La Borra De Los Astros.docx

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ASTROLOGÍA ¿ADIVINACIÓN O FARSA? LA BORRA DE LOS ASTROS Allá por la década del ´90, Jorge Temponi tenía un personaje en AM LIBRE que hacía astrología leyendo la borra de los astros, y nunca escuché un sincretismo más genial que describiera el tema de las “mancias” o formas de adivinación, muchas de las cuales tienen el pudor de mantenerse dentro de lo mítico-religioso y no invocar a la ciencia en su imposible defensa. Desde el inicio de las civilizaciones los “hombres/mujeres magia” utilizaron todo tipo de elementos naturales para intentar adivinar el futuro. Resulta difícil de creer, pero mayormente, fracasaban. Lo que las hacía perdurar es la función de cohesión social que tenían como complemento de las religiones y, a veces, como paliativo de las mismas1. Entre las formas más interesantes por lo poético estaba estudiar los movimientos de las estrellas, el vuelo de las aves o incluso de los insectos, o las fases de la luna. Entre las más peculiares, los arúspices estudiaban entrañas de animales sacrificados, y en el siglo XVIII se puso de moda en los salones burgueses leer las hojas de té o la borra del café luego de tomarlos. Lo que todas tenían (tienen, bah) en común, es la canalización de la necesidad del ser humano de poder convertir un Universo indeterminado y variable, y por lo tanto ominoso, en una entidad más o menos predecible para poder tomar las previsiones del caso y planificar las contingencias futuras. De hecho, en el mundo helénico los oráculos como el de Delfos o Patara eran verdaderos poderes políticos a los que los jerarcas y reyes consultaban antes de tomar decisiones trascendentes, así que en cierta medida tenían incidencia incluso sobre la paz y la guerra, y como no eran invulnerables a los sobornos… el resto es historia. En el siglo XX es sabido que Hitler consultaba astrólogos para tomar sus decisiones y que el descuido de la playa de Normandía se debió a una predicción de este tipo. Más allá de su carácter pseudocientífico, que es lo que nos ocupa, no podemos dejar de mencionar con respeto la enorme importancia social que han tenido a través de la historia.

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En la propia Biblia el poder de los profetas contrapesaba el de los sacerdotes y en la Edad Media la adivinación y la hechicería era una forma de resistencia al poder devorador de la independencia espiritual que detentaba la Iglesia. No es de extrañar que la única forma mística judía, la Kabbalah surgiera en los Ghettos medievales de la Languedoc,o la enorme capacidad de las formas místicas orientales como el sufismo o el budismo de permear las barreras culturales impuestas. En esta época la mística, que siempre estaba vinculada a formas de adivinación tenía un carácter de resistencia contracultural que luego perdió.

En tiempos arcaicos, es razonable que, siendo las religiones y los mitos las únicas formas de conocimiento, la adivinación tuviera su lugar preponderante, pero en éstos, en que disponemos de la ciencia es, al menos llamativo que la gente consulte los horóscopos o compre los libros anuales de predicciones del horóscopo mapuche. Y con eso nos adentramos ya en la única forma adivinatoria que invoca a la ciencia en su auxilio, que es la astrología, lo que la convierte, por eso, en una pseudociencia. Lo anterior no debe permitir olvidar que fue (y en cierta forma lavada sigue siendo) una disciplina muy importante, en ciertos países europeos solamente se podía ejercer de manera oficial, y estaba penado emitir cartas u horóscopos si uno no era funcionario, así como en la China imperial se la tomaba tan en serio que los astrólogos que erraban sus predicciones de manera reiterada podían ser ejecutados. Pero no caigamos en la falacia del hombre de paja asumiendo que los horóscopos de la televisión o los diarios tienen algo que ver con la astrología. La verdadera disciplina requiere muy arduos estudios de matemática y prestigiosos científicos como el mismo Johannes Kepler hacían horóscopos y cartas astrales. Tan auspicioso prerrequisito, sin embargo, no logra dar sustento a los productos finales de la disciplina… El principio en el que se basa es que los astros (que no su borra) o, más bien su posición al momento de nacer un individuo, entidad o incluso un evento, en conjunción con las que se determinan en un momento dado, permiten determinar el futuro del sujeto en cuestión, ya que existe un efecto de tipo causal entre las ubicaciones relativas de los astros en ambos instantes. Se necesita un conocimiento profundo de las efemérides (posiciones astrales en cada fecha y hora), las que están tabuladas, y de las formas de trazar los vínculos entre los planetas para luego interpretar la carta u horóscopo resultante. La palabra clave es “interpretar”, ya que las reglas deductivas son tremendamente generales e imposibles de falsar (probarlas bajo la prueba Popperiana de la falsación), lo que las hace no científicas en grado sumo. Basta tomar cualquier libro de predicciones de años anteriores para reírse un rato con los fallos, al papa Juan Pablo II lo dieron que se moría todos los años por 17 años seguidos, por ejemplo. En mi biblioteca, “La gran Catástrofe de 1983” del fallecido Boris Cristoff ocupó muchos años un destacado e irónico lugar de referencia. Pero es claro que la necesidad de creer del ser humano ha sido más resiliente de lo que el iluminismo soñó, y no ha podido la racionalidad destronar a la fe como soporte de la creencia acerca de la verdad, con las consecuencias de que las pseudociencias se hacen su lugar a codazos en el imaginario social, pese

a su reiterado empeño en fracasar en sus propósitos, en este caso, en proveer predicciones válidas. Una de las razones principales del carácter no científico de esto es la imposibilidad de teorizar un modelo de funcionamiento, por ejemplo, de por qué es imposible, con Venus retrógrado, (o con la Tierra circunvalando el Sol) que el jugador Leandro Barcia haga un gol, o un desborde… o algo. De hecho, el problema de la causalidad es un gran tema dentro de la ciencia y la epistemología, y es un rasgo propio de las pseudociencias dar por demostradas causaciones que no se han demostrado e incluso algunas que no se pueden demostrar como este caso, el de la influencia de la posición de los astros sobre eventos concretos en la Tierra. No es que no haya habido intentos: G.E. Sutcliffe modelizo una suerte de ondas electromagnéticas que (oh sorpresa) nadie logró detectar, ni mucho menos medir. Si se invocara un efecto diferente como el caso de los arúspices, que no pretenden que las vísceras causen los efectos predichos, sino que existe una suerte de homología que el adivino puede percibir, al menos la crítica escéptica sería más difícil (salvo por el detalle de los fallos continuos), pero recordemos que no reclaman bases científicas como la astrología. Son una disciplina mística pura. Por otro lado, el mismo modelo duodecimal de los signos ha sido refutado por la astronomía, ya que por un efecto conocido como la “precesión de los equinoccios” las “casas” o constelaciones visitadas por el SOl son en realidad trece, con veintitrés días transitando por “Ophiucus”, el serpentario, al que no le corresponde ningún signo astrológico. Otro problema que tiene la astrología, es que, como las universidades no la enseñan (pese a que el filósofo Feyerabend sostenía que debería serlo) no existen instituciones con validación entre pares serias que emitan acreditaciones y así alejen a los charlatanes de su práctica. La presencia de éstos ensucian aún más un panorama ya de por sí bastante barroso. El problema se dio porque, en tiempos modernos la astrología cambió, y de ser una disciplina adivinatoria que requería ciertos conocimientos para su práctica, mutó a una de carácter esencialmente esotérico que dependía de habilidades espirituales del practicante2. Pero sin renunciar a sus pretensiones de base científica, y, como es proverbial que no se puede estar en la procesión y

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Las disciplinas ocultistas y su éxito en esta época y los 100 años siguientes como la teosofía o el rosacrucismo tuvieron que ver con este cambio. Se puede consultar por las habilidades que debe tener el practicante el mamotreto “Isis sin velos” de Helena Blavatsky.

repicando, ha caído en las tinieblas de la pseudociencia, y lo que es aún peor, de esta nota.

Bernardo Borkenztain [email protected] Twitter @berbork

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