UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN
LITERATURA
Novela: Pedro y Juan. Autor: Guy de Maupassant. Escritor francés, Henry Réne Guy de Maupassant nació en Dieppe, Francia, el 5 de agosto de 1850 y falleció en París el 6 de julio de 1893. Se formó literariamente con el escritor Gustave Flaubert y participó desde joven en su círculo literario. Se especializó en la narrativa breve, llegando a publicar más de doscientos cuentos a lo largo de su vida. También escribió seis novelas cortas. Encuadrado en el naturalismo, su estilo es sencillo y realista, y transmite lo más sórdido y oscuro del comportamiento humano. Su primer éxito, que apareció un mes antes de la muerte de Flaubert, fue el célebre cuento Bola de sebo, recogido en el volumen colectivo Las noches de Medan (1880). El mismo año publicó su libro de poemas, versos.
Obras Destacadas: Maupassant es autor de una extensa obra entre cuentos y novelas, en general de corte naturalista. De ellas cabe señalar: La casa Tellier (1881); Los cuentos de la tonta (1883); Al sol, Las
hermanas
Roudoli y La
señorita
Harriet (1884); Cuentos
del
día
y
de
la
noche (1885); La orla (1887); las novelas Una vida(1883), Bel Ami (1885) y Pierre y Jean (1888). Después de su muerte se publicaron varias colecciones de cuentos: La cama (1895); El padre Milton(1899) y El vendedor (1900).
Análisis: Esta novela presenta una serie de sucesos que ponen al lector a analizar esta novela conforme va leyéndola, Los personajes principales son 2 hermanos, Pedro y Juan, nos muestra a una familia que vive tranquilamente, también a dos hijos que viven en una competitiva pero no enfermiza rivalidad, desde nuestro punto de vista, se hace claro en las primeras páginas del libro , que la notable preferencia es para Juan, siendo de personalidad amable y buena, ya que Pedro tenía una personalidad en donde no encajaba en todo, lo principal de la novela es una herencia inesperada que les otorgan a los 2 hermanos y ambos manejan la situación de diferente manera conforme a su personalidad, por lo cual presenta sentimientos como: Celos,
Envidia, Apariencias. El autor logra dar a los lectores tres puntos de vista diferentes el de los hermanos y la madre, lo hace de tal forma que puedes analizar y comprenderlos, a pesar tener diferentes personalidades y actitudes. En el siglo XIX los principios y valores sociales eran muy diferentes a los actuales, pero la naturaleza humana se enfrentaba a los mismos sentimientos y penalidades que ahora. En cuanto al estilo, es sencillo y ágil. La descripción de los personajes es definida desde un principio, en el caso de la madre, que va evolucionando conforme a la narración, De madre y esposa ejemplar, pasamos a descubrir sus verdaderos sentimientos. Cabe mencionar que el padre es el que es el más desagradable, y es ninguneado en las decisiones importantes de la familia. Conforme leemos la novela, nos damos cuenta y lo podemos ver en la actualidad, el tema del rencor, rencillas, celos en las familias, lo que leímos nos daba a pensar eso, en nuestra opinión eso es lo que expresa, Ambos llegan a dudar uno del otro por uno tener favoritismo, y ser más reconocido que el otro, muestra como un engaño dentro del núcleo familiar puede llegar tarde a temprano a descubrirse, Quizá, no lo digo con certeza, el autor paso por una situación similar, o quería plasmar esas circunstancias que hasta hoy en día podemos verlas y en algunos casos identificarnos con ellas.
Biografías y Vidas- La enciclopedia biográfica en línea/ Guy de Maupassant Tomado el 07/03/19 de : https://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/maupassant.htm#header
Novela: San Manuel Bueno Autor: Miguel de Unamuno El ni siquiera cumplía todavía los seis años cuando queda huérfano de su padre Félix de Unamuno falleció el 14 de julio de 1870 en el balneario de Urberuaga, en Marquina, fue por cause de enfermedad de pulmonar. Aprendió sus primeras letras con don Higinio en el colegio privado de San Nicolás, situado en una buhardilla de la calle del Correo. En las catequesis preparatorias para la primera comunión en la iglesia de San Juan, conoció al amor de su vida que sería su novia y esposa: Concepción Lizárraga. Durante sus años de estudios el no tuvo ningún problema con la aritmética, la física, la geometría o la trigonometría, y disfrutaba con el álgebra. También le agradó la filosofía, que agrupaba entonces en cuarto curso fundamentos de psicología, lógica y ética, a pesar de que no apreciaba la didáctica de su profesor, el sacerdote Félix Azcuénaga.
Obras Destacadas: Su primer libro fue en el año de 1895, definía en el cómo eran los españoles ya en este libro Unamuno insiste en la necesidad de que España se integre intelectual y espiritualmente al resto de Europa. Otro concepto muy importante que Unamuno planteó en su primer libro, es la distinción entre la historia (los cambios cronológicos e incidentales) y la intrahistoria (la continuidad y lo esencial de los pueblos). Escritor infatigable, Unamuno escribió varios libros de poesía, entre ellos un diario de su destierro en Francia durante los años veinte y unas meditaciones sobre una pintura de Cristo del famoso pintor Velázquez. Igual que sus obras narrativas, la obra poética de Unamuno constituye un tipo de autobiografía espiritual, expresión de su constante lucha vital. Se mantuvo al margen de las modas poéticas del momento como el modernismo, el simbolismo o el vanguardismo, prefiriendo expresarse de manera más sobria. No importa tanto la clasificación de la filosofía unamuniana, en parte porque ésta evolucionaba a lo largo de la vida del autor, pero impregna toda su copiosa producción literaria. Miguel de Unamuno fue autor de novelas, poesía, teatro y ensayo y en su asombrosa y prolífica obra artística se encuentra la manifestación de su preocupación por la inmortalidad.
Análisis: San Manuel Bueno, mártir En este breve relato, que ocupa sólo treinta y cinco páginas, se recogen unas notas que, a modo de confesión, redacta Ángela Carballino: Ahora que el obispo de la diócesis de Renada, a la que pertenece esta mi querida aldea de Valverde de Lucerna, anda, a lo que se dice, promoviendo el proceso para la beatificación de nuestro Don Manuel, o mejor San Manuel Bueno, que fue en ésta párroco, quiero
dejar aquí consignado, a modo de confesión y sólo Dios sabe, que no yo, con qué destino, todo lo que sé y recuerdo Sólo al final del relato deja de hablar en primera persona Ángela para tomar la palabra el propio Miguel de Unamuno, quien dice haber recibido ese documento: únicamente ha retocado detalles de redacción y ha añadido algunas consideraciones sobre su contenido. Al principio del relato, Ángela se presenta como hija espiritual de aquel varón matriarcal que llenó toda la más entrañada vida de mi alma, que fue mi verdadero padre espiritual, el padre de mi espíritu, del mío, el de Ángela Carballino Ángela dice tener más de cincuenta años al escribir esto ahora, aquí, en mi vieja casa materna, cuando empiezan a blanquear con mi cabeza mis recuerdos. El relato de tales recuerdos arranca de su niñez: De Don Manuel me acuerdo como si fuese cosa de ayer, siendo yo una niña, a mis diez años, antes de que me llevaran al colegio de Religiosas de la ciudad catedralicia de Renada. Tendría él, nuestro santo, entonces unos treinta y siete años. Era alto, delgado, erguido, llevaba la cabeza como nuestra Peña del Buitre lleva su cresta, y había en sus ojos toda la hondura azul de nuestro lago. Su maravilla era la voz, una voz divina, que hacia llorar. De él decía sé que había entrado en el Seminario para hacerse cura, con el fin de atender a los hijos de su hermana viuda, de serv irles de padre; que en el Seminario se había distinguido por su agudeza mental y su talento y que había rechazado ofertas de brillante carrera eclesiástica porque él no quería ser sino de su Valverde de Lucerna, de su aldea perdida como un broche entre el lago y la montaña que se mira en él. Pasados cinco años en el colegio, Ángela vuelve a Valverde de Lucerna. Don Manuel lo es todo en el pueblo. Su activismo humanitario es constante: ¡Y cómo quería a los suyos! Su vida era arreglar matrimonios desavenidos, reducir a sus padres a hijos indómitos o reducir los padres a sus hijos, y sobre todo consolar a los amargados y atediados y ayudar a todos a bien morir. Está claro en todo el relato que don Manuel nunca rezaba. Hay en el personaje una huida de su propia interioridad: Con aquella su constante actividad, con aquel mezclarse en las tareas y las diversiones de todos, parecía querer huir de su soledad. “Le temo a la soledad", repetía. Poco antes explica algo que puede ser la clave de su
conflicto: Yo no debo vivir solo; yo no debo morir solo. Debo vivir para mi pueblo, morir para mi pueblo. ¿Cómo voy a salvar mi alma si no salvo la de mi pueblo?. Ángela cuenta cómo una vez pasó por el pueblo una banda de pobres titiriteros. El jefe de ellos hacía de payaso; durante la representación ante el pueblo, su mujer gravemente enferma tuvo que retirarse de la función. Mientras el payaso hacía reír a los niños, vio con congoja el sufrimiento de su mujer, que se murió en el rincón de una cuadra, acompañada por don Manuel (nunca se dice que el sacerdote absuelva a los moribundos). El clásico drama del payaso que ríe por fuera mientras esconde en su interior la tragedia, es un paradigma de la doble vida de don Manuel: El santo eres tú, honrado payaso; te vi trabajar y compren dí que no sólo lo haces por dar pan a tus hijos, sino también para dar alegría a los de los otros.. Ángela Carballino, espectadora o testigo de todo lo que se narra en la novela, apostilla: Y más tarde, recordando aquel solemne rato, he comprendido que la alegría imperturbable de don Manuel era la forma temporal y terrena de una infinita y eterna tristeza que con heroica santidad recataba a los ojos y a los oídos de los demás . Ángela refiere su primera confesión, a la vuelta del colegio de religiosas de Re nada, con don Manuel. Varias veces se describe un diálogo de confesionario, en el que más que confesión hay confidencias mutuas, trasvase reciproco de intimidades del alma; y mucha proyección personal, sin ningún contenido sobrenatural ni sacramental. Los sentimientos de Ángela responden a una constante unamuniana en su concepción de la mujer como siempre maternal: Salí de aquella mi primera confesión con el santo hombre profundamente consolada. Y aquel mi temor primero, aquel más que respeto miedo, con que me acerqué a él, trocase en una lástima profunda. Y volví a confesarme con él para consolarle. Cuando Ángela tiene veinticuatro años, vuelve de América su hermano Lázaro (nombre también simbólico, que recuerda al Lázaro del Evangelio). Llega lleno de la beligerancia progresista típica de los indianos de la época (aldeanos que volvían “ilustrados” de la emigración a América): Empezó a repetir a borbotón, sin descanso, todos los viejos lugares comunes anticlericales y hasta antirreligiosos y progresistas que había traído renovados del Nuevo Mundo. Sin embargo, sus ideas, sus “conocimientos” no hacen mella en los aldeanos: Le desconcertaba el ningún efecto que sobre nosotros hacían sus diatribas y el casi
ningún efecto que hacían en el pueblo, donde se le oía con respetuosa indiferencia: “A estos patanes no hay quien les convenza". La muerte de la madre de Ángela inicia una relación más frecuente entre don Manuel y Lázaro. El párroco se dedica a hacer un peculiar proselitismo con el descreído. El resultado, que alegra a todo el pueblo, ajeno al secreto que une a ambos personajes, es que Lázaro acaba por ir a misa siempre, y que un día comulga (más adelante Ángela descubrirá a qué nueva manera de ver la religión fue conducido Lázaro por don Manuel). La descripción de la comunión de Lázaro es patética y llena de referencias al Evangelio, pero con un sentido distinto: Y llegó el día de su comunión, ante el pueblo todo, con el pueblo todo. Cuando llegó la vez a mi hermano, pude ver que Don Manuel, tan blanco como la nieve de enero en la montaña y temblando como tiembla el lago cuando le hostiga el cierzo, se le acercó con la sagrada forma en la mano, y de tal modo le temblaba ésta al arrimarla a la boca de Lázaro que se le cayó la forma al tiempo que le daba un vahído. Y fue mi hermano mismo quien recogió la hostia y se la llevó a la boca. Y el pueblo al ver llorar a Don Manuel, lloró diciendo: “¡Cómo le quiere!”. Y entonces, pues era de madrugada, cantó un gallo. Cuando Lázaro llega a casa, Ángela le manifiesta su ale gría por la conversión. Lázaro entonces declara a Ángela toda la verdad. Él ha adoptado la misma posición íntima que don Manuel y su misma actitud cara al pueblo. Cuenta Ángela en su memoria: Entonces serena y tranquilamente, a media voz me contó una histo ria que me sumergió en un lago de tristeza. Cómo Don Manuel le había venido trabajando, sobre todo en aquellos paseos a las ruinas de la vieja abadía cisterciense, para que no escandalizase, para que diese buen ejemplo, para que se incorporase a la vida religiosa del pueblo, para que fingiese creer si no creía, para que ocultase sus ideas al respecto, mas sin intentar siquiera catequizarle de otra manera. Lázaro, puesto ya del todo al servicio de la obra de Don Manuel, era su más asiduo colaborador y compañero. Lázaro es el único a quien don Manuel cuenta su verdad y le lleva a adoptar su misma postura, como colaborador “laico”: Les anudaba, además, el común secreto. Les acompañaba en sus visitas a los enfermos, a las escuelas, y ponía su dinero a disposición del santo varón. Y poco faltó para que no aprendiera a ayudarle a misa. E iba entrando cada vez más en el alma insondable de don Manuel.
Don Manuel confía cada vez más sus íntimas inquietudes a Lázaro. Junto al lago, el párroco le confiesa su atracción h acia el suicidio, sugerido por la quietud de las aguas: ¡Mi vida, Lázaro, es una especie de suicidio continuo, un combate contra el suicidio, que es igual; pero que vivan ellos, que vivan los nuestros! . Don Manuel —o mejor, la santidad imaginada por Unamu no— tiene un secreto aún más profundo, quizá la clave de su peculiar gnosis. De forma cauta deja entrever el pobre párroco, magnificando su propia vaciedad, que hay una especie de Iglesia de los muertos (reverso de la verdadera Iglesia de la vida eterna), cuya cabeza sería el propio Jesucristo, con quien él —don Manuel— piensa coincidir en una conciencia atea desesperada por dentro y vertida hacia afuera en sentimentalismo consolar al pobre pueblo de la tragedia de la nada. Don Manuel muere de forma solemne, en la iglesia, ante todo el pueblo lloroso, bendiciéndole con el crucifijo, dándole consejos bondadosos: Vivid en paz y contentos y esperando que todos nos veamos un día, en la Valverde de Lucerna que hay allí, entre las estrellas de la noche, que se reflejan en el lago, sobre la montaña. Lázaro se encargó de continuar la tradición del santo: El me hizo un hombre nuevo, un verdadero Lázaro, un resucitado. El me dio la fe. Lázaro se encarga de aconsejar al nuevo párroco de Valverde de Lucerna, que l lega abrumado por la fama de santidad de don Manuel: Poca teología, ¿eh?, poca teología; religión, religión. Cuando Ángela acaba de redactar estas notas, hace unas reflexiones finales por las que podría deducirse que conserva la fe, aunque con una deformac ión muy profunda. Ángela hace una interpretación piadosa y bien pensante de lo que le sucedió a don Manuel y a Lázaro: Y ahora, al escribir esta memoria, esta confesión íntima de mi experiencia de la santidad ajena, creo que Don Manuel Bueno, que mi San Ma nuel y que mi hermano Lázaro se murieron creyendo no creer, pero sin creer creerlo, creyéndolo en una desolación activa y resignada. Y es que creía y creo que Dios nuestro Señor, por no sé qué sagrados y no escrudiñaderos designios les hizo creerse incrédulos. Y que acaso en el acabamiento de su t ránsito se les cayó la venda. ¿o yo creo?.