La Otra Frida

  • October 2019
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LA OTRA FRIDA Le gustaba la oscuridad. El baño de mi apartamento era lo único más oscuro. Parecía una palomita asustada cuando la tomé de la mano y lentamente la conduje hacia allá. Un leve desistimiento se sentía en la fuerza de su brazo, pero su resistencia no era suficiente como para soltarla. Su respiración la delataba y esos pequeños no, no, no, decían sí, sí, sí... Entramos, la luz apagada. Oscuro. Mi mano buscó su vagina mientras mi pene, erecto, se endurecía hasta doler. Ella no quería penetración, nos estábamos conociendo apenas. Besos cortos, labios cerrados. Dos años atrás, un novio pasajero, en su primera y única relación sexual, cuando ella contaba con 26 años, la frustró y la dejó embarazada. Como consecuencia vino un trauma psicológico. Miedo a todo lo que se acercara a la penetración. Desde entonces, no se arriesgaba a otra experiencia parecida. Cuando la conocí me pareció tímida y ordinaria. Una mujer más, pensé. Uno se equivoca, debo aceptar. Ella no era una mujer más. Era la otra Frida, empezando por su nombre y las cejas. No se pintaba por principios; sus cejas, mofa entre las mujeres, me impresionaron gratamente. Sabía de música, de libros y tenía un espíritu sensible. Amaba a Chavela Vargas. Rechazaba a los hombres comunes y un alma rebelde revoloteaba en sus adentros. En la revolución se hubiera ido con Zapata. Se pegó de espaldas a la pared mientras mi mano, trémula, le abría el cierre de su pantalón y mis dedos hurgaban entre la suavidad de su cavidad humedecida. Sus gemidos tenues contrastaban con mi respiración quebrada. Mi mano izquierda sentía su clítoris palpitante, en aquel ardiente deseo reprimido, mientras mi mano derecha, desahogaba todos mis deseos de hombre en celo. No nos veíamos, solo había allí un revoloteo de palomas alborotadas y el murmullo de un mar embravecido. Los gemidos de ambos se buscaban hambrientos y una catarsis de lujuria y ganas se apoderó de aquella oscuridad momentánea. Entonces aprendí que el sexo puede tener otro sabor y que los amantes podemos inventar las aventuras más placenteras con tan solo romper con nuestros esquemas. Entonces aprendí que el hombre debe dejar de ser el puerco macho que siempre ha sido y que podemos quitar las ataduras a la imaginación... Entonces, sólo entonces, me empecé a enamorar de ella. La otra Frida. Baltazar Avila [email protected]

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