La esencia de la neurosis
Reflexiones Psicodinámicas José Luis Cano Gil
© José Luis Cano Gil, 2014 Primera edición: Autoedición, Diciembre, 2014 Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de la obra sin permiso previo del autor, salvo citas en revistas, diarios, libros, redes sociales u otros medios de comunicación, siempre que se mencione la procedencia de las mismas.
Diseño y maquetación: Olga Pujadas
José Luis Cano Gil
La esencia de la neurosis Reflexiones psicodinámicas
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Indice Presentación
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Primera Parte: PSICODINÁMICA PARA ENTENDER 1. Lo inconsciente 2. La esencia de la neurosis 3. Amor y odio: la ambivalencia afectiva 4. La culpa 5. Los Cuatro Demonios 6. Diccionario Consciente/Inconsciente 7. El egoísmo 8. El superyo 9. Mini-diccionario sexual 10. Neuróticos, locos, psicópatas 11. El neurótico incurable 12. El neurótico: ¿víctima o truhán? 13. Neurosis, maltrato y sociedad 14. ¿Hay trastornos mentales? 15. El victimismo 16. La crisis de la edad mediana 17. Anorexia y bulimia 18. El trastorno límite (TLP) 19. Fobia social 20. La adicción 21. ¿Psicoterapia o reeducación? 22. El terapeuta amoral 23. Decálogo de la neurosis
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Segunda Parte: PSICODINÁMICA PARA CRECER 24. Los 4 dilemas fundamentales 25. Miedo a ser amados 26. ¿Te atreves a odiar? 27. Amar no es obligatorio 28. El amor 29. Confianza y paranoia 30. La felicidad 31. El Deseo 32. Las fantasías 33. ¿Voluntad o "fuerza de voluntad"? 34. ¿Ayuda la Autoayuda? 35. Optimismo y pesimismo 36. El problema de los bellos 37. El sexo multiuso 38. Los mendigos de amor 39. ¡Ser! 40. La conciencia 41. Sobre el ego 42. Todo Es Mentira
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Presentación
Te presento, lector, una selección totalmente revisada de mis mejores artículos sobre Psicodinámica, extraídos de una colección anterior, Inconsciente y Vida. Escritos originalmente entre los años 2006 y 2013, no los ordeno aquí cronológicamente, sino más bien didácticamente formando dos grupos: Psicodinámica para entender y Psicodinámica para crecer. Aunque los temas son heterogéneos, creo que en ellos podrás hallar algunas respuestas a los problemas emocionales humanos, vistos siempre en términos psicodinámicos. Es decir, según los conflictos más o menos profundos que nos duelen a causa de nuestro pasado y/o presente psicoafectivos. Quiero disculparme por las posibles reiteraciones que puedan haber en algunas partes de la obra, ya que a veces son inevitables por razones de claridad expositiva. ¡Que descubras en estas páginas, lector, muchas ideas inspiradoras! José Luis Cano Gil Barcelona, diciembre de 2014 www.psicodinamicajlc.com
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Primera Parte: PSICODINÁMICA PARA ENTENDER
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1. Lo inconsciente El Titanic chocó, como sabemos, contra un iceberg. Un iceberg es una masa de hielo flotante cuyo 90% está sumergido, es decir, permanece invisible a nuestra percepción. Lo mismo podemos observar en cualquier cubito de hielo. El iceberg es, por tanto, aquello que en su mayor parte no vemos. Desde Freud sabemos que, en el psiquismo humano, sucede exactamente lo mismo. Y a esa parte sumergida o invisible de la psique la llamamos inconsciente. Hay personas que no "creen" en el inconsciente, como si éste fuera una cuestión de fe y no una evidencia. Pero tampoco vemos, p.ej., la electricidad, los átomos o la fuerza de gravedad y, sin embargo, conocemos su existencia a través de sus efectos sobre los objetos. Igualmente, aunque invisible, reconocemos un inconsciente a partir de infinidad de signos y fenómenos "inexplicables" de nuestro comportamiento. Por ejemplo, cada vez que recordamos súbitamente algo previamente olvidado, ¿dónde estaba "guardado" ese recuerdo, y por qué desapareció, y por qué -o para qué- regresa precisamente ahora? Cada vez que alguien nos señala que estamos sintiendo u obrando como cuando éramos niños, ¿por qué no nos percatamos de ello, ni de cuándo y cómo fuimos aprendiéndolo? Cuando cometemos un lapsus importante, o tenemos un sueño reiterado, o elegimos una cosa y no otra, o nos invade un síntoma "absurdo" (p.ej., una ansiedad, una tristeza, una idea obsesiva, una adicción), ¿por qué no tenemos la menor idea de qué significa o por qué nos sucede todo ello? Además, ¿por qué solemos tener la irresistible sensación de 8
hallarnos poseídos por "algo"? Y cuando, pese a todos nuestros esfuerzos, perdemos el control de nosotros mismos, ¿por qué parece que nos convertimos en "otra" persona? ¿A qué se debe que no logremos superar situaciones que nos parecen fáciles, o que a menudo hagamos lo contrario de lo que precisamente deseamos? ¿Por qué el dolor de viejos traumas regresa continuamente, o en el momento más inesperado? ¿Por qué somos tan imprevisibles, a pesar de la firme y prolongadísima educación que hemos recibido? ¿Por qué, en fin, nosotros, que sabemos tantas cosas, no solemos comprendernos a nosotros mismos? La respuesta psicodinámica es que parecen existir fuerzas y procesos psíquicos que operan fuera del alcance de nuestro conocimiento y, por tanto, de nuestra voluntad. Por eso los llamamos inconscientes. Exactamente igual, por otra parte, que la mayoría de nuestros procesos orgánicos (digestión, metabolismo, función cardiaca, sistema inmunitario, etc.). El inconsciente no es exactamente una "parte" del cerebro o de la mente; en realidad, no sabemos lo que es. El concepto es más bien una metáfora. Se refiere al conjunto de funciones y sucesos que, por sus determinadas características (p.ej., ser desagradables, o irrelevantes, o demasiado complejas, etc.), la conciencia no puede o no quiere percibir y/o registrar en la memoria. Por eso, en mi opinión, más que hablar de "el" inconsciente, conviene hablar de "lo" inconsciente. Simplemente hay cosas que percibimos y hay cosas que nos pasan totalmente inadvertidas. Y la inmensa mayoría de nuestras vivencias pertenecen al segundo grupo. Esto nos hace descubrir que, pese a la gran importancia que nuestra cultura da a la conciencia, los poderes de ésta parecen bastante limitados, ya que suele "ignorar" casi todas las experiencias que se caracterizan por lo siguiente:
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1. no incumben al presente inmediato del individuo. 2. son demasiado dolorosas o triviales para éste. En realidad, estas "limitaciones" de la conciencia son, más bien, funciones defensivas e higiénicas, pues resultaría tan imposible como inútil registrar absolutamente "todo" lo que nos sucede en la vida. Ahora bien, las consecuencias de esto en el comportamiento humano -sobre todo la segunda restricción de la conciencia: su "ceguera" respecto a lo doloroso y lo insignificante- es crucial. ¿Por qué? Porque, al expulsar defensivamente de sí misma todo aquello capaz de causar angustia al sujeto, el efecto inevitable será que, tarde o temprano, todo lo rechazado a la zona "inconsciente" -lo llamamos reprimido- "regrese" a la vida del sujeto, aunque disfrazado de "síntomas" y causándole desdicha. Algo parecido a la basura que lanzamos sin más a la Naturaleza y retorna después a través del aire o los alimentos, envenenándonos. Por consiguiente, cuanto más llena esté la parte sumergida del iceberg -lo inconsciente- de experiencias y recuerdos negativos, dolorosos, desagradables, tanto más "neurótico" resultará el comportamiento final de la persona. Así que la función autoprotectora de la conciencia es imperfecta. Aunque nos salva a corto plazo de la angustia lanzándola en lo posible a la "basura" de lo inconsciente, lo cierto es que nuestro iceberg queda así "contaminado" y, a medio-largo plazo, acabará afectando nuestras vidas. Toda clase de heridas, traumas, conflictos, miedos, emociones inexpresadas, frustraciones y secretos incómodos se van acumulando en el "olvido" de nuestro inconsciente. Y aunque nos neguemos a mirarlo, todo ello seguirá indefinidamente ahí, rugiendo en silencio como demonios encadenados en el sótano. Por eso, tarde o temprano, oiremos sus gemidos. Y nuestro 10
colosal esfuerzo por acallarlos y seguir fingiendo que no existen amargará definitivamente nuestra existencia. A esto lo llamamos neurosis. Algunos elementos inconscientes son relativamente fáciles de recordar, de rescatar del "olvido". Pertenecen a esa zona limítrofe que llamamos preconsciente. Pero la mayoría son parcial o totalmente inaccesibles. En el mundo inconsciente no existe el transcurso del tiempo, ni las reglas morales, ni el lenguaje verbal, ni la lógica; sólo hay emociones, sensaciones, placer, dolor, deseos, intuiciones, imágenes, espontaneidad... Es el abismo de los sueños y los instintos; es el inmenso "disco duro" de nuestra biografía -e incluso, según Jung, de todas las biografías humanas-. Lo inconsciente es arcaico, biológico, infantil, prelingüístico; en él residen todas las lágrimas, todas las risas, todos los placeres, todas las nostalgias, todas las furias infernales. Ni la más insignificante herida se ha perdido en él. Es el mundo de los bebés, los locos, los artistas, incluso los místicos. Es infinitamente anterior a la voluntad, a los ideales, a la civilización, a los dioses. ¡Incluso a los psiquiatras! Es nuestra Caja de Pandora. Que nadie se escandalice, pues, con él, ni pretenda exigirle cuentas. Podemos prevenir que nuestro inconsciente se llene de demonios. Pero, una vez encerrados éstos, será completamente imposible controlarlos y, desde luego, muy, muy difícil exorcizarlos. Según todo lo anterior, ningún síntoma neurótico o psicótico es, pues, "absurdo", "irracional" o "monstruoso". Al contrario, todos ellos, desde el punto de vista de lo inconsciente, están dotados de una coherencia asombrosa, de una "lógica" aplastante, de un sentido que, aunque jeroglífico como en los sueños, puede descifrarse. De hecho, esto es lo que, en realidad, parecen pedir a voces: ¡ser comprendidos! Cada síntoma es 11
como un grito desesperado, una intento inconsciente del sujeto de ser entendido, amado, liberado. Porque el destino de los demonios jamás fue permanecer para siempre en las gélidas mazmorras del iceberg. De hecho, nosotros mismos los convertimos en tales al encerrarlos ahí. Como dijo Jodorowsky; todo diablo fue antes un ángel de vida. Y eso mismo es lo que anhelan volver a ser. ¿Cómo lo lograremos? Si los tememos, si no nos atrevemos a mirarlos de frente, está claro que será imposible. Ésta es la tragedia de una gran parte de la Psicología y la Psiquiatría modernas. El buen detective sabe analizar y resolver sus casos porque sabe buscar e interpretar las pistas que necesita para ello. Si, por el contrario, obrase por capricho, miedo, prejuicios o intereses personales, jamás resolvería nada. ¿Cómo, entonces, todos esos profesionales de la salud mental que jamás se interesan ni interrogan a fondo a sus pacientes sobre los secretos más íntimos -conscientes e inconscientes- de su infancia, escuela, adolescencia, matrimonio, trabajo, amistades, amor, sexualidad, dolores, anhelos, terrores, frustraciones, remordimientos, etc., ni establecen con aquéllos un vínculo personal mínimamente afectuoso, confiable y prolongado, aspiran entonces a comprenderlos realmente y ayudarles a sanar? Su afán es tan vano como reformar una casa cuyos cimientos -el corazón del iceberg- estuviesen devorados por las termitas. Lo inconsciente no sólo es propio de las personas. También los grupos, las empresas, los gobiernos, los países tienen su inconsciente. A menudo bastante horrible, por cierto. Y es que toda tienda tiene su trastienda. Toda ciudad, su red de cloacas. Todo escenario, sus bambalinas. Por eso, como las claves principales de los problemas suelen hallarse precisamente 12
en sus sombras inconscientes, la mayoría de conflictos humanos -neurosis, hambre, injusticia, violencia, etc.- parecen no tener remedio. ¿Cómo podríamos solucionar cualquier problema individual o social si evitamos indagar en los vertederos donde precisamente se originan? Es como aquel chiste del borracho que perdió su llave en la oscuridad y la buscaba junto a la luz de la farola... En conclusión, el ser humano no ve casi nada, no sabe nada, es casi ciego. Sólo capta la apariencia de las cosas, lo inmediato, su fachada. Vemos una especie de mundo plano y efímero donde, por tanto, lo único que importa es el control, la voluntad, el esfuerzo. Pero casi todas las claves de nuestros problemas están en otra parte. Se hallan en las profundas mazmorras inconscientes de nuestro psiquismo, llenas de fantasmas contradictorios -amor, odio, ira, sueños, rencor, soledad, envidia, celos, ternura, egoísmo, sexualidad, miedos, toda clase de lamentos...- que nosotros mismos hemos encerrado ahí. Son las partes censuradas, secuestradas, mutiladas de nosotros mismos, que merecen, por tanto, toda nuestra comprensión y afecto. Y la recuperación de su libertad. Pues sólo cuando la base del iceberg comienza a derretirse, a reducirse, a fluir, nuestra neurosis comienza igualmente a aliviarse. Y sólo entonces el verdadero bienestar comienza a ser posible. Lo llamamos sanación. © Enero, 2009
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2. La esencia de la neurosis La Psiquiatría moderna, en su biblia DSM, ha inventado en las últimas décadas hasta cientos de supuestos "trastornos mentales", y seguirá haciéndolo si nadie lo impide (1). Para la Psicodinámica, en cambio, no existen tales enfermedades, sino sólo las secuelas psicoconductuales ("neuróticas") derivadas de traumáticas experiencias infantiles. Dichas secuelas, aunque pueden manifestarse de muchas maneras, resultan sin excepción de procesos emocionales inconscientes relativamente "sencillos", cuya exploración nos ayuda mucho a comprender y aliviar los problemas neuróticos. Esos procesos son, sin duda, la clave principal del asunto, como intentaremos aclarar brevemente. Nuestro psiquismo se parece a uno de esos tableros infantiles para hacer mosaicos de colores (2). Imaginemos, así, que disponemos de cierta cantidad de piezas amarillas, rojas, verdes y azules. Podemos realizar muchos dibujos diferentes según nuestros deseos y habilidades (y cada persona los hará, además, a su propia manera). Ahora bien, según vamos gastando (o extraviando) piezas de un mismo color, éstas comienzan a faltarnos para elaborar apropiadamente ciertas figuras. Por ejemplo, si ya no me quedan piezas verdes, ¿de qué color haré un segundo árbol? ¿Quizá le daré un color "extraño", o haré un arbolillo diminuto o deforme, o renunciaré por completo a dibujarlo...? En todo caso, aunque puedo realizar infinidad de ilustraciones, está claro que mis piezas de colores siempre son las mismas. Siempre son cuatro colores en movimiento. Y, para mejorar mis dibujos, sólo tengo que aprender a gestionarlos mejor. Así ve las cosas la Psicodinámica . La psicología 14
convencional, en cambio, sólo ve cientos de figuras "indeseables" que pretende sustituir por dibujos copiados de plantillas. Y la psiquiatría simplemente quiere destruirlos con fármacos. Nuestras verdaderas piezas de colores son, obviamente, más de cuatro y son las emociones. Entre ellas, por ejemplo, el apego (amor), rechazo (odio), miedo, ira, pena, culpa, celos, vergüenza, envidia, desesperación, aburrimiento... A las emociones que nos "faltan" para "dibujar" mejor nuestra vida las llamamos reprimidas. A las emociones que chocan con otras causándonos dolor las llamamos conflictos. A las emociones que no logramos mover de su sitio las llamamos fijaciones. A las emociones que ponemos en cualquier lugar produciendo comportamientos incongruentes las llamamos defensas... Etcétera. Y lo más importante de todo: ¿me doy cuenta de todos estos movimientos? ¿Soy consciente de ellos y elijo, al menos hasta cierto punto, mis "mosaicos" afectivos y psicoconductuales? ¿O los produzco de forma totalmente automática y fuera de mi alcance, como mi digestión o mis sueños...? La gran variedad de "trastornos mentales" que tanto agradan a los vademécums de psiquiatría no son, así, sino el trasiego, generalmente inconsciente, de un puñado de emociones básicas. Y donde otros quieren ver innumerables "diagnósticos", psicodinámicamente sólo observamos unas cuantas formas, según cada circunstancia personal, de procesar y defendernos del dolor íntimo. He aquí algunos ejemplos según mi propia experiencia: •
Ansiedad: malestar debido a una o varias emociones reprimidas (miedo, ira, culpa, deseos...) 15
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Depresión: sentimientos ocultos de desamparo, miedo, culpa, autoagresión...
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Adicción: alivio de carencias secretas mediante sucedáneos banales
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Bulimia: alivio del desamparo inconsciente mediante sucedáneos simbólicos (comida)
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Anorexia: hostilidad profunda contra la familia, autoagresión
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Obsesiones-compulsiones: expresión simbolizada de ansiedades concretas (p. ej.: lavarse las manos = inseguridad; conjuros contra los "malos pensamientos" = culpa; etc.)
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TDAH: agitación psicomotriz por ansiedades diversas
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Fobias: miedos ocultos expresados simbolizadamente (p. ej., fobia a los cuchillos = miedo a la propia agresividad). También miedos derivados de traumas sin resolver.
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Trastornos sexuales: Ansiedades de diverso tipo descargadas sobre la sexualidad o la pareja
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Alucinaciones: emociones mal reprimidas que invaden la conciencia (p.ej, en forma de "voces")
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Trastornos de personalidad: combinaciones ("arquitecturas") variadas de toda clase de miedos y ansiedades
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Etcétera.
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Lógicamente, lo anterior no es un simplón "diccionario de síntomas", sino sólo un ejemplo de hasta qué punto, sea cual sea la apariencia y combinación de nuestros síntomas, sus dinámicas subyacentes -por no mencionar sus motivos biográficos- son similares. Hablando de motivos biográficos, sobra recordar al lector que absolutamente la mayor parte de nuestra dinámica emocional es predeterminada en nuestra infancia y adolescencia. No puede ser de otro modo, ya que tal es el período en que nuestro sistema nervioso se halla en crecimiento y modelación, y en que la mayoría de nuestros hábitos y aprendizajes quedan troquelados. El resto de nuestra vida, según las circunstancias que nos concedamos, podemos profundizar (o no) los surcos trazados, y también abrir otros nuevos, si bien no tan profundos y no sin cierta dificultad (3). Por eso, en fin, la neurosis no sólo es aquello que somos, sino también aquello que nos hicieron. Y por eso no podemos madurar individualmente sin cuestionar nuestra vida familiar y social. Ni podemos mejorar la sociedad sin crecer previamente como personas. Ésta es mi opinión sobre la esencia de la neurosis. Podríamos escribir miles de páginas adicionales sobre los innumerables detalles y aspectos técnicos del asunto, pero no añariríamos ni un gramo más de verdad a la cuestión. Sólo hay sufrimiento. Y cuanto más sufrimiento hay, más formas de neurosis y locura. __ 1. El fraude científico del DSM y de la Psiquiatría y Psicología en general es escandaloso. Y muy peligroso. Porque, siendo sus raíces principalmente macroeconómicas, amenazan seriamente a cortomedio plazo nuestras libertades sociales. El lector hallará mucha
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información en internet. Véase, por ejemplo, este documental activista: El marketing de la locura. 2. No exactamente rígido y cuadriculado, sino más bien fluido... Como nuestros líquidos orgánicos. 3. Es como los idiomas. ¡Nada que ver la capacidad de los niños y la de los adultos para aprenderlos! © Noviembre, 2013
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3. Amor y odio La ambivalencia afectiva
Todos sabemos amar y sabemos odiar. Pero, a diferencia de lo que solemos creer, hacemos ambas cosas al mismo tiempo. Simultáneamente. Cuando, en efecto, decimos “te amo”, en realidad también solemos odiar. Cuando decimos "te odio", lo cierto es que también solemos amar. ¿Cómo es esto posible? Porque amor y odio van siempre juntos en el corazón; son las dos caras de un mismo y único fenómeno: el amor-odio. A esto, en Psicoanálisis, se lo denomina ambivalencia afectiva. Es una dualidad o aparente "contradicción" que forma parte de todo vínculo emocional. ¿Por qué somos ambivalentes? La clave está, una vez más, en la infancia. Como ninguna familia es perfecta, sucede que, en la medida que nos amaron, aprendimos a amar. Pero en la medida que nos dañaron, también aprendimos a odiar. Y lo mismo nos ocurre con todas las personas que han influido en nuestra vida. Así que amor y odio crecen siempre juntos, perfectamente asociados en nuestro interior, lo mismo que las rosas y sus espinas. La ambivalencia es invisible y, por supuesto, conflictiva. Invisible, porque funciona como las dos caras de un planeta. Mientras vemos una (p.ej., el amor), no podemos ver la otra (que sigue ahí, activando como siempre nuestros comportamientos). Después, al cambiar las circunstancias, quizá veamos de pronto el lado oculto del corazón (p.ej., el odio), ¡pero entonces dejamos de ver el amor! Y así sucesivamente. En cualquier momento, sólo podemos percibir la mitad de nuestros 19
sentimientos hacia los demás. (1) La ambivalencia puede ser, por lo anterior, muy conflictiva, y de ahí las perturbaciones emocionales que suele ocasionar. Por ejemplo, un niño maltratado por sus padres se volverá necesariamente ambivalente pues, además de anhelar sin descanso su amor, también los odiará intensamente, cosa que reprimirá con energía para no sertirse culpable. Así aprenderá en su vida adulta a buscar y aferrarse precisamente a personas que le provean de ese tipo de vínculos contradictorios, es decir, que lo amen pero también lo ignoren, lo humillen, etc., porque es lo único que ha conocido en la vida. Y porque, además, le proporcionará un canal de descarga de sus viejos rencores infantiles. Buscará inconscientemente, así, la perpetuación del modelo, imaginando que el amor sólo puede ser "eso". Vemos fuertes ambivalencias, p.ej., en muchos problemas de personalidad; en las relaciones típicamente conflictivas o violentas; en las personas que se enamoran cotinuamente de personas "equivocadas"; en las relaciones típicamente breves o infieles; en los individuos que no consiguen comprometerse con ninguna relación; etc. La única forma de superar o aliviar los trastornos de la ambivalencia es, en primer lugar, concienciarla. Después, generalmente con ayuda de terapias psicodinámicas, el sujeto debe explorar a fondo cómo se aferra y a la vez se aleja -o sabotea- el amor que anhela. También debe expresar las enormes cantidades de dolor, ira y miedos inconscientes que acumula desde la infancia. Finalmente, un lento proceso madurador le irá devolviendo poco a poco la capacidad de vincularse de formas más coherentes, es decir, mucho menos contradictorias.
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1. Por eso cuando amamos "olvidamos" nuestras rencillas; y cuando reñimos "olvidamos" nuestros afectos. © Mayo/2006 © Agosto/2009
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4. La culpa Uno de los factores conscientes o inconscientes involucrados en muchos trastornos psicológicos es el sentimiento de culpa. Éste puede ser desde muy leve y difuso hasta gravemente paralizante, y es una forma de autorrechazo y autoagresión que limita seriamente el potencial de maduración y felicidad de las personas. ¿Cuál es el origen de la culpa? No hay uno, sino dos. Por un lado, las influencias negativas de un mal padre (a la que abreviadamente llamaremos culpa paterna). Y, por otro, las influencias negativas de una mala madre (o culpa materna). Veámoslas. 1. La culpa paterna. El padre, o su equivalente, suele representar el ala "dura" de la familia. Encarna la fuerza y la autoridad, da miedo, asume con más severidad que la madre todo lo relativo a los valores, normas, prohibiciones, premios y castigos que forman parte de la educación familiar. Más tarde, la escuela, la religión, las instituciones sociales, los jefes, etc. asumirán el relevo de esta función paterna. Así, cuanto más autoritaria, punitiva o culpabilizadora haya sido la educación de un individuo, tanto mayor será su predisposición al miedo, la sumisión, el autodesprecio e incluso la parálisis vital. Es como si hubieran sembrado en su corazón un pequeño "policía" interior que vigilara y censurara, continua y angustiosamente, todos sus actos y sentimientos. La interiorización de una cierta cantidad de culpa paterna es indispensable en la educación, pues sin ella la vida social -necesitada de reglas y límites- no sería posible. Pero cuando dicha culpa paterna es excesiva y, sobre todo, impuesta desde un 22
violento autoritarismo sin afecto ni respeto algunos, entonces la culpa se convierte en un tóxico que produce en los niños graves fallos de autoestima, del tipo: "soy malo, soy inútil, soy fracasado, soy incapaz, no me atrevo, nunca lo conseguiré, no debí hacerlo, merezco el castigo", etc. Es decir, quedará condicionado por una crónica incapacidad de HACER y PODER. El sujeto se sentirá impotente, castrado, temeroso, sin permisos ni libertades, sin el coraje o la espontaneidad de "atreverse a", por mucho que su personalidad pueda ser fundamentalmente sana. Afortunadamente, la culpa paterna es bastante fácil de superar con terapias de reeducación y apoyo que devuelvan al sujeto la conciencia de sus propios valores y, sobre todo, el permiso y la libertad para ser él mismo. 2. La culpa materna. Una madre (o equivalente) empática, afectuosa y cuidadora es la fuente absoluta de la seguridad y autoestima de los niños de cualquier edad. En consecuencia, cuando un niño ha carecido de tales dones maternos, sospecha inmediatamente de sí mismo, supone que no los merece porque hay algo "malo" en él, algo que lo hace indigno de ese amor indispensable. Así, haciendo recaer sobre sí mismo los errores de su madre, se convencerá de que "mamá es buena", "yo no valgo nada" y, por supuesto, "soy culpable de todo". La culpa materna es mucho más precoz, profunda y grave que la paterna, y genera sentimientos de autodesprecio del tipo: "no soy valioso, no lo merezco, soy un estorbo, soy malvado (por odiar secretamente a mamá ya que no me quiere), nadie me querrá nunca, me gustaría morir, el mundo es un infierno...", etc. Es decir, relacionados con el SER y la VISIÓN 23
de la vida. Como afecta a los cimientos de la personalidad, es más difícil de superar que la culpa paterna y requiere terapias prolongadas basadas en el amor y el continuo refuerzo de la personalidad. La culpa materna es doblemente nociva porque choca contra el tabú social de la madre "perfecta", la madre incuestionada. ¿No se supone -falsamente- que todas las madres aman a sus hijos y, aun suponiendo que a veces se equivocan, hay que perdonarlas? Por consiguiente, las víctimas de malas madres tienen especial dificultad para desprenderse de su falsa "culpabilidad", ya que, para eso, deberían reconocer y "devolver" a mamá la verdadera responsabilidad de ésta.. Y ello, además de muy doloroso, no es nada fácil, pues la sociedad entera, incluida la mayoría de terapeutas, conspiran contra ello. La desmitificación social de la "Madre Perfecta" es, sin duda, la última revolución pendiente. La mayoría de neuróticos estamos afectados por una mezcla variable de culpa paterna y culpa materna. La única forma de prevenirlas es mediante crianzas amorosas, respetuosas y tolerantes. Y el único modo de aliviarlas es con terapias lo suficientemente profundas y críticas socialmente.
© Abril/2006
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5. Los cuatro demonios
Todos los trastornos psicológicos se reducen, en última instancia, al choque o conflicto de determinadas emociones. Y, entre ellas, hay cuatro que destacan especialmente. Estas cuatro emociones básicas, como gatos furiosos encerrados en una habitación, saltan, luchan, maúllan, muerden, desgarran salvajemente desde adentro al sujeto; quien, a su vez, en vez de abrirles la puerta para que escapen, hace todo lo que puede -en vano- para silenciarlos y reprimirlos aún más. Por eso estos cuatro gatos se convierten rápidamente en cuatro demonios. Los cuatro demonios fundamentales de toda neurosis. Y los componentes de este cuarteto son: Amor, Dolor, Odio y Culpa. Retratémoslos brevemente. 1. AMOR. Todo bebé, todo niño, todo adulto siente la necesidad, el anhelo profundo de apegarse emocionalmente a su madre u otras personas suministradoras de seguridad, placer y cariño. Es decir, de ser amado. Se trata de una urgencia psíquica equivalente al hambre orgánica, y forma parte de nuestra condición de mamíferos. Un bebé sin apego amoroso enfermará, se volverá loco o incluso morirá. Un adulto se deprimirá fácilmente. Etcétera. Así, cuando la vital necesidad amorosa ha sido frustrada desde la infancia, se convierte en un hambre crónica (generalmente hacia la propia familia frustradora) tan poderosa, tan esclavizadora, que llega a impedir la maduración del sujeto. Este hambre de amor se convierte, así, en el Primer Demonio. 2. DOLOR. Una gran desamor causa siempre un gran dolor. Este dolor se manifiesta de muchas maneras (p.ej., vacío, 25
soledad, miedos, depresión, desesperación...), y puede llegar a ser acuciante, abrumador, insoportable. Puede determinar gran parte de nuestras vidas y nuestra neurosis. Por eso es nuestro Segundo Demonio. 3. ODIO. La secuela inmediata del dolor es la rabia, la ira, el odio contra quienes nos desamaron y frustraron. Un niño desamado puede, p. ej., desear morder, pegar, insultar, incluso matar a la madre. Pero el odio a la propia familia es un inmenso tabú social. Por ello, por muy feroz que sea la ira, siempre se reprime. De ahí que nos produzca toda clase de perturbaciones, condicionando gravemente nuestras vidas. El odio es nuestro Tercer Demonio. 4. CULPA. El odio y el dolor producen una lacra nueva: el sentimiento de culpa. Porque el niño dolido por desamor siente automáticamente que la culpa es suya, que no merece amor porque -imagina- debe de ser "malo". Y el niño que odia a sus padres siente, además, un hondo terror de ser abandonado/castigado por ello, de modo que también se siente culpable por ello. Los sentimientos de culpa conscientes e inconscientes pueden llegar a ser terribles y paralizantes, resultando así el Cuarto Demonio. Tal es, pues, el grupo de diablos que atormenta a la mayoría de neuróticos y psicóticos y, en definiva, al ser humano. Todas las personas vivimos en el continuo y denodado afán de satisfacer y/o huir de las exigencias de Amor. Escapar de los zarpazos implacables de Dolor. Desatar contra personas inocentes las órdenes de Odio. Someternos con impotencia a la tiranía de Culpa... Para colmo, los cuatro demonios se pelean continuamente entre sí, sin comprenderse ni respetarse en
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absoluto... Es una guerra íntima perpetua. Y, por ello, una de las causas fundamentales de la desdicha humana. ¿Para qué nos sirve saber todo esto? Muy sencillo. Si el motivo de la neurosis son nuestras guerras de demonios, entonces la única manera de ser más felices sería conocerlos mejor, aceptarlos, ayudarlos a expresarse, convivir sin miedo con ellos... Es, como sabemos, lo que siempre nos han propuesto desde los antiguos chamanes hasta los modernos terapeutas psicodinámicos: "¡si quieres ser feliz, exorciza tus demonios!"
© Octubre, /2007
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6. Diccionario"Consciente/Inconsciente" La misión de la terapia psicodinámica es hacer consciente lo inconsciente. Ya sabemos que los síntomas neuróticos (ansiedad, depresión, etc.) son una especie de lenguaje cifrado, la expresión consciente y enmascarada de nuestros sentimientos ocultos. Por tanto, lo que pretende dicha psicoterapia es explorar el camino inverso, es decir, descubrir el significado de tales síntomas, interpretar la verdad que esconden. Lo mismo que hacemos, por ejemplo, cuando intentamos traducir ese otro lenguaje en clave, los sueños. Siempre que no sabemos "por qué" sufrimos de ciertas maneras o nos sentimos compelidos a actuar de determinadas otras, los motivos son, obviamente, inconscientes. Y el idioma, la "sintaxis" del inconsciente son los llamados psicodinamismos de defensa (p.ej., proyección (1), desplazamiento (2), negación (3), racionalización (4), formación reactiva (5) y muchos otros). ¿Por qué nuestros afectos inconscientes se empeñan en disfrazarse, en expresarse de modos extraños y complejos? Evidentemente para protegernos, al menos en parte, de lo que realmente nos duele. Preferimos, por ejemplo, deprimirnos u obsesionarnos antes que percibir nuestros verdaderos sentimientos de vacío, odio, etc. Toda neurosis es un mal menor. Por ello, el terapeuta debe ayudar al sujeto a descubrir su propio "diccionario particular" de síntomas (no existe un diccionario universal), a fin de comprender mejor y resolver sus trastornos. Ken Wilber, famoso autor especializado en crecimiento personal, incluyó en uno de sus libros (6) un breve "diccionario de síntomas", muy esquemático, pero muy inspirador. En dicho 28
diccionario puede leerse, a modo de ejemplos, algunas traducciones a su verdadero significado de algunos síntomas comunes. Los transcribo (con fondo gris), añadiendo además algunos ejemplos de mi cosecha (con fondo naranja):
SÍNTOMA NEURÓTICO
"TRADUCCIÓN" (sentimiento/motivo inconsciente)
Presión [sentirse agobiado por el exterior para hacer algo]
Impulso [deseo secreto de hacerlo]
Rechazo ("nadie me quiere")
"¡yo no les doy ni la hora!"
Culpa ("haces que me sienta culpable")
"tus exigencias me irritan"
Angustia
excitación, emoción
Nerviosismo, incomodidad ("todo el mundo me mira")
"me muero de curiosidad por la gente"
Impotencia/Frigidez
"no quiero darle satisfacción"
Miedo ("me quieren hacer daño")
hostilidad ("estoy enojado y agredo sin darme cuenta")
Triste
¡Loco! [todo va mal, no me gusto nada]
Retraimiento
"te echaría de un empujón"
No puedo
"¡no quiero, demonios!"
Obligación ("tengo que")
deseo ("quiero")
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chismorreo autobiográfico Odio ("te desprecio por ese rasgo") ("me enferma tener ese rasgo") Envidia ("¡qué estupendo eres!")
"soy un poco mejor de lo que creo"
Idealización ("mi familia es maravillosa")
"me han defraudado"
Depresión ("la vida no vale la pena")
"no quiero vivir mi vida"
Hiperactividad
"no me apetece hacer nada"
Dominio ("quiero salirme con la mía")
"me siento inseguro"
Ansiedad, fobias
"no quiero saber lo que realmente siento"
Perfeccionismo
"me siento culpable"
Anorexia
"no trago a mi familia"
Autolesiones
"no me atrevo a agrediros"
Adicción
"me gratifico a mi manera"
Sobreprotección
"¡cuánto me fastidias!"
Despecho
"mi orgullo sufre"
Masoquismo ("mi pareja me maltrata")
"no merezco ser feliz"
Olvido
"no quiero recordar"
Lapsus
"se me ha escapado lo que escondía" 30
Complejo de superioridad
"me siento inferior"
Desde luego, cada síntoma puede tener, según cada persona y cada caso, distintos significados de los indicados en la lista. Pero los ejemplos nos ilustran bien sobre cómo suceden las cosas. Es fascinante la inteligencia del corazón humano para engañarse a sí mismo a fin de aliviar nuestro dolor, nuestros conflictos emocionales. El "precio" a pagar son los molestos síntomas neuróticos. De ahí la necesidad, si queremos superarlos, de aprender el lenguaje del inconsciente. ___ 1. Proyección. Es ver en los demás lo que no queremos ver en nosotros mismos. Ej.: "el mentiroso cree que todos mienten". 2. Desplazamiento. Es derivar los sentimientos en direcciones menos comprometidas. Ej.: la persona que desfoga contra sus hijos la ira que siente contra su jefe. 3. Negación. Es negar evidencias dolorosas. Ej.: el adicto que no quiere aceptar su adicción. 4. Racionalización. Es crear excusas para tapar el verdadero motivo del acto. Ej.: "me he retrasado por culpa del tráfico"... cuando lo cierto es que salió de casa muy tarde porque realmente no deseaba acudir a la cita. 5. Formación reactiva. Es actuar lo contrario de lo que realmente se siente. Ej.: "dime de qué presumes y te diré lo que te falta". 6. LA CONCIENCIA SIN FRONTERAS, Ken Wilber, Ed. Kairós, 1985, Barcelona, p.132. © JLC
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7. El egoísmo 1. Introducción El concepto de egoísmo es paradójico. Etimológicamente significa "amor a uno mismo", exactamente como autoestima, pero se utiliza errónea y universalmente en sentido peyorativo como amor exagerado a uno mismo, es decir, como egocentrismo. Las personas egocéntricas son, como sabemos, las que sienten, piensan y actúan fundamentalmente para sí mismas, sin percepción ni preocupación alguna por los sentimientos y necesidades de los demás. En términos psicodinámicos, llamamos narcisistas a las personas egocéntricas. El narcisismo es un concepto derivado, como sabemos, del mito griego de Narciso, que se "enamoró" de su propia imagen reflejada en el agua. Es decir, de sí mismo. En este artículo usaremos, pues, el término narcisismo para referirnos al extendidísimo problema del egocentrismo humano. 2. El narcisismo es una defensa Si un niño no recibe en sus primeros años un amor sano por parte de sus cuidadores -especialmente la madre-, no sólo no aprenderá a confiar, vincularse y amar a los seres humanos, sino que, refugiándose en sí mismo, se limitará a explotar su entorno en su egocéntrico beneficio. No puede ser de otra manera. El niño, encubriendo tremendos sentimientos de desamparo, miedo, culpa y rabia, siente inconscientemente: "¡me siento solo, no me puedo fiar de nadie, dejadme en paz, ya sólo quiero aprovecharme de vosotros!". Por eso desconecta del mundo y de 32
sus propias emociones y, fracasado el amor, intenta la supervivencia. Así nace la persona narcisista. ¿Qué circunstancias concretas enseñan a un niño/a a refugiarse en sí mismo, es decir, a detener su maduración afectiva y social? Como señalamos a menudo en estos artículos, suelen ser las siguientes: 1. la privación de amor: madre inmadura/patológica, padres fríos, castración, malos tratos 2. el falso amor (excesos/distorsiones): sobreprotección, adulación, chantaje emocional, educación errónea 3. los traumas: violencia doméstica, trastornos mentales familiares, problemas sociales El niño narcisista es un sujeto extremadamente carencial, débil, sin autoestima, incapaz de soportar sus conflictos internos y externos y, en consecuencia, con grandes dificultades para interesarse y relacionarse con el mundo exterior. Su egocentrismo es la sobrecompensación, el "caparazón" que necesita para protegerse de la realidad. Con el paradójico inconveniente de que tal caparazón es precisamente el que, a la larga, puede acarrearle enormes problemas y sufrimientos, y también a la gente que lo rodea. Insistamos en la paradoja de que, contra todas las apariencias, el narciso no se ama extremadamente a sí mismo, sino todo lo contrario. Su egocentrismo, su "adicción" a sí mismo, no es sino la máscara, la fuga de un terrible vacío interior. Cuanto mayor es tal vacío, más poderoso es el búnker en que ha convertido a su corazón.
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3. Las formas del narcisismo La estructura narcisista se expresa de muchas maneras. Tiene muchas máscaras ("síntomas"). Y es, por supuesto, el núcleo psicodinámico de la personalidad y la neurosis de millones de seres humanos. Todos somos más o menos narcisistas. El famoso problema del "ego", contra el que llevan luchando las religiones del mundo desde siempre, no es más que la lucha contra el narcisismo humano, que es intrínsecamente incompatible con el amor, la felicidad y la supervivencia humana a largo plazo. Cuando las manifestaciones de narcisismo son excesivas y/o nocivas -incluso antisociales o delictivas- para los demás, lo llamamos trastorno. Cuando son particularmente dañinas y sin el menor autocontrol ético, lo llamamos maldad o sociopatía. Cuando hacen del sujeto alguien totalmente extraño e incapacitado para la vida lo llamamos psicosis (locura). (1) Para la psicopatología actual, los "trastornos" de personalidad -cuyo motor psicodinámico es, ya lo hemos dicho, el narcisismo- son los siguientes: 1) paranoide, 2) esquizoide, 3) esquizotípico, 4) antisocial, 5) límite (TLP), 6) histriónico, 7) narcisista (propiamente dicho), 8) evitativo, 9) dependiente y 10) obsesivo-compulsivo. Cada uno de los cuales constituye, en suma, un intento egocéntrico e infeliz de soportar la vida. (2) Veamos más de cerca algunas manifestaciones típicas, que pueden presentarte en distintos grados y combinaciones, del narcisismo de las personas: 1. Desvinculacion, frialdad. El sujeto se siente más o menos indiferente y "lejano" de los demás, incluso de las personas más allegadas. No siente demasiada empatía, afecto o 34
preocupación por el sufrimiento de los otros, a los que casi ve "irreales", simplemente útiles o inútiles para el alivio de sus necesidades. Es frío y "va a la suya". 2. Desconfianza, paranoia. Una variante de lo anterior es que, además, el sujeto teme continuamente a la gente, desconfía de la bondad y las intenciones de las personas, no puede sentirse seguro y tranquilo en ninguna parte. Y atribuye a los demás, mediante proyección, sus propios odios y deseos. 3. Vanidad, exhbicionismo. Para compensar su intolerable vacío, aquí el sujeto necesita destacar sobre los demás, creerse mejor o superior a ellos, ser continuamente el centro de atención y admiración, buscar aprobación y aplauso. No importa si sus habilidades son reales o imaginarias. Él necesita sentirse importante y nunca tiene suficiente (porque su vacío jamás se llena). Es adicto al ego, la adulación y el éxito. 4. Idealización, envidia. Debido a las carencias estructurales del narciso, es fácil imaginar los terribles sentimientos de envidia que padece. Siempre imagina que los demás son más fuertes y felices que él (idealización), desea insaciablemente lo que aquéllos supuestamente poseen, y teme ser eclipsado por ellos. Por eso también los odia y, si puede, los destruye. Como su insatisfacción es crónica, su dolorosa envidia también lo es. 5. Omnipotencia, manipulación. La continua tentación del narcisista es, dadas su debilidad y falta de empatía, controlar a los demás, utilizarlos en su provecho. Para sentirse fuerte y seguro, necesita ejercer su poder, doblegar voluntades ajenas, extraer beneficios, vencer como sea. Para ello utilizará toda clase de trucos: manipulación, engaño, seducción, amenaza, 35
agresión, castigo, tiranía... Lo que sea. Su intolerancia a la frustración lo empuja inexorablemente a salirse siempre con la suya. A quererlo todo a cambio de casi nada. 6. Psicopatía, violencia. Un caso extremo de lo anterior es el uso desalmado de cualquier grado de explotación o violencia. Es un modo de vida depredador, brutal hacia las personas... o incluso hacia sí mismo. Aquí el narciso está tan desesperado y furioso, y es tan vengativo por las violencias que él mismo sufrió, que ya no le importa nada. Se ha convertido en un animal rabioso y autodestructivo. 7. Dependencia, victimismo. Un recurso opuesto al anterior es la dependencia extrema del narciso, su estrategia de "desvalido", sus quejas sin fin (victimismo), gracias a lo cual obtiene beneficios sin dar mucho (o nada) a cambio. Podría confundirse con amor, pero no lo es. Se trata más bien del truco -y el pánico- del ahogado, que se aferra al cuello del socorrista -sin preocuparse en absoluto de éste-, con gran peligro de sucumbir ambos. Por cierto, lo inverso de esta actitud es el delirio "sufridor-salvador", que consiste en lo siguiente: "yo lo aguanto todo por ti, te complazco, te ayudo, porque no sé vivir con independencia, y/o porque necesito modelarte como yo necesito". 8. Depresión, masoquismo. Otra variante es la "desconexión" enfurruñada del narciso respecto a su entorno. Enfadado con el mundo, descarga su rabia contra sí mismo y, bajo la máscara de la tristeza, "abandona" emocionalmente la realidad. Se dedica entonces a "atormentarse" -autoagredirsecontinuamente buscando en el mundo las justificaciones conscientes (filosóficas, políticas, etc.) que necesita para ello.
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9. Autismo, psicosis. Un grado extremo de lo anterior es la ruptura total, en todos los sentidos, con la realidad. El replegamiento en lo más hondo de los propios sueños y delirios o, simplemente, en la apatía emocional absoluta. Toda relación interpersonal queda reprimida. Como decía Rosen, la actitud básica es "hacerse el muerto". Esta es la forma máxima de narcisismo, propia (generalmente) de los sujetos que han sufrido las formas más atroces -y precoces- de maltrato. Por supuesto, podríamos ennumerar otros muchos ejemplos de secuelas/estrategias narcisistas. Todos nos podemos identificar con muchas de ellas, y todos conocemos -o sufrimosa personas que las padecen en algún grado. 4. Pronóstico y prevención Si el narcisismo es, como hemos visto, una estructura defensiva, una secuela neurótica derivada de crianzas inadecuadas, etc., ¿se "cura" este problema? En mi opinión, depende de su profundidad y, más que de "curación", deberíamos hablar de atenuación. De hecho, aliviar mediante terapia psicodinámica cualquier trastorno neurótico equivale precisamente a aliviar el narcisismo subyacente. Y atenuarlo significa restablecer -en lo posible- la confianza y el interés genuinos del sujeto por sí mismo y por los demás seres humanos. Devolverle su capacidad de disfrutar mucho más de las relaciones interpersonales basadas en el respeto, los afectos y la intimidad emocional. Ayudarle a descubrir, en fin, que no todo es dañino en la vida y que, por ello, no siempre es necesario refugiarse en lo más hondo de nuestros caparazones.
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En los casos moderados, cabe también elegir estilos de vida compatibles y canalizadores del narcisismo básico (p.ej., no casarse, no tener hijos, no asumir compromisos superiores a las propias fuerzas, etc.; y sí, en cambio, potenciar actividades de autorrealización individual capaces de proporcionar al narcisista lo que necesita (admiración, triunfo, poder) a través de, p.ej., el arte, el espectáculo, los negocios, la política...). En los casos leves, puede asimismo limitarse el narcisismo con prácticas espirituales destinadas a ampliar la conciencia y la empatía hacia todos los seres vivientes (p.ej., mediante la oración, la meditación, etc.). También pueden ayudar los valores éticos, sociales y políticos encaminados en la misma dirección (solidaridad, justicia, ecologismo...). Etcétera. Respecto a la prevención del problema, no hay que decirlo: como saben muy bien los lectores de estos artículos, sólo una crianza consciente y amorosa de los niños; y también unos valores sociales que fuesen compatibles con las necesidades intrínsecas humanas, podrían evitar que millones de personas tuviesen que refugiarse en esa lamentable autoprisión egocéntrica. __ 1. El narcisismo forma parte no sólo de los individuos, sino también de los grupos y naciones. Nuestra sociedad, por ejemplo, no sólo lo es en grado extremo (es individualista, egocéntrica, competitiva, violenta), sino que vive de la inculcación y explotación del narcisismo en las personas. Se enseña a los jóvenes que lo ideal es tener un carácter "fuerte" (es decir, desconsiderado), "decidido" (o sea agresivo), "competitivo" (o sea envidioso), "desconfiado" (o sea paranoico), "brillante" (o sea vanidoso), etc. Todo ello calará perfectamente en las masas sometidas a pésimas condiciones psicológicas y socioeconómicas, y neurotizará profundamente a sus 38
hijos. Así la insatisfacción, el miedo y la rabia serán la causa y el efecto del narcisismo perpetuo universal. 2. Ver "Los problemas de personalidad". Naturalmente, todas las clasificaciones son relativas y muchas personas son, en la práctica, una "mezcla" de varios tipos. © Julio/2007 © Mayo/2011
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8. El superyo La teoría psicoanalítica describe, como sabemos, tres niveles en nuestra "psique": el ello, el yo y el superyó. El ello, o principio del placer, es el conjunto, mayoritariamente inconsciente, de nuestras emociones y necesidades infantiles. El yo, o principio de realidad, es nuestro sentido consciente de lo real y de lo conveniente para nuestra mejor supervivencia. El superyo, o principio moral, es el conjunto de valores y reglas mediante las que el yo intenta "mantener a raya" los posibles abusos del ello, para mejor adaptarnos a la realidad (1). De este último, el superyo, hablaremos aquí. El superyo tiene mala prensa y no sin razón. Porque toda civilización usa y abusa de él, generando así innnumerables formas de dogmatismos, autoritarismos y represiones individuales y sociales. Tal vez sea el superyo lo que más nos separa del resto de la Naturaleza. Podríamos definir, entonces, la neurosis como algo parecido a esto: El yo, por miedo al superyo (inculcado socialmente), expulsa de sí mismo (reprime en lo inconsciente) todas aquellas facetas de nosotros mismos que nos parecen incompatibles con las reglas superyoicas. Esto incluye una buena parte de nuestras necesidades psicofísicas más hondas y vitales. Ahora bien, en la medida que nuestro yo sea demasiado débil para hacer su trabajo represor, o si las fuerzas a reprimir son demasiado poderosas, comienza la neurosis. Porque, entonces, cierta parte de lo reprimido regresa siempre a la consciencia en forma de síntomas. La neurosis es, así, 40
un estado de conflicto, una guerra interna entre lo que somos y lo que nuestro superyo no quiere que seamos. ¿Cómo se transmite y opera el superyo? Obviamente, para interiorizarse en el sujeto requiere algún grado de violencia. Llamamos a tal violencia, p.ej., educación, autoritarismo, pedagogía negra... Sus excesos históricos han sido tan graves que hoy, en Occidente, nos hemos vuelto alérgicos a casi cualquier forma de normativa y autoridad. Nos hemos vuelto compulsivamente rebeldes, descreídos, indóciles. Sufrimos una especie de fobia al superyó. Y, sin embargo, ¿es lúcida y sana semejante aversión? ¿Es deseable, o ni siquiera posible, un mundo sin superyo? Un mero vistazo a nuestro alrededor nos convence de inmediato de que las reglas son necesarias. Más aún, no podemos vivir sin reglas. Ni los trenes y aviones, ni la política, ni la economía, ni los partidos de fútbol podrían existir sin algún tipo de normas, de árbitros, de sanciones. De hecho, como se aprecia muy bien en el caso de los deportes, son precisamente las reglas las que posibilitan el juego, es decir, la cooperación, la armonía, la eficiencia. Lo mismo que también sucede, p.ej., con las reglas gramaticales, etc., que nos permiten la comunicación (2). Etc. Una sociedad sin reglas no es una sociedad. E incluso en la terapia psicodinámica, tan supuestamente liberadora, amoral, etc., llega siempre un momento en que, como parte del crecimiento de un yo fuerte y maduro, es preciso fomentar un superyo igualmente sano. No es, pues, que el superyo sea intrínscamente malo. El problema es otro. Y lo hallamos rápidamente. La dificultad no está en el superyo mismo, sino en la clase de reglas que usamos, y en el modo en que las aplicamos. Si, p. ej., lo hacemos con brutalidad 41
(según aquello de que "la letra con sangre entra", etc.), el superyo resultará claramente destructivo e incompatible con la felicidad de las personas. Sería como si, volviendo al fútbol, un árbitro abusivo e injusto golpeara a los jugadores, etc.; muy pronto expulsarían al árbitro y así, sin una buena autoridad reguladora, el partido acabaría. Es tan destructivo un superyó defectuoso o excesivo, cuanto un superyó ineficaz o inexistente. Un superyó maduro y eficaz se caracteriza, en cambio, por algunos rasgos como los siguientes: 1. Está siempre subordinado al amor y el respeto a uno mismo y a los demás. 2. Sus reglas son básicamente acordes -y no opuestas- a las necesidades psicofísicas humanas (p.j., de afecto, seguridad, sexualidad, libertad...). 3. Sus reglas son moderadas, es decir, accesibles, practicables. 4. Sus reglas son flexibles, o sea, adaptables a cada individuo y situación particular. 5. Sus reglas son claras y pocas, no numerosas ni embrolladas. 6. Sus reglas se hacen cumplir siempre, no a veces, ni al azar. 7. Sus correctivos son claros y proporcionados, esto es, ni improvisados, ni demasiado leves, ni abusivos. Sólo así un superyó puede ser útil y constructivo tanto para el individuo como para la sociedad. Y sólo así, por otra parte, la autoridad que lo aplique merecerá respeto y obediencia (4). Nunca olvidemos que, entre nuestras cualidades mamíferas, se halla también precisamente la de subordinarnos con naturalidad a las autoridades que sentimos como legítimas y protectoras. En ello se basa precisamente nuestra posibilidad de crianza, aprendizaje, psicoterapia, orden social, etc. 42
Psicodinámicamente, no toda la estructura del superyo es consciente. Tiene también muchos estratos inconscientes. Por ejemplo, no solemos darnos cuenta de que muchos de nuestros valores y normas de conducta no son realmente "nuestros", sino que los "mamamos" inadvertidamente del superyo de nuestros padres, y sigue operando en nosotros de forma totalmente automática y desapercibida. Simplemente, "jamás se nos ocurrió pensar" por qué sómos, p. ej., tan machistas, o despreciadores de los varones, o autoritarios, o antigays, o exigentes con los niños, o prejuiciosos en esto o aquello, etc., incluso aunque a veces no nos guste serlo... Percatarse de ello, y superarlo cuando es necesario, sólo suele ser posible en el marco de las psicoterapias. En suma, pese a su mala prensa, necesitamos un superyó. Necesitamos valores, reglas, autoridad, cumplimiento, sanciones. Como saben muy bien los niños (3), todo ello forma parte necesaria de la vida y constituye, en realidad, una barandilla de seguridad contra el miedo y el caos, lo cual nos ayuda a vivir. Ahora bien, debe tratarse de un superyo sano. Un superyo nacido de un yo maduro arraigado en el máximo respeto y amor a nosotros mismos y a los demás. Pues todo lo demás -ya sea el autoritarismo brutal o su opuesta, la ciega rebeldía- sólo nos acarreará neurosis, desintegración y violencia. __ 1. En la medida que fracasa en ello -y siempre fracasa-, comienza la neurosis 2. Hace años, cuando participé en talleres literarios, disfrutaba con los ejercicios que nos proponía la coordinadora. Se trataba de escribir siguiendo determinadas pautas y estilos diferentes, etc., y era precisamente ese reto lo apasionante del asunto. Los resultados del taller eran espectaculares. En cambio, quienes insistían en escribir de 43
forma "libre" e improvisada, sin ajustarse a pauta alguna, solían resultar ininteligibles y aburridos, manifestando sólo su íntima desorganización psíquica. 3. "¡No se vale! ¡No se vale!", exclama un niño cuando observa la menor trangresión de una regla. 4. Deduzca y aplique el lector la importancia de todo esto en la educación, la política, los negocios, etc. © Mayo/2010
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9. Mini-diccionario sexual NOTA. Toda conducta sexual tiene sus propios motivos psicodinámicos en cada persona. Las definiciones que siguen sólo son orientativas. AMOR (de pareja). Capacidad de vincularse íntima, estable y felizmente con otra persona. Su referente principal es el edipo positivo. BISEXUALIDAD (ver también sexualidad). Desde el punto de vista de la identidad sexual, todos los seres humanos somos "bisexuales", pues todos poseemos rasgos definidos convencionalmente como "masculinos" y "femeninos". Desde el punto de vista de la elección de objeto sexual, también somos bisexuales, pues en todas las personas coexisten inconscientementre (en distinta "proporción" según cada individuo) elecciones heterosexuales y homosexuales. Cuando ambas tienen fuerzas similares, hablamos de "bisexualidad" propiamente dicha, que también puede verse como un estado de "indeterminación" en la elección del objeto. CASTRACIÓN. Miedo inconsciente a ser dañado insoportablemente en su sexualidad, su autoestima, sus sentimientos, su identidad, etc. Es paralizante y origina muchos problemas neuróticos. EDIPO. Apego enamorado del niño/a de 3-6 años por alguno de sus cuidadores, generalmente el progenitor de sexo opuesto. Este apego puede resultar una experiencia positiva o negativa para el niño/a, y constituirá un modelo inconsciente fundamental para sus futuras relaciones de pareja. 45
EYACULACION PRECOZ. Eyaculación no controlada, que resulta de la mala percepción y gestión del hombre de su propia excitación sexual. Ocurre cuando está interferido por emociones demasiado poderosas (deseo excesivo, ansiedad, miedo, impulsividad, etc.). EXHIBICIONISMO. Es un modo narcisista de llamar la atención, debido precisamente a algún tipo de vacío o ansiedad que atormenta al sujeto. FELACIÓN. Todas las formas de sexo oral (besos, felación, cunnilingus...) remiten, en última instancia, a las experiencias maternas/lactantes del sujeto. El interés excesivo de algunos hombres por la felación ("ser mamados") puede expresar su propia necesidad infantil de "mamar", ya sea de la mujer-madre u (homosexualmente) del padre. También puede indicar un ansia de ser queridos o mimados, una actitud excesivamente castrada o narcisista, o bien una exigencia machista o neurótica de dominar a la mujer. FRIGIDEZ. La falta de deseo sexual, placer u orgasmo indica, salvo enfermedad física, algún problema emocional (ansiedad, depresión, etc.), o algún conflicto del sujeto respecto a su propio cuerpo, su sexualidad, su pareja y/o el otro sexo en general. HETEROSEXUALIDAD. Resulta de procesos edípicos en los que el niño/a pudo identificarse y asumir (imitar) la misma sexualidad (identidad + objeto) que el progenitor del mismo sexo biológico. HIPERSEXUALIDAD. La actividad sexual excesiva suele constituir alguna forma de compensación o defensa contra dolorosos conflictos íntimos (soledad, ansiedad, depresión, homosexualidad no aceptada, etc.). 46
HOMOSEXUALIDAD. (Ver también sexualidad). Puede ser consciente o inconsciente ("latente"), y suele resultar de diversas situaciones psicodinámicas. Por ejemplo: HOMBRE:
MUJER:
•
amor e identificación excesivos con la madre (rechazará a las mujeres para no traicionarla; amará a otros hombres tal como hace ella; etc.)
•
odio excesivo a la madre (y por tanto a todas las mujeres)
•
edipo con figura masculina: padre, hermano, amigo... (el varón como principal referente amoroso)
•
padre ausente o masculinidad castrada (no aprendió a "elegir" mujeres)
•
gran narcisismo (sólo elige a otros varones, espejos de sí mismo)
•
odio excesivo al padre (y por ello a los hombres)
•
amor e identificación excesivos con el padre (no querrá sustituirlo; imitará su amor a las mujeres; etc.)
•
edipo con figura femenina: madre, hermana, amiga... (la mujer como principal referente amoroso)
•
madre odiosa o feminidad castrada (no aprendió o no quiere "elegir" hombres como 47
hizo la madre; rabia/envidia hacia lo masculino; etc.) •
gran narcisismo (sólo elige a otras mujeres, espejos de sí misma)
IMPOTENCIA.Ver frigidez. INFIDELIDAD. Vivencia psicosexual con una persona ajena a la pareja. Suele deberse a problemas con ésta, o a la inmadurez o neurosis del sujeto infiel. La llamada "pareja abierta" suele ser una justificación de la incapacidad amorosa. (ver también promiscuidad). INSTINTO SEXUAL. Llamamos erróneamente "instinto" a lo que, en los seres humanos, sólo es la tendencia a satisfacernos con los placeres suministrados por algunos órganos y sentidos. Esta tendencia aumenta cuantos menos obstáculos encuentra (biológicos, psicológicos, culturales), y cuanto más neuróticos e infelices nos sentimos (hipersexualidad). La función del placer puede ser múltiple: autogratificación, expresar amor, alegría, dominio, rabia, etc. MASTURBACIÓN. Es un tipo de autogratificación sexual ligado generalmente a fantasías. Su práctica excesiva revela algún tipo de conflicto (soledad, castración, narcisismo, fracaso en las relaciones amorosas...). NARCISISMO. Dificultad para vincularse amorosamente con los demás, con aislamiento defensivo en sí mismo. Se debe siempre a malas experiencias familiares y dificultades madurativas.
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PEDOFILIA. Preferencia sexual por los niños. Puede tener varios motivos, a veces combinados: •
infantilismo, castración (miedo/odio a los adultos: el sujeto se siente más seguro con niños).
•
experiencias edípicas o incestuosas con menores (hermanos, primos, amigos...): los niños serán su principal referente amoroso-sexual
•
homosexualidad consciente o inconsciente desplazada a menores (es el caso de algunos profesores, sacerdotes, etc.)
•
abusos sexuales infantiles (el sujeto fue abusado y repite el patrón)
•
psicopatía, sadismo (el sujeto quiere dañar, violar, destruir al niño).
Según las causas, los sentimientos de culpa y las circunstancias favorables o no, la persona pedófila puede realizar sus deseos o limitarse a fantasearlos (pornografía infantil, etc.) o sublimarlos (arte, trabajo con niños, etc.). PROMISCUIDAD. Tendencia a la diversidad de relaciones psicosexuales. Suele indicar dificultades psicológicas para vincularse amorosamente. SEXUALIDAD. La sexualidad del individuo posee dos rasgos fundamentales: la identidad y el objeto. •
Identidad. Consiste en la elección del propio sexo: "¿me siento hombre o mujer?"
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•
Objeto. Es la elección del sexo favorito para amar: "¿prefiero a los hombres o las mujeres?"
Identidad y objeto son independientes del sexo biológico y se construyen ("aprenden") en función de las experiencias psicoafectivas y edípicas de la infancia, dando así lugar a las distintas psicodinámicas homosexuales y heterosexuales. VIOLACIÓN. Su naturaleza inconsciente no es sexual, sino agresiva (ya sea por razones neuróticas, psicóticas o sociopáticas). El deseo del violador es dominar, humillar, dañar a la mujer (a veces también como parte de un odio más amplio: racismo, venganza, guerra...). VOYEURISMO. La contemplación de personas desnudas o actos sexuales, pornografía, etc, suele obedecer a profundos sentimientos de insatisfacción o castración del sujeto, que se gratifica viendo en otros lo que él mismo no puede o no se atreve a realizar. © JLC
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10. Neuróticos, locos, psicópatas En el lenguaje común, en los textos divulgativos, en las crónicas de sucesos, en el cine y la televisión, etc., se usan y confunden habitualmente tres conceptos muy conocidos: neurótico, psicótico, psicópata. ¿Qué significa cada uno de ellos? ¿En qué se parecen o se diferencian las personas a las que se refieren estos términos? Intentaremos aclararlo aquí, siempre desde nuestro habitual enfoque psicodinámico. 1. Los neuróticos. Llamamos así, en general, a las personas con significativos problemas emocionales cuyo rasgo común suele ser, en última instancia, el sentimiento de culpa. Este sentimiento paralizante nace, como sabemos, del desamor infantil, la educación represiva, etc., y produce gente esencialmente bloqueada (reprimida) e insatisfecha, de lo que se derivan los famosos síntomas neuróticos que todos conocemos (ansiedades, fobias, depresiones, adicciones, problemas alimentarios, problemas sexuales, problemas de personalidad...). Los neuróticos son básicamente sumisos y adaptables porque, en última instancia, suelen sacrificar sus emociones para ganarse el amor de los demás, al que jamás han renunciado. Corresponden a este tipo, en mayor o menor grado, la mayoría de seres humanos. 2. Los psicóticos. Llamados popularmente "locos", podemos considerarlos también neuróticos "extremos". En general, se trata de personas tan gravemente heridas que, a diferencia de los neuróticos comunes, han perdido toda esperanza de ser amados, y en consecuencia se han refugiado profundísimamente en sí mismos. Simplemente, han roto por 51
completo (es decir, emocional y cognitivamente) con el mundo exterior. Permanecen blindados en un búnker narcisista cuyo rasgo fundamental es la desvinculación de todo y, a veces, las alucinaciones o delirios. A esta categoría pertenece un reducido grupo de personas. 3. Los psicópatas. También llamados sociópatas o antisociales. Psicodinámicamente son una especie de locos "incompletos", ya que su ruptura con el mundo exterior sólo se ha producido a nivel emocional. Por tanto, son tan extremadamente narcisistas como los psicóticos pero, a diferencia de éstos, no se autoexilian del mundo, sino que se aprovechan de él, lo explotan implacablemente, sin empatía, ni escrúpulos, ni remordimiento alguno. Por eso pueden ser tan peligrosos socialmente. Podríamos decir que mientras el neurótico reprime sus emociones para ganarse el amor de los demás y el psicótico se refugia en su mundo interior sin esperar nada de nadie, el psicópata, igualmente desesperado y desvinculado, se limita a satisfacer sin pudor alguno sus deseos. Un grupo relativamente menor de personas corresponden a este tipo. Por supuesto, esta clasificación es, como todas, relativa. En la práctica, hay infinidad de individuos "intermedios" que comparten en mayor o menor grado rasgos de los tres tipos. ¿Qué determina que las personas "elijan" el camino neurótico, psicótico o antisocial? Sin duda alguna, las variables implicadas en ello son muchas. Todo depende de la gravedad, frecuencia, edad de inicio, circunstancias personales, defensas emocionales, etc., de cada sujeto respecto a los daños que ha sufrido desde niño. Por ejemplo, cuando las heridas son terribles y/o muy precoces (p.ej., primeros meses o años de vida), seguramente las secuelas tenderán a ser de carácter psicótico. Si los traumas son 52
menos extremos u ocurren a edades superiores, la tendencia será quizá más sociopática. Y los daños moderados o leves conducen necesariamente a la neurosis. A efectos morales y legales, ¿son conscientes de sus buenas y malas acciones los neuróticos, los psicóticos y los psicópatas? Por supuesto, ya que todos ellos han recibido una educación parecida. Lo único que diferencia a cada sujeto en particular es la mayor o menos conciencia que tiene de sus motivos, y la capacidad de autocontrol con que se desenvuelve en la vida.
© Octubre, 2008
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11. El neurótico incurable ...o el "enfermo imaginario"
Hay neuróticos "sin remedio". Mi psicoanalista solía decir que "prefería un buen psicótico a un mal neurótico", referiéndose al hecho paradójico de que un "loco" podía mejorar relativamente más que ciertos neuróticos, supuestamente menos graves, pero mucho más recalcitrantes. Porque hay neurosis que consisten precisamente en no querer mejorar. Son los neuróticos "incurables". En cierto modo, todos los neuróticos somos "incurables", pues la neurosis misma, siendo un conjunto de defensas psíquicas, resulta casi irrenunciable. Los seres humanos no deseamos afrontar y solucionar nuestros problemas emocionales, sino dejar de sufrir a toda costa. Sólo cuando nuestras defensas nos causan más dificultades que ventajas, algunas personas se atreven a reducirlas (lo que suele ser suficiente para llevar una vida mejor). Por otro lado, dichas defensas nos ofrecen también algunos provechos secundarios. Por ejemplo, ¿por qué querría yo desprenderme de ellas, si con su ayuda obtengo beneficios personales, subsidios económicos, aislamiento de la realidad, manipulación de voluntades ajenas, etc.? Es cierto, claro, que cuanto mayores han sido nuestros traumas, mayores son nuestros miedos y recelos frente a la posibilidad de mejorar, sobre todo cuando no encontramos personas capaces de ayudarnos adecuadamente. Pero nuestro estancamiento en determinadas formas de ser no indica enfermedad alguna. Y esto es precisamente lo que fingen ignorar los "enfermos imaginarios".
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Muchos neuróticos, en efecto, pese a disponer de toda la información y oportunidades para madurar (p.ej., un buen entorno profesional, social y económico, buenos terapeutas, etc.), no lo hacen. Parecen perfectamente "instalados" en su problema, al que consideran "sin remedio" e incluso, con la complicidad de la Psiquiatría oficial, una enfermedad incurable. Se identifican y aferran a su diagnóstico-coartada (p.ej., un supuesto "Trastorno X de Personalidad") y, en adelante, lo exhiben/lamentan/explotan indefinidamente. Estos pretendidos incurables pueden visitar a incontables psicólogos y psiquiatras (¡incluso varios a la vez!) a lo largo de su vida, devorar enormes cantidades de libros de psicología y autoayuda, asistir a toda clase de cursos y talleres "terapéuticos" y/o entregarse a prácticas religiosas, místicas o esotéricas de cualquier tipo... sin resultado alguno. Ellos creen sinceramente que están intentando mejorar. Sin embargo, las limitaciones de la Psicología actual y, sobre todo, las necesidades económicas de muchos terapeutas poco escrupulosos ayudan a perpetuar este autoengaño, ya que pocos enfermos imaginarios han oído alguna vez esta verdad lapidaria: "Estamos perdiendo el tiempo. Usted no quiere curarse". Un ejemplo extremo de la falsa incurabilidad de estas personas, que nos lleva incluso a reflexionar sobre la verdadera naturaleza del "trastorno mental", es cuando el supuesto problema es brutalmene antisocial. Conocí a un hombre, separado, con un hijo de 25 años diagnosticado con TLP que llevaba una vida extremadamente destructiva... para el padre. El chico sufría continuos accidentes de moto, lo hospitalizaban, escapaba de los hospitales, daba continuos problemas, se autolesionaba a menudo llenando toda la casa de sangre, etc., ante el continuo horror y sobresalto del padre. Ni éste, ni la 55
familia, ni los médicos, ni la policía sabían ya qué hacer... Y entonces este hombre me dijo: "No sé si mi hijo está loco o sólo es un hijo de puta". Porque, a todas luces, toda la conducta del chico estaba destinada a "torturar" o "vengarse" del padre (por los motivos que fuesen). Ahora bien, la cuestión es: ¿se hubiese atrevido a hacerlo sin el amparo/coartada psíquica, moral y social ("¡ay, pobre chico...!") de su supuesto TLP? ¿O será que, simplemente, consideramos "loco" al sujeto extremo, insoportable, incalificable? Muchas personas maltratadas por esta clase de "enfermos sin remedio" experimentan intuitivamente la misma duda: "¿Me pegó porque "no pudo evitarlo" (estaba trastornado), o lo hizo simplemente porque no quiso (consciente o inconscientemente) controlarse?" A mucha menor escala, numerosos enfermos imaginarios son verdaderamente egocéntricos, manipuladores, dependientes, quisquillosos... inaguantables. Psicodinámicamente, podemos desde luego suponerles buenas razones inconscientes e infantiles para ello. Pero tales razones, que ellos jamás querrán averigüar, demuestran claramente que no existe enfermedad alguna. De hecho su sensación de "enfermo" es una mentira más, una defensa más, un síntoma más de su constelación neurótica. Pero el autoengaño del enfermo imaginario no es, en realidad, distinto del autoengaño del adicto que finge "no poder" dejar su adicción, simplemente porque sigue necesitándola. O del hipocondríaco que finge toda clase de molestias crónicas, simplemente para llamar la atención y hacerse mimar. O de la persona con insuperables "disfunciones sexuales", simplemente porque no quiere admitir sus tremendos problemas afectivos... Etcétera. Y si hablamos de personas que nunca cambian, ni siquiera hace falta restringirnos al mundo de la neurosis. ¿Qué decir, por ejemplo, de tanta gente que presume de "no haber 56
cambiado de ideas, de gustos, de costumbres en toda su vida"? Simplemente hay personas increíblemente rígidas, inamovibles. Y los neuróticos incurables no son más que una parte de ellas. En definitiva, lo único que diferencia a un neurótico mejorable de otro irremediable es, como todo en la vida, su capacidad de sincerarse consigo mismo. © Julio/2012
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12. El neurótico: ¿víctima o truhán? Algunas personas me preguntan por qué en ocasiones hablo del neurótico como si fuese una pobre víctima pasiva (del desamor, del dolor, de sus conflictos inconscientes) y otras, en cambio, lo considero un activo responsable de su problema, incluso una especie de "listillo" que utiliza su neurosis con distintos fines y a la que no está dispuesto a renunciar. ¿Cómo es posible que alguien sea, a la vez, víctima y autor de su problema? La respuesta es que ambas cosas son perfectamente complementarias. Para entenderlo, debemos recordar el conocido fenómeno del beneficio secundario en toda neurosis. Todas las cosas pueden tener varios usos. Por ejemplo, un libro sirve para leer, pero también es útil como objeto decorativo, pisapapeles, etc. Igualmente, los síntomas neuróticos (p.ej., ansiedades, depresiones, adicciones...), a pesar del dolor que los origina y los sufrimientos e inconvenientes que producen, también pueden tener algunas ventajas. Por ejemplo, pueden servir para reclamar afecto, controlar a los demás, evitar responsabilidades, darse ciertos placeres, etc. A esto se lo denomina en Psicodinámica beneficio secundario y, como tal, contribuye a realimentar inconscientemente el trastorno neurótico. Pongamos un ejemplo. La adicción a una droga, pese a lo deteriorante que puede resultar, es también una herramienta muy útil, digamos, para: 1. relacionarse con los demás ("todos mis amigos la toman") 58
2. excusa contra las dificultades de la vida ("es que mi trastorno me "impide" salir adelante") 3. hacerse querer ("es que necesito tu ayuda") 4. evitar la propia responsabilidad acusando a otros ("sufro por culpa de la droga, los traficantes, la sociedad...") 5. vivir cómodamente, controlar el entorno y/o hacer chantaje emocional ("como no "puedo" trabajar, tengo vía libre para pedir, robar, exigir...") 6. darse placer ("disfruto buenos momentos con mi droga") 7. aislarse ("me ayuda a aislarme del mundo, que es lo que quiero") 8. victimizarse ("la vida es cruel, soy un desgraciado...") 9. sentirse importante, rebelarse ("fastidiaros, vosotros me habéis hecho así...") 10. autodestruirse ("en el fondo quiero morir") Etcétera. El peso de tantas ventajas inconscientes suele ser, obviamente, tan enorme, que contribuye decisivamente a la "cronificación" de muchos estados neuróticos. En otras palabras, la neurosis no es solamente un problema objetivo "a solucionar", sino también la mejor solución que el sujeto ya ha encontrado para adaptarse a su situación. Para hallar un equilibrio entre sus dolores íntimos (que teme afrontar) y su vida práctica (que necesita sobrellevar de algún modo). Por eso, pese a sus
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legítimas quejas y sufrimientos, el neurótico es también en un pillo. Un tramposo. Un truhán. Pongamos otro ejemplo. A una persona muy narcisista con síntomas diversos (p.ej, ansiedades, hipocondría, depresión...), la consideramos digna de compasión y tratamiento. Ella misma es la primera que quiere "curar" sus síntomas. Pero, si nos fijamos mejor, vemos que su problema tiene algo, o mucho, de argucia inconsciente, es el mejor "truco" adaptativo en sus circunstancias. Su significado puede ser algo parecido a esto: "como no quiero a la gente porque no me quisieron a mí, me aprovecharé de vosotros". Y así cultiva su retahíla de quejas, abusos, demandas de atención, visitas a médicos, explotación de bajas y subsidios, sobreprotección familiar... Etcétera. Una farsa que se evidencia, sobre todo, cuando el truhán evita por todos los medios afrontar las causas profundas de sus síntomas -que casi siempre son infantiles y dolorosas-, abandona sus terapias, etc. Así, cuanto mayores son sus resistencias a sus verdades íntimas, y cuanto mayores son también los beneficios secundarios, tantos menos motivos tiene el neurótico para esforzarse por su sanación. De modo que todo trastorno neurótico esta constituido por: 1. una causa primaria (un daño, una victimización, un conflicto real e inconsciente perpetrado contra el sujeto en el pasado, generalmente por su familia). 2. determinadas secuelas neuróticas, a menudo muy dolorosas y perturbadoras para el sujeto y su entorno. 3. los beneficios secundarios, que realimentan las secuelas neuróticas en el presente. 60
¿A qué nos conduce todo esto? A la conclusión de que, si queremos un sincero afrontamiento terapéutico de los problemas emocionales, necesitamos hacerlo simultáneamente por los dos lados del problema: las causas del pasado y las ventajas del presente. De otro modo, todos -víctimas, familiares, terapeutas y sociedad en general- nos extraviaremos en un laberinto de confusiones y mentiras inconscientes que no nos llevarán a ninguna parte. Como es el caso, p.ej., de esos fumadores que han dejado "mil veces" de fumar, o esas personas adictas a las dietas de adelgazamiento.
© JLC
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13. Neurosis, maltrato y sociedad El caso de María
En la excelente película "El show de Truman", un hombre descubre gradualmente que es víctima de una extraña conspiración social. Cuanto más aumenta su certeza, más se enfurece y más paranoicamente se comporta, al tiempo que las manipulaciones sociales contra él aumentan. En apariencia está volviéndose "loco" -y así se lo presentan los demás para dominarlo-, pero el espectador sabe, y también los personajes que conocen la conspiración, que es sólo una víctima del sistema. En realidad, los locos son precisamente los conspiradores, capaces de perpetrar una acción tan horrible como la que describe la película. Dicha historia, de varias lecturas, nos ofrece, pues, una buena metáfora de qué es la neurosis desde el punto de vista psicodinámico. Todo trastorno neurótico (depresión, ansiedades, problemas de personalidad...) es, en última instancia, el resultado de algún tipo y grado de maltrato emocional continuado, ya sea actual o remoto. Cuanto mayor es tal maltrato, mayor es el trastorno, y mayor es también el esfuerzo del entorno social del neurótico (básicamente, familia e instituciones sociales) para defenderse de él. ¿Cómo? Primero, ocultando su autoría y/o complicidad en el problema. Segundo, acusando a la víctima de sus propias heridas (p.ej., achacando éstas a supuestos genes, neuronas o aprendizajes "inadecuados"). El logro máximo de esta doble maniobra será considerar a la víctima un "enfermo"... ¡que deberá someterse a sus propios verdugos para "curarse"! Un crimen perfecto.
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Pongamos un ejemplo. Imaginemos que María tiene una familia sin amor, hipócrita y manipuladora. Ella no se da plena cuenta de esto, pero curiosamente ha desarrollado una personalidad sin autoestima, inestable, dependiente y sin energía. Un día, su marido la deja. Entonces María se derrumba y experimenta fuertes síntomas ansiosos y depresivos, de los que intenta escapar mediante otros síntomas accesorios (se vuelve adicta al alcohol y otras drogas, se obsesiona anoréxicamente con su cuerpo, comienza a llevar una vida irresponsable...). Pronto comienza a tener problemas en el trabajo, la despiden, no tiene fuerzas para buscar otro empleo... y empieza a faltarle el dinero. Su salud física también se deteriora. Sus pocas amistades la abandonan y todo ello, convertido en un angustiante círculo vicioso, refuerza y empeora sus síntomas. Comienza a sufrir fobias y ataques de pánico... Agotados sus últimos ahorros, ya no puede pagar su pequeño piso. No sabe a dónde ir. María se acerca peligrosamente a la indigencia... ¿Qué alternativas le quedan? Buscando alivio a su dolor, María acude desde hace algún tiempo a un psiquiatra. Éste, como buen expendedor de fármacos (1), le adjudicó sin dudarlo uno o varios "diagnósticos" (p.ej., trastorno de ansiedad, trastorno adictivo, problema alimentario, trastorno de personalidad, etc., como si todo ello no fuesen variaciones de lo mismo) y le impuso una medicación. María, rebautizado su dolor con palabras altisonantes pronunciadas por una autoridad del Estado, se siente, por un lado, provisionalmente tranquilizada, pero también humillada y asustada, pues ahora cree que está definitivamente "enferma". El tiempo pasa. Naturalmente, María no mejora con la medicación, sino que se siente incluso peor que antes: adormilada, debilitada, confundida, más incapaz que nunca de vivir y buscar empleo... Su desesperación aumenta. ¿Habrá que aumentar la dosis? 63
La otra alternativa es volver con su familia. Buscar refugio en casa de sus padres. Regresar, como una "fracasada" o incluso una "loca", al mismo nido que la dañó y del que precisamente huyó hace algunos años. Los padres la reciben con los "brazos abiertos", pero también con una secreta e inconfesable sensación de triunfo. En realidad, "esperaban eso desde siempre". Nunca confiaron en María, siempre la despreciaron por sus "rarezas", no le dieron el menor estímulo ni apoyo; en realidad, ya tenían otros hijos favoritos. Hoy la abrazan. Pero sus comentarios están cargados de insolentes reproches, de viejas profecías autocumplidas: "¡ya te lo dijimos, sabíamos que acabarías así, siempre fuiste una cabra loca, tendrías que ser como tu hermana mayor, ella sí es feliz con su marido y sus hijos, nunca harás nada serio en la vida...!". Etcétera. Por supuesto, todo esto reabre y cronifica las viejas heridas infantiles de María, mucho más hondas de lo que ella sabe, e incluso de lo que quiere saber. Sus síntomas empeoran. Hay que cambiar de psiquiatra. Hay que aumentar la medicación. "Si sigues así, tendremos que ingresarte", le advierten. Y María, en el fondo, les da la razón porque se siente culpable por causar tantos problemas a sus esforzados progenitores, que tanto se "desviven" por ella. Piensa como un eco de su familia: "tienen razón, nunca he valido nada, tendría que morirme de una vez...". Y el Ministerio de Salud lo ratificará finalmente: "La paciente María es crónica e incapaz. Necesita medicación y pensión social de por vida". Así que el mundo entero acaba compinchado contra la víctima. ¿Por qué? Por muchas razones: •
casi nadie toma en serio el sufrimiento emocional de los neuróticos, sino sólo las molestias que ocasionan;
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casi nadie quiere asumir su parte de responsabilidad en tales sufrimientos;
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casi nadie se atreve a escuchar y comprender el dolor de los demás;
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las terapias que quizá podrían ayudar a María son demasiado caras o difíciles de hallar;
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la propia María, confundida por todos, ya no sabe, o no quiere, o no se atreve a seguir luchando por sí misma.
Ésta es, en fin, la trama socio-familiar de los "trastornos" psicológicos. Una trama que crea, agrava y cronifica el dolor humano en la misma medida que lo combate (o sea, reprime) sin aceptar sus verdaderas causas. Una red aliada con poderosos intereses políticos, económicos y farmacéuticos. Un sistema que estimula el fracaso de las víctimas (si le dices a alguien que está enfermo, lo enfermas) y cultiva la impunidad de los auténticos verdugos... Y, así, parafraseando al célebre refrán, resulta que "entre todos la torturamos y ella sola enloqueció". ¿Quién destruyó, entonces, a María? Júzguelo el lector mismo. __ 1. No estoy contra los psiquiatras, sino contra los dogmáticos de la Psiquiatría. © Diciembre, 2007
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14.¿Hay trastornos mentales? El negocio del dolor
Vivimos una época en que, al parecer, hay cada vez más clases de trastornos mentales y mayor número de personas afectadas por ellos. Cada día las instituciones oficiales "descubren" nuevas supuestas "enfermedades" (1), proponiendo contra ellas siempre los mismos remedios: más y más fármacos psiquiátricos. ¿Es todo esto cierto? ¿Por qué sucede? El sufrimiento humano extremo (p.ej., miedos, tristezas, adicciones, inadaptación, violencia, locura...) siempre ha existido, atribuyéndose en cada época a causas diferentes. En la antigüedad se achacó a demonios y castigos de Dios. Más tarde, a deterioros orgánicos. Ahora a bioquímicas y genes. Lo único cierto es que la vida duele, y muy pocas veces nos atrevemos a reconocer las verdaderas causas de ello (p.ej., desamor, privaciones, injusticias, fracasos). Preferimos pensar que "tenemos" trastornos (como quien "tiene" parásitos), en vez de pensar que, p.ej., nos han traicionado o no sabemos manejar sabiamente nuestras vidas. El problema es que, cuando los intereses económicos y políticos se suman a la ignorancia de la gente, las cosas empiezan a ponerse feas. Comienza el negocio de la invención de pseudotrastornos mentales. Uno de los más recientes ejemplos de esto ha sido la creación del célebre TDA/H ("Trastorno por Déficit de Atención con/sin Hiperactividad") (véase). Pese a que su propio inventor se retractó después de ello, infinidad de niños siguen siendo gravemente medicados en nombre de esa quimera. ¿Por qué? Porque muchos adultos no toleran a los niños "insoportables" 66
que resultan de los muchos errores que los primeros cometen con los segundos (p.ej., neurosis parental, conflictos familiares, crianzas erróneas de todo tipo, sobrecarga escolar, etc.). Se interpreta la agitación, ira, dispersión, impulsividad, etc. de los niños maltratados como una "enfermedad" y, como los adultos no van a cambiar, inventan lo más fácil: drogarlos legalmente en nombre de la "ciencia" para tenerlos controlados. Y eso es todo. Lo mismo han hecho con otras muchas falsas patologías: depresión, fobia social, estrés postraumático, ataque de pánico, trastornos de personalidad... Todo ello son formas de sufrimiento, no enfermedades. Pero constituye un inmenso negocio. ¿Por que la sociedad sucumbe tan fácilmente a este colosal engaño? Por muchas razones. Por ejemplo: 1. Miedo e ignorancia. El ser humano sólo tiende a mirar la superficie, la apariencia de las cosas, no su fondo. Por ello, en vez de comprender y solucionar cabalmente los problemas, tiende a camuflarlos o parchearlos como sea. ¿Cuántas mentiras cabrán bajo la alfombra? Cada nuevo error se encubrirá con nuevas tapaderas. 2. Irresponsabilidad. Debido a lo anterior, la mayoría de personas no quieren responsabilizarse de sí mismas, sino sólo culpar a quien sea de su desdicha. Podemos gastar ingentes cantidades de tiempo y energía buscando excusas y falsos culpables. Por ejemplo, si estoy deprimido porque mi vida es intolerable, pero no estoy dispuesto a hacer nada significativo para cambiarla, ¿no tendrán la culpa mis neuronas? Así me sentiré inocente y me conformaré con el alivio de algún fármaco.
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3. Intereses económicos y de otros tipos. Cuantos más trastornos podamos inventar, más productos venderemos. Más gente recibirá pagas y subsidios. Más rápido "solucionaremos" los problemas (¿cómo comparar la lentitud de una terapia con la rapidez de una píldora?). Menos sufriremos con las verdades desagradables de nuestras vidas.. Etcétera. 4. Intereses políticos. La creación y gestión de falsos trastornos permite identificar y controlar fácilmente a las personas problemáticas. Permite "reconducir" (neutralizar) socialmente a los sujetos. Permite justificar determinadas políticas educativas, sanitarias, etc. Y permite borrar todo rastro de las evidentes responsabilidades de muchos (familia, escuela, situación socioeconómica, valores éticos...) en los sufrimientos de la gente. Hay, pues, muchos sectores involucrados en la trama de los falsos trastornos mentales. Volvamos al ejemplo del TDA/H. Por un lado, los padres, incapaces de criar adecuadamente a sus hijos, encuentran un buen pretexto para seguir ignorando sus errores: "¡el problema lo tiene el niño!". La escuela, con sus exigencias de orden y rendimiento escolar, también se excusa: "¡este chico no se adapta, hay que controlarlo!". El psiquiatra, sin más pruebas "científicas" que un listado de conductas indeseables en un libro arbitrario (3), lo corrobora: "¡este niño sufre un trastorno!". La industria farmacéutica ve el cielo abierto: "¡precisamente tenemos la pastilla que el niño necesita!" Y el Estado bendice el montaje: "¡hay que prevenir el fracaso escolar y la delincuencia!". Se trata, en fin, de una especie de pacto secreto donde todos ganan. (4) Obviamente, cuantas más formas de dolor humano podamos rebautizar con términos altisonantes y 68
pseudocientíficos ("trastorno X", "síndrome Y", "déficit Z") y más sectores de población podamos incorporar a la farsa (niños, mujeres, adolescentes, trabajadores, ancianos), más grande será el pastel (5). Y más terrible será la vida. Pues, por este camino, cuanto peor vaya todo, será mejor. ¿Y a quién le importará finalmente las causas reales de cualquier sufrimiento (que siempre nace de algún tipo de desamor, violencia o injusticia), o para qué necesitaremos amor y libertad, si ya dispondremos de toda clase de fármacos para aliviar los estragos de cualquier barbarie? (6) Si seguimos delegando en instituciones y empresas farmacéuticas la responsabilidad de nuestra propia felicidad, creo que nos encaminamos directamente a las fauces de algún monstruo totalitario no muy diferente de los descritos por Aldous Huxley o George Orwell. __ 1. En 1968, la APA (Asociación Psiquiátrica Americana) reconocía 180 enfermedades mentales. En 1980, describía 265. En 1994, ya eran casi 300. Por otro lado, ciertas supuestas patologías -como la homosexualidad- son excluidas (afortunadamente) de estas listas cuando conviene políticamente. ¿Qué significan estos vaivenes? 3. Son poco conocidos dos rasgos típicos de la mayoría de "trastornos" mentales: a) Casi ninguno de ellos es diagnosticable mediante pruebas médicas objetivas de cualquier tipo, ni reconocible en una autopsia, lo que prueba que no tienen base física. Los únicos criterios de "diagnosis" utilizados son evaluaciones de conducta, juicios de valor necesariamente arbitrarios, como demuestra el hecho de que distintos psiquiatras suelen diagnostican de formas distintas un mismo caso.
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b) A diferencia de las enfermedades en general, para cuyo remedio se buscan los fármacos adecuados, en salud mental ocurre con frecuencia al revés. Primero se dispone de alguna sustancia, y luego se busca cualquier problema humano (tristeza, miedo, rebeldía, etc.) para el que se dice que es útil y así poder rentabilizarlo. (Ver también nota 5) 4 Naturalmente, también hay muchos psiquiatras, psicólogos y otros profesionales de la pedagogía y la salud mental que ven claramente el engaño y no se suman a él. 5. En realidad, en los últimos años no sólo se están inventando enfermedades mentales, sino de cualquier tipo. Ver lecturas recomendadas. 6. Quien se rebele contra la situación, siempre puede ser acusado de padecer un supuesto "trastorno negativista-desafiante". Quien se niegue a tomar las pastillas, puede ser forzado a ello en nombre de un siniestro "trastorno de incumplimiento terapéutico". Etc. Para saber más: - ¿Existe la enfermedad mental? - Los inventores de enfermedades 1 y 2 - Traficantes de salud - EEUU: el negocio de las enfermedades mentales infantiles - Depresión, Prozac y publicidad engañosa - Antipsiquiatría - Psicología crítica 1 y 2 Libros: La invención de trastornos mentales, H. G. Pardo y M. P. Álvarez El mito de la enfermedad mental, Thomas Szasz
© Marzo,2007 © Agosto/2009
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15. El victimismo Una de las formas más complejas y eficientes de defensa y manipulación narcisista, tanto a escala individual como social, es el victimismo. Es decir, ese modo de reclamo, de presentarnos quejosamente a los demás (y ante nosotros mismos) como supuestas "víctimas" desvalidas, necesitadas por ello de "ayuda" incondicional. Más aún, a menudo exigimos tal ayuda, sin ninguna responsabilidad ni deber complementario por nuestra parte. No, no se trata sólo de una especie de "mendicidad" encubierta. El victimismo suele ser, más bien, un modo infantil, pero implacable, de explotación emocional y social. Por eso es tan neurótico y neurotizante. Si lo examinamos bien, el victimista alberga al menos cuatro propósitos más o menos inconscientes: 1. Defenderse acusando. Por ejemplo, defenderse de la vergüenza de sus errores. De sus sentimientos de culpa. De su egoísmo. De su pasividad. De su soledad y sus fracasos. De sus conflictos íntimos. De su baja autoestima. De su temor a enfrentarse con los demás. De su incertidumbre ante la vida... . Pues si yo nunca tengo nada que ver con mis sufrimientos, ¿quién tendrá siempre la culpa de ellos? Los demás, naturalmente ("Fue por culpa de... Si no hubiera sido por... Nadie me comprende... La gente es..."). Etc. 2. Eludir la propia responsabilidad. Mientras se defiende acusando, el victimista evita responsabilizarse de sí mismo, asumir compromisos, arriesgarse, esforzarse. No afronta sus miedos ni ejerce su libertad. O, en otras 71
palabras, prefiere esconderse y posponer sus decisiones, creerse humillado e impotente, antes que luchar activamente por sí mismo. 3. Llamar la atención. El victimismo es también un truco para darse importancia. Para atraer como sea las miradas de los demás (en forma, p.ej., de cariño, favores, sentimientos de pena o culpa, etc.). Para compensar, mediante sus quejas exageradas e incluso un paradójico "orgullo de víctima", su escasa autoestima y sus paralizantes conflictos interiores. También es un modo infantil de exhibicionismo. 4. Manipulación y explotación. Otra finalidad secreta del victimista es depender o beneficiarse cómodamente de alguien. Puede incluso usar estrategias, consciente o inconcientemente, para aprovecharse eficazmente de los demás, siempre al menor coste posible para él. Y la principal de tales estrategias es, quizá, el chantaje emocional. ¿Qué es el chantaje emocional? Consiste, como sabemos, en amenazar a alguien con ciertos castigos, si éste no proporciona al victimista ciertos beneficios (p.ej., mimos, obediencia, favores, dinero, privilegios...). "Si no me obedeces, enfermaré... si no me pagas, te denunciaré... si no te sometes, dejaré de quererte..." Ahí tenemos, p.ej., a esa madre anciana y dominante que amenaza a su hijo con sufrir un ataque al corazón o excluirlo de la herencia si, p.ej., el hijo no se muestra sumiso, o no acude regularmente a visitarla, o se atreve a emanciparse de los designios familiares (p.ej., académicos, laborales, familiares...), etc. El victimista chantajista es un explotador de
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los miedos, sentimientos de culpa y autorrenuncias de los demás, para dominarlos a su antojo. Pero el victimismo no es sólo un fenómeno individual, sino también social. De hecho, es uno de los principales motores de la agitación sociopolítica. Por ejemplo, cualquier colectivo (p.ej., trabajadores, mujeres, homosexuales, ecologistas, marginados, damnificados de cualquier tipo, grupo ideológico, etc.), con independencia de sus legítimas aspiraciones, pueden incurrir fácilmente en el victimismo -con sus cuatro funciones inconscientes antes citadas- como medio fácil de propaganda y obtención de privilegios. Más aún, como el victimismo colectivo crea un fuerte sentimiento de identidad y poder, estos grupos, para conservar ambas cosas, necesitarán cultivar permanentemente dicho victimismo, aun cuando sus principales objetivos ya hayan sido satisfechos, o aunque resulten claramente utópicos (p.ej., "acabar con el hambre en el mundo", etc.). El victimismo, en fin, como estrategia consciente e inconsciente de defensa y manipulación, es uno de los principales síntomas de la neurosis individual y social y, en definitiva, del narcisismo humano. © Abril/2011
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16. La crisis de la edad mediana Llegan a mi consulta muchos pacientes de entre 35 y 45 años (a veces algo más), aquejados de síntomas intensos (ansiedad, depresión, desorientación...), o bien sufriendo las secuelas de una infidelidad recientemente descubierta de su pareja. En apariencia, cada caso es completamente distinto. Sin embargo, bien comprendidos, muchos de ellos tienen algo en común: el agotamiento por un estilo de vida equivocado. El atasco en un callejón sin salida. Se trata de la famosa "crisis de los 40", que yo prefiero llamar crisis de la edad mediana. ¿En qué consiste? ¿Por qué se produce? Los seres humanos necesitamos tiempo para existir, para aprender, para realizar lo aprendido, para probar y equivocarnos, para desengañarnos de las cosas. Socialmente, entre los 20 y los 30 años es cuando solemos "sentar cabeza", adoptar grandes decisiones en nuestras vidas (p.ej., en materia de estudios, profesión, matrimonio, hijos). En consecuencia, el tercer decenio será nuestro período de "rodaje", de comprobación de lo elegido, y también de desgaste y posible desencanto. Más aún, será la época en que posibles conflictos conscientes o inconscientes respecto a las decisiones que tomamos en su día, imposibles ya de seguir ocultándolos o soportándolos, estallarán por fin irresistiblemente. El corazón dice: ¡basta! Y aparecerán síntomas intensos. O, en el caso de los matrimonios, surgirán graves desaveniencias, infidelidades, etc. Otras veces, la vida insoportable del sujeto evidencia también ciertos déficits neuróticos o de personalidad que, hasta la fecha, habían pasado inadvertidos... En todos estos casos, es el momento de examinar a fondo la situación para corregirla. 74
Hay mucha gente que, en efecto, se equivocó de "tren" en la vida. Presionada por sus familias o las circunstancias, empujados por sus determinantes neuróticos, etc., eligió estudios, parejas, oficios o estilos de vida incompatibles con sus verdaderas necesidades inconscientes, que sólo el tiempo se encargó de sacar a la luz. A menudo, para huir de su creciente malestar, muchos tomaron sucesivas decisiones equivocadas (p.ej., tener otro hijo, cambiar de casa o de negocio, optar por la infidelidad o las drogas, etc.), que sólo les trajeron más problemas y empeoraron su situación. Finalmente, totalmente abrumados y confundidos, necesitaron pedir ayuda psicológica. La crisis de la mediana edad puede considerarse, así, como una especie de "supersíntoma" neurótico que demuestra hasta qué punto somos inconscientes de las motivaciones de nuestras elecciones, y de los conflictos que pueden derivarse de ello. También nos revela en qué medida, por eso mismo, somos títeres de las circunstancias, de las presiones de todo tipo, de las inercias sociales que nos fuerzan a tomar decisiones (p.ej., licenciarnos en la universidad, casarnos, integrarnos al negocio familiar, seguir el tipo de vida que nuestros padres esperan, etc.) que no deseamos realmente, o para las que aún no estamos preparados. Como todo está socialmente pautado -e incluso pactado-, se espera de cada sujeto que en el momento "exacto" tome la decision "correcta". Sin consideración alguna por la idiosincrasia, necesidades y ritmos especificos de cada persona. Así se siembra la futura crisis de le edad mediana. Dicha crisis es, por tanto, respecto a la juventud, algo similar a lo que la adolescencia -otra etapa generalmente críticaes respecto a la infancia. Es decir: una secuela neurótica de la negación de nuestra individualidad. Si los seres humanos fuésemos siempre respetados y conscientes de nosotros mismos, 75
no existirían los conflictos adolescentes ni maduros. Fluiríamos simplemente a nuestro propio ritmo, de modo que nuestra integración/adaptación a la vida sería siempre plenamente deseada, apropiada, gradual, agradable... imperceptible. Salir del atolladero de la edad mediana requiere asumir nuevas actitudes. Lo mismo que extraviarnos en una carretera desconocida nos exige revisar a fondo nuestros mapas, para salir de la crisis necesitamos examinar a fondo nuestra vida actual -e incluso la pasada-, inventariar con detalle nuestros aciertos y errores, nuestros deseos y frustraciones, nuestros temores y conflictos más íntimos. Y, una vez aclarado todo ello, tomar las decisiones correctoras pertinentes. Con lucidez y valentía. Lo que, en algunos sujetos, puede llevar a cambios vitales espectaculares. No ya, p.ej., divorcios o cambios de trabajo, sino cambios radicales de profesión, de entorno social, etc. Puede ser un casi "empezar desde cero". La crisis de la edad mediana es, en fin, un aviso, un indicador de que algo ha dejado de funcionar; y también una magnífica oportunidad para cambiar de rumbo. Es la posibilidad de un segundo renacer, la ocasión de disfrutar plenamente -ya sin errores- de la segunda mitad de nuestra vida. ¡Es el lujo de poder vivir dos existencias en una sola! Lo que evidencia, por otro lado, la gran flexibilidad e impredecibilidad humanas que, contra todas las apariencias y puesto que no somos rocas, siempre podemos renovarnos, metamorfosearnos, seguir creciendo. Ésta es la gran ventaja de la crisis de la edad mediana. © Junio, 2011
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17. Anorexia y bulimia Uno de los problemas psicológicos donde más nítidamente se aprecia la ignorancia, el miedo y los intereses creados respecto al sufrimiento humano, es el referido a los llamados "trastornos alimentarios". Es decir, la anorexia y la bulimia. Dos trastornos que, psicodinámica y evidentemente, nada tienen que ver con la comida, ni con la presión social de la estética, la moda, etc. Sino, muy diferentemente, con graves conflictos emocionales relacionados con el desamor y la familia. Veámoslo. Millones de personas -sobre todo mujeres- están expuestas a condicionantes parecidos respecto a la comida y la belleza, etc., y no por eso todas son anoréxicas o bulímicas. En cambio, sólo unas cuantas sí lo son. Por otra parte, tales problemas no suelen ser los únicos que sufren esta clase de mujeres, sino que van asociados a otras dificultades, todas ellas de índole emocional, que afectan a su personalidad, su autoimagen, su autoestima, sus modos de relacionarse, su grado de bienestar y autorrealización, etc. Anorexia y bulimia no son, en suma, "enfermedades", sino síntomas neuróticos. Examinémoslos por separado. 1. Bulimia. La comida, al margen de que nutre, hace aumentar el peso, etc., gratifica. Es ciertamente placentero comer, porque física e incluso emocionalmente significa llenar un determinado vacío (estómago, aburrimiento, soledad...). Por tanto, la comida es fácilmente utilizable como un objeto adictivo, es decir, como un sucedáneo más o menos compulsivo contra determinadas necesidades inconscientes (p.ej. de amor, de seguridad, de aprobación familiar o social, de éxito...). La 77
bulimia es una adicción a comer (a "llenarse") y debe interpretarse como cualquier otra adicción (p.ej., alcohol, drogas, juego). Todo atracón es un intento desesperado e inconsciente de llenar alguna carencia, aliviar alguna ansiedad, huir de algún dolor o conflicto, proporcionarse algún placer...; y también un modo de autocastigarse o agredirse. Su fase "purgativa" no es más que un proceso secundario derivado del miedo y la culpa causados por el síntoma principal. 2. Anorexia. Dado que la comida nutre y gratifica, ello implica una apertura, una honda confianza íntima en el alimento a ingerir. Comemos porque intintivamente lo consideramos bueno; sabemos que no nos envenenará. Ahora bien, cuando el alimento está cargado de memoria y significados dolorosos (p.ej., nos recuerda las primeras papillas de una madre tóxica; o el desagradable ambiente familiar durante años; o la agobiante actitud de una madre tiránica ("¡no comas así!, ¡cómetelo todo!, ¡estás gorda!, ¡mira qué guapa está tu hermana!", etc.), entonces la comida se le "atragantará" a la víctima. Por eso, muchas mujeres que sienten una excesiva falta de apetito, un violento bloqueo o rechazo frente al alimento, náuseas y vómitos, etc., lo que suelen sufrir es, en realidad, un profundo rechazo y rebelión contra sus madres. Todos estos problemas, que a veces tienen causas adicionales (1), producen enormes ansiedades y sufrimientos en las personas, generan tensiones familiares que no hacen sino realimentar el círculo neurótico (2) y, como arriba decíamos, suelen ir asociados a otros muchos síntomas (p.ej. problemas de autoestima y/o personalidad, autoexigencias, adicciones, inadaptación, autodestructividad, cognición delirante...). Desgraciadamente, como sus causas psicodinámicas y familiares no quieren ser reconocidas por casi nadie, tanto las víctimas 78
como la sociedad en general atribuyen estos trastornos a razones tan peregrinas como los "malos hábitos alimenticios", el "culto a la belleza", etc. E intentarán solucionarlos con terapias meramente reeducativas. Cuanto más débil y neurótica es una personalidad, tan más vulnerable puede ser a los síntomas alimentarios. Éstos recuerdan mucho, como se ha visto, a los síntomas adictivos. Lo mismo que hay personas adictas al tabaco, el alcohol, las drogas, la vida peligrosa, etc., también hay otras que lo son al comer (bulimia) o el no-comer (anorexia). Todas ellas comparten el hecho de que no pueden autocontrolarse, no se entiendesn a sí mismas y, a veces, llevan sus síntomas hasta el borde mismo de la autodestrucción. ¿Por qué? Ya lo hemos descrito más arriba. En el fondo, como muy bien sabe el lector, todos los síntomas neuróticos tienen causas muy parecidas. Y es una pena que algo tan obvio sea tan cruelmente ignorado por una sociedad como la nuestra. __ 1. Por ejemplo, conocí a una bella mujer cuya bulimia, que la engordaba mucho, estaba motivada en parte por su miedo a ser atractiva para los hombres; su propio padre había abusado de ella. Otra no comía porque, desde su enorme depresión, sentía inconscientemente que "no valía la pena vivir". Otra renunciaba a comer porque, despreciándose cruelmente a sí misma, imaginaba que sólo sería valiosa siendo "infinitamente" perfecta. Etcétera. 2. Lo más terrorífico para un neurótico es el sufrimiento, el victimismo y las recriminaciones de unos padres que, siendo los autores inconscientes de su mal, sin embargo "hacen toda clase de sacrificios para ayudarle". Esto produce tales confusiones, conflictos y sentimientos de culpa en el sujeto, que bastan por sí mismos para agravar y/o cronificar sus síntomas .© Julio, 2011 79
18. El trastorno límite (TLP) Cuando una personalidad narcisista se caracteriza por la fuerte intensidad e inestabilidad de sus emociones, decimos que sufre un "trastorno límite de personalidad" (TLP). Es un problema muy frecuente y de severidad muy variable. Algunos de sus rasgos son las siguientes: 1. inestabilidad (emociones extremas, contradictorias, incontrolables) 2. hostilidad (ira, agresividad, desproporción en las respuestas)
ánimo
cambiantes, litigante,
3. autodestructividad (autolesiones, ideas o tentativas de suicidio, vida autodestructiva) 4. vacío/debilidad del yo (muy baja autoestima, susceptibilidad, impulsividad, confusión, inadaptación social...) 5. otros síntomas: desvinculación emocional, dependencia, depresión, adicciones, ansiedades, problemas alimentarios, ideas paranoides, celos patológicos, violencia doméstica... La persona límite ha sufrido una infancia no ya sin amor, sino especialmente traumática (psicosis o neurosis grave familiar, alcoholismo, malos tratos, abusos sexuales...). Esto ha llenado su corazón de dolor, miedo, desesperación y desconfianza en los seres humanos, y también de mucho odio y furia. Como sus infantiles sentimientos de culpa le impiden 80
percibir y aceptar la causa original de su conflicto -la familia, a la que generalmente idealiza y de la que suele depender en exceso (1), necesita derivarlo entonces contra todo aquello que inconscientemente lo simboliza (p.ej., la pareja, la autoridad, los jefes, el otro sexo en general, los grupos) y, sobre todo, contra sí misma (autodestructividad, suicidio). Y dado que, por otra parte, se siente perpetuamente sola y despreciable, pero también teme secretamente el amor que tanto anhela, tiende a sabotear de mil maneras sus momentos de felicidad y sus relaciones afectivas. Esto realimenta su desesperación íntima y cronifica su trastorno. El sujeto TLP vive atormentado por terribles altibajos, ansiedades y contradicciones (y sus consiguientes autodefensas contra ello). Por ejemplo, sus vínculos afectivos son típicamente inestables e insatisfactorios porque están interferidos, al menos, por los siguientes factores: 1. Miedos. Desconfianza profunda en las personas en general, el otro sexo en particular y en el propio amor (que no recibió nunca). Miedo a ser abandonado/maltratado de nuevo (como lo fue en su infancia, y también en años posteriores debido a su propio trastorno y sus elecciones amorosas inadecuadas). Creencia íntima de "no merecer" realmente el amor ("como no valgo nada, nadie me querrá nunca"). Inseguridad permanente a causa de todo ello. Etcétera. Todo esto puede provocar finalmente el abandono que tanto teme pero que, secretamente, también busca. 2. Rabia. La furia inconfesable que siente contra sus verdugos reales (familia, etc.), la descargará sin cesar contra sus íntimos inocentes (pareja, hijos, compañeros...), a los que "castiga" y utiliza 81
inconscientemente como chivos expiatorios. Sus descargas son en forma de broncas, berrinches, acusaciones, agresiones, etc. También puede autoagredirse mediante lesiones, la comida (anorexia/bulimia), adicciones, intentos de suicidio... (2) 3. Sabotaje. Puesto que, como hemos visto, la persona TLP no cree ser merecedora de amor y, además, se siente incómoda y agobiada por éste, una parte de su corazón quiere mantener a distancia a las personas, aflojar los vínculos, regresar a su cómodo aislamiento básico (narcisismo). Esto provocará diversas formas inconscientes de sabotaje como, p.ej., conductas caprichosas, renuncia al autocontrol, comportamiento irresponsable, violencia, infidelidades amorosas, etc. 4. Poner a prueba. Todo lo anterior le sirve, además, para "poner a prueba" el amor de los demás (su afecto, su paciencia, su resistencia), es decir, para demostrarse a sí misma que "realmente" es querida, lo que es un modo de combatir su inagotable temor de ser abandonada. 5. Fantasías de salvación. Sigue sintiendo el anhelo infantil de "ser salvada" mágica e incondicionalmente por los otros, sin ningún esfuerzo ni responsabilidad por su parte, es decir, tal como lleva "esperando" desde niño/a. El sujeto TLP vive estancado en este sueño, pues su edad emocional no pasa de de 3 ó 6 años, o quizá menos. 6. Narcisismo omnipotente. Pese a todo lo anterior, hay también un secreto placer secundario en la sensación inconsciente de seguridad (por distanciamiento), 82
comodidad, dominio y protagonismo (ser el "centro de atención") que le proporciona su trastorno, desde el cual manipula egocéntricamente a los demás de muchas maneras (victimismo, dobles juegos, mentiras, chantaje emocional...). También puede sentir la masoquista satisfacción de sentirse diferente o superior, por su "rareza", a su entorno. Todas estas "ventajas" refuerzan inconscientemente su caparazón de síntomas, al que el individuo se aferra tenazmente y del que se niega a desprenderse. De ahí, entre otros motivos, la cronicidad de su problema. Este beneficio secundario del TLP forma parte de todos los trastornos neuróticos. Todas estas dinámicas perturban el corazón y la vida del sujeto TLP, generando esos típicos círculos viciosos por los que, cuanto más desesperado, dependiente o furioso se siente, tanto más rechazo provoca en los demás, aumentando y/o perpetuando así sus sufrimientos. El individuo TLP intenta escapar de su infierno de varias maneras. Una de ellas es la hiperactividad o la euforia, seguidas generalmente de bajones: es el aspecto maniaco-depresivo de este trastorno. Otras defensas comunes son los síntomas accesorios descritos más arriba (adicciones, anorexia o bulimia, violencia...). En los casos extremos puede generar síntomas psicóticos (ideas deliarntes, alucinaciones...). Hay que decir que los casos de personalidad TLP, en sus diversos grados, podrían estar aumentando últimamente en nuestra sociedad. Las causas de ello son innumerables: familias neuróticas y desestructuradas, generalización de la falta de cariño, tiempo, diálogo, valores, ejemplo y responsabilidad educativa por parte de los adultos hacia sus hijos, soledad 83
infantil y adolescente, guerra de sexos, desesperanza social (desempleo, desarraigo social, superpoblación...), etc. ¿Puede ser más feliz el sujeto TLP? Podría serlo. Pero sólo si logra confiar en algún terapeuta capaz de ayudarle a: 1) descubrir sus traumas originales, 2) expresar sin culpa sus emociones; 3) fortalecer su autoestima, 3) redefinir su personalidad, su vida y sus proyectos, y 4) recuperar su confianza en los seres humanos. __ 1. Ver "El vínculo patológico" 2. Algunos TLP reprimen extraordinariamente su agresividad externa, lo que incrementa entonces sus síntomas autodestructivos.
© Mayo, 2008
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19. Fobia social Llamamos "fobia social" a ese angustioso sentimiento de miedo, inseguridad y vergüenza que experimentan algunas personas en determinadas situaciones sociales (exponerse en público, conocer gente nueva, relacionarse, etc.). Aunque habitualmente se la considera un "trastorno" psicológico, se trata más bien de un síntoma (entre otros) de una personalidad más o menos neurótica y extremadamente insegura. Sus causas, como siempre, hay que buscarlas en la crianza y educación recibidas, y podemos resumirlas en 3 categorías: 1. Desamor. El abandono emocional del niño/a por parte de unos padres fríos, negligentes y sin amor puede producir unos sentimientos de inseguridad y desvalorización tan grandes que, a su tiempo, la persona sufrirá pánico a relacionarse con el mundo. 2. Sobreprotección. Las personas que han sido criadas "entre algodones" y, por eso mismo, han absorbido durante décadas todos los miedos patológicos, conscientes e inconscientes, de los padres, pueden llegar a sentirse abrumadas y paralizadas frente a un mundo exterior que han llegado a sentir terrorífico. 3. Violencia. Todas las formas de maltrato (emocional, físico o sexual) pueden generar, en mayor o menor grado, miedos sociales. Algunas de las psicodinámicas, de las heridas psíquicas concretas, que pueden generar fobias sociales, son las siguientes: 85
•
Autorrechazo. Por baja autoestima, odio autodirigido, etc. El sujeto siente: "Como me desprecio a mí mismo, temo que los demás también lo hagan".
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Inmadurez. "Soy un niño incapaz de alejarme de mi familia".
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Narcisismo. "El mundo no me interesa. Quiero estar solo".
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Miedos desplazados. "Temo a mis profesores porque me recuerdan a mis padres violentos".
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Paranoia (odio proyectado). "Odio (sin saberlo) a la gente y por ello siento que ellos me odian a mí".
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Miedos evitativos. "Me siento un impostor y temo que me descubran".
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Terror social. "La gente es mala como mi familia".
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Etc.
Como todos los problemas emocionales, la fobia social sólo desaparece o se alivia notablemente cuando el sujeto se atreva a explorar y resolver sus motivos ocultos específicos y, en general, a madurar emocionalmente. Como siempre, el camino más fácil y rápido para ello será la ayuda de una buena psicoterapia. © Enero, 2008
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20. La adicción El problema de la adicción es extremadamente simple, aunque la visión social de ella es, como suele serlo en casi todo, tremendamente confusa y compleja. Por ejemplo, el DSM-4 distingue un montón de adicciones (una por cada sustancia psicotrópica), o llama por otros nombres a fenómenos que también son adictivos (como la bulimia o la ludopatía) o, al revés, algunos autores consideran adictivas situaciones de natureza muy diferente (p.ej., las dependencias emocionales extremas o destructivas). ¿Qué son, entonces, las adicciones y cuántas clases de ellas existen? En términos psicodinámicos, la adicción no es una conducta determinada -y mucho menos achacable a los supuestos poderes adictivos de ciertos objetos de adicción, como algunas drogas, juegos, etc.-, sino una defensa emocional. Y podemos definir tal defensa como una "gratificación inconsciente mediante sucedáneos de amor". Precisamente porque sus motivos son inconscientes -como en todo síntoma neurótico-, cualquier adicción es enormemente tenaz. Y como su objeto son sucedáneos irrelevantes (p.ej., cosas, sustancias, actividades) del amor que falta, resulta peculiarmente circular, como la rueda de un hámster que no lleva a ninguna parte. Es decir, como la insatisfacción íntima contra la que lucha la adicción jamás se alivia, ésta perdura. Y absolutamente cualquier cosa puede servir, como luego veremos, para mover la rueda. No hay, pues, muchas adicciones distintas, sino sólo una psicodinámica adictiva.
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Cuando una persona no se siente emocionalmente saciada con los únicos alimentos que realmente nutren el corazón -p. ej., respeto, afecto, autoestima, seguridad en sí misma, integración social, planes e ilusiones, etc.-, una de sus defensas básicas contra tal hambre, y contra la depresión y ansiedades subyacentes, puede ser llenarla con sustitutivos que le permitan tres cosas: 1) aliviar el dolor; 2) desconectarse de sí misma y/o del mundo; 3) en los casos más graves, autodestruirse. Lo que significa, en otras palabras, que toda adicción es una muleta y, como tal, nunca es el problema real como pretende la sociedad, sino más bien una "solución" que el sujeto desarrolla para intentar sobrevivir a su vacío insoportable. Cuanto más antiguo, profundo e inconsciente es tal vacío -a veces se remonta a la edad lactante-, más potente es su predisposición adictiva. Cuanto más débil y frágil es la personalidad del individuo, mayor será su tentación sustitutoria. ¡Es natural! La única manera de superar esta psicodinámica es, entonces, mediante la maduración y el afrontamiento del dolor, es decir, plantando cara a éste, expresarlo abiertamente, compartirlo con personas capaces de respetar, escuchar y acompañar al sujeto, sin culparlo pero también sin sobreprotegerlo, durante todo el tiempo que dure tan difícil duelo. Por desgracia, como el entorno del adicto suele hacer exactamente lo contrario -a saber, negarle el afecto y la libertad emocional y llenarlo, en cambio, de reproches y controles, las mismas actitudes que precisamente lo "enfermaron"-, la adicción tenderá a perpetuarse. Todo, absolutamente todo puede servir a una persona desamparada para calmar su dolor y desconectarla de sí misma. Por ejemplo, alcohol, drogas estimulantes (p.ej., cocaína), drogas sedantes (heroína), drogas evasivas (alucinógenos), 88
drogas participativas (tabaco), drogas oficiales (fármacos), comida, dulces, trabajo, consumo, internet, televisión, sexo (promiscuidad), masturbación, "diversión", ideologías (extremismos de cualquier tipo), violencia, sectas, deporte, hiperactividad, juegos de azar, juegos de riesgo (deportes peligrosos), poder, celebridad, triunfo... Lo que subyace a todas ellas es, obviamente, la continua fuga hacia adelante. O, más bien, la fuga circular. La necesidad inconsciente e inextinguible de escapar del dolor del alma... sin moverse del mismo sitio. La influencia de los estímulos sociales (p.ej., la oferta de alcohol o drogas) en la inducción de adicciones es escaso. Lo mismo que sólo el bosque seco y mal cuidado es proclive al incendio, sólo -por ejemplo- el adolescente infeliz aceptará el abuso de drogas o actividades propuestas por el entorno. Cualquier persona que íntimamente no lo necesite es inmune a los objetos "adictivos". En los adictos podemos observar, aún más claramente que en los demás neuróticos, el drama universal de las heridas afectivas, y el fracaso social en la comprensión, curación y prevención del dolor humano. No es que la adicción sea una neurosis peor que cualquier otra; es que resuelta más evidente e insoportable para la sociedad. En este sentido, ¿cómo se puede "curar" una adicción repitiéndole sin cesar al adicto que "hace mal" y "siempre será un enfermo", y que sólo una permanente vigilancia y autocontrol, o la sustitución de su adicción por otra más aceptable (p.ej., una religión, una secta, etc.), etc., podrá manterlo a raya? Mientras sus carencias inconscientes sigan siendo realimentadas e insoportables, tenderá a buscar gratificación al menor bajón u oportunidad. A esto se le llama "recaídas", y suele interpretarse erróneamente como una evidencia de que las adicciones apenas tienen remedio. 89
Sólo si el adicto se atreve a abrir los ojos a su vacío interior -con alguna indispensable ayuda externa-, podrá descubrir cuáles son los "nutrientes" que realmente necesita. Y sólo entonces podrá buscarlos con eficacia. A partir de ese momento, la rueda del hámster tenderá a frenarse.
© Noviembre, 2010
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21. ¿Psicoterapia o reeducación? Es bien sabido que los traumas nos enferman. Que las mentiras y secretos de nuestra vida nos debilitan. Que los falsos olvidos y perdones nos enloquecen. Que las frustraciones y sentimientos silenciados nos destruyen. Que el mirar hacia otro lado nos pierde. Que el desamor nos mata... Para solucionar el dolor y los síntomas causados por todo esto recurrimos, a veces, a la psicoterapia. Pero, ¿sabemos lo que hacemos? ¿Será nuestro psicólogo el remedio que necesitamos? ¿Qué es realmente la psicoterapia y qué debemos esperar de ella? Lo primero que debemos saber es que no todas las terapias son iguales. El mundo de la Psicología, lejos de ser un campo uniforme, es más bien un inmenso laberinto de escuelas y métodos diferentes (1), a menudo contrapuestos. Y cada profesional los aplica, además, a su propio modo. Afortunadamente, podemos ordenar todo este maremágnum siguiendo diferentes criterios. Uno de ellos, en mi opinión el más importante, es el de las finalidades de dichas terapias. Así, observándolas cuidadosamente, podemos reducir todas ellas a tan sólo dos categorías fundamentales: 1. Terapias Reeducativas. Son las terapias que intentan enseñar algo al sujeto (es decir, sumar, "añadir" algo nuevo a su personalidad (p.ej., una forma de pensar, un modo de actuar, una doctrina, etc.). Ej.: terapia cognitiva. 2. Terapias Maduradoras. Son las terapias que intentan liberarle de algo que ya posee (es decir, restarle, "quitarle" aquello que lo enferma (p.ej., prejuicios, 91
sentimientos de psicodinámica.
culpa,
bloqueos).
Ej.:
terapia
Podemos elaborar, a modo de ejemplo, una somera tabla comparativa de la muy diversa concepción de las causas y remedios de los problemas psicológicos que tienen algunos de los modelos terapéuticos más conocidos. Dicha tabla sólo puede ser, obviamente, orientativa, pues no puede incluir las muchísimas variaciones, combinaciones y mutuas influencias de los cientos de escuelas existentes, ni los peculiares estilos personales de cada terapeuta (2). Indicaré también en ella mi opinión sobre sus respectivas limitaciones.
TERAPIAS TIPO 1:
Reeducativas
SÍNTOMAS (ansiedad, depresión, autoestima, personalidad...) CAUSA
REMEDIO
Comentarios
Cognitivo/Conductistas
Cognitivo-conductuales
pensamie ntos y/o hábitos inadecuad os
Sistémicas
relaciones pautas familiares ignora los afectos correctora inadecuad reales s as
Constelaciones
problemas perdonar,
corregir pensamien ignora los afectos tos y/o hábitos
ignora los afectos
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familiares
familiares reconciliar reales
Autoayuda, Coaching, PNL, "Nueva Era"...
adquirir pensamien tos y actitudes conductas superficial, ignora inadecuad nuevas, los afectos reales as objetivos, optimismo, "espirituali dad"
Otras
Análisis Transaccional
estructura inadecuad reestructur básicamente a de la ar la perso reeducativo personalid nalidad ad
Relajación, Técnicas Corporales
estrés sedar, físico, desconec mental y/o tar emocional
ignora la problemática afectiva del sujeto
Psiquiatría
genes y bioquími ca
sintomática, ignora la problemática del sujeto, secuelas
TIPO 2:
Maduradoras
CAUSA
fármacos correcto res REMEDIO
Comentarios
Psicodinámicas:
Psicoanálisis clásico
conflictos infantiles descubrir inconscie ntes
demasiado pasivo y prolongado
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Psicoanálisis breve
conflictos inconscie descubrir y ntes resolver pasados y actuales
-
Psicodinámicas
conflictos inconscie descubrir y ntes resolver pasados y actuales
-
Integrativas
problemas afectivos, cognitivos descubrir y y resolver conductua les
-
Gestalt
problemas descubrir y afectivos resolver
-
Psicodrama
problemas descubrir y afectivos resolver
-
Arteterapia
problemas expresar, afectivos descubrir
-
Bioenergética (Lowen)
bloqueos psicofísi cos
-
Humanistas:
liberación a través del cuerpo
© 2008 JOSÉ LUIS CANO GIL
Podríamos incluir, en las terapias del Tipo 2, las terapias primales (p.ej., Janov), transpersonales (p.ej., Jung, Psicosíntesis, Meditación) e incluso "energéticas" y espirituales 94
(p.ej., acupuntura, reiki, chamanismo). Pero las he omitido porque, si bien no las conozco suficientemente, algunas de ellas ofrecen peligros evidentes (3). ¿Qué observamos, en fin, en esta tabla? Vemos que, en general, todas las terapias del Tipo 1, aunque permiten cierto conocimiento de uno mismo, se basan fundamentalmente en la obtención de resultados, es decir, en el diseño y logro de objetivos predeterminados, al margen de la problemática íntima del sujeto. Quieren cambiar su forma de ser, corregirla, "mejorarla", enseñándole para ello nuevas formas de control y autocontrol, evaluación de los problemas, conductas más deseables ("positivas"), refuerzo de la voluntad, etc. Su lema es: "¡conviértete en otra cosa!". Dichas terapias, puesto que ofrecen un modelo "ideal" a alcanzar, no son tanto psicoterapéuticas en el sentido literal del término ("curación del alma"), cuanto adiestramientos de la conducta, es decir, técnicas reeducativas a través de ideas y métodos tomados de la Psicología. Pueden ser útiles, desde luego, para neutralizar algunos trastornos leves -reforzando la represión de los conflictos íntimos del sujeto-, o para mejorar la eficiencia personal, profesional, etc. de los individuos que temen profundizar en sí mismos. Pero, en mi opinión, no podemos considerarlas genuinamente transformadoras. Algunos de los centros de interés de las terapias reeducativas son los siguientes: - adquirir pensamientos "optimistas" y conductas "adecuadas" - frenar las emociones y sentimientos "negativos" - fomentar la capacidad de control y autocontrol - cultivar la voluntad y la disciplina - negación de los sentimientos y conflictos, sobre todo inconscientes - negación de la infancia traumática 95
- negación de culpables (toda responsabilidad es exclusivamente del paciente) - énfasis en la adaptación familiar y social - énfasis en el perdón y la reconciliación - aprendizaje de nuevos hábitos y actitudes - aprendizaje de "pautas" y "estrategias" - objetivos prácticos, excelencia personal, éxito - gestión del cuerpo, las "energías" y/o los "estados de conciencia" - doctrinas idealistas y esperanzadoras - moralidad encubierta
Las terapias del Tipo 2, por el contrario, se basan en un principio diametralmente opuesto: ayudar al individuo a explorar y expresar su mundo interior tal como es ahora mismo, sin objetivos concretos prefijados. Su fin primordial no es cambiar ni enseñar nada "nuevo" al sujeto, sino ayudarle a conocerse a sí mismo, a descubrirse y aceptarse, lo que le permitirá aliviar sus conflictos de fondo, tomar libremente sus propias decisiones y ser por ello más feliz. Su lema es: "¡conviértete en lo que realmente eres!". Dichas técnicas favorecen la maduración, la espontaneidad y el bienestar íntimo de las personas, ayudando así en toda clase de trastornos psicológicos de base emocional (que son la mayoría). Eso sí, suelen requerir un poco más de sensibilidad, coraje y compromiso por parte de pacientes y terapeutas. Las terapias maduradoras, puesto que no maquillan sino que transforman a las personas, son, en mi opinión, las únicas que merecen verdaderamernte el nombre de psicoterapia. Éstos son algunos de los aspectos en que se centran: - la infancia, la crianza, el maltrato infantil - los contenidos inconscientes - los conflictos emocionales pasados y actuales - el significado emocional de los síntomas - el significado emocional de los sueños 96
- la exploración y expresión de las emociones reprimidas (miedo, ira, tristeza, culpa, amor, odio, celos, envidia, desesperación...) - énfasis en el ser (sobre el pensar y hacer) - énfasis en la aceptación y el presente (sobre las "metas" futuras) - énfasis en la espontaneidad (sobre la voluntad y el control) - empatía y afecto en la relación paciente-terapeuta - realismo - ausencia de juicios morales
*** Desde la clasificación que proponemos, cualquier psicoterapia sólo puede ser, en suma, esencialmente reeducativa o maduradora. Ahora bien, ¿pueden las primeras aliviar los muy dolorosos traumas neuróticos de la gente? Muchas personas piensan que sí. En mi opinión, sin embargo, no se puede mejorar una casa inhabitable añadiéndole simplemente unas cortinas bonitas y un sofá nuevo. Es preciso reformar las casa de arriba abajo (sus muros, sus ventanas, sus conducciones de agua y electricidad, quizá incluso sus cimientos...). Los parches sólo son parches. La sanación es otra cosa. Creo que ningún neurótico necesita más "educación" de la que desgraciadamente ya sufrió, y a causa de la cual precisamente enfermó. Lo que necesita es, por el contrario, mucha más libertad. Libertad para explorar, descubrir, expresar sus verdaderos sentimientos y pensamientos. Libertad para buscarse a sí mismo sin presiones externas ni permisos ni disculpas. Libertad para ser como es. Y para ello necesita también amor. Es decir, mucha confianza, empatía y respeto por parte del terapeuta. Un terapeuta capaz de proporcionar a su paciente las condiciones de seguridad y afecto que nunca gozó... Sólo entonces el paciente llegará a crecer como un árbol fuerte. 97
O volará como un águila poderosa. __ 1. Según algunos autores, entre 250 y 400 modelos diferentes. 2. La personalidad del terapeuta aumenta o reduce la eficacia de cualquier técnica. En definitiva es él, y no tanto el método empleado, quien realmente ayuda al sujeto. 3. Las escuelas de lo extremo, lo invisible y los estados de conciencia pueden utilizarse muy fácilmente como maquillajes o escapes de los verdaderos problemas neuróticos.
© Febrero, 2008 © Octubre, 2013
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22. El terapeuta amoral Hay psicólogos, psicoanalistas y psicoterapeutas de todos los pelajes. Hay decenas de métodos psicoterapéuticos. Todos ellos pueden ser más o menos útiles, según -también- cada paciente y la calidad de cada vínculo terapéutico. Por otro lado, ya vimos en “¿Psicoterapia o Reeducación?” que todas las recetas existentes pueden resumirse en dos categorías: las terapias reeducativas y las maduradoras. Ahora bien, en cualquiera de ambos sentidos, ¿existe algún criterio que nos ayude a distinguir a los buenos de los malos terapeutas? Evidentemente, sí. Y uno de los principales es, en mi opinión, su indispensable amoralidad. Un terapeuta es, en efecto (o debería ser), un libertador. Es decir, un explorador atento y exquisitamente imparcial del dolor de su paciente y, en especial, de las causas de tal dolor, que son siempre familiares y/o sociales. Sólo tras descubrir, codo a codo con su paciente, dichas causas, el terapeuta podrá ayudarle a superarlas y, por tanto, a ser más feliz. Pero, para conseguirlo, el terapeuta debe ser totalmente ajeno a los prejuicios familiares y sociales que enferman a la gente. Debe ser alguien que ha dejado de creer y sentirse influido por ellos; una persona libre de puritanismos de cualquier tipo (moral, religioso, político). Debe ser un sujeto externo al rebaño. ¡Por eso precisamente podrá ayudar a las víctimas de éste! De otro modo, sólo deslizará en su paciente modos más sutiles de represión y neurosis. (1) Como detectó magníficamente Alice Miller, la mayoría de terapeutas sólo permiten la liberación de sus pacientes... hasta 99
cierto punto. Les permiten descubrir, llorar, enfadarse, profundizar un poco, pero se asustan pronto de tales avances y lo frenan diciendo: "Bueno, ahora debes comprender, olvidar, ser una persona normal". He visto, p.ej., a una terapeuta afectuosa y competente decirle a un paciente que reivindicaba la ira hacia sus padres: "Pero ellos ya son mayores. No vas a montarles broncas, ahora. Ya se te pasó el arroz. Ahora debes hacer un esfuerzo y seguir adelante". O su significado entre líneas: "No montes líos. Sé buena persona. No les hagas sufrir. Déjalos en la impunidad. Perdónalos y olvídalo todo". ¡La propia terapeuta amordazando a su paciente! O sea, traicionándolo. Y, como ella, miles de terapeutas, en vez de ser testigos cómplices, imparciales y amorosos de las víctimas, son también agentes encubiertos del sistema socio-familiar represor. (2) Alguien podría pensar que la terapeuta citada era, en realidad, sabia. ¡Claro que es necesario, para la felicidad de cualquiera, "pasar página, seguir adelante", etc.! Pero la cuestión no es ésa. La cuestión es que dicho esfuerzo no es un requisito para liberarse, sino la consecuencia de haberse liberado previamente. La única condición de la liberación es afrontar y expresar sin miedos, o a pesar de ellos, los conflictos familiares y todas las emociones asociadas. Por ejemplo, si un sujeto descubre de pronto que su madre fue tiránica, violenta y castradora (hasta el punto de que, con las leyes actuales, le hubieran retirado la custodia del hijo o incluso la habrían metido en la cárcel), ¿qué hará ahora? ¿Seguirá visitándola con frecuencia, ya que ahora parece una "ancianita desvalida"? ¿Le echará en cara toda la verdad? ¿Cortará para siempre toda relación con ella? ¿Se desfogará, al menos, en privado compartiendo su dolor y su ira con algunas 100
personas de confianza, o descargándose por medios artísticos (pintura, escritura...)? Etcétera Y, en todo caso, ¿aceptará su terapeuta cualquiera de estas decisiones sin escandalizarse, sin procurar interferirlas con "buenos consejos" conciliadores, positivistas, moralizantes? De hecho, ¿tiene alguien el derecho de entrometerse en los legítimos sentimientos de una víctima grave? El terapeuta amoral sabe que no. (3) Si el paciente intenta algo destructivo contra los demás o contra sí mismo, el terapeuta amoral -aunque amorosonaturalmente le prevendrá, le advertirá con todo respeto de los peligros y consecuencias de sus acciones. Por ejemplo, le dirá: "Vale, puedes hacer eso. Pero considera que la sociedad puede vengarse, encarcelarte, perjudicarte aún más". Etc. El mensaje del terapeuta amoral es: "No te juzgo, entiendo perfectamente tus razones, pero te aviso de los riesgos porque te aprecio". Nótese que el deseo del terapeuta no es salvar la moral, ni la familia, ni la sociedad, sino exclusivamente a su paciente. De otro modo, sólo sería un funcionario más del sistema. Personamente, aprendí hace ya muchos años que el mayor secreto de las cosas es, en todos los sentidos, no forzar. Respetar. Aceptar. Vivir y dejar vivir. El poder de esta afectuosa confianza es incomparablemente mayor que el de cualquier medida autoritaria o represiva. Toda armonía sólo puede ser espontánea: si no pisas la hierba, ésta crece sola. Del mismo modo, cuando un terapeuta afectuoso pero amoral sabe escuchar, aceptar, acompañar imparcialmente los sentimientos, ideas y decisiones de su paciente, sin imponerle juicios ni metas, entonces lo mejor y más sano del sujeto florecerá por sí mismo. __
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1. Naturalmente, el terapeuta amoral no carece de su propia ética, que es más alta que el hipócrita moralismo convencional (p.ej., respecto a la familia, las costumbres, las reglas sociales, etc.). Dicha amoralidad es el fruto del propio crecimiento humano del terapeuta, y es la fuente creativa de todo su esfuerzo personal y profesional. Obviamente, no debe confundirse la a-moralidad con la in-moralidad, la rebeldía, la anarquía, la extravagancia o cualquier otra forma de odio o inadaptación. Ni, por supuesto, con la perversidad de algunos "terapeutas" que utilizan su oficio para abusar (p.ej., económica, sexual, psicológicamente) de sus pacientes. 2. Asombra el rencor inagotable de la sociedad contra delincuentes de cualquier edad o incluso muertos (p.ej. dictadores, criminales de guerra, asesinos, pederastas, violadores, maltratadores de mujeres, etc.) y, sin embargo, su total ley del silencio frente a los más peligrosos e innumerables agresores del ser humano: la familia. Y su incurable sordera ante quienes osan denunciarlo. Claro que no es casualidad. Todo ello son defensas contra el insoportable sufrimiento infantil que casi toda la gente ha padecido. 3. A veces el terapeuta amoral también habla de "pasar página", el perdón, etc. Pero no lo entiende como una necesidad u obligación, sino como un posible resultado. Es una forma de iluminar y tranquilizar al paciente señalándole que hay otras formas de sentir "al otro lado del río". © Agosto, 2010
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23. Decálogo de la neurosis Ya sabemos que, desde un enfoque psicodinámico, la mayoría de problemas emocionales son de origen familiar y se relacionan con la calidad y cantidad del amor recibido. Los padres, sobre todo la madre en los primeros años, son fundamentales. Y los hijos menos favorecidos, aquellos que de algún modo son convertidos en el "pararrayos" o las "ovejas negras" de la problemática familiar, serán siempre los más dañados. Los más neurotizados. Podemos resumir todos estos procesos en el siguiente DECÁLOGO: 1. El neurótico pocas veces percibe el origen infantil de su mal y, cuanto más doloroso es tal origen, menos lo percibe y más severos son sus síntomas. De hecho, su trastorno es precisamente la tapadera del problema. 2. Los padres rara vez son conscientes de su responsabilidad en el trastorno del hijo, y lo son tanto menos cuanto peores son dichos trastornos. El motivo es que necesitan defenderse de su insoportable sentimiento de culpa. 3. Los padres transmiten su neurosis a sus hijos. La neurosis es hereditaria (no en sentido biológico, sino psicoafectivo, educativo). Sólo cuando alguien toma conciencia de esta transmisión, la cadena puede interrumpirse. 4. No hay culpables, sólo herencias de dolor e ignorancia. Pero esto no exime al neurótico de su necesidad de
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odiar y "matar" simbólicamente a sus padres, si quiere madurar de verdad. Y eventualmente perdonarlos. 5. El olvido no existe. Todo queda para siempre grabado en el corazón. "Olvidar" es simplemente cerrar los ojos, mirar hacia otro lado, seguir enfermo. 6. El neurótico quiere dejar de sufrir, no madurar. Muy pocos se atreven a abrir su Caja de Pandora. La mayoría prefieren píldoras y evasiones. 7. Una herida sólo se cura limpiándola. La neurosis sólo mejora con psicoterapias "limpiadoras" del inconciente herido. 8. No hay curación total. Siempre nos quedan cicatrices, vulnerabilidades, puntos flacos que duelen en "los días de lluvia". 9. No cura la psicoterapia, sino el deseo de curar del paciente y su vínculo con el terapeuta. 10. Sólo padres sanos y amorosos tendrán hijos sanos y amorosos. Sólo la profunda conciencia social sobre ello evitaría los trastornos mentales.
© JLC
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Segunda Parte: PSICODINÁMICA PARA CRECER
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24. Los 4 dilemas fundamentales En el transcurso de la maduración individual existen, a un nivel muy profundo e inconsciente, cuatro conflictos o dilemas básicos que debemos superar. Son algo así como los cuatro pilares de nuestros "cimientos" psicodinámicos, sin cuyo sólido asentamiento no podremos construir una personalidad relativamente estable y autosatisfactoria. Estos cuatro dilemas son los siguientes: 1. ¿QUIERO VIVIR O MORIR? El escritor Albert Camus escribió muy acertadamente que "no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio". Es decir, la dilucidación profunda de si queremos vivir, seguir adelante; o si, por el contrario, cansados o desmotivados para ello, preferimos dejar de hacerlo. El psicoanalista de la psicosis John N. Rosen sostuvo, por ejemplo, que algunas personas catatónicas parecen "fingir que están muertas" (para complacer los deseos ocultos de mamá, etc.). Y muchas personas autodestructivas o gravemente depresivas parecen desear secretamente morir, sostenidas sólo por los hilos más o menos forzados de algunas personas de su entorno (parientes, psiquiatras, etc.). El deseo de morir es perfectamente legítimo, pese a la complejidad ética y legal de la cuestión del suicidio. Pero cuando tal deseo es inconsciente -es decir, fuera del alcance de nuestra capacidad de elección-, opera como un potente freno que obstaculiza y debilita nuestra vitalidad, nuestra personalidad, nuestra felicidad, incluso nuestra psicoterapia. Sólo si llegamos 106
a concienciar este dilema podremos desbloquear nuestra situación, preferiblemente solucionando las causas -siempre psicodinámicas- que nos roban las ganas de vivir. 2. ¿QUIERO SER HOMBRE O MUJER? Otro dilema es el "software" sexual que vamos a adquirir, tanto en el aspecto que llamamos identidad como en el que denominamos elección de objeto. Ambas adquisiciones, con independencia de nuestro sexo biológico, dependerán absolutamente de las circunstancias y conflictos de nuestras primeras experiencias infantiles. Por ejemplo, en cuanto a mi identidad sexual, si soy varón pero mi madre deseaba una niña y me trató o incluso vistió como a una niña, etc., probablemente acabaré sintiéndome muy femenino, o incluso una "mujer". Si soy hembra y mis padres odiaban a las niñas o me maltrataron por serlo, quizá acabe deseando e incluso sintiéndome un "hombre". Etcétera. Y en los casos extremos tal vez llegue a desear operarme, cambiar quirúrgicamente de sexo. Respecto a la elección de objeto, es decir, mi atracción psicofísica preferente hacia las personas de mi propio sexo (homosexualidad), el otro sexo (heterosexualidad) o de forma indeterminada (bisexualidad), lo mismo. Según mis vínculos, enamoramientos y/o conflictos psicodinámicos tempranos, así resultarán mis atracciones sexuales posteriores. Las combinaciones identidad/elección son, así, muy variadas. Por ejemplo, ya sea biológicamente macho o hembra, y tanto si me siento "hombre" como "mujer", pueden atraerme los machohombre, o los macho-mujer, o las hembra-mujer, o las hembrashombre, etc.
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Obviamente, cuando ignoramos o aún no hemos elegido plenamente qué somos y/o qué preferimos, esto limitará mucho la calidad y satisfacción de nuestros vínculos personales. De ahí la necesidad de solucionar cuanto antes este dilema. 3. ¿ES EL MUNDO SEGURO O PELIGROSO? La diferencia fundamental entre los neuróticos, ya sean de tipo esquizo-paranoide (inseguros, desconfiados, hostiles) o depresivos (autoculpógenos, reprimidos, desvitalizados) respecto a las personas más "sanas" es, como todos sabemos, la madre. Y, por extensión, el entorno familiar temprano. Para el niño, la madre lo es todo: es Dios, es el Mundo, es la Vida misma. Por tanto, un niño aterrorizado durante años por su madre a duras penas se repondrá jamás de su certeza de que la vida es un lugar inhabitable al que sólo cabe temer, odiar y combatir. Igualmente, un niño desatendido durante años difícilmente dejará de ver la vida como un sitio gris y helado donde apenas tendrá fuerzas ni motivos para existir. Etcétera. Cuando estas actitudes profundas frente a la vida no se conciencian, la persona sufrirá toda clase de síntomas neuróticos, que debemos entender como las "erupciones" de un doloroso magma interior. Por ejemplo: ansiedades, miedos, suspicacias, alternancias del ánimo, adicciones, personalidades frágiles o inestables... Cuanto más precoces, intensas y/o duraderas hayan sido las dolorosas experiencias del niño; y/o cuanto más "olvidadas" se hallen éstas en su consciencia, más tremendas serán las "erupciones" de síntomas. ¿Cómo podremos aliviar éstos? Obviamente, explorando, abriendo más canales, chimeneas y fumarolas en la consciencia para que la lava y los gases escapen más fácil y rápidamente.
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Sólo cuando las presiones internas del sujeto descienden lo suficiente, éste suele descubrir que, contra lo que parecía a sus dolidos ojos infantiles, el mundo no es tan peligroso o helado después de todo. Es relativamente seguro y agradable. Y resolver este dilema cambiará por completo la vida de la persona. 4. ¿QUIERO SER NIÑO O ADULTO? Otra duda fundamental. Y muy difícil de resolver. ¿Quiero ser indefinidamente un niño desvalido y dependiente, con todas las ventajas de serlo (derecho al refugio, la comodidad y las quejas respecto a mis cuidadores pasados o actuales), y pese a sus graves inconvenientes (impotencia, frustración, falta de libertad interior)? ¿O quiero emanciparme y ser adulto, por todas sus ventajas (libertad, poderío, autorrealización) y pese a sus desventajas (más soledad, dudas, responsabilidad)? Dicho de otra manera: ¿quiero seguir siendo un pollo raquítico picoteando migajas en un nido familiar obsoleto (ya sea éste real o interiorizado con nostalgia en el corazón)? ¿O quiero ser un águila poderosa e independiente cazando mis propias presas y creando mi propio destino? Éste es el dilema básico: destetarnos o no destetarnos de nuestra familia. Crecer o no crecer. Sólo cuando la persona llega a descubrir este nudo interior, este freno íntimo, estará en condiciones de tomar alguna decisión al respecto y aliviar, si decide con acierto, muchos de sus síntomas neuróticos. Por ejemplo, si decide crecer, ser adulto, sólo entonces alcanzará a plantearse -y resolver- la última cuestión: ¿qué quiero hacer con mi vida? Éste es el paso final, la contraseña de acceso a la Vida. Pues concienciar -y
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satisfacer- nuestras necesidades, motivaciones, criterios y objetivos... ya es volar. *** En suma, cuando una persona logra detectar y superar estos cuatro dilemas, no necesariamente en el orden descrito pero sí, a menudo, simultáneamente, los cimientos de su vida quedarán suficientemente establecidos. Ello significa que no habrán tensiones, contradicciones entre sus sentimientos y conductas evidentes respecto a sus confusiones, dudas y bloqueos invisibles. La persona será integralmente coherente, pues todas sus fuerzas, tanto las obvias como las anteriormente ocultas, estarán ahora orientadas en una misma o parecida direccción. Esto es lo que solemos llamar "salud emocional". Una salud que sólo podemos alcanzar con ayuda de un decidido ansia de autoconocimiento y, a menudo, con la guía y estímulo de buenas psicoterapias. © Marzo, 2013
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25. Miedo a ser amados Nuestro artículo del mes pasado, ¿Te atreves a odiar?, nos exige ahora explorar su indispensable complementario: ¿nos atrevemos a amar? Y más difícil todavía: ¿nos atrevemos a sentirnos amados? Porque quizá éste sea el problema final del ser humano: nuestra capacidad, o no, de sentirnos amados. Sin tal posibilidad, no podemos vincularnos realmente. No podemos amar. Y nos quedamos profunda e inconscientemente aislados, debilitados, vacíos. El problema de sentirnos amados es, de hecho, el problema de la confianza en el otro/a. Todo el asunto del amor se funda en este requisito tan sutil e indispensable. Pues si no me fío de ti, si te tengo miedo, ¿cómo voy a dejarme querer? Y si rechazo tu amor y, por tanto, no me nutro con él, ¿cómo voy a agradecértelo mediante mi propio amor para ti? No puedo amarte si te temo. Desgraciadamente, lo primero que la mala crianza rompe es la confianza de los bebés y los niños en los seres humanos. Si ciertamente un niño ha sido desquerido por su propia familia, ¿qué motivos tendría para a confiar en los demás? Sus puentes con el mundo quedan averiados. Así comienza el búnquer narcisista. Y nuestros problemas para relacionarnos. Nuestro miedo inconsciente al contacto afectivo se traduce de muchas maneras. Por ejemplo, tememos ser heridos o rechazados. Nos blindamos o saboteamos secretamente nuestras relaciones. Nos cuesta hacer amigos o hallar pareja, o mantenemos relaciones demasiado breves, frustrantes, inestables o tormentosas. Nos quejamos y acusamos de todo a los demás. 111
Nos sentimos indiferentes o egoístas o rabiosos con la gente, o no nos apetece hacer nada. Nunca dejamos de sentirnos solos, tristes o vacíos... Etcétera. Y la gran paradoja es que el propio miedo desde el que nos mantenemos a la defensiva es precisamente el que nos empuja a la infelicidad. El miedo nos cierra puertas. Rompe puentes. Nos hace sutilmente inaccesibles, fríos, exigentes, agresivos, imprevisibles. Ello activa a su vez los temores y conflictos de los demás, y así comienza la espiral de malos entendidos y mutuas recriminaciones que todos conocemos... ¿Cómo podemos superar estos miedos? ¿Cómo podemos aliviar nuestras resistencias al amor? Ante todo, obviamente, percatándonos de ello. Y, seguidamente, trabajando dos aspectos fundamentales del arte de tender puentes afectivos: 1) la autoestima, 2) la conciencia. 1. Autoestima. La autoestima significa sentir que vales algo, que tienes algún valor. El que sea (p.ej., sabes que eres guapo, o inteligente, o sensible, o comprensivo, o cariñoso, o culto, o agradecido, o imaginativo, o valiente, etc.). Si tú sabes lo que vales, entonces no te sorprenderá que alguien esté de acuerdo contigo y te quiera por ello. Sientes que lo mereces y, por tanto, posees la confianza de que, tarde o temprano, alguien lo apreciará como tú. En cambio, si apenas te valoras, si no te gustas, no te sentirás merecedor de ningún aprecio ajeno. No te sentirás seguro ni te fiarás de nadie que opine distinto que tú, de modo que el amor de los demás te dejará indiferente. O lo rechazarás sin darte cuenta como un bebé que escupe su papilla negándose a comer. Aquí hay un problema. Si quiero mejorar mi autoestima pero, como sabemos, sólo puedo interiorizar ésta abriendo mi 112
corazón a personas que me quieran, ¿cómo lo conseguiré, si mi dificultad consiste precisamente en que no me atrevo a hacerlo? En mi opinión, casi la única forma posible es una relación de gran calidad pero de "bajo riesgo", tal como una buena psicoterapia. Sólo, en efecto, un terapeuta afectuoso y paciente podrá, desde la "distancia de seguridad" que proporciona el encuadre profesional, ir despertando en el "bebé" cierta confianza y, así, podrá éste ir incorporando una nueva autoimagen, una conciencia de sus valores mucho más exacta y positiva de la que tenía. El resultado es que llegará a sentirse mucho más merecedor de amor que antes y, por tanto, mucho más seguro y abierto a los afectos de los demás. 2. Conciencia. Otra cosa a descubrir en el arte de mejorar nuestra confianza es que, en general, rara vez nos volverán a maltratar como nuestra familia lo hizo. Podrán herirnos, sí, pero las formas y los motivos serán distintos de los de nuestra madre o padre, y tampoco nosotros seremos los mismos de entonces: ahora tenemos dientes, argumentos, voluntad. Por tanto, nuestros recursos, nuestro poder interactivo con los demás tiene poco que ver con nuestra desvalida infancia. No tenemos por qué seguir reaccionando desde los mismos miedos de antaño. Por eso, si disponemos de la autoestima suficiente, y también de cierto coraje (pues nada es fácil en este mundo), y preferiblemente -de nuevo- del apoyo de una terapia, podremos comenzar a abrir lentamente nuestras puertas a los demás. Eso sí, con los ojos bien abiertos: con mucha, mucha conciencia. La conciencia es fundamental porque nos ayuda a percatamos muy a fondo de quiénes somos, qué sentimos, qué actitudes inconscientes mantenemos frente a los demás, a quiénes elegimos y por qué, cuáles son sus puntos fuertes y 113
débiles, sus carencias y necesidades, cómo podemos dialogar, defendernos, acercarnos y alejarnos de ellos, etc. Sólo entonces nuestro corazón empieza a descubrir que el arte de abrir puentes, de relacionarnos, no es, después de todo, tan "peligroso" como infantilmente temía. Los demás son compañeros de fatigas como nosotros, no tiranos omnipotentes como lo fueron nuestras familias. Así, a diferencia de lo que antes hacíamos, ya no resulta necesario refugiarnos tan a menudo en el fondo de nuestros caparazones narcisistas. En resumen, mejorar nuestra autoestima y aguzar nuestra conciencia nos ayuda a confiar mucho más en nosotros mismos y, por tanto, a recobrar -al menos parcialmente- nuestra confianza en los demás. En caso de conflictos, sabemos ahora que podemos defendernos perfectamente sin necesidad de desconectar o sabotear nuestros vínculos, sino procurando mejorarlos o buscando otros nuevos. (La amistad, el cariño, la complicidad, las relaciones satisfactorias, aunque no sean perfectas ni abundantísimas, sí pueden hallarse por todas partes). Entonces, si podemos volver a confiar, podremos recibir el cariño exterior y fortalecernos con él -como bebés que vuelven a sonreír y aceptar alimento-. Y, así fortalecidos, ya podemos devolver amor, compartir amor, amar.
© Septiembre, 2013
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26. ¿Te atreves a odiar? Nuestra civilización está sumergida en un tabú sin límites: "NO ODIARÁS". Tememos, en efecto, al odio. Odiamos el odio. Sin embargo, es evidente que todos odiamos de forma inevitable. El odio forma parte natural de la vida y negarlo sólo nos convierte en grandes hipócritas. En grandes neuróticos. Peor aún: en gente peligrosa. Pues cuando no aceptamos con coraje nuestros odios, entonces éstos, como una infección, se propagan aún más virulentamente por nuestra personalidad envenenando nuestra vida y nuestras relaciones.(1) La fuente principal de casi todos los odios es el odio infantil a los padres (o a los cuidadores infantiles equivalentes). Esto no es nada nuevo pues, como sabemos, la infancia es el crisol de todas nuestras emociones y actitudes básicas ante la vida (apegos, hostilidades, miedos, autoimagen, autoestima, deseos, relaciones, espontaneidad...). Pero el odio infantil, pese a su inmensa energía, suele ser drásticamente reprimido desde dos frentes. Por un lado, desde las defensas psicológicas surgidas de la dependencia emocional y el intensísimo miedo al abandono del propio niño. Y, por otro, desde las bárbaras exigencias del Cuarto Mandamiento y la consiguiente fantasía social de la "Familia Feliz". El resultado es que el odio infantil, sin posibilidad alguna de expresarse directamente, se vuelve entonces contra el propio niño de mil maneras neuróticas: trastornos de personalidad, inadaptaciones sociales, ansiedades, depresiones, conductas violentas... Y todo ello sin el menor conocimiento por parte del sujeto, de su familia, de la sociedad en general y, lo que es peor, de la mayoría de profesionales de la salud mental. 115
En este último sentido, todos conocemos casos llamativos. He visto, p.ej., a ciertos terapeutas desoír, tapar la boca e incluso reñir a pacientes que se atrevieron a quejarse de su madre o su padre. He visto a terapeutas que nunca preguntaron a sus pacientes sobre sus relaciones familiares, ni se interesaron por sus sentimientos más ocultos al respecto. O que cambiaron rápidamente de conversación si el paciente expresó ciertas emociones filiales "inadecuadas". He visto personas casi literalmente "lavadas de cerebro" por terapeutas "positivos", conciliadores e inductores del perdón prematuro, que sólo reprimieron más hondamente los odios de sus pacientes cronificando, así, sus síntomas y dificultando terapias liberadoras posteriores. He conocido personas mal aconsejadas que, en vez de afrontar sus dramas internos, se les enseñó a "desconectar" esporádicamente de ellos mediante técnicas desinsibilizadoras como el yoga o la meditación. Etcétera. Una consecuencia importante de lo anterior es que, por las mismas razones y desde nuestro pánico al odio, también se reprime ferozmente el odio a los hijos. Se supone socialmente que "todos los padres aman a sus hijos", de modo que muchas conductas "inadecuadas" de los niños resultan "inexplicables". En este sentido, he visto a muchas madres bienintencionadas atormentadas por la culpa de fallar a sus hijos, o incluso aferradas (en vano) a toda clase de recetas para una "buena crianza", etc., sin que nadie las ayudara a concienciar, soportar y liberarse de sus hostilidades secretas contra aquéllos. O, al revés, todos conocemos a mucha gente (tipo supernanny, ciertos profesionales del comportamiento infantil, etc.) que culpan con estigmas psicopatológicos a los niños problemáticos, en vez de explorar las dificultades emocionales de sus criadores... Etcétera.
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Obviamente, los odios recíprocos entre padres e hijos se transmiten, en formas y grados variables, de generación en generación. Pero irradian además en muchas otras direcciones. Por ejemplo, en muchos jóvenes y adolescentes vemos aflorar el odio en forma de conductas destructivas o autodestructivas (p.ej., adicción a las drogas, los riesgos o la "adrenalina", vivir "al límite", trastornos alimentarios, autolesiones, suicidios, deportes violentos; ideologías fanáticas, delincuencia...). En la vida adulta, los odios arcaicos se maquillan aún más. Ahora se descargan en forma de guerras de pareja, guerras de sexos, guerras políticas, neurosis individual y social... De modo que, hagamos lo que hagamos con nuestras vidas y sociedades, ¡nunca nos sentimos en paz! El odio tiene muy mala prensa. Nunca fue agradable odiar, desde luego. Mucho menos soportable es sentirnos odiados. Sin embargo, tal como sucede con muchas otras cosas desagradables de la vida (enfermedades, fracasos, miedos, soledad...), la única forma de aliviarlas realmente, de prevenirlas, de desactivar su transmisión, es asumirlas con valentía. Personalmente, no logro imaginar ninguna otra alternativa. Y todo esto me parece particularmente cierto en el caso de la Psicología. Es, en efecto, imposible ayudar a las personas a crecer emocionalmente si no las ayudamos también a odiar. A expresar sus odios reprimidos. Más aún: nadie puede aprender a amar si no aprende, al mismo tiempo, a odiar. Porque ambos sentimientos son las dos caras de una misma psicodinámica. No podemos filtrar, separar el amor del odio; cerrar la puerta al segundo es cerrarla también al primero. Por eso jamás fue cierto que el odio pueda "superarse" con más amor, con más perdón, con más represión y demás utopías puritanas. Las conductas 117
amorosas no son psicodinámicas amorosas. Una conducta "amorosa" sólo es un simulacro, una máscara que ayuda a maquillar el odio, a reprimirlo aún más, conservando éste por ello toda su capacidad intoxicadora. Pongamos un ejemplo. Todos sabemos que la única forma de conjurar el peligro de una olla a presión no es añadirle más válvulas, etc., sino abriendo la que ya tiene. Y reduciendo o apagando el fuego, naturalmente. De este modo, cuando el fuego (=conflictos pasados y actuales) cesa, y la presión y el calor (=odios) disminuyen, sólo entonces podemos disfrutar tranquilamente de la comida (=amor). En otras palabras, el amor genuino -y, en última instancia, lo mejor de nosotros mismos- sólo puede brotar por sí mismo, espontáneamente, cuando liberamos nuestros vínculos del odio latente que contienen. La cuestión es entonces: ¿se atreverá el neurótico, se atreverá el terapeuta, se atreverán los teóricos de la Psicología, se atreverán los moralistas de todo tipo, se atreverá la sociedad en general a afrontar los incomodísimos odios infantiles de la gente? ¿Nos atreveremos a "abrir nuestras válvulas y apagar nuestros fuegos", tan a contracorriente de la miedosa hipocresía social? El ser humano puede viajar a los planetas. Puede viajar al fondo del mar y a las cumbres del Himalaya. Puede realizar las hazañas más increíbles. Pero, desgraciadamente, rara vez se atreve a expresar su odio a mamá o papá. __ 1. No debemos confundir el odio con la violencia. Es cierto que, en general y por el bien individual y social, conviene controlar, canalizar adecuadamente la violencia. Pero el odio puede expresarse de muchas otras maneras, incluso perfectamente "inofensivas", y no existe por ello ninguna razón legítima para reprimirlo. De hecho,
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expresarlo a tiempo impedirá precisamente que, a menudo, acabe convirtiéndose en furia destructiva. © Agosto, 2013
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27. Amar no es obligatorio El cáncer oculto de muchos trastornos psicológicos es la creencia del individuo de que "debe" amar. De que amar es obligatorio pues así lo exigen la familia, la moral, la sociedad, etc., y que, cuando no amamos, somos extremadamente "culpables" por ello. Así, los padres suponen que deben amar a sus hijos. Los hijos piensan que deben amar a los padres. Los hermanos creen que deben amarse entre sí. Y mucha gente se esfuerza por amarse "solidariamente", aunque sus corazones se sientan realmente vacíos u hostiles. ¡Todos se figuran que obrar como si amaran es lo mismo que amar! Esta terrible confusión sólo producirá inútiles sufrimientos y neurosis. El amor no se hace: nace. Y nace solamente cuando la madurez psicológica del individuo lo permite. Cuando las características y necesidades de las personas que se aman son compatibles. Cuando las circunstancias externas lo favorecen. Y, por encima de todo, cuando la persona fue amada en su infancia. En tales condiciones, el amor surge inevitablemente como una flor bien abonada. Cuando no es así, nada en el mundo podrá generarlo o sustituirlo. Pues las flores de plástico no son flores. Es verdad que el amor requiere voluntad y esfuerzo, pero éstos ya forman parte del amor; ¡no pueden crearlo! Tampoco curvar los labios hacia arriba equivale a sonreír: sólo es una mueca (1). Muchas personas creen amar porque se esfuerzan hasta el sacrificio, porque esconden sus rencores bajo la alfombra, porque les obliga la culpa o la buena educación, etc., empleando para ello todo tipo de máscaras (idealizaciones, 120
sobreprotecciones, regalos, afanes salvadores, etc.), intentando convencerse a sí mismas (y a los demás) de que realmente aman. Pero esto no engañará a las personas supuestamente "amadas", que se sentirán inconscientemente estafadas, incomprendidas, solas, furiosas... y, lo que es mucho peor, ¡sin motivos aparentes para quejarse! Ésta es la terrible perfección de la farsa. El amor genuino sólo florece cuando nos atrevemos a admitir y expresar sin culpa nuestros verdaderos sentimientos (ternura, dolor, miedo, ira...). Cuando dejamos de obsesionarnos con la bondad y el altruismo. Cuando dejamos de usar el amor como mera excusa para dominar y chantajear a los demás. Cuando nos concedemos la libertad de alejarnos de las personas que no amamos (sean quienes sean: pareja, familiares, amigos...). En última instancia, lo contrario del amor no es el odio, el egoísmo, etc., sino el miedo. El miedo a la verdad y la libertad. ___ 1. La psicoterapia cognitivo-conductual enseña que actuar "como si" posibilita el aprendizaje, a la larga, de una conducta auténtica. Esto es, en mi opinión, parcialmente cierto, pero sólo sobre la base de un estado emocional mínimamente sano. P.ej., una persona dominada por grandes sentimientos de rabia o culpa difícilmente amará sin resolver antes su conflicto. © Mayo, 2006
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28. El amor En estos artículos enfatizamos continuamente la importancia del amor en la crianza de los niños, la salud psicológica y la felicidad humana. Sin embargo, ¿qué es el amor? Pocas ideas hay, en mi opinión, tan confusas y tergiversadas como ésta; en parte, sin duda, por la enorme variedad de facetas que lo caracterizan. Intentaremos exponer aquí un breve resumen del tema. Psicodinámicamente, podemos entender el amor como un tipo especial de vínculo psicológico -quizá "el" vínculo por excelencia-, una clase de relación entre una persona y otra/s, caracterizado por determinados sentimientos y conductas. Dicho lazo, a diferencia de otras relaciones humanas (laborales, sociales, etc.), se distingue por la capacidad del sujeto de proporcionar seguridad (física, emocional, moral) a otros, gracias a lo cual éstos pueden crecer y desarrollar libremente lo mejor de sí mismos. Cualquier relación en cualquier ámbito (familia, amistad, pareja, pedagogía, psicoterapia, solidaridad) que no permita al individuo sentirse más seguro, libre y maduro gracias a su amador, no podemos considerarla entonces genuinamente amorosa. Como ya vimos en otro artículo (1), la capacidad de amar del individuo depende de su capacidad psicológica de confiar en los demás. Esto requiere a su vez haber superado una buena parte del propio narcisismo. En este sentido, lo contrario del amor no es el odio, sino el miedo y el egocentrismo. ¿Cómo podríamos vincularnos y ofrecer seguridad a otros, si nosotros mismos estamos dominados por el miedo, el vacío y sus 122
secuelas narcisistas? Desde tales restricciones, podemos defendernos, manipular, dominar, sobreproteger, incluso explotar en muchos sentidos a los demás, pero nunca amarlos. Porque amar es dar, transmitir algo que ya poseemos. Fundamentalmente, seguridad en nosotros mismos. Socialmente se enfatiza mucho los sentimientos que suelen formar parte del amor (apego, cariño, alegría, admiración, deseo sexual). Pero, si tales sentimientos no van asociados a determinadas actitudes y conductas, dicho amor será muy precario o inexistente. Por ejemplo, si yo digo que adoro a mi perro pero soy incapaz de cuidarlo o ni siquiera percibo sus necesidades, ¿de qué estoy hablando? Hay mil emociones y sentimientos (p.ej., enamoramiento, idealización, identificación, necesidad, pasión, celos, posesión, dominio, sumisión, dependencia, comodidad, etc.) que pueden confundirse con el amor. Muchísima gente cree que ama porque simplemente imita a los personajes patológicos del cine y la televisión. Pero el amor es muy difícil y exigente y, para merecer tal nombre, requiere, como decimos, determinadas conductas básicas. Por ejemplo, la persona que realmente ama: 1. Sabe ver y respetar. Como ha superado sus temores y compulsiones narcisistas (egocentrismo, orgullo, envidia, afán de control, etc.), sabe ver al otro tal como es, no tal como necesitaría que fuese -lo que es una forma de ceguera-. Sabe guardar tranquilamente las distancias, apreciar las peculiaridades y la libertad del otro. No necesita "cambiarlo" ni "salvarlo". De hecho, confía y admira al otro precisamente por ser diferente y autónomo.
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2. Sabe tocar. La persona que ama no tiene miedo de tocar y ser tocada. Sabe, p.ej., acariciar, besar, abrazar, expresar ternura, alegría, acogimiento. Es cálida y espontánea. Su accesibilidad física es, en definitiva, una prolongación de su accesibilidad emocional (2). 3. Sabe compartir. Es decir, abrirse, manifestarse, hablar, escuchar; sabe, en definitiva, dar y recibir sentimientos, pensamientos, acciones. Benévola y amistosa, es permeable (empática) a todas las emociones humanas (tristeza, alegría, afecto, hostilidad...), sin rechazar ni imponer ninguna de ellas. Por eso las personas se sienten cómodas y seguras a su lado. 4. Sabe cuidar. Por todo lo anterior, la persona que ama sabe hacerse cargo, si es necesario, del otro. Sabe ayudar, cuidar, proteger, en la medida y durante el tiempo que haga falta. Sabe responsabilizarse, comprometerse; y no se siente impotente ni menoscabada por las necesidades ajenas. Inversamente, también sabe cesar su ayuda cuando ésta es superflua, sin caer en prepotencias sobreprotectoras ni salvadoras. Y, desde luego, no espera ni necesita la gratitud de nadie para ayudar. 5. Sabe estimular. Como parte de lo anterior, también reconoce fácilmente los valores y capacidades del otro, cuyo desarrollo sabe potenciar o, al menos, no impedir. Como un buen jardinero que quita las piedras y abona la tierra para facilitar el desarrollo de sus plantas, así la persona amorosa se preocupa de favorecer o, como mínimo, no frenar la maduración de los demás.
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Todas estas actitudes, sentimientos y conductas básicas del amor deben poseer, a su vez, tres características fundamentales: a. Deben ser conscientes y también inconscientes. O sea, sin contradicciones internas entre lo que el sujeto cree que siente y hace, y lo que realmente hace y siente. Por ejemplo, si aparentemente amo a una persona, pero secretamente la temo, odio o rehuyo, entonces mi amor es, en definitiva, ilusorio. b. Deben ser recíprocas. La persona supuestamente amorosa que, sin embargo, no sabe dejarse querer -no logra aceptar, disfrutar y agradecer el amor de los demás-, no ama en realidad. Porque el amor no es un monólogo, un carril único, sino un diálogo, una vía de doble dirección. c. Deben ser estables y duraderas. O sea, ni frágiles, ni intermitentes, ni provisionales. Estas limitaciones no producirían seguridad en nadie y, por tanto, no podríamos considerarlas amorosas. En suma, podemos quizá aventurar una definición del amor diciendo lo siguiente: El amor es un lazo de confianza y respeto capaz de ofrecer/compartir seguridad, afecto y desarrollo personal a los demás. Por consiguiente, cualquier relación humana que favorezca y no limite la maduración y la libertad interior de la gente, es esencialmente amorosa. Por el contrario, cuando tales frutos son escasos, o cuando una relación moviliza 125
principalmente los miedos, dependencias, hostilidad, controles, manipulaciones, etc., de las personas, entonces no debemos considerar sus relaciones amorosas, y ni siquiera sanas. (3). Por último, he aquí unas cuantas sugerencias inspiradoras sobre el amor: •
Pocas personas saben amar. El amor es el lujo de quienes fueron amados (o lograron con esfuerzo madurar).
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El amor es una capacidad, un talento, un arte, un poder, una fructificación personal.
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Sólo puede dar seguridad quien, tras superar su infancia, se siente seguro.
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Saber amar implica saber sentirse amado.
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El amor no es selectivo. Amas a todos o a nadie. Si sólo amas a "alguien", ni siquiera a ése amas.
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El "deber de amar" es autocontradictorio. Es como hacer "reír" a punta de pistola.
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Amor y sentimiento de culpa son incompatibles.
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El amor no es sentimentalismo. Exige coraje y, a veces, decisiones difíciles.
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El amor requiere a veces sacrificio, pero no todo sacrificio es amoroso.
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Si te sientes superior al otro, o si no te sientes orgulloso y feliz viéndolo volar, aún no amas. 126
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El amor es gratuito, despreocupado, sin finalidad. Si esperas algo a cambio, no amas: negocias. __
1. Ver “Confianza y paranoia”. 2. La relación sexual sólo es una variante. La sexualidad no es, como afirmó Freud, la "causa" del contacto físico sino, al revés, otra manifestación de nuestras necesidades psicofísicas -mamíferas, infantiles- de amor y contacto. 3. Pero no debemos olvidar que toda relación humana incluye siempre una cierta cantidad de tales procesos (ver “Amor y odio: la ambivalencia afectiv”). Lectura indispensable: "El arte de amar", Erich Fromm
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29. Confianza y paranoia Decimos habitualmente que el amor mueve (o debería mover) el mundo. Pero, ¿es cierto? ¿De dónde proviene el amor? ¿Cuál es su base o su fuente? Si lo observamos bien, sin duda es la confianza. Esa extraordinaria facultad del individuo para confiar en sí mismo, en los demás y en la vida. La confianza es la raíz del amor. Y sin ella, no ya el amor, sino nada en la vida sería posible. La confianza es un sentimiento básico, consciente e inconsciente, de seguridad frente a la vida y la gente. La persona confiada da por sentado (salvo que, en ocasiones, verifique lo contrario) que el mundo es generalmente seguro, inofensivo, incluso amable. Nada intrínseco cabe temer de él. ¿Cómo, si no, podríamos beber agua del grifo, tomar el avión, comer en un restaurante o ni siquiera salir de casa? Pese a todas las malas noticias de la televisión, etc., tendemos a creer que no moriremos envenenados, accidentados, asesinados, etc., en cuanto salgamos de la cama. Seguimos confiando en la vida a ciegas. La totalidad de la vida humana -sociedad, economía, política, tecnología, etc.- se basa en la confianza mutua. Y es que sólo cuando confiamos en el otro podemos acercarnos a él, abrirnos, compartir cosas. Sin miedo a priori de que nos dañe o nos rechace, podemos darle y recibir afectos, ideas, ayudas, etc. A esto lo llamamos vinculación afectiva y es el primer brote de cualquier forma de amor. Sólo las personas capaces de vincularse a través de la confianza serán capaces de amar y sentirse amadas. ¿Y cuál es la escuela de toda confianza vinculante? Obviamente, una infancia feliz. Más exactamente, 128
una familia sana, cariñosa, cuidadora. Pues el troquel inconsciente de todas las personas es: "según fue mi familia, así es el mundo". La antítesis de la confianza es la paranoia. La persona paranoica es profundamente desconfiada, suspicaz y vive a la defensiva. Se siente permanentemente insegura, amenazada, incluso agredida o perseguida por los demás. Ve peligros inexistentes por todas partes. En los casos extremos puede sufrir pesadillas, alucinaciones o delirios (entre estos últimos se hallan los famosos celos patológicos, el temor obsesivo de ser traicionado, etc.). Su troquel inconsciente es: "como mi familia es hostil, el mundo es hostil. Como, además, el sujeto paranoide proyecta sus propios odios en el mundo, siente doblemente que el mundo lo odia a él... Por eso no logra confiar, vincularse, amar. Todas las personas somos más o menos confiadas, y todas tenemos nuestro punto paranoide, según la cantidad de seguridad y afecto que recibimos en nuestros primeros años. La psicoterapia puede ayudar a incrementar la confianza de algunos individuos. El problema es que, como nuestro mundo no comprende ni respeta las necesidades psicoafectivas de los niños, y debido a las progresivas violencias socioeconómicas, la pérdida de valores, las neurosis familiares, el anonimato social, etc., la capacidad de confianza de los seres humanos podría estar disminuyendo... ¿Más aún que en otros siglos...? Ojalá no sea así. Si la confianza desaparece y la paranoia se adueña del mundo, ¿qué será de nosotros?
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30. La felicidad Todo el mundo quiere ser "feliz", pero... ¿qué es la felicidad? Se trata de un problema tan antiguo como la historia del hombre debatido sin descanso por filósofos, moralistas, poetas, psicólogos, gente de a pie y, últimamente, incluso por científicos. Pero siempre queda en pie la cuestión: ¿cómo ser feliz? Quizá el debate es interminable porque el asunto tiene muchos niveles. O porque la respuesta es tan obvia que es difícil, o no se quiere ver, pese a que tal vez ya fue descubierta hace milenios... Lo mejor, cuando la filosofía nos confunde, es observar la Naturaleza.
1. Las necesidades básicas ¿Cómo parecen funcionar el cielo, la tierra, las plantas, los animales? La vida de estos últimos nos parece, sin duda, "sencilla": comen, duermen, juegan, luchan, se reproducen, enferman, mueren... ¿Son felices o infelices? Que sepamos, se limitan a satisfacer sus necesidades sin hacerse preguntas. Los humanos también somos animales (mamíferos del orden de los primates), aunque lo que nos diferencia es nuestra facultad de pensar (¡lo que no significa necesariamente que seamos inteligentes!). Es obvio que nuestra racionalidad, pese a sus muchas ventajas prácticas, nos ha alejado cada vez más de nuestra identidad animal, que reprimimos drásticamente, y de la Naturaleza en general, hasta el punto de que ya no sabemos cuidar de nosotros mismos ni de nuestros hijos, y hemos llevado al planeta entero al borde del desastre. Durante siglos, nuestra racionalidad ha conducido a millones de personas a la formación 130
de grandes masas sociales -competitivas, violentas, luchando siempre por el poder, el territorio y los recursos- donde la gente ha sufrido toda clase de malos tratos y privaciones antibiológicas: hambre, falta de seguridad y afecto, falta de espacio, miedo, fatiga, violencia, tiranía, enfermedad... Y, en tales condiciones, ningún ser vivo puede existir con felicidad. Abraham Maslow, célebre psicólogo, resumió magníficamente en su famosa "pirámide" cuáles son las necesidades básicas del ser humano, cuya satisfacción es indispensable para evitar la neurosis y la desdicha. Estas necesidades incluyen desde los aspectos más biológicos hasta los más intelectuales y existenciales, y son las siguientes:
Jerarquía de necesidades de Maslow (© JLC)
Véase que, en general, las necesidades de cada nivel son una especie de "escalón" cuya satisfacción es crucial para poder satisfacer las del escalón siguiente. Cuando una persona sufre excesivas carencias en un nivel, o cuando ya las ha satisfecho 131
pero, por determinadas circunstancias, no puede acceder/satisfacer las del nivel siguiente, entonces la pirámide total queda parcialmente insatisfecha y la persona no puede evitar la infelicidad. Ya tenemos, por tanto, un primer acercamiento al problema de la felicidad. Si queremos ser felices, necesitamos satisfacer nuestra "pirámide" de necesidades bio-psicoexistenciales.
2. La carga del pensamiento Pero hay otra cuestión. La satisfacción integral de nuestras necesidades no basta para ser felices porque hay otro obstáculo que nos lo dificulta: nuestra propia racionalidad. Ya hemos visto que de ella se derivan no sólo muchas ventajas, sino también grandes sufrimientos. En realidad, el poder enajenador de la razón (del pensamiento, la lógica, lo cognitivo) es tan inmenso que resulta muy difícil escapar de su continua creación de delirios intelectuales (teorías, ideologías, moralismos, suposiciones sobre esto o aquello), frecuentemente atemorizadores y, en general, opuestos a la sensibilidad, intuición y espontaneidad de todo lo vivo, incluido el corazón humano. Estos "sueños de la razón" actúan como lastres individuales y sociales, como defensas y sucedáneos frente a la vida, como máscaras del miedo, y así la felicidad, pese a todos nuestro esfuerzos, no puede llegar. Esto es bien sabido desde hace milenios. Por ello, en todos los tiempos y culturas, muchos hombres (poetas, filósofos, místicos) (1) han aconsejado que, para aligerar el peso de la razón, conviene frenar de algún modo el pensamiento, 132
"desconectarlo" con frecuencia, relajarnos, experimentar la vivencia directa de lo vivo, lo espontáneo, lo inconsciente, lo misterioso, lo sublime de nosotros mismos y del universo. Debemos contemplar y disfrutar las cosas, y no tanto pensarlas, y gozar de la misteriosa unidad que constituyen, sin deformarlas ni dañarlas desde nuestros juicios y valores. Por ejemplo, si estamos en un bello paisaje, no pensaremos "¡qué bonito!", "se parece a X", "antes era mejor", "tengo que volver" u otros parloteos de la mente, sino que olvidaremos el pensamiento y gozaremos en silenciosa fusión con el entorno. Debemos, en suma, meditar (2). He aquí, p.ej., algunas formulaciones al respecto extraídas de diversas tradiciones budistas: Nada de pensamiento, nada de reflexión, nada de análisis. Nada de cultivarse, nada de intención: deja que se resuelva solo - Tilopa, budismo tibetano. El hombre es un ser pensante, pero sus grandes obras las realiza cuando no calcula ni piensa - Suzuki, budismo zen. Si quieres alcanzar la sencilla verdad, no te preocupes del bien y del mal. El conflicto entre el bien y el mal es la enfermedad de la mente- Seng Tsan, budismo zen. ¿Ves ese tranquilo hombre sabio que ha abandonado el saber y no se esfuerza? Ni trata de evitar los falsos pensamientos ni busca los verdaderos, pues la ignorancia es realmente la naturaleza de Buda. - HsüanChüen, budismo zen. Ésta es, pues, una segunda clave de la felicidad: la práctica del no-pensamiento. La aceptación de su relativa utilidad en nuestras vidas, pero sin permitir que sus conceptos 133
nos esclavicen ni, menos aún, nos impidan la experiencia directa (intuitiva, sensorial, espontánea, unitiva) de la vida. Algunos frutos de semejante actitud serán el humor, el escepticismo, la humildad... 3. Desapego/aceptación ¿Bastará todo lo anterior -necesidades satisfechas y liberación del pensamiento- para ser definitivamente felices? Aún no. Todavía nos queda una última dificultad y es que, como la vida carece de manual de instrucciones, no es fácil afrontar y resolver sus vicisitudes: miedos, conflictos, pasiones, frustraciones, injusticias, enfermedad, muerte... ¿Quién nos enseñará a manejar la existencia? Tradicionalmente lo hizo la moral en todas sus formas, con sus recetas más o menos rígidas para vivir "correctamente". Pero toda moral nace del pensamiento y, a la larga, acaba siendo otro obstáculo para la felicidad. ¿Qué haremos entonces? Nuevamente la sabiduría ancestral nos ofrece una alternativa: el desapego. El desapego es una consecuencia natural de haber abandonado el pensamiento. Cuando no permitimos que la mente, con sus juicios sin fin, etc., condicione demasiado nuestra existencia, el resultado es que nos limitamos a vivir ésta con cierta "neutralidad", sin grandes tensiones, como quien contempla desapasionadamente la corriente de un río. Este desapego constituye, además, una especie de aceptación incondicional de cuanto nos sucede. Y dicha aceptación es, obviamente, una fuente inagotable de amor y serenidad. El desapego/aceptación es una actitud general de apertura y flexibilidad, de no-esfuerzo ni resistencia frente a los cambios de la existencia. Es un modo de fluir espontánea y 134
deportivamente con la vida en cada momento. Es como conducir relajadamente un coche en medio de la ciudad. Cuando aceptamos las cosas, podemos elegir esto o aquello con amor pero sin tomárnoslas demasiado en serio, como si formasen parte de una gran obra de teatro. Nos limitamos a vivir cada instante con filosofía, con calma, con elegancia. (3). He aquí nuevas citas espirituales que pueden orientarnos sobre ello: El hombre sabio emplea su mente como un espejo, que nada aferra ni a nada se niega; recibe pero no conserva - Chuang Tsé, taoísmo. Los hombres sabios de antaño nada sabían del amor a la vida o el odio a la muerte. Entrar en la vida no les era motivo de alegría, abandonarla no les ocasionaba resistencias. Serenamente iban y venían. No olvidaban su comienzo ni especulaban sobre su final. Aceptaban su vida y gozaban de ella; olvidaban todo temor a la muerte y retornaban al origen - Chuang Tsé, taoísmo. El camino no es difícil, siempre que no haya "quiero" o "no quiero" - Chai Chu, budismo zen. Sé ordinario y nada especial. Descarga tus intestinos y tu vejiga, ponte la ropa, come tu comida. Cuando estés cansado, vete a acostar. Los ignorantes quizá se rían de mí, pero los sabios comprenderán - Rinzai Roku, budismo zen. Un hombre puede estar en un trono y no sentir ningún apego; otro puede vestir harapos y tener mucho apego Vivekananda, hinduismo.
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La tercera y última clave de la felicidad es, pues, el desapego/aceptación incondicional de las cosas, con sus secuelas inevitables de amor y serenidad. ¡Ahora sí que estamos, por fin, en condiciones de ser felices! Podríamos resumirlo así: pirámide satisfecha + no pensamiento + desapego/aceptación = FELICIDAD
Reflexiones finales De modo que, contra lo que piensa mucha gente, la felicidad no tiene nada que ver con el placer, el poder, las comodidades, el éxito, etc.; y ni siquiera con la salud, el amor o los estados emocionales. La felicidad no es una situación ni un sentimiento, ni nada que pueda lograrse con recetas, etc. Se trata más bien del fruto inevitable de una determinada actitud, una forma de ser, un arte de vivir. Y las claves de dicho arte las acabamos de exponer. La felicidad es, en otras palabras, como dormir. Cuando estamos llenos de problemas sin resolver y "queremos" dormir, no lo conseguimos. Pero cuando solucionamos los principales de ellos y después nos relajamos y nos olvidamos de todo, ¡entonces sí dormimos como bebés! En cuanto a las vías que ayudan a madurar la felicidad, podemos mencionar algunas. En el primer nivel, la satisfacción de la pirámide, tenemos, p.ej., las psicoterapias psicodinámicas, humanistas y de crecimiento personal. En el segundo nivel, disponemos del yoga, la meditación, la relajación y otras disciplinas que buscan la armonización cuerpo-mente y la "desconexión" temporal de la segunda. Y del tercer (y más 136
difícil) ámbito, el desapego/aceptación, suelen ocuparse las vías espirituales clásicas (tipo budismo, chamanismo y misticismos diversos). Por supuesto, no es oro todo lo que reluce y, para introducirse con seguridad en estos mundos, hay que informarse bien y aprender a distinguir el grano de la paja. ¿Puede, en suma, alcanzarse definitivamente la felicidad? Semejante cosa no existe. Como hemos dicho, la felicidad es más bien una actitud permanente, un arte de vivir, un camino de maduración que nunca termina. De hecho, no importa la meta, sino el rumbo. De este modo, cada buscador, cada viajero, descubrirá innumerables frutos en su permanente travesía de la existencia. _____ 1. La sabiduría para la felicidad es universal y está descrita, con distintos lenguajes, en el "nivel alto" (místico) de la mayoría de religiones, así como por innumerables artistas, poetas, filósofos y humanistas de todas las culturas (en la nuestra, desde Diógenes y Heráclito hasta Goethe o Withman). 2. Recordemos que la meditación no consiste en "pensar" o "reflexionar", sino simplemente en observar, percibir, vivenciar plenamente, sin distracciones, la realidad externa e interna. 3. No debemos confundir la aceptación con la resignación, que sólo es sumisión, represión, mutilación de nuestras posibilidades de cambio y felicidad. © Enero, 2006
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31. El Deseo El motor de la vida es, obviamente, el deseo. El deseo nace espontáneamente de la necesidad de satisfacer alguna carencia consciente o inconsciente de nuestro ser, ya sea ésta "natural" (p.ej., amor, alimento, cobijo) o "artificial" (p.ej., poder, belleza, dinero). Por supuesto, las carencias artificiales no son más que sucedáneos de carencias naturales no satisfechas, como ya veremos después. Pero toda carencia produce alguna forma de angustia, de dolor, y la función del deseo es precisamente aliviarlos. Ahora bien, como no todas las carencias/deseos son admitidos por nuestra conciencia moral o la sociedad, que puede considerarlos "inadecuados", "prohibidos", etc., a menudo los deseos se emboscan, se disfrazan de muchas maneras, a veces muy neuróticas y destructivas. Sobre ello reflexionaremos aquí. Algunas de las numerosas máscaras del deseo son, en efecto, las siguientes: •
Deseos propiamente dichos. Conscientes y concretos. Por ejemplo, deseo de comer, beber, dormir, hacer esto o aquello...
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Sueños (aspiraciones). Siguen siendo conscientes, pero su objeto es más complejo y difícil. P.ej., realizar un viaje, organizar un negocio, consumar un proyecto...
•
Fantasías. Aquí el deseo ya comienza a encubrirse, a ser menos consciente. P.ej., una fantasía sexual puede expresar ciertas insatisfacciones eróticas que el sujeto ignora. Una fantasía violenta puede expresar el deseo 138
oculto e insatisfecho de poner fin a determinada situación. Una fantasía creadora, el anhelo de aislarse de una realidad insoportable. Etc. •
Alucinaciones oníricas (sueños al dormir). Son, en parte, la representación jeroglífica de deseos más o menos profundos y a veces "inconfesables": amar, huir, matar, traicionar, volver a un estado anterior, triunfar, liberarse....
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Envidias. "Dime lo que envidias y te diré lo que deseas", tanto si tu deseo es consciente como si no. Los deseos insatisfechos generan necesariamente envidia.
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Ambición. ¿Desea el ambicioso lo que cree que ambiciona? Generalmente, no; su anhelo real, a menudo inconsciente, suele ser otro. La ambición es la sustitución de un anhelo insatisfecho en la sombra por otro mucho más accesible, pero inútil, lo que vuelve típicamente insaciable dicha ambición (algo así como el "síndrome del hámster en la rueda"). P. ej., ambiciono poder o fama porque mi ansia real e insatisfecha es amarme, llenar mi vacío interior, sentirme querido, etc.
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Obsesión (una forma de ansiedad). Como la ambición, es otro sucedáneo del verdadero deseo oculto. Por ejemplo, si ignoro que secretamente necesito agredir a alguien, quizá sienta entonces una misteriosa y compulsiva necesidad/deseo de esconder cuchillos y tijeras, de sobreproteger a mi persona odiada, etc.
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Adicción. Otra variante de lo mismo. En este caso, el sujeto desea frenéticamente aliviarse con ciertos objetos (alcohol, drogas, juego...) que tapan y sustituyen a sus 139
verdaderas carencias, que suelen ser de seguridad, afecto, autoestima, integración social, sentido de la vida, etc. Como la adicción no calma la necesidad básica, se perpetúa tenazmente. •
Depresión. Aquí hay un deseo consciente o inconsciente que se halla frustrado, pero el sujeto no lo ve o se niega a aceptarlo. Por eso el desamor, las pérdidas, la soledad, los fracasos, etc., todo ello frustraciones del deseo, son experiencias típicamente depresivas. Por tanto, la única forma de superar éstas es aceptarlo en lo posible y reactivar otros deseos y satisfacciones.
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Otras formas: violencia, dogmatismos e ideologías, hedonismos... En todos los casos, deseos sustitutivos de todo tipo, fugas hacia adelante de gentes íntimamente desdichadas.... En términos sociales, lo llamamos también alienación.
Vemos, pues, que una gran cantidad de fenómenos psicológicos e incluso sociales, a menudo dolorosos, pueden entenderse como formas "erróneas" de gestión de los deseos. En general, la gente no conoce sus carencias, no sabe lo que realmente necesita, y en consecuencia persigue a ciegas, y por tanto insaciablemente, toda clase de deseos... "equivocados". Lo que sólo es como arrojar más leña al fuego de la infelicidad individual y colectiva. Por ello el deseo ha sido siempre un problema moral y político. ¿Qué hacer con él? Tradicionalmente, las distintas sociedades de Oriente y Occidente se han afanado en perseguir, reprimir los deseos de las personas, considerándolos frutos malignos del egoísmo humano. El mensaje ha sido: 140
"¡Confórmate, resígnate, renuncia a tus deseos!". En el último siglo, por el contrario, una parte del mundo, desde un feroz individualismo, ha gritado: "!Rebélate, exige, satisfácete sin fin!". Esto último no parece mucho mejor que lo primero ya que, como hemos visto, la mayoría de nuestros deseos están alienados y no logran aportarnos felicidad alguna (salvo en un sentido muy superficial y efímero), dando así la razón a los antiguos represores. Entonces, si tanto la limitación como la exacerbación del deseo no nos conduce a nada bueno, profundo ni duradero, ¿cuál es la solución del problema? En mi opinión, como saben bien todos los lectores de estos artículos y del blog, la clave del asunto no es el "tamaño" o "cantidad" de nuestros afanes, sino la clase de deseos que realmente satisfacemos. Dado que la mayoría de nuestras desdichas resultan de la inconsciente e insoportable privación de nuestras necesidades humanas básicas -que son pocas pero inexcusables, y Maslow las resumió muy bien en su famosa Pirámide-, la solución a nuestro dilema se reduciría, en principio, a identificar tales necesidades y satisfacerlas en lo posible. ¡Sólo eso! Pues, lo mismo que cuando el fuego arde bien no produce gases venenosos, las personas, cuando obtienen lo que real y profundamente necesitan, tienden a sentirse satisfechas y pacíficas. (1) ¿Y qué es lo que real y profundamente necesitamos, lo sepamos o no? Obviamente, como nunca nos cansamos de repetir, respeto, seguridad y afecto desde la infancia. En Psicoterapia, uno de los objetivos fundamentales es, por tanto, rescatar y satisfacer las necesidades/deseos del sujeto. El neurótico suele hallarse tan reprimido y confundido que ha perdido todo contacto con el dolor de sus carencias, las cuales ha sepultado bajo sus síntomas. No sabe qué necesita, qué desea, 141
qué hacer realmente con su vida... Es un bello trabajo de arqueología buscar y rescatar los deseos, o las semillas de deseos, de las personas, a los que éstas tuvieron que renunciar hace ya mucho tiempo... Pero, una vez recuperados, la luz y el calor de la terapia favorecerán el renacer de la hierba fresca. __ 1. No es cierto que el hombre sea "un lobo para el hombre"; más bien es un perro apaleado que apalea a otros, y así indefinidamente. Sus instintos de ternura y amistad pesan tanto como los instintos de egoísmo y agresión a los que suelen atribuirse sus excesos. La violencia humana no es, por tanto, en mi opinión, fundamentalmente biológica ni innata sino, muy al revés, exclusivamente neurótica, una de las secuelas de la gravísima enajenación antibiológica que todos pagamos por la civilización.
© Junio, 2012
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32. Las fantasías Todos tenemos mayor o menor capacidad de fantasear, de ensoñar situaciones inexistentes. Por ejemplo, evocamos escenas del pasado o del futuro, deseos que nos gustaría realizar, embellecimientos del presente, suposiciones sobre cosas o personas que no conocemos bien, expectativas más o menos arbitrarias sobre esto o aquello, imaginaciones sexuales o agresivas, prejuicios de todo tipo... En Psicodinámica, las fantasías, sobre todo cuando son inconscientes, son muy importantes porque nos dicen cosas fundamentales sobre nosotros mismos. Expresan directamente lo que somos, con todos nuestros poderes y carencias. Y, así, lo mismo que por el ruido se sabe dónde está el agua, por nuestras fantasías podemos llegar a conocernos mucho mejor. (1) La mayoría de nuestras fantasías expresan necesidades inconscientes. Su función es "suavizar", deformar convenientemente la realidad para que ésta se parezca lo más posible a lo que inconscientemente necesitamos, o a lo que somos capaces de soportar. Nuestras fantasías son, pues, psicodinamismos defensivos. Por ejemplo, yo puedo fantasear que puede tocarme la lotería, o que el partido X ganará o perderá las elecciones, o que mis padres son buenas personas, o que con tal mujer seré feliz, o que los extraterrestres existen, o que el futuro será mejor o peor, etc., porque necesito creer tales cosas. Porque mediante tales fantasías puedo protegerme de mis dudas y miedos. Puedo satisfacer deseos inconscientes. Puedo canalizar emociones reprimidas. Puedo justificarme por ciertos errores que quizá cometí. Puedo aliviar mis sentimientos de culpa. Etcétera. En otras palabras, todas mis fantasías cumplen 143
alguna función autoprotectora. Y, en este sentido, su dinámica es como la de cualquier síntoma neurótico. El problema principal de las fantasías, sobre todo las inconscientes (que son quizá las más numerosas y determinantes), es que invariablemente nos llevan a confundirlas con la realidad. Son nuestras "gafas deformantes". Y, así, millones de personas viven perdidas, aisladas sin darse cuenta en su propia película, incapaces por tanto de experimentar empatía y afecto hacia sí mismos y hacia los demás. ¡No podemos amar lo que ni siquiera podemos ver! Sólo muy pocos llegarán a vislumbrar algunos pedazos de lo real a través de la neblina de sus sueños... Hay películas "malas" y películas "buenas". Por ejemplo, una persona sufre la fantasía, la expectativa inconsciente de que "no vale la pena intentarlo pues nunca lo conseguiré". O que "si soy feliz mereceré algún castigo". O que "nadie es digno de mi confianza". O que "todos los hombres son infieles por naturaleza". O que "la vida no vale la pena". Etcétera. Todas estas películas son formalmente "negativas" porque, falseando la realidad, impiden al sujeto descubrir y desarrollar todas sus cualidades latentes o evidentes. Por el contrario, hay películas formalmente "positivas" del tipo: "una pareja ideal me haría feliz". O "si tuviese más dinero todo iría mejor". O "soy un gran artista en el fondo". O "la familia es lo más importante". O "siempre hay que ser optimista". Etcétera. En estos casos, el sujeto falsea la realidad idealizando o sobrevalorando las cosas, de modo que, tarde o temprano, acabará defraudado e insatisfecho en el mundo... Todas las fantasías, pues, ya sean negadoras o positivadoras, dado que niegan la realidad, son igualmente nocivas. 144
Las fantasías inconscientes están en la base, por tanto, de muchas de nuestras insatisfacciones, fracasos y síntomas neuróticos. También determinan muchos de nuestros prejuicios, irracionalidades y violencias frente al mundo. Naturalmente, todas ellas habitan silenciosamente los estratos más profundos del corazón, y son la copia casi exacta de las actitudes conscientes e inconscientes que nuestros padres tuvieron hacia nosotros. Es decir, son la grabación de aquellos mensajes, que luego, como un "software biológico" oculto, determinará en gran medida nuestro sentir, nuestro pensar y nuestro futuro. Por eso es tan importante detectarlo y, en la medida de lo posible, desactivarlo poco a poco. Incluso nuestras fantasías sexuales, que parecen tan inocentes y destinadas sólo al placer, revelan nuestras estructuras psicodinámicas más hondas. Por ejemplo, una persona se excita especialmente cuando la humillan o violentan. Otra, cuando golpea a su pareja o la comparte con desconocidos. Otra, cuando realiza actos sexuales con niños. Otra, cuando se exhibe desnuda o fisgonea a escondidas. Otra, cuando se imagina con ciertas personas, o en grupos, o haciendo específicamente esto o aquello aquí o allá... Etcétera. Al margen de su máscara sexual, ¿qué expresan, qué traslucen, que manifiestan simbólicamente todas estas fantasías? Descubrirlo en cada caso llevará al sujeto a grados crecientes de autoconocimiento y autoaceptación. En suma, nuestras fantasías son -una vez más- un fenómeno psíquico defensivo y una emanación de nuestra infancia. Cuanto más inconscientes son, más determinantes serán, para bien y para mal, en nuestras vidas. Por eso, al menos en psicoterapia, es muy importante: 1) percatarnos de algunas de
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ellas; 2) confrontarlas con la realidad para desactivarlas. ¡Jamás deberíamos confundir nuestros sueños con el mundo real! __ 1. Una parte de nuestras fantasías corresponde a lo que, en términos cognitivistas, llamamos "creencias erróneas" o conceptos similares. © Enero, 2013
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33. ¿Voluntad o "fuerza de voluntad"? Uno de los pilares básicos de nuestra civilización es eso que llamamos "fuerza de voluntad". Gracias a ella somos capaces -se nos dice- de realizar grandes obras, ya sea nacidas de nuestra propia decisión o por sometimiento a imperativos ajenos. Se nos enseña que los grandes virtuosos y triunfadores son personas dotadas de una gran fuerza de voluntad, mientras que las personas sin ella son débiles e improductivas, o incluso despreciables. Nuestra sociedad valora extraordinariamente el esfuerzo. Sin embargo, ¿qué importancia real tiene éste respecto a los problemas psicológicos y el crecimiento personal? Llamamos voluntad, en general, a nuestra facultad de decidir y realizar esto o aquello. Pero el diccionario define la fuerza de voluntad como la capacidad del sujeto de "superar obstáculos o dificultades, o cumplir sus obligaciones". O sea, algo así como nuestra habilidad para luchar o incluso someternos a lo que no siempre deseamos realmente. Es aquí, en mi opinión, donde reside la típica confusión entre voluntad y "fuerza de voluntad". Todos sabemos por experiencia que, cuando deseamos algo sinceramente, o cuando esperamos una buena recompensa, o cuando no sufrimos excesivos obstáculos en nuestra actividad, solemos realizar las cosas con relativa determinación, con facilidad, sin quejas, sin demasiada sensación de fatiga o esfuerzo. Simplemente, estamos tan absortos en nuestra acción que nuestro deseo y nuestra ejecución forman un todo dinámico. Naturalmente que estamos aplicando nuestra voluntad a ello, pero, paradójicamente, las cosas parecen fluir "por sí mismas". 147
No tenemos sensación de disgusto al hacerlas. De hecho, disfrutamos realizándolas. Las cosas son diferentes cuando carecemos de motivos o deseos básicos para hacer algo. O cuando nos sentimos obligados a hacerlo por exigencias o sometimiento a deberes que no aceptamos. O cuando las interferencias o recompensas de nuestra acción no nos parecen proporcionales a la energía que debemos invertir en ella. O cuando nuestra voluntad está debilitada por factores externos o internos (distracciones, agotamiento, dudas, ansiedades, tristezas...). Etcétera. En todos estos casos, surge de inmediato la desagradable sensación de "esfuerzo". De acarrear pedruscos montaña arriba. Sentimos un irresistible deseo de parar, de acabar, de huir... Es entonces precisamente cuando necesitamos invocar nuestra "fuerza de voluntad". De modo que, psicodinámicamente, cuanta más fuerza de voluntad tenemos que poner en algo, más evidente resulta que sufrimos algún tipo de conflicto interno o externo que nos está debilitando, confundiendo, restando energía. Por eso necesitamos sacar fuerzas de flaqueza, realizar un sobreesfuerzo. En otras palabras, la fuerza de voluntad es el síntoma de la ausencia de voluntad. Es lo contrario de la voluntad. Es un acto de violencia contra nosotros mismos. Un hombre forzudo levanta un gran peso sin pestañear. Un hombre normal forcejeará, sudará, resoplará... La verdadera voluntad se ejerce siempre con naturalidad; sin forzamientos, sin dolor, con "sacrificios" que, en el fondo, no son vividos como tales. La voluntad es una expresión de nuestra energía y, sobre todo, de nuestras verdaderas ganas de hacer las cosas. Hay una coherencia (consciente e inconsciente) entre lo que deseamos y 148
lo que hacemos (1). Por el contrario, la fuerza de voluntad es un síntoma neurótico, el claro indicio de que, como hemos visto, sufrimos alguna desarmonía interior. Nuestra sociedad, caracterizada por sus violencias represivas y sadomasoquistas, enfatiza naturalmente la "fuerza de voluntad". Te admiran no por lo que disfrutas haciendo algo, sino por lo que sufres para lograrlo. Aplauden inconscientemente tu dolor, tu agonía, tu sumisa violencia contra ti mismo, tal como ellos mismos, antes que tú, también se violentaron. Gana el más duro, o sea, el más brutal. Tus verdaderas fuerzas y deseos no le importan a nadie. Si tu talento te ayudó a triunfar con relativa sencillez y alegría, dirán que eso "pudo hacerlo cualquiera". Sólo premiarán tus sacrificos con sangre. Pues, después de todo, ya lo dijo la Biblia: "parirás con dolor y ganarás el pan con el sudor de tu frente". (2) En suma, mientras que la voluntad es una expresión de energía, motivación, libertad y coherencia íntima entre el sujeto y sus fines, la llamada "fuerza de voluntad" no es más que un valor moral que, asociado al deber, la culpa, etc., sólo aspira a fomentar la obediencia social. Es verdad que a menudo debemos hacer cosas por obligación, es decir, con cierto "esfuerzo de voluntad". Pero glorificar éste, basar una pedagogía y una civilización en ello, me parece barbarie. __ 1. Ahí están, por ejemplo, esos fumadores que abandonan su empedernido hábito de fumar inmediatamente, no por ninguna heroica fuerza de voluntad, sino simplemente porque lo desean de verdad. Cuando cuando estamos realmente convencidos de algo, lo realizamos exitosamente sin titubeos.
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2. Muchos artistas y profesionales promocionan sus obras no tanto por su calidad o por lo que han gozado realizándolas, cuanto por la "enorme" dificultad o esfuerzo que dicen que les han supuesto.
© Agosto, 2007 © Julio, 2008
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34. ¿Ayuda la Autoayuda? Algunas personas dicen: "yo no quiero depender de los demás". Creen que curarse significa dejar de necesitar la aprobación y el afecto de otras personas, apoyarse exclusivamente en uno mismo, endurecerse por dentro, etc. Sin embargo, ¿cómo podría alguien madurar y ser feliz sin la ayuda de otros? ¿No sería precisamente tal ayuda una forma de amor, y no fue precisamente la falta de amor lo que nos enfermó? Tales personas, igual que muchos aficionados a los libros de autoayuda, no parecen ver este problema. Y esto es, en mi opinión, un gran error. Por eso no me gusta la autoayuda. Hace décadas que se publican miles de obras de ese género. Siempre me he preguntado qué clase de ciencia o sabiduría podría requerir tantos millares de páginas... ¿Tan difícil es el arte de vivir, que exige la publicación de centenares de títulos nuevos al año para "aclarar" lo que, supuestamente, nunca llegamos a entender? ¿O es que quizá nunca se nos explica bien? (1) Siempre hay excepciones positivas, naturalmente. Pero, en conjunto, creo que el género de autoayuda es un vano cóctel comercial de cognitivoconductismo y/o pseudoespiritualidad, cuyos tres pilares fundamentales parecen ser los siguientes: 1. nada ni nadie tiene la culpa de tu problema 2. sólo tú eres responsable de ti mismo, y sólo tú puedes autocambiarte 3. si quieres ser feliz, cambia tus pensamientos, tus acciones y tus sentimientos
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Estos tres pilares son, a mi juicio, profundamente erróneos. El primero ("nadie tiene la culpa de mi problema"), porque es evidente que nuestro entorno -la familia, la sociedad, el trabajo, los valores dominantes- condicionan enormemente nuestra felicidad o nuestra desdicha. Negarlo es tan sospechoso como afirmar que las lesiones y trastornos emocionales de un bebé maltratado no tienen "nada" que ver con la conducta de sus cuidadores. El segundo ("sólo yo soy responsable de mí mismo y puedo autocambiarme") también es falso porque, dado lo anterior y como los aciertos y errores de los demás nos condicionan necesariamente, entonces sólo con la ayuda reparadora de los otros podemos, en su caso, mejorar nuestras vidas. Y con nuestro propio esfuerzo, naturalmente. Y el tercero ("cambia tus pensamientos", etc.) es otra ilusión, ya que confunde las causas con los efectos. Claro que una persona feliz siente, piensa y actúa de formas "positivas"... ¡pero ello no significa que adquirir pensamientos, hábitos y emociones positivas haga feliz a ningún desdichado! Ello sería tan inútil como maquillar a la bestia para hacerla pasar por bella. Como el hábito no hace al monje, disfrazar al neurótico como maduro sólo aumentará su confusión, su falsedad y su patología. La felicidad no puede imitarse por ningún medio: sólo surge espontáneamente. El marco filosófico de la mayoría de estas obras es, naturalmente, el típico "¡hágalo usted mismo, y rápido!" Es el espíritu individualista del siglo XX: "Usted no necesita a nadie que le quiera, ni tampoco a un psicólogo, e incluso a nadie en 152
absoluto. Usted puede crear su propia felicidad, inventar su autoestima. Proporciónesela rápidamente en la comodidad de su hogar!" Así es como una sociedad enferma con millones de personas con problemas emocionales derivados del desamor pretende curar la desesperación consciente o inconsciente de éstas: ¡con libros de autoayuda basados en ese mismo autismo desolado, pero capaces de distraer sus carencias con consejos, trucos hipnóticos y frases bonitas! Algo no muy distinto del hombre en tierra que, viendo a otro ahogándose en el mar, le lanza un manual gritándole: "¡Tenga, sálvese usted mismo!" No me extraña que, así, mucha gente coleccione esos libros: buscan en ellos lo que nunca encontrarán (2). El fraude de la autoayuda podemos entenderlo muy bien comparándolo, por ejemplo, con el funcionamiento de un bote de remos. Los remos son, como sabemos, palancas gracias a las cuales, aplicándoles un esfuerzo (de mis brazos) y apoyándolas en un punto exterior (el agua), puedo navegar. No podría hacerlo sin dicho punto de apoyo. La autoayuda es, en cambio, como un bote en seco: ¡pretende que avencemos sin apoyarnos en nada ni en nadie! Algo grotesco, desmentido sin cesar, p. ej., por la crianza, la pedagogía, la medicina o la psicoterapia, cuyos indispensables puntos de apoyo son, siempre, otras personas. El propio concepto "autoayuda" es un absurdo semántico. Ayudar es un verbo transitivo que implica un sujeto ayudador y un objeto ayudado. ¿Cómo podría "ayudarme" a mí mismo? Ello es tan imposible como besar mis propios labios o atrapar mi mano derecha con esa misma mano... Se trata de una disociación lingüística artificial análoga a cuando decimos, p.ej., "estoy a solas conmigo mismo" (cuando simplemente estoy solo), "hablo conmigo mismo" (cuando simplemente reflexiono), etc. (3). Sólo somos un yo (no dos). Y como un yo 153
no puede ser a la vez sujeto y objeto, para ser ayudados necesitamos irremediablemente de otras personas. No se pueden curar, en fin, los estragos del desamor con espejismos de autosuficiencia ni métodos que no afronten y resuelvan el desamor básico. Así como las secuelas de la desnutrición no se curan con más ayuno, ni visualizando manjares, etc., sino exclusivamente comiendo, tampoco la neurosis se supera con sueños de "autoayuda". Solamente con amor. Y este amor sólo puede provenir de las personas que nos rodean. __ 1. "La felicidad sin recetas" (1997) nació de estas -y otras- objeciones. 2. Mucha gente los consume precisamente para eludir sus problemas inconscientes; y es, de hecho, el público principal de estos libros. Por otro lado, tampoco debemos negar que algunas de estas obras sí ofrecen numerosas ideas útiles para el arte de vivir -lo mismo que cualquier buen libro de ciencia, religión o filosofía-, aunque ello sólo puede beneficiar a las personas menos neuróticas. 3. Ni siquiera el término autoestima ("amor a mí mismo") es adecuado. La autoestima es imposible sin personas que nos quieran previamente. La autoestima no es, de hecho, sino el eco del aprecio y el cariño de los demás. © Junio, 2009
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35. Optimismo y pesimismo Continuamente nos someten por doquier a un bombardeo de "optimismo". En tiempos de crisis económica, seamos optimistas. Si nuestra infancia fue un infierno y nuestra vida actual también, seamos optimistas. Si perdimos todo lo que amábamos, debemos ser optimistas. Si nuestros políticos nos defraudan una y otra vez, hay que ser optimistas. Y si el mundo entero, en fin, te revienta y los muertos se cuentan por millares, ni se te ocurra dejar de sonreír: ¡sé optimista! Etcétera. ¿No es curiosa esta extraña obsesión -incluso obligación- del optimismo a todas horas, venga o no venga a cuento? Parece que se nos niega el derecho a discrepar, a ver las cosas de otros modos, a quejarnos, a llorar, a deprimirnos, a enfurecernos, incluso a perder toda esperanza... Sería psicológica y políticamente muy "incorrecto". Y es que el pesimismo está definitivamente prohibido. Pero esta prohibición nos hace sospechar, a la vez, la clave del asunto: ¿no será el optimismo una defensa neurótica contra el pesimismo? Y en tal caso, ¿por qué? ¿Qué sería el pesimismo? Psicodinámicamente, el pesimismo es un síntoma depresivo. Una forma desalentada, sombría, negacionista, impotente de ver el mundo. Nadie nace pesimista. Por otro lado, el optimismo es justamente lo inverso: un modo continuamente animoso, positivo, activo y esperanzado de ver la realidad. Parece una actitud sana y deseable, pero su trasfondo rígido y compulsivo nos revela claramente que se trata también de una forma neurótica. Nadie nace optimista. Por tanto, adivinamos fácilmente que ambos, pesimismo y optimismo, son las dos caras de una misma moneda. Y que el segundo no es más que 155
una tapadera, una forma de huida del primero... es decir, de la depresión. La mayoría de grandes "optimistas" suelen ser, así, personas incapaces de afrontar sus propias tristezas, sufrimientos y desesperanzas. Por eso eligen el optimismo. En realidad, aunque pesimistas y optimistas son igualmente depresivos, su única diferencia es que los segundos no lo saben. Más exactamente, no lo quieren admitir. Por eso los optimistas no comprenden ni soportan a los depresivos, y los rechazan de mil maneras: "vamos, anímate; hay que ser positivos; no es para tanto; tienes que superarlo; no puedes seguir así; hay mucha gente con más problemas que tú"; etc. Naturalmente, los efectos que tales "ánimos" producen en los depresivos suelen ser exactamente los contrarios. Las terapias psicodinámicas de la depresión son a menudo dificiles precisamente por eso: porque no cuentan con el sincero respaldo social. Mientras el depresivo necesita "todo el tiempo del mundo" para elaborar y superar su dolor, la sociedad optimista -los familiares, la pareja, los amigos- tienen prisa, quieren ver "curado" al paciente cuanto antes. ¿Por qué? Para librarse del incómodo espejo que les recuerda continuamente sus propios problemas sin resolver. Si llenamos un vaso hasta la mitad, ¿está medio lleno o medio vacío? El depresivo/pesimista que, por sus carencias, quisiera verlo lleno, se lamenta y dice: "¡medio vacío!" El depresivo/optimista, aunque también desearía verlo lleno, se consuela con una de sus forzadas racionalizaciones: "¡medio lleno!" Lo que significa: "al menos hay algo, y debo conformarme con eso". Y, así, su insatisfacción no queda superada, sino encubierta. La verdad es que el vaso, mirado objetivamente, no está ni medio lleno ni medio vacío. Simplemente contiene una cierta cantidad de líquido. 156
Un síntoma muy cercano al optimismo, muy apreciado pero también muy mal comprendido, es la esperanza. La esperanza no es esa supuesta virtud gracias a la cual podemos resistir cualquier adversidad "esperando" tiempos mejores. En realidad, se trata de otra forma neurótica de negar nuestro dolor, nuestra pasividad y nuestra resignación. Como señaló Nietzche: "la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre". Sólo, en efecto, cuando nos sentimos miedosos, paralizados y sin confianza en nosotros mismos nos aferramos a la "esperanza". ¿Esperanza de qué? Las cosas no se esperan: ¡se lucha por ellas! Y cuando fracasamos, aceptamos simplemente la derrota y asumimos el presente, sin necesidad de rencores, tristezas o esperanzas. Pues, cuando el fuego arde perfectamente, apenas deja residuos. (1) ¿Cuál es, entonces, la alternativa al pesimismo, el optimismo y la esperanza? Naturalmente, la consciencia. La percepción lúcida, completa, de todo lo bueno y malo de la vida. Con realismo, con comprensión, sin anteojeras. Porque hay un tiempo para gozar y un tiempo para sufrir. Hay un cielo y hay un infierno, pero ambos -parafraseando a Paul Éluard- están en la tierra. ¿Por qué negar el primero, como hacen los pesimistas, o el segundo, como hacen los optimistas y los esperanzados? El mundo contiene todos los extremos y filtrar o negar cualquiera de ellos no es consciencia -y mucho menos sabiduría-, sino neurosis. Y la sabiduría es, por cierto, el arte de mejorar lo posible y aceptar serenamente lo imposible. __ 1. En definitiva, el optimismo y la esperanza son armas sociopolíticas para engañar y consolar a la gente, y mantenerla sumisa, inactiva y resignada. Los pesimistas, en cambio, son las víctimas evidentes -y
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de algún modo "rebeldes"- de un sistema injusto. Por eso se pretende silenciarlos. © Agosto, 2009
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36. El problema de los bellos La belleza física es un don (como la inteligencia, la sensibilidad, la creatividad, la empatía, etc.). Y, como todos los dones, puede disfrutarse de un modo maduro y saludable, o no. En el caso de la belleza, todos conocemos su doble filo. Por un lado, suscita en la gente una enorme admiración y, por tanto, otorga a los hombres y mujeres bellos una gran capacidad de poder y seducción. Pero, por otro lado, y por eso mismo, la belleza puede constituir una vulnerabilidad, una droga, una alienación para muchos, llevando así a la desdicha. ¿Cómo influye la belleza en nuestro potencial de amor y felicidad? En general, cuanto más elogiamos y reforzamos un determinado rasgo de la personalidad, tanto más nos identificamos con éste y más "olvidamos" (reprimimos, excluimos de nuestra identidad) los demás, quedando así la personalidad parcialmente mutilada. Cuando el rasgo elegido es la belleza y la persona no ha sido criada con amor, la belleza se convierte rápidamente en un instrumento narcisista de compensación, es decir, un arma al servicio del sujeto que, por sus carencias, necesita llamar la atención físicamente, hacerse valer, manipular, lograr privilegios, dominar consciente o inconscientemente... a través de su cuerpo. Esto es especialmente cierto en el caso de muchas mujeres hermosas que, en nuestro supererotizado contexto social, apenas basan su autoestima, sus relaciones y su felicidad en otros aspectos de sí mismas. Una dolorosa consecuencia de la belleza narcisista es su angustiosa propensión a la envidia y la rivalidad. El narcisismo 159
no admite competencia alguna. Como siempre hay gente más bella que yo y el tiempo transcurre inexorablemente, mis encantos se marchitan sin remedio. Es una guerra perdida de antemano. Pero, además, como el bello se identifica casi exclusivamente con su físico, para él perder su esplendor es quedarse vacío, perderlo "todo", convertirse en "nada", caer en la desesperación. Es casi "morir". De ahí sus frenéticos -y patéticos- esfuerzos por conservar su atractivo... y el triunfo absoluto de la omnipotente industria de la estética, la moda y la belleza en todas sus formas. El bello tiende a relacionarse con personas igualmente atractivas, no sólo por identificación (porque a todos nos gusta rodearnos de personas afines), sino también por vanidad, es decir, para adornar y mejorar su ego, su prestigio frente a los demás. Esto producirá serias dificultades amorosas. Como sabemos bien, y dado que las psicodinámicas narcisistas y amorosas son opuestas, las personas centradas en la belleza tienden a establecer relaciones especialmente superficiales, egocéntricas, contradictorias, inestables, fuertemente sexualizadas y, a menudo, efímeras. Esto lo vemos claramente, p.ej., en esos feudos del narcisismo y la belleza que son el mundo del cine, los espectáculos, el glamour, etc., donde la belleza anhelada suele el muro que impide muchos sentimientos y vínculos genuinos, y suele ir asociada por tanto a muchos síntomas neuróticos (soledad, adicciones, alcoholismo, suicidio directo o indirecto...). Otra faceta del inmenso poder de la belleza es que resulta inseparable de esa otra potencia narcisista, el sexo. Ambos, belleza y sexo, se refuerzan mutuamente y alejan del amor a las personas, sobre todo las que nunca fueron demasiado amadas. Tal es la razón del inmenso éxito social del romanticismo, que 160
no es -entre otras cosas- sino una gran idealización del placer sexual y de las personas poderosamente sexualizadas, es decir, seductoras. No es extraño que, así, la Belleza, el Sexo y el Poder acaben fácilmente asociados, como vemos habitualmente en las élites sociales, que millones de personas contemplan con envidia por televisión. Por supuesto, hay algunas excepciones en todo esto. Por ejemplo, hay bellos que, por distintas razones neuróticas, no sienten que lo son, no valoran su atractivo, no saben mostrarlo y disfrutarlo. Son personas que sufren problemas de autoestima, de personalidad, depresión, etc. En el otro extremo, hay también muchas personas que, además de ser físicamente hermosas, se identifican y cultivan muchos otros rasgos de su ser (incluida la capacidad de amar), resultando por ello, psicológica y humanamente, mucho más atractivas. Son los bellos que, afortunadamente para sí mismos, jamás se identificaron exclusivamente con su cuerpo.
© Junio, 2007
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37. El sexo multiuso Se dice que el sexo es un instinto, etc., pero, en mi opinión, es algo muy diferente. Como el ser humano carece de instintos relevantes, se trata principalmente de un deseo y una conducta adquiridos. Eso sí, por lo muy placentera que es la segunda, se hallan extraordinariamente arraigados en las personas. Paradójicamente, por eso mismo y como cualquier otra fuente de placer (éxito, poder, dinero), el sexo puede utilizarse de maneras muy alejadas de lo meramente sexual. El deseo sexual nace del hecho de que, basado en la estimulación de los genitales y otras zonas muy sensibles de cuerpo, su satisfacción proporciona el placer psicofísico probablemente más intenso que existe. Además, es el más "democrático" del mundo (todos podemos acceder fácilmente a él), el más precoz (comienza en la primera infancia) y duradero (llega hasta la vejez). Por eso su arraigo es tan grande en la mayoría de personas. No en todas, pues, como luego veremos, el sexo no es universal ni uniforme. Aunque sí es cierto que, como socioeconómicamente es un negocio muy rentable, una gran parte de la sociedad está artificialmente hipersexualizada. El placer sexual, siendo fundamentalmente físico, es psicodinámicamente narcisista. Es decir, no tiene nada que ver con el amor (aunque puede asociarse con él). Si bien el amor incluye necesidades de contacto físico (besos, caricias, abrazos...), el sexo, siendo esencialmente placentero, orgánico, autónomo (como respirar o comer), es primordiamente egocéntrico. El placer sexual no se "da", sino que -como mucho-
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se "comparte" y, a menudo, incluso se "roba". No necesita del amor. Por eso es tan fácil usarlo como moneda de intercambio. He aquí, por ejemplo, algunas cosas que el sexo puede "comprar" o, en otras palabras, las funciones no sexuales que puede desempeñar: 1. Complacer al otro/a. Es decir, p.ej., agradarlo, halagarlo, apaciguarlo, premiarlo, asegurar el vínculo, etc. Puede hacerse consciente o inconscientemente. 2. Autoafirmarse. Demostrarse a sí mismo y/o al otro la "valía" sexual. 3. Obtener beneficios. Ofrecer sexo a cambio de dinero (prostitución, etc.) o favores (admiración, trabajo, popularidad...). 4. Manipular. Usar el de:dominio, presión, chantaje...
sexo
como
instrumento
5. Agredir. Usarlo desde motivaciones y con fines violentos (violación, etc.). 6. Evadirse. Utilizarlo como droga, sedante, defensa contra la realidad (problemas íntimos o externos, soledad, tristeza, ansiedades...). Etcétera. Como antes decíamos, el deseo sexual y/o sus satisfacciones -lo que llamamos "sexualidad"- no son iguales en todas las personas. La sexualidad de cada sujeto está determinada por sus características neuróticas y sociales. Por ejemplo, puede ser abundante (por imitación, dinámicas 163
compulsivas o adictivas...) o escasa (represiones, miedos, circunstancias o valores personales). Puede ser fluida o problemática (ocasionando entonces los llamados "trastornos" sexuales: falta de placer u orgasmo, problemas de erección o eyaculación...). Puede ser socialmente típica o atípica ("parafilias": fetichismo, sadomasoquismo, pedofilia...). Etcétera. Lo sexual es, en suma, un fenómeno tremendamente psicológico, social, variado y... sobrevalorado por nuestra cultura pornográfica. Su poder reside en la intensidad y facilidad del placer que procura y, quizá aún más, desgraciadamente, en su extendidísimo uso como arma o droga. También se deriva de la gran escasez de otros tipos de placeres (p.ej., amorosos, artísticos, intelectuales o espirituales), capaces de llenar el alma.. Por eso creo que, si desmitificáramos el sexo y ampliásemos nuestra experiencia a otros tipos de goces, seríamos mucho más felices.
© Mayo, 2007
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38. Los mendigos de amor El amor escasea en el mundo. Y los hambrientos de amor son muchos. Los más dañados se refugian radicalmente en sus fantasías o silencios, y los llamamos "locos". Otros se acorazan emocionalmente frente a la vida y la explotan egocéntricamente, o sufren diversos síntomas: depresiones, angustias, obsesiones. Los demás buscan sin descanso el amor suplicando inconscientemente, casi a cualquier precio, algunas migajas de afecto. Son los "mendigos de amor". De éstos podemos destacar, según sus diversas estrategias de reclamo, tres tipos fundamentales: 1) los salvadores; 2) los sumisos; 3) los furiosos. Veámoslos. El salvador. Este mendigo de amor ha descubierto que, para olvidar el propio hambre, lo mejor es dar pan a otros. Si te identificas con otro hambriento (es decir, si lo conviertes en tu espejo) y lo alimentas como te gustaría que te alimentasen a ti, entonces, de algún modo, te estás "alimentando" a través de aquél. Además, cuanto más piensas en el hambre de los demás, menos piensas en la tuya. E incluso te sientes bueno y poderoso, pues obtienes la dependencia y gratitud de tus protegidos y algunas migajas de afecto regresan a ti. En este último sentido, el salvador es un "comprador", un inversor: "si yo ye doy cosas, quizá tú me ames". El salvador ayuda a los demás para huir de sus propias carencias y obtener así la autoestima y el afecto que necesita. Podemos ver esta psicodinámica en muchas personas que intentan "salvar" de sus problemas a otros (pareja, padres, hijos, amigos problemáticos...), o eligen actividades basadas en el 165
altruismo (voluntariado, solidaridad, religión, política...), o profesiones al servicio a los demás. Ahora bien, ¿en qué se distingue al salvador neurótico de la persona verdaderamente amorosa? Existen muchas diferencias. Por ejemplo, el salvador: •
como se siente solo y/o culpable si no ayuda, su acción es compulsiva
•
suele ayudar antes o al margen de que el otro pida ayuda o no
•
su autoexigencia es enorme, y su ayuda es a menudo exagerada o incluso innecesaria
•
no intenta fomentar la consciencia, responsabilidad y autonomía del otro, sino su dependencia
•
su visión del otro es victimista y sentimental
•
se enfada o entristece si no obtiene gratitud por sus esfuerzos
•
se siente secretamente orgulloso de sus "méritos" ayudadores
•
no percibe los (frecuentes) efectos negativos de sus ayudas
•
no crece y madura con sus esfuerzos, pues nunca llega a concienciar sus carencias
Pero el amor es, como sabemos, otra cosa. 2. El sumiso. Es una variante del salvador. El sumiso es una persona que se engancha a otra ofreciéndole, de forma exagerada y desigual, toda clase de cariños y favores. Es dócil, dependiente, servicial, sacrificada, generosa... Todo ello sólo 166
suele estimular las tendencias narcisistas y explotadoras del otro. A veces, el sumiso es ese "amigo del alma" de una persona ya emparejada. En este caso, se crean relaciones equívocas y triángulos encubiertos ajenos a la verdadera amistad. La psicodinámica del sumiso suele ser la siguiente: •
invierte demasiado tiempo y energías en esa única relación, en detrimento de otras
•
idealiza a la persona, o está secretamente enamorado de ella
•
se siente celoso de los amigos o parejas de la otra persona (quiere ser "exclusivo")
•
recibe muchísimo menos de lo que da, o incluso es explotado lastimosamente
•
sólo terceras personas se dan cuenta de la anormalidad del vínculo
•
jamás satisface sus carencias de fondo
El sumiso, como todo salvador, renuncia a sí mismo y complace compulsivamente al otro/a para obtener la precaria recompensa -siempre insuficiente- de unas cuantas migas de amor. Y se conforma con eso, pues no se cree merecedor de más. Así, su errónea actitud cronifica su hambre de amor y sus consecuencias. 3. El furioso. Este mendigo es extremadamente exigente, y está lleno de ira. Su táctica es dominar, reclamar, agredir para obtener favores y ventajas. También puede buscar aliados e inventar culpables (chivos expiatorios), a los que demandar en grupo ("solidariamente"). Es orgulloso, desconfiado, impaciente, vengativo... Lo vemos, p.ej., en muchas personas maltratadoras, 167
litigantes, fanáticas de grupos sociales y políticos... Lo que caracteriza a estos furiosos no es que sus argumentos sean ciertos o no, sino que la fuentes reales de sus exigencias son otras, y residen en sus vacíos emocionales. Otros rasgos específicos del furioso son: •
no siente ningún respeto, comprensión ni afecto por sus adversarios
•
sus demandas son insaciables y su odio inagotable
•
no tolera a los discrepantes, que también odia
•
no percibe las consecuencias negativas de sus acciones
•
nunca descubre la verdadera fuente de sus problemas
De este modo, el furioso intenta calmar su hambre de amor con omnipotencia, agresividad y sucedáneos (p.ej., triunfos, ventajas...). *** El drama de los mendigos de amor es que, como no perciben su vacío y pese a los tremendos esfuerzos que realizan para lograr sucedáneos de amor, permanecen atrapados en la soledad. Incluso aunque a veces consiguen algo de lo que anhelan, siguen tan hambrientos como siempre. Dar, renunciar, exigir con agresividad... ¿qué más da? Todo es en vano. Sólo cuando los necesitados llegan a concienciar su verdadera hambre, comienzan a estar en condiciones de calmarla del único modo que es posible: mediante el crecimiento personal. Y, por supuesto, mediante el cultivo de relaciones genuinamente nutritivas, afectuosas, amorosas. © Julio, 2009 168
39. ¡Ser! La roca nace del fuego, sufre los destinos del viento y la lluvia, cambia, envejece. La roca siempre es la roca. El árbol crece de la semilla, busca el sol, sigue las estaciones, fructifica. El árbol siempre es el árbol. El animal sale del útero, se nutre, madura, recorre las sendas del azar y el instinto. El animal siempre es el animal. El hombre nace, crece, luce la máscara que le ponen su familia, sus jefes, sus dioses. El hombre nunca es como es. Si lo consideramos despacio, el ser humano es, en efecto, entre todas las criaturas, la única que no se siente con derecho a SER. Quizá sí a existir, a sobrevivir, a obedecer... Pero no a ser "tal como es". Esto es algo muy extraño y nocivo. ¿Por qué sucede? Desde que nacemos, somos concienzudamente entrenados para renunciar a nosotros mismos, para despreciarnos, para desear ser de manera distinta a como realmente somos. Se nos ha culpado, castigado, ofendido, humillado, reprimido y sermoneado infinidad de veces. Se nos ha exigido o prohibido sin descanso esto o aquello. Muchos son incluso condenados por nacer de un sexo u otro, de una raza u 169
otra, o simplemente por causar molestias a sus familias... No es extraño que, así, pese a todas las recetas terapéuticas y espirituales del mundo, que nos aconsejan "aumenta tu autoestima, acéptate, sé tú mismo", no exista nada más increíblemente difícil que lograrlo. Porque hemos sido educados para todo lo contrario: odiar, renegar, reprimir la mayoría de nuestros verdaderos sentimientos, emociones, deseos, ideas, rasgos, potenciales... La oscura consigna social, en aras del "bien común", siempre ha sido la siguiente: NO SEAS COMO ERES FINGE SER DE OTRO MODO Claro que que un cierto número de imperativos sociales son indispensables en cualquier civilización. El problema es cuando tales imperativos, en vez de basarse en la profunda aceptación y respeto de la dignidad, peculiaridad y libertad de los individuos (como sucede, p.ej., con cualquier ley democrática, los reglamentos deportivos, etc.), se basan, por el contrario, en la brutal anulación emocional, intelectual y espiritual de las personas, a fin de obtener una cómoda y gris uniformidad social. Es una sórdida doma. El resultado son grandes rebaños de seres humanos más o menos "zombificados", enormes masas de "niños grandes" sumisos, ignorantes, gregarios e infelices, cuya frustración y resentimiento será, además, hábilmente utilizados por los poderosos en su propio beneficio (explotación, política, guerras, etc.). Es la neurosis universal. El neurótico es la célula básica de este drama. Sufre un desgarro interior, una guerra crónica entre lo que sabe que es y lo que cree que debería ser. Es el viejo conflicto freudiano entre el ello y el superyo; o, más ampliamente, entre lo consciente (los 170
intereses sociales) y lo inconsciente (la propia intimidad). El neurótico jamás se mira a sí mismo porque le han enseñado a no soportarse. Por eso siempre mira hacia adelante (su ideal, su deber, sus objetivos), o hacia atrás (sus recuerdos, sus pérdidas, sus nostalgias), permaneciendo casi totalmente ciego y sordo a los gritos de auxilio de su corazón. Más aún, ¡ni siquiera se percata de su conflicto! De ahí sus síntomas neuróticos. Hace muchos años, me angustiaba enormemente, como a tantos, no llegar a ser como muchas personas me habían enseñado a esperar de mí mismo. Me sentía obligado, por ejemplo,. a ser mucho más activo, sociable, alegre y triunfador de lo que realmente era. Un día, me invitaron a un viaje a la India, que debía hacer solo, y no me atreví. Como algunos de mis amigos eran grandes viajeros, etc., me sentí miserablemente débil y cobarde por ello. Rumiando mi dilema, una tarde me vino a la mente la imagen de un gran molusco marino (1). A diferencia de otros animales que nadan, corren o vuelan, mi molusco estaba allí, aferrado a su roca, nutriéndose de las olas. No estaba muerto ni pasivo, sino plenamente vivo, existiendo a su propio modo. Siguiendo su propia naturaleza de molusco. Aquello me iluminó. ¡Yo era como era y no tenía la menor necesidad de imitar a mis amigos! De hecho, no sentía el menor interés por la India y tal era la causa final de mi "miedo" al viaje. ¡No deseaba realmente hacerlo! A partir de ese momento, fui dejando de disculparme ante mí mismo y ante los demás por no ser como el resto de la gente. Yo era yo, y eso era todo. Era perfecto y suficiente. No necesitaba justificarme. El mero hecho de existir era la clave, la contraseña, mi justificación para ocupar mi propio lugar en la Vida. ¡Por el mero hecho de ser, ya estaba bendecido para siempre! Sólo desde entonces comencé a sentirme seguro y productivo.
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¡Qué maravilla caminar desnudos por la existencia sin disculparnos ante nadie por ser iguales o diferentes a los demás! Existo, luego ya soy perfecto. Puedo hacer o no hacer, complacerte o disgustarte, elegir esto o aquello, etc.. Pero, antes o más allá que todo esto, mi dignidad, mi valor, mi belleza, son intocables, incuestionables, sagradas. Como las de cualquier ser vivo sin excepción. ¡Ojalá todos los seres humanos pudieran sentirse tan en paz consigo mismos como mi plácido molusco en la roca! La psicoterapia es un intento de inspirar en la gente esta divina liberación. Porque el neurótico vive "dormido", soñando extrañas pesadillas sobre sí mismo y sobre los demás. El neurótico es un sapo durmiente que espera durante años el beso de amor que pueda reconvertirlo en lo que realmente es: un príncipe. Es el patito feo que no atina a descubrir que siempre fue un cisne blanco. Es la mariposa que no logra zafarse de un capullo excesivamente enmarañado... El neurótico es todo eso -príncipe, cisne, mariposa-, ¡pero no lo sabe! Porque nadie se lo mostró jamás. Peor aún: nadie le permitió serlo nunca. Por eso, en fin, el amor -y la psicoterapia es una forma de amor- es la única medicina que nos permite "despertar". Que nos ayuda a pasar del estado crepuscular del no-ser al mundo genuino, luminoso y libre del ser-uno-mismo. Así que... ¡despierta, lector! ¡Conviérte en lo que eres! __ 1. Un animal blando y vulnerable protegido, por tanto, con un caparazón. Como yo me sentía entonces. © Julio, 2008
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40. La conciencia Todo el problema de salir de la neurosis, de crecer emocionalmente, de la psicoterapia, de le felicidad, se reduce a una cuestión básica: desarrollar al máximo nuestra conciencia. Ampliar más y más los límites de lo que conocemos. ¿Y qué es concienciar? Es simplemente percatarnos de lo que hay. No sólo mirar las cosas, sino verlas. No sólo creerlas o soñarlas, sino saberlas. Concienciar es alumbrar las tinieblas, la confusión, la ignorancia, con la linterna de nuestra inequívoca percepción. Y entonces, cuando concienciamos o descubrimos nuevas cosas, ya no decimos "pienso", "creo", "opino", etc., sino: "¡Me doy cuenta! ¡Sé!". Ésta es la clave absoluta de la maduración, la salud mental y la sabiduría. Los seres humanos no solemos tener idea de hasta qué punto somos ignorantes, casi ciegos no ya a las realidades del mundo exterior, sino de nosotros mismos. No tenemos noticia de la mayoría de nuestros sentimientos, deseos y heridas emocionales; y, a veces, ni siquiera de nuestras molestias físicas. Somos educados concienzudamente para no ver, no sentir, para negar la mayoría de nuestros aspectos íntimos y sociales. Vivimos permanentemente a la defensiva, huyendo de nuestra propia vida, aislándonos de casi todo. Somos animales acorazados. De ahí, en definitiva, la mayor parte de nuestros sufrimientos. Porque nadie es feliz en la oscuridad de un calabozo. La conciencia es, pues, una linterna. Y podemos encenderla o apagarla. Pero obviamente, si hacemos lo primero, cuanto más amplio y potente sea su haz luminoso, mejor nos 173
orientaremos en la oscuridad. Sufriremos menos tropiezos, golpes y arañazos en el espinoso sótano en que vivimos... Ahora bien, la linterna está viva. Somos nosotros mismos. Por tanto, su eficacia dependerá del buen trato (amor) que le demos/recibamos, y también de que nos responsabilicemos de "cargar" sus pilas y ampliar su ángulo de iluminación... ¿Cómo lo haremos? Podemos buscar ayuda en muchos libros, terapeutas, gurús, métodos psicológicos y espirituales que, por su propia luz, nos ayuden a "iluminarnos"... Pero lo que todos ellos tendrán en común, lo que fundamentalmente nos enseñarán, será a descubrir por nosotros mismos, a darnos cuenta, de la inmensa diferencia existente entre los términos opuestos de, al menos, las siguientes dualidades: 1. Realidad / Fantasía. Un paso fundamental para nuestra ampliación de conciencia es, en efecto, aprender a distinguir lo real de lo meramente fantaseado. Es decir, lo cierto (de nosotros mismos y del mundo), respecto a lo imaginado, lo deseado, lo negado, lo deformado por nuestras necesidades y emociones conscientes e inconscientes. Obviamente, la realidad no es como nos gustaría, sino como ES, aunque llegar a descubrirlo y, sobre todo, aceptarlo, puede costarnos muchos años. Pero los beneficios de lograrlo son incalculables. Darnos cuenta con exactitud de un problema siempre nos produce más calma y es mucho más efectivo para resolverlo, que inventar continuas teorías sobre sus estragos. ¿No es ciertamente mucho más seguro viajar, afrontar los peligros de un paisaje real (con ríos, selvas, fieras, precipicios reales), que transitar un mundo encantado lleno de fantasmas, demonios y espejismos traicioneros?
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2. Autenticidad / Copia. Otro rasgo básico de una conciencia ampliada es que nos permite darnos cuenta de la abismal diferencia entre las cosas auténticas, originales, de sus meras representaciones o copias. "La palabra agua no moja", escribió Alan Watts. Igualmente, no es lo mismo ver fotos de platos exquisitos, que saborearlos. No es lo mismo relacionarnos por internet que ver y tocar a las personas de carne y hueso. No es lo mismo votar a oscuros representantes políticos que hacer nosotros mismos la política. Etcétera. En vez de resignarnos al consumo de "duplicados" de tercera y cuarta mano (p.ej., ver documentales, leer libros, fisgar internet, seguir deportes por televisión...), ¿no sería mejor, entonces, vivir nuestras propias experiencias, ser protagonistas auténticos de nuestras vidas? Como todas las copias de lo vivo, siendo estériles, apenas alimentan, su consumo habitual sólo prolongará nuestros estados íntimos de debilidad, miedo y neurosis... A menos que nos percatemos de la trampa. 3. Atención / Distracción. Un tercer fraude a distinguir. Con nuestro proverbial alocamiento, la mayoría de nosotros hacemos mil cosas seguidas o a la vez, miramos el mundo precipitada y superficialmente, etc., y, en definitiva, evitamos mirarlo. Huímos continuamente de él para "no sufrir" aunque, con ello, nos perdamos también la mayoría de sus goces. Disipados en mil distracciones, no permitimos que nada nos cale, nos "toque" realmente... En cambio, cuando nos percatamos a fondo de esto, todo cambia gradualmente. Descubrimos que las cosas suelen ser mucho más vivas e interesantes, y merecer mucho más nuestra atención, de lo que pensábamos. De hecho, ¡nos las estábamos perdiendo! Entonces deseamos reconectar con ellas, vivir más plenamente, con los "cinco sentidos", todo lo que antes despreciábamos (1). Así recuperamos buena parte de nuestra sensibilidad, nuestra 175
capacidad de asombro, nuestro potencial de amor, nuestra serenidad y alegría, nuestro bienestar interior... Y ampliada de este modo nuestra conciencia y nuestra vida, ¿quién desearía ya volver a los vértigos del pasado? 4. Presente / Tiempo. Cuando nuestra atención sobre las cosas aumenta, nuestro sentido del tiempo cambia por completo. Hace muchos años leí esta frase maravillosa: "La eternidad es el estado natural del mundo". Es decir, toda la Naturaleza (rocas, plantas, animales, estrellas) vive en un estado de Presente Perpetuo, de No-Tiempo, de Aquí-y-Ahora sin fin. Nuestra queridísima sensación de "tiempo en movimiento", eso en que basamos y al que sacrificamos nuestras vidas, no es más que un fenómeno psíquico derivado del hecho de que tenemos memoria e imaginación. A la "distancia" (imaginaria) que supuestamente separa el contenido de la memoria (también imaginario, al que llamamos "pasado") del contenido de nuestras anticipaciones (igualmente ilusorio, que llamamos "futuro"), la denominamos "tiempo". Muy bien. También a los físicos les encanta jugar con este fantasma en sus ecuaciones... Sin embargo, todo lo que vivimos sucede, nos guste o no, en un Presente invariable. Vivimos atrapados en el Presente. Esto es algo difícil de explicar y quizá de entender; hay que "pillarlo" al vuelo, intuitivamente. Sencillamente, no hay tiempo. Por eso, cuando tu linterna alumbra lo suficiente para darte cuenta de este misterio, tu vida vuelve a transformarse. Los bebés viven en el no-tiempo. Los niños viven en el no-tiempo. La Naturaleza, no hay que decirlo. Los amantes, los artistas, los que meditan profundamente, todas las personas hemos vivido alguna vez en el no-tiempo. Siempre que algo nos fascina o absorbe hasta el punto de que "un rato" nuestro equivale a varias "horas" del reloj, significa que hemos sido 176
tragados transitoriamente por el "agujero negro" de la eternidad. Y zambullirnos a menudo en ésta tiene infinitas consecuencias positivas. Por ejemplo, una madre será tanto más amorosa cuanto mejor sepa salir de su atropellado "tiempo" para entrar y compartir la atemporalidad de su bebé. Sólo entonces ambos podrán encontrarse realmente. Y lo mismo sucede en todos los demás campos de nuestra existencia: amor, amistad, creación artística, sexo, contemplación espiritual... Siempre que alguien dispone de "todo el tiempo del mundo" (es decir, de ningún tiempo, sólo un Presente-sin-límites), las cosas suceden de otro modo. La empatía, la unión, la plenitud, el gozo mutuo brota de forma nevitable... Esto es, en fin, lo que significa vivir "Aquí-yAhora". *** De modo que ampliar nuestra conciencia -mejorar la luz de nuestra linterna- genera cambios fundamentales en nuestro modo de percibir, sentir y movernos en el mundo. Cuando encendemos todas las luces de un teatro, podemos admirar todos los infinitos detalles de su arquitectura, decoración, equipamiento, público numeroso, acomodadores... Sólo entonces sabemos plenamente dónde estamos. Igualmente, cuando expandimos nuestra visión, distinguimos inmediatamente lo real de lo fantaseado; lo vivo y auténtico de sus meras copias; la vivencia plena (atenta) y la dispersión superficial; y la viva eternidad del tiempo imaginario. ¿Cómo no va a cambiar nuestra vida tras tantos hallazgos? Naturalmente, esta asombrosa revolución no tiene final y seguirá creciendo mientras vivamos. El máximo desarrollo de la conciencia es, en fin, el único camino hacia la salud emocional, la felicidad y la sabiduría. 177
__ 1. En una entrada de mi viejo blog, proponía 10 maneras sencillas de iniciarse en el cultivo/disfrute de la atención. 1) No abusar de las relaciones sociales (dedicar más tiempo a uno mismo). 2) Desconectar de todo unos minutos al día. 3) No distraerse demasiado tiempo con el televisor o internet. 4) Comer en familia charlando, sin distracciones. 5) Disfrutar de los productos culturales (libros, música, películas...) con el menor número posible de interferencias (ruidos, molestias, teléfonos...). 6) Disfrutar del sexo de igual modo. 7) Evitar las relaciones "virtuales". 8) Cultivar el disfrute refinado de los 5 sentidos (gusto, olfato, vista, oído y tacto). 9) Leer con atención (adquirir parte de lo concienciado por otras personas). 10. Escribir (u otras formas de expresión) como forma de aumentar la conciencia de uno mismo. Lectura recomendada: La conciencia sin fronteras, Ken Wilber. © Julio, 2013
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41. Sobre el ego Oímos hablar mucho del ego, de las ventajas e invenientes de tener "mucho" o "poco" ego, de "trascender" el ego, etc., así como del egoísmo, el narcisismo, el orgullo y términos afines. El tema es importante pero, a menudo, confuso, pues, a mi entender, solemos mezclar ideas procedentes del habla común, de la psicología y de la espiritualidad. En este artículo intentaremos clarificar algunos puntos. ¿Qué es el ego? Como todos sabemos, "ego" es un término latino que significa yo, es decir, el propio sujeto que habla y se señala a sí mismo. El yo es, psicológicamente, una especie de "centro" de referencia, un "territorio" virtual desde el que cada uno de nosotros se sitúa, se diferencia y se defiende de todo lo demás (los "otros", el mundo, la Naturaleza). El sujeto crea, digamos, una especie de dualidad ego-mundo y, a continuación, acepta y se identifica exclusivamente con el primero y rechaza, considerándolo totalmente ajeno, al segundo. Al conjunto de elementos que el ego o yo asume y considera como "propio" lo llamamos identidad. Ahora bien, la identidad no es fija, sino que puede "ampliarse" o "reducirse" según donde el ego decide poner su frontera, su línea divisoria entre lo que considera "yo" y "noyo". La capacidad de "mover" tales límites depende de nuestro grado de consciencia. Así, cuantas más facetas del mundo podamos descubrir e incluir en el territorio virtual del yo -aceptándolas como propias, identificándonos con ellas-, más 179
completo y fuerte será nuestro ego, y más maduros y felices nos sentiremos. Como el mundo es complejo, las barreras o dualidades que el ego establece son diversas. Veamos las principales de ellas. 1. Ego-Cuerpo La primera y más básica de las dualidades egoicas es la que establecemos con nuestro propio cuerpo. Decimos por ejemplo "tengo unas manos, miro mi cara, controlo mi cuerpo"... Ahora bien, ¿quién habla así? ¿Quién se cree "propietario" o "controlador" de cualquier cosa? El ego, naturalmente. (1) Una especie de hombrecillo invisible -bastante vanidoso, por supuesto- que, pareciendo habitar nuestra mente, "pilota" nuestro cuerpo y nuestra vida. "¡Yo soy yo!", dice con orgullo el hombrecillo. Sin embargo, a decir verdad, nadie lo vio jamás. Nunca existió un duendecillo en la mente. Pues el ego no es más que una alucinación lingüística. Ahora bien, si no hay ego, entonces tampoco "tenemos" nada: ni cuerpo, ni emociones, ni pensamientos, ni memoria, ni comportamientos... ¡Nada! En cambio, somos todo eso. No hay "nadie" -ningún fantasma en la cabeza- que pueda atribuírselo o controlarlo. Eso sí, como el ego es tozudo y no va a creernos, podemos al menos invitarle a un pequeño esfuerzo de consciencia: abrir los ojos cada vez más. Si lo hace, descubrirá con sorpresa que él no "posee" nada sino, al revés, forma parte del cuerpo, de modo que puede hacerse amigo de él. Puede aceptarlo tranquilamente, desplazar los viejos límites y "anexionárselo" sin problemas, identificarse con él. Diremos 180
entonces que nuestro ego se ha "expandido", ha integrado al cuerpo, y ya no diremos más "tengo" un cuerpo, etc., sino soy un organismo completo. Habremos sustituido, así, nuestra vieja y falsa dualidad ego-cuerpo por una nueva identidad: el cuerpomente. A este terapéutico y madurador crecimiento del ego ayudan, p.ej., las terapias psicocorporales, el yoga y otras muchas técnicas psicofísicas. 2. Ego-Inconsciente Pero al ego, temeroso, aún le quedan otras fronteras. Por ejemplo, se apresura a excluir de sí mismo -de nuestra identidadtodas aquellas cosas dolorosas o inconfesables de nuestra vida. Las vuelve... inconscientes. Decimos, p.ej., "soy cariñoso, soy trabajador, soy extrovertido...". Muy bien. Pero afirmamos en cambio: "Tengo obsesiones, tengo ataques de ira, tengo depresión...". ¿No conocemos ya este viejo truco? Todo aquello que somos pero nuestro ego se resiste a admitir, dice que lo "tiene". Así crea línea divisoria; la dualidad. ¡Este duendecillo es un genio del lenguaje! Pero, tal como hicimos en el caso del cuerpo, también ahora podemos invitarle a hacer lo mismo: abrir los ojos. Ejercitar más y más la consciencia. Y entonces volverá a sorprenderse: todo aquello que siempre negó forma parte, en realidad, de nosotros mismos, y parece bastante cruel e injusto seguir ignorándolo. Exiliar partes vivas de nuestro ser en alguna zona oscura de nuestra mente equivale a una guerra sucia e inútil contra nosotros mismos, que sólo causará o agravará nuestra neurosis. En cambio, si nuestro ego puede, como hizo con el 181
cuerpo, descubrir lo inconsciente, reconciliarse con él, incorporarlo a nuestra identidad consciente, nos sentiremos maravillosamente aliviados, mucho más libres y sanos (2). Y ya nunca más diremos "tengo ira, tengo tristeza", etc., sino "¡soy ira, soy lágrimas, ¿y qué? Las amo porque son yo". De este modo, la persona deja de ser infantil y neurótica y su ego, habiéndose ampliado y fortalecido, le permite ser un individuo mucho más completo. Al crecimiento del ego en este ámbito ayudan especialmente las terapias emocionales y psicodinámicas. 3. Ego-Los otros Otra línea divisoria del ego es la que traza respecto a las demás personas. ¡La tenacísima dualidad yo-tú! Es, en verdad, una barrera difícil de mover... O quizá no tanto. Una pareja que se ama, una familia feliz, dos amigos muy unidos, un equipo bien avenido, cualquier grupo humano sinceramente solidario, etc.; siempre que amamos y nos vinculamos profundamente con otros, la frontera del ego con los demás se mueve o desaparece. De pronto, nos sentimos como "una sola" persona. Seguimos sintiéndonos individuos, naturalmente, pero, a la vez, nos sentimos tan mutuamente queridos, necesarios e interdependientes que ya no nos surge decir "yo" o "tú", sino "nosotros". Nos sentimos parte de una sola identidad; una identidad común. Esto lo vemos a veces, por ejemplo, en el mundo del cine. En el rodaje de una película participan cientos de personas pero, aunque ninguna de ellas ignora la contribución de cada cual, todas sienten -al recibir, p.ej., un premio- que, sin la menor duda, el éxito es de todo el 182
equipo. La película ha "brotado" de un ego colectivo. Y todos se sienten felices y agradecidos por haber formado parte de él. No es tan raro, pues, que el ego individual pueda "expandirse" más allá del sujeto y abarcar a otras personas. Si puedes relacionarte y empatizar con otros; si puedes sentir que las personas que te rodean y, en general, todos los seres humanos, al margen de sus diferencias, forman parte consciente o inconsciente de tu propia vida, entonces -de nuevo- otra línea divisoria de tu ego se desplazará. Y, sin dejar de ser tú, te identificarás con todos ellos. Entonces ya no dirás "yo soy yo" o "tú eres tú", pues te habrás convertido en nosotros. Y esto es precisamente el amor. Las psicoterapias humanistas, y también los aspectos más puros de las religiones, ayudan a las personas a crecer en este sentido. 4. Ego - Universo El último y más difícil de los límites del ego es el que nos separa, no ya de otros seres humanos, sino de las plantas, los animales y las estrellas. El ego, como siempre, nos excluye de todo eso. Nos creemos distintos, ajenos, aislados del Universo. Pero... ¿hay algún grano de polvo que no repercuta en la Totalidad? Filosóficamente, parece obvio. Pero es difícil vivenciarlo. La psicología transpersonal y la mística nos enseñan que es posible, en efecto, desplazar la última barrera del ego. Cuando esto sucede, ya no queda nada fuera de él; todo ha sido abarcado. El ego, identificado con la Totalidad, resulta entonces irreconocible; lo hemos "trascendido". Es una vivencia 183
indescriptible, que Krishnamurti llamaba la Suprema Identidad. También se la llama, según las diversas tradiciones, Yo Superior (3), Yo Verdadero, Absoluto, Vacío, Tao, Dios, Nirvana, Iluminación, Despertar, etc. La consecuencia psicológica de todo ello es el Amor y la Humildad totales. Como ya hemos dicho, son la técnicas transpersonales y espirituales -p.ej., budismo, sufismo, chamanismo, etc.-, las que nos ayudan a expandir el ego en este último nivel. 5. ¿Ego o Narcisismo? Nos queda examinar algunas paradojas. Si, como hemos visto, la maduración del ego -y de la persona- consiste en su progresiva ampliación incorporando aspectos cada vez más alejados, en apariencia, de nosotros mismos, ¿por qué solemos decir, en cambio, que un ego "excesivo" es negativo? Obviamente, porque, en este caso, lo confundimos con su contrario, el narcisismo. La gran paradoja de éste es que sólo los egos minúsculos son narcisistas. Por eso precisamente necesitan fingir, exhibir todo lo contrario: su enorme vanidad, su orgullo, su prepotencia (disfrazada ésta a menudo, por otra parte, de falsa bondad, falsa humildad, falsa justicia...). Puro humo. En cambio, las personas con un ego verdaderamente amplio, abarcador y, por tanto, fuerte y seguro de sí mismo, no necesitan nada de eso y pasan fácilmente inadvertidas. A esto lo llamamos humildad, y también serenidad. Para concluir, debemos remarcar que el ego (no el narcisismo), aunque ilusorio y problemático, es imprescindible en el desarrollo de las personas. Un humano sin ego es simplemente un bebé, un superneurótico o un loco. No se trata 184
de impedir, destruir o estancarnos en el ego, sino de expandirlo cuanto podamos. De ampliar nuestro territorio "interior" con el mayor número posible de elementos "externos". (Fijémonos que el narcisista hace exactamente lo opuesto). Cuanto mayor sea nuestro éxito en dicha labor, más felices y amorosos seremos. __ 1. Debido al cual sufrimos, precisamente, muchos bloqueos y perturbaciones físicas y psicosomáticas. 2. El conocimiento total del inconsciente es imposible, pero tampoco es necesario. Basta con descubrir lo imprescindible para hacer las paces con nosotros mismos. Dicha paz o aceptación del mayor número posible de facetas de nosotros mismos es precisamente lo que llamamos "autoestima" (o amor a uno mismo). 2. No confundir jamás con el "superyó" del psicoanálisis, que es el aspecto moral del yo. Lectura recomendada: "La conciencia sin fronteras", Ken Wilber. © Septiembre, 2009
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42. Todo Es Mentira A lo largo de estos artículos he querido compartir contigo, lector, muchas cosas que la vida y, sobre todo, mi práctica profesional me han ido mostrando durante años. Muchas de ellas son, como habrás visto, bastante duras y difíciles de digerir, aunque decisivas para nuestra felicidad. Por ejemplo, que lo inconsciente gobierna nuestras vidas. Que el desamor genera traumas y defensas neuróticas. Que sólo el amor consciente logra prevenir y aliviar la neurosis... Por tanto, si hubiéramos de extraer alguna conclusión de cuanto hemos aprendido a lo largo de estas páginas, una de mis favoritas sería, quizá, la siguiente: Todo-Es-Mentira. ¡Todo es mentira, sí! Desde que te levantas hasta que te acuestas, todo cuanto ves y oyes a tu alrededor, todo cuanto piensas, dices y haces, es falso. Todo forma parte de un grandísimo y eficaz teatro social de máscaras, fingimientos, dobles y triples intenciones, mentiras sobre mentiras, etc., destinado todo ello a defendernos de nuestros conflictos internos y externos, de la gente, de la propia vida. Un teatro motivado también, por supuesto, por nuestra necesidad de satisfacer, por las buenas o por las malas, nuestros afanes más o menos narcisistas. Todos sufrimos un horror atávico a las verdades del mundo, al dolor, la incertidumbre, la responsabilidad, la muerte... Por eso, como niños inmaduros que somos, vivimos en un mundo "a medida" hecho de fantasías, evasiones, juguetes, cuentos de palabras doradas... Nada es real en él. Simplemente soñamos que "vivimos". Y, lamentablemente, muy pocos llegarán a despertar de este sueño.
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Todo cuanto creemos saber sobre nuestra infancia, nuestra familia, nuestra personalidad, nuestros valores e ideales, nuestra historia, nuestros dioses, nuestras teorías científicas, nuestras doctrinas filosóficas, nuestras sociedades, nuestros políticos, nuestras opciones de felicidad, etc., incluso sobre la Psicodinámica y el autor que esto escribe, todo es solamente una gigantesca telaraña de cavilaciones. De palabras, palabras y más palabras... De mero lenguaje. (Por cierto, hay palabras más útiles que otras. Pero ninguna de ellas debe confundirse con la realidad). Y así, vivimos atrapados para bien y para mal en nuestras redes intelectuales, creyendo que éstas son lo "real" y lo "verdadero", cuando sólo son excreciones de nuestra biología, de nuestras emociones (miedos, deseos...), del Universo. La mayoría de sabios antiguos y modernos, así como muchos poetas, filósofos y gente lúcida de todas las épocas lo han reconocido. Nuestro mundo es una especie de negativo fotográfico. Todos los colores están invertidos. Mi psicoanalista solía decir: "De lo que veas, lo contrario y la mitad". Por ejemplo, si alguien ríe, digamos, con "grado 10", lo más probable es que su sentimiento real sea el opuesto (es decir, la tristeza) y quizá en la mitad de grado (o sea, 5). Es decir, como inconscientemente se siente "triste 5", lo contrapesa y encubre con "risa 10". Etcétera. Naturalmente, esta fórmula es sólo una caricatura, una metáfora, pero nos ilustra bien sobre cómo lo real suele ser lo contrario de lo evidente. Cuanto más brilla algo, más grande y opuesta es la verdad que protege. De ahí que quien más ríe suele ser el más deprimido. Quien más amor exhibe suele ser quien más odio esconde. Quien más justicia exige suele ser quien menos justicia concede. El más puritano suele ser el más pecador... Etcétera.
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Todo es un engaño, lector. Todo es Maya. Matrix. Apariencia. Sueño. Ilusión. Más aún: solemos ver las cosas precisamente porque son falsas. Cuanto más destacan a nuestros ojos, más falsas son (como esos actores que se disfrazan espectacularmente de otros personajes). De lo contrario, no las veríamos. Todo lo realmente auténtico suele ser invisible. Por ejemplo, las personas con sentimientos, pensamientos y acciones genuinas, puesto que no necesitan contrapesar ni esconder ningún secreto opuesto, no necesitan abrirse paso a grandes voces en el gran Baile de Máscaras del mundo. No necesitan publicidad. Lejos de los deslumbrantes castillos encantados, se limitan a brillar como luciérnagas en la noche silenciosa. Todo esto que expongo no son creencias mías que tú debas asumir a ciegas, o no. Eso sería seguir juntos en el Baile. Lo que afirmo sólo expresa una experiencia mía personal. Durante décadas, habiendo pasado por muchas etapas e indagaciones personales, he ido comprobando -teoría tras teoría, grupo tras grupo, persona tras persona- que nada es igual a como uno piensa o desea. Nada es lo que parece. Si mantienes la conciencia abierta, si exploras lo suficiente las luces y sombras de todo, descubres invariablemente que todo es otra cosa. Te desengañas continuamente. O lo que es igual: descubres que siempre has estado soñando. Es lo que sigo descubriendo cada día. Pero tú no tienes que creerme. Tú sólo puedes, si quieres, averigüarlo por ti mismo. Entre las infinitas mentiras del mundo se halla el Amor (así, con mayúscula). A pesar de que hemos hablado continuamente de él en estos artículos, jamás existió tal cosa. Todo cuanto se ha dicho del Amor durante milenios es falso. La vida es intrínsecamente egocéntrica (narcisista) y, por tanto, su único motor inexorable es la supervivencia, el miedo, el afán de 188
placer y poder, la envidia de millones de monos locos extraviados en su delirio lingüístico. La Naturaleza es así. Ahora bien, como la tragedia del mono loco consiste en su tendencia al suicidio, para evitar tal cosa hemos "inventado" algún remedio. Y el mejor remedio conocido hasta la fecha es precisamente el cultivo de la flor más rara, delicada y artificial que existe: el amor (así, con minúscula). El cultivo del amor genuino es extraordinariamente paradójico. Su fórmula, su indispensable requisito es que previamente hayamos despertado de nuestros sueños. De nuestras mentiras. Es haber dejado atrás nuestro ruidoso Baile de Máscaras. "Despertar" no es fácil, pero tampoco es nada especial, como el propio Buda señaló en una cita maravillosa: El despertar completo e insuperable no me permitió obtener la menor cosa, y es por esto que se le llama despertar insuperable y completo" (Vajrachedika, 22) Despertar significa simplemente abrir los ojos. Atrevernos a mirar, soportar, responsabilizarnos de la terrorífica verdad de que, al otro lado de nuestras fantasías, la vida es despiadadamente egocéntrica, solitaria, violenta. Mientras sigamos engañándonos, maquillando con ilusiones de todo tipo (supersticiones, ideologías, falsas esperanzas) el infierno de este mundo, todo cuando hagamos para "combatirlo" seguirá formando parte del sueño, y el Gran Teatro suicida seguirá girando y girando. Por el contrario, si despertamos y logramos aguantar el dolor sin huir de él, sin odiarlo, sin pretender "destruirlo", sólo entonces ocurrirá lo inesperado. De pronto, brotará la empatía, la bondad, el sereno deseo de aliviar el dolor propio y ajeno, ya sin ira ni desesperación, sino con amorosa 189
sabiduría. Pues sólo donde hay sangre y lágrimas pueden germinar esas flores medicinales que llamamos amor. De modo que, aunque todo es mentira y el amor no puede existir en un mundo de espejismos, resulta que sí tenemos la posibilidad de despertar, soportar las verdades insoportables, amar. Podemos mejorar nuestras vidas y nuestros vínculos con los demás y con el Universo. Podemos crecer en este misterioso mundo real, libres ya de fantasías y expectativas infantiles, y disfrutarlo -pese a sus bellezas y horrores- sin ignorancia ni compulsiones. Naturalmente, muy poca gente se atreverá a abrir por completo los ojos. Algunos, al menos, los entreabrirán. Es un renacimiento lento y difícil que lleva toda una vida... Pero el camino está abierto a todos. Ojalá, lector, si tú deseas explorarlo, estos artículos te lo hayan facilitado. © Diciembre, 2013
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Barcelona, Diciembre 2014
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LA ESENCIA DE LA NEUROSIS Reflexiones psicodinámicas
José Luis Cano Gil (1957) es psicoterapeuta y escritor. Interesado en el humanismo -desde el psicoanálisis hasta el zen y la ecología-, ha escrito narración, poesía, guiones de radio y, sobre todo, textos de psicología. Su sitio web es: www.psicodinamicajlc.com
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