La cola infalible - Ivone Molinaro Ghiggino Los operarios del Maestro están siempre atentos a nuestro lado, tratando de recordarnos las lecciones del Evangelio, que es el código de conducta que debemos seguir en nuestra vida. Así, en agosto de 1997, un amigo espiritual, que se identificó como “El aprendiz de filósofo”, nos pasó esta historia simbólica: “Cuando todavía era una niña, al quebrarse sus juguetes, aprendió con su amorosa madre a colarlos, pedazo a pedazo, usando una cola normal. Ya más crecida, coló cuadernos, libros, grabados, con buenos resultados. Más tarde, como dueña de casa, si se rompían utensilios de uso común, lograba recuperarlos, colándolos pacientemente. Sin embargo, con el correr del tiempo, sucedió el imprevisto: el dolor la invadió, rompiéndole el corazón… El dolor del desamor, el dolor del abandono, el terrible dolor de la soledad… Y su corazón angustiado, oprimido, se quebró en trozos tan pequeños, en tantos pedacitos, que lloró, lloró, lloró… Recogió todos los pedacitos y, ansiosa, trató de colarlos sin ningún suceso… Los pedazos no se colaban, para su desespero, a pesar de tantas colas diferentes que le habían aconsejado. Muy triste y desalentada, levantó sus ojos interiores a Jesús y oró, pidiendo su ayuda. Y el Maestro vino, suavemente, con la dulce majestuosa del Espíritu Puro… Se le aproximó, la abrazó, besándole la frente febril… Cuidadosamente, con mucha ternura y respeto, bondadosamente fue recogiendo los pedacitos de ese corazón tan quebrado, que amenazaba ya parar de trabajar… Y al toque de Su luz, los pedacitos se encajaron, se unieron, sin que quedasen marcas del accidente anterior. Deslumbrada y emocionada, bañada por el llanto de la gratitud, tocó Sus manos extendidas en su dirección y, tímidamente, le preguntó:- ¡Gracias, Maestro! Pero dígame, ¿Qué cola Usted usó? Y Él, con su voz sublime, llena de cariñosas modulaciones, respondió: - Mi querida Hermana, usé la única cola capaz de colar corazones fragmentados por el desamor: ¡La cola del Perdón!” Realmente, perdonar es una de las conquistas más difíciles para nosotros, espíritus todavía imperfectos, trabajando aquí en la Tierra; esa dificultad se debe al orgullo que irreflexivamente cultivamos. Sin embargo, Jesús fue bien claro en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los misericordiosos…” (Mateus – 5;7). Y ser misericordioso es soportar, como cristiano, los defectos ajenos, olvidar los agravios recibidos, renunciar a los propósitos de venganza, no guardar resentimientos y estar siempre listo a servir a quien le ofendió: perdonar. (Ev. Seg. Espiritismo, cap. X). En realidad, el perdón es parte activa de la caridad (L. Espíritus, pr eg. 886: “¿Cuál es el verdadero sentido de la palabra caridad, como la entendía Jesús? Benevolencia para con todos, indulgencia para las imperfecciones de los otros, perdón de las ofensas.”) Y también sabemos que “Fuera de la caridad, no hay salvación” (Ev. Seg. Espiritismo, cap. XV). Ya fue comprobado por la medicina que el perdón es un agente terapéutico indispensable para la preservación de la salud física y mental: los psiquiatras afirman que, si acumulamos sentimientos negativos, podemos desencadenar, dentro de nosotros, una serie de trastornos, no sólo psicológicos, sino que también somáticos. ¡Perdonar le hace bien al corazón, al alma, a las relaciones con los semejantes! Recordemos las palabras de Jesús, que nos recomienda que tenemos que reconciliarnos lo más rápido posible con nuestros desafectos (Mateus – 5,25), un concepto reforzado por Él cuando le contesta a Pedro que es necesario perdonar a nuestro hermano, ¡setenta veces siete veces!... Como nos dice otro espíritu amigo: “Siguiendo al Maestro que amamos, / a quien te hiere e injuria, / perdona setenta veces / siete veces cada día” Ayudados por el Plano Mayor y movilizando la energía de nuestra voluntad, podemos hacerlo: hay ejemplos en muchos padres cuyos hijos fueron brutalmente asesinados y que encontraron consuelo y fuerzas en el Padre y en el Cristo, para perdonar a los criminales, yendo hasta ellos en la prisión y ayudándolos en su regeneración… El día vendrá, nos aseguró el Maestro, en que el amor irrestricto se adueñará de nuestros corazones, destruyendo aflicciones y transformando nuestra Tierra en un mundo de verdadera felicidad. ¡Sólo depende de nosotros!