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2do Artes Visuales

Las Culturas Precolombinas

Historia Sociopolítica de Latinoamérica y Argentina Profesor: Adrián Pérez Alumna: Carla Soledad Montaña 0

Índice Introducción

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El imperio Incaico

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La gran rebelión Inca y su versión Española de los hechos

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La batalla de Lima: El asedio

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Historiadores, documentos y nuevas conclusiones

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El comienzo de la alianza

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Conclusión

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Bibliografía

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Introducción

Si el pueblo Inca hubiera unido fuerzas con sus pares y luchado en contra de los conquistadores españoles, hoy la historia sería muy diferente. Los conflictos internos del pueblo fueron la principal debilidad que los españoles supieron aprovechar.

Durante 500 años tuvimos que confiar en las crónicas escritas por los españoles, quienes describen cómo en el año 1532, Francisco Pizarro llegó al territorio Inca con menos de 200 hombres. Varias preguntas surgen con respecto a esto, por ejemplo ¿Por qué los Incas no se defendieron? ¿Cómo pudo un puñado de españoles poner de rodillas a la mayor civilización indígena de Sudamérica? ¿Acaso esto ocurrió debido a la superioridad de las armas españolas o quizás por las enfermedades europeas a las que los Incas no tenían defensa? En el presente trabajo de investigación intentaré llegar a una conclusión quizás no exacta, pero un poco más aproximada a lo que ocurrió realmente.

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El Imperio Incaico

Cuando los Incas entraron en escena las demás culturas andinas habían alcanzado su apogeo, pero en el curso de tres o cuatro siglos, fundaron un imperio que maravilló a los conquistadores españoles y es aún hoy un fascinante motivo de controversias. El Inca era simultáneamente el jefe civil, religiosos y militar del Estado. Su supremacía se apoyaba en el culto del Sol a quien encarnaba en la tierra. Puesto que tenían carácter divino, no podía establecer los contactos ordinarios con los seres humanos. Por esa razón su esposa oficial era obligatoriamente su propia hermana. Le estaba permitido tomar otras mujeres; especialmente disponía a su antojo de las vírgenes consagradas al culto del Sol, que vivían en una especie de convento. Nadie se acercaba al Inca sino con los pies desnudos. Su traje armonizaba con su origen divino: vestiduras de lana de vicuña, cetro con cruz de plumas, sólo utilizaban utensilios de oro y plata. Cuando moría se conservaba su momia en el Cuzco, en el templo peruano de mayor magnificencia, el templo del Sol. Para los fines administrativos, el imperio de los incas se dividía en cuatro provincias o suyu: Conti-suyu, Colla-suyu, Anti-suyu y Chincha-suyu. Esta partición en cuatro, que quizás corresponda a los cuatro puntos cardinales, se remonta hasta épocas anteriores a los incas. En cambio la división de la capital en dos secciones, Hanan-Cuzco o Cuzco superior y Hurin-Cuzco o Cuzco inferior es puramente incaica. La mitad del imperio constituida por Conti-suyu y Colla-suyu guardaba relaciones espirituales con Hurin-Cuzco; la otra mitad con Hanan-Cuzco. Cuatro rutas que partían de la capital central la unían con los lugares clave de las cuatro suyu y con los puntos más distantes del imperio. Tales carreteras se extendían en línea recta de un punto a otro, cualquiera que fuese el relieve del terreno. La extensión de la red caminera causó a los conquistadores españoles aun mayor sorpresa cuando apreciaron el hecho de que todos los transportes 3

se hacían por medios humanos. A lo largo de las rutas se alzaban, en intervalos regulares, albergues o tambos, destinados a hospedar a los escasos viajeros. Pero estos caminos eran utilizados principalmente por los correos encargados de transmitir las comunicaciones vinculadas con el servicio administrativo. Los incas organizaron un sistema de postas ultra rápido, mediante una especie de carrera de relevo. El servicio se aseguraba utilizando chasquis, que se elegían entre los corredores más veloces y que se estacionaban en postas escalonadas a lo largo de los derroteros. El chasqui portador de un mensaje partía en carrera por la ruta que conducía al destino indicado. Debía recorrer íntegramente la distancia que lo separaba de la posta inmediata, sin darse respiro; no bien llegaba al relevo, uno de los corredores allí estacionados tomaba conocimiento del recado y partía instantáneamente a gran velocidad hasta la posta próxima y así sucesivamente. Por este medio las órdenes de las autoridades centrales llegaban a los funcionarios de las provincias en corto tiempo; se requerían menos de dos días para unir Cuzco con la costa. Cada una de las cuatro suyu estaba gobernada por un cápac o un apo, elegido obligatoriamente entre los parientes inmediatos del Inca. Los cuatro cápac formaban el consejo supremo del Inca; gracias a ellos el poder central podía ejercer un control muy estricto sobre todos los rincones del imperio. En lo concerniente a la escala local, la población estaba repartida en muchas tribus que comprendían por separado muchos clanes o ayllu. Dentro de los ayllu se adoptaba el principio patrilineal. Los miembros de un mismo clan se consideraban unidos por consanguinidad. El ayllu constituía una unidad tanto económica como religiosa; lo regía un curaca que asumía las funciones de juez supremo y tomaba el mando en tiempos de guerra. También tocaba a las autoridades locales distribuir los trabajos manuales entre los diversos elementos de la población. Asignaba por separado una tarea precisa: correspondía a unos el trabajo del campo, a otros la construcción de terraplenes; algunos se destinaban al mantenimiento de las rutas o a la caza de aves. Con el fin de facilitar esta conscripción civil, los hombres se empadronaban en clases según la edad.

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Aquellos que trabajaban en las empresas públicas eran mantenidos, junto con sus familias, por el Estado. Asimismo recibían el sostén del estado las familias cuyo jefe servía en el ejército. Pues con el fin de cumplir con éxito sus ambiciosos proyectos de expansión, los incas debieron sostener un ejército numeroso y bien disciplinado. El servicio militar era obligatorio y se estima que la décima parte de la población estaba constantemente en armas. Los pertrechos consistían en arcos y flechas, propulsores, hachas de bronce, rompecabezas de madera, bronce o piedra. Las expediciones de guerras se preparaban con esmero. Se comenzaba por una campaña de propaganda en los territorios codiciados. Se demostraba a las poblaciones los beneficios de la administración incaica, se hacían esfuerzos para convertirlas al culto del Sol. Si fracasaba la persuasión, invadían militarmente. Producida la conquista, se procedía a la anexión de la provincia. Por regla general, se mantenían en vigencia los clanes locales, pero se los debilitaba al hacerlos depender de la autoridad administrativa de los incas, imponiéndoles el culto del Sol y el empleo de la lengua de los conquistadores, el quichua. Los hijos de los jefes locales eran trasladados al Cuzco en calidad de rehenes y allí recibían una educación adecuada a su categoría. De este modo, los incas se aseguraban súbditos sumisos por doquier. En aquellos casos en que, pese a todas estas precauciones, se hacía sentir una resistencia local, se trasladaba a la población entera a regiones alejadas del imperio: era lo que se le llamaba el sistema del mitimac. Tres clases integraban la sociedad incaica, todas ellas sometidas al Inca. En su condición de gran sacerdote del Sol, el Inca encabezaba la jerarquía religiosa. Existían muchas categorías de ministros religiosos: adivinos, hipnotizadores, sacrificadores. Algunos de ellos, llamados amauta, tenían la exclusiva misión de transmitir las tradiciones a los jóvenes nobles. Hacían uso de una escritura pictográfica. La nobleza, clase de la cual provenían todos los funcionarios y delegados de los Incas, así como los oficiales del ejército, comprendía en primer lugar a los miembros de la familia del Inca; se asimilaban a ella los antiguos jefes de las naciones sometidas y sus descendientes, pero jamás se les atribuían cargos importantes. Los nobles llevaban grandes orejeras de madera, motivo por el que recibieron de los españoles el nombre de “orejones”. 5

Existía, junto a las clases dirigentes, una casta indefinida: la de los yanaconas. Se trataba probablemente de esclavos con características de libertos, elegidos entre los prisioneros de guerra, los criminales, gente común y los hijos de otros yanaconas. Mantenían relaciones muy íntimas con sus amos a quienes estaban encargados de proteger; administraban las tierras dependientes del Templo del Sol y también se ocupaban de los almacenes que los incas instalaban en distintos puntos del imperio. Los “orejones” y los curaca podían, igual que el Inca, tener muchas mujeres. En cambio, en lo que respecta al pueblo, la monogamia era rigurosa. El hombre corriente no estaba autorizado para contraer matrimonio antes de la edad de veinticuatro años. Al casarse recibía del curaca de su clan una vivienda y una pequeña porción de tierra que bastaba para el sustento de marido y mujer y que aumentaba a medida que nacían los vástagos. Estas propiedades, de usufructo individual, no eran transmisibles por herencia. El pueblo suministraba íntegramente el material humano, civil y militar del Estado incaico. Aparte de las expediciones militares, la ocupación principal era el cultivo del suelo; sólo se exceptuaba a los individuos que ejecutaban ciertos trabajos de artesanía: orfebres, alfareros, tejedores. Las tierras se dividían, según un plan riguroso, en tres secciones que correspondían al sistema de castas vigente: las rentas de la primera sección se destinaban al culto del Sol, las de la segunda al Inca y su familia; por último, el producto de la tercera pasaba a la comunidad. Los intercambios comerciales se efectuaban sobre la base del trueque en innumerables mercados locales. Se desconocía la moneda. Sin embargo, los incas habían ideado un sistema numérico decimal que permitía llevar una contabilidad. Era el sistema de los llamados quipus. Consistía en determinada cantidad de cordones delgados que pendían de un cordón principal y en los cuales había nudos que indicaban, según su tipo y posición, las unidades, las decenas, las centenas o las unidades de mil. Los quipu camayu, vale decir los funcionarios encargados del establecimiento de los quipus, dirigían verdaderos archivos y comunicaban al Gobierno el resultado de los censos y las diferentes estadísticas. La civilización incaica, tan avanzada en el perfeccionamiento de 6

gran número de instituciones políticas y sociales, sólo dio origen a un arte relativamente pobre. Carece, literalmente, de escultura en piedra, que encontramos abundantemente en la mayoría de las culturas andinas. La técnica incaica únicamente dio muestras de auténtica superioridad en la arquitectura. Los monumentos del Cuzco están compuestos por bloques megalíticos de muchas toneladas de peso, tallados en ángulos irregulares, pese a lo cual encajan perfectamente unos en otros. Este tipo de arquitectura, extremadamente resistente (ningún temblor de tierra ha conseguido derribarla) se empleaba para la construcción de fortalezas como Sacsayhuaman1. Otras plazas fuertes se eregían en lugares de difícil acceso, por ejemplo, Macchu Picchu2, que domina una parte del valle del Urumba.

1- Sacsayhuamán, Cusco, Perú.

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2- Macchu Picchu, en el valle de Urumba, Perú.

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En cuanto a las artes menores, es posible hablar de un horizonte incaico: se han encontrado ciertos tipos idénticos en regiones muy alejadas entre sí, hecho que permite confirmar que todas esas regiones se hallaban sujetas al dominio inca. El objeto más difundido en cerámica es el aribalo, especie de ánfora de fondo cónico, con dos asas laterales y, por lo general con una cabeza de puma en relieve. Después del aribalo, constituyen los tipos más frecuentes unos platillos que tienen a modo de asas una cabeza de pato o dos pequeñas protuberancias, y unos vasos con pie, provistos de un asa horizontal y chata; la calidad de la cerámica es a menudo excelente. El kero, cubilete de madera con pinturas que habitualmente representan escenas en la que figuran muchos personajes, es típico de los incas; perduró hasta la época colonial. Es menos frecuente la pakcha, otro recipiente de madera; tiene una forma cilíndrica con un largo mango horizontal. Entre los objetos de piedra, ciertos recipientes generalmente cilíndricos, que a veces ostentan serpientes en relieve, y las unku, lámparas con forma de llama o alpaca.

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En materia del tejido, los incas siguieron las técnicas usuales en la costa, con cierta preferencia por la tapicería.

Análogamente a casi todas las religiones americanas, la profesada por los incas poseía un héroe civilizador, Viracocha, que era simultáneamente en creador y el dios Sol. Sólo un reducido número de divinidades estaban personificadas. Parece que los pueblos subyugados continuaron adorando, aún después de su incorporación al imperio, sus propios dioses, y que éstos fueron, en cierta medida, adoptados por los incas como divinidades inferiores. Representaban a los diferentes elementos de la naturaleza, el trueno, el arco iris, determinadas 10

rocas, todo aquello que salía de lo normal. Había un dios de la tempestad que lanzaba el rayo con su honda, una divinidad que almacenaba el agua en sus recipientes y podía derramarla o retenerla a su capricho. La huaca era una fuerza misteriosa y sobrenatural que ejercía gran influencia sobre la suerte de los humanos. Cualquier persona, inclusive cualquier objeto, podía ser habitada por una huaca. Constituía el espíritu protector del clan y también un fetiche individual. Tenía la facultad de transmitirse en herencia de padre a hijo. El clan que tuviera el sol como huaca estaba particularmente bien protegido. Todavía desempeña la huaca una función en la población actual, pero ha perdido su perdido su sentido primitivo. Los templos se distinguían de las viviendas tan sólo por sus dimensiones más vastas, pero junto a ellos se levantaban por lo general los intihuatana, conos de piedra de escasa altura, y la sombra proyectada por éstos parece haber dado lugar a diversas interpretaciones. Las ceremonias religiosas se celebraban a razón de una por mes. Las más relevantes eran las de año nuevo y las de los solsticios. La muerte de un jefe, la entronización de un nuevo Inca, la iniciación de los jóvenes, una partida a una guerra, servían de pretexto para otros tantos festejos. En ocasión de las cosechas, se quemaban espigas de maíz o patatas. Todos los clanes se reunían con motivo de la gran fiesta anual de Sithua, cuya finalidad era librar a la capital de flagelos; cuatrocientos guerreros se dispersaban en dirección a los cuatro puntos cardinales y se metían con armas y todo en el primer río que encontraban. A su paso, la gente salía de sus moradas para practicar abluciones. El ritual comprendía en ofrendas de plumas y de conchas destinadas a calmar la cólera de las divinidades de la lluvia y de la tempestad, de hojas de coca o de chicha, bebida embriagadora a base de maíz. A menudo se sacrificaban animales, salvo algunos de carácter totémico, tales como el puma y el cóndor. Las inmolaciones humanas, reservadas a las ceremonias de entronización de un nuevo Inca, eran relativamente extravagantes.

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La gran rebelión Inca y su versión española de los hechos

Basándose en

la forma que describen los cronistas españoles los

hechos ocurridos, se puede pensar que las armas de fuego y las espadas de acero que utilizaron, otorgó una gran ventaja a un pequeño grupo de conquistadores para derrotar a un gran ejército de indios. Las crónicas españolas de la conquista evitan contar un hecho muy importante. Cuando Francisco Pizarro y sus conquistadores llegaron a Perú, el Impero Inca se estaba desmoronando. Este imperio se había formado hacía solo 100 años. Cuando los Incas se desplegaron desde su capital en Cuzco para aplastar a los otros pueblos indígenas de la región. En el año 1532 muchos de los habitantes del imperio estaban cansados de la dominación inca y estaban dispuestos a aliarse con los españoles para terminar con el control inca. Para los españoles recién llegados, esto fue un enorme golpe de suerte, porque a pesar de sus avances tecnológicos, los españoles no eran un ejército formidable. No eran soldados, eran analfabetos, incluso Francisco Pizarro. En otras palabras, eran hombres de acción, no de letras, por lo que la tarea de escribir la historia fue trabajo de los escribanos y cronistas. A través de los años se fue formando una especie de versión oficial de los hechos. Investigadores y arqueólogos creen que este proceso fue modificando relatos y algunos hechos fueron omitidos conscientemente. En los relatos de intentaba justificar la conquista, y magnificaban la falsa gloria de los conquistadores españoles. Se mostraba una imagen dramática de las dificultades que afrontaron y el heroísmo de los españoles, pero ignoran totalmente la ayuda que recibieron de los indios aliados. Las batallas son relatadas de tal manera que el diminuto ejército de Pizarro siempre sale triunfante en las batallas contra los millones de soldados incas.

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Pocas semanas después de la llegada de los españoles a Cajamarca al norte de Perú, se toparon con las tropas del rey Inca Atahualpa, que se encontraban celebrando una exitosa campaña militar. Los españoles

los tomaron por

sorpresa, los atacaron y masacraron. En el proceso tomaron de rehén al rey Inca Atahualpa. Pizarro pidió una cantidad enorme de oro por su liberación, la cual fue pagada pero el rey igualmente fue ejecutado. Con el pueblo inca conmocionado, Pizarro avanzó hasta Cuzco, que cayó ante los españoles. A los pocos meses, el imperio Inca era suyo. La resistencia armada inca tardó 4 años en conformarse finalmente. En el año 1536 el ejército inca se movilizó y se lanzó contra los conquistadores tanto en Cuzco como en la reciente ciudad española fundada de Lima. Había comenzado la gran rebelión inca.

La batalla de Lima: El asedio

Según las crónicas, el 10 de Agosto de 1536, Francisco Pizarro vio atemorizado como el gran ejército inca inundaba la costa. En ese tiempo, la ciudad de Lima tenía solo 18 meses de antigüedad. Las casas hechas de adobe estaban dispuestas en una cuadrícula alrededor de una plaza central. El gran general inca Quizu Yupanqui llegó con su ejército al que los cronistas contabilizaron como decenas de miles. Era llevado en una litera, protegido y rodeado por sus capitanes. Pizarro sólo contaba con unos cientos de soldados con todas las posibilidades en su contra, pero decidió apostar a la caballeriza. Esta estrategia se debía a que los españoles siempre intentaban matar primero a los líderes porque sabían que eso hundía la moral del enemigo. La caballeriza se abrió paso hasta llegar a Quizu y lo asesinó. El ejército inca se retiró de forma caótica, por lo que la imagen dada por los cronistas es la de que un puñado de españoles había derrotado una vez más de forma heroica a un ejército indio que los superaba extraordinariamente en número. Lima, por ende estaba a salvo. 13

Historiadores, documentos y nuevas conclusiones

El historiador Efraín Trelles sostiene que la versión oficial es discutible. Ha estudiado los archivos históricos de los comienzos de la colonización española en Perú. Se encuentran en los archivos de los franciscanos del convento de San Francisco en Lima. Un caso judicial hace tiempo olvidado y que tuvo lugar en Lima muchos años después del asedio, atrajo la atención de Efraín. Estos documentos describían otra versión de lo ocurrido en 1536. En una entrevista, Efraín explica: -“Años después de la rebelión, los herederos de Pizarro se querellaron contra la corona. En el juicio sostuvieron que el costo de defender Lima del asedio había tenido repercusiones en los bienes de Pizarro y que debían ser compensados por ello”-. La corona no estuvo de acuerdo y para demostrarlo llevaron a indios que habían estado presentes en el asedio. Los indios declararon que si bien existieron luchas, no fueron grandes batallas. Declararon también que el ejército inca estaba formado por miles de hombres, y no decenas de miles de hombres como describían los españoles en los escritos. Confirman que no hubo carga heroica de la caballería de Pizarro y que los españoles que lucharon estuvieron protegidos todo el tiempo por un gran número de indios aliados. Todo esto indica que el apoyo que recibió Pizarro fue fundamental para la victoria final, no solo en la batalla sino que su apoyo logístico tuvo una importancia enorme. Es claro que el papel de los indios que lo ayudaron fue totalmente minimizado, hasta ignorado.

La historiadora María Rostworowski encontró pruebas que revelan la importancia de los aliados indios para los españoles. María comenta en un reportaje: -“Los españoles recibieron una enorme ayuda de sus aliados indios. Este hecho pasado por alto en las crónicas cambia por completo nuestra visión 14

de la conquista. Sin ella la historia es absurda”-. Los documentos fueron encontrados en el archivo de Indias de Sevilla, el cual fue creado en el año 1785 por deseo del Rey Carlos III, con el objetivo de centralizar en un único lugar la documentación referente a la administración de las colonias. Estos documentos demuestran que la supervivencia de Pizarro en Lima se basó no en el poderío militar, sino en una alianza con las poderosas poblaciones de la montañosa provincia de Huaylas

El comienzo de la alianza

Cuando Francisco Pizarro llegó al Perú era un hombre soltero de 54 años. Ansioso por crear una alianza con él, la nobleza de Huaylas le ofreció a una joven como esposa, llamada Quispe Sisa, tras ser bautizada su nombre fue Inés Huaylas Yupanqui, media hermana de Atahualpa, quien la entregó de obsequio a Pizarro cuando estaba prisionero en Cajamarca con la esperanza de ser liberado. Inés estaba con Pizarro en Lima cuando el pequeño ejército inca apareció y fue corrido por la caballería española. La historiadora María Rostworowski afirma haber encontrado un documento en el cual la joven Quispe Sisa le escribe a su madre pidiendo un ejército. Su madre era jefa por derecho propio. Al momento que recibió el mensaje, envió un ejército para liberar la ciudad. Por lo tanto se puede decir que a Lima no la salvaron los conquistadores heroicos, sino un ejército enviado por la joven concubina de Pizarro. Cuando el ejército de Huaylas llegó a Lima, el ejército inca comprendió que su situación se había vuelto desesperada. La balanza se había inclinado a favor de los españoles. El ejército inca se retiró, siendo perseguidos por unos pocos españoles acompañados y protegidos por grandes grupos de guerreros Huaylas.

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Conclusión

La conquista del Perú fue un asunto de indios luchando contra indios, indios defendiendo Cuzco, indios atacando a Lima, indios defendiendo Lima. Un motivo por el cual los escribas no mencionan esto en sus relatos oficiales, además de para idolatrar a los conquistadores, podría ser que no querían dejar registros de la deuda que los españoles tenían con los guerreros de Huaylas. Los españoles se habían ganado el apoyo de ejército por prometerles la independencia y poder de influencia que los incas les habían negado. Después de la conquista, las promesas se olvidaron. En conclusión, queda claro que si los pueblos hubieran unido fuerzas, dejando de lado sus diferencias y atacado a los españoles, hoy estaríamos contando una historia diferente. Teniendo en cuenta lo investigado, el control de los más poderosos, los pueblos crédulos, las promesas incumplidas, llego a la conclusión personal de que como sociedad estamos condenados a repetir la historia.

Carla Soledad Montaña.

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Bibliografía

Páginas web: Centro de investigaciones precolombinas www.equiponaya.com.ar/mundos-andinos www.abc.es/cultura/20140216/abci-princesas-pizarro-esposas201402152120 Gobierno de España, ministerio de cultura www.mecd.gob.es/cultura

Libros: Henri Lehmann, LAS CULTURAS PRECOLOMBINAS, Editorial Eudeba, Buenos Aires, Argentina. Romualdo Brughetti, EL ARTE PRECOLOMBINO, Editorial Columba, Buenos Aires, Argentina. L.E. Snellgrove, THE EARLY MODERN AGE, Longman Secondary Histories, 3rd impression, London, England. HISTORIA UNIVERSAL DEL ARTE, tomo 7, editorial Rombo, Barcelona, España.

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