Histoire, Ultimo Examen (bueno, Oral Para No Llevarmela Jiji)

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Juan Calvino Perteneció al movimiento de reformas radicales al cristianismo, conocido como anabaptista, y su doctrina se extendió por muchas regiones europeas, a diferencia del luteranismo que se mantuvo circunscripto a Alemania y a la península escandinava. Sin embargo su prédica se impuso sólo en Escocia y Estados Unidos. Los calvinistas franceses, conocidos como hugonotes, fueron objeto de una cruel persecución. En Inglaterra, se instaló esta doctrina luego del reinado de Enrique VIII y sus sucesores. Estas ideas reformistas cristianas surgieron a partir de la prédica de Lutero, monje alemán que originó la división del cristianismo en católicos y protestantes La obra de Lutero se hizo presente en un sacerdote cuyo nombre era Ulrico Zwinglio, que impuso estas creencias en el cantón germano-suizo de Zurich. Negó la Eucaristía, al sostener que era solamente un recuerdo de la última cena y no significaba la presencia real de Cristo, en ese sacramento. Abolió la misa, propició la libre interpretación de la Biblia y luchó contra las indulgencias. El emperador, apoyado por algunos cantones que no aceptaron su prédica, se enfrentaron contra Zwinglio, en la batalla de Cappel, en el año 1531, que terminó con la vida del cuestionado sacerdote. A partir de ese momento se proclamó la libertad de culto. Fue Guillermo Farel, un protestante francés, el que prosiguió con la obra de Zwinglio, y posteriormente, Juan Calvino. Juan Calvino, nació en Joyón de Picardía (Francia) el 10 de julio del año 1509. A la edad de 27 años, luego de estudiar filosofía y leyes, se conoció su obra: “Instituciones de la religión cristiana”. En ella se sostenía la corrupción humana, como consecuencia irremediable del pecado original y la absoluta autoridad de Dios y de las Sagradas Escrituras. Más tarde, complementó sus ideas, con la de la predestinación. La iglesia, para Calvino era necesaria como institución visible, de la iglesia verdadera, que no tenía existencia física, y estaba integrada por los elegidos de Dios. La iglesia terrenal, debía mantenerse independiente, pero, a su vez, relacionada con el estado. Se trasladó a Ginebra, luego de su paso por Basilea, en 1534, por la persecución iniciada en Francia, contra los luteranos. Primero, al igual que Farel, fue expulsado de Ginebra por sus nuevas y revolucionarias ideas, pero retornó en 1541, expulsó al obispo, y estableció su fe. La comunidad cristiana, a partir de entonces, debió respetar estrictamente la palabra de Dios, contenida en la Biblia, que podía ser libremente interpretada, no tener imágenes ni ídolos como objeto de veneración, y ordenó el abandono de la misa. Rechazó la jerarquía eclesiástica, aceptando solamente ministros elegidos por los fieles. De los sacramentos, aceptó sólo el Bautismo y la Eucaristía, pero negaba la existencia real de Cristo en ella. Esto lo diferenció de Lucero, que sí aceptó plenamente la Eucaristía, como presencia espiritual de Cristo. Una gran diferencia con Lutero la constituyó la predestinación. Lutero sostenía que los hombres se salvaban por la fe, y no por las obras. Calvino opinó que cada hombre estaba predestinado por Dios a su salvación o a su condena.

Sostenía la doble predestinación: Primero, era Dios el que predestinaba al hombre desde antes de nacer, y luego era el propio hombre el que marchaba hacia un destino inexorable, independizando al hombre de su libertad, ya que no contaba con ella. Todo estaba ya marcado, y era imposible eludir al mandato de ese Dios implacable, que ya había decidido el futuro de ese ser humano. Su doctrina sustentaba el absolutismo monárquico ya que los gobernantes eran también colocados en ese lugar por designio divino, siendo vicarios de Dios. Combatió en forma severa la herejía. Así, prohibió la obra de Sebastián Castellión, por negar la inspiración del canto de Salomón. Lo mismo le sucedió a Jerômo Bolsec, quien se atrevió a afirmar, basándose en la propia doctrina calvinista, que Dios era el causante de la predestinación humana al pecado. Aún peor suerte corrió el español Miguel Servet, que publicó en sus obras, una negación a la Santísima Trinidad. Pereció en la hoguera, no por orden de Calvino, pero sí por sus ideas. Éste último trató de que la muerte del mártir no incitara ideas contrarias a las impuestas por su doctrina, y publicó rebatiendo las de Servet, “Defensa de la legítima fe y de la Trinidad contra los espantosos errores de Servet”. Los fieles calvinistas estaban muy integrados a la vida económica de la comunidad, ya que el éxito en los negocios, fue visto como retribución al esfuerzo y abnegación. Esto le asignó a muchos burgueses, entre sus seguidores. No olvidemos tampoco, que predicaba la humildad y el sacrificio personal. Toda forma de diversión era mal vista, e incluso prohibida. Por ejemplo, los teatros, la música obscena, las bebidas alcohólicas, y los juegos. El adulterio fue especialmente reprimido. Por ejemplo, haber asistido a la misa, llegar tarde al sermón o ir a una taberna, se castigaba con tres sueldos de multa. Murió en ginebra el 27 de mayo de 1564. Fue sucedido por Teodoro de Beza.

Enrique VIII Nació el 28 de junio de 1491, en el Palacio de Placentia, en Greenwich, en la ribera sur del Támesis (Inglaterra). Con el matrimonio de sus padres, Enrique VII e Isabel, se unieron las casas de Lancaster y York, a las que pertenecían, respectivamente, iniciándose la dinastía Tudor, por el abuelo paterno de Enrique. De este matrimonio nacieron siete hijos: Arturo, Margarita, Enrique, Isabel, cuyo deceso se produjo a la edad de tres años, María, Edmundo, fallecido al año y cuatro meses de edad, y Catalina que murió al nacer, y junto a ella, su madre, Isabel de York, en el año 1503. Enrique se destacó en las artes literarias y en la música, gran deportista, y mejor jugador de dados.

A la edad de 11 años, Enrique, que era duque de York, por ser el segundo en la sucesión del trono, luego de su hermano mayor, Arturo, príncipe de Gales, tomó este lugar al fallecer Arturo, poco después de su casamiento con Catalina, hija de Fernando de Aragón, en el año 1501. Este matrimonio fue anulado por dispensa papal, y se arregló un nuevo matrimonio entre la joven viuda y el hermano del fallecido esposo, ahora heredero del trono, Enrique, para mantener los lazos de unión con España, que para 1505, Enrique VII ya no estaba interesado en mantener, y obligó a su hijo a deshacer el compromiso alegando que se había realizado sin su consentimiento. El 21 de abril de 1509, falleció el rey Enrique VII, correspondiendo el trono a su hijo, que fue coronado como Enrique VIII. Finalmente se casó con Catalina de Aragón, el 11 de junio de 1509. Trece días después, los reyes fueron coronados en la Abadía de Westminster. Luego de la Guerra de las Dos Rosas Inglaterra aparecía unificada, fortaleciéndose el poder real en perjuicio del de los nobles, que si bien mantuvieron sus propios tribunales, esas sentencias eran revisadas, por la Cámara Estrellada. Los Ministros de Enrique VII, Richard Empson y Edmund Dudley, que habían acosado a la población con impuestos y confiscaciones, fueron ejecutados por el nuevo soberano. Desde 1507 comenzó a tener gran preeminencia en los asuntos de gobierno, el sacerdote Thomas Wolsey, siendo nombrado Consejero en 1511, año en que Inglaterra pasó a conformar la Liga Católica, contra Francia, potencia contra la cual, Enrique VIII, luchó personalmente, logrando una gran victoria en la batalla de Guinegatte. Realizó una política de acercamiento con el emperador Carlos I de España, y con el advenimiento de la reforma luterana, fue proclamado “defensor de la fe” por la iglesia católica, al escribir un libro criticando a Lutero “Tratado de los siete sacramentos” siendo ejemplo para el catolicismo. De su matrimonio con Catalina, solo había sobrevivido una niña, María, y el deseo de Enrique de tener un heredero varón le llevó a tratar e divorciarse de su esposa, denominándose a tales sucesos, “cuestión real”. Junto a sus ministros, intentó anular el matrimonio, pero obtuvo la negativa del Papa Clemente VII. Firmó la paz con Luis XII de Francia, pero en 1520 reafirmó su alianza con España, para luego volver a ponerse al lado de Francia. Cranmer sucedió al Arzobispo de Canterbury, declarando la ilegalidad de toda apelación ante el Papa, y nulo el matrimonio de Enrique y Catalina, lo que le permitió al rey contraer enlace con la cortesana Ana Bolena, el 25 de nero de 1533. La sanción papal fue la excomulgación de Enrique, en 1533. La respuesta del rey inglés fue el Acta de Supremacía de 1534, con aprobación parlamentaria, dictada por consejo de Thomas Cranmer, nuevo arzobispo de Canterbury y por el comerciante Thomas Cromwell, que ponía a Enrique VIII, en la máxima jerarquía de la iglesia en Inglaterra, desconociéndose la autoridad del Papa. Asumiendo el rey el máximo poder temporal y espiritual, obligó a

los funcionarios y miembros del clero a que lo reconocieran como tal., prestándole juramento de fidelidad. Los que se negaron a hacerlo, como Fisher, que había sido su tutor, y el canciller Tomás Moro, fueron ejecutados. En septiembre de 1533, nació su hija Isabel, y luego sobrevinieron dos embarazos frustrados sin dar al rey un heredero varón. Ana comenzó a sufrir el hostigamiento de su marido, quien manifestaba que su matrimonio había sido maldecido por el propio Dios, tras perder un último embarazo. Ana fue acusada por su propio esposo, de traición, adulterio, e incesto, torturándose a personas para que declarasen en su contra. El 19 de mayo de 1536, murió decapitada. Para ese entonces, el rey ya había hallado otra futura reina para Inglaterra, Jane Seymour, con quien se casó ese mismo año, dictando un nuevo acto sucesorio, por el cual María e Isabel, eran excluidas de la sucesión, dando legitimidad a los herederos que nacieran de esta nueva unión. El 12 de octubre de 1537, por fin el deseo real fue cumplido, al nacer Eduardo. Doce días después falleció Jane Seymour, como consecuencia del parto. Secularizó los bienes de la iglesia, y realizó algunas concesiones en materia de dogma, como abolir el celibato de los sacerdotes, pero no afectó la jerarquía eclesiástica. Fue por la gran influencia de Thomas Cromwell y otros comerciantes y nobles ingleses que rompió definitivamente con Roma. Ordenó el cierre de los Monasterios, pasando los bienes a manos estatales, que los vendían a bajo costo, fomentando la especulación. Los levantamientos de los católicos fueron violentamente reprimidos. Forjó así la simiente del protestantismo que sería impuesto por su sucesor. El 6 de enero de 1540, contrajo enlace nuevamente con Ana de Cleves, de influyente familia protestante, para asegurarse el apoyo de estos, en caso de un ataque católico, y para asegurar su sucesión ya que tenía un solo heredero, y su salud era débil. El 9 de julio de 1540, el matrimonio se anuló, aduciéndose su no consumación. Cromwel, que se había ganado el odio de muchos, por haberse quedado con gran parte de las riquezas obtenidas de la disolución de los monasterios y había impulsado al rey a casarse con Ana de Cleves, mujer muy fea, y con marcas de viruela, que fueron disimuladas por su retratista, perdió el favor real, y murió ejecutado, el 28 de julio de 1540. La prima de su anterior esposa, Ana Bolena, llamada Catalina Howard, fue la elegida para casarse con Enrique VIII, matrimonio que se celebró el día que Cromwell era ejecutado. No le fue mejor a esta dama, que fue acusada de adúltera, y ejecutada, el 13 de febrero de 1542. Su última esposa fue Catalina Parr, con quien se casó el 12 de julio de 1543. Tuvo gran influencia sobre los hijos de Enrique, con quien mantuvo buena relación, logrando la reconciliación con las hijas nacidas de sus matrimonios con Catalina de Aragón y Ana Bolena, María e Isabel, respectivamente, que lograron ser incorporadas como sucesoras

luego de su hermano Eduardo. Enrique VIII, falleció el 28 de enero de 1547, siendo sucedido por su hijo, como Eduardo VI.

Martín Lutero Nació el 10 de noviembre de 1483 en Eisleben (Alemania), siendo sus padres, Hans y Margarette Lutero. Educado en los mejores colegios, abandonó la carrera de Derecho, luego de protagonizar un episodio que puso en riesgo su vida, y para lo cual solicitó ayuda a Santa Ana, a cambio de convertirse en monje. Tras el aparente milagro, ingresó en cumplimiento de su promesa, en 1505, en el monasterio agustino de Erfurt, donde realizaba duros actos de penitencia y constantes confesiones, considerando a Dios como un juez severo. Esta idea la revisará en 1513, cuando comprende que el perdón y no el castigo, será el medio que unirá al hombre con el Creador. Se dedicó con pasión a los estudios bíblicos y a su enseñanza, en contraposición con el resto de los clérigos, que tenían muy pocas oportunidades de acceder a la educación. Muchos desempeñaban otras tareas además de las religiosas, con lo que desatendían sus deberes pastorales y se ocupaban fundamentalmente de sus problemas temporales. El estado absolutista tenía cada vez mayor influencia sobre la Iglesia, y el Humanismo y el Renacimiento, comenzaban a opacar su poder. El hombre, colocado ahora en el centro del mundo, exigía una religión “explicable”, no sólo por la fe. Sin embargo, existió una diferencia fundamental entre los hombres renacentistas y los reformistas, ya que los primeros creían al hombre como constructor de su destino, capaz de superarse por su capacidad y voluntad, mientras los segundos, no concebían la salvación humana, ajena a la gracia de Dios. En el año 1510, tras una visita a Roma, Martín Lutero, regresó profundamente decepcionado por la corrupción que vivenció respecto a la religión que él tan estrictamente observaba. En el año 1517, contrariado por la venta de indulgencias, certificados papales, que liberaban de toda culpa a sus poseedores a cambio de dinero, elaboró noventa y cinco tesis que colocó en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. Cuestionó la autoridad del Papa, sobre cuya autoridad colocó a la Biblia. Redujo a tres los sacramentos: el bautismo, la comunión y la penitencia, y rechazó la creencia del pan y el vino como la carne y sangre de Cristo (transustanciación). Afirmó que el hombre era “débil y pecador” y por lo tanto su salvación se lograría por la fe y no por las obras que realizara. Propuso la libre interpretación de la Biblia y no la impuesta por la autoridad papal. En 1521, Lutero fue excomulgado, tras presentarse y no aceptar cambiar sus expresiones, ante la Dieta de Works, convocada por Carlos V con el fin de que confirmara sus dichos o se retractara, otorgándole un salvoconducto para garantizar su seguridad.

Esto recrudeció sus críticas, que se extendieron a la confesión, a la absolución, a los votos monásticos y al celibato sacerdotal. Él mismo contrajo enlace en 1525 con una monja a quien había ayudado a huir del Convento, junto a otras religiosas, y fue padre de seis hijos. La prédica luterana se extendió por muchas regiones de Alemania, consolidándose en Silesia, Brunswick, Brandenburgo y Schleswig-Holstein. Contribuyó a esta difusión la invención de la imprenta. Aceptaba el concepto de predestinación, y promovía el trabajo como espiritualidad, y forjado por la providencia, en contraposición con la Iglesia romana, que condenaba el desarrollo económico. Esto motivó que entre los sectores de la nueva burguesía la reforma encontrara sus más fieles adeptos. Los campesinos alemanes, si bien habían aceptado sus ideas y consideraban a Lutero como su líder, exigían reivindicaciones sociales, las que trataron de lograr por la violencia, medio que el reformador repudiaba. Coherente con sus ideas de aceptar el gobierno civil y el orden social, como impuestos por Dios e imposibles de desconocer sin atentar contra el Señor, apoyó a los Príncipes en su lucha contra el campesinado hostil. El movimiento fue aniquilado, y su líder, Thomas Münzer, que había sido discípulo de Lutero, y que consideraba a los príncipes como “rufianes impíos” fue torturado y decapitado. Los campesinos consideraron a Lucero como traidor luego de estos sucesos, y el movimiento reformista perdió parte de su fuerza. La iglesia amenazada, impulsó la Contrarreforma, a través del Concilio de Trento y de la Compañía de Jesús. A partir de la Reforma la Europa cristiana se dividió en católica, aceptando al Papa de Roma, como su jefe y las tradiciones romanas en su fe y su culto, con el nombre de católica apostólica romana; y protestante cuyas iglesias se diseminaron por Europa sin reconocer al Papa romano.

Humanismo El humanismo significó una revolución ideológica, así como el descubrimiento de América, y la dimensión real del planeta, constituyeron un profundo cambio geográfico. Ambos hechos fueron simultáneos, y no por casualidad. Para la conquista de nuevas tierras fueron necesarios los descubrimientos, que pudieron lograrse por el avance científico, que a su vez fueron consecuencia del nuevo modo de pensar del hombre moderno, que dejó de lado el oscurantismo, característico del medioevo. Atraídos por el pensamiento de los antiguos griegos y romanos, los humanistas, enrolados en distintos ámbitos de la cultura (artistas, filósofos, filólogos e incluso eclesiásticos) colocaron al hombre en el centro de sus preocupaciones (antropocentrismo) desplazando a Dios de ese lugar (teocentrismo) sin ser ateos.

El origen del movimiento humanista puede situarse en Italia, donde surgieron centros para el estudio del griego, latín, hebreo y la lectura de las obras clásicas, en las ricas ciudades del norte: Florencia, Venecia, Milán y Génova, donde se manifestaba el poder económico de la burguesía, dueños de esta corriente ideológica. Pronto la influencia humanista alcanzó a Alemania, España, Inglaterra y los Países Bajos. Fueron destacados representantes de este pensamiento: el inglés Tomás Moro, el italiano Giordano Bruno, Erasmo de Rotterdam, Nicolás de Cusa, Lorenzo de Médicis, y los españoles Luis Vives y Elio Antonio de Nebrija, entre otros. Leonardo Da Vinci fue el modelo del sabio humanista, abarcando los distintos campos del saber. Contribuyó a este proceso el avance de los turcos otomanos que pusieron fin al Imperio Romano de Oriente, con la caída de Constantinopla, en el año 1453. Por esta circunstancia muchos pensadores griegos se trasladaron a Italia, entre ellos, el Cardenal Juan Bessarión que aportó más de seiscientos manuscritos de autores clásicos, que trajo consigo. Hasta ese momento los textos de la antigüedad habían sido difíciles de conseguir. La creación de la imprenta contribuyó a difundir estas ideas. El modelo humanista era el enciclopedista, el hombre deseaba descubrirlo todo mediante el uso de su razón. Se profundizó la investigación sobre el cuerpo humano, la física, la química, la astronomía y la navegación. El geocentrismo, que fue indiscutido en la Edad Media, fue rebatido por Nicolás Copérnico, que afirmó que la Tierra giraba alrededor del Sol (heliocentrismo). Johannes Kepler, astrónomo y filósofo alemán, complementó esta investigación descubriendo el movimiento elíptico de los astros. Aparecía ahora la vida con un sentido optimista, que no sólo esperaba la muerte para lograr la salvación del alma. La riqueza dejó de ser mal vista, y la fama comenzó a importar como modo de trascender a su propia generación. Dios resurgió como un padre bondadoso, que hizo al hombre a su imagen y semejanza, y le otorgó una vida en la que el gozo estaba permitido. En la Edad Media, el cuerpo sólo sirvió para albergar al alma, en la modernidad el cuerpo tuvo un valor en sí, y se advirtió como positivo, su cuidado, y la búsqueda del placer en la vida terrenal. El pasado en la Edad Media no era cuestionado, y la producción historiográfica estaba monopolizada por la iglesia. Con el humanismo surgió el pensamiento crítico, los autores dejaron de escribir en latín, y comenzaron a hacerlo en lenguas europeas, con lo que la gente en general, pudo tener acceso a los libros, que fueron traducidos a múltiples idiomas. La manifestación artística del humanismo fue el Renacimiento, y la filosófica, el iluminismo. El humanismo influyó en el seno mismo de la iglesia cristiana, que fue cuestionada por Martín Lutero, siendo el origen de la división entre católicos y protestantes. En el siglo XVII, los sectores privilegiados de la sociedad comprendieron que sus posiciones peligraban con esta nueva concepción del mundo y se aferraron a los valores de la tradición medieval, cristiana y feudal. Ya era tarde, el iluminismo había sembrado el camino hacia la Revolución Francesa.

Renacimiento Fue un movimiento artístico, que se desarrolló durante el siglo XV, buscando el renacer del arte griego y romano, consecuente con una nueva filosofía de vida, encarnada en el Humanismo, que colocaba al hombre en el centro del mundo, desplazando de este lugar a Dios, eje de la vida en la Europa feudal. El hombre medieval, si bien reconocía la grandeza del mundo antiguo, griego y romano, le negaba perfección, porque ésta sólo era posible hallarla en la vida eterna. Así, por ejemplo, las obras de Platón y Aristóteles, fueron tomadas por San Agustín y Santo Tomás de Aquino, para ponerlas al servicio de la teología. El Renacimiento nos acerca por medio de su creación artística realista, la forma de vida humana del tiempo histórico de la modernidad. Acontecimientos como la Reforma protestante y el avance de la ciencia que permitió ampliar el mundo conocido, forjaron a un hombre más cuestionador de su ubicación en el mundo, y eso se expresó en las diversas manifestaciones artísticas, realizada por hombres que buscaban un reconocimiento terrenal, y no seres anónimos como en épocas medievales. La admiración por la cultura griega se había manifestado en el estudio del idioma que ya se enseñaba en Italia, y por lo romano, en la apreciación de la genialidad de sus leyes, y el uso del latín por ciertos grupos sociales. Promovidos por personas económicamente poderosas, generalmente pertenecientes a la burguesía, llamados mecenas, como los Médici en Florencia, los Sforza, en Milán y los Montefeltro, en Urbino, los artistas realizaban sus obras, pagados por estos influyentes personajes, que además les proporcionaban, vivienda, alimentos y ropa. Si bien surgió en Italia, heredera de la grandeza de la antigua Roma, se extendió luego a otros países europeos, como España, Portugal, Alemania, Bélgica y Holanda. Pueden distinguirse en el Renacimiento, dos períodos: el Quattrocento, durante el siglo XV, que bajo el patrocinio de la familia de los Médicis, tuvo su lugar estratégico en Florencia, ciudad rica y bella. En esta etapa se vive la transición entre el arte religioso y el humano, tomando como base las imágenes bíblicas, pero con características más terrenales. Datan de este período las obras arquitectónicas de Felipe Brunelleschi, que se destacó por la construcción de la cúpula de la catedral de Florencia. En escultura, Donatello, esculpió el mármol y el bronce, “David” y “San Juan El Evangelista”, caracterizados por sus bajo relieves. Andrea del Verrocchio, fue discípulo de Donatello, a quien sucedió en el cargo de escultor favorito de los Médicis. En pintura Sandro Botticelli, pintó el retrato de Giuliano de Médicis, “La adoración de los magos”, “La primavera” y “El nacimiento de Venus”. La etapa del Cinquecento, se desarrolló principalmente, en Roma y Venecia, donde lo terreno se apoderó de la inspiración artística. El volumen de las figuras se logró con la ayuda del uso del contraste entre luces y sombras, surgiendo además imágenes dispuestas en perspectiva y en forma simétrica. La figura humana, fue el principal tema de las obras, para lo cual se profundizó el estudio de la anatomía, incluyéndose desnudos y figuras con sensación de movimiento, proponiéndose plasmar el ideal de belleza de la antigüedad clásica. Fueron representantes del Cinquecento, Donato di Bramante, en arquitectura, encargado de construir la cúpula de la catedral gótica del Duomo, en Florencia, Miguel Ángel

Buonarroti, en escultura y en pintura, destacándose entre sus obras, la pintura de la Capilla Sixtina, donde grabó “El Juicio Final”, realizando además, el proyecto de la cúpula de la nueva basílica de San Pedro, y en escultura “La Piedad” y el “David”. El pintor y arquitecto Rafael Sanzio, retrató a los papas Julio II y León X. Realizó para la Capilla Sixtina diez tapices, sobre la vida de San Pedro y de Pablo de Tarso y decoró el interior de la capilla Chigi en la iglesia romana de Santa Maria del Popolo. Leonardo Da Vinci, fue arquitecto, pintor y escultor. En sus pinturas merecen citarse “La Gioconda” y “La última cena”. Brilló también, como ingeniero, creando canales y sistemas de riego. Sus escritos, en forma de cuadernos, guardan misterios que aún se pretenden develar, grabados taquigráficamente, sin puntuación y de derecha a izquierda.

Concilio de Trento Dentro de la Contrarreforma, renovación que practicó la iglesia católica en su seno, para oponerse a los reformadores luteranos y calvinistas, que significaban una gran amenaza hacia su vínculo con los fieles, influidos por las críticas que se habían formulado contra ella, se establecieron dos acciones: el Concilio de Trento y la nueva orden de la Compañía de Jesús. En esta oportunidad haremos referencia a la primera. Desde antes de esta crisis extrema, la iglesia había intentado mejorar. Podemos mencionar a los cardenales Francisco Jiménez de Cisneros, Hernando de Talavera y Pedro González de Mendoza, que en el siglo XV, durante el reinado de los Reyes Católicos, en España, se dedicaron a mejorar la moral de la institución, nombrando obispos de grandes cualidades y fundando establecimientos educativos. En Italia, se había creado una asociación de seglares piadosos y clérigos, llamada el Oratorio del Amor Divino, que inició sus actividades secretas en 1517, sobre la base del amor al prójimo. Estos intentos, sin embargo no bastaban, pues no incluían al papado, ocupado más en sus intereses personales y en cuestiones políticas, que en las morales. En Alemania se destacó la labor del obispo Nicolás de Cusa. Fue Paulo III que había vivenciado las luchas en Italia, quien asumió el compromiso de unificar a los católicos, logrando la reunión de un Concilio, luego de que varios Papas lo hubieran intentado sin éxito. Al principio fue admirador del humanista cristiano Erasmo de Rótterdam, y vio factible una posible reconciliación con los protestantes, pero luego tuvo que desechar esa posibilidad. Paulo III, entre sus medidas, logró reunir en Trento (Italia) un Concilio General de la Iglesia, el 13 de diciembre de 1545, que trazó los lineamentos de la Contrarreforma. Se contó con la presencia de veinticinco obispos y cinco superiores generales de Órdenes Religiosas. Las reuniones, que sumaron en total dieciocho, con suspensiones esporádicas, se prolongaron hasta el 4 de diciembre de 1563. El espíritu e idea del concilio, fue plasmada por la gestión de los jesuitas, Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Francisco Torres. La filosofía le fue inspirada por Cardillo de Villalpando y las normas prácticas, sobre sanciones de conductas, tuvieron como exponente principal al obispo de Granada, Pedro Guerrero. En este concilio, que culminó bajo el mandato del Papa Pío IV, se decidió que los obispos debían presentar capacidad y condiciones éticas intachables, se ordenaban crear seminarios especializados para la formación de los sacerdotes y se confirmaba la

exigencia del celibato clerical. Los obispos no podrían acumular beneficios y debían residir en su diócesis. Se impuso, en contra de la opinión protestante, la necesidad de la existencia mediadora de la iglesia, como Cuerpo de Cristo, para lograr la salvación del hombre, reafirmando la jerarquía eclesiástica, siendo el Papa la máxima autoridad de la iglesia. Se ordenó, como obligación de los párrocos, predicar los Domingos y días de fiestas religiosas, e impartir catequesis a los niños. Además debían registrar los nacimientos, matrimonios y fallecimientos. Reafirmaron la validez de los siete sacramentos, y la necesidad de la conjunción de la fe y las obras, sumadas a la influencia de la gracia divina, para lograr la salvación, restando crédito a Lutero que sostenía que el hombre se salva por la fe y no por las obras que realizase. También se opuso a la tesis de la predestinación de Calvino, quien aseguró que el hombre está predestinado a su salvación o condena. En refutación a esa idea, la iglesia sostuvo que el hombre puede realizar obras buenas ya que el pecado original no destruye la naturaleza humana, sino que solamente la daña. Los santos fueron reivindicados al igual que la misa, y se afirmó la existencia del purgatorio. Para cumplir sus mandatos, se creó la Congregación del Concilio, dándose a conocer sus disposiciones a través del “Catecismo del Concilio de Trento”. Sin embargo, no todas las medidas adoptadas por el Concilio de Trento pueden calificarse de beneficiosas para la imagen de la pureza y moral católica. Se reinstauró la práctica de la Inquisición que había surgido en el siglo XIII, para depurar a Francia de los herejes albigenses. Ya restablecida en España desde el año 1478, se propagó por varios países europeos bajo la denominación de Santo Oficio, que usó la tortura para obtener confesiones. Si ese método no daba los resultados esperados, de arrepentimiento del hereje, éste quedaba en manos del poder civil, que lo condenaba generalmente a la muerte en la hoguera. El protestantismo debió soportar la inquisición en varios estados, pero fue principalmente efectivo en España, Italia y Portugal. También creó el Índice, en 1557, por el cual se estableció una censura contra la publicación de pensamientos que pudieran ser contrarios a la fe católica, y se quemaron muchos libros considerados heréticos. Estas medidas persecutorias, que tenían como objeto restaurar la unidad del cristianismo, sólo contribuyeron a afirmar su división. Posterior al Concilio, en 1592, se publicó una edición definitiva de la Biblia, sosteniéndola como fuente de la revelación de la verdad divina, pero otorgando también dicho carácter a la Tradición, negándose su libre interpretación, considerando ésta, una tarea del Papa y los obispos, herederos de San Pedro y los apóstoles, a quienes Cristo les asignó esa misión.

La Contrarreforma Las críticas a la iglesia, que desde la primera década del siglo XVI, significaron una drástica pérdida de unidad al escindirse el cristianismo en católicos y protestantes, no cesaron, y los partidarios del protestantismo ganaban rápidamente terreno. Esto alarmó incluso a las autoridades políticas como Carlos V, que intuyó la desmembración de su imperio por la adhesión que ganaba la nueva fe entre los príncipes alemanes. La crítica protestante primero se abocó a la mala conducta de los sacerdotes, a su acumulación de riquezas, y a la búsqueda de beneficios terrenales, pero luego también se dedicó a impulsar una profunda reforma del dogma y de la fe, desconociendo la jerarquía eclesiástica, y la autoridad del papa, considerando válidos solo dos de los sacramentos, pretendiendo que el hombre se salvaba por la fe y no por las obras, y promoviendo la libre interpretación de la Biblia. Si bien la iglesia reconoció la necesidad de cambios en cuanto a su conducta moral, de ninguna manera estaba dispuesta a transigir en sus ideales religiosos. Esta circunstancia obligó a la iglesia católica a mirarse interiormente, para realizar su propia auto-evaluación crítica y realizar reformas en su seno, con el fin de hacer frente a los luteranos, y recobrar la unidad cristiana, mediante refutaciones a las ideas de Calvino y Lutero, y no buscando acuerdos, y el restablecimiento de la disciplina eclesiástica. En 1524 se creó la orden religiosa de los teatinos, por Cayetano de Thiene y Juan Pedro Carafa, renovando la espiritualidad y la fe. En síntesis, la contrareforma, si bien intentaba acallar las voces en contra de la corrupción eclesiástica, no intentaba acercarse al nuevo dogma luterano, sino luchar contra esas creencias, e imponer las del catolicismo. Durante el mandato del Papa Paulo III (1534-1549) se decidió convocar a un Concilio ecuménico, que venía siendo reclamado desde hacía mucho tiempo, y que había fracasado en1530. Este Papa contó con el apoyo de las universidades españolas de Salamanca y Alcalá, siendo muy importante la labor de los jesuitas, organización jerarquizada y activa, verdaderos soldados, sujetos a la autoridad del papa, como ideólogos del movimiento. Oponiéndose al concepto de la predestinación protestante, Francisco Suárez (1548-1617) postuló la libertad de conciencia, que sin embargo no se expandía a la interpretación bíblica. Entre 1545 y1563, se desarrolló el Concilio de Trento, que proporcionó la doctrina impulsora del movimiento de la Contrareforma, que no logró la unidad religiosa, ya que eran demasiado notorias e irreconciliables las posiciones de ambos movimientos religiosos. El concilio reafirmó su oposición a la libre interpretación de la Biblia, considerando como texto bíblico oficial a la Vulgata, obra de traducción correspondiente a San Jerónimo que se remontaba al siglo IV. Reconoció y reivindicó la autoridad del Papa, la salvación del hombre por la fe, como predicaban los protestantes, pero también por las obras, ya que su naturaleza no se halla destruida por el pecado original, aunque se realizaban con la mediación de la gracia divina. Se reconocieron los siete sacramentos y el valor de la misa, la existencia del purgatorio y la jerarquía eclesiástica. Además se impusieron normas de conducta a los sacerdotes. Estas prédicas se convirtieron en un movimiento beligerante que utilizó la inquisición como medio de disuasión, a través de los monjes dominicos y se redactó el índice de libros prohibidos, por ser opuestos a la doctrina católica. Las guerras se extendieron por

Francia y en el centro europeo. La unidad religiosa jamás fue lograda, aunque para 1560, solo el norte europeo continuaba bajo la influencia de la reforma.

Los Jesuitas Se trata de una orden religiosa fundada en París, llamada en realidad Compañía de Jesús. El nombre de jesuitas fue utilizado al principio en Alemania, para luego generalizarse, a veces usado de modo despectivo. Entre sus fundadores se destacó Ignacio de Loyola, de origen vasco, impulsor de la misma, quien mientras estudiaba en París en el Colegio de Santa Bárbara, conoció a Pedro Fabro y a Francisco Javier, naciendo entre ellos una gran amistad, unidos por la fe cristiana, y el deseo de servir a Dios en Jerusalén o donde el Papa lo dispusiera. Cuatro años más tarde se unieron al grupo de amigos Diego Laínez, Simão Rodrigues, Alfonso Salmerón, y Nicolás de Bobadilla. Fueron estas siete personas las que dieron origen a la Compañía de Jesús, un día de Asunción de la Virgen (15 de agosto) del año 1534, otorgando sus votos en la capilla de los Mártires, ubicada en la colina de Montmartre. El Papa Pablo III por medio de una bula del 27 de septiembre de 1540 certificó el reconocimiento de la Compañía, a la que sumaron los franceses Claude Jay, Jean Codure y Paschase Broët. Sus fines son un servicio permanente por el sostenimiento y difusión de la fe cristiana, la alabanza y consecución de una vida espiritual en armonía con la vida cotidiana, reconociendo al Creador en todo los creado, sometidos a la voluntad de la Iglesia y de su máximo exponente: el Papa, para lo cual se preparan intelectualmente a través de estudios teológicos, de idiomas y humanísticos en general, con prácticas en distintos ámbitos comunitarios, y utilizando la educación como un medio evangelizador, para lo cual fundaron establecimientos educativos en todos los niveles. Su ideario está reflejado en las Constituciones de la Compañía existentes desde su fundación, y son de una profunda obediencia a las jerarquías eclesiásticas, y un riguroso sustento de la fe, vapuleada en pleno auge del Humanismo y del Renacimiento. “A la mayor gloria de Dios” es el lema de esta compañía (AMDG) siglas correspondientes a su versión en latín, y el emblema de la orden fueron las iniciales de “Jesús salvador de los hombres”, en latín: IHS (Iesus, Hominum Salvator) que Ignacio de Loyola plasmó en su sello. Su accionar los ha puesto en constante oposición a todo aquello que significara un ataque a la iglesia que defienden. Por ello, fueron acérrimos perseguidores del protestantismo, y defensores de la Contrarreforma, con participación destacada en el Concilio de Trento, y el brazo que luchó para quitarles a los protestantes, su influencia en vastas regiones de Alemania, Austria, Holanda, Hungría, Polonia y Bélgica. Ignacio de Loyola falleció en el año 1556, haciéndose cargo de las mil personas que componían la orden, Diego Laínez, como Padre General, título que detenta quien ejerce la dirección de la Compañía, cargo que perdura hasta su muerte, salvo que renuncie por alguna causa de extrema gravedad. El órgano máximo, sin embargo, es la Congregación General. La pérdida del poder de la iglesia, y la prédica iluminista sobre los soberanos, hizo nacer una nueva monarquía la del despotismo ilustrado, que se opuso a los jesuitas, conservadores y servidores incondicionales del papado.

Fueron expulsados de Portugal, y las órdenes jesuitas disueltas en Francia, por Luis XIV, en 1763, y cuatro años después corrieron igual suerte en España, por la Pragmática Sanción de Carlos III, apropiándose el estado de sus bienes, que se suponían cuantiosos, pero que no fueron hallados. En América, los aborígenes fueron obligados a vivir en reducciones, para facilitar su evangelización, y adaptación a las costumbres europeas, y allí fue fundamental la labor de las órdenes religiosas, sobre todo la de los jesuitas, que en muchos casos excedió el deseo de los grupos gobernantes, a quienes menoscabaron poder, motivando la expulsión de los jesuitas. En 1773, el Papa Clemente XIV, suprimió la orden, decisión que no fue acatada en algunos países, donde los jesuitas pudieron continuar su obra (Rusia, Inglaterra, Prusia y Polonia). Durante el mandato del Papa Pío VIII, los jesuitas vuelven a ser admitidos, luego de cuarenta años de proscripción, pero de nuevo son expulsados de Italia tras la unificación italiana, por el rey Víctor Manuel, por consejo de su liberal ministro, el conde de Cavour, y de Alemania por Bismarck. Su nueva patria fue Estados Unidos a donde se dirigieron para continuar con su misión evangelizadora. En 1930, ya había en Estados Unidos, ocho mil jesuitas. En España el gobierno liberal y anticlerical impuesto por el Renacimiento, y en España la Segunda República Española, en 1932, significó la supresión de la Compañía de Jesús y la pérdida de sus posesiones, pero el franquismo le restauró sus derechos en 1938.

María Tudor Nació el 18 de febrero de 1516, en Greenwich, Inglaterra. Fue hija del matrimonio del rey Enrique VIII y su primera esposa, Catalina de Aragón. No debe confundirse a esta María Tudor, con su tía paterna, del mismo nombre (14961533) en cuyo homenaje fue llamada así, por el cariño que unía a ambos hermanos. A pesar de que el rey ansiaba un hijo varón, las atenciones en los primeros años con su hija fueron buenas, educándola con el mayor esmero. Además de su idioma nativo, el inglés; aprendió latín, italiano, francés y castellano. Se preparó una alianza matrimonial entre la princesa que aún era una niña de 7 años, y el emperador Carlos V, su primo, 15 años mayor, quien en 1526 rompió el compromiso para casarse con Isabel de Portugal. En 1533, cuando el soberano comprendió que su esposa ya no le daría al heredero, contrajo enlace secreto con Ana Bolena. Ante la negativa del Papa de anular su anterior matrimonio, por los argumentos de impedimento de parentesco, ya que Catalina era la viuda del hermano del rey, se separó de la influencia del Papa de Roma, con la ayuda del Arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, y logró su propósito, casándose por segunda vez, quedando recluida Catalina de Aragón en el castillo de Kimbolton. María se convirtió en hija ilegítima y debió abandonar la corte real, lo que la llevó a crecer resentida contra su familia paterna, y la nueva religión por ellos adoptada. Enrique VIII tuvo otra hija con Ana Bolena, que corrió suerte parecida, o peor, ya que al no por no haber podido engendrar esta segunda esposa tampoco un hijo varón. Ana

Bolena pereció ejecutada, por supuestos cargos de adulterio, y la pequeña Isabel, además de pasar a ser ilegítima como su medio hermana mayor, quedó huérfana de madre. El rey pudo al fin concretar su sueño de ser padre de un hijo varón con el nacimiento de Eduardo, hijo de su anteúltima esposa, que falleció poco después de darlo a luz. La última esposa del rey, Catalina Parr, logró restablecer la relación entre el padre y las hijas, que adquirieron derechos sucesorios en grado posterior a su hermano varón. Muerto enrique VIII, le sucedió su hijo Eduardo VI, en 1547, período en el cual María sufrió la prisión acusada de revolucionaria. El joven rey falleció a los 15 años, dejando otra vez vigente el problema sucesorio, sobre todo por el gran conflicto religioso entre la nueva religión vigente en Inglaterra desde el reinado de estos dos reyes (el anglicanismo) y la que profesaba María, ferviente católica, siguiente en el orden de sucesión. Se coronó a Jane Grey, pariente en grado número cuatro en la lista de aspirantes al trono, para evitar reimplantar el catolicismo, pero esta reina solo detentó la corona nueve días, asumiendo María I, con el apoyo de los católicos, en el año 1553. Su madre, Catalina de Aragón, fue vuelta a reconocer como esposa legítima de Enrique VIII y en su carácter de reina. Al anunciar su enlace por motivos políticos con un pariente suyo, el futuro Felipe II, de España, país ultra-católico, se produjo una rebelión protestante en Kent, liderada por Thomas Wyatt, duramente sofocada. Sobre todo luego de esta rebelión se intensificó cruelmente la persecución a los protestantes dejando un saldo de aproximadamente 300 ejecuciones entre las que se hallaron las de Jane Grey, su padre y su esposo, y la del obispo de Canterbury, Thomas Cranmer. Finalmente se casó el 25 de julio de 1554, para aliarse contra Francia y para que un hijo de ambos fuera a la vez rey de Inglaterra y de Flandes. Contando con la colaboración del cardenal Reginald Pole, logró reconvertir a Inglaterra al catolicismo, el 30 de noviembre de 1554. El 29 de agosto de 1555 Felipe se dirigió a Flandes donde permaneció dos años. Allí se convirtió en rey de España y sus posesiones de ultramar, sucediendo a su padre, regresando a Inglaterra dos años más tarde. La guerra contra Francia a partir de 1555, determinó la pérdida de Calais, el 7 de enero de 1558, lo que enfureció al pueblo inglés. Falleció el 17 de noviembre de 1558, a la edad de 42 años, sin haber tenido hijos. Sus restos descansan en la abadía de Westminster. Le sucedió su hermana Isabel I, a quien no pudo convencer de continuar con el catolicismo en Inglaterra, ya que tras una primera declaración en el sentido de continuar con la religión de su hermana, para lograr salir de su encierro en la Torre de Londres y tomar el poder, Isabel I, impuso el protestantismo en su patria. Se recuerda a María como una reina cruel y sangrienta (bloody Mary) aunque no hay que olvidar que estas actitudes fueron sin duda la consecuencia de la triste historia de abandono y discriminación de la que la hizo objeto su propio padre.

Isabel I Tudor Nació en el palacio de Greenwich, el 7 de septiembre de 1533. Fueron sus padres, Enrique VIII de Inglaterra y Ana Bolena. Acusada su madre de adúltera, Isabel fue declarada hija ilegítima a la edad de tres años, perdiendo sus derechos sucesorios, que recién recobró en 1544 por el Acta de Sucesión. En 1547, se produjo el deceso del monarca, ocupando el trono su hijo, Eduardo VI, hermanastro de Isabel, quien falleció a la prematura edad de 15 años. Ocupó el trono Jane Grey, quien gobernó pocos días. Era sobrina de Enrique VIII, pero fue designada, contraviniendo lo dispuesto en el acta de Sucesión, para impedir el ascenso al trono de la católica María Tudor, medio-hermana de Isabel. Sin embargo, Jane Grey fue derrocada y luego ejecutada, tras la rebelión protestante encabezada por Thomas Wyatt. De este modo, María Tudor, se convirtió en reina de Inglaterra. Contrajo enlace con quien se convertiría en Felipe II, rey de España. Isabel, castigada tras la revuelta protestante, permaneció recluida en la Torre de Londres, hasta que fue liberada tras engañar a su hermanastra que aceptaría la fe católica. El 15 de enero de 1559, Isabel I se consagró como reina tras la muerte de María, de un país debilitado por las luchas entre católicos y protestantes. La Contrarreforma se hacía cada vez más intensa en su lucha contra el protestantismo, lo que inquietaba a ingleses y holandeses. Sin embargo su gobierno se caracterizó por una hábil política de fortalecimiento interno, tarea en la que fue ayudada por sus ministros, especialmente, William Cecil, quien obtuvo un título nobiliario, convirtiéndose en Lord Burleigh. Durante su reinado cobró sumo prestigio la Cámara de los Comunes, que representaba a la pequeña aristocracia rural. Incrementó los privilegios parlamentarios, aunque esta institución se mostró en todo momento leal a la Corona. Impuso el anglicanismo en todo su territorio, a través de las actas de Supremacía y de Uniformidad. Felipe II de España, viudo de su hermanastra, le propuso matrimonio, pero Isabel lo rechazó, aunque debió aliarse a ese soberano por razones políticas, y a pesar sus diferencias religiosas, ya que María Estuardo, reina de Escocia, estaba casada con el rey de Francia, Francisco II, y residía en Francia. En Escocia gobernaba en su ausencia María de Lorena, madre de la reina, defensora de los intereses católicos. Planteándose la sucesión al trono francés, María Estuardo encontró el apoyo de su marido, y su madre accedió a que tropas francesas, país en guerra con Inglaterra y España, se establecieran en Escocia, lo que implicaba gran peligro para esos países. Este conflicto terminó en 1559 con el tratado de paz de Cateau-Cambrésis.

Inglaterra había perdido sus mercados en Amberes, donde colocaba sus tejidos y le fue imposible iniciar actividad de intercambio con China. De esta manera la única posibilidad económica para las empresas inglesas, la constituían las colonias españolas, lo que originó una rivalidad entre ambos países. El conflicto se intensificó por la represión a la que se vieron sometidos los protestantes de los Países Bajos por parte de España, sobre todo, la confusa muerte de Guillermo de Orange, de la que se acusó a los españoles y los intentos de asesinar a Isabel I, en lo que estuvo implicada la reina de Escocia, que fue condenada a muerte. Esto incrementó la ira de España. La marina inglesa, a cargo de Francis Drake atacó las posesiones españolas en América y luego el puerto de Cádiz. En 1588, la Armada Invencible intentó contrarrestar a las fuerzas inglesas, pero fue inútil. El plan de invasión a Inglaterra falló, lo que significó el comienzo de la decadencia marítima española. Isabel falleció el 24 de marzo de 1603 en el palacio de Richmond.

Dinastía de los Borbones La dinastía de los Borbones comenzó con Enrique IV (1593-1610), sucediéndose Luis XIII (1610-1643), época en que se consolidó el absolutismo monárquico, que fue en aumento durante los reinados de Luis XIV (1643-1715), Luis XV (1715-1774) y Luis XVI (17741792), desembocando en la revolución francesa de 1789.

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