Juan Carlos Gomez - Gombrowiczidas 12

  • May 2020
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Juan Carlos Gomez - Gombrowiczidas 12 as PDF for free.

More details

  • Words: 36,947
  • Pages: 91
12

Juan Carlos Gómez

GOMBROWICZIDAS

Edición digital www.elortiba.org 2008

Juan Carlos Gómez

Gombrowiczidas EL MALQUERIDO Cuando el Mafioso tiene cuentas pendientes con algún hombre de letras me pasa inmediatamente su dirección para que lo ponga en su lugar, por lo menos en todos los asuntos relacionados con Gombrowicz. Así le pasó con el Malquerido, un joven escritor que a su juicio es muy presuntuoso y desagradable. Ponerme en contacto con otro escritor, pensaba yo, siempre me lleva a los mismos pensamientos; el comienzo promisorio de mis relaciones con personas vinculadas a la actividad de escribir me produce en un primer momento una alegría espontánea pero también un cierto desasosiego pues tengo el presentimiento de que en un momento futuro no muy lejano algo va a terminar mal, momento que en el caso de los escritores suele aparecer cuando quieren hacerme leer algún escrito. El caso del Malquerido no se ajusta exactamente a este canon, pero en cuanto me puse en contacto con él me mandó “El brindis con Witold”. “(...)Aunque no lo creas juro que leí todos tus Grombrowiczidas..., sólo espero que encuentren finalmente editor y haya final feliz. Te mando aquí un cuento de juventud, con cameo de ya sabes quién y brindis de fin de año...(...)” Sin embargo, tuve que sortear unas dificultades iniciales que se me presentaron antes de recibir su relato, unos inconvenientes especialmente muy complicados para mí. El Malquerido tiene una maestría en las ciencias duras y también la tiene en las ciencias blandas, es decir, se graduó en matemática y además es un connotado hombre de letras en la actividad de escribir, en este punto sigue los pasos del Pterodáctilo y del Pavo, aunque con distinta suerte. El hecho de que convivan dentro de la misma persona talentos tan diferentes y contradictorios, puesto que mientras la ciencia trata en general de desentrañar los misterios de la naturaleza y de la vida podríamos decir que en cierto sentido el arte vive de ellos, me produce un deslumbramiento y más cuando esa persona intenta que estos talentos se mezclen y se den de comer uno a otro, como es el caso del Malquerido. En efecto, este gombrowiczida utiliza su ciencia adquirida y su ciencia infusa para pasearse por los supuestos conocimientos que tenía el Asiriobabilónico Metafísico acerca

de las paradojas, de los laberintos y del infinito matemáticos, conocimientos sobre los cuales el Pterodáctilo tenía sus serias dudas. Es muy conocido el hecho de que el eterno retorno de Nietzsche era una idea que obsesionaba al Asiriobabilónico Metafísico. Ese eterno retorno en el que el tiempo tiene un principio y un fin, un fin que vuelve a generar un principio ateniéndose a las leyes de la causalidad. Pero no nos las estamos viendo con ciclos sino con, exactamente, los mismos acontecimientos que se repiten en el mismo orden, sin ninguna posibilidad de variación. Se repiten los acontecimientos, los sentimientos y las ideas vez tras vez, en una repetición infinita e incansable. Esta idea no es tan peligrosa como lo son la del superhombre y la de la bestia rubia y, además, tiene la ventaja de que nadie va a poder demostrar, ni ahora ni en el futuro, que es una idea falsa, como arguyó Eddington cuando contó el número de partículas que tenía el universo.

Como si esto fuera poco, las extensiones imaginativas de las teorías físicas modernas, a veces le pasan raspando a la idea del eterno retorno. El Big-Bang, y las duplicaciones de los sucesos que viajan por las geodésicas del cosmos a la velocidad de la luz, y se encuentra otra vez en las antípodas del universo finito e ilimitado, lo hubieran puesto loco de alegría al alemán, más loco aún de lo que estaba. Sea como fuere el Malquerido es medio bartolero, cosa que se pone de manifiesto tanto en lo grande como en lo pequeño. “Te pesqué en un programa radial hablando de Borges. Cuando te recordaron que muchos escritores argentinos mayores de cuarenta años querían matar a Borges, mencionaste la anécdota de Gombrowicz. Más o menos dijiste que desde el barco, cuando Gombrowicz se iba a París a recibir un premio muy importante, les gritó a los estaban en tierra: ¡Maten a Borges!

“Pues bien, no es cierto que fuera a París a recibir un premio importante, se iba un año a Berlín con una beca de la Fundación Ford. El premio, el “Formentor”, lo recibió cuatro años después, pero cuando se fue de la Argentina todavía no sabía nada. Tampoco es cierto que gritara nada desde el barco, yo estaba ahí (...)” “(...) esto me pasa por dejar las ciencias exactas y repetir historias escuchadas sin cotejar las fuentes... es una lástima porque siempre me había parecido una imagen y un gesto acordes con Gombrowicz. Estoy leyendo ahora el diario de Bioy sobre Borges, y en cualquier momento rueda (con la de todos) su cabeza (...)”

Retomemos ahora la suerte que corrió “El brindis con Witold” del Malquerido, debo decirlo inmediatamente, tuvo una suerte desgraciada por mi grandísima culpa.

El Ladrón de Gallinas, un costarricense director de teatro, ensayista, investigador, dramaturgo y poeta, llegó a mí de la mano generosa del Niño Ruso con el propósito de conseguir mi colaboración para editar un dossier dedicado Gombrowicz en el quinto número de su revista “k”, un nombre que enseguida me puso en guardia pues despertó en mi cerebro un mal presentimiento, se me asoció enseguida con el nombre del matrimonio presidencial. Mis relaciones con este Protoser terminaron mal, pero mientras todavía se sostenían le sugerí que le pidiera una colaboración al Malquerido para integrarla al dossier de Gombrowicz, así como también le sugerí que se las pidiera a la Madame du Plastique, al Maestro Ciruela y al Cuentamusas sin presumir ni por asomo el desarrollo que iban a tomar los acontecimientos posteriores. Por mi parte yo le había hecho llegar al Ladrón de Gallinas “Gombrowicz, la deserción y el destierro”, el texto de una conferencia que había pronunciado en el Malba ante un público entusiasmado que la recibió apoteóticamente, sin embargo, al poco tiempo le manifesté que si llegaba a publicar ese texto le iba a cortar una mano. Llegados a este punto el Ladrón de Gallinas dio por terminado nuestro negocio, pero tuvo la gentileza de comunicarme que me tendría al tanto de las novedades que se fueran produciendo en la preparación del número de su revista “k” dedicado a Gombrowicz. Al poco tiempo cambió de opinión y volvió a la carga, me estaba pidiendo otra vez autorización para publicar “Gombrowicz, la deserción y el destierro”. Fue entonces que le escribí al Niño Ruso, pues había sido él quien me había puesto en contacto con este sabandija, para que detuviera a ese tarado.

La carta fue con copia a Carlos Fuentes, al Cacatúa, al Hábil Declarante y algunos mexicanos más que no menciono para no hacer el cuento demasiado largo, quería formar un ambiente escandaloso y llevar agua para mi molino. “(...)Es muy difícil calcular la cantidad de desatinos que uno comete en la vida, el último que he cometido yo es haberme puesto en manos de Álvaro Mata Guillé, un personaje que dice ser amigo tuyo. Este Ladrón de Gallinas costarricense edita una revista en México en la que se propone publicar un número dedicado a Gombrowicz y yo, sin darme cuenta de qué clase de persona era, le mandé material para la publicación de lo que estoy muy arrepentido, en medio de un juego epistolar irresponsable caracterizado por una falta de seriedad que yo mismo alimenté. Ahora le estoy pidiendo que excluya de la publicación el material que le mandé pero no me contesta (...)”

Finalmente, “El brindis con Witold” fue publicado en la revista “k”, por suerte para Gombrowicz es un relato que tiene poco que ver con él. Por mi parte, tengo remordimientos y sentimientos de culpa, estoy muy apenado por haber puesto a cuatro de mis gombrowiczidas en las manos miserables del Ladrón de Gallinas. Quizás sea un castigo, el Malquerido que aparece en la foto muestra hasta cierto punto su carácter de bartolero científico y también de pícaro, no así el de presuntuoso desagradable como me lo había presentado el Mafioso. El aspecto del Ladrón de Gallinas no deja lugar a dudas, nos las estamos viendo con un Protoser subtropical, más pequeño, más oscuro y más perverso que los de las regiones frías.

LA CRUCIFICADA “Juana la Loca” era hija de los reyes católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, que le habían dado a España la unificación total: unidad religiosa, unidad territorial y política, fue heredera de un imperio en el que jamás se ponía el Sol. Bellísima, inteligente y bien dotada para la música, Juana de Aragón y Castilla, segunda hija de los reyes católicos de España, pasó a la historia con el impiadoso apelativo de “Juana la Loca”. Se lo ganó después de actos tan desmesurados como velar por espacio de diecinueve años el cadáver de “Felipe el Hermoso”, su marido. Para los historiadores, el de ella no era un desequilibrio cualquiera: tuvo origen en un gran amor que ciertas circunstancias transformaron en locura.

Esta referencia a “Juana la Loca” es una buena introducción a relatos sobre algunas de las aventuras que corrió Gombrowicz en las que la locura y la heráldica aparecen como personajes. La locura era un asunto que preocupaba realmente a Gombrowicz, la sangre enfermiza de los Kotkowski que había heredado de su madre pesaba sobre él como una amenaza de posibles perturbaciones psíquicas. Ese temor fue más intenso en los años en que su imaginación estaba desbocada y oscilaba entre la neurosis y la psicosis. La neurosis estaba radicada en la zona consciente de sus complejos a los que transformaba en un valor cultural escribiendo. La esfera de la psicosis le ocultaba, en cambio, sus trastornos psíquicos y el control era menor.

Como a Gombrowicz le gustaba experimentar en la vida de todos los días armaba numeritos teatrales con la heráldica y con la locura. En una pensión distinguida, en la que se alojaba gente del mejor tono de la aristocracia, aterrizó un señor de apellido desconocido con unas maletas espléndidas y un traje sport deslumbrante. El hombre se equivocó, confundió la pensión, pero como había una habitación disponible lo alojaron. Se presentó con entusiasmo manifestando vivos deseos de tomar parte en la conversación, pero la conversación no lo quería, a pesar de que todos intentaban ser amables con él. Era un mundo pequeño que tenía sus propios argumentos, sus parientes y un estilo propio de bromear y provocar. La reacción normal hubiera sido el aburrimiento o la indiferencia, pero ese forastero quedó encantado precisamente por el hecho de que no comprendía nada.

El deslumbramiento por el secreto ajeno es bastante conocido, el pobre hombre vivía con la esperanza de que, finalmente, sería aceptado por los pensionados, pero cuando empezó a inmiscuirse en los asuntos del grupo fue rechazado. Gombrowicz, en su condición de escritor y oveja negra de ese pequeño círculo de gente respetable, se le acercó amistosamente y lo azuzó contra los demás, hasta que la situación alcanzó límites de locura y el miserable perdió la cabeza. Lo convenció de que su ropa y sus maletas eran demasiado nuevas, y de que ésa era la razón por la que lo trataban con malevolencia, como si fuera un advenedizo. Pasaron toda una tarde revolcando su vestuario en la basura y raspando sus maletas con un cuchillo para que parecieran viejos.

En las vísperas de la guerra, cuando Europa estaba arrastrada por la vanguardia, el proletariado, el surrealismo, el social realismo, el ocaso de la burguesía y del feudalismo, Gombrowicz maniobraba en una mesa del café Ziemianska de Varsovia con su abolengo: –Mi abuela es prima de los Borbones españoles. Realizaba también actos de servidumbre, por ejemplo, le alcanzaba el azúcar a un poeta de clase social alta, y no al mejor poeta que era de familia pobre. Apoyaba la opinión de otro porque era de una familia de terratenientes: –La poesía es muy importante pero ante todo te aconsejo que no seas provinciano. Aparecían algunas protestas: –No, señores, el arte es un fenómeno esencialmente heráldico. Y así durante meses, años, con la imperturbable lógica del absurdo.

Los otros chillaban y vociferaban pero, poco a poco, sucumbían; una ya decía que su abuelo era terrateniente, otro, que la hermana de su abuela era del campo, otro más empezaba a dibujar su blasón en la servilleta.

“¿Socialismo? ¿Surrealismo? ¿Vanguardia? ¿Proletariado? ¿Poesía? ¿Arte? No. Un bosque de árboles genealógicos y nosotros a su sombra. Me dijo el poeta Broniewski: – ¿Qué está haciendo? ¿Qué sabotaje es éste? ¡Usted ha logrado contagiar de heráldica hasta a los comunistas!” El Pibe Luz, uno de los integrantes de la barra del Rex, probablemente estimulado por las maniobras que realizaba Gombrowicz con los contertulios en las mesas de café, nos comunicó una noche que era pariente lejano de “Juana la Loca”, a partir de entonces fue conocido por todos nosotros como “Juano el Loco”. “Le ruego, Gómez, llámeme el martes (34-8792) porque quién sabe si no tendré para Vd. una proposición no carente del todo de interés. Me alegro de veras que no tendrán ya obligación de contestar a ésta y es por eso que la escribo, ya que no quisiera ponerlos en una situación molesta. A Dios, Gómez., a Dios, Alemán, a Dios, Cugat, Acevedo, Fernández, Pibe Luz etc. etc. a Dios” Sea como Pibe Luz o como “Juano el Loco”, Gombrowicz tenía la costumbre de torturar a este ingeniero comunista, durante horas el pobre se defendía con una sonrisita crispada hasta que no aguantaba más y se iba. Sin alcanzar los niveles heráldicos y los estados de locura que caracterizaban algunas de las relaciones de Gombrowicz, yo también puedo poner sobre la mesa experiencias que rozan estos talantes aunque sean menos llamativas. La Crucificada estaba tomando la costumbre de publicar gombrowiczidas en su blog sin mencionar mi nombre. “Cuando publiqués gombrowiczidas tené la delicadeza de poner mi nombre, yo soy el autor ¿sabés? En caso contrario serás crucificada” “(...) Me arranco los clavos con los dientes y con las manos ensangrentadas ya lo retiro. Cuando recibí lo primero de Gombrowiczidas, fue citado en el blog con todos los datos pertinentes, no creí que fuera necesario citarlo cada vez. Los cuatro que han de visitar antiprímula saben de qué se trata. No obstante pido disculpas si resultó grosero o descortés no volver a mencionar su autoría. Me pareció bello ese escrito, no más. Mis respetos. Punto”

En una de las imágenes que forman parte de este gombrowiczidas aparece la Crucificada actuando junto a Norman Briski en el “Doble Concierto”. El grado de locura que debe tener una mujer representando el papel de la esposa de un pianista encarnado en el cuerpo de ese gran actor que es Norman Briski, no hace falta demostrarlo.

EL AVECHUCHO Y EL MONO RELOJERO Ya dije hasta el cansancio que los Protoseres se mueven en un rango que va desde los asesinos seriales a los rufianes melancólicos, pero, ¿será realmente así?, ¿no existirá uno, aunque sea sólo uno, que sea ese tercero excluido que Aristóteles nunca pudo encontrar? Hace un tiempo mandé a Búho, la revista literaria más prestigiosa de Ecuador, “Gombrowicz, la deserción y el destierro”, una conferencia que había dado en el Malba con gran repercusión en el público presente, a ver si me la querían publicar. Después de esperar dos meses largos sin ninguna noticia les escribí un epigrama. Y aquí me encuentro con la primera novedad, el editor, en vez de mandarme al demonio como ya lo había hecho el Cornelio de “Losada”, me pidió disculpas y me propuso una publicación en tres entregas sucesivas y bimestrales alegando que mi texto ocupaba cuarenta páginas de la revista, casi un número completo. Qué lástima, pensé yo, este hombre tiene buenas intenciones pero me está tomando para el churrete. Un enigma increíble se me presentó inmediatamente en la cabeza: ¿cómo era posible que una conferencia de nueve mil palabras fuera a ocupar cuarenta páginas de la revista si un artículo de Búho de once mil que yo tenía a mi vista sólo ocupaba ocho? Entonces, les mandé otro epigrama. El Avechucho, con la cabeza entre las manos, esto imaginaba yo, me respondió que se había armado un embrollo, que él me estaba ofreciendo la publicación de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” que tiene treinta mil palabras y que yo le había salido con “Gombrowicz, la deserción y el destierro” que, efectivamente, tiene nueve mil.

De verdad me puse contento cuando, después de algunas idas y vueltas, el Avechucho me informó que Búho iba a publicar “Gombrowicz, la deserción y el destierro”, si es que lo reducía un poquito. Le informé que no lo iba a reducir ni un poquito y me respondió que no había ningún problema. Dos meses después el mismísimo Avechucho me dijo que era mucho mejor publicar “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, cuatro veces más extenso, en tres entregas sucesivas, pues “Gombrowicz, la deserción y el destierro” le parecía mejor para una conferencia, para ser leído en público, que era un texto con algunas reiteraciones y parecía más bien una conversación. Le dije que bueno, que con mucho gusto.

Pero después de pasados cuatro meses durante los cuales guardó un silencio mortal me hizo decir por el Mono Relojero –un joven estudiante que estaba interesado en que algo mío apareciera en la revista pues iba con una muy buena presentación suya a

la que había dado en llamar el “Retrato de Goma”– que finalmente había decidido publicar “Gombrowicz, la deserción y el destierro” en tres entregas sucesivas. Llegados a este punto me puse a pensar que el Avechucho no se estaba portando muy bien conmigo y que por tal razón debía ser castigado, ¿pero qué castigo le iba a imponer?, ¿y qué podía ofrecerme él a cambio para que yo no lo castigara? La idea de los premios y los castigo me trajo a la cabeza un cuento. Una vez había un rey que condenó a muerte a un vasallo por una felonía enorme que había cometido. El pobre hombre, aterrorizado por la perspectiva de una muerte inmediata le hizo una oferta al rey a la que el soberano finalmente accedió.

Le pidió que pospusiera la ejecución por un año y aceptara como regalo un caballo blanco que por su naturaleza mágica para esa época comenzaría a hablar. Cuando un amigo del reo le advirtió que esa mentira disparatada le depararía finalmente una muerte mucho más cruel que la presente, el vasallo respondió: –Mira, querido amigo, en un año pueden ocurrir muchas cosas: puede ser que se muera el caballo, puede ser que se muera el rey o que me muera yo, y hasta podría ocurrir que el caballo aprenda a hablar y el rey me perdone. Como el Avechucho no me podía ofrecer como regalo un caballo blanco mágico, yo no podía esperar a que se muriera o hablase el caballo, ni a que se muriera él o me muriera yo, así que le pedí otra cosa.

Para obtener mi perdón me tenía que ofrecer volver a su idea original, es decir, la publicación de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” en tres entregas sucesivas. Ocurriera lo que ocurriese yo no lo autorizaba a publicar “Gombrowicz, la deserción y el destierro” ni el “Retrato de Goma” del Mono Relojero como presentación de mis textos. Al cabo de un tiempo el Mono Relojero me informó que el Avechucho, no solamente había publicado “Gombrowicz, la deserción, y el destierro” y el “Retrato de Goma” en tres entregas sucesivas a pesar de mi prohibición, sino que también había mutilado su texto al punto de volverlo incomprensible. Los Protoseres me estaban dando muchos dolores de cabeza, unos porque no me publicaban y otros porque me publicaban mal.

Al Avechucho lo maldije por la felonía innoble que había cometido, al Mono Relojero, el joven estudiante que me había puesto en contacto con ese rufián melancólico, le exigí que comunicara a sus coterráneos que podían acercarse a esa joya inmarcesible para observarla sin ninguna impureza en “El hilo de Ariadna”, el órgano de prensa de la

organización mafiosa del Malba, y a los gombrowiczidas les pedí que tuvieran un poco de piedad con este caballero que vivía apenado por dolores de cabeza que le causaban los editores. De la observación atenta de una de las fotos que aparece en este gombrowiczidas podemos deducir el carácter del Avechucho: un Protoser tropical, más pequeño, más oscuro y más perverso que los de las regiones frías, que esconde en su cabeza proyectos siniestros.

El caso del Mono Relojero es harina de otro costal, un joven escritor gombrowiczda ecuatoriano de un gran entusiasmo que ha orientado su talento hacia la cinematografía. Tuve con él un intercambio de opiniones bastante interesante. “–¿Juega todavía usted al ajedrez? Todavía tengo muchas ganas de contarle mi proyecto y proponerle algo... Bobby Fischer, le guste o no, fue al ajedrez lo que Gombrowicz a la Literatura. Tenemos que hablar seriamente –o no tan seriamente– sobre el tema; – Tus locuras con el documental me despepitan, no entiendo nada de nada. Fischer era un loco ignorante, sórdido, el genio en ajedrez no alcanza; –No le he escrito porque esta semana hemos estado trabajando duro en la Universidad y estoy extenuado. De todas formas, estoy preparando una defensa del ferdydurkeano Bobby Fischer. Mis argumentos son irrefutables, así que usted Goma, terminará dándome la razón...” Pero el Mono Relojero es una persona decidida a defender cualquier opinión y, simultáneamente, la contraria, como muy bien se puede observar en la expresión con la que aparece en la foto de este gombrowiczidas. “–Tenía usted razón. Bobby Fischer es un loco indefendible. Con el Ajedrez Aleatorio no mató al “Satanás del Orden” del Ajedrez. Simplemente pasó de una Forma a otra. De todas formas, el hilo de Ariadna para mi documental será el consejo de Gombrowicz; –Vos dejá de hacer tonterías, empezaste con Fischer y quién sabe con qué vas a terminar, en cambio me podés seguir dando ideas, todas las que quieras, si te portás bien te voy a perdonar” Y el Mono Relojero tuvo que cambiar de idea, en vez de Fischer eligió a Kasparov y realizó un cortometraje magistral con el título de “A la caza del rey” que obtuvo una mención especial en el Festival de Mar del Plata. “El ajedrecista que había derrotado al gran Kasparov había caído a manos de un jugador anónimo. Yo sólo había acomodado las piezas en un tablero donde yo era ambos jugadores y ninguno”

NICOLÁS ROSA Los hombres de letras argentinos tienen una deriva que los reúne en un punto en el que se encuentran utilizando palabras parecidas para juzgar a Gombrowicz. De acuerdo a las ideas que tienen el Asiriobabilónico metafísico, el Pato Criollo y el Buey Corneta, para poner sólo unos ejemplos, Gombrowicz es un impostor. Yo no estoy de acuerdo con esta idea, sin embargo debo reconocer que las actividades de mentir, de desmentir y de desmentirse fueron convirtiéndose en un hábito permanente de Gombrowicz. Sus mentiras están asociadas frecuentemente a maniobras defensivas: cuando se defiende de su homosexualidad, miente, cuando se defiende de sus deserciones, miente, cuando se defiende de sus destierros, miente. Utiliza la mentira para defenderse de la vergüenza que le producen el miedo y la culpa, la utiliza como un instrumento a veces doloroso, otras humorístico, otras más sarcástico, pero siempre deja alguna rastro para que los demás sepan que está mintiendo y, si eso no es suficiente, él mismo se desmiente; es un mentiroso que dice la verdad.

Aunque este es un rasgo complejo de la personalidad de Gombrowicz podríamos decir como primera aproximación que se somete al castigo de la confesión para aliviarse de le culpa que le sobreviene cuando miente. Ni por un momento debemos olvidar que Gombrowicz había perdido a Dios pero seguía siendo un hombre religioso aunque se ponía muy lejos de las actitudes sagradas. No es por el lado de la pose, de la impostura o de la mentira que nos podemos acercar a Gombrowicz. Ese hombre, con un punto de vista moderno y ateo, que tanto desconfiaba de las ideologías y de la cultura, que nunca se valió de Dios ni siquiera por cinco minutos, debe tener otra dimensión. La mala fe de la que se lo acusa va más allá de la mentira cínica, es más bien como la negación de la propia verdad, como si se estuviera engañando a sí mismo, como si su mala fe fuera una fe.

Si bien es cierto que las concepciones de Gombrowicz son divergentes en muchos de sus puntos con las del existencialismo, no lo son tanto en su pretensión de llegar a ser una descripción moral del mundo, porque esta descripción nos revela el sentido ético de los distintos proyectos humanos. Ambas intentan llevar al hombre a la renuncia del espíritu que le concede al mundo más realidad que al hombre, y que considera al hombre como un resultado del mundo, espíritu que los existencialistas llaman “espíritu de seriedad”. Es tan tentadora la actitud reduccionista de los hombres de letras argentinos que nos permite entender a Gombrowicz con una sola idea, que se me está ocurriendo escribir sobre otra de sus características sobresalientes: el complejo de Erós-

trato, con el podríamos comprender no sólo la obra sino también la vida de Gombrowicz.

Eróstrato era un pastor del Éfeso que, queriendo hacerse célebre, incendió el templo de Diana, una de las siete maravillas de la antigüedad. Gombrowicz tenía una intención parecida a la del griego, pero en vez de incendiar templos se dedicó a desmontar todas las posiciones de la cultura para alcanzar la grandeza. Cuando había terminado de poner estos pensamientos en un gombrowiczidas que inmediatamente hice conocer a los miembros del club, la Flauta Traversa me informa que un doctor en semiótica de marca mayor estaba escribiendo un libro al que había dado en llamar “El Impostor”, un ensayo sobre Gombrowicz que, según me lo pareció a mí aún sin conocerlo, debía seguir la misma línea standard de los otros integrantes del gremio. Le estaba pidiendo a la Flauta Traversa si podía colaborar con él, una colaboración que yo le presté en forma inmediata.

El Rosado se estaba convirtiendo de esta manera en un gombrowiczida de última generación, por lo menos en cuanto integrante de nuestra logia esotérica. Pero unos días después de nuestra reciente aproximación el Mafioso me anunció la muerte del Rosado. “Ha desaparecido, o sea, ha muerto. Ha muerto de repente y ha desaparecido tan completamente como si una mano se le hubiese llevado de entre nosotros (...) Y, sin embargo, en una aplastante mayoría, todos nosotros (...) nos estamos muriendo. Gente que ya ha traspasado la barrera de los cuarenta, que se está acabando poco a poco, cada año un año más viejos” La Flauta Traversa admiró y quiso al Rosado con un afecto intenso, una predisposición sólo comparable con la que tenía por Lamborghini. “(...)Nicolás Rosa, la única persona –después de mi padre– que me reta y logra que me ruborice, ‘Seguí con tus bodrios perdularios’ o su maravilloso ‘Podés callarte, Milita’, aunque yo no esté hablando (...) me parece todavía increíble que Nicolás no esté, que no vaya a estar, que no estemos. Me despierto todas las mañanas con la vida entera que me pasa por la garganta y Nicolás ahí dando vueltas desde temprano. ¡Es terrible su presencia! (...) alguien que me hacía bajar la cabeza con pudor al tiempo que lo trataba como un igual (...) Hace treinta años yo quería estudiar linguística y me hablaron de Nicolás. De entrada supe que no iba a ‘aprender’ lingüística, que ahí había algo más, algo que ninguno de los dos abandonaría y que se había intensificado en los últimos

años: la excentricidad en sentido estricto, como "fenómeno moral", como piensan los ingleses... (...)”

“(...) Nicolás Rosa se preguntaba en los últimos tiempos si era un escritor, y se respondía que sí al tiempo que quería esa corroboración de alguno de nosotros. Nunca le dije que era un escritor porque Nicolás no escribía en sus escritos sino que su obra literaria era histriónica (su voz subía, se estrangulaba, se perdía, llamaba a la sospecha, etc., sus miradas eran impagables, también) y era en la oralidad donde para mí se expresaba. Claro que eso se puede ‘anotar’, registrar, escribir, pero Nicolás no lo hizo. Cuando escribía su obra pensaba pensando, cuando se manifestaba en sus clases, en su conversaciones, dejaba caer las hilachas de su pensamiento, los restos del naufragio y más bien importaban sus reacciones, sus movimientos, la deriva de su pensamiento entrecortado, encubierto, poco claro pero rotundo, iluminador, inconexo si se quiere incluso. Era ahí cuando toda su eficacia de escritor salía a relucir y dejaba patitieso con su originalidad a los que podían soportar esa deriva esperando una cosita para llevarnos a casa que siempre llegaba y era genial (...)” De las fotos que forman parte de esta gombrowiczidas puede deducirse el carácter histriónico y oral del Rosado, y un cierto talante de impostor. “Nos gusta reposar en la compañía de nuestros semejantes... Siendo miserables como nosotros, impotentes como nosotros, no nos ayudarán... Moriremos solos. Por consiguiente, deberíamos obrar como si estuviéramos solos. Deberíamos buscar la verdad sin vacilación...”

EL MUDO Y LA CRÍTICA LITERARIA Sacar consecuencias de la correlación que pueda existir entre sucesos de dos series diferentes es una manía que tienen los que hacen estadísticas, una manía que nos puede deparar sorpresas increíblemente paradójicas, como aquella que nos depara el saber que las pulgas se quedan sordas cuando les cortan las patas. Este reparo me vino a la cabeza cuando me puse a pensar en el Mudo, un connotado hombre de letras nacional especializado en la crítica literaria, y también en la mismísima crítica literaria. Como ni el desempeño de los críticos ni el de la crítica literaria son asuntos de mi cuerda vamos a ver entonces qué pensaba Gombrowicz sobre todo esto. Gombrowicz llegó muy temprano a la conclusión de que los dos grandes enemigos de la literatura son los escritores y la crítica literaria.

La literatura sólo puede sobrevivir si se le escurre entre las manos a los escritores y a los críticos, un pensamiento que Gombrowicz saca a la superficie cuando se pronuncia sobre la sinceridad y la probidad, concluyendo que la sinceridad en la literatura no conduce a nada, que el camino por el cual se llega a la franqueza es el artificio, y le sirve de muy poco la probidad a un escritor si es que vive en el medio de la niebla. Cuando aparece “Cosmos” Gombrowicz da muestras acabadas de la enorme desconfianza que le tiene a la crítica literaria. En algunas ocasiones cuando los críticos, o los escritores puestos en actitud de críticos, discutían sobre el significado de una obra les recomendaba que le preguntaran al autor, quién mejor que el autor podía conocerlo, y si el autor no estaba presente les ofrecía el número de teléfono para que lo consultaran. Un episodio ilustrativo sobre cuánto los demás entienden lo que uno escribe, es decir, sobre la crítica literaria, es el de Lucien Goldmann. Este eximio profesor asistió al estreno de “El casamiento”. En la discusión que tuvo lugar al finalizar la representación y en un artículo publicado en France Observateur titulado “La crítica no ha entendido nada” se despachó sobre el que, a su juicio, era el secreto de la obra. “El casamiento” era para Goldmann una narración traspuesta de los trágicos cataclismos históricos de nuestro tiempo, la crónica de una historia tomada por la locura, una parodia grotesca de acontecimientos reales. Hasta aquí el profesor va más o menos bien, pero de repente empieza a desvariar con sus representaciones mentales.

El Borracho viene a ser el pueblo rebelde, la novia de Henryk es la nación, el Padre es el Estado, y Gombrowicz mismo es un noble polaco que había encerrado en estos símbolos un drama histórico. “Intenté protestar tímidamente, de acuerdo, no lo niego. “El casamiento” es una versión loca de una historia loca; en el desarrollo onírico o etílico de su acción se refleja lo fantástico del proceso histórico, pero ¿qué Mania sea la nación y el Padre el Estado...? ¡Todo en vano! ¡Goldmann, profesor, crítico, marxista, cargado de espaldas, sentenció que yo no sabía y él sí sabía! ¡El imperialismo rabioso del marxismo! ¡Esa doctrina les sirve para agredir a la gente! Goldmann, armado de marxismo, era el sujeto, yo, desprovisto de marxismo, era el objeto; unas cuantas personas que escucharon nuestra discusión no mostraron ninguna sorpresa de que Goldmann me interpretara a mí y no yo a él”

Goldmann insistió, con posterioridad escribió dos estudios sobre el teatro de Gombrowicz, “Estructuras mentales y Creación cultural”, pero el pobre profesor, después de esta experiencia gombrowiczida, nunca recuperó del todo la cordura. El ataque a la actividad de la crítica literaria ocupa buena parte de las páginas de su Diario. La naturaleza de la facilidad con la que el periodismo literario le ajusta las cuentas a la literatura lo induce a oponerle resistencia. La obra de un escritor no puede ser inocente respecto de la crítica, pues corre el riesgo de ser destruida por el juicio de un idiota. El autor debe procurarse una ventaja de partida contra los críticos, pues un estilo que no sabe defenderse a sí mismo de un comentario humano no cumple con su cometido más importante.

Esos juicios son decisivos para el escritor, incluso cuando procedan de un cretino; la actitud orgullosa de ponerse por encima de ellos es una ficción absurda que produce consecuencias prácticas y de importancia vital. El crítico es por lo general un literato de segunda clase con una relación frágil, casi siempre de carácter social, con el mundo del espíritu. ¿Cómo un hombre así, inferior, puede valorar el trabajo de otro superior? Los efectos que causan estos parásitos son catastróficos, pero Gombrowicz es un hombre de buen corazón y les arma un programa universal y expiatorio a los parásitos: les pide que no juzguen, que describan únicamente sus propias reacciones, que no escriban ni sobre el autor ni sobre su obra sino sobre ellos mismos en confrontación con la obra o con el autor, que no escriban como pseudo científicos sino como artistas.

“La crítica debe ser tan intensa y vibrante como lo que toca, de lo contrario no será más que el escape del gas de un globo, el degollamiento con un cuchillo embotado, la descomposición, la anatomía, la tumba” El Mudo, connotado hombre de letras nacional especializado en la crítica literaria, es también gombrowiczida, sin embargo, ha tenido conmigo una conducta aún más silenciosa que la de la Muda polonesa pues con ella tuve por lo menos un intercambio de palabras. “Cuando apareció “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” tu alumna Julia Hacker de Interzona me dijo que lo habías leído y que te había parecido bueno. Acabo de ponerle punto final a “Gombrowicz, y todo lo demás”, me gustaría que le echaras un vistazo, pero claro, lo que más me gustaría, te digo la verdad, es que también me dieras tu opinión”

A pesar de que el Mudo es un miembro muy distinguido de nuestro club de gombrowiczidas nunca me respondió, no me escribió siquiera una línea, asunto que me ha sumido en cavilaciones sombrías sobre la naturaleza de esta ausencia. Estos baños de silencio que se da el Mudo conmigo me llamaron la atención pues es el primer y único caso de un hombre de letras que no se pone en contacto conmigo para ver por lo menos qué clase de Gombrowicz llevo yo en la valija. Sin embargo, de la observación atenta que podemos hacer de la foto que forma parte de este gombrowiczidas podemos deducir el carácter avinagrado del Mudo y la complacencia que tiene de mostrar su desagrado al mundo entero. Lucien Goldmann, un crítico literario de marca mayor como lo es el Mudo, muestra en cambio todo lo contrario, un rostro amable y complacido de sí mismo dispuesto a dar cuenta de todo lo que existe.

LA CARA DE UN PENSADOR Gombrowicz le daba cierta importancia a las comidas y a las ceremonias concomitantes, a veces le daba tanta que dejaba de lado otros asuntos. También le daba importancia a la falta de comida. Una tarde del año 1941, cuando la guerra había ensangrentado a toda Europa y Polonia yacía en ruinas, se apareció por la casa de los Nowinski: –Señora, deme algo de comer, llevo dos días sin probar bocado. El trozo de carne frita que le sirvió Halina en esa ocasión no lo olvidó nunca. En la víspera de su regreso a Europa algunas personas se reunieron en la Fragata para despedirlo: –La autorizo, señora Halina, a difundir la leyenda de cómo salvó usted de la muerte por hambre al orgullo de la nación.

Comía con ganas, de una manera disciplinada y ceremoniosa, por respeto hacia sí mismo, solía decir. Una de sus pasiones predominantes era la de dedicar los libros con el menú de las comidas; el “Ferdydurke” de Halina Grodzicka lleva una memorable: “En recuerdo de la estupenda cena del 1º de mayo de 1957: cuajada, sopa de croquetas, sesos con nouilles, tarta de queso con crema batida, té, café. Con la expresión de mi veneración profunda y de mi amistad inquebrantable. Hasta ahora hambrienta, hoy saciada hasta reventar. Witoldo” Algunas comidas no le caían tan bien, verbi gratia, el desayuno que le servía Frau Schultze en su pieza de Venezuela: –El café, la leche, el pan, la mantequilla y el huevo

duro que me sirve vienen cada día en raciones más pequeñas. ¿Su avaricia tendrá algún límite?

Dio pocas recepciones en la Argentina, no tenía medios para darlas, pero la cumbre como anfitrión la alcanzó en el Club Americano, en una cena que dio en honor de sus amigos polacos para retribuir gentilezas con quienes tenían la costumbre de invitarlo. Henryk Gruber, un hombre muy rico y snob se hizo cargo de los gastos pero a Halina Grodzicka no le gustaba este personaje: –No entiendo por qué eres amigo de Gruber, un hombre tan antipático; –No seas imprudente, los trajes del señor presidente (lo había sido del Banco Polaco antes de Juliusz Nowinski) me vienen de maravilla. No molestes a mi protector y está a la altura de las circunstancias pues el señor presidente usa ahora un impermeable inglés muy elegante. Distendido, rejuvenecido, se paseaba por aquel decorado de tapices orientales, mesas recubiertas de manteles bordados, cubiertos ingleses de plata, velas y flores. Un rostro radiante de propietario efímero pero soberano de todo aquel lujo.

Para Gombrowicz era un ejercicio con la forma, fiestas a la antigua con la hospitalidad y el gusto por recibir que le venían de las tradiciones familiares. Aquí, en Buenos Aires, nos daba clases sobre los modales de la mesa. En el restaurante Sorrento, donde le gustaba comer a Borges, muchas veces recibí esas enseñanzas: el cuchillo sólo se utiliza si no se puede prescindir de él, nunca para una omelette, una tarta, con el tenedor alcanza; la cuchara debe ingresar de costado a la boca, nunca de punta; el caldo se debe absorber en silencio; no se deben tomar los alimentos con las manos; lo que ingresa a la boca no puede salir por la boca: –¿Y los carozos y las espinas?; –Arréglese, hay que sacarlos antes; jamás usar mondadientes y mucho menos llevarse una mano a la boca para ocultar la maniobra. Bien, para qué seguir, basta decir que Gombrowicz violaba una por una todas estas prohibiciones: –¿Qué hace, Gombrowicz?; –Vea, Gómez, una vez que se sabe, está permitido.

Sobre las cuestiones concomitantes de las comidas Gombrowicz escribe en los diarios una página memorable. “A derecha e izquierda, burguesía. Las mujeres se meten en sus orificios bucales trozos de carne mortecina y mueven la bocacha –eso les pasa al esófago y después al aparato digestivo–, todo ello con cara de sacrificio, y de nuevo abren el orificio para llenarlo... Los hombres se valen de cuchillo y tenedor; entre otras cosas, sus pantorrillas embutidas en las perneras se nutren aprovechando el trabajo de los órganos digestivos..., ¿sería francamente extraño abordar la actividad de la gente aquí reunida como la nu-

trición de las pantorrillas...?... Pero el mecanismo de sus movimientos está fijado en los más mínimos detalles, todas estas operaciones están definidas y formadas desde hace siglos: alargar la mano para alcanzar el limón, untar los trocitos de pan, conversar entre dos tragos, llenar los vasos o servir los platos al margen de una conversación, con una sonrisa oblicua –una uniformidad de movimientos casi como en los conciertos de Brandeburgo–; se ve aquí la humanidad que se repite a sí misma sin descanso. La sala, rebosante de comilona, se manifiesta en una infinidad de variantes, como una figura de vals repetida por los bailarines; y la cara de esta sala concentrada en su eterna función era la cara de un pensador” Un Gombrowicz mozalbete aparece comiendo en su casa de Polonia. Ya entonces comía con ganas, de una manera disciplinada y ceremoniosa, por respeto hacia sí mismo.

UN MALEVO VA A RETIRO El principio de acción y reacción es uno de los principios más atractivos de la ciencia física. Es una propiedad de los cuerpos que expresa la igualdad de la acción y de la reacción, según la cual una fuerza ejercida por el cuerpo A sobre el cuerpo B es igual y de sentido contrario a la fuerza que el cuerpo B ejerce sobre el cuerpo A. Y es tan atractivo el principio de acción y reacción que hasta el mismísimo Gombrowicz, tan distanciado del cientificismo y de sus consecuencias, lo utiliza en el más celebrado de sus cuentos. En efecto, el príncipe de los sintéticos, el señor Filifor, doctor en sintesiología, era un hombre corpulento, de barba hirsuta y anteojos gruesos. Un fenómeno espiritual de tanta magnitud debía suscitar en la naturaleza, en acuerdo con el principio de acción y reacción, un fenómeno de igual magnitud y de sentido contrario. En efecto, Anti-Flifor, un eminente analista doctor en análisis superior, era un hombre menudo y hosco cuya única misión en la vida consistía en perseguir y humillar al magnífico Filifor. Se especializaba en la descomposición del individuo reduciéndolo a partes por medio de cálculos y papirotazos. Accediendo al llamado de su vocación obtuvo el título nobiliario de Anti-Filifor del que estaba muy orgulloso.

Un Gombrowicz de veintitrés años en Polonia y un Asiriobabilónico Metafísico de una edad parecida en la Argentina aparecen en las fotos de este gombrowiczidas en un tiempo en el que ninguno de los dos sabía nada todavía del duelo que mantendrían muchos años después, un duelo que nos recuerda al que habían sostenido Filifor y Anti-Filifor en el que los contendientes sobreviven pero sus esposas mueren despedazadas, acribilladas a balazos disparados con una gran puntería.

El hecho de que dos personas sin parentesco alguno se hayan encontrado en un lugar preciso del universo me trajo a la memoria un pasaje de “Sobre héroes y tumbas” del Pterodáctilo, un pasaje que Gombrowicz subrayó en el ejemplar que el autor le había dedicado.

“(...) sufren en silencio y con dignidad suprema su muerte de auténticos desdichados. Como esos hombres silenciosos y solitarios que a nadie piden nada y con nadie hablan, sentados y pensativos en los bancos de las grandes plazas y parques de la ciudad (...) que meditan y a su manera acaso replantean los grandes problemas (...) En virtud de ese notable atributo que tiene el universo de independencia y superposición, de modo que mientras un banquero se propone realizar la más formidable operación (...) un pajarito, a cien pasos de distancia de la Poderosa oficina, anda a saltitos sobre el cesped del parque Colón” La superposición entre el banquero y el pajarito no es tan extraña como pudiera parecer, mirémoslos sino al Pterodáctilo y al Asiriobabilónico Metafísico tomados del brazo caminado plácidamente en una plaza de Buenos Aires.

La razón por la que Gombrowicz haya sido tan mal recibido por el Asiriobabilónico no es demasiado comprensible. Si bien es cierto que era algo arrogante e histrión se encontraba en una situación marcadamente inferior, era un extranjero sin prestigio ni fortuna, un hombre cuya patria y familia habían sido destrozadas, que podía haberle despertado un sentimiento protector como se lo había despertado a Manuel Gálvez y a Arturo Capdevila, pero lo despreció desde un principio. El Asiriobabilónico y el Dandy eran joviales y sarcásticos pero en el caso de Gombrowicz, un hombre en un completo estado de inferioridad, debieron haber atenuado la mordacidad que utilizaban con los otros integrantes del gremio. Hablaban con ligereza de nombres importantes y de sus obras, al punto de considerar al Fausto de Goethe como un bluff de la literatura.

Tampoco se salva Shakespeare, era un amateur, un divino amateur al lado de Dante que sí era un verdadero literato. En esa época las piezas de teatro no se consideraban literatura, se escribían así nomás, con argumentos ajenos y confusos. El surrealismo, contrariamente a otras ideologías invasoras de lo literario, como el catolicismo y el comunismo por ejemplo, prescinde del propósito de lograr obras legibles. “Qué vergüenza para Estocolmo... primero da el premio a Gabriela ahora a Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita que para dar premios”

Thomas Mann es un idiota, y les resulta curioso el caso de Sabato, ha escrito poco, pero ese poco es tan vulgar que abruma como si fuera una obra copiosa. Y qué pude saber de nada un bruto como Hegel.

Salvando la anécdota apócrifa de su ¡Maten a Borges!, un supuesto grito que habría pegado Gombrowicz en el puerto de Buenos Aires cuando regresaba a Europa, lo que sí es cierto es que él tampoco se quedaba con las manos quietas. “En la Argentina me citaban a menudo como excelentes las frases ingeniosas de Borges. Pues bien, siempre sufría una decepción. Aquello sólo era literatura, y ni siquiera de la mejor (...) Quién demonios es, en comparación con las montañas de revelaciones sartrianas, un Borges argentino, sopita aguada para literatos?” El Asiriobabilónico Metafísico y el Dandy tenían un talante especial para enfrentar las volteretas de acróbata que daba Gombrowicz.

En la misma época en que lo conocí a Gombrowicz el Dandy escribía una página en sus diarios en la que recuerda lo que había ocurrido diez años atrás en la conferencia que Gombrowicz había pronunciado contra los poetas. “Domingo, 22 de julio de 1956. Borges: 'En una reunión el conde pederasta y escritorzuelo Witold Gombrowicz declara: 'Yo voy a decir un poema. Si en cinco minutos nadie propone otro tendrán que reconocer que soy el más grande poeta de Buenos Aires’ (...) Córdova Iturburu trató de leer algo, pero no encontró las papeletas. Gombrowicz se declaró rey de los poetas. El marido de Wally Zenner, radical de Forja, tembló de indignación y estuvo a punto de proceder” El Alter Ego admiraba a Gombrowicz y hacía todo lo posible por acercarlo al Asiriobabilónico Metafísico.

“Recuerdo otra anécdota de Gombrowicz: él solía comer con mi amigo en un restaurante –un almacén, mejor dicho– y tenía la costumbre de abrirse el cuello de la camisa, hecho que fastidiaba a Mastronardi. De golpe, mi amigo se lleva el cuchillo a la boca y Gombrowicz le dice: ‘Si usted come cuchillo yo abro camisa’. Ahora bien, a esta anécdota habría que darle vuelta, tendría que ser mi amigo el del cuello abierto y Gombrowicz el del cuchillo, entonces podría decirle: ‘Si usted abre camisa yo como cuchillo’. Con esto, ‘como cuchillo’, que es el elemento gracioso –‘abro camisa’ es vulgar, cotidiano– quedaría al final. Y siempre hay que ponerle al lector lo gracioso al final, eso que llaman golpe de efecto (...) A ese Gombrowicz lo vi una vez. Me pareció una especie de histrión (...)

Lo conocí por mi amigo el poeta Mastronardi, de quien él era también amigo. Mastronardi hablaba tanto de Gombrowicz que finalmente le prohibimos nombrarlo. Cada vez que Mastronardi usaba palabras como 'un extranjero, un eslavo, un aristócrata, un observador' ya sabíamos a quién se refería (...) Cuando fui a París los periodistas me preguntaban si conocía a Gombrowicz, yo les respondía, 'debo reconocer mi ignorancia, no lo he leído’. Empecé a leer 'Ferdydurke', pero al cabo de diez minutos de lectura me sentí con ganas de leer otros libros. Quizás lo mejor de la literatura moderna sea eso que –por virtud o por carencia– nos lleva a querer leer a los clásicos: les debo a algunos libros modernos el haber leído tantas veces a Virgilio”

Muerto uno de los perros podría decirse que se había acabado la rabia, entonces el Filósofo Payador intentó reconciliar al Filifor y al Anti-Filifor sin un buen resultado. La declaración del Vate Marxista de que Gombrowicz era el mejor escritor argentino del siglo XX se había vuelto famosa. El Filósofo Payador dice que esta afirmación no era tan descabellada como pudiera parecer a primera vista, y esto por varias razones: por los temas de la inmadurez y de lo inacabado, porque buena parte de la literatura argentina ha sido escrita por extranjeros en idiomas extranjeros, y porque la mirada de Gombrowicz no era sólo la mirada de un artista sino también la de un político. Por las mismas razones que el Vate Marxista considera a “Transatlántico” una de sus obras maestras, a pesar de que Gombrowicz pensaba que “Ferdydurke”, el “Diario” y “Pornografía” constituían una mejor introducción a su obra y a su propia vida.

“La evolución de su literatura es inseparable de su experiencia argentina, y esa experiencia penetra y modela la mayor parte de su obra, que sin ella se volvería incomprensible” Esta exageración del Filósofo Payador es la conclusión que saca de la perspectiva con la que Gombrowicz examina el mundo, que le parece igual al modo que tiene la cultura argentina de relacionarse con Occidente. Y agrega que si bien la perspectiva exterior de Gombrowicz puede ser una consecuencia de su búsqueda de originalidad, es también el resultado del exilio argentino. ¿Por qué una cabeza tan bien equipada como la del Filósofo Payador no le hace caso a Gombrowicz, es decir, por qué no se atiene a las diferencias que él desea mantener con el Asiriobabilónico Metafísico y con la Argentina? Si uno quiere conocer el significado de una obra debe consultar al autor, así le parecía a Gombrowicz.

Estos dos hombres no sólo eran diferentes sino que, además, querían ser diferentes, pero por aquello de que sólo pueden ser diferentes las cosas que son parecidas, el Filósofo Payador sale a buscar las semejanzas que tienen estos dos escritores. Gombrowicz afirma que el Asiriobabilónico Metafísico es europeizante y se ocupa de literatura, y que él, en cambio, no es europeizante y se ocupa de la vida. El Filósofo Payador intenta desmontar una parte de esta reflexión afirmando que Gombrowicz tenía la costumbre de preguntar si había personas inteligentes cuando llegaba a las ciudades del interior argentino, de lo que concluye que era más partidario de la inteligencia que del vitalismo. Los encuentra parecidos en varios asuntos: en el esnobismo aristocratizante, uno, con los antepasados militares y los orígenes ingleses, otro, con las pretensiones nobiliarias y las manías genealógicas; en la atracción por lo bajo, uno, con el culto al coraje y a los matones de comité, otro, con la atracción por Retiro y la inmadurez. Para qué seguir, cuanto más parecidos de esta naturaleza encuentre más diferentes resultarán los dos demonios.

El Filósofo Payador tiene un aspecto extraño, a mi me recuerda al rey Gnulo de “El Banquete”, un soberano corrupto que se dejaba tentar con pequeñas cosas. “El tintineo de las monedas no había desaparecido, era evidente que alguien quería comprometer al rey y desprestigiar el banquete. En el rostro vulgar del mercachifle apareció la rapacidad, el rey sólo se dejaba tentar por pequeñas sumas, era insensible a las grandes cantidades debido a su mezquindad miserable, lo que corroía a rey Gnulo eran las propinas y no los sobornos. El rey empezó a relamerse y la archiduquesa emitió un gemido de repulsión. Todos callaban porque el rey era venal y corrupto, se dejaba sobornar y vendía a manos llenas su propia majestad. El soberano manifiesta su satisfacción por la próxima boda con la archiduquesa y pone de relieve la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros, pero su voz suena tan venal que el consejo de la corona se estremece de miedo en el completo silencio que reina en la sala”

EL CULPABLE Y EL PRIMER CÓMPLICE Las observaciones que se pueden hacer en un laboratorio tienen una diferencia insalvable con las que se pueden hacer en la vida, en el laboratorio se pueden repetir más o menos exactamente las condiciones iniciales, en la vida no se pueden repetir ni siquiera aproximadamente. Es por esta razón que no podemos saber cómo hubiese sido la obra de Gombrowicz y aún Gombrowicz mismo, si no hubiera venido a la Argentina, pero en todo caso podemos suponer que algo distintos hubieran sido.

Sea como fuere debemos decir que el viaje de Gombrowicz a la Argentina debe tener una causa y un momento de nacimiento, vamos a hablar entonces en este gombrowiczidas de quién fue el Culpable que le dio el empujón en Polonia y también del Primer Cómplice necesario que tuvo en la Argentina y que colaboró con este criminal polaco.

El primer conocimiento que teníamos sus amigos de cómo se vino a la Argentina aparecía en un relato que él mismo hacía en el café Rex, el relato del viaje era el primer plato de la conversación con Gombrowicz y fue escuchado por todas las personas que se acercaban al autor de “Ferdydurke” en aquellos años. Destacaba que en el barco era invitado de honor, que almorzaba en la mesa del capitán con el que sostenía conversaciones filosóficas y al que le daba consejos místicos. Repetía hasta el cansancio que no le había gustado Río de Janeiro porque su vegetación era demasiado verde y porque los morros eran muy dudosos, y tantas veces como lo de la vegetación, repetía que no había regresado a Polonia por los intensos estudios del alma sudamericana que había iniciado el día anterior a la partida del barco.

Pero regresemos en el tiempo, vayamos algunas semanas hacia atrás. Por qué se fue de Polonia y no volvió es un misterio que nadie sabe explicar, ni el mismo Gombrowicz lo entendía con claridad. Todo empieza en un café, como otros muchos asuntos de Gombrowicz. Un día, en el Zodiac, un café de Varsovia, se encuentra con un amigo escritor, Czeslaw Straszewicz: –Me voy a Sudamérica; –¿Cómo es eso?; –Dentro de un mes, el nuevo transatlántico polaco Chrobry leva anclas para Buenos Aires, será su primer travesía. He sido invitado como escritor para publicar algunos artículos en los periódicos; –Oiga, ¿y no podrían invitarme a mí también?; –Podemos probar. Les propondré su candidatura. ¿Quién sabe? Quizá resulte. Siendo dos el viaje sería más agradable. Después de sortear algunos inconvenientes de último momento Gombrowicz se embarcó en el Chrobry, y la compañía de su amigo le resultó de veras agradable.

“Straszewski es un noble del campo que cree ser el segundo después del rey –algo muy polaco–, descendiente de Rej y Potocki, nieto de Sienkiewicz, aunque también primo de Wiech –un parentesco que inspira confianza en los amplios círculos de sus admiradores (...) Cuando llegamos a Buenos Aires la situación internacional parecía distenderse. Pero al día siguiente de nuestra llegada, los telegramas de Moscú y de Berlín que anunciaban el pacto de no agresión entre Alemania y Rusia cayeron sobre el mundo como

un cañonazo. ¡Era la guerra! Una semana más tarde, las primeras bombas alemanas caían sobre Varsovia. Seguía viviendo en el barco con mi amigo Straszewski. Al enterarse de la declaración de la guerra, el capitán decidió regresar a Inglaterra (ya no se podía pensar en llegar a Polonia). Straszewski y yo celebramos un consejo de guerra. Él optó por Inglaterra. Yo me quedé en la Argentina”

Mientras el Culpable se embarca en el “Chrobry” de regreso a Europa Gombrowicz se queda flotando en el agua del puerto de Buenos Aires como una tabla en el mar después de un naufragio, de allí lo rescata el Primer Cómplice de esta aventura increíble: Jeremi Stempowski. Este polaco ilustre desarrolló a lo largo de su vida una gran cantidad de ocupaciones que lo distinguían en todos los ambientes que frecuentaba: primer secretario de la Embajada de Polonia, director de la compañía marítima Gydnia America Line en la que viajó Gombrowicz, director fundador de la biblioteca polaca de Buenos Aires, presidente del Club Polaco... Como director de la compañía marítima polaca Stempowski hace un relato sobre el momento en que Gombrowicz toma esa decisión dramática.

“Witold estaba muy nervioso. Dudaba entre regresar o bien permanecer en la Argentina a la espera del fin de las hostilidades. Yo no sabía que aconsejarle, aquí, en Buenos Aires, no se sabía nada de la auténtica situación, entonces acompañé a Witold al puerto. Hizo que le subieran el equipaje, se despidió y embarcó. Yo me quedé en el muelle, diez minutos más tarde sonó la sirena anunciando la partida, y en ese momento vi que Gombrowicz cruzaba la pasarela con sus maletas y bajaba rápidamente al muelle. Era el único momento en que podía tomar una decisión y la tomó. Temblaba: –No lo sé, se trata del momento más trágico de mi vida” Gombrowicz se refiere al “no sabía que aconsejarle” del Primer Cómplice en “Transatlántico” de una manera sarcástica.

Cuando el barco de “Transatlático” se aleja Gombrowicz pronuncia una blasfemia terrible contra Polonia y se interna en la ciudad. Estaba desorientado y sin dinero así que visita a un compatriota que había sido vecino de sus primos en Polonia para pedirle opinión y consejo. Pero este hombre empieza a decirle que aprobaba y que no aprobaba su decisión de quedarse, que había hecho bien y tal vez mal, que él no estaba tan loco como para opinar en estos tiempos o como para no opinar, que tenía que presentarse enseguida en la embajada o no presentarse, que era igual si se presentaba o si no

se presentaba, que se podía exponer o no exponer a graves riesgos. Y, en fin, que hiciera lo que le pareciera oportuno o que no lo hiciera. Como la legación polaca no quería ayudarlo Gombrowicz amenazó con instalar a la entrada del edificio un cajón de lustrabotas para limpiar zapatos, no quiso alistarse en el ejército a pesar de la insistencia de todo el mundo, especialmente de un emisario especial llegado de Londres para agitar y reclutar, pero Gombrowicz no le hizo caso.

Mientras esto ocurría el Primer Cómplice le presentaba a algunos polacos de la colectividad, y también a algunos escritores argentinos como Manuel Gálvez, Arturo Capdevila... pero ésta es harina de otro costal. Cuando apareció “Transatlántico” los caminos del Culpable y de Gombrowicz empezaron a separarse aún más de lo que ya se habían separado en el puerto de Buenos Aires. Para el Culpable la patria estaba por encima de todas las cosas así que después de la aparición de “Transatlántico” consideró a Gombrowicz como a un traidor. Para Gombrowicz, en cambio, tanto el arte como la patria sólo tenían significado cuando a través de ellos el hombre se unía a los valores más esenciales y más profundos de la existencia. “El patriotismo emocional que representaba Straszewicz nos ha causado los peores perjuicios, ha pesado de una manera destructiva sobre toda nuestra política y, lo que es peor, sobre nuestra cultura (...)”

“No oculto que, al igual que Straszewski, tenía miedo. Quizá no tanto del ejército y de la guerra, cuanto del hecho que, a pesar de mi mejor voluntad, no podría estar a la altura. No estoy hecho para esto. Mi campo es diferente. Desde la edad más temprana mi desarrollo tomó otra dirección. Como soldado sería un desastre. Sería una vergüenza para mí y para vosotros. ¿Creéis que patriotas como Mickiewicz y Chopin no participaron en la lucha únicamente por cobardía? ¿O quizá porque no querían hacer el ridículo? Y supongo que tenían derecho a defenderse de aquello que superaba sus fuerzas. Pero tal vez estas confesiones sean innecesarias y torpes. Tal vez sería suficiente decir que en el momento del estallido de la guerra tenía la categoría de inútil parcial, y luego, cuando me presenté ante una comisión médica en la legación polaca en Buenos Aires, me clasificaron como perteneciente a la categoría de inútil total... Prefiero poner los puntos sobre las íes”

Después de que el Primer Cómplice lo pusiera en las manos de Manuel Gálvez y de Arturo Capdevila corrió mucha agua bajo el puente hasta que llegó a nosotros, pasaba de mano en mano como la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguna se la queda. El Esperpento que lo conoció en el segundo período de su estada en la Argentina, y el Asno que lo conoció en el último, se refieren a Gombrowicz para sumar y cerrar su relación con él de una manera llamativa. “¿Su influencia? Es una cuestión mal planteada, Gombrowicz me ayudó personalmente y todavía me ayuda. Pero si debo hablar de su influencia, puedo decir que fue negativa. Siempre negativa, pues Gombrowicz para mí ha sido un límite absoluto. Me encontraba ante él como delate de un muro”

“Lo que he llegado a ser en el plano cultural no hubiera sido posible sin Gombrowicz y sin esa lucha ambigua entre, por una parte, el afecto y la admiración que siento por él y, por otra, la necesidad de encontrar mi propio camino. El Gombrowicz de los cafés de Tandil era un maestro paradójico y no un escritor que buscaba alguien a quien influir. En esa pequeña ciudad clara y limpia que era Tandil no pasaba nunca nada, estábamos convencidos de que nuestra misión era conseguir que pasara algo, y nos pasó Gombrowicz. Si Gombrowicz no hubiera existido hubiéramos sentido la necesidad de inventarlo nosotros”

Tanto en el caso del Esperpento como en el caso del Asno Gombrowicz se presenta como una dificultad que ellos tienen que sortear para ser ellos mismos y encontrar su propio camino. A decir verdad a mí no se me presentó esa dificultad pues nunca quise encontrar mi propio camino, ni siquiera tengo la sensación de que hago mi camino al andar como le ocurría a Machado, soy el famoso tercero excluido, ése que jamás pudo encontrar el mismísimo Aristóteles.

EL SOCIALISTA Los caminos que sigue el destino para realizar sus designios son realmente inescrutables. El primer Protoser con el que me puse en contacto para proponerle la publicación de las cartas de Gombrowicz fue el magnífico Guillermo Schavelzon, un personaje que creciendo y creciendo llegó a ser el agente literario del difícil Pterodáctilo, es decir, un personaje de marca mayor y de pocas pulgas.

Si bien es cierto que no aceptó mi oferta editorial poniendo como excusa que la editorial Planeta no tenía biblioteca para ese tipo de literatura, también es cierto que me sugirió me pusiera en contacto con Bonifacio del Carril de la editorial Emecé, cosa que hice inmediatamente. Los caminos que siguieron estos dos Protoseres en lo que a mí respecta se bifurcaron radicalmente, Guillermo Schavelzon estuvo mezclado en un asunto bastante turbio sobre el premio que Planeta le dio a “Plata Quemada” del Vata Marxista, mientras que Bonifacio del Carril, entre muchas otras cosas, publicaba “Cartas a un amigo argentino”.

Los aspectos de estos protagonistas que pueden observarse en dos de la fotos que forman parte de este gombrowiczidas marcan muy bien las diferencias que existen entre una naturaleza tenebrosa y emboscada dedicada a los cálculos y el talante de un hombre que goza de la buena vida. “El escritor Ricardo Piglia, el editor Guillermo Schavelzon y la editorial Planeta fueron condenados el 28 de febrero a pagar $10,000 (pesos argentinos, equivalente a US$3436.43 cada uno) a Gustavo Nielsen, escritor que según los jueces se vio perjudicado por la manipulación del concurso literario Premio Planeta de Novela 1997 en el que resultó premiada la obra ‘Plata quemada’, de Piglia”

Para no someterme a las estrictas relaciones a las que nos obliga la existencia de la categoría de causa y efecto y el principio de determinación voy a decir que en lo que a mí respecta, cuando desapareció Guillermo Schavelzon aparecieron Bonifacio del Carril y la Hierática, y cuando desapareció Bonifacio del Carril apareció el Socialista como un editor bifronte de Emecé y de Seix Barral. Hemos explicado hasta el cansancio qué cosas son los Protoseres, la mayoría de ellos son empleados de sociedades anónimas cuya carrera es la más de la veces tortuosa, algunos utilizan la ley del gallinero para ascender y otros terminan siendo simplemente lectores.

Ni el prólogo enigmático pero laudatorio del Pato Criollo ni unas declaraciones apodícticas y cavernosas que me hizo al oído el Gnomo Pimentón sobre la claridad y el rigor de mis textos me sirven para penetrar la niebla espesa en la que se mueven esos Protoseres hijos de Gutemberg. En este trajín interminable que tengo con los editores identifiqué seis procedimientos con los que le han cortado el paso a “Gombrowicz, y todo lo demás” lo que me ha permitido desarrollar una tipología que no admite otras variantes.

Si bien el Socialista en todo lo que concierne a mis proposiciones siguió la misma línea standard de Guillermo Schavelzon, es decir, se manifestó carente de biblioteca para mis escritos, debo reconocer que de la misma manera que se me apareció como editor, para otros asuntos se me apareció también con un aspecto bifronte.

En efecto, cuando en presencia del Zorro, por aquel entonces embajador de Polonia, el Socialista declaró que el viernes no podía asistir a la reunión porque todos los viernes, de todos los meses, de todos los años iba a una biblioteca socialista a hablar con sus amigos, el Zorro, miembro confeso del Opus Dei, se revolvió en su sillón. Estábamos organizando el anuncio de la edición de la obra completa de Gombrowicz en el año del centenario y la presentación de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”. La presentación que realizó el Socialista fue infinitamente superior a la del Regisséur Fanfarrón, a la del Buhonero Mercachifle, a la del Negroide Piquetero y a la del mismísimo Zorro. Fue tan elocuente la presentación del Socialista que inmediatamente abrigué la esperanza secreta de que cuando le propusiera la publicación de “Gombrowicz, y todo lo demás” me iba a decir que sí, una esperanza vana como lo fueron tantas otras.

Al hacer las invitaciones para la presentación de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” cometí una equivocación increíble que con posterioridad le hice conocer el Pato Criollo. “No te podés dar una idea del desatino enorme que cometí ofreciéndole a Lavelli y a Grinberg la presentación de mi libro. Los dos son unos locos presuntuosos y ególatras sin atenuante ninguno. La idea central y única de Lavelli es la de que Gombrowicz fue descubierto por él, lanzado a la fama por él y paseado por toda Europa gracias a él, ¿y sobre mi libro?, ni media palabra. La idea de Grinberg es la de que mi libro es como un partido de fútbol en el que yo convierto tres goles (tres capítulos del libro cuyos nombres no recuerdo) pero pateo afuera muchos penales, y poco más. Para regresar de vez en cuando a las tierra desde las nubes de sus desvaríos incomprensibles recurría a la lectura de alguno de los textos de Gombrowicz que yo cito en mi libro. El embajador es un tiro al aire y Ríos un pobre muchacho. Alberto Díaz es el único que preparó lo que tenía que decir, el único que habló en forma atinada y amistosa”

No obstante debo decir que el aspecto del Socialista con el micrófono en la mano que se ve en este gombrowiczidas es muy dudoso, hasta podría afirmar que este Protoser se vale de lo que sea para lavarse las manos.

LA DISCRIMINACIÓN Es muy difícil analizar a un hombre cuando se lo recorta de la totalidad de su humanidad, es por eso que el pensamiento se resbala con facilidad cuando hace indagaciones sobre una persona en términos de homosexual o de negro o de judío por ejemplo, abriéndole las puertas la mayor parte de las veces a los prejuicios y a la arbitrariedad, siendo la homosexualidad un virus que puede afectar tanto a los negros como a las judíos. La discriminación es una actitud que tiene alcances diferentes, los españoles se especializan en discriminar a los vascos, el mundo entero discrimina a los judíos y a los negros, y una región indeterminada del planeta discrimina a los homosexuales. Yo mismo, como hijo, nieto, bisnieto, tataranieto... de españoles algo me pasa con los vascos.

La presentación de "Cartas a un amigo argentino" en el Centro Cultural de España resultó ser un acontecimiento importante que entusiasmó al Bucanero, tanto que me invitó a un encuentro en la Casa de América de España. Lamentablemente para mí el viaje fracasó, Íñigo Ramírez de Haro lo mandó de paseo al Bucanero, le manifestó que yo era un don nadie y que sólo le daría el visto bueno al proyecto si también lo invitaba al Pterodáctilo. Este ilustre hombre de letras hispanohablante, que ya tenía a cuestas el Premio Cervantes de Literatura, pidió una suma considerable de dólares que Íñigo no pudo soportar.

"Nuestro amigo José Tono Martínez e Íñigo Ramírez de Haro, el director de la Casa de América, son, como sabes, vascos. Según se cree el vasco es un animal pirenaico que cuando lo bautizan se vuelve peligroso y ataca al hombre y, por lo tanto, habiendo la Divina Providencia en su infinita sabiduría dispuesto que estos dos cristianos organizaran nuestro encuentro el proyecto estaba destinado al fracaso desde el comienzo" Es el fragmento de una carta que le escribí al Orate Blaguer y que él publicó en "Gombrowicziana", el capítulo de uno de sus libros en el que también habla de la lectura de "Cartas a un amigo argentino".

Otra ocasión en la que también me sentí atacado por los vascos es igualmente significativa, aunque en esta oportunidad me las estaba viendo nada más ni nada menos que con el bello sexo. Cuando visitamos al Boxeador Amateur en su casa de la calle Hipólito Irigoyen, una casa de lo más extraña, el Pequeño K se llevó una buena impresión de su mujer pero una no tan buena del Boxeador Amateur. Para colaborar con el buen desempeño del Boxeador Amateur en la mesa redonda de la Feria del libro, se me ocurrió proponerle la lectura de “Gombrowicz, este hombre me causa problemas” de modo que convinimos en que se lo traería para nuestro próximo encuentro. El Pequeño K quedó disgustado y esta vez no quiso acompañarme, yo le reproché esta decisión sin presentir ni por un momento lo que iba a pasar al día siguiente.

Cuando llegué a su casa de Hipólito Irigoyen, la Vasca me dijo que estaba en el medio de una entrevista filmada y que no podía atenderme, y cuando le pregunté por su marido me dijo que estaba con una afonía imposible. Me retiré muy disgustado y le manifesté que eran un par de maleducados. Con la sensación de que la participación del Boxeador Amateur se había malogrado regresé a mi casa. Sin embargo, ese mismo día, la Vasca habló con mi mujer para que intercediera en el conflicto y se ofreció a pasar por mi casa para retirar “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, proposición que yo no acepté. La Vasca, de igual manera, prometió que para el día de la mesa redonda tanto ella como el Boxeador Amateur estarían allí muy emperifollados, una promesa que resultó completamente falsa.

Gombrowicz era un hombre de mundo muy poco inclinado a hacer discriminaciones, sin embargo, algunas diferencias hacía entre el Este y el Oeste, entre el Norte y el Sur, y también con los judíos. Las alas de Gombrowicz vuelan en sus sueños hacia el Mediodía y el Poniente. La Primera Guerra Mundial despertó en Gombrowicz una nostalgia incurable por Occidente. Seguía con vehemencia los cambios en el frente y marcaba solemnemente sobre un mapa cada pueblecito tomado como si de eso dependiera el resultado de la guerra. Al otro lado de aquel frente estaba la Europa que le despertaba la nostalgia, mientras los rusos y los alemanes eran para él una realidad de segunda categoría. En 1918 esa barrera se rompió y Occidente comenzó a infiltrarse en Polonia poco a poco, un cambio que significó tanto para Gombrowicz como la recuperación de la independencia. Del Oeste le llegaban los vientos de la historia y de la cultura, al Sur accedió más tarde, en

Francia, en un trayecto que recorre en bicicleta entre un pequeño balneario montañoso y la playa de un puerto diminuto en los Pirineos Orientales. Pedaleaba hacia abajo con un grupo de meridionales desenfrenados, de pronto se le apareció a lo lejos la superficie inmóvil y resplandeciente del mar latino como si se levantara un telón. Lo que no habían podido las catedrales y los museos de París lo lograba ese camino vertiginoso que apuntaba al mar. Comprendió el Sur, Francia, Italia, Roma... todo eso se le apareció por primera vez en forma hermosa justamente a él, que hasta entonces había considerado a la gente de tez morena como un tipo humano inferior. La blancura de las piedras, el noble gris ceniza de los plátanos, el azul al frente, la nitidez de las líneas y la plenitud de la forma. Toda la cultura francesa, que hasta entonces le había parecido burguesa y repugnante, se le apareció como algo elemental y salvaje. Nunca más sintió aversión hacia el Sur, el Mediodía lo atrapó con una dureza refulgente, un deslumbramiento que preparó el camino para ese viaje increíble y milagroso que hizo más tarde a la Argentina.

Gombrowicz era un filosemita declarado, en las mesas de los cafés de Varsovia lo llamaban el rey de los judíos, sin embargo, de vez en cuando alguna discriminación se le escapaba. En una de las tardes del café Ziemianska Gombrowicz tuvo una conversación con el poeta Jan Lechon, un miembro del grupo “Skamander”: –Ayer lo escuché atacando la ingenuidad judía; –¿Qué quiere decir?; –Verá, es que los judíos y yo somos carne y uña, me he especializado tanto en judeología, que podría escribir sobre ellos un tratado. Quienes no conocen a los judíos piensan que son astutos, perversos refinados, fríos. Pero, en verdad, solamente cuando uno ha comido con ellos un barril de arenques se entera de hasta qué punto son ingenuos.

Sin embargo, el caso es que es una ingenuidad ligada a la astucia, así como su romanticismo (ya que son más románticos que Chopin) está ligado a la lucidez; verá, ellos son ingenuamente ladinos y románticamente lúcidos; –No es tanto así; –Oiga, ayer al escuchar cómo los pinchaba, me dije en seguida: vaya, éste les dará una lección, éste sí que ha encontrado su talón de Aquiles. A pesar de todo, las costumbres de su clase social le jugaban en algunas oportunidades malas pasadas. Un compatriota le preguntó desde Londres si no sería antisemita un diplomático polaco que había tildado a un judío de “roñoso”.

“Se equivoca usted de plano. La injuria que se utiliza contra un judío es “roña”. La palabra "roñoso" se usa en el leguaje coloquial igualmente respecto a los arios, de modo que aunque ambas palabras tienen la etimología común, nada nos autoriza a creer que haya sido usada a causa del origen hebreo de la susodicha persona. Hace unos días leí el texto al que usted se refiere y ni se me pasó por la cabeza sospechar que el autor de esa frase fuese antisemita. Además debo confesarle que a mí también –aunque es fácil deducir de mi literatura que tengo poco que ver con el antisemitismo– se me escapa a veces la palabra “roña” cuando algún semita concreto me saca de las casillas. Y sucede así porque no soy un filosemita estricto, forzado, sino un filosemita flexible, con todos los atavismos propios de mi, ¡ay, Señor!, noble de campo”

Hasta cierto punto Gombrowicz también discriminaba a los homosexuales, siempre que no se tratara de él mismo. “¡Genet! ¡Genet! Imaginaos qué vergüenza, se me pegó ese pederasta y me seguía a todas partes; iba yo con unos conocidos y allí estaba bajo un farol, como si me llamara... ¡haciéndome señas! ¡Como si fuéramos del mismo club! ¡Qué descrédito! ¡Y también la posibilidad del chantaje! Antes de salir del hotel miraba por la ventana..., no estaba..., salía... ¡y helo allí! ¡Su espalda encorvada me hacía guiños!” Cuando Gombrowicz quería sensualizar, erotizar o sexualizar alguna situación en la vida real o en la literaria recurría a los mitológicos runrunes del “Templo poco claro” o del “ligeramente dudoso”, por ejemplo, pero cuando quería enfatizar sus propias tendencias homoeróticas era infaltable la referencia al músico polaco, “el inolvidable Karol, el Rey de los Putos”, aunque esta última expresión la manejaba más privadamente. Karol Szymanowski lo quería a Gombrowicz y le daba plata cuando se la pedía, una conducta que no se puede deducir del aspecto que tiene en la foto en la que aparece junto a Jan Lechon, como tampoco se puede deducir del aspecto de Lechon su especialidad en judeología.

UNA REACCIÓN EN CADENA Cuando Gombrowicz se enteró de que había ganado el Premio Internacional de Literatura lo primero que atinó a hacer fue a preparar una lista de sus enemigos literarios, regocijándose de antemano con la amargura desesperante que les iba a producir. Ya con el premio en la mano escribe el famoso diario del hijo ilegítimo para mortificar a sus enemigos polacos de Londres.

En este diario relata cómo después de algunas dudas se compra una casa con los veinte mil dólares del Premio Formentor, y cómo la empieza a decorar con cuadros, tapices y muebles del gusto más refinado. Una carta que le llega de la Argentina le anuncia que Henryk quiere aparecer por la casa para darle una sorpresa.

Entonces se le despiertan los recuerdos sobre una mulatona llamada Rosa, y la alegría que le había aparecido con la mudanza se le esfuma. La oscura mulatona es como las algas en el fondo del agua, una cosa negruzca que se distingue mal. En el lugar comienzan las habladurías, chismean que el señor Gombrowicz espera la llegada de alguien de la familia. Tener un hijo era una idea que no había tenido en toda su vida, pero le importaba poco que fuera legítimo o ilegítimo, su desarrollo espiritual y su evolución intelectual lo ponían fuera de la órbita de ese dilema. Sin embargo, el hecho de que un semimulato se le acercara con su tierno papi... ¿estará bien de salud? Tenía miedo de la visita porque Henryk podía chantajearlo, un hijo suyo concebido con una mulatona indefinida, en una noche de hotel que se abismó en las tinieblas del olvido.

De una fealdad negra le surge un hijo ilegítimo que quizás no esté bautizado ni tenga partida de nacimiento. Una negrura tenebrosa, tropical y hotelera desbordante de ilegitimidad se le anuncia desde la Argentina. Al comienzo de este diario, en el que relata episodios completamente falsos, nos dice que la casa estaba tasada en ciento cincuenta mil dólares, pero que el dueño sólo le pedía cuarenta mil en la mano, posiblemente porque se trataba de un admirador ricachón. Y al final, el remate estrafalario del diario es una obra maestra con la que tortura sin piedad a sus enemigos polacos londinenses “¡Un hijo ilegítimo que ronda/ la ilegitimidad redonda del hijo!/ ¡El despacho redondo de Rosa/ En que fue concebido el hijo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo! ¡Vendo muy barata una villa con sus habitaciones en fila, con terrazas sólidas y vistas panorámicas en un pinar y con un despacho redondo! Vendo al hijo y a Rosa con sus alcobas y redondeces. Urgente vendo una villa en muy buenas condiciones Tel. 36-580-1 de 15 a 17 h. He vendido por doscientos catorce mil dólares, con alcobas con vista panorámica, hijo y mulata.

¡Me he quedado sin nada!”

Este fragmento del "Diario" despertó la imaginación de dos gansos polacos que se vinieron a Buenos Aires para filmar la peor película sobre Gombrowicz de todos los tiempos. El Larguirucho y el Pegajoso se trajeron el argumento bajo el poncho, bien oculto, cayeron por Buenos Aires con el propósito avieso de burlarse de nosotros, unos pobres ancianos escleróticos, valiéndose de un cuento que podría tener un equivalente en la Argentina si a alguien se le ocurriera hacer una película con la vida del General Don José de San Martín y escribiera un guión sobre la base de que encontraron al Santo de la Espada fornicando con una africana. “Una carta de Argentina” relata una investigación que hace El Pegajoso en Buenos Aires sobre el hijo ilegítimo de Gombrowicz a quien finalmente encuentra.

A pesar de que le ofrecimos resistencia intentando establecer una línea de defensa con el Ministro de Cultura de Polonia, a la sazón Slawomir Ratajski, que intercedió en nuestro favor, los guapos de Polonia se salieron con la suya y pasaron el film por la televisión polaca. Desgraciadamente también lo exhibieron en el cine, en funciones especiales, en ciclos de revisión y aquí, en la Argentina, en la mismísima Embajada de Polonia. En efecto, el Esperpento, de vuelta de una viaje a Radom, había traído una copia del film, y le propuso a Eugeniusz Noworyta pasarlo en la embajada con la única condición de que yo no fuera invitado. Nuestras relaciones, nunca del todo buenas, habían sufrido un brusco enfriamiento en la casa de Madame du Plastique cuando puse al descubierto que, soto voce, se lo conocía entre nosotros como el Esperpento, un mote que le había puesto Flor de Quilombo.

Para el año del centenario me apoderé de la Embajada de Polonia y, por intermedio del que ahora era el embajador, Slawomir Ratajski, también me apoderé del Centro Cultural Borges y de la Feria del Libro, excluyendo en forma absoluta la participación del Esperpento. Cuando el Larguirucho y el Pegajoso desembarcaron en Buenos Aires se pusieron en contacto de inmediato con la Alemana Psicopática, una germana muy atractiva. Todo parecía hermoso y plácido, pero el diablo estaba emboscado.

La Alemana Psicopática se comportaba en forma eficiente, su conquista más destacada la había obtenido casándose con un Kepler, descendiente directo del astrónomo Juan Kepler, el de las leyes de la órbitas planetarias.

Otro comparsa de esta historia verdadera es Roman Pawlowski, un periodista polaco que puso al descubierto el aspecto insubstancial y payasesco de la película en la “Gazeta Wyborcza”. “En la película, de igual manera que en el ‘Diario’, la verdad se mezcla con la fantasía y la mentira con el drama. Pacek y Peña hacen retratos de las personas que pertenecieron al círculo de Gombrowicz con rasgos casi folletinescos; desde la conversación con el pintor Janusz Eichler que en vez de hablar sobre Gombrowicz repele los ataques de los mosquitos, hasta la escena en la que Juan Carlos Gómez con lágrimas en los ojos dirige la novena sinfonía de Beethoven, el compositor preferido de Gombrowicz. Sobre “Una carta de Argentina” se levanta el espíritu travieso de Witold Gombrowicz y es por este espíritu que vale la pena verla” Todo terminó mal, basta conocer las últimas explosiones que se produjeron en esta reacción en cadena que tuve con el Larguirucho. “Jamás se me cruzó por la cabeza que podía existir un gusano farsante tan grande como vos. Cada vez que pienso en lo que hicieron se me revuelven las tripas de indignación (...) Los que se ocupan de hacer películas sólo entienden el mundo que pasa por el objetivo, lo que entra en la lente existe, lo demás tiene poca importancia. A esta limitación general vos le agregaste otra, una idea idiota e inmoral, inmoral porque vos te viniste para acá con la aviesa intención de demostrar que el medio argentino en el que se había desenvuelto Gombrowicz era mediocre, y para probarlo hicieron todo lo posible por mostrarnos en una situación inferior recurriendo a la provocación con el hijo bastardo y al embotamiento con el alcohol. La participación del Pegajoso en ese sentido es terrible, a cada paso se nota en la película cómo se está burlando de nosotros (...) Tengo también buenos recuerdos tuyos; nuestras sesiones de ajedrez, de ginebra, de vodka, de champaña –una borrachera casi permanente acompañada siempre por la mirada vigilante de la Alemana Psicopática, tu cómplice femenina– no fructificaron en espíritu como se ve muy claro en la película (...) No voy a permitir que un mocoso como vos no atienda al hinchamiento de mi personalidad, que se hincha y se hincha y no sé si no voy a reventar”

LA ZORRA El hecho de haberme integrado como miembro pleno a esa editorial virtual increíble que es El Ortiba, una publicación que mezcla la política con los poemas y la Biblia con el calefón, algunas veces me actualiza la memoria gombrowiczida. En efecto, en una de las lecturas recomendadas por la revista vi al pasar y sin haberlo buscado, el nombre de Laura Isola y de su “Juego de cartas”, un texto que, a pesar de algunos reparos maliciosos que le hice a la autora, vale la pena conocer. “Acabo de leer ‘Juego de cartas...’, me lo mandó el Mafioso. Si me hubieras hecho conocer el texto para que echarle un vistazo antes de publicarlo, no hubieras cometido algunos errores formales que, aunque son formales nada más, deslucen el trabajo. ‘Si el formalismo creciente no es compensado por lo humano la poesía y la pasión perecerán’, le escribe Gombrowicz a su alumno Goma’ (...) Este error podías haberlo evitado, la nota no está del todo mal pero es un tanto fría”

“(...) debe recordarme quién es El Mafioso para que pueda ubicar a qué se refiere con Juego de cartas. Yo escribí un trabajo para un congreso con un título parecido: Juego de cartas o una amistad por escrito. Eso nunca fue una nota y me encantaría que usted lo leyera, si es que aún no lo ha hecho, para que pueda darme su opinión. Por lo que me escribe en el mensaje, no entiendo bien cuáles son ‘los errores’. Descuento que los hay por eso del errare humanum est (...) Es la misma que digo yo pero no es una nota es un artículo para unas jornadas en la Facultad y de ahí mi confusión sobre a qué se refería. Gracias por la crítica ad hoc y ojalá pudiera hacerme la burra como me dice, lo peor es que soy medio burra (...) (...) la astucia de La Zorra me encantaría tenerla, sobre todo para no caer en sus garras de señor pone nombretes. Le propongo un trato que no creo lo perjudique: déjeme ser la Burra más acorde a mi bajo perfil y quizá mi testarudez. Prometo no revelar que me quise cambiar el nombre entre los Gombrowczidas para no despertar ni celos y ni favoritismos. Eso de ser zorra por un lado me halaga pero es un animal que me resulta un poco ajeno”

El Mafioso me había hecho llegar una nota que había escrito la Zorra en la que hace algunas reflexiones sobre “Cartas a un amigo argentino”. Si la autora me la hubiera mostrado antes de publicarla para echarle un vistazo no hubiera cometido algunos errores, pero el texto, aunque un tanto desapasionado, no estaba del todo mal. La Zorra me

había contestado que no sabía quién era el Mafioso, que la nota no era una nota sino un trabajo que ella había presentado en un congreso, que no sabía si yo me estaba refiriendo a ese trabajo porque había escrito el título en forma incompleta, y que le gustaría conocer mi opinión. Cuando cayó en mis manos “Juego de cartas o una amistad por escrito” lo tuve que someter al canon del treinta por ciento.

Hace ya mucho tiempo lancé un anatema según el cual jamás leeré el ensayo de un autor en el que más del treinta por ciento de sus palabras esté constituido por la transcripción textual de la obra editada que el autor analiza o glosa. La Zorra se había pasado un poco del treinta por ciento pero, teniendo en cuenta que integra el elenco de los gombrowiczidas más ilustrados en asuntos de Gombrowicz y que estaba escribiendo una tesina sobre ese autor para licenciarse, hice una excepción. Las fuentes que inspiran este escrito son dos: una está declarada y la otra no está declarada. La declarada es la del prólogo que escribió el Pato Criollo para “Gombrowicz, este hombre me causa problemas”, la no declarada es la nota que escribió el Buey Corneta para presentar “Cartas a un amigo argentino”, un galimatías y una superficialidad respectivamente.

Ahora bien, la Zorra podía haber traspuesto esta barrera de una inspiración mal elegida, pero en vez de eso pisó una banana. “(...) ‘Si el formalismo creciente no es compensado por lo humano, la poesía y la pasión perecerán’, escribe Gombrowicz a su alumno Goma y con esto intenta un camino de iluminación” Si bien es cierto que la única metida de pata detectable que comete la Zorra es la de estas palabras sobre el formalismo, que Gombrowicz no me las escribió en ninguna carta sino que las escribió en “Testamento”, el resto del texto, a pesar de su escaso alcance espiritual, merece ser leído

El cargo que le hago a la Zorra sobre la falta de vuelo espiritual quizás sea un poco injusto, pues a lo mejor el propósito que tuvo ella cuando escribió “Juego de cartas o una amistad por escrito”, no fue el vuelo sino el detalle. En efecto, cada profesión tiene su vicio, la especialidad de los licenciados en letras y en psicología es la de contarle el culo a las hormigas, una especialidad analítica que em-

pieza a fracasar cuando se proponen juntar a todas las hormigas para formar un hormigón sintético. Sin embargo, de la observación atenta del aspecto que tiene la Zorra fotografiada junto al connotado hombre de letras Daniel Molina, no parece que pudiera deducirse de esta ilustre socia del club de gombrowiczidas, un talante que estuviera en línea con la falta de vuelo espiritual, sino todo lo contrario.

LOS SUECOS Las primeras imágenes que se me formaron sobre los suecos estaban relacionadas con el gran tamaño de las personas nacidas en Suecia, con la dinamita, con el premio Nobel y con casi nada más. Aún hoy, pasado el tiempo, a pesar de que la información y la cultura que fui adquiriendo con los años modificaron en parte esas primeras imágenes flotantes, sigo conservando más o menos las mismas nociones que desarrollé en mi juventud respecto a estos representantes de los pueblos nórdicos. Quizás el premio Nobel sea el símbolo más sobresaliente de esta mezcla caprichosa que se me hizo tempranamente en la cabeza pues su presencia en el tiempo se renueva todos los años así como también los elogios y los epigramas que tejen a su alrededor los hombres de todas las partes del mundo.

En efecto, los hombres de letras que no son coronados con los laureles de esta distinción tan insigne suelen hablar del premio en forma socarrona. “Qué vergüenza para Estocolmo... primero da el premio a Gabriela ahora a Juan Ramón. Son mejores para inventar la dinamita que para dar premios” No sólo el Asiriobabilónico Metafísico se burla del premio, también lo hace el infaltable Gombrowicz. “Me ha afectado el telegrama de Christian Bourgois a propósito del Premio Nobel que, desgraciadamente, se me ha escapado con sus setenta mil dólares. El año que viene se lo darán a un negro, después a un mulato, después a Günter Grass y después a mí, y entonces me compraré un Mercedes deportivo de dos puertas”

Gombrowicz no puede perder la oportunidad de matar dos pájaros de un tiro, se refiere al premio Nobel de Literatura y al mismo tiempo al Asiriobabilónico Metafísico con cierto sarcasmo.

Borges no había participado del congreso del Pen Club que se celebró en Buenos Aires en el año 1961, pero no porque no lo hubiesen invitado como le había ocurrido a Gombrowicz, sino por otras razones. Se había subido a un avión con su madre y estaba viajando a Europa en busca del Nobel. “No es otra la razón por la que ese hombre de más de sesenta años y casi ciego, y su anciana madre, que cuenta ni más ni menos que con ochenta y siete años, decidieron volar en un avión de reacción. Madrid, París, Ginebra, Londres: conferencias, banquetes, fiestas, para despertar el interés de la prensa y para poner en marcha todos los mecanismos. El resto, supongo, es cosa de Victoria Ocampo (‘he puesto más millones en la literatura que los que Bernard Shaw sacó de ella’)”

La oveja negra era Sastre, ese ilustre francés se comportaba de una manera extraña, era una verdadera excepción a esa regla que obliga a los escritores que reciben el premio Nobel a hacer una reverencia, la genuflexión manifiesta con la que agradecen la distinción que reciben. Sartre se le había convertido a Gombrowicz en una obsesión más o menos permanente, pero el filósofo francés no lo registró, ni aún después de que Gombrowicz recibiera el premio “Formentor” en el año 1967; claro, no le daba importancia a estas distinciones, al punto que tres años antes, en 1964, había rechazado el Nobel de literatura. Fueron dos hombres apasionados que tomaron rumbos diferentes, pesaron mucho en ellos sus familias, las tradiciones y el lugar de nacimiento.

Mis contactos con los suecos han tenido un tono dispar, pero siempre negativo. El año en que se publicó “Cartas a un amigo argentino” apareció por Buenos Aires el máximo especialista sueco en los asuntos de Gombrowicz El día que lo conocí enseguida me di cuenta que su figura no se correspondía en absoluto con las imágenes que me había formado en mi juventud, era un sueco enano y cabezón. Cuando Anders Bodegard empezó a hacerme reproches por la publicación de las cartas que me había escrito Gombrowicz sin la autorización de la Vaca Sagrada lo sermoneé severamente como muy bien se puede apreciar en la foto que forma parte de este gombrowiczidas.

La polémica que sostuve con ese enano cabezón se puso castaño oscuro y si no hubiese sido por la intervención mediadora de la Madame du Plastique quién sabe lo que hubiera ocurrido. Conocí otro sueco que no era especialista en Gombrowicz, pero sí era el máximo representante nórdico en los asuntos del Pterodáctilo. El Embajador de Polonia, a la sazón el Camaleón, me pidió que invitara al Pterodáctilo a la hermosa mansión de Palermo Chico, quería rendirle un homenaje a toda orquesta y tirar la casa por la ventana. Es sabido que los embajadores viven especialmente de las apariencias, por esta razón el Camaleón decidió, una vez que Don Arnesto aceptó la invitación, organizar un almuerzo en la embajada con una gran cantidad de embajadores para homenajear a nuestro insigne hombre de letras.

Yo sabía que el Pterodáctilo había desarrollado con el tiempo una gran habilidad para excusarse, me contaba que se atrevía a cualquier cosa, desde las enfermedades infecciosas hasta los yesos, que en una oportunidad, renovando las excusas con la misma persona, se había convertido en un hombre tronco. Me preparé para lo peor, dicho y hecho, dos días antes del almuerzo me avisó por teléfono que estaba orinando sangre y que no sabía si podía ir a la embajada. Finalmente, se apiadó de mí y a último momento me dijo que iba. Cuando llegó el Pterodáctilo a la Embajada de Polonia la gente se arremolinó, Don Arnesto me pidió que le tuviera un momento un ejemplar de “Sobre héroes y tumbas” que le había dado el embajador de Suecia para que lo firmara, que no quería aparecer en las fotos como aparecía siempre con libros y lapiceras.

Esta posesión inocente me puso en peligro, el embajador sueco que tenía el tamaño de un oso, me arrancó el libro de un zarpazo diciéndome que el libro era de él y que no sabía por qué lo tenía yo en mis manos. Me senté a la mesa del Camaleón y de las esposas de los embajadores de Turquía y Costa Rica. Cuando le pregunté a las señoras qué libro de Don Arnesto habían leído, me respondieron que ninguno, cuando le pregunté a qué habían venido entonces, me respondieron que a comer. Esta arrogancia simpática de las señoras me dio ánimo para mudarme de mesa después de unas palabras confusas que el Camaleón pronunció a los postres. Me fui a la mesa del Pterodáctilo en la que también estaban Alicia Noworyta, la mujer del embajador de Polonia, y Peter Landelius, el embajador de Suecia.

El oso sueco era un gran conversador muy versado en asuntos hispanoamericanos, siendo él mismo escritor se refería con autoridad a los temas de la literatura. En el tiempo que traducía “Cien años de soledad” le dijo a García Márquez que su libro no le presentaba mayores dificultades. El autor se ofendió y le respondió en una larga nota que circuló por toda España en la que se refería a las múltiples complejidades y tramas de esa obra que el traductor ni siquiera sospechaba. Después de pasearse con soltura por Cortázar y por otros escritores hispanohablantes muy señalados la conversación de Landelius recayó en el Pterodáctilo, y debajo de las mismísimas barbas de ese hombre de letras tan celebrado miró desde arriba la traducción de “Sobre héroes y tumbas”.

Dijo que algunos escritores se preocupan pensando en las dificultades que para los traductores suponen esos traslados lingüísticos, que conocía a varias de sus víctimas las que no siempre entendían en qué consiste el problema. Había recibido larguísimas cartas de Sabato explicándole cosas que no necesitan explicación, de otras que sí lo requerían no se daba cuenta. El escritor no necesariamente es la autoridad sobre estos problemas. Al referirse al Asiriobabilónico Metafísico manifestó que le habían negado el Nobel no por razones políticas sino porque al jurado le interesaban tan sólo algunos de sus primeros poemas, pero el resto no le interesaba.

Cuando Alicia Noworyta empezó a hablar de un libro sobre comidas que estaba escribiendo y le pidió al Pterodáctilo que le hablara de alguna receta que supiera preparar, Don Arnesto le respondió con una sonrisa diplomática al tiempo que se preparaba para huir pidiéndome que lo acompañara con la mayor premura a su casa de Santos Lugares. De todo esto resultó que al año siguiente, cuando llevé a la Vaca a la casa del Pterodáctilo, se vino con una carta de la señora del Camaleón debajo del brazo en la que le pedía a Don Arnesto que le hiciera algún comentario sobre los ingredientes y la preparación de alguna comida que supiera hacer, que estaba escribiendo un libro de gastronomía para gente VIP, una solicitud que provocó una gran algarabía en el Pterodáctilo y en mí, mientras la Vaca permanecía en silencio.

Si observamos atentamente el aspecto con el que aparecen en las fotos es muy fácil deducir que Alicia es una cocinera experta que gusta de las comidas y que Landelius es un sueco gigantón arrogante y medio bruto.

EL ESTADO DE GRACIA

La realidad que el hombre va descubriendo poco a poco rompe los moldes y las teorías que la contuvieron durante un largo tiempo; los viejos barriles son reemplazos por otros, pero ni Einstein es tan distinto de Newton, ni Marx de Cristo, ni Sartre de Sócrates, para poner unos ejemplos. La realidad tiende a volverse teórica cuando está tranquila, pero cuando está intranquila produce revoluciones sociales como la francesa, o reducciones del pensamiento como la antropológica de Feuerbach, la fenomenológica de Husserl y la sociológica de Marx. Gombrowicz formó su conciencia en el período más agitado del siglo XX y se vio obligado a reflexionar sobre concepciones tan amplias como lo son el existencialismo y el comunismo, pues esta dos concepciones juntas constituyen la verdadera introducción a nuestra época.

El existencialismo era una forma del pensamiento que no tenía una representación política pero el comunismo sí que la tenía, y este aspecto social del comunismo le daba un aspecto bifronte, porque una cosa era hablar de Marx y otra de Stalin. Gombrowicz estaba de acuerdo con el sentido moral del comunismo, con su pedido de justicia distributiva y con esa conciencia que se torturaba frente a la injusticia. Estaba de acuerdo también con la concepción marxista del valor que manifiesta que la necesidad es el fundamento del valor, pues un vaso de agua en el desierto no puede tener el mismo valor que al lado de un río. Para Sartre, en cambio, un hombre tiene necesidad de agua en el desierto porque elige la vida y no la muerte; en el marxismo no existe esta libertad de elección, el hombre está obligado a elegir la vida.

Marx ha desenmascarado muchas mistificaciones históricas, del mismo modo que lo hicieron Freud y Nietzsche, son hombres que demostraron que detrás de nuestros sentimientos que parecen nobles, se ocultan complejos, bajezas y toda la suciedad que encierra la vida. Si bien el pensamiento marxista ha servido para poner al descubierto muchas hipocresías históricas, es también utópico y no conduce a nada, por tal razón Gombrowicz se

animó a profetizar poco antes de morir que dentro de veinte o de treinta años sería puesto de patitas en la calle. Sin embargo, sabía que en el sentido filosófico el marxismo propone la liberación de la conciencia para que no se presente deformada en la actividad que debe realizar, para sea auténtica frente al mundo y el hombre.

A la desconfianza que Gombrowicz le tenía a todas las ideologías se le podría agregar la poca confianza que le tenía a la cultura política y científica de los habitantes de nuestros pueblos del interior. En una de sus vacaciones en Tandil estaba tomando un café y conversando con un hombre experimentado, director de una empresa bastante grande: –¿Qué le parece?, ¿cuántos muertos hubo en Córdoba durante la revolución contra Perón del 16 de septiembre?; –Veinte mil; –¡Pero qué bah, esa batalla duró dos días y no hubo más de trescientos muertos. Y cuando fue a Goya, también en una mesa de café: –¿Cuántos muertos hubo en el bombardeo a la Casa Rosada del 16 de junio?; –Más o menos quince mil; –¡Pero ni siquiera trescientos! En Santiago del Estero un estudiante le decía que Freud no le sirve a los argentinos porque el psicoanálisis es una ciencia europea y nosotros somos americanos. Y de vuelta en Tandil, le pregunta al comunista Mariposón si alguna vez había tenido dudas: –Sí, cuando prohibieron por abstracta la pintura de Kandiski. Sólo eso le había parecido un poco irregular: –Usted pone el cuadro de un pintamonas por encima de treinta millones de cadáveres. Cuentan los de la barra de Tandil que nunca lo habían visto tan enojado a Gombrowicz. La consecuencia que saca Gombrowicz de los desatinos de esta gente es que el mundo que sobrepasaba los límites concretos de la familia, de la casa, de los amigos o del salario era para ellos arbitrario. Los integrantes del cuarteto Gombrowicz considerábamos al Mariposón como a un partiquino, un advenedizo que con astucia había metido la nariz en la película de Fischerman.

Sea como fuere el Mariposón es un periodista que de vez en cuando toma la pluma y escribe sobre Gombrowicz. “A mediados de junio pasado, en mi familia se recordaron los cien años del nacimiento de mi padre, un italiano que había llegado a Buenos Aires de niño, en la primera década del siglo. Un mes y medio después, el 4 de agosto, se conmemora el centenario de Witold Gombrowicz, un polaco que llegó a la misma ciudad en 1939. Aunque después ambos personajes viajaron por el mundo, ninguno de los dos volvió a ver su tierra natal. Mi padre murió en Tandil en 1955, dos años antes de que por esas mismas serran-

ías aterrizara el polaco irreverente que habría de convertirse en uno de los escritores capitales de la centuria pasada. Si bien se trata de la simple coincidencia de dos europeos que confluyeron en el mismo solar de destierro, para quienes conocimos al autor de Cosmos en la adolescencia la asociación no es antojadiza: el tema del padre ocupa un lugar significativo en la obra de Gombrowicz”

Es tan estúpido el comienzo de esta nota que escribió el Mariposón que hasta cierto punto es explicable la irritación que le producía a Gombrowicz la presencia de este personaje. De la observación atenta que podemos hacer sobre el aspecto del Mariposón que aparece en la fotografía podemos deducir el carácter de un cura pecador que ha perdido el estado de gracia, una pérdida que lo hace pariente del padre del comunismo que también lo había perdido.

LOS CAMPEONES

Todas las naciones tienen sus campeones en asuntos concernientes a la actividad de escribir, pero hay muy pocas que lleguen a tener un campeón de campeones. En la Argentina va resultando cada vez más claro que ese título se lo ha ganado con claridad el Asiriobabilónico Metafísico a pesar de todos los esfuerzos que hizo Gombrowicz para que esto no ocurriera. Los mexicanos, pongamos por caso, no tienen un campeón de campeones, por lo menos no tienen uno que le haya sacado tanta ventaja a los demás como tenemos nosotros; pero vayamos por partes. Cuando por alguna razón los mexicanos y Gombrowicz aparecen mezclados en mi cabeza sin orden alguno me vienen a la memoria unas palabras del Orate Blaguer que junta en unas pocas líneas al Niño Ruso con el Hábil Declarante y el Cacatúa. “(...) ‘Me creo a mí mismo a través de mi obra. Primero combatiré, y después sabré lo que soy’, le oigo decir a Gombrowicz. Sé el tiempo empleado en leerla, pero no el que tardé en comprender esa vida, que en realidad es esencialmente una obra. Pero sí sé que un día le oí decir a Christopher Domínguez Michael que aún no sabía si Gombrowicz fue un genio que sólo el nuevo siglo comprenderá o una extraña criatura de la vanguardia que incubaban en la gran Polonia escritores como Schulz y Witkiewicz. Y también sé que le oí decir que había cruzado con muy poca gente palabras en torno a la obra de Gombrowicz (citaba a Pitol y

Manjarrez entre otros), ‘pues entre las características que delatan a este misántropo es que poco puede decirse de él’ (...)”

Recientemente se ha integrado al club de gombrowiczidas un veinteañero mexicano al que tuve que apodar el Maltratado por un desplante increíble que le hizo nuestro inolvidable Asno. “Por otro lado intenté, sin éxito, entrevistarme con ‘El Dipi’ (Jorge Di Paola), en su momento jeune promesse (ahora, al parecer, escritor de tiempo completo) y amistad cercana de Gombrowicz. Lo único que pudo obtenerse fueron estas líneas, cargadas de hastío y desinterés: ‘Sobre G. ya está todo dicho. Probablemente demasiado. Hace varios años que me tiene podrido. No él, pobre cadáver. El circo alrededor. Que tu mexicano lea el Diario, año 57, y... que apoye al que reside en el Zócalo reclamando la presidencia (se refería a López Obrador). No hablo de nada con casi nadie. No es personal. Pero nunca más, sobre nada’. Me parece que la circunstancia no puede ser más elocuente” El Maltratado debe pensar que los gombrowiczidas argentinos somos soberbios y despreciativos pero esto no se ajusta del todo a la verdad, por lo menos en lo que a mí concierne. En un diario de Xalapa, la patria del Niño Ruso, consideran al Maltratado como el niño genio de las letras veracruzanas, un niño que va en camino de convertirse en un campeón de campeones de los hombres de letras mexicanos. Tiene respuestas ingeniosas para las preguntas estándar que le hacen los periodistas. “(…) ¿Para qué la literatura? No quisiera responder con parrafadas sociológicas, filosóficas o políticas al respecto del 'sentido de publicar libros de literatura' por motivos de espacio y por respeto a los lectores (…)

Sin embargo creo, sin ánimos de caer en un esteticismo narcisista, que un sentido válido para escribir y publicar es la gratuidad de la belleza. Nadie se pregunta por el sentido de contemplar unas piernas bien torneadas, comer camarones o beberse una caguama. Esa es la intención de este libro: compartir algo con alguien (…) A principios de agosto parto a Buenos Aires, ciudad que me fascina. La finalidad es escribir una suerte de ensayo-crónica-diario de viajes que explore la ciudad como experiencia –otra de mis obsesiones permanentes– a través de una mirada extranjera. Pretendo describir y habitar Buenos Aires a través de algunos autores y de mi viaje al interior de la urbe. El proyecto se titula ‘La ciudad de la metáfora’ (…)”

Pues bien, mientas el Maltratado ya debe estar internado en Buenos Aires haciendo su trabajo de hormiga llega a mi buzón “La Cabeza del Moro”, una revista de Manuel Ramos Montes, otro joven mexicano veinteañero. “(…) El ensayista mexicano Rafael Toriz me facilitó tu correo; estamos programando una presentación del número alusivo a Witoldo en Buenos Aires, a finales de octubre de este año. Ojalá se concrete mi visita a Argentina para entregarte personalmente tus ejemplares de La Cabeza del Moro (…)” El acercamiento promisorio de esta juventud mexicana veinteañera y entusiasta me despierta sentimientos encontrados, por un lado la gratitud por la distinción que me hacen, y por otro un cierto desasosiego pues podrían llegar a desencantarse como se desencantaron los compatriotas de Gombrowicz en un pasaje de “Trasatlántico”.

En el comienzo de la novela la primera consecuencia que le trae a Gombrowicz su presentación en la embajada fue que lo invitaron a una recepción en la casa de un pintor a la que iban a asistir los escritores y artistas locales. Tenía una gran seguridad en su maestría y sabía que como maestro lograría superar y dominar a todos los demás. Cuando llegó sus compatriotas lo glorificaron, el consejero lo presentaba y ensalzaba como el gran maestro y genio polaco Gombrowicz, pero nadie le llevaba el apunte, entonces lo empezaron a tratar de comemierda y le exigieron que hiciera algo para no avergonzarlos. De la observación atenta que podemos hacer de los rostros del Maltratado y del Moro que aparecen en las fotos de este gombrowiczidas se puede deducir una mezcla de dulzura y de fiereza, la misma dulzura y fiereza que tenían los moros cuando le cortaban la cabeza a los españoles.

LOS LIBROS, LOS BIBLIOTECARIOS Y LAS BIBLIOTECAS

Mis primeras peregrinaciones a los santuarios de los libros las hice a “Veladas de estudio después del trabajo”, una biblioteca anarquista de Avellaneda por la que habían pasado personajes tan ilustres como Alicia Moreau de Justo y el mismísimo Asiriobabilónico Metafísico. En el año en que nací Juan Carlos Castagnino había encontrado refugio en los altillos de esa biblioteca cuando era perseguido por su militancia política, el mural que pintó en una de sus paredes para agradecer ese gesto yo lo veía cada vez que iba a las veladas de estudio a discutir con los anarquistas. El mural estaba un poco deteriorado, Cas-

tagnino había pintado a una mujer trabajadora cargando leña sobre un fondo de fábricas.

Mis siguientes peregrinaciones ya las hice a la catedral argentina de los descendientes de Gutenberg, la antigua Biblioteca Nacional de la calle México en el tiempo en que por sus claustros solemnes y oscuros se escuchaban los pasos vacilantes del Asiriobabilónico Metafísico. Mis contactos más recientes con las bibliotecas y los bibliotecarios tuvieron lugar en Polonia, es claro que por correspondencia. A mediados del año 2004 el Director de la Biblioteca Pública de Varsovia, Michal Strak, me propuso el patrocinio honorífico de la exposición “Gombrowicz en el teatro secular del mundo” que estaban organizando para celebrar el año del centenario, ofrecimiento que acepté inmediatamente porque me sentí verdaderamente honrado.

La curadora del evento resultó ser una Cortesana, una víbora metafísica seductora que se hizo mi amiga durante un tiempo para darse aires con mi nombre. Al poco tiempo de haberle completado el envío de materiales ambos estallamos como una Santa Bárbara y todo se fue al demonio, con mucho dolor de mi parte pues tuve que renunciar al patrocinio honorífico de la exposición con el que me había distinguido el bibliotecario, aunque hay que decirlo con todas las letras, del aspecto que tiene Michal Strak en la foto que forma parte de este gombrowiczidas no se podía esperar nada bueno. Es bien sabido que desde hace mucho tiempo estoy intentando publicar en Polonia las cartas que me escribió Gombrowicz pero como la Vaca Sagrada no me da la autorización correspondiente decidí utilizar una estratagema antigua de la que se valen los ladrones: si no puedes entrar por la puerta entra por la ventana.

Le ofrecí la donación de los originales de las cartas que me había escrito Gombrowicz a otra biblioteca, la Biblioteca Nacional de Polonia, con la sola condición de que exhibieran también la versión polaca, imaginándome que de esta manera podría, por fin, franquear la barrera que me interponía la Vaca Sagrada. Como las cartas ya estaban traducidas por la Colifata se me ocurrió ponerla en contacto con el director de la biblioteca, Michal Jagiello, pasándole a cada uno el mail del otro sin imaginarme ni en mis sueños más atrevidos que la Colifata iba a estallar como un géiser. En efecto, me acusó de que había violado la intimidad de su vida privada por haberle entregado su mail al Bibliotecario y me mandó al demonio.

Mientras el Bibliotecario, un caballero burgués y anodino, se postraba a mis pies derretido en agradecimientos y me comunicaba que le estaba pidiendo la autorización a la Vaca Sagrada pues sin su aprobación el proyecto era irrealizable, a mí se me caía el alma a los pies como ya otras veces se me había caído por la misma causa. No es tan difícil deducir del talante que tiene Michal Jagiello en la foto que luce en esta historia verdadera que mi proyecto iba a terminar mal, en medio de las montañas y de la nieve este señor aparece con el aspecto de un hombre cabeza hueca. La relación que tenía Gombrowicz con los libros, con los bibliotecarios y con las bibliotecas no era del todo clara. Mientras Sastre termina tratando a los libros como si fueran productos, Gombrowicz comienza a relacionarse con ellos desde un principio en forma despreciativa.

Sartre, que durante gran parte de su vida aspiraba al reconocimiento de la posteridad, llegando a los sesenta años nos dice que se había engañado hasta los huesos, que había dudado de todo, pero no había dudado de haber sido el elegido de la duda, por lo que se había convertido en un dogmático, y que se había transformado en una máquina de hacer libros. Desde su más tierna juventud Gombrowicz tenía la sospecha que la gente en realidad leía mucho menos de lo que decía que leía. Él y sus hermanos bien sabían que los libros del filósofo inglés, el que había fundamentado el proceso social en la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, permanecían en los estantes de la biblioteca con las páginas sin abrir. Sin embargo, a Marcelina Antonina se le ocurría presentarse de otra manera: –Confieso que pueda parecer un poco extraño, pero tengo una gran debilidad por la filosofía, por el pensamiento riguroso y en ocasiones me deleito leyendo Spencer.

En algunas ocasiones Gombrowicz nos manifestaba que el contacto directo con los libros le producía eczema y que por esta razón le resultaba más placentero dedicarlos que acarrearlos o leerlos. “Se acercaba el bachillerato. Mi situación era un tanto embarazosa porque desde hacía unos cuantos años casi no había abierto mis manuales, y me dedicaba durante las clases a practicar mi firma, cada vez más sofisticada, con rúbrica o sin ella, aprobando los cursos de pura chiripa. En el cuarto curso el director me había retado porque yo no llevaba libros a la escuela, simplemente una pequeña agenda para tomar apuntes. En respuesta contraté a un

mensajero –se encontraban entonces en las esquinas de las calles– que entró detrás de mí en el edificio de la escuela cargando con mi mochila llena de libros (...)”

Una de sus pasiones predominantes era la de dedicar los libros con el menú de las comidas; el “Ferdydurke” de Halina Grodzicka lleva una memorable: “En recuerdo de la estupenda cena del 1º de mayo de 1957: cuajada, sopa de croquetas, sesos con nouilles, tarta de queso con crema batida, té, café. Con la expresión de mi veneración profunda y de mi amistad inquebrantable. Hasta ahora hambrienta, hoy saciada hasta reventar. Witoldo” En las ocasiones en las que le preguntaba a Gombrowicz si había leído tal o cual libro siempre me respondía que yo debía suponer que él había leído todo. Al llegar a la Argentina ya tenía asimilados a Shakespeare, Rabelais, Montaigne, Dostoievski, Mann..., yo nunca lo vi comprar un libro, no tenía plata para comprarlos.

A veces se lamentaba de no disponer de los más actuales para escribir sobre ellos en sus diarios, y como no era un hombre de ir a las bibliotecas leía sólo lo que le prestaban. La curiosidad que tienen las personas cultas por saber cuáles han sido las lecturas de los hombres de letras eminentes es análoga al deseo de conocer sus antecedentes familiares, es una necesidad que se manifiesta en todos los campos del conocimiento humano, la necesidad de clasificar y de darle una estructura lo más simple posible al desorden. Pero ni de sus antecedentes familiares ni de sus lecturas podemos deducir la naturaleza de Gombrowicz. En un pasaje memorable de “Trasatlántico” que el Vate Marxista comenta con fruición, Gombrowicz se burla de los libros y de los hombres de letras en la cabeza de un personaje que al Vate Marxista le recuerda a Mallea, al Filósofo Payador le recuerda a Borges, y a otros más les recuerda a Mujica Láinez.

En ese pasaje inolvidable cuenta que había llagado a la reunión un hombre vestido de negro, una persona muy importante, un gran escritor, un maestro. Llevaba en los bolsillos una cantidad inconcebible de papeles que perdía a cada momento, y debajo del brazo algunos libros, se volvía a cada rato inteligentemente inteligente. Los compatriotas de Gombrowicz lo empezaron a azuzar para que mordiera al hombre de negro, que si no lo hacía lo iban a tratar de comemierda y a morder. Entonces Gombrowicz le dijo a la persona más cercana en voz bastante alta para que lo oyera el hombre de negro:

“No me gusta la mantequilla demasiado mantecosa, ni los fideos demasiado fideosos, ni la sémola demasiado semolosa, ni los cereales demasiado cerealientos”

El hombre de negro sin la mínima sorpresa le respondió que la idea era interesante pero no nueva, que ya Sartorio la había expresado en sus “Eglogas”, y cuando Gombrowicz le manifestó que no le importaba un comino lo que decía Sartorio sino lo que decía él mismo, el que estaba hablando, el gran escritor le contestó que la idea no era mala pero que existía un problema, ya había dicho algo parecido Madame de Lespinnase en sus “Cartas”. Gombrowicz perdió el aliento, aquel canalla lo había dejado sin palabras, entonces empezó a caminar y a caminar, y cada vez caminaba con más furia, sus compatriotas estaban rojos de vergüenza y los demás de ira. Pero alguien comenzó a caminar con él, era un hombre alto, moreno, de rostro noble. Sin embargo, sus labios eran rojos, estaban pintados de rojo. Huyó como si lo persiguiera el diablo. El moreno lo siguió, era muy rico, vivía en un palacio, se levantaba al mediodía para tomar café y luego salía a la calle y caminaba en busca de muchachos; aunque vivía en una mansión simulaba ser su propio lacayo, tenía miedo que le pegaran o que lo asesinaran para sacarle la plata.

En unas páginas magistrales que escribe en los diarios mientras pasa una temporada en una vieja abadía le da el golpe final a los libros, a los bibliotecarios y a las bibliotecas. Al bibliotecario de Royaumont le pregunta si el gobierno estaba tomando medidas para afrontar la llegada inminente del desbordamiento total, cuando las bibliotecas hagan estallar las ciudades, cuando haya que entregarle no sólo los edificios, sino barrios enteros, cuando los libros y las obras de arte acumulados inunden los campos y los bosques desbordándose de las ciudades llenas hasta reventar. No había que olvidar además que mientras la cantidad se iba convirtiendo en calidad al mismo tiempo la calidad se transformaba en cantidad de modo que la catástrofe estaba próxima.

KANT Andamos dando vueltas alrededor de los rastros que dejaron los filósofos en la obra artística de Gombrowicz. Algunas huellas ya encontramos, de Heidegger en “Cosmos” y de Hegel en “Opereta”, pero debe haber más. El primer amor filosófico que tuvo Gombrowicz fue Kant, a los quince

años ya le echaba una mirada de vez en cuando a la “Crítica de la razón pura” de la que conservó notas que había escrito sobre los juicios sintéticos a priori. También intentaba entender algo de “Prolegómenos a toda metafísica futura”, una obra que revelaba la importancia fundamental de ese yo tan maltratado en Polonia. Pero, ¿qué relación puede existir entre un hombre tan serio como Kant y Gombrowicz? Es seguro que Kant no era una persona totalmente seria, pero el acceso a su inmadurez y a sus suciedades no es posible, le estaba vedado también al propio Kant.

Es un misterio cómo el Kant niño se transformó en el Kant filósofo, pero no está de más recordar que el desarrollo de la cultura y de la ciencia tiene mucho de ligero y de caprichoso. Gombrowicz empieza el curso de filosofía que dicta en su casa de Vence hablando de Kant al que le dedica más tiempo que a los otros filósofos, en esas lecciones que son interrumpidas dramáticamente, primero por la enfermedad y después por la muerte. De los pensadores que integraron esas lecciones Kant fue el de origen más modesto, el que menos viajó, uno de los más longevos, el menos exagerado, y el más grande. Cuando murió sus conciudadanos le rindieron los mismos honores que se le rendían a los príncipes cuando fallecían.

Antes de descubrir en qué obra de Gombrowicz aparece Kant vamos a dar un breve paseo por la filosofía de este maestro. La actitud idealista iniciada con Descartes basó el razonamiento filosófico sobre la convicción de que los pensamientos nos son más inmediatamente conocidos que los objetos de los pensamientos. Sin embargo, en todos los pensadores anteriores a Kant quedaba siempre un residuo de realismo que recaía en una existencia trascendente, en sí, de algún elemento que encontraban por el camino: el espacio, Dios, el alma, las mónadas... Kant trata de terminar definitivamente con la idea del ser en sí. Para el conocimiento el ser no es en sí, sino que es un ser para ser conocido, puesto por el sujeto pensante como objeto del conocimiento. Kant se encuentra en el cruce de la tres corrientes ideológicas más importantes del siglo XVIII.

El racionalismo de Leibniz que distingue entre verdades de razón y verdades de hecho y cuyo ideal es estructurar el conocimiento científico como una malla de verdades de razón. El empirismo de Hume con sus reflexiones sobre las percepciones y sobre las conexiones no causales de los hechos. Y la ciencia positiva físico matemática de Newton. El pensamiento de Kant huele mucho más a Newton que a otra cosa, es por eso

que su sistema filosófico es imponente pero no exagerado. Newton había puesto en caja a todos los fenómenos de la naturaleza con su desarrollo de la mecánica racional, un sistema grandioso y seguro, alejado de las quimeras. Kant tiene en la mano pues todas las cartas de la ideología de su tiempo. La vida que llevó ha pasado a la historia como un ejemplo de existencia metódica y rutinaria.

Acostumbraba a dar un paseo vespertino todos los días, a la misma hora y con idéntico recorrido, al punto que llegó a convertirse en una especie de señal horaria para sus vecinos. La filosofía necesitaba de una teoría del conocimiento y de eso escribe en “Prolegómenos a toda metafísica futura”. La diferencia fundamental entre Kant y sus predecesores es que mientras estos hablan del conocimiento de una ciencia que se está estableciendo, Kant habla de la ciencia físico matemática de Newton ya establecida. El hecho de la razón pura es pues el hecho de la ciencia físico matemática de la naturaleza que está compuesta de juicios en los que, en resumidas cuentas, algo se dice de algo. Estos juicios son el punto de partida de todo el pensamiento de Kant, son enunciaciones objetivas acerca de algo, son juicios que se dividen en dos grandes grupos: los analíticos y los sintéticos.

Y esta clasificación nos lleva de la mano a “Filifor forrado de niño”, y a cómo Kant se metió dentro de una novela corta de Gombrowicz. Los juicios analíticos son aquellos en los que el predicado está contenido en el concepto del sujeto. Contrario sensu, en los sintéticos no está contenido. Son sintéticos porque unen sintéticamente elementos heterogéneos en el sujeto y en el predicado. Los juicios analíticos son verdaderos porque son tautológicos, son juicios de identidad. En cambio la verosimilitud de los sintéticos proviene de la experiencia, de la percepción sensible. Los juicios analíticos son verdaderos, universales y necesarios, por lo tanto no pueden tener origen en la experiencia, son pues a priori. La validez de los juicios sintéticos es, en cambio, limitada a una experiencia, son juicios particulares y contingentes, son entonces a posteriori.

Si la ciencia estuviera constituida por juicios analíticos solamente, por verdades de razón, la ciencia sería vana, y si estuviera constituida por juicios sintéticos, por enlaces casuales de hechos como piensa Hume, no sería ciencia, sería una costumbre sin fundamento. Pero la ciencia físico matemática de Newton no es ni tautológica ni está compuesta de hechos de conciencia casuales. Aquí Kant está preparando el caramelo

para Gombrowicz. Los juicios de la ciencia tienen que ser a priori, es decir, universales y necesarios, como los analíticos sin ser analíticos, y también tienen que ser sintéticos, es decir, deben aumentar nuestro conocimiento sobre las cosas. Los juicios de la ciencia deben ser pues sintéticos y a priori, y lo son, tanto en la matemática como en la física. No es el caso aquí de poner ejemplos ni de hacer demostraciones, pero sí podemos preguntarnos cómo son posibles estos juicios, y si son posibles en la metafísica.

Kant llega a la conclusión de que el espacio y el tiempo son formas de nuestra sensibilidad que hacen posible la existencia de los juicios sintéticos a priori en la matemática, la condición primera para que las cosas puedan ser conocidas. Pero la ciencia humana no es sólo matemática sino también física, determina la forma de los objetos pero también tiene que determinar las leyes que rigen la aparición y la desaparición de los fenómenos mismos, es decir, el conocimiento a priori de los objetos reales. Las leyes que se anuncian en la mecánica racional no son derivadas de la experiencia sino de nuestro propio pensamiento. Mientras la intuición del espacio y del tiempo hace posible la forma de los objetos, las doce categorías del conocimiento hacen posible la realidad, son las condiciones de existencia de los juicios sintéticos a priori en la física.

Las condiciones del conocimiento son al mismo tiempo las condiciones de la objetividad, es lo que Kant llama la inversión copernicana. Las condiciones de la objetividad no nos pueden ser enviadas por las cosas pues las cosas sólo nos envían impresiones, entonces son las cosas las que se deben ajustar a nuestros conceptos. Para redondear este paseo por los juicios sintéticos a priori de las lecciones que Gombrowicz les dio a la Vaca Sagrada y al Hasídico, el curso de filosofía más extenso que dictó y también el de menos concurrencia, vamos a decir que los objetos del mundo material sirven tan sólo como materia pura a partir de la cual se nutren las sensaciones. Los objetos, en sí mismos, no tienen existencia, y el espacio y el tiempo pertenecen a la realidad sólo como parte de la mente, como intuiciones con las que las percepciones son medidas y valuadas.

Las formas de la sensibilidad, el espacio y el tiempo, más las doce categorías del conocimiento cuya reina es la causalidad, al punto que Schopenhauer suprimió las otras once, hacen posible la existencia de los juicios sintéticos a priori en la matemática y en la física. Este tipo de juicios no son posibles en la metafísica, pero ésta es harina de otro costal, nosotros vamos a detenernos aquí. La existencia de estos dos mundos opuestos de los juicios analíticos y de los juicios sintéticos pusieron en marcha la imaginación de Gombrowicz, le empezaron a rondar

la cabeza y a los treinta años los metió en “Filifor forrado de niño”. “Filifor forrado de niño” es uno de los dos relatos cortos que Gombrowicz incluye en "Ferdydurke". Escrito, como Filimor, en 1934 es presentado en el libro con un prefacio, uno de cuyos pasajes se convirtió con el tiempo en el manifiesto ferdydurkysta.

Esta novela corta es una muestra del talento que tiene Gombrowicz para componer estructuras lógicas con elementos absurdos. Ya conocemos la enorme desconfianza que le tenía Gombrowicz a la crítica literaria. En algunas ocasiones cuando los críticos, o los escritores puestos en actitud de críticos, discutían sobre el significado de una obra les recomendaba que le preguntaran al autor, quién mejor que el autor podía conocerlo, y si el autor no estaba presente les ofrecía el número de teléfono para que lo consultaran. Ahora bien, ¿cuál es el significado de esta narración? En el año 1934 Gombrowicz ignoraba la existencia de Joyce y de Kafka, conocía muy poco del surrealismo y tenía unas nociones vagas sobre Freud, captaba lo que estaba en el aire, en las conversaciones y hasta en los chistes.

El aparato formal que había puesto en movimiento era pues, en buena parte, de su propia cosecha. Cuando le preguntaron qué significaba “Filifor forrado de niño” respondió que era una historia que convocaba a la lucha a dos partes antitéticas alrededor de un eje central, en la que triunfaba la función sobre la idea. Pero no dijo que la fuente de su inspiración habían sido los juicios analíticos y sintéticos de Kant.

LA DICTADURA DE LOS PIMKOS

Cuando la guerra destruyó a toda Polonia y a sus alrededores los polacos trasladaron su actividad literaria a Wiadomosci en Inglaterra y a Kultura en Francia. El redactor de Wiadomosci, Mieczyslaw Grydzewski, no gozaba de la simpatía de Gombrowicz, pero sí gozaba de mi simpatía después de haber leído un relato muy llamativo que aparece en “Recuerdos de Polonia” Gombrowicz le había echado el ojo a una joven que lo miraba con interés; un día se animó y la invitó a tomar un té en su casa: –De acuerdo, ¡pero que no nos vea nadie!; – Bien, mañana a las cinco la espero en casa. Al día siguiente, mientras aguardaba, lo llamó por teléfono Grydzewski, el redactor de Wiadomosci Literackie, un arrogante obtuso que se daba aires con tono de comandante en esa revista de espíritu masónico liberal.

En ese momento llegó la joven, Gombrowicz decidió hacer esperar a Grydzewski para que juntara rabia, finalmente levantó por segunda vez el tubo: –¿Por qué hay que esperarlo tanto tiempo?; –Disculpe, he estado en el water– esto se lo dijo vocalizando lentamente cada palabra. La joven escuchaba esta conversación y se le acrecentaban las preocupaciones: – ¡Usted seguramente se imagina Dios sabe qué cosas! ¡Pero yo no soy de esa clase de mujeres...! He venido para hablarle seriamente, quiero ayudarle, veo que usted se atormenta; –Bueno, pero, ¿no considera usted que me ha engañado?; –¡Por quién me toma usted! Sí, es verdad que usted me interesó, ¡pero sólo porque usted es un hombre descarriado! La rabia que tenía Gombrowicz contra algunos personajes de Polonia de antes y después de la guerra se me actualizó cuando leí en los diarios casi de casualidad una noticia que me dejó preocupado.

“VARSOVIA.-

El presidente de Polonia, Lech Kaczynski, ha encargado la formación del nuevo Ejecutivo a su hermano gemelo, Jaroslaw, líder del partido gobernante Ley y Justicia (PiS), una vez hecha oficial la renuncia de Kazimierz Marcinkiewicz” Más que esta noticia que leí casi al pasar fueron las fechorías que empezaron a cometer los Gemelos Pimentones que aparecen en una de las fotos de este gombrowiczidas las que hace un año me dieron la idea de escribir una historia verdadera a la que di en llamar “Los Homúnculos”, un gombrowiczidas que distribuí en versión española y también polaca para alcanzar no sólo a los hispanohablantes sino también los centros de cultura y de medios de comunicación de Polonia. Los homúnculos son unos enanos deformes, habitantes de las profundidades de la tierra, que los brujos medievales fabricaban mezclando un poco de arcilla con estiércol.

Pues bien, hace algún tiempo los homúnculos salieron a la superficie y empezaron a gobernar a los habitantes de una región que en la antigüedad se llamaba el país a las orillas del Vístula. Estos enanos deformes de la especie ultranacionalistacatólica emprendieron una cruzada para la renovación moral de Polonia, y con este argumento persiguen a los homosexuales y se proponen eliminar a algunos autores de la lista de libros de lectura obligatoria en el programa escolar.

A juicio de los homúnculos hay que incluir en el índex a Witold Gombrowicz, Fiodor Dostoievski, Stanislaw Witkacy, Franz Kafka, Johann Wolfgang Goethe y Joseph Conrad, y reemplazarlos por escritores nacionalistas polacos.

El ministro de educación, con el visto bueno de los Gemelos Pimentones, ha pronunciado palabras memorables. “(...) se trata de autores incomprensibles para los menores (...) la situación histórica ha cambiado en Polonia (...) es necesario centrar la atención en el pasado y dar a las figuras del siglo XX la significación que les compete” Habían pasado setenta años desde la aparición de “Ferdydurke”, pero la historia de Polonia se volvía a repetir. “Muchos jóvenes escritores y poetas se aglutinaban alrededor de Prosto z Mostu, no porque fueran nacionalistas, sino porque no se entendían con el espíritu masónico liberal del Wiadomosci Literackie”

Las cotizaciones de Gombrowicz estaban del lado de esta última publicación que no aceptaba el antisemitismo, su redactor, Mieczyslaw Grydzewski, era sin embargo bastante obtuso. Bastó que el protagonista de “El diario de Stefan Czarniecki” hubiese nacido de padre aristócrata polaco y de madre judía para que se le enfriaran sus relaciones con los masones liberales. La falta de apoyo de “Wiadomosci Literackie” a pesar de todo no lo hizo caer en los brazos de Piasecki, redactor de “Prosto z Mostu”, pues aunque su fascismo lo enervaba, lo enervaba aún más su naturaleza vulgar y estúpida. Cuando Piasecki leyó un fragmento de “Ferdydurke”, que Gombrowicz le había mandado a su pedido, le declaró la guerra.

El arma más poderosa que utilizó Piasecki contra Gombrowicz fue Skiwski, un escritor nacionalista católico que durante la guerra fue amanuense de los alemanes para redactar la propaganda en la prensa colaboracionista. “Era un enemigo peligroso, de esos críticos que no descubrirán la pólvora, desprovistos de sensibilidad e intuición, pero muy persuasivos cuando se entregan al servicio de una doctrina y recitan la sabiduría ajena. Era por naturaleza un pedagogo, un moralista, un educador de la nación e incluso su salvador, lo que en Polonia reporta una buena cosecha; tenía por lo tanto su público”

Esto ocurrió hace mucho tiempo, Gombrowicz no se llevaba bien con los fascistas. Corrió mucha agua bajo el puente, fue prohibido por el comunismo, pero finalmente la cortina de hierro se levantó.

Sin embargo, hay escritores que son malditos, hoy en día los ultrapatriotas nacionalistas católicos quieren prohibir otra vez la lectura de Gombrowicz en las escuelas y en los colegios. Hace setenta años Piasecki usó a Skiwski para golpear a Gombrowicz, ahora, los ultrapatriotas, lo usan al finado Zbigniew Herbert, el famoso poeta borracho que acusó a Gombrowicz de depravado y de corruptor de los polacos, para borrarlo nuevamente de los estantes de la cultura. Es una vergüenza para los polacos que ocurran estas cosas, mucho más ahora que quieren integrarse a Europa. Se trata, lamentablemente, de una cuestión de baja política, los que llevan adelante estas empresas no son artistas ni tienen olfato, son políticos mediocres que operan en la cultura en los confines de la gran política y del arte. Crean una actividad de segundo orden, ruidosa y escandalosa, y hacen caer el nivel de la cultura debajo del piso. Espero que esta estupidez, esta regresión cultural, termine pronto.

Los polacos tomaron partido por “Los Homúnculos”, unos a favor y otros en contra como suele suceder con todas las cosas de este mundo, y aquí viene a cuento algo que muy bien sabía Gombrowicz. “Lo peor es que la prensa francesa, en ocasión de mi llegada a París, se dedicó a subrayar mi aspecto de conde y mis maneras aristocráticas, mientras la prensa italiana me calificaba de gentilhuomo polacco. ¿Protestar? ¿Qué conseguiría protestando? Sé perfectamente que todo esto me desacredita a los ojos de la vanguardia, de los estudiantes, de la izquierda, casi como si yo fuera el autor de ‘Quo vadis’; y sin embargo, es la izquierda y no la derecha la que constituye el terreno natural de mi expansión”

Entre todas las opiniones elegí la de Anna Frajlich-Zajak, una poetisa polaca que vive en Nueva York, me parece una de las más equilibradas. “Comparto las esperanzas del autor pronunciadas en la ultima frase, aunque la táctica no me perece del todo buena. ¿No se pueden defender unos valores sin desacreditar a otros? Grzydzewski no fue ‘bastante obtuso’, fue un hombre de carácter fuerte, fundó y dirigió su revista durante muchos años a pesar de las dificultades.

Creo que también para Herbert, incluso teniendo en cuenta su alcoholismo, uno podría encontrar una expresión más adecuada. La desaparición de “Ferdydurke” de la lista de los libros obligatorios es escandalosa. ¿Pero qué puede esperar uno de la dictadura de los Pimkos? El problema es que fueron elegidos en elecciones libres”

SCHOPENHAUER

Gombrowicz y sus hermanos bien sabían que los libros del filósofo inglés, el que fundamentó el proceso social en la lucha por la existencia y la supervivencia del más apto, permanecían en los estantes de la biblioteca con las páginas sin abrir. Sin embargo a su madre, Marcelina Antonina, se le ocurría presentarse de otra manera: –Confieso que pueda parecer un poco extraño, pero tengo una gran debilidad por la filosofía, por el pensamiento riguroso y en ocasiones me deleito leyendo Spencer. “En lo tocante al intelecto, apenas estaba en el sexto curso, a los quince años, y ya echaba de vez en cuando una hojeada a la “Crítica de la razón pura”; conservo de esa época notas sobre los juicios sintéticos a priori (...)” Esa pasión por la filosofía de Gombrowicz iniciada a los quince años seguramente tiene que ver con los desvaríos de su madre, pero ese hijo la mantiene intacta durante toda la vida..

Los filósofos a los que a menudo acusaba de un exceso de abstracción y desinterés hacia los problemas de la vida serán sus fieles compañeros, unos con relaciones ambiguas como en el caso de Sartre, y otros con adoración como en el caso de Schopenhauer. “Lo único que me asusta es que el General de Gaulle se halla ya en posesión de mis modestos libros. En cuanto al curso de filosofía me gustaría dictarlo a partir de Kant, con él empieza el pensamiento moderno, calculo una hora para Kant, otra para Hegel, treinta minutos para Marx, una hora para Husserl, otra para el existencialismo y otra para el estructuralismo, en total, cinco horas y media. Pero no estoy seguro de poder hacerlo, pues me fatigo cuando hablo demasiado” Es el fragmento de un carta que le escribe al Hasídico pero, ¿por qué no nombra a Schopenhahuer?

Porque es difícil nombrar a lo que nos deslumbra, sin embargo, aunque no lo nombra en la carta que le escribe al Hasídico en el curso habló de Schopenhauer. Y no lo nombra también porque Francia no conoce a Schopenhauer y por eso trata al arte en forma extraordinariamente ingenua e incompleta. Schopenhauer había heredado de su padre la energía de la voluntad y el orgullo, y de su madre la penetración intuitiva y la flexibilidad de la expresión. Lo mismo se podría decir de Gombrowicz, pero ésta es una condición bastante común en los hijos de familias acomodadas pues el padre es el que gana el dinero y la madre la que lo gasta. Schopenhahuer tenía una gran devoción por su padre, en la segunda edición de su obra fundamental, “El mundo como voluntad y representación”, aparece una tierna dedicatoria en la que le manifiesta su gratitud por haberle proporcionado una posición independiente y a cubierto de las humillaciones de la miseria.

Las relaciones con su madre, en cambio, no eran buenas, hasta podríamos decir que eran malas. “Es necesario para mi felicidad, saber que tú eres feliz, pero no es preciso que yo sea testigo de tu dicha” Este es el fragmento de una carta que le escribió la madre al anunciarle el hijo que se proponía volver a la casa de Weimar. Cuando Schopenhauer le leyó el título de su obra “La cuádruple raíz del principio de razón suficiente”, la madre le preguntó si era un libro para boticarios: –Mi libro se leerá cuando de los tuyos quede, si acaso, algún ejemplar en la covacha de un trapero; –De los tuyos quedarán las ediciones enteras. Schopenhauer toma como base el criticismo kantiano para desarrollar su filosofía, sin embargo, sostiene que con la introspección es posible acceder al conocimiento esencial del yo, ese ser en sí que para Kant no se podía alcanzar con el conocimiento.

Identificó este principio metafísico como voluntad de vivir, sosteniendo que la misma sustancia animaba realmente la aparente pluralidad de las criaturas. Redujo las doce categorías del sistema kantiano a una sola, el principio de razón suficiente o de causalidad. El concepto de voluntad se refiere a un fundamento de carácter metafísico cuyo correlato sensible es el mundo fenoménico. El mundo de los fenómenos está sujeto al tiempo y al espacio por el principio de individuación y a la ley de causalidad, es la voluntad misma objetivada a la que Schopenhauer llama representación. La voluntad se manifiesta desde una simple piedra hasta el mismo hombre en quien alcanza su grado

máximo porque adquiere la forma del deseo constante, en cuyo único caso se identifica con la noción corriente de voluntad.

La voluntad misma, sin embargo, no es otra cosa que una afán ciego, un impulso carente de fundamento y motivos. Está lejos de los conceptos vacíos del absoluto, del infinito, de la idea, es el fundamento y la base de toda explicación, es el núcleo de la realidad misma. En la medida en que la voluntad se expresa en la vida anímica del hombre bajo la forma de un continuo deseo siempre insatisfecho, toda vida será entonces esencialmente sufrimiento. Y aún cuando el hombre consiga mitigar o escapar momentáneamente al sufrimiento, termina por caer en el insoportable vacío del aburrimiento. De ahí que la existencia humana es para Schopenhauer un constante pendular entre el dolor y el tedio, un periplo que la inteligencia sólo puede anular a través de fases que conducen a una negación consciente de la voluntad de vivir.

Reconoce como válidas tres alternativas para esta negación: la contemplación de la obra de arte como acto desinteresado; la práctica de la compasión; la autonegación del yo mediante una vida ascética. Schopenhauer fue el pensador que le dio a Gombrowicz la noción más acabada para organizar el mundo en una visión. La contemplación es un juego superior a la vida, el artista contempla el mundo y se maravilla como un niño, en forma desinteresada. Schopenhauer construye una teoría artística que deslumbra a Gombrowicz como lo manifiesta en el curso de filosofía que dio dos meses antes de la muerte. “El arte nos muestra el juego de la naturaleza y de sus fuerzas, es decir, la voluntad de vivir (…)

¿Por qué nos encanta el frontispicio de una catedral y una simple pared no nos interesa? Porque la voluntad de vivir de la materia se manifiesta en la pesantez y en la resistencia. La pared no expresa el juego de estas fuerzas porque cada una de sus partículas pesa y resiste a la vez. Mientras el frontispicio de la catedral muestra a esas fuerzas en acción: las columnas resisten y los capiteles pesan” El pensamiento de Schopenhauer es aristocrático hasta la médula, distingue la inteligencia mediocre de la superior: la primera, como una linterna, ilumina lo que busca; la segunda, como el sol, lo ilumina todo. El genio no puede vivir en forma normal, el artis-

ta, cuando alcanza el grado de la objetividad y del desinterés, tiene siempre que enfrentar como obstáculos a las enfermedades y a las anormalidades. Beethoven era un ser desgraciado, pero supo expresar en su arte la salud y el equilibrio porque no los tenía. Gombrowicz atribuía a esta antinomia la máxima importancia. El artista debe compensar sus desórdenes con la disciplina y el rigor. “La filosofía de Schopenhauer es más que una filosofía, es una intuición y una moral. Se indignaba porque en una isla del Pacífico las tortugas del mar salían cada año del agua para procrear en la playa donde los perros salvajes de la isla las daban vueltas y las devoraban. He ahí la vida, esto es lo que cada primavera se repite en forma sistemática desde hace milenios. La filosofía de Schopenhauer no es popular, es tremendamente aristocrática, y de ella no se pueden sacar consecuencias políticas, como de la de Hegel o la de Sartre. Para mí es un misterio que libros tan interesantes como los de Schopenhauer y los míos no encuentren lectores”

EL CAGAMÁRMOLES “Rena y su marido, con el pequeño Jacek Dzianott, radiante de alegría, esa alegría que es en realidad nuestra única victoria sobre la existencia y la única gloria del hombre. Pero ¿por qué este orgullo y esta gloria están confiados a un niño de doce años y hay que inclinarse ante ellos, y por qué el desarrollo es el camino de la amargura degradante? Resulta muy sarcástico que nuestra insignia más alta, nuestro más orgulloso estandarte, sean los pantaloncitos de un niño” En el tiempo que intentaba publicar las cartas que me había escrito Gombrowicz le escribí a Gabriella D’Ina, la directora editorial de “Giangiacomo Feltrinelli”. La Dolce me respondió que la evaluación editorial de mi propuesta se la había pasado a Francesco Cataluccio al que por razones muy fundadas con el transcurso tiempo di en llamar el Cagamármoles.

Enseguida supe que estaba perdido, el Cagamármoles era uno de los corifeos que había convencido a la Vaca Sagrada de publicar “Curso de filosofía en seis horas y cuarto”, un mamotreto que conmovió hasta las lágrimas al Boxeador Amateur. Me quedé esperando el ruido del trueno después de haber visto la luz del rayo, y así fue. “(...) Cataluccio le escribirá personalmente porque existen problemas (¿con los herederos?, ¿con la mujer?) para la publicación. Te he hecho mandar “Una giovinezza in Polonia” (...)”

Cuando la Hierática publicó en Emecé “Cartas a un amigo argentino” en forma inmediata le mandé un ejemplar a Gabriella. “Te agradezco mucho “Cartas a un amigo argentino” que acabo de recibir y que llevaré conmigo para leerlo en las vacaciones” El Cagamármoles se estaba convirtiendo en un campeón del infantilismo, una especialización que hizo desembocar en “Inmadurez. La enfermedad de nuestro tiempo”, un libro extraño que dio la vuelta al mundo. Sea por la inmadurez, sea porque igual que Gombrowicz estaba subyugado por la filosofía, la cuestión es que el Cagamármoles se convirtió en el campeón de los gombrowiczidas italianos. Estaba convencido de que entre las numerosas enfermedades del siglo XX, la inmadurez se había extendido velozmente como un virus hasta convertirse en la segunda mitad del siglo XX en un auténtico fenómeno de masas. Año tras año, el culto a la infancia se ha transformado y radicalizado: hoy los adultos se ven empujados de forma creciente a conservar, por todos los medios, su juventud, a pensar como un joven, a comportarse, a vestirse, incluso a jugar como niños.

El niño se ha impuesto como paradigma de un ser ideal, y volver a serlo o seguir siéndolo parece ser ahora el destino de nuestra civilización. Este libro es una brillante reconstrucción histórica –a través del análisis de novelas, poemas, pinturas, películas, ensayos de psicología, filosofía y sociología– de la difusión en el siglo XX de la voluntad de no crecer. Una actitud que tiene sus orígenes en una cultura que, fuertemente influida por la religión del Hijo (el cristianismo), ha impuesto a la cultura occidental una visión de la infancia como bien, inocencia, belleza y felicidad. El psicoanálisis y Peter Pan a principios del siglo pasado pusieron en entredicho esta visión, junto con la crisis de la figura del Padre.

La inmadurez es entonces para el Cagamármoles la causa de la decadencia del mundo occidental y del nacimiento de los totalitarismos. “(…) ‘Peter Pan’ fue reescrito por lo menos dos veces en el siglo XX. La primera en 1937 por el polaco Witold Gombrowicz, en su novela “Ferdydurke”; y la segunda en 1959, por el escritor alemán Günter Grass, en “El tambor de hojalata”. Son dos versiones de Peter Pan, dos destinos diferentes. En cada una de estas novelas se perfilan rumbos distintos, itinerarios diferentes para los Peter Pan. La bondad que le adjudica Gombrowicz contrasta con la maldad que le

endosa Grass al niño protagonista de su novela. Si en un caso la juventud se presenta como promesa en la otra se la postula como problema.

En la novela de Gombrowicz el protagonista es un adulto que, al igual que el Gregorio Samsa de Kafka, por un extraño hechizo, una mañana se sorprende haciendo el papel del pavo, degradado a la condición de adolescente. Pero a la confusión original le sucederá un estado de plenitud. Al fin y al cabo no se la pasa tan mal siendo un niño. Se tiene el privilegio de la verdad y no hay que rendirle cuentas a nadie por ello. La vida es un divertimento donde la trasgresión a las reglas del mundo de los adultos carga con el consuelo de que se trata de una etapa que, tarde o temprano, va a pasar. En cambio, Oskar, el protagonista de “El tambor de hojalata”, es un niño que vive con vergüenza el mundo de los adultos.

Alguien que se atrevió a pispiar el mundo mediocre de los padres y decidió no crecer más. Se convirtió en una freeki a los 3 años de edad, un enanito monstruoso que se la pasa taladrando el tímpano de los mayores con el repiqueteo de su tambor y los gritos distorsionados que pegaba. La juventud es ambivalente. La inocencia puede asumir formas distintas, descabellar experiencias muy diferentes entre sí. En los dos casos la juventud es algo más que una estética, es una manera de habitar la sociedad. En el primer caso la juventud se vuelve una idea positiva, está relacionada –como sostenía Nietzsche en “Las tres transformaciones” del Zarathustra– al santo decir sí del niño, la juventud es la oportunidad de poner a la voluntad en el centro de la escena, una voluntad que apunta a la creación, que lucha para conquistar su mundo.

Para Günter Grass, por el contrario, la juventud está vinculada a experiencias negativas, autodestructivas, que socavan las bases de cualquier sociabilidad, que no tardará en volverse contra su mundo” A mí se me había formado la idea de que una persona tan lúcida como el Cagamármoles me iba a ayudar a publicar las cartas de Gombrowicz en Feltrinelli venciendo la resistencia obtusa de la Vaca Sagrada, pero en vez de ayudarla a realizar una empresa tan noble la ayudó a cometer un desatino.

En efecto, Gombrowicz se había ido a la tumba sin saber que se publicarían dos libros con unos textos suyos que no habían visto la luz del día mientras estuvo vivo: “Curso de filosofía en seis horas y cuarto” e “Historia”.

Se publicaron con la santa bendición de la Vaca Sagrada, pero es una temeridad llamar textos de Gombrowicz a los apuntes que sacó la viuda en el curso de filosofía que Gombrowicz había dictado en su casa de Vence para ella y para el Hasídico y que el maestro no tuvo ocasión de revisar. Así son las cosas, el doctor profesor honoris causa llamado el Cagamármoles se puso a la órdenes sagradas de la Vaca Sagrada y allá fue el engendro mortuorio. Como Gombrowicz no era filósofo ni profesor de filosofía no disponía del automatismo que da la memoria mediante el cual podemos repetir cosas que dijimos antes una y mil veces sin pensar en lo que estamos diciendo ahora.

Gombrowicz dio ese curso para olvidarse de la idea del suicidio, no disponía pues de la imaginación y de la conciencia agudísimas con las que de vez en cuando enfrentaba estos desafíos, pero el libro que publica la Vaca Sagrada no es tan solo el producto de un Gombrowicz devaluado y asfixiado por el asma y por la muerte, es especialmente un mamotreto escrito sobre los apuntes que armó la Vaca Sagrada sobre estas lecciones, con el asesoramiento especializado del Cagamármoles, no tienen el nivel de los que armaron los estudiantes de la Universidad de Tucumán sobre las lecciones de García Morente, pero dieron oportunidad de nacimiento a un panegírico mortuorio que escribió el Boxeador Amateur cuando apareció “Curso de filosofía en seis horas y cuarto”. El Cagamármoles prologó la edición italiana de este libro, debe haber quedado con la cabeza descansada este hombre que en vez de ayudarme a publicar las cartas de Gombrowicz en Italia colaboró en la confección de una chapucería.

THOMAS MANN

Si hay algo que tienen en común Gombrowicz y el Niño Ruso es que ambos admiran a Thomas Mann más que a ningún otro hombre de letras en el mundo, cosa que en el caso del Niño Ruso se me puso al descubierto ejercitando una costumbre maliciosa que tengo.

Por las mismas razones que a Gombrowicz a mí me gusta discutir con la gente de modo que algunas veces me veo obligado a buscar argumentos para contrariar a los demás. Estaba dándole vueltas a la cabeza a ver cómo podía atacar la actitud bondadosa y patriarcal del Niño Ruso, entonces le escribí una carta con la intención de provocarlo. “En tu excelente ‘Diario de Escudillers’ escribís sobre tu llegada a Barcelona empezando el 22 de junio de 1969 y terminando el 27 de septiembre. ¿Recordás que entre esas dos fechas, el 24 de julio más precisamente, se murió Gombrowicz en Vence (...)? (...) ¿por qué no escribiste sobre Gombrowicz si había muerto en el tiempo de tu diario barcelonés?”

Sin perder ni un poco de su calma habitual me contestó de manera diplomática. “Siento algo de inquisidor en tus preguntas. ¿Por qué no mencioné la muerte de Gombrowicz en mi diario de Escudillers? Tal vez no lo supe entonces. En España fuera de un puñado de intelectuales nadie sabía de la existencia de él. Y la muerte de alguien que no existe en mi entorno más íntimo me parece natural, es el ritmo final de la comedia humana, y está muy cerca de nuestras raíces mexicanas. Me parece que el único autor cuya muerte me dolió fue la de Thomas Mann, cuando era yo muy joven” Yo conocí a Gombrowicz un año después de la desaparición de Thomas Mann así que no sé lo que hizo cuando murió ese alemán humanista cuya obra ahonda en la reivindicación de los valores espirituales y desnuda el conflicto interior del artista. Lo que sí sé es lo que escribió sobre él.

“Es el único escritor contemporáneo al que me hubiera gustado besarle la mano. Nadie ha explorado tan profundamente mis meandros más secretos, ningún otro ha sabido adaptarse mejor que él a todos mis cambios de humor. Importa poco que, a la luz de las últimas modas, Mann represente una afirmación magnífica de los tiempos pasados; sus anacronismos (aún los formales) esconden una organización espiritual que supera, de lejos, el pensamiento y hasta el tono de la literatura de hoy. No sabría cuál de sus obras elegir. Todas me parecen imperfectas. Digamos, entonces: La montaña mágica” La relación que existe entre Gombrowicz y Thomas Mann tiene mucho que ver con el carácter sagrado que ambos le dieron a la actividad de escribir. El trabajo de los hombres de letras es arduo, desde la página en blanco hasta el editor deben levantar barreras pesadas, incluida la del propio editor, después viene lo que Gombrowicz llama el verdadero arte.

“El verdadero arte es conseguir que alguien lea lo que uno escribe” Pero el calvario no termina aquí, si el hombre de letras logra levantar las barreras del editor y del lector y, además tiene éxito cuando arremete contra los obstáculos que llevan la inscripción del “no pasarás”, debe iniciar una marcha forzada hacia los premios. Después del Formentor a Gombrowicz se le despierta el apetito, quiere más, quiere el Nobel. El desempeño en la enseñanza se mide con las notas, en la escritura con los premios. El punto más alto de la enseñanza se alcanza con un diez, el punto más alto de la escritura con el Nobel. Las notas miden la inteligencia, el Nobel la grandeza, todo esto dicho grosso modo.

“(...) ¿qué tema o problema podría ser más mío que ese acrecentamiento depravante de mi personalidad, inflada por la fama? (...) tengo que encontrar aquí mi propia solución, y a la pregunta ¿cómo ser grande? debería darle una respuesta totalmente particular (...) De nada sirve la afectada maestría de Anatole France (...) la grandeza de Dostoievski, llena de sencillez compasiva, astuta y apasionada, tampoco es utilizable (...) ¿Y el Olimpo de Goethe? ¿Y Erasmo o Leonardo? ¿El Tolstoy de Iasnaia Poliana? ¿El dandismo metafísico de Jarry o Lautremont? ¿Ticiano o Poe? ¿Kierkegaard o Claudel? Nada de eso, ninguna de esas máscaras, ninguno de esos abrigos purpúreos (...)” Para decirlo en pocas palabras, la grandeza de Gombrowicz vendría a ser algo así como el resultado de dos funciones: el crecimiento de su yo y la divulgación de ese crecimiento.

“Cuán depravante me ha resultado el peso de ese yo creciente; y ese yo en aumento perturba cada vez más mi relación con el mundo” La grandeza es el más infalible atractivo del arte, ¿por qué entonces se siente depravado? Hay distintos estilos de grandeza, el que le resulta más próximo es el de Thomas Mann, porque él había conseguido unir la grandeza a la enfermedad, el genio a la decadencia, la superioridad a la humillación, el honor a la vergüenza, de lo que resultó un producto apasionante y digno de amor: el gran artista es abominable y ridículo, pero también maravilloso y atractivo. Pero en la raíz de la franqueza de Thomas Mann existe una coquetería que, con la apariencia de la humildad, fuerza sus títulos de gloria.

Gombrowicz examina su arsenal, quiere saber de qué armas dispone para construirse su propia grandeza. “(...) tenía a mi disposición una sinceridad nueva e incluso un nuevo impudor que resultaban de mis lemas que proclaman una eterna ruptura entre el hombre y su forma y que, en consecuencia, me permitían abordar estas cuestiones tan drásticas con una libertad jamás vista hasta ahora” La argucia de la que se podía servir para salvarse de la coquetería era la de tratar su grandeza como un producto no premeditado que le imponía la actividad de la forma. Recordemos una vez más que la grandeza es un atractivo muy eficaz y constituye el sex-appeal de la gente madura que ciñe laureles en su frente.

Gombrowicz podía entonces, por un lado, desacreditar su propia grandeza y, por otro, entregársele impúdicamente sin necesidad de recurrir a los virtuosismos de Mann, estaba luego en condiciones de experimentar en su laboratorio, es decir, en los diarios así que empezó a hacer menciones discretas a su gloria, pero algo salió mal. El convencionalismo que le impide al autor este tipo de jactancias funcionó y los lectores se empezaron a aburrir; ¡qué pecado para Gombrowicz, aburrir a los lectores! Gombrowicz mismo se sintió extraño haciendo esta experiencia, y no por las mismas razones que el lector, claro. Si no podía pasar por buena su propia grandeza, entonces se le destruía el sueño que había acariciado desde la juventud; un fracaso que Gombrowicz sentía dolorosamente.

No era un problema intelectual sino de carácter religioso o amoroso. La grandeza es un complejo de ancianos, es una fuerza muy atractiva, pero, ¿cómo es esto?, ¿un encanto que se manifiesta como fuerza y no como debilidad?: “(...) sólo la debilidad y la insuficiencia son encantadoras, nunca la fuerza y la plenitud” Pero la insuficiencia no es algo que acompañe a la grandeza, es mucho más que eso, es su quid, y... ya está. Gombrowicz saca el conejo de la galera: ergo, la grandeza es insuficiencia. El experimento había fracasado, tenía que dejar pasar el tiempo para saber qué tipo de grandeza le estaba destinada a su complejo de anciano… Si no somos nosotros quienes decimos las palabras, sino que son las palabras las que nos dicen a nosotros, como afirma Gombrowicz, entonces, de veras resulta una verdadera paradoja que el polaco escribiera que Mann era el único escritor contemporáneo a quien le hubiera gustado besarle la mano, pues ambos son realmente antitéticos.

Gombrowicz es un humorista que durante un cuarto de siglo vivió en un especie de anonimato inmaduro escribiendo con el propósito de desmontar los sistemas que sostienen el orden y las formas. Mann, en cambio, eligió ser adulto desde el principio y desempeño un papel totalmente distinto al de Gombrowicz. Adquirió una maestría insuperable en el manejo de la majestad y la grandilocuencia de la cultura burguesa que se destina para hacer grandes obras, mientras Gombrowicz se dedicaba a construir especialmente con perversidades los nuevos monumentos del siglo XX. Pero Gombrowicz habla con admiración de Mann: “yo quiero ser como Mann” (...) “ya no quiero ser como Tonio Kröger” Un gran burgués y un noble polaco con unos egos inmensos optaron por el arte en una época de escritores fascistas, comunistas, vanguardistas, nihilistas…

Fue Tonio Kröger el personaje que le reveló la vocación a Gombrowicz, un joven hijo de un gran burgués comerciante de un puerto del Mar del Norte, que en la adolescencia es rechazado por lo que ama. Se hace escritor y conquista cierta fama, pero añora la condición del hombre normal. “(…) un burgués que se extravió hacia el arte, un bohemio que tiene añoranzas nostálgicas de respetabilidad, un artista con mala conciencia (…)”. Gombrowicz reconoce su vocación a través de Tonio. Ningún lector puede evocar a Thomas Mann leyendo a Gombrowicz, pero Gombrowicz fue construyendo de igual modo que Mann una cierta santidad, el artista es para ellos un ser superior al que nada ni nadie debe apartar de su camino. Gombrowicz se atiene a la esencia de lo que Mann le enseñó en Tonio Kröger, vincula la grandeza a la enfermedad, el genio a la decadencia, la superioridad a la humillación y el honor a la vergüenza.

El Cacatúa cierra una nota magnífica que escribió hace muchos años hablando de estos dos maestros. “Y se atrevió, como Mann, pero desde una posición infinitamente más difícil, a la grandeza, al genio y a la superioridad. Gombrowicz que empieza en las letras como diletante, como aristócrata despectivo, como campesino sardónico, hizo de sí mismo un artista santo. Por santo no sólo hay que entender al que se sacrifica a sí mismo en honor a un dios, al que ama a un solo dios y le dedica la vida entera, y se mofa de la patria, de la familia y de la política; también hay que entender al que no tiene miramientos ni

escrúpulos ni decencia para con todo aquello que no redunde en beneficio y grandeza de ese dios, cuyo sumo sacerdote es él.

Mann asumió su destino oponiéndose al exilio interior que se apoderó con gran intensidad de los de su clase y de los de su oficio en Alemania, se opuso al nazismo y a su país como el gran hombre de letras, mientras Gombrowicz se desentendió –en la práctica y por escrito– de la última edición del eterno Finis Poloniae. Este lado monstruoso de Gombrowicz no deja de emparentarse con la locura fascista de Céline y con la pavorosa frialdad marxista de Brecht. Para los tres ya no había países... La fama de Gombrowicz no obedece tan sólo al reconocimiento –tardío y fulgurante– de su gran obra. Es también el reconocimiento de que la honestidad burguesa de Mann resulta chocante y vacía en nuestros tiempos, mientras la perversidad de Gombrowicz nos fascina. Y, sin embargo, ambos tenían el mismo ideal. Por tanto, aunque ahora no parezca creíble, no es descabellado suponer que con el tiempo los artificios de Gombrowicz, como antes los de Mann, parezcan obsoletos y huecos. Pero para que esto suceda, si es que alguna vez sucede, todavía falta mucho tiempo”

El Niño Ruso puso como modelo de autor de diarios a Thomas Mann, un género para el que Gombrowicz auguró el predominio sobre el relato contemporáneo debido a la amplitud de su forma y a su carácter existencial. “(…) Aún no se ha establecido si el diario es un género literario o no. Algunos nos hacen sentir las épocas por las cuales ha atravesado un escritor. Son los llamados descriptivos. Otros son como la receta de un psiquiatra, que permite al paciente escribir de sus experiencias personales, localizar un núcleo para liberarse o controlar sus estados neuróticos. Los hay también que tratan de explicarse qué se quiere escribir, cuáles son los conflictos de la escritura, estableciendo de algún modo un diálogo con ellos mismos. Estos últimos son de un valor enorme, ya que permiten profundizar en la obra de un autor y aprender del maestro todas las posibilidades de la escritura (…)

“Mann escribe la crónica histórica de un periodo de extremo peligro y movimientos sociales. Pero el instinto del escritor llega al corazón de los problemas. A través de él, sentimos también qué temas no quiere tocar el autor o toca muy disfrazados (…)” Acaso el escritor más admirado por el Niño Ruso sea también Thomas Mann, del cual le sorprende la amplitud de elementos que se mueven en su caldera fáustica. Su lectu-

ra lo familiarizó con ciertas maneras paródicas que son inimitables y que ha copiado con regularidad. Mann parece un escritor tradicional, pero está lleno de innovaciones secretas y desgarradoras. Pocos autores han sobrepasado su nivel de ironía, de ahí que no sea raro que buena parte de los escritores que trabajan la parodia y lo grotesco le rindieran un constante homenaje a su literatura. Para el Niño Ruso “La montaña mágica” es el libro clave para entender nuestro siglo, puesto que en él se encuentran ya los temas y problemas que hasta ahora nos siguen preocupando.

El Niño Ruso me ha distinguido a mí también invitándome a la mesa en la que se sienta junto a Gombrowicz y a Thomas Mann. “Entrañable Goma, Soy afecto de las Gombrowiczidas, personaje algunas veces y también crítico de tu incomprensión del Gombrowicz de Vence, famoso, deprimido, enfermo, lejos de Polonia y Argentina. Lo conociste de una manera radiante y no le perdonaste, ni aún lo haces, que no fuera siempre así. El derrumbe de la amistad tenía que suceder. Fue amargo y cruel porque le exigiste lo imposible. Eres fenomenal cuando escribes sobre Gombrowicz y la literatura y la excentricidad de ese hombre único que de repente llegó a Buenos Aires para vivir largos años. Me encantó lo que escribiste últimamente sobre la pasión por Thomas Mann”

SIGMUND FREUD Y WITOLD GOMBROWICZ

En el año 1935, cuando se publica en Polonia la traducción de “Introducción al psicoanálisis” de Sigmund Freud, Gombrowicz le consagra una crónica muy elogiosa. A pesar de este temprano entusiasmo no pudo mantener su confianza en el psicoanálisis habiendo dejado huellas de ese desencanto en algunos pasajes de los diarios. En una de las entrevistas que le hace el Corifeo a la Vaca Sagrada la consulta sobre el recelo que había manifestado su marido sobre los temas del inconsciente. “P –¿Cómo explica su gran desconfianza por el psicoanálisis? R –En toda su obra describe las manifestaciones del psiquismo en la psique hasta lo obsceno. Como otros artistas desconfía del psicoanálisis para sí mismo, no quería ser vaciado de sus vísceras como un pollo. Desconfiaba porque escribía una obra que era ella misma un autoanálisis (...)”

Sin embargo, el mundo de los sueños y del inconsciente ejerció una gran atracción en Gombrowicz, una fuerza que se pone de manifiesto en toda su obra pero especialmente en los cuentos y en “Pornografía”. La Polonia católica de la juventud de Gombrowicz le había cerrado las puertas a Freud, los polacos tenían un pensamiento bastante parecido al de ese estudiante de Santiago del Estero que le había dicho a Gombrowicz que Freud no le servía a los argentinos porque el psicoanálisis era una ciencia europea, sólo que en el caso de los polacos no le servía porque Freud era un ateo que practicaba la pornografía. Como en estas cuestiones que no manejan en forma directa ni la conciencia ni la voluntad tiene mucho que ver la familia empecemos por decir que primero las mujeres, después Edipo y más recientemente Freud hicieron un lío bárbaro con las madres, hasta el punto que Gombrowicz pudo escribir que su madre lo quería mucho pero no pudo escribir que él la quería a ella.

Su madre tenía un temperamento extraordinariamente vivo y una imaginación exuberante, era lúcida e inteligente, pero exaltada, inconsecuente e inocente, no tenía sentido de la realidad, era también hermosa, una mujer realmente atractiva. ¿Será por eso que Gombrowicz se volvió púdico? La reserva que tenía Gombrowicz con el psicoanálisis era la que también tenía con la ciencia. Los científicos son unos especialistas que manipulan nuestros genes, se inmiscuyen en nuestros sueños, modifican el cosmos y manosean nuestros órganos íntimos. La ciencia tiene un carácter abominable, es como un cuerpo extraño introducido en la razón, que la razón lleva como una carga con el sudor de su frente.

Es como un veneno, y cuanto más débil es la razón tantos menos antídotos encuentra y tanto más fácilmente sucumbe. “¿Nos encaminamos hacia una raza de pigmeos de cabeza hinchadas y de delantales blancos?” Los diarios que escribe en las postrimerías del año 1961 tienen un pasaje de género ligero que caracteriza la lucha entre la ciencia y el arte haciéndole crecer a un hombre una segunda cabeza en el trasero mediante un procedimiento científico. “(...) al verlo pierdes la cabeza y ya no sabes cuál de esas cabezas es tu cabeza verdadera; no te quedará más remedio que gritar de horror, de rebeldía, de protesta, de de-

sesperación...¡gritar que no estás de acuerdo! Ese grito encontrará a su poeta... y atestiguará que sigues siendo todavía el que eras ayer (...)”

Llegados a este punto vamos a ver qué tienen que ver los análisis de Freud con el intento que hace Gombrowicz en “Pornografía” de pasar el mundo maduro por el cedazo de la juventud, el pensamiento por el sexo y la metafísica por el cuerpo. Las tres grandes categorías del psicoanálisis existencialista son las de tener, de hacer y de ser, siendo la de tener la más importante pues está relacionada con la idea de posesión. Para Sartre, la esencia de las relaciones humanas, incluido el amor, es una tentativa de posesionarse de la libertad del otro, de esclavizarlo. Pero esta actividad de apropiación del hombre no está relacionada solamente con las personas sino también con las cosas. El conocimiento, en el sentido de descubrimiento de la verdad, es un cazador que sorprende una desnudez blanca y virgen, para robarla, apropiarse de ella y violarla con la mirada.

El conocimiento o descubrimiento de la verdad es un modo de apropiación, es algo análogo a la posesión carnal, que nos ofrece la seductora imagen de un cuerpo que es perpetuamente poseído y perpetuamente nuevo, y en el cual la posesión no deja rastro alguno. “Pornografía” es una novela en la que las transformaciones las sufren los maduros, los jóvenes son poseídos por las miradas de los adultos pero permanece intactos. Es una narración metafísica más que psicológica, donde la fascinación por la juventud presiona más que en “Ferdydurke” y en los diarios. Las relaciones que se establecen entre el erotismo y la muerte dan prueba de la inmensa intuición que inspiraba a Gombrowicz mientras escribía la “Pornografía”. Las transacciones entre la mirada, lo sagrado, el conocimiento, la santidad, el cuerpo y la guerra son una manifestación viviente del complejo de Acteón que había inventado Sastre para su psicoanálisis existencialista, no por nada este fue el primer nombre que Gombrowicz imaginó para su novela.

Gombrowicz sexualiza el pensamiento y las ideas para que la conciencia se realice en un cuerpo erotizado que cautive y atraiga. Las partes del cuerpo funcionan aparte de la actividad psíquica con una estructura diferente. Acerca de este asunto el Príncipe Bastardo afirma que Gombrowicz estaba realizando una de las primeras incursiones en un dominio desdeñado por Freud: el inconsciente físico. Aunque estos dos vocablos son contradictorios expresan con claridad y precisión la importancia que Gombrowicz le da a la sexualidad en la creación artística al punto de imaginar a la concentración y a la

tensión de Bruno Schulz, a su manera insólita de identificarse con el destino y a la fuerza demoníaca de su pasión, como surgidas de algún lugar de su esfera sexual. “La presión sexual me llevaba hacia lo bajo, hacia las aventuras secretas y solitarias en los barrios lejanos de Varsovia con mujeres de la peor especie. No, no se trataba de putas, en esas aventuras desgraciadas yo buscaba justamente la salud, algo elemental, lo que lo hacía más bajo aún, y, sin embargo, más auténtico”

La popularidad de las indagaciones de Sastre sobre la mirada y de Freud sobre la participación de la sexualidad en la conducta humana facilitaron la comprensión de la obra de Gombrowicz un tanto hermética, a pesar de la desconfianza que le tenía a ambos. “Mordería la mano del psiquiatra que pretendiera destriparme privándome de mi vida interior; no se trata aquí de que el hombre no tenga complejos, sino de que sepa transformar el complejo en un valor cultural” No era lector de Freud, pero ésta es justamente la definición que hace el austriaco sobre la sublimación. Gombrowicz, igual que Freud, le daba una gran importancia a la sexualidad y a los sueños. Sobre los sueños pensaba que nada en el arte, ni siquiera los más inspirados misterios de la música, puede igualar al sueño.

El sueño nos parte en trozos la vigilia y la vuelve a armar de otra manera, y esta sombra de la vigilia está cargada de un sentido terrible e inescrutable. El artista tiene que penetrar la vida nocturna de la humanidad y buscar en ella sus mitos y sus símbolos. El arte debe imitar al sueño, tiene que destruir la realidad, partirla en trozos y construir un mundo nuevo y absurdo. Cuando destruimos el sentido exterior de la realidad nos internamos en nuestro sentido interior: una oscuridad con la claridad de la noche. El lirismo erótico de Gombrowicz es un terreno difícil de manejar. Debemos reconocer, lamentablemente, que es un campo fértil para el psicologismo, pero el psicologismo tiene una pequeña dificultad: si bien es cierto que ordena los objetos psíquicos y los subsume en el marco de una teoría, perturba lo que observa y sólo puede conocer el resultado de esa perturbación.

En el encuentro de una persona con otra hay una zona de la conducta de la que se ocupan la psicología y la antropología, pero existe además otra en la que el comportamiento no está determinado de antemano, se va ajustando poco a poco y pasa de un cierto caos a una estructura en la que cada persona define en la otra una función. El análisis de las conexiones psíquicas que Gombrowicz tenía con su parentela lo ponen

en un terreno del que él quería salir, y por haber salido se convirtió en ese fenómeno emocionante que unió su talento literario a una forma novelesca revolucionaria que sacó a la superficie ese descubrimiento fundamental del que habla Bruno Schulz. Shakespeare dramatizó como ningún otro el desarrollo de los sentimientos y de las pasiones humanas y no deja de ser una paradoja que el púdico de Gombrowicz lo haya tomado como ejemplo.

Para el inglés los sentimientos eran la materia prima de todo lo que existe y para el polaco eran una afección que había que evitar en el arte y también en la vida. Gombrowicz trató a los sentimientos como costumbres agonizantes y esclerosadas de las que se habían escapado sus contenidos vivos quedándose nada más que con la rigidez de las formas puras. No es que Gombrowicz no tuviera pasiones, pero tuvo que escamotear su phatos del carril de los sentimientos y colocarlo en un ámbito donde las personas se forman unas a otras por casualidad e independientemente de su voluntad, es como si todas juntas le asignaran a cada una por separado un lugar en esa organización de manera imprevisible e indómita.

Gombrowicz recurrió a una estrategia premeditada para trasponer la voluntad humana y el determinismo psíquico al automatismo y a las partes del cuerpo, un modelo creativo que perfeccionó en "Ferdydurke", su primera novela. La cara y sus habitantes: los ojos, la boca, la nariz y la orejas; el culo y sus proximidades: las manos, los dedos, los muslos y las espaldas se convirtieron desde entonces en los representantes plenipotenciarios de la forma y de la inmadurez. En esta novela desmonta la mistificación de los ideales recurriendo a un duelo de muecas entre estudiantes que termina en una violación que se hacen por las orejas, y desmorona a la modernidad en un amasijo de cuerpos en el que un profesor trata de mantener su dignidad utilizando los orificios de su nariz mientras los juventones, la colegiala y el colegial se dan bofetadas, se agarran de los mentones y de las rodillas, se muerden las costillas y enloquecen en un montón hormigueante.

Si bien "Ferdydurke" contiene todos los cánones a los que recurre Gombrowicz para reemplazar los sentimientos, no hay obra anterior ni posterior que en mayor o en menor medida no los contenga.

Entre los años 1926 y 1944 Gombrowicz escribió doce novelas cortas que las conocemos con dos títulos diferentes: “Memorias de los tiempos de la inmadurez” y “Bacacay”, nombre este último de una calle del barrio de Flores en la que vivió durante unos meses en el año 1940. A veces llama a estas narraciones novelas cortas, otras las llama cuentos, novela o cuento “El bailarín del abogado Kraykowski” es su primera historia conocida, es decir, publicada de Gombrowicz.

Adoptó desde el principio un tono fantástico y cortó de inmediato con la realidad normal para entregarse a las manías, a las locuras y al absurdo. El absurdo de Gombrowicz tiene, sin embargo, la lógica ceremoniosa de los rituales y las celebraciones. Fue su madre, según nos cuenta, quien lo empujó al desatino y a las sandeces, el deporte de las conversaciones disparatadas que mantenía con ella lo iniciaron en los misterios del arte y la dialéctica. El snobismo también jugó un papel importante en la formación de su estilo, aunque tenía perfecta conciencia de la vanidad y de la estupidez de esa actitud. Como esos líquidos que están en el mismo recipiente pero que no se mezclan, convivían en Gombrowicz su clase social y una conciencia penetrante y agnóstica que buscó muy pronto conocer los estilos fundamentales del pensamiento universal, la independencia, la libertad y la sinceridad.

Y en el mismo recipiente se arremolinaban también las aguas turbias de sus anormalidades psíquicas y eróticas. Ninguna de esas realidades tenía predominio sobre las otras, Gombrowicz se encontraba entre ellas y tenía que fingir para no ser descubierto. El estilo de estas novelas cortas es brillante, humorístico e irónico pero los componentes de las narraciones son, la más de las veces, morbosos y repulsivos. Esos componentes repugnantes, no obstante, pierden mucho de su carácter repulsivo porque los utiliza como elementos de la forma, tienen un papel funcional y obedecen a un objetivo superior: la creación artística. El plasma sombrío que existía dentro de Gombrowicz está metido en estos cuentos, pero no desparramado como una marea hedionda, sino chispeante de humor y ennoblecido de poesía para alcanzar por el absurdo la inocencia.

Gombrowicz intenta cancelar su deuda moral, quiere que la obra lo absuelva. Dentro de él existían elementos abominables, pero si él podía utilizarlos como componentes

de la forma, entonces, a través de este procedimiento, se convertía en su dueño y señor. El ser confuso, indolente e inseguro que era quería ser de otra manera en el papel, un ser brillante, original, triunfador y purificado. No estaba en condiciones, pues, de hacer otra cosa más que la parodia de la realidad y del arte. La sensación de irrealidad lo ponía entre las cosas y no dentro de ellas, pero Gombrowicz buscaba la realidad y sabía que se la podía encontrar tanto en lo que es normal y sano como en la enfermedad y en la demencia. Los sondeos que estaba haciendo alrededor de la anormalidad y de la locura no llegaron a tocar fondo, por consiguiente sólo estaba en condiciones de escribir parodias.

Si esas novelas hubieran sido sinceras Gombrowicz hubiera estado engañando a los lectores por la sencilla razón de que él no era sincero. La parodia a la que se vio obligado le permitió liberar a la forma desvinculándola de su pesantez y convirtiéndola en reveladora. Con este aparato formal paródico fue penetrando en un mundo que con posterioridad sacó a la superficie en sus novelas y en sus piezas de teatro. Hay en estas novelas cortas situaciones y visiones que no le van en zaga a lo que escribió después. Las reflexiones que estamos haciendo sobre sus comienzos artísticos tienen como inspiración los propios recuerdos de Gombrowicz. Pero el pasado no se recuerda tranquilamente, se recuerda con pasión. La memoria sólo recupera del pasado aquello que puede serle útil al presente para alimentar con lo que fuimos ayer lo que somos hoy.

Yo no creo que Sigmund Freud haya estudiado todo el comportamiento oculto que existe detrás de nuestra conciencia, por ejemplo no creo que haya analizado la conducta de quienes quieren proteger a los reyes de España. En efecto, en el gombrowiczidas al que di en llamar “Thomas Mann”, distribuido en el día de ayer entre mis trescientos ochenta corresponsales, intenté adjuntar una foto en la que aparece el Niño Ruso junto a Don Juan Carlos y a Doña Sofía en ocasión de recibir el premio Cervantes de Literatura. La cantidad de rechazos que recibí en el buzón me cayó sobre la cabeza como una lluvia de verano; finalmente decidí hacer una experiencia crucial y volví a mandar a “Thomas Mann” sin los reyes de España, esta vez pasaron todos como por un tubo.

¿Por qué existen instituciones que quieren proteger a los reyes de esta manera? En ese mismo gombrowiczidas fueron también fotos de Albert Einstein y de Thomas Mann y

no creo que estos dos hombres sean menos importantes que los reyes o que necesiten menos protección. Esta clase de censura me huele muy mal, es una pena porque a mí los reyes de España me resultan simpáticos. Si alguien que lea este gombrowiczidas puede hacerle conocer a Don Juan Carlos de Borbón esta actitud tan mediocre, que lo haga, puede ser que las cosas cambien aunque lo dudo.

HEGEL Gombrowicz era una persona seria que parecía poco seria. Que parecía poco seria lo supe de inmediato cuando me lo presentó Arrillaga y se despachó con el poema del chip chip, y que era una persona seria lo supe una semana después. En efecto, el mismo Arrillaga lo amenazó con desparramarle mierda en la cara cuando Gombrowicz lo examinó en presencia mía sobre el origen del materialismo histórico y puso al descubierto que el desconcertado comunista no conocía ni siquiera el título de un libro de Hegel. A raíz de este episodio decidí profundizar mis conocimientos sobre los títulos de los libros del filósofo, no sobre el filósofo mismo, asunto del que me convertí en un especialista en muy poco tiempo, no fuera cosa que en un santiamén se malograra mi relación con una persona que me resultaba muy interesante.

A medida que fui conociendo a Gombrowicz me di cuenta que era muy cierto lo que después supe leyendo sus diarios: él quería hacer de sí mismo un personaje como Hamlet o Don Quijote mientras andaba detrás de las siete llaves para abrir el arcón de los conocimientos más importantes. Vivió en una época que experimentó un ascenso irresistible de la actividad política cuya forma más representativa fue el marxismo, así que Hegel estaba siendo para las nuevas concepciones de la historia lo que Kant había sido para las nuevas ideas de la física moderna. Gombrowicz afirmó en el curso de filosofía que dictó en su casa de Vence que la biografía de Hegel era un tanto aburrida. Puede ser que tuviera razón, sin embargo, el filósofo alguna picardía se mandó.

Tuvo un hijo ilegítimo en la vida real, en tanto que Gombrowicz sólo lo pudo tener en la vida imaginaria de los diarios. Quizás lo más aburrido de Hegel es que se pasó la ma-

yor parte de su vida dictando clases en los claustros universitarios y no en los cafés, como lo hicieron después Gombrowicz y Sartre. ¿Pero es que las ideas de los filósofos se metieron acaso en la obra de Gombrowicz? Que se metieron en los diarios dicho está por él mismo, pero, en los cuentos, en las piezas de teatro, en las novelas, ¿se metieron? De pura casualidad pude saber antes de leer el libro, que algunas de las ideas de Heidegger habían entrado en “Cosmos”, como ya tuvimos oportunidad de mostrarlo. Y las ideas de Hegel, ¿se metieron? La idea más grande de Hegel es la historia, por esta razón Schopenhauer escupió sobre su obra considerándola pseudo filosófica.

Pero Gombrowicz no despreciaba tanto a la historia. Seis años después de muerto Gombrowicz el Príncipe Bastardo descubrió unos manuscritos con la misma esencia de “Opereta”, pero con personajes y acciones distintos: una madre puerca, un enviado especial que se pasea descalzo por las cortes europeas invitando a los reyes a que se quiten los zapatos para liberar a los hombres. En una hoja separada, perdida entre las notas, encontró su título: “Historia”. El primer título que tuvo entonces “Opereta” fue “Historia”, porque el asunto de esta obra era precisamente la historia. ¿Y por qué metió la historia en un estilo tan monumental y esclerosado como el de la opereta? Le costó mucho trabajo conseguir que los contenidos formales e ideológicos de la obra fueran aceptados por ese estilo cristalizado.

Pero volvamos a Hegel. Las opiniones sobre la calidad del pensamiento de Hegel están divididas. Schopenhauer decía que era un charlatán; Stuart Mill era más drástico, clamaba a los cuatro vientos que el que se sentaba a conversar con Hegel se quedaba sin cerebro; el Asiriobabilónico Metafísico, bromeando con el Dandy, chapuceaba que no sabía nada de nada y que era un bruto; y más recientemente un historiador de la filosofía dijo que el sistema de Hegel era tan imponente como el de Aristóteles y que no comprendía cómo había sido tan estúpido. Sin embargo, su pensamiento dejó huellas profundas en los economicistas históricos y en Marx que se reconoció “discípulo del gran pensador” Hegel introduce un sistema para estudiar la historia de la filosofía y el mundo mismo, llamado a menudo dialéctica, una progresión en la que cada movimiento sucesivo surge como solución de las contradicciones inherentes al movimiento anterior.

Dice Gombrowicz, en ese último curso de filosofía que les dictó la Vaca Sagrada y al Hasídico, que el mundo de Hegel va deviniendo en real en la medida que es asimilado

por la razón, y para mostrárselo con mayor claridad utiliza una comparación muy ilustrativa. Al entrar a una catedral vemos fragmentos de muros y detalles arquitectónicos que no se explican por sí mismos, se ve la catedral de un modo fragmentario. A medida que avanzamos por sus naves vemos más de sus partes y, al final, cuando nuestra mirada se ha paseado por la catedral entera, descubrimos el sentido de cada fragmento, la catedral ha penetrado en nuestra razón y entonces deviene en real. El mundo existe en nosotros un poco cada vez, sólo al final de la historia será completamente asimilado.

Desaparecerán el tiempo y el espacio, el sujeto y el objeto llegarán a ser idénticos y se transformarán en el absoluto. Este sistema filosófico tiene una estructura fantástica pero sirve para comprende mejor la realidad y el mundo. El progreso de la razón se realiza a través del sistema dialéctico. De una posición histórica, por ejemplo, la Revolución Francesa, deviene, por su negación, otra posición superior, y de la negación de esta negación deviene otra posición más alta aún en la jerarquía histórica, y así sucesivamente. De esta negatividad originaria surge la contradicción que progresa en todos los asuntos humanos: la nación, la familia, las leyes, el gobierno, las guerras, el estado... Esta marcha incontenible es un proceso dialéctico que nos coloca a cada paso en un escalón superior y es el logro progresivo de la razón en el desenvolvimiento de la historia.

La actividad espiritual está formada por dos elementos opuestos que no se encuentran, y el hombre está en el medio de esta abertura como el ser a cuyo través la razón del mundo llega a tener conciencia de sí misma El mundo hegeliano es una verdad en marcha, el lugar donde la humanidad forma sus leyes y el hombre se convierte en un peldaño de la historia. La importancia que Hegel le dio a la historia contribuyó en forma excepcional a la difusión de sus ideas. Este filósofo es capaz de deducir la racionalidad del mundo a partir de un lápiz, no le costó mucho entonces demostrar que lo inmoral de la guerra deviene en moral y que el estado se va transformando en la encarnación de lo divino. Tras la muerte de Hegel, sus seguidores se dividieron en dos cuerpos principales y contrarios: los de derecha y los de izquierda.

Los de izquierda interpretaron a Hegel en un sentido revolucionario, fueron ateos y se atuvieron a los principios de la democracia liberal. El más famoso fue Marx. Los múlti-

ples cismas de esta facción llegaron finalmente a la variedad anarquista de Stirner y a la versión marxista del comunismo. Esta es la historia que nos cuenta Hegel. ¿Y qué historia nos cuenta Gombrowicz en “Opereta”? No hay mejores representantes de la historia que la guerras y las revoluciones y en “Opereta” están presentes precisamente la dos guerras mundiales y la revolución comunista. Estos cambios violentos en el comportamiento general atrajeron la atención de Gombrowicz sobre el papel de la forma en la vida, sobre la poderosa influencia del gesto y de la máscara en nuestra esencia más intima.

Y si lo sintió con tanta fuerza fue porque le tocó entrar en la vida en un momento en que las formas moribundas de aquella época que ya se alejaban, gozaban aún de cierta vitalidad y podían morder. El ascenso desde el individuo hasta la historia, que pasa por la familia, el pueblo, la nación, el estado, es también el ascenso de una forma cada vez más pesada que termina por aplastar al hombre, dictándole su destino. A medida que ascendemos por la colina de la forma hacia la historia la montaña de cadáveres va llegando al cielo, pero para Hegel las cosas no son así. La historia progresa aprendiendo de sus propios errores y de estas experiencias deviene la existencia de un estado constitucional de ciudadanos libres, que consagra tanto el poder organizador y benévolo del gobierno racional, como los ideales revolucionarios de la libertad y la igualdad. “En el pensamiento es donde reside la libertad”

“Opereta” y “Transatlántico”, contrario sensu de Hegel, son ajustes de cuentas que hace Gombrowicz entre el individuo y la nación, un pedido de cuentas a ese pedazo de tierra creado por las condiciones de su existencia histórica y por su situación especial en el mundo. El propósito de Gombrowicz es reforzar y enriquecer la vida del individuo haciéndola más resistente al abrumador predominio del estado y de las instituciones colectivas que presionan sobre el hombre. Gombrowicz es un Anti-Hegel, pero... La dialéctica en el sistema de Hegel, es el momento negativo de toda la realidad. Pues bien, no hay un caso más claro de cómo funciona el no en el mundo que Gombrowicz. Siempre se definió por la contradicción: con la familia, con sus condiscípulos, con sus colegas escritores, con cada uno de los temas de la cultura y, como si esto fuera poco, consigo mismo. Igual que Hegel, Gombrowicz utiliza la contradicción como base del movimiento interno de la realidad. La negación le producía fascinación, y la negación de la negación lo dejaba de cama.

NIETZSCHE

“¡A partir de este momento ya no quiero ser polaco! Estaré solo por completo; –¿Solo? ¿No ves que la soledad hará de ti la víctima de tus propias miserias?; –Entonces, ¡dadme un cuchillo! ¡Debo realizar una amputación más radical todavía! ¡He de amputarme de mí mismo! Imagino que Nietzsche habría definido mi dilema más o menos en esos términos. Procedí a amputar. El cuchillo verdugo fue el pensamiento siguiente: acepta, comprende que no eres tú mismo, pues nadie es jamás él mismo, con ningún otro, en ninguna situación, ser hombre significa ser artificial” En 1960 un diario alemán publicó una encuesta internacional a la que respondieron treinta y cinco grandes maestros de la literatura. La pregunta era: –¿Cuáles son los cinco escritores que más han influido en usted, y qué libros de ellos elegiría?

Entre los interrogados estaban Hermann Hesse, André Breton, John Dos Passos, Georg Lukács. Gombrowicz también figuraba en esa lista. Aún vivía en Buenos Aires, acababa de ser traducido al alemán y su fama europea crecía semana a semana, en medio de la más ciega indiferencia argentina. “La elección que haré está vinculada con el lugar que ocupo en el mapa literario mundial (...) Estoy en el punto donde se desencadena la lucha por defender el Yo, donde ese Yo tiende a afirmarse e intensificarse, en busca de la Inmortalidad (...) Como ustedes habrán advertido ya aquí no están Proust ni Joyce ni Kafka ni nada de lo que se está haciendo ahora. Me apoyo en autores que los precedieron porque ellos medían al hombre con una vara más alta”

Entre los cinco que eligió Gombrowicz estaba Friedrich Nietzsche, un alemán que mantuvo la ilusión sin fundamento de que sus antepasados habían sido nobles polacos: “Yo soy un aristócrata polaco pur sang”. Y Gombrowicz se refiere a este alemán pur sang polaco. “Nietzsche. Con frecuencia me irrita el ridículo de su Superhombre. No comparto sus opiniones. Y sin embargo le debo, como a Dostoievski, una agudeza de visión llevada al extremo y también, debo añadir, un orgullo irresistible. Esas cualidades son necesarias en una época como la nuestra, en la que el inevitable crecimiento demográfico conduce –como toda inflación– a la devaluación del ser humano. Entonces: La gaya ciencia” Tal como le ocurría con el existencialismo y con el marxismo, Gombrowicz está de acuerdo con el punto de partida del nietzschianismo, pero no con sus deducciones.

Andaba buscando puntos de apoyo para su filosofía de la insuficiencia y de la inferioridad, por aquel entonces aún no sabía que, por conflictos bastante parecidos relacionados con el deseo de aprehender la vida en caliente, se estaban rompiendo la cabeza los existencialistas que sólo después de la guerra llegaron a tener resonancia. La afirmación de la vida de Nietzsche no andaba del todo bien con los nervios de Gombrowicz, le resultaba difícil imaginar algo tan artificial, ridículo y del peor gusto como la idea de su superhombre y de su bestia rubia, pero el alemán ponía al descubierto cómo detrás de los sentimientos nobles del hombre se ocultaba la suciedad de la vida. Nietzsche no era un filósofo en el sentido estricto de la palabra, escribía aforismos, y de estas anotaciones va surgiendo una moralidad que se basa en el hecho de que la especie humana es como todas las demás, se mejora con la lucha y la selección natural.

La moral nietzschiana se pone en entredicho con la moral cristiana, una moral de los débiles que le ha sido impuesta a los fuertes, perniciosa para la especie humana y por lo tanto inmoral. “En verdad, los hombres se han dado a sí mismos todo su bien y su mal. En verdad, no lo tomaron, no lo encontraron, no les cayó como una voz del cielo. Los valores los puso el hombre en las cosas para conservarse; dio un sentido a las cosas, ¡un sentido humano! Por eso se llamó hombre, es decir, valuador (...) Valuar es crear. ¡Oidlo, vosotros los creadores! La valuación en sí es el tesoro y la joya de las cosas valuadas. Sólo por la valuación hay valor, y sin valuación estaría hueca la nuez de la existencia” Esta preocupación profunda de Nietzsche, que comienza a desconfiar de los sistemas abstractos, a sentir la vida cada vez más amenazada, y ese carácter de valuador que le da al hombre, le vienen a Gombrowicz como anillo al dedo.

El pesimismo es una debilidad condenada por la vida, y el optimismo una cosa superficial, sólo le queda al hombre elegir un optimismo trágico, la adoración de la vida y de sus leyes crueles, a pesar de la debilidad del individuo. Gombrowicz y Nietzsche realizan una crítica cruel a todas las ideas, a la moral y a la filosofía, y demuestran que el pensamiento filosófico no se realiza fuera de la vida, sino que la acompaña y la expresa cuando no está falsificado. El alemán tensa demasiado una cuerda que lo conduce a la admiración por la crueldad, por la dureza inmisericorde, por el látigo y por las armas, una orientación que deviene en una filosofía casi militar.

“Cuando apenas estamos en la cuna, ya se nos provee de palabras pesadas y de valores pesados. Bien y Mal, así se llama este patrimonio.

A causa de estos valore se nos perdona la vida... Ésta es la obra del espíritu de pesantez. Y nosotros arrastramos fielmente la carga que se os impone, con fuertes espaldas y a través de áridas montañas. Y si sudamos se nos dice: –¡Sí, la vida es una carga pesada! ¡Pero la única carga pesada es el hombre! Porque arrastra consigo y lleva sobre los hombros una porción de cosas extrañas. Semejante al camello, se arrodilla para que lo carguen bien. Sobre todo el hombre vigoroso y paciente, tocado de veneración: carga sobre sus hombros demasiadas palabras y valores extraños y pesados; ¡entonces la vida le parece un desierto!” Pero algunas ideas de Nietzsche le producían hipo a Gombrowicz. “La idea es y siempre será un biombo detrás del cual ocurren cosas más importantes”

Platón, frente al lío que se le armó, pues en principio a cada cosa le correspondía una idea, redujo la cantidad de ideas y solo fueron ideas las de los objetos matemáticos y las de los valores generales: bondad, belleza, etc. Aquí Gombrowicz tampoco se queda quieto: cuanto más abstracta y general es una idea, más atenta contra el hombre; es necesario formar un mundo y un Dios más limitados. “Vivo en un mundo que todavía se nutre de sistemas, de ideas, doctrinas, pero los síntomas de indigestión son cada vez más evidentes, el paciente ya tiene hipo” Una idea que le pone los pelos de punta es la idea más abisal de Nietzsche: la del eterno retorno, que libera al espíritu de las venganzas, que supera el tiempo que pasa y el tiempo que se aproxima, y que confiere al devenir el carácter del ser.

“Yo no me dejo embaucar por ellos; conozco este infantilismo que juguetea con el Infinito, sé demasiado bien cuánta despreocupación e irresponsabilidad hacen falta para entrar con orgullo en los terrenos de esos pensamientos impensables y de esa severidad inaguantable, conozco este tipo de genialidad. Y ese Heidegger, en su conferencia sobre Nietzsche, suspendido sobre esos abismos... ¡payasos! Despreciar el abismo y no digerir los pensamientos excesivos: hace tiempo que lo decidí así. Me río de la metafísica... que me devora” Las ideas del superhombre y de la bestia rubia, que le gustaban a Hitler, y la idea del eterno retorno que le gustaba a Borges, lo ponían hecho una furia. Ese hombre de Nietzsche, que como fenómeno pasajero tiene que ser superado, ese ser problemáti-

co que no puede ser un fin en sí mismo sino un medio para llegar al ser superior que requiere un amor y una devoción más importantes que el amor al prójimo, es una quimera insoportable.

Y esa bestia rubia que habita en el fondo de todas las razas nobles, ¡atención!, Nietzsche nos llama a ser de nuevo bárbaros. ¡Cuidado, hay un alemán que se está volviendo loco! Y ese eterno retorno en el que el tiempo tiene un principio y un fin, un fin que vuelve a generar un principio ateniéndose a las leyes de la causalidad. Pero no nos las estamos viendo con ciclos sino con, exactamente, los mismos acontecimientos que se repiten en el mismo orden, sin ninguna posibilidad de variación. Se repiten los acontecimientos, los sentimientos y las ideas vez tras vez, en una repetición infinita e incansable. Esta idea no es tan peligrosa como lo son la del superhombre y la de la bestia rubia y, además, tiene la ventaja que nadie va a poder demostrar, ni ahora ni en el futuro, que es una idea falsa, como arguyó Eddington cuando contó el número de partículas que tenía el universo.

Como si esto fuera poco, las extensiones imaginativas de las teorías físicas modernas, a veces le pasan raspando a la idea del eterno retorno. El Big-Bang, y las duplicaciones de los sucesos que viajan por las geodésicas del cosmos a la velocidad de la luz, y se encuentra otra vez en las antípodas del universo finito e ilimitado, lo hubieran puesto loco de alegría al alemán, más loco aún de lo que estaba. “La creencia en que el mundo, tal como debiera ser, existe realmente, es la convicción de los hombres improductivos que no quieren crear un mundo tal como debiera ser (...) ¿Qué es la libertad? Es la voluntad de sentirnos como únicos responsables de crearlo” Mientras que para Nietzsche el individualismo moral creador de valores es sólo un privilegio de unos pocos seres excepcionales, pues el que no puede mandarse así mismo tiene que obedecer, el mundo de Gombrowicz es más elástico, o de temperaturas medias como le gustaba decir a él.

“Para elevarse, luchando, de este caos a esta configuración surge una necesidad, hay que elegir: o perecer o imponerse. Una raza dominante sólo puede desarrollarse en virtud de principios terribles y violentos. Debiendo preguntarnos: ¿dónde están los bárba-

ros del siglo XX? Se harán visibles y se consolidarán después de enormes crisis socialistas; serán los elementos capaces de la mayor dureza para consigo mismos los que puedan garantizar la voluntad más prolongada (...) ¿Vas a juntarte a mujeres? Pues, ¡no te olvides del látigo!” Aparte de la agudeza de visión y del orgullo irresistible que Gombrowicz comparte con Nietzsche, me parece que la idea del hombre como valuador es la que más los aproxima. El polaco, igual que el alemán, valuó el mundo rebelándose contra todas las posiciones de la cultura y se preparó para amputar en sí mismo todo lo que los polacos tienen de exagerado: la virilidad, la violencia psíquica, el amor a la patria, la fe, la honradez, el honor. Trató con sangre fría y sin reparos sus sentimientos más queridos a la espera de que otros valores le salieran al encuentro. Valuó a la familia, a la cultura, a Dios, a la patria, a la realidad y a la historia. Se fugó de una cárcel en la que tropezaba todos los días con estos obstáculos y creó un mundo superior soñando con la libertad. Pero las cimas del espíritu que alcanzó con su conciencia terriblemente perfilada se le convirtieron otra vez en una cárcel. “¿Renacerá mi rebelión de antaño en la imaginación de algún otro, de nuevo joven y cautivadora? No lo sé. Pero, ¿y yo?, ¿lograré siquiera una vez rebelarme contra él, contra ese Gombrowicz? No estoy muy seguro. Desembarazarme de Gombrowicz, comprometerle, destruirle, eso sí sería vivificante... pero no hay nada más arduo que luchar contra el propio caparazón” Valuó y se rebeló contra el mundo en su obra y en su vida y no le fue tan mal. Fue nimbado con la aureola del genio y se convirtió en un héroe que peleó contra un mundo muy pesado que le habían puesto sobre los hombros desde el nacimiento. Empezó a rebelarse contra la familia en “Ivona” y terminó rebelándose contra la historia en “Opereta”, convirtió a su vida en un Campo de Marte y declaró una guerra muy vasta con muchas batallas, como lo había hecho Nietzsche.

MARX

La realidad que el hombre va descubriendo poco a poco rompe los moldes y las teorías que la contuvieron durante un largo tiempo; los viejos barriles son reemplazados por otros, pero ni Einstein es tan distinto de Newton, ni Marx de Cristo, ni Sartre de Sócrates, para poner unos ejemplos. La realidad tiende a volverse teórica cuando está tranquila, pero cuando está intranquila produce revoluciones sociales como la francesa, o reducciones del pensamiento como la antropológica de Feuerbach, la fenomenológica de Husserl y la sociológica de Marx. Gombrowicz formó su conciencia en el período más agitado del siglo XX y se vio obligado a reflexionar sobre concepciones tan amplias como lo son el existencialismo y el

comunismo, pues estas dos concepciones juntas constituyen la verdadera introducción a nuestra época.

A pesar de las críticas que le hizo al existencialismo Gombrowicz aceptaba su punto de partida, pero no sus deducciones. El punto de partida de esa filosofía pone a la existencia y no a la idea en el centro de las reflexiones sobre el hombre, las deducciones, en cambio, instalan las ideas de la muerte y de la responsabilidad en una conciencia abstracta que está lejos del hombre. Gombrowicz estaba convencido de que su idea sobre la forma pertenecía al tronco de la inspiración existencialista y que el existencialismo no pertenece al pasado, que perdurará por más de mil años, para siempre, como han perdurado las filosofías del realismo y del idealismo, repetidamente perdidas y vueltas a encontrar. El existencialismo era una forma del pensamiento que no tenía una representación política pero el comunismo sí que la tenía, y esta característica del comunismo le daba un aspecto bifronte, porque una cosa era hablar de Marx y otra de Stalin.

Estaba de acuerdo con el sentido moral del comunismo, con su pedido de justicia distributiva y con esa conciencia que se torturaba frente a la injusticia. Estaba de acuerdo también con la concepción marxista del valor en la que la necesidad es el fundamento del valor, pues un vaso de agua en el desierto no puede tener el mismo valor que al lado de un río. Para Sartre, en cambio, un hombre tiene necesidad de agua en el desierto porque elige la vida y no la muerte; en el marxismo no existe esta libertad de elección, el hombre está obligado a elegir la vida. Marx ha desenmascarado muchas mistificaciones históricas, del mismo modo que lo hicieron Freud y Nietzsche, son hombres que demostraron que detrás de nuestros sentimientos que parecen nobles, se ocultan complejos, bajezas y toda la suciedad de la vida.

Gombrowicz piensa que la crisis del marxismo tenía mucho que ver con el hecho de que en los países comunistas se trabajaba mal y se producía poco, y esto porque nadie tenía interés en producir ni en obligar a los demás a que lo hagan, pues no había ningún beneficio en juego. Si bien el pensamiento marxista ha servido para desenmascarar muchas hipocresías históricas, es también utópico y no conduce a nada, por tal razón Gombrowicz se animó a profetizar que dentro de veinte o de treinta años sería puesto de patitas en la calle. Sin embargo, sabía que en el sentido filosófico el marxismo propone la liberación de la conciencia para que no se presente deformada en la actividad que debe realizar, para que sea auténtica frente al mundo y el hombre.

En la primera fase de la realización del comunismo el Estado debe dominarlo todo y cada uno debe ser remunerado por el valor que tienen los servicios que le presta a la sociedad.

En la segunda fase, en la fase celestial que Gombrowicz considera estúpida, desaparece el Estado, aparece un orden universal fundado en la justicia y cada hombre no será remunerado ya según sus méritos o sus servicios, sino según sus necesidades. Una fase radiante que aparecerá en un futuro lejano, en un tiempo indefinido. El existencialismo puede considerarse como un reflujo de la historia del pensamiento que intenta reducir la majestad y la tiranía de las ideas para hacerle lugar a la existencia, es decir, al hombre. Y el comunismo es también un reflujo histórico del pensamiento que intenta hacerle lugar a la justicia, la misma justicia que propuso el cristianismo, pero esta vez sin Dios. Son movimientos profundos del alma que, como todos, pasan por períodos de exageración y marginación pero siempre vuelven a la fuente de su revelación original.

A pesar de que el comunismo había hecho interminable su desastre personal, está más cerca de Marx que de Sartre, y aquí está claro que Dios no tiene nada que ver en todo esto, Gombrowicz era ateo. Pero el comunismo es un sistema que puso a la historia patas para arriba; había arruinado a su familia y le había cerrado la puerta. Es sobre esta cuestión que desarrolla un cuestionario de argumentos y contra argumentos que se parecen mucho a los que armaban los teólogos para discutir problemas importantes como, por ejemplo, si Cristo tenía o no tenía erecciones. Una noche Gombrowicz llegó al Rex con veintisiete argumentos a favor y veintiséis contra argumentos debajo del brazo para dar cuenta de este asunto, una cuestión fundamental para los padres de la iglesia.

Pero regresemos a la ética del comunismo sobre la que abre un cuestionario paradójico. “¿Por qué yo, teniendo a mi derecha el capitalismo, cuyo cinismo latente conoz-co, y a mi izquierda la revolución, la protesta y la rebelión surgidas del más humano de los sentimientos, por qué no me uno a estos últimos?” Por la compasión que le produce la inmensidad de los sufrimientos y la montaña de cadáveres. No, ha pasado por la escuela de Schopenhauer y de Nietzsche, sabe que la vida es trágica por naturaleza. Por los bienes y la situación social que perdió. No, esa pérdida lo liberó de los condicionamientos sociales. Si hay alguien que carece de prejuicios en este punto, ése es Gombrowicz.

Entonces, por las paradojas de su proceso dialéctico que se detiene justo en el momento en que la revolución alcanza su plena realización.

No, por ninguna razón que tenga que ver con su desenvolvimiento político. Por el terror que mata la libertad de pensamiento. No, es más grave, nos encontramos ante una de las grandes mistificaciones de la historia, de esas que desenmascararon Nietzsche, Marx y Freud. Por su falta de sinceridad, entonces. No, el comunismo es una doctrina de la acción y no un pensamiento sobre la realidad; son sinceros respecto al mundo ajeno e insinceros con el de ellos porque lo necesitan. Aquí Gombrowicz suspende su cuestionario y concluye, es necesario que se reconozca entonces esa insinceridad. “Debéis decir: nosotros nos cegamos a propósito. Mientras no lo digáis, ¿cómo se puede hablar con alguien deshonesto consigo mismo? Unirse a alguien así es perder el último apoyo bajo los pies y precipitarse en el abismo”

Parecieran más importantes las razones anteriores que esta última, pero no, Gombrowicz desconfía de las teorías y se guía por su instinto. Si hubiera podido pensar que lo más importante para ellos era la conciencia, es decir, el alma, es decir, la ética, se hubiera unido al comunismo; pero lo más importante para ellos era el triunfo de la revolución. El desarrollo de este cuestionario de argumentos y contra argumentos nos pone sobre aviso de una cosa muy importante: si los comunistas hubieran reconocido que eran insinceros consigo mismos respecto al sentido moral de la vida, Gombrowicz se hubiera hecho comunista, pero esta afirmación es demasiado radical y la cabeza del polaco no la puede asimilar, así que la va a revisar en otra parte del Diario, según era su costumbre.

A los comunistas les reprocha su dogmatismo, ellos poseen la verdad, ellos saben, ellos creen, más aún, ellos quieren creer. “Aunque los convenzas, no se dejarán convencer, porque se han entregado al Partido (...) El continente de la fe abarca iglesias tan discordes como el ca-tolicismo, el comunismo, el nazismo, el fascismo” En forma reiterada Gombrowicz explica lo difícil que le resulta oponerse al comunismo, pues el talante de su pensamiento lo lleva hacia él. Como un gato, anda buscando ese punto de ruptura donde el comunismo se le vuelve extraño y hostil. Indaga otra vez al

comunismo: ahora el rechazo tiene origen en un problema técnico. El dilema que plantea la doctrina no es filosófico sino productivo, es decir, el comunismo tiene como imperativo demostrar que es más eficiente para producir bienes y distribuirlos que el sistema capitalista; hasta que esta capacidad quede demostrada, todas las otras deliberaciones no son más que sueños.

Gombrowicz no puede inmiscuirse en este asunto, a él le importa la personalidad y no las ideas; él, en tanto que artista, se especializa en constatar cómo las ideas influyen en las personas, pues una idea abstraída de su relación con el hombre no tiene valor. Las dos aporías que le plantea el comunismo, una, respecto al sentido moral, y la otra, respecto a su sistema productivo y distributivo, sólo se pueden resolver escapándose de ellas: hay que retirarse de su exceso hacia una dimensión más humana. La capacidad que puede desarrollar un hombre para tomar distancia, para retirarse, escaparse, huir de una situación, de las ideas, de los sentimientos, de sí mismo o de lo que sea, es la única y verdadera libertad. No es que tenga que huir, pero tiene que tener la posibilidad de hacerlo.

Heidegger tenía que escribir una segunda parte de “El ser y el tiempo”, pero no supo organizar hasta el final su pensamiento, un pensamiento difícil y torturado. Sartre, en cambio, no tenía estas dificultades y escribió la segunda parte de “Crítica de la razón dialéctica”, un libro contra el que me rompía la cabeza tratando de comprenderlo. A medida que lo releía y que me acostumbraba a los nuevos vocablos se me aclaraban un poco las ideas: –Sabe, Gombrowicz, la comprensión de un texto es casi la misma cosa que el acostumbramiento a algunas de sus palabras fundamentales; –Tiene razón, Gómez. Las discusiones del Rex y de la Fragata sobre Sartre eran más o menos tranquilas, las cosas se complicaron bastante cuando se fue a Europa. “Todas las estupideces de Sartre provienen del hecho que se relacionó con el dolor de una manera tranquila y doctoral, típica del cartesianismo. No comprendió ni el cuerpo ni el dolor. Por lo tanto le sugiero, Goma, amistosamente que diga a todos los amigos que lo considero a usted bastante tarado (...) a las fórmulas les tengo alergia, sobre todo si son de Sartre o de Heidegger, me producen eczema, ¿sabe?”

“Crítica de la razón dialéctica” es una obra abstracta y difícil de leer, es un intento de clarificación de las relaciones entre el existencialismo y el marxismo, y yo quería que Gombrowicz me ayudara a pensar en este asunto porque las idas y vueltas del franchu-

te con el comunismo no tenían fin. La cuestión es que en este libro Sartre designa al marxismo como la filosofía insuperable de nuestro tiempo, y que lo seguirá siendo hasta que la situación histórica y económica que expresa haya sido superada. Pero si el marxismo es la filosofía insuperable de nuestro tiempo, ¿cuál es, entonces, la razón de ser del existencialismo de Sartre? Para los filósofos comunistas el existencialismo traduce la decadencia burguesa en un escape de lo real, en el aislamiento del individuo, en la afirmación de la autonomía absoluta del ego y de su superioridad al mundo.

Sartre, en cambio, está convencido de que el marxismo ofrece la única interpretación válida de la historia, pero que su existencialismo es el único camino que conduce a la realidad concreta. Sobre esta base le hace al comunismo una acusación. “Hay dos maneras de caer en el idealismo: una consiste en disolver lo real en la subjetividad; la otra, en negar toda subjetividad real en beneficio de la objetividad” Ambos se acusan de idealismo, pero Sartre acepta sin restricciones el materialismo histórico, es decir, que el modo de producción de la vida material domina, en general, el desarrollo de la vida social, política e intelectual. El salto del reino de la necesidad a un reino de la libertad, que Marx y Engels anunciaron como un ideal futuro, marcará, según Sartre, el fin del marxismo y el principio de una filosofía de la libertad.

Pero este futuro está lejano y, mientras tanto, el marxismo, para no degenerar en una antropología inhumana, debe ser complementado por el existencialismo sartriano que le proporciona su fundamento subjetivo, humano y existencial. Dice Sartre que la comprensión de la existencia se presenta como el fundamento humano de la antropología marxista pero… “A partir del día en que la investigación marxista tome la dimensión humana como fundamento del saber antropológico, el existencialismo no tendrá ya razón de ser” Las concepciones juntas del marxismo teórico y del existencialismo constituían para Gombrowicz la verdadera introducción a nuestra época, sin embargo, aceptaba solamente sus puntos de partida pero no sus deducciones.

Conoce el cinismo latente del capitalismo y la naturaleza de la rebelión surgida del más humano de los sentimientos, pero considera a esa doctrina como una de las grandes mistificaciones de la historia, porque lo más importante para ellos no eran la conciencia y la ética, sino el triunfo de la revolución. Está de acuerdo también con el punto de

partida de Sartre que pone a la existencia y no a la idea en el centro d las reflexiones sobre el hombre, pero no acepta las ideas de la muerte, de la angustia y de la responsabilidad en una conciencia abstracta que está lejos del hombre. En fin, al Pterodáctilo le decía que el gran modelo era Estados unidos, que los supermercados y la Coca-Cola eran grandes inventos. “Acaso no sabe, Goma, que en su último libro ‘Les Mots’ ese asno ha confesado que todo su existencialismo es una asnada? Ya ve, Goma: su situación está arruinada, su prestigio intelectual aniquilado, todos se ríen y dicen, ¡qué gomadas dice el pobre Goma!”

La ciencia y el comunismo son parientes, razón por la cual la ciencia tiene características comunistoides, y si la juventud universitaria se desplaza hacia el rojo no es tanto por la obra de los agitadores sino por la adoración que le tiene al saber. En cambio, el comportamiento del arte en esta guerra fría resulta extraño. A pesar de la cantidad de anticomunismo que el arte lleva en la sangre, parece que se hubiera puesto del lado de Marx. Un artista sólo podría ser comunista si renunciara a la parte de su humanidad que se expresa en el arte. Ese artista perdió el instinto, se volvió muy sensible a las razones, ahogó su temperamento en el intelecto y se puso a oler las flores, no con la nariz sino con el alma. Al hombre de ciencia le es ajena la rebeldía, está dispuesto a diluirse en su objetividad, no está llamado a vivir la disonancia entre el hombre y su forma. El artista, en cambio, quiere ser él mismo, y aunque una fuerza enorme lo aplaste seguirá sufriendo y luchando contra ella.

Related Documents