Las Cadenas Imposibles

  • November 2019
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Las cadenas imposibles “...el azar sólo es posible porque existe el olvido. El azar repite sus jugadas, sólo que de manera diferente cada vez. Olvidar sus variantes es igual a no conocer sus leyes, probablemente las más rigurosas que rigen los movimientos del universo.” A. Roa Bastos (1) En el centro del ojo la pupila que da vueltas. Como un giróscopo loco busca puntos fijos donde enquistarse, anclar la mirada en alguna realidad que la asegure. Es sólo voluntad que se hace necesidad para dar a luz mundos coherentes donde vivir y multiplicarse. Puntos que paren líneas coincidentes. Intersecciones. En el principio fue el caos. Leyes arbitrarias bullendo en un magma sin mente. El relojero ciego y sus herramientas de tiempo y un jardín de entropía como edénico fondo. La vida es fruto del desequilibrio, de la conjunción de elementos inestables, pero es la trabazón de las formas, la posibilidad de que se estabilicen, la que la hace posible. Natura se procura de vientos y picas, inventa garfios y trenza cuerdas con que anudar azares. En las postrimerías del milagro la especie elegida y su desamparo. El mono desnudo, su afán de perfección y su miedo a la incertidumbre. El perplejo engendro perdido en el laberinto de las preguntas. Para asegurar los vientos de su cordura, minuciosos brujos secesionaron para él la naturalidad de la naturaleza y en sus redomas ensayaron la domesticación de los albures. El azar fue colocado artificialmente en círculos concéntricos alrededor del poblado, de manera que las coyundas del espacio y el tiempo fueran menos previsibles a medida que nos alejáramos del centro. Si el instinto animal es un mecanismo natural para conjurar el azar, la cultura es su disección. Lo sagrado y lo profano, donde lo sagrado es el espacio familiar, de previstos aconteceres y lo profano el piélago de horrores que esconde lo ignoto, donde ocurren las cosas no predichas. Y lo que era pura necesidad en un principio lo convierten en ley las fuerzas de seguridad de la especie. La entrega de una punta del hilo de Ariadna es el rito principal de iniciación de todos los pueblos. La visualización previa de un laberinto perfectamente navegable es la condición para el equilibrio mental, para conjurar la incertidumbre del ser. Por su carácter de conjuradora del caos y el azar, de lo imprevisible, la cultura siempre tenderá a minorizar la importancia de su influjo en favor de la inmanencia, de los hilos que dirigen la existencia de los seres desde todas las instancias de poder. La disciplina del camino recto, donde no hay recodos ni bosques donde acechen las fieras de lo fortuito porque todo está trazado desde el ojo vigilante del administrador de seguridades. El Panóptico foucaultiano <<Este espacio cerrado, recortado, vigilado en todos sus puntos, en el que los individuos están insertos en un lugar fijo, en el que los

menores movimientos se hallan controlados, en el que todos los acontecimientos están registrados, en el que un trabajo ininterrumpido de escritura une el centro y la periferia, en el que el poder se ejerce por entero, de acuerdo con una figura jerárquica continua, en el que cada individuo está constantemente localizado, examinado y distribuido entre los vivos, los enfermos y los muertos, esto constituye un modelo compacto del dispositivo disciplinario>>(2). Fuente de poder que fomenta la sensación de desamparo del individuo la idea de inmanencia se resiste a ser puesta en su sitio cuando los límites del conocimiento se amplian, cuando la necesidad de anclajes se diluye en la esperanza de la autonomía. Sólo un sobreesfuerzo racional, un desnudamiento de las corazas protectoras pueden retomar el origen natural de la condición humana. La destrucción de la antigua alianza de la que hablaba Monod por parte de la ciencia empírica es un camino abierto, pero la propia dialéctica interna del poder, que tiende a perpetuarse hacia el infinito, y las resistencias culturales a los desandamiajes hacen que los determinismos duros y blandos acaben siempre triunfando con sus banderas al viento, con sus reatas de carros de feria cargados de bálsamos, incluso a golpe de fuego y grillete, cuando hizo falta. “El pez en la pecera y el pájaro en la jaula, no quieres inventarlos en el mar o en el viento”(3) le decía Lorca a Dalí en un trallazo de intuición poética. El azar se ha visto obligado a refugiarse en el rincón lúdico del alma humana. El juego y el placer van tan unidos porque constituyen las espitas naturales de la agobiante sensación de control. Juego, placer, arte: necesidad de riesgo compensatorio de la seguridad gnoseológica sólo útil para el anclaje cotidiano, no para las compensaciones del espíritu. Redil ilusorio de la esperanza de libertad. Sugestión de autonomía. Por eso decir “juego de azar” es construir un pleonasmo (Heine decía lo mismo de “amor loco”). La búsqueda de la aguja amarilla en el pajar de paja amarilla es un camino místico hacia la valoración de la existencia, hacia la asunción de la propia improbabilidad. La disputa que la vida presenta a la disposición teleológica de los medios y los fines es la condición del pensamiento libre que el arte necesita. Movimiento irreductible a los fines de una sociedad utilitaria, rompiendo los lazos entre seguridad y bienestar. El arte, el juego y en parte el amor (opuesto al instinto direccional, unívoco, de la procreación), fuera de la ley mecánica, introducen equívocos en las relaciones con el entorno, pautas extravagantes más cercanas a las que rigen el universo todo que las convenciones culturales que intentan explicarlas. Partimos de lo conocido hacia lo desconocido por un prurito de fascinación, por la voluptuosidad del riesgo, por rechazo a la derrota de lo cotidiano, y en el camino, como a los príncipes de Serendib, nos aguardan las acechanzas voluptuosas de la sorpresa, el erotismo subliminal de la aventura. Georges Bataille con la lucidez casi inhumana que le caracterizaba lo clavó en las puertas del templo de la razón y la poética que fueron su morada: “La existencia misma se reconoce en la disposición del azar, siempre que se contemple en la medida del cielo estrellado o de la muerte. Se reconoce en su magnificencia, hecha a imagen del un universo no mancillado por el mérito o la intención”(4).

(1) (2) (3) (4)

A. Roa Bastos: “Contravida” Foucault: “Vigilar y castigar” F. García Lorca: “Oda a Salvador Dalí” G. Bataille: “El aprendiz de brujo”

Manuel Harazem Publicado en ARTyCOco, nº 8, primavera 2000

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