Las Cabezas Flotantes,
por Reginald A. Ray
Primero de 3 artículos sobre meditación y cuerpo, publicado originalmente en Shambhala Sun http://www.shambhalasun.com/index.php? option=com_content&task=view&id=2234 Reginald A. Ray, Ph. D., es Profesor de Estudios Budistas en la Universidad Naropa y fue profesor residente en Shambhala Mountain Center EEUU. Traducción: Juan Arce (Nota del traductor: He traducido disembodied como descorporeizado a falta de un nombre mejor, otras opciones eran desencarnado o descarnado pero tienen connotaciones que he procurado evitar, igualmente he traducido mindfulness como estar presente en lugar de prestar atención, pues considero que está última acepción quita la cualidad de inmersión en la experiencia). Muchos Budistas Occidentales, dice Reginald Ray, perpetúan el dualismo mente/cuerpo, mundano/sagrado que ha marcado nuestra cultura desde el comienzo del Cristianismo. La meditación budista, tal y como se practica en occidente sufre con frecuencia de una profunda descorporización. Con frecuencia meditamos de cuello para arriba, como cabezas flotantes, desconectados por completo de la vida de nuestros cuerpos y de nuestra existencia física en el mundo. Meditamos de esta forma porque creemos, a menudo sin darnos cuenta, que el estado meditativo ideal debería ser algo ausente de dolor, complejidad, ambigüedad y de nuestra existencia física, en otras palabras de una corporización completa, de nuestra naturaleza humana. Se podría argumentar que el Buda enseñó un dharma cuya meta era el mostrar una vía de salida del sufrimiento. Bien cierto. Pero a menudo en nuestra forma occidental de practicar el Budismo, confundimos la meta con el trayecto, viendo las palabras del Buda sobre la meta como una descripción de como debiéramos abordar la práctica de la meditación. Muchos de nosotros, cuando nos sentamos a practicar, lo hacemos con un anhelo de experimentar paz y tranquilidad. Ningún problema con esto. Pero a continuación, nuestra meditación se convierte en un ejercicio para alcanzar ese estado. Aquí es donde comienzan nuestros problemas. Si somos lo suficientemente hábiles y experimentados, puede que hayamos averiguado una manera de meditar que nos saca del dolor, la incertidumbre y de la falta de un suelo firme para nuestras vidas entrando en un estado mental mucho más satisfactorio ausente de ambigüedad que identificamos como "el estado meditativo". ¿Qué de malo podría haber en esto? El problema está en que, siguiendo este enfoque, estamos expresando y fortaleciendo el profundo dualismo que ha estado afligiendo a la cultura Occidental al menos desde los inicios del mundo Cristiano de San Pablo.
De acuerdo con este dualismo, la experiencia espiritual y la experiencia cotidiana de la vida diaria, son dos dimensiones distintas de la realidad, dos universos mutuamente excluyentes. Esto refleja la idea de que el fin de la espiritualidad es salir de lo "mundano" y alcanzar el sagrado, "trascendente", Dios. Gran parte de nuestra cultura moderna, desde nuestra economía consumista hasta nuestros sistemas de socializar y educar a nuestros hijos, son reflejos de este tipo de dualismo, y el Budismo Occidental no ha escapado de sus garras. Dos factores en particular facilitan esta práctica del dharma como un proceso de descorporización. Primero, el resultado social y cultural de este dualismo que se encuentra profundamente enraizado en nuestra experiencia como Occidentales. Las sociedades urbanas modernas son cada vez más mentales y cada vez menos orientadas a las emociones, las percepciones y a las sensaciones. El pensamiento conceptual, la racionalidad y el análisis, por sí mismos procesos abstractos, son mecanismos de adaptación necesarios para tener éxito en el mundo moderno. La sensitividad emocional, la intuición y una sensorialidad vívida, adaptaciones que fueron previamente necesarias para sobrevivir y que son indicadoras de la corporización e integridad humana, son vistas en las modernas culturas empresariales como un incordio. El mundo descorporizado que hemos creado es una expresión actualizada del dualismo de nuestro pasado religioso. Un segundo factor que sin pretenderlo, alienta nuestro dualismo meditativo es el propio Budismo Asiático, incluyendo el trasfondo y entrenamiento tradicional de la mayor parte de sus maestros. El Budismo creció en culturas que están mucho más orientadas a lo físico que la nuestra. No resulta necesario, por ejemplo, decirles a los Tibetanos que sientan sus emociones o que "se metan en su cuerpo". Como resultado, el Budismo tradicional no pone el cultivo de la corporización en el centro de sus instrucciones de meditación. Y por tanto, las instrucciones que da, son a menudo susceptibles de ser practicadas por los occidentales de forma tal que refuerzan una disociación de nuestros cuerpos, nuestra experiencia, y nuestro mundo. Esto no significa que dentro del corpus Budista no existan muchas enseñanzas y técnicas de meditación que abordan los problemas del dualismo y la descorporización, puesto que sí las hay. Es sólo que estas enseñanzas son a menudo malinterpretadas y su orientación genuina queda inexplorada. Tampoco significa que no haya maestros Budistas en todos los linajes que enfatizan el cuerpo, puesto que también los hay. Pero muchas personas que practican meditación no han recibido estas instrucciones o no las han integrado en su trayecto meditativo. Pero una vez más nos podemos preguntar, ¿es esto realmente un problema? Es posible argumentar que como las necesidades del mundo humano han cambiado, las características más valorables de la naturaleza humana son ahora diferentes, y que la meditación debe asimismo cambiar. Puede que una visión dualista de la realidad y una presencia humana mucho más
mentalmente orientada sean ambas requeridas por nuestra sociedad moderna. Si esto es así, ¿qué hay de malo con una meditación Budista que refuerce este tipo de descorporización? Hay dos problemas con seguir este enfoque, el primero, ético, reflejo de nuestra cultura, y el segundo, espiritual, y que tiene que ver con la práctica misma de meditación. El dualismo y la descorporización occidental no son desarrollos neutrales e inofensivos. Sugeriría, de hecho, que estos desarrollos están íntimamente ligados a la despersonalización de la cultura moderna, la marginación de las mujeres y de las cualidades femeninas, el trato a los niños como objetos, la erradicación y el desprecio hacia las culturas indígenas, la destrucción de nuestro entorno, la mecanización de la salud, y el tratamiento del sufrimiento humano a través de técnicas sociales, médicas y psiquiátricas impersonales. Sugeriría incluso que cuanto más des-corporizados estamos, mayores son los desequilibrios mentales resultantes. El Dualismo, la despersonalización, y la descorporización nos están llevando a una cultura mundial en la que un número creciente de sus miembros acaban, de acuerdo a los estándares científicos, mentalmente enfermos. El segundo problema respecto de esta alienación de nuestro cuerpo impacta directamente la meditación, y sobre esto quisiera destacar tres temas: 1. la visión (qué es lo que buscamos en la meditación), 2. la práctica (los métodos que utilizamos para intentar lograr ésta), y 3. el resultado (aquéllo a lo que nuestros esfuerzos nos llevan)
1. La visión de la meditación como descorporización incluye no sólo nuestra idea de que meditamos para salirnos de la suciedad y el detritus de nuestros estados mentales habituales. Incluye, más sutilmente, nuestra imagen mental de un estado descorporizado ideal que (quizás de manera inconsciente) sostenemos ante nosotros mismos cada vez que nos sentamos a practicar. Esto puede basarse en el recuerdo de algún estado experimentado en nuestra práctica o en presencia de algún maestro respetado, o puede basarse en algo que hemos leído o escuchado. No importa cuál sea la práctica concreta que estemos abordando, esta imagen mental, bien sea consciente o inconsciente, está guiando y dirigiendo nuestra meditación. Nos limitará en cómo vamos a abordarla y cuánto vamos a ser capaces de experimentar, y va a restringir lo que somos capaces de ver.
2. Basado en esa visión, la meditación resulta con demasiada facilidad en una perversión de la práctica básica Budista de estar presente (mindfulness). Por ejemplo, puede que "sigamos la respiración" de
manera tal que tratemos de eliminar cualquier otro elemento de nuestra experiencia, las sensaciones físicas, sentimientos, energía y emociones, que son propias de nuestro ser físico y de la apertura a lo imprevisto que nuestra existencia física real conlleva. Cuando surgen estados mentales problemáticos o confusos, puede que con demasiada facilidad "volvamos a la respiración" y evitemos por tanto afrontar esos fenómenos. De manera similar, si meditamos con cantos, mantras o visualizaciones, puede que usemos éstas como una forma de distanciarnos de nuestras experiencias problemáticas habituales.
3. El resultado de este tipo de práctica puede ser, a corto plazo, un estado limpio y puro, sin dolor alguno. Aunque esto puede resultar atractivo, el resultado a largo plazo no lo es: nuestros cuerpos quedan sin transformar y la manera de abordar nuestras vidas queda como estaba, sin tocar. Esto es desastroso para la vida espiritual por una sencilla razón: el camino meditativo se desarrolla únicamente en la medida en la que nuestra experiencia cotidiana se transforma. El simple distanciamiento respecto del dolor de nuestra experiencia y el salirnos de él no va a producir ningún resultado duradero. Vamos a ser capaces de permanecer en un estado descorporeizado por un tiempo y entonces, cuando la energía necesaria para mantener ese estado se agote, vamos a volver de nuevo a nuestra ignorancia habitual y a nuestros patrones neuróticos. Nuestra respuesta a este triste resultado puede ser que comencemos a desconfiar de la meditación, de nuestros maestros de meditación, e incluso del dharma mismo. Tenemos que darnos cuenta de que el problema no está en la meditación Budista propiamente dicha, sino en las ideas dualistas que tenemos acerca de ella y en la manera descorporeizada en que la practicamos. En los próximos dos artículos, exploraré algunas de las técnicas budistas para superar el dualismo crónico y la condición desconectada, disociada, descorporizada a la que lleva.