra ella. Hacía dos meses que no sabía nada de Madeleine, y la alegría de oírla inundó mi pecho. Llegué hasta la verja y abrí la puerta. - ¡ Hola querida ! ¿ Cómo estás ? - Me dijo saludándome. Me acerqué a ella y nos dimos dos besos en cada mejilla, cómo es costumbre en Francia. - Estoy bien - Le respondí - Pero bastante pesimista, hay momentos que la tristeza me embarga y hace de mi, estragos ¿ Qué has venido a hacer y a estas horas ?. - Vengo de la nueva casa del rabino, pues se han cambiado esta semana, y le he ayudado a su esposa a colocar la ropa de sus hijos en los armarios, y cuando todo ha estado en su lugar, nos hemos ido a la cocina, tenía en la entrada tres cajas grandes de cartón llenas con la vajilla, cubiertos, manteles, y utensilios para la cocina. Vengo para decirte, que el Rabino quiere que vengas el viernes a la noche a cenar, pues es la inauguración de la nueva casa. El sábado que fuiste con nosotros, dice que se quedó prendado de ti. ¡ En el buen sentido ! - Y se rió- ¿ Qué aceptas ? No está bien despreciar su invitación, pues lo que dice es de corazón. - Si, me gustaría asistir, él y su esposa también me han caído simpáticos. Antes de conocerte a ti, tenía yo otra opinión de los judíos. Creía que erais gente rara, egoístas, que queríais acapararlo todo, que sólo os mezcláis con vuestra raza y que las demás personas no os importaba. Perdóname Madeleine de que sea tan

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sincera y de que te diga todo lo que pensaba de vuestra raza. Estaba totalmente equivocada. Madeleine me escuchaba con la sonrisa abierta. Yo desde un principio le había caído muy bien y encontraba de ley que le dijera la verdad de mi manera de pensar sobre ellos. Le propuse que entrara. - De acuerdo - Respondió - Pero sólo diez minutos ¿Has cenado ?. - Acabo de hacerlo, pero sólo he comido un poco de fruta - Dije andando al lado de ella, por la vereda del jardín. - ¿ Estás sola ? - Inquirió mirando el plato que había encima de la mesa del porche. - Sí. - Tu marido y su amigo ¿ No están ? - Preguntó mientras se sentaba en uno de los sillones. Yo me senté enfrente de ella. - Mi marido se ha quedado a cenar con sus amigos, y Hugo, está en el hospital. Madeleine me miraba sin parpadear, cómo no dándole crédito a lo que oía. - Querida - Me dijo removiéndose en el asiento - Sé que no me importa lo que ocurre en tu casa, pero sí me interesas tú como persona y cómo amiga que te considero ¿ Qué está pasando ? ¿ Me lo puedes contar ?. Me quedé unos instantes mirándola. - El tema, es bastante complicado, necesitaríamos varios días para que te narrara toda la historia - Dije echándome hacia atrás del asiento. - No eres feliz ¿ verdad ?. 318

- ¿ Quien lo es ? Además, tampoco encuentro que sea desdichada, vivo mi vida lo mejor que puedo. - Si, todo esto está muy bien - Dijo Madeleine meneando la cabeza - Tu ya sabes a lo que yo me estoy refiriendo, para ponerte un ejemplo. Mi marido siempre va conmigo, hoy no, porque era un trabajo de mujeres, pero sé que me está esperando en casa para que cenemos los dos juntos, y no cenará hasta que yo llegue ¿ Cómo se llama el amigo de tu marido ?. - Se llama Hugo, pero es un buen chico. Ahora está enfermo, y creo que de algo muy grave. - Querida, tratas de defender a tu marido, de ocultar sus fallos, los que comete contigo ¿ Porqué lo haces ? ¿Crees que el día que vinimos mi marido y yo, no nos dimos cuenta de que se trata de dos gays ? ¿ Qué haces tu dentro de esta historia ?. Afirmé con la cabeza, puesto que tenía razón. - También es la pregunta que me hago a veces, pero estoy enredada en el círculo. No es que no sepa cómo salir, es que no quiero salir, me gusta estar como estoy. Soy feliz a mi manera, quiero ver las cosas en positivo, no quiero quedarme llorando y sin saber que hacer, vivo el día según amanece. - Mirando así las cosas, tienes razón, también tu eres fuerte, quizá más fuerte que yo. Porque yo he sufrido mucho, tú ya lo sabes, y en mi, habitaba la esperanza de que todo aquél calvario que padecimos los judíos con Hitler, estaba convencida de que un día acabaría y lo podría contar. Pero lo que no iba a permitirle a mi marido, es que fuera infiel, y del modo que lo es Émile.

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Él tiene una gran suerte de tenerte ¿ Tenéis contactos sexuales Émile y tu ?. Me reí por lo bajo. Madeleine hizo lo mismo. - No, no hay nada entre él y yo. Las últimas relaciones que tuvimos fué en París. - ¡ Ah ! - Exclamó - ¿ Y dices, que está cenando con sus amigos ? ¿ Son también gays ?. - Sí, todos los amigos que tiene son gays. - ¿ Qué tiene Hugo para que esté en el hospital ?. - El médico dice que se trata de un virus. Por lo visto es un virus que todavía no han encontrado la eficacia de derrotarlo, pues, está escondido dentro de la sangre, y mata todas las células. Pobre Hugo, que mal lo está pasando, a parte, que es un virus contagioso. Émile también lo tiene. Madeleine movió la cabeza con tristeza. - ¿ Tiene familia Hugo ? - Preguntó preocupada. - Sí, toda la familia la tiene en París. Sus padres están preparando viaje para venir. Es necesario que vengan, y se hagan cargo de su hijo. Está muy, muy enfermo. - ¿ Tanto ? - Preguntó con pesadumbre. - Sí, la otra noche cuando llamé a la ambulancia para pedir ayuda, y para que lo vinieran a buscar, estaba como loco, creo que se había vuelto loco. Intentaba acabar con su vida. Llegó a un grado tan alto de locura, que empezó a destrozarse el cuerpo. - ¿ Cómo, de qué manera ? - Preguntó Madeleine con los ojos brillantes. - Cuando me viene la imagen a la mente sufro mucho. Pobre Hugo, es un buen chico ¿ Sabes ?. Se arañó el

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cuello, el pecho, el vientre y los brazos, la cara también se la arañó. Se retorcía como una soga dando gritos. - ¿ Eso cuando fué ? - Preguntó llena de espanto . - Hace dos días. Mañana quiero ir a verlo al hospital. - ¿ No lo va a ver nadie ?. - Émile, pero él sólo se queda con Hugo unos minutos, para él es más importante vivir su vida, la vida que le gusta, y no se ocupa de nadie más, siempre ha sido muy egoísta. No quiero seguir hablando más tiempo de Émile, porque lo mismo digo cosas que no debo decir. Que todo se quede como está. - Claire ¿ Lo quieres ? ¿ Quieres a Émile ?. - No sé ya nada, lo he confundido todo. He confundido el amor de marido por el de un hermano. O quizá, amigo. A lo que si puedo responderte es que como hombre ya no siento nada hacia él. No me atrae absolutamente nada. Hemos estado siete años casados, y tres de novios, son diez años de estar viéndonos cada día, el roce da cariño, y esto no lo puedo olvidar en un chasquido de dedos. Pero de lo que si estoy segura es de que ya no me atrae sexualmente, no siento nada hacia él, incluso te voy a decir. Estoy mejor cuando no está aquí, me siento más tranquila, más relajada y más contenta ¿ Crees que lo quiero ?. Madeleine negó con la cabeza, al tiempo que levantaba los hombros, con una expresión vacía. - No creo que eso sea amor. El amor es otra cosa. Estoy segura que tienes que encontrarlo. - ¿ Encontrarlo ? ¿ A que te refieres ?. - Me estoy refiriendo al amor por supuesto. Todavía eres joven, y que te lo mereces, te mereces ser feliz y olvidar 321

todo este mal trago. No te mereces esta clase de hombre, que no te quiere ni te respeta como mujer. Me reí con ironía. - Madeleine, para mi será difícil de que me vuelva a enamorar. Esta experiencia que estoy viviendo, está oscureciendo mis sentimientos, y lo que es más, mi corazón. No estoy dispuesta a volverlo a entregar a otro hombre, no quiero sufrir más. No creo en las palabras de los hombres. Madeleine me escuchaba negando con la cabeza. - Claire, el corazón es sabio, y los sentimientos también, no puedes ir en contra de tus sentimientos, porque ellos y el amor van unidos, y son fuertes, muy fuertes. No puedes decirles ¡ Quietos no podéis moveros ! No te van a obedecer, no obedecen a nadie ni a nada, son como trescientos caballos desbocados que giran sin poderse detener. Me gustaba mucho estar en la compañía de Madeleine. Ella tenía una gran fuerza, una energía incontrolable que la transmitía a la persona que tenía en frente. Sólo de oírla hablar, levantaba los ánimos, y daban ganas de luchar, y seguir adelante. No me extrañaba lo más mínimo de como era ella, después de haber estado varios años metida en un campo de concentración, y haber pasado por todas las imputaciones que le hicieron. Daba el perfil de una mujer feliz, de una mujer que no había conocido la desgracia, y de que la vida le había sonreído siempre. Ella sí que tuvo suerte de casarse con el marido que eligió. A Madeleine la vida sí que la había recompensado por ese lado. 322

-Madeleine, antes no conocía mis sentimientos, y me dejaba llevar por ellos, pero ahora esos efectos de sentir los mido bien, y los detendré si es que fuera necesario. A partir de ahora, voy a sentir más con la cabeza, y voy a ser más racional, voy a ordenar con cuidado mis sentimientos, si es necesario que los meta en un puño, lo haré, pero lo que no voy a permitir es que llegue alguien, y me los vuelva a destrozar. No soy tan ingenua como era de más joven. Madeleine soltó una carcajada, y seguidamente otra. También yo me reía, me reía de lo que a ella le había hecho gracia, a pesar que fui sincera y dije lo que pensaba. - Claire querida, eso no es del modo que tu lo pintas, no puedes hacerte la fuerte tratando de encerrar tus sentimientos en tu propio puño, puesto que esta acción te iba a hacer mucho daño, tanto, que no creo que fueras capaz de hacerlo. No te creo de esa manera, quizá pienses de que eres dura y fuerte para luchar contra los sentimientos, pero desde el tiempo que hace que te conozco, no te creo así, y no eres así. - Madeleine, estamos hablando de cosas que no van a suceder - Le dije convencida - Vivo aquí como quien dice sola y recluida, solo voy una vez a la semana al super que está a medio kilómetro, cruzando el campo, y a la peluquería, que como tu sabes se halla en el mismo lugar. No tengo ocasión de conocer a nadie, y tampoco tengo ganas, todo lo tengo a mi favor. - ¿ No te gustaría conocer a un hombre judío? A la sinagoga van varios que estan viudos, y otros divorciados. ¿ Que te parece ?. 323

- La raza judía ¿ No se casan entre ellos ? - Pregunté. - Eso era antes, ahora se hacen mezclas, incluso los hijos salen más guapos de padres mixtos. Con un marido judío nunca te faltaría para comer, son buenos esposos, y amantes. - Madeleine, sé que quieres que se me devuelva la felicidad, y te agradezco el interés que te estás tomando, pero sigo en la misma posición, y de aquí no me moverá nadie. Dos carcajadas más realizó Madeleine. Me encantaba lo alegre que era, y la risa tan fácil que tenía. A Madeleine la necesitaba como amiga, y como consejera. Vivíamos lejos, yo como no tenía coche, no la podía ir a visitar, cuando nos veíamos era ella quien venía a verme a casa, eran pocas veces, pero esas pocas lo pasábamos bien, contándonos cosas y riendo, parecía que nos hubiésemos conocido de toda la vida. Madeleine se puse de pie mirando la hora en su reloj ¡ Oh ! - Exclamó - Son las ocho y media de la noche, Patrick se estará preguntando donde estoy. Claire tengo que irme ¿ Te animas para venir a cenar el viernes a casa del Rabino ?. - Desconozco cómo vosotros hacéis, no sé como son vuestras costumbres y detalles. - ¿ A qué te estas refiriendo ? - Preguntó Madeleine. - A que si hay que llevar un regalo de unas flores. Sabes que en Francia, se hace cuando alguien nos invita, se regala flores, vino o champagne. - Nada de todo esto tienes que llevar. En la mesa del Rabino no falta de nada, así es que, no te preocupes por eso. Claire, tengo que irme, ahora si es que es verdad 324

que me voy. Un beso querida, y el viernes pasamos a recogerte a las cinco de la tarde. ¿ De acuerdo ?. - De acuerdo Madeleine. Gracias por tu visita. Acompañé a Madeleine hasta la verja. Arrancó el coche con suavidad, y cuando estaba preparado para correr en la carretera, sacó la mano por la ventanilla y la agitó. Yo también le correspondí de la misma manera diciéndole adiós. Subí directamente al dormitorio, era un lugar acogedor y reservado, donde por las noches antes de dormirme me gustaba leer, según me encontraba de ánimos. Esa noche elegí para leer, Buenos días tristeza, autora Françoise Sagan. Este libro lo había leído varias veces, nunca encontraba la razón del porqué la protagonista estaba siempre triste y esperando por detrás de la ventana a ese amor que tardaba tanto en llegar. En aquellos momentos yo me veía reflejada en aquella carismática mujer, de aspecto frágil pero que en realidad tenía una gran fortaleza. Yo no creo que estuviera pasando por una depresión, pero sí que era cierto que estaba muy triste, y apenas sí me daba cuenta de lo que sucedía a mi alrededor, me parecía a la protagonista de Buenos días tristeza. Me sacó de la lectura los lloros de Diana, tenía siempre por costumbre de dormir en mi habitación, en el suelo encima de una alfombra a los pies de mi cama. Me puse en pie y miré el sitio vacío, bajé las escaleras, y lo que me supuse así era. Abrí la puerta que daba al porche, y el pobre animal esperaba fuera delante de la verja. Trataba de introducir la cabeza por entre los barrotes de 325

hierro para poder entrar. Se había quedado fuera el tiempo que estuve despidiéndome de Madeleine. Bajé rápidamente las escaleras, y me dirigí a la verja, y abrí la puerta. Diana entró rápidamente y sin pararse en el jardín ni en ningún sitio, subió directamente a mi dormitorio y se acostó encima de la alfombra. Cuando regresé al dormitorio dormía estirada. Un día sí y otro no, le había puesto en las orejas a la perra, spray de matar las moscas y los mosquitos, y las orejas se le curaron, las pupas que tenía le desaparecieron, y tenía por dentro las orejas limpias y brillantes. La lavaba una vez a la semana y su pelo negro brillaba como el azabache. Esa noche no tenía sueño y me leí más de la mitad del libro, y no lo leí casi todo porque oí el motor del coche de Émile que se paraba en la puerta. Miré la hora en el despertador de la mesilla de noche, era la una y media de la madrugada. Sentí como habría la puerta de la verja y después cerrarla, y dos minutos después cómo entraba en la casa, y cerraba la puerta con llave. Oí sus pisadas subiendo las escaleras al piso de arriba. La puerta de mi habitación estaba abierta por una rendija. Cuando subió el último escalón se paró unos instantes, y seguidamente siguió andando hasta la puerta de mi dormitorio. Yo seguía con el libro abierto, aparentando que leía, pero no. Empujó ligeramente con la mano abierta la puerta y la dejó a medio abrir. Asomó la mitad de su cuerpo y me miró, yo también lo miré, cerré el libro y lo puse encima de la mesa de noche. - ¿ Estabas leyendo o esperándome ? - Me dijo con algo de ironía. 326

- Quizá las dos cosas ¿ Que te parece ? - Le respondí con sarcasmo. - ¿ Tienes miedo de quedarte sóla en esta casa tan grande - Dijo más serio. - No, demasiado sabes que no soy miedosa - Dije sentándome en la cama - En realidad, no tenía sueño y estaba leyendo un libro que he leído varias veces ¿ Émile porqué has estado tan poco rato con Hugo en el hospital ? Ahora él te necesita más que nunca. Meneó la cabeza con disconformidad. - ¿ También tu me atacas ? ¿ Porqué no me dejáis todos tranquilo ? Sé muy bien lo que tengo que hacer. - ¿ Quien te ataca o te reprocha aparte de mi ?. - Mis amigos, esta tarde querían que fuéramos a visitar a Hugo al hospital. Estuve con él un rato y eso me bastó y fué suficiente para ver todas las desgracias que allí hay. Por favor, déjame tranquilo, iré las tardes que pueda, y estaré con él, media hora o como máximo una hora. - Émile, no te voy a dejar tranquilo, y te preguntaré cada noche cuando vuelvas, si has ido a ver a Hugo al hospital. Y no basta que estés con él una hora, dedícale más tiempo a él, que a tus amigos, ellos no están enfermos. - ¿ Y tu ? ¿ Porqué no lo vas a ver tu ?. - Mañana voy, cogeré el autobús que pasa por la carretera, y llega hasta el hospital de blancos. Iré por la mañana y tu irás por la tarde, de esa manera tendrá dos visitas. - ¿ Porqué dices que yo iré por la tarde ? ¿ Y si no quiero ir ? - Respondió manteniéndome la mirada -

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Demasiado sabes que nunca me ha gustado que me den órdenes. - Ya sé que eres muy macho para lo que tu quieres. Vas muy equivocado por la vida, las cosas no son como crees que son. No me dejó terminar. - ¡ Otra cosa te voy a decir ! - Replicó con mal humor La causante de que los padres de Hugo vengan, eres tu. Has estado un montón de tiempo comiéndole el coco. Me contó Hugo como fué para que les escribiera. Estabas todos lo días encima de él, diciéndole que les tenía que escribir y les dijera que estaba enfermo. Él, no quiere ver a su padre, te lo ha dicho mil veces, sólo verlo, lo pondrá más enfermo, y él no está para que cada día le esté haciendo reproches de lo que ha hecho con su vida. Estaba muy enfadado, y no atendía razones. - ¡ Escúchame Émile ! ¿ Me quieres escuchar ?. - Sí di lo que quieras - Dijo de mala gana, mientras que abría totalmente la puerta, y me miraba fijamente. - El padre de Hugo no va hacer tal cosa, está muy afectado por la enfermedad de su hijo. Para Hugo, es necesario que ellos estén a su lado, ahora no lo ve así, pero después se dará cuenta de que es positivo. - Ya te he contado esta tarde por teléfono que cuando ellos vengan, yo me habré ido a casa de Paul. He hablado esta tarde con él, y le he planteado la situación. Además, Paul tiene ganas de que me vaya a vivir con él, ahora será el momento de hacerlo. Con Paul estaré bien, de esa manera te dejo la casa para ti y para los padres de Hugo. Y también para Hugo cuando salga del hospital. 328

No te preocupes por los gastos, pues todo seguirá igual que ahora, hasta ver que pasa con Hugo. Me quedé pensando en las últimas palabras que Émile dijo. - ¿ A que te estás refiriendo ? - Pregunté con el ceño fruncido. - Pues ... que a Hugo no le queda mucho tiempo de vida. - ¿ Cómo lo sabes ? - Dije con tristeza. - La semana pasada me llamó por teléfono el doctor que nos lleva, quería hablar conmigo pero en la consulta. Me puso al corriente de la gravedad de la enfermedad que Hugo tiene. Y me dijo, que era posible que no durara mucho, porque la enfermedad había cogido mucha fuerza. - ¿ Entonces la otra noche cuando Hugo quiso acabar con su vida, todo esto tu lo sabías ?. - Sí, lo sabía. - ¿ Lo sabe Hugo ?. - No, por supuesto, cómo le voy a decir una cosa semejante. Ya sabes que yo también tengo la misma enfermedad, pero me dijo el médico, que Hugo la había contraído antes que yo, y que era posible que fuera él quien me la contagiara. Tantos años como hace que tengo sexo con los hombres que me han gustado, y ahora tengo una enfermedad que puede acabar con mi vida cuando menos lo espere. Una lágrima resbaló por la mejilla de Émile. - Émile, eso no te debe poner triste, puesto que la muerte nos puede sorprender a cualquiera en el momento menos esperado. Hay personas que mueren jóvenes y no

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precisamente de una enfermedad ¿ Es por eso que ahora quieres vivir a tope ?. Émile sonrió. - Siempre he vivido la vida de esa manera, lo que pasa, es que tu nunca te enteraste, fui muy discreto para no perderte, y para no hacerte daño. No soportaba la idea de no tenerte a mi lado. Te parecerá extraño que diga eso ¿ No ? Pues es cierto nunca te he engañado con respecto a mis sentimientos hacia ti. Te he querido mucho, y te sigo queriendo, pero ahora eres tu quien no me quieres a mi. Ya ves que respeto tu posición, sé que tienes razón en que no sientas lo que sentías por mi. No te lo reprocho, puesto que no me he portado bien contigo. Estaba convencida y segura de que Émile decía la verdad, no estaba en una situación cómo para mentirme. Sabía que me había perdido para siempre, lo tenía más que asumido, y no me escondía nada. Iba descubriendo modos de vida que llevaba, porque me lo decía, lo hacía porque estaba seguro que no me hacía el menor daño, era como si se lo estuviera contando a una amiga. - ¿ Y por Hugo sientes algo por él ? ¿ Lo sigues queriendo ? - Le pregunté con respeto - ¿ Has querido mucho a Hugo ?. - Sí, lo he querido, pero no tanto como tu puedes imaginar. Al llegar aquí a Johannesburgo no conocía a nadie. Trabajábamos los dos en la misma fundación, pero en diferente plantilla. Nuestros destinos se cruzaron el día que nos vimos por la primera vez. Sentimos atracción el uno por el otro, y desde ese día no nos hemos separado. Esta casa la alquilamos y compramos 330

los muebles con el dinero de los dos. Ahora por Hugo siento lo que se puede sentir por un amigo, pero nada más. Siempre le he reprochado, que fué él quien hizo que yo me alejara de ti. Los celos lo devoraban, te escribía poco porque no te podía contar nada. Antes de que cerrara la carta, Hugo la tenía que leer, no se quedaba tranquilo hasta que no la leía. La segunda carta que te escribí, decía que te amaba, pues, la carta la rompió, y tuve que escribirte otra donde apenas te decía nada. - ¿ Me quieres hacer entender que la culpa de nuestra ruptura la tiene Hugo ?. - En parte si, y en parte no. Él me pidió varias veces que te dejara, que te escribiera de más tarde en tarde, de esa manera tu te irías enfriando conmigo, y acabarías por dejarme. En esta parte si que es Hugo culpable, pero yo fui un cobarde, un sinvergüenza en apoyarlo y seguirle el juego. No fui lo suficiente hombre para decidir yo y hacer lo que me hubiese gustado, seguir escribiéndote como lo hice en la primera carta. También fui un egoísta, no cumplí lo que te había prometido, ir mandándote dinero para que compráramos la casa que te había prometido. Fui peor que un bandido, porque ese dinero que tenías que recibir cada mes, me lo gastaba con Hugo. Salíamos a fiestas, y en esa clase de fiestas hay que gastar mucho dinero. Amueblar la casa también nos costó caro, porque Hugo sólo quería muebles con estilo. También fue él quien eligió esta casa que está rodeada de árboles frutales, y de abundantes flores, con un jardín espléndido. Es por eso que te digo, que la culpa también es mía, más mía que suya. Porque no tuve 331

el suficiente valor a ponerme en mi sitio. Pero ahora ya es tarde para lamentarse. Ya sabes todo lo mío. Se lo agradecí en el alma. - Prefiero que haya sido así - Le dije moviendo la cabeza en acto de agradecimiento - Era necesario que yo viniera a Johannesburgo, porque aquí estaba la razón de nuestra separación. Sabía que me encontraría con una sorpresa, y que se trataría de una mujer, pero lo que menos sospeché, es que fuera un hombre. Jamás hubiera imaginado que con quien te acostabas era con un hombre. Eres un buen actor, sabes muy bien disimular, lo haces a la perfección. Que más quieres que te diga para no opinar de mi ¿ Que soy una idiota ?. - No eres una idiota ni remotamente, eras una mujer enamorada, y pensabas como una mujer que ama al hombre de quien se ha enamorado. De mi te enamoró la manera de seducción que utilicé para convencerte de que yo era el mejor de los hombres, y que solo era yo quien te convenía como marido. Y a mi me enamoró de ti, tu sencillez, tu franqueza, tu feminidad, y tu carisma. Yo si estaba seguro de que serías una buena esposa. Hemos estado diez años amándonos, y ahora no sabemos los años que estaremos juntos como amigos. La vida tiene unos derechos y unos reveses inexplicables. Miró la hora en el reloj de la mesita de noche, yo también. - Las tres menos cuarto - Dije alertándolo - Cada vez que hablamos solos sacamos más razones para que estemos más de acuerdo en la resolución que hemos tomado.

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-Sí, tienes razón, ahora miro todo lo nuestro como está, y me quedo conforme. Buenas noches Claire, que duermas bien. - Tu también - Le respondí. Émile salió de mi dormitorio dejando la puerta entornada como estaba. Oí que entró en el cuarto de baño, y al poco tiempo después, en su habitación. Apagué la luz de la lámpara de la mesita de noche, y me acosté, cerré los ojos tratando de dormir. Por la mañana me despertó Diana con sus ladridos. Miré la puerta de la habitación y vi que estaba más abierta, Diana había salido, y estaba en la puerta de la verja ladrándole a la gente que pasaba, ese era su debut cada mañana, callaba cuando yo la llamaba. Entonces venía y me hacia fiestas. Cuando bajaba las escaleras para dirigirme a la cocina, sentí un aroma a pan tostado, y el perfume inconfundible del té. No era tan tarde como me imaginaba, las nueve de la mañana. Había dormido profundamente, y ni siquiera oí cuando Émile se levantó, pues todas las mañanas lo oía cuando entraba en el cuarto de baño, estiraba de la cadena y se duchaba. El olor a pan tostado me abrió el apetito, sobre todo, lo que más deseaba era saborear una taza de té. - Buenos días Yosi. - Buenos días señora. Yosi estaba de pie junto a la fregadera cortando judías verdes, las preparaba para la comida del mediodía. La mesa estaba equipada para mi desayuno. Yosi había retirado los platos y taza que Émile había 333

utilizado para su desayuno. Después de haberme puesto té, y haber bebido la mitad de la taza, me dirigí a Yosi. - Hoy vendré pasado la una de la tarde, en el congelador hay carne, sácala, y guísala. Voy al hospital a ver al señor Barreau. - Si señora ¿ Cómo quiere que le haga la carne ?. - La haces en salsa, de esa tan buena que tu haces. De esa manera quedará para esta noche, aunque no sé si mi marido vendrá a cenar, pero por si acaso. Yosi sonrió. El autobús casi siempre venía lleno de gente. Otra cosa que me chocó mucho de los nativos era que si no había un asiento libre, siempre se levantaban de su asiento un hombre o una mujer y me ofrecían su sitio. No lo hacían como una obligación por yo ser blanca y ellos negros. Sus pensamientos eran distintos. Lo hacían para sentirse ellos bien, no esperaban que se le agradeciera, eran mucho mejor que todo eso. Muchas veces me negaba a sentarme, porque quien se había levantado para ofrecerme su sitio era una madre que llevaba a su hijo cogido a la espalda. Con la cara sonriente me decía que me sentara, pero yo no estaba a gusto. Siempre llevaba dentro de mi bolso un paquetito de galletas, tenía costumbre de hacerlo porque había días que a las once de la mañana, me dolía el estómago, no sabía si era hambre u otra cosa. Delante del asiento donde yo iba sentada, iba también una nativa que llevaba a su hijito, quizá de un año y medio, cogido por detrás de la espalda. El niño no hacía más que llorar. La madre no le prestaba atención e iba hablando con otra 334

nativa que estaba sentada a su lado. El niño me miraba con los ojos llenos de lágrimas. Abrí el bolso y saqué una galleta y se la puse delante para que la cogiera. El niño me observaba con los ojos muy abiertos, con las lágrimas que le resbalaban por las mejillas, y los mocos que le iban llegando al labio superior. Cogió la galleta que le ofrecí, y mientras que la iba comiendo paró de llorar, pero una vez que la había acabado seguía llorando. Yo le volvía a dar otra galleta, y hacía la misma operación. La gente que ocupaba el autobús, reían de ver el cambio que el niño tenía de estar comiendo y sin comer. La madre no se daba cuenta por la conversación que llevaba con su vecina, pero cuando oyó que la gente reía y que miraban hacia nosotras, se percató rápidamente, y extrajo un pañuelo del bolsillo de su vestido y le limpió la nariz a su hijo. Era la primera vez que iba al hospital para blancos y hablé con el conductor para que me avisara cuando llegáramos. Me dijo que el trayecto terminaba enfrente del hospital. No fué tan difícil como yo pensaba. Sentía deseos de ver a Hugo, de hablar con él, de contarle cosas agradables para hacerle sonreír, pues, para la risa era poco expresivo, y cuando sonreía, lo hacía con timidez. Me dirigí al mostrador de recepción, y a una de las dos jóvenes que habían, le pregunté en qué planta estaba el señor Barreau Hugo. Miró el nombre en una lista de enfermos que tenía delante, y me respondió - Segunda planta, puerta 201. Le di las gracias, y me fui directamente para subir las escaleras, opté por las escaleras y no por el ascensor. Siempre que he tenido 335

que ir a un hospital, si no eran más de tres pisos prefería subir por las escaleras, pues, los ascensores van siempre llenos de visitantes, y me falta aire. Había una sala grande, y tres carros con utensilios para curar, y una olor fuerte a alcohol y a yodo, creo. La 201 era la primera puerta que había a la derecha. Sentía miedo o quizá escalofrío por lo que me pudiese encontrar. La puerta estaba medio abierta, solo tuve que apoyar un poco la mano para que se abriera del todo. La cama que hacía la número seis, era donde estaba acostado Hugo. Los seis enfermos que habían volvieron la cabeza para ver quien entraba. Desde el umbral de la puerta capté la figura de Hugo acostado, y esforzándose para sonreír. Se incorporó en la cama quedándose con la espalda medio apoyada en el respaldo. Me fijé en el atuendo que tenía al igual que los otros cinco enfermos, una camisa blanca de tela fina, ancha, larga y abierta atrás. El rostro de Hugo manifestaba alegría cuando me vio entrar por la puerta. Me quedé más tranquila al comprobar que en la habitación no había nada de lo que me pudiese alarmar, los enfermos que habían estaban acostados. Me acerqué a Hugo con una gran sonrisa. - ¿ Cómo estás ? - Le pregunté, al mismo tiempo que le daba un beso en las mejillas. - Pues, ya lo ves, harto de estar aquí - Dijo sin ponerse triste, y manteniendo la sonrisa de agradecimiento por verme. Me senté en una butaca que había a un lado de la cama. 336

- Llamó tu madre hace dos días, le dije que estabas en el hospital. No se lo esperaba y la pobre mujer lo pasó mal. - ¿ Que te dijo ? - Me preguntó Hugo con los ojos bañados por las lágrimas. - Están preparando viaje para venir, creo que es cuestión de dos semanas, el tiempo para tener las vacunas y el visado. - Claire ¿ Es cierto que va a venir mi madre ? - Preguntó con lágrimas en las mejillas. - ¡ Si Hugo, y tu padre también ! ¿ Que te parece ?. - Bien, formidable, pero a quien yo deseo ver es a mi madre. Mi padre no sé como se va a portar conmigo. Empezará a decirme apuntándome con el dedo - Ya te lo decía, por no coger un buen camino mira ahora cómo estás. Se le escapó un sollozo. - Hugo, tienes que olvidar el pasado, eran otros tiempos, creo por lo que me has contado, que él no había madurado como padre ¿ Crees que se va a desplazar desde París, tan lejos como estamos para echarte una bronca, y hacerte reproches ? Yo no lo pienso así. Y si eso ocurriera estando yo delante te aseguro que se iba arrepentir para toda la vida, pero estoy segura que no será necesario. - ¿ Sabe Émile que vienen ? - Preguntó, quitándose las lágrimas con las yemas de los dedos. - Sí, lo sabe. - No me ha comentado nada ¿ Que ha dicho ?. - Ya lo conoces, dice, que antes que ellos lleguen él se habrá ido, no quiere cruzarse con tu padre, le tiene manía de muerte. 337

- ¿ Y a donde va a ir ? ¿ Te lo ha dicho ?. - A casa de Paul. - Hace tiempo que están los dos enredados, mucho antes de que yo supiera que estoy enfermo ¿ Sabes lo que propusieron los dos una noche que estábamos los tres cenando en el porche de nuestra casa ?. - ¡ Qué ! - Pregunté imaginando lo que iba a decir, por una señales que yo había visto en la casa. - Como esa noche se querían quedar solos, y no podían, me propusieron de hacer un menage à trois. Accedí sin ganas, lo hice para yo participar también en esa noche loca que los dos habían empezado a derrochar, con risas y tocamientos. Como yo me sentí incómodo y empecé a decirles una que otra grosería, se calmaron, y Émile, para disculparse me dijo, que lo tenían preparado para que participáramos los tres esa noche. Lo entendí. - Émile nunca va a cambiar, siempre será el mismo. Tiene un temperamento muy fogoso, en fin, él sabrá lo que hace. - Y lo peor, es que todavía lo sigo queriendo - Dijo cerrando los ojos. Cambié de tema. - ¿ Dan bien de comer aquí ?. Hugo me miró unos instantes tratando de percibir la pregunta. - Sí, y ponen mucha cantidad de comida, pero como tengo poco apetito, me dejo más de la mitad, las enfermeras me regañan diciéndome - Que necesito comer mucho. - ¿ Viene el doctor cada día ?. 338

- Sí, cada mañana pasa revista como yo digo. Le propongo cada día, que quiero irme a casa, que aquí, no estoy bien, y que me encuentro más enfermo de lo que estoy. Me sonríe, y me da una palmadita en el hombro, y me dice - Pronto irá a casa señor Barreau. Me despedí de Hugo con mucha pena de dejarlo en el hospital. Su delgadez era extremada, en su cara, lo que más le resaltaba eran los pómulos, y las cuencas de los ojos. En ese rostro medio cadáver que tenía, aún le resaltaba sus bonitos rasgos, y su sonrisa deliciosamente bonita, era parte de su personalidad, de la parte tímida que siempre había llevado consigo. Cuando regresé a casa era la una y media. Había estado haciéndole compañía a Hugo tres horas, y le prometí que iría a verlo al día siguiente, y si no podía lo haría al otro día. Yosi había dejado en una cazuela carne cortada a dados, con una salsa picante que estaba deliciosa. Un día le pedí la receta de esta carne guisada, y la hice en dos ocasiones y no era lo mismo, el punto que ella le daba era otro. A la tarde abrí el congelador, pues, quería sacar un rosbif para que se descongelara para hacerlo al horno al día siguiente. Por más que buscaba no lo encontraba y no tuve más remedio que preguntarle a Yosi por el rosbif. Ella se quedó mirando la cazuela, y me dijo como si yo lo supiera - Es la carne que he hecho, y que está en la cazuela cortada a dados.

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Madeleine y Patrick vinieron a recogerme el viernes a las cinco de la tarde para ir a casa del Rabino, cómo habíamos concertado. Yo estaba preparada, y esperaba sentada en un sillón del porche. Yosi estaba avisada de que esa noche cenaría fuera. Un día antes se lo había comentado a Émile, por si le daba la idea de venir a cenar a casa y no me encontraba. No le dio 340

ningún argumento, para él no tenía importancia de que el Rabino pensara en mi para invitarme a cenar. Cuando vi el coche de Madeleine pararse delante de la puerta, fui a su encuentro. Madeleine me esperaba, galante en sus modales como siempre, fuera del coche y mirando a través de la verja cómo me acercaba. Siempre tenía una palabra agradable para decirme. Había sufrido y había llorado tanto que no quería a su alrededor caras tristes, y hacía que los demás nos encontráramos a gusto. - Claire, estás muy guapa - Dijo ya saliendo por la puerta de la verja - Me gusta mucho ese vestido color crema que llevas. - Gracias Madeleine, tu siempre tan detallista, estoy segura que aunque me hubiese puesto un vestido poco elegante, me habrías aplaudido ¡ Tu si que eres guapa !. Ella se rió, negando con la cabeza. Patrick era más discreto o quizás más callado. Él veía con buenos ojos y aceptaba lo que Madeleine dijese. Estaba totalmente entregado en amor. Patrick estaba al lado de Madeleine para hacerla feliz, para que se sintiera totalmente una mujer realizada, y olvidara el pasado, aquél horrendo pasado que sufrió en el campo de concentración. Madeleine me contó en una ocasión, que cuando los viejos recuerdos golpeaban su mente, y empezaba a recordar a su madre y a su padre, que jamás ya los volvió a ver ni vivos ni muertos. Lloraba con mucha amargura, los llamaba a gritos. No podía olvidar el daño que le hicieron a ella y a sus hermanos. Las vaciaban para que no tuvieran descendencia. Madeleine me comentaba que a ella la operaron casi sin anestesia, 341

y esa operación tan larga como es, se despertó a la mitad, y ella gritaba pidiendo que la dejaran morir porque le era imposible resistir el dolor. La dejaron con el vientre medio cosido. Decía medio por las puntadas tan largas que le habían hecho. Estuvo ensangrando más de una semana, nadie tenía médicos para nada, el que sufría, se tenía que callar, y el que moría deseaba haberse muerto. Siempre vi en ella a una mujer con un valor incalculable, y con una valentía fuera de lo normal. Madeleine había nacido en París, y también sus hermanos. Sus padres habían emigrado de muy jóvenes con sus hermanos y sus padres, procedentes de Jerusalén, la tierra de sus padres. Había ido en dos ocasiones, pero ella se sentía francesa. La casa del rabino José era muy acogedora, no tenía muebles caros, todo estaba amueblado con mucha sencillez, y tanto el salón cómo el comedor estaba despejado, tenía lo necesario. La mesa del comedor era para doce comensales, y esa noche éramos doce los invitados. La esposa del Rabino junto a su hermana, sacaban de la cocina cada una, una fuente de variantes ensaladas y después más platos que iban dejando encima de la mesa. El Rabino José estaba interesado por saber cosas sobre mi. Yo estaba sentada junto a Madeleine o sea, en medio del Rabino y de Madeleine. Ella me sonreía para que cogiera confianza. De todas maneras, no estaba cortada, tampoco mis ideas o pensamientos estaban lejos. Eran en muy pocas ocasiones las que había salido desde que llegara a Johannesburgo, y no quería que esa noche acabara, porque el ambiente era

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bueno, se hablaba y se reía. El Rabino seguía contento y con una sonrisa el tema que los demás mantenían. - ¿ Y su esposo cómo está ? - Me preguntó de súbito el Rabino. - Bien, muy bien - Respondí, sin que me diera tiempo a pensar o decir otra cosa. Él me causaba respeto, pero no creo que me puse nerviosa. - ¿ Tenía cosas más importantes que hacer, que venir esta noche con usted ? - Dijo sin idea de ponerme en evidencia, noté que la pregunta que me hizo, le salió natural. Traté de ser yo también natural, y quería hablar con él, y contarle el porqué de las cosas, cómo si de un sacerdote se tratara en el confesionario. Tampoco quería echar abajo la imagen de Émile, pero ya estaba bien de ir escondiendo mis desánimos y soledades. - Émile mi marido, no ha venido porque no es éste su ámbito, él se aburre en estas cenas. - ¿ Entonces, se ha quedado esperándola en su casa ?. - No exactamente, él tiene otro círculo de amistades. - Perdone Claire que le pregunte ¿ Él tiene unas amistades y usted tiene otras ? ¿ Es eso lo que me ha querido decir ?. - Sí más o menos. El Rabino se quedó callado y mirándome fijamente. Esperaba a que yo le dijera más. Por supuesto que no le iba a contar la vida de Émile y de Hugo, por lo menos esa noche, las circunstancias no eran las apropiadas, aunque sentía deseos enormes de poder hablar de mi vida con una persona cómo él, estaba segura de que me daría la respuesta apropiada, pero aunque me aconsejara 343

que me fuera de la casa y dejara a Émile, no lo iba a hacer. Había decidido quedarme, y lo llevaría hasta el final, hasta ver qué pasaba. Los demás invitados seguían contando historias, y anécdotas que les habían sucedido, y todos reían con sumo placer. Madeleine se percató de la conversación que manteníamos el Rabino y yo, también la esposa de éste, que estaba sentada a su lado. Tanto Madeleine cómo la esposa del Rabino me sonrieron. Yo les correspondí, y seguí comiendo, un trozo de pollo en salsa que estaba deliciosamente bueno. Fué una velada maravillosa para mi, pues, no tenía oportunidad de asistir a muchas, y esa noche me reconfortó mucho. Cuando Madeleine y Patrick me dejaron delante de la verja, eran las once de la noche, las luces de la casa estaban apagadas, de todas maneras no me esperaba otra cosa. La única luz que estaba encendida era la del porche, que Yosi la habían dejado hasta que yo viniera y viera bien para entrar al jardín. Quién me estaba esperando sentada detrás de la verja era Diana. El animal cuando me vio, se puso contenta, daba saltos alrededor mío, y me hacía carantoñas para que la acariciara. Patrick y Madeleine esperaban de pie junto a la verja para despedirse de mi. Madeleine me preguntó con un perfil agradable cómo era costumbre en ella. - Claire ¿ Lo has pasado bien ?. - Sí, muy bien, ha sido una velada agradable. - ¿ Que te ha parecido así de cerca el Rabino José ?. - Un hombre amable, he estado tranquila y bien todo el tiempo. Pensaba que al ser Rabino sería más distante y 344

quizá algo frío, pero me ha demostrado todo lo contrario. - Y la cena ¿ Te ha gustado ?. - Muchísimo, yo que soy una gran gourmet, esta noche he disfrutado y he saboreado una comida excelente ¿ Pero no te parece de que había mucha ?. - La mesa de una familia judía siempre está llena, de varios platos. Nos gusta probarlo todo, y picar, de aquí y de allá. - Me he dado cuenta - Le dije afirmando con la cabeza. - Claire, cuando pueda pasaré a verte ¿ No ha llegado Émile ? - Preguntó echándole una ojeada a toda la casa. - Por lo visto no, pero de todas maneras si viene a dormir será más tarde. - Cómo si viene a dormir ¿ Ha habido noches que no ha venido ? - Preguntó extrañada. - Sí, pero no quiero darle más argumento - Dije levantando los hombros dándome igual. Madeleine no insistió sobre Émile. - Claire, ¿ Hugo sigue en el hospital ? - Preguntó Madeleine. - Si todavía sigue allí, y el tiempo que todavía le quede. - Bueno esperemos que pronto se recupere y que no sea tan grave como pensamos. - El médico que lo lleva, dice que es una enfermedad contagiosa, que se contagia a través de la sangre o del semen. - ¿ Está también contagiado Émile ? - Preguntó con cara de espanto. - Sí. - ¿ Y ?. 345

- No Madeleine, Émile y yo no tenemos relaciones, no las hemos tenido desde que se vino a Johannesburgo, y esto hace ya más de un año, la enfermedad la ha contagiado aquí. - ¡ Dios mío ! Claire ¿ Qué vas hacer ?. - Pues nada, dejo pasar los días para ver que ocurre. Patrick estaba oyendo la conversación, y manifestaba estar afectado. Movía la cabeza con desaliento. Patrick era de pocas palabras, pero si algo iba mal, se podía ver en su rostro, y a la inversa también. Se acercó más a mi para despedirse. - Que pases buena noche, Claire. - Gracias Patrick, tu también - Le respondí. - Claire, igual que te he dicho antes, cuando pueda pasaré a verte - volvió a recalcar Madeleine. - De acuerdo, hasta pronto - Le dije al mismo tiempo que nos despedíamos con un beso. Subieron en el coche, y al tiempo que Patrick arrancó, me dijeron adiós agitando la mano. También yo le correspondí, del mismo modo. En el interior de la casa, encima de la mesa del salón, encontré una nota de Émile. Esta noche no vendré a dormir. Me extrañó que Émile me dejara una nota escrita diciéndome que no vendría esa noche. Lo había hecho en varias ocasiones, y cuando se iba por la mañana no me decía nada, estaba acostumbrada desde hacía un tiempo, que no viniera en todo el día, y así se tiraba varios. Entendí la nota como venganza, por haber ido a 346

cenar a casa del Rabino. No lo hacía por la cosa de haber ido, lo hacía por salvaguardar su reputación, su imagen era muy importante. No soportaba que hablaran de él, tanto si era bueno cómo si era malo. Iba por la vida aparentando lo que no era. Su comportamiento era como el de un animal salvaje, que seguía sus instintos para favorecerse a si mismo. Desde que supo que tenía la enfermedad de Hugo, o sea, el sida, su comportamiento había cambiado a peor, y su agresividad aumentó en un cien por cien. No sabía dominar sus impulsos, aunque creo que nunca lo supo, pero ahora era todo más difícil de llevar. Los cambios de humor que tenía, eran cada vez más frecuentes e intolerantes, Hugo tuvo que soportarle muchísimos, entre ellos bastante coléricos. Incluso llegué a pensar si era consciente de todos esos actos que cometía. Pero es que no le perdonaba a Hugo que lo hubiera contagiado. La idea de estar enfermo cómo él, lo aterrorizaba, lo enloquecía, hasta el punto de no saber lo que hacía, ni qué decía, y se ponía a dar patadas y puñetazos a todo lo que se le ponía por delante. Entré en mi dormitorio dispuesta para irme a dormir, pero durante el día me había olvidado de bajar en la ventana la mosquitera, para impedir de que entraran los mosquitos. Y mi sospecha fué enorme cuando vi al dar la luz, que en la pared de la cabecera de mi cama, habían esperándome más de una docena de mosquitos bien gordos y alimentados de sangre. No tuve más remedio que echar mano al spray para moscas y mosquitos. Y después de bajar la mosquitera, descargué casi la mitad

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del spray sobre todos aquellos insectos, que el sólo hecho de verlos, me producían picores. Bajé al salón en espera que el producto que había echado hubiese hecho efecto, y también que se hubiese evaporado. Conecté la televisión, y miré un reportaje que hacían de la guerra que se estaba desarrollando en el Congo Belga. Estaban mostrando cómo los nativos habían cogido la ciudad de Kolwezi. Entraban en las casas armados de fusiles, y cogían de rehenes a los blancos, haciéndoles mil barbaridades, Mostraban las calles que daba horror mirarlas. Habían cadáveres de blancos y de negros tirados unos encima de otros, por encima de las aceras y por medio de la calle. Los blancos que se podían escapar de aquél terror, lo hacían corriendo y con sus hijos en los brazos, por donde iban pisando se topaban con cuerpos muertos por ametralladora. Estuvieron viviendo un calvario interminable, hasta que llegaron las unidades Belgas y francesas de paracaidistas. Decían que habían entrado de madrugada, cayendo en los tejados de las casas en los jardines y patios. Habían cogido a los nativos militares por sorpresa. Tuvieron varios días de lucha cuerpo a cuerpo hasta que por fin, liberaron a todos los blancos franceses y belgas que trabajaban desde hacía años en la República Democrática del Congo. Las familias francesas y belgas, salían liberadas de sus casas y protegidas por los soldados paracaidistas. Llevaban consigo lo necesario. Caminaban con los rostros demacrados por el miedo y el terror que habían

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vivido. Conducían los soldados a toda esa gente al aeropuerto, con destino a sus países. Lo pasaron muy mal los colonos. Mostraban el rostro de alguna de estas personas, y la mirada la llevaban perdida, no sabían exactamente lo que hacían en esos momentos, y parecía que caminaran sin rumbo. El trauma que habían vivido lo tendrían presente para toda su vida. Este reportaje fué muy interesante. Estaba yo sentada en el sillón y crispada de ver tanto dolor y crueldad que habían cometido con mujeres y niños. Los soldados nativos que tenían rehenes dentro de las casas violaron a mujeres delante de sus maridos, también a niñas de doce y catorce años, las violaban delante de sus padres. No recuerdo bien si duró tres semanas o un mes, y todo ese tiempo estaban las familias blancas retenidas en sus casas, sin luz, y sin agua. El agua la daban un rato por las mañanas, y en ese tiempo, la familia se tenía que duchar, porque olían muy fuerte, con la calor que hacía y con las puertas de las casas cerradas para que nadie se pudiese escapar, y quien lo hacía por un descuido del soldado que montaba la guardia, los remataban en la calle a punta de ametralladora. Para que tuvieran agua todo el día, llenaban la bañera, los cubos, y las cacerolas que tenían. Cuando terminó el reportaje, era la una de la madrugada. Desconecté la televisión, y me propuse a subir al dormitorio, pues tenía sueño, los ojos se me cerraban solos, el párpado superior no se levantaba. Me dispuse a subir las escaleras y Diana pasó por delante de mi, se quedó en la puerta del dormitorio olfateando el líquido que había echado para los mosquitos. Cuando 349

llegué a la puerta me detuve, e hice lo mismo que ella. El olor al flic apenas se notaba, y en las paredes no había quedado ni un sólo mosquito vivo. Dejé la puerta de la habitación abierta para que se ventilara, y cómo no me podía mantener más tiempo de pie, me fui directamente a la cama, y me acosté. Me quedé al instante dormida. A las siete de la mañana, me despertó los ladridos de la perra. Abrí los ojos, y de tanto sueño cómo tenía miraba a los dos lados de la habitación, y por extraño que parezca no sabía donde estaba, hasta que pasó, quizá dos minutos para asegurarme de que estaba acostada en la cama, y en el dormitorio. Me puse en pie, y descolgué de detrás de la puerta el salto de cama, me lo puse con rapidez, pues, los ladridos de Diana iban cada vez más en aumento. Bajé las escaleras también creo que rápidamente, y entonces comprendí porqué ladraba. Era Yosi que empezaba su jornada a las siete, y tanto la puerta de delante de la casa estaba cerrada, cómo la parte trasera, era por esa puerta por donde ella entraba al estar enfrente su vivienda. Esta puerta se cerraba por la parte interior con un cerrojo de gran tamaño, y cuando Émile bajaba a desayunar, abría la puerta, pero cómo esa noche no había ido a dormir, y yo me había quedado dormida, Yosi llamaba con la palma de la mano. Descorrí el cerrojo, y abrí la puerta. Delante estaba Yosi con cara de circunstancias. - Hola Yosi - Dije, tratando de despejar mis ojos con las yemas de los dedos.

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- Buenos días señora ¿ Se encuentra bien ? - Me preguntó como si le preocupara. - Si, muy bien, es que me he quedado dormida, y a no ser por la perra estaría aún traspuesta en mi sueño - Dije entrando más adentro y sentándome en una silla, escapándoseme un bostezo, y un instante después le siguió otro. - ¿ Le preparo el desayuno o, quiere subir al dormitorio y seguir durmiendo ? - Me preguntó mientras que cogía la tetera. - No creo que pudiese seguir durmiendo. Con este sol radiante y que está calentando fuerte, es mejor que desayune, y me iré despejando poco a poco. ¿ Sabes si ha venido ya Salomón ?. - Si señora, lo acabo de ver cortando hierba cerca de los naranjos. - Está bien, prepáreme un té fuerte para ver si me despejo, mientras voy a hablar con él. Me puse en pie y atravesé la casa, abrí la puerta delantera, y salí fuera. En lo primero que me fijé fué en el rosal espléndido que había a la izquierda del jardín, según se entraba. Hasta donde estaba, llegaba el aroma a rosas. Me había fijado dos días antes de que por el grueso tronco, había una hilera de hormigas, que salían de la tierra en fila y habían llegado hasta el centro de la flor. Cuando Salomón advirtió que me aproximaba, se quedó de pie con la herramienta de cortar la hierba en la mano derecha. - Buenos días Salomón. - Buenos días señora - Me respondió esperando que era lo que le iba a decir. 351

- ¿ Has visto las hormigas que hace días trepan por el rosal ?. - No señora, no me he fijado, todavía no he llegado allí. - Pues, ve mirando todas las plantas, y fíjate en las que tienen hormigas. Después, te daré dinero para que vayas a comprar un producto para matarlas, porque de lo contrario, son ellas quien van a acabar con todas las plantas ¿ Te has fijado en la higuera ? También está llena de hormigas. Ayer cogí un higo y lo abrí para comerlo, pues, estaba por dentro lleno de hormigas. -No señora, yo no me fijo en estas cosas, porque hormigas hay por todo el jardín. Tendría que llamar a una fumigadora, ellos saben cómo hacerlo. - Sí es verdad, tienes razón - Respondí. Volví a la casa y me quedé sentada en el porche, me encantaba ese lugar, desde allí podía mirar la naturaleza en su armonía y belleza. Yosi vino y me preguntó. - ¿ Le traigo el desayuno aquí ?. - Sí por favor. A los cinco minutos Yosi llegó con la bandeja del desayuno. Empecé por el té, que era lo que más necesitaba, mientras que Yosi permanecía cerca, mirándome cómo desayunaba, siempre lo hacía, era como una costumbre que tenía. Me preguntó. - ¿ Cómo está el señor Barreau ?. - Regular - Le respondí - Hace dos días que estuve en el hospital, y la moral la tenía realmente mal. En esos instantes sonó el teléfono. Me puse de pie, y me dirigí al salón, y descolgué. - ¿ Diga ?. 352

- Buenos días Claire, soy Jeanne, la madre de Hugo ¿Cómo sigue mi hijo ?. - Está igual, no ha tenido cambio alguno. Hace dos días lo fui a visitar al hospital, y lo que si tiene son muchas ganas de venirse a casa, y también de verla a usted. - ¿ Se puso contento cuando le dijo que íbamos ?. - Mucho Jeanne, mucho. - Claire, la llamo para decirle, que el próximo sábado día veinte, llegamos mi marido y yo a Johannesburgo. El avión tiene la llegada a las doce y treinta del mediodía ¿ Será fácil para llegar ahí a la casa ?. Me quedé parada pensando. Émile hubiese ido al aeropuerto, pero no lo iba a aceptar, incluso cuando dijera que venían, cogería todas sus cosas y se iría a casa de Paul, me lo confirmó un día, y lo que decía lo cumplía. - Claire ¿ Sigue en el teléfono ? - Repuso Jeanne. - Sí, estoy aquí ¿ Me preguntaba si era difícil de llegar aquí ?. - Eso es. - No, pero créame que lo siento que no la pueda ir a recibirlos, no tengo coche. Pero cojan un taxi, le dan la dirección escrita al taxista y los dejara en la puerta de la casa. Créame, lo siento mucho. - No importa Claire, no se preocupe, lo importante es ver a mi hijo y estar a su lado. La voz de Jeanne no había tenido ningún cambio al decirle que tendrían que coger un taxi. Estoy segura que se percató de la verdad, de que Émile no quería ir a recibirlos, y siguió hablando normalmente, sin darle más

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importancia al tema. Me pareció sin conocerla que era una mujer inteligente. - Jeanne, sólo me queda desearles un buen viaje. - Gracias Claire, ya nos veremos el día veinte. Salí del salón y me volví al porche. El té que había dejado a medio tomar, se había quedado frío. Yosi venía con su hijo Moisés cogido a la espalda, se acababa de despertar, y lloraba nada más habría los ojos. Quería que su madre lo cogiera en brazos, pero cómo Yosi necesitaba los brazos para hacer cosas en casa, lo más fácil para ella era ponérselo en la espalda cogido con un pañuelo grande y largo. Me daba fatiga de verla trabajar con su hijo de esa manera, hacía lo que fuera con tal de que no llorara. Pues, lo había visto por las mañanas algunas veces con un llanto que asustaba, parecía que le sucediera algo grave. Yosi me dijo sonriendo. - Por las mañanas, casi siempre está así, tiene muy mal despertar. Moisés me miraba por encima del hombro de su madre y sonreía. Yo comprendía esa sonrisa cómo - He logrado hacer lo que yo quería, y siempre lo consigo llorando. Sabía mucho, era un niño muy listo. Con sólo mirar a la persona que había cerca, sabía de que humor estaba, porqué razón lo miraba. Aunque la casa era grande, Yosi no tenía mucho trabajo, iba haciendo despacio, porque para una persona o dos cómo máximo que éramos, no dábamos mucho que hacer. Yo era quien hacía cada día la comida y la cena. Yosi tenía por costumbre de hacer el té por las 354

mañanas para el desayuno, y por las tardes, a las cinco, hora de la merienda. Quería ponerla al corriente de la próxima llegada de los padres de Hugo. Acababa de entrar en el salón para ponerlo en orden, con su hijo en la espalda. La llamé. - ¡ Yosi !. Vino al instante y se quedó delante de mi. - El próximo sábado día veinte, esperamos la llegada de los padres del señor Barreau. Se van a quedar aquí por un tiempo. El dormitorio de aquí abajo hay que prepararlo, por si se quedaran ahí a dormir, pero todavía no lo tengo muy claro. - ¿ Y el señor Barreau cuando salga del hospital donde dormirá ? - Me preguntó Yosi tratando de aclarar sus ideas para que todo quedara bien, y no se equivocara en nada. - Cuando salga del hospital, ya veremos. - ¿ Y el señor Franklin ?. - El señor Franklin no dormirá aquí, se irá para ir a vivir a otra casa. Yosi me miraba con los ojos más abiertos que nunca. Lo encontraba todo muy extraño. Noté en su mirada que quería hacerme preguntas sobre Émile, por el sólo hecho de saber, porqué se iba de la casa. Y seguramente, qué era lo que iba a pasar con ella si Émile se iba, puesto que era él y Hugo quién le pagaban cada mes. Le pagaba el salario yo, pero con el dinero de ellos, que me daban cada mes, para pagos, y gastos de la casa. Rápidamente tranquilicé a Yosi. Era tierna la imagen que tenía delante de mi. Ella con su hijito a la espalda, y con cara de circunstancias y confusa. 355

- Yosi, tu seguirás trabajando aquí, no va a cambiar nada para ti, el único cambio que va a haber será en nosotros, cuando vengan los padres del señor Barreau, y cuando salga él también del hospital. Lo único es que vas a tener un poco más de trabajo, pero nada más. - No me importa señora trabajar más si es necesario, lo que yo no quiero es perderlos a ustedes. Se están portando muy bien conmigo y con mi hijo. Otra familia blanca no lo hubiese aceptado. - Lo que estamos haciendo es lo normal Yosi. Es justo que tu hijo viva contigo. Te da uno que otro calentamiento de cabeza, cómo por ejemplo ahora que quiere estar subido en tu espalda, pero tu como eres madre aceptas todo de tu hijo, y no te molesta ¿ verdad?. Yosi me miraba riéndose y satisfecha. - Si señora tiene usted razón - Dijo algo enfadada con su hijo que lo miró por encima de su hombro - El día que se levanta como hoy, no sé que haría con él. Es pequeño, sólo tiene tres años y no entiende el trabajo mío aquí. Muchas veces le hablo y se lo explico. Le digo, que no llore y que me tiene que dejar trabajar, que no puedo estar toda la mañana con él en la espalda. No lo comprende, y se echa a llorar, porque para él, es que lo estoy regañando. - Realmente le estás echando una regañina, el niño lo sabe - Dije riendo. - Si es verdad ¿ Pero que puedo hacer ? - Dijo con resignación. - Pues, nada, seguir como lo estás haciendo - Le contesté.

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- Señora ¿ Qué cambio hay que hacer en el dormitorio grande de abajo ?. - Todavía no tienes que hacer ningún cambio, eso será cuando yo te lo diga ¿ De acuerdo ?. Yosi asintió con la cabeza, y siguió limpiando el salón. Yo la oía desde el porche decirle a su hijo - No te acostumbres a que cada día te lleve encima, eres grande y puedes estar en el suelo - Oía cómo le respondía su hijo - Quiero que me lleves acuestas, quiero estar contigo. Era una figura tierna y dulce la que hacía Yosi y su hijo detrás sentado a la espalda, pero sobretodo Yosi, el peso que llevaba encima, y al mismo tiempo trabajando, creo que lo cogía para que no llorara, pensando de que me podría molestar. Lejos de todo eso estaba mi pensamiento, porque el niño no molestaba ni daba jaleo. Moisés era bastante formal y callado para su edad, lo que ocurría es que sólo tenía tres años y estaba muy enmadrado. No tenía tampoco como otros niños, juguetes y chucherías. Las veces que yo le compraba paquetes de galletas y chocolate, Yosi me decía que eso no era comida para el niño, y que prefería que comiera la comida que ella hacía para ellos dos. Dejé de comprarle chocolate y galletas, porqué sabía que en el sitio que yo las ponía las cogía, y cuando Yosi lo descubría comiendo una de estas golosinas, le regañaba y lo castigaba. Una tarde oí a Moisés que lloraba con rabia, su llanto procedía por el lado trasero de la casa. Crucé el salón y fui para averiguar porqué lloraba. Yosi lo tenía castigado mirando a la pared. Ella estaba justo detrás de él, y le decía con voz seria 357

¡ Quédate así hasta que yo te diga que puedes darte la vuelta !. Yosi tenía en la mano un paquete de galletas empezado. Ese paquete se lo había quitado al niño cuando había comido como unas tres o cuatro galletas. Moisés era muy inteligente, muy listo, sabía que si yo estaba delante, su madre no le regañaría haciendo la vista gorda, porque no quería crear un problema. Así es que Moisés cuando vio que yo aparecí por la puerta, me miró con una cara de pena como si su madre le estuviera haciendo las mil y una. Seguía mirándome y llorando con más arranque, con más fuerza, para que yo me compadeciera de él, y su madre le retirara el castigo. Yosi me miraba sonriendo, y moviendo la cabeza. ¡ Lo que sabe ! Eso era lo que me quería decir. Moisés no aguantó mucho de cara a la pared, no había pasado ni dos minutos de mi presencia, que se fué girando despacio y con disimulo para no alterar el enfado de su madre. La miraba a ella y me miraba a mi, con los ojos llenos de lágrimas, y con unos suspiros que llegaban hasta el alma. 24

A las ocho de la tarde llegó Émile. El coche lo aparcó de manera para no cogerlo más esa noche. Me extrañó verlo tan pronto, pues desde mucho antes de que Hugo entrara en el hospital, apenas venía por la tarde, lo más pronto eran las doce o la una de la madrugada. 358

Estaba yo en el porche acabando de cenar, una tortilla y jamón en dulce, con una rebanada de pan de molde con tomate y aceite. Émile venía sonriente, me miraba contento mientras se aproximaba a mi. Hizo algo que no me esperaba, se acercó a mi rostro y me dio un beso en la mejilla. Lo miré sorprendida. Cuando Émile estaba cogiendo asiento enfrente de mi, me dijo como algo natural. - Eres mi mujer ¿ Lo recuerdas ?. Yo afirmé con la cabeza mientras masticaba. Émile se fijó en mi plato, en el trocito de tortilla que me quedaba, y en la media rebanada de pan. Alargó su mano derecha y cogió el trocito de pan que quedaba en el plato y la tortilla, y se la llevó a la boca. En esos instantes recordé cuando vivíamos en París, que le gustaba probar la comida que había en mi plato, era la misma que la que él comía, pero decía, que la mía sabía mejor. Parecía un niño chico comiendo en mi plato. - No has cenado ¿ Verdad ? - Le pregunté. - No, vengo ahora del hospital. - ¿ Cómo está Hugo ?. - Sigue igual incluso creo de que está más delgado. - ¿ Mas todavía ? - dije sorprendida. - Si, y creo que esto es el final ¡ Esta enfermedad traidora se está llevando a mucha gente ! Ya veo lo que a mi me espera, no lo quiero ni pensar, porque me volvería loco. - El médico te dijo que no todos los que padecéis esta enfermedad estais condenados a morir, tus defensas son muchas y muy fuertes ¿ Lo recuerdas ?.

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- Si, pero de ver a Hugo cómo se va apagando como una vela, la moral vence y se apodera de mi, y entonces me veo hundido. - Ha llamado esta mañana la madre de Hugo. Dice que la llegada a Johannesburgo es el sábado día veinte. - Correcto - Dijo Émile con desaire - Me da tiempo a llevarme todas mis cosas. - ¿ Porqué eres así ? De todas maneras te vas a encontrar con el padre de Hugo, estás obligado a encontrarte con él, sino es en el hospital, será aquí o, en otro sitio ¿ Porqué quieres evitar lo que es inevitable ?. - No me importa encontrarme en otro lugar con esta persona, pero aquí en mi casa no. A Hugo le ha hecho las perrerías más grandes y humillaciones, y es su hijo. Yo sabiendo lo que Hugo me ha contado, no puedo mirarlo a la cara, porque sería capaz de cortarle la cabeza, lo haría a gusto, y me quedaría tranquilo ¿ Sabes cómo está Hugo de pensar que viene su padre ? - Dice Viene a reprocharme cosas desde el día que nací hasta hoy. - Ha pasado tiempo, y no creo que este hombre venga para hacerle recordar a su hijo el mal que él cree que ha hecho. - Empezaré mañana a llevarme ropa, y mis cosas personales ¿ Has pensado en qué dormitorio se van a quedar ?. - Todavía no estoy muy segura, pero creo que en el de abajo. - ¿ En el de aquí abajo? ¿ Porqué ? El dormitorio de arriba donde yo duermo ahora, hay dos camas, pueden dormir uno en cada una, y Hugo cuando vuelva del 360

hospital, que siga en el que antes estaba, en el más grande, o sea en el de abajo. - Hugo va a necesitar mucho aseo, y el cuarto de baño ya sabes que está arriba. ¡ Es mejor que Hugo se quede en el dormitorio que tu ocupas ahora, lo digo por eso !. - ¡ Bueno, si tu lo ves de esa manera, pues está bien, pero creo que tendría que ser a la inversa, puesto que es nuestro dormitorio, y el que últimamente ocupaba. Émile no apartó su vista de mis ojos, estaba preocupado, tenía un codo puesto en el brazo del sillón, sosteniendo con el puño cerrado su mandíbula. - ¿ Te hago una tortilla de jamón ? - Le pregunté - Cómo no te esperaba no he sacado carne del congelador, lo iba a hacer después de que cenara, para mañana. - Si esta bien - Dijo tratando de sonreírme - También hazte tu otra, me he comido la mitad que te quedaba en el plato, de esa manera me acompañas, no querrás que cene sólo ¿ no ?. Sonreí mientras lo miraba detenidamente. Era encantador cuando él quería, cuando había algún argumento que quería celebrar, pero en esos instantes no había ninguno, puesto que teníamos penas por donde miráramos. - Cogeré algo de fruta para acompañarte ¿ tienes mucha hambre ? - Le pregunté, poniéndome en pie, y cogiendo de la mesa el plato vacío y la lata de cerveza. - Regular - Contestó - al mediodía he comido bien, en el bufet libre de la empresa, hay mucho para elegir y abundante. Mientras estaba haciendo la tortilla para Émile, oí como entraba en su dormitorio. Trasteaba abriendo las 361

puertas del armario, y poco después cómo las cerraba. Escuché sus pasos firmes bajando las escaleras, y seguían en dirección a la cocina. Se plantó delante de la puerta observando cómo la tortilla volaba de la sartén al plato. Giré la cabeza y lo miré, en su rostro había un encanto que desde hacía mucho tiempo no lo había visto. Recordé que lo utilizaba cuando quería conquistarme, cuando buscaba una caricia mía y también que lo besara. Observé, que en su mano derecha guardaba un paquete alargado envuelto en regalo, de papel fino transparente. Puse un tenedor dentro del plato donde había volcado la tortilla, también una rebanada de pan untado con mantequilla, era así cómo le gustaba con todas las comidas que comiera. En la otra mano sostenía una lata de cerveza fresca recién sacada de la nevera. Adelanté el paso y llegué hasta donde Émile seguía de pie, sino se apartaba, no podía salir de la cocina. Le hice una observación. - Déjame pasar, vamos fuera. Émile se puso a un lado. Fui directamente al porche, y deposité encima de la mesa el plato y la lata de cerveza. Seguidamente me senté en el sillón que había ocupado antes. Émile se sentó enfrente de mi. Me miraba con los ojos brillantes, cómo un enamorado mira a su enamorada, con fuertes deseos de tenerla entre sus brazos. Alargó su mano con el regalo, y lo mantuvo en el aire para que yo lo cogiera. - Claire, es para ti - Dijo con naturalidad.

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Lo miré al mismo tiempo que cogía el envoltorio, lo que menos me esperaba era que me hiciese un regalo. - ¿ Que es ? - Le pregunté. - Ábrelo y lo verás - Dijo sonriendo. Me puse un poco nerviosa al abrir el regalo. Émile no paraba de mirarme, observaba todos mis gestos. Abrí el regalo y me encontré con una caja de color rosa. Antes de abrirla miré a Émile, él esperaba la impresión que me llevaría al ver lo que había dentro, era una caja parecida a un estuche, y pesaba, el regalo que había dentro era de peso. Lo abrí. Venía bien colocado un collar de perlas de dos vueltas, con un broche que lo cerraba, de una perla más pequeña. Cogí el collar por el broche y lo alcé a la altura de mi pecho, y lo coloqué por encima. - ¿ Te gusta ? - Me preguntó Émile. - Mucho, pero ... ¿ Porqué lo has hecho ?. - ¿ Es el primer regalo que te hago ? - Dijo con ironía. - No, me has hecho muchos, pero ahora es distinto, no sé cómo tomar este gesto tuyo. - No lo tienes que tomar de ninguna manera, es un regalo que he querido hacerte. - ¡ Ah ! entiendo - Dije mirando de cerca el collar y la blancura que tenían las perlas ¿ Cuando lo has comprado?. - ¿ Que cuando lo he comprado ? ¿ Porqué lo quieres saber ? Te gusta ¿ no ?. - Si, me gusta, pero hace tiempo que lo tenías ¿ No es cierto ?.

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- Hace tiempo o, no hace tiempo ¡ Qué importa ¿ Lo quieres ?. - Depende como sea, ¡ no ! - Le dije mirándolo fijamente- He oído cuando has subido al dormitorio de arriba y has abierto el armario ¿ Era allí donde guardabas el collar ?. - ¡ Me estás tomando por un don nadie, como si yo fuera una mierda ! - Dijo enfadado - ¿ Crees que este collar lo compré para otra mujer ? ¿ Eso es lo que me estás insinuando?. - Puede que lo que dices sea verdad, porque no creo que este collar se lo fuera a poner Hugo. Es por eso que quiero que me digas cuando lo has comprado, y que no mientas. Los ojos de Émile se clavaron en los míos, parecían dos espadas brillantes y de dos filos, me las hubiera clavado de haber podido. Se puso en pie sin haber tocado la cena que le hice, y bajó las escaleras del porche, fué a paso lento hasta la verja, abrió la puerta, y antes de salir, se dio la vuelta, me miró de frente y me dijo con voz casi serena. - Era una sorpresa que te tenía reservada. Hace un mes que lo he comprado, pero no he encontrado el momento de dártelo. Veo que conmigo no quieres nada, ni aceptas nada de mi. Buenas noches Claire. Me puse en pie, en esos instantes sentí lástima por primera vez de Émile, pero es que no era de fiar, no me podía confiar en lo que me dijera, puesto que podría ser una cosa como otra. Desde que yo había llegado a

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Johannesburgo había visto muchas cosas en Émile que no estaban bien y muy desagradables. - Émile, ven y cena. - Es lo que se me ocurrió decirle. - No, me voy a casa de Paul ¡ Ah ! Paul vino conmigo el día que te compré el collar, lo elegimos entre los dos. Fué él quien me empujó para hacerte este regalo. Te tiene como a una gran mujer. Sabía que Émile era un desastre, pero tanto no. Bajé los escalones del porche, y fui al encuentro de él, sobretodo porque quería hablar más tranquilamente. Había cambiado de la noche a la mañana, desde que llegó a Johannesburgo a trabajar. En las declaraciones que me había hecho un día, supe que siempre fue gay, pero no contaba con un amigo suyo, para hacerme un regalo, pues, que yo supiera jamás lo había hecho. Cuando llegué a él, le dije. - Vamos al porche para hablar tranquilamente, sentémonos. - Claire, de qué vamos a hablar, ya lo tenemos todo hablado, desde que te confesé mi homosexualidad, no te he mentido, cuando te hablo de algo, te digo la verdad, ya no tengo ninguna razón de esconderme de nada, puesto que de mi, lo sabes todo. Cogí a Émile de la mano y estiré de él para llevarlo al porche. Con la otra mano, él cerró la puerta de la verja. Nos sentamos de nuevo en los respectivos sillones. Acerqué el plato con la tortilla a Émile y también la cerveza. - Come - Le dije. Abrió la lata de cerveza y se puso un vaso, con bastante espuma, pues la cerveza se había calentado. 365

Bebió, y en el labio superior dejó la marca de la espuma. Le hice una señal para que empezara a cenar. Cogió el tenedor con desgana, y partió un trozo de tortilla, y se lo llevó a la boca. Mientras que comía me preguntó. - ¿ De qué me querías hablar ?. Lo miraba esperando a que tragara la comida que tenía en la boca. - Émile te quiero hablar del collar de perlas ¿ Quién lo eligió Paul o tu ?. - A Paul le gustó, y me dijo que ese collar era el mejor para ti, porque tiene clase, y tu eres elegante. Vio entre el collar y tu, una buena combinación de estilo y elegancia. - Entonces ¿ A quien de los dos debo agradecer este regalo ?. Con estas palabras conseguí que sonriera, ya se le había pasado el enfado, al menos eso era lo que parecía, porque no era necesario pincharle mucho para que saltara, para que diera incluso un puñetazo encima de la mesa, y también en alguna pared de la casa. Era violento por naturaleza. - Si lo miras de ese modo, a Paul y a mi. Paul puso su idea, y yo puse el dinero. - ¿ Estaré yo casada con dos hombres y no lo sé ? Bromeé. Émile a parte de lo bruto que era, si yo le sabía hablar, y tenía tacto en las palabras que le decía, era igual que un niño. Este punto de Émile lo llegué a conocer al poco tiempo de casarnos. Me di cuenta que si

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se le hablaba con suavidad era más cariñoso, más tratable y bromista. - ¿ No te gustaría tener a los dos como maridos ? Paul te mimaría de una manera, y yo de otra ¿ No te gusta la idea ? - Dijo riéndose, pues, estaba bromeando ¡ Bueno era Émile para compartir su esposa con otro hombre !. Recuerdo cuando vivíamos en París, y salíamos los fines de semana a pasear, no soportaba que me mirara un hombre. Era celoso, muy celoso. Un día, paseábamos por una calle comercial, y nos paramos en el escaparate de una tienda de televisores, mirábamos un modelo para comprarnos, pero no ese día, un señor se paró a mi lado y miraba también las televisiones. No había pasado cinco minutos, y no pudo soportarlo más. Se giró hacia ese hombre y le dijo con mala leche ¿ Quieres que te dé una foto de ella ?. Este señor se calló y no dijo nada, y se fué de allí. Yo le regañé y le pregunté, porqué había hecho eso. Se enfadó conmigo diciéndome - Si es que ese hombre me gustaba, porque lo que él menos hacía era mirar las televisiones, me estaba mirando a mi. Un año en el mes de agosto, alquilamos a través de una agencia de viajes, un apartamento en Cala Mayor, Mallorca. No voy a contar aquí los sucesos que ocurrieron con sus celos, pero si voy a destacar uno, que es digno de que lo cuente. Estaba ya acabando el mes de agosto, e íbamos mirando, por la gran avenida que está al lado del mar, las tiendas de souvenirs, para llevarnos algunas cosas de recuerdo a París. Al fin nos decidimos a entrar en una tienda que parecía tener más surtido de regalos. Era un hombre de 367

aproximadamente cuarenta años, y un chico joven, que no sé si era su hijo. Nos decidimos a comprar varios regalos. El dueño de la tienda nos preguntó si éramos franceses. Yo le dije que si, y estuve hablando con él, algunas palabras en español, que aunque Émile no lo hablaba pero entendía lo que decíamos. Nos fuimos de la tienda con los regalos, Y al día siguiente, a eso de la diez de la mañana nos fuimos a la playa. Émile no se bañó ese día, y se quedó sentado encima de la toalla al lado de la mía. Yo me metí en el agua, estaba el mar repleto de gente, unos se bañaban, y otros jugaban con un balón, había un gran griterío, y el agua de las olas que venían con gran fuerza también hacían su ruido. Oí de lejos cómo me llamaba Émile repetidas veces. Me di la vuelta, vi que estaba de pie hasta donde terminaban las olas. Me hizo una señal con la mano para fuera. Fui hasta donde estaba, y me dijo bastante serio - ¡ Vámonos de aquí ! - ¿ Porqué ? - Le pregunté - ¡ No preguntes y vámonos ! - Respondió. Recogimos las toallas, me puse encima del bañador un pañuelo ancho atado con dos nudos por encima del pecho, y salimos de la playa a un camino forestal que conducía a los apartamentos. Nada más empezamos a andar por el ancho camino cubierto de hierba, no podía más y le pregunté ¿ Émile, que ocurre ? - ¿ Quieres saber lo que ocurre ? - Respondió Pues ocurre que el hombre de ayer, el de la tienda, donde compramos los souvenirs, estaba nadando y acercándose a ti. Este hombre cuando te vio ayer se enamoró de ti, lo vi rápidamente, en la manera que te miraba y cómo te hablaba. Soy un hombre y sé distinguir esos momentos de otro hombre. ¡ Vamos a 368

hacer la prueba y verás, que no tardará mucho tiempo en pasar por aquí buscándote ! Un hombre enamorado hace locuras por una mujer. Émile se quedó mirando a los alrededores, buscando algo, yo no sabía que era lo que buscaba, pensé en esos instantes, que se había vuelto loco, que había perdido la razón, y me puse un poco en guardia por lo que pudiera suceder. Saliendo del camino a la izquierda había una gran piedra o roca, que se podían esconder detrás cuatro personas agachadas. Me llevó cogida de la mano hasta esa roca, y nos pusimos detrás en cuclillas. Me dijo Ahora vas a comprobar que tengo razón, este hombre no tardará en pasar. Habían transcurrido como cinco minutos y efectivamente pasaba un hombre en bañador y en bicicleta. Yo no recordaba la cara del hombre de la tienda de souvenir. Émile me aseguraba que se trataba de él, pero yo no estaba segura - ¡ Bueno y qué ! - Le dije - ¿ No puede venir ese hombre un rato a la playa ?. - Este hombre no es de playa, ya ves que no está tostado por el sol. Ha venido hoy porque nos ha visto pasar, y quería hablar contigo. Sino es porque estamos en España, y no quiero jaleo con la policía, le pego aquí mismo una paliza, por querer quitarme a mi mujer.

Y seguimos con la conversación que llevábamos anteriormente. Émile bromeaba refiriéndose a Paul. Aunque entre nosotros ya no había nada, para él seguía siendo su mujer, e intentaba siempre que nada desagradable o malo me llegara. 369

- ¡ Porqué no ! - Le respondí - Paul es amable con las mujeres, por lo menos lo fué conmigo la noche que acompañé a Hugo a su casa, es joven y guapo ¿ No es cierto ?. Émile también sabía que yo estaba bromeando. Me conocía demasiado bien, y sabía que en esos instantes le estaba llevando la corriente. Pero no obstante, me miró con el ceño fruncido unos instantes. Noté que no había cambiado referente a mi y a sus celos. - A Paul no le gusta las mujeres - Se adelantó a decirme. - ¿ Porqué estás tan convencido que no le gustan ? ¿ Te lo ha dicho ? ¿ Te ha confiado ese gran secreto, que sólo pertenece a los hombres ?. Muchas veces me gustaba hacerle rabiar, era por eso que se enfadaba conmigo, porque decía que me burlaba de él, era una manera de ser, que cuando hacia una broma había que tomarlo bien, pero si alguien, incluso yo, se la gastaba, no le gustaba, pero él lo hacía para hacerme reír. - Estás rabiosa - Me dijo riendo - Porque fue idea de Paul para que te regalara el collar de perlas, y no fui yo. - No, estás equivocado. A estas alturas tanto me da, que el collar me lo hayas regalado tu, que Paul, o que Hugo. De manera que has intervenido tu, me da lo mismo. Me estoy acostumbrando a tus hombres, a tus amantes a las personas que realmente quieres. - Claire, cómo has cambiado - Dijo echándose atrás en el asiento, y limpiándose las manos con una servilleta de papel, de haber comido la rebanada de pan untada de mantequilla - No te conozco ¿ Sabes lo que me gustaría ahora de ti ?. 370

- ¿ Qué ?. - Volver a conquistarte de nuevo, pero como la mujer que eres ahora - Dijo con sinceridad. Lo conocía en las dos facetas, y sabía que estaba hablando sinceramente. Cuando lo hacía, sus ojos se clavaban en los míos como si los quisiera traspasar, y esta vez lo había conseguido. - Eso ya no es posible, y nunca lo será - Le dije con pesar, y con nostalgia. También él notó mi melancolía, y se recreó en mi tristeza. Se rió como vencedor de que solo él había sido el único hombre a quien yo había amado. Me dio igual que lo tomara de ese modo, al fin y al cabo era verdad. - Claire ¿ Supe hacerte feliz ? - Preguntó satisfecho esperando de mi un si. - Quiero que estés contento, y que no sufras por eso, aunque de cierto sabes, que hiciste todo lo que sabías y podías para que yo fuera feliz. Me amaste a tu manera ¿ Crees que no me daba cuenta ? Era una manera egoísta de amar, la que tenías, pero lo hacías cómo sabías, cómo lo sentías. Es tu manera, no conoces otra. Muchas veces eran las que te decía - Émile, te estás equivocando, eso no es así, no tienes que ver solamente hacia ti, yo también cuento. Es que eres de naturaleza salvaje. - Esta noche quiero quedarme contigo, pues hace tiempo que no duermo aquí. Pero no lo interpretes mal, lo que quiero decir, es estar conversando como ahora lo estamos haciendo, pasar una velada a tu lado como en los viejos tiempos. Hablar de nuestras cosas, que hemos ido dejando a un lado. - Lo has ido dejando tu, pues conmigo hacías lo que querías, pero con tus amantes no. Recuerda el día que 371

llegué a Johannesburgo, y me vino a recibir Hugo. Yo te esperaba a ti, pero tuviste que agachar la cabeza y ceder. Conmigo nunca cediste en nada, hacías lo que querías, incluso te molestaba si te hacía alguna pregunta. ¿ Que de donde venías cuando llegabas a casa de madrugada ? Te sentaba mal, y te dabas la vuelta en la cama para dormir, para no responderme ¿ Crees que me hiciste plenamente feliz ? Eso no llegó en su totalidad, quien te amaba era yo, y de esa manera aprendí a amarte, y no estoy arrepentida, porque dentro me siento bien. - ¿ Quieres decir que yo no te he amado ? ¿ Que no eras para mi la reina del mundo ? Eras la reina del mundo y mucho más. Aunque yo tuviera mis ligues, pensaba en ti, miraba la hora para poder escaparme, y llegar a casa para abrazarte ¿ Lo crees ?. - Qué más da Émile, ahora ya todo es distinto, y no me gustaría volver a los viejos tiempos, el pasado ya está lejos, ahora quiero mirar con colores alegres el presente. ¡ Ojalá ! mis sueños se hagan realidad. Émile seguía con el codo derecho reposando en el brazo del sillón, con el puño cerrado apoyado en su mandíbula. Me observaba detenidamente, quizá pensaba en tantos años que habíamos compartido nuestras vidas. La de cosas que hizo y que nunca se atrevió a decirme. Mientras iba yo comiendo una naranja, separando gajo por gajo, me dijo. - ¿ Te apetece si este sábado salimos a cenar ?. Me quedé pensando, porque me parecía que ese sábado tenía yo algo que hacer importante para mi. Afirmé con la cabeza recordando que era, y seguidamente le dije. - Este sábado por la noche salgo. 372

- ¿ Que sales dices ? ¿ Con quién ? - Preguntó extrañado, poniéndose derecho en el sillón, manteniendo su mirada con la mía. - Este sábado es el primero de Luna llena. En el poblado de Yosi vienen médium de otros lugares, y entran en trance, y se comunican con los espíritus. Son nativos quien llevan este acto, esta ceremonia para los nativos es religiosa. Le dije a Yosi que iría con ella el sábado, porque me interesa el tema. Émile sacudió la cabeza sorprendido al mismo tiempo que se reía. - ¿ Desde cuando te interesan estos temas ? - Dijo con sarcasmo. - Desde siempre, lo que pasa es que en París era difícil de contactar con autenticos médium. Ahora tengo la oportunidad de hacerlo, y si dejo pasar este sábado, ya no podré asistir hasta la próxima Luna llena ¿ Quieres venir ? - Le dije invitándolo. - ¿ Pero bueno, tu a mi por quien me has tomado ? ¿Como puedes creer en esos hechiceros ? Sólo pueden traer el mal, y tampoco creo que puedan hablar con los espíritus, porque el que se muere, está muerto para siempre - Dijo con algo de cólera porque no hacía lo que me pedía. Era rebelde, no tenía solución. - Los nativos, no lo creen así - Dije afirmando - Para ellos, los que se mueren se quedan en la tierra, y están por todo nuestro alrededor. - ¡ Si eso es ! Que vamos chocando los unos con los otros - Dijo echando una carcajada. También yo me reí de su elocuencia. - Más o menos así lo afirman los nativos - Dije. 373

- ¿ Entonces dejas pasar la oportunidad que te brindo ? Dijo con arrogancia. No lo podía creer. - ¿ Que tu me brindas una oportunidad ? ¿ Qué clase de oportunidad es esa ? - Le pregunté sin reparo, al mismo tiempo que me hacía cruces por la indecencia de su proposición ¿ Qué era lo que quería ?. - De que tu y yo volvamos a ser marido y mujer, o sea como éramos en París ¿ No te gustaría ?. Me moví en el asiento algo nerviosa. - ¿ Que pasa que Paul no te hace caso ? - Le dije directamente sin consideración, por el poco cariño que sentía hacia mi, por el poco respeto que me demostró, y por la herida que me hizo al hablarme de esa manera. Le devolví el dardo. - Estás equivocada, Paul es mi mejor amigo, y nos tenemos el uno al otro cuando nos apetece - Dijo enfadado, y salpicando su saliva en mi mano. - Muy bien, lo veo bien, y os deseo a los dos mucha suerte. Pero a mi déjame fuera de tu juego sucio ¿ No te has reído ya bastante tiempo de mi ? ¿ Porqué me haces esto ? ¿ Tan poco te intereso ? - Dije bastante enfadada. Émile me miraba fijamente, sin parpadear, la tez de su cara se había puesto blanca. Se puso en pie, y dándole una patada hacia atrás al sillón, lo separó. Sin parar de mirarme bajó los escalones del porche, seguidamente después caminó a paso ligero por la vereda del jardín. Llegó a la verja, y abrió la puerta, salió y cerró tras de él. Entró en el coche y vi cómo se alejaba. Seguro que fué a casa de Paul.

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Encima de la mesa había quedado el estuche abierto con el collar de perlas dentro. Lo volví a coger por el broche y lo coloqué en la garganta. Entré al salón y me fui a mirar en un gran espejo, y vi mejor la belleza de las perlas. Émile utilizó el collar para conquistarme de nuevo, para que yo lo quisiera, pero eso ya no podía ser. Mis ideas las quería poner en orden. El sábado, o sea pasados dos días me iría por la tarde con Yosi a su poblado, pues, no quería dejar pasar esta ocasión de poder ver en vivo y en directo, lo que algunos canales de televisión nos muestran en documentales. El sábado siguiente día veinte, era cuando llegaban los padres de Hugo. Lo iba a ver cada dos días al hospital, y estaba al corriente de que sus padres llegaban. Esperaba que llegara ese día para abrazar a su madre. Émile vino al día siguiente por la noche, de que pasara el incidente, era ya tarde y me preparaba para irme a dormir. Oí cómo abría con llave la puerta de abajo. Fué antes a la cocina, y estuvo como diez minutos, y seguidamente subió las escaleras. Salí de mi dormitorio, y fui a su encuentro. Nos miramos de cara, y le sonreí para que viera que no estaba enfadada. Émile se mantenía serio, y con aire de arrogancia. Cómo era hombre tenía que llevar la razón, tenía que hacerme ver que quien estaba ofendido era él, y se hacía la víctima para que fuera detrás. - ¿ Émile, te quedas esta noche a dormir ? - Le pregunté¿Has cenado ?. Negó con la cabeza. 375

- Qué quieres decir con este gesto, que no te quedas, o que no has cenado. Me observó unos instantes. - Las dos cosas - Dijo con un tono bajo de voz - Vengo a coger algo de mi ropa, y seguidamente me voy. - Es tarde ¿ No te has dado cuenta la hora que es ? - Le dije señalando con el índice la hora que era en mi reloj. - Es la una de la madrugada, no importa, mañana es sábado y no trabajo. Paul me espera a la hora que llegue, además, esta noche está dando una fiesta, y no nos iremos a dormir hasta las cinco. En la mano derecha Émile guardaba las llaves del coche y las hacía sonar sin darse cuenta, por el nerviosismo que no lo dejaba. - ¿ Has ido al hospital a ver a Hugo ? - Le pregunté. - Hoy no he podido, he tenido cosas que arreglar, iré mañana - Dijo entrando en su dormitorio - ¿ Has ido tu a verlo ?. - Estuve esta mañana con él, tres horas. Tengo ganas de que lleguen sus padres, para ver que es lo que deciden hacer. - ¿ A qué te refieres ? ¿ Que es lo que tienen que decidir? - Preguntó, pero dándole igual, mientras que habría el cajón de la mesita de noche y sacaba un estuche cuadrado que guardaba dentro un reloj de pulsera de buena calidad que Hugo le había regalado. Dio la vuelta a la cama, y llegó al armario. Lo abrió y extrajo del departamento de arriba una bolsa de viaje plegada, la desdobló y empezó a meter ropa interior suya.

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Yo me quedé de pie en el umbral de la puerta mirando todos sus movimientos. - ¿ Te lo vas a llevar todo esta noche ? - Le pregunté sin mala intención - ¿ Cuando volverás ?. Me echó una mirada, y seguidamente, cerró la cremallera de la bolsa, y la cogió por el asa. Se quedó frente a mi mirándome con hastío. Esa noche por mucho que quisiera disimular de que estaba bien, su propia mirada lo delataba. Había en sus ojos mucha tristeza, y mucho pesar. Yo no lo di de que fuera por causa mía. Era una época que lo estaba pasando bastante mal, debido a la enfermedad de Hugo, los dos sabíamos que de esto no iba a salir. También la enfermedad que él padecía, era la misma, y por si fuera poco, la llegada de los padres de Hugo, que él, no aceptaba. En aquellos momentos se quería refugiar en mi, como si nada hubiese pasado. A Émile ya no lo aceptaba como marido, como amigo y compañero todo lo que fuera necesario, él, sabía que me tenía para todo lo que hiciera falta, se lo había demostrado desde el primer día que llegué a Johannesburgo, pero su mujer como se entiende, ya no podía ser. - Volveré quizá el domingo u otro día, cuando necesite algo que me haga falta - Dijo acercándose a mi para que me retirara y le dejara paso. - ¿ Has cenado ? - Le pregunté poniéndome a un lado de la puerta. - Sí, y mucho, hemos hecho una barbacoa de variadas carnes. Salió del dormitorio, y bajó las escaleras sin prisa. Cuando llegó abajo, se dio la vuelta. Yo me había 377

quedado arriba en el último escalón. Se quedó unos instantes mirándome. - Buenas noches Claire - Dijo - Quiero que sepas que siempre te he querido, aunque pocas veces te lo haya dicho, pero en mi vida solo tu has sido la única mujer que he tenido. - De eso estoy convencida - Le respondí afirmando con la cabeza. Se giró hacia la puerta, la abrió y salió, cerrándola tras de si. Fui a mi dormitorio, y miré por la ventana, cómo subía en el coche. Antes de arrancar miró a la ventana de mi dormitorio. Me vio que estaba asomada, agitó la mano para decirme adiós. Yo hice lo mismo. Vi como se alejaba.

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Al día siguiente sábado a las siete de la tarde, esperaba Yosi con su hijo Moisés sentada en el porche, a que yo acabara de elegir la ropa adecuada que me iba a poner para asistir a la celebración del segundo 378

día de Luna llena. Yosi me había explicado algo, pero yo no me hacía la idea de lo que iba a ser. Decidí ponerme un vestido gris perla, largo hasta los tobillos, de media manga, y un escote en forma de corazón. Elegí un calzado plano, y cogí un chal blanco de lana, para la noche, porque refrescaba, era por la noche cuando hacía más frío, y tenía que ponerme sino un chal, una chaqueta. El taxi que había pedido por teléfono, hacía cinco minutos que esperaba en la puerta. Sólo tenía que coger el bolso blanco, y marcharnos. Al subir al taxi, Yosi le pidió al taxista de que ella y su hijo fueran delante, ella lo hizo a su modo, él afirmó con la cabeza. No parecía que fuera hombre de muchas palabras. Yosi le indicó donde íbamos, siguió la avenida hasta el final, y seguidamente torció a la izquierda. De lejos se veía un poblado de casitas pequeñas y cuadradas, estaban edificadas sobre la falda de una montaña. En coche había que dar más rodeo para llegar al poblado de Yosi, pero seguro que cuando ella se iba el sábado a la tarde y volvía el domingo a la noche, lo debía de hacer cruzando el campo. Los nativos se manejaban bien desplazándose atravesando los campos, muchos iban descalzos. Para entrar en el poblado íbamos por una carretera que no era ancha, incluso muchos vehículos no debían circular, porque la hierba crecía en el medio de la carretera. No era una zona de bosque pero había mucha vegetación. El taxista se paró en una explanada donde ya habían llegado varios taxis, y también turismos. No pensaba que asistieran tanta gente a estos actos. El poblado 379

estaba cerca, quedaba como a cinco minutos a pie, era aquí donde se celebraban estos rituales, pues, según decían las médium, los espíritus se quedan cerca de los familiares, y viven en las casas de ellos, e incluso se quedan fuera en la puerta, y ocupan las calles. Dentro del taxi pagué el importe del recorrido. El taxista me hizo una sugerencia - Era mejor que se quedara a esperarme, porque cuando me quisiera marchar, lo iba a tener complicado, puesto que los taxis que se veían aparcados, eran los que habían traído a clientes, y los esperaban hasta que se fueran. Le agradecí su advertencia y accedí a que me esperara. Estaban por grupos centenares de personas, blancos, que habían acudido a estos actos. Nos íbamos acercando a las casitas pintadas de blanco, Yosi, su hijo y yo. Nos salió al encuentro una mujer y una joven nativas. Una era la madre de Yosi y la otra su hermana, se parecían las tres mucho. Yosi tenía la sonrisa de su madre. Esta se hizo cargo de Moisés, y lo cogió en brazos, después de que Yosi nos presentara. Se fué con su nieto y nos dejó. Había bastante algarabía por parte de todos los presentes. Los blancos hablaban en alto, y los nativos también. Aunque era de noche, la Luna iluminaba con su resplandor plateado. Ya se había formando un gran corro de nativos médium y de sus asistentes que estaban cerca por si había una médium que caía en trance, iba pronto a sostenerla. Una joven nativa vestida de blanco con ropa ancha estaba en el suelo, decía nombres, muchos nombres de personas. Mantenía los ojos cerrados, dos mujeres nativas de edad mediana, la sostenían cogida por la espalda. Los 380

cánticos espirituales que la mayoria de las mujeres hacían, se convertían en eco escuchándose por todo el valle. La mayoría de los blancos, habían llevado cámaras de fotos, pero se lo prohibieron los dirigentes que se ocupaban para que no hubiese extorsiones de ninguna clase. Lo que yo no comprendía, se lo preguntaba a Yosi, y ella trataba de explicármelo de la mejor manera que sabía. Me decía que los cánticos que se oían iban dirigidos a la Diosa Luna, y a todas las Lunas que existían en el firmamento, pues, de esta manera los espíritus entraban en conexión con los médium. El momento llegó en que la mayoría de los médium cayeron en trance. Fueron para mi, unos momentos de mucha emoción - pensaba - Cómo se podía sentir la médium que estaba en trance. Desde luego, sus facciones iban cambiando a cada instante que pasaba, a cada minuto. Se comportaba cada una de una manera distinta. Yosi me iba explicando, que el comportamiento que tenían, era el espíritu que las habían poseído. Si había sido tranquilo en vida, la médium o el médium se comportaban tranquilos, pero si habían sido personas agitadas, el médium también lo estaba. Me encontraba yo demasiado entusiasmada con dos médium que siguiendo el ritmo de lo que cantaban cayeron en trance, y no advertí hasta minutos después que Yosi hablaba con un joven blanco que se había puesto a su lado, él seguía hablando con ella, pero la mirada la tenía puesta en mi. Calculé que debería tener entre veintiséis y veintisiete años. No vi que fuera como los demás hombres de su edad, sus maneras salían fuera 381

de lo común. Sus cabellos de un castaño claro casi tirando a rubio, los tenía largos y recogidos atrás de la nuca por una cola que le llegaba a la mitad de la espalda. Con el reflejo brillante que daba la Luna, pude ver el color de sus ojos, verde mar. Las facciones, de su cara las tenía bonitas, pero varoniles. Pude verle medio cuerpo para arriba. Vestía camisa blanca medio abotonada al pecho y americana color hueso. En el hombro llevaba colgada una bolsa marrón, y en sus manos sostenía un cuaderno para escribir y una pluma estilográfica. Nuestras miradas se cruzaron, él me hizo un gesto con la cabeza, como modo de saludo, yo no recuerdo si hice lo mismo, pero creo que le sonreí. Ese rostro tan bello hizo que mi cuerpo se estremeciera, que olvidara totalmente por unos instantes todo lo que estaba viviendo, toda la quimera en la que cada día me despertaba, todo el mal sabor que tenía de la vida. En esos instantes no me parecía que fuera negativo nada de lo que había a mi alrededor, era como si hubiera vuelto a nacer. En mis oídos había desaparecido todo aquél ruido estrepitoso que sacudía el lugar donde nos encontrábamos. Oí la voz de Yosi que repetía una y otra vez - ¡ Señora ! ¡ Señora !. La miré, sin darme cuenta que escuchaba su voz, y me dijo acercándose a mi oído. - Ese joven me ha preguntado, quien es usted. Sólo le he dicho que trabajo en su casa. - ¿ Lo conoces de algo ? - Le pregunté sin dejar de mirarlo. - No, es la primera vez que lo veo.

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Parecía que me interesaba el ritual que se estaba llevando, pero no era así, ni para este joven tampoco. Los dos hacíamos lo mismo a la vez, hacíamos ver que nos interesaban las médium, pero no era así, pues, los dos coincidíamos al mirarnos, y los ojos de él, eran los míos, y los míos los de él. Yo quería salir de aquella gran muchedumbre, y me di la vuelta para irme del gentío. Yosi y su hermana me siguieron, y cuando pude estar fuera de toda esa aglomeración, le comuniqué a Yosi. - Me voy. - ¿ No le ha gustado ? - Preguntó con sutilidad. - Si Yosi mucho, pero creo que ya es hora de que me vaya. Yosi no dijo nada, me acompañó con su hermana hasta donde esperaba el taxista. Él hablaba con otros compañeros que esperaban también a sus clientes. Nada más me vio llegar fué hasta su coche, abrió la puerta para que subiera. Agradecí a Yosi la noche tan especial que había vivido, y nos despedimos hasta el domingo a la noche. El taxista me llevó de vuelta a casa. Volví la cabeza en el asiento para mirar por el cristal de atrás, y comprobé que venía un turismo. El taxista se puso a un lado por si lo qué quería era adelantarlo, pero no era eso lo que buscaba el conductor de un descapotable rojo. Seguía a una distancia moderada al taxi. Pensé que fuera el joven que había visto que hablaba con Yosi, pero dos segundos después quité esa idea de mi cabeza, y opté otra, que no era posible. ¿ Y si le preguntó a Yosi, quien era yo ? Seguro que lo había hecho por curiosidad, quizá por saber qué clase de 383

personas iban a esos rituales, también hay encuestadores para esta clase de actos. Pero todo lo que había pensado no era. Cuando el taxi se paró delante de la casa, pensé, porque no me lo podía sacar de la cabeza, que el coche que venía detrás, seguiría su ruta, pero no fue así. Se detuvo como a cinco metros del taxi. Mientras que le pagaba al taxista el recorrido y la espera, mantenía mi mirada en el descapotable rojo, que seguía parado, y con los focos encendidos. La luz del porche estaba encendida, la había dejado yo para hacer ver de que había alguien en la casa, y también para que Diana no se encontrara tan sola, pues, estaba acostumbrada a que yo estuviera siempre con ella.

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El taxista antes de marcharse, le echó una ojeada al coche que seguía parado. No le dio 384

importancia al comprobar que el porche estaba iluminado hasta la mitad del jardín, y que también, la perra me estaba esperando contenta al otro lado de la verja, y para más, los vecinos ingleses, que tenían como de costumbre montada una fiesta, y se veía gente en el jardín, como corrían, reían y la estaban liando, ellos no sabían divertirse si no era de ese modo. Cuando el taxista se iba, vi como salía sin prisa de su coche rojo descapotable, el joven que había conocido. Cogí la maneta de la puerta de la verja para abrirla. Y de súbito, oí la voz de él, que me decía cerca de donde yo estaba, en un inglés perfecto. - Perdona ¿ Puedo hablar sólo unas palabras contigo ?. - Si - Dije con la voz algo baja. Observé que miró mis manos. - ¿ Vives aquí ? - Me preguntó en un tono de voz suave, una sonrisa agradable, y una manera de mirarme que volví otra vez a ponerme nerviosa. - Si - Le respondí, mientras que abría la puerta de la verja sin querer. Diana salió, y empezó a dar saltos a mi alrededor haciéndome fiestas. - Por lo que veo estas casada, llevas una alianza en tu mano izquierda - Dijo cambiando la manera de mirarme pero con más fijación, como esperando oír la respuesta Si, pero mi marido no está, es por eso que no me ha acompañado. - Sí estoy casada, la mayoría de las mujeres de mi edad, lo estamos - Respondí más desenvuelta. - ¿ Y cómo es que tu marido te deja sola siendo tan guapa ? ¿ No tiene miedo de que alguien te rapte ?. 385

En esos instantes no supe que le iba a responder, porque aunque no le importaba, tenía razón en lo que decía, no era normal que una mujer sola fuera para asistir a estos rituales espirituales, y a una hora alta de la noche. - Está trabajando, y no me ha podido acompañar - Fué lo primero que se me ocurrió decirle. Me miró fijamente con una sonrisa, no parecía creer la excusa que le di, y no se la creyó. - Vives sola ¿ No es cierto ? - Dijo con sus ojos verde mar puestos en los míos. - No, y de todas maneras, mi vida sólo me concierne a mi. Buenas noches ¿ Señor ? ... - John Edwars, pero llámame John ¿ Y ? ... - Claire Franklin, esposa de Franklin - Dije. - Claire ¿ Me permites que te llame Claire ?. - Por supuesto - Respondí afable. - Claire, mientras que te miraba esta noche en el ritual, la Luna reflejaba tu cara, y la vi aterciopelada con una brillantez que me impresionó, y no pude detenerme y escribí una poesía, que en realidad es la imagen que vi de ti, es tu personalidad y tu belleza. En esos instantes hubiese querido ser, uno de esos cuervos que volaban por el cielo iluminado y haberme posado en uno de tus hombros, para acariciar tus cabellos, y tu cuello. Tenía yo las llaves de la puerta de la casa en las manos, y al oírlo decir todas esas frases dulces, y con un tacto digno de admirar, se me cayeron al suelo. Hice un gesto para agacharme, pero John fué más rápido. Las cogió y me las puso encima de la mano.

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Miraba las facciones de mi cara, las recorrió en un instante, y volvía a empezar. Me sentía tan bien a su lado, que ni siquiera la música y el griterío de los vecinos ingleses me molestaba, sólo oía en mi cabeza las palabras deliciosamente dichas de John. - ¿ Es verdad que has escrito una poesía para mi ? - Dije con gesto generoso. - Si, la tengo aquí - contestó, tocando con la palma de su mano el bolsillo de la americana. - ¿ Eres poeta ? - Dije riendo. - Si, lo soy - contestó con naturalidad - Escribo poesías, y también libros, ahora tengo uno a medias. - ¿ Qué escribes ?. - Todo lo que veo lo convierto en una historia. Esta noche he acudido a este lugar, porque estoy escribiendo sobre los nativos, sus costumbres, y cultura. Y he tenido la suerte de conocerte ¡ figúrate si soy afortunado !. - ¿ Eres inglés ?. - He nacido aquí en Johannesburgo, pero mis padres son ingleses. Tú por el acento que tienes eres francesa ¿ No?. - De París ¿ Entiendes bien el inglés que hablo ? - Le pregunté para asegurarme si se me entendía, aunque era posible de que me dijera que si, solo por complacerme, y no dejarme mal. - No es que lo hables bien - Dijo con bastante sinceridad- Pero te entiendo todo lo que me dices ¿ Vas a alguna academia ?. - He ido - Respondí, moviendo la cabeza. - Has ido ¿ Ya no vas ?.

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- No, lo pase mal en una que fui, y lo poco que sé es porque estudio en los libros, y lo que puedo hablar con los nativos. - ¿ Tan mal lo pasaste ? - Preguntó frunciendo el entrecejo. - Para mi, fué una experiencia bastante negativa. - ¿ Pues que te ocurrió ? - Preguntó desconcertado. - Es una historia que no tiene importancia, incluso es ridícula, no quiero recordarla. - ¿ Tanto daño te causo asistir a esa academia ?. - John, no tiene importancia de veras. - Claire, quiero que me lo cuentes por favor - Suplicó. Hacia como media hora que estábamos con nuestra agradable conversación fuera de la verja, y por lo que se veía venir, el tema iba para largo. La puerta de la verja estaba abierta, yo le sugerí. - ¿ Te apetece que nos sentemos en el porche y hablemos un rato ?. - Si desde luego. Voy antes apagar las luces del coche, y vengo. Miré cómo andaba, con una elegancia varonil, por la que yo me volvía loca. Me gustaba el hombre, hombre y con elegancia a la vez, un hombre para mi tiene que tener clase, tiene que saber estar y comportarse. Volvió a los dos minutos, según se iba acercando a mi, iba sintiendo su aroma, no llevaba puesta ninguna colonia, era su cuerpo que desprendía una olor a limpio y a ropa planchada. Entramos en el jardín, andamos por la vereda y llegamos al porche. - Siéntate - Le dije.

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Se sentó en uno de los sillones, y yo me senté frente a él. - ¿ Te apetece que tomemos té ? - Le pregunté. - ¿ Te apetece a ti ? - Me dijo. - No, lo decía por ti. - Estoy bien así, me encuentro bien a tu lado ¿ Que más puedo pedir ? Sólo darle gracias a los Dioses por estar contigo. Me sorprendía cada vez que hablaba y me ponía a mi de ejemplo para dar las gracias de que podía estar conmigo. Daba la impresión de que no tenía a nadie con quien hablar o con quien salir. - John ¿ Tienes amigos ?. - Pues claro que tengo amigos, y también amigas ¿ Y tu tienes amigas ?. - No, bueno si, una amiga pero que muy pocas veces nos vemos. Se llama Madeleine, y es más mayor que yo, pero tiene un alma joven, está casada, y ha sufrido mucho. Me sonrió. - Cuéntame que fué lo que te pasó en la academia. - Tener que recordar ahora eso, me resulta pesado -Dije manteniendo su mirada. - Cuéntamelo, que quiero saberlo - Dijo riéndose - ¿ A qué academia fuiste ?. - A la inglesa nacional. - Es una buena academia, pero las profesoras son bastantes exigentes y piden mucho de los alumnos. - Una cosa es ser exigente, y otra era que me traía de cabeza, Susi, la profesora de gramática.

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- ¿ Has dado clases con la Susi ? - Dijo escandalizándose - ¿ Cuanto tiempo ?. - Un mes y medio aproximadamente, o quizá puede que llegara a dos. - ¿ Qué sucedió ? - Preguntó con una risa algo burlona. - Me da vergüenza contarlo, no quiero contarlo - Dije negando con la cabeza. - Claire por favor cuéntamelo - Dijo con la misma sonrisa de antes. Tenía arte para seducir. Me quedé rezagada con la mirada hacia abajo, también riendo recordando lo ocurrido el último día de clase. John esperaba con una sonrisa deliciosamente bella. Esa noche desde el primer instante que lo vi, y de la manera cómo me miraba, me di cuenta que era un conquistador, sabía como hablarle a una mujer, sabía seducirla. Es cierto que me enamoré desde el primer instante que lo vi, pero mi corazón lo había cerrado totalmente al amor, y no pensaba abrirlo para ningún otro hombre, pues, con Émile fué una experiencia terrible la que viví, y yo estaba plantada en que los hombres, sino era de una manera o de otra hacían sufrir a las mujeres. Émile estaba tranquilo por esa parte, de que yo jamás me volvería a enamorar, y hacía lo que le venía en gana. - A ver por donde empiezo - Le dije, tratando de ponerme seria, e hice un sonido con la garganta para aclararla - Se metía mucho conmigo, eso por un lado, un día abandoné la clase, porque me pedía que le diera el verbo amar. John soltó una carcajada. Lo miré, y los dos reímos. 390

- ¿ Has dicho que abandonaste la clase ? - Dijo con retintín. - Si, aunque sea difícil creerlo, me fui cuando se puso borde conmigo. La dejé plantada, y se quedó con la boca abierta, no esperaba mi reacción. - ¿ Te dijo alguna palabra que no estuviera bien ? ¿Qué fué lo que te dijo ? - Insistía en que le contara todo. - Más que nada, porque me dejó en ridículo delante de todos los alumnos. Esto lo empezó a hacer poco después de que yo empezara las clases, pero ese día se pasó. Hacía ver que era yo tonta y que no entendía nada. Cogí mis libros y los cuadernos y salí de clase. - ¿ Qué fué lo que te dijo Susi la pelirroja ? - Preguntó con ironía. - Quería saber si volvería al día siguiente, le dije que me lo pensaría, pero quizá, no. - ¿ Y no volviste más ?. - No, lo poco de inglés que sé, lo he aprendido de los libros que tenía para llevar a clase, y de hablar con los nativos ¿ Conoces a Susi ? Por lo que me he dado cuenta si la conoces - Le dije. - Si, la conozco bastante bien. Ella fué durante un año profesora mía, al principio tampoco congeniábamos. Es que es bastante ruda para decir las cosas, pero después cuando se le conoce, no es tanto, es su manera de ser ¿ Entonces ahora no tienes a nadie para que te dé clases?. - No, ya te he dicho antes que lo que sé de inglés, es por los libros, y por las veces que hablo con los nativos.

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John se quedó mirando la entrada de la casa, la puerta aún permanecía cerrada, nos habíamos sentado, en el porche y no la había abierto. - Vives sola ¿ No es cierto ? - Dijo clavando sus ojos verde mar, en los míos, pues, había veces que trataba de evitarlos, me ponía bastante nerviosa y seguro que John lo notaba. Hacia todo lo posible por aparentar ser estable, pero ante su mirada cautivadora me era imposible. - No vivo totalmente sola. Esta noche no vendrá nadie, pero mañana es posible que venga Émile. - ¿ Quien es Émile ? - Preguntó ante la duda. - Es mi marido, ya te dije antes de que estaba casada. - ¡ Ah ! está de viaje ¿ Es por eso que no te ha acompañado ?. No sabía que decir ni que responder. Hacía pocas horas que nos conocíamos, para que yo le hablara de mi vida privada, no nos conocíamos aunque hubiéramos entablado una conversación amistosa, pero se trataba de mi vida personal y si decía algo, lo mismo sin darme cuenta, salía toda la personalidad de Émile, y su imagen no la quería dañar, quería que todo siguiera como estaba, y más adelante si seguíamos siendo amigos, se tendría que enterar de todo. - No está de viaje, se ha quedado en el hospital haciéndole compañía a un amigo - Dije lo primero que me vino a la cabeza, sé que mentí pero era necesario. - ¿ Este amigo está muy enfermo ? - Preguntó con tacto, y con algo de tristeza. - Si, mucho - Dije afirmando con la cabeza.

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- Debe de ser muy grave lo que tiene cómo para que se quede esta noche tu marido con él ¿ Qué enfermedad padece ?. - El médico que lo lleva dice que se trata de un virus. - ¿ No ha dicho que clase de virus es ?. - No, todavía no lo saben, están estudiándolo, y mientras tanto nuestro amigo se está muriendo - Dije con los ojos húmedos. - ¿ No tiene familia aquí ? - Preguntó con tristeza, y con un desaliento que había en sus palabras. - No, sólo nos tiene a nosotros, pero el sábado próximo llegan sus padres, procedentes de París. Tengo ganas de que estén aquí, para que se queden con él, se encontrará menos solo. - ¿ Es compatriota tuyo ?. - Si. - Eso si que es tener mala suerte, estar lejos de su país y encontrarse enfermo. Cambié de conversación por lo triste que resultaba. - John, antes dijiste que habías escrito una poesía para mi. - Si, la guardo en mi pecho cerca de mi corazón, y cada frase que he escrito, palpita de una manera distinta mi corazón, porque cada palabra dice una cosa - Dijo con la mano derecha y abierta puesta en el pecho. El modo de mirarme, de nuevo me cautivó. - ¿ Quieres leerme sólo un poco de lo que has escrito ? Le pedí, que más que pedir era una súplica. - ¿ Te gusta saber cuales son mis secretos ? ¿ Que es lo más bello y sublime que he visto en ti ?. 393

- Si - Respondí riendo - Soy una mujer, y me gusta que me digan frases hermosas, aunque no sea del todo verdad, pero yo me las creo. - Claire, todo lo que he escrito de ti esta noche, es cierto, ha sido mi manera de verte. Eres como una piedra preciosa y mirar la gama que tiene de colores, de muy bellos colores, y de ritmos musicales, la danza y el cambio de pasos para que se haga una silueta dulce y delicada. Este trozo de prosa es el contenido más importante que he escrito al verte - Concluyó - Llevas contigo a una gacela hermosamente bella, corre y baila por los prados, sube montañas, y se encarama en ellas majestuosa. Mantuvimos los dos las miradas, nadie me había hablado nunca de esa manera. Émile alguna vez que otra había sido delicado conmigo, en tres o cuatro ocasiones me dijo que me quería o, que ese día estaba guapa, pero de ahí nunca salió. Y ahora llegaba John a mi vida, con bastantes años de diferencia, apenas lo conocía, y me había enamorado de él. Estaba segura de que me había enamorado, pero me hacia la fuerte para disimularlo, para que él, no se diera cuenta. Eso era lo que yo pensaba, pero John tenía un ojo especial para la mujer. En la manera de respirar sabía en qué estado la mujer se encontraba, parecía que hubiese estudiado para conocer a la mujer, pero no era así, era innato en él, había nacido con ese don, si así se le puede llamar. En aquellos momentos, no pensaba en nadie, nada más que en él y en mi. Hablaba con John y parecía que lo conociera de toda la vida, estaba a gusto a su lado, me gustaba que me hablara, pero no para que me dijera 394

frases bonitas, sino para oír su voz aterciopelada, su seductora sonrisa y su mirada de ángel. Su tranquilidad me la contagiaba. Después de estar unos instantes mirándonos. - John, esto que acabas de decirme, ya se lo has dicho a otras mujeres - Le dije afirmando con la cabeza. - Es cierto que he escrito cosas bonitas para otras mujeres, pero no las he detallado como a ti, eres distinta y especial, no creas que quiero conseguir de ti algo, no Claire. Esta noche has despertado en mi una pasión que yo desconocía, y que dormía en mi interior. - Tienes que conocer a muchas chicas ¿ No es cierto ?. - Si a muchas, he estado enamorado dos veces, pero cuando llegamos a conocernos bien, me daba cuenta que entre ellas y yo, no había nada en común. Poseían belleza, y podían enamorar al hombre más exigente, porque realmente valían, pero les faltaban exquisitez, y les sobraban glamour, me enamoré de todo lo superficial que había en ellas. - ¿ Las quisiste mucho ?. John hizo una respiración profunda, y me sonrió. - Si, las amé profundamente. Cuando conocí a Anne, teníamos los dos dieciocho años, éramos casi dos críos en la manera de comportarnos, pero ella en el amor tenía más experiencia. Anne ya venía de otra relación anterior, y para mi era la primera. A Janette la conocí en una firma de autógrafos que hacia yo para un libro, en la librería internacional de Johannesburgo, hace tres años, y nuestra relación sólo duró uno, y desde entonces hasta ahora, no me he enamorado más. 395

- Ya tendrás ocasión de enamorarte más veces, eres aún muy joven, y más tu con esa alma de poeta que tienes Dije lo que sentía y la verdad. - ¿ Crees que me volveré a enamorar ? - Dijo con mirada risueña. - Si estoy segura - Afirmé. - ¿ No estoy enamorado de nuevo ? ¿ Piensas que no lo estoy ?. - John, lo que yo piense no importa, lo que vale es lo que tu sientas. - Claire ¿ Cuanto tiempo hace que vives en Johannesburgo ? - Dijo recreando su mirada en mi sonrisa. - Diez meses ¿ Porqué me lo preguntas ?. - Pues, porque pienso que debes seguir estudiando inglés, pero quiero ser yo tu profesor ¿ Lo aceptas ?. - ¿ Te comprometes que estudie inglés contigo ? - Dije poniendo cara de sorpresa, y contenta al mismo tiempo ¿ No estás ahora escribiendo un libro ?. - Si, pero tengo tiempo para las dos cosas, para escribir, y para que estudiemos juntos ¿ Te parece bien ? ¿ O crees que no soy la persona adecuada ?. - ¡ Oh ! si, claro que si, ¿ Pero porqué se te ha ocurrido?. - Quiero enseñarte como son todos los verbos, y sobretodo el verbo amar. John me iba sorprendiendo cada vez más, ahora quería hacer de profesor para enseñarme lo que tanto trabajo me costaba. Lo vi lleno de ilusión, aparte que rebosaba de encanto - Pensé por unos instantes, si eso me estaba sucediendo a mi ¿ Porqué me había elegido ? ¿ Tenía yo esa delicadeza que él decía ? ¿ Era yo esa gacela que bailaba por los prados ? No me quería 396

enamorar, y me estaba enamorando. No quería volver a amar y creo que ya lo estaba amando. John lo sabía, se había fijado en la manera que yo le hablaba, y sobretodo, cómo lo miraba, cómo le sonreía, él, sabía mucho de mujeres, y yo muy poco sobre hombres. Sólo había conocido a Émile como amor verdadero, y no se parecía nada a John. Mi propósito era, no enamorarme. - Tengo que pensarlo - Eso fué lo primero que se me ocurrió decirle - Tengo que estar segura. - ¿ De qué es de lo que tienes que estar segura ? Preguntó tratando de buscar mis ojos. - No lo sé John, es que no sé que responderte - Dije con las manos cruzadas, sosteniendo la frente, y los codos apoyados en la mesa. - Claire ¿ De qué tienes miedo ? ¿ Soy yo quien te asusta?. - John por favor, no estoy preparada para esto, es demasiado pronto, y apenas nos conocemos. Tengo que dejar que pase algo más de tiempo, ahora mismo no te puedo responder. En esos instantes sonó el teléfono. Me di cuenta que la puerta de la casa no la había abierto. Busqué las llaves, y me acordé que las había vuelto a meter dentro del bolso. Me puse en pie con las llaves en la mano, y pidiéndole disculpas a John, me dirigí a la puerta y la abrí. Di al interruptor de la luz que se encontraba a la derecha. El teléfono seguía sonando. Lo levanté. - ¿ Diga ?. - Cómo es que has tardado tanto en coger el teléfono ¿Estabas durmiendo ?. 397

- No Émile ¿ Porqué me llamas a estas horas ? ¿ Ocurre algo ?. - No ocurre nada, sólo quería hablar contigo para preguntarte cómo te ha ido en esos ritos de médium. - Bien, todo ha ido bien. - ¿ Hace mucho tiempo que has llegado ?. - No, no mucho ¿ A qué viene ahora para que me preguntes sobre este tema ? ¿ Si a ti esto no te gusta ?. - Es que después me ha sentado mal de que hubieras ido sóla, tenía que haberte acompañado ¿ Cómo has venido?. - En taxi, igual que he ido ¿ Pero porqué ese cambio ?. El otro día cuando te pedí que me acompañaras me dijiste que no, que estos temas a ti no te gustaban ¿ Has ido al hospital a ver a Hugo ?. - Si, he estado un rato con el, hoy he podido aguantar una hora. - ¿ Sólo has estado con Hugo una hora ? Émile es tu mejor amigo y compañero, no lo puedes abandonar de esa manera ¿ Como está ?. - Sigue igual, creo que para él hay poco que hacer ¿ Cuando lo vas a visitar tu ?. - Mañana, cogeré el autobús a las diez. - ¿ Te ibas a ir a dormir ahora ? Es la una y media de la madrugada. - Si, ya pronto me voy a dormir. Buenas noches Émile. - Mañana por la tarde iré a verte. Buenas noches Claire. Dejé colocado el teléfono y volví al porche. John seguía sentado, pero al verme se puso de pie, y preparado para marcharse. Con Émile había hablado en Francés y no pensaba que John había entendido nada. 398

- Era Émile al teléfono - Dije como disculpa. - Decías que no te había acompañado porque se había quedado en el hospital acompañando a su amigo. - Si ¿ Porqué me lo preguntas ? - Dije algo desorientada. - Porque Émile sólo ha estado con su amigo una hora, es todo lo que ha podido aguantar ¿ No es eso lo que te ha contado ?. - ¿ Y tu cómo lo sabes ? ¿ Entiendes francés ?. - Si lo entiendo, hice en el colegio todo el curso. Tengo amigos que son franceses, y que de jóvenes salíamos a divertirnos. Había veces que hablábamos en inglés y otras en francés. Claire, conozco bien el perfil de una mujer, y en su rostro lleva grabado el momento por el que está pasando, y en su manera de vestir, también, y sobretodo el modo de como habla. Tu, no estás pasando por un buen momento con Émile, desconozco la razón de porqué esta noche no te ha acompañado, pero un marido que quiere a su esposa no lo hace. A Émile le da igual que otro hombre conquiste tu corazón ¿ Porqué te escondes, y tratas de protegerlo ?. Me senté y cerré los ojos. En mi pecho había una gran congoja, las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Esa noche John fue para mi el tubo de escape que necesitaba para desahogarme. Era cierto todo lo que me estaba diciendo, y me escondía de la realidad, y no quería salir del agujero oscuro en donde me había metido. Me había conformado a vivir de esa manera, porque yo creía que no había otra. Deseaba tanto desahogarme, y contar mis cosas, y todas las penas que había a mi alrededor, que me entristecía. Sólo tenía a Madeleine como mi mejor amiga, ella sabía todo lo mío, 399

pero tenía una familia, y pocas veces eran las que nos podíamos ver. La voz suave de John me hizo volver. - Claire, por favor no llores, me estás rompiendo el alma. Traté de serenarme. Abrí el bolso y saqué un pañuelo, y me estuve secando las lágrimas. Miré a John, tenía los ojos brillantes, a punto para llorar. Se había sentado y me miraba de frente, con las manos cruzadas reposando encima de la mesa. - John ¿ Qué edad tienes ? - Le pregunté más tranquila. - Veintisiete años. - Sabes mucho acerca de mujeres con lo joven que eres. - Claire desde la edad de doce años le estoy escribiendo al amor, las mujeres me habéis enseñado a ser como soy. Cuando tenía cinco años, ya estaba enamorado. Mi amor era una niña rubia de ojos azules, de cabellos largos y rizados, con mirada de ángel, era una niña, poco presumida, y por lo tanto, poseía una gran belleza. Sentía yo una vergüenza enorme cuando ella me miraba, el cuaderno y el lápiz se me caían al suelo. Ella seguía con su mirada azul cielo a lo que se me había caído. Me sentía torpe, porque tenía que agacharme y recogerlo. Ella me sonreía y yo temblaba. Tuve el valor de ir a cada uno de los niños para decirles, que no la miraran porque me enfadaría con todos. Un día Elizabeth que era cómo se llamaba, se acercó a mi, no sabía que era lo que iba a hacer, quería echarme a correr del miedo que sentía, jamás pasé tanto miedo como ese día. Acercó su carita de manzana, a mi mejilla y me dio un beso. Me quedé helado, sin saber que hacer o que decir. Yo la 400

miraba indeciso, con cara de circunstancias, me quedé mudo, no me salían las palabras, aún no podía creer que Elizabeth me hubiese besado. Sentía en mi mejilla sus dulces labios, sus bonitos y angelicales labios. Cuando estaba yo apunto casi para caerme al suelo, ella me dijo con vocecita de campanilla . Ahora ya somos novios Me cogió de la mano, y así andamos un trecho del jardín del colegio. Los otros niños nos miraban, y yo presumía pasando delante de ellos. Cada mañana cuando mami me llevaba al colegio, la única idea que había en mi cabeza era ver a Elizabeth. Miraba su carita, y sabía si estaba contenta o no, dependía del modo que me miraba, y si no quería hablar mucho ese día, era porque algo le pasaba. También yo me sentía triste. Elizabeth fué mi primer amor platónico. Claire ¿ Puedes creer que todavía no la he olvidado ? Aún siento en mi mejilla su boquita, dándome el beso. Ella tenía también cinco años, pero yo no le llegaba ni a la suela de los zapatos. Elizabeth fué la primera niña que me hizo sentir amor. John era transparente cómo el cristal. - ¿ Estuviste viendo a Elizabeth mucho tiempo ? - Le pregunté por el entusiasmo que sentía al haber oído su pequeña historia de amor. - Solo ese año, al año siguiente, nos enviaron a ella y a mi, a colegios diferentes. Después de ella entraron en mi corazón otras niñas, y a la edad de doce años escribí mi primeras poesías de amor. Era una niña que no hacía más que decirme requiebros, y yo le correspondía de la misma manera, pero por escrito. Le daba en clase a escondidas de la profesora, una carilla de libreta 401

doblada, y escrita con una poesía de amor. De niño me aterraba hablarle de amor a una niña, y me di cuenta, que para mi era más fácil si se lo escribía. Le ponía todo lo que yo pensaba decirle y no me atrevía. - John, supongo que más tarde, cuando conociste a más chicas, ese miedo se te iría. Porque ahora quien está temblando de la cabeza a los pies, soy yo, ante alguien cómo tu que sabes tanto de amor. Se rió. - No, las mujeres nos superáis a los hombres en capacidad de amar, es innato en vosotras. Los hombres estamos obligados a seguiros, y vamos a donde queréis llevarnos. Es el fuego del amor, y sois las mujeres las que estais al mando. Claire demasiado sabes de que es verdad y que no me estoy inventando nada. Si me gusta una mujer, voy a buscarla al fin del mundo, al centro de la tierra si fuera necesario, subo en globo y desde las alturas le grito que la amo. Vamos, donde ellas quieren, porque nos enloquecen. Por un beso de una mujer que me guste, soy capaz de hacer el caniche, y bailar a su alrededor, para conseguir más y más besos. Con todo esto que te estoy diciendo, no creas de que soy un hombre infiel, porque no lo soy, lo que pasa es que el romanticismo lo llevo al orden del día. ¿ Sabes que algunas mujeres, bonitas y muy guapas me han abierto su corazón ? Estas mujeres de las que te hablo son casadas. Hemos entablado una conversación, y me han llegado a decir, que sus maridos, no las buscan en el juego del amor, que sólo van a lo que les interesan, en el momento, y que apenas les han dicho una frase cariñosa. Y tampoco tienen detalles con ellas. En verdad te digo 402

que no lo entiendo. No comprendo esta manera de ser en un hombre hacia una mujer. De la manera que he oído como has hablado con Émile, tu marido, hay algo bastante importante que os separa, desconozco la causa de que estéis tan alejados el uno del otro, pero Émile si realmente te quisiera, no se separaría de ti nada más que para ir a trabajar, ese es el rol de un buen marido y amante. John guardó silencio, su mirada traspasaba la mía, yo no hacía nada para impedirlo, pues, sus ojos color verde mar, me gustaban mucho, más que gustarme me tranquilizaban, y mis problemas desaparecían, hasta el punto que no pensaba en Émile. Tampoco es que yo estuviera enamorada de Émile, pues no lo estaba, pero si quedaba un cariño de siete años de matrimonio. Me sentía una mujer libre, aunque era libre para hacer de mi vida lo que quisiera y conocer un nuevo amor. Eso era lo que yo pensaba, y estaba convencida, por lo dejada y abandonada que Émile me tenía. Pero más tarde se demostró de que eso no era así. Émile se iba tranquilamente con sus amigos, porque estaba convencido de que yo era una mujer sumisa, y que el amor para mi ya no tenía interés. - John, eres el único hombre que conozco que entienda tanto de mujeres, y que al mismo tiempo las ponga tan altas. Los hombres suelen tener muchos prejuicios, y no aceptan de que las mujeres los superen aunque sea en el modo de amar, no conciben que una mujer por el hecho de ser mujer, vaya por delante de ellos. Esta guerra, y mal entendido está desde el principio de los tiempos. Eran los hombres, quien dominaban a las mujeres, y con 403

su fuerza y violencia las sometían a sus caprichos, a lo que ellos querían que hicieran. - Así es Claire, aún todavía en el siglo veinte que estamos, hay lugares de la tierra donde las mujeres no deben hablar cuando dos o tres hombres están conversando. Eso no es normal, ni tiene lógica. Y aún menos debe una esposa demostrar su amor al marido que ama, pues lo primero que el marido piensa, es que es una puta. Nos quedamos en silencio por unos instantes. Miré mi reloj de pulsera, y comprobé que faltaban cinco minutos para que fueran las tres de la madrugada. Los vecinos ingleses aún seguían formando jaleo, pero el ruido había disminuido, pues quedaban menos invitados, y esa era la causa. - John ¿ Has hablado antes en serio ? - Le pregunté con una sonrisa algo apagada, por toda esa conversación que habíamos mantenido, y que yo me veía implicada. - Siempre cuando hablo, lo que digo es en serio ¿ Pero a qué te estás refiriendo ? - Dijo, buscando mi rostro, con la mirada juguetona. - A que tu serías mi profesor de inglés. - Quiero ser tu profesor de inglés - Recalcó - Te iba a pedir de que nos volviéramos a ver, y que seas tu quien aceptes todo. Deseo verte sonreír, y dibujar tu sonrisa y tu manera de mirarme, en mi pensamiento, de escucharte reír, y que mis oídos sean música para tu voz. John tenía diez años menos que yo, y el miedo invadía mi mente, esa era una de las razones de que no lo aceptara, pues, no ignoraba de que estaba allí como pretendiente, aunque para mi era una ilusión que había 404

surgido de repente, pero cuando yo pusiera mis ideas en orden, todo cambiaría en mi manera de mirarlo. Esas eran mis conclusiones, aunque lo deseaba, me había enamorado de él, como una colegiala de quince años. Cupido había hecho un trabajo perfecto ¿ Qué mujer no desearía a un hombre como John ? Hacia solo horas que nos conocíamos, y todo lo que yo tenía en mi cabeza, eran ilusiones, que habían cogido la forma en sentimientos. Hacia tiempo que no me sentía deseada, y necesitaba que me amaran, y yo también amar. Tenía treinta y siete años, y me sentía joven, era joven, con un montón de proyectos para realizar. Pero por el modo de vida que llevaba, casi recluida, no veía de qué manera realizaría nada. Era como John me dijo, que estaba metida en un agujero oscuro, y que tenía que salir para ver la luz. - También quiero yo que nos veamos, como amigos, y como profesor y alumna, no quiero volver a perder esta oportunidad que la vida o el destino me brinda. - Claire, nos brinda. La vida ha querido que tu y yo nos conozcamos ¿ Y porqué no ? Y qué caminemos juntos. - John, me causa miedo la manera en qué me hablas, tu dices de caminar los dos juntos, y eso para mi quiere decir, comprometerse con obligaciones. Es por eso que es mejor que seamos amigos, muy buenos amigos, de aquellos que cuando se dicen un secreto, se queda muy bien guardado. - Claire ¿ No te gusta ser feliz ? ¿ No sueñas con los brazos fuertes de un hombre, que te apriete contra él ? ¿ o quieres seguir cómo estás, sóla viviendo de recuerdos ?. 405

- Cómo estoy no quiero seguir, deseo con todas mis fuerzas de que haya un cambio en mi vida. Pero los hombres ahora me dan miedo, les tengo la confianza perdida, y sobretodo lo que te he dicho antes, de que seamos amigos, no creo que yo pueda llegar más lejos contigo. De todas maneras, como vas a ser mi profesor, te guardaré un secreto, y todos los que me quieras decir y también yo te contaré alguno mío. Pero de amigos no vamos a salir. Me das miedo, cuando me miras tiemblo, cuando me hablas no encuentro las palabras. Sabes demasiado que gustas a las mujeres y si tu mente no está bien disciplinada, puedes hacerles mucho daño. John me observaba con prudencia y con aire de delicadeza, sus labios bien marcados sostenían una leve sonrisa, que a mi me costaba mantener. No recuerdo que nadie me hubiese hecho sentir de esa manera. De Émile había estado muy enamorada en nuestros comienzos de casados, y jamás había sentido con él, lo que sentía en aquellos momentos por John. - Claire, ya sé donde reside tu miedo - Dijo con voz suave. - ¿ Lo sabes ? - Le respondí algo desafiante, pero que en realidad era broma. - Si lo sé - Respondió respirando profundamente, y echándose hacia atrás del asiento, sin dejar de mirarme. - Donde, dímelo, porque lo quiero saber - le dije con un poco de sarcasmo, pero que después me arrepentí. - Tus miedos está en la poca seguridad que tienes de ti misma. Has visto que nos separa de diferencia algunos años, y has puesto el grito en el cielo. Te has asustado igual que un gorrión cuando empieza a volar, cree que 406

se va a caer de un momento a otro. No te debe de asustar la edad, porque se ama de la misma manera. - ¿ Entonces crees que lo mío es miedo ? ¿ Que no es la diferencia de edad que nos separa ?. - Claire, eso no importa, lo importante es, que tu me gustas, que esta noche cuando te he visto por la primera vez, he creído que eras una Diosa, he visto en ti, la mujer con la que yo siempre he soñado. Puede que no te lo creas, y que es mi alma de poeta quien habla. Quiero que seas feliz, quiero darte toda la felicidad que tu necesitas y que mereces. Yo no voy a intentar hacer nada contigo, quiero que seas tu quien te decidas, y cuando yo vea que realmente me quieres, entonces es, cuando iré a ti. - Ahora guardo este secreto tuyo, porque es un secreto ¿No ? - Le dije sonriendo. Se rió con ganas. - Si, es mi secreto, nuestro secreto, y nadie más que nosotros dos, lo debe saber. Me puse en pie, pues, ya se hacía demasiado tarde, no lo hacía porque tuviese sueño, sino porque pronto amanecería y nos encontraríamos en el porche, con las claras del día. Ya tenía bastante todo el domingo para estar pensando en John, para estar recordando sus palabras, su mirada, verde mar, y su inconfundible voz. - Buenas noches John - Dije despidiéndome. - Claire, te deseo que duermas bien, y que pienses en todo lo que hemos hablado, también yo estaré pensando en ti, y seguro que soñaré contigo ¿ Cuando nos volveremos a ver ? - Dijo de pie, y a punto de bajar los escalones del porche. 407

- No lo sé exactamente, tengo que poner en orden mis ideas, deja que el destino se ocupe, puesto que esa es su labor - Dije, pero con más deseos que nunca de volver a verlo. - Recuerda, de que tengo que ser tu profesor de inglés Dijo sin soltarme la mano, que yo le había extendido para despedirme. - Sí, quiero que seas tu quien me enseñe todo lo que tengo que saber. Los dos seguíamos mirándonos, con las manos cogidas, John no quería separarse del contacto mío, y a mi me costaba también separar mi mano de la suya. Nos fuimos deslizando despacio, hasta que nuestras manos se separaron. Yo veía andar a John por el caminillo hasta llegar a la verja. Se dio la vuelta, y agitó su mano diciéndome adiós. Yo también le correspondí de la misma manera. Lo seguí observando hasta que llegó al coche, y subió. Al ponerlo en marcha, alzó la mano, y volvió a decirme adiós. Qué día tan especial había sido ese. Si quince días antes o una semana incluso, alguien, me predice que iba a tener ese encuentro con John, no me lo hubiese creído, hubiera respondido que no era cierto. Pero el destino o la casualidad, nos tiende una red y nos atrapa, y tenemos que seguir la corriente por donde nos lleva. 27

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Estuve durmiendo hasta las doce del mediodía, que fué cuando me despertó llamándome Émile, desde el umbral de la puerta del dormitorio. Abrí los ojos con los párpados pesados, y en el cuadrado de la puerta vislumbré la figura bien vestida de Émile. Hasta mi nariz llegó su perfume, el que siempre se ponía. Brut-Faberge. En esos instantes no sé que era lo que sucedía a dos metros de donde yo estaba en la cama, porque cerré los ojos y me volví a dormir. Pero la mano de Émile posada en mi hombro, hizo que de nuevo me despertara con un ligero movimiento. Lo miré con los ojos muy abiertos. - Claire ¿ Te ocurre algo ? ¿ Estás bien ? - Me preguntó con su cara muy cerca de la mía. - Si, no me ocurre nada ¿ Porqué me lo preguntas ? - Le respondí, al mismo tiempo que me sentaba en la cama. - Es que no es normal de que duermas hasta las doce del mediodía, tu nunca lo has hecho ¿ Te fuiste a dormir tarde ?. - Sí, muy tarde - Respondí titubeando - Los vecinos ingleses tenían formada una fiesta por todo lo alto, y me costaba mucho dormir, así es que me quedé en el porche hasta muy tarde - Eso fué lo primero que me vino a la mente para salir del paso. Pues, si a Émile le digo la verdad, no sé cómo hubiera reaccionado, porque todavía a esas alturas vigilaba mis pasos, y miraba con quién salía. La única persona que conocía y que era una amiga de verdad era, Madeleine, y tampoco veía con buenos ojos que me viniese a buscar. Siempre me quiso para él solo, y aunque tenía mucho que callar, no se daba por vencido. 409

- ¿ Que tal fué anoche la fiesta esa o, mediumnidad, Claire ? ¿ Ha sido el miedo que pasaste que no te ha dejado dormir ? - Dijo soltando una carcajada. También yo me reí para seguirle la corriente. - Muy bien, me gustó mucho - Dije levantándome de la cama y poniéndome un fino salto de cama, que tenía colgado en una percha detrás de la puerta. - ¿ No tienes nada preparado para comer ? - Preguntó con más seriedad. - No, nada, pero pensaba hacerme una tortilla de patatas y una ensalada. Quería sacar una paletilla de cordero del congelador, para hacerla esta noche, puesto que era posible de que tu vinieras. Anoche en el teléfono no me aseguraste nada, es por eso que no te esperaba ahora. Miraba profundamente mis ojos, esperando encontrar algo nuevo, buscaba una respuesta, que él no sabía lo que era, quizá me vio distinta o, cambiada, su mirada era extraña. Me percaté de que algo raro había visto en mi. Era posible que mis gestos o cambio de facciones fueran distintos a los que él estaba acostumbrado a verme. Porque era cierto que me había enamorado, y seguro que se me veía en la cara. Las personas que estan enamoradas, tienen un color distinto de cara que del que tenían, y la manera de sonreír también es diferente, en los ojos tienen un brillo especial. - Claire, mientras que te duchas, voy hacer yo la tortilla de patatas para los dos, y cogeré del huerto una lechuga y algunos tomates ¿ ok ? - Dijo con entusiasmo, lo veía muy contento y generoso para ofrecerme ayuda, y hacerme compañía compartiendo la comida. Me causó escalofríos y miedo, ya había intentado hacia varias 410

veces de volver a entrar en mi vida. Pero no lo iba a consentir, no me explicaba las razones de porqué lo hacía, lo trabajaba todo como siempre, despacio y a escondidas. - De acuerdo, ve haciendo tú la comida, y cuando me haya duchado bajaré - Repuse - ¿ Has ido a ver a Hugo?. - No, quiero esperar hasta esta tarde, para que vayamos los dos ¿ Qué te parece ? Se pondrá contento ¿ No crees?. - Pues no sé como reaccionará. Creo que es mejor que no nos vea juntos, para evitarle un disgusto ¿ No recuerdas que es tu pareja ? ¿ Y también lo celoso que es? Con tantos días que lleva metido en el hospital sin saber que ocurre fuera, tendría de nuevo una recaída, si pasa un mal pensamiento por su mente. - ¡ Y qué, que pase, que importa ya ! - Respondió muy seguro de lo que decía. - A mi si me importa - Dije enojada, por los pocos sentimientos que demostraba tener, ni por Hugo, ni por mi. Por lo que estaba haciendo de nuevo hacia mi, no tenía nombre, no sentía respeto por nadie, lo movía todo a su manera, a la manera que más le convenía. Me echó otra mirada. - Claire, esta tarde quiero que vengas conmigo ¿ Me vas hacer ese favor ?. - Porqué ¿ Que hay detrás de todo esto ? ¿ Qué interés tienes que vaya contigo al hospital ? - Dije mirándolo de frente. - No tengo ninguna clase de interés, sólo quiero que vengas, que me acompañes, que estemos los dos más

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tiempo juntos, que volvamos a ser lo que éramos años atrás. Enmudecí. - Émile, eso jamás - Le dije hablándole muy claro Entre tu y yo no queda nada. ¿ Y Paul ? ¿ Qué ocurre con Paul ? ¿ No es tu actual pareja ?. - Paul nunca ha sido mi pareja, nos hemos juntado cada vez que nos ha apetecido, pero él es libre y yo también. - ¿ Por quién me has tomado Émile ? Cuando estábamos casados, no sabía lo que hacías cuando no estabas conmigo, era una ilusa, y muy ingenua, porque estaba ciega, tenía una venda en los ojos que no me dejaba ver. También tu, me lo ocultabas todo, pero ahora conozco la verdad de cómo eres, de lo que te gusta. No podría dormir contigo en una misma cama ¿ Cómo crees que yo me siento en estos momentos al darme cuenta que quieres de nuevo volver a utilizarme ? ¡ No, Émile, no ! Esa idea absurda que te ha venido a la cabeza, la descartas. - Claire, eres mi esposa, y estamos casados para lo bueno y lo malo. Tengo la misma enfermedad que Hugo, y mis miedos son muchos. Paul también tiene el mismo virus. Hemos hablado, y hemos llegado a la conclusión, de que tenía yo que hablar contigo, para que volviéramos de nuevo. - ¿ Es por eso que me regalaste hace varios días el collar de perlas ? ¿ Todo era un convenio que teníais entre Paul y tu ? Resulta que Paul y tu sois iguales de aprovechados, de oportunistas y de egoístas. No me importa ayudarte en lo que sea y tu lo sabes, pero de eso

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a que volvamos a ser un matrimonio cómo éramos antes, no. Émile se puso pálido. - ¿ A ti que más te da Claire, si el único hombre que conoces y que existe en tu vida soy yo ?. Me callé, y no respondí, hasta que pasaron como tres minutos. Émile repuso por la duda - No hay nadie en tu vida ¡ O estoy equivocado ! Porque no voy a consentir que venga otro y te arrebate de mi lado, soy capaz de cargármelo. Tu eres la única mujer que he tenido, y la única que tendré ¿ De acuerdo ?. Rompí en sollozos. - Émile, no eres justo, no tienes derecho a tratarme del modo que lo haces - Dije con los ojos encharcados en lágrimas - Cuando viniste a Johannesburgo y conociste a Hugo, y empezasteis a vivir juntos, no te acordabas de que yo existía, apenas me escribías, te alejaste de mi rotundamente. No viniste a buscarme al aeropuerto el día que llegué aquí, por no disgustar a Hugo. Días más tarde de yo llegar, me reprochaste porqué había venido. Todas las humillaciones y aberraciones que he tenido que vivir aquí contigo, han sido muy duras para mi. No me vengas ahora con que tu tienes todos los derechos sobre mi, porque los derechos hace tiempo que los perdiste. Me cogió fuerte del brazo causándome dolor. - ¡ Espero que no haya nadie en tu vida, porque iba a durar poco ! ¿ Me oyes ? - Dijo con los ojos muy abiertos a punto de salirles del hueco.

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- ¡ Me haces daño suéltame ! - Dije con rabia - Si estuvieras, donde deberías de estar, no dudarías de nada. Pero como crees que soy tu esclava, y que tengo que estar aquí las veinticuatro horas, me exiges, me ordenas y me obligas. Émile, eres mi marido, pero para mi, es como si no lo fueras. No has tenido una atención cariñosa ni generosa conmigo. Todo lo que hay de ti, se lo has dado a tus amigos, yo he sido la última en todo. - ¿ No llevas el mando de esta casa ? - Dijo tratando de que entráramos en razón - ¿ No eres tu la que dispones todo lo que se tiene que hacer ?. - Claro, si tu no estás nunca, para ti ha sido fácil de dejarme al mando, de esa manera tu te has desentendido ¡ gracias de que estoy aquí !. - Claire, vamos a calmarnos, y a poner las ideas en orden. Mira lo que vengo a proponerte. Tengo apalabrada una casa con un bonito jardin, y piscina. Para que nos vayamos a vivir tu y yo. De aquí a pocos días llegan los padres de Hugo. Ya sabes que no quiero vivir con ellos. Sobretodo al padre de Hugo no lo soporto, me cae muy mal, tu conoces mi carácter, que salto por menos de nada, tampoco creo que él me soporte a mi, cuando sepa que he sido yo el amante de su hijo. Llegaríamos a las manos, nada más me insinuara algo, lo echaría a la calle. Quiero evitar todo ese mal trago, y quiero evitártelo a ti y a Hugo por supuesto, porque es su padre. Me entiendes ¿ Verdad ?. - Émile, quiero que razones - Le dije - Los padres de Hugo son personas mayores, no saben inglés. Sobretodo la madre de Hugo está muy atormentada, por la enfermedad que tiene su hijo, y sin saber que es. Y 414

cuando vengan y vean en el estado en que se encuentra, está mujer se muere. ¡ Cómo se les va a dejar aquí solos! Yo no lo voy hacer, estaré con ellos el tiempo que haga falta ¿ Porqué has apalabrado una casa sin contar conmigo ? ¿ Que idea tan absurda es esa ? Yo sigo para ti, sin contar para nada, eres tu el que decides por mi, cómo siempre has hecho. No Émile, no me voy a mover de aquí. Se encendió igual que una bomba de relojería. Cerró el puño, y pegó un puñetazo en la pared que hizo temblar el piso de arriba. Fué fuerte el golpe que dio, porque se hizo sangre en el puño. Yo me quedé clavada en la pared casi con los brazos en cruz. Sentí pánico, le cogí miedo. Era la primera vez que se mostraba de ese modo tan violento conmigo. Me miró con la cara transformada, los ojos le iban a salir de su sitio. Los puños los mantenía cerrados. En unos instantes pasó por mi mente, de que quería acabar conmigo. Se dirigió a mi con los ojos ensangrentados por la ira, y de golpe sin esperarlo clavó las dos palmas de sus manos, en la pared, a los dos lados donde yo mantenía la cabeza. Acercó su boca a la mía como a cinco centímetros de distancia, y como si le saliera fuego dijo con voz terrorífica. - Estaré vigilándote, aunque sea lo último que haga, no te dejaré en paz en ningún momento, y pobre de ti, si es que has dejado que alguien entre en tu vida. Porque tu vida es mi vida, no quiero que lo olvides ¿ Que hacías anoche cuando te llamé por teléfono ? ¿ Porqué no estabas acostada ?.

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Lloraba y lloraba, y también temblaba, el pánico se apoderó de mi, me veía más indefensa que una niña chica, a merced de lo que Émile quisiera hacerme. - Te ... lo dije, no podía dormir - Respondí con voz trémula. - ¡ No te creí, y tampoco te creo ahora ! ¡ Zorra, que hacías anoche levantada tan tarde ? ¿ Porqué no me lo dices ya de una vez ? ¿ Con quién estabas ? ¿ Lo conozco ?. Los sollozos que daba se oían por toda la casa. Émile estaba enloquecido, había perdido el control de si mismo, y razonar con él era imposible. Jamás lo había visto antes, tan despiadado y tan cruel. Ni siquiera con Hugo había utilizado este método, tan mezquino y sanguinario. Sólo le faltaba matarme, porque estaba a su merced como la hoja de un árbol que cae al suelo, y la podía triturar con la planta de su pie. Émile veía normal que yo pasara por alto y que olvidara todo el ajetreo que se traía con los demás hombres, no tenía que verlo con malos ojos, puesto, que lo de engañarme con sus amigos, era antiguo, lo hacia desde mucho antes de casarnos. Mientras que luchaba con mi miedo haciéndole frente a la violencia de Émile, que seguía manteniéndome contra la pared, el ángel de la guarda vino a punto para salvarme. - ¡ Hola ! ¿ Estás aquí Claire ? - Era la voz de Madeleine que había entrado en la casa buscándome, y se había quedado abajo. - Ma .. deleine, estoy aquí arriba - Dije dando un grito medio desgarrador. 416

- ¿ Claire, te ocurre algo ? ¿ Donde dices que estas ? Preguntó Madeleine con la voz algo agitada. - ¡ Arriba Madeleine, sube arriba !. En esos instantes Émile tapó mi boca con su mano, y me dijo con la boca pegada a mi oído. - ¡ Ahora muéstrate como si nada, quiero que estés natural, no lo olvides ! ¡ Más tarde seguiremos arreglando cuentas tu y yo. Se separó de mi como a dos metros de distancia. Introdujo los dedos de sus dos manos por la cabeza y peinó sus cabellos, trataba de mostrarse tranquilo, lo máximo. La mirada que por último me echó era inmunda y sucia. Levantó el índice a la altura de su nariz, y en voz baja me dijo. - ¡ Recuerda lo que te he dicho !. Oía los últimos escalones que le quedaba por subir a Madeleine. Con las yemas de mis dedos retiré las lágrimas que había en mis ojos y mejillas. Los cabellos los peiné alisándolos con las manos abiertas. Pero en mi pecho seguía la agitación, y mi cara estaba descompuesta. Madeleine era una mujer inteligente, no se le pasaba nada por alto. Los años que estuvo en los campos de concentración, aprendió mucho del sufrimiento, de la injusticia y de la traición, y nada más me viera se daría cuenta de lo ocurrido. Se plantó delante de nosotros con una sonrisa, con la suya habitual. Pero cuando se fijó en mi, en el estado en que estaba, la sonrisa desapareció de sus labios, y con el ceño fruncido se acercó a mi. Le echó una mirada a Émile provocando una respuesta. Cómo no la tuvo me preguntó mirando mi cara y el cuerpo medio desnudo 417

que me había quedado, por el movimiento y zarandeo que Émile hizo con su discusión conmigo. - ¿ Que ha pasado ? ¿ Que te ha sucedido Claire ?. - Nada, Madeleine, estoy bien - Respondí con la respiración agitada. - ¡ No, no estás bien ! - Dijo cogiendo mi brazo izquierdo y mirando lo rojo que lo tenía. Se giró hacia Émile y tras quince segundos de pausa - ¿ Se lo has hecho tu ?. Émile no se movió de donde estaba. - Cosas de matrimonios, hemos tenido una insólita discusión, Claire es muy testaruda - Dijo con voz pausada y tranquila. - Pues, para ser insólita como tu dices, te has despachado a gusto, pues menos mal que no es frecuente, por que si no hubieras acabado con ella. ¡ Hay que llevarla al hospital para que el médico le mire el brazo !. - ¡ Vamos Madeleine no exageres ! - Replicó Émile - A penas le he tocado el brazo. - ¿ Dices que apenas le has tocado el brazo, y lo tiene a punto de explotar ? Lo que tu ignoras es que esta clase de violencia la he vivido en mi y en las demás personas, en los dos campos de concentración donde me llevaron los nazis. Con esta clase de violencia no se mata a nadie, el que lo hace lo sabe. Lo hace para humillar y ultrajar, porque se siente superior, y la persona que tiene en sus manos, le interesa menos que nada. - ¡ Claire, habla tu, dile que ha sido lo que te he hecho ! ¡ Dile, que apenas te he tocado, lo que pasa es que tiene la piel fina, jamás le he puesto una mano encima, nunca 418

se me hubiese ocurrido pegarle - Decía casi suplicando ¡ Habla Claire !. Yo no podía articular palabra. La pena me había llegado a la garganta, haciéndome un nudo que al tragar la saliva me hacia daño - ! Cómo podía ser tan miserable y tan mezquino ! - Él no era el Émile que yo había conocido. De inmediato me pasó por la mente, que la enfermedad que tenía, empezaba a hacerle malas jugadas, y se estaba convirtiendo en un enfermo tirano, sin poderlo controlar, llegué a creer, que no se daba cuenta de lo que hacía, y que actuaba bajo la influencia de su malestar. En aquellos instantes no podía contrariarlo. Utilizaba frases de ángel con Madeleine, y a mi me miraba de manera diabólica, amenazándome para que lo sacara de la situación en la que se había metido. Jamás le tuve miedo, pero ese día guardé mis armas para no provocarlo y empeorar más de lo que estaba su ira y acaloramiento, así es que, tuve que seguir su rol, para no contrariarlo más de lo que estaba y para yo quedarme más tranquila. - Madeleine, Émile no ha hecho nada, he sido yo que me he dado un golpe con la puerta. Te estoy diciendo la verdad, puedes creerme - Dije mirándola seriamente a los ojos. - ¿ Te has dado cuenta Madeleine, que yo no he sido quien le ha dado ese golpe en el brazo ? - Replicó con rapidez Émile. Madeleine de todos estos argumentos se creía muy poco de lo que le decían, puesto que lo había vivido en muchas situaciones, pero como era una mujer 419

inteligente, no pidió más explicaciones, por lo mal que yo lo fuera a pasar después. Ella se iría, y yo me quedaría a solas con Émile. Sólo se limitó a mirarlo. Y Émile se encogió de hombros, con una sonrisa de hipocresía y de victoria porque creía haber ganado. Aunque a Madeleine yo le había negado las evidencias, a ciertas sabía que no lo había creído. La mirada de ella y la mía se encontraron. Madeleine conocía de mi cuando estaba diciendo la verdad, y cuando no, y por supuesto, sabía que me había visto obligada a mentir. - Está bien Claire, te creo - Dijo afirmándome con la cabeza. Pero hay que ponerte en el brazo hielo, para evitar que la hematoma salga fuera. - ¡ Ya lo hago yo ! - Saltó Émile - Bajo a la cocina y subiré hielo en una bolsa de plástico o mejor prefiero que bajemos los tres, sentados alrededor de la mesa, lo haremos mejor. Émile lo pensó mejor y prefirió que no nos quedáramos a solas, por lo que Madeleine me pudiese preguntar, y yo responderle. Madeleine y yo nos sentamos enfrente una de la otra. Émile extrajo del congelador una bandejita de cubitos de hielo, los metió despegándolos en una bolsa de plástico. Y con mucho cuidado, la pegó a mi brazo. Delante de Madeleine se estaba portando lo mejor posible, me llenaba de atenciones, y de palabras amables. Su comportamiento era conmigo, el mismo que utilizaba cuando vivíamos en París. Su cara la tenía casi pegada en mi brazo, mirando de hacerlo lo mejor 420

posible. Madeleine se encontraba enfrente de mi. Al tiempo que la miré, ella me guiñó un ojo, y me sonreía. El brazo lo tenía a punto de estallar de dolor, con el hielo que Émile me puso, se fué calmando, también el tono rojizo bajó, pero el miedo mío era, que la hematoma saliera, y así sucedió al día siguiente. - Claire, he venido para ver si querías venir a comer con Patrick y conmigo, a casa. Mis hijos se han ido con otros amigos, y estarán todo el día fuera. Es Patrick quien se ha quedado terminando de hacer la comida. - Íbamos a comer nosotros ahora - Se adelantó Émile. Madeleine echó una ojeada por la cocina, buscando los enseres donde hubiera comida, pero encima de los fogones lo único que había era la tetera vacía. Antes de que Madeleine pudiese decir algo, Émile replicó con rapidez. - Iba a hacer yo la comida, pero algo sencillo, en eso habíamos quedado ¿ No es cierto Claire ? - Dijo buscándome la mirada. - Si, es verdad - Respondí. - Como ya es tarde ¿ Porqué no venís los dos y comemos los cuatro juntos ? - Propuso Madeleine. - No, gracias, en otra ocasión, pues también teníamos previsto de ir al hospital después de comer ¿ Sabes que nuestro amigo está hospitalizado ?. - Si, lo sé, pero tenéis tiempo para todo, ahora, es la una de la tarde - Dijo Madeleine mirando la esfera de su reloj. - A ver Claire ¿ Qué dices tu ? - Se dirigió a mi en esos términos Émile, para que yo dijera que no, y quitarse un peso de encima, y un mal entendido. 421

- Si, Madeleine, habíamos pensado hacer eso que Émile te ha dicho - Dije al mismo tiempo encogiéndome de hombros, pero con aire de paciencia. - Bueno, pues, entonces os dejo. Me voy, pues Patrick me estará esperando. Claire vendré a verte un día de estos. - Que sea pronto Madeleine, pues la única amiga que tengo eres tú, y como ya sabes, no converso con nadie. Salí a despedir a Madeleine hasta el porche. Émile venía detrás de mi, no me dejaba un sólo momento a solas con ella, su miedo era si nos encontrábamos a solas, y yo le hablaba de él, lo mal que me habló y que me trató físicamente. Siempre quería quedar cómo un caballero, hacia fuera, de cara a las demás personas, mostraba de que era un buen esposo, pero cuando los dos nos encontráramos a solas, todo cambiaba. Esta manera de comportamiento no fué siempre así, sólo desde que yo llegué a Johannesburgo. Se volvió un maltratador, un hombre violento, un tirano, tanto para Hugo cómo para mi. Después de que Madeleine se fuera, subí al cuarto de baño y tomé una ducha de agua templada. Émile ese día vio su victoria asegurada con respeto a Madeleine, y que las cosas no hubieran ido más lejos. Émile no conocía a Madeleine también como yo, pero lo suficiente para entender que ella no iba a callarse un mal trato que se le diese a una persona, y aún menos, si se trataba de una mujer. Todos los crímenes y aberraciones que pudo presenciar en los campos de concentración, la volvió dura cómo el hierro, y cómo la roca, que por más que la golpee el agua con sus olas, sigue de pie esperando el 422

próximo mimbreo rompiendo el agua en la piedra. Madeleine había denunciado en varias ocasiones a algunos colonos blancos del mal trato que le daban a los nativos. Lo iba a decir a la persona, y lo prevenía del mal que se estaba haciendo a sí mismo, puesto que un día los nativos se revelarían contra ellos, y podrían hacer masacres, por estar causándoles tanto dolor. Madeleine una vez me contó, que los nativos cuando estaban ya muy afligidos por el mal trato que le daban los blancos, recurrían al hechicero de las tribus para que les diera un remedio, y poder acabar con ese maltrato, que también se convertía en empujones y en golpes, también en una que otra bofetada. El hechicero les hacía un preparado en polvo metido en una bolsita de tela, y les decía, que lo tenían que echar donde los amos pisaran con los pies descalzos. Al poco tiempo se anunciaba la ruptura de la pareja o, la enfermedad de algún miembro de la familia, también se podía producir la muerte. De esa manera ya se vengaban los nativos. Émile conocía esta faceta de Madeleine, le tenía mucho respeto, y la mantenía a distancia. No, porque él maltratara a ningún nativo, jamás lo hizo, pero si por el trato que últimamente estaba yo recibiendo de él. Comí de lo que había cocinado Émile. No paraba de observarme todo el tiempo, y me animaba a que comiera más, pero yo no tenía apetito, no podía comprender el cambio que se había producido en él, ahora me necesitaba más que nunca, aunque no me lo decía, había habido un cambio en él, este cambio era para que viviéramos los dos, bajo el mismo techo. Algo grave le había dicho el doctor que llevaba su 423

enfermedad y la de Hugo, que a mí, no me quiso decir nada. Quizá por no alarmarme o, porque no me quería decir la verdad. Al principio le había dicho a Émile que no iría al hospital con él para visitar a Hugo, por temor a que si nos veía juntos pudiera sufrir una recaída a causa de sus celos, pero mientras que íbamos comiendo, trató de convencerme, y no me negué por miedo a que nuestra relación volviera a sufrir otra recaída. Y al terminar de comer. - Claire, déjame hoy que sea yo quien limpie todo lo que hemos ensuciado, y lo coloque en su lugar - Me dijo Mientras tu te vas vistiendo. Después de que salgamos del hospital quiero que vayamos a cenar, a aquél restaurante donde la primera vez no nos dejaron entrar, porque a Hugo le faltaba la corbata, y yo no llevaba chaqueta ¿ Lo recuerdas ?. - Si, y hay veces que pienso en aquél suceso, y me río Dije. - Pues, esta noche nadie nos va a impedir que entremos, porque voy a ir con todo el atuendo preciso ¿ Que te parece ?. - Bien, muy bien, entonces, yo también me pondré un vestido para la ocasión. - Ponte el vestido amarillo con margaritas blancas, ese vestido, siempre que te lo pones me gusta, te hace más guapa aún de lo que eres. - ¿ No crees que es un poco llamativo para ir al hospital a visitar a un enfermo ?. - Todo depende de los ojos cómo lo mires, también esos colores y las formas de las margaritas pueden dar alegría 424

a la persona que está hospitalizada, en este caso a Hugo, es muy bonito este vestido, póntelo. - Te haré caso, lo decía para no llamar la atención de Hugo, para que no se quede después pensando, pues, esto no es recomendable para su curación. Movió la cabeza. - Hugo, ya no se va a recuperar. - ¿ Porqué lo sabes ? - Le pregunté preocupada. - Hace una semana estuve hablando con el doctor que nos lleva, y me lo dijo. - ¿ Qué fué lo que te dijo ? - Le interrogué aún más preocupada. Hizo una pausa sin dejar de mirarme. - Pues ... me dijo, que a Hugo apenas le queda de vida tres meses. Los ojos se me llenaron de lágrimas - ¡ Pobre Hugo pensé !. - También me vinieron a la mente sus padres, pues llegaban en pocos días, el sábado siguiente. - ¿ El doctor te ha comentado algo acerca de tu enfermedad ? - Le pregunté también preocupada. - Sí, me ha puesto al corriente, y me ha comentado, que lo mismo coge un giro fuerte, cómo a Hugo le ha ocurrido o, se quede estacionada, que nunca se sabe con este virus el rumbo que va a coger. - ¿ Te encuentras mal ? ¿ Estás cansado ? - Le inquirí para que me dijera la verdad. - Por el momento no, pero el miedo empieza a apoderarse de mi. No creas que si voy poco a visitar a Hugo al hospital, es porque no quiero. No es así, aunque me veas fuerte e impetuoso, siento mucho miedo dentro de mi. Antes pensaba de Hugo muy diferente a cómo 425

pienso ahora. Es valiente, muy valiente, pienso que sabe que le queda poco tiempo de vida, y sin embargo no nos lo hace ver. Está resignado a su destino. Creo que yo no soy tan valiente cómo él. Miré a Émile con pena, había olvidado el mal rato que me había hecho pasar, y hasta creo que lo comprendía, pero tampoco se lo podía dejar pasar, puesto que se trataba de malos tratos. Lo más duro todavía estaba por llegar cuando le dijera, para que realmente me creyera, que yo no me iba a ir a vivir con él a otra casa. Yo no me quería mover de allí, de esa casa que me acogió desde el primer día que llegué a Johannesburgo. Subí al dormitorio, y me puse el vestido que Émile me pidió. También me gustaba a mi. Era un vestido que Émile me había regalado para nuestro sexto año de casados, fué en París, y si recuerdo bien, sólo me lo había puesto tres veces. Era un vestido de seda natural, muy elegante. Con escote barca, manga corta, plisado, y largo hasta media pierna, y un cinturón con hebilla que ajustaba mi cintura. No era un atuendo para llevar a un hospital, puesto que en las tres ocasiones que me lo puse, fué la primera para asistir a una boda de una amiga, y las dos otras veces, para ir a cenar a casa de unos amigos. En Johannesburgo ésta era la primera vez que me lo ponía, pero sin estar de acuerdo, resultaba frívolo, para que Hugo me viera vestida con elegancia para ir a visitarlo, lo primero que iba a pensar, era que Émile y yo, después de verlo a él, nos iríamos a divertirnos a algún lugar, y además, que daba la

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impresión de que no me importaba ¿ Pero cómo podía yo convencer a Émile de lo contrario ?. Me puse un calzado casi plano para que disimulara más. Bajaba las escaleras, y Émile salió a mi encuentro, se fijó sobretodo en mis piernas, en la manera de cómo las iba bajando. Por el modo de mirarme, me hizo recordar a tantos momentos buenos que habíamos pasado, y en lo mucho que nos habíamos amado. No le di más importancia, puesto que para Émile, no era lo mismo, las cenizas apagadas, volvieron a resurgir de nuevo. Este pensamiento de él, era peligroso, puesto que yo, no lo amaba, no sentía amor hacia él, sólo un cariño que se había hecho viejo, desde que nos conocimos, hasta ese día. Cuando pensaba en todas las veces, que habían sido muchas, las que me había engañado con otros hombres, sentía repudio hacia él, y hasta estaba contenta de que me hubiese enterado de su homosexualidad, para que saliera de mi vida. Cuando Émile estaba abriendo la puerta de la verja, y yo me hallaba a su derecha, de pronto me vino una subida de sangre, y el cuerpo se me encendió, al descubrir, que enfrente de la casa, pero como a unos cincuenta metros, el coche rojo y descapotable de John estaba estacionado a un lado de la avenida. Con mi mirada buscaba a John, y descubrí que se encontraba fuera del coche, y su silueta inconfundible reposaba apoyado en el tronco de un grueso árbol, como a cuatro metros de su coche. Vestía con un traje blanco, y corbata gris, los zapatos también eran blancos y atados. Los cabellos los llevaba recogidos por una cola. 427

Salí de la verja, y mi acaloramiento se hizo mayor, cuando nuestras miradas se encontraron. Émile no había descubierto nada, no se dio cuenta del descapotable rojo que estaba aparcado en la acera, pues, todos los días, incluyendo ese, habían aparcados varios coches, y esa era la razón por lo que no lo advirtió. Después de cerrar la verja, se aproximó a la puerta de la derecha del coche, donde tenía que entrar para conducirlo. Abrió la puerta y se instaló, poniéndose cómodo. Oí su voz que me llamaba. Me había distraído con la presencia de John, que seguíamos mirándonos. - Claire, sube al coche - Dijo bastante tranquilo. - Si - respondí distraída. Abrí la puerta y me senté. Émile arrancó, y mi tensión se volvió a acelerar, en el instante en que pasamos junto al coche de John. Los dos nos volvimos a mirar de frente, él sostenía una leve sonrisa, que me pareció que fuera un saludo, era un saludo, pero yo no le pude corresponder. El miedo mío era de que Émile se fijara en el descapotable, y aún más en el joven que permanecía apoyado en el tronco del árbol, su figura era inconfundible y nada más lo viera otra vez lo recordaría. John esperó a que diésemos la vuelta a la avenida, para seguirnos y venir detrás. Cómo lo había imaginado, así sucedió. Por el retrovisor que tenía a mi izquierda, vi el descapotable rojo que se mantenía a una distancia prudente, para no ser observado por Émile. Mi corazón iba a cien por hora, iba pensando en John, en lo atractivo que era, en la personalidad tan exquisita que poseía, era fácil enamorarse de él, pero yo me estaba haciendo la 428

fuerte, y luchaba contra mis sentimientos, contra mi voluntad para seguir como estaba, para sentirme libre. Desde que era una niña me ocurría que al ver a una mariposa volar, y posándose en las flores y en los árboles, pensaba de que eran seres libres, y que las mariposas tienen las alas doradas. Perfilaban de ese modo su belleza, su encanto y su libertad, sobretodo su libertad. Yo quería ser cómo una de esas mariposas, y ahora llegaba el momento de serlo. Me era difícil no pensar en el color verde mar que tenía los ojos de John, y aún menos en su mirada, que me envolvía y me sentía desprotegida, difícil de escapar a su encanto, y de sus labios bien perfilados y con deseos de besar y de amar. Émile aparcó el mercedes en el parking del hospital que estaba reservado a los visitantes. Bajamos del coche, y mientras que Émile lo cerraba con llave, yo miré hacia donde podría haberse quedado John. Vi algo lejos el descapotable, que se quedaba en una zona de pago, y la silueta inconfundible de John que descendía del coche. De lejos, nos volvimos a mirar. No sé porqué pensé en esos instantes de que John era esa clase de hombres que cuando les gusta una mujer, la seguían hasta el fin del mundo. Era de esos, pero yo no me fiaba, desconfiaba un cien por cien. Porque John era diez años más joven que yo, él era un hombre de una gran belleza varonil y estaba soltero. No quería más desengaños en mi vida, ya tenía bastante con lo que estaba viviendo con Émile, cómo para volver a empezar de nuevo y caer en la misma rueda de la vida. 429

Andaba distraída al lado de Émile para entrar en el hospital. Miraba sin darme cuenta al final de la calle donde John se había quedado. No había advertido de que Émile se había fijado en lo distraída que iba, y en la dirección donde yo miraba, y me interrogó. - ¿ Ocurre algo, Claire ?. - No ... nada - Dije a media voz. Émile no me volvió a preguntar nada más, pero antes de entrar en el hospital, echó una ojeada en dirección de donde yo estaba mirando, buscando algo. Habíamos llegado a la puerta de la habitación donde se encontraba Hugo. Había yo ido a verlo el día anterior por la mañana o, sea el sábado. La puerta estaba cerrada. Émile cogió el pomo y lo giró hacia la derecha, y abrió la puerta. Era deprimente ver tantas camas ocupadas por enfermos que padecían la misma enfermedad que Hugo. Daba pena de verlos con la piel y el hueso, estaban esqueléticos, los ojos hundidos, y el hueco muy marcado. Hugo nada más nos vio, se incorporó en la cama, y se quedó sentado, levantó la mano haciéndonos un saludo. Llegamos hasta él haciéndonos paso entre los visitantes que habían ido para quedarse un rato con sus familiares enfermos. El murmullo que había era grande. Ya había observado en otros hospitales de París, que los visitantes respetaban poco el malestar que pudiese sentir cualquier enfermo. Varias veces, la enfermera había tenido que entrar en la habitación para pedir silencio. Aquí en Johannesburgo sucedía lo mismo, la gente, en todos los lugares tienen el mismo comportamiento. No tardó tampoco hacer su presencia la enfermera, pidiendo de 430

que se hablara más bajo. Lo hacían al momento, pero nada más que ella volvía la espalda seguía el murmullo, que parecían susurros, y molestaba mucho. Me acerqué a la cama donde reposaba Hugo. Émile lo hizo por el otro lado. Le di a Hugo un beso en la mejilla. Estaba contento de vernos allí a los dos. Émile hizo una observación. - Es mejor que salgamos los tres de aquí, y vayamos a la sala de visitas, este ruido es insoportable. - Iba a hacerlo yo ahora - Replicó Hugo - Tengo la cabeza a punto de estallar ¿ Porqué se comporta la gente de esta manera, en un sitio cómo éste ?. - Porque ellos no están enfermos - Dije algo enfadada. Entre Émile y yo ayudamos a Hugo a que se pusiera de pie. Émile le ayudó a que se calzara, poniéndole en los pies unas zapatillas de paño. Tenía pijama puesto. Hugo dijo, que no quería ponerse el batin, por la calor que hacía. Cuando lo pusimos en pie, ayudado cada uno de un brazo, apenas se tenía, las piernas le temblaban, y en los brazos sólo le quedaba el hueso. Hugo que estaba en todo, y que nada le pasaba por alto, me miró mientras andábamos hasta llegar a la salida de la habitación, cuando estuvimos fuera dijo dirigiéndose a mi. - Me veis tan delgado porque no tengo movimiento, y el apetito que tengo es poco, pero cuando salga del hospital, me pondré mejor, y también engordaré. - Si Hugo - Le respondí con una sonrisa - ¿ Te ha dicho el doctor cuando saldrás de aquí ?. - Vino a verme el viernes por la mañana, y me consoló al decirme, que es cuestión de días, sólo les falta 431

hacerme una prueba, y cuando tengan los resultados, podré irme a casa. Me dio mucha alegría al escucharlo decirme esto. - Entonces, es posible de que estés en casa para cuando vengan tus padres - Dije para animarlo. Llegamos a la sala de visitas. Estaba cómo a unos veinte o veinticinco metros de la habitación, y Hugo daba una muestra grande de cansancio, aligeraba el paso para poderse sentar. Entre Émile y yo, lo pusimos en un sillón cómodo. Hizo una respiración profunda, y con las dos manos apoyadas a los dos brazos del sillón, quedó más tranquilo. Émile y yo nos sentamos a su lado. No se había olvidado de lo último que le dije ¿ Y ?. - Claire ¿ Cuantos días faltan para que vengan mis padres ?. - Dentro de seis días están aquí, el sábado llegan, a las doce y media del mediodía. Émile me echó una mirada, poco favorable, que entendía a la perfección. Lo más probable era que Hugo preguntara, y así fué. Dirigió la mirada a Émile y le preguntó. - ¿ Los irás a buscar tu ?. Émile tardó en responder, me volvió a mirar de nuevo, yo agaché la cabeza mientras que la movía. La situación era embarazosa sobretodo para Hugo. No lo era de la misma manera para Émile, puesto que no le importaba decirle lo que tenía pensado de hacer. Y cómo a los dos minutos, respondió.

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- Hugo, no los voy a ir a buscar, tu padre no encaja dentro de mis ideales, por parte mía no es bien recibido, ¡ Esto lo sabes !. Hugo miraba a Émile y a mi, con los ojos hundidos y asustados, y con una expresión de llanto en su rostro. Parecía un niño desprotegido y con miedo. - Si no vas a buscarlos ¿ Cómo van a llegar a casa ? Dijo con la voz más firme, reponiéndose del susto. - Claire, ha hablado por teléfono con tu madre, y le ha dado las instrucciones a seguir. Tienen la dirección de casa, cogerán un taxi, no tiene mayor importancia - Dijo Émile tranquilo. - No quiero que mi madre se vea sóla en un lugar que no conoce ¿ No te das cuenta de la pobre mujer ? ¡ Cómo no es tu madre !. Émile iba a decir algo, pero para estropearlo todo, y yo intervine de inmediato. - No te preocupes Hugo, que tus padres no se encontraran sólos en el aeropuerto, los iré yo a buscar, cuando ellos lleguen yo los estaré esperando. Hugo buscó mi mano, la llevó hasta sus labios y la besó. Hizo igual que otras veces hiciera en momentos de agradecimiento. - ¿ Porqué le tienes esa manía a mi padre si no lo conoces ? El sábado no trabajas - Dijo Hugo encarándose con Émile. - No trabajo el sábado, ni tampoco el domingo ¿ Y qué ? Digo que no los voy a buscar y no voy - Replicó Émile levantando la voz. Lo miré, y le hice un gesto con la mano para que hablara más bajo. Hugo que estaba en todos los detalles, 433

no había mencionado nada sobre el vestido que llevaba puesto, y eso me extrañó, pero no tardó en fijarse, y me preguntó. - ¿ Donde vais después ?. Se adelantó Émile. - Vamos a cenar. - ¿ Con quien ? - Preguntó mirándonos a los dos. - Los dos sólos, porqué ¿ No te gusta ? - Le interrogó de mala manera. Miré a Émile, y negué con la cabeza. - ¿ Que pasa ? - Se encaró también conmigo - ¿ No te das cuenta de que no nos deja ni a sol ni a sombra ?. - No son maneras de hablarle - Le rectifiqué. - Siempre le has dado la razón, nunca has visto un fallo en él ¿ Porqué tiene que ser él, el bueno, y yo el malo ?. - Vamos a dejarlo ya, Émile por favor, no es este el lugar para dar un espectáculo. - ¡ Nadie está dando un escándalo ! ¿ Porqué dices eso ? - me replicó enfadado. No quería ir con Émile al hospital, pues, de buenas sabía que la iba a liar de una manera o de otra. Pero Hugo tampoco se quedaba atrás. Se fijó en mi brazo, la manga del vestido no llegaba a tapar el morado que Émile me había hecho ese mismo día. Y cogiéndome por la muñeca, acercó mi brazo cerca de su cara, y me preguntó. - ¿ Te has fijado en el morado que tienes ? ¿ Te duele ?. - Un poco - Respondí, mirando de frente a Émile. - ¿ Te lo ha hecho este ? - Dijo acusándolo. Me quedé callada y sin responder. Sabía que si decía algo, la íbamos a tener bastante fuerte Émile y yo. 434

- ¿ Es lo único que tienes para decir ? ¿ No sabes hablar de otra cosa ? - Respondió Émile algo indignado ¿ Sabes porqué no me gusta venir a verte ? Pues, porque eres muy pedante. - De acuerdo, seré todo lo pedante que quieras, y muchas cosas más que se me atribuyen, pero jamás he maltratado a nadie, y menos a una mujer. Y a Claire tendrías que ponerla en un pedestal, ella es la única y mi madre que aguantan a hombres insoportables, violentos, y maltratadores, como eres tu y mi padre. En esos instantes, no pensé que por la boca de Hugo iba a salir tanta verdad, estaba apenas sin fuerzas, y parecía, que hasta le costaba trabajo pensar y hablar. Émile estaba blanco como el papel, de ira, de rabia, de locura, y de no poder despotrillarse con Hugo como él hubiese querido. Si toda la verdad que le dijo, se lo dice en casa, seguro que hasta hubiese sido capaz de insultarlo y de maltratarlo, hasta de pegarle. Yo estaba pasando un mal rato. Se habían enfrentado el uno contra el otro. No creo que los motivos sólo fueran por el moratón que Hugo había descubierto en mi brazo, habían muchas cosas más, cosas que yo ignoraba y que no sabía. Hugo tampoco reprochaba de una manera tan radical cómo lo hubiese hecho encontrándose mejor. Pensaba en aquellos instantes en el poco tiempo que le quedaba de vida, y lo miraba cómo buscaba las palabras adecuadas para responderle a Émile, sin imaginarlo muerto. Hacía una hora que habíamos llegado al hospital, y en todo ese transcurso de tiempo, no pararon de echarse en 435

cara Émile y Hugo todo lo que pensaban el uno del otro. Dejé a los dos a que se desahogaran bien a gusto, mientras yo salí al pasillo. En aquellos instantes pensé en John, en el valor que había tenido de seguirme hasta el hospital. Y el rato que debería de estar esperando delante de la casa, por si me veía salir. No pensaba que lo de John fuera tan fuerte hacia mi, me imaginaba de que todo era un pasatiempo, y que cuando viera que no le hacia caso, abandonaría la idea y me dejaría tranquila. Tampoco yo lo tenía bien en aquellos momentos con Émile, con la idea fija que se le había metido de que yo volviera con él. Desde luego que no lo iba a hacer, y trabajo me iba a costar de que se fuera a vivir sólo. Pero yo estaba decidida a todo, sólo esperaba a que llegaran los padres de Hugo. Émile ya no viviría en la casa, de todas maneras, ya le quedaban pocas cosas allí, cada día se llevaba algo a casa de Paul. Llegué a la conclusión con Émile y con el padre de Hugo, de que los dos eran iguales en carácter, en manera de ser, y por supuesto, en imponer. Era por eso que no se quería ver frente a él, para no mirarse en el mismo espejo. Émile lo sabía, era por eso que no quería verlo, para no reprocharle defectos que él mismo tenía. Oí la voz de Émile que me llamaba. Me di la vuelta y nos miramos de frente. Émile venía hacia mi, con paso normal, cuando se acercó me dijo. - Hugo quiere hablar contigo a solas. Yo, ya me he despedido de él, no estés mucho tiempo, y ten cuidado en lo que te pregunte, no le vayas a responder plenamente a todo, quiere sacarte cosas que a mi no ha podido ¿ Lo has entendido ?. 436

- Si, me doy cuenta de todo lo que me has dicho, supongo que no voy a fallar en nada, para que tu estés bien y te quedes tranquilo. - Otra vez estás en contra de mi, te gusta verme enfadado, te alegras y te lo pasas bien, cuando todo me da la espalda ¿ Te he fallado en algo alguna vez ?. - Eres la persona más déspota, y sin escrúpulos que he conocido - Dije bastante enfadada - ¿ Cómo puedes preguntarme en qué has fallado ? ¡ Has fallado en todo, y a partir de estos instantes, no te voy a pasar ni una más, que te quede bien claro ! ¡ ni una más ! ¿ Me has entendido ?. Me sentí fuerte como una tigresa y aunque inconscientemente no lo hice, dentro de mi ardía el amor, el gran amor que yo sentía hacia John, y John hacia mi. Me volvió a coger otra vez del brazo izquierdo, del mismo brazo de antes, y me clavó los dedos. Sentí un dolor inmenso, y lancé un quejido. Se dio cuenta de lo que estaba haciendo y me soltó. No actuaba con conocimiento de causa, y cuando se daba cuenta, era ya demasiado tarde, y las culpas como es natural, me las llevaba yo, por no saber callar y no obedecerlo. Eso era lo que alegaba después. Era un enfermo, no cabía la menor duda. Se arrepintió al instante. - Claire ¿ Te das cuenta lo que me haces hacer ? ¿ No quiero hacerte daño, te quiero demasiado, y sería incapaz de causarte algún mal ¿ Porqué tu a mi no me quieres ?. No soporté más. 437

- ¿ Donde has dejado a Hugo ? - Le pregunté para terminar la cuestión que nos traía a cabo. - En la sala de espera, sigue sentado en el sillón. No le des mucha coba, y ven pronto. Me daba asco, pero no se lo podía decir. Anduve sobre el suelo blanco y bien pulido del pasillo, despacio y sin prisa, no estaba dispuesta a hacer lo que Émile me había recomendado. No puedo definir lo que sentía en esos momentos dentro de mi, es como si todo en mi cuerpo hubiese cambiado. Mi mente, mi corazón, mis sentimientos. Todo lo que estaba relacionado con Émile, me daba igual. Tenía deseos de cambiar, y en esos instantes había cambiado. Hugo me esperaba sentado en el sillón. Estaba cómo a cinco metros de él, y al mirarlo me causó una gran pena, parecía un anciano, en poco tiempo le habían salido muchas canas, la cabeza se le había quedado alargada, y reducida. Estaba echado hacia atrás del asiento del sillón, la cabeza la tenía reposada en el borde del respaldo, y los ojos los mantenía cerrados. Cuando oyó mis pasos que se acercaban a él, abrió los ojos, por los dos lados, le resbalaban un hilo de lágrimas. Cogí asiento en el mismo lugar en que estaba antes. Hugo se incorporó, me miró, y sonrió. Aún de la manera en que estaba, esa manera de sonreír lo seguía haciendo atractivo, porque Hugo era un hombre guapo a donde los hubiera. Puso su mano con la palma hacia arriba, dejándola reposar en el brazo del sillón. Yo conocía ese gesto suyo, cuando lo hacía era para que yo posara mi mano sobre la suya. Cuando sucedía cerraba los ojos, cómo si de esa manera se encontrara bien, 438

tranquilo y reposado, siempre pensé, que lo hacía porque pensaba en su madre, y se imaginaba que tenía cogida la mano de ella. No lo quería incomodar con alguna pregunta que yo le hiciera, esperaba a que fuera él quien me hablara. Abrió los ojos y me miró con cansancio. - Claire ¿ Que és lo que te ha propuesto ahora Émile ? Preguntó con un hilo de voz. Me acordé de la advertencia de Émile, pero no la quise respetar. - Me ha pedido de que vuelva con él, y que olvide todo lo sucedido. - ¿ Estás dispuesta a hacerlo ? - Preguntó tranquilo. - Se lo he dicho. Estaré a su lado el tiempo que sea necesario, si necesita mi ayuda, se la daré, pero no compartiré el mismo dormitorio con él. Porque eso es lo que quiere. Dice que tiene apalabrada otra casa, para que nos vayamos los dos a vivir. Me he negado rotundamente. - ¿ Sabías que a Émile le ha empezado a brotar esta enfermedad ?. - Si, me ha puesto al corriente. Precisamente es por esta razón, por lo que quiere que vuelva con él. - ¿ Y Paul ? ¿ Que pasa con él ? ¿ Ya no son tan amigos como antes ? ¿ Ya no se aman de la manera que llegaron a demostrarme, que no podían vivir el uno sin el otro ?. - Hugo, no sé nada de todo esto, Émile no me cuenta sus amoríos, y yo, no le pregunto pues, no me interesa. Puede hacer la vida que le da la gana, es un hombre libre, y yo también lo soy. Cada uno por su lado, puede hacer lo que le plazca. Lo tengo bien claro. 439

- Claire ¿ Estás tratando de decirme algo ? ¿ Has conocido a alguien ? - Dijo apretándome la mano y mostrando una sonrisa. Sonreí, y negué con la cabeza. - Sí, conoces a alguien, cuéntamelo. Venga, soy tu amigo, ya sabes que no te delataría por nada del mundo ¿ Vamos ?. - Hugo, por favor, no quiero decirte nada, puesto que nada hay. Si te dijera algo, sería una tontería - Dije mirándolo de frente, y sin parar de sonreír. - Estás enamorada, seguro que lo estás. Tu mirada te delata, tu boca también, con esa sonrisa que no para. Y para que te quiero contar tu manera de hablar. Esa manera de decirme de que no estás enamorada, te hace cómplice, no te sabes esconder ¿ Quien es ? ¿ Dime quien es ? Sabes que a mi me lo puedes contar. - Hugo - Dije echándome a reír - Anoche conocí a un joven escritor, pero nada más. - ¡ Venga, cuéntamelo todo ! ya sabes que tus visitas me sirven siempre de consuelo, y me distraes. No tengas miedo de que Émile se vaya a enterar por mi, por parte mía, nunca se enterará de nada. Y además él, hace lo que quiere ¿ No puedes tu hacer lo mismo ?. - No, y bien sabes, que con Émile no. Él puede tener todos los amantes que quiera, pero a mi, ningún hombre me puede mirar. - Sólo dime cómo es - Dijo cogiéndome la otra mano, y bastante animado. Lo consiguió. - Es muy guapo, demasiado. Y eso es todo, no te diré nada más, puesto que no hay nada. 440

- ¿ Son de los que a mi me gustan ? - Dijo llevando la broma. - Seguro que sí. Pero sería imposible, pues, las mujeres les gusta demasiado. - ¿ Como tiene el color de los ojos ? - Dijo todavía más animado. Solté una ligera carcajada. - Color, verde mar. - ¡ Uh ! me encantan ¿ Y la boca la tiene bonita ?. - Él es un hombre bello - Dije. - ¿ Y te has enamorado como una loca de él ? ¿ No es cierto ?. - Hugo, es que no sé lo que está ocurriendo en mi, de verdad que no lo entiendo. - ¡ Claire, querida, el amor ! Te has enamorado. No quiero pensar si Émile se enterara. Irá a por él, querida, ya sabes lo macho que es para estas cosas. - No se va a enterar porque no voy a dar pie a eso. No quiero volver a amar a nadie más - Dije muy convencida. - ¿ Cómo se llama ? - Me preguntó sin prestar atención a lo que le dije. - John, se llama John - Dije, moviendo la cabeza y riéndome. - ¡ Uh ! que nombre más bonito para un hombre. Me estoy imaginando la cara que pondría Émile el día que lo sepa. Su mujer que siempre le ha sido fiel, y que pensaba que nunca se iba a enamorar de otro hombre. Estaba contenta, de ver a Hugo reír. - Hugo, le estás dando mucho argumento a una historia que no existe - Le dije para que no pensara más. 441

- ¿ Es francés ? ¿ De donde es ? - Seguía preguntándome sin prestar atención a mi sugerencia. - Ha nacido en Johannesburgo, y es de padres ingleses. - Claire, la historia tiene argumento ¿ No crees ? Sabes incluso de donde son sus padres ¿ Cuantos días hace que os estais viendo ?. - Ya te he dicho antes, que nos conocimos anoche, pero estuvimos hablando más de tres horas. - ¿ Más de tres horas ? ¿ Donde querida ? - Preguntó mordiéndose el labio inferior, y con la sonrisa que lo caracterizaba. Tardé unos segundos en responder. - En el porche - Dije en voz baja, y riendo por lo bajo. - ¿ Donde ? - Preguntó extrañado. - Estuvimos los dos sentados, y hablando en el porche. - ¿ En el porche de nuestra casa ? - Repitió alarmado. - Si. - Querida, me lo tienes que presentar, quiero conocerlo, por nada del mundo me quisiera morir sin saber quien es ¿ Qué tiene ese hombre para que tu lo dejaras entrar en casa ?. - Hugo, no ha entrado en casa, del porche no ha pasado Dije para suavizar la situación, y porque era verdad. - ¿ Hoy domingo no ha tratado de verte ? ¿ Ha dejado de pensar en ti ? Porque eso de un hombre me extraña. - Verás Hugo, te lo voy a contar, pero guárdalo en silencio, y en secreto como todo lo que te estoy contando. Ha venido siguiéndonos en su coche, y se ha quedado un poco más arriba. Está esperando a que salgamos, para venir detrás.

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- ¡ Oh ! ¡ Oh ! ¿ Dices que está esperándote a que salgas?. - Sí. Y me he dado cuenta, de que no le tiene miedo a nadie. - ¿ Como va a tener miedo, si es un hombre enamorado?. - Ya, pero lo nuestro no puede ser, no me fío nada, no quiero volver a tropezar en la misma piedra. - ¿ Porqué dices que no te fías ?. - Pues, porque es diez años más joven que yo, y creo que piensa conmigo en tener una aventura. ¡ Y para aventuras estoy yo ! Que todavía no me he sacado el trauma de Émile, y ves a saber en cuanto tiempo estaré bien. Sé que van a pagar justos por pecadores, pero de los hombres ya no me fío. Quiero seguir como estoy. He tenido una oferta de trabajo de la librería inglesa Inter, el trabajo me gusta, es el mismo que hacía en París. - ¿ Habías echado una solicitud en esta librería ? ¿ Sabías que la dirigen agentes del gobierno ?. - Si, estoy al corriente, me ha llegado este trabajo por mediación de Patrick. Él trabaja para el gobierno. - ¿ Te estás refiriendo al marido de Madeleine ?. - Exactamente. - Me gustan mucho los dos, son personas serias y responsables ¿ Lo sabe Émile ? - Preguntó haciendo una mueca con la boca. - Todavía no se lo he dicho, sólo tiene tiempo de pedirme que me vaya a vivir con él, y yo para negárselo. - Pero, es que me extraña mucho de que Émile deje a Paul, de que los dos se dejen. Sé de buena tinta, que últimamente son inseparables. Figúrate, hasta que punto 443

están los dos de enamorados y se atraen el uno al otro, que la semana pasada, dentro de la piscina, y con más amigos, se pusieron ellos dos a tener relaciones, te lo digo de esta manera, para no decir una grosería. ¡ Buscan de ti, los dos algo, abre los ojos !. - Hugo, los tengo bien abiertos, todo eso que me estan contando, no me extraña, y me da todo igual. Ahora Émile sigue siendo mi marido, y lo ayudaré en todo lo que necesite, pero no me iré a vivir con él. Hugo, me miraba sonriendo de verme feliz, y sus ojos pesados, y cansados, se pararon en mi brazo, en el morado que Émile me había hecho ese día por la mañana. Con una mano levantó la manga de mi vestido, y me preguntó con el entrecejo fruncido. - ¿ Te has fijado lo que tienes aquí ? ¿ Cómo te lo has hecho ?. Cerré los ojos y negué con la cabeza. - ¿Es Émile quien te lo ha hecho ? ¿ Porqué, dime porqué ?. - Por lo que antes te he contado, porque no quiero irme a vivir con él, porque le he dicho mil veces que no lo quiero, y que me deje en paz. - ¿ Pues sabes lo que te digo Claire ? Que a Paul no es capaz de tocarlo, porque Paul, también pega fuerte ¿ No recuerdas la noche que estuvimos, el cuerpo musculoso que tiene ? Lo vi una vez en pelea y sacude bien. Dejó a su contrincante k.o, porque entre Émile y otros dos más, se lo quitaron, pero parecía una máquina pegando. No hubiese querido yo ser el tipo a quien pegaba. Lo pasé

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mal, muy mal, de ver al otro chico la cara ensangrentada. - Émile es un hombre duro en todos los conceptos. Hasta no hace mucho, he sabido como fueron sus comienzos, y fueron muy difíciles y duros. Se crió sin amor de padres, pero no porque no lo quisieran, sino porque era duro de pelar, y lo tuvieron que internar en un reformatorio a los catorce años ¿ Te lo ha contado ?. - No, siempre ha estado guardando su entidad, me ha contado cosas sin importancia, pero sé, que es más duro de lo que nos suponemos ¿ Has estado en el médico para que te vea este morado ? - Dijo preocupado. - No, porque no quiero causarle problemas. Un médico enseguida se daría cuenta de lo que es. Aún tiene suerte. Hugo me miraba y movía la cabeza. - Claire, cuéntame cosas de John. Dime que tono de voz tiene. Sonreí con la vista puesta hacia arriba. - Es una voz suave la que tiene, y que acaricia cuando habla. Hugo, no sé muchas cosas sobre John, porque sólo hemos estado hablando unas tres horas. A partir de ahora todo está por venir. Pero no quiero darle más importancia de la que tiene. - Querida ¿ Dices que no tiene importancia y te ha seguido hasta aquí ? ¿ Qué hombre que no esté enamorado hace eso ? Estoy seguro, que los dos os habéis enamorado hasta la médula ¿ Entonces, ahora John tiene veintisiete años ? Claire lo tuyo es elegancia, categoría ¡ Vamos que es demasiado !.

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Me encantaba Hugo, el modo de ver las cosas cuando se refería a mi. Con cada frase que me decía, me estaba deseando mucha suerte y felicidad. Yo por el contrario sabía que le quedaba poco tiempo de vida. Y solo de pensarlo y de mirarlo, me abrumaba, me causaba una pena muy grande en el corazón. Lo miraba hundido en el sillón, con los huesos de las rodillas pronunciándose debajo del pantalón del pijama azul. Sin esperarlo nos encontramos delante con la presencia de Émile, que nos estaba observando, de pie y con los brazos cruzados. - ¡ Qué pasa ! ¿ Que todavía no habéis terminado de hablar? ¿ Tantas cosas tenéis que deciros ?. Me fijé en Hugo cómo examinaba detenidamente la silueta de Émile, manteniendo en su boca una sonrisa, que yo imaginaba era por todo lo que le había contado de John. Debía de estar pensando en John, que nos esperaba al final de la calle, y sin que él se diera cuenta, y sin saberlo. Llevaba a mi pretendiente detrás, pisándonos como quien dice, los talones. - Necesitaba hablar con Claire - Respondió Hugo marcando aún más la sonrisa - Está guapa ¿ No es cierto?. - Si esta guapa - Repitió Émile con dejadez - Vamos a ayudarte para dejarte en tu cama. - No, no quiero entrar en la habitación todavía, hasta que la gente no se vaya. Pronto servirán la cena, y para entonces iré - Dijo Hugo negándose con un movimiento de mano.

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- Bueno - Respondió Émile - Entonces aquí te dejamos, cena bastante ¿ Tienes apetito ?. - No mucho, los dos platos que me ponen, primero y segundo, me los dejo casi enteros. Lo único que me como bien, es el postre, porque cada noche es dulce. - Hugo, si mañana no puedo venir, vendré al día siguiente a verte - Le dije acercándome a su rostro para besar sus mejillas. - Saluda de mi parte a John, si es que puedes hablar con él - Me dijo con la boca pegada en mi oído. Afirmé con la cabeza, echando una sonrisa. - Venga, vendré pronto a verte - Dijo Émile, acercándose a sus mejillas, y se besaron como dos amigos. Émile y yo íbamos a salir de la sala de espera. Yo me di la vuelta para decirle adiós a Hugo. Él me saludó y me guiñó un ojo. Salimos del hospital, yo tenía los ojos encharcados en lágrimas, porque pronto, perdería a un amigo. Pero me quedaba el consuelo, de que se liberaría de sus males, de sus amores frustrados, y de lo poco que su familia le llegó a comprender. Yo me lo imaginaba volando, y subiendo al cielo igual que una mariposa con las alas doradas. Llegaría hasta el firmamento, y las mariposas que tienen las alas doradas, saldrían a su encuentro para que volara con todas al paraíso de las hadas. Saqué un pañuelito blanco de mi bolso, y me estuve secando los ojos. Émile me echó una ojeada, y vio que estaba llorando. Rodeó con su brazo mis hombros, haciendo ver que compartía mi pena. Cuando nos acercamos al coche, la primera mirada que hice fué al fondo de la calle, para ver si seguía el 447

coche de John en el lugar que lo dejó. Busqué unos segundos a John, y comprobé de que estaba sentado dentro del coche, esperaba tranquilo a que Émile saliera con el coche para seguirnos. Mi corazón iba a cien por hora, me sentía igual que cuando tenía dieciocho años, que estaba llena de ilusiones, esperando llegar a conocer a mi príncipe azul. En mi mente tenía grabada la imagen de John, su físico, sus extraordinarios ojos verde mar. Su sonrisa, no se me borraba, ni su voz, con sonido a melodía. Mientras que iba subiendo al coche e instalarme, quise quitar todos estos pensamientos que se habían instalado en mi mente, y centrarme en lo que estaba viviendo en esos momentos junto a Émile, sólo quería vivir la realidad. Todo lo de John estaba por venir, si es que venía.

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Sin que me diese cuenta, el coche se deslizó. Émile me dijo algo que no oí bien que era, él volvió de nuevo hablarme. - Claire ¿ Me has oído lo que te he dicho ?.

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- No - Respondí, mientras que miraba por el espejo de mi izquierda el descapotable rojo que nos seguía a una distancia prudente - ¿ Qué era lo que me decías ?. - Digo ¿ Cómo has encontrado a Hugo ?. - Igual que ayer, en un día no creo que haya muchos cambios, pero ha reído, y eso me ha gustado. - ¿ De qué habéis hablado ? ¿ Se puede saber ?. - No, es un sumario de confesión - Dije mirándole de lado. - Habéis estado hablando una hora y media, en ese tiempo os habéis dicho muchas cosas ¿ Te ha preguntado algo sobre mi ? ¿ O sobre Paul ?. - Émile, no insistas, porque no te voy a decir nada. Y a partir de ahora quiero que respetes mis intimidades, y que aceptes de que no eres tu el más fuerte. - ¿ A qué viene eso ahora ? - Dijo contrariado, y girando el volante con violencia para dar la vuelta a la calle. - Ten cuidado con lo que haces, porque puedes llevarte a alguien por delante - Le dije, mirándonos de frente. - ¿ Eres tu ahora la que mandas ? - Dijo sin parar de mirarme. - Nunca he mandado, y no lo voy hacer ahora ¿ Ya para qué ?. - ¿ Cómo que para qué ? ¡ Tenemos tu y yo todavía que caminar juntos no quiero que lo olvides ! ¿ Porqué no eres más amable conmigo ?. - Ya lo soy, créeme, más amable de lo que te mereces. - Cada vez me arrepiento más de que hubieses venido a Johannesburgo. Te tenías que haber quedado en París, y haber rehecho tu vida allí ¿ No te acuerdas de que apenas te escribía ? ¿ Y las pocas veces que lo hice 449

apenas me interesaba por ti ? ¿ No lo recuerdas ? - Dijo como si de un miserable cobarde se tratara e intentando de hacerme el máximo daño posible. Estaba equivocado, porque ya sus palabras no me ofendían, no me interesaba las pocas conversaciones que teníamos, porque siempre acabábamos de la misma manera. Me ofendía sin necesidad de hacerlo, pues, yo sentía por Émile pena. Últimamente lo veía perdido, un día hacia una cosa, y otro, otra distinta. - Si me acuerdo - Le respondí muy tranquila - Émile, nunca llegarás a saber lo mucho que te he querido, y si vine a Johannesburgo, fué buscando tu amor ¿ Y que me encontré ? ¿ Que sorpresa me tenías preparada ?. Émile me miró. - Claire, no te tenía nada preparado, te encontraste con la vida que yo estaba viviendo. Por nada del mundo hubiese querido que la descubrieras ¡ Pero tu te tuviste que meter de morros ! ¿ Acaso crees que yo no lo he pasado mal ? El primer día cuando llegaste, y sabía que me esperabas en la habitación de arriba, que tenía que hacer con Hugo ¿ Matarlo ? ¿ Te hubiera gustado que lo hubiese matado ?. - No hace falta de que lleves las cosas a un extremo tan desesperado, nunca me ha gustado de ti lo radical que eres. Miraba por el espejo el descapotable rojo. - ¿ Que ocurre ? - Preguntó Émile mirando por el retrovisor - Hace rato que no paras de mirar por el espejo. - Nada, miro todos los coches que vienen detrás - Dije sin darle importancia. 450

- ¿ Vas a venir mañana a ver a Hugo ? - Pregunto sin más. - Mañana no sé si voy a poder ¿ No te he contado lo último ?. - ¿ Lo último ? ¿ Sobre qué ? ¿ Qué nuevas hay, que no me hayas dicho ?. - Mañana, a las diez, tengo una entrevista de trabajo en la librería inglesa Inter. - ¿ En esa librería echaste una solicitud ?. - Si, y estoy apoyada por Patrick, el marido de Madeleine. Mañana tengo que entregar mi curriculum, de los años que estuve trabajando en París, en la Librería Francesa. - No me gusta la idea, prefiero que no trabajes - Dijo negando con la cabeza. - ¿ Porqué razón no quieres que trabaje ? - Le pregunté esperando su respuesta. No sabía que decir, no le salían las palabras. Sólo hacía que negar con la cabeza. El volante lo giraba de una manera que no controlaba, se pasó un paso de cebra, y me asusté, porque no respetó los peatones que pasaban en ese momento. - Claire, te necesito a mi lado ¿ Sabes ? - Dijo como un susurro. - ¿ Me estás diciendo que necesitas de mi ayuda ? ¿ Para qué ? No te noto de que estés enfermo, por el momento tu salud es buena. - Te necesito a mi lado Claire, ahora más que nunca. Tengo miedo desde que he visto a Hugo deteriorarse, y desde que el médico que nos lleva dijo que solo tenía para tres meses de vida. A Hugo le vino todo de golpe, y 451

eso mismo me puede suceder a mi. En estos casos, los amigos no quieren saber nada. Y lo primero que dicen es que, sean los padres quien cuiden de sus hijos enfermos. Ya sabes que yo con mis padres no tengo trato. No quise saber nada de ellos, y ellos tampoco se ocupan de cómo estoy yo. Habíamos llegado al restaurante. Émile aparcó en el parking de la derecha, debajo de un cobertizo de cañas de bambú. Me quedé sentada un poco de tiempo más hablando con Émile, pero sobretodo lo hice porque quería ver de muy cerca a John, venía con su descapotable. Haría como si no lo conociera, cómo si no lo hubiese visto jamás. Y deseaba verlo muy de cerca, y saber si entraría en el restaurante, y que lugar le otorgarían. No tardó en aparecer el descapotable, y John conduciéndolo, nuestras miradas se volvieron a encontrar. Fueron unos instantes, los suficientes para que a mi se me estremeciera todo el cuerpo, y mi corazón diera un vuelco. También en la mirada de John pude ver y sentir, la misma sensación o parecida de lo que yo sentía. El corazón me hablaba, y jamás sospeché que guardara tantos secretos de amor hacia alguien que acababa de conocer. Tantos sentimientos que sin haberlos vivido sentía hacia John. Experimenté un miedo espantoso, mis sentidos se cruzaban y no sabía poner cada cosa en su lugar. El miedo que sentía era porque Émile no fuera a notar algo extraño en mi. Mi mente en esos instantes fluía, quizá en el aire, y se diera las circunstancias que cometiera un error, algo, una mirada, un descuido, incluso una 452

palabra. No sabía si Émile se había dado cuenta de algo que yo hice, que me pareció, me observaba más de lo de costumbre. Me distraje mirando a John como descendía del coche, estaba frente a nosotros, yo me quedé también descendiendo del coche, y con un pie en el suelo, y nuestras miradas se cruzaron, sin poderlas apartar. John después de haber cerrado la puerta del descapotable, me hizo un gesto con la cabeza manifestándome un saludo. Cómo yo me encontraba de espaldas a Émile, y no me podía ver, le sonreí. John tampoco deseaba de que Émile notase nada, y decidió entrar en el restaurante antes que lo hiciéramos nosotros, para no dejar ninguna pesquisa. - Buenas noches señor Edwars - Dijo saludando en inglés a John el portero del restaurante, pues ya lo conocía. - Buenas noches Ralf - Contestó John. Émile con su mano, había cogido mi brazo, y de esta manera nos dirigimos a la entrada del restaurante. - Buenas noches señores - Saludó el portero dirigiéndose a nosotros, elegantemente vestido con esmoquin blanco. La cabeza la llevaba afeitada, y hacia un contraste bonito con el blanco del esmoquin, y el moreno brillante de su cabeza, me recordó al genio de la lámpara maravillosa. - Buenas noches, íbamos a cenar - Dijo Émile. - Si señores, pueden pasar - Contestó amablemente. Lo que menos me interesaba del restaurante, era de cómo estaba decorado. Yo buscaba con la mirada a 453

John, donde lo podían haber sentado. Al final, en la parte izquierda en una de la mesas redondas, y vestida con manteles blancos cal. Se hallaba John, manteniendo el menú entre las manos haciendo que lo miraba, pero a quien miraba era a mi. Uno de los maitres nos condujo a una mesa del centro. Los oídos los tenía tapados de lo distraída que estaba, hasta que oí la voz de Émile que me repetía por segunda vez. - ¿ Sabes que música está tocando el pianista ? ¿ Lo conoces ?. No me había fijado en el pianista, ni había oído la obra tan maravillosa que estaba tocando al piano. Me quedé unos instantes pensando, porque la conocía, hasta que di con la obra que era. - Rapsodia, número dos de Liszt - Dije contenta por haberme acordado, pues, hacia como dos años que no la oíamos. A Émile y a mi, nos gustaba mucho los fragmentos de Liszt. Me fijé en el pianista. Estaba sentado de cara a los clientes, en un piano de cola, y brillaba como las lámparas que colgaban del techo, dando reflejos de varios colores. El camarero se acercó a la mesa y nos dejó dos cartas para que decidiéramos elegir lo que íbamos a cenar. Me daba igual pedir pollo confitado que dos huevos fritos. El apetito se me había ido. Sólo de ver a John que estaba cenando a diez metros de mi, el nerviosismo se apoderó de mis sentidos, y temía no hacer algo bien. Émile leía la carta que el camarero había dejado, yo seguía con la

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otra carta entre mis manos tratando de leer, pero sin darme cuenta lo que leía. - ¿ Te has decidido ya por algo ? - Me preguntó Émile. - No, todavía no ¿ Y tu ?. - Voy a pedir Concha de marisco - Coquille Saint Jacques, de primer plato, y de segundo Besugorousseau al horno. - ¿ Vas a cenar a base de pescado ?. - Si, me apetece, llevo muchos días comiendo carne, y estoy un poco harto. He pedido champagne, con esta clase de comida van bien. - También pediré de primero cómo tu, y de segundo, lenguado - sole. De esa manera, los dos comeremos pescado. El camarero vino, se llevó las cartas del menú, y también el encargo de lo que íbamos a cenar. Tampoco me apetecía a mi, comer carne, puesto que cada día se comía en casa, y de esta clase de pescado no abastecían a los supermercados. Eran pescados muy caros y difíciles de conseguir. Sólo llegaban a los grandes restaurantes de Johannesburgo, y a un precio alto. Íbamos saboreando las Coquille Saint Jacques ¿ Y ?. - Claire, quiero que sigamos hablando la conversación que nos habíamos dejado a medias - Dijo de súbito Émile cortando mis pensamientos. - ¿ Te estás refiriendo a mi trabajo, o mejor dicho, el trabajo que me van a ofrecer ?. - A eso me refiero, al trabajo de la librería, tienes que hacer ocho horas diarias, y ocupará la mayor parte de tu tiempo.

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- No me importa, es lo que yo quiero - Respondí convencida de que era eso lo que quería hacer con mi vida - Necesito tener un trabajo, salir de casa, relacionarme con gente, hacer otra vida a la que estoy haciendo. - ¡ Te falta algo ! Di ¿ Que es lo que te falta ? - Dijo levantando ligeramente la voz. Miré a mi alrededor, y temí de que alguien hubiese oído el timbre de voz que Émile había de súbito adoptado. Me fijé en John, y también sentí vergüenza de que hubiera apercibido algo. Todo seguía en calma, la gente comía saboreando el plato que habían elegido. - Émile, por favor, no hables tan alto, este no es un lugar para dar un espectáculo. Hablaremos todo esto en casa ¿De acuerdo ? - Le recomendé por lo bajo. - Me da igual que lo hablemos aquí o en casa. Mañana a las diez me presento en la librería contigo, para que no te den ese trabajo. Te he dicho antes que te necesito, quiero que estés conmigo. Eres mi mujer, y es a mi lado donde debes de estar ¿ Está claro ?. Me quedé unos instantes mirándolo fijamente, al mismo tiempo que negaba con la cabeza. - ¿ Qué quiere decir ese no ? - Repuso - Sé que he cometido fallos, que no me he portado como lo debería haber hecho, pero ahora todo es distinto, no volverá a suceder nada a lo de antes. Iré a trabajar, y me recogeré pronto ¿ Qué más quieres que te diga ? ¿ Quieres que me arrastre por el suelo cómo una serpiente sólo para complacerte ?. - Demasiado sabes que no quiero nada de eso, lo único que deseo es poder ser yo misma, nunca lo he sido a tu 456

lado, siempre me tenías oprimida a causa de tus malditos celos. Querías hacer de mi tu esclava, y lo conseguiste. Ahora me atemorizas diciendo que mañana te vas a presentar en la librería ¿ Para qué lo quieres hacer, para intimidarlos y que no me den el trabajo ?. - Piensa lo que quieras, pero lo que si te puedo asegurar es que no trabajarás en esa dichosa librería, y vamos a terminar aquí la conversación ¿ Entendido ?. No le quise prestar oído. - ¿ Que pasa con Paul ? ¿ Ya no es tu amigo ? ¿ Te ha dicho que te vayas de su casa ?. - ¡ Mira Claire, si no estuviéramos aquí ya verías ! No tengo que darte explicaciones sobre Paul. Hago lo que me sale ... ya sabes de allí. El camarero vino y se llevó los restos del primer plato. Miré en dirección a la mesa donde comía John, y nuestras miradas de nuevo se encontraron. Advertí de que se había dado cuenta de algo, no llegaba hasta él, la voz de Émile ni la mía, pero si pudo darse cuenta los gestos de cómo hablábamos, se podía apercibir de que eran dos personas que no estaban de acuerdo en lo que se decían. Ahora si que era verdad de que esta conversación la quería cerrar, pero no sólo en el restaurante, también en casa. Le llegué a coger miedo a Émile. Su violencia iba en aumento, y creo que no era dueño de sus actos. Podría en un momento de ira, darme un golpe, y no tuviera remedio. Pero, de lo que si estaba segura era de que no me iría con Émile a vivir a otra casa. Me hacía 457

recordar la edad media, cuando los reyes y grandes señores se iban a la guerra, y les ponían a sus esposas el cinturón de castidad, llevándose con ellos la llave. También cuando las encerraban en una torre, y las dejaban que allí murieran. Émile era de otra época, pero era de esos. Deseché la idea de presentarme al día siguiente a la librería, por lo que pudiese ocurrir. Y cuando Madeleine me preguntara, ¿ Porqué no había ido? Le diría la verdad. Nosotras siempre nos contábamos todo. Madeleine era para mi como una hermana mayor, a Dios le daba gracias por tenerla. Tenía ganas de que termináramos de cenar y de que nos marcháramos. No sabía lo que haría Émile, y poco me importaba. Si se quedaría a dormir en casa o se marcharía a la de Paul, era en el primero que pensaba, porque era el único amigo de él, que yo conocía, pero por supuesto que tenía más que yo no conocía. Émile lo hacia de esa manera para que yo no le pudiese reprochar nada. No pedimos postres, pues, le manifesté a Émile que tenía ganas de llegar a casa. Por esta vez no me contradijo, y seguidamente pidió la cuenta. Al instante observé que John hacía lo mismo. Había pedido también la cuenta al camarero. Íbamos de vuelta a casa seguidos igual que antes del coche de John. Émile en toda la tarde no había notado nada. Pero yo tenía el alma en un vilo. El miedo que sentía dentro de mi era, que más pronto o más tarde Émile se tendría que enterar de los seguimientos tan continuos de John, y no sabía cómo saldría todo esto, porque Émile era muy bruto, y hubo veces según él me 458

había contado, que llegaba con la pelea hasta el final. No le importaba, que él o el contrincante hubiesen muerto. En este aspecto, yo no conocía a John, lo acababa de conocer, y era todo un señor, con modales exquisitos, con temple encantador, con alma de conquistador y abundancia de romanticismo que derrochaba. Era todo lo contrario a las virtudes Émile poseía. Vi por el espejo del coche que John se detenía al empezar la calle. La agitación que sentía en el estómago desapareció al instante, y me relajé. Émile paró delante de la puerta, como de costumbre. Diana estaba esperando a que llegáramos, por detrás de la verja. Al vernos, se puso contenta, cuando me acerqué y abrí la puerta, salió fuera dando saltos a mi alrededor, haciéndome toda clase de fiestas. Llegué hasta el porche seguida de Diana. La luz estaba encendida, pues, yo la dejé antes de salir, para que en el jardín hubiese luz, y la casa se viera más protegida. Oí en varias ocasiones que en otras casas y durante la noche cuando los dueños no estaban, habían entrado a robar. A nosotros nunca nos sucedió nada de eso, pero siempre que salía por las tardes, dejaba la luz del porche encendida, daba mucha claridad, y todo quedaba más tranquilo. Abrí la puerta de la casa, di la luz del salón, y subí a mi dormitorio. Dejé mi bolso sobre la cómoda, y lo primero que fui es a mirar por la ventana, si el descapotable de John seguía al principio de la calle. No se había movido del lugar de donde se había quedado. John estaba de pie, y su cuerpo apoyado en el lateral derecho del coche. Hacía una figura bonita, John vestido 459

con traje blanco, y el rojo vivo del descapotable. No pude estar más de tres minutos observándolo, porque no tardó en irrumpir en el dormitorio Émile. Al verlo, me di cuenta que no se quedaba a dormir, estaba preparado para irse, lo cual, yo me alegre, y respiré a fondo, por la tranquilidad que me aguardaba. Me sentía mejor cuando no tenía a Émile conmigo. Era problemático, y muy quisquilloso. Yo tenía que tener cuidado de cómo le hablaba, porque enseguida lo tomaba por otra cosa, no tenía sentido del humor. Sus reglas se basaban en estar serio para que lo respetaran. En el fondo sentía pena por él, de lo poco feliz que era, buscaba sólo complacer su cuerpo, y hacer lo que le venía en gana, pero feliz nunca había sido en la vida. Nada le llenaba a parte del sexo. Y cuando pensaba, que había estado enamorada de él, no me lo creía. El amor es ciego, y hay amores que merecen palos. Pero también era cuando vivía otra situación, muy distinta a la que estaba viviendo ahora, pero el carácter machista siempre lo tuvo, el mal humor no tanto, se le acentuó más cuando yo llegué a Johannesburgo, y me encontré con lo que había. Me di la vuelta y me puse de espaldas a la ventana. - ¿ Que pasa Émile ? - Le pregunté tranquila, como si no hubiésemos discutido, y cómo si no me diera cuenta de que estaba preparado para marcharse. - Me voy, he quedado esta noche con unos amigos para tomar unas copas, es el cumpleaños de uno de ellos, y les dije, que estaría acompañándolos.

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- Muy bien - Respondí con naturalidad - Que lo pases lo mejor que puedas y te diviertas. - Mañana volveré a la tarde, pero después de la cena, y quiero que me des definitivamente la respuesta de si te vienes conmigo a la casa que tengo apalabrada. Creo que es mejor que recapacites y lo pienses con sensatez, porque esta casa, esta misma semana la voy a dejar. Como está a nombre de Hugo y mío, se quedaría como arrendatario Hugo, pero a él, no le queda mucho de vida. Supongo que sus padres cuando muera se volverán a ir a París. Tu te podrías quedar tal como esta todo, pero tendrías que pagar un alquiler, y todos los gastos que conlleva la casa ¿ Cómo lo ibas a hacer ? Para eso necesitas dinero. Me lo estaba poniendo todo muy difícil. - Es por eso que mañana quiero ir a la librería para tener una entrevista con la directora, y entregarle mi curriculum. Tendría mi sueldo, y es posible que pudiese hacer frente a los gastos de esta casa, pero de una manera más modesta. La cara de Émile se volvió blanca como el papel. - ¡ No quiero que hablemos más del tema, te lo he dejado bien claro en el restaurante ! - Dijo enfadado. - Émile, es la única manera de que yo pueda seguir adelante con mi independencia. Tu siempre serás el mismo, nunca vas a cambiar. El sexo hacia otros hombres te atrae como las moscas a la miel. No quiero entorpecer nada de tu vida, ni de lo que te guste hacer. Pero no por eso yo voy a salir perdiendo ¡ Lo único que quiero es vivir ! solo vivir ¿ Crees que no tengo derecho?. 461

Se acercó más a mi, y con su mano cogió las mandíbulas, apretándome, y muy cerca de mi cara, me dijo con una ira que me causó escalofrío. - ¡ Te voy a cortar todos los caminos ! ¡ Eres mi mujer y me tienes que seguir vaya a donde vaya ! ¿ Te has enterado ?. De mis ojos cayeron dos gruesas lágrimas que resbalaron por las mejillas. Me soltó las mandíbulas con aire despreciativo y señalándome con el índice me dijo fijamente mirándome a los ojos. - Mañana noche cuando vuelva quiero de ti una respuesta positiva. No creas que me voy a ir a vivir sólo con esta enfermedad que he contraído. Estoy viendo los resultados en Hugo, y cada día que pasa, me hundo más, porque sé el fin que me espera. Hugo tiene padres que lo quieren, yo los tengo, pero como si no los tuviera, y sólo te tengo a ti. Tu eres mi única salida, lo único que tengo ¿ Lo vas comprendiendo ?. Retrocedí unos pasos y me quedé de espaldas a la ventana. - Émile, es que yo no te quiero, me has hecho tantas maldades que tu mismo haces de que yo no te quiera Le dije con calma. Avanzó dos pasos hacia mi. - No se trata de que me quieras, nunca te voy a pedir tal cosa, porque sé que no me merezco tu amor ¡ Como verás soy sincero contigo ! Lo único que te pido y quiero que lo entiendas y por una última vez, es que vengas a vivir conmigo, para que estés a mi lado, y me cuides el día que lo necesite ¿ Lo has entendido ahora ?. Me armé de valor y le respondí. 462

- ¡ No ! ya te he dado la respuesta. No quiero irme a vivir por ahora con un ser despreciable como tu. Cuando estés, si es que alguna vez lo estás, como Hugo, estaré a tu lado, te ayudaré, te lavaré y te limpiaré. Pero ahora estás muy bien, y ojalá siempre lo estés ¿ Me has oído a mi ahora ? ¡ O crees que soy tonta !. Frunció el entrecejo, porque no se esperaba esta respuesta mía. - ¡ Está bien ! - Dijo tratando de tranquilizarse - Dentro de cuatro días, que es el último de mes, no obtendrás ningún dinero más ¡ A ver que es lo que vas a hacer ! y no pienses en el trabajo de la librería, ni en ningún otro, porque todos lo que busques te los aplastaré. Y tampoco te dejaré en paz. Chafaré todo lo que te propongas hacer. - Saldré de esta. Es lo peor que me ha pasado contigo, pero lo superaré. Y no creo que me puedas hacer más daño del que ya me has hecho. La culpa de que no te quiera es tuya. Eres egoísta, sólo piensas en ti, y también un gran cobarde. ¿ Tan mal estás ? ¿ Tan mal te sientes por dentro que sólo piensas en hacerme daño para destruirme ?. Meneó la cabeza con un gesto de indiferencia. - No me gusta tu filosofía, sólo la utilizas para hablarme en términos despreciativos. Yo utilizo la supervivencia, y destruyendo es como se puede vivir, y cortando caminos a los demás, es cómo se puede seguir adelante. Es la ley de la selva, que según cómo se mire, también es la ley que utilizamos los humanos. - Me das asco, más de lo que tu te imaginas ¿ Cómo es posible que hayas aprendido esa mezquindad, esa 463

manera tan cruel y despiadada para que los demás hagamos tu voluntad ? - Respondí algo desesperada. Se rió de verme en ese estado. - ¡ Supervivencia querida supervivencia ! - Dijo lanzando una carcajada - Si fueras más obediente, nada de esto tendría que haber sucedido, pero como siempre quieres sobresalir, es por eso que te pegas el golpe. - ¿ Tu le llamas supervivencia a los malos tratos ? ¿Llamas supervivencia a destruir la vida de una persona ? No sabía que para sobrevivir se tenían que hacer tantas maldades, tanta destrucción, tanto daño. Tu ley no es la ley de la selva, es la ley de los malvados. Los animales que matan, lo hacen por necesidad, porque se tienen que alimentar, pero jamás lo harían con la idea de destruir. - No quiero seguir hablando más contigo, porque es una pérdida de tiempo - Dijo, con un gesto de desprecio - Ya veremos a ver quien gana esta batalla. Se dio la vuelta y anduvo varios pasos hasta llegar a la entrada de la habitación. Yo respiré profundamente de ver que se iba. Se volvió, y me miró de frente. Hizo un gesto con la boca estirando los labios, y con altanería me dijo con voz trémula. - Tu si que me das asco, tu y todas las mujeres, es por eso que prefiero a los hombres. Nosotros somos más dignos, y menos complicados que vosotras. No respondí, quería que se fuera lo más pronto posible. Salió por la puerta, y alcanzó el pasillo. Oí como descendía por las escaleras, y entraba en el dormitorio de abajo, y pasados como diez minutos salió, y fué 464

directamente al jardin, lo atravesó hasta llegar a la verja. Yo lo iba siguiendo con la mirada, me hallaba medio escondida a un lado de la ventana para que no me viera. Llevaba en su mano derecha una bolsa de viaje llena, quizá de ropa interior suya. Subió en el coche y se acomodó, echó una mirada a la ventana, pero yo estaba escondida detrás de la cortina. Puso el coche en marcha y arrancó, lo iba siguiendo con la cabeza medio asomada, vi que pasó por delante del descapotable de John, que aún seguía allí. Salí del dormitorio y fui al cuarto de baño, tenía que hacer una pequeña necesidad, y también necesitaba lavarme la cara, echarme agua fresca para calmarme del sofocón. Pensaba en John, que hacía más de dos horas que estaba esperando, un poco más abajo de la calle. Tenía gran necesidad de hablar con alguien, y qué mejor que John, que lo que él deseaba era estar a mi lado, y que habláramos.

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Miré la hora que tenía en mi reloj de pulsera y marcaba las doce y media de la madrugada. Estaba totalmente despejada, y sin pizca de sueño. Bajé al 465

porche y me senté en un sillón, con la esperanza de que John viniese a hacerme compañía. Lo deseaba con toda mi alma, después de la discusión que había tenido con Émile, deseaba estar cerca de John y escuchar su voz, su voz aterciopelada, y que me sacara de la tristeza profunda en la que estaba. Desde el porche no veía el coche de John, tenía que ir hasta la verja y mirar desde fuera. No lo quería hacer para no demostrarle mi ansiedad por verlo, y esperé hojeando una pequeña revista de publicidad, que durante el día dejaron en el buzón, y que recomendaba para los hombres un tratamiento muy eficaz, que se componía de un líquido que venía en una botella de veinticinco miligramos, para el hombre que no tuviese vello en el pecho. Frotándose con el mencionado líquido, le crecía. También venía otra publicidad para la mujer. Era un tubo de crema, y servía para las mujeres que tenían los pechos pequeños. Dándose un ligero masaje en los senos con esa crema, los pechos en una semana cogían volumen. Eso era lo que explicaba la publicidad de la revista. Habían números que eran apartados de correos donde había que escribir, en caso de estar interesado. Venían muchos más productos en la publicidad, que servían para otras cosas, también para el cuerpo, y para los cabellos hacerlos crecer. Estaba pensando en los vendedores, en la manera que embaucaban a la gente con engaños para que compraran sus productos que no servían para nada. - Claire - Oí la voz de John que me llamaba. Miré, y vi que esperaba detrás de la verja. Mi corazón dio un vuelco, y me estremecí de la cabeza a los pies. En esos 466

instantes era lo que más necesitaba, hablar con John descansar en su mirada candente, en sus ojos verde mar, en su voz melodiosa. Necesitaba esta medicina. Y no me importaba de que alguien viera que estaba allí, era lo que menos me preocupaba en aquellos momentos. A John lo acababa de conocer, sólo hacía una noche, y desde que hablé con él, tenía ganas de vivir, de salir y de ir a divertirme. Con Émile estaba recluida, aunque no vivía en casa no le gustaba que saliera. No le hacía ni pizca de gracia de que saliera con Madeleine que era la única amiga que tenía. Llegué hasta la verja, oía mi corazón cómo palpitaba dentro de mi pecho, parecía que de un momento a otro me fuera a desmayar. A través de la verja sentí su calor, sentí su energía como envolvía mi cuerpo. Me sentí más tímida que nunca, su presencia varonil y extremadamente seductora, me hizo temblar. Abrí la puerta, y me quedé inmóvil frente a él. Me pasó por la mente el recuerdo de Émile, si le daba por volver. No me importaba que volviera o, que se enterara de que John, un joven que no conocía, había venido esa noche a verme ¿ Que me podía pasar ? A mi por supuesto nada, pero entre Émile y John hubiese habido un enfrentamiento, y bastante duro. - Buenas noches Claire ¿ Llego en un momento oportuno ? - Dijo casi disculpándose. - Si John, por supuesto que si ¿ Quieres entrar ? - Le pregunté facilitándole la entrada. - Si, desde luego - Respondió sonriéndome. Ésa noche los vecinos ingleses, estaban tranquilos, hacia rato que no se veía ninguna luz encendida en la 467

casa, por lo visto se habían ido todos a dormir. Al día siguiente era lunes, y día de trabajo. Cerré la puerta de la verja, y nos fuimos a sentar igual que la noche anterior en los sillones del porche. Yo no sabía que decir, ni de qué hablar, aunque tenía muchas cosas que contar, pero a John no le quería transmitir mis problemas ¿ Para qué le iba a contar mi vida ? Sólo quería ser amiga de él, tener a alguien a parte de Madeleine con quien hablar. Aunque John me gustaba mucho, y estando a su lado temblaba, no encontraba las palabras. - ¿ Es tu marido el que acaba de salir ? - Me preguntó. - Si, lo conociste esta tarde cuando salimos de casa ¿Porqué esperabas en la calle y nos seguiste hasta el Hospital y después al restaurante ?. - ¿ Porqué ? - Dijo mirando hacia arriba. Yo también miré, y descubrí un cielo bordado de estrellas - ¿ Me preguntas porqué lo he hecho ?. - No lo sé - respondí tímidamente - Quiero que tu me lo digas. - Anoche hablamos tres horas en este mismo lugar, y te puse al corriente de lo que siento por ti, nada más te vi en el poblado de los nativos. - ¡ Ya ! Pero lo nuestro no puede ir muy lejos, también te lo dije. No quiero que ningún hombre ocupe mi vida por el momento. No me siento con deseos de amar a nadie. - Claire, no tienes que ir contra corriente, no podrías con la fuerza del agua, y eso es lo que tu pretendes hacer. Negué con la cabeza.

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- Quiero tener otra vida - Dije - Quiero sentirme libre, y sé que junto a un hombre no lo seré. Los hombres sólo pensáis en vosotros, y absorbéis todo el tiempo a la mujer. Quiero trabajar, tener un pequeño apartamento, y encerrarme dentro con llave, y saber que sólo mando yo en mi, que si soy esclava, quiero serlo de mi misma ¿ Me comprendes John ?. - Si Claire te comprendo, cuando se trata de un hombre como tu marido, es razonable de que pienses de la manera que lo haces ¿ Acaso crees que esta noche cenando en el restaurante, no me he dado cuenta de que tu marido te ha levantado la voz ? ¿ Crees que no he visto de que es un bruto, y de que para las mujeres no tiene modales ? Me he dado cuenta de todo esto. Estás herida, muy herida, pero no creas que como tu marido hay muchos hombres. Me he estado fijando en ti todo el rato que ha durado la cena, y te he dado el premio a la paciencia. Asentí. - Hay veces que tiene arrebatos de locura, que pierde el control de si mismo, y rompe lo que se le pone por delante, pero después cuando se le pasa, siente mucho lo ocurrido. - Claire ¿ Estás tratando de esconder sus errores ? ¿ Su mal genio ? ¿ El poco cariño que siente hacia ti ? ¿Porqué lo defiendes ? Algún día serás tu quien recibirá un golpe fuerte. A esta clase de hombres no se les puede defender. - John, no lo estoy defendiendo, sé que es bruto y que todo lo que has dicho es cierto, pero también te digo la

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otra verdad. Siento pena por él, porque nada bueno le espera en la vida, y eso me duele. - ¿ Lo quieres ? Pero deja que hable tu corazón, no digas algo para dejarlo en un buen lugar ¿ Lo amas ?. Negué con la cabeza, y me mantuve callada. - No lo amas - Repuso - Has respondido, pero no te atreves a pronunciar las frases ¿ Y tu quieres ser una mujer libre ? ¿ No te atreves a decir lo que tu corazón siente y buscas tu independencia ? Cuando se busca ser libre, y totalmente integro en nuestras pasiones, nuestros sentimientos, y nuestras maneras de ver las cosas, hay que ponerles nombres a todas las palabras. Tenemos que expresarnos cómo amamos y cómo sufrimos, de qué manera somos felices y cómo somos desdichados. Dime Claire ¿Lo amas ?. John estaba abriendo en esos momentos para mi, centenares de puertas, miles de puertas, que yo tenía cerradas, y que no me atrevía a abrir, por miedo a encontrarme con la pura realidad. Las tenía todas cerradas, desde la primera hasta la última, no era fácil de expresar lo que yo sentía, no sabía como tenía que empezar, ni por donde. Mi cabeza estaba hecha un lío. Mis pensamientos volaban por el aire, sin rumbo fijo. No sabía si era una mujer feliz o, por el contrario si era desafortunada. Sólo sabía de que era una mujer, de que estaba casada con Émile y de que vivía en Johannesburgo. Ahí se acababa todo lo relacionado a mi persona. John esperaba mi respuesta, pero sin prisa. Me veía observada por sus exquisitos ojos verde mar. Todo lo 470

que yo sentía hacia John, me hubiese gustado decírselo, utilizando los sentimientos y el romanticismo que él utilizaba con verdadera pasión. - John, no sé si lo amo, estoy viviendo momentos muy difíciles y mi mente no coordina con mis sentimientos. Si te digo que si lo amo, es posible que me esté engañando a mi misma, y si te digo que no, también, estoy hecha un lío, y no sé que hacer. - Claire, quiero que confíes en mi, y si lo haces, es seguro de que te podré ayudar, pero sólo si confías en mi, y no me ves como a otro hombre bruto y vulgar. Deseo con todas mis fuerzas de que puedas expresar tus sentimientos, tus gustos, tus pasiones, tus deseos y tus ideales. Sólo de esta manera podrás ser libre e independiente. No creas que la libertad y la independencia vienen solas sin hacer un esfuerzo. Todos lo tenemos que trabajar, para obtener más tarde los frutos que deseamos ¿ Estás preparada para empezar ?. Todas estas frases que me musitó, me dejó más desconcertada de lo que ya lo estaba. No comprendí muy bien lo que quiso decirme para que hiciera. Quería que empezáramos ya ¿ Pero de qué manera quería que confiara en él ? Sólo hacía veinticuatro horas que lo conocía ¿ Se estaría burlando de mi ? -Pensé - Me sentí igual que una niña pequeña cuando se le regaña por algo que no tienen razón. No sabía que era lo que se proponía, ni a donde quería llegar ¿ No estaría jugando conmigo, para que yo le expresara mis sentimientos ?. - Quieres que empecemos ya ¿ A qué ? - Le pregunté. John me miraba con una sonrisa.

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- A lo que tu quieras - Respondió casi musitando - Ayer noche hablamos y quedamos en que yo sería tu profesor de inglés ¿ No lo recuerdas ?. - Si ¿ Pero te estás refiriendo a que tu puedes enseñarme bien, hablar, leer y escribir inglés ?. - Exacto - Contestó con los codos apoyados en los brazos del sillón, y echado hacia atrás en posición de relax - Todo lo demás surgirá mediante el tiempo que duren los estudios. Cuando llegue el momento de estudiar los verbos, y de pronunciarlos, trabajaré contigo con verdadero ardor, para que los sepas expresar con facilidad, sin que sientas vergüenza de pronunciar las frases más íntimas, las más queridas y ansiadas. Quiero hacer de ti lo que eres, una diosa, que le cortaron las alas, igual que hicieron con la divinidad Victoria. La querían tener cerca, por que su belleza cautivaba, también les traía suerte, y con las enormes alas que tenía podía volar por lugares infinitos. Lo mismo han hecho contigo. Me estoy refiriendo a tu marido. Pero yo te las devolveré, y cuando mires tus enormes alas, podrás volar por todos los lugares, por lugares que jamás habías soñado. Ahora me gustaba John de la manera en que se expresaba, y lo que antes había pensado de él, ahora lo veía normal, natural y deposité en él mi confianza, sin pensar en más ¿ Qué podría yo perder ?. Me había quedado embobada escuchándolo, con los codos apoyados sobre la mesa, y las manos sujetando mi barbilla. Me acordé del insecto lepidóptero al que yo me quería parecer, por lo libres que eran, a las mariposas que tienen las alas doradas. No sabía si era cierto el don 472

que John me atribuía de diosa. Era posible que estuviera en su mente o en su repertorio de poeta. Pero sí era cierto que me causaban envidia las mariposas cuando las observaba con deleite volar en el jardin, y pararse en las flores, y subir a los árboles, y después, perderse en el cielo. Siempre he pensado que son seres maravillosos, encantadores ¿ Y porqué no divinos ?. Respondí a John con precisión. - John, cuando tu quieras empezamos las clases de inglés. Tengo ganas de saber, necesito saber, tantas y tantas cosas que no me han dejado que aprenda. Creo que tu eres mi gran oportunidad. El momento ha llegado, no puedo decir tarde, se ha iniciado en el momento adecuado. - Claire, estaba seguro que razonarías, que dirías que sí. Te has dado cuenta de que es por tu bien, y que no encontrarás ataduras, ni trabas a partir de ahora ¿ Te apetece que sea mañana cuando empecemos la primera clase ? - Dijo John bastante contento. Recordé que era al día siguiente que tenía que ir a la entrevista de trabajo, pero que no iría por todo lo que había sucedido con Émile. Me prometió y aseguró que lo cumpliría, que no me dejaría trabajar en nada, pero con John, no podría hacer lo mismo. John estaba para ayudarme, y quitarme las ataduras que tenía con Émile, y le di la respuesta de inmediato. - ¿ Iría bien a las diez de la mañana ?. - Correcto - Contestó - Es una buena hora. Mañana a las diez vendré a buscarte en mi coche, e iremos a mi casa, mi despacho es bastante amplio, y tengo todo el material necesario. 473

Tenía que hablarle de la entrevista. - John, mañana a las diez tengo que presentarme a una cita de trabajo, en la librería inglesa Inter, pero Émile no quiere que vaya, no quiere que trabaje, porque está preparando que yo me vaya a vivir con él a otra casa. - ¿ Esta noche en el restaurante la discusión que habéis tenido era por eso ?. - Si, y cuando hemos llegado aquí, me la ha montado aún más fuerte. Ha estado a punto de ... - ¿ De qué ? Háblame claro ¿ Ha pretendido pegarte? ¿Es eso lo que quieres decir ?. - No quiero hablar más de él, pero me amenazó de dejarme sin trabajo, de ir a hablar con los directores para que no me den el empleo. Y tengo que cuidar de él cuando esté enfermo. John sacudió la cabeza sin comprender bien. - ¿ Dices que cuando esté enfermo tendrás que cuidar de él ? ¿ Es que está enfermo ? - Preguntó con los ojos fijos en los míos. - ¿ Sabes que tenemos un amigo ? Se llama Hugo, y que está en el Hospital, con un virus que ha contraído, y que ha contagiado a Émile de ese mal. Hugo está muy mal, la enfermedad está en la última fase, y le queda poco tiempo de vida. Pues, Émile quiere que nos vayamos de esta casa, a otra más pequeña, para que yo cuide de él, cuando la enfermedad esté más avanzada. - ¿ Y de qué manera Hugo ha contagiado a Émile ?. Buscaba la mejor manera para decírselo. - John, eres mi amigo, y te lo voy a decir, aunque pase vergüenza por mi misma, por haberme casado con un

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hombre que es gay, y que yo no sabía - Émile y Hugo son gays, eran pareja, y vivían juntos. John se quedó parado, no pensaba que yo iba a hablarle de esto. - ¿ Tu marido es gay? - Dijo con asombro. - Si, pero no desde ahora, es gay de toda la vida. - ¿ Porqué te casaste con él ? - Preguntó todavía aturdido. - Porque me enamoré de él, y lo quería, pero yo no sabía de que era gay. Es posible que no me diera cuenta, porque fué el único hombre que conocí para casarme. Yo no tenía experiencia sobre hombres. Tampoco yo le notaba nada, me sentía amada por él, era celoso, y lo sigue siendo. Lo supo bien esconder. - ¿ Y cuando te has enterado de que es gay ? - Preguntó con la mirada congelada clavada en la mía. - Hace un año aproximadamente, cuando decidí que tenía que venir a Johannesburgo para ver que era de su vida. Yo estaba segura de que me engañaba, pero que se trataba de una mujer. Y cuando llegué aquí a casa, me encontré con la sorpresa. Compartía casa con Hugo, y también compartían sus vidas. No te puedes imaginar cómo me sentí burlada, humillada, traicionada. Hasta llegué a pensar que yo como mujer no valía mucho, incluso nada ¿ Entiendes ahora porqué no confío en los hombres ? ¿ Porqué quiero sentirme libre y buscar mi independencia ?. Hice una pausa, los dos nos mirábamos en silencio. Pasados unos minutos.

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- Claire, me he dado cuenta de que a Hugo le tienes cariño ¿ Porqué, siendo él quien ocupaba tu puesto ? He advertido como te preocupas de su salud y de que esté bien. No lo entiendo. - Verás John, lo mismo que tu no entiendes, yo tampoco entendía de que fuera Hugo quien dirigía a Émile, él tenía que hacer lo que Hugo le mandaba, porque los celos se lo comían. He sido testigo de cómo Émile maltrataba y pegaba con furia a Hugo, hasta el punto de dejarlo en el suelo echando sangre por la nariz. Hugo me causaba pena, porque cuando se le conoce, es una gran persona, es un gran amigo que te da incluso lo que no tiene. La homosexualidad de Hugo, es de nacimiento. Me ha contado hechos realmente escabrosos que su propio padre cometió con él, desde que era un niño, y se vestía de mujer con los vestidos de sus hermanas, incluso su hermana mayor, el día que se casó, no quiso que asistiera a su boda, porque sentía vergüenza de tener a un hermano raro. Podría estar contándote de Hugo mil aberraciones que cometieron con él su propia familia. A su madre la dejo a un lado, no la meto en toda esta locura, porque ella al igual que Hugo, sufrieron en silencio los malos tratos. A Hugo lo quiero, es mi amigo ¿ Sabes que hoy en el Hospital le he puesto al corriente de que tu nos ibas siguiendo a Émile y a mi en tu coche? Es el único que lo sabe. Él sería feliz de verme a mi que lo soy.

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John me escuchaba casi sin respirar, con los codos apoyados encima de la mesa, y las manos puestas en la cabeza, pasando los dedos por entre sus cabellos. - Repuse - Este sábado llegan los padres de Hugo, procedentes de París. Saben que está enfermo, pero ignoran hasta qué punto. Me da lastima de su madre, pobre mujer. Pues, Émile me ha comunicado que no irá a recibirlos al aeropuerto. Le tiene al padre de Hugo manía de muerte, por todo lo que Hugo le ha contado que le hizo. - Claire, yo puedo ir a buscarlos al aeropuerto - Dijo con suma sinceridad. - Gracias John, pero es mejor que te mantengas al margen de todo lo que se refiere a Émile. Me va a inundar en preguntas. Cuando se toca donde él no quiere se pone bruto, pierde el control, no respeta nada ni a nadie. Es como una fiera salvaje, que sólo piensa en hacer daño y en destruir. Hoy en el hospital, le he dicho a Hugo, que iría yo a recibirlos. Llamaré un taxi para que venga a buscarme, y después, con los padres de Hugo, regresaremos con otro. Lo haré así. John me miraba no muy de acuerdo. - Claire estoy metido en esta historia, porque es tu historia, tu vida, y todo lo que a ti se refiere, me afecta o, me alegra, y en esta odisea voy a participar, le guste a Émile o no. Lo encuentro cobarde al esconderse de alguien que ni siquiera conoce ¿ Que daño le puede hacer un hombre mayor, si vendrá con una gran pena ?. - Émile no lo cree así, ni Hugo tampoco. Yo pienso igual que tu, no puede ser que un padre trate a un hijo

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mal ya casi en su lecho de muerte, porque a Hugo le queda poco tiempo de vida, quizá dos meses. - ¡ Vaya paquete, con el que se van a encontrar sus padres ! - Dijo John entristecido, y pensando en el problema. Miré la hora que había en mi reloj. - John, son las dos de la madrugada, estoy cansada, y necesito dormir - Dije con los ojos medio cerrados. - Si, el tiempo ha pasado rápido y no me he dado cuenta de la hora que podría ser - Respondió poniéndose en pie, y dispuesto para marcharse. Noté en su mirada, que sus deseos eran los de cogerme la mano. Su vista se dirigía a mi rostro y después a mis manos, era como si lo necesitara, para irse mejor. Hice como si no me hubiese dado cuenta, y me dispuse a bajar los escalones del porche para ir a acompañarlo hasta la verja. Pensé, que era demasiado pronto para que hubiera tanta intimidad entre los dos. No se trataba de querer coger mis manos para despedirse, era algo más, que yo no estaba preparada en esos instantes para asumir. Por el caminillo hasta la verja caminábamos uno al lado del otro. Al llegar a la puerta se giró hacia mi. Me miró con radiante luz en sus pupilas, y sin que yo me diera cuenta había cogido mis dos manos, y las tenía cerca de su boca, sentí su aliento en ellas, y seguidamente sus ardientes labios. Las besaba una y otra vez, no se cansaba, me dio la impresión de que tenía hambre de besos.

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No quería seguir, ni debía seguir, estábamos en la vista del huracán, aunque eran las dos de la madrugada, nos podían ver, los búhos no duermen de noche ¿ Y ?. - John, pronto serán las tres, y tengo un sueño que me caigo - Le recordé. - Si, es cierto - Dijo soltándome las manos con cuidado Mañana estaré aquí delante de la puerta esperándote. - Buenas noches John - Musité por el cansancio que tenía, y porque me estaba durmiendo de pie. - Que duermas bien, Claire - Dijo, poniendo su mano abierta sobre mi mandíbula izquierda, acariciándola. Salió, y anduvo algunos metros hasta llegar a su coche, y se puso al volante. Creí que iba a seguir adelante, pero mi sorpresa fué que dio marcha atrás, hasta que se puso delante de la casa. Yo lo miraba con una sonrisa, moviéndole la cabeza, y pensaba - ¡ Está loco ! - Me echó un beso con la mano y dijo a media voz - Te quiero. Sonreí, y afirmé. - ¿ También me quieres tu ? - Preguntó, con la felicidad que un niño muestra al recibir un regalo. - No - Le respondí, porque no sabía que decirle. Yo estaba segura que lo quería, y mucho, era el primer hombre que me trataba como yo había deseado que lo hubiese hecho Émile. No se movía de delante de la puerta, con el motor del coche en marcha, sabía que esperaba una respuesta a su pregunta, pero no me salía decirle que yo también lo quería. Necesitaba abrir la puerta al amor, pero todavía era demasiado pronto para que mis sentimientos hablaran. Como no respondía si lo quería, saltó del 479

descapotable por encima de la puerta, y en pocos pasos llegó a donde yo estaba. Me puse a reír, por su manera, él también estaba sonriendo, me dijo muy cerca. - No me iré hasta que me respondas ¿ Me quieres ?. - Un poquito - Dije señalando dos centímetros entre el pulgar y el índice. - No es cierto - Dijo negando con la cabeza - Cuando me digas la verdad, me iré. Cerré los ojos y los apreté, tenía ganas de decirle que si lo quería, y que me gustaba, me gustaba más de lo que yo llegué a imaginar. Si yo creía que él estaba loco, más loca estaba yo, pero me controlaba, y le mandaba a mis sentimientos que se calmaran, pues, la situación que yo estaba viviendo, no era la que vivía John. - Vale, te quiero - Al fin dije riéndome. - No, ese te quiero, a mi no me vale. Dime la verdad. Porque yo por ti haría locuras, no te puedes imaginar lo que llegaría a hacer. - ¿ Qué llegarías a hacer ?. - No me he tirado nunca en paracaídas, pero lo haría, y mientras fuera bajando, gritaría a los cuatro vientos que te quiero, que te amo, y que tu eres lo máximo que me ha podido suceder ¿ Qué harías tu ?. - ¿ Por quien ? - Dije en broma, como si no hubiese entendido qué era lo que me preguntaba. - ¡ Claire ! ¿ Porqué no me respondes ya de una vez ? ¿No tienes ganas de irte a dormir ?, pues, cuando me respondas te dejaré tranquila y me iré ¿ Me quieres ?. - Mucho John, mucho - Yo misma me asombré de lo que dije, pero me salió de dentro del corazón. 480

- Lo sabía, estaba seguro - Dijo acercándose a mi hombro y besándolo, fué bajando hasta llegar al brazo, y lancé un pequeño quejido de dolor. John paró, y me miró extrañado - ¿ Qué sucede ? ¿ Porqué te has quejado? ¿ Te he hecho daño ?. - No ha sido nada - Respondí, tratando de bajar la media manga del vestido. - A ver, déjame que mire - Dijo preocupado. - No es nada John, de veras te digo que no es nada - Dije retirando el brazo. - Claire, por favor, por favor te lo pido, déjame que mire, déjame que vea que es lo que tienes - Decía insistiendo cada vez más. Y por lo que yo más padecía era por la preocupación que tenía, y de que pudiera sospechar. Sabía que no tenía escapatoria, y que se lo tenía que enseñar. Y me dejé que John subiera la manga del vestido, la llevó hasta el hombro. Yo observaba su cara y me estaba preparando para lo que le iba a decir. - ¿ Con qué te has hecho este golpe ? ¿ Te has dado cuenta de que está morado ? ¿ Te duele ?. - Me duele bastante, pero no tiene importancia - Dije. - ¿ Con qué ha sido ? Claire, dime la verdad, encima del brazo tienes un pequeño bulto ¿ Quien te lo ha hecho ? Preguntó observando en la floja luz que daba el farol que se hallaba a dos metros de la entrada. Me puse algo nerviosa, y estiré del brazo. - John, no es nada, no le des más importancia de la que tiene, ha sido un golpe que me he dado con la puerta del baño.

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- Claire, no quieres decirme la verdad ¿ No es cierto ? Estás protegiendo a Émile, estoy seguro de que es eso ¿Cómo te lo ha hecho ? - Preguntó desconcertado y perplejo - No puedes dejar pasar por alto, este grave error que ha cometido contigo. Hoy ha sido esto, y mañana será algo peor. Si no se le para los pies, llegará a hacerte mucho más daño. - No, porque pronto dejará de venir a esta casa, sólo estará viniendo hasta el jueves o el viernes. El sábado llegan los padres de Hugo, y no quiere encontrarse aquí con ellos. John no prestaba atención a esto que yo le decía. - ¿ Te ha pegado con la mano o con el puño ? - Volvió a preguntarme. - Sólo me ha cogido el brazo con fuerza. Fué esta mañana porque me negué a ir con él, a vivir a otra casa que dice tiene apalabrada. - ¿ No dice que tiene amigos, y que pasa su vida con otros gays ? ¿ Para que te quiere a ti ? ¿ No te ha causado ya bastante sufrimiento ?. - Mucho sufrimiento, más del que te puedas imaginar, pero mantiene de que soy su esposa, y que tengo que seguirlo hasta donde él quiera. - No, está muy equivocado, las cosas no son así. Tienes motivos suficientes para que lo dejes, y te vayas lejos de su lado. - Lo tengo muy difícil - Dije, sin dejar de mirarnos - No me deja trabajar, me entorpecerá lo que me proponga hacer. He llegado a pensar, y sería contra mi voluntad,

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de volverme otra vez a París, y empezar a hacer una vida nueva. John negaba con la cabeza. - No dejaré que te vayas - Dijo totalmente convencido Acabo de conocerte, y eres lo más grande que me ha podido suceder, voy a luchar por ti, por nosotros dos, y sobretodo, por nuestro amor. Espero tu ayuda, y que no te niegues a colaborar conmigo, y que no le tengas miedo, porque, si es necesario, estaré contigo las veinticuatro horas, me tienes a mi ¿ Sabes ?. Era maravilloso lo que me estaba sucediendo con John. Me daba cuenta, que lo quería más de lo que yo pensaba. En esos instantes, sentí deseos de besarlo, pero no como se besa a un amigo. Dentro de mi ardía el amor. John era especial, y derrochaba sensibilidad, y dentro de esa esencia natural y delicada, notó mis deseos, mis impulsos humanos, y sin que apenas me diera cuenta, sus labios y los míos se estaban besando, con verdadera pasión. Me abracé a su cintura, era como estar en el cielo. John me tenía abrazada por los hombros, y nuestras bocas no se despegaban. Fué un beso largo y duradero, el beso que nos unió para siempre. - Es muy tarde - Le comenté - Ha pasado una hora desde que miré el reloj. - Si, amor mío, dejo que duermas un rato. A las diez pasaré a recogerte ¿ Ok. ? Que tengas dulces sueños Dijo separándose de mi, y retrocediendo unos pasos. - También tu, y que duermas bien.

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- Eso para mi, será más difícil esta noche, pues, no podré quitarte de mi mente - Dijo echándome un beso con la mano - Te quiero, te quiero más que a nada. Llegó al descapotable, abrió la puerta y se acomodó en el asiento, y seguidamente cerró. Puso el coche en marcha y salió despacio. Me quedé en la puerta de la verja viendo cómo se alejaba, hasta que giró a la derecha. Entré y cerré la puerta de la verja, andaba lentamente por el caminillo. A mi lado iba Diana llevando mi paso. El sonido de un grillo que no había parado de cantar en toda la noche, me parecía el canto del ruiseñor. Los sentimientos que sentía en aquellos instantes, volaban por el infinito cielo estrellado y luminoso. Cuantas sensaciones había vivido en ese día. Me habían sucedido demasiadas cosas, demasiados encuentros. Demasiada pena, y demasiada alegría. Habían un montón de días que nunca sucedía nada, y el día que menos me esperaba, surgió todo a la vez. Qué extraña es la vida, y el destino, qué caprichoso es. Fui apagando luces, hasta llegar a mi dormitorio, me desvestí despacio, coloqué sobre mi, un camisón blanco adornado con encaje por el escote, mangas y bajo. Y me acosté encima de la cama, apartando solamente la colcha de verano. El despertador lo puse para que me despertara a las ocho y media. Y rápidamente me quedé dormida.

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Faltaba diez minutos para que sonara el despertador, pero me despertó los gritos que Moisés daba llamando a su madre. Oí a Yosi que le hizo Chiiiiist - Y seguidamente le dijo por lo bajo - No grites, que está la señora durmiendo. Moisés se paró junto a la puerta de mi dormitorio, vi la sombra de sus pies cómo se reflejaba por debajo de la puerta. Para no dejar que sonara el despertador, lo paré, justo cuando le faltaba cinco minutos para que la alarma saltara. Salté de la cama, cogí la bata y me la puse. Y abrí la puerta del dormitorio. Moisés al verme, me echó una sonrisa. Yo le acaricié la cabeza - Hola Baby - Le dije. Yosi salía del dormitorio de Émile. No había dormido esa noche en casa, ni la anterior tampoco, ni la otra. Yosi sacaba en las manos, las sábanas usadas de la cama de Émile. - Buenos días señora - Me saludó - Estoy quitando las sábanas de la cama de su marido. Hoy a las siete estaba aquí. Y me dijo que quitara las sabanas de su cama, y que limpiara la habitación. - ¿ A qué hora dices que ha venido mi marido ? Pregunté todavía casi dormida. - Era aproximadamente, las siete y diez minutos. - ¿ Te preguntó algo sobre mi ?.

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- Me dijo que la puerta del dormitorio de usted estaba cerrada por dentro. Que le tenía que hablar, pero que no la quería despertar. - ¿ Te dijo algo más ?. - Sí, que más tarde volvería, pero no me dijo la hora. - ¿ Ha desayunado aquí ?. - No, ya venía desayunado. Sólo vino para decirme esto, y seguidamente se fué. - Está bien Yosi. Prepáreme un doble té bien cargado, y dos tostadas. Bajo en media hora a desayunar - Le dije, y entré en el cuarto de baño. Dentro de la ducha, mi mente no podía dejar de pensar en Émile - ¿ Qué iba a pasar cuando se enterara de lo de John ? - Porque tenía que saberlo un día u otro. Si aceptaba lo que Émile me había propuesto, me esperaba junto a él, una vida llena de sacrificios, y de privaciones. Émile no tenía la enfermedad aún desarrollada a un cincuenta por ciento. Se estaba medicinando, pero era para qué no avanzara más. Tenía la fuerza de un toro, y el carácter de una pantera. Esta fuerza la tuvo siempre, y el carácter a medias, siempre lo había tenido malo, pero desde que Hugo entró en el Hospital, y vio como iba deteriorándose poco a poco. Su carácter se hizo insoportable, y su violencia aumentó. Por el amor que yo sentía hacía John, estaba dispuesta a luchar al igual que él. En el beso interminable y lleno de pasión que nos dimos, sentí su

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fuerza y sus deseos de amarme. Su beso fué sincero o quizá más que el mío, y juntos, íbamos a pelear. Bajé a desayunar. Yosi lo tenía todo preparado sobre la mesa de la cocina. No le había dicho donde quería desayunar, pero me dio la impresión que adivinó mi pensamiento, era en la cocina, y no en el porche. Estaba impaciente por terminar el desayuno, pues, sólo pensaba en John. En la clase que tenía, y en la clase de hombre que era. Estaba fascinada por su personalidad, y por su talante, siempre de buen humor y contento. Quedaban sólo veinte minutos para que viniera John, tenía que darme prisa a vestirme. Había pasado hora y media desde que el despertador sonara, y para mi era poco tiempo, entre desayunar, ducharme y vestirme. En el dormitorio buscaba algo adecuado para ponerme, con rapidez abrí el armario, y busqué entre las perchas un atuendo, falda y blusa para ese día que requería. Me decidí por una falda plisada beig, y una blusa blanca de seda natural. Oí el motor de un coche que se paraba delante de la casa, miré por la ventana, y vi que se trataba del descapotable rojo. John descendió del coche, y anduvo unos pasos haciendo tiempo hasta que yo saliera. Bajé las escaleras rápidamente, y me dirigí a la cocina. Encontré a Yosi lavando los utensilios que yo había utilizado para el desayuno. - Yosi, tengo que irme - Le dije - Estaré de regreso para la hora de la comida. Prepárame lo que quieras, lo que veas en la nevera.

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- Si, señora. Si viene su marido ¿ Qué le digo ? Porque me dijo que vendría después. - Le dices, que he tenido que salir, pero que a la hora de la comida estaré aquí. - Señora ¿ Hago carne estofada de la que a usted le gusta?- Preguntó, siguiéndome, y secando sus manos en un paño de cocina. - Si Yosi, puedes hacerme ese estofado, y una ensalada. Al llegar al porche, Yosi miró el descapotable que esperaba, y a John, que trataba ver, ladeando con la punta del pie, algo que había en el suelo. - Señora ¿ No es el joven que me preguntó por usted el sábado a la noche ? - Dijo extrañada. - Si, es él, pero tu de esto, nada a nadie ¿ Eh ?. - No señora, yo haré lo que usted me diga - Dijo negando con la cabeza. - Si viene mi marido antes de que yo vuelva, le dices lo que antes te he dicho. Que me he tenido que ir. - ¡ Ok. ! No se preocupe, así lo haré. Llegué hasta la verja, y abrí la puerta. John me esperaba delante, y sus ojos sonreían, el brillo que tenían era parecido al de una estrella, radiante, luminosa, llena de vida. Aunque John me gustaba mucho, muchísimo, tenía miedo a amarlo. No estaba dispuesta a volver a sufrir de nuevo, y aún menos con alguien que era diez años menor que yo, me había enamorado de él, y estaba segura de que lo quería, y mucho. Pero el temor era superior a mis sentimientos. No quería pensar si ocurriera algo en serio entre los dos, y que después, todo se quedara en nada. Ese

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pensamiento me hacía padecer, y me daba quebramientos de cabeza. - ¿ Cómo está, esta mañana, mi diosa ? - Me preguntó nada más me acerqué a él. - Bien, muy bien - Respondí, mirándolo de frente. - ¿ Preparada para estudiar inglés ?. - Preparada - Dije riéndome, porque ya empezaban sus bromas. Se dirigió a la parte izquierda del coche y me abrió la puerta para que me acomodara, y seguidamente la cerró. Sentí su aroma en mi rostro. Utilizaba una colonia muy suave. Pasó por delante del coche para ocupar su asiento. Vestía pantalones anchos blancos de algodón, y una camisa también ancha y blanca, que llevaba por fuera. Advertí que era el color blanco lo que utilizaba para vestir, era su preferido. El cabello, lo cerraba atrás en una cola, que le llegaba a la mitad de la espalda. Los mocasines que calzaba, también eran blancos, y bastante planos. - ¿ Donde vives ? -Le pregunté, al tiempo que girábamos a la derecha. - En una casa, algo alejada de Johannesburgo, donde puedo escribir tranquilo y sin ruidos, los únicos ruidos que llegan, son los de la naturaleza. No es una casa grande, pero me gusta, porque está edificada encima de un cerro. Estoy seguro de que te va a gustar. La vista que desde allí se ve, es maravillosa. A la izquierda de la casa sale el sol, y está todo el día pasando por delante. - ¿ Tienes a alguien que se ocupe de la casa ? - Le pregunté.

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- Sí, está Samuel, que se ocupa del jardín, y de mantener limpia el agua de la piscina. Y Rosemary, que es un encanto de mujer, ella se ocupa de la casa. - ¿ Es guapa Rosemary ? - Pregunté con algo de recelo. John lanzó una carcajada que se escuchó en el viento. - Si, muy guapa, y la quiero mucho - Dijo mirándome con brillo en sus ojos, y sonrisa en sus labios. - ¿ Es blanca ? o ¡ nativa !. - Ya sabes que las blancas no trabajan en el servicio doméstico, ese trabajo, lo efectúan las nativas. - ¿ Qué edad tiene ?. John lanzó otra carcajada, pero más divertida que la anterior. - ¿ Te preocupa que Rosemary sea joven ?. - Depende, pero creo que si ¿ Porqué la quieres tanto ?. - Claire, ya estamos llegando, y lo primero que voy a hacer es presentártela ¿ De acuerdo ?. - Si - Respondí, algo celosa. Era la primera vez que iba a casa de un escritor inglés. De un hombre que la belleza la podía regalar de tanta como la naturaleza le había otorgado. Cualquier mujer estaría celosa de un hombre como él. Nos paramos delante de una casa vallada, pintada con cal. La casa no tenía estilo inglés. Se parecía más a una casita de la isla de Patmos. Cada uno abrimos la puerta del coche, y salimos. Yo tenía ganas de conocer a Rosemary - ¿ Sería más bella que yo ? ¿ También más joven ? Pronto iba a salir de dudas.

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La puerta estaba abierta. Yo andaba al lado de John. En el borde de la piscina se hallaba un hombre nativo que podría tener sesenta y cinco años. Con un palo largo y una red, limpiaba las hojitas que de los árboles caían. John y el nativo se miraron y se sonrieron, y el nativo volvió de nuevo a seguir sacando hojas, y pequeños frutos que se desprendían de los árboles, y caían en el agua de la piscina. Rosemary, no aparecía, y yo tenía unas ganas locas por conocerla, y ver si realmente era tan guapa cómo John me había confirmado. Se oyó la voz suave pero firme a la vez, de una mujer que procedía de la parte trasera de la casa. John me miró sonriendo, y me cogió del brazo con suma galantería, y dimos la vuelta a la casa. Me quedé congelada, y con la boca abierta, al descubrir que Rosemary era una mujer mayor y nativa, yo le eché aproximadamente sesenta años. Tenía una cara risueña, ojos negros, y la mirada llena de amor, era más bien pequeña de estatura, y algo entrada en carnes. Los cabellos canosos, cortos y muy rizados. Había una cesta de mimbre en el suelo como a medio metro de sus pies, donde iba poniendo manzanas que cogía de un manzano. Habíamos llegado a donde estaba Rosemary. Su manera de mirarme y de sonreírme, me gustó mucho. John se adelantó con la alegría de un niño. - Mami Rose, te presento a Claire. Rosemary me miraba con ternura. - Mi niño, es encantadora, y con una sonrisa que cautiva- Dijo mirándonos a los dos, sin dejar de sonreír, 491

y dirigiéndose a mi, me preguntó - ¿ Quieres mucho a mi niño ?. La encontré tan sincera y agradable que respondí. - Si, mami Rose. Ella lanzó una carcajada al aire de satisfacción. - Si, estoy segura que lo quieres - Dijo - También tu eres de la misma raza de él. No la comprendí, y me quedé mirando a John. - Mami Rose, explícate mejor, porque Claire no te ha entendido - Aclaró John. - Claire, eres exquisita, igual que lo es John, los mismos sentimientos, y estoy segura que los mismos ideales. Me acabas de conocer, y ya me has llamado mami ¿ Te ha contado John el porqué me llama así ?. - No, pero si él la llama mami, yo también quiero llamarla del mismo modo, si usted me lo permite. - ¡ Cómo no, mi niña !. Y los hijos que tengáis también me llamaran mami. Rosemary era una mujer muy directa, que decía lo que había visto o, advertido en la otra persona. Tenía una capacidad muy rápida de captar cómo era la otra persona que tenía delante, y le mostraba, si le gustaba o no. - John ¿ Porqué la llamas mami ? - Pregunté fascinada y llena de curiosidad. - Porque ella fue la que me vio nacer. Mami, me crió. Me dio el biberón, me cambiaba de pañales. Dormía a medias, porque muchas veces eran las que me 492

despertaba de madrugada. Ella fué la que me vistió, cuando hice la primera comunión. Ella era la que estaba conmigo en los momentos de la pubertad, los más difíciles. Ella me enseñó a rezar, a dirigirme a las demás personas con respeto. Ella es, mi segunda madre, es por eso que la llamo mami. Cuando empecé a hablar la llamaba mamá. Hasta que un día mi madre me oyó, y me dijo, que ella era mi madre, y que a Rose, la podía llamar mami. Mami me llevó al colegio a la edad de cinco años. Ella era la que se encargaba de mi, de llevarme y de traerme. Muchas veces fueron las que me defendió de otros niños. Porque cuando somos niños, somos muy crueles, y por nada nos inventamos una historia para hacernos daño, sin que haya alguna razón. Me quedé asombrada, porque su madre, apenas salía en su historia, no la mencionaba. - ¿ Y tu madre donde estaba ? - Le pregunté. - Mis padres son los dueños del Gran Hotel. Y hace veintisiete años que fué cuando yo nací. Era un pequeño Hotel, que regentaban mis padres. Y mi madre estaba todo el día ocupada, y apenas estaba en casa. Contrató a Rose dos meses antes de que yo naciera, para que me conociera desde el primer día, y me quisiera. También contrató a su marido Samuel. El día que yo nací, ella estaba delante, ayudando a la comadrona. Esta casa la compré hace tres años, por un precio moderado, que fué cuando me independicé. Y les pedí a mis padres, que no quería separarme de mami. Y Cómo tenía que contratar a dos 493

personas, para que llevaran la casa, prefería que fueran ellos. Mi madre aceptó. Claire, ahora ya conoces la historia, de mami, de Samuel y mía. - ¿ Que te parece mi niña ? - Me preguntó mami, al mismo tiempo que arrancaba otra manzana, y la depositaba en la cesta. - Es una historia muy bonita ¿ No tienen ustedes hijos ?. - Si, dos varones, pero uno lo tuve a los catorce años, y el segundo, a los dieciséis. Samuel y yo, nos casamos muy jóvenes. Mi madre no esperó a que diera a luz a mi primer hijo, y con una barriga de ocho meses, nos tuvimos que casar. - Mami ¿ Y tus hijos donde están ? - Le pregunté. - Mi niña, mis hijos ya me hicieron abuela, y estoy contenta, porque están bien. Trabajan, y tienen salud gracias a Dios. - Si, pero cuando tuviste que venirte para criar a John ¿ Qué edad tenían tus hijos ?. - ¡ Ah ! no fué difícil al ser los dos varones, uno tenía diecisiete años, y el otro quince, se quedaron con mis padres, aunque ellos ya trabajaban de jardineros en casas distintas. Al nacer John, volví de nuevo a criar, y para mi fué, como si yo lo hubiese parido, pues, no te puedes imaginar, cómo lo llegué a querer y cómo lo quiero. Porque es, una criatura muy tierna. - Mami, no empieces ya - Dijo John - Hay veces que me habla como si fuera todavía un niño. Rosemary se rió. - Mi niña ¿ Te vas a quedar a comer ? - Me preguntó. 494

- No, mami, he dejado a Yosi instrucciones para que me espere al mediodía. Gracias, pero no puedo hoy, otro día que venga con más tiempo, me quedaré. John le advirtió. - Mami, no entres ahora en mi escritorio, que vamos a trabajar. Ella me miró con una sonrisa pícara. - Vamos a estudiar inglés - Le dije - Mejor dicho John me va a enseñar a hablar bien inglés, a leerlo y a escribirlo. - Muy bien, que estudies mucho - Dijo, siguiendo con su labor de las manzanas. El porche era muy acogedor. Por la estructura que tenía la casa y por los años también, daba a que la habían construido una familia venida de oriente. Casita de una planta, sencilla y cómoda. El salón, que también hacía de comedor, había en las dos paredes laterales, asientos de piedras incrustados en el muro, cómo a unos cincuenta centímetros del suelo, aproximadamente, para que las piernas tuvieran un buen descanso. En la pared de enfrente, había una gran chimenea de leña. Los inviernos, allí arriba debía hacer frío, mucho frío. Me sorprendió al ver las paredes decoradas con utensilios de cobre, de un cobre brillante, que parecía que fuera oro de lo que brillaba. Una mesa larga y antigua de madera color caoba viejo, se hallaba detrás de un sofá plenamente confortable, y un sillón a la derecha donde dormía felizmente una gata angora blanca. Hacía mucho bulto. Me dirigí a John, y le pregunté. - ¿ La puedo acariciar ?. - Sí, desde luego ¡ Es preciosa !. 495

- Que suave es - Dije mientras pasaba mi mano por su lomo, y acababa por su abundante cola. Miré al techo y no había lámpara alguna, pero me fijé en los dos laterales entre los asientos de piedra y la chimenea, que habían dos lámparas altas de madera, trabajada, y pintada, de flores exóticas. John se fijaba en todo lo que yo iba descubriendo. Me fascinaba ese estilo de decoración. Sencillo, y sin lujos, pero extraordinariamente original, y campestre. Seguidamente pasamos al escritorio de John. Me puse a reír, porque tenía cuadernos, y papeles escritos, por los cuatro rincones de la habitación. Encima de la mesa, la máquina de escribir, de las más modernas. Y a la derecha de la máquina, había una lámpara de sobremesa, y dos sillones de bambú, a cada lado de la mesa. La puerta del escritorio se quedó abierta. Teníamos poco tiempo para estudiar, una hora escasa, pero, para ser el primer día, era suficiente. En otra mesa más pequeña, y redonda se hallaba encima los cuadernos y libros de inglés. John lo tenía todo dispuesto y preparado para estudiar. Estaba contento, muy contento de verme en su casa, apenas hablaba para dejarme tiempo para descubrir detalles de la casa. Por donde íbamos pasando se mantenía callado, y disfrutaba, de ver mis gestos y cambios de cara. Era un hombre que podía hacer feliz a una mujer. Poseía todo, o casi todo lo que una mujer sueña. Yo le consideré un príncipe azul, aunque siempre iba vestido de blanco. Las tres veces que lo había visto, había cambiado de traje, entre blanco y color caña. 496

La ventana estaba abierta, y me llamó la atención el ruido de unas pisadas, esperé a que alguien pasara por delante, y vi que se trataba de mami. Se dirigía hacia un camino de árboles a los dos lados, y llegaban lejos. Ella entró por ese camino, y poco después, ya no la vi, porque los árboles la tapaba. - John ¿ Que hay en ese camino por donde mami ha entrado ? - Le pregunté bastante interesada por saberlo, y también yo para descubrirlo. - Al final está la vivienda de mami y de Samuel. Ahora va para hacer la comida de ellos, y cuando hayan comido, mami viene aquí, y me prepara rápidamente algo. También es posible de que ya lo tenga preparado, y sólo tiene que ponérmelo en la mesa. Como tu le has dicho que no te quedabas a comer, no se ha quedado en la cocina. Guisa muy bien, le da un sabor exquisito a los platos. - Le he dejado dicho a Yosi, que me hiciera uno de sus guisos para cuando volviera al mediodía. También estoy algo preocupada, o mejor dicho, muy preocupada. John frunció el entrecejo. - ¿ Porqué estás preocupada ? Quiero que me lo cuentes todo. - Yosi, me ha comentado nada más despertarme, que Émile ha venido a casa esta mañana, a las siete y diez. Quería entrar en mi dormitorio, pero no lo pudo hacer porque la puerta la tenía cerrada por dentro. Le dijo a Yosi, que me dijera cuando me despertara, que vendría después, porque tenía que hablar conmigo. John sacudió la cabeza, cómo enfurecido. 497

- No tienes que sentir ninguna clase de temor. Él es el primero que ha fallado en todo. Te ha estado engañando desde el primer momento que lo conociste. Tengo por seguro, que me las tengo que ver con él. Yo soy el que no voy a soportar de Émile que te vuelva otra vez a lesionar, porque lo que te ha hecho en el brazo es una lesión. Lo veía yo todo muy difícil y complicado. - John no quiero meterte en nada de esto. Émile es muy bruto, y tu eres diferente. Tienes una vida tranquila, vives muy bien, y sin problemas. No soy yo, quien va a venir a dártelos. John sonreía, girando la cabeza de un lado a otro. - Claire, yo también soy bruto si me lo propongo, más bruto de lo que tu te puedes imaginar. Has entrado en mi vida, y antes te lo he repetido, y te lo repetiré mil veces. Voy a luchar por ti. Voy si es posible a destrozar a quien se atreva a mirarte con malos ojos. Porque desde la otra noche que te vi por primera vez, te llevo aquí dentro, y ahora sería imposible dejar que te fueras. Eres lo más bonito que me ha pasado. John posó sus manos en mis hombros. - Lo más bonitos ¿ Sabes ? - Repuso - Y voy a cuidar de ti como una diosa que eres. Porque tu eres mi diosa. Sus ojos verde mar, sus palabras suaves y su voz candente, todo este conjunto, hizo de que otra vez, sin que yo me diese cuenta, nos estuviéramos besando, y esta vez duró más que la primera. Me encontraba en la casa de John, como en otro mundo, en otro planeta que acaba de descubrir.Y no 498

sentía deseos de volver a casa. En esos momentos, me hubiese quedado para siempre a vivir en casa de John. Me di cuenta de lo feliz que vivía. Mami, lo bien que cuidaba de él. Tenía una vida de Rey, no sé si lo sabía, creo que sí, pero era tan buena persona que no lo hacia ver. No habíamos estudiado nada de inglés. Con la presentación que me hizo de mami, que estuvimos un rato hablando, después en su escritorio, también estuvimos comentando lo de Émile. Se hizo la hora que tenía que volver a casa. - Claire, te veo muy preocupada - Me preguntó John al volante, de regreso a casa. - Ya conoces mi preocupación la que es. Ahora cuando llegue a casa, no sé si me encontraré con Émile. Dios quiera que no haya llegado. - Cuando nos vayamos acercando a tu casa, si el coche de Émile está en la puerta, yo no me iré. Estaré esperando para ver si me necesitas - Dijo cogiendo de un departamento del coche una tarjeta suya. Me la entregó - Cógela, puede que la necesites. Me llamas por teléfono, nada más te veas en apuros. Miré la tarjeta y leí los titulares. Y seguidamente abrí mi bolso, y la guardé dentro. - Ojalá que todo vaya bien, y que no la tenga que utilizar nunca - Le dije deseosa de que Émile no hubiese llegado. Miré mi reloj, y marcaba, la una menos cuarto. Al alcanzar la calle, en lo primero que nos fijamos, fué si el coche de Émile estaba aparcado en la puerta. El resultado fué que no. Respiré hondo, y me tranquilicé. John había sentido la respiración profunda que hice, y 499

me miró. Con su mano izquierda cogió mi mano derecha, y la apretó con suavidad, sentí su calor, y me serenó. Incluso me desapareció el miedo que sentía, ya no por mi, sino por John. Y tampoco, porque Émile le fuera a hacer algo, pues, John también sabía defenderse, pero era por haberlo metido en todo esto. Cogidos de la mano llegamos hasta la puerta de casa. Noté, que ya era difícil de que me pudiese separar de John. Cada minuto que pasaba tenía más necesidad de estar siempre a su lado. De sentirme en sus brazos, y de que me apretara fuerte contra él. - Ahora, necesito que me beses - Dijo John acercándose a mi boca. No respondí, sólo me dejé llevar. Nos besamos, una, dos, cinco y siete veces repetidas. Sentí deseos de volver con John a su casa, y dejar todo lo demás. Pero mi propia razón, me hacia entender, que eso podría ser más tarde. Pero que ahora tenía algo medio por acabar, y cuando estuviera todo terminado, se realizarían mis sueños. Me sentí feliz al pensar de ese modo. Tenía que salir del coche, si John me dejaba, pues, el tenía más ganas que yo de que nos fuéramos a vivir juntos a casa de él. Yosi salió al porche al oír el motor del descapotable, y no tuve más remedio que despedirme de John. - Tengo que entrar, Yosi me está esperando, y es seguro de que algo importante me quiere decir - Dije con la puerta del coche abierta. Y dándonos el último beso. - Te necesito mucho Claire. Ahora, sí es que es verdad que me he enamorado, y de que no puedo pasarme sin ti. - Adiós John, hasta pronto - Dije algo preocupada. 500

- ¿ Hasta pronto dices ? Esta tarde estaré esperando cinco metros más abajo, para que estemos otra vez juntos, y por mucho rato. - También yo lo deseo, pero tengo que mirar antes como está la situación. Es mejor que ahora regreses a tu casa puesto que todo está tranquilo. - De acuerdo Claire. Llámame, tanto si me necesitas como si no, quiero oír tu voz, a cada momento ¿ Ok. ?. - Te prometo que te llamaré. - ¿ Cuando ?. - Cada noche - Dije para que se fuera tranquilo. - Cada noche de madrugada, quiero que sea de madrugada. A esta hora te podré saborear mejor. - ¡ Estás loco ! - Dije riéndome. - Muy loco, diosa mía - Dijo tiernamente, buscando mis manos, y llevándoselas a los labios, las besó varias veces. Yosi me estaba haciendo un ademán con la mano para que fuera. Se lo hice ver a John, para que me dejara ir. Bajé del descapotable, y dejé la puerta abierta, cuando lo advertí, di la vuelta para cerrarla, pero John, ya lo estaba haciendo. Me guiñó un ojo, y me echó un beso con los labios. Moví la cabeza riendo. Me quedé delante de la verja para ver cómo se marchaba. Me hizo un saludo agitando la mano, y arrancó el coche. Cuando vi que iba a dar la vuelta a la derecha, abrí la puerta de la verja. Yosi me estaba esperando con cara de preocupación. - Yosi ¿ Que ocurre ? - Le pregunté, nada más llegar a alcanzar el porche. 501

- Señora, su marido vino media hora después de que usted se fuera. Y me preguntó, donde estaba. - ¿ Qué le dijiste ?. - Lo que usted me dijo, que había tenido que salir. - ¿ Dijo algo ?. - Primero subió al piso de arriba, y oí, que estaba en el dormitorio de usted. Después bajó, y me dijo - A la una volveré, y comeré con mi mujer. - ¿ Dijo algo más ?. - No señora, salió de la casa, y se fué, como si llevara mucha prisa. - Muy bien Yosi, pero no te preocupes, te veo asustada ¿ Tienes miedo ?. - Tengo miedo por usted, no vaya a ser que su marido le haga algo. - ¿ Porqué dices eso ? ¿ Te has fijado en algo que no sea normal ? - Le pregunté, con más preocupación que ella, pero me mostraba tranquila. - Señora, lo he visto nervioso, muy agitado. Cuando ha visto que no estaba usted aquí, se ha puesto peor. Y aunque usted no lo sepa, he presenciado peleas entre su marido y el señor Barreau, y siempre ha salido perdiendo, este último. Se oyó el motor del coche de Émile que se paraba delante de la verja. Me di la vuelta, y vi con qué rapidez salía del coche, y abría la puerta de la verja.

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El bolso aún lo llevaba colgado en el hombro, lo saqué, y lo dejé encima de la mesa, sin dejar de mirar a Émile, que avanzaba hacia mi, a largos pasos. Yosi entró en la casa. - ¿ A donde has estado ? - Me preguntó Émile de mal talante, y sudoroso. Por la frente le resbalaba chorreones de sudor, y la garganta, la tenía inundada, y la mirada llena de furor. - He tenido que salir - Le dije, mirándolo a los ojos. - ¿ Sabes lo que me ha dicho la señora Lansiere ? - Dijo con voz medio ronca. Me paré a pensar en este nombre. - ¿ Las señora Lansiere ? - Repetí. - Si, Chantal Lansiere ¿ Ya no recuerdas quien es ?. - ¡ Ah ! si, ahora la recuerdo ¿ Que ha podido decirte esa maltratadora mujer de nativos ?. A Émile le chocó mi expresión, pero después recapacitó. - Me ha parado para decirme que esta mañana, ella venía en su coche, y antes de llegar aquí, vio, como tu subías en un descapotable rojo, y que lo conducía un chico más joven que tu ¿ Quien es ?. Permanecí callada y sin dejar de mirarlo. 503

- ¡ Respóndeme ! - Repuso con bastante enfado. - No lo conoces - Me limite a decir. - ¡ Ya sé que no lo conozco, pero dime quien es !. - No te importa - Respondí, secamente. Los ojos se le encendieron, y movía la cabeza enloquecido. - ¡ Zorra, no me obligues a que vuelva a utilizar contigo la violencia ! Por tu bien, dime cómo se llama, y donde vive !. - No me asustas, no me das ningún miedo - Le dije serenamente - No te voy a decir quien es, porque es posible de que lo conozcas antes de lo que tu piensas. Con brusquedad me cogió por los hombros, e hizo que me sentara de un golpe en el sillón. Émile se fué a sentar frente a mi. La cara la tenía encendida, a punto de estallar, los chorreones de sudor le resbalaban por las mejillas abajo. En esos instantes pensé - Tanto como le llegué a querer, y ahora siento repugnancia hacia él. Me daba asco, un asco, que me era difícil de controlar. Émile era muy listo, y captaba la manera de mirarlo, el modo de hablarle. Se daba cuenta si lo hacia con sinceridad o, si me estaba esforzando. - ¿ Porqué me has hecho esto ? - Dijo con gran expresión en las manos, que a punto estuvo de tocarme la cara. - Émile, no tienes derecho a preguntarme nada. Y haz el favor de no insultarme más. Tu eres gay, y yo nunca te he dicho que eres maricón. - ¿ Qué ? ¡ Vuelve a repetir eso otra vez, y te vas a comer las palabras ! - Dijo bruscamente levantándose a medias del asiento. 504

- ¿ Sabes Émile ? En ti hay un grave problema, que nunca supiste resolver - Le dije con palabras tranquilas. - ¿ Yo problema ? ¿ Yo no tengo ningún problema de ninguna clase ? ¿ Si me lo quieres aclarar tu ?. - Sí, es bueno de que hablemos de eso, ya va siendo hora. Lo que te quiero hacer ver, y que no lo he hecho antes porque no lo sabía, es que desde el primer momento que supiste que eras homosexual, no lo tenías que haber escondido. Tus padres no estaban al corriente de tu homosexualidad, ni tus hermanos y hermanas, ni la gente más allegada. Émile me cortó la palabra. - ¡ Basta ya de tonterías ! ¿ A donde quieres ir a parar ?. - Ya voy, me estoy acercando. Has estado viviendo las tres partes de tu vida con muchos complejos, y miedos, miedo a que alguien descubriera en ti, de que eres homosexual. Te has creado muchos prejuicios, me has maltratado los siete años que llevamos de casados ¿ Y sabes porqué ? Pues porque tenías como hombre que cumplir en la cama. De ahí viene la mayoría de los malos tratos que el hombre da a la mujer. Todo sería más sencillo, si se declararan homosexuales. Muchas mujeres, estaríamos viviendo más tranquilas y mejor. Se descompuso, cuando terminó de oír esto. - ¡ No tengo porqué decirle a nadie lo que soy ! - Dijo pegando un palmetazo encima de la mesa. No me alteró en absoluto. - ¿ Sabes porque prefiero a Hugo más que a ti ?. - Alguna idiotez tuya irás a decirme de nuevo - Dijo con la garganta seca.

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- Pues, porque desde un principio, supo decir la verdad, y no le importó que su padre lo maltratara, que se riera de él, que sus hermanas le dieran de lado. Pues, hay que tener para eso, mucho coraje. Tiene Hugo mucho más valor y nobleza, de la que tu puedes ya adquirir en muchos años que vivas. Se echó hacia atrás del asiento, con la mirada perturbada por la ira. - Dejemos ahora a Hugo y a mi a un lado. Hemos empezado a hablar de ese chulo que has conocido. Quiero que me hables de él. - No te diré nada sobre esa noble y buena persona ¿ Me hablas tu de tus amigos ? ¿ Te pregunto yo acaso con quien sales ? ¿ O con quien te acuestas ?. - Te has enamorado de él, ¿ Verdad ?. Sí, porque no es tu manera de actuar ¡ Respóndeme ! ¿ Te has enamorado de ese quitaesposas ?. - Es posible, pero no tengo porqué decírtelo. Frunció el entrecejo. - ¿ Así es que estás jugando conmigo al ratón y al gato ?. Pues ya verás lo que voy hacer con tu chulo. Cuando lo veas, después no vas a querer saber nada más de él, porque le voy a poner un culo tan ancho como un embudo, y después, le voy a deformar la cara a golpes ¡ Vamos ! que será después otro maricón, porque cuando lo pruebe la primera vez, querrá repetir la segunda, la tercera, y así hasta el final de sus días ¿ Me has entendido ?. Me puse en pie, e hice lo que jamás me atreví a hacer con Émile. Me miraba muy descaradamente, con una

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sonrisa sarcástica, pensando qué me había hecho mucho daño, y sobretodo, que me había atemorizado. Levanté la mano derecha con rabia. Le pegué de lleno, una bofetada en la mejilla izquierda, y antes de que pudiese reaccionar, le pegué otra en la mejilla derecha, hasta el punto que me hice daño en las manos. - ¡ No vuelvas más a hablar de ese modo tan sucio y ruin, sobre esa persona ! - Le dije con la voz levantada No te lo voy a consentir !. Y a partir de ahora, no se te ocurra tocarme ni un solo dedo de la mano ! ¿ Me oyes bien ? ¡ Ni un sólo dedo !. De un golpe se puso de pie, y con la pierna tiró hacia atrás el sillón donde estaba sentado, tan fuerte, que lo tiró al suelo. Sólo nos separaba la distancia de la mesa. No parábamos de mirarnos, desafiándonos. - ¡ Qué ! - Le dije plantándole cara - Se acabaron para ti los buenos modales. El día que me hables mal, te responderé de la misma manera. Y cuando me hables bien, también te hablaré yo bien. Me señaló con el dedo, con la mirada cruzada, y con el semblante blanco. - ¡ Claire, esto que has hecho, lo tenías que haber pensado antes ! Me has pegado ¿ Te has dado cuenta ?. - Sí, me doy cuenta, y no estoy arrepentida, y si vuelves a hablar mal o a pensar mal de esta persona, te aseguro que no te hablaré nunca más ¿ Me has entendido ?. Ya hemos hablado varias veces de tu enfermedad y de sus consecuencias, y te he dicho y vuelvo a repetírtelo, que

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te ayudaré en todo, si es que, algún día se desarrolla ¿ Ok.?. Su modo de mirarme era más tranquilo. - Claire, solo quiero que comprendas una cosa. - ¿ Que es ?. - Pues ... si realmente quieres a este hombre, irás con él, y de mi no querrás saber nada. Viviréis en la misma casa. Compartiréis todo juntos, ves a saber incluso, si no tendréis todavía hijos, porque tu eres aún joven, y los puedes tener ¿ Has pensado qué puede ser de mi ? ¿Sólo y sin nadie ?. - Émile, te lo vuelvo a repetir, que cuando me necesites, si es que alguna vez me necesitas, me tendrás a tu lado. - Esta persona no te dejará, y te dirá que él también te necesita ¿ Que vas hacer entonces ?. - Lo sabe. - ¿ El que sabe ?. - De que tienes esta enfermedad, pero que todavía no está desarrollada. - ¿ Se lo has contado ?. - Le he dicho todo sobre Hugo y tu. - ¿ Porqué se lo has contado ? - Dijo algo contrariado. - Es que no quiero entrar en detalles. Porque eso sería hablar de él, y no quiero, - ¿ Tanto lo quieres ? ¿ Tanto te molesta lo que yo pueda pensar de él ?. - No, es que hay otras cosas que tu no sabes. - ¿ Quieres decir que ya habéis hecho el amor ?. - No, es una persona que me respeta mucho, y tampoco hace tanto que nos conocemos.

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- Claire, te aseguro que no te voy a reprochar nada, y que me voy a mantener en mi lugar. Te lo prometo. Me volví a sentar. Émile cogió del suelo el sillón que había tirado y lo puso derecho, y se sentó antes de que yo empezara dijo. - Claire, te pido disculpas, por lo bruto que he sido y lo mal hablado. Pero la sangre me ha hervido dentro, al saber que había en tu vida otro hombre, no lo soporto. - Te disculpo - Dije, y seguí - A John lo conocí el sábado a la noche, cuando fui con Yosi al poblado. Al mirarnos, hubo un flechazo, y nos quedamos los dos encandilados. De regreso aquí, vine con el mismo taxista que nos llevó a Yosi y a mi, me esperó. John nos venía siguiendo en su deportivo rojo, y cuando se fué el taxista, estuvimos aquí los dos hablando, nos estábamos conociendo. - Espera Claire ¿ Dices que estuviste hablando dentro de casa ?. - No, aquí en el porche, donde estamos ahora tu y yo. - ¿ De qué hablabais ?. - Si me haces preguntas, no te voy a contar nada ¿ Vale?. - ¡ Ok. ! ¿ Pero se llama John ? ¿ Es así como se llama ?. - Sí. Y el sábado era de madrugada cuando nos despedimos, sin más. Ayer cuando íbamos tu y yo al Hospital para visitar a Hugo. Venía detrás nuestro, lo hizo sólo por venir siguiéndome, para estar más cerca de mi. Venía en su descapotable a una distancia prudente, para que tu no te percataras de nada.

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- Claire, te voy a interrumpir otra vez - Dijo para saber mejor la situación - ¿ Dices que es un descapotable rojo?. - Sí. Le daba todo detalle para que comprendiera que tanto John cómo yo no le teníamos miedo. - ¿ Es un chico alto, con el pelo recogido atrás, y que iba vestido con un traje blanco ? - Dijo frunciendo el entrecejo. - Sí. - ¿ Ese chico, no entró antes que nosotros en el restaurante ?. - Exáctamente. - ¿ Y dices que nos vino siguiendo todo el tiempo detrás?. - Sí. Cuando fuimos al Hospital, y después, al restaurante. - ¿ Cómo es posible que yo no me diera cuenta ?. - No lo sé, venían varios coches, y detrás venía él. - ¿ Fué cuando yo te dije, que porqué mirabas tanto por el retrovisor ?. - Sí. Yo lo venía vigilando, y él sabía que lo había visto. - ¿ Sabía que íbamos a cenar al restaurante ?. - Yo no se lo dije. Y tampoco de que íbamos al Hospital. Se llevó prácticamente toda la mañana esperando a cincuenta metros de aquí, para ver si salía. - Ese guaperas, me ha robado a mi mujer - Dijo con los ojos húmedos por las lágrimas. - Émile, él no te ha robado a tu mujer. Eres tu que me has tenido abandonada, dejada. Cuando llegué a Johannesburgo fué cuando conocí tu historia, tu 510

verdadera vida. Ese mismo día renuncié a ti. Tu lo sabes ¿ Porqué ahora te haces la víctima ?. - Pero John es bastante más joven que tu ¿ No ? Al menos eso es lo que recuerdo de él - Dijo, con la posibilidad de que fuera algo que pronto se desvaneciera. - Es diez años más joven, pero en sólo tres días que hace que nos conocemos, me ha demostrado su amor, me ha hecho ver, que la edad para amarse no tiene nada que ver con los sentimientos, y que el amor, está por encima de todo. Émile tenía los codos apoyados encima de la mesa y con las manos sostenía su frente. Lo oía cómo lloraba por lo bajo. Dejé que llorara para que liberara tensiones, era necesario. Yosi se acercó con pasos cortos y apagados. - Señora ¿ Les traigo la comida aquí ? - Dijo con voz silenciosa. - Ya la pondré yo, puedes irte ahora a comer. Émile se aclaró la garganta, y se echó hacia atrás en el asiento. Me miraba con naturalidad. Había llegado a convencerse a sí mismo, de que la derrota la tenía segura, y que por mucho que luchara, de nada le iba a servir. - Claire ¿ En qué trabaja John ? ¿ A qué se dedica ?. - Es escritor. - ¿ Cómo se apellida ?. - Edwars. Se llama John Edwars. - Su nombre no me suena, pero es que, yo no compro libros, no leo, mi vida es un desastre, siempre lo fué. Tenía que cambiar de tema. 511

- Voy a poner la comida, comeremos aquí en el porche. Émile asintió con la cabeza. Yosi había hecho un estofado buenísimo de carne, y una fuente de ensalada. Fuimos comiendo despacio, pues, tanto Émile cómo yo, no teníamos hambre, y de estofado quedó para la noche, pero sólo cenaría yo. Émile volvió de nuevo a insistir. - Claire, ¿ Donde vive John ?. - En Johannesburgo - Le dije. - Si de acuerdo ¿ Pero donde ?. - ¿ Para qué lo quieres saber ?. - Quisiera hablar con él, sin que tu estés delante, quiero hacerle preguntas que sólo los hombres sabemos si lo que nos dice otro hombre es verdad o no. - Émile, te prohibo de que te entrometas en mi vida, no te lo voy a permitir, no quiero que hables con John. Entre tu y él, tenéis pocas cosas en común, puesto que sois, la noche y el día. - Es que quiero saber si de verdad te quiere. Por supuesto que él y yo, nada tenemos en común, pero me destroza por dentro saber que otro hombre te va a tener. - ¿ Crees que yo lo he pasado perfectamente bien, cuando supe de cómo era tu vida ? Siempre has sido muy egoísta, sólo has mirado por ti ¿ Piensas que yo no siento, ni sufro ? Hasta hace muy poco tiempo no sabía que iba a ser de mi vida. Y por si eso fuera poco, me ofrecen un trabajo que me gusta, y donde estaría bien, y tu me lo hechas a perder, me prohibes que coja mi independencia, me prohibes de que sea feliz, y me prohibes de que viva ¿ Que puedo esperar más de ti ?. Mantenía la mirada baja. 512

- Es que tengo miedo de que te suceda algo - Dijo mirándome de nuevo - Y que este John, sólo quiera de ti, conocerte cómo mujer, y saber de la manera que eres en la cama. Es diez años más joven que tu, y atractivo. Es el perfecto cebo, para que una mujer caiga rendida a sus pies. Me dolía la cabeza de oírlo. - Esa clase de hombres, que tu dices que existen, creo que no se fijarían en mí, mayormente buscaría a una adolescente, pero si así fuera, John no es de esa índole. - ¿ A donde te ha llevado ? ¿ Me lo quieres decir ?. - Émile ¿ Porqué insistes tanto ? Estás metiéndote profundamente en mi vida. - Claire, sólo quiero que me respondas a esta pregunta ¿ A qué sitio te ha llevado ?. - Hemos estado en su casa - Dije suspirando. - ¿ En su casa ? ¿ Para qué te ha llevado allí ?. - Para que conociera cómo vive ¿ Estás satisfecho ?. - ¿ Y cómo vive ? - Preguntó cómo si de un interrogatorio se tratara. - Émile, vive normal, como otra persona normal. - ¿ Vive solo ?. - No vive sólo ¡ Y basta ya ! ¡ No quiero que me hagas más preguntas. Seguía con lo mismo, era una idea que tenía fija. - Pues convive con sus padres - Dije para que dejara tranquila. - ¿ A los veintisiete años y escritor sigue en la casa de sus padres ?.

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- ¿ Émile, te pregunto yo a ti, por tus amigos ? ¿ De con quien viven o dejan de vivir ? ¿ Porqué no me dejas ya tranquila ?. Movió la cabeza buscando las palabras. - Es que cuando una mujer se enamora, olvida a su marido, si es que está casada - Dijo con tristeza. - ¿ Pero eso que tiene que ver contigo y conmigo ? Demasiado sabes que nuestro matrimonio está roto, no se puede arreglar ¿ No te has enterado todavía ?. - No me dejarás ¿ Verdad Claire ? - Dijo como el que pide una limosna. - Émile, deja de lamentarte y de pedir caridad. El amor no se pide, no es una limosna que se da. El amor tiene que venir solo, y se tiene que entregar en cuerpo y alma ¿ Sabes lo que eso es ?. Agachó la cabeza, y negó. - Pero a ti, yo te he amado, y te sigo queriendo - Dijo casi como una advertencia. - Si, ya sé que me has querido, a tu modo, a tu manera egoísta. Émile, tu no sabes lo que es querer. Tienes que ser sincero contigo mismo, y ver que nunca has amado a nadie. Sólo has querido vivir a tu manera, sin pensar si hacías daño a otras personas. - ¿ Te ha propuesto John de que os vayáis a vivir juntos? - Dijo volviendo a lo mismo. - Sólo hace tres días que nos conocemos ¿ No te parece que es un poco pronto ? John es muy sensato, y cuando se propone de hacer algo, estoy segura de que no va a dar un paso en falso. - ¿ No ha podido enamorarse de otra mujer ? ¿ Porqué has tenido que ser tu ? Yo también te necesito ¿ Sabes ? 514

Quizá más que él. John puede tener todas las mujeres que quiera, pero yo, sólo te tengo a ti. Tu eres mi única familia ¿ No te parece que él, es más egoísta que yo ? Al fin y al cabo es otro hombre. - ¿ Qué quieres decir con eso ?. - Pues ... Que los hombres lo hacemos todo egoístamente, para nuestro bien. - ¿ Quieres darme a entender que John se ha fijado en mi, por el sólo hecho que le intereso, y no por amor sino por otra cosa que yo desconozco ?. - Más o menos. - No sabes como es. Tiene gente a su alrededor que lo quieren y que antes de que pida algo, lo tiene servido. John se ha enamorado de mi profundamente, nos hemos enamorado los dos, eso nada tiene que ver con lo que tu estás diciendo. - ¿ Te ha dicho que te quiere ? - Preguntó con sarcasmo. - ¿ Me lo has dicho tu alguna vez en los diez años que hace que nos conocemos ?. - Sí, muchas veces - Dijo convencidísimo. - No es posible. No es posible lo que oigo ¿ En qué ocasión me lo dijiste ? - Dije haciéndome cruces. - En muchas. - Muchas, pueden ser infinidades de veces ¿ Me quieres recordar alguna ?. - Ahora así, no lo recuerdo bien, pero estoy seguro que el día que te pedí en matrimonio, te lo dije. - No. Nunca me lo has dicho. Siempre me he quedado con las ganas de oírte decir esa palabra. - Entonces ¿ Porqué te casaste conmigo ?.

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- Porque me gustabas. Eres varonil, y no marcaba tu cuerpo y tus rasgos tu homosexualidad. - Te gusté, porque te parecía macho ¿ Sólo por eso ?. - Por eso y por otras cosas más, que poco tiempo después de casarnos, dejaron de interesarme. - ¿ No te di todo lo que me pedías ? ¿ Te faltó alguna vez algo ?. - Sí. - ¿ Qué te faltó ?. - Tu, no estabas en casa a la hora que normalmente están los maridos ¿ Cuantas noches te esperaba acostada, o leyendo un libro ? ¿ No lo recuerdas ? Unas veces eran las doce o la una de la madrugada. Siempre me echabas un achaque diciéndome, que te habías quedado a hacer horas extras. Y lo peor era, que yo me lo creía. - Es fácil engañarte, eres muy ingenua. Ese es el miedo que siento por ti, de que John, te esté engañando, y tu no te des cuenta. Quería salir de este callejón sin salida que no nos llevaba a ninguna parte. - ¿ Hoy no has ido a trabajar ? - Le pregunté. - Ya ves que no - Respondió tranquilo. - ¿ Qué excusa has dado para no ir ?. - El médico, les he dicho que me hacían unas pruebas. - ¿ Y has montado toda esa mentira sólo para que yo no fuera al trabajo que me habían ofrecido ?. - Pues si, pero casi hubiese preferido que te hubieras presentado a la cita que tenías con la directora de la librería.

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- Ya, ahora lo ves de ese modo. Eres incorregible ¿ Porqué siempre estás intentando de rompérmelo todo?Dije totalmente desolada. Recapacitó unos segundos. - Todo lo hago porque no te quiero perder, y quiero que estés siempre conmigo ¿ Hago mal con eso ?. - A mi me haces mucho daño ¡ No te puedes imaginar cuanto !. - Claire ¿ Que vas a hacer esta tarde ? - Preguntó, ayudándome a recoger la mesa. - No tenía previsto nada, y no voy a salir. Quiero seguir estudiando inglés. - Es que me gustaría que me acompañaras, para que vieras la casa que estoy a punto de firmar el contrato. Es muy bonita. Lo había hecho con mucha ilusión pensando en ti. Creí que vendrías a vivir conmigo. - ¿ Porqué tienes que hacer las cosas pensando en ti mismo ?. Yo nunca cuento ¿ no ?. - No lo hago por esa razón, sino para que tu estés bien. ¡ Pero cómo siempre me equivoco ! - ¿ Cuando tienes que firmar el contrato de la casa ?. - Esta misma tarde. Quiero que el dueño de la casa te vea conmigo, pues le dije que era para los dos. Y cuando tenga las llaves, la vamos a ver. - Siempre has ido por la vida lo mismo, te has estado cubriendo tras de mi, para aparentar lo que no eres. - Sé que tienes razón, y que merezco que me reproches muchas cosas más. - ¿ A qué hora tienes que firmar el contrato ?. - Exactamente dentro de una hora. - ¿ A las cuatro ?. 517

- Si, es en la vivienda del propietario de la casa. Teníamos el tiempo justo. No sabía si John vendría para verme aunque fuera de lejos. Necesitaba hablar con él por teléfono, para ponerlo al corriente de que Émile ya sabía que por la mañana habíamos estado en su casa, y también decirle, que tenía un deportivo rojo. Y que se había fijado en él, la noche anterior al entrar en el restaurante. Lo quería prevenir por si coincidíamos esa misma tarde u otro día en algún lugar. Y Émile tratara de vengarse. Émile no se separaba de mi lado. Si llevaba un plato a la cocina, él venía detrás. No veía el momento de llamar a John. Y no me quería encontrar esa tarde con algo desagradable que pudiese ocurrir entre Émile y John. Pues a Émile lo conocía bien, y me ponía una cara cuando quería conseguir algo, y después podía cambiar totalmente, y ser de otra manera. Eso, me lo había hecho infinidades de veces. Rogaba, para que John, no estuviese esperándome cerca de la casa o, aún más lejos, porqué Émile esta vez estaría pendiente por el retrovisor, para ver si éramos seguidos por el descapotable rojo. Y John, que también era inconfundible. No habían muchos hombres con el aspecto que él tenía. En esos instantes, sonó el timbre del teléfono. Pensé rápidamente en John, tenía que ser él. Émile creo que también pensó igual que yo. Nos hallábamos en el porche acabando de recoger la mesa, y Émile dejó sobre la mesa lo que tenía en la mano y dio la vuelta para coger el teléfono. Yo lo detuve. 518

- Déjame Émile que lo coja yo. Me miró un instante, y se quedó donde estaba, pero con mala gana. Llegué hasta el salón, y cogí el teléfono antes de que yo dijera nada, vi que Émile me había seguido, y se quedó de pie a mi lado. Me quedé sin saber que decir. - Diga - Dije con la voz apagada. - Claire ¿ Cómo estás ? - Dijo la voz de John. - Bien, muy bien - Respondí todavía con la voz tímida. - Noto en tu voz que te ocurre algo ¿ Que es ?. - Estoy bien John, de verdad que estoy bien. Émile puso su brazo derecho junto al mío, y con la mano izquierda, me hizo un gesto para que le pasara el teléfono. Lo miré y negué con la cabeza, me aparte como medio metro de él, indicándole que se fuera. - ¿ Está Émile cerca de ti ?. - Sí. - ¿ No te deja hablar ?. - No. - ¿ Se ha propasado contigo ? Claire quiero que me digas la verdad, aunque él esté delante. - No ha pasado nada. - Quiero ahora ir, para hablar contigo, me quiero asegurar de que estás bien. - Íbamos a salir ahora. - ¿ A donde vais ?. Levanté la vista para mirar a Émile. En el perfil de su cara podía saber en qué estado emocional se encontraba. 519

Su semblante era casi blanco, y su cuerpo rígido, sus manos apoyadas en las caderas. Me pareció ver en él, a un tigre a punto de saltar sobre su presa. Pero no sabía, si su presa era John al teléfono o, yo misma. - No lo sé - Respondí, sin dejar de mirar a Émile. - ¿ Cómo que no lo sabes ? ¿ No sabes a donde vas con Émile ?. - Es para ver una casa. En esos instantes, Émile me arrancó el teléfono de la mano y como un león rugiente atacó contra John. - ¡ Escúchame niñato de mierda, quiero que dejes a mi mujer tranquila ! ¡ Si me entero que la vuelves a ver una vez más, iré a por ti, te aseguro que te romperé las piernas, y la cabeza si fuera necesario !. Forcejeé con Émile para quitarle el teléfono. El aparato estaba en el aire, sostenido por la mano de él, y por la mía. Oía la voz de John que repetía. - ¡ Claire ! ¡ Claire !. Me pude hacer del teléfono y colgué. Me puse delante para qué Émile no lo pudiese coger. Me miraba con ojos de loco, estaba fuera de sí. Quería remeter contra alguien. Y pagó las culpas, un jarrón de China, una pieza extraordinariamente hermosa. Le pegó una patada, y la tiró al suelo, rompiéndose en pedazos. El corazón me latía a prisa. Temí por mi vida, de que me hiciera algo. Yo seguía de espaldas al teléfono, con las manos hacia atrás cogiendo el aparato. Émile me desafiaba con la mirada. Por su boca salieron las palabras suyas habituales.

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- Zorra ... Puta. Ahora soy yo, quien no quiero saber nada de ti. Al oír esto, respiré con tranquilidad. En esos instantes volvió a sonar el timbre del teléfono. Tal como yo estaba de espaldas, lo cogí, y lo volví a colgar. Émile llegó hasta mi, y me empujó hacia un lado. Cogió el teléfono, se puso a escuchar, por si aún John seguía en la línea. Su respiración era agitada, en esos instantes hubiese hecho algo irreparable. Al cabo de un minuto dejó colgado el teléfono. Pues, cuando yo descolgué, y colgué, John supo que algo grave me estaba pasando, y el miedo mío aumentó más. Estaba segura de que vendría, para ver si yo estaba bien. No quería pensar el encuentro que podrían tener Émile y él. No sabía que hacer en aquellos instantes. John podría llegar en quince minutos o, veinte cómo máximo. Tenía que calmar rápidamente a Émile, y sacarlo de la casa, antes de que John llegara. Me puse a recoger rápidamente los trozos del jarrón esparcidos por el suelo, y sin darle importancia al hecho, dije con la voz tranquila mirando mi reloj. - Émile son las tres y media, y a las cuatro has quedado para firmar el contrato. Tenemos que darnos prisa, porque sino, no llegaremos a tiempo. Émile me observaba, no se hacia al cambio que yo había tenido. - ¿ Quieres venir conmigo ? - Me preguntó. - Si claro - Dije, recogiendo el último trozo del jarrón Te dije que iría contigo, yo estoy ya lista ¿ Y tu ?. - Sí, yo también - Dijo más calmado, pero con reserva. 521

Fui rápidamente a la cocina, y tiré los restos del jarrón que llevaba en las manos. Y también con rapidez subí a mi dormitorio, y cogí mi bolso. Émile miraba cómo lo hacía todo rápidamente, y sin perder un sólo minuto. - Ya estoy - Dije, saliendo al porche, donde Émile me estaba esperando, con las llaves del coche en la mano. No hablamos de nada en todo el trayecto. Pero yo iba observándolo, como miraba demasiado por el retrovisor, quizá esperaba ver venir detrás nuestro al descapotable rojo. Y el miedo mío era que realmente fuera así.

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El propietario de la casa que había alquilado, era un hombre mayor que vivía sólo, en un apartamento de lujo en el centro de Johannesburgo. Era un señor amable y correcto. Quería exáctamente unos inquilinos como el matrimonio que aparentábamos ser Émile y yo. Tenía preparado y escrito a máquina el contrato de la vivienda, y la casa la alquilaba sólo por un año, y si a partir de esa fecha estaba contento, lo podía prolongar para un año más o, quizá varios. Una mujer nativa era la que cuidaba del apartamento. El propietario le mandó que hiciera té, y que lo llevara a la mesa del salón, era allí donde se estaba firmando el contrato. El propietario nos estuvo leyendo todas las cláusulas que exponía. Cuando las hubo leído preguntó dirigiéndose a los dos. - ¿ Están ustedes conformes ? - Dijo Afablemente. - Si, estoy de acuerdo - Respondió Émile algo distraído, como pensando en otra cosa. El propietario nos miró a los dos, con el entrecejo fruncido. 523

Émile se dio cuenta de la frase que acababa de pronunciar, recapacitó y rectificando dijo. - Estamos mi esposa y yo de acuerdo señor Scarpet - Y metiendo la mano dentro de la americana, en el bolsillo izquierdo, sacó un cheque que ya tenía escrita la cantidad y firmado - Tenga el cheque, con dos meses, como me pidió, el mes corriente, y el que se queda en depósito. El propietario lo cogió y miró la cantidad. - Era eso lo que me pidió ¿ No es cierto señor Scarpet ?. - Sí, exactamente - Respondió el propietario. Y cogiendo dos manojos de llaves que se hallaban, a su derecha, encima de la mesa del salón, se las entregó a Émile en mano - Tenga la llaves de su casa, para qué la disfruten lo máximo que puedan - Y dirigiéndose a mi Señora Franklin usted no ha visto la casa, espero que le guste, tiene toda clase de comodidades. Es una casa que tiene treinta y un años. La hice construir para mi esposa y para mi. Pero la fatalidad llegó a nuestras vidas, y mi esposa hace cinco años que murió. Después de recibir este tremendo golpe, no quise quedarme a vivir en ella, pues, todo lo que veía, me traía un recuerdo suyo, y decidí venirme a vivir a este apartamento que se ajusta a mi. Hizo la entrada en el salón la asistenta, con bandeja en mano, y dentro, servicio completo de té, en plata, tres tazas, y una bandeja pequeña que contenía galletas, y según dijo, las había hecho ella. Las probé, y realmente, estaban deliciosas, con un toque de sabor a anís.

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Me fijé en la decoración del salón pude comprobar que estaba decorado con gusto exquisito. El propietario seguía mi vista, mirando mis movimientos. - ¿ El salón lo ha decorado usted ? - Pregunté más bien para que él me diera la respuesta que esperaba darme. - El salón al igual que el resto de la casa, mandé que lo hiciera una decoradora. Pero antes, la llevé a la casa que ustedes van a vivir y le dije, que quería el mismo estilo, la misma manera. Es triste para mi de vivir sin mi mujer. Llevábamos cuarenta años de matrimonio con mucha felicidad. Pienso, que lo mejor que hubiera sido para mi, era haberme ido con ella. Cuando dos personas se quieren tanto como nosotros nos queríamos, y nos necesitábamos el uno al otro, el que se queda sufre mucho. Se le veía un hombre honesto. - ¿ Tuvieron hijos ? - Le pregunté algo triste. - Mi mujer tuvo dos abortos, en los primeros cinco años de estar casados, y después, ya no se quedó más embarazada ¡ Qué le vamos a hacer, así es la vida ! ¿ Y ustedes tienen hijos ? - Preguntó mirándonos. - No tenemos - Dije, negando con la cabeza. - Bueno, pueden venir también más tarde, todavía son ustedes jóvenes - Dijo, manteniendo una sonrisa. - Señor Scarpert, tenemos que marcharnos - Intervino Émile. - Sí, ha sido un placer para mi conocerlo, y estar con usted un rato charlando - Dije, pues era lo que sentía. Los tres estábamos de pie, despidiéndonos.

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- De nuevo le vuelvo a repetir señora Franklin, que disfrute mucho la casa - Dijo el propietario estrechándome la mano. Émile me echó una mirada. - Encantada de haber hablado con usted - Le volví a repetir. Émile le estrechó la mano - Nos seguiremos viendo Le dijo.

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Estábamos acomodados en el coche Émile y yo. Antes de poner el motor en marcha me preguntó. - ¿ Quieres que vayamos a la casa ? ¿ Te interesa verla ?. - Si claro - Respondí, al mismo tiempo que nos miramos los dos. - Si no quieres, no estás obligada a ir. Y a partir de ahora no te voy a obligar a nada de lo que tu no quieras hacer, a nada ¿ Me oyes ?. - Me parece que es lo correcto. Eso te engrandece y hace de ti un caballero - Le dije totalmente sorprendida por el cambio. - Eso es, estaré a la altura de los hombres que a ti te gustan ¿ No es así cómo los prefieres ?. Íbamos a empezar de nuevo, lo veía venir. - Émile, quiero ver la casa en la que vas a vivir ¿ Vale ?.

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- ¿ Sabes que la he elegido más bien por ti ? Me gustó por dentro de la manera que está amueblada. Y el jardín tan espléndido que tiene, y la piscina, para que te pudieses bañar. Todo lo hice pensando en ti, para que estuvieras mejor que en la otra casa - Dijo con palabras tiernas para convencerme. - La has elegido para ti, yo no te importo nada ¿ Porqué me sigues mintiendo ? Émile, quiero que hagas tu vida como la estás haciendo ahora, y quiero, que me dejes tranquila, y que yo también haga mi vida por mi lado ¿ Es mucho lo que te estoy pidiendo ?. - Claire, me estás pidiendo todo, me pides que te arranque de mi, y que te olvide. Demasiado sabes que eso nunca va a suceder, jamás lo vas a conseguir, porque tu eres la única mujer que tengo en mi vida, y te necesito más de lo que tu te imaginas. Estaba a punto de volverme loca. - ¿ Y tus amigos ?. - ¿ Que pasa con ellos ?. - ¿ No los llevarás a esta nueva casa ?. - Si tu vienes a vivir conmigo no. ¿ Los he llevado alguna vez a la otra casa ?. - No. - Pues, igual sería aquí. - ¿ Y no te verías nunca más con ellos ?. Me echó una mirada asesina. - Demasiado sabes que soy homosexual ¿ Porqué esa pregunta ahora ? Tu no quieres ya acostarte conmigo o ¿ si ?. - Émile, siempre me has tomado por algo que se coge y después se tira. Pues, esta vez te has equivocado. Quiero 527

vivir mi vida, y me merezco ser feliz, te guste o no, quiero que eso te entre también en la cabeza. - Estás pensando en ese niño de mierda, no te lo puedes sacar de la cabeza ¿ Crees que no me doy cuenta ? No estás en nada, tu pensamiento sólo está en él, cuando me ocupe de ése tal John, ya nunca más te va a molestar. - ¡ No se te ocurra hacerle nada ! ¿ Me estás oyendo ? ¡nada ! ¿ Acaso crees que John no es un hombre y no sabe defenderse ?. - Qué vas hacer si por ejemplo, le rompo un brazo y una pierna ¿ Eh ?. - Pues, que no me volverás a ver nunca más. - No serías capaz de hacer eso conmigo. - Si tu le dices lo más mínimo, no te dirigiré jamás la palabra, y para mi habrías muerto. - Estás protegiendo mucho a ese niño ¿ No ? Para mi, no es un hombre. O él no sabe que lo proteges de ese modo ¿ Tienes miedo que le haga pupa ? - Dijo con sarcasmo. - Estás celoso, tienes unos celos que te mueres. Tu no vives ni dejas vivir a los demás. Lo que no entiendo es, cómo te pueden gustar los hombres, y yo también. Aunque me he dado cuenta que siempre te esforzaste para complacerme y quedar bien conmigo para que no sospechara nada. ¡ Qué buen actor eres !. - Claire. - ¿ Qué ?. - ¿ Sabes que tu y yo hemos nacido para vivir siempre juntos ? Si nos separáramos, tu fracasarías, y yo también. Lo sabes de sobra, porque entre tu y yo hay mucha química, siempre la hubo, y la seguirá habiendo ¿ Estás de acuerdo conmigo ?. 528

- ¿ En qué ?. - En lo que te acabo de decir. - Es que esta tarde me has dicho tantas tonterías, que ahora no sé a cual de ellas te estás refiriendo. - Eres muy lista, siempre te lo estás haciendo. Tu sabes muy bien a qué me estoy refiriendo. - No, si no me lo vuelves a explicar - Dije para fastidiarlo. Pues era cierto sobre la química que los dos sentíamos, pero ese deseo de querer estar siempre juntos, hacía años que se había evaporado, y de la química no quedaba nada, por parte mía era así. Y por supuesto que por la de él, mucho antes. Pues Émile no era un hombre romántico, sino todo lo contrario. Charlas sobre este tema habíamos tenido muchas. No quería ser para él, un objeto de deseo al instante, y poco después, parecía que no me conociera. Esta manera suya de ser, fué la que me iba enfriando. Era un ser egoísta. - ¿ Sabes qué ? - Me dijo con rabia. - Dime lo que me tengas que decir - Respondí, preparada a todo. - Que no quiero que veas esa casa, no tienes porqué ir allí. He pensado, que lo mejor es que la deje para mi y mis amigos. Me quitó un gran peso de encima. - Émile, tienes razón - Respondí demasiado contenta hasta el punto que a él, no le gustó. - No creas por esto, que de mi, te vas a liberar fácilmente, siempre estaré vigilándote, y voy hacer que tu vida sea un calvario. Me vas a pedir a gritos para volver conmigo, y entonces, yo seré el que no querré.

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- Yo sólo te deseo que te vaya todo bien, y que seas feliz a tu manera. Porque tu felicidad, la entiendes sólo de un modo. Privar a los que te rodean de todo lo bueno para que sean felices, si no se cumplen tus deseos. - ¿ De qué te he privado a ti ? - Preguntó en un tono áspero y seco. - De todo Émile, de todo. Y según tu me has contado también privaste e hiciste la vida imposible a tus padres, a tus hermanos y hermanas, a los chicos de tu colegio. Esa fué la razón por la que tus padres se vieron obligados a encerrarte en un correccional ¡ Y ya ves cómo saliste de allí !. No me esperaba la reacción que tuvo, y me llevé una gran susto, cuando ya no podía hacer nada. Me cogió la muñeca derecha, la sentí dentro de su mano como si me la estuviera triturando. El dolor lo sentía dentro de mi mente, igual que un clavo ardiendo. Y por si fuera poco, también me cogió la muñeca izquierda, e hizo lo mismo. Por mis mejillas resbalaban lágrimas de dolor. Por mucho que yo forcejeara para liberarme de él, era imposible. Utilizó conmigo toda su fuerza, y no le importaba, romperme las muñecas, si era necesario. - ¡ Zorra ! ¡ Puta ! - Era su lenguaje hacia mi últimamente, con las pupilas exaltadas, me seguía apretando e insultando - ¡ Te voy a dejar sin manos, puta, para que tengas un buen recuerdo mío ! ¿ En qué vas a trabajar cuando estés manca, recurrirás a mi, como siempre lo has hecho ?. - ¡ Émile déjame me estás haciendo mucho daño ! Suplicaba llorando - ¡ Me estás rompiendo las muñecas ¡ ¡ Émile ! ¡ Émile ! ¡ Suéltame !. 530

Sentí de que iba aflojando despacio, pero sin prisa. Tenía la mirada aturdida, el semblante blanco, las manos le temblaban. Me pareció, que no sabía lo que estaba haciendo en esos momentos, y le cogí miedo, un miedo que yo misma no podía controlar. Me di cuenta que los dos, estábamos temblando. Y cuando al fin me soltó, miré las muñecas, y las tenía blancas, sin que la sangre pudiese pasar. Nos mirábamos. Su respiración era agitada, y la mía también. Sentí temor, por lo que todavía pudiese hacer, pues estaba enloquecido, fuera de sí. El bolso mío, reposaba en mi regazo. No quería hacer un movimiento brusco, y que se pusiera peor, pues parecía en aquellos momentos, una fiera salvaje a la que no se podía controlar. Cogí el bolso con la mano derecha, pues, en aquellos instantes, no sentía dolor. El deseo mío de salir fuera del coche lo superaba. Con la mano izquierda, cogí la manilla de la puerta y la abrí. Rápidamente salí fuera. Cuando estuve en la calle respiré profundamente, miré las muñecas, y empezaban a coger un tono rojizo fuerte. Ya tenía tres marcas de él, en sólo dos días. Mi intención era coger un taxi y volver a casa. Encontré en esos momentos odioso el coche de Émile y pensé, que nunca más subiría en él. Era ridículo pensar esto, puesto que el coche no tenía culpa de lo que había sucedido dentro, pero mi mente, reaccionó de ese modo. Émile bajó del coche, y se puso frente a mi. Miré sus ojos, fué en lo primero que me fijé. Su mirada seguía todavía alterada, pero algo más tranquila. 531

No se disculpó. - ¿ Has visto en qué estado que me has puesto ? Si te mantuvieras callada, muchas cosas no sucederían ¿ Porqué eres así ? - Dijo, tan fresco como si nada hubiese pasado - Sube al coche, que te llevo a casa. - No Émile, no quiero, nunca más subiré contigo en el coche, cogeré un taxi - Dije manteniéndole la mirada. Meneó la cabeza totalmente descontento. - Claire ¿ Verdad que no te gustaría volver a ponerme otra vez nervioso ? Porque de todo lo que estoy haciendo últimamente, tu tienes la culpa ¿ No es así ?. - Déjame en paz, déjame tranquila, y no des un paso más hacia adelante, porque grito, pediré auxilio. Y la verdad, no me importa lo que te pueda suceder. - ¿ Quieres que aquí mismo te pegue dos bofetadas, y me desquite por las que tu me has pegado esta mañana ?. - No quiero que vuelvas más a entrar en la casa, no se te ocurra entrar por la verja, porque llamaré rápidamente a la policía, no quiero volver a verte nunca más ¿ Me oyes tu ahora ? nunca más, porque no tendré compasión de ti. - ¿ Quieres decirme con eso que te irás a vivir con ese niñato chulo ?. - No te importa, y no quiero que te vuelvas a meter más en mis asuntos personales. Un taxi venía, y le di el alto para que parara. - Claire, tengo todavía ropa y cosas en la otra casa, pasaré más tarde a recogerlas - Dijo cuando me iba acercando al taxi, que se había parado. - Te he dicho antes, que no quiero que vayas más allí. No quiero que utilices conmigo más la violencia, y 532

como estoy siempre sola, abusarás de tu fuerza, porque siempre lo haces cuando no hay nadie que te pueda ver. - ¿ Cómo voy a hacer para recoger mis cosas ? - Dijo más tranquilo, porque el taxista nos miraba por la ventanilla. - Ahora cuando llegue cogeré todas tus pertenencias, y las tendré preparadas. Llámame mañana por teléfono cuando vayas a venir, y te lo daré - Dije, abriendo la puerta del taxi para entrar. - ¿ No crees que esa casa es todavía mía ? - Dijo cogiéndome de nuevo por la muñeca, y reteniéndome. El taxista miró el gesto, y Émile me soltó. - Soy consciente de que es tu casa, pero no quieres vivir en ella, y cuando vienes, es sólo para molestarme, e insultarme y muchas cosas más. Es por eso que es mejor que no entres. Ya sabes que el sábado llegan los padres de Hugo. Tampoco quieres interesarte de ir a buscarlos. Son muchas cosas las que hay en contra tuya - Dije sentada en el taxi. Me echó una mirada que me atravesó. Cerré la puerta del taxi, y al taxista, hombre nativo, le di la dirección a donde iba. Cuando el taxi se iba alejando me di la vuelta, y miré por el cristal de atrás. Émile seguía de pie y quieto en el mismo lugar donde se había quedado, viendo cómo me iba alejando. Las cosas entre Émile y yo habían cambiado mucho. Al principio de llegar a Johannesburgo, no le tenía miedo, y en aquellos momentos, no sabía que hacer para no verlo, por la violencia que estaba utilizando conmigo. Aunque le advertí que a casa no fuera, yo sabía que esa

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regla no la iba a cumplir, y mis temores, aumentaban cada vez más.

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Al dar la vuelta para entrar en la calle, mi corazón dio un vuelco de alegría, al descubrir el descapotable rojo que esperaba cerca de la casa. John iba dando paseos, con la mirada baja, y bastante preocupado. Al escuchar el ruido del motor del 4 L que el taxista conducía, levantó la cabeza y miró frente a él. Se quedó parado observando quien iba dentro, y rápidamente reaccionó cuando vio que se trataba de mi. Quedaba como treinta metros para llegar a casa, y los anduvo para llegar a la puerta, que era donde yo me tenía que bajar. Pagué al taxista la tarifa del recorrido que había hecho, y mientras iba descendiendo del coche consulté mi reloj. No me había dado cuenta de que eran las siete de la tarde, la hora de cenar. 534

John me miraba con aire preocupado el perfil que yo podría tener, si había llorado o, qué otra cosa podría sucederme. Le sonreí, pero en mi rostro debía marcarse la tragedia sucedida una hora antes. - Claire ¿ Estás bien ? - Me preguntó mostrando bastante inquietud. - Sí, o creo estarlo - Respondí sin parar de sonreírle. - Y Émile ¿ Donde está ? ¿ A donde te ha llevado?. Pensé que era mejor antes de responderle, de ir a otro lugar más seguro para hablar, pues con la preocupación que tenía, de si Émile podría presentarse de un momento a otro, las condiciones no eran buenas para seguir hablando delante de la puerta de la verja. - John, vayamos a tu coche, y hablemos lejos de aquí, y te diré lo que ha pasado. Nos dirigimos hasta el descapotable, y subimos. John lo puso en marcha, y salimos de la calle. - ¿ A donde vamos ? - Le pregunté. - Vamos a cenar, es la hora de cenar. Te voy a llevar a un restaurante, que es muy tranquilo, ya verás que te va a gustar mucho. Habíamos llegado al centro de Johannesburgo. Mi sorpresa fue enorme, al hallarnos delante del Gran Hotel, y del restaurante que pertenecía al Gran Hotel y que tenía el mismo nombre. John aparcó el descapotable en el parking para clientes. Al descender del coche John cogió mi brazo, y nos dirigimos a la entrada del restaurante de arquitectura inglesa. Un portero nativo elegantemente vestido con un esmoquin blanco, nos recibió inclinando la cabeza con un saludo. 535

- Buenas noches señora, y señor Edwars. Sólo me limité a sonreírle. - Buenas noches Josué - Dijo John respondiendo al saludo. Era un restaurante en redondo, parecía una gran pista de baile, con mesas redondas, no muy grandes, vestidas con manteles color crema. En el centro de todas las mesas las adornaba un pequeño florero de cristal, con margaritas de varios colores recién cortadas. Mi vista se fué al techo, colgaban iluminando la gran sala, cinco lámparas de cristal coloreado, azul, blanco, verde y amarillo, esa luz daba relax. La posición de las lámparas eran, cuatro en los extremos, y una en el centro. John me observaba de lo sorprendida que estaba. Lo que menos me iba yo a imaginar era, que me llevara al restaurante de sus padres. Tenía dentro de mi un presentimiento. Que lo más probable sería de que esa noche conociera a los padres de John. No estaba preparada para recibir esa nueva aventura, porque estar con John era estar viviendo a cada instante una nueva sorpresa, una nueva realidad. Desde el primer momento que lo conocí, pensé, que vivía en un mundo fantástico, pero real. Fuimos a sentarnos a una de las últimas mesas que habían en la redonda. Las mesas del centro estaban ocupadas por clientes que cenaban. Creo que la idea de que fuéramos a ocupar una de las mesas de los extremos fué de John. Allí podríamos hablar con tranquilidad. Descubrí la silueta de una señora bien vestida, de cabellos rubio teñido, y media melena, de aproximada536

mente cincuenta años. Ella desde un sitio más bien lejos, observaba de que todo estuviera en orden. Vi como le hacía señas a un camarero nativo, para que se acercara a donde ella estaba. Le señaló dirigiendo la mano a una mesa donde faltaba vino en las copas, y rellenara. Su físico era muy parecido al de John, y también alta y esbelta. Estaba segura que nos había visto, pero no se fijaba en nosotros. Sólo estaba pendiente, de los demás clientes, y de todos los que seguían entrando. Al mirar a John, vi que se estaba fijando en las señales que me habían quedado en las muñecas. Quise esconder las manos debajo del mantel de la mesa para evitar un golpe desagradable. Pero al tiempo que lo iba a hacer, las cogió, e hizo que las mantuviera sobre la mesa. - Claire ¿ Cuando te ha hecho esto ? - Me preguntó, con deseos de matar a Émile. - Hace pocas horas. No tenía que haberle dicho las cosas que le dije, lo puse nervioso - Dije, para que se tranquilizara. - Sigues defendiéndolo ¿ Porqué lo haces ? ¿ Estás esperando a que te de un golpe y te mate ?. Me resbalaron por las mejillas dos lagrimas. - Tengo miedo John. Le he dicho, que no venga a casa más, y que la poca ropa que le queda allí, se la sacaré fuera. Sé que va a seguir yendo hasta el sábado que llegan los padres de Hugo. Entonces ya no irá más, y me dejará tranquila. Eso es lo que creo. - ¿ Y porqué razón te ha hecho esas señales en las muñecas ? ¿ Qué locura le ha pasado esta vez por la cabeza ? ¿ Fué cuando te llamé por teléfono ?. 537

- Fué después. Quiso que lo acompañara a casa del propietario de la casa que ha alquilado, para que viera que tenía una esposa, y que todo iba bien entre nosotros. Cuando nos fuimos y entramos en el coche, volvió a pedirme de nuevo que me fuera a vivir con él. Por supuesto yo me negué. Y volvió a mencionarte a ti. No le caes nada bien, porque según él, tu eres su rival, su peor enemigo, el hombre que le ha robado a su mujer. Figúrate que disparate, con la vida que lleva, y lo poco que paraba en casa. Uno de los camareros se acercó a la mesa. Traía en las manos dos menús, y como estábamos hablando, los depositó sobre la mesa, para no molestarnos. Mi vista recorrió la redonda del restaurante, y me paré en la silueta esbelta de la madre de John. Me imaginaba que se trataba de ella. Esta vez que la miré, sus ojos también color verde mar como los de John se cruzaron con los míos, y nos quedamos unos instantes mirándonos. Mi vista volvió al rostro de John, que inquieto había seguido mi relato. - Claire, es peligroso que te quedes en la casa sola - Dijo moviendo la cabeza con aliento de desespero - Creo que Émile está loco, aunque estoy seguro de que sabe lo que hace, pero tiene una vena de locura, por el propio temor de saber que te ha perdido. - Pues, tendré que pasar por todas - Dije resignándome Le tendré que echar valor, por lo menos hasta el sábado. No creo que Émile se atreva con gente en la casa, de hacerme algún daño. No es la clase de hombre que maltrata delante de los demás. Lo hace, cuando no hay nadie que lo pueda ver. 538

- Es que el perfil de maltratador es eso exáctamente que estás diciendo - Dijo John asintiendo con la cabeza Precisamente esta clase de hombres, hacen una cara delante de la gente que no es la auténtica. Se muestran hacia los demás, cómo el marido perfecto, que ama y adora a su esposa. Pero después cuando están a solas, es cuando empiezan los malos tratos, sean físicos o psíquicos. Sólo se tiene que mostrar la mujer en desacuerdo en algo que el dice, para que empiece su batalla en silencio - Claire ¿ Siempre te trató de este modo ?. - Cuando vivíamos en París todo iba bien, porque siempre hacía lo que le gustaba, no lo contrariaba en nada, porque encontraba correcto todo lo que hacia o decía. Todo cambió cuando llegué a Johannesburgo, me encontré de que Émile vivía con Hugo, y que los dos se entendían. Entonces fué cuando Émile me habló de su condición gay. Ya no quise saber nada más de él, como esposo. Y todo viene de ahí. Y eso es todo. John hizo un gesto al camarero que había venido a traernos los menús. Abrí la carta que tenía delante y miré qué había. Era bastante extenso. Como tenía el estómago algo mal, debido a los nervios que había pasado, no tenía mucha hambre, y para que John me ayudara a elegir le pregunté. - ¿ Que vas a cenar tu ?. Me sonrió. - Algo de canapés variados ¿ Te apetece lo mismo ?. - Creo que si, pienso, que es lo mejor.

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John devolvió la carta al camarero, y le pidió que trajera dos platos de canapés variados, y una botella de vino francés, Bourgogne. Mientras que esperábamos la cena, le comenté a John. - ¿ Es tu madre la señora que viste un vestido negro de azabache brillante y collar de perlas ?. - Si, es ella. Está atareada con el trabajo, esta noche hay muchos clientes para cenar. - Me ha mirado ¿ Crees que le caigo bien ?. - Si a mi me gustas, eso es lo que importa. Justo hoy comiendo aquí con ella al mediodía, le he hablado de ti, le he dicho, que cualquier día te traería a comer. Ella no pensaba que podría ser tan pronto - Le dije - Que le avisaría con anticipo. Esta noche no es el momento para presentaciones, ya buscaremos un día que sea especial. - ¿ No tienes más hermanos ?. - No, soy hijo único, pues mis padres trabajaban tanto que no tuvieron tiempo de procrear más. Mi madre siempre dice, que no quería quedarse con las ganas de tener al menos un hijo. - Puede estar contenta - Dije manteniendo la sonrisa. - ¿ Contenta de qué ? - Preguntó conteniendo la risa. - Pues porque eres igual que ella, me estoy refiriendo al físico. He podido ver el color de sus ojos, y son como los tuyos. - Sí, ella va presumiendo mucho de eso, de que los dos somos la misma estampa ¡ Cosas de madre !. El camarero se acercó a la mesa, y dejó delante de cada uno los platos de canapés. Estaban bien adornados, con la variedad de ensaladas. 540

- Tienes suerte de tener unos padres como los tuyos Dije saboreando un canapé de foie - gras. - Y los tuyos ¿ Como son ?. - Mi madre murió hace cinco años, y mi padre mucho antes. - Lo siento Claire - Dijo parando de comer, y dejando a medias un canapé dentro del plato. - John así son las cosas, y jamás encontraremos la razón de un porqué, aunque mucho busquemos. Nos mirábamos. - Claire ¿ Sabes que estoy pensando ?. - No. - Que no deberías de ir en varias noches a dormir a tu casa, al menos hasta el sábado, que lleguen los padres de Hugo. No estaré tranquilo hasta que todo esto acabe, si es que acaba algún día. Soy consciente de que con Émile me tendré que enfrentar, y ese día no está lejano. Porque ya no le voy a permitir nada, que te haga más daño. - John, no lo conoces, no sabes la mala leche que gasta. Es bruto hasta la médula. Se hizo en la calle con gente muy vulgar, y mediocre, no conoce las reglas si por eso tiene que ganar. Tu no eres de esa clase de hombre, no tienes que enfrentarte a él, pues nada tenéis en común. Espero que se vaya dando cuenta por si solo, hasta que abandone la idea de que me tengo que ir a vivir con él. - Claire, tu piensas eso, y yo pienso de otro modo. Y mis pensamientos son, que hay que acabar con este abuso que manifiesta contigo, lo más pronto posible.

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Te propongo esta noche hasta el sábado de que vengas a quedarte a dormir a mi casa. Al menos estaré más tranquilo. - John, si hago eso que dices, le estoy haciendo ver, que le tengo miedo, y no le quiero demostrar ninguna clase de ansiedad por parte mía. Lo conozco bien, y cogería mucha más fuerza para asustarme, y hacer conmigo lo que quisiera. - Tienes razón ¿ Pero yo cómo voy a estar tranquilo sabiendo de que estás en la casa sola ?. - John, no es necesario de que te preocupes tanto. Conozco los límites de Émile y hasta donde puede llegar. Que yo sepa, nunca ha matado a nadie, es muy violento, pero de eso a matar ¿ Es en eso en lo que estas pensando ?. - Con esa clase de hombres tan raros, hay que ponerse en todo. - Le tengo miedo es cierto, pero sé lo que tengo que hacer si viene, aunque le he dicho que no volviera más, pero sé que no lo va a cumplir. - ¿ Y qué es lo que tienes que hacer si vuelve ? - Dijo esperando una respuesta convincente. - No responderle a nada, no traerle antiguos recuerdos de su vida, porque estoy segura de que es esto lo que le mortifica, y le cogen arrebatos de loco. - Un hombre de esa condición, es peligroso, porque por algo que le digan se pone a golpear ¿ Le ha pegado alguna vez a Hugo ?. - Infinidad de veces. He presenciado malos tratos y palizas que le ha dado, he intervenido en más de dos

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ocasiones, para que lo soltara. Pero después se arrepiente, y lo pasa mal. - Sí, es lo normal en ellos, en los hombres que pegan. Lo que quiero evitar es eso, que te pegue a ti. Porque tampoco tu me conoces cuando me enfado ¿ Bebe alcohol ?. - Sí, alguna copa que otra, pero si lo que quieres saber es si se emborracha, no, nunca lo he visto borracho. Es autoritario, quiere que se ejecute lo que dice. Incluso sé que provoca peleas. Es un homosexual reprimido, con muchos perjuicios, y solo sabemos unos pocos de que es gay. - ¿ Tiene padres ?. - Si, y también más hermanos y hermanas. - Ellos deben conocer su condición gay ¿ No ?. - No, que yo sepa. John se rió, mientras que movía la cabeza. - ¡ Pero esto es difícil de creer ! ¿ Que unos padres no sepan que su hijo es homosexual ?. - Es que sus padres no han querido saber mucho de él. También a ellos los tenía atemorizados. Y se quitaron una espina cuando me casé con él. - Estoy seguro de que ellos saben que Émile es homosexual, pero lo han mantenido callado, por miedo a las represalias ¿ Los has tratado mucho ?. - No, porque entre ellos no se llevan bien y no se hablan. Pero sí que los vi el día que nos casamos, y puede que tres veces más, que nosotros hemos ido a casa de ellos. Vinieron una sola vez a la nuestra, para visitar el piso, y tomar café. - Entonces ¿ No sabes nada de los padres de Émile ?. 543

- Sólo lo que él me ha contado, y no ha sido mucho, porque a mi parecer, no los quiere, no espera nada de ellos. Al padre de Hugo, no lo puede ver, y no lo conoce, jamás lo ha visto. Pero estoy segura que es, por lo que piensa a través de su padre. Creo que debe aborrecer a todos los padres del mundo. - Pues, tiene un grave problema, que es trabajo para un psiquiatra ¿ Porqué le tiene manía al padre de Hugo ?. - Porque Hugo ha contado hechos muy graves que su padre le hizo en la niñez y adolescencia, cuando se dio cuenta que le gustaba vestirse de mujer, y llevar los tacones de sus hermanas. Lo sometió a hechos escalofriantes, siendo todavía un niño. John puso los codos sobre la mesa, y las manos las dejó abiertas a los dos lados de su cabeza. Pensaba con la mirada baja. - ¿ Estos son los que llegan este sábado ? - Dijo levantando la vista para mirarme. - Si. - Hugo ¿ Habla de su madre ? ¿ Dice algo de ella ?. - Sí. Dice que es una resignada, y que ha sufrido mucho con un marido tan machista, y rígido, y que lo pasaba muy mal cuando su padre lo maltrataba y le pegaba patadas en el trasero. - ¿ Ese es el padre que Hugo está esperando para que cuide de él ? - Dijo sacudiendo la cabeza. - Tampoco Hugo quiere a su padre. Lo va a aguantar, por su madre. Siempre que habla de ella llora. Hugo lo ha pasado mal, pero de otra manera. Porque Hugo ya nació así, él jamás ha estado con una mujer. Me ha contado anécdotas que nos hemos reído mucho, 544

él contándolas y yo escuchándolas. Qué pena que le quede tan poco tiempo de vida. Creo, que sólo va a tener el tiempo de estar un mes o quizá algo más con su madre. - Pobre chaval ¿ Que edad tiene ? - Dijo John algo compungido. - Hace poco hizo treinta y dos años, pero parece que tenga muchos más, se ha quedado tan deteriorado que parece un hombre mayor. Hoy no he ido al Hospital, y estoy segura que Émile tampoco, ya pasa de él. - Claire, volvamos a lo de antes, a la preocupación que nos ocupa. Hay que ponerle un remedio a que tu vayas a tu casa a quedarte a dormir ¿ Y si a Émile le da por ir de madrugada ?. - No pasará nada John, estoy segura. Es cierto que le he cogido miedo, pero no se atreverá a nada. - Es que un hombre celoso y despechado, se expone a todo, no le importa ya nada. - Émile no es así. Le gusta vivir la vida, salir con sus amigos y hacer barbacoas. Cómo mujer le intereso, en que esté a su lado si un día se encuentra enfermo, si la enfermedad le sale a flote. Ya con tiempo me quiere tener a su lado para que no le falte. - Espero que no te equivoques, pero aún con eso, no te debes fiar. Porque sólo tiene en la cabeza, que a su mujer se la han robado. - Es muy primitivo, piensa como los hombres de las cavernas. En esto, siempre lo conocí así. Habíamos acabado los canapés, y la botella de Bourgogne a medias. El camarero hizo su presencia y se 545

llevó los platos. Pasados unos minutos, volvió para preguntarnos si queríamos algo más. John me miró sonriendo y esperando a que yo pidiera un siguiente plato o un postre. No me cabía en el estómago ni una uva. Los nervios los tenía a flor de piel, pero no los dejaba salir, para que John no estuviese más preocupado. Era seguro que esa noche no dormiría pensando en lo que me pudiese suceder. En vista que no pedía nada más, me preguntó, con el camarero allí delante. - Claire ¿ Te apetece comer algo más ? Pide al menos un postre. - He cenado muy bien John ¿ Vas a tomarlo tu ?. - ¿ El qué ?. - El postre. Tu si que te habrás quedado con ganas de tomar algo más. - No, también yo tengo bastante. Se dirigió al camarero. - No vamos a tomar nada más, gracias. El camarero inclinó la cabeza por la labor de su trabajo, y seguidamente se fué. Me sentía muy bien allí, en el restaurante de los padres de John. Hubiese dado todo para que esa noche me hubiera quedado en casa de él. En su casa estaría protegida, pero cuando me lo propuso comprendí que no era la mejor solución, y las cosas habrían empeorado más con Émile al enterarse que yo no estaba durmiendo en casa. Los clientes se habían ido y sólo quedábamos nosotros dos. Quedaban los camareros recogiéndolo todo. La madre de John, no la vi más en todo el tiempo. Seguro que se había marchado. También nosotros nos 546

teníamos que ir para dejar trabajar a los obreros que llegaban de la limpieza. Al dar la vuelta en el descapotable, a la calle donde yo vivía, lo primero que me fije fué en la puerta de la casa para ver si estaba el coche de Émile. Me quedé más tranquila al ver el sitio vacío. Miré mi reloj, eran las once menos diez - Pensé - Ya no vendrá, mañana se levanta a las siete para ir a su trabajo, y además, que estará disfrutando de la nueva casa. También pudiera ser que respetara lo que le dije, que no viniera más. John paró delante de la puerta. Y revisó con la vista el porche y las ventanas, no fuera ser que hubiese luz. - Claire ¿ Te encuentras mejor ? - Me preguntó cubriendo con su brazo izquierdo mis hombros. Con mi mano cogí la suya que colgaba de mi hombro, las cruzamos. Lo sentía conmigo. Su aroma a limpio me hacia adormecer, y sin que me diera cuenta habíamos unido nuestros labios en un beso largo de pasión. Cuando nuestros labios se separaron pidieron otro, y después otros y más tarde seguimos pero abrazados. Quería estar con John, lo deseaba con todas mis fuerzas, más que a nada en esos momentos. La pasión que sentíamos al besarnos se convirtió en frenesí, y ya nada ni nadie nos podía separar, los dos sentíamos lo mismo, nos dimos cuenta de que estábamos hechos el uno para el otro. Y descubrí que la pasión y el amor que John me estaba dando, no la llegué a conocer con Émile. Era totalmente distinto lo que yo sentía. - Estoy bien John, muy bien - Le respondí pasados unos minutos. No paraba de besarme y de abrazar mi cuerpo. 547

- Claire, diosa mía. Es mejor que esta noche la pases en mi casa ¿ No es buena idea ?. - Si lo es, pero debo quedarme aquí. - ¿ Lo haces por si viene Émile ?. - No pienso ahora en él, sino que creo, que me debo quedar. - ¿ Me puedes decir porqué no quieres venir esta noche a mi casa ? ¿ No confías en mi ?. - Confío lo suficiente, confío a un cien por cien de ti y de todas tus capacidades. Es que no veo la razón para que me tenga que ir, me da la sensación de que estoy huyendo. Se dio cuenta de que tenía razón. - Entonces, me quedaré aquí en el coche hasta que amanezca. Si puedo dormir algo dormiré aquí mejor que en mi casa. Allí, no voy a estar tranquilo. - ¡ Estás loco! ¿ No te das cuenta ? ¿ Lo harías ?. - Si haría ¿ Qué ? - Dijo John acariciando mis cabellos. - Quedarte aquí en el coche de vigilante toda la noche. - Por mi diosa lo haría todo - Dijo mirando el poste de la luz que iluminaba la calle - Si me pidieras que caminara por ese cable de la luz, subiría el poste, y andaría por el cable, haciendo equilibrio. Se me escapó una carcajada. - No serías capaz - Dije con la misma risa. - ¿ Crees que no ? - Dijo atravesando mis ojos con los suyos verde mar. - No lo creo - Dije insistiendo. Se separó de mi y abrió la puerta del coche. Yo lo observaba sin poderme contener la risa, pero también impactada, pensando si lo haría de verdad. 548

- Vas a ver como en dos minutos me pongo en la copa del poste - Dijo dando pasos largos y rápidos dirigiéndose al lugar. Me asusté, me asusté tanto, que paré de reír, y salí del coche con rapidez, pero cuando llegué al poste de la luz, John había empezado a subirlo, y le grite. - ¡ Baja de ahí rápidamente ! ¡ John ! ¿ Me estás escuchando ? ¡ Esos cables son de alta tensión ! Si no bajas ahora mismo no te hablo nunca más ¿ Me oyes ?. Se paró donde estaba, e hice una respiración profunda al ver que iba bajando. Cuando estaba de pie junto a mi, le eché la bronca. Pero John no se inmutaba, le daba igual. - Me has hecho pasar mucho miedo John. Pensaba que seguirías mi broma. Los dos nos reíamos ¿ Porqué lo has hecho ? - Dije mostrándome enfadada - Me has dado un susto de muerte ¿ En verdad ibas a caminar por el cable?. Con sus manos rodeó mi cintura y me llevó hacia él. - Te he dicho que por ti lo haré todo - Dijo poniendo su frente con la mía. - ¿ Pero ibas a caminar por el cable ? ¡ Respóndeme !. - No. Sólo iba a subir el poste hasta el final ¿ Te has asustado mucho ?. - Si. - Es porque me quieres, y los dos nos queremos. Nos quedamos de pie y abrazados. Diana me había oído, y lloraba por detrás de la verja. - John, es hora de que nos separemos. - ¿ Que nos separemos dices ? - Dijo en broma. - Si, que tu te vayas a tu casa. 549

- Ah, eso me gusta más - Dijo siguiendo la broma. Y lo que después siguió fué más en serio - Claire, llámame nada más oigas un ruido ¿ De acuerdo ?. - Lo haré John, no te preocupes. Vete tranquilo, porque estoy segura que no va a suceder nada. Y además, no creo que Émile venga. Esta tarde le he hablado muy en serio. - Si, pero no me fío, ese si que está loco. - Vete tranquilo. Creo que lo hace porque se encuentra sólo. Tiene unos cuantos amigos para su gozo, y su única familia soy yo. - Es por eso que luchará para tenerte con él hasta el final. No lo hace porque te ame, sino por su conveniencia. - Todo lo ha hecho conmigo porque le convenía. - ¿ Lo sigues queriendo aunque sea un poco ?. Esta pregunta me desconcertó. - No. No lo quiero, es cierto que lo he querido mucho, no lo puedo negar, pero ahora el fuego ya está apagado ¿ Porqué me lo preguntas?. - Porque quería oír tu respuesta. ¿ No te asusta quedarte aquí, aunque se podría presentar ?. - John, tengo que correr ese riesgo, y enfrentarme a él, no debo volverle la espalda, sería esconderme y eso es lo que no quiero que piense. De aquí al sábado quedan pocos días, y ya no vendrá por casa, estando los padres de Hugo. Sabía que yo tenía razón. - Lo entiendo Claire. Pero es que paso miedo por ti ¿ Entonces soy yo el que tiene más miedo que tu ? ¿ Y que me dices de estas marcas que tienes en las muñecas? 550

¿ Y de este morado que te hizo en el brazo ? ¿ No es para tenerle miedo ?. - No puedo abandonar la casa así de esta manera. Sólo tengo que esperar unos días, y todo habrá terminado. - Espero que así sea. Ojalá todo vaya bien como tu dices. - Tiene que ir bien John. - ¿ Sabes en lo que pienso ? - Dijo rodeándome con sus brazos. - ¿ En qué ?. - En el día que los dos vivamos en la misma casa, y que tu te conviertas en la señora Edwars. Ese es un sueño que llegaremos a realizar. No hacía una semana que lo conocía, y lo amaba. A John no hacía falta conocerlo de mucho tiempo para amarlo. - También sueño yo con ese día, pero hay que dejar al tiempo que ponga las cosas en su sitio. Nos teníamos que despedir, pero no podíamos separarnos. John con veintisiete años tenía fuego en su cuerpo, y yo necesitaba de ese fuego. - Que duermas bien diosa mía - Dijo dándonos otro beso lleno de pasión. - Buenas noches John. Me dirigí a la verja y abrí la puerta. Diana salió dando saltos por lo contenta que estaba de verme. Cuando estuve en el porche, di al interruptor de la luz, y abrí con llave la puerta de la casa.

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John no se había ido, esperaba a que me diera la vuelta para decirnos adiós. Y me giré. John de cerca era guapo, pero de lejos lo era más. Agitamos los dos al mismo tiempo las manos. Yo entré en casa, y al tiempo oí el motor del descapotable que se alejaba.

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Fui abriendo luces hasta llegar a mi dormitorio, y sentía la olor a la colonia que Émile gastaba. Me puse en lo peor, pero rápidamente recordé, que su coche no estaba en la puerta. Si había venido, lo hizo antes de que nosotros llegáramos. Fui a mirar al dormitorio de abajo, para ver que señales había. Las puertas del armario estaban abiertas, y los cajones de abajo también. La ropa que quedaba era la de Hugo. La

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de Émile no estaba. Por lo visto había ido antes y se la había llevado. Tenía agitación dentro de mi, me cogió como una clase de ansiedad, que poco podía dominar. Y aún aumentó más al salir del dormitorio y descubrir que sobre la mesa del salón había una nota. Sin cogerla, la leí - Claire, he venido pero tu no estabas. Pensé en llamar a John y contarle lo que había sucedido antes de que nosotros llegáramos. Pero me arrepentí, quizá él no había llegado todavía a su casa. Y tampoco lo quería poner en lo peor, pues, volvería de nuevo y ... Pensé en subir al dormitorio de arriba donde últimamente se quedaba, si es que se quedaba Émile a dormir. Subí las escaleras seguida de Diana, todos los pasos que daba me seguía. Entré en el dormitorio que a veces ocupaba Émile, también había entrado y recogido sus pertenencias. Respiré más tranquila de ver que ya no quedaba nada o prácticamente nada de él. Me hizo sobresaltar el timbre del teléfono. Sonaba y sonaba. Pensé en John y en Émile, uno de los dos tenían que ser. Me quedé quieta y sin reaccionar. - ¿ Y si cogía el teléfono y era Émile ? - Era lo último que deseaba. Pero no podía seguir quieta y temerosa. El sonido del teléfono en el silencio de la noche se oía estrepitoso. Y decidí bajar. Me detuve frente al aparato con la incertidumbre de cogerlo, y de pronto lo decidí y descolgué. - Diga - Mi voz sonó endeble.

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- He estado esta tarde ahí ¿ Donde estabas ? - La voz de Émile se oía alterada, y su respiración agitada - También es la tercera vez que te llamo ¿ Me oyes Claire ?. Respire hondo para tranquilizarme. - Si, se que has estado - Dije tragando saliva - También he visto la nota que has dejado. - ¿ Donde has estado tanto tiempo ?. Me vi obligada a mentirle. - Fui a ver a Madeleine. - ¿ Todo este tiempo has estado con ella ?. - Insistió a que me quedara a cenar, y no me pude negar. - Seguro que habéis estado todo este tiempo hablando de mi ¿ No es cierto ?. Me tranquilicé al darme cuenta que lo creyó. - Necesitaba hablar, y Madeleine me comprende. - ¡ Me estás mintiendo ! ¿ Porqué no me hablas de ese niñato ? - Dijo levantando la voz - ¿ Crees que me voy a tragar la historia que me estás contando ? Cuando llegaste a casa ¿ No estaba esperándote ? ¿ No es cierto que te has visto con él ?. Por lo que me preguntaba, no nos había visto. - Cuando llegué aquí, no había nadie, y es por eso que decidí ir a casa de Madeleine. - ¡ Claire, no estás diciendo la verdad ! Ese niñato, ese tal John, está enamorado de ti hasta la médula. Él vino esta tarde cuando nosotros nos habíamos ido, y se quedó en la puerta hasta que tu llegaras o, hasta que llegáramos los dos ¿ No es cierto que te esperaba ?. Me quedé muda sin saber que responderle.

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- Émile ¿ Porqué me atosigas ? ¿ Porqué no me dejas tranquila ? ¿ Te pregunto yo acaso por tus amigos ? ¿ Me entrometo en tu vida sexual ?. - Me estás dando la razón. ¿ Me dices que ese chulo guaperas no se fué de la puerta hasta que tu llegaste ?. No lo aguanté más y colgué el teléfono. Pero no tardó en volver a sonar. - Sí - Dije enfadada. Tenía una rabia por dentro que en esos instantes no me importaba enfrentarme a Émile ¡ Qué quieres ahora !. - Puff ...No te reconozco ¿ También tu te has enamorado de ese niñato ?. - ¡ No es un niñato ! ¿ Sabes ? ¡ Es más hombre que tu !. - No, no me gusta nada ese tono que estás utilizando conmigo. Eres mi esposa y demasiado sabes que puedo obligarte a que vengas conmigo ¿ Me oyes ?. - Émile, no iré contigo a ninguna parte. Es una manía que se te ha metido en la cabeza. Eres homosexual y yo necesito un hombre de verdad. Que me haga sentir con fuerza y pasión. Que me comprenda como mujer - Fui bajando el tono de voz - Que no sea bruto conmigo, que no me obligue hacer cosas que yo no quiero realizar. Que me ame ¿ Sabes ? Que me ame, y yo también amarlo, necesito a mi lado ese hombre. Había silencio, sólo podía oír su respiración. - Claire ¿ Porqué me has mentido antes diciéndome que habías ido a casa de Madeleine ? - Dijo casi resignado. - Por la razón, que te había cogido miedo, por lo violento que has sido conmigo estos últimos días. Pero ya no te tengo miedo, estoy dispuesta a enfrentarme 555

contigo, y decirte en la cara para que ya de una vez lo entiendas. Que John me ama, que yo lo amo. Y pensamos pasar los días que nos quede de vida, juntos. Otra vez, silencio. - ¿ A mi ya no me quieres ? - Dijo con la voz apagada. - Émile, te lo dejé bien claro, el segundo día que yo llegué a Johannesburgo. No te puedes imaginar el daño tan terrible que me has podido hacer. No creas que no te perdono, ya hace tiempo que te perdoné, y te doy las gracias por haberme hecho todo ése mal, porque gracias a lo mal que te has portado conmigo, he conocido el verdadero amor. Se quedó unos instantes sin decir nada. - Claire, si me viene esa enfermedad de golpe me voy a encontrar muy solo ¿ Lo has pensado ?. - También hemos hablado muchas veces de este tema. Y como antes te dije y te digo ahora, estaré a tu lado, te ayudaré en todo lo que esté en mis manos. Te lo prometo, pero todavía estás muy bien y te deseo que sigas así muchos años. - No te dejará John que lo hagas, que me ayudes. - John es muy buena persona. Hablas de esa manera porque no lo conoces. También él te prestaría ayuda. - Eso que dices está bien, pero me tengo que conformar a no tenerte. - Tienes a muchos amigos, y cuando estás con ellos te olvidas de todo ¿ Cuantas noches has dormido aquí desde que yo estoy ?. Volvió a quedarse en silencio. - Creo que muchas. En el fondo sé que no te merezco, pero la idea de perderte, me hace perder la cabeza. 556

Tienes razón en que he sido bruto contigo, y también violento. Claire, de veras lo siento. Pero de lo que no sería capaz es de hacerte un daño mayor. Esto quiero que lo sepas. - Estoy segura de ello. Toda la violencia que has utilizado conmigo, lo has hecho para impresionarme, para que te cogiera miedo, y te siguiera ¿ Te das cuenta de lo que has hecho ? Con ese comportamiento tuyo, has logrado que me distancie más de ti ¿ Cómo se puede amar a un hombre, por temor a sus reacciones ?. Me dio la razón. - Estoy de acuerdo contigo. Pero es la única manera que conozco, la que yo entiendo para que me obedezcan. - ¿ Es eso lo que entiendes por amor ?. - ¿ Utilizas el mismo método con tus amigos ?. - Por supuesto que no. Me mandarían hacer puñetas. - Con Hugo si que lo utilizaste. Yo estuve presente en varias ocasiones de los malos tratos que le diste, y de los golpes que recibió de ti ¿ Porqué lo trataste a él de ese modo ?. - Porque Hugo es lo más parecido a una mujer. Y no me estoy refiriendo en fuerza, sino en carácter. Se parece a una mujer en todo. Es una mujer con el físico y el cuerpo de un hombre. Aproveché para preguntarle. - Hoy Hugo no ha tenido visita ¿ No lo has ido a visitar al Hospital ?. - No, pero he hablado con él por teléfono. ¡ Ah ! me ha dicho, que hoy ha pasado el doctor a verlo, y le ha confirmado que en dos días se puede ir a casa. Estaba contento. 557

- O sea ¿ El viernes ?. - Eso es. - Pues, cuando vengan sus padres estará aquí en casa Afirmé contenta. - Si. Ya dispondrás en donde duermen. - Mañana le diré a Yosi que limpie bien el dormitorio de abajo, el de matrimonio, lo reservaré para Hugo, y el de arriba para sus padres. - Lo que hagas lo harás bien, no me cabe la menor duda - Dijo totalmente convencido. Volvía de nuevo a poder hablar con Émile como dos personas civilizadas. Sólo le tuve que demostrar que no le tenía miedo, para que me volviera a respetar. Era consciente de que estaba atravesando momentos difíciles. Con el positivo que le dio la enfermedad, con la separación total mía y los conocimientos que tuvo referente a John. Émile debía pensar que yo nunca más me enamoraría, y que pasaría toda la vida junto a él. También le impactó mucho, el poco tiempo de vida que le quedaba a Hugo y que el medico le había anunciado. Y por si fuera poco, abandonar la casa que entre los dos formaron. Pero esto lo hacía porque quería, porque no podía soportar la idea de saber que los padres de Hugo llegaban. Sobretodo el padre. Representaba un cambio radical para él. Noté, que Émile se había resignado a su destino. Le pregunté, como modo de interés. - Esta noche es la primera que pasas en la nueva casa ¿Te encuentras a gusto ?. 558

- Si, pero sólo - Dijo con un tono de voz algo triste. - Cuando lleves a tus amigos te encontraras mejor, soléis hacer fiestas sonadas, que duran hasta el amanecer. - El sábado voy a dar una fiesta. Haremos entre todos una barbacoa para cenar, y será la inauguración de la casa. - Está bien que os divirtáis - Dije animándolo. - Claire ¿ cuando vas a venir a conocer la casa ?. - Lo más pronto que pueda la iré a visitar. - Este sábado puedes hacerlo. Además, los padres de Hugo estarán con él. - ¿ Me propones de visitar tu casa, el mismo día que vienen tus amigos ?. - ¿ No te gusta la idea ?. - No está mal, pero tu siempre me has dicho, que no me debo mezclar con ellos. - Si, eso era antes, pero ahora ya todo ha cambiado, nada es lo mismo ¿ Vienes el sábado ?. No me podía negar, también Émile me necesitaba. - De acuerdo. - Pasaré a recogerte a las cinco de la tarde ¿ De acuerdo?. - Si de acuerdo ¿ Entraras en la casa para conocer a los padres de Hugo ?. - Claire demasiado sabes que al padre de Hugo no lo trago, prefiero esperarte fuera en el coche. - Émile, estás cometiendo un grave error. - ¿ Un grave error ? ¿ Porqué ?. - Pues que un día u otro os tendréis que conocer, y quizá sea más pronto de lo que tu te imaginas. - ¿ A donde quieres ir a parar ?. 559

- Me estoy refiriendo a Hugo ¿ No vas a venir más a verlo ? ¿ Y el día que muera también vas a permanecer ausente ?. Estuvo callado unos segundos. - Hace tiempo que estoy pensando en todo esto, pero es que en sólo pensar en el padre de Hugo me dan ganas de vomitar. - ¿ Pero si no lo conoces ? Trátalo antes, y después opinas ¿ Porqué no lo haces así ?. Sabía que volvía yo a tener razón. - Claire, sé que tus consejos son muy concretos, pero voy a dejar que pasen las cosas, y después actúo. - Está bien, haz lo que más te plazca ¡ Qué puedo decirte!. - Claire - Dijo con la voz algo triste. - Dime Émile. - Ya sabes que no soy hombre de pedir disculpas. Pero te las quiero pedir a ti, por lo grosero y violento que me he portado últimamente contigo. He actuado bajo el temor de que te podría perder. Sabía que te había perdido y me ha hecho ser peor de lo que soy. Te podría haber hecho mucho daño, sin querer hacértelo. Ahora volvía a ser como cuando yo lo conocí. - Estoy segura - Dije disculpándolo. - Voy a dejarte que duermas. - Buenas noches Émile. Colgué el teléfono, y me quede quieta, inmóvil mirándolo. Qué cambio había hecho, que transformación más radical. No llegué a pensar que esto sucedería, es más, los últimos días creí, que tendría que coger una 560

solución drástica, para acabar lo más pronto posible con el chantaje al que me tenía sometida. Me hizo sobresaltar, el timbre otra vez del teléfono. - Diga - Dije con voz serena. - Claire, hace rato que te estoy llamando, pero comunicabas. - ¿ Te encuentras bien ?. - Si John, muy bien - Dije tranquilizándolo - Estaba hablando con Émile. - ¿ Te ha llamado ?. - Si. - ¿ Ha vuelto a ofenderte ? - Dijo algo agitado. - Al principio si, pero después se calmó, me ha pedido disculpas por todo lo sucedido. - ¡ Ah ! Esto está mejor ¿ Pero porqué ese cambio ?. - Porque le he demostrado que no le tenía miedo, y hemos sacado muchas cosas en conclusión. - Entonces ¿ A partir de ahora te va a dejar tranquila ?. - Si. Pero le he prometido que el sábado iré a su casa. - ¡ Cómo ! ¡ Cómo ! ¿ Que el sábado irás a su casa ? ¿Para qué ? ¡ Qué líos se trae de nuevo !. - John, déjame que te lo explique ¿ De acuerdo ?. - Vale, empieza. - Este sábado es la inauguración de su casa. Van a asistir otros amigos gays, y quiere que yo también esté. Me vendrá a buscar, a las cinco de la tarde. - ¡ Vaya ! - Exclamó con fastidio - ¿ Y hasta qué hora quiere que te quedes allí ?. - Hasta la hora que yo quiera. Dice que van hacer una barbacoa. No puedo negarme ¿ No te gusta ?. 561

- No es que no me guste. Es que lo veo venir. Y después de este sábado será otro, y también los domingos. Es más listo de lo que yo me imaginaba. De esa manera, te tendrá siempre al alcance ¿ No te das cuenta de cómo funciona su truco ?. No me había parado a pensarlo. - John, no habrán otros sábados, ni tampoco domingos, al menos que se encuentre enfermo y me necesite. Es de esta manera que lo he hablado con él. - Quisiera que estuvieras en lo cierto. Pero yo no lo veo cómo tu. Es muy astuto, y va a utilizar todos los trucos que se sabe, para tenerte con él. - ¿ No estarás hablando influido por los celos ?. - Soy sincero contigo, y celos si que tengo. Pero mis temores no se basan en los celos, sino en la manera de quererte acaparar para él. Lo hace de modo silencioso, para que tu no te des cuenta. - John, te aseguro, que no sucederá más, al menos, como antes te he mencionado, de que esté enfermo. - Es que Émile no está enfermo. Lo he visto de cerca y tiene una salud de hierro. Tiene un cuerpo fuerte. Todo lo que te diga sobre su salud, lo hace para engañarte. Para que te compadezcas de él, y hagas lo que te dice. Está utilizando el mismo truco de antes, pero con más mano derecha. ¿ No sé a qué viene a ponerse todo manso contigo, si sabes que esta misma tarde, te ha retorcido las muñecas, y dos días antes, te hizo un morado en el brazo ¿ Lo has olvidado ?. Me di cuenta que tenía razón. - John, no quiero que te alteres, ni que pases más miedo por mi. Sólo este sábado. No se volverá a repetir más. 562

- Espero Claire que lo hagas así como dices. Pues, de lo contrario, no ibas a poder quitártelo de encima, es un maltratador, y actúa bajo la fuerza de su ira. Ahora temo por ti mas que antes. - ¿ Porqué John ? - Le pregunté, sin entender mucho esto último que me dijo. - Cuando la próxima vez, o sea el sábado próximo, te pida que vayas, y tu te niegues, querrá de nuevo agredirte, entonces voy a tener que intervenir yo. - No quiero que eso suceda, ni debe suceder. Es muy bruto, a los catorce años le pegaba palizas de muerte a algunos compañeros de clase. Y más tarde fué peor, no pega, destroza. - Claire, no me asusta. Soy cinturón negro de karate 4º Dan ¿ Crees que no he medido ya su cuerpo ? Tienes razón en lo que dices que no pega que destroza. Pero no le voy a dejar tiempo para que haga nada. Con una sola llave que le haga, lo dejaré k.o. en el suelo. Será después, cuando te deje ya tranquila, cuando se dé cuenta que no podrá hacerte más daño. - No quisiera que llegara a esto. - Yo tampoco, pero si lo tengo que hacer, lo haré. Lo que tenga que pasar, pasará. Pero no te preocupes, no quiero que tengas preocupaciones. John cambio, para cerrar este tema. - Claire, tengo otra vez ganas de verte, hace una hora que nos hemos despedido, y deseo poder besarte. Te estaría besando toda la noche, toda la eternidad. Me gustaba, por lo loco que era. - También yo, y ahora me doy cuenta lo mucho que te necesito, empiezo a vivir de nuevo, porque antes de 563

conocerte vivía metida en un cascarón de huevo. No me daba cuenta de que había luz fuera. - ¿ Sabes de lo que tengo ganas ? ¿ Y sueño cada instante que pasa ?. - ¿ En qué ?. - De que podamos estar juntos para siempre, que nada nos pueda separar, que sea pronto. Con eso sueño cada minuto que pasa. Estoy acabando de escribir un libro y no me puedo concentrar, porque mis pensamientos están sólo en ti. Estaba segura que lo que me decía era cierto. - ¡ John, te quiero mucho, si supieras cuanto ! Estaría aquí en el teléfono toda la noche repitiéndote - Te quiero, te quiero. - Soy un hombre muy afortunado, soy consciente, y le doy gracias al destino por haberte conocido en una noche tan especial como fue la del sábado. Ahora quiero que vayas a descansar ¿ Tienes sueño ?. - No. Estaría aquí toda la noche hablando contigo, pero es hora de irse a dormir. - Que duermas bien. - Buenas noches John. Dejé el teléfono en su sitio con pesar mío. Era verdad lo que sentía. Me hubiese pasado toda la noche escuchando la voz de John, y recordando sus ojos color verde mar. Era delicado, tenía mucho tacto, y su loca juventud, me enloquecía. Subí a mi dormitorio con la intención de dormir, aunque sueño no tenía. Necesitaba seguir hablando con John y decirle, lo mucho que lo quería, lo mucho que 564

pensaba en él. Y se me ocurrió escribirle una carta, con todas las cosas que le quería decir. Abrí el cajón de la mesita de noche, y extraje un cuaderno y un bolígrafo, que tenía para mis apuntes. Estuve escribiendo hasta cerca del amanecer. Hasta diez minutos después que el gallo de los vecinos ingleses cantara. Había escrito cinco largas páginas, eran cinco cartas de amor en una sola. Pero no se la envié a John, mis pensamientos eran esos, porque en las cinco páginas me había desnudado. En frases suaves y dulces, me había entregado a John en cuerpo y alma. Dentro de un sobre metí mis cartas de amor, y lo pegué para que nadie lo pudiese leer. Y lo guardé en mi bolso, en uno de los bolsillos interiores con cremallera. Sólo sabía yo que estaba allí.

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Dormí cuatro horas. Miré la hora en el reloj de la mesita de noche, al escuchar tres golpes en la puerta, me puse de pie, y todavía cansada por el sueño, cogí el pomo de la puerta y la abrí. Yosi estaba delante, impecable, como cada mañana al empezar su trabajo. - Señora son las nueve, perdone si la he despertado, pero he creído que debía hacerlo por si no se encontraba bien. 565

- Si, has hecho lo correcto - Dije mientras que me colocaba el salto de cama - Prepárame el desayuno mientras que yo me duche. Quiero ir esta mañana al Hospital a visitar al Señor Barreau, ¡ ah ! prepara el dormitorio de abajo, cuando puedas. Y mañana el que está aquí arriba. - Ok. Señora - Ayer por la tarde vino su marido, y me preguntó qué donde estaba usted. - ¿ Qué le respondiste ? - Pues, que no la había visto, y no sabía donde estaba. - ¿ Te dijo algo más ?. - No señora, sólo eso. Llevaba en cada mano dos bolsas de viaje, entró con ellas en el coche y se fué. Yosi dio la media vuelta, y bajó las escaleras. Yo me dispuse a entrar en el cuarto de baño. Tardé veinte minutos en ducharme y en vestirme. El desayuno era una de las comidas que hacía con mejor gana, y que más me gustaba. Llevaba el desayuno a medio, y oí pararse un coche delante de la puerta. Miré, y mi sorpresa fué inmensa al ver a Madeleine, que se disponía para abrir la puerta de la verja, con su sonrisa habitual, con su presencia elegante y bien dispuesta. Rebosé de alegría, era posible que hiciera más de una semana que no nos habíamos visto, y para mi parecía una eternidad. Me puse en pie para recibirla. Cuatro besos en las mejillas como es costumbre en Francia, fué lo primero que hicimos. - Claire, estás guapísima y radiante ¿ Que es lo que has hecho para que estés así ? - Me preguntó sentándose frente a mi.

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- Madeleine tu que tienes tanta intuición - Dije mirándola con una sonrisa - ¿ Que crees que me ha podido suceder ?. - Déjame adivinar - Dijo sin dejar de sonreír y entornando los ojos - ¡ Has pedido el divorcio !. - No - Dije negando. - Pues ... si no es eso ¿ Que puede ser ? ¡ Ah ! te has enamorado ¿ No ? pero no sé cómo, sin salir de aquí. - Estás en lo cierto Madeleine. - ¿ Es verdad que te has enamorado ?. - Si. - ¿ Quien es el afortunado ? ¿ Lo conozco yo ?. - Es posible que si no lo conoces hayas oído hablar de él. - Querida, qué intriga, dime por lo menos su nombre, por si lo conozco. - Es posible, se llama John Edwars. - ¿ John Edwars ? - Dijo recapacitando - ¿ No es el escritor ?. - Si. - Pues, hace un año le dieron un premio, por la novela que escribió ¿ Cómo lo has conocido ?. - El pasado sábado a la noche, en el poblado de los nativos. - ¿ Asististe a la ceremonia que ofrecían los brujos a la Luna llena ?. - Si, fui con Yosi. Y John estaba allí. Hacía un reportaje para el libro que está escribiendo. Y surgió el flechazo entre los dos. - Uff. Desde luego, vaya pedazo de hombre que es. No lo conozco en persona. Vi su fotografía en el periódico 567

hace un año cuando le entregaron este premio. Pero es más joven que tu ¿ No ? al menos eso me parece. - Diez años - Dije asintiendo. - Bueno ¿ Y qué son diez años para el amor ? ¡ Me lo tienes que presentar !. - Si desde luego. Se quedó con el codo derecho apoyado en la mesa, y el puño cerrado manteniendo la mandíbula. Y con la mirada risueña, como si estuviera imaginando algo ¿ Y ? ... - ¿ Lo sabe Émile ? - Preguntó sin cambiar de postura. - Si. - ¿ Y cómo ha reaccionado ?. - Al principio mal, pero después cambió. - ¿ Qué ? ¿ Cómo es eso ?. - Madeleine, es difícil de explicarlo. El más sorprendido de todos es John. Dice, que no me fíe, que está escondiendo algo. - ¿ Algo ? ¿ Que puede ser ? - Dijo cruzando los brazos y sosteniéndolos encima de la mesa. - Émile no vive aquí, y quiere que me vaya con él a la casa que ha alquilado. - ¿ Émile no es gay ?. - Si, pero últimamente tiene mucho miedo a quedarse solo. Es una historia larga ¿ Sabes ?. Yosi se acercó a la mesa , y preguntó a Madeleine. - Señora ¿ Le traigo té ? ¿ O prefiere otra cosa ?. - No voy a tomar nada, gracias - Respondió amablemente. 568

Yosi regreso a la cocina. - Claire, he venido por si quieres venir de compras al centro - Dijo cambiando todo el argumento. - Ahora después de desayunar iba a ir al Hospital. - ¡ Ah ! ¿ Cómo está Hugo ?. - Muy mal, el viernes, el médico lo manda para casa. - ¿ Viene aquí ?. - Si y sus padres llegan el sábado. Se van a encontrar con un problema enorme. - ¿ Dices que Émile ya no vive aquí ?. - No, algo de golpe le entró cuando supo que los padres de Hugo venían. - Pues ¿ Quien va a mantener esta casa ? - Preguntó preocupada. - Hugo sigue recibiendo su salario de la empresa, hasta ahora. Los gastos corrían entre Émile y Hugo. Pero Émile ya no se hace cargo. Tiene una casa que pagar. - ¿ Crees que Hugo se pondrá bien ?. - No. El médico le ha dado como dos meses de vida. - ¡ Por Dios ! ¿ Qué vas hacer después ? ¿ De que vas a vivir ?. - Ya encontraré una salida. No estoy abrumada por eso, puedo trabajar. Y ahora que Émile no vive conmigo, podría empezar en la librería que vosotros me recomendasteis. - La directora se quedó esperándote ¿ Lo recuerdas ?. - Si, pero Émile me lo cortó todo ¿ Podría de nuevo probar Patrick, para que me aceptaran ?. - Se lo comentaré a la hora de la comida. Pero aunque trabajes, con tu sueldo no podrás mantener esta casa ¿ Lo has pensado ?. 569

- Si muy bien, pero hay acontecimientos que no quiero adelantar hasta que no llegue su momento. - ¿ A mi tampoco ? ¿ No me dirías este acontecimiento de que se trata ?. Miré hacia arriba y sonreí. - John desea que vivamos en la misma casa, quiere tenerme a su lado. - ¿ Ya ? - Dijo extrañada - ¿ Pero si solo hace unos días que os conocéis ?. - Si, yo también lo pienso. Pero me ha demostrado que me quiere. - ¡ Cielo santo ! Lo suyo es muy fuerte ¿ No ?. - Aunque sea difícil de creerlo, lo es. - ¿ Cómo es que John va tan rápido ?. - De verdad Madeleine que tampoco lo sé yo. Me ha llevado a su casa. Al restaurante que dirige su madre, me llevó anoche a cenar. Es un amor de aquellos de fuego ¿ Sabes ? De aquellos amores sublimes que está por encima de todo. - Claire, muchas veces hemos hablado del amor, te he dicho en varias ocasiones que un día te tendrías que enamorar. Tu respuesta era siempre la misma que no, que no confiabas en los hombres. Y ahora de golpe y porrazo, me doy cuenta, que lo tuyo, ya no tiene vuelta atrás ¿ Vamos, que estás cogida y bien cogida !. - Si, también yo estoy convencida. No podría vivir sin John. Lo quiero con locura. Y sé que su amor es para siempre. - ¿ Te das cuenta como no puedo dejarte sola muchos días ? - Dijo dando carcajadas de alegría. Yo también reía con ella. 570

Consulté la hora de mi reloj, eran las diez y media. - Madeleine, tengo que irme al Hospital - Le dije levantándome del asiento - Perdóname que no estemos más rato hablando, pero es que pronto será la hora de la comida, y no me habré ido. - También yo tengo que irme ¿ Quieres que te deje en la puerta del Hospital ? - Me propuso. - Me iría bien, así de esa manera no tengo que esperar el autobús. Subí a mi dormitorio para recoger el bolso, y encontré a Yosi haciendo la habitación. Tenía en la espalda sujeto por un gran pañuelo a su hijo Moisés. Al verme entrar me sonrió, con una mirada llena de cariño. Me acerqué, y le acaricie la cabecita. Seguidamente me dirigí a Yosi para darle instrucciones de la comida que iba a ser al mediodía. Y sin más, bajé las escaleras. Sentada en el coche me esperaba Madeleine. Rodeé por detrás el vehículo para instalarme en el asiento de al lado de ella. En el transcurso del trayecto, Madeleine seguía interesada por saber más detalles de mi relación con John. Y no le podía decir más de lo que le había explicado. Llegamos a la puerta del Hospital, y nos despedimos con lo habitual, con cuatro besos.

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La puerta de la habitación estaba medio abierta, sólo empujé un poco para entrar, no sabía cómo dejarla, si como la encontré o cerrarla. Reconocí la voz de Hugo, pero algo débil. - Claire, déjala abierta, se respira mejor.

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Sonreí mientras lo hacía, y me acercaba a la cama. - Hola Hugo ¿ Cómo estás ? - Dije inclinándome para darle un beso. - En la cama siempre estoy bien, pero ahora me voy a levantar y vamos a ir a fuera para hablar - Dijo con su distinguida sonrisa, todavía maravillosamente bonita. Lo ayudé a que se pusiera en pie. Su cuerpo parecía una vara de bambú que se balanceaba de un lado a otro. Le costaba mantener el cuello derecho, y la cabeza la tenía echada hacia delante. Cogí un batin fino de color marfil, que tenía estirado a los pies de la cama, y lo ayudé a ponérselo. Salimos de la habitación. Hacía esfuerzos para mantenerse erguido y llevar los pasos, andábamos, cogido Hugo de mi brazo. Sentía yo un gran peso, el peso de alguien que no tiene fuerza, y apoya todo su cuerpo para poder caminar. En la sala de visitas, habían dos enfermos más acompañados de sus familiares, hablaban en inglés. Nos sentamos enfrente donde no había nadie. Cuando Hugo se sentó, respiró profundamente cómo si de un anciano se tratara, cansado y sin fuerzas. Al sentarme yo, me fijé en Hugo que abría la boca para mostrarme algo. - Mira Claire lo que me ha salido en la boca. Miré a donde me señalaba, y vi que por dentro de los labios, y más adentro, le habían salido manchas de un rojo vivo. Al hablar, le costaba pronunciar, y lo hacía con dificultad. - ¿ Que te ha dicho el médico ? - Le pregunté, aún sabiendo que era la enfermedad que se lo provocaba. 573

- Dice que todo es de lo mismo. Me molesta mucho y, apenas puedo comer. Poca hambre que tengo, y luego esto. Claire ¿ Crees que me pondré pronto bien ? El viernes me voy para casa, eso es señal de que estoy mejor ¿ No ?. Me destrozó por dentro lo que me preguntó. - Así es Hugo - Le dije, tratando de retener las lágrimas. El médico sabe más que nosotros, y si ha dicho que te puedes ir, es porque estás mejorando. Sonrío, agradeciéndome la respuesta. - El sábado llegan mis padres. Estoy contento, porque desde hace cinco años no he visto a mi madre, quiero estrecharla en mis brazos, y decirle que la quiero. Seguro que se pondrá a llorar cuando me vea. - Sí, seguro, son varios años sin veros. - ¿ Te ha vuelto a llamar ?. - Quedamos, en que esta noche me llamaría, para quedar quien iría a recibirlos al aeropuerto. - Quedamos, en que serías tu ¿ No ?. - Si, pues no hay nadie más. Si, hay alguien más, y es John, se ha ofrecido a hacerlo. Pero le he respondido que no. No, pues Émile ya sabes cómo es, y puede hacer uno de sus montajes, y hacer de que todo vaya a peor. - ¿ Se ha ofrecido John a ir a buscar a mis padres ? Preguntó contento, de que había alguien más que se ocupaba de él. - Sí, y dice que en lo que pueda ayudar lo hará. Y si hace falta en algo, que se lo diga. - Me gusta, no lo conozco y me gusta ¿ Sabe Émile algo de lo vuestro ?. 574

- Si - Dije afirmando - Y no veas la que me montó por teléfono. Pero, después, vino a buenas. - ¿ Dices que vino a buenas ? Pues que mosca le picó. - John me ha advertido de que no me fíe. - ¿ Lo conoce ?. - Si. - ¿ Y han hablado ?. - No, todavía no, ni quiero que ocurra, pues sería una fatalidad, un encuentro indeseable. - ¿ Tienes miedo de algo ? - Preguntó Hugo con el codo derecho apoyado en el brazo del sillón. - Lo tengo por los dos. Émile es muy borde, y John es cinturón negro de karate. - Pues, si Émile se mete en pelea es muy malo. Vi una vez en el trabajo cómo le pegó a un inglés una paliza porque nos llamó maricones. A punto estuvieron de echarlo del trabajo. Y tuvo que indemnizar a ese chico, porque lo llevó a los tribunales, y le pagó la cantidad de mil dólares ¿ No te lo ha contado ?. Me horroricé al oírlo. - Estas cosas jamás me las cuenta. Se calla lo que sabe que yo no debo oír. Pero mi mayor miedo no es por John, sino por Émile. Sé que John puede con él, y le puede hacer mucho daño. Es por eso que quiero evitar el enfrentamiento. - Querida, si lo tiene que haber, lo habrá. Es necesario de que Émile se encuentre con alguien más fuerte que él. Y piensa que nadie es lo suficientemente más fuerte, sólo se acuerda de su juventud callejera, y no recuerda, que ya no tiene veinte años. Claire ¿ Cómo sabes que John es cinturón negro ?. 575

- Me lo comentó anoche en el teléfono. Está muy enfadado con Émile. Quiere de una vez acabar esto. - ¿ Es que ocurre algo ? Algo ha pasado y no me lo quieres contar. - ¿ Sabías que Émile ya no vive en casa ?. - No me ha comentado nada ¿ Desde cuando no vive ?. - Ayer se llevó lo último que le quedaba. - ¿ A casa de Paul ? - Preguntó sin malicia. - A una casa que ha alquilado, con jardín y piscina, y quiere que yo me vaya a vivir con él. - ¿ Tu ? ¡ Pero cómo piensa ! Y con sus amigos cuando vayan a pasar un fin de semana juntos ¿ Donde te meterá a ti ? Porque los fines de semana cuando nos reuníamos todos los amigos gays, no teníamos pudor de nada y hacíamos el amor libre. Cuando Émile recibía en su casa a estos y a otros amigos, seguían haciendo lo mismo ¿ Y lo van hacer delante de ti ? Si te ha propuesto eso es porque no está bien, su cerebro no le funciona. - Ya tiene mi respuesta y es que no. - ¿ Cómo se lo ha tomado ?. - Muy mal. Me ha propuesto, que este sábado vaya a la inauguración de la casa, dice que va a hacer una barbacoa. - ¿ Pero sólo tu y el ? - Preguntó extrañado - Aunque nada me coge de sorpresa. Te sigue queriendo, pero a su modo, no puede pasar sin ti, ni sin el hombre. - Él y yo sólos no, me comentó que también irían amigos suyos. - ¿ Y que pintas tu ahí ? ¿ Tu sabes lo que es una fiesta entre gays ? - Dijo asiendo mi mano, y colocándola entre las suyas. 576

- No, no se cómo os divertís, aunque creo suponerlo. - Qué supones, dime a ver si lo sabes. - Pues ... Que es posible que bebáis bastante, que os beséis mucho, y muchas más cosas ¿ No ?. - Si, y estamos todo el tiempo haciendo las locas, es el desmadre, nuestra manera de divertirnos. También terminamos muchas veces en pelea, a causa de los celos, porque uno se ha sobrepasado con el otro ¿ Te das cuenta ? ¿ Y te quiere meter en medio de todo ese barullo ? ¿ De toda esa gran locura ?. - Es posible que el sábado no suceda nada de eso, al estar yo presente. Hugo negaba con la cabeza. - Lo que creo que ocurrirá es, que sus amigos cuando sepan que tu asistes, que Émile te ha invitado, no irán, no lo creo. Y sólo estaréis Émile y tu. Esto él también lo sabe ¿ No estará tratando de engañarte, y te está diciendo que van sus amigos para que tu vayas, y os quedéis sólos ?. - ¡ Cielo ! no creo que Émile me haga esta mala faena, pues entonces, le odiaría, y es algo que no quiero. Y acabaría ese día mal, pues tal cómo conozco a John, no creo que me perdería la pista, estaría muy cerca, por si lo necesitara de un momento a otro. Hugo sonrió. - Tengo ganas de conocer a John ¿ Sabes Claire ? Tal cómo me hablas de él, me lo imagino un héroe, un liberador, alguien muy importante, y que es sincero y fiel ¿ Es así ?. - Lo conozco desde hace poco, pero es como tu lo estás describiendo. También es guapo. Y te has olvidado de 577

sus ojos color verde mar ¿ Recuerdas que me preguntaste de qué color los tenía ?. Volvió a sonreír, y pude mejor apreciar su sonrisa tímida. - El día que me lo presentes, lo primero que haré, será mirar sus ojos, y recrearme en su color. Ya sólo puedo disfrutar de las cosas bellas, de mirarlas y nada más. ¿Te ha besado ? ¿ Os habéis besado ? - Preguntó con naturalidad, pero con una sonrisa algo pícara. - ¿ Hugo ? ¿ Porqué me lo preguntas ?. - Por lo que antes te he dicho, para disfrutar de las cosas buenas y bellas, no hay nada de malo ¿ Os habéis besado?. Moví la cabeza al mismo tiempo qué sonreía. - Sí, nos hemos besado - Dije con timidez. Hugo apretó mi mano con las suyas. Sentí que me estaba transmitiendo su cariño. Sonrió para mirarme, y esta vez no lo hizo con timidez. Me gustaba de la manera que ponía la boca para reír. Lo sabía porque un día se lo comenté, y lo hizo para darme también algo bello que me gustaba, lo mejor de él. - Claire ¿ Sabes ? - Dijo con su mirada puesta en la mía, pendiente de un gesto que yo hiciese - Si volviera a empezar de nuevo, mediría bien mis pasos, no cometería tantos errores, por mi manera de ser, me ha llevado a donde estoy. Sería una persona distinta a la que soy. - ¿ Quieres decirme que si volvieras a nacer de nuevo no serías gay ? - Pregunté sin comprender bien lo que quiso decir. - No, no es eso. Si volviera a nacer o, a empezarlo todo de nuevo, sería distinto a cómo soy de carácter, de modo 578

de ser. Por supuesto, que seguiría siendo gay, no estoy arrepentido de serlo, y si tuviera muchas vidas, me gustaría seguir siéndolo. Pero no me gusta mi carácter débil, y sin mucha decisión, siempre me ha faltado mucho empuje para emprender algo, debido a mis miedos. Estos miedos los arrastro desde que era un niño. Si hubiese tenido otra clase de padre, pero nacemos con lo que nos dan. Ahora, sólo de pensar que a mi padre le voy a ver dentro de dos días, la inquietud me devora. Ya estoy pensando - De qué manera se va a meter conmigo - ¿ Me llamará maricón ?. Comprendí el trauma que tenía, y no era para menos. - Hugo, ese miedo que sientes, te lo tienes que quitar. Estoy segura de que tu padre ha cambiado. No va a hacer miles de kilómetros, para venir a llamarte maricón, y hacerte la vida imposible. De todas maneras yo estaré en casa, y si viera que en algo te faltara, le llamaría la atención, y le diría, que es un mal hombre, y un mal padre. Pero estoy segura, que nada de eso va a suceder. Te lo prometo, me crees ¿ Verdad ?. Se inclinó hacia mi, y me dio un beso en la mejilla. - Tenías tu que haber sido mi hermana mayor ¿ Sabes que a tu lado me siento seguro ? Hasta me parece que soy alguien importante, porque siento tu fuerza, y porque estoy seguro que me quieres o, al menos me aprecias. Sabía lo que decía. - Hugo, las dos cosas. Te aprecio, y también siento cariño hacia ti, eres una persona que se hace de querer. Volvió a darme otro beso en la mejilla.

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- Claire ¿ Recuerdas el día que fui a buscarte al aeropuerto ?. - Si, lo recuerdo muy bien, jamás lo podré olvidar - Dije lanzando una débil carcajada - Me preguntaba - ¿ Y este, de donde ha salido ? ¿ Qué hace aquí ?. - Lo supongo, yo también pensaba lo mismo de ti ¿ Esta mujer porqué se ha entrometido en nuestras vidas ? ¿No era mejor que se hubiese quedado en París ?. En el coche cuando me ibas haciendo tantas preguntas - ¿ Que si tenía novia ? ¿Que quien era yo ? - Pensaba - Qué pesada - ¿ No se puede callar un rato ? ¿ Te hice mucho daño verdad Claire ?. - Al principio si, mucho. Pero cuando supe de que Émile era gay, todo cambió, porque si no eras tu, hubiese sido otro. Hugo, tu me ayudaste aunque así no lo creas, y te lo he estado agradeciendo en el alma. - Te estás refiriendo a John ¿ No es cierto ?. - Así es. Si tu no hubieses existido en la vida de Émile, y que hubiera hecho sus salidas por otro lado, como hacía en París, estoy segura que John no hubiese aparecido en mi vida. Y John es, lo más bonito y lo mejor que me ha pasado. Estoy viviendo en una nube. Y hay veces que pienso - ¿ Y si lo nuestro se rompiera ? También yo tengo temores, todos los seres humanos los tenemos. Hugo llevó mi mano a su boca, y la besó. - Claire, quiero decirte que he aprendido mucho a tu lado, también me has ayudado infinidad de veces. Has tenido conmigo una paciencia enorme. Te has visto involucrada en mis líos con Émile. Y te quiero dar las

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gracias. Has sido para mi esa hermana mayor que yo siempre he querido tener. - Dios sabe, que todo lo que he hecho por ti ha sido de corazón, y lo seguiré haciendo, puedes estar seguro. - Lo sé, y puedo decir muy alto para que se me oiga, que no tenías porqué, puesto que yo era el que ocupaba el corazón de el hombre que tu amabas. Rompí todos tus esquemas, todos tus proyectos de futuro con Émile. Pero no hay mal, que por bien no venga. Lo he podido comprobar. Moví la cabeza afirmando. - Tienes razón Hugo. Ya te he dicho antes, que gracias a ti, John ocupa mi vida, y todo lo que conlleva con ella. Quiere luchar por mi amor, por nuestro amor. Está decidido a todo, para que un día nos casemos. Hugo sonrió, como si estuviera soñando, y que esto le estuviera sucediendo a él. - Me gusta John - Dijo, mirándome fijamente - Me estoy imaginando que un hombre hubiese luchado lo mismo por mi ¿ Crees que estoy en lo cierto ?. Me encogí de hombros. - El mundo de los gays tus lo conoces mejor que yo, y a esto que me preguntas, no te puedo responder. Sé que hay mucho cariño y amor entre vosotros, pero no sé, hasta donde podéis llegar para mantener vuestro amor. - Yo si que hubiera luchado hasta el final. Lo estuve haciendo para mantener a Émile conmigo. Lo quise apartar de ti, y lo conseguí, hasta cierto punto. Tu sólo has visto las veces que me ha pegado. Pero de madrugada en nuestra alcoba, he recibido más de dos y

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tres bofetadas, por hablarle de ti, y decirle - Que no le querías - No lo soportaba, y me pegaba. Sonreí, apretando las manos de Hugo. - Le decías la verdad, es cierto que no lo quiero. - Si, pero yo lo hacía para que no pensara en ti, y estuviera su mente más tiempo conmigo, necesitaba sus atenciones, las que antes de que tu vinieras tenía. - Cuando vine a Johannesburgo ¿ Se portaba distinto contigo ?. - Sí, tu ocupabas mucho espacio en sus pensamientos y en su corazón ¿ Porqué lo voy a negar ? Eso hacía que me volviera loco, y que perdiera el control de mi mismo. Le decía palabras fuertes, muy fuertes. Porque tu eras la fuente de mis celos. Figúrate hasta donde llegaba, que no dormía, y me hacía el dormido, por si se levantaba y subía las escaleras para ir a tu dormitorio. Lo escuchaba atónita. - ¿ Porqué llegaste a esos términos ?. - Porque una noche, nos la pasamos hablando de él y de ti. Le preguntaba si te quería. Y me respondía a medias, para no crear más celos en mi. - ¿ Y que te decía ? - Pregunté, no porque estuviera interesada en saber si Émile me quería, sino para ver los sentimientos que tenía en aquellos momentos hacia mi. - Lo quieres saber, y te lo diré Claire. No me decía exáctamente que te quería, sino que eras su esposa, y tenía un deber contigo. Para mi eso era amor, y no me fiaba de él. Tampoco quería que tuviéramos relaciones, pues decía, que tu estabas en el piso de arriba y nos podías oír - Yo le comentaba enfadado - ¡ Pues, si Claire sabe que somos gays, y que somos una pareja y 582

compartimos la misma cama ! - Sí pero no quiero ¿Porqué no quieres ? - Le preguntaba yo - Por respeto a ella - Me decía - Entonces fué cuando empezó a salir de noche, iba a casa de Paul. Habíamos sido amigos antes, y el resto ya lo conoces. - Gracias Hugo - Le dije manteniendo una sonrisa. - Gracias ¿ Porqué ?. - Por ser tan sincero, y porqué somos amigos. - Siempre seremos amigos, hasta el final - Dijo con sinceridad. Y apretaba mi mano dándome cariño. Lo observaba cómo estaba deteriorado. Los huesos de la mandíbula, y las mejillas, estaban casi al descubierto, los ojos dos agujeros hundidos, el color de su tez era pálido. Me fijé en sus manos huesudas y alargadas. Y aún así, tenía las facciones bellas. Su sonrisa era lo que más me gustaba de Hugo. Estoy segura que sabía que la tenía bonita y provocadora y era por eso que a mi, me la escondía. Jamás se lo llegué a preguntar, pues, me hubiera parecido entrar en lo más íntimo de su personalidad. - ¿ Estás preparado ? - Le pregunté. - ¿ Preparado para qué ? - Dijo, sin comprender la pregunta. - Para recibir a tus padres. - Sobre todo para recibir a mi madre. Claire ¿ Crees que me encontrará mal ? Sé que he adelgazado mucho, pero cuando llegue a casa comeré lo bastante hasta ponerme mejor porque es mi madre quien me va a hacer la comida, y engordaré, recuperaré los kilos que he perdido. Y cuando esté bien, me iré a París, no pienso quedarme aquí. Pues aquí, nada me retiene. Émile ya no 583

significa nada para mi. Estoy seguro que después, vendrá detrás de mi para que lo perdone, pero luego será demasiado tarde. Porque no podrá remediar con palabras, el daño que me ha hecho ... Claire ¿ Crees que seguirán llamándome de la radio y la televisión ? Aquí no recibo ninguna comunicación, porque estoy en el Hospital. También como iba con la conversación, y de pronto, todo cambió en su mente. Traté de contenerme las lágrimas, para que no me viera llorar. Aún seguía con la idea de que le habían llamado de la radio y la televisión para que hablara, pero nunca me dijo sobre qué tema. El tampoco lo sabía. - Supongo que si Hugo - Respondí, por decirle algo. - Claire, un día me verás en la televisión, y me oirás por la radio. - Claro que si Hugo. También yo tengo ganas de que ese día llegue. Estaré contenta de verte y de oírte. Se quedó mirando a un punto vacío, imaginándose cómo sería. Se me encogió el alma de pensar, que le quedaba poco tiempo de vida. Le miraba porque lo quería recordar, aunque su físico ya no fuera el mismo. Una enfermera hizo su presencia en la sala de visitas, anunciando a los enfermos que estaban acompañados de sus familiares - Que la comida la tenían servida en el comedor, y que tenían que ir al instante. Acompañé a Hugo hasta el comedor, y me quedé a su lado, para ver que comía. Destapé los dos platos principales para ver que contenían. El aroma sabroso del primer plato, hizo que 584

me entrara apetito. Era puré de guisantes, muy bien cocinados. Hugo los miró, e hizo un gesto con la boca de poco agrado. Destapé el segundo plato, y me encontré con un entrecot, acompañado de patatas fritas. Era muy buena comida la que daban en el Hospital. Hugo no tenía apetito y la comida no le entraba. Dejó a un lado el puré de guisantes con la excusa de que estaba caliente, y pasó al entrecot. Lo fué comiendo despacio, y sin mucho apetito, le costaba trabajo masticar y tragar, se esforzaba todo lo que podía. Pero me di cuenta que lo hacía porque yo estaba junto a él, y se sentía vigilado. Cuando acabó de comerse el postre, flan, lo acompañé a su habitación, y se quiso quedar sentado en la butaca. Nos despedimos hasta el viernes, que era cuando la ambulancia lo llevaría a casa. Se quedó contento a que llegara ese día.

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Al llegar a casa y al abrir la puerta de la verja, me sorprendió ver a Émile sentado en un sillón en el porche, me estaba esperando - ¿ Qué querrá ahora ? Pensé. Al darme la vuelta para entrar en el caminillo, él venía a mi encuentro. Había cambiado de manera de vestirse, por otra más elegante o, más clásica. Un traje 585

color tabaco, una camisa a rayas blancas y azules, y corbata color gris marengo. Zapatos marrones y brillantes, acabados de limpiar. Reconozco que estaba atractivo. Pero su visita no me hacía ni pizca de gracia. Llegó a mi, antes que yo alcanzara el porche, y sin más, me asió de los brazos, dejándomelos casi inmovilizados, y una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Esperé para que hablara. - Claire, estoy contento de verte. Sé que vienes del Hospital, me lo ha mencionado Yosi cuando le he preguntado por ti. - También estoy yo contenta de verte - Dije, moviéndome para que me dejara los brazos libres - ¿ A qué has venido ? ¿ No tenías que estar en tu trabajo ?. - Si, pero había pedido que me dieran tres días libres, que con el sábado y el domingo se me hacen cinco ¿ Te gusta el traje que me he comprado ? - Dijo soltándome los brazos, sin dejar de mirar sus manos cómo se separaban de ellos - Está recién salido de la tienda ¿ Te gusta ? Lo he hecho por ti. - ¿ Por mi dices ? - Dije andando hasta el porche. - Sí, te gusta el hombre que viste clásico - Respondió, caminando a mi lado - Y a partir de ahora te quiero complacer en todo. - ¿ Porqué ? - Dije sentándome en uno de los sillones, y Émile enfrente de mi - ¿ A qué viene eso ahora ? Dime para qué has venido. Su sonrisa de dientes blancos y limpios había cambiado.

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- No soy bien recibido ¿ Verdad ? Y yo que venía contento para sacarte de todos tus apuros. - ¿ Me ves apurada ? - Dije, con los codos apoyados en la mesa, y las manos cruzadas sosteniendo la barbilla, y la mirada fija en él. Movió la cabeza afirmando. - Me necesitas - Dijo convencido - Soy tu marido, y el que también tengo que mantenerte, todo lo demás es pasajero. - ¿ Y que es lo que tienes previsto para mi ? - Dije con ironía, que él percató. - Claire, tienes que ser razonable, y ver las cosas como son. Tu tienes treinta y siete años, y ese tal John diez menos que tu. Cuando consuma lo que quiere, lo que busca, te dejará, y después ¿ Qué ?. - ¿ Me dejará tirada como tu lo hiciste ? ¿ Te estás refiriendo a eso ?. Sonrió ligeramente, y después se puso serio. - He venido para llevarme tus cosas a la otra casa - Dijo en seco, afirmándolo rotundamente. - Nada que sea mío saldrá de aquí, dije poniendo las palmas de las manos encima de la mesa. - Te aferras ¿ Eh ? ¿ Porqué siempre has tenido que hacer que yo pierda la paciencia ? ¿ Desde cuando has dudado de mi ?. - Desde que supe que me engañabas con hombres ¿Cómo quieres que ahora yo te crea ? Ya jamás te podré creer. Y te pido que guardes tus opiniones sobre mi, y a John lo que se refiere ¡ No me atosigues más con tus relatos que no van a ninguna parte !. Se puso en pie, y me señaló con el índice. 587

- No será fácil de que te liberes de mi. Pues, no puedes casarte con John, porque lo estás conmigo. Y tampoco es fácil de que pidas el divorcio, puesto que estamos muy lejos de Francia, así es que piénsatelo bien antes de que cometas un grave error. También me puse en pie, dispuesta a despedirlo. - Émile, no te entrometas más en mi vida. - Y si no ¿ Qué ? Soy tu marido, y quiero que vivas donde yo ¿ Hay algo de malo en eso ?. Se oyó el teléfono sonar, y a la tercera, Yosi lo cogió. Oía cómo hablaba con alguien, pero seguidamente cortó. - Será tu amigo - Dijo Émile, con la voz ronca - Todo terminará cuando yo le eche el guante ¡ Niñato de papá que todo se lo dan hecho !. Estaba muy equivocado. - Si lo conocieras no hablarías así de él. Ha llegado a donde está, por sus propios méritos. Se enfadó, y creí que se volvía loco. - ¡ Qué méritos puede tener, un pobre marioneta, que viste y tiene porte de un narciso ! ¡ Que tiene una melena que le llega a la mitad de la espalda, atada igual que una mujer ! ¡ Ese es más maricón que yo ! ¿ Lo has oído ? ¿Desde cuando te gustan los maricas ? ¿ No me tienes a mi ?. Puse las palmas de mis manos en las orejas para no oírlo. Me negaba a seguir oyéndolo hablar. - ¿ No te interesa oír lo que pienso de tu delicada flor ? Repuso con guasa, haciendo los gestos femeninos ¿Tienes miedo a que dañe su imagen ?.

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- ¡ Basta ! - Grité, sin quitarme las manos de las orejas Eres ridículo, torpe y tonto ¿ Quieres que siga hablando de ti todo lo que pienso ? ¿ Lo quieres oír todo ?. - ¡ Vamos despelótate ! - Replicó haciendo un ademán con las manos para que avanzara hacia él - ¡ No te reprimas !. - ¡ No quiero seguir hablando contigo ! ¡ Me niego ! Dije avanzando unos pasos para entrar en la casa. Al mismo tiempo que Émile ponía la mano delante de la puerta para no dejarme entrar. - Émile, por favor te lo pido - Dije manifestando paciencia - ¿ No eres gay ? ¿ Que es lo que quieres de mi ?. - Que vengas conmigo - Dijo más calmado - No llevaré a casa a ningún amigo, te lo prometo, ni tampoco te pediré que compartas el dormitorio. Tengo reservado uno que es el mejor para ti ¿ Que quieres más ?. - Quiero que me dejes en paz, y que no me atosigues ¡ Déjame por una vez de que sea feliz ! ¡ Te lo pido por favor !. Ocurrió lo que yo temía. Delante de la puerta, acababa de pararse un coche. Hice un recorrido rápido con la mirada, y mis ojos se agrandaron al descubrir que se trataba del descapotable rojo. Advertí, que Émile con todo el enfado que teníamos, no lo había oído. Yo trataba de disimular, y así me anuncié. - Necesito entrar en la casa, pues tengo hambre ¿ Quieres tomar algo ? ¿ O comer ? - Le propuse. Reflexionó unos instantes, pensando, qué era lo que estaba ocurriendo. 589

- Comeré contigo - Dijo - De esa manera podremos seguir hablando, creo que llegaremos a un acuerdo. Siempre hemos llegado ¿ Porqué ahora no ?. No dije nada y entré, pero me quedé un poco atrás, para echar una ojeada fuera. John había salido del coche, y se había quedado apoyado en el lateral, con los brazos cruzados, y mirando hacia la casa. Nos vimos de refilón. Entré directamente a la cocina, para preparar la mesa, pero Yosi ya lo había hecho, sólo quedaba poner comida en los platos. La puerta del aseo de abajo se oyó como se abría, y seguidamente se cerraba. Era Émile que había entrado. Yosi se acercó más a mi y me dijo en voz baja. - Ha llamado el señor Edwars preguntando por usted. - ¿ Qué le has dicho ?. - Que estaba su marido, y que estaban hablando en el porche. - ¿ Te dijo algo más ?. - Nada, sólo gracias, y seguidamente colgó. - Está fuera - Le indiqué bajando la voz. - Si señora, lo he visto. - Cuando mi marido y yo estemos comiendo, acércate a la verja, y dile que se vaya, y que vuelva cuando el coche de mi marido no esté. - Así lo haré, pero no me va a escuchar, está enamorado, y sólo escucha el dictamen de su corazón. - Yosi, estoy de acuerdo contigo. Pero pídeselo por favor. - Haré lo que usted me ha dicho, pero sé que le va a dar igual.

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Se oyó de nuevo la puerta del aseo cómo se abría y se cerraba. Yosi salió por la puerta de la cocina al jardín, yo me dispuse a poner los platos con comida sobre la mesa, para Émile y para mi. Émile se sentó en el lugar que ocupaba siempre, y yo en el mío o sea enfrente. - Tengo hambre - Dijo desdoblando la servilleta, y mirando el plato con deseos de comer. No respondí, pues no sabía que decirle, la garganta la tenía seca, y la voz me había cambiado. Émile para estas cosas era bastante perspicaz, y me hubiese preguntado Porqué de mi nerviosismo. Bebí un trago de cerveza fresca de un vaso, y me aclaré la voz. Empezaba a cortar la carne, y Émile me preguntó. - ¿ Te ocurre algo ?. - ¿ Eh ?. - Que, que te pasa ¿ Porqué no hablas ?. - ¿ Qué quieres que diga ? estoy comiendo. - Si claro - Dijo llevándose un trozo de carne con el tenedor a la boca. Oí pasos de Yosi, cerca de la puerta trasera que regresaba de haber hablado con John. Hubiese dado en ese instante lo que fuera, solo por saber su respuesta. Tampoco Yosi entró en la cocina, sus pasos se dirigían a la vivienda que tenía. Su hijo Moisés dormía en esos momentos. Deseé que John hubiese escuchado lo que Yosi le dijo, pero no las tenía todas conmigo. John tampoco cedía a lo que se refería a mi. Me puse tan nerviosa, que el tenedor se me cayó al suelo, armando un gran

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estampido. Émile levantó la vista y me miró y reaccionó poniéndose en pie. - Ahora te traigo otro - Dijo agachándose y cogiendo el tenedor que había caído al suelo. Seguía muda, no me salían las palabras de mi boca. Mi vista seguía los gestos de Émile, y lo miraba cómo se volvía a sentar, ofreciéndome un tenedor limpio. Me miró de cara, fijamente. Le di las gracias. - ¿ Sigues enfadada conmigo ? - Me preguntó. Negué con la cabeza, y sentí, que por mis ojos resbalaban dos lágrimas. No las podía evitar, y dentro de mi sentía mucha rabia de no saber dominarme. - No es nada - Dije quitándome las lágrimas con las yemas de los dedos. - Claire. - ¿ Eh ?. - ¿ Quieres mucho a John ?. Me quedé sin saber que decirle, por miedo. Siguió haciéndome la misma pregunta - ¿ Quieres a John?. - Émile hemos hablado antes, de que no tienes que meterte en mi vida, ni preguntar por mis sentimientos. Lo tienes que respetar, como yo respeto lo tuyo. - De acuerdo - Dijo levantando las palmas de las manos por la altura de los hombros - Sólo quiero saber si lo quieres ¿ Lo quieres ?. Ya no pude más y ... - ¿ Quieres tu a Hugo ? ¿ Quieres a Paul ? ¿ Quieres a tus otros amigos que no conozco ? ¡ Respóndeme ! ¿ Los quieres ?. 592

- Sí los quiero, y no me avergüenzo de decírtelo. - ¿ Los quieres con deseo y con amor ?. Se rió, dejando oír una ligera carcajada. - ¿ A qué viene eso ahora ? - Preguntó como si nada. - A lo mismo Émile, a lo mismo. Si tu me preguntas yo te voy a preguntar ¿ De acuerdo ? A partir de ahora vamos a ir así. Por que no pienso responderte a nada. - Está bien, me has respondido - Dijo inclinándose hacia delante para mirarme de más cerca. Los deseos de que llegara el sábado eran grandes. Con los padres de Hugo en casa Émile no vendría, o quizá si, cuando ellos no estuvieran, y salieran por alguna razón. Me puse en pie, sin haberme acabado el plato, no podía seguir comiendo, el nudo que tenía en la garganta no me dejaba tragar. Como no quería llamar la atención de Émile, me quedé apoyada en el larguero de la puerta trasera. Me echó una ojeada, y siguió comiendo. Necesitaba saber si John seguía delante de la casa. Miré a Émile y vi que comía con apetito, y aproveché sólo un minuto para salir fuera y mirar rápidamente. Fué el tiempo suficiente para ver el cabezal del descapotable rojo que seguía en el mismo lugar. A John no lo vi, por que fué todo muy rápido. Volví sobre mis pasos, y me quedé de nuevo en donde estaba. Tenía la espalda y la cabeza apoyada reposando, con los ojos cerrados en el larguero de la puerta. Pensaba en el problema que tenía delante, y sin saber cómo podría resolverlo. La voz de Émile hizo que abriera los ojos, y lo mirara. - ¿ Porqué no vienes a comer ?.

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Sin ganas y lentamente me acerqué hasta la mesa y me senté. Cogí el tenedor y escarbé en el plato los restos de trozos de carne guisada, con zanahorias y guisantes. Émile miraba lo que hacía, era consciente de que me estaba observando - Pensé - ¿ Porqué lo tengo delante de mi comiendo ? - Me quiere fastidiar a fondo, sabe que me está fastidiando, y que me está molestando, y está disfrutando como un bellaco, de verme como lo estoy pasando mal. Me volví a poner en pie, y me quedé quieta mirándolo sin saber qué decirle, la inquietud que tenía por dentro me estaba devorando. Y de inmediato me vino una idea, y le dije. - Tengo que subir a mi dormitorio. Émile quitó los ojos del plato para mirarme. - Sube - Dijo, y siguió comiendo. Al instante me sentí liberada de su presencia, y cuando iba subiendo las escaleras respiré profundamente. Entré en mi dormitorio y cerré la puerta. Me dirigí a la ventana, y me puse delante para que John me viera. Pues, mi idea era de hacerle una señal para que se fuera. Me estaba imaginando el encuentro que tendría cuando Émile se quisiera ir de casa, se tenían que ver cara a cara, era obligado, al estar el coche de John parado a dos metros del de Émile. John seguía en el mismo lugar que se había quedado, junto al descapotable. Sus ojos miraban toda la casa, y de pronto se encontró conmigo mirándole por la ventana. Su cuerpo esbelto se aceleró y avanzó varios pasos hasta ponerse junto a la verja.

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Le hice un gesto con las manos para que se fuera, al mismo tiempo que le lanzaba dos besos. Pegó su cuerpo a un más a la verja y con la cara levantada y mirándome fijamente, en voz alta dijo. - ¡ Baja Claire ! Necesito hablar contigo. Yo le marqué silencio bajando las manos. John negó con la cabeza. Y volvió a repetirme con la voz aún más alta. - Claire, quiero hablar contigo, tengo que verte de más cerca ¿ Puedo entrar ?. - ¡ No ! exclamé agitando las dos manos a la vez. - Pues, baja tu - Dijo con un ademán de darle todo igual. Émile seguramente que nos había oído, me puse a temblar. Me fui de la ventana, y me dirigí a la puerta para salir del dormitorio y al instante de abrirla, me di de cara con Émile. Con el semblante serio, grave, con la mirada rígida y penetrante, me quedé helada y sin poderme mover, sin poder apartar mis ojos de los suyos. De súbito, me apartó a un lado con su gruesa y fuerte mano. Y en dos zancadas se había puesto en la ventana. No sabía como reaccionar y me puse a bajar rápidamente las escaleras. Atravesé el salón, y al llegar al porche, miré en dirección a la verja. John seguía de pie mirando a la ventana, y oí la voz de Émile que le decía desafiándolo. - ¡ Entra que ya tengo ganas de pillarte ! ¡ Excremento !. ¡ Basura !. Aligeré por el caminillo para llegar hasta la verja. John sólo me miraba a mi, y parecía más tranquilo

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cuando me vio cerca. Fué él quien abrió la verja, y al acercarme cogió mi mano y me saco fuera. Rápidamente eché una mirada a la ventana, pero Émile no estaba. Pensé, que serían cuestión de segundos para que llegara a donde estábamos. Apreté con fuerza las manos de John, y le supliqué. - ¡ Vete rápidamente de aquí ! ¡ Émile está enloquecido ! ¡ Vete antes de que ocurra algo !. - Claire, cálmate y no tengas miedo - Me decía con suavidad. Advertí la presencia de Salomón que desde el jardín miraba la verja, donde fuera estábamos John y yo, y también al mismo tiempo observaba la entrada a la casa, por donde tenía que salir Émile. Mi desesperación iba en aumento. Y decidí llevarme a John a su coche, y que nos fuéramos de allí hasta que Émile se calmara. Era ridículo lo que pensaba - ¿ Cómo Émile se iba a calmar, si tenía ya ganas de emprender una pelea con John ? Una pelea que no tuviera fin. Mis ojos se agrandaron al ver a Émile que salía de la casa sin chaqueta, y sin corbata, y con las mangas de la camisa arremangadas por encima de los codos. Lo vi dispuesto a todo, y dando grandes zancadas para llegar a la verja, al mismo tiempo que decía gritando. - ¡ Claire entra dentro de la casa ! ¿ Me oyes ? ¡ Entra dentro !. John se acercó a mi mejilla, y rozándola con sus labios me dijo por lo bajo. - Haz lo que te dice, entra en la casa, y no tengas miedo ¿ De acuerdo ?.

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No me dio tiempo a decir nada. Pues Émile había llegado a la verja, y me di de cara con él, estaba blanco, la boca rígida, y la mirada seca. Sus pupilas se clavaron en las mías, de tal modo que me horroricé. Y con voz seca y áspera me volvió a repetir. - ¡ Te he dicho que entres en la casa !. Recordé las palabras de John e hice lo correcto. Caminaba a prisa por el caminillo, no quería volver la vista atrás, no quería presenciar algo que me marcara - Pensé - Es posible que no tengan ninguna clase de lucha, y que solo dialoguen porque Émile también sabía medir el cuerpo de su adversario, y según lo veía, así reaccionaba. Salomón seguía en el mismo lugar, en el medio del jardín. No advirtió que yo pasaba cerca, su mirada la tenía puesta en la verja esperando ver qué pasaba. Al llegar al porche, no resistí más, y me di la vuelta, y miré, con los ojos llorosos, mi corazón palpitaba lleno de rabia y de impotencia - ¿ Porqué me iba a dejar avasallar por Émile ? Él hacia de su vida lo que quería, lo que le venía en gana, sin mirar si me causaba daño. Émile y John hablaban, aunque Émile se estaba mostrando gallo, no trataba de iniciar nada en contra de John, pues John era más civilizado, y quería llevar ese duelo a un buen término. La indignación que sentí colmó todas las barreras, pues, habían dos hombres que disputaban mi destino, mi cariño, y mi amor. Y yo estaba haciendo lo que el uno y el otro me decían. Volví sobre mis pasos, con un coraje y furia que nadie era capaz de calmar. Llegué hasta la verja, la 597

puerta se había quedado abierta. Las palabras de Émile resonaron en mi mente, cuando oí que le decía a John con descaro y rigidez - ¡ No te acerques más a mi mujer, porque de lo contrario te las verás conmigo !. Se me alteraron los nervios y no me pude callar. Me acerqué a ellos y con rabia le dije a Émile. - ¡ Eres tu quien no tienes que acercarte más a mi, y que me dejes tranquila ! ¿ Me estás oyendo ? - Dije con voz aplastante, y cogiéndole por la manga de la camisa. Émile se quedó parado y sin reaccionar, me miraba como si estuviera viendo a un fantasma. John por el contrario me observaba con una sonrisa, él, estaba tranquilo no había perdido los nervios. Antes de que Émile reaccionara le volví a decir. - ¡ Coge lo que tengas en esta casa y vete ! ¡ No quiero volver a verte nunca más !. Émile tardó en responder, pero al final dijo. - Te recuerdo, que si quiero vivir en esta casa, vivo. - Está bien - Le dije con el mismo coraje - ¡ Quédate, pero yo me voy ! no quiero estar ni un sólo minuto más, a tu lado ! ¡ Ya no trago más, todas tus mentiras !. Émile se vio ridiculizado ante la presencia de John. Los humos que tenía se le vinieron abajo, el hombre macho que quería aparentar, se derrumbó, y no podía ni siquiera mirar a John a la cara, sentía vergüenza de que yo le hubiese hablado del modo que lo hice. No había otra manera de hacerlo. No quería pasarme el resto de mi vida estando vigilada y perseguida por él. Sin mediar palabra, entró en la casa, y a los cinco minutos volvió a salir, con la chaqueta y la corbata en la mano. Se dirigió al coche, abrió la puerta y 598

entró. Antes de arrancar, me echó una mirada, pero no era de odio. Sino de derrota, y de agotamiento. Yo le mantuve la mirada firme, y serena. Seguí con mi vista el coche como se alejaba. La mirada de John y la mía se encontraron. Tanto él como yo nos sentíamos aliviados, del pesar que desde hacía días nos venía haciendo daño. - ¿ Cómo te encuentras ? - Me preguntó. - Mejor, mucho mejor. Al fin me he podido quitar una espina que me molestaba. - ¿ Necesitas estar ahora sola ?. - No es necesario, necesito salir y hablar, no estoy triste por nada, sino todo lo contrario, me siento liberada después de tantos años. - ¿ Has pensado a donde quieres qué vayamos ?. - Sí. - ¿ Donde ? - Preguntó compartiendo mi entusiasmo. - ¿ No tenías que hacer de profesor de inglés para mi ?. John movió la cabeza afirmando, al mismo tiempo que se reía. - ¿ Estás preparada para que empecemos hoy ?. - Hoy por seguro que no, pero podemos empezar otro día, quiero estar contigo pero no aquí. - Iremos donde tu quieras. Desviándose del tema porque le preocupaba, y para él no había nada en claro me preguntó. - Claire, el viernes tiene que volver Émile aquí, con Hugo ¿ No es cierto ?. Lo miré pensando unos instantes en la cuestión.

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- Si, así es, es Émile quien vendrá en la ambulancia acompañándole. - Pues, tu le has prohibido que entre en la casa ¿ Te vas a quedar un día tu sóla cuidando de Hugo ?. Tenía razón, me lo advertía porque se preocupa por mi. No quería que pasara un mal rato, que no tuviera un problema, parecía el ángel de mi guarda. - Cuando llegue el viernes y Émile venga con Hugo en la ambulancia, ya veremos que pasa - Le dije sin darle importancia, para que no se preocupara. Movió la cabeza en señal de aceptación. - ¿ Estás decidida a que vayamos a mi casa ?. - Si, voy a darle instrucciones a Yosi para esta noche. Me cogió la mano y me retuvo. - Me gustaría que esta noche cenáramos en mi casa ¿ Que te parece ?. Nos miramos detenidamente. Y cuando John clavaba sus ojos verdes mar en los míos, corría por todo mi cuerpo un fluido de energía que me era difícil de controlar. Pero John lo apercibía, y me miraba aún con más pasión. - Creo, que es buena idea - Dije manteniendo nuestras miradas, y notando en mi mano, la calor de la suya. Me soltó la mano, y entré en la casa. A Yosi la encontré en la parte trasera de la casa. Estaba con su hijo Moisés a los pies del árbol que daba mangos. Yosi cogía los que su hijo le iba dando del

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suelo, y los iba colocando en el hueco de su delantal, me acerqué. - Yosi, no me prepares nada para cenar esta noche, porque cenaré con el señor Edwars ¿ De acuerdo ?. - Si señora ¿ Mañana estará aquí para el desayuno ?. Al momento no comprendí lo que me quiso decir, pero treinta segundos después reaccioné. - Por supuesto Yosi, estaré para el desayuno, pues, esta noche duermo aquí en casa ¿ A donde voy a dormir?. Yosi sonrió, y agachó la cabeza mirando al suelo. - Es demasiado pronto ¿ Sabes ? Para lo que estás pensando. El señor Edwars y yo, sólo somos amigos, nos estamos conociendo. - Perdone que me haya entrometido en lo que no me importa. Es que sólo quería saber si le preparaba el desayuno. - No has hecho nada malo Yosi - Le dije para que no se preocupara, puesto que se había sonrojado. - Si viene su marido y pregunta por usted ¿ Qué le digo?- Dijo mirándome de frente. - No va a venir, pero si viniera le dices la verdad. Moisés se había quedado con un mango entre las manos, y esperaba a que su madre lo cogiera. Lo miré sonriendo, pero él se quedó cómo estaba, con su mirada abierta y brillante fija en la mía.

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Entré en la casa por la puerta trasera, y fui directamente a mi dormitorio, tenía que arreglar un poco mis cabellos, ponerme uno de mis perfumes, carmín en los labios, y también coger mi bolso. Antes de salir del dormitorio, miré por la ventana, quería ver donde se encontraba John. Lo vi apoyado en su coche. Esbelto, parecido a una espiga de trigo plantado en la tierra. Me había enamorado, más de lo que yo podía imaginarme. Recordé en ese instante las palabras de Madeleine, que una noche me dijo al venir a visitarme - Te vas a enamorar de nuevo, porque te lo mereces - Yo no la creí. Y las dos nos reímos. Madeleine tenía en todo más experiencia que yo, también, tenía quizá, quince años más. Pero no era solo eso, había sufrido y vivido mucho en los campos de concentración. Era de ahí de donde le venía su sabia experiencia. No quise más hacer esperar a John, y salí del dormitorio cerrando la puerta con el pestillo. En el porche, al lado del sillón donde yo me sentaba, Diana dormía estirada, al pasar por su lado, levantó la cabeza y me miró, y seguidamente se quedó cómo estaba. 39

Al salir de la verja y cerrarla tras de mi, John se puso derecho mirándome con una sonrisa abierta. Me 602

esperaba con la puerta del coche abierta, por el lado que yo tenía que entrar. Ya instalada, él se puso al volante, y salimos en dirección a su casa. Me iba echando miradas para comprobar que me encontraba bien. Con su mano derecha cogió la mía izquierda. - John, estoy bien - Dije mirándolo con una sonrisa. - Tengo ganas de que todo esto acabe, de que seas totalmente libre, y si no nos pudiésemos casar por los problemas que Émile pueda presentar, no importa, lo que vale es que tu y yo estemos juntos, que nos despertemos todos los días en la cama, y que yo te pueda besar, y dándote los buenos días. Era una prenda de hombre. Los prejuicios que yo tenía por la diferencia de edad, iba acabando con ellos, los iba exterminando, pero despacio, aún quedaban algunos tabúes que tenía que olvidar. Y todo era debido a la juventud de John. A mi mente, a veces asomaba la idea - ¿ Y si después, cuando John me hubiese bien explorado, cómo un día me dijo Émile, se olvidara de mi ? - Pero eso no podía ser - Sólo estaba en mi mente, de lo contrario no me hubiese llevado a su casa, ni me hubiese presentado a mami, ni me hubiese llevado al restaurante que regenta su madre. No era hombre de jugar sucio. Y si yo le hubiese gustado sólo para el momento, me lo hubiera dicho. La vida no podía jugarme una derrota tan cruel. Toda mi confianza la deposité en John, me jugué la única carta que me quedaba, porque mi amor hacia él, era lo más importante. 603

La tarde estaba cayendo. Y en la entrada de la casa mami y su marido dialogaban sentados uno enfrente del otro. Mami, levantó la mano y la agitó justo cuando llegábamos, y el coche paró delante. Se puso en pie, y Samuel también, al descender del coche. - Buenas tardes Claire - Me saludó mami con su cortesía y simpatía habitual. - Buenas tardes a los dos - Respondí al mismo tiempo que le echaba una mirada a John. - Mami, esta noche se queda Claire a cenar aquí - Dijo John, al mismo tiempo que me invitaba a que entrara en la casa. - ¡ Estupendo, extraordinario ! - Dijo siguiéndonos detrás - ¿ Se quedará también a dormir ?. - ¡ Mami ! ¿ Cómo se va a quedar a dormir ? Qué cosas tienes - Dijo John sonriendo y moviendo la cabeza. - Yo te lo pregunto ¿ Hay algo malo en eso ?. La miré y le sonreí. - Sé que lo dices con buena fe mami. Sólo vamos a cenar, y más tarde acompañaré a Claire a su casa. - Claire ¿ Qué te apetece para cenar ? - Me preguntó mami. - No importa, lo que tengas previsto para esta noche Dije. - Tenemos de todo, tu pide, y yo obedezco - Dijo riendo para complacerme. Se me ocurrió decirle. - ¿ Tienes langosta ?. - Por supuesto que tenemos langosta ¿ Te apetece eso mi niña ?. - Si. 604

- Entonces, nos la sirves con champagne - Replicó John. - Pues claro. En la casa de tus padres siempre se ha servido la langosta con champagne. Y aquí no va a ser menos. - Mami, estamos en mi despacho ¿ Ok. ? - Dijo John. - Si hijo, no te preocupes que no voy a entrar. Dejé mi bolso sobre un sillón, y me fui a sentar a un lado del sofá, donde John me ofrecía asiento. Se había despojado de la americana blanca, y se quedó con la camisa gris azulada de media manga, y se sentó a mi lado. - No creo que te apetezca que estudiemos inglés ¿ Estoy en lo cierto ? - Dijo buscando mi mirada. - Prefiero que hablemos - Dije manteniendo mis pupilas con las suyas - Estoy preocupada por Émile aunque te haya dicho antes lo contrario. No me gusta el modo en qué le he hablado. - Claire ¿ Lo quieres todavía ?. - No , no lo quiero como se entiende el cariño. Si lo que quieres saber es si siento amor hacia él, pues no, no siento nada de eso. - Se merecía que le hablaras así. Y creo, que has estado suave con él. No te ha respetado ni un momento los años que lleváis casados. Ha estado mas unido con sus amigos que contigo. No tienes que sentirte apenada por haberle dicho la verdad. Sabía que John tenía razón. - Ahora no sé como quedará la invitación que me hizo para el sábado, para la inauguración de su casa. - ¿ Quieres ir ? ¿ Te apetece ir ?. 605

- No lo sé, ahora mismo no sé nada, mi mente no está para pensar. Me he quedado muy mal. - ¿ No querías que te dejara tranquila para siempre ?. - Si, pero no de este modo, hubiese querido que hubiera transcurrido de otra manera. Que él se hubiese dado cuenta. - No lo iba a hacer, Claire. Estaba dispuesto a pegarse conmigo para que te dejara en paz, para que él pudiera hacer de ti lo que quisiera ¿ Lo ibas a estar permitiendo durante mucho tiempo ?. Tu necesitas un hombre que te quiera, y que te quiera de verdad, como un hombre quiere a una mujer. Cómo yo te quiero, que desde que nos conocemos, no sé lo que es dormir por la noche. Sólo pienso en ti, y en darte, todo lo que tu necesitas, lo que una mujer tiene que tener, un hombre que se desviva por ella. Jamás he tenido miedo a nada Claire, y ahora lo tengo, porque pienso que Émile puede llegar de madrugada, y hacerte algo irreparable. Y a mi mente se acerca la venganza, porque si a ti te ocurriese algo, me cargo a quien sea ¿ Lo oyes ? al culpable. John acercó su boca a la mía. Me besó, y nos besamos. Sentía en sus besos toda la verdad que me estaba diciendo. Sus besos eran calientes, y con sabor a miel. Me sentía feliz y flotando en un mundo lleno de pasión. Jamás había sentido tanto fuego dentro de mi, cómo el que John me estaba dando. No recordaba que hubiese tenido un momento tan mágico con Émile. Jamás supo hacerme sentir de esa manera.

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- John, te creo, no es que quiera creerte, creo lo que me dices - Le dije separándome de su boca, y manteniendo mi mano en su mejilla - Pero es que por mi mente corren dudas, quiero ser sincera y decirte toda la verdad. - ¿ A qué dudas te refieres ? ¿ A tu edad y a la mía ? ¿ A que tu estás casada y yo no lo estoy ? ¿ Esas son tus dudas ? ¿ Crees que por esas dos razones voy a echarme atrás ?. Afirmé con la cabeza. - Si exactamente. Es posible que piense como la gente antigua. Pero después pienso de que estoy equivocada. - Si que lo estás, en esto si. Claire, vive el presente, sin ocuparte de lo que sucederá mañana. Lo que importa es, lo que estamos viviendo ahora, aquí, tu y yo. Otra vez tenía razón. Él tan seguro de si mismo, y yo con mis dudas y mis inquietudes. Sonó el teléfono del despacho. John alargó el brazo y lo cogió de encima de una pequeña mesa que había a su derecha. Era mami que desde el teléfono de la cocina, avisaba que la cena esta servida. Pasamos al comedor. John no tenía nada de lujos en su casa. Todos los muebles eran sencillos, y el comedor muy acogedor. El juego de platos rústico, de color mostaza. Los cubiertos sencillos, y las copas también. El mantel que cubría la mesa era blanco, que casi brillaba. Miré las servilletas blancas relucientes. En cada plato había una langosta abierta, era grande, y mucho apetito no tenía. John destapó la botella del champagne Francés que mami había metido dentro de la heladera. Me sirvió una copa, y él otra e hicimos un brindis. 607

- Por nosotros diosa mía, para que siempre estemos juntos y nos amemos - Este fué el brindis de John. - Si, por nosotros, mi amor - Fué el mío. Los ojos verde mar de John, me sonrieron, él no esperaba que yo brindara por nuestro amor, y menos que le dijera amor. Bebimos un sorbo de champagne a la vez. En todo el tiempo que duró la cena, mami no entró en el comedor, y tampoco la vi en el momento de entrar, ni había el menor ruido. Era cómo si en la casa no viviera nadie más que nosotros dos. Para mi era un mundo nuevo al que me tenía que adaptar. En la casa habían reglas a seguir, y nada tenía que ver con dueños y criados. Se mantenía un protocolo entre todos los que habitaban la casa. John quería a mami, puesto que ella fué quien lo crió, y lo vio nacer. Ella le cambió los pañales, lo bañaba, se quedaba de noche cuidándolo por si lloraba. Le daba de comer, y lo sacaba a pasear. Hizo la función de madre, era por eso que mami lo quería cómo a un hijo. La noche que John me llevó a cenar al restaurante que regentaba su madre, ella, no se acercó a la mesa, no vino ni siquiera para decirle dos palabras cariñosas a su hijo, ni para saludarme a mi. Comprendí, que todo se basaba en reglas y costumbres que la familia llevaba. John se había esmerado para que yo estuviese bien esa noche colmándome de atenciones. Mami también lo hizo muy bien, la langosta estaba bien cocinada, y eligió

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un champagne fino, suave, que cuando bajaban por la garganta, las burbujas, apenas se notaban. Me hubiese quedado a vivir con John, esa misma noche. Todo era tan perfecto y armonioso, que para mi parecía un sueño. De hecho, John era un sueño del que yo jamás pensé que me pudiese suceder. Cuando salíamos del comedor, me alegré de ver a mami, que esperaba en el salón sentada en una butaca para preguntarnos si queríamos tomar té. Se puso de pie nada más vernos, ella siempre estaba sonriente, y tenía una palabra amable. Yo la felicite. - Mami, la langosta estaba muy buena - Le dije cogiéndole una mano en señal de cariño. - Me alegro mucho que te haya gustado, lo he hecho para eso, para que te guste ¿ Queréis tomar té ? - Dijo mirando el gesto que hice de cogerle una mano. John y yo nos miramos. No sabía si él tomaba té de noche, y John tampoco lo sabía de mi. - Si tomas té, lo tomo yo - Me dijo. Vacilé unos instantes. - Si, tomaré té. - Mami, lo tomaremos fuera - Dijo John. Era noche de Luna llena, y la luz plateada enfocaba con brillo la entrada de la casa y los alrededores. John apagó la luz de fuera, nos veíamos perfectamente el uno al otro en el cobertizo, con forma arqueada y con dos columnas en los laterales. Nos sentamos en sillones de bambú, uno al lado del otro. Mami no tardó en venir con una bandeja de plata que sostenía en las manos, y la depositó sobre la mesa de bambú. Nos echó una mirada y nos sonrió.

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Noté, de que estaba contenta, se sentía feliz de vernos allí y sin mencionar palabra volvió a entrar en la casa. No tenía ganas de tomar té, lo pedí, porque mis deseos de estar junto a John eran grandes. Era mi gran noche, y no quería que se acabara. John tomó mi mano derecha, la llevó hasta sus labios y la besó, dos, tres veces. Y seguidamente nos besamos con ardor. Era la noche más deliciosa que pasaba en toda mi vida, y con el hombre más atractivo que jamás nunca vi. Miré el semblante de John, y lo vi preocupado. - ¿ Qué te ocurre ? - Le pregunté. - Me preocupas tu - Dijo besando mi mejilla. - Ya sé ¿ Pero son tantas cosas las que te preocupan de mi ? ¿ Cual de ellas ?. Movió la cabeza sin dejar de mirarme. - ¿ No es el sábado cuando llegan los padres de Hugo ?. - Si, y los iré a esperar yo, en un taxi, recuerdo habértelo dicho. - Es que quiero acompañarte yo, no te voy a dejar sola. Iremos los dos ¿ De acuerdo ?. - ¿ En tu descapotable ? - Le pregunté para estar segura. - No, cogeremos un taxi para ir, y otro para venir. Ya se acabó de que te veas sola para todo. Estaré a tu lado hasta que decidamos algo, hasta que tu tengas las cosas claras, y te veas más libre para decidir. Acepté, porque era lo correcto. Cuando John me dejó delante de la puerta de la casa, eran las doce y media de la madrugada. Bajamos los dos del descapotable, y llegamos hasta la verja. Las

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luces de la casa estaban apagadas, a excepto, la del porche, que Yosi dejó encendida hasta que yo regresara. - ¿ Qué vas hacer mañana ? - Me preguntó John. - Tengo que preparar con Yosi dos dormitorios para que esté todo bien, uno para Hugo que viene el viernes y otro para sus padres. Quiero que esté todo perfecto. - ¿ Y cuando nos podremos ver ? - Dijo acariciando mis cabellos. - Siempre que queramos, ya no tengo barreras que me separen de ti. Me da igual si Émile está aquí y nos ve. Ya no le tengo miedo. - Estoy contigo, y no tienes que decir eso, no tienes que mencionar el miedo. Ahora no se atreverá a hacerte chantaje, eso es lo que ha estado haciendo contigo, los años que habéis estado casados. - Te quiero John - Le dije saliéndome del alma. - Y yo te amo diosa mía. Y nos volvimos a besar. Abrí la puerta de la verja, y Diana salió, estaba detrás esperando a que abriera. - Buenas noches John - Dije despidiéndome. - Que duermas bien mi adorable diosa ¿ Te apetece que mañana a las cuatro tomemos el té juntos ?. - Si me apetece. - Mañana estoy aquí como un centinela a las tres de la tarde, para llevarte a un sitio especial, donde hacen el mejor té. Seguí a John con la vista, hasta que subió en el descapotable rojo. Puso el motor en marcha, y le dio al acelerador. Y antes de que yo me diese cuenta había dado marcha atrás, y con la rapidez del rayo estaba junto 611

a mi, el coche se había detenido a medio metro de mis pies. - Bésame - Me pidió. - ¡ Estás loco ! - Dije acercándome a su boca. - ¿ Ahora te das cuenta de que lo estoy ? Me volví loco la primera noche que te conocí. Cuando te miraba ¿ Sabes qué pensaba ?. - ¿ Qué ? - Dije riendo. - Ella es la que va a ocupar mi corazón. - ¿ Pensaste eso ?. - Si ¿ Y tu pensaste algo sobre mi ?. - Si, que eras el hombre más guapo que había conocido, y cogí celos de la mujer que estuviera ocupando tu corazón. - ¿ Eso fué lo que pensaste ? ¿ La llegaste a imaginar ?. - ¿ A quien ?. - A la mujer que estuviese ocupando mi corazón. - Si. - ¿ Cómo la imaginaste ? Rubia, morena, alta o pequeña. - Rubia, con los cabellos largos, más largos que los tuyos, y no muy alta ¿ Esta mujer ha existido en tu vida?. John se rió de buena gana y ... - ¿ Esa mujer no serías tu ? ¿ Lo has pensado ?. - Si, creo que era yo - Dije siguiéndole la broma. - Mañana, a las tres de la tarde paso a recogerte - Dijo a punto para salir a la carretera. Agité la mano para decirle adiós. Y vi cómo se alejaba, y esperé a que girara a la derecha. Entré en la casa, y Diana me seguía, daba los pasos que yo, siguiéndome por toda la casa. 612

Al entrar en mi dormitorio vi una nota sobre la cama. Estaba escrita en inglés, era Yosi que la había escrito y lo poco que yo sabía de inglés lo entendí, porque sólo eran dos líneas - Señora, la madre del señor Barreau la llamará a la una. Me di prisa a prepararme antes de que llamara la madre de Hugo. Miré el reloj de la mesita de noche. Faltaban cinco minutos para la una de la madrugada. Sólo me dio tiempo de descalzarme para ponerme el camisón de dormir, y el salto de cama. Bajé las escaleras, y cuando iba llegando al salón, sonó el teléfono. - Diga. - Buenos noches Claire, perdone que la moleste tan tarde - Dijo la madre de Hugo excusándose - Llamé a las seis de la tarde, y cogió el teléfono una mujer que sólo hablaba inglés. Y por mediación de la operaria, supe de que no estaba usted. - Buenas noches Jeanne. He tenido esta tarde que ausentarme, pero he encontrado la nota que me dejó diciendo que me llamaría ahora. - ¿ Cómo está mi hijo ? - Dijo preocupada. - Esta mañana he pasado tres horas con él, en el Hospital, y sigue igual o, quizá mejor, porque el viernes le dan el alta, y viene a casa - Dije sin revelarle la verdad. - Gracias Dios mío. Estoy rezando mucho para que se ponga pronto bien, y según cómo lo veamos, nos lo traemos a París ¿ Entonces usted lo ha encontrado mejor?.

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- Eso es lo que me ha parecido - Dije sin darle más argumento, por la sorpresa que se pudiesen llevar al verlo. Hubo unos segundos de silencio. - Claire, la llamo para arreglar nuestro viaje, y decirle que el viernes, a las ocho de la noche, cogemos el vuelo que va directo a Johannesburgo, y tiene la llegada al día siguiente, a las doce y treinta minutos del medio día. - Perfecto - Dije - Estaré en el aeropuerto, con un amigo, esperándolos ¿ Pero cómo sabré que son ustedes ?. - Ya está pensando. Tendrá mi marido en la mano un cartón con el nombre de Hugo. Y si hubiese mucha gente, lo levantará por encima de la cabeza. - Muy buena idea - Dije, y me compadecí de ellos, porque no se imaginaban lo que se iban a encontrar. - Claire ¿ Entonces quedamos así ?. - Si Jeanne, no se preocupe, que estaremos esperándolos. - Buenas noches y que descanse - Dijo despidiéndose. - Hasta pronto Jeanne, y que tengan un buen viaje. Dejé el teléfono sobre la horquilla. Tenía la boca seca, era sed, y me dirigí a la cocina. Abrí la nevera, y miré que era lo que podía beber frío y que me refrescara. Mi vista se detuvo en la botella de leche. Extraje el recipiente de plástico, y sirviéndome de un vaso, lo llené, y bebí el contenido en tres tragos. Cuando iba subiendo las escaleras, sentí sueño. Y nada más entrar en el dormitorio, me eché en la cama, y me quedé dormida.

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Puse el despertador para que me avisara a las siete de la mañana, pues, este día que era jueves, había mucho que hacer. Tenía que ayudarle a Yosi, sobretodo, para ordenar los dormitorios, y la ropa de Hugo. Quería que estuviese bien, últimamente había utilizado el dormitorio de abajo, el de matrimonio, de él y Émile. Desde que entró en el Hospital, sólo había ido Yosi, un par de veces, para cambiar las sabanas de la cama, y una vez más para limpiar. El dormitorio de arriba, el que últimamente había estado utilizando Émile, era de dos camas pequeñas, una al lado de la otra, y en el medio, se hallaba la mesita de noche, equipada con lamparita, y un despertador. Este dormitorio estaba limpio. Yosi entró dos días después de que Émile lo abandonara, y lo dejó reluciente. Este era el dormitorio que yo pensaba dejarles a los padres de Hugo. A las siete y cuarto estaba en la cocina. Yosi no había preparado el desayuno, pues no sabía hasta qué hora estaría durmiendo, y estaba limpiando la bandeja de plata, con un líquido para este metal, y también el juego de té. Se extrañó al verme tan pronto, pues, pensaba, que cómo había vuelto tarde a casa, pues, también me levantaría tarde. Dejó sobre una repisa la bandeja que limpiaba. Advertí que lo hacía para poner la mesa de mi desayuno. Y yo me negué. - Yosi, continua con lo que estabas haciendo, ya me preparo yo el desayuno.

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Yosi siguió sacándole brillo a la plata, y se adelantó diciéndome. - Pensé ir a despertarla a las nueve, si no se había levantado ¿ Encontró la nota que le dejé sobre la cama ?. - Si, era la madre del señor Barreau. Pues llegan este sábado a Johannesburgo - Dije poniendo agua a calentar para el té - Hoy hay mucho trabajo que hacer. Lo tenemos que dejar todo preparado para mañana. - ¿ Ha pensado donde se quedará el señor Barreau ? Quiero decir ¿ Qué dormitorio ocupará ?. - Sí, lo tengo decidido, el de abajo. Creo que ahí, se encontrará mejor, está acostumbrado a ese. Nada más acabar de desayunar, nos pusimos manos a la obra. Estuvimos ordenando el armario y poniendo toda la ropa de Hugo bien colocada en los cajones del armario. Las camisas, pantalones y chaquetas, en las perchas. El dormitorio había quedado limpio, y desahogado. Eran las doce del medio día. Me hice para comer algo rápido. Un entrecot, y puré de patatas instantáneo, y una naranja, que Moisés recogía del suelo, las que se iban cayendo, y las iba depositando encima de la mesa de la cocina, quería ser útil y ayudarle a su madre. Había cogido confianza, no se escondía de nada cuando tenía ganas de hacer algo lo hacía, era una prenda de niño. Cuando me di cuenta eran las dos de la tarde, y sólo quedaba una hora para que John, me viniera a recoger. Me di prisa, porqué aún no me había duchado, y el tiempo en arreglarme pasaba rápidamente. Estuve buscando entre mi ropero lo que me iba a poner, y me decidí por un vestido color crema, con 617

escote abierto hasta el canalillo. Era largo por debajo de la rodilla, y un cinturón sin ajustar demasiado, de la misma tela del vestido. Pues, era la modista quien me hacía los vestidos en París. Toda la ropa que tenía la había traído de allí, siempre iba vestida a la moda parisina. El calzado que tenía era la mayor parte mocasines de medio tacón, era como más cómoda me encontraba. Y fué lo que elegí mocasines marrones muy claros. Siempre me había gustado vestir clásica, era como mejor me encontraba. Estaba en el dormitorio delante del espejo dándome los últimos retoques en el pelo, y adorné mis cabellos con dos pasadores finos y dorados que sostenían los cabellos por encima de las sienes, y los dejaba caer por encima de los hombros. Oí un coche que se paraba delante de la puerta, y rápidamente pensé en John. Eché una mirada al reloj de pulsera, eran las tres menos diez. Me sentía feliz, estaba contenta porque amaba al hombre más atractivo y sensual que había conocido. Eché una mirada por la ventana, porque desde lejos quería recrearme en la silueta varonil de John. Me esperaba como siempre fuera, de pie y delante del coche. Iba impecable, no le faltaba un detalle, y siempre vestía con trajes distintos, pero blanco o de color hueso. Esos dos colores eran los preferidos para vestir. El color de sus ojos verde mar hacia un bello contraste con la ropa que vestía, llegué a imaginar, que elegía colores claros para que sus ojos resaltaran más. No quería ser vista por John, pues, de esa manera podía recrearme en su figura y personalidad. Pero John miró a la ventana, y 618

me descubrió cómo lo miraba. Me sonrió, y yo le correspondí. Le hice una señal con las manos indicándole que pronto bajaba. Afirmó con la cabeza, sin dejar de sonreírme.

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Eran muchas emociones las que había vivido en poco tiempo, y todas las que me esperaban, porque todo acababa de empezar. Bajé las escaleras y llegué hasta la cocina, con los deseos de poder encontrar a Yosi, y darle instrucciones para la cena. La vi que venía caminando con lentitud, por los árboles frutales, pues, cómo eran justamente las tres de la tarde, no tenía prisa, y tampoco había mucho que hacer, pues lo más grande y de más trabajo, ya lo habíamos hecho las dos por la mañana. Cuando se dio cuenta de que la estaba esperando aligeró el paso, y se paró frente a mi, esperando qué era lo que le iba a decirle. - Yosi, me voy, pero esta noche ceno aquí. Cómo no sé a la hora que volveré, haces en el horno una pierna de cordero que hay dentro de la nevera. De esta manera, ya tengo la comida para mañana. Y comeremos cordero frío y algo más. - ¿ Se está refiriendo al señor Barreau y al marido de usted ? - Preguntó Yosi para simplificar las cosas. - Eso es. No estoy segura si mi marido se querrá quedar a comer, pero por supuesto estaremos el señor Barreau y yo. - ¿ La pierna de cordero la dejo sin cortar ? - Preguntó para que después no hubiesen sorpresas. Estuve dudando unos instantes. - Cortas para mi, uno o dos filetes finos, y el resto lo dejas entero. Encima de la mesa y cubierto con un paño.

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- Ok. Señora - Dijo con una sonrisa de cómplice, porque seguramente había advertido la presencia de John que me esperaba delante de la casa. - ¿ Duerme tu hijo ? - Le pregunté. - Las siestas que él hace son largas. Tiene cuatro años, y a esta edad necesitan dormir mucho. - Por supuesto ¡ Hasta mañana ! - Dije saliendo de la cocina. Me quedé en el umbral de la puerta, con la vista puesta fuera de la verja. La silueta de John relucía por la blancura de su traje blanco. Me gustaban sus cabellos sujetos atrás de la nuca con una cola. Me dirigí al caminillo, era así como yo llamaba la vereda de un metro de ancha, que empezaba en el primer escalón del porche, y terminaba en la puerta de la verja. Podría hacer aproximadamente treinta metros. John me esperaba sonriente, con un gesto en su rostro especial. El modo de vestirse, el de caminar, el modo en qué miraba, y con la sencillez que hablaba. Fue él quien abrió la puerta de la verja, para que saliera. - Estás muy guapa - Fué lo primero que me dijo. Y seguidamente nos besamos. Ya no me escondía de nadie, es más, me gustaba que me vieran en la compañía de John. Creo que presumía de ir a su lado. Subimos al coche, y fuimos en dirección a Johannesburgo. Yo desconocía el salón de té donde John me quería llevar. Parecíamos dos niños estrenando ropa nueva. Cada vez que el conducir se lo permitía cogía mi mano derecha, y había veces que se la llevaba a los labios, y la besaba, hasta que la volvía a dejar.

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Llegamos al parking de un edificio, donde más que un salón de té parecía un Hotel de cinco estrellas. Las cristaleras de la entrada estaban limpias y brillantes. El interior era profundo, con un jardín fuera con mesas equipadas de manteles blancos. John me había cogido del brazo, y nos dirigíamos a los jardines. El salón interior estaba medio lleno de gente de alto nivel, que degustaban el té, y lo acompañaban con unos pasteles que hacían variantes. Me percaté que la mayor parte del público que había, se giraban para mirar a John, y seguidamente después, entre ellos murmuraban. Yo sospeché, que lo hacían porque habían reconocido a John, y estaba en lo cierto. Fué él quien eligió la mesa donde nos íbamos a sentar. Era la más apartada y casi la única que quedaba libre. No tardó el camarero nativo en venir para entregarnos la carta de pastelería. Estábamos mirándola cuando de pronto se agolparon a la mesa, tres jóvenes, de entre veinte y veinticinco años. Eran atractivas las tres, y su juventud resaltaba. Por un instante llegué a pensar, que se lo querían comer. Los ojos de las tres jóvenes brillaban de deseo. Creo que yo había pasado desapercibida, y sólo le sonreían a él. Les hacían preguntas personales, tanto que me encontré incómoda o, quizá celosa, creo que celosa. John estaba dispuesto a responderle a las tres, pero lo que le interesaba decir. Me miró y se dio cuenta de que estaba algo seria. Y fué la primera vez que se dirigió a mi en francés, quizá, para que ellas no lo entendieran. - Claire, son lectoras de mis libros, y quieren oírme hablar, saber cosas de mi. Es normal que se interesen. 622

Yo afirmé con la cabeza, pero seguía sin gustarme. Tenía que acostumbrarme a la fama de John, pero lo que más me molestaba era, que por lo que se interesaban era por el físico de John. Una mujer esto lo sabe cuando ve a otra, y cuando al hombre se lo comen con la mirada. Sólo le faltaron echársele a su cuello, y sentarse en sus rodillas. John trataba de ser con las jóvenes lo más amable que podía, y esto creo que llevó a que hiciera media hora que habíamos llegado al salón de té, y que todavía no hubiésemos pedido nada. Y todo no acabó ahí, cuando advirtieron más personas, tanto hombres como mujeres de que John Edwars se encontraba en el jardín del salón. Se hizo un corro alrededor nuestro. Yo que no estaba acostumbrada a lo de la fama, lo vi extraño. Pero era consciente de que me tenía que ir acostumbrando poco a poco. Pronto iba a hacer vida en común, con un escritor, que aparte de gustar lo que escribía era guapo, un hombre bello, y con una clase exquisita. Cuando había pasado quizá una hora de nuestra llegada al salón de té, entonces fué cuando nos fuimos quedando solos. John pidió té para dos, y unas rosquillas de anís, artesanales, que la misma casa hacía. John me tenía una sorpresa preparada para después de que saliéramos del salón de té. Por donde íbamos siempre me llenaba de atenciones, y su único deseo era de que yo estuviera bien, y desapareciera de mi, el complejo que tenía a causa de la edad. Y para que yo estuviese más segura. Fuimos directamente a una joyería de prestigio donde él era conocido, pues sus padres y los dueños de 623

la joyería eran amigos. A John lo conocían desde que era aun niño. La joyería estaba en el centro de Johannesburgo. Grande, amplia, y rodeada de columnas de gruesos cristales, guardaba por detrás, joyas de un incalculable valor, y de un gran estilo, trabajadas por verdaderos artistas, con una imaginación para crear las joyas más bellas. Me extrañó donde nos parábamos y antes de descender del coche, John me dijo. - Claire, quiero que entremos en esta joyería. - ¿ Quieres elegir alguna joya para ti ? - Dije ausente de lo que realmente era. - Vamos a elegir - Dijo acercándose a mis labios y besándolos. - ¿ Vamos ? - Repetí. - Si. Necesito que estés segura de que yo te quiero, y de que los dos, nos queremos. - Estoy segura de que me quieres, no necesitas comprarme oro ni piedras preciosas para creerte. - No sólo lo hago por ti, también por mi. Quiero sentir que conmigo estás tu. Sacudí la cabeza porque no lo entendía. - John, estoy contigo siempre, y siempre lo estaré ¿ Crees que alguien nos podría separar ?. - No es porque alguien nos vaya a separar, puesto que tu y yo vamos unidos como la uña al dedo, y nadie podrá nada contra nosotros, nuestro amor está por encima de todas las cosas. Eres mi musa, y ahora eres mi inspiración.

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Me encantaba y me tenía enamorada, esa parte de poeta que iba luciendo en su figura, en sus palabras, en su manera de mirar, en su modo de vestir y de peinarse. En su manera de caminar, con clase y seducción - ¿ Porqué me había enamorado tanto de él ? Pensé que era peligroso enamorarse de la manera que yo lo estaba de John. Yo lo veía lo más parecido a un dios. Alguien sin defectos, y muchas virtudes. El amor hace eso. Descendimos del coche y nos dirigimos a la joyería. Caminábamos por la larga galería y nos salió al encuentro un hombre, alrededor de cincuenta años. Sonriente y elegante le extendió la mano a John y se la estrecharon. John me presentó. - Alwin, te presento a Claire. - Encantado señora o señorita - Dijo dudando, al mismo tiempo que miraba a John. - Señora - Recalcó John. - Perdone señora el poco tacto que he utilizado - Dijo disculpándose. - No se preocupe - Dije con una sonrisa - Es normal que no lo sepa. - Alwin, venimos para que nos muestres anillos. Alwin se quedó parado cómo si no hubiese entendido lo que John le quiso decir. - Si, exactamente - Recalcó John. - ¿ Para la señora ?. - Para ella y para mi.

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- ¡ Ah ! - exclamó quedándose con la boca abierta, y señaló un largo mostrador - Dijo - Vamos a este, es más amplio y hay más sitio. El joyero, hombre distinguido y vestido al estilo inglés, fué detrás del mostrador. Extrajo tres cofres con una gran variedad de anillos de oro y montados con piedras preciosas. Él no decía nada, sólo nos observaba. Yo no sabía exactamente lo que John buscaba, tenía las ideas tan nulas cómo el joyero. Miré a John, que había acabado de mirar un cofre, y empezó con el otro, pero antes de fijarse bien, pasó su brazo derecho por detrás de mi espalda, y reposó su mano en mi hombro. El joyero se fijo en este detalle, y seguidamente reaccionó y se quedó correctamente en su lugar. - Claire ¿ Te gusta algo de aquí ? - Me preguntó John. - No me he fijado bien ¿ Pero tu dime que es lo que quieres ?. - Dos anillos que sean muy parecidos, uno para ti y otro para mi ¿ Qué piedra o diamante prefieres ?. - Sin duda alguna la esmeralda - Dije. Me sonrió, y sus ojos verde mar se pararon en los míos. - También es la piedra que yo prefiero. En este cofre hay variaciones y tamaños, elige la que más te guste. Antes de que John me pidiera que eligiera, ya me había fijado en una sortija de platino, montada con una esmeralda en forma de corazón. La marqué con el índice. - Esta me gusta - Dije. 626

John me volvió a mirar y sonrió. - Es preciosa - Dijo con naturalidad. El joyero estaba pendiente de todo lo que hacíamos o decíamos, y al señalar la esmeralda con forma de corazón, la extrajo del cofre y me ayudó a ponerla en el dedo anular de la mano derecha. Al mismo tiempo le echó una ojeada a la alianza que yo portaba en el anular de la mano izquierda. No hizo ningún gesto más sobre esto. Sólo se interesó, que el anillo me fuera bien. Y así era, no había que tocarlo de tamaño. Le mostré la mano a John, para distinguir mejor la sortija. Hacía un bello contraste, con el blanco platino y el verde esmeralda. John también había elegido un anillo en platino con esmeralda para hombre, de forma cuadrada. Le sentaba muy bien, era el único anillo que portaba. Decidió algo que yo no esperaba. - Alwin, te dejamos los anillos para que por dentro se marquen los nombres - Dijo John, quitándose el anillo, y colocándolo encima del cristal del mostrador. Yo hice lo mismo. - ¿ Qué nombres quieres que se marquen ? - Preguntó el joyero, con un bloc pequeño y un bolígrafo que había preparado y lo mantenía sobre el mostrador. - En el anillo de ella - De John. Y en el mío - De Claire. El joyero se quedó algo impresionado y no cesaba de mirar a John, cómo si de su hijo se tratara. John advirtió esta manera que utilizó, y repuso con una pregunta. - ¿ Ocurre algo Alwin ?.

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- No, no ocurre nada John ¡ Perdóname esta distracción mía ! ¿ Para cuando quieres que estén los anillos ?. - ¿ Cuanto tiempo se tarda en tallar los nombres ? Preguntó John. - Depende el trabajo que tengan en los talleres, pero creo que para dentro de tres días, ya estarán ¿ Los vienes a buscar tu o, prefieres que sea yo quien los lleve a tu casa?. - Vendré yo Alwin. John había aparcado el descapotable rojo enfrente de la joyería, cogió mi brazo para cruzar la calle hasta llegar al vehículo. Era obligatorio que me pusiera casi de cara para entrar en el coche, y advertí, que desde dentro de la joyería, nos miraba el joyero, todos los gestos que hicimos hasta que John arrancó el coche y nos fuimos de allí. - John ¿ Crees que le he gustado a Alwin ? - Pregunté, porque me había quedado algo triste de la manera que utilizó sus gestos, como no aprobando lo que John hacia. Cogió mi mano, la llevó a sus labios y la besó. - No me interesa saber lo que Alwin piense - Dijo. - Creo que ha visto la diferencia de edad, entre tu y yo. Hizo un gesto levantando los hombros. - Es su problema - Dijo mientras conducía. - Hablará con tus padres, y les dirá la compra que has hecho. John me miró y sacudió la cabeza. - ¿ Porqué te preocupan esas cosas ? Cada uno vivimos nuestra vida a nuestra manera.

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De nuevo tenía razón, y llegué a pensar que siempre la tenía. - Mañana viene Hugo - Dije cambiando de tema - Y Émile también, porque es él quien lo acompaña en la ambulancia. No sé que hará. John me miró. - ¿ A qué te refieres ? - Dijo con gesto de no haberme comprendido. - Pues, hasta el día siguiente que lleguen los padres de Hugo, quien se va a ocupar de él si lo necesitara. - ¿ Tu que prefieres ? Que se quede o que se vaya. - Si tengo que elegir, prefiero que se quede. Porque Hugo necesita una persona que tenga fuerza para levantarlo, porque ya le cuesta hacerlo por si mismo. También es necesario ducharlo o bañarlo, y yo no me siento capaz de hacerlo. - No creo que Émile te deje ese trabajo para ti, aunque sea sólo por un día. - También lo creo así, pero como está enfadado en lo más profundo. No me perdona que le hablara del modo que lo hice, y menos delante de ti. - Se lo buscó él sólo, no tienes que darle más vueltas. Demasiado sabes el daño que te ha hecho durante los años que lleváis casados. No te ha respetado cómo mujer, y lo que es peor, los malos tratos que últimamente te ha estado dando. Te dejó un brazo lleno de moratones ¿ No lo recuerdas ? Dos días después te retorció las muñecas. Y todo lo que habrá hecho contigo que no me has contado. En esos instantes me sentí triste.

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- Ya veremos mañana lo que sucederá, hace dos días que pienso en este momento. - Estoy seguro de que se quedará, y si así no fuera, te ayudaré yo en lo que sea necesario. - ¿ Te quedarías una noche a dormir ? - Le pregunté para conocer su reacción. - Una, y todas las que hagan falta. Quiero que te relajes y que estés tranquila ¿ De acuerdo ?. Me acerqué a su mejilla y la besé. Me consideraba una mujer con mucha suerte. John me había hablado de que nos teníamos que casar, y que pasaríamos juntos todos los días de nuestra vida. También yo lo deseaba desde el fondo de mi alma, pero no sabía cómo se desenvolvería mi situación con Émile con respecto a nuestra unión matrimonial, aunque yo estaba decidida a dar todos los pasos que fueran necesarios. Ojalá que todo fuera bien, y no tuviera impedimentos de ninguna clase para obtener el divorcio. - John, te quiero. Te quiero más de lo que yo pude imaginar ¿ Te he hablado alguna vez de Madeleine ?. Me miró y sonrió. - Si, una vez me hablaste de ella. - Pues, hace unos meses hablábamos las dos en el porche de mi casa. Ella me decía con certeza, que un día me enamoraría y mucho. Yo le aseguraba que nunca iba a suceder, porque mi corazón lo había cerrado para siempre. Recuerdo, las tres carcajadas que se le escaparon, y me dijo - Ya hablaremos de esto más tarde. - ¿ La has vuelto a ver ? - Me preguntó riéndose. - Si, hace sólo unos días. Fué una visita rápida la que me hizo, y en ese corto tiempo que estuvimos hablando, le 630

hable de ti. Está interesada en conocerte, cuando le dije tu nombre, se acordó de ti, te había visto en una foto del periódico, el año pasado al entregarte el premio de un libro. - También a mi me gustaría conocerla, por el sólo hecho de que es tu amiga. - Es la única amiga que tengo, pero la mejor. Habíamos entrado en la calle donde yo vivía. En casi todas las casas, estaba en la puerta el coche de los dueños, menos en la nuestra, que se veía desde lejos sola y triste, con las luces apagadas a excepto la del porche que Yosi la dejaba encendida, cuando se retiraba a su pequeña vivienda. John detuvo el coche a un lado de la puerta. - Claire, mañana quiero verte, todos los días quiero estar contigo, aunque sólo sean dos horas. Pero necesito mirarte, sentir tu contacto y tu aroma. - No sé como transcurrirá mañana, para mi será un día difícil, por Émile ¿ sabes ? Te llamaré y te tendré al corriente de todo lo que pase. - ¿ Le tienes miedo ? Dime la verdad. - Ya no, pero él estando en casa, todo para mi será más difícil, a lo que a llamarte y a vernos se refiere. El sábado ya no estará aquí, se habrá ido cuando volvamos del aeropuerto con los padres de Hugo. Será distinto. - Está bien, pero mañana nos tenemos que ver, sea la hora que sea o, a donde sea - Dijo rodeando mi cuerpo con sus brazos, y atrayéndome hacia él. Nos estuvimos besando un largo rato dentro del coche. Yo nunca quería que se acabara, cada vez

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necesitaba más. Creo que a mi, me costaba más que a John separarnos cada tarde. Descendimos del descapotable, y nos quedamos delante de la verja. Diana hacía cada vez lo mismo, y abrí la puerta, y como es natural salió fuera haciéndonos carantoñas, había cogido confianza con John, y se ponía de pie en su pierna. Yo le regañaba porque las patitas las tenía de andar por el jardín, y John vestía pantalón blanco y le dejaba las marcas. John tampoco hacia caso y jugaba con ella. Nos despedimos. - Claire, espero tu llamada mañana. Estaré en mi escritorio, pues tengo que seguir avanzando la novela. - Nada más vea un hueco te llamo, y te pongo al corriente de todo ¿ Vale ?. - No vale - Dijo manteniéndose serio. Me sorprendió. - ¿ Porqué dices que no ? - Le pregunté manteniendo la misma seriedad. - Porque quiero que me llames sin más. No tienes que encontrar un hueco para conectarte conmigo. - Tienes razón - Dije colocando mis dos manos abiertas en su pecho - Quizá no me haya explicado bien, he querido decir que cuando vea la ocasión, te llamo. - Claire, es lo mismo. Sigues teniéndole miedo a Émile. Su presencia te cohibe de aquello que te gustaría hacer, tienes que acabar con la incertidumbre. Con la tiranía del hombre que no te ha querido bien, puesto que siempre te ha estado engañando y mintiendo. Y cuando se dé cuenta de que actúas de diferente forma a cómo lo

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hacías antes, entonces será cuando te deje en paz, cuando vea que no le haces caso. Siempre tenía razón. - John, te prometo que lo voy a hacer de esa manera. Mañana nada más sepa si Émile se queda o se va, te llamo. - Así me gusta - Dijo besando mi frente - No quiero que le tengas miedo a nadie ni a nada. Entré hacia dentro y me coloqué en el caminillo, para dirigirme a la casa. John dio un pequeño mimbreo a la puerta de la verja, y se cerró con el pestillo. Al llegar al porche, me di la vuelta, y todavía seguí John mirándome hasta que entrara en el casa. Le sonreí, y le eché un beso con la mano, él me lo devolvió, y oí cómo decía - ¡ Te quiero ! ¡ Te quiero !. Abrí la puerta, y me dispuse a subir las escaleras para ir a mi dormitorio, dejar el bolso y cambiarme de ropa, por otra más cómoda, di al interruptor de la luz, y rápidamente me acerqué a la ventana, quería comprobar si John se había marchado. Le había dado la vuelta al coche para irse en la misma dirección que habíamos venido. Sentado delante del volante agitó la mano para decirme adiós. Yo le correspondí del mismo modo. Y seguidamente se marchó. Estaba enamorada de John, muy enamorada. Era un amor muy distinto al que viví junto a Émile. John era un hombre encantador, cortés, amable, con una educación que sobresalía de lo común, muy seguro de si mismo. Estaba educado por mami. Me hizo recordar a Yosi educando a su hijo Moisés, con gran esmero para 633

que cuando fuera mayor, tuviera una carrera, y fuera un hombre de bien. También lo educaba para que respetara a los demás - Decía Yosi - Que de la misma manera sería correspondido. Me coloqué directamente el camisón de dormir, y encima me puse el salto de cama atado a la cintura con un nudo. Cerré la luz del dormitorio, y bajé las escaleras. Me dirigí a la cocina, y miré la hora en el reloj de la pared, eran los ocho y veinte minutos. Encima de la mesa, había una fuente larga y tapada con un paño blanco de cocina. Lo había dejado Yosi tal como le dije, quité el paño, en esos momentos no tenía apetito, pero al ver la pierna de cordero asada al horno, tostada por encima, parecía que tuviese una capa de caramelo, y el aroma que desprendía, a hierbas aromáticas me entraron ganas de comer. Yosi había cortado tres filetes finos. En el centro de la mesa había dejado el frutero con fruta recién cogida del jardin. Abrí el frigorífico y extraje una lata de cerveza, sobretodo más que hambre tenía sed. Llené un vaso y antes de sentarme bebí para refrescarme la garganta. El cordero lo acompañé con fruta, además de estar delicioso entraba bien. Me disponía a recoger el plato que había utilizado, y sonó el timbre del teléfono, a la cuarta vez lo cogí. - Diga - Era la voz de Émile seria y seca. - Claire, te llamo para comunicarte, que mañana a las diez, sale la ambulancia del Hospital con Hugo, y yo de acompañante. Creo que necesitas saberlo por si tuvieras que preparar algo, no sé, su dormitorio o, otra cosa.

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- Está bien Émile - le dije con palabras algo cortas. No sabía qué decirle o preguntarle más. Tampoco vi que fuera la ocasión de saber si se quedaría todo el día, ya me lo diría al día siguiente. Después de unos instantes de silencio dijo. - ¿ Cómo te encuentras ?. - Estoy bien. - Hoy te he visto - Dijo con la voz apagada. - ¡ Ah ! - Exclamé - No quería preguntarle donde. - Te he visto en la puerta de casa. No quería seguir hablando más con él, pues me imaginaba en el momento que me había visto, y esto pertenecía a John y a mi. - Émile, gracias por avisarme - Dije sin hacer más comentarios - Hasta mañana. - Buenas noches Claire - Dijo con voz pausada. Estaba depresivo, su voz lo delataba. Era un golpe duro para él, haberme visto con sus propios ojos a John y a mi quizá besándonos. Daba la prueba de que me había estado espiando. No quise darle más vueltas. Me había ocupado demasiado por Émile, por su estabilidad emocional que no sufriera cambios, porque era muy dado a ello. Y todavía me seguía preocupando. Recordé las palabras de John, y seguí su consejo. Aunque aún era pronto, subí a mi dormitorio dispuesta para irme a dormir, tenía que descansar, lo necesitaba - Pensaba - En cómo sería el día siguiente Sentía grandes deseos porque llegara el sábado, y que los padres de Hugo estuvieran con él. Me quedé pronto dormida.

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Los rayos del sol entraban por la ventana, no me había acordado de cerrar los postigos, y la luz que había en la habitación me despertó. Miré la hora en el reloj de la mesita de noche, y marcaba las siete menos veinte. Era hora de que me levantara. A las siete, Yosi empezaba su trabajo, y tenía que abrirle la puerta.

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Después que desayunara organicé con Yosi el trabajo para ese día. Entramos en el dormitorio de matrimonio, donde Hugo se iba a quedar, y estuvimos verificando que todo estuviera perfecto. Dejamos abierta la cama, porque era posible de que Hugo pidiera acostarse. También llevamos hasta el porche la hamaca de bambú, y pusimos dos cojines, por si Hugo quería quedarse fuera contemplando el jardín, cómo tantas veces lo hacía, además, que hacía un día espléndido y soleado. En el aseo de abajo, se dejaron dos toallas grandes. Champú y gel, y una esponja. También un vaso con un cepillo nuevo y pasta para los dientes. Ahora sólo quedaba, que yo me duchara y me preparara para recibir a Hugo. También estaba contenta de que saliera del Hospital, y que pudiese disfrutar de la casa, aunque fuera un mes o, hasta que Dios quisiera. Me puse un vestido ancho, de manga corta, y de color crema. Quería estar cómoda, pensaba que me esperaba un día ajetreado. Me fui al porche para esperar la llegada de Hugo, no tardaría en venir la ambulancia, pues pasaban cinco minutos de las diez. Yosi se acercó para preguntarme - Si preparaba té u otra cosa - Le dije 637

que esperara hasta ver si Hugo y Émile necesitaban algo. Entre los barrotes de la verja se hizo ver la ambulancia, y se paró delante de la puerta. Me quedé de pie esperando a que los camilleros salieran, y Émile también, él fué el que llegó hasta la verja y abrió totalmente la puerta. Dos minutos después, venía un camillero empujando una silla de ruedas donde Hugo venía sonriente, contento de que por fin estaba en casa. Tenía incluso mejor color de cara, y los ánimos eran buenos. Nada más ver la hamaca sabía que estaba preparada para él, y pidió que lo dejaran en ella. El camillero era un joven amable, y desenvuelto, ponía cuidado en lo que hacía, y una vez acabada su labor, se marchó en la ambulancia de vuelta al Hospital. Besé sonriente las mejillas de Hugo. - ¡ Gracias Dios mío que ya estoy en casa ! - Dijo como encontrándose liberado de todo. - Hugo, ya tenía ganas de que estuvieras aquí - Le dije cogiéndole la mano. - ¡ Más ganas tenía yo ! Aquí puedo respirar el aire sano, y recrearme en la belleza que tiene el jardín, hablar con mis amigos. Nada es mejor que encontrarse en su propia casa. Émile seguía de pie, serio, rígido y sin ganas de hablar. Le eché una mirada para poder hacer un intercambio de palabras, pero él se dio la vuelta, y haciéndome un desprecio entró en la casa. Lo seguí con la vista y fué a la cocina, oí cómo hablaba con Yosi. Sonreí a Hugo, que se dio cuenta del detalle. - Qué le pasa ¿ Porqué no te habla ? - Preguntó. 638

- ¿ No te ha dicho nada ? - Le dije. - No - Dijo con cara de circunstancias. Oí los pasos de Émile que volvía a donde estábamos, me había sentado cerca de Hugo, seguía con su mano cogida. - Estarás contento ¿ No ? - Dije a Hugo. - ¿ Por lo de mis padres o porque ya estoy en casa ?. - Por las dos cosas. Hoy es un día grande para ti, y mañana también. Me estoy imaginando en el momento que veas a tu madre. - ¿ Cómo te la imaginas ? - Preguntó con los ojos brillantes a punto de echarse a llorar. - Abrazado a ella, cómo cuando eras niño, besándola y acariciándola. Le brotaron dos lágrimas. - Me encontrará muy delgado ¿ Verdad ?. - Ya hace años que no os veis, ella te encontrará cambiado, y quizá, también tu a ella - Le dije, porque no se me ocurrió otra cosa. Mientras hablaba con Hugo, iba siguiendo con la vista los movimientos que Émile hacia. Necesitaba saber si se iba a quedar hasta el día siguiente. Y como no decía nada, pasé a preguntarle. - Émile ... ¿ Esta noche te quedarás a dormir aquí ?. Me miró, pero sin ganas de hacerlo. - ¿ Porqué supones que me quedaré a dormir ? Respondió con altanería, y dejando su mirada caer sobre mi, con desprecio. - No supongo nada, sólo te estoy, preguntando, al menos hasta mañana tendrías que quedarte aquí. Hugo intervino. 639

- Me ha dejado claro, que cuando me dejara aquí se marcharía. Era por eso que no había traído ninguna bolsa o neceser para su aseo personal. Tendría que recurrir a John, en eso habíamos quedado. Si no se quedaba Émile, lo haría él. No podía quedarme sóla con Hugo, aunque hiciera cosas por si sólo. Tenía miedo de que se callera, pues las fuerzas que tenía eran pocas. De pie no podía estar mucho tiempo, porque enseguida se cansaba, y las piernas se le doblaban. Se había caído en varias ocasiones, y si eso sucedía estando yo sola de noche, no lo podría levantar del suelo. Me dirigí a Émile. - ¿ Dejas a Hugo abandonado de esta manera ? Después me arrepentí de habérselo dicho, pues el enfado y la cólera que tenía, le salía por los ojos, que me maldecían al mirarme. - Déjalo Claire, no insistas - Intervino Hugo - Él tiene otras cosas más importantes que hacer. Tiene que volver al trabajo, eso es lo que me ha dicho. - Estoy de acuerdo - Dije - Pero cuando acabe su jornada tiene todo el tiempo libre hasta el lunes. - Me da igual lo que penséis - Dijo Émile - He hecho por Hugo todo lo que he podido, y aquí he terminado. Tu sabes hacer muy bien de madre, lo has hecho durante bastante tiempo por él. - No es justo que lo dejes de esta manera - Le hice como reproche. - Lo dejo en buenas manos, lo dejo contigo, y ... mañana ya están aquí sus padres ¿ Qué mal hago yo ?.

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Se acercó a Hugo y le dio un beso en la mejilla, seguidamente se dispuso a bajar los tres escalones del porche, y antes de llegar a la verja se dio la vuelta y me preguntó por curiosidad. - ¿ Te acompañará mañana tu amigo al aeropuerto ?.

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Preferí no responderle. Y me dirigí a Hugo. - ¿ Te apetece algo para tomar o comer ?. - He desayunado bien en el Hospital, y ahora mismo no tengo ganas de nada. Prefiero respirar este aire. Émile se había marchado. No tenía coche esta vez, por venir acompañando a Hugo en la ambulancia. Yosi vino al porche, no había visto a Hugo, y al mirarlo su rostro cambió. Estaba muy sorprendida de la delgadez que tenía, y del color blancuzo de su cara. No sabía que decir, se quedó parada, lo más parecida a una estatua - Sólo se limitó a preguntarle - Que cómo estaba - Hugo le sonrió agradeciéndoselo - Mucho mejor - Respondió. Tenía que llamar a John. Aproveché el momento que Yosi hablaba con Hugo, de esa manera no lo dejaría sólo. Marqué el número, y a las dos llamadas cogió el teléfono mami. - Hola mami, soy Claire. - Te he reconocido por la voz ¿ Quieres hablar con John?. 642

- Sí por favor. - Dos segundos y enseguida te paso con él. - ¡ Claire dime ! - La voz de John sonó en mi oído como una nota musical. - Émile ha traído a Hugo y después se ha marchado. - Noto tu voz triste ¿ Has discutido con él ?. - Sólo hemos mantenido unas palabras. Estoy segura que no ha querido quedarse, porque anoche nos vio en la puerta. Está enfadado y no me habla. - ¿ Y eso qué tiene que ver con Hugo ?. - Nada, pero como no quiere seguir a su lado, ésta ha sido una buena excusa. - No te preocupes, no quiero que te afecte nada. Mantengo lo que te dije anoche, si me necesitas iré ¿ Crees que es necesario ?. - Es que no lo sé, lo peor sería esta noche, si a Hugo le diera por levantarse de madrugada para ir al servicio, y que se callera, pero todo es un suponer. Según dice él, hace sus cosas sin necesidad de que alguien le ayude. - ¿ Prefieres que yo no vaya ? Tampoco quiero que te encuentres mal por eso . - Creo que lo mejor es, que espere. Una noche pasa rápido ¿ No crees ?. - Lo que yo quiero es que tu estés desahogada, y que mi presencia no te aturda ni te incomode. - Tienes razón John, es posible que me encontrara algo cohibida, por la poca costumbre que tengo de que estemos sólos en la misma casa. - Sólos no estaríamos, también está Hugo. - Si, pero en su dormitorio, y nosotros estaríamos en los dormitorios del piso de arriba. 643

- ¿ Es mala idea de que estemos sólos en el piso de arriba ? - Dijo escapándosele la risa. - No es mala idea ¡ John por favor para !. - Qué dices a esto ¿ Aceptas ?. - ¿ A qué ? - Dije siguiéndole el juego. - A que te ayude si fuera necesario. No me lo podía creer, no conocía esta parte bromista de John, estaba segura de que no hablaba en serio. - Sé que bromeas, te estás quedando conmigo. - Si diosa mía, estoy bromeando ¿ Pero a que no sería mala idea ?. - Por supuesto que no. - ¿ Me quieres mucho ? - Dijo poniéndose serio. - Sí, más de lo que yo llegué a suponer. - Tengo tantas ganas cómo tu de que llegue el día en que estemos sólos. Quiero que seas una mujer plenamente feliz. Oí la voz de Émile y de Hugo que hablaban. Yosi vino al salón a coger algo que Hugo le había pedido, y le pregunté, siguiendo John al teléfono. - Yosi ¿ Ha vuelto mi marido ?. - Si señora, está con el señor Barreau, y le está diciendo que se quedará con él, hasta mañana después del desayuno. - Gracias Yosi. Seguí la comunicación con John. - ¿ Lo has oído ? - Le dije. - Sí, y me alegro de que haya razonado. Es mejor que Émile se quede, porque mejor que él, nadie conoce a

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Hugo, ha sido su compañero, y no lo puede dejar en la estacada. - Por supuesto que no - Respondí - ¿ A qué hora quedamos nosotros mañana ?. - ¿ A qué hora tiene la llegada el avión ?. - A las doce y media. - A las once pasaré a buscarte ¿ De acuerdo ?. - ¿ No vendrás con tu coche ?. - No, pues no sé el equipaje que los padres de Hugo podrán traer. Mi coche tiene un maletero que caben dos maletas medianas. Es por eso que vamos a ir en taxi. - De acuerdo John, mañana a las once estaré preparada esperándote ¿ Qué estabas haciendo ahora ?. - Escribiendo. - ¿ El libro que tenías a medias ?. - Estaba escribiendo para ti. - ¿ Para mi ? - Dije riendo. - Te estaba escribiendo una carta de amor, para dártela mañana. - ¿ La habías terminado ?. - La estaba acabando. - ¡ Adelántame algo ! - Dije con voz mimosa. - Quiero que la leas entera, y que saborees palabra por palabra para que conozcas lo que pienso y siento hacia ti. Mañana te la entregaré. - ¿ Es algo parecido a lo que escribías a los doce años a las chicas de quien te enamorabas ?. Se rió. - Parecido, pero diferente, en aquella época era yo un niño, y escribía cartas inocentes a las niñas que me 645

gustaban. Ahora es distinto, soy un hombre, y me he enamorado de una gran mujer, y te escribo con la experiencia que tengo, y con los sentimientos más hechos. - Tengo deseos de leerla - Le dije con entusiasmo, y con verdaderas ganas de saber cómo me amaba. - Mañana te la daré, y la guardarás. Y cuando estés a solas, entonces, quiero que la leas. Era deliciosamente hermoso, John era bellísimo, lo más encantador que jamás pude conocer. Sabía enamorarme sólo con su sonrisa, y cuando sus ojos verde mar se clavaban en los míos, mi cuerpo temblaba, perdía el norte, y mis pensamientos me abandonaban. Ahora si que estaba enamorada totalmente, enamorada. - Conforme, así lo haré - Dije, poniendo la voz de niña buena. Se volvió a reír. - ¿ Cómo está Hugo ? - Me preguntó más apacible. - Yo lo veo igual que la última vez que lo vi. Su delgadez es lo que más me preocupa. El traje que trae es el que se llevó puesto la noche que lo hospitalizaron, y me he dado cuenta, que le sobra por todos sitios. No hago nada más que pensar en sus padres, sobretodo en su madre, pobre mujer cuando lo vea. - Trata tu de serenarte, y lo que sea será, no se puede hacer más de lo que estamos haciendo. Cambié de postura, y miré hacia la puerta, con asombro vi que en el umbral estaba de pie escuchando todo lo que había hablado con John, Émile 646

no se retiró, me miraba fijamente desafiante. Sus ojos se parecían a los de un lobo, me estaba diciendo con la mirada, que lo había traicionado, vendido y sacrificado. Sentí que me hacía responsable de todos sus males. Sus deseos eran los de vengarse de John porque se había cruzado en mi camino, y nos habíamos enamorado. Para Émile era un delito superior a cualquier otro, porque estaba enfermo, aunque el mal del sida no lo tuviera desarrollado a un cincuenta por ciento. Sólo me quería para que cuidara de él, y también de Paul cuando fuera necesario, pero necesitaba tenerme atada a los pies de su cama. Yo no cesaba de mirarlo, esperando qué reacción iba a tener. Me esperaba todo de él. Avanzó lentamente, sin dejar de mirarme, y cuando llegó a mi, agarró el teléfono que lo tenía pegado al oído y me lo quitó de un estirón, y con rabia lo colgó. El pánico se apoderó de mi. Después no sabía que haría, si rompería o destrozaría. La ira la llevaba reflejada en su cara, estaba blanco cómo el papel, y yo temblando cómo una vara de mimbre, esperándome lo peor. El teléfono volvió a sonar, tanto Émile como yo sabíamos que era John. A pesar del miedo que sentía, me armé de valor, y lo fui a coger, pero antes de que llegara, se adelantó y lo levantó. Su voz sonó borde seca, y grosera. - ¡ Maricón de mierda, si no dejas a mi mujer tranquila acabaré contigo ¿ Me oyes ?. - ¡ Cómo está Claire, quiero hablar con ella ! - Oí a John gritar. 647

- ¡ Ven a verla tu mismo si tienes huevos ! - Gritó descompuesto desgarrando su garganta. Había llegado a un término final, y pensé que sólo yo podía parar el desenlace que se podría producir. Y me puse como una loca a gritarle a Émile. - ¡ No te quiero ! ¡ Me das asco ! ¡ Vete lejos de aquí ! ¡No te quiere nadie, porque ni siquiera tienes dignidad gay ! ¡ Eres peor que un trapo viejo y sucio que tiran al suelo !. Paré de gritar y de decirle a Émile toda la verdad, todo lo que era, y que yo sentía hacia él. Me quedé temblando, pero no de miedo. Era curioso, no le tenía miedo, aunque parezca ridículo, estaba dispuesta a enfrentarme a él, en lucha. Quería acabar con él. Lo miraba desesperada, y le volví a gritar de nuevo y señalándole la puerta con el dedo, le dije. - ¡ Fuera de esta casa ! ¡ Y olvídate de que existo ! ¡ Lo quiero a él ! ¿ Me oyes ? ¡ Lo quiero a él !. El corazón parecía que se me iba a salir del pecho y mi respiración era bastante agitada. Las manos me temblaban. Había perdido el control de mi misma. Yosi había llegado hasta el salón, y se quedó parada mirando a Émile y a mi. Émile soltó el teléfono, y lo dejó colgando del hilo, y cayó al suelo dando un golpe. Salió del salón con la mirada traspuesta. Yo iba tras de él, para asegurarme que realmente se marchaba de la casa. Hugo se había puesto en pie para ir a ver que era lo que estaba pasando. Émile pasó por delante de él, y ni 648

siquiera le habló. Me aseguré que salía por la puerta de la verja. Volví hasta donde estaba Hugo, le costaba mantenerse en pie. - Claire ¿ Qué ocurre ? - Me preguntó algo asustado. - No es nada Hugo, ya ha pasado todo - Le respondí con la voz todavía temblorosa. Me dirigí al salón, porque John se había quedado en el teléfono escuchando todo lo que le dije a Émile. Yosi estaba hablando con John, lo tranquilizaba, y le decía que yo estaba bien. Hice una respiración profunda, para tratar de calmarme. Me llevé las manos al pecho para calmar mi corazón, que estaba a punto de estallar, y cuando parecía que ya me había calmado, entonces Yosi me cedió el teléfono, y salió del salón. - John - Dije con la voz más tranquila. - Claire, ya me ha contado Yosi de que Émile se ha ido ¿ Te encuentras bien ?. - Regular, ahora parece que me estoy calmando. Y sin poderlo evitar rompí en sollozos. Necesitaba desahogarme, y oyendo la voz de John encontré el escape. Era la primera vez que John me oía llorar de ese modo. No hubiese querido llegar hasta ese punto, pero la emoción y los sentimientos me ganaron. - Claire, ahora mismo voy para allá. No quiero que llores, no quiero oírte llorar. Pronto estaremos juntos tu y yo, todo se habrá acabado. Claire ¿ Me has oído ? Voy para allá. Me serené para poder hablar.

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- John, no vengas ahora, no quiero que vengas hoy, ya nos veremos mañana a las once. Es posible de que Émile no esté lejos de aquí, porque espera a que tu llegues de un momento a otro. - ¡ Bueno ! ¿ Y qué ? Es mejor que me conozca también, de otra manera, puesto que no me conoce - Dijo con la voz firme. - Amor, hazlo por mi, no vengas. Sé muy bien como es Émile, y más ahora que ha comprendido que no lo quiero. Sé que se siente como un león acechando a su presa para devorarla. No tiene escrúpulos en jugar sucio es lo que toda su vida ha hecho. Mañana todo será distinto. - Lo voy hacer por ti, para que estés más tranquila y no sufras. Pero este no es mi modo de actuar, y no me quedo conforme. Lo hago porque te quiero, te quiero mucho. Has entrado dentro de mi corazón, y eres tu quien manda. Hugo había llegado a paso lento hasta mi. Él había olvidado lo ocurrido con Émile, en su rostro vi una sonrisa de aceptación y de alegría, porque no se había quedado. Tampoco Hugo deseaba de que Émile lo estuviera cuidando, no se encontraba a gusto con él. Eran muchos malos tratos los que había recibido de Émile, de insultos, y hasta de pegarle, delante de mi lo hizo varias veces. Ahora tenía en mente otra cosa. Que en veinticuatro horas podría abrazar a su madre, la podría estrechar entre sus brazos y estar hablando con ella todo el tiempo que quisiera.

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Hugo cogió asiento en el sillón que estaba cerca de la mesita que sostenía el teléfono. Me sonrió y me dijo por lo bajo. - ¿ Estás hablando con John ?. - Si Hugo ¿ Quieres que te lo pase y lo saludas ?. - Si - Respondió alargando la mano para que le pasara el teléfono. Antes de dárselo advertí a John. - Amor, Hugo quiere hablar contigo para conocerte. - Está bien, pásamelo. Parecía Hugo con el teléfono en la mano para ponérselo en la oreja, un adolescente, que trata de buscar palabras adecuadas para decírselas a su amor. - ¡ Hola ! ¿ Cómo estás John ? - Dijo Hugo sin perder la sonrisa. - Estoy bien - Oí que decía John - ¿ Cómo te encuentras tu ?. - Desde que estoy aquí en casa mucho mejor. Y cada día que pase iré mejorando. - Está muy bien que pienses de esa manera. Mañana nos veremos. - Si, tengo ganas de conocerte. Claire dice que eres muy guapo ¡ Vamos una belleza de hombre !. - Porque ella me ve así, mañana cuando me conozcas te darás cuenta de que soy normalito. - No lo creo, cuando se tiene unos ojos verdes como los tuyos que sale fuera de lo común. Yo entiendo mucho de hombres ¿ Sabes ?. Oí a John cómo se reía. - Los he heredado de mi madre - Dijo John. Hugo se puso más serio. - Claire tiene mucha suerte de tenerte. 651

- Soy yo quien tiene la suerte de haberla conocido. - Yo la quiero como a una hermana, y la tengo como mi mejor amiga. - Lo sé Hugo, lo sé. - ¿ Te ha hablado alguna vez de mi ? - Dijo Hugo mirándome y sonriéndome. - Si, varias veces. - Ahora te dejo, y le paso el teléfono a Claire para que acabéis de hablar. - Muy bien Hugo, hasta mañana. Hugo me dio el teléfono. Estaba contento de haber hablado con John. Me hizo mención, de que tenía una bonita voz. - John, nos despedimos hasta mañana - Dije. - Si amor. Pero de todas maneras, estaré cerca de ahí, no vaya a creerse ese desaprensivo de Émile de que estás sola. Estaré vigilando por si va otra vez. - ¿ Quieres decir que estarás cerca de casa ? ¿ No lejos de aquí ?. - Así es. Hasta que no dé con alguien que le pegue fuerte, no se va a rendir. Se tiene que encontrar con un contrincante que pegue más fuerte que él. Porque para un maltratador le es fácil pegarle a una mujer, y ultrajarla. Pero no cuando va cara a cara con otro hombre que le pueda romper la cara, y bien rota, pues son cobardes. Sabía que John estaba hablando en serio, y ahora yo no lo podría parar si Émile le daba por venir a cualquier hora del día o de la noche. Si lo hacía, seguro

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que venía por mi. Y se iba a encontrar con algo que no se esperaba. - Espero que no le dé por venir - Dije poniéndome en lo peor - Émile es muy bruto, conoce a la perfección las peleas sin reglas. Desde que era un niño se ha estado peleando utilizando el juego sucio. John, tu no eres así, ni te puedes poner tampoco a su altura ¿ Te has peleado alguna vez ?. - Nunca he tenido una pelea con nadie, pero si él es sucio peleando, yo conozco métodos que él desconoce. Y esto te lo aseguro Claire, que el día que yo me encargue de Émile, nunca más te volverá a molestar. Volvía de nuevo a tener razón. Pero por nada del mundo hubiese deseado que ese momento llegara. - ¿ Y ahora que vas a hacer ? - Le pregunté - ¿ Vienes para acá ? ¿ Sabré yo donde estás ?. Se rió. - ¿ Para qué lo quieres saber ?. - Sólo para saberlo - Dije con inocencia. - Es mejor que no lo sepas. Piensa que a partir de estos momentos voy a ser tu guardaespaldas, y nada tienes que temer. Y cuando tu lo veas todo muy claro, viviremos juntos cómo marido y mujer. Era un cielo, y lo amaba. También yo deseaba con todas mis fuerzas poder ser un día su mujer, porque era lo más bonito que me había pasado. Esto, Émile lo sabía desde el primer momento que nos vio en la puerta de la verja despidiéndonos. El temor se apoderó de él, al verme tan feliz, con un hombre espléndidamente encantador. Así mismo él se anuló, pero no lo admitía. 653

No podía yo ser de otro hombre, porque, para unas cosas era muy macho, pero para otras, el más grande de los gays. Y que también me tenía reservada para que cuidara de él, de su enfermedad, y no se encontrara sólo. Sobretodo me quería para eso. Incluso dudé, de que me hubiese querido. Todo era una falsa para esconder su grado de homosexualidad. No había tenido el valor de decirlo, desde los catorce años que fué cuando tuvo su primera relación sexual con un compañero del correccional, donde estuvo interno cuatro años. - John mi amor, te has metido en un lío tremendo conmigo - Le dije echándome la culpa - No sabía que lo nuestro iba a llegar tan lejos. Ni yo pensé que me iba a enamorar de ti, ni que te iba a amar cómo te amo. - ¿ Yo no te gustaba ? - Dijo riéndose. - Me gustabas mucho, tu lo sabes. Pero creí que podía dominar mis sentimientos. Estaba muy equivocada. Cuando los quería retener, me hacía a mi misma daño. John ¿ Sabes que los sentimientos si los cortamos y no los dejamos que hagan su trabajo duelen ? ¿ Te ha sucedido a ti alguna vez ?. - No nunca, porque nunca he tratado de detener mis sentimientos castigándolos de esa manera ¿ Has notado que duelen ?. - Si. Se formó en mi un gran malestar de infelicidad. El corazón me dolía y me ardía al mismo tiempo. Es una sensación horrorosa, difícil de explicar. - ¿ Y Ahora sigues teniendo ese malestar, o ha desaparecido ? - Dijo con ironía.

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- John, me haces una pregunta que conoces la respuesta ¿ Crees que siento el dolor de no dejar mis sentimientos libres ?. John me gastaba muchas bromas. Me hacía ver que no entendía el resultado de una cosa u otra. Le gustaba como yo se lo volvía a explicar de nuevo. Se recreaba en mi inocencia y sencillez. En alguna ocasión me había llamado niña, decía que era igual que una niña chica. - Claire mi amor, tengo que dejarte - Dijo con voz firme, pero suave - Mañana nos veremos a la hora que hemos quedado. - Si ¿ A las once ?. - Exacto, vendré en taxi. - Cuídate mucho amor. - Estoy obligado a hacerlo, porque si no, no podría seguir amándote. Hugo no se había movido del asiento, y estuvo oyendo todo lo que John y yo nos dijimos. La sonrisa le llegaba de oreja a oreja, la mirada cansada y triste, le volvía a brillar, como si fuera él, quien estaba enamorado. Cuando colgué el teléfono, me cogió las manos. Me miraba con chispas luminosas, y me dijo como si de un secreto se tratara. - Claire, eres una mujer afortunada. Todavía no conozco a John, pero creo que es mejor y más guapo de como tu me lo has descrito. Tiene una voz que cautiva y que enamora, en estos instantes me gustaría yo ser tu. Le dije gastándole una pequeña broma para que se animara, y hacerle reír. 655

- ¿ No me digas que te has enamorado de John ?. Se rió con más ganas, y después se puso triste. - Ojalá pudiese yo enamorarme de alguien, aunque no fuera cómo John. Pero soy consciente de que ya no sirvo para nada, y que pronto dejaré esta tierra. Claire, no trates ahora de consolarme, pues lo tengo asumido y prefiero irme que vivir como estoy viviendo. Me había entristecido. Guardaba uno de los más grandes secretos. Sabía que se estaba muriendo, y lo llevaba con gran resignación. Era posible que pensara que no lo sabíamos o que no, nos habíamos dado cuenta. Me era difícil de responderle a esto, y si lo hacía ¿ Qué era lo que iba a decir ?. - Hugo, no tienes que pensar en la muerte. - Claire, no soy yo quien piensa en la muerte, es la muerte que piensa en mi. Ha puesto sus ojos en mi persona, me ha elegido, y cuando venga a buscarme, me tengo que ir con ella. Un día me contaste que tu la viste en sueños, y que era una Dama muy bella, vestida de blanco encaje ¿No era así ?. Afirmé con la cabeza, no podía responderle porque en mi garganta había un nudo, que no me dejaba tragar ni la saliva, y del mismo dolor que tenía, de los ojos me salieron dos lagrimas, que resbalaron por las mejillas. Cuando Hugo lo vio, movió la cabeza y me dijo. - Tu no te puedes derrumbar, también yo te necesito. Me acerqué a su mejilla y le di un beso. - Tienes razón, tengo que ser fuerte, y enfrentarme a todo lo que venga - Dije convencida - Me necesitas tu, John también dice que tenemos que estar juntos, yo 656

también lo veo así, necesito estar con él, y olvidar todo mi pasado. Hugo sonreía, ya no agachaba la cabeza, para esconder su seductora sonrisa. Y me pidió algo que no me esperaba. - Claire, ahora te voy a pedir lo que nunca me he atrevido a hacer, y que tenía grandes deseos. Bésame Dijo acercando su boca muy cerca de la mía. Lo miré de muy cerca, y besé una de sus mejillas. Pero advertí al hacerme la demanda, que no era esa clase de beso el que me pedía - No Claire, en la mejilla siempre me has besado, y quiero saborear y sentir los labios de una mujer en mi boca, y los tuyos aún más. Lo miré a los ojos, parecía que habían recobrado vida, sus labios y sonrisa juguetona esperaba a que me acercara - Pensé - Es su última voluntad - Me fui acercando, hasta que mis labios se pegaron a los de Hugo. Duró sólo tres segundos. El tiempo necesario para que saboreara un beso de mujer. Cuando me retiré tenía los ojos cerrados, y los labios apretados, cómo no queriendo dejar que el beso se le fuera, y mantenerlo mucho tiempo. Pasados unos segundos me miró, y me preguntó. - ¿ Es de esta manera cómo has besado siempre a Émile?. Antes de responderle medité un instante lo que iba a decirle. - Unas veces si, y otras no ¿ Te ha gustado ? ¿ O prefieres los besos de Émile ?. Sonrió.

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- Creo que los de Émile, porque lo hacíamos queriéndonos y buscándonos. Pero el beso que me has dado, me ha sabido a miel, más delicado y tierno. Yosi llegó hasta nosotros, y creo que contenta porque Hugo y yo seguíamos cogidos de la mano, y Hugo había recobrado alegría. Se dirigió a mi para decirme que era la hora de comer, y que la mesa la había puesto en el porche. Miró a Hugo y le sonrió, y salió del salón. - ¿ Tienes hambre ? - Le pregunté a Hugo. - No, últimamente no tengo apetito, cómo porque tengo que comer. - ¡ Venga, haz un esfuerzo para ponerte en pie ! - Dije ayudándolo, y cogiéndolo por el brazo derecho. Yosi era un primor con los detalles. Antes de que Hugo hubiese entrado en el Hospital, le hacía cada día para comer, arroz hervido, porque el médico así lo había ordenado. Este día no tuve tiempo de decirle que lo hiciera, pero ella se acordó. La pierna de cordero la había asado un día anterior en el horno. La cortó toda a filetes finos, que casi eran transparentes, y los colocó en fila, bien ordenado en una fuente larga, y a los dos lados extendió el arroz. Parecía que hubiese recibido clases de cocina por la presentación que había hecho, con trocitos de zanahorias hervidas, que también recomendó el médico a Hugo. Tanto Hugo cómo yo comimos poco. Pues él, estaba algo nervioso, por el poco tiempo qué quedaba para que llegaran sus padres, mi nerviosismo tenía otra razón, era de preocupación, pero esperaba de que pronto acabara todo. Y no podía quitarme de la mente a John. Seguro 658

que ya estaba vigilando los alrededores de la casa, para intervenir si Émile volvía y me quería causar algún daño - Ojalá no volviese más - Era lo que yo deseaba. La tarde transcurrió tranquila. Hugo me pidió de que lo llevara a pasear por el jardín. Se paraba en un rosal y acercaba su nariz a las rosas para sentir su aroma. También lo hacía cuando llegábamos a los jazmines, y a las azucenas. Miraba las flores como si fuera la última vez que las iba a ver. Recreaba su vista en la belleza, en la armonía de cada especie de flor. Nos quedamos a descansar en los sillones de bambú que siempre estaban debajo del grueso árbol. Hugo estaba muy cansado, tanto que las piernas no le sostenían. Respiraba con dificultad por el agotamiento que su cuerpo ya no resistía. Después de estar cómo media hora descansando, volvió a pedirme que siguiéramos paseando, y que quería dar toda la vuelta a la casa, para ver el disfrute de los árboles frutales. Miraba la naturaleza en su esplendor, y se quedaba maravillado. Tuvimos que terminar el paseo antes de dar todo el rodeo a la casa, y entramos por la puerta de atrás, pues Hugo sólo se iba sosteniendo de mi brazo derecho a duras penas, y yo el brazo lo llevaba dormido, apenas lo sentía. Al llegar al porche Hugo me pidió. - Claire, quiero irme a la cama, ya no puedo más. Me encontraba sóla para desvestirlo, y ponerle el pijama. Lo conduje hasta el dormitorio, y lo dejé sentado en el sillón. - Hugo, vengo enseguida, tengo que llamar a Yosi para que me ayude. 659

Afirmó con la cabeza, con un gesto de desgaste y cansancio. Recordé, que en todo el recorrido que hice con Hugo por el jardín y los árboles frutales, no nos habíamos encontrado con Yosi, ni cuando pasamos por la cocina - Pensé - Que debería de estar en su casita con su hijo Moisés. La encontré dándole de cenar a su hijo, y le anuncié. - Yosi, cuando termines de darle la cena a tu hijo vienes. - Señora ¿ Ocurre algo ? - Preguntó con voz lánguida. - No, nada. Sólo que me tienes que ayudar a desvestir al señor Barreau, y a acostarlo. Pero antes termina de darle de cenar a tu hijo. - Si, señora, nada más acabe voy. Volví al dormitorio de abajo, que era donde Hugo me estaba esperando. Mientras que Yosi llegaba, me dispuse a quitarle los zapatos, y calcetines, y ponerle las zapatillas. Mientras que hacía esta labor Hugo me preguntó. - ¿ A donde has ido ?. - A llamar a Yosi para que venga - Dije mientras que le quitaba uno de los mocasines. - ¿ Para qué ?. - Para que me ayude a meterte en la cama. - Claire ¡ Puedo yo hacerlo sólo ! ¿ Porqué te preocupas tanto por mi ? me estás tratando igual que a un niño. - ¿ Crees que no es necesario ? - Dije poniéndome en pie después de haberle puesto las zapatillas. - Por supuesto que no - Y dijo bromeando - ¿ Me vais a ver las dos desnudo ?. 660

Sonreí, y levanté los hombros. - ¿ Entonces salgo del dormitorio para que te desnudes?. - Prefiero que si. Déjame el pijama encima de la cama, y dejas la chaqueta desabotonada. Cuando esté metido en la cama, te llamo para que me arropes - Dijo riéndose. - Deberías cenar, no puedes irte a la cama con el estómago vacío ¿ Te traigo algo ?. - Cuando vuelvas a la habitación me traes un vaso de leche caliente y unas galletas. El cuerpo no me pide otra cosa, y de todas maneras, me cuesta también tragar. Al salir del dormitorio, me encontré en el salón con Yosi, que venía a realizar lo que le pedí. - No hace falta Yosi - Dije - El señor Barreau puede desvestirse sólo. Es que yo, por nada me alarmo, y tenía miedo de que él, no pudiese hacerlo. - Entonces ¿ Me puedo retirar ?. - Si. - Si me necesita esta noche, me llama. - Lo haré. Buenas noches Yosi. Fui a la cocina y calenté leche. Llené un vaso de los grandes, y lo puse en una bandeja, y un platito de galletas. Me dirigí al dormitorio de Hugo, la puerta estaba entornada como yo la había dejado. Abrí con la mano que tenía desocupada. Llegué hasta la cama, Hugo estaba acostado. Deposité la bandeja sobre la mesita de noche. Hugo iba siguiendo con la vista todos los movimientos que hacía. Le recomendé. - Bebe la leche ahora que está caliente, y cómete las galletas. Lo estaba mimando, lo necesitaba, aunque al día siguiente su madre lo haría mejor que yo. 661

Se sentó en la cama con la espalda apoyada en el respaldo. Le puse el vaso de leche en la mano para que la fuera bebiendo, y cuando terminó de beber, me entregó el vaso y dijo. - Claire, no puedo comerme las galletas, tengo el estómago lleno. - Te las dejo en la mesita, para cuando tengas hambre. Me miraba riéndose. Y otra vez me volvió a impresionar. - Claire, tengo que confesarte otra cosa. - ¿ Que es ? - Le dije acomodándome a un lado de la cama. - Me hubiese gustado tener contigo una noche de amor, una noche de pasión. Jamás he estado con una mujer, pero estoy seguro que contigo, habría quedado como un hombre. Me hizo reír, y solté tres carcajadas - ¿ Cómo me hubiese yo imaginado que Hugo tenía ese pensamiento hacia mi ?. - Hugo, cada día me sorprendes más - Dije sin parar de reír - No te veo enredado con una mujer. Te gustan demasiado los hombres. - Es que no me estoy refiriendo a cualquier mujer - Dijo cogiéndome las manos y riendo al mismo tiempo que yo- Sólo me hubiera gustado que fueras tu, pero nadie más, nos acoplamos muy bien los dos. Y no me sorprende que John esté tan enamorado de ti. - Y yo de él - Apunté con precisión. - Todavía no lo conozco, créeme que tengo ganas de que llegue mañana. Por lo que tu me has contado de él, y por lo que he oído que te ha dicho al teléfono ¡ Es un tío de 662

una vez ! ¡ Vamos, que tiene clase y categoría !. ¿ Estoy equivocado ?. - Estás en el camino correcto - Dije bromeando. Volvió a sonreír, y a preguntarme de nuevo. - Claire ¿ Yo te hubiese gustado como hombre ?. Lo miraba, y pensaba antes de hablar lo que le iba a decir, porque volvía a darle rienda suelta a su imaginación. - Como hombre eres atractivo, sensible y amable - Antes de que acabara, me cortó. - No, no me estoy refiriendo a los puntos que tenga de sensibilidad o de gentileza. Quiero que me digas, si como hombre te hubiera gustado. Hice una respiración profunda, porque no quería que se enojara en lo más mínimo. No se le podía dañar, ni contrariar, sobretodo a su persona, porque había vivido para su físico, era un narcisista, y siempre le habían dicho los demás hombres, que gustaba mucho. - Hugo, no me he parado a pensarlo, es posible de que no me fijara en ti, porque eres gay. Y también porque estaba casada con Émile que también lo es. ¿ Te hubiese gustado que me enamorara de ti ? ¿ Que te hubiera querido como quise a Émile ?. Dejó sus ojos puestos en los míos, como si quisiera sacarme la verdad de todo. Me hacía entender, que no le había hablado con sinceridad. Y cómo lo mismo estaba de buen humor que de pronto cambiaba a un estado deprimido y contrariante, dijo medio enfadado. - ¡ Me acabas de decir que no ! Has estado buscando palabras bonitas para halagarme y para que me sienta 663

bien. Eso es lo que has estado haciendo desde que llegaste a Johannesburgo. Y todavía no me has perdonado de que yo fuera el amante de Émile ¿ Porqué no dices eso ?. Retiró sus manos de las mías, soltándolas de golpe. Se enfundó en la cama, y me echó la espalda, diciéndome. - ¡ Déjame sólo !. ¡ Hay Dios qué es lo que yo había hecho !. Si solo me limité a responder a su pregunta lo mejor que pude. Había cogido una rabieta, y estaba muy enojado. Recordé que también fastidiaba de esta manera a Émile, cuando este lo contrariaba en algo. Era por eso que Émile se enfadaba tanto con él, y le hablaba mal, y le llegaba a dar algún que otro empujón para que se callara. Salí del dormitorio llevándome el vaso de leche vacío. Lo llevé hasta la cocina y lo limpié. Me quedé triste y pensativa. Estuve preparándome algo de cena, de lo mismo que había sobrado al mediodía. Me puse en un plato dos filetes de cordero, y un tomate troceado, y lo llevé al porche, con un vaso de cerveza. A las siete de la tarde era de noche. En el cielo, la Luna brillaba en cuarto creciente, y las estrellas luminosas la rodeaban. Mientras que miraba este conjunto armonioso en el firmamento, una estrella fugaz se cruzó, dejando una larga cola. En esos instantes pedí un deseo, y seguidamente después, recordé a John. El deseo que pedí no se trataba de él y de mi. Puesto que los dos estábamos seguros de nuestro amor, y de que 664

pronto acabaría todo lo que me impedía a que estuviésemos viviendo en la misma casa, en la de él. Pero desde por la mañana que había hablado por teléfono con John, me puso al corriente de que estaría vigilando por los alrededores, no me lo podía quitar de la cabeza. Y tuve un impulso. Me puse en pie, y bajé los escalones del porche, anduve por el caminillo y llegué hasta la verja, y abrí la puerta. Salí fuera, miré con detenimiento a la izquierda esperando encontrar por algún lugar a John. Cómo no fué así, miré seguidamente después a mi derecha, y tampoco obtuve resultado Llegué a pensar - Cómo es de noche no se hace ver . ¡ Lo amaba tanto ! Que creí poderlo ver escondido detrás de algunos de aquellos árboles que se alzaban majestuosos a lo largo de la avenida. John no iba a hacer tal cosa. No se iba a esconder como si fuera un simple ladrón por miedo a que lo reconocieran. Sentí algo de vergüenza, por mostrarme sin reparo delante de la puerta. Y cuando me dispuse a entrar, observé, que Diana me había seguido hasta fuera, y en el aire olfateaba, pero enfrente de la casa. Estaba segura de que John me había visto, incluso hacía rato que me estaba viendo en el porche. Reí de mi manera de ser, y volví a entrar. Diana seguía fuera siguiendo el hilo de aroma que conducía hasta donde John estaba, que seguro no se encontraba lejos de la casa - Y me lo imaginé - De cara a la casa, y apoyado en el tronco de uno de los árboles. Volví al porche con Diana, tuve que llevarla debajo de mi brazo, y apoyada a mi cintura, porque no quería entrar. Sus deseos eran, ir al encuentro de John. 665

Mucho apetito no tenía, y menos sabiendo de que John estaba enfrente, y de que me estaba viendo cenar. Me eché hacia atrás del asiento, y dejé la cabeza reposando en el borde del respaldo. Cerré los ojos y pensé detenidamente en ocho años atrás, recordando el día que Émile y yo nos casamos, y todo lo que seguía hasta el día que llegué a Johannesburgo, y descubrí de que era Gay. No cambiaba esos ocho años, por el poco tiempo que hacía que conocía a John. Su amor hacia mi era sublime, y de lo más real. Oí a Hugo que me llamaba. Dejé mis pensamientos, y me puse en pie. Llegué al dormitorio, la luz de la lamparilla de la mesita de noche estaba encendida, Y Hugo sentado en el borde de la cama, con los pies descalzos y tocando el suelo, con la mano derecha buscaba por debajo de la cama, sus zapatillas, levantó la vista y me miró. - ¿ Donde están mis zapatillas ? Las necesito - Dijo, y siguió buscando - Tenía la voz apagada, y la mirada escondida. Me agaché, y lo calcé. En el momento que se puso en pie me preguntó. - Claire ¿ Estás enfadada conmigo ?. - No Hugo ¿ Porqué iba a estarlo ?. - Es que no me he portado bien contigo, y te he hablado mal - Dijo mirándome de frente. - No tiene importancia ¡ Es que en ese momento no te encontrabas bien !. - ¿ Qué estabas haciendo ? - Preguntó con normalidad. - Había acabado de cenar.

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- Estoy cansado de estar en la cama, y quiero salir a fuera contigo. Nos sentamos en el porche uno enfrente del otro. - ¿ No puedes dormir ? - Le pregunté. - Estoy nervioso porque mañana llegan mis padres. Podría esperarlos aquí ¿ No te parece ?. Volvía de nuevo a desvariar. - Hugo ¿ Sabes la hora que es ?. - ¿ Porqué me lo dices ?. - Porque son las nueve de la noche, y tus padres llegan mañana. A la una y media de la tarde o máximo a las dos, estaremos aquí ¿ Vas a estar todo ese tiempo esperando aquí fuera ?. - ¿ Porqué no ? Prefiero quedarme aquí, que no en la cama. No venía a razones, porque para Hugo, el tiempo que estábamos viviendo en el momento, era el mismo del día siguiente. La noción del tiempo la había perdido. - Hugo, no creas que quiero contrariarte, pero, para que llegue mañana, esta noche tenemos que dormir ¿ Lo has pensado ?. - Si, pero yo me quiero quedar aquí, porque el tiempo pasa pronto. - No puede ser Hugo, mañana tienes que afeitarte y ducharte, para que tus padres te encuentren guapo. - Esta mañana, la enfermera me ha afeitado, porque las manos me tiemblan, pero yo me he duchado sólo. Estoy bien así.

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Si lo contrariaba volvía otra vez a enfadarse, y lo tenía que convencer para que se volviera a la cama. - Hugo, tienes que hacerme caso, y volver a la cama, yo también me tengo que acostar, porque sino mañana, no me tendré de pie. - Claire, siempre me estás contrariando para que me enfade. Tu puedes hacer lo que quieras, pero yo me quedo aquí esperando a que venga mi madre ¿ Quien me dijiste que la iba a ir a buscar ?. Dios mío, estaba desesperada. - Los vamos a ir a buscar John y yo. Tengo que estar descansada para poder recibirlos como se merecen. Me miró extrañado. - Mi padre no viene. Sólo mi madre, es con ella con la que yo quiero estar. Eso fué lo que hablé por teléfono el otro día con ella. Me extrañaba mucho que Hugo hubiese hablado por teléfono con su madre. Otra cosa rara le empezaba a ocurrir. Este desajuste del cerebro lo desconocía yo. - Hugo ¿ Cuando has hablado con tu madre ?. Se quedó pensativo unos instantes. - No lo recuerdo ahora bien, pero puede que haga tres o cuatro días. - ¿ Te llamó ella al Hospital ?. - No, la llamé yo a su casa - Dijo muy convencido. - ¿ Y qué fué lo que te dijo ? - Le pregunté totalmente desolada. - Que iba a venir, y que como yo no quería que mi padre viniera, no venía. En eso hemos quedado.

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Estaba convencido de que había hablado con su madre. Cómo casi todos los viernes a la noche, los vecinos ingleses hacían fiestas, y ese día la habían empezado a las siete de la tarde. La música la tenían alta, y el griterío de los asistentes a la fiesta era grande. Hugo hacía como cinco minutos que con las palmas de sus manos tenía tapados los oídos. Me sorprendió verle ponerse en pie, y sin apenas poderse mantener derecho, se dirigió a la alambrada que separaba una casa de la otra. Sin que yo lo pudiese evitar, introdujo los dedos por entre los agujeros de la alambrada, y la empezó a mover mientras gritaba insultos a los dueños de la casa y a sus invitados. Y mantenía varias veces con gritos - ¡Callaos! ¡ Silencio ! ¡ Estoy enfermo !. El dueño de la casa se acercó a la alambrada con cara de enfado. Los invitados miraban sorprendidos lo que sucedía - ¿ Qué ocurre, a qué vienen esos insultos ? - Preguntó de mal talante el vecino. Intervine pidiendo disculpas - Perdone, es que está enfermo, y le molesta el ruido. Afirmó con la cabeza manifestando comprensión y dijo - Perdonen ustedes. Bajaré el volumen de la música. Me dirigí a Hugo. - Vámonos - Dije cogiéndole las manos y separando los dedos de la alambrada. Lo pude llevar hasta el porche, y lo ayudé a que se sentara en el sillón. Cerró los ojos y como siempre le

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ocurría empezaron a resbalarle por las mejillas, dos gruesas lágrimas. - Hugo ¿ Te encuentras bien ? - Le pregunté. Pasados unos instantes respondió, manteniendo los ojos cerrados. - Mejor, mucho mejor. No sé que es lo que me ha podido suceder, pero siento vergüenza por lo que he hecho. - Ya es tarde - Le indiqué - He tenido un día muy ajetreado, y necesito dormir. También tu tienes que irte a la cama. Me miró, movió la cabeza afirmando. Apoyó las manos en los brazos del sillón, con gesto de ponerse en pie. Lo ayudé, y sin mencionar palabras, fuimos hasta su dormitorio. Se portó bien, y lo dejé acostado, con la luz de la lamparilla apagada. Cerré la luz del porche, y también la puerta, y subí directamente a mi habitación. Di la luz, y sin pérdida de tiempo fui a mirar por la ventana. Mi sorpresa fué enorme al ver a John al otro lado de la calle, al verme, agitó la mano diciéndome adiós. Le correspondí también. Su silueta varonil se alejó. Estuve quince minutos más asomada a la ventana. Desde arriba se podía ver bien la fiesta que los vecinos ingleses tenían montada. El ruido lo habían disminuido, pero aunque hubiese sido mayor, hubiera dormido también. El cansancio me rendía, y tenía que dormir para el día siguiente estar descansada y poder recibir cómo se merecían los padres de Hugo.

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Apagué la luz, y con el resplandor de la Luna que entraba por la ventana, me desvestí, y me coloqué el camisón blanco de raso para dormir. Me metí en la cama y me dormí rápidamente. El despertador me llamó a las siete. Salí de la cama y me puse el batin. Bajé las escaleras y fui para abrir la puerta trasera para que Yosi pudiese entrar. Al descorrer el gran cerrojo, vi la silueta de Yosi que esperaba este momento para empezar su trabajo. - Buenos días Yosi - Dije. - Buenos días señora - Dijo en el interior de la cocina. Tenía que darle instrucciones para este día. - Yosi, hay un rosbif en el frigorífico. Lo haces para el medio día con patatas y verduras salteadas. Y la mesa la montas en el comedor. Seremos cuatro para comer. - Si señora ¿ Hago algo más en especial ? ¿ Que le parece un bizcocho de manzana ?. - Muy bien. Haz todo lo que te parezca - Dije con una sonrisa. Salí de la cocina y me dirigí al dormitorio donde Hugo dormía. La puerta estaba entornada, y la persiana de la ventana levantada, radiando en la habitación la luz del día. Miré dentro, y no estaba en la cama. Supuse de que estaba en el aseo, me acerqué, y miré en el redondelito rojo donde ponía - Ocupado. Abrí la puerta del porche para que entrara la luz del sol dentro de la casa.

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No me tenía que preocupar por Hugo. Puesto que hasta el momento todo iba bien. Desayunaría yo antes, y después, me ocuparía de él. Pero me disponía a entrar en la cocina, y oí la puerta del aseo que se abría. Chirriaba un poco, hacía días que pensaba ponerle 3 en 1, pero se me olvidaba. Me volví, y me encontré de frente a Hugo, acabado de ducharse y de afeitarse, oliendo al aroma de colonia que usaba. Al verme sonrió, estaba contento. - Buenos días Hugo ¿ Cómo te encuentras hoy ? - Dije devolviéndole la sonrisa. - Mucho mejor, y de pensar de que voy a estar con mi madre, siento que ya estoy curado. - Me alegro mucho. Estoy viendo su cara cuando te vea, aunque no la conozco, pero cuando las madres ven a sus hijos, les brillan el rostro. - Quiero que me encuentre bien ¿ Qué te parece si me pongo el traje gris claro ?.

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- Estupendo, has elegido bien - Dije animándolo - Ahora tienes que ir a desayunar. Tienes que comer para que ella se ponga contenta. Las madres siempre estan de buen humor cuando ven a sus hijos comer bien. - Claire, ninguna de mis hermanas me aconsejarían, ni me hablarían del modo que tu lo haces. Tengo mucho que agradecerte. Y no tomes a mal cuando me enfado, después me doy cuenta de lo que he hecho, y lo paso muy mal. Yo lo achaco a la enfermedad que tengo. Cuando me ponga bien seré el mismo de antes. - Claro que si Hugo. Por mi no te preocupes, porque nunca me enfadaré contigo. A las once menos cuarto estaba sentada en el porche frente a Hugo, esperando a que llegara John. Hugo se había puesto su traje gris claro, y una camisa blanca. Lo miraba contenta, por los acontecimientos que poco más de dos horas iba a vivir. El traje gris se le había hecho grande, y le sobraba tela por todos sitios. Hugo me anunció. - Nada más veas a mi madre, dale un beso muy fuerte y le dices que se lo he dado yo. - Así lo haré - Dije sin perder la sonrisa. Se oyó el ruido del motor de un coche que se paraba delante de la verja. Miré, y vi que se trataba de John. Me puse en pie, y coloqué bien la falda beig con un poco de rizo a la cintura, y una blusa blanca con veta ancha pegada a la cintura. Colgué el bolso en mi hombro izquierdo. Hugo me observaba, y por último me volvió a recordar.

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- Claire dale a mi madre nada más la veas un beso mío, y le dices que la estoy esperando. - Lo haré, Hugo lo haré - Dije bajando los escalones del porche. John me estaba esperando delante de la verja. Espléndido, con un traje color marfil, una camisa blanca de seda, los zapatos siempre eran blancos. Y bien peinado con el cabello hacia atrás, cogido por una cola, que le llegaba a la mitad de la espalda. Me recibió con una sonrisa. - ¿ Cómo estás amor ? - Dijo nada más me acerqué a él. El taxista nos miró, y sonrió a través de la ventanilla. - ¿ Has dormido bien ? - Le pregunté después de darnos un beso en los labios. Afirmó con la cabeza. - Estás muy guapa ¿ No te ha llamado Émile por teléfono ?. - No, y espero que se olvide de mi. - No tendría más remedio - Dijo acompañándome a entrar en el taxi. Nada más nos instalamos, John le indicó al taxista - Ahora al aeropuerto por favor. Al lado de John me sentía muy a gusto, y muy tranquila.

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Acabamos de entrar en los recintos del aeropuerto, y se oyó por el altavoz, la voz de una azafata que anunciaba la llegada del vuelo procedente de París, y que estaba aterrizando. John me llevaba cogida del brazo al gran corredor por donde los pasajeros tenían que salir. No había visto ni en fotografía a los padres de Hugo, pero yo había quedado por teléfono con la madre, que ellos llevarían en alto su apellido. De esa manera los reconocería. También yo estaba nerviosa, parecía de que fueran mis padres a los que iba a recibir, y tenía deseos de conocerlos. Habían transcurrido cómo treinta minutos, cuando por el largo pasillo los pasajeros iban saliendo con los equipajes. John me observaba y sonreía, por la manera que buscaba entre los viajeros a alguien que

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llevara en la mano un cartón con el nombre escrito señores Barreau. Casi al final de todos los pasajeros que iban saliendo, venía un matrimonio, y ella llevaba por encima de su cabeza y sujetado con las dos manos una cartulina que decía Barreau. Dije contenta y emocionada. - ¡ John, ahí están !. - Vamos al encuentro - Respondió John. Dejamos que pasara la gente que venían delante de los padres de Hugo, y rápidamente nos pusimos frente a ellos. - ¿ Señores Barreau ? - Dije amablemente. Los ojos de la madre de Hugo se agrandaron, y quedó sorprendida y contenta. El señor Barreau quedó pasivo y sin ninguna emoción, mostrando en su rostro mucho cansancio. - ¿ Es usted Claire ? - Preguntó la madre de Hugo. - Si, Jeanne soy Claire ¿ Han tenido un buen viaje ?. - Regular, ya somos mayores para hacer un trayecto tan largo - Dijo Jeanne. Me aproximé a su mejilla, y le di un beso, y cuando me separe le dije. - Este beso es de parte de Hugo, me ha pedido que se lo diera nada más verla. - ¿ Cómo está mi hijo ? - Preguntó el señor Barreau. - Sigue igual, y cuando lo vean, juzgaran ustedes mismos. - ¿ Quiere decir de que está peor ?. - Ya lo verán cuando lleguemos a casa.

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Se me había olvidado presentarles a John, e inmediatamente lo iba a hacer. - Es John, un gran amigo mío. El señor Barreau le dio un apretón de manos, y Jeanne hizo lo mismo. Cuando las presentaciones estuvieron hechas, John intervino para que saliéramos fuera y cogiéramos un taxi. De regreso a casa, veníamos hablando en los asientos de atrás, los padres de Hugo y yo. El asiento de alante lo venía ocupando John al lado del taxista, que era nativo. Todos los taxistas lo eran. Venía yo preparando a los padres de Hugo, sobretodo a la madre, para que no se emocionara demasiado cuando viera a Hugo, delgado, demacrado y con un carácter difícil de llevar.

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El taxista paró delante de la puerta. Sacó las dos grandes maletas del maletero que los padres de Hugo traían cómo equipaje, y dos bolsas grandes de viaje. Con el ajetreo que llevaba yo de ayudar a la madre de Hugo, no había advertido que él, estaba esperando por dentro de la verja cogido a los barrotes de hierro. Al acercarme a la puerta para abrirla, vi que lloraba por la emoción que sentía. - Hugo ¿ Mira quién están aquí ? - Le dije ayudándolo por el brazo. La cara que a la madre de Hugo se le quedó, la recordaré siempre. Sabía de que era su hijo, pero estaba irreconocible. Hugo lloraba abrazado a su madre. Jeanne supo ser fuerte. Era una mujer maravillosa, de 678

aproximadamente sesenta años, algunos menos que su marido. Ella tenía el rostro limpio de arrugas y la tez que le brillaba. Alta y espigada, con el cabello rubio de tinte, y media melena. Su mirada era dulce, y las pupilas de color marrón claro iguales a las de Hugo. Hugo tenía gran parecido con su madre, y con su padre menos, puesto que Hugo era simpático y risueño, y el padre serio, pero amable. También era alto, con el cabello casi blanco, por las canas, y los ojos azules. Hugo lloraba abrazado a su madre, igual que un niño. Ella le tenía cogida la cabeza acariciándole el pelo, y le decía con suavidad y cariño. - Hugo hijo, ya estoy aquí contigo ¡ Cálmate !. El señor Barreau esperaba cerca de ellos dos, a que se separaran, y poder abrazar a su hijo. Lo miraba yo recordando lo que Hugo me contó que de niño y en la adolescencia le hizo. Ahora parecía un hombre tranquilo, pero con algo de sufrimiento, marcado en su rostro. Aunque Hugo no quería separarse de los brazos de su madre, ella hizo un gesto para que su marido pudiese abrazar a su hijo. Y los tres quedaron abrazados. Llamé a Salomón para que viniera, y subiera el equipaje de los padres de Hugo, al dormitorio de arriba. Yosi esperaba en el porche para que le diera una labor para hacer. Seguro que la mesa la tenía montada en el comedor, cómo le indiqué por la mañana.

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John no se separaba de mi lado. Lo vi muy emocionado, también yo lo estaba, y muy contenta de que al fin Hugo abrazara a sus padres, y pudiese estar con ellos. Fuimos hasta el porche. Yosi que era un primor de mujer, y que estaba en todos los detalles, había llevado sillones al porche para todos. Hugo disfrutó caminando despacio y sin fuerzas cogido al brazo de su madre. Iba orgulloso, lo más parecido a un pavo real mostrando majestuoso su bello plumaje. Hable con Yosi para que llevara refrescos, antes de que empezáramos a comer. El señor Barreau buscaba con la mirada, lo más seguro a Émile. Pero su manera de mirar buscando, hablaba por todo lo que callaba. Hugo sólo tenía ojos para su madre, y había desconectado de todo lo que sucedía a su alrededor. Le hacía preguntas, sobre el estado de sus hermanas. Sobre la gente más próxima que conocía en París. El señor Barreau se fijó en John, que estaba sentado a mi derecha. Ahora lo estaba examinando más que antes, con detenimiento. Lo miraba de la cabeza a los pies, parecía como si estuviese impactado, por la manera de peinarse, y de cómo vestía. Al fin decidió de intercambiar unas palabras conmigo. - ¿ Es usted la señora Franklin ?. - Si - Respondí. Después de mirarme largamente, puso sus ojos en John, y antes de que preguntara - Dije. 680

- En el aeropuerto lo he presentado como el mejor amigo que tengo. Dígame señor Barreau ¿ Qué quiere usted saber ?. Echó una mirada a su mujer y después a Hugo, para asegurarse de que los dos estaban muy entretenidos. - ¿ No está aquí Émile ?. Negué con la cabeza. Y volvió a preguntarme. - ¿ Porqué no está ?. Hugo giró la cara y miró a su padre con enfado, y fué él quién le respondió. - ¡ Te han dicho que no está y punto ! ¿ Qué quieres saber ahora ?. El señor Barreau se quedó parado, no esperaba esa respuesta de su hijo. Humedeció los labios, y dijo en un tono bajo. - Sólo quería saber donde está, lo quiero conocer. - ¿ Para qué ? - Preguntó Hugo. - Necesito hablar con él. Hugo empezó a ponerse nervioso, y a mirar de mala manera a su padre. Yo me temía lo peor, pues últimamente no se le podía contrariar, por nada saltaba, y se ponía algo violento. Jeanne intervino para tranquilizarlo. - Hijo, no te pongas así con tu padre. Es normal que lo quiera conocer, y yo también. Tenemos que hablar con el doctor que lleva tu enfermedad, y tiene que ser Émile quien nos lleve a la consulta para que nos hable de tu salud.

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Hugo no respondió, y bajó la barbilla hasta el pecho. Pero yo dije la verdad de lo que ocurría. - Señor Barreau, Émile, ya no vive aquí. - Por favor, llámeme Antoine - Dijo el padre de Hugo ¿Qué razón le ha llevado para que se vaya ? ¿ Lo puede decir ?. Era demasiado fuerte para que le dijera el porqué de su ida. No quería ser yo quien se lo desvelara. - Esta bien Antoine, llámeme Claire - Dije, al mismo tiempo que tragaba saliva. Antoine esperaba que yo siguiera hablando, y en vista de que no lo hacía, dijo dirigiéndose a Hugo. - Te guste o no, tengo que saber la verdad de todo. Estás más enfermo de lo que tu madre y yo pensábamos. Y como verás, a estas alturas, poco nos importa lo que opinen los demás. Eres nuestro hijo, y hemos venido a llevarte con nosotros a París ¿ Porqué se ha ido de aquí tu amigo y compañero Émile ? ¿ Nos tiene miedo ?. Hugo rompió a llorar. Esa era la manera que tenía para salir de algo que le molestara, y que no quería responder. Jeanne le preguntó. - ¿ Habéis roto vuestra relación ?. Hugo afirmó con la cabeza, y secándose las lagrimas con un pañuelo de bolsillo dijo. - Hace tiempo que nuestra relación está rota. Émile no me quiere, porque estoy enfermo, pero también él tiene la misma enfermedad que yo. Antoine me echó una ojeada, y me preguntó.

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- Claire ¿ Porqué se ha ido exactamente Émile de esta casa ? No crea que me va a ofender si me dice la verdad. Estoy aquí por mi hijo, y me espero de todo. Cogí la mano de John y las cruzamos por los dedos, me miró y asintió con la cabeza, para que hablara diciéndole la verdad. - Antoine, desde el primer día que supimos de que ustedes iban a venir, Émile dejó bien claro que él se iba. - ¿ Porqué razón ?. - Por no enfrentarse a usted. Hizo un gesto de no entender porqué. - ¿ Que es lo que tiene en contra de mi ?. Hugo saltó. - Le conté a Émile y a Claire, todo el mal que me hiciste a la edad de diez años, hasta el último día que dejé París, y que abandoné vuestra casa para venirme a trabajar aquí. Antoine no se esperaba que Hugo le sacara a relucir el pasado, y tan descaradamente cómo le habló. Posó su mirada en John y en mi, esperando encontrar una exclamación por parte nuestra. Manteníamos las manos cruzadas, y reposando encima del muslo de John. Antoine se fijó en la manera tan cariñosa que estábamos, y en las miradas de atención que John me echaba. Estaba pendiente de mi, para que no sufriera la menor alteración. Antoine se dirigió a nosotros dos, con palabras pasivas. - No sé lo que mi hijo habrá contado de mi. Pero lo que si puedo asegurarles, es que siempre he querido lo mejor para los tres hijos que tengo. Puede ser que a Hugo le 683

haya regañado para que de mayor sea un hombre importante y mis dos hijas respetadas. Hugo movía la cabeza negando. Jeanne le acariciaba la cara para que se tranquilizara, y le decía por lo bajo. - ¡ Cálmate hijo !. - Madre, estoy tranquilo, pero no quiero que venga ahora haciendo ver a las demás personas, que conmigo ha sido un buen padre. Sólo lo fué con mis hermanas. Llevaba a las dos en lo más alto, y a mi, por mi condición gay, me pegaba patadas en el trasero. Y aquí me quedo. No voy a mencionar nada más. Es por eso que Émile ha querido quitarse del medio, para no enfrentarse con él. Antoine lo escuchaba con atención. Pensé por un momento que iba a perder los estribos, que pasaría vergüenza ante las acusaciones que Hugo le imponía. Pero no fué así. Mantuvo la calma, hasta incluso creo que estaba relajado, manteniendo una leve sonrisa de inocencia. - No hijo - Dijo Antoine - Émile tiene otro hombre, tu ya no le interesas. Esa es la razón por lo que no está viviendo contigo. Y también quiero hacerte saber, que no me importa lo más mínimo que me acuses de todo lo que dices que te hice. No he venido aquí tan lejos para desenvainar mi espada contra ti. Quiero que te desahogues, y que le digas a tus amigos y a las personas que quieres, lo mal que te lo hice pasar. En aquellos momentos no lo hacía para fastidiarte. Lo hacía, porque quería que fueras un hombre respetable, y que hicieras tu propia familia. 684

Antoine hizo una pausa, y respiro profundamente. - ¿ Dices que querías hacer de mi un hombre ? - Dijo Hugo. - Si hijo mío. - ¿ Querías hacer de mi un hombre bruto que no conociera los modales ? ¿ Un hombre que llevara a su mujer derecha como una vela, y que a todo dijera que si? ¿ A eso tu lo llamas ser un hombre ?. - No quiero contrariarte, si tienes esa imagen mía como esposo y como padre. Quizá puede de que tengas razón. Pero a tu madre nunca le ha faltado de nada, y siempre me ha tenido a su lado, para lo bueno y para lo malo. Hugo se rebotó. - ¡Lo que dices no es cierto, mi madre y yo hemos pasado juntos muy malos momentos por culpa tuya ! ¿ No recuerdas el día que me pegaste con el cinturón ? Me dejaste el cuerpo marcado, con unos grandes moratones, en los brazos y en las piernas. Mi madre se puso por medio para que pararas, porque tu deseo era matarme. Ella te gritaba - ¡ Déjalo ya ! - Tu la miraste con desprecio, igual que a mi, y le dijiste - Es culpa tuya de que este sea maricón. Saliste de la casa y te fuiste. Mi madre se quedó abrazada a mi cuerpo. Sólo tenía yo doce años ¿ Lo has olvidado ?. - No hijo, sé que no me vas a creer, pero igualmente lo voy a decir. Volví de madrugada esa noche ¿ Lo recuerdas ?. - Si, lo recuerdo todo - Dijo Hugo con cansancio, por lo que se había alterado. - Después de dejaros, cogí el coche, y fui hacia un descampado, donde seguía el campo. Estaba lloviendo 685

esa noche. Salí del coche, y me puse bajo la lluvia espesa que estaba cayendo. Levanté mi cara y miré al cielo gris oscuro, y como nadie me podía oír, grité y grité, pidiéndole al cielo ayuda para mi. Lloré más que nunca, implorando al cielo que me perdonara. Hugo le mantenía la mirada. - Es posible que lo hicieras, pero me cuesta creerte, porque al día siguiente o a los dos días, me volviste a insultar, y a castigar. El único motivo que te daba, era que nací más femenino que masculino ¿ Porqué no la emprendiste con la naturaleza ? Tu que te tienes por un hombre inteligente ¿ No te percataste que todo esto cuando ocurre, cuando un niño nace, y se va haciendo un hombre, y nota que está viviendo en un cuerpo de mujer, es la naturaleza que ha jugado con el destino de esa persona ?. - Si lo sabía, pero en la propia persona es difícil de asimilarlo. Lo vemos de esa manera cuando le ocurre a las demás personas. Parecía que Hugo se hubiese recuperado por la manera que le había hablado a su padre, y de recordar los sucesos. - Siempre fuiste muy machista. Muy hombre, como tu dices. Si ser un hombre, es lo que eres tu, prefiero ser gay, de ésa manera no hago infeliz a ninguna mujer. Hacia rato que Hugo y su padre recordaban malos momentos. Sobretodo Hugo le estaba echando muchas cosas en cara, que jamás se atrevió a decirle. - Hugo para ya de hablarle de ese modo a tu padre intervino Jeanne - Es cierto lo que ha contado de que lo pasaba mal, cada vez que te castigaba o te insultaba. 686

- ¿ Porqué lo defiendes ahora ? - Respondió Hugo a su madre, como si ella también estuviese en contra de él Cuando me pegaba y me llamaba maricón, lo odiabas, no lo decías, pero conozco tu cara, tus gestos y tu manera de mirar. Y lo mirabas con desprecio ¿ Estoy mintiendo ?. Jeanne movía la cabeza, cómo algo que no podía atajar. - Hijo, han pasado años de toda esta historia - Dijo Jeanne. - Pues, lo recuerdo cómo si lo hubiese vivido ayer - Dijo Hugo cayéndole una lágrima por la mejilla. En el umbral de la puerta esperaba Yosi a que fuéramos a comer. Miré la hora en mi reloj de pulsera. Eran las dos y media de la tarde. Con el tema que se había tocado, el tiempo había pasado rápido. Apreté la mano de John, y rápidamente me miró. Hice un gesto para ponerme en pie, y nuestras manos se quedaron libres. Fui hasta el salón - comedor y revisé la mesa. Le había dicho a Yosi por la mañana, que pusiera cuatro cubiertos. Pero John se quedaría a comer, aunque no me lo había mencionado, era normal y lógico que comiera en casa. Así es que le dije a Yosi que pusiera un cubierto más, y que después se fuera a comer, pues a su hijo lo había dejado en la casita, y la estaba esperando. Yosi había dejado en una bandeja el rosbif, cortado a filetes finos. Lo dejé sobre la mesa, y una fuente honda con las verduras. Eché la última mirada a la mesa inspeccionando si faltaba algo. Lo encontré todo correcto, y volví al porche. Anuncie, que era la hora de la comida, aunque algo tarde. 687

Me acerqué a John, y le dije en inglés y por lo bajo, que se quedara a comer. La comida transcurrió con normalidad, apenas se habló. Aunque los reproches por parte de Hugo a su padre, no habían terminado. Era curioso lo que le estaba sucediendo. Según él me había contado, nunca se vio con el valor de enfrentarse a él. Siempre se había callado los insultos, y aberraciones que su padre lo sometía, y ahora cuando estaba muy enfermo, tenía una fuerza enorme. Decía lo que sentía sin tenerle miedo a nadie ni a nada. Era posible que supiera que le quedaba poco tiempo de vida, y no quería dejar pasar por alto, todo lo que guardaba dentro si. Llegué a pensar que era una manera de confesarse y sacar todo el odio que guardaba para no irse de la tierra con rencores, para airear su alma y dejarla limpia y cuando estuviera en las alturas volar con las mariposas que tienen las alas doradas. Porque ellas también cuidan del espíritu para que se vuelva transparente. John participó en la comida, y nada más acabar me dijo. - Amor, tengo que irme. El trabajo en casa me llama pero mañana nos veremos, cenaremos en un restaurante que se come muy bien, y podemos bailar. Mi cara se transformó, y sonreí. Mis ojos de mujer enamorada brillaban con chispas de luz. - Tengo ganas de que llegue mañana - Dije con el rostro muy pegado al de John - Hace años que no voy a bailar, quizá tres, en la boda de una amiga en París.

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- Mañana noche bailaremos hasta que amanezca, hasta que tu y yo seamos una sola persona por lo juntos que estaremos. Los padres de Hugo se despidieron de John, agradeciéndole haberlos ayudado. Hugo como había estado todo el tiempo ocupado con su madre. Apenas pudo hablar con John, pero antes de irse le preguntó. - ¿ Es cierto que eres escritor ?. - Si. - Quiero pedirte algo que para mi es muy importante. - Dime que es - Dijo John. - Es posible que no lo hagas aunque te lo pida. - Si lo haré ¿ Pero dime de que se trata ?. - Me gustaría que escribieras toda mi vida. Quiero que todo lo que he vivido, desde la edad de nueve años hasta este momento lo escribas. - Lo prometo Hugo, escribiré sobre tu vida. - Claire la conoce, porque yo se la he contado, y también ha vivido conmigo momentos difíciles ¿ Lo harás ? ¿ Escribirás mi historia desde el principio hasta el fin ?. - Te lo prometo Hugo - Respondió John, posando sus manos sobre los hombros de Hugo. Hugo lo miró con brillo en las pupilas, y sin bajar la cara para sonreír. Después se dirigió a mi. - Claire, John es realmente guapo. Tienes una gran suerte de que te quiera tanto y sin límites ¿ Te das cuenta que has tenido que venir al sur de África para vivir tu verdadero amor ?. Jamás podemos saber donde se encuentra nuestra felicidad. 689

Había veces que tenía una mente despejada, y controlaba cada frase que iba a decir. Fué John quien se adelantó a mi respuesta. - Hugo, la suerte la tengo yo de mi parte al conocerla a ella. Ha renovado toda mi persona, he vuelto a ser joven. - Es que eres joven - Dijo Hugo en una sonrisa un poco extraña. - Tienes razón, soy joven. Pero a lo que me estoy refiriendo es que, antes de conocer a Claire, estaba vacío por dentro, era un hombre triste, que a mis veintisiete años no creía en el amor porque pensaba que era banal, y que era inútil seguir buscando lo verdadero, porque no lo había. Pero otra vez el amor vuelve a tener razón, me lo ha demostrado. Cogí la mano de John y la apreté con la mía. Me miró, y cómo siempre ocurría, sus ojos verde mar hacía que me olvidara de lo negativo que estaba viviendo en aquellos momentos. John aproximó sus labios a mi frente, y la besó, con suavidad, pero que noté en la fuerza del beso un fuego de pasión. Hugo se había emocionado y sonreía, los ojos los tenía humedecidos. John se despidió poniendo su mano derecha sobre la mejilla de Hugo, como un saludo muy cariñoso. La mano de John y la mía se habían vuelto a juntar. Estábamos sólos, de pie en el salón. John me atrajo hacia él, parecía de que estuviésemos bailando cómo dos enamorados, pero no nos movíamos. Nos besamos, con amor y ardor, hasta que quedamos saciados. 690

John tenía que marcharse. Se dirigió al teléfono y marcó el número de los taxistas - Dio la dirección, y oí como repetía - De acuerdo espero diez minutos. Fuimos de la mano hasta el porche, y nos despedimos hasta el día siguiente a las siete de la tarde. El taxi llegó antes de los diez minutos. Otro beso nos dimos antes de que John se marchara. Lo observaba cómo caminaba hasta la verja, me encantaba su modo de andar, con clase y categoría, y un cuerpo varonil, que haría soñar a muchas mujeres. Se dio la vuelta, y agitó la mano para decirme adiós. Le correspondí de la misma manera.

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Los padres de Hugo habían llegado cansados del viaje, y decidieron de irse pronto a dormir. Hugo se había ido a la cama poco antes de que John se fuera. Yosi también se había ido a su refugio, y yo me quedé descansando en el porche echada en la butacona, respirando el aire, y el aroma a jazmín que llegaba. Los vecinos ingleses estaban tranquilos esa noche estrellada y medio iluminada por la Luna creciente. El timbre del teléfono sonó. El corazón me dio un vuelco. Estaba segura de que John no era, pues sabía de que estaba cansado, y no me llamaría al menos que fuera algo urgente. Me puse en pie y fui al salón, y cogí el teléfono. - ¿ Diga ?. Oí al otro lado del hilo una respiración agitada. Reconocí por la manera de respirar que se 692

trataba de Émile - ¡ Dios mío ! - Pensé - ¿ Qué quiere ahora ?. - ¿ Diga ? - volví a repetir. - Sabes muy bien quien soy - Oí a Émile que decía, con la voz seca y algo ronca - Llamo para saber cómo se encuentra Hugo después de haberse encontrado cara a cara con su padre. No sabía qué decirle en esos instantes, porque su llamada no era para interesarse por la salud de Hugo, sino para que le dijera, si él y su padre se habían discutido, y qué se habían dicho. Y le dije la verdad. - Hugo sigue cansado, pero más animado desde que ha visto a su madre. - ¿ Y con su padre cómo ha ido ?. - Te lo puedes imaginar, le ha estado reprochando cosas del pasado. Pero su padre no se ha inmutado. Creo que se lo esperaba, y venía preparado. - ¿ Preparado dices ? ¿ Para qué ?. - Pues, para recibir los reproches, y ajustes, que Hugo le iba a pedir. - ¿ Y dices que no se ha inmutado ? Tan grosero y sinvergüenza que ha sido con Hugo ¿ Ahora esconde el rabo entre las piernas ?. - Émile, yo en el fondo veo bien su reacción. Desconocen la gravedad de la enfermedad de Hugo. Pero se han dado cuenta de que está muy enfermo, y eso que no saben que le queda poco tiempo de vida. - ¿ El padre de Hugo ha preguntado por mi ?. - Si, quería saber porqué no vivías aquí, con su hijo. - ¿ Que le habéis dicho ? - Preguntó muy interesado.

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- Fué Hugo, quien le dijo la verdad. Que tu no lo querías ver. Oí cómo respiraba profundamente. - ¿ Sigue, hay más ? - Preguntó con interés. Sabía que se iba a enfadar. - Su padre le comentó lo que pensaba de ti. - ¿ Y qué pensaba de mi ?. - Pues le dijo, que tu no lo querías, y que lo habías dejado porque te habías enamorado de otro hombre. - ¡ Cabrón ! ¡ Es un sinvergüenza y un tirano ! Deja que yo me lo eche a la cara !. - ¿Porqué dices eso no es verdad ?. - ¿ También tu estás de su parte ?. - No Émile, estoy de parte de la verdad ¿ No es cierto que ya no lo quieres y que te ves con otros hombres ? ¿Y que hace tiempo lo abandonaste ? Gracias a mi ha podido salir de cosas que tu le hacías. - ¿ Que yo le hacía cosas ? ¿ Qué cosas son esas ?. - Es posible que las hayas olvidado, y que ya no te acuerdes. - ¡ Dime una, sólo una !. Era la pescadilla que se mordía la cola. - Émile, estoy cansada. Llevo un día muy ajetreado, y necesito irme a dormir. - ¡ No te escabullas queriéndote esconder en el cansancio. Quiero que me digas una sola cosa mala que yo a Hugo le haya hecho. Perdí el control. - ¡ Mira Émile ! No te voy a decir una, sino dos. Y después si quieres sigo. ¿ De acuerdo ? ¡ Lo has echado 694

a la calle, sabiendo de que estaba enfermo ¡ Le has pegado, y lo has dejado en el suelo tirado, y lo tuve que ayudar a que se pusiera en pie ¿ Sigo ?. - ¡ Eres una zorra ! ¡ Y jamás, me has querido ! ¡ Pero te lo advierto ! ¡ No te dejaré tranquila, y te perseguiré hasta el final, aunque sea lo último que haga ¡ Ah ! y al novio ese que te has echado, le voy a romper los huesos delante de ti, y lo vas a oír llorar implorándome, y llamando a su mamá. Solté una carcajada que no pude evitar. - ¿ Quieres ver cómo mañana me presento ahí ? ¿ Y cuando vea que entra en mi casa para verte le pego un golpe y lo quito del medio ? ¿ Eso es lo que quieres ? ¿ Es lo que estás buscando ?. Su agresividad había llegado muy lejos. - Émile ¿ Porqué te intereso tanto ? no te importaría matar si fuera necesario con tal de retenerme a tu lado. Cada vez estás más agresivo ¿ Te sigues tomando los medicamentos ?. - ¡ Y a ti que te importa ! ¿ Es que no te crees lo que te he dicho ?. - ¿ Sobre qué ?. - ¡ Disfrutas poniéndome mal de los nervios ! ¿ No me crees capaz de pegarle una paliza al maricón de tu novio?. - ¿ Te crees más fuerte porque él viste con traje, y tu con pantalón negro de cuero ? No te fíes de las apariencias, puesto que podrías llevarte una mala sorpresa. Quédate quieto y no hagas nada, será lo mejor para ti. - ¿ Me estás asustando ? Tiemblo de miedo. 695

Tenía que cortar esta absurda conversación. - Émile ¿ Exactamente para qué me has llamado ?. - Te sigues burlando de mi. ¿ No lo recuerdas ? ¿Qué pasa, que te has vuelto loca y no te acuerdas de nada ?. - ¿ Tu llamada no ha sido para saber cómo está Hugo ?. - Si, eso es - Dijo con sequedad. - Entonces ¿ Porqué la has emprendido conmigo ?. - Eres tu quien te pones borde poniéndote de parte de alguien que ni siquiera conoces, y me tiras a mi por los suelos, y por lo más bajo ¿ También has olvidado de que estamos casados ? ¿ De que sigues siendo mi esposa, y te puedo obligar a que vengas a vivir conmigo?. - ¡ No puedes obligarme a nada ¡ Quiero que lo recuerdes !. - No sé quien te ha leído a ti las leyes, porque me doy cuenta de que no las conoces. Y una esposa tiene que vivir en la casa que viva su esposo. - No cuando se trata de un maltratador como tu, ni de un marido gay. No Émile, el que no conoce las leyes eres tu, y también otra cosa te voy a pedir. ¡ Quiero el divorcio !. Se rió con descaro, con una sonrisa nerviosa y sarcástica. - ¡ Pobre ilusa ! ¿ De verdad crees que ese muñeco que te has echado por novio piensa casarte contigo ? No me hagas reír ¡ Tiene un montón de años menos que tu ! He indagado en su familia, y es una de las más ricas de Johannesburgo, el dinero les sobra por los cuatro costados, porque tienen varios negocios que le rentan mucho. Y por si fuera poco, se están construyendo al sur

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de Johannesburgo unos grandes almacenes que llevarán su nombre ¿ Lo sabías ?. - No, porque John nunca me habla de dinero. Es mucho mejor de lo que te imaginas, me quiere y me ha pedido que nos casemos. - ¿ Vas a dejar de ser la señora Franklin para ser la señora Edwars ? Ya te he dicho que no lo creo. Es posible que te haya pedido en matrimonio, porque es astuto de esa manera te dejaras, si es que ya no te has dejado. Y cuando se canse de ti, te dejara tirada. Piénsatelo bien antes de que yo cambie de idea, y después no quiera saber nada de ti. Tu y yo nos conocemos, y sabemos cada uno cómo somos. Tu con John estás como en una isla perdida, que todo parece bonito pero cuando se entra dentro, todo es distinto. Trataba de convencerme hasta dejarme sin fuerzas, para que aborreciera a John, el hombre más extraordinario que había conocido. No era fácil de que yo callera en la trampa. - Émile tendrías que estar agradecido a John. - ¡ Agradecido yo !¿ Porqué ? - Exclamó dándome un grito. - Por cuidar de mi, por amarme cómo lo hace, y por la sinceridad y nobleza que está demostrando tener. Hoy ha hecho lo que tendrías que haber realizado tu, ir al aeropuerto a recibir a los padres de Hugo. Alguien que no me quiere no lo hubiese hecho, me hubiera dejado sola ¡ Tu me has dejado sola hoy, y muchas veces más!. - ¡ Siempre tienes un argumento que presentar, pero conmigo no te vale, iré hasta el final !.

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No deseaba seguir hablando más con él, puesto que siempre tocábamos el mismo tema, y terminábamos mal. Lo nuestro era agua pasada, y mis deseos, mis grandes deseos eran olvidarme de Émile y hacer mi vida junto a John. - ¡ No quiero seguir hablando contigo ! - Le dije bastante enfadada, y demostrándole coraje - Me has llamado para saber cómo está Hugo. Ven mañana a casa, y habla con él, no te escondas. Porque eso es, lo que estás haciendo ¡ Así es que ! ¡ Buenas noches !. Dejé el teléfono en su sitio, y antes de salir del salón volvió a sonar. Lo dejé que sonara, y en el silencio de la noche, el ruido del timbre se hacia penoso para los oídos. No lo quería volver a coger, porque Émile seguiría con el mismo rollo, y así, podíamos estar hasta que amaneciera. El timbre seguía insistiendo y sin esperármelo, oí la puerta del dormitorio de arriba que se abría, y al padre de Hugo en el umbral de la puerta y en pijama. No tuve más remedio que decirle quien era, pues me miraba sin entender porqué no cogía el teléfono. - Es Émile - Le dije con naturalidad - Acabo de hablar con él, me ha tenido al teléfono más de una hora, y no quiero seguir hablando. - Deje Claire que lo coja yo, necesito hablar con él Dijo bajando las escaleras. Llegó hasta el teléfono y descolgó. - ¡ Alò ! ... ¡ Alò !. Émile tardó en responder, al oír otra voz que no era la mía, y que suponía, que se trataba del padre de Hugo. 698

- ¿ Quien es usted ? - Preguntó Émile. - Antoine, el padre de Hugo ¡ Émile, tengo que hablar con usted !. - ¿ Para qué ?. - Necesito hablar con el doctor que lleva a mi hijo, para que me aclare algo más de su enfermedad, y lo necesito a usted para que me lleve al Hospital. - ¿ Cómo han encontrado a Hugo ?. - Mal, muy mal. Mi esposa no puede dormir, y sigue en la cama llorando ¿ Porqué no me quiere usted ver ? No nos conocemos para que me tenga ese odio. Sé que mi hijo le ha debido contar aberraciones, y es cierto que se las hice. Pero era la ignorancia que tenía que me dejaba ciego, y hacía que actuara de ese modo ¿ Tiene usted padres ?. - ¿ A qué viene eso ahora ? ¡ Qué tienen que ver mis padres en todo esto !. - Nada. Pero los padres queremos lo mejor para nuestros hijos. Y eso era lo que a mi me pasaba. - ¡ No me venga ahora con cuentos ! Lo tenía que haber visto antes de humillar, de ultrajar, de maltratar y de pegar a Hugo. Un padre que quiere lo mejor para su hijo, no se comporta así. El rol de los padres es, de querer a sus hijos como son. - Tiene razón, toda la razón, pero lo que hice, hecho está. Pero figúrese si quiero a mi hijo, que estoy dispuesto, a que me ultraje, si lo quiere hacer, a que me eche en cara todo lo que quiera. Porque sin saber que es lo que le ocurre, imagino que está llegando a su fin ¿ Se ha dado usted cuenta de eso ?.

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- Escúcheme bien señor Barreau lo que le voy a decir. A Hugo le queda muy poco tiempo de vida, cómo máximo de uno a dos meses. Eso fué lo que me dijo el Doctor. - Usted ya no lo quiere ¿ Verdad Émile ?. - Quien no lo quiere es usted. No se ha inmutado al decirle el tiempo que le queda a su hijo de vida. Le da igual que muera o que viva ¿ Estoy equivocado ?. - Si totalmente. Puesto que yo le echaba aún menos tiempo. Y mi esposa aún menos. Está en la habitación llorando y rezando al mismo tiempo. Y tengo el alma partida de ver lo que está ocurriendo. También usted me está tratando mal, pero no se lo tengo en cuenta. Y créame, que quiero conocerlo, pero que sin que sienta hacia mi, odio u otro calificativo semejante. - Será difícil. - Difícil ¿ Porqué ?. - Porque he visto a Hugo llorar amargamente, recordando todo lo que vivió a su lado. Émile tenía razón. Pero me entraban ganas de arrebatarle el teléfono a Antoine, y decirle todas las veces, que humilló, que ultrajó y que pegó a Hugo. Si el padre de Hugo había sido un maltratador, él también lo era. Ninguno de los dos se salvaban, porque eran idénticos. El mismo genio, también el carácter, y por si fuera poco, los dos machistas. Émile lo sabía, era por eso que no aceptaba conocer a Antoine, para no verse cara a cara consigo mismo. Tenía ganas de irme a dormir. Y cómo la conversación entre Émile y Antoine iba para largo, me despedí de Antoine como a dos metros. Agité la mano y

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hablando despacito dije - Buenas noches - Antoine me devolvió el saludo. Me aseguré de cerrar la puerta que daba al porche y también la luz. Subí las escaleras, la puerta del dormitorio donde se habían quedado los padres de Hugo, estaba medio abierta. Oí como un susurro que provenía de Jeanne. Me mantuve a una distancia, puesto que había oído decir a Antoine en el teléfono a Émile, que su mujer estaba llorando y rezando. Respeté este momento de recogimiento, moví la cabeza, porque sentía pena por ella. No encendí la luz de mi dormitorio, y con el resplandor que entraba de la Luna por la ventana, veía lo necesario para desvestirme y colocarme el camisón de dormir. El sueño me vino de súbito, y no me di cuenta cuando me dormí. A las siete de la mañana estaba en la cocina preparando con Yosi los desayunos. No sabía que desayunarían los padres de Hugo. Lo más seguro es que fuera café con tostadas, mermelada y mantequilla. Con Jeanne acerté, pero con Antoine no fué así. Bajaron los dos vestidos, alrededor de las ocho. Antoine parecía que estuviera tranquilo, pero no era así. Había en él un quemazón que lo devoraba por dentro, y eso se notaba. - ¡ Buenos días Claire ! - Dijo Jeanne. La cara la tenía de no haber dormido, y las ojeras se le pronunciaban. - ¡ Buenos días Jeanne ! - Era evidente que no le iba a preguntar si había dormido bien. - ¡ Buenos días Claire ! - Dijo detrás Antoine. Se quedó mirando los alimentos que habían encima de la mesa, 701

cómo si se tratara de un Hotel, dijo dirigiéndose a Yosi Quiero dos huevos hechos en la sartén con mantequilla. - Antoine, Yosi no entiende nuestro idioma - Dije Dígame que quiere para desayunar. - Pues ya lo he dicho, dos huevos hechos en la sartén, con mantequilla, como se hace en Francia. Café, dos rebanadas de pan con mantequilla y mermelada. Jeanne lo miró fijamente. - ¿ Qué pasa ? - Dijo él - ¿ No es lo que desayuno cada mañana ? - Se dirigió a mi y me preguntó - ¿ He hecho algo malo ?. - No Antoine, es que no estamos acostumbrados a que alguien ordene aquí de ese modo. - Perdón es que son mis maneras. Sé que me falta elegancia y categoría, pero me cuesta ser de otra manera. - ¿ Han ido a ver cómo está Hugo, y si ha pasado buena noche ?. - He entrado en el dormitorio y dormía - Dijo Jeanne Será mejor que lo dejemos descansar todo lo que quiera. Antoine había quedado afectado o, quizá avergonzado, por este hecho que acababa de realizar. - Claire vuelvo otra vez a pedirle disculpas. Soy un hombre bruto, y no mido los modales. - No se preocupe Antoine, que no pasa nada - Dije. Acabábamos de desayunar, se oyó la voz de Hugo que desde el dormitorio llamaba a su madre. Jeanne nos miró contenta de escuchar la voz de su hijo. Pero dentro de la sonrisa había tristeza y resignación. Se puso en pie y se dirigió al dormitorio.

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Antoine era un hombre serio, y en su rostro no se reflejaba, si estaba triste o contento. Cambió de asiento para ponerse en frente de mi. Noté que algo quería decirme, en ese momento que Jeanne no estaba. - Claire ¿ Está usted al corriente de la gravedad de mi hijo ?. - Si. - ¿ Ha hablado usted con el Doctor que lo lleva ?. - No. - Es que anoche en el teléfono, Émile me dijo que le queda poco tiempo de vida. - Si, me di cuenta. - ¿ Lo sabía usted ?. - Émile me lo dijo. Pues, es el mismo Doctor que lleva la enfermedad de los dos ¿ Se lo ha dicho a Jeanne ?. - No me atrevo, no sé como reaccionaría. Hugo ha sido su ojo derecho. Nosotros que pensábamos llevárnoslo a París. No estoy seguro de poder hacerlo, pues su cuerpo tiene poca resistencia y ya no responde. - ¿ Porqué no hablan con el Doctor Foch ? Él les podrá decir si Hugo puede viajar o no. Los pondrán al corriente de la enfermedad. - Anoche quedé con Émile de que pediría visita para que fuéramos a hablar con el Doctor Foch. - ¿ Émile los acompañará ? - Pregunté extrañada. - No quiere. Dice que este Doctor habla Francés y que no tendríamos ningún problema para entendernos. Hemos quedado en que llamará Émile aquí mañana, para darme el día y la hora de la visita. - ¿ Mañana llamará aquí Émile ? - Dije medio aturdida. - Sí eso me ha dicho. 703

- Pues cuando suene el teléfono, lo coge usted. Me miró detenidamente. - ¿ Se llevan mal ?. - Si, muy mal. Y si me pongo yo al teléfono, volvería a insultarme. - ¿ Porqué razón ?. - Quiere que me vaya a vivir con él. Pero no vaya a pensar que es cómo marido y mujer. - No la entiendo - Dijo sorprendido. - Émile aunque tenga planta de hombre de una gran fortaleza, es miedoso para la enfermedad que tiene. Piensa que dentro de poco tiempo, estará igual que Hugo. Y quiere que vaya a vivir con él, para que lo cuide, y esté a su lado. - No es mala idea para él ¿ Y usted, qué pasaría con usted ?. - No lo quiero ni pensar, es mejor que lo olvide. Es por eso que le digo, que mañana cuando suene el teléfono, vaya usted a cogerlo. - La entiendo, no se preocupe que así lo haré. ¿ Quien es John ? - Preguntó con interés. - Es un ser maravilloso que he tenido la suerte de conocer. - ¿ Son ustedes novios ?. - Algo parecido - Dije posando mis ojos en los de Antoine. - Creo que ustedes dos se casarán. - ¿ Porqué lo cree ?. - Porque los he visto muy enamorados ¿ Porqué viste así?. - ¿ Así ? ¿ Cómo así ? ¿ Qué quiere decir ?. 704

- Perdone Claire, pero es que me ha chocado el modo de cómo viste, y cómo se peina. - Es que John es artista, como todo artista, parece raro, extravagante. Es el modo que tiene de vestir, y también de llevar los cabellos ¡ Es que John es único !. - Es posible, estoy seguro que serán muy felices. - Gracias Antoine. Jeanne hacia su aparición en la cocina. - ¿ Cómo se encuentra Hugo ? - Le pregunté. - Mejor, dice que ha pasado buena noche. Quiere que se le lleve el desayuno al porche. Me puse en pie, y ayudé a Jeanne. Antoine se levantó del asiento, y salió de la cocina para encontrarse con Hugo. En el poco tiempo que le quedaba de vida, quería reconciliarse con él, y sobretodo obtener el perdón de su hijo. No lo hacía notar, pero lo consumía. Y también se encontraba con algo difícil que tenía que afrontar. Decirle a Jeanne, que Hugo podría tardar en morir, de quince días a un mes cómo máximo. No creo que lo dejara para el último día. Yosi no dejaba a su hijo Moisés entrar en casa, ahora éramos dos más, y Hugo que a veces iba del dormitorio al salón, y así iba andando despacio por la planta baja. Moisés se quedaba jugando en el jardín, y también pasaba mucho rato en la casita que estaba rodeada de arbustos, y delante, los árboles frutales. A las cinco de la tarde cómo de costumbre, estábamos en el porche tomando el té. Hugo quiso quedarse para estar lo máximo con su madre, y todo el rato tenía entre sus manos la de su madre. 705

Yo estaba contenta de verlo feliz. En su rostro se dibujaba una sonrisa , que pocas veces apagaba. Seguro que platónicamente estaba enamorado de su madre. Las veces que me había hablado de ella, la veía como la mujer perfecta. Y una vez llegó a decirme medio en broma - Que si hubiese conocido a una mujer con todos los valores que su madre tenía, era posible de que se hubiese casado con ella. Las conversaciones entre Hugo, y sus padres eran escasas. Mantenían sobretodo las miradas, y una que otra sonrisa, con su madre tampoco hablaba mucho pero la mayor parte del tiempo quería estar a su lado pegado a ella, con las manos cogidas como si alguien se la quisiera arrebatar. Yo no hacía nada más que mirar la hora que había en mi reloj, y pensaba sobretodo en lo que me iba a poner, para cuando John viniese a recogerme, para irnos a cenar a un restaurante, y bailar. Deseaba que la hora llegara, las siete de la tarde. Subí a mi dormitorio, y abrí el armario. Saqué seis perchas con vestidos, y los fui dejando uno a uno encima de la cama para poder elegir. Al fin me decidí, por un vestido color carmesí, de seda brillante. Ajustaba bien el talle, pero sin marcar demasiado las caderas, era un poco suelto, de talle alto, y sujeto a los hombros con tirantes. Los zapatos que mejor me iban, eran unos que tenía marrones de tacón descubierto. Me había encomendado al cielo, no fuera estar esperando por cualquier esquina Émile, y nos estropeara la noche. Tenía unos deseos enormes de que 706

pronto todo acabara. Hasta que no dejara esa casa, Émile me estaría persiguiendo, y no la podía abandonar hasta ver que pasaba con Hugo. Sus padres no hablaban inglés, ni conocían ningún lugar. Era necesario que estuviera con ellos, hasta que marcharan a París. Hugo se iba a la cama poco después de tomar el té y comer algunas galletas. Sus padres habían salido al jardín, y con la poca luz del día qué quedaba, miraban la abundancia de flores que embellecía los alrededores de la casa. Para ellos surgió cómo para mi el primer día que llegué a Johannesburgo, era lo más parecido a un paraíso. Me acerqué a donde estaban. Jeanne se alegró al verme bien vestida, y sonrió aprobando mi atuendo. - ¿ Sale esta noche ? - Me preguntó observando el vestido. - Si, voy a cenar con John. Volveré tarde, y si oyen ruido en la casa de madrugada, soy yo que llego. Asintió con la cabeza sin perder la sonrisa. Antoine se adelantó para decirme. - Claire, no conocemos el modo de ir al Hospital. Mientras estaba usted en su habitación, ha llamado Émile, y me ha comunicado que pasado mañana a las once, el Doctor Foch, nos espera en su consulta ¿ Nos podría usted acompañar ?. - Por supuesto que si, estoy aquí para ayudarles. John acababa de llegar, y paró el coche delante de la puerta. Jeanne intervino. - Antoine, mañana hablaremos de esto con Claire, ahora la están esperando. 707

- Si claro - Dijo Antoine mirando hacia la verja. - Claire, que se divierta - Me deseó Jeanne. - Gracias, y hasta mañana.

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Llevaba unos deseos enormes de ver a John, de que me acariciara con su voz, y de que su sonrisa me hiciera soñar. Al llegar a la verja, me esperaba delante, con su habitual sonrisa, y con la mirada candente. Nada más cerrar la puerta de la verja, se aproximó a mi. Me miró de la cabeza a los pies. En su manera de mirarme y en su sonrisa, me lanzó un piropo que no me dijo con palabras, y que comprendí. - ¿ Cómo está mi diosa ? - Dijo suavemente. - ¿ Cómo está mi amor ? - Le respondí, para seguir su manera. 708

John estaba guapo, siempre lo estaba, y esa tarde, mucho más. No supe hasta conocerlo que se podía perder la cabeza amando. Creo que eso era lo que me estaba pasando. Nuestro amor, no era un amor corriente. Era mágico, sublime, con un poder, que podía derribar murallas, si alguien se interponía en nuestro camino. Iba a vivir una noche de ensueño, y estaba preparada a todo lo que nos ocurriera. Le había abierto las puertas al amor, y quería vivir junto a John una noche especial. Habíamos llegado al centro de Johannesburgo, y estábamos delante de un gran restaurante de lujo, y el gran parking que tenía para los clientes estaba casi lleno. John se fijo en mi observación, y dijo. - He reservado mesa. - John, estoy algo nerviosa - Dije con media sonrisa. - ¿ Porqué ? ¿ No estoy yo a tu lado ? - Dijo asiéndome del brazo para entrar en el restaurante. Por encima de la puerta de la entrada, había un rótulo de letras grandes y luminosas que se leía. Baile de gala. Habían varios maîtres nativos que acompa-ñaban a los clientes que iban llegando a las mesas que tenían reservadas. Uno llegó hasta nosotros. Vestía con esmoquin blanco, la cabeza la tenía afeitada. En muchos de los grandes restaurantes, los maîtres vestían de la misma manera. Era cómo un modelo a seguir. La sala era muy grande, y la mitad la componía una gran pista de baile, y en un lateral había una orquesta, 709

compuesta por músicos nativos. En esos momentos no estaban tocando nada, miraban las partituras y las iban colocando por un orden. Intercambiaban frases, que por lo que advertí era sobre el repertorio del trabajo que harían esa noche. - ¿ Te gusta ? - Me preguntó John. - Mucho - Dije olvidándome de los problemas que me rodeaban. Cuando estaba junto a él, era yo otra persona. Hacía todo lo posible para que me sintiera a gusto, para que estuviera contenta, y sobretodo, para que me sintiera feliz. Esa noche por supuesto que lo era, y deseaba que no terminara nunca. John me estaba dejando, a que saboreara bien el lujo del Restaurante Palace. Mis ojos se paraban en las lámparas colgantes de varias piedras luminosas, y cada piedra desprendía un color distinto, haciendo la luz brillante a medias, dejando relax. El camarero había llegado con dos cartas del menú. John tenía abierta una. Y miraba con detenimiento lo que ponía. No había prisa, teníamos toda la noche para nosotros. Tampoco yo me sentía con ganas de abrir la carta, quería cenar lo mismo que John pidiera para él. Tenía un gusto exquisito para la comida, y sabía que lo que pidiera para él, sería también de mi agrado. Le sugerí. - Pide tu para los dos. - ¿ No quieres saber lo que hay ? - Dijo cogiendo mi mano por encima de la mesa. - Quiero cenar lo que tu cenes, y quiero que sea una sorpresa. Todo lo que nos suceda esta noche no lo quiero saber de antelación. 710

- Eres encantadora - Dijo muy cerca de mi oído - ¿ No quieres saber qué nos va a suceder ahora ?. Antes de que yo respondiera. Noté sus labios en los míos. Sus besos me apasionaban. - Así me gusta que sea todo lo que nos venga esta noche - susurré en su oído. El camarero vino para tomar nota. Yo sonreía a John con picardía, haciéndole recordar que no lo quería oír. Asintió con la cabeza sin perder la sonrisa. Y mostrando al camarero el menú, señaló con el índice lo que íbamos a cenar. El camarero asintió, y nos echó una mirada a los dos de cómplice. Se retiró llevándose las dos cartas. Yo miraba a la orquesta, que aún seguían preparándose, y afinando los instrumentos musicales. Desde que habíamos llegado me fijé en uno de los músicos, debería tener unos treinta años, más o menos, como sus compañeros. John se había fijado en cómo yo miraba, y me preguntó. - ¿ Ocurre algo con la orquesta ?. - Es que me parece que conozco al saxofonista. John lo miró detenidamente. - Es posible que lo conozcas, pues esta orquesta también va a tocar a otras salas de fiesta. - Aquí en Johannesburgo no he asistido a ninguna. Esta noche es la primera vez que asisto a una en año y medio que hace que llegué de París. Puede que lo haya visto en el autobús o, en cualquier otro sitio, no tiene importancia.

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El camarero traía una heladera, y dentro una botella de champagne Francés. La abrió, y nos sirvió en copas de cristal, empezando por mi. Levantamos las copas y brindamos por nuestra felicidad. Después de beber un sorbo, y de depositar las copas encima de la mesa. John cogió mis manos con las suyas, las teníamos posadas sobre la mesa. Noté que algo me quería decir, y presté suma atención, recorriendo con mi vista, sus ojos y su boca. - Claire ¿ Te quieres casar conmigo ?. Eso era otra sorpresa de la noche que no me esperaba. Y las palabras de John sonaron en mis oídos como música celestial. Tenía que responderle. - Si quiero - Le dije con la mirada llena de amor, con la voz medio cortada por la emoción - Sí, quiero casarme contigo John. Pero antes tengo que divorciarme de Émile, no estamos en Francia, y no será fácil. Émile tampoco va a querer concederme el divorcio, tratará de machacarnos todo lo que pueda. - No corre prisa, pero quiero que nos casemos. Necesito sentirte cada mañana cuando me despierte, ver de que estás a mi lado, que duermes junto a mi, oír tu respiración, sentir tu aroma de mujer, y envolverte en mis brazos. Sentir tu cuerpo con el mío, hasta sentirnos que tu eres yo, y yo tu. Es un hechizo lo nuestro, el hechizo del amor. Es posible, y creo que eso fué lo que nos pasó la noche que nos conocimos, era una noche mágica. Era lo más maravilloso que me estaba pasando, lo más sublime, y radiante que jamás nadie me 712

había dicho. John era mi pasión, mi locura, la razón de mi alegría. El corazón me iba a cien por hora. El pulso, seguro que pasaba de cien ¿ Qué iba a suceder con nosotros si Émile nos hacía la vida imposible ?. El amor de mi vida lo tenía frente a mi, de John estaba enamorada hasta lo más profundo. No hacía falta que nos casáramos, me daba igual, porque yo estaba ya dentro de John. Me sentía vivir dentro de su cuerpo, y la mujer más amada. - ¿ Y si no nos pudiésemos casar ? - Dije a John. - Si diosa mía, nos casaremos, y no lo hago por el acto de que estemos casados, lo hago para que te puedan llamar, señora Edwars. Tengo un amigo que es uno de los mejores abogados que hay en Johannesburgo. Pondré el divorcio tuyo en sus manos, y verás lo eficaz que es. El camarero se acercó con una bandeja, y la depositó en el centro de la mesa. Eran frutos del mar. Estaba descubriendo lo que a John le gustaba. Era un gran conocedor de la gran cocina, un gourmet. Pensándolo bien, era normal, sus padres tenían un restaurante y estaba habituado a la buena mesa. A las ocho, el Restaurante gran Palace se había llenado, no había ni una mesa desocupada, y advertí, que muchas miradas estaban puestas en nosotros, había gente que nos miraban. Sabía que todas esas miradas iban dirigidas a John, lo habían reconocido, y era posible de que pronto, tuviéramos a alguien en nuestra mesa, para saludarlo y pedirle autógrafos. El camarero vino, y se llevó la bandeja casi acabada con los frutos de mar. 713

John se echó hacia atrás del asiento, y hurgó en el bolsillo derecho de su americana. Extrajo dos cajitas cuadradas de color marrón claro. No paraba de sonreírme. Me incliné hacia delante observando qué podría ser, pero al instante recordé lo sucedido tres días atrás. En cada mano tenía las cajitas, se acercó más a mi, y me dijo. - Ábrelas. - ¿ Yo ?. - Si. Puse mis ojos en las dos cajitas, y antes de abrirlas miré a John. Él seguía manteniendo su sonrisa y esperando a que yo descubriera lo que había en su interior. Abrí una y seguidamente después la otra. - ¿ Te acordabas ? - Me preguntó John. - Me lo he imaginado cuando las has sacado del bolsillo, son preciosas - Dije sacando de la cajita la sortija de platino con la piedra de esmeralda en forma de corazón que yo había elegido. John la cogió de mi mano, y sin soltarla, me la puso en el dedo anular de la mano derecha. Y dijo mirando la belleza de la piedra. - Es una sortija de Reina para una diosa. La iniciativa la llevé seguidamente, fui a por la otra sortija que John había elegido, y que tenía la esmeralda cuadrada. Cogí la mano derecha de John, y la coloqué en el dedo anular, y le dije. - Es la sortija de un Rey para un dios.

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John traspasó con sus ojos verde mar, los míos. Creo que ninguno de los dos nos dimos cuenta, y nos estábamos besando. La orquesta empezó a tocar la primera balada del repertorio, era suave . Begin de Begin - La melodía había entrado en mis oídos y en mi mente. John que siempre estaba atento a mis reacciones, y a las miradas que le echaba, me captó. - ¿ Bailamos ? - Me propuso. - Si, y quiero bailar toda la noche, hasta que amanezca. Éramos la primera pareja que había salido a la pista. Era la primera vez que estaba tan cerca de John. Su barbilla quedaba por encima de mi cabeza. Sabía bien conducirme en el baile, y en todo lo que se proponía. Antes de que terminara la melodía, estábamos rodeados de más parejas. Nos quedamos en la pista con las manos entrelazadas, y con las miradas unidas. - ¿ Eres feliz ? - Me preguntó John con su boca cerca de la mía. - No creo que haya en el mundo una mujer más feliz que yo, en estos momentos. - Quiero verte feliz, verte sonriendo. Y que me ames con todas tus fuerzas, y aún más, con tu alma. Porque tu alma y la mía estarán siempre juntas, e incluso en el más allá. Habíamos vuelto a la mesa. El camarero vino trayendo un carrito blanco de metal brillante y dos platos con tapaderas ovaladas de acero brillantes. Las

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retiró de los platos, y uno lo fué a poner en la mesa, para mi, y el siguiente para John. Desprendía un aroma exquisito, pero no sabía distinguir qué era. Me pareció que fuera hígado en salsa, pero no estaba segura. Cómo miraba los filetes finos y bien cortados, John me sacó de dudas. - Es hígado de pato al Oporto. Espero haber acertado para ti. - El aroma que desprende pide que se coma. John me observaba cómo cortaba un pedacito, y lo llevaba a la boca. - ¿ Te gusta ? - Me preguntó antes de que tragara. Y cuando lo hice respondí. - ¡ Formidable, está buenísimo !. Sonrió tranquilo. - Tienes razón - dijo después de haberlo probado. La orquesta siguió con otra balada. Me fijé en el saxofonista, pues su cara la conocía. Y sin dejar de mirarlo trataba recordar de donde podría ser. Y en esos instantes, en mi mente se encendió una luz, y exclamé. - ¡ Ya sé donde lo he visto !. - ¿ A quien ? - Preguntó John. - Al saxofonista . Si, lo he visto de sacerdote, es el mismo. - Explícate - Dijo John. - Es el sacerdote de la parroquia San Jerome. Está cerca de donde vivo. Un día entré en esa iglesia, y era él quien estaba celebrando la misa. John lo miró detenidamente. - Ahora los sacerdotes son muy modernos. Dicen misa por las mañanas, trabajan durante el día, y vuelven a la 716

parroquia a la tarde para terminar su función, y de noche hay algunos que también trabajan, y muchos lo hacen para ayudar a la parroquia en la que viven. Habíamos pasado una velada para no olvidarla jamás. Estuvimos bailando hasta la última pieza que la orquesta tocó. Y me parecía estar flotando en el aire, subida en una nube de ensueño. Eran las tres de la madrugada cuando abandonábamos el Restaurante Gran Palace.

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De regreso a casa, John me hablaba de cómo sería nuestra boda, el día que nos casáramos, la ilusión que tenía era tan grande que lo hacía soñar. Veníamos haciendo planes para cuando yo estuviera divorciada. Al llegar a la calle donde yo vivía, reconocí el coche de Émile que lo tenía aparcado a treinta metros aproximadamente de la casa. Sentí

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angustia en la garganta, y miedo en el estómago, con un fuerte dolor. John no había prestado atención al coche, pues estaba metido en fila entre otros coches más. Antes de advertir a John, quise asegurarme si Émile se encontraba dentro o fuera del coche. Nos había visto llegar, y nos estaba esperando entre un coche y otro. Sólo me dio tiempo a advertir a John, pues había salido del escondite en la oscuridad de la noche, y se fué a poner a un lado de la calle. - ¡ Émile está ahí !. John miró a la izquierda, y vi en su expresión que lo había visto. Siguió conduciendo a la misma velocidad hasta llegar a la puerta de la casa. Estaba tranquilo, y me tranquilizó. - Claire, no te preocupes, ahora quiero que entres dentro de casa, quédate en el porche ¿ De acuerdo ?. - ¡ Es muy bruto, y quiere romperte el cuerpo ! - Dije atemorizada. - Claire ¡ no te asustes ! que no pasará nada, y si alguien va a recibir, será él. Émile venía a pasos agigantados, en el silencio de la noche se oía el crujir de sus zapatos, y la respiración agitada. Me había quedado parada, congelada, mirando cómo se aproximaba. - Entra Claire, y no te quedes aquí, vete al porche, y quédate allí. Hice lo que John me indicó, y cuando estaba entrando por la verja, se oyó la voz ronca y desgarrada de Émile que me gritaba. 718

- ¡ No te vayas puta, que también quiero arreglar cuentas contigo ! ¡ Zorra, mira a la hora que te recoges !. Cuando iba por la mitad del jardín me di la vuelta, el terror se había apoderado de mi, y el miedo mío era por John, en Émile no pensaba. John me miraba, estaba pendiente de que llegara al porche, y me hizo una señal con la mano para que avanzara. Me di prisa, y subí las escaleras del porche. Me quedé de pie, y el bolso colgado al hombro, no reaccionaba, y tampoco sabía qué hacer. Con la luz de la farola de la calle, podía ver bien las dos siluetas, de John y de Émile. Hizo un ademán para abrir la puerta de la verja, pero John se lo impidió. La furia de Émile iba contra mi. Que por su boca salían insultos y mil barbaridades. John lo agarró por los hombros de la camisa, y lo puso frente a él, oí cómo le decía con rabia. - ¡ Para de insultarla ! ¿ No te das cuenta de que ella no te quiere ? ¡ Déjala en paz !. Émile reaccionó de la manera que lo sabía hacer. Pegó un cabezazo a John. De mi garganta salió un grito - ¡ Dios mío!. Tan nerviosa me puse, que ya nada distinguía, la lucha entre John y Émile, era grande, hasta mis oídos llegaban los golpes que se pegaban. Tenía que reaccionar y no sabía cómo, y pensé en Antoine, tenía que ir a despertarlo. Aunque era mayor, su fortaleza era grande. Saqué las llaves del bolso con mano temblorosa, hasta que las encontré. Me di prisa a abrir la puerta, di la luz del salón, y subí las escaleras con la rapidez del rayo. Mi respiración estaba muy agitada. 719

Llamé en la puerta varias veces con el puño cerrado. - ¡ Antoine ! - Gritaba llamándolo. - ¡ Si ya voy ! ¿ Qué pasa ? - Oí la voz de Antoine. Abrió la puerta de un estirón. Su semblante era blanco, pues lo que se imaginaba era que se trataba de Hugo. - ¡ Antoine venga por favor ! - Dije agitada y llorando. - ¿ Qué ocurre Claire ? - Preguntó exaltado - ¿ Es Hugo?. - ¡ No, bajé conmigo las escaleras y vamos fuera !. - ¿ Qué está ocurriendo ? - Dijo Jeanne saliendo del dormitorio en camisón. - ¡ John y Émile se están pegando en la calle ! - Dije. - ¿ Ellos ? - Dijo alterada. Bajamos los tres las escaleras, y salimos fuera. Antoine dijo a Jeanne y a mi. - ¡ Quedaos las dos aquí !. Antoine se dirigía en pijama, y con gran rapidez a la verja. También con la misma rapidez la abrió, y salió fuera dejándola abierta. Parecía que todo estaba más tranquilo, pues desde el porche no se oía nada. Mi corazón dio un vuelco, y mi alteración aumentó. No podía quedarme quieta sin saber que estaba ocurriendo ahora. Bajé con rapidez las escaleras del porche. Me puse a correr en dirección a la calle. Oí la voz de Jeanne que me decía gritando - Claire ¿ Donde va ?. Llegué a fuera sin poder respirar, con la mirada exaltada. Me esperaba ver lo peor. Antoine había llegado hasta donde John tenía sujeto a Émile en el suelo. Los brazos los sujetaba 720

por detrás de la espalda, y la rodilla apoyada en la columna vertebral, quedando inmóvil. No me acerqué hasta ellos, me quedé un poco atrás. Émile tenía la mejilla dando en el suelo, mirando al lado contrario de donde nosotros estábamos. Antoine hizo una sugerencia. - Es mejor que llamemos a la policía. - No hace falta - Respondió John - Ahora dejaré libre a Émile y se irá ¿ Verdad que te vas a ir y no aparecerás más por aquí ? - Se dirigió a Émile en estos términos. Émile seguía callado, tampoco hacía ningún gesto por liberarse, supongo que era porque no podía. Para mi era bochornoso presenciar esa escena. Sabía cómo Émile estaba en esos momentos, y era posible que tuviera sed de venganza, y más pronto o más tarde, se vengaría, quizá de mi, porque era la más débil, por ser mujer y no poder hacerle frente. John ahora más que nunca estaría más cerca de mi. En fin, no quería pensar lo que podría suceder. Antoine intervino. - John, déjalo que se vaya. No lo conocía, y me parece un pobre hombre amarrado al suelo. - Si, quiero dejarlo, pero antes tiene que prometerme, que dejará a Claire tranquila - Y dirigiéndose a Émile le dijo - Te voy a soltar, y después quiero oírte decir, que no vas a molestar más a Claire ¿ De acuerdo ?. John quitó la rodilla que sujetaba a Émile de la columna vertebral, y los brazos se los dejó libres. Se quedó mirándolo cómo se iba levantando del suelo, y cuando estuvo de pie, se cogió una muñeca con 721

la mano, tratando de parar el dolor, y seguidamente, la otra. Sacudió después las dos manos a la vez, quitándose tensiones, y por último, se llevó las manos atrás a la columna vertebral, e hizo un estiramiento. Su mirada no estaba en ninguno de nosotros, miraba al vacío, creo que lo hacía, para disimular o quizá porque sentía vergüenza, de que Antoine y yo lo hubiésemos visto en una incómoda y ridícula posición. Tanto que se la daba conmigo de hacer en mil pedazos a John el día que se lo encontrara, había sido todo lo contrario. - ¿ No vas a pedir excusas a Claire ? - Le recordó John. Tardó en responder. - No voy a pedir excusas a nadie. Pero quiero dejarlo bien claro. No me importa ella, para mi ha quedado anulada. - Prefiero eso - Respondió John - Y si vuelves a molestarla otra vez, te aseguro que lo que hoy te ha sucedido, no es nada comparado a lo que te va a pasar. Jeanne se acercó a donde estábamos, abotonándose una bata. Émile le echó una mirada, sabía que se trataba de la madre de Hugo. Al padre, ni siquiera lo miró. Pasaron quizá dos minutos de silencio. Yo cómo conocía a Émile, sabía de que estaba muy cabreado, y si no reaccionaba era porque John no le quitaba los ojos de encima, y cualquier gesto que hubiese hecho, John lo hubiera dejado paralizado, y esta vez hubiese sido peor.

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Hizo un gesto para irse, y después lo pensó y se dio la vuelta, y dirigiéndose a mi me dijo con voz autoritaria. - La mitad de los muebles que hay en la casa son míos, y la otra mitad de Hugo. - No tengo inconvenientes para que te los lleves Respondí. - El dormitorio donde tu duermes, lo compré yo. El dormitorio donde Hugo está, también. - Qué estás diciendo con eso ¿ Que te los quieres llevar ahora?- Le respondió John. - Tal vez - Dijo secamente. - No hay ningún problema - Respondí - Puedes hacerlo. Lo único que puede ocurrir, es que Hugo duerma en el dormitorio de arriba, con su madre, y su padre en el sofá - Dije señalando a Antoine. John terminó aclarando la situación. - Por Claire no te preocupes donde ella se quedaría a dormir, y también a vivir si ella así lo quisiera. No hubo respuesta. Émile se dio la vuelta, y subió la calle. Lo seguíamos con la vista. Se paró en donde estaba su coche, abrió la puerta y entró. Puso el motor en marcha, y se fué. Con todo lo que había sucedido, el tiempo había pasado, y estaba amaneciendo. El cielo estaba precioso, mostrando sus mantos rojizos y rosa, anunciando que el sol estaba a punto de salir, para iluminar el día.

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Decidimos entrar en la casa, y quedarnos en el porche. Yo propuse hacer té, y la madre de Hugo ayudarme. John y Antoine se quedaron hablando de pie. Antoine estaba interesado por saber cosas de África. Antes de que entráramos en la cocina, fuimos al dormitorio de Hugo, para ver si dormía. Pero no era así. Al vernos que entrábamos, dio la luz de la lamparilla de la mesita de noche. Se extrañó al vernos a las dos, y con el ceño fruncido, preguntó. - ¿ Qué hacéis aquí ? ¿ Ocurre algo ?. - Nada mi niño - Respondió Jeanne - ¿ Te hemos despertado ?. - Hace rato que estoy despierto, he oído ruido ¿ Qué hora es ?. El despertador de la mesita de noche marcaba, las cinco y cuarto. Hugo todavía se asombró más, al ver la hora que era. - Madre ¿ Qué está pasando ? - Volvió a preguntar como si no lo hubiera hecho. - Te he dicho antes, que nada, vuelve a dormirte. - Claire, dime tu que pasa - Me preguntó directamente. Miré a Jeanne. - Mas tarde en el desayuno te lo contaré, ahora íbamos a hacer té. - ¿ Té a estas horas ? - Dijo extrañado - ¿ Qué haces vestida tan elegante ? - Me preguntó. Respiré profundamente. - Está en el porche John, hablando con tu padre, veníamos de cenar y de bailar, y al llegar a casa nos estaba esperando Émile. 724

- ¿ Que ha querido hacer esta vez ?. - Lo de siempre, insultarme, y no me ha pegado porque John lo ha retenido, le ha dado lo que se merecía. Hugo sonrió. - ¿ Dices que está John en el porche ?. - Si, hablando con tu padre. - Quiero verlo, quiero estar con vosotros - Dijo echando la ropa de la cama a un lado, para levantarse. - Espera hijo que ya te ayudo yo - Dijo Jeanne. Entre las dos lo ayudamos a que se pusiera en pie, y cogiéndolo cada una del brazo salimos a fuera. - Buenos días Hugo - Dijo John - ¿ Qué haces aquí tan temprano ?. - ¿ Porqué te has levantado ? - Le preguntó su padre seguidamente. - No podía dormir, y prefiero estar aquí mirando lo guapo que es John. - ¡ Vaya ! - murmuró Antoine. - Tienes razón Hugo - Dijo John acercándole un sillón para que se sentara. John tenía las manos puestas en el borde del sillón. Hugo llevó su mano derecha hasta la mano izquierda de John, y la puso encima, palpando sus dedos. Antoine le echó una mirada que Hugo comprendió. - Padre, es que es el primer hombre guapo que toco. No creo que a John o a Claire le siente mal. ¡ Total, ya no sirvo para nada !. John posó sus manos sobre los hombros de Hugo.

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Hugo cerró los ojos y respiró saboreando el contacto de las manos de un hombre, deliradamente guapo. Para Hugo era pedir su última voluntad. John estaba al corriente, pues le dije, que a Hugo le quedaba poco tiempo de vida. Y como John era un ser generoso hasta más no poder ¿ Porqué no iba a querer que le tocara las manos ?. Habíamos entrado en la cocina. Jeanne se puso a preparar el té, y miraba con qué lo íbamos a acompañar, a un lado de la mesa de la cocina encontré una bandeja cubierta por un paño blanco, lo destapé, y todavía quedaba un buen trozo de bizcocho de manzana, que Yosi había hecho el día de antes. Lo corté fino y lo coloqué en un plato que saqué en la mano, y Jeanne la bandeja, con la tetera y cinco tazas. Había amanecido, y entre taza de té y la conversación que manteníamos, pronto sería la hora de que Salomón y Yosi empezaran el trabajo. Como no le faltaba mucho para que fueran las siete, esperé precisamente a que Yosi entrara en la casa, y decirle, que me iba a la cama, y que no me despertara hasta que yo no lo hiciera. John tampoco había dormido, y seguro que tendría que estar muy cansado, por la pelea que mantuvo con Émile. Pelear con él no era cualquier cosa, el hombre que mantuviera una pelea con Émile, tenía que ser muy hábil o jugar sucio cómo lo hacía él. Los párpados se me cerraban, las fuerzas me había abandonado, y me estaba durmiendo en el sillón. Noté que alguien se me acercaba, y abrí los ojos, 726

John estaba junto a mi. Todos los demás se habían ido a dormir. Me habló con voz suave. - ¿ Te llevo a la cama ?. - ¿ Qué ? - Dije sin haberlo oído bien. - Que si quieres que te lleve a la cama. Le sonreí, pero con los ojos medio cerrados. - Puedo yo sola llegar hasta mi cuarto - Dije sin entendérseme apenas. - No creo que puedas, no te tienes de pie. Los ojos se me volvieron a cerrar, y cuando los abrí, iba subiendo las escaleras en brazos de John. Me encontraba muy a gusto en sus brazos fuertes, la cabeza la llevaba apoyada en su pecho. El sueño me había vencido de tal manera, que ni siquiera me di cuenta cuando me dejó sobre la cama. Me despertaron los ladridos de Diana. Miré la hora en el despertador. Era la una y media. Me puse a recordar de qué manera había ido a la cama. No me acordaba, miré debajo de la sabana mi cuerpo. Tenía el camisón blanco de satén puesto. No recordaba habérmelo puesto yo. El vestido carmesí, estaba bien colocado sobre el sillón, y los zapatos que había llevado esa noche, delante del sillón en el suelo, al instante recordé que iba subiendo las escaleras, en brazos de John - ¿ Me había desnudado él ? - Pensé - Está más loco de lo que yo pienso - ¿ Tampoco tenía sujetador ? Ni nada de nada, solamente el camisón - ¿ Se habría atrevido a verme desnuda ? - Si, así fué, descubrió cómo era mi cuerpo. 727

Salí de la cama, cogí el batín, y me lo puse, y fui al cuarto de baño, y tome una ducha para despejarme. Al salir, me encontré con Jeanne, que se disponía a bajar las escaleras. - ¿ Ha dormido bien Claire ? - Me preguntó. - Muy bien respondí. - Anoche se quedó dormida, y John la subió al dormitorio, y la dejó sobre la cama, me pidió que le quitara la ropa y le pusiera el camisón. Respiré quedándome tranquila. - ¿ Fué usted quien me desnudó ?. - Si, por supuesto. La tuve que ver desnuda, pero era igual que ver a una hija mía. - Gracias Jeanne. - ¿ Pensaba usted que había sido John ?. - Tenía dudas. - John es todo un señor. Pero eso si, cuando ya la dejé acostada, entró en su dormitorio estando yo delante, le dio un beso en la frente, y le dijo - Que tengas dulces sueños mi amor - Y seguidamente se fué. - Es extraordinario. Jamás he querido a nadie como lo quiero a él. Nadie me ha enamorado como él lo ha hecho. - Claire, tengo la curiosidad por saberlo ¿ Cómo se conocieron ?. Sonreí. - Una noche mágica, una noche de Luna llena, una noche donde el amor fluía y se derramó en los dos, y nos cubrió con sus bellos colores. Y al instante supimos que estábamos hechos el uno para el otro, que no podíamos 728

separarnos. Estoy convencida de que somos almas gemelas. Jeanne se había emocionado, y los ojos los tenía humedecidos. - Disfruten de todo el amor ahora que pueden ¿ Tienen pensamiento de casarse ?. - John sobretodo, él quiere que nos casemos. - ¿ Y usted no ?. - También, pero no tengo prisa, tampoco podríamos casarnos ahora, hasta que no obtenga el divorcio. Lo amo y eso es todo, creo que es lo máximo, John sabe que me tiene.

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Hugo no se había levantado de la cama en todo el día. Estuve en el dormitorio un buen rato sentada en un sillón a su lado. Le hablaba, pero a unas cosas me respondía y a otras no, parecía como si no las oyera o, no me quisiera responder. Al día siguiente acompañaría a los padres de Hugo a la consulta del Doctor Foch. Jeanne ignoraba el tiempo de vida que a Hugo le quedaba. Yo estaba 729

segura de que algo había que decirle, para que se fuera haciendo a la idea. El tema era muy delicado, no sabía hasta qué punto Jeanne lo soportaría. Era una mujer delicada y sensible. La salud de su hijo había hecho de que no se encontrara a veces bien. Por la tarde subía al dormitorio para echarse un rato en la cama. Decía que no dormía, y que de esa manera se encontraba mejor, habiendo descansando un rato. Hugo apenas comía. Desayunaba un vaso de leche y una magdalena. Al mediodía hacía un gran esfuerzo para comerse un trocito de carne, y algo más, pero poco. Lo iba comiendo despacio, pues, le costaba tragar, la boca y la garganta las tenía llenas de llagas. Era por eso que la carne había que cortársela en pequeñísimos trozos, y la mayoría de veces se lo dejaba a la mitad. Por la noche tomaba un vaso de leche antes de dormir. No era alimento suficiente para mantener a un cuerpo de un metro ochenta y dos, y de ochenta y cuatro kilos aproximadamente, que pesaba cuando lo conocí, cuando llegué a Johannesburgo. Habíamos acabado de cenar, y en el porche estábamos los padres de Hugo y yo. Comentábamos sucesos que habían ocurrido en Francia. Se oyó la voz de Hugo gritando, nos sacó del comentario, y Jeanne que era la primera en acudir a las llamadas de Hugo se puso de pie y la seguí detrás. Antoine no se quedó sentado, vino también. Al entrar al dormitorio había una olor que no se podía soportar. Fui derecha a la ventana y la abrí de par en par. Hugo hacía por salirse de la cama. Jeanne le había quitado la sabana de encima, que estaba tan 730

manchada como la de abajo. Una gran colitis volvió de nuevo, parecía que lo tenía controlado, pero no era así. Gritaba, y creo que era de miedo, y también lloraba llamando a su madre. Antoine reaccionó con rapidez. Le quitó el pantalón y la chaqueta del pijama. Lo cogió por delante con las manos apretadas en la espalda de Hugo. Lo llevó casi en volandas hasta el aseo que había abajo, y lo sentó en el water. Antoine se quedó al lado de Hugo, pues, no se mantenía derecho, y se iba de un lado a otro. Entre Jeanne y yo quitamos las sabanas de la cama. El colchón no estaba manchado porque habíamos puesto encima un plástico que se ajustaba. Eso se hizo estando viviendo Émile en casa, desde que Hugo le empezaron las diarreas. Jeanne estaba nerviosa, no sabía lo que hacía, y sólo hacía que repetir - ¿ Porqué no se pone mejor ? - ¿ Si creo que está peor desde que llegamos ?. Me daba pena, se la veía una mujer sufridora que luchaba contra corriente, si fuera necesario. No se rendía por nada, y por su hijo estaba dispuesta a batallar si era necesario. Tenía la esperanza de que se pondría bien, y se lo podrían llevar a París. En la parte trasera de la casa había una pila de lavar. Nos habíamos puesto guantes de goma para coger las sabanas, y el pijama que se habían quedado en el suelo. La pila tenía un grifo ancho, y salía abundante agua, metimos las sabanas dentro, el pijama y las estuvimos enjuagando hasta que toda la suciedad se

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fué. Seguidamente las dejamos en remojo con abundante lejía y jabón líquido. Jeanne y yo nos miramos, estábamos agotadas, con un cansancio que nos costaba respirar, por la agitación. Antoine llamaba a su mujer. Nos sacamos los guantes y los dejamos para que escurrieran en el borde de la pila, y fuimos. Antoine mantenía a Hugo de pie y derecho, y estaba desnudo, lo mantenía abrazado por el pecho y la espalda, fuera del aseo. Al vernos dijo dirigiéndose a las dos. - Tengo que subirlo al cuarto de baño ¡ Preparar la bañera !. Con la misma rapidez subimos las escaleras, y entramos en el cuarto de baño. Tapé la bañera y puse los dos grifos, el agua caliente y la fría. Le agregué al agua, perfume de lavanda en escamas. El aroma empezó a subir hasta que el cuarto de baño quedó relajado el ambiente. Antoine iba subiendo las escaleras con Hugo en brazos, igual que un niño. Hugo venía callado, había parado de llorar. Antoine entró en el cuarto de baño, y puso a Hugo dentro de la bañera, y lo estuvo lavando bien, y lo mantuvo un rato dentro del agua. Eran las nueve de la noche cuando habíamos acabado de limpiar el aseo de abajo, y desinfectarlo, y de poner sabanas limpias a la cama de Hugo. Después del incidente que había pasado, Hugo no se quería ir a la cama, tenía miedo de que le volviera a

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suceder, y prefirió quedarse con nosotros en el porche medio acostado en la tumbona. Preferí subir al cuarto de baño para asearlo bien. Jeanne quería ayudar en todo, y estaba siempre dispuesta a participar en lo que fuera necesario. También, se trataba de su hijo, pero aún no sabía donde estaban las cosas. Se presentó en el cuarto de baño preparada con los guantes puestos. Yo estaba acabando de limpiar la bañera, y después, la tenía que desinfectar, poniéndole bastante lejía. - Claire ¿ Por donde empiezo ? - Dijo. - Jeanne, váyase abajo a descansar, lo que queda ya lo termino yo - Dije. - Claire, te quiero hacer una pregunta. - ¿ De qué se trata ? - Dije poniéndome derecha para mirarla de frente. - ¿ La diarrea que ha tenido mi hijo, le ha dado otras veces ?. - Si, muchas. - ¿ Igual que la de ahora ?. - Una noche tuvo otra parecida cuando Émile vivía aquí, e hizo igual que ha hecho Antoine, lo metió en el aseo de abajo, hasta que se le pasó. Y después también lo estuvo lavando. En el Hospital también ha tenido varias. Jeanne me miraba pensativa, desconcertada. - ¿ Cree que lo de mi hijo no tiene cura ? - Preguntó con los ojos húmedos. Se me cayó el alma al suelo. No sabía que responderle, aunque pensaba - Que tenía que saber la verdad. Jeanne seguía mirándome esperando la respuesta. 733

- Negué con la cabeza. - Claire ¿ Qué quiere usted decir ? - Preguntó asustada. - No sé exactamente lo que digo, no me haga caso - Dije saliendo del cuarto de baño para evadirme. - Claire por favor - Dijo con voz apagada, y algo temblorosa. Me volví hacia ella, llevaba los brazos caídos a lo largo de mi cuerpo, y sin fuerzas. - Jeanne, no quiero vivir esta situación, mañana podrá hablar con el Doctor Foch, él los pondrá al corriente de cómo está desarrollada la enfermedad de Hugo. - Dígame lo que sepa, pero no me engañe, se lo suplico. Me cayeron dos lágrimas que resbalaron por las mejillas. - Jeanne, hable usted con su marido, y se lo pregunta. - ¿ Antoine sabe algo ?. - Si - Dije asintiendo con la cabeza. - Él no me oculta nada. Y no hace falta que le pregunte porque usted me está contestando ¿ Va a morir mi hijo ?. - Todos nos vamos a morir - Dije. - Si por supuesto ¿ Pero va a morir pronto ? Sólo tiene treinta y dos años. Me acerqué a Jeanne, le rodeé el cuello con mis brazos, y la besé en la mejilla, la lágrima que le caía, humedeció mis labios. - Claire, he sufrido mucho desde que Hugo era un niño, siempre estuve protegiéndolo de los ataques repentinos que mi marido lo sometía. De mis hijas también, de la sociedad porque no lo aceptaban. Sólo quería estar conmigo porque era la única que lo comprendía. 734

- Hugo me lo ha contado todo - Dije todavía abrazada a ella. - ¿ Le ha dicho todo lo que su padre le hizo ?. - No sé si todo, pero me ha contado hechos que son difíciles de asimilar viniendo de un padre. - Yo también estoy muy enojada con mi marido, aunque usted vea que le sonrío y le hablo bien, él sabe que no lo hago de corazón, pues estoy muy dolida. Si no lo hubiese tratado cómo lo hizo, hoy Hugo viviría en París, y no estaría enfermo. La abracé más fuerte porque rompió a llorar, y la estuve besando cómo se besa a una madre. - Ahora su marido se ha portado bien con Hugo, me he fijado en la manera que lo cogía en la cama para llevarlo al aseo, y después cómo subía con él las escaleras, y lo metía en la bañera. No ha tenido reparo de nada, y hubiese hecho por su hijo en esos momentos todo lo que fuera necesario y mucho más. Jeanne me seguía asintiendo con la cabeza. - Mi marido cambió, cuando Hugo vino aquí a África. Sus complejos eran menos, porqué cómo no lo tenía delante, no se podía avergonzar de él. Y cuando supimos que estaba enfermo, y que teníamos que venir, disminuyeron aún más sus complejos, y después cuando lo ha visto, creo que ya le da igual todo, que hablen o que digan, incluso creo que lo defendería en todo, y sacaría la cara por él. Pero ahora para mi ya es tarde, cómo madre no lo puedo perdonar. - La entiendo muy bien, puede que yo hubiese reaccionado lo mismo - Le dije con aceptación. - Claire ¿ No ha tenido usted hijos ?. 735

- No. - Dan muchas alegrías, pero también penas. Siempre se está sufriendo por ellos, con un continuo miedo de que no les vaya a pasar algo malo. Recuerdo como si fuera ayer, el día que nació Hugo. Era un bebé precioso, nació grande, y pesando cuatro kilos trescientos gramos. Quedé destrozada, y tarde en reponerme. Cómo era el menor de los tres, se convirtió en el juguete de todos, hasta que empezó a crecer, y entonces fué cuando empezaron los problemas, porque quería ser cómo las niñas. Al principio pensé, que lo hacía porque veía a sus hermanas y las quería imitar. Pero después me di cuenta que se portaba de ese modo, porque él era así. Sus hermanas no lo aceptaron tampoco, sobretodo la mayor, se avergonzaba de él. Mi marido por otro lado me prohibió cuando llegó a la adolescencia, que no se le diera nada de dinero, para que fuera a trabajar y se hiciera un hombre. Llegué a enterarme que buscaba a hombres porque necesitaba dinero. No quería que hiciera eso, y le daba a escondidas de mi marido. No sé si Hugo le ha contado todo lo que los demás le han hecho. Pero un día nos llamaron del Hospital. Sentí mucha pena por ella. - Jeanne, sino puede continuar déjelo - Le dije. - Quiero contarle lo que unos desaprensivos hicieron con él, tres sinvergüenzas que abusaron de la poca maldad que tiene. Dicen que no son gays, pero también lo son, se esconden cómo ratas para no ser reconocidos. Hugo tenía dieciocho años, y frecuentaba mucho las discotecas. Conoció a tres, que dijeron que eran amigos, 736

quedaron en un piso de uno de ellos, con el pretexto de que lo iban a pasar bien. Pusieron la música alta para que no se oyera nada. No sé lo que allí hicieron, si fueron todos con Hugo ó uno sólo, pero sólo lo querían para divertirse con él, y cuando ya se hartaron, lo cogieron entre dos, lo abrieron de piernas, el tercero tenía preparada una lata de cola y una brocha, y le iba poniendo cola en sus partes, en el año y todo el vientre, de gran espesor. A todo esto, Hugo gritaba pidiendo auxilio, pero nadie lo podía oír, por la música tan alta que habían puesto. Y por si fuera poco, ese sinvergüenza volcó en sus partes una bolsa de serrín. Los tres se reían mofándose. Estuvieron sujetándolo hasta que la cola se secó. Después lo llevaron hasta un descampado y lo dejaron allí. No pasaba gente porque eran las cuatro de la madrugada, pero Hugo se fué arrastrando hasta la carretera, y un coche que pasaba, se paró, y lo llevó al Hospital. Estaba oyendo algo terrible ¡ Pobre Hugo!. - ¿ Y qué pasó con esos tres degenerados ? - Le pregunté. - No crea que le hicieron mucho. Los llevamos a juicio, porque Hugo sabía donde vivía uno de ellos, el piso donde fueron. Tuvieron que indemnizar a Hugo con mil francos, por el daño que le habían causado. Tenía sus partes quemadas y despellejadas. Fué horrible lo que sufrió hasta que se puso bien. Antoine nos sorprendió hablando. - ¿ Qué pasa ? - Dijo dirigiéndose a Jeanne.

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- Le estaba contando a Claire, todo lo que le hicieron a Hugo cuando era más joven. En el rostro de Antoine se reflejaba el cansancio, y le costaba sostenerse en pie. - Me voy a dormir - Dijo posando su hombro izquierdo sobre la pared - ¡ Ah ! Mañana cuando vayamos a la consulta del Doctor Foch, hay que hablarle de la diarrea que ha tenido Hugo. También tendremos que comprar pañales, pues puede volverle en cualquier momento. - ¿ Donde se ha quedado ? - Preguntó Jeanne. - Sigue en el porche, dice que no se quiere ir a la cama, porque cuando le ocurre es acostado. Tiene miedo. - Antoine - Dijo Jeanne con pesadumbre. - ¡ Qué !. - ¿ Estabas al corriente de la gravedad de nuestro hijo ?. - Si - Dijo siguiendo apoyado en la pared. - ¿ Porqué no me has dicho nada ?. Antoine me miró. - ¿ Te lo ha contado Claire ?. - ¿ A qué te estás refiriendo ?. Antoine volvió de nuevo a mirarme. - Claire ¿ Se lo ha dicho ? - Me preguntó. - No del todo - Dije echándole una mirada a Jeanne. Antoine fué decidido y no miró en reparos. - Jeanne, a nuestro hijo, no sé si le queda un mes de vida o, quizás menos. Jeanne se alteró. - ¿ Porqué dices eso y me hablas así, si todavía no hemos hablado con el Doctor ?. - Émile lo sabe, porqué fué el Doctor Foch quién se lo dijo - Respondió Antoine. 738

Jeanne arrancó en sollozos, y no se podía controlar. - ¡ Tendrás ganas de que se muera ! ¡ De esa manera puedes ir por la calle con la cabeza alta ! ¡ Te aborrezco, no sabes cuanto ! ¡ nunca lo quisiste, y le hiciste la vida imposible para que se fuera de nuestro lado !. Antoine fué hasta Jeanne y se abrazó a ella, también lloraba a lágrima viva. Y yo para qué decir. Antoine con la voz cortada por el llanto le dijo abrazado a ella. - Desahógate conmigo, sé que tienes razón, pero lo hecho, hecho está ¡ Si lo pudiese todo cambiar, actuaría de diferente forma ! ¡ Jeanne perdóname ! Hace tiempo que me estás haciendo pagar los errores que cometí. Antoine cogió la cara de Jeanne y sin parar de llorar, besaba sus mejillas, repetidas veces. Yo no podía seguir viendo tanto dolor. El pañuelo de bolsillo lo tenía mojado de tanto llorar, y decidí bajar al porche para hacerle compañía a Hugo. Sequé bien las lágrimas, me arreglé los cabellos, y me enderecé, para que Hugo no notara que había llorado. Lo encontré medio dormido en la butacona. Me senté frente a él, mirando los rasgos de su cara, lo poco que le quedaba, porque los huesos del rostro los tenía muy marcados. No había hecho ruido al sentarme, y sin embargo se dio cuenta. Abrió lentamente los ojos y me miró de frente. - ¿ Cómo te encuentras ? - Le pregunté. Tardó en responderme. - Mejor, el vientre se me ha quedado ahora tranquilo ¿Donde está mi madre ? - Me preguntó. 739

- Arriba en el cuarto de baño ¿ Quieres que la llame ?. - ¿ Qué está haciendo ?. - Está hablando con tu padre. - ¿ De qué ?. - Cosas de ellos, los he dejado y me he venido. - Estarán otra vez discutiendo, últimamente discutían mucho. Volvió de nuevo a cerrar los ojos. Su respiración era tranquila. Noté raro que John no llamara por teléfono, y no hubiese venido. Miré la hora que era en mi reloj, le faltaba dos minutos para las diez y media de la noche. La Luna estaba creciente, y reflejando con su media luz el lugar donde estábamos. Y las estrellas se podían contar por centenares. Me puse en pie, y fui a apagar la luz del porche, pues los mosquitos no paraban de viajar de un lado a otro, y era incómodo ver cómo se acercaban, y muchas veces nos picaban. El timbre del teléfono sonó. Me dio un vuelco el corazón de alegría - Pensé rápidamente en John - De un salto me puse en pie, llegué hasta el salón y cogí el teléfono. - ¿ Diga ?. - ¿ Cómo está mi diosa ?. La voz de John me reconfortaba, la energía me la renovaba, y mi alma de mujer, la embellecía. - Estoy bien - Dije con voz serena - ¿ Cómo estás tu ?. - Siempre que tu estés bien yo lo estaré - Dijo con voz juguetona - ¿ Hasta que hora has dormido ?. 740

- Creo que era la una y media cuando me he despertado, y me asusté - Dije riendo. - ¿ Porqué ? ¿ Tan mal lo hice ?. - Tu lo hiciste muy bien. Pero yo al despertarme y verme con el camisón puesto. Pues figúrate. - ¿ No te hubiese gustado que fuera yo quien te desnudara ?. Me eché a reír. - No sé que decirte, pero por ahora no. - Ya me doy cuenta que conmigo no quieres nada - Dijo para hacerme rabiar. Volví a reír pero con más ganas. - Demasiado sabes que no. Cambió de tema para ponerse más serio. - ¿ Te ha molestado Émile ?. - No, y espero que no lo haga. A ver si con lo que ocurrió esta madrugada pasada, me deja ya tranquila. - Tiene que hacerlo, ya se dio cuenta de que no me andaba con chiquitas. Todo lo que sea referente a lo que a ti te ocurra responderé de la misma manera o quizá peor. Me puse triste. - ¿ Porqué no has venido esta noche ?. - Quería que descansaras, pero si quieres, en media hora estoy ahí. No respondí nada a esto. - ¿ Estabas escribiendo ? - Le pregunté. - Si. - ¿ Te falta mucho para terminar el libro ?.

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- Todavía un poco, lo llevo atrasado. He aprovechado la tarde y la noche para seguir escribiendo - ¿ Me quieres mucho ?. Quería bromear con él. - ¿ Y si te dijera que no, me creerías ?. - En absoluto. - ¿ Tan seguro estás de que yo te ame ?. - Totalmente seguro, una diosa como tu, no me puede fallar ¿ Sabes que es lo que estoy contando ahora ?. - ¡ Qué !. - Los días y los meses para que estemos juntos, para que tu y yo nos podamos casar ¿ Te gustaría que fuera pronto ?. - Si, muy pronto, sueño también con ese día, mi amor. Oí la respiración que hizo John. - Claire ¿ Cómo sigue Hugo ? - Me preguntó con interés. - Nada bien. Hace un rato ha tenido otra recaída. - ¿ Has llamado al Hospital ?. - Ni siquiera lo he pensado, porque todo fué muy rápido, y tanto los padres de Hugo cómo yo, íbamos sin saber que hacer. Mañana a las once, tenemos visita con el Doctor Foch, para ponerlos al corriente del estado en que se encuentra Hugo. - Qué trago más fuerte cuando Jeanne se entere del poco tiempo que le queda de vida. - Ya lo sabe. - ¿ Dices que lo sabe ?. - Si, después de que ocurriera la perdida de líquidos que Hugo tuvo, me preguntó Jeanne - Si Hugo se iba a poner

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bien. Yo se lo dije a medias, pero ella como es una mujer inteligente, captó lo que le dije. - Qué sufrimiento para una madre, saber que a su hijo le queda poco tiempo de vida. Me da pena la pobre mujer. - Sí, mucha pena. - ¿ Iréis al Hospital en taxi ?. - Si, creo que es lo más acertado. - Mañana a la tarde iré y estaré un rato. - ¿ Vendrás a la hora del té ?. - Si de acuerdo. - Te doy muchos besitos mi amor. - También yo, y quiero que te enamores de mi aún más. - ¿ Más de lo que ya lo estoy ?. - Nunca es mucho, ni demasiado. De ti lo quiero todo, lo máximo. Que duermas bien diosa mía. - También tu, mi amor. No despegaba el teléfono de mi oído. - Claire cuelga - Dijo John. - Cuelga tu antes - Respondí. - ¿ Quieres que estemos así toda la noche ?. - Si quieres tu, yo también - Dije aguantándome la risa. - ¡ Venga cuelgo yo ! - Dijo. Oí el clic de cerrar el teléfono, y seguidamente lo hice yo también. - Me llevé las manos a la cabeza, y reí con ganas. - ¡ Dios mío ! - Dije. Salí al porche, Jeanne estaba sentada en un sillón, muy cerca de Hugo. Le tenía la mano derecha cogida, y los dos se miraban. Jeanne al verme me comentó.

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- No quiere irse a la cama, dice que va a dormir aquí toda la noche. Moví la cabeza. Me fui a sentar frente a Hugo. Él siguió con la vista los gestos que yo hacía. Me quedé mirándolo fijamente y le pregunté. - ¿ Porqué no te quieres acostar ?. Ladeó la cara para el otro lado donde no había nadie, y cerró los ojos. - Ya no quiere hacer caso, ni siquiera de mi quiere nada. Hugo giró la cara y miró a su madre lentamente, y con palabras casi apagadas le dijo. - Mamá, no me lo hagas tu también imposible, estoy mejor aquí que en la cama. - Está bien hijo, pero no te puedes quedar aquí sólo, me quedaré contigo. Hugo se echó a llorar. Su pena le salía de muy adentro, y lloraba dando grandes sollozos. Jeanne también lloraba, con la mano de Hugo entre las suyas. Sabía que iba a ser difícil hacerlo venir en razón. No sabía ya muy bien lo que hacía, ni lo que decía. Había entrado en un estado medio inconsciente, y de unas cosas se daba cuenta y de otras no. Se tranquilizó, y echó la cabeza al lado derecho de su hombro, y cerró los ojos. Nos miramos Jeanne y yo. - Se ha quedado dormido - Dijo ella. - Me quedaré con usted aquí esta noche - Le dije. - Voy a esperar un poco más, y subiré a llamar a mi marido para que lo lleve a la cama - Respondió Jeanne.

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Era lo mejor, aunque Hugo dormía bien en la butacona, pero tanto Jeanne cómo yo teníamos que irnos a descansar. Sólo habían pasado diez minutos cuando Antoine hizo su presencia en el porche. - Iros a dormir - Nos dijo - Ya me encargo yo de acostarlo. Nos quedamos por si Hugo se despertaba. Antoine aunque tenía sesenta años estaba fuerte, también tengo que decir que, Hugo pesaba poco, pero era un cuerpo muerto, y su peso tenía. Antoine lo levantó en brazos, lo llevó hasta el dormitorio, y lo acostó. En ese instante Hugo abrió los ojos, pero volvió a cerrarlos. Salimos del dormitorio, dejando la luz apagada, y la puerta entornada, para oírlo en caso que se despertara.

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Descolgué el teléfono y llamé a un taxi, y esperaba en la puerta de la casa. Le había dejado instrucciones a Yosi para la comida del mediodía. Ella también lo estaba pasando mal de ver a Hugo que se 745

moría. El sábado después de la comida, Yosi tenía el fin de semana libre. Me anunció que el domingo a la noche, no traería con ella a Moisés, lo dejaría con sus padres. La casa ya no era lo de antes, y tampoco el niño tenía que estar en un ambiente triste. Habíamos llegado al Hospital. La consulta del Doctor Foch estaba en la planta baja. Hacía como media hora que esperábamos, cuando salió una enfermera, y nos indicó que podíamos pasar. El Doctor Foch era un hombre de aproximadamente cincuenta años, el pelo canoso, y barba. Era amable y sencillo. Tenía un gran acento inglés, y el francés lo hablaba bastante bien. No fué con rodeos cuando Antoine le preguntó si a Hugo le quedaba mucho tiempo de vida - Respondió Que lo había enviado a casa porque ya no podían hacer nada más por él, y que estaba tomando los medicamentos adecuados para esa clase de virus que había contraído. Jeanne le expuso al Doctor la idea de llevárselo a París - El Doctor lo descartó totalmente diciendo de que Hugo no estaba en condiciones de viajar, y la muerte podría llegar de inmediato, podría tardar una semana, como quince días. Este diagnóstico, Jeanne lo recibió cómo un bombazo, no se pudo contener y rompió a llorar. El Doctor la observaba con tristeza. Se puso en pie y se acercó al asiento que Jeanne ocupaba, con su brazo rodeó los hombros de ella, y la estuvo consolando con palabras que los médicos utilizan para estos casos. 746

De regreso a casa, Jeanne venía en el taxi totalmente destrozada, era un alma en pena llorando. Antoine estaba preocupado de ver en qué estado se encontraba. Yo por otra parte, no sabía qué decirle porque todas las palabras sobraban.

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Estábamos viviendo esa amarga situación, con resignación, pero mal. Antoine se había volcado

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totalmente en Hugo, lo acostaba y lo levantaba igual que cuando era un niño. Émile desde el incidente ocurrido con John no sabíamos nada de él. Tenía razón John el día que me dijo - Que hasta que no se viera cara a cara con él, no me dejaría tranquila. No se interesaba por la salud de Hugo, ni siquiera llamaba a Antoine para preguntarle por él. Y tampoco sabía yo donde vivía, no había dejado su dirección ni su teléfono. Hugo cada vez iba a peor, las colitis estaban acabando con él, y comer ya no comía, y hablar apenas tampoco hablaba. La situación iba empeorando. Apenas lo levantaba de la cama Antoine por las mañanas lo dejaba un rato en el porche acostado en la butacona, nosotros estábamos con él, pero no nos decía nada. No sé si era consciente de lo que tenía. El jueves a la tarde el Doctor Foch lo vino a visitar, y cuando apreció en el estado en que se encontraba, dijo - Que había que ingresarlo - Jeanne se negó, alegando que cómo se iba a morir, prefería que fuera en la casa rodeado del cariño de todos. El domingo siguiente parecía que había mejorado algo. La voz la tenía muy débil, abría los ojos y trataba de sonreírnos. Antoine lo había sacado al porche, y en la butacona se encontraba perfectamente. Era un día radiante, cómo la mayoría de días que hace en África. Hugo estuvo mirando las flores del jardín, la casa y sus alrededores, el cielo azul iluminado por el sol. El ánimo de Jeanne era mejor, creyó que Hugo se estaba recuperando, y que poco a poco se pondría bien, ese fué el comentario que me hizo. 748

Cuando Hugo estaba en la cama que era las tres partes del tiempo, estábamos a su lado, y por las noches, se quedaba una Antoine y otra Jeanne. A las tres de la tarde del Lunes, Hugo había entrado en un coma profundo. Llamé al Hospital, y pedí a la recepcionista que me pusiera con el Doctor Foch. Cuando se puso al teléfono, le expliqué en el estado que Hugo se encontraba - Me respondió - Que lo más pronto que pudiera estaría en casa. Se presentó a las siete y media de la tarde, cuando pudo. Nada más lo obscultó nos dijo que había llegado su fin, y que era cuestión de minutos. Pidió una silla para quedarse al lado de la cama. Jeanne había cogido una fortaleza de hierro, no pensaba que iba a reaccionar de ese modo, quizá estaba esperando a que llegara el fin. Pues estaba que no podía más. Había perdido kilos, y su semblante era triste y demacrado. Lo mismo pasaba con Antoine. Hugo no lo quería y le tenía miedo, pero puedo asegurar, que Antoine desde el primer día que llegaron a Johannesburgo, hizo de buen padre para Hugo. Nada más saber la noticia de que a Hugo le quedaban minutos, fui al teléfono y marqué el número de John. - ¡ Diga ! - Respondió. - John mi amor, Hugo está muy mal, el Doctor está aquí, y dice que es cuestión de minutos. - Ahora mismo voy. - De acuerdo.

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Dejé el teléfono en su sitio. Al cruzar el salón me encontré con Yosi, que esperaba de pie y muy afectada. - ¿ Cómo está el señor Barreau ? - Me preguntó. - Mal - Dije moviendo la cabeza - Está llegando el final. Le brotaron dos lágrimas. Hacía tres años que trabajaba en la casa. - Señora, esta noche me quedaré aquí por si me necesitan. - Gracias Yosi. - ¿ Desean que les haga té u otra cosa ?. - Puedes hacer té, y ya veremos después - Le respondí. Entré en el dormitorio. El Doctor Foch hablaba con los padres de Hugo. Los iba poniendo al corriente de que Hugo se quedaría dormido, y dejaría de respirar. Media hora después llegó John. Se quedó con nosotros en el dormitorio. Jeanne parecía tranquila. Había cogido asiento al otro lado de la cama, y no dejaba de acariciar la cara de Hugo. Antoine seguía de pie con los ojos encharcados en lágrimas, junto a John. Oímos la respiración de Hugo que se agitó, y seguidamente dio dos ronquidos. El Doctor Foch tenía su cara muy cerca de la cabecera de la cama, y con su mano sentía la yugular de Hugo. Pasado dos minutos se puso en pie, por lo visto había llegado el fin, y así era. Hugo había dejado de respirar. Miré mi reloj de pulsera, eran las nueve y quince minutos. El Doctor salió del dormitorio, se dirigió a la mesa del salón y firmó la defunción, y dio 750

instrucciones para hacer todos los trámites del entierro. Jeanne pidió, que fuese incinerado. John se ocupó de los trámites de papeles, las oficinas de la funeraria estaban abiertas las veinticuatro horas. A las tres horas de haber muerto Hugo, vino un coche de la funeraria y se llevó su cadáver a la morgue. Nos anunció uno de los funcionarios - Que al día siguiente, a partir de las diez de la mañana, se podía ir para velarlo. Esa noche no pudimos dormir nada. Pues había que darle la noticia a Émile. Desde el día que lo trajo del Hospital, no lo había visto ni sabía de él. Tampoco sabíamos donde Émile vivía, ni conocíamos el número de su teléfono. La única dirección que yo sabía era la de Paul, que una noche fui con Hugo cuando estaba celoso de Émile. Eran las dos de la madrugada cuando iba con John, a casa de Paul, para darle la noticia de que Hugo había muerto, y para que nos diera la dirección de Émile. John paró el coche delante de la puerta de Paul. Todo estaba en silencio, y las luces apagadas. John llamó al timbre de la puerta y esperó. Pasado un minuto llamó dos veces. Vimos por una de las ventanas que la luz se encendía. Esperamos como cinco minutos, y Paul se acercó a la verja colocándose un batín marrón. Se quedó parado tras la verja, y al instante me reconoció y abrió. - ¿ Qué ocurre ? - Se adelantó a preguntar. - Perdone que vengamos de madrugada - Dije. - Es que Hugo ha muerto, y no sé donde vive Émile para avisarlo. 751

- Entren por favor - Dijo algo impresionado ¿ Cuando ha sido ?. - Esta noche a la nueve y cuarto. - Vamos dentro de casa - Sugirió. Intervino John. - Es tarde, y Claire está muy cansada, sólo queremos la dirección de Émile o, que usted se lo comunique. Mañana a partir de las diez se podrá visitar en la morgue, y el sepelio donde se celebrará una misa por su alma, será pasado mañana en la capilla de la morgue, a las nueve. Paul lo sentía mucho, y la emoción había hecho que se le humedecieran los ojos. - Émile vive al otro lado de Johannesburgo, lo mejor será que lo llame por teléfono - Dijo Paul. - De acuerdo, lo llama y se lo comunica - Respondió John. Nos despedimos de Paul y volvimos a casa. Las luces del porche, la del salón y el dormitorio de los padres de Hugo estaban encendidas. Diana nos estaba esperando al otro lado de la verja, cuando John abrió la puerta, se acercó, pero sin hacernos fiestas cómo cada vez hacía. Su postura era triste, el lenguaje de los animales no lo conocemos, pero estoy segura que se enteran de todo lo que pasa. Antoine nos estaba esperando sentado en el salón, estaba abatido, pálido y lloroso. - ¿ Está descansando Jeanne ? - Le pregunté. - Hace poco subió al dormitorio, pero creo que no duerme, no puedo quedarme arriba, no la puedo ver 752

cómo sufre callada. No me mira, no quiere mirarme ¿ Porqué ha tenido que suceder de esta manera ? - dijo rompiendo a llorar. - El porqué de las cosas que nos ocurre, las desconocemos, suceden y nada más - Dijo John. Subí al dormitorio, para ver cómo se encontraba Jeanne y John se quedó haciéndole compañía a Antoine. Encontré a Jeanne vestida y echada encima de la cama, con el brazo derecho tapándose los ojos. Me acerqué a la cama, sabía que no dormía. - ¿ Cómo se encuentra Jeanne ? - Le pregunté. Lentamente quitó el brazo que tapaba sus ojos, y se quedó mirándome fijamente. - Claire, me parece que todo es un sueño, y que pronto voy a despertar de esta pesadilla. Me hizo un sitio en la cama para que me sentara en el borde y habláramos. - ¿ No cree que esto ha sido lo mejor ? - Dije. - Puede, pero tampoco lo sabemos ¡ Pobre hijo mío !. - Desde luego que todo lo que digamos ahora no sirve para nada, todo es hablar por hablar - Dije. - Ya lo creo - Respondió Jeanne. - ¿ Saben sus hijas la noticia ? ¿ Las ha llamado ?. - Todavía no, quizá debería de hacerlo ahora ¿ no ?. - Pienso que si. Hay que llamar antes a la telefonista para aviso de conferencia, voy a decírselo a John. - Si por favor Claire. Encima de la mesita de noche tenía Jeanne su bolso, alargó el brazo y lo cogió, lo abrió, y extrajo

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una pequeña agenda, la abrió y me mostró el número que pertenecía a su hija mayor y me lo entregó. Salí del dormitorio con la agenda en la mano, y se la fui a entregar a John, para que pidiera la conferencia con París. En tres cuartos de hora la concedían. Ahora era cosa de Antoine y de Jeanne, cuando sonara el teléfono cogerlo. John tenía que marcharse a descansar, y yo también. Al día siguiente que sólo le faltaban horas, nos esperaba un día bastante ajetreado, y penoso. Nos quedamos en el porche. Con todos los días tan agitados que habíamos tenido con Hugo, sobretodo la última semana de su vida. Estaba yo con una gran pesadumbre, la tristeza me agobiaba de haber perdido a un gran amigo, y de haberlo visto sufrir y morir. John me cogió entre sus brazos, me apretó contra su pecho, me abracé a su cintura, y lloré con la mejilla derecha pegada en su pecho. Gracias a Dios que lo tenía a él. Dios me hizo un gran regalo, conocerlo. John me consolaba, igual que a una niña pequeña. Con su mano acariciaba mi cabeza, y besaba mi frente repetidas veces. Me tranquilicé. John se marchó, y nos despedimos hasta las diez de la mañana, que vendría para llevarnos a la morgue. Me fui a dormir pensando en Madeleine, hacía muchos días que no había ido por casa. Ella era una gran amiga, la consideraba cómo si fuera mi

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hermana mayor. A las nueve de la mañana la llamaría por teléfono para darle la noticia. Me quedé dormida rápidamente, el cansancio había podido más. Dormí cinco horas, las suficientes para ese día estar mejor. Yosi nos había preparado un buen desayuno, estuvo largo rato en la cocina esmerándose para que después no desayunáramos apenas, y se quedara casi todo. Antoine y yo comimos algo, pero Jeanne sólo tomó un zumo de naranjas que Yosi hizo. Yosi también estaba muy afectada, y apenas habló. También le preocupaba lo que iba a ser de ella a partir de ese día. Su destino no lo tenía cierto, sabía que los padres de Hugo se marcharían a París lo más pronto que pudieran, en África ya no hacían nada. Y yo no podía mantener la casa. Yo por el contrario no tenía preocupación porque encontrara otro trabajo. John haría todo lo posible para que lo obtuviera. A las nueve llamé a Madeleine, fué su hija la que se puso al teléfono me dijo que no estaba, pero que a las doce llegaría a casa - Le dije que necesitaba verla, y que le diera el recado. John como siempre era exacto en la hora que se había concertado. Había aparcado en la puerta con su descapotable de cuatro plazas. También Antoine, Jeanne y yo estábamos preparados.

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Fuimos directamente a la sala donde el cuerpo de Hugo lo habían expuesto. Nuestra sorpresa fué al entrar y descubrir a Émile. Tenía la cabeza apoyada en la urna, dando al rostro de Hugo. Era 756

desgarrador todo lo que le decía llorando. Yo jamás había visto a Émile llorar, ni que se le saltara una lágrima. Aquí, pegado a la cabeza de Hugo, le decía entre sollozos. - ¡ Perdóname ! ¡ Te he querido mucho, más de lo que tu podrías imaginar ! ¡ Te pido que me perdones por lo mal que me porté contigo ! Nos quedamos a una distancia con las lágrimas que nos resbalaban por las mejillas. Al lado de Émile se hallaba Paul, tratando de sujetarlo por un brazo. Más atrás habían dos amigos más que yo no conocía, y que por supuesto también serían gays. De las coronas de flores que habían llegado una tenía forma de corazón, la mitad de rosas blancas, y la otra mitad de rojas, y una banda ancha que decía - De tu amor eterno. Sabía que era de Émile. John había enviado otra, las hermanas de Hugo también por interflora, con un relato cariñoso. Los padres de Hugo y yo también otra. Los amigos que Hugo tenía también. Émile seguía llorando, y diciéndole a Hugo frases de amor. Me quedé sorprendida porque a mi jamás me dijo una, sólo cumplía con su deber de esposo y nada más. Paul lo mantuvo algo más calmado. Entonces fué cuando Émile nos vio y se separó algo del cuerpo presente de Hugo. Jeanne llevaba una gran entereza, estaba triste muy triste, pero no derramaba una lágrima. Antoine era el que más sensible estaba, y se podía apreciar la pena que llevaba. 757

Nos acercamos a la urna. El rostro de Hugo había embellecido, incluso me pareció que sonreía, y su sonrisa ahora no la podía esconder, llegué a pensar - Que nos estaba sonriendo a todos. Lo habían vestido de blanco, un atuendo que parecía una túnica. Yo lo miraba, y no me di cuenta hasta después, que Émile estaba abrazado a Jeanne, y lloraba. Jeanne lo consolaba también abrazada a él. Parecía que fuera ella la más fuerte de todos, me quedé asombrada de la entereza que tenía para animar a los demás. Sentí mucha pena por Émile, no lo conocía en absoluto. Siete años casada con él, y ahora era un desconocido. Debía de ser, un buen amante con sus amigos, con los que él amaba. Al día siguiente antes de las nueve, estábamos todos en la capilla de la morgue. No era muy grande, y ocupábamos la mitad. Los que habíamos querido, y los que habían conocido a Hugo, incluyendo Madeleine, también habían asistido, pues a la noche me había llamado, y la puse al corriente de la muerte de Hugo. John estaba siempre a mi lado, no me dejaba en ningún momento, y vigilaba para que estuviera bien. Al terminar la celebración de la misa, el sacerdote se metió para dentro. Entonces fué cuando Émile otra vez volvió a pedirle perdón a Hugo abrazado al ataúd. Yo lloraba de verlo cómo estaba destrozado, me dio la impresión de que nunca se repondría de ese mal trago. Émile siempre me había mostrado la otra 758

parte de él, la dura, la que reaccionaba sin sentimientos y todo le daba igual - Pensé - Nunca se llega a conocer a las personas tal cómo son. De la primera fila donde yo estaba, junto a Jeanne y al otro lado a John. Me despedí de Hugo con el pensamiento. Recordaba momentos buenos que habíamos compartido, y que se quedarían en mi recuerdo. Todas las conversaciones que mantuvimos, me llegaban en esos momentos a la mente, y sentí congoja, y no pude retener las lágrimas. Entre dos funcionarios sacaron el ataúd de la capilla, para hacer de inmediato la incineración. Decidimos volver a casa puesto que las cenizas no las entregaban hasta el día siguiente. Fué un día muy ajetreado, pues no paramos en ningún momento. Las cenizas de Hugo, las entregaron en un cofre cerrado y sellado. Desde esa misma noche, Jeanne y Antoine empezaron hablar para volverse a París, y se llevarían las cenizas de Hugo con ellos. Los billetes de avión los tenían de ida y vuelta, y se había avisado a la compañía para qué pudiesen marcharse lo más pronto posible. Habían pasado tres días, cuando se recibió una llamada de teléfono indicando que al día siguiente había un vuelo a París, y que habían reservadas dos plazas para el señor y la señora Barreau. Sin perdida de tiempo Jeanne se puso a hacer las maletas, pues era por la noche cuando avisaron, y el vuelo era al día siguiente a las siete de la mañana. 759

John no iba a aceptar que yo me quedara sóla en casa, tampoco podía yo responder a ningún pago, y ese mismo día que los padres de Hugo se marchaban, también yo me cambiaba para vivir en la casa de John.

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El día que Jeanne y Antoine regresaron a París, también fué ajetreado. Pues, estuve haciendo una maleta con lo más necesario, me instalé en casa de John. Él había empezado a mover los papeles de mi divorcio con su abogado.

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Jeanne se despidió de Yosi dándole las gracias por todo lo que había ayudado en el tiempo que ellos estuvieron allí. También le entregó un sobre cerrado. En el aeropuerto, Jeanne estaba aferrada a mi brazo. Si hubiese podido llevarme con ellos, lo hubiera hecho. Habían anunciado el vuelo con destino a París. Antoine seguía muy decaído, pero mostrando deseos de llegar a su casa para poder descansar. Jeanne me besó, y esta vez derramó dos lágrimas, que resbalaron por sus mejillas. - Gracias Claire, gracias por todo lo que hizo por Hugo, y por nosotros. Siempre la recordaré con mucho cariño. Se dirigió también a John. - También le doy las gracias a usted ¡ Y créame que lo que le voy a decir es la verdad ! Tiene una gran suerte de querer a Claire, y de que ella lo quiera a usted, es una mujer fantástica ¡ Y usted no digamos ! Hacen una pareja perfecta. - Jeanne, estoy convencido de ello, es por eso que estoy luchando tanto por nuestro amor. - Les deseo mucha felicidad, y ojalá vivan muchos años para disfrutarla. - Jeanne, es usted una buena mujer, y sobretodo una buena madre, también es la verdad, lo que yo le digo Dijo John. Antoine y yo nos dimos cuatro besos, cómo en Francia se hace. - Claire, que tenga mucha suerte - Me deseó.

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John y Antoine se abrazaron dándose una palmada en la espalda. - John, a usted también le deseo lo mismo - Dijo - Y muchas gracias por habernos ayudado en todo. - Es normal - Respondió John. Jeanne abrió el bolso, y extrajo una tarjeta de visita, me la entregó diciéndome. - Quiero que no perdamos el contacto, y que me escriba y si John no conoce París y un día van, nuestra casa está abierta para todo lo que necesiten. Hacían el último aviso, para el despegue. Jeanne volvió a besarme, con rapidez, porque pasaban por control. - Claire, que sigan bien - Dijo. Vimos cómo caminaban por el pasillo, hasta que los perdimos de vista. Habían llegado a Johannesburgo con la intención de llevarse a París con ellos a Hugo. Lo hicieron, pero no cómo pensaban. Mi vida había hecho un giro de ciento ochenta grados, y volvía a vivir otro amor, que no se parecía en nada al que viví con Émile.

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Teníamos que volver a casa, pues había que recoger a Diana para llevárnosla con nosotros. También para coger unas cosas importantes que me había dejado y que me hacían falta. Yosi tampoco dormía en la casita a partir de esa noche, ella se había ido triste a casa de sus padres. También necesitaba reponerse unos días. Pues, 763

había vivido una experiencia que no la podría olvidar en mucho tiempo. Ella no quería volver a trabajar con ninguna familia. A John le comenté - Si se podía quedar en casa y que trabajara para nosotros - Me respondió Que iba a ser difícil, puesto que mami sería la que mandaría, y la estaría mandando siempre, un día Yosi se hartaría y se iría - Me comentó, que conocía al director del Hospital para negros, y que le hablaría para que Yosi entrara a trabajar como auxiliar. Le hablaría muy bien de ella. En la puerta de la casa estaba aparcado el coche de Émile. La luz del porche estaba encendida, y todas las de la casa también. Miré extrañada a John. - No te preocupes por nada - Dijo tranquilizándome - Lo más probable es que ha tenido que venir a llevarse cosas. Diana conocía el motor del coche de John, y venía por el caminillo corriendo a nuestro encuentro. Al abrir la puerta del porche, Diana salió cómo de costumbre, haciéndonos las habituales fiestas. En el umbral de la puerta de la entrada se hallaba Paul, nos miraba esperando a que llegáramos. Salió del porche, con aire tranquilo, y con las manos metidas en los bolsillos. - ¡ Buenas noches Paul ! - Dijo John acercándonos a él. - ¡ Hola ! ¿ Cómo estais ? - Respondió sacando las manos de los bolsillos - Está Émile dentro mirando los muebles que se puede llevar, y los que no, dice que los va a vender. 764

No respondimos nada sobre eso. Entramos en la casa. Émile se hallaba en el dormitorio de abajo. Nos había visto llegar, y salió a nuestro encuentro triste y algo desmejorado. Me miraba sin pena y sin pudor, cómo cuando estábamos casados y vivíamos en París, cómo cuando no tenía nada que esconderme, porque no sabía nada sobre la doble vida que hacía. Y ahora, porque conocía todo sobre él. Paul se unió también a nosotros. - ¿ Vamos a sentarnos, quiero hablar contigo Claire ! Me dijo Émile. Émile se sentó en uno de los sillones del salón. John y yo en el sofá. Paul también cogió asiento, en el sillón que había continuo. Quería oír lo que se decía. Émile me sorprendió. - Claire, lamento mucho de que hallamos terminado de esta manera - Dijo echándose hacia atrás en el sillón, y con los brazos cruzados, como era habitual en él - No deseo hacerte nada imposible, y quiero que sepas, que te concederé el divorcio cuando lo pidas. Miré a John, porque ya lo había puesto en manos de su abogado. - Ya está en trámites - Respondí. - ¡ Ah ! - Émile exclamó. Y dirigiendo la mirada a John le dijo - Te vas a llevar a una gran mujer. Sé que tu, la harás más feliz de lo que yo la hice, la quieres mucho ¿ No es cierto ?. John afirmó con la cabeza sin dejar de mirarlo. - ¿ Te quedarás a vivir solo ? - Le pregunté.

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- Estamos haciendo planes Paul y yo. Es posible que me vaya a vivir con él. Dirigí mi vista a Paul y le pregunté sin ánimos de curiosear en su vida. - Paul ¿ Eres soltero ?. No me pareció que le sorprendiera mi pregunta. - Estoy divorciado - Dijo con algo de tristeza en sus palabras, por mencionar lo siguiente - Tengo dos hijas, una tiene catorce años, y la otra doce. - ¿ Hace mucho tiempo que no las ves ? - Le pregunté. - Ocho años. Me vine a África cuando la más pequeña tenía sólo dos. Metió la mano en el bolsillo izquierdo interior de la chaqueta y extrajo una cartera. La abrió y sacó dos fotografías, y me las entregó para que las mirara. En una de las fotografías había una niña preciosa con cara de ángel. Y en la otra fotografía, era un bebe de algo más de un año. John las estuvo mirando conmigo. Cuando se las entregaba le pregunté. - ¿ No las echas de menos ?. - Si, mucho - Respondió afirmando con la cabeza, y con la mirada triste. Me picaba la curiosidad por querer saber de qué manera llegó a ser gay. A Paul no lo conocía bien, y no me atrevía a hacerle la pregunta ¿ Y si se molestaba ? Émile cómo me conocía y sabía cómo era, fué el que me dio paso a la pregunta. Se puso en pie al mismo tiempo que me dijo marchándose al dormitorio de matrimonio. - ¡ Hazle la pregunta !.

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No me sorprendió viniendo de él. Pero tampoco me lo dijo con mala intención. Me sentí algo incómoda, y me moví en el asiento. John notó que no me encontraba a gusto. - ¿ Ocurre algo ? - Me preguntó. - No, nada - Respondí - Es que Émile ha adelantado lo que a Paul le quería preguntar. Paul no había quitado la mirada de mi. Era de carácter extrovertido, y risueño. - Claire ¿ Quiere saber cómo llegué a ser gay ? ¿ No era eso lo que me quería preguntar ?. - Bueno ... si - Respondí titubeando - John me miró algo extrañado, y con una leve sonrisa. - Lo mío fué muy distinto a lo de Émile. Yo trabajaba en una emisora de radio. Para ser más exacto, en Radio Santé. En esta clase de trabajo hay muchas oportunidades, porque se conoce a mucha gente. Era yo quien dirigía el programa de la noche, hasta la madrugada. Una vez a la semana se hablaba de sexo. Venía un experto en sexologia. Explicaba bastante bien lo que es el sexo, formas y posturas. La gente llamaba a altas horas de la madrugada para que les explicara dándoles salida a los problemas que ellos tenían. También yo tenía algunos problemas con mi exmujer, habían sido muchas veces que yo probaba con ella el sexo anal, pero no le gustaba, y me rechazaba, incluso para hacer el sexo normal ya no lo aceptaba. Una noche después de que terminara el programa, le pregunté a este experto de sexología lo que me sucedía. Me escuchaba con mucha atención, y cuando terminé, me dijo. 767

- Lo tuyo está bien claro. - Pues si tu lo ves así explícamelo - Le respondí. - ¿ Has estado alguna vez con hombres ? - Me preguntó. - ¡ No por supuesto ! - Dije extrañado. - Pues, pruébalo, porque a ti te gustan los hombres. Me quedé mirándolo sin parpadear, y pensativo - ¿ Era posible que me gustaran los hombres y no lo supiera ?. Me propuso hacer una orgía mixta. Lo hacían en su casa cómo terapia. Y el día indicado me presenté sólo. Ya habían llegado dos parejas, y después, una mujer de unos cuarenta años aproximadamente, y dos hombres jóvenes. El profesor de sexologia nos presentó a todos, y estuvo hablando de las reglas y las normas que habían. Se pagó una cantidad de dinero, que era por el servicio que en su casa prestaba, y por el champagne que tomábamos antes y después de empezar la orgía. Me había fijado en los dos últimos chicos que habían llegado con la mujer. Y la mujer se había fijado en mi, yo era bastante más joven que ella. Al principio me dejé llevar por sus caricias, y empezamos el juego del amor. Pero en mi mente sólo estaba mi mujer, y pensé - La estoy traicionando - y de súbito dejé el juego, no quería seguir con esa mujer que aunque era atractiva no la conocía de nada. El profesor de sexología se acercó y me preguntó. - ¿ Qué ocurre ? ¿ No te gusta ella ?. - No - Respondí. - ¡Pues aquí tienes a un joven que está esperando ! ¿ Te atreves ?. 768

Mi deseo de hacer el sexo anal era grande. Lo hubiese podido hacer con la mujer, pero no me atrevía por ser mujer, me recordaba a la mía. Así es que me acerqué al joven que esperaba empezar el juego con alguien. Él también sabía acariciar, yo lo seguía hasta que lo hicimos. Y después fueron intercambios. Asistía todas las semanas a estas orgías que no podía evitar, cada vez me gustaban más. Llegó al punto que a mi ex-mujer ya no la tocaba. Dormía con ella cómo si lo hiciera con una hermana. Mi hija la mayor tenía cuatro años, y la más pequeña dos. No pude por más tiempo estar engañando a mi ex-mujer, y un día se lo expliqué todo. Ella me repudió, y pidió el divorcio, era lógico y normal. El resto ya lo conocéis. Me quedé asombradísima, no me esperaba de Paul ese relato sobre el sexo que hizo que se rompiera su familia, y sobretodo, dos hijas que tenía y que por supuesto las quería. No quise hacerle más preguntas sobre sus hijas, pero una idea me rondó la cabeza y deseaba saberlo. - ¿ Émile y usted se conocieron aquí en Johannesburgo?. Paul miró la puerta del dormitorio. Émile nos estaba oyendo, oímos su voz que decía. - ¡ Vamos, no te cortes, y dile la verdad !. - ¡ Uff ! - y siguió - Émile y yo, nos conocimos en estas orgías. Siento decirle esto Claire. - No me molesta saberlo, me lo he supuesto al hablarme de las orgías. No creí para nada, que se hubiesen conocido aquí ¿ Fué usted quien le propuso de que se viniera a Johannesburgo ?.

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- Una de las fuentes principales fui yo. Lo moví todo para que lo llamaran. Émile salía del dormitorio, llevando en la mano una fotografía de Hugo. - Ya sabes más sobre mi. Este detalle no te lo había contado, pero ahora todo da igual ¿ No es cierto ? - Dijo mirando a John, que permanecía pasivo, al igual que yo. - Una historia muy emocionante - Dijo John con un poco de ironía. - Para usted puede que no lo sea, pero para nosotros dos fué fascinante - Respondió Paul - Jamás lo olvidaremos, y muchas veces son, las que lo recordaremos. John me hizo un ademán para que me pusiera en pie, al mismo tiempo que él lo hizo. Tenía que coger algo personal, que necesitaba para esa noche. Subí las escaleras, y me dirigí al dormitorio que ya había ocupado. John me esperaba abajo. Solo tardé diez minutos en recoger lo que buscaba. Estaba preparada para que nos fuéramos. Diana estaba esperando junto a John, sabía que venía con nosotros, y se había preparado. John hablaba con Émile, y cuando me acerqué, comprobé que John le estaba pidiendo su dirección, porque la iba a necesitar, para la demanda de divorcio. Émile escribió su dirección en un sobre, y se lo entregó diciéndole. - Es posible que pronto me vaya a vivir a casa de Paul. En la vuelta del sobre, también te he escrito su dirección, y su teléfono.

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- ¡ Ok. ! - Respondió John, mientras que guardaba el sobre dentro del bolsillo de la americana. Émile había cambiado de la noche al día. La muerte de Hugo le hizo de que fuera mejor, de que sus sentimientos cambiaran hacia mi. Seguro que también tuvo que ver, la noche que se vio cara a cara con John. Émile se quedó dentro de la casa, y fué Paul quien nos acompañó hasta el porche. Allí nos despedimos dándonos la mano.

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De regreso a casa de John, mi corazón palpitaba de alegría. Todo el pasado lo había dejado

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atrás, y mis deseos eran vivir junto a John, al hombre que realmente me quería, y que yo adoraba. Mami había preparado para mi, una de las mejores habitaciones que había en la casa. Yo era consciente y lo deseaba, que un día u otro tendría que tener contacto físico con John, pero todavía para mi no había llegado el momento, puesto que el día que me entregara a él, lo haría en cuerpo y alma, y nunca más me separaría de su lado. Quería darle todo lo mejor de mi misma. John en lo que a esto nos concernía, era paciente, quería que fuera yo quien me entregara, y no tenía ninguna prisa. Yo quise trabajar, aunque John no estaba de acuerdo, porque decía - Que no lo necesitaba, y que si lo hacía era porque quería. Lo hice para sentirme libre de hacer lo que me pareciera, aunque adoraba a John no quería estar sujeta a él, no soportaba sentirme oprimida cómo lo estuve con Émile. John me acompañó, a la librería inglesa Inter, para presentarme a la directora. Ellos se conocían, puesto que John había firmado libros en el establecimiento. La directora me dio un mes de prueba, creo que ella, no estaba muy convencida de que me pudiese quedar por más tiempo. Notó de que estaba muy unida a John. Y así fué como ocurrió, pero no estuvo mal de que trabajara un mes, pues le di tiempo a John para que acabara de escribir su libro.

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Mami estaba contenta de que viviera en la casa con John. Había ya dejado de trabajar en la librería, y una mañana mientras desayunaba sóla como cada día, porque John se levantaba muy de mañana para escribir. Mami me comentó. - John no es el mismo desde que vives aquí. Su tranquilidad ha mejorado, y cada mañana me pellizca la mejilla al darme los buenos días, hacía tiempo que no lo hacía, y soy feliz de verlo que él también lo es. - ¡ Mami, a qué hora se levanta !. Ella me miró con una sonrisa entre maliciosa e inocente. - ¡ Porqué no lo compruebas tu cada mañana mi niña ! ¿Porqué dejas que pase tanto tiempo ? Si yo estuviera en tu lugar, no hubiese dejado pasar tantos días. John es un cielo de hombre, y cualquier mujer tendría miedo de perderlo. Me sorprendió la pregunta. - ¿ Mami que me estás diciendo ? ¡ Si yo aspiro el aire por donde él pasa, para sentir su aroma !. - ¡ Pues entonces ! ¿ Que es lo que te retiene ? O a lo mejor es porque sigues enamorada de Émile ¿ No es así como se llama ?. Sabía que mami no hablaba en serio, lo hacía para probarme, para conocer mejor mis sentimientos hacia John. - No estoy enamorada de Émile, y ni siquiera lo quiero, no siento nada hacia él. Y sin embargo, amo a John con locura. Lo amo más que a nadie.

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- Entonces si así es ¿ Porqué no ha habido entre tu y él, un preludio de amor ? Porque John espera por parte tuya que lo haya. Él está preparado para cuando tu quieras. Me quedé escuchándola con la boca abierta. - Mami ¿ Cómo sabes tu eso ? ¿ Ha sido John quien te lo ha contado ?. Meneó la cabeza negando. - No, mi niña ¡ Cómo él me va a confesar semejante cosa que sólo pertenece a vosotros dos ! Es que lo vi nacer, y no me he movido de su lado hasta el día de hoy. Lo conozco muy bien, y sé lo que le pasa aunque no me lo cuente. Cada mañana cuando entro en tu dormitorio y veo tu cama deshecha pienso - ¡ Cuando será Dios mío, cuando será que esta criatura se decida !. - ¿ Tantas ganas tienes de que John y yo nos unamos en amor ?. - ¿ No tienes ganas tu ?. Sonreí. - Si mami ¿ Pero sabes cuanto me cuesta entregarme a John ? Es que ... Es que creo que para él, soy poca cosa. El vale mucho, es un hombre sublime. - ¿ Qué pasa contigo ? ¿ Porque hablas así ? - Dijo mami regañándome - ¡ Vales mucho ! ¿ Lo sabías ? ¿ O acaso tu complejo de inferioridad es debido a que John es diez años más joven que tu ?. - Si mami, algo hay de eso. John tiene un cuerpo tan esbelto, tan juvenil, y tan deseable, que por esa misma razón me encuentro yo que soy menos. - ¡ Qué tontería acabas de decir ! No puedes imaginarte cómo John me habló de ti al día siguiente de conoceros. 774

- ¿ Que te dijo ? Quiero saberlo. - Te lo voy a contar mi niña. Estaba tomando el desayuno y yo cómo cada mañana me senté frente a él. Me miraba con una sonrisa de felicidad, yo sabía que algo bueno le había sucedido y le pregunté - ¿ Cómo fué anoche el encuentro con los espíritus ? - Muy bien mami - Me respondió - Pero lo mejor de todo es que, he conocido a una diosa, quiero que la conozcas. Es radiante como una rosa en primavera. Al oír a mami, me sentí igual que una chica de dieciocho años. Y recordé esa noche mágica que tuve la suerte de conocer a John. - Mami, quiero a John más de lo que te imaginas, y deseo con todas mis fuerzas ser para él la mujer que se merece. - Pues entonces ¿ A qué estás esperando ?. - ¿ Sabes una cosa mami ?. - ¿ Qué ?. - Pues, que pronto John y yo, nos vamos a casar, y entonces, ya nada me retendrá. Deseo ser pronto su esposa. - ¿ Va bien encauzado el divorcio ? - Preguntó más que contenta. - Ayer Émile firmó, y yo también. Ahora ya es cosa de que el abogado reciba de París el documento que acredite que Émile y yo estamos divorciados. Mami dio un grito de alegría, se acercó a mi y me dio en la mejilla un beso. - ¡ Por fin, voy a veros casados pronto ! - Dijo contenta Me tengo que poner muy guapa para la boda de mis niños. 775

- Un vestido color fucsia haría resaltar tu belleza morena- Dije manifestando la verdad. Mami río con ganas. - ¿ Porqué dices mi belleza morena ? ¡ Es negra !. Mami no aceptaba que se le dijera que tenía la piel morena. Decía que era negra. John había hecho su entrada en la cocina. A mami ya la había saludado por la mañana temprano al levantarse antes de ponerse a escribir. Llegó hasta donde yo estaba, y se sentó a mi lado. Su mirada y la mía se encontraron, y nos estuvimos mirando con ansia y con pasión, un beso en los labios culminó nuestro frenesí. - Buenos días diosa mía - Dijo a continuación, besando mi hombro medio desnudo. - ¿ Has dormido bien ? - Dije ansiando que nos besáramos otra vez. - A medias - Contestó medio riendo - Una parte de la noche la paso pensando en ti, y la otra parte durmiendo. Su pierna y la mía se juntaron, y la química corrió por mi cuerpo, y estoy segura que por la de John también. Mami se acercó a la mesa y puso delante de John, una taza de té humeante, y un platito con un trozo de bizcocho de chocolate, que hacía poco había sacado del horno. - ¿ Que vas hacer esta mañana ? - Me preguntó John. - He quedado con Madeleine, dice que quiere cambiar las cortinas del comedor y las del salón, y me ha pedido que vaya con ella, así hablaremos un rato ¿ Tenías tu preparado algún proyecto para nosotros ?. - También quería yo que fuéramos los dos de compras. 776

- ¿ Que quieres que compremos ?. - Ropa para ti, vestidos nuevos y todo lo que te apetezca. Este sábado vamos a cenar a casa de mis padres, pues, los dos te conocen a medias, y como ya hace que mi madre me lo pidió, le he confirmado que este sábado iríamos a cenar. - Ya entiendo - Dije algo confusa sin saber que decir ¿ No podemos ir esta tarde de tiendas ?. - Si que podemos, pero es mejor que se hagan por las mañanas, pues por las tardes, las boutiques están repletas de señoras, y no se compra bien. Consulté mi reloj de pulsera. - Queda una hora para que Madeleine llegue, todavía la puedo encontrar en su casa. A John le vino una idea. - ¿ Que te parece si Madeleine nos acompaña y te ayuda a elegir los vestidos ? - Propuso John. - Perfecto mi amor ¿ pero qué ocurrirá con las cortinas que quiere comprar ella ?. John soltó una carcajada. - Las cortinas pueden esperar, pero el sábado no, pues hoy estamos a jueves. De John estaba muy enamorada, era mi pasión y mi vida. Siempre tenía razón, y le encontraba una salida a todas las cosas. Me puse en pie, y le anuncié. - Tengo que darme prisa en ducharme y arreglarme. - También yo - Respondió John. Cuando me di la vuelta para salir de la cocina, me asió de los brazos, y me llevó junto a él, y de

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nuevo nos volvimos a besar. Mami hacia como si no lo viera, pero la miré de perfil, y estaba sonriendo.

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A las diez en punto llegó Madeleine, siempre era puntual a la cita, la buena educación hace eso. Se sorprendió al ver a John que esperaba junto a mi. Diana la conocía muy bien, y al salir del coche, fué para 778

hacerle fiestas. A todos los que quería se acercaba, y ponía la cabeza para que se la acariciaran era cómo una actitud de saludo que tenía. - ¡ Hola Madeleine ! - La saludé dándonos dos besos en cada mejilla. - ¡ Buenos días a los dos ! - Siguió el saludo, dando también cuatro besos en las mejillas de John - ¿ A qué se debe este honor ? - Preguntó, con su alegría habitual. - Madeleine, hemos cambiado los planes ¡ A ver que te parece ! Esta mañana iremos de compras para mi, pues John quiere que compre un vestuario nuevo, y dice que tu, me ayudarías a elegirlo. - Magnífico - Respondió como siempre, sin poner pegas. Miraba a John algo encandilada, pues desde el primer día que le hablé de él, le gustó, y sin conocerlo, lo encontró seductor, y maravilloso. Es que lo era. - ¿ Qué te parece si vamos en el descapotable ? Planificó John. - ¡ Por mi, estupendo ! - Respondió con la misma alegría que le caracterizaba. A mami no había que dejarle instrucciones para la comida, ella cada día hacía un menú diferente, y una cena distinta, aunque no lo parezca eso da trabajo, el tener que pensar cada día, qué se va a hacer para comer y cenar. Durante el trayecto a la boutique, Madeleine venía sentada en el asiento de atrás, pero su cuerpo lo tenía echado hacia delante, para qué pudiésemos hablar las dos. Teníamos siempre mucho que decirnos. Todos mis secretos más íntimos se los contaba a ella, y cómo era

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una mujer de mucha experiencia, sabía cómo aconsejarme. Los momentos que estaba viviendo por aquél entonces, eran muy buenos, mi vida era cómo un sueño, y me sentía una diosa. Y de lo que hablábamos era de las cosas cotidianas. - ¿ Sabes algo de Yosi ? - Me preguntó Madeleine. - Está trabajando en el Hospital para negros. John hizo de que entrara. - ¿ Que hace ?. - Creo que se llama auxiliar, hace con otras compañeras las camas de los enfermos, los limpian, y los lavan, también les da la comida al enfermo que no puede comer sólo. - Debe estar contenta ¿ no ?. - Si mucho, hace quince días nos vino a ver, y lo afirmaba, pero me dijo, que no estaba como en casa cuando trabajaba para nosotros. Trajo con ella a su hijo Moisés, me dio alegría al verlo. - Ha tenido suerte de haberos conocido - Dijo afirmando. - Si, es verdad, pero yo también tengo que agradecerle, haber conocido a John. - Si, ya me contaste cómo fué. John nos estaba oyendo, conducía sonriendo, y me miraba. - ¿ Sabes la última noticia Madeleine ?. - No pero seguro que tiene que ser buena, sólo hay que mirar tu cara, y la de John, para saber que la buena nueva tiene que ser buenísima. - Pronto, tendré el divorcio - Dije con cara de alegría. 780

- ¡ Uff ! ¡ Esto hay que celebrarlo ! ¿ Émile no ha puesto ningún impedimento ?. - Ninguno, ha decidido dejarme en paz. La muerte de Hugo, lo hizo más humano, y se ha dado cuenta que la vida es para vivirla, y no para destrozársela a la otra persona. Madeleine movió la cabeza compasiva. - ¿ Qué sabes de él ?. - Se fué a vivir con Paul, los dos se entienden bien, y hacen una buena pareja. - ¿ Y para cuando tenéis pensamientos de casaros ?. John me miró. - ¿ Para cuando ? - Le pregunté a John. - Cuando lleguen los papeles de París, empezaremos a moverlo todo. Pero puede que sea de aquí a dos meses. - ¿ Esa fecha no cae para las navidades ? - Preguntó Madeleine. - Exacto - Dijo John - Quedas invitada a nuestra boda, pero mandaremos invitaciones. - Claire ¡ Es maravilloso ! ¿ Os casareis por lo civil ?. - Si, por supuesto, pues con Émile me casé por el juzgado y por la iglesia. Habíamos llegado a una gran boutique, que se hallaba en una calle céntrica de Johannesburgo. Los dos escaparates grandes que tenía, estaban adornados con vestidos de última moda que llegaban de Londres y de París. Yo tenía bastantes vestidos que me había comprado en París, hacía años, y estaban prácticamente nuevos. Pero John no quería que me los pusiera más. Decía que esa indumentaria pertenecía al pasado. 781

Elegí cuatro vestidos, dos faldas y dos blusas haciendo juego. Madeleine me ayudó bastante en la elección. Para otro día dejaríamos la compra del calzado. John también quería que lo cambiara. Antes de regresar a casa John quiso que fuésemos a tomar un aperitivo al Garden Royal. La especialidad de cócteles de mango con champagne era uno de los más sabrosos y deliciosos que yo había probado. Lo acompañaban con unos exquisitos bocados de pescado ahumado cortado muy fino. Nos llevó el tiempo justo de regresar a casa. Madeleine tuvo que irse aprisa, pues, Patrick la esperaba a la hora de la comida. Quedamos en ir otro día para elegir las cortinas que ella decía necesitaba cambiar. Era un encanto de mujer. Con todo lo que había padecido en los campos de concentración y no le había quedado ninguna secuela o, eso eras lo que aparentaba. Y si así lo fuera ella lo sabía esconder muy bien. Al verla daba la impresión de que era una mujer totalmente feliz. Desde luego que feliz lo era, Patrick había hecho todo lo posible para que así fuera.

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De los vestidos que había comprado, elegí uno de satén color crema, para asistir con John el sábado 782

a la noche a cenar a casa de sus padres. Los había visto en dos ocasiones, en una breve visita que hicieron a casa de John. Me habían parecido personas muy encantadoras, y elegantes por naturaleza. Yosephine la madre de John, impresionaba a primera vista, su propia elegancia natural hacía algo de impacto en los demás. John era la misma imagen de su madre. La manera de mirar con detenimiento como si estuviera hurgando en el interior de la otra persona, y estuviese viendo secretos escondidos. George, se clasificaba por su estilo de vestir. Sólo le faltaba el sombrero de champiñon, pero el modo de vestir era inglés, y no le faltaba el reloj redondo de plata con tapadera, cogido por una cadena que sujetaba en el ojal, y que iba introducido en el bolsillito de la americana. George, hombre clásico a donde los hubiera, él era uno. Junto a John, me sentía libre, protegida y muy a gusto. La casa de sus padres no tenía nada que ver con la de él. Ellos poseían una mansión de estilo inglés, y amueblada con muebles de época. En esta casa había lujo y sobretodo mucha clase, había que saber estar. La presencia de la casa y de las mismas personas que la habitaban, hacían respeto. Cenábamos en una mesa larga. La había montado manos expertas. No faltaba ningún utensilio sobre la mesa de la mejor calidad. Vajilla de porcelana inglesa, cubiertos de plata de ley, y copas de cristal. Sobraba mesa en los dos extremos, pues, los padres de John estaban enfrente de nosotros. Y se cenaba con suma delicadeza. 783

En cualquier momento me esperaba del padre de John que me hiciera una pregunta de esas que no se espera, y que en él momento no se sabe que responder. Me estaba preparando a todo. Aunque yo contaba con John que lo tenía a mi lado, y si me encontraba en un aprieto, él saldría a mi encuentro, por eso estaba tranquila. George aclaró su garganta con un sonido, sabía que lo primero que dijese iba dirigido a mi. - Claire ¿ Sus padres donde viven ? - Fué lo primero que me preguntó, después de haberme limpiado la boca con la servilleta blanca de fino hilo, miré a John, él, me afirmó con la cabeza, y me guiñó un ojo para que respondiera. - Mis padres no viven - Respondí. - ¡ Oh ! lo siento - Dijo lamentándolo. El servicio de comedor eran dos camareros nativos. Vestían de esmoquin negro, camisa blanca, pajarita negra, y guantes blancos. - ¿ Cuantos años ha estado casada con su marido ? - Fué la segunda pregunta. - Ocho en total - Dije parando de comer, y dejando los cubiertos en correcta posición. - ¿ Tuvieron hijos ?. - No. - ¿ No los ha echado a faltar ?. - No, puesto que no los he conocido. - ¡ Buena respuesta ! - Dijo sonriéndome. Ahora le tocaba a la madre de John. - Claire ¿ Su apellido de soltera cómo es ?.

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Me llevé la copa de vino a los labios y bebí un pequeño sorbo. - Thibault - Dije. - ¿ Trabajaba en París ?. - Si, en una librería vendiendo libros. John intervino, para que pararan las preguntas. - Lo más seguro es que nos casemos para estas navidades. Sus padres se sorprendieron, pero supieron reaccionar y continuaron comiendo cómo si nada. - ¡ Pues está a la vuelta de la esquina ! - Respondió Yosephine mirándonos a los dos. - Madre, quiero que seáis los padrinos de nuestra boda. - ¿ Será un matrimonio por lo civil ? - Preguntó ella. - ¡ Por supuesto ! - Respondió John. Me encontraba bien en casa de los padres de John, era lo que él me dijo - Que me querían conocer mejor, puesto que muy pronto ellos serían mis suegros, y yo la nuera. A alta hora de la noche nos despedimos y regresamos a casa.

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Diana como siempre, nos estaba esperando por detrás de la valla. Estaba sóla y cuando nos vio, se puso a llorar, bastaron unas caricias para que se calmara. Mami, lo más seguro es que se fué pronto a la vivienda que ocupaba con su marido. Todas las noches nos quedábamos John y yo, sólos en casa, y podría surgir nuestro encuentro la noche menos esperada. Ya no luchaba yo contra mis sentimientos, y me dejaba llevar por John. Deseaba con todas mis fuerzas unir mi cuerpo con el suyo, y que los dos fuéramos almas libres amándonos. El bolso lo dejé a un lado del sofá, y me quité la torerilla que hacía conjunto con el vestido de raso y de tirantes, y la dejé al lado del bolso. John estaba situado al otro extremo del sofá quitándose la americana, se acercó a mi con ella en la mano. Noté su mirada en mis hombros casi desnudos. La americana la deslizó en el respaldo del sofá. Yo seguía todos sus gestos, y por las mangas de su camisa blanca casi transparente, ardía yo de pasión al ver sus musculos de bronce sobresalir, y transparentarse. El tórax marcándosele por encima de la camisa, hacía que yo lo deseara con una fuerza incontrolable. Se acercaba lentamente a mi con deseos locos, con deseos de amor y frenesí. Su respiración cerca de mi boca provocó acaloramiento en todo mi cuerpo que no podía controlar. Cuando sus labios ardientes rozaron los míos, no hizo falta que John me atrajera hacia él, mi cuerpo se doblegó y atrajo el suyo. Ya nada nos podía parar, y el fuego del amor siguió su curso, y se convirtió en fuego de pasión. 786

Iba en brazos de John a donde me llevara, abrazada a su cuello, y mi cabeza pegada a la suya. Así entramos en su dormitorio, me colocó sobre la cama, y deslizo los tirantes de mi vestido hasta dejar los senos desnudos. Sus besos eran de fuego que derrite al más duro metal. Mis manos iban por detrás de su espalda ancha y fuerte. Desanudé el cordón marrón que sujetaba atrás de la nuca sus largos cabellos. Y su belleza era sublime, al igual que John me iba desnudando, yo también lo desnudaba a él, hasta que en nuestros cuerpos no quedó ropa alguna. Nos sumimos en un deseo profundo, un deseo con el que habíamos soñado los dos desde el primer día que nos conocimos. Y subimos al séptimo cielo, íbamos los dos juntos, y una nube rosa nos envolvió y nos transportó a otros cielos superiores del séptimo. El mundo y el cielo estaba con nosotros, pues, vivíamos en nuestro nido de amor. Un amor que quemaba como el fuego ardiente, cómo el hierro de un rojo vivo que rompe lo más fuerte, lo más irrompible. Me quedé dormida encima del cuerpo de John, mi mejilla derecha reposaba sobre su pecho. John me tenía abrazada con sus manos por detrás de mi espalda. Al despertarme me di cuenta que seguíamos en la misma posición. Yo había dormido muy bien, cómo nunca, cómo en un colchón de plumas. Levanté la cara y miré el rostro feliz de John, que parecía que durmiera, y le hable. 787

- Mi amor ¿ Duermes ?. Abrió los ojos, y el color verde mar que emanaba de ellos entró en los míos. Hace rato que me desperté - Dijo besando mi frente - ¿ Y tu has dormido bien ?. - Creo que mejor que los ángeles. - Has dormido como una diosa, cómo lo que eres. Nuestros cuerpos seguían pegados, uno encima del otro, y nuestro preludio de amor continuo, nuestros cuerpos parecían que no tuvieran bastante, y cada vez pidieran más y más. Ya saciados de tanto amarnos, nos quedamos en una posición de lado, sin dejar de mirarnos. Seguíamos besándonos, y acariciándonos el cuerpo. La luz del sol entraba por las rendijas de las ventanas. A mami la habíamos oído trastear en la casa, abrir y cerrar la puerta de mi dormitorio. Me la estaba imaginando con aquella risa picarona que utilizaba para decirme, que ahora sí que lo había hecho bien. El salto mío de cama se había quedado en la habitación que ocupaba, y se lo comenté a John. - Ahora entras a ducharte, y mientras, le digo a mami que lo traiga aquí. Lo obedecí como siempre, porque siempre tenía razón, utilizaba las palabras adecuadas para cada situación y para cada momento. No tomé una ducha sino un baño, pues lo hice para que John se bañara conmigo, y siguiéramos

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unidos en ese preludio de amor que ninguno de los dos controlábamos. Éramos felices, y nos sentíamos flotar. Oímos a mami que canturreaba una vieja melodía que los negros cantaban en los algodonales. Demostraba su entusiasmo porque la hiciéramos abuela. Pues ella se sentía madre de John. Cuando salimos del dormitorio eran las doce y diez minutos del mediodía. Mami había calculado bien, y en vez de hacer desayuno, nos tenía preparada la comida. Suculenta cómo siempre, como toda la comida que cocinaba, le daba un sabor extraordinario a la comida africana. Había montado la mesa del comedor, de la vajilla más fina que John utilizaba, y los mejores cubiertos. Nos había cocinado un risoto al estilo africano. El arroz estaba delicioso y el cordero también. Disfrutaba viéndonos de la manera que John y yo, nos mirábamos, no podíamos disimular de que éramos felices, de que estábamos enamorados hasta no poder más. Aunque mami lo sabía, nos lo preguntó. - Mi niña ¿ Cambio tus cosas al dormitorio de John ?. John y yo nos miramos, y nos echamos a reír, parecíamos dos adolescentes que por nada se ríen. Mami esperaba la respuesta con la sonrisa en los labios, con la mirada de complicidad. John esperaba a que yo lo dijera, pero sabía la respuesta. - Si, mami, cambia lo que más necesito al dormitorio de John. 789

-¡ Así me gusta mi niña ! - Dijo con el rostro radiante. Me gusta el color de cara que tienes hoy, y tu sonrisa, es plena. Habíamos empezado a mover, a través del abogado de John, los trámites para nuestra boda. El documento donde rezaba que Émile y yo estábamos divorciados lo teníamos en nuestras manos. Y ahora sólo quedaba que nos dieran fecha para casarnos. Decidimos de cambiar el dormitorio de John, por otro más grande y más moderno. A John le gustaba lo clásico, y a mi también, pero que resaltara. Los colores que John utilizaba para vestir, siempre eran los mismos, iba del blanco al color caña, y las camisas blancas o celestes. Corbata utilizaba en ocasiones especiales, pero no siempre. Así es que el dormitorio lo elegí yo, no rompía las tradiciones de John, sencillas. Me gusto un dormitorio color caña y de bambú, que iba con la moda africana.

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Iba colocando en un pequeño armario mis objetos personales. Tenía que dejarlo todo en orden, y mis cosas recogidas, y a mano por si las necesitara. Y me encontré entre fotografías y algunas cartas, los casetes que Hugo me había regalado. El Ave María de Schubert, y el bolero de Ravel. Me puse a recordar tantos pasajes que Hugo y yo vivimos, momentos muy especiales que jamás podría olvidar. Me costaba mucho recordarlos por la pena profunda que sentía de haber perdido a un amigo de esa enfermedad tan compleja como es el sida. Entre todas las cartas que guardaba, encontré una que Hugo me había escrito, sin decirme que me la escribía, y que había entregado al cartero, para que volviera hacer el recorrido de volver a casa. No se atrevió a entregármela en mano. El contenido de la carta era muy bonito, especial y con mucha sensibilidad. Sabía lo que contenía porque lo había leído cinco veces, pero quería volver de nuevo a leerla oyendo al mismo tiempo el Bolero de Ravel, para volver a vivir aquellos inolvidables momentos. La música empezó a sonar, y yo leía.

Para la mujer más maravillosa que he conocido, y que cada día hace que mi vida sea mejor, y que olvide mis penalidades y mis falsas fantasías. A Dios le doy las gracias por haberla 791

puesto en mi camino, por haberla conocido. No voy a mencionar su nombre, porque sabe que se trata de ella. No me hubiese importado amarla, porque ella representa el amor. No me había dado cuenta de que John se encontraba detrás de mi, y leía también la carta. Lo miré, y le eché una sonrisa. - ¿ De quien es esa carta ? ¿ De un admirador ? - Me preguntó - ¿ Puedo sentirme celoso ?. - Mi amor, esta carta me la escribió Hugo, y no fué capaz de entregármela, la envió por correo, no la firmó, sólo puso HB. - Está escrita como una carta de amor, de un hombre que amó a una mujer - Dijo John leyendo de nuevo las dos últimas líneas. Afirmé con la cabeza. - En dos ocasiones me dijo que me quería. Yo lo tomé a broma, porqué como ya sabes era gay. - ¿ Te gusta el Bolero de Ravel ? - Me preguntó John. - Mucho. Este caset, con el Ave María, me lo regaló Hugo. Lo tenía como su patrimonio, y quiso que fuera yo quien me quedara con los dos. - ¿ Le gustaba el Ave María ?. - Mucho, aunque no lo parezca. Era espiritual, buscaba a Dios en las alturas del universo. - ¿ Crees que hubiese tenido una aventura con una mujer?.

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- No lo creo. Estaba enamorado de todo lo que le gustaba, se enamoraba de todo lo que es bello. Tenía una alma muy enamoradiza. - La carta que te escribe te está dando a entender de que eres un amor fallido que nunca podría lograr. - También se enamoró de ti, la primera vez que le dije Que te había conocido - Me preguntó cómo eras físicamente, y cuando te estaba describiendo, ya se había enamorado de ese hombre alto y guapo de ojos color verde mar. Se enamoraba de todo lo que le gustaba, fuera lo que fuese. - Esta música es fantástica ¡ Le gustaba lo que llevaba un mensaje de amor ! - Dijo John. - La escuché muchas veces con él. Nos sentábamos en un sillón, uno enfrente del otro. Ponía el Bolero, y cerraba los ojos. Había veces que le resbalaban dos lágrimas por las mejillas. Debía recordar algo importante de su vida, y volaba, porque su pensamiento no estaba allí. Le dije un día - Que tenía alas doradas. No recordaba en esos instantes, la carta que yo le había escrito a John, en la que le decía frases hermosas y todo el amor que sentía hacia él, lo había guardado después de meterla en mi bolso, junta con todas aquellas cartas que guardaba de familiares y de amigas. John la extrajo de entre todo el montón y me la mostró. - Mira Claire, aquí tienes esta carta sin abrir. Se la arrebaté de las manos, sonriendo, y negando con la cabeza. - Que pasa ¿ Porqué no la abres ? - Dijo con ironía. - Esta carta la dejo que permanezca cerrada. 793

- ¿ Cerrada dices ? ¿ Porqué ? ¿ No la has leido ?. - ¡ No quiero decírtelo ahora, es un secreto que tengo aquí guardado !. John movió la cabeza riéndose. - Claire ¿ Que está ocurriendo ? ¿ Resulta que ahora me tienes secretos ? ¿ Es de alguien que te ha amado o que tu amas ?. Le respondí igual que lo hace una niña. - ¡ John, por favor ! no quiero abrirla ahora. - ¡ Qué me estás escondiendo ! - Dijo cogiéndome de la barbilla cómo una caricia. - Cuando nos hayamos casado te la entrego, ese será mi regalo para ti. - ¿ Tanto misterio guarda ? - Preguntó sin dejar de sonreírme. - No es un misterio, sino un tesoro - Dije con la carta pegada a mi pecho y protegiéndola con mis manos. - ¿ La escribiste para dármela el día que nos casemos ?. - Si, mi amor. Pero cuando la estaba escribiendo, prometí que sólo la leerías cuando fuéramos marido y mujer. - ¡ Ya lo somos ! Vivimos en la misma casa, y dormimos en la misma cama ¡ Ah ! otra cosa, nos amamos todas las noches ¿ Eso no es estar casados ?. - Si, pero mi promesa era otra, y no la quiero romper. - De acuerdo mi diosa ¡ Pero recuerda que la primera noche de casados, tienes que entregármela !. La carta la volví a guardar en el lugar donde estaba.

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El Bolero de Ravel había acabado. El caset lo guardé con el otro del Ave María, junto con las cartas, en uno de los cajones del armario de nuestro dormitorio. De Émile no sabía prácticamente nada, pues el documento del divorcio que le pertenecía a él, fué el abogado a entregárselo en persona. Ahora ya sabía que no era su mujer, y que pronto me volvería a casar. No había quedado ni bien ni mal con él. John se levantaba todas las mañanas mucho antes que yo. Entraba en su despacho y se encerraba, necesitaba silencio e intimidad para escribir. Tomaba mi desayuno en la cocina, bajo vigilancia como cada día de mami, que se sentaba frente a mi, porque decía - Que tenía que comer más, para coger unos kilos que me faltaban, puesto que tenía que darle a John uno o dos hijos, y tenía que estar fuerte. El teléfono sonó. Mami se puso de pie y fué a cogerlo, pero John lo descolgó antes desde su escritorio. Sólo habían transcurrido diez minutos, cuando John entró en la cocina, con la cara sonriente, y un brillo verde mar y especial en sus pupilas. Cogió asiento a mi lado, y me besó en el cuello. Me estaba anunciando una buena noticia. Dejé en el plato la tostada que estaba comiendo, con mantequilla y mermelada de fresa. - ¿ Qué ocurre mi amor ? - Le pregunté. - ¡ Acaba de llamar el abogado, y tenemos fecha para casarnos !. Lo miraba como si de un sueño se tratara. Los dos estábamos esperando que llegara este momento. - ¿ Cuando ? - Pregunté con gran entusiasmo. 795

- El veintisiete de diciembre, a las diez de la mañana en el juzgado principal. Cerré los ojos y respiré. - ¡ Es dentro de quince días ! ¿ Te das cuenta mi amor ?. Mami escuchaba con la boca abierta, y la sonrisa le llegaba de oreja a oreja. Yo tenía bien claro que el día de nuestra boda no me iba a vestir de blanco. De blanco fui cuando me casé con Émile. Y para esta segunda boda tan especial, quería seguir otra línea. Lo hablé con Madeleine para que ella me ayudara a encontrar la línea que quería. Ella conocía a una modista nativa de alta costura. Me aseguró que me haría lo que yo le pidiera. Elegí seda natural, blanco y oro. En el fondo blanco de seda se veían reflejadas ondas doradas. Me gustó mucho este perfil para el vestido. Madeleine pasó la última semana conmigo, íbamos de aquí para allá ayudándome en las últimas compras que me quedaba por hacer. Pues, fué más de lo que me pude imaginar. La casa la amueblé a mi gusto, aunque contando con la opinión de John, que siempre encontraba perfecto lo que yo decidía. Mami también hizo varias salidas por las tardes, que era cuando más tiempo tenía para hacer sus compras. Estaba ilusionada, era como si se le casara un hijo propio. Una modista amiga suya le confeccionó el vestido color fucsia. Quiso que se le hiciera largo, pues era la primera vez que se vestía así de elegante. Para Samuel, su marido, le compró un traje ya confeccionado color tabaco. 796

A Jeanne y a Antoine le habíamos enviado una invitación. Sabíamos, que se iban a alegrar, y que nos lo agradecerían. Íbamos con algo de nervios en la casa, por el estrés de compras que parecía que no se acabara nunca. El que más tranquilo parecía estar era John, aparentemente. También él había hecho sus compras por otro lado. Los trajes que vestía eran confeccionados por el mismo sastre de siempre. Habíamos decidido que la noche antes a nuestra boda, John se fuera a dormir a casa de sus padres. Por eso de no verme vestida antes de casarnos, cómo la tradición manda. Nos costó mucho separarnos, pero éramos conscientes de que sólo iba a ser para una noche. Esa noche, o sea la última que pasamos de solteros, mami se fué tarde a su casa. Teníamos que dejar todo dispuesto y preparado. Yo apenas pude dormir, no podía conciliar el sueño. Hasta que por último decidí ocupar el sitio donde John dormía. Apercibí su olor y su fuerza, y abrazada a la almohada, me dormí.

61 A las siete, el despertador sonó. Había dormido cuatro horas, pero de la misma emoción que 797

tenía me sentí en forma. Pensaba en el día que era y volaba por la casa dando los últimos toques. Mami estaba ya a las siete en la cocina preparando el desayuno. Se le cayó al suelo un cubierto, y oí cómo decía con voz nerviosa - ¡Hay que día !. Madeleine y Patrick llegaron a las ocho y media. Pues habíamos quedado a esa hora. Pues, era Madeleine quien me iba a peinar. También tenía algo de nervios, parecía que se le fuera a casar una hermana más pequeña. El modelo de vestido que elegí era sencillo. Talle alto, escote redondo. De manga corta casi llegando al hombro, y largo hasta media pierna. Los zapatos los había elegido blancos. Mantenía entre las manos un ramo de seis azucenas, tres blancas y tres amarillas. Madeleine me peinó con los cabellos recogidos y hechos rizos a un lado de la sien derecha, que resultaban muy graciosos. Y arriba alrededor de los rizos me había puesto una guirnalda de pequeñísimas azucenas intercambiando de la blanca a la amarilla haciendo juego con el ramo. Lucía pendientes de perlas, la garganta preferí que fuera descubierta, o sea, sin ningún adorno. Acto seguido a la ceremonia que fué por lo civil, y después de que nos hicieran las fotos. Pasamos todos a casa de los padres de John. En el jardin habían colocado al aire libre tres mesas largas con los mejores manjares, estilo bufet. Habían seis camareros, dos para cada mesa, vigilando de que nada faltara. No habían muchos invitados. Por parte de John estaban sus padres 798

y sus amigos más íntimos. Mami y Samuel, y por parte mía sólo Madeleine y Patrick. Madeleine hacia resaltar su belleza con un vestido color granate, entallado a la cintura, y cubriéndola con una ancha banda de lentejuelas azul pavo real, y en la parte trasera del pecho, formaba un ramo también de las mismas lentejuelas. Se había hecho un tocado que iba con la personalidad que la caracterizaba. Los cabellos los había dejado largos, reposaban sobre sus hombros, con rizos que tanto estaban formados hacia dentro que hacia fuera. Los sujetaba a los dos lados de las sienes con dos horquillas de pedrería de colores. A Madeleine siempre la encontré bella, por fuera y por dentro. Cuando yo trataba de imaginármela con dieciséis años en los campos nazi, me resultaba difícil encontrarla en medio de tantas y tantas jóvenes que también pasaron por los mismo sacrificios y aberraciones - Me preguntaba - ¿ Sería tan alegre cómo lo era ahora ? ¡ O estaría triste y siempre llorando ! Me era imposible encontrarla conociéndola cómo la conocía. Siempre rebosando de alegría. Cuando ocurría algo negativo en mi vida y se lo contaba - No le daba importancia y decía - ¡ no pasa nada ! - ¡ Cómo debió sufrir ! que no le daba importancia a las cosas que sucedían. Patrick vestía un traje azul marino. Era atractivo, pero no se daba cuenta de su belleza varonil. Tuve suerte de haber conocido a Madeleine. Era mi mejor amiga, la mejor de todas. Cuando le decía - Que tenía mucho que aprender de ella 799

- Me respondía - Que era todo lo contrario, era ella quien tenía que aprender de mi, sobretodo de mi gran paciencia, y de mi perseverancia. Así era Madeleine de humilde, cuidaba que la vanidad no llamara a su puerta. Mami y Samuel se trasladaron al juzgado en taxi. Y se quedaron los últimos en marcharse para dejar cerrada la puerta de la casa. Yo iba con Madeleine y Patrick en el coche de ellos, sentada en el asiento de atrás. Mis deseos eran grandes de llegar al juzgado para encontrarme con John. No hacía ni veinticuatro horas que nos habíamos separado, y ya tenía ganas de volverlo a ver, y de que nos cogiéramos de la mano. Mi sorpresa fué grande al descubrirlo en una sala de espera donde una señorita funcionaria nos invitó a que pasáramos. No parecía el mismo John, acostumbrada a verlo vestir de blanco y de color caña. Nos miramos con verdadera ternura, y deseábamos llegar el uno al otro. Vestía un traje gris claro, de un tisú de seda brillante. Camisa blanca de seda, y por debajo del cuello de la camisa y que llegaban hasta la mitad del pecho, dos cordones dorados. El peinado lo había dejado cómo siempre. Los cabellos recogidos atrás en una cola. Nos encontramos sin poder disimular el amor que sentíamos el uno por el otro. Las miradas de los invitados se habían puesto en nosotros, sin que dejásemos de besarnos. Dos lágrimas resbalaron por mis mejillas. No quise nunca que hubiese ocurrido, puesto que Madeleine me había puesto un maquillaje suave, y lo podía estropear. John que siempre estaba en todo, las 800

lágrimas las apartó delicadamente con las yemas de sus pulgares. La misma señorita que nos invitó a entrar en la sala de espera, fué la que vino para anunciarnos que entráramos en la sala número tres, pues, el juez estaba esperándonos. Yosephine, la madre de John, vestía, un vestido de raso color crema, de escote haciendo pico hasta donde se advierte el canalillo. Media manga, y cubriendo hasta la mitad de la pierna. Lucía en su garganta un collar de perlas y pendientes. Ella ocupó el lado izquierdo de John. Y Patrick se sentó a mi lado derecho. Era un hombre de pocas palabras, pero amable y cortés. La madre de John, ese día no estuvo pendiente del trabajo de los camareros. Era feliz de ver a su hijo que también lo era. A las seis de la tarde fueron yéndose los invitados. Madeleine y Patrick también se marcharon, y se llevaron con ellos en el coche a mami y a Samuel, y los dejaron delante de la puerta de la casa. Sólo quedamos nosotros hablando en el jardin con los padres de John. Sólo estuvimos después una hora más, hasta que nos despedimos de ellos. 62

John me había prometido de que haríamos un viaje donde a mi me gustara ir, para conocer el lugar. Pero antes tenía que terminar de escribir un libro que 801

había quedado con la Editorial para entregarlo a mediados del mes siguiente. Por mi parte, me daba igual de hacer ese viaje o no. Puesto que me gustaba la casa donde vivíamos, y lo que yo deseaba era estar junto a John. Era la primera noche que pasábamos de casados. Y volvimos a saciar nuestra sed de amor, rebosantes de caricias y de besos. No recordaba algo que para John era importante. Saltó de la cama, yo seguía su figura desnuda, su cuerpo perfecto, cómo si lo hubiese tallado las manos de Miguel Ángel - ¿ A donde va ? - Me pregunté - ¿ Qué querrá hacer ?. Se dirigió al armario y lo abrió. Y al abrir uno de los cajones me acordé de lo que era. Volvió a la cama trayendo en la mano derecha un fajo de cartas. Volvió a colocarse cerca de mi, y depositó las cartas en medio de nosotros dos, y dijo. - Amor dame lo que me prometiste, lo que escribiste para mi y que esta noche me tenías que entregar. Sonreí, con el codo apoyado a la almohada, y la mano abierta sujetando mi cabeza. - Busca esa carta tan deseada - Le dije acariciando sus cabellos largos y fuertes. La encontró en medio del montón, y me la mostró. - Es ésta ¿ no ? - Dijo con cara de victoria y disponiéndose a abrirla. Yo lo observaba cómo rompía un trocito de sobre por el lateral, e introdujo la yema de su índice y la abrió. Extrajo la carta bien doblada en dos. Antes de desdoblarla me miró. 802

La leía para si, y cuando acababa de leer una línea me miraba, y después seguía, y así hizo hasta acabar todos los folios. Los dejó entre el espacio que nos separaba en la cama. Acercó su boca a la mía y nos estuvimos besando con verdadera pasión. - Diosa mía. Desde el primer minuto que estuve mirándote la noche que nos conocimos, descubrí de que eras muy sensual, y en mi, despertaste un deseo que no podía parar, y un placer que estaba seguro sólo tu podías saciar. Al día siguiente te estuve persiguiendo en el coche, y no me importaba de que Émile fuera a tu lado y de que me viera. Iba loco de pasión, sabía que estaba rompiendo los moldes ¡ Pero a un loco enamorado cómo yo, no le importaba !. Y si hubiese tenido que ir al fin del mundo detrás de ti, lo hubiese hecho ¿ Sabes también una cosa y que nunca te he dicho?. - ¿ Qué ? - Respondí saciada de amor. - Pues, que sentía celos de Émile. Llegué a pensar ese primer día que te perseguía ¡ Que sería imposible de que yo obtuviera tu amor !. - Te equivocaste. - Si totalmente, lo provocaba mis deseos de amarte ¿ Me amabas tu de la misma manera que yo ?. - Quizá más. En esos días yo no sabía bien lo que hacia, y en todo me equivocaba, e iba aturdida, sólo tenía un pensamiento en mi mente, tu. - En el momento de venir a vivir aquí ¿ Porqué tardaste tanto en venir a mi ? ¿ Sabes que cada noche me desesperaba en este dormitorio sólo ? Sentía tu perfume que pasaba a través de la pared de la habitación donde tu dormías. 803

- También yo lo pasaba muy mal. Y la razón era por los años que te llevo, tus veintisiete años y bello cómo los rayos del sol. Sentí algo de complejo que yo le confesaba a mami para que me aconsejara, y me pudiese ayudar. John movía la cabeza como no queriendo entender. - ¿ Porqué crees que hacía tantas locuras por ti ? ¡ No veo que tengas más edad que yo, lo único que me importa es que te amo cómo a nadie he amado ! y que estaremos unidos hasta el resto de nuestras vidas. John cogió la carta que reposaba sobre la cama, y la volvió a leer. Se iba parando en todas las frases para recrearse mejor en mis pensamientos y en los sentimientos que sentía hacía él. Supo cómo lo amaba y lo deseaba con mi cuerpo y con mi alma. - Es mi regalo - Le dije. - Es lo más hermoso que jamás me hayan regalado. Pero también tengo yo algo que darte a ti. - ¿ Para mi ? - Le pregunté con alegría. Volvió a dejar la carta sobre la cama, salió de ella, y se dirigió a un pequeño escritorio que tenía en el dormitorio que utilizaba para escribir algo breve. Abrió un pequeño cajón que había en medio y extrajo un pequeño envoltorio de papel blanco transparente, y volvió a la cama. - Es para ti - Me dijo. Me senté en la cama. Y sin dejar de mirarlo con la misma sonrisa, lo cogí. - ¿ Que es ?. - ¡ Míralo !.

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Por el tacto que sentí, supe que se trataba de un pequeño libro. Cuando le quité el envoltorio, mi sorpresa fué grande al ver en la carátula un título que decía - Para mi diosa, y mis mejores versos. John me miraba esperando a que abriera el libro. Lo abrí por la primera página. Y el verso que leí era mi figura de mujer. El libro contenía cien páginas, que eran cien versos que John había escrito para mi, y refiriéndose a mi persona en todos los conceptos. No leí los cien versos, pero si los títulos. Guardé el libro como un tesoro para ir leyéndolo día a día. - Es único - Me dijo John - No hay repetibles, pues nadie debe conocerte en lo más íntimo de ti, sólo yo. Esa noche era mágica, al igual que la primera noche que nos conocimos. Eran las cinco de la madrugada cuando nos quedamos abrazados y nos dormimos.

63 La librería inglesa Inter estaba abarrotada de gente. Hacían cola para que John firmara su último libro. Había ido con él, pero no estaba en la mesa a su lado, y preferí quedarme más atrás y ver desde lejos su éxito. Ese día no me encontraba bien, me había 805

levantado con mareos y arcadas. No quise decirle nada a John para no preocuparlo, puesto que era un día muy especial para él. Al lado de John estaba sentada la directora de la librería. Iban entrando cada vez más gente y se formó un gran algarabio. De donde yo estaba, que era en un lateral, sentada en un sillón, porque no me tenía de pie a causa de los mareos que estaba teniendo. Cada tres o cuatro libros que John firmaba con una dedicatoria, su mirada la ponía en mi, levantaba la cabeza para poder verme entre la gente. Las jóvenes que iban siguiendo la cola, no sabían de que yo era la esposa de John y hablaban sin ningún pudor lo que unas y otras le harían si lo tuvieran cerca, y si él se dejara hacer. No me gustó nada de la manera que hablaban de John. Yo era consciente de que las jóvenes y las menos jóvenes se encapricharan de él. Lo encontraba normal, puesto que era un hombre fuera de lo común. Con una belleza que impresionaba, con un cuerpo de atleta que una mujer podía perder el sentido por él. Estaba celosa, y dentro de mi había mucha rabia acumulada. John me había preparado antes de salir diciéndome - Que no me fuera a enfadar ni a tomar a mal, que alguna joven le dijera una palabra bonita, halagadora. Eran lectoras que compraban sus libros. Con la calor que iba subiendo, y que se comía el oxigeno, yo me encontré aún peor. Tenía que salir a la calle a tomar el aire, lo necesitaba al instante. Traté de ponerme en pie, y cuando lo hice caí de bruces 806

al suelo, y me quedé sin sentido durante unos minutos, y volví en si. Las jóvenes que tenía más cerca gritaron ¡ Una señora se ha desmayado !. John al comprobar que no estaba sentada en el sillón. Vino rápido, alguien quería reanimarme, pero John se lo prohibió - ¡ No la toques ! - Dijo - La voy a coger en brazos ¡ Llamar a un médico por favor !. La directora se ocupó de llamar al Hospital y no tardó en venir una ambulancia. Me subieron en una camilla, y me metieron dentro, John también venía conmigo. Me llevaron a urgencias, y me empezaron a explorar. Estaba preocupada por lo que me estaba pasando, pero más preocupado estaba por John, tenía la tez blanca, y el semblante triste. El Doctor le dijo a John que se quedara fuera hasta que me reconociera bien. Después de explorarme y de que el Doctor me hiciera preguntas me dio el diagnóstico. - Señora está usted embarazada. Di un grito de alegría y llamé a John para que viniera. - No se preocupe señora que ahora lo llamamos nosotros- Dijo el Doctor. No quise escuchar el dictamen del médico, y me incorporé en la camilla para bajarme. Tenía que encontrarme rápidamente con John, para darle la grata noticia. Pero a tiempo me sujetaron las manos de la enfermera que con una sonrisa afectiva me dijo - ¡ No se mueva, y espere, haga lo que el Doctor le ha dicho !.

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Enfrente de mi había en la pared un reloj redondo que marcaba las doce menos diez minutos. Miraba el minutero cómo marcaba los segundos, y se me hacían eternos esperando que llegara John con el Doctor. Me iba imaginando su rostro, el gesto que haría cuando le diera la buena nueva. La enfermera no se separaba de mi lado, manteniendo gracia al mirarme. Era cómo si ella también quisiera participar en nuestro reencuentro, para saborear nuestra felicidad. Al fin se oyó la puerta de la consulta que se abría. Apoyé mi codo derecho en la camilla con gesto de ponerme de pie y ver a John. El Doctor y él, llegaban al tiempo. John sabía la noticia, pues el Doctor le había confirmado de que estaba embarazada. En su rostro se dibujaba lo que sentía en lo más profundo de él. Cogió mis manos con las suyas, y llevándoselas a los labios las estuvo besando. El Doctor y la enfermera se habían retirado para dejarnos el espacio para nosotros. - ¿ Estás bien diosa mía ? - Me preguntó con la alegría reflejada en su rostro. - Muy bien - Respondí - Quiero que nos vayamos a casa. - Claro que si ¿ Te duele algo ?. - Nada, me siento perfectamente bien. Sólo ha sido un mareo provocado por el hijo que esperamos. El Doctor se acercó. - Enhorabuena - Dijo. - Doctor ¿ Está bien mi esposa ? ¿ No surgirá ningún problema ?.

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- Aparentemente no, todo está perfecto. Pero la semana que viene tiene que ir al ginecólogo para que siga el transcurso del embarazo. - Gracias Doctor - Respondió John. Cogimos un taxi para volver a casa. En el transcurso del viaje John me llevaba abrazada. Pensaba que si me llevaba cogida de esa manera, todo iría mejor para mi. Era un buen marido y amante, y también sería un excelente padre. John me dejó en casa con mami, y él tuvo que volver a la librería, para concertar otro día de firmar libros. Y para regresar con el coche que se había quedado aparcado en el parking. Cuando a mami le dimos la noticia de que estaba esperando un hijo, no le cogió de sorpresa. Y mencionó - Que ella ya se había dado cuenta una semana antes, pues mi vientre y mis caderas habían ensanchado, cogiendo otra forma, y también mis senos habían aumentado. No sabía cómo cuidarme para que me sintiera bien. Madeleine, mi amiga del alma, ella también tenía que saber la noticia. Y cuando hablé por teléfono con ella y se lo comuniqué, dio un grito de alegría. Los padres de John, también se alegraron mucho de que iban a ser abuelos. Y nos invitaron una noche a cenar para celebrarlo.

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64 John había empezado a escribir otro libro. Era sobre la vida de Hugo. No se había olvidado de la promesa que le hizo. En este nuevo trabajo tuve que colaborar con él. Le contaba lo que Hugo había vivido, todo lo que él, me contó en ratos que los dos nos 810

encontrábamos sólos, y se desahogaba conmigo. También echaba yo mucho de menos a Hugo. Las conversaciones que teníamos. La buena persona que era, el amigo fiel que me demostró ser, la calidad de sus palabras, la emoción que ponía en ellas. Y sobretodo, su sonrisa, su manera de reír, que hacía resaltar su belleza y su ternura. Tenía muchas cosas que contarle a John, de Hugo. Pues también tenía que hablar de Émile, de todas las veces que vi cómo lo maltrató, lo insultó y le pegó, hasta tirarlo al suelo y hacerle sangre. Hugo ya estaba enfermo de sida, y bastante tocado. También tuve que hablar del padre de Hugo, de todas las humillaciones y palizas que sufrió por parte de él siendo niño y adolescente. John no quería de que fuéramos muy aprisa debido a mi estado avanzado de gestación. Me emocionaba mucho recordando las conversaciones de Hugo, los comentarios, y las lágrimas que se le escapaban, recordando su pasado. También hablé de la madre de Hugo, lo buena mujer que demostró ser. Y todo lo que sufrió en silencio con las humillaciones que los mismos de su familia cometieron con Hugo. Un día hablando con Hugo le dije - Que al otro lado de la vida existen mariposas con alas doradas, y que ellas son las encargadas de guiar a las almas que en la tierra han sufrido y han amado. Hacia otro lugar de dicha. De Émile no sabíamos nada. No sé si se llegó a enterar de que John y yo nos habíamos casado. La última vez que lo habíamos visto fué en la misa que 811

le hicieron a Hugo por su alma. Y ese mismo día por la tarde, en la casa que habíamos habitado. Mami vivía día a día mi embarazo, sólo estaba pendiente de mi, y entre John y ella no me dejaban hacer nada. John me colmaba de caricias y de besos ardientes y sabrosos, y se negaba a hacer otra cosa más conmigo, por miedo a hacerle daño al bebé. Y por las noches antes de dormirnos, se pasaba un rato besando mi vientre, y colocando su oído en él, por si escuchaba un movimiento de nuestra hija - Digo hija, porqué mami así me lo confirmó - Me dijo - Que el vientre de una embarazada, si es saliente, es un varón, y si es redondo, cómo yo lo tenía, una niña. Faltaba un mes para que diera a luz. Y me tuve que dar prisa para comprarle al bebé la ropita que necesitaba. Madeleine me ayudó bastante en la idea que tenía. Ella me acompañó a las boutiques para recién nacidos. Mami era la que llevaba el control de lo que yo comía, gracias a ella no llegué a coger más de diez kilos. Pesaba cada alimento que me iba a comer. Me enfadaba con ella, pues, tenía mucho apetito, y mi estómago me pedía comida. - Mi niña, estás guapísima, el embarazo te ha dado belleza - Me dijo mami, mientras comíamos John y yo en el comedor - Y si sigues en el mismo peso estarás más guapa. John la miró y le sonrió - Estaba tranquilo de que yo estuviera en manos de ella. Mami vio nacer a John, lo crió y jamás se separó de su lado. Y ahora

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pasaría lo mismo con nuestra hija, quería ser ella quien nos la criara, estaba preparada para todo. Se oyó el timbre de afuera, mami miró por la ventana del comedor, y musitó. - Es el cartero. Salió de la casa y fué a ver qué noticias traía. A los cinco minutos volvió con tres cartas en la mano, y las depositó sobre la mesa del comedor. John las separó, y con una en la mano dijo como si lo estuviera esperando. - Claire, esta carta viene de París, y a tu nombre, con tu apellido de soltera - Dijo John dándole la vuelta, y examinando el nombre del destinatario - Es de Émile me lo imaginaba. Sabía que un día u otro tenía que resurgir. Sentía deseos por saber qué decía en la carta, pues hacía un año que Hugo había muerto, y también el mismo tiempo que no sabíamos nada de él, aunque era mejor que se mantuviera alejado de mi. - John ¿ Quieres leer la carta ? - Le invité a hacerlo. La abrió sin prisa, y antes de leerla en voz alta la leyó él. - No está mal lo que dice - Me aseguró. - Léela mi amor - Le sugerí, y empezó. Claire, hace más de un año que no sabes nada de mi, y pienso que tus deseos también son ésos, no te quito la razón, puesto que no me porté bien contigo en los últimos tiempos. Mi egoísmo era grande al querer acapararte para mi, y privarte de libertad. Pido que 813

me perdones, si es que algún día lo puedes hacer. Estoy seguro que John vela mucho por ti, para que estés bien, y no te falte de nada. Es un tío legal, y me demostró que te quiere mucho, y que daría la vida por ti si fuera necesario. Quizá penséis en casaros o bien puede ser de que ya lo estéis, lo cual me alegro de que así fuera. Después de que Hugo nos dejara, y pasados seis meses decidí venirme a París con Paul. Vivimos en pareja en un apartamento que hemos comprado. Cuidamos mucho el uno del otro, pues ya sabes que los dos tenemos la misma enfermedad de Hugo, y parece ser que aquí haya más conocimiento de ella. Antes de terminar quiero confesarte algo, y que nunca me atreví a decirte. Y es que te quise, aunque te parezca extraño así es. No quiero ahora decirte que sigo queriéndote por respeto a John. Os deseo a los dos máxima felicidad. Émile - ¡ Felicidad para los tres ! - Repetí con lágrimas en los ojos. - ¡ Te has emocionado ! - Dijo John posando la carta sobre la mesa.

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- Si, soy una tonta. Me hubiese gustado que supiera Émile que dentro de poco seremos padres, quizá falten pocos días, estoy segura que se alegraría. - Cuando lo seamos, se lo comunicaremos ¿ Te parece bien ?. - Todo lo que tú hagas está bien para mi, porque todo lo haces para complacerme. - Émile ha sabido rectificar, y te pide perdón ¿ Pensabas que lo haría ?. - No, porque nunca me lo pidió, tenía mucho orgullo, y lo que hacía mal, mal se quedaba. John cogió mis manos con las suyas, les dio la vuelta y besó las palmas, las acariciaba con sus labios mientras que musitaba frases de amor. - Diosa mía ¿ Has olvidado que dentro de pocos días tendré que cuidar de dos hermosas mujeres ?. - Siempre te estoy dando trabajo - Dije riendo. - Es un trabajo maravilloso el que tu me das ¿ Has pensado a quién se debe parecer nuestra hija ?. - Estoy segura que a ti, tendrá los ojos color verde mar, y también tu ternura. - ¿ Cómo lo sabes ?. - Lo siento aquí dentro - Dije poniendo la mano en mi vientre, y reí - Veo sus ojos, y es por eso que sé que son verdes cómo los tuyos. Y siento sus palpitaciones cuando extiendo mis manos en el vientre, y son parecidas a las tuyas. Tiene que ser un amor de niña. John se puso de pie, y vino hasta mi. Se colocó en cuclillas, y puso su oído en mi vientre. - Quiero sentir lo que tú sientes - Dijo abrazado a mi cintura. 815

Le acaricié los cabellos y pensé También los tendrá cómo los tuyos.

CLARA EISMAN PATON

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