Etica Teoria Y Tecnica.pdf

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Ética, teoría y técnica La responsabilidad política del trabajo social

Teresa Zamanillo (dir.) Teresa G2 Giráldez Maribel M. Estalayo Paloma de las Morenas Carmen María Roncal M a Concepción Vicente

Ética, teoría y técnica La responsabilidad política del trabajo social

Ética, teoría y técnica La responsabilidad política del trabajo social Directora

Teresa Zamanillo Peral Autoras

Teresa García Giráldez Maribel Martín Estalayo Paloma de las Morenas Travesedo Carmen Roncal Vargas Ma Concepción Vicente Mochales

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Diseño de la portada: Ferrari Fernández.

O Los autores. © Para esta edición TALASA Ediciones S. L. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos - www.eedro.org), si necesita fotocopiar o estancar algún fragmento de esta obra.

T A LA SA ED IC IO N ES, S. L. c/ San Felipe Neri, 4. 28013 M A D R ID Telf.: 915 593 082. Fax: 915 4 7 0 209. Fax: 915 4 2 6 199. Correo electrónico: talasa@ talasaediciones.com w w w .talasacdiciones.com ISBN: 9 7 8 -8 4 -9 6 2 6 6 -3 7 -7 D epósito Legal: M -4 2 .9 3 7 -2011. Impreso por Efca, S.A .

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Indice Prólogo (Teresa Zamanillo Peral), 7 Los dilemas éticos en la profesión de trabajo social (Maribel Martín Estalayo), 19 El discurso profesional sobre el dilema ético en trabajo social, 25 Conocimiento y poder, 31 Horizontes de la ética profesional, 37 Bibliografía, 43

Las complejas e ineludibles relaciones entre ética, teoría y técnica (Ma Concepción Vicente Mochales), 45 La intervención en trabajo social, 52 Implicaciones éticas en el proceso de intervención, 63 La supervisión como práctica reflexiva, 73 Bibliografía, 78

La ética en las organizaciones de servicios sociales y en los equipos i de trabajo (Carmen Roncal Vargas), 81 La complejidad de las organizaciones de servicios sociales y de los equipos de trabajo social, 86 El debate ético en los equipos profesionales, 94 La gestión pública y privada en las organizaciones de servicios sociales, 101 Bibliografía, 111

Etica para una ciudadanía global (Teresa García Giráldez), 113 La ética política como ética profesional, 119 Ética para una ciudadanía global, 125 Ciudadanía global de bienestar, 130 Bibliografía, 135

Trabajo social y ética (Paloma de las Morenas), 137 La ética de los profesionales, 139 Cuestiones de método, 144 La ética en trabajo social, 149

Entrevista a Patrocinio de las Heras (Maribel Martín Estalayo y Teresa Zamanillo Peral), 161 Anexo: Entrevistas a profesionales sobre aspectos éticos de la intervención social, 175 Referencias bibliográficas recomendadas, 179 5

Prólogo

Teresa Zamanillo Peral

ué está pasando en la población española, por una parte, y en el seno de j la profesión de trabajo social, por la otra, en los últimos años? Para los J profesionales del trabajo social, la reciente década de hegemonía neoliberal Iraec tiempbque estaba provocando una desazón progresiva. Para la población, cada vez más se está produciendo un sentimiento creciente de “sociedad desprotegida”, máxime si le añadimos ahora los planes de ajuste que se están produciendo drásticamente en nuestro país. Sin embargo, entre los trabajadores sociales es frecuente escuchar lamentos sobre el “desmantelamiento del Estado de bienestar”, mas, en menor medida, acciones y/o trabajos escritos que hagan notar la presencia de unos profesionales comprometidos ética y políticamente con los resultados del ascenso del neoliberalismo. Pareciera que las preocupaciones de los trabajadores sociales de las décadas de los ochenta y noventa se han diluido en el aire con la mejora del estatus que ha existido en esa etapa, gracias a la creación de la Dirección General de Acción Social y del Ministerio de Asuntos Sociales. Tampoco importa ya el rigor metodológico, ni siquiera como una cuestión instrumental; y mucho menos como aquel planteamiento ideológico que produjo tanta reflexión en Latinoamérica durante la llamada etapa de la reconceptualización, y que tuvo alguna influencia en ciertos ámbitos de la profesión en España. Hoy, en la mayor parte de los sectores profesionales, la gestión de los recursos ha absorbido el quehacer profesional. Además, el conocimiento de la realidad para los trabajadores sociales no ha pasado casi nunca de la descripción fragmentaria de las variables que la componen, del relato de los síntomas. De esta forma, la posibilidad de definir sentidos de acción que guíen la intervención en la realidad social, con el apoyo de categorías analíticas articuladas entre sí para analizarla y diseñar un proyecto de sociedad, brilla por su au­ sencia. Por eso, es preciso repetirlo más y más veces con nuestras voces y con las de los otros allende nuestras fronteras: el trabajo social no adquirirá un estatus científico en nuestro país sin una reflexión epistemológica rigurosa que le acompañe. ¿Y qué relación tiene la epistemología con la responsabilidad política de los trabaja­ dores sociales? Partimos de una afirmación que a muchas/os les parecerá contundente y, en efecto, sí lo es: la ética es política, y viceversa. Ambas se articulan con el queha­ 7

cer científico en su búsqueda de la verdad. Así es, no se puede negar que la búsqueda de la verdad, como tarca científica, exige asumir un compromiso ético y, por tanto, político, ante la realidad social; una postura “sin maquillaje, sin mentiras y sin falsas neutralidades”, como señala Pablo Nctto (2008). Pero hay otro argumento más que ha de sumarse a este: las y los trabajadores sociales no pueden estar ajenos a las relaciones de poder porque se trata de conseguir unas políticas sociales más justas y equitativas. Y el escenario del poder es ineludiblemente un escenario político. La intervención social pasa así por dos ejes fundamentales, a saber: el de hacer política para contribuir a la planificación de la política social, y el de intervenir con el objeto de acompañar a los sujetos a desarrollarse más y mejor como ciudadanos; a vincularse entre todas/os más y mejor para alcanzar una convivencia de mayor calidad humana. Con Adela Cortina terminamos estos argumentos preliminares: respetar la vida, las libertades, el ingreso básico, la educación, la sanidad, la vivienda, el trabajo, las prestaciones en tiempos de debilidad; estos son los mínimos que una sociedad democrática debe garantizar. Así, sin paliativos ni especulaciones. Y es que la tan pretendida neutralidad política no existe. Hay quienes procuran hallarla en las posturas reformistas del trabajo social que dieron origen a la profesión. Mas los llamados “técnicos de la reforma”, considerados los primeros trabajadores sociales anglosajones del siglo XIX, no fueron menos ajenos a la política que lo que lo fueron los trabajadores sociales formados en los años sesenta, en pleno fervor revolu­ cionario, llamados “profesionales del cambio”. Sin embargo, hoy ni unos ni otros han continuado con sus aspiraciones de reforma y transformación; unos y otros han disuelto sus ideales en las aguas ora mansas, ora turbulentas, de la modernidad liquida. Para defenderse de la incertidumbre epistemológica han preferido licuar sus inseguridades adaptándose a las exigencias institucionales de gestión y acomodándose en el estatus y el reconocimiento recién adquiridos. Este reconocimiento produce cierta satisfacción y no tiene las contradicciones éticas tan profundas e inquietantes que tuvieron los que en su día creyeron en la transformación sociopolítica. Pero aún quedan algunos que siguen creyendo en unos valores que guían sus es­ fuerzos de intervención, bien sea en el ámbito docente y de producción teórica, bien en el campo de la práctica profesional. No obstante, nadie se salva de la profunda con­ tradicción que nos acompaña a todas y todos en mayor o en menor medida: la de ver cómo aumenta el número de pobres y no hacer nada más allá de la gestión de recursos para lograr que sobrevivan unos pocos. Así, las preguntas se multiplican: ¿Cómo salvar nuestro alma profesional si trabajamos en el corazón mismo de las políticas sociales? ¿Qué hacer con las aspiraciones de transformación política que tuvimos como jóvenes de la reconceptualización? ¿Dónde y cómo trabajar hoy por el cambio institucional? ¿Cómo reivindicar unas políticas que frenen el aumento de la pobreza? Porque, mientras tanto, mientras que muchas generaciones de jóvenes se acomodan a las exigencias institucionales ¿qué sucede con la población? Bien es cierto que gracias a las rentas mínimas han podido sobrevivir muchas familias en esta época de crisis. Pero no es menos cierto que los trabajadores sociales, más allá del manifiesto que se hizo en el último Congreso y que aunó muchas firmas, no estamos haciendo gran cosa 8

que se haya podido oír a favor de los más necesitados. Es la voz política la que falta en nuestras actuaciones. Con la voz política, nos referimos no sólo a las instituciones, como los colegios profesionales o el Consejo General de trabajadores sociales que sí se manifiestan; no, nos estamos refiriendo a las bases profesionales. De ahí que en esta obra hemos querido dar la palabra a las/os profesionales del campo, por un lado; y por otro, a una de las representantes de la dimensión política de la profesión que más ha trabajado por la planificación de unas políticas sociales coherentes con las necesidades de la población española desde sus diversos puestos de poder. Es, como de sobra se imaginará ya el lector, Patrocinio de las Heras. Este estudio es una continuidad de las líneas de investigación que se han trabajado en los años 2003 a 2006 sobre las prácticas idóneas de la intervención social en los servicios sociales generales por un equipo de investigación del Departamento de Tra­ bajo social y Servicios Sociales de la Escuela de Trabajo social (UCM) formado por Alfonsa Rodríguez, Luis Nogués, Carmen Roncal y dirigido por Teresa Zamanillo. El interés que actualmente nos mueve a este nuevo equipo es epistemológico. Me­ diante la crítica reflexiva que el lector se va a encontrar en estas páginas nos hemos comprometido con el trabajo social porque deseamos que el desarrollo y la práctica de la intervención social a favor de las personas excluidas se apoye en conductas pro­ fesionales firmemente cimentadas en unos criterios éticos y políticos racionales, con capacidad de discernimiento, respetuosos con las personas, con los propios profesio­ nales y con las instituciones en las que se trabaja. En definitiva, unos criterios éticos que contemplen lo fundamental del saber y el hacer ético, cuya esencia se encuentra en la responsabilidad individual que nos hace actuar teniendo en cuenta que la ética supone, en palabras de Paul Ricoeur, lo siguiente: • el cuidado de sí mismo • el cuidado de los otros, y • el cuidado de las instituciones Este marco de Ricoeur (2005) nos remite directamente al trabajo social, en cuanto que esta disciplina fue definida por Mary Richmond como la intervención en los pro­ cesos del desarrollo de la personalidad de los individuos, teniendo en cuenta siempre la comprensión de la persona, la comprensión de su medio, la acción directa de la trabajadora social sobre la persona y la acción indirecta sobre el medio. Es el cuidado de uno mismo en primer lugar, como condición sirte cjuci non, lo que nos facilitará el cuidado de los otros. La mirada reflexiva sobre uno mismo es irremplazable por la mirada a los otros y por la reforma de las instituciones. Se trata, por tanto, de un proyecto individual y un proyecto democrático. Proyecto individual como responsa­ bilidad personal: esto supone que uno ha de responder por sí mismo en cuanto que está implicado en el desarrollo de su personalidad; proyecto colectivo puesto que el cuidado de las instituciones recae en la extensión de la responsabilidad individual hacia la colectividad. En este sentido, lo que uno hace por sí mismo lo hace ineludiblemente por el bienestar general. Es así como Mary Richmond habló siempre de que el trabajo social ha de alcanzar también fines generales. Entre estos fines incluye “el servicio de reformas sociales” porque “tiende a elevar ‘en conjunto’ las condiciones en las cuales 9

viven las masas”. Ella considera que es mediante “la propaganda social y la legislación social” como se puede lograr la reforma de las instituciones, ya que se trata de “hacer progresar a la especie humana tornando mejores las relaciones sociales”. Para ello, los trabajadores sociales han de “reunir los hechos conocidos y reinterpretarlos para uso del servicio de reformas sociales, de los servicios colectivos y del servicio social de casos individuales”. Estamos ante un auténtico programa profesional para hacer visible nuestra labor como trabajadores sociales (19X2). Pero de sobra se ha dicho que el programa de reformas de Mary Richmond no de­ jaba de tener un enfoque funcionalista que hoy podríamos decir que está aquejado de “pensamiento débil”. Por eso, más cerca de nuestros días, hemos de recordar otra vez el programa de un trabajo social que busca transformaciones estructurales inspirado en el “movimiento de la reconceptualización”, y del que daremos cuenta de su dinámica en España con la entrevista a Patrocinio de las Heras. Otra motivación que guía este proyecto es impulsar, mediante esta investigación y su posterior publicación, unas prácticas profesionales coherentes que proporcionen la identidad profesional tan necesaria en tiempos de desorientación y crisis, como son los que ahora vivimos gran parte de la población y, más en concreto, determinados grupos profesionales, entre los que se encuentran las y los trabajadores sociales. Pero es preciso advertir de antemano que la dimensión del cuidado señalada por Ricoeur no significa la aceptación de todo lo que existe en una institución o en un equipo sino que, y en muchas ocasiones, supone hacer frente a los conflictos que, ineludiblemente, se viven en el ejercicio profesional. Es el compromiso con la palabra lo que cuenta y esta le compromete a uno mismo, así como ante los otros y ante las instituciones. ¿Qué más queremos decir con prácticas coherentes? Desde hace años, algunas de las personas del equipo de investigación citado venimos observando en la supervisión profesional muchas dificultades técnicas para desarrollar rigurosamente el método de intervención social. Los profesionales se mueven en dos polos: ora en la gestión de las ayudas, ora en una intervención social cada vez más compleja dadas las problemáticas sociales a las que tienen que enfrentarse en una sociedad en la que cada vez más, en palabras de Ralt Dahrendorf, existe “un mundo desbocado... sin ligaduras capaces de contener a los individuos, de ahí que la ley y el orden se convierta en un problema” (2005). La gestión de las ayudas supone una atadura cada vez mayor a la burocracia, que sólo tiene como salida la queja por la frustración que lleva consigo y las trabas para establecer un vínculo profesional sólido. Una intervención social que favorezca, promueva y desarrolle vínculos entre las personas supone apostar por una mavor y constante formación que aumente el conocimiento, con el objeto de formar criterios rectores de la acción. Por un lado, es de sobra conocida la escisión que hay entre el mundo profesional y el académico; tanta, que hoy se recurre a hablar de disciplina y profesión como si se tratara de dimensiones diferentes con el objeto de seguir sosteniendo la gran falacia de que el trabajo social es una práctica. Que tengamos registrado, ninguna profesión se refiere a sí misma fragmentando en dos fuentes su conocimiento, su epistemología. Pongamos como ejemplos la medicina, la enfermería, el magisterio, la biología, la 10

física, etcétera. Por otro lado, son muchas las razones que pueden explicar que en la Universidad hayamos caminado a un paso muy diferente al de la evolución que ha tenido lugar en el campo profesional. Sí, hemos necesitado estudiar mucho para ponernos al día en todo lo que teníamos que enseñar. Pero hoy esta formación es tarea de todos los grupos profesionales, no sólo los dedicados a la docencia. Porque la investigación ha de ser obligada para todos si queremos avanzar en el conocimiento. Y es que en estos tiempos es preciso y urgente sincronizarse, porque, como dice Adela Cortina, en la “época del saber” productivo, del “saber hacer”, podemos decir que incluso cuando nos referimos al saber hacer técnico, se requiere un profundo saber personal y social que contemple una formación integral del sentimiento y la razón (2007). Y cuando hablamos de sentimiento y razón nos referimos a la práctica y la teoría. Por eso, a lo largo de todo este trabajo insistiremos con frecuencia en la necesidad de impartir una materia de filosofía en los estudios de Grado, toda vez que la filosofía explica la constitución del sujeto. Y entendemos por filosofía, como señala Levinas, no el concepto erróneo de amor a la sabiduría, que ha devenido en una filosofía preocupada por el ser (la esencia) e ignorado al ente (al sujeto). Una filosofía que ha olvidado los sentimientos y, como consecuencia de esta idea, se ha creado un mundo que ha obviado factores imprescindibles de la persona, como son las pasiones y los sentimientos, o aspectos básicos de carácter ético. Esta es la filosofía que, según Levinas, ha alcanzado más aspectos negativos que positivos, ya que nos ha conducido a una sociedad en la cual lo más importante es el ser, el ego cartesiano, el ensimismamiento. De ahí que el filósofo proponga una filosofía, no como el amor a la sabiduría sino a la inversa: una sabiduría que nace del amor. Es por esto por lo que debemos preocupamos por el otro, y no verlo como alguien enfrentado, ya que, al fin y al cabo, hay yo porque hay responsabilidad, pues el yo es el resultado de que alguien nos haya cuidado (en Gil Jiménez, P. 2009). A nuestro juicio, para adquirir una formación ética profunda y coherente es pre­ ciso atender a los hábitos del corazón, como propone Adela Cortina. Se trata de una filosofía que educa en el amor por el otro, en el respeto y en la búsqueda de la verdad para, juntos, lidiar contra las resistencias que se oponen a la búsqueda de la felicidad. En el caso del trabajo social, este caminar juntos en el encuentro entre el profesional y el ciudadano o el sujeto se hace mediante un pacto o contrato que ha de incluir mo­ dificaciones tanto en las circunstancias del individuo (en su ambiente: familia, grupo, entorno comunitario e institucional) como en él mismo. Estas consideraciones nos remiten a una concepción de la ética intersubjetiva, una ética fundamentada en el diálogo entre las personas que concurren en los haberes profesionales. La dimensión política del quehacer profesional contempla unas fun­ ciones que, por densas, han sido excluidas desde el momento en que se ha creído que los derechos de los individuos estaban consolidados. Mas... ¡Ay! ¡Qué líquido es el mundo que nos ha tocado vivir! Creimos en el progreso creciente y hoy no podemos dar crédito a cómo se han esfumado todas nuestras esperanzas. Por eso, con esta obra deseamos infundir deseos de seguir trabajando con rigor para comprometemos con la verdad; deseamos que los trabajadores sociales se enfrenten a los cantos de sirenas de

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la modernidad y no admitan las racionalizaciones fundamentadas en falsos argumentos políticos y económicos que no pretenden más que mantener el orden v igente. Por otro lado, la revelación y el análisis de algunos artículos elaborados por traba­ jadores sociales que han tomado conciencia del envoltorio ético que tiene su profesión se ha sustentado en bases epistemológicas, y por tanto éticas, bien cimentadas. Esta conducta profesional responde a lo que para Etchegoyen es el psicoanálisis. Este para­ digma tiene tres vertientes: una teoría de la personalidad, un método de psicoterapia y un instrumento de investigación científica. El método de investigación coincide con el procedimiento curativo, pues es un método de investigación-acción-participante porque a medida que la persona se conoce a sí misma puede modificar su personalidad. Para él existe, además, una correlación estricta entre la teoría psicoanalítica y la técnica y con la investigación, que también se da de forma singular entre la técnica y la ética. Esto significa que los fallos éticos del psicoanalista tienen su contrario en fallos técnicos y viceversa, porque sus principios básicos, especialmente los que configuran el encuadre, se apoyan en una concepción ética presidida por una relación de igualdad, respeto y búsqueda de la verdad (1991). No obstante, es preciso añadir que la falta de reflexión sobre los aspectos éticos que envuelven el proceso de intervención no supone una falta de preocupación por la ética, o un desdén de la misma o una irresponsabilidad constitutiv a de los trabajadores sociales. Muy al contrario, sostenemos que se debe, por un lado y, por demás, suma­ mente importante, a la falta de formación en ética transversal en todas las asignaturas del currículo académico. ¿Qué queremos decir con esto? Que, más allá de la existencia de una única materia de ética, como existe en algunos planes de estudio, los aspectos éticos de la adopción, por ejemplo, o del ingreso en una residencia de mayores, o de un ingreso psiquiátrico, deberían ser materia de diálogo y de reflexión en las asignaturas de derecho, de intervención sociofamiliar, del prúcticuni. o de psicología, entre otras. Por todo ello, la formación en los sentimientos es absolutamente imprescindible porque, al igual que las sensaciones, las emociones y todo lo que hemos creído siem­ pre que no es inteligencia, sí lo es. Es la inteligencia del corazón denominada asi en el mundo oriental. Nunca es tarde para aprender a caminar por la vida esforzándonos en integrar la mente y el corazón, la inteligencia y el sentimiento, los discursos y los argumentos que sostenemos con más ardor cada día: nunca es tarde para modificar las prácticas de nuestra conducta y articularlas con los valores que defendemos, con la ética y la estética, con el cuidado de uno mismo y con el cuidado de los otros. V ... asi. tantas cosas disociadas con las que vamos construyendo erróneamente los caminos por los que transitamos. Porque la educación que hemos recibido en su mayor parte no ha supuesto un aprendizaje de lo sentimental que hay en nosotros. En ese sentido ha sido y sigue siendo una educación extraviada que ha malogrado lo esencial que hay en el ser humano, su dimensión emocional. Uno de los caminos para lograr una buena educación sentimental y, por tanto, moral es la comunicación. La comunicación establece un compromiso y una responsabili­ dad entre dos o más personas, queramos o no. Es en ese compromiso conversacional que mantenemos con los otros, en nuestros diálogos o discusiones, cuando pueden

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aprenderse y reaprenderse cosas que, posiblemente, algún día estuvieron en nuestra conciencia, pero que con las exigencias de las convenciones se fugaron al cajón de los olvidos. Son las cosas del amor, ésas que constituyen el respeto a los demás, les tenga­ mos afecto o nos sean indiferentes; esas cosas que se manifiestan en el tono en que les hablamos, suave o descortés, con humor o con acritud; es poner atención en la escucha al otro porque percibe el gesto que transmitimos y eso le reconforta; es aprender a estar consciente de las dificultades para situamos en los equipos en complementariedad con nuestros compañeros o con nuestros jefes; es aprender a reconocer en nosotros mismos la rivalidad con el otro o los juegos de poder. En fin, son todas esas cosas que forman parte de la comunicación analógica a la que con demasiada frecuencia no prestamos suficiente atención. Y es que, en definitiva, ¿qué nos jugamos las personas en la vida? Nos estamos jugando cómo orientar nuestras acciones de forma que nos permitan organizar conjun­ tamente la vida. ¿Y cómo puede hacerse eso? Para Adela Cortina, el problema que ha de resolver con más urgencia cualquier país es el de la educación moral, entendida en el sentido amplio. Este sentido implica orientar a los jóvenes hacia una moral abierta para que las personas asuman las tareas como “cosa propia”. La educación en la moral abierta se opone a la “moral cerrada” que no admite más que imperativos fundamen­ tados en adoctrinamientos que tratan de transmitir nuestras propias convicciones a los jóvenes intentando que las incorporen. Una moral abierta tiene su fundamento en el respeto a la libertad del otro, un respeto que educa en la responsabilidad, que ayuda a los jóvenes a dirigir responsablemente las riendas del futuro en sus manos, aprendiendo a tomar decisiones personales y compartidas (2007). Esta orientación precisa decidir de forma no sólo individual o familiar, sino también política: supone educar a todas las generaciones en la llamada inteligencia emocional, que es como se conoce, después de Goleman, lo que desde hace mucho tiempo los filósofos herederos de Locke, Hume y otros han llamado la educación sentimental. Para alcanzar esa organización conjunta de la vida hemos de moldeamos, cada uno a sí mismo, con un control consciente y constructivo. Es necesario, pues, practicar sobre uno mismo, práctica ardua porque nuestra educación hunde sus raíces en un fondo de error, un fondo de malos hábitos, un fondo de deformaciones y de dependencias establecidas y solidificadas de las que es preciso desembarazarse, como dice Foucault. Pero para el cuidado de uno mismo el otro es indispensable en la práctica; sin su concurso no se moldea el yo. Así, práctica de uno mismo y práctica social van unidas, lo que hace afirmar a Foucault que el sujeto, al ocuparse de sí mismo, se va a convertir en alguien capaz de cuidar a los otros (1994). Nada de todo este camino puede hacerse sin reflexión. Y reflexionar no está vedado a los jóvenes, reflexionar antes o durante los acontecimientos que se suceden en la acción es una responsabilidad ineludible de todo ser humano. Y hoy es uno de los recursos más escasos que existen entre nosotros. Mas la reflexión en solitario, sin referencia alguna a y de los otros, bien sea en la conversación o mediante el estudio, no siempre puede producir un cambio en nuestra mentalidad; es más posible que nos lleve a afirmarnos con rigidez en nuestras posiciones. Y es que “la reflexión es el cambio de dirección de 13

un acto mental”, según Ferrater Mora; es dar nueva luz a alguna realidad, según Emilio Lledó. Y una buena forma de reflexionar pero, desafortunadamente, cada vez menos extendida en la Universidad, al menos en los escenarios que se observan más cerca, es la de reflexionar en grupo, conversar con el propósito de hacer avanzar la producción de nuevo conocimiento, abriéndonos a las aportaciones de los otros. La complejidad de este proyecto es que se ha de construir sobre el aprendizaje de la comprensión de uno mismo y de los otros. Es imposible comprender al otro si uno no se ejercita en la comprensión de sí mismo y, por tanto, en la autocrítica. Autocrítica que obtiene su fundamento en las contribuciones de los demás con su retroalimentación: palabras, gestos, silencio, todo es comunicación. No es, pues, una crítica hecha en la mismidad del yo, solipsista, no puede serlo; en una posición alejada de los demás no podemos encontrar más que nuestro ensimismamiento, puesto que careceríamos del espejo necesario para observarnos y devolvernos una posible rectificación. Pero aquí nos enfrentamos de nuevo al problema de la disociación del saber. Sigue habiendo un profundo abismo entre los discursos que sostenemos, con energía ilimi­ tada muchas veces, y nuestras actuaciones. Esta división la arrastramos pesadamente debido a nuestra restringida educación. Es un problema de origen que nos ha impedido aprender los “hábitos del corazón”. Y ¿cuáles son estos hábitos que deberían haber constituido parte de una educación ética válida para la vida cotidiana en todos los ámbitos y, por tanto, para la profesión de trabajo social, que es lo que nos tiene aquí reunidos? Algunos, a modo de preguntas, nos vienen en estos momentos: ¿Qué nos impide ver al otro, amigo o no, como alguien que padece las mismas limitaciones que yo para conducirse en la vida? ¿Qué es lo que nos impele a juzgar a los demás? ¿Por qué pedimos constantemente más reconocimiento? ¿Cuántas cosas nos pasan con los compañeros y jefes en el trabajo cuando nos hacen alguna corrección y no podemos integrarla dando la razón a quien nos la hace? Y ... así podríamos alargamos hasta lo inimaginable haciendo una lista de los errores propios, producto de los “malos" hábitos del corazón, para los que estamos ciegos. Y es que mientras malgastemos nuestro tiempo en querer cambiar a los demás, sin cambiar nada de nosotros mismos, con el argumento de que es el otro quien tiene que empezar a cambiar, estamos en un camino erróneo. Las dificultades de la disociación del conocimiento forman los cimientos de nues­ tras creencias más profundamente arraigadas. Es la separación radical que existe entre sentimiento e intelecto, entre teoría y práctica, entre pasión y razón, entre subjetividad y objetividad, entre el yo y los otros, entre nosotros y las instituciones, en fin, entre todo lo que imaginamos como opuesto. Es el legado positivista que nos impide mirar el universo en su global complejidad; es la mirada lineal en la que nos hemos edu­ cado con profunda persistencia. Y no es una tarea fácil poner en marcha un cambio de mirada. Se necesita primero un profundo conocimiento y reflexión de los errores epistemológicos, a la par que “epistemofílicos”, que acarrean ver al otro, a los otros, a las instituciones, al sistema o a la sociedad como disociados y, por tanto, los causantes de todo lo disfuncional. Pero hoy no parece haber otro remedio para comprender la complejidad del mundo que cambiar nuestra mirada. Aunque cambiar la mirada, es preciso advertirlo, no ga­ 14

rantiza la solución de los problemas, sí cambia los instrumentos que utilizamos para tratar de transformar la realidad. Porque en estos momentos hemos de preguntarnos constantemente si no estaremos utilizando viejas herramientas para dar respuesta a nue­ vos problemas. Se trata de redefinir el método de intervención construyendo diferentes categorías analíticas y técnicas para la explicación y la transformación de la sociedad en que vivimos, y de los problemas sociales a los que nos enfrentamos. Todo lo anteriormente expresado es el marco de estudio en el que nos hemos movi­ do; marco que, a continuación, nos va a permitir dar una breve explicación del método que ha dirigido esta investigación. De acuerdo con la propuesta metodológica de Max Weber, en la ciencia de la experiencia en la que nos movemos no puede confundirse la explicación de los fenómenos que tratamos de analizar con la valoración que hace­ mos de los mismos. Lo que acabamos de denominar como marco de estudio expresa nuestras valoraciones acerca de lo que deseamos, es decir, lo que para nosotras tiene significado respecto a la conducta profesional, esto es: una conducta que corresponda a una práctica ética y política, además de comprometida con la palabra. Consideramos, también, que esta propuesta cumple otro requisito weberiano: es adecuada a nuestro tiempo, toda vez que las discusiones sobre la política social hoy se mueven en dos polos enfrentados entre sí. Por un lado, un neoliberalismo radical, privatizador de la gestión y profundamente insolidario y, por tanto, inmoral respecto a la necesaria igualdad de oportunidades y de resultados; y, por otro lado, un proyecto de sociedad en el que tengamos todas y todos cabida, en el que existan leyes que puedan frenar la pobreza, en el que los derechos civiles para todos sean una realidad (justicia, educación, salud, servicios sociales, etc.). Este es nuestro punto de partida ideológico y, por tanto, epistemológico y ético. Por estos motivos, entre otros muchos, el equipo que ha trabajado en esta inves­ tigación consideró de máxima prioridad conocer los procesos formativos para la intervención profesional, esto es: estudiar la mirada ética, teórica y técnica con la que actúan los profesionales; o, en otras palabras, los fundamentos filosóficos, epistemo­ lógicos y metodológicos que acompañan los procesos de intervención. Así pues, en estas páginas nos disponemos a reflexionar sobre la conducta profesional a la luz de todos los presupuestos enunciados en este prólogo. Porque nos encontramos con un amplio programa político y ético para los trabajadores sociales que está extraído del pensamiento de sus orígenes y que ha ido transformándose con el tiempo a través de las distintas ideologías que lo han atravesado, pero del que, lastimosamente, nos hemos alejado muchas leguas del camino. Para tener acceso a la realidad se ha elegido la entrevista en profundidad como técnica del método cualitativo. Se han entrevistado a quince profesionales y una testigo clave del tema de la ética, la profesora Ma Jesús Uriz, de la Universidad Pública de Navarra. El análisis de los discursos ha sido co-construido entre las personas entrevistadas y las profesoras que firman este trabajo a partir del capítulo primero hasta el cuarto. Pero ha de señalarse un aspecto clave del enfoque cualitativo: el carácter subjetivo de las respuestas hace que las conclusiones no puedan ser generalizadas como representación de todo el campo profesional, si bien desearíamos que lo que aquí se ha vertido sirviera 15

de reflexión para las y los profesionales del trabajo social. Y en cuanto al método que estamos describiendo, sólo podemos añadir otro propósito más a los ya señalados an­ tes: hemos querido abrir líneas de investigación desde el interior de la profesión para continuar por los caminos abiertos por los filósofos que nos han estimulado para llevar a cabo este trabajo: Damián Salcedo y M;' Jesús Úriz. En relación con todo lo expuesto, sólo queda hablar de la estructura de esta obra: la pretensión de coherencia es lo que ha dado origen a la investigación. En este sentido, los capítulos responden al orden en el que se describe el título del libro, orden que pretende ofrecer un camino de identidad profesional. Esta disposición se inicia con la reflexión sobre la ética y sus dilemas y continúa con la teoría y la técnica referidas a la intervención social y a las organizaciones y los equipos. Como resultado de la relación entre estos tres componentes, se propone asumir un compromiso político responsable con la acción transformadora, lo cual es motivo de análisis del último capítulo. Sin embargo, es preciso señalar que, aunque la obra presenta un conjunto cohe­ rente, hemos querido dar a cada capítulo su propia independencia, de forma que el lector pueda elegir de acuerdo a su interés. Con este propósito, las conclusiones del trabajo no forman un apartado independiente de gran contenido como es frecuente en este tipo de estudios. Estas se incluyen al final de cada uno de los capítulos de forma breve y concisa porque hemos querido responder al propósito que ha presidido toda la investigación: la de ser la simiente de otros estudios sobre este tema. En el primer capítulo, Los dilemas éticos en la profesión de trabajo social , se elabora, por un lado, un análisis sobre la confusión existente con el concepto de dilema entre los profesionales de trabajo social y la ausencia de discurso sobre los aspectos éticos de la profesión; este es un tema transversal a todo el libro. Se profundiza también en los aspectos que llevan a los profesionales a poner el énfasis en la acción para mitigar la incertidumbre. Se hace necesario tomar conciencia de que la falta de reflexión en la acción no sólo actúa en detrimento de la carencia de teoría, sino que acarrea también una notable ausencia de poder en el seno de la profesión de trabajo social. La invitación a la duda que hace la autora de este capítulo es otro de los temas que merece la pena dejarse conquistar por él. El título del segundo capítulo, Las com plejas c ineludibles relaciones entre ética, teoría y técnica , es ya de por sí revelador por su carácter descriptivo. En él nos propone­ mos manifestar que la falta de formación, no sólo en filosofía y, por tanto, en ética, sino también en teoría, en técnica y en política puede llevar consigo muchos errores éticos de los que no son conscientes las y los trabajadores sociales. El análisis se centra en la intervención social individual y familiar, recorriendo aspectos fundamentales como la burocratización, entre otros. La supervisión es uno de los temas que han de destacarse en este capítulo toda vez que sigue siendo una cuestión pendiente en trabajo social. El tercer capítulo está dedicado a las organizaciones de servicios sociales y a los equipos profesionales. En él se profundiza en la representación mental de las y los profesionales respecto a su organización, así como el tratamiento que las instituciones dan a los profesionales. Su planteamiento nos invita a ejercitamos en la autoobservación y nos insta a adoptar una postura como personas activas y comprometidas en y 16

con la organización y los equipos. Esta propuesta, según la autora, ha de llevarse a cabo de una forma consciente y constructiva teniendo en cuenta la interdependencia que, ineludiblemente, existe entre el individuo y la organización. El debate ético en los equipos profesionales y la gestión de lo público y lo privado completan el capítulo. El cuarto capítulo, denominado Etica para una ciudadanía global, analiza el vacío que se observa en los discursos de los trabajadores sociales sobre los aspectos más integrales de su saber: el componente político que comprende la dimensión estruc­ tural de la desigualdad, el bienestar social, la universalidad de los servicios sociales, etcétera. Y es que el énfasis en la intervención con casos y familia ha secuestrado la mente de las profesionales hasta el punto de haberse olvidado en los últimos años de esta dimensión más global. Hasta aquí la investigación. A partir de este punto la obra se bifurca en dos trayec­ torias profesionales muy diferentes, pero ambas relacionadas con la ética-política. En Trabajo social y ética, Paloma de las Morenas hace un pormenorizado viaje de su mirada ética en su experiencia de casos, desde que comenzó a ejercer la profesión en los años setenta, hasta ahora que, en su labor de “bioeticista” en la Comisión de Bioética en el Hospital Clínico de Madrid, ha podido abrir nuevos caminos en ética. Entre otros., se puede citar su contribución al borrador y al documento definitivo de la Ley 3/2005 de la Comunidad de Madrid de 23 de mayo, denominado “Documento de instrucciones previas” (testamento vital). Las reflexiones sobre las profesiones de la ayuda, entre las que se encuentra el trabajo social, no hallarán mucho eco, pero son cuanto menos sugerentes. Pasión y razón acompañan la pluma de la autora, ¡dejémonos envolver por ella! Por último, ya lo hemos señalado desde el principio, hemos querido volver la mirada sobre el pasado para transitar hasta el presente con Patrocinio de las Heras, testimo­ nio vital de un compromiso político que va más allá de las meras responsabilidades profesionales. Con esta entrevista queremos mostrar que el hacer político y el hacer profesional nunca se han disociado, como ocurre recientemente. Trabajar para que otro mundo sea posible es una labor irrenunciable a la que no podemos volver la espalda. Solamente queremos añadir que este libro ha sido realizado según un plan que va de lo particular a lo general, del microcosmos de las intervenciones individuales y familiares, pasando por las complejidades de la ética de la profesión y las organizacio­ nes sociales, hasta terminar con la concepción de la ciudadanía global. ¿Por qué este planteamiento? Porque en lo particular es donde se expresa el universo en el que se desenvuelven los vínculos primarios de las personas, lo particular es ese mundo donde se crean y se tejen las relaciones humanas. Pero las instancias de mediación, nuestras instituciones y organizaciones, construyen también nuestros aconteceres. Y más aún, en el orden mundial se deciden la mayor parte de nuestras vidas, aunque no podamos percibir ese fino hilo que nos une y que maneja gran parte de nuestras situaciones vitales.

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Los dilemas éticos en la profesión de trabajo social

Maribel Martín Estalayo

odo discurso requiere poner de manifiesto aquellas significaciones y definiciones implicadas en el tema que se ha de abordar. Es por esto por lo que si el tema engloba los dilemas éticos en la profesión de trabajo social, precisamos partir de una definición legitimada, un concepto consensuado que nos pueda permitir elaborar un análisis a la luz de su descripción. Para este abordaje tomaremos como referencia a Sara Banks (2005), estudiosa de la ética en trabajo social. Según ella podemos hablar de dilema ético cuando, tras haber realizado una reflexión, tras haber argumentado, discurrido o razonado aquello que nos suscita duda con categorías analíticas propias de la ética, es decir, pensar los valores, principios, consecuencias y prioridades que se ponen enjuego, no sabemos qué hacer y nos supone una gran dificultad elegir. Pues bien, si se trata de un argumento que está sujeto a duda, un elemento importante que se desprende de esta definición es que en trabajo social necesitamos incorporar la duda a nuestro modo de vivir la profesión, puesto que si de algo adolecemos es de la enfer­ medad de la certeza. Sí, en trabajo social se huye de la incertidumbre y se ha buscado apremiantemente la evidencia, las reglas que ayudan a saber qué es lo que hay que hacer en cada situación problemática. Mas hay que advertir que incorporar la duda no supone instalarse en ella, lo cual significaría dejarse abatir por la parálisis de un virus altamente peligroso para tomar decisiones. Por tanto, en este capítulo invitamos a los profesionales del trabajo social a dudar, solamente como una forma de prepararse para ejercitar con constancia la reflexión necesaria para un buen ejercicio profesional. La duda, aunque a menudo nos conduce a un estado de inseguridad y fuerte contradicción, también es la ocasión de cambiar y moverse hacia una nueva situación. Dudar incomoda; dudar angustia; dudar alarma; dudar asusta. Pero dudar es un ejercicio de prudencia, es la antesala de la reflexión. En principio todo ser humano lleva incorporada de serie la capacidad de reflexionar, pero el requisito previo para ejercitarla supone cierto distanciamiento de la realidad. La reflexión se retira a un lugar ajeno al ruido de lo concreto, pero llevando consigo sus ecos e imágenes para desarrollar su tarea. La reflexión precisa un tiempo indeterminado, mucha curiosidad, cierto grado y capacidad de frustración ante lo desconocido, lo vacío, lo indefinido; invita a una

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actitud de templanza que no pierde su empeño ni se descentra ante provocaciones ex­ ternas. La reflexión se sabe en esta sociedad como la actividad de entretenimiento de unos pocos (cada vez menos), valorada como improductiva, desafinada, desubicada o desacompasada; en definitiva, rara. No es de extrañar que, hasta en aquellos espacios propios de tal ejercicio, se haya colado la pregunta que ilumina toda prioridad: y esto ¿qué utilidad tiene? Dudar y reflexionar son dos elementos característicos del dilema ético. El dilema siempre se experimenta como la duda ante una situación, pero más allá de la duda el dilema requiere de una reflexión que ayude en la elección de una respuesta válida o adecuada. Si reducimos el dilema ético a “tengo un problema y no sé qué hacer” es­ tamos desvirtuando su sentido y hablando de otra cosa. Todavía en nuestra profesión nos cuesta definir aquello en lo que estamos inmersos, nos manejamos en términos de instrumentalidad y “los debates se centran en el cómo y no en el qué o, lo más impor­ tante quizás, en el por qué hacer” (Castronovo, 2008: 27). Parafraseando a Mary Richmond, quien al escribir El caso social individual nos advertía de que el propósito de su libro no era “discutir sobre el método, sino indagar sobre qué es el trabajo social de casos y porqué es lo que es” (1995: 69), se puede decir que el propósito de este capítulo sobre dilemas éticos en trabajo social no es tanto una invitación a centrarse en cómo se resuelven sino a indagar sobre qué son los dilemas éticos y por qué existen en una profesión como la nuestra. No dejamos la mano de nuestra precursora, pues suele ser necesario cada cierto tiempo actualizar los caminos trazados en el pasado y que fueron los cimientos de la profesión, para considerar el razonamiento, la argumentación, la reflexión y el discurrir, como acciones propias del ser humano, que nos distinguen, a la vez que nos posibilitan dar pasos hacia un horizonte cada vez más amplio y complejo. Dice así: “En el animal, el progreso mental se desenvuelve en un círculo que le circunscribe de tal modo que resulta incapaz de adquirir necesidades progresivas y más sofisticadas. En el hombre, tal círculo no existe; es sustituido por una espiral. Su respuesta es mucho más lenta porque, muy temprano en la vida, se ve intensamente presionado por las necesidades a comparar un concepto con otro y a deducir un tercero: en otras palabras, a razonar. El razonamiento y los procesos de formación de hábitos le llevan lejos de cualquier círculo estrecho de respuestas instintivas hacia una espiral de nuevas combinaciones siempre en expansión, que amplía su horizonte y le vuelve capaz de aceptar tanto lo que ve como lo que no ve. La diferencia entre el círculo y la espiral es la diferencia entre la rutina y la acción reflexiva, entre el animal doméstico y el descubridor pionero” (Richmond, 1995: 132-133). Así, a modo de espiral, vamos a ir ampliando nuestro conocimiento acerca de los dilemas éticos en la profesión para asemejarnos cada vez más a ese descubridor pionero que tiene como trampolín la acción reflexiva. Y ubicado el dilema como aquello que comporta duda y reflexión, vamos a continuar la espiral para escudriñar el concepto de ética. ¿Qué será eso de la ética? “La ética es una incomprendida y tal incomprensión la está dejando sin quehacer, es decir, sin nada que hacer. Sencillamente, porque nadie sabe bien a las claras qué hacer con ella”. Pero a pesar de esta incomprensión la ética 20

tiene su lugar. A menudo se utilizan indistintamente los términos ética y moral, pero la ética se encuentra en un plano previo y elevado cuyo encargo es “dar razón filosófica de la moral y como reflexión filosófica se ve obligada a justificar teóricamente por qué hay moral y debe haberla, o bien a confesar que no hay razón alguna para que la haya". (Cortina, 1986: 27). Tal como señalábamos al principio, la ética supone “un provisional distanciamiento con respecto al mundo cotidiano, destinado a construir una fundamentación serena y argumentada que permite a los hombres a la larga adueñarse de sí mismos" (op. cit. 32), argumentos que tienen como finalidad el consenso común para dar respuestas comunes. Conviene subrayar esta afirmación: la ética es el camino para adueñarse de sí mismos, esto es, para responsabilizarnos de las acciones que vayamos a acometer una vez pen­ sadas, sopesadas y argumentadas. La ética es responsabilidad profesional y personal. Por tanto, hay que situar la ética en el terreno de la reflexión cuyo objetivo primordial es dar razón de la moral. Y ¿qué es la moral? La moral es “el conjunto de intuiciones y concepciones de las que se valen los distintos grupos humanos e individuos para iden­ tificar lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe hacer o lo que se debe evitar1" (Giner et ál., 2006). Sin embargo, el deber y las argumentaciones aceptadas por más de una persona o un grupo profesional chirrían en tiempos de relativismo, subjetivismo y emotivismo, puesto que el ideal moral persigue con tenacidad la fidelidad a uno mismo, la autorrealización, la supremacía del individuo y esta aspiración ni necesita, ni busca, ni pretende, normalmente, exigencias morales conjuntas o compromisos externos. No cabe duda de que muchos aspectos y elecciones en la vida vienen determinados o, al menos, condicionados en alguna medida por ese “ser hijos e hijas de nuestro tiempo”. Sin embargo, esto no justifica que incorporemos o aceptemos nuevos ritmos o intereses profesionales sin, al menos, una toma de conciencia, la posibilidad de la crítica y sus correspondientes consensos como colectivo profesional. Pues si consideramos que el trabajo social es una profesión que tiene como objetivo existir para los otros, es decir, más allá de uno mismo, parece evidente que es necesario y responsable consensuar ma­ neras de hacer, establecer criterios éticos y morales conjuntos en el ámbito profesional, y facilitar en las instituciones ese tiempo para dudar, reflexionar y dar sentido. Sólo así podremos orientar, siempre con la flexibilidad que requiere atender las especificidades de cada caso, los objetivos que queremos alcanzar en cada intervención o acercamiento a la realidad social, puesto que el “cómo" toma consistencia y puede justificarse con un “qué” y un “por qué” reflexionados. Es comprensible que las especificidades de los casos se puedan trabajar con flexibi­ lidad y con matices dependiendo de las características del profesional y de la persona que va al servicio, pero si la toma de decisión varía y hasta se contradice en virtud del profesional asignado, habremos caído en las garras del relativismo, el subjetivismo y el emotivismo, donde todo vale y se justifica por la posición de poder dominante del profesional. Así, el juicio crítico enmudece, la emoción suscitada se prioriza y la confusión se legitima; y la ética profesional se ve sustituida por morales individuales no cuestionadas ni interrelacionadas. 'Giner, S.; Lamo de Espinosa, E., y Torres, C. (2006), Diccionario Je sociología, 2a ed„ Madrid, Alianza.

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Por todo ello, hemos de convenir con Taylor en que “las posturas morales no se fundan en la razón o la naturaleza de las cosas sino en cada uno de nosotros” (Taylor, 1994: 54). Si toda postura moral es válida y no precisa su correspondiente argumen­ tación, exposición, refutación o consenso, sería comprensible entonces la inexistencia de dilemas éticos en trabajo social. Decía Esperanza Guisan que “la ética no sólo ayuda a saber discernir, sino que en­ seña a dudar razonablemente y a buscar salidas razonables al impasse al cual nos aboca la duda restringida. A modo de brújula señala la dirección para que el gran barco del mundo no se pierda en la bruma de la incomprensión, la intolerancia o el sufrimiento inútil” (Guisan, 1986:21-23). Por tanto, la ética para el trabajo social, más allá de pretender perdemos en abs­ tracciones o divagaciones estériles e inconcretas, es un pre-texlo que puede ayudamos a dudar razonablemente; no como nos dé la gana o anime la moral individual, sino para intervenir de un modo responsable, competente y, sobre todo, que responda al compromiso social de la profesión, a su telas, es decir, a su finalidad legítima. Justificada la pertinencia de la ética y su relación con el trabajo social, es conve­ niente ir un poco más allá y atender las dimensiones que toda ética ha de contener. La ética comprende tres dimensiones interrelacionadas: la teleológica, la deontológica y la pragmática. La primera dimensión es la más abstracta, es la que hace referencia a los fines y valores que sustentan la profesión, es decir, da razón y justifica; es la más reflexiva. Toda profesión justifica su existencia y se constituye teniendo como base una serie de fines que se pueden traducir en servicios concretos a la sociedad. Toda profesión persigue un bien, un fin, nace de una dimensión teleológica. Por ello, como sostiene Adela Cortina, es importante “revitalizar las profesiones recordando cuáles son sus fines legítimos y qué hábitos es preciso desarrollar para alcanzarlos” (El País, 20-2-1998). Por tanto, cada profesión construye una ética adecuada a sus fines y sentido, y por ello hablamos de éticas aplicadas a cada profesión. Las éticas aplicadas no surgen sólo de la necesidad de legitimarnos profesionalmente ante la sociedad puesto que. como apunta esta autora, es la misma sociedad con su realidad y contexto concreto la que lleva la iniciativa y pide que se desarrolle una práctica ética. Seguro que en los despachos profesionales no faltan casos en los que comprobamos que. muchas veces, son los propios usuarios los que mejor saben acerca de sus derechos y deberes, y a partir de ese conocimiento desean ejercer plenamente su ciudadanía demandando del profesional un ejercicio de responsabilidad. Este ejercicio no es otra cosa más que el de responder y comprometerse ante alguien (Etxeberría, 2002:176-177). Volvemos a repetir, este tipo de responsabilidad y garantía tiene que ver con la ética profesional y forma parte del trabajo que se ha de realizar y, por tanto, de las competencias que se han de adquirir. Por consiguiente, la ética aplicada no es una cuestión de despacho académico o profesional, sino que se gesta en una constante interrelación entre expertos, éticos v afectados (Cortina, El Pais, 11-10-2002); ni tampoco es algo que se inventa por requi­ sitos del guión profesional para legitimar la institución, aunque toda profesión precise

de unos consensos éticos. La ética aplicada es un diálogo constante promovido por la complejidad del ámbito social en el cual intervenimos. De modo que tener en cuenta esta premisa nos va a ayudar a sacarla del destierro de la incomprensión y la extrañeza para reubicarla en los contextos profesionales cotidianos. Con esto no queremos decir que vaya a resultamos menos difícil concretar sus re­ flexiones y que la deontología profesional se convierta en un recetario para la práctica, pues la realidad social nunca fue ni será previsible y controlable completamente. Pero quizás sí nos ayude a orientar y “diseñar los valores, principios y procedimientos que los afectados deberán luego tener en cuenta en los diversos casos... pudiendo apoyarnos en el diseño del marco reflexivo para la toma concreta de las decisiones” (Etxeberría, 2002). Y es que si la ética se dedica a reflexionar sobre los valores, principios y maneras de hacer o conceptualizar, ¿cómo no va a ser relevante para una profesión que se dedica fundamentalmente a cuestionar y modificar situaciones de malestar social de las perso­ nas que acuden a los servicios? No reconocer que la labor profesional está impregnada por todos lados de moralidad es no reconocer la realidad. Llegados a este punto, una vez entendida la dimensión teleológica como aquel primer nivel de la ética profesional que nos remite a los fines y bienes de la profesión, y que es importante tener presente como un horizonte que nos ayude a revitalizarla constantemente, podemos pasar a esa segunda dimensión deontológica que es quizás la más conocida entre nuestros contextos profesionales y formativos. Todas y todos sabemos de la existencia de un código deontológico en trabajo so­ cial, y en algunas universidades es materia de estudio dentro de la asignatura de “ética y trabajo social”. Esta materia no siempre es troncal u obligatoria en el currículum académico sino optativa, situación que debiera, cuanto menos, alarmamos puesto que ¿puede ser la ética optativa en una profesión como la nuestra? El código deontológico, también, a menudo se reparte en los congresos nacionales o en otro tipo de encuentros profesionales donde buscamos reconocemos en un mismo barco y fortalecernos en lo común (ojalá que los y las profesionales no lo adquieran como novedad). El código deontológico en ocasiones se utiliza más como imagen y carnet de legitimidad de la profesión que como herramienta para la intervención social. Como dice Ma Jesús Úriz, “los códigos deberían ser un instrumento básico y una guía para la práctica profesional pero, desgraciadamente, en muchos casos se quedan en documentos que casi se olvidan, más aptos para promocionar la imagen de los profesio­ nales que para ayudar a resolver cuestiones morales” (Úriz, 2007: 13). Pero también es importante detenerse en la cuestión de la legitimidad para conectarla y tenerla en cuenta a la hora de intervenir, ya que aquello que nos legitima como profesionales es aquello que nos demanda la sociedad y da sentido a nuestra existencia. Por tanto, el código deontológico es un documento que hace explícita públicamente la demanda social y garantiza que esta se lleve a cabo. Asimismo, también es garante para el profesional que, de alguna manera, ha de ceñirse y responder a esta demanda, y no a otra, como parte del colectivo profesional. En resumen, la deontología trata de recoger, manifestar y ordenar un conjunto de valores, principios, deberes y normas que se han de respetar y comprometer en la 23

práctica profesional, siempre en consonancia con los fines que se pretenden alcanzar (la teleología). No obstante, también “podríamos decir que la dcontología es una con­ dición necesaria, pero no suficiente, de toda moral profesional” (Bermejo, 1996: 16). Así pues, en primer lugar, tiene que quedar claro que el código deontológíco no es un recetario para aplicar indiscriminadamente, sino que es un instrumento que orienta y que pretende hacer descender las abstracciones de la teleología y ordena una serie de valores, principios y normas. Quizás sea esta la razón por la cual el código deontológico suele quedarse en los cajones del despacho y no se considera imprescindible o útil, puesto que en él no encontramos recetas e, incluso, podemos llegar a afirmar que su contenido comporta una serie de obviedades más propias del sentido común. Pero, ¡atención! hemos de tener en cuenta que la dimensión deontológica no es la dimensión pragmática, es decir, la resolución de los casos, pero si que ambas están intrínsecamente relacionadas y se necesitan. Como añade Bermejo, “sin la dimensión pragmática, las dos anteriores (la tcleológica y la deontológica) tienen el peligro de quedarse en la pura especulación, del mismo modo que esta sin aquéllas puede degenerar en un dccisionismo casuista” (1996: 26). Es por esto por lo que es imprescindible ir desgranando e identificando los elementos que componen una ética profesional, para así evitar reduccionismos y poder utilizarlos adecuadamente. Nos atrevemos a decir que atender e incorporar las tres dimensiones de la ética en el trabajo diario es un camino de resistencias y peros. En una profesión donde la urgencia de las problemáticas sociales impone un ritmo voraz, no hay tiempo que perder en dimensiones reflexivas. Por tanto, si la ética no puede reducirse únicamente a la dimensión pragmática, ¿qué hacer en este caso y cómo abordarlo? si tenemos que pararnos a reflexionar sobre el fin que se ha de alcanzar y los valores que se ponen en juego; si no tomamos decisiones al ritmo debido, podemos concluir que la ética es una pérdida de tiempo, el código profesional un papel legitimador (pero en ningún caso garante o protector) y la reflexión un estorbo que no nos ayuda a responder a la encomienda institucional. Sin embargo, liberados de la ética, podemos convertimos en “solucionadores de problemas” o, más bien, en sus promotores, pues la acción sin reflexión, sin hacerse cargo, sin dudas, puede llegar a producir cambios hacia realida­ des insospechadas, quizás más perv ersas que las traídas a colación. Los cambios sin dirección, sin sentido, sin control, quedan expuestos a cualquier tipo de consecuencia. Es así como nos podemos convertir en profesionales de riesgo en lugar de ayudar a afrontar los riesgos a los que están sometidas las personas con las que trabajamos y a las que acompañamos. Pero las invitaciones sobre la necesidad fomiativa v cierto erado de abstracción no vienen unidireccionalmente del mundo académico, el cual \ i\ irnos en ocasiones como amenaza o institución desconectada de la realidad, sino que surgen también desde la propia experiencia profesional. Encontramos este ejemplo en el discurso de Esperanza Molleda, profesional que argumenta sobre la imposibilidad de un trabajo social sin ética. Y desde esa dimensión nos anima a asumir la responsabilidad ética de nuestros actos, a reconocer nuestra autonomía relativa a la hora de actuar y a ser conscientes de la necesidad de una deliberación previa a cada decisión moral. Dice asi: “A partir de •

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la elaboración teórica pertinente podremos encontrar el sostén de un acto profesional éticamente digno" (2008: 149). Sin la ética profesional y el asentimiento de su necesidad podría ser oportuno pre­ guntarse tanto individual como colectivamente: ¿A qué estamos respondiendo hoy en trabajo social? ¿Cuál es el fin que queremos conseguir y cuáles los caminos para llevarlo a cabo? Pues, como apunta Adela Cortina, “frente al ethos burocrático de quien se atiene al mínimo legal pide el ethos profesional la excelencia, porque su compromiso fundamental no es el que le liga a la burocracia, sino a las personas concretas, a las personas de carne y hueso, cuyo beneficio da sentido a cualquier actividad e institución social ” (Cortina, 1998).

El discurso profesional sobre el dilema ético en trabajo social ¿Qué está pasando en trabajo social que ni se habla ni se discute sobre los dilemas éticos que acontecen en la práctica profesional? Cuando preguntamos a los profesionales qué entienden por dilema ético, qué es un dilema ético en su profesión, la respuesta se rehuye, mayoritariamente, narrando las situaciones percibidas como dilemáticas en la práctica diaria, ya sean de carácter ético o no. Esta ausencia de discurso sobre ética profesional, y las dificultades para poder identificar con claridad aquellas situaciones que requieren de una reflexión de dichas características, pone de manifiesto una primera carencia en las competencias profesionales. Banks apunta en su texto Etica y valores en el trabajo social aspectos similares, por no decir idénticos, a los que aparecen explícitamente en el discurso de las profe­ sionales entrevistadas y que pueden servir de punto de partida de este epígrafe: “Al discutir dilemas éticos con trabajadores sociales existe a menudo una aguda sensación de confusión, ansiedad y culpa alrededor de las decisiones que los trabajadores sociales tienen que tomar y los papeles que desempeñan. Este hecho surge quizás por una falta de comprensión de la naturaleza del papel del trabajador social (este es complejo y contradictorio), un idealismo, una falta de información de las políticas y procedimientos, o simplemente por las pocas oportunidades de aprender de la experiencia. Una parte importante de la educación y formación de los trabajadores sociales debería de facilitar el desarrollo de capacidades para una reflexión crítica...” (1997: 161). Precisamente esta autora plantea casos concretos acerca de las preocupaciones sobre los dilemas éticos experimentados por trabajadores sociales que se aproximan claramente a los planteados a lo largo del discurso de las profesionales entrevistadas en esta investigación, y que, entre otros, destaca los siguientes: problemas de confidencialidad, problemas derivados de la falta de formación y del escaso conocimiento de una situación, falta de confianza de su propio estatus/profesión, especialmente frente a otros profesionales, falta de claridad sobre el papel del trabajador social y sobre las normas propias de su función, como por ejemplo, la de jefe (op. cit., 163). A partir de las entrevistas realizadas podemos saber que hay quien vive el dilema ético como una contradicción, resistencia o impacto, una situación que le enfrenta a su propia escala de valores o maneras de hacer personales y profesionales, una ocasión que le confronta: 25

Pues yo creo que un dilema ético sería algo que va en contra de mí como persona, ¿no? Lo que yo haría como persona y lo que yo haría como profesional en ese... con ese usuario o con esa intervención que estoy haciendo. (E. 2) Cuando dos principios éticos se cuestionan. Si alguien me dice que tiene un dilema ético pensaría que algo que ha hecho o algo que cree que se dehería hacer o lo que sea,

como que choca con sus principios éticos. (E. 11)3 En estas primeras respuestas encontramos una referencia a la moral individual de los profesionales. El dilema se vive como una situación que atenta contra la propia moral, “que choca”, “que va en contra”. De alguna manera, ante las distintas formas de concebir una misma situación, la moral individual (posición personal) se verá siem­ pre amenazada. En este punto es ineludible destacar la confusión de la que se parte: el dilema ético profesional se confunde con la moral individual de cada profesional. Mas no podemos menos de señalar que la ética profesional no es moral individual, no es moral para sí. Para situarnos en un plano profesional, se ha de trascender el para sí integrándonos en el para los otros, en una ética relacional, una ética que tenga en cuenta a los otros. Para ello hemos de tomar distancia respecto a lo que yo haría como persona en esa situación (mi subjetividad) y lo que yo puedo garantizar y debo hacer como trabajadora social (mi competencia y compromiso profesional). Y justamente para esto necesitamos reflexionar. Pero de nuevo la pregunta: ¿reflexionar para qué? En primer lugar, para identificar nuestra propia moral, que es importante tenerla siempre presente y saber cuál es para así poderla diferenciar de la ética profesional; y, en segundo lugar, para poder elaborar un análisis de los valores y principios que se confrontan en una misma situación, situación dilemática en la que se han de tomar decisiones de carácter profesional teniendo como sustento la ética del trabajo social. Pues de otra manera, si las respuestas tienen como eje la moral individual, no es de extrañar que la toma de decisiones y sus consecuencias tengan una amplia gama de posibilidades, estando siempre en virtud del profesional asignado y su manera subjetiva y personal de concebir la realidad. Esto significa que el profesional no va a realizar un análisis ético para tomar decisiones conjuntamente con el usuario, sino que su análisis se ve comprometido por una proyección de sus modos y conceptos personales. No obstante, el dilema ético sí que supone un enfrentamiento, un cruce de caminos que conducen a la priorización y elección de diferentes valores o principios del trabajo social, caminos que se saben diferentes por los objetivos que en uno u otro se pueden alcanzar. ¿Qué hacer cuando hay dos posibles respuestas? ¿Qué valor o principio priorizar? ¿A qué amo debo obedecer y respetar? ¿Cuál de los dos es prioritario en la situación encontrada? En la siguiente aportación, como ya hemos argumentado en la introducción, podemos constatar la duda y encrucijada como características propias del dilema ético, pero siempre previas a la consiguiente y necesaria reflexión: Cuando tienes que servir a dos amos a la vez entiendo yo que es un dilema ético, ¿sabes? ¿Por qué optas? ¿Por cuál de los dos optas? (E. 8) ■Nota de los autores: para mayor aclaración del lector ha de señalarse que en las citas de todo el libro se ha decidido resaltar en letra redonda aquello más importante.

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La duda, el enfrentamiento y las resistencias provocadas por el dilema ético en ocasiones nos hacen tomar conciencia de las propias limitaciones profesionales. Ya no estamos frente a un caso que por las similitudes con otros o por el formato esperado podemos resolver casi de forma automática y rápida. El dilema habla de complejidad que paraliza, reclama tiempo, a la vez que lanza inmediatamente a rebuscar entre nuestras competencias las capacidades, el conocimiento y los recursos profesionales y personales necesarios para resolverlo. Pero, a menudo, sólo nos encontramos con la impotencia del vacío, la ausencia de conocimiento y la angustia de la falta. Cuando me encuentro con esas situaciones que tengo que... o sea, que quizás hay que valorar un poco más, quizás valorar me pueda dar un poco de luz... si hago esto qué pasa... El dilema me hace topar con mis propias limitaciones. (E. 9)

Son las limitaciones de la formación las que aparecen en primer lugar, no tanto las propias del dilema. Si bien no se puede asegurar que con una más amplia y profunda formación en ética, teoría y técnica podría desaparecer la angustia de la elección, sí podemos asegurar que esta angustia puede ser aminorada, sobre todo, por el sentimiento de responsabilidad que lleva consigo una toma de decisiones reflexionada bajo la luz de los razonamientos necesarios y pertinentes a las circunstancias que concurren en el caso. La ausencia de discurso ético se puede interpretar como la ausencia de valoración ética en los contextos profesionales. Resulta llamativa la incomprensión y extrañeza que procura cuando se la quiere tener en cuenta en la resolución de los casos. No co­ nocer la ética profesional y su aporte hace que se perciba como algo ajeno y extraño a la intervención social: Pero además, alguna vez que he intentado plantear cosas desde la ética, diciendo "bueno, esto no es ético, no... ”, la gente reacciona muy raro. Muy raro, a ver, quiero decir, que... como ¿de qué me estás hablando?, si no estamos hablando de ética, ¿no? ¿Sabes? Hay una respuesta de perplejidad diría yo... No estamos hablando de ética, estamos hablando de este señor, y dices "ya, ya, de la ética aplicada a este caso, ¿no?, y a este momento”. No, es un tema ajeno. La ética se plantea como algo ajeno a la in­ tervención, a la dinámica del centro... (E. 8)

Este estudio advierte sobre la dificultad para nombrar, es decir, para elegir el con­ cepto apropiado de la ética que implica cada práctica profesional. No quiere esto decir que en algún momento no se hayan internalizado los fines básicos del trabajo social, ni negamos que cada profesional lleve en su mochila una serie de objetivos que han de alcanzarse, o que las actuaciones no estén adecuadamente dirigidas. Pero es que si no podemos nombrar y decir, no lo sabemos, no podemos tomar conciencia y re­ flexionar sobre ello; no podemos saber si se está interviniendo adecuadamente y, en consecuencia, no podemos revitalizar la profesión al ritmo que demandan las personas y los cambios sociales. A la pregunta de si recuerdan los principios del trabajo social, en general se responde con el desconocimiento que supone el vacío de la memoria agostado por la práctica profesional repetitiva. 27

Pues sinceramente no, no los recuerdo. No te sé decir ahora los principios teóricos. (E. 2) Realmente no tengo un decálogo en la cabeza que piense cuál es el código deontológico de los trabajadores sociales en el ejercicio de su profesión, ahora mismo no tengo pensado eso que aprendí en la carrera. No soy capaz de ponerle nombre como grandes epígrafes que sean los que dejinan de alguna manera lo que tiene que ser la ética en el trabajo social. (E. 5)

En definitiva, las cosas que no se pueden nombrar o no existen o no se tienen en cuenta. Lo que no se dice y se manifiesta queda exento de crítica, no se puede evaluar, no da cuenta de nada, resulta imperceptible, no remite a nadie, no garantiza, no com­ promete, no responsabiliza. Y esta inexistencia de palabra, de escritos, de debates, de espacios para la reflexión individual y conjunta muestra signos de ausencia de criterios profesionales. En esta línea, pensamos que sería positivo que la profesión conociera los criterios éticos que guían su tarea, para protegerse de la presión institucional que obliga a los trabajadores sociales a actuar con urgencia. Esta conciencia evitaría que los profesio­ nales se abandonaran a los laberintos de la confusión subjetiva. Asimismo, convendría que crearan espacios conjuntos de reflexión para la autocrítica y para una toma de decisiones rigurosa. Y es que tomar conciencia de uno mismo permite poder responder responsablemente y, por tanto, dejar de ser manipulable desde instancias políticas e institucionales. Para finalizar este apartado y pese a las dificultades encontradas a la hora de responder a cuestiones relacionadas con el “qué” y el “porqué”, las definiciones y la naturaleza de los conceptos, puesto que en ocasiones nos resulta más sencillo hablar del “cuándo”, la experiencia vivida y las circunstancias, vamos a centramos en los dilemas éticos más frecuentes encontrados por los profesionales y su proceder para la toma de decisiones. Todas las personas entrevistadas aseguran encontrar dilemas éticos en su práctica pro­ fesional y son capaces de narrar dichas experiencias e identificar las emociones que se pusieron enjuego en ese momento. ¿Qué hace el profesional cuando se encuentra con este tipo de situaciones y a quién acude o en qué se apoya en el momento de abordarlo? Existe una respuesta generalizada basada en criterios de accesibilidad: se busca a una persona que comparta el espacio profesional y conozca el ámbito donde surge el dilema. Pero es importante constatar que aunque la consulta a los compañeros de trabajo sea el proceder más generalizado, se reclama o se echa en falta para este tipo de situaciones la supervisión profesional. Acudo a mis compañeros más cercanos. El espacio de trabajo facilita consultarse los casos. (E. 13) Date cuenta que la dispersión geográfica del edificio es importante. Cuando tienes una duda tiras del de al lado. (E. 10) Cuando tengo ese dilema normalmente he recabado la ayuda de otros compañeros. Siempre he echado de menos que hubiera supervisión profesional a la que se pudiera acudir. (E. 4) 28

Por el contrario, una de las profesionales entrevistadas prioriza el elemento de ob­ jetividad frente al de accesibilidad. Ante el dilema se dirige la consulta hacia agentes externos que procuren un grado de objetividad y distancia respecto a los casos, de tal forma que el análisis no se vea “contaminado” por el ambiente laboral. Lo más que he hecho es contrastarlo con otras personas que me han podido dar su punto de vista. Lo he hecho con gente externa para que no estén de ninguna manera tan condicionados por el ambiente o por el análisis de la situación que a mí me generaba esa dificultad. (E. 5)

Y por último, algunas de las profesionales lo hablan con gente de su confianza, con amigos, personas cercanas, que en algunos casos puede coincidir que sean profesionales de trabajo social o ámbitos afines. Más bien lo hablo con mis amigos. (E. 8) Recurro a la red con la que trabajo porque son la gente que conoce el caso... y por otro lado recurro a la gente cercana. La verdad es que la gente con la que me relaciono pertenece también a este ámbito, son profesionales la inmensa mayoría, entonces'ahí también encuentro respuestas. (E. 9)

Por tanto, los profesionales consultan los dilemas éticos que surgen en la práctica y la elección de la persona consultada queda condicionada por criterios de “libre” elección, ya sea por proximidad, búsqueda de objetividad o confianza y valoración del interlocutor. Pero ¿cuáles son esos dilemas encontrados e identificados por los profesionales? Fundamentalmente han señalado aquellos que tienen que ver con la confidencialidad, el control y la autodeterminación. Comenzaremos con un ejemplo de dilema ético originado por la preservación del principio de confidencialidad que nos presenta una de las entrevistadas: Yo tengo un dilema ético: muchas veces viene la policía preguntando por alguien, porque resulta que la ley de protección de datos dice que hay que dar los datos a la policía... Por ejemplo, hay un hombre que tiene alejamiento por maltrato a su mujer, a su esposa. ¿Te pones del lado de la esposa? ¿Te pones del lado de él? ¿O del lado de quién te pones? ¿Me explico? Porque a mí lo que me apetecería sería contarle a la policía todo lo que sé del señor y más. Eso es lo que me apetecería, pero él está aquí también para ser protegido, ¿no? Y ayudado. Y entonces eso sí me genera dilemas... (E. 8)

Seguramente este sea un claro caso de dilema ético en el que muchos profesionales puedan verse identificados. La situación narrada hace que la trabajadora social se debata entre dos maneras de actuar: 1. Respetando el principio de confidencialidad, puesto que quiere ser coherente con su ética profesional; y 2. No respetando el principio de confidencialidad para proteger a un tercero identificado, la mujer maltratada. El dilema ético siempre pone enjuego distintos principios o valores, de manera que elijamos el que elijamos la solución siempre será imperfecta y la sensación provocada en el pro­

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fesional estará teñida de insatisfacción al no poder responder a todos los principios al mismo tiempo. Otra de las cuestiones planteadas como dilema ético tiene que ver con la función de control. Los profesionales dicen vivir con inseguridad y miedo la asunción de esta tarea propia del trabajo social, puesto que se percibe como juicio o sanción y no como garantía de una buena práctica. Aquí es importante apuntar la confusión entre dilema, problema y cuestión, ya que no todas las dificultades en la realización de la práctica profesional resultan ser un dilema de carácter ético. Según Banks, las cuestiones éticas son aquellas que impregnan la labor del trabajo social en la medida en que este se ins­ cribe en el contexto del Estado de bienestar y tiene sus principios en la justicia social y el bienestar público. Los problem as éticos surgen cuando el trabajador social ve que la situación implica una decisión moral difícil, por ejemplo, cuando debe rechazar la solicitud de una persona muy necesitada porque no cumple totalmente los requisitos. Y, por último, los dilemas éticos se producen cuando el trabajador social afronta una elección entre dos alternativas igualmente inadecuadas que pueden implicar un con­ flicto de principios morales y no está claro qué elección será la correcta (op . cit. , 26). El ejemplo puede observarse en las siguientes citas. Los dilemas planteados respecto a la función de control no son tales sino simplemente el rechazo o incapacidad para aceptar y llevar a cabo dicha función. Esta inseguridad y dificultad en los profesio­ nales sólo puede resolverse, desde nuestro punto de vista, con reflexión, formación, supervisión, etc., que les ayudará a ver claro y a asumir el papel de control como parte de la intervención social. Yo creo que tenemos control, o sea, un trabajador social muy de a pie tiene control y tiene poder sobre determinadas decisiones, juicios y orientaciones de cada caso, ¿no? Y a veces da miedo, dependiendo mucho quién sea y en manos de quién (tenga la in­ formación). (E. 6) Lo que no puede ser es que el trabajador social o la institución se conviertan en un policía de la gente que investiga cosas de estas. Este es uno de los grandes problemas. Es decir, cómo resolver el dilema ético de no convertirte en policía pero tampoco ser el amigo de nadie, porque no es la estrategia ni convertirte en algo blandito en donde todo el mundo se cuela, ¿sabes? (E. 1)

No obstante, como bien se ve en las dos citas que proponemos a continuación, no todos los profesionales rehúyen el ejercicio de control. Se entiende y se acepta como parte de la intervención, en unos ámbitos de forma más evidente que en otros, y se incor­ pora como un elemento positivo en el ejercicio de protección de los derechos sociales. Ahora sí entiendo qué es control y no me ha importado ejercerlo, porque he consi­ derado que un trabajador social era un individuo delegado por la sociedad para proteger a aquellos que en un momento determinado eran más débiles para poder resolver sus derechos. Yo si lo he ejercido, lo he ejercido sabiendo que eso creaba una situación de rechazo por parte de la persona atendida o por el entorno de la persona atendida v tam­ bién un rechazo por parte de los profesionales, los equipos en los que yo trabajaba. (E. 4) 30

Evidentemente existe en este contexto..., pero siempre hay posibilidades para implicar al otro en el proeeso de decisión: explicarle los alternativas, preguntar cómo lo ve él. qué considera que seria mejor para su propio proceso, hacerle participe. Al principio no me gustaba, me resistía a identificarme en mi Junción de control, pero estoy ahí. es inevitable. ¿Por qué no sacarle el máximo provecho? (E. 13)

Y, por último, se aborda el principio de autodeterminación como otro de los dilemas identificados en la práctica. Para una de las entrevistadas la autodeterminación es: Para mi ¡a autodeterminación es el principio más importante que ha ejercido una enorme influencia sobre toda mi carrera, porque me parece que lo más difícil que he aprendido y no sé si he logrado todavía es: ponerse en la situación del otro, para ver cómo el otro ve su problema, que es una fiase que desde la escuela la hemos oido millones de veces pero es muy difícil de practicar. Ponerse en el lugar del otro significa dejarte limpio de todas tus proyecciones y de todas tus vivencias. (E. 4)

Sin embargo, como se dice en la cita, ponerse en el lugar del otro es dificilísimo. De ahí las preguntas que se plantea la siguiente entrevistada. ¿Qué suponen estas preguntas? ¿A quién se las plantea? ¿A la entrevistadora? ¿A los trabajadores sociales en general? La pregunta dirigida a sí misma ¿no supone tener una gran dificultad para decidir de acuerdo a una norma ética de cuidado a los demás? Yo he trabajado en un sitio con gente que tiene VIH y me dicen que tienen relacio­ nes sexuales sin preservativo. Pues a mí en lo personal me parece terrible, me parece inmoral, pero yo... ¿De qué manera puedes obligar a alguien a cosas que dependen de él y de su vida y de su decisión? Porque para mí es un problema que una persona con VIH tenga relaciones sin preservativo, pero ¿puedes castigarle en su habitación sin que salga o comunicárselo al resto de la población? (E. II)

Pensamos que el rol de informador-educador que ha de cumplir el trabajador social en este caso es necesario. Se ha de ocupar de ayudarle a hacerse responsable de su actuar con el otro (puesto que el ejemplo que se había presentado a la entrevistada tenía que ver con el posible daño a un tercero identificado) para que se entere del riesgo que corre. A lo largo de las entrevistas y en relación con la dificultad de argumentar sobre los dilemas éticos, hemos continuado encontrando muchos ejemplos que subrayan la confusión a la hora de identificar situaciones dilemáticas, tanto para reconocer que ese escenario concreto refiera un dilema ético como en su abordaje. No obstante, no todas las profesionales, como acabamos de ver en las citas anteriores, padecen dicha confusión; mas, en estos casos, no es desdeñable revelar al lector que existe en cada entrevistada una relación substancial entre formación y capacidad de nombrar e intervenir.

Conocimiento y poder En el prólogo se han dado argumentos sobre la necesidad de la reflexión epistemo­ lógica. Aquí abundaremos más en ello y, puesto que se trata de un tema transversal a 31

todo el libro, no dejaremos de hacerlo en el resto de los capítulos. Por un lado, porque la complejidad debe ser tratada, como dice Wagensberg, y por muchas resistencias que pongan los profesionales no va a haber otro remedio que reconocer que sólo puedeser tratada en el diálogo entre la teoría y la realidad. Y, por otro lado, porque, como se indica en el título de este apartado, el conocimiento es poder. Y el poder lo necesitamos los profesionales no sólo para ejercer la tarea con rigor, sino también para orientar a los ciudadanos en sus derechos. Banks en este punto, sobre los derechos de los usuarios, cita el concepto de “nuevo profesionalismo” como aquella conducta profesional que “requiere una educación especial y se adhiere a un código profesional de ética, al tiempo que intenta conside­ rar al usuario más bien como a un participante activo (...). Por ejemplo, el fomento de la autodeterminación del usuario se amplía ahora para incluir su participación en la toma de decisiones” (1997: 121). Más allá de las relaciones que establece Banks entre estos enfoques y la ética, nuestra propuesta en este libro es que el enfoque de la capacitación, al igual que el de la implicación del usuario en la planificación y la oferta de los servicios en la atención comunitaria, así como el apoyo a la motivación de las personas o grupos para que tomen conciencia de su propio poder y entren en acción por propia iniciativa, son formas de intervención que hoy estaría bien recrear. Este sería un ejemplo para establecer un diálogo entre la teoría y la práctica a modo de investigación-acción-participativa. Pero la urgencia y la falta de tiempo en los contextos cotidianos de trabajo suelen ser la justificación automatizada. Se reivindica constantemente más tiempo para la in­ tervención profesional desde una perspectiva fundamentalmente práctica. Desde hace mucho tiempo se ha internalizado que ante la necesidad precisamos del recurso, ante el problema necesitamos la solución, ante el usuario, algún tipo de respuesta tangible. Esto es, buscamos dirigir nuestros pasos hacia el hacer o actuar sin atender aquellas cuestiones previas que orienten o supongan criterios rectores que le den sentido. Sin embargo, cabe también preguntarse si, con menos urgencia y con más tiempo. las acciones profesionales del trabajo social pudieran ser precedidas de algún qué y por qué convenidos en favor de un cómo. ¿Qué hay que hacer exactamente y por qué hay que hacerlo? En consecuencia, ¿cómo conseguirlo y qué método es el más adecuado para ello? Las entrevistas suelen utilizarse a veces para reflexionar o para reivindicar. Aquí vemos que se reivindican “espacios de reflexión” de manera automática. Pero también se hace autocrítica: no se analiza “qué es lo que queremos...”. En este punto no podemos menos que seguir insistiendo en que no hay posibilidad de reflexionar sin elementos de análisis que alienten los criterios teóricos de la intervención. Yo creo que en sitios Je trabajo como este, tan enloquecidos, en los que ha\' muy poco tiempo, no hay margen para la reflexión. Esto se produce en contadas ocasiones, cuando realmente hay un problema serio... si no. te dejas llevar por lo cotidiano, por el hay que sacar las cosas, hay que, hay que... Pero yo siempre digo lo mismo, no ocurre nada aquí dentro que no ocurra fuera, es decir, somos reflejo de la sociedad. Entonces los espacios para la reflexión son muy pocos, y desgraciadamente en estas profesiones 32

tan importantes... Y sobre todo aquí, que se trabaja con personas y lo más difícil de las personas, un momento de quiebra en la salud... y lo importante seria buscar la reflexión y bien lejos de ello lo que hacemos es ir a la velocidad del rayo que es lo que

está marcado por la institución. (E. 10) Pues al salto, no debería, pero está sin reflexionar, nunca me lo había planteado. Creo que no debería, pero a lo mejor me pones un ejemplo y te digo ah pues sí. Pero sin meditarlo creo que no, creo que no... (E. 11) Faltan espacios de reflexión y de análisis de qué es lo que queremos, cómo queremos hacerlo... Hay espacios de ejecución, de toma de decisiones inmediatas y' de informar, pero no de reflexionar. (E. 5) Andamos demasiado agobiados en el día a día. (E. 1)

“El dejarse llevar”, “el ir a la velocidad del rayo o al salto”, “el agobio constante”, “la existencia de espacios de ejecución, pero no de reflexión o análisis”, a priori pa­ reciera advertir que no son los estados profesionales más favorables para poder hablar de la necesidad de marcos teóricos o estructuras conceptuales para la reflexión. Asi­ mismo, estos estados tampoco debieran ser los más favorables para llevar a cabo una intervención social profesional. Imaginemos a un conductor que va por una carretera secundaria bastante deteriorada (así suelen ser los contextos habituales en los que se mueven los trabajadores sociales) conduciendo a una velocidad de 180 kilómetros por hora (estado habitual expresado por los profesionales). Parece evidente que el peligro no sólo estaría asegurado para quien osa ponerse delante o al lado con la intención de advertir al conductor de que su actuación arremete contra una ética cívica, sino para todos los ocupantes del coche, para el resto de coches que circulen por la misma vía y, no lo olvidemos, para el propio conductor. Comparar la actuación profesional del trabajo social con la de un conductor teme­ rario quizás pueda parecemos un tanto exagerado, pues la intención del profesional se presupone “buena” y la del conductor aparentemente, aunque no sea la intención real, transgresora e irrespetuosa. Pero más allá de las intenciones, buenas o malas, tenemos dos escenarios de actuaciones inadecuadas en contextos inadecuados. Esta sería la similitud y, por tanto, en ambos casos se podría hablar de temeridad. Actuar en este estado inadecuado muchas veces es el efecto de la vivencia institu­ cional de los profesionales. La institución demanda un ritmo, la institución requiere una serie de funciones y objetivos previamente definidos, la institución pide eficacia, la institución oprime e impide, la institución tiene unas prioridades distintas a las del trabajo social. Pero ¿quién es la institución? ¿Quiénes la conforman? ¿No se habrá convertido la institución en un chivo expiatorio abstracto donde depositar algunas de nuestras inseguridades o incapacidades? La falta de autonomía frente a la institución tiene su origen, según Vélez, en la falta de teoría y reflexión o manipulación de las mis­ mas. Dice así: “ El uso racionalizador, acrítico, descontextualizado y dogmático que el trabajo social ha hecho de las teorías sociales, buscando en ellas respuestas operativas e instrumentales que le permitan dilucidar problemas propios y específicos de la práctica, ha marcado la conducta profesional signándola de un activismo y pragmatismo que se traduce en falta de autonomía frente a las imposiciones institucionales, predominio 33

de la perplejidad para enfrentar la incertidumbre y desplazamiento del conocimiento como orientador y guía” (2003: 17). Los profesionales expresan que es la institución la que no permite un tipo de inter­ vención que contemple etapas de estudio o propuestas a largo plazo. Al mismo tiempo los trabajadores sociales reciben casos con un alto grado de complejidad y, aunque en muchas instituciones se desconocen las funciones del trabajo social, se ha de intervenir, hacer “algo”, dar “algo”. Lo substancial aquí sería preguntarnos si esta ignorancia es fruto del reflejo de lo que la propia profesión proyecta. La institución lo que quería era que resolviéramos cosas que a ellos se les escapa­ ban de las manos y que no sabían muy bien cuál tenía que ser nuestra actuación, pero creían que con que resolviéramos un problema puntual de alojamiento, de subsidio, de realojamiento familiar o de vuelta a la reincorporación al trabajo de una persona temporalmente alejada por su enfermedad ya era suficiente. No querían de nosotros un estudio en profundidad del caso, un diagnóstico y una propuesta de tratamiento revisable según las consecuencias a largo plazo, es más, eso les parecía a los miembros del equipo un intrusismo en los campos de actuación de otros profesionales. (E. 4) Hay una canción que a veces canto: “toda la vida igual, de rutina insoportable, toda la vida igual, no hay cariño que lo aguante ”. Los trabajadores sociales se han imbuido en un uniforme del que no te sales, y si el papel dice esto, pues esto, y si dice tal pues tú lo haces... y eso está bien pero te impide que puedas plantear otra cosa (E. 14)

No obstante, no podemos obviar que los trabajadores sociales están atendiendo a malestares que han sido excluidos de otros ámbitos profesionales, que la complejidad y la multiplicidad de necesidades de los mismos muchas veces desorienta y produce una sensación de impotencia. Dice Esperanza Molleda, como trabajadora social, que: “La definición por exclusión de nuestro objeto de trabajo nos lleva a hacemos cargo de todo tipo de malestar que no es fácilmente ubicable en otros lugares, nos lleva a hacemos cargo de las fonnas de malestar más indefinidas, de las peor formuladas y de las más complejas, aquellas en las que se mezclan dificultades de todo tipo: físicas, psíquicas, educativas, económicas, relaciónales, sociales, etc. La segunda consecuencia, derivada de la penuria económica de nuestros usuarios, nos lleva a que gran parte de nuestras energías laborales se dediquen a solucionar sus condiciones materiales y económicas. Esto acaba desorientándonos por completo tanto a la hora de pensar las razones por las que esa persona ha llegado a estar en unas circunstancias tan precarias como a la hora de dirigir nuestra intervención, que se queda fijada en el “cubrir necesidades” sin poder avanzar en otro sentido” (2008: 142). Así, entre la urgencia y la falta de tiempo, entre la institución y sus demandas o la indefinición de las mismas, entre la complejidad de los casos que llegan a los recursos, el profesional actúa como “buenamente puede”, sabe o intuye, “salvando la situación” y, como ya hemos señalado anteriormente, las respuestas pueden ser tan variadas como el número de trabajadores sociales existente. Estas diferencias son pertinentes para una seria reflexión ética, pues las personas que vienen a los serv icios sociales no pueden estar en manos de decisiones individuales, ni el profesional tampoco debiera aceptar 34

un poder y una responsabilidad tan ostentosos. ¿Por qué llegamos a asumir tal ejercicio de poder: por ingenuidad o por omnipotencia? Yo creo que al final cada uno intenta llevar su situación como buenamente pueda o intentar salvar un poco la situación. (E. 7) Se nos plantean los debates óticos cuando surgen, los debates o el análisis de casos... entonces hay diferentes visiones en cómo se plantearía. Hay personas que a lo mejor un determinado caso lo plantearía de una manera y otra lo plantearía de otra. (E. 2)

No se trata de abandonar el cómo hacer ni el hacer en sí mismo; no se pretende, ni mucho menos, infravalorar las posibilidades de la gestión de recursos; no se trata tampoco de demonizar la institución puesto que formamos parte de ella. Se trata, fun­ damentalmente, de crear espacios que posibiliten unificar criterios para dar respuestas éticas, compartidas, competentes y profesionales, puesto que mientras continúen las dicotomías entre el cómo hacer y el por qué hacer, mientras teoría, técnica y ética no vivan integradas en la praxis del trabajo social, mientras el gestor de recursos gane terreno al profesional reflexivo no sólo nos estaremos jugando cuestiones referentes a la ética, sino estará peligrando constantemente la propia identidad profesional. Al hilo de estas dicotomías y de la falta de tiempo que dicen tener los profesionales para la reflexión sobre los problemas que se les plantean en la intervención, volvemos de nuevo a una de las funciones identificadas como dilemáticas en el primer apartado de este capítulo -la de control- y su relación con la cuestión del poder. Y es que no podemos menos que preguntamos en este momento cómo ayudar a resolver esta impor­ tante cuestión. Conocimiento y poder es el título de un libro de Norbert Elias que nos inspira el contenido de lo que pretendemos tejer entre este apartado y el siguiente. El planteamiento que se hace en este apartado ha sido inspirado en una de las cartas de T. Zamanillo, como directora de la revista de Cuadernos de Trabajo Social (número 14), en la que señala que acceder a un conocimiento más profundo y más amplio que nos permita abarcar mayores y más comprensivos medios de orientación, incrementaría nuestro poder profesional y político y ayudaría a aumentar asimismo el de los sujetos con los que trabajamos. Pero para muchos profesionales es un dilema ejercer la función de control, ya que el control refiere a una posición de poder respecto a las personas y se vivencia como juicio o sanción en lugar de entenderse como función que garantice la consecución de derechos sociales. Esta es una de las propuestas centrales de este libro: recuperar la dimensión política de la profesión con el objeto, repitámoslo, de aumentar el poder de las personas con las que trabajamos y a las que acompañamos en sus procesos de recuperación de su dignidad. Como ya hemos visto, los escenarios narrados obstaculizan la reflexión de lo que llevamos a cabo y una de esas cuestiones sería la toma de conciencia sobre el poder, su correspondiente crítica y un ejercicio responsable del mismo. No saber del poder profesional y del poder del usuario no significa que no se esté ejerciendo, puesto que las intervenciones sociales parten, normalmente, de espacios que lo posibilitan. Mas el ejercicio del poder puede no estar respondiendo a los principios y valores de la profe­ 35

sión y tampoco, quizás, se esté teniendo en cuenta el poder de todos los participantes en ese proceso de transformación. Por eso es importante recobrar y nombrar la dimensión política de la disciplina y recuperar el deseo de ejercer influencia política con nuestros actos profesionales. Se trata de adquirir cada vez más poder para dotarlo a los grupos vulnerables y, por tanto, crear las posibilidades con el fin de lograr una capacitación progresiva para ejercer la acción transformadora en el medio en que viven los grupos de la población con los que trabajamos. Para desarrollar este argumento nos vamos a referir, en primer lugar, a un analista español de los servicios sociales, Sebastián Sarasa, quien señala que “si en el período final del franquismo en España y en los inicios de la democracia existía una clara con­ ciencia de que no podía vaciarse la labor profesional de contenidos políticos, en estos momentos se generaliza la convicción de que para problemas de tipo político ya existen los canales adecuados para resolverlos y estos son ajenos a la tarea de los trabajadores sociales. El profesional tiende a trabajar problemas de orden técnico (solucionar pro­ blemas individuales, organizar actividades deportivas o culturales, gestionar grupos de ayuda mutua, cursos de formación profesional, etc.) y renuncia a intervenir en aquellas situaciones que, al presentar contenidos reivindicativos, adquieren la condición de políticas” (1993: 166). Por estas razones, para el autor antes citado “resulta paradóji­ co que unos profesionales preocupados por la marginación descuiden un aspecto tan importante como es el escaso poder para definir las políticas que tienen los colectivos a los que se dirigen” (op. cit., 312). Y es que el poder puede decirse que se ha convertido en un concepto desvirtuado, ya que se pone más el acento en la carencia que en lo potencial, es decir, la carencia de aquel que no puede decidir ni hacer nada porque está bajo el influjo de una fuerza dominadora. Por tanto, entendiendo el poder únicamente en el sentido de dominación, nadie, conscientemente, en principio, quiere ostentarlo ni ejercerlo porque parece no responder a conductas de respeto hacia los otros. Pero salvando las distancias de lo desvirtuado, el primer significado del poder es “potencia”, “capacidad para algo”. Y así, “actuar en el mundo, decidir, relacionamos con los otros, negociar, adoptar un rol u otro en un grupo, aprender a manejar conflictos, es tener poder” (Zamanillo 2008: 138). Como ya hemos adelantado, se puede tener poder y no saber que se tiene, no tomar conciencia de él e, incluso, ser un poder de dominación respecto a las personas con las que trabajamos. La posición paternalista, que bien conocemos en trabajo social, respondería a ese tipo de poder, puesto que se puede llegar a interv enir en la vida de otro sin hacerle partícipe, sin dotarlo de poder para decidir sobre él mismo. En este sentido tenemos en nuestra literatura profesional numerosas nomenclaturas asignadas a las personas que acudían a los servicios profesionales: pobres, pacientes, necesitados, seres humanos carenciales, marginados, persona desordenada, hombre desajustado; palabras, todas ellas, que vaciaban de poder a la persona y concedían al profesional una situación de dominación. Luego la palabra también es poder, la palabra puede

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capacitar o discapacitar al otro. En la siguiente cita vemos a una profesional que tiene conciencia de su poder: Jo he hecho la intervención directa; te inviste de una capacidad y poder que tienes que manejar con mucho cuidado, porque trabajos con una persona que te otorga muchí­ simo poder. El otro viene a pedir ayuda, no quiere decir que sea más débil, pero viene a pedir ayuda, v tú estás en la posición del que decide si la da o no la da... En el rol de director tú también estás en una posición de poder. Tienes la capacidad de escuchar una situación pero también la capacidad de decidir... O sea. que ahí creo que también tienes que ir con muchísimo cuidado. (E 14)

Dentro de las funciones del trabajador social cabe la posibilidad de emitir informes sociales que contribuyan a discapacitar a una persona. ¿Tenemos o no tenemos poder, entonces? Nosotras aquí queremos advertir de que no ser conscientes del poder que tiene el trabajo social puede convertirse en una irresponsabilidad. Por tanto, hay que conocerlo para “usarlo en beneficio de uno mismo a la vez que beneficiamos a los otros” (Zamanillo, 2008: 138) pensando en las repercusiones que tiene un mal uso del poder en las personas: Yo creo que tenemos control, un trabajador social muy de a pie tiene control y tiene poder sobre determinadas decisiones, juicios y orientaciones en cada caso, ¿no? Y a veces da miedo, dependiendo quién lo lleve a cabo puede ser un peligro, ¿no? Tenemos también la capacidad de influir en otros profesionales, tenemos muchísima información, muchísimos argumentos, pero se piensa poco en la repercusión que se pueda tener. La decisión que se toma en un momento determinado de tutelar a unos hijos, por ejemplo, o de otras cosas, o de admitir o no admitir a una mujer en un centro (...) o en juzgados, ya no digamos, cuando hay un informe para unjuzgado... Yo creo que habría que insistir

mucho en la formación y en la reflexión de los trabajadores sociales. (E 6) Tomando como referencia a Adorno, que decía que “una democracia exige perso­ nas emancipadas” (1998: 95), proponemos que el trabajo social exige profesionales emancipados para poder así generar procesos de empoderamiento y emancipación de las personas. Esto es, pasar de una actitud pasiva y carencial a otra que reconozca y haga conciencia de las capacidades a partir de las cuales podemos desarrollar acciones y transformaciones en nuestro propio beneficio y en el de los demás. Y a partir de ese reconocimiento del poder personal, sabiéndonos “diferentes pero incluidos en el cuidado de la polis”, podremos participar activamente en la política social. Ya que “una ciudadanía activa sería aquella que se sitúa en una relación dialéc­ tica con el poder y participa en la vida pública problematizando la actuación política” (Zamanillo, 2008: 158).

Horizontes de la ética profesional Como ya apuntábamos, la ética está compuesta por tres dimensiones interdepen­ dientes: la teleologica, la deontológica y la pragmática. Durante las entrevistas, para 37

abordar la primera dimensión, preguntamos a las profesionales acerca de los fines de la profesión y los principios éticos que fundamentan y dan sentido a su práctica, los que adquirieron durante la formación o los aprendidos a lo largo de su ejercicio profesional. Los principios que han aflorado con bastante espontaneidad y casi con exclusividad son aquellos referidos al valor, al respeto, a la autonomía y a la autodeterminación de las personas con las que se trabaja. Para mí es fundamental el respeto, la tolerancia, el cuidar al otro, saher el ámbito en el (¡ue estás y cumplir el papel encomendado. Fundamentalmente es el respeto, el respeto... es que me sale respeto, respeto, respeto... (E. 15) Respetar la autonomía del otro... (E. 11) Yo recítenlo mucho, por ejemplo, lo de la autodeterminación de la persona, el respeto a! usuario, por supuesto. (E. X) Y siempre, creo, que el mayor principio que he mantenido es la confianza en el ser humano, la confianza en la capacidad de este de tomar las riendas de su s ida, en que la relación de ayuda es una relación para enseñar a pescar en vez de dar el pescado, esto está ligado a la autonomía. (E. 14) Para mi, lo más importante que aprendí en miformación, en la escuela, era el respeto a! individuo y considerar a cada sujeto verdaderamente único. (E. 4)

Si bien es cierto que el valor de la persona, su libertad y capacidad de decisión son centrales en esta enumeración de principios, hay que destacar la ausencia de aquellos otros que refieren a miradas más amplias y que años atrás encabezaban las argumen­ taciones sobre la finalidad de la profesión: la justicia social, el cambio social, el bien­ estar general, etc. Mas no es de extrañar que sean estos los principios que están más presentes en la memoria de los profesionales hoy en día. ¿Se habrá instalado acaso el individualismo en nuestra mirada y, en consecuencia, en nuestras prácticas profesionales, priorizando los cambios y responsabilidades meramente indis ¡duales, en detrimento de transformaciones de carácter más global? ¿Se nos habrá o!\ idado que las personas, que son las auténticas legitimadoras de nuestra profesión, no son individuos indivisibles y aislados, sino sujetos enraizados en una realidad social y que se transforman en la interacción con el entorno y v icev ersa? Hay que reconocer también que esta mirada responde a nuestra sociedad v cultura actuales. Así, el individualismo, como sostiene Charles Taylor ( 19Ó4). no es más que una consecuencia del malestar producido por el desencanto o desconfianza en el mun­ do. Ya no estamos en esos espacios mecánicos, manipulables, lineales v predecibles de la modernidad, ni siquiera tiene matices sucesorios; la posmodemidad es fruto de la sospecha del tiempo anterior que nos lanza, sin más posibilidad, a la incertidumbre, confusión y complejidad de la realidad social. Asi, despojados de seguridades v teniendo que responder a nuevas organizaciones sociales donde no sabemos muv bien qué se espera de nosotros, el carácter personal se corroe, como afirma Richard Sennet. el yo va tomando una significativ a central idad y se va perdiendo el interés por aquello que va más allá de uno mismo (el otro, la sociedad, la institución). Estos argumentos nos conducen a defender que en la dimensión teleologica uno de los fines fundamentales de la profesión es el elemento ético-político, porque la ausencia 38

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en el discurso sobre elementos que trasciendan lo meramente individual puede traducirse en una pérdida paulatina de la mirada política. ¿A qué nos referimos con “la mirada política"? A la dimensión de “acción y reforma social” que subrayaba Mary Richmond; a la transformación de las estructuras sociales, promovida por la reconceptualización; y a las definiciones más actuales adoptadas por la Federación Internacional de Traba­ jadores Sociales, como por ejemplo la del 2004 en Canadá, que sitúa la intervención profesional en la interacción del individuo con el entorno. No pensar el trabajo social como profesión que ha de contemplar y analizar las estructuras sociales y la política social, no considerar la realidad social como una suma de individualidades conectadas e interdependientes, ni siquiera imaginar el bienestar común y la justicia social como los objetivos globales de la profesión, es la gran ausencia del trabajo social de hoy. Las primeras trabajadoras sociales concebían que la dimensión política formara parte de las funciones o maneras de intervenir. Desde los comienzos, ya apuntaba Mary Richmond que el trabajo social de casos sólo era una de las formas de trabajo social y que esta tenía que estar interrelacionada con el trabajo social de grupos, la acción y reforma social y la investigación social. Por tanto, el individuo, aunque se le pueda atender de forma aislada y directa, es un ser en sociedad que pertenece a distintos grupos y los integra. Ambas intervenciones, tanto la individual como la grupal, dice nuestra precursora, deben tener un objetivo idéntico en mente: “una acción y reforma social que persiga la mejora de las condiciones de vida de las masas, principalmente mediante la propaganda social y la legislación social” (1995: 162). Asimismo, es importante también rescatar de su argumento la consideración que concede a la investigación social, que no sólo la eleva a una forma de hacer trabajo social, sino que su misión de recabar datos en la realidad donde interviene el trabajo social y su consiguiente reinterpretación es necesaria para la acción y reforma social. Si continuamos indagando en esa mirada política, a lo largo de los hitos de la historia del trabajo social, podemos encontrarla integrada como elemento central en la reflexión impulsada por el movimiento de la reconceptualización en la segunda mitad del siglo XX. En este caso la dimensión política escondía una pretensión revolucionaria que, en ocasiones, confundía profesión con militancia. Fue, sin duda, un producto de su época. “El objetivo es lograr que el sujeto haga una crítica reflexiva para transformar las estructuras sociales, y conseguir así su emancipación (puesto que) no es posible salir del subdesarrollo y la dependencia sin plantear cambios radicales en la sociedad” (Zamanillo, 1991: 43). Vemos así que la transformación de las estructuras sociales y los cambios en la sociedad han de ser una consecuencia de las transformaciones del propio sujeto; por tanto, la finalidad del trabajo social, su telos, pretende cambios que vayan más allá del individuo, que persigan el bienestar de la humanidad. Pudiéramos pensar que como los horizontes profesionales se van revitalizando y actualizando a lo largo del tiempo, esta dimensión o mirada política, quizás para mu­ chos utópica e inalcanzable, ha sido sustituida por otra más centrada en el individuo, considerando que era más realista y tangible. Posiblemente este cambio se haya ido colando sin darnos cuenta en los contextos y prácticas profesionales y, sin embargo, no en un consenso consciente y reflexivo de toda la profesión. Es necesario recordar que 39

actualmente, en la definición del trabajo social, mantenemos la mirada política pro­ puesta tanto por Mary Richmond en los inicios de la profesión como por las reflexiones entonadas por el movimiento reconccptualizador. Dice bien claro la última definición de la Federación Internacional de Trabajadores Sociales', citada anteriormente que: “El trabajo social promueve el cambio social, la resolución de problemas en las relaciones humanas y el fortalecimiento y la liberación de las personas para incrementar el bienes­ tar. Mediante la utilización de teorías sobre el comportamiento humano y los sistemas sociales, el trabajo social interviene en los puntos en los que las personas interactúan con su entorno. Los principios de derechos humanos y justicia social son fundamentales para el trabajo social”. Quizás esta definición resulte criticable por su magnificencia concretada en eso de “la liberación de las personas”, pero viene a colación citarla en este momento para destacar los principios de bienestar, justicia y derechos humanos. Hoy, como vemos, se mantiene en el discurso general la misma dirección que dotaba de sentido y legitimidad al trabajo social en sus comienzos y a lo largo de su trayectoria; pero si el discurso no se traduce, sintoniza y experimenta en el ámbito de la práctica, si no encuentra cabida o se ausenta, ¿qué estará sucediendo? ¿Estarán cambiando los horizontes de la profesión? ¿O simplemente la sociedad está transformando a los indi­ viduos sin ningún tipo de protagonismo o conciencia por parte de estos? Estas preguntas pueden alertarnos de una pérdida de la mirada política o sospechar, al menos, que un elemento constituyente del trabajo social se ha convertido en algo accesorio. Por tanto, en tiempos de confusión e incertidumbre posmodema se toma casi imprescindible agarrarnos con firmeza a esos sentidos que nos constituyen y legitiman profesionalmente ante la sociedad. Tal como señalábamos al comienzo del apartado, el segundo componente de la ética, que se encuentra a caballo entre la abstracción de los principios y valores y la concreción de estos en cada caso, alude a la dimensión deontológica. Toda profesión, normalmente, está avalada por un código deontológico donde se recogen v ordenan esa serie de valores y principios, y al que se puede acudir como apoyo en situaciones dilemáticas. Ahora bien, aunque el código deontológico pretende un nivel mavor de concreción, no es un recetario ni exime de la consiguiente reflexión de cada caso concreto. Sin embargo, puede ayudamos a centrar, ubicar y encaminar las posteriores resoluciones, ya que contiene acuerdos comunes para toda la profesión. Hemos preguntado a los profesionales sobre el conocimiento que tienen acerca del código deontológico y su utilización. Todos los profesionales saben de su existencia, en algunos casos han leído parte de su contenido o lo utilizaron de manera puntual, sin embargo, no es una herramienta que se maneje con cierta asiduidad ni se perciba como necesaria. No lo utilizo. Quizás estaría bien. pero, por ejemplo, cuando me hablas del código deontológico, es como una enumeración de principios y punto pelota, l omos, quiero decir que tampoco es que sea un apoyo, o sea... cuando lo vimos en el Consejo, vo recuerdo que era como una enumeración de principios, ¿no?, que eran ob\ ios... (E. 7) 'www.ifsw.org.

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La escasa utilización e incluso el poco reconocimiento que se le concede, dándole un tratamiento de obviedad, está relacionado con el desconocimiento. La confusión e incomprensión tiene que ver con la formación de los profesionales de trabajo social. Durante la carrera, normalmente, la ética aparece como una asignatura no siempre obli­ gatoria, que estructura su contenido en función del tiempo del que dispone, un tiempo que normalmente no permite más que intentar dar a conocer los valores y principios más relevantes del código profesional. Teníamos una asignatura de ótica y trabajo social. Lo que vimos fue el código deontológico y fuimos destripando el código. (E. 11) No recuerdo especialmente que existiera una asignatura de ética, al menos en mi año no... Recuerdo principios que he ido integrando que responden a aspectos concretos de la práctica profesional y que en ocasiones he visto compartidos con otras disciplinas como la psicología... (E. 13)

De ahí que uno de los horizontes que proponemos en este trabajo es el de adquirir una mayor formación en ética. Por esta razón, nos parecía fundamental y de gran interés incorporar en este capítulo unas palabras de la entrevista realizada a Ma Jesús Úriz4, estudiosa y docente de ética en trabajo social. En la entrevista queríamos conocer, en­ tre otras cuestiones, cuál podría ser aquella formación ideal que ayudara a los futuros profesionales a estructurar, afianzar, adquirir e integrar las competencias éticas del trabajo social para un desarrollo responsable de la tarea. ¿Qué formación ética debería recibir un profesional del trabajo social? Yo a nivel de contenido, no sólo por asignaturas, si pudiera estructurarlo de una forma global, lo tengo muy claro, cogería las tres dimensiones de la ética profesional: la teleológica, la deontológica y la pragmática. Claro, eso es, primero saber ¿qué es el trabajo social? La dimensión teleológica de la ética del trabajo social... ¿Qué es el trabajo social y en qué consiste? ¿Cuál es la finalidad, cuáles los valores fundamen­ tales, qué teorías éticas hay detrás?... Luego la deontología. A veces pensamos que el código deontológico es lo único que hay en ética profesional, y no, es una parte. El

código deontológico es muy importante pero es una parte solo de la ética profesional... Y también la pragmática es muy importante porque tienes que detectar dilemas éticos, clasificar dilemas éticos, resolver dilemas éticos, tener distintos métodos, modelos de resolución de dilemas éticos, ver qué perspectivas hay y aplicarlas a casos concretos.

Pero si dejamos por un momento la referencia a una formación ética ideal y atende­ mos la situación real existente, lo primero que llama la atención, al revisar los diferentes planes de estudio de la geografía española, es que no todas las escuelas o departamentos de trabajo social integran la asignatura de ética como una competencia obligatoria que ha de ser adquirida. Esto pone de manifiesto que el problema del desconocimiento o 4Ma Jesús Úriz Pemán es profesora responsable del área de Ética del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Pública de Navarra y directora del equipo de investigación EFIMEC (Ética, Filosofía y Metodología de las Ciencias Sociales). Muchas de las reflexiones sobre los dilemas éticos que aparecen en este capítulo se han ido hilvanando a partir de las conversaciones contenidas en esta entrevista.

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valoración de la ética no radica simplemente en el interés del profesional, sino que la institución formal iva tiene gran parte de responsabilidad al no incorporarla como materia nuclear en el proceso educativo de los futuros profesionales. lis que la asignatura de ética debería ser obligatoria, no optativa, porque yon con­ tenidos que dehe saber Unió trabajador social, no algunos si y otros no dependiendo de su interés o no por ¡a ética. I sa competencia la tienen que adquirir. ¿Cómo la van a adquirir si no has dado ninguna asignatura en relación de dilemas éticos o ser consciente de los dilemas éticos
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Las complejas e ineludibles relaciones entre ética, teoría y técnica

Ma Concepción Vicente Mochales

oy es preciso y urgente sincronizar la ética con la teoría y la técnica, se decía en la introducción de este libro. De ahí que en este apartado se propone reflexionar sobre la coherencia que existe entre los tres componentes de la intervención señalados: ética, como la base para la formación de los sentimientos; teoría, como los cimientos para un ejercicio profesional, lo más alejado posible de las prenociones que envuelven nuestro quehacer profesional diario, y técnica en conexión con el saber ético y el conocimiento teórico. Estos son los elementos centrales de este capítulo, porque los fallos técnicos, éticos y teóricos forman un continuum difícil de disociar; o dicho de otra manera, los errores técnicos y teóricos tienen su reverso en fallos éticos, aun cuando no se haya tomado conciencia de ello. Este es el planteamiento de Etchegoyen para el psicoanálisis que se citó en la introducción. Y esta es la intención de este ca­ pítulo: ofrecer líneas de reflexión para lograr una conducta profesional rigurosa en el hacer, en el pensar y en el sentir. De lo contrario, fácilmente podemos llegar a conver­ tirnos, en ocasiones, en “profesionales de riesgo”, término acuñado por Ruth Rochen, trabajadora social argentina1. Por todo lo dicho, a lo largo del capítulo pretendemos reflexionar sobre las apor­ taciones de las diferentes trabajadoras sociales2, compañeras de diferentes ámbitos laborales que, generosamente, se han prestado a colaborar en esta investigación. Reco­ rreremos junto con ellas algunas cuestiones relacionadas con las prácticas del trabajo social y las teorías que las sustentan, con la intervención y las diferentes técnicas que las acompañan, y sobre todo con la ética que imbrica teoría y técnica. En primer lugar, nos detendremos brevemente en algunos de los conceptos a los que, a lo largo de estas páginas, vamos a referirnos. ¿Qué es la ética? ¿Qué es la moral? Y ¿qué relación tienen unos conceptos con otros? La ética es la rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es la moral. Pero los términos moral y ética suelen identificarse en la práctica. Ambos significantes tienen una función práctica y se refieren, aunque no

H

'Clase impartida en la Escuela de Trabajo social de la Universidad Complutense de Madrid por Ruth Rochen en marzo de 1998. JEn todo el texto la referencia es a las y los trabajadoras/es sociales encuestadas y, en general.

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de forma exclusiva, a situaciones conflictivas en la vida de los sujetos en las que se ha de tomar una decisión. Por dimensión ética entendemos un conjunto de principios y reglas morales que regulan las relaciones humanas. Las categorías “valor y “ética son diferentes aunque se solapan; así, nos referimos a valores éticos como “aquellos ligados a la dimensión valorativa bondad-maldad” (Sánchez Vidal, 1999: 47). Ll fin de la ética es discernir y realizar el bien. Partimos de una visión integral del hecho moral que considera los valores morales no sólo como una forma de disciplina y control, sino como camino positivo para lograr la transformación de las condiciones existentes que provocan sufrimiento a los individuos. Los seres humanos necesitamos orientaciones morales para dilucidar qué es relevante, para juzgar situaciones, para dirigir nuestra propia vida. Su ausencia genera malestar, por ello nos proveemos de dichas orienta­ ciones. La reflexión ética nos exige formar nuestra conciencia en el hábito de decidir moralmente. Los problemas éticos surgen en la intervención del trabajo social cuando hay que tomar una decisión difícil, mientras que los dilemas éticos implican un conflicto entre principios tales como, por ejemplo, entre el principio de autodeterminación y una posible incapacitación judicial civil que afecte a las diversas áreas de funcionamiento psicosocial de un individuo. La decisión última, en este caso en particular (y en gene­ ral), “es siempre singular y concreta: no hay artilugios, sistemas o reglas abstractas que puedan evitar o sustituir el juicio y la deliberación humana” (Sánchez Vidal, 1999: 49). El trabajador social se ve urgido en sus prácticas cotidianas a la toma de un sinfín de decisiones. Decisiones que sin duda tendrán consecuencias de diferente corte para los sujetos afectados y para el propio trabajador. Y esto es por los propios cometidos del trabajo social; por la complejidad que encierra dar voz al otro y entender sus presu­ puestos; por el reto que supone acompañarle para aliviar sus sufrimientos o modificar las situaciones que le generan conflicto; por el idealismo que a veces nos acompaña en nuestras acciones, pensamientos y en los fines que atribuimos al trabajo social: por las demandas asistenciales, tan elevadas de los últimos tiempos, que nos aleian de prácticas reflexivas; y, ¿por qué no añadir, también? por la falta de tradición de pensar en términos de ética en la profesión. Las tensiones que se originan entre el control y la ayuda son otra de las fuentes de conflictos éticos en la profesión. Ayudamos, sí. pero a veces en la misma fórmula de la ayuda está la impronta del control. Por ejemplo: ayudar a una familia en su cometido evolutivo de crianza de unos menores puede llevar aparejadas medidas de control y coerción no del todo satisfactorias para la familia y problemas o, a veees, dilemas im­ portantes para el trabajador social; o favorecer la autonomía de un sujeto afectado por una crisis psicótica también puede llevar consigo un ingreso psiquiátrico involuntario, medida de control por excelencia, para favorecer la estabilización clínica y su posterior trabajo de rehabilitación psicosocial. En este sentido, no sería osado conjeturar acerca de las dificultades del colectivo para pensar en términos de concepciones abstractas en filosofía, trabajo social, teoría, práctica y sus relaciones. Ahora bien, no podemos olvidar que, como plantea Adela Cortina: “Cualquier persona tiene que evaluar, obviamente, las consecuencias de sus 46

decisiones, pero igual de obviamente tiene que hacerlo a la luz de sus principios éticos si quiere ser realmente eficaz” (El País, 11-10-2002). Las decisiones, la elección, el tipo de acto que vamos a ejecutar, son todas acciones que surgen de valorar, evaluar varias posibilidades o alternativas respecto a un hecho determinado. Decidimos en función de un complejo proceso en ocasiones, pero no siempre, organizado intersubjetivamente, en donde se ponen enjuego diferentes va­ riables. Una decisión es tomada por el conocimiento de que disponemos acerca de una situación dada y este conocimiento, en relación al trabajo social, es fruto de un saber que emana de diferentes teorías, de la sabiduría, de la experiencia o de sus prácticas, porque la realidad social es compleja y poliédrica. Por ello, las decisiones que ha de tomar el trabajador social en la intervención psicosocial no pueden ser producto del azar, sino de la combinación de la subjetividad que acompaña al actor y de sus mapas y teorías explicativas de la realidad. Ahora bien, ¿qué es una teoría? Epistemológicamente, en sentido amplio, el término alude a un enunciado que remite a un conocimiento que va más allá de los datos, de los hechos que percibimos a simple vista. Las teorías abarcan cualquier campo del saber. Podemos afirmar que todo el conocimiento humano es teórico, dado que va más allá de los simples hechos conocidos en un momento preciso de la vida de un sujeto. Necesi­ tamos conocer para dar cuenta del mundo que nos rodea y de cómo son las relaciones con él y con quienes lo compartimos. En este sentido, podemos compartir con Karl Popper su definición de las teorías: “Son redes que lanzamos para apresar aquello que llamamos ‘el mundo’, para racionalizarlo, explicarlo y dominarlo. Y trataremos de que la malla sea cada vez más fina” (1977: 57). En trabajo social esta cuestión cobra una gran importancia, dado que surge para paliar situaciones de desigualdad social en el complejo y cambiante mundo de la in­ dustrialización del siglo XIX. Van a ser sus prácticas las que generen conocimiento para la disciplina. En esta línea, Payne plantea que “la teoría del trabajo social puede ser entendida como parte de la construcción social de la actividad del trabajo social y cómo esta actividad contribuye de por sí a la construcción de la teoría” (1995: 20). En realidad estas cuestiones aluden a cómo las prácticas del trabajo social en parte construyen las teorías. El del trabajo social es un saber construido alrededor de la praxis en un diálogo permanente entre teoría y realidad social (Kisnennan, 1985 y ss.; Zamanillo, 1987 y ss; Rodríguez, 1992, 2005; Rossell, T., 1999; Grassi, E., 1994 y ss.). Este diálogo entre la teoría y la realidad social es ineludible para poder construir nuevas hipótesis que puedan ir elaborando un cuerpo de conocimiento cada vez más legitimado por la comunidad científica. No es sólo la técnica, entendida en sentido de práctica, la que puede elaborar teorías, como suele afirmarse demasiadas veces. La práctica proporciona experiencia y esta, por sí sola, sin reflexión alguna que la ilumine, puede estar fundamentada en múltiples errores que incurran en prácticas que contraríen los principios éticos más sobresalientes del trabajo social, como, por ejemplo, el respeto a la autonomía y a la autodeterminación de la persona. El trabajo social surge entonces con los discursos de la modernidad y parejo a la aparición de las ciencias sociales que pretenden desarrollar un conocimiento explicativo 47

acerca del individuo y de la sociedad y de sus relaciones. Pero, ahora, en la posmoder­ nidad, los valores y las teorías han sufrido trasformaciones al tener que adecuarse a los nuevos tiempos. Por otro lado, son múltiples las teorías que dan cuenta del objeto y lo definen. Los discursos del bienestar, además, van acompañados de los avances y progresos en materia de servicios sociales. A nuestro modo de ver, estos hechos intro­ ducen cuestiones de análisis importantes en relación con la teoría, las prácticas y la ética del trabajo social, y al modo de conocer de los trabajadores sociales. Los modernos Estados de bienestar, en general, introducen algo novedoso en las prácticas del trabajo social: la gestión y planificación de los servicios sociales que configuran los derechos de los ciudadanos. Sin embargo, estas prácticas han acarreado una confusión harto denunciada entre la disciplina del trabajo social y el sistema de servicios sociales. Con esta confusión, en gran medida se pierde el discurso y el debate acerca de las teorías que sustentan el trabajo social; sobre todo, desde nuestro punto de vista, no se aborda la naturaleza de la relación del trabajo social con los sujetos demandantes que, en gran medida, constituye el pilar de la actividad teórica del trabajo social. Aunque es importante destacar que el trabajo social necesita de manera especial la relación con el macrosistema (política social) y el microsistema (servicios sociales) en el que se inserta; pero el mundo de los recursos y de las prestaciones inunda en gran medida el panorama del trabajo social. Buena cuenta de esto lo constituye, por ejemplo, la creación, en 2004, del Observatorio de Ética Aplicada a la Intervención Social, en donde no figura la ética en trabajo social sino la ética aplicada a los servicios sociales. Pensar sólo en la ética aplicada a los servicios sociales, a nuestro modo de ver, limita y constriñe el campo del trabajo social. Lo veremos en los discursos de los profesionales cuando señalan las dificultades de la intervención social en un sistema tan burocratizado y cómo, en ocasiones, se encuentran con límites éticos que no pueden resolver. La disciplina se desarrolla y se ejercita en numerosos campos en donde las relaciones con los servicios sociales (y no sólo con los servicios sociales de Atención Primaria) son más o menos intensas. Nos estamos refiriendo sobre todo al ejercicio de un trabajo social más especializado en el que lo esencial es la relación de ayuda. La pregunta que se plantea entonces es: ¿Por qué no un Observatorio de Ética Aplicada en trabajo social, además del de servicios sociales? Se trataría de generar un espacio más amplio de debate y de construcción de conocimiento sin el sesgo que conlleva referirse sólo a los servicios sociales, sean generales o especia­ lizados. No olvidemos, que, con nuestra manera de nombrar, daremos identidad a aquello que nombremos. Paralelamente a esta cuestión, la de la relación del trabajo social con los servicios sociales, es interesante destacar que persiste todavía un intenso discurso acerca de la naturaleza del trabajo social y su carácter científico. Obviamente, el objetivo de estas páginas no es dilucidar esta cuestión, aunque entendemos que el trabajo social, en general, y de manera particular en este país, necesita investigar para poder formular hipótesis que construyan mapas explicativos de la realidad. Mapas que van más allá del territorio que representan, pero que, en palabras de Korzybski, si son correctos tendrán una estructura similar a la del territorio, lo que justifica su utilidad (en Selvini 48

1990: 356). Sin teoría estamos ciegos porque carecemos de mapas orientativos que nos guíen y nos conduzcan de manera aproximada por la realidad. He aquí el problema: la ceguera epistemológica. ¡No vayamos a hacer un elogio de ella! Llegados a este punto, es necesario detenernos en los principios y valores que sus­ tentan el trabajo social, porque nos va a permitir reflexionar sobre cuestiones éticas. Como decíamos al principio, el trabajo social surge con una “vocación” de cambio, de transformación individual y estructural. Nunca estuvo divorciado del lado humano, de lo subjetivo, del mundo de los valores. Tuvo siempre detrás multitud de delicadas y complejas cuestiones valorativas, tanto éticas y políticas como relaciónales, riesgos e implicaciones sociales e individuales (Sánchez Vidal, 1999: 24). En el trabajo social los valores siempre están en juego, a veces de forma sutil pero persistente y real. Como afirma Banks, si el trabajador social separa la reflexión (valores y conocimiento) de la acción (el uso de capacidades), en realidad se está engañando a sí mismo (1997: 63). Además está negando su propia responsabilidad como profesional en la acción que ha de desarrollar. Así pues, los valores van a determinar las decisiones de los profesionales y nos van a ayudar a pensar cómo traducir realmente un valor en la práctica dentro de un contexto institucional que constriñe o posibilita la acción del trabajador social y sus teorías, cuestiones todas ellas que en esencia configuran espacios de percepción, juicio y comprensión. Los principios en trabajo social fueron formulados a comienzos de los años sesenta por Félix P. Biestek, en forma de postulados básicos para orientar en valores y compor­ tamientos éticos a los profesionales del casework. Se refieren básicamente a la relación profesional. Biestek, según Banks, no los entendía como principios éticos propiamente dichos, sino como supuestos para la práctica efectiva instrumental. Se trataba de ayudar al cliente a alcanzar un mejor ajuste entre su persona y su entorno. La relación asistencial, en la época de Biestek, era voluntaria y la esencia de esta relación se cernía sobre el postulado del respeto a la persona y a su derecho de autodeterminación. La evolución y el cambio de estos valores en la posmodernidad es un hecho. Desde hace más de cuarenta años diferentes autores destacan la influencia y persistencia de dichos principios, pese a la complejidad del trabajo social moderno. Son los cambios en la naturaleza de la profesión, los problemas sociales, marcos reglamentarios, etcétera (Salcedo: 1998; Banks: 1997), los que han creado nuevos escenarios de acuerdo con la reflexión actual. Aun a riesgo de ser reduccionistas, por la importancia que entraña su primera enunciación, enumeraremos los principios que Biestek plantea de forma somera: individuación; expresión significativa de sentimientos; implicación emocional controlada; aceptación; actitud “no enjuiciadora”; autodeterminación; confidencialidad, y respeto a la dignidad de las personas. Los principios de no enjuiciamiento, aceptación o no fiscalización están estrecha­ mente vinculados. Es en realidad una defensa del trabajo social profesional frente a las friendly visitors de las sociedades de caridad a las cuales se les encomendaba la misión de separar a los pobres dignos de los indignos de recibir ayuda (Salcedo, 2000: 85). El criterio de necesidad (para la admisión en los servicios sociales) sustituyó al de digni­ dad. El principio de dignidad, junto con el de aceptación, constituye un punto clave de 49

estudio para Bicstck. Aceptar, aprobar al otro no es fácil; de haber sido así, no habría existido la necesidad de reforzar sus exigencias con el principio de no fiscalización. Banks (1997), casi treinta años más tarde, sostiene que los problemas éticos y los dilemas que se generan en relación con cuestiones legales y técnicas son consustanciales a la práctica del trabajo social. Así, “la mayoría de las decisiones en el trabajo social implican una interacción compleja de aspectos éticos, políticos, técnicos y legales. Nuestros principios éticos o valores determinarán nuestra interpretación de la ley ( 1997: 25). La misma autora plantea una lista de principios cuyo eje no pasa por la relación entre el usuario y el trabajador social y hace esta advertencia: “No existe un conjunto común, pactado o coherente, de principios para el trabajo social (...); ateniéndonos a la teoría y a la práctica real del trabajo social (...) es posible determinar cuatro principios básicos, o de primer orden, que son relevantes para el trabajo social: el respeto hacia las personas y la promoción de los derechos de los individuos; la autodeterminación; la promoción del bienestar; la igualdad y la justicia”. En esta misma línea redistribu­ tiva, añade que “ninguno de estos principios está falto de ambivalencias, tanto en su significado como con sus implicaciones para la práctica” (1997: 56). Esta afirmación de Banks tiene una serie de implicaciones en relación con la lista de principios de Biesteck, que estaban pensados en la lógica de la promoción y calidad de la relación del profesional con el usuario. La lista de Banks explica cómo tutelar y supervisar los derechos de bienestar que reconocen los Estados a sus ciudadanos. Se trataría, según la autora, de promocionar la igualdad de derechos de los ciudadanos desde un trabajo social público, donde la relación entre trabajadores sociales y usua­ rios ha cambiado notablemente. Ambos autores intentarán conceptual izar la relación de ayuda a partir de las premisas de la comprensión de la realidad del sujeto, del entendimiento y de la comprensión del mundo que le rodea y de sus puntos de vista. Los valores tradicionales en trabajo social son, por tanto, la expresión de una cultura humanitaria y democrática. En el extremo opuesto al de los valores con énfasis en lo individual, encontramos las perspectivas del movimiento reconceptualizador en la década de 1960-1970. que recupera la dimensión estructural y comunitarista. Es hasta tal punto así. que Boris A. Lima plantea que “el fin último es la liberación del hombre oprimido” (1983: 117). La opresión estructural choca frontalmente con las premisas individualistas expresadas más arriba. Por esta razón, Damián Salcedo realiza un análisis pormenorizado de los principios o valores de la lista de Biesteck desde la perspectiva actual y plantea que hay que tomarlos como eje de un nuevo estilo actitudinal de los trabajadores sociales. Afirma que “los viejos principios están bien, pero no son suficientes. Hay que ir ‘más allá' de ellos para hacerse cargo de las exigencias de comprensión y de justicia del contexto social” (1998: 96). Señala que de todas las trasformaciones que se han sucedido en el tiempo algo permanece en el trabajo social: la especial intimidad que se establece entre el trabajador social y las personas que acuden a él. Ahora bien, los valores del trabajo social de la posmodemidad llevan la impronta de los cambios en el sistema de bienestar. El Estado deja de ser el único proveedor de 50

servicios para configurar una provisión mixta de los mismos, lo que comporta también un cambio importante en la consideración de los demandantes de trabajo social (y de los servicios de bienestar en general). Estamos frente a consumidores de servicios cu­ yos derechos prevalecen y han de ser protegidos. Es, en definitiva, lo que muchos han denominado como “mercantilización” de los servicios de bienestar. En trabajo social este aspecto cobra especial relevancia puesto que tamiza y esconde el papel del bien­ estar como control y del trabajador social como agente de control (Banks, 1997: 54). Lo importante, desde nuestro punto de vista, es cómo se evalúan y se construyen los problemas sociales. Pensamos que tener en cuenta el contexto y la multicausalidad facilitará el análisis de los problemas y fenómenos sociales que no son sólo responsa­ bilidad de los trabajadores, sino que son problemas estructurales y políticos. Obviar la incertidumbre, el riesgo y refugiarse en “valores tecnicistas” sirve para poco. La ley tampoco está exenta de la subjetividad que nos acompaña como sujetos pensantes y reflexivos. No está libre de las interpretaciones subjetivas y personales que de ella haga el trabajador social en el ejercicio de su práctica. Así, de acuerdo con una ética subjetiva, nuestras decisiones no pueden ajustarse sólo a los códigos deontológicos, van más allá de sus propuestas. (Código Deontológico del Consejo General de trabajo social del 29 de enero de 1999). Es precisamente por esta cuestión por lo que abordamos la subjetividad y la interpretación personal de las leyes constitutivas del Estado de bienestar. Sin embargo, el Código constituye un manual muy preciado desde el punto de vista de la ética aplicada al trabajo social’. En trabajo social hemos de hablar de actores, sujetos, toma de conciencia y pro­ blemas éticos. Es un ejemplo de lo que Donald Schón (1998) ha llamado “practicante reflexivo”, en un intento de generar un lenguaje más adecuado para la descripción de una nueva epistemología de la práctica en la esfera social. Los valores de Biestek, más los “colectivos” de Banks, Salcedo, etc., que hacen referencia a la justicia y al bienestar, son fundamentales; pero lo es aún más la reflexión sobre las prácticas profesionales que entran en contradicción con los mismos y la reflexión sobre las implicaciones para la población que atendemos. Indudablemente, las prácticas profesionales necesitan revisión para obtener una mayor calidad en las mismas. Por esta razón, en este capítulo nos detendremos más en la supervisión y en lo que significa para el trabajo social. El acto de supervisar se define como ejercer la vigilancia o inspección de una cosa ; y la supervisión es la inspección o vigilancia de algo. Esta definición alude al control sobre aquello que se pretende supervisar. Ahora bien, quizás la palabra control no sea la que mejor designe el acto de supervisión, entre otras cosas por lo que representa en la profesión: la vigilancia, el control. Pero la supervisión es una tarea necesaria en la intervención psicosocial, dada la complejidad que acompaña a esta. No son sólo cuestiones técnicas las que la hacen necesaria, sino también las razones emocionales que acompañan al proceso de inter’Por ética aplicada se entiende una ética, como dice Joan Canimas i Brugué, que reflexiona e intenta orientar prácticas concretas y lo hace a través de un proceso intersubjetivo y cuyo objetivo no es tanto reflexionar sobre la ética y la filosofía sino orientar la acción en las situaciones en se generan conflictos morales. Es decir, se ocupa del qué hacer y por qué debería hacerse.

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vención la convierten en imprescindible. Según Teresa Zamaníllo, podemos definirla como “la ayuda que presta un profesional de más conocimiento a otro que demanda orientación, apoyo y formación para guiar su práctica profesional. Sin embargo, ambos, supervisor y supervisado, se enriquecen en la experiencia y en la complementariedad de sus saberes y de sus personalidades” (2008: 321). Por su parte, Teresa Aragonés Viñes la plantea como “una actividad incluida dentro de la formación permanente con una metodología específica que permite aprender y aprehender de la reflexión y de la experiencia del propio trabajo. Un espacio para parar y poder pensar, para entender y profundizaren todos aquellos factores que confluyen en la práctica social, permitiendo un distancian!iento de la presión de la tarea cotidiana y obtener otra mirada" (2010: 37-38). Mirada que permite pensar en dónde estamos, hacia dónde nos dirigimos y cómo hacerlo, además de pensar en los valores que la acompañan. A nivel general evita el fenómeno denominado burn out, conocido también como el síndrome del profesional quemado, y dota a este de energías renovadas para continuar con su tarea, reconociendo los vacíos que le acompañan en su actividad. Pensemos que ayudar al profesional a poner una distancia emocional en su actividad evita pro­ yectar sobre la intervención los propios miedos, temores, prejuicios que poco o nada tienen que ver con el objeto de estudio o de intervención. Es, por tanto, un proceso de observación y autoobservación que permite reflexionar sobre la experiencia. Es lo que propone Shón: “La reflexión en la acción como ejercicio imprescindible para la competencia profesional” (1992: 198). Esta es una cuestión sumamente importante porque, a nuestro modo de ver, la queja en la que se sitúan los trabajadores sociales con respecto a la identidad, el reconocimiento y la valía profesional del colectivo, que muchas veces tiene su base en la fuerte presión de la demanda asistencial de las jóvenes instituciones del bienestar, no permite espacios de reflexión, de encuentros verdaderos con el saber y con la construcción de un saber que construya una epistemología del trabajo social avalada por las prácticas. Pensemos, además, que la supervisión dota a los equipos de nuevos bríos que les permiten ser más dinámicos y eficaces, facilitándoles la elaboración de las diversas situaciones relaciónales entre los mismos, así como también la elaboración de diferentes tareas en los distintos contextos de intervención. La supervisión es una herramienta importante para analizar el contexto en el que se desarrolla la intervención, facilita discernir cuáles serán en cada caso las estrategias más eficaces, favorece la toma de decisiones y permite tomar una posición ética individual e institucional frente a la tarea, en virtud de la elaboración que admite la toma de decisiones producto de la reflexiv idad. Reflexividad, en palabras de Alíonsa Rodríguez (2006), que, indudablemente v como ideal, debería acompañar a la acción porque, en definitiva, y como plantea Horacio Etchegoyen (1986), la ética ha de integrarse no como una simple aspiración moral, sino como una necesidad de la praxis.

La intervención en trabajo social El análisis de este apartado será fundamentalmente descriptiv o, mas no por eso se eluden las interpretaciones necesarias. Tratamos de dar voz a los trabajadores sociales 52

que, como vemos a lo largo de sus relatos, reclaman otro tipo de trabajo social. Y es que todo lo que se narra puede presentar problemas éticos a los profesionales por la dificultad que viven (sobre todo los más formados) para realizar una práctica más in­ tegral en la que la burocracia no cope tanto los espacios de intervención. Definir lo que es la intervención social no es tarea fácil. Debe establecerse como un espacio destinado a ser utilizado por los sujetos, dice Esperanza Molleda (2007). Pero ¿cómo definirla a los efectos de este análisis? Sánchez Vidal plantea que puede entenderse como “una interferencia intencionada para cambiar una situación social que, desde algún tipo de criterio (necesidad, peligro, riesgo de conflicto o daño in­ minente, incompatibilidad con valores y normas tenidos por básicos, etc.), se juzga insoportable, por lo que precisa cambio o corrección en una dirección determinada. Se trata, entonces, de una acción externa, intencional y autorizada para cambiar el funcionamiento de un sistema social (institución, grupo, comunidad) que, perdida su capacidad de autorregularse, es incapaz de resolver sus propios problemas o metas vitales deseadas" (1999: 74). En los últimos tiempos, en nuestro país, algunas trabajadoras sociales, tales como Rodríguez Rodríguez y Zamanillo Peral (1992), Molleda Fernández (1999), etc., han dado cuenta de lo que supone y de lo que es la intervención social para el trabajo so­ cial. Desde las diferentes posiciones en que abordan el tema, perspectiva sistémica las dos primeras y psicoanalítica la segunda, nos advierten del compromiso entre teoría, técnica y ética en trabajo social para poder realizar, en primer lugar, una adecuada intervención que permita a los profesionales despojarse de los prejuicios, ideologías y juicios de valor que pueden acompañarles en el ejercicio de su práctica y menoscabar su valor; y. en segundo lugar, abordar la complejidad que entraña la planificación y los fines mismos de la intervención para, en último término, situamos en una posición privilegiada desde la que podamos mostrar nuestras acciones y decisiones y los efectos, positivos y/o negativos, que se han derivado de ellas. Una cuestión sumamente importante para definir la intervención social es la deli­ mitación del objeto de estudio y, por tanto, de intervención. Esta labor ha constituido también un debate que ha alcanzado muchos años del siglo pasado en diversos lugares de la geografía mundial. Por su parte, Zamanillo Peral (1999), en su artículo “Apuntes sobre el objeto en trabajo social", lo define como “todos los fenómenos relacionados con el malestar psicosocial de los individuos ordenados según su génesis estructural y su vivencia personal". Es, sin lugar a dudas, una excelente guía para planificar la inter­ vención. Definir el malestar psicosocial del individuo que demanda en trabajo social, investigar la génesis del mismo y escuchar atentamente la vivencia personal del indi­ viduo acerca de lo que le pasa, de por qué cree que le pasa lo que le pasa, y de cómo se siente, serían las claves para la intervención. Esto será posible con teorías explicativas de las ciencias sociales acerca de los malestares humanos. A partir de aquí, enmarcado el cuadro, como nos dice la autora, queda aplicar el método de trabajo social con rigor. Una cuestión clave en este apartado es la siguiente: según cómo ordenemos los datos, cómo les demos sentido en función de nuestra orientación teórica y, por supuesto, por la subjetividad, por los valores que nos acompañan en la profesión, la decisión irá en 53

un sentido o en otro. Y esto está claro, por ejemplo, en planteamientos de intervención donde lo que está en juego es una interrupción de embarazo. Así pues, una decisión en trabajo social implica reflexionar y debatir en torno a los a priori, los principios y valores que la guían y fundamentan. Esto, indudablemente, tendrá unas consecuencias éticas para la intervención, como analizaremos más adelante. Un aspecto significativo del estudio que hemos realizado es que cuando las personas entrevistadas hacen referencia a las teorías que acompañan sus quehaceres, en general hemos destacado la falta de afiliación a una teoría determinada. Así, refieren no ads­ cribirse a ningún modelo teórico en concreto. Más bien plantean que su formación ha venido de la mano de las necesidades que les han ido surgiendo en la práctica. ... he hecho una amplia formación continuada. Me he formado en el campo de la

exclusión por mis propias necesidades, también en rentas mínimas, mujeres en riesgo de exclusión... (E. 16) No es tan importante adscribirse a una teoría como el hecho de tenerla, ni son unas mejores que otras. Sí son, repitiendo nuestro planteamiento, un marco adecuado, unas gafas óptimas para leer la realidad. Hombre, yo creo que para trabajar aquí en Salud Mental tienen que saber cosas generales del aparato psíquico, cosas generales de algunas de las, ¿eh?, de las actitudes, dificultades que tienen que ver con algunas enfermedades. Por ejemplo, saber lo que es un delirio, si hay que entrar o no en él, o en una alucinación cómo hay que actuar, ¿no? Cosas muy, muy, muy generales, eso es fundamental. Y luego, por otro lado, sí, saber

cómo trabajar al lado de estas personas, eso me parece que... que es lo que hay que... en lo que hay que formar a la gente. (E.3) Falta de orientación teórica y burocratización son, parece ser, los factores que se pueden destacar de los discursos profesionales que con más frecuencia dificultan la intervención social. La pregunta siguiente está siempre en el aire: ¿Cómo enfrentarse a una práctica más integral en la que la burocracia no cope los espacios de intervención? Y ¿cuáles son los condicionantes del sistema de servicios sociales que se encuentran en la frontera con las cuestiones éticas que aquí hemos estudiado? Por un lado, en cuanto a la responsabilidad individual del profesional, fieles al discurso que aquí mantenemos, no hay otra manera que la de formarse más profundamente, además de que esta, la formación continua, supone una vacuna contra el malestar profesional que se produce en unas instituciones que no te necesitan más que para gestionar recursos. Por eso destacamos aquí la importancia de darse cuenta, tarde o temprano, de la necesidad de adquirir más formación: ... me he dado cuenta de que necesito más.. Yo eché de menos asignaturas de inter­ vención en trabajo social... luego hav que hacerlo... Por eso estoy donde estov ahora, por eso estoy volviendo al cote, estoy otra vez estudiando, por eso me planteo los fines de semana hacer seminarios... porque necesito estudiar, entender. (E. 9)

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... es verdad que las cosas tienen interrelaciones que, por ejemplo, cuando yo he estudiado Antropología, digo Antropología por decir algo, algo más cercano, ¿no?, pues indudablemente sí que me ha aportado cosas, o sea, el tratar de entender, ¿eh?... las cosas de una forma más poliédrica, más... la realidad es muy móvil y además se... es compleja y tiene muchas formas de verlo. Entonces, todo ese tipo de cosas me las ha aportado. Cuando estudié Psicoanálisis me ha servido de muchísimo en el trabajo cotidiano, mucho. ¿Por qué? Porque yo no hago aquí Psicoanálisis ni de lejos, pero sí pienso con determinados tipos de criterios que me permiten entender algunas cosas o, al menos, acercarme a entenderlas, ¿no? Entonces, no... nunca he hecho una formación

para que me ayudase en la formación del trabajo social; he hecho otras formaciones y las he puesto en relación, unas con otras. (E. 3) ... a empezar a utilizar marcos referenciales, actualizar un poco, revisar un poco mi propia intervención profesional. Me he metido, después de estar veinte años fuera de la Escuela y de la Universidad, el volver a reflexionar y a repensar cosas sobre las que, bueno, pues que hacía muchos años que no reflexionaba. Me ha permitido sobre

todo leer, obtener mucha bibliografía, cuestionarme también determinadas cosas. (E. 5) ... la formación te permite ubicarte a la hora de posicionarte en la intervención, no sólo ya cuando atiendes un caso, sino que tienes una perspectiva totalmente de familia o de contexto. Los prejuicios, ¿no?, vas eliminando prejuicios, como, eh... eljuicio fácil no te sale ya. (E. 7)

Por otro lado, la queja sobre la burocratización del trabajo social se plantea, también, como una cuestión pareja a la ética. Así lo señala una de las entrevistadas en relación a su campo de trabajo; ... creo que con las compañeras de UTS se está perdiendo la intervención por... y se está priorizando la burocratización. Creo que hay tareas que no las deberíamos hacer nosotros, creo que hay tareas que las podrían hacer otros profesionales, Auxiliares de Servicios Sociales, y que serviría para rentabilizar mucho más nuestro trabajo, pero lo considero necesario. (E.2)

... la burocracia engancha mucho, te desvincula del otro, cuanto más papeleo hago, menos trabajo real tengo. Entonces me parece que primero está la persona y luego está la burocracia. Tiene que haber un espacio para la burocracia, pero si la burocracia se come a la persona hay que llegar a un acuerdo. Y creo que hay gente que lo hace. (E. 11) Y en la siguiente cita se ve claramente cómo la queja sobre la burocracia es un mecanismo de racionalización y una acomodación que ayuda a huir del compromiso con la formación, no sin cierta autocrítica; ... si la gente supiera más se atrevería a hacer más cosas y se escondería menos de­ trás de los papeles. Yo me he escondido mucho detrás de los papeles... Y por eso tenía también mucho rechazo a ser trabajadora social, porque veía los papeles y por un lado estaba enfadada de estar detrás de los papeles y por otro lado estaba asustada... (E. 9) ... vamos a ver, yo veo que la burocracia, la rutina... todo esto, hace perder un poco la conciencia, ¿no?... Creo que ahí abusamos. (E.7)

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Se hace explícita también la relación entre la burocracia y las dificultades por ge­ nerar espacios de participación con los sujetos, las reflexiones sobre la creatividad y la identidad del sujeto, el trabajador social. Cabe preguntarse si con la burocratización se pierde la identidad del trabajo social. En general, se manifiesta un profundo malestar con respecto a este tema porque se asocia la burocratización con la pérdida del sentido de la intervención social que sería lo propio, lo que proporcionaría identidad al trabajo social. ... parte de lo que está pasando, y que necesita que eso esté activo y que eso genere otras formas de ver que puedes hacer un proceso de participación o de generar otra ma­ nera de atender. Digamos que la creatividad tiene que estar al lado de la sistematización y si no están las dos cosas... porque, claro, los creativos que no sabes en que basan las cosas pues también es un problema. Pero desde luego, eso es la muerte... y eso es uno

de los problemas que tiene esta profesión, que se ha como aposentado, que se pone el culo en la silla... (E.14) También se relaciona la burocracia con los mecanismos defensivos de los profe­ sionales del trabajo social en la acción y en las teorías que la acompañan. De ahí que destaquemos una crítica muy significativa que hacen estas entrevistadas a aquellos profesionales que se dejan arrastrar por la gestión burocrática, debido a la importancia de que se hagan críticas en el seno de la profesión misma: Porque para mí el trabajo es la intervención, no es el papeleo, y el papeleo tiene que ayudar, como las ayudas económicas tienen que ayudar en la intervención. Pero si

haces más papeles que atención a personas, algo está fallando. Y eso no creo que sea culpa de la burocracia. (E. 11) ... cuando las trabajadoras sociales se han parapetado en las mesas y en los expe­ dientes, en el cumplimiento de, el haberse puesto de ocho a tres... creo, creo que ha sido un empobrecimiento de la profesión muy grande. (E.14) En estas citas se plantean dos de las cuestiones a las que estamos aludiendo: por un lado, la formación como medio para salir de la rutina con más creatividad y, por otro, cómo sirven los protocolos para defenderse del temor al desconocimiento y al malestar que se produce por la falta de explicaciones acerca de un fenómeno social dado. Es una forma de resistencia. Una vez más es preciso repetir que sin mapas que nos ayuden a explicar la realidad estamos expuestos a los a prior i, a las prenociones, a los prejuicios y a una subjetividad sin límites. Los retos del trabajo social son muchos, pero usar los recursos como estrategias para la intervención es uno de los más importantes, como lo es también encontrar espacios de palabra y escucha que permitan al usuario dar cuenta y elaborar sus dificultades en la línea que nos plantea Esperanza Molleda en su articulo “La intervención social a partir de una demanda económica en servicios sociales generales” (1999). El trabajo social tampoco se puede convertir en el refugio de la queja indiscriminada del malestar en el Estado de bienestar. Como espacio de queja ha de ser un espacio comprehensivo y posibilitador de elaboración de las propias vivencias. Disponer de teorías va a facilitar 56

esta cuestión, es decir, disponer de marcos que guíen el proceso de acompañamiento favorecerá el cambio. Sin embargo, es necesario contemplar cómo los espacios de la gestión asociados a la intervención están copando los tiempos del trabajador social, cuando muchas de estas actividades podrían ser desarrolladas por otras figuras de la acción social, como por ejemplo, los auxiliares de servicios sociales, como se señalaba líneas más arriba en una cita. En esta misma línea se expresa otra de las personas entrevistadas que plantea cómo predomina la rutina en la intervención, más allá del lugar donde se inserte la actividad del trabajo social y de los servicios sociales; asimismo, cómo se plantean las dificul­ tades para el trabajo social en unos servicios sociales de gestión muy centralizada e influida por las inercias de la Administración pública. La referencia a la complejidad que acompaña los procesos de cambio es motivo también de observación. }' en un aparato burocrático como es un sitio como este se da muchísimo, como siempre se hizo esto pues hay que hacerlo y te tienen que mandar esto y esto... ¿qué hacemos? pues dices muchas veces, ¿para qué vamos a tener aquí un Iote así de papeles de cada mujer si ya lo tienen los propios centros?, ¿no? Resumen de la evolución, de qué pasa, qué problema, qué necesidades surgen, no... no se admite bien, hay partes que

no pueden ser porque el procedimiento administrativo y por no sé qué, pero hay muchas que son el afán de centralizar v de tener... es una gestión muv centralizada... (E. 6) La burocratización ha llevado, además, a la fragmentación de unas intervenciones que debían ser integradas, que han favorecido la confusión entre servicios sociales y trabajo social, y que han cedido los espacios más relaciónales a otros profesionales: educadores, psicólogos, etc.: Eso lo he vivido ya hace muchos artos, ahora mismo no, pero si que es un tema..., un tema que ha estado siempre encima de la mesa, ¿no? El de la diferenciación por puestos y por profesionales, los educadores, los psicólogos... es decir, educadores sociales, psi­ cólogos sobre todo..., educadores y psicólogos en relación con los trabajadores sociales. Siempre ha habido ahí un debate, de apropiación de los espacios, de no tener muy claro dónde están los límites entre unos y otros y se ha generado, pues, una especie de, ¡eh!, lucha un poco de... de gregaria de estos grupos... que esoJ'ue hace muchos años. Ahora mismo no soy tan consciente de ello como, bueno, educadores sociales, trabajadores sociales y psicólogos, que hay veces que las líneas no están muy claras. En Servicios Sociales yo veo que no, que el espacio de trabajo muchas veces se superpone y genera dificultades, ¿no? (E.5)

La excesiva burocratización que ha traído consigo el Estado de bienestar es vivida por alguna de las profesionales como un impedimento para lograr ciertas transformaciones en el medio en el que trabajan los profesionales de la cuestión social. Dar recursos, en lugar de potenciar las capacidades de las personas, supone centrar la intervención exclusivamente en la gestión. Es preciso señalar aquí que la intervención en trabajo

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social ha de contemplar tanto la gestión de los recursos como el apoyo y acompaña­ miento a los ciudadanos. ... los principios tienen que ver con cómo los desempeñas y un exceso de hurocratízación tiene cjue ver... hombre, puedes hacerlo con la burocratizaeión, pero creo que huy uno que es el de las capacidades de las personas, el de cambiar algo de esta sociedad, tienes que tenerlo incorporado, no hay una persona igual, no hay un día igual, aunque tú hagas lo mismo, es ¡a gratitud con la que te presentas. (E. 14)

Mucho se ha escrito sobre los orígenes del trabajo social en España. No es, por supuesto, objeto de esta investigación la historia sobre los hechos, como decíamos al principio, aunque es importante retomar algunas cuestiones de nuestro pasado para poder, claro está, entender el panorama actual del trabajo social. Como señala Durkheim: “La historia es, en efecto, el único método de análisis susceptible de aplicarse a las instituciones... siempre que se proyecte explicar un fenómeno humano, situado en un momento determinado del tiempo” (1983: 13). Y nuestra historia está marcada por el pasado y el sello de una dictadura que determinó, en gran medida, el aislamiento de nuestro país de Europa y del mundo desarrollado. Como la democracia, también el Estado de bienestar se demoró en llegar a nuestras tierras. La Constitución de 1978 y su posterior desarrollo inició la aparición de las primeras normativas en materia de servicios sociales y políticas sociales. Es cierto que partíamos de una situación donde los servicios sociales, entendidos como prestaciones de derecho para la ciudadanía, se consideraban una utopía, pero lo vuelven a ser también ahora en el siglo XXL Pasados los años hemos de reflexionar sobre su desarrollo y sobre los procesos de ayuda en las intervenciones en trabajo social, así como sobre la confusión que se ha generado en torno al trabajo social y a los servicios sociales. Es preciso, por tanto, ser conscientes de que nuestra manera de concebir el mundo y lo humano condiciona las formas de sentirlo, vivirlo y relacionarse en él v con los otros. Esto tan elemental para lo cotidiano se debe traducir también para nuestra ma­ nera de concebir la intervención. En este sentido la elección del objeto es una parte fundamental del acto profesional. No es lo mismo comprender el campo de interven­ ción en términos de necesidad-recurso que en términos de malestar psicosocial. Para la primera definición no es necesaria una grande y compleja formación sino disponer de una “buena agenda” de recursos y servicios y tener tipificadas las necesidades a las que se pretende dar respuesta. La segunda -el malestar psicosocial- exige, por el contrario, una complejidad tormativa en el acontecer humano que se traduce, en primer lugar, en el diagnóstico: ... si una persona tiene una Jaita de etica y hace una utilización del poder. porque evidentemente cuando trabajas en Ia Administración tienes un ptxler. que la adminis­ tración te delega a ti. ahí si no tiene interiorizados principios éticos en la intervención puede hacer mucho daño, hu la formulación del diagnóstico, porque puede estar com­ pletamente... cuando el poder se pone de manifiesto, tengo poder v a ti lo que te pasa

es esto... pierdes el sentido y el interés por el ser humano como auténtico objetivo. Si perdemos ese objeto estamos perdidos... por eso nos estamos perdiendo... (E. 15) 58

Alude claramente a cierta despersonalización que se está produciendo en la inter­ vención social y a las claves que se manejan: mayor gestión de papeles que de escucha a la persona. Y continuamos con lo que la entrevistada entiende por objeto del trabajo social frente a burocracia. Un objeto del trabajo social cifrado en lo relacional y en lo vincular: ... habla de que se preocupa por las interacciones de las personas con su medio. Eso es el objeto del trabajo social y como primer medio, básico y principal está la familia. Y yo considero también que la ideología, en muchísimos casos en los que hay problemas en protección de menores, tiene un peso muy, muy importante, independientemente desde dónde lo contemples, las relaciones familiares, que ahí tenemos un campo legítimo la gente del trabajo social. Y creo que tenemos que pelearlo. (E.9)

Pensar así implica disponer de mapas que permitan leer y estructurar la información; es decir, los mapas van a permitir la organización, la planificación de la intervención porque, dada la confusión que existe entre trabajo social, servicios y prestaciones sociales, en algunos sectores de la disciplina se está desdibujando el concepto de inter­ vención social. En caso contrario estaríamos frente a un trabajo social muy empobre­ cido, cifrado en el binomio necesidad-recurso y en la satisfacción de la demanda más inmediata, olvidando que esta no se puede confundir con el deseo y con la necesidad que atraviesa al sujeto. Es necesario ir construyendo con este, el ciudadano, aquello que se esconde en su demanda más inmediata, de tal modo que pueda situarse de otra manera ante el desafío de su propia vida. Si es así, podremos hacer un uso distinto de los recursos. Es necesario también preguntarnos por la tarea del trabajador social en relación con la burocratización y la gestión asociadas a los servicios sociales porque es también un problema ético: Entonces, al final también es un problema de justicia social, ¿no?, en ese caso tan concreto. Entonces no creo que sea un problema únicamente económico; o sea, es cierto que es uno de los problemas que más tienen que atender los trabajadores y trabajadoras sociales, pero son problemas también éticos porque les supone también cuestiones como estas. Y lo que creo es que no hay que caer en esa burocratización o en ese trabajo social solamente como gestor de recursos. Un trabajador social tiene que ser algo más que un gestor de recursos. (E. 12)

Por supuesto, está la posición del trabajador social en servicios sociales especia­ lizados que desea salir de esta burocracia en la que se halla situado y confrontado, y reclama espacios de intervención más complejos que la mera gestión de recursos, incluso en los servicios sociales de atención primaria. ... las trabajadoras sociales que estamos en recursos especializados sí que tenemos también la responsabilidad de pedir unaformación que nos permita realizar esas tareas especializadas... tenemos una tarea diferente a la de información, valoración, acompa­

ñamiento y seguimiento.... tenemos que estar en el grueso de la intervención y reclamar nuestro espacio en el tratamiento familiar. (E. 9) 59

Así pues, el trabajo social, ha de gestionar los servicios sociales, pero nunca en detrimento de la pérdida o de la disgregación de algunos de los valores asociados al mismo. De todas las maneras surge la pregunta acerca de si es posible hacer trabajo social con recursos y servicios sociales a la medida del sujeto que demanda. ¿Es posible un traje único para los usuarios de servicios sociales? Y ¿qué pasa si no es así? ¿En dónde situamos las referencias para un trabajo social de calidad? En este sentido, Esperanza Moheda (1999) afirma en el mencionado artículo que, cuando se demanda una prestación en servicios sociales, es necesario realizar una valoración en profundidad de la misma para evitar tamizar, taponar, ocultar los ma­ lestares más profundos que queden enmascarados en una demanda más manifiesta, más visible. De este modo evitaremos la simple gestión del recurso y pondremos en marcha una intervención más compleja, en la que el recurso sea sólo un instrumento para el cambio y no la ilusión de una solución, una intervención que vaya más allá del síntoma y del problema manifiesto. La comprensión del fenómeno de la burocratización y -p o r qué n o - su justificación de la misma, viene del lado muchas veces de la alta demanda asistencial y de los múl­ tiples compromisos que conlleva. Pensar en el trabajo social en términos necesidadrecurso es constreñir en exceso al trabajo social y, por añadidura, a los servicios sociales: ... considero que antes hemos hecho un trabajo muy valioso,pero como no teníamos soportes adecuados donde volcar esa información... se ha perdido y en el momento en el que estamos y con el volumen de población que atendemos y el volumen de profesionales que somos, es necesario que haya, y yo creo que es una herramienta fantástica. (E. 2) ... que no entienden qué es eso de la intervención social, parte de la gente entiende que es buscar recursos y hablar con otros recursos y coordinarse y... yo creo que es una visión muy pobre y creo que es lo que estamos tratando de explicar. (E. 9) El mayor número de profesionales del trabajo social se encuentra en los centros de Servicios Sociales de Atención Primaria de las diferentes comunidades autónomas españolas. Es aquí donde, en general, las profesionales entrevistadas plantean que se están produciendo los mayores niveles de burocratización en trabajo social, pensada y entendida como gestión de servicios sociales y de realización de protocolos y tareas múltiples vinculadas a la gestión. ... el trabajador social está controlado por una normativa propia, y se puede convertir en, simplemente, un transmisor del control que él recibe (E. 3)... se rellena el protocolo: tú sí, tú no, tú sí, tú no. Con lo cual el trabajador social es un controlador controlado... Un sujeto sujetado. (E. 3) Las palabras de esta entrevistada en relación con el controlador controlado no dejan de ser paradójicas. Los trabajadores sociales como garantes del Estado de bienestar ejercemos un control social y, a la vez, la maquinaria burocrática nos controla a través de unos mecanismos que se traducen en protocolos y demás armas administrativas. En estos tiempos hablar de trabajador social es casi sinónimo de servicios sociales. Es constatable como estos soportan la mayor carga, como venimos diciendo, y presión 60

asistencial en materia de acción social. Ahora bien, los tiempos de intervención de los profesionales están medidos y determinados por los responsables municipales y/o autonómicos. Más ahora que los servicios sociales han de paliar, en gran medida, los efectos de la crisis económica. España, en pocos años, ha legislado abundantemente en materia de serv icios sociales aunque toda\ia, por la manera en que lo establece nuestro ordenamiento jurídico, no tenemos una lev general de servicios sociales, l as leves de segunda y las denominadas de tercera generación en la materia (Antoni Vi la: 2009) incorporan al Tercer Sector como proveedor \ gestor de servicios y asi lo constatan los diferentes entrevistados. La mercantili/ación en materia de servicios sociales es un hecho. La Administración pública y el Tercer Sector (en sus diferentes modalidades) son proveedores de apoyos y de recursos para los Estados de bienestar en sus diferentes modalidades de acción social. Y últimamente creo que las instituciones se la han jugado mucho en todo el tema de mercantili/ación de sus propios sen icios y han perdido el horizonte. Y en esc scntic/o lo ético tiene que ver con lo transformación también, transformación de la persona, del trabajador social. ) luego en el fondo una transformación social, ¿no? L's que si al final las instituciones, el trabajo social están mercantili/ados, no hay un trabajo social autentico, ¿no? 1lay que crear espacios desmercantil izados. (E. I )

Esta mercantili/ación implica, además, una concepción del sujeto que demanda como un sujeto consumidor que tiene derechos en un mercado de servicios, cuestión que puede tamizar y/o ocultar en gran medida muchas de las realidades que le acom­ pañan, además de que implica también cuestiones de calidad de los servicios. Con la burocratización del trabajo social, como plantean algunos autores, pierde importancia el diagnóstico del trabajador social acerca de la naturaleza del problema y de la situación psicosocial del sujeto que lo padece. Las cuestiones que priman en la interv ención social hoy en día son la conceptualizaeión y la visión del problema realizada por el gestor a la hora de entender y determinar cómo se han de tratar y resolver los problemas. Son un claro ejemplo los numerosos protocolos sobre los procedimientos exigidos para la resolución de una situación dada e, incluso, sobre los tiempos que ha de dársele a cada sujeto para presentar su demanda; y lo que todavía parece peor: el control de los tiempos de escucha para cada profesional en cada situación. Es un hecho constatado ya que cada profesional ha de atender a un determinado número de personas a lo largo de su jornada laboral, así como a qué ha de dedicar su jornada; es decir, cuánto tiempo para coordinación, cuánto para gestiones, para visitas domiciliarias, etcétera. ¿Cómo afecta todo esto al trabajo social? ¿Es distinto el objeto del trabajo social en el contexto de los servicios sociales generales que en el contexto de los servicios sociales especializados? ¿Es así en todas las parcelas en las que tiene espacio y repre­ sentad v ¡dad el trabajo social? ¿Es sólo en el campo de los serv icios sociales generales? ¿Es distinta la situación del trabajo social en los servicios sociales especializados? ¿Se realiza un trabajo social diferente según el lugar de la praxis? ¿Es necesario hablar de especialización en trabajo social? Por último, ¿permitiría la especialización un trabajo

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social menos burocratizado? Y lo más importante en el tema que nos ocupa: ¿qué relación tiene todo lo analizado con la ética? Veamos qué nos dice al respecto un caso paradigmático del trabajo social, el de la protección de menores: ... tengo un caso reciente Je una nena que... el novio de... la pareja de la mamá había intentado abusar varias veces... Se puso una demanda a este señor, una orden de alejamiento, la niña seguía comiendo con la madre... paso un informe de urgencia a la Comisión de Tutela planteando esto, ¿no? E incluso planteando una medida de protec­ ción para esta menor. Y desde Comisión de Tutela se abren comisiones informativas... Informalmente, en un espacio de coordinación, pregunto qué posibilidades hay para agilizar un poco la historia. Que qué se puede hacer. Y me dicen que para que sea ágil, y esta niña quiere salir de su casa, lo que esta niña puede hacer es denunciar ella. De­ nunciar a su madre... por incumplir... Vamos, yo ese día lloré en el pasillo. Y vamos, sí que había ahí un dilema, que no está resuelto. Y es toparte con el muro y es ¡qué mierda de sistema de protección! Si yo le tengo que decir a una niña de dieciséis años que tiene que denunciar a su madre, cuando se ha venido desde el culo del mundo, con su madre que no conoce de nada, con una relación que tiene de mierda ahora mismo. (E. 9)

La aportación de la entrevistada es clave desde el punto de vista ético, a lo que se añade el malestar profesional; es decir, cómo afecta emocionalmente a la profesional el embudo burocrático y, por tanto, a su moral. Así pues, surgen multitud de preguntas acerca de cómo podría resultar una intervención que protegiera a esta menor con un aparato de protección menos sofisticado y más comprensivo; un método que contemple los procesos evolutivos en la infancia, los avatares y los tipos de vínculo patemo-filial, además de los mapas explicativos sobre emigración, duelo, familia transnacional y familia reconstituida; y, por supuesto, de teorías comprensivas acerca del fenómeno de los abusos sexuales. Sin toda esta información nos resultará difícil entender las graves dificultades por las que atraviesa esta unidad familiar en el momento de su reunifica­ ción y del terrible dilema al que se somete a la menor. También nos resultará difícil empatizar con la profesional que sufre estas limitaciones. A pesar de todo, como dice ella, es su madre y denunciarla supone para la menor denunciar el único vínculo posible en estos momentos en el país con un coste para su psiquismo difícil de valorar: ¿Qué le queda si denuncia? ¿En qué y en quiénes se apoya emocionalmente esta menor al denunciar? Y ¿cómo trabajar con esta madre? ¿Desde dónde posibilitar un encuentro entre ambas que les permita hablar y elaborar la experiencia de la emigración, de las pérdidas, de los duelos inconclusos? Son algunos de los problemas éticos, entre otros muchos, sobre los que hemos de reflexionar. Por tanto, la intervención con esta familia ha de contem plar todas estas cuestiones teóricas que permitan una mejor planificación de la intervención. Aquí es donde reside el núcleo de la cuestión que venimos tratando en este capí­ tulo sobre las estrechas relaciones de coherencia entre ética, teoría y técnica y los extravíos y confusiones que se derivan de la identificación entre trabajo social y servicios sociales. 62

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No podemos terminar este apartado sin hacer unas breves reflexiones acerca de las disyuntivas de las personas entrevistadas. Es cierto que la burocratización supone un control de los profesionales y de las personas, pero ¿es esta la responsable de la falta de una intervención social más integral? Desde nuestro punto de vista no es este el único problema, en todo caso sería un síntoma que aqueja al trabajo social. Síntoma que en gran medida estriba en objetivos que escapan a nuestras posibilidades, dema­ siado ambiciosos a veces y otras ceñidos a un ideal; también en la falta de técnicas e indicaciones sobre cómo conseguir estos cambios es donde surgen las dificultades para realizar intervención social. El problema estriba en la falta de formación teórica, ética y técnica, además de la falta de flexibilidad de las instituciones sociales, como se ha podido observar. Respecto a la necesidad de relacionar la ética con la teoría se pronun­ cia también Esperanza Moheda (2008): “Asumir la responsabilidad ética de nuestros actos, reconocer nuestra autonomía relativa a la hora de actuar y ser conscientes de la necesidad de una deliberación previa a cada decisión moral... Por tanto, sólo con una elaboración teórica pertinente podremos encontrar sostén de un acto profesional éticamente digno” (2008: 149).

Implicaciones éticas en el proceso de intervención En este apartado vamos a analizar, como su título indica, las implicaciones éticas que se pueden observar en el proceso de intervención. ¿Qué queremos señalar con esta amplia denominación de la intervención? Algo que no se suele tener en cuenta: que el proceso de intervención comienza desde el momento en que una familia o individuo se pone en contacto con un servicio y no cuando se inician las gestiones para la ejecu­ ción de las decisiones que se han tomado conjuntamente con el sistema-cliente. Así, de acuerdo con esta concepción que, por otro lado, debería ser reconocida en todos los ámbitos profesionales, el análisis de las entrevistas se va a realizar siguiendo el orden de las fases del procedimiento de intervención, es decir: estudio de campo, análisis diagnóstico, planificación, ejecución y evaluación. Como se podrá observar a continuación, las respuestas se centran en su mayoría en la valoración diagnóstica y en la planificación, considerada como toma de decisiones. Es significativo que no hayamos encontrado respuestas relativas a la primera fase, estudio del campo, ni a la última de evaluación. Es esta la gran ausente del proceso de intervención en España, aunque en el apartado dedicado a la supervisión se harán referencias o tímidos intentos de reflexionar sobre el tema. Tampoco hay referencias, o son poco relevantes, a cuestiones técnicas tales como la escucha, la vinculación, la relación con el sujeto que demanda, los espacios de palabra y la creación de contextos de colaboración y de cambio. Así, el cambio y las reglas para promoverlo son cuestiones poco planteadas. Es imprescindible poder situar la escucha frente al sujeto en un contexto amplio de comprensión y de los fenómenos que acompañan el malestar y los problemas que narra. Una buena técnica, que deviene de un buen marco teórico, permitirá resituar las demandas en espacios de trabajo más reflexivos y comprensibles. 63

Analizadas algunas cuestiones relativas a la intervención, es obligado detenemos en las implicaciones éticas derivadas del proceso de intervención tras la acción y la toma de decisiones que conlleva. Por ejemplo, ¿por qué decidimos la retirada de unos menores o no? Y ¿en qué momento? ¿Qué nos lleva a solicitar a la f iscalía el inicio de un expediente de incapacitación para una persona con discapacidad? ¿Por qué aceptar o no la petición de una ayuda de emergencia social para una familia? ¿Por qué esta prestación y no otra? No hay ningún manual que nos diga cuál es la mejor decisión que debemos tomar ante una situación dada. A veces las entrevistadas nos relatan la toma de decisiones en relación con dilemas éticos, pero es necesario preguntarse si no se trata de decisiones problemáticas que estarían enmarcadas dentro de la ética individual. Y como ya se ha dicho, no todas las decisiones en trabajo social son di temáticas. Es frecuente que nos encontremos con preguntas técnicas importantes en el diseño de la intervención, tales como ¿protejo al menor? Este puede estar viviendo una situación de desprotección, pero su retirada puede implicar mucho sufrimiento para él y sus padres. Las instituciones de protección ¿van a dar respuestas a las necesidades de bienestar de este menor en particular? ¿Protejo entonces a los padres? Mi decisión podría evitar o paliar el sufrimiento por la retirada del menor, pero implicaría ocultar una situación de maltrato o desprotección por parte de estos. En suma, ¿cómo proteger a la familia? Como dice Salvador Minuchin (1996), el bien del niño es el bien de la familia y viceversa. Tratar de decidir un bien en contra del otro es desmembrar la intervención. Quizás tengamos que revelar la situación en la que se encuentra la familia para poder planificar una interv ención de acuerdo a unas hipótesis más cercanas a la verdad que las que estamos planteando: la de optar por el bien del niño o de la familia. La intervención sólo puede hacerse entendiendo las funciones de control propias del trabajo social, que no las del trabajador social en particular al que le corresponde manejar las reglas de este contexto de control para favorecer el cambio de los sujetos implicados. Es así como lo señala una de las entrevistadas: ... alfinal me agarraba a lo que la ley recoge que Jebe ser y cuál es el criterio... (E.5)

Es preciso aclarar en este punto que todavía algunos trabajadores sociales no en­ tienden o no tienen clara la relación del trabajo social con el control social: ... a /a relación del trabajo social y el control social, realmente no entiendo muy bien esta cuestión. (E.4) Bueno, no tengo un criterio, me preocupa pero no tengo criterio. (E.l 1) Este es un tema estrechamente relacionado con la cuestión del poder, que no po­ demos excluir de este análisis. En este aspecto, el discurso de las entrevistadas gira en tres direcciones: la gestión, el control y la coerción. Aparece el análisis del poder como control de la institución sobre los profesionales pero, a la vez, el control de estos sobre los usuarios; y también surge el control como defensa de los derechos de los 64

usuarios y los principios de la profesión, como el de autodeterminación, en relación a la preocupación por no generar dependencias en los usuarios: A mi me parece que... Mira, uno de los casos evidente es que nosotros tenemos que hacer uso de ese poder en defensa de los derechos del menor, discapacitados, mayores... Yo creo que, yo diría, somos el brazo largo del Jisca!... Que el fiscal supervisa por el interés de los desprotegidos, ahí es donde tenemos control en el sentido positivo de la palabra. Lo que ocurre es que a veces ese poder lo trasladas a otras intervenciones que tienen que ver con tramitaciones de prestaciones, que no tienes derecho... Por eso son tan horrorosos los sistemas en los que no hay derechos y son aleatorios, son prestaciones no derechos. La aleatoriedad de las prestaciones. (E. 15)

De ahí que la labor de mediación pueda ser vivida como un recurso profesional por medio del cual se cuida al “otro”, a la vez que se cuida uno a sí mismo, y a la par de que, si se actúa correctamente, se cuida también a las instituciones: ... yo me siento más como mediadora. Y en ese sentido tiene que ver con la autode­ terminación de la persona. Entonces, es un poco poder ver la gente, utilizar lo menos posible la autoridad o utilizarla para ayudar a la gente... Y luego eso tiene que ver con no generar dependencias, con el control que tú quitas siempre con el objetivo de poderlo devolver... A mi me parece que entronca mucho con los procesos democráticos, quizás porque tengo unos conocimientos muy relacionados con los colectivos... Y hasta que yo no lo he podido negociar con el rollo este del control, pues no he podido estar más tranquila. (E. 9)

La cuestión del poder se refiere a problemas en su gestión cuando se trata de retirar recursos o prestaciones, pero también en caso de conflictos entre las éticas pública y privada de los propios profesionales, como una supervaloración del profesional frente a la falta de poder del usuario: ... supone también premio y castigo, y hacerlo como aquello que necesita la persona, como algo garantista cien por cien... Es muy difícil, sobre todo en un sitio donde la prestación básica es el alojamiento, entonces eso es muy difícil. (E. 1) ... pues cuando haya que rescindir la estancia a una persona, por lo que sea, porque se le ha puesto unos objetivos y nos los cumple, que ¡a única alternativa no sea la calle, que la alternativa sea otra solución residencial. (E.l) En la respuesta siguiente vemos la reflexión sobre el control jerárquico -ser un controlador controlado-, a la par que la posibilidad de hacer compatible el respeto a la autonomía del usuario con el del trabajo de control profesional: ... que mover un poco el prisma también, a ver, cómo el trabajador social controla y es controlado. Quiero decir, que... Por ejemplo: en un determinado momento una persona solicita una determinada prestación social a un trabajador social que va a controlar que efectivamente aquella persona tenga las características adecuadas para recibir aquella prestación del tipo que sea, da igual la que sea. Lo que pasa es que, a su vez,

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el trabajador social está controlado por una normativa propia, que se puede convertir en simplemente un transmisor del control que él recibe. Quiero decir que a veces no hace un trabajo de campo en el que verdaderamente ve si hay una evolución, si ese control le sirve al sujeto para una evolución hacia algún lugar, eh... más creativo, mejor, tal, y se limita, simplemente, a ser el transmisor del control que recibe. Y eso a mí me parece muy terrible. Me parece además una deformación de la profesión, que claro... (E. 3)

El manejo del poder en el campo de menores exige navegar por contextos de in­ tervención que requieren hipótesis elaboradas para este campo concreto y un buen conocimiento de las reglas que las sustentan, además de la asunción de las funciones de control social que derivan de esta particular intervención profesional. Aquí nos en­ contramos con una cuestión decisiva para este capítulo: la de la formación en las teorías explicativas de tercer nivel que ayudan a comprender el campo de la intervención y a elaborar hipótesis para tomar decisiones. De ahí que, para algunas de las entrevistadas, la cuestión se torna compleja y decisiva. Hemos de destacar aquí el hecho de que se viva como una oportunidad profesional, al igual que en la respuesta anterior, la de ayudar a la evolución de la persona o protegerla: ... el control quiero pensarlo y vivirlo como una oportunidad más para algunas per­ sonas para conseguir un cambio... el control es una herramienta más para el trabajador social. (E. 16) ... tenemos funciones de control para proteger en primer lugar a esa persona esa parte de la dignidad personal; y mi trabajo va a ser que pueda darse cuenta de eso. Que pueda darse cuenta del daño que se está haciendo a sí mismo y a los demás... a todos, a su contexto. Y desde ahí es desde dónde yo me siento legitimada para poder presentar los actos de protección que hacemos un poco desde el sistema... en la mayoría de los casos sí creo que se pueden presentar desde ahí. Protegerles, tanto a los chicos, a las chicas como a los adultos, a las adultas, que están haciendo eso. (E. 9)

Si, por el contrario, el tema del control social no se puede vivir en su doble vertiente -control y ayuda—, puede tener efectos negativos para el profesional. Como técnicos, hemos de responder de nuestras acciones, de cómo utilizamos el poder que la institu­ ción y la sociedad pone en nuestras manos y de los efectos positivos o negativos que devienen de las acciones del ejercicio de la práctica porque, ineludiblemente, control y ayuda caminan juntos. Esta es una cuestión ética de primer orden. Sin embargo, para algunas personas la función de control supone una gran contradicción: ... es lo que no queremos, pero es lo que hacemos por toda la organización, controlar y fiscalizar... Yo me quiero situar como una persona ‘de apoyo", o un profesional de apoyo, pero vas cargada con unas funciones de controladora... Hay momentos en los que he podido conseguir un buen equilibrio entre no jugar a ser un controlador, pero... es mentira, es mentira, en elfondo eres un controlador, eres un controlador.... te posicionas tú más como ayuda pero es mentira. Es que aunque no quieras estás controlando. (E.7)

Por lo tanto, el tema de menores en trabajo social no es baladí. De hecho, la infancia es el colectivo en el que la Administración debe asumir la responsabilidad sobre los 66

menores que se encuentran en situación de desamparo o riesgo. Y para cumplir este fin necesita el trabajo de los técnicos que aseguren condiciones óptimas para los menores tanto en la prevención como en la detección y el tratamiento. Sin embargo, no es sólo el campo de menores el que nos confronta con la toma de decisiones; son varios los campos que responden a las múltiples actividades del trabajo social. Los entrevistados se refieren tanto a la incorrecta gestión del poder, como al uso de una situación por parte del profesional en el momento de la gestión, control o coerción que ejerce sobre el usuario, pero no al poder que le asiste a este como el otro de la relación profesional que da sentido al Yo profesional. La decisión que se torna en un momento determinado de tutelar a unos hijos, es el ejemplo más así... también en otros campos de servicios sociales, en salud y tal también se toman, ¿no? O en juzgados, ya no digamos, cuando hay un informe para unjuzgado o que va a tener implicaciones de capacidad o no de un usuario... (E. 6) Yo he hecho intervención directa muchos anos y creo que el rol que te da la intervenci()n es... te inviste de una capacidad y poder que tienes que manejar con mucho cuidado, porque trabajas con una persona en la que se te otorga muchísimo poder. El otro viene a pedir ayuda, no quiere decir que sea inás débil, pero viene a pedir ayuda, y tú estás en la posición del que ve, decide si la da no la da... En el rol de director tú también estás en una posición de poder, en la que tienes una capacidad de escuchar una situación, pero también la capacidad de decidir... O sea, que ahí creo que también tienes que ir con muchísimo cuidado. Pero la base, me parece que tiene que ser muy parecido o igual... (E.14)

Estamos frente a cuestiones éticas muy complejas. Hemos de tener en cuenta que, a veces, los profesionales no podemos decidir en el sentido literal del término; sin embargo, a través de los datos emitidos en los informes, proporcionamos herramientas para que una instancia superior decida. En los contextos de control es claro: ordenamos los datos para que las instancias superiores (jueces, comisiones, etc.) en sus respec­ tivas competencias decidan incapacitaciones, guardas y tutelas, lo que ha de hacerse explícito a la propia familia, sujeto en la intervención. Si es así, habremos tomado la responsabilidad ética y profesional en la intervención. Ya Mary Richmond hablaba de la importancia de implicar en la toma de decisiones a los clientes. La participación del usuario en su propio proceso de autonomía y autodeterminación no debería limitarse a la participación en el proyecto, sino que debería plantearse como un proceso dinámico que se inicia en el preciso momento en que llama a la puerta del trabajador social. El otro cambiará en función de sus posibilidades y no en la de las propuestas y tiempos del profesional. Es responsabilidad de este respetar los ritmos de las personas que acompaña, así como facilitar el proceso de cambio. Otro de los retos étieos en la intervención es la participación de los usuarios... Sí, hacer el diseño de los proyectos contando con su participación, que a lo mejor no es elaborando el proyecto, porque, bueno, no dejamos a veces de pensar en los proyectos desde nuestras necesidades, las necesidades de la institución o de lo que nosotros pen-

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sanios que son las necesidades de las personas. V esta es una dimensión fundamental porque es una dimensión política, una dimensión política importante... (E. 1) ... siempre hay posibilidades para implicar al otro en el proceso de decisión... ex­ plicarle las alierna!ivas, preguntar cómo lo ve él, qué considera que sería mejor para su propio proceso, hacerle partícipe. Trabajo en un contexto de control, pero yo no soy el juez ni el policía. Pero es evidente que el hecho de que esté ahí, de que exista todo el proceso, significa que hay un control social sobre tas conductas, un limite social. Al principio no me gustaba, me resistía a identificarme en mi función de control, pero estoy ahí, es inevitable, ¿por qué no sacarle el máximo provecho? (E.13) ... incluso en un trabajo como el mío en el que se nos supone una decisión sobre la vida de los demás, si en su interior realmente ellos no hacen suya la decisión, no deci­ den... nadie decide, ni unjuez... Las decisiones no funcionan, no sirven. Eso me merece mucho respeto. (E. 13) Pero a veces la decisión no es consciente; se decide sin decidir intentando que sean otros los que la asuman y se responsabilicen de la misma en el proceso de la inter­ vención. Diferentes son los motivos, en especial los miedos que bloquean el proceso mismo de la intervención. ... un caso de menores que yo lo escondí, porque me daba mucho miedo enfrentarme a una separación, lo escondí mucho, hasta que ya no se podía esconder más. Y además lo hice muy mal, porque lo saqué cuando ya me iba, porque no tenía más remedio. (E.9) Aveces también la información, elemento clave para la decisión en la intervención, obstaculiza la toma de decisiones por el conflicto ético que lleva aparejado: el cómo administrarla, manejarla, difundirla. ... muchas veces es según cómo se transmita la información a quién beneficia... y si el objetivo es el beneficio del menor te cargas a la gente por el camino. Entonces, ¿hasta qué punto el beneficio del menor es matar a la madre o matar al padre? entre comillas, eh. Sabes pero... sí, y los planteábamos así. Estoy preparando este informe, tengo este caso y... este es el problema con el que me he encontrado. Y al final se tomaba una decisión en equipo o la jefa. Y a veces la que se tomaba en equipo, porque también hay un cuarto, menos poderoso que el juzgado pero más poderoso que tú, que es el Instituto del Menor, con lo que a veces el equipo tiene un criterio, la coordinación otro, que a veces es un poco dispar. (E. 11) ... pensando además en las dificultades que surgieron creo que fue bastante negativo para la intervención, porque la familia se perdió entera, dos niñas muy chiquitas con muchas dificultades en la unidad familiar, entonces fue negativo el transmitir la infor­ mación... Yo lo valoré como algo ético y algo totalmente con respeto hacia la familia. peto sobre todo el primando la situación de riesgo en la que yo veía a esas dos niñas... era una familia que tenia muchísimas dificultades... (E.2) Así es como algunas de las entrevistadas refieren la importancia del poder en relación con el manejo de la información que posee el trabajador social y el uso que se hace de ella. Es significativo ver cómo se problematizan los profesionales. En efecto, como 68

veremos en el capítulo correspondiente a las organizaciones, las instituciones no son neutrales, no están hechas de un material ante el cual se pueda quedar impasible nadie. Las instituciones provocan sentimientos muy contradictorios. La confidencialidad, a quién va dirigida la información, la presión por obtener una información que no se puede dar, etcétera, son algunos de los conflictos que se viven en las instituciones de servicios sociales: ... o sea, yo creo que tenemos control: o sea. un trabajador social muy de a pie tiene control y tiene poder, sobre detemiinadas decisiones y juicios y orientaciones, Je cada caso, ¿no? La veces da miedo, dependiendo mucho quién sea y en manos de quién, o sea. quien lo lleve a cabo puede ser un peligro, ¿no? Y una capacidad de influir en otros profesionales, tenemos mogollón de información, mogollones de argumentos, bien utilizados, pues como todo, ¿no? Pero se escapa un poco de control y se piensa poco en la repercusión que se pueda tener. (E.6) Es que en los puntos de encuentro, si hubiese detrás un juez que se leyese los infor­ mes que tú haces habría... mucho, mucho peligro con una historia... Sí creo que hay situaciones que según la intervención que hagas, cómo traslades la información y dejes que el otro se comporte, actúe o participe o tal, para el otro puede tener consecuencias en función de lo que hagas... Bueno, no tengo un criterio, me preocupa pero no tengo criterio. (E.l 1) Lo que sí es legal es que si preguntan por alguien yo no puedo ocultar la información de que ese señor esté aquí. Y luego, entrar en la vida de las personas tampoco puedo... en eso estoy protegida, digamos. A lo que sí estoy obligada es a decir si está aquí. Y luego los policías, pues, unos con mejores modos y otros con perores intentan que tú les pases información de eso. (E.8) Desde los propios espacios institucionales se dificulta la toma de decisiones por los contenidos que se vierten en las reuniones habilitadas para tal fin. ... los juicios que se hacen a las personas, en los equipos de trabajo con menores y familias (ETMF) y esas cosas. Porque si es una cosa de tripas, se toca el tema de la justicia, se hacen cosas tremendamente injustas. (E. 9) O, en muchas ocasiones, surgen dudas por la cantidad de información que se tiene: ... manejamos información súper, súper confidencial e intima de las personas, que nos traspasamos de unos a otros profesionales... pero yo siempre tengo dudas de si es un exceso de información y de cómo manejarla. Así como en un campo como el de la salud hay una historia clínica común, aquí hay expedientes de administrativos y luego también hay expedientes, historias, casos personales con informes sociales, psicológicos, clínicos y tal. Pero a veces me planteo si no es demasiada información, me da como miedo no estar utilizando bien la información de las personas... (E. 6) Por otro lado, el diagnóstico social, producto del temor al significado que evoca al concepto médico, y producto también de la falta de modelos para su enunciación, está siendo paulatinamente abandonado en trabajo social. En este punto del discurso es im­ 69

prescindible traer a colación el artículo “Apuntes para una valoración diagnóstica de Alfonsa Rodríguez y Teresa Zamanillo (1992), citado en el apartado de la intervención social, para revisar cuestiones relacionadas con el diagnóstico. Las autoras analizan los riesgos que se derivan de una actuación profesional espontánea, solo intuitiva, fundamentada en una práctica que ha sido nutrida sólo de la práctica misma y, en muchas ocasiones, llena de prejuicios que producen un alto riesgo en la intervención social. Lo hacen analizando las prácticas de dos trabajadoras sociales en posiciones diferentes con respecto al trabajo social: una dotada de una amplia formación sistémíca y la otra orientando sus prácticas desde el sentido común y el discurso del buen hacer. Las consecuencias que se derivan de sus quehaceres profesionales para el sujeto que demanda la ayuda son diferentes. Las autoras refieren que es en el primer encuentro en el que ha de hacerse un esfuer­ zo metodológico de reconocimiento de los prejuicios y las prenociones profesionales. El acto profesional es un espacio de reunión en el que ambos participantes -cliente y trabajador social- se abren a una experiencia de interacción, en la que la escucha es la actitud fundamental que ha de adoptar el profesional. ¿En qué consiste este tipo de escucha? Es, como decimos, una actitud del profesional que muestra en la relación cómo puede escuchar al otro, cómo puede originar un diálogo reflexivo entre las dos personas. Esto puede ayudar, en primer lugar, al profesional a establecer hipótesis y reformular su planteamiento sobre la situación, pero también a la persona o las personas que acuden a él. Así se va contrastando la información que recibe y se puede hacer una construcción conjunta de la valoración diagnóstica que da origen a un tratamiento social. De no hacerlo así, corremos el riesgo de elaborar un diagnóstico lineal con una perspectiva causal y única del malestar que acompaña al sujeto, que le coloca como una “unidad de sentido aislado”. No es posible interv enir sin comprender. La teoría es fundamental para lograr la coherencia con la técnica y este elemento ha de estar presente a lo largo de cualquier proceso de intervención. Nuestras intervenciones, nos dicen las autoras, han de “ser comprendidas en el marco de una nueva actitud metodológica: el diagnóstico como consecuencia del estilo de interacción profesional-cliente y el contexto asistencial donde se lleva a cabo. Dicha actitud elige como concepto nuclear la noción de interacción dentro de un proceso de comunicación” (op. cir., 1992). Las conductas tienen un sentido que es preciso descubrir, una narrativa por explorar. Estas sólo pueden encontrarse en un marco conversacional adecuado, libre de prejuicios y de prenociones que constriñan el encuentro con el sujeto con quien trabajamos. Este modo de intervenir aminora y neutraliza los riesgos que se deriv an de una actuación profesional espontánea. Y es que “la mala práctica” puede determinar una vida. Con ello queremos decir que un diagnóstico mal elaborado por falta de información, falta de criterio técnico o cualquier otro tipo de ignorancia puede tener efectos no deseados. Es en las prácticas donde reside el nexo más importante entre teoría, técnica v ética. Una valoración diagnóstica sólo puede hacerse con conocimiento, v la falta de formación (y las consecuencias que de ello pueden derivarse) va a favorecer la rea­ lización de diagnósticos lineales, en términos de causa efecto, y. por tanto, alejados de la complejidad que acompaña a las prácticas del trabajo social. La perspectiva 70

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desde la que se interpreten los hechos, el contexto, las explicaciones que las personas transmitan de su situación, así como la interpretación del profesional sobre la realidad social que envuelve todo el problema, determinarán el futuro del sujeto demandante. De ahí la necesidad de hacer un trabajo consciente con un marco conceptual que ayude a comprender la situación, en lugar de actuar, por ejemplo, con un protocolo como única posibilidad de acción. Una nueva actitud metodológica para elaborar el diagnóstico precisa un estilo de interacción entre el profesional y el usuario que se lleva a cabo dentro de un proceso de comunicación, decíamos; pero conversar exige habilidades y teorías que permitan no sólo entender qué le acontece al sujeto que demanda, sino cómo planificar el cambio, dirigirlo, acompasarlo. Conversar implica dar opción a hablar de la relación que se establece entre el profesional/usuario. Es decir, implica poner en marcha procesos de metacomunicación que den luz a la relación profesional y evita posiciones de poder y de sumisión en la relación con los usuarios. Porque, como señalan Alfonsa Rodríguez y Teresa Zamanillo: “El sujeto con el que trabajamos, aquel que solicita nuestra ayuda profesional no es un personaje desprovisto de proyectos, de capacidad de interacción, propósitos y percepción de lo que sucede. Es un sujeto dotado de subjetividad, que se incorpora al acto profesional de ayudarse a sí mismo y dejarse ayudar, con una conciencia -clara o falseada por múltiples condicionantes- de la situación que vive” ! (op. cit., 1992: 48). Se trata de adquirir información del usuario y pensar con él lo que demanda; supo­ ne también ir construyendo una hipótesis conjunta y redefiniéndola en el curso de los sucesivos encuentros. Si se actúa con esta organización, casi con toda probabilidad no habrá necesidad de confrontar las percepciones e interpretaciones que se nos ofrecen y que promueven resistencias y se pierde el potencial del vínculo terapéutico; y, como dice Cancrini (1991), el proceso de valoración diagnóstica será el resultado de construir algo nuevo en un trabajo de investigación común. El diagnóstico es, según las autoras citadas, “el ordenamiento y la categorización de los datos que observa el profesional, orientado a producir un cambio, es decir, delineado, desde el inicio, por un propósito terapéutico.” En este sentido, la teoría acude a nuestra llamada, y lo hace ayudándonos a organizar los datos obtenidos en la conversación, según un marco teórico determinado. Explicar los fenómenos y sus procesos requiere teoría para poder desarrollar una práctica comprehensiva y, por tanto, ética, alejada lo más posible de la subjetividad que acompaña al técnico. De ahí la necesidad de dispo­ ner de la mayor información teórica posible para no caer en lo puramente descriptivo, como es la lista de necesidades que se plantea con tanta frecuencia en trabajo social. En la siguiente cita se subrayan los aspectos que venimos señalando: ... tu modo de concebir la realidad social o tu percepción de las cosas y de la vida condicionan de alguna manera tu diagnóstico (...) La cuestión es cómo saber analizar eso para que eso no impida poder hacer un diagnóstico no tan... subjetivo, que lo estés haciendo enfunción de tus criterios, de tuforma de concebir la vida... Porque tal y como configuras tu vida y las relaciones en el fondo, condicionas también la intervención, lo ves de una manera diferente, lo enfocas de una manera distinta. (E. 5) 71

Ahora bien, lo que nos trasmite una parte de los entrevistados es la necesidad de otro tipo de diagnóstico, que no se quede en la mera lista de necesidades y de recursos; un diagnóstico que avale las prácticas del trabajo social como una realidad tan compleja que necesita más formación que la que se tiene al terminar los estudios académicos. ... me parece que el hecho de... la formulación del diagnóstico es un punto clave, es un punto muy importante. Porque creo que en la medida en que nombras algo le das unas posibilidades u otras y estás determinando muchísimo por dónde va a ir la historia, y a mí eso me parece una gran responsabilidad. Una de las grandes peleas de nuestros equipos, bueno en el sistema en general, es la búsqueda de un diagnóstico. Y si es un diagnóstico de salud mental mejor que mejor. Porque cuanto más oscuro, menos responsable se siente la gente. Para mí es comunicación, pura y dura, comunicación y poder Y luego, diría más, comunicación, poder y responsabilidad. (E. 9) Esta entrevistada se refiere a un diagnóstico que permite evadir la responsabilidad en las acciones, desde el momento en que se delega en otro, en este caso en el psi­ quiatra, al que quizás se le atribuye más saber. La posibilidad de la elaboración del diagnóstico en los equipos interprofesionales plantea la cuestión de cuál es entonces el papel del trabajador social en la intervención psicosocial. A medida que la burocratización aumenta, se va delegando cada vez más la responsabilidad de la intervención en otros profesionales, lo que supone una fragmentación cada vez mayor no sólo de las actuaciones del trabajo social, sino también de la visión del ser humano y de los problemas que le acompañan. Una corriente que yo escucho mucho de necesitar psicólogos, ahora por todos los sitios, que puedan hacer diagnósticos. En el distrito en el que yo trabajo se paga a un psicólogo externo para que pueda estar en las juntas. (E. 9) ¿Qué ha pasado con el diagnóstico social? ¿Qué lugar ocupa en los equipos multiprofesionales? Es este un tema que no abordan los entrevistados, sino de manera indirecta y pensando más en términos de sus criterios operativos. Es decir, se piensa más en los ítems que cumple el sujeto en una escala para encajarlo dentro del proto­ colo correspondiente, que en ilustrar y explicar lo que sucede. Pensamos que el haber delegado en otros, supuestamente más capacitados, la cuestión diagnóstica, ha limitado nuestra responsabilidad ética frente a las diferentes situaciones conflictivas psicosociales y frente a la intervención en general. Además, esta pérdida nos ha constreñido a la burocracia, restando identidad a la profesión, situación a la que hemos contribuido los trabajadores sociales en mayor o menor medida. El acto profesional es una acción humana que además implica una relación con otros, un acto ético: un acto sujeto a, y sujeto de, ética” (Sánchez Vidal, 1999:84). Ahora bien, del análisis de estas entrevistas acerca de las implicaciones éticas en el proceso de intervención queda claro que, a pesar de que se contempla la necesidad de una ética profesional, no se define explícitamente en qué consiste, cuáles son sus funciones y qué papel debeiía desempeñar el trabajador social en su definición. Y mucho menos qué relación tiene la ética con la teoría y la práctica. 72

La supervisión como práctica reflexiva En la introducción al capitulo hicimos una primera aproximación al concepto de superv isión. Las notas más significativas de la definición de Teresa Aragonés sobre la supervision son formación permanente, metodología especifica y reflexión sobre la experiencia del propio trabajo. Un espacio para detenernos, y un espacio para entender y profundizar en aquellos factores de la práctica social con cierta distancia de la presión de la tarea cotidiana para tener otra mirada (2010:37-38). Este encuentro nos permite pensar dónde estamos, haeia dónde nos dirigimos y cómo hacerlo, además de pensar en cuáles son los valores que acompañan al proceso de aprendizaje. En general, todas las personas entrevistadas entienden que es tan necesaria la super­ visión como hallar un espacio para desarrollarla. Es asi como lo manifiestan: ... se echa de menos un trabajo continuo de reflexión y evaluación, conjunto, acom­ pañado de superv isión. S eria m nv útil co n ta r con ella. (E. 13) Ayudaría, p o n /u c seria un espacio de diálogo, de reflexión, de... discusión también. ¿no?, ilc aju ste, si. si. y o creo q u e seria ... qu e e sta ría m uy bien, se ria m uy válido. ( E. 3) A bsolutam ente, absolu tam en te, creo qu e es n ecesario, q u izá s p o rq u e a d em á s es la única manera de poder tener un fc c d b a c k respecto a lo que estás haciendo compartido con los demás; si no, no vas a cambiar, no vas a percibir la realidad de otra manera, nada m ás d e la qu e tú ves. te q u ed a s coja, ¿ n o ? (E. 5)

Sin embargo, si hay reuniones para aclarar cuestiones relativas a la burocracia o, en ocasiones excepcionales, para debatir con algún compañero los problemas éticos que se planteen. Por el contrario, los que plantean una práctica reflexiva, alejada de las prácticas burocratizadas, añoran la supervisión como herramienta técnica adecuada para la reflexión y el discurso. N o h ay e sp a cio s ni reuniones p e n sa d a s p a r a la co o rd in a ció n d e lo d o s lo s equipos.

Se proponen debates cuando hay que tomar una decisión respecto al trabajo o elaborar un protocolo o con algú n c a so qu e h aya resu lta d o rele va n te o d ifícil y h aya tra scen d id o la actu a ció n profesion al. Cuando desde la institución se nos ha propuesto hacer algo a algún compañero que hemos considerado no ético, se ha abierto el debate. El d ía a d ia s e resu elve en e l eq u ip o pequ eñ o, en e l m icroequ ipo. Y con tin u am en te d e m anera in form al s e p u e d e c o m p a rtir la d ecisió n q u e h ay que tom ar con otro com pañ ero. Pero

se echa de menos un trabajo continuo de reflexión y evaluación, conjunto, acompañado de superv isión. (E 13) Toda la vida lo he echado de menos, to d a la vida. Varias cosas, una la formación. siem p re... m e sien to J a ita d e inform ación. Y dos. superv isión, siem p re he creíd o qu e una su p e rvisió n externa nos a yu d a ría a vernos. (E. 15) La necesidad de superv isión creo que surge con la duda de intervención, ¿n o? S obre to d o con du da d e intervención, si. (E. 7) Quienes no manifiestan la necesidad de ser supervisados plantean, por el contrario, una práctica burocratizada y exenta probablemente de la reflexión que ha de acompañar una tarea tan compleja como la del trabajo social. 73

Pues ahora no, al principio sí. Al principio sí, en alguna ocasión, cuando empecé en la práctica, como que tenía un poco más así la cosa de... esto es importante tenerlo presente. Imagino que, luego, lo importante lo automatizas y ya no recurres. ÍE.11) Hemos encontrado también confusión entre el concepto de supervisión y el de psi­ coterapia, equívoco muy relacionado con el sentir general en la profesión respecto a este tema. También es corriente confundir su significado con el del trabajo de reflexión en el equipo que, en la mayoría de los casos y de las situaciones, se convierte en el espacio para resolver dudas y tomar decisiones. Sí, en general. Bueno, cuando he ido a terapia era una supervisión vital, pero... sí. Entonces, la gente llama supervisión a las reuniones de trabajo... Y sí es cierto que es una supervisión del trabajo, pero creo tpie la supervisión tiene que tener algo externo, externo a la institución. (E. 11) Donde trabajo no hay una estructura que incluya esta forma de supervisión. Existe una coordinación pero es más funcional o de organización del trabajo, no técnica En realidad el auténtico apoyo es la experiencia compartida con otros profesionales, com­ pañeros. (E. 13) Mas no se puede desdeñar esta otra dimensión: el encuentro con los iguales. Creemos que ante la falta de supervisión bien está recurrir a otras/os compañeras'os de trabajo con el fin de lograr un espacio de reflexión. Aunque este tipo de superv isión no alcanza de igual manera los mismos objetivos de aprendizaje integral que los de una supervisión formal, sí cumple una función de experiencia reflexiva. ... tenemos una reunión del equipo de las trabajadoras sociales una vez a la semana, no consigue ser un espacio de reflexión... pero pedimos recetas y no hay una receta para la mayoría de las cosas que se nos plantea. (E. 6) ... recurro a la red con la que trabajo. Si en esos casos recurro a la red con la que trabajo. Por qué, o sea, porque son la gente que conoce el caso... En ese sentido me fio de ahí. Y, por otro lado, recurro a gente cercana. La verdad es que la gente con la que me relaciono pertenece también a este ámbito, son profesionales la inmensa men oría, entonces ahí también encuentro respuestas. (E. 9) Incluso uno de los entrevistados propone al Colegio Profesional como referente para encontrar espacios de supervisión, al igual que se está realizando en Barcelona a partir de la Ley de servicios sociales de Cataluña 12/2007 que dice: “ Las administraciones públicas responsables del sistema público de servicios sociales deben uarantizar a los profesionales la supervisión, el apoyo técnico y la formación permanente que les permita dar una respuesta adecuada a las necesidades y demandas de la población" (art. 45.1, Cap. III). ... he recabado ayuda de compañeros, no del Colegio de trabajo social, porque siem­ pre he echado de menos que hubiera una... supervisión profesional a la que se pudiera acudir, como otros profesionales pueden hacerlo. (E.4) 74

Algunos de los entrevistados plantean que resuelven sus dudas frente a la interven­ ción, sus dilemas y problemas, recurriendo a personas externas a sus equipos y en sus respuestas no aclaran si se debe a resistencias o dificultades en el seno de los equipos y, por tanto, si estos pudieran o no necesitar una supervisión grupal. No, en el equipo no. A lo mejor compañeras de la profesión, externas al equipo sí. A lo mejor, pues, gente que has estudiado con ellas, o un poco así. Que dices, voy a contrastar esta esto. (E. 7) ... he contrastado con otras personas que me han podido dar su punto de vista, para pillar el horizonte de cómo yo lo veo, como... desde dentro, ¿no?... Sí que lo he hecho con gente extema para que no estén de ninguna manera tan condicionados por el ambiente o por el análisis de la situación que a mí me genera esa dificultad, ¿no? (E. 5) La supervisión no es psicoterapia, no es un proceso terapéutico (aunque pueda tener efectos terapéuticos beneficiosos para el supervisado) ni tampoco una evaluación de la tarea, en términos de objetivos y rendimiento, ni siquiera una descarga emocional como podrían plantearlo algunos, porque si fuera así se pervertiría su sentido. ... es una descarga pero no es una reflexión. Y, por lo tanto, yo de los grupos de reflexión soy dudosa de su efectividad, porque soy dudosa de la motivación previa que llevan las personas a ellos, creo que hay poca reflexión individual... (E. 4) La supervisión tiene un coste caro; frente a quién debe pagarla y desde dónde ha de realizarse son variadas también las propuestas y sugerencias. Lo más significativo es que, a veces, no se entiende en términos de mejora y calidad técnica de la actividad del profesional sino en términos de costes para la organización y para la propia persona. Es muy difícil eso, quiero decir, cómo abordar esa evaluación, supervisión, eso cuesta dinero, ¡buf!, es un lío de presupuesto, alfinal pasa como cuando se hacen las auditorias. A mí me parece que sigue siendo un coste, un plus, que es un sobrecoste estúpido, que podrías destinar a otra cosa, a otro recurso, ¿no?, pero bueno. (E. 1) ... cada 15 días sería mucho, individualizadas sería imposible, porque eso es un montón de dinero, pero... una supervisión mensual por grupos de profesionales sí que la tengo yo en mi lista de cosas pendientes. (E. 8) Indudablemente, las cuestiones económicas, su coste a la hora de plantearlas, tanto individualmente (ningún entrevistado supervisa y paga su supervisión) como por la institución, son aspectos muy importantes. Es habitual, debido a la concertación de ser­ vicios, que la supervisión se planifique como un instrumento de calidad para conseguir la adjudicación del contrato del servicio. También importa saber desde qué instancia ha de surgir esta; es decir, si ha de responder a planteamientos de la institución o ha de ser propuesta por el propio profesional. Según estas variaciones tenemos respuestas diversas de los entrevistados. Sí, de hecho, me he pagado supervisiones alguna vez. Sí. Pero aparte de para mí, también creo que es importante también en los trabajadores, ¿no?, en los trabajadores 75

sociales y en los trabajadores que estén en contacto con las personas... En fin, no sé. como siempre he trabajado en este ámbito no puedo decirte si los que hacen sillas también necesitan hacer supervisión o no.... Yo he propuesto para el próximo contrato. que no sé cuándo será, con este centro (en vista de correcciones o de aportaciones al próximo contrato) he propuesto que haya sesiones periódicas de supervisión ajenas al centro. (E. 8) Se resalta que existen riesgos en las supervisiones internas, las programadas desde el seno de la organización, por el uso perverso que se puede hacer de ellas: pueden ser vividas como parte del control que ejerce la institución sobre los trabajadores. Una vez se hizo y creo que con conocimiento de causa se la instrumentalizó... nofina­ lizó el trabajo, la gente en algún momento lo ha reclamado y se ha hecho oídos sordos... nunca se devolvió el trabajo que se hizo... Primaron los intereses de la dirección. (E. 15) Una supervisión externa, que se lleva a cabo por un/a profesional ajeno a la insti­ tución, produce mejores resultados que otra que se realice por un/a supervisor a perte­ neciente al cuerpo de la organización. En efecto, una persona externa tiene una mirada más distante y puede conservar mejor la neutralidad acerca de las cuestiones que plantee el supervisado. Su mirada no contaminada favorecerá la reflexión y el cambio en el supervisado y, como efecto indirecto, el enriquecimiento de la organización, desde el momento en que favorece el trabajo en equipo y la elaboración de las dificultades y de las diferentes posiciones de sus miembros. Las superv isiones internas pueden ser vividas y asumidas por los profesionales como formas de control y coerción por parte de la institución. Además, los efectos de la superv isión en grupo son más eficaces que las supervisiones individuales. Y es que estos favorecen la coev olución e impiden que una persona cargue con toda la responsabilidad de la institución. ... si la institución no acepta la superv isión externa no acepta los cambios de la es­ tructura, ni los cambios en el comportamiento ni funcionamiento de grupos. Si uno se supervisa individualmente hace suya toda la responsabilidad de la organización, ahí es donde veo que hay que diferenciar... (E. 15) La supervisión, al mismo tiempo que externa, ha de ser voluntaria; si es obligatoria e impuesta puede ser vivida por el profesional como algo coercitiv o. También conv iene que el supervisor sea aceptado por los supervisados como alguien cualificado. Cuando el supervisor no es elegido y reconocido por el grupo puede que la superv isión no cumpla su cometido, como se nos refiere en la siguiente entrev ista: Es una supervisión que contrata el Ayuntamiento... superv isa en otras instituciones, en otros ayuntamientos... Esta mujer ya lleva tres años, porque no hay otra posibilidad. No sé si i cálmente se esfuerzan en encontrar la gente que se propone, o... me imagino que también habrá intereses... Se hacen propuestas... pero no... a mi no me sirve. Yo no me encuentro muy cómoda en el espacio... También creo que es un problema de la

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relación del equipo, también creo que tiene que ver con las peculiaridades de quién lleva la supervisión, las inercias. (E. 9) Resultan llamativas las escasas referencias al fenómeno del burn out: ni se plantea ni se analiza, ni siquiera se percibe como un riesgo potencial para los trabajadores sociales ni como un efecto de la falta de apoyo, de conocimiento para analizar o revi­ sar las diferentes situaciones a las que se ve confrontado en el ejercicio de su práctica profesional a lo largo de su carrera. Hemos podido observar, sin embargo, sus efectos en algunos de los entrevistados. El ejercicio del poder como coerción a los profesionales ha generado procesos de somatización, de sensación de impotencia, de un reconocimiento profundo de la difi­ cultad por desarrollar una actividad profesional social y política de manera individual, una sensación de soledad y de inmediatez. Ha habido momentos en los que me he... me he enfadado muchísimo, he intentado no participar en los procesos, y bueno... Hay momentos en los que he podido conseguir un buen equilibrio entre no jugar a ser un controlador pero... es mentira, es mentira, en el fondo eres un controlador, eres un controlador. O sea, te posicionas tú más como ayuda pero es mentira. Es que aunque no quieras estás controlando. (E. 7) Frente a esta cuestión aparecen ideas innovadoras para cuidar del que cuida, además de la supervisión y evitar de esta manera el fenómeno del “profesional quemado”. ... la supervisión es otro aspecto... la tenemos incorporada en todos los servicios... pero también pasamos por los autocuidados de cuidarse para cuidar, cuidado de la risa, creatividad, Mindfullness, meditación... Mindfullnes, es una técnica muy interesante, lo pidieron y está funcionando,... también funciona para el aumento de conocimiento o adquisición de habilidades... (E. 14) La relación entre teoría, técnica, ética y supervisión no es enunciada nítidamente por muchos de los sujetos entrevistados. Es más, son pocos los que se atreven a diser­ tar sobre el tema, y aquellos que lo hacen lo plantean como especialización en trabajo social. En este primer caso, nos encontramos ante el problema de la identificación con la persona a la que se está acompañando. Es una de las cuestiones que pueden diluci­ darse en una supervisión para poder tomar distancia o, en efecto, no tratar casos que supongan para la persona una gran dificultad para encontrar el punto de la disociación instrumental necesaria. ... determinadas patologías, para mí eran, ¿eh?... personalmente intratables por mis propias vivencias, por ejemplo el alcoholismo y delegaba en mis compañeras que trataran esos casos, porque yo de antemano no me reconocía totalmente imparcial. (E. 4) De lo contrario, siempre se correrá el riesgo de que se generen desviaciones éticas.

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... poner las desviaciones óticas de manifiesto en un equipo de trabajo y además me parece que es oigo que tiene que ser por prudencia, tratado periódicamente para que nadie se sienta ajeno a esa posibilidad de rol. Y que la única forma de hacerlo es con... repasar periódicamente casos y... y hacer verdaderas supervisiones, supervisiones clínicas en las que con suma honradez el profesional pueda manifestar sin ser enjuiciado ni descalificado... (E.4) ... he envidiado mucho las sesiones clínicas en que una persona tenía la oportunidad de plantear un diagnóstico y un tratamiento. Plantear las dudas, las alternativas que tenía en ambos procesos y que sus compañeros hicieran una tormenta de ideas, que a veces coincidían y a veces aportaban muchas cosas que no todos tenemos, siempre, toda la capacidad para comprender todos los problemas y ver todas las soluciones... Y sobre todo me parece imprescindible la opinión de otros profesionales que hayan vivido si­ tuaciones parecidas. (E. 9) Finalmente, frente a las dudas éticas que surgen en el proceso de intervención, es imprescindible la formación y el conocimiento. La supervisión se constituye así como una guía clave para estructurar el saber que se genera alrededor de la práctica y ayuda para hacer más operativo el conocimiento. La formación en ética no sólo ha de ser en trabajo social y en aquellas materias que nos puedan arrojar luz sobre nuestro objeto de trabajo, sino también en filosofía partiendo de la premisa de que el conocimiento genera dudas y necesidad de más espacios de saber. En suma, el conocimiento producido en la supervisión acerca de nuestras prácticas va a generar teoría. Para dudas éticas sí que encuentro ayuda en la formación, en laformación que estoy haciendo. Para mí sí que es una fuente de apoyo el estudio y el conocimiento. (E. 9) A lo mejor la supervisión no la tendría que hacer un psicólogo, para resolver eso igual lo tiene que hacer un filósofo, un filósofo, o un sociólogo, en ese sentido, ¿no? Y, bueno, algunas veces, pues sí, hemos llamado a un sociólogo, o viene alguien que viene de una militancia en trabajo social interesante, pues también aprovechamos para ver otra dimensión totalmente distinta, ¿no? Pero cuesta, porque no se dan fórmulas, porque trabajar desde la filosofía genera muchas más preguntas. (E. 1) Podemos concluir que, frente a la locura de una intervención impulsiva y una manera de intervenir que, por satisfacer las demandas, no tiene en cuenta el proceso global de cualquier toma de decisiones (el procedimiento metodológico que comienza con el estudio del campo y el análisis-diagnóstico), hemos de hallar momentos para reflexionar. ¿Cómo? No conocemos otro camino que el de la rigurosa formación continuada.

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La ética en las organizaciones de servicios sociales y en los equipos de trabajo

Carmen Roncal Vargas

ablar de organizaciones a los efectos de este estudio es referimos al mundo de las instituciones de la política social y de los servicios sociales, amplio campo de los profesionales del trabajo social, entre otros. En el camino que vamos a recorrer con aquellas/os trabajadores sociales que nos han abierto la puerta a sus pre­ ocupaciones más fundamentales en el día a día de su labor profesional, nos proponemos desarrollar un análisis sobre la intemalización de lo institucional en su imaginario. ¿A qué nos referimos con la intemalización de lo institucional en el imaginario profesional? Con esta expresión queremos designar el proceso por el cual los profesio­ nales del trabajo social han incorporado la institución de la solidaridad como forma de organización social que trata de dar sentido y respuesta a la desigualdad, apoyándose en formaciones sociales cada vez más justas. Ineludiblemente, esta perspectiva nos sitúa en un análisis de la ideología de los trabajadores sociales en relación a su concordancia o discrepancia con las instituciones a las que sirven. Con esta mirada nos situamos en una dimensión macrosubjetiva en el sentido que da Ritzer a este término al referirse a las dimensiones de la cultura, las normas y los valores de la sociedad (1995: 441-449). Mas, también nos interesa conocer lo microsubjetivo, esto es, las percepciones, las creencias y las diferentes facetas de la construcción social de la realidad. Es decir, nos interesa indagar en cómo los profesionales han ido incorporando en su conducta los códigos de comunicación, las metas de la institución, los propósitos de la misma, los recursos institucionales, las relaciones entre las personas y los profesionales de las instituciones, la identidad de la organización, las normas, las relaciones de poder, las capacidades, etcétera, de la organización de que se trate. Deseamos conocer, por una parte, cómo todo ello se inscribe en la conducta profesional y, por otra, cómo los trabajadores sociales piensan la organización de la solidaridad, más que cómo piensan en las organizaciones. Esta es una forma de pensar en la institución como un proceso en doble dirección. Pensamos en la institución y, por su parte, la institución nos piensa a nosotros. Obviamente, es provocador sostener que una institución nos piense a no­ sotros, puesto que al referirnos al término institución no hacemos más que evocar una abstracción, no un objeto real. Pero no podemos dejar de reconocer que el significado

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que da la institución a nuestro modo de estar en ella, esto es, cómo nos acoge, cómo nos defiende, cómo nos identifica, cómo nos acomoda, es enormemente importante para nuestra identidad como profesionales. Podemos sentirnos considerados por ella, reconocidos y distinguidos o, por el contrario, rechazados, descalificados, o aislados, como personas sin importancia relevante que les cuesta hacerse un lugar en el contexto en el que trabajan. En esta línea de análisis especular, hemos de traer el pensamiento de Hugh Heclo, quien dice que “pensar en la institución no es lo mismo que pensar institucionalmen­ te” (2010: 130-133). Para este autor, pensar institucionalmente supone adoptar una mentalidad institucional que implica dejar de pensar en términos de disociación, es decir, la institución por un lado y el individuo por otro. Así, este autor sugiere pasar a considerarnos como agentes morales dentro del marco de los valores institucionales que conciernen tanto al individuo como a la institución. De esta forma, institución e individuo convergen tanto en lo abstracto como en lo concreto, de la institución al sujeto que actúa en ella y viceversa. De la misma manera que el sujeto ha de pensar en la institución, también esta ha de pensar en él, lo que quiere decir que lo mismo que los profesionales han de cuidar la institución, esta ha de cuidarlos a ellos. En efecto, es difícil que una institución que no cuide a sus profesionales sea una institución que pueda llegar a alcanzar la ética institucional necesaria que le concierne para el desarrollo de una ciudadanía plena. De ahí que, al analizar la institución, es necesario también ver cómo vive esta al otro; es decir, cómo percibe al individuo, cómo lo recibe, cómo lo integra, ya sea este usuario o trabajador. No obstante, el punto de vista que, por otra parte, es el más común, el de cómo pensamos en las organizaciones, nos interesa también para conocer cómo perciben los profesionales a sus organizaciones, cómo las viven, cómo las sufren, qué hace el sujeto organizacional en unas instituciones que exigen mucho de los profesionales y reciben muy poco. Nos encontramos aquí en un espacio que se refiere a los procesos de vinculación de la organización con los miembros de los equipos y cómo estos registran los procesos inconscientes. Estas cuestiones fueron estudiadas por Wilfred Bion, Anzieu y Kaés, entre otros de los destacados analistas de grupos que estudian los procesos inconscientes de las orga­ nizaciones. De la teoría de Káes queremos recalcar los sentimientos ambivalentes que nos ligan a las dimensiones organizacionales de la institución, y más específicamente, al placer o al dolor que esta nos produce: por un lado, placer por el cumplimiento de la tarea, sostenida por las fantasías inconscientes y los ideales, que, en el caso del trabajo social, tienen un significado extraordinario por la idea de “salvación” del otro y de reparación del daño social; y, por otro lado, el sufrimiento asociado al incumplimiento del encuadre o al no reconocimiento de la capacidad de los sujetos que trabajan o están ligados a la institución (Kaés, 2004: 656-657). Las cuestiones expuestas por Kaés ponen de manifiesto las posibles vinculaciones dentro de una organización que conforman las vivencias de los sujetos, muchas satis­ factorias y otras tantas dolorosas, ambas ligadas a la realidad psíquica que la atraviesa y a la naturaleza de la tarea. Esta confluencia de las fuentes de dolor del sujeto en la 82

institución es uno de los mayores problemas a los que tiene que hacer frente una orga­ nización cuando se encuentra en crisis. En efecto, durante la crisis la institución ha de enfrentarse a interrelaciones complejas procedentes de las maneras de defenderse contra estas fuentes de sufrimiento, que son consecuencia de las restricciones, las renuncias, las obligaciones y las desilusiones que acompañan todo vínculo que tiene un origen institucional y no sólo responsabilidad individual o grupal. Así pues, cobra sentido pensar en las instituciones de la solidaridad como fuentes de satisfacción y de dolor. Pero, desde una perspectiva más organizacional, el análisis de la institución ha dado como resultado múltiples recopilaciones bien conocidas sobre el concepto de institu­ ción. Recogemos una que puede adaptarse más a nuestro contexto. La institución es “ ... un sistema de normas que rige las acciones que persiguen unos fines inmediatos para que estas se ajusten al sistema de valores común y supremo de la comunidad. Una institución es un complejo de funciones integradas y de gran significación estructural estratégica dentro del sistema social, mediante el que se integran las expectativas de la acción con las pautas de valores vigentes en la sociedad” (Heclo, 2010: 87). También la institución da cuenta de la historia del poder social y su distribución. Las notas que podemos destacar de esta definición son normas, valores, estructura, estrategia, fun­ ciones, sistema social, expectativas, poder. Hay otra forma de entender la institución que adopta una perspectiva social más operativa; la que considera las organizaciones como “coaliciones de grupos de intere­ ses cambiantes, que negocian objetivos con racionalidades múltiples y limitadas”, y que se adaptan de forma anárquica a la influencia de su entorno (op. cit., 106). Pueden considerarse entidades que se construyen para alcanzar fines específicos a los que se llega cuando la estructura es funcional. Sus elementos básicos son las personas que, al interactuar, establecen relaciones entre ellas y con la propia organización. Recogemos también aquí las notas más sobresalientes: coaliciones, grupos, negociación, objetivos, racionalidad, interacción. A continuación vamos a traer algunos conceptos sobre la insti­ tución, la organización y los equipos desde un enfoque sistèmico de las organizaciones. Etkin, analista sistèmico de las organizaciones, dice que en ellas se dan simultánea­ mente relaciones de complementariedad y de simetría dentro de las cuales las relaciones de antagonismo y/o de concurrencia coexisten entre el orden y el desorden ( 1989:157). Así, podemos referimos a las organizaciones como sistemas sociales dotados de re­ cursos que desarrollan tareas para alcanzar un determinado fin o dar respuesta a unas demandas colectivas. Se alude, asimismo, a la concreción de las instituciones en un espacio y tiempo determinados. Detrás de una organización está siempre la institución que le da su marco, que la regula y que alberga los valores del funcionamiento de la organización y de los sujetos dentro de ella, pues la institución cobra vida en las organi­ zaciones. Las barreras entre ambas son escasas; sin embargo, la institución condiciona la capacidad de las organizaciones para crear sus propias normas y autonomía. Un ejemplo de institución y organización sería, de acuerdo con el contenido de este trabajo, el sistema de Servicios Sociales como institución y los centros de Servicios Sociales como organización. Este último es el contexto en el que nos vamos a manejar en este capítulo, pues es muy común dirigirnos a este como institución. 83

Por todo lo expuesto, las instituciones y organizaciones hemos de verlas y hablar de ellas desde dentro; de no hacerlo así nuestro análisis queda reducido a un discurso árido y abstracto que sirve de poco. No quiere decir que mirarlas desde fuera no sea útil, todo lo contrario, es otra perspectiva y además, perfectamente complementaria; pero vernos en ellas nos permite autoobservarnos en el papel que desempeñamos en el sistema y poder hacernos una autocrítica constructiva, que promueva el cambio del sistema. Para esta labor se recomienda siempre la supervisión. Y esto es así porque reflexionar en las organizaciones sociales desde dentro permite que queden reflejados nuestros valores y emociones, aquellos que podemos aceptar, rechazar o negociar, como dice Heclo: “La cuestión de pensar en clave institucional atañe no ya a un currículum académico, sino a un currículo humano: acarrea importantes consecuencias para la cimentación de la interpretación que tenemos de nosotros mismos como agentes morales” (2010: 138-139). Pensar así no nos convierte en científicos sociales, pero nos puede llevar a ser individuos que podamos realizamos, quizás un poco más y mejor, en ellas. Se trata de formamos como individuos que persiguen una vida buena con y para otros, en instituciones justas, como apunta Ricoeur al referirse a qué es la ética. Pensar institucionalmente implica un modo de estar en las instituciones que crea una actitud específica. Para Heclo supone que usemos nuestro corazón lo que, al mismo tiempo, impulsa a una persona a ir más allá del instrumentalismo racional (2010: 300). Se trata de elegir con claridad unos medios para conseguir unos fines que se validan por sí mismos y que hemos escogido únicamente porque consideramos que son los mejores y su elección nos proporcionará bienestar. Se trata de participar como una forma de vincularnos con autoridad dentro de la organización, no como individuos aislados, con laxitud e inercia, sino como personas cuyo pensamiento institucional trasciende los vínculos de carácter instrumental que hacen que “la idea diaria adquiera un nivel más profundo que el de un mero desfile pasajero de estados de ánimo y sensaciones personales. Por su propia naturaleza, el pensamiento institucional tiende a cultivar el sentimiento de pertenencia colectivo y de vida en común” (op. eit., 302-303). Esta es una forma de vivir la organización con ética, pero para ello hay que entrenarse. Sin embargo, ¿cuál es una parte de las instituciones difícil de integrar? El sacrificio del yo que supone pertenecer a ellas por la falta de reconocimiento que nos proporcionan v la excesiva burocracia que generan; una burocracia que ha de ser vigilada y controlada por las direcciones del aparato administrativo y por los propios profesionales. Otro aspecto relevante en el análisis de las instituciones y organizaciones es su contexto político, cuestión que es necesario observar de manera transversal en todo este capítulo. En efecto, es innegable que la labor de los profesionales del trabajo so­ cial se enmarca en las políticas sociales que cobran vida en las organizaciones y que delimitan el trabajo de estos técnicos desde una perspectiva ideolóüica, muchas veces compartida y otras no. Esta disonancia puede generar dilemas que, para resolverlos, los técnicos tienen que aplicar con rigor sus propios planteamientos éticos y obrar con arte dentro de la mayor objetividad posible; y más aún en estos últimos tiempos en los que.

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debido a la escasez de recursos para paliar las necesidades de los ciudadanos, se puede propiciar un debate político sobre los recortes sociales dentro de las organizaciones. Este debate, aunque más propio de la dirección o mandos intermedios, afecta a la práctica de los técnicos de base en los que se puede crear incertidumbre al ver que su gestión obedece a una clara decisión política. Un ejemplo de ello puede ser la aplica­ ción de las leyes, la revisión de barenios, la ampliación o reducción de contratos, la redistribución de la plantilla, que tiene que ver más con la rentabilidad política de los partidos gobernantes que con las organizaciones que dirigen. Estas decisiones repercuten directamente en los equipos de trabajo como ejecutores de políticas estatales, autonómi­ cas o locales. Cuestiones todas estas que atañen a la ética de las organizaciones, tanto públicas como privadas, ya que el sector privado ejecuta muchas de las prestaciones sociales, bien como contratas o como convenios, con presupuestos públicos. Nos queda ahora continuar con otro elemento institucional que enunciamos: el equipo. Katzenbach afirma que el equipo de trabajo “ ... es un pequeño número de personas con habilidades complementarias, comprometido con un propósito común, objetivos de rendimiento y enfoque, de lo que se consideran mutuamente responsables”. Así pues, continúa el autor, “en el equipo de trabajo las personas pueden ser asignadas o autoasignadas, de acuerdo a experiencia y competencias específicas para cumplir una determinada meta bajo la conducción de un coordinador” (1996: 39). Para ello, el equipo debe desarrollar un trabajo en conjunto y en mutua colaboración que le permita elaborar estrategias, procedimientos, aplicar métodos, etcétera, para lograr las metas propuestas, pero en corresponsabilidad. Pero llegar a ser un equipo, tal como se define, no es fácil, requiere un proceso y aprendizaje en constante colaboración y complementariedad de saberes, experiencias y habilidades. En el proceso de evolución de los equipos, a veces se consiguen importan­ tes avances con grandes dificultades y esfuerzos en los aspectos técnicos, estratégicos y emocionales, que suponen un gran éxito para quienes han participado en él. De ahí que, siendo los equipos la unidad básica de rendimiento en una organización, es ab­ solutamente importante su cuidado, puesto que, indudablemente, un equipo consigue mejores resultados si en todo cuanto emprende existe corresponsabilidad entre los trabajadores y la organización, así como complementariedades y límites bien definidos entre roles y funciones. Estas ideas son tan perfectas que sólo nos sirven a efectos teóricos, pero lo que no se puede eludir es que en una institución los límites deben estar claros, las responsabilida­ des distribuidas y conviene que haya un ejercicio de comunicación directo, desposeído de intereses particulares. Sólo así los integrantes de un equipo en una organización estarán legitimados para cumplir su cometido como equipos inteligentes. Hacerlo de esta manera confiere al que dirige las organizaciones y sus equipos poder y autoridad otorgada, así como funciones delegadas en lo formal, aunque estas atribuciones tengan que ser trabajadas, asumidas y ejercidas con la impronta de cada directivo independien­ te de su grado y nivel. Mas, como hemos dicho, este panorama es el ideal, otra cosa diferente es cómo son las organizaciones y los equipos en la realidad. Este es el tema que vamos a trabajar en los dos primeros apartados de este capítulo. 85

En nuestro trabajo de investigación para la elaboración de este libro hemos observado la escasa reflexión de los profesionales sobre la institución en la que trabajan y menos todavía que integren e/ pensamiento institucional del que habla Ueclo, puesto que se trata de una invitación verdaderamente innovadora en el análisis de las instituciones. Hablar de nosotros mismos, de lo que nos ocurre, de lo que pasa y rodea a la organi­ zación, parece ser uno de los principales reclamos que se presenta cuando aparecen incidencias que involucran tanto a individuos como a organizaciones. Hablar de la ins­ titución, afirman algunas de las entrevistadas, es un hábito olvidado. ¿Qué ha ocurrido para perder el debate ético en las organizaciones? ¿Se ha variado la perspectiva? Esta cuestión y otras serán puestas de manifiesto más adelante. No podemos terminar esta introducción sin agregar que los trabajadores sociales están sometidos a importantes contradicciones que, en numerosas ocasiones, producen, como decíamos, un dolor institucional dificil de resolver, si no es con la huida, muchas veces, o con la apatía, la inercia, la negación, la indiferencia, etcétera; defensas todas ellas ineludibles para poder mantenerse en el trabajo. No obstante, hay una contra­ dicción en particular que está referida a su buen hacer. Según dice Félix del Castillo, cuanto mejores sean sus actos profesionales y las personas logren verdaderamente su autonomía, esta solución les restará clientes. Como consecuencia de ello, la disminución de profesionales en las organizaciones sociales sería inevitable (1997: 232). Dada la crisis económico-financiera de estos últimos años, los usuarios cuyas problemáticas se deriven de problemas macroestructurales no hallarán solución. Encontrarán alivio paliativo en los centros de servicios sociales y con sus profesionales. Es por todo esto por lo que el trabajador social ha de estar preparado técnicamente para dar una respuesta ética que demuestre que es un profesional que se toma en serio las necesidades de los otros como parte del respeto que el ciudadano se merece y dentro de una organización que le da el marco de acción.

La complejidad de las organizaciones de servicios sociales y de los equipos de trabajo social Las instituciones de acción social en las que se inscriben las organizaciones de ser­ vicios sociales han sido creadas recientemente en el contexto del Estado de bienestar. Estas están sometidas a fuertes y numerosas demandas, presiones y contradicciones que hacen que su complejidad aumente sin cesar, situación que plantea numerosas paradojas también en el plano de la ética como vamos a poder ver en este apartado. Sobre estas contradicciones habla Félix del Castillo cuando dice: “ Las organizacio­ nes de trabajo social y asistencial, en sus modalidades más extremas, parecen haber invertido la definición de las mismas, atención al ciudadano a través de si mismas, en un definición implícita, pero pragmáticamente más evidente, de atención a si mismas (que pasa por la consolidación de clases profesionales, mantenimiento de estructuras burocráticas, gestión de enormes presupuestos, etc.) a través de la definición de las necesidades como un recurso propio. Minuchin (1991) se refiere a este fenómeno ex­ tremo aludiendo a ‘la enorme riqueza que genera la pobreza' " (2007: 226). 86

Y sobre la complejidad de las organizaciones, ningún analista como los de la escuela sistèmica puede iluminarnos mejor. Así, Etkin y Schvarstein nos informan, como se decía, de que en toda organización existen relaciones complementarias, concurrentes y antagónicas en donde coexisten el orden y el desorden, el conflicto y el consenso. Subsiste, pues, y a la vez, el desorden “desestructurante” y un orden “estructurante” en el que se pueden incorporar relaciones de cohesión, transitoriedad, estabilidad -ines­ tabilidad, racionalidad-irracionalidad, certeza-incertidumbre, autonomía-dependencia, conocimiento-ignorancia, etcétera. Todas estas relaciones definen y describen el tipo de organizaciones y su forma de proceder, teniendo en cuenta las particularidades de las que nos estamos ocupando y las contradicciones políticas que se producen y se reproducen constantemente en su seno que generan mucha confusión, cualquiera que sea el color político del Gobierno que planifique las políticas sociales del país. Además, traíamos a colación en la introducción de este capítulo a Hugh Heclo, que afirma que pensar institucionalmente es pensar en el objeto y en la tarea. Esto supone tener en cuenta los recursos de la organización; esto es, las capacidades existentes que involucran no sólo los recursos materiales, técnicos o financieros, sino también los modelos teóricos, los códigos de conducta, las metas de la institución, sus propósitos, los recursos institucionales, las relaciones entre las personas y los profesionales de las instituciones, la identidad, las relaciones de poder, las capacidades; y todo dentro de unas normas como sistema de valores que determinan el comportamiento individual y colectivo y que, además, delimitan el funcionamiento y criterios de actuación de los equipos de trabajo como estructura básica que da vida a las organizaciones. Como profesionales del trabajo social cuidamos del otro, acatamos políticas socia­ les que intentan promover cambios sociales a través de sus idearios; nos sometemos a los ideales del Estado de bienestar y nos confrontamos con la paradoja de sostener y mantener el orden social establecido. Es esta la gran paradoja a la que han de enfren­ tarse las jóvenes instituciones de bienestar: cambiar, a la par que mantener, el orden social legítimamente establecido; es esta una cuestión que, por otro lado, impregna a las instituciones de acción social a lo largo de la historia del trabajo social y que, ahora con la posmodernidad, ocupa un lugar preferente en su análisis y estudio. La ética que acompaña a nuestras organizaciones, si bien ha sido la misma a lo largo de la historia y se ha situado en el contexto de ayuda al necesitado, en estos momentos, en el siglo XXI, con la posmodernidad, se ha hecho más compleja y requiere mecanis­ mos de calidad en la gestión y en la atención; es decir, al aceptado principio de ayuda al otro se une ahora el mandato de la eficacia y la eficiencia que permitan rentabilizar las instituciones de bienestar social. Decíamos también que la organización está atravesada por la dimensión política y que su ejecución produce múltiples contradicciones y contrariedades ideológicas a los profesionales. Hay todo un escenario de relaciones de poder difícilmente resoluble que inquieta a los profesionales en su labor diaria. Así se recoge en los siguientes discursos: ... el tener que estar realizando unos cometidos en los que, en algún caso, no com­ parto, ni creo, y que, además, no dejan de ser muchas veces... el órgano ejecutor de políticas o de criterios con los que, por ejemplo, yo no estoy de acuerdo y que además 87

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van en contra en algún caso de los trabajadores sociales, pues tenemos que promover la iniciativa de las personas, modificar los cambios... Sí que me resultan algunas veces complejos... a veces somos... tenemos una función de controladores, de mantenimien­ to del estatus, ¿para qué? para que se quede todo igual, Y eso sí me genera, digamos, conflictos, de lo que estoy haciendo.... (E. 5) ... y cuando trabajas con instituciones, te das cuenta que a veces, detrás de la defensa de los usuarios hay mucha defensa de poder y de instituciones por medio; eso para mí es una mala experiencia, y reciente. La gente no lo tiene muy claro, aunque digan de boquilla que es lo que hay que defender. Y porque, además, llega un momento en que seguramente determinadas estrategias de defensa se tienen que radicalizar... (E. 1) La primera de las citas hace referencia a las paradojas a las que se ven sometidas las instituciones de bienestar. La segunda pone de manifiesto la complejidad en rela­ ción con el poder y sus numerosas manifestaciones perversas y efectos no siempre deseados en las organizaciones. ¿Por qué necesitamos el poder? ¿Para qué? La primera cuestión, el por qué, quizás radique en la posibilidad de tener poder para disponer de libertad de acción. De esta forma se puede desarrollar el trabajo con autonomía. El para qué esta libertad estaría en relación con la posibilidad de una autoorganización y autorregulación del trabajo. ... existe libertad para llevar tu caso como mejor consideres, disponiendo las actua­ ciones que consideres necesarias, pero si se sale del marco institucional hay que justificar muy bien el por qué de la necesidad de tal acción; por ejemplo, visitar a un menor al centro en el que se ejecuta la medida judicial... no obstante, la propia institución tiene sus propios mecanismos y no podemos pretender que la ética de todos los participantes sea la misma. (E. 10) Yo creo que no tenemos ningún problema, por lo menos yo, no lo siento así. En esta estructura tenemos completa libertad y autonomía para actuar y, salvo que en un momento determinado a alguien se le vaya la cabeza y pueda hacer algo totalmente descabellado, nadie viene a decirte cómo tienes que actuar. La verdad es que yo creo que, en ese sentido, tenemos libertad absoluta para hacer nuestro trabajo, o yo por lo menos lo siento así, ¿eh?, yo no me veo condicionada... hay unas líneas guía y yo creo que sabiendo dónde están esas líneas guía nadie viene a hacer una supervisión ni un control de tu trabajo, yo creo que somos afortunados. (E. 2) La autorregulación y la autoorganización exigen una gran prudencia y un amplio conocimiento del trabajo, de recursos y de teorías que ayuden a elaborar hipótesis y diseños de intervención y también a actuar en un contexto de consulta, sobre todo cuando la duda sitúa al profesional en disyuntivas, dilemas, o sencillamente cuando tiene que elegir la mejor entre todas las opciones. Estos cuidados recaerán en el beneficio de los otros; esto es, los usuarios, que serán destinatarios del buen hacer de los profesionales. En caso contrario, podrían incurrir en una mala praxis que, al igual que el buen hacer, quedará sin control si se desconocen los errores por parte de los responsables de la organización. Este es el mayor problema con el que se enfrentarán en ocasiones los coordinadores de las organizaciones: el de dejar plena autonomía a los profesionales sin 88

contradecir los fines o las metas de la organización, tema en el que también se abunda en el siguiente apartado. De ahí que nos encontremos con la otra cara de la moneda -la falta de límites a la libertad como se ve en la siguiente cita. La pregunta significativa que nos sugiere esta cuestión es, de nuevo, la de antes: ¿Para qué la libertad? ¿Para ejercerla no sólo sin el control de los jefes sino también sin el control de una orientación teórica y técnica con el objeto de que el profesional introduzca orden en el caos de su pensamiento? Un orden necesario que le puede llevar a reflexionar sobre su ejercicio profesional, deteniéndose en medio de la urgencia, exigida muchas veces por la necesidad de atender los casos en el menor tiempo posible. ... creo que tengo mucha libertad, pero eso es una consecuencia perversa de la mala organización que tiene el sistema. N o creo q u e s e a uno lib e r ta d q u e s e d é d e sd e la con fian za y d e s d e Ia plen itu d. Yo sé, y s é q u e a lg u n a s d e las c o sa s qu e y o hago, cu an do trascien den , muchas veces d e s d e e l c a riñ o y d e s d e la Junción d e su p e rvisió n qu e tienen q u e te n e r d e te rm in a d a s p erso n a s, se me dicen cosas o se me dan toques porque yo lo cuento. Si no quisiera contar yo podría estar haciendo barbaridades. M e co n sta qu e a

veces se dicen cosas muy bestias, que contradicen principios éticos de los derechos humanos en los despachos, me consta, y nadie lo dirá. P o r eso te d ig o q u e creo q u e es un efecto p e r v e r s o d e ¡a organ ización . Soy libre, pero más que nada porque me dejan a mi rollo. N o e s to y m uv su p e rvisa d a , y e so p u e s es bueno o m a lo ... S egu ro harán b a r b a r id a d e s ... (E. 9) Aparece aquí la libertad referida en términos de laissezfaire y de perversión orga­ nizativa. Quedan en suspenso cuestiones como la dirección que introduce una rigurosa línea de enseñanza y aprendizaje, el respeto al otro, la cooperación y la colaboración. De las entrevistas se deduce que el análisis organizacional procede de la reflexión sobre la casuística y del trabajo asistencial de los profesionales entrevistados. Es un análisis referido a la tarea y a los mandatos e imperativos que gestionan las organiza­ ciones del Estado de bienestar. ... a veces es el protocolo; s e rellen a e l p ro to c o lo , con lo cual, el trabajador social es un controlador controlado. No tiene unos campos de libertad, d ig a m o s, unos espacios de libertad que le permitan otras cosas. No los tiene o no se los busca tam bién, ¿n o ? P ero en m u ch as o ca sio n es, si se ajusta a lo que le controlan, a los protocolos de control que recibe, simplemente se queda ahí. Es un co n tro la d o r controlado. Un sujeto sujetado. (E. 3)

Los entrevistados subrayan la complejidad de la tarea, la dificultad con la norma, algunas cuestiones referidas al trabajo en equipo, a la ética de las organizaciones, pero no la enmarcan en la organización en la que se inscriben. Una vez tratada brevemente la complejidad en las organizaciones vamos a observar las relaciones en los equipos. Recordemos que un equipo es un grupo de personas que persiguen un propósito común, objetivos de rendimiento y enfoque de trabajo, de acuer­ do a experiencias largo tiempo acumuladas. Para lograrlo ha de darse una colaboración 89

que permita desarrollar estrategias, procedimientos, aplicar métodos, etc., dentro de unas relaciones de intercambio complejas. Pero lo que nos interesa destacar a los efectos de este análisis es el concepto de “grupo de trabajo” de Bion. Con esta noción, Bíon destaca aquel que tiene un “buen espíritu de grupo”. Las características que lo componen son las siguientes: un propósito común; que sea un grupo que este dispuesto a promover algo creativo en el campo de las relaciones sociales; que tenga conocimiento de los límites del grupo en relación con otros grupos; que tenga la capacidad de absorber a nuevos miembros y perder a otros sin temor a que se deteriore “el carácter de grupo”; que cada miembro sea valorado in­ dividualmente por su contribución al grupo; y que el grupo tenga capacidad de enfrentar los conflictos que surjan dentro de él. A este tipo de grupo lo llamó grupo de trabajo, que se caracteriza por el deseo de trabajar en y con la realidad (Bion, 1985: 15-26). Es frecuente pensar en el trabajo en equipo como un espacio ideal sometido al deber ser, y muy poco frecuente pensar, como dice la siguiente entrevistada, que se trata de una tarea profundamente compleja en la que es necesario estar unidos por un proyecto común. El proyecto de equipo ha de contemplar que en el seno del mismo se dan, ineludiblemente, conflictos interpersonales que oscilan entre la confianza y la des­ confianza, en la rivalidad y en la colaboración, en la ilusión y en la desilusión, etcétera. ... se piensa que equipo es cuando hay un montón de gente junta... La cosa puede funcionar con más o menos unidad, con más o menos solidaridad... pero en momentos y situaciones concretas... no se ha conseguido. Es muy difícil de todas maneras crear sensación de equipo. Yo, que he trabajado en muchos sitios, en equipos, en grupos... creo que es difícil... he trabajado en equipos que teníamos en común un proyecto, enton­ ces esto era fundamental. Para realizar un proyecto tiene que haber unos \ alores éticos compartidos, si no ese proyecto no se puede hacer: entonces, esto no es un provecto, es un trabajo... Así es muy difícil hacer equipo. Otra cosa es que tengas muy buena voluntad de crear algo nuevo... (E. 11) Pero ante la dificultad de construir equipos colaboradores la desilusión se adueña de sus miembros. Pocos hablan de las diferencias entre ellos, de la resolución de sus conflictos, del dolor institucional y permanente en su seno, y si bien, en muchas de las entrevistas se vislumbra este dolor, no se expresa con claridad. Este dolor lo manifies­ ta la siguiente entrevistada: pensar en equipos desmembrados sugiere una ruptura de vínculos laborales en relación con la tarea y entre iguales: Poniendo un equipo con buena comunicación y relación, donde se pudiera haber comentado esas diferencias, donde poder negociar y poner en común... Hoy cosas que son, o sea, son tan burdos a veces los comportamientos... La omnipresencia de alviunos programas con tanta retórica e insistencia... que absorbe toda la capacidad, todo el tiempo para poder analizar o discutir Es la estrategia que algunos usan para copar el poder... Temas simples, cosas absurdas ocupan el cincuenta por ciento de los debates... No hemos intentado romper la dinámica, no lo hemos logrado... Yo no he sabido, no hemos sabido... Un equipo desmembrado no tiene capacidad Y no hablo de los politicos. Los politicos están elegidos democráticamente, se eligen o no, serán corruptos o no...

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Pero a mí lo que me preocupa son los profesionales que con careta de profesional van de políticos... (E. 15) Es cierto que acometer el trabajo en equipo no es tarea fácil. Recordemos a Kurt Lewin cuando dice que un grupo es más que la suma de sus partes. Pensar en equipo en estos términos implica dejar abiertos márgenes a la incertidumbre, al dolor, a las fantasías de distinto corte, a los miedos y ansiedades. En definitiva, a todas aquellas cosas que se entrecruzan en el encuentro intersubjetivo de los sujetos que conforman las organizaciones. Porque, además, a veces es cierto que no hay equipo sino una reunión de personas en tomo a una tarea: La institución eso no lo permite fácilmente por su propia inercia. Por ejemplo, aquí no hay un equipo... aquí hay, aquí hay una serie de personas que están más o menos seis meses al año y otros seis meses al año en que hay toda una serie de personas que vienen de las bolsas, entran, salen, entran, cinco días, siete días, nueve días, salen, quince. Y entonces, claro, ¿de qué equipo me hablas? Quiero decir, para que haya un equipo tienes que tener posibilidades de constituir un equipo. Si esas posibilidades de constituir un equipo no las tienes, plantearse otras cosas no, es decir, al mínimo, a ver qué puedo hacer con el mínimo que tengo. (E. 3) Pero ¿por qué es tan compleja la tarea de formar un equipo? La respuesta es multicausal e involucra diferentes aspectos de los que hemos hablado: la organización, la jerarquía, la delegación de responsabilidades, la comunicación, el poder, la autoridad, los intereses individuales de los integrantes de los equipos, la forma en cómo estos asumen la tarea, cómo afrontan los conflictos, la propia personalidad, etcétera. En este punto es necesario traer a colación el conflicto y su resolución; los efectos que tiene sobre el equipo y la organización. No olvidemos que estos son sistemas de negociación continua (Joas, 1990: 142) y que la presencia del orden y el caos interactúan recíprocamente al mismo tiempo. Sobre esta dialéctica se sitúa el trabajo reflexivo y la elaboración en los equipos y en la organización en general. El destino del conflicto, entonces, va a depender de su manejo y resolución, en definitiva, de la salud de la organización, salud que está relacionada con las normas, entre otras cuestiones, de los elementos de la estructura del equipo. Las normas, en este sentido, como conjunto de valores que regulan el comporta­ miento individual y general, representan el orden establecido que guía el devenir de la organización y contribuyen a su salud. Ayudan a conseguir las tareas y metas, representan la coherencia de la conducta colectiva dentro de institución, lo que implica hablar de ética, refiriéndonos a valores, orden, la virtud como hábito de trabajo o la disciplina, que no suele ser innata en el hombre. La complementariedad de roles y tarea -cuyo proceso es enormemente complejo de elaborar- forma parte también de la cohesión del equipo. En definitiva, los roles, las funciones y las normas son elementos de una organización que ayudan a su funcionamiento al dar cohesión a los componentes de los equipos. De ahí que las conductas que se alejan de las normas son disfuncionales para la orga­

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nización. Vemos a continuación un ejemplo en relación con el incumplimiento como conducta habitual y el ejercicio del control como responsable de un equipo: ... los escaqueos los llevo muy mal, lo hacemos muy mal. Pero es una de las fun­ ciones y a veces me supone también un dilema. Además me enjada muchísimo, porque, quizás por tendencia personal, considero que quien trabaja es una persona madura, con capacidades, por tanto, no nos dedicamos a vigilar y luego pasa lo que pasa, que te das cuenta que al final puede haber un ambiente demasiado relajado... demasiadas horas para tomarse un café y cosas de estas. Al final te das cuenta de que es una mala estrategia y deshacer eso que se ha hecho es difícil. Cuanto más claras tengas las cosas desde el principio, mejor, y establecer sistemas de control adecuados e introducir elementos de estrés como parte de la estrategia de trabajo, pero no por estresar por estresar... F*ero eso yo lo llevo muy mal, yo no... y además estoy en el momento de que todas esas cues­ tiones yo me las tengo que quitar del medio porque no sé hacerlas bien. (E .l) El discurso manifiesta la dificultad que lleva consigo el ejercicio de un rol directivo que tiene que velar por el cumplimiento del orden dentro de la organización, en este caso, la observación del horario. Ahora bien, nuestras organizaciones son como decíamos muy jóvenes, con tareas complejas y con altas demandas asistenciales. Es necesario preguntarse a qué se debe tanto “escaqueo”. ¿Responde a mecanismos defensivos frente a los malestares subjetivos por los efectos de la escucha o de la intervención misma? ¿Responde a mecanismos que atenían sencillamente con el cumplimiento de la norma? ¿Es una maniobra de confrontación contra la autoridad? ¿Es la constitución de un subgrupo que visibiliza los malestares institucionales frente a la autoridad? ¿Es una manera de no cumplir con la tarea? o sencillamente ¿es una actitud personal y vital frente al trabajo? ¿Es una forma pasiva de ejercer poder? Cualquiera de las respuestas que podamos dar a estas cuestiones nos lleva a pen­ sar en la autoridad como tema nuclear del ejercicio del rol puesto que, dentro de una organización, el jefe o coordinador tienen poder y funciones conferidas por ella, de la misma manera que le delega el derecho de mandar y le brinda los medios para hacerse obedecer. Es por cuenta de estas delegaciones, por lo que quien ostenta la conducción de los equipos está en la obligación de ejercerlas. Este ejercicio de dirigir necesita reconocer que la autoridad y el poder dentro de la organización son elementos centra­ les de su análisis, en la misma medida que todos y cada uno de los integrantes de los equipos disfrutan de áreas y espacios de poder, elemento crucial para la resolución del conflicto y del cambio. Pero ¿qué es el poder y cómo funciona en el seno de las organizaciones? Obholzer plantea que es la capacidad de actuar sobre otros o sobre la estructura de la organización. El poder, al contrario que la autoridad, continúa el autor, es un atributo de las personas y no de sus roles. Puede provenir de fuentes internas y externas. Externamente, el poder es consecuencia de lo que se posee o controla, como dinero, privilegios, referencias de trabajo, promoción, y también de la naturaleza de las conexiones sociales y políticas de cada uno. Internamente el poder proviene del conocimiento y experiencia del indi­ 92

viduo, la fuerza de su personalidad, y su estado mental en relación con su rol (2002: 42). Los términos de autoridad y poder se utilizan indistintamente y son necesarios para el análisis de toda organización. En palabras de Castillo, todos tenemos y manejamos zonas de poder e incertidumbre y sobre ellas se sustenta el cambio. Por otra parte, en las entrevistas se ha preguntado sobre si existen criterios éticos diferentes dependiendo del rol y el estatus que uno tenga en la institución, como, por ejemplo, entre el rol de informadora, acompañante en el seguimiento del caso, coor­ dinadora, etc. A este respecto aparecen dos tendencias claras. Por un lado, quienes consideran que la ética es independiente del rol. Y, por otro, quienes consideran que la ética está vinculada a este. Veamos el primer caso: ... no creo que sea diferente, otra cosa es el cometido que tú desarrolles en esa organización y lo que tengas que hacer. Puedes estar más o menos de acuerdo, que te afecte más o menos, por las líneas de actuación que tenga que seguir la organización. Y que tu puesto pues... Pero no, no, yo creo que la ética es... la tienes y va contigo en todos los ámbitos, es decir, no solamente en el trabajo. Es independiente del rol. Yo creo que sí. (E.5) Del texto se deduce que no hay un posicionamiento ético respecto al rol, la entrevis­ tada no desvincula ambos significantes. La ética para esta persona es única, la concibe como un ejercicio de la praxis humana. En el ejercicio de nuestro trabajo, a diario tomamos decisiones y tenemos la opción de actuar con aspiraciones éticas marcadas por las normas y las obligaciones deontológicas. En el segundo caso la opinión es la contraria, la focaliza de acuerdo a la función que determina el rol: ... yo creo que los criterios éticos son generales, pero luego la actuación o la actua­ lización de esos criterios éticos en prácticas concretas yo creo que sí que son diferentes. O sea, si yo por ejemplo tengo un rol de dirección, sé que ese rol de dirección me exige cosas diferentes de otras personas que pueden tener la misma titulación que están ahí fuera y que no lo tienen. Eso es evidente. O sea, yo tengo que... también dejar actuar mi rol siempre a favor de. Sí. Sí, que creo que... aunque los principios generales sean comunes sí que creo que hay diferencias, prácticas. (E.3) En esta afirmación se habla de las exigencias del rol y cómo este determina una ética distinta. Es esta una cuestión que queda abierta al debate dado que la responsabilidad organizacional, técnica y ética exige una intervención inmediata y esta no exime a ninguno de los sujetos que participan en la escena organizacional. Todas estas cuestiones forman un sistema complejo que requiere una gran atención y cuidado en los equipos. Muchas de ellas podrán resolverse con una comunicación transparente y una información clara; otras, por ser más difíciles, con la ayuda de super­ visión, cuestión que se ha visto en otro capítulo, pero que abordaremos también en este como una responsabilidad de la organización que forma parte del debate ético dentro de las organizaciones y de los equipos, tema que abordaremos en el siguiente apartado.

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El debate ético en los equipos profesionales La observación en los equipos no es una actividad tan simple comí) puede parecer. Comprender y aprehender qué sucede en el equipo siendo miembro del mismo dificulta extraordinariamente poder mirar con distancia la propia conducta y la de los otros. Es de sobra conocido que este es el gran problema de las ciencias sociales: la imposibilidad de la objetivación al estar siempre participando el observador en el campo que observa. En efecto, sus valoraciones influyen en lo que observa. Fieles a este principio, nunca se puede enjuiciar la conducta de los demás. Mas atreverse a pensar de una manera atenta y reflexiva sobre la realidad sí es posible, y es lo que deberíamos hacer. Pero se necesitan instrumentos de ayuda para poder llevar a cabo esta compleja tarea. Quizás uno de estos, si no fácil, sí viable, sea el de pensar en grupo, compartir el pensamiento con las y los compañeros o con aquellas personas elegidas libremente. En este apartado vamos a intentar comprender la ausencia del debate ético en los equipos profesionales. Y es que, así como los profesionales a quienes hemos entrevis­ tado manifiestan casi en su totalidad no tener dificultades en sus organizaciones para actuar con principios éticos, en la mayoría de los equipos no se habla de ética, o al menos no abiertamente, en espacios formales y programados. Puesto que se trata de un tema nuclear en todas las profesiones al que no podemos seguir dando la espalda, traemos aquí el deseo de abrir debates éticos en los centros de trabajo. Las palabras de la cita siguiente afirman nuestra convicción sobre la necesidad de reabrir en términos dialógicos esta importante cuestión: El debate ético me parece necesario, es decir, poner las des\ ¡aciones éticas de ma­ nifiesto en un equipo de trabajo me parece que es algo que licué que ser por prudencia. tratado periódicamente para que nadie se sienta ajeno a esa posibilidad de rol. Y que la única forma de hacerlo es repasando periódicamente casos y... hacer \erdaderas su­ pervisiones, supervisiones clínicas en las que con suma honradez el profesional pueda manifestarse sin tampoco ser enjuiciado ni descalificado... (E. 4) Si tenemos en cuenta que una de las premisas básicas para intervenir sobre cualquier aspecto en nuestro ejercicio profesional es hablar con el interesado-usuario de sus nece­ sidades, de sus problemas, sus oportunidades, etc., para indagar sobre las causas de su circunstancia, ¿por qué no hacemos esto mismo en nuestros equipos? ¿Por qué no nos acercamos a los temas de nuestro interés profesional desde una perspecti\ a ética? L na de las explicaciones puede ser que en esa concepción de delegación de funciones que se tiene tan compartimentada se considera que este tipo de debate debe ser planteado por el jefe. O, en su caso, como se desprende de las palabras que siguen, el debate ético es una cuestión para tratarlo en un “ambiente de confianza" por la implicación ideoló­ gica que tiene. Pero si se piensa que hablar de ética sólo le concierne a las instancias superiores, ¿qué pasa si la dirección no propicia ese debate? ¿Seguimos sin resolver las cuestiones de orden y de ética?

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... no plantean ese tipo de cosas, solamente las planteo yo de vez en cuando, no tanto con ese título de debate ético, sino en determinados momentos, con determinadas personas, unas, otras o varias, depende... Pero es a instancia superior. (E.3) Parece que la cuestión ética no es de interés general. Así, en la siguiente respuesta acerca del debate ético, la profesional advierte sobre la pérdida de tiempo al establecer una discusión en esa línea. Son los casos los que interesan; es el trabajo social indivi­ dualizado y, por extensión, la intervención familiar, en los casos en que se disponga del conocimiento adecuado por haberse formado ad hoc, lo que más interesa por ser la práctica más usual en la profesión. Así se puede observar en esta cita: ... era una cuestión puramente individual, nos reunimos un grupo de profesionales, extrañamente, porque otros mismos profesionales de nuestra edad eran solamente posibilistas. Yo recuerdo un grupo de compañeros en los que las discusiones éticas no tenían lugar y se consideraban si no una pérdida de tiempo, una discusión sobre el sexo de los ángeles, porque en realidad en lo que todo el mundo tenía mucha prisa era en trabajar con el caso y darle una solución y quedar bien ante la institución o el equipo donde trabajara. (E.4) Además, como vemos, dar soluciones y quedar bien es lo que importa. Para apoyar esta interpretación, podemos traer aquí las palabras de Teresa Zamanillo (1999), referi­ das con frecuencia en sus escritos, pero en este caso recogidas por una profesional en un curso dado a los trabajadores sociales de Getafe. Lo que a continuación se cita de la autora se refiere a un modo de proceder en trabajo social que todavía extiende su largo alcance hasta hoy, aun cuando se critica y es motivo de la queja de los profesionales hacia las instituciones por sentirse “obligados” a trabajar así: “Dar algo es la fantasía de todo trabajador social porque detrás de este modo de actuar está el estereotipo de que las personas sólo van al despacho a pedir. No se comprende ni se reflexiona hasta qué punto la demanda es inducida por la propia institución (rentas mínimas, residencias, becas, etc.). El recurso determina y limita así las posibilidades de intervención. De ahí también la cantidad de derivaciones que se hacen, porque lo que piden no se les puede dar. Así, el objeto del trabajo social, como las necesidades en relación con los recursos aplicables a las mismas, ha derivado en una instrumentalización tal que ha vaciado de contenido la relación con las personas”. Mas es real que la institución condiciona la intervención y, si no es un mandato de la institución, lo es por la forma en que los miembros del equipo más experimentados dirigen la opinión hacia una manera determinada de intervenir. Es así como se manifiesta la misma entrevistada y con ello podemos comprobar que lo que prima es el discurso en torno a la tarea concreta; esto es, exenta del análisis que incluya cualquier debate que no sea la solución del caso. Se considera, además, el enfoque interdisciplinario como intromisión, con lo cual, en este caso, las parcelas de poder de cada profesional se cierran a la mirada y a las posibilidades de emitir reflexiones innovadoras de otros profesionales, así como a la oportunidad de compartir el conocimiento:

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Eh, era asombroso que nosotros, profesionales muy jóvenes e inexpertos, actuando en equipos donde la media de edad era mucho mayor que nosotros, siguiéramos em­ peñadas en cuestionarnos el por qué hacíamos una cosa, qué cosas había detrás y qué consecuencias se producirían de nuestra actuación. A nosotros la institución no nos había contratado para ello, la institución lo que quería era que resolviéramos cosas que a ellos se Ies escapaban de las manos y que no sabían muy bien cuál tenia que ser nuestra actuación, pero creían que con que resolviéramos un problema puntual de alojamiento, de subsidio, de realojamiento familiar, o de vuelta la reincorporación al trabajo de una persona temporalmente alejada por su enfermedad ya era suficiente, no querían de nosotros un estudio en profundidad del caso, un diagnóstico y una propues­ ta de tratamiento revisable según las consecuencias a lo largo de bastante tiempo. Es más, eso les parecía a los miembros del equipo, pues lo veían como un intrusismo en los campos de actuación de otros profesionales como podían ser los psicólogos o los psiquiatras y desde luego con profesiones como la enfermería no entendían cuál era nuestra función de verdad... (E. 4) Actualizando este análisis, y contextualizándolo en las organizaciones, se podría decir que obedecemos a sus mandatos. Sin embargo, este modo de proceder no nos ayuda puesto que se corre el riesgo de encorsetar nuestros planteamientos profesio­ nales, coartar nuestra imaginación y caer en la rutina para conseguir unos fines muy inmediatos para el sujeto y para la organización. Este comportamiento profesional tan extendido puede cambiarse con una dirección que dé la palabra a los profesionales del trabajo social, puesto que al tratar de contenidos de la interv ención en los equipos pro­ fesionales, se puede hablar de ética y también relacionar esta con la teoría y la técnica, como se argumentaba en el segundo capítulo. Nos referimos, entonces, a la oportunidad de hablar con libertad, coherencia y con­ gruencia dentro de un contexto jerarquizado, como son las organizaciones; y referirse al hacer que involucra al ser es hablar de ética; hablamos de vínculos y relaciones que, al unirse, adquieren un sentido muy diferente a aquel que buscan los que dividen las actuaciones en las parcelas de cada profesional, fragmentando, como consecuencia, al ser humano. Hablamos, en fin, de todas esas cosas que no parecen habituales ni posi­ bles en los contextos que hemos analizado porque no siempre se tiene libertad en los equipos para tratar sobre los aspectos éticos implicados en la interv ención; ... siempre he tenido libertad entre mis jefes y compañeros para decir lo que me parecía oportuno, pero no siempre he tenido la libertad para actuar de acuerdo a mi ética y ha sido, pues, una discusión que era más intensa conmigo misma, en función de la luerza que esos principios me proporcionaran v el cansancio profesional que se va adquiriendo a lo largo del tiempo viendo que muchas veces es una lucha sin fin. (E.4) La frustración se refleja en sus palabras y más cuando para esta profesional es ne­ cesario el debate ético en los equipos, como lo señalaba al comienzo de este capitulo, y cuyas palabras traemos aquí de nuevo;

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El debate ético me parvee necesario, es decir, poner las desviaciones éticas de ma­ nifiesto en un equipo de trabajo me parece que es algo que tiene que ser, por prudencia, tratado periódicamente para que nadie se sienta ajeno... (E.4) Además, es importante traer a colación en este punto el miedo que ha expresado en una ocasión esta entrevistada, cuando advierte del peligro de enjuiciar a los pro­ fesionales. Queremos destacar este aspecto repitiendo la cita, por tratarse de algo de suma importancia para el cuidado de la ética en la institución, toda vez que presenta un hecho denunciable: el de los profesionales que “a veces dicen cosas muy bestias” porque no hay control en la organización: ... creo que tengo mucha libertad, pero eso es una consecuencia perversa de la mala organización que tiene el sistema. No creo que sea una libertad que se dé desde Ia confianza v desde la plenitud. Muchas veces desde el cariño y desde la función de supervisión que tienen que tener determinadas personas se me dicen cosas o se me dan toques porque yo lo cuento. Si no lo quisiera contar yo podría estar haciendo barbaridades. Me consta que a veces se dicen cosas muy bestias, que contradicen principios éticos de los derechos humanos en los despachos, me consta, y nadie lo dirá. Por eso te digo que creo que es un efecto perverso de la organización. Soy libre, pero más que nada porque me dejan a mi rollo. No estoy muy supervisada, y eso, pues es bueno o malo... Seguro que harán barbaridades... (E. 9) Somos conscientes de que las organizaciones de servicios sociales públicas o pri­ vadas, al igual que otras, son complejas y a veces el hablar no encuentra su espacio; no forma parte de su cultura hablar de la organización, o no ha sido posible cultivarla, bien por los responsables jerárquicos o bien por los técnicos, al ser unos y otros parte integrante de ella en estrecha interdependencia. Esta relación de interdependencia, junto con el entorno sociopolítico en el que se desarrolla su actividad, forman el ecosistema que construye y nutre la identidad de la organización. Pero hemos de reconocer que hablar con prejuicio es una falta grave. De ahí que, tanto en el enfoque sistèmico de las organizaciones como en el pen­ samiento de Mary Richmond, el objetivo del trabajo social es también la reforma de las instituciones. Si incorporamos este modo de pensar en nuestro compromiso con la institución y si se reflexiona más en la propia organización, deberíamos considerar que una de las razones de ser del trabajo social consistirá en centrar los esfuerzos en el cambio organizacional. De manera que la relación con los usuarios y la relación con la organización deba ser, también, el objeto central para que el técnico pueda realizar su trabajo. Nos referimos siempre a relaciones recíprocas de cuidado, porque sólo si insti­ tución y técnico van de la mano, el hacer resulta más coherente para el otro, el usuario. ... un análisis encima de la mesa, de manera reposada no lo hay, no se da. Con la dirección yo creo que en algún momento se ha hablado, pero no es un elemento, que sea visible para la organización, por lo menos no para los directivos de la organización. Es un tema que se considera secundario y no se lo plantean... (E. 5)

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Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla, no es sólo plantear el debate ético, sino pensar en la complejidad de las organizaciones; es tener en cuenta su tamaño, quiénes la componen, cómo son, qué conductas priman, cuáles son las actitudes frente a la tarea y las relaciones internas, así como las fuerzas que la destruyen y la construyen y qué garantías ofrece la organización al trabajador para llevar a cabo su cometido. Algún directivo nos manifestó que había propuesto algunas jornadas para reflexionar sobre distintos aspectos de la intervención social como un espacio de debate y este espacio se ha institucionalizado. En él se han tratado temas de economía, de calidad y también de ética: ... no es algo que propusiera el equipo. Todos los años el mes de julio es un poco ‘light’, por ello tenemos la posibilidad de establecer debates sobre distintos temas, monográficos. Un año fue sobre la economía, otro de la ética.... Fue cuando invitamos a un profesional externo a reflexionar sobre la ética en las organizaciones dentro de nuestra institución... Este profesional nos dijo cpie después de trabajar con nosotros se corrió la vozy que le llamaron de muchas instituciones. Sí que notaba la necesidad que había de trabajar la ética. Porque a veces como estamos con el tema de calidad, esta se relaciona con la ética. Pero la ética va mucho más allá y esa es la parte que habría que recuperar. Pero la experiencia mía con los trabajadores es que si escuchamos, pero luego hemos sido poco operativos, quiero decir, que estas cosas se quedan luego en unas clases de formación y no hemos sido capaces de seguir reflexionando... /o tengo que reconocer... se quedan como líneas teóricas. ... no se nos plantea el debate ético cuando surge. Los debates o el análisis de casos, sí. Entonces hay diferentes visiones de cómo plantear este. Pero debate ético de forma habitual explícito, no. (E. 1) Lo que muestra esta cita, sobre todo en las últimas frases, es que, aun cuando exista una formación en ética, esta no lleva a la reflexión y es poco operativa, como mani­ fiesta la entrevistada. ¿Qué sucede entonces? ¿Tiene la ética una difícil aplicación? ¿Se considera que no es operativa dentro de las organizaciones de servicios sociales? Las instituciones de trabajo social están condicionadas por muchos factores que dirigen sus acciones, tales como legislación, presupuestos, gestión burocrática, hare­ mos, tipo de recursos, etcétera. En nuestras decisiones han de tenerse en cuenta todos estos aspectos, ya que resolvemos más allá de lo que se considera nuestro cometido. Deberíamos debatir o, por lo menos, conocer lo que se hace y cómo se hace; es decir, proponernos dar cuenta de las actuaciones no sólo con el compañero más cercano, sino abrir un debate con todo el equipo. En este punto queremos centrar la atención en otro aspecto fundamental para el cuidado de la ética en los equipos de las organizaciones de servicios sociales: el uso de la información que reciben los profesionales de los ciudadanos. Sin información el trabajador social no tiene datos para analizar, formular hipótesis y proponer una inter­ vención a favor del sujeto que solicita sus servicios; pero esta información ha de guardar un principio ético básico para los profesionales del trabajo social: la confidencialidad. Este tema ha sido tratado ampliamente en el capítulo dedicado a los dilemas étieos. 98

pero en este apartado no podemos pasarlo por alto, toda vez que es una cuestión que afecta directamente a la salud de los equipos. Así es como se reconoce este aspecto en el ámbito profesional: Si hay alguien que ha dado patadas a la confidencialidad tienes que llamarle la atención. (E. 11) No sólo porque se trata de mantener la salud de los equipos, como se decía an­ teriormente, sino porque es una obligación ineludible de respeto hacia el otro, es un compromiso con la palabra. Su transgresión supone una falta muy grave que ha de ser sancionada; pero no siempre es así: Sacar documentos... o dar cierta información que no se puede dar... ha habido de todo... se han sacado documentos de la gerencia firmados por mí, por una persona que no realizaba correctamente sus tareas... Y entonces les entraba miedo, a ver si nos van a acusar de mobing... tengo la buena costumbre de que si firmo algo lo mantengo. >' ese escrito me costó linas baritas, porque había que argumentar... la gerencia decidió que era muy complicado y que era mejor cambiarla de puesto... Y eso yo no lo firmé... fue un problema serio, porque esa persona incumplía la confidencialidad, se­ cretos... bueno, bueno, patadas a principios a dos, a tres, a todos de todo tipo... Porque era una persona que no estaba en absoluto adiestrada para hacer este tipo de trabajo, aunque ella se lo creía. (E. 11) La decisión del responsable directo fue una propuesta para sancionar el incorrecto uso de los documentos. Sin embargo, la dirección del centro no actuó en consecuencia. Un hecho de este estilo pone en evidencia la necesidad de que la autoridad del respon­ sable de los equipos sea validada. Si bien ha de observarse que sus manifestaciones sean justas, su autoridad puede ser ignorada si no se ratifica. En este caso se le aplicó una sanción: el cambio de puesto de trabajo, pero según la entrevistada no fue propor­ cional a la falta. A pesar del juicio expresado como directiva, la decisión definitiva no era de su competencia, pero cumplió con las obligaciones de su cargo y asumió sus consecuencias. Este acto demuestra autoridad y poder. Resumimos a continuación algunas reflexiones sobre el uso del poder en las organizaciones y la necesidad de hacerse con espacios de supervisión institucional que ayuden a los profesionales a conducirse con más calidad humana, porque de la combinación sensata y del balance en el uso del poder y de la autoridad puede resultar una dirección efectiva centrada en la tarea. La organización es tanto más inteligente cuando facilita la complementariedad de saberes y la colaboración. Se trata también de reconocer que en los equipos existen rivalidades, envidias, simpatías o antipatías porque no todo en la organización son acciones y tarea, sino emociones que conforman parte de la cultura laboral. De cómo comprendan las personas estas contradicciones y ambigüedades depende la evolución y crecimiento de las instituciones; pero siempre con trabajo personal y con ayuda de la supervisión. La supervisión es un aspecto de la vida profesional que se ha tratado con deteni­ miento en el capítulo de este libro referido a la teoría, técnica y ética, pero que aquí lo 99

apuntamos como parte de la responsabilidad de la organización con el fin de propiciar el desarrollo de los profesionales y el cuidado mutuo. Dentro de la organización la super­ visión ha de tener un encuadre técnico que incluya el área institucional, la contratación de la supervisión, la relación institución-supervisor, la relación institución-supervisados y la relación supervisor-supervisados. Todo este proceso de la supervisión representa una forma de institucionalizarla dentro de la organización que garantiza la formación, la confidencialidad y otros aspectos éticos que han de ser considerados. Cada supervisor, en palabras de Carmina Puig, singulariza su práctica, aunque se ha observado que los objetivos en supervisión siempre se sitúan entre los dos extremos: una parte técnica o institucional y una parte relacional. También los contenidos podrían agruparse en relaciones internas del equipo, análisis de la organización, relaciones con los usuarios o análisis de los casos. En lo técnico-institucional se aborda el análisis de la organización, la revisión de proyectos, el análisis de situación, la organización de los equipos, la construcción de una red de coordinación entre equipos, tomar distancia con la situación y crear referentes y objetivos comunes. En el análisis relacional se afrontará la construcción del equipo, los conflictos, el intercambio de experiencias profesionales, los apoyos profesionales, la motivación del equipo, la expresión de dificultades, la prevención del cansancio y la confianza en los equipos. Asimismo, se contemplan las relaciones intraequipo, las relaciones con los usuarios de los servicios y el análisis de la organización (2010: 52). En nuestra investigación, la totalidad de las entrevistadas manifiesta la necesidad de la supervisión y, aunque la mayoría no se ha supervisado formalmente, establecen un contexto de consulta con sus compañeros más cercanos. Esta es otra forma de supervi­ sión que, aunque menos formalizada, es imprescindible tanto en el caso de que exista supervisión formal como en el caso contrario. Estos encuentros profesionales generan seguridad, cohesión e identidad organizacional; pero, sobre todo, algunas entrevistadas reclaman una supervisión institucionalizada: La supervisión sería el espacio desde donde reflexionar sobre teoría, técnica y ética Ese es el espacio. Debería facilitarla la propia institución. Ha de ser externa (E. 13) ...si la institución no acepta la supervisión externa, no acepta los cambios de la es­ tructura, ni los cambios en el comportamiento, ni el funcionamiento tic grupos. Si uno se supervisa individualmente hace suya toda la responsabilidad de la organización, abi es donde veo que hay que diferenciar... (E. 15) Por nuestra parte, hemos de añadir que, si bien la casi totalidad de las leyes de servi­ cios sociales no garantizan la supervisión, el soporte técnico y la formación permanente es una responsabilidad ética de las instituciones y de las organizaciones. Se ha de ir incorporando la supervisión como un sistema de calidad formativa para alcanzar una intervención que cuide mucho más la dimensión humana de lo institucional.

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La gestión pública y privada en las organizaciones de servicios sociales La gestión de los servicios sociales desde la perspectiva pública o privada es una cuestión que se encuentra en pleno debate no sólo en nuestro campo, sino en otros, como el de salud, educación, etcétera. El debate de la gestión en los servicios sociales empieza cuando vemos que la gestión privada de los servicios públicos cada vez toma más protagonismo. Para Fantova, desde la perspectiva de una economía liberal, puede verse como un síntoma de la pluralidad de una sociedad desarrollada y compleja que brinda a sus ciudadanos y ciudadanas más alternativas y más oportunidades para dar respuesta a sus necesidades. Sin embargo, dice, el servicio que se brinda no es exactamente el mismo, según el ám­ bito del que proceda (2003: 3), puesto que todas las empresas privadas dan respuesta a las necesidades por medio de los servicios contratados con la Administración. No obstante, estas respuestas convertidas en servicios han de pensar en su rentabilidad económica, razón de ser de su empresa, y a nadie se le ocurre pensar en una iniciativa privada sin ánimo de lucro. La gestión pública de los servicios sociales por su parte, además de las capacidades para dar respuesta a las necesidades de los ciudadanos, no está exenta de la dinámica interna propia del procedimiento de la Administración pública. Esa dinámica, a veces inevitable, absorbe una buena parte de su agilidad y vivacidad por encima del empeño de algunos técnicos y, a veces, de los políticos. Además, es imperceptible por ruti­ naria, a la par que inevitablemente se ve envuelta en un conjunto de procedimientos que mediatiza su agilidad y su eficacia. Estas son algunas de las razones, entre otras, que se argumentan para explicar que en estos últimos tiempos se haya ido gestando la contratación de servicios a empresas privadas o del Tercer Sector y se haya abierto un camino, una fórmula para la Administración: la de la provisión de recursos y servicios públicos mediante la gestión privada, pero con fondos públicos. En el análisis sobre la gestión pública o privada podemos constatar la gran coinciden­ cia en el discurso. Para los trabajadores sociales, la gestión del sector por la iniciativa privada supone un gran problema ideológico: ... creo que hay una intencionalidad en desprestigiar lo público. Creo que lafinalidad, es decir, lo que estamos viendo son los hechos, yo creo que lo que hay detrás de este tipo de actuaciones es desprestigiar lo público, para favorecer la permanencia y la penetración de lo privado desde un capitalismo brutal. A mí me parece que se están deteriorando los servicios públicos pero porque hay un interés en que sea así. (E. 5) Según la representación del problema que estamos tratando -público y privado- po­ demos apreciar que para algunos trabajadores sociales el desprestigio de lo público es un proceso intencionado que vela un componente de rentabilidad económica. Siguiendo el hilo discursivo de la cita anterior, al parecer hoy, con la crisis, nos encontramos con la circunstancia idónea para que nuestro sistema público se deteriore aún más. Podemos reflexionar con Hug Heclo acerca de la desconfianza. Para este autor, en momentos de zozobra tiene perfecto sentido desconfiar y, a la vez, valorar las institu­ 101

ciones públicas. Se desconfía de ellas porque las instituciones siguen sus fines a través de las acciones de seres humanos imperfectos que han llevado a una situación de crisis, de final incierto; y valorarlas, porque las instituciones tienen unos fines duraderos y dignos de nuestros esfuerzos y de nuestras lealtades. Las instituciones persisten, quienes las dirigen y trabajan en ellas tienen un paso transitorio. Es por ello por lo que cobra sentido el pensar institucionalmente; supone que usemos nuestra razón para frenar la manipulación a la que nos vemos sometidos (2010: 299). De ser así, el desprestigio de lo público, como dice esta entrevistada, no se debe aprovechar sólo para favorecer la gestión privada, pero, dado el devenir de la economía de mercado, parece que nos tendremos que acostumbrar a la coexistencia en paralelo de ambas gestiones. Por ello, impulsar el instrumentalismo de una u otra gestión es limitarse a una sola alternativa para conseguir unos fines que se validarán o rechazarán por sí mismos. Esta extensa reflexión que transcribimos a continuación resume distintos puntos de vista que han vertido los profesionales en las entrevistas y ponen de manifiesto cuestiones a las que nos hemos referido en párrafos precedentes: ... yo pienso varias cosas. Pienso, por un lado, que la institución pública como tal: Comunidad de Madrid, Insalud, la que sea, ya tiene suficientes cargas, en lo político, en lo administrativo, en lo burocrático, etc., como para posibilitar el desarrollo de un trabajo suficientemente eficaz... quiero decir, por ejemplo, que en un momento determi­ nado una institución pública puede estar gobernada por un partido u otro, que tienen opiniones diferentes sobre determinado tipo de cosas y que eso hace que se actúe de una forma diferente. ¿ Todo es ético? No es verdad. Luego la propia institución pública como tal ya tiene carga, y plantea dificultades. Pero cuando, además, la institución pública extemaliza algo, al trabajador o al servicio que se está dando, le afectan dos instituciones: por un lado, la institución pública y, por otro, la institución que ha contratado la institución pública. Entonces, me parece que eso es una doble caiga... terrorífica a la hora de funcionar ¿no?, porque, indudablemente, el trabajador tiene que seguir unas normas que le da la institución extemalizada, la contratada y, a su vez, le debe su funcionamiento y su exis­ tencia a la pública. Con lo cual, ahí se duplican normas, está claro, se duplican normas. fidelidades, etc. Me parece un horror, me parece un verdadero horror. Lo que está claro es que si una institución privada, aunque sea concenada, tiene que subsistir, tiene que hacerlo, ganando un cierto dinero. No tiene más remedio, quiero decir, que para subsistir ¿cómo lo va a ganar? Si tiene que costar lo mismo que una pública, tiene que bajar algún gasto. ¿En qué lo baja? Generalmente en el gasto mayor, que es el gasto de personal. ... ¿Qué hace entonces? Tratan peor a sus trabajadores pagándoles menos, y eso hace que, indudablemente, la calidad, la motivación, la responsabilidad, el reconocimiento, etc., de esos trabajadores sean trabajadores de inferior calidad, sean como sean como personas y fueran como fueren como profesionales, no pueden ser... no puede ser igual. Con lo que está claro que estamos bajando el nivel de calidad de los servicios, con las externalizaciones... (E. 3) Esta larga cita recoge distintos aspectos que forman parte de las reflexiones profe­ sionales ya que, sobre todo, en las instituciones locales está muy generalizado el dis102

compañeros, aunque tienen el mismo perfil profesional que los trabajadores contratados por la Administración local, tienen jornadas más extensas, distintos convenios colec­ tivos, distintos salarios, y casi se les paga un 50% menos. Es importante señalar aquí que en estos últimos meses de crisis, en este país, el nivel de impago de los contratos en todos los niveles administrativos (desde las subcontratas, pasando por los convenios de cualquier tipo, hasta los contratos laborales de los técnicos) de las Administraciones locales es una noticia que a diario escuchamos en los programas informativos de radio, televisión y prensa escrita. Este alto grado de morosidad, cifrado en millones de euros, además del impago de proveedores, está haciendo peligrar servicios y prestaciones. Una situación que desencadena una desatención de efecto dominó que está ya repercutiendo en los usuarios de los servicios sociales. Entonces... ¿podemos en las circunstancias actuales exigir un servicio de calidad cuando los impagos llegan a todos los niveles? Técnicamente diríamos que sí, que una cuestión es el importe por el servicio y otra el servicio en sí mismo; pero en una situación postergada de incumplimiento contractual, el técnico y la entidad tienen au­ toridad moral para reclamar un buen servicio, porque esta cuestión no es sólo técnica sino también ética, leitmotiv de este trabajo. Nos encontramos, pues, con un problema ético con el que se están enfrentando en estos momentos técnicos de la Administración cuya función es el seguimiento y control de un servicio contratado. Por otro lado, se considera que existen dos éticas diferentes, bien se trate de una gestión pública o de la privada, en el sector de los servicios sociales de acuerdo con los objetivos de las organizaciones. No obstante, hemos de advertir la existencia de una ética común a la calidad y a la forma de hacer bien el trabajo: ... yo creo que tiene que haber una ética diferente, efectivamente, porque responden a unos objetivos diferentes, pero tiene que haber una mínima ética común que tiene que ver con el buen hacer, o sea, que tiene que ver con hacer bien el trabajo, con hacerlo adecuadamente. Eso es lo común... (E. 8) ... yo creo que sí, que son diferentes. Quizás no del trabajo social, sino de las or­ ganizaciones y de los objetivos que tienen esas organizaciones y, por tanto, si tú estás en esa organización, son cuestiones por las que vas a estar influido. Yo creo que las organizaciones públicas de alguna manera tienen que velar por la ética; es decir, los criterios que se tienen desde lo público no es que sean diferentes a los de la privada, pero es verdad que los objetivos de las organizaciones son diferentes y sí que de alguna manera puede ser que esté condicionando la intervención del profesional, en este caso del trabajador social o de cualquier otro que esté en esa organización. (E. 5) La ética común se podría considerar una ética de mínimos que ha de normativizar las relaciones de una y otra con los usuarios y con los profesionales, así como de las organizaciones entre sí. Volvemos de nuevo a las premisas éticas que hemos estable'Orden de 20 de septiembre de 1989 por la que se establece la estructura Je ¡os presupuestos Je las entiJaJes locales. Articulo 13. Gastos en bienes y prestaciones Je servicios.

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cido en este trabajo con Paul Ricoeur: el cuidado de uno mismo, el cuidado al otro y el cuidado de las instituciones son los objetivos comunes que una ética ciudadana ha de contemplar, bien hablemos de lo público o de lo privado (2005: 242). ¿El punto central de la ética de las organizaciones privadas puede estar relacionado con los beneficios económicos, considerando su función social en términos de empresa? Porque ¿acaso no es el objetivo de la empresa privada generar un rendimiento eco­ nómico? Y si renuncia a él, ¿no iría contra sí misma? Sin embargo, esos mínimos de los que hablamos nos sugieren que la clave está en una gestión de calidad de acuerdo con lo que ha ofertado la empresa privada a la Administración, cuando ha firmado los contratos, a la coherencia de su propia gestión y al cuidado de sus trabajadores. Lo que no sería ético, en los términos que estamos tratando en este estudio, es obtener mayor beneficio sacrificando calidad y derechos laborales. Por su parte, la rentabilidad de la gestión pública está vinculada no sólo a la calidad del servicio y a los derechos de los trabajadores, sino a un gasto racional de los ser­ vicios; es decir, que obedezcan a necesidades contrastadas y a la transparencia en las adjudicaciones por concurrencia pública de las contrataciones a empresas privadas o del Tercer sector, teniendo en cuenta, además, la diversificación de gestión sin mono­ polios de una u otra entidad. Para aclarar esta cuestión es importante destacar, a modo de ejemplo, lo siguiente: si la Administración pública contrata con una sola empresa distintos servicios, estos corren peligro de que, si por cualquier causa, las relaciones contractuales se vieran afectadas, se pondría en peligro todos los servicios que tiene contratados; mientras que si diversifica la contratación, la capacidad de negociación in­ terinstitucional tiene mayor margen de gestión. Este es un criterio que la Administración ha de mantener siempre a la hora de subcontratar su gestión con las entidades privadas. De hecho, no siempre se siguen criterios comunes para dirigir las contrataciones entre lo público y lo privado. La siguiente cita está centrada en la deficiente gestión de lo público, aunque, al igual que las anteriores, indica que las éticas pública y privada son diferentes: ... lo que pasa es que lo público está muy mal gestionado. Quiero decir, hay que ser honestos en la gestión... hay una ética de empresa que no es la ética de la Administración, es otra, pero es una ética que tienen que tener... Lo público también tiene que tener una ética, que no tiene en su gran mayoría, y que pasa por el despilfarro, la falta de control, por el todo vale... es impresentable en muchísimos ámbitos... Y no solamente por los altos políticos que dirigen las grandes políticas, sino porque en lo cotidiano los trabajadores de a pie también muchos lo hacen. Y... ¿si se hiciera de arriba de otra manera, se haría desde debajo de otra manera? Pues probablemente, pero afecta a todos y cada uno tiene además una ética individual, ¿vale? Que es verdad que es más fácil contaminarse del todo vale cuando lo general es eso. Pero yo creo que también en esta sociedad nuestra, en general, /?ov esa falta de ética. Pero en una empresa casi nunca todo vale y en la Administración casi siempre todo valey... desde ahí a la Administración le haría falta mucha que no todo le valiera. Lo que comentabas antes del horario, de las ausencias, del rigor, de la falta de rigor... (E. 8)

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Esta respuesta nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de poner de manifiesto, asumiendo el compromiso de la veracidad, el compromiso con la palabra, la cuestión de cómo se trabaja dentro de la Administración pública. Esta entrevistada aporta líneas de análisis como las de la corresponsabilidad de quienes integran las organizaciones, y esboza una diferencia entre lo público y lo privado en donde hay -según la entrevis­ tada- más control en la empresa privada que en la pública, sobre todo en lo relativo al orden y a los valores de la organización. Así pues, tanto en el sector privado como en las instituciones gubernamentales se observa una forma más amplia y estructural de desconfianza; una desconfianza pro­ vocada por una serie de actuaciones poco correctas de acuerdo a una ética ciudadana. De ahí que, en un determinado momento, las organizaciones no lucrativas (ONG) surgieran como un posible elemento corrector de los excesos del crecimiento de la actividad estatal y del capitalismo irresponsable. Sin embargo, lo que en su momento surgió como un freno a la expansión del poder político, hoy podemos presumir que están sirviéndose mutuamente en su necesidad de subsistencia en el ámbito económico la pública se beneficia de la privada y, a cambio, ofrece a esta la participación de la sociedad civil en el ámbito político. Heclo ilustra un ejemplo acerca de la desconfianza que existe en las organizaciones no lucrativas más reconocidas en los Estados Unidos, como la United Way y la Cruz Roja. Esta última de gran prestigio mundial. Ambas han contribuido también por su parte a minar la confianza pública: “A comienzos de la década de 1990, quien había sido largo tiempo director general de la United Way y otros dos altos cargos fueron condenados por robar fondos de las organizaciones benéficas para mantener sus lujosos estilos de vida particulares” (2010: 45). Pese a los códigos éticos y procedimientos de control de esta ONG no han dejado de producirse nuevas irregularidades financieras. Hace algunos años, continúa Heclo, hubo unas críticas que acusaban a la Cruz Roja de no emplear los fondos que obtenía como producto de los donativos para lo que habían solicitado; estos eran reasignados a fines de esta organización, incluida la financiación de nuevas campañas recaudatorias. Un ejemplo de ello fue el terremoto de San Francisco de 1989, el atentado de Oklahoma City de 1995 y el incendio de San Diego de 2001. “Pero no fue hasta los atentados terroristas del 11-S cuando estas prácticas llamaron la atención general. En los días inmediatamente posteriores a la tragedia y en un tiempo sumamente breve, la Cruz Roja recaudó más de 500 millones de dólares prometiendo que todos los donativos del 11-S irían destinados a víctimas de los atentados. Pero según investigaciones posteriores del Congreso, la mitad aproxi­ mada de lo recibido por ese concepto había sido redestinado a otras actividades de la propia organización de la Cruz Roja”. La dimisión de la máxima directiva no tardó en producirse (Heclo, 2010: 45-48). Hemos citado algunos ejemplos de la desconfianza de las organizaciones en otro país, pero hemos de citar también la experiencia de una entrevistada en el contexto español que ha dado lugar a importantes críticas sobre las relaciones entre el sector público y el privado. Y es que nos encontramos ante un mercado que algunos llaman salvaje

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por su falta de regulación y control. Esta larga cita que se transcribe a continuación muestra lo que venimos diciendo: ... hay muchas diferencias, porque hay Administraciones que lo hacen de manera más rigurosa y coherente y hay otras que la hacen... aunque haya una única ley de contratación, las definiciones de los pliegos y la valoración que se hace de ese tipo de trabajo, ha ido variando. Me parece que se ha ido produciendo un ajuste en los planteamientos técnicos. En algunos describen tres cosas y desarrolladas y, en otros, te dicen todo lo que tienes que hacer. Pero lo que se ha producido es que el criterio técnico, de valoración del proyecto, del equipo, de la solvencia de la entidad que presenta el proyecto, hace algunos años podría tener una escala de cien. A partir de esa escala la valoración técnica podía tener un setenta y la valoración económica el resto de puntuación. Ahora se ha invertido, de manera que estamos entrando en una situación que a veces se convierte en una subasta al mejor postor. Eso tiene una repercusión grandísima en lo que son los servicios que se van a pres­ tar. ¿Qué plantea eso? Con lo que decías de los dilemas, es que hay en este momento determinados servicios que podríamos hacer, pero con el planteamiento económico del precio de salida que pone la Administración pública tienes que ir a la baja. Y ¿cómo lo haces?, te preguntas. ¿Lo voy a hacer a costa del salario de los profe­ sionales? La asociación que dirijo no lo va a hacer, lo que pasa es que renuncia a un contrato. Y cada vez que nos pasa esto lo que haces es argumentar a la entidad convocante que nos vamos a presentar porque no puedo ni quiero asumir esas condiciones. Pero hay gente que lo hace. Algunas veces se ha parado el concurso porque han entendido la argumentación... ... Los precios a la baja... acabamos de concursar para un proyecto que ganamos hace cinco años. Para el nuevo contrato nos pidieron que nos presentásemos... Con el precio que salía ahora se podía llevar a cabo el proyecto, pero la valoración del pro­ yecto estaba sujeta al precio a la baja. Si por ejemplo el precio de salida son doscientos siete mil euros, tu sobre eso rebajas y dices eso lo hago por doscientos, se convierte en subasta cuando lo que prima es el precio más bajo. ...en este concurso nos presentamos tres organizaciones, cuando se abrieron las ofertas económicas mi asociación tenía la más cara y yo ya sabía que otros habían hecho una baja importante, eso no se puede hacer si quieres mantener unos salarios razonables para los trabajadores. Entonces dije, estos ya tienen tos cuarenta puntos por el precio, o yo saco los sesenta puntos por la propuesta técnica o no tengo nada... Nosotros habíamos hecho una baja testimonial del 0,02, para que no nos pongan ahí un cero pelotero, pero...Y eso es algo que sí nos va a plantear y nos plantea un dilema ético. ¿Tú cómo vas a plantear el deterioro de los servicios? Y otra cosa es cómo ha habido durante un tiempo, que trabajábamos así unas cuantas entidades, y que había un cierto acuerdo, no una alianza explícita, pero si un planteamiento de una manera de ver las cosas parecida, en la que sabíamos que no íbamos a ir a lo que hace otro si lo hace bien; había una competencia leal. Y había un cierto acuerdo de vo aquí, tú aquí y con un mantenimiento de precios. Ahora eso se ha pasado, totalmente. ... Un grupo XXque gestiona muchos servicios... Este grupo sabe que mi asociación está gestionando ese programa, que está bien valorado, que no tenemos problema, entran y se presentan a concurso y hacen mejor oferta económica a la baja. Para este 106

concurso ese grupo habían auditado lodos los servicios contratados. Con lo cual tenía todo nuestro material. A este concurso nos invitaron, pero me pareció que no tenían que hacerlo, eso es un dilema ético. Pero yo no había auditado, era aquel grupo. Esto es una competencia desleal, en el sentido de que tú quieres optar y ¡o puedes hacer pero no es ético... ... una segunda vez, muyfuerte. Sale una formación en una universidady ese grupo, que hacía la formación, se presenta en esa universidad. Mi organización entendió que podíamos presentarnos a ese concurso con un precio competitivo. Ese grupo nueva­ mente se presenta con una baja importante... se pensó hacer una impugnación por baja temeraria... por mantener una dignidad en este sector. ¿Tienes que estar inerme ante estas situaciones que están pasando? ¿Podemos unirnos para que esto no pase? ¿Desde qué tipo de plataformas podemos hacer una incidencia para que el sector no se deteriore, no quede en manos de gente que no lo conoce? (E.14) En esta narración que habla por sí sola, como se puede observar, se demuestra el deterioro de los concursos públicos para ofrecer servicios a aquellos usuarios que están, en muchos casos, necesitados de un trabajo especializado. El lector puede hacerse una idea de cómo la gestión de la Administración está mediatizada por el precio de salida, como en una subasta, propiciando además una competencia desleal con el manejo de información privilegiada. ¿Cómo podemos garantizar una atención de calidad si el pre­ cio para obtener el concurso está determinando el tipo de servicio que se va a brindar? ¿Este tipo de contratación tiene algún control? ¿No es esta una forma de clientelismo promovida por la propia Administración? No obstante, a pesar de estos hechos que citamos para ilustrar la gestión de lo pú­ blico, de lo privado y de las organizaciones no lucrativas, es probable que las empresas privadas, las instituciones públicas y las ONG continúen en la mayoría de los casos haciendo de forma apropiada su trabajo. Los errores institucionales y la desconfianza que pueden generar son consecuencia de que existen, indudablemente, algunos tra­ bajadores, representantes ciudadanos y políticos que no logran estar a la altura de las expectativas que se les confieren y se les legitima en sus responsabilidades. “Después de todo, las instituciones como tales no son más que una abstracción mental. Cuando estas fallan, quienes fallan en realidad son los seres de carne y hueso, y no unas abs­ tracciones mentales” (Heclo, 2010: 50). Podríamos decir, entonces, que es la condición humana la que falla, pero para con­ trarrestar estas y otras desviaciones están las leyes, las normas y los criterios. Se trata de que nos dispongamos a limitar los desmanes propios de la condición humana que, precisamente, es la que da forma y contenido a las propias instituciones. Situaciones como las que estamos describiendo son una expresión valiente de la experiencia que pone de manifiesto una forma de poder cáustico respecto de la con­ fianza institucional. Dicho de otro modo: aun suponiendo que la corrupción humana y las conductas alejadas de una ética moral fueran invariables, vemos que la pérdida de confianza nos está trasmitiendo unas nuevas formas de alienación que, como decía una entrevistada, es la cultura del todo vale que, de cualquier modo, se hubiera producido. 107

Todas estas prácticas suscitan incertidumbres. Entonces ¿cómo se pueden aplicar los principios generales de la buena Administración pública, de igualdad de oportunidades, frente a los terceros que se relacionan con ellas? ¿Cómo aplicar los principios de mérito y capacidad, libre concurrencia y objetividad en la contratación y motivación de sus actuaciones? ¿Qué son las obligaciones de publicidad, control de cuentas, transparencia y responsabilidad en la gestión? Y, sobre todo, ¿cómo se garantiza el pleno respeto de los derechos ciudadanos? Como hemos visto, un planteamiento que justifica esta ampliación de la gestión pudiera estar sostenido en el menor coste económico de los servicios directos y la falta de agilidad en el proceso por el aparato burocrático que se le atribuye a la gestión pú­ blica. Este argumento no deja de tener su consistencia, pero no por sí mismo justifica la necesidad de atención que tienen los colectivos más vulnerables sin que se utilice con su servicio el beneficio de la empresa o su lucro. Lo que se puede decir respecto a lo que venimos exponiendo es que la rutina y la burocratización se han adueñado del quehacer profesional de los trabajadores sociales al pensar en el trabajo social como en un sistema que da recursos. Esta es una forma de actuar que pudiera darse cuando se desconoce cómo intervenir, porque el estar sujeto y determinado por la institución, como hemos señalado líneas más arriba, condiciona toda actuación e imposibilita la reflexión. La falta de supervisión y de trabajo en equipo es otro de los obstáculos que hemos encontrado en este estudio. De hecho, para los trabajadores sociales, los políticos están tan lejos de todo contacto con la realidad a la que se enfrentan los profesionales que: Responden a expectativas e intereses totalmente diferentes en muchos casos. Y eso condiciona y contamina la relación y los objetivos que tienen planteados. Yo perciboque si, que cada vez hay un mayor alejamiento: bueno, yo lo percibo así, ¿no? De lo que deberían ser las cuestiones básicas para lo que están los políticos, para gestionar adecuadamente presupuestos, intereses... lo creo. (E. 5) Esta respuesta evidencia la distancia que hay entre políticos y técnicos, cuestión que no corresponde a la labor de servicio público que ha de tener un político. Sin embargo, en la relación interinstitucional que se da entre políticos y profesionales, en algunas ocasiones los profesionales también saben aprovechar a los políticos en beneficio del usuario. Así lo comprobamos en el siguiente fragmento de entrevista, en el marco de una visita institucional, y que, de alguna manera, vemos a diario en los distintos medios de comunicación: El alcalde viene a visitar siempre a los usuarios en Navidad... Cuando viene el alcalde todo se hace mejor, se limpia mejor, por lo menos los sitios donde va a pasar, se habla más con los usuarios, para explicarles que va a venir. Bueno, esto no lo hacemos itiual si no viene el alcalde... ¿ Ypor qué lo hacemos cuando viene el alcalde?... porque estás en medio del sándwich, de la presión política, de la presión de tus jefes inmediatos v superiores: quiero decir que se nota la presión de arriba abajo de una forma importante. y el uso [que se hace] de los usuarios.

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Cuando digo uso de los usuarios, lo digo conscientemente. Digamos que en este punto yo estoy dispuesta a un poquito, pero sólo un poquito, sobre todo viendo las ventajas que puede tener, porque si no hay ventajas, no me esforzaría. ¿Qué ventajas tiene? Pues que salimos en la prensa y que es una forma de que las personas.... Además, cuando viene, los usuarios siempre le piden algo y algunas veces se consigue, entonces lo pongo en la balanza. ... Ese es uno de los momentos, no sólo el del alcalde, sino el de las presiones políticas. Me hacen pensar hasta dónde debo yo servir a ese poder y hasta dónde no. (E. 8) Esta situación pone de manifiesto la oportunidad que puede ofrecer el acto público de una autoridad política y del compromiso que puede asumir ante un colectivo. Esta profesional vive el acicalamiento excepcional de unas instalaciones como una presión por parte del poder político que no puede cambiar. Asume la situación y da un giro a la visita en términos de visibilidad del colectivo para el que trabaja, a la vez que tiene la posibilidad de poder concretar alguna petición de los usuarios. Este es un trabajo que contempla la dimensión política de su profesión; esto es, lo que queremos destacar en este estudio. Muchas veces, quienes trabajan al lado de los políticos han de ser conscientes de que situaciones como esta pueden ocurrir aunque no se compartan. Ponerse permanen­ temente en contra no solucionaría nada, estaría en constante lucha y, probablemente, lograría el efecto contrario. En términos de Goleman, diríamos que su inteligencia emocional le lleva a adaptarse a la situación, aun siendo consciente del papel que se cumple; es decir, dónde están los usuarios y cuáles son los beneficios de esa acción. Finalmente, otro de los puntos que tratamos en este capítulo de las organizaciones es el del voluntariado, actividad que se desarrolla dentro de las organizaciones públicas y privadas bajo un determinado contexto ideológico, político y económico. En muchos de los casos, la Administración pública se convierte en gestora de acciones voluntarias en los puntos de información de voluntarios (PIV). En estos puntos se establece una vía de participación y de compromiso ciudadano; ... el voluntariado como participación ciudadana, creo que estamos llamados a tener una participación voluntaria en las múltiples cosas que se pueden hacer puesto que todo no se puede hacer desde un sector profesionalizado; pero no se pueden hacer cosas que competen a los profesionales desde el voluntariado. Porque si hay un trabajo, se hace con profesionales. Y a veces hacer voluntariado se confunde con la puerta de entrada a un trabajo... se confunden las cosas... (E. 14) Está claro que se considera al trabajo voluntario como una acción puntual no pro­ longada ni sistematizada. De ser así estaríamos configurando la labor del voluntario como un acto profesional sin ser reconocido como tal, además de incurrir en el peligro de estar enmascarando puestos de trabajo en nombre de la participación ciudadana y del altruismo. Aunque todo dependerá de cómo se dinamice o vincule al voluntario. Aquí tenemos voluntarios, y en el otro centro donde he trabajado, con algunos criterios básicos: uno, nunca puede sustituir a un profesional, por ejemplo; dos, no va 109

a encontrar trabajo por ser voluntario aquí. eli... Esos eran básicam ente los d o s,,. ) no puede ser voluntario si no tiene muy claro de qué va II:. H)

Este es un peligro que corren las asociaciones, las fundaciones, las organizaciones públicas y privadas cuando se nutren del voluntariado para realizar y dar cumplimiento a sus fines no lucrativos y de carácter social. Pueden estar cumpliendo, sin querer o queriendo, el rol de legitimadores del sistema neoliberal, al conseguir servirle de dos maneras: una, desmovilizando politicamente a las sociedades desarrolladas, s otra, desactivando politicamente a las sociedades a las que dicen ayudar, distorsionando la ¡dea de actividad altruista. Asi se pone de manifiesto en la siguiente cita: A mi me parece que tiene un fin muy perverso, me parvee que es algo c**n lo que hay que tener mucho cuidado. Yo he sido voluntaria, y t/eu/c ahi también lo difio Creo que si, que puede haber una función y que más que como voluntariado y ti hablaría de parti­ cipación. o sea. me fausta md\, lo identifu o más con eso El hecho de que haya siempre voluntariado es que algo está funcionado mal... Hay una form al ilación, una mediación excesiva ahi... Y por otro Unió, es muy obvio, pero lo que ¡tasa hay que decirla . p ero creo que está estupendo mientras no se utilice para cubrir lo que hay que cubrir con profesionales. (E. ó)

Si bien no se han de utilizar las acciones voluntarias ni a los que las ejecutan como sustitutos de trabajadores, su labor muchas veces es necesaria; pero insistir en que las Administraciones públicas no deben utilizar al voluntariado en sustitución de la responsabilidad pública es también una responsabilidad de lodos los profesionales que prestan servicios públicos. Nos encontramos en un terreno movedizo, puesto que los voluntarios cumplen especialmente funciones de contención de los problemas y de ahorro público. En la actualidad todas estas cuestiones que generan confusión están reguladas por la Ley de Voluntariado, los reglamentos y los estatutos especializados que avudan a delimitar la acción voluntaria del trabajo enmascarado. No obstante, la relación entre los profesionales y los voluntarios no puede consistir en el reparto de competencias, como si la acción social pudiera dividirse en un territorio objeto de la intervención técnica, y otro patrimonio del voluntariado. Todas estas cuestiones han de observase en el trabajo con voluntarios, además de tener en cuenta sus propias motivaciones. No nos queda, en fin. más que reunir los aspectos más importantes que hemos tratado en este capitulo: la complejidad de las organizaciones de serv icios sociales v de trabajo social, el debate ético y la gestión publica y privada como tres grandes apartados Son los aspectos más objetivos de la organización. Además de estos aspectos, es importante resallar aquellos más subjetivos: las organizaciones pueden ser depositarías de las ex­ periencias, fantasías y expectativas indiv ¡duales y compartidas por los que las intecran. lo cual no niega la realidad objetiva de las organizaciones, esto es. su objeto. Mas en el análisis que hemos realizado es importante no dejar de lado la realidad psíquica, como parte de la cultura de la organización. Estas dos vertientes objetiva v subjetiva nos ayudan a interpretar las historias indiv ¡duales, experiencias v percepciones de la ncali-

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dad organizacional; y es que, si bien hay una vida inconsciente en las organizaciones, no es menos cierto que hay una vivencia consciente. Comprender ambas dimensiones ayuda a dar significado a las relaciones interpersonales en los equipos que conforman la identidad de una organización.

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Ética para una ciudadanía global

Teresa García Giráldez

l proceso que han seguido las sociedades occidentales en relación con la ética ha evolucionado a medida que se han ido escindiendo religión y moral, moral y poder, moral y derecho y ha dado lugar a que se delimitaran las dos éticas: la pública y la privada. El debate sobre la ética suele aflorar en periodos de crisis como reflexión introspecti­ va sobre la conducta humana, colectiva e individual, y replantea algunos de los principios y valores que la fundamentan: el concepto de lo universal, en términos humanistas o modernizadores. La revisión de este concepto, desde la perspectiva que se trata en este capitulo, encuentra en el concepto de ciudadanía una connotación política que induce también a la reflexión acerca de aquellos instrumentos -las políticas sociales- que han contribuido a reforzar y potenciar los vínculos sociales de la población. El contenido de las políticas sociales proporciona una orientación ética a la dimensión estratégica de la acción racional. La ética política en la esfera pública de la sociedad se considera, según Jiirgen Habermas, no un mero producto de agregación de posiciones indiv iduales, incluso regladas, sino un compromiso que invita a ser moralmente exi­ gentes con los procedimientos empleados en la acción práctica y en la acción comuni­ cativa. El escenario de tales propuestas es, para Habermas, la democracia participativa donde el ciudadano trasciende su unidad votante-contribuyente y se convierte en sujeto activo en los procesos de elección y decisión de objetivos sociales (Habermas, 1987). En este capítulo vamos a tratar de reflexionar acerca de algunos aspectos de la re­ lación conceptual entre ética y política: en primer lugar, como ética política que busca garantizar los derechos de la ciudadanía y no las “buenas intenciones” del poder público. En segundo lugar, como herramienta que se pone en marcha, la política, en particular las políticas sociales, que permiten generar un marco sustantivo y operativo que ha de favorecer la emancipación a través de la garantía formal de los derechos de todas las personas y, sobre todo, de quienes se hallan en situación de riesgo y vulnerabilidad social en un momento y territorio determinados, pero que deberá hacerse extensivo a toda la humanidad. Este último aspecto tiene como objetivo invitar a los trabajadores sociales a reflexionar sobre los aspectos estructurales de su intervención y ampliar su

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pensamiento con una perspectiva que vaya más allá de la mera intervención individualfamiliar, esto es, la intervención colectiva o, todavía, llamada comunitaria. Hacer operativas las políticas, ya sea en calidad de gestores, ejecutores o interven­ tores, es labor de numerosos profesionales. Entre estos actores, los profesionales de lo público, los trabajadores sociales, son imprescindibles por su mandato de “servicio a la comunidad” y, como tales, se vinculan más a la Administración que al mercado y a la política. Entre sus responsabilidades, la ética profesional ocupa un lugar predominante que les exige un ejercicio continuo de reflexión que les capacite para saber interpretar y diferenciar el espíritu de la letra en las normas que han de aplicar. Este proceso de reflexión abarca las fuentes, los deberes, los resultados y los prin­ cipios que se aplican a la praxis, que llevan a hacer explícita una ética profesional que, en una sociedad democrática y fundamentada en el trabajo como la actual, se concretan en términos de protección de derechos y libertades de todas las personas, grupos y comunidades, pero sobre todo de aquellas más vulnerables. Asimismo, el compromiso con la lógica del Estado de derecho se puede resumir, en el caso que se contempla, en acceder y respetar el derecho y en adaptarlo a las situa­ ciones particulares. Este es el núcleo central de las prácticas de trabajo social que se realiza en la constante toma de decisiones no sólo sobre lo que es conforme al derecho sino sobre lo que justifica que se desobedezca la norma en caso de conflicto ético. Los éticos son conflictos de valores, por tanto, de preferencias y elecciones últimas frente a las cuales parece vana toda argumentación racional que no apele a situaciones emotivas (Bobbio, 2003). De esta reflexión sobre la práctica deriva la necesidad de replantear algunos de los conceptos y de hacer un esfuerzo para adaptarlos al nuevo contexto globalizador. Esto implica posicionarse también no sólo en el debate sobre la compatibilidad o incompa­ tibilidad de la ciudadanía, entendida ya en su dimensión global, con el viejo modelo de Estado-nación existente, sino en el propio diseño de nuevos modelos pluralistas e integradores, más apropiados a las sociedades cosmopolitas actuales, que sustituyan aquellos viejos modelos para incorporar los cambios sustanciales experimentados en las relaciones que han ido generando. La ética política, por tanto, se puede analizar atendiendo a diversos criterios: al de sus fuentes, al de los deberes y derechos, al de los principios y resultados, etc. Este análisis se realiza, como dice Edgar Morin, no tanto para fundamentar dicha ética, sino para reflexionar sobre sus fuentes -la solidaridad y la responsabilidad- y los lazos que unen unas éticas con otras, que son fundamentales en cualquier sociedad. El problema ético-político emerge cuando se desintegran las solidaridades tradi­ cionales; de ahí que comprender al ser humano constituya un punto fundamental de la ética; pero la perspectiva ha de integrar todos los aspectos de la persona, no reducirlos ni simplificarlos con el fin de evitar conflictos. “La ética es el hacer frente a la dificultad de pensar y vivir” (Morin, 2004: 224). Afrontar los conflictos que genera la práctica de la ciudadanía significa avanzaren la propuesta integradora de las políticas sociales hacia la ciudadanía global que ha estado presente en el ideario universalista-progresista de todos los tiempos. Ideas, sentimien­

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tos y proyectos son las dimensiones de una nueva ciudadanía global que se define por el carácter redistributivo de la intervención pública y el respeto de los derechos de la persona, frente al predominio de otros intereses particularistas, y por el refuerzo de la democracia en las sociedades plurales renovadas. Cortina y Martínez consideran que puede existir una sinonimia de los conceptos de ética y moral en cuanto al conjunto de principios, normas, preceptos y valores que rigen la vida colectiva e individual en una sociedad y que resultan de ponerlos en práctica porque se consideran buenos, por lo que se pueden considerar intercambiables (1996). Sin embargo, se puede hacer un uso también diferenciado de ambos conceptos: el de ética o filosofía moral como reflexión sobre los problemas morales y el de moral como el conjunto de principios, normas y valores que los grupos sociales transmiten de unas generaciones a otras sobre lo que entienden por vida buena y justa. Para estos autores la pregunta básica de la moral sería ¿qué debemos hacer? y, en cambio, aquella relativa a la ética es ¿por qué debemos? Esta pregunta en sí no presenta un potencial crítico en términos de evaluación y discernimiento de lo que está establecido y naturalizado. La ética, por consiguiente, como filosofía moral intenta aclarar la esencia de la moral, fundamentar sus pretensiones normativas y aplicar los conocimientos obtenidos a los dilemas morales que preocupan a las personas y a las sociedades. El término ética se usa con ese otro significado distinto al de moral, a pesar de que en la vida cotidiana se vienen usando como sinónimos referidos a lo que se podría denominar “el código moral vigente”. La ética, como la filosofía moral, intenta estudiar el sentido general que tiene la existencia de códigos morales. Desde una perspectiva filosófica de la política, el derecho y la ética, se podría afirmar que, a partir de la modernidad, las soluciones que se han dado al tema de la relación entre la política y la ética han sido las que han definido la virtud política como “razón de Estado” y que han marcado la diferencia en la relación entre los sistemas normativos de las dos instituciones dominantes: el sistema que pretende enseñar leyes universales de conducta (moral cristiana) y el que persigue asegurar el orden temporal en las relaciones entre las personas (moral política)1. El estudio de la ética política, mediante el análisis sucinto de algunas de las ideas procedentes de la sociología de Max Weber y del pensamiento filosófico y político de Norberto Bobbio, por un lado, y Gregorio Peces-Barba en nuestro país, refuerza la ex­ ploración de la complejidad de la ética política, para abordar también otros conceptos relacionados con ella, como los de ética cívica y ciudadanía global. Según Weber, entre las cualidades que caracterizan el ejercicio del poder-la políticadestacan tres que ha de poseer su agente: la pasión, el sentido de responsabilidad y la seguridad interna. Son cualidades que abocan a dos éticas: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Ambas éticas se distinguen por los criterios respectivos con que juzgan como buena o mala la opción que cada una de ellas asume. La ética de la convicción considera que existe un principio o una norma previos a la acción, por lo que, en general, cualquier otra proposición prescriptiva cuya función sea influir de 'Se entiende por moral, tout conrt, el conjunto de creencias y de prácticas que se generan en cualquier sociedad humana con objeto de mantener la supervivencia del grupo y de orientar la acción de sus miembros hacia la convivencia.

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manera más o menos determinante en el cumplimiento de la acción y, a la vez, permitir juzgar como positiva o negativa una acción real de acuerdo o en desacuerdo con la ac­ ción abstracta contemplada en la norma, desviaría esa obligación moral e intransigente de cumplir la acción absolutamente de acuerdo con esos principios preestablecidos. La ética de la responsabilidad, en cambio, para emitir el juicio positivo o negativo mira a los resultados, a si se han alcanzado o no. Valora, pues, las consecuencias de los actos políticos y confronta los medios con los fines, las consecuencias y las diversas opciones o posibilidades ante una determinada situación. Como expresión de racio­ nalidad instrumental valora los fines, pero también los instrumentos para alcanzarlos. Es esa racionalidad instrumental “reflexionada con madurez” lo que conduce al éxito político, según Weber. La ética de los principios y la ética de los resultados se pueden denominar, res­ pectivamente, morales deontológicas y morales utilitarias. Ambas éticas no siempre coinciden: aquello que es bueno para los principios puede no serlo para los resultados. Sin embargo, no debería ser así y deberían ir juntas en el político, quien tendría que aunar las convicciones realistas con la conciencia de su responsabilidad, ser a la vez posibilista y transformador. En el político confluiría, por tanto, la distinción entre moral como ética de la convicción y política como ética de la responsabilidad. La perspectiva filosófica y política de Bobbio y Peces-Barba en el debate entre ética y política aborda la denominada moral social, es decir, aquellas acciones de la persona que interfieren en la esfera de las actividades de otras personas, que es diferente y pre­ cede a la moral individual, cuya acción persigue un perfeccionamiento personal que es independiente de las consecuencias que pueda acarrear para los demás. En la ética tradicional, la cuestión de los deberes más que la de los derechos ha distinguido siempre esa relación bidireccional entre los deberes hacia los otros y los deberes hacia uno mismo. En este capítulo no se va a abordar la ética privada, la reflexión girará en torno a la ética política, y de esta a la que se refiere a los deberes hacia los otros y no tanto a los derechos (Bobbio, 2002: 120-123; Peces-Barba. 2007). Así, la cuestión ética constituye la reflexión acerca de si se puede someter ajuicio moral la acción política, objeto de debate recurrente en el pensamiento político y filo­ sófico, desde Maquiavelo hasta Pareto, pasando por Rousseau y Marx. Se ha identifi­ cado la ética política, ya sea como razón de Estado o como capacidad política o virtud maquiavélica, que ha llevado a aplicar al quehacer político criterios morales distintos de los que definen la conducta común, para diferenciar y distanciar asi la moral política de la moral común (Bobbio, 2002). Lo que pretende la ética en general y la ética política en particular es justificar la conducta que no sigue las reglas prefijadas, cuyos actos han de poseer también una calidad moral. Es la ética que nace del acto que viola o parece violar las reglas sociales -tanto morales como jurídicas o consuetudinarias- generalmente aceptadas. Es aquella que pretende justificar no la obediencia sino la desobediencia a las normas establecidas: no tanto la presencia como la ausencia del deber de respeto a dichas realas (Bobbio. 2002: 124).

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Para el tema que nos ocupa es interesante señalar que la perspectiva del universa­ lismo humanista resalta la progresiva separación entre la ética confesional y la laica, que marcó las distancias entre religión y moral, moral y poder, moral y derecho en las sociedades occidentales. Tras el predominio de la ética confesional católica, que tiene a Maritain entre sus teóricos más apasionados, se abre paso otra ética mas secularizada, escéptica y relativista, cuyos artífices fueron Montaigne, Pascal o Voltaire y cuyos here­ deros influyeron en las principales reglamentaciones de ética política de las sociedades occidentales, impregnándolas de esa orientación humanista del concepto de ciudadanía. La perspectiva de la ciudadanía encuentra en la reglamentación de la ética política, otra perspectiva filosófica y jurídico-política. La universalidad de los derechos de ciudadanía y la igualdad de las personas2 se sancionó principalmente mediante tres documentos: la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América (1976), donde se reconocía la universalidad e igualdad de todas las personas en lo que se refiere a ciertos derechos inalienables, entre los que destacaban: el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad; la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), que puso el principio de universalidad de derechos por encima del de ciudadanía y sobreentendía -porque no se define- que era aplicable a las personas que entonces vivían en el territorio (francés)3; y la Declaración de los Derechos Humanos (1948), en la que colaboró también Maritain que sancionaba la dimensión internacional de los derechos de las personas y los unlversalizó (Dubasque, 2008). Lo que pretenden subrayar estas declaraciones es que los derechos de la persona son superiores a cualesquiera otros y no pueden ser limitados por las constituciones nacionales4. Engloban tanto los derechos ciudadanos, los denominados políticos o de segunda generación en la terminología de T.H. Marshall (el derecho de voto, de elección y de participación en la vida democrática, de circulación); como algunos de los derechos civiles o de primera (el respeto a la vida privada, a la propiedad y a la “seguridad”); además de algunos de los derechos de tercera generación, los denominados derechos sociales (a la educación, a una protección social, sin olvidar el derecho al trabajo) (Marshall y Bottomore, 1998). En el modo de aplicación de la ética a las situaciones concretas y reales han tenido una función relevante estas declaraciones, así como en las teorías que han explicado su alcance y sus límites. :Sin olvidar que “la racionalidad autocrítica tuvo lugar-dice Morin- en el peor momento de la historia de expansión de la dominación occidental de la conquista de las Américas y fueron dos personas: Bartolomé de las Casas, que decía que los indígenas americanos tenían un alma y eran tan humanos como nosotros, y Montaigne, que decía que cada civilización tenía sus valores y que no existía únicamente el valor del mundo occidental” (Edgar Morín, 2002, “Ética y globalización”. Conferencia dictada en el marco del Seminario Internacional “Los desafíos éticos del desarrollo”, Buenos Aires, 5-6 de septiembre). Fuente: Iniciativa interamericana de capital social, ética y desarrollo. Banco Interamericano de Desarrollo, www.iadb.org/etica. 'Su contenido es laico en la francesa y más protestante en la norteamericana, pero orientado a la secularización, quedando esta sancionada en las respectivas declaraciones. JNo se cumple el artículo 13 de la Declaración de Derechos Humanos: “ l.Toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia dentro de un estado. 2. Toda persona tiene derecho a abandonar cualquier país, comprendido el propio, y de volver al mismo”. Tampoco se cumplen los arts. 14 y 15, que hacen referencia al derecho de asilo, a causa de persecución en el propio país y, sobre todo “Todo individuo tiene derecho a una nacionalidad. Nadie puede ser privado arbitrariamente de su nacionalidad ni del derecho a cambiar su nacionalidad”.

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¿Por qué esta introducción sobre ética política para argumentar la perspectiva de una ciudadanía global en trabajo social? Hay tres argumentos, entre otros muchos, que nos parecen relevantes: por un lado, pensamos que el trabajo social hoy ha de ampliar sus límites -que en España están muy centrados en lo local- para abrirse a escenarios desde hace años instalados, esto es, la globalización que está trayendo nuevos paisa­ jes en nuestros pueblos y ciudades. Por otro lado, el trabajo social, se ha dicho con frecuencia en las páginas de esta investigación, no puede ser ajeno a la política. “El profesional en tanto que político de la acción está llamado a participar en el poder y/o influir en él, no le bastan los conocimientos disciplinarios”, dice Cecilia Aguayo en un importante artículo sobre la profesionalización del trabajo social y su relación con el poder (2003: 104). Otro tercer argumento -formulado a la manera de propósito- es el siguiente: que­ remos hacer reflexionar a los formadores, a los planificadores y a los responsables de la ejecución de las políticas sociales de la necesidad de favorecer, a través del ejercicio de su poder, que los profesionales de lo social se formen para poder intervenir en su campo desde una perspectiva emancipadora, que no controladora. Por todo lo dicho, podemos concluir de momento que al profesional del trabajo social la política le concierne; es, además, la dimensión estructural la que no puede eludir de sus análisis y ha de contar con ella en la intervención. Y en este punto qui­ zá convenga dar un nuevo sentido al concepto de política para que podamos vemos concernidos: nos referimos concretamente al cuidado de la polis como ciudadanos. Y ¿en qué consiste el cuidado de la polis? En la introducción al trabajo se decía que Paul Ricoeur define la ética en tres términos: tender a la vida buena, con y para los otros, en instituciones justas. Si la vida buena es evidente que contiene un deseo, ya que la ética es siempre una aspiración de valor, el de vivir bien, podríamos hablar de cuidado, sugiere Ricoeur. Como se ha venido señalando en diversos apartados de esta obra, el cuidado para el filósofo va desde el de uno mismo, pasando por el de los otros, hasta el de las instituciones (Gómez, C., 2002: 242). También se ha señalado que este es un magnífico programa que coincide específicamente con el de trabajo social definido en su momento por Mary Richmond: la reforma del individuo y su medio y la reforma de las instituciones (Zamanillo y M. Estalayo: 2010). Así, recuperar el concepto de ética en relación con el de política y, por tanto, la dimensión ideológica que está contenida en la ética política es el propósito de este capítulo. Pero el concepto de ética parece haber ocupado actualmente el espacio de la ideología de los años 1960-1970 y se debe a la hegemonía del pensamiento único neoliberal y su eficiencia simbólica -naturalmente ideológica- que ha provocado la sustitución (desaparición más bien) de aquellos conceptos que resultaban más complejos y críticos por otros más acomodaticios, que enmascaran los conflictos: así se plantea la sustitución de la ideología por la ética. Estas observaciones pueden ser sustentadas por las narraciones que hemos analizado en este estudio. En el análisis del discurso, las entrevistas dan cuenta de los valores y principios que sustentan el trabajo social, de las dificultades para rendirlos operativos, pero también de las ausencias que dejan en suspenso el dilema ético; en suma, de la 118

fragilidad con que se encuentran los trabajadores sociales5 en la práctica profesional que les exige aceptar las condiciones impuestas por las políticas sociales o los códigos deontológicos, que limitan las ocasiones de violarlos, en la intervención profesional, a lo estrictamente necesario. Como revelan las entrevistas, el quehacer profesional actual está cada vez más im­ pregnado de la inercia burocrática, de un déficit de diálogo entre los actores sociales, y del replanteamiento de los principios universales de las decisiones profesionales. Pode­ mos añadir que se ha observado también que los profesionales responden, como hijos de su tiempo que somos todas y todos, a los mandatos de una relación profundamente individualizada con el mundo de la vida, hecho que explica la dificultad para compren­ der el mundo más allá de los límites de cada uno. Nos referimos con esta observación a las escasas reflexiones que tenemos sobre las cuestiones del bienestar social y los derechos sociales aportadas en las entrevistas, esto es, al tema que concierne más en concreto a este capítulo. De ahí que, como comprobará el lector, este capítulo tiene una estructura diferente a los tres que le preceden. En él sólo se han podido analizar algunas entrevistas que están citadas en el primer apartado. En los otros dos apartados se ha elaborado un discurso que puede ser mal interpretado como meramente teórico. Mas, por el contrario, nuestro propósito ha sido el de ayudar a transitar a los trabajadores sociales de los escenarios locales a los globales. Que, en consonancia con los tiempos que vivimos de la mundialización, seamos una de las profesiones que se comprometa con la extensión de la defensa de los derechos sociales para todas y todos más allá de nuestras fronteras. De ahí el título del capítulo.

La ética política como ética profesional En este apartado se van a traer algunas de las reflexiones sobre el quehacer políti­ co de Max Weber, toda vez que acompañados de su mano vamos a poder analizar el campo en que nos movemos: el trabajo social como quehacer profesional y, a su vez, quehacer político. También trabajaremos con Adela Cortina en tomo a la relación de los profesionales del bienestar social y la ética cívica. Las contradicciones entre ética y política Max Weber las plantea en La política como profesión (1919) y en Economía y sociedad{1921)6. Considera la política como poder basado en valores, en convicciones, en elementos de carisma y de racionalidad. El político, como todo profesional, debería dedicarse al oficio para profundizar en él y no a servirse de la profesión. Dedicarse a la política es saber conjugar vocación y profesión, es decir, saber encontrar el equilibrio entre implicación y distanciamiento, y en ello radica la demostración de su capacidad -ética política- para extraer las consecuencias prácticas de su accionar político. Como el propio Weber dice, las cualidades del político - “pasión (en sentido realista), sentido de responsabilidad y seguridad intema”- son necesarias para abordar aquel cometido: encontrar respuestas o soluciones a las demandas que no siempre serán consideradas justas por todos, ya que afectan a una pluralidad de personas que viven juntas, pero 5Ha de entenderse en todo el texto la referencia a mujeres y varones. '’Capítulo III.

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que poseen intereses dispares, diversos y a menudo contrapuestos. El desarrollo de esta capacidad profesional, política, es, por tanto, un continuo moverse entre lucha y elección y, en la medida que toda elección es excluyente, tiene un sentido inevitable­ mente polémico. El elemento ético de la política debe analizarse bajo esta perspectiva de intereses diversos y contrapuestos las más de las veces, en los cuales la dimensión personal cumple también un papel fundamental. De ahí que la política -el político- haya de saber articular la dimensión instrumental del poder con la moral, sin negar la existen­ cia de contradicciones en esa propia acción política; ha de tener también presente que los objetivos que se plantea pueden acarrear resultados imprevistos y contradictorios entre fines y medios, alejados de lo que había planteado en su origen y lo que se ha conseguido en realidad. Se entiende por ética profesional el conjunto de reglas de conducta a las que es­ tán sometidas las personas que desarrollan una actividad determinada y que difieren generalmente del conjunto de normas de la moral común, ya sea porque imponen a los miembros de esa corporación obligaciones más rígidas o porque les eximen de obligaciones impracticables. Cuando al discurso moral profesional se le aplica la categoría de derechos singulares se está ante lo que se define deontología. Su dimensión normativa es el principio kan­ tiano de “actuar según las máximas” y está constituida concretamente por el conjunto de regulaciones que buscan garantizar la realización “correcta” de dicha finalidad, ofreciendo para ello un cauce normativo. La justificación de la ética profesional deriva del predominio del fin como criterio de valoración: el fin común para todos los miembros del grupo, incluido el profesional, la salud de la res publica para el hombre político. Desviarse de la norma, en caso de necesidad, es la desviación más corriente y menos escandalosa que suele interpretarse como desviación del camino recto; que se justifica como desviación necesaria porque, de seguir por el establecido en determinadas circunstancias, llevaría a una meta distinta de la que se proponía o no llevaría a ningún lado. Refiriéndonos más en concreto al campo del bienestar, dice Adela Cortina que el carácter de aquellas profesiones que persiguen su promoción en el contexto institucio­ nal no se limita a ejercer de medios para obtener un fin situado fuera de la profesión (un ingreso), sino que tiene su propia singularidad intrínseca, que se desarrolla en el proceso de la práctica que le dota de sentido. Dota de sentido a lo social, no sólo al discurso de los profesionales aquí entrevistados, sino a otros campos discursivos v a la reflexión sobre situaciones novedosas (bioética, matrimonio homosexual, interrupción de la maternidad, etc.); y dota de sentido también a las intervenciones profesionales que, al menos en apariencia, suelen contravenir a los principios normalizados, que se plantean en el concepto de dilemas éticos. Indudablemente, la ética política, en unos momentos más que en otros, ha abordado su cometido de garantizar el bien común no sólo al perseguir aquellos actos que tratan de destruir a la ciudadanía, sino al establecer sus principios, el desarrollo de los ins­ trumentos y las políticas sociales como actuaciones políticas e intervenciones públicas 120

para garantizar el mantenimiento o la extensión de los derechos sociales y la cobertura de necesidades o derechos considerados básicos. Como estrategias de acción o habilidades del poder público la finalidad de estas políticas sociales es alcanzar algunas metas determinadas, gracias a la intervención en los medios que modificarán esas situaciones de déficit, pero también es cierto que su alcance es limitado en el momento actual y a veces llega incluso a ser marginal. Este carácter marginal deriva de la consideración que tiene para el poder político la política social como campo de actuación “asistencial” en comparación con otras políticas, como las económicas, urbanísticas o financieras, por ejemplo; y no acaba de entenderse cuál pueda ser la razón, sobre todo si se considera que la finalidad de aquéllas es fortalecer la cohesión social, pero también garantizar la productividad del sistema económico. En la perspectiva institucional se define la política social como “aquella política relativa a la Administración pública de la asistencia, es decir, al desarrollo y dirección de los servicios específicos del Estado y de las autoridades locales, en aspectos tales como salud, educación, trabajo, vivienda, asistencia y servicios sociales” (García Giráldez, 2003: 11-28). Esta definición resalta ya sea la interrelación de la política con la Administración como la de ambas con la sociedad, asi como la función de intermediación entre el Estado y la sociedad. La política social concreta en una intervención pública la información que facilitan los profesionales expertos, como los trabajadores sociales, entre otros, sobre las dimensiones de la pobreza y la exclusión social en la realidad social, a través de las demandas sociales. Una vez expuestas cuestiones más generales sobre la ética política y su relación con la ética profesional, a continuación se van a tratar algunos de los temas que emergen de las entrevistas a profesionales de trabajo social sobre ética, para establecer algunos aspectos explícitos e implícitos en el discurso en relación con la ética profesional y política. Sin embargo, es preciso iniciar este análisis ya con una referencia ineludible: en la generalidad de los discursos nos encontramos con la ausencia de dos temas fun­ damentales, esto es, la naturaleza política de la profesión y la perspectiva ideológica de la institución y del propio profesional. Y es que en relación a la ética política, como ética aplicada, el discurso de las entrevistas es muy poco explícito acerca de qué significa una intervención política concorde con los principios y valores de la propia ética profesional. No obstante, lo que más se destaca es lo analizado en el capítulo anterior sobre las organizaciones: la preocupación por el creciente aumento del sector privado. He aquí una auténtica postura ideológica que toman los profesionales entrevistados: se decantan claramente en contra de la esfera de actuación privada. Porque, en general, los profesionales de trabajo social, como representantes, gestores o ejecutores de las políticas sociales y por el mandato de “servicio a la comunidad”, están vinculados más a la esfera de lo público -en concreto a la Administración y, dentro de ella, a los serv icios sociales- que al mercado y a la política.

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... las instituciones se la han jugado mucho en todo el tema de mercantilizacíón de sus propios servicios y han perdido el horizonte. Y en este sentido, lo ético tiene que ver con la transformación también, transformación de la persona, del trabajador social... y luego en el fondo una transformación social, ¿no? L<>gicamente. Es que si al final las instituciones, el trabajo social están mercantil izados, ¿eh?, no hay un trabajo social auténtico. Hay que crear espacios dcsmercantilizados... (E. 1) Pero esta postura no es suficiente. Desde una perspectiva más amplia del trabajo social, la importancia de desarrollar una práctica ético-política orientada a lograr una verdadera transformación de la situación de malestar del ciudadano debe ir de la mano de procesos de fortalecimiento e impulso de la participación, de redes comunitarias y organizacionales; así como de programas y proyectos sociales orientados con diversos enfoques: el redistributivo, el de derechos sociales subjetivos y, actualmente, el de derechos humanos, que es el que ofrece algunas aportaciones que son válidas para la ética política del trabajador social y le ayudan a la intervención porque contribuyen al desarrollo integral de la persona, promueven su autonomía y limitan el poder del Estado frente a los posibles abusos en el ejercicio por parte de sus agentes. Los derechos de la persona se centralizan en el reconocimiento de la dignidad humana, la integridad, la autonomía y la inviolabilidad de la persona; en ese sentido se completan con los fines de la profesión, que se orientan en la justicia social, a responder a la solución de las necesidades y problemas sociales y a fortalecer las relaciones humanas (Aguilar, 2009: 11-13). En cuanto ejecutores de las políticas sociales que persiguen el bienestar ciudadano, los profesionales de trabajo social son a la vez representantes y hacedores de las mismas: representan a quienes no tienen voz en ellas aplicando las políticas cuando orientan acerca de los derechos y los recursos que están al servicio de las personas, pero tam­ bién cuando las impulsan. No obstante, las contradicciones políticas se asientan en el imaginario de muchas y muchos de estos profesionales con más o menos intensidad. Y es que, como se decía líneas más arriba, la finalidad de las políticas sociales es alcanzar algunas metas determinadas, pero lo que no deja de ser cierto es que estas metas se van reduciendo cada vez más y que hoy el trabajador social no puede más que dedicar sus esfuerzos a la asistencia a la pobreza y a la marginalidad. El carácter de universalidad de los servicios sociales hace tiempo que se extinguió. Estas contradicciones toman cuerpo en la siguiente entrevistada: ... el tener que estar realizando unos cometidos en los que no, en algún caso, no comparto, no creo... y que ademéis no dejan de ser muchas veces una... la mano. eh. o digamos, el órgano ejecutor de políticas o de criterios, con los que, por eiemplo, vo no estoy de acuerdo y que además van en contra en algún caso, incluso, de eso que como trabajadores sociales tenemos que promover... Es que a veces somos... tenemos una función de controladores, de mantenimiento del estatus para que nada se... o sea. hacer mucho para que se quede todo igual, ¿no? Yeso sí me genera, digamos, conflictos, ¿no?, de lo que estoy haciendo...(E. 5)

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La ética pública del profesional de trabajo social se orienta al ámbito de la política democrática, ya sea a la formulación, ejecución y evaluación de esas políticas sociales que hace operativas, teniendo en cuenta que a través de ella el trabajador social debería ser capaz de intervenir directamente en la ampliación de los derechos sociales y en la viabilidad y accesibilidad de ellos, como en otro tiempo se ha hecho y así podremos corroborarlo en la entrevista final a Patrocinio de la Heras. Y una de las funciones -p ú ­ blica y política- del trabajo social es facilitar el consenso, en modos y tiempos distintos: aquel en el que los profesionales fomentan los lazos que refuerzan el tejido social para que los usuarios, en el ejercicio de su autonomía, escojan cuáles han de ser los pasos siguientes para alcanzar su bienestar y con ello contribuir al bienestar social; y en el de la planificación social, participativa o no, pero que contempla a los distintos actores presentes en el espacio y tiempo determinados, que tratan de alcanzar los objetivos de los usuarios en el macrosistema. Pero todo este quehacer no está exento de problemas, contradicciones, conflicto ideológicos y a veces dilemas. Las respuestas que han dado algunos autores a estas cuestiones señalan distintas posiciones. Según Salcedo Megales, pesa más el compromiso del trabajador social con la socie­ dad que con la institución. La responsabilidad profesional privada excluye el respeto a la pública, significa tener una perspectiva del Estado como enemigo y olvidar la legi­ timidad de las instituciones. En este caso, sin embargo, el hecho de que el trabajador social esté dispuesto a violar las normas crea desconfianza entre los usuarios (2001). Según otros autores, ante el conflicto de intereses, la profesionalidad del trabajador social le llevará a calcular los riesgos que corren los usuarios que puedan implicar una pérdida de los servicios o prestaciones básicos, para reducirlos. Optarán por no respetar a las instituciones sólo cuando impidan el deber superior que mira al bienestar de los usuarios. La responsabilidad profesional es incluyente respecto a la pública. El trabajador social como profesional tiene un mandato social específico, confi­ gurado por las instituciones sociales, del que derivan las responsabilidades públicas adquiridas. La responsabilidad pública incluye las responsabilidades profesionales. La fuente de la obligatoriedad está en el compromiso público adquirido por el trabajador social al haber aceptado voluntariamente desempeñar la función institucional con los valores que la sustentan. En algunas de las entrevistas realizadas se perciben estas cuestiones de diversas formas. La situación del profesional como mediador entre la esfera política y la de la ciudadanía refleja el conflicto ético que se percibe, por tanto, como un importante límite al ejercicio de la autonomía profesional. Por ejemplo, en ocasiones se observa la necesidad de desobediencia a la institución sólo cuando hay una injerencia del po­ lítico en la intervención del profesional. La politización del trabajo social plantea un problema ético entre la responsabilidad del trabajador social frente al otro y frente al yo, cuando el político penetra en la esfera de la organización cotidiana de los equipos y provoca conflictos para la organización y la práctica concreta del trabajador social. ... Y ahí se meten un poco, sobre todo porque reciben demandas directas de los ciu­ dadanos, ¿eh?, y las reciben y cada vez reciben más porque les dan respuesta, ¿no?... 123

Luego eso repercule en la dinámica del equipo, porque ellos van a mandar que a ese señor hay que ayudarle. (E. 7) Y se considera negativa la función política desempeñada por el trabajador social: ... mi gran dilema ótico es que dentro de la institución en la que estoy, en este mo­ mento, dentro de lo que yo percibo... que puedo estar equivocada, pero percibo que de la directora para arriba el trabajo social es sólo una excusa para mantener el sistema. Poder seguir dominando, a veces con unas ideas, a veces con otras... Me refiero a que no se sabe, se inventan las necesidades... (E. 15) t f

Por otro lado, se trata de incorporar a la práctica una ética subjetiva que, aun cuando se hace de una manera reflexiva para afrontar el conflicto ético y justificarlo de algún modo, no siempre se consigue. Las contradicciones ideológicas siguen poblando los mundos del imaginario profesional: ... siempre he tenido libertad entre mis jefes y compañeros para decir lo que me parecía oportuno, no siempre he tenido la libertad para actuar de acuerdo a mi ética y ha sido, pues, una discusión que era más intensa conmigo misma, enfunción de mi. de la fuerza que esos principios me proporcionaran y el cansancio profesional que se va adquiriendo a lo largo del tiempo viendo que muchas veces es una lucha sin fin. (E.4) Esta respuesta está a caballo entre aquella posición que justifica el respeto de la norma institucional por encima de todo y la que considera compatibles las normas éticas de la institución con el ejercicio de la libertad profesional. No obstante, muchos de los planteamientos revelan implícitamente la injerencia de lo político en el desempeño de la función pública en contra del criterio particular de cada trabajador social. Sin embargo, apenas hay referencias a la ideología, enten­ dida como la representación que los distintos grupos tienen sobre el mundo, sobre el ordenamiento social, sobre el lugar que ocupan los sujetos, sobre el modo en cómo se distribuye la riqueza, el poder y el saber en ese propio ordenamiento. Toda intervención profesional se configura “en la intersección entre lo universal y lo particular, expresándose como singularidad la conocida frase que dice: “Pensar en global actuar en local”. Lo universal da cuenta del horizonte de sentido que se constituye en lo genérico: las categorías teóricas, los presupuestos ideológicos y éticos más generales, la expectativa y dirección política de toda intervención y que se expresa en un “deber ser”. Lo particular comprende las condiciones sociales en que se manifiesta la demanda de intervención [...] en otras palabras, se trata de lo que “hace ser”. Lo singular, como cruce de aquello más general (lo universal) y lo que condiciona el espacio cotidiano de intervención (lo particular), constituye ese encuentro entre el trabajador social y los sujetos que requieren de una cierta atención, y allí la intervención se manifiesta en un ‘es’ como una puesta en acto única e irrepetible” (Cazzaniga, 2006: 11-12). Como profesional, el trabajador social define al otro, no como una cualidad que lo distinguiría del yo, porque una distinción de esta naturaleza implica la aceptación de un nosotros como comunidad de género que anula la alteridad (Lévinas, 1997: 207); 124

sino más bien en términos de Walter Lorenz, como una alteridad que tiene razón de ser y libertad para manifestarse como tal. Se trata, por tanto, de una relación de poder asimétrica que, además, es generadora de derechos ciudadanos: ... )<> creo que si, que el ciudadano tiene que ser conocedor de sus derechos, es decir, en relación a los otros. Yo creo que hasta aquí también el trabajador social se ha considérenlo..., ajeno a algo que es un derecho de ciudadano como es el derecho a la información, el derecho... Yo creo que si. ayuda sobre todo a que también nos situemos en que el ciudadano también tiene derechos a pesar de que es una persona que viene a Ser\ icios Sociales, que tiene derecho a ser tratado dignamente, a que... Yo creo que sí, que estas cosas ayudan a que por lo menos el ciudadano se acerque de una manera, no de inferioridad, porque la palabra quizás no seria esa, pero nosotros estamos sujetos [...] Si, si. si, yo creo que si. es que tiene derecho a hacerlo. Una cosa es que busque una relación de ayuda o de apoyo para poder entender qué es lo que le está pasando o qué dificultades tiene. Pero el buscar eso no tiene que colocarle, necesariamente, en una posición de inferioridad con respecto al profesional que interviene. (E.5) Una vez destacados los principales fragmentos de las entrevistas que tienen relación con el contenido de este capítulo, el largo discurso en el que nos vamos a adentrar a continuación tiene por objeto desarrollar algunos de los conceptos de bienestar social, justicia, ciudadanía global y/o ética intercultural. Deseamos con ello ampliar el horizonte del trabajo social a nuevos escenarios, dado el escaso discurso existente en las entrevistas en relación con los conceptos anteriormente indicados. En lo que sigue, pues, vamos a detenernos en los dos apartados siguientes -ética para una ciu­ dadanía global y ciudadanía global de bienestar-. Se trata de ampliar la mirada de los trabajadores sociales, estrechamente vinculada a la práctica cotidiana de gestión de casos e intervención familiar y, en algunos casos -pocos-, comunitaria, con el objeto de proporcionarles líneas de reflexión que fortalezcan sus intervenciones; se trata de poder ofrecer una mirada estructural con unos conceptos que tienen un valor real como informadores de derechos ciudadanos para el ejercicio de una práctica liberadora; se trata también de estimular para intervenir en grupos para la acción comunitaria, grupos que neutralicen los efectos nocivos de la individualización, porque pensamos que la intervención comunitaria es, quizás, la más genuinamente política.

Etica para una ciudadanía global Uno de los aspectos olvidados en las entrevistas es la referencia a conceptos tan universalistas o más que el de la propia ética. Nos referimos tanto al de ciudadanía como al de pluralidad y diversidad. Las sociedades modernas son éticamente pluralistas, en ellas conviven con ciertas tensiones una variedad de propuestas éticas comprensivas. Sin embargo, los profesionales entrevistados no plantean la discusión entre diversas éticas, salvo en el ámbito de la propia organización, ni tampoco si toda ética puede considerarse razonable y aceptable. Las distintas éticas suelen compartir una serie de principios y valores sociales básicos que les permiten convivir con las demás opciones sin llegar a la ruptura. La 125

clave de la convivencia en estas sociedades complejas está en que los distintos grupos ideológicos, a pesar de inspirar cada uno de ellos una ética, pueden coincidir en unos valores compartidos que cada grupo acepte desde su propio punto de vista. Actualmente las dimensiones de esa nueva ciudadanía global abarcan ideas, sen­ timientos y proyectos que se definen por el carácter redistributivo de la intervención pública y el respeto a los derechos de la persona, frente al predominio de otros intereses particularistas, y por el refuerzo de la democracia en las sociedades plurales renovadas. El escenario que propone Habermas establece los requisitos ideales de cómo podría tener lugar el diálogo ético cosmopolita en condiciones reales. Da por supuesto que los interesados quieren solventar sus conflictos mediante el entendimiento y la argumenta­ ción, no por la fuerza ni por la violencia, pero tampoco por el pacto o un compromiso interesado. Es una apuesta por la deliberación racional comunicativa. La dimensión dialógica de la razón comunicativa va a marcar significativamente la relación entre la persona y la sociedad. Si para los liberales el individuo es anterior a la sociedad, no lo es, en cambio, para Habermas, que no considera a la persona como independiente del “mundo de vida” en que se conforma, sino como un miembro del todo que constituye la Humanidad, caracterizada por la capacidad del habla y la acción en un encuentro dialógico con los otros. Es de señalar que encuentro dialógico no significa, en las sociedades cosmopolitas actuales, ni relativismo ni asimilacionismo, sino ética cívica por un lado, y ética intercultural, por el otro. El aprendizaje de la ética cívica de Adela Cortina busca puntos de coincidencia mínimos pero fundamentales entre las distintas éticas. Una sociedad pluralista y justa sólo puede lograrse a través del compromiso con valores como la libertad responsable, la igualdad, la solidaridad, el respeto activo y el diálogo. Estos son valores básicos que se han de fomentar y otros, los antivalores, que se han de rechazar. Existe, además, un amplio conjunto de valores no compartidos, pero legítimos, que conforman la oferta específica de cada una de las éticas comprensivas. Se pueden denominar “valores di­ ferenciales”, subrayan el carácter de diversidad y riqueza que representan. Son estos los valores básicos para una ética cívica compartida, según Cortina7. Esta ética cívica compartida no es una ética comprensiva, global y completa, sino más bien un núcleo de valores que son patrimonio de todos y no son propiedad exclusiva de nadie. No es tampoco una ética completa, y el único modo de que puede fortalecerse es mediante el compromiso entre los grupos que sostienen cada una de las éticas comprensivas para potenciarla desde su propio punto de vista. El término ciudadanía global es multidimensional: en primer lugar, su considera­ ción de agente indica una cualidad —la de ciudadano—que se atribuye a las personas y que, hasta ahora, se limitaba al contexto local del Estado nacional, pero que pretende ampliarse ahora a colectivos situados en un espacio supranacional; en segundo lugar, en su dimensión jurídica se refiere al disfrute de unos derechos que se circunscriben a esa característica o condición cuyo ejercicio es dinámico e implica, a su vez. un 7Adela Cortina, Ética Je la sociedad civil. Anaya, Madrid, 1994; Ciudadanos del mundo. Madrid. Anaya. 1997; Hasta un pueblo de demonios. Ética publica y sociedad, Madrid, Taurus, 1998; y Los ciudadanos como protagonistas, Barcelona, Círculo de lectores, 1999.

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juicio de valor sobre el mismo: ser bueno o mal ciudadano. La dimensión global es universal ¡/adora, consiste en trasladar todas esas dimensiones a otra supranacional para ejercer esos derechos que poseen las personas sobre aquellas creaciones, ideológicas o institucionales, que son producto de la acción humana. Este constitucionalismo convirtió la ciudadanía, en el sentido de la democracia, al evocar una sociedad formalmente igualitaria, aunque bien es verdad que, en la práctica, esta forma democrática iba a diferenciar a los ciudadanos plenos de los ciudadanos parciales, cuando no a separar netamente a los ciudadanos de los no ciudadanos. La democracia es el sistema político de referencia, pero es algo más que un procedimiento de toma de decisiones que también lo es- y se representa como conjunto de valores cuyos avances han sido escasos respecto a los avances tecnológicos y científicos. En pocos países se puede hablar de ciudadanía plena, de democracia sólida, sólo en aque­ llos que reconocen y garantizan los derechos sociales subjetivos, sobre cuyo modelo social haremos algunas consideraciones en el último apartado del presente capítulo. El concepto de ciudadanía ha desempeñado, por tanto, a lo lago de la historia una función transformadora en las relaciones de poder y en la vida cotidiana. Según Cortina, la democracia, como motor de la revolución y transformación social, los conceptos de democracia y ciudadanía son interpretados como convergentes, al considerar que sólo se dota de sentido este último concepto en las sociedades democráticas, es decir, en las sociedades pluralistas, que son aquellas cuya legitimidad política procede no de la pertenencia a una etnia, a una religión o a una única cultura común, sino del diálogo no violento sobre las diferencias derivadas de esta pluralidad. El camino hacia la ciudadanía global parece lejano, como también el interés de algunos Estados democráticos en su construcción. Todavía predominan los intereses de poder de cada Estado nacional, singularmente considerado, sobre sus intereses cualitativos; es decir, importan más los intereses geopolíticos en erigirse como po­ tencias e incrementar su poder que los intereses vinculados a la virtud republicana; pero también emergen resistencias de carácter culturalista -el multiculturalismo, el comunitarismo (Mclntyre, Rawls, 1993)-, en su dimensión más radical, que se apoyan en las declaraciones universalistas para reforzar su relativismo cultural, confrontando de modo antagónico el hecho diferencial frente al universalismo global, incluso en relación con la ciudadanía. A pesar de todo, la democracia sigue siendo la mejor escuela de ética, desde la perspectiva del humanismo, porque “es exigente y universalista. Tiende a fijarnos en la noción de derechos y a la vez en hacer argumentable todo el sistema de deberes. Es, repito, universalista en su horizonte y, en sus contenidos, adelanto, es humanista. La democracia enseña sobre todo a pactar y por ello deflacta per se la violencia, como escribía Aranguren en Ética y Política ’ (Valcárcel, 2007: 8). Las resistencias al universalismo no contradicen la ciudadanía global con argumen­ tos de ética política, es decir, no rebaten al político en sus planes de alcanzar el bien común, que es su objetivo primordial en sociedades plurales y cada vez más complejas como las nuestras, donde coexisten identidades y culturas diversas. No se trata de rehuir el conflicto de la pluralidad, sino de encararlo, potenciando el diálogo, para alcanzar 127

cotas de convivencia cada vez mayores en dirección a esa ciudadanía global, a partir de unos valores mínimos comunes, compartidos, que miran más hacia lo que une a las personas, en grupo o individualmente consideradas, que a lo que les separa*. Pero, bien es cierto que el proceso globalizador ha evidenciado la fragilidad del vínculo social sobre el que se había erigido la modernidad, está generando nuevos riesgos individuales y sociales y hace cada vez más difícil la sociabilidad, obligando, en cambio, a resolver individualmente la tensión entre los valores de la ética y del mercado. Frente a este fenómeno se realiza una reflexión individual, introspectiva, local, que plantea lo global como antagónico en vez de considerarlo complementario e integrar ambas dimensiones. Como complementaria, la ciudadanía global extiende su ámbito de actuación de lo político a lo social, trata de asumir un reto complejo: el de la convivencia en socieda­ des caracterizadas por la pluralidad (de identidades culturales, históricas, geográficas, étnicas, religiosas, morales, lingüísticas, etc.). Global en relación con la ciudadanía no significa, como en el pasado, “homogéneo”, sino conciencia de la diversidad al tiempo que se favorece el proceso de diálogo y conflicto, el aprendizaje y el progreso conjuntos. La vinculación entre ética, democracia y ciudadanía establece los principios y los valores que las sustentan: la ética se vincula con la acción, acción que es política porque se propone contribuir a realizar una determinada sociedad. Dado que toda propuesta política comporta principios éticos y la acción política conlleva determinados valores, la ética se desplaza a esa acción política, también en el campo profesional. La ética de la ciudadanía global requiere un tipo de ciudadanía informada acerca del mundo y con conciencia de su propio papel, esto es, activa; una ciudadanía que respete y valore la diversidad, que comprende cómo funciona el mundo en todos los sectores: económico, político, social, cultural, medioambiental y tecnológico: que se rebele ante la injusticia social; que participe en la sociedad y contribuya a ella en una franja de niveles que van de lo local a lo global y está dispuesta a actuar para hacer del mundo un lugar más equitativo y sostenible y que asume responsabilidades para estas acciones. Como ejercicio de derecho a la ciudadanía global busca la gobemanza a escala mayor a la restringida circunscrita a las fronteras de los Estados nacionales; pero, sobre todo, también la corresponsabilidad que significa prestar más atención a los deberes ciudadanos que a los derechos. El ejercicio de la ciudadanía global implica una relación entre iguales. Las diná­ micas de poder unidireccional y las estructuras de opresión restringen el ejercicio de la ciudadanía global a la reivindicación de nuevos escenarios. En este sentido busca complementar también aquellas esferas que se presentan aparentemente antagónicas: público y privado, local y regional, nacional y global; es decir, aquella capacidad de ponerlas a dialogar para obtener como resultado un cambio en términos integradores de todas aquellas construcciones políticas disgregadoras, entendiéndolas como elementos que completan esa dimensión global integral.

sAsí reflexiona Bobbio trente al fin de las ideologías de Bell, que es lo que sigue manteniendo la diferencia ¡deolóeiea entre la izquierda y la derecha (Bobbio, Destra e sinistra, 1994).

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Ejemplos como el de las migraciones, que han modificado la fisonomía y la defini­ ción de los Estados nacionales como homogéneos, ponen a prueba los confines de la solidaridad y, en el contexto de la globalización económica y de las relaciones sociales, las fronteras nacionales son cada vez más arbitrarias e irrelevantes para la definición de los límites de la responsabilidad social. El haber nacido dentro de una nación -o c ­ cidental- tampoco parece ya dar derecho a un mínimo de ayuda social; ahora hay que ganárselo, no tanto desde la perspectiva económica como en la de la lealtad a la nación y conformidad con sus estándares de vida (Lorenz, 2010). Los dilemas políticos presentan las políticas sociales nacionales en relación, por ejemplo, con la población inmigrante, como consecuencia del planteamiento de estra­ tegias que, por un lado, buscan “integrar dispersando”, es decir, tratan de evitar que se creen guetos y su estigmatización y discriminación correspondiente (como en Francia y también en el Reino Unido); y, por otro, estrategias destinadas explícitamente a afrontar las necesidades especiales y el reconocimiento de las identidades culturales y étnicas separadas (Holanda y Suecia). Sin embargo, las consecuencias de estas estrategias han arrojado resultados inesperados: por un lado, los destinatarios de las primeras sienten que la dispersión no es sino el menosprecio de su identidad colectiva y, por otro, la atención especializada de las segundas ha desembocado en estigmatización y nuevas discriminaciones (Lorenz, 2010: 96) Estos dilemas políticos se plantean igualmente a los profesionales de trabajo social: los intentos de integrar a los inmigrantes enseñándoles la lengua, informándoles sobre las instituciones y las costumbres y asistiéndoles en el acceso a los recursos sociales -la discriminación preventiva- perseguían la reducción de las diferencias y basaban la integración en la asimilación, lo que ha producido grandes resistencias. El segundo acercamiento, el de las medidas multiculturales, se basaba en la comprensión y la to­ lerancia, sin percatarse de que haber puesto en el centro de la intervención la cultura ha sido también objeto de otras desigualdades, sobre todo en los países en los que la cultura ha sido un elemento central para la construcción del Estado-nación. Una tercera vía, la propuesta intercultural, ha puesto en discusión ambos mode­ los, el asimilacionista y el diferencialista y ha abierto el camino a nuevos modos de comprender los procesos de discriminación y reaccionar a ellos. En algunos casos ha conducido al desarrollo de una atención especial antirracista en la intervención social, a raíz de las denuncias de los usuarios de racismo en la profesión oficial de trabajo social, especialmente en la práctica institucional (Macpherson of Cluny, 1999). Sin embargo, se ha preferido utilizar otros conceptos menos “crudos” o políticamente más correctos como “gestión de la diversidad” que el de antirracismo, más connotado en países como Holanda (Hoffman, 2001), pero también en España (Giménez, 2000). El trabajo social está implicado en esta redefinición de los términos de esta ciudadanía global. El mandato tradicional de esta profesión, dentro del proyecto de Estado-nación homogéneo, era el de legitimar los confines de la solidaridad de la sociedad, asegurar que esa solidaridad llegara al “tipo justo de personas” y conseguir que la mayor parte de aquellos marginados sociales se convirtiera en ese “tipo justo de personas” o que, si se negaban a ello, quedaran excluidos de la sociedad. Hasta el “redescubrimiento de 129

la pobreza” de los años 1970 se consideraba esta como un problema de desadaptacíón personal y a los asistidos o se les podía ayudar a poner en orden su vida persona! o no se les podía ayudar y se les dejaba a la asistencia y al control de las instituciones. El trabajo social, que históricamente ha estado más cerca de la Administración que del mercado, se halla actualmente implicado cada vez más, y de forma más explícita, en el terreno económico, cumpliendo su función de respaldo del sistema. Este cambio se percibe no sólo en cómo los trabajadores sociales van adaptando a los usuarios a las condiciones económicas de la globalización, sino también a los cambios en la organi­ zación estructural de los servicios sociales, orientados cada vez más por los criterios económicos de descentralización, eficacia, eficiencia y racionalidad. Algunos trabajadores sociales plantean que “tratar a las personas como personas" es lo ético, ya se trate de ciudadanos nacionales o de minorías étnicas y ciudadanos ex­ tranjeros. Detenerse en la reflexión sobre las formas específicas de exclusión entre unos colectivos y otros legitimaría su exclusión por razón de su diversíad. Además, hubiera alejado al trabajador social de su finalidad de control, que es la de tratar de conducir a las personas a asimilarse a las normas dominantes o, de lo contrario, de perseverar en su calidad de “diferente” legitimaría su exclusión por razón de su diversidad. Nuevas áreas y nuevas situaciones desafian actualmente el quehacer del trabajo so­ cial: la diversidad ctnocultural, la intervención con los menores -tema reiterado en las entrevistas como uno de los campos donde se presentan más dilemas éticos-, la ruptura de la solidaridad intergeneracional, etc. Estas situaciones desafian a la profesión, ya sea tanto desde el punto de vista ético como del metodológico, e incitan a la reflexión sobre las prácticas de la asistencia que se ofrece a cualquier usuario y a aclarar a la vez sus puntos de referencia sociopolíticos. El trabajador social se halla ante el viejo dilema de buscar en el usuario la conformidad con las pautas de comportamiento co­ munes -nacionales- o afrontar la realidad de las sociedades pluralistas, fundadas en la solidaridad con un acercamiento a los derechos humanos, tratando de hallar un hueco entre el conformismo y la multiculturalidad.

Ciudadanía global de bienestar Las vías por las que ha transitado la ciudadanía y la globalización han ido durante un tiempo por separado, sin que se abordara hasta ahora su interrelación. Del concepto de ciudadanía se han subrayado más las características etnoculturales que las que afectan a los derechos sociales y económicos. La cuestión de la relativa pérdida de soberanía de los Estados-nación, fruto de la globalización, ha minado aún más. a partir de 2008, no sólo las condiciones y posibilidades de acceso del otro a la ciudadanía nacional, sino las propias bases de esta como ciudadanía democrática para los ciudadanos “de toda la vida”. La creciente importancia de los flujos migratorios ha conducido a la reflexión sobre las posibilidades de una ciudadanía mundial o global y concentra la atención teórica y práctica sobre dicha interrelación. La ciudadanía es un concepto dinámico tanto desde la perspectiva histórica como por los elementos, no sólo políticos sino sociales, económicos y etnoculturales que lo integran. Ha ido evolucionando de acuerdo con los espacios conquistados a las 130

necesidades humanas, que han sido reinterpretados como derechos de las personas. El modelo clásico y estático de ciudadanía permitía el disfrute de unos derechos a los que correspondían unos deberes establecidos de modo contractual (pacto político y pacto social) que disfrutan de modo igual todos los ciudadanos del espacio limitado territorialmente de la nación. Según la definición clásica es “aquel estatus que se concede a los miembros de pleno derecho de una comunidad. Sus beneficiarios son iguales en cuanto a los derechos y obligaciones que implica la pertenencia al Estado como condición previa a la ciudada­ nía” (Marshall y Bottomore, 1998:37). Marshall reconoce una base de igualdad entre todas las personas de una comunidad, principalmente en relación con tres componentes: civil, político y social. ¿En qué elementos ha de fundamentarse esta ciudadanía global de bienestar? En primer lugar en el de bienestar social o de calidad de vida defendido por los teóricos de la socialdemocracia que pusieron las bases del Estado de bienestar y orientaron las políticas sociales hacia la redistribución de las rentas y al desarrollo de los espacios de la ciudadanía como protección y provisión de derechos sociales y económicos. Frente a estas, las políticas de ajuste neoliberales han insistido en la disminución de los costes sociales y han modificado el escenario de las relaciones entre distintos colectivos. La vuelta a la consideración del Estado, no ya como intervencionista, sino como residual o mínimo, ha vuelto a hacer recaer sobre el sector informal las responsabilidades cívicas, de modo que se plantea el repliegue de la forma de entender el espacio de la ciudadanía como un espacio incluyente, mermándole, por tanto, algunos derechos políticos, pero sobre todo los derechos sociales. Por otro lado, el republicanismo moderno, enraizado en las tesis de Hanna Arendt sobre las virtudes de la vida pública y la defensa de la democracia participativa, y el nuevo Estado de bienestar, aún hoy mermado, defienden la práctica ciudadana sólo cuando está en peligro su legitimidad o la gobemanza. Dentro de esta remodelación del Estado de bienestar, quizá una de las propuestas más interesantes, contrapuestas, pero no completamente, a las neoliberales, es la que encierra el nuevo concepto de ciudadanía global de bienestar. Esta ha sido propuesta en el último Congreso en Atenas, en 2008, de la Internacional Socialista y combina la competitividad de mercado con la integración social a través del empleo decente y de sistemas públicos de seguridad social9, en la tónica del modelo social nórdico en com­ paración con los restantes modelos del Estado de bienestar de los países occidentales. La realidad de la crisis financiera ha puesto en entredicho dos elementos ideoló­ gicos de dimensiones globales: el mercado no es un organismo autorregulador y los Gobiernos no pueden abandonar su responsabilidad en el establecimiento de reglas y deben intervenir para restablecer la estabilidad económica. Sin embargo, esta crisis puede arrastrar con ella al Estado de bienestar y destruirlo. Es menester apelar a una nueva ciudadanía global de bienestar, para lo cual la experiencia nórdica constituye un ejemplo de compatibilidad entre una política destinada a dinamizar la economía con unas l,Los países nórdicos europeos comenzaron a desarrollar sus estados de bienestar después de la Primera Guerra Mundial y los han ido mejorando tras la Segunda, de modo que puede ser un modelo útil para una dimensión global.

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iniciativas sociales orientadas al bienestar y un régimen de plenas libertades democrá­ ticas, demostrando que es posible combinar crecimiento económico con justicia social. Los puntos del documento aprobados se pueden resumir de la siguiente manera: 1. El concepto “ciudadanía global de bienestar” combina la competí ti vidad de mercado con una integración social a través del empleo decente y de sistemas públicos de seguridad social. Sus fundamentos se basan en los derechos humanos y en un sistema político democrático cuyos líderes se comprometen seriamente a combatir la corrupción y otras formas de mal gobierno. 2. El impacto de la crisis financiera y laboral de finales de 2008 ha sido global, su efecto ha sido una larga y seria recesión internacional, por lo que se está pro­ duciendo un cambio en la percepción del mercado, del papel del Estado y de la global ización. 3. Son indispensables medidas activas contra la crisis, por lo que es contraprodu­ cente la pasividad política porque lleva a un mayor desempleo. Son necesarias iniciativas encaminadas a afrontar el desempleo y un renovado crecimiento económico mediante iniciativas nacionales y globales, para lo cual es necesaria la cooperación internacional. 4. La respuesta ideológica derivada de la crisis financiera es que el neoliberalismo ha fracasado como ideología económica, ya que las crisis lo han desprovisto de sus propios fundamentos: la existencia de mecanismos autorreguladores del mercado y el papel pasivo del Estado en la economía, al que nos referíamos anteriormente. 5. Las propuestas de la socialdemocracia, en el pasado como en la presente crisis, parecen acertadas para afrontarla y se formulan en el concepto de “ciudadanía global de bienestar”, que se caracteriza por la inexistencia de contradicción entre una política destinada a sostener una economía dinámica con iniciati\as sociales orientadas hacia el bienestar y un régimen de libertades democráticas. El bienestar y la justicia son favorables y son un requisito pre\ io para cualquier crecimiento sostenible y duradero. 6. En tiempos de inseguridad sobre el futuro, los valores políticos son muy impor­ tantes, no han de centrarse en tomo a los beneficios económicos a corto plazo, sino en el desarrollo sostenible y sustentable a largo plazo. Por este motivo, es importante el debate sobre los valores sociales fundamentales: los sistemas de salud y de educación han de ser universales y estar en manos del sector públi­ co; los sistemas públicos de pensiones y de garantía de los ingresos han de ser universales, sobre todo los Estados con sistemas sociales débiles. El mercado laboral está caracterizado por un equilibrio más justo entre los trabajadores \ los empresarios, con mayor igualdad de género, lo que dará como resultado un mercado laboral fundamentado sobre la negociación y la cooperación. La garantía del mantenimiento de las rentas ante situaciones de desempleo v las posibilidades de desarrollo de capacitación para el desempleado ayudarán también a disminuir la brecha entre las clases sociales ciudadanas. 7. La capacidad de adaptación en tiempos de crisis, tanto presentes como futuras, ha de fundamentarse en los siguientes elementos de una sociedad democrática: 132

la unidad en vez de individualismo, la seguridad en vez de exclusión de los individuos y la protección de los derechos de los trabajadores en vez de generar riesgos de exclusión social. Estos valores aportarán, además, soluciones a las crisis financiera y laboral. 8. Los valores y su implementación institucional a través de políticas específicas actuales y futuras pueden resumirse en tres conceptos clave: pleno empleo, bienestar y justicia social, con el fin de asegurar ciudadanía y bienestar, para hacer posible que las personas vivan sus vidas en común de manera razonable, asegurando al mismo tiempo un crecimiento con seguridad y el desarrollo sostenible para la población. 9. El proceso de cambio en materia de bienestar se puede sintetizar de la siguiente manera: -Las personas expuestas al cambio deben sentirse seguras. -Los valores que lo inspiran son justicia social, solidaridad y empleo pleno. Estos valores no son contrarios a una economía dinámica ni al desarrollo sostenible. Además, son valores que han mantenido y han servido para salir de otras crisis. 10. Las características clave de la organización social son: -Unas finanzas públicas fuertes, no sólo para reducir la vulnerabilidad de una pequeña economía abierta, sino como base para su buen funcionamiento, con baja inflación y altas alzas en los salarios reales. -Unos sectores públicos grandes, caracterizados por entidades de salud, de edu­ cación y de capacitación dominadas, en su mayor parte, por el sector público y con una orientación universal. -El comercio libre ha de fundamentarse en criterios de justicia: el comercio justo es una condición necesaria para un alto crecimiento en el futuro. -Un sistema público de jubilación, de seguridad de ingresos y de protección social orientado en términos de universalidad. -A la vez que existen unos niveles de impuestos altos hay una diferencia cada vez menor, y, por tanto, una tendencia a la igualación, de los ingresos. -Los denominados “puentes sociales” son educación a lo largo de la vida, ajustes de seguros y reinserción a la vida laboral; con estos puentes se consigue una sociedad flexible y dinámica, pronta al ajuste, aunque sea doloroso. -El impacto de la dimensión de género en la economía, a través de políticas diseñadas para ayudar tanto a hombres como a mujeres a la conciliación de la vida laboral y familiar, ya sea mediante creación de servicios como por el sistema del permiso matemal/patemal compartido. El sistema provee igualdad de género y, por lo tanto, una alta proporción de empleo. -La dimensión medioambiental es importante para crear una sociedad sostenible, como también una fuerza motora para el crecimiento. -Mercados laborales con un diferente equilibrio de poder, mayor igualdad de género y más influenciados por la negociación y la cooperación que, en par­ ticular, en los países anglosajones, Estados Unidos y Reino Unido. 133

11. La alta tasa de sindicalización del mercado laboral ilustra una importante ven­ taja del modelo nórdico de Estados de bienestar e indica la inclinación hacia la negociación y la cooperación —ética de la comunicación- en vez de hacia la competitividad y las fuerzas del mercado. Los criterios de carácter socioeconómico que impulsan a caminar hacia un modelo común de Estado de bienestar, al que han de apuntar todos los países para alcanzar una ciudadanía global de bienestar, no deben ocultar la existencia de sociedades plurales y diferenciadas, que son compatibles con esa ciudadanía social cosmopolita. Así, en relación a las situaciones de riesgo y de conflicto que se plantean en las sociedades plurales y diversas actuales, el intento del trabajo social ha de encaminarse a comprender un comportamiento que, aunque pueda considerarse inaceptable -com o dice Lorenz-, no ha de silenciarse y tanto menos comprender el “perdón”. Compren­ der las diferencias suele convertirse en algo intolerable para la construcción del yo, al colocarlo en una disyuntiva: la relativista -el perdón- o, por el contrario, la que obliga a afianzarse en las propias convicciones -la intransigencia- , que son las que marca la norma prevalente, así como en los roles y prescripciones oficiales que rigen las intervenciones burocráticas. Escudarse en una y en la otra es negar la posibilidad de fundar la solidaridad social en la comunicación y la comprensión mutua y minar los cimientos en los que se ha basado la sociedad, porque impide crear una sociedad compuesta por personas con identidades y culturas diversas y con libertad para poder ser diferentes (Lorenz, 2010: 135). Se trata, por tanto, de reforzar la democracia cuya base formal es permitir el diá­ logo no violento de las diferencias, para lo cual hay que concentrarse en buscar cómo defender y practicar la democracia, adquirir competencias en las situaciones de la vida cotidiana y en la creación de la conciencia de que mucho de nuestro bienestar y nuestro futuro depende de que alcancemos un consenso mínimo respecto a las prioridades de esta empresa de construir la ciudadanía global de bienestar, que es paralela al proceso de fortalecer las estructuras y los procedimientos democráticos formales. Apelar a la tolerancia, a la comprensión y a la conciencia es insuficiente para crear estrategias antidiscriminatorias y antirracistas, significa reconocer el vínculo que une la tarea de fundar identidades personales significativas con la práctica de la comu­ nicación intercultural a través de la relación entre pragmática, ética y política de la comunicación. He aquí un programa para el trabajo social lleno de contenidos propios de la dimensión universalizadora de la profesión. Un programa que coincide con la propuesta de Mary Richmond: “Un programa social verdaderamente democrático iguala las posibilidades de todos con una acción inteligente en conjunto' e instaura al mismo tiempo una política administrativa que trata diferentemente los casos diferentes, y con este fin recurre al concurso de agentes diferentes” (1982: 129). Y como colofón, no olvidemos que, en palabras de la misma autora, “la democracia no es una forma de organización, es un hábito cotidiano. No basta que los trabajadores sociales hablen el idioma de la democracia; antes de que puedan ser aptos para una forma cualquiera de

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servicio social, es necesario que lleven en su corazón la convicción espiritual del valor infinito que representa nuestro carácter común de seres humanos”.

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Trabajo social y ética

Paloma de las Morenas

uando Da Teresa Zamanillo Peral me propuso colaborar en un libro sobre el tema de la ética y el trabajo social me vinieron a la cabeza un montón de lec­ turas sobre ello y, por lo tanto, la confusión más grande. ¿Qué decir que otros profesionales no hayan dicho anteriormente con más fundamento? ¿Qué contar que a los nuevos profesionales les motive para seguir reflexionando en esta dirección? Así, decidí contar mi recorrido personal y profesional respecto a la ética, porque me parecía más auténtico, ya que no he sido más que una trabajadora social de base, siempre en la atención directa de casos, y una estudiosa, por interés personal, que no por dedicación a la docencia. En el tiempo que realicé mis estudios de trabajo social (curso 1969-71) la ética no constituía parte del programa; los principios del trabajo social eran muy básicos, enca­ minados a una práctica “muy práctica”, y supervisados por profesoras más temerosas de los errores que pudiéramos cometer de cara a la institución donde realizábamos las prácticas, que de la formación profunda y reflexiva del por qué de una acción o su contraria. Si a esto le añadimos la situación política y cultural de esa época podremos entender la falta de formación con la que terminó los estudios nuestra generación. El trabajo social estaba inserto en una concepción de beneficencia religiosa, más que de justicia social. De hecho, recuerdo que los textos más revolucionarios que leí en esos años eran las encíclicas papales como la “Rerum Novarum” 1. De Sudamérica venían aires nuevos y revolucionarios sobre todo en desarrollo comunitario, tratados por los profesores de la época con muchas sospechas y cuestionamientos, temerosos de que detrás de esas ideas estuviera un movimiento comunista internacional. España y sus pocas escuelas de formación de “asistentes sociales” estaban inmersas en unas doctrinas de normas religiosas y políticas que encorsetaban el pensamiento de las alumnas, intentando preparar a unos profesionales dóciles y poco o nada cuestionadores del orden establecido. Las preguntas ¿Por qué? ¿Para quién? ¿Adonde queremos ir? ¿A quién servimos? nunca tuvieron respuestas académicas. No había debate en las aulas. Este comenzaba entre las alumnas (en mi promoción no hubo alumnos) con libros que boca a boca

C

'Carta Encíclica Rerum Novarum del sumo pontífice León XIII sobre la situación de los obreros.

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llegaban a nuestras manos de otras carreras como políticas, periodismo, sociología, psicología o religión. Por eso fue tan frecuente que las asistentes sociales, nada más terminar sus estudios, hambrientas de saber, e inseguras profcsionalmcntc por lo men­ guado de lo aprendido, se matricularan en psicología, sociología o antropología más larde, buscando pensamientos y herramientas más sustentadoras para el desarrollo de una actividad adulta que las que habían recibido. La poesía, los cantautores, Mayo del 68 y las largas conversaciones cara a cara con los amigos formaron parte de nuestra formación asimismo. Mi primer trabajo fue en un organismo, la Asociación Nacional de Inválidos Civiles, que dependía del Ministerio de la Gobernación. Este organismo fue creado después de la Guerra Civil para amparar a los inválidos de guerra, ¡claro, los inválidos nacionales! y el ministerio del que dependía jerárquica y presupuestariamente era la “ KGB y la CIA2” española del momento, el Ministerio de la Gobernación. Los inválidos no podían ser contratados por los organismos como funcionarios ya que una disposición lo prohibía. Había que ser español, mayor de edad, sin antecedentes penales y sin un defecto físico visible, amén de ser recomendado por alguien afín al Movimiento. Mi trabajo consistía en ¡conseguir empleo para este colectivo! Nuestra formación era tan deficiente que, destinadas a trabajar en organismos estatales, no teníamos ni la más remota idea de cómo estaba constituido el Estado, qué organismos lo componían ni cuáles eran sus competencias. Recuerdo gestiones muy ingenuas con empresarios grandes y pequeños, así como solicitar una entres ista al propio Ministro de Trabajo. Evidentemente, este no me recibió, pero si recuerdo la cara alucinada del funcionario que me atendió ante mi pregunta de ¿para qué ha\ un Ministerio de Trabajo? Recuerdo vergüenza por mi gran ignorancia, angustia diaria al abrir el despacho y no saber qué decir a las personas que acudían tan desorientadas como yo misma. Recuerdo, también, mi sensación de intentar hacer algo dentro de un laberinto que me sobrepasaba absolutamente. Recuerdo el sentimiento de culpa al cobrar mi primer sueldo. En fin, recuerdo que pensaba que todos sabían lo que tenían que hacer menos yo, y no me atrevía ni a preguntar a mis compañeras más antiguas ¡Dias negros! cuando buceando en farragosos documentos de constitución de la Asociación Nacional de Inválidos Civiles (ANIC) descubrí que había una partida de fondos para conseguir trabajo al colectivo “amparado”; fue como si los Reyes Magos hubieran llegado. En ese presupuesto había dos partidas: una para los inválidos de la zona nacional \ otra para los inválidos de la zona roja... Este último ascendía a S millones de pesetas. En los archivos estaban registrados ocho inválidos en Madrid. Luego, la posibilidad de proporcionarles un empleo, un negocio, era segura... Estudiado el colectivo, sus capacidades, aptitudes, etc., elaboré con euforia un proyecto para un taller de reparación de zapatos, un grupo de formación para el man­ tenimiento de máquinas calculadoras, un taller de costura (lo poco que yo era capaz de describir en lo que después se llamaría un proyecto de integración), y lo presenté a mis superiores. Había suficiente dinero para “amparar” a todos y sobraba. Ese mes ■La siglas KGB y CIA refieren al Comité de Seguridad del Estado de la Unión Soviética v a la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos.

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recibí mi primera notificación de despido. Había metido las narices donde no debía. Los presupuestos eran asuntos serios que eran tratados sólo por los superiores. Así aprendí “estrategias laborales” y perdí la inocencia. En esos momentos yo no pensaba “éticamente”; creo recordar que no usaba esa palabra para nada, solo usaba “justicia” e “injusticia”, con gran vehemencia, y también con impulsos de revancha. Todo era un volcán de sentimientos personales y seudoprotesionales, sin reflexión alguna. Tuvieron que pasar muchos años, y muchas situa­ ciones profesionales, para que reflexionara éticamente, es decir, a partir de los valores que iluminaban mi trabajo. Y es que los valores por los que determinamos nuestras conductas nacen de las reacciones ante las experiencias vividas. La reacción es un sentimiento, una respuesta impulsiva ante lo vivido. Es una emoción concebida como la respuesta más primaria, sin relación con lo sagrado ni con lo supraespiritual. Es la emoción, la respuesta emocional, la que jerarquiza a posteriori nuestros valores, y la posterior reflexión sobre las consecuencias fundamenta nuestras costumbres morales. Es indudable que el nacimiento de las políticas sociales actuales es consecuencia de la reflexión de todos los trabajadores sociales del siglo XX, así como de otras profesiones involucradas en la búsqueda de la Justicia. La intervención social está actualmente relacionada con tecnologías muy poderosas que ofrecen acciones sin precedentes. Estas crearán nuevos problemas morales y nuevas decisiones, por lo que será aún más imprescindible una formación continua. Porque la buena actuación profesional sin reflexión posterior, se convierte en un sentimiento y, por ello, en algo pasajero que no ensancha los conocimientos ni posibilita su sistematización. De ahí que no baste con el conocimiento tácito, algo característico del trabajo social. Es necesario pasar al conocimiento explícito, y esto sólo se puede hacer con formación constante y reflexión; sólo en el diálogo que se establece entre la realidad y las ideas, las teorías, o los sistemas de pensamiento. Una vez terminada mi narración profesional me dispongo a exponer el producto de las reflexiones que he ido trabajando a lo largo de años de formación en Bioética, de mi paso por la Facultad de Filosofía y de mi experiencia en el Comité de Bioética del Hospital Clínico de Madrid. Sorprenderá al lector el estilo directo de mi exposición, pero es así la forma en que me brotan las reflexiones. He querido hablar de la ética de los profesionales, de las profesiones de ayuda, de los valores, etcétera, para terminar con una breve frase que hace referencia a la necesidad de emprenderse en un trabajo reflexivo de desarrollo del yo. No se trata del ejercicio de autocrítica al uso, obviamente necesario para corregir los propios errores, sino de mirarse primero a sí mismo para poder mirar el mundo sin juicios previos que empañan nuestra mirada sobre los demás. La recomendación de Fichte es clara: lo que hay fuera de ti está dentro de ti mismo.

La ética de los profesionales El patemalismo inherente e inevitable (no me importa lo políticamente correcto, que rechaza hoy día este aspecto de la acción de las profesiones de ayuda) hizo que me preguntara tantas veces: ¿Tengo derecho a elegir la solución al problema de esta persona? Los valores que me motivan ¿son los mejores? ¿La debilidad emocional del 139

que pide ayuda le hace vulnerable y, por lo tanto, diana de las proyecciones del que le ayuda? ¿Cómo se que mi respuesta es honesta y no la solución de una frustración, carencia o trauma personal? Traté de dar respuesta a estas preguntas y la incertidumbre que me envolvía escri­ biendo reflexiones en un cuaderno de campo. En un caso de serios conflictos morales, por el trato hacia un paciente de psiquiatría, me planteé lo siguiente: “Las conductas profesionalmente éticas son aquellas que son capaces de controlar sus acciones, sus impulsos. Aquellas que prefieren razonar sus emociones, sus sentimientos; aquellas que buscan compromisos y acuerdos morales con sus contrarios; aquellas que están dispuestas a reclamar sus derechos, respetar sus obligaciones y ser responsables con ambos”. Sigo defendiendo esta idea como algo nuclear de la ética de los profesionales. Sin respuestas absolutas, comprendí, al menos, mi incapacidad personal y, por lo tanto, profesional para tratar determinados casos en mi vida. Y comprendí que esta profesión te agota emocionalmente porque a lo largo de tu vida tienes muchos sufri­ mientos personales que se suman a los de las personas que a ti acuden y te bloquean para ser eficiente. Por lo tanto, necesitaba una formación más completa que hiciera más sólidos mis criterios de actuación. La ética se me apareció así como un camino abierto, sin horizontes definidos, ya que cada pueblo en los diferentes momentos de su historia había decidido unas conductas como buenas y otras como malas, según el beneficio que reportaban al grupo en ese momento. Cada acto quedaba reflejado en los cánones de conducta que se establecían como reglas y posteriormente como leyes. Esta es una escalera por la que asciende la civilización y que no tiene marcha atrás. Cada escalón sirve de peldaño para la próxi­ ma reflexión y el próximo ascenso. Así pues, la ética se convierte en un espejo de la evolución intelectual de una sociedad que sabe que la supervivencia de la especie como tal depende de la protección que se otorgue a los sujetos individualmente. Las conductas morales que se han establecido en cada comunidad y cada cultura persiguen el mayor beneficio para sus miembros, por eso llegaban a considerar enemi­ gos a los otros pueblos que detentaban unas normas de comportamiento que ponían en peligro aquellas que los primeros consideraban mejores. La fuerza, y no la reflexión, impuso y sigue imponiendo las conductas “más civilizadas” hoy día. Creo que toda la historia de la humanidad refleja la búsqueda de una plenitud en la que el hombre siente que construye y reconstruye un mundo mejor. Un mundo en que el equilibrio entre los bienes existentes y las necesidades de los seres vivos (hombres, animales, plantas, etc.) se conviertan en derechos respetados por todos en beneficio de los sucesores, para lo cual determina los recursos que la sociedad debe destinar a este fin. (Un ejemplo concreto son los impuestos, sin los que no se podría conseguir un mundo equitativo). Los sujetos éticos, según mi criterio, son aquellos seres muy desarrollados que son capaces de controlar sus acciones e impulsos. Aquellos que prefieren razonar sus sentimientos y emociones, que buscan compromisos y acuerdos con sus contrarios. Aquellos que están dispuestos a respetar sus obligaciones y deberes (no por miedo a

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la sanción), dispuestos a reclamar sus derechos a la vez que a cumplir sus acuerdos y a ser responsables con ambos. Esta idea fue la conclusión de un caso social en el que trabajé como asistente social hace treinta años. Este caso, que a continuación pasaré a relatar, fue para mí la reve­ lación de mi falta de formación para afrontar el principio de autodeterminación que tan evidente me pareció cuando era alumna de la antigua Escuela Oficial de Trabajo Social. El caso que voy a relatar comienza así: “Ingresó en la UCI, procedente del Servicio de Urgencias, un varón de 79 años, que fue descubierto, en estado de agonía, caído en el suelo, por su hija. Esta avisó al Servicio de Urgencias, que realizó maniobras de resucitación y decidió su traslado al Hospital. En el diagnóstico de ingreso figuró: ‘Paciente en estado comatoso por posi­ ble ingesta masiva de somníferos y otras sustancias’. El paciente, según figuraba en los datos clínicos del centro, estaba siendo tratado en el Servicio de Oncología por un tumor metastàtico de origen pulmonar que había recidivado en un cáncer de huesos. El paciente había sido médico del hospital, y la hija que lo encontró en ese estado era en ese momento médico del centro. Fue ella quien aportó al ingreso los medicamentos que se encontraron cerca del paciente, y que hicieron suponer que este los había ingerido en un intento de autolisis. Parece ser que el paciente, conocedor de su diagnóstico y pronóstico, tomó la decisión de poner fin a su vida, y para ello había ingerido, supues­ tamente, más de 80 comprimidos de un potente somnífero, acompañados de grandes dosis de alcohol, con alguna otra sustancia que no se pudo determinar con precisión en el análisis de urgencias. Se le practicó un entubado urgente cuya consecuencia fue la fractura de dos dientes superiores, y sufrió daños en las cuerdas vocales. Padeció una hemorragia digestiva, por la que tuvo que ser intervenido ‘in extremis’, realizándole una recesión parcial del intestino grueso. Permaneció en la UCI 16 días en estado crítico, sufrió un fallo renal por el que precisó tratamiento de diálisis. En el momento de plantearse el alta médica hospitalaria, fue solicitada por el internista la intervención de la asistente social (en­ tonces no se llamaba trabajadora social)”.

Problemas planteados IoVivía solo en su domicilio. Este era de su propiedad. Estaba separado de su mujer desde hacía muchos años. Esta vivía con la hija y los hijos de ella. El paciente tenía además un hijo varón de profesión médico que vivía en EE UU desde hacía mucho tiempo y del que tenía tres nietos. 2o Las relaciones familiares con la hija eran buenas aunque escasas, ya que esta tenía muchas cargas personales, laborales y familiares. En el momento del ingreso de su padre, ella estaba dada de baja laboral por depresión. 3o Disponía de una buena renta, así como un patrimonio importante en fincas, aunque sin beneficios de ellas. La organización de sus gastos, a partir del alta, suponía la necesidad de contratar a varias personas que le cuidaran por turnos. Según informó su hija, nadie conocía su situación económica real desde que se 141

separó de su madre. ¿Estaría el paciente en disposición de tratar estos temas con su familia y con extraños? 4o Era imprescindible el traslado del paciente desde su domicilio al hospital durante un largo periodo, y en ambulancia. ¿Quién se haría cargo de acompañarle? 5° ¿Quién se haría cargo de todas las gestiones derivadas de su enfermedad? Citas, farmacia, dentista, logopeda, etc. 6o El paciente no sólo necesitaba ayuda material, sino también y, sobre todo, psí­ quica. ¿Cómo introducir el tema? ¿Cómo lograr que lo aceptara en su situación? En las entrevistas que se intentaron con el paciente se utilizaron las estrategias psi­ cológicas que la asistente social conocía (que eran pocas y poco experimentadas). El rechazo del paciente fue continuo y categórico; manifestaba que “nadie, y menos una joven, tenía que meterse en sus asuntos ni preguntarle impertinencias”. Se mantuvieron entrevistas con los hijos, siendo de gran violencia la relación entre ellos, con continuos reproches en relación con temas del pasado familiar, la situación económica, el cuidado de la madre, aquejada de demencia senil, etcétera. El hijo descalificaba gravemente al paciente, y la hija, muy acongojada, alegaba su imposibilidad de cuidar al padre dada su situación personal. De acuerdo con los médicos que le atendían, se informó a la familia del criterio diagnóstico de la asistente social: “Sospecha de desasistencia y posible abandono de un anciano gravemente enfermo y necesitado de continuos cuidados por parte de su familia directa”. También se informó de la determinación de la asistente social de poner en conocimiento del juzgado la situación del paciente. El informe social fue acompañado del informe del oncólogo, del médico internista, así como del ingreso en urgencias. El trabajo social no se continuó. Se organizó un servicio de asistencia de enfermería a domicilio para las curas y supervisión del tratamiento. Se consiguió que el servicio de odontología le hiciera una prótesis dental que reparara la fractura del entubamiento. El equipo médico que le siguió atendiendo en las consultas ambulatorias reflejaba en la historia clínica que el paciente estaba nutrido y adecuadamente cuidado tanto desde el punto de vista físico (aseo, ropa) como respecto al tratamiento médico. Un año después del ingreso hospitalario, el paciente falleció. Este caso social que­ dó registrado en la cartera del historial del paciente con las siguientes cuestiones, que fueron objeto de conversaciones reflexivas con el médico que le trató durante ese año. • ¿A quién pertenece la vida de un paciente? •¿El juramento hipocrático obliga a actuar sin límite en la conservación de la vida? •¿Qué es lo importante, vivir o cómo vivir? •¿Se pueden utilizar todos los medios que la ciencia médica proporciona para man­ tener vivo a un paciente desahuciado? •¿Se tiene derecho a obligar a vivir a un ser que razona su deseo de no seguir vivo, tal como expresó el paciente? • Las creencias religiosas sobre la vida y la muerte son determinantes, pero ¿cuáles y de quién? ¿Las del paciente, las de la familia, las de los médicos, las de un juez? •¿La medicina de urgencia puede ser un secuestro físico y psicológico de una per­ sona? ¿Cómo evitarlo? ¿Quién puede decidir y basándose en qué? 142

• Los deberes filiales ¿quién los supervisa en caso de incumplimiento? •¿Están los ancianos desprovistos, de hecho, de libertad para decidir cualquier cosa en esta soeiedad de familias fragmentadas? •¿Por qué no se promueve un tribunal de protección de mayores? •¿Cómo educar a la sociedad para que contemple tan sensiblemente su situación, como se hace en el caso de un niño? La fragilidad es la misma. Todas y cada una de las preguntas giran en tomo al tema de la toma de decisiones, que entraña grandes dificultades. Como consecuencia de lo anterior la conducta ética profesional requiere un método que nos proporcione el aprendizaje de reflexión sobre la moral de las decisiones adoptadas. Es por esto que he reflexionado trayendo las preguntas anteriores con el fin de mostrar, a modo de procedimiento, una vía, entre otras muchas, para tomar una o varias decisiones. Creo que una supervisión profesional o unas sesiones de grupo sobre casos posibilitarían que se crearan normas acerca del proceso de toma de decisiones. Así también crearían un hábito de responsabilidad en el uso de los recursos y en las propuestas para otros. Este es un escenario para la reflexión que podría contemplarse en los centros de trabajo. La situación en la que discurren nuestras vidas hoy día ha llevado a mucha gente a refugiarse en un subjetivismo moral, tanto para las decisiones de su propia vida como para las decisiones que tiene o quiere adoptar en su trabajo. Parece que hoy es más difícil que ayer determinar lo que está bien y lo que está mal. Parece que lo relativo es inevitable. Pero el compromiso profesional del trabajo social es perseguir el bien. Aun en el presente orden moral que elude el antiguo basado en creencias religiosas, la actuación se basa en la regla de oro: “No hagas a los demás lo que en parecidas circunstancias no quisieras que te hicieran a ti”. Las bases filosóficas de la ética pueden ayudar a los profesionales, en un mundo pluralista, a llegar a un acuerdo sobre lo que está bien y lo que no lo está con el fin de no caer irreflexivamente en el relativismo moral. Porque los fundamentos teóricos de Justicia, Libertad, Igualdad, Fraternidad, Beneficencia derriban toda duda e inseguridad respecto a la posibilidad de establecer unas conductas éticas compatibles con la pluriculturalidad actual. La utilidad de las decisiones adoptadas llevará a acuerdos que podrán renovarse en los casos siguientes. El conocimiento siempre está determinado por una experiencia previa. Esta reunirá emociones de aceptación y de rechazo, ideas que se manifestarán en un impulso, en una respuesta reconducida por la reflexión. También debemos contemplar que las personas de buena voluntad comprometidas con el desarrollo de una acción de “ayuda” pueden llegar a un acuerdo en la mayoría de los casos, ya que el problema fundamental que se encontrarán será el de unificar los principios rectores éticos, es decir, pasar por etapas de reflexión en las que se han de establecer las prioridades de un principio moral sobre otro evaluando sus beneficios o sus menores maleficios. Estas personas a las que me estoy refiriendo deben haber alcanzado una particular madurez de carácter que les permita enfocar los problemas sobre la base de unos ideales y unos principios. He visto en mi trabajo buenas personas, con un grado importante de formación académica y sin un mínimo de madurez ética, 143

tomando decisiones más pragmáticas que de método, confiando en su intuición, en lo más apreciado por el grupo. Estas profesionales no podrían argumentar las decisiones tomadas.

Cuestiones de método Entre los muchos métodos escritos, he seleccionado el siguiente por su sencillez y fácil memorización como herramienta básica. a. Describir los hechos del caso. b. Describir los valores y metas de las personas comprometidas en el caso: paciente, trabajador social, institución donde se produce el caso. c. Destacar los conflictos de valores que se aprecian. d. Determinar las acciones que hay que establecer para proteger los valores en conflicto. e. Escoger la manera de actuar argumentalmente. A continuación expondré la historia social de un caso de acuerdo con el método descrito.

Datos clínicos Varón de 75 años que ingresa en la UCI por insuficiencia respiratoria aguda. Pre­ senta malformación congènita de ambos brazos, con acortamiento de un tercio del derecho y de la mitad del izquierdo. Es fumador de tres paquetes de cigarrillos diarios. Hipertenso, severa disnea progresiva, cianosis, necesidad de ventilación mecánica para la respiración. Ingresa consciente y orientado. Signos claros de desnutrición y deshidratación. A las ocho horas del ingreso sufrió una crisis cardiaca y respiratoria que requirió maniobras de resucitación. Permaneció sedado y entubado seis días. Ante la mejoría le fue retirada la ventilación. Se produjeron entonces episodios de gran agitación y, fracasados todos los intentos de ventilación parcial, volvió a ser entubado y sedado. Una semana después le fueron retirados los antibióticos y se reinició el destete, que no toleró. Se le planteó a la esposa la posibilidad de una traqueotomía; conocedora del mal pronóstico clínico, insistió en “que se hiciera todo lo posible”, ya que su marido quería vivir. A los dos días de haberse practicado con éxito la traqueotomía, el enfermo sufrió de hipotensión, hipertermia, y la analítica evidenció elevados leucocitos, lo que hizo sospechar la existencia de un proceso de sepsis. Se realizó una sesión clínica, y el mé­ dico responsable del paciente planteó finalizar el esfuerzo terapéutico. A las 48 horas de serle suspendido el tratamiento falleció.

Datos socio familiares El paciente era dibujante de carteles cinematográficos desde muy temprana edad. De personalidad alegre y expansiva. Durante años realizó retratos y daba clases particulares

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en su domicilio. Se ganaba la vida con desahogo. En la actualidad vivía de una exigua pensión de 400 euros. Estaba casado en segundas nupcias; su mujer era pensionista por jubilación anticipada de Rente e ingresaba 1.000 euros. Se consideraban felices y hacían mucha vida social en su barrio. Tenía 4 hijos de su primer matrimonio, con los que se llevaba bien, especialmente con el hijo menor, que le visitaba a diario. Su empeoramiento se había producido en el último año de vida. No salía de casa para nada, vivía del sillón a la cama y de esta al sillón. Seguía fumando, se negaba a visitar a un médico “por nada del mundo”. Perdió mucha capacidad de visión, y no quiso ir al oculista. Se le cayeron varios dientes y se negó a llevar una prótesis, a pesar de ser informado de que la falta de dentadura le impedía comer con normalidad y le estaba provocando una pérdida de peso importante. El hijo menor le llevó varias veces a la fuerza al médico para que este le informara de las consecuencias de su rechazo a los cuidados que se le proponían sin ningún resultado. Nunca había solicitado la ayuda ni orientación de los servicios sociales de su zona. Su mujer dijo en todo momento que el paciente quería vivir y que así se lo había expresado, incluso en los últimos días antes de ingresar en el hospital, al que le llevó su hijo mediante amenazas de no volver a verle si no accedía a ir a un hospital.

Problemas sociosanitarios La enfermedad pulmonar obstructiva es siempre terminal. Los pacientes con esta dolencia son los mayores consumidores de la atención y del gasto sanitario creciente en todas las sociedades desarrolladas de nuestro entorno. El ingreso de estos pacientes en la UCI siempre supone un tratamiento con ventilación mecánica, pero la supervivencia es la misma, tanto con ella como sin ella. La entubación es rechazada por los pacientes porque les produce mucha presión en el tórax. La agitación de estos enfermos es difícil de valorar. Puede ser resultado del malestar, puede ser que quieran decir algo y no lo logren porque estén desorientados (situación muy frecuente en una UCI), o por razones afectivas, psicológicas, etcétera.

Análisis de los problemas éticos de este caso El paciente fue tratado en todo momento sin haber podido expresar sus deseos. En la cultura en la que vivimos se producen frecuentemente estas situaciones. Se considera la vida como un bien tan preciado, que nadie en “su sano juicio” renuncia a él y, por lo tanto, los allegados al paciente transmiten esta idea sin llegar a expresar empatia con la realidad del enfermo. El rechazo a las gafas, a la dentadura y las consecuencias de ello -falta de visión y de estímulos visuales en una persona que había sido pintor, imposibilidad de alimentarse y disfrutar de ello, incapacidad de mantener relaciones extra-familiares—son posiblemente datos que muestran una depresión o una disminu­ ción del deseo de vivir. La autonomía y competencia del paciente no fue tenida en cuenta. No se explicó al paciente su situación para que, comprendiéndola, pudiera aceptar o rechazar el tratamiento que se le podía aplicar, los beneficios posibles y las molestias que este 145

obliga a tolerar. El paciente había ingresado consciente y orientado, luego era posible haberle tratado como un sujeto activo en su tratamiento. Se podría haber corregido la decisión adoptada por la esposa. La angustia que expresó la esposa al solicitar que se le aplicaran todos los tratamientos posibles para que su marido continuara con vida, fue manejada equivocadamente por el equipo sanitario. Haber ayudado a la esposa a reconocer el proceso irreversible del paciente, interpretar con ella los datos previos al ingreso y hacerle ver la progresiva desvitalización de su marido, le habría llevado a una lenta pero serena aceptación del final de la vida de este. Hablar con los familiares de la vida, de la calidad de vida, y de los sufrimientos que pueden producir los tratamientos inevitablemente invasivos ayuda siempre a adoptar tratamientos proporcionados, puesto que el amor que se tiene normalmente por la familia hace que todos deseen lo mejor o lo menos malo para ellos. Faltó el apoyo psicosocial que un trabajador social bien entrenado hubiera podido dar. Hay que pensar éticamente en qué beneficios recibe el paciente y vigilar el daño que puede causar una actuación desproporcionada. Siendo irreversible el diagnóstico de esta enfermedad, la sobreactuación debe ser considerada como inútil; es más, también gravosa para una sociedad con recursos limitados que deben ser administrados con prudencia. El paciente falleció después de días de sufrimiento y el equipo que le trató sufrió, así mismo, un desgaste humano y profesional.

Reflexiones sobre el caso Los fumadores en el futuro corren el riesgo de ser discriminados por la asistencia sanitaria tanto pública como privada, ya que la sociedad llegará a culpabilizar de sus dolencias a estas personas; y cuando se refleje en datos estadísticos el gasto sanitario que estas patologías suponen, no es seguro que se acepte colectivamente sufragarlas. Del mismo modo que los fumadores, los gordos, los flacos, los sedentarios, los practicantes de deporte de gran riesgo, los voluntarios de ONG que trabajan en países peligrosos, ¿serán excluidos? Este debate será permanente, ya que debemos damos cuenta de que la sociedad pre­ tende culpar a sus componentes de no ser “perfectos”. Y sobre todo las dependencias de cualquier tipo, sean cuales sean su origen, son muy mal vistas. Aunque lo políticamente correcto sea considerar los hábitos de consumir alcohol, tabaco, múltiples drogas y, últimamente, el hábito de tomar el sol en exceso (sí, ¡ya tiene un nombre que lo cla­ sifica como una patología peligrosa!) como “enfermedades”, la verdad es que se está estableciendo un juicio con sentencia negativa hacia todas estas conductas. Es preciso reflexionar que nadie hace siempre lo que debe, que nadie controla tan perfectamente su vida logrando hacer siempre lo oportuno ni para él ni para la socie­ dad en la que vive; que todos tenemos algún hábito negativo o algún comportamiento de riesgo que representará gastos sociales y sanitarios que la sociedad debe aceptar, simplemente porque somos seres humanos y no máquinas. Es preciso reflexionar sobre el hecho de que la culpabilización no genera comportamientos más sanos, sino que la educación en temas de salud es imprescindible para nuestro bien y para que el uso de nuestros recursos sea racional, justo y equilibrado. Dentro de este modelo educativo 146

debería contemplarse la información sobre las últimas disposiciones que las personas podemos hacer en el final de nuestra vida. La actuación ética en una profesión es el resultado de nuestra razón, dado que la ética no es una ciencia experimental sino racional que fundamenta los modelos de actuación mediante argumentos, y estos diagnostican la bondad o la maldad de una conducta. Asi pues, podemos afirmar que la ética es la ciencia que nos participa sobre las razones por las que algunas conductas son buenas y dignas de llevarse a cabo, nos confirma que esas conductas deben convertirse en normativas generales de conducta, y las convierte en leyes escritas o no, pero respetadas por todos. La ética, como toda ciencia, utiliza un método para conseguir el conocimiento más profundo posible sobre la conducta de los hombres. Io La observación. Aproximándose al hecho real y percibiendo de forma reflexiva y juiciosa este hecho. 2o La evaluación. A partir del conocimiento del hecho, se emite el juicio de valora­ ción moral, según las categorías morales previamente establecidas. Toda evaluación se ha de hacer a la luz de un conocimiento teórico previo que aporta los elementos de análisis necesarios para elaborarla. Es una cuestión fundamental de método. En el caso de la ética, las categorías morales se encuentran en su epistemo­ logía, por lo que a continuación voy a desarrollar algunas reflexiones con el objeto de iluminar el proceso de la evaluación. Todas las personas somos capaces de distinguir lo que es ser bueno y honesto aunque jamás hayamos recibido una clase de ética, ni tan siquiera conozcamos el término. Puede que no podamos definir con palabras estos conceptos, incluso que no los llamemos “valores”. Es posible que sólo podamos contar ejemplos para explicar lo que entendemos por justo, bueno o malo, pero todos los hemos aceptado como parte de nuestras conductas y consideramos que son aspectos exigibles a todas las personas que nos rodean, y con un mayor nivel de exigencia a aquellas personas a las que otorgamos puestos relevantes en nuestra sociedad. Aristóteles afirmó que todos los hombres teníamos un saber y que este saber era demostrable; a este saber lo llamó intuición. Decía que los dioses sabían y que los hombres opinaban. Este saber general había nacido de nuestras necesidades y de las decisiones que habíamos tenido que adoptar para satisfacerlas. Lo habíamos adquirido mirando a nuestro alrededor. Según Aristóteles, primero percibimos, después sentimos, luego pensamos y deducimos y, por último, aprendemos. En este saber, además de la intuición, hay un tanto elevadísimo de conocimiento innato, biológico que se amplía en cada persona con su propio aprendizaje y experiencia. Pero ahora sólo tratamos de cómo se ha desarrollado ese “saber”, para llegar a re­ solver los temas más sensibles de las conductas humanas. Ese saber que se inspira en valores. Los valores son aquellos aspectos de nuestra conducta que nos hacen humanos, porque muestran las capacidades y actitudes mejores de nuestra naturaleza. Un valor es una característica de un objeto o de una persona, algo muy estimable. Algo apreciado que posee cualidades excelentes. Un valor humano es la expresión de una virtud, de un hábito bueno. Los valores que pautan las conductas son, sobre 147

todo, producto de la emoción y de la razón. Se dice: “ ¡Esta situación es inadmisible! (expresión de una emoción). “ ¡Hay que hacer algo por evitarlo!” (búsqueda de una acción que lo corrija). Los valores no son conceptos iguales; la honestidad, la decencia, la compasión, la responsabilidad, el respeto, la generosidad, la solidaridad, la bondad, la lealtad, la empatia, la prudencia, no pertenecen todos a la misma categoría. Algunos son más importantes porque tienen mayor transcendencia, porque nos engrandecen más como seres humanos y corresponden a las facultades superiores del género humano. Otros, como los intereses intelectuales, musicales, artísticos y sociales, nos “adornan” pero no hacen necesariamente mejores a las personas que los poseen. Los valores que consideramos de rango superior tienen todos relación con la liber­ tad, esa capacidad maravillosa que nos posibilita ser rectores de nuestros destinos. Es la libertad la que nos lleva a la honestidad, la justicia, la solidaridad, la piedad y, en muchas personas, a la trascendencia religiosa, por la que los valores más refinados van más allá de la naturaleza humana. Es evidente que no esperamos el mismo comportamiento ético de un juez que de un fontanero, de un maestro, de un decorador, de un publicista, de un médico o de un trabajador social. ¿Por qué? A unos les pedimos eficacia, conocimientos de su arte y honestidad en su realización. A otros les pedimos, además de competencia profesional, una conducta ejemplar profesional y personal, ya que sus actividades representan no sólo lo que producen, sino también un valor. A un juez le pedimos no sólo prepara­ ción jurídica, sino también honestidad personal. A un maestro le pedimos no sólo la competencia para enseñar álgebra o geografía, sino que, además, tenga cualidades de paciencia, bondad y ejemplaridad para sus alumnos y la comunidad educativa. A un trabajador social se le suponen una serie de cualidades humanas como la empatia, y se espera que su personalidad esté enriquecida por valores del más alto rango que podríamos definir en corto como “muy humano”. Todos hemos oído esa opinión sobre alguien, no hay una mejor definición sobre cualquiera. Los valores que las personas hemos considerado “humanos” han dado lugar a las grandes declaraciones éticas de nuestra sociedad: la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948; la Declaración Universal de los Derechos del Niño de 1959; la Declaración Universal de los Derechos de los Animales de 1977; la Decla­ ración Universal de los Deberes Humanos de 2008. Todas ellas establecen la ley de máximos a la que el hombre debe aspirar, y son el marco canónico en el que queremos circunscribir las conductas humanas. La vida es un bien superior a todos los bienes, y no necesitamos dialogar sobre este bien con las personas de nuestro entorno, ya que ese consenso se produjo hace cientos de años como consecuencia de la necesidad de proteger a la especie a la que pertenecíamos. Ese valor se encuentra impreso en el inconsciente colectivo en todas las culturas. Por ejemplo, la respuesta ante un asesinato se corresponde al valor que le otorgamos al bien de la vida. Si este hecho (un asesinato) fuera el objeto de discusión, entraríamos a tratar sobre las causas, el modo, la persona asesinada, el asesino, las cir­ cunstancias atenuantes, las agravantes, y todo aquello que fuera pertinente para actuar 148

en consecuencia. Pero tratando a la vida como un valor no lo hacemos. ¿Por qué? Pues porque todo aquello ya hemos logrado imprimirlo en nuestro pensamiento, y ello nos permite economizar en el tiempo de respuesta, nos permite avanzar más rápidamente en el proceso que necesitamos recorrer para llegar a las conclusiones finales y actuar. En este caso sería encarcelar al asesino, pues nuestros valores de convivencia co­ lectiva nos llevaron a concluir que un hecho de esta naturaleza debe recibir un castigo, y se determinó hace siglos que el castigo sería la privación de libertad para el culpable y la protección de la sociedad, evitando así la posible repetición del hecho. ¿Qué sucede con otras deliberaciones y propuestas de acción en las que esté presente el valor de la vida? Por ejemplo, ¿qué sucede con el aborto, la eutanasia, la pena de muerte, las pérdidas de vidas como consecuencias de las guerras, las muertes producidas por experimentos científicos como los vuelos espaciales, etc.? Lo que sucede es que entran en conflicto valores tan importantes que la sociedad no tiene aún establecidos criterios unánimes (como tiene, por ejemplo, sobre el asesinato), y necesita seguir deliberando acerca de la igualdad o supremacía de esos valores. Un grupo estima que el valor de más importancia, el valor primero, es la vida. Otro estima que la vida no es un bien supremo y que hay circunstancias en las que este valor está por debajo del valor de la libertad y de la decisión autónoma de la persona que decide arriesgar su vida incluso con la certeza de perderla por algo que valora aún más que esta. Los dos grupos defienden con argumentos éticos sus posiciones. La radicalización de cualquiera de ellas no produce beneficio alguno. Sólo cabe desarrollar una capacidad de diálogo filosófico en el que cada grupo pueda mirar con mente abierta las argumentaciones del otro. Los beneficios que se podrían obtener para muchos por el sacrificio de algunos, en el supuesto de muerte en combate, o viajes espaciales, deja de lado la discusión sobre el valor de esas vidas. Pero hay circunstancias más próximas a todos nosotros, situaciones en las que todos nos veremos implicados en algún momento: una agonía prolongada de una persona mayor, enfermos psiquiátricos ingresados de por vida, personas incapacitadas por accidentes y/ o enfermos dependientes absolutos. Todas estas situaciones y muchas más nos obligan a preguntarnos sobre el valor de la vida. El valor considerado supremo, como hemos examinado en estas líneas. Parece que el ser humano hoy cuestiona los valores históricamente absolutos. Sí, son absolutos los valores representados en los Mandamientos de la Ley Divina, pero también cuando a esta persona se le presentan situaciones de conflicto, tales como robar para comer o matar para salvar a un inocente, rechaza la idea de que existan valores absolutos y que estos siempre y en todo momento puedan y deban dictar su conduc­ ta. Esta discusión salió de los debates de los filósofos y se ha instalado en nuestras conciencias sin que hasta hoy, y quizás nunca, lleguemos a conclusiones o acuerdos.

La ética en trabajo social Las decisiones que las personas adoptamos en los temas que nos incumben derivan de los sentimientos que estos nos producen y de la utilidad y el provecho individual que obtenemos al ponerlas en práctica. Las decisiones de índole superior son las que 149

afectan a lo que consideramos más importante en nuestras vidas, fastas decisiones siempre tienen un componente ético, porque nos obligan a elegir algo, lo mejor entre lo bueno, o lo menos malo. Bueno y malo son dos calificativos de importancia, de valor. Cuando decidimos, cerramos el tiempo de reflexión, de deliberación sobre el hecho y sus consecuencias, sobre las alternativas y sus beneficios, y empezamos a actuar. Al decidir, nos colocamos en una posición en la que podemos dar razones de nuestra elección. Podemos justificar los motivos por los que hemos decidido esta conducta y no otra. En el trabajo social la elección será “ética” porque perseguirá la obtención de resultados valorados según los principios asumidos como rectores del trabajo social. El trabajador social, dentro de un equipo asistencial, puede, de acuerdo con los principios y valores que defiende, llevar a cabo una importante tarea en este sentido. El trabajador social se encuentra con frecuencia con que los problemas “objetivos” del usuario van unidos a problemas de índole espiritual, afectivos, morales, que influyen de manera notable en el comportamiento de la persona ante su conflicto. Son problemas inherentes a la condición humana que les exigen respuestas en momentos de fragilidad emocional, por lo que la ayuda de un profesional, cuyo núcleo formativo son los prin­ cipios morales y cuyos códigos de conducta plasmados en sus “códigos deontológicos” son una declaración de búsqueda de una excelencia ética en los objetivos de su acción, es, a mi modo de ver, de gran importancia y utilidad. La experiencia, el sentido común, el ser buena persona no bastan, porque nada de ello garantiza que los problemas que tenga un individuo puedan ser interpretados adecuadamente. Las personas tienen derecho a una información extensa y clara sobre la situación que les lleva a solicitar ayuda, cómo es percibida por el trabajador social, qué actuaciones se le ofrecen y por qué, así como las consecuencias de estas para poder dar su confor­ midad y rechazarlas. La información debe evitar toda jerga profesional, asi como la invasión psicológica por exceso de datos, ya que esto lleva frecuentemente al usuario a colocarse en una posición de “resignación” y de “dependencia” que se suele expresar con una frase muy oída: “Lo que usted diga, yo no entiendo mucho y confio en lo que le parezca a usted”. Esta frase debe ponemos alertas y comprender que estamos cerca de secuestrar la autonomía. El deber de informar contiene un deber de enseñar, de educar al individuo sobre su problema. Sobre todo si este es un problema crónico en el que las elecciones de ayudas son limitadas. Ayudar a tomar consciencia de las aspiraciones es un trato muchas veces arduo y sin aparentes resultados, pero siempre es obligatorio. En los casos sociales que he expuesto queda patente la importancia de lo anterior. En las situaciones graves, el comportamiento de un pasado reciente, el conocimiento y voluntad del enfermo era inapreciable. La voluntad de proteger al indi\ iduo del su­ frimiento derivado de la información fue considerada inútil y cruel. El temor a que el enfermo desarrollase una depresión que afectaría a su estado debilitando aún más su organismo llevaba a ocultar cualquier mala noticia. Hoy se respeta la voluntad del paciente a recibir cuanta información desee y precise, pero tampoco se le fuerza a recibir una información más allá de su deseo. Los estudios actuales muestran que la mayoría de las personas desean conocer su diagnóstico v su pronóstico, aun si este es terminal. Neniar esta información atenta contra el derecho 150

de un ser humano a resolver aquellas cuestiones de cualquier índole que la mayoría posponemos para cuando sea necesario. Dar malas noticias requiere un desarrollo de la capacidad empática, además de una preparación específica. Cuando la situación es urgente y no puede consultarse a la persona su voluntad, se da por supuesto que los valores comunes a la sociedad en la que esta se encuentra serán los del sujeto. Cuando se desconocen las creencias, las decisiones éticas serán las que persigan lo mejor para él, siendo lo mejor los cánones de referencia de la sociedad. Es muy cierto que las personas viven inmersas en condicionamientos, y los trabajado­ res sociales como tal, también. Pero la filosofía del trabajo social niega el determinismo, porque este niega la libertad humana. El trabajador social cree que uno de los aspectos más importantes de una persona es el proceso de concienciación de sus capacidades y sus derechos, y que uno de los más grandes servicios sociales que la sociedad debe a sus ciudadanos es el de promocionarle espacios para ejercer esas capacidades. El primer derecho es el de la libertad. Nadie puede autodeterminarse sin vivir con sensación de libertad. Una persona libre se convierte por ese mismo hecho en el autor de su conducta, pues él mismo la decide en función de sus valores y objetivos. Cuando no se da esta libertad, o se da de forma disminuida por las circunstancias, entonces la persona actúa mediatizada y ya no puede decirse que es la conductora de su vida. Cuando una persona es ayudada a poner en funcionamiento sus potencialidades hu­ manas, se siente bien, siente que está haciendo algo “bueno”, se siente feliz. Cuando no, se siente desgraciada. Es evidente que la felicidad, con mayúsculas, es un ideal imposible, pero lo que tratamos es sobre la felicidad con minúsculas, aquella que es posible con el ejercicio de los derechos en un espacio de libertad. La felicidad corres­ pondiente a apreciar que se están utilizando en el propio beneficio capacidades como la inteligencia y la voluntad. El trabajador social no es un pequeño psicólogo, ni un pequeño sociólogo, ni un profesor, ni un auxiliar médico; es un profesional que hace uso de conocimientos mul­ tidisciplinares para poder enfocar los problemas sociales de la persona o los grupos. En un mundo súperespecializado, una profesión más holística, más solidaria, aporta una perspectiva más flexible que le permite avistar lo macrosocial como productor y repro­ ductor de lo microsocial en lo que interviene organizadamente de forma más habitual. A continuación me dispongo a desarrollar algunas ideas con respecto a las profesio­ nes de ayuda con la plena conciencia de que el concepto de ayuda no es bien recibido entre las/os jóvenes profesionales de trabajo social. Por ello, comienzo este tema con una cita de Adam Smith con el fin de mostrar que la ayuda no es una cuestión banal, o simplemente derivada de una concepción cristiana de la vida. La ayuda es una cuestión de interés común, más allá de las connotaciones que haya podido tener a lo largo del tiempo, en general y, más en concreto, en la profesión de trabajo social. “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su na­ turaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de estos les resulte necesaria, aunque no se derive de ella más que el placer de contemplarla” (Adam Smith, Teoría de los sentimientos morales). 151

Entiendo en esta frase que la aetitud de ayudar a los semejantes es algo que se halla en nuestra naturaleza. Es algo que valoramos individual y colectivamente. Pero ¿qué es ayudar? Ayudar, según la Real Academia de la Lengua, es auxiliar, socorrer, apoyar, amparar, defender, abrigar, refugiar, asilar. Ayudar es otorgar un beneficio. Ser útil, buscar el bien, ejercer la beneficencia; este es el principio originario del trabajo social. Pero el desprestigio social que durante un largo periodo de tiempo se ha proyectado sobre las profesiones de “ayuda”, por creerlas carentes de ciencia y de técnica, así como considerarlas el resultado de un paternalismo vejatorio que evidenciaba la desigualdad y la inferioridad de los que necesitaban ayuda, no ha permitido profundizar en este concepto. Sin embargo, hoy, realizar trabajos de ayuda tiene un nuevo reconocimiento social. Las ONG son organizaciones de ayuda de todo tipo: en situaciones de catástrofes naturales, accidentes, guerras, a grupos marginados y marginales, emigrantes, enfermos, niños, ancianos, mujeres. Con un criterio de hacer el bien por justicia, de considerar la ayuda como un deber del que más tiene y un derecho del menos dotado. ¿Quizás porque “la ayuda” es una acción que nace de la repulsa que nos produce la violencia, la injusticia, el sufrimiento de millones de seres humanos? O quizás porque el impulso de ofrecer ayuda está incrustado en nuestros genes; o porque ayudar es una forma de proteger la supervivencia del grupo al que pertenecemos, ya que no se conoce pueblo ni cultura que no haya relatado en su historia hechos de av uda generosa y heroica con el fin de lograr un beneficio para los miembros de su comunidad. La colaboración y la reciprocidad son actitudes de supervivencia inteligente. La avuda siempre reporta un beneficio tanto al que la recibe como al que la da. Ayudar es hoy una de las acciones más sobresalientes de las sociedades avanzadas. Hoy es muy prestigioso el trabajo de ayuda de las naciones y de las personas. Todos reconocemos que la autosuficiencia total no existe, que sin “ayuda” ni las personas ni los pueblos pueden realizar sus proyectos y resolver sus necesidades. Av udar es pres­ tar un servicio a alguien que lo pide o a alguien que no lo pide pero que lo necesita. También a alguien que no lo pide, que ni siquiera sabe que lo necesita o que no sabe que puede haber alguien que puede, sabe y quiere darle ayuda. Por ejemplo, a un ciego que no puede cruzar una calle, a un anciano que se le cae un objeto v no lo \e . a un pueblo que ha sufrido una riada, a las víctimas de un accidente, a una mujer maltratada. Como hemos visto, el impulso de ayudar es una de las características de conserv ación del género animal (no sólo el llamado racional, los elefantes, las hienas, los pulpos, etc.) y más elaboradamente, del ser humano. Pero los seres humanos nos ayudamos a la vez que nos destruimos. Porque en nosotros conv iven sentimientos antagónicos de simpatía y repulsa, piedad y desprecio, generosidad y egoísmo. Sentimientos, emociones, pasiones que nos mueven y nos paralizan son las palabras claves. Algunos sentimientos son involuntarios. Por ejemplo, el temor, el hambre, el trío, nos hacen actuar, reaccionar sin reflexión; otros como la piedad, la compasión, nos hacen tam­ bién reaccionar, pero ayudando. La necesidad, la pena, el desamparo y la incapacidad del cercano o del lejano nos emociona y nos con-muev e para consolarle, ampararle y ayudarle. Cuando ayudamos sentimos aliv io de un sufrimiento personal, además del alivio del sufrimiento del otro. Nos sentimos liberados de una opresión, sentimos 152

satisfacción, paz con lo más íntimo de nosotros. Esto así dicho parece muy simple. Pero es muy complejo. La filosofía descubrió hace siglos que el ser humano, cuando ayuda, responde a un sentimiento muy profundo de deber: es la primera respuesta ética, ayudar a sus semejantes. Es más, cuando no ayudamos sentimos (otra vez recordamos esa singularidad del hombre, el único ser vivo, que sepamos, capaz de sentir como consecuencia de un acto de la razón) una inquietud. Una mala sensación. Una mala conciencia, una tristeza del alma que le reprocha. Spinoza lo llama “el mordisco del espíritu”. Todos lo reconoce­ mos como remordimiento. Porque las personas tenemos una facultad de la razón que nos juzga y, según nuestro obrar, nos premia con la alegría del deber cumplido, del bien realizado, o nos castiga con la tristeza del mal hecho, aunque nadie sepa nada, ni lo que hemos hecho ni lo que hemos dejado de hacer. Y lo cierto es que el hombre ayuda a sus semejantes si son muy “semejantes”, porque al extranjero, al raro, al loco, al distinto, no se les ayuda tan espontáneamente. Cuan­ do se ayuda al distinto, suele ser después de un tiempo de duda en el que se sopesan criterios de solidaridad, criterios que el ser humano ha tardado siglos en incorporar a sus códigos de conducta. Y quiero creer que ese juicio se ha inscrito en nuestro pensa­ miento de forma irreversible, y que la sociedad se avergonzará definitivamente de las marginaciones y exclusiones de pasado. ¿Quiénes ayudan? Los bomberos, la policía, los médicos, los maestros, los enfer­ meros, los trabajadores sociales, etcétera. Profesiones cuyos objetivos son, entre otros, ayudar. El desprestigio, en el pasado, de las actividades de ayuda y de las obras de bene­ ficencia iba unido a la falta de consideración de la dignidad de la persona necesitada de ayuda. Hoy sabemos que la incapacidad, sea cual sea la que padezca una persona, no le resta dignidad. Ni tampoco capacidad para decidir, con la autonomía posible, la ayuda que necesita. Pero la persona que necesita ayuda, el enfermo físico o social, que necesita ayuda sólo la necesita en lo que le falta. No necesita ayuda ni quiere ser suplantado en todo. Necesita “profesionales de la ayuda” (como es un trabajador social) que sepan ayudar selectivamente. Profesionales que le enseñen a ver claro lo que ha perdido o lo que carece de forma permanente, pero también que le muestren qué capacidades le restan, cómo usarlas, e incluso le obliguen a responsabilizarse de su uso y desarrollo. Todos somos limitados, pero todos tenemos capacidades y posibilidades de mejorar­ nos. A todos nos resulta placentero el ser sustituidos en lo que nos es costoso. Incluso a veces nos parece más eficaz sustituir o ser sustituidos por alguien más capaz, para avanzar más rápidamente en el objetivo que nos proponemos. Pero ayudar es educar. Es hacer más libre y digno a cualquiera que no pueda hacer algo por sí mismo porque le falte conocimiento o herramienta. Pero ayudar también es saber que a nadie o casi nadie le falta todo. Se debe ayudar más a los que les falta “de” todo porque de esa manera no perderán aquello que les hace iguales a todos: la dignidad. Hay un respeto que merece todo el mundo, por esa condición de ser humano, el respeto que comparte la persona necesitada con todas las demás personas que tienen la fortuna de conservar las capacidades de autogobierno. Ese respeto se traduce en la mejor forma de paternalismo, que es el que ejercen las profesiones de ayuda, que tienen 153

entre sus prineipios el respeto a la libertad de la persona a la que se ayuda. Así, las relaciones como las de los trabajadores sociales con sus clientes se han visto teñidas por una capa de velos grises y dorados que impedían distinguir qué trato era benefactor y considerado y qué trato era un secuestro paternalista y degradante de la persona. El sujeto que necesita ayuda es un extraño en un camino que no sabe a donde le llevará, ni lo que le puede acontecer, ni cómo controlarlo. I ¡ene que dejar en suspenso su forma de pensar para adaptarse a la organización que le puede ayudar. Se puede sentir marginado de las decisiones que le afectan, y expresar sus deseos y sus temores le puede provocar una violencia interior que vence en ocasiones con manifestaciones de impaciencia no bien entendidas. Respetar la autonomía del paciente no es, sin embargo, el único ni el mejor com­ portamiento ético que se puede dispensar. A veces es más importante atender a la compasión ofreciendo información y consuelo, buscando su comprensión y colabo­ ración en la ayuda que se le puede dar. Esta es una actuación que siempre consigue el sosiego imprescindible para recibir información. Es una obligación ética conseguir una relación con el usuario, para que no se perpetúe la autoridad del que puede ayudar y la dependencia sumisa del que necesita ayuda. Se trata de conseguir que el usuario deje de sentirse objeto de ayuda y se sienta sujeto. De los trabajadores sociales que provenían de la caridad institucionalizada, de los orígenes de esta profesión, en la que eran los sustitutos bondadosos y bienintencionados de sus clientes, los que durante décadas decidían lo que era mejor para la persona, a los trabajadores sociales de hoy, gestores preparados y responsables de los sen icios > políticas sociales para unos ciudadanos sujetos de derechos, hay un abismo: el que nos traslada de la ayuda dada por sí misma a la de la reclamación de los derechos subjetivos. Pero muchas veces en la discusión sobre una ayuda nos sentimos paralizados. Quizás porque cuando ayudamos queremos imponer al ayudado lo que consideramos de lo bueno lo mejor. Quizás porque todos estamos seguros, al ayudar, de que hemos sabido elegir lo más acertado y que lo elegido respondería al siguiente proceso de meditación. Io Porque lo valioso es algo que consideramos bueno. 2o Porque lo elegimos entre varias cosas buenas. 3° Porque podemos argumentar y dar razones de nuestra preferencia entre una \ otra elección. 4o Porque lo que determinamos hacer, convencidos de que es bueno, sería aceptado con los mismos criterios por nuestros iguales. 5o Porque lo que hemos apreciado mejor entre todo lo bueno nos impulsa a actuar con entusiasmo. Seguros de que esta ayuda es buena y será beneficiosa para la persona ayudada, ¿sería posible generalizarla y convertirla en una actuación sin duda para todos los casos semejantes? Ese es el gran problema. Porque ¿quién puede afirmar que los valores en los que nos tundamos para establecer una ayuda son y serán compartidos por todos no sólo aquí y ahora sino allí y después? Si estamos admitiendo que no hay \ alores absolutos, porque el ser humano rechaza esa idea y la discute desde hace siglos, ¿cómo seguir adelante en esta reflexión ? Pues con la visión confiada de que, de may or a menor

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escala, la humanidad, las ra/as, las naciones, las regiones, los pueblos, las familias y los iiuliv iduos hemos trozado las ideas de unos comportamientos válidos que regulan nuestras relaciones, aunque las re\ isemos periódicamente. Y es que, con gran energía, las mejores ideas las hemos convertido en las llamadas declaraciones universales, otras en las constituciones nacionales, otras en los códigos de derecho civil, en los estatutos de las comunidades tic vecinos, de las asociaciones deportivas, religiosas, políticas etcétera. Asi. poco a poco, el ser humano discute sobre hechos nuevos de su \ ida. Por ejemplo, ser miembro de una asociación, ser estudiante, ser joven o viejo, ser hombre o mujer, etc. Y concluye que hay situaciones, temporales o continuas, en las que se viven roles especiales, situaciones deseables e indeseables, es decir, valorables. Y las valora, les da valor, y busca un referente de conducta para poder regular las relaciones que se establecen en ellos para poder obtener el mayor beneficio posible. Ha\ muchas razones para pensar que la relación entre el usuario y el trabajador social ha evolucionado y que los cambios que se han producido son definitivos. La mavor conciencia de derechos que posee el ciudadano, porque sabe que los servicios que se le otorgan nacen de sus impuestos, hace que su demanda sea más exigente. El trabajador social atiende a un usuario que quiere saber el porqué de todo lo que se le propone, que acepta o rechaza soluciones, que ya no tiene la confianza ciega en el que le atiende, que es cada día más un “adulto social”. Esto puede producir un sentimiento de inseguridad en el profesional y una conducta de huida defensiva que se traduce en intervenciones autoritarias donde antes había patemalismo. O bien él o la trabajadora social se pueden refugiar en la gestión del recurso, en la información burocrática, en la limitación de la institución donde realiza su trabajo, en la derivación de actuaciones a otros profesionales (psicólogos, educadores de calle, pedagogos, etc.), evitando asi las dificultades que entraña hoy realizar un trabajo de casos y familia tachando a veces este trabajo de “poco técnico”. Es indiscutible que uno de los papeles que todas y todos desempeñaremos en un momento de nuestras vidas es el de “enfermo” (“in firmus”= débil). La salud es un bien tan escaso como el agua. Por eso desde siempre se valora de forma singular a las personas que dedican su vida al cuidado de los “enfermos”. Esa valoración ha dotado a estas profesiones de un poder social especial (el médico es la única persona ante la cual el poderoso, el papa, el gobernante, el artista, el sabio, tiene que obedecer humil­ demente). La relación entre el que necesita ayuda y el que ayuda está, por lo dicho anteriormente, llena de situaciones éticas. Para terminar este largo apartado sobre las profesiones de ayuda quiero destacar dos aspectos fundamentales del tema que estamos tratando. Me refiero a la beneficencia y a la vertiente política de la profesión de trabajo social. Respecto a lo primero, es preciso añadir que el trabajo social es la ayuda moral, racional y organizada, porque las personas siempre demandarán y necesitarán ayuda. Mas antes de emprenderme en desgranar otras muchas ideas, quiero traer aquí las reflexiones sobre la labor benefaetora de estos profesionales porque este ha sido mi mantra mientras ejercí como asistente social.

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La expresión de este principio etico, la beneficencia, es la compasión que siente todo ser humano ante el dolor y el sufrimiento del otro y el impulso primario que le lleva a intentar remediar este padecimiento. Este principio impone la obligación de ayudar a las personas para que consigan sus legítimos derechos e intereses. En la acción social es obligatorio actuar benéficamente de forma preventiva en las políticas de protección especial a individuos y grupos más frágiles, de forma curativa eliminando los riesgos; y de forma prudente estudiando los beneficios de una actuación y los posibles perjui­ cios de ella (por ejemplo, el salario de integración). El trabajo social tiene un talante utilitarista, ya que debe contemplar la proporcionalidad de la ayuda y de los beneficios que esta reportará a la persona, ponderar tanto los costes como los riesgos. Por eso trabaja el caso de forma individualizada. Y respecto al segundo de los aspectos, me voy a referir en concreto a la dimensión política del trabajo social puesto que es el leitmotiv de este trabajo, esto es, la relación entre ética y política. Uno de los grandes problemas que aquejan al trabajo social es la política social diseñada por los partidos políticos. Para estos grupos, la política de servicios sociales es uno de los platos fuertes de las campañas electorales, como fuente de obtención del voto del hombre de la calle mucho más interesado en los problemas que le atañen directamente: los ancianos, la juventud, el trabajo, la emigración, la vivienda. Problemas que la persona “entiende” porque los sufre, es decir, le provocan juicios de “bueno y malo” y le inducen a conclusiones de “hay que hacer algo“ en justicia. El estudio que realizan los partidos políticos es más en función de la efectividad partidista que de la auténticamente social, ya que los proyectos de protección social pueden ser diseñados, aplicados, reprobados y sustituidos en un corto periodo de cuatro o menos años, según las elecciones, sin que pueda realizarse una evaluación probada por los trabajadores sociales y los usuarios. Incluso cuando haya sido probada su necesidad (atención social a enfermos de salud mental ambulantes, por ejemplo). El trabajo social debe caracterizarse por tener una carga ideológica fuerte, conse­ cuente con el objetivo que persigue. No estaría mal que los profesionales considerasen la utilidad de pertenecer a grupos políticos para promover las actuaciones de justicia y ayuda que la sociedad necesita, aportando el enfoque ético contra el económico, de­ masiado predominante. Y ... ¿por qué sostengo con vehemencia esta afirmación sobre la dimensión ético-política de la profesión de trabajo social? Porque vivimos en una sociedad en la que los principios de justicia y de igualdad están fundamentados en un contrato que da lugar al Estado de Derecho y cun os orí­ genes se encuentran en el Pacto por el Bienestar de principios del siglo pasado. Es un pacto de solidaridad que se fundamenta en la asimetría del intercambio. En efecto, los que más tienen pueden soportar el peso de los que menos tienen y no pueden aportar las mismas cantidades. Se ha tratado con este pacto de solidaridad de estar de acuerdo sobre aquellos mínimos fundamentales para la convivencia social. Estos mínimos, según Rawls, se pueden resumir en dos principios básicos: 1. Toda persona tiene igual derecho a un régimen plenamente suficiente de liber­ tades básicas iguales, que sea compatible con un régimen similar de libertades para todos. 156

2. Las desigualdades sociales y económicas han de satisfacer dos condiciones. Primera, deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a todos en las condiciones de una equitativa igualdad de oportunidades; y segunda, deben pro­ curar el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad» (citado por Hoyos Vásquez, G.). Los dos conceptos que se han de destacar de la idea de justicia de Rawls son el de libertad y el de creación de las condiciones sociales para una equitativa igualdad de oportunidades, así como la obligación de procurar el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de una sociedad. No estoy colocándome en una posición radical. Mas al contrario, Rawls es liberal en su concepción de la justicia. Solamente quiero comentar y destacar que estos principios brevemente citados corresponden con la concepción democrática tradicional del trabajo social anglosajón en sus más brillantes pioneras, en especial, Mary Richmond. De ahí que la dimensión política de la profesión de trabajo social es inexcusable. Y es que, por otra parte, el sentido de justicia e injusticia nace de la naturaleza humana. Es un pensamiento que deriva de una experiencia. Sabemos que el hombre está dotado genéticamente de una hormona que podríamos llamar de la simpatía. Esta es tal, que al mirar el rostro de un semejante, un bebé, una mujer bella, un anciano, en nuestro cerebro, la química de dicha hormona produce una respuesta automática de simpatía, atracción, afecto, interés o compasión. De las percepciones de la mente, podemos distinguir entre unas, más fuertes, derivadas de experiencias de alto contenido emocional, a las que podemos llamar “impresiones”, y otras más débiles a las que podemos llamar “ideas”. Las impresiones más intensas que conocemos son, por ejemplo, el amor, el odio, el miedo, el deseo de sobrevivir, la felicidad, la desgracia. Todas ellas son producto de la experiencia y en todas existe la presencia o la intervención del “otro”. Podríamos llegar a la conclusión de que la “ética” es la idea de “ideal” que se for­ ma la mente del hombre después de haber experimentado situaciones beneficiosas y adversas en su contacto con otros seres. Estas experiencias han dado lugar a hábitos de comportamiento que prevalecen en la humanidad. Son las costumbres (mos morís) que hemos adoptado para relacionamos entre nosotros, con los animales, con la naturaleza. Descubrir el verdadero origen de la moral es complejo. El grado de intervención de la razón y/ o el sentimiento en todas las decisiones de aceptación y de rechazo es difícil de medir. La meta de toda especulación sobre nuestros actos es enseñarnos nuestro deber, cuál es la actuación correcta y cuál la incorrecta. Reflexionando sobre ellos, podemos descubrir si los argumentos que elaboramos para justificamos son producto de la razón o del sentimiento. Si somos capaces de establecer un recto juicio y este juicio puede ser deducido y compartido por todos los seres racionales en las mismas circunstancias (Lecciones de ética, Kant). Lo que es justo, lo que es generoso, heroico, nos atrae y se apodera de nuestras emociones e ideas. Pero ¿quién o qué ha llegado a valorarlo: la razón o la emoción? ¿Es la conformación del espíritu o el alma humana las que pueden estar capacitadas de forma natural para albergar y reconocer animadamente estas condiciones? 157

Está claro que el conocimiento matemático es aceptado por todos, pero con indi­ ferencia, sin emoción. Es verdad y nada más: dos y dos son cuatro, el cuadrado tiene cuatro lados; siempre y en todo lugar eso es cierto y nos sirve de punto de partida para otras investigaciones. Pero no provoca emociones. Los comportamientos virtuosos o aberrantes provocan en nosotros sentimientos y determinaciones morales, por eso hay quien afirma y se seguirá afirmando que la moral se basa en sentimientos. A la virtud corresponde el respeto y la admiración, a la maldad corresponde el rechazo y la repugnancia, que son sentimientos, respuestas afectivas y no racionales. Pero si desaparecieran los sentimientos a favor del individuo virtuoso, así como el desprecio hacia el individuo corrompido, si nos sintiéramos indiferentes emocionalmente ante esas conductas, ¿existiría la moral? ¿habría algo que influyera en nuestra conducta? Sea como sea, mientras discutimos sobre ello, sólo sabemos algo: la razón y los sentimientos intervienen en todos nuestros pensamientos y en todos nuestros actos, no concebimos que nuestras conductas sean igual de estimables y respetadas. El lenguaje coloquial ya tiene una jerarquía de adjetivos calificativos producto del sentimiento y de la razón. Los hechos son correctos, buenos, estupendos, magníficos, excelentes o, por el contrario, pueden ser incorrectos, malos o pésimos. El derecho de un ser humano a recibir una ayuda efectiva para soportar o resolver los avatares de su existencia, y que estos no impidan de forma irreparable su desarro­ llo y su proyecto de vida como individuo, es el principio que fundamenta actividades profesionales como es el trabajo social. La violencia, la injusticia y la incapacidad de las personas de defenderse de ellas continúan generando en nuestros días múltiples sufrimientos psicosociales. Estos sufrimientos son terribles lacras humanas que por sí solas justifican la necesidad de actuación de profesiones como el trabajo social. La violencia a la que me refiero no es la violencia más evidente, como podría ser la de una paliza, no, porque la sociedad ya tiene establecidos mecanismos de control y de sanción contra esas barbaridades. Me refiero, por su íntima relación con las profesiones éticas, a la violencia más sutil, aquella que ejercen las personas buenas, las cercanas a las personas “enfermas”, enfermas de “diferencias”, de soledad, de paro, de incapacidad de lucha, de envejecimiento, porque esas personas no son siempre sujetos del trabajo social. Todas las personas enfermas “catalogadas”, y todas las demás, son (somos) seres con valores singulares, sentimientos individuales y proyectos de vida alterados por la enfermedad, influidos por el dolor físico y/o emocional y, a veces, secuestrados por las instituciones y los profesionales destinados a ayudarles que los “cosifican” y los deshumanizan en estudios estadísticos. ¿Qué y quiénes pueden rescatar al hombre de esta realidad? Entre otras profesiones, el trabajo social por sus fundamentos éticos. Pero si la formación ética no es revisada y desarrollada lo máximo posible, los fundamentos no serán suficientes para mantener una conducta ajena a las influencias cotidianas de encausar y juzgar a las personas y las situaciones con soluciones fáciles y mediocres con las que salir del paso. Porque, ya se ha señalado en páginas más arriba, las decisiones éticas suponen siempre una dificultad. La premura en la toma de decisiones en el ámbito del trabajo social puede hacemos sentir inclinados a algo moralmente incorrecto. En este trabajo, aún más que en la vida 158

corriente, se plantean muchas disyuntivas que dificultan la adopción de decisiones acertadas. Muchos casos sociales son trágicos en el sentido de que todas las opciones parecen malas y, sin embargo, hay que hacer algo. Los riesgos pueden ser grandes y las consecuencias difíciles de aceptar. Una dificultad característica de este trabajo deriva del hecho de que cada caso es diferente y no se puede anticipar cuál es la decisión correcta. Esta originaria incertidumbre es propia del ser humano. Por ello Kant la explica de esta forma: “ Los deberes de virtud no pueden dar lugar a un capítulo especial en el sistema de la ética pura; porque no contienen principios para obligar a los hombres como tales entre si y, por lo tanto, no pueden constituir propiamente una parte de los principios metatlsicos de la doctrina de la virtud, sino que son sólo reglas, modificadas según la diversidad de sujetos, para aplicar el principio de la virtud a los casos que se presentan en la experiencia; por lo tanto, no dan pie a ninguna clasificación completa garantizada”. Asi pues, se exige en la metafísica de las costumbres unas reglas; es decir, esquematizar los principios puros del deber aplicándolos a casos de la experiencia y exponerlos como preparados para el uso práctico-moral. Por tanto, qué conducta es menester observar con los hombres, plantea Kant, por ejemplo, en su estado de pureza moral o en el de corrupción; cuál es el estado del cul­ tivado o en el inculto; qué conducta conviene al sabio o al ignorante y cuál caracteriza al sabio al usar la ciencia como tratable (exquisito) o como intratable (pedante) en su profesión; cuál caracteriza al pragmático o al que se interesa por el espíritu y el gusto; qué conducta es menester observar atendiendo a la diferencia de posición, edad, sexo, estado de salud, de riqueza o de pobreza, etcétera. Las respuestas a estas cuestiones no proporcionarán otros tantos tipos de obligaciones ética (porque sólo hay una, es decir, la virtud en general), sino únicamente modos de aplicación que, por tanto, no pueden presentarse como partes de la ética y como miembros de la división de un sistema (que ha de proceder a priori de un concepto racional) sino sólo pueden agregarse. Y para terminar, es menester añadir una recomendación filosófica de Fichte, en su Introducción a lo teoría de la ciencia, que puede ser beneficiosa para las y los traba­ jadores sociales a los que tan bien se nos da poner la mirada en el otro: “Fíjate en ti mismo. Desvía tu mirada de todo lo que te rodea y dirígela a tu interior. Fie aquí la primera petición que la filosofía hace a su aprendiz. No se va hablar de nada que esté fuera de ti, sino exclusivamente en ti mismo”.

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Entrevista a Patrocinio de las Heras

Maribel Martín Estalayo Teresa Zamanillo Peral

n este estudio sobre la responsabilidad ética y política del trabajo social no podía faltar la presencia del testimonio vivo de una mujer cuya fuerza y autoridad sirvió de estímulo a muchas trabajadoras sociales. Fue ella, Patrocinio de las Heras, quien, junto a Elvira Cortajarena, puso los cimientos de una identidad profesional largo tiempo deseada y reivindicada y, por fin, reconocida. Fueron, en primer lugar, las Jor­ nadas de Pamplona las que impulsaron su liderazgo profesional y político, indiscutible hasta el momento, y que hoy, no por haberse jubilado, ha dejado de ser valorado como tal. Más tarde escribieron juntas el libro llamado de las casitas, incluso por ella, que centra el objeto de la profesión del trabajo social en “las necesidades y los recursos aplicables a las mismas”, libro que se convirtió en el impulso político necesario para la creación del sistema de servicios sociales. Su compromiso político-profesional le llevó a ser directora general de Acción Social en las legislaturas socialistas de 1983-90 que culminaron con la creación del Ministerio de Asuntos Sociales. Fue también concejala del Ayuntamiento de Madrid y diputada de la Asamblea de Madrid, portavoz de polí­ ticas de servicios sociales. Así pues, hay que reconocer siempre que la expansión y el reconocimiento de la profesión en el ámbito nacional se los debemos a ella. Su máxima preocupación es “la situación actual de crisis, no solamente desde el punto de vista de las políticas de los Estados, sino de la interrelación que existe en este momento en todo el mundo”. Por ello ha asumido, con el Consejo General de Trabajo Social, la responsabilidad y compromiso de trasladar la preocupación por la desigual­ dad y la pobreza a los profesionales, docentes, investigadores y alumnos de todas las universidades y colegios profesionales de la geografía española, preocupación que tuvo una máxima centralidad en el último Congreso Nacional de Trabajo Social y del que nace el manifiesto del trabajo social ante la crisis1. Son muchas las entrevistas que se han hecho a Patro, como se la llama en los círculos más cercanos; por ello, en esta queremos destacar fundamentalmente aquellos aspec­ tos del diálogo que hemos mantenido con ella que se refieren a los contenidos de este

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'Congreso de Trabajo Social, 8 de mayo de 2009.

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estudio. Para facilitar la lectura de la entrevista, esta ha sido dividida en seis apartados que hacen referencia a los siguientes temas: ¿hay crisis del Estado de bienestar?; el compromiso y responsabilidad ético-política de las/os profesionales; la necesidad del reconocimiento de derechos subjetivos; lo público y lo privado; el trabajo social y el sistema de servicios sociales; y la función de control del trabajo social. Es importante añadir a este perfil que distingue claramente el trabajo social como profesión del sistema de servicios sociales y que apoya la imposición fiscal. Por otro lado, cree firmemente que las y los trabajadores sociales han de recuperar espacios de poder, ya sea en lo técnico como en lo político.

—¿Hay crisis del Estado de bienestar? — Me ratifico en lo acertado que fue que en el Congreso entráramos en el tema de la situación actual de crisis. Y es que el modelo está afectado por la crisis. No es sólo una crisis financiera, es una crisis económica, social y de valores... Ello a su vez ha desatado graves ataques al modelo del Estado de bienestar europeo desde dis­ tintos ángulos. Esto hace que sientan inseguridad los ciudadanos y los profesionales. El Estado de bienestar se asienta sobre los pilares de los sistemas públicos: salud, educación, seguridad social, servicios sociales; son nuestros cuatro pilares a través de los cuales los ciudadanos reciben los derechos que el Estado de bienestar les re­ conoce. Los profesionales que sustentan estos sistemas son los agentes eficientes, el agente eficiente que es el profesional, el conocedor de la problemática que hay que resolver. Y su epistemología, metodología y técnicas están orientadas a atender el ámbito concreto de necesidades que cada profesional aborda. Los profesionales del sistema sanitario, en cuanto a la prevención y atención de los problemas de salud; y los profesionales del sistema de servicios sociales, en cuanto a la prevención y atención de los problemas que se producen en el ámbito de la convivencia humana, personal y social. Para este campo específico, defendimos y promovimos el Sistema Público de Servicios Sociales. Cuando se ataca la sostenibilidad del Estado de bienestar, también se ataca al papel de los profesionales, de los sindicatos, de los movimientos sociales que lo demandan... La democracia representativa de la ciudadanía, con sus organizaciones políticas y sociales, ha venido desarrollando, especialmente en Europa, un pacto social para la convivencia por el que se crean los sistemas públicos del Estado de bienestar que garantizan la cobertura de las necesidades sociales básicas. O sea, a los instrumentos que a lo largo de la historia nos han servido para crear un nuevo sistema frente a todo tipo de abusos de poder. (...) Hoy hay una ofensiva neoconservadora y ultraliberal por la privatización de los sistemas del Estado de bienestar, potenciada por intereses de multinacionales aseguradoras y que desde la década de los 90 financiaron estudios en muchas universidades del mundo orientados a promover la alarma social sobre la crisis fiscal del Estado de bienestar. Se ha generalizado un discurso que, paradójica­ mente, alcanzó a países como el nuestro, donde el Estado de bienestar era incipiente, y por tanto, nuestro gasto social no generaba ninguna crisis fiscal ya que requería ser expandido para alcanzar al menos la media de los países de nuestro entorno europeo. Estábamos empezando a construir el Estado de bienestar porque nosotros tuvimos que salir del modelo clásico de beneficencia pública de los derechos sociales que 162

quedaban condicionados a la situación laboral vía seguridad social contributiva. Por tanto, al perder el empleo se perdían asi mismo los derechos sociales y había que recurrir al “Padrón de Pobres". De esta situación salimos con la Constitución de 1978, pero reconvertir este modelo exigía crear los cuatro pilares del Estado de bienestar como sistemas universales, para toda la ciudadanía, que he mencionado, al objeto de hacer efectiva la garantía de los derechos sociales constitucionales. Ya llevaba la Unión Europea 50 años construyendo el Estado de bienestar. Los intereses de los neoconservadores ultraliberales y las multinacionales asegura­ doras que impulsaron la ofensiva “contra el monopolio de la cobertura de necesidades sociales que se realiza en el modelo histórico europeo de bienestar social, creado sobre la base de sistemas públicos universales de protección social”, pretenden desarrollar esta cobertura en el ámbito mercantilista para los ciudadanos que puedan pagarla; y quienes carezcan de medios que sigan atendidos en el modelo tradicional de las fami­ lias o las entidades benéfico-sociales. Para quienes estamos construyendo el Estado de bienestar, luchando por la consolidación y sostenibilidad de los sistemas públicos de protección social, ello es inasumible. Abandonar la cobertura social dejaría, por un lado, la atención de las necesidades sociales sobre las espaldas de la familia, y en concreto de las mujeres, y, por otra parte, en el mercado excluyente de la cobertura de quienes carecen de ingresos. El pacto social en el que se asienta nuestro modelo de Estado Social y Democrático de Derecho consolida los deberes y obligaciones de la ciudadanía y legitima la obligación del pago de impuestos para la cobertura de las necesidades básicas que el Estado garantiza al conjunto de la población por derecho de ciudadanía. En los países del sur de Europa, más ‘familistas’, tradicionales y en determinados casos sin democracia, con largas etapas dictatoriales, la memoria es reciente respecto a la exclusión de las mujeres de su participación en el trabajo fuera del hogar y su dedicación a la cobertura de las necesidades en el ámbito familiar, o incluso a su doble jornada laboral y familiar cuando lograban incorporarse al trabajo remunerado fuera del hogar. Países como el nuestro han experimentado ese modelo y no aceptan la vuelta atrás. Pero, a su vez, nuestra estructura social es todavía frágil y es muy importante prevenir los efectos sociales de la crisis. Si observamos a los países nórdicos, veremos que están menos afectados por la crisis y son los que más invierten en Estado de bienestar. La inversión en Estado de bienestar no es causa de crisis alguna, queda demostrado que genera desarrollo social, económico y humano.

—El compromiso y responsabilidad ético-política de las/os profesionales — Sobre la responsabilidad política del profesional entiendo que existe la res­ ponsabilidad como agente eficiente del sistema en el que profesionalmente se está formando, que eso a su vez incorpora la responsabilidad en el conocimiento que tiene que aplicar y desarrollar en la investigación, en el desarrollo de esa ciencia. Pero la aplicación de esa ciencia ha de hacerse mediante una ética, y es la ética la que nos implica totalmente como agentes políticos, además de como agentes profesionales que garantizan la sostenibilidad del sistema para el que trabajan, sistema que da respuesta a los derechos que ya se le han reconocido en las leyes de ciudadanía por los regímenes democráticos y políticos. 163

En España se creó el sistema de bienestar en los años 80; y además con un gran protagonismo de los trabajadores sociales. Nosotras entendimos en aquel momento que teníamos esa doble responsabilidad, como profesionales y como ciudadanos que asumen además la ética de su profesión, que es la garantía de estar contribuyendo a una comunidad. Porque la función de las profesiones en su dimensión ético-política, al servicio de la polis, es una función delegada de lo público que los Estados delegan en las profesiones a través de las funciones que les reconocen como organización colegial. Y entonces, los colegios profesionales vigilan y garantizan el cumplimiento ético de los profesionales colegiados. O sea, que se garantiza que una profesión dedicada al bienestar social sirve a unos valores que son los valores de la construcción del Estado de bienestar, valores reconocidos en los derechos humanos de una comunidad. Estos valores están vinculados a nuestros códigos de ética. Por eso, en el trabajo social, defendimos desde los inicios de nuestro asociacionismo, reivindicar el colegio profesional que nos permitía ejercer un poder público para la defensa del bienestar social y de las funciones profesionales como agentes eficientes. Y ese poder es lo más importante que hemos conquistado, el poder políti­ co que nos da la ética de nuestra profesión. Esta ética tiene un reconocimiento de la sociedad en la que vivimos, un reconocimiento de valores necesarios para la sociedad y comunitarios. Además, entendimos que éramos mucho más eficientes actuando en los partidos políticos en defensa del Estado de bienestar, de acuerdo al ideario que cada profesional comparte. En la década de los 80 defendimos, en la sociedad y en la militancia política, la universalidad de los derechos sociales y la construcción del nuevo sistema público de servicios sociales. Por eso hicimos el libro de las casitas definiendo lo que para la profesión era el modelo de un Estado de bienestar y los criterios por los cuales se debía de regir. Y, curiosamente, durante toda la época de los 80 sirvió de libro de cabecera para concejales, alcaldes, formadores y otros. O sea, nuestro compromiso ético por el Estado de bienestar, logró un reconocimiento técnico y político que hasta Ruiz Jiménez, entonces Defensor del Pueblo, nos reconocía públicamente, refiriéndose a nuestro libro “Introducción al bienestar social” como libro de cabecera, para la aplicación efectiva de los derechos sociales. Logramos un reconocimiento en la sociedad española, algo que pocas profesiones han logrado. Porque esta ética del bienestar social, que para nosotros iba mucho más allá de lo que teníamos que hacer en servicios sociales, pretendía atender globalmente las necesidades sociales básicas. Ese libro, publicado en 1979, fue el primero sobre bienestar social en España. Los criterios que en él se indican para construir el bienestar social son a su vez criterios técnicos y políticos. Visto el capítulo tres del libro, se constatan unos criterios asentados en un modelo de Estado de bienestar público con una contribución técnica específica desde el punto de vista de la identidad del trabajo social y su aportación experimentada en la práctica de la intervención social. Los criterios que se especifican son producto de una generalización del Estado de bienestar; respeto a la autonomía personal en la toma de decisiones; normalización del tratamiento de las necesidades sociales en el ámbito de cada sistema. Todos los criterios están no solamente enunciados como planteamiento político, sino como aportación técnica a través del cual el trabajo social contribuye a que eso se aplique y se desarrolle en un Estado de bienestar. Bueno, pues con eso quería decir que hemos ejercido la doble función. Cada uno, conforme a su opción ideológica o partidista, pero desde una ideología unitaria del concepto de Estado de bienestar (...). Toda mi generación que estuvo participando

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en aquellos procesos fue plenamente consciente de lo que tenía entre manos. Yo digo muchas veces que si nosotros no hubiéramos tenido esa participación, hoy en España seguiría la beneficencia como acción paralela. Porque tuvimos que hacer una enmienda a la Constitución2, puesto que entonces, en los pactos de la Moncloa, no estuvieron previstas ni la erradicación de la beneficencia ni la universalidad de los derechos sociales. Los derechos sociales que se unlversalizaban estaban condicio­ nados a la seguridad social y la posición laboral... (...) Yo presidía la Federación. Pedimos seis meses de permiso sin sueldo para estudiar, Elvira Cortajerena y yo, todas las constituciones del mundo y preparar una enmienda, porque nadie nos hacía ningún caso. Nosotras no entendíamos cómo puede hacerse un Estado Social y Democrático de Derecho donde la base es el reconocimiento del derecho de ciudadanía, y haya ciudadanos que no vayan a tener derechos y se les va a tener que atender con la caridad y la beneficencia y la buena voluntad. Por tanto, ¿qué fundamento tiene pagar impuestos si un ciudadano se queda sin recur­ sos y el Estado no asume ninguna responsabilidad con él? Esto es increíble, ¿no? Y, claro, todavía ni la ciudadanía ni el sistema de servicios sociales se han desprendido de ese concepto benéfico-paternal-asistencialista con el que tratar estas cuestiones. Nosotras teníamos una idea muy clara. Mira, nos preguntábamos: ¿qué es eso de estar todo el día paliando necesidades, problemas y poniendo todo el esfuerzo en paliar? Si hubiera universalidad de derechos básicos, nosotros podríamos levantar y construir. Pero no podemos hacer nada porque estamos construyendo una casa sin cimientos. Y por eso hablábamos de los pilares, el concepto de pilares lo teníamos muy claro. Porque si primero excluyes a la gente del derecho de ciudadanía y de los derechos sociales consecuentes, ya has determinado que hay pobres... Pero porque tú ya lo has determinado políticamente, no porque eso forme parte de la naturaleza humana. No somos genéticamente ni ricos ni pobres, eso es una construcción social. Pero los antiguos regímenes no consideraron que estas necesidades, en lo básico, eran de responsabilidad pública y eran derechos universales. Los derechos sociales, como derechos de ciudadanía, se inician en España con la Constitución de 1978, y a partir de ellos, el ciudadano, por el hecho de serlo, tiene derecho, bajo la responsabi­ lidad pública, a una salud universal, a una educación universal, una seguridad social y unos servicios sociales universales básicos. Construir todo esto es un proceso largo y lento, y en la medida en que los que teníamos esto claro arrastrábamos el carro, el carro avanzaba. Es que nosotros tuvimos el poder político en la década de los 80: creamos los nuevos servicios sociales y los planes y programas nacionales, con la contribución de los profesionales, de los trabajadores sociales de la Dirección General de Acción Social. Había un Cuerpo Nacional de Trabajadores Sociales del Estado, como lo hay de abogados del Estado, interventores. Lógicamente, los profesionales fueron los directores/as nacionales de los planes y programas a los que ellos mismos dotaban de metodología y técnicas de intervención social: Plan Nacional Concertado de Prestaciones Básicas; Plan Nacional de Prevención y lucha contra la Exclusión Social; Plan Nacional de Familia y Convivencia; Plan Nacional de Desarrollo Gitano. Los trabajadores sociales eran muy importantes para el Estado. 2Enmienda elaborada por la FEDAASS (Federación Española de Asistentes Sociales) que logró que en el texto de la Constitución española de 1978 no se incluyera la beneficencia pública como práctica sino que, tratándose de un Estado Social y Democrático de Derecho, se pudieran garantizar los derechos sociales aprobados mediante la creación de un sistema de servicios públicos.

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Con la nueva Ley de la Función Pública se impidió que los técnicos de grado medio accedieran a los niveles de dirección técnica dentro de la estructura administrativa. El trabajo social, como he mencionado, era promotor del nuevo sistema de servicios sociales y desarrollaba las funciones de dirección técnica, pero a partir de la nueva ley no pudo acceder a los niveles de dirección al no haber logrado alcanzar la licen­ ciatura. En la medida en que los puestos de dirección de las nuevas estructuras que creábamos iban abandonando la metodología del trabajo social, se iba perdiendo gran parte de sus contenidos técnicos. Nosotros, a la vez, luchábamos por alcanzar la licen­ ciatura y, dado el reconocimiento de nuestra contribución específica a la creación del Sistema de Servicios Sociales en España, el Ministerio de Educación consideró que, con carácter previo a la licenciatura, se nos creaba el Área de Conocimiento “Trabajo social y Servicios Sociales” de la cual podría derivarse en un futuro la creación de la licenciatura en Trabajo Social. El ministerio no reconocía necesaria una licenciatura para una profesión de “ayuda”. No podíamos seguir definiéndonos como los profe­ sionales de la función de la ayuda, para la que se requería “voluntariado social y no ciencia”. El trabajo social ha demostrado, tanto internacionalmente como en España, que su intervención en el tratamiento integral de las necesidades sociales requiere de conocimientos científicos mucho más complejos que cualquiera de las disciplinas más parciales que intervienen en la acción social. Felizmente, esto ha quedado re­ suelto en la actualidad con la implantación del grado en Trabajo Social, lo que además permitirá el desarrollo de la investigación desde la propia realidad de la intervención del trabajo social. Esta voluntad de compromiso ético-político, del trabajo social, de aplicar al trata­ miento de las necesidades sociales, tanto la perspectiva de los derechos sociales, en cuanto derechos humanos universales, como el desarrollo del conocimiento científico y el tratamiento de las necesidades con la intervención técnico-profesional, aplicando la metodología del trabajo social, nos llevó a comprometernos en el cambio, a cambiar en el Estado las políticas sociales. Nos preguntábamos ¿dónde está la raíz del problema de la pobreza? La pobreza no es una enfermedad congènita ni una catástrofe natural. Se produce y se desarrolla por causas sociales, y como tal puede ser prevenida y erradicada si nuestro pensamiento no se somete al fatalismo, al paternalismo y a las ideologías que generan estructuras de opresión y exclusión social. Si, al constituir el orden social, excluimos de los derechos sociales a los ciudadanos que carecen de recursos, estamos institucionalizando la pobreza. Claro, primero creamos los pobres y luego nos quejamos de que hay pobres. Oiga usted, ¿de qué va esto? Aquí no habría pobres si lo básico de todos los seres humanos estuviera resuelto. Habría desigualdades, que es distinto, y marginalidad, pero no habría pobreza. Por eso nos empeñamos en defender los sistemas públicos de protección social, con carácter de universalidad, como un derecho de ciudadanía. Los países más pobres del mundo, especialmente en África subsahariana, tienen riqueza en recursos naturales, pero se mueren de hambre. Su riqueza en recursos natu­ rales es la base por la que están siendo explotados. Las mujeres de estos países dicen: “Producimos lo que no comemos y comemos lo que no producimos”. Efectivamente, sus tierras están siendo explotadas por grandes multinacionales que las destinan a producir de acuerdo a sus intereses y no al sostenimiento de la cadena alimentaria de la población africana. Luego, y por efecto de carencia de alimentos, estos países tienen que alimentarse de la ayuda humanitaria. Para mí, y para la generación que 166

compartíamos estos diagnósticos de la pobreza, era claro. Hay que hacer prevención y hacer prevención en este caso es modificar el modelo y potenciar la creación de un Estado de bienestar que con sus correspondientes sistemas públicos garanticen la cobertura de las necesidades básicas de la ciudadanía. Además, hacer prevención hacia necesario pasar del trabajo social asistencialista al trabajo integrado de caso, grupo y comunidad, de acuerdo con la metodología del trabajo social. Erradicaremos la pobreza como fenómeno social cuando hayamos creado la uni­ versalidad en la cobertura de las necesidades sociales básicas, y para ello se hace imprescindible mantener y desarrollar las estructuras sociales básicas de los sistemas de bienestar social que garantizan una salud para todos, al igual que la educación, la Seguridad Social y los servicios sociales. En los países nórdicos podemos constatar que la universalidad de los derechos sociales hace visible el objetivo de “pobreza 0”. Hasta el año 2000 no es asumida por los Estados la lucha contra la pobreza en el mundo. Esto se logra al definir por ONU los "Objetivos del Milenio", esfuerzo iniciado en las década de los 90 al implantarse los primeros informes de desarrollo humano, asi como los indicadores (IDH). Se asumen unos mínimos de garantía y seguridad para que la gente no viva sometida a la pobreza y esté liberada de las necesidades básicas. Esto es. erradicación total de la pobreza. Sobre esto hoy existe el consenso social de que “erradicar la pobreza es posible", lo que pasa es que no se hace efec­ tivo el cumplimiento, porque hay mucha gente cuyos intereses están basados en la explotación de la pobreza. La mayor contradicción que vivimos es que después de haber creado con tanta dificultad un sistema público, como es el Sistema de Servicios Sociales, tengamos que constatar que sus propios profesionales, por carencia de los recursos necesarios y adecuados a las prestaciones básicas que este sistema tiene que garantizar a la ciudadanía, se vean obligados a mandar a Cáritas a las personas para cubrir sus nece­ sidades básicas. ¿Te imaginas que los médicos tengan que mandar a Cáritas para que operen a los enfermos o para cubrir sus urgencias? Demasiadas emergencias sociales en este momento están siendo atendidas por Cáritas, lo que esta misma institución ha denunciado, porque a los profesionales se les han retirado recursos de emergen­ cia social o de ayuda a domicilio, o de tratamientos de inserción. Históricamente, el Cuerpo Nacional de Asistentes Sociales, aunque con muchas insuficiencias, que no son ahora objeto de este análisis, administraba el Fondo Nacional de Asistencia Social que, precisamente, eliminamos para implantar un sistema universalista de prestaciones sociales básicas, el Sistema Público de Servicios Sociales.

—La necesidad del reconocimiento de derechos subjetivos — Si ante las necesidades sociales que trata el Sistema de Servicios Sociales no se desarrollan los servicios, con sus dotaciones de estructuras profesionales y centros, no hay un impulso del sistema para darles cobertura. Ello conduce a que las personas tengan que recurrir a la "ayuda” por carencia del derecho, ayuda puntual e insuficiente de lo que llamamos "programas milagro" que promueven determinadas comunidades autónomas y municipios y que se anuncian y se agotan casi simultáneamente, por falta de recursos, pero sirven a la propaganda institucional; o que vuelvan a recurrir al modelo "familista” y las mujeres multipliquen su jornada o abandonen puestos de trabajo; o se vuelva a volcar la demanda hacia instituciones “caritativas"... Yo me pre­ 167

gunto qué pasaría en este país sí la gente, cuando tiene una operación que cubrir, el médico lo derivará a que lo opere Cáritas. Sería un tremendo escándalo y generaría una insoportable alarma social. O sea, a nadie se le ocurriría hacer eso. Pero, en el caso de las necesidades que se abordan desde el Sistema de Servicios Sociales, al estar todavía muy lejos de la universalidad de sus prestaciones básicas, la tendencia histórica se mantiene hacia el parche, el paternalismo o el “facilismo”. Las instituciones han ¡do paralizando el desarrollo del sistema. El desarrollo del sistema como “sistema integrado” lleva mucho tiempo paralizado, aunque se haya desarrollado en la cobertura de necesidades de determinados colectivos de forma específica. En este sentido el más destacado es el caso de la “dependencia”, al haber logrado el reconocimiento de las prestaciones y servicios como derecho subjetivo. Sin embargo, el sistema como tal, en este momento, está con una demanda alarmante generada por la crisis. Los estudios de que dispone el Consejo General de Trabajo Social detectan que se ha duplicado la demanda de atención que tienen los trabajadores sociales. Por otra parte, cada nueva ley que se hace, a excepción de la de “Prevención y atención a per­ sonas en situación de dependencia”, que genera derechos subjetivos, cada nueva ley que se hace, sea de menores, mayores, discapacidad, etcétera, no lleva acompañado el reconocimiento del derecho subjetivo y los recursos que eso necesita para hacerlo efectivo a todas las personas afectadas. Para la dependencia se están desarrollando recursos. Para las otras leyes se dan “ayudas” que requieren un exceso de burocracia por la falta de recursos aplicables. Los trabajadores sociales están en una demanda de papeleo permanente, lo cual les burocratiza el trabajo. No pueden destinar tiempo al diagnóstico y tratamiento del caso con un programa individualizado que, a su vez, aborde el trabajo de grupo y de comunidad, en una perspectiva de tratar el caso y las causas que lo originan, así como la prevención, actuando o promoviendo los cambios necesarios. Se ven impelidos a dar una cita a medio plazo para hacer un diagnóstico social para el cual, previsiblemente, no hay recurso institucional disponible, ni tiempo del trabajador social para aplicar un programa integral. En un sistema más perfeccionado todo esto no sería así. La clave está en tratar la necesidad social como derecho subjetivo a través de servicios establecidos y no principalmente como ayuda económica sustitutiva del servicio.

—Lo público y lo privado — Debemos diferenciar entre empresas privadas con ánimo de lucro y ONG. El ánimo de lucro debería quedarse para prestaciones complementarias a las pres­ taciones básicas de derecho ciudadano. Es decir, que si tenemos cuatro o cinco prestaciones en el sistema como derechos básicos de ciudadanía, aquello que no entre ahí puede entrar en el mercado (...). Los sistemas del Estado de bienestar empiezan con lo básico y van asumiendo luego nuevas demandas en función de su reconocimiento como necesidades básicas, en razón de que la sociedad las considera universales y, por tanto, toda la ciudadanía debería tener derecho a su cobertura. Por ello, las necesidades que reclaman la cobertura de derecho universal son limitadas a lo que consideramos pacto social de derechos de ciudadanía. Por tanto, es exigible la “responsabilidad pública” de las denominadas “prestaciones básicas de servicios sociales”, aunque la aplicación de estas prestaciones sea por gestión pública directa o gestión concertada con ONG o empresas. El denominado tercer sector, que avanza 168

en desarrollar iniciativas complementarias a las prestaciones básicas reconocidas, se hace necesario y es muy importante la colaboración púbico-privada, que permite afrontar nuevas necesidades. Igualmente, se hacen necesarias las instituciones que, como Cáritas o Cruz Roja, están haciendo una gestión complementaria a lo básico. Lo que no podemos responsabilizar ni a las agencias, ni a las empresas, ni a las ONG es de la cobertura de lo básico. Si contamos con ellas para gestionar prestaciones y servicios básicos, la responsabilidad será siempre de la Administración pública con­ tratante, que deberá definir las condiciones técnicas y administrativas de la prestación de servicios, la calidad que se debe prestar; no podrán aplicar para estos servicios precios complementarios con ánimo de lucro que les generen beneficios, porque no se puede sacar lucro de los derechos. Para mí esa es la regla divisoria entre lo que hace lo público, lo que hacen las ONG, lo que hacen las agencias colaboradoras del bienestar social y lo que hacen las empresas privadas. Las empresas privadas pueden participar también en un contrato de gestión de un centro de plazas residenciales. Si esa plaza residencial es para una persona con dependencia que tiene reconocido el derecho subjetivo, no se puede crear un sistema de beneficios lucrativos. Las instituciones públicas, han de garantizar lo básico. Por ejemplo, han de ga­ rantizar residencias geriátricas en condiciones y requisitos de calidad que respeten la dignidad humana de las personas atendidas. La ciudadanía y los profesionales han de defender el derecho subjetivo de las personas afectadas por esta necesidad, y si las Administraciones públicas carecen de plazas, deberán contratarlas para hacer efectivo el derecho reconocido. Pero la contratación estará sometida a la responsa­ bilidad pública que supone no sólo establecer las condiciones de contratación, sino también inspeccionar la gestión que se ha concertado, la calidad de ese servicio, las condiciones mínimas que debe de tener ese servicio, el seguimiento de la situación de las personas internadas, la prevención de maltrato, etcétera. Los servicios socia­ les tienen que hacer todo esto porque han de garantizar la aplicabilidad del derecho, sea de gestión directamente pública o concertada. Por lo tanto, hay que diferenciar el modelo de conciertos en derechos básicos del modelo de servicios que las personas demanden al margen de los que tienen establecidos como derecho. Una empresa puede ser con ánimo de lucro como empresa, porque todas las empresas tienen ánimo de lucro, pero en lo que concierta para prestaciones básicas de derecho social, con las Administraciones públicas, no introduce precios con ánimo de lucro. Los precios los determina la función pública y son inferiores a los precios de mercado porque excluyen el excedente lucrativo. Ahora bien, si las Administraciones públicas no dedican inversiones a la cobertura de prestaciones básicas reconocidas como derecho en las leyes respectivas, llega un momento en el que se ven someti­ das a los intereses de las entidades concertantes, y ello puede conducir a un abuso e imposición de precios por encima del valor del servicio. Por ello, para poder llevar a cabo una buena y equilibrada relación publico-privada, las Administraciones públicas deberían disponer en la gestión pública de la red de los servicios sociales comunitarios, es decir, unidades de trabajo social, centros generales de servicios sociales y, al menos, un 51% de servicios propios en prestaciones de servicios sociales especializados; y, a la vez, deberían diversificar la oferta de contratación para no verse sometidas. Esto no se tiene en cuenta especialmente en comunidades autónomas y comuni­ dades locales con gobiernos neoconservadores no comprometidos con el bienestar social, en los que se desarrolla la privatización de los servicios públicos y se deja de 169

invertir en los servicios propios. Esta es una cuestión política que hay que clarificar, independientemente de la existencia o no de recursos derivada de la situación de crisis. En los años 80 dejamos hechos los mapas de toda la red de centros generales y específicos de servicios sociales que se requerían en todo el sistema: centros de ser­ vicios sociales generales, centros de acogida, albergues, centros de inserción, centros de día, centros residenciales para mayores, centros para personas con discapacidad, etcétera. Esta red sigue siendo una demanda inaplazable en servicios sociales y lleva mucho tiempo sin desarrollarla y remitiendo hacia conciertos la inmensa mayoría de la demanda. Cuando las empresas concertadas tienen el monopolio de las plazas pue­ den elevar los precios (...). Por ejemplo, en el año 92 hubo un punto de inflexión en el Ayuntamiento de Madrid. El sistema de servicios sociales se creó con los socialistas y fue un sistema modelo que ha dado muchos frutos. Pero a partir del 89, cuando se pierde el Gobierno con la moción de censura, el plan de inversiones para desarrollar todo el sistema no se ha puesto en marcha. Yo he estado años de concejala en la oposición exigiendo inversiones para su desarrollo, con enmiendas a los presupues­ tos para hacer el mapa de toda la red de los centros. Entonces, se ha hecho con las privadas. A medida en que las privadas van haciendo centros y se van concertando, como la institución municipal carece de oferta pública propia, depende de los precios que tenga que pactar con quien tiene la oferta. Para obtener beneficios, se ha bajado la calidad. Además se le ha quitado al profesional el control de los contratos. El año 92 fue emblemático. Fue aquel año cuando los trabajadores sociales del Ayuntamiento de Madrid salieron a la calle con una caja fúnebre, vestidos de negro y con velas, en la que decían “requiescat ¡n pace” al sistema municipal de servicios sociales. O sea, fue una agresión mortal al sistema municipal de servicios sociales y se expulsó de la gestión concertada a las entidades cooperativas y de pequeñas empresas especiali­ zadas por el propio Ayuntamiento cuya gestión era admirable. Y es que no solamente está el problema de que cuando esto se crea salen las traba­ jadoras sociales de la dirección técnica, sino también cuando se producen los cambios políticos y gobiernan quienes no defienden el Estado de bienestar. Hay que valorar que esto va vinculado también a un compromiso político por el Estado del bienestar y no es propio de los conservadores pensar en el Estado del bienestar, más bien todo lo contrario. Entonces, lo que ha hecho Esperanza Aguirre ha sido no invertir en los hospitales ni en mejoras, dejarlos cada vez menos dotados y crear nueve hospitales con empresas privadas. En la educación, pues lo mismo, y en servicios sociales... construir y poner en marcha nuevas residencias; llegó a llamarse “el negocio de oro de las residencias de mayores”. Los Ayuntamientos daban el suelo, la inversión la concedía Caja Madrid y la contratación quedaba garantizada por el Gobierno de la Comunidad de Madrid, aunque en un porcentaje determinado no llegaran a ocuparse las plazas. Este es el tema. Hay que decir con claridad que ha habido una etapa de Gobiernos conservadores en muchas comunidades autónomas, especialmente en Madrid, desde el 87 en el Ayuntamiento y desde el 96 en la Comunidad de Madrid. Ya llevamos en la Comunidad de Madrid casi 15 años y en el Ayuntamiento de Madrid más de 20 años donde se ha parado el proceso de desarrollo3.

’Es importante señalar que esta entrevista se realizó en marzo de 2011, es decir, antes de las elecciones del 22 de mavo.

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—El trabajo social y el sistema de servicios sociales —Yo quisiera que no se confundiera el trabajo social con el sistema de servicios sociales. Los sistemas son una estructura articulada burocráticamente. El trabajo social no es una burocracia aunque tenga que hacer burocracia. Es una profesión y lo suyo es la ciencia y no el papeleo. Bueno, otra cosa es que les manden papeleo... ¡a ver si se rebelan! O sea, hay que proteger al trabajo social. Y proteger al trabajo social es proteger cualquier cuestión que vaya contra su ética, por ejemplo, la burocracia que no le permite ejercer su trabajo y tan sólo le permite hacer una prescripción facultativa de tratamiento social. Eso es quitarle la naturaleza profesional. Entonces, todo eso debe tener el amparo de unos colegios profesionales y la gente debe valorar mucho los colegios. Animo a todo el mundo para que se colegie y pague sus cuotas porque de eso viven los colegios y de eso se protege a las profesiones. Entonces, los colegios deberían, además, abrir un espacio de apoyo y asistencia técnica a la ética profesio­ nal. Y deberían, perfectamente, de acuerdo a la ley de colegios que les protege por los Estados y las autonomías, recibir financiación del Estado para el Consejo General y de la Autonomía para el colegio de cada lugar. Igual que nos ocupamos de que haya tantas unidades, la de ética es fundamental y debería estar dando protección a la intervención del trabajo social en la base. Y luego, a la vez, el colegio también debería hacer con la Universidad la captación de datos, de investigación, para dar a la sociedad a conocer los problemas sociales. Porque a nadie se le ocurre llenar el país de pandemias y que estén callados los colegios de médicos. Aquí hay pandemias sociales por todos los sitios. Y los trabajadores sociales son tan importantes para decir que aquí hay una pandemia y aquí hay una solución para la pandemia, como el médico es tan importante para decir que viene la gripe A y esto es lo que reclamamos para tratar la gripe A. Hay que hacer estadísticas, hay que trasladar los datos de la intervención social a la sociedad, para que esta sepa qué le pasa como problema de vida y de convivencia. Hay que darle a esto un giro. Yo, me empeñé en que los centros de servicios sociales fueran como los hospitales clínicos, que como ellos empezaran a hacer intervención, docencia e investigación, las tres cosas. Entonces hay que tener esa perspectiva: investigar, hacer docencia e intervenir... y todo ello desde la intervención. Hay que devolver a la sociedad el diagnóstico social. Todo eso nos ayudaría mucho, me parece a mí. Y los colegios pueden hacer perfectamente convenios con las instituciones para crear estos “staff”, por una parte, de investigación y docencia vinculados con las univer­ sidades y, por otra, de asistencia ética y técnica a los profesionales. Los profesionales tienen que estar muy protegidos porque no puedes estar individualmente luchando contra todas las instituciones. Tienen que tener una protección en esa función.

—La función de control del trabajo social — Estamos ante una etapa de derechos subjetivos que requiere del profesional un nivel de responsabilidad de acuerdo a la situación, que supone que el derecho es del sujeto y no de la voluntad de una institución determinada de aplicar o no la efectividad del derecho en función de que tenga o no recursos disponibles, o de que tenga deter­ minados intereses ajenos al derecho reconocido al sujeto. Determinados casos en los que una institución decidía aplicar o no un recurso en función de su propia situación, 171

y no en fundón de la situación del sujeto definida en su diagnóstico social, no pueden ciarse en cuanto a los derechos subjetivos. Por poner un ejemplo: una institución no puede decir a un trabajador social que cambie el informe que ha hecho por el cual declara que esta persona está en todas las condiciones de recibir las prestaciones de un derecho subjetivo. Los recortes presupuestarios no pueden afectar a estos casos. Ante una reclamación judicial, el juez decidirá a favor del sujeto, y la institución o los profesionales afectados responderán cada uno de su propio trabajo. La responsabi­ lidad política es del político y la técnica, es decir, el diagnóstico y tratamiento social, lo es del profesional. O sea, que estamos ahora ante una situación donde la responsabilidad va muy lejos porque se están generando unas estructuras de protección a la gente muy ne­ cesarias; y los trabajadores sociales que conozcan las situaciones tienen que tomar conciencia de los riesgos en su actuación para prevenir la ocultación de delitos o la inaplicabilidad de derechos. Los colegios profesionales podrán reclamar a las instituciones convenios de apoyo, asistencia técnica y ética e investigación para ayudar a los propios trabajadores sociales en la base. Y ahora, también, es necesario que los trabajadores sociales apoyen a sus colegios, porque no tenemos otro mecanismo para poder responder desde la acción profesional y desde la ética a las necesidades de la ciudadanía y a los nuevos retos.

Hasta aquí las reflexiones de Patrocinio de las Heras a la que no nos queda más que agradecer, en nombre de todas las profesionales y en el del equipo que ha trabajado en esta investigación, el tiempo que nos ha dedicado. Como cierre de la entrevista queremos destacar de su discurso las siguientes cuestiones que, pueden considerarse, además, a modo de conclusiones de toda la obra, en la medida en que nos identificamos con su discurso: 1. La ética y la política están estrechamente ligadas y suponen una responsabilidad del profesional en tanto que “es la ética la que nos implica como agentes políticos además de como agentes profesionales que garantizan la sostenibilidad del sistema para el que trabajan, sistema que da respuesta a los derechos que ya se le han reconocido en las leyes de ciudadanía por los regímenes democráticos y políticos”. “La función ética de las profesiones es una función política que los Estados delegan en las profesiones” y la ética es aquello que la polis reconoce como necesario para el desarrollo de la sociedad y sus miembros. Por tanto, el profesional tiene una doble responsabilidad: ser un agente eficiente del sistema en el que desarrolla su tarea a la vez que se preocupa por el cono­ cimiento que ha de aplicar y desarrollar. Esta responsabilidad ético-política ha estado presente a lo largo de la historia profesional en el protagonismo de los trabajadores sociales durante la creación del sistema de bienestar; en el debate inaugurado por el libro de las casitas sobre el Estado de bienestar y los criterios para su construcción; en la reivindicación del colegio profesional como espacio de poder; en la enmienda a la Constitución para erradicar los conceptos y la atención benéfico-patemalista y defender la universalidad de los derechos sociales; en la participación en el poder político en la década de los años 80, donde los profesionales ocupaban puestos técnicos y ejecutivos; en la lucha por la licenciatura, etcétera. 172

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2. “El desarrollo del sistema de bienestar lleva mucho tiempo paralizado” y esto supone un retroceso en el reconocimiento de derechos subjetivos. Cuando el sistema no es apoyado por el Estado, las necesidades sociales vuelven a situarse, con formato de ayuda y subsidiariedad, en aquellos otros sistemas informales: la familia, las insti­ tuciones de caridad, la buena voluntad, etc. Por tanto, “la clave estaría en reconocer la demanda como derecho social y no como ayuda”, ya que las leyes que se aprueban y no llevan consigo la legitimación de unos derechos subjetivos con sus correspondien­ tes recursos encuentran muchas dificultades a la hora de desarrollarse y contribuir al bienestar de la ciudadanía. 3. Es importante diferenciar y conocer aquello que compete al ámbito de lo público y lo privado. “No podemos destinar ni a las agencias ni a las empresas ni a las ONG la cobertura de lo básico”. Pero “si contamos con ellas para gestionarlo, la responsa­ bilidad será siempre nuestra, las condiciones nuestras, la calidad que se debe prestar nuestra y ellas no podrán tener lucro en eso que hacen porque no se puede sacar lucro de los derechos. Para mí, esa es la regla divisoria entre lo que hace lo público, lo que hacen las ONG, lo que hacen las agencias colaboradoras del bienestar social y lo que hacen las empresas privadas”. Una vez conocidas las funciones de ambos espacios, el problema actual radica en la no creación de plazas públicas y en la no inversión o cuidado de los centros que ya existen para atender y desarrollar el sistema de bienestar. Esta situación hace que podamos encontrar el espacio público “bajo la dictadura de las plazas concertadas”. Pero “hay que entender que esto va vinculado también a un compromiso político por el Estado de bienestar”. 4. Y, por último, cabe destacar la importancia que la entrevistada concede al cono­ cimiento e investigación en trabajo social. Este es el aspecto fundamental que diferen­ cia al trabajo social del sistema de servicios sociales. “Los sistemas son estructuras articuladas burocráticamente y el trabajo social no es una burocracia, aunque tenga que hacer burocracia”. Así es como el trabajo social no sólo ha de intervenir en la sociedad, sino que también ha de devolver a la misma el diagnóstico social. También las y los trabajadores sociales han de tomar conciencia de las actuaciones que llevan a cabo para no caer en connivencia con determinados mandatos políticos que se apartan notablemente de nuestros principios éticos. La aportación del discurso de Patrocinio de las Heras ha sido, sin duda, de gran valor para este libro no sólo por haber conectado con los discursos de los profesiona­ les que han participado en este trabajo y con los análisis realizados en cada capítulo, sino por aquello que no se escucha o no se ve con nitidez en lo transcrito, esto es, la fuerza, la claridad, la sencillez, la viveza y la convicción que envuelve la palabra de la entrevistada. Esta palabra, que trasluce un compromiso ético y político a lo largo de una trayectoria profesional y que hoy mantiene su vigencia en nuevos frentes para el trabajo social, ha de extenderse y publicarse para poder tomar conciencia de nuestra identidad profesional, para revitalizar nuestros compromisos con la sociedad y prota­ gonizar nuevos retos en la construcción del Estado de bienestar.

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Anexo Entrevistas a profesionales sobre aspectos éticos de la intervención social

Formación De todo lo que aprendiste en tu formación, no sólo en la Escuela de Trabajo Social, sino también en el colegio o en el instituto, en la familia, etc., ¿qué principios rescatas para tu actuación profesional? ¿Recuerdas los principios de trabajo social que diste en la carrera? Si los recuerdas, ¿has reflexionado alguna vez sobre ello? ¿Puedes contar si te han resultado operativos en la práctica, es decir, si te han orientado al tomar decisiones o ayudarlas a tomar a alguien? ¿Cuál es tu idea de las implicaciones éticas que puede haber en el proceso de interven­ ción, desde el primer momento del análisis del campo y la formulación del diagnóstico? ¿Qué opinas de la confidencialidad? ¿Cómo la manejas en tu equipo y en tu vida diaria? ¿Cómo entiendes la función de control que tenemos los trabajadores sociales? Y ¿sobre el uso que hace el profesional del poder que le confiere ese control? Uno de los conceptos importantes en la carrera es la autodeterminación. ¿De qué forma este concepto orienta tu intervención profesional?

Organización y equipo ¿Crees que hay criterios éticos diferentes dependiendo del rol y el estatus que uno tenga en la institución? Por ejemplo, entre el rol de informadora, acompañante en el seguimiento del caso, coordinadora, etc. En tu lugar de trabajo ¿se proponen debates éticos en equipo habitualmente? ¿Cómo los planteáis y afrontáis? En el equipo, tanto en relación a tus jefes como a tus compañeros, ¿tienes libertad y autonomía para guiar tus actos profesionales de acuerdo a tu ética? Si no la tienes, ¿cómo se ve coartada? O, dicho de otra forma, ¿cuáles son los condicionantes que en175

cuentras en la institución que te impiden actuar de acuerdo con tu ética en el ejercicio profesional? ¿Crees que es necesario poner de manifiesto en el equipo determinadas desviaciones éticas importantes que pueden darse en el trabajo? Por ejemplo, crear desigualdades en la dotación de las ayudas por las simpatías que se tienen a determinados usuarios. En relación con la ética, ¿qué opinas sobre la burocratización en el trabajo y del dejarse llevar por la rutina diaria?

Dilemas éticos ¿Qué entiendes por “dilema ético” en tu profesión? ¿Te encuentras frecuentemente dilemas de algún tipo en tu trabajo diario? ¿Qué haces habitualmente cuando tienes que resolver algún dilema de este orden? ¿Has recurrido en algún momento a algún organismo, como, por ejemplo, el Colegio de Trabajo Social, para solicitar ayuda ante un problema ético? ¿Utilizas el código deontológico en algún momento? ¿Y otra bibliografía que te ayude a solventar tus dudas éticas? ¿Crees que aparte del código de ética sería necesario crear alguna otra figura a la que recurrir en estos casos? ¿Cuál? ¿Echas o has echado en falta un apoyo o persona de referencia en lo que a cues­ tiones éticas se refiere? ¿Hay alguien en el equipo que normalmente se ocupe de estas cuestiones o al que se recurra en estos casos? ¿Consideras que el aprendizaje mutuo es un aspecto ético importante para fomentar en tu equipo? En relación con otros profesionales, ¿suele haber enfrentamientos éticos? ¿De qué tipo? ¿Cómo se abordan? ¿Recuerdas algún caso que hayas llevado y te planteara un debate ético y cuyo resultado fuera insatisfactorio? Y ¿satisfactorio? ¿Crees que la supervisión puede ser un espacio en el que es posible reflexionar sobre cuestiones éticas? ¿Has sentido alguna vez la necesidad de supervisarte? ¿A quién crees que corresponde proponer la supervisión? Por último, ¿has sentido alguna vez que has traicionado tus principios éticos? No hace falta contar el caso, pero sí narrar algo relativo a cómo te sentiste, si tendías a negarlo, justificarlo o lo que sea.

Lo macropolítíco o estructural como dato fundamental para tenerlo en cuenta en la toma de decisiones ¿Puedes reflexionar en voz alta sobre los valores de justicia, igualdad, libertad y respeto? Las políticas universalistas de bienestar social tienen como pilar fundamental el empleo. ¿Consideras que visibilizar este gran problema debería formar parte de una ética profesional integral? 176

¿Se puede trabajar sin un objetivo preciso o con un objetivo definido genéricamente como “cohesión” o “bienestar” o “aumento de la calidad de vida de las personas”? ¿Crees que la normativa legal reafirma los principios éticos del trabajo social? Nos referimos, por ejemplo, a la ley de autonomía y derechos del paciente, las diferentes leyes en relación con la privacidad del sujeto a través del consentimiento informado... y todas aquellas que puedan parecerte interesantes. ¿Cuál es tu opinión sobre el voluntariado como política institucional? Sobre los principios y fines de la organización en la actualidad, ¿crees que existe una ética de lo público y una ética de lo privado o del tercer sector en trabajo social? Si a tu juicio son diferentes sus principios, ¿cuáles son las repercusiones que está teniendo la privatización en los derechos de los trabajadores, en la calidad de las prestaciones y de los servicios asistenciales? Para concluir, ¿te gustaría realizar alguna reflexión sobre el tema que te hemos planteado? ¿Algo que te inquiete? ¿Te interese? ¿Te preocupe? ¿Te moleste?, etc.

En las entrevistas a coordinadores, jefes y directores se han hecho las mismas preguntas que a las demás profesionales, añadiendo las siguientes ¿Piensas en tu trabajo diario y en relación al puesto que ocupas en las implicaciones éticas que tiene? Puedes ampliar esta pregunta sin ceñirte al sí o no. En cuanto al rol de coordinación y/o gestión de equipos, algunas de las responsa­ bilidades fundamentales incluyen los aspectos de contratación, convenios, gastos y presupuestos con entidades y empresas. ¿Existen criterios éticos establecidos en la institución para llevar a cabo esta función? En caso de que no existan, ¿tú tienes algunos con los que guiarte? ¿Podrías especificarlos? ¿Se tratan estas cuestiones en tu equipo? Como coordinadora, ¿crees que una de tus funciones es la de asumir la responsa­ bilidad de hablar con transparencia sobre el incumplimiento en el trabajo? Es decir, llamar la atención a aquellas personas que son irresponsables en su trabajo por ausencias y tardanzas reiteradas, escaqueo de la tarea, creación de mal ambiente en el trabajo constante y deliberadamente.

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¿De qué manera influye la ética en los actos profesionales de aquellos individuos dedicados a las profesiones de ayuda? Esta es la cuestión que se analiza en el libro. Los dilemas éticos, el control sobre el ciudadano, las relaciones de poder, la burocracia y los múltiples protocolos que se han generado en el sistema de servicios sociales, el vinculo profesional, las organizaciones de servicios sociales, los equipos profesionales, la responsabilidad política global del trabajo social, las reflexiones sobre las profesiones de ayuda desde una perspectiva bioética, el compromiso político con la profesión del trabajo social, son, en líneas generales, los temas que se exploran en este trabajo, que es el producto de una investigación realizada con varios profesionales del trabajo social con el objeto de indagar acerca de los criterios éticos que guían sus prácticas profesionales. Una de las conclusiones a las que llegan las autoras es que la formación en ética debería formar parte de los currículos de las escuelas de trabajo social de manera obligatoria.

ISBN: 978-84-96266-37-7

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