Historia de Portugal Portugal ha recibido a una larga lista de conquistadores y gobernantes extranjeros a lo largo de los últimos 3000 años. Celtas, romanos, visigodos, árabes y cruzados cristianos, todos contribuyeron a crear la identidad portuguesa. En el s. XV, marinos y exploradores transformaron el país en un imperio. Los siglos siguientes fueron tiempos de devastación (el terremoto de Lisboa de 1755) y grandes cambios (industrialización, dictadura, descolonización) hasta que Portugal se convirtió en una democracia estable en los años ochenta del pasado siglo. En muchos sentidos, una historia paralela a la española.
Primeros pobladores La península Ibérica fue uno de los primeros lugares de Europa donde se asentó el ser humano; se calcula que ya habitaban homínidos en ella antes del 200 000 a.C. Durante el Paleolítico, los primeros antepasados de los portugueses dejaron tallas en rocas cerca de Vila Nova de Foz Côa, en Alto Douro, que fueron descubiertas fortuitamente durante un proyecto de construcción de una presa en 1992; se calcula que tienen unos 30 000 años de antigüedad. En el Alentejo, en la Gruta do Escoural, se hallaron dibujos de animales y humanos tallados que se han datado en torno al 15 000 a.C. Pero el Homo sapiens no era el único bípedo. Los neandertales coexistieron junto a los humanos modernos en algunos lugares, si bien escasos, como Portugal durante un período de hasta 10 000 años. De hecho, algunos de los últimos restos de su existencia se hallaron en la península Ibérica. Los neandertales fueron tan solo los primeros de una larga lista de habitantes que aparecieron y desaparecieron del escenario ibérico. En el primer milenio antes de nuestra era, los pueblos celtas empezaron a llegar a la península y colonizaron el norte y oeste de Portugal hacia el 700 a.C. Surgieron entonces decenas de citânias(pueblos fortificados), como la imponente Citânia de Briteiros. Más al sur, mercaderes fenicios, seguidos por griegos y cartaginenses, fundaron asentamientos costeros y abrieron minas de metales en el interior.
Los romanos Cuando los romanos invadieron el sur de lo que hoy es Portugal en el 197 a.C. esperaban una victoria fácil, pero no habían contado con los lusitanos, una tribu celta establecida entre los ríos Tajo y Duero, que se resistió ferozmente a su avance durante medio siglo. Incapaces de subyugarlos, los romanos les ofrecieron la paz y empezaron a negociar con su líder, Viriato. Desgraciadamente para Viriato y los suyos, la propuesta resultó ser una trampa y el líder murió envenenado. Tras su muerte en el 139 a.C., la resistencia se hundió. Los mejores vestigios del Portugal romano son los de Conímbriga o las ruinas del templo de Diana en Évora. En el s. V, cuando se produjo la caída del Imperio, Portugal llevaba 600 años el poder de Roma. Tal herencia se materializó en la construcción de carreteras y
puentes, además de en el cultivo de trigo, cebada, olivos y viñedos. También fueron de origen romano las extensas haciendas llamadas latifúndios, el ordenamiento jurídico y, sobre todo, un idioma de raíces latinas. De hecho, ningún otro invasor resultaría tan útil.
Moros y cristianos El vacío dejado por los romanos fue ocupado por invasores bárbaros del otro lado de los Pirineos: vándalos, alanos, visigodos y suevos. Finalmente, fueron los visigodos arios, ya convertidos al cristianismo, quienes acabaron dominando el territorio en el 469. Las rencillas internas de los visigodos propiciaron la llegada de la siguiente gran oleada de invasores, la de los árabes desde el norte de África en el 711 , cuando una facción visigoda pidió su ayuda. Rápidamente ocuparon parte de la costa meridional portuguesa. Los habitantes de esta zona disfrutaron de paz y prosperidad bajo el dominio de los musulmanes, que establecieron su capital en Shelb (Silves). Los nuevos gobernantes eran tolerantes con judíos y cristianos; permitieron que los pequeños hacendados cristianos conservaran sus tierras, y los animaron a probar nuevos métodos y cultivos, especialmente de arroz y cítricos. La actual lengua portuguesa tiene muchas palabras de origen árabe y numerosos topónimos, entre ellos Fátima, Silves y Algarve, y la repostería tradicional tiene una indudable influencia musulmana. Mientras tanto, en el norte, las tropas cristianas fueron cobrando fuerza y conquistaron Oporto en el 868, aunque la Reconquista no alcanzó su apogeo hasta el s. XI. En el 1064 cayó Coímbra y en el 1085, Alfonso VI de Castilla derrotó a los musulmanes en Toledo, su enclave central en España, aunque al año siguiente las tropas de Alfonso fueron expulsados por aguerridos almorávides que acudieron en ayuda del emir desde lo que hoy es Marruecos. En respuesta a la llamada de socorro del rey castellano, numerosos cruzados europeos acudieron para luchar contra los infieles. Con la ayuda de Enrique de Borgoña, entre otros, Alfonso hizo avances decisivos. La lucha continuó durante varias generaciones y, en 1139, Alfonso Enríquez (nieto de Alfonso VI) logró una victoria determinante en Ourique (Alentejo), se proclamó Dom (rey) y reconquistó Santarém y Lisboa. Fue el nacimiento del reino de Portugal. A su muerte, en 1185, la frontera portuguesa estaba asegurada hasta el río Tajo, pero todavía tuvo que pasar un siglo para que el sur fuera arrebatado a los musulmanes.
La era de los Borgoña Durante la Reconquista, el pueblo portugués no se vio sometido tan solo a las consecuencias y avatares de la guerra: con las victorias cristianas llegaron nuevos gobernantes y nuevos ocupantes del territorio. La Iglesia y su acomodado clero, propietarios de tierras, se adueñaron de todo, seguidos por los ricos aristócratas. Aunque teóricamente libres, la mayoría de la población seguía siendo súbdita de la clase terrateniente, con muy pocos derechos.
El primer atisbo de gobierno participativo fue el establecimiento de las Cortes(Parlamento). Esta asamblea de nobles y sacerdotes se reunió por primera vez en 1211 en Coímbra, en aquel entonces capital del país. Seis años más tarde, la capital se trasladó a Lisboa. Alfonso III [1248-1279] tuvo el mérito de enfrentarse a la Iglesia, pero fue su hijo Dionisio, el Labrador [1279-1325], quien tuvo un impacto realmente decisivo para Portugal. Hombre culto y amplio de miras, impuso un sistema judicial, inició programas de reforestación progresiva y fomentó el comercio interior. Re convirtió la poderosa Orden de los Templarios (disuelta por el papa Clemente V) y la convirtió en la Orden de Cristo, de gran importancia posterior en el país. Cultivó la música, las artes y la educación y fundó una universidad en Lisboa en 1290, que después se trasladaría a Coímbra. Además, Dionisio construyó o reconstruyó unas 50 fortalezas a lo largo de la frontera con Castilla y firmó un pacto de amistad con Inglaterra en 1308, la base de una prolongada alianza futura. 60 años después de la muerte de Dionisio, Portugal estaba en guerra con Castilla. Fernando I contribuyó a azuzar el conflicto al llevar a cabo un juego de alianzas tanto con Castilla como con Inglaterra, prometiendo a ambas naciones la mano de su hija Beatriz, a quien casaría finalmente con Juan I de Castilla; con ello entregaba el futuro de Portugal a manos castellanas. Al morir Fernando en 1383, su esposa, Leonor Teles, gobernó como regente, pero también ella estaba involucrada con los españoles, ya que había mantenido una larga relación con un amante gallego. La burguesía comercial marítima prefería al candidato portugués Juan, hijo (ilegítimo) del padre de Fernando. Juan asesinó al amante de Leonor, esta huyó a Castilla, y los castellanos invadieron Portugal. El enfrentamiento final se produjo en 1385, cuando Juan se enfrentó a un nutrido ejército castellano en Aljubarrota. Tenía las de perder, pero prometió construir un monasterio si ganaba; y ganó. Nuno Álvares, el extraordinario comandante en jefe de las tropas portuguesas, fue en gran medida el responsable de la victoria, gracias a su magnífica estrategia. La victoria aseguró la independencia y Juan cumplió su promesa encargando la construcción del impresionante Mosteiro de Santa Maria da Vitória de Batalha (o Mosteiro da Batalha). Asimismo selló la alianza entre Portugal e Inglaterra y se casó con la hija de Juan de Gante. La paz llegó en 1411.
La Era de los Descubrimientos El éxito del rey Juan despertó sus ambiciones y, animado por sus hijos, pronto dirigió sus energías militares hacia el exterior. El norte de África fue su primer objetivo, y en 1415 Ceuta cayó en sus manos. Fue un momento crucial en la historia de Portugal, un primer paso hacia su edad de oro. Fue Enrique, el tercer hijo de Juan, quien mejor supo canalizar el espíritu de los tiempos, fervor de cruzada, ansias de gloria marcial y sed de oro, en exploraciones marítimas que transformarían el pequeño reino portugués en un poder imperial.
El avance más importante se produjo en 1497 durante el reinado de Manuel I, cuando Vasco da Gama llegó al sur de la India. Con el oro y los esclavos de África y las especias de Oriente, Portugal pronto acumuló grandes riquezas. Manuel I estaba tan encantado con los descubrimientos (y la entrada de dinero) que para celebrarlo ordenó una ordalía arquitectónica, la cual encabezó el Mosteiro dos Jerónimos de Belém, y más tarde su panteón. La llegada de unos 150 000 judíos expulsados de España en 1492 supuso asimismo otro breve estímulo para la economía portuguesa. España, sin embargo, también se había subido a la ola de las exploraciones y pronto las pretensiones de los dos países ibéricos colisionaron. El descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492 alimentó la rivalidad, un conflicto que se resolvió con el Tratado de Tordesillas (1494), según el cual el mundo se dividía entre las dos grandes potencias a lo largo de una línea 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde. Portugal ganó las tierras situadas al este de esta línea, Brasil incluido, oficialmente anexionado en 1500. Esta rivalidad espoleó la primera circunnavegación del mundo. En 1519 el navegante Fernando de Magallanes, portugués, pero bajo pabellón español, se propuso demostrar que las islas de las Especias (las Molucas) estaban en territorio de España. Llegó a lo que luego serían las Filipinas en 1521, pero murió en una escaramuza. Uno de los cinco navíos de su flota, bajo el mando del español Juan Sebastián Elcano, llegó a las islas de las Especias y regresó por el cabo de Buena Esperanza, demostrando así que la tierra era redonda. Tras la llegada de sus exploradores a Timor, China y más tarde Japón, Portugal afianzó su poder con puertos fortificados y asentamientos comerciales. La monarquía, que ingresaba la quinta parte de todos los beneficios, el “quinto real”, acumuló una enorme fortuna y se convirtió en la más rica de Europa; el exuberante estilo arquitectónico manuelino simbolizó la afluencia de riquezas de aquellos tiempos.