Etica Por Leonardo Boff

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LEONARDO BOFF Críticos, Creativos, Cuidantes textos breves 1.Ética y Moral 2003-07-04 ¿Qué es ética y que es moral? ¿Son lo mismo o hay que hacer distinciones entre ellas? Hay mucha confusión acerca de esto. Tratemos de aclararlo. En el lenguaje corriente e incluso culto, ética y moral son sinónimos. Así decimos: "aquí hay un problema ético" o "un problema moral". Con eso emitimos un juicio de valor sobre alguna práctica personal o social, si buena, mala o dudosa. Pero profundizando la cuestión, percibimos que ética y moral no son sinónimos. La ética es parte de la filosofía. Considera concepciones de fondo, principios y valores que orientan a personas y sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones. Decimos entonces que tiene carácter y buena índole. La moral forma parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresan por costumbres, hábitos y valores aceptados. Una persona es moral cuando obra conforme a las costumbres y valores establecidos que, eventualmente, pueden ser cuestionados por la ética. Una persona puede ser moral (sigue las costumbres) pero no necesariamente ética (obedece a principios). Estas definiciones, aunque útiles, son abstractas porque no muestran el proceso, cómo surgen efectivamente la ética y la moral. Y aquí los griegos pueden ayudarnos. Ellos parten de una experiencia de base, siempre válida, la de la morada entendida existencialmente como el conjunto de las relaciones entre el medio físico y las personas. Y llaman a la morada, "ethos" (con e larga en griego). Para que la morada sea morada, hay que organizar el espacio físico (cuartos, sala, cocina) y el espacio humano (relaciones de los moradores entre sí y con sus vecinos) según criterios, valores y principios para que todo fluya y esté como se desea. Eso da carácter a la casa y a las personas. Los griegos también llaman a esto "ethos". Nosotros diríamos ética y carácter ético de las personas. Además, en la morada, los moradores tienen costumbres, maneras de organizar las comidas, los encuentros, modos de relacionarse, tensos y competitivos o armoniosos y cooperativos. A esto los griegos también lo llamaban "ethos" (con e corta). Nosotros diríamos moral y la postura moral de una persona. Sucede que esas costumbres (moral) forman el carácter (ética) de las personas. Winnicot, continuando a Freud, estudió la importancia de las relaciones familiares para establecer el carácter de las personas. Éstas serán éticas (tendrán principios y valores) si han tenido una buena moral (relaciones armoniosas e inclusivas) en casa.

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Los medievales no tenían las sutilezas de los griegos. Usaban la palabra moral (viene de mos/moris) tanto para las costumbres como para el carácter. Distinguían la moral teórica (filosofía moral), que estudia los principios y las actitudes que iluminan las prácticas, y la moral práctica, que analiza los actos a la luz de las actitudes y estudia la aplicación de los principios a la vida. ¿Cuáles son la ética y la moral vigentes hoy? Las del capitalismo. Su ética dice: bueno es lo que permite acumular más con menos inversión y en el menor tiempo posible. Su moral concreta reza: emplear la menor cantidad de gente posible, pagar menos salarios e impuestos y explotar mejor la naturaleza. Imaginemos cómo sería una casa y una sociedad (ethos) que tuviesen tales costumbres (moral/ethos) y produjesen caracteres (ethos/moral) igualmente conflictivos. ¿Sería todavía humana y benéfica para la vida? Aquí está la razón de la grave crisis actual.

2.Daimon y Ethos 2003-06-27 Tal vez los lectores se extrañen por estas dos palabras griegas. Pero ellas nos permiten acercanos a un tema urgente: el rescate de los fundamentos de la ética, que se contrapone al descontrol ético actual, especialmente cuando jefes de Estado utilizan la mentira para engañar a su pueblo y ganarlo para la perversidad de la guerra. En primer lugar, cabe decir que «daimon», en griego clásico, no es demonio, sino, al contrario, el ángel bueno, el genio protector. Y «ethos» no es principalmente ética, sino la morada, la casa humana. Heráclito, genial filósofo presocrático (500 a.C.), unió las dos palabras en el aforismo 119: «el ethos es el daimon del ser humano», o sea, «la casa es el ángel protector del ser humano». Esta formulación esconde la clave para toda una construcción ética. Pero expliquémonos, porque eso no es inmediatamente comprensible. Ethos/casa no son simplemente las cuatro paredes y el techo. Es el conjunto de las relaciones que el ser humano establece: con el medio natural, separando un pedazo de él para que sea su morada; con los que habtitan en la casa, para que sean cooperativos y pacíficos; con un pequeño lugar sagrado, donde guardamos memorias queridas, la vela que arde o los santos de nuestra devoción; y con los vecinos, para que haya mutua ayuda y gentileza. Casa es todo eso; es un modo de ser de las personas y de las cosas. La casa, para ser tal, debe tener un buen astral. Eso lo proporciona el daimon, el genio bienhechor. El bien que él inspira hace de las cuatro pareces y del conjunto de las relaciones, una morada humana. Ahí nos sentimos bien, amamos y morimos. El daimon/ángel bueno, ¿qué es? Sócrates, que siempre se dejaba orientar por él, lo llama «voz profética dentro de mí, proveniente de un poder superior», o también «señal de Dios». Es la voz de la interioridad, aquel consejero de la conciencia que disuade o estimula, aquel sentimiento de lo conveniente y de lo justo en las palabras y en los actos, que se anuncia en todas las circunstancias de la vida, pequeñas o grandes. Todos posseen el daimon interior, ese ángel protector que nos aconeseja siempre, un dato tan objetivo como la libido, la inteligencia, el amor o el poder. Como se comprende, Heráclito, como buen filósofo, deja atrás el sentido convencional de las palabras y capta su significación escondida: la casa (ethos) acaba siendo la ética, y el ángel bueno (daimon), la inspiración para su vivencia. Ser fieles a ese ángel bueno hace que moremos bien en la casa, la individual, la ciudad, el país y el planeta Tierra, la Casa Común. Todo lo que hagamos para que se pueda morar juntos bien (felicidad) es ético y bueno; lo contrario es antiético y malo.

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Hay una especie de tragedia en nuestra historia: el daimon fue olvidado. En su lugar, los filósofos como Platón y Aristóteles, Kant y Habermas, propusieroon sistemas éticos, con normas tenidas por universales. La voz del ángel bueno no deja de hablar, pero es confundida con las mil otras voces, de las religiones, de las Iglesias, de los Estados y de otros maestros… Si quisiéramos una revolución ética duradera debemos librar el daimon y comenzar a escucharlo de nuevo. En definitiva, ése es el buen sentido ético. Él nos sugerirá cómo ordenar la casa que es la ciudad, el Estado y la Casa Común planetaria. No hay otra salida. ¿Es utopía? Sí, pero es la dirección correcta que apunta al camino verdadero. Escuchar al daimon produce paz general y hace que surja el cuidado para con todas las cosas.

3.El otro lo es todo 2004-11-26 Occidente siempre ha tenido una dificultad para acoger al otro. Su estrategia predominante ha sido negarlo, ya sea mediante la incorporación, el sometimiento o la pura y simple destrucción. El carácter imperial de Occidente se funda en su presunción de ser el mejor en todo, la punta más avanzada del espíritu en el mundo, como escribió Hegel. Pero en Occidente encontramos también otra vertiente que lo cura de esta arrogancia: la tradición judeocristiana. En esta tradición el otro es todo porque a través de él se da el amor y en él se esconde Dios, que también se hizo otro. En dicha tradición se dice: «Haz justicia al huérfano y a la viuda... Amad también al extranjero pues fuisteis extranjeros en Egipto» Todos estos son el otro, el otro más otro, por oprimido. Incluso para quien no tiene fe, esta tradición posee una relevante función humanizadora, pues establece con el otro una relación constructiva e inclusiva. En el fondo, todo pasa por el otro, pues sin el diálogo con el tú no nace el verdadero yo, ni surge el nosotros que crea el espacio de la convivencia y de la comunión. La exclusión del otro está en la base del terror moderno, ya sea económico o político-militar. La relación con el otro suscita la responsabilidad. Es la eterna pregunta de Caín, el asesino de Abel: «¿Acaso soy yo el responsable de mi hermano?» Sí, situados ante el otro, ante su rostro y sus manos suplicantes, no podemos evadirnos: tenemos que responder. Eso es lo que significa la palabra responsabilidad, dar una respuesta al otro. El otro hace surgir en nosotros la ética. Nos obliga a una actitud de acogida o de rechazo. La ética es la filosofía primera, al decir de Emmanuel Lévinas. La mayoría de las filosofías de Occidente se centran en la identidad, dejando poco espacio para la alteridad. Por eso la ética está siempre de más. Esta carencia tomó una forma trágica, por ejemplo en el filósofo Martin Heidegger, en quien se notó un lastimoso vacío de la dimensión ética. Para él, el ser humano es el «pastor del ser», no el «guardián de su hermano». Habiéndose adherido al nazismo cuando era rector de la universidad de Friburgo, y confrontado más tarde al hecho, sólo supo decir: «antes vestí camisa marrón [la de los nazis], pero fue un error». ¿Sólo un error? Para todos los que hemos aprendido tanto de su pensamiento genial, tal frase suena desprovista de sentimiento de responsabilidad y, por eso, de densidad ética. Lo que hubo, en realidad, fue más que un error; fue falta de ética, principalmente al tolerar que profesores judíos -o sospechosos de serlo- fuesen destituidos de sus cátedras, y por haber hecho poco o nada para salvar a su maestro y orientador Edmund Husserl.

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El mundo no está formado solamente por personas que yerran y se equivocan. Lamentablemente, también está formado por personas culpables y anti-éticas, que no saben dar al otro una respuesta responsable. Por eso hay tragedias en la historia. Este legado occidental de la tradición judeocristiana, centrada en el otro, nos ofrece una de las bases para la convivencia posible y necesaria en el mundo globalizado. La base debe ser ética más que política. Una coalición de valores que se funde en la hospitalidad y en la acogida incondicional del otro en cuanto otro, en el respeto a su cultura y la disposición a hacer una alianza duradera con él. O hacemos esto o perderemos las razones para vivir juntos en la misma Casa Común. Y, en ese caso, sí podríamos ir fatalmente al encuentro de lo peor.

4.El ethos que busca 2003-07-11 Fue obra de la razón crítica, articulada por los geniales filósofos Platón y Aristóteles, realizar el salto del "daimon" (la percepción ética de base) al "ethos"(sistema racional de principios). Con eso comenzó una gran aventura intelectual bajo cuya vigencia, aunque en su ocaso, estamos todavía. Con más de dos milenios de distancia, vamos a tratar de hacer una lectura de ciego, captar las relevancias, e identificar el perfil básico del ethos de nuestra civilización. La ética siguió el destino de la razón. La naturaleza de la razón es buscar y el ethos será un ethos que busca. La razón no se detiene ante nada, por eso es esencialmente desacralizadora. Su expresión completa se realiza a través de la razón instrumental-analítica cuyo producto principal es la tecnociencia con la civilización que ha creado, hoy mundializada. Tiene un inmenso alcance pero también tiene límites. En primer lugar, olvidó el Ser (el todo) y se concentró en el ente (parte), considerándolo la “realidad”, fuera de la cual nada existe. El reflejo en la ética fue que no se atendió más la “voz interior” (degradada a superyo psicológico, a interés de clase) para oír solamente la voz de afuera, internalizada, de la norma y el orden. En segundo lugar, siendo ilimitados los entes, también son ilimitados los saberes, olvidados de que son partes de un Todo. Realidad fragmentada, generó un saber fragmentado y una ética fragmentada en incontables morales, para cada profesión (deontología), para cada clase y para cada cultura. En tercer lugar, separó lo que en la realidad siempre va unido: Dios y mundo, razón y emoción, masculino y femenino, justo y legal, privado y público. La ética fue dividida en pública y privada, de las intenciones y de los principios, de los medios y de los fines. En cuarto lugar, el saber fue puesto al servicio del poder y el poder usado como dominación. La ética se hace instrumento de normatización del individuo, forzado a introyectar las leyes para insertarse en la dinámica del proceso social, leyes por las que es fiscalizado y hasta castigado. La sociedad se funda menos en la ética y en la ley que en la legalización de las distintas prácticas personales y sociales aceptadas socialmente. En quinto lugar, fundada solamente en la razón crítica, la ética no consiguió consensos mínimos, asumibles por todos. Los imperativos categóricos como los de Kant, “trata al ser humano siempre como fin, nunca como medio” y “obra de tal manera que la máxima de tu acción pueda servir de norma para todos”, permanecieron abstractos. Son principios de la razón ilustrada, no de la común de las mayorías. En sexto lugar, reservada sólo al ámbito de la razón, la ética perdió el horizonte de trascendencia que viene del espíritu y de su obra que es la espiritualidad, esa dimensión de la conciencia que permite al ser humano sentirse parte del Todo y abrirse a Él. Sin espiritualidad la ética se convierte fácilmente en moralismo y la ley en legalismo.

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En séptimo lugar, la ética perdió el corazón y el "pathos", la capacidad de sentir en profundidad al otro. Es solipsista, centrada en sí misma. La ética surge y se renueva cuando emerge el otro, con quien convivo. Ella no presenta instrumentos internos que nos permitan dar respuesta a los grandes retos actuales que atañen al futuro de la vida y de la humanidad. Necesitamos de un ethos que no sólo busque, sino que también ame y cuide.

5.El ethos que cuida 9 2003-07-26 Cuando amamos, cuidamos, y cuando cuidamos, amamos. Por eso el ethos que ama se completa con el ethos que cuida. El «cuidado» constituye la categogía central del nuevo paradigma de civilización que trata de emerger en todo el mundo. La falta de cuidado en el trato dado a la naturaleza y a los recursos escasos, la ausencia de cuidado en referencia al poder de la tecnociencia que construyó armas de destrucción en masa y de devastación de la biosfera y de la propia sobrevivencia de la especie humana, nos está llevando a un impase sin precedentes. O cuidamos o pereceremos. El cuidado asume una doble función de prevencion de daños futuros y de regeneración de daños pasados. El cuidado posee ese don: refuerza la vida, atiende a las condiciones físico-químicas, ecológicas, sociales y espirituales que permiten la reproducción de la vida, y de su ulterior evolución. Lo correspondiente al cuidado, en términos políticos es la «sostenibilidad» que apunta a encontrar el justo equilibrio entre el beneficio racional de las virtualidades de la Tierra y su preservación para nosotros y las generaciones futuras. Tal vez aduciendo la fábula del cuidado, conservada por Higino (+ 17 d.C.), bibliotecario de César Augusto, entendamos mejor el significado del ethos que cuida. «Cierto día, Cuidado tomó un pedazo de barro y lo moldeó con la forma del ser humano. Apareció Júpiter y, a pedido de Cuidado, le insufló espíritu. Cuidado quiso darle un nombre, pero Júpiter se lo prohibió, pues quería ponerle nombre él mismo. Comenzó una discusión entre ambos. En ésas, apareció la Tierra, alegando que el barro era parte de su cuerpo, y que por eso, tenía derecho de escoger el nombre. La discusión se complicó, aparentemente sin solución. Encontres, todos aceptaron llamar a Saturno, el viejo Dios ancestral, para ser el árbitro. Este decidió la siguiente sentencia, consideerada justa: «Tú, Júpiter, que le diste el espíritu, recibirás su espíritu, de vuelta, cuando esta criatura muera. Tú, Tierra, que le has dado el cuerpo, recibirás su cuerpo, de vuelta, cuando esta criatura muera. Y tú, Cuidado, que fuiste el primero en molderar la criatura, la acompañarás todo el tiempo que viva. Y como no ha habido acuerdo sobre el nombre, decido yo: se llamará «hombre», que viene de «humus», que significa tierra fértil». Esta fábula está llena de lecciones. El cuidado es anterior al espíritu infundido por Júpiter y anterior al cuerpo prestado por la Tierra. La concepción cuerpo-espíritu no es, por tanto, original. Original es el cuidado «que fue el primero que moldeó al ser humano». El Cuidado lo hizo con «cuidado», con celo y devoción, o sea, con una actitud amorosa. Él es anterior, el «a priori» ontológico que premite que el ser humano surja. Esas dimensiones entran en la constitución del ser humano. Sin ellas no es humano. Por eso se dice que el «cuidado acompañará al ser humano todo el tiempo que viva». Todo lo que haga con cuidado estará bien hecho. El ethos que cuida y ama es terapéutico y liberador. Sana llagas, despeja el futuro y crea esperanzas. Con razón dice el psicoanalista Rollo May: «en la actual confusión de episodios racionalistas y técnicos, perdemos de vista al ser humano. Debemos volver humildeente al simple cuidado. El mito del cuidado, solo él, nos permite resistir al cinismo y a la apatía, dolencias psicológicas de nuestro tiempo».

6.El "ethos" que se responsabiliza 2003-08-01 Los límites de la Tierra para soportar la voracidad del crecimiento mundial y el consumismo que le acompaña, se encuentran en una fase de agotamiento rápido. Para imprimirle un cambio significativo no bastan los llamados de los organismos mundiales que estudian el estado de la Tierra ni las directrices gubernamentales. Es urgente una verdadera revolución molecular a partir de las conciencias de los hijos e hijas angustiados de nuestro planeta. El ethos que busca, dominador del mundo, no es capaz de proporcionar por sí mismo los instrumentos para un salto cualitativo. Se ha desmoralizado porque no ha conseguido evitar el genocidio de los indígenas latinoamericanos, el holocausto nacifascista, los gulags soviéticos, las armas de destrucción masiva, las guerras preventivas recientes y la devastación del modo de producción capitalista con la generación de creciente miseria y exclusión. Logra imponerse, no por argumentos, sino por la fuerza. Una convicción surge de las conciencias más despiertas: o la civilización planetaria deja de ser prevalentemente occidental, o va a dejar de existir. Nos vemos obligados a desarrollar un ethos de una responsabilidad ilimitada hacia todo lo que existe, como condición de sobrevivencia de la humanidad y de su hábitat natural. Responsabilidad es la capacidad de dar respuestas eficaces (responsum en latín, de donde viene responsabilidad) a los problemas que nos llegan de la realidad compleja actual. Y sólo lo conseguiremos con un ethos que ama, cuida y se responsabiliza. La responsabilidad surge cuando nos damos cuenta de las consecuencias de nuestros actos sobre otros y sobre la naturaleza. Hans Jonas, el filósofo del «principio de responsabilidad», formuló así el imperativo categórico: «Actúa de tal manera que las consecuencias de tus acciones no destruyan la naturaleza, ni la vida ni la Tierra». Ese imperativo vale especialmente para la biotecnología y aquellas operaciones que intervienen directamente en el código genético de los seres humanos, de otros seres vivos y de las simientes transgénicas. El universo trabajó 15 billones de años, y la biogénesis 3’8 billones para ordenar las informaciones que garantizan la vida y su equiulibrio. Nosotros, en una generación, queremos ya controlar esos procesos complejísimos, sin medir las consecuencias de nuestra acción. Por eso, el ethos que se responsabiliza impone la precaución y la cautela como comportamientos éticos básicos. Ese ethos se impone algunas tareas prioritarias. Respecto a la sociedad, hay que desplazar el eje de la competición que usa la razón calculadora, hacia el eje de la cooperación que usa la razón cordial. Respecto a la economía, importa pasar de la acumulación de riqueza, a la producción de lo suficiente y digno para todos. Respecto a la naturaleza, urge celebrar una alianza de sinergia entre el manejo racional que necesitamos y la preservación del capital natural. Respecto a la atmósfera espiritual de nuestras sociedades, importa pasar del individualismo y de la autoafirmación para la construcción del bien cómún y del espíritu de cooperación. La responsabilidad revela el carácter ético de la persona. Ella se siente corresponsable -junto con las fuerzas que dirigen la naturaleza- respecto del futuro de la vida y de la humanidad. Al asumir responsablemente nuestra parte, hasta los vientos contrarios ayudan a conducir al puerto el Arca salvadora.

7.El ‘ethos’ que se solidariza 8 de agosto de 2003

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Vivimos tiempos de gran barbarie porque es extremamente escasa la solidaridad entre los humanos. 1.400 millones de personas viven con menos de un dólar al día, dos tercios de los cuales conforman la humanidad futura: niños y jóvenes menores de 15 años, condenados a consumir 200 veces menos energía y materias primas que sus hermanos y hermanas norteamericanos. Pero ¿quién piensa en ellos? Los países opulentos no tienen el mínimo sentido de solidaridad, pues destinan menos del 1% de su riqueza interna bruta a combatir este flagelo. Para enfrentarlo, más que una revolución política se hace urgente una revolución ética, es decir, despertar un sentimiento profundo de hermandad y de familiaridad que haga intolerable tal deshumanización e impida a los voraces dinosaurios del consumismo continuar con su vandalismo individualista. Necesitamos, pues, de un ethos que se solidarice con todos estos caídos del camino. La solidaridad está inscrita, objetivamente, en el código de todos los seres, pues todos somos interdependientes unos de otros. Coexistimos en el mismo cosmos y en la misma naturaleza con un origen y un destino comunes. Cosmólogos y físicos cuánticos nos aseguran que la ley suprema del universo es la de la solidaridad y la cooperación de todos con todos. La misma ley de la selección natural de Darwin, formulada a partir de los organismos vivos, debe ser pensada al interior de esta ley mayor. Además los seres luchan no sólo para sobrevivir, sino para realizar virtualidades presentes en su ser. A nivel humano, en vez de la selección natural, debemos proponer el cuidado y el amor. Así todos pueden ser incluidos, también los más débiles, y se evita que sean eliminados en nombre de los intereses de grupos que se imponen por la fuerza o de un tipo de cultura que se autoafirma rebajando a las demás. La solidaridad se encuentra en la raíz del proceso de hominización. Cuando nuestros antepasados homínidos salían a buscar alimento, no lo consumían de manera individual, lo traían al grupo para repartirlo solidariamente. La solidaridad permitió el salto de la animalidad a la humanidad y la creación de la socialidad, que se expresa por el lenguaje. Todos debemos nuestra existencia al gesto solidario de nuestras madres que nos acogieron en la vida y en la familia. Estos datos objetivos deben ser asumidos subjetivamente, como proyecto de la libertad que opta por la solidaridad como contenido de las relaciones sociales. La solidaridad política será el eje articulador de la geosociedad mundial o no habrá futuro para nadie. Solidaridad a ser construida a partir de abajo, de las víctimas de los procesos sociales. El imperativo suena así: «solidarízate con todos los seres, tus compañeros y compañeras de aventura planetaria, especialmente con los más perjudicados, para que todos puedan ser incluidos en tu cuidado». También es importante alimentar la solidaridad con las generaciones futuras, pues también ellas tienen derecho a una Tierra habitable. Nuestra misión es cuidar de los seres, ser los guardianes del patrimonio natural y cultural común, haciendo que la biosfera siga siendo un bien de toda vida y no sólo nuestro. Gracias al ethos que se responsabiliza, veneramos cada ser y cada forma de vida.

8.El ethos que se compadece 2003-08-15 El ethos, para ser plenamente humano, necesita incorporar la compasión. Hay mucho sufrimiento en la historia, demasiada sangre en nuestros caminos e interminable soledad de millones y millones de personas, cargando solas, en su corazón, la cruz de la injusticia, de la incomprensión y de la amargura. Tal es la condición humana de seres que son la convergencia de las contradicciones. El ethos que se compadece quiere incluir a todos esos en el "ethos" humano, es decir, en la casa humana, donde hay acogida y donde las lágrimas pueden ser lloradas sin vergüenza o ser enjugadas cariñosamente.

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Pero primero necesitamos hacer una terapia del lenguaje, pues compasión tiene en la comprensión común connotaciones peyorativas. Tener compasión significa apiadarse del otro por considerarlo desamparado, sin fuerza interior para erguirse. Supone la actitud de alguien que mira de arriba abajo, humillándolo. En el cristianismo de los primeros tiempos, sin embargo, com-pasión era sinónimo de misericordia, esa actitud generosa que quiere compartir la pasión con el otro y no dejarlo solo con su dolor. Eso no es hacer "caridad", criticada por el poeta y cantor argentino Atahualpa Yupanqui: "desprecio la caridad por la vergüenza que encierra. Soy como el león de la sierra: vivo y muero en soledad”. En el budismo la compasión es considerada la virtud personal de Buda. Por eso es central y está ligada a la pregunta que dio origen al budismo como camino espiritual: "¿cuál es el mejor medio para liberarnos del sufrimiento?” La respuesta de Buda fue: "por la com-pasión, por la infinita com-pasión". El Dalai Lama, como ya hemos escrito en esta columna, actualiza esa respuesta ancestral así: "ayuda a los otros siempre que puedas y si no puedes, jamás los perjudiques". Dos virtudes realizan la compasión: el desapego y el cuidado. Por el desapego renunciamos a poseer las cosas y las respetamos en su alteridad. Por el cuidado velamos por su bienestar y las socorremos en su sufrimiento. La compasión tal vez sea la mayor contribución ética y espiritual que Oriente ha dado a la cultura mundial. Lo que hace penoso el sufrimiento no es tanto el sufrimiento mismo, sino estar solo en el sufrimiento. El budismo y también el cristianismo convocan a establecer una comunión en el sufrimiento para que nadie quede solo y desamparado en su dolor. Como el amor y el cuidado, la compasión tiene un campo de realización ilimitado. No se restringe solamente a los seres humanos, sino a todos los seres vivos y al cosmos. El ideal budista de la compasión nos enseña cómo relacionarnos adecuadamente con la comunidad de vida: primero respetar su alteridad, después convivir con ella, cuidar de ella y en especial regenerar a los seres que sufren o están bajo amenaza de extinción. Y sólo entonces beneficiarnos de sus dones, en la justa medida y con responsabilidad, en función de aquello que necesitamos para vivir de forma suficiente y decente.

9.El ethos que integra 2003-08-22 La ética es del orden de la práctica y no de la teoría. Por eso son importantes las figuras ejemplares que vivieron biográficamente el ethos humano. Para nosotros en Occidente la figura de mayor transparencia es Francisco de Asís, considerado “el último cristiano”. No orientó su vida por el modelo imperial de Iglesia vigente, sino por la experiencia evangélica, rescatando el vigor del paleocristianismo, el cristianismo de los orígenes. En él se integran las distintas vertientes éticas que hemos considerado durante varias semanas. En él descubrimos el ethos que busca. De familia rica, buscó con extrema intensidad primero ser héroe de caballería, después monje benedictino, finalmente penitente. Insatisfecho, escoge la “vía de la simplicidad”, pues Dios me reveló que fuese “un nuevo loco en el mundo” (novellus pazzus). Es loco frente a los sistemas que abandona, pero no de cara a lo nuevo que inaugura. Se hace, según su primer biógrafo, Tomás de Celano, “un hombre de un nuevo siglo”. Es un representante singular del ethos que ama. Salía por los bosques a llorar hasta hinchársele los ojos: “el Amor no es amado, el Amor no es amado”. Rescató el amor telúrico a

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la Tierra, a cada ser de la creación, a la mujer amada, Clara. Su lema es “Deus meus et omnia” “mi Dios y todas las cosas”. Dios no quiere que le amemos solo a Él sino a todos. Vivió ejemplarmente el ethos que cuida. Cuidaba de las abejas en invierno para que no muriesen de hambre, cuidaba de liberar a los pajarillos de las jaulas, pedía a sus compañeros que cuidasen de las malezas en un rincón del jardín, pues también ellas a su modo alaban a Dios. Es un arquetipo del ethos que se compadece. Fue a vivir entre los enfermos del mal de Hansen, los besaba y les daba de comer en la boca, repartía todo con los pobres, hasta la ropa que llevaba puesta y se compadecía de sus propios dolores, tratándolos de hermanos, y a la muerte, de hermana muerte. Dio testimonio del ethos que se solidariza. Es paupérrimo, pero quiere que se dé todo al hermano enfermo, rompe el ayuno riguroso para ser solidario con el compañero que grita de noche “muero de hambre”; en la cruzada se solidariza con los “hermanos mahometanos” y va al encuentro del sultán, rezando con él. Por fin mostró, de manera concreta, el ethos que se responsabiliza. Ante las guerras entre burgos instaura la “legatio pacis” o movimiento por la paz, reconciliando las partes. Prohíbe a los compañeros usar armas, dinero y títulos, fuentes de conflictos. Renuncia a todas las funciones, continuando lego, para quedar junto al pueblo y los pobres. Quiere una fraternidad sociocósmica a partir de los últimos. El ethos franciscano integra todo. Confraterniza con todo y hace de este mundo la morada bienhechora del ser humano (ethos). La expresión suprema de este ethos se encuentra en el admirable “Cántico al Hermano Sol”. En él no tratamos solamente con un discurso poéticoreligioso sobre las cosas. Ellas sirven de vestimenta a un discurso más profundo, el del Inconsciente que llegó a su Centro, al Misterio interior, de ternura, que integra todas las cosas. La ética se transfigura entonces en mística, experiencia abisal del Ser. Así como una estrella no brilla sin aura, tampoco una ética adquiere vigencia sin una visión mística y encantada del mundo, donde la Tierra y el Cielo y todos los elementos que surgen del matrimonio entre ellos se transforman en valor, en señal de un mundo de bondad.

10.Paradigma de la paz mundial 2004-10-22 Son pocos los amantes de la paz, mientras que abundan los obsesionados por la guerra. Necesitamos fuentes inspiradoras de paz. Una de las más consistentes fue la formulada por Immanuel Kant (+1804). Vale la pena volver a ella en su escrito de 1795, que lleva el sugestivo título de «La paz perpetua» (Zum ewigen Frieden). Kant propone una república mundial (Weltrepublik) fundada en la ciudadanía mundial (Weltbürgerrecht). Esta ciudadanía mundial tiene como primera característica la «hospitalidad general», porque, dice el filósofo, porque todos los humanos están sobre el planeta Tierra y todos sin excepción tienen derecho a estar en ella y a visitar sus lugares y los pueblos que la habitan. La Tierra pertenece comunitariamente a todos. Esta ciudadanía se rige por el derecho, nunca por la violencia. Kant postula la supresión de todos los ejércitos, pues, mientras existan, continuarán las amenazas de los fuertes contra los débiles y las tensiones entre los Estados, lo que destruye las bases de una paz duradera. El imperio del derecho y la difusión de la hospitalidad deben crear una cultura de los derechos que dé lugar de hecho a la «comunidad de los pueblos». Esta comunidad de los pueblos, dice Kant, puede crecer en su conciencia tanto, que la violación de un derecho en un punto de la

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Tierra se sienta en todos los demás, cosa que más tarde repetirá por su cuenta Ernesto Che Guevara. Frente a los pragmáticos de la política -generalmente faltos de sentido ético en las relaciones sociales- subraya: «La ciudadanía mundial no es una visión fantasiosa, sino una necesidad exigida por la paz duradera». Si queremos una paz perenne y no sólo una tregua o una pacificación momentánea, debemos vivir la hospitalidad y respetar los derechos. Esta visión ético-política de Kant fundó un paradigma de globalización y de paz. La paz resulta de la vigencia del derecho y de la cooperación jurídicamente ordenada e institucionalizada entre todos los estados y pueblos. Los derechos son para Kant «la niña de los ojos de Dios» o «lo más sagrado que Dios puso en la tierra». Respetarlos hace nacer una comunidad de paz y de seguridad que pone un fin definitivo «al infame hacer la guerra». Diferente es la visión de otro teórico del estado y de la globalización, Thomas Hobbes (+1679), para quien la paz es un concepto negativo. Significa, simplemente, ausencia de guerra y equilibrio de la intimidación mutua entre los Estados y pueblos. Esta visión funda otro paradigma de paz y de globalización. Ha predominado durante siglos y hoy vuelve poderosamente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Estados Unidos ha decidido combatir el terrorismo con la guerra, despreciando la perspectiva de la paz. Ha instaurado un régimen de seguridad nacional e internacional con la lógica perversa que le subyace: sospechar de todos. Un árabe o un musulmán ya es un eventual terrorista. En nombre de la seguridad se suprimen derechos constitucionales, timbre de honor de la democracia estadounidense. Los acusados de terrorismo son encarcelados y mantenidos en lugares secretos, a veces fuera del propio país, incomunicados, sin posibilidad de acceso a sus familias, ni a sus abogados, ni siquiera a la Cruz Roja internacional. Y se da la tortura. Aún más: propone medidas militares preventivas, coopera con los organismos internacionales sólo en la medida en que ello sirva para reforzar su posición, tratando de instrumentalizarlos como ha hecho con la ONU y su Consejo de Seguridad. Es la vuelta amenazadora del Estado-Leviatán, enemigo visceral de cualquier estrategia de paz. Dentro de esta lógica no hay futuro para la Paz ni para la Humanidad. Leonardo Boff Estos textos y otros más pueden consultarse en http://servicioskoinonia.org/boff

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