Ediciones Partido Obrero Revolucionario - Bolivia
Sucre- 2009
Guillermo Lora y la crítica de la alienación literaria Vladimir Mendoza M. El pasado 17 de mayo, a los 84 años, falleció el historiador y militante del Partido Obrero Revolucionario (POR), Guillermo Lora. En vida fue, ni duda cabe, el principal militante del movimiento obrero boliviano, escribió la famosa “Tesis de Pulacayo”, que tuvo un influjo ideológico decisivo antes y después de las jornadas de abril de 1952. Combatió al gobierno nacionalista de la post-revolución criticando su contenido burgués y fue el principal ideólogo de la Asamblea Popular de 1970. Entre su profusa obra teórica se encuentran 67 tomos de sus Obras Completas, cuyos títulos más importantes son: “Historia del movimiento obrero boliviano”, “Contribución a la historia política”, “Foquismo y revolución”, “Sindicalismo del magisterio”. El drama de la revolución, esa gran devoradora de energías, como dijo Trotsky, es terriblemente complejo. En virtud a ello, las formas de captar las multifacéticas manifestaciones de este proceso deben proveerse de una riqueza similar en el análisis teórico. En ese marco, se puede considerar a Guillermo Lora un político en el sentido amplio de la palabra. La dialéctica entre política y realidad, evidencia en primer lugar, que “los grandes documentos clásicos del marxismo no pueden sustituir a la realidad boliviana”1, y en segundo lugar, que para transformar una sociedad, es imprescindible conocer su historia, siendo parte de ésta el acervo cultural, que es a su vez alimentado, entre otros, por los artistas. De esta manera se puede comprender la incursión de Guillermo Lora en la crítica literaria. Pero como todo ámbito de la actividad intelectual, la crítica literaria no puede estar separada de las exigencias prácticas de la realidad concreta, por eso Lora repudió la tradicional “crítica de salón”, predominante en los círculos intelectuales del país, y que es engendrada a la sombra del poder político y engranada en la práctica de fabricar personalidades y de silenciar a otras, además de ser culturalmente alienada: “Vivió martirizada por los retortijones de una permanente indigestión de ideas y de formas de expresión foráneas”2. Por tanto, es imprescindible levantar una verdadera crítica literaria que parta de la comprensión del medio cultural y llegue a profundizar y ampliar la acumulación histórica del pensamiento, porque el “escritor político-un combatiente armado con la pluma- contribuye también, en la medida de la calidad de sus creaciones, a la cultura nacional”3 La forma en la que abordó Lora sus aportes a la problemática cultural, no fue en absoluto arbitraria, emergió de una concepción teórica sentada en la Tesis Central de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, comúnmente conocida como “Tesis de Pulacayo”: “El proletariado, aun en Bolivia, constituye la clase social revolucionaria por excelencia”, esta característica de la clase obrera emerge de la naturaleza de la formación social boliviana en la que “dentro de la amalgama de los más diversos estadios de evolución económica, predomina cualitativamente la explotación capitalista y las otras formaciones económico-sociales constituyen herencia de nuestro pasado histórico”, siendo las particularidades nacionales “una combinación de los rasgos fundamentales de la economía”4. Este posicionamiento de la clase obrera como sujeto revolucionario excedió, en el pensamiento de Lora, a las preocupaciones económicas y políticas en su sentido estricto, accediendo a examinar no sólo la problemática histórica y social del proletariado sino también su problemática cultural. A este nivel, su interés predominante fue realizar una evaluación crítica de la llamada novela minera. Ésta empieza repasando los aportes y limitaciones de cada una de las obras más importantes producidas sobre el tema (entre ellas están “En las tierras del Potosí” de Jaime Mendoza; “Los andes no creen en Dios” de Costa du Rels, “Socavones de angustia” de Fernando Ramírez; “Metal del diablo” de Augusto Céspedes), y 1
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continúa trazando importantes aportes, entre ellos destacaremos su aporte a la crítica literaria y la literatura boliviana como alienación. La alienación de la literatura nacional No sólo la crítica literaria es alienada, la misma literatura nacional lo es, comprobamos esto porque se vio imposibilitada de crear una gran corriente nacional que entronque y exprese artísticamente las aspiraciones y tendencias históricas fundamentales del pueblo boliviano. En la interpretación de la novela minera, Guillermo Lora plantea que pese a la irrupción de grandes figuras de la intelectualidad boliviana en dicha temática literaria, después de repasar sus más importantes creaciones se puede concluir que la “Gran novela minera” está ausente. Otra paradoja boliviana. En un país que cuya economía estuvo, y está aún, cimentada en la explotación minera, no sólo que la temática aparece bastante tarde, la segunda década del siglo XX, sino que, y esto es lo más importante, las obras literarias producidas al respecto son incapaces de asimilar y articular una pieza estética que ponga de manifiesto el cuadro dantesco que suponen las minas bolivianas. ¿Cómo se explica que en un país históricamente minero, está ausente la gran novela minera? Para acercarse a una respuesta se deben realizar las siguientes observaciones: primero, el desarrollo de la mina y la lucha de los trabajadores mineros se desenvuelve durante largo tiempo, de forma aislada respecto a las ciudades y a las universidades; segundo, el incipiente desarrollo de la literatura y, consecuentemente, la ausencia de una corriente literaria de gran calidad, todo esto como producto del atraso económico del país y la insularidad geográfica que ha “decolorado” el ingreso de las tendencias estéticas foráneas que antes de impulsar estancaron la cultura nacional pues resultó que, los intelectuales, en su mayoría provenientes de la elite dominante, concluyeron mirándose en el espejo de la cultura europea: “El bovarysmo, que Tamayo anotó como algo circunscrito a la pedagogía, se tornó en norma cultural”5. Todo lo dicho hasta aquí es cierto pero resulta ser sólo una respuesta parcial. Después de hacer un repaso particular de las principales novelas mineras, se puede extraer una conclusión general: ninguna de ellas, al margen de sus limitaciones o logros formales, no captan ni expresan la esencia del tema. “Si una obra literaria toma como personaje a “La Salvadora”, a los campesinos o a Simón I. Patiño, por ejemplo, puede estar bien lograda, pero resulta marginal con referencia a la gran novela minera, porque el personaje obligado y central de ésta no puede ser otro que la clase obrera”6. En efecto, cada una de las novelas dedicadas al tema minero soslayan lo más importante de la explotación minera: que esta explotación se realiza sobre personas de carne y hueso, cuyas energías físicas y psíquicas desplegadas en el trabajo están consagradas a que las empresas obtengan altos beneficios. Las novelas mineras soslayan también la otra cara del proceso: la constitución subjetiva del proletariado como clase para sí. A estas consideraciones se puede añadir que el escritor boliviano, hablamos de distintos escritores de distinta gama, si bien en el aspecto formal ha circunscrito su obra a los cánones del realismo, es en el contenido de la obra donde ha alcanzado diversas preocupaciones, desde las aventuras de la decadente clase media chuquisaqueña de principios de siglo (“En las tierras del Potosí” de Jaime Mendoza), la odisea campesina hacia las minas (“Socavones de angustia” de Fernando Ramírez), el golpe de fortuna de Patiño (“Metal del diablo” de Augusto Céspedes) o incluso la denuncia a veces acompañada de una visión sobre la lucha de los trabajadores del subsuelo (por ejemplo “Los eternos vagabundos” de Roberto Leitón, “Mina” de Alfredo Guillén o “El precio del estaño” de Néstor Taboada Terán). En los últimos casos, o bien el “ser” minero es reducido a un pobre campesino víctima del desarraigo, o bien se sitúa al proletariado desde una mirada paternalista considerándolo incapaz de adquirir conciencia de clase y caricaturizando el proceso objetivo de la lucha de clases. Si todos estos intentos, por muy variados que parezcan, parten del error de no considerar el proceso histórico, social y cultural de la formación de la clase obrera, es porque el novelista que ha intentado plasmar estéticamente el problema minero no encarna las tendencias fundamentales que recorren la historia de los trabajadores mineros hacia su liberación. El escritor boliviano aparece enajenado de su 2
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realidad, no como mera cuestión de voluntad, sino porque asume una perspectiva distinta a los simples mortales que hacen la historia y con ello ignora el drama de un pueblo, al que formalmente pertenece. La alienación consiste en que el escritor no se apropia de su realidad tal cual es para expresarla artísticamente, sino que le impone sus prejuicios y complejos de clase, v.gr. Jaime Mendoza frustrado añorando mejores días para la tragedia del pequeño-burgués chuquisaqueño7 o Fernando Ramírez evocando la supresión de la lucha de clases mediante la educación8. Ninguno de los escritores fue capaz de captar las titánicas dimensiones del proceso social que marcó a fuego la historia del país y de sus habitantes. ¿Hay alguna gran novela sobre ese importantísimo suceso que fue la revolución de abril del 52? ¿Qué han sentido los escritores contemporáneos ante sucesos como la guerra de la coca, la guerra del agua u Octubre del 2003? ¿Qué emoción estética son capaces de transmitirnos nuestros escritores ante los sucesos que a los bolivianos nos han transformado y que lo seguirán haciendo? Al juzgar la necesidad histórica de la gran novela minera, anotamos, siguiendo a Guillermo Lora, que hay necesidad de una “gran novela” en general, en un escenario social en el cual a los artistas de un país conmovido constantemente por grandes rupturas históricas, tales rupturas parecen no importarles: “Nos damos perfecta cuenta que para escribir la gran novela minera, se necesita no sólo talento, conocimiento de la vida y el trabajo en las minas o saber manejar las leyes del materialismo histórico, sino también un gran valor civil. La gran novela minera, que será la novela de la revolución, no podrá menos que convertirse en vehemente llamado a la acción. Contribuirá positivamente al advenimiento de la revolución proletaria. Y para esto hay que tener un enorme valor”9
Notas 1
Lora, Guillermo. Ausencia de la gran novela minera, Ediciones El Amauta, La Paz, 1979, pág. 113. Ibíd. Pág. 108. 3 Ibíd. pág. 113. 4 Lora, Guillermo. Tesis de Pulacayo, Ediciones Masas, Bolivia, 1980, pág., 23. 5 Lora., Ausencia…,pág. 85. 6 Ibíd., pág. 88. 7 Ver Lora, Guillermo. La frustración del novelista Jaime Mendoza. Crítica irreverente. Ediciones El Amauta, La Paz, 1979 8 Ver Lora, Guillermo. ¿Alfabetizar o politizar a los mineros? Crítica a “Socavones de Angustia”. Ediciones El Amauta, La Paz, 1979 9 Ibíd., pág. 100. 2
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