Informe 2 Evans.docx

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Universidad Nacional de Colombia Departamento de Filosofía CFC Filosofía Analítica Profesor: Juan José Botero Luis Ángel Méndez Mogollón Informe 2: Evans, La teoría causal de los nombres propios. Inserto en la discusión sobre el uso de los nombres propios, Gareth Evans se propone en este texto revisar algunos de los equívocos de las teorías descripcionistas, teniendo como norte la crítica de Kripke1 que, aunque orientadora, tiene vacíos en su desarrollo. Para esto, inicia dividiendo la teoría descripcionista en dos según la manera en que pretende el hablante hace uso de las descripciones. Pues, por un lado, hacemos la pregunta por la denotación de un hablante en un contexto particular. Y por el otro, se indaga por las condiciones que debe satisfacer la relación nombre-objeto, para que podamos afirmar que dicho nombre denota el objeto de manera general. La primera pregunta indaga sobre la denotación del hablante, es decir, sobre si la información que el hablante a asociado al nombre se ajusta con el elemento que busca ser denotado. La segunda, sobre lo que un nombre denota, sin comprometerse a fondo con que todo hablante posea cabalmente el conjunto de descripciones, pero sí considera que existe tal conjunto al cual cualquier miembro de un grupo de hablantes puede acceder, dichos nombres podrían considerarse como términos generales. Sobre la primera teoría se diferencian una tesis fuerte y una débil. La primera, insostenible, ya que las condiciones de verdad que establece permiten que la denotación dependa solo de la correspondencia de la asociación de descripciones a un nombre, aun cuando a dicha asociación se haya llegado de manera inexacta. La segunda, afirma la necesidad de una descripción identificadora para que la denotación sea efectiva, descripción que el hablante tendría que poseer. Evans se centrará en la tesis débil y aunque coincide con Kripke en que en efecto es falsa, se propone distanciar las razones por las que afirma tal falsedad. Hay que considerar que cualquier enunciación implica una intencionalidad, y en el caso de los nombres una que supone apuntar hacia algún elemento. Tal intencionalidad aparentemente implica que el hablante posea una descripción verdadera de dicho elemento. Sin embargo, de la intención de usar un nombre en una oración no se sigue cómodamente el que sea posible identificar el elemento nombrado fuera de la oración. Para Evans, el uso de términos generales demuestra que no tenemos una descripción especifica asociada a cada uno de los nombres que usamos (Cf. Evans 1996 P.3). Mediante este razonamiento, Evans esboza una crítica a la filosofía de la mente que afirma siempre tenemos un objeto de pensamiento específico. La confusión surge, porque se consideran ciertas actitudes psicológicas dirigidas a objetos, como evidencia de una relación directa con ciertos objetos privilegiados. Pero la tendencia a aceptar tal tipo de objetos no es más que una herramienta para dar mayor asidero a nuestras creencias: “atribúyasele objetos a las creencias de manera que se maximice la creencia verdadera” (Ibid. p4). Mediante esta breve crítica y tomando partida por las objeciones de Wittgenstein -según la cual grosso modo, el que un elemento sea objeto de un estado psicológico no se da por una relación especial con tal objeto, sino simplemente por una relación circunstancial con el mismo-, Evans, inicia su análisis sobre la teoría causal.

1

Kripke, S. A. (2005). El nombrar y la necesidad. UNAM.

La teoría causal Presentada a la manera de Kripke, la teoría dice que el uso particular de un nombre tendrá una denotación efectiva, si existe una cadena causal -vinculo de referencia- entre el uso particular hasta el bautismo de la cosa que se busca denotar o la manera en que ha sido referenciado. El énfasis en la conservación de ‘vínculos de referencia’, permite aclarar que la transmisión de un nombre de un hablante a otro tendrá la misma denotación sólo si el siguiente hablante tiene la intención de que así sea. Ahora bien, la teoría causal hace frente a la primera teoría descripcionista de varias maneras. Un primer punto, es que un hablante puede denotar un elemento aun cuando no posea una descripción específica de este, como consecuencia de estar expuesto al uso del nombre de dicho nombre por parte de otros hablantes. Sin embargo, la teoría causal deja de lado el papel de las intuiciones en la determinación contextual, donde parece que, sin importar la distancia entre ese espacio de uso de otros hablantes y un futuro uso del nombre, la conexión causal asegura una denotación correcta (Cf. Ibid.p5). Con el llamado síndrome de la bocina, Evans muestra que no necesariamente esto resulta así, y que es posible el caso en que el hablante se confunda mediante información añadida equívocamente. A la base del contrargumento, está el olvido de la importancia del contexto para el hablante y la certeza equívoca en que la transmisión del uso correcto de denotación se da, de manera ‘automática’. En este punto, resulta interesante la crítica que hace Evans a la ambivalencia de Kripke, al tratar la relación entre denotar y creer, apelando a un uso técnico de los términos. Dicha relación, no es otra que la de condiciones estrictas de verdad y creencias de los hablantes, sobre la cual volverá el análisis. Un segundo punto importante del problema es el de la ambigüedad, es decir, de las condiciones necesarias para referirme a P en una expresión en la que puedo referirme con sentido a Q o a R. La teoría causal establece dos condiciones, una sujeta a la intención del hablante y otra a la razonabilidad de los oyentes. Ambas condiciones son insatisfactorias, dice Evans, puesto que al carecer de la generalidad de las teorías descripcionistas, no resuelve la ambigüedad v.g., de las descripciones no únicas o los nombres compartidos. De nuevo, el punto clave es el contexto que influye de manera determinante para anular la ambigüedad, en virtud de lo que pueda decirse sobre el nombre y el uso que se da a este. Frente a dichas condiciones que establece el contexto, el origen causal de la familiaridad con el nombre, no resulta ciertamente determinante, es decir, una conexión causal entre el uso y el nombre de este, no resulta ni suficiente ni necesaria. Sin embargo, estas observaciones no son suficientes para declarar malograda la teoría de Kripke, pues la denotación puede seguirse explicando desde una cadena referencial de vínculos, sobre el cual sigue el análisis. Términos generales. La crítica inicia al considerar el significado de un término, en particular de un término general. Para Evans, no existe una diferencia fundamental entre la manera en que un término obtiene su significado y cómo lo preserva. De hecho, aquello que explique cómo lo obtiene, perfectamente podría explicar cómo lo preserva. Sin embargo, una teoría causal no parece dar cuenta de este mecanismo, pues v.g., no nos dice nada sobre cómo puede cambiar de significado un término -si tenemos en cuenta que dichos cambios no están ligados necesariamente a nuevas prácticas con el término. Dicho de otro modo, si una teoría causal no da cuenta del cambio de significado de términos generales, de manera similar no daría cuenta del cambio de denotación en el uso de los

nombres. Lo que la teoría parece pasar por alto, es que la intención del hablante al usar el nombre parece influir en la determinación de aquello que el nombre denota (Cf. Ibid.p7). Evans, hace este razonamiento para mostrar cómo Kripke dejó de lado dos elementos importantes que debe hacer frente la teoría causal. (i) Aun cuando una descripción asociada a un nombre X sea usada de igual manera por una comunidad para referirse a X, eso no quiere decir que la asociación sea inequívoca y que por tanto la oración en que se usa X sea verdadera. Y a su vez, (ii) si creyésemos que el nombre denotara a X, las condiciones de necesidad y suficiencia de la teoría descripcionista serían rechazadas. Al cerrar la primera parte del texto, Evans caracteriza con dos afirmaciones la teoría descripcionista para de este modo resaltar la limitación de la critica de Kripke. Por un lado, a) la denotación depende del elemento al cual tiene la intención de referirse el hablante al usar un nombre. En este punto el referente intencional, marca una distinción entre el decir y lo que se quiere decir, mostrando inconsistencias a nivel particular. Por otro lado, b) dice que el objeto de la intención referencial es aquel que se ajusta con la mayoría de descripciones que el hablante ha asociado al nombre. Esta es la tesis débil ya descrita, en la que coincidía con Kripke sobre la falsedad, solo que para Evans el error recae en el lugar de la supuesta relación causal, que no es entre la cosa en cuestión y el hablante, sino entre los estados de esa cosa y la información que de ésta posee el hablante. Para Evans, es absurdo considerar que la cosa tuviese una actividad causalmente aislada de nuestro conjunto de descripciones sobre ésta, y que en el ajuste de tales elementos resida la correcta denotación. Sin embargo, ciertamente la denotación sí debe depender de un elemento referente intencional, siempre y cuando dicho elemento sea la fuente de origen causal del conjunto de descripciones que el hablante ha asociado al nombre. Así, Evans dedicará la segunda parte del texto, básicamente a enunciar las características que una expresión debe tener para ser un nombre que denote algo y que además dicho nombre pueda cambiar sus denotaciones (Cf. Ibid.p8). II Lo primero que hace Evans es usar una noción de referencia del hablante que separa la denotación y el decir en sentido estricto, esto es, donde es posible referirnos a x mediante una descripción que no satisface -es decir, sin denotar x. Ahora bien, que el hablante sepa o crea saber de x y quiera decir algo sobre ésta, no quiere decir que x satisfaga las descripciones que posee el hablante. Lo que quiere decir es que x es la causa de ese conjunto de descripciones. Si bien es cierto que nuestro conocimiento de cosas particulares involucra una interacción causal, es cierto también que dicha relación no es suficiente, y que puede ser el caso en que obtenemos información sobre el mundo al margen de dicha relación. La claridad sobre este punto permite separar una cosa como fuente de información, de la cosa sobre la cual se cree la información. Esta separación evidencia, cómo una información predominante de una cosa puede pertenecer a otra, a partir de confusiones en la fuente de identificación. Alrededor de estas confusiones están las creencias del hablante que deben modificarse al percatarse de cuál es el elemento predominante al cual quiere referirse. Ciertamente, por lo general este tiene la intención de referirse al elemento que es fuente predominante de la información asociada al nombre. Con lo dicho a este punto, Evans ofrece una definición tentativa, según la cual un nombre corresponde al elemento a denotar, en razón de que una comunidad hace uso de tal nombre para referirse al mismo elemento, y en razón de un conocimiento común al hablante y al oyente, donde el éxito de la referencia recae en el uso de tal nombre por los miembros de tal comunidad para

hacer la misma referencia. Pero no en el conocimiento común de la satisfacción por parte del elemento a denotar, de algún predicado asociado al nombre, sino que es algo que describe Evans como un uso-porque-(sabemos que)-lo-usamos. Con lo que se distingue el uso referencial de nombres que pueden gramaticalmente ser descripciones, de las descripciones propiamente dichas. El éxito de la referencia no descansa pues, solo en el conocimiento común de ser usado un nombre para referir, sino en que la intención de tal referencia se haga manifiesta y así sea de conocimiento común. Esto establece cierta diferencia con Kripke, quien consideraba que el nombrar causaba ya un uso común, buscando así evitar falsas referencias en razón de una impresión equivocada de su uso (Cf. Ibid.p11). Para finalizar, Evans utiliza el ejemplo de Zonzo para recalcar su diferencia frente a la teoría causal como la presenta Kripke. Además, aclara algunos aspectos sobre el modo estándar de obtención de los nombres y el uso deferente que puede hacerse. En el ejemplo vemos, cómo los jóvenes parten de un cúmulo de información del cual desconocen su origen, y que dicho uso de la información resultaría siendo predominante. Los jóvenes usarían el nombre Zonzo para referirse a A y dirían cosas falsas sobre él y, sin embargo, Zonzo pasaría a ser el nombre de B. Aunque también puede ser el caso que la información sobre A sea tan completa que los jóvenes terminen por reconocer que B no es Zonzo o incluso, que opten por usar el nombre con deferencia, sin importar si es A o B la fuente predominante, simplemente denotando a quien los más viejos denotaran (Cf. Ibid.p13). Evans así, concede a ambas teorías ciertos aspectos que rápidamente aquí se mencionan. Sobre el la teoría descripcionista, concede que la denotación es fijada por los cúmulos de información asociados al uso del nombre, Sin embargo, tal fijación tiene un origen causal y no por un ajuste (también la idea de predominio, hace frente a este punto), de la información al elemento a denotar -lo cual cambia las condiciones de verdad de las oraciones que contienen el nombre. Sobre la teoría causal, concede Evans las condiciones de información individuada por la fuente que enlazan directamente el elemento con dicha fuente. Sin embargo, toma distancia de aquellos teóricos causales que no encontraban pertinencia para el argumento de la intencionalidad. Al final, Evans considera que, el realizar este análisis permite considerar casos como el de uso de demostrativos y la generalidad que se lleva a cabo en esos casos. Bibliografía Evans, G., & Bassols, A. T. (1996). Ensayos filosóficos. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Filosóficas.

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