_t [|áàÉÜ|t wx UtÄwxÜ a|xäx A la vigilante sombra de los Arcianos, hago que el maestre Aremon inscriba estas palabras en acero, porque es el más noble de los materiales. Es el único metal que siempre dice la verdad. Con su firme presencia dirime entre los nobles y los cobardes. Justa a los crueles y los bondadosos. Su filo esta a tu lado cuando as de extirpar el mal de tu nación, ya sea con la aguzada espada o la contundencia de una maza. Una maza como la que el rey Robert Baratheon, blandió para vencer al infame príncipe Raeghar de la Casa Tagaryen en la batalla del Tridente. Esta es la historia de un testigo que estuvo allí para dar fe a tal victoria y vivió para contarlo. Esta es mi historia… Mi nombre es Balder Nieve, soy hijo bastardo de Lord Karstark, nacido un frio invierno de hace cuarenta y dos años, en Bastión Kar la fortaleza de mi noble y orgullosa Casa. Seria indigno por mi parte decir que mi presencia allí no era bien recibida por mucho, incluida la noble esposa de mi progenitor. Lady Meria era una buena mujer, pero muy tradicionalista y no me veía con buenos ojos, pese haber sido concebido meses antes de haber sido desposada por mi noble padre. Pese a todo, Lord Karstark era también un hombre del Norte, de fríos principios, que consideraba que la sangre de su sangre, por muy bastarda que fuera, merecía ser instruida junto a los suyos. Así pues permanecí en el castillo bajo los cariñosos cuidados de la Septa Argalia. Poco antes de que cumpliese los dos años de mi existencia en este mundo, nació mi hermanastro Rickard. Rickard estaba destinado a ser el heredero de la Casa, y yo estaba satisfecho con ello, nunca he aspirado a un título nobiliario o anhele la lealtad de unos vasallos. Siempre me he sentido más cómodo entre los hombres sencillos: los soldados, los artesanos y los plebeyos de las tierras circundantes al bastión. Incluso de niño, hacia mas amigos entre los hijos de los vasallos de mi padre y los mercaderes del castillo que entre los nobles hijos e hijas de quienes ostentaban la misma dignidad que Lord Karstark. De los dos, Rickard fue siempre quien sabía cómo tratar con la gente, mientras que a mí como hijo bastardo que era, me bastaba y enorgullecía prestarle mi apoyo en el gobierno que le correspondía por derecho. Fuera lo que fuera y pese a mi sangre bastarda, siempre íbamos juntos a todos lados. Tío Arnolf hermano se nuestro señor padre y castellano de Bastión Kar, nos instruyo a los dos en el manejo de las armas y el arte de la guerra, mientras el Maestre Aremon y la Septa Argalia se ocupaban de enseñanzas de un carácter menos marcial. A diferencia de mi, Rickard odiaba la lectura. Aun recuerdo con ligera añoranza las veladas que pasaba en compañía de Aremon, leyendo antiguos textos de pensadores y filósofos de lejanas tierras. El resto del tiempo lo dedicábamos a la caza y a gastar chiquilladas a los servidores de la fortaleza.
Fue en tan temprana época de la vida, cuando conocimos a Ahlam de Dorne. Era un joven de edad similar a la mía, de viva inteligencia, jovial aunque algo distante, que mantenía unas extrañas costumbres y maneras de hablar. Su padre era un viejo conocido de la familia, y había enviado a su vástago como pupilo para que viese mundo, y aprendiese de las diferentes culturas de poniente. En un principio, su comportamiento adulto y reservado, mucho más maduro que el nuestro, freno todo intento por nuestra parte de entablar amistad. Todo cambio durante una de nuestras habituales partidas de caza. Era una fría jornada de invierno y llevábamos varias horas detrás del rastro de un esplendido ejemplar de venado, cuando de repente un enorme lobo huargo ataco la comitiva abalanzándose sobre Ahlam. Antes de que nadie pudiese reaccionar su yegua yacía en el suelo con el cuello seccionado y el Dorniense pugnaba por liberar su pierna de debajo del animal moribundo, mientras intentaba mantener a distancia al huargo que se cernía sobre él. En ese momento Rickard y yo reaccionamos lanzándonos al galope sobre el lobo huargo. Este se movió esquivándonos y lanzándole una dentellada a mi caballo que se encabrito derribándome al suelo. Desenvainando la espada me interpuse entre Ahlam y el monstruoso lobo manteniéndole a raya mientras los demás le atacaban con sus flechas. Dominado por la ira el huargo se abalanzo sobre mí, ensartándose en mi espada y quebrando la hoja, no sin antes darme un tremendo mordisco que casi me arranco un pedazo del hombro derecho. Y así enterrado bajo aquel pesado cuerpo, fue como di muerte al monstruo antes de quedar inconsciente. Desperté días después bajo los cuidados atentos del Maestre Aremon, y la vigilante presencia de Rickard y Ahlam. Cuando me repuse lo suficiente de mis heridas como para levantarme del lecho, el Dorniense vino a visitarme a mi habitación haciéndome entrega de dos sendos regalos que no pude rechazar, su casco, y una espada que había mandado forjar para remplazar la que había perdido salvándole la vida a la que llamo “Claro de luna”. Después de aquello la relación entre nosotros cambio drásticamente, y Ahlam fue uno más en aquel variopinto grupo. Varios años más tarde, partió de nuevo a sus lejanas tierras, pero nuestra amistad se mantiene aún viva, mediante las misivas de los cuervos que van y vienen del bastión. A la pronta edad de dieciocho años estuve casado, pero solo durante un corto periodo de tiempo. Su nombre era Jonella, y era una joven muchachita: la hija de una casa menor que deseaba desesperadamente ganarse el favor de mi padre mediante el enlace, aunque este fuera con un hijo bastardo. Con sus cabellos del color de la miel, ojos brillantes y pronta sonrisa, ella era como una cálida brisa de primavera, mucho más de lo que nunca hubiese soñado. Jonella murió menos de un año después de nuestra boda, mientras intentaba dar a luz a nuestro primer hijo. Nunca volví a casarme, aunque no me importa admitir que tenido devaneos y distracciones de tanto en tanto. En lugar de eso preferí concentrar mi tiempo y mi atención en servir a mi Casa lo mejor que buenamente pudiese.
Y esa oportunidad no tardo en presentarse. Lord Stark y su hijo heredero, fueron terriblemente asesinados por orden del rey loco y todos los vasallos del norte respondieron a la llamada de su nuevo señor Lord Eddard Stark, levantándose en armas contra el tirano. Nuestro señor padre respondió antes que nadie a la llamada de los Stark, después de todo, según dicen las historias de nuestras Casas compartíamos la misma sangre de los primeros hombres. Pese a los lazos familiares, Lord Karstark no estaba dispuesto a perder a su hijo heredero así que partió a la guerra dejándonos a Rickard y a mí bajo la atenta vigilancia del Tío Arnolf. Pero nosotros éramos jóvenes impulsivos y algo estúpidos. Teníamos la cabeza llena de historias y leyendas de héroes de antaño, y creíamos en nuestra inexperiencia que seriamos los héroes que salvarían a Poniente amparados por nuestra propia juventud. Ocultos por las sombrías simas de la noche, entramos en el bosque de Arcianos y encomendamos nuestros destinos a los antiguos Dioses del Norte. Antes de que el alba despuntase partimos hacia el sur tras los pasos de nuestro progenitor, hacia la gloria. Que equivocados que estábamos… No nos dimos prisa en nuestra marcha. Lo teníamos todo planeado al detalle, pretendíamos llegar cuando las fuerzas de todas las casas estuviesen juntas, para que Padre se viese obligado a aceptar nuestra presencia, so pena de quedar en evidencia si nos mandaba volver a la seguridad del Bastión. Al final sería el orgullo de Lord Karstark el que nos permitiría luchar en la guerra. Como ya he dicho éramos unos estúpidos… Nuestros pasos nos llevaron hasta el campamento, donde ya ondeaban los incontables estandartes del Norte así como los de todos los vasallos de la Casa Baratheon de Bastión de Tormentas, los Tully de la Tierra de los Ríos y la noble casa Arryn del Nido de Águilas. Tuvimos la suficiente puntería y suerte como para llegar justo en el momento en que los líderes de las diferentes casas así como los principales comandantes de los ejércitos, se encontraban reunidos planificando el movimiento de las tropas. Al principio el rostro sorprendido traiciono a Lord Karstark pero pronto demudo en su fría calma habitual. Cuando la reunión termino y fuimos a su tienda, se desato la tormenta. Al final después de calmarse, no tuvo otra opción que admitir que éramos tan testarudos como él y dejarnos permanecer a su lado. Entonces partimos con el resto del ejército asta Refugio Estival. Los hombres moribundos y sus monturas se revolvían en el fago creado por la misma sangre derramada en el suelo. Aquel fue la primera imagen del campo de batalla que destruyo la idea que teníamos sobre las leyendas que nos habían contado de pequeños. Pero estábamos allí por decisión propia, no podíamos echarnos para atrás, así que luchamos.
El resto del año fue un seguido de batallas y escaramuzas con el enemigo, con sus derrotas como la del Vado de ceniza, y las victorias como la batalla de las Campanas, donde formamos parte del grueso del ejército, que salvo a Robert Baratheon de caer preso en el Sept de Piedra, por Lord Jon Connington, el por entonces Mano del rey. Pero aquello no era nada más que el principio, nada nos había preparado para la Batalla del Tridente. Nada más comenzar, ya era una lucha sin cuartel, un caos indescifrable e insalvable. Al principio Padre, Rickard y yo luchamos juntos cubriéndonos los flancos, pero pronto quedamos separados por la marea de guerreros. Combatí por salvar mi vida en innumerables momentos, recibiendo múltiples heridas, hasta que fui derribado por el caballo de un caballero que cargaba contra unos abanderados de la Casa Martell. Rodando caí a las aguas del Tridente, y cuando me levante escupiendo aquella agua rojiza por la sangre de cientos, observe que me encontraba a escasos metros del más excelso combate que mis ojos han presenciado jamás. Robert Baratheon y el príncipe Rhaegar, el último dragón Targaryen, se batían en singular duelo que decidiría el futuro de Poniente. Olvidándome de la batalla que acontecía a mí alrededor me quede allí de pie, como tantos otros, como testigo de quien de los dos saldría con vida de tal lance. Después de varios intercambios de golpes y fintas, Robert recibió una profunda herida del príncipe heredero, para acto seguido revolverse destrozando el pecho de Rhaegar Targaryen, atravesando la negra coraza con su martillo de combate, causándole la muerte. Soldados de ambos bandos se lanzaron enloquecidos al río ensangrentado en busca de los rubíes que adornaban el peto del Último Dragón, mientras yo no podía apartar la mirada. Finalmente el devenir de la guerra quedo sentenciada, cuando los traicioneros leones de Roca Casterly se volvieron contra su señor rey matándolo en su trono de hierro. Al fin, la guerra del Usurpador había dado a su fin y pocos días después volvimos a la relativa tranquilidad de nuestras tierras. Con el tiempo Rickard desposo y a la muerte de nuestro padre, paso a convertirse en mi señor. Desde entonces me he dedicado a defender las tierras Karstark de los incursores que ocasionalmente atraviesan el Muro y proteger el mayor de los tesoros de Bastión Kar. Torrhen, Eddard, Harrion y Alys Los hijos de mi hermano, por que se, que si algo les ocurriese, Rickard perdería la razón, enloqueciendo sin remisión. Por supuesto muchos de los nobles con los que se codea mi señor Rickard siguen mirándome con desprecio y superioridad, pero se guardan de mencionar en voz alta cualquier mención sobre mi ascendencia. Mi airada personalidad es tristemente famosa en el Norte, y nadie quiere arriesgarse a un enfrentamiento directo conmigo.
Con el paso inexorable de los años me he mantenido con constitución que me gusta definir como recia. Mi profusa barba rubia pajiza, ha comenzado a clarear con vetas de un níveo manto de la edad. Y la impetuosidad de la juventud a dado paso a la sabiduría reservada nacida de la experiencia. Sigo portando con orgullo el casco y la espada “Claro de luna” de los que Ahlam me izo obsequio. Mis ropas suelen ser las de un guerrero, con prendas de cuero cubiertas por una cota de mallas y un tabardo con el escudo de mi casa, cubierto todo por una gruesa piel del lobo huargo que mate hace ya tanto tiempo y que me protege del inclemente tiempo del Norte. Aun hoy en los días más fríos, la herida que me produjo el Huargo duele en mis carnes como si fuese el primer día. Es entonces cuando llevado por un impulso, viajo hasta el Muro. Hace tiempo que soy un viejo amigo de la guardia de la noche, y aunque me deba a mi casa, se que algún día escuchare la llamada del norte y me uniré a sus filas vistiendo los negros ropajes de los cuervos. Pero ese es un destino que aun a de esperar, porque siento en mis viejos huesos que un nuevo invierno se acerca y tengo el terrible presentimiento de que grandes males nos acechan.