La Familia Reu Setiembre 2009

  • June 2020
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La F am ili a Cr is ti an a Vale la pena detenernos un poco a meditar sobre la Sagrada Familia y lo que nos puede enseñar a nosotros ahora. Como todo ser humano, Jesús fue, al menos en cierta medida, un producto de su propia familia. Vivió en ella más de treinta años; allí creció, se educó y aprendió muchas cosas. La mayoría tenemos una imagen desfigurada de lo que fue la "Sagrada Familia": hemos construido una imagen en la que el marido, José, es un ciudadano ejemplar, un trabajador intachable, modesto y resignado con su suerte; y la esposa, María, es una santa mujer de su casa, con todas las virtudes que adornan a la esposa y a la madre; y el hijo es el mejor de los hijos, sobre todo el más obediente a sus padres. O sea, la familia ideal. ¿Fue realmente así la familia de Jesús? Porque si aquella familia no hubiera tenido ningún tipo de problemas, de poco nos podría servir su ejemplo, ya que nosotros estamos llenos de ellos. Por los datos que nos dan los Evangelios, sabemos que en aquella casa hubo problemas y situaciones bastante serias. Apenas comprometidos oficialmente a contraer matrimonio, José se dio cuenta de que su mujer estaba embarazada, antes de haber vivido juntos. La solución de este conflicto no debió ser nada fácil. Supone mucha oración, mucho diálogo y muchos malos ratos. En todo caso, este incidente nos indica hasta qué punto en aquel matrimonio hubo situaciones difíciles casi desde el primer momento. El nacimiento de Jesús acarreó también problemas muy serios al matrimonio: la persecución política, el exilio y el tener que verse como emigrantes en un país extranjero. Incluso después de la muerte del dictador Herodes, José se siguió sintiendo amenazado como persona sospechosa ante la autoridad política, hasta el punto de tener que volver a un pueblo perdido, Nazaret, en la región más pobre, Galilea. Un pueblo, además, que tenía mala fama. Cuando llevaron al niño al templo por primera vez, un hombre de Dios inspirado por el cielo, le dijo a la madre cosas terribles: el niño estaba destinado a ser "señal de contradicción" y un motivo de conflictos, y ella misma se vería traspasada por un sufrimiento mortal. Recordemos también el extraño episodio del niño cuando se quedó en el templo sin decir nada a sus padres. El Evangelio de Lucas señala expresamente que ni María ni José comprendieron lo que el joven Jesús hizo y dijo en aquella ocasión. Lo cual quiere decir que, también desde este punto de vista, en aquella familia hubo problemas, porque había cosas que resultaban preocupantes y que los padres no entendían. En resumen, una familia con problemas de toda clase: problemas matrimoniales, problemas políticos, problemas entre los padres y el hijo. Una familia perseguida políticamente, desterrada, exiliada, arrinconada en un pueblo perdido, arrastrando sombrías amenazas, y viviendo situaciones que no resultaban fáciles de entender. Sin duda, como los problemas de tantas otras familias. Desde el punto de vista de la fe, nosotros sabemos que en aquella familia estuvo presente lo mejor que puede haber en una casa: el favor de Dios, su gracia y su palabra. Allí estuvo presente JESUS. Pero esto nos viene a indicar que la presencia cercana y palpable de Jesús no excluye los problemas, la incomprensión y hasta los conflictos. Más aún, precisamente la presencia de Jesús fue la causa de las dificultades y las tensiones que se produjeron en aquel hogar. Por consiguiente, la familia ideal no es la familia donde no hay problemas, sino la familia que escucha el Evangelio, que lo acoge y lo vive, aun a costa de tener que soportar situaciones problemáticas. En eso seguramente reside la enseñanza más importante que tiene para los creyentes la familia de Jesús. La familia de Jesús tuvo que soportar difíciles condiciones de vida; pero, ante las dificultades, todos reaccionaban apoyándose unos a otros. «El futuro de la humanidad se fragua en la familia. La civilización y la cohesión de los pueblos depende sobre todo de la calidad humana de sus familias», decía el Papa Juan Pablo II. Es una forma positiva y realista de aproximarse a un hecho: la decadencia, subdesarrollo, crisis, o desorientación de un pueblo o una nación, está estrechamente ligado a la suerte de la familia. En los últimos tiempos se ha visto cómo ha crecido la amenaza a la familia, y con ella es el futuro de la humanidad el que se encuentra en peligro. La Iglesia sabe bien que lo que está en juego, es el ser humano mismo. De ahí el valor social de proteger la familia. La familia y la vida: dos realidades que van estrechamente unidas, pues la "familia es como el santuario de la vida". Es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia. El sustento de este camino es el amor; amor que no está exento de pruebas y dificultades, pero que se hace fecundo en la donación personal al cónyuge y a los hijos. Se trata de un «amor que pasa por el camino de la cruz, de las limitaciones, del perdón y de los defectos para llegar al gozo de la resurrección». Ése es el clima y el ambiente real donde germina la vida, tanto la humana como la cristiana. «a) La misión de la familia es vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas que se caracteriza por la unidad y la indisolubilidad. La familia es el lugar privilegiado para la realización personal junto con los seres amados. »b) Ser "como el santuario de la vida", servidora de la vida, ya que el derecho a la vida es la base de todos los derechos humanos. Este servicio no se reduce a la sola procreación, sino que es ayuda eficaz para transmitir y educar en valores auténticamente humanos y cristianos. »c) Ser "célula primera y vital de la sociedad". Por su naturaleza y vocación la familia debe ser promotora del desarrollo, protagonista de una auténtica política familiar. »d) Ser "Iglesia doméstica" que acoge, vive, celebra y anuncia la Palabra de Dios, es santuario donde se edifica la santidad y desde donde la Iglesia y el mundo pueden ser santificados». El ser humano está invitado a vivir en plenitud teniendo en cuenta todas sus dimensiones, tanto en el aspecto corporal como en su dimensión síquica y espiritual. No puede haber verdadera e integral promoción del ser humano si se mutila alguna de sus dimensiones y se le niega la vida que nos ha traído el Señor Jesús. La verdadera familia cristiana enseña a vivir en profundidad el amor mutuo, pero rompiendo los muros en que instintivamente tiende a encerrarse ese amor. Será tanto más cristiana la familia cuanto más vaya dejando de ser exclusiva, cuanto más vaya queriendo como verdaderos hermanos a los que no lo son. La comunidad es un principio de enriquecimiento humano para la familia. Porque la comunidad de fe se construye sobre la base de la libertad y la igualdad entre todos, con una indispensable dosis de confianza y transparencia. Y cuando la familia se abre a la experiencia

comunitaria, compartida con otras personas, entonces, lógicamente, las relaciones humanas se hacen más sanas y más limpias en el grupo familiar. Y la experiencia nos enseña que lo que casi toda familia fomenta es que sus miembros tengan mucho, que suban todo lo que puedan en la vida y que brillen lo más posible. Jesús sabe perfectamente que el modelo de sociedad en que vivimos está basado sobre los pilares del dinero, del poder y del prestigio. Y el que se enfrenta a esos pilares, como lo hizo Jesús, corre la misma suerte que él corrió. He ahí el secreto y la explicación del conflicto cristiano entre el Evangelio y la familia. La familia cristiana trata a todos como hermanos en plano de igualdad; lucha contra el egoísmo y contra toda clase de avaricia; orienta su vida desde el amor. Su preocupación central no consiste ya en prosperar, sino en cómo construir comunidades de hermanos. Los seguidores de Jesús no pueden aceptar nada que suponga disminución, atropello o supresión de la dignidad de una persona; y están dispuestos a enfrentarse con los poderes que intenten reprimir, explotar o manipular esta dignidad. El quiere a todos los hombres bajo un único señorío de Dios, como Padre, donde todos vivamos como hermanos y donde todos nos guiemos por la verdad, la justicia y el amor. Estos deben ser, pues, los ideales que debe vivir toda familia que de verdad quiera ser cristiana. Cuando un niño nace, no está acabado de hacer; el niño, "se hace" del todo, no sólo por los alimentos que toma y los cuidados físicos que recibe, sino también por la relación que mantiene con los padres y con los demás miembros de la familia y de la sociedad ambiental. El cariño que los padres muestran al recién nacido, los sentimientos que experimentan hacia él, la acogida, la ternura o, por el contrario, la indiferencia, la apatía, la agresividad, todo eso y hasta los sentimientos más íntimos, se van grabando en la intimidad del niño de tal forma que todo eso es lo que va "haciendo" y configurando lo que será, durante toda su vida, el equilibrio humano del futuro varón o mujer. La familia actúa, en todo tiempo y lugar, como el mejor instrumento de transmisión de las tradiciones, los criterios, y los convencionalismos de los padres. La vida y el trabajo de los hijos se determinarán por las normas transmitidas. Así es como cada sociedad y cada civilización se perpetúa, hasta el punto de que en eso reside una de las condiciones esenciales para la continuidad de la civilización y de la Historia. Esto quiere decir que la persona "se hace" en la familia, porque de los padres recibe la vida, que se forma y se organiza (o se deforma y se desorganiza para siempre). La libertad de cada individuo con respecto a su propia familia es mucho menor de lo que normalmente nos imaginamos. Porque la familia, es un modelo de realizar la vida y en la mayoría de los casos, el individuo tiende a reproducir ese modelo. Todo esto nos viene a decir que la vida de la familia en nuestra cultura y en nuestra sociedad es un problema muy serio. Más aún cuando tratamos de afrontar las exigencias de nuestra fe en Jesús hasta sus últimas consecuencias. En la familia tradicional muchas veces el padre hace de patrón indiscutible. La dirección y las decisiones están sólo en sus manos. El poder del padre de familia a veces llega a ser prácticamente absoluto sobre la mujer, los hijos, la casa y los bienes. Y en la vida pública, la mayoría de las veces sólo él se siente llamado al prestigio y al poder. Prácticamente en todos nuestros ambientes populares la esposa tiene a veces una condición equivalente a la de una menor de edad, que la patria potestad sobre ella la ejerce el marido. Debe subordinarse al marido, admitiendo sus órdenes y tolerando, si es preciso, sus arbitrariedades y abusos. El padre de familia se siente llamado a ser duro, sin acceder a blanduras "femeninas". Piensa que no debe manifestar sus sentimientos más íntimos; no debe rebajar su autoridad, dando razón a los hijos o rebajándose a dialogar con ellos de igual a igual; no debe perder nunca la primacía en todo, aunque realmente no la tenga. La mujer, en cambio, piensa que no debe abandonar jamás su natural posición de inferioridad y obediencia. Los hijos, aunque hoy estén más preparados y tengan planteamientos nuevos, deben callar y transigir; son menores perpetuos, a los que se pide obediencia total. Así la familia se convierte en cimiento de una sociedad represiva, y hace posible la existencia de un orden sociopolítico y cultural que beneficia a una minoría y oprime a casi todos. Ello se justifica ya desde la infancia, pues el aprendizaje de la desigualdad como algo irremediable lo recibe el niño a través de los padres. Si los padres hacen suya la ideología del orden establecido, ésa sociedad tiene asegurada una reproducción donde la desigualdad y la opresión serán signos característicos. La familia es base y célula de la sociedad. Pero si sólo el padre tiene el poder y la madre se muestra inferior, junto con los hijos, entonces la educación será opresiva y los hijos saldrán amaestrados para encajar sumisos las injusticias de siempre. Están acostumbrados a que uno solo es el que da las órdenes y el que maneja la plata. Afortunadamente también existen familias solidarias, abiertas a los problemas de los demás, pero en muchos casos las familias viven sus problemas de espaldas a la sociedad, encerradas en la realidad exclusiva de los miembros que la componen, sin proyección hacia fuera y sin responsabilidades públicas. Se piensa que la familia debe funcionar como algo privado, independiente, donde no deben llegar los conflictos de la sociedad. Se piensa con frecuencia que dedicarse a transformar la sociedad no es tarea de la familia. Los compromisos suelen ser sólo a escala personal. La familia actual cada vez está más atrapada por el consumismo. Así resulta que la familia cada vez es más reaccionaria, porque se presenta tanto más feliz cuanto más consume, cuanto más tiene, y para conseguir este fin, se doblega ciegamente al trabajo. Esta sumisión indica su conformidad total con la sociedad actual, su no disposición al cambio y, por tanto, su aprobación de la desigualdad y el privilegio. El ideal es tener más que los demás, generalmente sin importar mucho los medios. En las familias de menos recursos el no poder consumir al ritmo de la propaganda lo consideran ya como una desgracia, lo cual origina frustración y conflictos al no poder satisfacer las necesidades superfluas, siempre crecientes, de sus miembros. Desesperadamente se lucha por entrar en la cultura del tener y del competir. Otro lastre que acarrea la familia, es una visión poco humana de la sexualidad. Sobrevive entre nosotros una represión social de las manifestaciones de la sexualidad. En los sectores populares se mantiene una gran ignorancia acerca de la sexualidad humana. Se desconocen los mecanismos biológicos y sus repercusiones físicas y psicológicas. Se tiene miedo a conocer. La sexualidad se queda frecuentemente a nivel de instinto; no se quiere desvelar su misterio humano y religioso. Es muy frecuente, debido en gran parte a la falta de formación en este aspecto,

que las parejas no tengan un comportamiento sexual satisfactorio. El hombre, mal educado desde su infancia, busca su placer personal; la mujer, externa e internamente reprimida, no experimenta satisfacción sexual, y muchas veces considera que el placer es sólo para el hombre, y que ella se degradaría, si lo buscase. Este comportamiento sexual lleva a una profunda insatisfacción, que trae consecuencias graves para la vida familiar. En muchos ambientes nuestros los jóvenes no tienen chance de conocerse y tratarse con suficiente sinceridad y libertad. Muchos matrimonios, por ello, se realizan de modo forzado, sin suficiente amor, ni un estado razonable de madurez. Además, una vez pasados los primeros entusiasmos del inicio, en la mayoría de las veces, se da una falta total de pedagogía en la marcha gradual del crecimiento en el amor. La mayoría de los matrimonios llamados cristianos no tienen ni idea de lo que dice la Biblia sobre temas familiares. La crisis actual de la familia puede crear en nosotros una sensación de angustia e impotencia. Sin embargo, toda crisis puede ser vivida desde la fe. La familia es hoy quizás más frágil y vulnerable, pero en ello se nos ofrece una oportunidad mayor para que la fe pueda desarrollar su fuerza salvadora. La Biblia puede ayudar a iluminar y a solucionar, aunque sea en parte, tanta desorientación existente. Son muchas las personas que piden ayuda en esta materia. Porque, ciertamente, en muchos casos, hay muy buena voluntad. La fa mi lia cr ist iana El sacramento del matrimonio es el comienzo de la familia cristiana. Muchos no están de acuerdo porque dicen que el matrimonio indisoluble une para siempre a personas, a veces totalmente opuestas en carácter, que no se aman mutuamente en lo absoluto, y así pervierten a los hijos, testigos de las escenas negativas de los padres. En el matrimonio civil, las personas se juntan por amor y se separan libremente. El matrimonio civil es cómodo para las personas que lo contraen por irreflexión o por cálculos circunstanciales. En estos casos la personalidad de los contrayentes y los verdaderos objetivos del matrimonio se repliegan a un segundo plano, y en primer lugar se ubican: la parte física del matrimonio, o motivos tales como la riqueza, el honor y otros intereses. Causa tristeza aquel cristiano que reduce el matrimonio a lo físico o que considera a la persona como un objeto ventajoso y rentable que puede ser desechado según la necesidad. Por esto es importante el matrimonio de la Iglesia, en el cual se bendice la unión conyugal de los novios a imagen de la unión espiritual de Cristo con la Iglesia y en el se pide para ellos la gracia de la pura unanimidad, el bendito nacimiento y la crianza cristiana de los hijos. Para que el matrimonio de la Iglesia sea en efecto la imagen de la unión de Cristo con la Iglesia, es necesario que los miembros de esta unión tiendan a esta semejanza por sí mismos, que los esposos realmente representen a Cristo y a la Iglesia en su relación recíproca espiritual, que ellos también formen a sus hijos como verdaderos hijos de la Iglesia de Cristo, para que se pueda considerar a la familia como una iglesia dentro del hogar. Para ello cada miembro de la familia debe cumplir con las obligaciones que le corresponden, el marido y la mujer deben ser esposos ejemplares, al igual que los hijos y los demás miembros de la familia así mismo no deben producir una disonancia en el tono común de los principios cristianos. Los esposos c ri st ianos El santo apóstol Pedro representa los deberes de los esposos de la siguiente manera: ''También vosotras, esposas, obedeced a vuestros maridos, para que aquellos que no se someten a la palabra sean granjeados sin la palabra a través de la conducta vida de la esposa, observando vuestra vida pura y en el temor de Dios. Que vuestro adorno no sea exterior en peinados, adornos de oro o vestidos lujosos, sino que sea el interior del corazón, lo incorruptible de un espíritu manso y silencioso. Esto es valioso ante Dios. Asimismo, vosotros, maridos, dirigíos prudentemente con vuestras esposas, como con un recipiente debilísimo, demostrándoles honor, como a coherederas de la vida en gracia, para que no encuentren obstáculos en la oración" (I Pedro 3:1-7). También del apóstol Pablo leemos: "Las casadas obedeced a vuestros maridos como al Señor; pues el marido es cabeza de la mujer así como Cristo es cabeza de la Iglesia, y Él es también salvador del cuerpo. Así como la Iglesia está sujeta a Cristo, asimismo las esposas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a Su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Efesios 5:22-25). En base a las palabras de los apóstoles se pueden representar las relaciones recíprocas de los esposos de la siguiente manera: los esposos deben ante todo estar impregnados de un sentimiento mutuo de cariño conyugal. El amor es el centro de la vida familiar. El amor conyugal debe estar unido a la paciencia, a la firme decisión de mantener este amor y de ceder mutuamente, condescender antes las debilidades inevitables e ir al encuentro para la reconciliación. El matrimonio mantiene su vitalidad mientras no se debilita la voluntad, pues si eso sucede el matrimonio se convierte, en el mejor de los casos, en una costumbre, y en el peor, en un juego pesado. Al hablar del amor, el acuerdo, la sinceridad y la pureza como cualidades de ambos esposos, el cristianismo también reconoce las obligaciones particulares de los mismos. Estas obligaciones se reducen a que la esposa debe obedecer en todo a su marido, tal como al Señor y el esposo debe amar especialmente a su mujer. El marido es en la familia el representante de Jesucristo, cabeza de la Iglesia. Como cabeza de la iglesia familiar, él es el responsable de esta iglesia, por su orientación y estado moral. Por ello, ser cabeza de la familia es una obligación a la cual no puede renunciar. Debe controlarse a sí mismo antes que nada para no dar un mal ejemplo a los que lo rodean. Ser cabeza de la familia cristiana nunca puede ser sinónimo de despotismo o dominación. La debilidad física y la sensibilidad femenina deben inducir al esposo a cuidarse de no ser cruel, rudo o intemperante y con esto causarle un sufrimiento espiritual, no ofender en especial su elevado sentido moral, no causarle tampoco sufrimientos corporales. Esa misma debilidad física, comparada con la del hombre, y ese desarrollo especial de lo emocional en la mujer indica para ésta una función igualmente especial en la familia. La esposa, en menor medida que el marido, es capaz de procurar y proveer la subsistencia con su esfuerzo físico, por lo que hay que, sino liberarla del trabajo físico, en todo caso aligerar este tipo de esfuerzo. La mujer, debe concentrar su actividad en el ámbito del sentimiento y ver en ello su vocación. La educac ión c ri stiana de los hijo s La familia cristiana debe ser una iglesia también para los hijos. Ellos son el fruto natural del matrimonio. La educación de los hijos es una gran obligación de los padres cristianos, y ésta debe ser seria y completa. El hombre está formado de cuerpo y alma, por ello, hay que educar la mente de la persona, su voluntad y sentimiento de tal manera que todas las fuerzas del alma estén encaminadas a todo lo bueno. El temperamento se forma con el buen modelo y el alejamiento del mal ejemplo. Ante los ojos de los hijos él debe ser ejemplo de sabiduría, firmeza y amor. Él debe enseñarles y alentarlos hacia todo lo bueno. En caso de desobediencia debe hacerlos comprender y en casos extremos, castigarlos. Pero el castigo debe ser percibido por los niños como una medida imprescindible de enmienda, como la otra cara del amor paterno. En tal relación los niños amarán a su padre, pero al mismo tiempo, lo respetarán y sentirán el así llamado temor filial.

Pero la educación es predominantemente cuestión de la madre. Ella posee las cualidades morales que armonizan con la naturaleza de los niños y la hacen indispensable para ellos. La madre entiende instintivamente las necesidades del niño que aún no habla y apenas si es capaz de pensar. Lo que el maestro confía sólo a la memoria, la madre sabe expresarlo en el corazón; a lo que aquel sólo suscita fe, ella le infunde amor. Mientras el padre educa más con la ayuda de la autoridad y la razón, la madre logra el mismo resultado con el cariño y la ternura del corazón. El padre somete la voluntad del niño mayormente por medio del respeto hacia sí mismo, en cambio la madre dispone de esa voluntad con ayuda del amor. Los hijos c ri stianos La responsabilidad común de los hijos se determina en el cristianismo por el quinto mandamiento del Decálogo: "Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se prolonguen y sean buenos en la tierra". El valor de los padres para los hijos es muy grande y profundo: los padres son los responsables de la vida de los hijos, los que guardan y fortalecen la salud, los que forman y educan su vida espiritual, los que aconsejan y guían a los hijos durante toda su vida futura, los que acopian sus bienes materiales, los que ordenan su felicidad familiar, ellos desean sinceramente el bien de sus hijos hasta su último suspiro y frecuentemente oran fervientemente e interceden por sus hijos después de su muerte. Tal es el lazo que une a los padres con los hijos, pero no es menor la unión de los hijos con los padres. Al hombre le es propio por naturaleza pagar el bien con agradecimiento, respetar y honrar el heroísmo y la abnegación, ser obediente y dócil ante las personas bien predispuestas y merecedoras de confianza, dar tranquilidad y calma al servidor. Los niños, más que los adultos, tienen desarrollados todos los sentimientos sublimes, buscan más la verdad y se indignan ante la mentira; aman más el bien y se encariñan con las personas que desean el bien, perciben los sufrimientos del prójimo más espontáneamente y los comparten con más fuerza. El lazo que une a los hijos con sus padres es tan fuerte e inalterable que frecuentemente guardan su fuerza hasta la vejez de los mismos hijos. Los hijos buenos, que aman a sus padres, se tratan con sus hermanos con gran amor fraternal. Entre ellos no puede haber peleas y discordias. Ellos recuerdan que ellos son ramas de un mismo árbol, que son miembros de un mismo cuerpo. Los mayores deben proteger y ayudar a los menores; y los menores obedecer y buscar la defensa de los mayores. El amor es para el matrimonio lo que la savia para el árbol. Esta ayuda a formar el tronco, las ramas, las hojas y el fruto. El fruto del matrimonio son los hijos, que con los padres constituyen la comunidad familiar. De modo que la familia se constituye, se desarrolla y actúa en el seno de un grupo humano, al cual llamamos sociedad. Sus integrantes participan en intereses comunes: el trabajo, la educación, el comercio, la religión. El esfuerzo realizado en pro del mantenimiento de la sociedad, exige que los hombres, las mujeres y los niños vivan en constante y estrecha relación. A fin de posibilitar un intercambio armonioso y equitativo entre todos sus miembros, la sociedad ha creado una cantidad de normas y regulaciones, como las siguientes: las reglas de urbanidad, el derecho de propiedad, los reglamentos de tránsito, las leyes del código penal y comercial. Los adultos y los niños deben conocer las normas sociales y aprender a obedecerlas. Deben llegar a comportarse como el grupo social espera que lo hagan, y a desear lo que éste desea. Y aquí es, donde interviene la familia. El niño nace desvalido, incapaz de expresarse verbalmente. Cuando siente hambre, sed o incomodidad, llora para que lo atiendan. Si no lo satisfacen, el llanto se torna más violento, el niño da muestras de enojo, se agita y se retuerce con desesperación. A medida que crece, su familia le va enseñando a dominar esas manifestaciones instintivas mediante la voluntad, es decir, le inculca “buenos modales”. Le enseña además una cantidad de actividades útiles e indispensables: a caminar, a comer, a controlar su intestino, a hablar y a comportarse correctamente. También aprende a respetar el derecho de los demás y a obedecer órdenes. Este aprendizaje, al que se le da el nombre de “socialización” del niño, es fundamental, porque el éxito o el fracaso en su adquisición determinará la calidad de ciudadano que será en el futuro: útil y progresista, o fracasado, inadaptado y quizá delincuente. Esta urgencia en la preparación de los miembros inmaduros del grupo para convertirlos en integrantes útiles de la sociedad, es la que pone de relieve el importante papel de la familia.

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