La censura Jordi Costa en El país de la tentaciones, Viernes 22 de Dic de 1995 E1 cine no ha cumplido sus primeros cien años en soledad: te han acompañado en la celebración esos mecanismos de prohibición que nacieron con el séptimo arte y se han revelado tan longevos como él. Parasitaria voz de la conciencia enquistada en el mismo seno de la industria del celuloide, la censura cinematográfica parece resistirse a morir. Cualquier medio de expresión recién nacido es sospechoso desde el momento de su alumbramiento: del mismo modo que hoy proliferan las voces apocalípticas en torno a las autopistas de la información, el cinematógrafo fue asaeteado en su día por miles de miradas suspicaces que no tardaron en agruparse para desarrollar esas nefastas estrategias que hoy conocemos como censura. El ejemplo más temprano data de mayo de 1896, con la fundación en París del Service des Projections Lumineuses de la Maison de la Bonne Presse, organización religiosa destinada a apoyar la carga educativa del séptimo arte y castigar la inmoralidad del cine comercial. Pero hasta 1907 no aparecería la censura regulada oficialmente: una ordenanza del consistorio de Chicago que prohibía todas aquellas películas, según sus propios términos, «obscenas e inmorales» tuvo el dudoso honor de erigirse en pionera. En un registro bastante anecdótico, al año siguiente, se propuso en Gran Bretaña la idea de proyectar las películas con las luces de la sala encendidas, a fin de evitar cualquier comportamiento inmoral en la platea. El 25 de marzo de 1909 tenía lugar el primer encuentro del National Board of Censorship en Nueva York, abriendo las puertas a la creación en los años posteriores de similares órganos destinados a controlar ese séptimo arte tan aficionado a pasarse de la raya: Suecia creó su despacho de censura estatal en 1911; en enero de 1913 se puso en marcha en Gran Bretaña el British Board of Films Censors, que en 1918 decidió extender sus reglas a las colonias de la India; en 1920, tras el paréntesis de la 1ª Guerra Mundial, volvieron a ponerse en marcha los órganos de censura alemanes. En 1927, la creación del código Hays acuñó una nueva modalidad censora: el código de regulación concebido desde la misma industria, -la autocensura, en una palabra- para aplicar un bálsamo tranquilizador sobre esa opinión pública que empezaba a contemplar con ojos progresivamente escandalizados la permeabilidad libertina del temprano Hollywood. Nazis y «ultras» La censura creció, se multiplicó y gozó de excelente salud desde entonces, aunque conoció algunas épocas más benignas que otras: por ejemplo, todo clima de enrarecimiento social y político le sentaba tremendamente bien a la «Dama Tijera», siempre dispuesta a que radicalidades de uno u otro signo le afilaran los dientes. En 1930, un altercado protagonizado por grupos «ultras» ante el cine Studio 28 de
París, que proyectaba La edad de oro, de Luis Buñuel, hizo que la censura mirara con mayor celo esa soberbia muestra de cine surrealista, y las ruidosas protestas de grupúsculos nazis provocaron la prohibición en Berlín del filme Sin novedad en el frente, de Lewis Milestone. La Alemania nazi, con su patológica obsesión por el control absoluto de todo lo que osara levantar el hocico bajo su negro manto, hizo numerosos méritos para ocupar un lugar de honor en la historia de la censura: desde el veto del partido a «El testamento del doctor Mabuse», de Fritz Lang, por su condición de indolente alegoría del poder hitleriano, hasta la prohibición de proyectar cualquier película de la Metro-Goldwyn-Mayer debido a la negativa visión que daba el estudio de las tropas nazis. La Francia ocupada, relegando al olvido las películas de Jean Gabin por la obvia filiación política del actor, se esforzó por estar a la altura del poder central. En la antigua Unión Soviética se tuvo que esperar al 18 de mayo de 1986 para que la Unión Soviética de Cineastas, bajo la presidencia de Gorbachov, decidiese iniciar el proceso de estrenar todos esos filmes que habían permanecido censurados desde los mismos albores del régimen comunista. En otras ocasiones, los motivos que la censura ha esgrimido han tenido que ver menos con lo ideológico y más con lo peregrino: Cero en conducta, de Jean Vigo, por ejemplo, estuvo censurada en Francia desde 1933 hasta 1945 por poner en duda el prestigio de la clase profesoral; la censura rumana prohibió en 1935 los cortos de Mickey Mouse por «asustar a los niños»; el cartel de Los amantes, de Louis Malle -que mostraba la escultura El beso, de Auguste Rodin-, sufrió el veto de la compañía de transportes públicos de Londres, y la Naranja mecánica de Stanley Kubrick, fue retirada de cartel en Gran Bretaña por iniciativa del propio director, tras las protestas de, los grupos de presión y, factor decisivo, después de que su propia madre le afeara la conducta. En la actualidad, en el seno de la industria norteamericana, unos mecanismos de censura quizá más sutiles, pero tan cicateros como los que puso en marcha en su día el código Hays, siguen frenando la creatividad del medio. La latente amenaza de la clasificación X, con su condena a un reducido circuito de exhibición que puede herir de muerte las esperanzas económicas del proyecto, actúa como disuasoria espada de Damocles sobre las cabezas de todo cineasta tentado de cruzar los límites. Pero hecha la ley, hecha la trampa: cineastas como Martin Scorsese o Quentin Tarantino exageran la violencia en sus guiones y ruedan platos fuertes con la plena conciencia de que van a ser cortados, para satisfacción de estos censores que quizá ya su sientan saciados tras haberse cobrado tan espectaculares piezas. Pero la acumulación de ejemplos pertenecientes a este lado de nuestro universo cultural no debería hacernos pensar que la censura es un vicio occidental: varios ejemplos de cine oriental obligado a
doblegarse bajo el yugo de un reglamento regulador confirman la universalidad de esta peculiar lacra. Tsui Hark, el denominado Steven Spielberg del cine de Hong Kong, fue obligado en 1980 a montar su film Dangerous encounters-first kind por contener escenas que recordaban los disturbios izquierdistas del año 1967. El sindicato coreano de trabajadores del automóvil y el transporte logró en 1981 que la película surcoreana A girl who came to the city fuese retirada de cartel por su negativa visión de la industria del transporte público. Un año más tarde, la película Boat people, de Ann Hui -que abordaba el tema de los refugiados vietnamitas-, fue retirada de distribución, pese a haber recibido subvención del Gobierno comunista chino, al extenderse la opinión de que algunos hechos del filme aludían de manera muy crítica al futuro control territorial de China sobre Hong Kong. Matanza japonesa En 1988, la censura de Hong Kong exigió al realizador Lawrence Ah Mon aplicar la friolera de 30 cortes a su película Gangs, una combativa mirada al desarrollo cancerígeno de la cultura de las tríadas en la China tradicional. Ese mismo año, la distribuidora japonesa de El último emperador suprimió de las copias del filme de Bertolucci las tomas documentales de la matanza que el Ejército japonés perpetró en Nanking. En 1994, la Oficina Cinematográfica del Gobierno chino exigió la supresión de dos películas independientes de Beiging del programa del Festival Internacional de Cine de Hong Kong dos días antes de la inauguración del certamen. Otro aspecto importante -y tristemente actual- de censura ideológica es el vivido por determinados cineastas bajo regímenes políticos totalitarios. El ojo de la cámara, con sus posibilidades testimoniales y su ocasional vocación de disidencia, puede convertirse en un ojo peligroso. Y el cineasta, convenientemente demonizado por el poder, puede devenir el enemigo público número uno, un verdadero peligro. El turco Yilmaz Güney fue acusado en 1961, tras el golpe de Estado del año anterior, de difundir propaganda comunista, ingresó en prisión en 1971 por cooperar con comunistas y fue sentenciado a 24 años de cárcel en 1974 por participar en una reyerta que se saldó con la muerte de un juez anticomunista. El georgiano Serguéi Paradjanov fue condenado en 1974 a cinco años de trabajos forzados por homosexualidad. Liberado en 1977 a raíz de una campaña reivindicativa internacional, Paradjanov volvió a sufrir arresto en 1982 por segunda vez. El chino Zhang Yimou fue condenado en su juventud a ingresar en un campo de trabajo. En la actualidad, todavía protagoniza continuos tiras y aflojas con su Gobierno para poder salir de su país y, mostrar su cine en esos escaparates internacionales que le reciben con los brazos abiertos. El niño A y el niño B
En un reciente número de la revista británica Sight and Sound, un artículo detallaba que cualquier niño español podía contemplar una media de 878 peleas, 420 tiroteos, 30 raptos, 30 escenas de tortura, 30 intentos de asesinato, 8 suicidios y alguna que otra escena de violación en una semana cualquiera de televisión, a ración de tres y media o cuatro horas de teleadicción al día. Los datos saltaban a la luz en un momento en que la censura y el control del material audiovisual puesto al alcance de los niños eran, por así decirlo, los temas del día en un país patológicamente sensibilizado por el caso de asesinato del pequeño Jamie Bulger a manos de dos niños de 10 años de edad, conocidos por la opinión pública como el niño A y el niño B. La misma prensa sensacionalista que, meses más tarde, tendría la osadía de asociar un centenar de crímenes al estreno de Asesinos natos, de Oliver Stone, no tuvo ningún reparo a la hora de establecer una relación causa-efecto entre el visionado de una copia en vídeo de Muñeco diabólico III por parte de los precoces asesinos y su posterior crimen. Tal explicación contribuía a tranquilizar sobremanera a la sociedad británica: toda la culpa era de una sórdida y, truculenta película de serie B editada en vídeo. Libres de pecado estaban todos aquellos que habían propiciado las crispadas condiciones sociales en que habían crecido el niño A y el niño B. La paranoia social provocada por el suceso y por la unánime adjudicación de las culpas a Muñeco diabólico III repercutió en un recrudecimiento de la severidad censora de los órganos oficiales británicos: películas controvertidas por su carga violenta como Reservoir dogs cayeron en un limbo legal que retrasó hasta extremos escandalosos su edición en vídeo; y el demócrata liberal David Alton presentó un proyecto al Parlamento para instituir una nueva clasificación –«no apropiada para uso doméstico»- capaz de prohibir la edición en vídeo para alquiler o venta directa de toda película clasificada para mayores de 18 años. El caso de la película El emigrante, la obra prohibida del egipcio Youseff Chahine, ha hecho correr auténticos ríos de tinta en los últimos meses, quizá para camuflar que su caso, en el fondo, tenía bastante que ver con algunas muestras de intolerancia de estirpe estrictamente occidental. Condenada por el integrismo islámico -con la complicidad de los tribunales egipcios- por ofrecer una visión alternativa del relato bíblico de José y, en consecuencia, por atentar contra la prohibición religiosa de representar una figura profética, El emigrante fue retirada de circulación el 29 de diciembre de 1994. Este hecho truncó la carrera comercial de un filme que la juventud de su país ya había tomado como bandera frente a la intolerancia. Truculencia forajida La reina de los bandidos, el biopic de Phoolan Devi (la líder de una banda de forajidos que tuvo en vilo a las castas superiores de la India
con golpes de efecto tan cruentos como la matanza de Behmai, en la que pereció una veintena de hombres), ha protagonizado un singular episodio en la historia de la censura. Condenada por la propia Phoolan Devi -hoy respetada figura en su país- (fue asesinada en julio de 2001) por su falta de fidelidad a los hechos y por su equívoca alegación de estar basada en sus diarios escritos en presidio, la película despertó una controversia por la dureza de sus escenas de violencia sexual que desembocó en la exigencia de los censores indios de aplicar 10 cortes en su metraje. Escenas como la violación colectiva de la protagonista, la exhibición y humillación de su cuerpo desnudo y momentos referidos a la relación con su marido estaban en el ojo del huracán: Shekhar Kapur, el director, manifestó que las exigencias de los censores convertían su filme en una obra imposible de estrenar en su país. Su celebrado paso por Cannes y sus perspectivas de futuro en las salas en versión original de Occidente garantizan la supervivencia de La reina de los bandidos, pero la censura y la propia Phoolan Devi no parecen augurar aires muy benignos para Kapur en su propia tierra. «Bastaría con que la blancura de la pantalla pudiera reflejar su propia luz para hacer estallar el universo... El cine es un arma magnífica y peligrosa si la maneja un espíritu libre. Es la mejor herramienta conocida para describir el mundo de la mentira, de la emoción y del instinto. El mecanismo que crea las imágenes cinematográficas es, de todos los medios de expresión, y por su propio funcionamiento, aquel que más se parece al que rige nuestra mente durante el sueño. Las películas son algo así como una imitación involuntaria de los sueños... la oscuridad que invade poco a poco la sala equivale a la acción de cerrar los ojos. Y en ese momento empieza, sobre la pantalla y en el interior del hombre, la incursión nocturna en el inconsciente. Como en los sueños, las imágenes aparecen y desaparecen mediante «fundidos», el tiempo y el espacio se hacen flexibles, se estiran y aflojan a voluntad. El orden cronológico y los valores relativos de la duración ya no corresponden a la realidad...» Buñuel, en una conferencia en el año 1953, en la Universidad de México.