Instituciones De Caridad En Azores

  • May 2020
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Instituciones De Caridad En Azores as PDF for free.

More details

  • Words: 6,605
  • Pages: 8
BIBLIOTECA DE LA REVISTA DE OCCIDENTE La Biblioteca d e la Revista d e Occidente nace de la limpia ambición intelectual de contribuir a desentrañar los problemas, a veces graves, que el mundo y la cultura actuales tienen planteados. Problemas cuya paulatina solución ha de llevar a la plena maduración de una concientia universal que se está fraguando por encima de los límites tradicionales -geográficos, históricos, raciales y de partidque pertenecen ya al pasado, aunque persistan en la superficie su agitación y su violencia. Esta Biblioteca, de temática amplia y varia, absorberá en particular las tres Series de Ciencias Históricas, Política y Sociología y Filosofía, que se venían publicando en colecciones independientes. La Biblioteca de la Revista de Occidente ofrecerá así al lector aquellas publicaciones que, por el acierto de su tratamiento, puedan ayudarle a un recto planteamiento de las cuestioiies del saber y el acontecer actuales.

CARLO M. CIPOLLA

HISTORIA ECONOMICA DE LA

EUROPA PREINDUSTRIAL Traducción del italiano

SECCION DE CIENCIAS HISTORICAS

ESTHER BENITEZ

CONSEJO ASESOR:

Gonzalo Anes. Miguel Artola. Julio Caro Baroja. José Antonio Maravail. Manuel Terán. José Varela Ortega.

Biblioteca de la Revista de Occidente General Mola, 11 MADRID

Carlo M . Cipolla

La Europa preindustrial

Estos últimos ejemplos sirven para ilustrar la oportuniad de desembarazarnos de la palabra «necesidades». Este término implica algo objetivamente indispensable, flanqueado después por la demanda de cosas más o menos superfluas. Pero la Iínea de demarcación entre lo necesario y lo superfluo es difícilmente definible. Si se considera el pan cotidiano y una excursión a las Azores, no cabe duda de cuál será clasificado como indispensable y cuál como superfluo. Pero entre el pan y la excursión a las Azores hay infinidad de otras cosas cuya clasificación resulta problemática. Es evidente que no se puede limitar la definición de «necesidad» al mínimo de comida indispensable para mantenerse con vida. Pero una vez que se amplía el criterio y se empieza a incluir otros elementos, es difícil decir por dónde pasa la línea de demarcación entre indispensable y superfluo. ¿Un filete a la semana es una «necesidad»? ¿O es «necesidad» sólo un filete al mes? Nosotros consideramos «necesidades» la bañera, la calefacción y el disponer de pañuelos. Pero hace trescientos años, en Europa, estas cosas eran lujos que nadie habría soñado en calificar de «necesidades». El profesor Stigler escribió una vez que en general tendemos a considerar bienes superfluos «todo lo que quisiéramos que los demás no consumieran», mientras que tendemos a considerar como «necesidades» todo lo que consumimos nosotros. Una persona puede tener «necesidad» de vitaminas. Y en cambio puede sentir el «deseo» de fumar cigarrillos. Mientras una persona sea libre de pedir lo que desea, lo que cuenta en el mercado no son tanto las verdaderas «necesidades» como los «deseos». La distinción es importante, no sólo desde el punto de vista individual, sino también desde el punto de vista colectivo. Una sociedad puede tener «necesidad» de más hospitales y más escuelas. Pero los miembros de esa sociedad pueden desear, en cambio, más partidos de fútbol, night-clubs o autopistas. También puede haber dictadores que impongan o alimenten «deseos» de potencia militar, o de cruzada religiosa. Para el mercado lo que cuenta no es la «necesidad» objetiva -que por lo demás nadie es capaz de precisar salvo a los niveles mínimos de subsistencia-, sino el «deseo» tal y como se expresa. Prácticamente nuestros «deseos» son ilimitados. Desdichadamente, tanto como individuos como en cuanto sociedades, disponemos de recursos que son limitados. Eso significa que tenemos continuamente que realizar elecciones. Debemos, en otras palabras, dar un orden de prioridad a nuestros deseos y decidir cuáles tratar de satisfacer y cuáles sacrificar. Sociedades e individuos eligen no sólo basándose en consideraciones económicas. También aquí elementos políticos, religiosos, éticos, sociales y de costumbres entran continuamente en juego e influyen de manera determinante sobre la formulación de cierto orden de prioridades. En la historia se encuentran sociedades encantadas de erigir templos y pirámides a costa de sufrir hambre. y sociedades que han preferido los cañones a la mantequilla. No es problema para discutir aquí el si semejantes decisiones han obtenido la aprobación de todos los miembros de dichas sociedades

o si fueron impuestas por minorías autoritarias. Aquí importa sólo observar que, en un aspecto u otro, de un modo u otro, cada sociedad y cada individuo no sólo expresa deseos sino que formula asimismo una escala de prioridades para esos mismos deseos.

31

4. Demanda efectiva Los «deseos» son una cosa. La demanda efectiva, otra muy distinta. Un indio que se muere de hambre en una calle de Calcuta tiene evidentemente un extremado «deseo» de alimentos. Pero si no tiene poder de compra con el que expresar su «deseo», si no tiene nada que la gente acepte a cambio de un trozo de pan, su «deseo», por imperioso e improrrogable que sea, no existe para el sistema económico como es y como fue. Para contar en el mercado, el «deseo» debe ir acompañado por poder de compra. Cuando se expresa mediante desembolso de poder adquisitivo, el «deseo» se convierte en demanda efectiva o solvente y es registrado por el mercado. Como el poder de compra lo proporcionan la renta corriente y la renta acumulada (patrimonio), de ello se deriva que, dada cierta masa de deseos v dada cierta escala de prioridades, el nivel y la estructura de la demanda

1

I

I

1

efectiva están determinidos por: a) nivel de la renta; 6 ) su distribución; nivel y estructura de los precios. C)

I

La renta, desgraciadamente, no llueve del cielo. La única manera de procurarse renta es participar en la producción. En el proceso productivo se puede participar de diferentes formas: con el trabajo intelectual (profesionales), con el trabajo organizativo (dirigentes de empresa), con la iniciativa y la asunción del riesgo de empresa (empresarios), con el trabajo manual (obreros), proporcionando capital (capitalistas) o recursos naturales (propietarios de tierras o de minas). En relación con los distintos modos de participar en el proceso productivo se reciben rentas bajo diversas formas. Veremos a continuación, tras haber estudiado los factores de producción, que normalmente la masa de las rentas se distingue en tres grandes categorías, es decir:

a) salarios; 6 ) beneficios e intereses; C ) renta de la tierra. Salarios, renta de la tierra, intereses y beneficios son ingresos que dan poder de compra a sus perceptores, los cuales ~ u e d e nexpresar así en el mercado, en forma de demanda efectiva, sus propios «deseos», determinar el destino de cuanto se ha producido e influir en la estructura de la futura

Carlo M . Cipolla

32

producción. Es obvio que quien percibe la renta la gasta no sólo para sí, sino también para aquellos a quienes mantiene. En otras palabras, el cabeza d e familia que trabaja y percibe un salario lo gasta, no sólo para mantenerse a sí mismo, sino también a su mujer, sus posibles hijos menores y a lo mejor también a su anciano padre o a su anciana madre si éstos aún viven. Su renta sirve, pues, para expresar en forma de demanda efectiva no sólo sus «deseos» sino también los de sus familiares. En términos macroeconómicos eso significa que la renta de la «población activa» sirve para traducir en demanda efectiva los «deseos» de la población total (población activa población dcpendiente). Durante siglos, para la mayoría de la gente la renta estuvo representada por el salario, y hasta la Revolución industrial y aún más adelante es posible afirmar que, dada la escasa productividad del trabajo (véase más adelante apartado 15) y otras circunstancias de carácter institucional, el nivel de los salarios respecto al nivel de los precios (esto es, en otras palabras, el nivel de los salarios reales) permaneció trágicamente bajísimo. A finales del XVII el cura de la parroquia de Saint-Remy, en Burdeos, observaba que muchos artesanos de su parroquia conseguían ir tirando sólo gracias a que recibían de vez en cuando la limosna de las dames de charilé 6. El cirujano que atendía a los apestados en el lazareto de Prato, en plena epidemia de 1631, arriesgando su vida cada hora del día, recibía un salario de 126 liras al mes; un traje normal costaba más de 100 liras '. Mírese a donde se mire, y no importa de qué parte se tomen las cifras, siempre se encuentra el mismo y monótono leit-motiu de pobreza. El salario medio podía adquirir escasas cantidades de bienes. Una afirmación de este género es correcta, pero puede dar la falsa impresión de que habría bastado con elevar los salarios nominales para transformar a Europa en el Paraíso terrenal. Evidentemente, esta conclusión sería absurda. Podemos invertir la afirmación precedente diciendo que los precios corrientes de los bienes eran demasiado altos para el nivel corriente de los salarios. En la práctica decimos lo mismo, pero ponemos mejor de relieve el problema esencial, que era el de la escasez, ligado a su vez con el problema de una baja productividad y de un uso no siempre feliz de los recursos disponibles. La sociedad europea era fundamentalmente pobre, pero en cada rincón de Europa había obviamente gente más pobre y menos pobre, y junto a ellos había ricos y muy ricos. Entre los más pobres predominaron siempre numéricamente los campesinos. Los artesanos de las ciudades más evolucionadas, como una Florencia o una Nuremberg, podían conseguir llevar una vida, si no de bienestar, al menos no del todo mísera. Para un artesano de Nuremberg del siglo xvr no era insólito tener en su mesa carne más de una vez a la semanas. Para diversos artesanos de Florencia, no resultó imposible ahorrar algunas sumas y constituir dotes no miserables para sus hijas 9. Como siempre, la realidad no es sólo blanca o negra. Había, como se ha dicho, pobres y menos pobres, ricos y riquísimos. Es innega-

+

$

33

La Europa preindustrial 1

ble, empero, que una de las características típicas de la Europa preindustrial, como de todas las sociedades agrícolas tradicionales, fue un alucinante contraste entre la miseria abyecta de la masa de los más pobres y la abundancia y magnificencia del limitado número de los más ricos. Una serie de diapositivas que comparase los mosaicos dorados del monasterio de Monreale con el tugurio de un campesino siciliano de la época daría una impresión viva e inmediata del fenómeno al que aludimos. Es importante tratar de mantener viva en la mente la imagen impresionista, pero también es necesario tratar de completar la imagen con datos y mediciones de carácter más despegado y preciso. Por desgracia los datos cuantitativos disponibles al respecto son sumamente raros. Para diversas ciudades de los siglos XIII-XVII se poseen «estimaciones» de las rentas o de los patrimonios de los ciudadanos. Puede recordarse que, según estimaciones toscanas de 1427-29, la riqueza estimada en las ciudades de Pistoya y Volterra se distribuía del modo que evidencia la tabla 3a.

TABLA3a. Distribución de la población y de la riqueza en Pisloya y Volterra: 14271429. -

-

Pistoya

Total

Volterra

Población

Riqueza

Población

vo

vo

Yo

10 20

59 27

21

-

Riqueza --

vo-

70

14

72

58 31 11

1O0

100

1O0

100

7

Fuentes: Herlihy, Pistoia, p. 188, y Fiumi, Popolazione, p. 94.

Según observaciones fiscales de la época, la riqueza imponible en la Lyon de 1545 y en la Erfurt de 1511 se distribuía del modo indicado en las tablas 3b y 3c.

TABLA3b. Dislribución de la población y de la riqueza en Lyon: 1545. Población

Yo 10

Riqueza %

30

53 26

60

21

-

l

Carlo M. Cipolla

36

evasiones fiscales, etc. Pero excepcionalmente puede ocurrir que algún personaje de la época, basándose en su propia experiencia directa, haya tratado de hacer entonces lo que nosotros no podemos hacer hoy. Si el personaje en cuestión es un individuo competente y de genio, su testimonio resulta, evidentemente, muy valioso. En 1688, en Inglaterra, un hombre de talento, Gregory King, hizo toda una serie de cálculos, en parte hipotéticos y en parte basados en datos de hecho, sobre la renta nacional inglesa y su distribución. Los resultados de los cálculos de King están resumidos aquí en la tabla 3f.

Clase socio-económica

a) Nobles, gentileshombres y alto clero, profesiones liberales b ) Comerciantes y hombres de negocios en el comercio internacional C ) Pequeños propietarios d ) Tenderos y artesanos e ) Oficiales del ejército, de la marina y bajo clero t ) Asalariados, marineros y soldados Total

.-

Número de familia (en millares)

Renta total (en miles de libras esterlinas)

hsias Renta % '

53

9.168

4

23

10 330 1O0

2.400 16.960 4.200

1 24 7

39 10

19

1.120

2

2

849

9.010

62

21

1.361

43.506

100

1O0

5

--

Fuente: King, Natrrral and Political Observations. Sobre los datos de King, cfr., entre otros, Deane y Cole, British Economic Growth.

Si las estimaciones de King son correctas, en la Inglaterra de 1688 un 5 por 100 de la población (clases a, b ) controlaba el 28 por 100 de la renta, mientras que a las clases más bajas, que absorbían el 62 por 100 de la población, les correspondía sólo el 21 por 100 de la renta. Completamente distintas por su naturaleza y por su origen, las estimaciones anteriores ponen de relieve una distribución de la renta y de la risiempre muy desigual. Pero también ponen de relieve que (al queza contrario de lo que afirmó en su época Pareto), la concentración de la renta y de la riqueza varió notablemente según los lugares y según las épocas.

"

Escribiendo su relación sobre España a comienzos del Guicciardini observaba que

37 XVI,

Francesco

fuera de unos pocos Grandes del Reino que viven con gran suntuosidad, se entiende que los otros viven en casa con suma estrechez 13.

Distribución de la renta en Inglaterra en 1688 segzín los cálculos de G. King

--- ---

La Europa preindustrial

1

Francesco Guicciardini no provenía, por supuesto, de un área en la que la riqueza estuviera distribuida de modo igualitario. Pero el tono de su anotación da a entender que incluso un observador de la época que viajaba de un país de Europa a otro no podía dejar de impresionarse por el hecho de que en ciertos países la riqueza y la renta estaban aún mucho más concentrados que en otros. La fundamental pobreza de las sociedades preindustriales y la distribución desigual de la renta se reflejaban en la presencia de una notable masa de mendigos. Junto a la gran inasa de gente que percibía rentas mínimas, había un denso grupo de personas que, por falta de oportunidades de empleo, por incapacidad, por ignorancia, por mala salud o por holgazanería, no participaban en el proceso productivo y, por lo tanto, no disfrutaban de ninguna renta. El «mendigo» de la sociedad preindustrial era el equivalente del «parado» de la sociedad industrial, pero estaba mucho peor. No hay crónica en la que no se haga mención de pobres o mendigos. Miniaturas y cuadros conceden un gran lugar a este sufriente personaje. Viajeros y escritores de todas clases se refieren a menudo a él. En 1601 Fanucci escribía que «en Roma no se ven sino mendigos y tan numerosos que es imposible circular por la calle sin tenerlos alrededor». En Venecia el número de mendigos era tal que preocupaba seriamente al gobierno de la República, por lo que se tomaron medidas no sólo contra los propios mendigos sino también contra los barqueros que transportaban mendigos de tierra firme a la ciudad. A juzgar por estos testimonios directos o indirectos, es fácil formarse la impresión de que los mendigos eran «muchos». Pero, (cuántos? Los «pobres» representaban una realidad tan vasta, penosa y perturbadora, que se intentó a menudo contarlos -acaso para encontrarse, como en Florencia en 1630, que «el número de pobres resultó mayor de lo que se creía*. En 1698 Vauban estimaba que los mendigos en Francia ascendían aproximadamente al 10 por 100 de la poblacióh. Su estimación no suena absurda. Diversas revelaciones para diversos paíws muestran que «pobres». «mendigos», «miserables» representan un.1 cuota que en general oscilaba del 5 al 20 por 100 de la población total de 1 ~ ciudades s (tabla 4 ) Las ciudades tendían a recoger también 1.1 masa de pobres de los territorios circundantes. La población rural de la época rebosaba de subocupados y de parados, y en especial en tiempos de carestía éstos gravitaban sobre las ciudades donde vivían los ricos v había, por tanto, más posibilidades de recoger limosnas. El doctor Tadino refiere que diirante la carestía de 1629 en Milán

Carlo r\J.

38

Cipolla

La Europa preindustrial

fueron conducidos [al lazareto1 todos los pobres mendicantes que se encontraban en la ciudad en número de 3.554, pero también de las villas y tierras del Ducado y de las ciudades vecinas concurrieron allí tantos pobres que en breve espacio de tiempo llegaron al número de 9.715 14.

de 3.554 a 9.715. Un reciente estudio sobre la historia económica y social de Lyon en los siglos xvi y xvir ha puesto en claro que «en años normales los pobres representaban del 6 al 8 por 100 de la población, pero en años de carestía el porcentaje subía fácilmente al 15 e incluso al 20 por 100» la. La característica económica fundamental de los «pobres» era que no disfrutaban de renta autónoma. Si conseguían de un modo u otro sobrevivir, es porque se les traspasaba voluntariamente renta mediante la caridad. La participación de una persona y/o de su capital en el proceso productivo da lugar a una formación de renta. Pero la renta no sólo puede formarse; también puede traspasarse. El traspaso (le renta no está necesariamente ligado con la actividad productiva. lo cual significa que también quien no participa en esa actividad puede obtener p d e r de compra. En toda sociedad humana hay varias formas de traspaso de renta y para simplificar las cosas podemos diferenciarlas en dos grandes categorías:

Porcentaje de pobres sobre la población total de algunas ciudades europeas en los siglos X V - X V I I . Ciudad Hamburgo Lovaina Amberes Cremona Módena Siena Venecia

Período

Vo

Finnlcs siglo xv Finales siglo xr Finales siglo xv

1766 1780

..

,7!

11 14

h

Los casos más comunes de traspaso voluntario de renta ( o de riqueza) son la caridad y las donaciones. Una forma común de triispaso forzoso de renta es la imposición fiscal. En el mundo conteinporáneo estamos habituados sobre todo a los traspasos en forma de imposición fiscal, y el profesor Stigler escribió que «caridad y donativos están al margen de la lógica del sistema». Pero la situación predominante en la Europa preindustrial era completamente distinta. Entonces caridad y donativos, así como el botín de guerra y el rescate, constituían más que nunca parte integrante del sistema socioeconómico del tiempo. Crónicas y documentos mencionan continuamente traspasos de riqueza en forma de caridades de la Iglesia, los príncipes, los ricos y gente común. En la Europa de la Edad Media y del Renacimiento la tradición de la caridad era muy fuerte y el acto de caridad era un hecho ordinario. No obstante había momentos en los que el fenómeno se acentuaba. Individualmente, cuando la muerte llamaba a la puerta, por terror al diablo o por más razonables sentimientos. la gente abría sil bolsa. El cronista Giovanni Villani cuenta:

lTzientcs: Para Ilamburgo: Rücher, Beutjlkerung, p. 27: para Lovaina y Amberes: Mols, Introduction, vol. 11, pp. 37-39; para Cremona: Meroni. Cremona Jedelissima, vol. 11, p. 6; para Módena: Basini, L'tlomo c il pane, p. 81: para Siena: Parenti, La popolazione della Toscana. p. 8: para Venecia: Storia della popolazione di Venezia, p. 203.

Y cuando la mirada sobrepasa las murallas ciudadanas y se consideran enteras regiones o países, el cuadro no resulta mucho más alegre. A finales del XVII en Alsacia y en el departamento de Alencon, sobre una población total de unos 410.000 habitantes se contaban 48.051 mendigos, es decir, casi el 12 por 100. En Bretaña, sobre una población de 1.655.000 habitantes se contaban 149.325 mendigos, o sea, aproximadamente el 9 por 100 15. A comienzos del xvrI el duque de Saboya podía considerarse afortunado porque en sus estados, de un total de 1.500.000 habitantes, sólo 35.492, o sea el 2,5 por 100, estaban censados como mendigos 16. Se ha dicho que Inglaterra contaba al final de la guerra de las Dos Rosas con un 25 por 100 de «pobres». Según el profesor Charles Wilson todavía a finales del XVII en Inglaterra «un cuarto de la población vivía permanentemente en un estado de pobreza y subempleo, si no incluso de completa desocupación» 17. Los porcentajes mencionados no deben inducirnos a creer que la masa de pobres representaba valores constantes. Al contrario, fluctuaba enormemente. Mucha gente vivía con niveles de renta mínimos, y no tenía ahorros. Nosotros estamos habituados a la fluctuación de las cifras del paro. La gente de la época preindustrial estaba acostumbrada a la drástica fluctuación de las turbas de «pobres». Tadino, en el pasaje citado hace poco, refiere que durante la carestía de 1629 el número de pobres en Milán creció

traspasos \~oluntarios; traspasos forzosos.

1

... en el mes de septiembre de 1330, murió en Florencia un conciudadano nuestro pequeño negociante, que no tenía hijo ni hija. y que lo que poseía se lo dejó a Dios por ordenado testamento; y entre los otros legados que hi7o. dispuso que a todos los pobres de Florencia, los cuales fueran por limosnas, se les dieran seis dineros a cada uno ... Y dando a cada pobre seis dineros, resultó que sumó 430 libras de monedas, pues fueron en número de más de 17.000 personas 19.

Cuando Francesco di Marco Datini, el gran «Comerciante de Prato*, pasó a mejor vida en 1410, dejó 100,000 florines de oro para erigir una fundación de caridad, la «Casa del Cepillo de los pobres de Francesco di

La Europa preindustrial

Carlo M . Cipolla Marco*, y 1.000 florines al hospital de Santa María la Nueva en Florencia para la creación de un orfanato. En Venecia, en 1501, el patricio Filippo Dron dejó al morir ricos legados a hospitales e instituciones de beneficencia, así como «plata, mobiliario y joyas» para vender y que con su producto «fueran fabricadas cien casitas» para dárselas «por amor de Dios a pobres marineros» m. Evidentemente, las calamidades servían para acentuar el fenómeno de la beneficencia. En tiempos de peste o carestía, para ablandar a Dios y a sus santos o por natural espíritu de solidaridad, la gente aflojaba los cordones de su bolsa. En los ocho años transcurridos entre la Pascua de 1340 y junio de 1348, la parroquia de Saint-Germain-l'Auxerrois, de París, recibió 78 donaciones ". Luego vino la peste y en sólo ocho meses las donaciones alcanzaron el número de 419. También con ocasión de la peste de 1348, el hospital de Santa María la Nueva de Florencia recibió donaciones privadas por una suma de 25.000 florines de oro, y la Compañía de la Misericordia recibió legados por 35.000 florines 22. Sin embargo, no eran solamente las personas acomodadas las que contribuían a la caridad. Tras haber compilado pacientemente la larga lista de benefactor~sdel Hospital de Santa María la Nueva de Florencia, L. Passerini observaba que por la lista se descubre que todas las clases sociales pueden presumir de almas generosas y llenas de caridad hacia sus semejantes; se ve a la humilde criada dejar los escasos florines acumulados con los sudores y la parsimonia de muchos años; y al mismo tiempo ciudadanos poderosos por su riqueza c incluso poseedores de estados, como un Giovanni Pico della Mirandola, que contribuyen con su pingüe patrimonio a beneficiar a los pobres enfermosz3.

A más de las donaciones privadas estaban las donaciones de los príncipes y de las administraciones públicas. Durante la epidemia de peste de 1580 el Ayuntamiento de Génova desembolsó entre caridades y gastos para sanidad unos 20.000 escudos 24. En la mayoría de los casos se daba a los pobres alimentos, y más raramente prendas de vestir. Enrique 111 de Inglaterra tenía la manía de distribuir calzado. También las festividades eran buenas ocasiones para aumentar la beneficencia. En Venecia los dux hacían grandes donaciones a los pobres en el momento de la elección: en 1618 Antonio Priuli distribuyó 2.000 ducados de calderilla y 100 de monedas de oro. En Roma, con motivo de la elección de un papa y en los aniversarios sucesivos se daba medio julio a cada uno que se presentase a reclamarlo, y la suministración aumentaba por cada uno de los hijos; las mujeres encinta contaban por dos. Como puede imaginarse, se prestaban y alquilaban hijos, y los almohadones multiplicaban los embarazos. Las más intrigantes conseguían presentarse varias veces y reunir una buena suma de dinero z.

Datos y noticias de este género pueden ser significativos e interesantes. Lástima que no permitan remontarse del caso individual a un análisis

l

I

I

1

1

41

de tipo macroeconómico. ¿Qué orden de magnitud podía representar la caridad sobre el total de la renta? Para la Inglaterra de finales de la Edad Media se ha calculado que los monasterios ingleses -poseedores de inmensas fortunas- distribuían en caridades a los pobres, en épocas normales, del I al 3 por 100 de sus r-ntasz6. Varios balances familiares de ricos y acomodados de los siglos XVI y XVII dejan entrever una beneficencia «ordinaria» del 1 al 5 por 100 del gasto en materia de consumoz7. Pero generalizar partiendo de estos casos es peligroso. Hay que tener en cuenta, además, las siguientes circunstancias: 1 ) Normalmente la Iglesia traspasaba en forma de caridades sólo cuotas de su propia renta, mientras que los laicos, amén de traspasar cuotas de renta, traspasaban a menudo y sobre todo en trance de muerte todo su patrimonio o parte de él. 2 ) Buena parte de la «caridad» efectuada por los laicos consistía en traspaso de riqueza a favor de la Iglesia, la cual distribuía a los pobres sólo una cuota, más o menos reducida, de cuanto recibía '". Hasta época reciente, gracias a la caridad se crearon hospitales, asilos para enfermos infecciosos, hospicios para niños abai?donados, fundaciones para distribuir dotes a jóvenes pobres en el momento de su boda, etc. Todas las instituciones de este tipo, hasta época reciente, operaron en Europa gracias a la renta derivada de patrimonios acumulados en el curso del tiempo con legados y donaciones privadas. Como se ha dicho antes, la caridad formó más que nunca parte integrante de la lógica del sistema preindustrial. Esta comprobación también es válida para el regalo. Este y la donación no han desaparecido de la sociedad industrial, pero su importancia económica ha disminuido enormemente. En la sociedad industrial, cada bien y cada servicio tiene su precio, y la compra mediante desembolso de moneda es el modo predominante, con mucho, para obtener el bien o el servicio deseados. En la Europa preindustrial la situación era profundamente distinta, y cuanto más nos remontamos hacia atrás en el tiempo más observamos que el regalo asumía un papel relevante en el sistema de intercambios. Téngase muy en cuenta que detrás del regalo no había necesariamente motivos de generosidad: podía estar el deseo de congraciarse con un personaje importante, o bien sentimientos de ostentación, o también la esperanza de obtener otros regalos a cambio. Rastros de esta tradición son aún aparentes en las sociedades industriales con ocasión de ceremonias como el matrimonio o de festividades como la Navidad. Pero lo que para nosotros constituye la excepción, para 1:i !:ente de la Edad Media era la regla. Donaciones y caridades no agotan las posibles formas de traspasos voluntarios de riqueza. En la Europa preindustrial también tuvieron notable importancia: a)

las constituciones de dotes;

b) el juego.

Cario M . Cipolla

La Europa preindustrial

Aunque estos traspasos n o tenían la menor relación con la actividad productiva, sin embargo podían tener repercusiones sobre esa actividad. E n efecto, como en todas las sociedades subdesarrolladasB, la gente pensaba a menudo en la dote o en el juego como fuentes de financiación para emprender negocios. Goro di Stagio Dati, por ejemplo, faltándole el capital para poder montar una compañía y habiendo perdido recientemente a su esposa, escribía en sus memorias que esperaba «tener este año de nuevo mujer, y recibir de dote lo que el Señor disponga ... y si me faltare algún modo encontraré» 30. Buonaccorso Pitti, en su Crónica, cuenta en cambio cómo el juego le procuró el capital necesario para un negocio de caballos: comenzaron a jugar y yo con ellos. y al final ese día me traje n casa 20 florincs de oro de ganancia. Al otro día regresé y gané cerca dc 11 fl
Cuando hoy hablamos de traspasos forzosos de riqueza, el pensamiento corre instintivamente a la imposición fiscal, pero evidentemente también el saqueo, el botín de guerra, el rescate impuesto para la liberación de prisioneros y el latrocinio común entran todos ellos en el grupo de traspasos forzosos de riqueza. Cuanto más atrás nos remontamos en el tiempo, más observamos que la importancia relativa de la imposición fiscal disminuye, mientras que aumenta la del botín de guerra y el robo común. Se hablará a continuación de la incidencia de la imposición fiscal; aquí es oportuno aludir a los saqueos bélicos y a los latrocinios comunes. Digamos de inmediato que la distinción entre los dos fenómenos fue muv tenue en la Europa preindustrial. Una curiosa cláusula de las antiguas leves de Wessex establecía que si un robo era realizado por menos de siete individuos, era considerado como latrocinio común; si lo cometían inás de 35 hombres, se consideraba en cambio como acto de guerra3. En la guerra de corso del siglo XVI los ingleses inventaron para sus belicosos navegantes el eufemístico término d e «privateers», pero para los españoles que sufrían las consecuencias, los «privateers» no eran sino piratas comunes. Sobre la historia del latrocinio común se ha escrito mucho desde el punto de vista jurídico, pero rnuv poco desde el punto de vista económico. En general carecemos de datos estadísticos, pero sabemos lo bastante para poder afirmar que el latrocinio fue un hecho muv frecuente. No es sorprendente si se piensa en el estado de sórdida pobreza de la mayoría de la gente, en la desigual distribución de la riqueza, en la frecuencia d e las carestías y en la escasa capacidad del Estado preindustrial para controlar al individuo y sus movimientos. Pero es preciso también agregar que en la Europa preindustrial, y sobre todo en los siglos más alejados de nosotros, los nobles y los ricos desempeñaron un gran papel en estos robos. En 1150

I

43

la abadía de Saint-Victor d e Marsella expuso a Raimundo Berenguer, conde de Barcelona y marqués de Provenza, que el hidalgüelo Guillermo de Signes v sus hijos habían robado a la abadía, en el curso de pocos años, 5.600 ovejas y cabras, 200 bueyes, 200 cerdos y un centenar entre caballos, asnos y mulos 33. En 1314 desapareció de las propiedades reales del valle del Craus, en la Alta Provenza, gran cantidad de madera. Una investigación puso en claro que el latrocinio había sido perpetrado por los hombres del conde de Beuil, que comerciaba en madera y había organizado el robo 34. A propósito de saqueos y de botines de guerra puede recordarse que a comienzos del x\l el señor de Albret declaraba a un caballero bretón que Dicu nzercy la guerra les rendía mucho a él y a sus hombres, pero que aún le había rendido más cuando estaba de parte del rey de Inglaterra, porque entonces, cabalgando ri l'aventure, podían con frecuencia caer en sus manos «los ricos comerciantes de Toulouse. Condon, La Réole y Bergerac» 35. El jefe de los lansquenetes Sebastiáil Schertlin von Burtenbach, que combatió en Italia desde 1526 a 1529 y participó en el saqueo d e Roma, regresó a Alemania con un botín de monedas, piedras preciosas y vestuario valorado en unos 15.000 florines de oro. Pocos años después el buen Sebastián se compró una finca con su correspondiente palacete, mobiliario y ganado por un precio d e i /.oi)c> iloi.i~ies.ILiitre los comandantes suecos que participaron en la Guerra de los Treinta Años, Kraft von Hohenlohe amasó con el botín de guerra unos 117.000 táleros, el coronel A. Ramsay unos 900.000 táleros en líquido y objetos preciosos, y Johan G. Baner una fortuna estimada entre 200.000 y un millón de táleros, que depositó en los bancos de Hamburgo 36. Si se juntan los traspasos de riqueza voluntarios (donaciones, dotes, juego, etc.) y los traspasos forzosos con exclusión de la imposición fiscal (botines de guerra, rapiñas, etc.), se presenta espontáneamente la pregunta de cuál era en la Europa preindustrial la importancia económica relativa del conjunto de tales traspasos respecto a los intercambios propiamente dichos. Por desgracia no disponemos de datos para un análisis cuantitativo satisfactorio y por otra parte es obvio que el peso relativo de los diversos ferióinenos varía notablemente según las épocas y los países. D e todos modos, y respecto a los siglos niás alejados de la Edad Media, se ha afirmado autorizadamente que «el regalo y la rapiña como alternativa del intercambio fueron económicamente más importaiites que el propio intercambio». La sociedad europea de la alta Edad Media «estuvo dominada por la costumbre de la rapiña y por la necesidad d e donar» ". Rapiña y donación: estos dos fenómenos complementarios representaron entonces la lógica de nyurl sistema. Con el paso del tiempo, con la civilización de las costumbres, el sistema se modificó lentamente con 61 se modificó su lógica, pero el inundo que nosotros conocemos, dominado fundamentalmente por la transacción de carácter comercial, es un mundo que emergió sólo en el curso de los últimos siglos. !1

Cavlo M . Cipolla

44

Los traspasos d e renta o riqueza, sean voluntarios o forzosos, significan redistribución. La caridad actúa en el sentido de favorecer una distribución menos desigual de la renta y / o d e la riqueza. Mediante la caridad se traspasa renta y/o riqueza d e personas e instituciones que disponen de más d e lo que necesitan a personas que no tienen una renta suficieilte para satisfacer sus necesidades. E n la Europa de la Edad Media y del Renacimiento, sin embargo, todo donativo a la Iglesia se consideraba como caridad. En la medida en que la Iglesia retenía tal donativo y 110 lo distribuía entre los pobres, la «caridad» favorecía la concentración de la riqueza y de la renta (en tal caso en manos d e la Iglesia), en vez de una distribución más igualitaria d e las mismas. D e igual manera, la imposición fiscal podía, y puede, ser ambivalente. E n la medida en que sus ingresos eran usados para mantener hospitales en las ciudades, para pagar maestros municipales o médicos, para financiar distribuciones gratuitas de alimentos a los pobres, la imposición fiscal significaba una distribución más igualitaria d e la renta real. Pero si la imposición fiscal se utilizaba para concentrar en manos del príncipe una cuota más grande d e los recursos disponibles, dado que la mayoría del cobro fiscal se realizaba sólo excepcionalmente a través del impuesto directo sobre la renta, y más corrientemente a través d e la imposición indirecta sobre los consumos d e primera necesidad, la cobranza actuaba en el sentid o d e una mayor concentración d e la riqueza en lu,nar d e en e! sentido de una distribución más igualitaria.

5.

Tipos d e demanda La demanda global efectiva puede diferenciarse en:

a ) demanda d e bienes d e consumo; b) demanda d e servicios; C)

demanda d e capitales.

Esta división se cruza con otra, puesto que la demanda puede también diferenciarse en: a) demanda interior privada;

P ) demanda interior pública; Y)

demanda exterior.

Cada grupo a, b, o viceversa.

l.

puede subdividirse en los tres subgrupos a, 0, Y,

La Europa preindustrial 6.

45

Demanda privada

Comencemos por la demanda interior d e bienes clc consumo y servicios en el sector privado. Lo primero que hay que aclarar es que cuanto inás baja es la renta disponible, más alto es el porcentaje de ¿sta que ;lbsorben los consumos llamados de «primera necesidad),. Ya hemos tenido ocasión d e aludir a que el concepto de «primera necesidad» no es absoluto. y muchas de las cosas que en una época se consideran d e «prii-i-\er;i iiecesidad), no lo son en otra. Pero es un hecho que todos, para sobrevivir, deben comer y resguardarse de la intemperie con vestuario y vivienda. La demanda de los bienes ligados con estos deseos elementales tiene, cvideiiiemente, una elasticidad respecto a la renta menor que uno. Con otras palabras, si la renta disminuye en un 1 por 100, la demanda de los hienes destinados a satisfacer los «deseos» considerados «insuprimibles» piiedc acaso contraerse, pero no se contraerá en el 1 por 100 sino en menos. y en casos extremos no se contraerá en absoluto. Por otra parte, si la renta aumenta en un 1 por 100, la demanda de los bienes antedichos aumentar5 menos del 1 por 100, mientras que aumentará más la demanda dc hiines d e tipo superfluo. Tales consideraciones son la base d e la llainiida <(ley de Engels),. que es la inás conocida de las formulaciones que sustituyen cl an6lisis de la demanda: según dicha ley, el porcentaje del gasto cn el capítulo de alimentación sobre el total del pasto. aumenta ciiando la renta disininiive y disminuye cuando la renta aumenta. En 1950 el gasto para alimentación representó el 22 por 100 del gasto total en consumo en los Estados Unidos, el 31 por 100 en el Reino Unido y el 46 por 100 en Italia; es evidente que cuanto más rico es el país menor es el porcentaje de gasto representado por la alimentación 38. Análogo argumento vale también para la relación entre el gasto en ciertos alimentos básicos, como e! pan, y el gasto global en el capítulo de alimentación. Cuanto inás baja es la renta: más alto será el porcentaje absorbido por los alimentos llamados «pobres». como el pan y los f a r i n á c e o ~ ~ ~ . En el siglo X V I , en Lombardía. un memorial solxe el costo del trabajo y el costo de la vida insistía sobre el hecho de que en cl trigo consiste el vivir de los pobres ... y no nos !.mece que se haya de tener ninguna consideración n otros gastos y cargos de lo? campesinos. ya que sólo 11 carencia de triso ha sido lo que ha hecho alzar 19 p..viciisi
Los redactores d e ese mismo documento ca1c:il:ibu11 clue un trabajador agrícola ganaba unos 14 sueldos dierios en les ineses de verano y unos 6 sueldos diarios los otros meses. Teniendo e11 ciienta las festividades. aunque estuviera empleado todo el ario, un cain;?esino conseguía ganar unas 135 liras. «Cliando el pan y el vino son de mediocre precio», se cnlculaba clue 13 alimentación del campesino costaba unos 10 sueldos diarios.

Related Documents