LA ORATORIA (CICERÓN, QUINTILIANO) MARCO TULIO CICERÓN Ambiente oratorio del siglo I a. C. Los problemas sociales y políticos surgidos, van a acentuarse progresivamente hasta culminar en el siglo I con la desaparición de la República. Estos problemas fueron causa determinante de un desarrollo vigoroso de la elocuencia: se denuncian ante el pueblo, desde la tribuna de las arengas, intrigas y proyectos revolucionarios, ambiciones de poder y casos de traición a la patria; se exponen ante los tribunales acusaciones de soborno, concusión, etc.; y se curten los oradores en campañas electorales continuas y vibrantes. La preocupación artística acaba por trasplantar a Roma las diversas tendencias o "escuelas" de la oratoria. Estas escuelas son fundamentalmente dos: la escuela asiánica, que tiende a períodos largos, fluviales, grandilocuentes, a la expresión florida y a la hinchazón patética, con gran cuidado del ritmo oratorio. Y la escuela ática se distingue por la desnudez de la expresión, por el desprecio de la hojarasca ornamental y de todo patetismo. Su obra oratoria. a) Discursos Pueden dividirse en judiciales, pronunciados ante un tribunal como abogado defensor (discursos pro= en defensa de...) o acusador (discursos in= contra...) y políticos, pronunciados en el Senado o en el foro (igualmente en defensa o contra de alguien). Veamos por orden cronológico, algunos especialmente importantes de ambos apartados: In C. Verrem (Discursos contra Verres o Verrinas; año 70 a. C). Cicerón había sido cuestor en Sicilia y había dejado allí un buen recuerdo; por eso, cuando los sicilianos acusan de concusión y extorsión a su ex-gobernador Gayo Verres, encomiendan a Cicerón la defensa de sus derechos, mientras que Verres era defendido por Hortensio. Parece que Cicerón pronunció los dos primeros discursos, pues Verres, viéndose perdido, se desterró voluntariamente, adelantándose al fallo del tribunal. Pro lege Manilla o De imperio Cn. Pompei. Apoya Cicerón la propuesta de ley para que se conceda a Pompeyo el mando supremo (imperium) de las tropas romanas en la guerra contra Mitrídates, rey del Ponto. Este discurso contiene el mayor elogio conocido de las cualidades militares y personales de Pompeyo. In L. Catilinam. Catilina, candidato al consulado, junto con Cicerón, no es elegido. Y trama una conjuración para hacerse con el poder, incluyendo en ella el asesinato de Cicerón. Este pronuncia contra Catilina cuatro discursos en el senado. Pero esta misma actuación, en la que mandó ejecutar a los cómplices de Catilina sin concederles el derecho de apelar al pueblo, le había de ser más tarde funesta, ya que en ella se fundará su mortal enemigo Clodio para enviarlo al destierro, donde pasó un año. Posteriormente tuvo ocasión de tomarse la revancha contra Clodio en otros dos discursos: el Pro Caelio, en defensa de su joven amigo Celio. Y el Pro Milone, en defensa de Milón, que había dado muerte a Clodio en un encuentro callejero entre bandas rivales. Pro Archia poeta. Toma como pretexto la defensa del poeta griego Arquías, al que se acusaba de usurpación del derecho de ciudadanía, para hacer un elogio encendido y entusiasta de las letras en general y de la poesía en particular. Pro Marcello y Pro Ligario. Tras el triunfo de César, Cicerón, perdonado, pronunció algunos discursos en defensa de personajes que habían sido enemigos del dictador, entre ellos destacan los dos citados. Cicerón apela a la clementia cesariana, de la que hace un desmedido elogio. In M. Antonium orationes Philippicae (Filípicas, contra Marco Antonio). Cicerón pronunció estos catorce discursos contra Marco Antonio, llamados Filípicas en homenaje a los discursos de Demóstenes contra Filipo de Macedonia. La obra oratoria de Cicerón aúna lo mejor del asianismo y del aticismo.
b) Obras retóricas. Brutus. Es una historia de la elocuencia en Roma, desde los orígenes hasta su época precedida de un pequeño resumen sobre la elocuencia en Grecia. Cierra la obra hablando de sí mismo, de su formación y de los comienzos de su carrera hasta conseguir la fama de que goza. De oratore (tres libros) y Orator. Tratan de la formación del orador y la técnica del discurso. Cicerón opina que el perfecto orador ha de ser una combinación de tres factores: disposición natural, cultura profunda y todo lo extensa posible en todas las disciplinas y conocimientos de la técnica del discurso. Esta técnica, que se enseñaba en las escuelas de retórica, se expone con amplitud en el De oratore y abarca cinco puntos fundamentales: inuentio, o búsqueda de argumentos apropiados; dispositio, o distribución de esos argumentos en un plan adecuado; elocutio, o arte de utilizar la expresión formal, las palabras y las figuras más convenientes; memoria, para recordar cada cosa en el lugar adecuado; y actio, que es todo lo relacionado con el aspecto físico en el momento de pronunciar el discurso, sobre todo los gestos y el tono de la voz. El discurso, como tal tiene también diversas partes: exordium o introducción; narratio o exposición del tema tratado; argumentatio, con dos caras: probatio o aportación de los argumentos, y refutatio o rechazo de las objeciones reales o posibles; peroratio o conclusión destinada a ganarse a los jueces y al auditorio. El Orator se centra más en la elocutio. QUINTILIANO En las postrimerías del siglo I de nuestra era surge un intento de retomar al clacisismo ciceroniano. El paladín de esta tendencia es Marco Fabio Quintiliano. Nacido en España en Calahorra, cursó estudios en Roma y luego abrió allí una escuela de retórica, que en seguida adquirió gran fama. Varios emperadores, de Vespasiano a Trajano, lo tuvieron en gran estima y lo colmaron de honores. Quintiliano, el más importante educador de Roma, nos ha dejado, con los doce libros de su Institutio oratoria, el tratado de retórica más completo de toda la antigüedad. No sólo se preocupa de la técnica oratoria, sino de la formación del orador desde que nace. Como Catón, no separa la elocuencia de la moral. Un buen orador tiene que ser un hombre honesto. Su teoría y sus métodos tienen como modelo supremo a Cicerón. Exige que los temas propuestos estén inspirados en la "realidad", frente a la común tendencia a debatir temas extraños absolutamente irreales.