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LAS HUELGAS DE SANTA CRUZ (1921-1922) I. MARCO HISTÓRICO REFERENCIAL Ocupan un capítulo especial en la historia del movimiento obrero argentino las huelgas que tuvieron lugar en la Patagonia en 1921 y 1922, y las matanzas de peones realizadas por las tropas del ejército en Santa Cruz. Sin embargo, no se encontrarán referencias en los manuales de historia que se utilizan en escuelas y colegios, y cuando se encuentran, son mínimas. Pero esta exclusión es común a casi todos los episodios de la historia del movimiento obrero. La orientación reformista, que predominó en los partidos y organizaciones obreras decididamente a partir de 1930, debe haber influido para que aún los que reivindicaban una posición clasista y revolucionaria dejaran de lado el recuerdo de un conflicto que adquirió características tan particulares y que se singularizó por el recurso a la acción directa (violencia organizada, y sólo como recurso extremo). Más tarde, en la década de 1940, la irrupción de un nuevo proletariado, que desconocía la experiencia anterior del movimiento obrero, y su encuadramiento en los sindicatos de masas propiciados por el Estado peronista, abrió una profunda brecha en la memoria de la clase obrera. Los Territorios Nacionales de la Patagonia argentina (Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego), dependientes del Poder Ejecutivo Nacional y bajo la fiscalización del Congreso (todavía no adquirido el status constitucional de provincias autónomas), vivían en una situación realmente colonial. Divididos en inmensas estancias de varias decenas de miles de hectáreas dedicadas a la ganadería ovina, pertenecientes en su mayoría a propietarios extranjeros -especialmente británicos-, estos territorios totalmente subadministrados carecían de medios de comunicación. En ese Far South, los propietarios hacían las leyes o mejor dicho ignoraban las leyes de la Argentina. Se imponía la violencia de los más poderosos. La condición de los trabajadores era crítica y muy penosa. Y se agravó aún más al finalizar la Primera Guerra Mundial. A fin de que los hechos que relataremos y analizaremos queden ubicados en sus justas dimensiones, corresponde hacer algunas precisiones objetivas. Ayudará a interpretar lo sucedido el cuadro social de Santa Cruz, el cual durante la época en que ocurrieron los acontecimientos, era el siguiente: a) zona de escaso interés electoral, alejada de los centros de poder, al comienzo de la década de 1920 Santa Cruz vivía en el más absoluto aislamiento; se encontraba abandonada por el poder central y gobernada por autoridades ajenas al medio, que generalmente eran enviadas desde la Capital; b) las fuerzas policiales dejaban mucho que desear en cuanto a disciplina y corrección, gozando por ello de una reputación sombría; c) el censo de 1920 indicaba que vivían 17.925 habitantes, de los cuales 9.480 eran extranjeros, en gran parte chilenos. La población activa se dividía así: 3.886 argentinos frente a 8.769 extranjeros; d) existían latifundios, es decir, la concentración de grandes extensiones de territorio en muy pocas personas: 2.018 leguas pertenecían a 439 propietarios,
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de los cuales 36 poseían 1.164 leguas, o sea el 55% del total. Se usaron todos los medios para desalojar o despojar a los estancieros más débiles, desde artilugios legales hasta atemorizarlos por medio de atentados; e) el índice de precios de comestibles y bebidas en la Capital Federal subió un 50% entre 1916 y 1919. El alza de precios en Santa Cruz fue mucho mayor: un kilo de capón costaba en 1920 un peso, y un repollo, cuatro pesos. El sueldo de un peón rondaba los 80 pesos mensuales; f) las condiciones de trabajo de los peones eran insoportables y revelaban el nivel de explotación que sufrían:
▪ dormían hacinados en número de 8 o más, en cuartuchos de 4 x 4, sin calefacción -teniendo en cuenta que la temperatura media en invierno es de 18º bajo cero- y sin medios para higienizarse después de la labor diaria; ▪ por camas utilizaban cueros de ovejas inservibles sobre cajones sin mantas; ▪ la luz estaba a cargo de los trabajadores, debiendo comprarse las velas ellos mismos (costaban 16 veces más que en Buenos Aires); ▪ la comida era pésima; por lo general carne cocida con algunas cebollas; ▪ botiquín para primeros auxilios no existía, y los que había solían tener instrucciones en inglés; ▪ trabajaban a la intemperie, incluso durante los frecuentes temporales de nieve o lluvia, cumpliendo jornadas laborales que superaban las 12 horas diarias, 27 días al mes; no tenían sábado inglés; ▪ cobraban los jornales en moneda chilena, lo que provocaba una merma en sus ingresos ya que el cambio era desfavorable; o en vales o cheques a plazo; ▪ carecían de seguro por accidentes de trabajo; ▪ los víveres que necesitaban tanto los que arreaban ganado como los puesteros, debían pagárselos ellos mismos; ▪ al trabajador que era despedido o no se lo necesitaba, no se le pagaba el pasaje de vuelta a su lugar de origen. II. LOS ACONTECIMIENTOS Desde la cordillera hasta la costa, el centro de la actividad humana eran las enormes majadas o “piños” de ganado lanar, y las ventas estaban reguladas por el mercado inglés. Los precios de la lana fueron artificialmente altos durante la guerra, estimulando así el crecimiento de la producción para proveer a los ejércitos, pero el fin del conflicto bélico acarreó la paralización de las compras y un abrupto descenso en las cotizaciones: los 10 kgs. de lana sucia, que valían 9,74 pesos oro en 1918 se pagan a 3,08 en 1921. La esquila de 1920 no tuvo compradores y se sumó a las 80.000 toneladas que quedaron sin vender en los dos años anteriores: algunos ganaderos habían acumulado stocks sobrevaluados, jugando al alza; todo ello con majadas en plena expansión, lo que implicó cuantiosas pérdidas para los estancieros más ricos. A este cuadro de situación se le suman el aumento acelerado del costo de vida (ya era elevado), el rápido deterioro de las condiciones de vida de los obreros (ya eran precarias), la disminución de sus ingresos y la amenaza del desempleo, trasladándose así los efectos de la crisis hacia los trabajadores. Hacia fines de 1920 estallan las huelgas: el movimiento se extiende a la mayoría de los trabajadores de los frigoríficos y de los obreros agrícolas.
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Sus reivindicaciones son muy moderadas, pero los propietarios, aterrorizados por esa “rebelión de esclavos”, rehúsan satisfacerlas, debido también a la crisis que los sorprendía. La huelga que se hace efectiva en el campo durará más de tres meses: los peones -huyendo de la represión policial- van concentrándose en grandes grupos que viven a campo abierto, toman rehenes entre los dueños y administradores de estancias con el fin de canjearlos por compañeros detenidos y logran resistir aprovisionándose de mercaderías que se llevan de los almacenes y estancias, entregando a cambio vales firmados por la Sociedad Obrera de Río Gallegos (sindicato adherido a la FORA anarquista). Simultáneamente, desesperados por el abandono de las majadas en pleno período de esquila y la insubordinación de sus peones, los grandes propietarios dramatizan la amplitud y el alcance del movimiento para que el gobierno se decida a intervenir (denominan a los huelguistas como “bandas de malhechores” o “bandidos que se dicen huelguistas”). En enero de 1921 se designa gobernador del Territorio a Angel I. Iza, quien al llegar es seguido a los pocos días por una pequeña expedición militar integrada por tropas pertenecientes al 10º Regimiento de Caballería, al mando del teniente coronel Héctor B. Varela. Después de pacientes tratativas del gobernador con los estancieros, Iza y Varela se entrevistan con los huelguistas, alcanzándose finalmente un acuerdo entre las partes luego del arbitraje llevado a cabo por Varela, el cual es laudado posteriormente por el gobernador el 24/2/1921. El punto fundamental de desacuerdo fue la negativa patronal a reconocer la representatividad de la organización obrera y aceptar el nombramiento de delegados elegidos por los peones en las estancias. Los dirigentes obreros -en su mayoría extranjeros- se sienten fuertes por el aparente éxito logrado. La calma se restablece, pero los estancieros quedan con el sentimiento de haber sido traicionados, pues deben aceptar de mala manera algunas de las reivindicaciones de sus empleados cuando sólo deseaban una represión brutal que les habría asegurado muchos años de paz social en el lejano sur. Hacia fines de 1921 la crisis de la lana continúa. Tres cuartas partes de los peones se encuentran sin trabajo. A la carestía de la vida en los pueblos se suma el incumplimiento del convenio en la mayoría de las estancias, donde no se pagan sueldos desde marzo. En todo el territorio se declara la huelga en el campo; los estancieros, sin pagar lo adeudado, desalojan a los peones; los grupos de peones sin familia y sin casa se organizan como bandas de desempleados que vagan por la zona, y recorriendo estancia por estancia, invitan a los trabajadores a plegarse, se apoderan de las caballadas, se aprovisionan de víveres -firmando siempre cuidadosos vales-, y si se topan con estancieros o mayordomos los toman en calidad de rehenes. El pánico se apodera de los “dueños de la tierra”, y ante las airadas protestas, el gobierno decide enviar nuevamente al 10º Regimiento de Caballería, siempre al mando del teniente coronel Varela. La segunda expedición no se parecerá en nada a la primera. Varela parece prisionero de los asustados propietarios, recibiendo los más contradictorios informes de la situación. Entonces resuelve actuar fríamente en el restablecimiento del orden alterado. Aplica la ley marcial sin que haya sido declarado el estado de sitio, olvidándose de la Constitución y de la ley, de la justicia civil y de la militar.
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Desde noviembre de 1921 hasta enero de 1922, las tropas -divididas en patrullas- localizan los campamentos de los grupos de huelguistas, les intiman rendición y, una vez desarmados, proceden a diezmarlos, apaleando a los sobrevivientes, que luego son conducidos a las comisarías de los pueblos. La atroz represión será variada: se rodeará a los peones y se tirará desde lejos sobre ellos. En otros casos, se exigirá que coloquen las armas en el suelo, luego se los fusilará en masa por tandas, haciéndoles cavar sus propias fosas. O serán degollados, o quemados con nafta o mata negra, luego de dejarlos atados desnudos a los alambrados durante toda la noche helada. O estaqueados y luego fusilados. O se quemarán graneros llenos de trabajadores. El despojo fue lo único que se practicó en todas partes de igual manera: quillangos, monturas, armas, los cheques de los pocos que habían cobrado sus jornales, dinero si alguno lo tenía, rastras y cuchillos. Y la destrucción sistemática no sólo de los certificados de propiedad de los caballos, sino de los vales probatorios de lo que se les adeudaba. Luego de la experiencia del año anterior, a ningún peón se le pasó por la cabeza que el ejército pudiera matar a quienes ni siquiera hacían ademán de defenderse. 260 hombres de tropa redujeron así a cerca de 3.000 peones bien armados, sufriendo una sola baja: el conscripto Fischer en la estación Tehuelche, que murió en el único combate que se celebró. Suponiendo que esos 3.000 hombres no cobraran desde marzo, a un promedio de $ 100 por mes cada uno, da como resultado la suma de $ 3.000.000 que los estancieros ahorraron para sus bolsillos; en números redondos, 10.000 toneladas de lana sucia al precio de 1921. Los medios anarquistas hablan de 1.500 muertos, pero 300 a 400 parece un mínimo verosímil. Para abril de 1922 quedaban todavía alrededor de 600 presos en Santa Cruz, que más tarde fueron puestos en libertad. A los muertos, desparramados en el campo, nadie los contó. III. LAS CONCLUSIONES A manera de análisis complementario de todo lo relatado precedentemente, podemos elaborar algunas conclusiones de carácter liminar: ►Los huelguistas y la Sociedad Obrera que los representaba, creían posible la “armonía entre el capital y el trabajo”, adjudicando al ejército un papel neutral en los conflictos sociales. Ello quedó demostrado con la buena predisposición que tuvieron durante la primera huelga a aceptar el arbitraje impuesto por el ejército, respetando el acuerdo logrado, único objetivo de esa medida de fuerza gremial. Esto descarta por completo el argumento dado por los terratenientes y la prensa tendenciosa durante la segunda huelga, basado en un supuesto complot extranjero para adueñarse de la Patagonia o la preparación de un vasto plan de revolución comunista, o también, la leyenda de la irrupción del bandolerismo en estas tierras alejadas del sur. ►Si alguna intención había entre los huelguistas de promover un plan de tipo revolucionario, ¿cómo se explica que durante la primera huelga no fue necesaria la represión sangrienta y ni bien logrado el acuerdo entre las partes la huelga cesó? Evidentemente, el laudo establecido por el gobernador no fue sinceramente aceptado por la mayoría de los estancieros, luego se incumplió, y sobrevino la reacción expresada en los hechos ya conocidos.
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►Si se trataba de un ejército de bandoleros y asesinos bien armados dedicados al pillaje, ¿cómo se explica la existencia de tan sólo una baja entre las tropas y ningún estanciero o administrador muerto o herido, a quienes se los tuvo bien cerca cuando se los tomó en calidad de rehenes y contra quienes había motivos suficientes para tomar represalias? Es extraordinario que un ejército de bandoleros y asesinos bien armados, con buenos tiradores, que pelean en batallas campales, cause sólo una baja a las tropas nacionales, mientras mueren decenas de ellos. ¿Cómo se explica la entrega de vales por parte de estos “saqueadores” a cambio de caballos y víveres?; ¿cómo se explica que estos supuestos forajidos -sin educación social aparenteadoptaran todas sus decisiones votando en asambleas democráticas? En todo caso, se trataba de una banda de pobres peones desesperados que creyeron que su actitud, propia por otra parte de las costumbres duras de la región, era la mejor para conseguir entenderse con los hacendados, a fin de obtener las pequeñas mejoras que reclamaban. ►Si los enfrentamientos armados entre las tropas militares y los huelguistas fueron verdaderos combates -tal la versión oficial-, ¿cómo se explica que todos los militantes y secretarios de asociaciones obreras (“cabecillas”, según los partes militares) hayan muerto y ninguno haya quedado vivo? ¿Qué rara especie de bala usaron los militares, que buscaba en el campo de batalla precisamente a los organizadores del movimiento de resistencia obrera? La explicación es que han sido fusilados, y esta es la mejor prueba de los fusilamientos. Esos hombres fueron sacados de las filas una vez rendidos, elegidos y luego fusilados en presencia del resto de sus compañeros para escarmiento, para que no se repitan peticiones como pedidos de aumentos de sueldos y demandas tan revolucionarias y escandalosas como aquella de que en una pieza de 4 x 4, con piso de tierra, no se aloje a 8 hombres. ►El rol cumplido por el teniente coronel Varela es incalificable: Santa Cruz no se hallaba en estado de guerra ni allí se había declarado el estado de sitio, por lo tanto no estaba sometida a la ley marcial aplicada ilegítimamente por Varela. Éste sólo debió -cumpliendo las instrucciones que debieron habérsele dado- imponer el orden, arrestando a los hombres que hubieran cometido algún delito y entregarlos a las autoridades judiciales para que, sometidos a juicio, cumplan la condena respectiva si fueren encontrados culpables. Varela se extralimitó, abusó de sus funciones; no sólo actuó como un tribunal penal juzgando por su cuenta y distribuyendo castigos -entre ellos la pena de muerte por fusilamiento-, sino que además procedió con una severidad y una crueldad que no estaba autorizado a emplear y que son impropias de un militar supuestamente respetuoso del honor y la dignidad humana. ► Únicamente la Liga Patriótica Argentina -fuerza paramilitar de choque de origen nacionalista de derecha-, que había intervenido para caldear los ánimos durante los acontecimientos, formando 200 brigadas de milicianos al servicio de los estancieros, recompensa a Varela y a sus hombres durante una ceremonia pública entregándoles una medalla de oro al mérito, a quienes habían regresado con las manos manchadas de sangre. El gobierno de Yrigoyen, por otra parte, asume que Varela se propasó en sus atribuciones, y no sólo le negará honores al militar como él esperaba sino que ni siquiera será ascendido a coronel. En el año 1923 Varela muere asesinado por el anarquista Kurt Wilckens, que pretendió vengar de esta manera a sus compañeros masacrados en la Patagonia.
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►Tanto los huelguistas como la Sociedad Obrera plantearon reivindicaciones que, en sí mismas, hubieran podido ser aceptadas en el marco reformista adoptado por la política de Yrigoyen. Sin embargo, debido a razones que son desconocidas, parecen no haber tenido en cuenta dos factores fundamentales al momento de planificar acciones eficaces de lucha sindical: 1. La situación de crisis de los estancieros. Al no haber compradores en el mercado de lana y de lanares, se debió inevitablemente interrumpir el trabajo, y la manera más directa de bajar los costos era no pagando los sueldos de los trabajadores del campo. 2. El empleo de una táctica que, a pesar de no emplear la violencia, ubicó al movimiento fuera de los moldes de la sociedad tal como estaba organizada. Los campamentos se constituyeron de hecho en sociedades comunitarias armadas, con sus propias leyes y su régimen político de asambleas para tomar todas las decisiones; su forma de aprovisionamiento desconoció además las leyes económicas del sistema. Objetivamente, el sistema no podía permitirlo y responder más que con la violencia, cualquiera hubiera sido el partido que se hallara en el gobierno y la personalidad de las autoridades civiles y militares. Las masacres de la Patagonia no fueron una aventura autoritaria, un trágico error, ni un “exceso”. Fueron la manifestación objetiva de que cuando la lucha de clases trasciende ciertos planos (aunque sus protagonistas no tengan conciencia expresa de ello), las instituciones del Estado -gobierno, ejército, policía, justicia- transgreden la formalidad de sus propias leyes, acudiendo a la violencia para preservar las bases mismas del sistema. El escritor argentino Osvaldo Bayer, autor del libro “Los vengadores de la Patagonia trágica”, obra que inspirara posteriormente la realización de la película histórica “La Patagonia rebelde”, en uno de sus artículos expresó lo siguiente: “...hoy, en el lugar de la tragedia, en Santa Cruz, hay calles y escuelas que llevan los nombres de aquellos huelguistas del ’21 que se rebelaron para que los de abajo tuvieran un poquito más de lugar al sol. En cambio, de sus represores no hay ni una piedra que los recuerde, como si el propio paisaje se avergonzara de ellos. La ética siempre vuelve a surgir por más que la degüellen, la fusilen, la torturen, la secuestren o la desaparezcan”.
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El presente trabajo ha sido elaborado sobre la base de la siguiente selección y adaptación de textos: * Poder militar y sociedad política en la Argentina, t. I, Alain Rouquié, Emecé. * Yrigoyen, Roberto Etchepareborda, nº 20, Centro Editor de América Latina (CEAL). * Las huelgas de Santa Cruz (1921-1922), Susana Fiorito, nº 101, CEAL. * Página/30, año 6, nº 72, Editorial La Página S.A. * Historia argentina contemporánea, E. Miranda y E. Colombo, Kapelusz. * Historia de la Argentina contemporánea, L. de Privitellio y otros, Ed. Santillana. * Historia argentina contemporánea, Germán Friedman y otros, Puerto de Palos. Prof. Luis Horacio Isabel E-mail:
[email protected]
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