Las Calles De Martín

  • July 2020
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  • Pages: 232
LAS CALLES DE MARTÍN

DE PILAR PEDRAZA PÉREZ DEL CASTILLO

EL NACIMIENTO...

Cuando la maternidad golpeó el vientre de Marcelina, anunciándole que la obra maestra de creación estaba pronta a transgredir la barrera hacía la humanidad, ésta muy calmada, al igual que su madre y su abuela, también mandó a la vecina en busca de la partera del barrio. Aunque era su primer parto, Marcelina Villca Huanca estaba mentalmente preparada y, previsora, ya tenia varios trapos limpios y muy bien doblados guardados en una bolsa plástica, junto a algunos periódicos usados para envolver la placenta, además del agua oxigenada, algodón, tijeras nuevas y mucha agua hervida y caliente, para que la partera hiciera su trabajo de buena ley. La vecina cruzó presurosa aquella callejuela empedrada para bajar la cuesta, evadiendo los charcos de aguas estancadas y fétidas que descansaban al pié de la acera o frente a la puerta de alguna vivienda, hasta llegar a casa de doña Encarnación (cuatro largas cuadras de distancia) quien, como autómata, sacó su bolsa con utensilios de partera, y envolviéndose con su manta, salió presurosa en compañía de la vecina para auxiliar a la parturienta.

Este era el barrio de Villa Concertación, en el cual Marcelina Villca Huanca y su concubino

Juan

Poma Choquetaxi, vivían desde hacía cuatro años. Ella tenía

veintinueve años; algunos la tildaban de "vieja" porque su marido recién cumplió los veintidós y, decían las malas lenguas, que se juntó con ella por su dinero y posición ya que, además de su vivienda de doscientos treinta y cinco metros de terreno, estaba la construcción de mediana calidad, con ocho cuartos apoyados alrededor de los muros, dejando un importante espacio de tierra que fungía de patio y todo lo demás. En su centro, sobrevivía cansado un raquítico eucalipto, bajo cuya sombra se hallaba la única pila de agua para todos los residentes de aquel conventillo. La ducha, letrina y su amplia lavandería, se ubicaban en una de las esquinas. Marcelina tenia algunas tierras en el campo, en la Comunidad de Chojllacota, Provincia Villarroel (casi en la frontera con Chile), al cuidado de su madre, doña Josefa Villca Chuquimia y de sus tres hermanos, Toribio, Pancrasio y Eustaquio; los tres eran de diferentes concubinatos pero con el mismo apellido. Allí le criaban sus vacas y un torete que pronto sería buen semental; también sembraban papa, maíz, trigo y cebada que luego vendían en las ferias de la localidad o permutaban por otros alimentos o necesidades. En resumen, tenían su "buen pasar". De los ocho cuartos de que constaba su vivienda, ella alquilaba cinco a tres familias, con quienes compartía el uso de la letrina, la ducha y la lavandería; cada familia cocinaba en su vivienda polifunsional; es decir, el único ambiente oficiaba tanto de dormitorio como de estar, de cocina y de comedor. Los olores se entremezclaban imponiéndose de acuerdo a las actividades del hogar, tan pronto eran los de un guisado como los de un api, café o alguna fritura; otras veces, predominaban los olores de yerbas curativas y, la mayoría de las veces, eran los olores de los orines de infantes que aglutinaban el núcleo familiar; en fin... ninguno de

sus

residentes

pensaba

que

tales

emanaciones

fueran

tan

siquiera

desagradables, eran parte de su diario vivir y, agradados, convivían con ellos sin ejercer una apropiada ventilación o cotidiana limpieza.

Marcelina era más ordenada y bastante limpia; su vivienda estaba conformada por tres habitaciones, una era el dormitorio (para ellos y todos los hijos que tuvieran a bien venir), la otra era la sala-comedor y la más pequeña era la cocina. Su dormitorio tenía una cama doble, un ropero de tres cuerpos, una mesa de noche y otra mesa cuadrada, con dos sillas, sobre la cual siempre había un mantel rojo floreado de plástico y al centro un florero de vidrio con tres rosas rojas también de plástico. Las paredes estaban llenas de estampitas y afiches alusivos a diversa propaganda, desde fábricas de pinturas, ferreterías, librerías o bancos, a almanaques pasados con fotos de lindas mujeres semi desnudas. La sala comedor, tenía un sofá de dos cuerpos y un sillón con tapiz verde y flores marrón, ambos cubiertos por forros de plástico transparente, al centro una pequeña mesa con dos ceniceros de barro y la figura en yeso pintado de un ekeko (dios de la abundancia), cargado de bonanza y fertilidad. En el lado derecho de la habitación había una mesa de madera con cuatro sillas de fierro forjado, que tenían sus almohadones tapizados con la misma tela del sofá; no podía faltar la televisión de 23 pulgadas con su VHS para poner películas rentadas y el equipo de música con su videocasetera. Aunque ya existían los cds., ellos pensaban que no había nada mejor que los casetes, por lo que tenían una caja de zapatos forrada en papel madera, dentro la cual guardaban su hermosa colección de huayños, cuecas, morenadas y, por supuesto, las cumbias y salsa o música "chicha", como solían llamarla los de la clase media alta. La cocina tenía un pequeño refrigerador de un metro de altura, una estufa de dos hornallas con horno a gas, un mesón de azulejos celestes de pared a pared y un mueble para los trastos; los utensilios se lavaban en la lavandería del patio principal como lo hacían todos los inquilinos; y así, con todas estas comodidades e incomodidades, Marcelina y Juan compartían sus vidas agradecidos y felices.

Juan era un mozo de facciones toscas pero agradables, de mediana estatura y licenciado del cuartel como chofer profesional. Huérfano de nacimiento, fue criado por unas tías solteronas que lo sobre- protegieron hasta que entró a prestar su servicio militar; allí se enredó con Marcelina, o mejor dicho, ella lo enredó a él cuando cumplió los dieciocho años y como él no le pusiera resistencia al enamoramiento, después de muchos domingos de charlas y paseos, Marcelina lo introdujo al arte de amar; le reveló el encanto del sexo cuando permitió que hurgara debajo de sus polleras y le despertó su hombría que sometió en el cálido interior de las enaguas del amor, arrebujándose lascivo, mientras descubría los placeres carnales. Así, de la protección de sus tías solteronas, pasó a la protección de su concubina, a quien amaba sin la experiencia mundana o el conocimiento de otros placeres, puesto que Marcelina fue su primera experiencia. A diferencia de las opiniones chismosas, Juan no tenía interés en los pocos o muchos bienes de Marcelina, se enamoró de ella por sus cualidades y la sonrisa que jamás se apartaba de su rostro, no sabía si era bonita o fea; el único interés que guiaba su vida, era el de pasar horas hurgueteando bajo las enaguas de su mujer; amaba sus olores, su sazón en la cocina y sus amplias caderas que se regocijaban al tacto de sus manos y cedían sin dilación a las exigencias de la carne. Si esto era producto de la cantidad de años con los que le llevaba su mujer... en hora buena, ojalá fuera siempre así.

Cuando Marcelina le comunicó que su vientre le crecía, Juan comprendió que las semillas de tantas horas de siembra habían fecundado, ambos

se

profesaban;

merced

al

amor

que

entonces, decidió trabajar con más esmero. Durante la

semana cubría turnos de ocho horas en una empresa de Radio-Taxis; pero ahora, además, alquilaría el taxi de su compadre Máximo Maita para trabajar los días domingos o las horas que disponía libres; de este modo, su mujer podría descansar

más y dejar de vender sus deliciosos "sandwiches de chola" los días de semana, limitándose a los sábados y domingos, ya que sin duda alguna, un niño iba a costarles dinero y ellos querían que su criatura pudiera tener de todo.

Mientras Marcelina lidiaba con los dolores de parto, que arremetían implacables su vientre, Juan corría a la radio de la comadre para enviar un mensaje a su suegra pidiéndole que viniera de inmediato; hecha la diligencia, Juan decidió permanecer cerca de su mujer para presenciar el milagro de la vida, del cual era partícipe. Después de tres horas de lucha apoyando a las leyes de la naturaleza, el resultado daba cara a la vida con un llanto de triunfo, ante la incógnita de lo que habría de depararle la vida al recién nacido. Así, prorrumpió un varón, moreno como sus padres, y poblado de frondosa cabellera; la partera lavó a la criatura con agua tibia, cortó su cordón umbilical, empujó con fuerza el vientre de su madre y una vez expulsada la placenta, envolvió esta en los periódicos pasados, para enterrarla como retribución a la Pachamama. El niño fue envuelto, cual momia egipcia, en pañales de tela y bayeta de la tierra, privando de todo movimiento a sus extremidades como era costumbre en los campesinos; luego de honrar a la madre tierra se lo entregaron a su madre biológica, quien al verle, olvidó todo padecimiento o malestar para recibirlo amante en su regazo, brindándole la seguridad del amor maternal.

Así creció la familia; llegado el momento, el pequeño sería bautizado con el nombre de Martín Poma Villca, hijo legítimo de un concubinato protegido por la ley de "matrimonio de hecho". Pensando en todo esto y con el afán de bautizar legalmente a su criatura, Juan pidió en matrimonio a su conviviente después de cinco años de feliz sillwiñacu. Los preparativos para la boda se iniciaron con celeridad, la familia carneó una vaca (sacrificando el patrimonio de Marcelina), y trajeron de su pueblo

las mejores papas cosechadas recientemente. Después de fijar la fecha de la boda con el párroco de su iglesia, alquilaron un elegante local en el barrio y cursaron las invitaciones a la familia, compadres y amistades. Llegó el día tan esperado por la novia; su madre, campesina aymará que no hablaba muy bien el castellano, le pidió que hiciera su ofrenda a la Pachamama antes de la ceremonia civil, caso contrario ésta podría ofenderse y tomar represalias. Con esta finalidad, doña Josefa Villca Chuquimia había guardado el mejor cebo de la llama sacrificada en su comunidad, un buen trozo de charque, un "sullu" de buen tamaño y varios trozos de incienso, que consiguió en la última feria de su pueblo; por supuesto que añadió las nueces, las "ch'amuñas", las melcochas, las imágenes de santos y viviendas hechas en plomo, los papeles de estaño en oro y plata, el papel picado multicolor, hojas de coca, cigarro negro, las lanas vírgenes... en fin, no faltó nada, ni el alcohol o el vino dulce; realmente era una q'uwa -ofrenda- de las mejores. A este recordatorio, Josefa añadió la recriminación por la omisión y ofensa de no haber invitado a las autoridades de su Comunidad, ni siquiera al yatiri, a los jilaqatas o al callawaya-, máximas autoridades del Ayllu . Muy consternada Marcelina reconoció el involuntario olvido pero, debido a que hacían años que estaba ausente de su comunidad, había dejado pasar ciertas tradiciones y algunas costumbres. Sin embargo, enviaría con su madre buenas viandas con los manjares de la boda, para disculpar el olvido causado a raíz de su gran felicidad.

Marcelina estaba radiante aquella mañana; nunca fue bonita, pero lo compensaba con su esbelto físico y la sonrisa franca y alegre que no se apartaba de su rostro. Una buena parte de su patrimonio y sus ahorros fue derrochada con la satisfacción de aquel día; tanto ella como su futuro esposo sobresalían por su elegancia; Juan rentó un traje negro con camisa de smoking y corbatín, compró calzados Manaco y estrenó medias y calzoncillos; fue a la peluquería y se dio un buen baño en la ducha pública horas antes. Marcelina se mandó a confeccionar una bellísima pollera en

brocado de seda blanco, su blusa blanca era toda de encaje y la manta blanca tenía un primoroso bordado en hilos de seda, lo mismo que las largas flecaduras (también de seda), que adornaban los bordes de la manta; sus medias de nylon mostraban las piernas gruesas y perfectas que calzaban unos primorosos botines. Los faluchos (aretes) que pendían de los lóbulos de sus orejas eran de oro 18 quilates con perlas netas y piedras de colores; el "p'ich'i" -broche de oro- que sujetaba su manta era un hermoso "topo" con la figura de un enorme pez, adornado con perlas netas y piedras. No olvidaron a Martín, aunque aún no caminaba, le habían vestido de terno blanco, gorra y botines. Así la familia completa dio inicio a la ceremonia de matrimonio, primero civil y luego religioso.

Los festejos de la boda duraron tres días; el primer día (Sábado), fue el del convite de Marcelina, que se esforzó preparando la "saxta" (ají de gallina) y la "warxata" (conejo), acompañados de tunta, papa y arroz blanco; al día siguiente (domingo), fue el convite del varón. Juan no se quedó atrás y mandó cocinar un saice y ají de fideos, con la carne de la vaca sacrificada, que acompañaron con chuño y papa blanca, además de mucha cebolla, tomate y locoto; ese segundo día se recibieron los regalos, que guardaron bajo llave en un recinto especial del local. Al tercer día, la pareja abrió sus regalos frente a los invitados e hizo un recuento, para ver que la cantidad de obsequios fuera siempre en número par, ya que en la cultura aymará todo es dual, (parejo); de lo contrario, algún invitado debía "igualar" la cantidad aumentando otro regalo, logrando así "parear" la cantidad de presentes para la buena suerte de los recién casados que, agradecidos con quienes apadrinaron el evento, dieron por concluida la celebración. Durante los tres días consecutivos, los flamantes esposos tuvieron que invitar comida, bebida además de pagar las bandas de música junto a la orquesta y el local. No dejaron de gastar más de lo planificado; aunque contaron con algunos padrinos de torta

hubo quienes

también colaboraron con la cerveza; empero, bien valió la pena, estaban felices por

haber cumplido con las leyes de Dios y las de los hombres aunque, y sin querer, incumplieran con la ofrenda a la Pachamama olvidando la "q'uwa" preparada por doña Josefa y dispuesta en el bracero, que permaneció sin carbón ni fuego durante los tres días de festejos. Lastimada y desdeñada, la madre tierra volcó sus ojos al infinito; cerrando sus oídos ante cualquier ruego, se adormiló en un incontenible letargo para ausentarse de quienes, ignorándola en tan importante ocasión, la ofendieran de aquella imperdonable manera.

Las vidas de Marcelina, Juan y el pequeño Martín transcurrían en la monotonía de la normalidad; seguían viviendo en el mismo pueblo, la misma calle y misma casa. Martín pasaba las mañanas en el patio, al pie del desnutrido eucalipto, jugando con el agua de la única pila y arrastrando su camioncito de madera, sujetado a un grueso cordel, cargado unas veces de arena, otras de piedras y unas tantas con cáscaras y desperdicios que Marcelina tiraba al piso de la cocina, dándole a su hijo la tarea de transportarlos con su camión hasta el basurero del patio principal. Mientras ella cuidaba del niño y los quehaceres

del

hogar,

Juan

ya

tenía su

propio Taxi y pertenecía al sindicato de transportistas de la ciudad de El Alto. Si bien la economía de la familia Poma Villca no era de riqueza, tampoco existía la pobreza y Marcelina había dejado de vender sus deliciosos "sandwichs de Chola" con escabeche, para prodigar a su pequeño todo el amor maternal que le profesaba.

No hay nada bueno si no conlleva la malo, pensaba ella. Desde que Juan ingresó al sindicato de transportistas de Villa Concertación, en la ciudad del Alto, había incursionado en el deporte del futbol y las consiguientes celebraciones después de cada partido, ya sea festejando el triunfo o lamentando la derrota; es por eso, que el día sábado, dejaba de ser taxista para convertirse en futbolista y posteriormente en borracho, llegando a su casa en estado calamitoso, para agredir a su mujer y molestar con sus gritos a los inquilinos asegurándoles que él, en persona, era la pelota de fútbol: "- Marce... escuchame Marce, soy la pelota y ¿sabes como lo sé de que soy la pelota de fútbol?; pues por todo lo que sale de mis adentros, escuchá esta voz Marce, no es la mía, y mirá lo que te habla Marce, escuchame ché, creo que de mí se está quejando Marce a ver oimelo:

Entonces la voz de Juan adquiría otro timbre y, cual médium espirita, como portavoz del balón de su equipo, daba a conocer los sentimientos de la pelota de fútbol, hablando por ella con parsimonia y en perfecto y prolijo castellano:

"Hoy es sábado, lo sé porque la rutina es la misma. Comienza por la mañana, cuando él interrumpe mi descanso y me saca de la oscuridad y el reposo de varios días. Dejo ese letargo, cuando la luz golpea mi contextura dura e ilumina mis dos colores. Puedo sentir el clima del exterior; la hierba húmeda y lisa sobre la cual retozaré, correré y me bambolearé durante dos horas y media, defendiendo mi integridad, sobreviviendo a la rudeza a la que ambos contrincantes me someten, ya que, sin medir fuerzas, se ensañan golpeando en mi piel, gastada y curtida por la intemperie. El sonido de voces, silbidos, gritos de aliento, maldiciones y petardos me envolverán en la euforia del duelo y el desafío.

Y no es que me queje o que me disguste; artesanos de manos hábiles me fabricaron para ello con la pericia y precisión necesarias para un desempeño impecable. Contengo en mi interior un aire sin aliento, un aire, que a la vez que acepta el trato rudo, me protege y evita que los golpes me desintegren; un aire que me permite alzar el vuelo y desplazarme por lo alto o deslizarme por el gras a velocidades impensadas. Es el aire de la victoria y la derrota; yo comparto la dualidad de ambas por lapsos breves e interminables. Jamás me parcializo puesto que la lealtad y honestidad están en la pericia y agilidad de quienes me manipulan y manejan. Sin embargo y paradójicamente, sus vidas y alientos parecen depender de mí durante esas horas de exacerbación y agonía.

Cuando se logra el triunfo siento vibrar la euforia en el tacto de quienes me acarician, escucho las alabanzas a mis fabricantes y la exaltación a mi calidad y comportamiento; si hay derrota que lamentar, soy objeto de improperios que me acusan, devastan y me expulsan con desdén, aduciendo que tuve parte de culpa por no haber retenido suficientemente el aire de mi interior, o haberme desviado más de la cuenta o estar ya gastada, en cuyo caso, me desechan por inservible.

Como verán... el sábado por la tarde puede ser un gran día o el peor de todos; yo haré lo que pueda y me desempeñaré a cabalidad y, como siempre, lo haré para satisfacción de la calidad a la marca que represento. Confiaré en quienes me dirijan a su antojo y serviré incondicional, tanto a los ganadores como a los perdedores. Como cada domingo (junto al veredicto de los miles de espectadores), aceptaré muda y sumisa el desenlace final, cuando el árbitro, como dueño absoluto, decida con su silbato la diferencia definitiva que me anunciará el cese de patadas, cabezazos, agresiones, vuelos y carreras, entonces me llegará el descanso y volveré al letargo de mi oscuridad-".

Siempre que terminaba de recitar este mismo discurso, dejaba de sentirse ser el balón de fútbol, para caer inconsciente, en el lugar en el que se encontrara, y Marcelina, con ayuda de algún inquilino, debía arrastrarlo hasta su habitación para que durmiera la borrachera.

Al día siguiente (domingo), curaba el "ch'akhi" (resaca) con varias cervezas y un buen t'imphu

o fricasé, para después, pasarse toda la tarde tirado en el sofá,

viendo Domingos Populares o un "repriss" de algún partido de fútbol. La vida tolerante y normal en el hogar de Marcelina, comprendía de lunes a viernes, días en

los que sin los efectos de cerveza o singani, su marido volvía a ser el de antes. No es que ella le quisiese prohibir el deporte, tan sólo le molestaba que gastara tanto dinero en pegarse sendas borracheras después de cada partido, convirtiéndose en una simple pelota de fútbol y, como si esto no fuese suficiente, les comenzaron a llover las invitaciones a bautizos, bodas, graduaciones y cuanto preste ofreciera algún "pasante" del sindicato. El asunto era visto como cuestión de estatus, al extremo de que Juan Poma Choquetaxi esperaba con la misma ansiedad con la que recibió a su primogénito varón, que lo distinguieran para ser el "pasante" de algún presterio. Entonces, la ambición desordenada de Juan obligó a que la Pachamama entreabriera los ojos y agudizara sus oídos para castigar su codicia, devolviendo el agravio a quienes, irreverentes, la pospusieron años atrás.

Reunidos los achachilas en la apacheta de las ánimas, escucharon los argumentos y el reclamo de Pachamama:

- Durante décadas he cuidado del bienestar de estos mis hijos, les he fecundado con amor y alientos de prosperidad, mis entrañas han germinando sus semillas; de mi vientre han nacido sus buenas cosechas, han vivido de mis regalías, no les ha faltado nada, les di un hijo sano y varón para que los ayude a cuidar de mí en sus campos, los envolví con mi afecto protegiéndoles de grandes males, vigilé sus anímales, regué de bonanza y fertilidad sus tierras. A cambio,¿qué es lo que he recibido?... ingratitud, falta de consideración y mal- agradecimiento; ni siquiera el momento de su felicidad me fue compartido; prefieren halagar y honrar a la humanidad excluyendo obligaciones que, de por vida, contrajeron sus ancestros con las deidades de la Cordillera de los Andes y conmigo, su madre tierra, su dadora, su benefactora. Así como fui generosa en el pasado, seré avara y miserable con ellos a partir de hoy.-

Habló Pachakamác, creador del mundo y hacedor del sol, quien en tono bondadoso intercedió por los hijos infieles, anunciando de su parte clemencia para los sentenciados, por considerar sus faltas como de menor gravedad. Así, quedó dicho que cualquier castigo a la pareja debía excluir al pequeño Martín, quien no tenía la culpa de haber venido a este mundo de miseria y dolor, mucho menos de no haber encendido el bracero con la ofrenda para la Pachamama el día de la boda de sus padres. Para los inculpados no habría más descendencia, el árbol de la vida se secó en el vientre de Marcelina y no habría abono o semilla capaces de hacerlo retoñar.

Pachamama acató la decisión del creador del mundo y hacedor del sol, recordando que en el día en que Martín arribó a este mundo, ella fue fertilizada con su placenta, actitud por la cual, quedaba excluido de su furia y venganza; mas al contrario, gozaría de la protección de los achachilas hasta partir

cumplir los dieciocho años; a

de entonces, debería agradar a sus dioses como era la costumbre de su

pueblo aymará. Terminado el coloquio divino, los achachilas retornaron a su hábitat de las alturas, cubiertas por el manto blanco de nieves eternas. Allí, bajo el firmamento, al pié de la luna y las estrellas, retomaron la vigilia para mantener el equilibrio del universo y la humanidad.

En vista de que Juan Poma Choquetaxi aún no había sido elegido "pasante" de ningún presterio, decidió organizar un gran convite celebrando el bautizo de su primogénito. Así pues, para pagar los gastos de la fiesta, al cumplir su hijo los cuatro años, convenció a su mujer para carnear la última de sus vacas, sacrificar veinte conejos y decapitar diez de sus gallinas (el total de sus animales), además de vender el torete ya convertido en buen semental. Con antelación suficiente

acordaron que el padrino sería el presidente del sindicato de taxistas de Villa Concertación, y que la madrina, sería doña Encarnación la partera y vecina de Marcelina, gracias a quien Martín arribó sano y salvo a este mundo, para la alegría de sus progenitores. Su compadre Máximo Maita, con su conviviente Doña Pascualina, estarían a cargo de iniciar la rutucha (primer corte de cabello), ya que la larga cabellera del niño estaba llena de "qultis" (champones-enredos), que no debían

desenredarse

antes

de

la ceremonia de rutucha;

su

suegra

y

sus

cuñados se harían cargo de atender a los invitados, recibiendo las cervezas que llegarían a raudales, como "aynis" (retribución) a los tantísimos cajones que Juan llevaba a todos los prestes del sindicato. Ya que la lista de invitados era cada vez mas extensa, alquilaron el local de los roncos ubicado en plena Avenida 16 de Julio, con capacidad para cuatrocientas personas entre sentadas, paradas y ebrias.

Hechos los primeros arreglos y para oficializar el asunto, un Sábado a las once de la mañana, Marcelina y Juan arribaron a la casa de su futuro compadre, cargados de obsequios, como era la costumbre; el "walqhipu" (bolsa tejida de awayu portadora de las hojas de coca), por parte de Juan y la"tarilla" (pañuelo de awayu para akhulliñar), por parte de Marcelina. También se preocuparon de traerles desde el campo una arroba de la mejor papa de su cosecha nueva y una gallina criolla, ponedora por excelencia, Juan aportó con un cajón de cerveza paceña, que fue consumido de inmediato, como muestra de complacencia y aceptación del padrinazgo.

Su futuro compadre, era un cholo gordo y bonachón, de nombre Emeterio Quispe Mamani que se hacía llamar "el Gordo Quisbert". Todos sabían el origen de su fortuna; antes de ser gordo no era ni rico ni Quisbert; todo comenzó cuando se convirtió en Jefe de las Juntas Vecinales de Villa Concertación, luego militó en

CONDEPA y consiguió un trabajo en la Alcaldía alteña; a los dos años era dueño de un camioncito y cinco taxis, además de ser el propietario de grandes extensiones de tierras que loteó y urbanizó para distintos sindicatos. A diferencia de otros "delegados" y presidentes o Concejales, El Gordo (que engordaba a la par de su patrimonio), era un cholo simpático y servicial, casado con una mestiza blancona, tildada de extranjera por ser oriunda del Valle de Tarata en Cochabamba, quien le diera ocho hijos, tan diferentes el uno del otro, que las malas lenguas los atribuían a inexistentes amantes, pero que en la realidad, eran víctimas de las ascendencias del mestizaje y la anomalía congénita de la ausencia total de la materia colorante de la piel, los ojos y el pelo, conocida por el vulgo como el fenómeno del albinismo. Sin embargo, nadie osaba poner en duda la creencia de que la Pachamama les bendijera con el color de los q´aras, en agradecimiento a sus constantes ofrendas y continuos presterios que ofrecían para agradar a cualquier santo de por ahí.

Terminado el parloteo y liquidadas las cervezas; los esposos Poma Villca retornaron a su hogar bastante entrada la noche y en completo estado de ebriedad. Después de cuatro años de constantes prestes y festejos, Marcelina se había contagiado del marido convirtiéndose en asidua asistente de cuanto evento tuvieran a bien festejar y cuanto trago pudieran a bien soportar, abandonando con frecuencia y por varios días, la responsabilidad de su primogénito, a quien los inquilinos del conventillo alimentaban y cuidaban hasta el retorno de sus progenitores...algún día, en total estado etílico, con los pantalones, sacos, mantas o polleras embarradas de lodo, orines y estiércol. Esta vida de frecuentes desmanes y borracheras había mermado casi por completo el patrimonio de los esposos. Juan vendió su taxi y ahora trabajaba para un propietario del sindicato; Marcelina volvió al negocio de los sandwiches de chola pero, entre convite y preste, era poco lo que vendía; sus inquilinos se convirtieron en anticresistas y en sus tierras del campo ya no quedaban animales que criar o vender. A pesar del panorama, ambos vivían bajo el

convencimiento de que las cosas no podían estar mejor, y que, luego del bautizo y una vez probada su condición y capacidad de buenos anfitriones, podrían ser tomados en cuenta para el preste en honor al Señor de la Exaltación del año entrante; entonces la suerte y bonanza les volverían a sonreír.

Como era de esperar, Doña Encarnación acordó contribuir con la torta de tres pisos para la fiesta de Martín, las colitas recordatorios y las invitaciones al bautizo; el padrino (hombre de tener), compró la vestimenta completa para su ahijado, un terno blanco con camisa de esmoquing y corbatín, calzoncillos, camiseta, gorro, medias, zapatos y para completar sus obligaciones, a modo de demostrar su generosidad, mandó al joyero de la plaza para que le hiciera una placa, en oro de18 quilates, con su gruesa cadena de plata, con una leyenda grabada que rezaba así: A Martín en el día de su bautizo, de su padrino Emeterio- El Alto Diciembre de 1980- y que, después de la ceremonia de bautizo, le fuera colgada al cuello.

Todo se encontraba listo para el gran día de concertación con las deidades q´aras; aunque esta vez, se cuidaron de ofrecer una buena mesa a la Pachamama, sin percatarse de que, después de horas de fuego y brasa, la ofrenda seguía intacta a pesar del ardiente fuego en el bracero. La madre tierra no aceptó indulgencias ajenas ni quiso competir con el dios de los extranjeros; seguía sumida en su profundo sueño de indefinido letargo.

El cura de la parroquia, dio inicio a la celebración de bautizo colectivo que llevaba a cabo cada domingo, a las nueve de la mañana; allí, entre llantos de infantes y berrinches de niños, el cura amonestaba a los padrinos y amenazaba a los padres para que no descuidaran la educación católica de sus hijos y ahijados, también para

que dejaran el concubinato y para que no olvidaran los diezmos a la iglesia. Cuando le llegó el turno a Martín, el cura hizo que su padrino le cargara en brazos para mojarle la cabeza con agua bendita y ponerle en la frente los óleos, y la sal en los labios como manda la Iglesia Católica, para luego, pedir enérgico la renuncia a Satanás, Supay, el Tío, o como quieran llamar al enemigo del hombre. Concluido el trámite, acompañado por un concierto de llanto y todos envueltos en vahos de incienso y efluvios de raza, cada familia enrumbó a su gran festejo de Sutiyaña, para pedirles a sus achachilas que acepten esa ceremonia del bautizo, que aunque no la entendían mucho, sabían que era un requisito y sacramento sagrado; por cuanto como mestizos y bolivianos, habrían de cumplirlo, al igual que el servicio militar.

El local de los roncos estaba adornado con tiras de papel de colores, recortadas en diferentes formas alegóricas, que atravesaban el salón cruzándolo por las cuatro esquinas, de las cuales colgaba un centenar de globos blancos y celestes que caían hasta el suelo. En una de las esquinas, ostentosa y erguida, se exhibía la torta de bautizo, que tenía en el primer piso una fuente de agua, iluminada con luces de colores; en el segundo piso se veían unas escaleras con un niño de traje blanco, y en el último piso, descansaba la pila bautismal. Toda una obra de arte que se sabía costosa. Al centro, sobre una tarima, estaba la orquesta de los "Kharikhari" que, uniformados con pantalones negros y camisas de tafetán verde, se desgañitaban interpretando cumbias, salsa y música "chicha", además de los infaltables morenos y llameros que hacían sudar copiosamente a los bailarines y a la orquesta en pleno; con lo que los olores, hedores y sudores que despedían, tanto los comensales, como los alimentos, las bebidas y mingitorios aledaños, se entremezclaban alegres, como era la costumbre de barrios y gentes.

En el umbral de la entrada esperaba el comité de recepción, compuesto por los padres, padrinos, tíos y familiares cercanos de Martín, portando una bandeja redonda de aluminio, con el concebido "trensito", consistente en una copa de Champaña Valdivieso, un chop de cerveza Paceña al clima y dos copas de cóctel de tumbo y naranja; antes de su ingreso, cada invitado debía beber "seco", de un tirón y sin despegar el vaso de sus labios, todo el brebaje que se hallaba esperando en la bandeja, a la entrada del salón. Mientras más bebido y ebrio se sintiera, más dinero aportaría durante la ceremonia de la "rutucha". De tanto en tanto, el estallido de sonoros cohetes hacía sobresaltar los ánimos de los invitados; se trataba de amistades que llegaban retribuyendo los cajones de cerveza que, en incontables ocasiones, Juan y Marcelina llevaran a los prestes; estos aynis (devoluciones), debían

ser

reintegrados

en

su

totalidad,

y realmente fue asombroso...

llegaron a apilar en la cocina ochenta y ocho cajones del líquido elemento que, así como llegó,... igualmente se esfumó.

Entrada la tarde, cuando el noventa por ciento de los invitados estaba al borde de la inconsciencia, se

dio

inicio

a

la

ceremonia de rutucha.

La abuela había

peinado el cabello de Martín en cuarenta y ocho delgadísimas y largas trenzas, dándole una figura de rastafari mestizo; doña Josefa Villca apareció con el niño, las tijeras y un enorme awayu que extendió en el piso para adornarlo con muchas hojas de coca fresca y escogida; los invitados se aglomeraron alrededor y Pascualina con Máximo Maita, previo empoce de doscientos bolivianos, cortaron juntos la primera trenza del aterrado chiquillo que berreaba incansable. Seguidamente el cholo Quisbert, como el Sutiasiri

que hace bautizar, cortó, tambaleante, uno de los

"qultis" de la cabeza de su ahijado, arrojando trescientos bolivianos encima del awayu, demostrando así su bonanza económica ya conocida y también envidiada por los vecinos. Las "pichicas" y los "qultis" fueron desapareciendo de la cabeza de Martín, mientras el awayu se iba llenando con billetes de cortes de doscientos, cien

y cincuenta bolivianos, uno que otro de veinte, pocos de diez y uno de cinco pesos. Agotados todos los pelos, pichicas y qultis de la cabeza de Martín, se inició el recuento del dinero acumulado en el awayu, custodiado por las venerables hojas de coca fresca. Como quiera que el monto recaudado de cinco mil cuatrocientos setenta y cinco bolivianos, era ch'ulla (impar), comenzó la puja para parear la cifra y, entre borracho y ebrio, la hicieron subir

hasta

parearla

en

seis

mil

bolivianos redondos; cantidad descomunal, recaudada en un evento de esta circunstancia, que dejó perplejos a los etílicos quienes, al día siguiente y en su sano juicio, llorarían su despilfarro y generosidad.

Gracias a la presencia abstemia de la abuela de Martín, doña Josefa Villca Chuquimia, se salvaron los seis mil bolivianos recaudados, junto a la integridad del bautizado, que fue trasladado sano y salvo a sus aposentos, más muerto que vivo después de que le pelaran el p'iqi (cabeza). Para paliar el frío de su cabeza, la abuela le puso un lluch'u tejido con lana virgen de oveja rural, por sus huesudas y diligentes manos, curtidas por las heladas del altiplano y encallecidas por la dedicación a la siembra. El niño, agotado, se sumió en un sueño de pesadillas en las cuales compartía los festejos con duendes, supays, ángeles curas y padrinos.

A la mañana siguiente, sus progenitores llegaban dando tumbos y agarrándose a golpes como era lo usual, hasta botarse en cualquier rincón de la casa para dormir la mona y despertarse con el afán de curar el "ch'akhi", sin importarles gran cosa la existencia de su único hijo quien tenía la obligación de seguir viviendo.

Antes de regresar al campo la abuela Josefa, indignada, amenazó con llevarse a su nieto y quitarle las tierras a su hija; es decir, lo poco que le quedaba; Marcelina

prometió dejar la bebida y retomar sus ventas de sandwiches, mientras que Juan... esperaba ansioso el siguiente preste o cualquier evento social que le traiga la excusa de ingerir grandes cantidades de alcohol. Para su enorme satisfacción, llegó el gran presterio del Señor de la Exaltación y, en vista a que su fiesta de bautizo dio mucho y bien de que hablar, fue elegido el "pasante" del siguiente año y él, a su vez, eligió al pasante siguiente al suyo, con lo que culminó su mayor aspiración. Hechas las cuentas necesitarían alrededor de diez mil dólares para la celebración y lo único disponible en ese momento eran los seis mil bolivianos recaudados en la rutucha de su hijo.

- No te preyocupes Marce, ya verás que encontraremos el modo de juntar la platita, debes ahurrar, tienes que venderte todos los días, mejor si te pagas "sentaje" para los domingos en el Estadio; ahí hay borrachos hasta la amanecida, hasta les puedes matar sus cambios. Yo trabajaré feriados y me haré el enfermo para no juerguear los fines de semana-

-Ay Juancho, no seas tan Melgarejo, tal vez no debimos de aceptar, mirá nomás, ya no tengo ni casa; todo el anticrético nos lo hemos comido y bebido con tus invitaciones, los compadres y las prestes; lo más pior esque nos han de gozar y habrán habladurías si no pasamos un buen preste, hasta dejarán de hablarme en los mercados y seguro nos murmurarán los vecinos, ¿qué hemos de hacer mi diosito?, mi mama no quiere ni saber de vos, dice que te has enviciado y meas contagiau; de sobra que tiene razón, por vos mestoy perdiendo y me gusta la cerveza tanto o más que a vos.-

- No pienses así, si no "pasamos" no somos nadie y deberemos irnos de vuelta al campo con el rabo entre las piernas y la vergüenza en nuestras caras; toda la vida hey queriu pasar preste; verás como los achachilas nos ayudarán y de nuevo seremos pudientes, hasta quizá como el compadre Quisbert; me puede meter a Condepa y de hay a la Alcaldía; ya verás Marce, hay que "pasar" como sea, si no tenemos la platita podemos vender la casa y nos vamos en alquiler, después te compraré otra más mejor, te lo prometo-

Doce meses transcurrieron sin sentir;

por

supuesto

que

ni

él ni

su mujer

lograron ahorrar un centavo, es más, debían a cada santo una vela, y lo recaudado en la "rutucha" de su hijo fue despilfarrado en las borracheras de las que no dejaron de abstenerse. Martín contaba cinco años de edad, vivía sucio y abandonado, al amparo y cuidado de los inquilinos del conventillo. Acostumbrado a ver a sus padres atrapados en el alcoholismo se dedicó a tantear la vida por sí solo; le inquietaba el mundo exterior, el que existía fuera de su casa, soñaba con lo que haría cuando fuese mayor; sería policía, le encantaba el uniforme de soldado, y sentado en la grada del portón, aletargado por la inanición, veía marchar a la tropa del Regimiento "Tarapacá", seguida por un famélico can color gris con manchas negras al que podía contarle las costillas mientras escarbaba los basurales, o contemplaba el entrenamiento de los premilitares cuando se desplazaban al trote entonando a todo pulmón estribillos que él aprendía con facilidad, para repetirlos luego durante el día como una letanía que le alentaba a sobrevivir su soledad. El gusto y afición por el ejército se le incrementaron cuando preguntó a su madre quién era ese Melgarejo con el que siempre increpaba a su padre:

-Ay yuqalla, no me preguntes pues, en el mercado del abasto hay una casera que tiene su joto; era un militar con barba bien larga, era del pueblo de Tarata y jue nuestro presidente de hacen muchos años, tantos que nadie los recuerda; mi comadre dice que defendía a los pobres y les quitaba su plata a los ricos; esas gentes buenas nunca son reconocidas; quien sabe que le pasaría después... mi comadre le reza siempre y le priende una vela los martes.- explicaba Marcelina a su hijo.

- ¿Y tú por qué no le pones vela si necesitas plata para tu preste?; ahurita te lo voy a llamar; iré con mis soldaditos de plomo hasta esu casa en Tarata y le pediré que venga y nos dé la plata que quieres-, contestó Martín, muy convencido, mientras se alejaba en dirección a su escuálido arbolito en busca de su ejército de plomo.

El invierno arremetió con fuerza ese año; las noches transcurrían con una temperatura bajo cero y la ciudad del altiplano amanecía ahogada en un rocío helado, con su escasa vegetación cubierta de escarcha y las cordilleras imponentes vestidas con ropajes blancos, mimetizándose en la densidad de las nubes, galanteando a la alborada,

para

que

el

astro

rey,

conmovido

ante

tal

esplendor, se abstuviera de abrigar a la humanidad, mientras la Pachamama aspiraba los aires refrescantes de la helada. En este descuido y falta de protección por parte de los achachilas, Martín fue presa fácil del "mal de ojo" y accedió a la acometida de los espíritus malignos que rondaban la casa. Esa tarde se quedó hasta entrada la noche jugando en el patio, tentado por el frío de la fuerte helada, se durmió bajo la solitaria y muda compañía de su único amigo, el escuálido eucalipto que, aunque hizo lo imposible, ya no tenía la suficiente frondosidad como para abrigar el pequeño cuerpo de Martín invadido por el gélido nocturno. Como de costumbre, sus padres llegaron a la media noche después de una "reunión" para

ultimar los detalles del próximo presterio y los inquilinos, ni se percataron de que el niño yacía en el patio, preso de hipotermia, acurrucado al pié de la ancianidad de la noche ante la mirada atónita de sus soldaditos de plomo, rodeado por su ejército de plástico inmóvil y semi cubiertos por la helada.

Muy angustiados,

sus padres le envolvieron con gruesas frazadas y cueros de

oveja hasta que reaccionó parcialmente, para dar curso a una elevada temperatura que abrió las puertas al delirio de un moribundo. La ignorancia de sus progenitores fue la causa del atrevimiento que inició la discusión:

- Tei dije indio bruto, algo así nos iba a pasar, todo el día la wawa solita sin siquiera un pancito que comer, vos confiándote en la bonda y la carida ajena; ya ves, nuestros inquilinos desde que se agarraron los cuartos en anticretico ya se creen los dueños y señores, no me lo atienden ala wawa, y vos detrás de las farras arrastrándome a mi como tu rabona. Si la Pachamama se lleva a mi Martín olvidate de mi, me regreso a mi pueblo, o te crees que soy guérfana y meas recogido del "thantha qhathu" (venta de vejestorios), mejor encomendate al "tío" o a San Francisco porque es mi único hijo y si se muere yo a vos también te muero a palos. - decía Marcelina entre gritos de histeria y sollozado llanto.

- Calmate imilla, no seas " hach'a laxra" -lengua larga- cojuda, bien que a vos también te gusta la farra hasta más mejor que ami; siempre que te tomas, primero me celas y después de mareada terminas revolcándote con algún "Chacha"-varón- de por allí, yo me hago el cojudo para evitarme de la vergüenza y sólo hasta que pasemos el preste porque después me cago, te hey de moler a palos y no saldrás ni a la puerta; querías wawa... ¡ahí tienes tu "Yuqa"-hijo varón-!, crialo como es tu obligación de madre y nome estés

culpando de tus huevadas; mejor me voy por la comadre Encarnación para ver que le puede hacer para que el "ch'isla" se nos mejore pronto y deje de hablar solito, sudando como un chancho por tanta calentura.-

Dando por finalizada la recriminatoria, asustado y demudado, con la desesperanza dibujada en su aterrado rostro, Juan Poma se precipitó cuesta abajo en dirección a la casa de su comadre Encarnación.

Amaba a su hijo y estaba consciente de haberlo pospuesto por su dependencia a los alcoholes y noches de popular lujuria; la culpa la tenían los del sindicato; antes no era así, no les faltaba el dinero, vivían unidos y desconocían el poder de los demonios del vicio. Si su hijo no moría, juró a los achachilas que dejaría la juerga y el sindicato después de pasar su preste. La comadre Encarnación llegó jadeando por el apuro, seguida de la preocupación de Juan Poma Choquetaxi, para encarar a la histeria y el arrepentimiento tardío de Marcelina Villca Huanca.

Ajeno a los ajetreos que ocasionaba el mal estado de su salud, el espíritu de Martín, en su inconsciencia, vagabundeaba en un mundo creado por él a su imagen y semejanza, desbordando una felicidad diferente y desconocida; sus soldaditos de plomo eran de carne y hueso, e iban acompañados por el famélico can de color gris con manchas negras, al que le contaba las costillas mientras escarbaba en los basurales; su artillería y caballería se aprestaba a iniciar la batalla, y él, vestido de uniforme con cordoncillos dorados y charreteras de cuatro estrellas en los hombros, encabezando su ejército, se erguía valeroso para ganar batallas sin enfrentamientos o derramamientos de sangre ya que, aunque el enemigo era su objetivo, nunca podía hacerle frente. Después de atravesar el altiplano, cruzar valles y bordear

nevados, arribó con sus tropas a una localidad de clima templado y aire dulzón, con fuerte olor a grano macerado convertido en chicha, sin duda perteneciente al "Akapacha" -este mundo, tierra o realidad- En medio del erial emergían

las

angostas callejuelas; unas de tierra, otras empedradas (no se diferenciaban mayormente), exhibiendo viviendas de ventanas pequeñas con techos de teja colonial y descolorida; las puertas de madera y sus fachadas blanqueadas de cal o revocadas con estuco, exponían uno que otro balcón de barrotes en madera torneada y ventanas adornadas de blanquísimos visillos, para esconder sus interiores de la curiosidad vecinal. Contrastando con el blanco de los visillos, el de las fachadas era ensuciado por el pasar del tiempo o el transitar de camiones que, con sus enormes llantas, salpicaban de barro las angostas aceras y paredes colindantes, en donde unas largas cañas, atadas a las puertas, hondeaban unas pequeñas banderitas blancas que Martín confundió con las señales de rendición del enemigo, ordenando un alto a sus tropas para descansar y curiosear.

El piso tembló de repente, se sacudieron los sauces del sendero y prorrumpió un trepidar producido por el galopar de un solo animal que, trasvolando, frenaba de golpe frente a la primera chichería. Vistiendo un lujoso uniforme militar, su jinete de figura imponente, mediana estatura, complexión gruesa, de raza blanca, frente amplia, cabellera rala pero bigotes gruesos y larga barba negra, con voz gruesa y don de mando ordenaba: " yacu apamuy - tengo sed- guaicui chupita - micjuna apamuy"-trae la comida-. El militar, al percatarse

de la presencia del intruso y

diminuto colega de armas dirigiéndole esa misma mirada penetrante le preguntó: Ima sutiqui? - ¿como te llamas? - Maimanta jamunqui? - ¿de donde vienes?. Al darse cuenta que el niño no entendía el quechua le habló en español:

-¿Quien eres y que haces en mi limbo del Valle de Tarata?

- Mi nombre es Martín Poma y no se qué hago en acá ni porque estoy aquí, yo sólo me estaba jugando con mis soldaditos en el patio de mi casa y como tenía frío me quede dormido ... eso creo.

- Muy bien amigo Martín, mi nombre es Mariano Melgarejo, conocido como el "Capitán del Siglo", ex presidente de Bolivia, derrocado por amigos y servidores traidores; abandonado por Juana Sánchez, mi amante y concubina real, asesinado por mi cuñado y estafado por mi suegra. Este, es mi fiel Holofernes, el caballo mágico de alas de pegaso, corazón de oro, y lealtad infranqueable; por más de que le mutilaron las orejas y la cola, lo dejaron ciego y le arrancaron sus herrajes de plata, es inmortal al igual que yo, y sigue conmigo cabalgando la eternidad, vigilando la historia de la patria.- Dicho lo cual, el jinete desmontó de su cabalgadura para beber "acja"- chicha- y engullir su "canca" -asado-.

Martín veía embelesado la capa del Capitán del Siglo que, roja por fuera y negra por dentro, flotaba sin aire o viento en esa campiña de su extraño espejismo.

- ¿Podrías dejarme que me monte al Holofernes? -pregunto el niño. - No faltaba más mi joven oficial, podrás cabalgar en él hasta el final del "ccaichi" arco iris- y estar de regreso al mismo tiempo; acá no hay premuras y Holofernes ya bebió su cubo de cerveza. - Dicho esto levantó en vilo al pequeño y montándolo en Holofernes, instruyó a su fiel cuadrúpedo llevarlo a vuelo de galope hasta el final del ccaichi y traerlo de regreso sin prisas ni afanes.

En aquel espacio indefinido en el que se mueven los astros, jinete y alado corcel cabalgaron por el espacio en busca del final del arco iris, hasta dar con la enorme olla de oro que, repleta de monedas de oro, descansaba solitaria y generosa justo al término del fulgor de los rayos multicolores rojo, naranja, amarillo y verde violeta, semejando el fin de un interminable puente de horizonte a horizonte. Martín alargó su brazo jubiloso y crédulo ante aquel espectáculo insolar que tenía frente a sus ojos y, con su diminuta mano de niño candoroso, se atrevió a tomar una moneda de las miles que rebalsaban de la enorme olla dorada, como "recuerdo" se decía, justificando la expropiación y metiendo el tesoro en su bolsillo. Más que de prisa Holofernes enfiló el retorno al valle de la Tarata en el país del encantamiento. La práctica y sensaciones que experimentó el pequeño mostrenco, hicieron que su rostro abandonara la palidez mortuoria y que la vida le retornara a sus vestimentas humanas, para continuar acompañándole a enfrentar las batallas que estaba por entablar. Abrazando amoroso el cuello de Holofernes, arribaron al punto de partida en donde, monumental e invencible, Mariano Melgarejo les dio una cálida bienvenida.

- Mira Capitán del Siglo, ¡mirá lo que me traje del final del arco iris!- gritó emocionado el niño rebuscando sus bolsillos totalmente agujereados y vacíos. Con un desencanto al borde del llanto constató que la moneda de oro había desaparecido (probablemente a causa de los enormes agujeros en ambos bolsillos); preso de la desesperación, dejó rodar gruesos lagrimones por sus p'asp'adas mejillas. Conmovido, Mariano Melgarejo se quitó la cadena que llevaba al cuello y retiró una de las dos monedas que pendían de ella; regalándosela a Martín le dijo:

-Mira hijo, esta moneda fue acuñada en la Casa de la Moneda de Potosí de 1.866, es de oro y plata, de

en el año

edición única, encargada por el ministro Jorge

Oblitas quien quiso darme la grata sorpresa. A un lado estoy yo y al reverso está el perfil de Don. Donato Muñoz; mira esta inscripción, dice: "Al Talento y al Valor", quiero obsequiártela y ten por seguro que su valor numismático debe ser muy grande hoy en día; según supe, después de mi derrocamiento las decomisaron y las derritieron, son pocas las monedas que burlaron los hornos de fundición.- Dicho lo cual, mostró ambas caras de la moneda y se la ensartó en la cadena de plata junto a su placa de oro, regalo de su padrino de bautizo Emeterio Quisbert y que jamás, desde esa fecha, se la quitaría de su cuello.

El pequeño oficial al mando de sus tropas sui-géneris, aceptó

semejante

condecoración más que complacido y, patriota, con el pecho erguido y la mirada de héroe, se cuadró militarmente ante su superior agradeciendo la distinción, al tiempo de dejar escapar infantiles exclamaciones de gozo terrenal.

-Sabes "Churi" -hijo-, decía el General Melgarejo, mi vida allá en el mundo de los vivos ha sido un infierno; viví en la equivocación; no escuché a mi Juanita; fui severo, inflexible, maté, violé, robé. Todo pensando en el bien de la patria y ¿que obtuve a cambio?... la traición del propio Zambo Morales, a quién yo le apañaba la relación incestuosa con su hija Merceditas haciéndome el cojudo; la traición del pelmazo del Polleras Arguedas, a quién debí fusilar aquella noche en lugar de castigarlo de pollerudo; la traición del extranjero franchute y advenedizo del Narciso Campero, quién me ayudó a liquidar al General Belzu... en fin, a estos no les perdono, a mis otros enemigos como Adolfo Ballivían y sus seguidores... eran harina de otro costal, enemigos de frente, sin tapujos ni conspiraciones ocultas, a ellos, mi admiración y respeto. Tampoco perdono a mi amada Juana Sánchez, mi esposa

adjunta, años después convertida en percanta prostituta; por su causa fui muerto, su propio hermano, al que enriquecí y llené de falsas glorias, dio fin a mi miserable existencia; más lo peor Churi, fue la suegra, a quién ni en esa ni en esta vida perdono por ser la causante del abandono de mi Juanita, esa "Jucucha" -rata- de caballeriza de Doña María Manuela vda. de Sánchez que arde en los quintos infiernos con sus hijos y parentela, aquella "Supay Catari" -víbora endemoniadaque me robó toda la fortuna amasada durante mi dictadura, dejándome inmisericorde en la indigencia. Más

ahora,

gracias

a

poetas,

historiadores,

músicos

y

compositores

sigo

imperecedero en la fama; la historia me mantiene así, invencible; mis ejércitos me recuerdan desde los panteones y todos honran mi memoria. La especulación de cuanto hice o dejé de hacer son el abono a mi perpetuidad. Mi fiel mostrenco, no creas todo cuanto se escribe o comenta sobre mi pasado y mi actuación en la historia de Bolivia, los anales a veces especulan comentando, que si "mandé cortar las orejas al embajador británico de su Real majestad Victoria Alejandrina I del Reino Unido", o que si ésta, en consecuencia, borró a Bolivia del mapa; ¿sabes mostrenco? -fueron historias inventadas por Adolfo Ballivían y la picardía de los opositores-. Más grave que el precio que supuestamente pagué por mi pegaso Holofernes, fue la pérdida de nuestro Litoral que, mi derrocamiento, me liberó de las implicaciones en supuestas tratativas de venta. Pero... el día en que la historia me olvide, el día en que los poetas callen, los compositores y los historiadores se silencien, el día en que dejen de mencionarme, ese día mi -Churi-... Holofernes y yo (indivisibles en la historia), nos extinguiremos de la humanidad y también se diluirá mi Tarata fecunda en el país del encantamiento.

Dicho esto, con gran saludo militar, el Capitán del Siglo se despidió de

Martín y, reanudando su interminable romería, prorrumpió el trepidar del galope de Holofernes para diluirse con el arco iris que apenas perceptible, se desvanecía junto a sus espectros.

Encarnación no necesitó mucho tiempo para saber que el niño estaba muy grave y que su vida dependía de la misericordia de los Achachilas, Supayas;

por

lo

tanto,

se

fue

Awkis,

Awqas,

y

de inmediato en busca de alguien con más

conocimientos y poderes curativos.

Ilarión Ancalle, natural de Ch'ärani, curandero del poblado de Ch'äjaya bendecido de las ánimas, tocado por el poder del rayo y con los conocimientos de la lengua puquina (natural en los sabios amautas), se hallaba de cuclillas en su akhulliña nocturno cuando fue interrumpido por la chola Encarnación, la partera de Villa Concertación-"Dios aski aruma churatam Achachila Ilarion"- Buena noche te dé Dios anciano Ilarion. -"Jumarus ukhamaraki, kunsa münta" - Así también te lo dé, ¿que quieres?.

Encarnación le explicó en su idioma nativo (aymará) el motivo de su urgencia y le pidió que lo acompañara enseguida, que era cosa de vida o muerte. El anciano se levantó con ademanes cansados y longeva lentitud; apoyado en su cayado de pino siguió los pasos de la mujer hasta llegar a la casa de los Poma Villca.

En cuanto hizo contacto con el febril cuerpecito de Martín, el Callawaya dio su veredicto muy entristecido:

-"Taq'isiña

ajayu

usuta"...

juchachasiña-

Padece

su

alma,

cometieron

delito--"Jiwaña... tipusiña... jik'iña... suyaña" -Morir- arrancar- esperar - "ajayu... animas... curmi" "juk'ampi achachilanaka" -espíritu, almas, arco iris- balbuceaba el anciano, entrecortado e imperceptible al oído ajeno, para explicar el padecimiento del enfermo mientras le palpaba diferentes partes de su cuerpo: El niño estaba sin alma,- explicaba Ilarión-, su espíritu partió al final del arco iris en el mundo de las ánimas y estaba atravesando el túnel para llegar al "KhuriMarka" -país del más allá-.

Habría que llamar su ajayu (alma) usando sus prendas, durante una

ceremonia de desagravio, ofrendando a los dioses y a la Pachamama para que le permitan recobrar su almita; de lo contrario en menos de un día con su noche su cuerpo moriría y su ajayu se iría

definitivamente al "Alaxpacha" -cielo-. "Qullan

ajayu" .Curar el alma era lo primordial. "Jactatayir Ajayu" -resucitar el alma- repetía Ilarión con su boca desdentada y con las comisuras teñidas de negro por el constante akhulliña.

Durante toda la noche, el sabio curandero llamó el ajayu de Martín sacudiendo sus ropas y quemando ofrendas a los espíritus y awqas (demonios), para que liberaran el alma del niño y la devolvieran al mundo de los mortales. Todo es cuestión de fe; pasada la media noche comenzó a ceder la fiebre y la respiración de Martín volvió a la normalidad; se terminaron los sudores y desaparecieron las calenturas. El anciano avisó a la familia que las ánimas de la apacheta aceptaron lo ofrendado y liberaron el ajayu del niño, atrapado por los awqas en el arco iris del otro mundo. Antes de retirarse, Ilarión les profetizó a sus padres que, si no dejaban de cometer delitos como el de consumir alcohol en exceso o el de aparearse en promiscuidad, y si seguían descuidando la vida de Martín, éste para su propia protección y beneficio, sería apartado de su hogar o simplemente recogido por los achachilas amawtas y

llevado a morar en las apachetas de las ánimas. Muy asustados, Marcelina y Juan, prometieron enmendar su conducta y dedicarse más al cuidado y bienestar de su único hijo.

Esa mañana muy temprano, efluvios de tibieza emanaron del astro rey para acariciar las mejillas de Martín, invitándole a levantarse como si nada le hubiese ocurrido.

Sus padres, muy contentos, le prepararon un desayuno especial, que

consistió en una marraqueta rellena de huevo revuelto y un jarro con leche chocolatada, que el niño devoró con hambre traída de otro mundo, mientras recordaba el caballo para bautizarlo con el nombre de Holofernes. Juan se fue en un mini bus hasta la feria de El Alto en la Av. 16 de Julio en donde, a cambio de la chamarra de cuero que llevaba puesta, obtuvo un palo de escoba pintado de color café con la cabeza de un caballo artísticamente tallada en madera mara. Con la mascota bajo el brazo regresó a su vivienda para complacer el antojo de su primogénito, que no se cansaba de hablar de Mariano Melgarejo, dejando atónitos a todos cuantos le escuchaban.

El arribo de su Holofernes fue algo muy grande y especial para Martín. Desde ese instante se hizo llamar Capitán del Siglo, y su viejo eucalipto con sus inmediaciones, se convirtieron en la calle de las chicherías de la Tarata en el país del encantamiento, a lo largo de las cuales, Holofernes con su jinete galopaba incansable con paseos por el espacio sideral siguiendo las huellas de un arco iris imaginable.

SUS ORIGENES

Arminda Castedo Castedo, era hija natural, engendrada en una criada por su patrón. Nació en Santa Cruz de la Sierra y creció bajo el cuidado y amor de sus abuelos maternos, quienes vivían en un poblado cercano a la localidad de Warnes. A la sombra de un trapiche y al amparo de la naturaleza, Arminda vivía una niñez de pobreza extrema igual a la de todos los habitantes de aquél caserío, por tanto, sin conocer nada mejor que desear, o algo distinto y nuevo que envidiar, pasó allí los primeros y mejores ocho años ignorados de su infancia.

Su vida inició un nuevo ciclo aquella tarde en que su madre mandó por ella para traerla a la gran ciudad. Ansiosa de su cariño y con amor maternal reprimido, su madre decidió que la niña la acompañara en su nuevo trabajo, como doméstica de unos ingenieros gringos, empleados de una empresa petrolera importante, que vinieron a trabajar en la selva del oriente boliviano, pero con residencia en un elegante suburbio de la gran ciudad. El sueldo era extraordinario y los patrones sólo podían disfrutar durante los fines de semana del confort y tranquilidad de aquella bonita mansión, con una piscina elegante, rodeada de palmeras, azaleas y bugambillas. Con el permiso y previo consentimiento de sus patrones, la madre de Arminda introdujo a su pequeña en la vida de los gentiles extranjeros, quienes no objetaron la presencia de la criatura; más por el contrario, la convirtieron en la mascota a la que agradaban con golosinas, ropa americana y uno que otro juguete costoso, que Arminda recibía con regocijo y agradecimiento infantil.

La noche en la que arribó a la residencia de los extranjeros, amedrentada y asustada, Arminda fue recibida con gran alboroto. Jamás había visto y, menos

tocado, los globos inflados con helio que la esperaban bailando inquietos, presos de sus respectivos cordeles sujetos a una silla; sobre la mesa de la cocina había un pequeño pastel de chocolate que, según su madre, decía "bienvenida a casa"; los señores rubios y de ojos claros le habían comprado un osito de peluche marrón, vestido con delantal rojo, gorra y que con ambas manos sujetaba un corazón con la leyenda BIEN VENIDA. Ante estas espontáneas pero inusuales demostraciones de cariño, ella pensó que seguramente era el día de su cumpleaños ya que aunque nunca nadie lo había mencionado antes, ella sabía, por los chismes de sus compañeras, que dicha fecha existía y se celebraba. No importaba, la sorpresa de estos momentos inyectaron cantidades extralimitadas de felicidad a su vida; eran sus primeros globos y su único juguete, además estaba aquel pastel de chocolate que hizo salivar su boca sin poder contener su antojo. Los extranjeros lagrimearon conmovidos al ver brillar los ojos de aquella pequeña, delgaducha, pálida y con abultado estómago, seguramente hinchado por las lombrices como era visto en los niños del campo que, desnutridos, con la piel amarillenta por la anemia, mal olientes e infectados de piojos, paleaban la pobreza del sub-desarrollo.

A pesar de su estado descuidado a causa de la falta de recursos, los tres gringos estuvieron de acuerdo en que la niña era muy bonita, tenía el cabello castaño,

la

boca diminuta delineada en un perfecto corazón, los ojos enormes color miel y las pestañas oscuras largas y revueltas; su rostro estaba salpicado de traviesas pecas que le daban un toque genuino de tímida picardía. Arminda, entre amedrentada y asustada, entabló interminables charlas con los residentes y patrones, hasta quedar totalmente exhausta, durmiéndose sentada, apoyada en la mesa en donde aún se sentía el aroma impregnado del chocolate, proveniente de las migajas y retazos de la torta, que degustaran en total confraternidad jefes y empleados. Terminada la velada, los patrones ordenaron a su madre que a primera hora del día siguiente, llevara a la niña al hospital más cercano para que le hicieran buenos análisis,

detectando y erradicando al glomérulo de los diferentes parásitos que cohabitaban dentro de sus intestinos; que le aniquilaran los piojos y que le curaran cuanto fuese necesario de curar.

Este cambio en la vida de Arminda fue providencial y equivalente a una especie de lotería. Los patrones, tres hombres solos y maduros, nostálgicos por su patria y el recuerdo de la familia ausente, centraban la atención y cariño en la pequeña niña de enormes ojos color miel y largas pestañas rizadas. Su madre, retribuyendo en cuanto podía todo el cariño para la pequeña, les servía hasta con el pensamiento, más que agradecida. Cuando Arminda cumplió los nueve años, sus benefactores acordaron enviarla a una escuela particular para que aprendiera también el idioma inglés; y, así, fue inscrita en un colegio adventista dirigido por pastores evangélicos. Como la distancia entre el colegio y la casa era considerable, dispusieron que el chofer de la empresa la llevara y recogiera todos los días.

Arminda vivía contenta, comentando con sus compañeras la fortuna de contar con tres padres apuestos y extranjeros, que complacían gustosos antojo.

Los

cualquiera de sus

inviernos acompañados por incontables “surasos” se sucedieron

perezosos y muchas primaveras

pasaron

sin sentirlas mientras sus padres

adoptivos se sustituyeron tres veces en ocho años, sin que ninguno se opusiera a continuar con los gastos que demandaba la crianza y educación de la niña; es más, estaban contemplados conjunto al monto del mantenimiento de la mansión; además, aquellos padres adoptivos que por circunstancias inevitables abandonaron definitivamente el país, no la olvidaban escribiéndole y enviándole regalos por su cumpleaños, Navidad o buenas calificaciones y que ella, emotiva, retribuía canjeándolos por fotos recientes adjuntadas a algunos dibujos o poemas en inglés.

Cuando terminó el colegio, sus tres padres adoptivos del momento, le compraron su primer traje largo de tirantes y escote pronunciado en color azul marino, unas lindas sandalias plateadas y un precioso bolso también plateado; recibió tres orquídeas (una de cada uno) y la acompañaron

al baile de graduación

disputándose el primer vals. Aquella noche de algarabía y nostalgia todos estuvieron de acuerdo en que Arminda se había transformado en una preciosa jovencita que, además de ser la mejor alumna y abanderada de su promoción, era una muchacha muy juiciosa y obediente, tal vez porque tuvo tantos y buenos padres, o tal vez porque era lo suficientemente inteligente para no desaprovechar las oportunidades que le brindó la vida; de todas formas, su inagotable empeño ameritaba que pudiera seguir estudiando una carrera corta y no muy cara, pero que le permitiera valerse por si misma sin necesidad de ejercer el servicio doméstico o la profesión mas antigua de la humanidad. Como regalo de graduación los "gringos" le obsequiaron su anillo de oro con la piedra azul de su signo zodiacal y le costearon un curso de secretariado ejecutivo bilingüe de dos años de liceo.

Con la facilidad que le significó aprender el idioma inglés sus estudios

fueron

relativamente fáciles, teniendo en su entorno familiar con quienes practicar, así es que siempre se contaba entre las mejores estudiantes de secretariado culminando la carrera con honores, para orgullo y complacencia de su madre entrada en años y de sus padres extranjeros. La ayuda le fue legada por completo, los americanos le consiguieron un puesto como secretaria de gerencia en la empresa transnacional petrolera, con un sueldo que jamás soñó percibir. Su madre, afectada con la enfermedad del mal de chagas, pudo por fin prescindir de su trabajo, jubilándose para compartir el pequeño departamento que alquiló su hija para ambas, dedicándose a descansar o supervisar las labores de la nueva empleada doméstica, aunque de principio, el tener que impartir órdenes a alguien de su misma condición social le resultaba embarazoso y muy difícil. Sin embargo se

acostumbró pronto concentrándose en enseñar la perfección de un oficio tan importante y poco reconocido dentro de nuestra sociedad, que ella desempeñara toda su vida a cabalidad y mucha honra.

Steve Thimes, oriundo de Virginia/Washington, nació en el seno de una familia acomodada, que pudo costearle sus estudios universitarios hasta graduarse como ingeniero industrial, con un Post Grado en hidrocarburos, además de una maestría en administración de empresas. Por concurso de méritos, Steve fue contratado para gerentar la transnacional boliviana con sede en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. De estatura mediana, delgado, cabello castaño, ojos grises y facciones varoniles perfectas; a sus veintinueve años de vida, John Smith arribó al aeropuerto de Viru Viru en vuelo directo desde Miami.

Ni bien puso pié en tierra cruceña supo que su vida comenzaba ese día y terminaría allí cualquier otro. Una vez en suelo cruceño, la brisa cálida y húmeda penetró en su piel con sensaciones y sentimientos desconocidos; la vegetación se brindó exuberante coqueteándole descarada a sus cinco sentidos;

su vista miró en

lontananza para ver la mixtura del colorido de palmeras, buganvillas, helechos, madreselvas y orquídeas silvestres que, por instantes, se expusieron ante sus visionarios ojos para enamorarlo con apariciones milagrosas. Sus oídos se agudizaron hasta percibir los susurros de insectos que le murmuraban palabras de bien venida, acompasadas por el cantar melódico de una suave brisa tropical; el sentido del olfato le transportó el paraíso perdido. La humedad olía a magnolias, la tibieza del ambiente era jazmín puro, la brisa suave y refrescante eran ráfagas de lavanda que golpean cariñosas su rostro para hurgar bajo su piel; entonces comenzó a degustar sabores nuevos, típicos del lugar, que tan pronto eran dulces como ácidos, salados como amargos, de miel como de almíbar o sólo del manjar

que entremezclaba culturas de distintas etnias orientales. Con el tacto pudo determinar la humedad del rocío, palpar la suavidad de la arena y sentir la textura de la vegetación que, después de un baño de lluvia matutina, lucía majestuosa la frescura y belleza de su frondosidad. Como si esto no le fuera suficiente en un mismo día, hubo de enfrentar el primer encuentro con Arminda Castedo Castedo.

El corazón le dio un vuelco que casi acaba con su aliento cuando, en correcto idioma inglés, Arminda se introdujo anunciando ser su secretaria. Muy segura y profesional, pidió al chofer llevar el equipaje del recién llegado a la mansión (que desde ese día la ocuparía él solo), para continuar con una pequeña gira por las oficinas, presentándole a cada uno de los trabajadores que formaban parte de la empresa, sumando un total de 26 personas.

Estuvieron en el departamento contable, administrativo, cafetería y la sección de mantenimiento que era la más grande de todas, porque coordinaba con los tres campamentos petroleros asentados en El Chapare y monte adentro. Steve Thimes estaba fascinado. Imposibilitado de concentrarse no apartaba su vista de la figura de Arminda; aromas sin aspereza le recorrían por dentro produciéndole un nervioso cosquilleo de la cintura para abajo, mientras trataba de esconder una inusitada muestra de hombría que delataba un involuntario y vergonzoso abultamiento justo por debajo del cinturón. Lejos de sospechar los apuros que su belleza ocasionara al recién llegado, Arminda, pasiva y serena, seguía la rutina de su trabajo hasta concluir con las presentaciones y visitas de rigor, para dejar luego aStrve Thimes, en su enorme despacho, guardando sus contenidas ansiedades con una turbación de ánimo que lo acompañó hasta el anochecer.

- ¿Cómo le fue mija con la llegada del nuevo gringo? le preguntó por la noche su madre, en cuanto llegó a su casa

- Muy bien, parece buena persona, el más joven de todos los que tuvimos por acá, también el más guapo y solterito, le aseguro madre que en pocos días tendremos al tropel de jovencitas púdicas e impúdicas, persiguiendo al pobre gringo hasta que alguna le pondrá la soga al cuello y el anillo al dedo. No sabe lo que le espera -

Dicho esto, ambas se sentaron a cenar, luego vieron la novela y después se retiraron a descansar. Haciendo una regresión a la llegada del extranjero, no pudo menos que admitir lo mucho que le complacía y la buena disposición que sentía en trabajar para él. Con este convencimiento cerró los ojos para penetrar en

un

mundo de sueños inquietos y deseos carnales que por vez primera hicieron estremecer su cuerpo con deleites de lujuria.

EL AMOR...

El que Arminda fuese muy competente en su trabajo, era de dominio público y el americano lo entendió de inmediato, avalando las recomendaciones de sus anteriores jefes, quienes jamás le hicieron alusión a la exótica belleza de la joven. Lo que más impresionó a John fue el tono acanelado y satinado de su piel, era manjar incitante para el sentido del tacto que le producía esa rara comezón en sus

palmas. Cuando Steve le sostenía la mirada, sus ojos de miel le permitían escudriñar el fuego adormilado en su interior a causa de la inocencia de doncella, hasta que sus rizadas pestañas rompían el segundo magistral, para cubrir discretas el silencioso embeleso de ambos, regresando sobresaltado a la realidad de su entorno. Los días trancurrian lentos a veces, de prisa otras, mientras la vinchuca del amor hacía presa los corazones de ambos.

Como era de suponer, la llegada de un gringo joven, bien parecido, de buena posición económica y soltero, causó revuelo en el ambiente cruceño y, en pocos meses, la agenda social de Steve Thimes estaba totalmente saturada de invitaciones a eventos organizados por madres con hijas casaderas, que pugnaban en su afán de conquista. Ni qué decir de aquellas otras, también en edad de merecer pero, que por su falta de decoro y "buena"

conducta, tenían por

costumbre prevalecer la exuberancia de sus cuerpos exhibiendo sus atributos a través de pronunciados escotes y ajustados trajes, que cuestionaban la hombría de varones curiosos, imposibilitados de desviar sus miradas licenciosas de aquella apetitosa carne. Steve no era la excepción, la belleza oriental era sabida y comentada, tanto dentro de Bolivia como fuera de ella. Sin embargo, su corazón bullía cada vez que percibía la presencia de Arminda; pasaba largos momentos de oculta contemplación observándola desde algún lugar inasequible a sus ojos, para dar rienda suelta a sus fantasías; la belleza de su desnudez y el candor de su inocencia eran reprimidas por la realidad, pero en esos instantes tan suyos, la amaba con locura, la cubría con ardientes besos y acariciaba la frescura de su piel canela.

Nada pasaba desapercibido para Arminda, recibía besos y caricias escondidas, que con fuerza desconocida y un poder mágico la envolvían a determinadas horas,

quitándole la concentración y mermando su voluntad; las fuerzas la abandonaban y un extraño pero agradable sopor hacían presa de su cuerpo alcanzando un desconocido placer. Los encuentros diarios con Steve Thimes se tornaron amargos y placenteros a la vez. Con sentimientos reprimidos ambos amantes daban rienda suelta a silenciosos y prolongados coloquios con sus miradas. Después de haberse amado con la intensidad fragmentada del pensamiento mutuo; haciendo esfuerzos desgastadores, trataban temas impersonales relativos a su trabajo en común, frenando impulsos y conteniendo pasiones.

La vida no podía continuar así, Steve Thimeas trataba de distraer sus sentimientos aceptando esporádicamente algún aislado encuentro carnal con una mujer hermosa dispuesta a brindarle placer; más, concluido el acto sexual, su vacío era enorme y su culpa aún mayor, al extremo de producirle arcadas y descomposición no sólo del cuerpo sino más bien del alma. De continuar esta situación terminaría perdiendo la cordura, por lo que armándose de valor decidió enfrentarla y pedir a Arminda le conceda el gran honor de convertirse en su legítima esposa hasta que la muerte los separe, aunque él estaba consiente que la seguiría amando desde su sepultura o en el reino del más allá.

Arminda había perdido el apetito y era dueña de una rara nostalgia que la embargaba de tristeza; en el fondo sabía muy bien la causa y el motivo, estaba enamorada del norteamericano, lo amaba por dentro y por fuera, lo amó cada día de estos trescientos veinticinco que compartieron distantes pero sentimentalmente unidos; le ofreció su castidad y pureza en cada uno de sus sueños cargados de erotismo, lo consumió con la mirada, lo desnudó con los ojos, palpó su hombría con sus delicadas manos; escuchando los susurros de la excitación saboreó con sus labios entreabiertos la plenitud de sus besos; fueron incontables las veces en que

se unieron y ninguna la vez que estuvieron juntos en el lecho. Esto la estaba consumiendo. Sus padres adoptivos le inculcaron principios morales sólidos que nunca desatendió; siempre supo que la relación de trabajo con su jefe debía ser eso: relación de trabajo; sin embargo, ella transgredió la barrera, era culpable y consiente de la imposibilidad de cambiar la situación o manejar sus sentimientos de forma púdica o conveniente, por cuanto tomó la firme determinación de renunciar a su trabajo o solicitar un traslado a cualquier oficina en el Chapare. Tomada la decisión pudo conciliar el sueño levantándose al alba para hacerle frente al amor.

-" Good morning Mr. Thimes" saludó cortés como cada mañana; deseo conversar con Ud., ¿me concede unos minutos por favor?

- " Good morning joung lady"; por supuesto que sí, adelante, que yo también tengo que conversar contigo-. Abriendo la puerta de su despacho la invitó a pasar con gentileza.

Como era ritual entre ambos, previo al inicio de cualquier charla, sus ojos se dijeron cuanto se amaban y lo mucho que se deseaban; concluido el misticismo de la unión de almas sin cuerpos, Arminda habló con voz tenue y temblorosa:

- Por razones personales deseo pedir mi cambio a la oficina del Chapare; comprendo que el sueldo no será igual de bueno pero lo acepto; si esto no fuera posible, le ruego aceptar mi renuncia irrevocable.-

Steve quedó perplejo pero infinitamente complacido, la reacción de Arminda era prueba contundente de la retribución de los sentimientos que ambos compartían, silenciados por distintos motivos.

- Arminda, lamento no poder dar curso a tu solicitud, es más, yo iba a pedir tu renuncia a la gerencia para solicitar tu mano en matrimonio. El hecho de que quieras apartarte de mi lado me ratifica lo que ambos sentimos, el uno por el otro; ya no puedo acallar mis sentimientos; me resisto a seguir en la agonía de amarte con la mirada y tomarte con el pensamiento; estoy loco por ti, te amo, te deseo, te necesito para mi compañera, madre de mis hijos, mi mujer, amante, esposa, en fin... todo en la vida lo eres tú, a cambio te haré la mujer más feliz del mundo, ¿que dices?, si no estás segura o deseas pensar al respecto puedes hacerlo los siguientes cinco minutos.

Steve no terminó de decir la última palabra que Arminda irrumpió en un llanto mezcla de alegría, estupor y felicidad para balbucear "SI, ACEPTO".

SI ACEPTO, repetía Arminda frente al Altar de la iglesia de La Catedral en plena plaza principal. Concluida la ceremonia religiosa ante la presencia de familiares y amigos, los recién casados iniciaron el recorrido tradicional para visitar siete iglesias, antes de dar inicio a la celebración de la boda. De los veinticuatro padres adoptivos itinerantes de Arminda, diez estuvieron presentes y hubo de sortearse quien la entregaría al marido, entrándola a la iglesia. También llegaron los padres de Steve, acompañados por sus dos hermanas, llenas de regalos y deseos de buena fortuna para la pareja. discriminadora,

A diferencia

de nuestra

sociedad

tan exigente

los padres de Steve dieron su aprobación

como

al matrimonio,

convencidos de que Arminda amaba de la misma forma a su hijo que éste a ella. La madre de Arminda sacaba pecho, muy orgullosa de que el extranjero hubiese preferido a su hija que a cualquier señorita de sociedad. Las madres de hijas casaderas lamentaban el desatino del americano que pudiendo escoger, se decidió por la hija de una criada; las jovencitas no favorecidas, le sacaban el cuero a la ilustre desconocida, inventándole amantes y hasta hijos bastardos. Ninguna de las habladurías hubiera perturbado la felicidad de la joven pareja, no se tenían ojos sino para ellos.

Al igual que en el día de su arribo a tierra camba, Steve sintió la concupiscencia de la naturaleza en conjura con su felicidad que, apadrinando su amor, lo envolvieron de rocío y le perfumaron de magnolias agitando la brisa cálida y húmeda que penetraba su piel coqueteando a sus cinco sentidos como la primera vez.

Pasado el festejo, concluida la recepción en los salones del Hotel Los Tajibos, la pareja agotada, se retiró a sus aposentos nupciales para consumar al fin la unión de sus cuerpos, después de la de sus almas.

Desde la mañana en que Arminda dio el sí, tan sólo transcurrieron dos semanas, dos semanas de intensos preparativos y mucho trabajo que distrajeron pasiones posponiendo lo que al fin habría de venir. En la penumbra de la habitación, en complicidad con la luna y amparados por la luminosidad de las estrellas, el cielo fue mudo testigo de aquella unión, Ambos cuerpos vistiendo la belleza de su juventud y desnudez se acariciaban desbordando ansiedades contenidas, se besaban sin dejar espacios y se amaban, apareándose en el agotamiento de la espera. Arminda dejó

de ser doncella para convertirse en mujer, amante y madre. De aquella primera vez la semilla del amor daría pronto su fruto.

Los esposos convivían en paz y amor ante la envidia de propios y ajenos; la belleza de Arminda aumentaba conforme avanzaba su gestación y el amor de su pareja era cada día más sólido. Al cabo de nueve meses el tiempo hubo de cumplirse y el fruto ya maduro de su vientre irrumpió con suave llanto. La criatura que trajera consigo la alegría a sus padres y múltiples abuelos, era realmente muy hermosa, heredó la tez acanelada de su madre pero las facciones de su padre, adornando su carita de muñeca con unos ojos grises de pestañas largas y revueltas y cabello rubio rizado cual querubín de catedral.

Los días transcurrían ociosos de felicidad; en sencilla ceremonia familiar, la niña fue bautizada con el nombre de Amanda Thimes Castedo; dio sus primeros pasos al cumplir un año y comenzó a hablar "spanglish" a los dos días de su segundo cumpleaños. Al llegar a los tres años asistió a la guardería y, dominando el idioma inglés mejor que el español, a los siete años asistía a su primer curso en un colegio americano de la ciudad de Santa Cruz. Si su madre era guapa, Amanda era hermosa; los dioses generosos le dotaron inteligencia, bondad y una rara belleza de mezcla norteamericana con nativa oriental que enorgullecía a tal punto a su madre, como para fomentar toda actividad publicitaria, para que la imagen de Amanda apareciera en todo tipo de avisos divulgando, desde pasta dental a leche en polvo. Según su madre, Amanda sería miss Santa Cruz, miss Bolivia y también miss Universo.

LA PERDIDA...

Mientras Martín y Holofernes, galopaban en interminables círculos alrededor del escuálido eucalipto del patio de su casa, ajenos a su futuro inmediato, Juan y Marcelina negociaban con sus anticresistas la venta de su inmueble para poder hacerle frente a los gastos del presterio. Descontados los montos del anticrético, la diferencia que les quedó fueron seis mil trescientos dólares; como no eran suficientes, Juan se prestó tres mil dólares más de la mutual del sindicato, con el aval de su compadre el Gordo Quisbert. Con nueve mil trescientos dólares de capital decidieron dar comienzo a los preparativos de cinco días de bailes, comilonas, borracheras y esporádicos apareamientos "permitidos", so pretexto del

exceso de alcohol, desbordante alegría y por supuesto... la fe en el Señor de la Exaltación, en cuyo honor se cometían todos estos desmanes sustrayendo de los evangelios (hasta concluir los festejos), por lo menos a siete de los diez mandamientos que manda la iglesia católica; ante la indiferencia de los representantes del clero, que se hacían los de la vista gorda con tal de percibir las contribuciones para continuar el reclutamiento de almas perdidas y "erradicar" la herejía, compartiendo el culto a los achachilas con la devoción a los santos de rostros patéticos, representados en figuras de yeso, pintadas por artistas mestizos, que aprovechaban la profesión para plasmar en aquellos rostros el sufrimiento acumulado en cuerpos y ajayus de indios, quechuas y aymarás, por más de quinientos años de dominio español.

Los curas de la ciudad de El Alto, estaban plenamente convencidos de que la única forma de mantenerse vigentes y de ser aceptados por sus pobladores, era el ejercicio de la tolerancia a las nuevas costumbres y creencias, producto del mestizaje, herencia de ancestros y culturas más antiguas que las ya existentes. Los "curitass" aprovechaban y fomentaban las borracheras de los presterios sopretexto del culto a la religión católica y la devoción a cualquier representación de santos (conocidos o desconocidos), que les permitieran sacar tajada del asunto. La imagen del Cristo de la Exaltación, colocada y asegurada en una tarima, con expresión dolorida y lágrimas de sangre que adornaban la palidez de sus mejillas (vestida con desentonante elegancia), cargaba su pesada cruz al hombro sola y a duras penas, mientras era a su vez, transportada por una escolta de honor compuesta por los ex y futuros "pasantes". Juan y Marcelina, salpicados de mixtura y pétalos de margaritas, estrenando terno, polleras de seda y manta de vicuña encabezaban la procesión, seguidos por Doña Josefa (madre de Marcelina), quien arrastraba a Martín que, montando a su fiel e inseparable Holofernes, luchaba contra la incomodidad de su elegante "terno" que era por lo menos dos tallas mas

grande que él; lo escoltaban los tres hermanos de Marcelina recién llegados del campo o licenciados del servicio militar; a continuación desfilaban los compadres, los ex anticresistas ahora propietarios de su inmueble, luego enfilaban los del sindicato de transportistas de Villa Concertación con su flamante estandarte bordado con hilos dorados y plateados y, a continuación, formaban los invitados y uno que otro "colado" a la procesión con la indulgencia de la fe que profesaba al Cristo, pero más entusiasmado en el festín que habría de venir. Todos desfilaban al compás de marchas interpretadas por las dos bandas de música uniformadas de gala.

El cortejo religioso, comandado por el cura párroco que, uniformado con sotana de gala y bonete negro, balanceaba su incensario de plata, mientras recorrían con lentitud la avenida 16 de Julio por más de una hora, hasta llegar a la iglesia para escuchar la santa misa, que incluía un sermón de 37 minutos, exhortando a los presentes a no cometer todos los desmanes que, por costumbre y de todas formas, habrían de llevarse a cabo, amparados en la devoción al Cristo. Terminada la santa misa, los pasantes cancelaron al cura la suma de trescientos dólares, monto que incluyera el préstamo de la imagen, la procesión y los oficios sacros, más varios litros de agua bendita que, con ramilletes de retamas, fueron salpicados a toda la multitud para limpiarles las culpas que habrían de cometer y perdonarles de antemano por los excesos que, con naturalidad, se disculpaban en la ocasión, puesto que por cinco días, se practicaría la inmunidad arrejuntada con la impunidad, en contra de la moral y las costumbres importadas por los colonizadores españoles e incrementadas por las culturas nativas.

Después de abrazos de felicitación y buenos deseos de parte de los presentes (alrededor de quinientas personas), los invitados subieron a los buses y taxis

contratados por el matrimonio Poma Villca, que los llevarían hasta el local para dar inicio a los varios días de festejo y solapado bacanal. Juan y Marcelina estaban henchidos de felicidad y recubiertos de soberbia porque, finalmente, el mayor anhelo y objetivo en sus vidas se había concretado; de ahora en adelante serían bien vistos y muy respetados por la comunidad alteña y miembros del sindicato de transportistas de Villa Concertación, aunque no tuvieran ni siquiera donde vivir. En medio de tanto alboroto y desorden nadie se acordó de Martín quién, aprovechando el descuido de su abuela, se escabulló para atender el llamado de la naturaleza, saliendo a galope, en busca de algún descampado oculto a las miradas indiscretas de los transeúntes. Cuando sus necesidades orgánicas fueron atendidas en su totalidad, dispuesto a reintegrarse a la multitud de polleras multicolores, mantas de seda y vicuña o ternos azules, grises y marrones, Martín emergió de su precario mingitorio para constatar que no habían polleras ni mantas ni compadres en los predios aledaños a su persona; todo había desaparecido; tan sólo uno que otro transeúnte pasaba de prisa ante sus ojos, aterrados por lo que podría sucederle. Sin pensarlo mucho se acercó a la vendedora de pan quien, cual estatua viviente, yacía sentada junto al perro color gris con manchas negras que gustaba de acompañar a la tropa y escarbar los basurales, mientras Martín le contaba sus prominentes costillas; a media voz, conteniendo el llanto le preguntó:

-Doña, ¿has visto a mi papá y a mi mamá? estaban con mi abuela y mis tíos también con mucha gente del preste- Los del preste se han ido en los buses, no conozco a tus parientes pero ya deben de estar en el local de la fiesta. - Ah y ¿en donde queda ese local? Holofernes me puede llevar

- No se, creo que es el local de los roncos, como a unas diez cuadras si te sigues de frente, seguro que Holofernes debe de conocer; todos conocen el local- GraciasMontando a Holofernes Martín inició el galope, siempre de frente, en línea recta hacia el confín de lo desconocido, bajo la triste mirada de la famélica mascota. A los diez minutos de incansable trote, hubo de detenerse para tomar aliento e inspeccionar su entorno. Conteniendo el llanto, soportando la frustración y debatiéndose con el terror, vio que varios buses hacían cola en una gasolinera"Mira Holofernes, allí están, les dimos alcance, de prisa vamos..."-

Tres buses

atestados de pasajeros hacían la cola para

cargar combustible y

continuar su itinerario; el pequeño escudriñó a través de las ventanillas, demasiado elevadas para ver mucho y decidió que habían suficientes hombres y mujeres de polleras y sombreros que de seguro debían ser los invitados al preste de sus padres; sin dubitar, mientras el conductor pagaba la gasolina, Martín trepó al bus arrastrando a su amado e inseparable Holofernes que, dada su condición, no podía hacerle notar su gran equivocación. Muy entusiasmado el chiquillo enfiló al fondo del autobús en busca de alguna cara conocida; después pensó que mejor se sentaba hasta que el bus llegara al local del preste. Pasaron horas durante las cuales sólo veía enormes extensiones de tierra desolada y tan triste como su alma, con uno que otro rebaño, algunos campesinos y pocos caseríos que, presurosos, pasaban ante sus cansados ojos y su aterrada mente repitiéndole que por allí, en esos alejados y desconocidos parajes, no encontraría el preste y tampoco a sus padres. Después de cuatro horas de viaje el estómago de Martín comenzó con una orquesta de ruidos que iniciaron sus tripas reclamando alimento; la anciana sentada a su lado se dio

cuenta de la situación y muy gentil, sacó un atado con una pequeña olla de aluminio llena de mote, chuño y charque que compartió con el niño.

-¿Quien es tu padre o tu madre? le pregunto la abuelita - Mi padre es Juan y mi madre es Marcelina, yo me llamo Martín Poma, ¿tu como te llamas? - Yo soy Asunta, ¿por que tus padres no te alimentan? - Porque están yendo al preste igual que yo - ¡Ah!, entonces servite hijo, en los prestes a los Ch'itis los matan de hambre. - Gracias abuela- respondió Martín

mucho más tranquilo con

la seguridad de

que todos los pasajeros del bus estaban yendo al preste de sus padres. Después de alimentarse se quedó profundamente dormido para despertar dos horas más tarde, entrado el anochecer, justo cuando el bus se apeó de la carretera para que bajaran unos pasajeros. Martín decidió que era el final del viaje y seguramente el preste estaría muy cerca así es que decidió apearse junto a las tres mujeres y dos hombres que descargaban sus atados, para dirigirse a sus hogares, a la entrada de la ciudad de Oruro. La anciana Asunta le hizo señas de despedida y pensó para sí, " que yuqalla más bueno y sus padres ni caso que le hacen al pobre".

A la vera del camino, en la soledad del Altiplano, Martín supuso que nuevamente se había equivocado y el terror volvió al asecho induciendole al llanto abrazándose a su fiel Holofernes. Los pasajeros que se apearon del bus le preguntaron conmovidos que le pasaba.

-Quiero a mi mamá y a mi papá- les decía entre sollozos el niño¿En donde están tus taitas? le preguntó la más joven de las cholitas -En el preste, estábamos yendo al preste, yo quería orinar y me jui con Holofernes, después subí al micro para ir con ellos y ya no estaban- explicaba con lenguaje entre cortado el niño.

- ¿Que hacemos en el Ch'iti? - preguntó la más vieja.

- Creo que se ha extraviado, de seguro estaban yendo al preste de mañana en Cochabamba, a las vísperas de Urkupiña. Lo que haremos es alojarlo por esta noche y mañana lo despachamos a Cochabamba con la comadre Clotilde que también está yendo al preste. De seguro el chico se ha bajado antes y sus padres no lo han notado, no sería la primera

vez

que ocurre, vísperas

de

Urkupiña

es

un

despelote y siempre se pierden; no se porque sus padres no tienen más cuidado, mirá nomás que lindo yuqalla, está de frío y debe de tener hambre-. Dicho lo cual y todos de acuerdo, envolvieron al niño en un awayu y marcharon durante veinte minutos hasta llegar a un caserío en pleno descampado.

Martín

estaba agotado, casi no hablaba y aceptó de buena gana el hospedaje y la comida; luego le dieron un cuero de oveja para que se tienda en el piso cerca al fogón y lo cubrieron con unos awayos trasminados de diversos olores que lo hicieron sentirse como en casa. Sus sueños fueron pesadillas; veía los rostros de sus padres descompuestos bajo los efectos del alcohol, escuchaba sus gritos y peleas adornadas por golpes y ruidosas caídas, seguramente estaban en el preste y las visiones eran el resultado invariable, igual al de muchos otros de los prestes a los que asistieron con anterioridad. Al amanecer lo despertaron con una taza de café caliente y una marraqueta guardada que le supo a gloria; le lavaron la cara

con agua helada, le peinaron, pudo orinar y demás en el canchón del lado. Finalizado el ritual, lo condujeron de prisa a casa de la comadre Clotilde para que lo lleve a Cochabamba, al preste de los Chuquimia y lo devuelva a sus padres que de seguro estaban preocupados por su desaparición. Arrastrando a Holofernes Martín trepó a otro bus y partió rumbo a la Llajta en busca de sus padres, acompañado por la comadre Clotilde.

En seis horas de viaje Clotilde pudo entrever la realidad de Martín; muy preocupada por el futuro del niño decidió que de no encontrar a sus padres en ese preste, lo entregaría a las autoridades pertinentes para que lo devuelvan a su hogar, de seguro en la ciudad de Oruro o sus poblados aledaños. Martín le contó que vivía en villa Concertación,

que

su padre

manejaba

un

taxi

sandwiches de chola, pero que la mayoría de las veces

y

su

madre vendía

estaban mareados y,

a él, lo alimentaban los inquilinos; también le contó de la vez que se enfermó pero que en realidad estaba visitando Tarata en el país del encantamiento, de viaje con el Capitán del Siglo y su caballo Holofernes, con quién voló hasta el final del arco iris, de donde recogió una moneda que luego se perdió de su bolsillo y que, Mariano Melgarejo se la restituyó con la que llevaba colgada al cuello; dicho lo cual, enseñó a Clotilde la cadena con su placa y su moneda. La chola, blancona por su origen valluno, pensó que de seguro, el chico era de algún pueblo de por ahí o quizá de algún cercano a Tarata; también le recomendó que no enseñara su cadena puesto que se la tratarían de robar, que mejor se la saque y la ponga a buen recaudo, ella podría guardarla hasta que lleguen al presterio. Martín explicó a la señora, que le prometió al Capitán del Siglo que jamás se quitaría la cadena con la moneda acuñada en Potosí, y que tenía su rostro en un lado y el de otro señor, que no se acordaba quién era, en el otro lado, así es que Clotilde prefirió no insistirle. Después de seis horas de viaje, el bus estacionó en la terminal para que sus ocupantes desciendan y recojan su equipaje, dando por finalizados sus servicios.

De la mano de Clotilde, Martín arribó a Cochabamba para asistir al presterio equivocado, con la esperanza de hallar a sus progenitores que, aunque estuvieran ebrios, eran los únicos que tenía. Con ojos ansiosos y angustia a flor de piel, el niño trataba de reconocer a algún pariente, familiar o vecino de entre aquella multitud adulta que bebía grandes cantidades de chicha y bailaba cuecas, zapateadas y huayños, interpretados por dos bandas de música que se turnaban cada media hora entre "aro aro, cuando me canso me paro- seco y volteao".

Martín

apenas



podía contener las lagrimas; sentía la lejanía de su altiplano; los hombres no llevaban

sacos, todos estaban con camisas blancas de mangas arremangadas,

pantalones con las bastas dobladas y abarcas o mocasines sin medias; las mujeres usaban otras polleras, mucho más cortas y plisadas, con blusas de seda en colores brillantes y con elásticos a la cintura fruncida sobre la falda; sus zapatos eras muy escotados, parecían las abarcas de los hombres; eran menos morenas y de rasgos más suaves aunque sus trenzas no eran tan largas como las de las señoras de Villa Concertación. Por primera vez notaba estas diferencias que le gritaban silenciosas, anunciándole que jamás volvería a ver a sus padres. Se lo decía el corazón herido de gravedad, sangrando de amor filial. También sabía que se hallaba muy lejos de su hábitat, sentía calorcito y respiraba un aire distinto que olía diferente; efluvios de agradables perfumes golpeaban su olfato; se escondieron las montañas ariscas pero imponentes que siempre le rodearon, no había escarcha en el amanecer ni vientos fríos por las tardes, el campo tenía yerba muy verde y crecían cantidades de pequeñas flores silvestres y multicolores, desconocidas para él; los sauces mecían sus ramas tupidas y largas, produciendo un agradable murmullo que lo adormeció, permitiéndole llorar en silencio, recostado al pie de un arroyo de agua cristalina que, presuroso, atravesaba la campiña para perderse entre la espesura de la naturaleza.

-La Patria te saluda mi Churi- le dijo con fuerte vozarrón de mando el Capitán del Siglo. Por lo que veo estás jodido. No te preocupes, estás en mis tierras, si bien esto no es mi Tarata en el país del encantamiento, andamos más cerca que antes y puedo llevarte a dar un paseo si te subes a la grupa de nuestro leal Holofernes.- dicho lo cual y sin esperar respuesta, levantó el acurrucado cuerpecito de Martín para acomodarlo detrás del suyo, a la grupa de Holofernes, que desplegando sus grandes alas elevó vuelo hacia el infinito. - Llévame a casa Capitán del Siglo- imploró el pequeño -Lamentablemente no puedo hacerlo, es ir contra el destino, y esto es imposible para nosotros los espectros de la historia. Sin embargo, puedo sobre volar muy cerca y hacer que observes sin ser visto; eso sí, prométeme que no pronunciaras ni una palabra; limítate a ver y luego tendremos una conversación de hombre a hombre, te anticipo que lo que has de mirar será doloroso e incomprensible a tu entendimiento, pero te servirá para cortar el cordón umbilical mejorando tu destino. ¿Estás de acuerdo mi pequeño mostrenco? - Estoy de acuerdo señor Capitán del Siglo - respondió Martín lleno de curiosa felicidad.

Holofernes surcó el infinito; de entre las nubes se apreciaba el paisaje terrenal, ríos, montañas, valles y cordilleras se perdían en la lejanía, no había ningún arco iris; muy al contrario, el paisaje se convirtió en

algo lúgubre, la cordillera nevada

parecía un conjunto de estáticos fantasmas; desapareció la vegetación para dar paso a tierras áridas sin ríos, ni verdes praderas cubiertas de flores silvestres como el paisaje que acababan de dejar.- Ves mi Churi - la cosa comienza a ponerse fea, mira la diferencia, así también lo es su gente y lo son sus costumbres, nada de lo que veas ahora será peor de lo que verán tus ojos en mi Llajta.- Martín pensaba que

era cierto; la tristeza del paisaje era de por sí contagiosa y el frío de la cordillera le penetraba hasta calar sus huesos y enfriarle el ajayu.

Al cabo de un instante, divisaron a lo lejos a un grupo de bailarines que, seguidos de una banda de música, avanzaban por la avenida entre tumbos y empujones. Encabezando la "comparsa" estaban sus padres en total estado de ebriedad, al igual que los demás participantes, incluidos los miembros de la banda, ya que cada uno tocaba algo diferente, pensando que era lo mismo. Su madre era sostenida por dos borrachos que la arrastraban al compás de la música; ya no tenía su precioso sombrero borsalino adornado con el prendedor de oro, la manta de vicuña estaba impregnada de vómito seco y sus polleras de raso, brocado y seda estaban hechas jirones, manchadas de orines y con muestras de haber sido revolcadas en el lodo de cerveza que rodeaba el local de los roncos. Con la mirada perdida, al igual que un zombi, Marcelina "bailaba" incesante dos días seguidos, ausente de la realidad. Juan, en el mismo estado inconveniente, con los pantalones orinados, sin saco y con la corbata de chalina, sostenía en alto una botella de cerveza que, haciendo las veces de mamadera, pasaba de boca en boca, para retornar llena de baba a la boca de su padre. De rato en rato músicos y bailarines hacían un alto para descansar, orinar, y entre otras cosas descargar excesos de afecto vía cópula. Martín, protegido por la invisibilidad, observó cómo los dos borrachos que arrastraban a su madre la conducían a un callejón para remangarle las enaguas, bajarle los calzones y aparearla, primero uno, y luego el otro; concluido el acto carnal, trabajosamente la pusieron de pie para continuar con el baile como si nada hubiese sucedido. El comportamiento de su padre era mucho peor; los abrazos que intercambiaba con su compadre el Gordo Quisbert terminaron por convertirse en un insólito acto de sexo homosexual, entre otros, llevado a cabo dentro de uno de los mingitorios para varones. Aunque el niño no comprendía muy bien tal comportamiento, entendía que era algo abominable, indigno e inmoral que no debía de hacerse.

Holofernes, avergonzado por cuanto debió presenciar el mostrenco, dio media vuelta emprendiendo el retorno ante el silencio de sus dos jinetes. - ¿Ves mi Churi? es mejor que el destino te haya alejado de tanta inmoralidad; nada te estás perdiendo; tus progenitores ni se acuerdan de tu existencia y dentro de poco te habrán olvidado y se sumergirán para siempre en las garras del alcohol; lo han perdido todo, ni casa tienen ya. Terminado el preste aquellos quienes fueran sus invitados, los que fornicaron con tu madre o con tu padre les darán la espalda y los correrán del vecindario; el sindicato de transportistas por el cual tu padre se encegueció y se perdió lo expulsará por alcohólico; ambos irán de albergue en albergue hasta quemar sus tripas y dejar sus huesos tirados a la intemperie como tributo de desagravio a la Pachamama. Está dicho que sólo tú sobrevivirás a ellos; no creas que te extraviaste por casualidad, nada en esta vida es por mera coincidencia, existe un plan del Hacedor, un plan perfecto que debe llevarse a feliz término, "lo que pasa es lo que tiene que pasar y siempre es lo

mejor", no lo

olvides, cuando no entiendas algo, cuando no halles explicación alguna coherente, cuando no puedas aceptar lo sucedido, recuerda lo que te dije: "lo que pasa es lo que tiene que pasar y siempre es lo mejor".-

Enmudecido y anonadado, aunque sin terminar de entender, Martín escuchaba con atención todo lo que le decía el Capitán del Siglo, era un bálsamo para las heridas nuevas que descarnaban su pequeño corazón; si de algo estaba plenamente seguro era de que no quería terminar haciendo o siendo lo que hicieron o fueron sus padres.

- Gracias Capitán del Siglo, trataré de no olvidarme todo lo que me dices, pero...si no voy a regresar nunca más con mis padres, ¿con quien viviré? ¿donde dormiré?

¿quien me dará de comer y me acostará en un lugar calientito? ¿iré a la escuela? ¿podré ser soldado como tú?- cuestionaba la tristeza del infeliz.

- Ten calma, todo te saldrá bien, yo estaré cerca para velar tus sueños; "tal como piensa el hombre, su corazón es"; piensa con tu corazón y lo harás realidad. Los achachilas te apartarán del mal y la Pachamama te alimentará de sus entrañas, jamás pasarás hambre aunque habrán días en los que no tengas qué comer, ve siempre por el camino recto, no hagas nada que pienses que no es bueno ni prudente, no ofendas, no robes y no mates, o te ofenderán, robarán y matarán; cuida a tu prójimo como puedas cuidar de ti y verás que la vida te retribuirá con creces, por cada uno que tu des, alguien te devolverá el doble. Es hora de que enfrentes la realidad, se valiente mi niño soldado, Holofernes y yo te protegeremos siempre. ADIOS MI CHURI-

Cuando Martín volvió de esa su semi inconsciencia, había recobrado la confianza y tranquilidad que le caracterizaban; ya no quedaban vestigios de llanto y de pronto tenía la madurez de un niño adolescente; así es que sacudiendo la modorra embadurnada de yerba y envuelta en aires primaverales, montó a su inseparable Holofernes yendo al encuentro de la señora Clotilde para discutir su futuro inmediato, que consistía en asistir a la misa y a la procesión en honor de la virgencita de Urkupiña, en la vecina localidad de Quilla Collo. Nuevamente se vio rodeado de una multitud multicolor que repetía el comportamiento preambular a todo preste católico-mestizo, con la diferencia de un clima templado y de cientos de miles de bailarines, a los que Martín observaba entre curioso y asustado. Al terminar la santa misa, salieron en procesión y de imprevisto y de la nada, surgió la aparición más hermosa en sus siete años de existencia; la niña de trenzas doradas adornadas con cintas rosadas, que cariñosa se le acercó para ofrecerle unos

panes que olían a canela y que le recordaron el hambre que agitaba las tripas de su estómago, totalmente vacío; dos bolas celestes eran sus ojos, la nariz pequeña salpicada de pecas parecía sonreírle, y aquel corazón color frutilla era la boca que le hablaba ofreciéndole amistad y ayuda, además de un delicioso bocado al que le hincó el diente sin miramientos, hablando con la boca llena en un rápido preámbulo de una amistad que duraría toda una vida.

Mientras tanto, a cientos de kilómetros de distancia, en algún lugar del Altiplano, después de veinticuatro horas de iniciado el Preste, Doña Josefa comenzó a inquietarse por haber perdido de vista a Martín; indagando entre los convidados llegó a la conclusión de que el niño estaba extraviado y de que nadie lo había visto desde que salieron de la iglesia, y de esto, habían transcurrido más de treinta y siete horas. Cuando doña Josefa trató de hacer entender a su hija y a su yerno que Martín había desaparecido, éstos, bastante mareados ya, le dijeron que no se preocupe porque seguramente algún vecino se lo llevó a su casa, como solía suceder en estos prestes. Doña Josefa no se quedó tranquila, y abandonando la fiesta acompañada por sus tres hijos, regresó hasta la iglesia para tratar de saber el paradero de su nieto; allí, sentada en una esquina, estaba la vendedora de pan. La anciana abuela, muy afligida, le contó lo sucedido y le preguntó si no vio al chiquillo después de la misa; -por supuesto que lo recordaba, era un "chhiwchhi"polluelo- muy listo, montado en un palo de escoba con cabeza de caballo, que quería llegar al local del preste y que ella le indicó cómo, para que Holofernes lo llevara.-. Cuando la vendedora de pan se enteró de que Holofernes era el nombre de su corcel de madera se avergonzó por ser tan confiada y, expresando su pesar, dijo haber visto al niño dirigirse en la dirección indicada.

Esto fue lo último que se supo de la vida y el paradero de Martín Poma Villca, niño varón de seis años cumplidos, tez morena, ojos y cabello negros, rasgos mestizos, que vestía terno azul, camisa blanca, calzados y medias negras y montaba un palo de escoba con cabeza de caballo, apodado Holofernes. Esta descripción fue dada a la policía, a radio Pachamama y a uno que otro vecino de la ciudad de El Alto. Mas sin embargo, la búsqueda no prosperó por descuido y falta de interés en sus progenitores.

Después de cinco días de Sodoma y Gomorra; entre los participantes que aún se mantenían algo sobrios, y los que no desertaron de los festejos, recogieron sus "pilchas"

(propias

y

ajenas),

desmantelando

a

las

ebrias,

robándoles

los

prendedores y sus mantas de vicuña, los sombreros con sus alfileres de oro y perlas, los faluchos de oro y en fin... cuanto pudieron "recoger" de quienes dormían la mona o apenas si podían tenerse en pie. Juan y Marcelina, en estado calamitoso, fueron llevados a su casa por sus hermanos y Doña Josefa, que no dejaba de llorar la desaparición de su único nieto varoncito.

Un día con su noche les tomó a los esposos Poma Villca recuperar su sanidad mental. Muy contentos y entusiasmados por el éxito de su preste soslayaron el tema de la desaparición de Martín, insistiendo a la abuela que seguramente estaría en poder de algún vecino y lo traerían en cualquier momento. Al cabo de unas horas, los nuevos propietarios de su inmueble les notificaron su desalojo, dándoles un plazo de tres días para buscarse un cuarto. Sin un centavo en el bolsillo decidieron empeñar las Joyas de Marcelina, más, cuán grande no sería su sorpresa al enterarse de que durante el preste, los invitados

la

desvalijaron

de

sus

pertenencias; ni siquiera sombrero borsalino tenía ya. Muy a pesar de su madre, Marcelina debió echar mano a lo último de su patrimonio; no le quedó otra alternativa que la de venderles sus tierras del campo a sus hermanos, aunque fuera financiándoles los pagos en pequeñas cuotas, que les ayudarían a cubrir la renta de los dos cuartitos con su cocina que le alquilaron a doña Encarna. Pasaron siete días desde que concluyó el presterio y Martín no fue traído por ningún vecino de la zona; recién entonces dieron oídos a doña Josefa y se movilizaron para ubicar al yuqalla.

Fueron donde el señor cura, al puesto de policías, a los colegios y a dos radios; en todos esos lugares recibieron amonestaciones y recriminaciones por haber dejado transcurrir una semana antes de iniciar la búsqueda o hacer la denuncia a las autoridades.

Los días se sucedían angustiados, las semanas también y al cabo de tres meses, comprendieron resignados que la desaparición de su hijo era definitiva.

Juan perdió el interés en la intimidad conyugal y dejó de encontrar placer en rebuscar bajo las enaguas de Marcelina, para palpar las carnes apetitosas y firmes de su mujer que, años atrás, le producían un placer poco común, invitándole a demostrar su hombría en un apasionado acto carnal. Los remordimientos por su conducta depusieron los momentos íntimos para reemplazarlos por un vicio que le acarrearía la perdición, y en el cual arrastraría a su mujer, dedicándose ambos de lleno a la bebida. El sindicato de taxistas de Villa Concertación lo expulsó con ignominia por conducir en estado de ebriedad y protagonizar un fatídico accidente. Marcelina hizo lo propio

con

el

negocio

de los sandwiches de chola y, para

pagarse el vicio, ambos comenzaron a vender sus muebles y enseres; agotados

éstos, dieron fin con sus pertenencias y agotadas éstas se lanzaron a las calles en busca de unos centavos que mendigaban a los transeúntes o, en contadas ocasiones, Marcelina fornicaba con otro borracho a cambio de su botella de alcohol.

Doña Josefa Villca Chuquimia dejó de existir a los dos años de la desaparición de Martín, maldiciendo a su yerno por haber "perdido" a su hija, hoy convertida en una

alcohólica deambulando los barrios marginales en busca de unos centavos

para pagarse el vicio. Sus hermanos, decidieron repartirse entre ellos la herencia de su madre antes que fomentarle el vicio a su hermana dándole su parte, total... era poco lo que Marcelina recordaba de su vida pasada, el alcohol la había embrutecido de tal forma,

que

ni

siquiera

se

acordaba de su marido o de su hijo

desaparecido. Fue el final triste de una linda historia de amor que aportó con el nacimiento de un niño más para las calles de la ciudad.

LA DESAPARICION

El día en que Amanda Thimes Castedo festejó su séptimo cumpleaños, Arminda y Steve le anunciaron que la llevarían a pasar el fin de semana al Chapare, aprovechando la visita que tenía que hacer su padre al campamento número dos. Las cosas no se pintaban bien para la empresa petrolera; los cocaleros habían tomado las instalaciones en dos oportunidades pidiendo que los gringos abandonen el país, acusados de pertenecer a la DEA y de ser agentes encubiertos de lucha contra el narcotráfico, además de ser los causantes de la erradicación de la milenaria hoja de coca, curativa y medicinal para el campesino, pero que los extranjeros prefirieron procesarla, para obtener de ella la cocaína. Las asperezas se habían limado temporalmente firmando acuerdos con los dirigentes y asignándoles un salario, por "protección" a su empresa y al personal que trabajaba en ella. Sin embargo, habían rebrotes de inconformismo y se avecinaban cambios importantes en la cúpula de la Federación de Cocaleros, que ameritaban la presencia de John Smith, para renegociar los términos y los montos que pagarían a cambio de tranquilidad y seguridad.

Tres días antes de iniciar el viaje al Chapare, para visitar uno de los campamentos petroleros, Arminda descubrió la presencia de un enorme "Taparacu" negro con jaspes grises (mariposa gigante del campo), asentada en la esquina de su aposento; la visión le produjo escalofríos y un extraño malestar o presentimiento que corrió a compartir con su amado.

-Mi vida, no creo que debamos salir de viaje este fin de semana, tengo un raro presentimiento y temo por una desgracia-

- "Honey", ya te he dicho muchas veces que ustedes los orientales son llenos de creencias y supersticiones; si crees, las cosas suceden, si no... ningún daño pueden hacerte; no te atormentes, si gustas puedo ir solo y te quedas con la baby. El problema con los cocaleros no me puede esperar y la empresa me exige firmar un acuerdo con la gente del Chapare cuanto antes Ok?- le decía el gringo inculcándole confianza, complaciente y deseoso de satisfacerla sin preocuparla.

- Tienes razón Steve, además será bueno para Amanda, disfrutará el campo y estaremos juntos antes de viajar a Estados Unidos a visitar a tus padres- Dicho lo cual se colgó del cuello del gringo para besuquearlo desde la cabeza a los pies. Aún después de siete años de feliz convivencia, sentían la misma atracción, y la excitación era parte del preámbulo que los invitaba a disfrutar el amor, admirando la desnudez de sus cuerpos febriles de erotismo para colmarlos de placer.

Así como apareció el taparacu -mariposa de gran tamaño- negro con motas grises, así también desapareció, escondiéndose en la nada, sin dejar siquiera huellas perceptibles de su existencia; mas Arminda podía oler el dolor violento en las cercanías, sin saber que era la muerte que se anunciaba pisándoles los talones, a la espera de un traspié.

El Sábado a las seis de la mañana llenaron la vagoneta Explorer con cuanto pensaban les haría falta durante las seis horas de viaje. Amanda, aún medio dormida, fue instalada en los asientos traseros, cargando en sus espaldas su mochila del gato Garfield repleta de golosinas, cuentos en inglés para colorear, lápices de colores, un rompecabezas y dos muñecas barbies con dos mudas de

ropa para cada una; todo listo y la familia partió después de dar instrucciones a los criados para los tres días que estarían fuera. Antes de iniciar la jornada, Arminda colocó tres wayrurus de la buena fortuna (semillas de color negro y rojo usadas para espantar los malos espíritus) en uno de los bolsillos del short de Amanda; "just in case"; como solía repetir. El viaje fue agradable y relativamente tranquilo durante las cinco primeras horas, en las que los tres cantaban y entretenían a la niña con juegos, adivinanzas y música. Faltando cuarenta minutos para arribar a su destino final, fueron detenidos por un grupo de campesinos cocaleros que, aparentemente, sabían de su visita y los estaban esperando. Sin explicación coherente Arminda ordenó a su hija agacharse bajo los asientos y cubrirse con una manta, indicándole que estaban en peligro y debía permanecer callada pase lo que pase y oiga lo que oiga. Con espontánea palidez, la niña obedeció a su madre y se acurrucó en el fondo, más muerta que viva del susto, sin saber el por qué de lo que sucedería. El grupo de cocaleros, compuesto por ocho varones y una mujer, portaban armas de fuego, alguno que otro machete, unas sogas y dos bidones de gasolina. Los hombres les ordenaron bajar del vehículo para ser requisados y verificar que no portaban armas de fuego, mientras la mujer inspeccionaba en silencio el interior de la vagoneta, sin notar la presencia de Amanda quien, gracias a la protección de los wayrurus, milagrosamente se tornó invisible a los ojos del agresor. La mujer mestiza, de cara bonita, que contaría alrededor de unos veintidós años, con tono autoritario y voz chillona dio órdenes en quechua, para que el matrimonio sea maniatado y continúe la jornada a pié con rumbo desconocido. En voz alta, Arminda habló en inglés, mirando a su esposo pero digiriéndose a la niña- Please baby, don't be afraid, run and hide untill tomorrow, we won't be back, take care and ask for help; don't mention your name or ours- mom and dad love you very much, God bless you baby-. Dicho esto, fueron llevados a empellones hasta la que sería su última morada. Después de dos horas de incómodo caminar monte adentro, la pareja fue introducida en una trapera para escuchar su juicio, parcializado y de argumentos sectarios, totalmente jalados de los cabellos, con discursos que

evocaban a los patriotas inmolados por los conquistadores quinientos años atrás, hasta concluir con demandas inatendidas a los derechos de los cocaleros (incluyendo la erradicación del decreto 21060) y exigiendo a la pareja la derogación inmediata y al instante de la ley 1008. Tratando de salvar sus vidas, Steve insistía en hacerles comprender lo incomprensible; Arminda, con el conocimiento del desenlace final, lloraba sin lágrimas saladas y en absoluto silencio, pidiendo a la naturaleza por la protección de su hija. Agotados los argumentos y finalizados los discursos, sin derecho a réplicas o indulto, fueron sentenciados a muerte; Steve, acusado por ser miembro de la DEA, causante y promotor de las medidas de erradicación de la hoja sagrada, y Arminda, acusada de alta traición por ser "q'ara" y haberse arrejuntado con un gringo, traicionando así a su gente, su raza y a su patria. No hubo poder humano que les hiciera entender cuán equivocados estaban; mientras más tiempo duraba la discusión, más se acaloraban los ánimos y se exaltaba el temperamento, de por sí agresivo, de la muchedumbre; hasta que la campesina con ojos inyectados de xenofobia, haciendo valer los "derechos" que le confería el ser la concubina del líder de los cocaleros, ordenó que los liquidaran de una buena vez, para escarmentar a los q'aras traidores y darles una lección a los gringos de la DEA.

Arminada perdió el miedo; en ese momento, tenía el suficiente valor y coraje de inmolarse para salvar la vida de la pequeña Amanda; sus músculos se relajaron tanto que no pudieron sostenerla y cayó de hinojos; Stevela protegió con su cuerpo, mientras que la fuerza de su amor los hacía invulnerables, etéreos y eternos como para no sentir las dos ráfagas de metralleta que les descargaron por la espalda quitándoles la vida. El espíritu de Steve Thimes se fue de estos parejas llevándose el amor de Arminada fusionado al suyo, se marcharon impregnados de los olores de la vegetación virgen de tierras inhóspitas, sembradas de cocales, mientras sus cuerpos, eran arrastrados para ser envueltos en hojas de plátano e inhumados

juntos, en la profundidad de lo desconocido. La tierra joven, fértil y húmeda abrió hambrienta sus fauces para engullir golosa los restos de dos mortales que se amaron tanto o más que las deidades de la mitología universal; de sus huesos crecieron raíces y sus carnes fertilizaron aquel espacio terrenal, en donde al cabo de unas semanas, creció un árbol sano y hermoso, adornado de un exótico y nuevo tipo de orquídeas silvestres conocido hoy en día con el nombre de Armindas Inmolaris.

Consumado el sacrificio, los campesinos rociaron el vehículo con gasolina y le prendieron fuego, retirándose, satisfechos de haber tomado la justicia en sus propias manos, aunque hubiera sido a costa del sacrificio humano de dos seres inocentes, cuyo único pecado fue haber creído en Bolivia, haber invertido en Bolivia, haber trabajado en Bolivia y haberse amado en Bolivia. Interin, la gente del campamento petrolero fue alertada del ataque y hubo de pedir apoyo a las fuerzas de lucha antinarcóticos. La búsqueda y rastrillaje de los restos de la familia Thimes Castedo demoró treinta días con sus noches; se halló el vehículo chamuscado y algunas pertenencias de los esposos. El celular de Steve fue confiscado de la casa de la concubina del cocalero, pero los restos mortales de los esposos jamás fueron hallados, al igual que el cuerpo de la pequeña Amanda Thimes Castedo, quién fue dada por muerta junto con sus padres. Sin pruebas, no hay delitos, los asesinos fueron liberados después de ocho meses de insulsos interrogatorios y, tanto la embajada de Estados Unidos como la justicia boliviana, cerraron el caso sin poder castigar a los culpables, quienes, hasta hoy, gozan de impunidad y también de inmunidad parlamentaria. La empresa petrolera se retiró de Bolivia dejando a cincuenta familias sin trabajo, liquidó sus bienes para reinvertirlos en Brasil, gozando de las garantías legales que velarían por sus intereses e inversiones.

Oculta entre los matorrales, la temerosa Amanda observaba cómo la vagoneta de sus padres era consumida por el fuego. Muy obediente, permaneció allí escondida, eterna y estática, con el miedo de escuchar hasta su propia respiración. El rocío del amanecer la obligó a incorporarse, para no ver otra cosa que no fuera la espesa vegetación de los montes. Los fierros retorcidos del vehículo incendiado, perteneciente al matrimonio, aún estaban tibios pero en completo abandono; la pequeña se acercó curiosa a dar un último vistazo, luego les pidió a sus padres que la tomaran de las manos para ayudarla a llegar hasta la carretera en busca de auxilio; así lo hicieron Steve y Arminda, con expresión serena, envueltos en un áurea dorada acariciaron con suavidad las pequeñas y blancas manos de la niña, una vez avistada la carretera le explicaron:

- Baby, fuiste muy valiente y obediente, ahora debes continuar sola, nosotros nos quedamos aquí, vendrás a vernos algún día, estaremos esperándote inmóviles, echaremos raíces y floreceremos para ti, para darte sombra, para cobijarte en nuestras ramas. Cuando regreses sabrás encontrarnos. Cuídate baby, mom and dad desde el cielo te protegerán eternamente-. Te amamos-. Dicho esto ambos se desvanecieron

dejando a Amanda

a su propio cuidado, en completa soledad,

varada en medio de una carretera que la conduciría a un futuro tan incierto como su vida actual.

Durante horas y bajo un ardiente sol, Amanda caminó como un zombi por la carretera, sin intención de pedir que la recogieran; cuando sintió que las fuerzas la abandonaban se acordó de la cantidad de golosinas que transportaba Garfield en su mochila; haciendo un alto, encontró una enorme palmera y cobijada bajo su alero, se apresuró a alimentarse con algunas galletas, dos chocolates y varios caramelos. Su mente estaba aletargada y de pronto le costaba trabajo recordar lo sucedido,

escasamente sabía que su nombre y apellidos no debían ser pronunciados y por lo tanto, mejor si no eran recordados. Su madre le recomendó que no dijera nada a nadie, por su propia seguridad. Así, Amanda dejó de llamarse Amanda, para perder también su apellido y la noción de cuanto le sucediera a su familia aquél fatídico Sábado en el Chapare, a manos de los cocaleros de la región.

Permaneció sentada por varias horas, hasta que pasó un anciano campesino acomodado encima de una carreta destartalada y vacía, jalada por una yunta de dos bueyes, quien le cuestionó si esperaba a alguien, Arminda le dijo que si, que la esperaban en la gran ciudad y con voz inexpresiva le preguntó al abuelo que si la podía transportar hasta allá (no se acordaba el nombre), él le respondió que tan sólo iría hasta el pueblo distante a una hora de camino, Amanda le dijo que estaba bien, y con gran agilidad trepó a la carreta, con su Garfield bien sujeto a la espalda. El campesino no pronunció palabra y la niña se lo agradeció; tenía tanta confusión que no hilaba nada de su pasado ni presente por más esfuerzos que hacía. Después de más de una hora de viaje, el viejo carretón se detuvo frente a la pequeña plaza de un caserío sin nombre, tan abandonado por la mano del hombre como por la palabra de Dios. Como era Domingo la iglesia abrió sus puertas, para recibir al cura de Quilla Collo que venía una vez al mes a celebrar la Santa Misa, realizar los pocos bautizos, uno que otro matrimonio y, si acaso algún moribundo contenía su agonía para poder recibir los santos óleos de fin de mes, también el cura le prestaría ese último servicio cristiano. El anciano, con un gesto, le anunció el final de su jornada y se apeó para atar los amarres de la yunta en un poste de madera curvada por la humedad y el pasar de muchas décadas, indicando a la niña que eso sería todo y, sin despedirse ni echarle el último vistazo, se encaminó a la ferretería para atisbar desde la ventana sin vidrio, la dirección en la que Amanda se encaminaba; se tranquilizó, respirando aliviado, al verla entrar en la Iglesia en busca del amparo del cielo y la protección del cura de Quilla Collo.

Entre los olvidos voluntarios de Amanda, no se hallaban ni el de rezar ni el de la fe en Dios o su angelito de la guarda, a quien su madre la encomendaba cada noche en sus oraciones; muy confiada atravesó el estrecho pasillo de la pequeña iglesia y se reclinó en la primera de las bancas, solicitando el consuelo divino para seguir viviendo y el entendimiento para recordar lo sucedido. Aunque desde muy niña sus padres le inculcaron la valentía, en esos instantes les fallaría completamente; ya no soportaba la situación, ya no entendía lo sucedido y no podía recordar ni siquiera su nombre o qué hacía en ese pequeño caserío dependiendo de un invisible ángel de la guarda y de un ausente Jesucristo, a quienes no cesaba de implorar, invocando su presencia física para que le dieran una justa explicación. Su llanto silencioso prorrumpió en sollozos que amenazaban con quitarle por completo la respiración; le chorreaba la nariz y no tenía pañuelo y tampoco le importaba limpiarse los mocos; en la soledad de la pequeña parroquia el llanto de Amanda se elevó a los cielos clamando misericordia; nuestro Padre tocó el corazón del señor cura para que se hiciera cargo de la desventura de una de sus criaturas terrenales.

Muy nervioso, el párroco de Quilla Collo se acercó a la niña para brindarle un abrazo consolador al tiempo que le preguntaba-

-Pero criatura, ¿qué hace un angelito como tú en este pueblo miserable? -¿de dónde vienes y en dónde están tus padres?, deja de lloriquear, Fray Antonio lo soluciona todo, con la ayuda de nuestro señor Jesucristo... ya ya, así me gusta, con llorar no solucionamos nada- sacó su enorme pañuelo de tela cuadriculada y sonó las narices de la niña, secándole la carita empapada de llanto.

- A ver, comencemos nuevamente y ahora con calma- ¿cómo te llamas? y tus padres ¿saben que estás acá? seguramente te disgustaste con ellos ¿no es verdad? - decía Fray Antonio con gran dulzura y la paciencia de un abuelo que bordeaba los setenta años de devoción y cristiandad. - No sé quién soy ni cómo me llano, tampoco sé qué hago acá y dónde están mis padres, lo único que recuerdo es que estaba sentada a la vera del camino y un anciano con su carreta me trajo -

- Bien, bien, no te afanes, dime en dónde está el anciano de la carreta y de seguro él podrá aclararnos este asunto.-

- Ató su yunta de bueyes en la plaza, entró a la ferretería mientras yo vine para acá, porque me lo dijo mi ángel de la guarda al oído.- respondió convencida la niña.

- Muy bien, espera sentadita, iré por el anciano- El cura se incorporó pesadamente y fue en busca del anciano del carretón, cruzó la Plaza, entró a la ferretería, preguntó al dependiente por el paradero de la carreta y su conductor. La incredulidad le marcó el rostro cuando el dependiente de la ferretería le dijo que no entró ningún cliente en toda la mañana, porque casi siempre, los domingos la gente llegaba tarde al pueblo y que tampoco vió ningún carretón cerca a la plaza.

El fraile regresó sus pasos y, con la impaciencia del apuro, le dijo a la niña que el anciano que la trajo ya se había marchado del pueblo; le pidió que lo acompañe a decir la misa y luego darían solución al asunto, que ya comenzaba a salírsele de las manos.

La misa fue más breve que de costumbre y el sermón del párroco, recitado de prisa como una lectura abreviada y sintetizada de un discurso en principio mucho más extenso. Fray Antonio cavilaba respecto a qué haría con aquella criatura angelical, tan pálida como la tez de los santos que habitaban en el abandono de esa capilla. Mientras recitaba su sermón observaba la tristeza enmarcada en la incomprensión de la muchachita, que cabeceaba de sueño y cansancio acumulados más en el alma que en el cuerpo. Al terminar la liturgia el reverendo hubo de despertar a la niña, aseguró las pesadas puertas de madera de la iglesia y llevando su maletín de cuero, conteniendo los implementos para celebrar los sagrados sacramentos, tomó a la niña de la mano y la condujo al interior de su destartalada "peta", iniciando el regreso a Quilla Collo. Durante el trayecto, acurrucada en el asiento delantero, Amanda quedó profundamente dormida mientras fray Antonio ordenaba sus ideas y los acontecimientos del día. Después de casi tres horas de carretera llegaron sanos y salvos a la casa parroquial de la Iglesia de la milagrosa virgencita de Urkupiña, en donde residía el señor cura, acompañado por el sacristán y por doña Constantina Mayu Sipita cocinera de origen quechua, administradora, encargada del aseo, veladora del buen manejo de la iglesia y la chismosa número uno de todo el vecindario.

La llegada de Amanda conmocionó a los residentes, incluyendo a los devotos y vecinos que pululaban, tanto el interior de la iglesia, como el exterior de la casa parroquial. Constantina bombardeó con preguntas al fraile y también a la niña pero no obtuvo respuestas; se compadeció del estado emocional de la pequeña y corrió a prepararle un buen baño caliente con un tazón de cocoa y unos buñuelos, que preparaba cada domingo para la hora del te. Mientras alistaba ambas cosas, el cura le contó la historia y le recomendó ser caritativa y bondadosa con la desventurada

criatura, que del susto de sabe Dios qué, ni de su nombre recordaba; cosa no difícil para Constantina que, aunque con fama de chismosa, era conocida y apreciada por la bondad de su corazón y la generosidad de su espíritu. De inmediato se prendó de la niña; era una Sumaj Ccoya (reina hermosa) decía la doña; ojalá se quedara a vivir con ellos, podría asistir al colegio de las monjitas americanas, a pocas cuadras de la iglesia, y también ayudaría a Fray Antonio en el catecismo y, por supuesto, sería la compañía que a ella le hacía tanta falta, la nieta que nunca tuvo y la hija que siempre anheló. "Dios los bendijo con la llegada del angelito"- se repetía muy contenta para sus adentros. Después del baño caliente, el tazón de cocoa y los buñuelos Amanda fue arropada, engreída y encomendada a su inseparable ángel de la guarda para sumirse en un sueño profundo y restaurador de casi diez horas.

A las seis de la mañana comenzaron a repicar las campanas en el campanario de la torre de la iglesia, haciendo retumbar los oídos de Amanda que, olvidando en donde se hallaba, dio un tremendo salto brincando fuera de su cama. Le tomó unos minutos volver a la realidad y recuperar la conciencia, ordenando las ideas de cuanto vivió las

últimas

veinticuatro

horas

de

una vida que iniciara el día

anterior; lo sucedido quedó enterrado en un voluntario olvido, ordenado por su subconsciente.

Constantina le trajo su única ropa muy lavada y acabada de

planchar; con besos de bondadosa abuela saludó a su consentida, peinó y trenzó sus dorados cabellos adornándolos con moñas color rosado, le ordenó cepillarce los dientes con un cepillo amarillo de Mickey Mouse que desenterró de entre los cachivaches que moraban en la despensa; acto seguido, la llevó a su cocina, le ofreció el paraíso culinario trasminado de aromas perfumadas de especies; vainilla, clavo y canela eran las predominantes de aquella mañana, en la que iniciaba su diario ritual sacando del horno unos deliciosos bollos de canela, preparados para su "Sumaj Ccoya" - reina hermosa-, que le sirvió con un tazón de cocoa. La cocina era única en su género y llegó a fascinar a Amanda. Constantina experimentaba a

diario cantidades de nuevas recetas obtenidas del vecindario o de peregrinos que, durante las fiestas de Urkupiña, se abarrotaban en la ciudad incrementando la demanda de alimentos y pastelería que ella vendía a precios muy económicos. Sus recetas eran cuidadosamente escritas de su puño y letra en un cuaderno cuadriculado de tapas negras, que ocultaba en el fondo de un cajón de su despensa, asegurada por un pequeño candado y cuya llave colgaba en la cinta que rodeaba su cuello; la única capaz de manipular el "cuaderno de las delicias", como solía llamarlo, era por supuesto su Sumaj Ccoya, quien aprendió y, en algunos casos, hasta mejoró las recetas de Constantina.

El Palacio de los Sabores (así fue cómo bautizó Amanda a la cocina), era el lugar preferido de cuanto huésped visitara la casa parroquial; todo aquél que traspasaba el umbral, iba de frente, como hipnotizado, hasta dar con el origen y la fuente de los olores que despedía la cocina, adivinando y saboreando de antemano cualquier manjar que estuviera en la olla o a la espera de salir del horno; realmente doña Constantina era doctorada en cocina y repostería y Amanda no sólo la igualaría; la superó gracias al esmero y buena voluntad que le dedicó al manipuleo del contenido de los secretos, conservados imperecederos en las paginas, amarillentas y salpicadas de distintos ingredientes, del libro mágico de tapas negras. Toda esta inusual dedicación y empeño fue en retribución al cariño con el que la abuela trataba a su "Sumaj Ccoya", haciendo su estancia agradable y llevadera.

La llegada de Amanda coincidió con la gran festividad de la virgen de Urkupiña; el bullicio y algarabía dominaban la avenida principal, en donde curiosos, turistas y devotos, se agolpan peleando por un espacio para observar la llegada de la procesión, encabezada por el propio presidente de Bolivia, algunos ex presidentes que deseaban una reelección y muchos políticos que venían a pedir o agradecer un

curul en el parlamento o una cartera ministerial; después, seguían los curas, monjas, invitados del clero, la imagen de la virgen cargada en andas por los "pasantes" del presterio, comensales, fieles y desesperados creyentes llegados desde lejos, la mayoría de las veces después de interminables y agotadoras caminatas soportadas gracias a la fe en la virgencita. A la cabeza del cortejo marchaba Fray Antonio seguido de Constantina y la inquieta Sumaj Ccoya, que no se perdía detalle del evento. Concluida la misa, el cura Antonio ayudado por tres colegas comenzó a dar el esperado "baño de agua bendita", salpicando a cientos de feligreses que portaban casitas de yeso, autitos y buses imitaciones

de

de

latón,

manojos de

dólares engrapados y adornados con un wayruru o la imagen de

un pequeño sapo o, en su mayoría, piedras de diferentes tamaños, arrancadas a los cerros de las inmediaciones, que soportaban mudos y atónitos semejante extirpación, con la creencia para algunos, de que la virgen convertiría las piedras en los bienes materiales que les hacían falta; así, al año siguiente, se comprometían a reponer la piedra para cambiarla por otra más grande; después del tercer año consecutivo, la piedra, transformada en enorme roca, sería devuelta a la virgen, en su lugar de origen, aunque no se hubieran cumplido los "milagros" solicitados.

El movimiento económico que significaba para la localidad de Quilla Collo esta peregrinación y festejos, era de suma importancia; el comercio estaba activo día y noche; los puestos de comida y bebidas típicas de la región invadían toda la plaza y calles aledañas a la iglesia, la venta de "recuerdos", imágenes de la virgen, escapularios, virgencitas, fetiches de la buena suerte, competían con los sahumerios y los adivinos que, protegidos por la religión católica, leían la buena fortuna en hojas de coca o en plomo derretido, vertido en agua helada. Los letreros, al pié de las canteras, ofreciendo alquiler de almádenas y combos para extraer las piedras, anunciaban precios que oscilaban desde uno a tres bolivianos. Tanto la Prefectura como la Alcaldía, trabajaban arduamente durante los seis meses previos

a las fiestas, conscientes de las jugosas recaudaciones que servirían para mejorar la infraestructura de su ciudad y para paliar algunas de las innumerables deficiencias, además de incrementar arcas ajenas y patrimonios personales.

Terminada la misa, con su baño de agua bendita y todas las bendiciones para los turistas y residentes de

Quilla Collo,

comenzó la música y la "entrada" de

bailarines, que cada año demuestran su devoción a la virgen de Urkupiña ofrendando la gracia y elegancia de su pericia y experiencia. Estaban las fraternidades de los Caporales de San Simón, de La Paz y de Oruro, los Tobas de Santa cruz, los Auqi Auqis de La Paz, Los Morenos de Yungas, Los Sikuris de Charasani, los Potolos potosinos, los T'inqhus de Sucre, los Diablos orureños, Los Llameros de Pakajaqis, y un sinfín de fraternidades de todo el interior del país, que cada año, bailan para la virgen sin importarles la crisis económica o social. "La virgen siempre provee", decían los bailarines mientras presupuestaban los espectaculares bordados y la confección de sus atuendos, elaborados por expertas manos de artesanos

anónimos, a cada cual más artista. Desde la ventana del

balcón, Sumaj Ccoya observaba entretenida a los bailarines que, inagotables, trataban de impresionar por su pericia de contorsionistas circenses. De pronto, Amanda detuvo la mirada de sus enormes ojos celestes en aquel niño montado en un palo de madera con cabeza de caballo y que era conducido por una chola blancona, parte de la comitiva del "preste principal"; lo que llamó la atención de Amanda fueron la cara de tristeza y el desasosiego (perceptibles a larga distancia), que transmitía aquel niño; de inmediato, asumió el cuadro como una vivencia similar a la suya y, sin pensarlo dos veces, irrumpió en el "Palacio de los Sabores", envolvió dos bollos de canela en una servilleta de papel y bajó corriendo para darle alcance al niño triste, que cabalgaba el palo de escoba con cabeza de caballo. Martín agradeció a la niña el delicioso manjar y le contó que vino en busca de sus padres quienes estaban en el preste, pero que ahora él pensaba que algo andaba

mal y que no era ese el preste, ni siquiera la ciudad donde vivían porque no se vestían igual. El sombrero de su madre no era ni blanco ni alto como los que llevaban las señoras del preste. Amanda le preguntó si no deseaba quedarse con ella en la casa parroquial; fray Antonio y la abuela podrían cuidar de ambos. Martín aceptó agradecido, sabiendo desde ese instante, que jamás podría negarle nada a la belleza y dulzura de ese rostro angelical y encantado. Sin que nadie lamentara o notara su ausencia se apartaron del cortejo para irse juntos, cabalgando a Holofernes, en busca del cura y doña Constantina.

Cuando la abuela constató la invasión a su "Palacio de los Sabores", por parte de su Sumaj Ccoya y su pequeño y "asna" -apestoso- invitado, festejando la actitud de su consentida le pregunto: - ¿Quién es nuestro pequeño invitado? - Es mi amigo Martín Poma Villca, tampoco encuentra a sus padres que se fueron a un preste, y como hacen días que no los encuentra lo traje para que se quede con nosotros, ¿verdad que puede quedarse?- Bueno bueno, te hará bien un compañero de juegos, no sé como se la pintaremos a Fray Antonio; primero debo darte un buen baño, apestas a "Añatuya", - zorrino- y de seguro estás lleno de "Usas, Piquis y Cchias" -

piojos, pulgas y liendres -

¿cuánto hace que no te aseas?, no quiero ni saberlo; ven conmigo antes de que llegue el padre, le diremos que eres mi sobrino que vienes a quedarte por un tiempo pues tus padres han fallecido y que ¡Dios me perdone por la mentira piadosa!. Dicho esto arrastró al niño al cuarto de baño, llenó la bañera de agua tibia y desvistiendo al pequeño, lo sumergió en un agua que en breve se tornó turbia y dejó ver varias pulgas ahogadas flotando en la superficie; cuando le lavó la cabeza Constantina Mayu

Sipita supo que debía usar creolina para dar fin con las liendres y erradicar los piojos de una vez por todas; aparte de este detalle y la mugre acumulada en el cuerpo, Martín parecía un muchachito sano y muy simpático. Durante el enjuague Constantina le preguntó quién le regaló esa moneda tan antigua y la placa con su nombre,

el niño muy contento relató sus historias con el Capitán del Siglo

divirtiendo a la abuela con su agudo ingenio y desorbitante imaginación. Terminado el baño, que duró más de una hora y requirió de un cambio de agua extra de la bañera, Martín emergió mucho menos moreno, para ser encremado, peinado y vestido con ropas que la abuela encontró, rebuscando en muchas de las bolsas con donativos para los indigentes que almacenaban en los depósitos del patio trasero, hasta que les llegara la oportunidad de ser distribuidas; sacó unos calzoncillos, varias camisas de manga corta, unos pantalones largos y otros cortos, que obsequió al niño y otro tanto para su consentida.

- Ya está, ahora si eres mi niño, mi "Juchi Huajcha" -niño huérfano- pues déjame decirte que eres muy simpático, si deseas quedarte con nosotros deberás portarte muy bien, ser comedido y muy estudioso; no te prometo nada pero haré lo que pueda por retenerte acá- Dicho lo cual besó la frente del pequeño y mandó a ambos a jugar al patio hasta la hora del almuerzo. Después de semejante baño, sin pulgas ni piojos el Juchi Huajcha le contó a la Sumaj Ccoya todo lo que le había pasado, sin omitir sus encuentros (en dos oportunidades), con el Capitán del Siglo, mostrándole orgulloso la moneda de oro y plata fechada en 1866; también le dijo

que

sus

padres siempre andaban bebidos y peleando entre ellos y que si no hubiera sido por la caridad de los inquilinos el hambre le habría hecho un forado en el estómago, de todos modos, prefería quedarse a vivir con la abuela y por supuesto con ella.

- ¿Por qué te llaman Sumaj Ccoya?, ¿es tu verdadero nombre?, me refiero al que te dieron tus padres en tu bautizo, a mi me pusieron Martín Poma Villca, mi padre se llama Juan y mi madre Marcelina,

¿Dónde están tus padres? ¿por qué vives con tu abuela y el cura Antonio?.

- Constantina no es mi abuela de verdad, no se como me llamo, tan sólo recuerdo estar en una larga carretera y a un anciano que me llevó al pueblo; yo entré a la iglesia y conocí a Fray Antonio que me recogió porque estaba muy asustada y me trajo acá hace tres días; me quieren mucho y me tratan bien, no me quiero ir porque tampoco tengo a donde ir, realmente no sé cómo me llamo o cómo se llamaban mis padres; Constantina dice que pronto recordaré y todo se arreglará; mientras tanto, me llamaré Sumaj Ccoya, que en quechua quiere decir reina hermosa y a mí, me gusta mucho ser una reina hermosa, siempre me llamaré así aunque después me acuerde mi nombre verdadero.

- Bueno, entonces yo también me llamaré Juchi Huajcha, aunque no sé que es lo quiere decir, pero se lo preguntaremos a Constantina ¿que te parece?, además tampoco quiero regresar con mis padres, yo seré soldado igual que el Capitán del Siglo y tendré un caballo verdadero que también se llamará Holofernes y con él te llevaremos al final del "curmi"-arco iris- para que recojas una moneda de oro como la que yo perdí.-

Aclaradas las incógnitas, tomados de las manos se sentaron a comer unos duraznos que les diera la abuela como merienda de media mañana. Durante las fiestas de

la

virgen había bonanza en la casa parroquial; los campesinos obsequiaban

grandes canastos repletos de fruta y verduras que traían de sus chacras, para agradar al representante de la iglesia y celador de la imagen de Urkupiña; Constantina trabajaba afanosa haciendo conservas y mermeladas que almacenaba para todo el año dentro de la enormidad de su despensa, mientras que sus muchachos perdían el tiempo mirando, primero a los bailarines, y segundo a los borrachos. Por la noche llegó Fray Antonio acompañado de tres curas de más jerarquía, que llegaron de La Paz para celebrar con él la santa misa; Constantina, prudente y sabia, ordenó a los chicos permanecer en silencio pues no era el momento oportuno para tocar el tema. Después de la cena los curas se retiraron a la salita para beber una copa de vino y luego se fueron a descansar.

Por la mañana temprano los huéspedes se dirigieron a la terminal de buses para retornar a la ciudad de La Paz. Una vez cumplida su misión

y volviendo a la

"normalidad", Constantina Mayu Sipita habló con Fray Antonio acerca de la llegada de su sobrino quien, huérfano, quedó a su cuidado. El cura le respondió que donde comen tres pueden comer cuatro pero ni uno más, que deje de hacerse cargo de otros huérfanos pues la casa parroquial no tenía licencia para fungir de orfanato; acto seguido le comunicó que estaba haciendo averiguaciones de la procedencia de la niña, pero que a la fecha no se conocía denuncia alguna de su desaparición ni en Oruro, ni en Cochabamba ni en La Paz o Santa Cruz; de todos modos, si en un lapso prudente no recobraba la memoria tendrían que consultar con un médico especialista. Constantina estaba de acuerdo en que la niña provenía de una clase media acomodada, su educación y costumbres eran muy distintas a las del Juchi Huajcha; Sumaj tenía la piel acanelada, cabellos dorados, ojos celestes, pero facciones chimanes o ayoreas, sería la hija de algún gringo o gringa, de estos misioneros que se casan con aborígenes de la selva, de los parajes quechuas o aymarás... con seguridad que no era oriunda pues no entendía una palabra de

ambas lenguas. Sin embargo, Constantina no tenía ningún interés en dar con los orígenes de la niña; es más, prefería que las cosas se quedaran como estaban, y haría lo indecible por que así fuera; para ella la niña ya era parte de su propiedad, inclusive, estaba considerada muy por encima del "cuaderno de las delicias" y no permitiría que nadie le arrebatara su valioso tesoro; el Juchi Haujcha era posesión de Sumaj, así es que también era bien venido y permanecería hasta que alguien lo reclame (cosa que dudaba mucho); no era un "kari"- varón- molestoso, muy al contrario, ese chico tenía ángel y una inteligencia fuera de lo común. Fray Antonio tampoco insistió con apurar las investigaciones y se contentó con "recomendar" a las autoridades que se le informe si aparecía alguna denuncia de desaparición de una menor con esas características.

A sugerencia de doña Constantina, Amanda y Martín fueron inscritos en la escuela de las monjitas del Holly Mary para cursar el primer año de primaria. Como Sumaj Ccoya (nombre con el que fuera inscrita en la escuela) leía y escribía bastante bien, fue adelantada al segundo curso de primaria y Martín Poma Villca, ya que ni el abecedario conocía, fue inscrito en Primero básico, por lo que dedujeron que Sumaj Ccoya debía tener ocho años y Martín unos siete. Ni bien sonaba la campana del recreo los niños se juntaban en el patio para compartir sus nuevas experiencias y, tan pronto terminaba la jornada, corrían las dos cuadras hasta irrumpir en el Palacio de los Sabores y abrazar a la abuela, que los esperaba con alguna golosina y un nutritivo almuerzo que lo compartían con Fray Antonio, al tiempo de escuchar oraciones de agradecimiento por los alimentos y las bendiciones que nuestro Señor les regalaba todos los días.

Transcurrieron los primeros seis meses sin que se supiera de posibles parientes o progenitores de ambos niños. La vida de los residentes de la Casa Parroquial se

sucedía con relativa tranquilidad; Fray Antonio inició la catequesis para los niños que harían su primera comunión a fin de año; por supuesto que Sumaj Ccoya y Juchi Huajcha fueron incluidos y, como no puede realizarse el segundo Sacramento sin haberse llevado a cabo el primero, Fray Antonio decidió bautizar a Amanda con el nombre de Sumaj Ccoya, nombrando madrina (a petición de la niña), a Constantina Mayu Sipita; así un domingo por la mañana, Fray Antonio rebautizó a Amanda vestida con traje de fiesta, para que estuviera apta ante la iglesia a continuar cumpliendo los Sacramentos. Como regalo de bautizo doña Constantina le colocó al cuello una cadena de plata con cuatro wayrurus ensartados y una medallita de la virgen de Urkupiña que, al reverso, tenía la siguiente inscripción " Sumaj Ccoya" Rdo.de mi bautizo-. Tal vez la fecha no pudo gravarse por falta de espacio.

- Mi niña, el día en que llegaste a esta casa, encontré en los bolsillos de tus pantalones estos cuatro wayrurus que, seguramente, fueron puestos por tus padres como protección a los malos espíritus, ahora te los retorno para que los lleves siempre en tu cuello, con la bendición de la virgencita y la protección de nuestros achachilas- dicho lo cual, abrochó la cadena alrededor de su pequeño y fino cuello de gacela.

- Gracias abuela, están muy bonitos, los cuidaré y nadie va a quitármelos de mi cuello; yo también te hice un regalo y voy a rebautizarte, me gusta más Tina, desde hoy serás mi abuela Tina y éste es tu regalo de bautizo - dijo Amanda entregándole un corazón de cartulina, decorado con flores secas y pintado prolijamente en color rosado; en su interior decía " a mi abuelita Tina, con el amor de su nietecita que la adora Sumaj Ccoya"-

Martín no quiso quedarse atrás y les presentó sus obsequios a ambas. Amanda recibió una tapita de cerveza totalmente aplanada con el dibujo de un corazón trazado hábilmente con la punta de un clavo, con las iniciales gravadas S. y M.; con un alambre le hizo una argolla para que Amanda pueda colgarlo de su cuello. La abuela recibió otra tapita con el dibujo de una margarita y las iniciales de MPV. Ambas, agradecidas, abrazaron a Martín. Para concluir, Tina orgullosa y sacando pecho, abrió las puertas a su Palacio de los Sabores para invitarles galletas, alfajores de manteca rellenos con miel de caña, empanadas de queso fresco, bollos de canela y, por supuesto, la infaltable torta de chocolate con un cáliz de pastillaje como decoración alusiva al evento, motivo de la celebración.

Martín resultó ser el primero de su clase, su facilidad para el dibujo y las matemáticas eran sobresalientes y antes de concluir el año fue transferido a segundo grado, como compañero de curso de Sumaj, a solicitud de Tina que temía tanto por su pequeña, al extremo de sufrir pesadillas, en las cuales era arrancada de su lado por dos cóndores negros con cabeza de perro que, echando fuego por sus fauces irrumpían en El Palacio de los Sabores y se llevaban a la niña sin que nadie pudiera evitarlo.

Vísperas de la Navidad, Juchi Huajcha y Sumaj Ccoya aprovecharon las vacaciones de fin de año para tomar posesión del Cuaderno de los Sabores y entrar en el reino de las harinas, condimentos y especies aromáticas, bajo la enseñanza y supervisión de la abuela Tina. El dominio de la gastronomía fue absorbido por Amanda como si se tratara de magia o hechicería, que habría de conservarla en absoluto secreto por el resto de sus días, bajo promesas y mil juramentos de no cometer indiscreciones que revelaran los mecanismos ocultos, descubiertos y creados por su gran maestra. La diversión y el entrenamiento culminaron con la elaboración de suculentos

manjares para la Noche Buena; se hicieron roscas de frutas, panetones, torta de especies macerada en vino oporto, preciosas cestas de frutas talladas en mazapán de almendra, cocadas, dulce de papa, manjar, higos rellenos, peritas en almíbar y algunas otras golosinas, con las que armaron paquetes para llevar al pabellón de niños quemadas del hospital o regalar en la noche buena, después de la misa de gallo.

Aparte de repostería, Sumaj aprendió a cocinar la tradicional "Picana" y el pavo envuelto en pateé relleno de manzanas, nueces, pasas y arroz; receta conservada y escondida por Tina por lo menos durante unos cuarenta años, mejor dicho, no existió ocasión lo suficientemente importante como para ofrecer una exquisitez de esa envergadura.

La noche buena todos se esmeraron en su vestimenta; Tina se excedió, sacando para el caso, lo mejor de entre las donaciones juntadas durante todo el año para obsequiar a los niños sin recursos, antes de repartirlas a la fila de chiquillos que esperaban en la entrada de la casa parroquial (como cada año), estimulados por el aroma que despedía la cocina de doña Tina. Después de la misa de gallo celebrada por Fray Antonio, Martín y Amanda fueron los encargados de repartir los presentes y golosinas a los niños pobres de la parroquia, posteriormente se sentaron todos a la mesa; Fray Antonio desparramó ingentes bendiciones (apuradas por el apetito), para dar inicio a la cena de Noche Buena. Para Amanda y Martín la experiencia fue registrada en sus memorias como algo único e imperecedero. Justo a la media noche y perceptible sólo para Martín, una cinta de fulgor celeste los envolvió alrededor de la mesa, protegiéndoles como un envoltorio de papel celofán o una cúpula de delgadísimo cristal, que sólo el niño podía ver con claridad. Era la energía de sus Achachilas, Auccas y Amawtas que lo visitaban desde la inexistencia de

remotas y desconocidas Apachetas para desearle paz y ventura, anunciándole un período de tranquilidad, estabilidad y amor filial. Pasado el momento, ante el parpadeo de sus pequeños ojos negros, la visión se esfumó, y la cena continuó sin que nadie se percatara de lo acontecido.

Dos años transcurrieron desde que Sumaj Ccoya y Juchi Huajcha aparecieran de la nada en la Casa Parroquial de Fray Antonio; dos años en que Constantina Mayu Sipita fue bendecida por su virgencita de Urkupiña con el regalo de dos nietos, en quienes volcó su amor maternal regalándoles sus afectos y compartiéndoles su conocimiento gastronómico, que abarcaba todo su patrimonio. Dos años durante los cuales ni un solo día dejó de pedirle a su virgencita para que la pequeña y dulce Ccoya no fuera reclamada y se la dejaran lo suficiente y tanto como dure su vejez en este mundo; con el niño era diferente, sabía que en algún lugar tenía padres, nombre y apellido y era muy probable que, el día menos esperado, alguien tocara el timbre reclamándolo como su familiar. Sin embargo, Tina llegó a amar al pequeño, su inteligencia y predisposición a complacerla la cautivaron y, por sobre todo, el amor que Sumaj tenía por el muchacho y la devoción con la que Juchi Haujcha retribuía los sentimientos de la niña, hicieron que ella lo apreciara al extremo de mantener latente la historia del sobrino huérfano que el cura, con su candidez eclesiástica, aceptó por completo.

Cuando ambos cursaban el tercero básico, Constantina fue requerida por las monjitas del colegio Holly Mary para hablar sobre algo preocupante y recién descubierto. Encomendándose a su virgencita,

Tina llegó al colegio en donde la esperaba la madre superiora y otra monja, recién llegada de Estados Unidos, americana de nacimiento y la actual profesora de inglés.

- Doña Tina, tranquila, no queremos alarmarla, pero debido a los orígenes inciertos de Sumaj Ccoya, creemos nuestro deber alertarla en lo que acabamos de descubrir, con la esperanza de que Fray Antonio pueda ubicar el paradero de los padres o posibles parientes de la niña.-

- Si madre superiora; la escucho muy atenta y yo le transmitiré al padre todo lo que usted mande.-

- Pues bien, siempre hemos sabido que Sumaj es una criatura muy inteligente y que, con seguridad, antes de llegar a nuestra escuela ya habría cursado el primer grado en otro colegio. Nuestro inglés en los dos primeros años no es muy intenso y la maestra que dicta los cursos es natural de la Llajta, con conocimientos elementales para enseñar las primeras letras del idioma. Sin embargo, desde tercer grado el idioma inglés es más intenso y la profesora más preparada; tenemos la suerte de que Sor Maryan, acaba de ser transferida a Bolivia, ella es americana y su idioma materno es el inglés, por lo que estará encargada de enseñarlo a partir del tercer grado. Para sorpresa de nuestra religiosa, Sumaj tiene el inglés como idioma materno; me refiero a que lo lee y escribe correctamente y mucho mejor que el español; por lo tanto y debido a sus ojos celestes y cabello dorado, tenemos la certeza de que proviene de una

madre o padre extranjero de habla inglesa, es

nuestra obligación hacerle saber al párroco este detalle que podría solucionar la vida de la niña-

- O empeorarla madre - acotó Tina sin poder evitarlo.

- Bueno eso no nos toca decidirlo a nosotras, de todos modos, sería conveniente que fray Antonio notifique a las embajadas extranjeras para ver si por ese lado se consigue algo de información, ya que, según tengo entendido, las autoridades bolivianas no han hecho nada al respecto. Mientras tanto, no habrán comentarios de nuestra parte ni de la suya, para no crearle falsas expectativas a la niña-

- Muy bien reverenda madre, le comunicaré al señor cura todo lo que me está informando, le agradezco que no lo comente con nadie por el bien de la niñaBuenos días-

A Constantina le temblaban las piernas al abandonar el colegio, su corazón se encogió y tenía demasiadas palpitaciones, se agitó de tal forma que hubo de sentarse en la banca de la plaza a tomar aliento y pensar en qué sería lo correcto; mejor dicho, ella sabía qué era lo correcto pero dudaba mucho que fuese lo que haría. Entró en la iglesia y arrodillada, le pidió perdón a su virgencita porque le ocultaría a Fray Antonio lo que le dijeran las monjitas, no quería perder a su niña, a su Sumaj, ella no le haría faltar nada y la cuidaría hasta que las fuerzas la abandonen, luego podría saber la verdad y hasta tal vez encontrar a su familia.

Media hora de oración no fue suficiente para acallar su conciencia; a partir de entonces nada fue igual para Tina, los remordimientos la atormentaron al punto de mellar su salud. En dos años, Constantina se consumió sin causa aparente; apenas caminaba, bajó veinte kilos de peso y se vió forzada a claudicar en la

administración y manejo de la Casa Parroquial, renunciando por completo a la custodia de su Palacio de los Sabores. Martín y Sumaj trataban de suplirla en la cocina para que Fray Antonio no la desampare; muchos médicos vinieron a verla y ninguno dio con el origen de su mal y, por lo tanto, con el remedio para su cura. A Fray Antonio no le quedó otra alternativa que contratar una empleada que sustituya a la insustituible Constantina, cuyo ajayu se desprendía lentamente de sus vestiduras terrenales para ir rumbo al Huanacpacha - cielo- a implorar el perdón de las animas.

A ocultas de Fray Antonio, Martín y Sumaj fueron en busca de Tulia la "laika" -hechicera- con la esperanza de curar a su amada abuelita. Los esfuerzos de Tulia por revertir la enfermedad, o como ella decía, "laikaña"- brujería- fueron tardíos y por tanto inútiles; las fuerzas abandonaron a Tina quien murió un amanecer, dejando una carta para Martín en la que, de su puño, con mala letra y sin ortografía, contaba la charla con las monjitas y le rogaba no desamparar a su hermana ayudándola a reencontrarse con su familia extranjera; a Sumaj Ccoya le dejó su única posesión valiosa, el Cuaderno de las Delicias, su reloj de pulsera Seiko, unos aretes de oro, una cadena con la medalla de la virgencita de Urkupiña y un añillo que llevaba puesto y que se negó a abandonarla, acompañando a sus carnes al nicho del panteón general, en donde fue enterrada con la concurrencia de todo el pueblo de Quilla Collo, que la lloraría por años, convirtiéndola en leyenda gastronómica, a raíz de la publicación de varios recetarios "piratas", que le atribuían recetas antológicas o mitológicas pero totalmente falsificadas. Las cosas cambiaron para todos los residentes de la Casa Parroquial. Amanda cumpliría pronto trece años y Martín tenía los doce ya cumplidos. Por supuesto que Juchi Huajcha le leyó la carta a Sumaj pero, de mútuo acuerdo, decidieron ocultar su contenido a Fray Antonio,

ninguno de los dos quería abandonar su hogar aunque en el fondo lo

supieran temporal; ante la posibilidad de repetir la experiencia del abandono vivido,

preferían contentarse con lo que tenían, sin aspirar a lo desconocido por mejor que este pudiera ser.

Desde la partida de Tina, Fray Antonio vivía angustiado por la responsabilidad que le significaban aquellos dos niños, no es que le dieran trabajo, de ninguna manera, muy al contrario, ambos cumplían con sus deberes, eran muy buenos escolares y jamás le dieron un disgusto; era el futuro de los niños lo que le preocupaba así es que, sin pensarlo dos veces, escribió al Arzobispado informando la situación y pidiendo instrucciones al respecto.

Treinta días después, Fray Antonio recibió la visita de una visitadora social enterada del asunto y enviada por el propio Arzobispo. Después de la entrevista, tanto al cura como a los pequeños, la visitadora cursó el informe al Arzobispado recomendando el traslado de los menores a un hogar de niños. Lo único que logró conseguir fray Antonio, fue que no separen a los pequeños además de permitirles terminar el ultimo año del ciclo primario en su colegio Holly Mary del pueblo de Quilla Collo. Fue muy penoso para el párroco comunicar a los pequeños la decisión del Arzobispado; la valentía con la que aceptaron la noticia le sirvió de paliativo y alivianó el pesar a su conciencia; solamente deseaba el bienestar y seguridad para los pequeños, y sus más de setenta y siete años no le permitirían velar mucho más tiempo por ellos, ya que había recibido una invitación al retiro y a fin de año le enviarían su remplazo para que él retorne a su España natal.

Nuevamente llegaron las fiestas de Urkupiña, Amanda y Martín recibieron las cestas con frutas y verduras que Tina aceptaba cada año como contribución o donativo para la iglesia; al igual que ella, hicieron las mermeladas, prepararon los

dulces y la repostería que vendieron a los peregrinos en la plaza principal y que, para sorpresa de ambos, se agotaron de inmediato. Sumaj Ccoya, por instrucciones y como última voluntad de Tina, guardaba el cuaderno de tapas negras dentro de su mochila de Garfield asegurada por el mismo candado cuya llave cargara Tina, ahora amarrada por una cinta a su muñeca izquierda. La recaudación por las ventas era entregada a Fray Antonio para sus obras de caridad; pero esta vez, como excepción, el cura dispuso que los cuatrocientos veintiocho dólares recaudados en una semana de ventas, fueran distribuidos en partes iguales entre ambos niños y destinados a sus gastos de viaje u otra urgencia en la ciudad de La Paz, viaje dispuesto para después de la Noche Buena, antes del fin de año. Decidido esto, abrió una cuenta de ahorro a nombre de ambos, les registró su firma y mediante un escrito notariado, les autorizó a ambos el manejo de la libreta de ahorros, recomendándoles que mantengan ese dinero para alguna emergencia.

Pasaron las fiestas, se marcharon los bailarines; los turistas abandonaron su devoción del momento para retornar a su lugar de origen, dejando como legado la mugre, los malos olores, destrozos al ornato y el resultado ya conocido, ocasionado por el vandalismo de la fe católica. La Prefectura y la Alcaldía destinaban anualmente un veinte por ciento de los ingresos para la limpieza, arreglos y reposiciones de luminarias, bancas, arbolitos, césped nuevo etc. etc., gajes del oficio totalmente perdonados por la misericordia de la virgen.

Sumaj Ccoya

y Juchi Huajcha ocultaban un miedo que se acrecentaba con las

proximidades de fin de año; ambos se prometieron que pase lo que pase, jamás se alejarían el uno del otro.

A diferencia de otros años, la Noche Buena estuvo adornada de tristezas; el vacío que dejó la partida de Tina era imposible de llenar; aunque Sumaj siguió la tradición de elaborar algunas golosinas destinadas a los niños pobres de la parroquia y preparar el pavo relleno para la cena, nada sería igual aquella noche de despedidas definitivas y alejamientos forzados. En el transcurso de la cena reinaba el silencio y ninguno hacía el intento de disimular su congoja, el pavo apenas fue probado y los pastelillos quedaron intactos sobre la mesa. Fray Antonio dio rienda suelta a sus oraciones, encomendando la vida y el futuro de sus dos pequeños, quienes partirían con destino a la ciudad de La Paz a las doce del medio día siguiente; la visitadora se comprometió a recogerlos de la terminal de buses para llevarlos al albergue provisional de DIRME (Dirección del Menor), en donde, después de una evaluación, serían derivados a otro Centro de Protección al Menor Desamparado. Ambos chiquillos se retiraron calladamente a sus alcobas para recoger sus pocas pertenencias; Martín recibió de Fray Antonio un baulito de madera con asa de metal, dos armellas y un reluciente candado dorado con dos llaves, allí empacó la poca ropa de su propiedad, sus cuadernos y libros más importantes además de algunos pocos cachivaches que Tina le obsequiara, festejando un cumpleaños con una fecha escogida al azar, que se volvió famosa por itinerante. Sumaj Ccoya hizo lo propio llenando una maleta de cuero de vaca que perteneciera a su abuela Tina, empacó sus cintas del cabello, peinetas, talcos y lociones baratas que Tina le acostumbró a usar; no olvidó su ropa interior y la bolsa de paños higiénicos que Tina le regalara el día en que cumplió los trece años (fecha creada por la abuela), instruyéndola sobre el aseo y modo de conllevar esa desagradable "obligación" de la mujer. Por supuesto que empacó el Cuaderno de las Delicias en su mochila de

Garfield, en donde aún seguían, ocultas a sus recuerdos, las dos muñecas barbies, los libros de pintura con sus lápices para colorear que guardó años atrás y que jamás se atrevió a desempacar, tal vez por miedo a recobrar la memoria. Martín sacó a Holofernes de su ropero y lo aprestó para iniciar juntos una nueva cabalgata a otra etapa de su futuro, en dirección desconocida. Terminados los breves preparativos se metió en cama, mientras su ajayu clamaba la presencia de Melgarejo.

-No podría desoír el clamor de tu "manchachicuy"- alma amedrentada-

que

traspasó el "Hanacpacha"- cielo- así es que Holofernes y yo decidimos darnos un salto al entorno mortal para verificar cómo marcha el curso inalterable de tu destino. Por lo que veo mañana dará comienzo tu segunda etapa- le dijo como saludo el espectro de Mariano Melgarejo.

-Hola Capitán del Siglo, qué gusto me da verlos, han pasado cinco años desde nuestro último encuentro y mira cuanto he crecido, soy un hombre grande, hablo inglés, sé matemáticas, historia y geografía además de otras cosas que seguramente tu dominas mejor que yo -

- Ya veo mi Churi, efectivamente has madurado y crecido a la par, eres un mozalbete bien parecido, orgullo de tu raza aymará. ¡Qué lástima que uno de tus progenitores pasó a otra vida y no se le permita merodear tu entorno!, estaría orgullosa de ti.-

- Capitán del Siglo - ahora no sólo te pido que me protejas a mí, la vida de Sumaj Ccoya está a mi cuidado y me da mucho miedo que la aparten de mi lado para hacerle daño; quiero pedirte por ella antes que por mí.-

- Ya veo... encima de buenudo cojudo, en fin... debo alertarte en lo que a su vida refiere; a veces no es bueno haber sido premiada con la belleza física (eso lo digo pensando también

en

mi

Juanacha), el nombre verdadero de Sumaj es

Amanda, pero eso lo descubrirás a su tiempo; sus padres (en espíritu), siguen atados al mundo de los vivos desde su asesinato y permanecen rondando sus esqueletos a la espera del retorno de su pequeña, esto sucederá de aquí a muchos años, antes debe pasar lo que tiene que pasar, ¿recuerdas que te lo advertí dos veces?. Efectivamente ella depende ahora de ti y en un futuro inmediato también, cuídala bien porque su belleza no pasará desapercibida para las huestes malignas que la acecharán. Sin embargo, te prometo que su integridad física será resguardada al máximo; tu deber en el mundo de los mortales será hacer lo indecible para que retorne con su familia en el extranjero, sólo cuando se haya ido podrá tu vida y tu futuro surgir y triunfar, Amanda no pertenece a nosotros pero su presencia en tu vida era necesaria para que se cumpla tu destino. Lo que pasa es lo que tiene que pasar. Combatirás contra fuerzas humanas y poderes del hombre que ni te imaginas. Ahora he oído que a todo hueste del mal le llaman corrupción, pero esto existe desde la llegada de los españoles que, entre otros males, también nos trajeron el de la corrupción. Te vuelvo a repetir lo mismo que te dije en nuestro último encuentro "lo que pasa es lo que tiene que pasar y siempre es lo mejor". Creo que eso es todo por esta noche, Holofernes y yo debemos reincorporarnos al pasado y su historia. Adiós mi Churi, no desfallezcas, todo se arreglará, es cuestión de paciencia.- Dicho lo último y sin esperar respuesta, caballo y jinete retomaron su rumbo al pasado de nuestra historia.

Por la mañana y concluido el desayuno, Martín y Sumaj asistieron a una misa de salud, ofrecida para ellos por Fray Antonio, en la iglesia de la virgen de Urkupiña. Concluida la misma, recogieron sus pertenencias y después de emotivas despedidas con vecinos, monjitas y compañeros de escuela, el buen cura Antonio los escoltó a la terminal para embarcarlos en Flota Cosmos, con destino a la ciudad de la Paz, en donde los recogería la visitadora social. Antes de la partida el cura les hizo entrega de los certificados de bautizo y primera comunión adjuntando un sobre Manila con un informe confidencial de la escuela y los certificados de notas de ambos, para que los inscribieran al primer año de secundaria, Martín obtuvo la libreta de ahorros con el poder notariado para retirar dinero las veces que hiciera falta junto al número de teléfono de la oficina de la visitadora social, además de cien bolivianos como bolsa de viaje. Sin nada más pendiente, los chicos fueron recomendados al conductor e instalados en sus asientos. Al partir, tomados de las manos olvidando su adolescente vergüenza, lloraron en silencio hasta que se les agotaron las lágrimas. Amaban Quilla Collo, fueron felices durante cinco años de permanencia y hubieran deseado continuar así el resto de sus días pero, como decía el Capitán del Siglo, tenía mucho que suceder antes de que el destino los junte o separe para siempre y, si así sucedía, sería gracias a sus achachilas, Awcas y deidades moradores del Alaxpacha, ínterin debían aceptar sus destinos con resignación.

Mientras el autobús de la flota Cosmos avanzaba por la carretera en dirección a la Cumbre, Ambos niños asimilaban los cambios bruscos del paisaje; atrás quedaron el verdor y la vegetación del Valle para dar paso a la tristeza altiplánica.

Amanda absorbía aquellos aires con sabor a nieve andina; el viento le susurraba melancólicas notas musicales de instrumentos nativos del altiplano, su corazón palpitaba acelerado con una fuerza nueva atribuida a la altura pero que, sin embargo, le quitaba el aliento perjudicando su normal respiración. Al llegar a la Cumbre, Amanda vio la nieve por primera vez, sintiendo un frío seco y embravecido que la obligó a ponerse su chamarra de invierno, mientras comulgaba reverente con la presencia subliminal y etérea de las deidades de la apacheta. Martín se sentía más cómodo, era el retornar al pasado; su cordillera de nieves eternas había regresado, la aridez de los campos, los poblados desolados a lo largo de la carretera, llamas, ovejas y vacas pastando de lo poco pero suficiente que la Pachamama les regalaba; todo resurgía de su interior. Los olores a cosecha nueva y estiércol le anunciaban que estaba llegando a casa, mas él, no quería alegrarse de aquello, tenía miedo, el mismo miedo que sintiera hacen cinco años cuando por extravío terminó, sin saber cómo, en la iglesia de Quilla Collo; de pronto, en lontananza divisó una multitud de bailarines que (en estado de ebriedad), por el embotamiento que produce el festejo de un presterío y seguidos de una banda de músicos, danzaban como autómatas con las miradas perdidas en el infinito, cosa que Martín conocía perfectamente. Su corazón de adolescente le dio un vuelco, por un instante le pareció ver a sus padres mezclados con esos bailarines, pero cuando la flota atravesó el gentío con lentitud suficiente para evitar un atropello, el muchacho pudo constatar que ninguno de los integrantes era uno de sus padres, respirando aliviado de poder evadir un pasado que, además de avergonzarlo, lo mortificaba. Amanda le preguntó el significado del festejo y Juchi Huajcha le explicó las costumbres de los campesinos y habitantes del Altiplano:

-"Sabes Sumaj, Fray Antonio me contó que antes no era así, nuestros abuelitos aymarás e indios comenzaron con el vicio de la bebida cuando llegaron los españoles, luego fue que los políticos aumentaron el abuso del trago con intención

de ganarse votos y, ahora, los curas y la iglesia católica festejan los "prestes" y consienten las borracheras para financiar sus gastos y mantener la fe cristiana."-

- "Bueno, sé que tus padres bebían mucho, lo lamento, los míos no bebían..." de pronto Sumaj guardó silencio como si hubiera cometido una indiscreción, porque en su mente golpearon imágenes que escondía en su subconsciente; vio la cara de su padre y la de su madre que, aunque sabía que se trataba de ellos, no podía ni recordar sus nombres.

- Amanda, ¿estás recordando algo?, por que si es así, debo llamarte por tu verdadero nombre que es Amanda-

- Yo me llamo Sumaj Ccoya, así fui bautizada y ése es y será siempre mi nombre, no vuelvas a llamarme Amanda, ¿de dónde lo sacaste?, ni siquiera me gusta-

- Esta bien, no teenojes, sólo que si llegado el momento recuerdas algo, recordarás también que tu nombre es Amanda, me lo dijo el Capitán del Siglo, y ya ves la carta de la abuelita Tina, tus padres eran extranjeros, te están buscando, sé que te irás de Bolivia pero también sé que después de muchos años volveremos a vernos-

-No me iré a ninguna parte, mis padres están muertos, estoy segura, me lo dicen en sueños pero yo no quiero oírlos y no quiero discutir este tema, cuéntame de La Paz, parece que tu vienes de allá, quien te dice que tú sí encuentres a tus parientes-

- No vengo de La Paz, yo viví en Villa Concertación y creo que eso debe quedar en la ciudad de El Alto, o en Oruro. Me recuerdo que era pura tierra, pocos eucaliptos y ningunas flores; era frío de noches y en las mañanas peor; a veces despertaba tempranito y el patio estaba tapado de escarcha, también nevaba y los cerros estaban cubiertos de nieve; allí es donde habitan los dioses, los awccas, los achachilas, la Pachamama, todos están en las apachetas vigilando el universo y cuidando de nuestros ajayus; mi abuelita que venía del campo me contaba de nuestros abuelos y las obligaciones con los de nuestra raza, eso no lo entenderías porque eres gringa y seguramente que en tu país tienen dioses extranjeros como sucede en cada país, ¿no recuerdas la mitología griega que llevamos en historia?, pues parece que cada pueblo o raza tiene su diferente Dios. Entre las cosas que nos trajeron los españoles a América está su religión, la católica, sólo tienen un dios pero muchos santos y vírgenes, esto fue lo que nos impusieron durante la conquista, obligando a palos a nuestros abuelos a negar sus creencias. Aunque les hacían creer a los españoles y renegaban públicamente para evitar ser azotados, nunca dejaron de rendir culto a la Pachamama. ¿Tú en quién crees?- yo creo en Dios pero tengo más fe en la Pachamama y los achachilas.-

- Yo no soy gringa, no quiero ser gringa, soy de la Llajta y de raza quechua, -decía Sumaj con tono alterado y votando chispas de sus enormes ojos azul verdoso-. Creo en el Dios de la iglesia católica pero al igual que a ti, abuelita Tina me contó de la importancia de nuestros antepasados así es que yo, también creo en los dioses y demonios indígenas, son parte de las mezclas que hay dentro de nuestra cultura y nuestra raza; Miss Judy decía que "el que no tiene por Inga lo lleva por Mandinga", pero que todos tenemos mezcla de sangre indígena, tal vez yo sea Ayorea o de Ibirgarzama o de Chinahuata, son pueblos que están en el oriente o en

el Chapare; al menos eso decía Tina por mis ojos rasgados y mis pómulos salidos, así es que no soy gringa, ya ves que en Cochabamba las cholas de la "Cancha" (feria de mercado) son rubias y de ojos claros. De todos modos, quiero pertenecer a la mayoría para sentirme segura y bien, ¿no te parece?-

- Tienes razón, ya no te diré gringa, sólo Sumaj como fuiste bautizada, y si crees en Dios, ¿le tienes miedo al diablo?-

- Claro que sí, aunque mucha gente no le teme, al contrario, lo veneran como si fuese una deidad y obtienen favores cuando se le pide y se le ofrenda, lo mismo que a la Pachamama. ¿Te acuerdas de La Laika que vino a curar a la abuela de ocultas a Fray Antonio?, pues ella me contó la historia de "Supay", que es el diablo bueno, el que cuida a los indios y a los mineros, ¿te la sabes?-

- No, no me la sé, La Laika te prefería a ti porque eres Quechua y yo soy aymará, aunque en realidad no eres quechua sino Ayorea, o tu madre era una india Chiman y tu padre seguro que era un pastor o médico gringo de esos del Cuerpo de Paz, en fin... debemos ser igual, todos indígenas, así es que cuéntame la historia de "Supay"-

- Antes de que llegasen los conquistadores, existía un indio llamado Supay que no se cansaba de tocar su flauta mágica, no era un indio bueno, era más bien maléfico porque usaba el sonido de su flauta para destruir la naturaleza causando grandes males a la humanidad. Un día se le fue la mano y causó un gran cataclismo que mató a miles de sus hermanos, entonces el dios Sol se enojó mucho y le arrebató su

flauta para siempre. Supay se enojó tanto con la humanidad por haberse quejado al dios Sol, acusándolo como causante del desastre, que a partir de ese entonces, convertido en vagabundo, recorría los valles, ríos, lagos, montañas y altiplano derramando a su paso distintos males y plagas que portaba dentro de la alforja que llevaba cargada a la espalda, alegrándose de las enfermedades, muertes y pérdida de cosechas que ocasionaban lágrimas y dolor en el hombre. Un día, observando la llegada de los españoles, vio un ser maravilloso con dos enormes alas que dijo llamarse Satanás, y que se alegraba con el asesinato de los indígenas a manos de los españoles; Supay se ocultó en las apachetas de la Cordillera de los Andes, desde donde pudo mirar la codicia del blanco y su crueldad para con los hijos de los dioses del Alaxpacha, quienes eran torturados, esclavizados y sacrificados peor que animales. Supay, muy triste por el sufrimiento de los suyos, cambió de repente de actitud y decidió proteger a quienes antes eran sus víctimas, cuidando de sus animales, sus cosechas y de su salud; es por ello que los campesinos no le temen, lo veneran-

- Que linda historia, desde ahora también voy a incluir a Supay en mis oraciones, junto al ángel de la guarda - contestó Martín emocionado. Y tú,

¿conoces

la

leyenda de la hoja de coca?, esa me la contó Mr. Severo, el profe de música, durante un recreo- ¿quieres oírla?-

- Claro que sí, así sabré quién tiene la razón, si los gringos o los cocaleros del Chapare.-

- Bueno, la conquista de los españoles (como todos sabemos), trajo mucho sufrimiento al pueblo indígena que fue castigado y esclavizado. Una noche de luna

llena, en absoluto secreto, el Kallawaya se reunió con los amautas y yatiris; todos unidos subieron a la apacheta de las animas para llorar el abandono de la Pachamama, pidiéndole que los libre del verdugo español; entonces la Pachamama atendió el pedido de sus amados hijos, y les dijo que no podía liberarlos porque el poder del dios extranjero era superior al suyo. Sin embargo, y como compensación a sus desgracias, les daría la hoja mágica de grandes poderes curativos, cuya savia les proporcionaría la fuerza y el adormecimiento suficientes para sobrellevar su desgracia, soportar el hambre y no sentir el dolor. Esta hoja debía ser masticada y guardada en la boca durante varias horas; luego, sería escupida y devuelta a la Pachamama para fertilizarla y llenar la tierra de sus arbustos. Muy al contrario, para el blanco que la use, se convertiría en su perdición, volviéndose un vicio y creándole una dependencia cada vez más grande, hasta convertirse en adicción y causarle la muerte.- Es por eso que el "akhulliña"

-masticación de las hojas de

coca- es costumbre antigüa de nuestro pueblo desde sus antepasados; ahora que, según el profe de historia, don Bartolomeo, el primer intento por descubrir el alcaloide pasó en 1860, fue un boticario de apellido Pizzi, dueño de la "Botica y Droguería Boliviana".Pero también hubieron otros, farmacéuticos bolivianos,- acá en mi cuaderno tengo los nombres escritos- Gregorio Calero y Domingo Lorini, que tenían sus laboratorios en La Paz, descubrieron el alcaloide en su botica de la Plaza Churubamba; pero el que le da el nombre, y lo registra como descubrimiento, es el Alemán Albert Niemann en 1860-.

- Sí, a nosotros también nos contó esa historia; él dice que en 1885 el gobierno de Bolivia le dio al gringo Henry Rusby la autorización para fabricar la cocaína, y que en 1886, un señor Pemberston inventó en Estados Unidos la Coca-cola, con una cantidad de cocaína que se mantiene hasta la fecha-.

-Bueno, no éramos los únicos que teníamos la hoja de coca, mirá lo que dice mi libro; “En 1908 la isla de Java tenía el primer lugar en la exportación de la hoja de coca; hoy ya se sabe que la hoja sagrada es indestructible y que ha sobrevivido dos periodos glaciares”. El problema del consumo de la cocaína se volvió bien grave por ahí en 1914; año en el que recién, los gringos pararon las orejas y le dieron pelota al tema, prohibiendo el consumo de cocaína dentro de gringolandia. Desde entonces la cosa está cada vez peor, y como te decía; los gringos deben preocuparse más por su consumo que ellos tienen, en lugar de por nuestra mucha producción. Si no nos compran la coca, de seguro que nuestros campesinos no la siembran por demás .-

- En ese caso los dirigentes cocaleros tienen toda la razón; yo tampoco sé ni entiendo por qué los gringos no se preocupan más por no usar tanta droga en lugar de prohibir a Bolivia que cultive la hoja para curaciones y el akhulliña de nuestros abuelos. Como yo soy mestiza o criolla, aprenderé a masticar la coca por más que sepa a diablos, Tina nos daba mucho mate de la hoja sagrada, para el mal de estómago, dolor de cabeza o para cualquier enfermedad; ¿recuerdas?; teníamos que ponerle mucha azúcar para poderlo tomar, y ella insistía en que era medicina de los dioses desde el año 2.500 antes de nuestra época, y que la coca tiene la inmortalidad y vida eterna de nuestros ancestros y no se que más.-

- Si, recuerdo; era muy buena; la extraño mucho, y cuando sea grande y gane mucho dinero, le mandaré a hacer una lápida de mármol con su nombre, y con los nuestros también, junto con una estatua de mármol de un ángel de tu tamaño y con tu cara de Sumaj Ccoya, ¿no crees?. Los gringos dicen que lo que no quieren es coca por demás porque es utilizada para hacer la droga en lugar de medicinas o akhulliña. Dicen que en el Chapare los pobladores (casi toditos ex mineros y

relocalizados del altiplano), y los colonos de esa región, ganan mucho más dinero haciendo la cocaína; ésa es la pelea con los dirigentes; quieren que se haga la droga, porque los campesinos les pagan por su protección y los narcotraficantes colombianos y extranjeros que tienen sus fábricas clandestinas, también les pagan mucho dinero para que los defiendan ante el Congreso y de los gringos; esto es lo que yo entiendo, no es tan así... pero creo que es parecido.

- Si, creo que mis padres murieron por culpa de los cocaleros; yo también quiero una lápida de mármol para la tumba de mis padres, sé que voy a encontrar el lugar en donde fueron enterrados-.... Al decir esto, Amanda tuvo la visión de sus padres alejándose con los campesinos armados y la vagoneta ardiendo en llamas, mientras ella observaba oculta en algún lugar cercano, que no pudo precisar por la velocidad del pensamiento.-

En tanto conversaban, el conductor detuvo el autobús, anunciándoles que tenían media hora para bajar a tomar algo o utilizar los baños del restaurante, ubicado a la salida de Oruro. Ambos descendieron para servirse un sandwich de lomito con dos fantas; tenían apetito, así es que también compraron dos paquetes de galletas merengadas (que les dieron fin en el autobús durante el resto del camino). Después se subieron nuevamente al autobús y continuaron el trayecto hasta llegar a la ciudad de El Alto. El subconsciente le sacudió; para que Juchi Huajcha reconociera la carretera que recorriera años atrás, acompañado de Holofernes y, luego en el bus, sentado al lado de una india bondadosa que lo alimentó ignorando su susto. Esta vez, la tranquilidad y presencia de Sumaj le hacían el viaje placentero y podía comulgar con sus orígenes aymarás, sintiendo la presencia y protección de Pachakamaj y la Pachamama. Embebido en sus pensamientos y perdido entre sus recuerdos de antaño, dejaba vagar su vista por la inmensidad de la pampa

altiplánica, con la ociosidad de quien tiene todo el tiempo del mundo a su disposición. Al cabo de unas horas, Martín reconoció la avenida 16 de Julio y la Catedral de Kollpani en Villa Adela, en donde hacían más de cinco años, se celebró la misa del preste de sus padres; nada había cambiado en cinco años; hasta la señora que vendía el pan seguía estática sentada en la misma esquina, con sus dos canastas gigantes y llenas de marraquetas; tal vez con el cabello más canoso, pero hasta la manta azul de lana tejida, era la misma de aquella mañana. Acercándose al conductor le preguntó si por allí quedaba Villa Concertación, el hombre le dijo que sí, que estaba ubicada a unos veinte minutos de la Ceja de el Alto. Los recuerdos de su niñez afloraron

desconsiderados;

visualizó su calle polvorienta y semi

empedrada; su casa llena de inquilinos, el escuálido eucalipto amigo y compañero de juegos, la única pila de la que todos se abastecían de agua, los malos y buenos olores... en fin, era reconfortante el estar seguro de que no tendría que regresar a aquella realidad de antaño, aunque la tuviera a la mano como una posible opción. La vida con Fray Antonio y la abuela Tina fue sin duda mucho mejor; nunca pasó hambre ni frío; asistió a un colegio de monjas americanas que le enseñaron bastante inglés, Tina fue más cariñosa y preocupada que sus verdaderos padres. La verdad que, haciendo una evaluación... su llegada a Quilla Collo fue "lo que tenia que pasar y sin duda fue lo mejor"; como se lo decía El Capitán del Siglo. De todas formas, y tan sólo por curiosidad, querría saber el paradero de sus padres, de la comadre Encarnación y de su padrino Emeterio Quispe, alias el gordo Quisbert. Mientras le contaba a Amanda sus reminiscencias, la flota descendía desde El Alto a una ciudad de La Paz aún iluminada por la claridad del verano, para estacionarse en la Terminal de Buses, a las siete de la noche.

Amanda quedó impresionada por las montañas; jamás se imaginó tantas casas que parecían colgar de las faldas de los cerros guardando un temporal equilibrio; todas semejaban ser de juguete, la ciudad era una hoyada, es decir, construida dentro de

un gran hueco rodeado de montañas altísimas salpicadas de una nieve de verano. Aunque no sentía frío, la Cordillera estaba nevada y la imponente presencia del Illimani le robó el aliento, al mismo tiempo que la altura, haciéndose notoria, le regalaba una gran palidez acompañada de taquicardia y muchas nauseas. Una vez en el corredor de la terminal, Martín le dijo que se quedara a descansar en la banca cuidando el equipaje de mano, mientras él buscaba las dos maletas y trataba de ubicar a la visitadora social que no aparecía por ninguna parte. Conseguido el equipaje, regresó junto a Amanda y se sentó esperando que alguien los reclamase, o por lo menos los ayudase. Pasaron más de dos horas sin que nadie preguntara por ellos; las flotas de regreso a la Llajta partieron a las nueve y treinta y la terminal comenzó a quedarse desierta.

Martín buscó el teléfono que le diera Fray Antonio, y discó el número que le apuntara en el papel. Para desconcierto del chico, todos los números de teléfonos de la zona central habían sido cambiados recientemente; Martín se acercó a la boletería y preguntó por la dirección

de las oficinas de

DIRME

(Dirección

del

Menor); el encargado le dijo que quedaban por San Pedro, pero que nada estaría abierto hasta después de Año Nuevo; las oficinas estatales entraron en Vacaciones Colectivas y atenderían recién a partir del 7 de Enero; dentro de doce días exactamente-. Le preguntó en dónde podrían conseguir un alojamiento barato por esa noche-; el muchacho les dio una dirección de un Alojamiento frente a la Estación, les explicó que podrían irse en cualquier "micro" que diga Estación Central, y que no pagaran más de un boliviano por cada uno.

Asustados y cansados, recogieron su pequeño equipaje y partieron en un "micro" hasta la Estación Central. Amanda se sentía mareada y tan descompuesta por los efectos de la altura, que no tenía tiempo para entender

la

gravedad

del

percance;

Martín tenía setenta y

dos bolivianos de los cien que le diera el cura

para sus gastos de viaje; el joven de la Terminal les recomendó que no pagaran más de diez bolivianos por cama; sin embargo, ese dinero no sería suficiente para vivir los doce días de espera, así es que debía encontrar la manera de comunicarse con la visitadora social cuanto antes... lo pensaría al día siguiente, estaba muy tenso y no quería que Amanda se diera cuenta de su inseguridad y su miedo. Cuando se apearon en la parada de la Estación Central, debieron cruzar la avenida de dos carriles para preguntar a algún transeúnte por el Alojamiento que les mencionara el empleado de la Terminal. Juchi Huajcha quedó perturbado por la presencia de varias mujeres vestidas en forma llamativa y maquilladas en exceso, quienes, en tanto frío, enseñaban las piernas y los senos a los hombres que se les acercaban; algunas discutían con ellos y otras los acompañaban colgándoseles del cuello o palpándoles los genitales en ademán de confianza; lo curioso, es que también habían algunas "cholitas" (mujeres de pollera), que con el mismo atrevimiento, asechaban a los varones que pululaban en los alrededores , y con los que, después de breve charla, se perdían calle abajo o calle arriba. De la nada, surgieron dos hombres rayando los treinta años, que acosaron a Amanda preguntándole cual era su tarifa, si tenía experiencia y si podría atenderlos a ambos; Martín se interpuso, diciéndoles que dejen de joder a su hermana o llamaría a la policía; dicho lo cual y dándose cuenta del error, se retiraron de prisa, justo cuando Sumaj Ccoya vomitaba su almuerzo al pié de un arbolito, como contribución de bienvenida al ornato paceño.

Desde que bajaron del micro, dos mujeres los observaban divertidas; una de ellas era alta, rubia teñida, de facciones toscas pero buena figura; en cambio la otra, era más vulgar, bastante rellena, baja de estatura, cabello negro crespo y con unas piernas con pantorrillas protuberantes que desentonaban su feminidad. Percatadas del inconveniente se acercaron a los niños y, con voz ronca, les preguntaron su

procedencia y a quien buscaban. Enteradas de la realidad y la inocencia e ignorancia de los recién llegados, caritativas, les explicaron que esa era una zona peligrosa para unos niños sin sus padres; que allí frecuentaban las mujeres de mal vivir de la clase "popular", los travestíes (como ellos), y muchos drogadictos y borrachos que aparecían después de la media noche, para ver si encontraban una posible víctima a quien intimidar o agredir, a cambio de un botín que les signifique pagarse el vicio. Les aconsejaron que se retiraran de prisa. Martín les agradeció contándoles que buscaban un alojamiento de diez bolivianos la cama, pues ese era su presupuesto; sin pensarlo dos veces, las "señoritas" los condujeron a uno de los alojamientos de la vecindad, sin nombre pero conocido como "La Madriguera de las Comadrejas"; y, recomendándolos al portero de turno, los acomodaron en una habitación con olor a sexo y humedad, amoblada con dos catres de campaña, ropa de cama sucia y maloliente, una silla enclenque y una mesa destartalada que se mantenía en pié ayudada por tres ladrillos. Había un sólo foco y una pequeña ventana casi al ras del tumbado. Martín bajó en busca del conserje y le pidió un mate de coca para Amanda, éste le dijo que no tenían servicio de restaurante; que cruzara al frente, al quiosco de Carmela, para que ella le vendiera un mate que le costaría un boliviano con cincuenta centavos, así lo hizo; al regresar, vio que sus "amigas" conversaban con un tipo cuya elegancia desentonaba con el lugar; luego de unos minutos de charla, una de ellas, la rubia, se subía a un carro elegante de lunas oscuras para perderse cuesta abajo; la morena se le acercó al notar su presencia y, regalándole un par de aspirinas de su bolso, le recomendó que trancaran bien la puerta de su habitación, asegurándola por dentro, para que nadie pudiera entrar durante la noche; también le recalcó no dejar valores en la habitación, ya que ese alojamiento no disponía de seguridad alguna, y ellos desconfiaban hasta del propio conserje. Al despedirse se presentó formalmente diciendo llamarse Carla Castro por la noche y Carlos Castro durante el día, "estilista" de profesión, empleado en la peluquería del edificio Jazmín; su compañero era Juanita Jimenez por las noches y Juan Jimenez durante

el

día,

empleado como mesero de fin de semana en un restaurante elegante de la zona sur; le anunció que durante toda la semana (vísperas de Año Nuevo), habría mucho borracho y que, por consiguiente, poca seguridad ciudadana, por lo que les aconsejaba no andar solos después de las ocho de la noche; ese sector era frecuentado por hampones, cleferos, alcohólicos y prostitutas baratas, además de homosexuales travestíes.

Amanda se sintió mejor después del mate y las dos aspirinas; no conversaron mucho debido al

cansancio que los doblegó, sumiéndolos en un letargo agitado

pero sin pesadillas. Arropándose con sus buzos y gorros de lana, ambos extendieron sus toallas para recostarse encima de aquellos camastros vencidos por soportar incontables horas de sexo comercializado. No estaban acostumbrados al frío seco del Altiplano.

Mientras descansaban, la Pachamama los recibía con beneplácito, acariciándoles sus ajayus a través de la brisa que, con aliento a puna primaveral, se escabullía con suavidad por la diminuta ventana de la habitación, meciéndoles sus sueños. Al igual que el hijo pródigo, ellos eran frutos queridos que retornaban al seno familiar luego de prolongada ausencia; su Martín Poma Villca, de cuya placenta se alimentó en el momento mismo de su nacimiento y Amanda Thimes Castedo, hija de Steve y Arminda, a quienes consoló la tarde de su inmolación, cobijándolos en sus entrañas bajo promesa del eterno amparo para la dulce Sumaj Ccoya. Testigo de ese pacto, sería el exótico árbol natural y propio, que Pachamama sembró, utilizando el principio simple y primitivo del que deriva todo ser viviente... el germen; producto del amor engendrado por sus hijos sacrificados en manos de la injusticia del hombre; después, regó su siembra con la misma sangre de aquellos valerosos amantes y víctimas inocentes, martirizados por la crueldad de sus propios

congéneres, para que, perpetuando la memoria en sus agresores, sólo de su especie, florecieran orquídeas rojas, extrañas en belleza y dueñas del color exacto al de la misma sangre; posteriormente fueron descubiertas y clasificadas hoy en día como una rarísima especie silvestre, única en su género y hermosura, bautizada con el nombre de Arminda Inmolares.

Durante la celebración de Todos Santos, los colonos lugareños suelen rezar al pié de

aquel

extraño y bellísimo árbol, abogando

por el perdón de quienes, años

atrás, se dejaron llevar por sus malos instintos y que, como castigo al crimen, los Achachilas le ordenaron a Supay abrir la alforja de sus siete plagas, para escarmentar el mal comportamiento de esos hijos ingratos, extirpándoles sus ajayus, para que sus restos mortales fueran devorados por los "alqhamaris" buitres-,

escarmentando con ese castigo hasta a la tercera generación de los

asesinos; quienes desde ya, pertenecían a las huestes del Averno.

LA LLEGADA

Era un nuevo día en una nueva ciudad, Sábado 26 de Diciembre; Amanda y Martín sentían un hambre contenida por las circunstancias, acostumbrada a ser atendida en los horarios y con la disciplina de la vida en la casa Parroquial. Después de un precario aseo en un baño común, carente de duchas y agua caliente; los niños le pidieron a la Conserje de turno que les guardara su equipaje hasta el regreso, ya

que dormirían otra noche más en el Alojamiento; la mujer que cubría el turno del día quedó anonadada de ver una "pareja" de niños precoces, más como estaban desde la noche anterior, se imaginó que todo estaba "charlado" y, sin objetar, guardó las maletas de ambos en un armario con llave; como todo requisito, les exigió el pago adelantado de una noche, equivalente a veinte bolivianos que guardó en su cartera.

El panorama diurno era totalmente distinto al que los recibiera la noche anterior; no estaban las "señoritas" pintarrajeadas y de atuendos sugestivos que se insinuaban a los transeúntes, ni tampoco se divisaba a las cholitas elegantes pero desabrigadas que enseñaban pantorrillas y senos con el afán de "trabajar"; sus amigas travestíes tampoco estaban visibles, muy al contrario, el movimiento era de turistas y personas que caminaban apresuradas en direcciones conocidas; algunos niños que, acompañados de sus padres, visitaban el interior de la Estación, con la idea de ver llegar o partir algún tren; otros recogían a parientes y muchos más, despedían a sus familiares y amigos. Para los niños resultó ser algo divertido. En el quiosco de doña Carmela, Martín compró un vaso de Api con dos llauchas; no saciaron la totalidad de su hambruna pero tratarían de aguantarse hasta la noche. Sin saber qué hacer o a dónde ir, se sentaron en las bancas de madera del andén de la Estación, para ponerse de acuerdo en la estrategia para su supervivencia:

- Bueno, nos quedan cuarenta y cinco bolivianos; el lunes podremos preguntar por las oficinas del banco Nacional y retiraremos lo que haga falta de dinero para vivir hasta el siete de enero; día en el que se reanudará el trabajo de DIRME. Mientras tanto, deberemos hacernos alcanzar con lo que tenemos, así es que averigüemos si hay un mercado en donde vendan almuerzo barato como en Quilla Collo, para

poder comer más tarde. Creo que podemos caminar un poco para conocer el centro, ¿que opinas Sumaj Ccoya?.

- Tú eres el hombre y mandas, creo que estás en lo correcto, vamos a caminar un poco para conocer la ciudad pero, por favor, no te alejes de mi lado, mejor me agarras de la mano.-

Tomados de las manos descendieron las calles hasta llegar a la iglesia de San Francisco; haciendo una pausa entraron en ella para rezar al dios católico, a los achachilas y por supuesto a Supay; de allí bajaron hasta el prado para escuchar a una banda de música que pertenecía al municipio y que interpretaba valses y boleros,

mientras los mayores suspiraban de nostalgia y los jóvenes de

aburrimiento; a unos pasos de allí la policía de Seguridad Ciudadana enseñaba a los niños y jóvenes a observar las reglas de tránsito para peatones; a unos metros de distancia, un partido político hacía proselitismo regalando llaveros y punta bolas que ambos aceptaron con júbilo. Siguieron caminando para curiosear y llegaron al sitio en donde varios "Hippies" o "mochileros" vendían orfebrería manufacturada a la vista de los transeúntes; mientras que Amanda, observaba a una joven de cara bonita pero cabellos mugrientos (que parecían crines cubiertos por un gorro de lana), realizar el trabajo artístico que producía con la agilidad de sus manos delgadas y estropeadas por la mano de obra.

Martín curioseaba atónito la cantidad de fetiches y cristales de colores que eran voceados por los jóvenes mochileros, anunciando sus espectaculares y milagrosas cualidades. La joven, al sentirse observada por Amanda le preguntó su nombre y por el collar de wayrurus que llevaba amarrado al cuello. Sumaj se lo enseñó sin

quitárselo y le dijo que era un regalo de su abuela Tina, como amuleto de la buena suerte. La joven preguntó si lo podía copiar para la venta; Amanda no le puso objeciones así es que, con la agilidad de un felino, la joven de cara bonita y pelos de lana, reprodujo el collar de Amanda usando wayrurus en unos, y diferentes cristales en otros; los curiosos fueron creciendo y la demanda de collares también; en una hora se vendieron cinco (lo que normalmente era la venta de dos o tres días); en gratitud al aporte de la buena suerte de Amanda, la Joven le confeccionó la pulsera con tres wayrurus, que aseguró a su muñeca derecha dándole las gracias y contándole que era chilena, que su compañero era peruano y los otros tres europeos; que se quedarían unos días antes de seguir hacia el Cuzco en donde residirían por un par de meses, pues el turismo era mayor y las ventas también. Fue una grata experiencia para ambos, que continuaron su camino en dirección al mercado Lanza en busca de un almuerzo que, como según les dijeron, vendían a precios muy económicos.

Subiendo por la avenida Mariscal Santa Cruz, Amanda volvió a padecer taquicardia y debieron descansar sentados en la vereda mirando a su alrededor. Siempre tomados

de

las

manos,

intercambiando

un

valor

desconocido

que

iba

convirtiéndose en dependencia mútua. A pocos pasos de ambos, un jovenzuelo dio un empellón a una señora mayor, mientas que el compañero le sacaba la billetera de su cartera, a vista de muchos e impaciencia de pocos, pero sin que la dama se diera cuenta; en el momento en que Amanda abrió la boca para alertar a la señora del robo, sintió el frío de un artefacto punzo cortante en el cuello, al tiempo que uno de los carteristas la amenazaba con cortarle la cara si se atrevía a delatarlos. En menos de lo que canta un gallo ambos mozos se perdían entre la multitud y la dama era alertada por algún peatón caritativo, de estar caminando con el descuido de tener abierta la cartera y por supuesto...sin su billetera. Sumaj Ccoya se quedó muda del susto mientras que Martín, ajeno a todo el asunto, seguía absorto en

sus pensamientos que estaban ligados al reclamo de su estómago... era hora de continuar la marcha. Con lentitud, Amanda le relataba lo ocurrido recomendándole tener mucho cuidado con el poco dinero que les quedaba, ella cambió la ubicación de su mochila de Garfield y decidió llevarla en el pecho en lugar de en la espalda; allí tenían sus grandes valores, los certificados de notas del colegio y del bautizo de ambos, el informe para la visitadora social y lo principal... la libreta de ahorros con la autorización notariada de Fray Antonio para poder utilizarla.

Los comedores populares del mercado Lanza estaban semi vacíos por la hora; el grueso de la gente almorzaba entre las doce y media y la una y media; eran casi las tres de la tarde cuando llegaron en busca de almuerzo. Las vivanderas ya casi habían concluido de lavar sus platos y, de limpiar los manteles de hule de sus mesas, cuando vieron a los dos adolescentes; de mútuo acuerdo, ellos se instalaron en la mesa del centro que aún tenía el fogón encendido; por tres bolivianos les sirvieron sopa de verduras y, de segundo, ají de fideos que les supo a gloria; la cocinera encantada con el apetito de la parejita les dio su "yapa". Terminaron de comer, pagaron sus seis bolivianos y decidieron comprar un boliviano de "marraquetas" y otro boliviano de plátanos, con los que calmarían cualquier rebrote de apetito en la noche, o temprano por la mañana. De regreso, se entretuvieron en la recién inaugurada Plaza de los Héroes de San Francisco, había rondas de gente que presenciaba representaciones de fonomímica, otros grupos

escuchaban

interpretaciones de música nacional, al son de quenas y charangos; todos los artistas tenían sus sombreros o latas asentadas en el piso, con el afán de recaudar las donaciones de los asistentes; también habían vendedores de cortapisas o de libros que hacían sus demostraciones ofreciendo sus productos. La variedad era enorme y la cantidad de público lo era aún más. A las siete de la tarde, cuando se encendió el alumbrado público supieron que era hora de iniciar el retorno; no tenían presupuesto

para

movilidad así es que decidieron subir por la calle Sagárnaga

hasta llegar a la Estación. Los turistas y mochileros estaban en toda la zona, la mayoría sacaba fotos o filmaba a las "Qulliris" -curanderos- o "Qullanis" -el que tiene medicina- quienes exponían las yerbas, semillas, raíces y otros componentes utilizados para curar los males del alma y la mala salud del cuerpo; además de los fetiches para el amor, la buena fortuna, contra los maleficios etc. etc. Lo que más llamaba la atención de los turistas era la cantidad de "sullus" - aborto o feto de llama- que, momificados, estaban expuestos para ser quemados en las "mesas" (ofrendas preparadas con variados ingredientes, frutas, dulces, hojas de coca, sullu, nueces, lana virgen, confites, imágenes de santos y casas en plomo o azúcar etc. etc.), esta ceremonia es conocida como la "q'uwa" para la Pachamama; algunos compraban los ingredientes por curiosidad y, uno que otro, amuletos para el amor, dinero o buena suerte; tratando de darle crédito a la medicina natural. En uno de los puestos, una pareja de americanos trataba de hacerse entender para que le explicaran el significado de unos amuletos conocidos como"Warmimunachi", supuestamente usados para retener indefinidamente el amor del bienamado(a). Arminda explicó a los americanos el significado del amuleto, que consistía en la representación de una figura masculina y otra femenina en posición del acto sexual, talladas en piedra caliza de una sola pieza (piedra blanca muy suave común del Altiplano); el que la regale, tendrá a su compañero atado a su ajayu de por vida; también les explicó el significado de las ofrendas, y consiguió que la vendedora les prepare una "mesa" de la buena fortuna, que sería ofrendada a su retorno, ni bien pisen tierra americana. El matrimonio muy agradecido y, como retribución, les obsequió una pareja de Warminunachis que ambos colgaron del cuello; la señora les regaló dos barras de chocolates Milkyway y un paquete de goma de mascar; contentos los cuatro, se despidieron muy satisfechos, con el compromiso de encontrarse al día siguiente para pasear por el centro de la ciudad y, por sus servicios como intérpretes, les pagarían la suma de diez dólares americanos, que les aseguraban diez días de almuerzo en el mercado Lanza; con lo que la mitad de su problema estaría casi resuelto.

De regreso a "La Madriguera de las Comadrejas", se dieron con la ingrata noticia de que la conserje del día ya no se hallaba de turno, y que el conserje de la noche les exigía el pago de veinte bolivianos si querían pasar la noche allí. Después de argumentar y explicar reiterativamente que ya pagaron por adelantado, no les quedó otra alternativa que volver a cancelar los veinte bolivianos, para poder recuperar su equipaje y subir a la misma habitación que los alojara la noche anterior. Preocupados ante el incidente, salieron en busca de Carla y Juanita que, como cada noche, estaban a la intemperie, a la espera de un cliente que les comprara un momento de intimidad. Enterados del percance, sus amigos travestíes prometieron buscar a la conserje del día para aclarar el asunto y recuperar el importe de los veinte bolivianos; a continuación y mientras esperaban la llegada de algún bisexual, los adolescentes les contaron de su procedencia y la historia de los últimos cinco años vividos en Quilla Collo, a cargo de Fray Antonio; ellos a su vez, contaron sus historias sin entrar en detalles que los chicos aún no entenderían; de todos modos, nacía una linda amistad entre los cuatro, y los travestíes invitaron a los niños a tomar un "tesito" al día siguiente, tan pronto terminen su jornada con los turistas americanos. Quedaron en verse a las cinco de la tarde en el lugar de siempre, justamente, cuando fueron interrumpidos por un grupo de jovenzuelos bastante alegres por el notorio consumo de alcohol, por lo que los niños se retiraron presurosos, mientras Carla y Juan negociaban favores.

Para sorpresa y alegría de ambos les habían cambiado las sábanas (lo hacían todos los sábados), y aunque percudidas, olían a limpio. Sentados sobre ellas, se dieron un festín con los chocolates, las marraquetas y parte de las bananas. El domingo después de sus compromisos, irían a escuchar la misa y el día Lunes llamarían a Fray Antonio desde la oficina de Entel, para informarle que la visitadora no se

presentó en la Terminal pero que ellos estaban bien y la contactarían después de las vacaciones colectivas. Muy de acuerdo, se cepillaron los dientes, se lavaron las manos y

la

cara

y

se acostaron con la sonrisa de la seguridad puesta en el

mañana.

Como acordado, previo a las dos bananas de desayuno, bajaron caminando hasta la calle Sagárnaga en donde los americanos, acompañados por tres australianas, esperaban ansiosos a sus guías intérpretes. Ellos disfrutaron y conocieron la ciudad a la par que los extranjeros, alquilaron un pequeño minibus con un conductor que los llevó a los sitios mas frecuentados por los turistas; estuvieron en la Plaza Murillo, la Calle Jaen, entraron al Museo de Etnología y Folklore de la calle Ingavi, visitaron la Catedral, la Iglesia de Santo Domingo y posteriormente, bajaron hasta el Colegio Militar, pasando por la casa presidencial en el camino hacia la zona sur; de allí siguieron a Mallasa hasta llegar al Valle de la Luna, en donde se tomaron muchas fotos; los extranjeros les invitaron un modesto almuerzo en un restaurante popular del pueblo de Valencia, y de allí, retornaron a la ciudad. Concluido el recorrido, cada quien obtuvo la paga acordada. Los americanos intercambiaron direcciones y se despidieron unos de otros. Amanda y Martín fueron al encuentro de sus amigos travestíes que, vestidos de varones, los estaban esperando. Interin, trataron de ubicar a la conserje del día, pero les dijeron que salió de vacaciones, con lo que los veinte bolivianos se evaporaron definitivamente y los niños decidieron llevar consigo su equipaje.

Los travestíes compartían un pequeño departamento de tres habitaciones baño y cocina, ubicado a un par de cuadras de la estación; dos de las habitaciones eran dormitorios, la otra fungía de sala-comedor, el amoblado era barato y muy modesto, pero no faltaban ni el televisor, ni un equipo de música; en la cocina había

un refrigerador pequeño y una cocinilla a gas con dos hornillas, algo de menaje y vajilla; todo muy pulcro y ordenado. Mientras conversaban les sirvieron el té, acompañado de unos bollos de canela que no sabían ni a la mitad de lo bueno de los que preparaba Amanda; en su inocencia, Sumaj les ofreció prepararles unos buenos bollos de canela y cualquier otra cosa que se les antoje; aunque no se imaginaban la habilidad y el dominio de la niña, tanto para la repostería como para la cocina, aceptaron de buen agrado. Después del té ordenaron a los niños darse una buena ducha pues ya comenzaban a despedir algunos olores bastante extraños, propios de la falta de agua y jabón; también

se

cambiaron

de ropa, y

Amanda pudo lavar lo sucio, dejándolo para que secara y poder recogerlo al día siguiente. Como ya eran cerca de las siete, Martín sugirió que fueran a la iglesia como todos los domingos. Muy agradecidos se despidieron de los travestíes, dejándoles en custodia su equipaje para recogerlo al día siguiente junto con la ropa limpia.

Ya en las calles, un poco desorientados, preguntaron por la ubicación de una iglesia; les informaron que la más cercana sería la capilla del cementerio. Apresurándose llegaron justo al comienzo de la misa que, como era de cuerpo presente, duró más de una hora. A la salida, fueron arrastrados hacia el interior del campo santo por la muchedumbre y, sin tener en cuenta lo avanzado de la hora, aprovecharon para visitar las tumbas de los héroes de la guerra del chaco y de uno que otro famoso o ex alcalde, que aún yacía olvidado allí. Cuando el silencio se hizo sentir, fue porque la oscuridad tomó posesión de su imperio nocturno permitiendo que una que otra luz, muy tenue, les mostrara un único camino a seguir y que no era precisamente el de la salida. Tomados de las manos buscaban el exterior de aquél laberinto mientras un terror ya vivido les penetraba su interior. La imaginación se les mezclaba con la realidad para atentar en contra de sus cinco sentidos; visiones de espectros los atisbaban desde sus nichos; ruidos extraños e

inexistentes eran escuchados en sus adentros; el sudor frío hizo presa de sus extremidades y el olfato perdió todas sus facultades. Estaban estáticos por el miedo, cuando casi se les paraliza el corazón ante la abrupta aparición (de entre los mausoleos), de una pandilla, integrada por nueve muchachos cuyas edades oscilaban entre los siete y quince años. De sólo verlos, fueron reconocidos por los niños como lo que eran en verdad, una pandilla de "cleferos"; intrusos, que cada noche, encubiertos por la oscuridad, irrumpían el cementerio en busca de cobijo en el interior de los nichos desocupados, alterando el eterno descanso de los muertos. Confundiéndose con los visitantes de las tinieblas se adueñaban de todo el campo santo por más de seis horas; ésto ocurría cada noche sin que nadie quisiera hacer algo para evitarlo, tan sólo dejaban que sucediera pensando que por lo menos eran aliados de la noche y las ánimas los preferían dentro de su panteón que fuera de él.

La primera reacción de Sumaj fue la de cobijarse en los brazos de Juchi Huajcha quien, a su vez, no pudo contener la pérdida de un poco de orina que se deslizó inadvertida

por

sus

muslos;

para

disimular

su

miedo

encaró

al

grupo

preguntándoles cómo podrían alcanzar la salida; el que los comandaba le respondió amenazante que nadie entraba ni salía de allí después de las diez de la noche, por tanto, debían prepararse para pasar la noche allí que, sin duda, sería la peor noche de sus vidas.

Las lágrimas de Amanda no inspiraban compasión, al contrario, incrementaban la hostilidad y el maltrato verbal de los agresores. El mayor, delgado y cadavérico que vestía una chamarra raída y tres tallas más grandes que la suya (que comandaba el grupo), ordenó a ambos vaciar sus bolsillos y entregarles sus pertenencias. Sumaj fue despojada de su mochila de Garfield la que fue desempacada en su totalidad en

busca de algo de valor; sobres, certificados y libreta de ahorros no fueron tomadas en cuenta, tal vez porque ninguno de ellos sabía leer o escribir de corrido; las muñecas barbies perdieron piernas y cabezas; los libros de colorear y los lápices que descansaron intocables por seis años fueron confiscados por los menores y no para ser usados, sino más bien vendidos o permutados. Cuando descubrieron el collar de wayrurus en el cuello de Amanda y trataron de arrancárselo de un jalón, los dedos de los agresores recibieron una descarga eléctrica que les impidió volver a intentarlo; entonces se abalanzaron sobre ella para quitarle su ropa, ya que así, los mayores se divertirían un poco enseñando a los más pequeños lo que para ellos sería un acto de pornografía en vivo. Producto de su amor por Amanda, y sin podérselo explicar; Martín fue poseído por un algo sobrenatural que, sin medir fuerzas ni desventajas, impulsó a defenderla emprendiéndola a patadas y golpes contra los agresores quienes, dada la debilidad en que mantenían a sus cuerpos, unos poseídos por la tuberculosis y los otros aniquilados por la anemia (además de su adicción a la clefa), no opusieron mucha resistencia en aquel desigual pugilato.

Como reacción al inesperado ataque, las armas blancas hicieron su aparición anunciándose al amparo de tenues rayos de luz de luna, que las hacían visibles al tiempo de blandirlas en el aire. Entendiendo la inferioridad bélica, Martín recurrió a la memoria del Capitán del Siglo y, con feroces gritos de socorro, le ordenó su inmediata presencia. Incredulidad y pavor en los rostros de los muchachos precedieron a la espectacular llegada de Holofernes, cabalgado por Mariano Melgarejo. La luz prevaleció a la oscuridad iluminando la presencia de tan notables espectros que, dejando su hábitat en el pasado de nuestra historia, transgredían los espacios, abandonando su Tarata en el país del encantamiento para acudir al llamado de auxilio de su querido Churi.

- Ya veo mi Churi... estás rodeado de "Asnas" - hediondos - y "usutas" - enfermos-. Este panorama es "Aysaraña" -una cosa terrible-, decía como de costumbre, mezclando el quechua con el español..

- Si, ya sé, ¡no me entienden un carajo!, pero se los repetiré en aymará también; son una sarta de "Achacos Tucsas" - ratones hediondos-, una mierda, una escoria de la sociedad; ¡son puro "Yacca"! -excremento- y como lo que son viven y son tratados. ¡Aléjense de mis mortales!; al primero que ose o intente agredirlos me lo cargo conmigo al mismísimo infierno, o lo dejo con vida eterna en esta tierra para que sea parte de mi ejército de muertos vivientes. ¿¡me han escuchado porquerías! ?-

¡ Respóndanme so Carajos!

¡Siiiii Señor!-; contestaron aterrados los nueve agresores, refregándose los ojos con la esperanza de hacer desaparecer al espectro al limpiarse las lagañas guardadas de varios días.

-¡Muy bien! así me gusta; a partir de hoy, serán guardianes de la integridad de mi Churi y su hermana Sumaj; confiarán en ellos y quizá uno o dos de ustedes puedan dejar el vicio y darle fin a esta vida de infierno que voluntariamente han escogido-. Si algo les sucede esta noche... mañana no queda ninguno en pie.. ¡ les juro!.-

¡Ah!, ¡otra cosa mostrenco!; quiero aclararte algo importante de la historia; respecto a la discusión que mantenían ustedes dos acerca de la hoja de coca; yo fui siempre defensor de ella y de sus poderes curativos; hasta pensé dominar Europa con su comercialización. En 1860 yo estuve en tratativas con un súbdito italiano que vino a buscarme; le regalé varios tambores de la mejor coca de los Yungas, hizo sus experimentos con un francés y fabricaron varios productos en base a la cocaína, algunos medicinales y otros no. Me enteré de que la cocaína estaba en todos los laboratorios de Europa, pero justo cuando la cosa comenzaba a ponerse interesante fui derrocado; fue recién en 1885, que el gobierno del presidente Gregorio Pacheco autorizó la fabricación de cocaína en Los Yungas, y suscribió, en 1886, un convenio dando exclusividad al gringo Henry Rusby (previo pago de un patente simbólico de 200 bolivianos), para la fabricación de cocaína en La Paz, por el lapso de seis años. En el 1887, mi gran amigo, el Dr. Lorini, fue premiado con la medalla de plata por la fabricación de sus elixires de quina y coca; bien merecido por mi amigo el doctor; mi Juanacha y su mujer fueron grandes amigas, la señora de Lorini le trajo de regalo desde Italia una máquina de coser a la Juanacha, su alegría fue tal... que como retribución yo le obsequié unas tierritas en los yungas para que cultivara la hoja medicinal... ¡ese tipo si que se lo merecía!; y su mujer también por hacer tan feliz a mi Juanacha... ¡eran otros tiempos aquellos mi Churi!.

Dicho esto y, sin que Martín pudiera responder o agradecer su acertada intervención, mientras cabalgaba a Holofernes en dirección al infinito, la presencia de Mariano Melgarejo se fue desvaneciendo. Un gran silencio acompañado de inamovilidad reinó por varios minutos, hasta que Juchi Huajcha tomó la palabra:

- Bueno, ya lo saben; ese que acaba de hablarles es el fantasmade Mariano Melgarejo, ex presidente de Bolivia conocido como el Capitán del Siglo, es mi protector él me regaló esta medalla ello que llevo al cuello, tiene su cara y es revieja acá marca el año 1866 en la ciudad de Potosí, de la Casa de la Moneda; él en persona me la dio hace años y nadie puede tocarla o le pasa lo mismo que con el collar de wayrurus que lleva puesto mi hermana en su cuello... Mi nombre es Juchi Huajcha y el de mi hermana Sumaj Ccoya; venimos de Cochabamba; yo soy de aymará y también quechua, Sumaj es Ayorea mezclada con extranjero, ¿quienes son ustedes y cómo se llaman?. El mayor respondió por todos, introduciendo a cada uno por su nombre si lo tenían, o solamente por su apodo:

Este (refiriéndose a un niño de unos doce años y de cara aplastada), es el "chojo", -que en español significa orina-; su nombre es Jony Mamami, está con nosotros desde hace tres años, cuando lo salvamos de que los "supays" (otra pandilla), lo maten a palos después de que lo violaran los más grandes; como estaba todo meado, seguro que del susto (siempre que se asusta o no tiene clefa se mea los pantalones), se quedó con ese apodo; es buena gente nomás sólo que se volvió tartamudo después de que lo violaron; creo que se perdio de sus padres en la zona del Alto y no pudo regresarse.

Este, señaló a otro chico de la misma edad que semejaba un monito, es el "Sipu", -arruga- siempre está triste y con la cara arrugada; es de la calle; a veces se pierde un tiempo en algún sitio para callejeros, se compone un poquito pero siempre vuelve, no tiene nombre fijo, lo cambia cada que vuelve en aquí.

Estos dos son hermanos (de aproximadamente unos ocho y diez años); a uno lo apodamos "Chujcha", -cabello- porque siempre está greñudo; su padrastro le partió la calavera tantas veces que ya no se deja ni peinar; es pura cicatrices; a su hermano le decimos el "Chuyma", -corazón- siempre se está quejando que le duele en ahí, -y señala el corazón-, creo que es por su dentro, sólo la clefa lo calma, no creo que viva mucho; su padrastro los pegaba de sano y de borracho; lustre de zapatos hacían pero un día otros pandilleros les quitó sus cajas, y de susto no regresaron a su casa; ya están en acá casi cuatro años. Creo que sus nombres son Pedro y Julio pero no saben de su apellido.

Estido es el "Ttanta" (un niño de raza blanca por debajo de la mugre acumulada), pan- siempre se está comiendo pan, vive de pan, no le gusta mucho clefear, lo hace gomitar; se llama Tomás García, es medio q'ara, creo que lo robaron cuando era de tres; parece que es de Santa Cruz porque no aguanta el frío; lo encontramos en la Buenos aires, casi lo linchan las cholas por tirarse una marraqueta y era porque moría de hambre y solo estaba, así es que lo recogimos hace sólo un año, debe tener sus cinco ya nomás, no sabe ni las letras y siempre llora.

Esta es Mary, mi concubina creo(señalando a una muchacha con cara de globo morado y crines cortados en distintos tamaños), aunque a veces la presto a otros por algo de clefa o comida; está embarazada; es su sexta wawa; siempre aborta y el único que nació se lo quedaron en el hospital, porque no teníamos dinero para sacarla, y se tuvo que escapar; de todas formas la wawa estará mejor allá que en acá; es de la calle como diez años; su familia es de tener pero no quieren ni verla porque está muy en el vicio, sin cura; antes la policía se la llevaba disque pa "lavarla y hacerle cortar su pelo", pero no era para eso, siempre se la violaban y dos

veces la embarazaron; ahora ya no la buscan porque ha cambiado, se le ha hinchado su cara y

se ha puesto morada, creo que está medio mal, es por la

barrigota que tiene más que por la clefa; consume pitillo (pasta básica), pero se ha vuelto cada día mas tonta, casi no habla y no se acuerda de nada. En la calle no se vive largo; ella debe de andarse en sus diecisiete y le decimos "Sulluña" por las muchas veces que ha abortado.

Estite (otro de los más jóvenes, con carita de chino viejo), es Alex Condori, tiene siete cumplidos y hacen seis meses que lo encontramos en el mercado de la 16 de Julio en El Alto; sus padres lo han despachado del campo para que busque quibo en la ciudad, ellos no tenían posibilidades ni de un pancito dice, por las sequías dicen... yo creo que ya se aburrieron de él; así nos mandan a varios y nosotros y otros más los agarramos cuando bajan de los camiones en el peaje. Este, es guenito y nos atiende bien, estaba de cargador pero es tan flaco y petizo que no conseguía trabajo y hacían tres días que estaba sin comer. Aún no tiene de su apodo pero creo que le pondré "huallpa" - gallina-.

Bueno, este t'una, es nuestro "Ckuti" -pulga- (un negrito con ojos de canicas blancas), lo hemos criado desde nacido; la Mary se hizo cargo, lo hallamos en un basural cerca al río mientras buscábamos algo que nos sirva pa vender o pa comer; estaba recién nacidito y metido en una bolsa de yute, justo los chanchos estaban rompiendo la bolsa para comérselo, pero en eso llegamos y lo salvamos; creímos que se nos moriría pero ya ves... éste debe de ser de padre negrito porque mirale sus rulitos, es muy bonito y todos en aquí lo queremos, es como mi hijo, hasta ahurita no se le permite clefear porque sólo tiene tres años. Son muchos a los que hemos sacado dentre las basuras y los hemos entregamos a las monjitas de El Alto; otros, cuando los encontramos, ya están muertos mascados por las ratas o los

chanchos; pero este...era de otra clase siempre y la Mary se emperró en quedárselo; justo había perdido una wawa, así es que le dijimos que sí; no le falta nada, tiene ropitas y come de primero, si se enferma lo llevamos al doctorcito Parada que no nos cobra nunca.

Estidos nomás seríamos. El que habla se llama Jerónimo y está prohibido ponerme apodo, me dejaron en un orfanato del estado, allí estuve jodido hasta mis quince; estudié en la escuela; tuve que aguantar muchos palos y también fui violado por un maestro cabrón; de ahí un buen tiempo me comenzaron a gustar los hombres y por eso me echaron, y como no tenía a donde irme es que me las busqué en las calles. Ya pagué mi derecho de piso; aprendí a clefear para pasar el hambre, lavaba autos pero los más grandes me quitaban el dinero; lustré zapatos hasta que otros "perros" me dieron una paliza para robarme mi caja; después me invitaron marihuana, coca y "tockos" o pitillos y eso fue lo que más me agarró; ahora clefeo porque nomás es lo más barato pero cuando hay para otras cosas, más mejor. Ninguno tenemos casa y debemos sacarnos la mierda con otros polillas, peleándonos por los "agujeros", para jatear o guareceremos de las lluvias y el frío; no tenemos más de los trapos que llevamos puestos; si nos regalan ropas viejas las cambiamos por las sucias que usamos y así es siempre; no tenemos cajas ni bolsas ni lugares para guardar cosas, así es que lo de valor que conseguimos, lo vendemos a los "rescatiris"; esos nos compran de todo y luego no sé que harán; a veces nos cambian algunas cosas por clefa o un "tocko". Cuando la Mary esta preñada la mandamos al Ejercito de Salvación para que coma más mejor; cuando está por parir la dejamos en cualquier puerta de un hospital y la tienen que atender o se les muere. Esta es nuestra gran perra vida de mierda; ¿cual es la de ustedes?

Ambos se dieron cuenta de lo afortunados que habían sido; su destino pudo ser el de cualquiera de los protagonistas de las historias patéticas y dramáticas que acababan de escuchar; les quedó claro que jamás permitirían que algo semejante les sucediera. A grandes rasgos Martín les contó sus vidas, mientras se guarecían del frío nocturno en el interior de un mausoleo, perteneciente a algún rico o famoso, cuyos restos ya fueron trasladados al nuevo cementerio "Jardín" de la zona sur.

Dentro del mausoleo (convertido en refugio a la droga y promiscuidad), habían dos velas usadas, unos fósforos y varias bolsas plásticas con restos secos de clefa, que las utilizaban para inhalar; todos se recostaban en el piso sobre unos cartones, y si la clefa no era suficiente para mitigarles el frío, se tapaban con otros cartones que recogían de las puertas de las tiendas de la calle Comercio. Cuando abandonaban un refugio dejaban todo en él; eran nómadas por costumbre o necesidad. Según les dijeron, su peor enemigo era la policía, los acosaban cada cierto tiempo (generalmente cada tres o cuatro meses), por culpa de los vecinos que no paraban de quejarse para que los expulsen del lugar. Jerónimo vivió en las cuevas del cerro Laikacota, en las laderas de la periferia, debajo del monumento al soldado desconocido, en las alcantarillas del río Choqueyapu, en los subterráneos del pasaje Marina Nuñez del Prado y, por ahora, en los mausoleos abandonados o en los nichos vacíos del Cementerio General, hasta que también lo expulsen de allí. Los "polis" les confiscaban todo lo que les encontraban en sus mugrientos bolsillos, les daban una ducha de agua fría, les rapaban la cabeza y los devolvían a las calles y así... sucesivamente; padecían de desnutrición aguda, parásitos, o tuberculosis; pocos se reintegraban a la sociedad; generalmente, cuando crecían se volvían hampones y se juntaban con alguna banda de carteristas, auteros o cogoteros; unos pocos desertaban para enrolarse en el ejército (los que tenían partida de nacimiento), y otros eran

convencidos

para

integrar los

programas

de

rehabilitación,

organizados por damas voluntarias, ONGs o algún organismo con financiamiento

extranjero. Los más afortunados eran aquellos que lograban dejar el vicio y no tenían mucho daño cerebral; de su pandilla podrían rehabilitarse los más pequeños porque los mayorcitos, además de estar muy enfermos, ya no podían estar ni un día sin clefear.

Sumaj, con gran tristeza, les contó que su destino final era DIRME

y que se

presentarían allí, después de las fiestas, en la oficina de la visitadora social que fue a Cochabamba a entrevistarlos. Jerónimo los desanimó arguyendo lo experimentado en carne propia, aunque reconoció que allí se vivía mejor que en las calles; de todos modos, le recomendó a Amanda cuidarse mucho porque las niñas blanquitas y bonitas no se quedaban mucho tiempo, las enviaban al exterior o a Santa Cruz en forma secreta; él pensaba que era un negociado que tenían las administradoras con alguna autoridad del gobierno, pues nadie preguntaba nunca por las que se iban de un día para el otro, y como Sumaj Ccoya era de ojos azules, seguramente la despacharían pronto, por más recomendación del cura Antonio que hubiera de por medio. Los chicos quedaron pensativos y las dudas comenzaron a dar vueltas en la cabeza de ambos.

Durmieron un par de horas, bajo los efectos de una anestesia casera de malos olores fermentados por emanaciones de la clefa, que despedían los poros de las pieles de aquellos vagabundos. A las cinco y media de la mañana, Jerónimo les dijo que debían marcharse pues el cementerio se abriría en media hora; les devolvieron sus pertenencias pero se quedaron con los bolivianos como cobro simbólico del "peaje", por haberlos cobijado una noche. Salieron de allí con el corazón dolido de haber palpado tan de cerca la miseria humana, bajaron caminando hasta la vivienda de Carlos y Juan, pero como era aún muy temprano, no les abrieron la puerta y tuvieron que esperar sentados en la acera por más de

dos horas; a las ocho y treinta los hicieron pasar mientras que dos visitantes salían presurosos-

-Hola chicos... ¡Por Dios! mirá nomás que caras traen, ¿les sucedió algo?... además están apestando a aguarrás o thinner... no me dirán que han estado clefeando, porque de ser así, ¡terminamos nuestra amistad en este instante!-; dijo Carlos con ademanes femeninos naturales en él

- No claro que no, solamente fuimos "secuestrados" por una pandilla de cleferos; pasamos la noche en un mausoleo del cementerio general-; comentó Martín.

Les contaron lo sucedido con lujo de detalles, mientras desayunaban con una taza de té, acompañada de una crujiente marraqueta. Los travestíes anonadados, no perdían el hilo de la historia ni mucho menos el asunto relacionado con la aparición de Mariano Melgarejo, que la atribuyeron a una mezcla de fantasía con el producto de la imaginación causada por un gran miedo; aunque el hecho de haber salido ilesos de esa aventura, era realmente milagroso. Después del desayuno fueron invitados a ducharse y, a las nueve en punto, salieron los cuatro rumbo al centro de la ciudad. Los niños buscaron las oficinas de Entel; llamaron a Quilla Collo pero el cura Antonio no estaba, así es que le dejaron el mensaje de que se hallaban bien y que no debía preocuparse; ya no quisieron alarmarlo con lo sucedido; la llamada les costó dos bolivianos, por lo que les quedaba cuarenta bolivianos, del cambio de los diez dólares.

Después de hacer sumas y restas, decidieron pasar por el banco para sacar algo de dinero de la libreta de ahorros. Cuando por fin dieron con el banco, se encontraron con que éste estaba cerrado por balance de fin de año, y que recién abriría el día tres de Enero; eso sería dentro de seis días, y el alojamiento les costaba veinte bolivianos diarios, sin contar la alimentación; después del susto de la noche anterior no querían dormir en la calle. Amanda sugirió ir nuevamente por la calle Sagárnaga en busca de algunos turistas que quisieran un guía o un intérprete, así es que regresaron al lugar con la esperanza de ganar unos pesos. Subieron y bajaron las tres cuadras frecuentadas por los turistas pero no sucedió nada; los visitantes de ese momento eran curiosos descapitalizados y tal vez en la misma situación que ellos mismos. A las tres de la tarde decidieron ir hasta el mercado Lanza por un almuerzo que lo dividirían entre los dos; su "casera" los reconoció de inmediato y les sirvió en abundancia, cosa de que los chiquillos pudieran compartir la comida. Medianamente satisfechos y para mitigar el hambre de la noche, compraron cincuenta centavos de pan y cincuenta de plátanos y luego retornaron a la calle Sagárnaga hasta que, a las seis de la tarde, decidieron claudicar, abandonando el lugar para ir en busca de Carlos y Juanita o Carla y Juan; daba lo mismo. Cuando llegaron donde sus amigos travestíes fueron testigos de la transformación; estaban en plena transmutación aparente de sexos. Para Sumaj Ccoya la experiencia fue increíble, ayudó a Carlos a convertirse en Carla y a Juan en Juanita, peinó sus pelucas, abrochó sus sostenes rellenos de silicona, vió como ocultaban su masculinidad con ayuda de bragueros suspensores, utilizados más por los deportistas que por los maricas. Cooperó con la depilación de piernas, brazos, pecho y barba; aprendió a usar correctores y bases de "make up" para ocultar las imperfecciones varoniles. Al cabo de una hora de entretenido pero arduo trabajo, la obra de arte dejó ver sus frutos; eran dos mujeres muy atractivas, tan sólo la voz delataba su verdadero sexo. ¡Por fin listos!, los cuatro partieron en dirección a la Estación Central, de allí, pasaron por "La Madriguera de las Comadrejas" y, tanto Carlos como Juan, recriminaron al conserje por haber permitido que una mujer les

estafaran los veinte pesos que los chicos cancelaron por anticipado, debido a su infantil ingenuidad; para evitar problemas el conserje prometió darles una habitación fija por quince pesos la noche; además, podrían tener la llave y dejar su equipaje mientras estuvieran hospedados. Sin pensarlo dos veces cancelaron treinta pesos por dos noches y se quedaron en poder de la llave, de un cuarto con sábanas recién cambiadas, mejor ubicado y con dos sillas en lugar de una. Esa noche acordaron olvidar las preocupaciones para descansar temprano, recuperando la mala noche que pasaron en la intimidad de aquél mausoleo.

Por la mañana regresaron caminando a la calle Sagárnaga. Durante toda la mañana estuvieron ofreciendo sus servicio como intérpretes; lo único que lograron fue el almuerzo gratis en el mercado Lanza, costeado por un grupo de mochileros que quería almorzar barato; la "casera" del comedor popular les ofreció invitarles el almuerzo del día siguiente, agradecida por haberle enviado esa clientela que la frecuentó durante muchos años, haciendo de su negocio una mini empresa muy rentable. Por la tarde, sin éxito alguno, regresaron a la casa de sus amigos para ayudarles en la transformación de identidad que era su ritual diario de aquella hora. Además de tomar una ducha y mudarse de ropa, Amanda lavó la ropa sucia y la dejó secando en la pequeña lavandería. De sólo ver como vivían sus amigos se adivinaba lo precario de su economías. Según Martín, ambos trabajaban y ganaban regularmente bien, sin contar los ingresos por su trabajo nocturno; era pues extraño que su despensa y el refrigerador esten siempre semi vacíos y que no tuvieran más que lo indispensable para tomar un café o un mate. Con la preocupación de un buen amigo, Juchi Huajcha les preguntó el porqué de su extrema pobreza. Ambos explicaron que estaban ahorrando dinero para hacerse el cambio de sexo, era una operación muy costosa; llevaban diez años tratando de juntar el dinero, ya no les faltaba mucho, se irían a Brasil donde un cirujano famoso que ya operó a varios conocidos; por otro lado, muchas veces ellos terminaban

pagando por los servicios en lugar de cobrarlos y, lo peor, era que pagaban a la policía una suma fija mensual por concepto de protección, gracias a la cual, podían "trabajar" sin ser golpeados o detenidos; ahora que, últimamente, Carlos no se estaba sintiendo muy bien, muchas noches no podía trabajar por el desgano y malestar, además de unas manchas que le estaban apareciendo en la espalda; creían que se trataba de alguna alergia; ya pidieron cita con el dermatólogo para después de año Nuevo y entonces decidirían si tomaban vacaciones o seguían con el plan de austeridad, hasta terminar de juntar lo que les faltaba para convertir su más grande sueño en una tangible realidad. Esta fue la respuesta a los cuestionamientos de los muchachos y entendieron perfectamente; ellos tendrían que hacer lo mismo; ahorrar y ahorrar, durante mucho tiempo para poder ser libres e independientes.

Como cada tarde, partieron los cuatro caminando hasta la Estación Central, en donde los chicos se despidieron para entrar a su Alojamiento.

A las dos de la mañana fueron sacudidos por varios golpes a la puerta; era el conserje que les informaba que uno de sus amigos había sido golpeado y asaltado por delincuentes que casi lo matan. Carlos fue trasladado al hospital general e internado en emergencias, muy maltrecho; los chicos fueron hasta su casa y, en las gradas, esperaron la llegada de Juan hasta las cuatro de la madrugada, sentados en la puerta. Estaban casi dormidos cuando éste apareció acompañado del mismo caballero elegante y maduro, que subió a Carlos aquella noche en su coche de lunas oscuras. Entre asustado y disgustado Juanita les preguntó porqué estaban allí, al enterarse lo sucedido, el caballero se ofreció para llevarlos hasta el hospital y saber de la salud del paciente.

En el hospital la cosa se agravó mucho. Carlos, aunque lentamente, se recuperaría de la fuerte golpiza recibida, de lo que no se podría recuperar jamás, sería del SIDA que ya comenzaba a hacerle estragos a su organismo porque estaba en su fase terminal. Aparentemente había sido infectado por algún homosexual hacía unos cinco o siete años atrás y, seguramente él, a su vez, habría infectado a muchos más, comenzando por el caballero de cabello cano, elegante y disoluto, que hubo de ser atendido en emergencias a raíz de un preinfarto, ocasionado por la noticia. Juana rompió a llorar.

Debido a los últimos acontecimientos, Sumaj y Juchi Huajcha aceptaron acompañar a Juan mientras asimilaba la situación y se reponía de su tragedia. Carlos no sobrevivió muchos días, a la semana del incidente les notificaron de su defunción y la incineración inmediata de sus restos. Como no tenía familiares cercanos a quienes participar el deceso, Juan se hizo cargo de todo, incluyendo los ahorros mancomunados, que eran suficientes para lograr realizar ese viaje a Brasil él solo. Despidiéndose de sus amigos les pidió que se quedaran un mes a cargo de su vivienda; que todo estaba pagado y que él pensaba estar de regreso en ese lapso. Les dejaría cien dólares para cubrir los pagos de servicios y lo que hiciera falta; de demorarse más, les avisaría mediante una carta a las oficinas del correo y, si acaso, les enviaría un giro por otro tanto.

Al enterarse el dueño de casa del deceso de su inquilino homosexual, y las causas del mismo, comenzó a hostigar a los muchachos para que desocuparan el lugar, argumentando que no eran ni parientes ni herederos del difunto. Por último, les dio una amonestación verbal exigiéndoles el inmediato desalojo del inmueble, bajo amenaza de traer a la policía. Esa tarde, cuando regresaron al departamento se encontraron conque tenía dos enormes candados asegurando la puerta de entrada.

Muy asustados y temerosos, decidieron que ya era hora de ir en busca de la visitadora social y abandonaron el lugar con lo que llevaban puesto, Sumaj salvó su libro de gastronomía gracias a que siempre lo cargaba en su mochila, al igual que cincuenta dólares que aún les quedaba del dinero que les dejara Juan. Ahí dentro dejaron sus pocas posesiones, incluido Holofernes, documentos personales y la libreta de ahorro con su único patrimonio y todas sus esperanzas.

La sorpresa de la visitadora social al verlos entrar en su oficina fue enorme; no se convencía de que aquellos pequeños hubieran sobrevivido por más de dos meses en las calles de la gran ciudad, y que gozaran de tan buena salud y apariencia. Manteniendo la promesa hecha al párroco de Quilla Collo, la licenciada hizo un par de llamadas para posteriormente derivar a los niños a un centro estatal, en donde darían inicio a una nueva etapa de sus vidas.

"EL ORFANATO"

El orfanato del estado dejaba mucho que desear; era una construcción con más de setenta años, sin que le hubieran dado más mantenimiento que el estrictamente necesario. El patio principal estaba rodeado por una edificación de dos pisos. En la planta baja estaban los comedores, talleres, depósitos y cocina; en la planta alta las aulas de estudio; en el segundo patio (más pequeño), se hallaban los dormitorios (abajo para las niñas y arriba los muchachos), divididos en tres salas, para los

mayores de doce años, para los de 8 a 11 años y para los pequeños; cada sala tenía como ochenta camas, una al lado de la otra, separadas por un viejo velador de fierro. Al final del pasillo estaban los baños colectivos con piso de cemento, diez letrinas, veinte lavamanos y ocho duchas Lorenzetti que se prendían solamente los días sábado, de ocho a diez de la mañana. A lo largo del corredor habían cuarenta roperos empotrados y cuarenta gaveteros de metal, todos tenían candados y eran compartidos entre dos o tres internos. La pobreza era notoria y la austeridad también. La luz se encendía de siete a diez y media de la noche y el día comenzaba a las cinco y media de la mañana con un magro desayuno, consistente en una taza de té con medio pan. Generalmente el almuerzo era de un solo plato, una sopa o un segundo, que tres veces a la semana incluía "ají de fideos", trigo o lentejas. Por la noche a las siete y treinta se repetía como cena lo que sobrara del menú del almuerzo.

Para los

dos

muchachos, el haber comido en los mercados y dormido en un

mausoleo del cementerio, eran alicientes suficientes para soporta

cualquier

privación. Entre sus obligaciones estaban las de hacer la limpieza del dormitorio y los baños; lavar los trastos, la ropa propia, que incluía un solo par de sábanas; ayudar en la cocina y asistir a clases de ocho de la mañana a una y treinta de la tarde. Los muchachos trabajaban tres horas por las tardes, ya sea en la carpintería, en el taller de mecánica y cerrajería o en la confección de prendas de cuero. La recaudación que percibía la Institución por los trabajos de los internos era distribuida en un treinta por ciento para la Institución y el otro setenta, se distribuía entre el director y algunos maestros. Así, Martín Poma Villca optó por el taller de mecánica y cerrajería, mientras que su hermana optó por la cocina.

A los tres meses de estar en la Institución, ambos se habían resignado a su suerte y se conformaban con soñar con el futuro cuando salieran de allí. Martín aprendía más del arreglo de motores que de otras materias; su afición y habilidad fueron reconocidas de inmediato, al extremo de ser nombrado Encargado del Taller, con una "gratificación" de treinta bolivianos al mes, que le servían para comprarse fruta y solventar los pequeños gustos de Sumaj, como eran el champú Sedal, la pasta de dientes o crema Nivea. Durante todo ese año Martín se preocupó por lograr hacerse de una profesión convirtiéndose en un experto mecánico quien, muchas veces, era llevado a otro taller para componer algún motor o arreglar otra cosa; a cambio de un prolijo trabajo todo lo que obtenía era una magra propina, ya que el monto del arreglo iba de lleno al bolsillo de su maestro.

Así estaban las cosas cuando se dieron cuenta que el año terminaba y que festejarían la primera Navidad lejos de casa. No hubo picana ni pasteles, excepto los bollos de canela que hizo Sumaj para todas las internas, los internos y también para los maestros, quienes quedaron estupefactos ante la calidad de la repostería de Sumaj. Por la noche, después de asistir a la misa de gallo, ambos se sentaron en las escaleras de cemento mientras se perdían en la tristeza recordando a Fray Antonio, a la abuela Tina, su colegio de monjas americanas, su amigo fallecido de Sida, su amigo y compañero en busca de otro sexo, sin omitir a sus amigos de la calle, a estas alturas, probablemente, cohabitando otro mausoleo abandonado.

Los años de su estadía en ese orfanato estatal pasaron irrelevantes y monótonos, mientras que ellos dos, no dejaban de seguir alimentando sus sueños tan sencillos y precarios y siempre los mismos. Pensaban en el destino de sus pertenencias, su libreta de ahorro, sus documentos, en fin... era mejor no pensar, mejor era soñar. Sí... soñaban con el mañana, se prometían estar siempre juntos; él pondría su

propio taller, ella su pastelería, viajarían mucho, se casarían y tendrían dos hijos, un varón y una niña, se amarían siempre... ¿se amarían?. Ante este súbito cuestionamiento, Martín se enteró de lo mucho que amaba a su compañera de infancia y por primera vez, esa noche de sueños, dejó de verla como a una hermana para mirarla como a la hermosa joven en la que se había transformado. Entonces ambos, contemplando sus ojos, se dieron el primer beso de amor sellando aquel compromiso, cuando Sumaj Coya tenía dieciséis años cumplidos y Martín casi los dieciséis por cumplir.

Lamentablemente, la belleza de Sumaj fue notada y comentada entre la directora y el profesor de educación física. A pesar de los cuidados de Martín, éste último no dejaba de acosar a la joven bajo cualquier pretexto y, de no se por su hermano, hacía rato que la hubiera seducido como lo hacía con varias de las internas que no tenían a quien quejarse o que temían ser enviadas a Santa Cruz, supuestamente a trabajar de domésticas. Interin, la relación entre los jóvenes había dado un nuevo giro; se escurrían a los rincones para poderse abrazar y besar. Sumaj se sometía a las caricias de Martín permitiendo que esos brazos fuertes la aprisionaran y sus manos ásperas le recorrieran el cuerpo, tocándola por completo hasta despertarle sensaciones que la dejaban fuera de sí, sin saber el porqué.

En su intimidad,

después de cada encuentro con su amada, con tan sólo recordar su olor, la mente y los sentidos de Martín satisfacían sus deseos, disfrutando la suavidad de sus senos de virgen y de ese su cuerpo de adolescente que tomaba formas de mujer, cuando él lo acariciaba por debajo de las enaguas de su imaginación. Como de costumbre; una vez satisfecho, volvía a su realidad con la esperanza de compartir con ella esos sueños colmados de deseos en un futuro cercano. Las noches se hacían largas sin su presencia, los días cortos para estar a su lado; era una tortura deliciosa que le encogía el estómago y le aceleraba los latidos a su corazón. Su sangre bullía por dentro y debía meter la cabeza bajo la pila de agua fría para calmar esa ansiedad;

nada ni nadie entenderían lo que le pasaba; el quería a su Sumaj Coya, era su luz, su aire, el sol que lo alumbraba y la luna que lo atisbaba en el atardecer.

La intranquilidad que producía la cercanía de Martín en Amanda Thimes Castedo no era de menor intensidad que la de él por ella. Los ojos negros de mirada vivaracha y acuciosa, los pómulos pronunciados, su nariz aymará y el rostro de labios gruesos, estarían gravados para siempre en su memoria, al igual que el porte de mediana estatura, los cabellos negro azabache que, lacios y rebeldes, gustaban mantenerse erectos y dignos en su cuero cabelludo; aquella piel cobriza y áspera, esos brazos fuertes de manos anchas y rugosas, su contextura delgada pero fibrosa...

todo

esto y mucho más, eran lo que hacía un solo compendio de su significación; lo que amaba y amaría siempre era su Juchi Huajcha, su Martín Poma Villca, amigo, compañero, futuro amante y deseado esposo del momento y circunstancia.

Esa mañana, a Martín le sorprendió que siendo día lunes, lo enviaran a trabajar al taller de Miraflores; sin embargo, se alegró de que así fuera ya que sin duda se beneficiaría con alguna propina que le permitiría satisfacer algún antojo de Sumaj, además de evitar la clase de ciencias que tanto le aburría. Como muchas veces, salió temprano vestido con su mameluco de mecánico, llevando una gorra azul manchada de grasa que le protegía el cabello de alguna increíble manera. Mientras Martín iniciaba su trabajo en el taller, Sumaj Coya era llamada a las oficinas de la Regente para informarle que partiría de inmediato a la ciudad de Santa Cruz, para terminar de estudiar y luego trabajar con las señoritas Piquina y Titina Pradda Paradas; a cuya custodia pasaba a partir de aquel instante, ya que la reclamaron como parientes cercanas.

Las dos visitantes, a pesar de ser hermanas, eran totalmente antagónicas; la una alta flaca y rubia; la otra baja gorda y morena; la una de ojos claros, nariz respingada y labios delgados con voz ronca; la otra de ojos negros, lora, voz delgada y labios gruesos. Este par, estaba acompañado por un individuo rubicundo y foráneo que hablaba español con un fuerte acento extranjero, y que vestía con una ostentosa elegancia que no podía pasar desapercibida, deslumbrando a la clase popular. Sumaj entró a la oficina del regente muy asustada; su intuición le decía que algo andaba muy mal y lo confirmaría después de ver a los personajes que la aguardaban

en la

oficina.

El extranjero, quien semejaba una especie de "Al

Capone" de nuestros días, la observó con excesivo detenimiento de arriba abajo, sin disimular la gran satisfacción que le producía aquella "mercancía" de primera, mientras la saludaba zalamero y las señoras le brindaban una gran sonrisa, por demás falsa, que la hizo sentirse acosada por una jauría de lobos hambrientos.

"-Sumaj (decía el regente), este caballero y estas damas acaban de presentar documentación que acredita su parentesco contigo, por cuanto están dispuestos a cuidarte y hacerse cargo de tu educación; eres una joven muy afortunada; muchos como tú desearían tener esa oportunidad; espero te comportes y no des problemas. Partes en este instante así es que ve por tus cosas que los señores te aguardarán en mi oficina"-

-"Lo siento señor, debo aguardar por mi hermano, Martín debe saber a dónde me llevan, por qué y quienes son

estos señores que dicen ser mis parientes y a

quienes yo jamás los he visto en mi vida; además, Fray Antonio me recomendó no ir con extraños y la visitadora social que nos trajo también debe dar su consentimiento; quiero hablar con ella antes de ir a algún lado"-

"- El consentimiento de la visitadora ya fue dado legalmente, acá están los papeles debidamente firmados y la autorización para tu partida. Martín ya fue informado y tiene la dirección y el teléfono en donde ubicarte. Todo es legal y está en orden, puedes verlo tú misma"- Diciendo ésto, extendió un legajo de papeles sellados y de firmas ilegibles que autorizaban la partida de Sumaj con las señoritas proxenetas y el cafiolo extranjero.

Con ojos llenos de lágrimas y desesperación, salió Sumaj de aquella oficina en dirección a su habitación, para recoger sus pertenencias, a sabiendas de que todo aquello era ilegal pero que ella era impotente para rebelarse. La falta de aliento la hizo apoyarse en la pared exterior de la oficina del regente, justo muy pegada a la puerta, tan cerca como para escuchar la conversación del extranjero que en un mal inglés, traducido por Piquina decía algo así:

"Sin duda la muchacha es muy bella; obtendremos un muy buen precio en Minas Gerais; lo que me preocupa es el hermano, Ud. dijo que no tenía parientes y que en estos años que la tuvo acá nadie la visitó ni preguntó por ella; ¿que hay de ese hermano?; por más bella que sea no puedo arriesgarme si tiene un hermano acá; creo que debo retirar mi oferta y prefiero llevarme a la otra muchacha que me ofreció, no es tan bella pero también servirá, nuestro negocio con usted es de hace varios años y quiero que siga así; comprenderá señor regente que si caigo yo... cae también usted y viceversa".

"Por supuesto que estoy conciente de los riesgos, no me creerá tan estúpido; Martín es otro niño de la calle que se crió con ella en la casa parroquial de Quilla Collo; el cura que los recogió ya se regresó a España, está jubilado, la mujer que los

criaba falleció hace años y los chicos no tienen perro que les ladre. Sé muy bien lo que hago; al chico le diremos que sus parientes se la llevaron, tal y como dicen los documentos que conseguimos; luego haremos desaparecer su registro, como siempre

lo

hacemos

con

otras

jóvenes.

Hasta

ahora

no

hemos

tenido

inconvenientes ni los tendremos; confíe en mi; ¡no soy un novato en este negocio."

" Muy bien; espero que así sea, por su bien y el nuestro; como de costumbre estaremos hasta mañana por la noche en el alojamiento de la Sagárnaga, pues mañana me entregan a otra joven, y pasado mañana partimos a Santa Cruz para seguir por tierra a Brasil; de frente a Minas Gerais. Si la joven da problemas deberemos inyectarle un calmante, aunque esto nunca es necesario, en un par de días las volvemos adictas y nos obedecen como perritas falderas. Acá tiene su cheque por lo convenido"

Sumaj apenas tuvo tiempo de escabullirse sin ser vista, llegando a su clase para contarle a Domitila (su amiga y compañera de curso), lo que estaba sucediendo y a dónde la llevarían los proxenetas. Sacándose el brazalete de wairurus le pidió que se lo dé a Martín cuanto antes, informándole de lo acontecido; de seguro el sabría qué hacer; ni bien terminó de decirlo vinieron por ella para que saque sus pertenencias de inmediato, sin conversar con nadie; es más, cuando pidió dejar un mensaje para Martín le dijeron que no hacía falta, que él la buscaría pronto y podrían seguir en contacto.

Sus sentidos la mantenían alerta; aceptaba con fingida complacencia todas las sugerencias de su nueva parentela pues temía ser víctima de involuntaria.

Llegaron

al

alguna

adicción

alojamiento de la Sagárnaga en donde debían

permanecer dos días (a la espera de otra muchacha que traerían del campo), durante los cuales siempre la mantendrían vigilada. Sumaj no objetaba nada en absoluto, al contrario, les decía a sus nuevos parientes lo feliz que estaba de haber podido abandonar aquel hogar y dejar de asistir a clases; no preguntaba mucho y hablaba por los codos atontándolos hasta el cansancio con la esperanza de aprovechar cualquier descuido. Sus nuevos parientes, a fin de mantenerla con la boca cerrada, le regalaron un

libro de cuentos

anónimos que le compraron a

un vendedor ambulante de libros piratas. Mientras Sumaj Ccoya se enfrascaba en la lectura de "Las Tres Hermanas", sus parientes bajaron a cenar dejándola encerrada bajo llave. La historia y suerte de las protagonistas del cuento terminaron por entristecer tanto a Sumaj, que decidió copiar el texto en el cuaderno que llevaba en su mochila de Garfield para leérselo después a Martín, cuando volvieran a encontrarse: Con letra menuda y desigual Sumaj Ccoya copiaba el relato apresurada.

-LAS TRES HERMANAS-. Era la mayor Mara, la de cabellos largos color de la oscuridad y ojos grandes como dos avellanas, la de tez morena que entonaba la esbeltez de su figura con su pausado caminar. Magda, la que llevaba el cabello en una melena castaña que enmarcaba su rostro de facciones suaves, de nariz respingada que separaba sus ojos almendrados de una boca pequeña de labios delgados, era dos años menor y Marga; la rubia de ojos pardos y cara cuajada de pecas que peinaba su cabello recogido en una trenza y cuya picardía y buen humor la caracterizaban, era sin duda la más joven, alta y delgada de las tres. La convivencia entre ellas era agradable, llevadera y predominaba la armonía puesto que no existían los desacuerdos y desconocían la envidia. Ninguna sobrepasaba los 25 años y vivían juntas desde que sus difuntos padres las trajeran al mundo.

La casa del campo estaba ubicada en las afueras, era muy espaciosa y antigua; los dos mil metros de jardín y huerto solían ser el entretenimiento de Marga y Magda, en donde cultivaban las frutas y flores que vendían en la feria de los domingos. Mara, por ser la mayor, era quien manejaba las finanzas y mantenía la economía de la familia con la renta que les dejó su padre al morir. Su pasatiempo favorito eran la lectura y el piano que practicaba todas las tardes después de las seis, antes del rezo vespertino.

Ese sábado y como cada medio día; el cartero les dejó la correspondencia. Entre mucha publicidad y recibos por varios servicios, estaba la carta anunciando la llegada del primo Hernández. Aunque ninguna lo conocía, las tres se alegraron mucho ante la oportunidad de recibir compañía de un miembro de la familia paterna y, aunque era parentela en tercer grado, acordaron hacerlo sentir a gusto.

Llegó la mañana trayendo de regalo a Hernández; alto, trigueño y fornido, con la guitarra al hombro y un sombrero de vaquero colgado al cuello. Las tres sintieron al corazón dar un brinco. Lo ayudaron con el equipaje para instalarlo en el altillo, que fungiría como cuarto de huéspedes (era el primer huésped en el tiempo que ellas recordaban). Hernández les llevaba ventaja pues sabía de sus propias intenciones. Sólo una sería la escogida, aunque fueran las tres las afortunadas.

-"Debes casarte con una de las tres"- le encomendaron sus padres antes de dejarlo partir; - "y cuidar de las otras dos hasta que hallen un buen marido, se lo prometimos a su padre al morir"-, le recomendaban vehementes, mientras abordaba el tren que lo llevaría a su cometido.

Al ver la gracia y encanto de las mujeres, pensó que elegir esposa no sería nada difícil; las tres le eran atractivas; era cuestión de tratarlas un poco más para ver a cual le propondría matrimonio. Ojalá hubiese sido así de simple...

A partir de aquella mañana algo cambió en la casa del campo. Las tres hermanas olvidaron la armonía, y las riñas y desacuerdos comenzaron a adueñarse del lugar. Pasaban más de lo acostumbrado frente al espejo; se preocupaban de sus atuendos y se envidiaban unas a otras. Magda y Marga atendían más a Hernández que a su huerto; Mara tocaba el piano vestida de gala coqueteando abiertamente a su pariente, mientras las dos menores la aborrecían por dominar el arte de la música. Hernández se aprovechó de sus sentimientos. Mara le gustaba por su inteligencia y apego a la música; Magda le encantaba por la frescura de su rostro y la gracia de su nariz respingada pero, Marga... era ella la que se adueñó de sus sentimientos, y de ella era todo lo que a él le gustaba, en especial sus pecas y esbeltez. A las tres las sedujo pero sólo a una le hizo el amor.

Enteradas de ser compartidas por el hombre que amaban, acordaron poner reglas para convivir con Hernández en paz y armonía. Ninguna quiso correr el riesgo de perderlo al exigirle que se decidiera por una de ellas; tal era el miedo.

Los lunes se acostaba con Mara; los miércoles amaba a Marga y los viernes los dedicaba a Magda; el resto de los días dormía en el altillo, presumiblemente en soledad. La preferencia de Hernández por Marga empezó a ser notoria. Las dos hermanas se sintieron traicionadas al descubrir que Hernández recibía a Marga en el altillo los martes y jueves también, y que únicamente descansaba el fin de

semana. Juntas decidieron que la única forma de recuperar la atención de Hernández sería eliminando la presencia de Marga; sin ella en el interior de la casa, todo recuperaría la normalidad. Lo pensaron, lo discutieron y optaron por envenenarla. Para llevar a cabo su plan consiguieron cianuro, pero luego les pareció riesgoso en caso de una autopsia. Entonces Magda dio con la solución preparando un guisado con tallarines, usando las setas venenosas que crecían en los rincones del huerto.

Ni Hernández ni Marga sospechaban de aquella suculenta cena. Como era Lunes, Mara durmió con Hernández y Magda no atendió las súplicas de auxilio de su hermana, que se fueron desvaneciendo junto a la noche, mientras Hernández, ajeno a la agonía de su amada, fornicaba por compromiso.

Después de la amargura, los arrepentimientos superficiales y cortos llantos, entremezclados de dolor y alivio, el entierro se realizó de inmediato a petición de ambas hermanas.

La tristeza le impedía a Hernández pensar en otra cosa; lo consumía la pena y, era tanto el amor que sentía por la difunta, que sólo lograba empeorar la situación en lugar de mejorarla. La apatía de Hernández por las dos hermanas hizo que dejara de visitar sus alcobas. Se extinguieron los lunes y viernes y el altillo permanecía quieto, con la aldaba asegurada todas las noches. Fueron vanas las insinuaciones y exigencias de ambas por sus favores; el corazón de Hernández se enterró junto al de Marga el día del sepelio.

Entonces, pensaron ambas para sí, que, mientras Hernández las tuviera disponibles a las dos, no se decidiría por ninguna; "hay que eliminar la competencia"; - se sugirieron ambas en silencio mortal-. Sin sospechar que las dos compartían la misma intención, durante la cena, degustaron juntas el cianuro que cada cual, en diferente contenido, invitó a la otra...

Nadie las socorrió. Ajeno a sus agonías, y como cada noche; Hernández esperaba por la aparición de su amada, encerrado en su altillo con los sentidos atentos a la eternidad.

Pasados los funerales; la mañana se llevó a Hernández de la misma forma en que lo trajo; alto, trigueño, fornido, con su guitarra al hombro, el sombrero vaquero atado al cuello. Partió su cuerpo llevándose un corazón petrificado por el sufrimiento; dejó su alma que prefirió habitar en claustro la soledad del altillo.

La casa del campo quedó vacía de seres humanos. Desde entonces, la habitan tres fantasmas atormentados por un mismo amor, mientras sus espectros danzan incansables a la espera del retorno del primo Hernández.-

Al terminar de escribir, varios lagrimones melancólicos resbalaban lentos la palidez de sus mejillas, al tiempo que Sumaj pensaba en la desventura y sufrimiento del primo Hernández.

Martín llegó al Hogar por la noche y agotado; cuando todos estaban ya descansando, excepto Domitila (que lo esperaba despierta para poder hablarle),

que, atenta a oír sus pisadas, no soltaba el brazalete de wairurus. Con la última campanada del reloj de la iglesia (que daba las once de la noche), Domitila se deslizó de su cama saliendo silenciosa en dirección al cuarto de baño. Burlando la vigilancia y protegida por la oscuridad, logró dar con Martín, justo cuando éste se dirigía a su lecho. Muy de prisa cumplió el encargo de Sumaj, al mismo tiempo que le hacía entrega del brazalete. Martín se despidió de Domitila agradecido, previo juramente de no comentar con nadie lo ocurrido. Sin perder un segundo dió media vuelta hasta la portería, para conseguir que el cuidador le abriera la puerta con la excusa de haber olvidado sus herramientas en el taller. Acostumbrado a las salidas y entradas del joven, el portero no dudó en dejarlo ir. Una vez fuera, Martín recorrió sus viejas calles en dirección a la Sagárnaga; era casi media noche cuando avistó el alojamiento, en el cual supuestamente se encontraba Sumaj, y se plantara delante de la puerta (que ya estaba cerrada), pulsando el timbre varias veces, hasta que abrió la puerta un muchacho soñoliento y malhumorado que no pudo darle razón de nada, puesto que él abría la puerta únicamente durante las noches, y se marchaba a las seis de la mañana cuando llegaba su reemplazo. Desconsolado, Juchi Huajcha se sentó en el zaguán de enfrente a esperar que la noche se extinga y la madrugada llegue más de prisa.

Acurrucado al pie de aquel portón de madera, se dedicó a recordar, dejando vagar su mente en busca de incidentes perdidos e imágenes de locos pensamientos. Recordaba el primer día en que la vio, con sus trenzas doradas, la carita de rostro feliz salpicado de pecas... sus manos pequeñas y blancas que le ofrecían unos sabrosos

bollos

de

canela,

mientras

que

su

inseparable

Holofernes

y

él

reencontraban el paraíso; luego visualizó la cara de la abuela Tina llena de la ternura que no podía disimular con la pequeña Sumaj, aunque a él también lo consentía; se acordó de Fray Antonio, del pueblo de Quilla Collo en vísperas de las

fiestas de Urkupiña, del colegio de monjitas americanas, de sus compañeros de juegos y estudios; todo se había quedado muy lejos... y de pronto se acordó de sus amigos homosexuales; la tristeza lo alcanzó recordando la muerte de Carlos o Carla Castro. ¿Que pasaría con Juan?, ¿se habría operado en Brasil y ahora se llamaría Juana Jimenez?, y ¿sus pertenencias?, aquellas que quedaron encerradas en el departamento, custodiadas por el pequeño Holofernes; su baulito de asa metálica con la libreta de ahorros... todo quedó sepultado años atrás.

Las luces de la calle Sagárnaga seguían alumbrando las veredas y a sus ocasionales transeúntes, que eran en su mayoría huéspedes retrasados de los alojamientos y el Hotel, ubicados a lo largo de esa calle; viajeros jóvenes de escasos recursos, que hacían turismo de aventura recorriendo con sus mochilas al hombro toda Sudamérica. Mientras dormitaba observó la figura de un viejo aparapita que bajaba la cuesta mostrando abiertamente su estado etílico y que, dando un traspié perdió el equilibrio, rodando la cuesta hasta quedar semi inconsciente a un metro escaso de donde él se hallaba. Muy asustado, Martín depuso su agradable letargo para socorrer al accidentado, quien más que golpes o daños, lo que tenía eran los rezagos de una notoria borrachera.

Apenado por el espectáculo que desenterraba recuerdos dolorosos y tristes de su infancia, Martín ayudó al aparapita a recostarse a su lado compartiendo el abrigo del zaguán, mientras que el hombre, agradecido, le ofrecía la botella de alcohol que ocultaba en el interior de su saco con mil remiendos; como el joven declinó la invitación, entonces el hombre le ofreció un puñado de coca que Martín llevó a la boca para iniciar el akhulliña que le daría las suficientes fuerzas para evadir la arremetida del frío nocturno. Una vez cómodos, con la modorra de la coca y los efectos del alcohol, ambos iniciaron una charla. ¿Quién eres y de dónde vienes?

¿qué hace un anciano a mitad de la noche dando tumbos a causa de una buena borrachera?; le preguntó Martín algo enfadado.

- " Soy el aparapita de Don Jaime Saénz; supongo que sabrás quien es él; es el poeta y escritor boliviano más grande de las últimas décadas, y creo que falleció hace poco. Bien... yo soy su aparapita; aquél a quién convirtió en un mito cuando le cambié mi saco, con más de doscientos ochenta y tres remiendos, por un abrigo que él creía que era viejo pero que para mí era relativamente nuevo, además de unos bolivianos que me dio y que los gasté en bebida, coca y algo de comida. Debes saber que como aparapita (según lo dijo el poeta), es más lo que gasto en beber que en comer, ya que para mí, lo uno es más importante que lo otro y la bebida me da más satisfacción que la comida; cuando me alimento siento que estoy haciendo algo indebido y procuro que nadie lo note, por lo que siempre como mirando a la pared. No pido limosna, gano cada centavo con el sudor de mi frente cargando todo cuanto mis espaldas puedan llevar y soportar; soy un individuo insignificante a la par que excepcional; mi apodo viene del aymará y se traduce como "el que carga" y con ello te digo que la ciudad no tendría significado sin mí, y lo perderá cuando yo desaparezca. Soy oriundo del Altiplano al igual que tú, lo digo por tus rasgos y apariencia; no siempre fui lo que soy, tuve mujer y un hijo varón, a ambos los perdí por la bebida al igual que mi ojo derecho y la mano izquierda... este vicio que aún no termina conmigo pero que de seguro lo hará muy pronto (mientras dice esto, saca unas ramas de perejil fresco de sus bolsillos sin fondo y las engulle con deleite); mientras tanto no existo; te lo digo porque así es como la gente me mira, si acaso lo hacen de otra forma es siempre peor; creen que soy un brujo o un sarnoso; los curas me salpican con agua bendita y no se dan cuenta que soy producto del subdesarrollo. Como bien decía Jaime Saénz, al contar los remiendos de aquel saco que le cambié hace unos años por un abrigo según él viejo, pero para mi nuevo, ¡soy para quedarse perplejo!. Dice que le tomó muchos

días contar los remiendos de mi saco después de que lo hiciera hervir para matar los piojos y ahogar a las pulgas que lo habitaban; al final se aburrió de contarlos puesto que había un remiendo encima de otro y otro encima de ese y otro más encima del último. No los pongo por necesidad de ocultar un hueco o la vejez de la prenda, lo hago para abrigarme; aprendí que los remiendos aumentan el grosor de la ropa y te calientan más, mientras que el frío se cansa, dándose por vencido al tratar de penetrar a través de un orificio en tantos remiendos. No hay nada más cierto... mi saco de aparapita es como la obra de mi vida, el único bien de valor que poseo actualmente; éste que llevo puesto es lo que queda del abrigo aquél que me dio el escritor a cambio de mi anterior saco, y no creas que no me fue difícil insertar todos los parches que ves, tengo un llauri y una pita delgada que, con ayuda de mi boca, me sirven para coser mis remiendos. Aunque Jaime Saénz tiene mi otro saco de aparapita, cada vez que se lo pone pretendiendo ser como yo, lo único que consigue, es nada más que sentirse como un impostor usurpando atributos que no le corresponden. Te diré algo yukalla; dentro de un mes llega la fiesta de San Juan y es lo más lejos que llegarán estos mis huesos cubiertos de pellejo; mi ajayu está desprendiéndose de mi cuerpo, puedo sentirlo cada que estoy sobrio; no sé si pueda llegar al Khuri Marka o deba retornar en otro cuerpo para terminar mi tarea que, por el vicio, dejé incompleta acá en la tierra; de todos modos ya no me importa; desde que perdí a mi hijo y a mi compañera del vicio ya nada es igual ni tiene sentido para mí; que sea lo que quieran los Achachilas. Por lo que veo no eres de las calles, tienes buenos modales y un gran corazón".

-"Mi nombre es Martín Poma Villca pero me dicen Juchi Huajcha; me tardaría dos días en contarte toda mi vida; estoy vigilando a que habrán el alojamiento de enfrente para tratar de rescatar a mi hermana que está en poder de unos

sinvergüenzas que quieren llevarla a Brasil, seguro a algún prostíbulo de Minas Gerais."

Las facciones del envejecido aparapita se contrajeron de un modo extraño; con un rictus de dolor filial dejó resbalar lágrimas secas por sus curtidas mejillas, al tiempo que su única mano buscaba el cuello del muchacho hasta dar con la cadena de plata. La medalla del Capitán del Siglo y la plaquita de oro con la inscripción que él ya conocía, puesto que fue regalo de su compadre Emeterio Quisbert, seguían allí.

Martín pensó que aquel viejo borracho trataría de robarle su gran tesoro, por lo que le apartó la mano bruscamente y sin escuchar los turbulentos latidos del corazón atormentado del aparapita, quien, guardando un silencio de palabras dejaba escuchar el sonido de su jadeante respiración.

-"No temas mihijo, jamás te haría más daño del que ya hice, sólo era curiosidad; es muy linda esa moneda y parece muy antigua, debes ocultarla a la vista de la codicia o tratarán de arrebatártela. Dime Martín ¿cuantos años tienes ahora y en dónde has vivido estos años?, ¿cómo es eso de que tienes una hermana?, tal vez yo pueda ayudarte."

"- Como tengo tiempo y no hay sueño, seré rápido para contarte que a los cinco o seis años me perdí de mis padresen un preste; no me recuerdo muy bien; sé que mis padres bebían mucho y me cuidaban poco, luego subí con mi caballito de madera de nombre Holofernes a un bus y de allí, unas personas me llevaron a Quilla Collo, ahí apareció Sumaj Coya; ella también estaba perdida, creo que viene de

santa Cruz y su padre o madre son gringos porque habla perfecto el inglés, es rubia, de ojos claros y muy buena además de hermosa (el aparapita vió proyectarse un fulgor en los ojos de su hijo cuando hablaba de Sumaj), bueno... ella vivía en la parroquia de Fray Antonio, al cuidado de la abuelita Tina; vivimos juntos y como verdaderos hermanos hasta que la abuela murió y el padre Antonio tuvo que regresar a España, estaba muy viejo; entonces nos enviaron a un hogar para niños, allí estuvimos hasta ayer. Sé que a ella la entregaron a unos sinvergüenzas para que se la lleven a Brasil, yo me escapé del orfanato porque debo rescatarla; abuela Tina me la encomendó; además se la debo; ella me rescató a mí hace años cuando estaba en la fiesta de Urkupiña, aparte... tenemos un pacto, siempre estaremos juntos, vamos a casarnos y criar hijos; yo soy un buen mecánico de autos y me falta un año para salir bachiller, casi tengo dieciséis; ella es de mi edad, la imilla más bella que jamás haya visto, esa es mi triste historia, no tan triste como la tuya que te ha convertido en borracho y aparapita."

" Así es mihijo, pero verte esta noche ha sido reconfortante y lo mejor que me haya pasado en los últimos años; ahora puedo irme más tranquilo; la Pachamama no te desamparará al igual que nuestros dioses que moran en las apachetas; ten fe y verás que lo imposible será posible para ti, me gustaría conocer a la dueña de tu corazón pero no será esta vez, mi partida se acelera por estos acontecimientos y como no me llevaré nada al Khuri Marka, excepto el alcohol y la coca que siempre guardo en mi saco de los mil remiendos, quiero dejarte este dinerito que he venido juntando, era para un si acaso y la oportunidad acaba de darse; te servirá de algo para que tu imilla y tú puedan irse juntos"- Dicho esto, su única mano sacó de un bolsillo interior, que estaba encubierto dentro de otro bolsillo que a su vez estaba dentro de otro más grande, una bolsa nylon doblada varias veces y que contenía la suma de quinientos cincuenta bolivianos; cinco billetes de cien y uno de cincuenta, toda una fortuna para un aparapita además de alcohólico. Extendió la mano y con

el rostro iluminado por la felicidad, le hizo entrega de todo su patrimonio ganado honestamente.

Martín dudó en aceptarlo, le parecía injusto aprovecharse de la generosidad de un indigente en estado conflictivo, pero al observar ese rostro, algo en su interior le obligó a hacerlo y, muy emocionado, recibió el dinero del anciano agradeciéndole con un legítimo abrazo sin saber que su padre estaba allí, precisamente en el instante en que más lo necesitaba.

-"Debo irme ahora, he cumplido mi destino y el cansado y errante peregrinaje llega a su fin, los cuerpos de los aparapitas se recogen de las calles y siempre de madrugada, de allí los llevan a la morgue y sirven para que los estudiantes de medicina practiquen y aprendan de la miseria humana.

Te

deseo

toda

la

felicidad que te mereces, estoy seguro de tus triunfos futuros, no descuides a nuestros dioses porque si no los atiendes como es debido pueden quitarte su protección y tú la necesitas más que nadie, prométeme que ofrendarás una buena mesa en una abundante q'uwa para la Pachamama."-

Trabajosamente y con la ayuda de Martín, Juan Poma Choquetaxi se puso de pié, continuó su caminar cuesta abajo, tambaleante, y... sintiendo la misma felicidad de cuando hurgaba bajo las polleras de Marcelina Villca Huanca hasta tocarle sus caderas

amplias

y

llegar

a

sus

intimidades

para

enseguida

amarla

apasionadamente; percibiendo los olores inolvidables de su mujer, fue a su encuentro, hasta perderse con la neblina del amanecer. Eran casi las cinco de la mañana.

Sin una explicación coherente Martín sintió una pena distinta, nueva y extraña pero vieja y conocida a la vez. Algo había calado su cuerpo llegándole hasta su ajayu.

Se puso de pié y guardó el dinero que recibiera de su padre como único legado. Bajó la cuesta pensando alcanzar al aparapita para invitarle un Api con su Llaucha bien caliente pero la figura mitológica había abandonado el amanecer fusionándose con la niebla que perdía su densidad absorbida por la claridad del alba. Martín llegó hasta el mercado, al puesto de su vieja casera, quien sin reconocerlo le sirvió el Api con la Llaucha recién sacada del horno de barro. Se dio cuenta del hambre que traía cuando el estómago le obligó a pedir su "yapa" de medio vaso. Satisfecho, conversó con la Doña haciéndole recuerdo de años pasados, si Sumaj hubiera estado con él, de seguro lo habría recordado. La campana de la Iglesia dio las seis de la mañana y Martín tomó el mismo camino de regreso a la calle Sagárnaga hasta llegar a la puerta del alojamiento que ya se hallaba abierta y con algunos huéspedes esperando en el hall, listos a embarcarse en algún paseo o aventura, mientras que un muchacho de no más de doce años trapeaba afanoso el piso del hall de entrada. Sigiloso, subió por las escaleras sin que nadie lo detenga o le pregunten a quien buscaba y de prisa, recorrió los corredores de los cinco pisos del alojamiento pegando las orejas a todas las puertas con el afán de descubrir el aposento en el que retenían a su amada. Nada averiguó, nada pudo ver ni escuchar así es que decidió, con el mismo sigilo, regresar al punto de partida en donde se hallaba el muchacho haciendo la limpieza diaria.

-"!Huchi¡... ¿eres Juchi Huajcha no es cierto? podría reconocerte aún en mil años, eres sul protegido dle Mariano Melgarejo, el Capitán del Siglo ¿no es verdad?... soy Jony Mamani pero me apodaban el "chojo" porque me orinaba de susto y

tartamudeaba de miedo, ahora estoy muy bien, gracias a vos y al Capitán del Siglo que esa noche me dio el susto del siglo y me juré nunca más clefear.

- !Caray¡ jamás te hubiera reconocido, no sabes el gusto que me da encontrarte aquí, ¿trabajas hace mucho en este alojamiento?.

- Pues ya son casi dos años, no me pagan gran cosa pero me dan techo y la comida, además de que gano alguna propina de vez en cuando o de cuando en vez, eso lo escurro para alguna ocasión. Encontré a mi madre y nos vemos todos los domingos; a ella le entrego casi todo mi sueldo, mi padre se fue a los yungas por un trabajo y nunca más supimos de él, creo que su camión se accidentó y de seguro que se murió; esa es mi historia, ¿qué es de tu hermana?, ¿donde has estado todo este tiempo?; siempre pensé que volveríamos a vernos, estaba segurito de ello; te debo una hermano, lo que pueda hacer para ayudarte lo hago, nomás me dices y yá.

- Caramba, no sabes cómo me has caído, como anillo al dedo, quiero saber cual es la habitación de dos mujeres y un turista que tienen robada a mi hermana; la sacaron ayer del orfelinato con el pretexto de ser sus parientes pero la verdad es que son de una red de proxenetas y cafiolos que se llevan a las huérfanas para ponerlas de putas en el extranjero, lo hacen en complicidad con el Regente del orfelinato y uno que otro maestro.

-¡A la mierda!, !Santo cielo¡, estás jodido; ya decía yo que la joven era cara conocida, de seguro se ha puesto muy bella; ayer llegaron los cuatro; siempre se

alojan acá y se van llevándose a dos o tres muchachas muy asustadas; creo que las drogan para que no se escapen, a mi me dan buena propina para que no meta mis narices; hay que tener cuidado porque vienen los de la poli a cenar y farrear con ellos; una que otra vez se duermen con las chicas, ojalá no vean a tu hermana porque querrán acostarse con ella también, si la queremos fugar de acá, ésta es la mejor hora, ellos bajan a desayunar y la dejan cerrada con llave, luego le suben el desayuno, su cuarto es el 502 y sólo hay unas gradas, tendremos que sacarla y ocultarla en el baño del primer piso hasta que ellos se suban con el desayuno; tendrán unos cuantos minutos para escapar; puedes tirarte las llaves duplicadas del primer cajón del mostrador, quedate por acá que en unos minutos llega la ñata encargada y lo primero que hace, después de habrir su mostrador, es correr al baño a pintarrajearse como una puta para ver con qué cliente se encama; eso te dará el tiempo suficiente para chorearte el llavero; yo tengo mis llaves, pero seré el primero a quien se las pidan, debes afanarte el llavero y así me darás la coartada que necesito. Ten calma y no es bueno que nos vean juntos, esperame, en la esquina de abajo, hay un boliche en un segundo patio, nadie de acá va ahí, creo que ni lo conocen, se llama "El Kurmi", nos chequeamos ahí en diez minutos.

Sin contestar una palabra Martín bajó la cuesta en dirección al Kurmi, no hizo falta esperar mucho ya que a los pocos minutos apareció el "chojo" dispuesto a brindarle toda la información del caso.

- Oye amigo, ¿que pasó con los demás de tu pandilla? ¿siguen durmiendo en los nichos abandonados del cementerio general?.

- Creo que ya los corrieron de allí, yo los dejé a la semana de nuestro encuentro, supe que el "Sipu" está guardado por cogotero, él siempre fue de la calle y no tenía arreglo, el "Chuyma", hermano menor del "Chujcha," murió justo ese fin de semana, le reventó el corazón o eso dijeron, se lo llevaron los de la morgue, su hermano sigue en la clefa, está muy jodido, da pena verlo, no reconoce a nadie y tiene la mirada perdida; en cambio, yo me lo traje al "Ttanta", lo llamamos por su nombre Tomás García, le sigue gustando el pan pero ya no llora y va a la escuela, vive con mi madre, los dos se acompañan y son felices juntos, creo que se acostumbró al frío. otra que murió fue la pobre Mary, no pudo soportar un parto en la calle y ya estaba muy metida en la droga, toda hinchada como un sapo, nadie diría que fue linda. Jerónimo desapareció después de la muerte de su compañera, se fue llevándose al "Ckuti", el negrito que rescatamos del basural, era como su hijo, nunca más supimos de ellos, el "huallpa" es el que más suerte tuvo, lo recogió un matrimonio sin hijos, vive en El Alto y muchas veces nos vemos por ahí. Yo, que tartamudeaba me reencontré con mi madre y ¿sabes cómo se me quitó lo tartamudo?, increíble hermanito, ¡pura cuestión de fe!, vale la pena que te cuente la historia muy en cortito hermano:

"Resulta, que la bruja de aquel barrio pobre y marginado atendía como siempre a partir de las seis de la tarde.

-"Mi madre se quejaba de dolor de espalda y de mi tartamudez; dos buenos motivos por los cuales, y con gran esfuerzo, juntó los veinte pesos de la consulta y se apuró en hacer la fila esperando su turno.

Cuando nos tocó entrar ya eran más de las siete. La curandera del barrio (previa leída de las cartas del Tarot), le hizo una cura a la espalda de mi madre usando hojas de ruda, retama, y romero que la sanaron ese mismo rato. Lo mío era más complicado (según nos dijo). Yo debía pasar parte de la noche dentro de una habitación vacía, a oscuras, con la única compañía de una vela (de un boliviano) encendida en el piso, en medio de ese cuarto. Si la vela se consumía derecha, yo tenía que encender una segunda vela a las doce en punto de la noche, siempre con la última llama de la vela consumida, yéndome del lugar hasta la mañana siguiente. Si la segunda vela no se apagaba ni se torcía, al consumirse se llevaría también mi tartamudez curándome por completo.

Así se hizo. Me senté frente a la vela rogándole calladito que se mantuviera derechita. La vela se acabó mirandome mi cara, se jue apagando poco a poco y derechita. La suerte de la segunda vela, fue muy terrible acompañé a mi madre en sus súplicas y rezos, y juntos la mirábamos con harto miedo a través de la pequeña ventana que daba al cuarto ese.

La vela ardía solita, aunque la juerza de su llama aumentaba por segundos debido a la fe y a nuestras oraciones. Algún vientito travieso que se metía por las rendijas de la puerta cerrada provocaba el movimiento de la llama tratando de apagarla, poniéndome tan nervioso. Pero mi vela, que parecía saber que la mirábamos, fiel al asunto para el que fue encendida, no quería morirse a destiempo aunque solita pegada al suelo de ese cuartito a oscuras. Las horas se pasaron con mucha calma para nosotros dos, la pequeña llama se veía en mis pupilas sin que yo me atreviera a pestañear siquiera, por temor a apagarla mientras la miraba fijamente. Dentro del cuarto, un poco de luz había gracias a la vela encendida que seguía iluminando desde el centro de la habitación, mientras mi carita sucia y llena de esperanzas le

gritaba en silencio -"No me fallutees, manténte derechita y de pie"- y ella pareció entenderme, se ardía lenta pero derechita, con sus luces de amarillo, naranja y su coronita azulada me mandaba encargos de esperanza mientras envejecía y luego se moría. La noche se hacía más, en tanto se terminaba la pelea de la vela con los brujeríos de la noche hasta que se murió, dejando un montón de candela derretida y tibia, dándome su último suspiro como si supiera que, definitivamente, yo acababa de dejarle mi tartamudez de regalo a la oscuridad de ese cuarto- Ahora no tartamudeo y mi madre y yo vivimos felices, aunque sin lujos y muy pobres como casi todos los de nuestra clase, pero siempre más mejor que antes.

Bueno, creo que esos érabamos todos. ¿Que hay de ustedes dos?, Jerónimo te dijo lo que pasa en los Hogares del Estado pero aún así a veces son mejor que en la calle.

- No lo sé, todo iba bien, aprendí mecánica y este fin de año salgo de bachiller; pensaba irme con Sumaj, quiero casarme con ella, hicimos muchos planes y ahora viene a pasarnos esto... que mala pata, ¿ves cómo es esta mierda?... De todas formas tengo que rescatarla, sobre mi cadáver que alguien le ponga un dedo encima, lo cago a patadas !lo juro¡.

- Oye... ¿que no es tu hermana?, ¿cómo piensas casarte con ella?, ¿ya tienes tus papeles y ella los suyos? .-

- No es mi hermana de verdad, tan sólo que crecimos juntos, no tengo mis papeles, los dejé en el departamento de los travestíes cuando el dueño de casa nos corrió de

allí; Sumaj sólo tiene partida de bautizo pero dicen que con eso se puede tramitar el carnet, no sé si será cierto. - Eso de los papeles es muy jodido, para cualquier cosa te exigen el carnet, trabajo o estudios, inclusive para hacer tu servicio militar, creo que tendrán problemas pero lo primero es lo primero. Llegó la hora, la tipa debe de haber llegado y estará en el baño meneando el culo durante un buen rato, apurate, yo iré por delante, vos seguime en unos minutos.

Siguió las instrucciones al pié de la letra como acordado y, con el mismo sigilo de su primera visita, se apropió de las llaves aguardando sin ser visto, hasta que el trío de sinvergüenzas entró a la cafetería del alojamiento. Sin perder un instante y en menos de lo que canta un gallo, Martín se hallaba en el quinto piso abriendo la puerta de la habitación de Sumaj. Allí estaba su reina hermosa, atontada por la droga que le dieron a beber; recostada en la cama, imposibilitada de coordinar sus movimientos u oponer un mínimo de resistencia, pero aferrada a su envejecida mochila de Garfield en la que guardaba sus pocos valores, como ser el libro de tapas negras con las recetas de la abuela Tina y su cuaderno de apuntes con la novela de Las tres Hermanas, que acababa de copiar de su puño y letra. Con la fuerza de la voluntad, Martín la alzó en vilo colocándola sobre sus espaldas cual bulto de escolar y, cerrando la habitación con llave, descendió las escaleras con inverosímil agilidad, para quedarse en el baño del Hall de entrada y aprovechar para mojar la cabeza de Sumaj, logrando que recupere el entendimiento pero no la cordura. Ahora todo era cuestión de esperar la señal de Jony Mamani, que seguía puliendo el reluciente hall de entrada vigilando a las dos señoras y al extranjero. En cuanto escuchó los tres golpes en la puerta del baño, salió presuroso sin saber a dónde, Jony le entregó un papel con la dirección de su madre que vivía en el Alto, y le dijo que podría hospedarse un par de días con ella hasta que decida a donde ir,

-"Dile a mi madre quien eres, dile que eres el protegido del espíritu de Mariano Melgarejo, ella sabrá de quien se trata y te atenderá bien; adiós amigo, hasta cuando la vida nos vuelva a juntar, me siento bien por haberte pagado la deuda, estamos a mano."- fue lo último que alcanzó a escuchar mientras abordaba un radio taxi con Sumaj en calidad de bulto.

Doña Paulina Mamani viuda de Mamani los recibió con susto y desconfianza. Cuando Martín logró identificarse explicándole lo sucedido, la buena mujer cambió radicalmente de actitud ofreciéndoles posada en una habitación llena de trastos viejos e inservibles, que atesoraba creyéndolos de gran valor; les dió una payasa y tres cueros de oveja para que durmieran tendidos encima, también les facilitó una frazada de las que dan en el ejército, una vela y una cajita de fósforos, era todo con lo que podía contribuir; de alimentación ... ni hablar, su pobreza no les permitía desviar ni las migajas del desayuno. Por supuesto que Martín lo comprendía; gracias a Dios tenia el dinero del aparapita, con parte de él fue que pagó el radio taxi hasta Villa Concertación y también de allí, sacaría otro poco para hacer unas compras de comestibles. Dejando a Sumaj recostada en la humilde payasa de aquella habitación, salió en busca de un mercado para proveerse de lo esencial. Preguntando a los vecinos dio con el mercado, situado a pocas calles de la vivienda de Paulina Mamani; compró una arroba de papas, algo de verdura, fruta para Sumaj, un pollo, carne molida y dos kilos de hueso para cocinar la sopa. De regreso, mientras observaba a un raquítico perro color gis con manchas negras que rebuscaba el basural, tropezó con una anciana que sin dejar de mirarlo le pregunto de sopetón... "¡ Oye tu!, me eres cara conocida, ¿como es tu nombre?- Disculpe señora, fue sin querer, soy Marcelino Poma Villca y me alojo cerca de aquí.- " Mi Dios bendito... Santo Cielo...mi Pachamamita... si es mi "ch'iti" Martín, el hijo de mi comadre la Marcelina Villca y del compadre Juan Poma; mi ahijado; ¡al que yo traje

al mundo!" -; decía doña Encarnación dando gritos de contento y besuqueando la cara del muchacho, bastante más alto que ella-.

- Disculpe nuevamente señora, ¿conoció usted a mis padres?, ¿podría decirme qué fue de ellos y si aún viven?, me gustaría encontrarlos.

- Ay mi niño... es una triste historia, estaban muy dedicados a la bebida ya mucho antes de que tu te les jueras; la cosa empeoró después de que te perdiste en el preste; no se pudieron consolar y terminaron vendiéndolo todo para gastarlo en el vicio, se volvieron de pordioseros en las calles, ¡siempre tomados!... una pena; supe que tu madre murió, pero de tu padre nunca más he sabido, pareciera que la tierra se lo tragó, muy probable que esté descansando debajo de ella. Pero olvidémonos de tristezas, qué alegría verte de guelta, debes de buscar a tu padrino Emeterio, sigue viviendo a tres cuadras de aquí nomás, muy cerca de donde jue tu casa, tal vez quieras pasar a recordarte de tu infancia, nomás avísame para que hable con los dueños y te permitan darle una miradita, después de tantos años verás que todo sigue igualito."

- Muchas gracias madrina, fue bueno encontrarnos, pasaré a buscarla mañana, me alojo en casa de doña Paulina Mamani, de seguro es su conocida. Que tenga un buen día, adiós.

La anciana continuó su camino derramando varias lágrimas en recuerdo a sus muertos y desaparecidos, pidiéndole a la Pachamama que los tenga en su gloria y les perdone sus faltas.

Martín apresuró la marcha con la incomodidad del peso de sus compras, que cargaba en dos bolsas grandes, una en cada mano. En cuanto llegó le entregó los alimentos a la dueña de casa, pidiéndole que los cocinara sin escatimar nada, guardó la fruta para Sumaj y se retiró buscando su compañía. Allí seguía Sumaj, atontada y entumecida, con la boca reseca y el frío que la penetraba pero intacta, hermosa y doncella, presta a convertirse en mujer, tan pronto Martín la tome en sus brazos y la reviva con el calor de su cuerpo y las caricias de sus manos ásperas. Así es exactamente como fue, se amaron, se aparearon y volvieron a amarse para continuar copulando. Martín hurgó sus enaguas hasta llegar al tesoro de su intimidad, exactamente como lo hiciera su padre con su madre, con sentimientos

aguantados

por

años

y

finalmente

libertos, con la experiencia de la inexperiencia de ambos, con la ignorancia y la sabiduría de la madre naturaleza, con la curiosidad y la confianza de sus años de convivencia, con la tranquilidad del amor hecho carne y la felicidad de anhelos logrados. Sumaj alcanzó el máximo de placer, aquel que muchas veces hubo de contener; ahora era diferente, no existiría otro como su Juchi Huajcha, su compañero, hermano, amigo, amante y marido, en ese instante, era con él con quien deseaba pasar el resto de su vida. Ninguno de los dos sintió la incomodidad de la payasa sobre el suelo de cemento, los cueros de oveja calentaron sus cuerpos desnudos mientras que la frazada, recién fue tomada en cuenta después del amor. Sumaj se sentía plena, colmada y en paz, su marido la contemplaba incrédulo y feliz, solo quería estar a su lado para protegerla y cuidarla el resto de su vida.

Doña Paulina les avisó que el almuerzo estaba listo y que podrían sentarse a la mesa de la cocina junto con ella y su nuevo hijo, Tomás García, alias el Ttanta, quien acababa de llegar de la escuela y tenía muchos deseos de ver nuevamente a

los protegidos de Melgarejo. Una vez reunidos, disfrutaron un buen almuerzo, conversaron, rieron y recordaron el encuentro con el Capitán del Siglo, ante la crédula mirada de todos los comensales. Al día siguiente Jony Mamani envió un mensaje de advertencia para que, cuanto antes, abandonaran su casa pues era de suponer que los proxenetas irían a verificar si era cierto que no estaban por allá. Con prisa agradecieron el hospedaje a doña Paulina y salieron en busca de la madrina Encarnación, quien los recibió con gran algarabía y los alojó en su precaria vivienda de dos habitaciones y baño común; muy similar al estilo de la vivienda que recordaba Martín vagamente; a diferencia que su fiel compañero de juegos, ese escuálido eucalipto, no se hallaba presente en aquel patio. Esa noche los jóvenes contuvieron sus amores por el temor y la vergüenza de no pasar desapercibidos a los oídos y vista de la anciana, que descansaba a unos pasos de ellos. Temprano por la mañana, Encarnación condujo a la joven pareja a casa del Gordo Quisbert; ahora menos gordo pero más viejo y más opulento. Su casa era el lujo del barrio, tenía los pisos de cerámica estampada y las paredes pintadas en diversos colores que discrepaban entre sí; cada piso (tres pisos) tenía un baño completo con ducha Lorenzetti, habían muchas puertas a lo largo de los corredores y las habitaciones eran dormitorios, sala de televisión o comedor. En el primer piso estaba la sala principal con un bar de azulejos blancos, un equipo de música espectacular y un televisor gigante, el comedor tenía su mesa con doce sillas, varias vitrinas atestadas de cristal barato y loza ordinaria, un refrigerador de dos puertas, y algunas macetas al pie de la única ventana muy pequeña para una habitación tan grande; había un patio delantero y uno muy grande atrás, en el que tenían muchos otros cuartos atestados de cachivaches y otros pocos habitados por parientes pobres o sirvientes.

Emeterio Quisbert se convirtió de inmediato en el protector de su ahijado y de su joven mujer que, al verla tan linda, lo hizo envidiar la suerte de Martín. Realmente

la muchacha era muy hermosa, -demasiado para alguien tan insignificante como su protegido-, pensó para sus adentros, al tiempo que le golpeaba las espaldas al chico invitándoles a quedarse en su casa. La mujer del gordo mandó arreglar una de las habitaciones en el patio trasero,

aclarando

desde ese momento, que

pertenecían a la clase de los indigentes que mantenían por caridad, con la diferencia de que podían sentarse con ellos, a la misma mesa, a la hora del almuerzo. Las comidas corrían por cuenta de los dueños de casa, al igual que el desayuno. Después de una prolongada ducha en el baño común del segundo patio, decidieron ir a comprar ropa usada, pues lo que llevaban puesto desde hacía tres días era lo único que tenían y ya tenía muy mal olor.

Todo ese año la pasaron en casa de los Quisbert, Martín trabajaba de "voceador" en uno de los minibuses de su padrino, además de ser el mecánico de sus seis micros y cinco radio taxis. Lo que le pagaba el gordo apenas si les alcanzaba, pero lo compensaba el hecho de que Martín podía asistir al CEMA nocturno, en donde terminó su bachillerato con excelentes calificaciones, además de conseguir su carnet de identidad y todos los documentos que lo habilitaban como ciudadano. Como era lo habitual en el medio, su padrino festejaba todos los fines de semana cualquier acontecimiento, aún sin que hubiera sucedido. La excusa era válida para abusar de la cerveza y excederse con el singani hasta alzarse sendas borracheras, que a veces, terminaban en pleitos y discusiones; lo peor era que últimamente le prestaba mucha atención a Sumaj y ambos se sentían muy incómodos. La situación se complicó cuando Martín fue llamado a prestar su servicio militar y lo destinaron a Cochabamba, Sumaj no podía ir con él por falta de recursos y su padrino insistía en que la deje a su cuidado pero, inteligentemente y de mútuo acuerdo, prefirieron hablar con Encarnación para que la aloje en su vivienda mientras encontraban una mejor solución.

La noche anterior a su partida, Martín vio en su sueño al aparapita que conoció dos años atrás. La figura seguía siendo la de un aparapita, la diferencia era que, aunque se trataba del mismo, a éste no le faltaban la mano izquierda ni el ojo derecho, puesto que su mirada era completa y luminosa y sus brazos le extendían un puñado de hojas de coca, para que las ofrende a la Pachamama; había cumplido los dieciocho años hacían buenos meses y estaba en edad de ofrendar a las deidades de la Cordillera. Esa mañana bajó a la calle Sagárnaga para comprar una "mesa" (ofrenda), una libra de coca y un cuarto de alcohol blanco; por la tarde, Sumaj y él dieron su primer tributo a la madre tierra y honraron a sus achachilas en la Apacheta de las Animas, como era la costumbre en los de su raza, y como tenía que seguir siendo para él. La Pachamama les sonrío gozosa y cubrió sus ajayus con la bonanza de su tierra y la prosperidad de sus frutos; eran sus hijos queridos y como tales serían cuidados.

-Martín- decía Sumaj Ccoya- ¿Qué es una Apacheta?

- Según lo que me ha contado en el minibús un abuelo, "Apachitas" era el nombre que, durante la época de la conquista española, daban los indios a las cumbres con cuestas empinadas y altas; de allí que el dativo es Apachecta que quiere decir "al que hace llevar", sin decir quién es ni qué es lo que lleva; pero para nuestra raza, durante el dominio de los españoles, significó dar gracias y ofrecer por quién les hacía llevar la carga, dándoles la fuerza para subir por las Apachitas y, mientras hablaban con ellas, iban ofrendando silenciosos a Pacha-kamac (el esposo de Pacha-mama), al que ellos adoraban mentalmente. Así cuando llegaban a la cima y descargaban sus pesadas cargas, en ofrenda, se tiraban de las cejas arrancándose algún pelo que soplaban hacía el cielo, escupiendo la coca masticada, en señal de

ofrendar lo más sagrado que llevaban dentro; otras veces, ofrecían una piedrita de arena o un puñado de tierra, repitiendo varias veces la palabra Apachecta. No miraban al sol cuando hacían aquellas ofrendas porque no era la adoración a él, sino a Pacha-kamac y Pachamama. Desde entonces se volvieron sitios sagrados, sólo para ofrendar a Pacha Kamac y a la Pachamama, en donde habitan las ánimas-

- Bueno, pero también podemos ofrendarle en nuestras casas

¿verdad?; en

especial si estamos lejos de una Apacheta.

- Claro que sí. La Pachamama es toda la tierra del universo, está en todas partes y recibe sus ofrendas en cualquier sitio-.

Al día siguiente Sumaj Ccoya despidió a Juchi Huajcha con el presentimiento de que sería una ausencia indefinida, con un espacio hueco y vacío, difícil de rellenar. El famélico can de color gris con manchas negras los observaba desde el basural de la esquina, y Martín, involuntariamente, no pudo evitar contarle sus costillas.

Para aportar a los gastos de su manutención, Sumaj decidió desempolvar el cuaderno de las delicias (su único patrimonio), y comenzó a elaborar los bollos de canela, los panes de frutas y algunas otras masitas que vendía con gran demanda, sentada en una de las veredas de la plaza de la Av. 16 de Julio, mientras aguardaba el retorno de su compañero.

EL DESCUBRIMIENTO DEL PASADO

Transcurridos los dos meses de instrucción militar, Martín fue seleccionado para integrar las tropas de apoyo a la erradicación de cocales en el Chapare, a cargo de los gringos de la DEA. La elección fue hecha en cuanto supieron de su dominio del idioma inglés y de su habilidad para la mecánica, que le hizo destacarse entre sus compañeros. A él siempre le atrajo el ejército, y su vocación aumentó en la época de su niñez y adolescencia, gracias a la presencia del espectro protector de Mariano Melgarejo; si no fuera por la ausencia del amor de su vida estaría muy satisfecho con su actual situación y abrazaría al ejército como a su carrera profesional. No había un minuto, segundo o instante en el que no la recordara; el atardecer llegaba con el rostro de Amanda pintado en las estrellas, con la sonrisa de cielo y sus ojos brillantes cual dos lunas; allí, ella se adueñaba del firmamento para llegar al corazón de su marido.

Fue allí también, que él aprendió y se interesó por la política y la situación económica y social de su país. Allí fue en donde escuchó los primeros discursos de dirigentes cocaleros, que culpaban a los gobiernos neoliberales y oligárquicos de "vende patrias", de "sirvientes de los gringos", de "favorecedores de los imperialistas", y un sinfín de apelativos y cosas que no le cabían en la cabeza. Sin embargo, cuando durante una de sus asambleas escuchó la posición del moribundo partido de Condepa, cuyo Senador en persona les explicó el asunto de la famosa "Capitalización"; Martín pensó que seguramente se trataba de otro castigo de la Pachamama,

que

permitía

la

enajenación

del

patrimonio

boliviano

sin

discriminación de razas. Según los términos del Senador, el vende patria más vende patria sería el gringo ex presidente, quien con el mayor descaro se "mamó" a todos los bolivianos, haciéndoles creer que con la capitalización se solucionaría el problema económico y social: -"Al principio- decía el Senador- el gringo nos contó el cuento de que se vendería a las transnacionales sólo el 49% de las acciones de las empresas estatales, y el 50% más uno, quedaría para los bolivianos; esto antes de

ganar las elecciones. Cuando las ganó, resultó que la figura era al revés y el 50% más uno de las acciones serían para las empresas extranjeras capitalizadoras, porque no querían negociar por menos. Entonces, el gringo dijo que no nos preocupáramos, que el dinero de los bolivianos estaría "a salvo" en poder de las AFPs, y que estas entidades lo manejarían bajo la vigilancia de los intendentes y, que cada año, repartirían a los ciudadanos mayores de 60 años los dividendos y utilidades a través del Bono sol. Hasta ahí... más o menos entendible y aceptable (según el orador), pero resulta que el gobierno que le sucedió al gringo recortó el bono sol por un monto muy inferior y lo bautizó con el "bolivida". Muy probable que el próximo gobierno invente el bono muerte y lo reduzca considerablemente, puesto que las AFPs, no tienen control alguno que represente los intereses bolivianos y, existe una ley (del gringo), que prohibe sacar a luz el tema de las AFPs y su manejo interno, ya que éste deberá considerase reservado; como si los fondos fueran del Ministerio de Gobierno y no del pueblo de Bolivia"-. Martín lo escuchaba sin perder el hilo de la disertación; lo que no comprendía y nadie le pudo explicar, era el por qué, si la capitalización fue tan errada y tan mala para la economía del país, el actual gobierno con mayoría parlamentaria no hacía nada para arreglar, revertir o cambiar esta famosa capitalización.

En otra oportunidad asistió a una asamblea del pueblo, realizada por las izquierdas y movimientos indigenistas. Allí y por los discursos, se enteró de que la problemática -además de la capitalización- comprendía el tema de yacimientos, que excluía de la negociación la venta de las refinerías y gasolineras, llevadas a cabo por el actual gobierno (entre gallos y media noche), sin que nadie se oponga o haga algún lió. Según lo que Martín entendió, la capitalización de Yacimientos que hizo el gringo durante su gobierno, no incluyó ni a las refinerías ni a las gasolineras, con el

afán de poder controlar el precio de la gasolina dentro del mercado boliviano; pero, resulta que ahora, sin refinerías ni gasolineras, el precio del combustible debía regirse por el precio internacional del Fuel y, el gobierno actual, capitalista y vende patria, después de darse cuenta de la tremenda metida de pata que hizo, no tuvo otra alternativa que comenzar a subvencionar la gasolina, para que el pueblo boliviano no se diera mucha cuenta de la magnitud del descalabro; por lo que la deuda del Estado, a la fecha, habría de ser considerable y golpearía duro en los bolsillos de los bolivianos el día en que se deba pagar lo adeudado y se termine con la subvención.

En otra asamblea popular; a la anterior protesta, se sumaba la venta del gas a través de territorio Chileno. Unos decían que el gas no debía venderse, otros decían que, si había que venderlo para mejorar la economía, debía ser a través de territorio peruano ya que los chilenos nos venían mamando desde 1836; primero con el mar y sus promesas de darnos Arica y Tacna, luego con varios tratados que nos incumplieron. Después y no contentos con ello, nos arrebataron las aguas del río Lauca y últimamente las aguas de la vertiente del Silala. Como eran unos malnacidos y rateros - según los distintos oradores-, era

injusto que

se los

recompensara con el paso del gasoducto, y los cinco mil empleos que generaría su construcción, que buena falta nos hacían a nosotros los bolivianos... En fin... las opiniones estaban divididas ya que muchos decían que el gas ya no era nuestro y, por lo tanto, no había nada que vender pero, en resumen, todos odiaban al gringo vende patria, al general dictador y a su gobierno de corruptos y también se odiaban entre ellos.

Cuando hablaba Efraín Moncades ardían los ánimos del Chapare. Según él, la coca era nuestra y si queríamos convertirla en cocaína para que los cocaleros subsistan y

hasta hagan su fortunita... no veía el por que no. Total, el consumo era problema de los gringos. Pero, resulta que este gobierno de corruptos, al igual que el del gringo vende patria, preferían una guerra civil, un enfrentamiento entre hermanos, un genocidio entre razas campesinas y las fuerzas armadas, antes que "disgustar" a los yanquis. Lo peor era (según Moncades), que, a cambio de la erradicación, no les daban ni mierda...cero de compensación y ¿por qué?. Porque a cambio, el general enano y corrupto, había negociado con los gringos la participación del MIR como cogobierno y, también, el que le devuelvan su Visa al "rostro asado”-.

Estas posiciones fueron cambiando la mentalidad de Martín y desechando el deseo de quedarse en las Fuerzas Armadas. Amaba a su país tal y como lo conoció y lo vivió desde niño; esto no incluía enfrentamientos ni de razas ni de clases y menos de credos políticos; él era un hombre de paz, protegido por sus achachilas, habitante de las alturas y respetuoso de la historia, con Mariano Melgarejo como principal protagonista y benefactor. Eso sí, no comulgaba con el tema de la coca convertida en cocaína. Nunca olvidaba su vivencia en las calles ni a los niños que las cohabitaban sumidos en la miseria y la drogadicción.

Pensaba que, seguramente, Evo Morales jamás durmió en un mausoleo abandonado del Cementerio Central, ni rebuscó la basura en busca de desperdicios para alimentarse o bien para rescatar a bebés recién nacidos, que servirían de alimento a perros y ratas. Así pasaban los meses en el Chapare, entre asambleas, bloqueos, paros, emboscadas y erradicación forzosa, acompañadas de muchos heridos y algunos fallecidos por diferentes causas; desde un paludismo a una bala perdida o la golpiza de la pareja.

Mientras tanto, en la ciudad de El Alto, Sumaj Ccoya se debatía entre malas noches, pesadillas, espectros y presentimientos.

-Doña Encarnación-

Hacen noches que no descanso, siento tanta cosa en mis

adentros y presiento que mi vida va a dar un cambio violento; ¿cree usted que un yatiri me pueda anunciar mi futuro y sepa explicarme el por qué de esta mi ansiedad?-

- Verás mi niña, no te pasa nomás a ti, yo también lo siento en mi pecho; para mis adentros creo que hay que irnos hasta Charani en donde vive un verdadero Yatiri que nos lo puede ver en la coca. El viaje es largo nomás pero vale la pena irnos.-

Para cumplir un encargo de Martín, antes de iniciar el viaje al poblado de Charani, Amanda bajó a la ciudad en busca del abogado para recoger la partida de bautizo legalizada de su marido, que fuera obtenida mediante un memorial. Por primera vez en tantos años de ir y venir en transporte público, Amanda escuchó y analizó su entorno con inusitado descontento. El minibús que precisaba hizo una rauda aparición con la puerta abierta y el medio cuerpo afuera de un voceador que anunciaba a gritos:

¡"Cruce, Villa Cooopacabaana, Essstadiumm, Caammacho... Oobelisco, San Francissco, Pérez!.

Se subió en el 332, con la cabeza gacha; pasó por encima de los pasajeros susurrando "permiso", "permiso", luchando hasta que se sentó en ultima fila. Llegando al cruce de la ceja de El Alto el voceador le anunció al conductor-"aistá en nuestro detrás el 333 y el 296, dale nomás o nos pasan"-. A fin de seguir llevando la delantera y no perder pasajeros, la competencia de los minibuses se transformó en una mini-carrera de avenida. La señora de pollera (con dos atados, uno a la espalda y el otro debajo de su asiento), agarrada de su sombrero increpó al conductor -"que le pasa pues, oiga, no quiero morirme, no corra tan rápido". -"Bájese y tómese un radiotaxi"- le contestó el voceador con atrevimiento. La mujer le retrucó furiosa:-

"No tengo plata, si la tuviera tendría mi auto propio de mí"-.

Se oyen bocinas y la estremece el rugir de motores de carros de todos los tipos, tamaños, colores, modelos y marcas que se pelean por avanzar, en un tráfico acumulado por falla en los semáforos.

Pasaron el "cruce" ganando la delantera al 333 y al 296, para dar paso a la salsa y cumbias que emitía la radio del minibús y que le exacerban los oídos. La señora mayor del segundo asiento le dice entonces al conductor -" Maestrito baje su volumen que nos está destrozando los tímpanos". Los pasajeros reniegan y la música calla para dar paso a Radio Fides y su programa del "hombre invisible".

De repente, irrumpen los gritos del voceador que, de nuevo la sobresaltan (a pesar de estar habituada a ellos), anunciando las siguientes paradas con rebaja de la tarifa:

"Eesstadium.. Caammacho.. Ooobelisco.. Pérez!! ¡¡ Unn pesso, unn peso, un pessso!!".

Sus gritos se imponen al bullicio exterior de un tráfico congestionado por la hora pico; "alissten passajes", les dice, y Amanda le entrega un boliviano con cincuenta centavos

Nuevamente, el voceador con su polera sudada y llena de malos olores, pasa por encima de todos los pasajeros cobrando el pasaje y gritando en sus curtidos oídos ..- ¡¡ Sueltito nomáss joven, sueltitos nomáss señores passajeros!!.

Hay un chirriar de frenos cada que se detienen. El varita que dirige el tráfico sopla el silbato apurando la marcha de los motorizados, mientras cruza un camión repartidor de gas, tocando una bocina reconocible a los oídos de todas las amas de casa.

En la parada siguiente subió una cholita con una canasta de mercado, y de inmediato el minibús estaba trasminado de olor a cebolla, que no se sabía si provenía de

la

canasta de verduras o

de sus sudorosas axilas,

-"permiso,

permisito, ¡ay! ahhj atatay" -mascullaba- mientras a empujones, metía su canasta

sentándose al lado de Amanda. Nadie conversaba con nadie, el sonido era más bien el de la calle y del tráfico del momento.

Con los gritos ¡¡Commpleto....Commpleto!! se cierra definitivamente la puerta corrediza del minibus, que produce el mismo ruido repetitivo de cada parada rrr...run dac, mientras radio Fides y el cura Pérez critican algo que ya Amanda no escucha pues se debe bajar, con la satisfacción de abandonar ese hacinamiento de olores, gritos y pueblo que, por primera vez, la asfixian, sintiendo que ya no los puede soportar.

La buena de doña Encarnación, a pesar de sus muchos años de edad, estuvo lista ese amanecer y, a las cinco de la mañana, con su pequeño atado de viandas para el camino y su buena ración de hojas de coca para "pijchar" en el trayecto, recogió a Sumaj Ccoya para abordar un minibús con destino al pueblo de Charani.

Mientras el minibús surcaba la autopista para introducirse por caminos agrestes en dirección a Charani, Amanda dejaba en libertad su memoria para que le devolviera una parte de su infancia. Visualizó su casa: grande, con jardines muy prolijos y una linda piscina. La imagen de sus padres jugando con ella y corriendo por el césped pasó fugaz sin detenerse. Recordó a las dos empleadas y el rostro bonachón del chofer que la llevaba al Kinder de su colegio, en donde todos los niños hablaban inglés. Reconoció al jardinero cortando las rosas para el jarrón de la sala; abrazó el recuerdo de su madre, cuya belleza la impresionó, y besó la imagen de su padre de gran porte y físico atleta. ¿Cómo era que ella tuvo que pasar tantas privaciones y vivir como vivía?. De pronto comenzó a incomodarse con su presente y, por segunda vez en menos de veinticuatro horas, se le repitió esa sensación de

desagrado, seguramente debida a que los pasajeros del minibús (en su mayoría campesinos), le apestaban y ella se sintió trasminada de aquel peculiar olor del indio. Se había convertido en una mujer de pueblo sin serlo realmente, obligada por las circunstancias y amparada por el nato deseo de sobrevivir.

La existencia de la magia va ligada al cuestionamiento del futuro, a ese deseo de saber lo que vendrá, para poder cambiarlo de acuerdo a nuestra conveniencia y necesidad, ya que jamás estamos conformes con lo que tenemos o lo que somos o lo que hacemos. Para tal efecto han existido, existen y existirán, los adivinos, los videntes, los premonisores, clarividentes,

astrólogos y según las religiones, los

profetas; todos ellos cumplirán la misma función en formas diferentes, valiéndose de sus propios medios, artimañas o dones naturales, según sea el caso.

No sabría si la figura de nuestro Yatiri enmarca en el contexto anteriormente mencionado. Creo, sin embargo, que a nuestro personaje, es algo más que un compendio de todo aquello con mucho otro lo que lo hace ser tan especial, diferente, y hasta necesario para aquellas almas enfermas o conflictuadas. Si trato de encontrar los inicios de su existencia, debo decir que el Yatiri existe desde siempre, nació junto a su cultura aymará cientos de años atrás, muchas generaciones antes que la nuestra; por ello, me parece que siempre ha existido. Su nombre aymará deriva de varias palabras, Yatichiri= maestro que enseña, Yatinaqaña=Indagar, Yatxatiri=investigador y finalmente Yati=sabio y Yatiri= adivinador, esto nos da la pauta de la envergadura de su casta espiritual.

Es raro dar con un Yatiri de verdad, sus imitadores pululan los mercados y barrios periféricos en busca de incautos, que por unas monedas escuchen una sarta de

mentiras sin pies ni cabeza. El verdadero yatiri viste con la distinción de su linaje, pantalón de bayeta de la tierra, camisa de mezclilla, un fino P'ullu de rayas multicolores hilado a mano, lleva el cuello protegido por una Jakunta (chalina de alpaca), calza sus abarcas y en su Wayaqa (bolsa) por toda pertenencia, tiene su Ch'uspa en la que guarda sus hojas sagradas de coca, hojas cuidadosamente escogidas, perfectas, sin quebraduras

o dobleces,

hojas

hembras y hojas

machos, todas protegidas en su Istalla (prenda tejida a mano para contener la hoja de coca). Por separado, guarda la coca para su consumo diario, la bola de lejía para macerar el akhulliña, alcohol blanco y un paquete de cigarrillos negros; una que otra vez, cuando la vejez lo exige carga su cayado para ayudar su caminar.

Todos pensamos que el alimento básico de un yatiri es la hoja de coca, ¡que equivocación tan grande!, la hoja de coca, es el alimento para su alma mientras alimenta su cuerpo de Wallaqi (caldo de pescado) o p'uqiwarachi (lawa de quinua), además de chalona, chuño, tunta, papa y cañawa; casi no bebe líquidos pero sí, durante las ceremonias, acompaña a la Pachamama con varios sorbos de alcohol puro. Un yatiri jamás es q'ipiri (cargador), jamás habla más de lo necesario, sólo contesta cuando es preguntado; la mayor parte del tiempo la pasa de cuclillas totalmente ausente de su entorno social, muy ligado a lo espiritual; es analfabeto pero lee de corrido en las hojas de coca y escribe con legibles muecas, ademanes o dibujando la tierra con una pequeña y rústica rama; es ignorante en la cultura occidental pero culto en sus tradiciones aymarás, es apolítico aunque frecuentado por los políticos, no es apóstata, cree en lo suyo siendo él el único apóstol de su propia religión que la manipula al antojo de sus conocimientos; no es monoteísta, sus dioses compiten entre sí para demostrar sus grandezas y manifestarse a la humanidad a través de la lluvia, el granizo, el viento, el sol o la luna, ya sea como un castigo o un reconocimiento.

Un yatiri es un solitario, casi un ermitaño, su compañía es el universo, no se le conoce mujer, tampoco a los hijos, nadie sabe cómo se engendran, tan sólo aparece y ya; es nómada, errante, dueño de su vida aunque tampoco sabemos cuándo o dónde

se

muere,

desaparece

y

ya,

no deja descendencia,

no

transmite

conocimientos pues se supone que éstos son un obsequio de las deidades para sus elegidos. No cualquiera podrá considerarse un elegido. Un yatiri siempre luce anciano.

Mientras esta información le era dada a Amanda por intermedio de los espíritus, Encarnación le completaba el resto:

"Sabes Sumaj- decía la vieja mujer-, los verdaderos yatiris se quedan en sus pueblos del Altiplano y se asustan de venirse a la gran ciudad y si se vienen, es por un deseo o la necesidad y el llamado de algún ánima necesitada; tan pronto terminan su cura de vuelta se regresan a su Comunidad.-

- Si abuela, ya me lo dijeron, por eso siempre he deseado conocer a un yatiri verdadero; estoy completamente segura de que la hoja de coca de un yatiri, no es la misma hoja proveniente del arbusto de la familia de las eritoxiláceas como figura en mi diccionario, tampoco es la que se cultiva en Los Yungas o en el Chapare, ni la misma buscada por muchos para convertirla en cocaína por pocos. Aunque sé que la coca es medicinal para el cuerpo, tampoco ésta pertenece al yatiri ni mucho menos a la que consumen los campesinos, quechuas y aymarás. Con seguridad que no es la misma hoja que yo uso para mis mates cuando tengo

molestias

estomacales, o las hojas que usted se pega en toda la frente cuando le duele la cabeza-

- Tienes tu verdad en tu boca hija- La coca del yatiri es mucho más que todo esto, es pura magia, es poderosa, consoladora y delatadora, es capaz de curarnos del alma antes que de nuestro cuerpo, es coca que nos habla, anuncia, que maldice si es necesario y que nos consuela de nuestros males-.

-Ya veo abuela que sabe a lo que me refiero; es esa coca mitológica de exclusividad de un yatiri la que me busca y me llama, la que me intriga y persigue, sobre la que deseo aprender y necesito poseer. La hoja que necesito, es esa hoja mítica y a la vez mágica que proviene de Charani, que poseen los Chajaya de lengua Puquina, la hoja que los Amautas les dejaron a los tiawanacotas, aquella que, según los historiadores, fue dada por los dioses andinos para consuelo de su pueblo oprimido y al opresor como un castigo-.

-Pero cuidado mihija, serás duramente criticada de nuestro pueblo por querer adueñarte de algo que le pertenece a un sabio elegido de nuestros dioses .-

- Pero sin embargo, y después de mucho patalear, la generosidad de la Pachamama, me concedió esta entrevista con un verdadero Yatiri de Charani; por supuesto que teníamos que hacer este viaje tan incómodo y largo para verlo pero, indiscutiblemente, la experiencia bien nos valdrá la pena-

Terminaron la charla con la llegada del minibús a su destino.

Allí estaban las dos mujeres, con el corazón alborotado y la mente despierta haciendo antesala en la puerta de una vivienda campesina, observando el respeto que todos los pobladores de la Comunidad brindaban al anciano; mientras que, paradógicamente, el citadino incrédulo lo despreciaba, la gente de la ciudad le temía, el clero lo consideraba un maligno, las mujeres que sufren de abandono lo necesitaban y los enfermos lo llamaban.

Aunque no se lo puede acomodar dentro de un ramo profesional específico, el Yatiti no encaja en ningún sindicato, tampoco es adivino de naipes o conchas ni posee una bola de cristal. El no sólo lee las hojas de la coca como en un libro abierto, cura los ajayus mejor que a los cuerpos, aconseja, orienta, decide y ordena, conoce de plantas curativas y predice eventos de magnitud.

Pocos conservan el don del habla puquina, el yatiri es uno de ellos; por tanto el indio que oficiaba de intérprete, fue quien le transmitió al venerable anciano los deseos de Sumaj Ccoya, de obtener un puñado de la coca sagrada, la que utilizaba para consultarle a la Pachamama y para saber de su futuro inmediato. El anciano Yatiri la miró desconfiado y permaneció silencioso, cavilante y un tanto ausente cuestionándose su presencia.

-"Yo, Ilarión Ancalle, yatiri de todo Charasani, esbozo incrédulo una mueca, y me pregunto sobre esta mujer blanca que quiere mis secretos y me pide mi magia para adueñarse de mi sabiduría y mis poderes; no me gustan los q'aras, siempre hay que

desconfiar del extranjero, pero admito que ésta es valiente y atrevida; de su sola voluntad vino a mi y, aunque veo que ignora muchos de mis conocimientos y no es de nuestra cultura, con su visita me demuestra su atrevimiento para confrontar a los Achachilas. Debo ser justo, no es mi intención ofender a la visitante intrusa ni desoír a nuestros dioses; consultaré a la Pachamama para saber quién es en verdad y qué quiere de mi".

De cuclillas (no lo vieron de pié ni un instante), Ilarión Ancalle extendió su Istalla sobre el piso de tierra, y sus hojas de coca iniciaron un coloquio con la Pachamama diciéndole:

-"Ilarion Ancalle, mi fiel servidor, mi hijo y profeta de las deidades de tu raza, no temas de esta extranjera; es de fiar, te admira y nos respeta; durante años ha vivido bajo nuestras leyes siguiendo sus normas y ofrendándome. Obséquiale mis hojas que de nada le servirán puesto que nada sabe; nada de tus conocimientos posee, nada de la verdad nuestra conoce en su totalidad. Yo la acompañaré y protegeré en mis entrañas, las mismas que cobijan los cuerpos de sus padres sacrificados sin justicia; en las suyas, ella será lo que es, así como mis hijos de acá son lo que son. Pronto le llegará el final de su vida con los nuestros y retornará al lugar al que pertenece y que bien ganado se lo tiene, puesto que muchos de mis hijos interceden siempre a su favor.

Su futuro está muy lejos de nuestro continente, las aguas habrán de separarla de esta tierra nuestra, borrando huellas y marcando nuevos surcos que construirán su propio y definitivo sendero. Se unirá a uno más extranjero que ella y juntos sembrarán su semillas que darán buenos frutos.

Acá...permanecerán solo sus

recuerdos puesto que lo que pasó fue lo que tuvo que pasar, y para ella fue siempre lo mejor."

Después de la ceremonia de lectura, sin siquiera intentar ponerse de pié, rompiendo la magia silente, con mirada serena y acuciosa el Yatiri le hizo entrega a Amanda de las hojas de coca, con las cuales tuvo el encuentro divino, advirtiéndole que no podría utilizarlas para el mismo fin; es más, no podría utilizarlas para nadie excepto para ella misma, como una especie de muda compañía, protectora de su alma y guardiana de su cuerpo o simple y llanamente como un fetiche de la buena suerte. Se despidió de ella no sin antes transmitirle el mensaje de la Pachamama sobre su futuro inmediato.

Las dos mujeres le agradecieron al Yatiri con reverencias y se retiraron de su presencia para iniciar el viaje de regreso, antes de que las agarre el anochecer.

Amanda pensaba: "He aquí un hombre con su propio criterio, singular sabiduría y extraños poderes, sus hábitos no nos molestan, sus servicios son una necesidad para muchos

y

un paliativo para otros, su moral es puesta a prueba

continuamente, su honorabilidad es intachable; es pobre materialmente pero su riqueza espiritual es incalculable y su enfoque de la vida el más apropiado para si mismo".

Durante las ocho horas que tomaba el camino de regreso, Amanda analizaba su tesoro revisando con cuidado una por una las hojas de coca:

-Abuela, comparando mis hojas de coca con las del consumo popular, no hallo la diferencia; tampoco hay variación en el color, el olor se mantiene el mismo y si las probara también sabrían igual. De seguro que en mí, no tendrán la utilidad ni el poder de curar o de enfermar. Conmigo están mudas, no me dicen aunque siento que me acompañan, son extrañas como también debo serlo yo para ellas; esto hace que me sienta desleal y ratera. No poseo los dones de un yatiri ni puedo suplantarlo por el simple hecho de ser dueña de un puñado de sus hojas de coca. De seguro él lo sabe y la Pachamama también. Sin embargo, ahora soy dueña de una porción de creencias legítimas, de sueños inalcanzables y mitos andinos; todos ellos legítimamente obsequiados, ¿no lo cree Usted?-.

A esta meditación se sumaba todo el presagio de su futuro inmediato, el cual Amanda esperaba con más ansiedad que antes.

EL CHAPARE

Las incomodidades de la selva del Chapare eran soportables para Martín, puesto que su trabajo era más de traducción que de otra cosa, y por lo tanto, se desarrollaba dentro del campamento. Como los gringos necesitaban de él lo trataban con consideración, le daban su mismo rancho y le permitían comunicarse día por medio con Sumaj a través de la radio y el fax. Entre los oficiales americanos había uno de color, que llevaba casi cuatro años trabajando para la DEA en el plan de erradicación, y que se hizo muy amigo suyo; gracias a sus recomendaciones, Martín pudo ascender a cabo y luego a sargento, en menos de un año. Cada noche, después de la cena, salían juntos a dar un paseo por los alrededores, mientras se enfrascaban en interesantes charlas de las cuales él siempre aprendía algo. Ese sábado, el oficial americano de nombre Richard Thompson pidió la compañía de Martín para ir a un poblado cercano a recoger unos víveres; a medio camino hicieron un alto para cambiar una de las llantas que sufrió un reventón. A pocos metros de allí, Martín observó un extraño árbol que solitario y cargado de hermosas orquídeas rojas, mudo, le gritaba que se acercara. Con cierta extrañeza sus pasos lo guiaron hasta el grueso tronco del que pendían muchas notas escritas en ayoreo, guaraní, español, inglés y otras lenguas para él desconocidas; todas eran de agradecimiento por favores y milagros concedidos. Al pié del árbol ardían muchas velas de todos los tamaños y colores y, la cantidad, en quince años, de cera derretida, había cubierto el tronco casi en un metro a la redonda del suelo, por bastantes centímetros de alto. Habían algunas cintas de colores con grabaciones impresas que colgaban de varias de las ramas más bajas; estampitas y medallas

doradas y plateadas con el mismo tipo de grabados, estaban sujetas al tronco con tachuelas o chinches oxidados.

Algo en su ajayu lo inquietaba en extremo, algo había allí que lo postró de hinojos, e hizo que apoyara su mano derecha en la tierra húmeda para no perder el equilibrio, al tiempo que ésta se hundía en la suavidad de la tierra, para recibir en su palma un pequeño objeto de metal. Asustado por haber sentido que las entrañas de la tierra halaban su mano, se incorporó de un salto y, atónito, vio en la palma de esa mano un pequeño aro de oro recubierto de tierra fresca; lo limpió y pudo leer la inscripción gravada en el interior "Steve Thimes Sta.Cruz Dic.o8.1980". Aterrado, se lo enseñó a su compañero y le contó a su superior la vivencia, mientras le pedía permiso para excavar el lugar.

- I don't know... decía Richard Thompson, esta gente no te lo permitirá, ellos creen que los espíritus de la familia inmolada acá por un grupo de cocaleros, años atrás, son los que hacen los milagros. Mira la cantidad de agradecimientos que hay, se han vuelto fanáticos y jamás nos permitirán escarbar por allí, además es una leyenda, algunos la creen y otros no-.

- Por favor cuéntame la leyenda antes de que mi cerebro reviente; es de vida o muerte, creo que se trata de los padres de mi mujer. ¿Que dice la leyenda?.

- Bueno, según me contaron, hace unos quince años unos cocaleros asesinaron a un matrimonio con su hija, él era un estadounidense que gerentaba una empresa petrolera americana, se casó con una joven muy hermosa, nativa de estas tierras y

tuvieron una niña bellísima. La información está en los archivos, jamás se dio con los responsables ni el lugar en dónde enterraron sus cuerpos. Cuentan también, que fue una hermosa historia de amor, parece que los cocaleros los mataron pensando que eran de la DEA. Todos los que participaron en su asesinato tuvieron muertes espantosas; los lugareños dicen que a cierta hora los sienten llorar de pena. Algo no les permite su eterno descanso.- Dime Martín. Tú, ¿que opinas de la Pachamama?, eres un muchacho de origen aymará pero muy cultivado y educado; hablas inglés y tienes un nivel de vida mejor que el de tus compatriotas. Tu opinión es importante para mí-

-Claro que creo en la Pachamama -"desde la aurora del universo", ha dicho la Pachamama que es la Santa Tierra, la que nos cría y amamanta, por eso, desde la creación del mundo merece respeto. Su tierra vive y nosotros en ella; moros y cristianos sin distinción de cultos o raza, de ella vivimos. Ella no muere nunca y cuando nosotros morimos, es a ella a quien regresamos y somos recibidos por su amor de madre, nos arropa y alberga en sus entrañas.- ¿Cómo no voy a creer en ella?-

Martín iba a perder su corazón. Se le salía del pecho. En breves palabras relató a su amigo y superior la historia de Sumaj, su perfecto inglés y su nombre verdadero que le fuera revelado por un espectro, -"Se llama Amanda le dijo, te ruego que investigues en tus archivos el nombre de la hija de ese matrimonio; si es como pienso, los lugareños no tendrán objeción en desenterrar los restos para darles cristiana sepultura; no es una casualidad que esté yo acá, tampoco el pinchazo de la llanta; mira el aro que me fue entregado por las entrañas de esta tierra, te digo que estoy en lo cierto, regresemos cuanto antes please, please ¡¡please!!-.

El sargento Thompson se quedó pasmado con la historia y el estado de ansiedad de su compañero; olvidándose de los víveres ordenó dar media vuelta para retornar al campamento. Una vez en su escritorio pidió la información de los archivos con el caso "Thimes/Castedo" archivado el año 87 como "irresuelto". Martín sabía de antemano la respuesta, el nombre de la niña era el de Amanda Thimes Castedo, dada por muerta junto a sus padres; el resto de la historia era fácil de imaginar, la niña escapó milagrosamente a la ejecución, nunca se sabrá cómo si ella no recupera la memoria.

Comprobada la historia, y una vez aprobada la exhumación de los restos de Steve y Arminda, el asunto pasó a depender de la Embajada Americana.

Los abuelos paternos de Amanda, fueron notificados de inmediato anunciando su arribo al Chapare para dentro de dos días.

Ante la curiosidad y admiración de los vecinos de Villa Concertación, Amanda fue recogida de la Villa por una limosina de la Embajada Americana y transportada de inmediato al lugar de los hechos, para exhumar y poder darles cristiana sepultura a los restos de sus padres.

Los lugareños no se opusieron a la excavación al enterarse de la existencia de Amanda, pues comprendieron que, si esas almas no descansaban aún, era porque estuvieron esperando a su pequeña. El día anunciado estuvieron todos presentes, Amanda temblaba de pies a cabeza y era sostenida por Martín, de uniforme militar, y por los abuelos recién llegados del país del Norte. Mientras se continuaba con la

excavación, Amanda era atacada por disparos de su adormecida memoria. Visualizaba la vagoneta en llamas, veía cómo se llevaban a sus padres a golpes y empujones; escuchaba cuando su madre le hablaba en inglés dándole instrucciones de cómo salvar su vida; tampoco recordaba más... no quería seguir recordando, era muy doloroso aún después de más de quince años. Los restos de sus padres fueron incinerados y guardados en una urna que ella conservaría siempre. Le entregaron el aro de matrimonio de su padre que ella puso en el dedo de Martín y Martín le colocó a ella el de su madre, con la muda promesa de no olvidarse jamás, a pesar de la inminente separación que se les avecinaba.

Y ese instante, Martín supo que la había perdido, pero que su amor por ella era tan grande, que le permitía alegrarse con su partida.

Amanda Thimes Castedo dejó Bolivia para ir a radicarse con sus abuelos en el país del Norte; allí terminaría su bachillerato y comenzaría una carrera, después de la cual pensaba que volvería por Martín. Estos eran sus planes, él los aceptaba a sabiendas de que las cosas cambiarían y los sentimientos también. Allá la vida sería muy fácil para su Amanda, con la comodidad del desarrollo y los lujos que le brindaría la fortuna de sus abuelos, sin sobresaltos ni deambular de calles con los bolsillos y estómago vacíos, sin frailes ni fiestas de Urkupiña, sin abuelas de orígenes humildes o amigos travestíes; ya no habrían los almuerzos en el mercado ni volvería a sentir el miedo de pasar un noche adentro de un mausoleo, acompañada de cleferos; tampoco tendría que soportar el acoso de maestros inescrupulosos ni la vida en un orfelinato, ni mucho menos el ser secuestrada por proxenetas. Ni hablar de volver a dormir en la incomodidad de una payasa de paja, cubierta por cueros de oveja; se acabaron los padrinos y madrinas de Villa Concertación. Amanda tendría una casa lujosa y disfrutaría de todas las

comodidades con las que fue criada de niña y que nunca debió dejar de tener; podría terminar sus estudios y convertirse en una exitosa profesional; aún estaba a tiempo de realizar los sueños de sus padres y hacer realidad los planes que, seguramente ambos, guardaban para ella dentro de esa provisional tumba en el Chapare.

Temprano en esa gélida mañana, Martín la vio desaparecer por el pasillo de embarque en el aeropuerto de El Alto; el perro famélico color gris con manchas negras lo miraba triste desde el basural; y su vida se iba con ella, su aliento se quedó enterrado en sus besos la última noche en que se amaron, en que él pudo hurgar en sus enaguas como le gustaba, mientras Amanda se estremecía, esperando el momento de la posesión, el momento en que ella era suya en cuerpo y alma y él le pertenecía por completo. Su corazón sangraba desgarrándose con cada metro de distancia que crecía entre ambos, sus ojos lloraban a mares sin una sola lágrima y de su boca irrumpían gritos de dolor totalmente silenciosos. Era el fin de su historia y tal vez el final de un gran amor. Mientras abandonaba la puerta de la sala de embarque releía la poesía que le hiciera Sumaj Ccoya y que, escrita de su puño y letra, se la entregó la víspera, cual manjar o postre a una última entrega de amor:

ALMA DE MI ALMA Si pudiera escribir el pensamiento si pudiera hablarte la memoria si pudieran mis sueños escuchar. Plasmaría en tu imagen mi mirada gritaría adentro en tus entrañas

el silencio tuyo que no está para llenar tu alma entera con la presencia y el anhelo de la amargura de mi voz.

Para Martín, de su Sumaj Ccoya.

Al leerla por enésima vez, comprendió que era un definitivo, aunque involuntario, adiós que Amanda le escribió sin ella misma saberlo.

EL VERDADERO SITIO

La llegada de Amanda a Norteamérica fue toda una experiencia y sumamente grata por supuesto. Sus abuelos paternos y las hermanas de su padre no se cansaban de hacerle preguntas, lanzando gritos de incredulidad ante semejante odisea de sobrevivencia; ella no omitía detalles y mostraba la foto de Martín, su compañero de calles y padecimientos así como de alegrías y amores. A la semana y una vez ambientada, Amanda fue inscrita en la escuela secundaria del elegante barrio en donde residía con sus abuelos. Después de dos semestres de arduo estudio, terminó la secundaria y se graduó para ingresar a la escuela de "Alta Cocina Gourmet" en donde sacaría su título como "Cheff Cordon Blue", presentando para su tesis de grado todo un menú con recetas de la abuela Tina.

Sus

estudios,

junto

a

la

vida

al

estilo

norteamericano,

fueron

alejando

paulatinamente sus pensamientos, tanto de Martín, como del subdesarrollo latinoamericano, con el cual tuvo que batallar tantos años. Conforme pasaban los días, semanas y meses, Amanda iba llenando su vida con cosas nuevas que incluían desde salidas, eventos sociales y culturales, hasta familia y nuevos amigos. Cada día que llegaba a su vida significaba un paso más, lejos de un pasado que terminó por ser enterrado en el baúl de sus recuerdos; especialmente cuando conoció a Robert Stout, uno de sus maestros de alta cocina y dueño de uno de los más famosos restaurantes de Virginia.

Amanda experimentó otro tipo de relación, aquella que estaba a la altura de su clase social, con todo lo que ello comprende. Las salidas con Robert se hicieron cada vez más frecuentes, y su relación pasó a convertirse en enamoramiento, al extremo de que Robert la pidió en matrimonio a la luz de ocho velas, durante una romántica y elegante cena en su restaurante, en la cual, le obsequió un hermoso anillo de brillantes, justo una semana antes de su graduación.

Dos inviernos y casi tres veranos habían pasado en la vida de Martín desde la partida de Amanda, no faltaron cartas semanales, luego cada dos semanas, después cada tres y últimamente llegaban cada cuatro semanas, las primeras eran dolorosas, eróticas y repletas de amor, las siguientes menos dolorosas, para nada eróticas y con mucho cariño, las últimas eran amistosas y llenas de cortesía y gratitud. Martín jamás dejó de amarla, siempre sería su Sumaj Ccoya, su amada amante, la única dueña de su corazón, aquella con quien aprendió a amar; la primera experiencia sexual de ambos y a la que defendería aún a costa de su propia vida... Amanda, su Amanda, su inolvidable y eternamente Amanda....

Justo al finalizar otra primavera desde su partida, Martín recibió un sobre de Amanda que contenía un pasaje de ida y vuelta junto a la invitación para asistir al acto académico de su graduación como "Cheff Cordón Bleu". De poco más de veinte años cumplidos, Amanda terminó sus estudios en una Escuela de Alta Cocina Gourmet, para abrir después un buen restaurante con las recetas de la abuela Tina y las suyas propias. Mientras tanto, Martín terminó su servicio militar con el grado de sargento y se licenció con honores. Prefirió regresar a la mecánica para, algún día, hacer realidad su sueño de ser propietario de un taller de mecánica y reparación para autos. Ahora, trabajaba en la zona sur, era jefe del taller y le ofrecían una sociedad del 40% que aceptaría complacido. Tenía amigos de todas las clases sociales y enamorada de la clase media para abajo, de acuerdo a su raza aymará y a su extracción humilde, que estaban marcadas en cada uno de sus rasgos étnicos. Su novia y conviviente era una muchacha humilde que estudiaba Auditoría en la Universidad Mayor de San Andrés; no era fea pero comparada con Amanda dejaba mucho que desear. A él, al igual que a su padre, ella le gustaba por su dulzura, por la sonrisa y especialmente por la tolerancia que demostraba en

cuanto al tema y sentimientos propios de él por Amanda; no le cuestionaba nada y tampoco le pedía algo, hacían el amor satisfaciendo sexualmente las exigencias de la carne, pero para Martín, siempre dejando el vacío en su corazón. A veces y cerrando los ojos, pretendía estar con Amanda, entonces ese corazón rebalsaba de sentimientos e, hipócrita, fingía haber alcanzado la felicidad plena aunque fuera por unos segundos. El perro flaco de color gris con manchas negras, yacia dormitando bajo el portón.

Su departamento ya era casi propio, lo financió a través de una mutual y en quince años sería del todo suyo, aunque estuviera seguro de poder pagarlo mucho antes. Ganaba muy bien y las utilidades iban en aumento. Le pareció que vivir en la zona sur era apropiado y cómodo, debido a que el taller le quedaba a unas pocas cuadras de su casa y además, era lo que Amanda se merecería en caso de que decidiera retornar, por suerte a algún milagro. Para proteger su privacía y conservar la distancia que había puesto entre su vida pasada y la actual, nunca daba su dirección a nadie, ni siquiera Amanda sabía a ciencia cierta en donde vivía y le seguía escribiendo a las oficinas del correo central, que Martín visitaba dos veces por semana con la esperanza de recibir sus cartas, cartas de amor al principio, luego de cariño y ahora de amistad... No se quejaba, siempre supo que sería así; es por ello que casi se queda sin aliento al recibir el pasaje con la invitación de Amanda, en la que le pedía que acepte ser su invitado especial y de honor durante el acto académico de su graduación, ya que tenían que mantener una conversación urgente. Si su respuesta era afirmativa, le daba el nombre del cónsul americano quien le otorgaría la visa de inmediato. Así pues, sin mucho pensarlo y nadie con quien discutirlo, Martín Poma Villca hizo su equipaje y partió para Norte América una soleada mañana de Junio del año 2001, previa ofrenda a su Pachamama pidiéndole su protección (a pesar de saber a ciencia cierta que con su Amanda no habría de volver), ya que tal vez, él podría quedarse por allá para estar cerca de

ella. El perro famélico de color gris con manchas negras, desde el basural, le regaló una mirada áspera y dejó de escarbar la basura.

Las siete horas de vuelo, desde La Paz hasta el aeropuerto de Miami, le parecieron una eternidad; no solamente porque era la primera vez que volaba en avión, sino porque también era la primera vez que salía de Bolivia hacia otro continente y otro país de cultura, raza e idioma distintos. El año que estuvo en el Chapare conviviendo con los gringos de la DEA, le significó asistir a un instituto o universidad técnica, ya que obtuvo, además de conocimientos de cultura general, mucha información de las costumbres y la vida en los Estados Unidos. Cuando el avión aterrizó en Miami y los pasajeros descendieron de la nave para dirigirse a migración, Martín se vió asustado y perdido en la inmensidad de su espacio. No se sintió a gusto, el aire era distinto, el olor extraño y el entorno ajeno; pensó que se trataba de una primera impresión y comprendió que sus calles paceñas ahora sólo existían en su memoria.

Después de dos horas de largas colas y descorteses interrogatorios por parte de los oficiales de migración, Martín se dirigió a la sala de conexión para tomar el vuelo de American Airlines con destino a Washington DC, en donde arribó tres horas y media más tarde.

Mientras recorría por el pasillo sujetando nervioso su maletín de mano y, a la sola idea del inminente y a la vez deseado encuentro, transpiraba copiosamente al punto que hubo de detenerse, para limpiar el sudor de su frente con un pulcro pañuelo que llevaba en el bolsillo derecho de su chamarra de cuero, con cuello y puños de awayu. Tomó aliento y continuó la marcha hasta llegar a la puerta que

daba a la salida. Allí estaba, bella, bellísima pero no era ella, no era su Amanda de antaño, aquella que peinaba trenzas doradas y vestía ropa usada, ni la misma que cargaba su inseparable y vieja mochila de Gardfield a la espalda, o la que lucía, por todo lujo y adorno, un collar y una pulsera de wayrurus; no era su compañera de dicha y desventuras. Esa Amanda era una nueva mujer, creación joven, hermosa y elegante, una ejecutiva que lucia un impecable traje sastre color beige de algún diseñador costoso y de moda. Su hermosa cabellera larga se había convertido en una melena clásica peinada prolijamente; calzaba tacones altos y portaba un portafolio de cuero marrón.

- Oh my goodness... es él- (decía Amanda para sí), mientras los recuerdos de sus momentos de intimidad la hacían avergonzarse, incrédula de haber amado a aquel muchacho tan simple, de rasgos aymarás y estatura mediana, vestido de una manera simplona y hasta peculiar... nada que ver con Robert Stout. Pero... fueron otros tiempos bajo circunstancias diferentes, se decía en son de disculpa.-

Aunque pensaba así, no dejaba de admitir que le tenía gran cariño e inmensa gratitud y que, por nada de este mundo, lastimaría sus sentimientos pero sí, le explicaría lo que guardaba su corazón junto al deseo de quedarse a vivir en Norteamérica definitivamente, para unirse en matrimonio con Robert Stout y poner con él su restaurante con las recetas de la abuela Tina, además de bautizar a su primogénito con el nombre de su compañero de antaño.

- Ay mi Dios- (pensaba Martín al verla) está tan distinta... no es ella y a la vez son sus ojos los que me miran con ternura y desamor; es tan bella que no es para mí

ni yo soy ya de ella, de todos modos este encuentro era necesario para definir nuestras vidas y abrir nuestros corazones-

Los pensamientos de ambos cesaron el momento en que los dos se fundían en un genuino abrazo de felicidad. Amanda, con aquellos tacones era unos ocho centímetros más alta que Martín, pero esto no evitó que ella se le colgara al cuello y le estampara sendos besos en los cachetes, como aquellos que damos cuando recibimos a un familiar muy cercano y querido.

- Vaya Martín, te recordaba más alto que yo... te veo distinto y a la ves te siento el mismo, ¿cómo has estado?. Tenemos mucho de que hablar, te hospedarás en casa. Quiero que descanses mientras termino unas diligencias para la cena de graduación de mañana, luego vendré por ti para que salgamos a tomar algo y podamos conversar. Me alegra que estés acá, de veras.-

- También me alegro de haber venido, estás hermosa pero me gustabas más como eras antes. ¿por qué te cortaste las trenzas doradas?. Bueno supongo que ya no importa, estás distinta y sigues siendo la misma. Será bueno que charlemos por más de que ambos ya sepamos de qué se trata y en lo que terminará nuestra charla. Te estaré esperando.-

- Sí, no todo será para mal Martín, ya verás, ambos sabemos ahora a dónde pertenecemos; si no hubiera sido por ti jamás hubiera encontrado a mi familia; no es sólo por esto que te debo tanta gratitud, es por lo bien que cuidaste de mí, por tu

amor y dedicación...pero no me pondré sentimental, tenemos tiempo de sobra para recordar. Vámonos ya-.

Recogieron el equipaje y se fueron al estacionamiento a recoger el lindísimo Mitsubishi deportivo, último modelo que, a gran velocidad, los transportó a la casa de los abuelos de Amanda ubicada en Springfield, un elegante suburbio de Virginia. La charla fue esporádica y en su mayoría era Amanda quien, durante el recorrido, le explicaba un poco de la historia y geografía de la región. Martín no dejaba de observarla, ni ella a él. Los cambios en ambos eran notorios y conforme pasaban los minutos, recobraban esa confianza y amistad lograda a través de tantas desdichas y pocas venturas de antaño.

Una vez instalado en su habitación y después de los saludos corteses y de bienvenida por parte de la familia de Amanda, Martín se recostó a disfrutar de un sueño reparador.

- Qué hay de esa vida mi Churi?. -Le decía entre sueños y pesadillas Mariano Melgarejo, su Capitán del Siglo-. Me haces venir hasta tan lejos para despedirme pero heme aquí, acompañado por Holofernes y con mi grande historial a cuestas. Veo que la fuerza del amor te da la serenidad y la resignación que yo no puedo darte. Esta es la última etapa de tu vida, no todo fue una mierda; estarás de acuerdo en ello.

Tu intervención en la vida de Amanda, o viceversa, eran inevitables y no podrás quejarte ahora de lo bien que te va, ni de lo mejor que te irá tan pronto liquides

este entuerto de faldas y regreses a donde perteneces."Lo que pasa es lo que tiene que pasar y siempre es lo mejor" ¿no lo habrás olvidado todos estos años verdad?. Imagínate si no te sacaba de ese preste con el pretexto de orinar... estarías en las calles convertido en clefero o alcohólico y hubieras terminado como tu padre, convertido en un aparapita tuerto y manco... Sí, mi mostrenco, aquel aparapita era tu padre, él lo supo y le diste la más grande de las alegrías con ese primer y último encuentro. Pudo descansar al fin, con la conciencia tranquila de haberte ayudado en el momento de mayor necesidad para ti. Ya ves... así se construye la historia mijo. Debo partir definitivamente, ya no te visitaré más, no será necesario; a partir de esta noche entras en la etapa de definición y realización personal. Por todo lo que diste recibirás tres veces, la bondad de tu corazón será, a partir de ahora, recompensada y la vida te sonreirá. Hay otros que te necesitan y tú sabrás encontrarlos, volverás a recorrer tus calles para escuchar de ellas sus necesidades. Amanda fue para ti pero no es tuya, todo tuvo su momento y fue porque fue. Ahora es porque es. Desde mi Tarata en el país del encantamiento te traje mi último cabalgar; Holofernes y yo debemos continuar juntos para que la historia no nos olvide. Saludos mi fiel mostrenco, no demores el retorno a casa, este país será visitado por la muerte y sus habitantes conocerán el terror, nada bueno hay aquí para ti, ni siquiera ella...-

El fantasma de Melgarejo partió como siempre... cabalgando a Holofernes que agitando sus hermosas alas blancas de mitológico pegaso, se iba rumbo al final del arco iris. Martín despertó en paz, justo a tiempo para ducharse y salir con Amanda.

Ya en el ambiente de un pequeño y acogedor restaurante, la intimidad de antaño se hacía presente a medida en que ambos recordaban su infancia con la abuela Tina; Quillacollo y su fiesta de Urkupiña, el buen Fray Antonio, las monjitas americanas; El

Palacio de los Sabores y, por supuesto, "el cuaderno de las delicias", ahora patrimonio esencial para el restaurante de Amanda que se llamaría Martín & Tina. Inolvidables las peripecias y recorridos de calles que se convirtieron en propias; los amigos travestíes, los niños de la calle y sus desventuras, la noche en el mausoleo, la presencia del espectro salvador del Capitán del Siglo, los años en el orfelinato estatal, los proxenetas, el padrino Emeterio, la anciana partera doña Encarnación, su vivencia en la ciudad de El Alto... en fin, el recordar les llevó más de dos horas de imparable coloquio.

-¿Recuerdas Martín, aquella tarde en que fuimos al circo y como no teníamos dinero para pagar la entrada nos quedamos en las inmediaciones para observar al enano de la cuerda, hasta que nos dio tortícolis y decidimos abandonar el lugar?-. Claro que recuerdo, tuve que friccionarte el cuello con romero y ruda por más de una hora... qué tiempos aquellos.-

Bueno, no me gusta el Circo, me lamento por la pobreza e incomodidad en la que, supongo, conviven sus artistas con esas pobres fieras hambrientas y en cautiverio; esto refiriéndome a los circos pobres que peregrinan países subdesarrollados como los de América del Sur hoy en día.

Recuerdo aquella tarde. Pasando por la feria leímos el anuncio del enano que batiría un récord de permanencia sobre la cuerda, manteniendo el equilibrio. El desafío estaba previsto para las cinco de aquella tarde. Habían colocado un cable grueso a veinte metros de altura, atravesándolo de un poste de luz a otro. En la cuadra del evento se aglomeraba la gente esperando la salida del enano. Nunca lo olvidaré. A las cinco en punto apareció ese pequeño ser, con la cabeza desproporcionada a sus

miembros y vistiendo un traje parecido al de Superman que, en ese momento y dada nuestra adolescencia, nos impresionó tanto que no reparamos mucho en su andar descoordinado, que lo acompañó a subir por un andamio para transportarlo al comienzo de su historia. Tampoco olvido los detalles; agarró una vara demasiado grande para él y pequeña para los demás. Aunque el hombrecillo nos sonreía irradiando felicidad por su anticipado triunfo, no dejaba de causarme expectativa y a la vez pena.

Una vez sobre la cuerda, caminó de prisa con sus diminutos pies que casi volaban de un extremo a otro, sujeto a la vara que le doblaba en tamaño; se detenía al centro, daba unas vueltas con un par de traspiés estudiados, que originaban nuestros gritos y los gritos eufóricos de los espectadores. Así transcurrió media hora, una hora, nuestros cuellos se cansaron por la tensión de la postura, la multitud congregada se relajaba y se distraía comiendo chorizos o bebiendo cerveza, mientras tú y yo compartíamos y masticábamos nuestra única marraqueta. Anocheció y el hombrecillo seguía allí arriba haciendo piruetas que ya nadie miraba. Probablemente la vista desde allí le regalaba una añorada imagen de semejanza, pues nos veía de su mismo tamaño, y con seguridad que la superioridad sobre su inferioridad le prevaleció unos instantes. Muchos espectadores abandonamos el lugar ya cansados y con cara de aburrimiento. Sin embargo, supimos al día siguiente, que él continuó con su desafío a pesar de sentirse cansado, débil y sudoroso. Seguramente que observó como se encendieron las luces de la ciudad y contempló desde la cuerda cómo el amanecer se las fue tragando, mientras reinaba una penumbra con olor a la muerte que, seguramente él, esperaba ansioso y sonriente hasta que por fin le llegó. Le llegó la hora justo cuando soltando la vara, se arrojaba triunfante a la inmortalidad.

Por la mañana nos enteramos, a través de la prensa, de su fallecimiento. A pesar de lograr su objetivo, batiendo el récord para el libro Genes, no dejó de evitar el caerse de la cuerda, exagerando piruetas que sólo él pudo ver - Tal vez no debimos abandonarlo o tal vez él esperaba esa soledad para vencer sus miedos, convertirse en héroe y mudar su residencia al Olimpo, obteniendo de esta forma la inmortalidad y la compañía de Zeus, disfrutando de las atenciones de Hera.- De todos modos, hay noches que este personaje visita mis sueños tornándolos desagradables y llenos de remordimientos-.

-Creo, mi querida Sumaj Ccoya que, a partir de esta noche recobrarás la tranquilidad y tus sueños serán de nuevo apacibles. Lo que te mortificaba tanto, era el remordimiento por haber escogido la vida que llevas hoy, dejando atrás el "subdesarrollo" (como tú bien dices), de una parte de tus orígenes que espero no hayan llegado a avergonzarte. Lo que es, yo prefiero ser quien soy y vivir de acuerdo a mi cultura, compartir mis raíces y, más que nada, hacer algo por mi país que, a mi buen entender, está en vías de desarrollo y mientras más Martínes Poma Villca hayamos, más bienestar y desarrollo tendrá Bolivia.-

Martín le contó a Amanda de sus triunfos profesionales y de la relación que sostenía con su actual compañera. Amanda hizo lo propio aprovechando para informarle de su compromiso y próxima boda con Robert Stout, invitándolo a quedarse para la ceremonia.

- Siempre serás mi Juchi Huajcha y yo tu Sumaj Ccoya, lo vivido no nos lo quitará nadie pero el presente ya no es nuestro, es mío y es tuyo. Mis orígenes están acá, eso es lo que yo escogí y no puedes culparte o enojarte conmigo por ello; los tuyos,

con los que tú te identificas, están en los Andes, junto a tus deidades, tus achachilas y tu Pachamama que sabrán seguir protegiéndote. No dudes de mi amor por ti, fuiste mi amigo, hermano, compañero, amante y casi esposo pero las cosas cambian, los sentimientos se transforman y los destinos se separan siguiendo caminos diferentes.

Sé que serás feliz y que encontrarás a una buena, mujer,

tendrás tu propia familia como yo la mía. Quiero que siempre estemos en contacto y, de ser posible, que nos visitemos con regularidad, eres todo lo que tengo de mi pasado y el nexo con mis orígenes latinos. Tu sabes leer mi corazón y debes ver que ahora tiene otro dueño, más esto no significa que te haya olvidado, jamás te olvidaré.-

- Sabes... cuando me fui al servicio militar y me destinaron al Chapare presentí que te perdería; pude no haberte avisado el hallazgo de los restos de tus padres pero la Pachamama no me lo hubiera perdonado y mi amor por ti tampoco. Me duele todo esto pero sé que así es como debe ser; como me decía Melgarejo: "Lo que pasa es lo que tiene que pasar y siempre es lo mejor". Ahora que te veo lo sé y lo entiendo; tu también serás eternamente mi Sumaj Ccoya, aquella de las trenzas doradas que vestía ropa usada y cargaba su mochila de garfield Amanda

Smith,

bella,

joven

a

la espalda:

Ahora

eres

y hermosa, pero no la que yo amé y con quien

compartí lo único y mejor de mi vida pasada. Te deseo la suerte que te mereces y el amor de tu futuro compañero; no te prometo ni escribirte ni visitarte, eres mi pasado y quiero recordarte como tal, para que mi amor por ti no abandone ni diluya mis recuerdos, ni la única felicidad que me impulsó a luchar por mejorar y ser mucho más de lo que fueron mis padres; es algo que siempre deberé agradecerte. Ya ves mi querida amiga, te lo vuelvo a repetir, Melgarejo tenía la razón: "lo que pasa es lo que tiene que pasar y siempre es lo mejor". Juntos lo logramos.-

Aclaradas las cosas y ordenados los sentimientos, la conversación dio un giro de noventa grados tornándose convencional, con intercambio de criterios sobre la clase de vida y las ventajas que ofrecía Norteamérica, pero que a Martín ya no le llamaban la atención. Al cabo de un buen rato decidieron emprender el regreso. Durante el trayecto a casa Martín dejaba volar sus pensamientos en busca de un pasado inexistente y Amanda, aliviada y contenta, pensaba en su noche de graduación y en el día de su próxima boda, Martín quedó atrapado en su pasado mientras Robert Stout se afirmaba en su presente para convertirse en su futuro.

Al día siguiente, Martín salió a recorrer otras calles, las calles de América, la gran ciudad del gran país del Norte; calles que Martín las vió muertas pero repletas de vida ajena, sin olores ni tierra, asfaltadas, muy limpias y ordenadas, sin basurales. El flaco perro gris con manchas negras tampoco estaba; observó las vidrieras de grandes almacenes, preguntó precios, miró rostros, analizó la agitación y premura de los transeúntes, todos ensimismados, austeros y distantes de su entorno. No reconoció caritas sucias ni rostros hambrientos, o niños limpiando los vidrios de los carros en busca de una moneda, tampoco habían lustrabotas o canillitas ni mucho menos lavadores de autos o cuidadores de vehículos; no había diferencia de razas ni discriminación aparentes; muchas etnias convivían en armonía y transitaban las calles extranjeras con sus caras de palo pero sin ningún temor. Martín se sorprendió de la cantidad de habitantes de raza negra; advirtió que habían bastantes latinos que no querían serlo y procuraban evitar hablar español, aunque su mal inglés delatara su procedencia. Entonces se sintió orgulloso de su extracción social, de su raza y de

sus orígenes, desechando algunas de las muchas dudas que lo

atormentaran últimamente. Algo inexplicable le sucedió, extrañaba la seguridad que le daba vivir en su medio, el olor a grasa de su taller, a sus compañeros de trabajo impregnados de olores diversos (desde los que vienen por falta de aseo, hasta los que producen las comidas condimentadas ricas en ajo y cebolla), echaba

de menos el color de la piel y el brillo del cabello largo y negro de su actual compañera,

necesitaba

escuchar

el

murmullo

de

los

miles

de

ríos

que,

subterráneos, atravesaban su ciudad; quería ver los cerros nevados que rodeaban su barrio, deseaba disfrutar de un buen fricasé con cerveza Paceña, quería escuchar a los Karkjas y a los Sajama tocando su música de folklore, necesitaba respirar ese aire de puna y armiño y sentir el frío seco del amanecer y, por último,... tenía urgencias de hurgar las enaguas de su actual mujer para recuperar el tiempo perdido, dejar partir al pasado y vivir su presente a plenitud. Con esta alegría inusitada y nueva, Martín decidió retornar al día siguiente, después de compartir la dicha de graduación de su hermana Sumaj Ccoya y de devolverle el aro de matrimonio perteneciente a su difunto padre y que le fuera dado por Sumaj Ccoya, años atrás, en señal de un compromiso entre ambos que acababa de concluir.

EL PRESENTE DE MARTIN

El matutino de la prensa, que le entregó su secretaria, junto a su habitual café de la mañana, mencionaba en sus titulares la conmemoración, al recuerdo de los miles de muertos que perecieron diecisiete años atrás, durante el atentado terrorista que derribó a las torres gemelas de New York. Al leerlo, Martín no pudo menos que pensar en Amanda y recordarla como la vió la última vez en que la retuvo en sus brazos, mientras bailaban el vals durante la noche de su graduación. Era curioso, después de diecisiete años, ésta era la primera vez que el pasado lo visitaba con tristeza y melancolía, forzándolo a regresar.

Al mes de su retorno de Washington, Estados Unidos fue blanco del primer ataque terrorista que derribó las torres gemelas de New York, además de una parte del Pentágono en Washington; lo que ocasionó la famosa guerra contra El Talibán, que duró siete largos y terribles años, hasta que Osama Benladen fue encontrado muerto de cáncer, enterrado en un agujero que le sirvió de guarida por muchos años. Hubo otros atentados similares en el transcurso de estos años, destruyeron el famoso puente del Golden Gate de San Francisco y una parte del aeropuerto internacional de Miami, utilizando armas sofisticadas y gases letales. Los desastres

no fueron únicamente dentro de los Estados Unidos; también hubo desastres ocasionados por la guerra bacteriológica que desataron los musulmanes; así como también el uso de una pequeña bomba atómica por parte de los gringos, con la que atacaron a Irak, dando muerte a Adam Husein, junto a cientos de miles de almas más; con las consecuentes secuelas en la historia y el medioambiente.

La crisis asiática se extendió al país del Norte, con una recesión interminable y Europa vivió lo suyo. Para Latinoamérica fueron años muy difíciles y hubo que paliar la crisis conjuntamente con la corrupción de políticos y gobernantes; pero a la vez, se

crearon nuevas industrias y aumentaba el desarrollo poco a poco, muy

lentamente. Martín no podía quejarse, su esfuerzo y tenacidad dieron sus frutos; era muchísimo más próspero que su padrino Emeterio Quisbert y bastante menos gordo. Era dueño de una cadena de talleres automotrices que funcionaba con lo que antes llamábamos "tecnología de punta". Era representante de dos empresas japonesas que producían maquinaria pesada muy sofisticada; había puesto una planta ensambladora de los nuevos carros alemanes semi propulsores, que funcionaban con hidrógeno por combustible. Con sus utilidades, Martín jugaba a la bolsa para ganar antes que para perder. También participaba activamente en la política de su país defendiendo la recuperación del gas de exportación, que durante el último gobierno de un gringo vendepatria, terminó, después de años de pleitos y convulsión social,

negociándose su salida a través de territorio chileno, con la

consabida consecuencia de que, una vez concluido el trabajo, los chilenos trataban ahora de expropiar no sólo el gas a Bolivia, sino también el propio gasoducto a las transnacionales.

Por su lado, Amanda se estableció definitivamente en Virginia y puso su restaurante MARTIN & TINA, que se convirtió en sede de los famosos del jet set y de los políticos

prominentes; algunas veces salían reportajes internacionales de ella como la mejor Cheff del continente, esposa y madre de dos niñas de increíble y exótica belleza, una de ellas llamada Martina.

Eran buenos tiempos para Martín y su familia. Diecisiete años atrás, tan pronto regresó y pisó suelo altiplánico retomó sus estudios, sacó una licenciatura en ingeniería mecánica y se casó con su conviviente, una muchacha de clase media baja, quien terminó la carrera de auditoría para hacerse cargo y manejarle las finanzas familiares muy hábilmente; le dio tres hijos varones y una hija mujer a la que bautizaron

con el nombre

de

Ccoya, en reminiscencia de los tiempos de

antaño. A estas alturas el contacto con Amanda y su familia era muy esporádico, a pesar de seguir unidos por lazos indestructibles, como ser el Hogar para Niños de la Calle, que Martín construyó con los trescientos mil dólares que le envió Amanda, y que fue una parte del dinero que recibió de la DEA, en compensación por el asesinato de sus padres.

Como había prometido, Martín regresó a Cochabamba, al panteón general de su Quilla Collo,

en

busca

de

la

modesta

lápida

que pusieron los curas de la

parroquia en la tumba de su abuela Tina. Allí seguían sus restos anunciados por su obituario que, de pié y sin ocultar el transcurso de veinte años, ostentaba orgulloso lo que quedaba del pasado; tiempo durante el cual, debió soportar la inclemencia de la naturaleza y el olvido de los mortales. Martín rezó de rodillas, lloró de pie y, de cuclillas, se confesó ante el silencio de los ausentes. Una vez reconfortado, le pidió al dueño de la marmolera que le hiciera una hermosa lápida de mármol blanco y le esculpiera la imagen de un ángel (con las facciones de Amanda), de un metro setenta de altura, que luego la hizo colocar en la tumba de su abuela Tina. Concluido el trabajo, dos semanas después, ordenó a la florería del cementerio que

cada domingo le pusieran flores frescas, las que él pagaba cada comienzo de año por adelantado. Martín amaba Quilla Collo y lo visitaba cada año en compañía de su familia, para participar juntos de la festividad de Urkupiña, disfrutando los recuerdos y comparando los cambios que, tanto la ciudad como las celebraciones, sufrían año tras año y, gracias a Dios, que en la Llajta, eran para mejorar. Aunque a él ya no le motivaba fe alguna por la virgen, le encantaba degustar los pastelillos, hartarse de fruta y alimentarse de comida criolla cochabambina, que tenía fama de ser la mejor de Bolivia; además de observar a los bailarines, entre los cuales no faltaba nunca la cara de Amanda Smith Castedo, ni la dulce sonrisa de su abuela Tina.

En La Paz, y a pesar de la inclemencia del clima; que cambió radicalmente debido al desastre de contaminación ambiental, ocasionado por el gran desarrollo del gran país del norte; que contamina, hasta hoy en día, casi en 40% el medioambiente del Planeta Tierra, dos veces por semana, Martín Poma Villca recorría sus calles en busca de niños sin hogar; revisando basurales para rescatar (una que otra vez), a alguna criatura golpeada, violada o moribunda; luego visitaba el viejo Cementerio Central, ahora abandonado por casi la totalidad de sus muertos, y revisaba aquellos mausoleos ausentes de restos de célebres y famosos (trasladados a los nuevos campos santos de la zona del Palomar), que hoy en día se conservaban para dar albergue a cuerpecitos abatidos por la inanición y el consumo de las drogas, que pululaban el lugar cada vez en mayor cantidad. Martín acogía a todos los niños callejeros; muchos iban y venían, otros se rehabilitaban y eran incorporados a trabajar en sus talleres automotrices. Por ventura, los más pequeños eran casi siempre rescatables. Gracias a Dios, los famosos presterios, antaño causantes de muchas desventuras, estaban en vías de extinción, así como la devoción y culto a santos e imágenes católicas; quizá porque los curas habían casi desaparecido de la faz de la tierra después de una secuela de escándalos, con acusaciones a nivel

mundial por practicar la pedofilia, e innumerables denuncias de mujeres que, engañadas; o acaso voluntarias; ignoraron los preceptos más polémicos de la Santa Iglesia Católica, como son el del voto de castidad y el del celibato, en los curas y monjas respectivamente. Muchos miembros "fieles, devotos y honestos" del clero olvidaron su castidad y algunos ni la practicaron, contribuyendo así a la paternidad irresponsable, dejando como legado el posterior calificativo desdeñoso, de "hijo de cura" para sus descendientes. Hoy en día, en lugar de la religión católica y movimientos de fanáticos cristianos, prevalecía el estudio de la metafísica, que Martín y su familia adoptaron por convicción; por supuesto que sin dejar de cumplir sus obligaciones y ofrendas a la Pachamama, los achachilas y las ánimas de las apachetas.

Los aparapitas, cada vez en menor cantidad, seguian buscando la muerte a través de la bebida; los yatiris ya no visitaban la ciudad, y el campo era cada vez más pequeño y distante, carcomido por la civilización que, pujante, depredaba lo que quedaba de pueblos para anexarlos a la gran ciudad.

Sin embargo, la calle Sagárnaga seguia incólume soportando las inclemencias del tiempo y sus recientes cambios significativos del nuevo clima; envejeciendo sin envejecer; albergando a las yerberas y vendedores de artesanía. Los travestíes y prostitutas se mudaron a sitios más reservados y seguros; el mercado Lanza desapareció después de una riada que arrasó con el centro de la ciudad, dando paso a una remodelación urbana que incluyó la construcción de largos puentes y plataformas peatonales por vía aérea, además del teleférico. Un gran adelanto y modernización que dio fin al eterno problema vehicular con su consecuente atolladero.

Los partidos políticos tradicionales estaban casi extintos, y surgieron nuevas corrientes de izquierda, liderizadas por la pujante y mayoritaria clase popular, y uno que otro representante de lo que quedaba de las etnias desclasadas. Un antigüo lider, conocido otrora con el apelativo de "El Gallinazo", había sido asesinado en las cercanías de Viacha, cuando una turba enardecida de sus correligionarios lo molió a palos, cansados de ser sometidos a las exigencias arbitrarias y a las políticas arcaicas del líder campesino, quien, después de alcanzar el parlamento, se dedicó a vender su voto al oficialismo y a auspiciar lucrativos negociados a costillas del bienestar y desarrollo de sus colegas campesinos; clase a la que liderizaba a fuerza de azotes y amedrentamientos. Sin embargo, Efraín Moncades

seguía con una

masiva representación en el parlamento, que le sobrevino a raíz de la elección a la primera magistratura del famoso "gringocalla" (cruce de americano con yuqalla), quien durante su campaña proselitista, además de prometer la erradicación de la corrupción dentro del aparato estatal, prometió revisar la ya veterana y obsoleta ley de capitalización, además de consultar al pueblo a cerca de la conveniencia de derogar, por consenso, el decreto de aprobación del puerto elegido años a, para la salida del gas de exportación hacia el país del Norte. Ganadas las elecciones con minoría de votos, fraude comprobado y el apoyo de su más grande enemigo político, lo único que revisó el "gringocalla", fueron los contratos con las transnacionales para otorgarles mayores prebendas y regalías; y lo que al pueblo se le consultó, ya estaba decidido varios gobiernos atrás... la salida del gas estaba negociada con antelación con Chile y, a pesar de la furia y protestas de la población, todos los paros, apedreaduras, maldiciones y varios muertos; el famoso voceador de la trillada lucha anticorrupción y vice presidente del "gringocalla", se hizo el de la vista gorda participando en el negociado de su propia corrupción, quedándose mudo (como es lo usual), ante el gasolinazo que lanzó su gobierno, justo a los trescientos ochenta y cuatro días después de asumir el poder. historia no cesaba de repetirse.

La

Aunque Martín tenía sus preferencias, nunca, ni el "gringocalla" o el "vendepatria" fueron una de ellas y, sus cortos periodos de gobierno apoyados por los saqueadores y sinvergüenzas de los eternos aliados, indujeron a que Martín participe activamente en la política, apoyando a los movimientos populares e indigenistas, hasta lograr el derrocamiento del "gringocalla" y sus aliados, quienes satisfechos, se replegaron con los bolsillos bien forrados y la panza también. A este periodo de desgobierno inconcluso, se le sucedieron tantos otros y varios cambios, que a Martín le eran difícil de enumerar; mas a la fecha, Efraín Moncades era el principal caudillo de las clases populares y movimientos indigenistas que, como líder de su partido político, y desde el parlamento, defendía a ultranza el cultivo de la hoja de coca en el Chapare, así como la extinta lucha en contra del imperialismo Yanqui; nación que, deteriorada con tanto desgaste por la guerra contra las fuerzas de Al Qaeda y Adam Husein, hizo que ese país del Norte, dejara de presionarnos por la erradicación forzosa y replegara su ejército, dejando a Bolivia soberana y a merced de su buena suerte, disponiendo de su gas, sin mercado internacional ni demandas para su venta, con un gasoducto inconcluso y abandonado, además de un forado en las arcas del estado.

El país del norte arrastraba una tremenda recesión, comparada con la de los años 1929 a 1939, acaecida como resultado a los enfrentamientos bélicos interminable guerra contra

y

la

Irán e Irak con la única y verdadera finalidad de

enajenarles el petróleo. Si el extinto presidente Bush hubiera medido bien las consecuencias con seguridad que lo hubiera pensado dos veces, puesto que los efectos colaterales de su economía afectaron a todos los países en desarrollo.

La historia de los partidos políticos pequeños era predecible; una vez extinto el mando principal, sus militantes iban y venían, a, y de distintos partidos políticos que tuvieran más chances de ganar una elección, al igual que los sobrevivientes de la UCS y CONDEPA; por lo que su padrino Emeterio Quisbert había hecho reiteradas y no menos oportunas transferencias de lealtades, y seguía integrando la Alcaldía de El Alto, como militante de una nueva tienda política. Por estas y otras razones, Martín Poma Villca se vió en la necesidad de aceptar ser candidato a la presidencia de su país, liderizando un nuevo y recién fundado partido político, desprovisto de zares y zarinas anticorrupción y sin aquellos cientos de nombrados defensores, ya fuera del agua, del consumidor, de la niñez, de los derechos humanos, las vivanderas y ramas anexas etc.etc.; tampoco habrían superintendentes de transportes, bancos, comunicaciones y demás vaínas; aunque es posible que se mantuvieran a las reinas del carnaval, las comparsas y los prestes.

Entre las pocas cosas del pasado de Martín, que valen la pena mencionar, está el reencuentro con Juanita Jimenez, después de veinticinco años de su desaparición. Un buen día y a raíz de la inauguración de uno de sus nuevos orfanatos, su secretaria le comunicó que, "-en su oficina, estaba una dama muy distinguida, haciendo antesala para verlo y que le traía una maleta de cuero junto a un baúl de madera, acompañada de un palo de escoba con la cabeza tallada en madera pintada,

de

un

caballo

muy

simpático,

y

que

deseaba

entregárselas

personalmente-". La alegría de Martín le sacó un par de lagrimones mientras abrazaba a Juanita Jimenez; una dama muy atractiva, que denotaba distinción y riqueza puesto que la vida en Brasil le había regalado, además de a un marido rico y famoso, muchos logros en las finanzas, convirtiéndola en una mujer empresaria, dueña de una cadena de moteles en Río de Janeiro.

Juanita se quedó dos horas conversando con Martín y contándole su vida. Efectivamente logró hacerse la operación, y cambió de sexo. Como la recuperación era, además de dolorosa muy larga, se vio obligada a buscar trabajo, y como lo único que sabía hacer era ejercer de mesera (porque de ramera nunca más), consiguió trabajo en uno de los moteles de su actual marido, un hombre rico y viudo sin hijos, diecisiete años mayor que ella, al que le tenía sin cuidado que hubiese sido puto, marica, mesera o prostituta. Tenía veintidós años de matrimonio y era realmente muy feliz y afortunada. Retornó a Bolivia después de dos años, ya casada, únicamente con la finalidad de saber de la vida de ellos, de poner una buena lápida en la tumba de su amigo Carlos y para despedirse definitivamente de La Paz. Sintió mucho que el dueño del departamento los hubiera echado a la calle de esa forma, trató de encontrarlos, pero lo único que obtuvo fueron la maleta de cuero de Amanda y su maleta de madera con el gran Holofernes, que ahora se las traía para devolvérselas. Se enteró de su existencia por un periódico que llegó a sus manos en el Consulado de Bolivia, en Río de Janeiro, en el cual leyó el reportaje de su vida, durante la entrevista que lo mostraba como a uno de los magnates más grandes de la industria automotriz boliviana y futuro presidente de la república. A raíz de esto, tomó el primer avión y allí estaba, dichosa de verla convertido en un hombre de bien. Martín le contó todo de Amanda y también de su familia, la invitó a almorzar y después a cenar. Al día siguiente ambos se despidieron definitivamente, ya que Juanita Jimenez, ahora la señora Juana Piñheiro, regresaba a Río de Janeiro con la satisfacción del deber cumplido y con la seguridad de que Martín ganaría las elecciones por amplia mayoría.

Cuando Martín se presentó al banco, con la libreta de ahorros y el poder del padre Antonio para manejar la cuenta, se enteró de que los cuatrocientos dólares, más los intereses de 25 años, se habían convertido en casi tres mil dólares que los destinó a sus obras de beneficencia.

Contrario a este forzado desarrollo de la ciudad de La Paz, la ciudad de El Alto, con más de cuatro millones de habitantes, entre población flotante y establecida, seguía sumida en el más penoso subdesarrollo urbano. La falta de alcantarillado en el ochenta por ciento de la ciudad, hacía perceptibles los hedores de los desechos en descomposición que, desde

hacían quince años, se amontonaban a diario en

muchas de las esquinas; los perros callejeros eran considerados parte del ornato público, la falta de agua se debía a que la empresa privada no quería invertir en un mercado poco consumidor; las fachadas de las construcciones seguían sin pintura, mostrando orgullosas su mezcla de adobe con ladrillo. Indios, cholos y campesinos, se entremezclaban masivamente por las estrechas callejuelas atestadas de vendedores ambulantes, rateros y carteristas. Por sus calles y avenidas, seguían transitando los obsoletos minibuses expulsados de la gran ciudad y asilados en El Alto; la contaminación ambiental, era considerada una de las más elevadas del continente latinoamericano, peleándole escaños a la corrupción ante la indiferencia de las comadres y los compadres que seguían las viejas tradiciones ancestrales descuidando la salud y la educación de sus descendientes, quienes, seguramente y dentro de otros quince años, seguirían en las mismas condiciones de miseria y abandono que las actuales, culpando a políticos y gobernantes de sus propias desventuras. El famélico perro gris con manchas negras seguía apostado en el basural de la esquina de la plaza de Villa Concertación, y el subconsciente de Martín le contaba las costillas cada vez que lo veía, con la certeza de que era y no era su fiel mascota de la infancia.

A pesar de estos cambios trascendentales, para Martín seguían siendo sus calles, las de antaño, las de Villa Concertación, las de sus padres alcohólicos; las mismas que paseó de la mano de Sumaj Ccoya y las que trasvoló sentado en el lomo de

Holofernes; las calles que amaba sin saber exactamente el por qué; las que recorría ahora con la nostalgia de no desear volver, y sin embargo, allí estaba, dos veces por semana, acompañado de sus recuerdos y de la medalla que le diera Mariano Melgarejo, el Capitán del Siglo; deambulando en busca de lo perdido, tratando de reconstruir su ayer para enmendar el presente forjando un futuro prometedor; eran esas sus calles, las calles de Martín Poma Villca; futuro presidente de un país desconocido y lleno de desesperanzas.

Ciudad me habitas el alma cuando me alimentas de tu aliento tibio y nevado cuando bajo mis pies descalzos toco el arrullo de tus plazas.

Con pasos envejecidos recorro las calles del mañana esas calles que convergen y se mezclan como laberinto y maraña tus calles de subida y de bajada bajada de calles y más calles pintadas y sin colores.

Ciudad de entornos callados, dibujados me regalas cerros ariscos

desolados y mudos poblados de sol, de himnos y habitados de fantasmas acurrucados.

Me envuelves en tus callejones en suburbios de contadas ilusiones que amamantas bajo tu poncho ese poncho invisible histórico y milenario

Desde el volar de un cóndor me ofreces la magia de tus calles callejones y plazas de muros cálidos y transparentes dispersos al azar de una mirada

Son callejones y olvido atosigados de un todo suburbios del presente vacíos e inolvidados callejones estrechos y sin salida suburbios amplios y privados

privados al dominio de la razón

Callejones que van y vienen vienen suburbios y permanecen unidos a la memoria que luego con lentitud sobrevienen al abandono y entonces nos dejamos y todo vive para morir.

A mi ciudad del ayer, del hoy y del mañana Lic. MARTIN POMA VILLCA.

.

Novela ganadora del Premio Nacional, Casa de las Américas, Alfaguara y Santillna

La Paz, Septiembre 1º. de 2001

Señores Radiofrance Internationale Presente.-

EL ÚLTIMO DÍA Por “Octavia” Margaret retomó la práctica de los últimos 300 días de esa rutina que languidecía con el avance de las horas, justo faltando veinticuatro para que cumpliera los fatídicos ochenta años de longevidad, como ella los calificara de sano juicio. Ochenta años de los cuales recordaba relativamente poco, puesto que se conformó con encerrar en el armario de sus espectros todo recuerdo desagradable, perverso, doloroso e inservible que le prohibiera sonreír o evocara su llanto; y el tiempo, que malicioso e inclemente otorga y no perdona, se encargó de hacer el resto, borrando de su frágil retentiva tal vez más de la cuenta, más de lo necesario, más de lo deseado. Margaret siempre fue una mujer tan bella como pragmática que antepuso la cabeza al corazón convencida de que antes de amar era menester pensar, así es que pasó considerables años pensando mucho y amando poco. Hasta los nueve años pensaba con resignado rencor que su madre era una arpía ausente de sentimientos y pobre de corazón, que sin cargos ni conciencia, la abandonó en la clínica en la que la parió bastarda ochenta años ah, tirándole el bulto al piadoso de su padre quien por dos años, convenció a la

directora del nosocomio para que se hiciera del “delito” puesto que él, como varón y buen juez, tenía legítima esposa que cuidar y a varias hijas probadas que criar; circunstancias que no le impidieron tener querida o ir regando hijos bastardos por doquier en concupiscencia con esa humanitaria sociedad acostumbrada a lapidar la deshonra de las mujeres, ponderando la honra de los hombres que “cumplan” en ambas situaciones: amantes que depravan

y legítimas esposas como las únicas

capacitadas legalmente para asegurarles una nítida y constitucional descendencia de abundantes vástagos de preferencia varones. Evaluadas las circunstancias, el mentado “caballero” debió contratar a dos de las enfermeras y mudos testigos de su infortunio, para que criaran a Margaret en su precaria vivienda; crianza que se quebranto (justo después de cumplir Margaret los nueve años), a raíz del imprevisto fallecimiento del buen juez, asesinado muy de noche justo en el portal de la casa de su amante (legítima madre de Margaret); quitándole por lo tanto toda posibilidad de seguir bajo la protección y crianza de estas gentiles y asalariadas samaritanas quienes, suspendida la “mesada”, se vieron impuestas a retornarla a su madre para que ésta, atemorizada y de inmediato, la derive al único hermano de su padre, quien terminó entregándola a la viuda y legitima esposa del difunto juez, que la aceptó con la resignación de toda madrastra póstuma de aquella época . Y allí se hubo de quedar Margaret en calidad de cenicienta hasta los diecisiete años pensando que hay madres perversas, madrastras tolerantes y hermanastras poco condescendientes e indiferentes. A los diecisiete pensó que estaría mejor casándose con el joven cadete que la seguía cada tarde desde la escuela a su casa. Muchos años después del casorio pensó que no se equivocó, y el resto de su vida afirmó que fue lo mejor que le pudo pasar dadas las circunstancias de haber nacido bastarda con el agravante de ser abandonada por su propia madre el resto de su vida. Cuando la mujer murió arpía y vieja, Margaret la perdonó gratificada y convencida de que yacía en lo más profundo del averno, y según la sociedad, pagando

su terrible culpa; entonces pasó mucho tiempo pensando en como sería la cara de aquella perversa: si fue buena o sólo caritativa con el parapléjico e indigente marido, que mientras se mantuvo vivo y aletargado en su silla de ruedas le fueron indilgados algunos de sus hijos; o si fue leal concubina de su padre, o abnegada madre de sus otros ocho hijos (algunos propios de su progenitor). Pero por más que pensaba y repensaba Margaret no entendía el por qué su madre nunca la buscó, ni siquiera por remordimiento o simple curiosidad… Ella tampoco lo hizo atemorizada de que si la veía podría perdonarla y aprendería a amarla con necesitada e inusual rapidez.

A los

veinticinco años Margaret dejó de pensar tanto en la maldad de su predecesora disculpando su actitud un poco más, so pretexto de la terrible necesidad económica, los muchos hijos y el marido minusválido, cavilando prioritariamente en sus cuatro hijos y los problemas coyunturales de amante, esposa y madre a merced de una sociedad tan intolerante y chismosa como siempre. Pasaron treinta años y Margaret pensaba más en sus nietos y en el bienestar de su familia además de en un escabullido amor. Después de cuarenta años Margaret no solamente logró justificar a su madre en afán de disculparse, sino que la entendió cuando tuvo que enfrentar la enfermedad de su marido y tiempo después, también pensar por él, mientras juntos sobrellevaban un mancomunado Alzheimer que terminó de imprevisto con la vida de aquél buen hombre con el cual ella tanto se encariñó pero nunca amó. A pesar de mucho o tan poco padecimiento Margaret pensaba que a los setenta aún era afortunada; el correcto del marido la dejó bien asegurada: Una reputación intachable, una pensión de General, una linda casa y cuatro hijos que la adoraban… No todo fue tan malo ni duró más de la cuenta. Pero lo que Margaret hoy no recordaba, era aquél vacío desde la muerte del marido y estos más de diez años que ella enredaba con los de su infancia o juventud sin poder ordenar los acontecimientos, ya que últimamente y con mucha frecuencia dejaba de pensar confundiendo al consorte

con un amante y a sus hijas con las hermanastras, aseverando convencida de que alguno de sus retoños sería sin duda el general de su laberinto y entretejido pensamiento.

Para sorpresa de aquellos que merodeaban el día a día de Margaret y dominan el chimento, esa su ultima mañana en que cumplía ochenta años de olvido y trastocado pensamiento, amaneció tan cuerda como perspicaz anunciando que deseaba reunir a sus hijos, nueras, yernos y nietos porque antes de volver a olvidarlos tenía que despedirlos y deseaba verlos por única vez; anunciando que éste, sería su postrimero día de vida y lucidez. Margaret estaba radiante disfrutando de la claridad y perfecto orden en el que recordaba su pasado atado al presente, carente de un ya inservible futuro que la motiva a no seguir adelante, a no sumergirse en las tinieblas del olvido ni aceptar la total ausencia del sentido. Todos rodean su entorno, a todos mira con amor y gratitud y entonces se da cuenta que sigue faltando una… aquella que cincuenta años ah, al nacer espuria y del verdadero amor legítima, dejó, por temor y vergüenza, abandonada en la cuna terminando de crecer en casa de vaya uno a saber de quién…… Margaret entristeció, suspiró y voluntariamente ya no recordó, porque cerrando la puerta del oscuro armario en el que almacenó sus espectros de toda una vida de amargura pero intachable moral , decidió dejar de rumiar para desvanecer su remordimiento y culpa llevándose a la tumba, o igual que su madre, al mismísimo averno, todo el arrepentimiento de ese guardado secreto de un mismo pecado de quien le diera el ser; el indeseado nacimiento de ese vástago que hace cincuenta años se vio intimidada a abandonar forzada por las circunstancias del tenebroso “que dirán” que aun rige destinos, destruye vidas, y del que depende la conducta proba de toda mujer decente, salvaguardando así el buen nombre e intachable moral del marido al respetar

las reglas de esta poderosa casta que, perversa e indolente, hoy en día sigue exigiendo a las mujeres no sólo ser virtuosas sino aparentarlo, y que también le exigió a su madre cometer la misma iniquidad… ochenta años ah.

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